Widmer, Urs - El Amante de Mi Madre (R1)
Widmer, Urs - El Amante de Mi Madre (R1)
Widmer, Urs - El Amante de Mi Madre (R1)
MI MADRE
Urs Widmer
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AGRADECIMIENTO A ESCRITORES
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PETICIN
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Para Nora
Era un buen director. Y era, cuando muri, el ciudadano ms rico del pas.
Posea la ms valiosa coleccin de partituras que exista; la hoja que rompi en
el momento de su muerte era la original. Le perteneca la mayora de las
acciones de un conglomerado de empresas que fabricaba y sigue fabricando
principalmente mquinas. Locomotoras, barcos, pero tambin telares y
turbinas y desde hace muy poco incluso instrumentos de precisin para ciruga
con lser. Articulaciones artificiales, y tambin esas minicmaras que se pueden
dirigir por los vasos sanguneos hasta el corazn y envan a una pantalla en el
exterior todo lo que encuentran en su viaje. La sede principal de la empresa
estaba y est en aquella orilla menor del lago que siempre est en sombras,
mientras que Edwin viva en la parte soleada, al otro lado del lago, en una
Urs Widmer
El amante de mi madre
Antao, de joven, haba sido pobre como una rata. Viva en un cuarto
amueblado en el barrio industrial, rabioso de ambicin y de dotes todava no
despiertas. Caminaba de arriba abajo por su cuarto como fiera enjaulada, con
relmpagos en la cabeza, chocando contra sillas y palanganas sin darse cuenta,
persiguiendo en su crneo una salvaje msica que no se dejaba atrapar. A veces
se rociaba con agua helada. Llevaba papel pautado en todos los bolsillos, y
durante sus paseos, similares a marchas forzadas, escriba retazos de melodas,
aunque apenas saba escribir las notas. Su forma de tocar el piano an era peor.
Pero viva en la msica, para la msica. A los conciertos de abono de entonces
de precios temibles, ya en aquellos tiempos iba en los descansos, cuando ya
no haba controles en las puertas y los melmanos ms cansados se haban ido a
casa. Entonces se sentaba en sus asientos, sosteniendo las miradas asesinas de
sus vecinos. De este modo escuchaba al menos todas las segundas partes de los
conciertos, que de todas formas siempre eran de Brahms, Beethoven, Bruckner.
Como no tena el bachillerato, las puertas del conservatorio estaban cerradas
para l. As que se hizo instruir de manera privada por un compositor local que,
cuando Edwin le expuso su situacin de indigencia, renunci a cualesquiera
honorarios. De todas formas trabajaba de forma irregular beba, si hay que
decir la verdad y era un adepto radical de Richard Wagner y Richard Strauss.
De todos los Richard en realidad, incluso quera a Franois Richard ms de lo
que mereca. Cantaba su Ruisseau qui cours aprs toy-mesme en casi todas las
clases, acompandose a s mismo al piano con enrgicas octavas, aunque el
original exige una delicada voz de lad. Despus, mucho despus, Edwin
haba tenido ocasin de comprar uno en una subasta, por una minucia. Primero
puj titubeando, luego se lo dej a un grueso caballero que sudaba
abundantemente y representaba a la J. Paul Getty Foundation for Ancient
Music. Recre la obra de Gesualdo, tembl con las maravillas de Mozart,
soport las prolongaciones de Schubert, y pronto escribi una primera obra
propia, una sinfona en dos movimientos que el compositor local ley
meneando la cabeza. Cuando el primer fuego de la composicin se hubo
apagado, aprendi a tocar el piano (el compositor local era muy perito en esto).
Pero no poda ensayar cmo iba a hacerlo, si no tena piano, o slo poda
hacerlo cuando el compositor se haba emborrachado y dorma en la habitacin
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Urs Widmer
El amante de mi madre
de al lado. As que siempre fue un pianista para el que incluso los movimientos
lentos eran demasiado rpidos. Cuando ya estaba al borde de la desesperacin,
un da el compositor local le ense cmo se dirige. Cmo se marca una
autntica apertura o se provoca un ritardando, todo eso. Conoca todos los
movimientos de la batuta. Incluso cuando estaba borracho, o precisamente
entonces, marcaba sin el menor problema un comps de seis por nueve con la
mano izquierda y uno de cinco por ocho con la derecha. Edwin se dio cuenta,
para su asombro y tambin el de su maestro, de que tambin l poda hacerlo,
casi de golpe. Supo enseguida que la direccin era su destino. Se abri paso
trabajando el compositor local se sentaba al piano y sustitua para l a la
orquesta a travs de las obras de Johann Sebastian Bach, Haydn y
Mendelssohn, ms adelante incluso de todo Debussy. Su interpretacin de
Peleas y Melisande le sali tan intensa que, cuando un da la toc con una
verdadera orquesta, se entristeci mortalmente porque no sonaba, ni con
mucho, tan grandiosa como la haba imaginado. Una clara maana de verano,
su maestro le dijo que ya no tena nada que aprender con l... con l! Lo abraz.
Edwin se fue. Ya no se volvi, y no vio que el compositor local estaba en la
ventana, con una mano alzada en seal de despedida y una botella en la otra.
l silbaba en voz baja. Sin duda segua sin saber componer, y su forma de tocar
segua siendo lamentable; pero cuando lea una partitura la oa, y ahora tambin
saba dirigir. Se haba ganado la vida los estudios no le haban costado
nada pintando a destajo postigos de ventanas, atendiendo las mesas en un
local con jardn y clasificando cartas en la oficina central de Correos.
Urs Widmer
El amante de mi madre
En una ocasin, cuando tena cinco o seis aos, estaba jugando en el pasillo
con sus muecas les enseaba modales y la puerta del despacho se abri, y
su padre estaba en el umbral, con los ojos centelleantes, los labios convertidos
en una ranura, con una barba igual que una pala. Con la barba, sealaba al
interior de la habitacin. Mi madre pequea entr temblando, se qued de pie
sobre una alfombra en la que se hundan sus pies desnudos, delante del frreo
escritorio tras el que su padre, oscureciendo la ventana, se agrandaba. Libros
oscuros por todas partes, sordas lmparas con cuentas de cristal, bustos de
mrmol griegos de Zeus o Apolo, tubos de ensayo, un terrario en el que
reptaban escorpiones y araas cruceras. El padre estaba all de pie y callaba, la
miraba, la miraba y la miraba, y finalmente dijo, sin abrir la boca: Nadie te
quiere! Nadie! Por tu condicin!, rugi abruptamente. A tu cuarto!, bram.
Que no te vea ms! l y su esposa haban querido ir a Miln. Buen hotel,
buena comida, buenos vinos, quiz La Traviata en la Scala, o por lo menos Tosca.
Pero nadie haba querido quedarse con mi pequea madre durante unos das,
ninguna de las tas, primas, madrinas, amigas. sa? Jams! Ni siquiera
Alma, con la que slo se hablaba en caso de extrema necesidad, haba estado
dispuesta a cuidarla. Por su condicin. Los padres se quedaron en casa. Mi
madre fue a su cuarto. Se qued, sin llorar, de pie junto a la ventana y se
pregunt cul sera su condicin, que haca que ni siquiera su padre y su madre
la quisieran. Tampoco ms adelante llor jams. Sus ojos estaban tan secos que
dolan.
O no coma, puede que tuviera seis, incluso ocho aos. Espinacas, coliflor,
alguna de esas porqueras sanas. Yogur!, preparado por la criada, a veces por la
propia mam. Entonces el padre exiga que se lo tomara todo, hasta el ltimo
bocado. Aunque tardara tres das, un ao. A menudo estaba sentada sola en su
cuarto, con el yogur delante, rgidas las paredes del estmago. No poda tragar
bocado. El padre, a la hora de la siguiente comida, no le dedicaba ni una
mirada, coma su filete con ptreo goce. Ante ella segua estando el yogur
mediado. El moho no era txico para los nios. Slo una vez, una nica vez
haba intentado ella tirar a escondidas el yogur dentro de un florero. El padre,
omnisciente, meti la mano, mostr el ndice lleno de yogur, se limpi sin decir
Urs Widmer
El amante de mi madre
Urs Widmer
El amante de mi madre
estaba cerca de las estrellas, les gritaba, reciba su risa como respuesta. Dios, con
Dios no se trataba; pero a veces vena el pequeo Jess del Camino, y le peda
consejo sobre el futuro del mundo. As que a veces tambin tena que ser una
juez estricta. Se suba a una tribuna, en lo alto de una sala parecida a una iglesia,
que estaba llena de hombres negros que haban hecho o planeado algo malo.
Entonces tena que hervirlos en aceite, era inevitable, cortarles la cabeza, tirarlos
de la torre. De nada les serva implorar, arrastrarse de rodillas y juntar las
manos para alcanzar su perdn. Ella se mantena justa, sealaba hacia abajo con
el pulgar. Entonces algo la despertaba, por ejemplo un perro que ladraba en
la calle, o el crujir de una tabla (los padres, que se retiraban en silencio). En esos
momentos se sobresaltaba, miraba trastornada alrededor, concentraba los cinco
sentidos. Luego, a la hora de cenar, los grandes ojos de mam. Qu pasaba?
Por qu su padre la miraba as?
Urs Widmer
El amante de mi madre
Por suerte, Ultimo era un buen estudiante. El maestro del pueblo se dio
cuenta, algn clrigo intervino, el prroco del distrito de Villa di Domodossola,
y de pronto el inteligente Ultimo se encontr al otro lado del paso, al otro lado
de las montaas. Se convirti en educando del internado jesuita de Brig. Sin
duda ese colegio sacro le gan una aversin vitalicia hacia todo lo religioso
posteriormente nunca volvi a ir a misa, y no bautiz a su hija, pero aprendi
mucho. Un alemn cantarn y rezos latinos, pero tambin a sumar, restar,
dibujar con precisin, ordenar, mezclar y separar, disecar escarabajos,
transformar cubos en conos de tal modo que su contenido siguiera siendo el
mismo. Hizo una brillante revlida. La celebracin final tuvo lugar en la
catedral. Unos centenares de ciudadanos conmovidos. Un obispo, o algn otro
jerarca eclesistico, rez y reparti los diplomas y volvi a rezar, incluso acarici
los cabellos a Ultimo al darle su diploma. Fue la ltima vez que Ultimo vio una
iglesia por dentro. Despus, cuando haca viajes formativos con su esposa
Chartres, Autun, Vezelay, siempre esperaba fuera, ante el prtico de la iglesia,
mientras ella recorra asombrada criptas y cruceros. Acudi a la Politcnica
regional (obtuvo una beca, a pesar de ser extranjero), se convirti en ingeniero
mecnico y, exactamente a los veinticuatro aos, entr a trabajar en aquella
fbrica en la orilla en sombra del lago, por aquel entonces an un pequeo
taller. Unos cuantos barracones en los que se fabricaban tornillos de gran
calibre, roscas que giraban a la derecha y a la izquierda, husos de metal, resortes
y zapatas para frenos. Ultimo se sentaba en un despacho, un cobertizo de
madera, y tramitaba los escasos encargos. Se cas y tuvo una hija, mi pequea
madre. Luego vino la Primera Guerra Mundial. Los beligerantes de uno y otro
lado necesitaban tanta maquinaria (convertan tanta en chatarra) que cuatro
aos despus la explotacin era una gran empresa y Ultimo uno de sus
subdirectores. Le corresponda la produccin de vehculos industriales, una
seccin que creca rapidsimamente. Ahora ganaba mucho dinero: construy
una casa, llevaba trajes de franela ingleses, tena una doncella, haca traer de su
vieja patria el queso, la carne seca, el maz para polenta y el vino, y compr un
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Urs Widmer
El amante de mi madre
gramfono ante el que se sentaba noche tras noche, con un jerez en la mano, a
escuchar con arrobo cantar a Caruso La donna mobile. Fumaba puros. Adquiri
la ciudadana de su nueva patria. Compr uno de los primeros coches de la
ciudad, un Fiat Barbera rojo, un cabriol que se trajo en persona de Turn. Los
asientos, el tablero de instrumentos, todo haba sido montado conforme a sus
deseos. Condujo cantando por las montaas (evit el Simplon porque tema al
espritu de su padre haca mucho que haba muerto y a los fantasmas de los
mulos). Cambi tres ruedas y se quem al abrir, ingenuo, el radiador para echar
un vistazo al agua. Con la mandbula abrasada y las manos vendadas, condujo
de un humor radiante a pesar de todo su maravilloso vehculo dejando
atrs bosques, barrancos, pueblos y nubes de polvo. A la luz del sol poniente,
lleg a su casa y fue recibido con flores por su esposa y su hijita. Sonriente, se
quit las gafas de piloto, la gorra de cuero y el guardapolvo. Los vecinos que
miraban a hurtadillas por entre la cerca desaparecieron como lagartijas en sus
escondrijos cuando l los salud con la mano, Qu hermosa era la vida!
Entonces su mujer muri, su hija creci y se hizo adulta, de una inesperada
belleza, y l se convirti en una piedra. Dej de hablar, apenas coma, se pasaba
las noches en vela, escuchaba docenas de veces aquella cantata de Johann
Sebastian Bach en la que el tenor, con esplndido canto, se alegra de ver llegar
su muerte. Dej de comprar ropa, dej de comprar todo en realidad, apagaba
siempre todas las luces de la casa y ventilaba todas las habitaciones. El 26 de
octubre de 1929, el da siguiente a aquel viernes negro, abri el peridico de la
maana y ley que haba perdido todo su dinero. De la noche a la maana,
volva a ser pobre. Se levant de su silln, abri la boca, se llev las manos al
corazn y cay con estrpito al suelo. Se qued all, sobre una valiosa alfombra,
vestido con un albornoz prpura, el crneo entre las hojas de la palmera de
interior que haba derribado al caer. Sus ojos fijos miraban hacia la ventana, ante
la cual el sol an no haba salido. El albornoz se haba abierto, l yaca desnudo
de espaldas. Su piel, antao del color del pino de los Alpes, reluca ahora como
cobre viejo. As lo encontr mi madre. Lo tap, desprendi el arrugado
peridico de sus dedos y ley la noticia que lo haba matado. Pero slo algn
tiempo despus comprendi que ahora la vida de rica se haba acabado tambin
para ella. Ahora slo miraba fijamente, con los puos apretados contra la boca, a
ese hombre que se le haba vuelto extrao, que en la muerte pareca un prncipe
oriental esperando los ltimos homenajes.
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El amante de mi madre
del padre del padre de mi madre, su esposa, no por negar su breve amor por l,
que haba durado una sola noche: al contrario, durante toda su vida rindi culto
al desaparecido. Tena un pequeo altar, y en l una vela siempre encendida
que, como no tena ninguna foto suya, iluminaba un enigmtico Algo que el
negro haba llevado colgado del cuello. Un diente? Una garra? Pasaba horas
arrodillada ante la llama eterna, besaba la reliquia, gritaba el nombre que le
haba quedado: Negro!. El negro haba sido expulsado de su pas por el
hambre, por las luchas tribales. Era, como toda su tribu, alto y flaco, y los
victoriosos rivales eran bajitos y recios. Envidiaban a los ms flacos el negocio
de los dtiles, y adems tenan otra religin. Su dios era un perro, mientras el
dios de los flacos era un len. Sus dignatarios, los iniciados, llevaban siempre
encima una parte de un len, un pelo de la cola, una pata, un hueso de la
quijada. Acosaban hasta la muerte, como su animal totmico, a bfalos o es,
corriendo tras ellos durante horas y das hasta que sus vctimas se rendan.
Nadie sabe cmo lleg el negro a Europa, si toc tierra en Gnova o quiz en
Livorno, cmo avanz y avanz sin detenerse, sin comer ni beber, rodeando
pueblos en los que ladraban perros, atravesando campos de maz y viedos y,
finalmente, fue a parar a aquel valle rocoso que suba a pico, directamente a lo
ms alto del iceberg, que brillaba a la luz del atardecer. Jadeaba, se tambaleaba,
apenas vea ya adnde iba. Cuando pasaba delante de unas pocas casas, ms
bien montones de guijarros, se derrumb. Cay sin sentido. As lo encontr una
mujer joven. Lo arrastr hasta su casa caminando hacia atrs, tirando de las
piernas. Ya no haba luz. En la oscuridad, lo desnud, le dio a beber agua, lo
lav. Para calentarlo, se peg a l, lo frot con paos, le deca: Despierta! Pero
despierta!. Lo acarici, lo bes, le implor. Jams haba respirado una piel as.
Cielo, rezaba, haz que vuelva a la vida, a mi vida. En algn momento de
la ms tenebrosa noche el negro se movi, gimi de un modo tan estremecedor,
solloz con tanto dolor, que la mujer redobl sus esfuerzos. Nadie sabe qu
ocurri exactamente esa noche, nadie vio a la pareja, que no se vea. Pero
gritaban, aullaban, eso lo oyeron todos. Bramaban. Hasta rean! Luego, hacia el
amanecer, se quedaron callados, y quiz tambin los otros se durmieron en sus
lechos. Sea como fuere, cuando el sol penetr por entre las rendijas de la puerta
de la bveda y alumbr a los amantes, la mujer yaca durmiendo de espaldas,
desnuda, respirando con suavidad, sonriendo en sueos, con los brazos y las
piernas muy abiertos. El negro estaba muerto. Tena la boca abierta, y los ojos
muy abiertos estaban llenos de lgrimas. Los vecinos rodearon perplejos a la
pareja, sin atreverse a despertar a la mujer, a tocar al muerto. Por fin un anciano
el padre de la mujer? hizo de tripas corazn y los cubri a ambos con una
chaqueta. La mujer enterr al negro, su felicidad durante una noche, bajo un
castao junto a la casa. Nueve meses despus dio a luz un hijo, al que llam
Domenico. As ocurri que el padre del padre del padre de mi madre era
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Urs Widmer
El amante de mi madre
Ahora Edwin era director, pero sin orquesta. Para alguien como l, el atril
de la Filarmnica segua estando ms lejos que la luna. As que cre su propia
orquesta, convenciendo a todo el que se encontraba y saba tocar un
instrumento para que colaborase con l. Principalmente fueron alumnos y
alumnas del conservatorio; en todo caso, cuando logr reunir a su grupo de
msicos ninguno tena ms de veinticinco aos. Nadie a excepcin de un
violinista que iba para sesenta Edwin lo nombr concertino y acababa de
dejar la Filarmnica a consecuencia de una disputa: se haba discutido, en un
ensayo, sobre la ejecutabilidad de la nueva msica, y haba tenido la osada de
rebatir al director jefe un funcionario de la msica, de secos huesos, al que
an le quedaban muchas dcadas de ocupar ese puesto cuando dijo que
desde el cambio de siglo no se haba producido una sola obra musical que se
pudiera tocar. Y Korngold?, haba gritado l. Huber? Bartk! Haba
sido despedido en el acto. Por eso abri el primer concierto de la Joven
Orquesta as bautiz Edwin a su nuevo con junto con la Suite op. 4 de Bla
Bartk. Le sigui el Concierto para flauta piccolo y cuerda de Alexander von
Zemlinsky. Entr en el programa porque uno de los mejores amigos de Edwin
y, por el momento, el nico instrumentista de viento de la orquesta era un
flautista, un joven virtuoso que amaba especialmente la piccolo. El final lo
constituy el estreno de Cinq variations sur le thme Le ruisseau qui cours aprs
toy-mesme de Franois Richard, obra del compositor local. Edwin quera un
estreno a toda costa y no haba encontrado otro compositor dispuesto a y capaz
de escribir en tan breve perodo algo para l. El compositor local se haba
alegrado mucho al recibir la peticin de Edwin, esa misma noche haba llenado
cinco o diez hojas de papel pautado con su escritura genial. Luego no haba
llegado ms que hasta ah, de manera que Edwin se conform con esos bocetos,
coloc de algn modo las hojas en orden y orquest las voces de todos modos
las notas eran casi indescifrables lo mejor que pudo. Como no dispona de
instrumentos de viento el flautista apareca como solista, el murmullo del
arroyo que daba ttulo a la obra hubo de ser asumido por los contrabajos. Los
ensayos fueron implacables. Si alguien llegaba tarde se haca objeto de la ira de
Edwin, y si no haba estudiado su parte, an ms. De hecho, Edwin era tan
severo que sus msicos, sobre todo las mujeres, estaban completamente
entusiasmados con l desde el tercer da de los ensayos. Ensayos a primersima
hora de la maana los estudiantes tenan que acudir a sus cursos en la escuela
de msica, ensayos hasta entrada la noche: todos alzaban la vista hacia Edwin
con entrega creciente. Estaba tan seguro de s mismo! El da del concierto, todos
tenan los nervios a flor de piel, y todos saban que hoy iba a ocurrir algo
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Urs Widmer
El amante de mi madre
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limpiando los zapatos con sus tiernas manos, supo lo supo! que estaba
prohibido, horriblemente prohibido, ver lo sublime, y que el Seor haba
observado su crimen. Yesos zapatos pisaron, le pisaron el rostro o el abdomen.
Pero ella permaneci muda, porque ante el rey no se hace ruido alguno.
Mortalmente feliz, se recogi en el rincn ms profundo de su cueva. Algn
ruido la despert, volvi a la vida. Fue rpidamente a la cocina o al cuarto de
recibir, limpi una mota de polvo, coloc en su sitio una silla. Pasaba las
noches (entonces an poda dormir) sumida en negros sueos. Se levantaba
todas las maanas a las seis. Tena que levantarse. El padre era muy
tempranero, y esperaba (no poda imaginar otra cosa) que ella le hiciera el
desayuno. Igual que lo haba hecho su mujer. Como todas las mujeres, antes.
As que ella haca caf, coca el pan, mientras el padre, sentado a la mesa en el
saln, lea el peridico de la maana. En verano la cosa era llevadera, haba
un sol tempranero en las ventanas. Pero en invierno! Su dormitorio era como el
hielo. (El padre no toleraba que encendiera la estufa durante la noche.) Sus
vestidos estaban tiesos y congelados. Bragas que crujan al pasar por los tobillos.
Medias tintineantes. El torbellino que giraba dentro de ella amenazaba
entonces con arrastrarla hasta la piel y los huesos. Como si pudiera hundirse en
s misma, volverse hacia dentro y desaparecer, definitivamente, arrastrada a su
interior por un remolino de Muerte. Un terror. Un miedo. Pnico. En das
as, era doblemente precisa. Deca a cada msculo lo que tena que hacer. Haca
cada cosa a conciencia. Ahora el tenedor! Ahora el cuchillo! Si en el libro de
cocina familiar deca que haba que poner cincuenta gramos de harina, pona
cincuenta. Ni cuarenta y ocho ni cincuenta y uno. Prefera pesar cuatro veces la
harina. Era una buena cocinera. El padre la elogiaba, s, s, esto est bueno, nia.
Casi como en casa. Como en casa? Ella haba pensado que esto era en casa.
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Se lanz al trabajo. Haba tanto que hacer! Hasta entonces, slo por poner
un ejemplo, el dinero de las entradas vendidas iba a parar a una caja de zapatos,
de la que Edwin coga lo que necesitaba para la orquesta. Ahora, mi madre
abri una cuenta en el Creditanstalt y compr cinco archivadores Leitz que
rotul y puso en una estantera. Los miraba, y su corazn palpitaba. Ingresos!
Gastos! Correspondencia general! Abonos! Publicidad! Tena una hermosa
caligrafa. Su contabilidad, escrita con un agudo plumn y tinta china, era una
obra de arte. Una cifra debajo de otra, trazos delicados y separaciones como
vigas. Las lneas trazadas a regla, los resultados finales en rojo y con doble
subrayado. Ni un solo borrn. Naturalmente, ella haba pagado los
archivadores. Pagaba tambin el papel, el franqueo, la impresin de las
octavillas. Se haba atrevido al fin y al cabo tena veintitrs aos! a pedir a
su padre una asignacin mensual. Se haba plantado all, ante el escritorio tras
el cual l reinaba, con los puos apretados, la mandbula roja y tendida hacia
delante. Temblaba. El padre la mir: su hija. Qu significaba esto? Le daba de
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abogados amigos. (Los Bodmer, los Montmollin, los Lermitier tenan otro tipo
de invitados.) En invierno eran fiestas a la luz de candelabros, en salones de los
que se haban retirado las mesas de roble y las alfombras. En verano, fiestas en
los parques llenos de farolillos. Mi madre ya no llevaba vestidos cerrados hasta
el cuello, sino que volaba sobre el parquet con la falda al viento. Amplios
escotes, colores relucientes, estampados de flores. A veces, una rosa roja sobre
un pecho. Bailaba apasionadamente, con una seriedad inconmovible, incluso
cuando haca mucho que los otros, animados por el champn, no hacan ms
que dar saltos. Ella se deslizaba. Sus hombros se mantenan siempre a la misma
altura, si le hubieran puesto una copa de champn en ellos no se habra
derramado ni una gota. Pronto los mejores bailarines quisieron bailar con ella,
con ella, con ella. Ella se someta gustosa a cada uno de ellos, reaccionando a su
gua cuando an estaba naciendo en l. Cuando uno de los hombres, un tal
seor Hirsch el seor Hirsch era un alemn de Frankfurt y se haba
matriculado por dos semestres en la universidad de la ciudad, confundi su
entregado danzar con pasin por l y la bes en un invernadero, se qued rgida
como un palo. Hasta entonces jams haba pensado en ello, pero pudo decir sin
titubeos al seor Hirsch, con verdadera indignacin, que se preservaba para el
hombre adecuado y que l no lo era. (De hecho no observaba que sus amigas,
todas sin excepcin, se fundan con sus parejas de baile como la cera al sol, y
que, en ese mismo invernadero o en los rincones oscuros del jardn, disfrutaban
con entusiasmo de inequvocos avances bajo las faldas. Que sus labios
respondan a los que los besaban. No crea posible una cosa as, en el caso de
amigas, de mujeres, a las que conoca y que eran como ella.) Sigui bailando,
gir y gir. En los ardientes veranos, las hijas de los abogados y los hijos de
los subdirectores emprendan excursiones por bosques y praderas hasta
solitarios lagos de montaa en los que se baaban con improvisados baadores
calzoncillos, bragas que despus, de vuelta en tierra, se pegaban al cuerpo.
A veces los hombres incluso nadaban desnudos. Eran los aos veinte, an,
nadie era mojigato, no exista una cosa as. Los hombres sonrean con aire de
enterados mientras recitaban poemas en los que se cantaba el disfrute del opio.
Las mujeres se peinaban a lo chico y fumaban en largas boquillas cigarrillos
egipcios. Tambin mi madre se baaba en ropa interior, y a su lado nadaba
totalmente desnudo el seor Hirsch. Eso estaba bien, eso no era el problema.
Sacaban sus cestas de picnic, mojados, vestidos slo a medias, rean y gritaban.
Mi madre, sentada un poquito al margen, sonrea con seriedad. Ahora, su
padre le prestaba a veces el coche. A menudo la banda entera se meta en l,
unos encima de otros, con mi madre al volante. Iban hasta una hospedera al pie
de los Alpes o daban la vuelta al lago. Hacan pausas sentados a mesas de
madera, bajo los viedos; nadie, ni siquiera mi madre, estaba del todo sobrio al
caer la tarde. El Fiat iba ahora completamente descubierto, y los campesinos
miraban meneando la cabeza el extrao convoy, cuando desapareca hacia el sol
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Urs Widmer
El amante de mi madre
La primera vez que la Joven Orquesta fue invitada para tocar fue en Pars.
All tenan lugar las 3mes Journes de Musique Contemporaine, un evento que
presentaba la ltima msica y que ya se haba hecho un nombre con el estreno
en Francia de la Rhapsody in Blue. Mi madre escribi y envi telegramas, y
finalmente todos veintiocho msicos, su director y ella estuvieron sentados
en el tren de Pars. Cada uno de ellos llevaba en las rodillas un paquete con el
almuerzo que mi madre haba preparado en su cocina la noche anterior. Un
sndwich de queso y una manzana, y sirope de frambuesa en cantimploras.
Todos estaban de un humor radiante y se mostraban unos a otros los charcos y
estanques iluminados por un plido sol ante los que el tren pasaba volando.
Chopos, sauces llorones, bosques de colores, aqu y all un lejano pueblo de
casas grises. Todo liso como el fondo de una olla entre Basilea y Pars Est.
Llegaron por la tarde, la tarde antes del concierto, buscaron el hotel que el
primer contrabajista haba recomendado a mi madre, que ella haba alquilado
de arriba abajo y que result ms miserable an de lo que ella haba imaginado
en sus peores fantasas. Paredes mojadas, alfombras deshojadas con grandes
estampados en un lgubre azul o en rojo burdeos. Pero estaban en Pars, la
miseria formaba parte del folclore y haca an ms hermoso el resto de la
ciudad. Pasearon, una columna de parloteantes chicos y chicas, por el Quartier
Latin, se quedaron mirando asombrados Saint Germain des Prs y comieron en
un local que se llamaba la Soupe Chinoise. Hubo chop suey para todos, un
plato que ninguno de ellos conoca y costaba tres francos. Adems, un ballon
de rouge: Edwin, el hombre de mundo, saba pedir correctamente. Tarde,
felices, algo achispados, se hundieron en sus camas, y el hotel, si los ltimos
transentes que volvan a casa hubieran tenido odo para ello, tembl con la
regular respiracin de los treinta durmientes, todos ellos soando en modo
mayor. A la maana siguiente, mi madre se fue sola en el metro a la
Mutualit e inspeccion la sala. Era una cueva carente de luz, llena de pancartas
del Syndicat des Transports Publics Parisiens, pero, inundada de luz por las
noches, tena un impresionante ambiente. Eso afirmaba en todo caso el
representante de los organizadores, un joven que trataba de parecerse a Trotski.
Mi madre coloc las sillas y los atriles. El ensayo en la sala discurri a
satisfaccin de todos, todos estaban tan excitados que apenas les irrit que no
funcionase la calefaccin slo estaban en octubre, pero era un octubre fro
como un diciembre y en la sala no hubiera ni doce grados. Por la tarde estaba
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Urs Widmer
El amante de mi madre
apenas ms clida. Vinieron treinta y cuatro oyentes, entre ellos Maurice Ravel,
que se sent, delgado, envuelto en un grueso abrigo, en la esquina de la tercera
fila, junto a una joven de entre cuyas muchas pieles asomaba tan slo la punta
de la nariz. La Joven Orquesta toc las canciones de Tagore de Willy Burkhard,
la Zarabanda para orquesta de cuerda y continuo de Armand Hiebner y la segunda
suite de ese mismo Ravel que se sentaba all abajo en la sala. Acabado el
concierto, Ravel se adelant y dio la mano a Edwin. Bien, trs bien, murmur.
Continuez comme a. El que no se sumara a la comida no quebr en absoluto
el buen humor, y Edwin grit que la comida y la bebida corran de cuenta de la
Joven Orquesta. Mi madre se puso primero blanca del susto y luego fue
arrastrada cada vez ms por la alegra de todos; al final, pag alegremente una
suma que pulveriz el recin confeccionado presupuesto anual. A las dos o las
tres todos estaban borrachos y saciados, y la orquesta estaba en bancarrota.
Recorrieron cantando el Boulevard Saint-Germain, su hotel estaba en una de las
estrechas calles laterales. Edwin se haba colgado de mi madre que, como l,
cantaba a voz en grito: igual de inocente que l. La orquesta entera cantaba con
mltiples voces. Eran ms bien canciones como Hoy voy a Maxim o Quisiera ser
un pollo que obras del repertorio. En el hotel todos andaban tonteando y
abrazndose, Edwin aterriz de algn modo en el cuarto de mi madre y la
bes. Naturalmente, ella le devolvi sus besos. l era el adecuado. Se qued
toda la noche, el corto resto de la noche, y al amanecer seguan retozando,
riendo, enamorados, acaricindose y besndose, liberados y satisfechos. Fue
maravilloso. A las siete de la maana, mi madre se levant Edwin sigui
durmiendo porque an tena que ir a la Mutualit antes de que saliera el tren.
La liquidacin y el sombrero de fieltro olvidado por un violista. El joven Trotski
volva a estar all, tambin l con sntomas de trasnoche. Mi madre cobr los
porcentajes de los treinta y dos oyentes que haban pagado bastante poco,
firm el recibo y bes al revolucionario a modo de despedida. l no supo cmo
haba ocurrido, y se puso rojo como un tomate. Mi madre se puso el sombrero
del violista, corri a la Gare de l'Est, salt al ltimo vagn del tren y se apretuj
todos los departamentos estaban llenos junto a la cellista. Edwin tambin
estaba en algn sitio, leyendo una partitura. Ahora todos estaban ms callados
que en el viaje de ida. Tambin mi madre dorma, con la cabeza apoyada en el
hombro de su amiga. Ms tarde mir parpadeando los ros y los pastos que
pasaban. Vacas, caballos, campesinos que miraban pasar el tren y se rascaban la
cabeza. Volva a ser de noche cuando llegaron a casa. Se separaron sin grandes
despedidas. Mi madre se fue a pie a casa, atravesando la ciudad. Sus pies
susurraban en la hojarasca, su corazn arda.
Urs Widmer
El amante de mi madre
saln porque mientras trasteaba en la cocina con la cafetera haba odo una
especie de grito, un gorgoteo de ayuda, un bufido de ira. Ultimo yaca junto a la
palmera de interior y tena el peridico del sbado arrugado en el puo de la
mano derecha. Miraba fijamente hacia mi madre con espantosa expresin, con
la boca muy abierta, y respiraba a impulsos irregulares. Mi madre supo
enseguida que eso era la Muerte. De hecho, Ultimo estaba silencioso y sin
movimiento alguno cuando el mdico entr corriendo, menos de un cuarto de
hora despus. Aun as se arrodill junto a l, auscult el corazn y los
pulmones, le tom el pulso y le enfoc los ojos con una linternita. Cuando se los
cerr con dos dedos de la mano derecha, los labios de mi madre empezaron a
temblar. Temblaron la mandbula y las manos, las rodillas, hasta que se
desplom en un escabel. Ultimo yaca desnudo el albornoz abierto, ajeno e
indignado. Gruesos labios, blancos cabellos, una barba de alambre. Piel negra.
Mi madre temblaba de pies a cabeza, y tuvo que agarrarse a la cornisa de la
chimenea cuando se levant a echar una manta sobre l. El mdico carraspe y
dijo: Bueno, tengo que irme, y slo entonces ella se dio cuenta de que no
llevaba ms que un impermeable sobre un pijama a rayas azules y blancas, y de
que sus pies calzados con zapatillas no llevaban calcetines. Animo, seorita!
Cerr la puerta tras de s, sin volverse ms. Mi madre pas an una hora
temblando, y luego empez a organizar el entierro, sin pensar, como si fuera
otro viaje de la orquesta. Las esquelas, los muchos faire-part casi cien,
direcciones de Francia, Italia, Estados Unidos, la oficina del registro civil, la
parroquia. La funeraria. Eligi un atad digno de un rey, aunque o porque
Ultimo jams se habra tendido en uno as. El entierro tuvo lugar en un
cementerio que en realidad llevaba largo tiempo cerrado, arriba en las antiguas
fortificaciones de la ciudad, la fosa en un jardn lleno de ster y rboles
antiqusimos, desde el que los muertos podan ver el mar y las blancas
montaas. Cuando se cas, Ultimo haba adquirido un panten familiar que
ofreca espacio a cuatro muertos. Su mujer yaca en l desde haca nueve aos.
Ahora le tocaba el turno a l. La madre, mi madre, fue enterrada a su lado
cincuenta y cinco aos despus, as que an queda un sitio libre. La tumba est,
exactamente igual que entonces, entre los monumentos funerarios, grandes
como palacios, de las familias Scheuchzer-Vom Moos y Ebmatinger, y muestra
Ultimo haba encargado la escultura despus de la muerte de su mujer, al
mismo artista que haba creado el grupo en memoria de los Ebmatinger a un
ngel de mrmol de alas gigantescas, roto por la afliccin, que consuela o
aplasta a un hombre humilde con sombrero y carpeta y a una muchacha,
arrojados encima del cuerpo de una mujer. Ambos estn hechos en una piedra
un poco ms oscura, y la muchacha presenta un avanzado estado de gestacin.
Era un resplandeciente da de otoo. El cielo azul, como pintado, y en l
pjaros volando muy alto. La mitad de la ciudad a excepcin de los Bodmer,
los Montmollin y los Lermitier, naturalmente se apretujaba entre los sauces y
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El amante de mi madre
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El amante de mi madre
entierro de Ultimo sin saber si estaban emparentados con l o no. Tambin ellos
lanzaban sus sombreros al aire, igual que la servidumbre, que pareca alegrarse
an ms que los seores y bailaba violentas danzas. Mi madre fue estrujada y
besada, por todos varias veces. Pero, de repente mi madre, mareada, se haba
quedado de pie en medio de la grava, aferrada a su maleta, todos
enmudecieron. Se quedaron inmviles. Reson una msica? En cualquier caso
entre ellos se abri un callejn, y por l avanz el to mayor, poderoso, radiante,
otra vez con los brazos abiertos. Willkommen! En alemn! Levant en vilo a
mi madre, la sacudi con maleta y todo por encima de l en ese momento
todos volvieron a armar jaleo y no volvi a dejarla en el suelo hasta que ella se
lo implor con desesperacin. Qu alegra! Oh, s, era esplndido! Mi
madre se dej arrastrar hasta la casa por el to mayor, sin voluntad,
complaciente, entregada. Le dieron una habitacin que un da haba sido celda
monacal. No haba en todo caso cruz alguna, en ningn sitio. En cambio haba
una cama, un lavabo con un viejo aguamanil de porcelana, un armario, una
mesita de noche con una palmatoria. Ante la ventana resplandeca el cielo, en el
que el sol estaba en ese momento hundindose detrs de lejanos viedos.
Volaban las golondrinas. Cantaban los grillos. Un gato caminaba por entre las
adelfas, sumergidas en una luz incendiada. Luego todos, sin duda no menos
de veinte hombres y mujeres, se sentaron a una larga mesa en la cocina, bajo
una gran bveda llena de ollas y sartenes. Lmparas de petrleo iluminaban los
rostros, en los que resplandeca la blancura de ojos y dientes. Su familia!
Naturalmente, mi madre se sent al lado del to mayor, que llenaba su plato una
y otra vez, como si ella estuviera murindose de hambre. A su otro lado se
sentaba la esposa del to mayor. Era, como l, gigantesca, pero delgada, casi
flaca. Iba enteramente vestida de negro, aunque todos seguan vivos, y cuando
hablaba tena esa erre extraamente spera, quella erre lombarda, que hace
sentirse humildes incluso a reyes de lejanas regiones porque les dice todo lo que
an les falta en cuanto a poder y cultura. Enfrente se sentaba el tercer to, que
tena algo de carpa, porque abra y cerraba la boca incesantemente. La ta y las
esposas de los dos tos pequeos cocinaron. El fuego arda a llamaradas cuando
abran las puertas del horno o levantaban la tapa de una sartn con un gancho
metlico. Sus sombras se movan gigantescas en las paredes. La comida tena un
sabor magnfico, e igual de sabroso era el vino que el to mayor serva de
panzudas botellas sin etiqueta. Todos hablaban y rean, incluso mi madre.
Mucho despus, hacia media noche ya, la puerta se abri y un hombre entr
corriendo. Estaba tostado por el sol y llevaba un piolet en una mano y un ramo
de rosas alpinas en la otra. Un hola general, risas, gritos. Boris!, grit el to
mayor, y se puso en pie con tal energa que derrib la silla. Tu madre ya estaba
preocupada! Boris era su hijo. Ese da haba escalado la Cima Bianca por
una ruta nueva. Mientras daba cuenta de un plato lleno de polenta y rag,
contaba radiante sus aventuras. Cadas de piedras, resbalones en el hielo, un
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El amante de mi madre
El to mayor era el nico que hablaba en voz baja, pero todos escuchaban lo
que deca. l era la ley. Sus hermanos, los tos pequeos, parecan contentos de
no tener que tomar de cisiones. Sonrean para s, hacan esto, hacan lo otro, no
hacan nada. Por lo menos no lo que haca el to mayor, que a las seis de la
maana se iba a los viedos y a las diez de la noche an estaba inclinado sobre
los libros de cuentas. Se saba de memoria todos los ingresos, los gastos, los
cobros pendientes, en todo momento. Antes de irse a la cama, lo ltimo que
haca era escribir los planes de trabajo para el da siguiente viedo, almacn,
bodega y los colgaba en la pizarra. Despus de todo eso, iba a ver si el pajar
estaba cerrado o si el elevador de los viedos estaba engrasado. Las mujeres
mandaban a su manera. Desde luego l se rea de vez en cuando, bromeaba
con los trabajadores, pero no soportaba que otros especialmente los tos
pequeos prefiriesen jornadas de trabajo ms cortas. Cien mil liras de gastos
fijos, les deca ms de una vez a los dos tos, Creis que vienen solas a la
caja?. Los abroncados tos asentan y se refugiaban en la cocina, donde se
permitan un vaso de grappa. Ahora delante de la casa haba automviles, y
ya no mulos: el camin, naturalmente, un Skoda, que tena que servir para todo
y para todos incluso en una ocasin llev un cerdo en el asiento trasero, y
un Jaguar verde oliva con un claxon de tres tonos, que slo el to mayor
utilizaba. Llevaba el volante a la derecha, porque vena de Inglaterra. Era el
nico Jaguar en toda Italia. Su motor produca un zumbido apenas audible, y el
to mayor lo conduca al estilo de su pas de origen. Ao tras ao haba
acompaado a su padre, el arriero, cuando llevaba los mulos por el paso. El
padre a la cabeza de la caravana, detrs del primer animal de carga, l a la cola.
En verano con la lengua pegada al paladar, en invierno encorvado contra la
nieve, que le azotaba el rostro. (Los tos pequeos lo haban dejado y se
quedaban en casa.) Incluso los dos solos, en los das buenos pasaban una
docena de mulos al otro lado de la montaa, una cantidad de mercanca de tres
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El amante de mi madre
toneladas y ms por trayecto, sobre todo vino, pero tambin fruta, aceite de
oliva o trufas de Alba, que de todos modos no reportaban gran beneficio. Les
pagaban conforme a un baremo que no estaba documentado en ningn sitio,
pero que todos conocan, y que tena en cuenta el peso bruto, la longitud del
trayecto y el clima. Cuando se inaugur el tnel del Simplon, en 1905, de la
noche a la maana ya no hubo nada que transportar. Ahora los toneles de vino
cruzaban la montaa en diez minutos. Todos los arrieros del valle lo dejaron,
todos menos el padre del padre de mi madre. Todas las maanas se pona en
marcha como si nada hubiera ocurrido. Siempre le acompaaba el to mayor. A
diferencia del arriero, l se daba cuenta de que cada da llevaba delante menos
animales. Pronto se pusieron en camino con un solo mulo, un ltimo trineo, sin
mercanca. (De vez en cuando, unas lecheras o un tonel de vino para el
hospicio.) El to mayor, un pie delante de otro, miraba fijamente la espalda del
arriero y calculaba. Calculaba para adelante y para atrs. Ponderaba los ingresos
y los gastos, una y otra vez. Pero en cada ocasin el resultado eran prdidas,
siempre. As que se adelant estaban a poca distancia de la cumbre del paso,
y una tempestad les arrojaba la nieve al rostro y grit a los odos del padre el
resultado de sus clculos, es decir, que era ms barato quedarse en casa. El
arriero, sin de tenerse, sin volverse, grit al viento: Mi padre camin detrs de
es y bfalos hasta que murieron. Yo caminar detrs de los mulos hasta que
me muera. Caminaron en silencio hasta Brig. En el camino de vuelta, casi
en el mismo lugar, el arriero se volvi hacia su hijo, le mir y cay muerto en
medio de la nieve. Fue enterrado junto al negro, y las elevaciones de sus
tumbas pronto se parecieron tanto que nadie pudo decir ms dnde yaca
quin. Detrs de la lea, el to mayor encontr una caja de puros llena de
billetes. Liras y francos suizos, billetes grandes y pequeos, monedas, todo
mezclado. Tambin unos cuantos marcos alemanes y un billete sueco de diez
centavos de corona. No poco, no, mucho dinero. El to mayor se meti la.
herencia en los bolsillos del pantaln y compr un viedo en el Piamonte,
bastante exactamente entre Alba y Asti. Cinco hectreas, quiz seis, con unas
viejas vides entre las que creca la mala hierba. Una produccin anual de apenas
diez mil botellas, cuyo contenido pasaba entre la gente de la comarca por ser
imbebible y resultaba difcil de vender incluso en el norte. La finca se llamaba I
Cani, precisamente!, y tena dos perros en su escudo de armas, dos perros
rampantes que sostenan una uva entre ambos. La casa haba sido un
monasterio consagrado a Santo Domingo. El mejor vino de la finca tampoco
ste un buen vino se llamaba en su honor San Domenico. Pero para el to
mayor y para todos los dems naturalmente este nombre honraba al
arriero. Lo primero que hizo el to fue cambiar el escudo de armas, convirtiendo
en leones a los dos perros. I Cani se llamaba ahora I Leoni. Los dioses de los
enemigos del negro haban seguido siendo sus enemigos, y esperaba proteccin
de los leones. Plant nuevas vides, prob especies desconocidas, arranc toda la
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El amante de mi madre
mala hierba y roci tanto sulfato de cobre que su propiedad tena un brillo
azulado que no tena ninguna otra. Pas das enteros en el laboratorio y fue el
primero en mezclar sus vinos en el Piamonte, donde la adicin de agua estaba
considerada pecado mortal. Pero sus vinos fueron hacindose cada vez mejores,
de manera que pudo comprar tierras y pronto, con doce hectreas, producir
cuarenta mil botellas. Ahora eran otros los que se encargaban del transporte,
pero l segua teniendo muchos clientes al otro lado de los Alpes. En Brig y Sion
pronto beban sus vinos en uno de cada dos restaurantes. Distribua el San
Domenico, que entretanto haba llegado a ser realmente bueno, incluso en
Berna y Basilea. I Leoni tena un volumen de negocio cuya millonaria cuanta
impresion tanto ms a mi madre por cuanto el to la mencion en liras.
Mientras los otros trabajaban ella, mi madre, caminaba por entre los viedos
con una sombrilla en la mano, entre las flores, entre las higueras, a la sombra de
las bvedas. Iba a la iglesia, pensaba esto o aquello e incluso en una ocasin
subi a la torre, desde la que casi se vea el mar. Pens, fugazmente, que eso era
lo que le gustara hacer: bregar y sudar en los viedos hasta perder el sentido.
Luego se puso a soar para sus adentros. Muy por debajo de ella, apareci el
Jaguar. El to baj de l, diminuto. Ella grit, pero el to no levant la cabeza.
Entr con pasos rpidos en la casa. Ella cerr los ojos, sinti vrtigo. La vida
era hermosa, s, salvo cuando la asaltaba su condicin.
Su condicin. Ese enigma que viva en ella, extrao incluso a ella misma. Su
condicin fue entretanto que pero cundo? Y por qu? todo en ella
empez a arder, la cabeza, el corazn, el vientre. Una abrupta inundacin de
fuego, como si de golpe se derrumbaran en su interior todos los muros de
proteccin, los mamparos tras los cuales haca mucho que burbujeaba una lava
mortal. Entonces, mientras el calor la inundaba, se aferr al respaldo de una
silla o el borde de una mesa para no ser arrastrada. Para seguir con vida. Sus
manos, aunque tambin ardan, se pusieron blancas por el esfuerzo. Para
salvarse, se mordi los labios y se dio golpes en el crneo. Pasado un tiempo
minutos?, segundos? el ardiente horror volvi a extinguirse en ella. Se
enfri, respir ms tranquila, o respir siquiera. Su corazn empez a latir
nuevamente. Se lav la cara. Entonces mir a su alrededor. Segua en su celda.
All estaba la mesa con el hule azul. El aguamanil. El vaso con el cepillo de
dientes. Su maleta en el rincn. La mesita de noche con la vela. La cama. El
armario con la pintura ocre descascarillada. Una hoja de calendario que
representaba a un pastor con un perro. Temblando an, mi madre baj las
escaleras, sali delante de la casa, donde los primos jugaban al boccia. Hablaban
a gritos, rean a gritos, la saludaron con la mano. Ella ensay una sonrisa. El sol
brillaba. A sus espaldas, una bola de boccia chocaba con otra, y los primos
jaleaban.
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orquesta que tena permiso para hacerlo. Luego, Edwin preguntaba a su amigo
cmo hara l el comienzo del adagio. Ms lento, an ms lento? Edwin, que
jams peda consejo a nadie! Pero no slo hablaban de msica. Les interesaba
cada vez ms la miseria de las masas, y crean que la dictadura del proletariado
era el nico medio posible de transformar en dicha la desdicha general. Puede
ser que Wern empezara con el tema, pero pronto Edwin estuvo en el asunto al
menos con tanto celo como l. A menudo hablaban los dos a la vez, Edwin rojo
y Wern casi amoratado, en voz tan alta que los otros clientes enmudecan para
escucharlos. Mi madre volva a sentarse a la mesa, como si no hubiera pasado
nada oa, por primera vez en su vida, los nombres de Marx, Engels, Lenin,
Trotski, Stalin. En una ocasin, o todas las noches, Edwin le grit a su amigo
como si l tuviera la culpa del dolor de los oprimidos que slo la igualdad de
todos podra poner fin al actual estado de injusticia. Se levant, resopl y
taladr con el ndice el pecho de Wern. No saba l, Wern Wern asinti,
que tambin aqu, en este pas, en lo que se llamaba la democrtica Suiza,
menos de un cinco por ciento de la poblacin posea el sesenta por ciento del
patrimonio? Wern volvi a asentir. Era eso correcto? Wern sigui asintiendo,
luego neg con la cabeza. No se acordaba Edwin levant a Wern por la
solapa, y a ste se le cay de la boca el cigarro sin encender de cmo durante
la huelga general la clase dominante, a travs de sus esbirros a sueldo de la
milicia nacional, haba mandado disparar sobre los camaradas en lucha por sus
derechos? De que haba habido muertos? Muertos! Solt a Wern, resopl
nuevamente y se sent. Los clientes del local aplaudieron. Wern se ech a rer,
recogi el cigarro y volvi a sentarse. Mi madre se haba quedado sentada. A
menudo, antes de que cerraran, iban an al Ticino, un local que haba detrs de
la estacin, y beban un ltimo tinto. Ahora incluso Edwin tomaba un trago. A
veces los clientes, ya no del todo sobrios, cantaban todos juntos La Internacional,
en pie, hombres y mujeres, resplandecientes, invocando un futuro mejor. Esos
ojos! Tambin mi madre se levantaba y cantaba. Sostena las manos de sus
vecinos. Su corazn lata. Ya casi no pensaba en el nio desaparecido, nunca en
realidad. El dueo del local era el que ms alto cantaba.
Algn tiempo despus, Bla Bartk fue por primera vez a la ciudad. Edwin,
que en su primer concierto haba interpretado la Suite op. 4 y consideraba el
Allegro barbaro como la obra clave de su poca, le haba escrito a Budapest con la
vaga esperanza de conseguir alguna obra nueva, a ser posible un estreno. Vino,
casi a vuelta de correo, no slo una obra grandiosa el segundo concierto para
piano!, sino el propio Bla Bartk, acompaado de su esposa. Quera
interpretar su concierto l mismo! Mi madre estaba en la estacin, como
siempre, pero esta vez tambin estaba Edwin, recorriendo excitado el andn de
arriba abajo. Por fin lleg el tren de Budapest, con poco ms de una hora de
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catedral pequea, los fosos, las casas de los gremios. En todo caso, pronto fue
Bartk el que le explicaba a ella lo que vean juntos. Por qu Carlomagno,
reproducido en piedra en la cripta de la catedral grande, tena una barba as de
grande (porque un da haba sido comparado a Dios padre), o cmo muri el
venerado reformador cuya casa natal contemplaban (los ortodoxos de entonces
lo descuartizaron primero y quemaron despus). Edwin volva a estar all
cuando Bartk y su mujer subieron al tren de Budapest. Ahora era mircoles.
Bartk dio la mano a Edwin y bes a Clara; su mujer hizo lo propio al revs.
Edwin y mi madre saludaron con la mano hasta que ya no pudieron distinguir
los pauelos de los Bartk entre el humo de la locomotora. Un lejano silbido
an, luego nada. Edwin caminaba junto a mi madre, tan sumido en sus
pensamientos que no le dijo adis cuando dobl hacia la calle en que viva. Mi
madre sigui recto. Bartk: ella amaba su msica. Durante das, sigui oyendo
en su interior ese pasaje en el que el piano canta por encima de la cuerda, como
si quisiera aprender a volar.
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Banga, que todas las maanas iba hasta esa ultimsima casa de la ciudad a
vender un msero litro de leche. El conductor le deca algo a mi madre, seguro
que no Edwin; pero ella saba lo que haba odo, y sonrea. Edwin, siempre y
slo Edwin, y naturalmente ella tambin susurraba las amadas slabas cuando
pelaba patatas o esperaba el sueo en su lecho conyugal. A menudo estaba
junto a una ventana, siempre la misma, y miraba a lo lejos, una Isolda tostada
por el sol con el pelo revuelto, esperando que un blanco velero surgiera del
bosque. Porque all, detrs del bosque del destierro, all estaba el lago feliz, que
poda reflejar la imagen de Edwin. En un rincn del dormitorio haba una
mesa, una inocente rinconera, pero de la que ella saba que era un altar. O era al
revs, era ella la nica que no lo saba? En la mesa en cualquier caso haba dos
velas nunca encendidas, los viejos y tambin los ltimos programas de la Joven
Orquesta, cuidadosamente apilados, la orqudea, todava fresca en abril e
incluso a principios de mayo, y despus marchita, las tarjetitas en tinta violeta y
una foto enmarcada que mostraba a todos los participantes en el legendario
viaje a Pars. Mi madre era la nica que no apareca en la imagen: alguien haba
tenido que hacer la foto. En el centro de la primera fila resplandeca Edwin, con
un brazo en torno a la cellista y el otro en torno a una arpista rubia. En un
momento dado, mi madre empez a hacer marchas a pie que siempre
conducan hasta ese lago, hasta una playa de guijarros en la que haba unos
pocos botes, las canoas de los pescadores. Enfrente, al otro lado del lago,
centelleaban los tejados de la finca de Edwin. Ms adelante an emprendi
sus marchas tambin de noche, recorra a travs del bosque, bajo la luna o
tambin en noches sin luna, los cuatro o cinco kilmetros hasta el lago, con una
piedra en las manos que durante el da haba desenterrado del jardn, y que
pesaba tanto que casi le arrancaba los brazos. As iba, siempre al lago. No se
detena al llegar a la orilla, sino que chapoteaba dentro del agua hasta que se
mojaba todas las piernas y parte del vientre. Slo entonces se detena, con las
rodillas estremecidas, los labios temblorosos, los ojos secos, rezando a Edwin, y
miraba fijamente la otra orilla. La piedra se le escapaba sin que se diera cuenta.
As se quedaba. Por fin haca vista a la derecha quiz porque chillaba un ave
nocturna, o porque un lejano auto tocaba el claxon, regresaba torpemente a la
orilla y corra a casa. Sin aliento, con las piernas todava mojadas, sin hacer el
menor de los ruidos, se escurra en el lecho comn y se quedaba rgida tumbada
de espaldas, con los ojos abiertos. Cuando sala el sol, caa en un breve sueo y
se quedaba como muerta si el ruido del da no la despertaba mucho despus.
Cuando por la noche venan los invitados, era una belleza. Reciba con total
cordialidad a cada uno de ellos y hablaba mucho, mucho y en alta voz. A veces
se levantaba sin vergenza la falda hasta los muslos y enseaba las heridas que
se haca en sus cadas de la bici. Costras por todas partes. Entonces se echaba a
rer de tal modo que tambin sus amigos y amigas rean.
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No slo llevaba una camisa negra, llevaba un uniforme en toda regla, negro
tambin, y una fusta en la mano derecha, un pequeo ltigo que haca silbar en
el aire cuando gritaba una orden. A l s que le escuchaban los criados y criadas,
oh s, irradiaba gran fuerza y una inequvoca voluntad. Tambin el to menor
la percibi y tom una nueva direccin, hacia la puerta de la cocina esta vez.
Mi madre hizo una sea a Boris, porque estaba mirando hacia ella, pero l
apart la mirada y coloc una silla en su sitio correcto. (Ella era invisible.) Luego
se qued simplemente all, con los brazos en jarras y la mandbula tan levantada
que sus labios redondeados besaban el cielo. Oh, Boris! Aparte, a lo largo de
la balaustrada de la terraza, el to mayor iba de un lado para otro. Tambin de
negro, pero de civil, con un terno finsimo. Con corbata! Mova los labios,
levantaba de vez en cuando un puo en el aire y miraba de reojo el papel que
tena en una mano. No haba duda de que estaba ensayando. Tampoco l vea a
mi madre, aunque su vaca mirada se posaba en ella una y otra vez. El tercer
to estaba desaparecido. Probablemente, ms morado que negro, estaba en la
cocina inspeccionando las botellas de grappa. La ta pas corriendo junto a mi
madre, con los ojos puestos en un haz de espigas y uvas de terracota, pintadas
en un azul chilln, que haba en la barandilla de la terraza. Reto, Renzo,
rapido!, con aquel sonido Rs que ahora sonaba an ms como el siseo de una
vbora. Mi madre corri unos pasos tras ella, luego se detuvo. (Como si no
existiera.) Los gritos y las voces slo se calmaron, se extinguieron, cuando los
manteles desaparecieron bajo las flores y todas las copas centellearon a un
tiempo a la luz del sol. Cuando las sillas estuvieron formadas como soldados de
la guardia. Cuando en el arco de triunfo ya no se vio ni un trozo de madera.
Cuando los trompeteros estuvieron en su pedestal con las piernas abiertas, las
trompetas al hombro como si fueran armas. Cuando el to mayor meti
cogiendo aire su papel en un bolsillo de la chaqueta. Cuando el to menor volvi
de la cocina, sonriendo transfigurado y secndose los labios. Cuando la ta se
quit el delantal y se hizo visible un vestido de seda de un rojo tostado. Cuando
la servidumbre, repartida por toda la terraza, form grupos pictricos. Cuando
Boris se arregl el cinturn y los correajes del uniforme y se quit de una de las
mangas una invisible mota de polvo. Y cuando, sobre todo, una voz excitada
grit: Ya vienen! Ya vienen!. La voz era del tercer to, que, sereno como
Jpiter, estaba en una ventana del primer piso y sealaba a lo lejos, a un punto
que los de la terraza no podan ver. All! En la columnata ahora! Boris aspir
redondeando la boca todo el aire que pudo, hinch el pecho, se alz y
descendi sobre los tacones llevaba botas altas!, ech un ltimo vistazo a la
casa, las mesas y los criados: y vio a mi madre, que segua debajo del arco de
triunfo, aunque entretanto a unos pasos de su maletita y sus zapatos. Corri
hacia ella.
Clara! Qu haces aqu?
Yo...
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Tosi y tosi, mientras el estruendo del ejrcito del Duce se apagaba. Por fin
sali de la niebla de polvo, marrn como el camino, jade y tosi otras dos o tres
veces y se frot los ojos. Tambin los otros tos, ta, la servidumbre
despertaron de su hechizo y entraron a la casa. Silencio. Los sonidos de antao
retornaban. Gallos que cantaban, perros que ladraban, y un lejano toque de
difuntos.
Urs Widmer
El amante de mi madre
latas de conservas oxidadas. Una vista en redondo que alcanzaba casi hasta
frica y Groenlandia. Cumbres, crestas, picos, glaciares que relucan en azul.
Slo justo delante de ellos se alzaba hacia el cielo una montaa an ms alta, un
bloque macizo que mi madre no reconoci como el Matterhorn porque no lo
pareca desde este lado. Boris se haba sentado en una piedra y haba
desenvuelto el picnic. Pan, carne seca, orejones. T. Vivimos grandes tiempos,
dijo, masticando su pan. Estoy orgulloso de poder participar de esta nueva
fuerza. Seal con la mandbula ahora volva a tener esa pala! hacia el
sur: Abisinia es nuestra! La tierra de nuestros antepasados! No es grandioso
que ahora estemos ah? Nosotros, los jvenes? Llevar I Leoni a la cumbre.
Pondr de rodillas a Ruffino, y a Antinori! Yo!. Estaba al rojo vivo, y mi madre
asinti con fuerza. Boris poda ser tan apasionado... Qu esplndido es estar
aqu arriba!, exclam ella. Lejos de los hombres! En su entusiasmo, no
haban advertido que las nubes blancas hace un momento lejanas y pequeas
se haban transformado en gigantescas montaas de nubes y ahora se
apilaban sobre ellos. Se levant viento. Se pusieron las mochilas y empezaron el
descenso. Esta vez mi madre iba delante, y Boris aseguraba detrs.
Naturalmente, ahora avanzaban ms despacio. Mi madre tanteaba a menudo en
busca del lugar correcto para agarrarse y titubeaba aunque Boris le diera las
ms claras instrucciones. Ahora sonaba a veces un poco impaciente. Cuando
hubieron dejado atrs el paso, el viento se haba convertido en tempestad y las
nubes pendan sobre ellos negras y amenazadoras. Ninguno de los dos deca
una palabra, pero caminaban deprisa, ms deprisa quiz de lo que hubiera
permitido un aseguramiento cuidadoso. Cubrieron el camino y el primer escaln
por as decirlo a la carrera, y en una ocasin Boris pis con tanto descuido una
plancha de roca que sta se desplom con estrpito hacia el abismo, arrastrando
consigo un torrente de piedras. Cuando llegaron al primer escaln y ya vean el
gran campo de nieve, la tormenta estall. Cayeron rayos de las nubes, los
truenos explotaban simultneamente a ellos. Empez a llover. Mi madre sinti
que la cuerda la retena, y se volvi. Boris estaba acuclillado entre los cantos
rodados. Haba tirado el piolet y se cubra la cabeza con las manos. Mi madre
retrocedi los pocos pasos que los separaban. Boris temblaba, se estremeca, y
cuando mi madre le toc el brazo, grit. Ahora sollozaba, aullaba, y su cuerpo
oscilaba de un lado a otro como si el viento de la tormenta penetrara en l.
Boris, dijo mi madre, Boris. Los rayos caan arriba y abajo y a derecha e
izquierda, de forma que mi madre tambin se agach. La lluvia era ahora un
ltigo helado. Boris tena la cabeza entre las rodillas y gimoteaba en voz baja.
Entretanto, ola espantosamente. As estuvieron largo tiempo, calados hasta los
huesos. Los dientes de Boris castaeteaban. Tambin mi madre se senta
incmoda. Rayos, dos, cinco a la vez, el crujir de todas las descargas
simultneas, tan alto como si estuviera producindose en su propio cerebro.
Durante una eternidad. Por fin el tronar se volvi ms lejano, los rayos se
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Urs Widmer
El amante de mi madre
Luego vino al mundo su hijo, yo, y esta vez quera poder alegrarse. Quera
alegrarse, alegrarse al ver a su hijo. Lo baaba, le daba el pecho. Lo meca, le
cantaba canciones, lo acariciaba y apretujaba. Lo llevaba a pasear. Le enseaba
el bello mundo, el sol, la luz. Pero no poda, sencillamente no lo consegua.
Ni luz, ni sol. De su pecho no sala leche, sus canciones terminaban antes de su
final, y cuando besaba a su hijo, amenazaba con ahogarlo. Ella no rea, no. Al
contrario. Durante todo el da sollozaba sin lgrimas, gritaba sin ruido. Por las
noches se resista, dando vueltas insomne, contra sus sueos, pero cuando
llegaba la maana, como si pudieran ayudarla, se aferraba a esas mismas
pesadillas para no tener que salir al paso del nuevo da. Apretaba los ojos
aunque llevara mucho tiempo despierta. Aunque el nio chillara. Cuando se
levantaba, al fin, estaba como aturdida. Plida como la cal y con el pelo en
desorden, se deslizaba a lo largo de las paredes y por la noche an iba en bata.
No oa ningn grito ni daba respuesta alguna. Vea adnde iba? Ahora su
condicin era que temblaba cuando beba un vaso de agua y se estremeca al
cortar un trozo de pan. Que se caa de la silla, del susto, cuando el telfono
sonaba. Olvidaba cocinar o serva a deshora una esplndida comida. Se apoyaba
en la placa del horno y no se daba cuenta de que se estaba asando la mano.
Viceversa, ventilaba los cuartos durante horas cuando fuera haca un fro
mortal. No poda pronunciar la palabra morir deca, increblemente,
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Urs Widmer
El amante de mi madre
marir y se le pasaban una y otra vez por la cabe za las formas de su muerte.
Tomarse el matarratas del cobertizo. Cortarse las venas con un cuchillo de
cocina. Tomarse todas las pastillas de golpe, beberse todo el whisky, y luego
tumbarse en la nieve bajo el nogal. Achicharrarse en el bao. Entrar en el lago,
no detenerse esta vez, no soltar la piedra. Quera llevar consigo al nio, eso
era evidente. Llevar conmigo al nio, as lo deca. Se quedaba de pie junto a la
ventana y apretaba la frente contra el cristal. Ante su boca el vapor del aliento.
Fuera florecan las lilas, titilaban los campos en vera no, brillaban las rastrojeras
y la nieve centelleaba hasta el bosque; ella no vea diferencias. Se retorca las
manos y susurraba. Eso era lo peor, cmo susurraba. Murmuraba como un
fantasma por toda la casa. Sala susurrando del stano y haca un momento que
estaba en el desvn. El murmullo la preceda, ese bisbiseo, primero llegaba el
susurro, luego ella. Mova los labios en una eterna oracin. Cuando uno se la
encontraba sala al centro del pasillo ella se escurra pegada a las paredes y
trataba de entender lo que deca; pero no lo entenda. Acusaciones, ajustes de
cuentas, justificaciones? Ella pensaba que le salan llamas de la piel, o que un
monstruo la devoraba por dentro. Ahora, cuando entraba en el lago ahora
siempre lo haca de noche, y llevaba consigo al nio en lugar de la piedra, sus
ojos se embeban en las ventanas de la casa de Edwin, encendidas a lo lejos.
Solamente vea esas luces, las vea irradiar, las vea brillar. Esas estrellas de la
tentacin. Su hijo, al que haba soltado como antes a la piedra, se aferraba a su
falda. A ella no le molestaba, no se daba cuenta. Miraba con codicia, tan
extasiada que vea cada vez ms cerca ese lejano palacio, ms grande, ms real.
S, pronto estuvo delante de las verjas del jardn, ella, Clara, la Clara largamente
desaparecida, atisbando las ventanas del palacio por encima del csped crecido,
iluminado por antorchas. Sombras detrs de los cristales. Msica, risas
amortiguadas. Habra perros? Y qu, los perros le eran indiferentes. Le
vendran bien, esos dogos, que vinieran, que la desgarraran. Cuando estuviera
all con la garganta abierta, con su vestido blanco, entre la hierba roja de
sangre...! Atraves rpidamente el csped, pasando de largo ante las
antorchas, se subi a los entramados de madera que servan de apoyo a las
enredaderas y mir al interior del palacio. Oh, qu esplendor. Una sala llena de
oro, iluminada por un millar de velas ardiendo en araas. Una larga mesa con
invitados. Caballeros de smoking, seoras en traje de noche, con esplndidos
pechos sobre los que centelleaban diamantes. Aquella de all era la seora. Era
hermosa. Oh s, era maravillosa. Estaba sentada en el centro de la mesa, con un
vestido de novia. Una nica piedra preciosa brillaba en rojo sobre su escote.
Sonrea y charlaba y a la vez diriga con los ojos a todos los criados. Mi madre lo
vea con exactitud. Un alzamiento de cejas, una breve mirada, y ellos corran de
aqu para all, servan vino o traan un tenedor nuevo. Lo haca
maravillosamente. Perfecta! Edwin estaba sentado junto a ella. Llevaba
guantes blancos? En todo caso, lo que s llevaba era una camisa blanca de
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Urs Widmer
El amante de mi madre
smoking con chorreras. Un peinado negro reluciente con una raya impecable.
Su nariz, ms que nunca la de un ave rapaz. Se inclin sobre su esposa y le dijo
algo carioso. Cmo chispeaban sus ojos! Cmo brillaban los de ella! Cmo se
sentaban, sus miradas inmersas la una en la otra, como si no estuvieran los otros
huspedes. Los ojos de Edwin eran de un azul acero, los de su esposa
centelleaban en negro. Pero ahora, ahora, qu era esto? Mi madre vio con
el corazn enloquecido de emocin que era ella la que estaba sentada junto a
Edwin. Ella, s, ella! Al principio no se haba reconocido, pero no haba duda,
era ella. Edwin se volva hacia ella, hacia ella! Despert abruptamente, quiz
porque su hijo se haba cado de cabeza al agua y se debata. Me levant y
chapote hasta la orilla. Toda empapada, las piernas, el vientre. Dejando tras de
s un rastro de agua, corri de vuelta a casa y me tir y se tir a la cama.
Ahora se morda a menudo los labios hasta hacerse sangre, tena hilillos secos
en la mandbula. Su hijo hua de ella, yo, y aun as le tenda los bracitos. Por
aquella poca, la Joven Orquesta anunci el estreno de una nueva obra de Bla
Bartk. Bartk la haba escrito para Edwin, por encargo suyo. (En su chalet de
vacaciones en las cercanas de Adelboden, para ser exactos. Bartk, excitado por
la dicha, haba pasado cuatro semanas en una habitacin que ola a madera
vieja y no haba ledo ni un peridico. Se haba perdido algunas cosas, entre
otras el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Edwin fue a visitarlo con el
Rolls y le inform de lo inconcebible. Bartk asinti, sacudi la cabeza, trag
saliva; pero por otra parte an no haba orquestado el final de su obra y tuvo
que volver enseguida al trabajo.) Mi madre llen la baera hasta el borde, se
desnud, se tumb dentro del agua caliente y se enjabon y aclar y se lav el
pelo y se lo sec con el secador durante una hora o ms y se lo at en un
peinado alto como un castillo. Se empolv y maquill de pies a cabeza y se puso
el vestido de seda negro. Un collar de los tiempos de su padre. Su abrigo con
cuello de piel y un sombrero con redecilla. As ocup su asiento de siempre en
la segunda fila los conciertos an tenan lugar en el Museo de Historia, con
la cabeza inclinada. Sonrea. Edwin estaba justo delante de ella, en una especie
de cesta, y ella miraba los faldones de su frac, que suban y bajaban. No oa
nada. Senta vrtigo. Cuando Edwin baj la batuta y mantuvo el eco hasta que
se extingui, todos los espectadores estaban como hechizados. Un profundo
silencio, casi eterno. Luego, estall un aplauso inabarcable. La obra de Bartk
el Divertimiento para orquesta de cuerda era una obra maestra, y los oyentes
reconocieron el regalo que se les haba hecho. Aplaudan y aplaudan sin
cansarse. Esta vez tambin arrastraron a la parte trasera de la sala; los que
antao pitaban y silbaban estaban de pie, aplaudiendo e intercambiando
sonrisas. Tambin mi madre bata palmas. Bravo, bravo, s, mi madre se levant
y grit Bravo! Bartk volvi a estrechar las manos a todos, y Edwin asinti
como de costumbre al pblico, como si el agradecimiento costase dinero. Los
msicos golpeaban con el arco los instrumentos. En la primera fila estaba la
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El amante de mi madre
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El amante de mi madre
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El amante de mi madre
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El amante de mi madre
miraba hacia el bosque. Pero raras veces, ms bien raras veces. As viva.
Hitler atacaba Rusia, y mi madre plantaba cebollas. Hitler asediaba Mosc. Mi
madre sacaba los nabos. Los tanques de Rommel perseguan por el Shara a los
tanques de Montgomery. Mi madre estaba junto al humo de un fuego de ramas
viejas. Hitler alcanzaba el Don. Mi madre entre altas mazorcas de maz.
Stalingrado! Mi madre cosa cortinas negras, las colgaba de todas las ventanas y
comprobaba desde fuera, andando dificultosamente por la nieve, que realmente
ni un hilo de luz se colara por ninguna rendija. Los americanos conquistaban
Sicilia. Mi madre se retorca las manos ante los tomates, que se pudran sin
haber llegado a madurar. Los americanos, los britnicos, los canadienses y los
franceses desembarcaban en Normanda. Mi madre retiraba de las judas
brillantes lminas plateadas. De Gaulle, ms alto que todos los dems, entraba
en Pars a la cabeza de sus tropas, mientras mi madre daba de comer a los
conejos. Cuando los aliados alcanzaron el Rin, mi madre llenaba los estantes del
stano de manzanas Boskop. Y cuando Hitler, ms enloquecido que nunca,
ordenaba la ofensiva de las Ardenas, mi madre cortaba en el bosque un joven
abeto al atardecer, para que no la pillara el guardabosques, porque era
Navidad y mi madre jams, ni una sola vez, haba pasado la Navidad sin un
rbol lleno de velas encendidas. Los rusos se abran paso hacia Berln, y mi
madre preparaba nuevos bancales. El 8 de mayo de 1945, a medioda, resonaron
todas las campanas. A lo lejos, detrs del horizonte; mi madre no viva cerca de
una iglesia. Fue como si la tierra misma retumbara. Mi madre dej caer el
azadn con el que desmenuzaba los terrones y se sent en el banco del jardn,
que durante cinco aos slo haba utilizado para dejar la ropa de trabajo o las
tijeras de podar. Inspir, espir. Los cerezos echaban sus frutos, y las
golondrinas volaban alrededor de sus nidos. Los ruiseores cantaban. Los
codesos desbordaban en sus ramas, las glicinias florecan. A lo lejos, sobre los
campos y la carretera, se acercaban puntos negros. Se hicieron ms grandes y
finalmente grandes. Los hombres. Los hombres regresaban con sus uniformes,
con sus mochilas y sus carabinas al hombro. Rean y saludaban, ahora
reconocibles cada uno de ellos. Mi madre alz una mano, salud tambin.
Perro le dijo al perro. Desde hoy tenemos que sostener la paz,
nosotros dos.
Se levant, pas por encima del nio, que estaba sentado en el suelo y
construa con piedras un castillo, una fortaleza inexpugnable, y entr en la casa.
Urs Widmer
El amante de mi madre
Urs Widmer
El amante de mi madre
Edwin, que ste haba conservado despus de su boda como pied terre para
relajarse entre dos ensayos, para trabajar tranquilo y Wern sonri
ampliamente a mi madre para esta o aquella aventura. Edwin y las mujeres,
ya sabes. Sigue sin privarse de nada. Ri estentreamente, y tambin mi madre
logr una sonrisa. Ah estaba l, Wern, ms redondo que nunca, rebosante de
felicidad, y ahora encenda de hecho uno de sus cigarros. Su mujer, dijo l,
estaba completamente entusiasmada con su reino. Aqu seal con un gesto
imperial mercancas y clientes, con todo esto. Ella crea que l era el soberano
de las vendedoras de EPA. Y de los camareros de los restaurantes, los carteros,
los tranviarios. Hizo un saludo a su mujer, que estaba probndose un sombrero
de paja delante del espejo. Rebajado un 40%, precio de campaa 8,50. Se la vea
entusiasmada, duplicada por el espejo. Tena en la mano uno de esos billetes
mgicos que le haba dado Wern y se lo daba a su sbdita de la caja. Le daban a
cambio un puado de relucientes monedas y encima poda quedarse con el
sombrero. Devolvi el saludo, brinc y ri. En verdad, Wern era un poderoso
soberano. Mi madre los acompa a ambos a la calle y los vio irse,
estrechamente abrazados, una pareja real envuelta en una nube de humo, a
cuyo paso sus sbditos se apartaban respetuosos. El compositor local haba
muerto en alguno de los fros inviernos de la guerra. Congelado, muerto de
hambre y de sed. Nadie haba observado su muerte lo encontr el casero, que
vena a cobrar el alquiler, nadie fue a su entierro. Llova a cntaros. Dos
empleados del cementerio lo llevaron a la tumba a paso de marcha, y fue un
verdadero milagro que uno de ellos, un estudiante de msica empleado
ocasional del camposanto, fuera tarareando, de vuelta al edificio principal l
mismo no saba por qu lo haca, la meloda de la ltima de las Cinq variations
sur le thme Le ruisseau qui cours aprs toy-mesme de Franois Richard. Aquel xito
de aquel concierto de encargo. Edwin s haba enviado una corona, que ahora
yaca mojada y solitaria sobre el montn de tierra de la tumba. En una de las
cintas deca: Con gratitud, en la otra La Joven Orquesta. De sta colgaba,
sujeta con una grapa, una tarjeta de visita. Briosa caligrafa, tinta violeta.
Buena suerte, E. La tinta se escurra, lgrimas, en largos chorretones hacia la
tierra. Tampoco el concertino de la Joven Orquesta, ese viejo zorro, viva ya.
El da de la movilizacin general para la que l era demasiado viejo, haba
sufrido una apopleja y se haba pasado tres aos en un silln en casa de su hija,
con el arco del violn en la temblorosa mano derecha y el violn sobre las
rodillas. En una turbia tarde de noviembre el violn cay al suelo, y lo pis. Con
intencin o sin ella. A la maana siguiente, tambin l estaba muerto. La
cellista haba sido asesinada en Treblinka. Estaba embarazada de tres meses
cuando la Gestapo la detuvo en mitad de un concierto. Cuando la obligaron a
cavar con una pala un campo helado en mitad de una nevada, le grit al
vigilante algo grit desde dentro de ella que ella y su hijo moriran si haca
ese trabajo. El vigilante le cogi la pala y la mat a golpes con ella. A ella y a su
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Urs Widmer
El amante de mi madre
hijo. Sami Hirsch (escribi una carta a mi madre, en ingls) haba arrastrado
casi con violencia a sus padres a Suiza en el ltimo instante, a Basilea, donde
unos amigos los haban acogido. Los cuadros y los muebles los haba dejado en
Frankfurt, haban sido el precio para que los nazis los dejaran irse a l y a sus
padres. Murieron casi enseguida, y casi al mismo tiempo. l los enterr, se abri
paso hasta Marsella no tena recursos ni documentos en regla y fue a parar
a Nueva York, va Lisboa. All repiti todos sus exmenes en ingls y ahora era
asesor legal de Sotheby's. I never will speak German again, escriba en la
carta. Sometimes, Clara, I dream of our swimming in the lake, in happier days.
Sincerely yours, Sami. Tambin Ditta y Bla Bartk haban podido salvarse
viajando a Amrica, a Nueva York tambin ellos. Desde el primer da, Bartk
estuvo triste hasta los tutanos y enfermo. Yaca en el hospital, daba un
concierto, volva a ir a parar al hospital. En una ocasin en que estaba otra vez
en el Doctor's Hospital, de repente haba un hombre junto a su cama a quien l
no conoca. Se present: Serge Kussewizki, y era nada menos que el director
jefe de la Boston Symphony Orchestra naturalmente, Bartk haba odo hablar
de l, y le dijo que su mujer haba muerto, que no haba querido a nadie en
este mundo como a ella, y que deseaba que Bartk compusiera una obra en su
memoria. Un rquiem. Aqu estaba el cheque. Bartk, dbil y cansado, neg con
la cabeza, y Kussewizki se fue decepcionado. Pero luego se pas un verano en
un cuarto de una casa de madera en Saranac Lake y escribi el Concierto para
orquesta. Al contrario que Mozart, lleg incluso a or el estreno de su Rquiem
Kussewizki diriga la Boston Symphony, que fue el principio de un boom de
Bartk en Estados Unidos e hizo de l el number one entre los compositores
contemporneos, including Richard Strauss and Sergei Prokofiev. Regres a Nueva
York, a su piso de dos dormitorios, y muri. Tampoco el to mayor haba
sobrevivido a la guerra. Por todas partes los ladridos de los fascistas, y su hijo,
que era el que ms alto ladraba. Ahora Boris era dueo y seor de I Leoni.
(Los dos tos pequeos dependan del barril de grappa, y la ta tosa esputos
negros por los pasillos.) Boris haba engordado y tena una sonrisa torcida. Iba
todos los das, con el Jaguar de su padre, a Alba, donde en el saln de un
quebradizo palazzo del siglo XVI se sentaba en una silla Renacimiento y, entre
ruecas y cortinas desgarradas, se beba los labios de una dama ya no del todo
joven. Tena los ojos de un azul acero, los cabellos teidos de rubio, una
dentadura de caballo, y era Anastasia, la ltima hija de los zares. Al menos
Boris as lo crea, y puede ser que incluso la falsa Anastasia creyera ser la
autntica. De dnde si no su risa estridente, sus movimientos imperiales, la
manera divina de dejar la taza de t sobre la mesa. Boris le fue trayendo, poco a
poco, todo su dinero y ms. Juntos queran recuperar las riquezas de la familia
imperial. Anastasia le haba prometido a Boris la mitad de la cmara de mbar
como recompensa. Eso compensaba sobradamente el patrimonio que vea
desaparecer en el monedero de su adorada. Naturalmente I Leoni decay en
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Urs Widmer
El amante de mi madre
cierta medida, ahora que ya nadie miraba a la derecha. Las hierbas y los
arbustos volvieron a crecer en las ventanas de la torre de la iglesia, en la terraza
brotaron ortigas, y tambin el vino volvi a saber como antao, cuando la finca
an se llamaba I Cani y estaba dominada por los dioses del enemigo. El negro
no haba podido vencerlos del todo, entonces, y ahora tomaban venganza. Boris
flotaba. Conoca a la hija de los zares, a l, justo a l lo prefera a todos! Sera
rico, inconmensurablemente rico, ms rico de lo que nadie haba sido en la
provincia del Piamonte y ms lejos an. Edwin haba aprovechado la guerra
para ocuparse de la empresa. Justo despus de la invasin de Polonia por Hitler
se haba hecho elegir presidente del consejo de administracin al fin y al cabo,
le perteneca el setenta y tres por ciento del capital y se revel como un
empresario activo y dotado desde el punto de vista estratgico. Lo primero que
hizo fue poner a un militar de alto rango en la cspide operativa, un brigadier
asignado al Estado Mayor e.r. en la reserva que se ocupaba
principalmente de la defensa espiritual del pas. Entenda algo de direccin y
abri ms de una puerta a la fbrica de maquinaria. Estaba a las rdenes
directas de Edwin, era algo as como su mano derecha o su brazo ejecutor,
pronto un poquito su amigo. En cualquier caso, de vez en cuando, no
demasiado a menudo, se sentaba en el cuarto de la chimenea de Edwin, fumaba
un habano (de dnde sacaba los habanos Edwin, en mitad de la guerra?) y
beba un Mouton Clos du Roi de lejanos aos de preguerra, del que Edwin tena
tantas botellas que hubieran bastado para una guerra de treinta aos. Todas las
maanas a las siete el brigadier tena que hacer su informe a Edwin ventas
diarias, situacin de los pedidos, redefiniciones de los objetivos a largo plazo,
incluso las averas y reciba su orden del da. Edwin se sentaba para eso a su
escritorio, atento, serio. A su espalda centelleaba el lago. El brigadier se
quedaba de pie. (Slo llevaba uniforme cuando tena que ir a Berna ese mismo
da. Aun as tena que contenerse para no entrechocar los tacones cuando Edwin
lo despeda con una cabezada.) La guerra abri a la produccin de la fbrica
mercados de tales dimensiones que alguien ms dbil que Edwin habra sentido
vrtigo. El propio Ejrcito, pero tambin el Ejrcito alemn, tenan una enorme
necesidad de mquinas de todo tipo. Las obras de campaa engullan toneladas
de material, y para la campaa de Rusia nunca haba bastantes chasis o ejes para
los vehculos. Pero Edwin no senta el menor vrtigo, renaca, iba a paso de
carga por los pasillos y entraba sin llamar a los despachos. Ay si el trabajador
estaba en ese momento mirando por la ventana y soando con cosas lejanas!
Pasaba animadas veladas con ministros y el general. No haba orden de
movilizacin que no se hubiera discutido con l. En cada ocasin, la
productividad pugnaba con la capacidad defensiva. Ah, Edwin, exclam el
general una memorable noche de marzo de 1943, cuando estaban sentados
tomando coac en un saln del Hotel Schweizerhof de Berna, Ah, Edwin. Si je
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Urs Widmer
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vous coutais, ma petite arme n'aurait plus de soldat du tout! . Ambos rieron
a gusto, y tambin el ministro Kobelt, que volva del bao y slo haba odo el
final de la broma del general, se sum a las risas. La fbrica de maquinaria
creca a tal velocidad, que ya en el segundo ao de la guerra haba agotado
todas sus capacidades y Edwin tena que desplazar la produccin de multitud
de piezas a pequeas y medianas empresas de hasta la regin de Basilea y el
Jura. A menudo stas tenan trabajadores que trabajaban mejor que los de la
casa matriz; especialmente en el Jura, era vox populi que una desviacin de una
dcima de milmetro en los mrgenes de tolerancia era causa de despido. Ms
bien por azar la primera vez simplemente pas, Edwin observ que una
empresa as caa enseguida en las peores dificultades si le retiraba un gran
pedido de hoy para maana. Entonces poda comprarla casi por nada. La
primera vez fue la Hnni Erben, de Gelterkinden, Basilea, una empresa familiar
que antes de la guerra produca marcos para ventanas y picaportes en metales
ligeros y luego, como proveedora de la fbrica de maquinaria, haba pasado a
fabricar elementos normalizados de aluminio. Edwin consigui, ms bien por
azar, una oferta mucho mejor de la Stiner AG de Wangen, Berna, y le traslad el
pedido. Hnni Erben estaba acabada, y los propietarios dos hermanos, sus
esposas, cinco hijos acabaron incluso agradecidos porque Edwin no los dej a
la miseria de una quiebra, sino que compr la empresa, aunque muy por debajo
de su valor. Edwin ensay el sistema algunas veces ms, y siempre funcionaba.
De manera que la fbrica de maquinaria, que por su parte haba sido ampliada
en otras tres naves, estaba rodeada al final de la guerra de un anillo de satlites
altamente productivos, algunos de los cuales fabricaban autnticas
especialidades. Cojinetes minimalizados, roscas de precisin para pernos
delgados como un cabello o soportes de acero que pesaban unos gramos y sin
embargo soportaban una traccin de casi una tonelada. La fbrica de
maquinaria sealaba a 31.12.1945 un volumen de beneficios casi diez veces
superior al de 1939. Edwin, que ya antes era rico, ahora era muy rico. (Su
esposa, que no estaba interesada en el dinero mientras lo tuviera, compraba
cuadro tras cuadro, legendarios czannes y el Homme la pipe de Alberto
Giacometti.) Despidi al brigadier con gran pompa y todos los honores y se
hizo con un jefe operativo ms civil, un directivo del Handelsbank. Con la
orquesta haba podido trabajar poco. Demasiados msicos en el servicio militar,
demasiados oyentes tambin. As que durante todo el perodo de la guerra slo
dio dos conciertos en la radio programas convencionales, que no rehuan los
valses de El lago de los cisnes de Tchaikovsky y uno para miembros del Ejrcito
en Zofingen, con un programa an ms popular y cerrado con el himno
nacional, que fue escuchado en pie por todos los presentes. Despus de la
guerra, Edwin reanud inmediatamente los conciertos de la Joven Orquesta.
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Todos los msicos estaban bien de salud, la vida militar en la frontera haba
sido agotadora, pero no mortal. (En cualquier caso faltaba el concertino, y
tambin la cellista.) El asedio del pblico fue tan grande, ya antes del primer
concierto la gente estaba hambrienta de msica, que Edwin solicit el
derecho de uso del pabelln municipal. Era la sede de la Filarmnica, y su
director, un funcionario musical reseco como un hueso, intrig con todas sus
fuerzas contra Edwin y su orquesta. Habl de la profanacin de ese lugar de
gran tradicin Weingartner y Furtwngler haban dirigido all por las
msicas cacofnicas de Berg y Schnberg. Pero aun as Edwin consigui la sala,
y en idnticas condiciones que la Filarmnica. Seis jueves y seis viernes por
temporada. As que el primer concierto despus de la guerra tuvo lugar en el
pabelln municipal, el 13 de septiembre de 1945. Mozart, KV 201, el Doble
concierto para orquesta de cuerda, violn y timbal, de Bohuslav Martin, y la
Petite symphonie concertante para arpa, clavicmbalo, piano y dos orquestas de
cuerda, de Frank Martin. Mi madre estaba ahora sentada en el entresuelo, en
mitad de la primera fila, muy lejos de Edwin. Entre l y ella, muy abajo, el
abismo del patio de butacas. Cabezas, mil cabezas. Cuando Edwin subi a la
tribuna, cuando los espectadores aplaudieron, cuando la luz se apag y todos
escucharon inmviles, ella tuvo, como antao, la necesidad de gritar. Como
entonces, cuando se sentaba junto a su padre y todos, tambin su padre,
parecan muertos. Ahora, tema estar ella entre los muertos. Pero no grit. Mir
fijamente hacia abajo y vio a Edwin, dando sus entradas a los msicos, escueto
como siempre. Mozart fue esplndido, Martin ruidoso, y al llegar a Martin ella
se sumi de tal modo en la ensoacin que no oy nada y ni siquiera vio que la
arpista era aquella joven a la que Edwin abrazaba en la foto de Pars. Haba
envejecido, tambin ella. Aun as, disfrut de la pausa. Buenos das,
doctora! Buenas noches, profesor! Todos volvan a estar all, y algunos
devolvan el saludo. El profesor Von den Steinen, medievalista y antropsofo,
incluso se detuvo y le pregunt cmo estaba. Mi madre resplandeca de alegra.
El aplauso al final del concierto fue grande. Edwin asinti como siempre. A
su cuarto regreso a la tribuna orden a la orquesta con un escueto gesto de la
mano que se levantara en agradecimiento. Todos se incorporaron, se quedaron
de pie con sus instrumentos en la mano, delante de sus sillas. Slo entonces mi
madre se dio cuenta de que en el asiento de su amiga, la cellista, se haba
sentado durante todo el concierto un joven de plido rostro: su sucesor.
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Ahora su condicin se haba vuelto ser exactamente igual que las dems
personas. Normal. S, era porque saba distinguir de manera infalible entre
una regla y su excepcin ms normal que los normales. Nunca se permita,
como ellos, un pequeo atajo, una pausa, un tomar aliento, sino que recorra
siempre el camino prescrito por la Ley. Era ms exacta que los exactos y ms
puntual que los puntuales. (Ella misma no lo vea as, a sus propios ojos nunca
era lo bastante perfecta. Ninguna piel, ni ajena ni propia, poda ser tan pura
como para no contener una impureza.) Cuando haca las camas, estaban hechas
para el resto de la eternidad. Cuando saludaba a alguien Buenos das,
profesor! Buenas noches, doctora! su sonrisa era todava un poquito ms
clida que la de los que devolvan el saludo, su cabeza todava un poco ms
inclinada. (En sus sueos era distinto. Soaba o lo soaba su hijo? que su
hijo se coma su propio corazn porque tema el alimento de la madre. El nio
se haba vuelto loco, mi madre tena un hijo loco, incluso la polica lo saba, los
vecinos, todos. Soaba, su hijo soaba, que la boca de ella goteaba sangre.)
Ahora ella hablaba mucho, siempre, en realidad, y muy alto. Siempre estaba
demasiado cerca, de modo que todo el mundo hombre o mujer, nio, incluso
el perro retroceda un paso. Naturalmente, ella le segua en el acto. Empezaba
una conversacin debajo del dintel de la puerta y an no la haba terminado al
llegar a la puerta del jardn. En un momento u otro el que hablaba con ella se
renda, fatigado, agotado. Deca que s a todo lo que ella deca, por extrao que
fuera. Ella absorba la pulpa de sus vctimas, dejaba tan slo su envoltura. sa
era su victoria. Cuando estaba sola, segua susurrando siempre para s.
Recorra incesantemente la casa como si llevara una invisible armadura cuyas
bisagras causaran esos extraos sonidos. Se entregaba, como antes, a violentas
disputas, discuta con un o una invisible, una voz robusta con poderosos
argumentos. Culpa, oh, haba tanta culpa! Ella no ceda, la voz tampoco. Ya
no puedo ms!, sollozaba cuando la voz llevaba demasiada ventaja. Cuando la
condenaba a penas demasiado horribles. Cuando la castigaba con demasiada
maldad. Tambin murmuraba formas de muerte, como si fueran una oracin.
Ahorcamiento, reventamiento, asfixia: no haba forma de muerte que no
estuviera en su lista. Y naturalmente segua diciendo que tena que llevar
consigo al nio. Ninguna buena madre dejara solo a su hijo. Tambin segua
teniendo miedo a las noches. Yaca en la oscuridad con los ojos abiertos y
esperaba a su asesino. A uno se le saltaban las lgrimas cuando la vea all de
pie, un trozo de grava que quera ser granito. Uno crea tener que coger un
martillo para romper esa montaa magntica. En mil pedazos, y despus, si la
boca segua movindose, un par de golpes ms. S, eso es lo que ella deca a
menudo: Habr que matarme. Rea, con ojos de pnico. Por m misma jams
me morir. De hecho jams tuvo una gripe ni un dolor de muelas. No conoca
el dolor. No senta ni el fro ni el calor. Ahora su condicin se haba vuelto estar
siempre sana.
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Urs Widmer
El amante de mi madre
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El amante de mi madre
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El amante de mi madre
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El amante de mi madre
La historia est contada. Esta historia de una pasin, de una terca pasin.
Este rquiem. Esta reverencia ante una vida difcil de vivir. Quiz una cosa ms:
hace poco, hace apenas una semana, fui al Museo Etnogrfico a contemplar la
coleccin de Wern. Vagu por las salas, contempl salvajes mscaras de
demonios y admir la reconstruccin de la choza de un personaje distinguido,
que probablemente haba sido el propio Wern. Sin duda la hamaca no era de
oro, no haba ninguna hamaca, pero en un cuenco de madera yacan dos
cigarros liados a mano, resecos seguramente desde haca bastante, que se
parecan mucho a los de Wern. Una mesa, dos taburetes, esterillas, joyas,
probablemente las de la princesa. Tambin platos y cucharas de madera.
Cacharros de barro con hermosos adornos. Yo estaba solo en el museo.
Silencio, total silencio; una luz mate desde las elevadas ventanas. Slo cuando
entr en la sala con la choza una gran instalacin que llenaba todo un lado de
la sala vi a otro visitante, un anciano que admiraba un Ksatyra, un toro negro
de tamao mayor que el natural, hecho en algo as como papel mach, que se
empleaba en los enterramientos de los grandes personajes. Una especie de
atad mgico. Bajo el gigantesco toro, el hombre era tan pequeo que pareca
que el monstruo sagrado iba a engullirlo. Ambos estaban inmviles, demonio y
hombre. Un dilogo? Una oracin? Una medicin de fuerzas? De pronto,
reconoc al hombre. Edwin. Edwin se haba hecho viejo, viejsimo, pero era todo
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El amante de mi madre
Fui hacia l, rpido, con pasos que sonaron como disparos de fusil. Quera,
puede ser, pegarle, o darle una patada entre las piernas, o por lo menos gritar.
He escuchado todos sus conciertos dije en vez de eso, al llegar a su
altura. Todos los Bartk, o aquel Idomeneo. Liebermann! Hartmann!
Zimmermann! Maravilloso en todo caso mi voz, tan sonora y casi tan alta
como la de mi madre, revel que mi mano derecha, mi pie derecho, seguan
estremecindose y temblando.
Entonces l sonri. Inspir, espir. S, estaba radiante.
Pasado maana dijo doy un concierto. Ligeti, Bartk, Beck. Venga
usted, venga! me dio una amistosa palmadita en la cara, se volvi y se
encamin a la salida con pasos rpidos y seguros. Desapareci en el hueco
negro de la puerta, y ya iba a volverme hacia las mscaras de cerdo y de perro
cuando reapareci, con el rostro rojo de placer:
Si su historia fuera cierta... grit riendo entonces usted sera mi hijo!
levant ambos brazos y volvi a dejarlos caer. Mala suerte, joven.
Desapareci tan rpido que no vio cmo me daba en la sien con el ndice.
Lo cree usted o no le importa en absoluto? bram. Luego me qued
simplemente all, escuchando apagarse sus pasos. Sus risas cada vez menos
sonoras. Una puerta se cerr, y volvi a hacerse el silencio. Todos los demonios
callaban, como llevaban siglos haciendo. Slo el toro en la choza, el Ksatyra,
pareca rer, tan sin ruido, con tanto estrpito, que tambin yo abandon el
museo.
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