La Democracia y Sus Condiciones (Michelangelo Bovero)
La Democracia y Sus Condiciones (Michelangelo Bovero)
La Democracia y Sus Condiciones (Michelangelo Bovero)
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I. A qu juego jugamos?
emocracia es una de las palabras que ms han padecido una situacin inflacionaria en el lenguaje comn, a tal grado que corre el
riesgo de convertirse si es que no lo ha hecho ya- en una palabra
vaca. Corre el riesgo de perder cualquier significado compartido. Por eso
es oportuno tratar de restaurar el significado de la palabra democracia; es
decir, reconstruir el concepto de democracia, o al menos, un concepto plausible y aceptable, que sea acorde con los usos prevalentes de la palabra a lo
largo de la historia de la cultura occidental.
Sugiero proceder en esa tarea por medio de aproximaciones sucesivas. La
palabra democracia indica, como diran tal vez los lgicos, un mundo
social posible, es decir, una de las configuraciones que puede asumir la organizacin de la convivencia colectiva. Con mayor precisin, democracia
indica, sobre todo y esencialmente, una forma de gobierno en el sentido
ms amplio y tradicional de esta expresin o un tipo de rgimen, como
prefieren decir hoy algunos estudiosos. Los antiguos habran dicho: La democracia es una politea, esto es una de las constituciones de acuerdo con
uno de los modos ms frecuentes de traduccin. Aristteles nos ense a
reconocer la constitucin la politea de una plis, el carcter poltico de
una comunidad, su identidad especfica, su rgimen poltico en la txis
tn archn, es decir en la arquitectura de los poderes pblicos, a los cuales
est atribuida la tarea de tomar las decisiones colectivas.
Usando un lenguaje ms moderno, aunque la sustancia sigue siendo la
misma, diramos que los tipos de rgimen se distinguen entre s con base
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* Traduccin del italiano de Lorenzo Crdova Vianello y Paula Sofa Vzquez Snchez.
** Profesor de Filosofa Poltica de la Universidad de Turn, Italia.
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en las reglas constitutivas que cada uno de ellos establece para utilizar
las sencillas e ilustrativas frmulas de Bobbio- el quin y el cmo de las
decisiones polticas: quin, o sea cules y cuntos sujetos tienen el derechopoder de participar en el proceso de toma de decisiones; y cmo, esto es
mediante cules procedimientos debe llevarse a cabo ese proceso. Por lo
tanto, el rgimen democrtico se distingue de otros regmenes por sus reglas
especficas, es decir, por una clase determinada de respuestas a las preguntas
relativas al quin y al cmo de las decisiones polticas. Podramos decir,
utilizando una metfora comn que: la democracia es un juego, es decir,
un sistema de acciones e interacciones tpicas, regido por un cierto conjunto
de reglas fundamentales, a las que denominamos precisamente reglas del
juego. Si no sabemos cules son las reglas, no podemos saber qu juego
estamos jugando. Si no establecemos cules reglas son democrticas, no
podemos juzgar si los regmenes realmente existentes a los cuales llamamos
democracias merecen de verdad ese nombre.
Pero, cmo establecer si una regla del juego poltico es democrtica o no
lo es?, Cul es el criterio que debemos seguir? Aprendimos de los antiguos
a llamar democracia a un rgimen en el que las decisiones colectivas, las
normas vinculantes para todos, no emanan de lo alto, es decir, de un sujeto (ya sea el monarca o el tirano) o de unos pocos sujetos (los aristcratas
o los oligarcas) que se erigen por encima de la colectividad, sino que son
producto de un proceso de decisin que se inicia desde la base, en el cual
todos tienen el derecho de participar de manera igual e igualmente libre. La
democracia es el rgimen de la igualdad poltica y de la libertad poltica.
Las reglas del juego democrtico estn contenidas implcitamente en los
principios de igualdad y de libertad polticas, o bien, que es lo mismo, son
reconocibles como democrticas aquellas reglas constitutivas constitucionales- que representan una consecuente expresin de los principios de igualdad y de libertad poltica. Por eso, dichas reglas valen como las condiciones
por las que un rgimen es (reconocible como) democrtico, o sea, como un
rgimen de igualdad y libertad poltica. El juego poltico es democrtico
si, a condicin de que, y siempre y cuando, estas reglas sean respetadas; si
stas se alteran o se aplican incorrectamente, de manera no coherente con
los principios democrticos, entonces se empieza a jugar otro juego. Tal vez
incluso sin darnos cuenta de ello.
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Bobbio, N. Teoria Generale della Politica, edicin de M. Bovero, Turn, Einaudi, 1999,
pp. 370-83; el catlogo de reglas se encuentra en la pgina 381. En adelante, esta obra ser
citada como TGP.
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democrticos de igualdad y libertad. sta regla plantea una condicin compleja2 de salvaguardia o supervivencia de la democracia: en resumen, ninguna decisin asumida por medio de las reglas del juego democrtico debe
desnaturalizar u obstaculizar al juego mismo. sta regla puede articularse
en cinco imperativos. En primer lugar, prohbe cualquier decisin que est
orientada a alterar o abolir las otras reglas del juego, y por ello a las condiciones de la democracia, aun cuando una decisin de este tipo haya sido
formalmente tomada de acuerdo con las mismas: por ejemplo, prohbe que
un parlamento elegido por sufragio universal introduzca el sufragio restringido. En segundo lugar, prohbe volver vanas es decir, vacas e intiles,
a las otras reglas limitando, o peor an, aboliendo los derechos fundamentales de libertad individual (la libertad personal, de opinin, de reunin, de
asociacin), que constituyen las precondiciones liberales de la democracia.
En tercer lugar, impone la obligacin de volver efectivo el goce universal de
estas mismas libertades, al garantizar algunos derechos fundamentales ulteriores, que representan las precondiciones sociales de las precondiciones liberales de la democracia: si bien es cierto que las (primeras cinco) reglas del
juego democrtico seran vanas si no estuvieran garantizados los derechos
a la libre manifestacin de las ideas, a la libertad de reunin y asociacin,
tambin lo es qu estos derechos estaran vacos, o reducidos de facto a ser
meros privilegios de algunos si no estuvieran garantizados para todos, por
ejemplo, el derecho social a la educacin pblica y gratuita y el derecho a
la subsistencia, es decir, a gozar de condiciones materiales que vuelvan a
los individuos como tales, a todos los individuos, capaces de ser libres, y
no los obliguen a alienar su propia libertad al mejor postor. En cuarto lugar,
la ltima regla del juego prohbe violar las precondiciones en sentido estricto- constitucionales de la democracia, especficamente los principios de
separacin y de equilibro de poderes del Estado, o bien impone el asegurar
las tcnicas jurdicas idneas para prevenir el despotismo, incluso el de la
mayora. En quinto lugar, prohbe toda forma de concentracin de aquellos
que Bobbio llama los tres poderes sociales: el poder poltico, fundado en
ltima instancia en el control de los medios de coaccin; el poder econmi2
En el catlogo que estamos examinando, esta regla est expresada en una frmula
reducida, que slo se refiere explcitamente a los derechos de las minoras. Para entender su
extensin real, mucho ms amplia, es necesario remitirnos al comentario donde se exponen
todas las implicaciones relativas a stas reglas que encontramos en otro ensayo bobbiano:
estas reglas establecen como se debe llegar a las decisiones polticas, no qu es lo que debe
decidirse. Desde la perspectiva del que cosa el conjunto de las reglas del juego democrtico
no prescriben nada, salvo la exclusin de decisiones que podran en algn modo contribuir a
hacer intiles una o ms reglas del juego. (Democrazia, en Dizionario di poltica, edicin
de N. Bobbio y N. Matteucci, Turn, Utet, 1976, las cursivas son mas).
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TGP, p. 381.
En la Voz Democrazia, del Dizionario di politica, op. cit.
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Idem.
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ma de una correcta aplicacin de las reglas del juego: una ampliacin de los
derechos de participacin poltica hasta llegar al sufragio universal, mejores
garantas de libertad, y as sucesivamente. Pero, si un anlisis desprejuiciado de la realidad contempornea nos llevara a constatar que los regmenes
que hoy comnmente son llamados democracias han invertido la ruta, alejndose de este paradigma, no deberamos entonces hablar de una degeneracin de la democracia y de una decadencia progresiva hacia la autocracia?
En 1984, Bobbio expresaba una opinin completamente diferente. En el
clebre ensayo El futuro de la democracia, an habiendo considerado con
un realismo desencantado las caractersticas y las tendencias de las democracias reales de la posguerra, afirmaba sin dudarlo que: no obstante todas
las transformaciones que los nobles ideales democrticos han sufrido, contaminndose con la poco noble realidad de la poltica prctica, no se puede
hablar propiamente de degeneracin de la democracia6; an la [democracia real] ms alejada del modelo, es decir el paradigma de una correcta
aplicacin de las reglas del juego, no puede ser confundido de ninguna
manera con un Estado autocrtico7.
Eso es todava cierto hoy en da?, Estamos dispuestos a reconocer todava como vlida, despus de un cuarto de siglo, esta afirmacin? Si mantenemos la prospectiva de Bobbio, que asuma como trmino de parangn
a los totalitarismos del siglo XX, probablemente s. Pero preguntmonos:
despus del anlisis de Bobbio, cules son las transformaciones ulteriores que ha sufrido la democracia?, Ha disminuido o se ha incrementado
la distancia del modelo ideal que determina las caractersticas esenciales,
las condiciones de la democracia, en un paradigma de reglas correctamente
aplicadas?
Mi (primera) tesis es la siguiente: al observar en retrospectiva las ltimas
dos o tres dcadas de vida de las democracias reales, es claramente reconocible un proceso de degeneracin, que aunque se diferencie fenomnicamente de lugar en lugar, es sustancialmente homogneo, an en marcha,
que tiende a hacer que la democracia asuma gradualmente caractersticas
de una forma de gobierno distinta, a la que propongo llamar autocracia
electiva. Obviamente se trata de un oxmoro, el adjetivo rie con el sustantivo: clsicamente, el autcrata dispone de s y de los dems a su propio
arbitrio, se pone a s mismo como el principio del poder, se impone y no se
propone a los ciudadanos. Pero a mi juicio, la realidad poltica de nuestro
tiempo es precisamente a la vez un oxmoro y una paradoja. O al menos as
se nos presenta, porque nuestros esquemas mentales, las categoras a travs
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Cfr. Michel J. Crozier, Samuel P. Huntington, Joji Watanuki, The Crisis of Democracy.
Report on the governability of democracies to the trilateral commission, Nueva York,
New York University Press, 1975. Trad. It. La crisi della democrazia. Rapporto sulla
governabilit delle democrazie alla Commissione Trilaterale, pref. Di Giovanni Agnelli.
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que tiende al abuso. Otro juego, otra forma de rgimen. Precisamente, una
autocracia electiva.
IV. Tendencias autocrticas y kakistocrticas: una sinergia
Quisiera ahora llamar la atencin sobre aqul aspecto del proceso degenerativo de las democracias reales que he presentado como violacin de la
dcima condicin de la democracia, es decir, de la prohibicin de concentracin y confusin de los poderes sociales. Y no slo me refiero slo al
desafortunado caso del bello pas (Italia), en donde en las ms recientes
estaciones polticas este fenmeno ha asumido proporciones anormales y
caractersticas grotescas. Su difusin es, en realidad, planetaria. Basta pensar, por un lado, en la incidencia sobre la vida de todas las democracias
reales (en mayor o en menor medida) de la conjuncin obscena entre el
dinero y la poltica y, por el otro, en la potencia desbordada de los medios
de comunicacin, sobre todo de la televisin, para obnubilar cada vez ms
la capacidad de juicio poltico de aquellos a los que Bobbio llamaba los
ciudadanos no educados.
Que la participacin en el juego poltico podra transformarse en s en
un instrumento eficaz de educacin de los ciudadanos era una conviccin,
o una esperanza, de algunos escritores democrticos en los siglos xix y xx.
Sin embargo, bien pronto sta idea se revel como una ilusin; no slo, de
acuerdo con el clebre anlisis de Bobbio de 1984, se trata de una de las
ms importantes promesas no mantenidas de la democracia. Hoy la situacin se nos presenta en trminos mucho peores: nos encontramos frente a
la proliferacin de ciudadanos mal-educados. El ciudadano mal-educado es
un sujeto distinto al ciudadano no educado al que se refera Bobbio, de la
misma manera en la que la mal-educacin es algo ms perverso que la no
educacin. La no educacin es una condicin pasiva, un resultado negativo,
una ausencia: es una (auto-) educacin faltante, no lograda. En cambio, la
mal-educacin es sobre todo (el resultado de) un proceso activo: existen
ciudadanos mal-educados porque existen los mal-educadores. Arquitectos,
obreros y trabajadores de la mala fe. Los vemos todos los das dedicadamente empeados en su trabajo profesional: en los medios de comunicacin, en
las distintas industrias de la persuasin interesada. Bobbio sealaba como
figuras tpicas de los ciudadanos no educados al ciudadano aptico, aqul
que carece de inters en la poltica, y al ciudadano cliente, adicto al voto de
intercambio. Una tipologa del ciudadano mal-educado hara emerger hoy
a figuras mucho ms despreciables. El ciudadano corrupto y soberbio, que
ha asumido como modelo de vida la afirmacin personal a cualquier costo
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Huntington, Samuel P., The Third Wave. Democratization in the Late Twentieth Century,
Norman, University of Oklahoma Press, 1991. Trad. it. La terza ondata. I processi di
democratizzazione alla fine del XX secolo, Bolonia, il Mulino, 1995.
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a la democracia y el de la tendencial degeneracin neo-autocrtica y kakistocratica de las democracias reales estn en gran medida sobrepuestos.
Esta es mi (tercera) tesis. Entendmonos: no quiero disminuir en absoluto
el alcance y la importancia de estos procesos de transicin. Sin embargo,
sugiero que el enorme progreso poltico obtenido en aquellos lugares donde
se han superado regmenes autoritarios, dictatoriales y totalitarios, ha tenido
lugar en circunstancias histricas, sociales y culturales desfavorables para
el nacimiento y el crecimiento de una democracia sana. Por ello, muchas
democracias nuevas, o renovadas, han nacido, o renacido, con el virus de la
kakistocracia y de la autocracia electiva. En definitiva, como democracias
aparentes.
Por ahora nicamente me limitar a subrayar dos desafortunadas coincidencias. Ante todo, en la mayor parte de los casos recientes, el restablecimiento de contiendas electorales plurales ha sucedido en la misma poca del
triunfo del videopoder, como lo ha llamado Giovanni Sartori16. Ello le ha
dado a las formas tradicionales de personalismo poltico, enraizadas en la
historia de muchas regiones, nueva linfa y un original aspecto posmoderno,
permitiendo a veces el ascenso e incluso el suceso de candidatos desconocidos o peor an (tele) inventados. En algunas situaciones, hay quien ha
hablado incluso de ilusionismo poltico. Naturalmente entre las estrategias
ilusionistas perseguidas con medios postmodernos tambin pueden entrar
tambin los llamados a tradiciones histricas ms o menos recientes o remotas. Por ejemplo, ciertos personajes dotados de un carisma grotesco se
disfrazan con mitos revolucionarios del pasado.
Pero sobre todo, muchos procesos de abandono de regmenes antidemocrticos han coincidido con una coyuntura poltico-econmica dominada
por las teoras y las prcticas neoliberales, por la difusin y/o imposicin del
Consenso de Washington, que ha vuelto difcil afrontar el inmenso problema
de las precondiciones sociales de la democracia. Como resultado, el propio
apoyo popular a los procesos de democratizacin ha resultado daado. Para
muchos, la esperanza en la democracia converga y se confunda con la
esperanza en la emancipacin social y en el mejoramiento de las condiciones de vida. Cuando las dos esperanzas se presentaron como divergentes, o
incluso contradictorias, lo que ha seguido es el desengao. As, la atmsfera
de descontento termin por favorecer el surgimiento de los demagogos y de
los aprendices de brujo.
A veces, estos personajes gozan de un consenso insospechado. Dicho sea
con extrema nitidez: entendido como suceso popular, el consenso vuelto
efectivo y certificado por el computo de los votos expresados formalmen16
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taurarla, tal como una obra de arte que ha sido vandalizada. En primer lugar,
es necesario tratar de encerrar a los vndalos. Y se necesita combatir la mala
educacin de los ciudadanos que no se reconocen como tales. Si la democracia puede ser restaurada, la tarea de restituirle la dignidad del proyecto ideal
debe ser perseguida ante todo ofreciendo a los ciudadanos, en especial a los
ms jvenes, como deca Kant y como nos ha recordado Bobbio en mltiples ocasiones, conceptos justos acompaados de buena voluntad. Los
primeros son necesarios para reconocer con claridad la gravedad del dao
que ha sufrido la democracia, sin indulgencias o autoengaos que nos consuelen, la segunda, para ponerle un remedio.