Steiner Rudolf Cristianismo y Los Misterios
Steiner Rudolf Cristianismo y Los Misterios
Steiner Rudolf Cristianismo y Los Misterios
conocimiento con un carcter totalmente excluyeme, por creer que con ello
se asientan sobre el terreno firme de las ciencias naturales; resulta, sin
embargo, que con tales mtodos no se pueden abarcar ni siquiera las
consecuencias de esas mismas ciencias. Slo aceptarn este libro los que
estn dispuestos a admitir que una apreciacin correcta de nuestro
portentoso conocimiento actual de la naturaleza es perfectamente
compatible con la verdadera mstica. Mediante lo que aqu se denomina
conocimiento mstico, en este libro se quiere mostrar de qu forma el
manantial del Cristianismo dispuso sus propias condiciones de existencia
sobre los Misterios de los tiempos precedentes. En esta mstica
precristiana se extiende el terreno en el que, como una semilla, de forma
independiente, germinar el Cristianismo; este punto de vista hace posible
comprender ste en su esencia independiente, aunque su desarrollo se
contemple partiendo de la mstica precristiana. De no considerarse as la
cuestin, sera muy posible que no llegara a captarse ese carcter
independiente que hemos subrayado, y se creyera que el Cristianismo no
fue otra cosa que un mero desarrollo ulterior de algo que ya exista en la
mstica precristiana. Muchos contemporneos nuestros han cado en este
error cuando, al comparar el Cristianismo con las concepciones
precristianas, han llegado a la conclusin de que las ideas cristianas no
eran ms que una continuacin de las precristianas. El presente libro
trata de mostrar cmo el Cristianismo presupone la mstica primitiva
anterior, al igual que el germen vegetal presupone su suelo. Lo que se
propone es resaltar la esencia del Cristianismo precisamente en su
carcter peculiar a travs del estudio de su gnesis, sin pretender, en modo
alguno, borrar tal peculiaridad. El autor se permite mencionar aqu un
hecho que le produce profunda satisfaccin y es que este enfoque de la
naturaleza del Cristianismo ha encontrado eco en un hombre notable que,
en el mejor sentido de la palabra, ha enriquecido la cultura de nuestro
tiempo con sus valiosas obras sobre la vida espiritual de la humanidad. Se
trata de Edouard Schur, autor de Los Grandes Iniciados. Schur se
halla tan compenetrado con el punto de vista expuesto en el presente libro,
que l mismo ha emprendido su traduccin al francs, con el ttulo de Los
Misterios Antiguos y los Misterios Cristianos. Por cierto que, como
sntoma del actual anhelo por comprender la naturaleza del Cristianismo
en un sentido como el aqu expuesto, cabe aadir que la primera edicin
ha sido traducida a otras lenguas europeas adems de al francs. Al
preparar esta segunda edicin, el autor no ha encontrado motivo alguno
para modificar nada esencial; por el contrario, se ha limitado a ampliar lo
que hace ocho aos escribi. Ha intentado, asimismo, dar a algunos
alma lo hubiera alumbrado sin haber sido fecundada. Mientras que todas
sus restantes criaturas las ha recibido del mundo de los sentidos. All se
ve y se palpa al Padre, que tiene vida sensible. Unicamente el vstago de
Dios es concebido directamente por el oculto y eterno DiosPadre
mismo..Tabla. LOS SABIOS PREPLATONICOS A LA LUZ DE LA
SABIDURIA DE LOS MISTERIOS.. A travs de numerosos hechos podemos
comprobar que la filosofa griega descansaba sobre el mismo substrato
espiritual que la sabidura mistrica. Slo llegaremos a comprender a los
grandes filsofos si nos aproximamos a ellos con la disposicin espiritual
que hemos adquirido de la observacin de los Misterios. Con qu
veneracin habla Platn en el Fedn de las doctrinas secretas: ... es
muy posible que quienes nos instituyeron los misterios no hayan sido
hombres mediocres, y que, al contrario, hayan estado en lo cierto al decir
desde antiguo, de un modo enigmtico, que quien llega profano y sin
iniciar al Hades se hundir en el fango, mientras que el que all llega
purificado e iniciado habitar con los dioses. Pues, al decir de los que
presiden las iniciaciones, son muchos los que llevan el tirso, pero pocos los
verdaderos entusiastas. Y stos, en mi opinin, no son otros que los que se
han dedicado a la filosofa en el recto sentido de la palabra. Por llegar yo
tambin a ser uno de ellos, no he escatimado esfuerzo a lo largo de mi
vida, sino que me afan de todo corazn. Slo puede hablar as de los
Misterios quien ha supeditado su propia bsqueda del saber a la disposi
cin anmica originada por la iniciacin. Y no hay duda de que una luz
resplandeciente ilumina las palabras de los grandes filsofos griegos
cuando stas son consideradas desde una perspectiva de los Misterios. La
relacin de Herclito de Efeso (535475 a. C.), con los Misterios se ve
confirmada por una tradicin segn la cual sus pensamientos son un
sendero intransitable por el que, quien pretenda penetrar sin haber sido
iniciado, no encontrar otra cosa que tinieblas y lobreguez; en cambio,
dichos pensamientos aparecern ms brillantes que el sol para quien
llegue hasta ellos conducido por un iniciado. Y si a propsito de su libro se
cuenta que fue depositado por l en el templo de Artemisa, ello quiere decir
que slo los iniciados eran capaces de comprenderlo. Herclito fue llamado
el oscuro porque solamente mediante la clave de los Misterios se poda
arrojar luz sobre sus concepciones 4. Herclito llega hasta nosotros como
una personalidad llena de gravedad para con la vida. Se aprecia
claramente en sus rasgos, si uno es capaz de recordarlos, que era portador
de un ntimo conocimiento del cual saba que no era susceptible de
explicacin mediante palabras, sino que el valor de stas quedaba limitado
al de meras sugerencias. De este convencimiento surge su clebre
afirmacin: Todo fluye, que Plutarco explica as: No nos baamos dos
veces en el mismo ro, ni nos encontramos dos veces a un mismo ser
mortal. Por su violencia y rapidez, las aguas se dispersan y se juntan no
de una manera sucesiva, sino que van y vienen simultneamente. El
hombre que piensa as, es porque ha penetrado en la naturaleza de las
cosas perecederas. Porque se ha sentido impelido a caracterizar la esencia
de lo efmero en los trminos ms concretos. No es posible dar una
definicin semejante a menos que lo efmero se mida con el mismo patrn
de lo Eterno. En particular, esta caracterstica no puede hacerse extensiva
al hombre, a no ser que se haya contemplado su ser interior. Ahora bien,
Herclito extendi tambin al hombre dicha caracterstica: La vida y la
muerte, la vigilia y el sueo, la juventud y la vejez, son una misma cosa: lo
uno se transforma en lo otro y lo otro vuelve a ser lo uno. Esta afirmacin
supone un conocimiento pleno del carcter de mera apariencia que tiene la
personalidad inferior. De forma an ms enrgica Herclito aade: La vida
y la muerte estn presentes tanto en nuestro vivir como en nuestro morir.
No significa esto que slo desde la perspectiva de lo efmero puede
estimarse en ms la vida que la muerte? El morir es desvanecerse para dar
lugar a nueva vida; pero en esta nueva vida vive lo Eterno al igual que en
la que acaba de terminar. El mismo elemento Eterno se manifiesta en la
vida transitoria y en la muerte. Captado este elemento Eterno, el hombre
contempla la vida y la muerte con idntico sentimiento. Solamente si es
capaz de despertar dentro de s ese elemento Eterno, la vida tiene para l
un valor especial. De poco sirve repetir hasta la saciedad la frase todo
fluye; sonar a frase hueca a menos que vaya impregnada de aquel
sentimiento. El conocimiento del Eterno devenir carece de valor en tanto
no anule nuestro apego al devenir temporal. A esta necesidad de
trascender el amor a la vida, que nos empuja hacia lo transitorio, se refiere
Herclito cuando dice: Cmo podramos afirmar de nuestra vida
cotidiana que somos, si desde el punto de vista de lo Eterno sabemos que
somos y no somos? (Fragmentos de Herclito, nm. 81). Hades y
Dionisios son uno solo y el mismo, dice en otro de los fragmentos.
Dionisios, el dios de la alegra vital, de la germinacin y del crecimiento, a
quien se dedicaban las fiestas dionisacas era, para Herclito, el mismo
que Hades el dios de la destruccin. Unicamente aquel que vea la muerte
en la vida y la vida en la muerte, y en ambas lo Eterno, trascendindolas,
ser capaz de ver a su verdadera luz los defectos y cualidades de la
existencia. Entonces, hasta las imperfecciones mismas encuentran su
justificacin, ya que lo Eterno habita tambin en ellas. Slo desde el punto
de vista de la limitada vida inferior se nos aparecen como tales
nace de la lucha de los elementos entre s, pero este mismo Espritu debe
tambin apaciguar los elementos. En el hombre, la fuerza creadora de la
Naturaleza sobrepasa sus propios lmites. La misma fuerza nica,
universal, es la que cre el antagonismo, y la que origin la mezcla de los
elementos; y la que despus, sabiamente, ha de resolver el conflicto. He
aqu la eterna dualidad que vive en el hombre, el perpetuo antagonismo
entre lo temporal y lo eterno. Por virtud de lo eterno el hombre ha llegado a
ser algo enteramente definido y singular, y a partir de esta singularidad
debe l crear algo de naturaleza superior. Es dependiente e independiente,
ya que slo puede participar en el Espritu eterno, que l contempla, en la
medida en que lo permita la mezcla de elementos que ese Espritu eterno
ha efectuado en l. Y precisamente por esto, el hombre est abocado a dar
forma a lo Eterno a partir de lo temporal. El Espritu acta en l, pero lo
hace de una manera peculiar, actuando sobre la base de lo temporal.
Constituye una caracterstica del alma humana el hecho de que algo de
naturaleza perecedera pueda actuar, acrecentarse y derrochar vitalidad,
como si se tratara de algo eterno. Esto le hace asemejarse, al mismo
tiempo, a un Dios y a un gusano. Por esto el hombre ocupa un lugar
intermedio entre Dios y el animal. El impulso que obra en l, como una
fuerza de progresivo crecimiento y de superacin, pugnando por abrirse
paso, es su elemento demnico 6. Herclito hace una rotunda referencia
a este hecho al decir: El Daimon del hombre es su destino (Daimon es
considerado aqu en sentido griego; en sentido moderno deberamos decir
Espritu). As, para Herclito, lo que vive en el hombre se extiende mucho
ms all de lo puramente personal. La personalidad concreta es el vehculo
de lo demnico, un elemento que no est confinado entre los lmites de la
personalidad y para quien la muerte y el nacimiento de lo personal carecen
de importancia. Qu tiene que ver este daimon con algo como el elemento
personal que perece? La personalidad humana constituye para lo
demnico slo una forma de manifestarse. Quien ha descubierto a su
Daimon comienza a contemplar lo que se halla ms all de s mismo, hacia
atrs y hacia adelante. El hecho de experimentar en uno mismo lo
demnico constituye una prueba de su propia eternidad. Y ya no debe
atribuir a su demon la vocacin de llenar su personalidad, como si fuera
su nica funcin. Porque esta personalidad es tan slo una de tantas
admitir, pues, como razonable en el dominio del esptitu lo que nos parece
legtimo en el mbito de la naturaleza. Entonces cabe preguntarse: Debe
un espritu perfecto tener los mismos antecedentes que uno imperfecto?
Ha de tener un Goethe las mismas condiciones previas que un hotentote?
Los antecedentes de un mono son tan distintos a los de un pez como los
del espritu de Goethe a los de un salvaje. El linaje espiritual de un Goethe
es muy diferente al linaje de un espritu salvaje. El espritu, al igual que el
cuerpo, es el resultado de un proceso evolutivo. El espritu de Goethe
cuenta con ms antepasados que el espritu de un salvaje. Tomemos la
doctrina de la reencarnacin en este sentido, y ya no la encontraremos
acientfica. Por el contrario, seremos capaces de interpretar aquello que
uno se encuentra en el alma, y no consideraremos milagro aquello que nos
viene dado. Si yo s escribir lo debo al hecho de haberlo aprendido. No
existe nadie que, tomando por primera vez una pluma, pueda, sin ms,
ponerse a escribir. Y, sin embargo, hay quienes consideran la aparicin de
un genio como algo milagroso. Pero no es as; tambin esta condicin
genial tiene que ser adquirida: ha de aprenderse. Y cuando surge en una
persona reconocemos la presencia de lo espiritual. Pero este elemento
espiritual tambin ha aprendido, a su vez, adquiriendo en una vida
precedente lo que en otra posterior aparece como saber. Es en este
sentido, y solamente en ste, como Herclito y otros sabios griegos
conceban la idea de la eternidad. Para ellos, en ningn caso se trataba de
una continuidad de la personalidad inmediata. Considrense a este
respecto ciertos versos de Empdocles (490430 a. de C.). Sobre aquellos
que slo aceptan la realidad dada como si se tratara de algo milagroso,
dice lo siguiente: Mentecatos son, porque sus pensamientos no van lejos,
quienes creen que lo que no ha sido, puede llegar a ser; o que algo pueda
perecer y desaparecer por completo. Es imposible que de la nada surja algo
a la existencia; as como es imposible tambin que lo que es, perezca
completamente. Porque all donde el ser sea relegado, all seguir siendo.
Aquellos que saben, no creern jams que los hombres slo son mientras
dura la llamada vida con sus alegras y sus penas, y que no eran antes de
nacer y que nada sern despus de morir. La cuestin de si en el hombre
exista algo que fuera de naturaleza eterna ni siquiera fue planteada por el
sabio griego; se limi a preguntarse en qu consista ese elemento eterno y
los pitagricos consideraban que slo los ingenuos podan imaginar que
lo anmico se agota con la personalidad. Tambin para los pitagricos lo
esencial deba consistir en despertar lo Eterno; para ellos el conocer
significaba relacionarse con lo Eterno. Cuando ms capaz era el hombre de
hacer vivir el elemento eterno dentro de s, tanto ms creca su valor a los
ojos de los pitagricos. Su vida comunitaria estaba consagrada a cultivar
el contacto con lo Eterno. La educacin pitagrica consista en conducir a
los miembros hacia esa relacin, por lo que tal educacin era en realidad
una iniciacin filosfica. Los pitagricos, por su modo de vida, bien
hubieran podido decir que aspiraban a la misma meta que los cultos
rituales de los Misterios..Tabla. PLATON COMO MISTICO.. La significacin
que los Misterios tuvieron en la vida espiritual de los griegos puede
apreciarse observando la visin que Platn tena del mundo. Slo hay un
medio de comprender plenamente a Platn y es situndolo a la luz que
irradia de los Misterios. Los discpulos posteriores de Platn, los
neoplatnicos, le atribuyen una enseanza oculta que l imparta
exclusivamente a quienes eran dignos y que se transmita bajo un pacto
de silencio. Su doctrina era considerada tan enigmtica como la sabidura
de los Misterios. El hecho de que se haya impuganado la autenticidad de la
carta sptima de Platn, carece de relevancia para nuestro propsito. Poco
importa si fue l mismo u otra persona quien se expres de esta manera
sobre la disposicin fundamental que se refleja en la mencionada carta; lo
que s importa es que esta disposicin parte del ncleo mismo de la
concepcin del mundo de Platn. En la carta se dice lo siguiente: Lo que
s puedo decir acerca de todos los que escribieron y escribirn como si
supiesen cual es el objeto de mi bsqueda, bien por haberlo oido de m o
de otros, bien por haberlo inventado ellos mismos: que en ningn caso se
les debe dar crdito. Desde luego una obra ma referente a estas cuestiones
ni existe ni existir jams; semejantes contenidos de ningn modo pueden
expresarse en palabras como sucede con otras doctrinas, sino precisan de
un largo perodo de estudio e ntima convivencia con ellos hasta que, de
repente, cual si brotara de una centella, se hace la luz en el alma y ya se
alimenta por s misma. Estas frases podran significar nicamente la
impotencia del escritor para expresar su pensamiento mediante palabras,
es decir, un simple fallo personal, si no se pudiera encontrar en ellas el
que les permita decir s a sus ideas; haciendo las objeciones que se les
presentan como necesarias. Qu les ha acontecido a los oyentes cuando
la conversacin ha llegado a su fin? Que han encontrado en ellos mismos
algo que antes no posean. No se han limitado a hacer suya una verdad
abstracta; han participado en un proceso, en ellos ha cobrado vida algo
que anteriormente no viva en ellos. No puede esto compararse a una
iniciacin? Y no arroja una viva luz acerca de la razn por la que Platn
expuso su filosofa en forma de dilogo? Estos Dilogos no son sino la
forma literaria con que se describen los sucesos que tenan lugar en los
santuarios de los Misterios. El propio Platn nos lo confirma en muchos de
sus pasajes. Platn, como maestro de Filosofa, quiso ser el equivalente a
lo que iniciador era en los Misterios, en la medida en que ello fuera
posible, teniendo en cuenta los medios de transmitir el conocimiento que
son propios de la Filosofa. En qu perfecta armona se siente Platn con
los Misterios! Solamente considera correcta su conducta cuando sta le
lleva all a donde el misto debe ser conducido! Sobre este particular se
expresa en el Timeo: Por poca o mucha que sea la sabidura que tengan
los hombres cuando se disponen a una empresa como la que voy a
intentar, imploran siempre el favor de los dioses. Y nosotros, que nos
proponemos hablar del universo diciendo cul es su origen, o si no lo
tiene, ms que nadie, a no ser que estuviramos totalmente extraviados,
tenemos la necesidad de invocar a los dioses y diosas rogndoles que nos
enseen en primer lugar, todo en concordancia con su espritu y despus
tambin con el nuestro propio. Y Platn promete a quienes busquen por
este camino: ...la Divinidad, interviniendo como salvadora, permitir que
sus intrincadas y extraviadas bsquedas alcancen al final una lcida
explicacin. Es especialmente el Timeo el Dilogo que nos revela el
carcter inicitico de la concepcin platnica del mundo. Ya en el comienzo
mismo de este Dilogo se habla de una iniciacin. Slon es iniciado, por
un sacerdote egipcio, acerca de la formacin de los mundos y de la manera
en que los mitos tradicionales expresan, por medio de imgenes, verdades
eternas. Mil destrucciones de hombres se han verificado y volvern a
suceder (le ensea el sacerdote egipcio a Slon), las mayores por el fuego y
el agua y las menores por una infinidad de otras causas. Lo que tambin
se refiere en nuestro pas, que Faetn, hijo del Sol, coloc un da los arreos
se renen en el Uno a impulsos del Amor todos los miembros del cuerpo en la
cumbre de la vida floreciente, como se dispersan de nuevo por el odio funesto,
vagando cada uno por s en tomo al torbellino de la existencia. Igual sucede en las
plantas, los peces que viven en las aguas, los animales salvajes que tienen su
guarida en las montaas y los pjaros de mar que se deslizan sobre sus alas.
Por consiguiente, Empdocles no poda menos de pensar que el sabio vuelve a
encontrar la Divina Unidad Primordial, hechizada en el mundo, sumida en la mara
a del Amor y del Odio. Ahora bien, si el hombre halla lo divino, l mismo debe ser
algo divino. Porque Empdocles parte de la base de que un ser no puede ser
reconocido ms que por su igual. Esta conviccin la encontramos tambin en el
siguiente verso de Goethe: Si el ojo no fuera de esencia solar Cmo podramos
ver la luz? Y si en nosotros no viviera la propia fuerza del dios cmo podra
encantarnos lo divino? Estos pensamientos acerca del mundo y del hombre, que
sobrepasan la experiencia de los sentidos, el adepto poda encontrarlos en el mito
de Osiris. La fuerza creadora divina se ha derramado sobre el mundo. Y aparece
bajo la forma de los cuatro elementos. Dios (Osiris) ha sido asesinado. El hombre,
con su conocimiento, que es de naturaleza divina, debe resucitarlo, debe
encontrarlo de nuevo en la figura de Horus (Hijo de Dios, Logos, Sabidura), en
medio de la lucha entre el Odio (Tifn) y el Amor (Isis). Aunque con terminologa y
formas griegas, Empdocles expresa su propia conviccin en imgenes que
evocan el mito en cuestin. Afrodita es el Amor; Neikos, la Lucha. Ellos unen y
disuelven los elementos. La descripcin del contenido de un mito, en el sentido
que aqu se considera, no debe ser confundida con una interpretacin meramente
simblica, ni tan siquiera alegrica, de los mitos. Aqu no se trata de eso. Las
imgenes que constituyen el contenido del mito no son smbolos inventados para
expresar verdades abstractas, sino vivencias anmicas reales del iniciado. Este
capta dichas imgenes con los rganos de percepcin espiritual, del mismo
modo que el hombre corriente experi menta las imgenes de las cosas
fsicas con los ojos y los odos. As como una representacin no es nada en
s misma si no es atrada a la percepcin por un objeto exterior, de la
misma manera la imagen mtica no es tampoco nada, a menos que sea
provocada por los hechos reales del mundo espiritual. Con la diferencia de
que, con respecto al mundo fsico, el hombre, en un principio, se queda al
margen de los objetos estimulantes; mientras que, en lo que se refiere a las
imgenes mticas, slo puede experimentarlas si se halla situado en el
seno mismo de los fenmenos espirituales correspondientes. Sin embargo,
para hallarse dentro de ellos, segn la antigua tradicin de los Misterios,
es preciso haber pasado por la iniciacin. Los procesos espirituales que
contempla, aparecen, como si dijramos, ilustrados por las imgenes
todas las cosas sensibles bajo la luz que corresponde al ojo espiritual.
Hrcules captura la cierva de Artemisa, diosa de la caza. Todo cuanto la
libre Naturaleza ofrece al alma humana es conquistado por Hrcules. Los
restan tes trabajos pueden ser interpretados de forma similar; aqu slo se
trata de hacer notar que el significado del mito se refiere, en principio, al
desarrollo interior. No es, por tanto, necesario que nos ocupemos de cada
una de las hazaas en particular. De la expedicin de los Argonautas
cabe hacer una interpretacin anloga. Frixo y su hermana Hele, hijos del
rey de Beocia, sufran la opresin de su madrastra. Los dioses les enviaron
un carnero que tena el vellocino de oro, el cual les transport por los
aires. Al pasar por encima del estrecho que separa Europa y Asia, Hele
cay al mar y se ahog. Desde entonces aquel estrecho se llam
Helesponto. Frixo lleg a la corte del Rey de Clquida, en la orilla oriental
del Mar Negro. Sacrific el carnero a los dioses y regal su vellocino al rey
Etes, quien lo colg en el interior de un bosque, bajo la vigilancia de un
espantoso dragn. El hroe griego Jasn, acompaado de otros hroes
tales como Hrcules, Teseo y Orfeo, acometi la empresa de ir a Clquida
para conseguir el vellocino. Como condicin para obtener el tesoro, el rey
Etes le impuso penosas tareas. Pero Medea, la hija del rey, que era versada
en magia, le brind su ayuda. Jasn domestic dos toros ignvonos que
exhalaban fuego. Labr un campo y lo sembr de dientes de dragn, de los
cuales nacieron soldados armados. Por indicacin de Medea arroj una
piedra en medio de aquellos guerreros, y de ello se sigui que se mataron
unos a otros entre s. Gracias a un hechizo de Medea, Jasn adormeci al
dragn y pudo, as, hacerse con el vellocino. Con l, emprendi Jasn la
vuelta a Grecia, acompaado por Medea que por entonces ya se haba
convertido en su esposa. El rey persigui a los fugitivos. Medea, para
hacerle perder tiempo, mat a su hermanito Absirto y esparci sus
miembros en el mar. Para reunirlos de nuevo, Etes se vio obligado a
demorarse. Esto permiti a la pareja alcanzar la tierra de Jasn, llevando
consigo el vellocino de oro. Cada uno de estos episodios exige una
explicacin profunda. El vellocino es algo que pertenece al hombre y que es
para l infinitamente precioso; algo que le fue arrebatado en otros tiempos
y que no puede recuperarse ms que superando terribles poderes. Lo
mismo ocurre con lo Eterno en el alma humana. Lo Eterno pertenece al
tiene que desposarse con una mortal (la consciencia humana, unida al
cuerpo fsico) para engendrar un hijo, la sabidura humana (el Logos) que
redimir a la divinidad. Por ello, la consciencia se vuelve inmortal. El
hombre no debe revelar su secreto hasta que un iniciado, Hrcules, llegue
hasta l y aniquile el poder que est constantemente amenazndole de
muerte. Un ser, mitad animal, mitad hombre, un centauro, ha de
sacrificarse para liberar al hombre. El centauro es el hombre mismo,
mitad animal, mitad ser espiritual. Tiene que morir para que el hombre
puramente espiritual sea redimido. Aquello que Prometeo (la voluntad
humana) desdea, Epitemeo (la razn y la prudencia humanas) lo acepta.
Pero las ddivas que a Epitemeo le son ofrecidas no son sino sufrimientos
y plagas. Porque la razn se halla adherida a lo efmero y perecedero. Y lo
nico que queda es la esperanza; esperanza de que, un da, incluso de lo
perecedero, pueda nacer lo Eterno. El hilo conductor que recorre la
leyenda de los Argonautas, la de Hrcules y la de Prometeo, lo
encontramos tambin en la Odisea de Homero. Quiz parezca forzado
aplicar a sta una interpretacin como la que aqu se est haciendo. Sin
embargo, tras un profundo examen de todos los elementos dignos de
consideracin, hasta el escptico ms obstinado llegar a superar todos los
reparos que se opongan a dicha investigacin. Lo que sorprende, en primer
lugar, es el hecho de que tambin de Ulises se cuente que descendi al
Hades. Se piense lo que se piense sobre el autor de la Odisea en otros
aspectos, resulta imposible imaginar que haga descender a un mortal a las
regiones infernales sin presuponer una relacin con aquello que, para la
concepcin griega del mundo, representaba este descenso a los mundos
inferiores. A saber, la victoria sobre lo perecedero, y el despertar de lo
eterno en el alma. Debe, pues, admitirse que Ulises llev a cabo eso
mismo. Por consiguiente, sus experiencias, al igual que las de Hrcules,
adquieren un significado ms profundo. Hemos de ver en ellas una
descripcin de lo no sensible, una descripcin del proteso de la evolucin
del alma. Adems, la Odisea no se ajusta a las caractersticas de una
narracin destinada a la descripcin de una serie de sucesos externos. El
hroe viaja en navios encantados. Las distancias geogrficas son
mencionadas sin la menor pretensin de verosimilitud. El aspecto fsico de
la realidad no parece tener importancia alguna. Todo lo cual se vuelve
aquello que los iniciados haban vivido en los templos de los Misterios.
Deba estar dispuesto a tomar sobre s la tarea de ser en espritu para su
comunidad, a travs de su personalidad, lo que hasta aquel entonces
haba sido el culto de los Misterios para quienes haban participado en
ellos. Bien es verdad que no poda proporcionar, sin ms, a su comunidad
las vivencias inmediatas de los Misterios. Tampoco poda querer eso. Pero
deseaba ofrecer a todos la certeza de aquello que en los Misterios se
contemplaba como verdad. Quera que la corriente de vida que flua en los
Misterios confluyera con la ulterior evolucin histrica de la Humanidad. Y
as, elevar el gnero humano a un nivel superior de la existencia. Dichosos
los que aun no viendo, creen. Deseaba implantar firmemente en los
corazones humanos, en forma de confianza, la certeza de que lo divino
existe realmente. Quien, aun permaneciendo fuera, posea esta confianza,
llegar ciertamente ms lejos que quien no la posea. La idea de que, entre
los que se hallaban fuera de los Misterios, podran ser muchos los que no
encontraran el camino debi suponer un gran peso para el alma de Jess.
Deseaba reducir el abismo entre los iniciados y el pueblo. El Cristianismo
haba de ser un medio por el cual todos pudieran encontrar el sendero.
Aun cuando alguno no est maduro todava, por lo menos cuenta con la
posibilidad de compartir, de una manera en cierto modo inconsciente, la
corriente de los Misterios. El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar
lo que estaba perdido. De all en adelante, incluso aqullos que todava no
pueden participar en la iniciacin, podrn disfrutar al menos de algunos
de los frutos de los Misterios. El Reino de Dios, en lo sucesivo, ya no
depender de ceremonias externas: No est aqu o all; est dentro de
vosotros. No se trata ya de que sta o aqulla persona se hubiera
adentrado tanto o cuanto en el reino del espritu, sino de que todos
estuviesen convencidos de que tal reino espiritual exista. No os regocijis
en esto de que los espritus os estn sometidos: regocijos ms bien porque
vuestros nombres estn escritos en el cielo. Es decir, tened confianza en lo
Divino. Llegar el tiempo en que lo encontraris..Tabla. EL MILAGRO DE
LAZARO.. De entre los milagros atribuidos a Jess, es preciso asignar
una significacin muy especial a la resureccin de Lzaro en Betania. Todo
se conjuga aqu para que el suceso narrado por el evangelista se destaque
de un modo preeminente en el Nuevo Testamento. Debemos tener presente
muera, vivir. (S. Juan XI, 4 y 25). Sera una trivialidad pensar que Jess quiso
decir que Lzaro solamente estaba enfermo para poder mostrar as su arte a
travs suyo. Y sera tambin otra ligereza creer que Jess haya querido afirmar
que la fe en El trae nuevamente a la vida a quien, en el sentido ordinario de la
expresin, ha muerto. Qu habra de extraordinario en una persona que,
habiendo resucitado de entre los muertos fuera, despus, la misma que antes
de morir? S, qu sentido tendra el referirse a la vida de esa persona con
las palabras Yo soy la resurreccin y la vida? Las palabras de Jess
cobran vida y sentido inmediatamente si las entendemos como expresin
de un acontecimiento espiritual y, entonces, en cierto modo, las tomamos
incluso literalmente, como estn en el texto. No dice Jess que El es la
resurreccin acaecida en Lzaro, y que El es la vida que Lzaro est
viviendo? Tomemos al pie de la letra lo que Jess es en el Evangelio de S.
Juan: el Verbo se hizo carne. El es lo Eterno que era en el principio. Si El
es verdaderamente la resurreccin, entonces lo Eterno, lo Primordial ha
resurgido en Lzaro. Nos encontramos, por consiguiente, con un despertar
del Verbo eterno, y este Verbo es la vida a la que Lzaro ha sido
despertado. Se trata de una enfermedad. Pero es una enfermedad que no
lleva a la muerte, sino que sirve a la gloria de Dios, es decir, a la
manifestacin de Dios. Si el Verbo eterno ha resurgido en Lzaro,
entonces todo el proceso sirve realmente para que Dios se manifieste en
Lzaro. Porque en virtud de este proceso Lzaro se ha vuelto otro. Antes de
ello el Verbo, el Espritu, no viva en l; ahora, este Espritu vive en l.
Este Espritu ha nacido en l. Todo nacimiento viene acompaado de
enfermedad, la de la madre. Pero esta enfermedad no conduce a la muerte,
sino a una vida nueva. En Lzaro, lo que cae enfermo es aquello que da a
luz al hombre nuevo, al hombre penetrado por el Verbo. Dnde est el
sepulcro del cual ha nacido el Verbo? Para responder a esta pregunta nos
basta con pensar en Platn que, al cuerpo del hombre, lo llama tumba del
alma. Y, asimismo, basta con recordar que tambin Platn habla de una
especie de resurreccin, cuando alude a una vivificacin del mundo
espiritual en el cuerpo. Lo que Platn llama alma espiritual, Juan lo
designa como el Verbo. Y para l, Cristo es el Verbo. Platn podra haber
dicho: Aquel que se espiritualiza ha hecho resucitar algo divino de la
tumba de su cuerpo. Y para Juan, lo que aconteci por medio de la Vida
de Jess es precisamente esa resurreccin. No sorprende, por tanto, que
ponga en boca de Jess estas palabras: Yo soy la resurreccin. No cabe
dudar de que el episodio de Betania fue un despertar en el sentido
espiritual. Lzaro se ha convertido en un hombre distinto a como haba
sido hasta entonces. Resurgi a una vida de la cual el Verbo eterno pudo
decir Yo soy esa vida. As, pues, qu es lo que ha sucedido con Lzaro?
comprendi que slo haba algo que poda responder a su pregunta acerca
de lo divino: su propia alma. Y ella le dijo: Ningn ojo ni odo pueden
comunicarte lo que est en m. Slo yo puedo decrtelo, y yo te lo dir de
una manera irrebatible. Los hombres pueden dudar sobre si las fuerzas
de la vida subyacen en el aire o en el fuego. Pero quin podra dudar de
que l mismo vive, recuerda, comprende, quiere, piensa, sabe y juzga? Si
duda es que vive, recuerda y comprende por qu duda, quiere cerciorarse,
piensa, sabe que nada sabe, juzga que no debe aceptar nada
precipitadamente. Las cosas exteriores no se defienden cuando se les
niega la esencia y la existencia: pero el alma s se defiende. No podra
dudar de s misma, si no existiera. Tambin en su duda reafirma su
existencia. Somos, reconocemos nuestro ser, y amamos nuestro propio ser
y nuestro conocimiento: sobre estos tres asuntos no puede inquietarnos
ningn error con apariencia de verdadero, ya que no los captamos con
nuestros sentidos corporales como a las cosas externas. El hombre
aprende a conocer lo divino cuando conduce a su alma a reconocerse a s
misma como ser espiritual, de modo que pueda hallar su camino como
espritu, en el mundo espiritual. San Agustn haba llegado hasta el punto
de poder reconocer sto. De una disposicin as haba surgido, en los
pueblos paganos, entre las personas vidas de conocimiento, el deseo de
llamar a las puertas de los Misterios. En la poca de San Agustn, con
tales convicciones, uno poda llegar a ser cristiano. Jess, el Logos hecho
hombre, haba mostrado el sendero que debe seguir el alma, si desea
alcanzar la meta que vislumbra cuando est consigo misma. En el ao 385
d. C., San Agustn recibi en Miln las enseanzas de San Ambrosio.
Todos su reparos con respecto al Antiguo y al Nuevo Testamento
desaparecieron cuando su maestro le explic los pasajes ms importantes,
no ya en un sentido meramente literal, sino levantando el velo mstico
desde el espritu. Para San Agustn lo que haba sido custodiado por los
Misterios se conserva en la tradicin histrica de los Evangelios y en la
comunidad que la mantiene. Poco a poco l llega a convencerse de que el
mandato de creer lo que no se probaba era mesurado y sin engao
alguno. Llega a la siguiente imagen: Quin podra estar tan ciego como
para decir que la Iglesia de los Apstoles no merece que se tenga ninguna
fe en ella, siendo as que es tan leal a su misin y que se halla sostenida al
unsono por tantos hermanos que, plenamente conscientes, han legado
sus escritos a la posteridad, que ha mantenido tan estrictamente la
sucesin de las ctedras hasta nuestros actuales obispos? La visin que
tena San Agustn le haca comprender que, despus del acontecimiento
del Cristo, las condiciones que el alma precisa para una bsqueda del
piense que posee la verdad, una y nica verdad. Pero el que piense segn
la Naturaleza actuar demasiado en cristiano si no investiga sobre los
antepasados de sus propias verdades, en su correcto desenvolvimiento, y
se limita a luchar contra ellos, considerndolos infantiles artculos de fe
ya abolidos. Aquel que no se contenta con comprender la verdad, aquel
que vive en ella y con ella, la ve en un fluir perpetuo, en un desarrollo
progresivo y sometido a leyes, como todas las cosas en la Naturaleza. Que
se aprenda a conocer en su desarrollo natural las verdades que nuestra
inteligencia reconoce, desde sus antepasados, desde sus preverdades, y
entonces ser posible que el corazn siga a la inteligencia. Pero el hombre,
cuya inteligencia est apegada al conocimiento de la naturaleza y cuyo
corazn se encuentra todava prendido a las tradiciones de la Iglesia con
una fuerza casi insospechable, incluso se asemeja a un ser viviente cuya
estructura corporal hubiera dejado muy atrs la que corresponda al pez y,
sin embargo, quisiera, pese a todo, seguir nadando en el agua. Tal es el
espritu con el que en este libro he rastreado una parte del desarrollo del
cristianismo. Deseara no haber puesto ni una sola lnea que no pudiera
justificarse ante una concepcin racional de la Naturaleza, pero tampoco
ni una de ms que coincida con la concepcin groseramente materialista
de muchos de nuestros pensadores cientficos actuales. En un prlogo, el
autor puede permitirse algunas notas personales que, para el lector,
carecen de relacin con el mundo de sus pensamientos, pero que, tal vez,
tienen para este autor un sentido enteramente especial. Expresar, en
primer lugar, mi ms vivo agradecimiento al Conde y a la Condesa
Brockdorff, que el ao pasado me indujeron a exponer, en la Biblioteca de
Teosofa de Berln, las ideas contenidas en este libro, as como las de mi
escrito precedente Mstica y Espritu moderno. Una profunda exigencia
de amistad me lleva a unir a sus nombres los de mis amigos de Viena,
Rosa Mayreder y Moritz Zitter. A todos ellos dedico estas pginas. Durante
muchos aos, los ltimamente mencionados fueron mis acompaantes en
mis esfuerzos hacia el conocimiento. Al finalizar este libro les dirijo un
cordial saludo. Rudolf Steiner.. Fin.