Sermon Del Acueducto. San Bernardo
Sermon Del Acueducto. San Bernardo
Sermon Del Acueducto. San Bernardo
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gusto y dulce al paladar, por lo cual se comprende perfectamente que, en vista
de ello, prorrumpiera la esposa en voces de acción de gracias y de alabanza.
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deseable acueducto del que hablamos ahora. Ni nos admiraremos de que fuese
aguardado largo tiempo, si recordamos cuántos años trabajó Noé, varón justo,
en la fábrica del arca, en la cual sólo unas pocas almas, esto es, ocho, se
salvaron, y esto para un tiempo bastante corto.
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agitó dulcemente con sus soberanos soplos aquel austro divino, sobrevienen en
ella, para que por todas partes fluyan y se difundan sus aromas, sus dones, sus
gracias. Si se quita este cuerpo solar que ilumina al mundo, ¿cómo podría
haber día? Quita a María, esta estrella del mar, del mar sin duda grande y
espacioso, y ¿qué quedará, sino oscuridad, que todo lo ofusque, sombra de
muerte y densísimas tinieblas?
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duda, del mundo. Consultad vuestras conciencias, hermanos, y ved que donde
abundó el delito sobreabundó también la gracia. María no alega el mérito, sino
que busca la gracia. Verdaderamente, en tanto grado confía en la gracia y no
presume de sí altamente, que recela de la misma salutación del ángel. María,
pensaba qué salutación sería ésta. Sin duda, se reputaba indigna de la
salutación del ángel. Y acaso meditaba dentro de sí misma: ¿De dónde a mí
esto, que el ángel de mi Señor venga a mí? No temas, María, no te admires de
que venga el ángel, que después de él viene otro mayor que él. No te admires
del ángel del Señor, el Señor del ángel está contigo. ¿Es mucho que veas a un
ángel viviendo tú ya angélicamente? ¿Es mucho que visite el ángel a una
compañera de su vida? ¿Es mucho que salude a la ciudadana de los santos y
familiar del Señor? Angélica vida es, ciertamente, la virginidad, pues los que
no se casan ni son casados serán corno los ángeles de Dios.
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ciertamente sobre el linaje humano, sube hasta los ángeles, pero a éstos
también los sobrepuja y se eleva sobre toda criatura celestial. Sin duda que
sobre los mismos ángeles es forzoso que vaya a recibir aquélla agua viva que
ha de difundir sobre los hombres.
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tercer día y mostrando a los apóstoles las hendiduras de los clavos, insignias de
su victoria; últimamente subiendo a lo más alto de los cielos a vista de los
mismos apóstoles. ¿Qué cosa de éstas no se piensa verdadera, piadosa y
santamente? Cualquiera de estas cosas que yo piense, pienso en mi Dios y en
todas estas cosas. Él es mi Dios. El meditar, pues, estos misterios lo llamé
sabiduría, y juzgué por prudencia el refrescar incesantemente la memoria de la
suavidad de estos dulces frutos, que produjo copiosamente la vara sacerdotal
que María fue a coger en las alturas para difundirlos con la mayor abundancia
en nosotros. La recibió, sin duda, en las alturas y sobre los ángeles, puesto que
recibió al Verbo del mismo corazón del Padre, según está escrito: El día
anuncia al día la palabra. Verdaderamente es día el Padre, pues es día del día la
salud de Dios. ¿Acaso no es también día María? Y esclarecido.
Resplandeciente día es, sin duda, la que procedió como la aurora resurgente,
hermosa como la luna, escogida como el sol.
12. Contempla, pues, cómo se elevó hasta los ángeles por la plenitud
de la gracia y por encima de los ángeles al descender sobre ella el Espíritu
Santo. Hay en los ángeles caridad, hay pureza, hay humildad. ¿Cuál de estas
cosas no resplandeció en María? Pero de esto ya os hemos hablado antes del
modo que hemos podido; prosigamos viendo su excelencia singular. ¿A cuál
de los ángeles se le dijo alguna vez: El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y la
virtud del Altísimo te hará sombra y por eso el fruto santo que nacerá de ti se
llamará Hijo de Dios? La verdad nació de la tierra, no de la criatura angélica,
puesto que no tomó la naturaleza de los ángeles para salvarlos, sino que tomó
la semilla de Abraham para redimir a sus hijos. Cosa excelsa es para el ángel el
ser ministro del Señor, pero otra cosa más sublime mereció María, que fue la
de ser Madre del Señor. Así la fecundidad de la Virgen es una gloria
sobreeminente, y por este privilegio único fue sublimada sobre todos los
ángeles, tanto más cuanto supera el nombre de Madre de Dios al de simples
ministros suyos. A ella la encontró la gracia, llena de gracia, para que,
fervorosa en la caridad, en la virginidad íntegra en la humildad devota
concibiese sin conocer varón y diera a luz igualmente sin dolor ni menoscabo
de su virginidad. Más aún, el fruto que nació de ella se llama santo y es Hijo
de Dios.
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suerte, si no vuelven a la fuente se secarán, y siendo infieles en lo poco no
merecemos recibir lo que es máximo. Poco es ciertamente la memoria en
comparación de la presencia, poco en comparación de lo que deseamos, pero
grande cosa es respecto de lo que merecemos: inferior es respecto del deseo,
pero muy superior al mérito. Sabiamente, por tanto, la Esposa, aun por esto
poco, se congratula a sí misma en gran manera, puesto que habiendo dicho:
Muéstrame dónde tienes los pastos, dónde reposas al llegar el mediodía,
aunque recibió muy poco en comparación de lo que había pedido, pues en vez
del pasto de mediodía sólo gustó el sacrificio de la tarde, sin embargo de
ningún modo se lamenta de ello, como suele suceder, ni se contrista, sino que
da gracias al Amado y en todo se muestra más devota. Sabe muy bien que si es
fiel en la sombra de la memoria, obtendrá sin duda la luz de la presencia. Así,
los que hacéis memoria del Señor, no guardéis silencio, no permanezcáis
mudos, aunque, ciertamente, los que tienen presente al Señor no necesitan de
exhortación, y aquellas palabras del profeta: alaba, Jerusalén, al Señor, alaba a
tu Dios, Sion, más bien son de congratulación que de amonestación, pero por
los que caminan aún en la fe necesitan de amonestación para que no callen y
no respondan al Señor con el silencio, porque El hace oír su voz y habla
palabras de paz para su pueblo y para sus santos y para todos aquellos que se
vuelven a El de corazón. Por esto se dice en el salmo: Con el santo, serás
santo, y con el varón inocente, inocente, y oirá al que le oye y hablará al que le
habla. De otra suerte le habrás dado silencio, si tú callas. Pero ¿si tú callas
qué? La alabanza. No calléis, dice, y no le deis silencio hasta que establezca y
ponga Jerusalén alabanza en la tierra. La alabanza de Jerusalén es gustosa y
hermosa, a no ser que acaso juzguemos que los ciudadanos de Jerusalén se
deleitan con las alabanzas mutuas y que se engañan recíprocamente con la
vanidad.
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ella. Esta murmuración equivale a un grito clamoroso que procede de un
corazón endurecido y que le impide oír la voz de Dios. Otros, por la
pusilanimidad de su espíritu, desmayan en la esperanza, y ésta viene a ser
como una horrible blasfemia, que ni en este siglo ni en el futuro se perdona.
Otros, en fin, aspiran a cosas grandes y muy superiores a su capacidad,
diciendo: Nuestra mano es robusta creyéndose algo cuando en realidad no son
nada. ¿Qué le hablará a éste aquel Señor que no habla sitio de paz? Ese tal
dice: Rico soy y de nadie necesito, mientras que el que es la verdad clama: ¡Ay
de vosotros, ricos!, porque ya tenéis aquí vuestra consolación. Y en otra parte
añade: Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Calle,
pues, en nosotros la lengua maldiciente, la lengua blasfema, la lengua
orgullosa y altanera, porque es bueno aguardar en este triplicado silencio la
salud que viene de Dios, a fin de que así podamos decir: Habla, Señor, porque
tu siervo escucha. Semejantes voces no se dirigen a Él, sino contra El, según
aquello que decía Moisés a los murmuradores: No es contra mí vuestra
murmuración, sino contra el Señor.
15. Mas de tal suerte has de callar en estas tres cosas, que no
enmudezcas del todo, guardando con Dios absoluto silencio. Háblale contra la
jactancia por la confesión, para que alcances perdón de lo pasado. Háblale
contra la murmuración con la acción de gracias, para que te conceda más
abundante gracia en la presente vida. Háblale contra la desconfianza en la
oración, para que consigas también la gloria en lo futuro. Confiesa, repito, lo
pasado, y da gracias por lo presente, y en adelante ora con más cuidado por lo
futuro, a fin de que El a su vez no calle en la remisión, ni en la donación de sus
gracias ni en sus promesas. No calles, repito, no guardes silencio en su
presencia. Háblale para que también Él te hable y pueda decirte: mi amado es
para mí y yo para él. Voz agradable es ésta; dulce palabra. Sin duda no es esta
voz de murmuración, sino de tórtola. No me digas: ¿Cómo hemos de cantar los
cánticos del Señor en tierra extraña?, porque no debe reputarse tierra extraña
aquélla de la cual dice el Esposo: La voz de la tórtola se ha oído ya en nuestra
tierra. Había, pues, oído el que decía: Tomad las zorras pequeñas, y por eso
acaso prorrumpió en voces de gozo, diciendo: Mi amado es para mí y yo para
él. Sin duda voz de tórtola que con una castidad singular persevera para su
consorte, así vivo como muerto, para que ni la muerte ni la vida la separen de
la claridad de Cristo. Mira, pues, si hubo algo que pudiese apartar al amado de
la amada, cuando ves que persevera unido a ella aún pecando y estando
apartada de El. Porfiaban envueltas entre sí las nubes en ofuscar los rayos para
que nuestras iniquidades nos apartasen de Dios. Pero desplegó su fervor el Sol
y lo disipó todo. De otra suerte, ¿cuándo hubieras tú vuelto a El, si El no
hubiera perseverado para ti, si El no hubiera clamado: Vuélvete, vuélvete,
Sunamitis; vuélvete, vuélvete para que te miremos? Sé, pues, tú también no
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menos perseverante, de modo que por ningún castigo, ni por ningún trabajo te
apartes.
16. Lucha con el ángel, como Jacob, para que no seas vencido, porque
el reino de los cielos se alcanza a viva fuerza y sólo los valerosos le arrebatan.
¿Por ventura, no indican lucha aquellas palabras: Mi amado es para mí y yo
para él? Te dio El muestras de su amor, experimente también el tuyo. En
muchas cosas te prueba el Señor tu Dios; se desvía muchas veces, aparta de ti
su rostro; pero no llevado de ira. Lo hace para probarte, no para reprobarte. Te
sufrió el amado, sufre tú al amado, sostén al Señor y obra varonilmente. No le
vencieron a El tus pecados, a ti tampoco te superen sus castigos, y alcanzarás
la bendición. Mas ¿cuándo? Al nacimiento de la aurora, cuando ya esclarezca
el día, cuando haya establecido las alabanzas de Jerusalén en la tierra. He aquí,
dice Moisés, que un varón, o sea, un ángel, luchaba con Jacob hasta la mañana.
Haz que sea oída por mí en la mañana tu misericordia, porque en ti, Señor, he
esperado. No callaré, perseveraré en la oración hasta la mañana, y ojalá que no
me quede en ayunas. Tú, Señor, te dignas alimentarme, y no sólo esto, sino
entre las azucenas. Mi amado es para mí, y yo para él, el cual se apacienta
entre las azucenas. Un poco antes se observa en el mismo cántico que la
aparición de las flores va acompañada del arrullo de la tórtola. Pero atiende
que parece indicar el sitio, no el sustento, y no explica de qué cosas se
alimenta, sino entre qué cosas. Acaso, pues, no se alimenta con el manjar, sino
con la compañía de las azucenas, ni come azucenas, sino que anda entre ellas.
Sin duda más bien por el olor que por el sabor agradan las azucenas y son más
a propósito para la vista que para la comida.
17. Así, pues, se apacienta entre las azucenas, hasta que decline el día,
y a la belleza de las flores se siga la abundancia de los frutos. Porque ahora es
tiempo de flores, no de frutos, pues tenemos aquí sola la esperanza y no lo que
esperamos, y caminando por la fe, no por la vista clara, nos congratulamos más
con la expectación que con la experiencia. Considerad la suma delicadeza de
esta flor y acordaos de aquellas palabras del Apóstol: Llevamos este tesoro en
vasos de barro ¡Cuántos peligros amenazan a las flores! ¡Cuán fácilmente con
los aguijones de las espinas es traspasada la azucena! Con razón, pues, canta el
amado: Como azucena entre espinas, así es mi Amiga entre las vírgenes.
¿Acaso no era azucena entre espinas el que decía: Con los que aborrecían la
paz era yo pacífico? Sin embargo, aunque el justo florece como la azucena, no
se alimenta el Esposo de azucenas ni se complace en la singularidad. Escuchad
cómo habla el que mora en medio de las azucenas: Donde dos o tres se hallan
congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. Ama siempre
Jesús lo que está en medio; los lugares apartados y solitarios siempre los ha
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reprobado el Hijo del hombre, que es el mediador entre Dios y los hombres.
Mi Amado es para mí y yo para él, el cual se apacienta entre azucenas.
Procuremos, pues, hermanos míos, cultivar azucenas; démonos prisa en
arrancar de raíz las espinas y los abrojos, y plantemos en su lugar azucenas,
por si alguna vez acaso se digna el amado descender a apacentarse entre ellas.
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