Liberalismo y Doctrina Social de La Iglesia
Liberalismo y Doctrina Social de La Iglesia
Liberalismo y Doctrina Social de La Iglesia
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As, el mismo Juan Pablo II, en la Solicitudo Rei Socialis (SRS), reconoce que
actualmente " en Occidente existe, en efecto, un sistema inspirado histricamente en el
capitalismo liberal "; y afirma que " se puede hablar hoy da, como en tiempos de la Rerum
novarum, de una explotacin inhumana "; y que " a pesar de los grandes cambios
acaecidos en las sociedades ms avanzadas, las carencias humanas del capitalismo, con
el consiguiente dominio de las cosas sobre los hombres, estn lejos de haber
desaparecido; es ms, para los pobres, a la falta de bienes materiales se ha aadido la
del saber y de conocimientos, que les impide salir del estado de humillante dependencia ".
Por todo ello -entre otras razones- " la doctrina social de la Iglesia asume una actitud
crtica ante el capitalismo liberal ". Ms claro imposible.
Por otra parte, no hay ms que comparar lo que los abanderados del "capitalismo
catlico" entienden por propiedad privada y mercado libre, con el sentido que la Iglesia
atribuye a esas mismas palabras, para darse cuenta de que, si bien coinciden los
trminos, los significados son diametralmente opuestos.
En lo referente al mercado es claro el distanciamiento del Magisterio con respecto a las
teoras liberales. Segn la Centesimus Annus " existen numerosas necesidades humanas
que no tienen salida en el mercado. Es un estricto deber de justicia y de verdad impedir
que queden sin satisfacer las necesidades humanas fundamentales y que perezcan los
hombres oprimidos por ellas ".
"Es deber del Estado proveer a la defensa y tutela de los bienes colectivos, como son el
ambiente natural y el ambiente humano, cuya salvaguardia no puede estar asegurada por
los simples mecanismos de mercado ".
"He ah un nuevo lmite del mercado: existen necesidades colectivas y cualitativas que no
pueden ser satisfechas mediante sus mecanismos; hay exigencias humanas importantes
que escapan a su lgica; hay bienes que, por su naturaleza, no se pueden ni se deben
vender o comprar. Ciertamente, los mecanismos de mercado ofrecen ventajas seguras.
No obstante, conllevan el riesgo de una idolatra del mercado, que ignora la existencia
de bienes que, por su naturaleza, no son ni pueden ser simples mercancas ".
Con respecto a la propiedad privada, conviene recordar que la Iglesia no ha dejado de
denunciar que, histricamente -y ms an hoy- han sido y son precisamente los
partidarios del liberalismo quienes, en virtud de la libre concurrencia por ellos postulada,
ms han contribuido a destruir la pequea propiedad que, ante la competencia del gran
capital, tiende a desaparecer, a ser absorbida y a concentrarse en manos de unos pocos.
En la Mater et Magistra, Juan XXIII, refirindose a los tiempos de Po XI -en sus das y en
los nuestros la situacin es todava peor-, escriba: " La libre concurrencia, en virtud de
una dialctica que le era intrnseca, haba terminado por destruirse o casi destruirse a s
misma; haba conducido a una gran concentracin de la riqueza y a la acumulacin de un
poder econmico enorme en manos de pocos, y stos muchas veces no son ni dueos
siquiera, sino slo depositarios y administradores, que rigen el capital a su voluntad y
arbitrio ".
Y es que, como sealbamos ms arriba, media un abismo entre el concepto de
propiedad liberal y el catlico.
Para la Iglesia Catlica " la propiedad de los medios de produccin, tanto en el campo
industrial como agrcola, es justa y legtima cuando se emplea para un trabajo til; pero
resulta ilegtima cuando no es valorada o sirve para impedir el trabajo de los dems u
obtener unas ganancias que no son fruto de la expansin global del trabajo y de la riqueza
social, sino ms bien de su compresin, de la explotacin ilcita, de la especulacin y de la
Un camino para conseguir esa meta podra ser el de asociar, en cuanto sea posible, el
trabajo a la propiedad del capital y dar vida a una rica gama de cuerpos intermedios con
finalidades econmicas, sociales, culturales: cuerpos que gocen de una autonoma
efectiva respecto a los poderes pblicos, que persigan sus objetivos especficos
manteniendo relaciones de colaboracin leal y mutua, con subordinacin a las exigencias
del bien comn y que ofrezcan forma y naturaleza de comunidades vivas; es decir, que
los miembros respectivos sean considerados y tratados como personas y sean
estimulados a tomar parte activa en la vida de dichas comunidades ".
Aqu vemos apuntada otra profunda diferencia entre los que postulan el capitalismo y las
enseanzas de la Iglesia.
Aquellos consideran que el fracaso del colectivismo marxista, y su estrepitosa cada
demuestra que no existe otra opcin econmica ms justa y eficaz que el liberalismo
econmico. Para ellos cualquier alternativa al capitalismo tiene que ser irremediablemente
un socialismo ms o menos encubierto, como el comunismo, la socialdemocracia, o el
llamado Estado del bienestar. No conciben otra forma de socializacin que aquella que
atribuye al Estado la propiedad de los medios de produccin, o su control por medio de la
presin fiscal.
Sin embargo, el Papa, denuncia esa postura maniquea, advirtiendo que " queda mostrado
cun inaceptable es la afirmacin de que la derrota del socialismo deje al capitalismo
como nico modelo de organizacin econmica ".
"Ingentes muchedumbres viven an en condiciones de gran miseria material y moral. El
fracaso del sistema comunista en tantos Pases elimina ciertamente un obstculo a la
hora de afrontar de manera adecuada y realista estos problemas; pero eso no basta para
resolverlos. Es ms, existe el riesgo de que se difunda una ideologa radical de tipo
capitalista, que rechaza incluso el tomarlos en consideracin, porque a priori considera
condenado al fracaso todo intento de afrontarlos y, de forma fidesta, confa su solucin al
libre desarrollo de las fuerzas de mercado " (CA).
"Tras el derrumbamiento del edificio ideolgico del marxismo-leninismo en los antiguos
pases comunistas, no se detecta tan slo una prdida de la orientacin, sino tambin un
apego ampliamente extendido al individualismo y al egosmo que caracterizaban y siguen
caracterizando a Occidente. Semejantes actitudes no pueden transmitir al hombre un
sentido de la vida y darle esperanza.
Todo lo ms, pueden satisfacerlo temporalmente con lo que l interpreta como realizacin
individual. En un mundo en el que ya no existe nada verdaderamente importante, en el
que puede hacerse lo que se quiera, existe el riesgo de que principios, verdades y valores
trabajosamente adquiridos en el curso de los siglos queden frustrados por un liberalismo
que no deja de extenderse cada vez ms " (Juan Pablo II, Discurso a los obispos
alemanes de las provincias eclesisticas bvaras en visita "ad limina" 4-12-92).
Es evidente, a la luz de estas ltimas palabras, que la indiscutible y evidentemente
intrnseca perversidad del comunismo no hace bueno al capitalismo liberal. Y adems no
hay que olvidar que, como ya dijera Po XI en su Divini Redemptoris, fue el liberalismo el
que prepar el camino al socialismo: " Para comprender cmo el comunismo ha
conseguido que las masas obreras lo hayan aceptado sin discusin, conviene recordar
que los trabajadores estaban ya preparados por el abandono religioso y moral en el que
los haba dejado la economa liberal ".
Pero adems, Juan Pablo II propugna -como acabamos de leer-, frente al reduccionismo,
escepticismo y desconfianza de los liberales, la invencin y adopcin de modelos de
socializacin que asignen la propiedad de la empresa y de la tierra, no exclusivamente al