Vida de San Francisco de Asis
Vida de San Francisco de Asis
Vida de San Francisco de Asis
VIDA
DE
SAN FRANCI SCO
DE AS S
VERSIN DIRECTA DEL INGLS
POR
VICENTE M.
A
DE GIBERT
Tercera edicin
EDITORIAL VILAMALA I EDITORIAL FRANCISCANA
VALENCIA, 246 | AVDA. G. FRANCO, 450
BARCELONA ( ES PAA)
NIHIL OBSTAT
El Censor de la Orden,
P. SALVADOR DE LES BOROES
Sarcetona-Sarrl, 15 de Diciembre de 1955
IMPRIMl POTEST
P, DAMIN DE DENA O. F. M. CAP.
Min. Prov. de Catalua
NIHIL OBSTAT
El Censor,
DR. CIPRIANO MONTSERRAT, Cannigo
Barcelona, Enero de 1956
IMPRMASE
t GREGORIO, Arioblspo-Obispo de Barcelona
Por mandato de S u Exma. Rvma
DR. ALEIANDRO PECH
Canciller Secretario
Copyright by Editorial Vilamala in 1956
Impreso y editado en Barcelona ( Espaa) . Pnnted in Spain
PREFACIO
En este libro he tratado de presentar a San Francisco tal como he
llegado a conocerle despus de muchos aos de estudio de los docu-
mentos primitivos referentes a l. No se ha escrito hasta el presente
en lengua inglesa ninguna biografa satisfactoria del Santo, si bien
debo hacer especial mencin del notable estudio de su carcter publi-
cado por el cannigo Knox Little. Ni existe a mi entender ninguna- bio-
grafa moderna que nos muestre al verdadero San Francisco segn se
ros revela en los relatos histricos que han llegado hasta nosotros. La
conocida Vie de S. Francjois d'Assise de Paul Sabatier es un agrada-
ble trabajo literario; pero, si el autor hubiese dispuesto al escribirlo
de todos los datos proporcionados por las investigaciones realizadas
desde el 1894 en las cuales l mismo ha tomado parte principaliai-
ma, su libro hubiera sin duda ofrecido mayores garantas de auten-
ticidad. La obra ms reciente de J. Joergensen, que slo conozco en
su versin francesa, indudablemente ahonda ms en la. espiritualidad
y en la atmsfera intelectual de San Francisco. Joergensen aprovecha
las modernas investigaciones a que he aludido, cosa que no pudo ha-
cer Sabatier. Con todo, parceme que una biografa definitiva del
Santo es todava un desidertum. No puedo en modo alguno enva-
necerme de haber alcanzado el codiciado fin; mas tal vez este libro
contribuya a su consecucin y con esta esperanza me decido a pu-
blicarlo.
Plceme reconocer la deuda contrada con los numerosos autores,
consagrados a elucidar la vida de San Francisco, que me han prece-
dido. Nadie tomar a desaire que cite en especial a los editores fran-
ciscanistas de Quaracchi, al P. Eduardo de Alencon y a fti. Paul Sa-
batier, a cuyas pacientes investigaciones rinden homenaje de gratitud
cuantos se dedican a estudios franciscanos. Pero, a todos aquellos de
cuyos trabajos me he valido y cuyo nombre figura en el curso de este
VI P R E F A C I O
libro, doy desde luego las ms expresivas gracias. Debo finalmente
manifestar mi afectuoso agradecimiento al Bevdmo. P. Fray Pacifico
de Sejano, Ministro General de la Orden de Frailes Menores Capu-
chinos, por la bondadosa aprobacin concedida a esta Vida del Ser-
fico Padre.
P. CTHBEET, O.F.M.CAP.
St. Anselm's House
Oxford
NOTA DEL AUTOR PARA
LA SEGUNDA EDICIN
Aprovecho gustoso la publicacin de una segunda edicin de mi
Vida de San Francisco para reconocer con cunta benevolencia y cor-
tesa ha acogido la crtica mi libro. Habiendo tenido cuidadosamente
en cuenta las observaciones y reparos que se me han hecho, he intro-
ducido en el texto algunas ligeras modificaciones.
Han seguido siendo infructuosas mis gestiones para obtener una
copia del documento original del tratado de paz entre Perusa y Ass
(vase Libro I, Captulo I I ) ; pero debo agradecer a Mr. William
Heywood, autor de A History of Perugia, el haberme proporcionado
amablemente una copia del Bollettino de la R. D. di Storia Patria per
1'Umbra, Vol. VIII, donde se reproducen varios documentos referen-
tes a las relaciones entre ambas ciudades de Umbra durante los
aos 1203-1209. De esos documentos parece deducirse que las con-
tiendas originadas por la expulsin de los nobles de Ass se prolonga-
ron durante un largo perodo. Uno de dichos documentos da a enten-
der que el estado de guerra exista en noviembre de 1203. El texto de
un tratado de paz lleva la fecha de 31 de agosto de 1205. No obstante,
es verosmil, dado el modo de ser de la Italia medieval, que hubiesen
alternativas de guerra y de tregua antes de concertarse una paz per-
manente, y bien pudiera ser que se hubiese dado libertad a los prisio-
neros en cualquiera de las treguas frustradas.
Un tercer documento es interesante porque muestra que, an en
septiembre de 1209, Ass no haba cumplido lo estipulado en el tra-
tado de 1205 con referencia a la restitucin de los bienes de los nobles
expulsados. Es posible que el estado de cosas implcitamente reco^
nocido en este documento tenga alguna relacin con el t rat ado de paz
de noviembre de 1210, que algunos autores atribuyen a la influencia
de San Francisco (vase Libro II, Captulo I). De ser exacta esta con-
jetura, la participacin del santo en el primer perodo de la guerra
adquiere un carcter ms dramtico todava.
Es preciso hacer una observacin sobre otro punto de este libro. Un
crtico, menos corts que los dems, me acusa de desfigurar la des-
VIII NOTA DEL AUT0E
eripcin de las llagas escrita por Fray Elias poco despus de la muer-
te del Santo. En el texto me he conformado a las declaraciones de
Celano y de San Buenaventura; en una nota refiero el lector a una
carta de Elias como documento que corrobora la autenticidad de la
descripcin dada en el texto. Pero el crtico en cuestin ve una con-
tradiccin entre el testimonio contenido en las palabras de Elias y el
que dan las biografas oficiales e insina, que, deliberadamente, he
ocultado tal contradiccin al lector incauto. Sin apesadumbrarme por
esta velada acusacin de deslealtad voluntaria, paso en seguida a re-
producir el testimonio de Elias: Annuncio vobis gaudium magnum
et miraculi novitatem. A seculo non est auditum talem signum prae-
terquam in Filio Dei, qui est Christus Deus. Non diu ante mortem
Frater et Pater noster apparuit Grucifixus, quinqe plagas, quae ver
sunt stigmata Ghristi, portans in corpore suo; nava, manus ejus et pe-
des quasi p'Unoturas clavorum habuerunt ex utraque parte confixas
reservantes cicatrices et clavorum nigredinem ostendentes, latus vero
ejus lanceatum apparuit et saepe sanguinem evaporavit. El crtico
concluye que evidentemente Elias no saba nada de las cabezas de
clavos y de las puntas descritas por los bigrafos oficiales. Pero,
esta conclusin se ajusta a la interpretacin dada por el crtico a las
palabras de Elias: Clavorum nigredinem ostendentes. Separadas del
contexto, pueden significar lo que se quiera ; pero, debemos leerlas jun-
tamente con lo dems. Ahora bien, obsrvese que Elias habla de las
llagas de las manos y de los pies como quasi puncturas clavorum, es
decir, heridas hechas como por clavos. Quiere decir con esto que no
eran verdaderas llagas? No, por cierto; el texto se opone a semejante
interpretacin. Lo que Elias quiere significar es que las heridas no
eran heridas hechas realmente por clavos; eran una nueva seal y
un nuevo milagro: de ah las palabras .quasi puncturas. Con igual
circunspeccin se vale de la frase clavorum nigredinem. Ve en ma-
nos y pies la negrura de los clavos, o mejor todava, segn la ver-
sin de Mr. Eeginald Balfour en el Seraphic Keepsahe (p. 38), una
apariencia negra como de clavos. Elias no habla de clavos negros,
como tampoco habla de heridas producidas por los clavos. Pero, asi
como las heridas son heridas hechas como con clavos, as los clavos
son una apariencia negra como de clavos. Siendo as y esta ver-
sin me parece plausible, no hay contradiccin entre la declaracin
de Elias y las de los bigrafos oficiales, antes bien una estricta con-
cordancia. Despus de todo, Celano escribi su Legenda Prima tan
slo dos aos o poco ms, despus de la muerte del Santo y tena a
mano numerosos testigos que hablan visto las llagas al venerar su ca-
dver en la Porcineula. Solamente los prejuicios de la poca actual
pueden atribuir a Toms de Celnno la desfiguracin voluntaria de los
NOTA DEL AUTOR
IX
16 enero 1913.
?
-
CU
THBEET, O. F. M. CAP.
NOTA DEL AUTOR PARA
LA TERCERA EDICIN
En esta nueva edicin de mi Vida de San Francisco he corregido
el texto en diferentes lugares, hacindole beneficiar de un mayor co-
nocimiento de la materia y he aadido algunas notas aclaratorias. La
correccin principal atae a la actitud de Santa Clara con respecto a
las Constituciones Hugolinas. En mi primera versin declar errnea-
mente que estas Constituciones imponan a las Clarisas Pobres (como
fueron despus designadas las Damas Pobres) la posesin de bienes.
Las Constituciones al imponer la Eegla Benedictina dejaban cierta-
mente a las mojas en libertad de retener bienes propios. Pero, Ho-
norio III, en su carta Litterae tuae, dirigida al Cardenal Hugolino el
27 de agosto de 1218, reserv expresamente a la Santa Sede la pro-
piedad de los terrenos destinados al uso de las comunidades de Damas
Pobres. Que Hugolino en persona fuese favorable a este decreto, es
cosa dudosa ; lo cierto es que poco despus de su elevacin al pontifi-
cado, permiti a las Damas Pobres aceptar bienes y dotes. Opino, no
obstante, que el principal empeo de Santa Clara fu que se recono-
ciese a las monjas su derecho de pertenecer a la familia franciscana,
tanto en lo referente a la jurisdiccin a que deban estar sometidas,
como a la Regla que deban observar.
Sobre otros puntos que han sido objeto de crtica, como son los
que tratan de la formacin de la fraternidad primitiva y los sucesos
que se desarrollaron bajo el gobierno de los Vicarios, sostengo las mis-
mas conclusiones sentadas en la primera edicin de este libro.
P. CTHBERT, O. F. M. CAP.
Grosseteste House,
Oxford.
Diciembre de 1920
NOTA PARA LA TERCERA EDICIN CASTELLANA
Sale a la luz la tercera edicin de la Vida de San Francisco de Ass,
del P. Cuthbert, en lengua castellana, en todo conforme a la primera,
publicada en 1928.
El P. Cuthbert de Brington (+ 1939), capuchino ingls, ha sido
llamado, no sin razn, el ms esclarecido fraile menor de este siglo en
Inglaterra. Nacido en 1866, a los quince aos ingres en la Orden Ca-
puchina, en la que ocup eminentes cargos. Pero lo que le dio el justo
renombre de que goza en los ambientes franciscanistas fu su nume-
rosa produccin histrica, en la que descuellan, a juicio de todos los
crticos, la presente Vida de San Francisco de Asis (1912) y Los Ca-
puchinos. Una contribucin a la historia de la Contrarreforma (1929).
La Vida de San Francisco ha merecido fervorosos elogios entre los
catlicos, y aun entre los mismos protestantes. El famoso francisca-
nista Paul Sabatier ha escrito: Entre las biografas del Serfico Pa-
triarca, la del P. Cuthbert ocupa un primer puesto, al lado de la de
Johannes Joergensen, a la que tal vez supere algo en belleza y ver-
dad msticas... El respeto por la crtica mezclado con una gran liber-
tad de criterio constituye la originalidad, no buscada y sin embargo
muy acentuada, del P. Cuthbert. Pero lo que hace de la Vida de San
Francisco una obra perfectamente nueva es su magnfica unidad.
La presente Vida ha sido traducida al flamenco (1923), al fran-
cs (1925), al japons (1926), al alemn (1927) y al polaco (1927). La
traduccin castellana, con la presente, alcanza su tercera edicin,
signo evidente de la aceptacin que ha tenido entre nosotros.
Que el Serfico Padre bendiga esta nueva edicin y lleve a las al-
mas de los que la lean el perfume suavsimo de su santidad, meollo
del espritu franciscano.
Los EDITORES
LIBRO PRIMERO
CAPTULO I
EL ADVENIMIENTO DE FRANCISCO
El caminante que en nuestros das asciende por la blanca carre-
tera que conduce de la Porcincula a la ciudad de Ass, sintese
invadido por la profunda paz de que aquel pas est impregnado.
La antigua ciudad se asienta reposadamente en la ladera de una
de las estribaciones del monte Subasio, cual adalid de edad pro-
vecta retirado de la lucha. An bajo la brillantez del sol de Umbra,
tiene cierto aspecto severo, al cual tal vez contribuyen la fortaleza
medieval y las murallas de cintura que pueden verse todava en
lo alto de la colina; tal vez producido por la mole gris y desnuda
de las montaas que le sirven de fondo; o acaso por la posicin mis-
ma de la ciudad, que nos aparece por decirlo as con las espaldas
bien guardadas y presentando la cara al visitante, amigo o enemigo.
Con todo, ese tinte de seriedad no destruye, antes bien subraya, la
impresin de paz que nos produce; la paz fruto del reposo sin men-
gua de la fuerza; la tranquilidad que sigue merecidamente a la agi-
tacin del vivir.
Pero Ass vive todava, aunque su vida no sea ya de contiendas
y tumultos. Los gritos roncos de los cocheros que invaden su r e-
cinto en das de gran fiesta, la ruidosa propaganda de los vendedo-
res de objetos piadosos y el impertinente reclamo de los nuevos ho-
teles, recuerdan, es verdad, el ruido mundanal de allende los mon-
tes; mas, otras son las voces que suelen resonar en el suave am-
biente de Ass, las cuales no nos hablan de especulaciones y ganan-
cias, de rivalidades y discordias, de vanidades perecederas, sino de
aquella paz inefable que nace de la vida ms profunda, de los goces,
,ay! tambin de los dolores ms intensos del espritu. Porque Ass,
en su espiritualidad misma, es muy humano. Los que all alzan la
voz no son ngeles, sino hombres; hombres que han conocido l as
complejas vicisitudes de la vida antes de hallar la paz. Y la paz
misma que desciende sobre la ciudad y la naturaleza que la rodea,
2 VIDA DE SAN FRANCISCO DE ASS
da calor al corazn, apacigua las pasiones, e inspira el pensamiento
de la paz eterna.
No eran por cierto vientos de paz los que en el ao de gracia
de 1199 soplaban en la comarca de Ass. La ciudad se hallaba en
los trances de una agitacin poltica, cuyo ltimo resultado escapa-
ba a toda previsin humana. Menos que otros pretenda leer en el
porvenir el hijo del mercader Pietro Bernardone, el despreocupado
Francisco, en cuya existencia no obstante haban de influir no poco
aquellos acontecimientos.
Ass, como la mayora de las ciudades italianas de industria flo-
reciente, abrigaba antiguos sentimientos de rebelda contra la do-
minacin de los emperadores de Alemania. El entusiasmo por las
libertades cvicas que, despus de oponer un dique a la ambicin de
Federico Barbarroja, haba sido reprimido por su enrgico sucesor,
Enrique IV, renaci pujante cuando la muerte detuvo el victorioso
avance de este emperador, en 1197, y aument todava al subir al
trono pontificio pocos meses despus, en enero de 1198, Inocencio III.
Este papa tom en seguida providencias para desvirtuar los pro-
yectos imperiales concernientes a las relaciones del Imperio con la
Iglesia y las ciudades italianas. La poltica de Barbarroja y su su-
cesor haba preparado deliberadamente la sujecin de Italia a la
corona imperial, sin exceptuar la humillacin de la Iglesia ante las
imperiales prerrogativas \ La poltica de Inocencio III consisti en
hacer frente a esta amenaza acrecentando el poder temporal del
papado y confederando los estados cristianos bajo el protectorado
de la Santa Sede. Apenas se hubo sentado en la silla de Pedro,
Inocencio dio comienzo a la obra de expulsin de los conquistado-
res alemanes de las provincias sobre las cuales el papado haba te-
nido anteriormente alguna jurisdiccin; su primer acto en conso-
nancia con tales propsitos fu exigir a Conrado de Lutzen la de-
volucin de la Rocca de Ass y todos sus feudos. Conrado era un
aventurero, oriundo de la Suabia, a quien veinte aos atrs haba
otorgado Barbarroja los ttulos de duque de Espoleto y conde de
Ass; ltimamente haba fijado su residencia en la Rocca de Ass.
A este tiranuelo, de carcter asequible y fcil vivir, pero esforzado
guerrero cuando le convena mostrarse como tal, habale puesto
el pueblo el sobrenombre de El caprichoso. Tena, segn parece,
una cualidad rara en un seor alemn: tomaba en consideracin la
opinin pblica y permita que el pueblo se gobernase a su guisa,
siempre y cuando fuese sin merma de los derechos imperiales
2
.
1
Vase Huillard Brholles, Vie de Fierre de la Vigne, Partie I I I , X.
2
Ant. Cristofani, Storie di Assisi [ed. 1902], pg. 49.
EL ADVENIMIENTO DE FEANCISCO 3
Pero el yugo extranjero avivaba en las ciudades italianas el senti-
miento de independencia y el anhelo de disponer de sus propios
destinos. Conrado, consciente de su impotencia frente a Inocen-
cio III, recibi a los legados pontificios en Narni, en la primavera
del mismo ao 1198, y firm el acta de sumisin.
En cuanto supieron los de Ass la buena nueva, con frentica
actividad destruyeron la Rocca, no dejando piedra sobre piedra.
Protestaron los legados, por haber pasado la Rocca a ser propiedad
de la Santa Sede y amenazaron con poner la ciudad en entredicho
1
.
Mas, lejos de hacer caso de la protesta, aprovecharon los de Ass
las piedras de la Rocca para levantar una recia muralla alrededor
de la ciudad; queran asegurar a toda costa su independencia.
No por haberse librado del dominio extranjero rein la paz en
Ass; no se tard en ver la necesidad de afirmar la soberana cvica
o sucumbir a la fuerza de una vecina ms poderosa, Perusa. Peru-
sa, irguindose altanera en la cspide de un cerro que domina por
el norte el acceso a los valles de Umbra, parece destinada por la
naturaleza a ejercer una constante vigilancia sobre aquella regin
y defenderla contra las agresiones de los pases septentrionales.
Perusa tena plena conciencia de su dignidad y podero, y ambicio-
naba extender su soberana sometiendo a vasallaje los valles cir-
cundantes. Haba ya compelido Arezzo a ceder los territorios que
esta ciudad posea en las cercanas del lago Trasimeno y tena so-
metido el distrito de la Umbertida, que guarda la llave de los ca-
minos que llevan de Gubbio a Citt di Castello en el extremo orien-
tal de Umbra. Con estas ciudades haba pactado una alianza que
era para ellas poco menos que un estado de esclavitud. Perusa apro-
vechaba hbil y rpidamente las querellas intestinas de sus vecinos
y fingiendo proteger una de las partes contendientes, en realidad
someta a todas a su poder. As, cuando en enero de 1200 ciertos
nobles del territorio de Ass solicitaron su apoyo contra el gobier-
no comunal, Perusa al punto se constituy en abogada y defenso-
ra de su causa.
No ignoraban los de Ass que poda costarles caro el indisponer-
se contra su poderosa rival; pero, tan intrpidos como ambiciosos,
no pensaron un momento en someterse a sus voluntades. Inicise
el conflicto con la resolucin de la autoridad comunal de reforzar
las defensas de la ciudad y obligar a los seores feudales, an los
residentes fuera del recinto amurallado, a acatar las leyes estable-
cidas en la ciudad. Mas, habindose negado algunos de los susodi-
chos nobles a prestar obediencia a la autoridad comunal, los ciuda-
Inocencio I I I , Regestorum, lib. I, LXXXVIII: Mirari Gogimur.
4 VIDA DE SAN FRANCISCO DE ASS
danos de Ass tomaron por asalto sus castillos, los arrasaron y se
apoderaron a viva fuerza de las tierras y construcciones que juz-
garon necesarias a la defensa de la ciudad. No tuvo eficacia la in-
tervencin de Perusa, negndose los de Ass a restituir sus propie-
dades a los nobles disidentes y reconocer sus privilegios. Durante
dos aos continu sin agravarse el conflicto, hasta que lo solucio-
n un combate empeado en Ponte San Giovanni, lugar equidistan-
te de las dos ciudades
1
. Los de Ass llevaron aquel da la peor
parte y entre los prisioneros que cayeron en poder de los de Pe-
rusa hallbase el hijo de Pietro Bernardone, uno de los ms acau-
dalados comerciantes de Ass.
As vemos aparecer a la luz de la historia a Francisco, como
uno de tantos participantes en aquellas minsculas batallas que
sealan los esfuerzos de la Italia medieval para el logro de su inde-
pendencia cvica. Tena a la sazn unos veinte aos
2
y senta el
ardor de la primavera de la vida. Era de estatura algo menos que
mediana, de complexin delicada y cutis moreno. Todo revelaba
en l un temperamento idealista: fina y distinguida era su fisono-
ma, bien formada la nariz y algo afilada, terso el modelado de la
frente, pequeas las manos, largos y delgados los dedos. Los labios
poco abultados eran indicio de dulzura y a la par de obstinacin;
y en los ojos negros se reflejaba un candor intrpido y la predispo-
sicin a un ardiente entusiasmo ilimitado. La frente baja denotaba
un espritu ms inspirado por intuicin que propenso al raciocinio.
Erguido el cuerpo, movase con rpido ademn. Era su voz vehe-
mente, dulce, clara y sonora
3
.
1
Cristofani, op. cit., pg. 57 ; W. Heywood, A History of Perugia, pg. 53 seq.;
Bonazzi, Stora di Perugia, I , pg. 257.
2
Ninguna de las leyendas da la fecha del nacimiento de Francisco ; pero, es
evidente, segn se deduce de Toms de Celano, que naci en 1181 o 1182. Hablan-
do de la muerte de Francisco, el 4 de octubre de 1226, Celano aade: Cumplidos
veinte aos de su total entrega a Cristo (I Celano, 88) ; y ms adelante repite que
Francisco muri en el ao vigsimo de su conversin (I Celano, 119). La con-
versin de Francisco, por consiguiente, tuvo lugar en 1206 (vase tambin Leg. 3
Soc, 68; Spec. Perfect., cap. 124). Pero, Celano nos dice en otro lugar que al con-
vertirse tena casi veinticinco aos de edad (I Celano, 2). Alberto de Stadt fija
el ao 1182 como el del nacimiento de .Francisco {Mor. Germ. Script., tomo XVI,
pgina 350); pero su exactitud no es rigurosa.
Para la cronologa de la vida de Francisco, vase de Gubernatis, Orbis Seraphi-
cus, tomo I , pg. 15 sep.; Panfilo da Magliano, Storia compendiosa, tomo I , pgi-
na 5 seq.; P. Leo Patrem en Miscellanea Francescana, tomo I X, fase. 3 ; Boehmer,
Analelcten, pg. 123 sep.; Golubovich, Biblioteca Bio-Bibliogrfica, pg. 85, seq.:
P. Paschal Eobinson en Archivum Franc. Hist., an I , fase. I , pgs. 23-30; Mont-
gomery Carmichael en Franciscan Annals, octubre, 1906.
a I Celano, 83; vase ibid., 73.
EL ADVENIMIENTO DE FRANCISCO 5
Vesta suntuosamente, complacindose en la viveza de los colo-
res y en cierto brbaro esplendor. Ejerca altanero dominio sobre
la alegre juventud de la ciudad; era, por su ingenio despierto, su
pronta rplica, su incansable energa y su buen natural, un amigo
cuya compaa era muy solicitada. Los jvenes entregados a pasa-
tiempos ligeros y extravagantes formaban la escolta de honor que
aplauda sus fantasas, agudezas y audaz bizarra
1
. Mas el obser-
vador hubiera advertido bajo su acostumbrada alegra una grave-
dad latente y una tendencia a la dulce melancola; y el filsofo aca-
so descubriera algo del secreto de su ascendiente sobre la alocada
juventud de Ass. Debase tambin en parte su popularidad a la
prodigalidad de que haca gala. Su padre, el opulento mercader, le
daba cuanto dinero quera y Francisco, al meterlo en la bolsa, sa-
ba que muy pronto haba de salir de ella. Alarmaba a parientes y
amigos el continuo derroche y era entre ellos frase corriente: Ms
parece un prncipe que el hijo de Pietro Bernardone
2
.
Pietro no tomaba a mal la conducta de su hijo, antes bien la
celebraba. Tambin l era ambicioso y acaso la naciente popula-
ridad de Francisco en la ciudad se le antojaba presagio del predo-
minio que poda ejercer un da en el consejo, quin sabe si hasta
llegar a cnsul o podest; ambicioso laudable en una poca en que
los magistrados de las ciudades semi-independientes t rat aban de
igual a igual con prncipes y legados apostlicos.
Si tal era la ambicin de Pietro, otras eran las aspiraciones de
Francisco; sin duda, no hubiera podido entonces precisarlas, pero
ciertamente eran superiores a los cargos cvicos. Soaba gloria y
honores, mas no saba a punto fijo cmo los alcanzara. Viva en
un mundo de leyenda e imaginaba ser un gran dominador de gen-
tes, que deslumhraba al mundo con sus hazaas, logrando una uni-
versal nombrada.
3
. Su prestigio entre la juventud de Ass hacale
saborear de antemano los homenajes que se le haban de t ri but ar
al penetrar en el mundo ms vasto, donde los monarcas tienen su
corte y los paladines son proclamados por la fama. Los festejos y
regocijos de la ciudad le preparaban as lo imaginaba, a las
justas y torneos, donde los caballeros arrojan el guante y recogen
i Vase Leg. 3 Soc. 2: In curiositate etiam tantum erat vanus quod ali-
quando in eodem indumento pannum valde carum panno vilissimo consui faciebat.
Las fiestas ciudadanas a que aluden los bigrafos tienen alguna semejanza con las
de la Feste du Pui; tales reuniones de mercaderes eran muy conocidas en Francia
y an en Inglaterra a fines del siglo xi n. Vase George Unwin, The Gilds and
Companies of hondn (Antiquary's Books), pgs. 98 y 99.
2
Leg. 3 Soc, 2; I Celano, 2.
3
Vase Leg. 3 Soc, I I , 5.
6 VIDA DE SAN FRANCISCO DE ASS
un reto, y a las cortes de amor resonantes de cantos de poetas. Te-
na la seguridad anticipada de vencer a sus contrincantes, tanto en
la liza como en las estancias festivales. Este ideal se alzaba cual ba-
rrera entre Francisco y sus compaeros. Las diversiones noctur-
nas no eran para stos ms que la exaltacin del momento; en su
vulgaridad misma hallaban un incentivo sensual. Mas, eran para
Francisco cruda anticipacin de la batalla de la vida, segn el con-
cepto que haba formado de la misma por la lectura de los roman-
ces de caballera. Sin duda alguna, este idealismo le conserv mo-
ralmente limpio y sano, con todo y respirar una atmsfera de di-
sipacin. Donde otros naufragaban sin tardar, Francisco, dado su
temperamento, nicamente se asimilaba la parte ms sutil y refi-
nada de aquella existencia y en manera alguna sus elementos ms
bastos. Amaba los cantos y la ostentacin, la adulacin de la mul-
titud, el movimiento y la agitacin, el ejercicio de la autoridad;
pero, una natural rectitud le preservaba de riesgos ms graves. La
grosera era cosa opuesta a su naturaleza; slo gustaba de manja-
res delicados y una palabra obscena le reduca al silencio
1
.
Ass, en los aos que siguieron a la liberacin del yugo alemn,
era el terreno ms favorable al desenvolvimiento de una naturaleza
cual la de Francisco. La vida de la ciudad era ms intensa, el sen-
timiento de la libertad, oprimida a pesar de la benigna domina-
cin de Conrado de Lutzen
2
, se desbordaba y daba un tinte de pa-
triotismo a las mismas actividades industriales de la ciudad. Do-
minaba la conviccin de que robustecer las libertades comunales
era a la vez fomentar los intereses privados. Con todo, de algo ha-
ba servido la dominacin alemana, asegurando a los ciudadanos de
Ass un perodo de relativa paz, durante el cual la ciudad haba
prosperado materialmente, desarrollndose su comercio y multipli-
cndose su riqueza. Ass, como todas las ciudades de la Italia cen-
tral, negociaba principalmente en estofas de lana y sus comercian-
tes emprendan largos viajes en busca de nuevos mercados. Pietro
Bernardone estaba en continuas relaciones con Francia. Hallbase
1
En las leyendas primitivas se encuentran datos en apariencia contradictorios.
Celano (I Celano, 1-3) pinta la juventud de Francisco como manchada por los vi-
cios de su tiempo. Por otra parte, San Buenaventura (Leg. Maj., I) dice: A Ja
amplia merced de ocios y vanidades transcurrieron los primeros aos de su juven-
tud... mas, no se entreg una sola vez a brutales intemperancias. La contradiccin
se explica por el temperamento mismo de Francisco. La Leg. 3 Soc, 3, sugiere
esta solucin: n.Erat lamen quasi naturaliter curialis, etc.
2
Conrado lleg a permitir que Ass se incorporase a la liga que las ciudades
de Umbra y de las Marcas haban formado para defender los derechos cvicos. Va-
se Cristofani, op. cit., pg. 49.
EL ADVENIMIENTO DE FRANCISCO 7
precisamente en este pas cuando naci Francisco, su hijo mayor.
Para conmemorar esta circunstancia, el padre feliz al regresar de
su viaje dio a su hijo el sobrenombre de Francesco, es decir, el
Francs, nombre familiar que prevaleci sobre el de pila, Giovanni.
Los comerciantes de aquella poca no se contentaban con tratar
de negocios en sus viajes; recpgan y divulgaban tambin toda suer-
te de noticias. Eran portadores de las ideas polticas y religiosas de
su pas, banlas sembrando doquier y en cambio a su regreso dis-
cutan, con aquel apasionamiento que se tiene en los momentos de
mayor tensin, las novedades venidas en su conocimiento durante
el viaje. En ninguna poca de la historia ha habido como en la
Edad Media mayor intensidad en el vivir ni entusiasmo mayor en
la defensa de los ideales. Las ciudades eran focos de actividad don-
de se preparaban grandes cambios en todos los aspectos de la vida,
en los rdenes poltico, intelectual y religioso. Nadie poda sus-
traerse a la inquietud general; cada ciudad, cada villorrio, era un
centro propagador del descontento y de las ideas revolucionarias y
en ninguna parte tal estado de espritu desplegaba mayor actividad
que en Italia, donde las ciudades con su semi-independencia eran
una especie de microcosmo cristiano. Los habitantes de Ass al asal-
tar la Rocca, destruirla y elevar una muralla alrededor de la ciu-
dad, al tratar de someter los nobles a la jurisdiccin cvica, tenan
conciencia de tomar parte en un levantamiento universal cuyo ob-
jeto era la implantacin del rgimen municipal contra el vasallaje
del feudalismo. Tanto en las asambleas y consejos como en las ca-
lles y plazas eran tradas a discusin todas las grandes cuestiones,
religiosas o sociales, que agitaban la pennsula y los estados cris-
tianos.
Por grande que fuese entonces el poder de la Iglesia, no dejaba
por eso de ser discutida con pasin. Italia era fecunda en proyec-
tos de reforma eclesistica, herticos y de todo linaje. Los cataros
y los patarinos
1
, cual tromba devastadora, haban inundado las re-
giones del norte y del centro de Italia y establecido sus conventcu-
los en los lugares ms populosos, desafiando los poderes eclesisti-
cos. Predicaban el retorno de la religin a la sencillez apostlica,
denunciaban las riquezas y la ambicin secular de la Iglesia, ri di -
culizaban al clero y rechazaban los sacramentos. Eran los puri t anos
de la Edad Media. Conjuntamente a este movimiento hertico se
1
Vase Gebhardt, L'Italie Mystique, pg. 26 seq.; Felice Tocco, L'Eresia
nel Medio Evo, pg. 73 seq. Los patarinos fueron en sus principios apoyados por
la Santa Sede; pero Arnaldo de Brescia hizo revivir el movimiento ponindolo en
oposicin con la Iglesia.
8 VIDA DE SAN FRANCISCO DE ASS
iba afirmando entre los mismos catlicos el sentimiento de que no
todo era perfecto en el seno de la Iglesia. El descontento, no sepa-
rado de la ortodoxia, hallaba su expresin en la Lombarda y en
el norte en los humiliati, sociedad de seglares que se comprome-
tan a vivir con el trabajo de sus manos, a renunciar a todo lujo en
el comer y el vestir, a no tomar parte en guerras y contiendas, y a
servir a los pobres
1
. Pero los humiliati, si bien despertaban las
conciencias, no lograban herir las imaginaciones.
Proceda de muy diferente modo el movimiento de reforma di-
rigido en la regin meridional de Italia por el abad cisterciense
Joaqun
2
. Tambin l predicaba la pobreza y la humildad, pero se
distingua de los dems reformadores en que buscaba la renova-
cin de la cristiandad mediante una iluminacin espiritual y no por
la imposicin de decretos y reglamentos eclesisticos. Era un nue-
vo Isaas invitando a las gentes a operar la restauracin del reino
de Dios por la penitencia, la oracin y el estudio de la palabra di-
vina. Cuando se apoder de l el espritu del profeta, retirse a una
cueva en Sicilia y all se prepar para realizar su misin, llorando
los pecados del pueblo e implorando la misericordia de Dios. Entr
despus en calidad de lego en el monasterio cisterciense de Sambu-
cina, hasta que, recibiendo la ordenacin sacerdotal, fu elegido
abad de dicho monasterio. Pasado algn tiempo renunci el cargo
y se retir al desierto de Pietralata, donde escribi sus libros pro-
fticos sobre el nuevo reinado del Espritu Santo. Abandon ms
tarde la soledad y anduvo de monasterio en monasterio predicando
la reforma. Habindose agrupado en torno suyo numerosos disc-
pulos, en 1189 fund una nueva comunidad monstica en Flore de
Calabria. Fu este monasterio un centro de atraccin tanto del ele-
mento eclesistico como del seglar y vino a ser considerado la Sin
santa de donde haba de salir la tan ansiada renovacin del uni-
verso cristiano. Benigno y compasivo, predicaba Joaqun un evan-
gelio de amor a Dios y a los hombres. Era en concepto de muchos
una fiel imagen de Cristo. Sus profecas pusieron en conmocin toda
la Italia catlica como el anuncio de un nuevo da. Los hombres le-
vantaban la cabeza con renovada esperanza, aunque no sin mezcla
de temor; porque al prximo advenimiento del reino de Dios ha-
ba de preceder un perodo de cataclismos nunca vistos, sealado
por la aparicin del Anticristo sobre la t i erra
8
.
1
Vase Tiraboschi, Velera Humihatorum Monumento; Gebhardt, op. cit., p-
gina 34.
- Vase Felice Tocco, op. cit., pg. 261 seq.; Gebhardt, op. cit., pg. 49 seq.
' El perodo del Anticristo deba comenzar, segn Joaqun, en 1199. Vase
Felice Tocco, oj. cit., pg. 290, nm. 1.
EL ADVENIMIENTO DE FRANCISCO 9
El efecto producido por las enseanzas de Joaqun fu profun-
do y duradero; muchos aos despus de su muerte los pueblos vie-
ron en ciertos acontecimientos polticos y religiosos el cumplimien-
to de sus profecas
1
. Uno de sus efectos inmediatos fu la aparicin
de devotos trashumantes que recorran el pas llamando a peniten-
cia y profetizando oscuramente el porvenir. Uno de ellos, halln-
dose en Ass por aquel tiempo, iba por las calles gritando: Pax
et Bonum! La paz y el bien!
2
. Considresele ms tarde como
precursor del evangelio de paz que Francisco haba de predicar con
tanto xito. Puede decirse que el movimiento franciscano fu fa-
vorecido en sus principios por el estado de expectacin que produ-
jeron las profecas de Joaqun. Otra prueba de la crisis producida
en Ass por la inquietud religiosa reinante fu la promocin a la
primera magistratura del hertico Giraldo di Gilberto, en 1023, y
su permanencia en el mismo cargo a pesar de las protestas de la
Santa Sede
3
.
Queda fuera de duda que Francisco estaba al corriente de los
acontecimientos que repercutan profundamente en la vida de su
ciudad natal. En el crculo estrecho de una comunidad cvica me-
dieval, el hijo de un rico comerciante, por ende asociado al negocio
paterno, no poda ignorar la fuerza irresistible de la opinin p-
blica, guiadora de hombres; ni puede negarse que tuvo una parti-
cipacin voluntaria en la lucha por la independencia comunal. Pero
lo que le impuls a tomar armas contra Perusa, ms que un senti-
miento reflexivo fu un ciego instinto caballeresco y una inclina-
cin natural a la vida de aventuras. Hallbase todava en aquel pe-
rodo de la juventud que da mayor o menor valor a las cosas segn
su grado de afinidad con el sentir personal. Para l, los bien estu-
diados clculos polticos de los magistrados de Ass seran de poca
monta comparados con los pasatiempos juveniles, en los cuales des-
cubra un trasunto de sus ensueos. Ni le preocuparan en manera
alguna las disputas entre catlicos, patarinos y otros, que fueran a
su juicio intil prdida de tiempo y de energas. Si algn pensa-
miento dedic a semejantes cuestiones, probablemente debi de ser
para condenar sin distincin a toda suerte de herejes como pertur-
badores del buen orden de cosas y destructores de la alegra del
1
Asi, Federico I I fu para muchos catlicos el Anticristo, mientras por otra
parte sus partidarios le tributaban honores casi divinos y lo parangonaban con Je-
sucristo. Vase Huillard Brholles, Hist. diplomat., I V, pg. 378; Vie de P. de la
Vigne. Pices^Justificatives, nm. 107 et passim.
* Leg. 3 Soc., 26.
3
Cristofani, op. cit., pg. 68.
10 VIDA DE SAN FRANCISCO DE ASS
vivir. Estaba, en una palabra, demasiado abstrado en su mundo
ideal para sentir la exaltacin poltica o el prurito de la controver-
sia religiosa. De hecho, jams abandon del todo aquel dominio de
ensueo y hasta el fin de sus das fcilmente mostraba alguna im-
paciencia en tratndose de gente hertica o perturbadora. En cuan-
to a la venida del Anticristo y la promesa de una nueva revelacin
del Espritu Santo, cosas eran stas que no le impresionaban por
ser tan ajenas a su concepcin de la vida. Bueno era a sus ojos el
mundo tal como lo haba hallado, no del todo irreprensible tal vez,
pero s rebosando motivos de jbilo, a los cuales se adhera l ins-
tintivamente, apartndose en cambio del dolor cual de un misterio
inexplicable que poda causarle sobrada desazn si intentaba pe-
netrar en l
1
.
Pero, del tumulto de las plazas pblicas destacbase una voz
que Francisco escuchaba con verdadera fruicin: la voz del trova-
dor. Veinte aos antes del nacimiento de Francisco los provenza-
les, a la vez poetas y cantores, haban empezado a invadir Italia,
atrados por la hospitalidad y el dulce vivir de aquel pas. Llega-
ban cantado las alegras y tristezas de la juventud y la gloria de
la caballera. Entonaban, ora alegremente, ora con acentos pat-
ticos, el elogio del amor y de las aventuras, hiriendo sucesivamen-
te todas las fibras de la humana sensibilidad. Y sus cantos, aun los
ms frivolos en apariencia, tenan la firmeza de un credo. Ensal-
zaban con pasin la glora del valor y de la perseverancia y sus
hroes eran siempre paladines de alguna noble causa, ya en defen-
sa de la fe cristiana, ya en socorro de los dbiles y oprimidos. Cuan-
do cantaban el amor, apareca ste sublimado siempre por la abne-
gacin y el sacrificio
2
. Ya celebrasen, pues, hechos de guerra, de
aventura o de amor, la nota persistente de sus cantos era la del ol-
vido y renunciamiento de s mismo por una buena causa o por un
ser amado. Las tradiciones y leyendas les suministraban variedad
de asuntos; Arts y los caballeros de la Tabla Redonda, Carlomag-
no y sus denodados paladines eran sus hroes favoritos. Con sus
canciones amatorias y de gesta visitaba el trovador las cortes de
los seores italianos
3
, su voz era un hechizo que haca palpitar el
corazn de la juventud y semejaba fresca brisa que desvaneca el
1
Vase Testamentum S. F.: <Nimis mihi videbatur amarum videre leprosos.
2
Vase M. Fauriel, Dante et les Origines de la Langue et de la Liltrature
Italiennes, pg. 279 sep.; Karl Bartsch, Ckrestomathie Provenale; Em. Mnnaoi,
Testi antichi provenziali.
3
Los cantores provenzales ms famosos, como Bernard de Ventadour, Cade-
neta Bambant de Vaguerras, Pierre Vidal, hacan frecuentes visitas a Italia, a
fines del Mglo xn. Fauriel, op. cit., pg. 257.
EL ADVENIMIENTO DE FRANCISCO 11
pesimismo en que yaca aletargada de mucho tiempo atrs la pe-
nnsula italiana.
Sorprender sin duda que los cantos trovadorescos de amor y
caballera hayan presidido a la formacin del espritu y carcter
de aquel hijo de mercader, que en el porvenir haba de ser consi-
derado como uno de los santos protectores de la democracia. Es
ste, no obstante, un hecho indiscutible. Las narraciones de aven-
turas y hazaas de caballeros andantes dieron cuerpo a sus ambi-
ciones y los cantos de amor desarrollaron el natural instinto que
le inclinaba a un amor perfecto. Por temperamento no se senta in-
clinado al saber que se aprende en los libros; prefera la vida ac-
tiva y de aire libre. Escuchaba con avidez las leyendas de la Tabla
Redonda, de Rolando, Oliverio y otros ilustres paladines
1
. Daba
por cosa cierta que todos estos hroes haban sido exactamente tales
como los trovadores los describan; crea en la existencia actual de
hroes semejantes y por qu no poda ser l uno de ellos? No
existan, por ventura, esforzados guerreros que peleaban por la fe
y por la justicia y obraban prodigios de valor en tierras de Oriente
y an en las provincias meridionales de Italia, teatro de las gue-
rras de los alemanes contra la iglesia? El sueo de Francisco no se
desvaneca y entretanto arreciaba la controversia sobre la reforma
de la Iglesia y los profetas no se cansaban de predecir calamidades
sin cuento y a la postre la aurora de una nueva era.
Hasta el trmino de su vida acompaar a Francisco este sueo
caballeresco, que ser la principal influencia terrena que se advier-
te en el curso de su existencia. Dejar muy atrs sus primeras am-
biciones mundanas, transformar su ltimo objeto, manejar otras
armas de combate, mirar en fin la vida con mayor amplitud; pero
se considerar siempre caballero andante y la ley que le goberna-
r en todo momento ser el cdigo de caballera: esfuerzo denoda-
do, amor rendido, amable cortesa. Ser siempre tambin cantor ins-
pirado y no se despojar de aquella sensibilidad de poeta que le
permitir apreciar mejor la luz y las sombras de la vida. Sentir
siempre un caballeresco desdn por las componendas y las vas tor-
tuosas de la diplomacia; responder sin tardanza al llamamiento
i Vase Spec. Perfect., caps. IV y LXXI I ; tambin P. Paschal Kobinson, The
Golden Sayings of Brotlier Giles, pg. 61. Las leyendas latinas de Arts y sus
caballeros estaban ya difundidas en Italia a fines del siglo xn, asf como las versio-
nes provenzales de los romances de Arts y Garlomagno. Vase Fauriel, op. cit., I ,
pgina 286. La influencia de los cantos de amor trovadorescos es muy marcada en
la literatura franciscana primitiva, notablemente en los cantos religiosos de Jaco-
pone de Todi; pero Francisco parece haberse inspirado ms especialmente en los
romances caballerescos.
12 VIDA DE SAN FRANCISCO DE ASS
divino y la deslealtad ser para l el ms negro de los crmenes.
Pretenden algunos que este temperamento, por decirlo as ro-
mancesco, lo hered Francisco de su madre. Dcese que dama Pica
esposa de Pietro Bernardone, era de noble cuna y oriunda de Pro-
venza; mas no hay de ello prueba segura
x
. En cambio, no cabe duda
acerca de su salvadora influencia en el perodo de formacin de
Francisco. Mediaba entre madre e hijo aquella simpata e intimi-
dad que muchas veces tiene mayor eficacia que las rdenes termi-
nantes; no hay influencia ms sutil y penetrante que la de la ma-
dre, ora para dirigir, ora para poner un freno necesario. Cuando
los vecinos criticaban el porte de prncipe de Francisco y sus miras
ambiciosas, Pica, con gran sorpresa de todos, replicaba: Ya veris
cmo acaba mi hijo: l ser ciertamente un hijo de Dios
2
. El co-
razn maternal haba descubierto que jams Francisco negaba una
limosna a un pobre y que cuando en presencia suya se pronuncia-
ba el nombre de Dios, reflejbanse en su semblante el respeto y el
recogimiento
3
. Acaso saba la madre por propia experiencia desci-
frar estos indicios. As, mientras el padre se forjaba ilusiones mun-
danas acerca de su hijo, a quien vea convertido un da en perso-
naje principal de la ciudad, no regatendole cuanto dinero le peda,
y mientras sus amigos y vecinos andaban divididos en opinin, te-
nindole unos por prdigo incorregible, otros por ambicioso resuel-
to a lograr un fin determinado; dama Pica abrigaba en su corazn
una esperanza no bien definida y entrevea un porvenir, en el cual
la santidad iba unida a las aventuras caballerescas y los cantos del
trovador eran realzados por algo celestial. Quin podr decir has-
ta qu punto el sueo de la madre influy tambin en la vida del
hijo?
1
Las leyendas primitivas nada dicen con respecto a los orgenes de la madre
de Francisco. La conjetura de su origen provenzal tal vez naci del hecho que Fran-
cisco hablaba el idioma francs (vase I Celano. 16; I I Celano, 13, 127 ; Spec.
Perfect.. t ap. 93); pero bien pudiera ser que su conocimiento formase parte de los
estudios propios de un hijo de comerciante, que haba de tener relaciones mercan-
tiles con Francia. En cuanto a la tradicin que Pica era de noble cuna, un docu-
mento jurdico contempoineo, publicado por Cnstfani, op. cit., pgs 50 y 51, la
trata do Domina Pica; de lo cual deduce M. Sabatier (Vie de S. F., p. 8, n. 2)
que debi de ser de noble ascendencia. Pero, en la Europa meridional los comer-
ciantes ms opulentos pretendan ser de igual categora que los nobles. Vase Fau-
rel, Preuves de Vhistoire du Languedoc, III, pg. 601. En realidad, nada se sabe
del verdadero origen de la familia de Francisco.
- I I Celano. Ms adelante veremos a Pica animando a Francisco en su aven-
tura religiosa.
'" Leg. Maj.. 1. Vase Lcg. 3 Soc, 9.
CAPTULO II
SUEOS DE GLORIA
En la refriega de Ponte San Giovanni, Francisco, como hemos
dicho, cay prisionero y fu conducido a Perusa
1
.
Para el viajero que recorre la Umbra no hay ciudad de esta
regin que tenga la majestad de Perusa. Edificada sobre una colina
en la entrada septentrional de los valles umbrosos, la hermosa al-
tivez de su silueta atrae la mirada y provoca la admiracin. Cuan-
do se penetra en su interior, sorprende la severidad no desprovista
de belleza de sus macizos edificios pblicos, que revelan todava
la fuerza aplastante de una ciudad codiciosa, que fu en sus das
de gloria terror y objeto de odio de sus vecinos. En tiempo de Fran-
cisco no se alzaba todava el Palazzo dei Priori, smbolo de esta
extraa mezcla de brutal podero y exquisito gusto artstico, pero
exista ya el estado de espritu que deba inspirar a sus arquitec-
tos. Perusa haba vencido a Ass; mas, la victoria no haba sido
decisiva hasta el punto de lograr de la ciudad rival una incondi-
cional sumisin y Perusa era demasiado prudente para exponerse
a gastar sus fuerzas sin utilidad segura. Siguieron, pues, laborio-
sas negociaciones y entretanto los prisioneros permanecan en dura
reclusin.
Francisco, segn parece, acept de grado su cautiverio, que ha-
ba de durar cerca de un ao; sus cantos y chanzas contrastaban
con el abatimiento y la irritacin cada da crecientes de sus com-
paeros. Maldecan stos la lobreguez del calabozo; soaba aqul
imperturbable en la gloria. El enojoso resultado de la jornada de
Ponte San Giovanni haba empezado a abrir sus sentidos a la rea-
lidad de la vida. Batalla y cautiverio eran incidentes anejos a las
aventuras caballerescas que su corazn anhelaba. Los que le ro-
deaban, cerrados los ojos a la luz que le iluminaba, llegaron a temer
1
Por ser hijo de un rico comerciante no estuvo encarcelado con la soldadesca,
sino con los nobles.
14
VIDA DE SAN FRANCISCO DE ASS
por su sano juicio. Sin duda te has vuelto loco djole uno,
puesto que en la crcel puedes estar tan contento. Quieres saber
por qu lo estoy? replicle Francisco. Es porque veo llegar el
da en que el mundo se inclinar ante m, rindindome acata-
miento
3
.
No le falt ocasin de ejercer el ascendiente de su buen natural.
Haba entre los prisioneros un caballero de carcter tan agrio e
insoportable, que todos huan de su vera, menos Francisco que,
aficionndose al infeliz, logr con su bondadoso trato apaciguar sus
iras y finalmente reconciliarlo con sus compaeros
2
.
Los prisioneros recobraron la libertad al cabo de un ao apro-
ximadamente
3
. El largo encierro y la forzada inaccin haban mi-
nado la salud de Francisco y apenas regres a la casa paterna una
fiebre violenta le puso en riesgo de terminar sin gloria su carrera
mortal. Aquella enfermedad, sin embargo, seal el verdadero prin-
cipio de su vida, porque, mientras yaca durante largas semanas en
el lecho del dolor, empez a entrever, no sin angustia de su esp-
ritu, la posibilidad de una vida harto diferente de la que hasta en-
tonces concibiera, consagrada a Dios y a la consecucin de los bie-
nes eternos
4
. Era como el lejano rumor de las olas para el que
nunca ha contemplado la inmensidad del mar. No poda desentra-
ar el sentido de estas nuevas impresiones, pero la mente y el co-
razn se turbaban; y la turbacin no haba de dejarle ya hasta el
momento en que conoci claramente, y acept lo que de l se exi-
ga. Mas, no era todava su hora.
A medida que renacan sus fuerzas, nuevamente tomaban cuer-
po sus sueos de aventuras y de gloria y transformbase otra vez
la tierra al arbitrio de su fantasa. Sin embargo, a su primera sali-
da sufri ya una desilusin. Dejando el recinto de la ciudad, cami-
naba vido de gozar el hermoso espectculo de la naturaleza; para
tomar aliento detvose apoyndose en su bastn y escudri con
la mirada los cerros caldeados por el sol deslumbrador y los verdes
i Leg. 3 Soc, 4; I I Celano, 4.
2 Ibid.
3
Leo Patrem (Mise. Franc., vol. IX, fase. 3, pg. 84) discute la fecha de 1203,
dada por Ant. Cristofani, y propone el 1202 como ao de la firma del tratado de
paz entre Perusa y Ass.Pero, segn el Bollettino della Regia Deputazione di Storia
Patria per l'Umbra, vol. VI I I , pgs. 140-142, la paz fu firmada el 31 de agosto
de 1205. De ser exacta esta fecha, Francisco debi de ser puesto en libertad antes
de una conclusin de paz definitiva, si es que se acepta el testimonio de la Leyenda
de los tres Compaeros. En 1910 corri la noticia de haberse descubierto el docu-
mento original del tratado de paz en la Biblioteca municipal de Perusa; pero han
sido infructuosos mis esfuerzos para .obtener una copia del mismo.
* I Celano, 3; Leg. Maj., I, 2.
SUEOS DE GLORIA 15
repliegues del valle que se extendan a sus pies, las ciudades que la
dorada bruma haca parecer ms distantes y el hito plateado del ro
serpenteando por la llanura. Mas, por vez primera nada le deca la
tierra palpitante de vida; la llamaba y no le responda, como si su
voz se perdiese todava entre las cuatro paredes de su cuarto de
enfermo. La belleza de los campos, el aspecto sonriente de los vi-
edos, todo lo que es un goce para la vista, en manera alguna poda
alegrarle dice Toms de Celano. Por lo tanto, sorprendile el
cambio que tan sbitamente se haba operado en l y consider muy
locos a los que podan amar semejantes cosas
1
.
Contribuyendo el ejercicio y el aire puro al restablecimiento de
sus fuerzas, no tard en sentir de nuevo la necesidad de obrar. Los
incidentes de la lucha contra Perusa y la prueba de la enfermedad
haban sazonado su carcter; no contento ya con la vida fcil de la
juventud, ansiaba vivir como hombre hecho.
Presentse al fin una ocasin propicia
2
. Desde 1198 la Italia
entera haba observado con inters la guerra empeada entre el
Papa y el emperador por la regencia de las Dos Sicilias. Al prin-
cipio la suerte fu desfavorable a las fuerzas papales; pero, en 1202,
cambi la fortuna al confiar Inocencio III su causa a Gualterio de
Brienne, prncipe de Tarento. No obstante, la lucha prosegua en-
carnizada, combatiendo por ambos lados los jefes ms valerosos.
Para los trovadores provenzales, el de Brienne era algo ms que
un valiente guerrero: era el hroe ideal que combata por la Iglesia
y por la libertad de Italia contra la odiada dominacin alemana
3
.
Los cantos trovadorescos, as inspirados, suscitaban doquier voca-
ciones blicas y de todos los puntos de la pennsula acudan solda-
dos a engrosar las huestes que militaban bajo el estandarte del cau-
dillo normando. Aguijoneaba a unos el afn de gloria, al paso que
otros slo sentan el aliciente del botn que recoge un ejrcito triun-
fante. Muchos gozaban ya de anterior nombrada y eran venera-
dos por los jvenes aspirantes a una celebridad imperecedera.
A menudo sin duda vol Francisco con el pensamiento a los
campos de batalla del Medioda, donde tal vez se haban de reali-
i I Celano, 3.
2
<sPost paucos vero annos despus de unos pocos aos, dice la Leyenda
de los tres Compaeros al referir la historia del viaje a Apulia, despus del inci-
dente de la prisin de Piancisco. 1/os acontecimientos que van a seguir probable-
mente acaecieron en 1205.
3
No obstante, los italianos del Sur sentan pesar sobre ellos el gobierno de
un extranjero, porque Gualterio de Brienne no solamente era jefe del ejrcito, mas
tambin Gran Justicia de Apulia. Vase A. Luchaire, Innocent III, Rome et Vlta-
lie, pgina 190 seq.
16
VIDA DE SAN FEANCISCO DE ASS
zar sus sueos caballerescos. El ejemplo de cierto gentilhombre de
Ass, que se dispona a unirse al ejrcito pontificio de Apulia, fu
decisivo. Tambin Francisco quera ir a la guerra y, con la ayuda
de Dios, ser armado caballero. Proponase alistarse bajo la ensea
de un cierto conde Gentile, afamado capitn sin duda, aunque no
refieren sus proezas los bigrafos de Francisco
1
. Una vez resuelto,
pens Francisco en equiparse magnficamente, de manera digna de
su ambicin. Sus arreos fueron tan ricos que con ellos eclips a
su noble compaero de armas, con todo y ser este hombre acauda-
lado y amigo del fausto
2
.
Lleg el da de la partida y Francisco complacase sobremanera
en el esplendor inusitado de su porte, cuando vino a dar con un
caballero cuyo vestido rado descubra una gran pobreza. Parecile
ignominioso que un hombre perteneciente a tan alta profesin vis-
tiese tan miserablemente; y obedeciendo a su primer impulso, des-
pojse del manto y tnica suntuosos y dems costosos atavos, ha-
cindole entrega de todo
3
.
Embriagado por su futura gloria, tuvo Francisco aquella noche
un dulcsimo sueo: alguien le llamaba por su nombre y, dndole
la mano, le conduca a un hermoso palacio, adornado de armas ca-
ballerescas, en el cual moraba una bellsima desposada. Mientras
contemplaba atnito aquel palacio y se preguntaba quin poda ser
su afortunado dueo, djole su gua: Todo esto es para ti y para
los que te sigan
4
. Despert Francisco, persuadido de que seme-
jante sueo era presagio de su destino y traslucase de tal suerte
en su semblante el gozo que le embargaba, que sus amigos sentan
gran curiosidad por conocer la causa de su mudanza. Tengo la
seguridad absoluta de que llegar a ser un gran prncipe "'. Tal
fu la respuesta de Francisco.
1
La Leg. 3 Soc. dice expresamente que el conde, por quien quera Francisco
ser armado caballero, se llamaba Gentile. Lemonnier y Jorgensen suponen que
Gentile no era ms que un sobrenombre honorfico, y que el conde en cuestin era
el mismo Gualterio de Brienne. Pero, existan muchos condes Gentile cuyos nom-
bres constan en documentos contemporneos ; uno de ellos, el conde Gentile de Ma-
napelli, contribuy a la derrota de los alemanes en Palermo en julio de 1200. Va-
se P. Sabatier, Vie de S. F., pg. 19, nm. 2.
2
I Celano, 4.
3
I I Celano, 5; Leg. 3 Soc, 6; Leg. Maj., I , 2.
4
Leg. 3 Soc, 5; I Celano, 5; I I Celano, 6; Leg. Maj., 1, 3. Celano en su
Legenda Prima dice que Francisco vio la casa de su padre llena de armas; pero
en la Legenda Secunda hace la misma descripcin de los Tres Compaeros. San
Buenaventura habla de un suntuoso y vasto palacio, adornado todo l con armas,
pero no hace alusin a la hermosa desposada.
5
Leg. 3 Soc., 5.
SUEOS DE GLOBIA 17
Alentado por el sueo, tom el camino de Apulia. Lleg al atar-
decer del mismo da a Espoleto, ciudad situada en la extremidad
meridional del valle, donde las montaas se desvan hacia el oeste.
All pernoct y otra vez oy la misteriosa voz, estando tan slo
adormecido. Prestando la mayor atencin, escuch estas palabras:
Francisco, a quin es mejor servir, al amo o al criado? Y como
l contestase: Sin duda alguna es mejor servir al amo, prosigui
la voz: Por qu, pues, conviertes en amo al criado? Repentina-
mente iluminse su alma y dijo humildemente: Seor, qu quie-
res que haga? Vuelve al lugar de tu nacimiento orden la voz,
y all se te dir lo que debes hacer; porque te conviene dar di-
ferente significacin a tu sueo.
Despierto del todo, qued Francisco considerando lo que aca-
baba de acontecerle. No dudaba ya de que aquellas voces tenan
alguna relacin con los angustiosos pensamientos que le asaltaron
durante su enfermedad; eran demasiado reales para poder des-
echarlas lealmente. Ms dueo de s mismo, gravemente, levantse
con el alba, mont a caballo y regres a Ass. Dejaba para siem-
pre tras de s sus ensueos de ambicin humana. No trazaba pla-
nes para lo sucesivo; tan slo saba que deba esperar la palabra
anunciada aclarndole el enigma del porvenir. Su regreso no le
produca ningn sentimiento de tristeza; a la fascinacin del da
de ayer haba sucedido una serenidad y un gozo hasta entonces
desconocidos. Los anhelos de su corazn no se vean colmados to-
dava, pero tena la certidumbre de que lo seran en el misterioso
porvenir esperado
1
.
Es prueba irrecusable de la sensatez de Francisco su conformi-
dad en esperar sin romper bruscamente con su modo de vivir acos-
tumbrado. Reanud su antigua vida en el punto que la haba de-
jado; volvi a ocuparse de los negocios de su padre, aunque no con
mayor entusiasmo del que le causaran anteriormente; hall ot ra
vez su lugar entre la gente moza de la ciudad, que le nombr ca-
pitn de sus fiestas, en agradecimiento, segn refiere el viejo cro-
nista, a la prodigalidad con que contribua al esplendor de las mis-
mas
2
. Pero no participaba ya de tales regocijos con el desenfado
irreflexivo del tiempo pasado.
Presida los banquetes costeados de su peculio, rodeado de la
juventud elegante y disipada de Ass. Despus de comer y beber
ms de lo regular, salan todos por las calles de la ciudad cantando
i Leg. 3 Soc, 6; I I Celano, 6; Leg. Maj., 1, 3.
2
I I Celano, 7,
2
18 VIDA DE SAN FRANCISCO DE ASS
estrepitosamente, conducidos por Francisco, que empuaba el bas-
tn de mando, siguiendo la costumbre establecida
1
. Mientras des-
filaban vestidos con la mayor ostentacin los glotones hijos de no-
bles y mercaderes, asomaba por las angostas callejuelas la multi-
tud harapienta y famlica, cuya nica distraccin era contemplar
de lejos el tumultuoso cortejo. Francisco, desde su vuelta de Espo-
leta, dbase cada da ms cuenta del contraste entre sus camara-
das y aquellos miserables; la vista de un mendigo turbbale de un
modo inexplicable, misterioso. Pasaban los das, las semanas, y
acababa por ser un extrao entre sus amigos. Frecuentbalos, no
obstante, y competa con ellos en donaire e ingenio, diriga los can-
tos y sentbase a la cabecera de la mesa del festn; pero, como he-
mos dicho, su corazn no tomaba parte en la fiesta. Con frecuencia,
tanto en la mesa como al frente del burlesco desfile, abstraase de
tal modo que slo la broma grosera de un compaero lograba tor-
narlo a la realidad.
Paulatinamente, sus meditaciones se fueron prolongando y lle-
garon a tal intensidad, que se daba el caso de verle sus amigos como
perdida el habla y paralizado el movimiento, arrobado como esta-
ba en el pensamiento del dulce misterio que sobre l se cerna. De
esta conducta dbanse la explicacin ms natural: Francisco est
enamorado. Un da, como cayese en su silenciosa meditacin de
siempre, echsele en cara su extrao proceder. Amor tenemos,
Francisco? le preguntaron. Has descubierto por fin la donce-
lla que ha de ser tu esposa y pasas noche y da pensando en su be-
lleza y sus encantos? Francisco, volviendo en s, repuso con gra-
vedad inesperada: S, en verdad, estoy pensando en tomar por es-
posa la doncella ms noble, ms hermosa y ms rica que jams ha-
bis visto. Estas palabras fueron acogidas con grandes risotadas
de incredulidad; pero Francisco pensaba en la desposada de sus
sueos, que tena una parte principal en su plan de nueva vida,
aunque no saba que con el tiempo la conocera por su nombre de
Dama Pobreza
2
. Por vez primera confesaba su amor no slo a los
dems, sino a s mismo; y desde aquel momento, con la humildad
de un amador, empez a desmerecer a sus propios ojos y a pensar
con amargura en sus pasados aos tan intiles y en la ceguera que
le privara el conocimiento de las aspiraciones de su corazn.
1
Ibd. Es evidente que Celano describe estas fiestas ciudadanas por propio
conocimiento o experiencia.
- Leg. 3 Soc, 7 y 13; I Celano, 7.
SUEOS DE GLORIA 19
Tornse ms pensativo y taciturno, pero tambin ms sensible
a las cosas del mundo espiritual. Sobremanera disgustado de su
antigua vida, apartbase muchas veces de la compaa de sus ami-
gos y sala secretamente de la ciudad para entregarse sin testigos
a la oracin. No se atreva an a revelar su secreto; pero su carc-
ter naturalmente comunicativo le impulsaba a buscar instintiva-
mente quien pudiese simpatizar con l. Por esto visitaba con fre-
cuencia a los pobres; no esperaba que le fuesen a pedir limosna,
antes bien sala en su busca, provisto de dinero y alimentos para
aliviar sus necesidades, pero llevando consigo algo ms precioso, la
simpata de un alma hacia los abandonados y menesterosos. Du-
rante los meses de transformacin espiritual vivi Francisco en gran
soledad interior. nicamente a un amigo, aproximadamente de su
misma edad, atrevase a abrir su pecho hablndole de las cosas que
haban alterado su vida; mas ni a ste saba hablar explcitamente
y sin timidez. Valindose de parbolas, decale que haba descu-
bierto un tesoro de precio inestimable y buscaba la mejor manera
de poseerlo.
A veces llevbase a su amigo por las inmediaciones de Ass y
con palabras encubiertas comunicbale sus afanes e inquietudes.
Solan dirigir sus pasos a un lugar solitario donde haban los res-
tos de una antigua sepultura etrusca. All Francisco rogaba a su
amigo que se quedase al exterior esperndole, y entrando l en la
tumba, entregbase a la oracin. Eran aquellas horas las de mayor
intimidad de Francisco con Dios y con su alma. Presa de las ma-
yores angustias, exhalaba fuertes gemidos a la manera de las gen-
tes de los pases meridionales. Penetraba en su alma una luz di-
vina que le daba un mayor conocimiento de s mismo y le pona
frente a frente a su nuevo destino. En tales momentos caa Fran-
cisco en el doloroso trance de sentir nuevos deseos y verse incapaz
de realizarlos. Haca ms dura todava esta prueba la tensin ex-
cesiva de sus nervios; en este estado le asaltaban imaginaciones
horripilantes; vease deforme, como algunos de los pobres de Ass,
cuya vista evitara siempre con tanta repugnancia. A estas visiones
opona la oracin suplicante y persistente hasta hallar en ella con-
suelo y fortaleza. Al salir de nuevo a la luz del da, su amigo, que
haba odo sus gemidos, veale ahora con el rostro descompuesto
por el sufrimiento. Entre los pensamientos que en l fermentaban,
haba uno que iba tomando forma gradualmente: era preciso re-
nunciar al bienestar, y a la ostentacin, y a todo proyecto am-
bicioso, y emigrar como Abraham a un pueblo extranjero. Este
pensamiento ejerca continua presin sobre su sentido espiritual, e
influa en l arcanamente; mas oponale resistencia, como si no hu-
20 VIDA DE SAN FRANCISCO PE ASS
biese roto todava las cadenas que lo aprisionaban, como si una
niebla siguiese oscureciendo su vista
n
.
No sabemos quin fu el amigo que estuvo a su lado en aque-
llos angustiosos das, para consolarle con discreta solicitud. Han
opinado algunos que fu Elias, ms tarde Ministro General de la
Orden Franciscana, personaje completamente opuesto al tipo de
Francisco en la leyenda franciscana
2
. De ser as realmente, enten-
diramos mejor el inters que por l demostr Francisco en sus l-
timos das, con todo y haberle causado su amigo tantas inquietudes
y angustias. Esta conjetura, empero, es hija de la fantasa. Quien-
quiera que fuese, Elias u otro, bendigamos al amigo desconocido
que confort a Francisco durante aquellos das de prueba.
En su perplejidad resolvi Francisco ir en calidad de peregrino
a la tumba de los Apstoles. Continuamente pasaban los peregri-
nos por los caminos polvorientos que conducan a Roma, llevando
consigo sus penas, sus temores, sus deseos, para confiarlos a los pri-
meros pastores de la grey de Cristo, cuyos cuerpos descansaban en
la colina Vaticana.
Francisco se agreg a los devotos viajeros, no dudando que los
Apstoles haban de darle luz y consuelo. Llev consigo valiosas
ofrendas para depositarlas en el santuario apostlico, convencido
en su inexperiencia de que todos los peregrinos favorecidos con
bienes de fortuna obraban de igual suerte. Grandes fueron su sor-
presa y su disgusto al observar, durante su estancia en la ciudad
santa, con cunta parsimonia se hacan las ofrendas; tratar de tal
manera a los prncipes de los Apstoles parecale no solamente una
gran mezquindad, sino un verdadero ultraje. Asqueado de los ava-
ros peregrinos, apartse de ellos y acercndose a los pordioseros
importunos que se agolpaban en la puerta de la baslica, puso en
sus manos tendidas con avidez todas sus generosas ofrendas. Desde
algn tiempo atraanle de un modo inexplicable los pobres; tena
en su presencia un nuevo concepto de la libertad. Un da, al ir
como de costumbre a orar a San Pedro, apoderse de l un viv-
simo deseo de convertirse tambin en mendigo durante aquella jor-
nada y saber por experiencia cul era la vida de los pobres. Llevar
a cabo esta resolucin era cosa ms hacedera entre gente descono-
cida; en Ass hubiera vacilado y al cabo renunciado a su propsito,
i Vase Leg. 3 Soc, 8; I Celano, 6; I I Cclano, 9.
2
P. Sabatier, Vie de S. F., pg. 22. Est a suposicin parece poco probable. Si
Elias hubiese sido el primer amigo de Francisco, Celano hubiera ciertamente men-
cionado el hecho en su Legenda Primo, en la cual pone constantemente de relieve
los mritos de Elias.
SUEOS DE GLORIA 21
temiendo las burlas de los de su misma categora; porque no era
todava dueo de su alma. Muchas veces, en los meses que prece-
dieron a su peregrinacin, un sentimiento de cobarda, una adhe-
sin persistente a los prejuicios de casta le obligaron a visitar ocul-
tamente los pobres.
En Roma el esfuerzo era menor; adems, con el viaje y la re-
novacin de ideas al entrar en contacto con un mundo ms vasto
que el de su pas natal, adquira ms temple su alma, orientndola
hacia la solucin de su conflicto interior. Sin titubear, compr a
subido precio los harapos de un pobre, y vestido con ellos pas todo
el da a la puerta de San Pedro pidiendo limosna a los que entra-
ban y salan. Dando pbulo a la imaginacin, crease realmente
mendigo, entregado a la buena voluntad del prjimo y compartiendo
con los dems compaeros las buenas palabras y los desaires re-
cibidos
1
. Al anochecer volvi a ser el hijo del rico comerciante
Pietro Bernardone; pero durante unas horas haba formado parte
de la hermandad de los pobres. Al regresar a su albergue, tuvo la
sensacin de un mayor alejamiento de la casa de sus padres y de
haber contrado un nuevo orden de parentesco. Tambin sinti
aquella exaltacin de espritu propia del hombre que ha medido
sus fuerzas contra la propia flaqueza y pusilanimidad, saliendo
triunfante del empeo; porque en verdad, su orgullo se sublevaba
contra los srdidos harapos y el recuerdo de su categora social
ejerca todava sobre l un sutil ascendiente
2
.
Al volver a Ass, iba enriquecido por el sentimiento de los nue-
vos vnculos que le unan a los pobres. No le bastaba ya salir se-
cretamente a distribuir sus limosnas; esto hubiera sido una felona.
De un modo u otro deba proclamar el nombre de sus allegados es-
pirituales. Por suerte, su padre estaba ausente, probablemente en
uno de sus viajes a Francia; de no ser as, sin duda se hubieran .
precipitado los acontecimientos de su vida o en todo caso hubi-
ranse desarrollado con menos gracia idlica. Pero Francisco conta-
ba con la simpata y tolerancia de su madre. Un da, con gran
asombro de sta, llen la mesa de pan y manjares, como si se es-
perasen numerosos comensales. Al preguntar por stos la madre,
respondi Francisco que haba dispuesto una fiesta para los que pa-
decen hambre. Cogiendo entonces las abundantes provisiones, dis-
tribuylas a los pobres que esperaban a la puerta de l a casa; as
crea obrar con mayor caridad, dando a sus hermanos la comida
de su propia mesa.
i I I Celano, 8; Leg. 3 Soc, 10; Leg. Maj., I , 6.
2
Vase I I Celano, 13.
22 VIDA DE SAN FRANCISCO DE ASS
Lleg en fin el gran da. Francisco, despus de una correra a
caballo por el valle, regresaba a Ass, cuando le ataj el camino un
leproso pidindole limosna. Siempre sintiera disgusto y repugnan-
cia invencibles ante el espectculo del dolor y de la deformacin
fsica; estremecise, pues, al ver el repulsivo gafo. En otro tiempo
hubiera arrojado un puado de monedas y espoleado el caballo;
esta vez sintise invadido por una ola de compasin y no pudo se-
guir adelante. Desmont presto, puso la limosna en la mano del
miserable y, cogiendo aquella misma mano con las suyas, imprimi
en ella un beso. Hizo ms: estrech entre sus brazos al leproso y
recibi de ste el sculo de paz. Desde aquel momento qued roto
todo lazo con el pasado: un abrazo sellaba el pacto de la vida nue-
va, que haba de practicar como rendido vasallo de la pobreza y del
sufrimientoi. No haba hallado todava a Dama Pobreza, pero s
penetraba en sus reinos, era servidor de sus subditos y gozaba de
la paz del momento.
Lleno de gratitud, considerse llamado especialmente a cuidar
de los leprosos. Frecuentaba sus chozas y dbales abundantes li-
mosnas, no olvidando nunca de besarles la mano al entregar su
ofrenda
1
.
1
Leg. 3 Soc., 11; I I Celano, 9; Leg. Ma]., I , 5. Vase Testamentum S. Franc,
en Seraph. Legisl. Textus Originales (Quaracchi), pg. 265.
CAPTULO III
DE CMO FRANCISCO HALL A DAMA POBREZA
Haban transcurrido varios meses desde que Francisco oyera una
noche en Espoleto la voz misteriosa. Esperaba sin impaciencia que
se manifestasen los designios de su Seor Jesucristo; todo lo que
acaeca independientemente de sus iniciativas y en aquellos das
pocas cosas buscaba por propia voluntad, aceptbalo como proce-
dente de la voluntad divina. Tena el convencimiento de que era
el mismo Cristo quien haba enviado el leproso a su encuentro y
puesto en el corazn el deseo de abrazarle, descubrindole de este
modo algo de la vida que haba de seguir. Bien saba empero que
le faltaba un perodo de probacin antes de ser plenamente inicia-
do; pero, era feliz con dulcedumbre del nima y del cuerpo, con-
siderndose ya del nmero de los siervos del Seor
1
. Su sentimien-
to dominante era el de fidelidad inquebrantable a su Divino Maes-
tro, unindose a este sentimiento un culto, tmido todava, al nue-
vo misterio de la vida que gradualmente se le revelaba en su co-
mercio con los pobres y los desgraciados. Reconoca claramente que
esta nueva vida era don del Seor y que por lo tanto deba ser
constante en servirle. Tal era el reino que el Seor comparti con
sus seguidores. En todo lo que a este reino perteneca, segn iba
entendiendo, vea Francisco reflejarse la resplandeciente figura de
Jesucristo; el mendigo y el leproso aparecan como amparados por
la majestad divina y la tierra que pisaban era santificada a su con-
tacto, toda vez que ellos mismos estaban impregnados de la gloria
de Cristo. Y esto es lo ms singular que advertimos en Francisco al
darse a la religin: no se elev una barrera ent re l y la tierra,
sino que la tierra se transform a medida de sus inspiraciones y le
1
Vase Testamentum S. Franc.: Dios nuestro Seor quiso dar su gracia a
m, fray Francisco, para que asi empezase a hacer penitencia... El Seor me llev
mitre ellos [los leprosos] y us de misericordia con ellos. Y apartndome de ellos,
aquello que antes me pareca amargo me fu convertido en dulcedumbre del ni ma
y del cuerpo.
24 VIDA DE SAN FBANCISCO DE ASS
proporcion nuevos goces. Mirbala antes con respeto por ser tea-
tro de magnficas gestas caballerescas; considerbala ahora con ma-
yor reverencia, porque descubra en ella una nueva vida y un gozo
incomparablemente mayor.
No hubieran tolerado semejante disposicin de espritu los que
hacan profesin de reformadores religiosos, los cuales exigan ante
todo una negacin total de la alegra y ofrecan en premio los go-
ces remotos de un mundo futuro. Instintivamente rehua Francis-
co sus consejos; sus teoras no tenan relacin alguna con las reali-
dades que l palpaba. En sus dudas acuda al obispo y sus palabras
le daban consuelo y fortaleza
1
. Sin duda crea el obispo que la cosa
acabara entrando Francisco en algn monasterio o abrazando el
sacerdocio; mas, independientemente de esta opinin personal, era
de natural afectuoso y compasivo y no ejerca una indebida presin
para determinar el curso que haba de seguir la vida de Francisco.
ste por su parte sola obedecer a sus propias inspiraciones, aun-
que con humildad y sin contradecir deliberadamente el parecer aje-
no, envuelto siempre en el misterio de su vida y esperando los man-
datos del Seor. Su simplicidad de alma fu, sin duda, la salvaguar-
dia, y tambin la prueba, de su rectitud y sinceridad.
Llegamos ya al momento decisivo en la vida de Francisco. Ex-
tramuros, pero no lejos de Ass, hay la pequea iglesia de San Da-
min, construida en la vertiente del monte y prxima a la Via
Francesca
2
, mirando a Spello. Pasando un da Francisco junto a
ella, advirti que amenazaba rui na
3
y que al parecer nadie se pre-
ocupaba en poner remedio a este mal. Acongojse en gran manera
y al propio tiempo se sinti impelido a penetrar en el santuario. D-
cil a su impulso, entr y fu a postrarse al pie del altar. De pronto,
oy una voz que pareca proceder del crucifijo. Francisco le de-
1
Vase Leg. 3 Soc, 10; Spec. Perfect., cap. X. Francisco en el Spec. Perfect.
cita como uno de los motivos (le la reverencia que le inspiraban los obispos, la bon-
dad que tuvo con l el obispo de Ass desde el principio de mi conversin. Vase
Acta S. S., 4 octubre, I I , pg. 584. El obispo Guido fu preconizado en 1204. Va-
se Ughelli, Italia Sacra, I , pg. 479, XV.
2
La Via Francebca era uno de los principales caminos entre San Damin y
la Porcincula en tiempo de San Francisco. Hoy no es ms que un sendero angos-
to. Es de observar que no debe su nombre a San Francisco, sino que lo llevaba ya
con anterioridad al Santo.
3
Segn Triodo, Saint Frangois d'Assise et l'Art Italien, I I , pg. 13, San Da-
min exista ya en 1030. Era una de tantas iglesias pequeas, de una sola nave
toscamente construidas con piedras, que an abundan actualmente en Italia. San
Damin conserva buena parte de su simplicidad primitiva, pero en el siglo xvn se
construy una capilla lateral para colocar en ella el famoso crucifijo esculpido por
fray Inocencio de Palermo.
DE CMO FBANCISCO HALL A DAMA POBREZA 25
ca, v y repara mi iglesia que, como ves, cae arruinada. Sorpre-
sa y espanto caus en Francisco esta voz; dise despus cuenta de
que era su Seor quien le diriga la palabra y durante un intervalo
no pudo hablar ni moverse, como privado de sus sentidos. Jesu-
cristo, por fin, haba hablado! Al reponerse, considerando el servi-
cio que le peda, respondi, asombrado todava y amenguado: De
buen grado, Seor, la reparar. Inundle al punto un amor inefa-
ble a Cristo crucificado, amor no comparable a nada de lo que hasta
entonces sintiera; y tuvo la certidumbre de que por este amor era
capaz de emprender cuanto se le pidiese, an a costa de su vida.
Levantse, sali de la iglesia y viendo all cerca al sacerdote
guardin de la misma, ofrecile una crecida suma de dinero, dicin-
dole: Te ruego, signore, compres aceite suficiente para alimentar
una lmpara que arda noche y da ante la imagen del Crucifijo; y
cuando se acabe el dinero, yo te dar ms. Prosigui su camino,
pero andaba abstrado, como si viese a Cristo en la cruz y escucha-
se su voz; olvidaba todo lo dems, porque entenda ya que el cru-
cifijo era la Vida de su espritu y el centro de todo lo viviente. Su
Seor, Dueo de su vida y de sus obras, era el Crucificado, que se
haba dado a conocer en aquella iglesia medio derruida; Francisco
deba, pues, restaurarla. Todo era luz, evidencia, plenitud; el caba-
llero sirviente de Cristo no preguntaba, no arga; slo responda
con obediencia y amor rendidos.
Cuando Francisco entr en Ass aquella tarde, estaba ya en cier-
to modo crucificado en espritu; tan completa haba sido su ent re-
ga a su Dueo y Soberano
1
)
y sin ms tardanza, se puso a servirle.
Tom del almacn de su padre un lote considerable de paos y,
montando a caballo, se santigu y parti para Foligno, la industrio-
sa ciudad del llano, donde toda mercanca se venda siempre a buen
precio. All vendi no slo su alijo, mas tambin su caballo, reco-
rriendo a pie las diez millas que le separaban de Ass y llevando
consigo el producto de su venta. Fuese con l en seguida a San Da-
min, donde, inclinndose profundamente ante el cura y besndole
la mano, le ofreci aquella cantidad para costear las obras de la
iglesia; al propio tiempo le pidi licencia para vivir all con l, por-
que deseaba permanecer en el mismo lugar donde era necesaria su
presencia; por otra parte ya no le satisfaca la vida familiar. El
cura no haba previsto el sesgo que tomaba aquel negocio; siendo
varn bondadoso y prudente, consinti en que Francisco se que-
dase a su lado, pero rehus la suma considerable que le ofreca. Pr o-
1
I I Celano, 10; Leg. 3 Soc, 13, 14; Leg. Maj., I , 5.
26 VIDA DE SAN FEANCISCO DE ASS
bablemente haban llegado a sus odos los pormenores de la extra-
a conducta de Francisco desde su vuelta de Roma y se preguntaba
con cierta inquietud cmo iba a acabar todo aquello. Es posible que
no viese la necesidad de gastar tanto dinero para restaurar una
iglesia tan poco frecuentada, prefiriendo por otra part e acabar sus
das en paz. Sea como fuere, no logr Francisco que aceptara el di-
nero; por lo cual, ech la bolsa por el marco de una ventana de la
iglesia y all la dej
1
. Aquel da no fu a su casa y permaneci
junto al cura.
El padre de Francisco, de regreso de su viaje y alarmado por la
ausencia de su hijo, pasados algunos das hizo pesquisas para des-
cubrir su paradero y acab averiguando lo de la venta de Foligno
y como estaba de aclito o ermitao en San Damin. Tales noveda-
des despertaron a un tiempo en su pecho el dolor y la clera. Lla-
mando a algunos amigos, resolvi poner trmino cuanto antes a
tanta locura. Algn familiar de la casa sin duda avis a Francisco
anticipadamente, por cuanto al llegar Pietro a San Damin aqul
haba desaparecido y nadie pudo dar razn de l.
Francisco no era todava un hroe perfecto. No pensaba ceder
a la violencia paterna, ni faltar a la fe jurada al divino Crucificado;
pero, adems de tener un gran miedo al ridculo, no se senta toda-
va bastante fuerte para resistir el asalto y an en caso de serlo no
hubiera podido oponer violencia a violencia, tratndose de aquel a
quien deba obediencia filial. Ms todava: a todo trance quera sus-
traerse a la maldicin que Pietro con toda seguridad hubiera lan-
zado contra l; y ya sabemos que hasta el da de hoy lo que ms
teme un italiano en este mundo es la maldicin paterna. A todo
esto se agregaba cierta timidez que le impeda la pblica confesin
del sentimiento de fidelidad jurada; parecase en esto al hombre
pundonoroso a quien repugna divulgar el amor que se ha aduea-
do de su corazn. No era ms que un nefito y no posea la fortale-
za y el aplomo del hombre maduro. Desde que se qued en San
Damin, estaba en continua zozobra por la visita probable de su
padre y para cuando llegase tal conyuntura haba prevenido un re-
fugio seguro en una cueva; all hubo de ocultarse y por espacio de
un mes apenas se arriesg a salir algn momento a la luz del da,
tan grande era su temor. Llevbale el sustento diario el nico ami-
go que conoca su escondrijo.
No careca empero de alegras de carcter peculiar. En la oscu-
ra soledad estaba su alma en constante comunin con Dios; ilumi-
nbase la mente y robustecase el corazn. A veces replegbase en
i I Celano, 8, 9; I I Celano, 11; Leg. 3 Soc, 16; Leg. Maj. I I , 1.
DE CMO FEANCISCO HALL A DAMA POBREZA 27
su interior, temiendo de antemano las borrascas que haban de asal-
tarle; otras veces embriagbale la felicidad recin hallada. Amane-
ci en fin el da en que sinti cuan indigno era de la grandeza del
Seor a quien serva, andar as oculto y en tinieblas por miedo a
los hombres. Un legtimo caballero no hurta el cuerpo al combate,
ni teme la pblica confesin de sus votos. Debe vivir a la vista de
todos y dar testimonio de su Seor y, si es necesario, padecer por
l. As pues, Francisco, ponindose en sus manos, sali de la cueva
y se entr por las calles de Ass. No era ya el desenfadado mance-
bo de antao. La lucha moral y los ayunos y privaciones corpora-
les haban agotado sus fuerzas; apareca ahora demacrado y cubier-
ta la faz de mortal palidez. Cuantos le vean quedaban asombrados
y tenanle por loco; y con la falta de compasin que suele ir unida
a la curiosidad, echbanle en cara su poco juicio y hacanle mofa.
Y como Francisco, imitando a su Divino Modelo, nada replicaba,
no haciendo ya gala del agudo ingenio de otro tiempo, se envalen-
tonaba el populacho y le arrojaba lodo y piedras. Mas, l no daba
seales de enojo; en realidad, este bautismo de fuego producale
una ntima satisfaccin, de la cual tanto ms cuenta se daba cuanto
mayores haban sido sus zozobras durante el mes de reclusin en
la cueva.
El recinto de Ass es reducido y la noticia de la reaparicin de
Francisco y del recibimiento que se le dispensaba lleg muy pronto
a odos del padre y con esta nueva humillacin creci de punto su
enojo. Precipitse a la calle y topando con su hijo, apoderse de l
y desahog su furia en denuestos e implacables amonestaciones. En
llegando a casa, dile dursimos azotes y lo encerr en una habita-
cin oscura. De este modo pensaba Pietro acabar con las extrava-
gancias de Francisco, que ponan en descrdito el nombre de Ber-
nardone. Cuando algunos das despus hubo de ausentarse por sus
negocios, quiso estar seguro de su prisionero ponindole esposas en
manos y pies. Confiaba que Francisco acabara por volver a su sano
juicio; en caso contrario ya saba Pietro cmo deba obrar. Por suer-
te suya, tena otros hijos ms sensatos que podan ser un da exce-
lentes mercaderes e ilustres ciudadanos; el ms joven, Angelo, muy
especialmente, era un muchacho despejado y de carcter equilibra-
do
1
. Con todo, dolale que su primognito, en quien hab a cifrado
sus esperanzas, se hubiese rebajado de tal suerte; hombr e de poca
1
Parece que Angelo fu el que continu la tradicin de la familia y lleg a
contarse entre los ciudadanos notables. Tuvo un hijo que ingres en la hermandad
penitencial, segn consta en un documento legal publicado por Cristofani, en el cual
e le llama Picardus continens. Vase Cristofani, op. cit., pgs. 50 y 51.
2 8 VIDA DE SAN FRANCISCO DE ASS
imaginacin, meda a los dems con su mismo rasero y no poda
sospechar que otros estuviesen dotados de diferente temperamento.
En la actitud de su hijo slo vea la oposicin obstinada a sus pla-
nes, el poco aprecio al honor familiar y el desaprovechamiento de
las circunstancias ms favorables al desarrollo de una brillante ca-
rrera. No se le ocurri un momento que le trataba con excesivo ri-
gor y por egosmo, antes bien maldeca el destino que permita la
deshonra de su casa. Su orgullo de jefe de familia estaba vulnera-
do y esto era lo peor que le poda acontecer a Pietro, que tanto
trabajaba por imponer a la ciudad el respeto incondicional a la casa
Bernardone.
Dama Pica, con la intuicin propia de la mujer y el inters per-
sonal de la madre, no estaba obcecada como su marido; compren-
da el desengao de ste, pero tambin tena en cuenta la inclina-
cin romancesca de su hijo; ms an, simpatizaba con ella y en el
fondo del corazn congratulbase de que, abandonando los deva-
neos mundanos, se consagrase al servicio de Dios y de los pobres.
No poda, sin embargo, aprobar que Francisco hubiese abandonado
el hogar paterno, toda vez que no era esta condicin necesaria para
servir a Dios y a los pobres; y siendo como era esposa sumisa, la-
mentaba la amargura de Pietro y anhelaba reconciliar a padre e
hijo. Aprovechando la ausencia de Pietro, vio a Francisco y djole
su modo de apreciar las cosas, rogndole con lgrimas en los ojos
que accediese, siquiera en parte, a los deseos de su padre. Mas, no
lograba Pica dar calor a sus palabras y, no sabiendo oponerse con
slidas razones a la vocacin de Francisco, acab por ponerse de
su lado sin reserva. Poda, por ventura, inducirle a ser ingrato al
llamamiento divino?
A su regreso, Pietro Bernardone no hall a Francisco en su casa;
dama Pica haba quebrantado las cadenas de su hijo, envindole,
despus de bendecirle, a cumplir su misin. As fu como Francisco
volvi a su morada de San Damin.
Pietro Bernardone, ulcerado el corazn, maldijo a su esposa y
cegado por la rabia, sali en busca de su hijo, esperando todava
reducirle a obediencia y sanar su locura o en todo caso alejarle de
Ass y sus inmediaciones. Cul no fu su asombro al ver a Fran-
cisco saliendo a su encuentro, sin revelar temor ni desconfianza! No
obstante, quiso Pietro hacer alarde de autoridad; increple dura-
mente y de las palabras pas a los hechos, golpendole sin compa-
sin. Mas, la vctima no se sustraa a insultos ni a golpes; acept-
balos con entereza y mansedumbre. Bien vala la pena de sufrir
toda suerte de injurias por amor a Cristo, que le haba llamado a
su seguimiento; no iba, pues, a vender su alma volviendo a los usos
DE CMO FEANCISCO HALL A DAMA POBBEZA 29
mundanos. Viendo Pietro que nada lograba con porrazos y dicte-
rios, vino a entrar en negociaciones, proponiendo a Francisco dejar-
le en libertad de obrar a su guisa, pero a condicin de renunciar a
la herencia y de restituir el dinero que haba ganado en Foligno.
Francisco estaba conforme en ser despojado de los bienes pa-
ternos, pero en cuanto a restituir la cantidad reclamada, la cosa era
difcil de solventar. Aquel dinero no era suyo por haberlo donado
para la reparacin de San Damin y alivio de los pobres.
Pietro Bernardone regres a Ass revolviendo en su mente un
proyecto extremo; exigira a Francisco una devolucin rigurosa has-
ta el ltimo maraved y no le reconocera ya ms como hijo. Sin
prdida de tiempo fu a la casa comunal de Ass, situada en la gran
plaza, y present a los cnsules un escrito reclamando la satisfac-
cin de la deuda y solicitando la debida autorizacin para deshere-
dar a su hijo. Los cnsules, sabedores de sus cuitas y deseando com-
placer a tan digno ciudadano, delegaron sin demora un heraldo a
San Damin para que citase a Francisco a comparecencia ante el
tribunal consular. Pero, el heraldo regres diciendo que Francisco
haba rechazado el requerimiento, declarando que, en su calidad de
persona consagrada a la vida religiosa, no estaba sujeto a las auto-
ridades cvicas y s slo a la del obispo. No hallando, pues, apoyo
en los cnsules, que no queran inmiscuirse en asuntos pertenecien-
tes a la jurisdiccin eclesistica, acudi Pietro a la curia y depo-
sit all su querella.
Ahora bien, el obispo Guido no era precisamente un hombre
pacfico y no titubeaba jams en defender los derechos de la Igle-
sia contra las pretensiones de los seglares. Mas, en el caso presente
obr con suma discrecin. Al recibir Francisco el requerimiento
episcopal contest: Me presentar de buen grado ante el obispo mi
Seor, porque es padre y dueo de las almas. Reunidos en juicio,
el obispo decidi que Francisco deba restituir el dinero que haba
donado a San Damin, aadiendo con cierto aristocrtico desdn:
Dios no quiere que su Iglesia sea socorrida con bienes que tal vez
fueron adquiridos injustamente. Exhort entonces a Francisco a
mostrarse animoso y a poner en Dios su confianza, porque l haba
de proveer a sus necesidades en recompensa de los servicios que
estaba dispuesto a prestar a la Iglesia. Francisco, movido a grati-
tud, acept las palabras del obispo en garanta de que Dios cuida-
ra de l; adelantndose al pie del tribunal, entreg el dinero re-
clamado y declar a su vez: Seor, no solamente restituir el di-
nero que a l pertenece, ms tambin la ropa que llevo, que t am-
bin es suya. Y despojndose de sus vestidos, los deposit ante el
obispo. Vieron entonces los circunstantes que bajo las ricas estofas
30 VIDA DE SAN FRANCISCO DE ASS
llevaba Francisco un spero cilicio. Desnudo volvise al pueblo que
se agolpaba en la sala y dijo alzando la voz: Escuchad todos y dad
por entendido que hasta ahora he llamado padre a Pietro Bernar-
done; mas, siendo ahora mi intencin servir a Dios, le devuelvo su
dinero, que tantos sinsabores le causaba, y todos los vestidos que de
l recib. Porque de hoy en adelante quiero decir: Padre nuestro,
que ests en los cielos, y no: Padre mo, Pietro Bernardone.
Es de presumir que jams se haba pronunciado en aquel tri-
bunal una renuncia semejante. Lloraba el obispo y con l todo el
pueblo, no slo de pura compasin, sino tambin admirando la sim-
ple sinceridad de aquel acto. Pietro, endurecido el corazn, recogi
la ropa y el dinero y sali del tribunal. La gente al verle llevndo-
se los vestidos de Francisco, no pudo reprimir su descontento; mas,
como dice el cronista, su padre estaba encendido en clera y sen-
ta un disgusto indecible. No regresaba triunfante a su casa; te-
na, por el contrario, plena conciencia de que su esplendor se ha-
ba eclipsado para siempre. Poda, es cierto, dejar a los hijos que
le quedaban un negocio prspero y una situacin honrosa en la
ciudad; pero mayor haba sido su ambicin cuando Francisco pa-
reca un prncipe entre la florida juventud de Ass, sin que ningu-
no de sus compaeros pudiese comparrsele. Pietro, tras su acritud
y dureza exteriores ocultaba en el fondo de su corazn el ms pun-
zante dolor, que nada poda calmar.
Entretanto, el obispo acoga a Francisco como a hijo recin na-
cido de la Iglesia. Habale estrechado compasivo en sus brazos y
abrigado con los pliegues de su manto, hasta que le llevaron un
sayo de labrador de uno de la servidumbre del prelado. Francisco
se lo puso, despus de haber trazado en l una cruz con cal; despi-
dise luego del obispo y ste no pens en detenerle, delicadeza que
Francisco le hubo de agradecer sinceramente
1
.
Fu aquel da en verdad da de bodas. Francisco por fin se des-
posaba con Dama Pobreza, despus de tanto buscarla con fidelidad
constante desde que oyera la voz de Espoleto. Tal vez le maravilla-
ba y es ste un sentimiento muy humano, haberla tenido tan
cercana a l durante aquel perodo, sin l saberlo; no comprenda
todava que su ceguera debase precisamente a la solicitud de la
misma Pobreza para con su amado. En efecto, es preciso, antes de
entregarse totalmente a un ideal, conocer primeramente las gracias
particulares y el valor de este ideal que se propone uno alcanzar,
i I Celano, 13-15; I I Celano, 12; Leg. 3 Soc, 16-20; Leg. Maj., I I , 2-4. La
leyenda del Anonymus Perusinus dice que la desheredacin de Francisco tuvo lugar
el 16 de abril de 1207. Vase Acta S. S., o octubre, I I , pg. 572.
DE CMO FRANCISCO HALL A DAMA POBREZA 31
poner despus a prueba las propias capacidades en presencia de
cada una de aquellas gracias y entender por aadidura algo del sa-
crificio que exige el propio renunciamiento.
Francisco, sin saberlo, haba rendido culto toda su vida a Dama
Pobreza, aunque de una manera deficiente. Cuando andaba tras los
trovadores y entonaba sus canciones con alegre abandono, tributa-
ba un homenaje, aunque muy lejano, a aquel desprendimiento de
los hombres y de las cosas, que hubo de ser ms tarde uno de sus
goces en su comercio con la Pobreza. Su prodigalidad en las pasa-
das fiestas cvicas tena alguna afinidad con la largueza de la futu-
ra indigencia, que el mismo Francisco defina: el acto de dar li-
bremente
1
. En sus relaciones con los pobres, cuando pas a ser su
amigo ms que protector, pudo admirar el espritu de compaeris-
mo que los una y la inmediata comprensin de las mutuas miserias;
en todo lo cual reconoci las seales distintivas de su ideal. Estas
manifestaciones diversas del espritu de pobreza habanle causado
las ms gratas y vividas impresiones; mas no comprendi todo el
valor y eminencia de la pobreza hasta el da en que fu deshere-
dado y qued libre de alma y cuerpo de los lazos de la riqueza y
la ambicin terrenas. Y en este estado de libertad de espritu en-
tendi que por fin se vean colmados los ms profundos anhelos de
su corazn. Dama Pobreza era la libertad, era la realizacin de to-
das sus aspiraciones, era, en fin, la morada segura de su alma. Po-
breza, slo ella y nada fuera de ella! Ahora se comprender por qu
la pobreza, que fu el amor ideal de Francisco, slo puede llamarse
Dama Pobreza. Ella fu la que imprimi en su vida su eminente
nobleza, el simple amor a Dios y a las criaturas, los sentimientos
de generosidad y compasin, la nocin del estrecho parentesco que
une a todos los que reconocen a nuestro Padre que est en los
cielos; cosas todas de poca monta para los que tienen sed de ri-
quezas, honores y podero
2
.
A los ojos del mundo, Francisco era dueo de s mismo; en rea-
lidad, era amante y esclavo de la dama de sus pensamientos, la
Pobreza.
1
Vase I Celano. 17.
2
Acerca del significado de la pobreza franciscana, vase The Lady Poverty,
traduccin por Montgomery Carmichael del Sacrum Commertium S. Francisci cum
Domina Paupertate; vase tambin St. Franas and Poverty, del autor de este libro.
CAPTULO IV
FRANCISCO ES ARMADO CABALLERO DE LA CRUZ
Francisco regres a San Damin, pero no se instal all defini-
tivamente. Le precisaba alejarse por algn tiempo de Ass y de sus
inmediaciones y estar solo con su alma. Sentase como deslumhra-
do por la libertad lograda y la plenitud de vida que era su conse-
cuencia. Quera darse cuenta cabal de su felicidad y acostumbrarse
a su nueva libertad; poco a poco ira viendo mejor en qu haba
de parar todo aquello. Por de pronto, slo saba de cierto que era
servidor de Cristo y reconocido como a tal por la Iglesia, y que
Cristo le haba llamado a una vida de bendita pobreza, desconoci-
da del mundo, donde los hombres malbaratan la libertad de su alma
por ganancias materiales y ambiciones terrenas. La pequea igle-
sia de San Damin esperaba las reparaciones necesarias; esper-
banle asimismo los leprosos, sus nuevos amigos. Pero iglesia y le-
prosos haban de esperar por algn tiempo.
Francisco emprendi su caminata hacia el norte, escalando los
cerros que se hallan ms all del monte Subasio. Llegaba la pri-
mavera; animbanse con nueva vida campos y bosques, y la tierra
toda, y el ambiente, conservando la pureza de las lluvias y nieves
invernales, estaba saturado del aroma de la vegetacin renaciente.
En los picachos ms elevados, en las anfractuosidades de las rocas
y en las angostas gargantas, donde las sombras hacen mofa de los
ardores del sol, la nieve no se haba derretido todava; pero en el
llano y en las soleadas laderas de las colinas reinaba un calor sua-
ve y reconfortante. Inundado el corazn de puro gozo, caminaba
Francisco, ora con paso rpido, ora ms sosegadamente, para con-
templar la naturaleza amiga, cuya renovacin de vida, juventud y
libertad concordaba con su propia alegra; un instintivo compae-
rismo le una a las escarpadas montaas y a los profundos barran-
cos, a los bosques umbrosos y a las desnudas vertientes, y a las
mismas rocas dursimas, que dejan no obstante florecer en sus in-
tersticios la humilde hierba silvestre. Y prosegua su camino can-
FHANCISCO ES ARMADO CABALLERO DE LA CRUZ 33
tando, no en su idioma nativo, sino en la dulce parla musical de
los trovadores provenzales.
As lleg a las alturas que dominaban a la izquierda el ro Chia-
gio, desde donde la ondulacin de la montaa va descendiendo en
direccin a Gubbio; era aqul un lugar solitario y peligroso para
el viajero, por estar infestado de ladrones que reclamaban su peaje
a los que transitaban entre las Marcas de Ancona y las ciudades
de Umbra. De pronto, nuestro caminante vise rodeado por una
banda de aquellos merodeadores, que le preguntaron quin era:
Qu os importa? di joles Francisco. Sabed, empero, que soy
el heraldo del gran Rey. Con toda simplicidad revelaba as el pen-
samiento que le embargaba; mas ellos, burlndose de l sin com-
pasin, arrancronle la tnica de campesino que llevaba y lo arro-
jaron a un foso cubierto todava de nieve. Yace aqu, insensato
heraldo! le dijeron, Y abandonronle
1
.
Levantse complacido: era sta una aventura de su nueva em-
presa. Pero iba casi desnudo y necesitaba alguna ropa para cubrir-
se. Haba a poca distancia un monasterio, al cual se encamin para
ofrecerse como criado, granjendose as vestido y sustento. Los
monjes le pusieron de servicio en la cocina; dironle de comer,
pero le negaron toda prenda de vestir. Obligado por la necesidad,
pero sin resentimiento alguno, Francisco abandon a los pocos das
el monasterio
2
. Acordse entonces de un antiguo amigo, residente
en Gubbio, y resolvi irle a ver. Recibile el amigo con el mayor
afecto. No era cosa rara en aquella poca que un seglar se ent re-
gase a la vida religiosa y de penitencia; y una persona alejada de
los intereses y circunstancias familiares, poda apreciar mejor que
un deudo o un vecino, la resolucin heroica de un hombre que se
consagraba a Dios. Sea como fuere, Francisco recibi de su amigo
un traje semejante al que llevaban los peregrinos y ermitaos: una
tnica con cinturn de cuero, zapatos y un bastn
3
. As vestido,
regres a Ass.
1
I Celano, 16; Leg. Map, I I , 5. Lia tradicin sita la escena de este inciden-
te en Caprignone. Vase Lucarelli, Memorie e Guido, Storica di Gubbio, pgi -
na 583. seq.; P. Nicola Cavanna, L'Umbra Francescana, pg. 194 seq.
2
Es imposible identificar el monasterio en cuestin por haber entonces algu-
nos en las inmediaciones, como San Verecundo en Vallingegno y San Pietro en
Vigneti; pero la tradicin local quiere que sea Santa Mara della Eocca, cerca, de
Valfabbrica. Es de saber que ms adelante, cuando se divulg la fama de Fr a n-
cisco, el prior del monasterio se excus por su falta de caridad (I Celano, 16).
' < I Celano, 16; Leg. Maj., I I , 6. Segn la tradicin, el amigo era un tal Fe-
derico Spadalunga; dcese que sobre el emplazamiento de su casa se construy m s
tarde una gran iglesia de San Francisco. Vase G-. Mazzattinti, en Miscell. Franc,
vol. V, pg. 76 seq.
3
34
VIDA DE SAN FRANCISCO DE ASS
En San Damin recibile el cura cordialmente, y con llana cor-
tesa le rog compartiese con l albergue y mesa
1
. Acept Fran-
cisco y se dispuso a poner en prctica los mandatos de la Voz. No
entenda todava el amplio significado de las palabras: Ve y res-
taura mi Iglesia. Hasta mucho ms adelante no haba de compren-
der que era la Iglesia de las almas vivientes la que deba ayudar
a restaurar con todo su esplendor y belleza. Por el momento toma-
ba al pie de la letra las palabras de la Voz. Cuando meditaba acer-
ca de todo lo que le haba acaecido despus de recibir el mandato
divino, aquellas largas semanas le parecan ahora transcurridas con
la rapidez que tuviera un instante en la eternidad; porque en el
proceso de formacin de un alma median circunstancias que pare-
cen relmpagos de eternidad, cuando despus de aos de andar a
tientas, casi a oscuras, resplandece de pronto la luz que todo lo ilu-
mina. No se explicaba ya el proyecto que formara de comprar con
el dinero de su padre materiales para la reconstruccin de San Da-
min. La fortuna, con el gnero de vida sometido a su poderosa in-
fluencia, parecale algo quimrico. En su ceguera haba imaginado
que su misin poda comenzar moneda en mano; no, su trabajo, su
vida deban ser un homenaje constante a la noble Pobreza que se
haba dignado visitarle.
Fu, pues, rebosndole alegra el corazn, que se present de
nuevo en Ass, esta vez como mendigo. Iba en busca de aceite para
la lmpara que arda delante del Crucifijo desde el da en que oy
la Voz. Al aproximarse, empero, a la casa donde pensaba hallar lo
que buscaba, vio en la puerta un grupo de sus pasados amigos, que
all estaban divirtindose. Flaque al punto su nimo y pareci
abandonarle la dignidad de su nuevo estado. Retrocedi y se fu
por otra calle. Pero su debilidad dur muy poco: avergonzado de
su cobarda, desanduvo lo andado y se entr por el grupo de com-
paeros, excitndoles a mirar bien a un cobarde que haba huido
de ellos avergonzado. Acto seguido se atrevi a pedirles lo que ne-
cesitaba, habindoles en provenzal. Volvise despus a San Damin
con el aceite que tan caro le haba costado, a la vez satisfecho y
humillado de su conducta
2
. Despus de este episodio visele con
frecuencia en la ciudad pidiendo piedras y mortero y todo lo ne-
cesario para la restauracin de la iglesia. Recorra las calles de
Ass, cantando en lengua de Provenza estas palabras: Quin quie-
re darme piedras para la restauracin de San Damin? El que d
una piedra tendr una recompensa, el que d dos piedras tendr
i Vase Leg. 3 Soc, 21.
2
Leg. 3 Soc, 24; I I Celano, 13.
FRANCISCO ES ARMADO CABALLERO DE LA CRUZ 35
dos recompensas, el que d tres piedras tendr tres recompensas.
Algunos le tomaban por loco y se burlaban de l; otros, ms bon-
dadosos, le daban lo que peda; y Francisco regresaba a su iglesia
encorvado bajo la pesada carga
1
.
Ayudado por algunos campesinos complacientes, empez las
obras, sostenindole en la dura faena, para la que no haba sido
criado, la felicidad de su alma. A veces pasaban por all personas
de la ciudad o viajeros, que se detenan para saludar a los construc-
tores. Francisco departa con ellos afablemente y, animado por sus
sentimientos generosos, los excitaba a trabajar como l. Venid a
ayudarnos les deca, porque esta iglesia de San Damin ser
un da un convento de mujeres, cuya vida y fama se extendern
por el mundo entero, para dar gloria a nuestro Padre celestial
2
.
Por estas palabras se colige que Francisco en sus horas de medita-
cin y en sus trabajos reciba ya del cielo instrucciones referentes
a la labor ms extensa a que estaba destinado. Mas slo Dios saba
el porvenir; Francisco se consideraba dichoso con sus ocupaciones
actuales.
Da tras da iba reparando las paredes de San Damin; no por
eso olvidaba a sus amigos los leprosos, a quienes consagraba una
buena parte de su tiempo, ya en la leprosera de Santa Magdalena,
ya en el hospital de San Salvador, a cargo este ltimo de la herman-
dad de los Cruciferos, los cuales ostentaban como insignia la Cruz.
Iba en constante aumento el amor y la reverencia que por aquellos
desgraciados senta. A este propsito refiere San Buenaventura el
siguiente caso: Un enrgico y acentuado cncer, rebelde a todo re-
medio, haba invadido la boca y mejilla de un cierto caballero del
condado de Espoleto. ste, de regreso de una visita a los sepulcros
de los gloriosos Apstoles San Pedro y San Pablo, se encontr con
el siervo de Dios; y con edificante y rara devocin quiso, para de-
mostrar en cuan alta estima le tena, besar las huellas que dejaban
los pies de Francisco; lo cual observado por el santo, queriendo es-
torbarlo, estamp un beso sobre la boca del que humildemente se
bajaba para besarle a l los pies. En un mismo instante fu llegar
los puros labios de Francisco, del humilde servidor de leprosos, a
tocar la boca del infortunado caballero y desaparecer del rostro de
ste la horrible y asquerosa llaga; sin que podamos decir cul de
estas dos cosas es ms asombrosa, si la humildad profunda de beso
i Leg. 3 Soc, 21; I I Celano, 13; Leg. Maj., I I , 7.
2 Leg. 3 Soc, 24; Testamentum S. Clarae, en Seraph. Legisl. Textus Origi-
nales, pg. 274.
36 VIDA DE SAN FRANCISCO DE ASS
tan amoroso, o la preclara virtud manifiesta de tan estupendo pro-
digio
J
.
Al terminar la jornada, Francisco sentase extenuado. Criado
con el mayor regalo, su fuerza fsica no resista t an dura prueba,
con todo y el amor y la dicha que le inundaban. El cura al verle en
tal estado de postracin y sintiendo por l viva inquietud, empez
a prepararle algunos platos mejor condimentados, con el buen de-
seo de reconfortar al joven nefito. Al principio acept Francisco
con gratitud los requisitos que se le ofrecan; hasta que un da em-
pez a temer que tanta solicitud fuese un peligro para su vocacin.
Acrecentbase su temor al recordar cual haba sido su natural in-
clinacin hacia las cosas delicadas y los manjares apetitosos. Des-
prendido del lujo mundano, no iba ahora a ser esclavo de las mo-
destas comodidades del hogar de aquel sacerdote, perdiendo as su
alma la libertad y hacindose reo de traicin a la amada Pobreza.
Y decase: No hallars, Francisco, en todas partes hombres que
atiendan a tus necesidades como este buen sacerdote. No es sta
la vida propia del que profesa la pobreza; mal te cuadra el irte acos-
tumbrando a tal regalo, que acabar por hacerte echar de menos
las cosas a las cuales habas renunciado para siempre y buscar otra
vez la vida holgada. Levntate, perezoso, y v a pedir de puerta
en puerta las migajas que caen de la mesa!
Como si quisiese salvarse de un riesgo inminente, al siguiente
da se fu a la ciudad, llevando un plato en la mano; y el vecinda-
rio, prestndose a su deseo, le dio los relieves de su comida. Mas,
rebelse su delicadeza natural al tratar de comer la poco apetitosa
mezcla que colmaba el plato. Luch consigo mismo por algn es-
pacio; representse la indigencia de Cristo, las privaciones de los
pobres y tambin el pacto jurado. Por fin sali triunfante su fide-
lidad; comi aquella masa de toda clase de restos, y an comi con
apetito, porque fu sintiendo en tan singular banquete un inexpli-
cable gozo espiritual. Era como una ntima comunin con las mul-
titudes que deben a la buena voluntad del prjimo el sustento coti-
diano, unindole tambin a los que generosamente le daban de co-
mer, y al mismo Seor Jesucristo, que es soberano dueo de pobres
y ricos. Vea extenderse sobre la gran familia humana, a la que
tambin l perteneca, el misterio consolador de la Divina Providen-
cia, a cuyo cuidado se abandon el da en que fu desheredado por
su padre. En la buena voluntad de los hombres, sobre los cuales no
tena ms derecho que el de su propia necesidad, descubra el sm-
bolo y en cierto sentido el cumplimiento de la solicitud de Aqul
1
Leg. Maj. I I , 6; vase I Celano, 17.
FRANCISCO ES ARMADO CABALLERO DE LA CRUZ 57
que hace llover abundosamente sobre justos y pecadores. Y consi-
deraba que, as como se haba puesto en manos de la Bondad divi-
na, as deba tambin entregarse a la buena voluntad y sentimien-
tos caritativos del prjimo y de toda la creacin. No era para l
cosa nueva desempear el papel de generoso dispensador de bene-
ficios; era costumbre de toda su vida, que continuaba practicando
segn sus medios. Era un timbre de nobleza y una deuda de honor
contrada por todos los hijos de Dios
1
. Mas, al ponerse bajo la en-
tera dependencia de la buena voluntad de los hombres, descubra
un sentido todava ms ntimo de la paternidad de Dios y estrech-
base a su entender el lazo que hace del mundo entero una sola fa-
milia. Por esta razn en lo sucesivo, cuanto ms estricto era el es-
tado de dependencia y servidumbre de un pobre, tanto mayor era
tambin el respeto que Francisco le profesaba, porque en su con-
dicin misma estaba el secreto de aquel amor que confiere al hom-
bre la plena libertad de que gozan los hijos de Dios y convierte la
tierra en un solo hogar domstico. De igual manera lleg a reve-
renciar todos los seres dbiles y desamparados de este mundo.
Sera sin duda algo difcil construir un sistema de economa
social basado en este culto al pobre, tal como lo entenda y practi-
caba Francisco; porque precisara contar con el apoyo de la fe, con
las ms preciadas prendas del corazn y con el ms ardiente idea-
lismo, para que semejante culto tuviese la debida ponderacin y
eficacia. Debe recordarse adems que la voluntad de Francisco en
recibir de los dems iba unida indisolublemente a su diligencia en
dar, cualidades ambas que no se ven siempre hermanadas en un
solo individuo. Mas, el mismo Francisco nos hubiera dicho que el
que acepta con espritu fraternal los dones del prjimo, no tiene
derecho a amurallar su propiedad, sino que debe servir a los dems
para tener derecho a aceptar el donativo que se le hace. El que pide
limosna ha de estar dispuesto a dar algo; de otra suerte la limosna
recibida es un fraude que se comete con el dador, una especie de
rapia y un insulto a la Providencia que inspir a un al ma gene-
rosa. Francisco fu siempre seversimo con el holgazn que vive
cmodamente a costa del prjimo. Por esto, cuando aos despus
acudan a l los discpulos, encarecales ante todo la excelencia del
trabajo y la obligacin moral de ser til al prjimo. As obr l
cuando mendigaba por las calles de Ass, despus de haber t raba-
jado en la reconstruccin de San Damin o prodigado sus cuidados
a los leprosos, con la diferencia que l nada peda a cambio de sus
servicios y confiaba en la buena voluntad del prjimo y en la pr o-
1
Vase I Celano, 17.
38 VIDA DE SAN FRANCISCO DE ASS
videncia de Dios
1
. Verdad es que, sin apartarse de esta lnea de
conducta bien poda aceptar los platos que el cura de San Damin
caritativamente le ofreca. Pero Francisco tena verdadera hambre
de pobreza la ms absoluta y velaba por la libertad de su alma; y
en gran manera tema que el sencillo bienestar de la casa del cura
le volviese ms remiso en la conquista de bienes espirituales y le
hiciese perder su nueva libertad. Resolvi, pues, heroicamente ejer-
cer la baja profesin de mendigo callejero. Hubiera llegado de otro
modo a ser el Francisco que todos amamos?
Desde aquel da, pidiendo el pan de puerta en puerta, fu una
figura popular en las calles de Ass. En su ruta cotidiana tambin
recoga malos tratos y humillaciones; pero la hostilidad de su pa-
dre era lo que mayor pena le causaba. Pietro no poda encontrar
a su hijo en la calle que no le maldijese; la profesin de mendigo de
Francisco era la afrenta ms cruel infligida a la orgullosa casa de
los Bernardone. La situacin de Pietro era insoportable; conculc-
banse abiertamente todas las reglas de la dignidad social, todos los
prejuicios de su clase; y el que cometa tal crimen era su propio
hijo, a quien poda desheredar y negar, pero que el pueblo recono-
cera siempre por hijo de Pietro Bernardone. Ni su memoria ni su
corazn quedaron engaados con el acto estridente de deshereda-
cin; como dice el docto cronista antiguo, es por haber amado mu-
cho a su hijo que se avergonzaba ahora de l y sufra lo indecible
por su causa
2
.
Un da Francisco, estremecindose bajo la maldicin que Pietro
profiriera al verle, busc la compaa de un pobre. Ven y acom-
pame le dijo, que yo te dar una parte de las limosnas que
reciba. Y cuando oigas que mi padre me maldice, yo te dir: Ben-
dceme, padre; y t hars sobre m la seal de la cruz en lugar de
mi padre. Cuando padre e hijo se hallaron otra vez frente a fren-
te y Pietro hubo pronunciado su acostumbrada maldicin, el pobre,
segn haban convenido, hizo la seal de la cruz sobre Francisco.
Dirigindose entonces ste a su ' padre: No ves le dijo, que
Dios puede enviarme un padre que me bendiga, a pesar de tus mal-
diciones? Otros de la familia no tomaban la cosa tan a pecho. Como
en cruda maana de invierno un hermano de Francisco, acompaa-
do de un amigo, le viese vestido apenas y tiritando de fro, en tono
de chanza dijo a su camarada: Pdele a Francisco que nos venda
1
Vase Saint Francia and Poverty, por el autor de este libro; y tambin
Francisco de Asis, Reformador social, por fray Len Dubois.
2
Ley. Soc, '23.
FRANCISCO ES ARMADO CABALLERO DE LA CRUZ 3 9
una gota de su sudor. Rise Francisco y respondi en francs: No,
que lo vendo mucho ms caro a mi Seor
1
.
As pasaban los das y Francisco aprenda gradualmente las lec-
ciones del llamamiento divino. Desvanecanse las ltimas ilusiones
de su educacin primera ante las duras realidades de aquellos das
de molestias fsicas y humillaciones y adquira la experiencia que
es familiar a los pobres y desheredados. Desquitbase empero en
sus largas horas de intimidad con el Divino Maestro; iluminbanse
entonces sus pruebas con celestial aureola. En los dolores, privacio-
nes y contradicciones del mundo descubra las huellas del Reden-
tor; y endulzbase as su nueva vida, porque en todas partes se le
haca patente la presencia del Seor, y la tierra, con su mezcla de
dolor y de belleza, de bien y de mal, vena a ser para l un verda-
dero lugar de crucifixin. Esta transfiguracin de la tierra era su
pasmo y su alegra en aquellos das de prueba y, como l mismo
confes despus, era precioso don en Dama Pobreza
2
.
Terminada por fin la reconstruccin de San Damin, ocupse
Francisco en levantar las ruinas de otra capilla dedicada a San Pe-
dro, situada a alguna distancia de Ass, cuyo emplazamiento exacto
no nos es conocido
3
. Reconstruido San Pedro, llegle el turno a otra
capillita apartada del camino trillado, que tambin necesitaba re-
paracin y por la cual senta Francisco particular afecto por ser
dedicada a la Santsima Virgen Madre de Dios. Contbase de la t al
capilla que reciba frecuentes visitas de los ngeles. Era conocida
por el nombre de Santa Mara de la Porcincula, es decir, de la pe-
quea parte o porcioncilla. No se sabe de cierto por qu era llama-
da as
4
, aunque posteriormente se form la siguiente leyenda, que
tal vez tuvo su origen en una tradicin local.
En los tiempos de San Cirilo, obispo de Jerusaln, cuatro pere-
grinos salieron de Palestina para ir a visitar el sepulcro de los san-
tos Apstoles en Roma. Aconsejados por el papa, buscaron en Um-
bra un lugar solitario para consagrarse all en paz al servicio de
1
Leg. 3 Soc., 23; I I Celano, 12.
2
Vase Fioretti, cap. XI I .
3
I Celano, 21; Leg Maj., I I , 7. Celano dice que esta iglesia estaba cerca de
la ciudad; pero, segn San Buenaventura, estaba ms all de San Damin.
4
El origen del ttulo de Porhuncula ha sido ob'eto de discusin. Se deriva
segn unos de la angostura del terreno cedido a los benedictinos cuando stos cons-
truyeron la capilla; segn otros, fu tomado de otra capilla que existia en las in-
mediaciones de Subiaco. Vase P. Edouard d'Alencon, Des Origines de l'glise de
la Portiuncula. La primera mencin conocida del nombre de Forziuncola se halla
en un documento legal de 1045, descubierto por Frondini en los archivos de la ca-
tedral de Ass. Vase P. Edouard d'Alencon, L'Abbaye de Saint-Benoit au Mont
Soubase, pg. 18, nm. 1.
40 VIDA DE SAN FRANCISCO DE ASS
Dios y se establecieron en un bosque cerca de Ass, donde edifica-
ron una capilla y dispusieron cuatro chozas. En memoria del pas
de donde procedan dedicaron la capilla a Nuestra Seora de Jo-
safat. Fueron varones santos y fr santo el lugar que escogieron;
porque oanse all a menudo las voces de los ngeles alabando a
Dios. Transcurrido algn tiempo, avivse el recuerdo de su pas
natal y regresaron a Palestina, despus de haber enterrado bajo el
altar de la capilla una reliquia de la Virgen. Los ngeles no aban-
donaron aquel santuario predilecto; continuaron visitndolo, can-
tando all sus alabanzas a Dios. De tarde en tarde algn ermitao
haca una corta estancia en aquel paraje; pero casi siempre la capi-
lla permaneca desierta. Cuando San Benito, padre de los monjes,
pas por Umbra, dio con ella y descubriendo su santidad, la hizo
restaurar. Pidi entonces una pequea porcin de tierra a su alre-
dedor y construy unas celdas. Fu con motivo de esta donacin
que cambi su nombre, llamndola de la Porciuncula. Y envi all
algunos monjes del gran monasterio de Monte Casino. Muchos aos
despus los monjes edificaron un monasterio en el Monte Subasio
y abandonaron la capilla del llano
1
.
No discutiremos la verdad de esta historia; el hecho es que la
capilla databa de muy antiguo. Estaba, como se ha dicho, situada
en el llano, a dos millas de la ciudad, mediando entre una y otra
un espeso bosque. Era fcil perderse por los umbrosos senderos que
partan de la Va Francesa, carretera que bordea las murallas. Es
muy posible que una capilla tan solitaria y a la vez poco distante
de Ass, fuese uno de los retiros preferidos de Francisco, cuando
empez a separarse del mundo; mas, al emprender las reparacio-
1
Vase P. Edouard d'Alencon, Des Origines de Vfiglise de la Portiuncula. La
leyenda consta por vez primera en el Paradisus Serafhicus, escrito por el P. Sal-
vator Vitalis y publicado en Miln en 1645, obra de ningn valor crtico. No hay
en Ass recuerdo histrico alguno de la supuesta visita de San Benito ni de los
ermitaos que se dice residieron all. Con todo, la capilla era ya muy antigua en
tiempo de San Francisco. Celano dice que era construida de antiguo, antiquitus
constructa (I Celano, 21), y San Buenaventura escribe que una tradicin, umver-
salmente admitida entre el pueblo, haca derivar su antiguo nombre de Santa Ma-
ra de los ngeles de muchas y singulares apariciones anglicas, cuyas msicas y
fiestas oan las gentes. (Leg. Maj., H, 8; vase I I Celano, 19). Perteneca cier-
tamente a los monjes de monte Subasio. Es posible que en torno a estos hechos
los campesinos del pas hayan tejido la leyenda antes de ir sta a pasar al libro
de Vitalis. Es verosmil que por razn del apartamento de aquel lugar, lo habita-
sen de vez en cuando ermitaos, antes de los tiempos de San Francisco. Hace ya
tiempo que el bosque cedi el terreno a los olivares y viedos, pero an queda un
recuerdo de lo que fu, saliendo por la Porta di Mojano, camino de la iglesia de
San Damin.
FRANCISCO ES ARMADO CABALLERO DE LA CRUZ 41
nes necesarias, creci el atractivo que por ella senta. Aquella so-
ledad nemorosa, con su pequeo santuario, lleg a ser como su casa
y en cierto modo un smbolo de Dama Pobreza. A poca distancia,
a menos de media hora de paseo, haba la leprosera y no mucho
ms lejos la ciudad. Este doble vecindario agradaba a Francisco,
que poda desempear mejor sus obras de caridad con los leprosos
y pedir limosna a sus conciudadanos; mientras que en el bosque,
con todo y estar cerca de unos y otros, hallaba lo que le causaba in-
decible ventura: la compaa de la naturaleza no estropeada por la
industria del hombre. Escuchaba deleitado la msica suave de la
brisa que acariciaba el follaje y el melodioso cantar de los pjaros.
Amaba los animales todos de la tierra y del aire, y gustaba de ob-
servar el vuelo de las aves y los movimientos furtivos de los ani-
males ocultos en la espesura. Hallaba asimismo motivo de contem-
placin en el juego de luces y sombras, en el crecimiento y des-
arrollo de las plantas, desde el humilde tallo de hierba hasta el
udoso y copudo rbol. En tan diversas manifestaciones de la vida
de la creacin descubra la mano del Criador; y aumentaban los
ardores de su corazn y sus sentimientos de reverencia. Tambin
las maravillas de la creacin formaban parte a su entender de los
dominios de Dama Pobreza, juntamente con los pobres y los des-
graciados; porque aquellas maravillas no conocan el artificio de
los hombres y en su simplicidad misma daban ms elocuente tes-
timonio de la Divina Providencia. La capilla en medio del bosque
era una prueba ms de cuan cerca est el cielo de las cosas ms hu-
mildes de la tierra. No tena por cosa extraa que las voces de los
ngeles se mezclasen a los rumores del bosque para alabar al Cria-
dor; y era para l singular blasn nobiliario de la ideal Pobreza el
hecho de que la Madre de Dios se hubiese dignado inspirar a los
hombres que le dedicasen aquel lugar, cubriendo de este modo a
Dama Pobreza con el manto de su propia gloria
1
.
As, en las tranquilas horas consagradas al trabajo y a la ora-
cin aprenda Francisco el valor inapreciable del gnero de vida
que haba abrazado. A principios del ao 1209 terminse la restau-
racin de la Porciuncula, celebrndose all misa, alguna que otra
vez. Y Francisco volvi a esperar las rdenes del Seor. Vacilaba
aquella seguridad interna que le haba impulsado a reparar tres
1
Vase en la Salutatio Virtutum (Opuscula S. P. Franc, edicin Quaracchi,
pginas 20-31) el elogio de la pobreza y las virtudes humanas, que San Francisco
iiHociaba siempre especialmente a la virtud de la pobreza. Est a salutacin se halla
un diferentes manuscritos como alabanza a la Virgen Mara (vase P. Pascual Eo-
binson, The Writings of St. Francis, pg. 20, nm. 6; Boemher, Analekten p-
ginas VI y XXVIII).
42 VIDA DE SAN FRANCISCO DE ASS
iglesias abandonadas, como si en tales obras estribase el cumpli-
miento de su vocacin; presenta, empero, que llegaba la hora pro-
picia en que se dejara or de nuevo la voz del que era su gua.
Vino la revelacin, pero como suele acontecer, por muy espe-
rada que fuese, surgi inesperadamente. Fu hacia el fin del invier-
no, al amanecer el da 24 de febrero, festividad del Apstol San
Matas; aquellos momentos en que luchan todava con la creciente
claridad las ltimas sombras de la noche, no hubo de olvidarlos
ms el alma de Francisco, por haber coincidido con la revelacin
de las misteriosas noticias concernientes a su nueva vida. Celebr-
base misa en la capilla de la Porcincula y Francisco la ayudaba.
El Evangelio del da era ste: Id y predicad, diciendo: Que se
acerca el reino de los cielos... No llevis oro, ni plata, ni dinero al-
guno en vuestros bolsillos; ni alforja para el viaje, ni ms de una
tnica y un calzado, ni tampoco palo; porque el que trabaja mere-
ce que le sustenten. En cualquiera ciudad o aldea en que entrareis
informaos quin hay en ella que sea digno de alojaros; y perma-
neced en su casa hasta vuestra partida. Al entrar en la casa, la sa-
lutacin ha de ser: La paz sea en esta casa... Mirad que yo os en-
vo como ovejas en medio de lobos. Por tanto, habis de ser pru-
dentes como serpientes y sencillos como palomas. Y por mi causa
seris condenados ante los gobernadores y los reyes, para dar tes-
timonio de m a ellos y a las naciones. Si bien cuando os hicieren
comparecer, no os d cuidado el cmo o lo que habis de hablar;
porque os ser dado en aquella misma hora lo que hayis de decir \
Segn su costumbre, Francisco escuchaba atentamente la lec-
tura del Evangelio, que reverenciaba como libro de la vida. Esta
vez el sagrado texto desgarr, por decirlo as, el ltimo velo: ya
conoca la verdad tan esperada. Con todo, temiendo no haber com-
prendido bien, terminada la misa rog al celebrante que le volvie-
se a leer aquel texto, explicndole su significado. As lo hizo el sa-
cerdote y al punto exclam Francisco, sin ms titubear: He aqu
lo que yo buscaba; he aqu lo que anhelaba mi corazn. Des va -
1
Matth., X, 7-9. ste es el Evangelio de la fiesta de San Matas ei> lo mi-
sales antiguos; de donde concluyen los Bolandistas que fu este dia el del ltimo
llamamiento de San Francisco (vase Acta S. S., 4 octubre, I I , pg. 574 ; Boehmer,
Analekten, pg. 124; P. Sabatier, Vie de S. Francois, pg. 78). Spader en el Lumi
Seraphici sita este suceso en la fiesta de San Lucas, da 12 de octubre de 1208, y
comparte su opinin el P. Gratien en Btudes Franciscaines, tomo XVIII, nm. 10(5,
octubre, 1907, pg. 388.
Celano dice que la restauracin de la Porcincula tuvo lugar el tercer ao de la
conversin de Francisco (I Celano, 21). Lo mismo dice Bernardo de Besse (Ltb. de
Laudibus, en Anal. Franc, I I I , pg. 687) y Jordn de Jano (Chron. Jordani, en
Anal. Franc, I, pg. 2).
FRANCISCO ES ARMADO CABALLBBO DE LA CEZ 4S
necida toda duda, quiere someterse sin demora a las rdenes del
Seor. Con la natural espontaneidad que le distingue, qutase el
calzado, arroja el bastn y se desnuda de su segundo vestido; y por
parecerse a su Maestro crucificado, crtase un hbito en forma de
cruz y, en vez de una tira de cuero, se cie a la cintura una cuer-
da
1
. As es armado Francisco caballero de Cristo.
Desde aquel momento sus sueos de aventuras caballerescas
pasan a vas de realizacin, a condicin de no romper su fidelidad
y con la ayuda de la gracia de Dios. Cree firmemente que no puede
existir orden de caballera ms noble que la suya, bajo la ensea
de Cristo y siendo la Pobreza dama de sus pensamientos. Recorre-
r el mundo en busca de almas que necesiten ser socorridas; los
poderes del mal, que siembran enemistades entre Dios y los hom-
bres, y entre hombre y hombre, sern los malandrines contra los
cuales combatir. En todo lugar proclamar el reino de Cristo y
de su paz; y en su amor a la Pobreza hallar fuerza y valor para
servir dignamente a Nuestro Seor Jesucristo.
Acepta, pues, la carga de su vida. Ilumina sus pasos el rayo de
sol que alumbr sus sueos juveniles; arde en su corazn inmenso
amor. Con el tiempo se mezclarn a las aventuras algunas desilu-
siones, a las alegras tristezas; pero, al ponerse en camino con gozo
y resolucin, no pretende escudriar el misterio del porvenir. Bs-
tale la obediencia del presente da.
i I Celano, 22; Leg. 3 Soc, 25; Leg Maj., I I I , 1.
CAPTULO V
LOS PRINCIPIOS DE UNA NUEVA FRATERNIDAD
Algunos das despus de aquella memorable lectura del Evan-
gelio, saliendo Francisco por uno de los senderos del bosque, lleg-
se hasta la ciudad. La inspiracin divina le inflamaba y aguijonea-
ba. A los que encontraba a su paso ocupados en sus quehaceres co-
tidianos, saludaba afectuosamente con estas palabras: Hermanos,
el Seor os d su paz. Aquellas gentes apenas le reconocan tan
extraamente vestido, con su cinturn de cuerda y los pies descal-
zos; mas la expresin de su rostro, como si contemplase ms all
de la tierra el cielo
1
, desarmaba la burla e impona el respeto. ban-
se acostumbrando todos a su modo de proceder, viendo su sinceri-
dad y firmeza. Acaso alguna vez reanse a su costa o le echaban
pullas; mas eran contados los que podan sustraerse a su atractivo
personal y al donaire de sus respuestas; por otra parte, no se po-
da menos de apreciar su diligencia en restaurar iglesias y su ab-
negacin para con los leprosos. En la Edad Media con igual faci-
lidad se alababa como se denigraba a un hombre, segn fuesen sus
obras y su conducta; pero el valor y la audacia en cualquier forma
que se manifestasen, eran siempre objeto de admiracin. Al abo-
gar fervorosamente por la paz entre los hombres y excitar al amor
a Dios, haba en l algo que sobresaltaba a los que le escuchaban
e infundales temor
2
.
No era la primera vez que reciba Ass el mismo mensaje de
paz; habanlo proclamado los devotos trashumantes, los predicado-
res del duomo y los legados del papa, estos ltimos cuando pre-
tendan apaciguar sus discordias intestinas. Siempre la invitacin
a la paz pareci una cosa tan justa como irrealizable. No hubiera
por ventura desmerecido entre sus conciudadanos el individuo que,
1
.Totus alter videbatur quam fuerat; et coelum intuens dedignabatur respi-
cere terram.i> (I Celano, 23.)
2 Leg. 3 Soc, 25; Leg. Maj. I I I , 2.
LOS PRINCIPIOS DE UNA NUEVA FRATERNIDAD 4 5
manifestndose de condicin pacfica, se negara a tomar parte en
las discordias de su bando o de su familia? Un hombre as, forzo-
samente haba de parar en monje. Y, no obstante, las palabras san-
tas de Francisco producan en sus oyentes profunda impresin, des-
pertando en ellos la conciencia de su propia culpabilidad cual nun-
ca la sintieran. No estaban del todo convencidos; pero cuando el
nuevo apstol se apartaba de ellos para seguir su camino, qued-
banse silenciosos y cortados, y al reanudar sus tareas no olvidaban
fcilmente la leccin recibida. Despus de este primer da de mi-
sin, Francisco visit con frecuencia la ciudad con el mismo objeto.
No predicaba sermones propiamente dichos; sencillamente acerc-
base a las personas que encontraba y saludbalas con palabras de
paz, extendindose fervorosamente sobre esta materia. La gente
acab por desear su visita para poder escuchar sus exhortaciones;
la aparicin del hijo de Pietro Bernardone, convertido en predica-
dor del Evangelio, era gran motivo de curiosidad y debe aadirse
que muy probablemente los habitantes de Ass sintieron cierto or-
gullo de que su ciudad no fuese menos que muchas otras que se
envanecan con la presencia en su seno de un predicador seglar
que saba conmover a las gentes, sin perjuicio de que en torno suyo
se formasen diferentes bandos y an se viese amenazada su vida
segn fuese su predicacin.
Francisco era muy diferente de semejantes evangelizadores. No
atacaba a los magistrados, ni al clero; no descargaba sus iras so-
bre los pecadores, ni se deca asqueado por las flaquezas humanas.
Hablaba como inspirado nicamente por una visin de belleza; afir-
maba los derechos de esa belleza ideal sobre las vidas de los hom-
bres y lamentbase de la gran ceguera de stos. Er a semejante a
aquel que, habiendo descubierto un tesoro, quiere hacer participan-
tes del mismo a los dems hombres. Portador del mensaje de paz,
traslucase de tal modo la felicidad en toda su persona, que tam-
bin en esto se diferenciaba notablemente de casi todos los otros
reformadores. Al cambiar de hbito pareca haberse revestido de
aquella fuerza moral, difcilmente definible, que convierte a un
hombre en guiador de hombres, privilegio exclusivo de los que no
solamente tienen fe, sino que se sienten invenciblemente impeli-
dos por ella a propagarla. En esos tales la fe, por su calidad, no
requiere un acto especfico de la voluntad; ni les es necesario un
esfuerzo deliberado para atraerse discpulos. Puede decirse que se
ven convertidos en jefes o directores sin haberlo deseado expre-
samente.
A media primavera Francisco no era ya el sol i t ari o de la Por-
cincula; reunanse en su retiro sus primeros discpulos o, como
46 VIDA DE SAN FEANCISCO DE ASS
hubiera dicho l, sus primeros hermanos en la orden de caballera
de la Pobreza. Eran stos: Bernardo de Quintavalle, Pedro Catanio
y Gil o Egidio
1
, tres hombres de corazn, como lo prob despus
su historia.
Bernardo de Quintavalle fu el primero que busc a Francisco
y mor con l
2
. A semejanza suya era mercader
3
y como l, de los
ms favorecidos por la fortuna, pero de muy diferente carcter.
Era de natural compuesto y reflexivo; pesaba el valor de las cosas
y no se dejaba arrastrar fcilmente por el entusiasmo. Discerna
con rara prontitud lo real de lo aparente, pero suspenda su juicio
hasta ver confirmada su opinin instintiva. Era cauto, pero leal;
generoso, pero reservado. Durante algn tiempo observ el proce-
der de Francisco, queriendo conocer la verdad de su conducta y de
su firmeza. Admir su sencillez y pobreza, su industria y diligen-
cia en restaurar las iglesias abandonadas; y a la postre, a pesar de
su cautela, sintise inclinado a seguirle. Profundamente religioso,
quera salvar su alma, convencido ya de que el mundo no es ms
que vanidad. Temiendo, empero, comprometerse a los ojos de sus
1
Celano, Leg. 3 Soc. y Leg. Maj. dan el nombre de pila de Bernardo; pero
el primero que le llama Bernardo de Quintavalle es Bernardo de Besse en su Liber
de laudibus, ed. Hilarinus a Lucerna, pg. 5. Vase Chron. XXIV Gen., en Anal.
Franc, I I I , pg. 667, Actos S. Franc, I , 10-44. Nombran a Pedro los 3 Soc. e
indudablemente se hace referencia a l en I Celano, 25: Statim aulem vir alter...
qui vatde in conversatione laudabilis exstitit et quod snete coepit sanctius post
modicum consummavit. Ddase si este Pedro es el Pedro Catanio que fu des-
pus Vicario General y muri en 1221; pero, parece probable la conjetura por la
descripcin de Celano y su referencia a la muerte de Pedro. Pedro Catanio, segn
la Chron. Jordani (Anal. Franc., I, pg. 4), era doctor en leyes y muy respetado
por San Francisco. Bartolom de Pisa dice que era cannigo de la catedral (De
Conformit., en Anal. Franc., IV, pg. 472). Las palabras: Valde in conversatione
laudabilis, significan algo ms que la rectitud de carcter en boca de Celano, que
demuestra siempre un gran respeto por el saber. Si se objeta que no pueden apli-
carse as palabras .Post modicunv a la muerte de Pedro, en el caso de tratarse
de aquel Pedro que muri en 1221, debemos recordar el empleo que hace Celano
de expresiones de este gnero, verbigracia cuando habla de la impresin de las lla-
gas como habiendo acaecido poco despus (paulo post) de haber odo Francisco
la Voz del Crucifijo en San Damin (vase I I Celano, I, 11).
2
As lo dicen la Leg. 3 Soc, 27, y la Leg. Maj., I I I , 3. Pero, en I Celano, 24,
se hace mencin de otro, sin decir su nombre, el cual fu el primero que se junt
a Francisco antes de los tres mencionados en el texto. Quin fu ese innominado.
Y por qu no hace referencia a l ninguna de las dems leyendas? Dej una
buena reputacin, porque Celano lo cita con elogio: pium ac simpHcem spiritum
gerens. Eefirese Celano al mendigo que Francisco tom por compaero para que
le bendijese cuando le maldeca su padre; o fu alguno que estuvo con l durante
algn tiempo y le dej despus? Es imposible precisarlo.
3
Celano lo da a entender con la frase ad mercandum regnum coelorum
(I. Celano, 24). El cronista amaba el lenguaje conceptuoso.
LOS PEINCIPIOS DE UNA NUEVA FBATEENIDAD 47
conciudadanos, empez por visitar a Francisco secretamente; mas
no tard en ofrecerle la hospitalidad de su propia morada. Fran-
cisco se complaca en su compaa e iba con frecuencia a pasar con
l la noche
1
. En parte por reverencia a su husped, en parte para
observarle mejor, Bernardo le haba dispuesto un lecho en su ha-
bitacin; al ser hora de retirarse a descansar, finga dormir, pero
en realidad permaneca despierto con sus pensamientos. As fu
cmo penetr algo del secreto de Francisco. Porque ste, despus
de un breve sueo, se levantaba con sigilo y se entregaba a la ora-
cin; a intervalos, descargando el peso de su alma, pronunciaba a
media voz alabanzas de Dios y de la Virgen Santsima. Y Bernar-
do, que le escuchaba, deca para s: Verdaderamente, este hom-
bre viene de Dios. Por fin, una tarde Bernardo pregunt a su ami-
go: Qu debe hacer un hombre para provecho suyo si, despus
de haber retenido durante muchos aos los bienes de su seor, en-
tra en deseos de desprenderse de ellos?. Respondi Francisco que
era preciso restituirlo todo a su dueo. Si as es prosigui Ber-
nardo, por el amor de Dios y de mi Seor Jesucristo deseo dis-
poner de todos los bienes temporales que el Seor me ha dado, de
la manera que mejor te parezca. Djole entonces Francisco: Ma-
ana iremos temprano a la iglesia y sabremos por el libro de los
Evangelios lo que en este punto el Seor enseaba a sus discpulos.
Por aquel mismo tiempo, Pedro Catanio, que haba estudiado
en las escuelas de Bolonia y era doctor en leyes, escuch tambin
el llamamiento del Espritu, y habiendo solicitado como Bernardo
el consejo de Francisco, psose en cierto modo bajo su tutela, cual
discpulo que se somete a su maestro. Y Francisco tuvo gran ale-
gra de que un hombre letrado se sintiese de tal manera atrado
por la simplicidad y pobreza evanglicas, y siendo l de escasa ins-
truccin, tuvo gran reverencia por uno que era docto a la par en
letras y en el temor de Dios.
Al amanecer, pues, Francisco y Bernardo salieron y fueron en
busca de Pedro, para ir los tres a la iglesia de San Nicols, en la
gran plaza
2
. El libro de los Evangelios estaba sobre el altar, a fin
de que cuantos quisieren pudiesen consultarlo. Mas ni Francisco ni
Bernardo eran sabios, y Pedro, a pesar de sus conocimientos de
jurisprudencia, no entenda nada en la interpretacin de las Escri-
1
La casa de Bernardo de Quintavalle puede verse todava en la Via Sbaragli-
II i cerca del palacio episcopal.
a
Es ahora la caserna de la gendarmera; pero la mesa del altar, retirada de
nIII mucho tiempo ha, se conserva en la catedral, empotrada en el altar de una
rnpilla lateral a la derecha del coro.
48 VIDA DE SAN FRANCISCO DE ASS
turas; no sabiendo cmo haban de componrselas para hallar en
el libro la enseanza adecuada a sus necesidades, arrodillse Fran-
cisco ante el altar y suplic a Dios se dignase mostrarles su vo-
luntad con slo abrir el libro. Abrindolo, pues, al azar, cay su
vista sobre este pasaje del Evangelio segn San Mateo: Si quie-
res ser perfecto, anda y vende cuanto tienes, y dselo a los pobres,
y tendrs un tesoro en el cielo: ven despus y sigeme. Por se-
gunda vez abri el libro y vio este texto de San Lucas: No llevis
nada para el viaje, ni palo, ni alforjas, ni pan, ni dinero, ni mudas
de ropa. Abriendo, en fin, el libro por tercera vez, hall de nuevo
el Evangelio de San Mateo y ley estas palabras: Si alguno quie-
re venir en pos de m, niegese a s mismo y cargue con su cruz, y
sgame
1
. Francisco, volvindose gozoso a sus compaeros, excla-
m: Hermanos mos, he aqu nuestra vida y nuestra regla, para
nosotros y para los que se unirn a nosotros. Id y cumplid el man-
dato que acabis de or. Furonse, pues, los dos nefitos, Bernar-
do para vender sus bienes, que eran muchos; Pedro para disponer
asimismo de su ms modesta fortuna
2
.
A los pocos das, el 16 de abril, reunase un gran concurso de
pobres en la Piazza San Giorgio
3
. Bernardo, que haba vendido
cuanto le perteneca, distribua entre ellos el dinero recibido en
precio; y Francisco presenciaba este acto de caridad, cantando en
alta voz alabanzas a Dios. Numerosos ciudadanos de Ass presen-
ciaban tan singular espectculo, manifestando su sorpresa ante ta-
maa prodigalidad. Entre la multitud hallbase un sacerdote lla-
mado Silvestre, que era uno de los que haban dado piedras a Fran-
cisco para la restauracin de las iglesias. Al ver la suma que se
gastaba en limosnas, llegndose hasta Francisco, le interpel de
esta suerte: Hermano, no me pagaste bien aquellas piedras; es
justo que me des una parte de este dinero. En seguida se te dar
lo debido, seor sacerdote, respondi Francisco, sonriendo. Y to-
i Matth., XIX, 21; Ln c , I X, 3; Matth, XVI, 24.
2
Leg. 3 Soc, 27-29; I Celano, 24-25; I I Celano, 15; Leg. Maj., I I I , 3. Ni
Celano ni San Buenaventura asocian Pedro a Bernardo en este episodio. I Celano
dice que Pedro vino inmediatamente despus de Bernardo: Statim autem, etc. La
relacin de los 3 Soc, no obstante, es probablemente autntica; y debe notarse que
al paso que I Celano slo menciona que el libro se abri una vez, I I Celano espe-
cifica las tres veces, como en los 3 Soc. Probablemente Bernardo fu el primero
que se aproxim a Francisco con el pensamiento de seguirle; los mismos 3 Soc. dan
a Bernardo el primer lugar entre sus compaeros.
3
Vita B. Fratris Mgidii [ed. Lemmens], 1, en Documenta Antiqua, I (Qua-
racchi), pg. 38. Es ahora la Piazza Santa Chiara, por haberse construido la igle-
sia de Santa Chiara en parte sobre el emplazamiento de la iglesia de San Giorgio.
LOS PI UNCI PI OS DE UNA NUEVA FRATERNIDAD 4 9
mando del manto de Bernardo dos puados de monedas, dise-
las al sacerdote, y dos puados ms todava. Ests contento con
esto?, preguntle; y Silvestre, contestando entre dientes que se
consideraba suficientemente pagado, retirse a su casa*.
Aquel mismo da, y muchos otros consecutivos, tanto en las ca-
lles y plazas como en los hogares de Ass, menudearon los comen-
tarios y discusiones acerca de cmo se haba derrochado la fortuna
de un ciudadano tan notable como lo fu Bernardo de Quintavalle
2
.
Francisco, juntamente con Bernardo y Pedro, habase retirado
a la soledad de la Porcincula
3
y era feliz, porque el Seor le ha-
ba concedido fieles amigos y compaeros.
Ocho das despus presentse Gil. Tambin l era natural de
Ass, pero de humilde cuna y escasos haberes; su padre era un mo-
desto labrador o aparcero. Mas su falta de bienes de fortuna su-
planla su buena crianza y su nobleza de carcter. Gustbale vivir
absorto en sus propios pensamientos y penetrar en las profundi-
dades del mundo espiritual; tena por aadidura claro discernimien-
to y agudo ingenio. Aos despus, cuando su fama se haba exten-
dido, las personas doctas acudan a l para recoger de sus labios
alguna palabra de alta sabidura; y ms de uno de aquellos hom-
bres que haban aguzado el raciocinio en los bancos de las escue-
las, no saba qu armas oponer a su irona y a su sentido comn
inexpugnable. El mismo gran Buenaventura le reverenci como
maestro en la ciencia del alma
4
.
Su modo de entrar en relacin con Francisco revela la simpli-
cidad despierta de su carcter. Mientras Bernardo distribua su
fortuna en la Piazza San Giorgio, Gil muy probablemente estaba
trabajando en el campo y sin duda se enter del acontecimiento
i Leg. 3 Soc, 30; I I Celano, 100: Actas S. Franc, I , 38-40.
2
Vase Vita B. Fr. Mgidii, loo. cit.; Gum audiret a quibusdam consangui-
neis ct ab alus, etc.
3
Leg. 8 Soc, 32, dice expresamente que Francisco y sus dos compaeros fue-
ron a la Porcincula, donde afirma Celano que Francisco haba empezado a residir
de un modo permanente (vase I Celano, 21). Francisco habitaba tambin la Por-
cincula cuando se le uni Morico, de la hermandad de los Cruciferos. La frase de
San Buenaventura en la Leg. Maj., IV, 8: xcum oleo accepto de lampade quae
coram Virginis ardebat altari, a mi entender se refiere al al t ar de la capilla de
la Porcincula.
* Con referencia a fray Gil, vase P. Paschal Eobinson, The Golden Sayings
nf frother Giles, P. Gisbert Menge, Der Sclige Mgidius non Asissi. Su leyenda
lia sido publicada por Lemmens en Doc. Antiqua Franciscana, Par s I ; y en Anal
Franc, I I I , pg. 74 seq. Vase De Conformit., en Anal. Franc, I V, pgs. 205-13.
Una versin italiana de la leyenda he halla en casi todas las ediciones de las Fio-
retti. Los Dicta B. Mgidii, han sido publicados por los Bol andi st as: Acta S. S.,
23 abril, pg. 227 se,/. ; y en Anal. Franc, IV, pg. 214 seq.
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50 VIDA DE SAN FRANCISCO DE ASS
del da por lo que contaron sus parientes y conocidos. Ello fu que,
exaltndose su imaginacin y sus deseos, resolvi al punto salir
en busca de Francisco y pedirle la admisin en su compaa. El da
de la fiesta de San Jorge fu muy temprano a or misa en la iglesia
de este santo mrtir, donde confiaba ver a Francisco; mas no ha-
llndole all, quiso ir directamente a la Porcincula, que, segn
le dijeron, era su residencia habitual. Aquella capilla le era des-
conocida y no saba el lugar exacto de su emplazamiento. Habien-
do seguido por la Va Francesca hasta llegar al hospital de leprosos
de San Salvatore
1
, no saba qu senda tomar. Detvose y pidi a
Dios que le ensease el camino. Mientras estaba en oracin, sali
Francisco del bosque y acrcesele. Gil, dando gracias a Dios, co-
rri hacia l, se postr de hinojos y le dijo con la mayor sencillez:
Hermano Francisco, quiero quedarme contigo por el amor de
Dios.
Francisco, que saba leer en las almas, reconoci en Gil a un
verdadero compaero y, abriendo su pecho, le dijo con fraternal
ternura: No sabes cuan gran favor el Seor te dispensa? Her-
mano mo, si vena a Ass el emperador y quera escoger por caba-
llero y cortesano suyo a uno de sus ciudadanos, muchos seran los
que saldran a reclamar para s tan gran honor. Cunto ms no
debes t estimar el haber sido escogido entre tantos por el Seor
y llamado a su corte? E inclinndose, alz del suelo a Gil y lle-
vle consigo a la Porcincula, donde lo present a Bernardo, ex-
clamando: He aqu un buen hermano que el Seor nos ha envia-
do. Y tomaron juntos su primera refeccin, comiendo y conver-
sando con gran jbilo
2
. Cuando hubieron comido, Francisco fu con
Gil a la ciudad para procurarle un vestido semejante al suyo.
Caminaba el novicio con gran contentamiento interior; pero al
propio tiempo dominbale un temor reverente producido por los
acontecimientos de aquella jornada. Por el camino encontraron a
una pobre mujer que peda limosna. Francisco, no teniendo cosa
1
Donde se levanta actualmente la Casa Gualdo. M. Sabatier (Vie de S. Fran-
(OS, pg. 66) da a entender que Gil no sabia donde resida Francisco y de esto
saca la conclusin de que Francisco no tena en aquel tiempo residencia fija. Pero,
la Vita B. Fr. Mgidii, loe. cit., dice expresamente que Gil dirigi sus pasos a
la iglesia de Santa Mara de la Porcincula... cuya situacin fray Gil no conoca.
Evidentemente Gil no tena duda acerca del lugar donde deba encontrar a San
Francisco y s solamente ignoraba el camino. El hospital de leprosos de San Sal-
vatore estaba a cargo de los Cruciferos, orden de hermanos enfermeros muy ex-
tendida en Italia y en las posesiones latinas de Levante. Vase Registres de Gr-
cjoiit IX, Le. Auvray, n ;m. 209, pg. 123.