Sermon Del Acueducto. San Bernardo

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SERMON DELACUEDUCTO

San Bernardo. EN LA NATIVIDAD DE LA


BIENAVENTURADA VIRGEN MARIA

1. Cuando el cielo goza ya de la presencia de la Virgen fecunda, la


tierra venera su memoria. Allí se halla la posesión de todo bien, aquí el
recuerdo; allí la saciedad, aquí una tenue memoria. Allí se halla la posesión de
todo bien, aquí el recuerdo; allí la saciedad, aquí una tenue prueba de las
primicias; allí la realidad, aquí el nombre. Señor, dice el salmista, tu nombre
permanece para siempre, y tu memoria pasará de generación en generación.
Esta generación y generación no es de ángeles, a la verdad, sino de hombres.
¿Queréis saber cómo su nombre y su memoria está en nosotros y su presencia
en las alturas? Oíd al Salvador cuando dice: Habéis de orar así: Padre nuestro
que estás en los cielos, santificado sea el tu nombre. Fiel oración, cuyos
principios nos avisan de la divina adopción y de la terrena peregrinación, a fin
de que, sabiendo que mientras no estamos en el cielo vivimos alejados del
Señor y fuera de nuestra patria, gimamos dentro de nosotros mismos
aguardando la adopción de tus hijos, o sea, la presencia del Padre. Por tanto,
expresamente habla de Cristo el profeta cuando dice: Cual espíritu que anda
delante de nosotros es Cristo nuestro Señor; bajo de su sombra viviremos entre
las gentes, porque entre las celestiales bienaventuranzas no se vive en la
sombra, sino más bien en el esplendor. En los esplendores de los santos, dice,
de mi seno te engendré antes del lucero. Pero esto, sin duda, el Padre.

2. Más la madre no le engendró al mismo en el esplendor, sino en la


sombra; pero no en otra sombra que con la que el Altísimo la cubrió.
Justamente por eso canta la Iglesia, no aquélla Iglesia de los santos, que está en
las alturas y en el esplendor, sino la que peregrina todavía en la tierra: A la
sombra de aquel que había deseado me senté, y su fruto es dulce al paladar mío
había pedido que se le mostrase la luz del mediodía, en donde el Esposo
apacienta su rebaño, pero fue contrariada en su deseo, y en lugar de la plenitud
de la luz recibió la sombra, en lugar de la saciedad, el gusto. Finalmente, no
dice: A la sombra que yo había deseado, sino: A la sombra de aquel a quien yo
había deseado me senté, pues no había deseado la sombra, sino el resplandor
del mediodía, la luz llena de quien es luz llena. Y su fruto, añade, dulce a mi
paladar. ¿Hasta cuándo me has de negar tu compasión, sin permitirme el
respirar y tragar siquiera mi saliva? ¿Cuándo llegará el día en que se cumpla
esta sentencia: Gustad y ved cuán suave es el Señor? Sin duda es suave al

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gusto y dulce al paladar, por lo cual se comprende perfectamente que, en vista
de ello, prorrumpiera la esposa en voces de acción de gracias y de alabanza.

3. Pero ¿cuándo se dirá: Comed, amigos, y bebed y embriagaros,


amadísimos? Los justos, dice el profeta, coman en convite, pero delante de
Dios, no en la sombra. Y de sí mismo dice: Seré saciado cuando aparezca tu
gloria. También el Señor dice a los apóstoles: Vosotros sois los que
permanecisteis conmigo en mis tentaciones y yo dispongo para vosotros, así
como mi Padre le dispuso para mí el reino, para que comáis y bebáis sobre mi
mesa». ¿En dónde? En mi reino, dice. Dichoso aquel que coma el pan en el
reino de Dios. Sea, pues, tu nombre santificado, por el cual de algún modo
ahora estás, Señor, en nosotros, habitando por la fe en nuestros corazones,
puesto que ya ha sido invocado sobre nosotros tu nombre. Vénganos tu reino.
Venga, ciertamente, lo que es perfecto y sea acabado lo que es en parte.
Tenéis, dice el Apóstol, por fruto de vuestras obras la santificación, pero será
su fin la vida eterna. La vida eterna es fuente indeficiente que riega toda la
superficie del paraíso. No sólo la riega, sino que la embriaga, como fuente de
los huertos, pozo de aguas vivas que corren con ímpetu desde el Líbano, y el
ímpetu del río alegra la ciudad de Dios. Pero ¿quién es la fuente de la vida,
sino Cristo Señor? Cuando aparezca Cristo, que es vuestra vida, entonces
también apareceréis vosotros con El en la gloria. A la verdad, la misma
plenitud se anonadó a sí misma para hacerse para nosotros justicia,
santificación y remisión, no apareciendo todavía vida o gloria o
bienaventuranza. Corrió la fuente hasta nosotros y se difundieron las aguas en
las plazas, aunque no beba el ajeno de ellas. Descendió por un acueducto
aquélla vena celestial, no ofreciendo, con todo ello, la copia de una fuente,
sino infundiendo en nuestros áridos corazones las gotas de la gracia, a unos,
ciertamente, más, a otros, menos. El acueducto, sin duda, lleno está para que
los demás reciban de la plenitud, pero no la misma plenitud.

4. Ya habéis advertido, si no me engaño, quién quiero decir que es este


acueducto que, la plenitud de la misma fuente del corazón del Padre, nos la
franqueó a nosotros, sino del modo que es en sí misma, a lo menos según
podíamos nosotros participar de ella. Sabéis, pues, a quién se dijo: Dios te
salve, llena de gracia. Mas ¿acaso no causa admiración que se pudiese formar
tal y tan grande acueducto, cuya cumbre, al modo de aquélla escala que vio el
patriarca Jacob, tocase los cielos, o más bien, los sobrepasase y pudiese llegar
a aquélla vivísima fuente de las aguas que están sobre los cielos? Se admiraba
también Salomón y, al modo del que desespera, decía: ¿Quién hallará una
mujer fuerte? En verdad, por eso faltaron durante tanto tiempo al género
humano las corrientes de la gracia, porque todavía no estaba interpuesto este

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deseable acueducto del que hablamos ahora. Ni nos admiraremos de que fuese
aguardado largo tiempo, si recordamos cuántos años trabajó Noé, varón justo,
en la fábrica del arca, en la cual sólo unas pocas almas, esto es, ocho, se
salvaron, y esto para un tiempo bastante corto.

5. Pero ¿cómo llegó este nuestro acueducto a aquélla fuente tan


sublime? ¿Cómo? Con la vehemencia del deseo, con el fervor de la devoción y
con la pureza de la oración, según está escrito: La oración del justo penetra los
cielos. Verdaderamente, ¿quién será justo, si no lo es María, de quien nació
para nosotros el Sol de justicia? ¿Y cómo hubiera podido llegar hasta tocar
aquélla majestad inaccesible, sino llamando, pidiendo y buscando? Sí, halló lo
que buscaba aquélla a quien se dijo: Has hallado gracia a los ojos de Dios.
¿Qué? ¿Está llena de gracia y todavía halla más gracia? Digna es, por cierto,
de hallar lo que busca, pues no la satisface la propia plenitud, ni está contenta
aún con el bien que posee, sino que, así como está escrito: El que de mí bebe,
tendrá sed todavía, pide el poder rebosar para la salvación del universo. El
Espíritu Santo, le dice el ángel, descenderá sobre ti, y en tanta copia, en tanta
plenitud difundirá en ti aquel bálsamo precioso, que se derramará
copiosamente por todas partes. Así es, ya lo sentimos, ya se alegran nuestros
rostros en el óleo. Mas esto, ciertamente, no es en vano; y si el aceite se
derrama, no por eso perece. Por esto, sin duda, también las vírgenes, esto es,
las almas todavía párvulas, aman al Esposo y no poco. Y no sólo recibió la
barba aquel ungüento que descendía de la cabeza, sino que también las mismas
fimbrias del vestido le recibieron.

6. Mira, hombre, el consejo de Dios, reconoce el consejo de la


sabiduría, el consejo de la piedad. Habiendo de regar toda la era con el rocío
celestial, humedeció primero todo el vellocino; habiendo de redimir todo el
linaje humano, puso todo el precio en María. ¿Con qué fin hizo esto? Quizá
para que Eva fuese -disculpada por la hija y cesase la queja del hombre contra
la mujer para siempre. No digas ya jamás, Adán: La mujer que me diste me
ofreció del árbol prohibido; di más bien: La mujer que me diste me ha dado a
comer del fruto bendito. Consejo piadosísimo, sin duda, pero no es esto todo
acaso; hay otro todavía oculto. Verdad es lo que se ha dicho, pero aún es poco
(si no me engaño) a vuestros deseos. Dulzura de leche es; se sacará, acaso, si
con más fuerza apretamos la crasitud de la manteca. Contemplad, pues, más
altamente con cuánto afecto de devoción quiso fuese honrada María por
nosotros aquel Señor que puso en ella toda la plenitud para que,
consiguientemente, si en nosotros hay algo de esperanza, algo de gracia, algo
de salud, conozcamos que redunda de aquélla que subió rebosando en delicias.
Huerto es, en verdad, de delicias que no solamente inspiró viniendo, sino que

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agitó dulcemente con sus soberanos soplos aquel austro divino, sobrevienen en
ella, para que por todas partes fluyan y se difundan sus aromas, sus dones, sus
gracias. Si se quita este cuerpo solar que ilumina al mundo, ¿cómo podría
haber día? Quita a María, esta estrella del mar, del mar sin duda grande y
espacioso, y ¿qué quedará, sino oscuridad, que todo lo ofusque, sombra de
muerte y densísimas tinieblas?

7. En lo íntimo, pues, de nuestra alma, con todos los afectos de nuestro


corazón y con todos los sentimientos y deseos de nuestra voluntad, veneremos
a María, porque ésta es la voluntad de aquel Señor que quiso que todo lo
recibiéramos por María. Esta es, repito, su voluntad, pero para bien nuestro.
Puesto que, mirando en todo y por todo al bien de los miserables, consuela
nuestro temor, excita nuestra fe, fortalece nuestra esperanza, disipa nuestra
desconfianza y anima nuestra pusilanimidad. Recelabas acercarte al Padre, y
aterrado con sólo oír su voz huías a esconderte entre las hojas. Él te dio a Jesús
por mediador. ¿Qué no conseguirá tal Hijo de Padre tal? Será oído sin duda
por su respeto, pues el Padre ama al Hijo. Mas recelas acaso llegarte también a
Él. Hermano tuyo es, tu carne es, tentado en todas las cosas sin pecado para
hacerse misericordioso. Este hermano te lo dio María. Pero, por ventura, en El
también miras con temblor su majestad divina, porque, aunque se hizo hombre,
con todo eso permaneció Dios. ¿Quieres tener un abogado igualmente para con
Él? Pues recurre a María. Porque se halla la humanidad pura en María, no sólo
pura de toda contaminación, sino pura de toda mezcla de otra naturaleza. No
me cabe la menor duda: será ella oída también por tu respeto. Oirá sin duda el
Hijo a la Madre, y oirá el Padre al Hijo. Hijos amados, ésta es la escala de los
pecadores, ésta es mi mayor confianza, ésta es toda la razón de mi esperanza.
¿Pues qué? ¿Podrá acaso el Hijo repeler, o padecer repulsa? ¿Podrá el Hijo no
ser atendido por su Padre o rechazar los ruegos de su Madre? No, no; mil
veces no. Hallaste, dice el ángel, gracia a los ojos de Dios. Dichosamente.
Siempre ella encontrará la gracia, y solo la gracia es lo que necesitamos. La
prudente Virgen no buscaba sabiduría, como Salomón; ni riquezas, ni honores,
ni poder, sino gracia. Verdaderamente, solo por la gracia nos salvamos.

8. ¿Para qué deseamos nosotros, hermanos, otras cosas? Busquemos la


gracia, y busquémosla por María, porque ella encuentra lo que busca y no
puede verse frustrada. Busquemos la gracia, pero la gracia en Dios, pues en los
hombres la gracia es falaz. Busquen otros el mérito; nosotros procuremos
cuidadosamente hallar la gracia. ¿Pues qué? ¿Por ventura, no es gracia el estar
aquí? Verdaderamente misericordia del Señor es que no hayamos sido
consumidos nosotros. ¿Y quiénes somos nosotros? Nosotros, tal vez, perjuros;
nosotros, adúlteros; nosotros, homicidas; nosotros, ladrones; la basura, sin

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duda, del mundo. Consultad vuestras conciencias, hermanos, y ved que donde
abundó el delito sobreabundó también la gracia. María no alega el mérito, sino
que busca la gracia. Verdaderamente, en tanto grado confía en la gracia y no
presume de sí altamente, que recela de la misma salutación del ángel. María,
pensaba qué salutación sería ésta. Sin duda, se reputaba indigna de la
salutación del ángel. Y acaso meditaba dentro de sí misma: ¿De dónde a mí
esto, que el ángel de mi Señor venga a mí? No temas, María, no te admires de
que venga el ángel, que después de él viene otro mayor que él. No te admires
del ángel del Señor, el Señor del ángel está contigo. ¿Es mucho que veas a un
ángel viviendo tú ya angélicamente? ¿Es mucho que visite el ángel a una
compañera de su vida? ¿Es mucho que salude a la ciudadana de los santos y
familiar del Señor? Angélica vida es, ciertamente, la virginidad, pues los que
no se casan ni son casados serán corno los ángeles de Dios.

9. ¿No veis cómo también de este modo nuestro acueducto sube a la


fuente, ni ya con sola la oración penetra los cielos, sino igualmente con la
incorrupción, la cual nos une con Dios, como dice el Sabio? Era la Virgen
santa en el cuerpo y en el espíritu, y podía decir con exclusividad: Nuestro
trato es en el cielo. Santa era, repito, en el cuerpo y en el espíritu, para que
nada dudes acerca de este acueducto. Sublime es en gran manera, pero no
menos permanece enterísimo. Huerto cerrado es, fuente sellada, templo del
Señor, sagrario del Espíritu Santo. No era virgen fatua, pues no sólo tenía su
lámpara llena de aceite, sino que guardaba en su vasija la plenitud de él. En su
corazón había dispuesto los grados para subir hasta el lugar santo por medio de
la asidua oración y una vida santísima, y así vemos que subió a las montañas
de Judea con mucha prisa, saludó a Isabel y permaneció en su asistencia como
tres meses, de suerte que ya entonces podía decir la Madre de Dios a la madre
de Juan lo que mucho tiempo después dijo el Hijo de Dios al hijo de Isabel:
Déjame hacer ahora, que así es como conviene que cumplamos nosotros toda
justicia. Puede afirmarse con toda verdad que esta Virgen al subir a las
montañas de Judea se elevó más que los más altos montes de Dios, lo cual
constituye el tercer ascenso de la Virgen, a fin de que se cumpliera en ella
aquello de que con dificultad se rompe la cuerda tres veces doblada. Hervía,
pues, la caridad en buscar la gracia, resplandecía en el cuerpo la virginidad y
sobresalía la humildad en el obsequio. Pues si todo aquel que se humilla será
ensalzado, ¿qué cosa más sublime que esta humildad? Se admiraba Isabel de
su venida, y decía: ¿De dónde a mí esto, que la Madre de mi Señor venga a
mí? Pero mucho más debiera haberse admirado de que María se anticipara a lo
que más tarde debía decir su Hijo: No vine a ser servido, sino a servir. Con
razón, por tanto, aquel cantor divino, llevado de su admiración profética, decía
de ella: ¿Quién es ésta que va subiendo cual aurora naciente, hermosa como la
luna, escogida como el sol; terrible como un ejército formado en batalla? Sube

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ciertamente sobre el linaje humano, sube hasta los ángeles, pero a éstos
también los sobrepuja y se eleva sobre toda criatura celestial. Sin duda que
sobre los mismos ángeles es forzoso que vaya a recibir aquélla agua viva que
ha de difundir sobre los hombres.

10. ¿Cómo, dice, se hará esto, porque yo no conozco varón?


Verdaderamente es santa en el cuerpo y en el espíritu, teniendo no sólo la
integridad de la virginidad, sino el propósito firme de conservarla incólume.
Mas respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo sobrevendrá en ti, y la
virtud del Altísimo te hará sombra. Como si dijera: No me preguntes a mí esto,
porque es cosa superior a mi comprensión y no podría declarártelo. El Espíritu
Santo, no el espíritu angélico, sobrevendrá en ti, y la virtud del Altísimo te
hará sombra, no yo. No te pares ni siquiera entre los ángeles, Virgen santa;
mucho más sublime está lo que la tierra sedienta espera que se le dé a beber
por ministerio tuyo. Un poco que les pases a ellos hallarás a quien ama tu
alma. Un poco, repito, no porque tu Amado no sea superior a ellos
incomparablemente, sino porque nada encontrarás que medie entre El y ellos.
Pasa, pues, las virtudes y las dominaciones, los querubines y los serafines,
hasta que llegues a Aquel de quien alternativamente están clamando: Santo,
santo, santo es el Señor Dios de los ejércitos. Pues el fruto santo que nacerá de
ti se llamará Hijo de Dios. Fuente es de la sabiduría el Verbo del Padre en las
alturas. Pero este Verbo por medio de ti se hará carne, para que Aquel que
dice: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí, diga igualmente: Porque yo
procedí de Dios y he venido de parte de Dios. En el principio, dice San Juan,
era el verbo. Ya brota la fuente, pero por ahora sólo en sí misma. Añade luego:
Y el Verbo estaba en Dios, habitando una luz inaccesible, y decía el Señor
desde el principio: Yo medito pensamientos de paz y de aflicción. Pero en ti,
Señor, está tu pensamiento, y lo que piensas lo ignoramos nosotros. Porque
¿quién pudo jamás conocer los designios del Señor o quien fue su consejero?
Descendió, pues, el pensamiento de la paz a la obra de la paz: el Verbo se hizo
carne y habita ya entre nosotros. Habita por la fe en nuestros corazones, habita
en nuestra memoria, habita en muestro pensamiento y desciende hasta la
misma imaginación. Porque ¿qué idea se formaría antes el hombre de Dios?
¿No se le representaba en su corazón bajo la forma de un ídolo?

11. Incomprensible era e inaccesible, invisible y superior a toda


humana inteligencia. Mas ahora quiso ser comprendido, quiso ser visto, quiso
que pudiésemos pensar en El. ¿De qué modo, me preguntas? Echado en el
pesebre, reposando en el virginal regazo, predicando en el monte, pernoctando
en la oración; o bien pendiente de la cruz, poniéndose pálido en la muerte,
libre entre los muertos y mandando en el infierno; o también resucitando al

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tercer día y mostrando a los apóstoles las hendiduras de los clavos, insignias de
su victoria; últimamente subiendo a lo más alto de los cielos a vista de los
mismos apóstoles. ¿Qué cosa de éstas no se piensa verdadera, piadosa y
santamente? Cualquiera de estas cosas que yo piense, pienso en mi Dios y en
todas estas cosas. Él es mi Dios. El meditar, pues, estos misterios lo llamé
sabiduría, y juzgué por prudencia el refrescar incesantemente la memoria de la
suavidad de estos dulces frutos, que produjo copiosamente la vara sacerdotal
que María fue a coger en las alturas para difundirlos con la mayor abundancia
en nosotros. La recibió, sin duda, en las alturas y sobre los ángeles, puesto que
recibió al Verbo del mismo corazón del Padre, según está escrito: El día
anuncia al día la palabra. Verdaderamente es día el Padre, pues es día del día la
salud de Dios. ¿Acaso no es también día María? Y esclarecido.
Resplandeciente día es, sin duda, la que procedió como la aurora resurgente,
hermosa como la luna, escogida como el sol.

12. Contempla, pues, cómo se elevó hasta los ángeles por la plenitud
de la gracia y por encima de los ángeles al descender sobre ella el Espíritu
Santo. Hay en los ángeles caridad, hay pureza, hay humildad. ¿Cuál de estas
cosas no resplandeció en María? Pero de esto ya os hemos hablado antes del
modo que hemos podido; prosigamos viendo su excelencia singular. ¿A cuál
de los ángeles se le dijo alguna vez: El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y la
virtud del Altísimo te hará sombra y por eso el fruto santo que nacerá de ti se
llamará Hijo de Dios? La verdad nació de la tierra, no de la criatura angélica,
puesto que no tomó la naturaleza de los ángeles para salvarlos, sino que tomó
la semilla de Abraham para redimir a sus hijos. Cosa excelsa es para el ángel el
ser ministro del Señor, pero otra cosa más sublime mereció María, que fue la
de ser Madre del Señor. Así la fecundidad de la Virgen es una gloria
sobreeminente, y por este privilegio único fue sublimada sobre todos los
ángeles, tanto más cuanto supera el nombre de Madre de Dios al de simples
ministros suyos. A ella la encontró la gracia, llena de gracia, para que,
fervorosa en la caridad, en la virginidad íntegra en la humildad devota
concibiese sin conocer varón y diera a luz igualmente sin dolor ni menoscabo
de su virginidad. Más aún, el fruto que nació de ella se llama santo y es Hijo
de Dios.

13. En lo demás, hermanos, debemos procurar con el mayor cuidado


que la Palabra que salió de la boca del Padre para nosotros por medio de la
Virgen, no se vuelva vacía, sino que por mediación de Nuestra Señora
volvamos gracia por gracia. Mientras suspiramos por la presencia, fomentemos
con toda nuestra atención su memoria, y así sean restituidas a su origen las
corrientes de la gracia para que fluyan después más copiosamente. De otra

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suerte, si no vuelven a la fuente se secarán, y siendo infieles en lo poco no
merecemos recibir lo que es máximo. Poco es ciertamente la memoria en
comparación de la presencia, poco en comparación de lo que deseamos, pero
grande cosa es respecto de lo que merecemos: inferior es respecto del deseo,
pero muy superior al mérito. Sabiamente, por tanto, la Esposa, aun por esto
poco, se congratula a sí misma en gran manera, puesto que habiendo dicho:
Muéstrame dónde tienes los pastos, dónde reposas al llegar el mediodía,
aunque recibió muy poco en comparación de lo que había pedido, pues en vez
del pasto de mediodía sólo gustó el sacrificio de la tarde, sin embargo de
ningún modo se lamenta de ello, como suele suceder, ni se contrista, sino que
da gracias al Amado y en todo se muestra más devota. Sabe muy bien que si es
fiel en la sombra de la memoria, obtendrá sin duda la luz de la presencia. Así,
los que hacéis memoria del Señor, no guardéis silencio, no permanezcáis
mudos, aunque, ciertamente, los que tienen presente al Señor no necesitan de
exhortación, y aquellas palabras del profeta: alaba, Jerusalén, al Señor, alaba a
tu Dios, Sion, más bien son de congratulación que de amonestación, pero por
los que caminan aún en la fe necesitan de amonestación para que no callen y
no respondan al Señor con el silencio, porque El hace oír su voz y habla
palabras de paz para su pueblo y para sus santos y para todos aquellos que se
vuelven a El de corazón. Por esto se dice en el salmo: Con el santo, serás
santo, y con el varón inocente, inocente, y oirá al que le oye y hablará al que le
habla. De otra suerte le habrás dado silencio, si tú callas. Pero ¿si tú callas
qué? La alabanza. No calléis, dice, y no le deis silencio hasta que establezca y
ponga Jerusalén alabanza en la tierra. La alabanza de Jerusalén es gustosa y
hermosa, a no ser que acaso juzguemos que los ciudadanos de Jerusalén se
deleitan con las alabanzas mutuas y que se engañan recíprocamente con la
vanidad.

14. Hágase tu voluntad, ¡oh Padre!, así en la tierra como en el cielo,


para que las alabanzas que resuenan en Jerusalén resuenen también en la tierra.
Pero ¿qué sucede ahora? El ángel no busca gloria de otro ángel en Jerusalén,
mas el hombre desea ser alabado por hombre en la tierra. ¡Execrable
perversidad, pero sólo propia de aquellos que tienen ignorancia de Dios, que
viven olvidados del Señor Dios suyo; en cuanto a vosotros, que os acordáis del
Señor, no ceséis de publicar sus alabanzas hasta que resuenen cumplidamente
en toda la tierra. Hay un silencio irreprensible, más aún, loable, como también
hay palabras que no son buenas. De otra suerte no diría el profeta que era
bueno aguardar en silencio la salud que viene de Dios. Bueno es que la
jactancia guarde silencio, bueno es que la blasfemia se calle, bueno es que
enmudezca la murmuración y la detracción. Acontece que alguno, exasperado
por la magnitud del trabajo y peso del día, murmura en su corazón y juzga
temerariamente a los que velan por su alma, como que han de dar cuenta de

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ella. Esta murmuración equivale a un grito clamoroso que procede de un
corazón endurecido y que le impide oír la voz de Dios. Otros, por la
pusilanimidad de su espíritu, desmayan en la esperanza, y ésta viene a ser
como una horrible blasfemia, que ni en este siglo ni en el futuro se perdona.
Otros, en fin, aspiran a cosas grandes y muy superiores a su capacidad,
diciendo: Nuestra mano es robusta creyéndose algo cuando en realidad no son
nada. ¿Qué le hablará a éste aquel Señor que no habla sitio de paz? Ese tal
dice: Rico soy y de nadie necesito, mientras que el que es la verdad clama: ¡Ay
de vosotros, ricos!, porque ya tenéis aquí vuestra consolación. Y en otra parte
añade: Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Calle,
pues, en nosotros la lengua maldiciente, la lengua blasfema, la lengua
orgullosa y altanera, porque es bueno aguardar en este triplicado silencio la
salud que viene de Dios, a fin de que así podamos decir: Habla, Señor, porque
tu siervo escucha. Semejantes voces no se dirigen a Él, sino contra El, según
aquello que decía Moisés a los murmuradores: No es contra mí vuestra
murmuración, sino contra el Señor.

15. Mas de tal suerte has de callar en estas tres cosas, que no
enmudezcas del todo, guardando con Dios absoluto silencio. Háblale contra la
jactancia por la confesión, para que alcances perdón de lo pasado. Háblale
contra la murmuración con la acción de gracias, para que te conceda más
abundante gracia en la presente vida. Háblale contra la desconfianza en la
oración, para que consigas también la gloria en lo futuro. Confiesa, repito, lo
pasado, y da gracias por lo presente, y en adelante ora con más cuidado por lo
futuro, a fin de que El a su vez no calle en la remisión, ni en la donación de sus
gracias ni en sus promesas. No calles, repito, no guardes silencio en su
presencia. Háblale para que también Él te hable y pueda decirte: mi amado es
para mí y yo para él. Voz agradable es ésta; dulce palabra. Sin duda no es esta
voz de murmuración, sino de tórtola. No me digas: ¿Cómo hemos de cantar los
cánticos del Señor en tierra extraña?, porque no debe reputarse tierra extraña
aquélla de la cual dice el Esposo: La voz de la tórtola se ha oído ya en nuestra
tierra. Había, pues, oído el que decía: Tomad las zorras pequeñas, y por eso
acaso prorrumpió en voces de gozo, diciendo: Mi amado es para mí y yo para
él. Sin duda voz de tórtola que con una castidad singular persevera para su
consorte, así vivo como muerto, para que ni la muerte ni la vida la separen de
la claridad de Cristo. Mira, pues, si hubo algo que pudiese apartar al amado de
la amada, cuando ves que persevera unido a ella aún pecando y estando
apartada de El. Porfiaban envueltas entre sí las nubes en ofuscar los rayos para
que nuestras iniquidades nos apartasen de Dios. Pero desplegó su fervor el Sol
y lo disipó todo. De otra suerte, ¿cuándo hubieras tú vuelto a El, si El no
hubiera perseverado para ti, si El no hubiera clamado: Vuélvete, vuélvete,
Sunamitis; vuélvete, vuélvete para que te miremos? Sé, pues, tú también no

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menos perseverante, de modo que por ningún castigo, ni por ningún trabajo te
apartes.

16. Lucha con el ángel, como Jacob, para que no seas vencido, porque
el reino de los cielos se alcanza a viva fuerza y sólo los valerosos le arrebatan.
¿Por ventura, no indican lucha aquellas palabras: Mi amado es para mí y yo
para él? Te dio El muestras de su amor, experimente también el tuyo. En
muchas cosas te prueba el Señor tu Dios; se desvía muchas veces, aparta de ti
su rostro; pero no llevado de ira. Lo hace para probarte, no para reprobarte. Te
sufrió el amado, sufre tú al amado, sostén al Señor y obra varonilmente. No le
vencieron a El tus pecados, a ti tampoco te superen sus castigos, y alcanzarás
la bendición. Mas ¿cuándo? Al nacimiento de la aurora, cuando ya esclarezca
el día, cuando haya establecido las alabanzas de Jerusalén en la tierra. He aquí,
dice Moisés, que un varón, o sea, un ángel, luchaba con Jacob hasta la mañana.
Haz que sea oída por mí en la mañana tu misericordia, porque en ti, Señor, he
esperado. No callaré, perseveraré en la oración hasta la mañana, y ojalá que no
me quede en ayunas. Tú, Señor, te dignas alimentarme, y no sólo esto, sino
entre las azucenas. Mi amado es para mí, y yo para él, el cual se apacienta
entre las azucenas. Un poco antes se observa en el mismo cántico que la
aparición de las flores va acompañada del arrullo de la tórtola. Pero atiende
que parece indicar el sitio, no el sustento, y no explica de qué cosas se
alimenta, sino entre qué cosas. Acaso, pues, no se alimenta con el manjar, sino
con la compañía de las azucenas, ni come azucenas, sino que anda entre ellas.
Sin duda más bien por el olor que por el sabor agradan las azucenas y son más
a propósito para la vista que para la comida.

17. Así, pues, se apacienta entre las azucenas, hasta que decline el día,
y a la belleza de las flores se siga la abundancia de los frutos. Porque ahora es
tiempo de flores, no de frutos, pues tenemos aquí sola la esperanza y no lo que
esperamos, y caminando por la fe, no por la vista clara, nos congratulamos más
con la expectación que con la experiencia. Considerad la suma delicadeza de
esta flor y acordaos de aquellas palabras del Apóstol: Llevamos este tesoro en
vasos de barro ¡Cuántos peligros amenazan a las flores! ¡Cuán fácilmente con
los aguijones de las espinas es traspasada la azucena! Con razón, pues, canta el
amado: Como azucena entre espinas, así es mi Amiga entre las vírgenes.
¿Acaso no era azucena entre espinas el que decía: Con los que aborrecían la
paz era yo pacífico? Sin embargo, aunque el justo florece como la azucena, no
se alimenta el Esposo de azucenas ni se complace en la singularidad. Escuchad
cómo habla el que mora en medio de las azucenas: Donde dos o tres se hallan
congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. Ama siempre
Jesús lo que está en medio; los lugares apartados y solitarios siempre los ha

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reprobado el Hijo del hombre, que es el mediador entre Dios y los hombres.
Mi Amado es para mí y yo para él, el cual se apacienta entre azucenas.
Procuremos, pues, hermanos míos, cultivar azucenas; démonos prisa en
arrancar de raíz las espinas y los abrojos, y plantemos en su lugar azucenas,
por si alguna vez acaso se digna el amado descender a apacentarse entre ellas.

18. En María sí que se apacentaba, puesto que en ella hallaba


grandísima abundancia de azucenas. ¿No son acaso azucenas el decoro de la
virginidad, las insignias de la humildad, la supereminencia de la caridad?
También nosotros podemos tener azucenas, aunque menos hermosas y
olorosas; con todo, ni aun entre ellas desdeñará apacentarse el esposo, con tal
de que a esas acciones de gracias, de que hemos hablado antes, les dé lustre la
alegría de la devoción, a la oración le dé candor la pureza de intención y la
misericordia dé blancura a la confesión, como está escrito: Aunque sean
vuestros pecados como la escarlata, se volverán blancos como la nieve, y
aunque sean rojos como el carmesí, serán blancos como la lana. Pero sea lo
que fuere aquello que dispones ofrecer, acuérdate de encomendarlo a María,
para que vuelva la gracia por el mismo cauce por donde corrió, al dador de la
gracia. No le faltaba a Dios, ciertamente, poder para infundirnos la gracia, sin
valerse de este acueducto si El hubiera querido, pero quiso proveerte de ella
por este conducto. Acaso tus manos están aún llenas de sangre o manchadas
con dádivas sobornadoras, porque todavía no las tienes lavadas de toda
mancha. Por eso lo poco que deseas ofrecer, procura depositarlo en aquellas
manos de María, graciosísimas y dignísimas de todo aprecio, a fin de que sea
ofrecido al Señor, sin sufrir de El repulsa. Sin duda candidísimas azucenas son,
ni se quejará aquel amante de las azucenas por no haber encontrado entre
azucenas todo lo que El hallare en las manos de María. Amén

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