La Justicia en El Mundo
La Justicia en El Mundo
La Justicia en El Mundo
Introducción
Reunidos de todas las partes del mundo, en comunión con todos los creyentes
en Cristo y con toda la familia humana, y abriendo el corazón al Espíritu renovador
de todas las cosas, nos hemos preguntado a nosotros mismos sobre la misión del
pueblo de Dios en la promoción de la justicia en el mundo.
Por otro lado, la demanda de recursos y de energías por parte de las naciones
más ricas −capitalistas o socialistas−, así como los efectos de su uso en la atmósfera
o en el mar, son tales que los elementos esenciales de la vida terrestre, cuales son
el aire y el agua, serían irreparablemente destruidos, si los altos niveles de
consumo y contaminación se extendiesen a toda la humanidad en continuo
crecimiento.
El fuerte impulso hacia la unidad mundial, la desigual distribución que pone en
manos de un tercio de la humanidad, es decir, de la que goza un mayor desarrollo,
el control de tres cuartas partes de la renta, de las inversiones y del comercio; el
mismo fracaso del progreso meramente económico y la nueva percepción de los
límites materiales de la "biosfera", nos hacen tomar conciencia del hecho de que en
el mundo actual están naciendo nuevas formas de concebir la dignidad humana.
Derecho al desarrollo
Sin embargo, este anhelo no podrá satisfacer los deseos de nuestro tiempo, si
no tiene en cuenta los obstáculos objetivos que oponen las estructuras sociales a la
conversión de los corazones o también a la realización del ideal de la caridad. Por el
contrario, exige que sea superada la condición general de marginación social, que
desaparezcan las vallas o los círculos viciosos convertidos en sistema y opuestos a
la promoción colectiva al fruto de una adecuada remuneración del trabajo de
producción, reforzando la condición de desigualdad para un posible acceso a los
bienes y a los servicios sociales, debido a lo cual queda excluida de ellos una gran
parte de los habitantes. Si las naciones y regiones "en vía de desarrollo" no llegan a
la liberación desarrollándose a sí mismas, existe el peligro de que las condiciones
de vida, creadas principalmente por el dominio colonial, puedan convertirse en una
nueva forma de colonialismo, en el que las naciones en desarrollo serán víctimas
del juego de las fuerzas económicas internacionales. Tal derecho al desarrollo es,
ante todo, un derecho a la esperanza, en conformidad con las posibilidades
concretas que ofrece el actual género humano. Para corresponder a esta esperanza,
debería ser purificado el concepto de evolución de los mitos y falsas convicciones a
que lleva todavía una cierta estructura mental ligada a una noción determinista y
automática del "progreso".
Así sucede, por ejemplo, en el caso de los emigrantes, que no pocas veces se
ven obligados a abandonar su patria para buscar trabajo, pero ante cuyos ojos se
cierran frecuentemente las puertas por razones de discriminación; o también,
cuando se les permite entrar, se ven obligados tantas veces a una vida insegura o
tratados de manera inhumana. Lo mismo cuando se trata de grupos a quienes ha
cabido la menor suerte en la promoción social, como son los obreros y sobre todo
los del campo, que representan la mayor parte en el proceso de evolución. Hay que
deplorar de manera especial la condición de miles y miles de refugiados de
cualquier grupo o pueblo, que surgen persecución −en ocasiones de manera ya
institucionalizada− por su origen racial o étnico o por razones de tribu. Esta
persecución por razones de tribu puede asumir en ocasiones características de
genocidio.
Hay que poner también de relieve que el derecho, sobre todo de los niños y
de los jóvenes, a la educación, a condiciones de vida y a medios de comunicación
moralmente sanos, está amenazado nuevamente en nuestros días.
La necesidad de diálogo
Ante esta situación del mundo moderno, marcado por el gran pecado de la
injusticia, somos conscientes de nuestra responsabilidad en ella y también de la
impotencia para superarla con nuestras propias fuerzas. Esta situación nos está
reclamando a escuchar con corazón humilde y abierto la palabra de Dios, que nos
muestra nuevos caminos de actuación en favor de la justicia en el mundo.
Por tanto, según el mensaje cristiano, la actitud del hombre para con los
hombres se completa con su misma actitud para con Dios; su respuesta al amor de
Dios, que nos salva por Cristo, se manifiesta eficazmente en el amor y en el
servicio de los hombres. Pero el amor cristiano al prójimo y la justicia no se pueden
separar. Porque el amor implica una exigencia absoluta de justicia, es decir, el
reconocimiento de la dignidad y de los derechos del prójimo. La justicia a su vez
alcanza su plenitud interior solamente en el amor. Siendo cada hombre realmente
imagen visible del Dios invisible y hermano de Cristo, el cristiano encuentra en cada
hombre a Dios y la exigencia absoluta de justicia y de amor que es propia de Dios.
La situación actual del mundo, vista a la luz de la fe, nos invita a volver al
núcleo mismo del mensaje cristiano, creando en nosotros la íntima conciencia de su
verdadero sentido y de sus urgentes experiencias. La misión de predicar el
Evangelio en el tiempo presente requiere que nos empeñemos en la liberación
integral del hombre ya desde ahora, en su existencia terrena. En efecto, si el
mensaje cristiano sobre el amor y la justicia no manifiesta su eficacia en la acción
por la justicia en el mundo, muy difícilmente obtendrá credibilidad entre los
hombres de nuestro tiempo.
El testimonio de la Iglesia
Proponemos que este tema sea sometido a un profundo estudio con medios
adecuados, como, por ejemplo, una comisión mixta de hombres y mujeres, de
religiosos y seglares de diversas condiciones y competencia.
La Iglesia reconoce a todos el derecho a una conveniente libertad de
expresión y de pensamiento, lo cual supone también el derecho a que uno sea
escuchado en espíritu de diálogo que mantenga una legítima variedad dentro de la
Iglesia.
Los procedimientos judiciales deben conceder al imputado el derecho a saber
quiénes son sus acusadores, así como el derecho a una conveniente defensa. La
justicia, para ser completa, debe incluir la rapidez en el proceso, y esto se requiere
especialmente en las causas matrimoniales.
Por lo que se refiere a los bienes temporales, cualquiera que sea su uso,
nunca ha de ser tal que haga ambiguo el testimonio evangélico, que la Iglesia está
obligada a ofrecer. El mantenimiento de ciertas posiciones de privilegio debería ser
subordinado constantemente al criterio de este principio. Y aunque en general es
difícil determinar los límites entre lo que es necesario para el recto uso y lo que es
exigido por el testimonio profético, no hay duda de que este principio debe ser
firmemente mantenido: nuestra fe nos exige cierta moderación en el uso de las
cosas y la Iglesia está obligada a vivir y a administrar sus propios bienes de tal
manera que el Evangelio sea anunciado a los pobres. Si, por el contrario, la Iglesia
aparece como uno de los ricos y poderosos de este mundo, su credibilidad queda
menguada.
La vida cotidiana del cristiano, como fermento evangélico que obra dentro de
la familia, la escuela, el trabajo, la vida social y civil, es la contribución específica
que aportan los cristianos a la justicia; a lo cual se debe añadir la perspectiva y el
significado que ellos pueden dar a los esfuerzos humanos. De ahí que el método
educativo deba ser tal que enseñe a los hombres a conducir la vida en su realidad
global y según los principios evangélicos de la moral personal y social, que se
exprese en un testimonio cristiano vital.
En efecto, aparecen claros los obstáculos a ese progreso que deseamos para
nosotros mismos y para los demás. El método educativo, todavía vigente muchas
veces en nuestros tiempos, fomenta un cerrado individualismo. Una parte de la
familia humana vive como sumergida en una mentalidad que exalta la posesión. La
escuela y los medios de comunicación, obstaculizados frecuentemente por el orden
establecido, permiten formar el hombre que el mismo orden desea, es decir, un
hombre a su imagen; no es un hombre nuevo, sino la reproducción de un hombre
tal cual.
Este tipo de educación, dado que hace a todos los hombres más íntegramente
humanos, los ayudará a no seguir siendo en el futuro objeto de manipulaciones, ni
por parte de los medios de comunicación, ni por parte de las fuerzas políticas, sino
que, al contrario, los hará capaces de forjar su propia suerte y de construir
comunidades verdaderamente humanas.
Los principios fundamentales por los que se ha obrado el influjo del Evangelio
en la vida social contemporánea se encuentran en el conjunto sistemático de
doctrina que ha sido propuesta gradual y oportunamente desde la encíclica Rerum
Novarum hasta la carta apostólica Octogessima Adveniens. Con la Constitución
Gaudium et Spes del Vaticano II la Iglesia ha entendido mejor que antes cuál es su
puesto en el mundo actual, en el cual el cristiano, practicando la justicia, trabaja
por su propia salvación. La Pacem in Terris nos dio la verdadera carta de los
derechos del hombre. En la Mater et Magistra comienza a ocupar el primer lugar la
justicia internacional, la cual se expresa en la Populorum Progressio más
minuciosamente, en forma de un verdadero y propio tratado sobre el derecho al
desarrollo y en la Octogessima Adveniens pasa a ser una síntesis de las
orientaciones relativas a la acción política.
Colaboración ecuménica
La acción internacional
Teniendo el Sínodo carácter universal, trata aquellos problemas de justicia
que incumben directamente a toda la familia humana. De ahí que reconociendo la
importancia de la cooperación internacional para el desarrollo socioeconómico,
alabamos sobre todo la inestimable obra realizada en los pueblos más necesitados
por las Iglesias locales, los misioneros y las organizaciones que los sostienen;
queremos apoyar aquellas iniciativas e instituciones que trabajan por la paz, por la
justicia internacional y por el desarrollo humano. Por tanto, exhortamos a los
católicos a tomar en consideración las siguientes proposiciones:
1. Se reconozca que el orden internacional está radicado en los derechos y
en la dignidad inadmisible del hombre. La Declaración de los Derechos del
Hombre, hecha por las Naciones Unidas, sea ratificada por todos aquellos
gobiernos que no han dado todavía su adhesión a tal convención y sea
plenamente observada por todos.
3. Sean apoyados los objetivos del II Plan de Desarrollo Decenal −entre los
cuales, la transferencia de un determinado porcentaje de la renta anual de
las naciones más ricas a las naciones "en vías de desarrollo"; la fijación de
precios más justos para las materias primas; la apertura del mercado de
las naciones más ricas, y en algunos sectores, un tratamiento preferencial
en favor de la exportación de los productos manufacturados de los países
"en vías de desarrollo"−, puesto que se trata de los primeros pasos para un
impuesto progresivo, así como de una perspectiva económica y social para
todo el mundo. Deploramos cuantas veces las naciones más ricas se
cierran a esta finalidad ideal de repartición y de responsabilidad mundial.
Y esperamos que en el futuro una semejante debilitación de solidaridad
internacional no quite valor a las discusiones de carácter comercial que
está preparando la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y
el Desarrollo (UNCTAD).
7. Nos parece que hay que subrayar también una nueva preocupación
mundial, sobre el problema de que se tratará por primera vez en una
"Conferencia sobre el ambiente humano", que tendrá lugar en Estocolmo
en junio de 1972. No se ve por qué las naciones más ricas puedan nutrir la
pretensión de aumentar las propias reivindicaciones materiales, si la
consecuencia para las demás es la de quedar en la miseria o crear el
peligro de destruir los mismos fundamentos físicos de la vida del mundo.
Los que ya son ricos están obligados a asumir un estilo de vida menos
material, con menor despilfarro, para evitar la destrucción del patrimonio
que ellos, por absoluto deber de justicia, deben compartir con todos los
demás miembros del género humano.
La potencia del Espíritu, que resucitó a Cristo de entre los muertos, obra
incesantemente en el mundo. El pueblo de Dios está presente, especialmente a
través de los hijos generosos de la Iglesia, en medio de los pobres y de quienes
sufren opresión y persecución viviendo en la propia carne y en el propio corazón la
Pasión de Cristo y dando testimonio de su Resurrección.
En efecto, toda criatura gime y sufre los dolores de parto hasta hoy (cfr. Rom
8,22) y espera la revelación de la gloria de los hijos de Dios. Estén seguros, pues,
los cristianos de que hallarán finalmente los frutos de la propia naturaleza y del
propio esfuerzo purificados de toda mancha en la tierra nueva que Dios tiene ya
desde ahora preparada para ellos, y en la cual habrá un Reino de justicia y de
amor: este Reino alcanzará su plenitud cuando vuelva el Señor.
La esperanza del Reino venidero está impaciente por habitar en los espíritus
humanos. La transformación radical del mundo en la Pascua del Señor da pleno
sentido a los esfuerzos de los hombres y particularmente de los jóvenes por la
disminución de la injusticia, de la violencia y del odio, y por el progreso conjunto de
todos en la justicia, la libertad, la paternidad y el amor.