Javier Ugarte - La Nueva Covadonga
Javier Ugarte - La Nueva Covadonga
Javier Ugarte - La Nueva Covadonga
INSURGENTE
Orgenes sociales y culturales
de la sublevacin de 1936
en Navarra y el Pas Vasco
Dirigida por
Juan Pablo Fusi
LA NUEVA COVADONGA
INSURGENTE
Orgenes sociales y culturales
de la sublevacin de 1936
en Navarra y el Pas Vasco
BIBLIOTECA NUEVA
NDICE
XI
PRLOGO
PREMBULO
PRIMERA PARTE
..............
22
28
29
34
CAPTULO
11.-Los
2.1.
2.2.
2.3.
2.4.
2.5.
2.6.
9
18
25
27
49
49
56
61
70
73
78
90
92
98
101
102
105
[VII]
3.3.
3.4.
3.5.
3.6.
3.7.
3.8.
118
125
128
132
133
136
SEGUNDA PARTE
ca1npo-ciudad ............................................... .
153
158
160
. ......................... ..
................
[VIII]
143
145
149
165
166
174
182
188
191
193
196
199
203
206
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223
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239
249
262
266
27 l
276
290
295
301
TERCERA PARTE
La Guerra de Espaa
(:APTULO PRJMERO.--LA PROVINCIA SOBRE MADIUD ...
305
307
311
315
319
327
332
339
344
350
356
37 J
376
384
CAPTULO
III .-MEMORIA
A MODO DE REJ:LEXIN
392
398
407
DE VIEJAS GUERRAS
FINAL
411
Horizontes de experiencia
LISTADO DE INFORMANTES
BIBLIOGRAFA .....................
. .......................................................................... ..
ANEXOS ........................................................................................................................... .
[IX]
431
437
461
AADP
AMH.PE
AMV
ADFA
ADFPN
AGA
AHN
AHPA
AMP
APG
ARBU
ARDN
ARLl
ARPA
ARSU
DN
EPN
JCGC
LL
N
PA
SHM
[X]
PRLOGO
La guerra civil es uno de los perodos que ha recibido una 1nayor atencin de la
historiografa y los acerca111ientos a este singular acontecin1iento han sido 111ltiples.
Su intenso dran1atis1110, la trascendencia de lo que en aquel conflicto se puso en juego
tanto desde el punto de vista nacional con10 internacional, lla1nan casi inevitable111ente la atencin de todos aquellos interesados por el pasado. No es extrao por ello el
abundante tratan1iento que ha recibido la guerra y la copiosa bibliografa con que hoy
conta111os. Puede incluso haber una cierta sensacin de saturacin, de que en rnuchos
casos se reincide sobre te1nas y aspectos ya conocidos, sin que se planteen nuevas
lneas de investigacin o se fonnulen nuevas preguntas. El libro que nos presenta
Javier Ugarte demuestra, por contra, las posibilidades historiogrficas que ofrece este
perodo y cn10 sigue siendo un objeto de investigacin abierto.
La obra de Ugarle, que tengo el honor de prologar, no es un libro ms que aadir a la
larga n111ina sobre la guerra civil. Y no lo es, fundan1entahnente, por dos razones. En primer lugar porque es la culminacin de largos aos de investigacin, de un trabajo concienzudo y constante, en los que ha ido madurando el tema y proporcionndole un soporte terico y emprico no frecuente en nuestra historiografa, Ese tiempo de reflexin le ha
permitido perfilar su estudio, dotarle de mayor profundidad y alcance, para acabar siendo una obra bien distinta de la que Ugarte haba concebido en sus inicios. De una metodologa que giraba en torno a lo estructural y econmico, pasa a centrarse en lo simblico y cultural, 1nientras que la ptica de lo poltico pierde relevancia en favor de una visin
deudora de lo antropolgico. Asnis1no, se renuncia a encontrar causalidades unvocas
para otorgar el peso a cada contexto, a cada situacin, poniendo el nfasis en la realidad
especfica que trata y en una causacin co1npleja. Carnbios que han perrnitido proporcionar una inayor hondura al trabajo y que nos sitan ante una versin aligerada de una tesis
doctoral hecha al viejo estilo: sin apresuramientos ni precipitaciones, y concedindose el
tiempo necesario de reflexin y anlisis para que la obra adquiera una indudable calidad.
En segundo lugar, el estudio que nos presenta Javier U garle sobresale por su novedad
y por la originalidad de su enfoque. No es un estudio clsico, en el que se susciten las
cuestiones habituales en este tipo de trabajos, sino que hay una apuesta por introducirse
[XI]
en terrenos no trillados. A n 1nodo de ver tales novedades pueden localizarse bc_\sica1nente en tres niveles distintos. Por un lado, se aborda el tema de la guerra civil a travs
ele la perspectiva social y cultural, 1nostrando una especial sensibilidad por este segundo
aspecto. Ello hace que lo simblico, Jo alegrico, las percepciones, jueguen un papel
importante como factores explicativos, a la vez que hay un gusto por el detalle, por el
1natiz co1no elernentos profundos, reveladores, ele aquellos co111porta1nientos. Ade1ncis, se
elige como objeto de estudio a un colectivo al que Jos historiadores hemos prestado escasa atencin como es el del mundo rural, en este caso de Navarra y lava, y los valores
que anidaban en este rnbito. Un tercer aspecto novedoso es la utilizacin que se hace de
detenninados conceptos co1no instrun1entos para analizar aquella sociedad. Ideas con10
comunidad, bandos, redes sociales e identidades locales se erigen en los soportes desde
Jos que explicar las actitudes de aquellas gentes. El resultado es un retrato brillantsimo y
a la vez con1plejo, en el que se recrea una atn1sfera que nos pennite ver el conjunto de
elementos que hicieron posible la adhesin de esas zonas a Jos sublevados.
El estudio se centra en un perodo cronolgico preciso, los orgenes de la guerra civil,
pero esta concrecin no quiere decir que sea una historia de limitada proyeccin o con
escasas ambiciones. Ms bien es un punto de partida para interrogarse por cuestiones de
largo alcance e introducirse, por ejemplo, en el tipo de cambio que se produjo en Ja sociedad espaola del primer tercio del xx, y las transformaciones y continuidades que en su
seno se dieron. Igualmente sirve para analizar algunas de las cuestiones cruciales de la
guerra y todo ello manteniendo como perspectiva el contexto europeo, de forma que los
sucesos que se analizan son ubicados en un marco general. Esto Je permite a Ugarle afir1nar la naturaleza no especfica de los 1novimientos que se registraron en Espaa en aquel
111on1ento, para situarlos, en can1bio, co1no una expresin ele las tensiones que se vivan
en Europa. Es, bajo esta perspectiva, un esplndido ejercicio de Jo que debe ser una buena
historia micm: concisin en el objeto estudiado para poder acometer un estudio polidrico, que responda a cuestiones centrales y las aborde con profundidad.
A travs del libro el lector se va a encontrar con temas clave de Ja guerra que proporcionan una visin ms acabada del conflicto. Entre ellos cabe llamar la atencin
sobre Jo que supuso Ja trama civil y el movimiento de las milicias, su concepcin de
aquel conflicto y el inevitable choque con el ejrcito. En el bando de los sublevados
tambin hubo distintos proyectos acerca de lo que deba suponer Ja sublevacin, siendo a este respecto especialmente ilustrativo el descabezamiento de los carlistas a travs de la figura de Fal Conde en favor de Jos militares. Tensiones internas que son
explicadas por Ugarte dentro de un escenario en el que descompone el complejo conjunto de elementos sociales y culturales que hicieron posible Ja decantacin de lava
y Navarra por el bando de Jos sublevados.
Nos encontramos, pues, con un libro excelente, que demuestra la buena salud que
goza la historiografa del Pas Vasco y que no dejar indiferente al que se introduzca
en sus pginas. Interesar al especialista, pero atraer igualmente al lector en general:
su cuidada redaccin, el buen pulso literario contenido a Jo largo de sus pginas, aseguran una amena lectura a Ja vez que un acercamiento riguroso a puntos clave de
aquella contienda.
Lurs
[XII]
CASTELLS
PREMBULO
Todo tie1npo pennanece en la ine1noria de generaciones futuras. Pero ta1nbin es
verdad que cada tie1npo tiene su lgica interna, sus propios ele1nentos constitutivos
que slo pueden ser comprendidos tras iluminarlos con la luz de Jos valores propios
de la poca -y no desde los valores actuales. Se presentan aqu investigaciones sobre
otro tiernpo que no es el actual, de un tic1npo que se nos antoja prxin10 pero que, a
su vez, dados los carnbios producidos en este siglo, es 111ucho 111s antiguo que su
edad. Esa significacin ambivalente (proximidad perceptiva y lejana real) genera no
pocos equvocos. Por 1ni parte, aplico a aquel tien1po el n1todo histrico: alejarse de
l con10 su realidad antigua exige. Tratarlo con10 un tic1npo acabado, y, por tanto,
ajeno a la turbulencias actuales. Porque todo ocurri antes de cierto n101nento en que
ca1nbiaron profunda1nente nuestras conciencias, nuestros valores, experiencias y
modos de vida. Fue un tiempo en que imper otra realidad social.
Se presentan aqu trabajos sobre Jos orgenes de la guerra civil del 36. Pero, sin
nimo de frivolizar -ms bien con la voluntad de explicar ms cabalmente aquel dramtico suceso-, lo historo en la medida en que fue un suceso excepcional que sirve
para rastrear la realidad social cotidiana de ese tiempo pasado. La guerra introdujo
tensiones, coloc a las gentes ante situaciones l1nite que nos permiten ver ms difana1nente rasgos de co1nportarniento, for1nas de relacin social que en circunstancias
normales difcilmente afloraran. Es, pues, antes que una historia de la guerra, una historia de aquella sociedad en que fue posible Ja guerra, sobre Jos mecanismos internos
que Ja constituan y que condicionaron las formas guerreras (tambin del dilogo del
hombre con aquellos condicionantes).
Es tambin un estudio sobre los orgenes sociales y culturales del conflicto. Un
intento de explicar las formas que adopt la poltica, Jos discursos y toda su simbologa hasta conectar con la idiosincrasia, el ethos de amplios sectores de poblacin
(comunidades y grupos de mbito rural, clases media y alla fundamentalmente, aunque tambin sectores de poblacin humilde de las ciudades), y llegar a generar una
voluntad insurrecciona! entre stos. Formas que llegaron a perfilar un proyecto poltico que se pretenda acorde con los tiempos (a pesar de su retrica arcaizante) y bus-
[3]
caba conectar con a1nplios sectores de poblacin (a pesar, de nuevo, de sus n1aneras
autoritarias y al exilio social y fsico al que so1neti a otra parte <le esa poblacin a la
que lla1nara anti-E'.sJalia). Situarnos en los orgenes del rgiinen ele Franco y sus pri1neros apoyos sociales.
A pesar ele esa voluntad de distancia (necesaria, con10 digo), no es sta una historia en la que se pretenda organizar los hechos y las causas con10 si de una galera de
objetos inertes se tratara. En la n1eclida en que intervinieron ho1nbres, se quiere dar la
vivacidad que los hechos tuvieron (y que la utilizacin profusa de fuentes testi1noniales, tan ricas y habituahnente tan descuidadas, i1nprii11e). Y hacerlo de co1nbinar la
perspectiva que puede obtenerse de 1nirar los hechos a travs del ojo de una cerradura y hacerlo tan1bin a vista de p.:ijaro 1 (aunque desde la conviccin de que slo lo
111eticulosa1nente elaborado puede atrapar en parte el fluir de la vida). Todo ello segn
el orden que requiere una lgica co1nprensiva y explicativa. Son cuestiones n1etodolgicas que explicar, porque, aunque Marc Bloch dijera aquello de que Un libro
debe contener su propia apologa, yo prefiero no confiarlo en exclusiva a sus propios
1nedios, de inodo que expondr el punto de vista desde el que est escrito, acotar el
1ntodo en1pleado, etc. 2 , Pero antes de ello, 1ne gustara que to111ran1os el pulso a
aquel tiempo.
Yaya por delante 111i agradeci1niento a quienes tanto debo. A todos aqullos (hasta
ciento dieciocho) que n1e abrieron sus casas y 111e ofrecieron generosa1nente sus
recuerdos (sin reticencias hacia quien, desde otro inundo de valores, buscaba con1prender los suyos y explicarlos). Ellos n1e dieron 1nucho 1ns que infonnacin: con1partieron conn1igo un trozo de sus vidas, que las revivi1nos con intensidad. En 110111bre de todos ellos quiero mencionar especialmente a lvaro Daz Barredo (q.e.p.d.),
prn1er entrevistado, ho1nbre de gran humanidad que n1e descubri 1natices insospechados antes por n1. Fue l quien, de n1odo involuntario, 111e incit a profundizar en
esta investigacin. A Javier M. Pascual, Francisco Javier Lizarza, Jai111e del Burgo,
Mara Dolores Elizagrate, Javier Uranga e lcar Sez de Buruaga por habenne pern1itido consultar sus inapreciables archivos particulares (los del Diario de Navarra en
el caso de Uranga). A los miembros del tribunal que juzg la tesis origen de las pginas que siguen', los profesores Manuel Gonzlez Portilla, Julio Arstegui, Santos
Juli, Jon Juaristi y Jos M.' Garmendia, cuya benevolencia al juzgar el trabajo y sugerencias me han sido de gran utilidad. A Juan Pablo Fusi por su constante ejemplo,
amistad y ayuda intelectual. A Luis Castells, pionero en tantas cosas, y a qmen
1 Snil que utiliza Hugh Brogan ( 1994: 43) para hacer referencia a la disposicin ante los hechos que
tendran Alexis Tocqueville y Karl Marx respectivainente.
2
Vase el apartado 1.8. de Ja Priinera Parte.
~ E! continuum rural-urbano de Navarra y el Pas Vasco, el carlis1no y la inovilizacin antirrepublicana de 1936, bajo la direccin de Juan Pablo Fusi Aizpuna, Yitoiia, UPV-EHU Depa1tamento de Historia Conte1npornea, 1995. La tesis consta de otras dos partes: la construccin de la identidad painplonesa en el ca1nbio de siglo y de la progresiva identificacin de! discurso insurgente durante la lI Repblica
con el sisteina de valores y 1>ignos (ethos) y el cuerpo de co1nportainientos habituales (ha/Jitu.1') de lapoblacin de Navarra y lava.
[4]
[5]
____ _;;;
PRIMERA PARTE
La movilizacin de 1936
Movimiento y establish1nent
Sostendre1nos en una 1nano Ja azada y el rosario y, si llega !a ocasin, en otra el
fusil para defender a Cristo y luchar contra el !ibera!is1no.
L,ABRADOR DE AIBAR,
191 o
1941
Estando Galo Pobcs en un bar de Vitoria !a tarde noche del 18 de julio de 1936
con otros a1nigos, vino un hennano suyo y le dijo: Que quiere verte Rabanera,
el padre, don Luis Rabanera.}> Fue in1ncdiatan1ente para escuchar del jefe del Requet de lava: Mira, con10 t eres de por all, vas a ir a Labastida y a Laguardia. Deba transn1itir la orden de 111ovi!izacin general. A la salida se encontr
con Quico Santiago, Arturo Cebrin y Manuel Rabanera, mnigos suyos. Decidieron ir juntos. Sa!ilnos de la 11lisn1a calle J)ato con el coche de don Francisco Ortiz de Zfiiga (cuado de Rabanera). Llevaban una orden escrita que deban entregar en los Crculos. Tras hacer los contactos, fueron a Logroo. A la entrada
de la capital riojana les retuvo la Guardia Civil. Galo conoca a un sargento del
lugar. Les pregunt por l, que qu tal est, pues bien, pues denle recuerdos. A partir de ah entraron en conversacin y les infonnaron que todo estaba tranquilo en
aquella ciudad pero que algunos alborotadores se concentraban en la Tabacalera.
No les aconsejaron seguir. Volvieron hacia Haro, donde fueron reconocidos y rechazados. Lo cierto es que ban1os un poco de juerga. Vuelta a Vitoria. Hacia las
tres de la 1nadrugada eran detenidos, y a las nueve, de nuevo liberados.
CAPTULO PRIMERO
Salinillas se moviliza
1.1.
1
Hermandad Alavesa naci en junio de 1931 como asociacin para la defensa de las tradiciones alavesas. por iniciativa de los jaimistas. Sin embargo, pronto se convi11i en el rgano unitario de toda la derecha local bajo el liderato de Jos Luis Oriol. Fue ella la que asumi la direccin de la sublevacin en
lava en 1936 (vase otros detalles sobre la coalicin en nota 7).
2
No hay que confundir (como se hace habitualmente en los estudios de demografa o politologa sobre este territorio) los ncleos de poblacin con la municipalidad - aunque en el caso de Salinillas coincidieran. Deben, por contra, considerarse los pueblos, concejos y lugares; y las ciudades, naturalmente.
Y esto porque haba municipios (como era el caso de Valdegova, en lava) compuestos por casi treinta
pueblos con vida social propia: administracin (concejo), hacienda, bienes propios, economa, parroquia,
relaciones sociales, smbolos locales (fiestas, patrono, ennitas, ... ),etc. Es decir, mbitos de socializacin
plena. Era el pueblo tradicional sobre el que se haba sobrepuesto la municipalidad liberal. Haba en Navarra 269 municipios frente a 744 ncleos de poblacin. Y en lava 76 frente a 434 pueblos. Es algo que
[9]
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..
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1non1ento con cerca de 1nedio 1nillar de habitantes 3. Estaba situado en las proxitnidacles del Ebro (entre Labasticla y Miranda), conectado por un ramal ele unos dos kil-n1etros a la carretera que une Logroo con Vitoria. Situado en la con1arca riojana, sus
vecinos se dedicaban b~sica1nente al cultivo de la vid y el cereal (este ltitno, con alguna sealada excepcin, preferente1nente para autoconsu11104). Una parte de ellos
con1pletaba su econon1a trabajando en Ja cantera (de extraccin de ofita para el ferrocarril, etc.) de San Felices, perteneciente al vecino 1nunicipio de Haro. C~uarenta
y dos individuos se declaraban jornaleros en el Censo Electoral ele 1932 (en algn
caso del ca1npo, aunque no haba verdaderos e1npleadores entre los propietarios agrarios). Haro era precisarnente la localidad a la que, por su di1nensin, se desplazaban
habitualtnente los salinil/eros a co1nprar ropa, utensilios del hogar, herra1nientas,
etctera; o, 'ta1nbin, algn do1ningo, en ocasiones especiales, fiestas, etc. Pues los
clo1ningos se pasaban en el pueblo, en sus dos centros sociales. 'ra111bin los jvenes,
que organizaban su propio baile, aunque con el tien1po algunos co1ncnzaron a ir a
Za1nbrana --a unos cinco kil61netros por los senderos, y algo inayor que Salinillas, 850 habitantes.
Fundada por Alfonso X de Castilla, en tie1npos haba sido villa fronteriza del
Reino de Navarra; finalmente seoro de los Gucvara hasta 1837. De aquella poca
conservaba unos restos de 1nuralla que 1narcaban el perfil en aln1endra de la planta
urbana. Apenas s se haba construido alguna casa extra1nuros, lo que denota un vecindario estable (gracias a un tenue flujo n1igratorio hacia Vitoria y Logroo) 5. 'T'arnbin el espacio situado en el interior de las 1nurallas, con sus estrechas ca11es de tnuna
irregular, su amplia plaza y su torre y palacio condal -en ruinas ya cuando Madoz
recababa sus infonnes-- recordaba al viejo pob1an1iento 1nedieval que haba sido
--y cuya fisono1na pennaneca. Todo ello singularizaba en cierto 1nodo la itnagen
que sus habitantes tenan de s. Se vean, de alguna inanera, con10 parte de una civilizacin inmvil, ajena a la historia y aferrada a la tradicin -lo que en parte rnoldeaba su autopercepcin. Alimentaba, tambin, una fuerte identidad local (frente a
otras solidaridades 1ns arnplas, y aun frente a solidaridades horizontales) 6 .
historiadores y antroplogos han tendido a detectar con 1nayor precisin (as, para Galicia, la aldea y la
[!O]
Pero, a la altura de los 30, la poltica fonnaba parte de la vida local. En las ltimas elecciones de febrero de 1936, el voto del pueblo se haba dividido entre la derecha alavesa (Jos Luis Oriol, el candidato de Hermandad 7 , haba obtenido 106 votos) y los republicanos (Ramn Viguri, candidato del FP, 81 ). Estos resultados,
111eran1cnte nu111ricos, pueden llevar a engao ( con10 ha ocurrido a veces desde las
perspectivas macro o los estudios politolgicos). A engallo en un doble sentido. Aquel
colectivo hun1ano que habitaba Salinillas se hallaba hondan1ente dividido hacia dentro. Pero poda aparecer con10 un todo ho111ogneo en ciertas circunstancias, co1110
una con1unidad unitaria, co111pacta. Y, por otro Lado, la divisoria derecha-izquierda no
representaba un fraccionan1iento horizontal, ni propia1ncnte ideolgico entre conservadores y progresistas -co1110 pudiera deducirse desde una lectura anacrnica-,
sino que tena su origen en pugnas banderizas locales en las que la derecha no necesaria1nente se asociaba a posiciones de poder -fueren stas del signo que fueren 8
En detern1inadas circunstancias, como digo, afloraba Salinillas con10 co111unidad
1noral. Es lo que ocurra ante el extrao, ante quien el lugareo sostendra que todos en Salinillas se llevaban estupenda1nente, que el pueblo era con10 una pia.
O que, aqul cuya conducta se poda afear en una conversacin, era en el fondo
buena gente 9 . Porque decir lo contrario a alguien ajeno hubiera sido n1oraltnente inaceptable ante los del lugar (salvo que el extrai1.o fuera prolongacin de la bandera local, caso de Oriol o Luis Domo, el otro pal ricio provincial para Salinillas, cabeza del
PRR de lava y director del diario Ln 1.,,ibertad 1). Esa unidad n1oral apareca sea7 Se ha dicho ya que Hennandad Alavesa, nacida en junio de 1931 por iniciativa de !osjaiinistas se
convirti pronto en el rgano unitario de toda !a derecha local bajo el liderato de Jos Luis Oriol (poderoso ndustrial vizcano y viejo poltico nu1Lirista reciclado, con Ja llegada de la Repblica, coino tradi
cionalista). Su leina fue sufcienteinente expresivo respecto a sus objetivos: Religin, Fueros, Faini!ia, Orden, Trab<\iO y Propiedad (faltaba una referencia 1nonrquica, difcil de expresar en una institucin en Ja
que convivan alfonsinos y carlistas). Un !en1a, por lo dems, idntico al proclamado por Accin Nacional, antecedente de Ja CEDA, en abril <le 1931, pero en e! que se haba cambiado significativmnente, Patria por Fueros (vase Tusell, 1986: I, 144; tainbin el Manifiesto de la Hennandad en PA, 13 de junio
de 1931). Se superaba, de este n1odo en lava, rpida y eficazn1ente, Ja situacin de desconcierto poltico en
que se sumi la derecha espaiola tras \1:1 larga crisis de la n1onarqua alfonsina (aunque no con Ja fortaleza y la eficacia de Navarra, con10 vere1nos ms adelante). Una derecha que, gracias a las prcticas asociativas de los jaimistas (centros y crculos) y a la reconstruccin de nuevos lazos caciquiles en torno a
la fainilia Oriol (y los contactos de otros tradicionalistas, especiahnente Jos M. Elizagrate, Secretario
de la Hennandad y de Ja Co1nunidad de Ayuntan1ientos de lava, verdadero organizador del tradicionalisino en la provincia), cont desde e! pfin1er n101nento con una notable base social en toda la provincia.
Era el inodelc de derecha que e! Conde de Rodezno quiso iinpulsar para Espaa durante los aios de la
Repblica (y lo hizo en Navarra). Para Hermandad Alavesa y Jos Luis Oriol vase Pablo, J 989: 56-63,
y MINIMUS, C1no naci Hermandad Alavesa, PA, 14 de dicie1nbre de 1937. Para Ja crisis de la
derecha inonrquica en la coyuntura de 1930, sus intentos de recmnposicin republicana y su fracaso
final vase Ben-Ami, 1990: 231-293 y 378-382, y 1ns reciente1nente, Gil Pecharroinn, 1994; en el caso
alavs vase Rivera, 1987. Para los proyectos del Conde Rodezno vase Blinkhorn, l 979: 220-222.
8 Vase una discusin sobre la literatura relacionada con el concepto de bando en nota 79 del captulo III.
9 Luis Pereda lvarez, 12 de febrero de 1992.
w Luis Dorao era, desde 19 J 7, propietario de La Libertad (que fundara l:lenninio Madinavcitia junto
con otro grupo de liberales dinsticos). Haba sido datista (coalicin liberal fonnada en torno a Eduardo
Dato en 1915), n1ien1bro de la Diputacin por Vitoria en varias ocasiones (en 1917 por Lagtiardia; dis-
[ 11 J
ladarnente, corno veremos, ante los extraos ms prximos, ante sus vecinos de los
pueblos del entorno (Labastida, San Vicente, Miranda, ... ).
O apareca, tambin, hacia dentro cuando se transgreda algn valor comnmente
aceptado. Los jvenes trataban de evitar la misa dominical, pero si eran descubiertos
(y haba quien se preocupaba de ello, aparte del propio sacerdote), eran mal vistos
por todos en el pueblo. Tampoco eran bien vistos los personajes extravagantes, a
quienes se tildaba de tteres 11 Tambi n el hurto menor era motivo de condena (an
ms grave). Coger un repollo de un huerto ajeno, fuera ste de izquierdas o derechas, un racimo, un par de cebollas, poda ser moti vo de conde na social generalizada ( no te fes de fulano , se deca). La sancin a esa conducta impropia poda ser
la del aislamiento social (pasando por la retirada del saludo, la vergenza, etc.). No
haba situacin de necesidad que justificara aquella transgresin a Jos valores de la
comunidad (tena cinco o seis hijos, que se metan todos debajo de un cesto, se dice
de algn infractor desde la perspectiva actual y la capacidad de comprensin que dan
los aos, pero nadie Jo consider e n el momento). Como tampoco se aceptaba el descuido de la propia hacienda o la casa. O los signos de distincin externos (ropa, zona
de residencia, ostentacin de riqueza, etc.). La unfforrnidad en el comportamiento o
en los signos de estatus eran la norma en este caso (prolongacin de un igualitarismo
jerrquico que di vida al pueblo por categoras morales antes que sociales). Slo la
calidad del material de la casa (piedra de sillera), en ocasiones blasonada, trasunto
de seior fo, y su tamao, el buen estado de las fincas, prueba de laboriosidad, la edad
(todas las personas de edad eran tratadas de se'o1; seor Paco, seor Julio) o ciertos
rasgos de comportamiento distinguido (lo que Norbert Elias designa por Zivilisation),
que se reseaban en Salinillas como te ner cultura 12, se admitan como muestras de
distincin o estatus.
Poda resultar, por lo dems, perifrico ante ese pueblo moral quien, teniendo una
posicin econmica ms o menos desahogada, viviera al margen de las pautas y familias de la comunidad; dedicado a labores mal valoradas por sta (pastoreo o trabajo
trito al que perteneca Salinillas), incluso con la Dictadura de Primo. De dinstico, pas finalmente a ser
republicano lerrouxista con la 11 Repblica (tiempo en que fue presidcme de la Gestora provincial). Su
peridico represent al sector librepensador, en sentido amplio, de Vitoria (frente al Heraldo o el Pe11sa111iemo Alavs, que seran portavoces del co11servad11rismo). Amigo de Gui llermo Elfo (principal abogado
de la ciudad, del que se hablar ms adelante) y de los socialistas, presidente de la Asociacin de Prensa.
siempre ocup un lugar preeminente en la vida provincial (vase, en ese sentido lo que se dice infra sobre Herminio Madinaveitia y su El ri11c611 amado, Madrid 19 14; y El Triunfo, trasunto en la ficcin de
La Libertad). En 1938 tuvo q ue volver a su profesin de maestro en la escuela de Albniz tras serle incautado el peridico por Falange.
11
As ocurra con un personaje significado en uno de los bandos, que cantaba: En el Cielo manda
Dios/ y en las ferias los gitanos. Y en el pueblo de Salinillas/ manda el seor Albertano (referido a l
mismo). Sus propios partidarios decan que era 11110 de los ms tfteres.
12 A doa Mariana Bujo le tena la gente por muy culta, ngel Berganzo, JO de abri l de 1997. Lo
contrario era ser tratado de borrego o de brnto. Lo que era conocido por culwra eran antes formas superficiales y distinguidas de las viej as clases: maneras elegantes, cuidado en el vestir, aseo y c uidado corporal, donosura en el trato, hbitos de cortesa, comportamiento en la mesa, etc.; no de la cultura tal como
se ha entendido entre la clase burguesa intelectual (vase Elias, 1987: 6 1-62 y passim).
[1 2]
de cantina). Tal ocurra, por ejemplo, con Alfonso Leiva, propietario de El Ventorrillo - un bar de la carretera entre Logroo y Vitoria por Miranda- , alejado del
pueblo, propietario de cuarenta cabras en 1930, dueo de una de las tres barcas de
paso en el Ebro, y apenas reconocido como miembro de la comunidad 13
Vivir al margen de las familias era algo que tampoco era posible en la Salinillas
moral. El pueblo lo formaba n los vecinos 14, las casas, las familias del lugar (siempre
familias formadas por los residen tes en la casa, habitualmente matrimonio con hijos;
tambin tos solteros o padres de alguno de los consortes, y algn domstico en casos excepcionales; aunque la solidaridad entre dos casas emparentadas poda tener un
alto grado de intimidad en lo personal y de colaboracin en el trabajo con animales,
acarreo, vendimia, trilla, etc. 15). Salinill as no lo formaban en ningn caso los habitantes como individuos - como citoyen abstracto, en e l sentido ilustrado de l trmino.
Era la familia la que estableca el vnculo entre el hombre --0 la mujer- y la comunidad (elemento que, al menos desde Otto Brunner, se ha asociado a las sociedades de la vieja Europa). Constituyendo familia y casa una mi sma cosa, aqullas no
eran conocidas por el nombre de esta ltima (como ocurre en la zona holohmeda del
Pas Vasco y Navarra), sino que lo eran por apodos varios (los Velasco, los Millas, los
Parras, etc.), apodos que, en ocasiones, dada la continuidad de las familias en el pueblo, eran heredados.
ADFA. DAl.1406-9.
Hay una extensa bibliografa sobre el concepto de vecindad. Pueden verse desde Lisn, 1971 : 255
y sigs.; 1974: 101 - 129, para Galicia. a Echegaray, 1933 y Caro Baroja, 1974 para el Pas Vasco, o Floristn, 1985 y -desde una perspectiva tradicionalista- Esparza, 1949 para Navarra. Institucin en vigor
esos aos en lugares como Baviera (Wimschneider, 1990: 72 y sigs.) o Rumana (Sthal, 1969: 79, 84-85),
y por toda Europa.
15 Sobre los de casa (echekoak) y su fuerza como elemento de autoridad, proteccin y relacin respecto de la comunidad puede verse Caro Baroja, 1978: 7- 11 . Sin embargo, en Salinillas no funcionaba
ese modelo troncal que se ha descrito para la zona holohmeda del Pas Vasco y Pirenaica de Navarra
(soucl1e, siguiendo a Le Play, cuya descripcin, bastante matizada, puede verse en Douglass, 1973: 101164; 1977: l. 71-84), cuya estructura aparece tan claramente apoyada por el ordenamiento consuetudinario y foral (Salinas Quijada, 1968 y 1978). La hacienda paterna en SaliniUas era heredada por todos los
hijos, habiendo ciena libenad de testar. A unque exista la figura de el de casa, que corresponda a quien
se casara a la casa paterna, quien en ocasiones (emigracin de alguno de sus hermanos) recuperaba pane
de la hacienda mediante compra, y. en general reciba un patrimonio mayor en la donacin a cambio del
auxi lio a los padres. En todo caso la emigracin era muy escasa, por lo que las haciendas tendan a ser
corras (el trabajo en la cantera de San Felices serva para completar la renta familiar). Por lo dems la familia coincida con el grupo domstico - aunque la colaboracin con alguno de los hermanos era frecuente. sta no mantena panten en el cementerio (donde se les enterraba individualmente con cruz; pasaban a ser de la comunidad del pueblo). Informacin de ngel Areta, 19 de febrero de 1992 y 3 de
diciembre de 1994; y lvaro Barrn, 29 de noviembre de 1994. E l modelo se parece ms al estudiado
por Jeremy MacClancy ( 199 1: 11 8- 120) para Ul Alto (en Navarra, tierra Estella). Un comentario proponiendo un modelo ms flexible de famil ia vinculada a la casa pero ms equilibrada entre tronca lidad e intereses individuales-que tambi6n estara protegida por la ley foral- puede verse en Celaya, 1993. Vase
en esa lnea los trabajos recopi lados en Comas y Soulet, 1993. Hilario Yaben (19 16) propona ya a pri ncipios de este siglo una geografa de la institucin de la herencia diferenciada para el none y el sur de
NavmTa (influido este ltimo por el derecho castellano) que aqu podemos extender al sur alavs (Rioja
y Valles).
13
14
[ 13]
Era aqul, claro est, un tipo de estructuracin social cultural mente construido.
De hecho, muchas veces fu ncionaba como ideologa (en el sentido de falseamiento
de lo real; como cuando, ante el extrao, se sostena que todos se llevaban estupendamente). Pero ocurra, tambin que, en ciertas ocasiones, ese pensamiento moral
comunitario resultaba, adems, operativo 16 De modo que el grado de ascendiente de
un individuo en Salini llas (medido siempre en trminos de honra u honor 17), su prestigio, su grado de influencia estaba concernido en gran medida por el grado de adhesin a las normas morales del pueblo y su vinculacin familiar. Todo ello en el marco
de unas relaciones complejas, entendidas en sentido comunitario sobre la base de
lealtades fundamentalmente personales, fa miliares, de patronazgo (como veremos inmediatamente), etc., antes que horizontales o socioprofesionales (sin que estas ltimas estuvieran excluidas, claro, a la altura de los 30). Naturalmente, e n ello tena que
ver tambin la estructura de la propiedad, la composicin de la familia, etc., como veremos. Pero el estatus de las personas se meda tanto en la arena de la vida pblica
(al modo de las sociedades tradic ionales) como poda medirse en e l terreno de l mercado o la propiedad -si no ms.
As, los propios trabaj adores de San Felices (ubicado al otro lado del ro Ebro) se
consideraban bsicamente ajenos a la vida de Ja cantera, a sus grupos y tensiones.
Eran, fundamentalmente, vecinos de Salinillas y pertenecan a la casa en que residan
(habitualmente algn hijo joven de sta). Su trabaj o de exuaccin tenda a ser un complemento a los ingresos familiares. En caso de huelga -que alguna se dio durante la
Repblica por motivos salariales-, dedicaban el tiempo liberado a cuidar la hacienda
16 As en las circunstancias que se han descrito. Pero tambin cuando lvaro Barrn, alcalde del pueblo desde julio de 1936, y Femando Berganzo, llevados por obligaciones de veci ndad y fami liares, intercedieron ante las autoridades provinciales a favo r de dos presos del p11eblo; a pesar de que, previamente,
stos hubieran sido denunciados como izq11ierdistas por su mismo grnpo (ngel Berganzo, 10 de abril
de 1997; lvaro Barrn Martnez, 11 de diciembre de 1996).
17 Sobre la categora sociolgica del honor se ha escrito mucho asocindolo a sociedades mediterrneas (aunque se trate de un rasgo de dignidad de sociedades tradicionales, y as lo han visto tanto medievalistas como modernistas). Vase, por ejemplo, desde la antropologa los clsicos de Julian Pill-Rivers ( 1979) o los textos recogidos en J. G. Peristiany ( 1968; especialmente el Pierre Bourdieu). Desde un
punto de vista histrico, Casey, 1990: 76; y para la Navarra del siglo x111, Maiza, 1992. En un castellano
ms ajustado, parece ms correcto el trmino de honra para referirse a ese concepto (dignidad propia, y
buena opinin y fama, adquirida por la virtud y el mrito, DRAE) que lrono1; ms ligado a cuestiones de
alcurnia y honestidad. Para el Diccionario de /\utoridades, honor es honra con publicidad y esplendor a
una dignidad; y honores se hacen a alguien con ttulo u preeminencia. Tiene que ver tambin con honestidad y recato (y su defensa). Honra tiene un sentido ms amplio de reverencia, acatamiento y veneracin que se hace a la virtud, autoridad o mayora de alguna persona ... estima y buena fa ma, que ... debe
conservar. As lo empica Cervantes: Y fue que le pareci convenible y necesario, as para el aumento
de su honrn como para el servicio de su repblica. O en el Libro Segundo, entre las cuatro cosas que deberan llevar a un varn prudente a tomar las armas, cita la de la defensa de su honra, de su fam ilia y
hacienda. De ese mismo modo se empleaba en el lenguaje comn de principios de siglo (y ahora): Casimiro era un hombre honrado y cabal, nunca honorable y cabal. El concepto del honor de los socilogos tiene reminiscencias de su uso en los pueblos magrebfes, territorios tribales y de linaje en los que han
trabajado ms quienes lo han estudiado o en sociedades viejas de linaje.
[14]
familiar (sin que ello les hiciera impermeables a las nuevas ideas que se difundan en
el mundo del trabajo, como veremos).
Claro que su condicin asalariada marcaba otros ritmos de trabajo y ocio. A las
seis de la tarde haban hecho la jornada y se reunan, por cuadrillas, en la plaza del
Mentirn. Jvenes, con tiempo libre y dispuestos a divertirse, una de aquellas cuadrillas era la cuadrilla del trueno: cantaban, organizaban juergas, hacan estragos. Era
una cuadrilla muy alegre, en opinin de un chaval que los observaba con cierta envidia. Todo ello les permita alguna independencia respecto de las estrictas normas
comunitarias. se fue uno de los viveros del pequeo grupo socialista del pueblo.
Junto a esa realidad unitaria, se alzaba en Salinillas, sin contradiccin, su otra
reali dad banderiza -que, el plus de socializacin poltica introducido por la Repblica, haba hecho que cristalizara como bandera poltica. Haba en Salinillas dos bloques: las derechas y las izquierdas, los miembros de Hermandad Alavesa o del Centro Republicano (aparte, ese pequeo grupo informal de socialistas, que se vea con
Benigno Salazar, carpintero y reparador, concejal, y a travs del cual se vinculaban
tambin al bloque del Centro). Contra lo que pueda creerse desde la actual visin de
las cosas, esa fractura no representaba una diferente apreciacin del orden social o
una posicin divergente frente a conceptos como el de progreso o democracia (en
nombre de los cuales se haba instaurado la Repblica). Surgi, ms bien, del picadi llo que haba en los pueblos entre distintos grupos de influencia, configurados a
partir de la adhesin personal del vecino -que, como tal, tambin en este caso implicaba a toda la familia. No eran las ideas ni la opcin individual las que daban forma
al grupo (situacin que corresponden a sociedades en las que el hombre es consciente
de su individualidad y alega adscripciones diversas, el tipo ideal de sociedad liberal).
Eran ms bien los vnculos personales -que implicaban intereses concretos, rencillas, en ocasiones fami liares, amistades, patronazgo, etc.- los que venan a dar una
primera form a a los bloques. Una concepcin indivisa de la vida haca, por lo dems,
que todo el pueblo estuviera en un sitio u otro, pe1teneciera a uno de los bloques.
Las relaciones de cuadrilla, Ja charla, el caf de los domingos o la partida de cartas,
todos los aspectos de la socializacin informal masculina, se organizaban a partir de
las tabernas pertenecientes a la Hermandad o al Centro. stas eran el verdadero pulmn por el que respiraban ambos bloques. Y slo desde ellos poda el lugareo integrarse en la vida diaria de la comunidad. No se era de uno u otro centro por tener necesariamente ideas tradicionalistas o republicanas. Pero se perteneca a ellos de modo
total e incondicional.
El tradicionalismo se sustanciaba en torno a varias fami lias de propietarios medios (como era el caso de lvaro Barrn 18, y tambin Toms Uriarte, los hermanos
Areta, los Berganzo, Leiva o Albe1tano Abecia 19). Algunos de ellos estaban muy vin-
18
Quien, adems de las lineas del pueblo, tena hacienda en Zambrana (de donde proceda su madre
Josefa Lete), en Galn y en Bargota (Navarra), como parte de la herencia de su mujer.
19 Cuyo hermano Rufino y su familia se alineaban con el otro bloque por renci llas familiares (hasta
el punto de que aqul visti de rojo a sus hijas al mori r Rulino). sta podra ser la otra cara de esa moneda que era la relacin de parentesco entendida corno relacin social en el marco de la comunidad: re-
[ 15]
culados a las actividades de culto, de modo que actuaban como albaceas del principio de la moral cristiana en el pueblo (de suerte que les molest sobremanera la presencia de un cura prroco filonaconalista en los aos de la Repblica 20 ). 1-Iaban ganado las elecciones generales de febrero de 1936, como he dicho. Pero esas elecciones
-al igual que las provinciales- quedaban un poco lejos para los intereses y la
percepcin de las cosas que se tena en Salinillas. En las que cada bando se implicaba
realmente, donde haba verdaderas luchas, era en las elecciones municipales (pues
era en el ayuntamiento donde se resolvan los repartos de las contribuciones, se decida sobre surcos, paso de veredas, ubicacin de las fuentes y abrevaderos, elc.) 21
stas, sin embargo, haban sido ganadas en 1931 por el bloque republicano (sus
candidatos, entre los que estaba el socialista Benigno Salazar, obtuvieron la cincuentena de votos frente a la treintena de los tradicionalistas 22 ). Los republicanos controlaban, pues, la vida local, el mbito de socializacin del salini!!ero (desde all Seconocan las flaquezas de los dems), su crculo de intereses. Y no fue necesariamente
el entusiasmo que suscitara la llegada de la Repblica (a la que se recibi, bien es
verdad, que esperanzada1nente) la que dio la victoria a la candidatura de la izquierda
ese ao. Si la Her1nandad se articulaba en torno a varias fa1nilias de propietarios
medios, quienes encabezaban el republicanismo en Salinillas eran los dos mayores
propietarios del pueblo --que llegaban a triplicar la hacienda, individualmente lo
mada, de los tradicionalistas2 '. ngel Jrcio, mayor contribuyente, alcalde en l 913 y
concejal en 1930, y Casimiro Lasheras, elegido alcalde en 193 l, con la Repblica
(concejal en 1911 y 1915; y gestor provincial en 1933), eran quienes amalgamaban
al bloque del Centro. Especialmente Casimiro Lasheras.
Casimiro, si no la ms larga, s dispona de la mejor hacienda del lugar. Era,
ade1ns, soltero (frente a ngel Ircio que tena varios hijos; la fa111ilia la con1ponan
siete adultos en 1930, y tuvo diez hijos), lo que condicionaba extraordinariamente su
situacin. Los hijos se empleaban por la familia en el trabajo de Ja casa (lo que pertnita una explotacin 111s extensa de las fincas), y, al propio tien1po, hacan que hu-
!acin solidaria en unos casos o reida en otros. Lisn Tolosana (1973: 117) habla de la fainilia gal!cga
con10 intenso foco de antagonisino, tensin, astucia y conflicto en ese contexto donde la do1nesticidad
es el (unbito de socializacin global: afectiva, econinica, 1nora!, religiosa, etc.
20 Toins Uriarte cantaba en Ja iglesia y llevaba e! control de los jvenes que fr11taban a la 1nisa dominical. Tainbin, Juego, kJs Areta. To1ns Uriarte mantena fuertes discusiones de carcter poltico con
el cura pn-oco, don Eustaquio, de origen guipuzcoano y considerado filonacionalista.
21 Puede en estas condiciones !1ablarse de socializacin poltica en tnninos de poltica 11acio11al?
Eugen Weber ( 1983: 352) lo cuestiona para la Francia rural de finales del x1x. Nosotros vere1nos que mnbos niveles (local y nacional -y otros niveles coino el provincial-) mantenan una relacin compleja en
la zona de nuestra consideracin. Nunca, en todo caso, eran nacionales del n1odo paladino en el que se
dieron en Europa tras !a Segunda Guerra.
22
Vase BOPA, 18 de abril de 1931 (infonnacin facilitada por Santiago de Pablo).
23 Vase ADFA. DAI. 1406-9; 3655-1; 449-6, y 1027-6, para !os ai1os 1930, 1932, 1938 y 1943 rcspcctivaincnte. Para 1930 y 1932 hay que aadir a los bienes de Casi1niro Lashcras los de su tnadrc Mariana l_Martnez de] Bujo, adininistrados por ste. Propiedades que sta distribuy entre sus dos hijos por
hijuela e1nitida ante la Oficina Liquidadora de hnpucstos de Laguardia en 1932, correspondiendo la 1nayor parte y las casas al propio Casi1niro (gentileza de Fernando Dez-Cabal!ero Lashcras).
[ 16]
biera que mantener una hacienda grande que en su da pudiera repartirse entre todos
los herederos. No era el caso de Casinliro. En 1930 su .faniiha la cotnponan su 1nadre, el pastor (que pas a vivir en Ja planta baja de Ja casa principal) y el yuguero.
Una fan1ilia larga en hacienda, pero corta en 111ano de obra y an 1ns en herederos.
Dispona Lasheras, ade111s, de un a1nplio rebao de ovejas, prensa propia (estruja/), cueva y lagos de vino. Eso, y su peculiar sistema de explotacin de la tierra, hacan que una buena parte del pueblo dependiera de las propiedades de Casi miro (o
don Casi1niro; las fuentes no se ponen de acuerdo sobre el tratamiento). Se negaba a
contratar peones. De modo que, ante la ausencia de hijos, utilizaba a familias del pueblo para la siega, vendin1ia, etc., a catnbio de la concesin en usufructo de pequeos
huertos que l no poda trabajar. En su prensa (tena dos) se obtena una buena parte
del vino de prensa del pueblo 24 . Por lo den1s, era a1nigo del influyente Luis Dorao,
director del diario La Libertad, como ha quedado dicho, cabeza del PRR de lava y
presidente de la Gestora Provincial entre 1934 y 1936 (a la que debi llevar a Casimiro en 1933). A SU sombra se encontraba, por lo dems el concejal socialista (Benigno Salazar, el Vi~jo) y el secretario de los socialistas locales (Cipriano Urrechu) 25 .
Tocio ello le permita (a l mismo y a su entorno) dispensar un gran nmero cle.fvores al vecindario (individual o colectivan1ente 26), que quedaba as vinculado con un
deber de lealtad para con l (lo que Jos antroplogos han llamado relacin de patronazgo27). Desde Ja derecha se deca que tena a todos los republicanillos bajo su
111anto. Ello le pennita cuidar, incluso, de la reputacin de sus a1nigos, guardando
que estos e1nparentaran con fa1nilias respetables cuando casaban sus hijos 28 . Era lo
que le confera una posicin pree1ninente en el pueblo, una reputacin ante cicrlas fa-
1nilias hu111ildes y una situacin de dignidad ante su bando29 que, n1s all del orgullo, resultaba ta1nbin de utilidad prctica. Lo que para los suyos era generosidad y
21
El vino lgrima y el con1z11 se obtenan en los lagos de las casas. Pero era el vino de prensa el
que se co1nercializaba. Los otros propietarios de prensas eran ngel Ircio, Gainaliel Barrn y Atanasio
tvarez (ADFA. DAI. 1406~9); los dos pri1neros tmnbin 1nie1nbros del Centro Republicano.
25
El socalisla Benigno Salazar Hieffo, concejal, era amigo de Casinro Lasheras, para quien trabajaba habituahnente y en cuya casa tuvo einpleada de sirvienta a su hija. Cipriano Urrechu era hennano
del pastor de Casi miro y trabajaba una huerta cedida por ste.
21
' Reparando la iglesia local de su propio bolsillo, por eje1nplo.
27
Relacin entre desiguales con in1crcan1bio de bienes y servicios a cainbio de lealtad. Vase ht(ra,
pero un buen estado de la cuestin para Espaa en Robles Egea, 1996. Es sta, en todo caso, una relacin coinpleja que ln1ptica un escenario social detenninado. No creo que quepan disecciones sencillas entre funciones de H1tro1u1zio y de intermediacin (as !varez Junco, en Robles Egea, 1996: 74-76), pues
a1nbas, con10 en este caso, tienden a darse con1binadainente en aquella sociedad en trnsito.
28
As !o hizo con su amigo ngel lfcio.
29
Que lo exteriorizaba con su dignidad corno alcalde y su hcnnosa n1ansin blasonada. Tambin era
un rnodo de afirmar su posicin -aparte necesidades funcionales- la con1pra que hacia J 945 hizo del
Palacio de los Condes de Ofiate -sel1a de seoro en el pueblo- a Teodoro Doublang. Ms adelante
-aos 50- gustara de exhibirse en Baro con !os nietos de su hennana Uvenes con carrera) durante
las fiestas de la Virgen de !a Vega el 8 de septie1nbre, l!evndoles a !os toros y con1iendo ritualinente en
el Restaurante El Sol en Ja plaza de esa ciudad. A esa comida, con10 personas de la fanli/ia asistan en
lugar e1ninente el pastor y el yuguero.
[ 17]
desprendirniento, honradez en definitiva, era para otros (y sobre todo para los otros,
para el bando de Hennandad) prcticas caciquiles e interesadas}.> (que intentaban ridiculizar en toda ocasin: Honra y provecho no caben en un saco, se deca) 30 El
hecho es que desde 1931 controlaba, con su clientela, el ayuntamiento desde Ja alcalda -aunque su reputacin no i1npidi que los tradicionalistas obtuvieran 1ns votos en las generales de 193631 .
Los tradicionalistas, por su parte, no hubieran dudado en utilizar los n1is1nos 1ntodos (y de hecho los utilizaron en la medida que pudieron 32 ). Sin embargo, su posicin co1no patronos o su capacidad de intern1ediacin eran n1enores. De ah que su
poder en la vida social la localidad fuera menor.
As pues, funcionando Salinillas corno con1unidad rnoral (en ocasiones unitaria1nente, pero no sin tensin), se encontraba dividida verticaltnente en dos bloques (con
sus tensiones internas) que trataban de controlar el pueblo moral y el pueblo de los
intereses 33 .
1.2.
LVARO Y SU FAMILIA
Y era sobre aquella pugna (adems de otras pugnas y otras fracturas, como veremos, en aqulla y en otras geografas) sobre la que vena a incidir la indicacin que
se reciba en la sede de la Hermandad en Salinillas la noche del 18 de julio. Aquella
notificacin que tena inquieto a lvaro Barrn la 1naana del don1ingo 19.
En efecto, ese da haba salido de Vitoria un coche con cuatro jvenes (Manuel
Rabanera, Federico Santiago, Arturo Cebrin y Galindo Pobes) con la orden de movilizacin para el Requet dada para lava por I...uis Rabanera (co1nandante retirado
tras la Ley Azaa e Inspector Jefe Militar del Requet en esa provincia). A ellos les
[18]
toc recorrer la zona de la Rioja alavesa. Otros coches, salidos de Pamplona y Vitoria, haban peinado a111bas provincias. T'atnbin haba quienes acudan a las capitales
de provincia en busca de la orden. En fin, era el pri1ner estallido. Despus, con10 en
sucesivas detonaciones, sin un orden preciso, sin una planificacin 1ninuciosa -unos
a pie, en bicicleta otros-, salan de las cabezas de zona los avisos a las distintas aldeas y lugares de las provincias (ms de mil doscientas entre Navarra y lava) 34 . Todo
un despliegue de medios informales y de capacidad en una zona con poblamiento tan
disperso y en el que el servicio telegrfico y telefnico se limitaba en lava al eje Miranda-Vitoria-Mondragn y San Sebastin (uniendo la Llanada con una pequea derivacin hacia Alsasua) y al eje Miranda-A1nurrio-Bilbao; y en Navarra, 1ns radial,
uniendo Pamplona con las cabezas de Merindad y un eje Zaragoza-Tudela-PamplonaTolosa-San Sebastin (unido a Logroo) y derivaciones hacia Estella y Sangesa 15 .
Las lneas de autobuses eran de1nasiado lentas y an ms el correo. Conque fueron el
coche particular, la moto (ambos medios de transporte de las clases acomodadas de
las ciudades) y la bicicleta (muy extendida tanto en el medio urbano como rural3 6 ), y
el desplazamien!o a pie los medios ms utilizados en aquellas comunicaciones. Fue
aquella en buena 111edida una co1nunicacin iinprovisada sobre la n1archa 1 nada estructurada y a la vez eficaz porosa basada en la utilizacin de los canales habituales
de !rnsito de la informacin en la poca y en aquel tipo de sociedad (asunto sobre el
que volveremos). Casi, por su informalidad y modos de transmisin boca a boca, poda sen1ejar una llcunada a asa111blea realizada por los seores (los notables del partido en este caso) a sus gentes a travs de los enlisarios enviados a la provincia tras
levantar bandera de reunin 37
1
4
:i Vase n1s adelante e! apartado La leva. Orden de salida a los e1nisarios y la recluta en la provincia}>, donde se documenta este despliegue y sus fonnas.
~ 5 Puede verse Norte (peridico de Vitoria), 16 de enero de 1940; y Urabayen, 1931: 30. El desarrollo de este servicio no estaba an 1nuy extendido en Espaa. Vitoria tuvo una concesin de telfono en
1912 y Tudela en 1915. Hacia 1936 slo el 8 por 100 de !as familias espaolas dispona de telfono
(en general de clases aco1nodadas y urbanas). Puede consultarse Bahan1onde, 1993: 123-232 (en especial
202 y 212).
:ir, En 1950 haba en Salinillas 41 bicicletas con licencia (no estaban contabilizadas las bicicletas sin
licencia, que en Llodio eran J50 frente ;:1 62 con licencia) frente a 305 habitantes (Archivo Histrico Provincia! de lava. INE. Caja 6), Las bicicletas tuvieron un gran efecto sobre !a vida rural y los usos tradicionales. Se e1npleaban para desplazan1ientos de fin de seinana a los bailes del alrededor, y en general
para desplazainientos entre los pueblos. Este hecho facilitaba una n1ayor relacin entre pueblos vecinos,
el estableciiniento de lazos de ainistad, econn1icos y fan1iliares, y Ja cada de la anilnosidad interpueblos
propia de una poca anterior en que las coinunicaciones entre pueblos vecinos eran rnucho 1ns espordicas. Para los usos de la bicicleta, Antonio Ortiz de Anda, 3 de dicie1nbre de 1992, 39.A. Sobre los cainbos de este medio de transporte (y otras innovaciones) en la provincia francesa, Weber, 1983: 337. Sobre lo que supuso la bcicleta en e! ca1nbio de siglo francs, el 1nis1no Weber, J 989: captulo 1O.
.H
As lo hizo en 1810 Francisco Espoz y Mina (1961-2), tras haberse sumado a Ja partida que diriga su sobrino Javier Mina en Navarra a! comprobar que no apareci por all hoinbre que, perteneciendo
a la clase de ttulos de mayorazgo o de riquez.as tuviese alguna nombrada o prestigio para levantar bandera de reunin. En esta ocasin, 1936, s habra personajes de nombrada y prestigio que Jo hicieran.
Se tratara de un sistctna de leva que supla al ban caballeresco en sociedades tradicionales (as la llainada
a Connmidad realizada por el conde de Salvatierra, Capitn de las Connmidades de Burgos a Ja 1nar, a
la Provincia para que pusieran <<SU persona y estado y parientes y ainigos por la honra y defensa de di-
[ 19]
Ha llegado Ja hora, segn rdenes de mi jefe inmediato - haba ledo lvaro Barrn en el escrito que portaban los j venes-, de que, sin renunciar con afirmacin
[sic] los principios de nuestro noble le ma Dios, Patria, Fueros y Rey, secundemos con
entusiasmo la accin que en estos momentos realiza el Ejrcito nacional. Se lo haban entregado a l como presidente del crculo de la Hermandad de Salinillas.
Conoca bien a los jvenes. Dos de ellos (Rabanera, hijo de don Luis, y Pobes,
hijo de don Jos M ., hacendado de Labastida y miembro de la Diputacin con la Dictadura) pertenecan a buenas familias de la zona con casa abierta en Laguardia y Labastida respectivamente. Aunque vivieran ahora en Vitoria, mantenan sus propiedades y sus casas, y, sobre todo, sus contactos de sie mpre que cultivaban en sus largas
estancias (veraniegas, desde Juego, y tambin en largas temporadas a lo largo del resto
del ao, especialmente en el caso de los Pobes, con explotaciones vitivincolas)38 .
La noticia hizo que todos los de casa (su mad re, el matrimonio y cinco hijos entre siete y veintids aos) pasaran la noche anhelosos .. . por la nueva y deseosos de
acudir al llamamiento que se nos peda. Al fin se acabara con el perodo de libertinaje y desorden en que haba vivido la zona riojana desde Ja llegada de la Repblica.
Se acabara con la amenaza de revolucin comunista que haban visto en pueblos vecinos, se decan. Naturalmente, las preocupaciones y el entusiasmo se repartan desigualmente. Los ms entusiastas eran, sin duda, los jvenes (uno de ellos, el mayor
de los hijos, sali para Miranda en cuanto supo que all se quemaban iglesias). Quiz
las mujeres no participaran de ese ardor (Milagros Albizua, mujer de lvaro, hija de
boticario, fina, menuda, de piel muy blanca y muy seorita, presuma de ser isabelina39). Pero eran los de casa -como deca lvaro- los que protagonizaban
aquel momento crucial. Del desenlace de aquella situacin dependa su posicin futura. No ya Ja de lvaro -el pater familias- o la de alguno de sus miembros. Jba
a ser la casa, la familia tomada como cuerpo social la que iba a salir beneficiada o
pe1judicada con aquella decisin 40.
lvaro deba sentir una doble responsabilidad: como presidente de la Hermandad,
sus hijos deberan ser los primeros en marchar. Era un deber que tena frente a su
bando, el bloque de Ja derecha agrupado en torno a Ja Hermandad. Pero estaban en
plena siega - hecha toda a mano- y, aunque en Salinillas el cereal apenas daba ms
cha Provincia, y para que sta se alzara y levantara en Comunidad en las guerra de las comunidades
castellanas que recoge Eduardo Escarzaga, 1931: 33 y sigs.). El sistema perdur en las guerras civiles
del XIX espaol en el bando carlista, en zonas de Francia (Fitzpatrick, 1990), en Suiza y Ti rol. Puede verse
Keegan, 1995: 283-284. Estas referencias resultan hechas antes a efectos ilustrativos que sustantivos, sobre los que luego se discutir.
38 El relato sobre Salinillas y lvaro Barrn en ADFA. AA. 5398. Sobre los jvenes desplazados de
Vitoria, Luis Rabanera (13 de marzo de 199 1). La orden de movilizacin en el archivo de Esteban Senz
de Ugarte.
39 Ocurra con frecuencia que las fami lias distinguidas del mbito rural (propietarios, miembros de
profesiones liberales), presumieran de ser liberales frente al carli smo, propio de gente de baja extraccin,
ms tosca, de hbitos rsticos y vulgares. En 1936 muchos de stos haban evolucionado hacia un conservadurismo autoritario.
40
Vase lo dicho supra sobre la familia.
[20]
que para el consumo de la casa (era la vid la que dejaba un mayor margen), una mala
cosecha comprometa el ao. Y an siendo uno de los mayores propietarios de tierras
del lugar, careca de recursos para contratar peones. Necesitaba que alguno de sus hijos quedara para las labores de siega. No era cosa de vender las fincas - reflexionaba
el cura ecnomo de Salinillas pocas fechas despus-, sera indigno el dejar a sus
hijos con el patrimonio reducido precisamente porque se ausentaran en alas [sic] de
un ferv iente amor patritico41 .
Por lo dems, la propia responsabilidad ante la casa le impela a enviar a sus hijos a Vitoria (de acuerdo con la orden)42 . lvaro albergaba la esperanza de que al fin
Casimiro Lasheras (alcalde de la localidad, como ha quedado dicho, y cabeza del
bando republicano) dejara de ser el mandams del lugar. Quiz a su favor. Es posible que algo de esto se le hubiera insinuado ya desde Vitoria (quiz el mismo Seor Oriol - Jos Luis Oriol- que visitaba el pueblo con alguna frecuencia y a quien
lvaro escribi en cuanto sinti que tena problemas). Despus de todo, como veremos, era ese relevo en el poder local lo que se negoci entre carlistas y militares en
lava. Y, en ese reparto, la alcalda iba a ser para lvaro43 .
Eso hara que ambas responsabilidades - la del presidente del crculo y la del cabeza de familia- se conciliaran. Para ello deba alcanzar la alcalda (como as ocurri los das siguientes) y mantenerla. La tarea no Je iba a resultar sencilla: Casimiro
maniobr, como veremos, y no era fcil situar adecuadamente los hijos en aquella excepcional coyuntura.
lvaro lo viva, con la natural tensin, como un acto semiconsciente de lo que
desde Pierre Bourdieu viene conocindose como estrategia familiarM. De las deci-
41 En el Murlaga estudiada por Douglass ( 1973: l 25), una de las circunstancias ms censuradas era
la del cabeza de familia ( etxekoja1111) sin e nerga o fimdamento para realizar la funcin econmica que le
corresponda. En Salinillas hubiera sido tambin indigno que Alvaro no hubiera cuidado del patrimonio
de la casa, que era de su propiedad de un modo especial: e ra un bien de la casa, de todos sus miembros.
Mxime cuando la tendencia al reparto entre los hijos (lvaro tena cinco), sin emigracin, haca que las
haciendas recibidas por stos fueran pequeas.
42 Como ocurra en la ficcin histrica de Martn Guerre (Davis, 1984: 52) cuatrocientos aos atrs,
ambas actitudes (la de marchar a Vitoria como la de permanecer en el pueblo terminando la cosecha) se
articulaban e n torno a la defensa de la familia o de la casa.
43 El relato se encuentra en una carta di rigida al presidente de la Comisin especial creada por la Diputacin alavesa para la concesin de subsidios a los combatientes voluntarios (la Comisin se c rea por
acuerdo del 7 de agosto de 1936, vase Acta de la fecha). Se completa con los testimonios de Eduardo
Barrn ( 12 de febrero de 1992) y ngel A reta ( 18 de febrero de 1992). Aceptando un probable entusiasmo ex priore acta, mxime cuando de obtener un subsidio se trata, la veracidad de los hechos viene
avalada por el escrito del cura ecnomo de Salinillas (carta del 7 de enero de 1937, ADFA.AA-5398) y
los testimonios de ngel A reta ( 18 de febrero de 1992) y Luis Pereda ( 1Ode febrero de 1992). En cuanto
al deseo de acudh; las manifestaciones e n ese sentido son numerosas, por ejemplo, Ponciano Santamara
( 19 de diciembre de 1990) o Julio Orive ( 14 de enero de 1992) del vecino pueblo de Labastida. Tambin
Antonio lzu (de Echauri, junto a Pamplona) al recibi r la orden de desplazarse a Pamplona el 19 de j ulio
y decrsele que ya estaban en guerra, contest: Ah, eso es bueno. Y me march a casa la mar de contento. Aquella noche no pegu ojo pensando en la q ue bamos a armar... (Fraser, 1979: I, 61).
44
Para esa concepcin a111p/ia de lo que son la estrategiasfa111i/iares y una discusin del estado de la
cuestin puede verse la Introduccin a Garrido y Gil Calvo, 1993.
[21 ]
1.3.
ARETA Y EL DEBATE
45 De hecho lvaro Barrn, persona con algn estudio (por haber sido hijo nico), casado con la hija
del boticario de Berantevilla, haba intentado hacer fortuna en Vitoria abriendo un almacn y comercio
de patata. Sin embargo, aquello no fue del todo bien y volvi al pueblo a heredar a su padre al frente de
la hacienda. Sin embargo, nunca abandon del todo aquella esperanza de redimirse de la tierra. Gustaba
de asistir a los juicios en Vitoria y haca las hijuelas, escrituras de compraventa privada, etc., a los vecinos de Salinillas, asumiendo funciones de notario. Sus trayectoria vital muestra a una personalidad inquieta y en quien las expectativas de ascenso social permanecieron (Eduardo Barrn, 29 de noviembre
de 1994; lvaro Barrn, 29 de noviembre de 1994).
46 ngel Areta (19 de febrero de 1992) fue testigo de aquella tertulia. Los comentarios son suyos.
[22]
cia al servicio de la vio le ncia. Y tras afirmar que quien quiera sal var a Espaa y su
patrimonio moral como pueblo civilizado, nos encontrar los primeros en el camino
riel deber y de l sacrificio, abandonaba la Cmara, segn relataba la extensa crni ca.
Pero quien estuvo realmente duro y beligerante fue el dirigente cedista -a quien
los monrquicos, al abandonar el rgano parlamentario, haban encomendado su representacin. Tena plena concienc ia del momento decisivo que viva e l pas -a fin
de cuentas estaba bien informado sobre la conspiracin- y quera que sus palabras
llegaran al ltimo rincn de Espaa47. Salinillas no era el ltimo rincn de l pas, pero
c iertamente era un lugar remoto. Y hasta all haba llegado su di scurso, que era comentado con pasin por los contertulios. Su propsito se cumpla. Ciertame nte e l pas
- un pas con muy pocos receptores de radio, y en el que casi todo haba que confiarlo a la prensa escrita- estaba pendiente de sus pa labras aque l da en las Cortes.
Gil Robles comenzaba por poner de manifiesto el estado de anarqua que estaba
arruinando moral y materialmente a Espaa. Siguiendo e l mode lo de discurso inaugurado por Calvo Sotelo y l mismo en la sesin del 15 de abril sobre orden pblico,
re lataba la estadstica de actos violentos ocurridos desde el 26 de junio en el pa s:
incendios de iglesias, 10; atropellos y expulsiones de pITocos, 9; ... . As una larga
lista. E l caos y e l pillaje se haban adueado de la sociedad por dejacin del gobierno.
Aquel estado de cosas responda adems a una clara estrategia, deca, y tena un objetivo bien definido : la iglesia (ms que la propiedad sobre la que puso el acento, en
su da, Calvo Sote lo). Por su parte el gobierno era incapaz de controlar aquel estado
de cosas: el Ministro de Gobernacin puede decir hasta qu punto los Gobernadores civiles no le obedecen, los Gobernadores civiles pueden decir hasta qu punto los
alcaldes no hacen caso de sus indicaciones, los ciudadanos espaoles pueden decir
cmo en muchos pueblos de l sur existen comits de hue lga, los cuales dan e l aval, el
permiso, la autorizacin para que puedan circular por carretera. Todo e l aparato regular de la admini stracin estaba colapsado, soste na, y se haban puesto ya e n marcha organi smos de gestin paralela. Era la antesala de la dictadura roja y atea.
Tras dibujar ese estado de cosas, acusaba Gil Robles al gobierno de haber sido el
responsable de generar el clima de violencia previo, propicio para el asesinato de
Calvo Sote lo. Inc luso de haber incitado de algn modo a los asesinos. Te nis la
e norme responsabilidad moral - les deca- de patrocinar una poltica de violencia
que arma la mano de l asesino. De practicar la excitacin, la amenaza, la conminac in a que hay que aplastar al adversario, a que hay que realizar con l la poltica de
exterminio. A diario la estis practicando: muertos, heridos, atropellos, coacciones,
mu ltas, violencias, ... .Intil el matiz de que no consideraba al gobierno directamente
implicado en ese asesinato. Tan intil como los esfuerzos de Martnez Barrio (presidente de las Cortes en ese momento) y del ministro de Estado, Augusto Barcia de IR,
por moderar el tono de las intervenciones e intentar introducir cierto nivel de racionalidad en e l debate. Tampoco servan las palabras ms ponderadas del representante
de la Lliga Juan Ventosa. La pieza oratoria haba causado su e fecto - buscado o no,
47
[23]
48
[24]
52
Para un detallado relato de los sucesos de Labastida vase S. de Pablo, 1985. El entrec01nillado en
el texto corresponde a Luis Pereda, 1O de febrero de 1992 y a ngel Areta, 19 de febrero de 1992.
53
As se vean a s 1nis1nos frente a la situacin de Labastida -un inodo de situar el conflicto fuera
de !a propia comunidad. Sin e1nbargo, el conflicto entre bandos en Salinil!as era bastante sefialado (ngel
Arela, 19 de febrero de J 992) y creaba serias tensiones entre el vecindario.
54
ngel Berganzo Ircio, 1O de abril de 1997.
[25]
__ j
Quemados el ayuntamiento y el cuartel de la Guardia Civil, disparos y muertos. Intervencin violenta de las fuerzas de orden. Se deca que los insurrectos haban hecho listas para repartirse las propiedades y viviendas de la gente de derechas (que en Labastida eran carlistas o liberales - los Pobes-). Todos los propietarios de Sali nillas
(prcticamente todos los cabezas de familia) teman una situacin as. La teman aun
ms por ser algo desconocido e investido con el poder del mito. Haba sucedido apenas dos aos y medio antes y haba dejado una honda impresin en cada salinillero55 .
55 La lectura es bien otra desde el inferior del grupo insurrecto en Labastida, y denota, tambin, formas sociales bastante elementales en cuanto a la idea de clase. En efecto, el movimiento insurrecciona!
haba sido decidido en los Plenos Regionales de la CNT (30 de octubre y 26 de noviembre). Su ejecucin se fij para la noche del 8 de diciembre de 1933. La repercusin que tuvo fue notable, se extendi
a Zaragoza (donde se haba instalado el Comit Revolucionario), Huesca, Teruel, Barcelona, zonas de Andaluca, Galicia, Valencia y la provincia de Logroo. Fue desde aqu, precisamente, desde donde secomunic al dirigente de Labastida de la CNT Sixto Barrn que la insurreccin estallara ese mismo da (8
de diciembre). Tras vacilar -pues las noticias eran conrradictorias-, salieron resueltos a implantar el
comunismo libertario, abolir la propiedad y eliminar el dinero (ngel Manzanos, 31 de agosto de 1987;
testimonio al que corresponden los entrecomi llados siguientes mientras no se especifique lo contrario).
La accin directa era el procedimiento. Se hicieron con las escopetas del pueblo que pudieron recoger (algunos se negaron sin ms consecuencias; otra cosa eran los carlistas: al presidente del Crculo carlista le
interpelaron de este modo: mira Galo, porque te quiero bien y contigo no va nada, entrgame la escopeta que tienes, al no entregrsela, introdujeron un petardo por la gatera produciendo algn dao material; Manuel MartJnez igo, 14 de enero de 1992. Despus de todo, estaban haciendo la revolucin).
Inmed iatamente prohibiero n la venta de productos al comercio de Anselmo Quintana como primer paso
para eliminar el dinero . El siguiente paso iba a ser la abolicin de la propiedad ( ngel Areta
- 19 de febrero de 1992-, de Salinillas, no est de acuerdo: haba listas hechas para cambiar de propiedad las tierras, nada de abolir la propiedad). Para ello se dirigieron al ayuntamiento en el que quemaron los archivos, los papeles en los que fi guraban los propietarios (en realidad quemaron todo tipo de
documento que encontraron). No se iba contra nadie, se trat de hacer las cosas tranqui lamente con los
vecinos. Estaban convencidos -como dira Santos Juli, 1983: 69- que el nuevo mundo iba a llegar,
a una hora cualquiera de cualquier da... como un extraordinario acontecimiento [en que] la gente obrara impulsada por miras de abnegacin y de arrebatado herosmo. Ellos mismo, los Manzanos, que estaban entre quienes mayor nmero de fanegas recogan en la localidad, formaban a la cabeza del motn.
No era un problema de tierras, deca Esteban Manzanos. Uno de los mayores propietarios de la localidad, Jos M. Pobes, no iba a ser ni siquiera molestado: uti lizaron su huerta, pero slo para parapetarse
y di sparar sobre el cuartel (Pedro Pobes, 8 de octubre de 1994). El inspirador de aquella revuelta, el mdico Isaac Puente detenido esos das en Zaragoza, se haba quedado maravillado ms de una vez de la
precisin con que ... los camaradas campesinos entendan el comunismo libertario (cit. en X. Paniagua,
1982: 105). Pero quedaba la Guardia Civi l. Ellos representaban a la autoridad en el lugar, y haba que
abolir toda autoridad. Sin embargo, aquello era otra cosa: era un cuerpo armado. Adems, tambin la
Guardia Civil fue consecuente con su papel y se hizo fuerte en el cuartel. De este modo comenz la refri ega en la que los anarquistas mataron a un guardia e hirieron al sargento del puesto. Por la maana,
como cada da, llegaron camiones de Bilbao por vino (los camiones de Olave) que informaron de la tranquilidad que rei naba en el resto del terri torio. Esto desanim a los insmTectos (ngel Areta, 19 de febrero
de 1992), que poco tiempo despus fueron deten idos o dispersados por la Guardia Civil que entraba por
la carretera de Haro. Posteriormente fueron procesados, etc. Fruto de aquello se cantaron unas coplas con
msica de una popular cancin anarquista italiana en la que se parodiaba el trato dado por los guardias a
los apresados (Pedro Pobes, 8 de octubre de 1994). Romero-Maura (1989: 5 19), de la escasa incidencia
entre el empresariado que tuvieron los sucesos de 1909 en Barcelona colige que no debieron tener que
ver con el anarquismo, sino ms bien con un republicanismo anticlerical. En Labastida s haba anarquistas, pero tampoco molestaron a los propietarios. Tal vez se trate de culturas en que el componente
[26]
1.5.
Todo el que vio pasar las multitudes rojas lo sabe ya de propios ojos, deca un
artculo aparecido en e l Pensamiento Alavs das atrs y que probablemente lvaro
Barrn, que era aficionado a la lectu ra56, haba visto en el Crculo57 . Uno de tantos
que aparecan constantemente esos das en la prensa conservadora.
Todo el que vio pasar las multitudes rojas lo sabe ya de propios ojos. Multitudes rojas, hordas, como tambin les llamaban, personificacin del mal, impersonales
(frente al mundo concreto de l e ntorno rural), amenaza imprecisa, violenta, plaga difusa que enturbiaba los espritus y les llevaba a cometer atrocidades. Ellos lo haban
visto en Labastida (pero tambin en San Vicente o Miranda de Ebro, poblaciones vecinas). La prensa conservadora haba magnificado cada circunstancia, cada acontecimiento que turbara el orden natural de las cosas durante aquellos cinco aos. Ya desde
las quemas de conventos en mayo de 193 1, pero especialmente desde que en fe brero
de 1936 el Frente Popular ganara las elecciones 58 .
Era momento, se deca en ese attculo que circulaba esos das, de defender sus
posiciones privadas, su patria, su religin, sus propiedades, sus familias, porque
todo est en peligro, deca. As lo entendan tambin en el Crculo de Hermandad,
y por eso saldran para Vitoria si hiciera falta. El artculo era un ataque fuiibunclo al
malminorismo - uno de los viejos demonios del carlismo, personificado en ese momento por la CEDA de Gil Robles59- , y un indisimulado llamamiento a la insurreccin contra el poder consti tuido. Porque, deca, el mal que aparece lleva detrs de s
un mal mucho mayor, que no se muestra sino cuando tiene confianza en el triunfo. El
mal asoma la puntita de un alfiler tan solamente [sic], para que lo toleremos. En
cuanto consigue hacerse perdonar, ensea detrs del alfiler un pual de Toledo, y detrs del pual toledano todos los ejrcitos de la Rusia. Frente a l, continuaba, son
intiles las actitudes como las del obispo de Crdoba Recafredo (en realidad era metropolitano de Sevi lla) que, ante el movimiento de espiritualismo cristiano y antimusulmn producido entre la mozaraba de Crdoba entre el 850 y 859 bajo el mandato
de los omeyas, defenda que deba acatarse el poder constituido y que a los cristianos intransigentes [mozrabes que, siguiendo las prdicas de San Eulogio, renegaban
moral y antiautoritario tiene un mayor peso que la bsqueda de una revolucin en la economa (que vendra despus, como fruta madura).
56 ngel Arela, 19 de febrero de 1992.
57 CUALQUIERA, Sobre el mal menor, Pe11sa111ie11to Alavs (PA), 7 de marzo de 1936.
58 En otro lugar (Ugarte, 1996) he documentado este hecho en el caso del Diario de Navarra, pero es
vlido para toda la prensa conservadora (las referencias bibliogrficas en ese artculo).
59 As como a la pollica del accidemalismo promovida por CEDA desde la creacin de Accin Nacional de ngel Herrera. Impulsada por El Debate, fue inspirada por el ral/iemenr fra ncs, del que ya se
hiciera eco Luis Luca ya en 1929 en su libro E11 estas horas de tra11sici611 (vase Lynam, 1986: 136).
Esla tuvo su primera expresin en 1890 al brindar el cardenal Lavigerie por la III Repblica francesa,
rompiendo con la tradicional polflica de la iglesia fra ncesa de apoyo al legitimismo, e iniciando una poltica de aceptacin constitucional por parte de los catlicos.
[27]
del isla111] ... no consideraba con10 1nrlircs sino con10 suicidas 6. Porque Jos J{_ecafredos, a fuerza de querer aco1nodarse, ... acaban por entregar lodo al cne1nigo. La
actitud cotTecta en aquellos re1notos tien1pos ~que ahora se re1ne1noraban actualizados e investidos de la carga 1ntica de la Reconquista y de la historia sagrada-, fue
la de los hroes cristianos [como San Eulogio que] daban con su sangre testimonio
de la verdadera fe [entregndose al] ... 1nartirio. Gracias a esta actitud de intransigencia, no sotnos hoy 1nusuhnanes y verdaderos africanos, conclua. Y si hoy no se
quera volver a caer en 1nanos de los orientales, deba iniciarse la guerra contra la revolucin -corno en su da se hizo contra el Islan1. Una guerra que quiz fuera civil
o quiz adoptara el carcter de disputa internacional ... despus de instalarse la revolucin en algunas naciones, con10 en Rusia, y la contrarrevolucin en otras con10
Italia y Alemania. Los artculos de este tono eran frccuentsimos en la prensa del
1no1nento61 En Salinillas, con sus inurallas y palacio condal, la posibilidad de ser
hoy n1usuhnanes y verdaderos africanos deba resultar algo aberrante.
Me1noria histrica 1nanipulada, historia ate1nporal, iconografa sagrada, recuerdos
legendarios que se lean co1no una alegora nn1ediata del tien1po presente.
A revivir con crudeza todo aquel inundo de referencias de la n1en1oria vino lo sucedido aquel da 19 de julio de situacin incierta en Miranda ele Ebro (diez kilmetros por carretera desde Salinillas). Llegaron noticias al pueblo de que en Miranda
los con1unistas (as eran conocidos desde anarquistas a socialistas) se haban hecho
dueos de la situacin y haban prendido fuego al Convento de las Agustinas y a la
Parroquia de Santa Mara.
1.6.
Era de esperar -debieron pensar-, Miranda siempre haba sido un foco de conflictos: ya en 1917 hubo que acantonar tropas para detener la huelga de ferroviarios.
Tambin en 1933, coincidiendo con la insurreccin anarquista en Rioja y Labastida,
en Miranda haban colocado una bomba. No haca dos 1neses que haban incendiado
la Iglesia de San Nicols, y ahora les tocaba a las Agustinas y a la Parroquia. El mismo
e-o Los sucesos a los que se refiere se dieron en Crdoba a 1nediados del siglo 1x cuando dentro de la
floreciente con1unidad 1nozrabe del lugar surgieron algunas actitudes de rebelda frente al einir Abd alRahman JI, que adoptaron la fonna espiritualista de denuncia de la doctrina del profeta Mahon1a y el desacato que ilnplicaba el 1nartirio. El e1nir reaccion convocando, a travs del 1netropolitano de Sevilla, un
Concilio en el que salieron a1npliainente refrendadas las tesis conciliadoras de Recafredo frente a las rebeldes que propugnaban el n1artirio (al frente de los cuales se encontraba Eulogio, clrigo perteneciente
a una acon1odada fanlilia n1ozrabe). Cfr. E. Lvi-Procern;al, 1982: 150-156; y A. Ubicto, 1963: 94-96.
61 Por eje1nplo, el editorial del PA del 6 de 1narzo de 1936, Contra la tibieza y por la accin contralTevolucionaria}} hablaba de Ca!Tera de inales 1nenores, o .son Jos eternos tibios de! Evnngcli(h>, prn.:1 referirse a Gil Robles. Y planteaba las cosas en estos trn1inos extre1nos: rinde Espafia un supreino esfuerzo, ... o desaparece coino nacin, sepultada bajo la ola roja. O FABIO, De dos tcticas. La de los
111rtires y Ja de los ... no 1nrtires, El Pensamiento Navarro (EPNJ, 13 de 1narzo de 1936, en la que se
vuelve a utilizar el episodio de San Eulogio (1nrtir) y Recaredo.
[28]
Presidente de la H. epblica Alcal Zarnora (renegado del 1nonarquis1no, por lo que especialtnente odiado por la derecha antirrepublicana), en una visita que hizo a la localidad, haba hablado de Miranda con10 de la vanguardia de la Repblica en la provincia de Burgos. Que era con10 decir la avanzadilla de la revolucin, pues la
Repblica era Ja revolucin.
Los propios mirandeses gustaban de identificarse con el aspecto moderno ele la
ciudad ... !frente al aspecto j vetusto y adormecido en la neblina del Romancero de
Jos pueblos circundantes (como era Salinillas; y tambin Laguardia, Haro, en general
todos ellos). Lo nuevo y moderno frente a Jo vetusto y mineral -visto desde Miranda- con10 categoras 1norales. No era as con10 se vean a s n1isn1os en Salinillas. Ellos tenan una percepcin moral distinta de aquellas dos realidades producto
del desarrollo: la novedad revolucionaria y disolvente, asociada al tnoderno trasiego
de una estacin ferroviaria, frente a la apacible estabilidad de la tradicin. Su pueblo
tena solera, ciertan1ente. Conservaba an su antigua 1nuralla de villa fronteriza, y en
el centro una hermosa plaza con el castillo condal, que hasta los mayores del lugar la
haban conocido siempre igual. Miranda, sin embargo, era una aglomeracin reciente,
fruto de una estacin que en 1nala hora situaron all. Tena 1nala imagen entre los salinilleros: los ferroviarios era gente 1nuy revolucionaria, muy 1nala -de nuevo la
condena 1noral 62
E,n efecto, Miranda (con10 ocurra con Alsasua, por eje1nplo 1 o Castejn en Navarra), en su:; din1ensiones ta1nbin discretas, era un ncleo dinn1ico situado en un
entorno en1inente1nente rural. 1-laba con1enzado a crecer a partir de haberse erigido
en nudo de enlace para la zona norte desde la inauguracin de la lnea frrea MadrdJrn en 1864 -con el consiguiente emplazamiento de industria frrea y los servicios
auxiliares propios 63 . La UG1' tena una fuerte presencia entre los obreros del ferrocarril, y el ayuntamiento era en aquel momento de IR (coaligada en el FP). Sin duda,
se trataba de una sociedad 1ns abierta y atravesada por los nuevos co1nporta1nientos
sociales y la nueva conflictividad que haba logrado expresarse con plenitud en un rgimen tambin abierto como era el de la Il Repblica.
1.7.
62
Sobre la huelga de !917 R. Ojeda, !985. La bomba en Miranda en J. Arrars, 1963-8: Il, 253. Para
la Repblica y el !evantainiento 1nilitar R. V!ez, 1985 y 1986; Miranda 1936-1939. Vida cotidiana, 1986;
L. Sebastin, !988. Sobre Miranda ciudad n1oderna, El Castellano, 15 de septic1nbre de 1928 (cit. en Miranda, 1986). Sobre Ja imagen de Miranda entre los salinilleros ngel Areta, 12 de febrero de 1992. Esa
rnisina imagen entre los pueblos circundantes podemos encontrar en otros nudos ferroviarios en la poca:
Alsasua, por cje111plo, o Castejn.en Navarra.
63 Vase a! respecto Delgado, 1987.
[29]
64 ADFA. DA. 5398 y ngel Berganzo, 10 de abril de 1997. Las versiones sobre los muertos de la
UGT resultan divergentes. Joaqun Arrars (1940-1944: 553) habla de una supuesta partida que pretenda invadir lava desde Miranda, idea verdaderamente pintoresca, como otras dadas por el cronista del
bando vencedor. Del enfrentamiento habran resultado siete muertos (todos de Miranda). Ms oscuras resultan las cuatro bajas que el periodista sita en la misma zona el lunes da 20 o martes 2 1. Segn Andrs Pecia (vecino de Zambrana) algn mirands que hua fue sumariamente ejecutado en las propias
Conchas del Ebro. El testimonio ms fiable (por la serie de datos colaterales que ofrece) resulta el de
ngel Berganzo.
65 Misa que se celebraba al amanecer y a la que acudan quienes salan a la siega (buena parte de la
poblacin masculina). Luego, a las diez, se celebraba la misa mayor.
[30]
haban ido a ver el fuego que se divisaba hacia Miranda y Alfonso haba hecho sus
desplazamientos.
Al anochecer llegaba al fi n un autobs aparcando de nuevo en el centro de la plaza.
Bajaron dos soldados (con casco, lo que impresion mucho a los del lugar) y algn
miembro de la Hermandad de Vitoria. En poco tiempo los jvenes estuvieron listos
para salir. Y as lo hicieron, algo euf ricos, y con la conviccin de que aquello estaba
ya hecho, que las cosas en otras partes haban sido poco ms o menos como all, partieron a la capital. Tomaran Vitoria y los aos de anarqua term.inaran66 .
Tras la marcha del autobs el pueblo qued como una balsa, perfectamente
tranqu ilo, no hubo enfrentamiento local alguno por el control del ayuntamiento (o por
una defensa de la legalidad). Los del Centro republicano, como los del de la Hermandad, continuaron con sus tareas de siega (unos das despus lvaro Bann sera
nombrado alcalde )67.
Pero Alfonso no pudo marchar con sus hermanos. Sin duda se senta incmodo
viendo que sus compaeros de edad haban marchado a Vitoria, aquellos que con l
haban fo rmado e l Requet local68 . De modo que, tras su llegada a Salinillas, Alfonso
proyect marchar con sus hermanos al da siguiente (lunes da 20). Sin embargo, su
padre le necesitaba para seguir con la cosecha. Ya haba enviado a dos de sus hijos,
haba cumplido, crea, como presidente del Crculo. La casa necesitaba al mayor de
los hijos y lo contuve, dicindole qu~ aguardase al menos hasta terminar la siega69 .
En cualquier caso, pasaron los das y los hermanos no volvan. Se hablaba de que
movilizaran la quinta de Alfonso. De modo que el da 28 se present ste en la sede
de la Hermandad Alavesa de Vitoria para enrolarse en el Requet. La cosa no pudo
ser dado que su quinta haba sido ya movilizada. Su padre, ya alcalde de Salinillas,
utiliz sus contactos: quera que sus hijos estuvieran juntos. Escribi a Jos Luis Oriol
--que en ese momento encabezaba la Junta de Guerra Carlista de lava. Pero no pudo
ser, y Alfo nso hizo la guerra en el Regimiento de Flandes nmero 5 como forzoso70.
Con el padre en la alcalda, y los hijos en el frente, la familia Barrn haba consolidado su posicin en el pueblo. Los tradicionalistas, alzados contra la legalidad republicana, controlaban, naturalmente la vida pblica de Salinillas. Haban removido
al anterior ayuntamiento, y ahora eran ellos quienes manej aban esa preciada institucin. Las labores de intermediacin con las nuevas autoridades y poderes de la provincia pasaban ahora por las cabezas del bando tradicionalista. Y al fin se iba a desterrar el caos y restaurar la autoridad dentro del orden natural de las cosas, segn los
principios catlicos que deban inspirar cada acto del hombre y acorde con los prin-
66
[31]
cipios del pueblo moral y su idea de pertenencia a una civilizacin inmvil, ajena a
la historia y aferrada a la tradicin. No dir aqu nada respecto a los rasgos del nuevo
rgi men que vena (se har ms adelante), pero s que en esos primeros momentos
responda a las expectativas que al respecto se haban suscitado en e l bando de la Hermandad sali nillera. Tanto por las recompensas que en orden al trabajo, la economa
y el poder local se esperaban de la nueva situacin como porque la retrica de los insurgentes (como veremos) reflej aba bien la re lacin discordante y tensa los salinilleros en general con lo que representaba la modernidad.
A pesar de su difcil situacin en Salinillas, Casimiro Lasheras maniobr rpidamente para recuperar su posicin perdida. Y lo hizo segn e l buen criterio de un notable rura l. An conservaba relaciones en Vitoria que podan serle tiles. Pe rteneca
al Partido Radical, de significacin ambigua en aque lla coyuntura. A la mala imagen
de Lerroux entre los alzados (a pesar de que terminara adhi rindose a e llos desde
Portugal), unan su talante conservador que les llevaba a apoyar la sublevacin contra el marxismo. se sera el motivo por e l que el pequeo comit del Partido en Vitoria se disolvera a finales de agosto de ese ao7 1 Todos estos detalles no contaban
en Salinillas, pero s en Vitoria, donde se libraba otra lucha de posiciones e influencias. Casi miro era amigo de Luis Dorao (cabeza del PR), y aunque los falangistas ocuparan el peridico de Dorao, La Libertad, a los pocos das de iniciada la sublevacin,
an contaba con la proteccin de Guillermo Elo, miembro de la Diputacin en ese
momento. Aquel juego de posiciones (en el que intervendran el propio E lo, Jos Luis
Oriol, Jos Mara E lizagrate, Luis Dorao, Eladio Esparza, Pedro Usatorre, Jos Go i,
etctera, como jefes de bandera72), condicionaba la situacin de Casimiro.
El hecho es que decidi afiliarse a Falange con sede en Vitoria (tena amigos en
Vitoria, se deca en el pueblo)73 . Aquello le permita recuperar una cierta posicin
de intermediacin en Salinillas, mientras conservaba su papel de patrn gracias a sus
tierras. A los pocos das de julio, tras un viaje a Vitoria iba a aparecer con la camisa
y los correajes de la Falange. De nuevo se exacerbaba la pugna banderiza en el pueblo. Pero la posicin de Casimiro era dbil en la nueva situacin. Fue inmediatamente
acusado de izquierdista, lo que le vali ser humillado ante e l pueblo por un jefe de la
Falange vitoriana74 . Los intentos por recomponer e l bando continuaron. En octubre se
71
72
activo de la vida pblica local como presidente de la Asociacin de Prensa. Lleg a estar detenido en abri l
de 1937 y volvi a labores de maestro en enero de 1938. Guillermo Elo dimiti de sus responsabilidades en la Diputacin el 17 de agosto de 1936. Mantuvo, sin embargo, una posicin eminente en la vida
local a travs de personas interpuestas, amistades y desde su despacho de abogado. Su oponente en la
vida local era Jos Luis Oriol. Sobre toda esa trama de amistades y enemistades entre los sublevados pueden verse, por ejemplo, PA, 12 y 14 de enero de 1937; 5 de noviembre de 1937; 19 de enero de 1938.
Y, con gran detalle en los informes policiales que pueden consultarse en el Archivo Histrico Nacional.
Fondos Policiales. H-8 10 (publicado por Santiago de Pablo en la revista K11/111ra) y en el Archivo General de la Administracin. Secretara General del Movimiento. Direccin Nacional de Provi ncias. Caja 12.
73 Lo que no resulta en modo alguno excepcional (cfr. Payne, 1986: 135- 136). Yo mismo he podido
documentar numerosos casos (Ugarte, 1988).
74 Fue llamado al ayuntamiento, donde fue despojado de camisa y correajes.
[32]
celebr una reunin, que se consider clandestina. Aquel rgimen, que ya se perfilaba desde el primer da, no estaba ungido de autoridad (seg n el sentido arcaico
con que se conceba e l poder poltico en Salinillas), era sencillamente autoritario. La
denuncia de la reunin les vali la crcel a cinco de ellos (incluido Casimiro), mientras que otros nueve, los ms jvenes, eran enviados al frente con la 1 Centuria de Falange de lava. En la documentacin figuraran como voluntarios, .. . llevados por
fa lange al frente75 Fue el definitivo desmantelamiento del grupo republicano en Salinillas. En esta ocasin por la represin directa del nuevo Estado que no dudaron en
utilizar a su favor los tradicionalistas de Salini llas.
En una sociedad como la salinillera en que no haba prendido la idea del individualismo, tena poco valor la idea democrtica. Sin embargo, la libertad y el principio del derecho establecidos por la II Repblica hacan posible la convivencia, es verdad que tensa, de ambos bandos. Era permeable a las nuevas ideas, a las nuevas
influencias de la sociedad de masas y daba cauce al conflicto que, sin duda, habra
llevado a nuevos alineamientos e identidades (en los que, sin duda, los alineamientos
de clase hubieran jugado un renovado papel). Cierto que la va de la tolerancia apenas si se haba recorrido. Pero caba una maduracin moderna de la comunidad. La
nueva situacin trunc rad icalmente esa evoluc in.
Ms adelante Casimiro recuperara parte de su posicin como hacendado en Salinillas. Compr en los 40 la torre y el palacio de los condes de Oate a Teodoro Doublang, sigui recibiendo un trato deferente por parte del vecindario que reconoca su
posicin de hacendado, e hi zo alguna ostentacin menor de su estatus, como ha quedado dicho76 El pueblo sigui rigindose en un tiempo por sus propias leyes del igualitarismo jerrquico y honra (el franquismo no se ensa precisamente con los poderosos). La misma que se le dispens a doa Mariana Bujo al morir (mientras su hijo,
Casimiro Lasheras, estaba an en la crcel). Como persona distinguida se taparon los
dos escudos de la casa y los arrendatarios de sus tierras estuvieron acudiendo a misa
a favor de la finada durante quince das77 .
Por su parte, lvaro Barrn, a pesar de alguna incidencia, acab consolidando la
posicin de su fami lia en el pueblo.
No fue muy larga su estancia en la alcalda. Las obligaciones que su condicin de
cabeza de bando le imponan le llevaron a indisponerse con las autoridades provinciales. Fernando Berganzo, fundador con Terencio Leiva (cabeza del requet local)
del Crculo de la Hermandad, recogi firmas a favor de la liberacin de un cuado
s ADFA. AA . 12692
En el palacio haba ya instaladas prensa de uva y cueva para el vino, y la emple como granero, almacn, corral, etc., lo q ue aument su hacienda. Los signos de estatus podan ser los de exhibirse en pblico con sus sobrinos nietos, muestra de xito familiar, aceptar un trato deferente por parte de ciertas familias o en algunos restaurantes de Haro. Al morir en 1966, su fretro fu e escoltado por miones de la
Diputacin como ex diputado provincial.
77
ngel Berganzo, 1O de abril de 1997; Ana Mara Lasheras, 25 de marzo de 1997; Fernando DfezCaballero, 17 de marzo de 1997.
76
[33]
encarcelado en Vitoria (uno de los cinco detenidos del Centro Republicano 78). Berganzo lo haba hecho al amparo de lvaro Barrn, con quien le unan fuertes lazos de lealtad. Aq ue llo le vali a Fernando Berganzo un duro enfrentamiento con e l
gobernador c ivil; y a lvaro, segn varios testimonios, su cargo. Le sustituy Francisco Areta, por aquellos das prestando servicios en los locales de Hermandad Alavesa de Vitoria79 Debemos sealar que lo que subraya la diferencia con las pautas de
convivencia de hoy da no son los acontecimientos en s mi smos -que podran repetirse en parte. Lo que marca la diferencia es que lo que hoy se entendera como aspectos de la afectividad y la vida privada (proyectados, eso s sobre una ci rcunstancia poltica), eran en la poca y en aquel entorno, relaciones que construan la realidad
social; lealtades, relaciones sociales pblicas sobre las que se asentaba la comunidad.
Tuvo Alvaro tambin dificultades durante la guerra para conservar el patrimonio
familiar. Necesitaba brazos para sacar adelante las cosechas y la produccin vincola.
La marcha de Alfonso con su quinta le haba dejado solo con su hacienda. l mismo
lo manifestaba ante la Comisin de Subsidios de la Junta Central de Guerra de lava:
se haba quedado Sin auxilio para poder atender como se merece en las necesidades
de la famil ia. Al fin logr que Fernando, el me nor, fuera licenciado por tener otros
dos hermanos movilizados.
Tras la guerra las cosas empezaron a ir mejor. Alfonso, e l mayor, logr el ingreso
en la Guardia Civil (recompensa que obtuvieron muchos excombatientes). lvaro muri con la Divisin Azul. Aquella desgracia proporcion una apreciable indenmizacin a su padre, que compr una de las prensas del pueblo (nueva fuente de ingresos
e influencia). Fernando fue progresivamente hacindose cargo de la hacienda paterna
y recogi su posicin influyente en el pueblo (ocupando diversos cargos en el ayuntamiento y en la organizacin de propietarios agrcolas). De este modo, la familia Barrn (en segunda generacin) pasara a ser una de las fa milias influyentes en Salinillas80. lvaro haba tenido xito en la estrategia marcada en julio de 1936. Siempre,
claro, medida en trminos intergeneracionales y familiares segn la lgica de aquel
tiempo y lugar (del mismo modo que Casimiro Lasheras mantuvo su estatus).
1.8.
AL MODO DE UN DAGUERROTIPO
Sirva este breve relato para situar algunos de los temas que se abordarn en el escrito y el punto de mira desde el que estarn observados. En l aparece la realidad social de una pequea localidad, relativamente ais lada, pues los desplazamientos e in-
7
Casimiro y otros dos haban salido ya, tras pagar una fianza. Victoriano Lrcio, cuado de Femando,
qued preso por no disponer del dinero de la fian za.
79 lvaro Barrn, 29 de noviembre de 1994; ngel B erganzo, 10 de abril de 1997. Los testimonios
son verosmiles. No hay constancia documental de las razones que llevaron a la destitucin de lvaro Barrn, simplemente existe constancia de su relevo.
80 Eduardo Barrn, 29 de noviembre de 1994; lvaro Barrn, 29 de noviembre de 1994; ngel 13erganzo 1O de abril de 1997.
[34]
tercambios sociales (matrimonios, visitas, relacin econmica, el asueto, etc.), aunque constantes y animados, se daban prioritariamente dentro de la propia comunidad
o se limitaban a las localidades vecinas en un radio de diez kilmetros81 Una comunidad bsicamente homognea tanto cultural como social o econmicamente donde
la casi totalidad eran pequeos productores82 cuya principal ocupacin era la tierra (y,
espordicamente, alguna industria), y en la que el igualitarismo moral o jerrquico
era una norma y un valor prevalente (segn una idea moral de Ja comunidad). Donde
stas y la propia identidad comunitaria se constituan desde Ja opinin social (espacio en el que se mide la honra de los hombres, su reputacin, posicin y autoridad,
y donde se generan los valores unitarios a partir de sucesos concretos expuestos a juicio pblico83 ) que iba tej iendo el crculo inherente a la localidad. Un espacio en el
que la vida pblica se articulaba en tomo a la condicin de propietarios (pero no en
el sentido plenamente liberal del trmino, sino como administradores de la hacienda
de la casa) y cabezas de familia de sus miembros, en la que, por tanto, intervenan en
su condicin de vecinos y no individualmente. Donde la posicin o el rango ven a
dado por lealtades fundamentalmente personales, familiares, de patronazgo, etc., antes que horizontales o socio-profesionales (sin que estas ltimas estuvieran excluidas
a la altura de los 30). Rango en el que intervena tambin la estructura de la propiedad, los aspectos del mercado, el tamao de Ja familia, etc. Pero donde el estatus de
las personas se meda antes en Ja arena de Ja vida pblica, en cedazo de Ja opinin
social (al modo de las sociedades tradicionales) que en el terreno del mercado o la
propiedad. Un espacio en el que Ja propia economa (los recursos domsticos) dependa al menos tanto del estatus como poda depender del mercado. Donde el conflicto se daba entre bandos, entre fami lias -es decir, de modo corporado-, o, en el
seno de stas (y en este caso, antes como resistencia que como conflicto abierto).
Donde imperaba una cultura dominada por el pensamiento concreto y alegrico, en
la que se entenda mejor cuando se hablaba de listas de reparto de tierras (que siempre se referan a este o aquel vecino 84) o de San Eulogio (acostumbrados como es-
81
(35]
taban a que cada domingo el sacerdote hiciera la alegora del Evangelio o entresacara
las enseanzas prcticas del santo correspondiente del d a 85), que de abstractos programas polticos (abolicin de la propiedad o malminorismo en este caso). Donde
la derecha y la izquierda eran un problema de adscripcin de bandos (que se formaban, adems de por esa relacin clientelar, por necesidades de socializacin). Y donde
la unid ad bs ica y e l vehcul o de in teg rac i n e n la vecindad era la fam il ia.
Una comunidad campesina propia de l mundo tradicional, como la que describieron
A. L. Kroeber, Robert Redfield, T homas y Z naniecki, Sorok.in y Zimmerman, Eric
R. Wolf o Teodor Shanin86
Decir lo anterior sera slo hablar de un cier to punto de partida. Pues aquel tiempo
era de cambios acelerados (como cambiante es por lo dems cualquier ti empo histrico), una poca en que conviva, por decirlo al modo de Czeslaw Mi losz, e l siglo xx
con el xvm, que semejaba una fuga en la cual las primeras voces seguan oyndose
al entrar las segundas, como hermosamente ha dicho Raymond Carr refirindose a
la historia de Espaas7.
Pues esos lugares, como Salinillas, eran ento rnos que haban conocido un apreciable
proceso de nacionalizacin y cierto g rado de modernizacin. Muy importante en trminos administrativos (ayuntamientos, cuerpos nacionales de servicio civil, fiscalidad, legislacin, etc.) que en modo alguno han de desecharse a la hora de estimar su impacto
en la sociedad. No tanto en trminos de instituciones sociales bsicas (familia, comunidad, clientela) y de relaciones de poder y acceso a los oficios y servicios pblicos. Desde
finales del XJX, coincidiendo con la primera gran ruptura industtial de hondos efectos sociales, unos nuevos modos sociales (en sentido amplio) venan imponindose y expandindose desde las grandes ciudades (claro que las comunicaciones eran an escasas,
irregulares y muy lentas). Hemos podido ver la influencia que ya tena la prensa en lugares relativamente remotos y un cierto grado de integracin de la vida poltica local en
la vida y los conflictos de mbito nacional. Exista, pues, ya un cierto nivel de apertura
de stos, y sobre ello podr juzgar plenamente el patriotismo de ambos (ADFA. AA. 5398). Marcos
Leiva perteneca al ncleo duro del tradicionalismo.
ss Baldomero Jimnez Duque (1979: 428) recoge los sermonarios ms utilizados de la poca (buena
parte de ellos del xix; uno de los ms frecuentemente empleados eran las Homilas parroquia/es, 1917,
y los Sermones parroquiales, 1919, de Juan Albizu; informacin de Fermn Lezaun) que siguen ese modelo simbolista y alegrico. Y an se util izaban sermonarios del xvm como la Coleccin de plticas
para el uso de los curas de las aldeas, Madrid, 1786 (2 tomos) perteneciente a la biblioteca de un sacerdote de Valdegova (he podido consultar solamente el segundo tomo). En realidad, el modelo no variaba
mucho.
86 Y antes que ellos, los estudiosos de la comunidad aldeana (combinacin de la historia, la antropologa y el derecho) en el cambio de siglo: los Maine, Seebohn, Haxthaussen, Maurer, Kovalevski, nuestro Joaqun Costa, etc. Sobre estos enfoq ues del com1malismo, puede verse Gi mnez Romero, 1990
y 1990a.
87 Las palabras de Milosz las ha recreado con perspicacia Jon Juaristi (1990: 355) al asegurar que la
modernidad distaba de ser un concepto unvoco, y fue construida como conjunto de postulados generales sobre realidades lingsticas, religiosas, de civilizacin muy diversas en toda Europa. Las palabras de
Carr en 1982: 18.
[36]
de esas sociedades frente a su entorno (tal como utilizan la categora los antroplogos,
asocindolo a niveles de modernizacin), pues eran realidades sumergidas en un marco
aceleradamente cambiante y con el que mantenan una relacin discontinua --en cuanto
a la frec uencia del contacto y en cuanto a la categorizacin de sus mundos.
Y estaba ese otro nivel, la provincia, que con sutiles lazos (nunca difanos) estructuraba ese conjunto de clulas, que eran los ncleos de poblacin que caan bajo
su jurisdiccin e influencia, en un marco ms amplio. Desde este nivel, estando mucho ms presentes los elementos nacionales y de modernidad, pero compartiendo con
aqull as no pocos valores y usos sociales, se conectaban con la vida local a travs de
vnculos personales y clientelares. En esa sutil trama jugaban un papel medular gentes pertenecientes a las buenas familias con ori gen en la zona, en el mbito rural, pero
constitutivas de la lite ciudadana. Buenas familias, pues, que, teniendo slidas races en las localidades (desde propiedades a servicio domstico o trabajadores, casas
y lazos de amistad y c lientela), tendan a vivir en las capitales de provincias donde
fo rmaban entre los sectores de la lite urbana. Comunidades integradas en redes sociales que iban ms all de su entorno ms inmediato de la prov incia y se prolongaban hacia Madrid (tales son los casos de las redes que convergan en Jos Luis Oriol
o Guillermo Elo). Trama y gentes que iban a tomar parte en una guerra que sera conocida como guerra de Espaa, y, en ese sentido, gentes que tenan una nocin de lo
que poda ser una nacin (a diferencia de los campesinos de Thomas y Znaniecki).
Situados en el tiempo, es hora de explicar brevemente cul es el propsito de este
trabajo, e l punto de vista desde e l que se han concebido, los pasos que se siguen, su
estructura y los resultados que se tratan de obtener. Marcar lo que sera una pauta de
lectura y acotarla en su alcance.
He dicho ya que se trata de un estudio que, empleando un hecho excepcional como
fue la guerra civil y un fenmeno no menos extraordinario como fue la ingente movili zacin de la poblacin contra la Repblica en los territorios de Navarra y lava,
trata de indagar en el modo en que aquellas gentes compre ndan su universo y lo constru an, cuales eran sus comportamientos y formas de relacin social88 . Y stas no en
situaciones de excepcionalidad, como era la gue rra, sino de modo habitual, pues
-como dira el a lemn Alf Ldtke, y se ha visto en la situacin de Salinillas- las
gentes, cuando entran en la escena de los acontecimientos, lo hacen de acuerdo con
su propia esfera de signifi cados instituidos en el marco de las relaciones sociales rutinarias (tanto si es para reproducir como para transformar esas re laciones), e inspirados por los signos de una poca convertidos en memoria colectiva89 . Es, pues, una
aprox imacin a las experiencias y modos de vida que se generaron a partir de aque-
88 Hay en ese modo de afrontar la lt ima gue1Ta algo que lo emparenta con la idea de lo excepcio11a/meme normal -<lebida a Edoardo Grendi, 1977: 5 12, y luego amplificada por otros microhistoriadores. Es decir, como un hecho extraordinario que resalta an ms el universo de signi ficados que se producen en la accin cotidiana (Grendi la emple nicamente para contraponerla a la historia cuantitativa
y seri al, como un problema de fuente eccezionafm eme 11orma fe).
89
La eJfera de significados en Al f Ldtke ( 1994: 4-7); la memoria colectiva en Maurice Halbwachs
( 1950). Las sociedades han configurado los modos de guerrear y a la inversa; un resumen de esta relacin en Corvisier, 1995: 249-295.
[37]
llas relaciones sociales90. Es, tambin, una historia humana - haciendo uso de la expresin de Jover91 - de los prolegmenos y los primeros momentos de la guerra;
aqullos en que a n una nueva experiencia (la experiencia de guerra generadora de
nuevas y uni tarias formas culturales92) no se haba sobrepuesto a las culturas de origen. Y es, finalmente, el relato del encuentro, tenso, que se dio entre el carlismo (con
su Requet), como movimiento radical de renovado utopismo retroactivo, y los grupos autoritarios de clase media y alta (conservadores extremistas); encuentro que estara en el origen de la coalicin antidemocrtica que sustent la insurreccin contra
la Repblica y del que result el nuevo rgimen93 .
Por otro lado, la guerra civil es, al fin , en buena medida un episodio cerrado, incrustado en la historia universal, como dijera Juan Marichal94 - a pesar de los posos de
memoria activa que an perduran 95 . Ya cabe aproximarse a ella sabiendo que se analiza
otro tiempo que no es el actual, un tiempo que en ocasiones se nos antoja prximo pero
que -como se deca antes-, es mucho ms antiguo que su edad. Llega un instante,
deca Charles Pguy, en que los aconteci mientos dejan de estar vivos para pasar a ser
90 No es, en todo caso, una indagacin sobre una poca o una cultura simplemente (tal como se le reproch a Huizinga, en su da, o, ms recientemente, a los autores de la historia cultural), sino que se refiere a gmpos y siruaciones sociales concretas, con sus tensiones internas, que no responden a formas de
relacin o culturales necesariamente homogneas.
91
Jos Mara Jover (1992: 225) hablando de las guerras civiles del xrx, sugera la necesidad de hacer
una historia humana de la guerra (en contraposicin a la militar) que d cuenta de la vida cotidiana del
combatiente, de sus motivaciones, sus trabajos, su compo11amiento con el camarada o con el enemigo derrotado. Naturalmente se refera a lo cotidiano en la vida de trinchera. Prefiero hablar, en todo caso, de
una historia humana en lugar de social -a pesar de su confu sin con el trmino humanitario, que se
presta al retrucano unida a la palabra guerra- por las connotaciones ms abarcadoras que el trmino social tiene en la historiografa.
92 Pinsese en lo escrito desde que Paul Fussell ( 1979) se ocupara de la experiencia del frente en la
primera Gran Guerra. Al respecto, el resumen de J. M. Winter (1992).
93 Franz Neumann en 1942 (1983:405-441) hablaba ya de una coalicin (partido, ejrcito, burocracia
e industria) como origen del rgimen nazi. Martn Broszat ( 1986) lo formu l en 1969 en trminos de policracia (alianza entre el NSDAP y fuerzas nacionalconservadoras con pluralidad de poderes autnomos
en competencia y conflicto); idea que Peter Httenberger (1992) complet, dotndola del dinamismo temporal que requera. La idea de un rgimen nazi como coalicin antidemocrtica fue adquiriendo carta de
naturaleza (vase, por ejemplo, Geoff Eley, 1983: 9 1, quien sealara la importancia de reconocer los sectores que alcanzaron la hegemona en la coalicin para determinar la naturaleza de sta; o Jan Kershaw,
1989: 137-140). Para otros territorios como Austria, Martin Kitchen ( 1980), y sobre todo para Italia,
Renzo De Felice (1975: 38-39) o Enzo Collotti ( 1989: 73), por citar corrientes diversas. Quiz quien hasta
la fecha mejor y con carcter ms general ha formulado esta tesis sea Martn Blink.hom (1990: 13 y passim) quien estima que conservadores y movimientos radicales mantuvieron posiciones frecuentemente
contrarias y slo a veces convergieron a principios de siglo x:x y a mediados de ste. Pero en el intervalo
de 19 19- 1945 la convergencia predomin sobre las discrepancias, especialmente porque, tanto unos como
otros, trataban de alumbrar una nueva clase de rgimen polftico, de la que surgira una caleidoscpica
variedad de soluciones (Alemania, con predominio nazi, y Espaa, en que los conservadores absorbieron
a los radicales, estaran en los extremos) .
94 Marichal, 1995: 262.
95 Vase la polmica generada en L'Aven; a raz de la exhibicin en los cines espaoles de la pelcula
Tierra y Libertad del britnico Ken Loach (arranca con Paloma Agui lar, 1996).
[38]
historia96 . Ese momento para la guerra civil ha llegado internacionalmente con la cada
del muro, la guerra en los Balcanes, el final del siglo xx, del que fue acontecimiento
rrtico (y para Espaa, pausadamente, con la Transicin). De ah que comience a ser
ms factible aplicar a aquel tiempo e l mtodo histrico, alejarse de l como su realidad
antigua exige. Es el momento, como lo reclamaba recientemente el profesor Julin Casanova97, de iniciar un debate en profundidad sobre lo que ha sido la historia de Espaa
en el siglo xx, incluyendo en l la guerra y el franquismo posterior.
Originalmente el estudio se concibi a partir de una paradoja, un problema explicativo singular. Partiendo de una visin de la historia en que las estructuras resultaban determinantes y admitido que la movilizacin de voluntarios en la ltima guerra civil form parte del fenmeno general europeo de las milicias98 , no se entenda
bien que de un territorio (lava y Navarra) en el que los desequilibrios sociales y la
conflictividad no eran precisamente los ms acusados en Espaa, saliera aque l ingente
nmero de voluntarios (mayoritariamente requets). No era, por caso, la situacin del
Valle del Po respecto del squadrismo italiano. O el de las ciudades hanseticas de
Hamburgo (con su barrio obrero de Altona) o Lbeck respecto a las secciones de
asalto nazis. En estos casos la creacin de formaciones paramilitares iba estrechamente unida a agudos conflictos internos en la zona.
La tentacin primera poda ser precisamente considerar el hecho como un fenmeno inslito (punto de vista frecuente entre los hispanistas99), aunque pronto se buscaron explicaciones estructurales e n clave social, utilizando para e llo mtodos cuantitativos - movindose en el terreno de una cierta perplejidad explicativa 100. M s
recientemente, se ha optado por una interesante explicacin gentica 101
96
[39]
1
Pero caba otro modo de aproximacin a los hechos, que es el que aqu se ha adoptado: vincular el suceso a la sociedad del momento 102 Huir, precisamente, de un tratamiento del fenmeno en trminos de hecho inslito (como los citados hispanistas),
pues no lo fue, anacrnico o perifrico, y afirmar su condicin de hecho caracterstico
del momento, revelador y coherente con el tipo de sociedad con que nos encontramos
en zonas de la Espaa de principios de siglo (y de Europa 1 3). Tratarlo como un suceso que responda precisamente a la lgica del tiempo, a sus modos de vida, a sus
concretas relaciones sociales. En la misma lnea de lo que sostena hace ms de cien
aos el polgrafo italiano Leopoldo Franchetti hablando de Sicilia, sostener que lo que
ocurre en mbitos considerados peculiares no tiene nada de anormal, sino que es la
manifestacin de [su] estado social 104 , y deben incluirse en la lectura que la historia
hace de ese tiempo. Asumido ese punto de vista, se ha procurado, tambin, huir de la
perplejidad explicativa, tratar de comprender y dar una explicacin relevante al fenmeno a partir de indagar - ms all de la coyuntura- en la realidad que acogi e hizo
posible un exteriorizacin poltica como aqulla: el mundo rural y urbano de la zona
considerada (sin por ello negar el factor humano, antes bien afirmndolo, el valor de
las ideas para el cambio, que estudiaremos, y del azar para explicar no pocos hechos).
Existe pues la pretensin de analizar aqu desde una nueva perspectiva la guerra
civil de 1936'5. Que es, por lo dems, un modo de repensar Espaa, tal como su-
pectiva verdaderamente interesante desde la historia poltica de aquella milicia. Julio Arstegui en un
nuevo trabajo ( 1992) adopta otra perspectiva an no suficientemente desarrollada en sus posibilidades: la
que Jover propona para las guerras del x1x, una his1oria en la trinchera.
102 Con ello no se hace si no adoptar la perspectiva que, en un sentido amplio, tiene hace aos la historiografa sobre las guerras civiles del x1x. Un estado de la cuestin crtico sobre esa historiografa en
Prez Ledesma ( 1996).
103 Lase Baviera, Pomeramia, Prusia Oriental, Alsacia y buena parte de la campi1ia francesa; Puglia,
Calabria o Sicilia; Carinthia, Tyrol o Styria, toda Austria salvo Viena; Rumana; Hungra, en fin , la lista
podra ser interminable. Otro tanto podra decirse de movimientos polticos como los legionarios rumanos o el H eimwehr austriaco surgidos en aquellas sociedades. Con1ra lo que suele esgrimirse, el propio
nazismo tuvo una ms rpida penetracin en las zonas rurales del norte protestante, en Schleswig-Holstein (Bracher, 1973: 1, 244). Sobre Baviera y el movimiento nazi puede verse Pridham (1974); sobre la
Heimwehr, Edmondson ( 1978), y sobre el movimiento legionario Veiga (1989). Una explicacin sobre el
xito del fascismo en la Calabria, por ejemplo, puede ser la de la miseria econmica de la zona (Barbagallo, 1990: 47), pero no es el caso del territorio aqu considerado, ni de Schleswig-Holstein.
1 ~ Franchelli , 1992: 247.
105 Existen muchos estados de la cuestin sobre la historiografa de la guerra civil. Uno de los ms recientes es el de Julin Casanova ( 1994); aunque su conclusin sea sealadamente pesimista, como ya lo
fuera con lo del secano referido a la historiografa espaola. Corregira su custica apreciacin de que
todo lo que se hizo en 1986 fue un relato de hechos crtico -al que llama empirismo-y de que despus
vino la calma. Sin duda, en los encuentros de Salamanca de ese ao pueden encontrarse trabajos de gran
inters y planteamientos innovadores como los estudios colectivos encabezados por Antonio Fontecha,
Jess Garca Snchez o Jos l. Madalena (vase Arstegui, 1988a). Posteriormente se ha avanzado bastante en los temas de la simbologa poltico-religiosa que rode la gue1Ta y el posterior franquismo (especialmente interesantes los trabajos de lvarez Bolado, 1986-1993 y Giuliana Di Febo, 1988) y en el de
las milicias (con el detallado trabajo sobre los requets del profesor Julio Arstegui, 1992, ya citado, y el
de Juan Andrs Blanco, 1995, sobre el Quinto Regimiento). Ciertamente, como se queja Casanova, carecemos de una sntesis interpretativa que sistematice un nuevo punto de vista al respecto (salvo pequeas
[40]
incursiones en la prensa de los profesores Juli y Elorza; y algn mni mo ensayo desde Catalua; Barbagallo y cols., 1990). El ltimo intento de sntesis (Payne y Tusell, 1996) no es, a pesar de su ttulo, especialmente novedosa. Que yo conozca, tampoco hay una aproximacin socioc11/tural a aquel perodo
-que es la perspectiva que aqu se adopta- , salvo el mnimo debate mantenido en Movimento Opemrio e Socialista por Ranzmo, 1988 y 1990 y Ucelay Da Cal, 1989.
106
Sobre este asunto se volver.
107
A pesar de sus carencias en algunos rdenes y su carcter en ocasiones especulativo (vase la acertada
crtica de David-Sven Reher en el nmero 4 de la Revista de Ub1vs, 1997), el reciente libro de David Ringrosc
(1996) introduce aspectos muy a considerar en el debate sobre el cambio en Espala entre 1700 y 1900 (su consideracin de redes urbanas regionales, el airnnque del cambio en el xvm, el estudio de las lites locales y su
incardinacin con el poder poltico central, la continuidad en las instituciones y valores sociales). Ya Jess Cruz
(1996) avanzaba en esa direccin. Y tantas otras monografas que tendr ocasin de mencionar.
108
Jos Mara Jover lo ha venido defendiendo en buena parte de sus trabajos. Vase, por ejemplo, Jover, 199 1: 33.
[4 1]
que lo emplea Norbert Elias), los procesos econmicos, institucionales, polticos, incluso guerreros, han tenido como gran escenario comn a todo el continente. As es
como se ha considerado el hecho en el marco general de un ciclo europeo complejo
y diverso: el del asalto al Estado liberal que fue resuelto definitivamente con la llamada Segunda Guerra Mundial 1 9
Como dijo Maurice Agulhon en su obra sobre Var (salvando la enorme distancia
con ella), una inquietud del mbito de la poltica nos ha conducido hacia un planteamiento de historia social, y, finalmente, hacia Ja indagacin antropolgica, pues era
ella la que permita explicar y comprender el suceso. Se trataba de atravesar la frontera del rgido determinismo socioeconmico (sin menosprecio) para adentrarse en
una visin de la historia basada en la experiencia, una lgica del mundo vital y comunicativa, y, renunciando a una teora que impusiera su mtodo y su objeto a Ja realidad, procurar atrapar la lgica informal de la vida" Y hacerlo desde la proximidad que da el detalle, sin por ello abandonar las grandes cuestiones historiogrficas;
aprehender y exponer la relacin compleja y recproca que existe entre las estructuras globales y la praxis de Jos sujetos 111 Por esa va se han planteado las primeras
hiptesis, las formas o mtodo de abordar la cuestin, las fuentes a emplear y el propio esquema expositivo.
A partir de ese planteamiento, otras disciplinas han iluminado este trabajo. Comenzando por la antropologa, til como herramienta epistemolgica, especialmente
de Geertz, Lisn de Tolosana y Pitt-Rivers, y til por la informacin que contiene en
los casos de William Douglass y de Caro Baroj a. He empleado tambin la sociologa
rural de principios de siglo (William T homas, Florian Znaniecki, Redfield, Sorokim
o Zimmerman) y ms reciente (Theodor Shanin). A Eli sabeth Bott en sus estudios sobre redes sociales. A Maurice Halbwachs y a Gerard Namer en los trabajos sobre memoria colectiva. Naturalmente, no he pretendido ser un intrprete fiel de todos ellos,
sino, ms bien, asimilar y reposar unos conocimientos con Jos que poder comprender
mejor las realidades histricas observadas.
Ms all de nuestras fronteras (aunque comparto el punto de vista de Carlos Forcadell o Pere Gabriel en que existen tradiciones en nuestra propia historiografa de
preguerra, y an de posguerra, que debieran ser rescatadas) me han sido de utilidad
109
Una interpretacin del ciclo puede verse en mi ensayo sobre la Segunda Guerra (Ugarte, l 996a).
La frase entrecomillada es de Geertz y est recogida como idea por Hans Medick (1994: 57). Por
lo dems, los conceptos son de Jrgen Habermas ( 1988).
111 Stone (1993), Medick (1994: 41). Se dio una fue rte polmica en Alemania entre el grupo de histOJiadores de Bielefeld - H. U. Wehler y, en menor medida, Jrgen Kocka-, representando a la ciencia
social histrica, y los historiadores de lo cotidiano -Alf Ldtke, Hans Medick, Lutz Niethammer- , dentro de un campo ms amplio de una historia sociocultural, defendiendo los primeros los grandes contextos explicativos y despreciando otros niveles por pintorescos o anecdticos; mientras que los segundos
acusaban a Jos primeros de despersonalizar la historia, de constrnirla como una abstraccin, si mplificando
las situaciones en lo que llaman un eje medio, una especie de resultante de dife rentes situaciones reales
(Lipp, 1990). Suscribo lo dicho por George lggers (1995: 94-96) sobre el hecho de que la polmica oculta
las muchas afinidades que hay entre ambas tendencias y las posibilidades complementarias que ambas
ofrecen. De hecho, hoy tienden a converger, o a crear espacios de cohabitacin (Haupt, 1995: 44).
110
[42]
los trabajos de Paul Fussell, Eric J. Leed y Jeffrey Herf sobre la experiencia del frente.
He seguido, a Ren zo de Felice (en sus primeros trabajos especialmente), Martin Broszat, Enzo Collotti, Zeev Sternhell, Ian Kershaw, etc. en lo concerniente al fascismo
(que siempre lo he entendido como categora histrica, y nunca como clasificacin
politolgica 112) . Ha sido fundamenta l en un doble sentido (nacionalizacin de las masas y creacin de una cultura/liturgia nacional) el conocidfsimo estudio de George
Mosse (y otros suyos ms recientes). Tambin debo mucho a Emilio Gentile por sus
estudios sobre romanita y religin poltica. A la larga tradicin sobre la historia de
una coalicin antidemocrtica a principios de siglo que va de Neumann a Blinkhorn.
A Jon Juaristi por sus trabajos sobre la formacin de tradiciones locales y a todos los
que me han precedido en el tratamiento de este tema y esa regin.
Se trata, tal como se ha dicho, de comprender y explicar aquel tiempo. Para ello
se ha renunciado a pesquisas causales de sentido omnicomprensivo -siempre imposibles de verificar, deca Jos Antonio Maravall 11 3- y se ha preferido el anlisis de
situaciones (que es otro modo de responder al por qu de las cosas, otra forma de causacin que atiende a la compleja conexin de condiciones que hacen posible ur suceso sin la falsa apariencia de la univocidad interpretativa' 14 ). Se ha huido, asimismo,
de lo que Marc Bloch llam dolo de los orgenes 115, siempre tan tentador cuando
existe una doctrina que dice remontar a un esplendoroso siglo XVl, o una guerra civil
que parece culminar una poca, como escarnio de un trgico proceso de atrasos y actitudes cainitas entre peninsulares. Cada poca tiene valor en s misma, contiene su
112
Existe una multitud de resmenes y estados de la cuestin sobre lo que fue un fenmeno general
europeo, limitado a los aos 20 y 30. Los autores que cito mantienen posturas con1radictorias, incluso en
cuanto a la oportunidad de tratarlo como fenme no unitario se refiere. Aunque, de un tiempo hacia aqu,
parece haber un cierto consenso sobre la primera parte de lo afirmado en la nota. Por mi parte, creo incuesti onable el parentesco de aquellos regmenes autoritarios aparecidos precisamente en el momento en
que el rgimen liberal decimonnico entraba en crisis al no poder afrontar los retos de la nueva sociedad
de masas, nacidos apoyndose en largas tradiciones poltico-culturales nacionales (que las convierten en
doctrina oficial}, que identificaban Estado y nacin (en situacin de emergencia}, que exigan la adhesin
como forma de socializacin poltica (va partido y lo que en Alemania se llam Gleichscha/rung) y empleaban un barroco aparato simblico y la imagen de un lder carismtico para personificar a esa misin
nacional. Espaa no fue una excepcin. Otra cosa es lo que ocurri con el franquismo despus de 1945
(inclu so de 1942). Un resumen muy til de aquellos regmenes puede encontrarse en el ltimo trabajo de
Stanley G. Payne ( 1995). Para una caracterizacin del franquismo en esa lnea, vase Julin Casanova
(1992), Casali (1990), o Moli nero e Ysas (1992: 12- 18 y 32-34) a los que, en todo caso cabran hacer varios matices.
11
3 Prlogo a J. M. Jover, 1991: 28-29.
114
Medick, 1994: 56. La idea de causa unida a las ciencias sociales fue desarrollada por Max Weber
apoyndose en la idea ncokantiana de que la causalidad no radica en la realidad objetiva sino que tiene
su base en el intelecto que impone un cierto orden a la experiencia humana (sera, para Kant, dentro de
las doce categoras del entendimiento, una categorfa de relaci6n). El propio Weber prefera hablar de co11dicio11es que hacan posible un proceso, que de causas de ese proceso. Se busca con ello evitar la aproximacin determ inista o teleolgica sin caer por ello en un simple inventario de hechos (en la ms pura
tradicin empirista de David Hume, a quien trat precisamente de rebatir Kant).
115
Bloch, 1952: 27-32. Orgenes como un comienzo que explica, y que, adems, basta para explicarlo
todo.
[43]
propia lgica; y tiene un tempo que no tiene por qu reducirse a una concatenacin
de cronologas.
Por lo dems la realidad es relativamente amorfa, resistente a elegantes teoras
abstractas. De modo que, en no pocos casos - la historia y la historiografa nos lo
muestra constantemente-, la sola razn no es suficiente para aprehender la realidad.
Ya el propio Stuait Mili incluy en sus Principios de economa poltica el captulo
De la competencia y la costumbre, aquella costumbre que desbarataba Ja armoniosa
teora liberal de la competencia. De modo que la costumbre, los mitos, las creencias,
las voluntades, la religin, los engaos, las percepciones, son tan reales como los hechos positivos, las cifras o las tributaciones al fisco -<:omo deca, no sin irona, Johan Huizinga en su conocido trabajo sobre el otoFo de la Edad Media. No todo puede
explicarse en trminos utilitaristas (sin menospreciar stos). No todo lo que no sea inters es manipulacin, como reiteradamente se dice de la religin en relacin con la
guerra que aqu tratamos. As pues se trabaja con la conviccin de que los fenmenos sociales no son tanto estructuras predeterminadas como histricamente constituidas, producto de la experiencia, la accin y la cultura, para constitui r una realidad social a la que aqullas dan inteligibilidad (tradicin que, con variaciones, algunas
notables, recorre desde Thompson a Geertz y Bourdieu, y de stos a Niethammer) 116
Se ha procurado acercarse en algunos pasajes a los principios geertzianos de la
descripcin densa, de modo que no haya que liar todo a una hermenetica o empata
entre Ja lgica de Ja poca y la del observador. En todo caso, ajustarse rigurosamente
a aquel principio -aparte de resultar en ocasiones ingenuo en sus presupuestos, pues
nunca puede renunciarse a un cierto grado de sentido comn 111- hubiera hecho inmanejable el material recopilado.
Los postulados heursticos desde los que se ha partido exigen tambin una modificacin en el mtodo, de sue1te que se aprecien especialmente los aspectos cualitativos y de experiencia. As es como se ha empleado la indagacin antropolgica y el
mtodo de la observacin participante de los antroplogos (en el sentido de que existe
una conversacin posible con la fuente, intervencin activa y posterior reflexin),
dado que se ha empleado profusamente el contacto con informantes. Tambin por ello
pudiera entenderse que lo hecho forma parte de lo que se conoce como historia oral.
Y, en efecto, se han realizado entrevistas a ciento diecisiete testigos con una edad media en 1936 de veinte aos (nacidos por tanto la media en 1916, el mayor de ellos
en 1897 y en 1945 el ms joven, hijo de un requet). El tipo de entrevista ha sido necesariamente abierto y poco estructurado, y sus resultados se almacenan en ciento
veintitrs cintas de noventa minutos. El 92 por 100 de los informantes combatieron
con el Requet en la guerra, y pertenecen a variadas profesiones (labradores, pero de
ll6 Georg G. Iggers ( 1995: 82-96 y 103- 104) sostiene, y a f lo creo, que un planteamiento en estos
tn11inos no refuta sino que completa la teora moderna y racionalista del conocimiento.
117 Kocka sostiene que el mtodo carece de capacidad comprensiva sin dejar de ser selectiva (aparte
de presuponer la existencia de culturas homogneas). Sobre la descripci11 de11sa vase el propio Geertz,
1987: 21-24 y Medick, 1994: 56-57. Es de temer que algn sagaz observador confunda esos pasajes, que
buscan un mayor grado de rigor histrico, con algn tipo de posicionamiento del autor.
[44)
118
La prctica de la entrevista no estructurada y guiada pernte, especialmente en el caso de personas de alguna edad, estimular el recuerdo vvido de los hechos del pasado partiendo de una conversacin
participativa y la creacin del clima de comunicacin adecuado (en el que juega un importante papel el
observador).
119
Schuman, 1982: 23.
120
Vase Fraser, 1993: 13 1. M is propios puntos de vista en relacin con la historiografa vasca en
Ugarte, l 995. L a propia revista espaola Historia y Fuente Oral ha modificado recientemente su cabecera por Historia, Antropologa y Fuentes Orales.
121
Vanse sus Reflexiones sobre 1111 trabajo de campo en Marru ecos, B ar celona, 1992.
122 Una discusin amplia sobre estas cuestiones en M edick, 1994: 52-55.
[45]
123 Peter Burke ( 1993) propone una renovacin de las estructuras narrativas de la historia atendiendo
a la revolucin narrativa producida en las obras de ficcin del siglo xx, incluido el cine (siempre que stas sirvan a la claridad y mejor comprensin de los hechos).
124
En su trabajo de 1993 sobre la Repblica de Weimar, Henrich-August Winkler propone algo similar al plantear la posibilidad de hacer visibles las estructuras mediante el relato de los acontecimientos
(vase la crtica del libro realizada por Mees, 1995: 83). No se renuncia, por ello, a las pequeas concesiones formales a los estructuralistas que sugiere el crtico (pg. 85) en aras de una mejor comprensin; ms bien al contrario.
[46]
Tngase en cuenta que se han marcado ciertos lmites a la hora de realizar e l trabajo. Territorialmente se ha limitado a las provincias de Navarra y lava por razones
de dimensin, pero, sobre todo, porque, en todos los aspectos aqu considerados, mantie nen un grado de similitud alto. Creo que, en el actual estado de cosas, resu ltan ms
ti les para el conocimiento histrico asociado a las sociedades, los estudios regionales -sobre territorios socialmente homogneos- que otros que tomen en consideracin espacios nacionales o adopten perspectivas de cierta historia federalizada que
aprecie elementos particularistas 125 . Y ello por dos razones. Primero, y especialmente, porque permite hacer la historia vinculada a la sociedad considerada, ya que
sta, por su relativa homogene idad, resulta reconocible (lo que, dada su diversidad zonal, no ocurre con las historias de mbito nacional). Y, segundo, porque permite alejarla del actual debate de orden ms poltico, darle la distancia que necesita para convertirla e n conocimiento histrico.
Por otra parte, se ha considerado muy especialmente a la clase media conservadora y a los sectores populares (trabajadores varios y, sobre todo, habitantes del medio rura l) ms habitualmente vinculados por lazos de patronazgo, clientela o amistad
a aquel grupo. Y todo ello, desde la aproximacin antropolgica. De modo que sta
no es -como di ra Norbert Elias- sino una de las voces del coro de la poca. Lo
ideal sera que otras historias, con otros puntos de vista y otros protagonistas, completaran, rectificaran o se entrelazaran con sta.
Finalmente, es lo cierto que este trabajo siempre se ha entendido como una introd uccin a un proyecto ms vasto que consistiera en indagar -segn las lneas
arriba expuestas- en las relaciones sociales de principios de siglo, en su realidad histrica concreta (las c lases medias vistas como redes sociales, sus rasgos civilizatorios,
valores y signos de distincin; las relaciones campo-ciudad como re lacin compleja
y asimtrica; localismo y comunidad en los medios rurales; cultura, representacin
colectiva y poltica; encaje de los nuevos proyectos de integracin poltica en aquella
sociedad, etc.). De ah que se considere a ste antes como un daguerrotipo de aquel
tiempo que como una fotografa acabada.
125 Me refiero a la conocida - por rara en nuestra tradicin historiogrfi cacontroversia mantenida
por Borja de Riquer y Juan Pablo Fusi en 1990 (vase Nacio11a/is1110 e histora, 1990; citas en pg. 126).
Siendo se un debate relevante (que se ha tenido en todas las historiografas; vase, por ejemplo el reciente anculo de Paolo Nello, 1996, sobre la Storia del/e regio11i d '//alia), creo que las monografas, en
aras de un conocimiento ms acreditado, deben, ahora, tomar ejemplo del modelo de los A1111a/es cuando
analiza el Franco-Condado, Languedoc, la Provenza, Saboya o Valladolid. O en tradiciones, como la anglosajona, que nunca tuvo inconveniente en referirse a Yorkshire sin por ello perder la perspectiva britnica o ing lesa. O la nuestra propia referida a los perodos medieval o moderno. Naturalmente, eso si se
adopta la ptica de la historia social, no necesariamente desde otras pticas.
[47]
CAPTULO
II
2. 1.
Corra 1936 y Europa atravesaba por una poca de profundas turbule ncias y
cambios. La segunda transformacin industrial de fines del XIX haba inducido o
permitido grandes cambios en la sociedad, hasta generar, en las grandes ciudades,
ncleos poderosos de lo que se ha dado en llamar sociedad de masas (desde donde
permeaba desigualmente hacia s u e ntorno). Esa c ircunstancia dio soporte social a
las sucesivas corrientes de orientacin humanista, democrtica y social que, desde
e l xix, propugnaban reformas o cambios sustantivos e n e l Estado liberal-oligrquico y en la propia sociedad. Las soluciones orientadas a crear fo rmas de democracia social modern a fueron ex te ndindose muy pausadamente, segn ri tmos muy
[49)
diversos, en toda Europa (aunque tambi n se dieron reacciones hacia e l autoritarismo parlamentario en Alemania, Austri a- Hungra, Rumana, etc., o de pura autocracia en Ja Rusia zarista; Espaa vivi un intento de reforma con el partido li beral de Canalejas. Pero Ja reaccin de los crculos del Rey, la oficialidad y la
burguesa catalana frente a la huelga general de 1917 frustr aquel intento, i naugurando un a etapa de desconc ierto e n e l gobierno del pas). Sin embargo, e l todo
social coherente que era el mundo de l x 1x (el viejo mundo burgus en su pleni tud 1), socialmente integrado y geopolti camente equilibrado, quebr defi nitivamente con la Gran Guerra. El pesimismo se adue de Europa y las tmidas reformas acometidas a princ ipios de siglo parecieron no ya escasas sino abocadas al
fracaso, ante la magnitud de los retos planteados. La revolucin e n Rusia abra
paso, adems, a cambios rad icales en la s ituacin - que unos vean con es peranza
y otros con temor. Unas relaciones inte rnacionales inestables -cerradas e n fal so
tras la Prime ra Guerra-, momentos de aguda crisis econmica y un proceso general de declive de Europa en el mundo, a los que habra que aadir una aguda cri sis de cultura y civilizacin - directame nte inspirada en la corrie nte anti-ilustrada
e irracionalista de la revolucin intelectual fin de siecle-, completaban un panorama verdaderamente inconsistente. La capacidad autorreproductiva de Ja vieja
sociedad y sus mecanismos de direccin y de gobierno comenzaron a quebrantarse.
No era aqulla una situacin cualquiera. Mienrras el modelo de integracin social
del x 1x estaba cuestionado, aparecan tres posibles vas de integracin social excluyentes: la de la moderna democracia socia l, la comunista de la revolucin proletaria, y una tercera que irradiaba desde Italia, la fasc ista basada e n la mstica ultranacionalista y el E s tado totalitario (con todas las vari a ntes que e n una
aproximacin tan general no pueden contemplarse). Todas ellas con fo rmas institucionales efectivas y realidades concretas e n distintos pases de Europa. Las tres
aspiraban - por distintas vas- a dar solucin a los problemas del momento: a integrar al conjunto de la poblacin ya polticamente socializada (con exclusiones
expresas tanto por parte de los fascismos como de los comunismos), a promove r
un Estado movilizador y a impulsar la modernizacin tcnica y econmica. Ese estado de cosas produjo una honda fractura en el interior de todas y cada una de las
sociedades nacionales europeas . La bruta lizacin de la vida poltica (en expresin de Mosse) producida por la experiencia de guerra en toda Europa, y la extensin de ideologas de la guerra civil (Nolte) completaron una situacin que con-
Como burguesa de gran estilo - la recordaba aorante Thomas Mann en 1926 ante sus conciudadanos del puerto hansetico de Lbeck, ante el patriciado de Lbcck, los Blirgertum alemanes-, burguesa mundial, punto medio, conciencia del mundo deca. poca de sosiego y paz, de veraneos en balnearios selectos o en las playas venecianas del Lido, a las que nunca osnra acudir la plebe (que viva, por
lo dems, atrapada en el Londres de Dickens, o, ms probablemen te, en In oscura provincia flaubert iana).
Vase Mann, 1990: 47. Toda la literatura de Thomas Mann es un magnfico ejemplo de esa visin nostlgica que hombres formados en la vieja Europa burguesa (Mann dira Alemania) sentan por ella tras la
Gran Guerra. El mismo discurso del que est extrada la cita (Lllbeck como forma de vida espiritual)
es un claro ejemplo de ello.
[50]
dujo a un clima de enfrentamiento civi l larvado (que, naturalmente, poda ser reconducido, como as se hizo en varios pases hasta la Segunda Guerra) 2 .
En Espaa -como ocurra en el resto del convulso continente- , sectores provenientes del establishment (colectivo heterogneo pero compacto de gentes de estatus
diverso surgido al calor del Estado y del proceso industriaJizador y urbanizador de fi nes del xrx, cuyo referente era el mundo distinguido y aristocratizante de la Restauraci6n3), buscaban ponerse de acuerdo con grupos radicales (partidos movimentistas
2
Este planteamiento lo he desarrollado en Ugarte, 1996. Un buen resumen sobre los rasgos de la
poca de masas en Europa -que se inicia a final es del x1x y hace crisis en 19 14-- hecho desde el punto
de vista del historiador y recogiendo las teoras de la sociologa dualista (de To nnies hacia aqu) y los tericos de la modern izacin puede verse en J. P. Fusi, 1990. Un tratamiento sistemtico desde la sociologa en Giner, 1979. Como caldo de cultivo de los fascismos, por ejemplo, en Milza, 1985: 9-23. La segrmda tra11sformaci11 i11d11strial e n Piore y Sabel, 1990. La E uropa burguesa y su nostalgia en
Maier, 1987. El declive econmico de Europa a partir de 1914, su falsa salida en 1919 y la crisis de 1929,
Aldcroft, 1989: 15- 146. El cierre en falso de la Primera Guerra en Taylor, 1963. Sobre la crisis de la co11cie11cia e11ropea un resumen clarificador en Fusi, 199 1; y del tronco anti-ilustrado Stemhell, Sznajder y
Asheri, 1989 (en la lntroduction de Zeev Stemhell). Una exposicin s istemtica y reciente de la brutalizatio11 of/ife en Mosse, 1990: 175- 199. Las ideologas de la guerra civil Nolte, 1988. Naturalmente,
en una presentacin tan rpida y hecha desde la perspectiva de pjaro de la que hablara Brogan ( 1994: 43),
escapan los detalles de evoluciones contradictorias, situaciones cambiantes y matices respecto a pocas y
pases tal como indica un buen conocedor del perodo como es Ren Remond ( 1991 ).
3 Tratar de definir un trmino intencionadamente ambiguo o proteico como ste podra hacemos derivar hacia una discusin abstrusa sobre diferentes puntos de vista de Ja sociologa en relacin con la es1ruc1Ura social , cuando lo que aqu interesa es disponer de un trmino que en lenguaje normal (tambin
en el mbito de lo espaol a pesar de su origen en la lengua inglesa) pueda expresar una categora histrica referi da a un grupo social concreto observado en la investigacin desarrollada. Podra haberse elegido tambin - tal vez con ms acierto- el trmino de clases acomodadas para referirme a esa realidad,
que el profesor Jos M." Jover ( 199 1: 61 n) prefiere , con buen criterio, a otros como clase alta o b11rg11esa para implicar a ese magma social. Por mi parte, trato de evocar cierta lite heterognea y jerrquicamente organizada en la que se da un claro nivel de solidaridad interna. Su origen histrico, en el caso de
Espaa, podra situarse en la destruccin paulatina de los mbitos del poder local (el mundo de los notables de las sociedades tradicionales, que arranca de 1845 - no antes- con los gobiernos moderados, la
Ley Pida!, etc. y se ve precipitada a partir de la dcada de los 80 del pasado siglo), a favor de grnpos de
poder urbanos (que tienden a combinar una base territorial tambin rural con otra urbana). stos habran
surgido, como he dicho, al calor y en relacin con el Estado nacional liberal y la incipiente industrializaci n en algunos mbitos, entreverado de modernidad, de la Restauracin. Dicho colectivo -geogrficamente muy variado en Espaa- incluira desde los nuevos servidores del Estado promovidos por la
poltica moderada (polticos gobernantes en los distintos niveles, escalas medias y altas del Ejrcito, altos cargos de la administracin, cuerpos profesionales del Estado, ...) a los nuevos grupos de poder econmico de la sociedad civil (hombres de negocios y comerciantes, grandes industriales, fi nancieros, profes ionales liberales, gerentes y administradores de los negocios, pero tambin grandes propietarios, gentes
vinculadas a la nobleza y sus modos; o tam bin los estratos altos del clero: cardenales, obispos, cannigos catedralicios, provinciales de rdenes religiosas, etc.), pasando por un amplia gama de gentes con fortunas medias, lites del talento y la cultura o gentes al servicio de los primeros (comerciantes e industriales medios, notarios, abogados, periodistas, mdicos, administradores de fincas, fun cionarios de
organizaciones patronales, cmaras o colegios, miembros de los cabildos catedralicios, profesores de seminarios, prrocos, ...). Seran los grupos sociales que tambin han s ido considerados como los sectores
acomodados de la sociedad b11rg11esa ple11a. (U n desarrollo simi lar basado en We ber puede verse en Moya,
1984: 15- 19, aunque luego su teora de la aristocraciaji11a11ciera - ibid.: 15-47 y 64-154-- derive hacia
[51]
o partidos milicia) que les aseguraran un apoyo suficiente de la poblacin -del que
carecan- para cerrar el paso a la revolucin, tal como ellos lo expresaban. Por su
parte, estos grupos radicales, producto de los tiempos4 , necesitaban de la respetabili-
la teora del bloque do111i11ante). Estos grupos, que haban llegado a su plenitud a fines del x1x y hasta 1914
(por poner una fecha significativa en Europa, 1917 en Espaa), se encontraban hacia los 30 en una posicin difcil debido a la prdida de preeminencia social y autoridad que haban experimentado con la llegada de la llamada sociedad de masas y sus efectos democratizadores (incipiente ya en 1900 y abierta
con la Repblica tras la inflexin de los anos 20). Guy Chaussinand-Nogaret (1991: 226-227) utiliza el
trmino establishment por las mismas razones prcticas de modo convergente al aqu empleado para la
1Wte francesa de finales del xv111.
En esta idea se entrecruzan tres tipos de conceptos sociolgicos a saber: clase, lite y grupo de imers. Sin embargo, prefiero no emplearlos por las connotaciones que 1iene cada uno de ellos -que vienen,
definitivamente, a enturbiar su significacin. Sin duda, por lo que conocemos de la poca, era un grupo
bien definido (siempre con referencia final al Estado, ya con los moderados en la Espaa isabelina y, especialmente, con la Restauracin), muy jerarquizado (cuyo ncleo central se encontrara en Madrid), cerrado y solidario, con afinidad cultural y criterios de estatus bien reconocibles, e incluso institucionalizados. Estimo que, antes que como grupo estructuralmente determinado, cabe entenderlo como una red
social (vase el Family and Social Nerwork de Elizabeth Bott, 1957; ex iste edicin en castellano de 1990),
como una tupida red de relaciones informales y personales 1ejidas desde la familia, la amistad, la relacin
econmica o profesional --con frecuencia asimtrica-, con sus 1111dos firmes en bufetes, redacciones de
peridicos, clubes distinguidos, casas particulares que seguan abiertas al trato social pblico, etc. Elementos todos que permitan una alta identidad interna y externa (histricamente desarrollada), formando
una comunidad en relacin con los excluidos (una lectura concomitante en Juan Pro Ruiz, 1995). El concepto de clase, con fracciones, etc., resulta ms problemtico, pues exigira una determinacin econmica
(incluso en la formu lacin de Thompson); las fortunas y ocupaciones econmicas en aquel grupo eran variadsimas, sin por ello dejar de sentirse afines aun dentro de un marco de relaciones jerrquicas en su
seno. En Espaa se ha tendido a utili zar el concepto de clase do111i11a111e o bloque de pode1; ya mencionado, que me parece ms restrictivo (c lase defi nida segn un principio econmico y de poder) y menos
ajustada a la realidad histrica (haba gente perifrica segn aquella idea, que sin embargo jugaba un papel muy relevante en el grupo - tal ocurra con abogados, periodistas, diputados. etc.). Pero ste es un
concepto en retroceso (vase, aunque desde otra perspectiva, P. Martn Aceila, 1990). Por lo dems, los
estudios sobre este colectivo en nuestro pas son muy escasos y, en general, se detienen en 1923. Vase
las actas de Metodo/ogfa y fuentes para el es111dio de las lites e11 Espaiia ( 1834-1936), Sedano (Burgos),
diciembre de 1991 (publicado en 1995), o la bibliografa citada y la discu in en l. Olbarri, 1992: 6-31
(publicado en 1996) y la citada en F. Villacorta, 1989.
Recientemente David R. Ringrosc ( 1996: 441-5 13) y Jess Cruz ( 1996) han sostenido la existencia
de una continuidad entre las instituciones bsicas de la /ile en la sociedad prcmodcrna (famil ia, ciudad,
clientelismo y oficio) y las existentes en el siglo xix, as como la pcrvivcncia de los valores de la sociedad tradicional en la organizacin del mundo privado hasta los aos 30 de este siglo. Esta perspectiva resulta convergente en gran medida con lo dicho arriba. Sin embargo. como han demostrado los trabajos de
ngel Bahamonde y Luis Enrique Otero ( 1989), y Joseba ele la Torre ( 1993). no se sos1icnc la tesis de la
continuidad en los grupos que nutran aquellas lites: con la construccin del Estado liberal, viejas y nuevas familias se incorporan a una nueva lite que se organiz en redes de acuerdo con las instituciones bsicas premodemas.
Resulta til para ilustrar lo dicho el libro sobre las b11e11asfa111ilias de Barcelona de Gary Wray McDonogh (1989). Para el continente es muy interesante el trabajo ele Charles S. Maicr, 1988. Quiz el caso
de Italia, con un colectivo dispar por las fuentes de su poder econmico, por sus ali neamientos ideolgicos diversos y su origen territorial variado, y, sin embargo, con una fuerte identidad solidaria relacionada
con el control del aparato poltico, sea el caso ms simi lar al espaol (Maicr, 1988: 60-61; Socrate, 1995).
4
Producto de los tiempos, en efecto, aunque tuvieran un larga trayectoria como ocurra en Espaa
con los carlistas.
[52]
dad y e l apoyo material de los primeros para hacerse con el poder al que aspiraban.
Tambin e llos queran anular la revolucin (aunque fuera con medios revolucionarios) para poner en marcha su propia utopa5 . ste era el proyecto comn, el objetivo
que les una: fren ar al socialismo y al comunismo marxista, viendo en ellos un mal
incubado por la democracia li beral (Charles Maier)6. Coincidan, por tanto, en poner freno a una solucin socialista a la crisis por Ja que atravesaba Europa7 . Pero, llevados por el temor o la pasin autoritaria, tambi n en e liminar de l escenario el recurso a Ja democracia social , heredera del liberalismo. Y no slo por una supuesta
debilidad de esta ltima frente al socialismo (argumento que se esgrima con frecuencia), sino por las propias tendencias igualitarias que un giro democrtico contena y la vinculac in de aquellos grupos con corrientes anti-ilustradas que, de formas
diversas, dominaban sectores de la cultura poltica en la poca 8. Fue de aquellas
coaliciones de las que surgieron una variada gama de regmenes autoritarios o fascistas
en Eu ropa (no ms variada que la diversidad de modelos democrticas o socialistas
que se ensayaron entonces y despus en el mundo desarrollado). Regmenes en los
que, en dosis di versas (as lo han visto los autores que los han estudiado monogrficamente), entraron a formar parte compone ntes de tradicin y de modernidad, de continuidad y de cambio, de conservadurismo y de radicalismo, clases altas y ambiciosas nuevas clases, siempre dentro de tradiciones nacionalistas que, por defini cin, eran
heterogneas. Coincidan, pues, en proponer una tercera va de solucin, un proyecto
global de integracin social de corte autoritario o fascista - por entendernos, y sin
hacer bandera del trmino-, a la crisis de sistema que se padeca9 .
Pero, aunque tcticamente aspiraran a lo mismo, los objetivos genuinos eran distintos - de ah la intensa te nsin que, como veremos, se produca en sus contactos.
s Ambos grnpos emc ndidos como a malgama de colectivos muy he terogneos (ta mbin en lo poltico:
conservadores, liberales desengaados, tradic ionalistas, nacionalistas radicales, tendencias varias de derecha autoritaria, sindicalistas revoluc ionarios, etc.). El punto de vista de Re nzo De Felice sobre lo que
l llama fascismo movimiento y fascismo rgimen puede verse en M. A. L..edeen (a cura), 1975: 28-30 y
36-37. Ta mbin E. R. Tanne nbaum, 1975: 64-74. Emi lio Gentile ( 1989) emplea un concepto similar, partido milicia, como instituciona lizacin de los anteriores movimientos siruacionalisras. Blinkhorn (1990)
llama a stos fascistas y conservadores a los primeros. Sobre la convergencia de sectores del establishmem con grnpos radicales vase (apa rte del libro coordinado por Blinkho rn, 1990) lo dicho y la bibliografa citada en la nota 92, pg. 38.
6 Ch. Maier, 1988: 23.
7
Que e ra temida tanto por la va de la revoluc in social como por e l acceso de los partidos socialdemcratas a l gobie rno a travs de coaliciones diversas (como e n Franc ia, Alemania, Inglaterra o la misma
Espaa, en que se practicaron ambas vas: la e lectoral [ 1931 y fru strada e n 1936], y la insurrecciona! [ 1934]). Pueden verse a este respecto los artculos de Juan Jos Linz (pg. 259), Enzo Collolli, Aldo
Agosti y Santos Juli en Cabrera, J uli y Acea, 199 1.
8 Guido Gerrnani ( 1980) se interesa por las resistencias que encuentra la democracia en las sociedades modernas. De Felice ( 1988: 18) suscribe las tesis de Gerrnani .
9 Entindase que se habla aqu de los regmenes (De Felice), es decir de las coaliciones gobernantes
tras la depuracin de objetivos y gentes llevada a cabo desde e l poder, y no de los movimientos de ese
nombre. Podra hablarse, en ese sentido, de fascismo sin fascistas. De modo que se e ntiende como un fenmeno amplio que se dio en la Europa de entreguerras (tal como lo entie nden de De Felice a Collolli,
o de Bracher a Milza).
[53]
10 Maier, 1988: 38- 111. La noslalgia por los buenos 1icmpos vividos con Primo de Rivera, en
S. G. Paync, 1987: 41.
11
Gcnli le, 1989: 36 y sigs.
[541
12
Algo de esto puede verse por ejemplo en Ledeen, 1975: 38-39. Pero tambin en Gentile, Bracher,
Broszat, Lyttleton y tantos otros.
13 Vase A. Tasca, 1965: tomo 11 captulos9 y 10; A. Ly ttleton, 1982: 62 y sigs.; R. de Felice, 1972:
1, 453 y sigs.; E. R. Tannenbaum, 1975: 50-55 y 105 y sigs.; E. Genti le, 1989: 544 y sigs.; M aier, 1988:
394 y sigs. Sobre la confluencia local vase por ejemplo el reciente trabajo de P. Nello, 1989.
14
J. Tusell y l. Saz. 1986; Mussolini inspir la mayora de las soluciones autoritarias europeas de la
poca, vase Sh. Ben Ami, 1984: 53.
15
Vase por ejemplo El Liberal de Bilbao, 1 de julio de 1934. Segn nota de la Agencia oficiosa BNB
muri al ofrecer resistencia a la pol ica que iba a detenerle por relacionarse con crculos hostiles al Estado. En realidad, fue obra de las SS de Himmler en represalia por sus frustradas gestiones en 1932 tendentes a dividir el pa11ido nali con propuestas de participacin gubernamental a Gregor Strasser, del ala
radical. E ra la noche que pas:ira a la historia como la de los c11cliillos largos en que Hitler, pretextando
una supuesta intentona revolucionaria en Mnich, se deshizo de cualquier germen de disidencia interna:
por la i zquierda Rohm y sus SA, y por la derecha varias personalidades conservadoras -entre los que se
encontraban destacados jefes mi litares. El cuerpo ele o ficiales acept de forma pasiva aquellos hechos.
Otro tanto ocurri con los conservadores (Carl Schmitt elev el acto al rango de acto judicial impartido
de modo sumarsimo por el Flihrer en uso sus atribuciones). Los SA fueron totalmente descabezados y
disuelto su Estado Mayor; vase K. Hildebrand, 1988: 30-3 1 y 85. En Espaa, slo la derecha ms radi-
(55]
2.2.
En Espaa, algunos sectores de la lite social y econmica (directivos de la derecha poltica -CEDA, Bloque Nacional- , mandos importantes del Ejrcito, miembros del servicio civil, de la abogaca y profesiones liberales, sectores de la jerarqua
eclesistica, industriales bilbanos y catalanes, propietarios andaluces, hombres de negocios), tras haber dado un apoyo distante a la Repblica (en algn caso, pues otros
haban intentado sabotearla desde su creacin) 21 , comenzaban a decantarse lentame nte
calizada justific a Hitler - fue el caso de Ramiro de Maeztu que, al igual que Gobels en s u diario, lo
consider como el nico acto capaz de evitar los horrores de una guerra civil en Alemania. Los conservadores, que se hicieron eco desde sus medios de prensa, rechazaron con horror la represin desencadenada contra su propia milicia; vase G. Plata Parga, 1991: 119. Sobre los contactos vase M. J. TI1omton, 1985: 73-8 1; A. J. Nicholls, 1979: 105- 125; K. D. Bracher, 1973: 1, 228-258; E. Kolb, 1988: 110- 126.
Sobre la actuacin del Reichswehr esos aos vase R. Khnl, 199 1: 75-89 y 285-6.
16 Hildebrand, 1988, 16 y sigs.; P. Hayes, 1985.
17 M. Cabrera, 198112: 2 16n. Sobre el descubrimiento de las virtualidades del nazismo por parte de
la derecha espaola puede verse Gibson, 1980: 44 y sigs. Lo cierto es que Alemania interesaba mucho
antes como modelo de desarrollo econmico. As por ejemplo Julio Lazrtegui, publicista de la patronal
bilbana, lo presentaba como modelo -basado esencialmeme en la escuela y el cuartel- para la economa espaola; vase Plata Parga, 1991 : 55-56 y 118- 120.
is F. Veiga, 1989: 173 y sigs.
19 S. J. Lee, 1987; Sh. Ben Ami, 1991 ; H. Rogger y E. Weber, 1971 ; sobre Dollfuss puede verse
B. Jelavich, 1987: 192-208; sobre G!>mbos, M. Ormos, 1990: 33 1-335.
20 Era constante la atencin con que se seguan los acontecimientos europeos, especialmente los italianos y alemanes, desde los medios de ese conservadurismo. El Diario de Navarra, por ejemplo, tena
corresponsal en Berln (lo que no ocurra con otras capitales) cuyas crnicas ocupaban con frecuencia la
primera pgina del peridico. Los medios cercanos a RE siguieron con especial atencin todo lo ocurrido
en Grecia con la deriva autoritaria de Metaxas y la restauracin monrquica de 1935 (vase Gi l Pecharromn, 1993: 260-262).
21
Sobre las patronales en general y sus apoyos cambiantes vase Cabrera, 1983. Aunque la jerarqua
[56]
a favor de una qu iebra de la continuidad constin1cional de sta. Los hitos iban a ser
el triunfo del Frente Popular en febrero de 1936, la destitucin de Alcal Zamora
como presidente de la Repb lica el 7 de abril, la labor legis lativa general durante los
meses de 1936 y e l golpe emociona l que supuso el asesinato de Calvo Sotelo, ya en
julio (aunque ya se amag en esa direccin en los das de la revolucin de octubre en
Asturias). No fue, c laro est, un proceso inevitable. En l tuvieron gran influencia e l
marco contingente del juego poltico y el peso de las nuevas ideologas y volu ntades
qu1.. venan actuando desde tiempo atrs (que he estudiado en o tro lugar) 22 .
Tambin aquellos grupos sociales, desde al menos 1917, haban temido, en trminos genricos, por su preeminencia social y la progresiva prdida de control sobre
las dec isiones polticas (luego recuperado circunstancialmente a travs de Primo de
Rivera y de finitivamente cuestionado con la Repblica). Tambin en esos sectores se
senta la nostalgia por aquel pasado perdido. Hubieran querido acudir al Liceu barcelons o a la ltima fiesta dada en e l Club Martimo del Abra con aquella despreocupacin que casi se haba olvidado a la altura de 1936. A pesar de ello, una Repblica dirigida por Le1rnux o Gi l Robles poda dar cierta estabi lidad poltica al pas
garanti zando su estatus social. lncluso, tras las e leccio nes de febrero de aquel ao
--que iban a marcar un punto de inflexin- , Manuel Azaa haba tratado de transmitir, desde su posicin de presidente de gobierno, una imagen tranquilizadora (especialmente significativo el discurso radiado del 20 de abril, que culminaba con aqul :
Unmonos todos baj o esa bandera en la que caben republicanos y no republicanos,
y todo el que sienta e l amor a la patria, la disciplina y el respeto a la autoridad constituida). De hecho, si no fue ms que incidentalmente, logr su propsito de crear
un cie110 clima de sosiego, y como tal haba sido percibido desde la Bolsa, la banca
y la propia patronal23 . Sin embargo, una serie de acontecimientos (destitucin de Alcal Zamora como presidente de la Repblica -sustituido por Azaa- , an ulacin
de CEDA, formaci n de un gobierno, el de Casares Quiroga, dbi l y beligerante,
cierto desgobierno en te mas econmicos, la reanudacin de las reformas planteadas
en el primer bienio y las oleadas de hue lgas de mayo y junio) hicieron que buena parte
del establishment y amplios sectores de las clases medias, en las que militaban las
fue ms cons con la Repblica de lo que da a entender la actuacin de su arisco primado, monscilor Pedro Segura (secundado, por cierto, con cniusiasmo por el prelado vasco, Maleo Mgica, desterrado por
la Repbl ica en mayo de 193 1), acab colocndose enfrente de aqulla (vase Lannon, 1990: 2 12-234;
La Tradici611 Navarm, 8 de abril de 193 1; 11. Eclesistico del Obispado de Vitoria, 15 de abril de 193 1;
Arrars, 1963-68: 1, 102- 107).
22
Sobre el amago exitoso de las nuevas estrategias en el marco de la revolucin de octubre en Asturias puede verse Jackson. 1967: 159. Sobre la circunstancia pol1ica vase Ugane, 1994; sobre la accin
de las ideologas enire sec1ores de las clases medias, Ugarte, 1996.
23
Ms extensame111e sobre ello y la operacin organizada en torno a lndalccio Prieto (con contac1os
desde IR y sec1ores del PSOE y CEDA) en Ugar1e, 1994 y 1996: 636-638. Una valoracin del comportamiento de Azaila en ese mo111c1110 en Juli, 1990: 46 1 y sigs. Como dice Jul i, A:wila intent en febrero
expresamente 1ranquilizar a la derecha y rebajar la gran tensin poltica acumulada durante la campaa.
En su afn, quiso presidir ms un gobierno de la Repblica que un gobierno del Frenie Popular triunfante.
Los apoyos en Juli. 1990: 468 o en Eco110111a Espmlo/a (cit. en Cabrera, 1983: 290). Puede encontrarse
extensos ex1rac1os de los discursos de A1..aa en Arrars, 1968: 1V, 65 y 104- 106; de donde se cita.
[57]
24
Opinin que puede suscribirse de Stanley Payne, l 995a: 421-422. El propio Azaa lo reconocera
en su retiro en 1937.
25 As ABC (vase M. Cruz Mina, 1990), el Diario de Navarra (Ugarte, 1996). fo Gacela del Nor1e
y El Pueblo Vasco de los Ybarra en Bilbao (Plata Parga, 1991 : 252-262), entre otros.
26 Sobre fo Traca y Fray izo puede verse Arrars, 1963-8: IV, 211.
27 Malefaki s, 1971: 418 y sigs.; Arstegui, 1986b: 18; Tuiin de Lara, 1976: JI, 168-183 ; y 1985;
Payne, 1995a: 361-386.
2s DN, 9 de abril de 1936.
29 Arrars, 1963-8: IV, 93-4. El mismo Gil Robles en sus memorias ( 1968: 647) escritas rctlex ivamente aos despus, an negando la existencia de un Verdadero complot comunista (cosa que en aque-
[58]
dato con deportaciones masivas de campesinos (huelga de junio de 1934), no entenda Ja actual permisividad del gobierno. Mucho sufrimos en los cinco aos transcurridos desde el advenimiento de Ja Repblica, pero nada comparable a esos meses
-febrero a julio de J936-, recordaba e l otoo de aquel ao en su Diario personal
el conde de Rodezno, diputado tradicionalista, siempre vinculado a los intereses agrarios y que, como veremos, jugara un importante papel en el desenlace de los acontecimie ntos. Ms de doscientas iglesias incendiadas --continuaba con tono demaggico y clara conciencia de hablar a la posteridad pero reflejando en todo caso un
modo de percibir e l momento-, huelgas continuas, patronos y propietarios asesinados, fincas arbitrariamente invadidas, la mayora de las fami lias honorables y socialmente conservadoras emi gradas forzosamente de sus pueblos -sobre todo en las regiones de Extremadura y Andaluca-, cuanto se puede imaginar dentro de un estado
social anrquico y desptico, tal era la situacin que Espaa padeca3. Incluso e l influyente peridico El Sol, nada dudoso en su credo parlame ntario desde su vue lta a
manos repub licanas, y menos sensible a las quejas de los grandes empresarios agrcolas, tambin se haca eco -aunque en otro tono, naturalmente- de la difcil situacin por la que atravesaban los pequeos propietarios y arre ndatarios de aquella
regin segn los informes recogidos personalmente por Pedro Pedromo31 Los diputados de la derecha venan recibiendo correspondencia en la que los propietarios agrcolas se quejaban de que desde la Casa del Pueblo se decida sobre el uso de sus propiedades mientras se destrua el trabajo que e llos realizaban, llevndonos a los
agricultores - deca un propietario navarro- a la ruina ms fulminante32 Era el
gran miedo de los propietarios de l campo alimentado por e l tono alarmista de la
prensa y los polticos de la derecha, pero reforzado tambin por las proclamas rad icales del sector caballerista - mucho ms moderado y reformista en los hechos- de
llos das se dijo mucho; se ci1aba, incluso, al di rigenle comunista hngaro Bela K un -con falsedadcomo enviado por el Ko111i111em para coordinar dicha conspiracin, y la seguridad militar organiz un operativo que la contrarrestara -cfr. Gonzlez Calleja, 1989-), cree, sin embargo, que Se haba iniciado
en muchos sectores de la Pennsula una profunda revolucin agraria, que llev el desorden y la anarqua
a buena parte del campo espaol. Es decir, exista miedo, aunque no fundamen tado en una real conspiracin caballerista-comunista. Exista, en todo caso el temor a convertirse en vctimas de la agresin de
los obreros a medida que la definicin de "burgus" y "fascista" se ampliaba hasta incluir a cualquier propietario por pequeo que fuese (Malefakis, 197 1: 438-439). Sobre el mito de la revolucin comunista
puede verse H. R. Southworth, 1963.
30
Toms Domngucz Arvalo, conde de Rodezno, Diario (manuscrito), comenzado a redactar en
otoo de 1936, y por tanto en un momento en que iniciada la guerra civi l, se haba consolidado la idea
de la primavera trgica. Pero, obsrvese que no hay una referencia a una conspiracin comunista sino
el relato de unas circunstancias sobre las que se han cargado indudablemente las tintas. A partir de ahora
Rodezno Diario.
JI Cfr. Malefakis, 197 1: 439 y n.
32 Carta de un agricultor de Mcndavia (Emi lio Araoz; tambin de Jos Sagrcdo y Toms Ruiz) a Raimundo Garca, Garcilaso, quejndose de que en la Casa del Pueblo se decide sembrar sus tierras, les destruyen las labradas, rompen vi ilcdos. talan huertos, y las que venan labrando para el ao siguiente, las
siembran de maz; subrayando que en Mendavia no hay corralizas ni comunales sino que se trata de propiedades particulares (ARON, Carpela Repbl ica).
[59]
33
E. Granda, presidente de la APFR, en el Boletn de la Agrupaci611, citado en Cabrera, 198 1-2: 206.
Lo que no quiere decir que estuvieran en condiciones de hacerlo. Adems de que los grupos corporativos
estaban en horas bajas de afiliacin, el alto coste que implicaban los abandonos de cultivos en un momento de aguda crisis, hacan impensable un plan de sabotaje contra Ja Repblica por parte de los propietarios agrarios (acusacin que se les hizo desde la UGT) (Malefakis, 1971: 438 n.). Este mismo autor ( 1971: 418-42 1) recoge las proclamas caballeristas. Sobre la exasperacin que produjo una refonna
agraria inconmensurable en sus propsitos (entre los propietarios) y apenas ejecutada en sus planes (entre los campesinos) puede verse tambin Malefakis, 1971: 442-450.
34 Espaa vive horas trgicas de anarqua -deca en abril un editorial de El Pueblo Vasco, peridico bilbano de los Ybarra-, y el gobierno, perplejo asiste impasible, como un espectador ms, a los
increbles sucesos de que estamos siendo testigos y vctimas. La consecuencia de todo ello es ms que
[la) revolucin [la], disolucin (citado en Plata Parga, 1991 : 255). Por lo dems, este grupo ya buscaba
hacia 1933 un lder que encabezara una suerte de fascismo espailol. Curiosamente no se fiaban de Jos
Antonio - por ser un Primo de Rivera- ; ellos queran un lder obrero e hicieron gestiones con lndalencio Prieto (cfr. G. S. Payne, 1986: 54-55). En todo caso, no fueron lo nicos en pensar en Prieto, tambin
los italianos lo hicieron (cfr. l. Saz, 1986: 49); incluso los propios falangistas (cfr. D. Ridrucjo,
1964: 7 1 72). Naturalmente, no deban conocer la honda raigambre liberal de don Inda - y su Bi lbao(cfr. J . P. Fusi, 1984).
Js Plata, 19~1': 252; Cabrera, 1983: 289, 290 y 312
36 Cabrera, 198 1-2: 216.
37 Economa Espa1iola, citado en Cabrera, 1981-2: 207.
[60]
nistas? ... Yo no las quiero ver en Espaa. Lo sucedido en Miln y Turn pueden ser
los primeros captulos de la historia de esta convulsin. Este edificio [Ministerio de
Guerra] se llenar de comisarios del pueblo. Yo no aguanto 38 . Era la imagen vvida
(algo novelada por e l memorialista) de la revolucin que estimaban se precipitaba sobre Europa.
Entre la jerarqua eclesistica se viva tambin un estado de nimo de general
alarma. El cardenal Gom, situado al frente de la primadura de Espaa para sustituir
al be ligerante cardenal Segura, hombre que haba llevado, junto al nuncio Tedeschini
y el cardenal Yidal i Barraquer, una cierta poltica de entendimiento con la Repb lica,
escriba en abri l al General de la Compaa de Jess en trminos verdaderamente alarmistas. Y refiri ndome ahora al estado general de las cosas en Espaa, lo reputo
francamente malsimo - le deca- , sin que hu manamente se vea remedio a ello. La
revo lucin triunfante; sin escrpulos en los procedimientos para afianzarse, etc. El
propio Papa Po XI, al inaugurar la Exposicin Internacional de Prensa Catlica en
mayo de ese ao, haba pronunciado unas palabras que predisponan a la resistencia
frente al pericolo grande, totale e pericolo universale, vital para la Iglesia, que supona el comunismo en todas sus formas y gradaciones (es decir, hasta la ms tibia de las socialdemocracias). Peligro que se cerna -y citaba expresamente- sobre
Rusia, Mxico, Espmia, Uruguay y Brasil 39.
Todos esos sectores del establishment se hallaban alarmados. Lo de menos aqu
es que tuvieran razones fundadas para ello (que no las tenan), importa el modo en
que aquel grupo estaba percibiendo la situacin. Percepcin que, en algunos casos,
les llevaba a impulsar una solucin autoritaria que comprenda la quiebra constitucional de la Repblica, a implicarse directamente en una solucin de ese tipo -que
en lo social supona la recuperacin del estatus cuestionado-; y en otros a apoyar, a
comprender a coadyuvar una solucin as.
2.3.
Que las cosas cambiaban y la lite poltica de la derecha se marcaba una nueva
estrategia respecto de la Repblica qued de manifiesto en la sesin de las Cortes
del 15 de abril en la que Azaa present su programa de gobierno (lo que, a pesar de
los esfuerzos de Azaa por atraerse a las clases medias, tuvo una lectura negativa en
la oposicin, una interpretacin de situacin de no retomo). Fue en ella en la que Calvo
Sotelo habl del ventarrn de fuego y de furor... que se ha volcado sobre Espaa e
hizo la conocida relacin estadstica de actos de desorden. Pero haca tiempo que
38
(61]
40 Fueron ellos los que primero buscaron esa alianza entre el conservadurismo y el radicalismo a travs de un acuerdo para la financiacin de la proyec1ada -en ese momento, verano de 1933- t=alangc
Espaola. Vase el conocido como pacto de El Escorial en Sainz Rodrguez, 1978: 220 y 376; Gil Robles, 1968: 442-3, ya lo menciona. En general para la trayectoria de RE puede consultarse el detallado libro de Julio Gil Pecharromn ( 1993).
41
No tan nueva tal vez, aunque por primera vez legitimara la va de la insurreccin pblicamente. Ya
en 1935, siendo ministro de guerra, haba intentado un viraje autoritario desde el gobierno con el apoyo
del Ejrcito. En aquella ocasin desisti por no contar definitivamente con el apoyo de ste (vase lo relatado por Seco Serrano en Profeso1; 1989: 232-233).
42
Todo el proceso de decantacin parlamentaria de la derecha y, en general, el proceso que conduce a la sublevacin puede seguirse en Arrars, 1963-8: IV (las citas son de la pg. 117); adems, y
entre otros muchos, Gil Robles, 1968: 707 y sigs.; F. B. Gliel , 1939; J. A rrars (dir.), 1940-1944: 1, 11
y III; P. Sainz Rodrguez, 1978: 194-252; Serrano Ser, 1977; N. A lcal Zamora, 1977; R. de la Cierva,
1969. Un resumen muy til en el volumen 3 de Guerra, 1986 (especialmente el artculo de Juli o A rstegui). Tambin, Tun de Lara y cols., 1986: 9-44. Sobre la nueva orientacin de la CEDA, vase,
adems, lo dicho en notas previas. Para Renovacin Espaola muy til lo recogido en Gil Pecharromn, 1994: 263 y sigs.
43
Arrars, 1963-8: IV, 243.
[62]
intentos por blindar el Estado desde el interior de ste44 ). Gil Robles haba hecho gestio nes con e l preside nte del gobierno en funciones. El jefe del Estado Mayor Central
del Ejrcito, general Franco, se puso en contacto con e l director de la Guardia Civil
(general Pozas) y dio instrucciones a todas las Regiones Mi li tares para declarar el estado de guerra (desautorizadas in extremis por el jefe del gobierno)45 . An dispon an
de todos los resortes del poder estatal. Podan dar un golpe de timn desde arriba.
Pero de nuevo, como en 193546, fa lt apoyo en el propio Ejrcito. La situacin no haba madurado. Fue el ltimo inte nto de golpe de Estado, de rectificacin autoritaria
del marco legal tras una ocupacin de las instituciones por la fuerza. Era el escenario ms favorable para los conservadores (Gil Robles, Camb, etc., lo esperaban).
Cuando la situacin madurara defi nitivamente en julio, el escenario, como en Italia,
Alemania o Austria, iba a ser diferente: deberan contar con fue rzas radicales que dieran soporte popular y una mitografa nacionalista a una posible toma del poder, ya no
sera un golpe (por mucho que intervinieran los militares), sera un verdadero asalto
al poder, de l mismo s ig no que la Machte1greifung alemana (aunque con otros componentes y resultados, lgicamente). Ya no se trataba de blindar el Estado, ahora haba que subvertirlo. Era un riesgo, pero tambin la nica salida. La historia de esa
mutua y conflicti va bsqueda ser la historia subterrnea de la poltica de oposicin
en Ja primavera de 1936.
El 19 de febrero, Azaa se hizo precipitadamente cargo del gobierno, en marzo
los nombramientos militares apartaban de los centros neurlgicos de mando a los jefes sospechosos, y e l 7 de abril se destitua a Alcal Zamora de la presidencia de la
nacin. Estaba claro que cualquie r golpe de mano deba de organi zarse desde el exterior. sa fue la tarea que un g rupo de gente influyente asumi abiertamente desde
febre ro y, especialmente, a partir de mayo47 . El consenso social que en esa direccin
ira alcanzndose mediante campaas de prensa, sermones, plti cas, rumores boca a
boca especialmente, entre aquellos sectores era novedoso en Espaa (aunque no su
defensa en medios intelectuales). A partir de ese instante los contactos fueron fluidos
y multidireccionales. Los encuentros entre miembros de CEDA, Renovacin Espaola, militares, Falange, carlistas se multiplicaron. Hasta e l PNV tom parte en ellos48 .
44
Como haban intentado antes desde el gobierno con Gil Robles en el ministerio de guerra, o lo i ntentaron en Alemania los von Papen o los von Schleicher (vase Ugarte, 1994), en Rumana con la camarilla que rode al rey Caro!, etc. H aba en aquella coyuntura quien, como Frances Camb ( 1982: 284),
confiaba an en que un amago de revolucin desde el anarquismo obligara al gobierno a apoyarse en el
Ejrcito, dar un golpe de Estado, para as dar la batalla a la izquierda desde arriba de nuevo.
45
Gil Robles, 1968: 480.
46 Desde su posicin de Ministro de la Guerra, Gil Robles tent la posibilidad de un golpe constitucional. Vase Paync. l 995a: 287: ms detalles en Gil Robles, 1968: 36 1 y sigs.; una versin ms completa en Seco Serrano, 1989: 232-234.
47
Vase Ugarte, 1996: 645.
48
Pueden segui rse en la bibliografa citada en la nota 168. As, por ejemplo, en Cuenca -donde deban repetirse las elecciones legislativas en mayo- lleg a perfi larse, con fines conspirativos, una candidatura que abarcaba todo el espectro de la derecha que luego se alzara contra la Repblica, con Franco,
Antonio Goicocchea y Jos Antonio Primo de Rivera como candidatos y el apoyo de la CEDA - lo que
[63)
No interesa aqu reproducir un relato que, en sus rasgos ms sobresalientes, es conocido (aunque sea cierto que, como dijo recientemente Payne, una mayor indagacin
sobre ellos nos ayudara a comprender mejor los orgenes remotos del franquismo49 ;
en esa lnea se trabaja), sino subrayar que aquellos se dieron -ms all de las organizaciones o instituciones- como resultado de contactos informales, encuentros en
casas privadas, reuniones familiares y de amistad, comidas, paseos, visi tas a viejos
conocidos, contactos en clubes; encuentros, en definitiva, que trascendan el mbito
partidario para transitar a travs de viejos y tupidos lazos que aquel grupo haba tejido como parte de su modo de relacionarse. Interesa destacar eso y el papel protagonista que fracciones del Ejrcito deba cumplir en aquella tesitura. Y no tanto como
cuerpo armado del Estado cuanto a grupo social cohesionado e integrado en el tupido
magma de los conservadores.
Porque, en el seno de aquel grupo, solamente el Ejrcito -o una parte de l 5
era capaz de encabezar el golpe de mano. Slo ellos disponan de los medios materiales51, la cohesin interna, el grado de eficacia y el sentido de su propia misin suficientes como para ejecutar aquella empresa. Ni los partidos polticos de la derecha,
ni las corporaciones de signo diverso (patronales, cmaras de comercio o agrarias, etctera52) podan ser el eje de aquella operacin desde Ja derecha conservadora: slo
da idea del nivel de trenzamiento que tenan aquellas relaciones (vase Arrars, 1963-8: IV, 165). Se trataba de acercar a Franco a Madrid y sacar a Jos Antonio de prisin en la que se encontraba desde el 14
de marzo. Stanley G. Payne (1986: 12 1-2) da una versin algo distinta de los hechos y pone el acento en
la negativa de Jos Antonio a ir en la misma candidatura con el general Franco como causa de que la candidatura finalmente no prosperara. Los contactos con el PNV pueden verse en Sierra Bustamante, 1941
y en Iturralde, 1978: 1, 339-340.
.9 Payne, en Payne y Tusell, 1996: 1 18.
5 Fundamentalmente el grupo de mandos africanistas. Slo tres de los doce generales de Divisin
en ese momento llegaron a sublevarse, aunque veinte de los treinta y cinco mandos de Brigada y nueve
de los once jefes del Alto Estado Mayor (G. Cardona y J. Villarroya, 1979). Lo que no debe ocultar que
ello era debido a Ja poltica militar del nuevo gobierno del Frente Popular, que confi las Regiones militares a mandos juntistas, tildados de burcratas por los africanistas, con una influencia mucho menor entre la oficialidad joven que estos ltimos -e incluso en el organigrama de mando efectivo del Ejrcito
(vase R. Cabanellas, 1977: 1, 429). De hecho, un estudio caso por caso en por ejemplo, Catalua viene
a demostrar que prcticamente todos los j efes y oficiales se posicionaron con los sublevados (ibid.). Otro
tanto puede decirse de la zona que tratamos, lava y Navarra, en donde solamente fueron detenidos dos
capitanes y un teniente de Ja guarnicin de Vitoria por mostrarse contrarios a la rebelin. E incluso en
este caso, segn testimonio del entonces teniente del Batalln Flandes, Tom s Padrones ( 15 de febrero
de 1991 ), slo hicieron explcito su rechazo al ver al coronel Ortiz de Zrate llegar de Pamplona con la
bandera monrquica instalada en su coche (cfr. Arrars, 1940-4: 552) cuando ellos esperaban que el golpe
fuera republicano (al menos en el caso del capitn de artillera Miguel Anitua , canjeado ms adelante por
el Gobierno Vasco).
5J G. Cardo na, 1983: 23 1.
52 Ni la Liga Vizcana de Productores, por ejemplo, poda equipararse en su podero a la Unin de
Industriales del Hierro y el Acero alemana, ni existan en Espaa el nivel d e desarrollo corporativo de
otros pases en el perodo de entreguerras. F. del Rey (Organizaciones patronales y corporativismo en Espa1la, 1914- 1923. Madrid - tesis leda en la Universidad Complutense- 1989, pgs. XIV-XV y 836
y sigs., rescrita en Rey, 1992) cree que la neutralidad espaola en la Primera Guerra rest fuerza a esas
tendencias corporativas en relacin con otros pases europeos. Linz (1988: 69-76) coincidiendo en el
[64]
diagnstico. observa, si n embargo, una amplia gama de razones estmcturales que explicaran ese retraso
en el proceso de corporativi1.acin en Espaa. Vase tambin Maier, 1988 y en S. Berger (comp.), 1988
los artculos del mismo Charles S. Maier ("Los vnculos fi cticios ... de la riqueza y de la ley": sobre la
teora y la prctica de la representacin de intereses), Jlirgen Kocka (<<La formacin de las clases, la articulacin de los intereses y la poltica: los orgenes de la clase de los empleados en Alemania a finales
del siglo x1x y principios del xx) y Gerard D. Feldman (Las alianzas de los gmpos de inters alemanes
durante la guerra y la poca de la infl acin, 19 14- 1923).
53 Agustn Azcona, EPN, 11 de marzo de 1936. Lo cie110 es que Maura insistira de nuevo (en 1938
desde Lisboa), en esa ocasin con la propuesta de una mo11arq11a autoritaria. Lo que no cabe duda es
que haba sido ganado por el autoritarismo.
s.> Es conocido el punto de vista de Calvo Sotelo que asignaba al ejrcito el papel de columna vertebral de la sociedad, idea recogida de la tradicin alemana (como seala Lleix), pero ms como deseo que como realidad (en lo que se confu nde Lleix, vase en nota anterior la distincin entre militarismo y pretoria11ismo); cfr. Lleixa, l 986a: 99-125 (el tema de la cultura alemana en pgs. 1 15 y l 40n),
l 986b y 1988.
55 Gil Robles quiso, ms bien, instrumentalizar al Ejrcito. De ah sus gestiones para constituir un gobierno de civiles tras el anunciado golpe. Vase Ferre r, 1979: XXX- 1, 162 y XXX-2, 93.
56
Como se ve, mantenemos esta disti ncin entre la derecha conservadora (en Espaa la CEDA y Renovacin Espaola bsicamente, aunque tambin la Liga, etc.) y los partidos radicales (Comunin Tradicionalista y FE) a efectos analticos til y bsicamente cierta; aunque no se nos escapa el entrecmzamiento
que exista entre ambas partes ya en la Re pblica (Serrano Ser y las JAP, desde la CEDA; los Oriol y
los Rodezno desde la Comunin, por ejemplo).
51 M. Ballb, 1983; J. Lleix, l 986a; C. Seco Serrano, 1984; C. P. Boyd, 1990; G. Cardona, 1983;
M. Alpert, 1982; S. G. Paync, 1968; J. Busquets, 1971 y 1985. Fue una cultura formada en los aos de
la Restauracin en el seno del gmpo de los conocidos como africa11istas -pero con claros antecedentes
al menos desde Mart nez Campos y, desde luego, Polaviej a- y definiti vamente consolidada con la actuacin corporada de Primo y la decamacin republicanista del espritu juntero durante su Dictadura.
Quiz sea oportuna la distincin que Carolyn Boyd hace entre miliwrismo y pretorianismo (p~g. 12) a la
hora de definir la cultura poltica de los militares espailoles. Esta segunda significara la amenaza velada
o expresa por parte del ejrcito de recurir a la violencia para defender sus intereses corporativos o imponer cierta idea de Espaa de la q ue se consideraban depositarios. La idea de militarismo, a mi modo
(65]
Pues bien , la trama de la derecha conservadora en torno a una parte del Ejrcito
comenz a tejerse, como se sabe, a partir de la conocida reunin de los generales en
Madrid el 8 de marzo de aquel ao. Por iniciativa del general Varela (representando
a Sanju1jo), se reunieron en casa del miembro de la CEDA, Jos Delgado (quien posteriormente informara de la reu nin a su jefe Jos M. Gi l Robles), l mismo y los
generales Francisco Franco, Emilio Mola, Rafael Villegas y Joaqun Fanjul, y el teniente coronel Galarza de la Unin Militar Espaola. Tras repasar muy minuciosamente los apoyos con que podra contar la intentona, decidieron mantenerse en comunicacin y establecer nuevos contactos con civiles y militares. Al cargo de la red
de enlaces quedaba en Madrid el teniente coronel de Estado Mayor Valentn Galarza58 .
Deca que era una pa11e del Ejrcito -y as fue, en efecto- la que conspiraba
contra la Repblica. Y, sin embargo, desde un primer momento actu de forma corporada, como si del Ejrcito institucin se tratara59 . La paradoj a tiene su explicacin.
En efecto, ya no se actuaba como tal institucin (como haba ocurrido en el golpe de
Primo una vez sancionado por el rey60). Despus de todo, esa fraccin no controlaba
ahora las instituciones representativas del cuerpo, y la politizacin haba hecho mella
tambin entre ellos (ah estaban la UMR y la UME para constatarlo). En ese sentido
podra decirse - tal como se ha hecho- que ya no era la corporacin, que no era
sino una fraccin poltica ms61 . Sin embargo, la idea corporativa estaba tan arraigada
en su seno que ya desde esa reunin -y, despus, a lo largo de todo el perodo conspirativo- el comportamiento de todos los militares comprometidos estuvo siempre
inspirado por la idea del Ejrcito como cuerpo. As organizaron la trama y as trataron de influir en ella.
Pues bien, en aquella reunin del 8 de marzo excluyeron para los preparativos a
la lite civil (salvo como apndice), establecieron su plena autonoma en los planes,
de ver, se ajusta mejor a un ejrcito como el alemn que informaba la propia configuracin de la sociedad, en la que se mantena rango, etc., y formaba un cuerpo de lite autnomo, un cuerpo de privilegio y
de prestigio, un Estado dentro del Estado como lo viera su comanda111e en jefe Hans von Seeck1; vase
T hornton, 1985: 58-9 y en general vase toda la bibliografa refe1ida al Sonden veg alemn que sigue las
tesis de R. Dahrendorf, 1968 (hoy cuestionada, cfr. J. Kocka, 1988); y ms especficamente la bibliografa citada en A. Senz, El honor del burgus, Historia Contempornea 6, 1991 , pg. 259, n. 25. En Espaa la burguesa nunca apost por la carrera militar, no fueron los hijos de la lite quienes ocupaban los
puestos de la alta oficialidad espaola (Alpert, 199 1: 55-56) y su prestigio, nunca grande, haba sido empaado por su pa11icipacin en diversas guerras civiles.
58 D. Sueiro, 1983. Las noticias de la reunin son varias: Gi l Robles, 1968: 719-720; F. Franco Salgado Araujo, 1976; etc.
S9 As opina Julio Arstegui ( 1986b: 8-9 y 14- 15).
60 Con un Directorio en el que estaban representados todos los cuerpos de las fuerzas armadas el
Ejrcito dese111pe1i6 ... 1111 papel esencial sin ac11s01; por ahora, fisuras en su seno (cursiva ma), J. Arstegui, 1986: 83. Lleva razn, sin embargo, Boyd ( 1990: 326) cuando dice que tampoco entonces el Ejrcito pretendi proyectar sus valores a la sociedad llevando una poltica militarista activa. De lo dicho no
se infiere, naturalmente, que existiera una perfecta compenetracin entre el Dictador y su Ejrcito, ms
bien los enfrentamientos, e incluso las conspiraciones, fueron consLames (lo que se puede seguir en la bibliografa citada y en Alpert, 199 1).
61 As opina Santos Juli (1986: 32).
[66]
se reservaron un papel institucional, inc luyeron las reivindicaciones del cuerpo y desecharon (paradojas de l viejo discurso arbitrista de los mjlitares) cualquier orientacin
poltica de la sublevacin 62 . Acordaron, adems, dotarse de un mando simblico (militar, por supuesto) en la persona del general Sanjurjo63 . De este modo, ese sector
del Ejrcito asumie ndo consciente mente la representacin de todo el establishment
contra la Chusma revolucionari a - actuando, por tanto, como fraccin poltica-,
quera preservar, a su vez, la idea corporativa de las fuerzas armadas64 Ideolgicamente se comportaban como cuerpo armado del Estado, pero, realmente, era un grupo
social cohesionado e integrado en e l tupido magma de los conservadores del pas (sus
lazos fam iliares, relaciones personales y crculos de socializacin lo hacan posible).
Tras la reuni n, los contactos se sucedieron (ya sin solucin de continuidad):
Franco se vea con Serrano Ser y Jos Antonio Primo de Rivera; Francisco Herrera
Oria (consejero-delegado de la Editorial Catlica y hermano de ngel, director de Et
Debate, presidente de Accin Catlica e inspirador del accidentalismo) ceda sus vivienda a los e nlaces; viajes a Madrid del director del diario catlico EL Pueblo Vasco;
el Inspector General de Carabineros, Gonzalo Queipo de Llano, ponindose a disposicin de Mola; Calvo Sotelo, y los medios financie ros que lo apoyaban ofrecan todo
su apoyo65 . Progresivamente se iba tejiendo una extensa red que iba abarcando, en los
diferentes niveles jerrquicos, a amp lios sectores de aquel conglomerado que he dado
en llamar establishment: propietarios, banqueros, hombres de negocios, financiando
a travs de RE; los generales asumiendo la di reccin poltica y ejecutiva; abogados,
periodistas, notari os, cediendo sus casas, sedes y despachos para los contactos; empresarios medios, diputados, etc., ejerciendo funciones de enlace; e l cuerpo de oficiales, a travs de la UMN, coordinndolo todo. Y la lite poltica (Gil Robles, Calvo
Sotelo, ... ) intentando condicionar a los generales. Y todo ello utilizando viejas amistades, contactos de familia, encuentros e n las tertu lias de casino o redacciones de peri dico {podran ponerse eje mplos de cada uno de estos casos). La red social funcionaba en su ncleo, entre las gentes de la fortuna y el talento como trama conspirativa.
Fue as como a partir de abril de aque l ao66 Emi lio Mola67 -por su probada ca-
62
Ya en 1899 el general Camilo Polavieja culpaba a los pol ticos de haber dej ado pudrirse a los soldados en Cuba. La tradicin de apoli1icis1110 del Ejrcito era antigua.
63 Exil iado en Estoril desde su intentona de agosto de 1932, era el jefe reconocido entre los mi l itares
y la derecha golpista desde aquella fecha. Fue el grupo de Accin Espa1iola el encargado de lanwr expresamente la figura del general como militar-jefe clave para el futuro. Vase R. Morodo, 1985: 67-7 1.
Por su parte los carlistas mantenan una estrecha relacin con el general, lo que les hara albergar serias
esperanzas en la rase linal de la negociacin con M ola; vase FerTer, 1979: XXX- 1, 155- 156; Echeverra, 1985: 56-61. Sobre esta coincidencia de liderato puede verse Lizarza, 1969: 75.
6-1 De este modo puede conjugarse ese acento que algunos autores ponen en la condicin corporativo militar del golpe (vase nota 57) con el punto de vista del profesor Santos Juli ( 1986: 32) que resalta sobre todo la profunda y mltiple fragmentacin poltica y social que se produjo tambin en el
Ejrcito (causa de que el gol pe se transformara en guerra y la revuelta en revolucin segn Juli).
65 Puede verse la trama de recaudacin de fondos en Gil Peeharromn, 1993: 263 y 27411. 19.
66 Si en esa fecha comenz a firmar como El Direc1or en sus circu lares, al menos para finales de
mayo, tocios los hilos imponantes (contacto con todas las divisiones, contacto con Sanjurjo y negociaciones con los carlistas y otras fue17..as civiles) pasaban por sus manos (Arstegui, l 986b: 29).
67
Emilio Mola haba hecho toda su carrera militar en el Protectorado de Marruecos bajo el patro-
[67]
pacidad organizativa y aprovechando la providencial ventaja que implicaba su residencia en Pamplona, debida a la torpeza inexplicable de Casares Quiroga68- asumi la direccin de la conspiracin conservadora. Y lo hi zo no solamente en sus aspectos tcnicos y operativos69 Tambin toc a Mola concretar las bases polticas sobre
las que se iba a negociar la futura refundacin del Estado (vase Anexo). Mola tom
para s --en palabras del diputado conservador Raimundo Garca- la responsabilidad plena de coordinar la conspiracin tanto dentro como fuera del Ejrcito. En la
ms pura tradicin arbitrista y africanista, no se fiaba de los polticos10 .
Inicialmente, segn lo diseado por Mola, se trataba de instaurar una Dictadura
militar, que tendr[fa] por misin inmediata restablecer el orden pblico, imponer el
nazgo del general Berenguer. En 1930 fue designado por ste como Director General de Seguridad (responsabilidad que ostentaba a la cada de la monarqua). Con la llegada de la Repblica fue primero detenido y procesado, y en 1932 ~oinc i dicndo con la intentona de Sanjurjo- pasado a la reserva. Haca
dos aos ( 1934) que haba sido rehabilitado y, tras pasar por el Alto Estado Mayor, era, al triunfar el
Frente Popular, comandante militar de la zona oriental del Protectorado y de la jefatura de la Alta Comisaria del Protectorado por expreso deseo de Gil Robles. Pasaba por ser uno de los ms prestigiosos generales africanistas (los Cuerpos activos, discriminados, segn l, por los desocupados y burcratas
del Ejrcito atrincherados aos atrs en las Juntas de Defensa). Su fonnacin era eminentemente castrense
y sus preocupaciones pasaban por resituar al Ejrcito en un lugar preeminente dentro del Estado y la sociedad. Su ideal: la Alemania guillennina y su Ejrcito imperial (la Reichswehr). No tena una significacin poltica definida (convencido de que la desaparicin de la monarqua era inevitable evit, desde
su alto cargo, tener que defenderla con derramamiento de sangre). Ahora bien, justificaba cada intervencin del Ejrcito en la vida pblica del pas, pues equivocados o no. slo en el bien de su Patria pensaron al ponerse fu era de lo que en el momento de delinquir llevaba el marchamo de legalidad. Muri al
poco de iniciada la guerra (j unio de 1937) en un controvertido accidente de aviacin. Vase sus Obras
Completas (Valladolid, 1940) y el Pr logo de J. A. Bravo, en el que se incluye una pequea biografa.
Tambin la voz Mola en Artola (dir.), 1988 y sigs.: IV, 576.
68 J. A. Bravo en el Prlogo a Mola, 1940: 4. En realidad fue el gobierno Azaa quien le envi a
Pamplona donde llegaba el 14 de mano procedente de Madrid. Sobre el desatino con que actu el nuevo
gobierno del Frente Popular en su poltica de cambios en la cpula militar puede verse Cardona, 1983: 231.
69 La serie de contactos que mantuvo el general Mola pueden reconstruirse a partir de los libros de
los que fueron respectivamente su enlace y secretario, B. F. Maz (1952; 1976), y J. M. lribarren (1937;
1938; 1945). Adems, para lo que nos interesa, el enlace con el carl ismo fue bsicamente Antonio Lizarza (vase su obra de 1969).
10 Amezlia (Raimundo Garca) Diario de Navarra, 4 de julio de 1956. Mola redact su elemental (por
breve y por simple) programa tras consultar a varios generales; entre ellos al general Cabanellas y a Queipo
de Llano. A pesar de que Cabanellas debi insinuar un posible gobierno presidido por Miguel Maura (recurdese su propuesta de dictadura rep11blica11a). siempre neg que fuera consultado poltico alguno (otra
cosa es que, realmente, stos hubieran sido sondeados). Era, por tanto, un programa corporativo, aunque
bsicamente consentido por la derecha (a pesar de los desacuerdos y las presiones ejercidas por Gil Robles para incluir a civiles en el Directorio). Este hecho (que se le presentara como un programa del Ejrcito, cuando l lo consideraba eminentemente poltico) molestara profundamente al dirigente carlista Fal
Conde en las posteriores negociaciones que llevaran ambos personajes (vase cartas entre ambas personalidades en Ferrer, 1979: XXX-2, 94 y 96). Y, sin embargo, el trato con aquella derecha autoritaria era
tan fluido q ue al tener que improvisar la que se llam Junta de Defensa Naciona l a la muerte de Sanjurjo,
Mola no consult ni con carlistas (faltar a ms) ni con falan gistas, tampoco con Franco que se hallaba en
frica. Mola consu lt para decidir su composicin a los dirigentes de Renovacin Espaola Goicoechea,
al conde de Vallellano y Jos Yanguas Messa (Arrars, 1940-1944; Garca Venero, 1967: 163).
(68]
71 Esta ltima era una de las obsesiones de Mola; /11str11cci611 reservada nm. 1, abril de 1936, ci1.
en Arrars, 1940- 1944: 444.
72
El concepto que por aquellos das haba desarrollado el ex ministro conservador Miguel M aura y
tuvo buena aceptacin entre los generales (Cabanellas, Queipo de Llano y el mismo Mola) (vase Ferrer,
1979: XXX-2, ). Contaba el mismo Franco (cfr. Franco Salgado Araujo, 1976: 2 16-2 18) que Mola, en la
referida reunin de los generales del 8 de marzo, puso como condicin para sumarse a la sublevacin el
respeto a la Repblica y a la bandera tricolor. Franco se adjudica la propuesta de la frmula por Dios y
por Espaa para superar la situacin (frmula que ciertamente tendra mucho xito en la guerra) (confrntese F. Franco, 1945: X I). Quiz todo ello no fuera sino un intento por rebajar el protagonismo de
M ola en la conspiracin. Ol vida, naturalmente decir que l mismo se mantuvo al margen de sta hasta el
mismo da 18 de julio (vase Serrano Siler, 1977: 120-121 ).
73 Adems de 0 1rns obsesiones de Mola: Ordenacin de las I ndustrias de Guerra, es decir, creacin
de un complejo indus1rial-mili1ar, y organizar la instruccin premili1ar desde la escuela (lo que luego
se hara d urante el franquismo), El Directorio y su obra inicial, en A rrars, 1940- 1944: 449.
74
l 986b: 3 1.
15
Claro que ese da l era el Director General de Seguridad y haban ido a buscarle con nimo beligerante a la Direccin General (Mola, 1940: 877). En todo caso, no ya la lucha de clases, la mismajies/a
popular que supuso el 14 de abril (S. Jul i, 1984) haba resultado vulgar para algunos, que consideraban
una grosera lo que se haba hecho con el monarca.
[69]
Lado liberal decimonnico para esbozar un esquema estatal nuevo. Nada de ensayos
utpicos, de creacin de nuevos modelos polticos: basta con dar un giro autoritario
al orden poltico. La Constitucin de 1931 hubiera quedado simplemente suspendida - no derogada como en su momento reclamara el dirigente carlista Fal
Conde- , se hablaba de un parlamento constituyente elegido por sufragio, etc.76
Bsicamente se trataba de dar un golpe de timn de corte autoritario, no ir ms all.
Los generales -el Ejrcito, corno se deca- venan a representar, por tanto, a
la parte organizada del establishment. No era pues, corno se ha tendido a ver en ocasiones, el macizo de la raza -en expresin contundente de Ridruejo- con e l que
pact la oligarqua espaola77 . Era la propia oligarqua organizada, su columna
vertebral, corno gustaba de decir Calvo Sotelo.
2.4.
Pero si el proyecto de los generales era bsicamente conservador, las circunstancias del sig lo -corno en el resto de l continente, por lo dems- les conduciran a utilizar instrumentos que sobrepasaban sus propsitos originales. Y stos tenan que ver,
fundamentalmente, con la necesidad de contar con el apoyo de la poblacin - las masas, se deca- en una sociedad creciente mente movilizada en poltica78 . Era algo que
los intelectuales de esa derecha haca tiempo que lo venan diciendo.
Porque, a pesar de lo que en 1933 dijera Vegas Latapi en un alarde de aristocratisrno propio de la poca (No somos demcratas. No pedirnos masas que respalden
completos programas polticos y sociales79), los tiempos haban cambiado y la derecha espaola as lo haba entendido. Ya no bastaba con una dictadura al viejo es-
76
Arrars, 1940-1944: 449. No creo que en este punto pueda hablarse de inspiracin fascista como
se ha hecho en alguna ocasin. No en ese momento todava.
77
Dionisio Ridruejo (1964: 57-75) hace una interesante lectura del momento en trminos de pacto
entre la ofigarqufa y lo que l llama macizo de fa raza, conjunto de sectores identificados como clases
medias tradicionales. Asegura que, ante el fracaso del golpe de la oligarqua, aqulla devino en guerra
civil por el apoyo ofrecido por ese macizo de la raza. Creo, sin embargo, que se equivoca al considerar
que fue el Ejrcito quien articul aquellas fuerzas. Esas fuerzas estaban organi zadas como intentar mosLrar a continuacin. Miembro de la Falange (muy reducida) y crtico con la Espaa de Franco en la que
se vea actuar a ese Ejrcito, creo que traslad su impresin al momento previo a la guerra. Joaqun
Lleix (1988) asume esa visin de Ridruejo al aceptar que el Ejrcito cumpli esa funcin de encuadrar
a la poblacin. El Ejrcito encuadr soldados, no los socializ polticamente, y tuvo bastante Lrabajo en
desarticular las milicias polticas.
78 En plena negociacin con los carlistas Mola escribira: Recurrimos a ustedes porque contamos
nicamente en los cuarteles con hombres uniformados, que no pueden llamarse soldados, de haberlos 1enido nos hubiramos desenvuelto solos (Ferrer, 1979: XXX-2, 99). Era la del Ejrcito, a pesar de las
apariencias, una opcin pollica sin masa, tan slo tenan hombres. Nada sobre el macizo de la raza.
79 No es tiempo todava, Accin Espmiola 39, 16 de octubre de 1933. Lleix (1988: 212) lo cita
para dar a entender, equivocadamente creo yo, que estos grupos no haban descubierto an la posibilidad de tener masas movilizadas hasta que estall la guerra y vieron la posibilidad de encuadrarlas en In
estructura burocrtico-militar.
[70]
tilo. Ya no bastaba con una solucin autoritaria - ms all de las apetencias conservadoras. Haba que dar cauce a la movilizacin de la poblacin -como Jo haca por
lo dems la izquierda-, porque era la nica forma segura y estable de hacer frente a
un socialismo bien asentado en el mundo del trabajo y en las ciudades. Era el nico
modo de frenar la Revolucin, fantasma que les asustaba.
Y haba sido justamente la publicacin de la que Vegas Latapi era director, Accin Espaola (algo ms que una revista80), la que sistematiz y actualiz ese pensamiento (conectando, ahora s, con toda la derecha autoritaria europea y los proyectos
de Estado fascistas81).
Fue a partir de la reflexin producida por el fracaso de la D ictadura de Primo de
Rivera -el error Primo tal como se le conoca e n los crculos de la lite de derechas82- como se produjo dicha evolucin --corroborada por el fallido intento de
Sanjurjo en 1932, quiz el ltimo de los pronunciamientos. Haba que extirpar - ya
no bastaba simplemente con corregir- , deca el integrista Vctor Pradera, las causas del mal originadas por el sistema liberal-parlamentario. No bastaba con crear un
rgimen interino tipo Primo de Rivera, haba que sustituirlo por otro informado en
ideologa y prcticas diametralmente opuestas, como las del corporativismo fascista
italiano (E. Auns). Haba que sustituir el liberalismo por la democracia orgnica
(Pradera). Haba que dotarse de una verdadera doctrina -de la que careci la Dictadura- (en esto estaban todos de acuerdo: Auns, Latapi, Are ilza, Maeztu, ...). Pero,
sobre todo -y aqu estaba la clave- , haba que hacerlo con la asistencia de toda la
nacin que expresara su voluntad con nuevas formas de partic ipacin - y no slo
a travs del vomitivo pestfero de las urnas electorales. Una de esas nuevas formas
de participacin era, por ejemplo, el asalto al estado legitimado, se estimaba, por e l
derecho natural Cuando la vida nacional se halla en peligro de muerte (Pradera)83.
Claro que para dar cauce a la nacin no era lo ms adecuado un partido fantasma
como la Unin Patritica, un simple dispositivo conservador inoperante (Auns). Haba que contar con las organizaciones surgidas al calor del enfre ntamiento con el estado libera! 84
80 Fue una revista de amplia difusin en todo el colectivo al que hemos dado en llamar establish111e111.
E l mejor estudio del grupo se encuentra en R. Morodo, 1985. Pueden verse tambin L. M. Ansn, 1960;
C. Garca Prous, 1972; J. Gil Pecharromn, 1986.
81
Que luego ser la base discursiva del Estado franquista. Vase en este sentido el clarificador Prlogo de Morodo ( 1985: 13- 18).
82
Error en el que programticamente estaba cayendo el programa de Mola, que. luego. el pacto con
las masas y la guerra se encargaron de corregir.
83 Sera el propio episcopado quien, ms adelante ( l de julio de 1937), empleara un argumento similar: La guerra es, pues, como un plebiscito annado, diran en su Carta colectiva del episcopado espailol escrita como legitimacin de la sublevacin (Docu111e111os, 1974: 229). Tena su antecedente, claro
est, en aquel derecho a la resistencia propugnado por los juristas jesuitas del xv11 (Belarmino, Surez,
Mariana) cuando el poder superior del Papa era cuestionado por un rey hertico. Hertica era la Repblica y por tanto antiespaola en la lgica de aquel colectivo de Accin Espmlola.
84 Morodo, 1985: 3 1-39. Eduardo A uns dio en Madrid una conferencia con el sign ificativo ttulo de
La ideologa de Primo de Rivera como principal obstculo para su obra (vase Payne, 1986: 40-4 1) .
Pero fue el tradicionalista Vctor Pradera, vinculado tambin al gmpo de Accin Espuola, quien por vez
[71]
Esa idea de reaccin patritica transitaba tambin entre los crculos eclesisticos
que se carteaban con Roma. Ante la amenaza revolucionaria que consideraba segura
en Espaa (y que la pintaba con tintes apocalpticos), el padre jesuita E. Carvajal en
correspondencia enviada a sus corresponsales romanos ya en 193 1 deca confiar en la
reaccin de parte de la gente de los campos y de las Prov incias Vascongadas y de
elementos sanos del ejrcito 85. El mismo conglomerado al que apelaban los hombres
de Accin Espaola para una accin de similares caractersticas.
As lo haba entendido tambin el propio Emi lio Mola, el gran cocinero de la derecha conservadora. No solamente por su gran preocupacin por contar con unas fuerzas operativas leales y seguras 86 . Tambin porque crea que todos los elementos
amantes de la Patria tenan que organizarse para la rebelda ... dado que las masas proletarias [tienen] una moral y una fuerza considerables. El general Mola, a pesar de sus carencias intelectuales, saba coger el pulso de los tiempos. Por ello en su
Instruccin reservada nmero 1 propona como organizacin conspirativa -que tendra su efecto en el nuevo Estado 87- toda una trama civil parale la (aunque subordinada, sa era la voluntad del Ejrcito) a la trama militar. Porque aqulla no haba de
ser una cuartelada a(l) estilo del siglo XIX, sino una ola de fondo, que saliendo de lo
ms hondo de las entraas nacionales, arrollase todos los obstculos que encontrara.
Por eso Mola Se afanaba en buscar apoyos civiles que los consideraba indispensables para la accin88.
primera se plante una refl exin sobre el particular (vase su Al servicio de la Pa1ria. Las ocasiones perdidas por la dictadura, Madrid 1930). Sus crticas iban dirigidas hacia la lite por su escaso apoyo al dictador, y hacia ste por no haber sabido orientar su gobierno hacia la construcci n de un Estado de nuevo
tipo. Para las consecuencias que tuvo el frustrado golpe de Sanjmjo, vase Morodo, 1985: 67-7 1; Seco
Serrano. 1984: 397-404 (que le da una interpretacin algo distinta); Lleix, 1986a: 105- 107; Arstegui,
l 986b: 10-14; S. G. Payne, 1987: 89. Tambin los carlistas Jo percibieron de ese modo (vase Lizarza,
1969: 31).
85 Citado en lvarez Bolado, 1986-1993: 254.
86 Es conocida la preocupacin del general Mola por contar con un grupo de civiles politizados que,
intercalados entre la tropa, garantizaran la debida disciplina entre stas (vase lo dicho a Oriol o al conde
de Rodezno en Arcars 1940- 1944: lll, 449 y 458). De hecho se fue el papel que cumplieron entre los
desplazados a Somosierra (Julio Orive, 14 de enero de 1992).
87 Sin embargo, el camino q ue llevalia a un pleno encuentro entre las dos facciones y a la creacin
de un Estado de nuevo tipo fue un proceso bastante lento. El 1 de octubre de ese ao se sentaban las bases del caudillaje (el Fhrerprinzip de los alemanes). Slo en abril de 1937 se creaba el partido nico.
Y fue en marzo de 1938 cuando con Ja aprobacin del Fuero del Trabajo se inici una legislacin de corte
abiertamente fascista.
88 Arrars, 1940-1944: Jll, 444-445, e instruccin reservada del 1 de julio, en ibid. pg. 456. La Instruccin reservada nmero J, en De la Cierva, 1969: 769-77 1. Sin embargo, dado el papel subalterno que
los militares impondrn al 111ovi111ie1110 en todo el proceso de construccin del Estado -salvo en cierto
modo en Navarra, como tendremos ocasin de ver- desde su propia gestacin a su culmi nacin -sera
prolijo detenerse aqu en cada episodio-, se ha tendido a subestimar el papel jugado por los llamados
civiles. As, por ejemplo, A. Pascual. 1987- 1988: 546. dice: ese diseo en dos frentes ... no lleg ni siquiera a fu ncionar en Navarra, donde se daban las circunstancias mejores para llevarlo a cabo. Sin embargo, el hecho de que las partes no actuaran en un plano de igualdad no implica la inexistencia de esas
mismas panes. Resulta claro para Navarra.
[72]
Tampoco es que el general Mola fuese especialmente perspicaz en sus apreciaciones del momento: en realidad era una idea relativamente extendida entre los altos
crculos polticos y militares desde la Sanjurjada. As, el general Franco, que por entonces frecuentaba aquellos ambientes de la derecha conservadora y pasaba por ser Ja
figura clave del Ejrcito, rechaz participar en los planes conspirativos que le proponan algunos miembros de la Unin Militar Espaola (UME) en 1935 porque no crea
ya en Conspiraciones de va estrecha ni en pronunciamientos militares tipo siglo pasado. [Lo que quiera que se hiciese] deba estar respaldado por el pueblo89 . Era la
plena confirmacin de la inutilidad de la va golpista y el reconocimiento de que era
necesaria una estrategia de verdadero asalto al poder.
2.5.
MOVIMENTJSTAS
Pero quines eran esas fuerzas vivas de la nacin, ese pueblo racial y sano,
esa ola de fondo autnticamente nacional dispuesta a participar de forma nueva, de
forma violenta en Ja vida nacional, cuando sta se hallara en peligro de muerte segn
aquellos tericos?
En 1933, el entonces embajador italiano en Madrid, Raffaele Guariglia, lo observaba con claridad meridiana. Los vea desperdigados entre catlicos, sindicalistas revolucionarios, partidos de accin popular -debe referirse a la AP de Gil Robles- ,
tradicionalistas, etc.. Ellos, que llevaban e n el gobierno desde 1922 practicando una
poltica de corte fascista -quin lo duda?- , saban que el problema para crear un
rgimen segn su modelo no era tanto de afinidades ideolgicas, de pureza en el modelo (ptica esta que algn estudioso actual prefiere adoptar90). Saban, como escriba e l embajador, que la sustancia del moderno "socialismo nacional", es decir, de
los fascismos, estaba en aquellos partidos de masas organizadas, penetradas del sentimiento nacional y del principio de autoridad de l Estado91 , y al decirlo saban lo que
se decan. Y en Espaa el espectro de los grupos que podan alcanzar ese estado de
cosas era amplio - y a la vez muy lbil- a la altura de 193392 .
Sin embargo, en 1936 las cosas haban cambiado: el panorama, en cie1to modo,
89 L. Surez, 1984: 29 1. En el momento en que Franco anotaba aquello, era Jefe del Estado Mayor y
acababa de caer el gobierno radical-cedista que le haba nombrado. Lo cierto es que Franco en 1935, como
otros conservadores, confiaba an en la va seguida por la CEDA y esperaba que la Re pblica superase
sus dificultades gracias a aqulla.
90
sa es la actitud predominante entre polit logos e historiadores de las ideas. Una posicin en esa
lnea, entre !antas, puede encontrarse en Stemhell, 1989: 8, cita, por lo dems de gran valor.
91
R. Guariglia, Primi passi in diplomazia e rapporti da/l'ambasciata di Madrid 1932-1934, Npoles, 1972, pgs. 240-24 1; cit. en l. Saz, 1986: 49.
92 De modo que no parece razonable hacer historias de la Falange Espaola como la histo1ia del fascismo espa1iol que, como perfectamente observa el embaj ador italiano -que de eso saba algo- era algo
ms amplio y complejo (como en toda Europa, claro est).
[73]
Esa idea de reaccin patritica transitaba tambin entre los crculos eclesisticos
que se carteaban con Roma. Ante la amenaza revolucionaria que consideraba segura
en Espaa (y que la pintaba con tintes apocalpticos), el padre j esuita E. Carvajal en
correspondencia enviada a sus corresponsales romanos ya en 193 1 deca confiar en la
reaccin de parte de la gente de los campos y de las Provincias Vascongadas y de
elementos sanos del ejrcito85. El mismo conglomerado al que apelaban los hombres
de Accin Espaola para una accin de similares caractersticas .
As lo haba entendido tambin el propio Emilio Mola, el gran cocinero de la derecha conservadora. No solamente por su gran preocupacin por contar con unas fuerzas operativas leales y seguras86. Tambin porque crea que todos los elementos
amantes de la Patria tenan que organizarse para la rebelda... dado que las masas proletarias [tienen] una moral y una fuerza considerables. E l general Mola, a pesar de sus carencias intelectuales, saba coger el pulso de los tie mpos. Por ello en su
Instruccin reservada nmero I propona como organizacin conspirativa --que tendra su efecto en el nuevo Estado 87- toda una trama civil paralela (aunque subord inada, sa era la voluntad del Ejrcito) a la trama militar. Porque aqulla no haba de
ser una cuartelada a(l) estilo del siglo XIX, sino una ola de fondo, que saliendo de lo
ms hondo de las entraas nacionales, arrollase todos los obstculos que encontrara.
Por eso Mola Se afanaba en buscar apoyos civiles que los consideraba indispensables para la accinss.
primera se plante una reflexin sobre el particular (vase su Al servicio de la Patria. las ocasiones perdidas por la dictadura, Madrid 1930). Sus crticas iban dirigidas hacia la lite por su escaso apoyo al dictador, y hacia ste por no haber sabido orientar su gobierno hacia la construccin de un Estado de nuevo
tipo. Para las consecuencias que tuvo el frustrado golpe de Sanjurjo , vase Morodo, 1985: 67-7 1; Seco
Serrano, 1984: 397-404 (que le da una interpretacin algo distinta); Lleix, 1986a: 105- 107; Arstcgui ,
1986b: 10-14; S. G. Payne, 1987: 89. Tambin los carlistas lo percibieron de ese modo (vase Lizarza,
1969: 31).
ss Citado en lvarez Bolado, 1986-1993: 254.
86 Es conocida la preocupacin del general Mola por contar con un grupo de civiles politizados que,
intercalados entre la tropa, garantizaran Ja debida disciplina entre stas (vase lo dicho a Oriol o al conde
de Rodezno en Arrars 1940-1944: 111, 449 y 458). De hecho se fue el papel que cumplieron entre los
desplazados a Somosierra (Julio Orive, 14 de enero de 1992).
87 Sin embargo, el camino que llevara a un pleno encuentro entre las dos facciones y a la creacin
de un Estado de nuevo tipo fue un proceso bastante lento. El 1 de octubre de ese ao se sentaban las bases del caudillaje (el Fiilirerprinzip de los alemanes). Slo en abril de 1937 se creaba el partido nico.
Y fue en marzo de 1938 cuando con la aprobacin del Fuero del Trabaj o se inici una legislacin de corte
abiertamente fascista.
88 Arrars, 1940-1944: 111, 444-445, e instruccin reservada del 1 de julio , en ibid. pg. 456. La Instruccin reservada nmero 1, en De la Cierva, 1969: 769-77 1. Sin embargo, dado el papel subalterno que
los militares impondrn al 111ovimie1110 en todo el proceso de construccin del Estado -salvo en cierto
modo en Navarra, como tendremos ocasin de ver- desde su propia gestacin a su culminacin - sera
prolijo detenerse aqu en cada episodio-, se ha tendido a subestimar el papel jugado por los llamados
civiles. As, por ejemplo , A. Pascual, 1987- 1988: 546, dice: ese diseo en do s frentes ... no lleg ni siquiera a funcionar en Navarra, donde se daban las circunstancias mejores para llevarlo a cabo. Sin embargo, el hecho de que las partes no actuaran en un plano de igualdad no implica la inexistencia de esas
mismas partes. Resulta claro para Navarra.
[72]
Tampoco es que el general Mola fuese especialmente perspicaz en sus apreciaciones del momento: en realidad era una idea relativamente extendida entre los altos
crculos polticos y militares desde la Sanjurjada. As, el general Franco, que por entonces frecuentaba aquellos ambientes de la derecha conservadora y pasaba por ser la
figura clave del Ejrcito, rechaz participar en los planes conspirativos que le proponan algunos miembros de la Unin Militar Espaola (UME) en 1935 porque no crea
ya en conspiraciones de va estrecha ni en pronunciamientos militares tipo siglo pasado. lLo que quiera que se hiciese] deba estar respaldado por el pueblo 89. Era la
plena confirmacin de la inutilidad de la va golpista y el reconocimiento de que era
necesaria una estrategia de verdadero asalto al poder.
2.5.
MOVIMENTISTAS
Pero quines eran esas fuerzas vivas de la nacin, ese pueblo racial y sano,
esa ola de fondo autnticamente nacional dispuesta a participar de forma nueva, de
forma violenta en la vida nacional, cuando sta se hallara en peligro de muerte segn
aquellos tericos?
En 1933, el entonces embajador italiano en Madrid, Raffaele Guariglia, lo observaba con claridad meridiana. Los vea desperdigados entre catlicos, sindicalistas revolucionarios, partidos de accin popular -debe referirse a la AP de Gil Robles-,
tradicionalistas, etc.. Ellos, que llevaban en el gobierno desde 1922 practicando una
poltica de corte fascista - quin lo duda?- , saban que el problema para crear un
rgimen segn su modelo no era tanto de afinidades ideolgicas, de pureza en el modelo (ptica esta que algn estudioso actual prefiere adoptar90). Saban, como escriba el embaj ador, que la sustancia del moderno "socialismo nacional", es decir, de
los fascismos, estaba en aquellos partidos de masas organizadas, penetradas del sentimiento nacional y del principio de autoridad del Estado91 , y al decirlo saban lo que
se decan. Y en Espaa el espectro de los grupos que podan alcanzar ese estado de
cosas era amplio - y a la vez muy lbil- a la altura de 193392 .
Sin embargo, en 1936 las cosas haban cambiado: el panorama, en cierto modo,
se haba clarificado. Los catlicos de Gil Robles se hallaban desnortados y su partido
89
L. Surez, 1984: 29 1. En el momento en q ue Franco anotaba aque llo, era Jefe del Estado Mayor y
acababa de caer el gobierno radical-cedista que le haba nombrado. Lo cie rto es que Franco en 1935, corno
otros conservadores, confiaba an en la va seguida por la CEDA y esperaba que la Repblica superase
sus dificultades gracias a aqulla.
90 sa es la actitud predominante entre politlogos e historiadores de las ideas. Una posicin en esa
lnea, entre tantas, puede encontrarse en Sternhell , 1989: 8, cita, por lo dems de gran valor.
91 R. Guariglia, Primi passi in diplomazia e rapporti dall 'ambasciata di Madrid 1932-1934, Npoles, 1972, pgs. 240-241; c it. en l. Saz, 1986: 49.
92
De modo q ue no parece razonable hacer historias de la Falange Espaola como la histo1ia del fascismo espa1iol que, como perfectame nte observa el e mbajador italiano -que de eso saba a lgo- era algo
ms a mplio y complejo (como en toda Europa, claro est).
[73]
disgregndose con una gran rapidez, sin que hubiera dado pasos en la direccin de
movilizar a sus bases al modo fascista -a pesar de la famosa concentracin de El Escorial de 1934 y de que las JAP se aproximaran a Falange. Los monrquicos alfonsinos (los tericos del nuevo Estado junto con Vctor Pradera), a pesar de su radicalismo, nunca haban contado con masas 93 . Por tanto, en 1936 eran la Falange de Jos
Antonio y la Comunin Tradicionalista de Fal Conde las organizaciones polticas que,
manteniendo una actitud beligerante ante el sistema libera l-democrtico estaban penetradas del sentimiento nacional y del principio de autoridad del Estado (Guari glia).
Eran capaces de encuadrar a sectores de poblacin apreciables, y ahora reciban a numerosos desengaados de la CEDA. Eran stas las fuerzas polticas que e mergan
desde el radicalismo y desde la movilizacin de masas. E llos mismos eran conscientes, a pesar de la distancia de origen, doctrinal y de estilo que las separaba, de esa
proximidad esencial -y subrayo lo de esencial, en cuanto que se trata del fu ndamento de la cosa94
Pero se da el hecho de que ambas organizaciones, aun contando con mov iliza r al
Ejrcito, desconfiaban profundamente de unas fuerzas armadas que se presentaran
como corporacin: saban que de ser as, actuaran como representacin y garante poltico de ese conglomerado que hemos dado en llamar establishment (de la derechona
que impedira la revolucin nacional-sindicalista para FE95 , o de los monrquicos
93 El partido alfonsino era como un Estado Mayor... sin tropas que le obedecieran; Ferrer, 1979:
XXX- !, 148. Sin e mbargo, como ya ha quedado dicho, fueron ellos los pri meros en buscar ese ente ndimiento entre conservadurismo y radicalismo en el conocido como Pacto de El Escorial con la futura Falange. Slo que, inmediatamente volvieron los ojos a una posibilidad legal ele asalto al poder con el triunfo
de la CEDA en 1933 y abandonaron aquella va (vase Gil Pecharromn, 1993: 162- 163) .
94
Jos Antonio vea e n los carlistas a los nicos colaboradores posibles a la altura ele abril de 1936
(Payne, 1986: 124). Lo mismo ocurra a la inversa (cfr. Ferrer, 1979: XXX- 1, 150). Eduardo Gonzlez
Calleja ( 1989, 927-934) ve incluso una posible colaboracin tctica entre ambos grupos en sus particulares planes conspirativos. Lo cierto es que Jos Mara Oriol (hijo ele Jos Luis y miembro en ese momento
de la Junta Militar carlista con sede en San Juan de Luz) mantuvo varias entrevistas con Jos Antonio en
la Crcel Modelo de Madrid con vistas a coincidir e n una acto de fu erza (declaraciones e n PA, 2 1 de
noviembre de l 938).
95
La evidencia de que la conspiracin militar come nzaba a fraguar, lejos de animarle [a Jos Antonio] le intranquiliz. Lleg a oponerse a ser presentado a Cortes por Cuenca j unto con el general Franco
porque de ningn modo deseaba que se le identificase con la camarilla de generales (Payne, 1986: 125
y 121 -2). Tema que el fa langismo se convirtiera en "guardia de asalto de la reaccin" (Dionisio Ridruejo, 1964: 77). Fue, precisamente, Ridruejo quien, dentro del falan gismo, ms claro vio el papel neutralizador que jugaba el Ejrcito. Para Ridruejo el Ejrcito (con la Iglesia que actuaba como fuente de
ideologa y tambin de organizacin) era la institucin a travs de la cual la oli garqua integraba orgnicamente a la clase media tradicional -al macizo de la raza, como tambin le llamaba- y la implicaba
en su causa contra el mundo del trabajo. ste fu e para Ridruejo, el gran ensayo del primorri verismo (Ridruejo, 1964: 59-75). Leix ( l 986a: 12 1) ofrece una visin algo simplificada de la posn1ra de Dionisio
Ridruejo. En efecto, a Ridruejo no le faltaba razn. a la burguesa vasca o catalana nunca le interes la
milicia (o incluso formas proto-militares como los exploradores o los grupos de cadetes tan frecuentes en
los colegios de alta alcurnia de Inglaterra o Alemania), y dej que el Ejrcito fuera un cuerpo de ascenso
social para las clases medias y bajas (de ah derivaron no pocos problemas para el Ej rcito); vase Alpert, 1991: 53-56.
[74]
96 E l ca rlismo que tena un proyecto de rgimen bien defini do esperaba poner al Ejrcito al servicio
de aqul (y tenan motivos para c reerlo como puede comprobarse en Ju lio Arstegui, 1986c). Desconfiaban, en todo caso, de unos alfonsinos que haban estudiado movilizar el Ejrcito a su favor, y que, doctrinalme nte, eran de origen liberal. .. incapaces de compre nder la evolucin del mundo y la irrupcin de
las masas populares e n la vida de los pueblos [y que], proseguan en sus pensamie ntos las esperanzas en
una renovacin del siglo x1x (Ferrer, 1979: XXX- 1, 148). De ah el rechazo cerval a que Mola hubiera
pactado su programa con otros mi litares, y, an ms, con los polticos (vase infra o nota de Fal Conde
al general Sa nju1j o, Fe rre r, 1979: XXX-2, 92).
7
9 Pradera, 1935: 274.
98 A pesar de los planes autnomos del carlismo (vase Arstegui , l 986c) siempre se hicieron contando con que el Ejrcito secundara aqullos. Por su parte Jos Antonio fue lcido al decir que sin vuestra fue rza -soldados-, nos ser titnicamente difcil triunfar e n la lucha ... Medid vuestra terrible responsabilidad (Cana a w1 militar espaiio/ de Jos Antonio, cit. en An-ars, 1963-8: IV, 173-174).
99
Se ha solido insistir en que stas no ponan en cuestin el siste ma de mercado y la economa del
capital. Cie1to. Su tra11.1formaci11 era a ntes de orden poltico y social. Pero no es menos cierto que sus
propuestas corporativas, sindicalistas o de catolicismo social, no dej aban indemne el sistema de economa liberal.
100 J. J imnez Campo, 1979: 3 10-3 19 . As lo apreciaron los militares quienes, manteniendo un contac to activo con aqullos (puede verse una bibliografa variada, pero un buen resumen en Payne, 1986:
[75]
tas. Desde que en abri l de 1934 el abogado sevillano Fal Conde se hiciera cargo del
aejo grupo poltico, se haba avanzado por la doble va de la consolidacin organizativa (tanto la regular del partido en torno a sus crculos como Ja militar con el relanzamiento del Requet) y Ja actualizacin programtica en la lnea del nuevo autoritarismo (aunque de inspiracin tradicionalista siguiendo bsicamente los postulados
del integrista Vctor Pradera 1 1). La llegada de Fal a la direccin de la Comunin represent para sus miembros e l comienzo de la estrategia de accin directa y Ja preparacin de la lucha armada contra la Repblica que las circunstancias reclamaban
(segn la vieja tradicin insurreccional carlista, pero, tambin, de acuerdo con los nuevos aires violentos que corran por Europa). Un hori zonte nuevo -escriba Jaime
del Burgo en a.e.t.- se abre ante nuestra vista. Y cegados hasta ahora por la nebulosa de la politiquera, rompemos a aplaudir ante la visin soberbia de las juventudes
dirigidas por un hombre joven'2 . Fue la juventud (animadora despus del Requet)
la que con mayor entusiasmo recibi el nombramiento de Fal. Representaba la ruptura con la tan aborrecida politiquera practicada por la anterior direccin de la Comunin (el grupo encabezado por el conde de Rodezno). Una ruptura y una tendencia que se confirmara definitivamente en octubre de aquel ao, tras la Revolucin de
Asturias 103 . Supona, adems, una nueva mirada hacia Europa. Tras el referente portugus de Salazar, la Comunin se contemplaba en las nuevas realizaciones del canciller austriaco Engelbert Dollfuss, que - aunque pronto iba a ser asesinado- pona
en pie por aque llas fechas su Estado corporativo cristiano (segn el modelo de los
profesores Spann y Vogelsang). Tambin en e l joven editor de la Accin Catlica
belga, Lon Degrelle, lder del rexismo, que al ao siguiente, tras una sonada ruptura
con el partido catlico de Blgica, iba a protagonizar el ascenso de un catolicis mo autoritario y radical en aquel pas. Los carlistas vean en Degrelle, como en Dollfuss, ...
la prueba de que el tradicionalismo era la corriente europea del futuro 104 Les confirmaba en su programa de retorno al ser autntico de Espaa proyectado hacia el
futuro; en su visin cclica de Ja historia. En marzo se haban producido, por lo dems, los contactos con Mussolini (que daran como resultado cierta ayuda financiera
y militar). ste les haba dicho que esperaba que el movimiento [fuera] monrquico
y de tendencia representativa y corporativa 1 5 De modo que se sentan respaldados
en su programa (al margen de la intencin del mensaje de Mussolini) 106
125- 129), no se esforzaron especialmente en llegar a acuerdos pollicos con la Falange (a pesar del pro1agonismo que luego tu vo).
101 Vase M. Blinkhorn, 1979: 29 1 y sigs., y Gon7.le7. Calleja, 1989: 683 y sigs. y 922 y sigs. Sobre
Vctor Pradera puede verse el mismo Blinkhorn, 1979: 2 11 -220 y Morodo, 1985: passim.
101 Obsrvese el contagio de la prosa barroca y ampulosa de la Falange en el ms significado representante de la juventud carlista en aquel momento (Burgo, 1939).
ioJ Lizarza, 1969: 42 y sigs.
104 Blinkhorn, 1979: 209-21 J. Sobre Dollfuss y su Slli11de.11aa1 puede verse A. Whiteside, Austria,
en Roger y Weber, 1971: 243 y sigs.; y sobre el rexismo, J. Steyers, Blgica, en Roger y Weber, 1971:
130-137.
1os Lizarza, 1969: 34-41.
106 A quien vemos, por cierto, mucho ms laxo en su concepcin de lo que deba ser el fascismo que
a algn tratadista de la actualidad.
[76)
Contaba, adems, la Comunin Tradicionalista con una apoyo electoral e instituc ional muy notable en las provinc ias vascas y Navarra (territorio en e l que se sustanc iaba la mayor esperanza de resistenc ia)), segn informe enviado a Roma por e l padre jesuita E. Carvajal, ya en mayo de 1931) 107 , y una cpula operativa en San Juan
de Luz. Era en ese momento ( 1936) la organ izacin clave tanto desde e l punto de vista
militar como desde la perspectiva de dotar a la conspirac in de la camarilla de generales del necesario apoyo de masas con el que no contaba an.
As lo apreciaban tambin los mil itares. Navarra, donde se encontraba el grueso
del carlis mo y la cabeza de la conspiracin militar l08, era el Jugar en el que podan
converger los dos proyectos : el proyecto del establishment de un lado, y e l proyecto
de los sectores movimentistas de otro; e mpeados unos en restaurar y en innovar los
otros (aunque fuera a partir de materiales tan viejos como los aportados por el carlis mo), en controlar frreamente desde arri ba la operacin los primeros y en dar cabida a nuevas fuerzas sociales desde abajo los segundos.
sos eran los nuevos vientos que corran por Europa, no se olvide. Por eso los italianos, que siempre haban credo que para instaurar en Espaa un rgime n similar al
suyo haba que olvidar el primorriverismo, impedir los pronunciamientos militares
tipo Sanjurjo y trabajar entre las masas 109, respiraran tranqui los cuando, ya e n julio, constataron que aque llo era una rebe lin propia y verdadera ... [porque] junto a
los rebeldes de Marruecos y las guarniciones de Pamplona, Burgos y otros centros,
marchan ocho mil voluntarios tradicionalistas)) (cursiva ma)'' Otro tan to se pensaba entre la extrema derecha francesa: Si el Movimiento de l General Franco ha sobrepasado los lmites de un simple pronunc iamiento militar y ha tomado desde el primer momento el carcter manifiesto de una reaccin nacional, se debe al partido
Carlista 111 La clave desde e l rad icalismo para que las cosas func ionara n, para que
las cosas marcharan segn iban en Europa, eran los carlistas y su direccin e n San
Juan de Luz presidida por Manue l Fal Conde.
La clave de la coalicin, por tanto, estaba en ese primer momen to de 1936 e n manos de los mi litares y de los carlistas.
107
Navarra era, en efecto, el territorio clave para el carlismo porque all los Jradicionalistas conservaban el predominio en la Diputacin, Ayuntamientos y en organismos de muy diversa ndole merced a
lo cual disponan de una libertad de movimientos inconcebible en el resto de Espaa, Arrars, 1963-8:
295-6. El informe del jesuita en lvarez Bolado, 1986-93: r, 254. Es1a localizacin territorial y control
institucional recuerda lo ocurrido en las guerras carlistas del XIX con las Provincias vascas confrntese J. U garte, 199 1.
108
Creo - le decan desde Madrid al general Sanjurjo en mayo de ese ao- que la nica posibilidad de hacer algo prctico sera esa a base de los elementos civiles de Navarra y Mola, es decir, entre
el carlismo y el Ejrcito en Navarra (citado por Ars1egui, 1986c: 14).
1
09 Guarig lia, cit. en Saz, 1986: 29 1
110
Infom1e enviado a su gobierno por el entonces embajador italiano P. Pedrazzi el lunes da 20 de
julio de 1936; cit. en Saz, 1986: 2 12.
111
L'Avenir, JO de agosto de 1936, citado en Fal Conde, 1937: 90.
[77]
2.6.
Todo esto pesaba cuando Mola a primeros de julio, utilizando como em isario al
director del Diario de Navarra y diputado independiente por e l Bloque de Derechas
navarro, Raimundo Garca, Garcilaso, se puso en contacto con Fal Conde t t 2
Para e ntonces, Fal Conde haba puesto en pie un fantstico dispositivo militar
que inclua un alto Estado Mayor, unos minuciosos planes operativos diseados por
militares profesionales, unas unidades de tropa entrenadas (el Requet; con grupos
de oficiales instruidos en Italia), una dotacin armamentista notable (pasada a travs
de Portugal y la frontera navarra), una intendencia que inclua asistencia sani taria,
etctera, y unos contactos como eran la Italia de Mussolini y el Portugal de Salazar
(Alemania, a pesar de los viajes de Sanjurjo, quedaba al margen) que garantizaban
un cierto respaldo en e l concierto de las naciones. Contaban , por otra parte, con apoyos financieros propios, serias conexiones militares, y un contacto que se consideraba fundamental: el general Sanju1jo (cabeza simblica del Ejrcito), que se deca
simpatizante de la idea carlista y dispuesto a encabezar un movimiento de este signo
(lo que significaba, en definitiva, aceptar una accin coordinada entre el carlismo y
el Ejrcito, aunque hegemonizada por los primeros en este caso) 113 . No era aquel un
dispositivo sufic iente para rendir a la Repblica, y lo saban. Pero podan negociar
112 Antes Mola haba mantenido contactos circunstanciales con Ignacio Baleztena, miembro destacado de la Junta Regional navarra (mayo; cfr. A. Lizarza, 1969: 11 O) y con Jos Luis Oriol (3 de junio),
ex maurista y diputado carlista por lava (vase supra). quien le prometi una colaboracin casi incondicional. Este ltimo contacto fue largamente criticado por los falcondistas. Para los contactos entre los
carlistas y el general Mola pueden verse - adems de los citados en la nota 69- el libro de Antonio Lizarza ( 1969), Delegado Regional del Requet en aquellas fechas y quiz el testigo ms fiable. Tambin
Jaime del Burgo, 1970: 523-559; Ferrer, 1979: XXX- 1, 160-164; J. Arrars, 1940- 1944: JU, 442-459;
T. Echeverrfa, 1985. Lo han estudiado Blikhorn , 1979: 330-347; Gonzlez Calleja, 1989: 933-941; Pascual , 1987-8: 541-559. Pero el estudio ms minucioso -y seguramente definiti vo en cuanto a la fijacin
de los hechos y circu nstancias se refiere- es el de Julio Arstegui ( l 986c) con un impo11ante trabajo de
crtica documental (y a quien se sigue aqu en los detalles).
113 Vase la bibl iografa citada en la nota 11 2. Tambin la entrev ista a Fal Conde en La Actualidad
Esp(//lola, 6 de junio de 1968. Sobre la estrecha relacin entre el carlismo y el general Sanjurjo puede
verse Ferrer, 1979: XXX-1, 155-6; Echeverra. 1985: 56-61. Los carlistas siempre haban vis10 al general
como uno de los ms afines dentro del Ejrcito, vase por ejemplo la revisia a.e. t. 3, 9 de febrero de 1934
de la Agrupacin Escolar Tradicionalista de Pamplona. Para la ac1itud de Mussolini frente a la Repblica
espaola puede verse Saz, 1986; y para Sala1.ar, C. Oliveira, 1986. Con Salazar los contactos carlis1as fueron frecuentes y al ms alto nivel. Con los italianos mds esportldicos (aunque ms prcticos); en pleno
julio de 1936, Fal destac en Roma a Olazbul con el proyecto - luego no materializado- de canalizar
hacia ellos la ayuda econmica y de armas acordada con Mussolini en 1934 (Sanz, 1986: 172- 173). Por
lo dems, Espan no esrnba en1re los asuntos i111po11a111es del staff 11a1.i alemn. Sanju1jo visit Berln en
febrero o mar1.0 de ese ailo, pero sin cn1rar en contacto con mhiros gubernamentales. Sus contactos se
li111itaron a grupos de la industria aeronu1ica alemana (cfr. Vilas, 1974: 255-304). Sobre el llamado Plan
de los tres frentes, vase Ferrcr, 1979: XXX 1. 154 159. V11se rn111hin !labia Fal Conde: As fuimos a
las trincheras, Lti l\c111alidad Espwiolo. 6 de junio de 1968.
[78 ]
muy favorablemente la colaboracin con el Ejrcito -y lo que ello representabade modo que lograran una aceptable realizacin de su programa de Monarqua tradicional.
Porque, en efecto, tambin los sectores movimentistas buscaban la alianza con los
conservadores (con los polticos, decan ellos) a travs del Ejrcito 114 Pero la queran, naturalmente, bajo su liderato, con la idea clara de engendrar un nuevo rgimen
en el que se hiciera realidad la utopa de la transformacin de l ciudadano comn en
el nuevo hombre hispano, el caballero cristiano.
Naturalmente, todo aquel dispositivo militar deba ponerse al servicio de una idea:
la vieja idea carlista de una Monarqua Tradicional actualizada en una primera instancia por Yzquez de Mella y defi nitivame nte form ulada por Vctor Pradera como
un Estado Nuevo basado en la tradicin y configurado como una monarqua corporativa y catlica 115. As se lo haban expuesto ex presamente a Sanjurjo 116. Las cosas estaban claras: ninguna concesin al decadente liberal ismo.
ste fue e l punto de vista que Fal contemplaba cuando el da 11 de j unio redact
la nota 11 7 (vase Anexo) que al da siguiente entreg Raimundo Garca a Mola. Sobre esta nota vers tambin la conversacin que ambas personalidades man tuvieron
en el monasterio de lrache el 15 de aquel mes (en la que sera su primera entrevista).
Sus presupuestos eran meridianos. Se buscaba la ruptura radical con cualquier form a
de liberalismo (Derogacin de la Constitucin y no suspensin como pretendan
114
Es cierto que exis1fan dos 1ipos de planes en la direccin carlista: un plan de colaboraci n con el
Ejrcito y 01ro autnomo (si n una colaboracin expresa del grupo de generales) (vase A rstegu i,
l 986c: 40) . Creo, sin embargo, que el segundo plan era el menos deseado por los carlistas: no por menos
atractivo (hubieran tenido las manos libres para disear el rgimen segn su ideario, de haber tenido xito),
sino por la dificultad , si no imposibilidad, de que resultara triun fante. Creo que ms bien era el anna indispensable parn una negociacin en condiciones. Tambin los militares amenazaron con i r sin los carlistas (vase carta de Mola a Fa! del 9 de julio, Ferrer, 1979: XXX-2 pg. 99), pero saban que stos eran
indispensables para la accin (lnforme reservado de Mola del 1 de julio, A rrars, 1940-1 944: 111, 456).
115
Vase J. Vzquez de M ella ( 1953) y, sobre todo, el libro de Vctor Pradera ( 1935); un anlisis de
ellos en Blinkhom , 1979: 2 11-220 y M orodo, 1985: 204-22 1. M orodo (pg. 204) considera que con Pradera
c ulmina el proceso ideol gico de fascisti zacin del g rupo de A ccin Espaola, y lgicamente
- aadimos- . del grupo directivo de la Comunin Tradicionalista que asumir la doctrina de Pradera como
propia -<:omo lo demuestran las posteriores publicaciones de Fal, especialmente, la Manifestacin de los
ideales tradicionalistas a S. E. el Generalsimo y Jefe del Eswdo Esp01iol (ej emplar ciclostilado en A RSU)
10 de marzo de 1939; el Bosquejo de la futura organi1..acin poltica espaola inspirada en los principios
tradicionales, est redactado en junio de 1938, y se trata de un verdadero proyecto constituyente para la
Espaa de Franco, que ste, naturalmente, ignor: en 1939 el carlismo em ya una fuerza derrotada.
116
Vase lo reseado por Sanjurjo en su Diario (u1 Ac111a/idad Espa1iola, 6 de junio de 1968), o lo
transcrito en L. Redondo y J. Zabala, 1957: 348-349.
117
Fal la vea corno un programa de mni mos: En ella no se peda ni la monarqua ni la dinasta, ni
siquiera el gobierno ... , solamente se pedan garantas prcticas de que lu direccin poltica sera antiparlamentaria y con desaparicin de partidos, a fin de que los polticos no se lanzaran sobre el botn esterilizndolo todo (Can a de Fal al general Sanjurjo, rerrer, 1979: XXX-2, 9 1-92). Es decir, garantas para
edificar un 1111evo Estado espaol (el de la vieja monarqua espaola, segn el mito carlista). Vase M orodo, 1985: 206-209.
[79]
los militares; disolucin de todos los partidos ... , inc luso los que hayan colaborado118) y con su nueva forma democrtica republicana (de las leyes laicas y de las
atentatorias a la unidad patria y al orden social, etc. 119). Pero, sobre todo, se requera de los militares medidas que garantizaran una progresin hacia la monarqua corporativa (anuncio de reconst1uccin social, orgnica o corporativa ... , reforma de todos los cuerpos del Estado), y como expresin de ello, por supuesto, un movimiento
presidido por la bandera bicolor 12. Era, por tanto, un programa que rechazaba frontalmente el liberalismo -y su prolongacin, el rgimen democrtico-121 , para proponer una nueva frmula constituyente (nada de limitarse a blindar el Estado como
pretenda el establishment). Haba que crear una nuevo orden 122 que mirara al futuro,
rescatando lo genuinamente propio del pasado. Un rgimen basado en el genio y el
temperamento espaol, en la Unidad de Fe cat)jca y de destino comn que era Espaa. Un rgimen cuya vena y nervio fuera la Doctrina tradicionalista, que fuera
plenamente nacional, basado en el Derecho Pblico Cristiano y en la constitucin
histrica y tradicional de Espaa (lo que en el neotradicionalismo se denominaba la
constitucin interna de la nacin). Una nacin, cuya Soberana y mando nico fuera
encarnado por el Rey, cabeza de una Monarqua Tradicional de estructura corporada
(Consejos, Cortes, Municipios, Regiones y Familias). Y, naturalmente, una nacin que
118 Porque, deca Fal en carta del 8 de j ulio al general Mola (Ferrer, 1979: XXX-2, 97) para que el
Directorio sea antiparlamentario, tiene que empezar por disolver a los partidos... Y que se acabe con el
sufragio liberal inorgnico. ste fue un tema recurrente frente al progresivo predominio de la Falange
en el nuevo rgimen y su propuesta instaurada de partido nico. Fal Conde siempre insisti en la e liminacin total de los pa1tidos, incluido aquel partido nico -que lo consideraba un residuo del liberalismo-, para hacer que la sociedad se integrara directamente en el Estado.
119 Es decir, como dice Arstegui ( 1986c: 45), derogacin de toda la obra refonnista de la Repblica.
12 Se ha dicho -y aqu se dice otro tanto- que el asunto de la bandera simboliz la pugna entre
ambos bandos por el tipo de rgimen a instaurar de alcanzar los objetivos del golpe. Sin embargo, haba
por parte de Fal una lectura inteligente de aquel tema, y de que hubiera afectado notablemente, de no haberse resuelto al poco tiempo -como as fu e-, al apoyo de masas que la conspiracin buscaba. Deca
Fal: El punto relativo a la bandera es de obligada lealtad a nues1ra masa. Aunque hubiera que pedir a
los dirigentes que se sobrepongan a los smbo los, nunca se podra hacer entender a las masas otro lenguaje que el simblico (carta de la Comuni n Tradicionalista a Mo la; Ferrer, OC, tomo XXX-2 pg. 89).
En efecto, el rechazo de una parte de la poblacin hacia la Repblica se mani festaba en una violenta recusacin de la bandera o el Himno de Riego (vase, por ejemplo, EPN, 11 de marzo de 1937). Sobre este
tema volveremos, pero puede verse E. Cassirer, 1981.
121 Porque haba que acometer el remedio en su raz [y no], meramente en sus accidentes (carta de
Pal a Mola, Ferrer, 1979: XXX-2, 94).
122 La expresin nuevo orden es del propio Fal Conde. En este resumen sigo la Manifestacin ... (vse
nota 115) que en su parte doctrinal fue redactada en 1938, momento en que Fal puso en orden sus ideas.
Aunque ya antes Jos M. Arauz de Robles (1937) haba publicado un programa corporativo en el marco
de la campaa a favor de la que llamaron Obra Nacional Corporativa, la que pudo ser gran organizacin
de masas carlistas de signo corporativo, que creci entre octubre y diciembre de 1936 --en que fue desbaratada por Franco y los militares. Acuerdo de la Junta Nacional Carlista de Guerra (PA y EPN, 15 de
septiembre de 1936).
[80]
fuera fiel a su misin apostlica, civilizadora, catlica y aventurera, luchando contra la Revolucin internacional y restaurando la Hispanidad. Un programa, al fin y
al cabo, de nacionalismo mesinico y de adhesin moral de la poblacin al Estado 123,
una alternativa radical a la democracia en la edad de las masas, un programa de su
tiempo, moderno -a pesar de sus claros componentes neotradicionalistas 124- , que
podra emparentarse con frmulas como el Estado Novo de Salazar, el Stindestaat
austriaco, el nuovo Stato italiano, el Rechtsstaat schmittiano o, incluso, con el llamado Behemoth (Neumann, l 941 ) de Rosemberg y Hitler - hechas, lgicamente, las
salvedades nacionales y culturales evidentes 125 . Fal Conde lo volva a recordar
en 1968: pedamos Ja reconstruccin orgnica de la sociedad [y en esa exigencia]
iba implcito el germen de la monarqua tradicional 126 (A fines de 1936, en plena
guerra, lo inte ntaran de nuevo con grandes y efectivos logros a travs de la ONC, Ja
Organizacin Nacional Corporativa, lo que le cost a Fal el exilio en Portugal.)
Haba, adems, otros puntos instrumentales y de participacin en el gobierno encaminados al cumplimiento del programa (un Directorio, compuesto por un militar
y dos Consejeros civiles designados previamente por la Comunin Tradicionalista,
etctera) 127 La aceptacin por parte de los generales de un programa de estas caractersticas hubiera asegurado al carlismo la supremaca en la nueva situacin.
Por otra parte, esperaba poco del clsico golpe de Estado al que intua se dirigan los generales. En una circular enviada a varias personalidades de la Comunin
Tradicionalista a finales de ese mismo mes argumentaba que el clsico golpe de Estado en su proceso y en su finalidad participa de caractersticas de aquellas tcticas
posibilistas [se refi ere al accidentalismo de la CEDA]; a cambio de sumar colabora-
123 Por muchas protestas de a11tiestatismo que se hicieran, que eran ms bien ataques a su competidora la Falange.
124 Dado su continuidad en el tiempo y en sus smbolos, el carlismo ha tendido a ser tratado como un
anacronismo. Sin embargo, como ocurri en los primeros tiempos de la Restauracin en que de movimiento insurrecciona! supo refundarse como partido de masas apto para el juego parlamentario (vase Canal, 1995), durante la 11 Repblica se transform hasta aproximarse a los partidos milicia del momento.
125 Est claro que aqu hago un uso proteico de esta categora -como no puede ser de otro modo por
lo dems. Se ha vertido, esti mo, que un exceso de tinta sobre si alguno de ellos fue un rgimen fascista
o dej de serlo. Est claro que co1Tespondieron a un tipo de Estado bsicamente similar (nacionalismo
extremo, comunidad cari smtica, mito nacional, naciones en estado de emergencia) sistemas que se plantearon el problema de la integracin de las masas desde la adhesin moral de stas al Estado. Lo que en
sentido lato ha dado en llamarse fascismos. Creo acertados los enunciados de Stuart Woolf ( 1986: 325)
que encuentra diferencias pero un indudable parentesco entre estos regmenes. Tal vez la reiterada apelacin a la tradicin nacional para legitimar esos regmenes ha confundido al estudioso. Unos regmenes
ciertamente variopintos, pero no ms que las democracias o los regmenes comunistas, sin que por ello
los analistas de ninguna disciplina hayan entrado en un debate nominalista sobre su condicin bsica (de
reificaci611, en expresin de Stuart Mili, al confundir el ser con su denominacin, tal como lo recoge Ucelay Da Cal - 1988: 5 1- de S. J. Gould).
126 Momejurra 44, diciembre de 1968, citado en Echeverra, 1985: 83-84.
127 Recogido en Lizarza, 1969: 111 - 1J 2 y Ferrer, 1979: XXX-2, 86-87. Es significativo que el segundo consejero -el primero se lo reservaban- se lo asignaran los carlistas a Jos Antonio (Lizarza,
1969: 11 2), y no a los polticos como Gil Robles. por muy catlico q ue se proclamara.
[81]
ciones, sin tamizar cualidades morales, se transije [sic] sobre el futuro poltico hasta
frmulas inadmisibles ... La empresa es obra de abnegacin y de pureza y... nunca lograr salvar a Espaa, mientras no se sustente en bases slidas .. . fy se realice con] el
herosmo que es patrimonio de los altos ideales 128 No era pues -como ocurra en
el caso de Mola o los sectores conservadores- una simple cuestin de apoyo de masas. Haba un proyecto de regeneracin, lleno de voluntarismo y ardor mstico ciertamente, pero un proyecto para el futuro al fin -aunque se mirara en un pasado mtico. Para ejecutar aquella empresa, Fal Conde nunca haba credo en una simple
unin de derechas. La misin iba mucho ms all de la toma del poder por mtodos legales o ilegales. Prefera hablar de frente nacional contrarrevolucionario, trmino que, deca, expresaba verdaderas sustantividades antirrevolucionarias 129 . Haba que hacer Ja contrarrevolucin -que es otra forma de adentrarse en el maana a
di ferencia del conservadurismo.
Natural mente, Mola no acept el programa carlista. Hacerlo hubiera supuesto reconocer la primaca carlista, lo que justamente se trataba de evitar desde el conservadurismo. Se entraba de este modo en una tensa dinmica negociadora, al borde de la
ruptura 130, jugada con habilidad por ambas partes -y en Ja que los carlistas contaron
con la proximidad del general Sanjurjo. La tensin se mantuvo hasta los ltimos das.
Ambas partes mantenan firmes sus posiciones y la situacin era equilibrada: Fal no
podra ya lanzarse contra la Repblica sin los militares definitivamente controlados por
Mola, pero ste no podra dar el paso sin contar con el apoyo carlista sin poner, con
ello, en serio peligro toda la operacin de destruccin de la Repblica (ya se prevea
el fracaso del golpe y su conversin en guerra civil ms o menos prolongada, para lo
que Jos militares necesitaban de ese apoyo militante). Los detalles de aquella tenssima
negociacin nos son bien conocidos y han sido ordenadamente expuestos por el profeso r Julio Arstegui 131 Menos conocidos son los contactos mantenidos al margen de
las cabezas de ambos bandos y que rompieron definiti vamente aquel equilibrio del lado
de los militares (y que aqu podremos reconstru ir sigu iendo e l Diario indito del Conde
de Rodezno), y el tej ido social en el que se produjo el desenlace.
Porque, en efecto: finalmente, el equilibrio fue roto a favor de los militares por la
intromisin en la negociacin del conde de Rodezno, y el amplio uso que hizo ste
de sus conocidos y amistades en aquella regin clave que era Navarra.
Una intromisin que fue auspiciada por otro de los personajes clave en el desenlace, el diputado a Cortes y director del Diario de Navarra, Raimundo Garca, hombre especialmente bien relacionado tanto con los crculos militares y polticos como
con los carlistas 132 Ya don Rai mundo vena jugando un papel muy relevante en toda
128
[82]
hasta 1962, poco antes de su muerte). Corno 1al fue uno de los principales impulsores del 11avarris1110 como
ideologa local, integrista y anti rrevolucionaria (que tendremos ocasin de seguir en la Parte Tercera). Muy
apreciado e inluyentc en los crculos locales (fue nombrado Hijo Adoptivo de Ja Provi ncia en 1922, y mantena un estrecho contacto con la gente del Crdito Navarro y las buenas familias de Pamplona), polticamente estuvo en un principio con el maurismo. Durante la dictadura de Primo (era amigo personal del general) fue nombrado miembro de la Asamblea Nacional; y, ya con la Repblica, elegido diputado a Cortes
por el Bloque de Derechas en Navarra. Esto le permiti mantener una extensa red de contactos en Madrid
(sus labores de mediacin son sobradamente conocidas). Sus relaciones eran tambin excelentes con el
grupo de los militares africanistas, con quienes coi ncidi en Mam1ecos - lugar al que se haba desplazado
como reportero de guerra- , desde Berenguer a M ola, de Franco a Milln Astray. El contacto con los carlistas era tambin luido en el marco del B loque de Derechas, especialmente a travs de M artnez Berasin
(vase Ollara, Garcilaso y el A lzamiento Nacional, Diario de Navarra, 24 de octubre de 1962; Fernndez Viguera, 1986; y Snche:t:-Aranda y Zamarbide, 1993; tambin testimonio de Luis Martnez Erro,
13 de enero de 1993, hijo de Martnez Berasin; y Jaime del Burgo, 15 de junio de 1993).
133 Papel de mediacin que ya j ug en la elaboracin y aprobacin de la Ley de Rgi men Local
de 1925 en lo concerniente a Navarra, en la que tambin utiliz sus contactos militares (aunque sali mal
parado en un nuevo intento en 1927 con motivo de la renegociacin del cupo). Vase Snchez Aranda y
Zamarbide, 1993: 123- 130. Tambin fue personaje clave en el proceso de decantacin de Navarra ante el
llamado Estatuto vasco de Estella (J imeno Ju ro, 1977: 124- 125). En su correspondencia (que puede consultarse el Archivo del Diario de Navarra, AR ON) puede verse a Garcilaso inter vi niendo ante algn ministro para lograr el nombramiento de algn pamplons como presidente de audiencia en alguna provincia, conspirando para nombrar senadores, facilitando la legalizacin de algn local de los luises,
preser vando el buen nombre de algn ilustre pamplonica tras la quiebra de La Agrcola ( 1925 y 1934) o
mediando para la concesin de una lnea de autobuses a Hurguete. Garcilaso o Amezria ejerca de puente
entre la red de relaciones locales y familiares establecida en Pamplona y Navarra y la nueva administracin estatal que an no haba impuesto sus princi pios de racionalidad, impersonalidad y neutralidad (segn la idea del liberalismo).
134
Desarrollo esta cuestin en U garte, 1996.
[83]
en sustancia sus posiciones. El 13 de julio, fecha del asesinato de Calvo Sotelo y con
la sublevacin prcticamente en marcha, el ncleo carlista de San Juan de Luz se mantena firme: as lo expresaba en carta enviada al cabeza de l carlismo navarro, Joaqun
Baleztena, en esa fecha Don Javier 135 , futuro regente avalado por la legitimidad del
rey carlista Alfonso Carlos y de acuerdo con Fal. Mola, que ya haba ofrecido introducir el programa carlista como tema de discusin de gabinete, necesitaba perentoriamente de stos. Se encontraba acorralado.
Pues bien, fue Garcilaso el que, tras haberse entrevistado con Calvo Sotelo en
Madrid y vistas las dificultades surgidas con el equipo de San Juan de Luz, sugiri al
general un contacto a travs del conde de Rodezno con los lde res navarros del carlismo Joaqun Baleztena y Jos Ma11nez Berasin. Ellos eran quienes controlaban directame nte la disciplinada y numerosa fuerza carlista. El co ntacto se produjo el
da 9 de julio 136 . Este episodio, interpretado en trminos de traicin por el sector que
segua a Fal Conde 137 , fue l.a consecuencia lgica de la evolucin ms reciente de la
Comunin.
Toms Domnguez Arvalo, conde de Rodezno, era un poltico a la vieja usanza
(era un poltico hubiera dicho, sin ms, Fal Conde). Habitual en los medios de la
alta poltica madrilea, propietario de varias fincas en Navarra, Logroo y Cceres,
con su estilo de bon vivant y la prosapia del aristcrata 138 , su medio de relacin natural era el grupo de personas que hemos caracterizado ms arriba como establishment. A sus altos contactos en Madrid, una su ascendencia sobre Jos medios polticos y financieros de Navarra --que l cultivaba con mimo. Viejo notable carlista,
haba dirigido la Comunin hasta abril de 1934 con la idea de sumarse a cualquier
iniciativa de orden conservador. Su tctica gradual pasaba por un acuerdo con los alfonsinos (de ah su poltica de Bloque Nacional con Renovacin Espaola).
Su accin lenta y parlamentarista choc con algunos sectores ms dinmicos dentro de la Comunin -y con la desconfianza del rey carlista por sus intentos de aproximacin a la otra dinasta. De tal suerte que, en 1934, fue relevado de la direccin
del partido. Eran tiempos para Fal Conde 139 . Sin embargo, el nuevo estilo de Fal, si
bien conect con facilidad con los jvenes de las ciudades (las AET de Pamplona, por
ejemplo), no fue bien recibido por los caciques comarcales del carlismo (en palabras de Lizarza) 140 Aquella actividad frentica - la que Fal haba impuesto a la or-
[84]
14 1
142
[85]
vistaba con la Junta. La reunin tuvo lugar en casa de Luis Arellano y acudieron, adems, los diputados tradicionalistas de l Bloque. Rodezno dio su punto de vista: Si e l
movimiento militar era un hecho -dice en su Diario- , parec a imposible que los
carlistas nos quedsemos en una esquina en la lucha contra el comunismo. No era
cosa de detenerse en los programas, haba que entrar en accin ya. Por su prute, Joaqun Baleztena, presidente de la Junta y al corriente de las dificultades que mantena
el general con Fal Conde (no en vano haba sido el portador de la carta de ruptura entre Fal y Mola, y haba participado en la redaccin del documento de Fal), expuso los
criterios de aqul. Sin embargo, hombre firme y con gran prestigio en Navarra pero
muy influenciable por la persona de Rodezno 146, Baleztena entendi los argumentos
de aqul. As fue como en la reunin se decidi ir a San Juan de Luz a obtener la autorizacin regia para sumarse al movimiento mi litar a cambio del control de las instituciones provinciales y locales (ofe1tada por el general) 147
Por su parte, el general ya haba enviado a don Raimundo a intentar mediar con
San Juan de Luz, con la cpula carlista presidida por Fal 148.
El conde y los notables navarros 149, con su actitud pragmtica (malminoristas les
llam Fal 15), no comprendieron -o, tal vez, algunos no quisieran hacerlo-- la dura
pugna que se libraba entre Mola y la direccin de San Juan de Luz. Ante la oferta hecha a la Junta Regional por parte del general forzaron a su direccin nacional a cerrar un acuerdo in extremis con Mola y los generales ( 15 de julio). De este modo los
carlistas terminaron movilizndose con la nica esperanza para las posiciones movimentistas mantenidas por Fal Conde de una prometida mediacin del general Sanjurjo
que, esperaban, fuera favorable a sus tesis (en medio viajes por la frontera, autorizaciones regias, escritos de Sanjurjo, etc.)t 5 t.
En cierto modo, era natural que tal ocurriera, despus de todo, los personajes clave
en la regin decisiva para el carlismo, Rodezno o Jos Luis Oriol --que desde lava
estuvo siempre en perfecta sintona con e l primero, y haba sido el primer jefe carlista en poner al Requet a disposicin de Mola 152- , pertenecan a ese sector social
146
[86]
que haba puesto todas sus esperanzas en el Ejrcito. Por su parte, las autoridades del
carlismo navarro o alavs, las familias influyentes (los Martnez, Baleztena, Martnez
Morentn o Martnez Vlez), se fiaban ms de un control concreto y local, que de los
grandes pactos programticos. Entendan de lealtades personales y no tanto de las ideolgicas de la direccin nacional carlista. Y las lealtades y acuerdos concretos pasaban ms por Rodezno y Oriol que por Fal Conde y su equipo - nunca suficientemente
asentado en la regin 153.
Por su parte, si los principales jerarcas carlistas de Navarra se inclinaron por el
conde (frente a Fal) la masa que ha sido siempre mu y dcil en Navarra, muy disciplinada y mu y leal -es decir, que valoraba sobre todo la lealtad personal- , sigui
a don Toms. Si los primares de l partido se hubieran posicionado con Fal Conde, probablemente el partido hubiera hecho otro tanto 154 . La razn de este seguidismo, segn el criterio de Jaime del Burgo (en la cpula militar en aquel momento), era que
en Navarra, el llamado pueblo carlista, no entraba a discernir en las razones de unos
u otros. Sobre todo la gente era muy disciplinada. Lo que deca la Junta Regional
era artculo de fe. Por qu? Porque la Junta Regional la nombraba Alfonso Carlos,
Alfonso Carlos era el Rey y e l Rey era el que mandaba 155 Aquello funcionaba como
una gran red piramidal de lealtades personales en la que, salvo en la cpula, los debates programticos entre Mola y Fal, de haber trascendido, no se hubieran considerado en sus trminos polticos sino de lealtades personales. No era an tiempo de discusiones programticas; slo se entenda de intercambios y favores concretos, tal
como funcionaba la sociedad navarra del tiempo.
Pues bien, en todo aque l entramado, si fue fundamental e l papel jugado por e l director del Diario de Navarra -de quien hemos hablado ya- , no lo fue menos el jugado por Jos Martnez Berasin, director del Banco de Bilbao en Pamplona, miembro de la Junta Carlista y alma del Bloque de Derechas navarro 156 (acostumbrado, por
tanto, a mediar entre e l carlismo y el cedismo de la Unin Navarra de Rafael Aizpn,
quitecto, cabeza de una poderosa dinasta financiera vasca, estaba perfectamente relacionado con los ambientes polticos, econmicos y militares de Madrid. En lava contaba con su brillante secretario Jos
M. Elizagrate (con el que tennin teniendo notables diferencias personales, vase AHN-SC Interior. Expedientes Policiales. H 8 10 y Ugarte, 1990). Su contacto era tambin muy luido con los militares de la
guarnicin de Vitoria, especialmente con el entonces teniente coronel Camilo Alonso Vega (amigo personal de Franco, motivo por el que Mola tena especial atencin con l). Justamente fue en la tarde de ese
mismo 13 de julio cuando lndalecio Prieto, en viaje urgente a Madrid, avisado del asesinato de Calvo Sotclo, sorprendi a ambos en el restaurante del Hotel Frontn de Vitoria, donde, a buen seguro, Oriol puso
al militar al codo firm e - si se me permite usar de nuevo este tropo algo tosco- (vase Prieto 196 1:
43-44, y Feli pe Garca Albniz, 26 de enero de 1987).
153 Burgo, 1970: 545.
154 Jaime del Burgo, 9 y 11 de j unio de 1993 ( 103.A: 380).
155 Jaime del Burgo, 11 de junio de 1993 ( 103.B: 280).
156 Martfnez Berasin era quien controlaba la mecnica electoral en Navarra a travs de sus contactos en las principales localidades de la provincia (informacin facili tada por Javier Lizarza). Trabajador,
organizado, fue, desde su posicin de presidente de la Junta Central de Guerra Carlista de Navarra, el
hombre clave del carl ismo navarro una vez iniciada la guerra (Blinkhom, 1979: passim).
[87]
a compatibilizar el populismo carlista con las lites econmicas del Crdito Navarro157). Berasin estuvo en el centro de todos los contactos mantenidos entre los das 9
y 15 en e l seno del carlismo. Ya previamente deba tener una informacin privilegiada
sobre todos los preparativos militares. Su hijo Luis Martnez Erro era el encargado de
transcribir todas las instrucciones reservadas que el general Mola envi a los Goded,
Quindeln, Yage, etc. Instrucciones que se guardaban hasta ser transmitidas en la
oficina que el director del Banco de Bilbao tena en la Bajada de Javier. Al parecer
al hijo le reclut directamente el capitn Barrera. Pero tambin es probable que la labor le hubiera venido encomendada a travs de Garcilaso, de quien era asiduo 158.
Pues bien, si la trama de la conspiracin fue tejindose a travs de la anterior red
social de amistades, parentescos y clientelas dentro del establishment, Garcilaso y
Martnez Berasin actuaron como nudos firmes 159 (papel que ya venan jugando de
antao) de aquella red que se extendi por toda Espaa pero que tuvo la malla ms
tupida en Navan-a. Garcilaso inclua al mundo que giraba en torno al Diario de Navarra, lugar de encuentro del mundillo poltico y del dinero de Pamplona, y de los
crculos cultivados de la capital1 60. Por su parte Martnez Berasin comunicaba desde
su despacho en el banco con el mundo de los negocios de la capital y con los agricultores de la provincia; y, a travs de la tienda de objetos litrgicos regentada por
sus hijos con la clereca local 161 . Era presidente de la Junta Local Jaimista y sobre l
haba recado toda la organizacin del dispositivo electoral a lo largo de los exitosos
157
[88]
162 EPN, 5 de abri l de 193 1. El perspicaz subdirector del Diario de Navarra era de la misma opinin
en J937 (Elad io Esparza, 1937: 125-J 26).
163 Vase Touchard, 1960 y, para el caso navarro y sus clases medias, Ugarte, 1996.
164 El carlismo, desde Navarra de un lado y con Fal Conde de otro, cre una poderosa eslructura institucional, econmica y militar durante 1936, que a duras penas pudo descabezar Franco, ya como jefe
de Estado (sobre la estructura militar vase Burgo, l 992a).
[89]
2.7.
DESENLACE
En efecto, se fue el primer episodio hacia la primaca de los militares y sus representados (gente acomodada, polticamente de RE y CEDA) e n la nueva Espaa.
Mientras tanto, Rodezno, tras recibir la noticia del asesinato de Calvo Sotelo y ante
la gravedad de los hechos 165 , viajaba para ponerse en contacto con sus pares en Madrid. Esa misma noche del 13 de julio se entrevistaba con el presidente de Renovacin Espaola, Antonio Goicoechea, en casa de la viuda del marqus de Comillas. Es
de suponer que se pusieron mutuamente al corriente - aunque este extremo no consta
en el diario del conde. En cualquier caso, acordaron una estrategia comn para el parlamento (manifestar con firmeza su incompatibilidad con ste) 166 que Ja ejecutara dos
das despus el representante del Bloque Nacional, conde de Vallellano, en la Diputacin Permanente de las Cortes con el apoyo de todas las minoras de la derecha, especialmente el representante de CEDA, Gil Robles -sesin del 15 de j ulio a la que
hemos hecho referencia en pginas anteriores y que produjo aquel impacto en Salinillas.
Dado que las Cortes estaban suspendidas y el ambiente se haca irrespirable en
Madrid, el conde decidi volver a Pamplona Ja noche del 14. Despus de todo, lascosas no estaban plenamente atadas en el norte 167 . Todo induce a creer que en la reunin con Goicoechea se produjo un cierto reparto de papeles: si al presidente de Renovacin Je toc cubrir el frente parlamentario a travs del conde de Vallellano, a
Rodezno le toc el conspirativo.
La maana del da 15 llegaba a Pamplona. Y fue ese da cuando el comandante
Utrilla - leal a Fal- daba instrucciones, siguiendo lo ordenado desde San Juan de
Luz, para poner en situacin de alerta al Requet. All, ante las presiones recibidas
desde Navarra, y con una breve nota de Mola obtenida a ltima hora por Antonio Lizarza a ttulo justificativo, tras unos das angustiosos y estimando inevitable la marcha hacia el levantamiento, se consenta en ello 168 . De ese modo se pona el radica-
165 Con el asesinato de Calvo Sotelo el 13 de julio, la situacin, crean, haba terminado de madurar.
Era ste el anuncio de que la revolucin roja era inminente, dice el viejo carlista Melchor Ferrer
(1979: XXX-1).
166 Rodezno, Diario, pg. 8.
167 Rodezno, Diario, pg. 9. No fue el conde el nico en salir de Madrid. A l da siguiente, 15 de julio, mircoles, salan de Madrid por distintos conductos y destinos varios Gil Robles, el conde de Vallellano, Antonio Goicoechea, Lerroux, etc. (Arrars, 1863-8: I V, 389). Qu duda cabe que las cartas estaban echadas. El propio Rodezno se buscara su retiro para la noche del 17 al 18 en casa del prroco de
Lanz, Erasmo Garro, a un paso de la frontera (Rodezno, Diario, pg. 11).
168 Si bien la Junta de San Juan de Luz control hasta el ltimo momento la lnea de mando del Requet (Alejandro Utrilla, Inspector Jefe del Requet Navarro reuni a los oficiales de la organizacin el 13
de julio para decirles que pasara lo que pasara, no obedeciramos otras rdenes que las que vinieran por
conducto de las autoridades de la Comunin, es decir, a travs de l mismo y no posibles rdenes provenientes del gobierno militar - Burgo, 1970: 523- , instruccin que haba dado personalmente Fal
Conde - Arstegui, l 986c: 60-), tras el 15 de julio las autoridades navarras comenzaron a dar instruc-
[90]
lismo, ya parcialmente derrotado, y su fuerza, el Requet, a las rdenes de los generales. Paralelamente, el conde de Rodezno -recin llegado de Madrid- se reuna a
las once de la maana con Martnez Berasin, Raimundo Garca, Luis Arellano, Eustaquio Echave-Sustaeta, y algunos otros, para ultimar los preparativos del levantamiento y garantizar la coordinacin de las provincias del norte. Se creaba la nueva direccin pragmtica y colaboracionista que guiara - no sin conflictos- al grueso del
carlismo durante la guerra. El movimiento haba quedado descabezado t69.
Tras la reunin, el conde de Rodezno sali en compaa de Eustaquio EchaveSustaeta -que volva a Vitoria 170- camino de San Sebastin. A la maana siguiente
se entrevistaba con Vctor Pradera a quien pona al corriente de todo. Establecido el
contacto en Guipzcoa -y tras dejar a su familia en Lecumberri- don Toms volva a Pamplona donde mantuvo una ltima reunin con la Junta Regionalt71 Todo estaba listo, tambin Fal y el Prncipe Javier, aunque a su pesar, haban consentido en
la movil izacin. A Pal Conde no le qued otra solucin que plegarse a las exigencias
de los mi litares y marchar a sus rdenes (bajo la frmula provisional de una mediacin futura por parte del general Sanjurjo, jefe nominal de la sublevacin en ese momento)172. Mola lo coordinara todo en adelantet 73
ciones a Utri lla que inmediatamente se puso a las rdenes de Mola (perdiendo as Fal el cuerpo armado
que con tanto mimo haba preparado).
169 Eustaquio Echave-Sustaeta, El Alzamiento Nacional en lava, Do111i11go, 8 de agosto de 1937, recogido en P. Larraaga, 1976: 256-257. Tambin Rodezno, Diario, pg. 9. Ntese que de todos los reunidos en Pamplona el 15 de julio slo M. Berasin (de la Regional de Navarra) y Echave-Sustaeta (presidente
de la de lava) pertenecan a rganos regulares de la Comunin. Se iniciaba as una andadura autnoma por
parte de las autoridades navarras del carlismo de largo alcance en la posterior evolucin del partido y entendible en el marco de esta dualidad que venimos resaltando. El PA, 21 de octubre de 1936, da la fecha del
16 de julio como fecha en la que se celebr aquella reunin. Por lo dems, confirma lo dicho.
170 Arrars (1940- 1944: 550) sostiene que el contacto con Vitoria se estableci va Martnez Berasin-Oriol al da siguiente 16 de julio. No es Arrars muy fi able en estos detalles. Pero perfectamente pud ieron darse ambos contactos. En todo caso, no afecta a nuestra argumentacin. El viaje de Echave-Sustaeta lo confirman tanto l mismo como el conde de Rodezno.
171 Rodezno, Diario, pg. 10.
172 Fal envi su conformidad al general Mola a travs de un enlace el 15 de julio: La Comunin Trad icionalista se suma con todas sus fuerzas en toda Espaa al Movimiento Militar para la salvacin de la
Patria, supuesto que el Excmo. seor General Director acepte como programa de Gobierno el que en lneas generales se contiene en la carta dirigida al mismo por el Excmo. seor General Sanjurjo de fecha
de nueve ltimo. Lo que firmamos con la representacin que nos compete. Javier de Barbn Parma. Manuel Fal Conde (Maz, 1952: 283; Lizarza, 1969: 136). Sanj urjo haba enviado en aquella fecha una carta
de mediacin a Mola y Fal -ms del gusto de Fal que de Mola- que, tras dura pugna, haba sido aceptada por ambas partes. En ella se deca que deba irse a la estructuracin del pas, desechando el actual
sistema liberal y parlamentario ... adoptando las normas que muchos [pases europeos) estn siguiendo,
para ellos modernas, pero seculares en nuestra Patria -segn la frmula utilizada por Vctor Pradera al
referirse al Estado nuevo, que no era otro para don Vctor que el Estado espaol de los Reyes Catlicos (Pradera, 1935: 274). A pesar de ello Fal Conde, consciente de su debilidad, deca, el jueves J6, estar aterrado por la preocupaci n a la vista de cmo marchaban los acontecimientos, y confiaba en que la
cosa tardara para hacer las cosas ms perfeccionadas (vase Arstegui , l 986c: 62).
173 Lo cierto es que el general se haba preocupado de hacer un seguimiento directo de todos los preparativos logsticos del Requet y sus oficiales estaban en contacto directo y permanente con los mandos
[91]
2.8.
Se han repetido en el texto expresiones del tipo de como en el resto de Europa ... ,
etctera. Con ello se pretenda -como resultaba evidente por otro lado- dar a entender que lo que aqu ocurra no era tan distinto en lo fundamental de lo que ocurra
en otras partes del continente; que Europa, a ese nivel de la prctica poltica, era un
territorio ms conexo y homogneo (y a la vez variadsimo en su afinidad: Viena, Crpatos, Tirol, Barcelona, etc.) de lo que por lo comn estamos dispuestos a admitir
desde aqu; que aqullas eran sociedades complejas (y diversas) haciendo frente al
mismo tipo de problemas (los derivados esencialmente de la ampliacin de la sociedad de masas) con frmulas polticas semej antes. La vieja discusin entre providencia y libre albedro, determinantes histricos y accin de los sujetos resulta artificiosa.
Hemos visto en el primer captulo hasta qu punto el hombre est sujeto a su propio
mundo social y cultural. Pero, a la hora de elegir modelos de accin colectiva, tiende
a mimetizar experiencias coetneas que supone exitosas: los liberales espaoles
de ste (cfr. Maz, 1952: 213-214). El general haba trabajado por tener ese control total -que, como veremos, se acentuar en el futuro inmediato.
174
Es decir, estaba en la propia configuracin de aquella sociedad como he dicho ms arriba. Este
punto lo desarrollo en Ugaite, 1995. La clase media, por otra parte, jug del lado del movimentismo en
otros pases europeos como Alemania, Italia o Rumana (como intelligentsia en este caso); vase la bibliografa citada en ese mismo trabajo.
[92]
aprendieron ms de lo sucedido en Francia o Inglaterra que de la historia de su propio pas (a pesar de sus referencias historicistas).
Ha quedado patente el protagonismo alcanzado por el Ejrcito en la representacin de los sectores conservadores en Espaa. Era sa, tal vez, la peculiaridad espaola? As tiende a creerse an hoy de forma generalizada. Un acendrado casticismo175 y la autoimagen que nos hemos construido a base de mirarnos en el espejo
de l romanticismo europeo, hace que subrayemos peculiaridades que tienden a acentuar la impresin de un cierto atraso de la sociedad espaola respecto de la europea
(situndonos fuera de e lla, claro est; siendo una apreciacin de calidad antes que de
cantidad). El tema es arduo y est siendo corregido ya desde su epicentro, la historia
econmica (recurdese e l trabajo del profesor Nada! y la actual reformulacin en ese
campo en el que no entrart 76).
No cabe duda de que el Ejrcito imprimi una definitiva impronta a la sublevac in de 1936. Acaso era lo propio en una sociedad desarticulada, sin slidas representaciones polticas como poda ser la Espaa del momento? Particularmente creo
que no. Permtaseme referirme, siquiera brevemente, al caso alemn 177 (no al polaco
tras la muerte de Pilsudski, al hngaro del almirante Horty o al griego del general Metaxas, en Jos que la participacin de los ejrcitos era ms palmaria y sus sociedades
podan ser tambin calificadas de atrasadas). Si elijo Alemania es porque habitualmente su caso se considera radicalmente opuesto al espaol a la hora de caracterizar
sus movimientos y posteriores regmenes. No pretendo, por descontado, ni remotamente realizar aqu un ejercicio comparado. Trato, simplemente, de mostrar que esencialmente se pusieron en marcha mecanismos similares.
Ocurre que tambin en Alemania el Ejrcito-institucin -descartado el golpe tras
la negativa experiencia del Kapp Putsch 178- jug un papel relevante durante la crisis final de la Repblica de Weimar. Tambin all la derecha conservadora, arruinado
el viejo Reich decimonnico y enfrentada al dilema de construir un Estado a su medida en una sociedad de masas -y a pesar de una articulacin corporativa de la so-
175 Ya en los aos 50 el profesor Jover ( 1958: 42) pona el dedo en esa llaga: era hora de arrumbar la
Veta casticista, esa garbosa afirmacin de marginalidad con respecto a Europa que es uno de los ingredientes ms visibles en el temperamento de Ja Espaa co111empornea>>. Es sorprendente esta frase del
profesor Jos M.' Jover tan tempranamente. O quiz lo sea ms el que an no hayamos sido capaces de
asi milar su significado.
176 Sirva como referencia el reciente libro de sntesis de Gabriel Tortella ( 1994).
177
Me detengo ms en Ugarte, 1994. Un anl isis comparado, hecho segn los parmetros de la politologa, puede encontrase en Tusell , 1990.
178 El golpe dacio por Wolfgang Kapp en 1920 -con la neutralidad cooperante del Ejrcito, dirigido
entonces por el general von Seeckt- fracas ante la imposibilidad de hacer frente a una huelga general
decretada por el SPD (con el apoyo del USPD y el KPD). Este hecho reforz la idea entre los jefes militares y la oficialidad de la inutilidad de una accin que no contara con el respaldo de sectores organizados entre la poblacin (vase Klihn, 1991: 80 y Kolb, 1988: 38). Juan Jos Linz ( 1991: 267), tras subrayar el paralelismo existente entre el putsh alemn, la sa11j11rjada y otros intentos fracasados de asalto
al Estado en la poca, se pregunta sobre la huella dejada [por los hechos] en la conciencia poltica de
los insurgentes, y su posible deriva hacia nuevas formu laciones antidemocrticas.
[93]
ciedad notablemente ms desarrollada- confi especialmente a los militares su representacin. Tambin all quiso blindar el Estado a travs de un golpe de mano. Tambin all, buscando ese necesario apoyo de la poblacin que le permitiera abordar los
graves problemas del momento -paro, inflacin, agitacin nacionalista y reivindicaciones obreras- se puso en contacto con Jos sectores movimentistas: el partido nacionalsocialista, el NSDAP. Slo que all la correlacin entre los dos sectores era distinta y e l resultado fue otro. Veamos.
Rota la coalicin entre socialdemcratas (SPD) y partidos burgueses tras la crisis
de 1929-1930, los crculos de poder alemanes ensayaron nuevas vas para estabilizar
el rgimen. Aqullas pasaban por el giro autoritario de la Repblica y la obtencin
de un apoyo de masas para un gobierno ya estabilizado: blindar el Estado (el programa que hubiera querido sacar adelante Emilio Mola en Espaa tras un golpe exitoso, pero del que habl Miguel Maura, etc.).
Fue el general Kurt von Schleicher 179, en su calidad de representante de Ja Reichswehr y jefe de gabinete del Ministerio de Defensa, quien concibi el nuevo escenario -de hecho la Reichswehr; intacta tras la guerra, haba estado permanentemente
en la sombra de Ja vida poltica, como garante de orden desde Ja fundacin de Ja Repblica de Weimar en 1919. Hbil intrigante, poderoso por la representacin que ostentaba -que exhibi permanentemente-, contando con la total colaboracin del
Presidente mariscal Hindenburg, situ a Heinrich Brning (un poltico desconocido
procedente del Centro conservador) al frente del gobierno y busc reiteradamente
desde el otoo de 1931 el apoyo de los nazis. (Por aquellos das Espaa estrenaba Repblica.) Entenda que el acuerdo con Hitler era el modo de dotar de estabilidad a un
gobierno conservador y dar un definitivo giro a la Repblica en la direccin de la vieja
tradicin del Kaiserreich. Era la solucin autoritaria a la crisis que vena arrastrando
la Repblica de Weimar: el blindaje del Estado. La solucin llamada del tercer partido y un gobierno nacional (consistente en prescindir de los partidos en aras de un
gran p royecto nacional apartidista: Ja supresin de la democracia). Idea que, adems
de los apoyos fcticos en los altos crculos empresariales y financieros, contaba con
una fuerte coniente de opinin favorable en los ambientes intelectuales del joven conservadurismo radical de los Moller, Jung, Jnger, Thomas Mann y dems (el variado
colectivo de la llamada revolucin conser vadora). No en vano Schleicher y Brning
haban frecuentado el Juni Club en los aos 20 180.
Nada tan distinto de lo ocurrido en Espaa pocas fechas despus, en 1935 -d icho con todas las reservas respecto de una transposicin que fuera ms all del m-
179 El general von Schleicher (1882- 1934) haba colaborado activamente en la organizacin de la
Reiclrswelrr con los ministros Noske y Gessler. En 1929 se hizo cargo del gabinete del Ministro de Defensa Groener como autntico jefe de facto de las fuerzas armadas. Tras los episodios que aqu relatamos
-y una vez Hitler en el poder, fue mandado asesinar por ste en la famosa 11nche de los cuchillos largos, como ya hemos relatado.
180 Seran quienes desde su elitismo lanzaran los programas de movilizacin nacional en una poca
en que la masa [quiere) sensaciones como dira Georg Quabbc, miembro de esa corriente. Para es1a relacin vase Bullivant, 1990: 82 (especialmente).
[94)
bito de las soluciones polticas. No tan distinto de Jo intentado por Gil Robles para
poner en marcha su programa revisionista desde el Ministerio de Guerra, desde el que
invoc por dos veces al estamento militar para que ocupara transitoriamente el poder181. Blindar el Estado desde dentro, sa sera tambin la solucin ensayada en Espaa. Pero tuvo enfrente al Presidente Alcal Zamora (con poderes constituc ionales
simi lares al Presidente alemn), a quien mantuvo rigurosamente al margen de sus maniobras, y, sobre todo, no cont con un Ejrcito unido como era el caso, en ese momento, de la Reichswehr. Esa lectura deben tener los mensajes de Gil Rob les a Franco
la noche del 16 de febrero de 1936, que he descrito ms arriba.
Pues bien - volviendo a Ale mania- , aquel acuerdo con el NSDAP no pudo darse
con Brning, pues, tanto ste como su ministro de Defensa el general Groener eran
partidarios de una solucin autoritaria simple, dirigida tambin contra los nazis (de
hecho, se ilegalizaron las SA y las SS). Eran incapaces de entender el momento; la
necesidad que tena el rgimen de una legitimacin general, del apoyo de la poblacin en una sociedad de masas. Adems, Brning haba irritado a los Junkers con su
programa de colonizacin agrcola (al que stos llamaban bolchevismo agrario), y
a Ja industria con la subida de tipos impositivos y aranceles.
Ante este estado de cosas, Schleicher los hizo caer retirndoles el apoyo del Ejrcito. Para sustituirles situ en la cancillera a Franz von Papen (un aristcrata de centro y poltico de saln). El gobierno volvi a legalizar las SA, dio un golpe legal contra el gobierno prusiano controlado por los socialdemcratas, disolvi el Reichstag,
etctera. Pasos firmes hacia un gobierno autoritario (ya hablaba de nuevo Estado). Sin
embargo, segua necesitando de un apoyo de masas de l que careca. Hubo conversaciones cruzadas en las que participaron el propio Schleicher, Papen, Hinden burg, Hitler y los lderes de los partidos de derecha.
Por su parte, el NSDAP, tras una campaa magistral - y siniestra- , obtu vo un
rotundo xito en las elecciones de ju lio de 1932. Se sentan fuertes . Si Hi tler, e n su
tctica de acceso legal al poder, se haba mantenido siempre en una posicin negociadora dura, tras las elecciones, sus ex igencias (la canci llera, tres ministerios clave,
inc luido el de Defensa, el control del gobierno prusiano, etc.) se hicieron inadmisibles para los conservadores. Las conversaciones, sin embargo, continuaron.
En esa situacin (los nazis haban sufrido un cierto quebranto en noviembre), Schleicher, con el apoyo del Estado Mayor, los oficiales, industriales como los Krupp o
Thyssen, y el propio gabinete -contra la voluntad del viejo Hindenburg-, decidi
descender directamente a la arena poltica. Comenz por apartar a von Papen -que
pretenda gobernar por la fuerza, por decretos ley, sin apoyos partidistas- y se hizo
181 Vase los testimonios apo1tados por Seco Serrano en Profeso1; 232-233. Previamente haba dispuesto
a dos generales bien significados, Franco y Mola, en puestos clave de la lnea de mando: Jefe del Estado
Mayor Centro y Alto Comisario del Protectorado de Marruecos respectivamente. Su partido, la CEDA, hubiera ofrecido el respaldo popular, y, en esas circunstancias de dictadura rep11blicc111a, hubieran contado probablemente en ese momento con el apoyo del ncleo de RE (Gil PechaiTOmn, 1993: 206 y 220), y, tal vez,
con los intelectuales de Accin Esp(//io/a, impulsores de la revo/11ci611 conse1vadora espaola.
[95]
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182 Von Papen organiz en enero de 1933 una reunin en casa del banquero Schrider (ganado ya por
los nazis) entre l mismo, Hitler y Wilhelm Keppler (muy bien relacionado en los crculos de la banca y
la industria). en la que quedaron establecidas las condiciones del pacto entre los conservadores y los nazis. A partir de ese momento los industriales fi nanciaron abiertamente a Hitler. Por lo dems, los contactos no eran nuevos. Venan, al menos, desde que el nacionalista A. Hugenberg promocionara al NSDAP
en las publicaciones de su imperio periodstico y ci nematogrfico, y, especialmente, a partir de la reunin
de Bad Harzburg en octubre de 1930 (donde pudo Hitler hablar ante la representacin del es1ablislr111e111
alemn) y la posterior campaa de respetabilidad. Ya von Papen haba intentado un acuerdo con Hitler
en agosto de 1932, siendo an canciller.
183 Vase la bibliografa citada en la nota 15 del Capflulo 11 de esta Primera Parte, y Ugarte, 1994.
1s4 Un punto similar, el sostenido en Ian Kershaw ( 1989: 137) que eleva este hecho a categora general. Sin ser partidario de esas generalizaciones, es probable que la apreciacin de Kershaw est muy
prxima a la realidad. Jeremy Noakes (en Blinkhorn, 1990: 71-97) destaca el modo en que el radicalismo
del caso alemn condujo a algunos miembros de esos sectores conservadores tempranamente a la oposicin (a diferencia de lo ocurrido en Italia, Espaa, etc.).
[96]
los radicales en la segunda 185. Las historias posteriores fueron divergentes - no poda
ser de otro modo al no entrar Espaa en la guerra europea. Pero durante un tiempo estuvieron esencialmente unidas (hasta la cada de Serrano en Espaa), a pesar de que
aquella divergencia de origen marcara en buena medida aquellos regmenes y los hiciera diferentes (captulo aparte merece el tema de la solucinfinal).
Sin forzar innecesariamente los paralelismo, cualquiera podra apreciar algunos
evidentes. El tipo de soluciones que se barajaron en los crculos del establishment ante
lo que ellos estimaban era una prdida irreparable (el aorado tiempo del Reich o la
Restaurac in, quebrados en ambos casos abruptamente, especialmente en Alemania)
fueron similares. La deriva autoritaria entre aquellos medios fue general en Europa.
Tanto en Alemania como en Espaa se ensayaron -con mayor o menor fortunavas para blindar el Estado desde dentro, que fracasaron por falta de apoyos en e l interior del Estado (del Ejrcito a las propuestas de Gil Robles y a la solucin Maura
e n Espaa) o de apoyo popular (las soluciones Brning, Papen y Schleicher en Alemania). Ante esa evidencia, en ambos casos se decidi asaltar el Estado (a travs del
golpe militar) para posteriormente, blindarlo (fueron las soluciones Mola y del ltimo
Schleicher; incluso la llegada de Hitler a la cancillera se jug por parte de los conservadores como un golpe de mano desde la preside ncia y e l Ministerio de Defe nsa186). En todo ese proceso el Ejrcito de ambos pases jug en el escenario polti co con evide nte protagonismo (ms tempranamente en Alemania) ; s iempre
ostentando la representacin de ese abigarrado colectivo del establishment y de forma
corporada (real o aparente, pero en su papel de intrpretes de la voluntad nacional, y
no como fuerza partidaria 187 ).
Pero llegados a ese punto debieron contar con las fuerzas de la nacin 188 (eran los
nuevos tiempos de la poltica de masas). La coalicin que en ambos pases se esforzara en crear un Estado ele nuevo tipo, con equilibrios bien diferentes, comenzaba a
185 Aunque no debe olvidarse que tambin en Alemania fue eliminada la plana mayor de las SA en
la llamada 11oclie de los c11cliillos largos (30 de junio de 1934) el mismo da que asesinaron a von Schleicher como ya hemos rela1ado. Franz Neumann escriba en 1938 que con ello Hitler se deshaca de su
111011ta1ia, y Mohlcr ( 1950) que se liberaba de sus rroskisras -ya haba calado la teora de los 1otali1arismos y equiparaba as a Stalin y Hitler. Tampoco debe ol vidarse que sta se hizo atendiendo las exigencias de los conservadores y con la ayuda de la Wehrmaclit. Que el complejo NSDAP/industria/ejrcito
(concepto frecuentemente empleado en la historiografa alemana desde Franz Neumann para referirse a
la coalicin en el poder), anul sistemticamente desde el primer da todos los intentos de las SA, Ja DAF,
etctera, por hacerse con reductos de poder. Por lo dems, en Espaa los cuadros direclivos de FE y CT
no fueron plenamente neutralizados hasta abri l de 1937 con la Unificacin, y Jos intentos de recomponerlos conti nuaron an durante mucho tiempo.
186
Como muy acertadamente pone de relieve Michael J. Thorton ( 1985: 8 1), y q ue recoge, con menos nfasis tambin Bullock ( 1994: 435-436).
187
Nada que ver, pues, con los pronunciamientos decimonnicos espaoles.
188 Que tambin haban llegado a una conclusin complementaria. En A lemania, Hitler haba intentado un putscli desde Baviera para marchar luego sobre Berln: el famoso putsch de la cervecera. Fracas.
All se le hizo evidenle que deba coordinar sus esfuerzos con los crculos de poder (en este caso, el gobierno conservador de K arh, la Reichswelir y la polica bvara) para aspirar, con posibilidades, a alcanzar
el gobierno del pas (puede verse entre otros muchos Bracher, 1973: 1, 155-162 y Bi llock, 1994: 168-177).
[97]
fraguarse. En ese momento se iniciaba un dursimo proceso negociador entre conservadores y radicales con resultados dispares como hemos visto. El tramo final de aquellas negociaciones se sald con la intromisin de personajes como von Papen en Alemania y el conde de Rodezno en Espaa (o, tambin, el abogado catlico Arth ur
Seyss-Inquart en el caso de Austria, etc. 189), que j ugaron en campo contrario fo rzando el acuerdo (judas polticos?) Ambos personajes pertenecan al establishment, y ambos eran perifricos en el grupo poltico en el que mi litaban. Esto puede
ser anecdtico, pero habla de una red de tupidos contactos sociales dentro de aquel
colectivo en ambos pases tejida al margen de las formaciones partidarias. Sus actuaciones respectivas favorecieron, en todo caso, al polo mej or articulado y que con mayor habilidad j ug en cada pas (el conservador en Espaa, el radical en Alemania,
ambos aprovechando las fisuras en el campo contrario).
En cuanto al Ejrcito - pues con esa institucin se ha comenzado- , perdi dramticamente en Alemania 190 y gan en Espaa, tal vez sacando provecho de la experiencia alemana 191 En cuanto a su protagonismo poltico resulta claro que no debe
ser considerado como circunstancia peculiar de Espaa. Mucho menos como consecuencia lgica de su particular historia.
No hay, pues, motivo para acercarse al caso espaol como caso atpico, aislado
del continente o como producto de un atraso secular --como ha solido tender a hacerse. Casi como si se tratara de un hecho atemporal producto de una secular historia nacional cocida en la olla de ese pas mediterrneo, dado a resolver sus conflictos de modo sangriento. En Espaa jugaron las mismas fuerzas que en el resto del
continente, con todas las variaciones nacionales y regionales que quieran contemplarse -y que aqu tratar de poner de manifiesto .
2.9.
BREVE GLOSA
Establecidos los fundamentos de aquella coyuntu ra, ya cabe decir que la movilizacin de 1936 encaj aba en ese marco de alianzas, pactos y coaliciones que se dieron por toda Europa en un momento de cambios profu ndos exigidos para readaptar
Jos regmenes polticos a las nuevas maneras de la sociedad de masas.
is9
l90 Como ya sabemos, los generales von Schleicher, von Bredow, junto con otros conservadores, fue-
ron asesinados la noche del 30 de j unio de 1934, en un acto bendecido por Carl Schmi tt a travs del artculo El Fhrer defensor del Derecho (irona sobre i rona). Ese da la Reichswehr fue profundamente
corrompida, como asegura K laus Hildebrand ( 1988: 31 ).
191
A este hecho, Payne (1994: 32) llama error A111011esc11 (militar rumano que gobern ese pas entre 1940 y 1945 con el apoyo de A lemania y la Guardia de Hierro). En enero de 194 1 se produjo un tremendo levantamiento del grupo de los legionarios que fueron aplastados (Veiga, 1989: 205-2 19). Payne
esti ma que se debi a la falta de control del movimiento por parte de los militares (de lo que habra obtenido consecuencias Franco). Se podra deci r, ms bien, que fue Mola quien en 1936 previno el error
Schleicher -producido tres aos antes y de fuerte repercusin en Espaa, como hemos podido ver- controlando desde sus comienzos todos los resortes del poder. A Franco solamente le toc dar nuevos pasos
en esa direccin en octubre y en diciembre de 1936, y en abri l de 19:17 .
[98 1
No cabe ya duda de que aquello fue mucho ms que una militarada --como se
tiende a creer. Existi un verdadero frente civil; no solamente en la imaginacin de
Emi lio Mola sino en la realidad de la sociedad espaola de la poca. Y desde el comienzo se concibi como algo diferente a una militarada o un golpe de Estado. Seorganiz como una reaccin nacional, como un movi miento del que surgi ra un nuevo
proyecto, tan radicalmente nuevo que rompera con dos siglos de historia de Espaa.
No hay por qu establecer, por tanto, distinciones radicales con e l movimiento general hacia el fascismo observado en la poca en Europa.
Aquella trama social se gener en torno a lo que he dado en llamar establishment
y se articul en dos niveles: la lite nacional (la lite poltica y de los negocios, el
grupo terrateniente y rentista establecido en Madrid, la industrial bilbana, etc.) y un
segundo nivel de c lases medias locales (la navarra y alavesa en este caso) que ejerc ieron ese papel de mediacin hacia sectores populares capaces de dar un apoyo masivo a los nuevos regmenes resultantes. En sus contactos prevaleci la red social
(Bott) de solidaridades, jerrquica que una a aquel colectivo (sobre otras partidarias,
ms propias de la sociedad moderna) y se prolongaba capilarmente en sus extremos
con una red (ya no solidaria sino clientelar) que abarcaba sectores populares importantes.
En ese contexto se dio e l pacto o coalicin de signo poltico entre conservadores
y movimentistas (sectores del carlismo) que he descrito. Si me he detenido en el relato de los hechos es porq ue resulta indita en la historiografa espaola una lectura
de aquel momento histrico en trminos de coalicin antidemocrtica (no en Europa,
como ya he dicho). Es e l ele me nto de accin, aqul en el que pes la voluntad de los
sujetos. Pero evidentemente el pacto surgi de ciertos determinantes histricos propios. En ese mbito cabra situar tal vez la organi zacin en redes sociales de colectivos heterogneos en Espaa, y el conservadurismo radical de las clases medias, ms
unidas a los presupuestos de los crculos de poder del establishment que a las propuestas de los movimentismos de cualqu ier signo.
Sin embargo, ms que adentrarnos en esa discusin sobre los cambios en ese nivel poltico y de las formas de afrontar los problemas que afectaban a la capacidad
de gobierno de esas sociedades, interesa aqu tratar aquel momento histrico no tanto
en su excepcionalidad como en su capacidad de mostrar lo normal, indagar en el modo
en que aquellas gentes comprendan su universo y lo construan, cuales eran sus comportamientos y fo rmas de relacin social --como ha quedado dicho 192 Tratarlo como
un hecho extraordi nario - realmente Jo fue- que dejaba traslucir lo que aquellas sociedades eran en su comportamiento cotidiano. Comportamientos que adqui rieron repentinamente un relieve ntido de su contraste con ese fondo de excepcionalidad que
produjo aquella situacin lmite por la que atraves el pas. No interesa tanto pues la
excepcionalidad de la circunstancia como la normalidad que se trasunta tras Ja malla
de acontecimientos.
192
[99]
De momento retngase esa presencia poltica de las clases medias urbanas conservadoras en aquel movimiento como pieza clave de l, y la existencia de una tupida
red social de solidaridades que englobaba en su seno a un abigarrado colectivo (entre ellos a esa clase media), perfectamente activo y operante - hasta el punto de prevalecer a otras estructuras de relacin partidarias o corporativas. Sobre ello volveremos . Quedan por describir esas fuerzas nacionales (expresin algo retrica para
referirse a aquella masa de voluntarios de julio) y los lazos que unan a aquel grupo
con las clases acomodadas. Finalmente toda la circunstancia que hizo posible la movilizacin.
Porque con aquel acuerdo de ltima hora producido el 15 de julio, los carlistas
haban puesto a disposicin del Ejrcito -de los conservadores- a su gente. stos
eran los voluntarios que con entusiasmo iban a fluir hacia Pamplona y Vitoria el domingo 19 de julio de 1936. Eso que se ha dado en llamar movimiento y que era de
corte popular; de gentes de extraccin social variada, animados por una cierta utopa
o figuracin ideal (hecha antes de imgenes que de ideas), por cierta mstica, ms prxima a la fe sencilla descrita por Groethuysen 193 que a Ja exaltacin arrebatada de un
Juan de la Cruz, y por lazos de amistad, esperanzas de gratificacin, favores y proyectos vitales que los una en un fenmeno tpicamente masivo y les impulsaba a concentrarse en las capitales de provincia.
Pero quines eran esas gentes? Si aquella movilizacin emparentaba con otras
de ese tenor en Europa, qu tenan que ver con las respectivas fuerzas movilizadas?
Qu tenan que ver con los squadristi italianos que haban participado en Ja marcha
sobre Roma o con los Freikorps, o, luego, los Sturmabteilung alemanes acostumbrados a la refriega callejera? Qu con los legionarios rumanos que recorran las aldeas
de Moldavia y Besarabia a lomos de caballos anunciando la hora de la resurreccin
y Ja redencin humanas o con los Heimwehrem austriacos? Qu con los seguidores de la Croix du Feu francesa, con los ustashi croatas o la Falanga polaca? Probablemente nada, pero, en cierto sentido, eran Ja misma cosa: gente movilizada para
apoyar una solucin de tipo fascista.
De momento detengmonos en la recluta de toda aquella masa de gente por los
pueblos y las aldeas de Navarra y lava.
193
[100]
CAPTULO
III
L os Arcos solicitaba de la Junta Central de Guerra de Navarra la cantidad de 2.843 pesetas en concepto de alojamiento y manutencin por haber sido punto importante de concentracin del Requet. L a
Junta lo admiti y dio curso a la solicitud. La Comandancia se hizo cargo de los gastos.
2 Vase Parte Segunda.
[101]
organizadas de esa chusma 3 Jnger Kocka - ms explcito- alude a la erosin producida por la crisis econmica en la diferencia re lativa entre la clase de los empleados alemanes (Angestellte) y los obreros (Arbeiter) a la hora de explicar e l fcil acceso de l nazismo al poder en 1933 4 . Tal vez la formacin y reclu ta de estos
movimientos estuvo asociada a la progresiva atomizacin de la soc iedad producto de
esos cambios hacia la sociedad de masas? Probablemente. Parece que investigaciones
ms recientes avalan esa impresin 5 . W. Kornhauser hablaba en su The Politics of
Mass Society (1959) de que el grado de disponibilidad para la movilizacin que se
observaba en esas sociedades tena que ver con la falta de vnculos de comun idad, de
grupo, etc., de sus miembros, lo que provocaba sentimientos de alienacin y ansiedad que haran a stos proclives al encuadramiento poltico6.
Tambin ocurre esto con el Requet? Ms bien, por lo que he podido comprobar, ocurre lo contrario. Es la propia fo rtaleza de aque llos lazos comunitarios la que
explica el nivel de movilizacin producido en julio de 1936 en Navarra y lava. Esto,
combinado con la existencia de redes sociales extensas que unan a las comunidades
locales con la ciudad, fueron la clave de la movilizacin. Veamos.
3.1.
LA ORDEN DE MOVILIZACIN
El da 13 de julio, e l teniente coronel U trilla adverta a todos los oficiales del Requet reunidos que nicamente deban obedecer rdenes que procedieran de las autoridades de la Comunin (es decir, intentaba asegurar la disciplina del Requet y su
disponibilidad respecto del grnpo de San Juan de Luz en su pulso con Mola) 7 Ese
mismo da, el Prncipe Javier escriba a Joaqun Baleztena, preside nte de Ja Junta Regional carlista de Navarra, avalando la actitud de Fal Conde ante el general8. Se estaban jugando las ltimas bazas de aque lla tensa partida negociadora. Pero el 15,
como sabemos, el conflicto se desbloque (con sensacin de derrota en el crculo ntimo de Fa!), a travs de la pequea nota que Mola recibi de San Juan de Luz a la
que dio su conformidad9 . Previamente el entonces gobernador militar de Navarra ha-
Arent, l 974a. Tambin se ha hablado de masa a11101fa (Sigmund Newmann) en el mismo sentido.
Kocka, 1988a: 106.
5 Vase, por ejemplo, Peukert, 1989: 255, o Collotti, 1989: 64.
6 Citado en Prez Ledesma, 1994: 74-75.
7 Se refe1a a las autoridades de San Juan de Luz, que eran las que mantenan el pulso con los militares. Vase Burgo, 1970: 523.
8 Echeverra, 1985: 160- 164.
9 La Comunin Tradicional ista se suma con todas sus fu erzas en toda Espaa al Movimiento Militar para la salvacin de la Patria, supuesto que el General Director acepte como Programa de Gobierno
el que, en lneas generales se contiene en la carta dirigida al mismo por el Excmo. seor General Sanjurjo, de fecha de nueve ltimo, firman el prncipe Javier y Fal Conde (Maz, 1952: 283). La carta de
Sanjurjo, relativamente favorable a las tesis carlistas, dirigida a Fal y Mola simultneamente, puede verse
en Lizarza, 1969: 126- 128; y Ferrer, 1979: XXX-2. Mola contest con un escueto: Confo rme con las
orientaciones que en su carta del da 9 indica el general Sanjurjo y con las que e n el da de maana de4
[102]
ba solicitado a Baleztena y Martnez Berasin (presidente y secretario de la Junta carlista de Navarra, respectivamente) un contacto con la direccin del Requet. Ese contacto fue el teniente coronel Utrilla (hombre que, por su talante sobrio, firme y su dotes de mediacin, haba adquirido cierto carisma entre sus subordinados; y, siendo fiel
a Fal, mantena un buen trato con la Junta de Navarra'). Al parecer Mola y Utrilla
tuvieron un primer contacto el 14 de julio en casa de Javier Aguado (carlista, amigo
de Rodezno) en la propia Pamplona (Avenida Carlos III, 20). Mola quera intercalar
pequeas unidades del requet entre las tropa (sobre cuya disciplina no se fiaba; haba
muchos asturianos, deca 11 ). Utrilla, por su parte, quera mantener a las unidades carlistas como unidades orgnicamente independientes. Finalmente, Mola logr que en
cada batalln se incluyera una compaa de requets (con lo que se desdibujaba Ja posibi lidad de crear unidades propias; luego vendra la imposicin de la oficiali dad, etc. 12). Eran las primeras consecuencias de un pacto establecido de modo precario para Jos carlistas.
El da 18, sbado, Mola citaba a su despacho en el gobierno militar (Capitana ,
segn se le conoca en Pamplona, recuerdo de otros tiempos) a los teniente coroneles
Utrilla y Ri cardo Rada (este ltimo responsable nacional) y les ordena la movilizacin general del Requet 13. Mola se situaba, de ese modo, en el vrtice de mando poltico y operativo, tratando, ya desde entonces - desde el mismo punto de salidade ir minorizando la capacidad operativa de unas milicias autnomas, a las que consideraba peligrosas 14 Alejandro Utrilla redact inmediatame nte una breve nota en la
que confirmaba su orden de movilizacin de l da 15 15 y ordenaba concentrase en Pamplona al da siguiente. A esas horas, ya el Requet de Pamplona se hallaba concentrado en el Crculo de la Plaza del Casti llo, dispuesto para actuar, si fuera necesario,
en la ciudad 16 Por su parte, Alejandro Utrilla se encerraba en e l Crculo (a una de cu-
tcrmi ne el mismo, como jefe del Gobierno (Lizarza, 1969: 135), lo que era bien poco. Pero, ya hemos
visto que, irremediablemente, la direccin de San Juan de Luz deba ceder.
10
El teniente coronel Utrilla, deca el entonces adelantado del Requet Jaime del Burgo, era un hombre llano, bueno, honrado, rasero, sencillo y que capt la confianza y la voluntad de todos nosotros. Consigui, adems, aunar muchas voluntades. Jaime del Burgo, 15 de junio de 1993 ( 104.B: 280; 470) .
11
De hecho, no pocos carlistas asumieron ese papel de control de la tropa de recluta en el frente (Julio Orive, 14 de enero de 1992 (28.A).
12
Vase Segunda Parte, apartado 3.2.4.
13
Vase Burgo, 1970 : 24; o Ferrer, 1979: XXX- 1, 193.
14
Y no le faltaba razn - segn su lgica. Si hubiera prosperado el proyecto carl ista de crear un
cuerpo armado autnomo (vase las iniciativas de noviembre-diciembre de 1936 por parte de la Junta
Central de Guerra Carlista de Navarra y de la Junta N acional Carlista de Guerra en Burgo, 1992a), las dificultades para controlar po lticamente la retaguardia hubieran sido inmensas. D e hecho, algunas
unidades menores del carlismo estu vieron a punto de marchar a retaguardia con motivo del D ecreto de
Unificacin (vase A RLI . Tercio Virgen del Camino de L en).
15
Esta orden inicial puede verse en Fell'er, 1979: XXX-2: 102- 103. Aunque el detalle de aquella orden
le parece a Jaime del Burgo desconcertante (ordena desplazarse al requet de Navascus desde su localidad
hasta Leiza, unos 150 kilmetros). Carta de Jaime del Burgo, 1 de octubre de 1993 (en posesin del autor).
16
As lo orden Mola con vistas a neutralizar a la Guardia Civil (en donde el coronel Rodrguez Medcl poda promover un foco de resistencia a la sublevacin). Pero Medel fue asesinado en el propio acuar-
(103]
telamiento de la Guardia Civil. Burgo ( 1970: 24) da una versin. Asegura, por lo dems (Jaime del
Burgo. 15 de junio de 1993-104.B: 320) que ellos se negaron aduciendo que 110 eran asesinos; Fraser
( 1979: 1, 6 1), basndose en el testimonio de Mario Ozcoidi, da otra versin algo diferente, aunque en
parte convergente. Vase Segunda Parte, apartado 3.2.4. y 4.
17 Jaime del Burgo, 15 de junio de 1993 ( 104.B: 500).
is Arrars, 1940- 1944: lll, 549.
19 Rodezno, Diario: 7.
20
Luis Rabanera, 19 de abril de 199 1.
[104]
paa lava, con el mejor equipamiento de vehculos)2 1 A continuacin, Luis Rabanera (que ya deba disponer de la orden redactada por Alejandro Utrilla para Navarra
el da 15) redact la orden de movili zacin para el Requet alavs: Ha llegado la
hora ..., deca (vase Anexo).
3.2.
Fue aquella orden la que Luis Rabanera mand trasladar al joven Galo Pobes a la
zona de la Rioja Alavesa, y se el escrito que recibi Alvaro Barrn en Salini llas,
donde lleg el vehculo que tanto llam la atencin de los Areta en aquel escenario
medieval.
En Pamplona (otro tanto se haba hecho en Vitoria a raz de la reunin del da 13),
aprovechando la aglomeracin del fin de las fiestas de San Fermn, se haba reunido
a los enlaces del Requet de toda Navarra para anunciarles la proximidad de la fecha de la sublevacin y darles instrucciones sobre el despliegue22 . El sbado 18 de julio, el Crculo de la Plaza del Castillo era un hervidero de gente que sala transmitiendo instrucciones y de otros que llegaban a recibirlas. La gente llegaba sin
demasiado orden: trabajadores que salan de sus ocupaciones y se presentaban por si
fueran necesarios, gentes que venan de los pueblos a enterarse, sacerdotes que organizaban las confes iones en el ltimo piso del Crculo, el teniente coronel Utrilla coordinndolo todo, etc.23 . Es lo que vio el antiguo jabal Joaqun Prez Madrigal,
opo1tu namente retirado a Pamplona ante las noticias ciertas de la sublevacin (como
tantos otros: Blanes, Ri cardo Montenegro, etc.). En su retiro, haciendo vida de veraneante desocupado, se haba acercado a la Plaza del Castillo y al Crculo. All vio
al compaero de escao en las Cortes Garcilaso, pero iba atareado (con lo que no
pudo intercambiar impresiones). Desayun en el Restaurante lrua con el conde de
Rodezno y los diputados Elizalde y Arellano (ambos carlistas), pero tambin stos salieron al poco para realizar una importante misin24 .
Como si de una retcula de circulacin sangunea se tratara -con la capital ejerciendo el papel de corazn-, toda una multitud de personas de condicin variada se
desplaz por las carreteras y caminos de Ja provincia, utilizando diversos medios de
21
Luis Rabanera, 14 de diciembre de 1993 (108. B). Para ms detalles sobre nmero de autobuses,
etctera, vase Segunda Parte, apartado 3.3. 1.
22 Maz, 1952: 259.
23
Rodezno, Diario: 10- 1 l.
24
En realidad, Rodezno se desplazaba al pueblo fronterizo de L anz, en donde se instalara en casa del
cura Erasmo Garro en previsin ele un fracaso en la sublevacin (en cuyo caso, una famil ia de contrabandistas deba trasladarle al otro lado del Piri neo). Le acompaaron el propio /\rellano y marcharon en el coche de Jos A lzugaray (arquitecto y directivo empresarial). All (ambiente de A rcadia, recordaba luego)
pas el trance, y Iras or misa, pm1fa el domingo en un coche con guardia del Requet, realizando la
vuelta en Olor de multitudes. Vase Rodezno, Diario: 10-13; Prez M adrigal, 1937: 82 y 85.
[105]
transporte, hasta llegar capilarmente a prcticamente todas las aldeas y lugares del territorio.
Tena, acaso, el carlismo una organizacin tan perfectamente estructurada y engrasada como para realizar aquella meticulosa movi lizacin? Jaime del Burgo - una
de las piezas clave en aquella operacin- opina que no: que todo fue ms o menos
improvisado25 . Y ciertamente, as ocurri. No exista esa organizacin meticulosa y
disciplinada que como una gran maquinaria impersonal (o como nueva comunidad mstica) transmitiera la orden y la hiciera cumplir. Aquello hubiera implicado, por emplear
a Kornhauser de nuevo, unos niveles de atomizacin social y disponibilidad individual
que en esa parte de Espaa no se daban. Tal como lo ha expresado la sociologa dualista de Tonies para aqu, el asociacionismo moderno nace de una previa desestructuracin del mundo unitario de la comunidad. Algo de eso hay - aunque simplifique la realidad histrica- en el trnsito entre la sociedad tradicional a la moderna, basada en un
cierto nivel de despersonalizacin de las relaciones. Pues bien, ese modo eficaz de organizacin hubiera significado la institucionalizacin del movimiento antidemocrtico
(el carlismo en nuestro caso) en un partido milicia (tal como ocurri con el PNF italiano,
por ejemplo) que hubiera estr.ucturado (o resocializado) a un colectivo, alienado por los
tiempos, en una nueva comunidad, instrumento de una poderosa voluntad poltica, la
voluntad nacional, de un nuevo mito regenerador (personificado y emanado, en ese
caso, del Duce) 26 . Situacin que permita la organizacin del prutido como un ejrcito
(civil y privado) en el que prevalecieran la disciplina, la jerarqua, el orden, etc.
El Requet haba dado pasos en esa di reccin27 . Pero aquellas se circunscriban
bsicamente a las capitales de provincia (y en menor medida a poblaciones importantes como Labastida o Tafalla). En el resto de la provincia la estructura era laxa, inconexa, sin una clara jerarqua, informal. Y, sin embargo, la mov ilizacin se produjo
y fue masiva. Qu fue lo que permiti aquel nivel de eficacia? O dicho de otro modo,
qu hi zo posible que aquella improvisada revuelta fun cionara? Aqu sostengo
-con variables, que desarrollar en este apartado- que fue el solapamiento de la relacin poltica con la relacin social prevalente en aquel momento en Navarra y lava
las que permitieron esa transmisin y movilizacin. Que sta fue posible por el camaleonismo del carlismo respecto de la realidad social de ese territorio (en sus relaciones, creencias, hbitos). Que, ms en concreto, en aquellos das decisivos para el
xito de la movilizacin y en un contexto de defensa de la comunidad, se emple la
tupida red de relaciones personales igualitario-jerrquicas que trababan a los diferentes grupos sociales entre s y a la capital con su provincia (hasta el punto de que, en
algn caso28 , el pueblo se convirti en la clula institucional de la sublevacin).
25
[106]
29
Romn Aun, 3 de febrero de 1992 (96.A). Sobre la realidad tudelana esos aos puede verse
Marn, 1977; Garca Umbn, 1985; Maj uelo, 1986. Sobre el 18- 19 de julio Marfn, 1977: 128- 148.
30 ARL I. Tercio Lcar.
[107]
proteccin que daba la Virgen a Espaa. A la salida, a la hora en que cada domingo
se hacan los corrillos de tertulia, se extendi el rumor de que en Pamplona se haban
alzado los militares. Al parecer se produjo un gran alboroto y el pueblo sali a la calle circulando entre la Plaza de la Iglesia y el centro carlista. El ambiente deba ser
entusiasta, producindose lo que Thomas y Znaniecki llamaron a principios de siglo
el fenmeno del suceso extraordinario e n el marco de la opinin social31 que establece los contornos de una comunidad y la concie nc ia de su propia unidad (a partir
de una triple circunstancia: suceso, actitudes idnticas de todos los miembros y consciencia de esa unidad; pero esto lo veremos repetido en otras muchas ocasiones)32 . En
ese clima, Pedro Mendiroz (de sesenta aos, por tanto, persona de dignidad den tro
del pueblo) grit Todos los hombres a la guerra!, entusiasmo que debi contagiar
al pblico. Despus de todo, el Bloque de Derechas haba obtenido el 94 por 100 de
los votos en una votacin - la de fe brero de 1936- en la que la participacin se
acerc al 90 por 100. Por otro lado, las personas reprobadas por la comunidad, el presidente y el administrador de la Sociedad de Corralizas y Electra de Artajona, eran
de izquierdas33 . Pues bien , en ese momento en que la gente come nzaba a dar vtores
y gritos, llegaba el Chevrolet de Pamplona con la orden de sublevacin. Inmediatamente se izaron las banderas bicolor y carlista en el Crcu lo y se sac a la plaza el
bandern del Requet, en el que estaba bordada la imagen de la Virgen de Jerusaln,
con fortsima carga emocional entre el vecindario34. Al poco se llenaba la plaza de
voluntarios con sus boinas rojas dispuestos a salir35 . Se comi en casa (era domingo),
y por la tarde se pusieron en marcha, a pie, por la carretera, con el bandern de la Virgen de Jerusaln al frente, camino de Tafalla, donde iban a ser transpo1tados en vehculos hasta Pamplona36 .
31
Algo similar a lo que Ju lian Pitt-Rivers ( 1989: 65) llam opi11i611 prb/ica del pueblo, que mantendra la unidad moral de aqul.
32 Acontecimientos que puede n ser peridicos y estar rituali zados (como las fiestas mayores, romeras, etc.) o extraordi narios, como sera este caso.
33 Se les re prochaba administrar a su favor una Sociedad Corralicera creada con fon dos de todo el vecindario y haber intentado impulsar un negocio de variedades e n la zona. En septie mbre de 1936, Gregorio Zubicoa,jefe del Requet de Artajona reclamaba la prisin para ambos (vase ADFPN. JCGC. Actas 1).
Detalles sobre la Sociedad en Guerra, 1933.
34
La imagen es una talla en cobre de aproximadamente el siglo xm (entre e l romnico y el naturalismo gtico) instalada en una e rmita prxima. La tradicin popular sita su origen en un regalo que Godofredo de Bulln, duque de la baja Lorena y principal fi gura en la primera c ruzada, hiciera a un hijo de
Artajona (tambi n cruzado). El artajons habra pedido la imagen para llevarla de trofeo a mi pueblo.
La imagen habra hecho toda la campaa en Tierra Santa, y contendra e n su interior tierra de los Santos
Lugares. Un reque t se e norgulleca de que el estandarte que haba sido trado de aquella cruzada, hubiera hecho en 1936 otra nueva recorriendo las mo ntaas de Oyarzun y las calles de San Sebastin
(ARLI.Generalidades).
35
De Artajona salieron en total unos 430 voluntarios de una poblacin total de 2.4 18 habitantes. Si
Navarra daba un ndice de 106 voluntarios sobre mil de poblacin masculina, Artajona dio casi del 360
por mil, uno de los ndices ms altos, junto con Maeru, Yerri, Zabalza, etc. de Navarra y, por descontado de Espaa (vase Anexo y Pascual, 1987-1988: 607).
36 Jos Banales, Ana M. lriarte La rrea y Jos Huarte, 10 de feb rero de 1936 (98 .A); tambin
ARLI. Generalidades.
[108]
Las situaciones son variadsimas de poblacin a poblacin: en Berbinzana recibieron el av iso a travs de un enlace que lleg de Pamplona (y que simul un pinchazo en el pueblo) 37 . En Lagrn, lava, sin embargo, los carlistas del pueblo no salieron voluntarios en los primeros das de julio (no salieron hasta septiembre de ese
ao) porque quien real iz la primera leva era Honorio lbisate, propietario de una
tienda y un camin (fundamentales en Ja economa local), anterior alcalde del pueblo, caciquillo y con buenos contactos en Vitoria (en el gobierno civil ), con el que estaban enfrentados por banderas locales 38 . A Cripn lleg la noticia a travs de Tabique, un viejo conocido de Laguardia que les avis en la finca segn recogan la
cosecha. Se reunieron en casa de Flix Loero y salieron de noche hacia Laguardia (el
pueblo era nacionalista por influencia de un cura). En agosto salieron para el frente
aquellos nacionali stas, incluso el que fue presidente del batzoki 39 . Asterio Garca de
Olite se enter del levantamiento, por uno de la casa del pueblo, precisamente. Le
dijo oye que ha habido un levantamiento y est el pueblo lleno de requets como
quien dice, oye que han venido tus amigos, te har ilusin. Mecauen, tir Ja azada.
All se qued y march a enrolarse en el Requet40. Resulta pues palmaria la improvisacin con que se hicieron las cosas. No era pues la eficacia organizativa la
que hizo posible aque lla movilizacin, pues los que ms arriba se describen no son
casos ms o menos pintorescos, sino frecuentes en aquellos das.
Tal vez, por sus dimensiones ms reducidas y porque sus protagonistas han sobrevivido hasta la actualidad, el caso de lava nos sirva para ilustrar uno de los componentes fundamentales que vienen a explicar e l xito de aquella leva.
Las instmcciones para la movilizacin del requet alavs las dio Luis Rabanera desde
su casa, segn cuenta uno de sus hijos. Se las dio a los hijos mayores, y stos a su vez se
las comunicaron a sus amigos, chicos jvenes, hijos de la clase media conservadora de
Vitoria, con los que salieron a recorrer los pueblos. Las rdenes, respecto a los recorridos
y contactos eran muy precisas, cuenta el comunicante (no haba mucho que precisar, salvo
que se desplazaran a la capital, y los contactos eran viejos conocidos para los jvenes)41
Inicialmente se hicieron tres recorridos bsicos. La noche del sbado (o tal vez lamaana del domingo, 19 de julio de 1936) Javier Rabanera sali hacia Aramayona. Lleg
hasta Barambio donde se puso en contacto con M." Luisa Isasi, de una familia muy conocida en la zona y vieja conocida de los Rabanera. Bajando hacia el puente carnino de
Aramayona, le dijeron que haba llegado gente de Mondragn, y en ese punto volvi para
Vitoria. A pesar de ello, al da siguiente se present un gmpo de ellos (advertidos por doa
Luisa). Jos Ignacio Rabanera por su parte, se desplaz con un grupo de jvenes a la zona
de Maestu y Santa Cruz de Campezo, para poner sobreaviso a los de la Montaa42.
J7
38
[109]
No est claro que las labores de enlace las realizaran en exclusiva los hijos de don
Luis. En realidad era aquel grupo de jvenes entre dieciocho y vei nticuatro aos, todos vinculados a Ja Hennandad Alavesa - la que frecuentaban en los ratos de ocio--,
estudiantes (todos menos uno de e llos, Arturo Cebrin, que era ya abogado, aunque
a n joven), y cuyo lazo de relacin mutua era Ja amistad (que corresponda, habitualmente, a un anterior trato entre fami lias) y el parentesco, antes que la afi nidad poltica (ms all de ser de derechas, lo que vena dado por Ja procedencia familiar).
Formaban parte de aquel grupo Galo Pobes (Galiro), que tena amigos entre los falangistas, casi un chaval de dieciocho aos y que, posteriormente, se dedicara a la
explotacin de fincas. Jos Ignacio Rabanera (hijo de don Luis), estudiante en Valladolid, donde hizo algunos amigos de las JONS (partido en e l que milit). Haba sido
albianista, y hacia 1936 estaba estudiando derecho. Arturo Cebrin, por el contrario,
era de Renovacin Espaola, prximo a HA y los carli stas en lava, tena unos veinticuatro aos. Federico Santiago ( Quico ), que estudiaba para ingeniero y veraneaba
en Vitoria, era hermano del que sera general Fernando Santiago, ministro con Franco.
Manuel Rabanera (otro de los hijos de don Luis) haba intentado entrar en la Academia Militar e l ao en que Azaa Ja cerr, con lo que estudiaba por entonces para perito agrcola en Pamplona (donde se mantena dentro de la AET). Finalmente, Javier
Rabanera era estudiante de comercio y estaba en ese momento a punto de hacer el
servicio militar4 3. ste era el grupo de jvenes que aque lla tarde noche se dedic a
recorrer la provincia (y a los que hemos visto llegando a Salinillas). Antes un grupo
de jvenes amigos vinculados a la Hermandad Alavesa que una red de emisarios organizada por e l partido.
Era un grupo con afinidades diversas, como era su pertenencia a la Congregacin
Mariana de los Luises (a Ja que pertenecan prcticamente todos los jvenes de l Requet). Era lo habitual entre los jvenes del ambiente social de la clase media conservadora. Tenan un local social propio, donde jugaban al bi llar, al mus o al tute los
domingos. Ese da celebraban misa en los Jesuitas, en la calle Siervas de Jess. Estaban organi zados bajo la tutela de un consili ario (ellos tuvieron al padre Ereo y
luego e l padre Moreno, que fue padre espiritual de muchos de ellos44 .
Muchos de e llos eran, por otra parte, ex alumnos de los marianistas, con los que
solan hacer salidas domingueras. Eran excursiones de amigos. Justamente uno de
aquellos grupos result sospechoso en julio de 1936. Haban ido a Ocbandiano con
la idea de subir al Amboto. Al volver (el da anterior se haba producido la muerte
de Calvo Sotelo) y llegar al pueblo vizcano preguntaron por el Crculo Carlista. Vieron que alguna gente del lugar hablaba con los fo rales (polica de la Diputacin de
Vizcaya). Les abordaron y les llevaron detenidos. Pero inmediatamente, tras las protestas del responsab le marianista, fueron puestos en libertad45 . As pues, excursiones
de ex alumnos, salidas de jvenes amigos a di vertirse por la provincia y actividades
44
45
[110]
del Requet (que practicaba ese mismo tipo de excursionismo46) se confundan para
sus protagonistas, y tambin confundan a los responsables del orden (los fora les en
este caso).
Como una salida de diversin de un grupo de amigos se organiz el enlace con la
Rioja alavesa. El grupo se lo encomend Luis Rabanera a su hijo Manuel y a Galo
Pobes. Estando este ltimo en un bar de la calle Dato con otros amigos de Vitoria y
alguno de Bilbao, vino mi hermano [Jos M.] --cuenta- y me dice: Que quiere
verte Rabanera, el padre, don Luis Rabanera. El joven Pobes march a casa de don
Luis. El responsable del Requet le dijo: Mira, como t eres de por all, vas a ir a
Labastida y a Laguardia. se fue e l modo e n que fo rmaron un grupo con Quico Santiago, Arturo Cebrin y Manuel Rabanera. Decidieron ir juntos. Salimos de la calle
Dato, dice Galo Pobes, dando a ente nder que no fue necesario disimulo ningu no.
Llevaban una orden escrita. Tenan que dejarla en los Crculos de la Rioja. Fueron a
Labastida, luego a Laguardia y, tras haber entregado las consignas, se marcharon,
como jvenes divertindose, a Cu1iosear por Logroo. A la entrada de la ciudad se
encontraron con Guardia Civil. Galo Pobes conoca a un sargento del lugar, de modo
que en primer lugar pregunt por l. Los comentarios rituales: que qu tal est,
pues bien, pues dle recuerdos. Y a partir de ah entraron en conversacin. Segn los guardias civi les, en Logroo las cosas estaban normal, aunque algunos comenzaban a concentrarse en la Tabacalera (que sera caoneada el lunes por las fuerzas provenientes de Navarra). Les aconsejaron que (dado que eran conocidos por la
zona) no se aventuraran en Logroo. Volvieron sobre sus pasos y se desviaron hacia
Haro. Ya el ambiente entre los del coche era de fiesta y diversin (bamos Un poco
de juerga). En la plaza de Haro haba un grupo alertado encabezado por un guarda
sereno. Al verles, les detu vieron e interrogaron (alguno de e llos, naturalmente, les conoca). Les registraron, pero ya no llevaban nada encima. Finalmente, el sereno les
orden: Vyanse ustedes porque stos son as y puede ocurrir algo. Hu bo quienes
no estuvieron de acuerdo (por lo que se subieron en Jos estribos), pero salieron del
pueblo a gran velocidad, consiguiendo escapar sin consecuencias (volvieron a Vitoria, al Crculo de la Hermandad, donde fueron detenidos de madrugada, para ser liberados en la maana del domingo 19 de julio47).
Aque l grupito de cuatro jvenes llev el coche de don Francisco Ortiz de Ziga,
cuado de Luis Rabanera y hombre de abolengo en Vitoria (el to Paco, para los Rabanera). Otros coches que se utilizaron fueron los de Fernando Elo, de RE y de Hermandad Alavesa, hijo (mal avenido) de Guillermo Elo (probablemente el hombre individualmente ms decisivo en la poltica vitoriana de todo e l principio de siglo), y
el de Jos M. Pobes (el conocido VI.1001), miembro de la Diputacin primo1Tiverista y hacendado de Labastida (padre de Gatito) 48 .
46
[ 111]
Y es que aquella especie de noche de juerga de los jvenes cont con la complicidad de las buenas familias de Vitoria y una larga relacin de algunos de ellos y
sus famil ias con los territorios que recorrieron.
Citar solame nte algunos de ellos. Un informe policial de julio de 1940 califica a
Guillermo Elo y Pedro Usatorre (y su hijo Santiago) como los principales caciques
de lava. Segn el informe, ambos hombres dominaran al gobernador civil, al alcalde de la capital, a la Diputacin (de la que Santiago Usatorre fo rmaba parte) y controlaran los entresijos de lo que el info rme llamaba baja poltica49 . Ninguno de los
dos tom pa11e activa en la movilizacin del da 18, pero, estando al corriente, la respaldaron en los das sucesivos (Guillermo Elo formando parte de la Diputacin y llevando una activa poltica de sustitucin de ayuntamientos 50 , y Pedro Usatorre y sus
hijos como miembros de la Comunin Tradicionalista). Elo tena el ms importante
bufete de abogados de Vitoria. Haba sido gobernador de Sevilla con Dato y alcalde
de Vitoria en 191 6. Gentilhombre, amigo ntimo de Pedro Sainz Rodrguez, bien relacionado con las instancias polticas de Madrid, era, e n palabras de Toms Al faro,
maestro en los ltimos baluartes de l caciquismo, ... por eso no le falt en su tabernculo de la calle Florida - prosigue Al faro-, donde toda notic ia llegaba, el contacto con sus amigos y colaboradores51 . En efecto, Guillermo Elo contaba con una
clientela en la que figuraban las personas y entidades del mayor re lieve en la ciudad.
Los casos ms importantes eran encargados a su despacho y por l pasaban a lo largo
de la semana todo tipo de personas. Los fines de semana y festivos mantena una te rtulia en la calle Florida (no era hombre de casino) con sus pasantes, amigos polticos y aficionados taurinos (pues don Guillermo era presidente de Ja Empresa Popular de Corridas de Toros y gran aficionado a los toros). Hombre de gran afa bilidad y
distinguido, con trato fluido con todo tipo de entidades y organismos, reciba con frecuencia petic iqnes de favores que l trataba de satisfacer. Por todo ello, por sus contactos fuera de Vitoria (y a pesar de tener fama de tener una vida privada libertina 52 ),
Guillermo Elo controlaba desde su despacho una extensa red de re laciones en la capital y en toda la provincia de lava53 .
Pedro Usatorre, hombre austero y rgido, era uno de los pocos corredores de comercio de Vitoria. Por su situacin profesional y por su militancia poltica (perteneci al carlismo desde su llegada a Vitoria a princ ipios de siglo, siendo concej a l
en 1906), contaba entre sus amigos con la lite poltica y econmica de la ciudad.
Cada tarde, tras la cena de las siete, sala de paseo, sin excusa posible, con sus car-
49
[1 12]
listones y sus curas, dice su nieta. Por el despacho de procuradura y corredura que
tena organizado con su hijo Santiago, pasaba todo contacto comercial de cierta entidad que se produjera en la provincia (tanto de orden industrial, financiero o agrario).
Como ocurra con Elo, su profesin les permita un altsimo nivel de contacto en toda
la provincia, con todo tipo de gente (en este sentido, el carcter afable y campechano
de Santiago y su papel activo en la vida social de la ciudad -en el Tenis Club o en
el caf Suizo- jugaban un gran papel). Lgicamente, el nivel de informacin que
mantenan sobre cada acontecimiento o circunstancia de la vida local, era privilegiado
(era frecuente que, por pequeas mordidas, la propia polica les suministrara informacin til para su negocio). No exageraba, pues, el in forme polic ial cuando llamaba cacique a Usatorre (sin que esta palabra aq u tenga otro sentido que el de describir su posicin social , sin Ja carga peyorati va que existe e n el informe) 54 .
Haba dentro del carlismo otras personalidades de gran ascendiente en la sociedad alavesa: Eustaquio y Antonio Echave-Sustaeta, con casa en Elciego pero residentes en la capital y muy activos en su vida social, o Esteban Senz de Ugarte, alcalde de Berantevilla, que jug un gran papel entre los alcaldes alaveses durante los
aos de la Repblica y mantuvo una intensa relacin con el entorno poltico vitoriano
(como hombre de Oriol en su campaa contra el Estatuto Vasco). Senz de Ugarte
que mantena con su localidad una relacin de patronazgo gracias a su cargo, su negocio de ultramarinos y harinas y a s u funcin de administrador de Gonzlez Moreno,
secretario de la Audiencia de Vitoria y con extensas propiedades en Berantevilla. Jos
M. Urquijo de Llodio, Jos M. Elizagrate, que ejerca como secretario de la Hermandad y que en s mismo requeri ra un apartado especfico (propietario de un taller
de muebles familiar, cumpli en lava un pape l similar al de Martnez de Berasin
en Navarra: por sus manos pas buena parte de la actividad electoral de la derecha
alavesa durante la Rep blica, tena sus propios corresponsales en toda la provincia;
fue un tiempo hombre de Oriol; luego, enfrentado a aq u l, mantuvo una alianza con
Guillermo Elo y una breve pero intensa relacin con el navarro Eladio Esparza, con
quien ensay una especie de fascismo de autos sacramentales en lava entre 1937
y 1938), etc. 55
Ms directamente relacionado con la movilizacin del da 19 (a travs de sus hijos) estuvo Jos Mara Pobes. Hacendado de Labastida, descendiente de una familia
de abolengo (a travs de su madre, los Quintano y Caedo) que a finales del xvm y
principios del xix, llevados por el ambiente ilustrado, haban puesto en marcha una
moderna explotacin vitivincola (cuya herencia administraba ahora don Jos Mara),
era el prototipo de hombre de la clase media agraria del norte de Espaa. Jos Mara
Pobes tena cuatro hijos y en su casa viva la Sati11; criada de la fam ilia, el adminis-
s4 Venancio del Val, 10 de marzo de 1994 ( 11 1.A); Jaime Usatorre, 22 de octubre de 1994 ( 11 9.B);
Pilar Usatorre, 5 de noviembre de 1994 ( 120. B).
ss Vase correspondencia conservada en A RSU; Venancio del Val, 1O de marzo de 1994 ( 111 .A); Dolores Senz de Ugarte, 20 de octubre de 1994 ( 11 9.A); M. Dolores Elizagrate, 25 de octubre de 1996.
Vase tambin informe policial A HN. Fondos Pol iciales. L. 8 10. Sobre la experiencia de Esparza y Eli1..agrate: Ugane, 1990.
[J 13]
Lrador Paco Martnez Ayala y su familia, y otras cuatro o cinco familias de criados de
la casa. Todos ellos eran considerados miembros de la familia, parte de la casa. Los
nios se criaban y jugaban juntos y, segn crecan, unos pasaban a ser criados y otros
marchaban a estudiar fuera para volver como seores. Como mayor propietario de Labastida sus re laciones con el pueblo eran las del patrono: tena el lugar reservado en
la iglesia y acuda a e lla en carroza (mientras la gente se descubra a su paso). La religin era el centro de sus preocupaciones y, aparte de los libros de tcnicas vitivi ncolas, constitua la parte ms sustanciosa de su nutrida biblioteca. Sus viajes a Madrid eran frecuentes por asuntos de negocios y en visita de familia. All solan acudir
a verles vecinos de Labastida que realizaban e l servicio militar en la capital. Naturalmente, mantena relacin con todas las fami lias de cierto abolengo de toda la Rioja:
Marqus de Legarda, Conde de Ervas, Marqueses del Puerto, con los Paternina, los
Blasco, etc. Hacia 1921, coincidiendo con el inicio de los estudios de sus hijos en los
Marianistas, abra casa en Vitoria. En esta casa mantena una tertu lia - mantenida en
torno al chocolate hecho por la abuela- con algunos sacerdotes y gente de alcurnia
de la ciudad. Por ella sola pasar, cuando estaba en la ciudad, Jos Luis Oriol. De
aquella posicin se derivaba esa relacin de conocimiento y deferencia que se mantena hacia su familia en toda la Rioj a (y de la que se sirvi Luis Rabanera al enviar
a uno de sus hijos como enlace a la zona)56 .
Finalmente, el propio Luis Rabanera constitua en s mismo un tipo social clave
en esta amplia red de relaciones que se est describiendo. Luis Rabanera perteneca
a una familia de tradicin carlista en Laguardia. Hijo nico, haba optado por la carrera militar, lo que determinara los rasgos bsicos de su rutina social. Importante
propietario en Laguardia, y retirado de la vida militar con la Ley Azaa, viva en Vitoria (donde se haba casado con una hija de la fami lia Ortiz de Ziga), con sta, los
siete hijos habidos del matrimonio, su suegra Juliana Lpez de Alda (la abuela Juliana, centro de la principal fiesta familiar con su cumpleaos, y que ejerca como
polo de atraccin de su entorno de parentesco y amistades), la aa Manuela (que haba criado a los hijos, a quienes pasaba a llamar seiiorito al cumplir los diecisis aos)
y dos o tres criadas que doa Mara de las Nieves coga de la zona vascfona de Guipzcoa para el cuidado de la casa. Todos ellos (ms alguna visita habitual como la de
Pilar Caas) constituan lafamilia 51 . Los veranos los pasaban en Zarauz (donde se relacionaban con gente como el alfonsino Satrstegui) y, sobre todo, en la casa de Laguardia, donde vivan dos hermanas de don Luis y en donde la familia pasaba largas
temporadas (de ah la amplsima relacin de la familia con la gente de Laguardia).
All coman los chavales las tortillas de huevos de gorrin, iban a las fiestas de San
56 Jos Mara Pobes, 24 de junio de 1991 ( 1 1); Pedro Pobes, 8 de octubre de 1994 ( 11 6); Galo Pobes, 27 de octubre de 1994 ( 118.B).
57 Luis Rabanera tena gran aficin al juego de la pelota. Cada vez que volva a casa, la aa Manuela
le preguntaba: Qu hemos hecho?, as en primera persona. Si se haba ganado contestaba, invariablemente, grasias a Dios, si perdido, resignasin. Sin duda, se consideraba - y se le consideraba- parte
de la familia.
[114]
Juan, gozaban con la vendimia y mantenan estrecha relacin con los otros chavales
del pueblo. Su casa era visitada por los Senz de San Pedro, los Enciso, los Viana,
los Manso de Velasco, Gortzar, Senz de Santamara, Buesa, San Pedro o los Migueloa, buenas familias de Laguardia, alguna residente en Bilbao y que, como ellos,
pasaba el verano en Laguardia. Estaba, adems, la fami lia del administrador Coca,
Portilla, Aguillo, los Briones (relacionados con las fincas de los Oriol). De ah que
fuera frecuente que los chicos de Laguardia que hacan el servicio militar en Vitoria
pasaran por la casa de los Rabanera, donde se les pasaba a la cocina para que tomaran algo. En Vitoria, don Luis tena, tambin una amplia vida social. Gustaba de jugar a la pelota, pescar y montar a caballo (hbito adquirido en la milicia). Sus amigos se hallaban entre la clase media vitori ana, militares (como los Benito Brena,
lvaro Area, Cndido Fernndez Ichaso, etc.), sacerdotes, etc. Acostumbraba a ir por
el Caf del Norte, al que llamaban Caf de los curas (esquina calle de Los Fueros
con calle de San Francisco), donde se juntaban varios curas y don Luis a tomar caf.
Tambin acuda con regularidad semanal a casa Juan Cruz (calle San Francisco casi
esquina calle Nueva Dentro), especialmente los das de feria (le llamaba mi cabaret)
cuyo propietario era de origen aldeano y pe1t eneca a Federacin Catlica-Agraria.
En casa Cruz se venda de todo. Por eso los jueves de feria acudan al establecimiento
los labradores de la provincia (que haban venido al mercado semanal y a la feria).
Para atraerse a la gente, en casa Cruz se sola regalar un da un pellejo de vino, otro
una botella de ans, ail, unas galletas. All tomaban los aldeanos su vino, su Supurau (una especie de almuerzo), su mezclau (vino con verm o con moscatel), o tomaban su al muerzo trado de casa. Pues bien, all acuda don Luis cada jueves hacia
las siete, con cuatro o cinco curas de los pueblos, su cuado Paco Ortiz de Ziga, el
oculista Retuerto, y otros, para jugar al tresillo y al subastado. All mismo organizaban nutridas meriendas a base de callos, patas de cordero, etc. Cerca estaba el Estanco de Iturralde donde haba otra te1tulia a la que acuda Cndido Fernndez lchaso.
Aquellas partidas y meriendas hacan que don Luis fuera muy conocido entre la
gente de los pueblos de la provincia. Es pues de entender que Luis Rabanera mantuviera una excelente posicin entre sus relaciones familiares y de amistad con la clase
media conservadora de la capital y la zona de la Rioja, de un lado, y su buen entendimiento con los hombres de los pueblos que acudan semanalmente a la feria, de
otro. Era la condicin nodal que comparta con sus hijos que, con frecuencia, ayudaban a su padre en las labores de coordinacin del Requet58.
Si antes he hablado del papel de nudo fuerte en los casos de Garcilaso o Martnez Berasin, se entiende ahora hasta que punto toda aquella red de relaciones familiares y de amistad jerrquica (patronazgo) constituan una tupida trama en la provincia sobre la que se deslizaron con facilidad los jvenes de Vitoria (y, como ellos,
otros en Navarra) aquel 18 y 19 de julio. No era la organizacin, era la relacin fluida
[ 115]
que exista entre Ja ciudad y el campo en aquella sociedad, sobre la base de una red
clientelar que contaba como elemento fundamental a la clase media que actuaba como
puente entre los estratos altos del establishment y las comunidades en las que un abigarrado haz de hilos vinculaba al individuo a aquella red. Contactos por arriba en Madrid, en los lugares de veraneo, etc., y por abajo, esa amplia comunicacin con Ja provincia y el lugar de origen, permitan a aq ue l grupo ejercer ese papel axial en aquella
circunstancia. Esto era lo que hizo fci l e l contacto y la rpida movilizacin del Requet. Ellos eran los que haca posible la convergencia entre conservadurismo y radica lis mo a que he hecho referencia arriba.
El papel del oriundo era fundamental. A Laguardia no fue cualquiera a recoger a
la gente (ya el domingo), acudi un viejo conocido del lugar, de fami lia de Laguardia y con fincas en el pueblo59 . No se le hubiera recibido del mismo modo, y el clima
de comunidad que presidi el desplazamiento -con cnticos y en tono alegre- no
hubiera sido e l mismo con un desconocido al volante del autobs 60 .
Existan, adems, esos lugares en que se sociali zaba aquella relacin: desde la procuradura o el bufete, el Tenis Club o Ja casa Cruz. Tambin los lugares de veraneo
(Zarauz para los Rabanera o Ja finca de Esteban Bilbao para los Usatorre). En Pamplona, el propio Crculo ejerca ese papel de gora de la provincia. Por all pasaban
los aldeanos cuando iban a la feria, por all los curas de los pueblos. Eran memorables las partidas de chamelo y tresillo que se jugaban en el lugar. Y famosos por su
habilidad con las cartas curas como el de Traibuenas o el de Caparroso (o Jos Ulbarri, prroco de Ugar, que en verano marchaba de temporada a San Sebastin a j ugar a las cartas). De all se iba a las fondas a comer. Haba un dicho en Pamplona
cuando se pretenda comer bien: ponerse detrs de un cura, pues se deca de ellos
que eran quienes mejor coman61
Tambin las redacciones de los peridicos (como hemos visto ya en el caso del
Diario de Navarra) constituan nudos o lugares de encuentro de distintas gentes de
la clase media y el mundo de la informacin. Ese papel j ug el Pensamiento Alavs
entre el 18 y el 19 de julio. Por all fue pasando gente variada para informarse de Jo
que ocurra (y entre los concurrentes se iba forma ndo la opinin que luego circulaba
por Ja ciudad). As Jos Mara Pobes (hijo del que fuera miembro de Ja Diputacin
con Primo, persona activa en la derecha, recin procesado por un incidente en el desfile del 14 de abril), tras or misa en San Miguel y juntarse con un miembro de Hermandad Alavesa (quien le comunic que ya se haba armau) marcharon al Pensamiento Alavs, peridico carlista. All estuvieron con el director Jos Goi (que haba
estado informndose toda la noche a travs de la radio). Al poco, apareci por all
Luis Miner (cannigo del cabildo catedral, afn a Renovacin Espaola) y Francisco
Tabar (tambin cannigo de los ms antiguos, que tena fa ma de liberalote) lo que,
59
[116]
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- --
- -- -
Los jefes de la conspiracin en Navarra recorriendo las calles de Pamplona la maana del 19 de julio de 1936. El general Mola
(centro), Rairnundo Garca, Garcilaso, director del Diario de Nal'arra (con corbata a la derecha), teniente coronel Alejandro
Utrilla, instructor jefe del Requet Navarro (uniformado a la izquierda), y Joaqun Baleztena, Presidente de la Junta Regional
Carlista de Navarra (en mangas de camisa, tras el general Mola). Fondo del AMP
Gente congregada en la Plaza del Castillo de Pamplona observando las formaciones del Requet a primeras horas del 19 de
julio de 1936. Fondo del AMP
Voluntarios rcquets de los pueblos de lava recibiendo su equipo en un acuartelamiento de Vitoria el da 19 de julio de 1936.
Fondo del AMVG (YAN-57. 17)
.... . .
Posando para el fotgrafo. Arriba, rcqucts recin al istados con sus uniformes, y, abajo, panicipantcs en un mitin tradicionalista
en Orduila (1935). Fondo del AM VG (YAN-86.8 y YAN-77.3)
Entre la comida feriada y la romera. Arriba, comida en el Crculo de la Hermandad Alavesa (1936), y, abajo, romera de San
Vtor (1928). Reproducido en lava por Dios y por Espaa, Vitoria 1936. y Fondo del AMVG (YAN-41. 12)
DIARIO DE NAVARRA1
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nu,1 .. 1111 1H u11f11, l.'11~1\ll 1.I f\1 1 fh1111l1111 l:Ull 1~~rilnn1IM1.V 111: i;IOl'IH, c j 1110
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Jos Luis Oriol, diputado tradicionalista por lava en la Repblica, arengando a la poblacin frente al Seminario de Vitoria (agosto
de 1936). A continuacin se izara la bandera monrquica en el edificio, siendo bendecida por el obispo de la Dicesis vasca,
Monseor Mateo Mgica. Reproducido e11 el lava por Dios y por Espaa, Vitoria 1936
-- -- - - -- -- -- -- --
14
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l. Echauri
2. Es1ella
3. Azania
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Corclla
Navascus
Monreal
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Arguedas
Tudela
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Sangesa
Pcralra
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11
Geografa del Requet navarro. Terri torio del que se nutri el Terci o de Pampl ona y red ele oficiales del Requet en l as ca
beceras de zona. Ela/Joraci611 p ropia a partir de los Fondos del AIWU
PAMPLONA
ESCALA 1:10000.
J.SECTOR
1.-Cam1ml11. 1
2.-llospnal 1 icjo
9.-Es1afc11, 23
10.-Monie de Pilod
l l.-J31icr. 2
12.-Tcj<rla, 28
14.-Canncn, 32
IS.-Casa de M11<m1dod
16.-E....iu de Caldtrtrio
IJ.-El<11CludeCOl!lpl6la
18.-Anllpo e.anti Mnci.
2-SECTOR
J.-DiJl"la<in (An1iguo Cajl
26.-Acadcmi:ri mun. de mllsica
31.-Es<uelas de Ancs y Oficios
32.-Pr!ncipc de Viana (Arbi1rios)
33.-Ronc""llts, S
34. Tcauo Ga)'llTC
3S.-PlmdeTOIOS
36.-l'lnuc de delinettio
24.-Coltgio de 11.....
lS.-Asilo del Ni!o Jtsils
IJ.-San Grtgorio. SS
28.-San Anin, 27
29.-Ciudadcla, 1
30.-Dclcgocin de ll acienda
SECTOR DE ~1'RA.llUROS NMERO 1
43.-Cuiioo Esqu1nlz
44.-Escvtbs de AbeJ<fU
45.-Esc...bs de s.. JOlll
i..1iilanci.ldc<11t110r<!l.lri~
l"SECTOR
3.-.lfa)'Of, 2S
4-Dcscal""' 21
S.-Jan11t1, 28
6.-Z.po1<ria. 40
8.-San Nicolls, lS
19.-Es<uclas de S. Franci1<0
20.-0rlcn P1mplos
21.-Moyor. 88
22.-lnccndios
23.-Esla>i. 30
Despliegue realizado por el Requcl de Pamplona en la jornada de las elecciones generales del 16 de febrero de 1936 con el fin de conirolar mililarmente
la capilal navarra con ese mo1ivo. Fondos del ARBU
al parecer, desagrad al primero (de lo que hizo manifestacin ostentosa). Del peridico march a casa para comer. A la mesa se sentaron su hermano Galo, que vena
de realizar su misin en la Rioja (y pasar la noche en la crcel), su cuado Ricardo
Zulueta, de Falange, y con l Agustn Aznar y otro jerarca falangista (miembros de
la cpula de l partido apresada en marzo y dispersada por disti ntas crceles del pas).
Tras la comida, todos marcharon a Hermandad Alavesa, como hi zo toda la gente de
la derecha vitoriana para informarse sobre la marcha de los acontecimientos (Aznar
march al frente y a Jos Mara Pobes le toc hacer servicios en e l Gobierno Civil)62 .
Como se ve, los canales se prolongaban desde las redacciones de los peridicos
a las casas particulares y las sedes de los partidos.
Muchos jvenes de las capitales formaban parte de la Juventud Catlica. Era el
caso de l vitoriano Urbano Ortega. Haba entrado de tiple en Ja parroquia de San Vicente. Pronto fo rmaron un grupo de txistularis impulsados por el padre Pedro Elorza,
consiliario de la Juventud Catlica. Tenan su sala de juegos, y con frecuencia se hacan representaciones teatrales, comedias y numerosas fiestas juveniles63 . En Pamplona, Agustn Za baleta perteneca al Orfen Pamplons (lo ms grande ... el Orfe n era todo), agrupacin musical creada en 1892, con cuarenta y tantas obras de
una voz (obras regionales) en su repertorio y numerosas obras corales del barroco y
el romntico europeo. Tenan su edific io al que acudan j venes de toda Pamplona
(entre ellos, numerosos carlistas: los hijos de Remigio Mgica, Millaruelo, jefe del
Requet, Mariano Beunza, etc.). Ensayaban cada da y hacan prcticamente toda su
vida social en el saln del edificio: jugaban su partida de mus, hacan sus merie ndas, etc. Agustn Zabaleta tambin perteneca a la Adoracin Nocturna. Justo la noche del 18 al L9 de j ulio, tuvo funcin la iglesia de los Pales. All se present de
uniforme Mario Ozcoidi (hombre muy rocero, de buen trato) y les inform de que
estaba ya en danza e l movimiento . No fue necesario ms. Al da siguiente, se presentaron dos del grupito del Orfen. En los das sucesivos fueron presentndose
los dems64 Aq uellas agrupaciones juveniles no fueron directamente empleadas en
la leva. Sin embargo mantenan, a travs de la amistad y el trato, contacto fl uido con
el crculo implicado en la accin poltica. De modo que, una vez iniciada la recluta,
como ocurre con la cereza que arrastra a otras del cesto, aquellos grupos de socializacin juvenil fueron reproducindose dentro de las compaas del Requet que
se iban formando.
Tambin los seminaristas, que en verano se relacionaban con universitarios, bachilleres, maestros, etc. de sus pueblos de origen (iban de merienda, jugaban al ftbol, o daban paseos -con su vestimenta negra, tenan prohibido el acceso a los bares-) jugaron cierto papel como transmisores de ideas y en la recluta de la juventud
ms cultivada de los pueblos. En aquel crculo de iniciados en el mundo de la cul-
62 Jos M.' Pobes, j ulio de 199 1 ( 11.A); Luis Rabanera, 13 de septiembre de 1994. Urbano Ortega,
12 de marzo de 1992 (38.A).
63 Urbano Ortega, 12 de marzo de 1992 (38.A y B).
64 Agustn Zabaleta, 20 de diciembre de 1993 ( !09.A).
[11 7]
tura, Navarra -y todos los aspectos referidos a ella (en su propia versin) - eran
tema de conversacin frecuente: el catolicismo, la historia, etc.65
Hacia el mes de junio de 1936, ya sabamos que la guerTa estaba para saltar>>,
cuenta Javier Lorente, seminarista en Pamplona por aquellas fechas. En principio tenan
prohibida toda actividad civil (y an ms, poltica). Ni la prensa diaria podan leer sin
la autori zacin del padre espiritual. De modo que, decidido a salir con el Requet, fue
a hablar con el padre espiritual, el director Cndido Arbeloa. Padre Cndido -comenz-, vengo a decirle confidencialmente... lo que usted pueda ver ntimamente ... La
decisin suya va a ser causa de una decisin ma muy trascendental. Se est preparando
la sublevacin contra la Repblica. -Hay algn militar? - le inten-oga e l director.
--S hay militares, no cabe duda. Pero no es un movimiento legal -ambos hacan referencia a la obligacin de obediencia a la autoridad en la tradicin cristiana; como si
la presencia de militares legitimara e l gesto. - Pero estn buscando gente, sobre todo
gente carlista -l ya lo saba, comentaba Lorente... -En conciencia podra yo hacerme ... salir voluntario - no tengo intencin de dejar el sacerdocio, claro- que no
fuese obstculo para ser el da de maana sacerdote? ... -Mira - le respondi- Dios
puede hacer por s mismo las cosas que puede exigir a los dems. Pero puede exigir a
los dems las cosas que quiere l que, siendo buenas, las hagan los hombres. Si Dios
quiere hacer un milagro, pues bien, que lo haga para que cambie Espaa. Pero si no lo
hace, la nica solucin que tiene hoy Espaa (por la persecucin religiosa, por la disolucin de la Compaa de Jess, por el laicismo y todo eso) ... es solamente una sublevacin. -Entonces, puedo recibir su bendicin para irme al frente? Y el director
espiritual le dio la bendicin. l se lo comunic a sus compaeros en las mismas circunstancias: Podemos ir tranquilos. Tengo la bendicin del padre Cndido66 . En ese
punto, los seminaristas se sintieron misioneros de aquella nueva causa: Nosotros
veamos. Y lo veamos ms que todos los que estbamos preparndonos para una batalla
que es tremenda contra el pecado, contra la muerte eterna67 . Y as se preocuparon de
transmitirlo aquel julio de 1936, en que ya estaban de vacaciones en sus casas.
Bien. No era aquella la situacin de un partido milicia, como la descrita por Emilio Gentile para el PNF y sus squadristi. No. Aquella movilizacin fue antes el resultado de la ampl ia trama social que una capilarmente a aquella sociedad que producto de una di sciplinada orden de levantamiento. Se enviaron emisarios, hubo
rdenes de movilizacin, pero, todo ello circul, funcion a travs de esa red social
compleja, variada pero fortsima.
3.3.
stos eran los mecanismos -o algunos de los mecanismos- que ponan en contacto a la ciudad con el campo. Sin embargo, ya en el interior de cada pueblo, se activaron los mecanismos locales de relacin social. Bsicamente, y a fuer de introdu-
65
66
67
[118]
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---------~
cir una sistemtica, fu ncionaron dos tipos de mecanismos. En algunos lugares se activ lo que, siguiendo a Thomas y Znaniecki, he llamado ms arriba e l fenmeno del
suceso extraordinario e n el marco de la opinin social de la com unidad, un acontecimiento que rompe la ru tina de la comunidad y frente al que todos sus miembros adoptan una misma actitud, con consciencia de hacerlo y que produce el efecto de reforzar la unidad e moti va del colectivo 68 . En otros, por e l contrario, la llamada a l
levantamiento antirrepublicano fue asumido como prolongacin de la pugna banderi za que se produca en la localidad (en los que se mezclaban aspectos de estatus, econmico, ideolgico, etc.).
En los das posteriores al 19 de julio continu la leva de gente. El da 22 llegaba
a Fresneda (lava, munic ipio de Valdegova, de unos cien habitantes) un autobs
Sauden de la Compaa lava con e l fin de reclutar gente. An ese vehculo, que haca e l recorri do Puente larr-Bilbao, circulaba por su lnea regular e l 2 1 de j ulio martes; el domingo da 19 haba habido feria en Medina de Pomar (Burgos, a unos kil metros de Fresneda) y ha ba estado tremenda mente conc urrid a. Al llegar a
Fresneda tocaron la campana y todo el mundo -que se hallaba e n las fincas- acudi. Era evidente que algo grave ocurra para que se tocara Ja campana. Reunida la
parroquia, el pueblo moral (sobre todo los que iban al bar de Toribio Salazar, la mayora, no tanto los que iban al bar de Villate que eran ms marginales en el pueblo),
les animaron a a listarse. Hablaba el alcalde pedneo y el cura. Tambin un maestro
del lugar que pasaba las vacaciones en casa de sus padres. Los mayores les animaban tambi n a alistarse (entre e llos el seor Marcos - Marcos Narbona-, todo un
hombre, de derechas de siempre, dice uno de los que se alist). Les decan que
haba que ir, que eran quince das, y que de lo contrar io - de ganar los rojos-, todo
desaparecera, les qu itaran todo. El autobs continu por otros pueblos de la zona,
y a la vuelta se al istaron tres de los jvenes ms decididos (aproximadamente un sesenta por mi l sobre la poblacin masculina, cuando la media de lava fue de treinta
y nueve)69
No me atrevera a decir que aque llos tres voluntarios fo rmaban parte de la solidaridad defensiva 7 de l pequeo pueblo (aunque podremos observar otro caso, el de
Landa y Ull barri, que tal vez s pudiera ex presarse ms aj ustadamente en esos tr-
68 Algo i milar a la viva y altamente articulada opi11i11 pblica del pueblo de Pitt-Rivers ( 1989: 65),
que lograra mantener la unidad moral del pueblo.
69 Alvaro Dfaz Barreda, 21 de agosto de 1989 (3.A); Hiplito Martfnez, 2 1 de agosto de 1990 (no
hay grabacin) y 21 de octubre de 199 1 (2 1.B); A ntonio Ortiz de A nda, 3 de diciembre de 1990 (4.A).
70
Ha solido hablarse de la solidaridad fiscal como rasgo comn a muchas comunidades de aldea
(rasgo que se dar en el Pas Vasco y Navarra). La expresin la derivo de ah, pero ciertamente existi y
funcion en lugares como la Catalua de la i nvasin francesa de fi nales del xvm con el so111m11 (vase,
por ej emplo, Aymes, 1991 : 196-209), que, como ha demostrado Jord y Giiel, ni ser instituidas por el Conde
de la Unin cont ra el francs ( 1794), no hicieron sino institucionaliz:tr formas espontneas de autodefensa
(sobre las formas posteriores del somatn, ya en un nivel diferente, vase Gonzlez Calleja, 199 1). Pueden
verse otras situaciones comparables en la i nstitucionalizacin de la revuelta campesina del xv1 y xv11 en
Francia (Berc, 1974) y en la revuelta antirrevolucionnria ele la Vende a principios del XJX (Bois, 1980).
[ 11 9]
71
[120]
- - -
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das las funciones religiosas se hacan a toque de campana. Pero tambin se tocaban
a diario: a primera hora el del alba, a las doce e l 6ngelus (se rezaba tres Ave-Maras,
parando los domingos e l juego de bolos), por la tarde el del ave-mara y, a la hora,
el de la oracin para retirarse. Estaban adems el de la agona, el del funeral, el del
fuego a rebato y, naturalmente, los de las grandes fiestas en las que se tocaban todas
las campanas a vuelta. Adems con las campanas se tocaba a vereda y cuando se sacaba e l ganado con el pastor, o haba la revisin anual de las vacas para la minada
(u na especie de seguro de ganado). Una vez al ao se tocaba el llamado mal toque
(cuatro toques seguidos), por el que los veci nos eran convocados por el recaudador
para que hicieran e fectivos sus impuestos75 . La campana, pues, estaba presente en la
vida diaria del luga reo, siempre para recordarle un acto comunitario (de ah la expresin de Lisn de Tolosana).
Tambin en Espejo las tocaron. Cuando la oyeron (cuenta un nio de la poca)
pensaron que alguna cosa pasaba, que algo se quemaba. Recuerda que cuando haba
fuego tocios ayudaban, hasta los chavales, llevando agua o lo que fuera. Era cuando
las campanas tocaban a rebato. Al acercarse al puebl o vieron a soldados apostados
entre las dos vueltas (lugar cntrico de Espejo donde se organizaban fiestas, bailes,
etctera). Algunos se alistaron voluntarios, otros como la fami lia de Ruiz, fueron obligados a e llo76 . Pero tambin en este caso la campana actu convocando a la comunidad, aunque no se concitara el estado de opinin social, pues ya, en estos casos, la
comunidad se hallaba dividida por banderas.
No era e l caso de los pequeos poblados situados al norte de Este lla. El prroco
de Lerate, Jess Ancn, acompaado por un seminarista llegaba a Lcar e l 20 de julio buscando informacin. En e l pueblo se encontr con que la mayora haba salido
hacia Estell a ya. Conocido este dato, se visti un buzo, se cubri con una boina y
marcharon ambos en bicicleta hacia Estella, donde se pusieron a las rdenes de l delegado de orden pblico de la ciudad. ste les facili t un vehculo, y con l recorrieron Abrzuza, Ariza la, Riezu, Muez, etc. Desde estos pueblos e nvi aba n enlaces
en todas direcciones (A iturgoyen, Azcona, Arguiano, Irujo, Gembe, Vidaurre, etc.).
En cada pueblo hacan sonar las campanas convocando a la gente. Tocaban a rebato.
El prroco de Lerate se senta predicando la Cru zada como Pedro el Ermitao. La
emocin deba ser tal, que prometieron eri gir a Ja vuelta un monumento a l Sagrado
Corazn de Jess en Lerate. Los camiones transportaron en dos viajes un gran gento hasta e l cuartel de Estella. La movilizacin haba sido tan intensa en la regin,
que e l cuartel les rog que volvieran a sus casas. Sin embargo, el sacerdote insista,
y con el nimo de hacer tiempo, agrupar a Ja gente y presionar a los militares, inici el rezo del Santo Rosario con todos los voluntari os orientados hacia el Santuario de l Puy. Pero las limitaciones eran reales: no exista equipo para toda aque lla
gente. Ante la im posibilidad de marchar hacia e l frente, Jess Ancn recorri otros
15 Hiplito Martnez, 22 de octubre de 1991 (23.A y B); ngel Pinedo, 15 de junio de 1992 (48 .A).
Juan Cniz Senz de Arzamendi, 20 de enero de 1992 (30.A).
76
ngel Pi nedo, 15 de junio de 1992 (48.A); Basilio Ruiz, 15 de junio de 1992 (48.B) .
[1 21]
77
ARL!. Tercio de Nuestra Seora del Camino. Este grupo form posteriormente una compaila de
la Falange. Decan que ellos se haban enrolado por la FE, de modo que los militares lo tomaron al pie
de la leLra y les encuadraron enLre las unidades de la Falange Espailola, la FE.
78
Mnico Azpilicueta, 25 de septiembre de 1992 (68 y 69); Vctor Garayo, 22 de septiembre de 1992
(67.B); Fennn Lezaun, 30 de septiembre de 1992 (72 y 73). Ha s ido muy comentada la colaboracin de
los sacerdotes en la recluta. Tal es el caso del prroco de Aramenda (Navarra) o el de Bemedo (lava)
y un largo etc. Vase lturralde, 1966: 154-155 y 191.
79 El concepto bando ha sido empleado por 1. A. Durn ( 1972: vase comemario en l 70n.) de modo
bastante libre tras recoger el trmino de la historiografa espailola. Equivaldra a las facciones de
Luque ( 1976) y otros trminos que vendran a ser grupos socialmente heterogneos unidos por lazos de
inters y amistad asimtrica en un medio comunitario dentro del que se estableceran con frecuencia relaciones de patronazgo. Un bando se constituye siempre contra otro bando y se defi ne en el marco de ese
conflicto. Cabe entenderlo en el marco de una pugna dentro de una sociedad que se organiza segn el
principio de los bienes /imitados (George M. Fostcr, artculo en Ame rican A111hropologist 67 de 1965, citado en Burke, 1991: 255) segn el cual todo lo deseado y valioso se dara en una cantidad limitada, por
lo que la satisfaccin de uno implica la insatisfaccin del otro. La banderfa se producira en el momento
en que se rompe la solidaridad comunitaria para ser sustituido por la solidaridad dentro del bando y la lucha enLre bandos.
[122]
conservadores como Pobes de su parte, dominaba el ayuntamiento. Los incidentes durante la Repblica fueron numerosos. El ms grave, el de diciembre de 1933 (que ya
se ha relatado80), en el que los anarquistas locales se levantaron en el marco de un
planteamiento de revolucin general en Espaa. Aunque aquel levantamiento no se
represent como pugna banderiza, pues Jos propios anarquistas se preocuparon de decir al vecindario que se trataba de poner en marcha una idea general y que no iba contra ningn vecino en particular8 1 Fue atacado el cuartel de la Guardia Civil como representacin del Estado. Las consecuencias fueron dramticas, y, lgicamente, abon
la divisin entre los bandos. Como asaltaron el ayuntamiento, lo mismo podan haber asaltado la Iglesia, deca un miembro del que iba a ser el requet local a partir
de enero de 1935. Organizaron, en consecuencia, la vigilancia de la Iglesia, se armaron e hicieron instruccin mi litar a las rdenes de Julin Ruiz, que haba servido en
frica. De todas formas, nunca aquella maquinaria militar fue empleada en el pueblo
(aunque las chirigotas, burlas y rias eran frecuentes). El primero de mayo de 1936
los requets, en nmero de unos treinta o cuarenta, colgaron varios trapos rotos en las
esquinas y un pantaln en un rbol, representando una bandera. Se trataba de burlarse
de la manifestacin del primero de mayo que haban organizado los otros. Al paso
de sta se pusieron a jugar al ftbol en la misma carretera. Los manifestantes, en nmero de unos doscientos, se enzarzaron con el grupo a palos y puetazos. Finalmente,
los carlistas se retiraron y la manifestacin continu. Antes, se haban ti rado mutuamente con boigas, pero las pistolas no fueron utilizadas en ningn momento. Por la
noche hubo bai le con msica de la banda. En un momento dado se quiso tocar el
himno de Riego. Los carlistas de la banda se negaron, con lo que se organiz un gran
alboroto. Era frecuente que, cuando se tocaba el de Riego, los carlistas saltaran y brincaran, y eso [haca queJ les llevara los demonios a los del otro bando. El caso es
que el alboroto fue a mayores (la fiesta estaba avanzada y los nimos se haban encrespado), hasta que se produjo un disparo que hiri a Alejandro Amurrio, teniente
alca lde carlista. En la investigacin que realiz la guardia de asalto al da siguiente
fue detenido el alcalde Luis Martnez, tambin carlista y director de la banda de msica. Se le acusaba de haber sido el instigador de los incidentes. Sin embargo, la impresin en el pueblo, aparte de que en estas situaciones se hiciera lo posible por llevar
fa contraria, era que prevaleca la convivencia en el da a da. Despus de todo, todos eran de familia... Haba incluso hermanos que unos iban para un lado y otros para
otro. Donde estaban las cosas realmente mal era fuera del pueblo, sobre todo en Madrid. Lo saban por la prensa que reciban en el Crculo (Pensamiento Alavs y El Pensamiento Navarro). Porque las monjas iban por la calle -deca uno de ellos- y las
desnudaban, las forzaban y hacan lo que queran, quemaban las iglesias, ...
De modo que, cuando la noche del 18 de julio recibieron el aviso de moviliza-
[123]
cin, rpidamente estuvo dispuesto el grupo de l requet. La maana del 19, Julin
Rui z subi a Vitoria a recabar noticias directas. Por la tarde, llegaba el camin de Honorio lbisate (de Lagrn) que les llev a Vitoria (el pueblo estuvo rpidamente contro lado por e l apoyo de la Guardia Civil). F ue liberado Luis Martnez (alcalde y director de banda), y con la gente de Labastida se form la primera banda de msica
del Requet, que desfil en Vitoria en la fiesta de Santiago82 . De nuevo -aunq ue en
esta ocasin slo al principio, luego la represi n, como en otras partes, enardeci las
voluntades-, el conflicto banderizo se proyectaba hacia el exterior, creyendo, tal vez,
que por esa va se impondra su propio modelo para el pueblo. Se produca, por esa
va, un a vaga introduccin y socializacin de los del lugar en lo que era la poltica
nacional. Segn aquellas ideas abstractas (anarquismo, tradicional ismo) se construan
en el pueblo bandos concretos. Por otro lado, a pesar de ese afn de llevar la contraria, la pugna tenda a establecerse en Jos t rminos dentro/fuera (tal como ha observado Shanin en las comunidades de aldea83). Conflicto banderizo en el interior del
pueblo e intento de resolverlo como pugna contra e l exterior. Una mezcla - dicho en
los trminos toscos del analista- de conflicto horizontal que tenda a representarse
ve11icalmente como tendan a hacerlo las comunidades cohesionadas, con una fuerte
componente de unidad interna (que no era e l caso).
Naturalmente, la motivacin de los requets de Labastida era la ms alta. Salieron con el mejor nimo hacia Vito ria a dar la cara por Dios y para imponer la unidad en el pueblo bajo el orden catlico84 .
Algo similar ocurra en Laguardia. Tambin all bandeaban entre catlicos y republicanos (aunque en este caso, la izquierda era ms moderada y ms dbil). Tambin all se produjeron incidentes a los largo de los aos de la Repblica (aunque no
de la gravedad de lo ocurrido en Labastida en 1933). Hacia 1934, en la procesin de
la Semana Santa se produjo un pequeo incidente. Los obreros que estaban haciendo
el Sanatorio de Leza (a pocos ki lmetros de Laguardia) pasaron por medio [de la
calle], como haciendo alarde y con la ropa del trabajo. Ese modo de pasearse ante
la procesin fue considerado como una afrenta por la derecha, y salieron de las filas
para pegarles. Y gracias a un cura que los meti a un portal, que si no ... No es que
hicieran burla, deca Jos Briones (uno de los ms activos en e l requet de Laguardia, pero iban con Ja boina y por medio de procesin, como diciendo "aqu estoy
yo" y haciendo un poco de alarde. Los obreros eran gente de Laguardia, de modo
que conocan las costumbres del lugar. Mira que podan haber ido por otra calle,
comenta Briones. Pero eran como comunistas (en Laguardia no haba comunistas, seran probablemente de la UGT). Uno de aquellos republicanos (Puelles, alguacil)
atent contra Salvador Briones (hombre de Oriol en Laguardia y hermano de Jos).
Sin embargo, le confundi con Jos Len Cadalso (republicano moderado, primo del
82 Ponciano Santamara, 19-21 de diciembre de 1990 (6.A y B); Julio Orive, 14 de enero de 199 1
(29.A); Manuel Martnez igo, 14 de enero de 199 1 (29.A); Jos Aguillo, 14 de enero de 1992 (29.B).
83 Shanin, 1983: 199 y 247.
84 Julio Orive, 14 de enero de 1991 (28.A).
[124]
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- - - -- -
- -- --
pistolero) que pasaba por all. Puelles fue detenido e indultado el 14 de abril de 1936
(aunque se le impona vivir fuera de Laguardia). A pru1ir de aquella decisin hubo lo
todos los domingos y das de fiesta. En uno de stos, multaron a los carlistas con 2.500
pesetas. stos se negaron a pagar, con lo que el 6 de julio les llevaron a la crcel, donde
permanecieron hasta el 19 (mientras hubo rumores de que la gente de Ja izquierda asaltara la crcel con apoyos de Logroo). El 19 de julio les solt un teniente de la Guardia Civil. Les dijo no os metis con nadie. No nos meteremos con nadie. Y as fue:
cogieron el colchn y se fueron para casa. All se cambiaron de ropa porque era fiesta,
era domingo. Por la tarde vino el autobs que les llev a Yitoria85 .
Bandera y grupo acti vo del requet que se presenta en la capital de provincia para
tomarla, y desde all controlar el nombramiento del alcalde o el delegado gubernativo
que tantos problemas les haba generado all en Laguardia (pues ste haba sido quien
les haba multado y encarcelado).
Sentimiento de comunidad y bandera fueron dos de las fuerzas que conmovieron internamente a los pueblos a la hora de enviar voluntarios a las capitales de
provincia.
3.4.
Hubo tambin otros factores no volitivos sino impositivos que impulsaron aquella movilizacin. Naturalmente, el contar con que la guarnicin local se haba sumado
a la sublevacin anim a ms de un indeciso. Aunque tampoco cabe suponer, sin ms,
que Navarra (o tambin lava) se alz porque la guarnicin lo hizo. Resulta casi una
broma. La geografa de la sublevacin coincide con los lugares en la que se alz la
guarnicin, se ha dicho. En realidad, en todas partes los hechos se produjeron de la
tensin entre factores voli ti vos e imperati vos (con una combinacin diferente de ambos segn los lugares). Tambin en Navarra y lava.
El mismo da 19 de julio, Jos Mara Pobes, de Renovacin Espaola, y un compaero suyo fueron hasta el cuartel de Artillera de Vitoria para forzar las cosas.
Haba que hablar con los oficiales. Inmediatamente se les comunic que todo iba
bien con lo que volvieron a sus quehaceres en el gobierno civil86 . Claro que, tal como
testimonia un requet de familia de derechas de Vitoria, implicado desde el primer
momento en la sublevacin pero sensible al clima exterior al ncleo ms activo (su
actividad social se desarrollaba entre la Juventud Catlica), cuando el Ejrcito se
sum las cosas parecieron en Vitoria decididas para la poblacin en general y, en ese
momento, la derecha sociolgica menos comprometida no tuvo ya ninguna duda87 .
85 Jos Bri ones B arrei ro, 1O de enero de 1992 (26.A); Luis Rabanera, 14 de diciembre de 1993
( 108.A); Jos Agu illo, 14 de enero de 1992 (29.B).
86
Jos Marfa Pobes, julio de 199 1 ( 11 .A).
87
Urbano Ortega, 14 de marzo de 1992 (38.B). Para los hechos en Vitoria puede verse Segunda Parte,
apartado 2.4.
[125]
88
Quienes, al poco, marcharan a Vitoria para afiliarse a Falange con la esperanza de recobrar su situacin anterior en que disponan de un patronazgo en la capital : el patronazgo del director de La Libertad, Luis Dorao.
89 Asterio Garca, 30 de junio de 1993 ( 106.A).
90 Testimonio de Jos Mara Jimeno Juro a Ibarzbal, 1978: 142.
91
Ponciano Santamara, 19-21 de diciembre de 1990 (6.A).
92 Manuel Martnez igo, 14 de enero de 1991 (29.A).
[126]
- - -- ----- ------------------------
de la Fuente, regente del Montepo Diocesano, nacionalista, y cuya hija sola ir por
Osma a veranear con otras dos amigas (tambin el prroco, Lucas Armentia, pasaba
por ser filonacionalista). Estaba, finalmente, el bar de Saturnino Olabarrieta, al que
sola acercarse Cipriano Olabarrieta, hermano del anterior y mu y amigo de los Castresana (comerciante y prestigioso republicano de Vitoria). Su hijo, Timoteo cas con
Tere Ortiz, que servira en casa de los Castresana. Cipriano era, adems, amigo de Ardfaz Sobrn, trabajador de la Caja Provincial que, con un camin, recorra los pueblos vendie ndo patatas y dems. Era del Sindicato de Villanueva y pasaba por ser
bastante politiquillo 1de tendencia l. republicana.
El ambiente se enrareci, e n parte, con la decisin de la trada de aguas al pueblo
(en los aos 20). El informe tcnico y el presupuesto se hi zo a travs de Martn Orti z de la Fuente (lo hicieron sus hijos), y Cipriano Olabarrieta se opuso (tambin Fidel Pinedo del bando de la derecha). El caso es que aquello, aunque no dividi al pueblo hasta provocar rias y peleas (como ocurri en Laguardia, por ejemplo), s fue
motivo de habladuras y rumores. Existan rivalidades soterradas au nque no una hostilidad abierta. En 1936 al parecer se corri la voz de que Cipriano y otros haban votado por Viguri (candidato del Frente Popular por lava) en las elecciones93 . En fin,
el rumor y la maledicencia (todo esto seran politiqueos) dominaba e l ambiente. Sin
embargo, prevaleca la idea de la existe ncia de una unidad moral de la comunidad. El
pueblo estara presidido por la armona (con pequeos roces) en el que todo e l mundo
se trataba y donde no ex istan los piques. Prevalecan las buenas formas en el trato
cotidiano sobre las rivalidades que no trascendan expresamente al escenario pblico.
De modo que se era e l ambiente con el que se enfrentaron los del autobs cuando
tocaron las campanas. Se convocaba al pueblo pero muchos decidieron no bajar (a pesar de la campana). Deban estimar que qu ienes haban querido ir, haban salido ya
desde el bar del Pinedo. A nosotros nos ola mal, comentaba el hijo de Cipriano.
Otros, como Vicente Ortiz, tampoco bajaron; aunque estaban confundidos, no saban
qu hacer. Haban odo rumores por el pueblo sobre lo que ocurra en Vitoria, pero
no saban nada c ierto. U no de e llos, Lesmes Zaran, que era un tonto que se crefa ministro (lo dice e l hijo de Cipriano), comenz a amenazar con el fusil y a disparar al
aire. Anton io Ortiz de Anda, que estaba segando yeros en la Gargantilla, y no haba
querido bajar, fue avisado por la seora Antonia (madre de Amigorena, propietario del bar). Le deca que o bajaban o si no suban a por ellos. Bajad que SOS van a
matar, deca la mujer apurada. Baj y se encontr a su madre echando unos llantos que ni s, ante e l volteo de campanas, la emocin y el estado angustioso que le
embargaba. De ese modo bajaron todos (los ltimos fueron Timoteo Olabarrieta y Vicente Orti z, hijos de Cipriano y del seor Domingo).
93
Adems debieron votar el Seflor Domingo Ortiz (luego consuegro de Cipriano, ntimo amigo de
aqul por ser el uno 1-lozalla y el otro de Mambliga, Burgos, junto a la Pcfla de Ordufla), el Pasiego y
Justo del Ro (que tena un hijo sordomudo y Cipriano le deca que si votaba a Yiguri, algo iban a hacer
por ellos). Al parecer no estaba claro que el seflor Domingo hubiera votado por Yiguri, pues era de derechas, pero se era el rnrnor por ser ntimo de Cipriano. A ese nivel llegaba el control social en la aldea
que tena doscientos habitantes.
[127]
En ese momento el seor Domingo (que era de Oriol, es decir, que era tradicionalista), desde su autoridad de persona mayor del pueblo se enfrent a los recin
llegados. Quin es el que manda aqu, dijo. -Yo, contest Lesmes el de Acedo,
que llevaba un brazalete. -Pues en poca personalidad han puesto el mando (Porque
viene un militar o una persona as -comenta Timoteo Olabarrieta- y dices pues
bueno. Pero un chico de all, que era de un pueblo y que no era nadie ... ) Y le dice:
- Le pongo contra la pared y le pego dos ti ros. Ver si mando. O en otra versin similar, e l seor Domingo se enfrenta a Macario Guinea al que le dice: pero bueno, y
ustedes quines son para venir aqu, ... para llevar a los chicos del pueblo, a lo que
contestaba el de Alcedo: 0 se callan o les pego un tiro.
(Al parecer ms adelante el seor Domingo, baj ando hacia Bilbao, se encontr en
Ordua con el padre del chico - de Lesmes. Le coment el incidente y el padre de
aqul le debi contestar algo de esto: los hijos no valen para nada. Porque yo estoy
en e l frente con l y me le limpio. El seor Domingo segua quejndose -Mira
que me pone contra la pared a un viejo como yo y dice que me va a pegar dos tiros .. .
El padre de Lesmes estaba completamente de acuerdo en que era una indignidad aquel
trato vejatorio que haba dado su hijo al seor Domingo.)
Definitivamente, salieron doce de Osma al frente (ms los que ya haban marchado voluntarios). De treinta y seis vecinos de Osma -cuenta uno de ellos-, fjate que montn de ellos vinimos. O sea que fjate cmo se qued el pueblo.
Al ir hacia Vitoria, Macario Guinea, uno de los reclutadores, se qued en su pueblo, en Tuesta (lo que acrecent la desaprobac in moral de los que iban)94 .
De modo que all (como tambin en otros muchos lugares), a pesar de la bandera, la recluta se realiz con la desaprobacin de la opinin social del pueblo. Haba
una clara condena moral del modo en que actuaron los reclutadores. Fue la amenaza
de vio lencia extrema (la gente tema por sus vidas) la que forz a la gente a desplazarse a Vitoria. se fue el motivo, sin duda, de que al primer inc idente con los o fi ciales en el frente, todo ellos --empezando por los ms convenc idos- se volvieran
a casa a los pocos das (arrostrando e l riesgo de ser acusados de desertores). Casos
como ste se dieron en otros lugares, de modo que la imposicin jug en muchos casos del lado de la recluta.
3.5.
Aquellos parajes eran variados. Si nunca puede pensarse en una geografa humana homognea, la diversidad de situaciones se multiplica cuando el mundo social se limita al mbito del pueblo, de la parroquia. Es el caso que nos ocupa. No
era lo mismo, por ejemplo, ser carlista e n Lagrn, donde eran jvenes que trataban
de deshacerse de la frula caciquil, que serlo en Santa Cruz de Campezo (a unos
94 Todo el relato basado en Antonio Ortiz de Anda, 3 de diciembre de 1990 (4.A) y 29 de mayo de 1992
(39.A y B); Lucio Menoyo, 18 de diciembre de 1990 (5.A); ngel Pinedo, 15 d e junio de 1992 (48.A);
Timoteo Olabarrieta, 3 de febrero de 1992 (32.A).
[128]
veinte kilmetros, en la misma provincia) en donde ese papel lo haban asumido los
nacionalistas vascos y e l carlismo se ha llaba a la defensiva. Tambin Ja propia situacin material de aislamiento, las dific ultades de comunicacin y de vida apegada
a la tierra haca que la llamada a la movi lizacin llegara de forma muy variada a
los dis tintos rincones. As Juli o Orive, un o de Jos requets de Labastida ms comprometidos, haba ido a segar e l da 19, cuando desde e l 18 estaban los enlaces convocando a todo e l mundo. Eran tres hermanos y dos de ellos carlistas. La vinculacin al carlis mo le vena por parte de su madre, que era carl ista fina, pues e l
abue lo por parte de madre haba sido alabardero de don Carl os. En cambio su padre era, en palabras de s u hijo, ms liberal, de derechas pero li beral, pues s u otro
abuelo haba siclo magistrado, o algo as. Se rumoreaba que cua lquier da se alzaban, pero su padre no quera que marcharan, les necesitaba en el campo y eso del
carli smo no lo senta. En cambio su madre estaba deseando que se produjera la
marimorena.
Bien, estando en e l campo baj un primo de su mujer gritando: que ha estallau.
Cojo la hoz yo y [le digo a mi padre! padre, ah se queda. Coge e l otro [hermano yJ
lo mismo. Dnde hostias vais. Que donde vamos ... que ha estallau la revolucin95 .
De all marcharon a casa. En casa, su madre les abraz. S hijos - les dijo-, es hora
que llegue, ... Y se marcharon sin escuchar a s u padre (que lo entendi) y con el entusias mo ele su madre. Subieron a la plaza de Labastida y all estaba el camin de Honorino lbisate de Lagrn96.
En no pocos lugares actu la vergenza. En tie rra Estella, cerca de Allo un padre
ante la negati va de sus hijos a salir al frente (ya sabis que para esas cosas debis
ser los primeros, les haba dicho) se disgust hasta tal punto que lleg a indisponerse. Slo se mitig su disgusto cuando los hijos le comunicaron que se iban. S i
mis hijos no llegan a irse aque lla tarde, me muero)>, dice Lpez Sanz que dijo el padre. Probable mente, aparte de las creencias, lo deca avergonzado del comportam ie nto
de sus hijos: fa lsos les haba llamado97. En Lizarraga Francisco Aristorena haba
subido e l domingo a la sierra con las yeguas (Lizarraga era un pueblo de montaa con
economa ganadera), cerca del tnel de Lizarrusti. Cuando te rmin con s us labores,
baj al pueblo. Deban de ser las dos, y una de las amigas le dice: Oye t, pero cmo
ests t aqu (mecauen la leche, yo no saba nada - subraya Francisco comentando
su estado de nimo, y su inquietud- , haba andado por la sierra y eso, no haba visto
nada y no saba nada). - Pues, por qu dices eso? -se sorprende. Yo vengo de la
sierra. -S. Todo Abrzuza y toda tierra Estella est baj ando ... - Qu pasa pues?
-No sabes, o? - Yo no s nada. - Si estamos en guerra. - Mecauen la ley, mecauen, tambin eso; ahora estamos en guerra? - Pues, tus compaeros ya estn en
Echarri, ya ... - Meca11e11 la leche.)) En casa le hicieron el mis mo comentario. As que
95 Es relat ivamente frecuente escuchar a los requels hablar de r11vo/11ci611 . U na explicacin dada por
Antonio l zu (labrador de Echauri a Ronald Fraser) en Fraser, 1979: 1, 166.
96 Julio Orive, 14 de enero de 1991 (28.A)
97
Lpez Sanz, 1948: 200-20 1.
ll 29]
se mud, comi un poco y march hac ia Echart'i (q ue es donde haba ido el resto)911
Obviamente, l hubiera ido con sus compaeros (era de los ms activos requets del
pueblo). Pero la presin moral de su comunidad era tambin tremenda (y hubiera sido
insoportable de haberse quedado en el pueblo, cosa que en ningn momento pens).
Aristorena no era, ni mucho menos, de los que se arredraban, pero su despiste en la
sierra activ la conciencia moral del pueblo. Un vecino de Artajona que haba dejado
un hijo recin nacido y una mujer enferma, comentaba: Yo quiero a mi mujer y a mi
hijo, pero me dara vergenza quedarme en el pueblo cuando todos van a luchar por
Espaa 99 . Naturalmente, todos ellos hablaban de la vergenza que tena que ver con
su reputaci n en la comunidad (y no tanto e n su acepcin actual). Y la prdida de la
reputacin poda significar la marginac i n, no ya de la persona, sino de toda la casa
(de ah la preocupacin del padre cuando los hijos no salan) 100 En ese sentido lo
empleaba J. G. cuando deca en carta personal dirigida a los de s u casa que me dicen que han salido ya los mozos que por all quedaban -se refiere a Sangesa. Buen
remedio les habr quedado si an tenan algo de vergenza 1 1
Hubo quien se enter cuando vio las colu mnas pasar frente a los campos en que
trabajaba. Eso fue lo que le ocurri a Manuel Arbizu, de Bacaicoa. Era unos de los
requets ms activos de la zona de la Barranca, pero slo supo de la movilizacin
cuando vio pasar frente a su pueblo a los camiones de Arapiles que iban para Alsasua. El estaba recogiendo hierba en ese momento. Hasta ese momento, todo haba estado muerto, dice, nadie se haba movido e n la zona. Dej ris-ras, dice, la hierba,
que la tena muy bien colocada, cogi bicicleta y march a Echarri. All ya se encontr con don Mnico, e l prroco de Lezaun (a quien conoca algo de antes) con una
partida de requets de su pueblo, unos 30 calcula. En Echarri s haba movimiento.
Volvi con su bicicleta a avisar a los de Bacaicoa (casa a casa), y tambin al grupo
de Iturmendi (donde haba unos cuantos). Pero no se llev a ning uno. La mad re de
uno le dijo Un hijo tengo soldau, y ahora el otro .. . No, no, no ir, no. Y pudo llevarse con l a ningu no 12.
Tras aquello, se incorpor a la famosa partida de Barandalta 103 Entre los das 20
al 29 hicieron labores de vigilancia por la va hasta Alsasua. Luego marchaban a hacer guardia a Lizarrusti, a Aitzako (monte junto a la carretera), en la estacin (en general, de dudoso valor militar, pero muy aparentes). Esos das tambin fueron por los
pueblos: Huarte Araquil, Arruazu, Arbizu,. .., por todos los pueblos de la Barranca trayendo requets.
Visitaban al alcalde o a alguno de sus partidarios en el pueblo y les reclama-
98
[130]
ban que enviaran un grupo de requets. E llos mismos iban en pequeos grupos donde
les mandara Benedicto Barandalla (alcalde Echarri-Aranaz y autoproclamado capitn
del Requet de la zona): Iros a Arbizu, decir esto y lo otro ... la gente de los bares y
eso. De modo que iban por los bares reclutando gente. Eran das de trabajo (de recogida de hierba y de trigo), y la gente se resista a veces. Pero decan: ya ir, cuando
pueda, ya ir. Sola ser el padre quien hablaba. O tambin ya iremos cuando hayamos terminado la siega. De todo modos, los que no quisieron sumarse a la partida
pronto dejaron sus casas para enrolarse en ella, porque vieron la mala. Obviamente,
se les amenaz. Barandalla preguntaba por los de cada pueblo, pues les conoca, aunque ninguno de stos haba estado antes en el requet 104 Aquello fue una leva al viejo
estilo. Barandalla haba levantado bandera de reunin en Echarri, y con los suyos
reali zaba Ja leva en la zona que consideraba de su jurisdiccin (la zona de la Barranca navarra).
Si aq uella fue una recluta al ms viejo esti lo de la leva, en otros lugares se organizaron grupos de autodefensa, al estilo del somatn primorriverista. En Espejo Manuel Ramrez organiz una partida (a la que puso el pomposo nombre de Milicias Armadas de Valdegova al Servicio de Espaia) formada inicialmente por su hijo, su
hermano y otros tres bilbanos que veraneaban en Espejo. Manuel Ramrez tena una
fbrica de harinas en Espejo con la que haba hecho cie1ta fortu na. Tras ello, y dejar
a su hermano Adolfo al frente del negocio, inici sus actividades empresariales en
Bilbao (donde abri casa). Sola veranear en Espejo (como hacan algunos otros bilbanos). Actuaba como un verdadero patrn. Era e l modo ms seguro de colocarse en
Espejo: llevar una recomendacin de don Manuel. Muchos de ellos se colocaron en
la fbrica de harinas o en lberduero gracias a su mediacin 105 . Pues bien, aquel grupito se desplaz y pidi armas e n el Gobierno Civil. Se les dieron algunas, y el da
23 formaron las Milicias con otros quince vecinos del lugar y proximidades. Con
aquellafuerza (y en colaboracin con la Guardia Civil de Miranda, bl.oquearon e l paso
por la Pea de Ordua (una de las salidas naturales de Bi lbao hacia Ja Meseta). Cortaron la carretera el da 24, y los cables de te lfonos y te lgrafos que an eran uti lizados desde Bilbao para tener noticias de los movi mientos de fuerzas en el sur. En
uno de los controles que realizaron, detuvieron el vehculo oficial del presidente de
la Diputacin de Vizcaya. Se dedicaron, adems, a requisar vveres entre los vecinos
de la zona (hasta seis camiones), incautar aparatos de radio y vigilar e l paso de aviones desde la Pea (aquellos que se acercaban a Bilbao) 106
Resulta pues notoria la heterogeneidad de aquella recluta.
104
105
106
[ 131]
3.6.
PUEBLOS FRONTERIZOS
107 Lo confirn1a Pedro Pobes, 8 de octubre de 1994 ( 116.B). Su padre Jos Mara Pobes realiz esos primeros das servicios de guardia a caballo por esa zona y en la zona del Gorbca (fronteriza con Vizcaya).
108 Por la localidad pasaba el Anglo-Vasco.
[132]
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comunicante), representaban a todo e l vecindario. All presentaron su queja por la escasa proteccin que reciban, siendo como eran unos pueblos en la frontera entre ambas zonas. El gobernador, en pleno esfuerzo por enviar fuerza a Madrid, pregunt sobre el nmero de vo luntarios que haban salido de los pueblos: Ninguno, le
contestaron. Fernndez lchaso, que era hombre autoritario, les orden incorporarse al
Requet, y, de momento, les retena en Vitoria. Los muncipes contestaron algo de
este tenor: Usted manda aqu, pero all mandamos nosotros, y tenemos nuestras responsabilidades, mujer, hijos y vecindario; con que volveremos al pueblo como sea.
Finalmente, llegaron a un acuerdo: ellos marcharan, el gobernador enviara a un destacamento del Requet y los representantes de los pueblos se comprometieron a organizar la recluta de voluntarios en los pueblos.
Al llegar al pueblo informaron y convocaron de nuevo Juntas de Concejo. En ellas
se decidi que cada casa enviara j venes segn su disponibil idad: si en una casa
haba tres jvenes deba enviar dos, si dos uno, y si uno dependa de las circunstancias familiares. El teniente alcalde de Landa (padre del info rmante), comenz por inscribir a su hijo. Deba dar ejemplo: l e l primero, pues ostentaba la representacin del
pueblo y haba sido uno de quienes negociaron con Fernndez lchaso. As fue cmo
sobre el 7 o el 12 de agosto salieron trece requets de Landa 109.
Aquellos requets, junto con un piquete de requets de Laguardia que haban sido
enviados desde Vitoria, fue e l primer destacamento en la zona. Naturalmente, los requets del pueblo continuaban yendo a sus casas a lavar la ropa, etc. Posteriormente
fueron movilizados ms all de su zona, e hicieron la guerra como los dems 110
ste sera un caso caracterstico de defensa comunitaria y en e l que la comunidad de villa se transforma en clula institucional de la recluta (au nque rpidamente
quedara diluida en e l Ejrcito). No sera el nico caso. Conocemos al menos otro
caso en que este proceso se lleva an ms all (y su disolucin en el Ejrcito sera
mucho ms tarda). Es el caso de Echarri-Aranaz y la Partida de Barandalla. Pero a
ella me referir ms adelante 111
3.7.
Las formas de recluta fueron an ms variadas. En Peacerrada, lava, la mayora era catlica. Pero no catlica al modo de Maeru (en que el carlismo obtena mayoras insultantes), ni al modo de Laguardia. El catolicismo mayoritario en Peacerrada era de la CEDA. Este pue blo de la montaa alavesa haba estado votando
Hermandad Alavesa (la formacin en que el carlismo era mayoritario) durante las
e lecciones de l 93 1 y l 933. De hecho aquella formacin haba tenido abierta su ofi-
109
11
148 por mi l sobre poblacin masculina. Un porcentaje alto (vase Anexo y Ugarte, 1988).
Relato basado en Juan Cruz Senz de Arzamendi, 20 de enero de 1992 (30.A y B).
111
[133]
cina en la localidad. Sin embargo, en las elecciones de J 936, aquella situacin dio un
vuelco decidido: la Hermandad Alavesa obtena 37 votos, 7 eran para el Frente popular, 18 para los nacionalistas vascos, y 306 para la CEDA, que se presentaba por
primera vez en lava 112 El artfice de aquel cambio haba sido el secretario del ayuntamiento. Y tambin el secretario sera quien asumiera la tarea de la recluta. Su influencia se basaba en su situacin en el ayuntamiento y en los excelentes contactos
que mantena con Vitoria.
Peacerrada era un pueblo con un pequeo sector republicano agrupado en torno
a los propietarios de la cantera y los obreros canteros que trabaja ban para ellos (que
habitualmente solan ser de fuera del pueblo, navarros; quienes provocaron alg n incidente al comer cordero el Viernes Santo y pinchar al sacerdote que se lo reprochaba), cierta memoria del somatn primorriverista y un sector mayoritario catlico,
temeroso de que les llegara la revolucin del sur (al sur tenan a Labastida, de donde
haban venido en 1933 varios anarquistas huidos de los guardias de asalto). El J 9 de
julio el secretario del ayuntamiento convoc a todos los jvenes del pueblo en la plaza
y fueron llevados a Vitoria en un camin requisado (all se perdieron algunos y estuvieron a punto de volver al pueblo). El caso es que, todos aquellos que haban dejado de votar a Hermandad Alavesa para votar CEDA, se alistaron en el Requet al
llegar a Vitoria 11 3
Tambin el que sera secretario del ayuntamiento de Labastida, Daniel Campomar, se dedic a reclutar gente en Trevio, de donde era nalural 114 . Otros fueron directamente llamados por el alguacil que haca el recorrido acompaado por un grupo
de tradicionalistas 115 Se hicieron descubiertas en territorio fronterizo (como en
Ochandiano) de donde pudieron ser trados algunos tradicionalistas 116 Peor suerte corri el estudiante Jos Ramn Isasi Aldama, de Lezama. Recibi Ja orden de organizar la milicia en la zona de Lezama y Llodio. En este ltimo pueblo se puso en contacto con la Guardia Civil, que le pidi una orden por escrito para sublevarse. Volvi
con ella, pero fue hecho prisionero, pues ya la ciudad estaba controlada desde Bilbao.
Fue fusilado en la crcel de Larraina en Bilbao el 4 de enero de 1937 117 .
Las presiones para alistarse fueron aumentando segn pasaban los das. Milln
Astray, con su estilo chocarrero, estuvo en la zona de lava y Navarra a finales de
agosto. En Tafalla, como haca cada vez, pretendi acoger en el seno de la nueva
Espaa a los catlicos nacionalistas vascos. Hizo subir a alguno a besar la bandera
112
[134]
---- - - - - - - - - - -
(algo parecido ocurri en Vitoria 118) mientras anatemizaba a la izquierda. Al da siguiente aument el nmero de alistados e n la localidad 11 9 En Cintrunigo, pueblo republicano, da una arenga en el Casino. Anima a los presentes a alistarse, pero dando
opcin a no hacerlo. Uno de Jos presentes se atreve a comentar que l no lo har. Al
parecer Milln Astray le debi contestar que no se preocupara, que l, en efecto, no
ira. Un comentario macabro y de extrema crueldad pues al da siguiente el interpelado apareca muerto. Natura lmente los alistamientos aumentaron en Cintrunigo 12.
Tambin varios sacerdotes tenidos por nacionalistas fueron presionados para que
animaran el alistamiento de sus pueblos respectivos. El tema fue casi obsesivo para
los mi litares. Ya el 27 de julio se quejaba Alonso Vega en una comida mantenida con
Mola de que la tarea se vea dificultada a causa de algunos nacionalistas de la provi ncia y una parte de l clero 12 1 En Navarra dos sacerdotes eran represalia.dos porque
en sus pueblos respectivos no haba salido ningn voluntario. En Elciego, el coadjutor que pasaba por ser nacionalista tuvo que animar la recluta de nuevos requets en
la poblacin. Incluso en las entrevistas que los militares, en un intento de forzar la
voluntad del PNV, tuvieron con alguno de sus dirigentes (Garca Bentez con Javier
Landburu, en lava), pretendieron que stos dieran instrucciones a los sacerdotes
bajo su influencia para que animaran al alistamiento 122 . En Araya, al norte de lava,
los republ icanos realizaron una incursin desde Guipzcoa (Oate) en busca de rehenes (el secretario del ay untamiento y e l mdico). Eso era la noche del 10 al 11 de
agosto. Secuestraron al primero pero e l segundo consegua escapar. Tambin marcharon con ellos algunos hombres del pueblo que se sentan amenazados. Enterado el
teniente coronel Fernndez Ichaso, gobernador civil, culpaba de la incursin al prroco Andrs Ruilope (acusado de filonacionalismo). Inmediatamente organiz una
operacin de propaganda-amenaza en la que intervino l mismo y oblig al sacerdote
a animar a los ayaleses a alistarse al Requet y a decir que l mismo marchara como
capelln de ste (como lo hizo) 123 Debi ser la obsesin de los mi litares, obcecados
por quebrar la espina dorsal del sector del c lero que, efectivamente, se hallaba influida
por el nacionalismo (sector en parte protegido por el obispo Mateo Mgica).
Los carlistas eran ms expeditivos, se hallaban ms seguros de su propia fortaleza. A Sangesa donde la recluta se estaba produciendo con lentitud, fue enviado Ignacio Baleztena (personaje pintoresco). A l parecer iba por las calles gritando y alistando a los que pillaba (u nos de buena gana, otros no tanto) y los iba encerrando en
el convento de los Jesuitas de Ja calle Goya. De ese modo, como un antiguo caballero, logr reun ir hasta doscientas personas que luego fueron enviadas a Huesca (con
Baleztena al frente) 124
118
11
120
12 1
122
123
124
[ 135)
3.8.
Resulta aventurado sacar conclusiones definitivas, pero aquella Orden de movilizacin, lejos de ser una apelacin a individuos ms o menos alienados y encuadrados en organizacion'es paramilitares, o de ser un llamamiento de signo popular, con
un discurso y un programa ms o menos articulado, fue ms bien una llamada a rebato desde la capital y se realiz como una recluta personal no ideologizada sino que
apelaba a un pathos previo, a una emoci611, que tratar de perfilar ms adelante.
Tal vez pueda establecerse que fue posible, de un lado, gracias a una densa red
social que una a las capitales con toda la provincia. Creo que no es exagerado decir
que en aquella red, basada en las relaciones asimtricas de l patronazgo y la deferencia, jugaron un papel central esos abogados, mi litares retirados, corredores de comercio, etc. que constituan la clase media conservadora de la provincia. Clase que
pudo establecer sus criterios a la hora de perfilar el nuevo proyecto poltico que aspiraba alumbrar aquella movilizacin (otra cosa es que consiguiera imponerse por encima de las capas altas del establishment, de las que eran jerrquicamente dependientes; o el nivel que lograron, tras los tres aos de guerra, en la configuracin del
rgimen de Franco).
Si sa fue, de un lado, la clave de la movilizacin, la otra fue la fuerte presencia de la comunidad y sus instituciones en ell a. Tanto si se basaba en e l intercambio solidario y la identidad de actitudes, lo que he llamado opinin social unitaria,
como si ese mundo se divida por rivalidades ms o menos abiertas, era el ambiente
social de la comun idad de aldea corno lugar de socializacin total, el mbito en el
que aquella movilizacin adqu ira sentido (si bien, en un movimiento reflejo de la
divisin comunitaria dentro/fuera, las pugnas locales se proyectaban en estructuras
exteriores, dando forma, de ese modo, a opciones de poltica nacional, ya desarrolladas en otros niveles y otros mbitos). Naturalmente, las situaciones variaban mucho de unos lugares a otros. Los polos seran la familia y e l pueblo de un lado y la
nacin de otro (y en medio la provincia, que fue el poderoso marco, no debemos
olvidarlo, en que se articul la movilizacin, el mbito que una la comunidad rural y el espacio urbano, los pueblos y la pequea capital de provi ncias, y a sta con
Madrid).
Adems intervendran otros niveles de mediacin situados en tramos intermedios
de la admini stracin nacional como eran los secretarios de ayuntamiento, los prrocos, comerciantes bien situados en relacin con la burocracia, etc. Y, en las ciudades,
asociaciones de socializacin de la juventud corno fueron el Orfen Pamplons, los
grupos de la adoracin nocturna, las juventudes catlicas, que, aunque no tuvieron un
cometido directo en la leva, s jugaron un papel a la hora de acomodar a sus miembros en la nueva estructura militar.
Ambos niveles, Ja red extendida por la clase media y el mundo de la comu nidad
atrapado en ella, constituira la transposicin a la sociedad (aunque no en trminos
exactos, o ms bien constituyendo ambos niveles, campos no ensamblados de modo
simple) del pacto entre establishment y movimentismo que e dio en el nivel poltico.
De ese modo, aparte de la habilidad de unos u otros dirigentes, aquella estructura ha-
[136]
bra coadyuvado a que se diera aquella notable subordinacin de los grupos movimentistas respecto del establishment 125 .
De modo que, y en lo que respecta al mbi to que nos concierne, parece matizable la afirmacin de W. Kornhauser sobre el hecho de que el grado de disponibilidad para la movilizacin que se observaba en sociedades de principios de siglo tena que ver con la falta de vnculos de comunidad, de grupo, etc., Jo que provocaba
sentimientos de alienacin y ansiedad que hacan a stos proclives al encuadramiento poltico (cuestin en la que insisti tambin Hannah Arent y que parece cierta
para una parte de Europa - probablemente la ms urbana- 126). Como he mostrado
en otra parte 127 , parece claro que la prctica de una Repblica republicana 128 lleg
de hecho a alarmar a un sector importante de la poblacin (clases medias de la provincia y mbitos rurales, por resumir), a crearles una cierta ansiedad ante la anomia
social (Durkheim), ansiedad expresada a modo de nostalgia por un pasado supuestamente ms integrado y dotado de elementos de identidad (resulta claro en el caso
de Pamplona la recreacin de los smbolos y valores de la vieja ciudad, de su cuerpo
de comportamiento habitual que se produce durante la Repblica por parte de ese
sector 129). Que slo un discurso que logr enlazar con aquel pathos mal avenido con
la modernidad logr congregar a esos grupos 130 . Pero no es menos cierto que, en este
caso, es la propia forta leza ele aquellos lazos comunitarios -que no fueron destruidos, sino que se transformaron con el nuevo tiempo- la que permite explicar el nivel de movilizacin producido en julio ele 1936 en Navarra y lava. Esto, combinado con la ex isten cia de redes social es extensas que unan (trascendan) las
comunidades locales con la ciudad y Madrid (la nacin), fueron la clave de la movi lizacin131.
Se dieron, de otro lado, segn unas pautas de movilizacin que slo con dificultad pueden ser catalogadas como las habituales de una sociedad de masas. Fue aquel la en buena medida una comun icacin improvisada sobre la marcha, nada estructurada y a la vez eficaz, porosa, basada en la uti lizacin de los canales habituales de
125 Hay algo de ese dualismo que han observado algunos estudiosos en las guerras civiles del x1x espaol y en otros movimientos (como el del midi francs) europeos, entre el mundo de los notables o aristocrtico y el mundo campesino, que colaboran, se complementan, pero que son mundos radicalmente diferentes, que pueden entrar en un momento en contradiccin.
126 Vase nota 3 y sigs. de este Captulo.
127 Ugarle, l 995a: Tercera Parte.
128 Es el encabezam iento de la editorial del carlista El Pe11sa111ie1110 Navarro del 14 de abril de 193 1.
Luego contina: La ms grave de todas las horas que ha vivido Espaa ..., etc., con clara alarma ante
el nuevo perodo que inauguraba el pas. L o de la Repblica republicana penenece a Auuia ( 11 de febrero de 1931) y quiere dar a entender que aquel rgimen, si bien cobijo de todos los espaoles, deba ser
regido exclusivamente por republicanos (citado en Juli, 1990: 62).
129 Ugarte, l 995a: Segunda y Tercera Parte.
130 A lgo simi lar a esto ha detectado Thomas Childcrs ( 1990) en la relacin nazis sociedad alemana.
rn Resultara interesante contrastar lo dicho aqu con los sucedido en Schleswig-Holstein con los nazis y el mundo mral protestante, en la Austria no capitali na y la Heimwe/11; en Rumana con los Legionarios, etc.
[ 137]
trnsito de la info rmacin en la poca y en aquel tipo de sociedad. Podramos calificarlas de premodernas ? Reinhart Koselleck ha observado con gran sutileza que la
idea de Ja anacrona en la contemporaneidad fue introducida simultneamente con
la idea del progreso en la ciencia histrica 132 . Verdaderamente eran propias de l xx
pues en ese siglo se dieron (lo que nos lleva a preguntarnos por e l empleo ahistrico
del concepto de modernidad). Pero, en cierto modo, nos recuerdan a otras for mas de
agitac in campesino-urbana de la Francia ante rior a la Revolucin, o a aqulla que se
revolvi contra sta en la Yende, o la leva en masa realizada en 1870 en la separatista Bretaa francesa 133 , y que en Espaa podemos observar desde la Guerra de la
Independencia 134 y a lo largo de las guerras civiles del x 1x 135 (en las que constantemente se miraron los alzados de J936). Casi, por su informalidad y modos de transmisin boca a boca, recuerdan en sus formas a una llamada a asamblea realizada por
los seores (los notables del partido en este caso) a sus gentes a travs de los emisarios enviados a la provincia tras levantar bandera de reuni6n 136 . Naturalmente, no cometer la imprudencia de no tomar en consideracin Jos aos transcurridos, el peso
de la poltica nacional, las informaciones que de sta llegaban a cada rincn del pas
a travs de la prensa o e l plpito, los mitines, etc. (de lo que aqu nos he mos hecho
eco). Simplemente, se trata de subrayar la ex istencia y pleno vigor de unos vnculos
de comunidad que permitieron movilizar sectores importantes de poblacin, frente a
otras situaciones (algunas zonas de Alemania, otras de Italia, tal vez Barcelona o Bilbao en Espaa) en las que prevaleci la desagregacin y atomizacin social como factor de movilizacin 137 .
132
133
[138]
138 Una discusin inJeresante de estas cuestiones (aunque an algo aferrada a categoras de la Sociologa, como la de pop11/is1110) en Pan-Montojo, 1990: 172-173.
(139]
SEGUNDA PARTE
- - - - - - --- --- --
CAPTULO PRIMERO
1
Los voluntarios llegados en esas fechas que se consolidaron como parte del ej rcito sublevado en
unidades de milicia fueron en Pamplona de 9.945 y en Vitoria de 971 (vase Pascual , 1987-1988: 603 y
Ugarte, 1988: 75; en Vitoria se incluyen los llegados hasta el 23 de agosto). Hubo, adems, otros a los
que se les incorpor directamente a unidades del ejrci to (8 12 en Pamplona) y muchos otros que no hicieron la campaa por su edad (como, por ej emplo, Eduardo Marauri Jaln de setenta y tres aos o Toms Laguardia de sesenta y dos aos, ambos de Moreda, lava; cerca de Logroo; APFA: DA.12692).
De modo que no es nada aventurado hablar de diez mil y mil personas movilizadas esos das.
2 EPN, 21 de julio de 1936.
3 Poco despus ( 14 de agosto) la Junta ordenaba que no se enviaran ms sumini stros (ropa y vveres
bsicamente) que se donaban desde los pueblos a Pamplona. Se solicitaba que se almacenara en los pueblos (Acta de la Junta Central de Guerra, vol. I, ADN. JCGC).
[143]
r
de los hombres de todas las edades de la provincia) y 2.01 5 alaveses (casi el 4 por 100)4
De ll paitieron en las distintas d irecciones5, segn requirieron las necesidades del
frente o los planes tcticos de Mola y su Estado Mayor (sie mpre asistidos, subord inadamente, por la Inspeccin Militar del Requet de Navarra, anejo a la Junta Central de Guerra Carlista).
Pero no eran sos los planes iniciales de Mola6 que haba previsto un despliegue
estratgico, racional, de corte castrense, propio de un general e n operaciones: una
compaa de Infantera, dos ametra lladoras y una seccin de la Guardia C ivil a Sangesa, con el fin de escoltar un convoy de diez camiones que traeran armamento de
Zaragoza; un idades militares de Pamplona y Estella (Batalln Arapiles) sobre Tudela
desplegndose desde sta hacia Castejn, Rincn del Soto, Azagra, San Adrin, Lodosa y Me ndavia (toda una lnea en el Ebro) con el fin de garantizar el enlace con
Zaragoza, formar una lnea de defensa de Navarra ante un posible contraataque desde
Madrid y cubrir e l avance de la columna navarra por Soria-Guadalajara-Madrid; una
fuerza de reserva en Estella y Vitoria (con el teniente corone l Alonso Vega) para un
probable avance sobre Bilbao (San Sebastin se consideraba controlado por la guarnicin de Loyola) y destacamentos a Lidena y Sangesa (asegurando los accesos hacia Zaragoza), y Ziga, Alto de Carri gorri, Betelu, Leiza, Ezcurra y Vera, controlando los accesos hacia lava y Guipzcoa.
Adems, Mola haba adoptado dos decisiones de corte poltico-militar: prioridad
absoluta al avance de las columnas sobre la capital de la Repblica, corazn del rgimen al que se aspiraba derribar (no es Madrid es la capital de la Repblica la que
se asalta) y, en caso de repliegue NAVARRA [deba ser] el reducto inexpugnable de
la rebelda7 . En este sentido, la cabeza lcida de l general tena c laras algu nas de las
pre misas po lticas fu ndamentales : no bastaba pronunciarse: haba que asaltar de
nuevo el Estado en su propio corazn (con lo que ello implicaba de apoyo popular),
y haba, por otro lado, que preservar Navarra como smbolo y ncleo duro de aq uella nueva coalicin (cvico-militar dira Mola) y origen de una nueva reconquista.
Pero en aque llos planes apenas si haba lugar para la movilizacin civil -que
4
El trabajo pionero en este sentido es el de Julio Arstegui (1982) al analizar el Fichero de Combatientes formado a efectos administrativos por la Diputacin navarra. Vase el Anexo. Esas cifras quedan
sin duda cortas; as lo estima tambin ngel Pascual ( 1987- 1988: 607), que cree han podido perderse algunas fichas (cosa nada extraa vistas las condiciones en las que se conservaron los Ficheros). Yo mismo
he podido comprobar que los 124 voluntarios reseados por m mismo para el municipio de Valdegovfa
uti lizando fuentes de archivo (Ugarte, 1988: 73) se convertan en 146 tras una encuesta sobre el terreno
entre familiares y conocidos. Tambin debe considerarse a quienes no pasaron de Pamplona o Vitoria a
causa de su edad y otros que, por el contrario, tuvieron que marchar forzados por la situacin, los inevitables aventureros, etc. Importa la magnitud. De ah que mantenga las cifras de 1988.
5 Una minuciosa descripcin de las salidas, destinos en el frente, etc. puede verse en el imprescindible libro sobre el particular del profesor Arstegui ( 1992: passim).
6 Pueden consu ltarse en Cierva, 1969: 775-777. Tambin en Prez Madrigal, 1937: 146-1 52. Las instrucciones reservadas de Mola son del 31 de mayo de 1936.
7
El Director (Mola) In strucciones conjuntas para las Divisiones 5. y 6.", citadas en
Cierva, 1969: 774.
[144]
-- ----------------
simplemente acompaara a la columna sobre Madrid. Un escenario y una morfologa que no pasaban de ser las del despliegue de tropas regulares en campaa. Disciplina castrense, lnea de mando, control de los nudos de comunicacin, ausencia de
componentes poltico-ideolgicos (y su simbologa). Una movil izacin racional y no
emotiva. Un escenario acorde con su planteamiento de hegemona militar-conservadora lograda en las arduas negociaciones con los carlistas.
Sin embargo, la fuerza de los hechos transform profundamente aquel escenario
(aparte de las modificaciones tcticas a que oblig Ja inesperada resistencia de San Sebastin, de indudables consecuencias estratgico-militares). Aquella fra y eficaz maquinaria militar se transform en una ~ran manifestacin de fervor popular en Navaffa (y, en
tono menor, en algunas zonas de Alava), con sus formas y sus smbolos. Era el siglo xx,
el siglo del protagonismo de las masas, de los mitos y las utopas. Los actos de accin
poltico-militar adquiran una nueva fisonoma con los nuevos tiempos. No bastaba con
una simple asonada palaciega como la de Primo de Rivera, eso haba quedado claro. Pero,
en consonancia, tampoco bastaba con una bien coordinada maniobra militar.s. La presencia de masas en la accin militar impona tambin sus formas de movilizacin. Todo esto
era algo ms que un problema de geometras: en aquel instante, en el momento en que todos aquellos voluntarios se pusieron en marcha, medianamente ruticulados en una organizacin previa (el Requet), disponiendo de armamento, el movimiento - la fuerza poltica que representaba el cru"lismo- adquira un renovado protagonismo y un nuevo peso
en detrimento de los militares. La victoria inicial del establishment sobre el radicalismo
utpico que se haba producido en los das previos a la sublevacin, poda ser rectificado
(un pulso este que no qued resuelto hasta el final de la guerTa9).
1.1. UNA MOVILIZACIN DE MASAS PARA UN ASALTO AL ESTADO
En principio, el Requet deba concentrar todas sus fuerzas en Pamplona y en Vitoria para salir hacia Madrid. A ello dedicaron todos sus esfuerzos organizativos el
ex coronel Alejandro Utrilla y Jaime del Burgo como mximos responsables operativos del Requet en Navairn (y Luis Rabanera con Antonio Oriol en Vitoria). Despus
de todo el acuerdo entre Mola y los carlistas haba estado en el aire hasta el mircoles da 15 10. Posteriormente la Junta Central de Guen-a de Navarra 11 (tras adoptar una
8 Aunque lo que la accin de Franco desde M arruecos al frente de los Regulares y la Legin sobre
la A ndaluca occidental en ese primer momento tena ms de esto ltimo.
9 Y del que fueron episodios desde la imposicin de mandos militares a las milicias desde ese primer
da (con resistencia del Tercio de Navarra), la militarizacin de aqullas, el cierre de la Academia Militar de los carlistas en diciembre de ese ao, la Unificacin en FET en abril de 1937, los numerosos incidentes de esos das y posteriores e incluso se prolongara --con otros protagonistas- mientras Serrano
Ser permaneci en el gobierno.
10
Jaime del Burgo tena un gran desasosiego por la improvisacin que intua (carta de Jaime del
Burgo, 1 de octubre de 1993).
11
Junta Cemral de Guerra de la Regi611 de Navarra del Partido Car/isra, rezaba en el encabezamiento del acta constitutiva de ese organismo (ADN. JCGC. Actas 1).
[ 145]
estructura ella misma de Diputacin en Guerra con representantes de las cinco merindades del Reino - memoria de un Reino, el navarro, encarnacin viva del espritu catlico-guerrero que caracteriza a la Espaa autntica .. ., que dio a Espaa su
corazn, su corona y su sangre, que la reconquist para la fe 12- ms dos componentes, formando el mtico nmero de siete miembros que se consideraba peculiar y
propio de Navarra 13, y crear Juntas de Merindad) decida organizar los desplazamientos tambin segn esas mismas merindades, como si las viejas universidades
acudieran a una llamada al apellido (llamada al servicio de armas en el sistema foral
preliberal en Navarra, la llamada a rebato) articulada para la defensa de la Provincia (el Reino) 14 . No era aquella, as planteada, una operacin enmarcable en la ortodoxia militar al gusto de Mola. Era ms bien una gran movilizacin de masas con sus
propios rasgos dados por los tiempos y la tierra en la que se produca. Y el general
-que conserv en todo momento el mando operativo supremo 15- tuvo que adecuar
12 Son palabras de Eladio Esparza (1937: 117, y 1935: XXI), subdirector, como sabemos, del Diario
de Navarra, y uno de los principales idelogos de una navarridad reducto y cuna de una Espaa catlica,
que transformaba el mito foralista (que ya utilizara Navarro Villoslada, por ejemplo, en su Amaya o los
vascos en el siglo Vlll, 1879) en nuevo mito para una Espaa neocatlica, neotradicionalista y autorita-
Faltaba la MERINDAD DE TAFALLA, pero de hecho les hemos visto desplazarse hacia Tafalla
y de all sobre Pamplona.
Continuaba: Concentrados sobre las Merindades, en formacin ordenada, dispondrn la marcha
sobre la Capital. Y una vez all se les asignaban disti ntos puntos de concentracin, tambin por merindades: MERINDAD DE PAMPLONA.-Escuelas de San Francisco. MERINDAD DE ESTELLA.- Hospital Civil (Antiguo). MERINDAD DE AOIZ.-Cfrculo Carlista de Villava. MERINDAD
DE TAFALLA.-Antiguo Se minari o. MERINDAD DE TUDELA.-Bloque de Derecha s
(Estafeta 33).
Aparte se habiHtaban medios sanitarios, de suministro y hacendsticos (adems de ordenar la requisa
de todo medio de transporte).
15
Carta de Jaime del Burgo, 1 de octubre de 1993. Las noticias son numerossimas en ese sentido.
[146)
sus movimientos tcticos, su ritmo y sus formas a aquella gran avalancha de gente
(que, por lo dems, necesitaba si quera amenazar seriamente a Madrid y San Sebastin-Bilbao). Por de pronto se estructuraba como una gran movi lizacin de la Navarra corporada que se concentraba en la Capital del Reino (un acto con escasa eficacia tctico militar, pues ya los militares prcticamente haban controlado Pamplona,
y se necesitaba desplegarse hacia el sur, pero de gran efectividad movilizadora). Vena gente de todo el reino, deca Dolores Baleztena, miembro de la destacada familia carlista de Leza 16
En lava la cosa fue ms simple: todos marcharon sobre Vitoria (salvo Llodio
que qued en manos republicanas tras un asalto audaz de los nacionalistas de l lugar 17).
En el sur, Laguardia actu como punto de concentracin - para el definitivo desplazamiento sobre Vitori a- de la Rioja oriental y parte de la Montaa 18 . Por lo dems,
Vitoria no comenz a llenarse de requets hasta el lunes o e l martes da 2 1 de julio 19
En la capital alavesa los hechos --en cuya descripcin, por significativa me detendr
al final de esta Parte- se produjeron de forma algo distinta a como se dieron en Pamplona.
En Pamplona, la realidad fue an mucho ms heterognea a la prevista por la Junta
de Guerra, como ya hemos tenido ocasin de ver al hablar de la recluta de toda aquella gente. Durante la noche de l 18 al 19 y la maana del 19, domingo, autobuses de
la Villavesa, la Tafallesa, de la Veloz Sangesina, de La Estellesa, de El Arga, de la
Lumbierina, de la Pamplonesa, de Los Tres Valles llegaban repletos de gente a las
puertas de Pamplona. Camiones militares, coches y motocic letas (de algn hijo de
buena fami lia), gente en carros de cosecha, en bic ic leta y a pie de la prxima cuenca
de Pamplona iban entrando en la ciudad. Alguno haba llegado en el autobs de lnea
que haba funcionado el da anterior y en el lrati desde la Merindad de Aoiz. Tambin iran llegando a la Estacin de l Norte gentes procedentes de l sur por la va frrea que un a Zaragoza con Tudela-Tafalla y con Pamplona.
He dicho ya que aquello emparentaba con otros actos de masas que buscaban e l
asalto al Estado a lo largo de toda Europa. Pero, qu tena aque llo que ver con e l
despliegue de los squadristi en los das de la marcha sobre Roma? Qu con aquellos grupos bien encuadrados, con el espritu y la memoria de los arditi de la Gran
Guerra, agrupados en torno al mito de la experiencia de guerra que invocaba a la comunin jerrquica, a la camaradera en la accin rpida y violenta 20 ? Qu tenan que
[147]
ver aquellos jvenes carlistas que llegaban cantando sobre las bacas de los autobuses
a Pamplona con los grupos armados italianos que iban tomando, segn una elaborada
estrategia militar de insurreccin-golpe de Estado, los puntos clave de las capitales
(al modo de guerrilla urbana) para presionar luego sobre Roma21 ? Todo, en cuanto
que representaban el mismo momento histrico de un mismo fenmeno de asalto al
Estado liberal -ya ha quedado dicho. Pero nada en sus maneras, en su estilo, en sus
motivaciones concretas. No, cuando menos, en los casos de lava y Navarra.
Ni tenan que ver con los grupos de las SA dispuestos a confundirse con la polica, grupos bien disciplinados y violentos, acostumbrados a la lucha callejera de las
grandes ciudades ya desde los das del terror blanco en l 9 l 9 22 ; aquellos que con sus
actuaciones -cerca de quinientos combates callejeros en cinco semanas, como e l desfile de siete mil nazis en la barriada obrera de Hamburg-Altona- haban logrado desestabilizar al gobierno de Prusia el verano de 193223 . Nada recordaba ese 19 de julio
en Pamplona a las escuadras de SA que fueron puestas en estado de alerta en Berln
el 29 de enero de haca solamente tres aos (1933) para contrapesar el amago de golpe
del que an entonces era canciller de la Repblica alemana, mariscal von Schleicher
(al da siguiente Hitler sera nombrado cancille r por el presidente Hindenburg)24 . Tampoco, a pesar de otras afinidades -como su inspiracin religiosa- , con el grupo de
pistoleros de la Legin de San Miguel Arcngel rumana, que, embriagados de un espritu desesperado y romntico, iniciaron sucesivas oleadas de actos terroristas suicidas por aquellos aos en el pas balcnico (con poco xito en su estrategia de toma
del poder)25 Apenas s tenan que ver.
No. Aquella movilizacin, que, formaba indudablemente paite del mismo fenmeno, tena otro aire. Otro aire que le daban una cultura poltica propia, unos referentes de memoria diferenciados, un marco simblico propio. Un marco referencial y
simblico que nos remite a aquella sociedad en su cotidianidad -de la que aquel acto
no era sino una expresin exaltada26 . Veamos cules fueron esas formas de sociabi li -
21 Tasca, 1969: 27 1-337. Para los ardiri puede verse Rochat, 1990. Sobre las fonnas de la violencia
fascista (y una relacin de sus acciones violentas) puede consultarse Petersen, 1982. No debemos engaarnos, sin embargo. Tambin en el caso italiano haba un afn de ocupar la calle local, el mbito de la
com1111a/ y no tanto el nacional como ha puesto de manifiesto Adrian Lyttelton ( 1987: 83). Tambin en
llalia lo local se contrapona -o prevaleca- a lo nacional (vase, por ejemplo, el monogrfico Potcri
locali de la revista Meridiana 4 (1988), con una introduccin clarificadora de Raffaelle Romanelli en el
que aboga por una integracin de la perspectiva nacional y local como partes de la misma realidad.
22 Entre enero de 19 19 y julio de 1922--en su mo mento fundacional, tras la Gran Guerra- la ultraderecha alemana cometi al menos 354 asesinatos no reprimidos (cfr. Milza, 1979: 55).
23
Con el pretexto de dar fin a aquel estado de cosas, el canciller von Papen disolvi el gobierno de
coa licin (SPD-Centro) prusiano el 20 de julio de 1932 en el contexto alemn que he descrito arriba (para
las cifras -99 muertos y 1.125 heridos de gravedad- y el enfrentamiento, vase Bullock, 1994: 421 ).
24 Vase Bracher, 1973: I, 242 y sigs. Sobre el golpe de mano en Berln vase Thornton, 1985: 81.
2s Cfr. Yeiga, 1989: passim.
26 Los rituales o las pautas de comportamiento en un aconteci miento colectivo tienden a reproducir
los modos de otros acontecimientos rituales anteriores, pero no en trminos idnticos sino como evocaciones simblicas depositadas en la memoria colectiva tal como la entenda Maurice Halbwachs ( 1950).
[148]
- -- - ----- - -- - -
dad con las que, estando fami liarizados, reprodujeron en aque l momento excepcional
en sus vidas.
l.2.
Vase un desarrollo del punto de vista de Halbwachs en Namer, 1987 (memoria que evoca otros momentos de accin social, que nada tienen que ver explicaciones caracteriolgicas o psicolgicas, segn
subraya Namer).
27 Iribarren, 1945: 129.
28
Prez Madrigal, 1937: 32-33 y 40-42. Lizarza, 1969: 99. Jaime del Burgo ( 1943: 213) corrobora
ese fe nmeno. Posteriormente, veraneantes de la zona de Burguete en el Hotel Loiza, fi nanciaron la estancia de los requets en aquella pos icin (A RLI.).
29
Maz, 1952: 259.
30 El mejor relato de los hechos puede verse en Pascual, 1987-1988: 559-566; que destaca, a su vez,
lo que aquel acontecimiento supuso de anulacin de la Navarra republicana a base de re presin. Vase,
adems, Arrars, 1940-1944: 111, 460-483; Burgo, 1970 : 23-25; Maz, 1976: 299-302; Prez Madrigal,
1937: 103-104; Fraser, 1979: 1, 6 1; lturralde, 1966: 15 1 (testigo 1). Gonzalo Jar ( 199 1) resumen la actuacin de la Guardia Civil en aquella coyuntura.
31
Un personaje enrgico, destinado a Navarra el 4 de julio con el fi n de garantizar la lealtad repu-
[149]
blicana de aquel cuerpo en la provincia, que hizo frente a Mola la maana del mismo sbado, lo que a
buen seguro le vali la muerte.
32
La vida diaria no se alter demasiado ese da, mientras corrieron todo tipo de rumores -en especial el del asesinato del comandante de la Guardia Civil- (M. Dolores Iribas, 14 de diciembre ele 1994
- 121.B-). Jos M. lribarren (1963: 130) escuch la noticia mientras charlaba en la tertulia de la sala
del caf del Casino.
33 Jaime del Burgo (1970: 26-27) cuenta que ese dfa an estaba en la ciudad Jess Monzn, dirigente
comunista, que tras esconderse en una casa de la Avenida Carlos Ill -del Burgo asegura que l no le delatara-, lograra huir.
34
DN. 21 de jul io de 1936; Iturralde, 1966: 152 (test igo 1).
35 Irrefutablemente estudiada en sus aspectos cuantitativos por Altaffaylla Kultur Taldea ( 1986).
36
Ms el clima que los detalles organizativos de la movilizacin, como veremos.
37
Bereala gudulariak saldoka agertu ziren alde guztietarik (lrigaray, 1993: 52).
(150]
- --- - - -
------
vincial de Barain, de sesenta y siete aos, tradicin librepensadora y a quien aquello recordaba la pasada guerra carlista: Azken karlista guduetan gertatu zena, orai
ere berdin. Era -le pareca desde Ja escptica sabidura que dan los aos- otro
arrebato de aquel pueblo propenso a tales impulsos. Pues todos creen unnimemente
y con un mismo espritu que nos hallamos inmersos en una Guerra Santa 38 . Y, ciertamente, en algunos ambientes se vivi aquella movilizacin como un arrebato mstico-guerrero, como un desbordamiento de las ansias populares del lugar. Aquel domingo, 19 de julio de 1936 - resuma Jimeno Juro, hombre crtico, pero fo rmado en
aquel ambiente-, la Navarra labradora, catlica, espaola, monrquica y foral, cambia[ba] hoces y trigales maduros por cruc ifijos, fusiles y fre nte de combate. Y continuaba: La Plaza del Castillo e [raJ la copa desbordada de boinas roj as, de Oriame ndi , de vtores. En la edad, los ideales y el entusias mo, aquellos campesinos
navarros se parec[an] como dos gotas de agua a los voluntari os de 187239 .
Un testigo directo, joven abogado catlico de Tudela futuro secretari o de Mola y
miembro en ese momento del Consejo Foral4, Jos M.3 Iribarren, expresaba el sentimiento que le embarg en aquel momento como e l de una emocin inefable y
nica. Era un rer que daba ganas de llorar y un llorar que se rompa en risa; algo
como una tos nerviosa. El vecindario, con los ojos arrancados al sueo, mal vestido
con batas y albornoces, aplauda rabiosamente desde los balcones ... Toda la poblacin estaba loca de alegra ... A todos les pareca un sueo. Y lo era. Sueo, deli rio,
calentura ... Los gritos reprimidos quince aos, los himnos, las banderas, los uniformes brotaron de repente ... La Historia retrocedi c incuenta aos, cien aos, para que
reviviesen en sus marcos las litografas de los carlistas41 . Palabras llenas de fantasa
mstica, animadas de ese fe rvor entre festivo y espiritual propio de los j venes de la
clase media hecho de lecturas caballerescas sobre las pasadas guerras del xlX 42 , y vidas de santos. Todo ello alimentado en un clima social que fue tomando cuerpo durante la Repblica.
Imagen que, aparte de idealizaciones, resultaba cierta. Si en las palabras an teriores no haba ningn doble sentido (tampoco en las de Jimeno Juro), el tono irnico,
sarcstico empleado por Marino Ayerra (el que fuera prroco de Alsasua desde 1936,
luego profunda y amargamente descredo tras la experiencia de la guerra precisamente)43 nos sirve, a modo de contrapunto, para confirmar aquella morfologa de la
38
Ao batez eta gogo batez guztiek uste baitute gudu Saindu batean gaudela (Irigaray, 1993: 52)
A l, de simpatas vasquistas (su hijo, tambin mdico, fue inhabi litado), le preocupaba en ese sentido
que los nacionalistas guipuzcoanos se unieran a los rojos (gorriak). Su texto lo comenzaba con un A
peste, fame a bello./ Libera nos, Domine, al que le segua: Ut enemicos santac Ecclesiac/ humiliare digneris./ Te rogamus audi nos.
39 Ji meno Ju ro, 1974: 30 l.
4
Consejo que en junio haba estado a punto de encabezar una sublevacin por lo que consideraban
intromisin del gobierno de la Repblica en los asuntos de Navarra (vase ms adelante).
41
Iribarren, 1945: 129- 135.
42 Iribarren ser uno de los principales soportes de ese renacimiento entre neorromntico y costumbrista de mediados de este siglo en territorios como Navarra.
43
Marino Ayerra fue destinado a Alsasua como prroco el mismo mes de julio de 1936. Integrista e
[151]
movilizacin: Toda Navarra - deca don Marino con retintn- , desde todas y cada
una de sus ciudades, villas, pueblos y aldeas, haciendo llegar a Pamplona el da mismo
del Alzamiento Militar, como en cumplimiento de una sagrada consigna, oleadas y
ms oleadas de hombres maduros y de juveniles muchachos que, fusil al hombro y
pistola, pual y granadas al cinto (bajo la direccin inmediata y personal en muchsimos casos de sus respectivos curas prrocos, con su fusil tambin al hombro, su pistola y su cartuchera sobre la negra sotana), acudan, corran, volaban en incesante e
incontenible pleamar convergente, al llamamiento divino del Viva Cristo Rey y abajo
la Repblica laica!, lanzado indudablemente por Dios en la ciudad de Pamplona.
Aquello debi de ser admirable! La apoteosis de Cristo Rey y de su Reinado inmortal, ms grandiosa y sublime, ms clamorosamente universal y unni me, ms decididamente resuelta a morir y a matar por e l triunfo de Dios y de su Iglesia que haya
podido jams ni concebirse ni imaginarse en el mundo! Resue ltos todos a morir en
holocausto a Cristo Rey si era preciso, o a matar en hecatombe a todo aqul que no
quisiera aceptarlo!44 . Desde su mordacidad levtica (y su prosa agotadora), don Marino nos confirma desde el desafecto (el que le daba su original proximidad: fue sacerdote integrista) lo que para muchos fue una jornada de expresin de su fe sencilla o
de exaltacin mstica para los jvenes ms idealistas. Como aquel religioso de Aramenda (en el Valle de Allin, junto a Este lla) que aquella misma tarde, conmovido
y entusiasmado, relataba a su amigo sacerdote e l modo en que haba acudido, junto
a gran nmero de mozos del Valle, confesados y comulgados, despus de despedirse
de los suyos, igual que si fuesen a la cruzada45 .
Aquel entusiasmo, aquella euforia contenida, era pues real y se apoder de Pamplona e l domingo da 19 de julio. Segn lo recuerda una joven de quince aos, nieta
de un veterano de don Carlos, e l sentimiento era de gran alegra, de una gran comunin entre todos los llegados y los que se aprestaban a salir de la propia Pamplona,
un estado de gracia de inspiracin divina que estaban dispuestos a detrnmar por toda
Espaa46 . Una fiesta y, simultneamente, algo ms trascendente que una fiesta segn
lo viva ella: una inmensa exaltacin y excitacin provocada por la sensacin de que
haba llegado el da en que se pondra fin al estado de inmensa degeneracin que su-
impulsor del catolicismo social en Navarra -adems de persona de confianza del obispo Olaechea- fue
destinado a aquella poblacin ferroviaria y socialista con el nimo de recristianizarla desde las posturas
obreristas (hay quien dice que el brillante don Marino tom aquel destino como una pequea afrenta en
su carrera eclesial, pues aspiraba a una parroquia en Pamplona). Tras la guerra, profunda y amargamente
descredo por las experiencias vividas en ella, muri en Sudamrica (tras haber colgado los hbitos) donde
redact su libro.
44
Ayerra, 1978: 59.
45 IturTalde, 1966: 154-155 (testigo 2). Se lo haba confesado a un ntimo amigo suyo (testigo 2), tambin sacerdote, pero contrario a la sublevacin. Segn el testigo sigui atribuyendo Sinceramente una fi.
nalidad santa y pura a la sublevacin durante mucho tiempo (hasta que le toc confesar a un gran nmero de fusilados).
46 Un afn inconcreto de algo noble e imperecedero que creamos nos estaba reservado acometer,
se era el sentimiento de Jaime del Burgo ( 1970: 19) en aquel momento de gran excitacin emocional.
[152]
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pona la Repblica y se llenaran las calles de todos aquellos smbolos carlistas tan
queridos que haba visto en su casa desde nia47 . Por de pronto vea a su padre con
la boina roja con sus compaeros, presto a ir hacia Madrid (luego le toc avanzar por
el norte). Esto aada dramatismo a la situacin: eran maridos, padres, hijos, hermanos de quienes se quedaban los que se supona avanzaran sin apenas resistencia (eso
se crea) hacia Madrid 48 . Todo ello elevaba en grado sumo la temperatura emocional
que se viva en ese instante. Naturalmente, los hechos fueron ms complejos y desgraciados para quienes se haban posicionado con la legalidad, como ya ha quedado
dicho. Y tambin para aquellos que marcharon y tuvieron que hacer una guerra de
tres aos dura y difcil. Pero esa idea, al calor del gento y la aglomeracin, si no ausente, estaba lejana de las conciencias de aquella gente.
1.3.
47 Exista una alegra muy grande; [una idea] de que al fin podamos hacer algo, confirma el entonces seminarista Javier Lorente (26 de mayo de 1993 -85.B: 079- ). Pero, aclara, no era un acto de
inconsciencia (110 era producto de 11110 borrachera del espritu). Era un acto largamente esperado y que
al fin se haca realidad.
48
M. Dolores l ribas, 14 de diciembre de 1994 ( 12 1.B). ARAKO (escritos coslllmbri sta en el Diario), pona en boca de uno de sus personajes - aldeana de la Cuenca de Pamplona- ahora que, la vcrd
si t' hay de decir, estaba llorada la mit de tristura !tristeza] la mit de orgullo (DN, 24 de j ul io de 1936).
49
DN, 2 1 de jul io de 1936.
50 Iribarren, 1945: 130.
si Burgo, 1970: 25-26.
52 Jaime del Burgo, 15 de j unio de 1993 ( 104.B: 550).
[153]
(154]
la inquietud que produca aba"ndonar la gente y los lugares conocidos - y de los que
apenas si se haban ausentado antes62 .
En cambio otros llegaban confiados y en cuadrilla, subidos, tal vez, en la baca
del autobs, haciendo lo que caba esperar de unos jvenes sin las responsabilidades
del cabeza de familia ni esa educacin del joven de extraccin burguesa acostumbrado a no exteriori zar sus sentimientos 63 . Algunos haban salido con lo puesto. Otros
muchos, como Mario Izu, de Echauri, como buenos campesinos, se lavaron, se afeitaron y se pusieron la ropa de los domingos64 . En general, acudan avezados, dispuestos a la reticencia irnica o socarrona del lenguaje local, a la sorna reticente
(aquello de paso de buey, diente de lobo y ... hacerse el bobo65), mx~me cuando se
iba a la ciudad y deban enfrentarse al comentario mordaz o ingenuo (nunca se saba
con esa gente de la ciudad) de algn seorito de capital66 Sorna que no era exclusiva de las gentes de los pueblos, tambin la gente sencilla de la capital la practicaba.
62 Las cartas escritas desde el frente ya los primeros das que conserva Javier M. Pascual en ARPA
son especialmente expresivas en ese sentido, en cuanto a las constantes referencias a hechos o personas
de la localidad de origen y la demanda de noticias de las faenas de la casa y la aioranza de sus gentes,
sus animales (de las vacas o lo mulos a los que citan por sus nombres), los huertos (el l111er10, no cualquiera: el suyo) o de los frutos de tal o cual rbol, la leche de 1111es1ms vacas, las lechugas de casa. Por
ejemplo, FG (utilizo las iniciales por indicacin del depositario de las cartas), 2 de octubre de 1936: Padre, se acuerde de cortar la rafia a los injertos del huerto y me digan cmo est todo el huerto... Tambin
me pueden decir algo de cmo van las vacas, en particular, la Molinera ... Tengo unas ganas de tomar leche de nuestras vacas, que para qu te quieres incomodar [sic]. Ya Le Play incluy en su familia souches campesina a los animales domsticos. Y desde Marc Bloch sabemos que, en el mundo campesino,
los afectos se reparten entre las personas de la fa mi lia y los ani males de la casa: despus de todo la vida
del aldeano dependa de que su buey sobreviviera, etc.
63 En los pueblos de Navarra y lava los jvenes formaban grupos de edad a quienes la comunidad
asignaba ese estatus (pblico y privado) de premadurez que les permita ese nivel de irresponsabilidad
que estara mal visto en un casado. No era el caso de los jvenes de las buenas familias de Pamplona,
formados en una mayor autodisciplina bajo la tutela paterna, la disciplina del colegio, la vigilancia de un
seminarista-tutor durante el verano, etc. (vase lo relatado por Ignacio Hidalgo de Cisneros - 1977: 1, 22
y sigs. sobre su juventud en Vitoria que no era tan distinta de la juventud pamplonesa). Algunos de estos
ltimos formaban en el Tercio de Pamplona y ocuparan lugares de mando. Vase en ese sentido la bibliografa citada por James Casey ( 1990: 22 1 y sigs., y 230).
64 Fraser, 1979 : 1, 77.
65 Afori smo de la montaia navarra (cfr. lribarren, 1952: 91; lribarren y Ollaquindia, 1983: 8 1). En
general, la gente de ciudad saba de aquella hbil inclinacin de los aldeanos a hacerse el 1on10: Flix
Urabayen ( 1925), el escritor navarro, dice: El labrador asiente de primeras a cuanto se le dice; despus
sonre, se rasca bajo la boina y encauza la conversacin por el sendero de su conveniencia. Javier Tusell
( 1992: 388) pone en boca de Jos Antonio Girn una expresin similar (llena de smbolos campesi nos)
referida al modo en que Franco llevaba los asuntos de gobierno: Paso de buey, vista de halcn, diente
de lobo y hacerse el bobo. Tal vez no sea del todo desacertado imaginar al Caudillo llevando las cosas
en Madrid con la astucia del aldeano en la Corte.
66 Como aquel hombre mayor que, al ser abordado por Prez Olaguer ( 1937: 82-84), una vez iniciada
la guerra, con tono admirativo del ingenuo idealista de ciudad ante el valor de aquel hombre que a sus
aos se atreva a empuiar las armas, y preguntarle, con indiscrecin, por su nombre y su familia, le mir
sorprendido y le espet: Oye t, es que ests hacindome el padrn? Prez Olaguer qued an ms
admirado de la sencillez de aquel anciano.
(155]
Como el imaginero, veterano carlista de la calle Navarrera, que ante los intentos de
ser sonsacado por el coronel Beorlegui sobre la inmediatez de la sublevacin Je contest: Preparados estamos. Saldremos cuando tengamos jefes. Sabes t de alguno?
La pregunta se la devolva sin respuesta. Real o no, la conversacin resulta verosmil.
Aquella era la gente sencilla que transitaba de los pueblos al corazn de Pamplona:
la Plaza del Casti llo.
Se respiraba, en cualquier caso, un ambiente de gran fervor religioso que, a los
ms idealistas -ms habitualmente entre los jvenes de ciudad o los hijos de los grupos profesionales de la provincia: abogados, maestros, ... - les predispona a estados de gran sugestin espiritual (no a los jvenes de los pueblos que ese misticismo
les resultaba ajeno). Haba entre ellos, segn lo describa un joven seminarista, un
gran espritu de sacrificio y entrega 67 El entusiasmo y el fervor eran autnticos, pues
ms de uno rechaz la posibilidad de quedarse a resguardo en la Plana de algn jefe
porque ellos iban a salir de Pamplona a defender la religin en el frente y no se
queran separar de sus compaeros68. Jaime del Burgo ha descrito muy grficamente
la despedida -su propia despedida, la de sus hermanos y su padre- ante la llamada
a la concentracin del Requet en la Plaza del Castillo en una fam ilia de clase media
de la ciudad69 Unos jvenes con la reserva inagotable de ilusiones acu muladas da
a da dispuestos a la gesta ms noble; un padre responsable de toda la familia, depsito de una larga tradicin, hombre de gran autoridad ante todos, hablando con su
hijo bajo el retrato augusto70 que proclamaba legendarios anhelos ancestrales; momentos de zozobra y el rosario que era un modo de hacer fami lia para todos, y con
reminiscencias de rito medieval [para los hombres de la casa; pues era momento de
velar) las armas que haban permanecido ocultas en recnditos lugares; una madre
afanosa, algo llorosa (pero convencida de que aquel momento deba de ser) preparando todos los enseres que pudieran necesitar los que se iban (ropa, alguna medicina, algn bocadillo). Y la impresin general de que se estaba escribiendo una pgina sublime de la historia de Espaa, que haba venido retrasndose desde haca un
siglo. Hogar carlista, caballeros carlistas, nobles, recios, sin re ncor, posedos de las
ms altas convicciones, y la grandeza y generosidad suficientes como para hacerlo
como quien sale unos das de viaje. Espritu romntico aprendido de Ja imagen de los
idealistas combatientes por don Carlos en las pasadas guerras, tan ensalzado en la literatura del cambio de siglo7 1.
No todo era herosmo caballeresco. Estaban los ms jvenes, imbuidos del espritu del atletismo, el ejercicio fsico y los motores (como Mario Zufa de AET y Paco
Almagro, veraneante en Leiza, miembro de FE), animados por la conviccin del activismo creativo (el propio Jaime del Burgo) y arrebatados por un impulso de aven-
67
68
69
10
71
[156)
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tura que no dudaron en tomar el primer coche (un taxi que haca servicios para el Requet) para acercarse a Pamplona y all pavonearse ante sus primas con el uniforme
y el correaje (chicos, en todo caso, de profundas convicciones religiosas)72 .
En general, era un estado el que les embargaba, de gran densidad emotiva. No necesariamente mstica (no especialmente73), haba quienes, conducidos por algn beato, llegaban rezando e l rosario por el enemigo en algn momento del trayecto74 ,
pero predominaba Ja euforia y, en ese primer momento, el tono general festivo (con
poco lugar para la melancola). U na vez reunidos en la ciudad (sobre la que conflua
Ja multitud como e n una gran peregrinacin o romera militar, con banderas75 , cnticos y e l campaneo de las iglesias en e l da de l domingo), e l calor del gento y ese sentimiento de gran comunidad que se apodera de las grandes concentraciones, daban al
ambiente un tono entre romero y festivo (las referencias a los Sanfermines son constantes en el momento y entre Jos que guardan memoria de aquella circunstancia; sin
restar, por e llo, ni un pice a la gravedad del momento y los hechos que significaban
Ja sublevacin contra un rgimen constituido, de orientacin democrtica).
Toda aquella muchedumbre comenz a transitar, sobre todo, por el paseo Sarasate
y fueron concentrndose en la Plaza de l Castillo, corazn de Pamplona76, a los gritos
de Viva el Rey ! Viva Cristo Rey! Viva Espaa! Viva la re ligin! Viva la valiente
Navarra!, mientras a las jvenes margaritas se les asignaba, como en los das del
Corpus, el pape l de postulantas11 , con sus escapularios, medallas y crucifijos que les
72
Mario Zuffa, 17 de d iciembre de 1992 (90.A y B). La gran ilusin de Mario Zufa por entonces,
corno tantos jvenes de buenas fam ilias de su generacin, era la de ser aviador.
73 Haba algn caso corno el de Jos M. Erdozin, hij o del maestro de Sangesa, transido de un fervor asctico y cierta fantasa mstica (vase sus cartas en ARPA), que pas luego por ser descrito como
un santo (vase Lpcz Sanz, 1948: 119-120 y 2 19-223).
74
Corno los de Olite, conducidos por Julio Balduz en sus rezos, al que llamaron sacristn porque se
dedicaba a ayudar en misa, y cada maana les despertaba, posteriom1ente en el fre nte, con rezos de Oh,
Virgen Santa ..., les rezaba el rosario, etc. No era el ms popular entre ellos. Flix Anda, 15 de enero
de 1993 (92.A: 360).
75
Como aquel bandern en el que haban incluido la Virgen de Jerusaln (patrona del pueblo) que
portaban los de A1jona al desplazarse desde el pueblo a Tafalla y de sta a Pamplo na (Jos Bailales,
Ana M. lriarte y Jos Huarte, 1Ode febrero de 1993 - 98.A-). Tambin Arstegui ( 1991: 1, 117) hace
referencia a la Virgen. O aq uella bandera bordada con la imagen de San Miguel (San Miguel Excelsis,
ermita prxima a Echarri-Aranaz) que port la Partida de Barandalla con el lema Jaungoicoa gure
alde. Nor gu rc contra? (Dios con nosotros. Quin en contra nuestra?) que se conserva en el Crculo
de Echarri-Aranaz.
76
Vase Urabayen, 1952: 193-196. La Plaza del Castillo era el corazn de la ciudad desde al menos
el pasado siglo (ya la Real Academia de la Historia - 1802: 232- en su diccio11ario haca referencia
destacada a ella), tanto funcionalmente (en ella convergan todos los recorridos urbanos, se concentraba
el comercio, los lugares de ocio y sociabilidad -<:asinos, cafs, peluqueras, hoteles, teatro, bancos- , se
concentraba la gente los das festivos, y a diario en los soportales, era el escenario de los Sanfermines,
etctera), como simblicamente, donde se asentaban los edificios simblicos de la ciudad y se haban producido casi cada acontecimiento que conservaba la memoria histrica de la ciudad (desde el aerstato expuesto a fines de siglo a las tropas de Alfonso XII liberando a la ciudad del asedio carlista).
n M. Dolores lribas, 14 de diciembre de 1994 ( 12 1.B). Y Fraser, 1979: 76.
[157)
haban entregado en el Crculo carlista y que ellas colocaban a los voluntarios que,
en grupos, transitaban por aquellas calles. Las iglesias se hallaban especialmente concurridas y todo el mundo se confesaba y comulgaba aquella maana. Era como una
gigantesca liturgia urbana como la que se produca en las ms solemnes festividades
de la ciudad, como podan ser el Corpus o la Semana Santa. Slo que trascendido por
ese cierto dramatismo que lo haca ms autntico y por la inmensa masa de la provincia que se haba congregado en la capital.
l .4.
78 La Croix, diciembre de 1936 (citado en Fa/ Conde y el Requet juzgados por el extranjero, 1937:
215-2 16).
79 DN, 21 de julio de 1936.
80 Burgo, 1970: 27.
8 1 DN, 2 1 de julio de L936.
[158]
- - - - - - - - - - --
piona, se seguan todos los grandes eventos: de las procesiones a los desfiles o las llegadas regias).
Por supuesto el Crculo era un hervidero ya desde el sbado. All haba sacerdotes, paisanos y militares, seores y campesinos, el "nio bien" de Ja ciudad y el gan de la montaa; el mescrata plido ... , y el cerrajero tosco de las manos negras y
encallecidas; honradas mujeres del pueblo y seoritas vestidas con modelos de Pars;
ancianos ... y mozalbetes; masa en suma82 . Era el antiguo jabal (del Partido Radical) ahora reconvertido, Joaqun Prez Madrigal. En efecto masa con sus propios modos y su escenografa y marco: En los muros -continuaba-, banderas rojo y
gualda, ampliaciones de Don Carlos y Don Jaime. Lienzos y esculturas religiosas;
multitud de jvenes transitando, organi zndolo todo, viejos emocionados al ver su
vieja aoranza cobrando de nuevo vida. Curas confesando a los concurridos, arengando y exaltando los nimos, pues aquella era una causa de Dios y ellos deban estar all guiando a aquel ejrcito que bien pudiera ser un ejrcito celestia/83 .
Tambin exista ese ambiente exaltado en el Cuartel de Ingenieros, donde se haba concentrado al Requet de la Ribera, segn cuenta el sacerdote Policarpo Ca Navascus84. En el patio veinte sacerdotes confesaban a hileras de requets: jvenes y
maduros campesinos (las manos callosas y la espalda un poco encorvada) que desconocan e l toque castrense de formacin y seguan las rdenes de los veteranos que
haban venido a la cabeza de aquellos grupos desde los pueblos. Gentes que al formar se les vea torpes e n sus ademanes castrenses, y entre los que destacaba su falta
de uniformidad frente a la tropa militar. A Ca Navascus aque lla escena le recordaba
la primera cruzada85 (siglo x 1) fo rmada tras las predicaciones de Pedro el Ermitao y
otros predicadores populares que haban encendido los nimos de los campesinos en
la Lorena, y lanzado, como en una gran peregri nacin, un itinerario espiritual (no en
sentido lato, pues se dedicaron a perseguir judos, aprovisionarse con saqueos y robos de ganado, en nombre de Cristo), segn la vieja costumbre de signo penitencial,
hacia Constantinopla como una turba desorgani zada, catica, que choc en no pocas
ocasiones con el orden caballeresco imperante (pero excelsa a los ojos del sacerdote,
don Policarpo, que re memoraba aquella expedicin en presencia del variopinto voluntariado ribereo del Requet en 1936).
No haca falta re montarse tan lejos. En la propia Guerra de Independencia espaola haba numerosos ejemplos de uso de la liturgia, mitologa proftica y escenas
eclesiales para la guerra hasta convertirla en una violencia sacralizada, como la empleada por el arcnge l San Migue l, contra aquellos ngeles de l mal li beral, contra el
prfido dragn francs. Y, desde entonces hasta 1936, en cada guerra civi 1 en Espaa,
82
[159]
a lo largo del xtx cainita (tal como le ha llamado Jover), se haba hablado por parte
del bando servil, carlista o integrista (y estaba hondamente arraigado en la cultura tradic ionalista espaola, sistemticamente ex puesta por Menndez Pelayo en su Heterodoxos, y repetida en seminarios y colegios, la mayora religiosos) de bellum sacrum
-tal como se haba hablado de ello all por e l final del siglo XI86 .
No es que la jerarqua eclesial impulsara aquella lectura (aunque tambin en algunos casos, como hemos visto). En concreto el prelado navarro, Marcelino Olaechea,
trat inic ialmente de contener una lectura segn esa clave87 (luego, como los dems
se sumara a ella). Fue la propia poblacin y buena parte de l clero el que vivi aque l
momento segn aquel espritu de rebelin re ligiosa.
1.5.
Veamos pues. Del mismo modo que las NSDAP y sus escuadras de las SA se inspiraron en las fo rmas de liturgia y si mbologa surgidas del nacionalismo alemn decimonnico y la brutalizacin de la vida (Mosse) producida en la inmediata primera
posguerra, la llamada tambin experiencia de guerra 88 , e l squadrismo fascista se contempl en esas mismas formas posblicas de los arditi, y las tradiciones nacionali stas italianas desde el Risorgime nto, combinadas con fo rmas revolucionarias del sindicalis mo revolucionario y la accin directa89 , o la Guardia de Hierro rumana se
inspir en la tradicin haiduci y formas de socializacin campesina en sus acciones
de masas90 , aquella movilizacin que tena por escenario a toda Navarra y a Pamplona, era depositaria de sus propias trad iciones y tena tambin sus referentes simblicos. Debajo, claro, mil historias particulares tapadas por las imgenes colectivas
en torno a las que se articul la movilizacin: vidas rotas, ilusiones ingenuas, aspiraciones de grandeza, situaciones angustiosas, tragedias, ambiciones, etc., que irn apareciendo a lo largo del texto.
Adems de aquella escenificacin del Reino de Navarra, ideal del neocatolicismo
espaol, la concentracin se haba producido, segn el modelo del tradicionalismo, al
modo de las peregrinaciones penitenciales y la guerra santa, como un gran acto de
exaltacin cruzadista (tradicin en la que las guerras carlistas91 jugaron un papel de
86
Puede verse Revuelta, 1979: 1O; Aymes, 1991 : 4 19-420; Martnez Albiach, 1969: 19-40; Herrero, 1971: 226-230; en Navarra Marcelln, 1992: passim; Montoya, 1971: passim, etc.
87 Vase sus pastorales en lvarez Bolado, 1986- 1993: 1, 255.
88 Vase Mosse, 1975; Herf, 1988.
89 Gentile, 1989; Sternhell, Sznajder y Asheri, 1989.
90 Yeiga, 1989 .
91 Aparte de las referencias que aqu mismo se hacen, las anteriores guerras carlistas estuvieron permanentemente presentes tanto en la capital como en los pueblos. Baste aqu esta referencia de Jaime del
Burgo ( 1970: 29): Es difcil describir el ambiente de aquellos das. Creemos que slo es comparable al
que se produjo en Navarra en la primavera de 1872 con motivo de la sublevacin en favor de Carlos VII
(160]
primer orden, fijando esas fo rmas en la memoria popular92). Fueron, en ese sentido,
momentos de gran densidad emotiva en los que representaron los ideales del caballero heroico o se dieron mome ntos de gran exaltacin mstica. Tambin en los que
pudo condensarse como nunca ese slido sentimiento de comunin en torno a una
idea sacra y de redencin.
Pero, tambin, en aq ue llas referencias a la madrugada sanferminera, estaba la memoria de la gran fiesta pamplonesa, e l momento de encuentro de la aldea en la ciudad, el recuerdo de la romera pintoresca o la gran feria (haba quien se haba puesto
e l traje de domingo para ir a la capital) en que el campo acuda a la ci udad y era recibido con la naturalidad del da de asueto y e l encuentro fraterno entre viejos conocidos . De hecho Pamplona qued desierta ese domingo hacia e l medioda93 , cuando,
como en da de feria, unos fueron a comer a casa de sus parientes o paisanos, a fo ndas, hote les, casas de comida y ligones de las afueras, o simplemente abrieron las
viandas que traan preparadas desde casa y las comieron en e l paseo de Sarasate. Era
natural, despus de todo, los lugares de concentracin eran las cabezas de Merindad,
sitios donde tantas veces haban ido para visitar las ferias locales. Pamplona (Ja Pamplona insurgen te, claro est) se vea plena de jbilo, con las terrazas, cafs y cerveceras llenas de gente, la multitud que transitaba por los porches de la plaza del Castillo cambiando impresiones, y cami onetas de mozos profirie ndo gritos y vivas
llegando incesantemente94 . Y en las calles se escuchaba la jota:
Las fiestas estn alegres
y las chicas guapas son,
Era una fiesta, aquella, al viejo modo. Entre la feria y la peregrinacin, en un ambiente de romera festiva y colorista propio de las sociedades Lradicionales en que prevalecen las formas comunitarias (antes que otras concentraciones: mtines, mi lic ias
encuadradas, etc., resu ltado, ms bien, de un cierto ni vel de atomizacin social).
Aqul fue un acto en que la aldea invadi la ciudad (ambas como trminos de
cultura, en un sentido connotado y no en toda su realidad social 96) y sta la recibi
que tennin con el desastre de Oroquieta. Y como para hacer ms fuerte la evocacin, andaba por la calle un veterano de la guerra carlista vestido con su viejo unifonne de caballera.
92 La idea de que las guerras lijan y desarrollan nuevas fonnas culturales y de sociabilidad en amplias capas de poblacin y pennanecen profundamente asentadas en sus memorias es algo aceptado desde
Fussell (J 984; original de 1975).
9
3 DN, 21 de julio de 1936.
94 Prez Madrigal, 1937: 109.
95 Fraser, 1979: 1, 135.
96 Naturalmente se habla de la aldea como conjunto de vivencias culturales y acciones expresivas que
adquieren su real significado como representacin de un microcosmos social. Lo mismo al hablar de la
ciudad. Como dice el urbanista alemn Hans Paul Bahhrd (Citado en Otxotorena, 1991 : 226), la ciudad
[ 161]
constituye una manifestacin de consciente autorrepresentacin colectiva. Otro tanto ocurre con la idea
del pueblo o la aldea.
97
Los porcentajes para Pamplona (capital) pueden ser algo ms bajos que los de la provi ncia tomados en su conjunto (desde luego ms altos que los de la merindad de Tudcla) entre los combatientes de
primera hora (entre el 19 y el 31 de julio):
MER lt:lQAD
Estella
Tudela
Sangesa
Tafa lla
Pamplona (mer.)
Pamplona (cap.)
ill
.(21
ill
2.977
859
1.412
2.046
1.643
1.008
29,9
8,6
14,2
20,6
16,5
10,1
8,25
2,87
5,80
8,8 1
4,14
5,18
[162)
Sin embargo, Pamplona y Vitoria, en grado diferente, acogieron a la aldea para lanzarse juntos sobre Madrid.
Por qu las ciudades a las que acudan los requets, Pamplona, sobre todo (Vitoria cambiar algo, como lo vere mos), ya no rechaza ron - como, por otra parte, haba ocurrido el pasado siglo- aque lla gran invasin de la aldea? Por qu no se convirtjeron en ciudades sitiadas, al modo de siglo XJX, baluarte del liberalismo y del
Estado constitucional, ante un entorno rural hostil?
Qu haba ocurrido para que esas ciudades, en las que se conservaba una memoria viva de los asedios carlistas, se abrieran a esa muchedumbre tradicionalista para
vitorearla? Cmo aq ue llas ciudades de l x1x en las que, por su fi sonoma y por su actividad econmica, el campo y la c iudad se confundan, mientras que en trminos polticos se repelan, se transformaron hasta realizar un acto de encuentro de Ja ciudad
y el campo cuando sus realidades materiales haban venido divergiendo especialmente
desde principios de siglo?
Si las cosas fueron as, se debi, en parte, a la actitud mante nida por las guarniciones de Pamplona -y tambin de Vitoria- apoyando la sublevacin. Pero otro
tanto podra argirse con respecto a Bilbao o San Sebastin (por no alejarse de l entorno vasco), y, sin embargo, all el resultado fue otro. Por lo dems, siendo dos ciudades similares, iban a acoger de forma bastante diferente a los voluntarios carlistas.
Las cosas haban cambiado en esas ciudades respecto de la disposicin mostrada el
pasado siglo 100 Al estudio de la primera cuestin (la transformacin de una ciudad
decimonnica de funciones agrarias y mercantiles y fuerte identidad local en una ciudad del siglo xx) he dedicado ya un trabajo'' Aqu nos detendremos en ese encuentro campo-ciudad (entre sus respectivos estereotipos) que se produjo de fo rma diferente en Pamplona y Vitoria (de acuerdo con una transformacin di fe re nte y una
diversa autorrepresentacin).
empleado en el x1x por gente como Unamuno (Juaristi, 1987: 243, 248 y 262) y era frecuentsimo en Francia ( Weber, 1989: 76), de donde procede el trmino.
100 Que las cosas cambiaban a peor (l era liberal) para el caso de Vitoria con el cambio de siglo ya
lo percibi Toms A l faro (Al faro le llam desencamo, prdida de dinamismo, ostracismo en sus clases
rectoras) (vase Al faro, 1951: 631-635; 1987: 2 1). Quiz quepa interpretarlo en tm1inos de lo que Charles M aier llam ansiedad de clase en la Europa de 1900- 1925 ( 1988: 38 y sigs.), de la Lransfonnacin de
la cultura liberal en cultura defensiva y nostlgica frente a la amenaza democrtica (pumo de vista que
desarrollo tambin en U gane, 1995). Tal vez acentuada por la consolidacin de cierta visin provinciana
(o casti za) en las tierras de Espaa, y muy principalmente en lava y Navarra, que abordaremos ms adelame. Todo ello habra hecho que quienes tiraron de la historia en aquellas ci udades durame el x1x tendieran ahora a ralentizad a -sino a retrotraerla. Trataremos de mostrar este proceso.
101 Puede consultarse Ugarte, 1995a: Segunda Parte, Captulo 2.
[163]
CAPTULO
II
Todava se conservaba memoria de aquella Pamplona capital de un reyno que hace parte de la monarqua espaola como deca el viejo pero utilizado Diccionario de la Real de la Historia de 1802.
2
Es un caso, como valoracin general, frecuente entre las ciudades espaolas. Por ejemplo, para Zaragoza, Fernndez Clemente y Carlos Forcadell hablan de una sociedad inmvil en el siglo x1x que iniciaba en el xx un proceso de transformacin del espacio urbano pero lento y escaso. En el caso de Pamplona, los factores retardatarios, como vamos a ver, eran an ms notables.
[165]
2.1.
La ciudad -y sus gentes- donde se agolpaba toda aquella muchedumbre movilizada, haba estado fuertemente condicionada en los aos anteriores por aquel chaleco de fuerza que supona la muralla. Entre 1863 y 1920 (sesenta aos) la poblacin
haba crecido en menos de cuatro mil personas, produciendo una demografa endogmica (mientras todas las capitales vascas crecan impulsadas por una fuerte inrn.igracin), con los efectos que sobre la inamovilidad de las relaciones sociales, los hbitos, valores y la cultura de las gentes tiene ello. Como dijo el poeta local ngel
Mara Pascual, en imagen grfica de inmovilismo: Pamplona fue toda ella un castillo, y ms que ciudad, ciudadela.
La ciudad de Pamplona haba avanzado con su tiempo, qu duda cabe, pero, contra lo que haba sido habitual en otras ciudades, lo haba hecho conservando an muchos de los elementos esenciales que le haban dado vida en el pasado. La ciudad,
ciertamente, se haba ido conformando segn los cnones de la ciudad moderna como
espacio diferenciado de su entorno rural, receptculo de la nueva cultura material del
progreso. Pero lo haba hecho sin que se produjera ruptura apreciable con su pasado
decimonnico, cuando su realidad era otra (aunque no fue la nica 5 , y tal vez tampoco un caso tan singular como pueda creerse). Sin una rnptura con su realidad anterior, cuando an no era sino un poblachn indiferenciado - ms all de su tamaode un universo rural circundante: agrario, donde hombres y animales compartan espacios, con casas de cuadra y los aromas propios de un entorno natural, la huerta, de
los productos del campo y de su descomposicin6. Con sus calles estrechas y oscu-
[1 66]
recidas por la altura de las casas, donde se sucedan palacios y casas de vivienda, y
vivan, espacialmente confundidos, los miembros de la lite local con el pueblo llano
(en apretadas viviendas), aristcratas y almacenistas de trigo, pequeos artesanos y
agricultores con sus casas de cuadra, animales de trabajo y camarote para los frutos
del campo. Cuando en su perfil sobresalan (y an lo hacan en 1936) los extensos y
ricos conventos, las parroquias y las casas cuartel j unto a la C iudadela. Cuando era
una ci udad todava agrcola, militar y levtica, en la que prevaleca una cultura local,
considerada como propia y diferenciada (no la abstracta cultura urbana que iba impon indose en el siglo xx), con sus valores, liturgias y lugares simblicos: las iglesias
de San Cernn o San Nicols, la calle Estafeta, la catedral e n lo alto, la Cmara de
Comptos, su Ciudade la, la Vuelta de l Castillo, la churrera de la calle Maueta, e l
rbol del C uco en Ja Taconera, y, sobre todo, la Plaza del Casti llo -corazn de la
ciudad- y los Sanfermines como fi esta y liturgia de encuentro comunitario.
El cambio se haba dado. Pero haba sido aq ul un cambio sin fisuras, un cambio
imperceptible para los contemporneos, como si nada esencial cambiara. Los grupos
de lite se reproducan sin relevo: ningn nuevo grupo se haba enriquecido gracias a
la especulacin de suelo urbano (debido a una peculiar poltica urbanstica de Ja municipalidad7), como haba ocurrido en otras ciudades (casos de Madrid, Barcelona,
Bilbao o, particularmente, Vitoria), mientras la vieja lite se mantena activa creando
sus crculos financieros (Crdito Navarro) e interviniendo en la pequea transformacin industrial que se haba producido en territorio navarro (en Alsasua, junto al ferrocarr il, en los bosques en torno a Aoiz y en la Ribera) a principios de siglo 8. El
plano urbano se iba renovando, pero conser vando el corazn de la ciudad en la parte
antigua de sta (la Plaza del Castillo y los viejos burgos concentraban toda la vida social, econmica, sacra o simblica de la ciudad; apenas si se haba iniciado el E nsanche9). Los modos de vida, las costumbres, apenas si haban cambiado. La vida era
ms callejera que privada, las relaciones personales prevalecan sobre las impersonales de l mercado, el trato era familiar pero deferente entre los diferentes estratos de la
ciudad, c ierto que se haban desarrollado nuevos clu bes distinguidos (Law-Tennis
Club o e l Campo de Deportes Larraina), pero los espacios pblicos eran comunes y
apenas se haba producido una segregacin residencial (el nuevo Ensanche comenzaba a permitirlo), haba sindicatos y partidos, pero la memoria del motn y la apelacin a la comunidad (municipal) como entidad superior benefactora prevaleca, la re-
rstica) se desarrolla en Europa ms bien con la amplitud y organizacin de la ciudad. ilustrada entre
el xv111-x1x. E imprime un propio carcter a lo urbano frente a lo rstico (como seala F.emndez de la
Rota). L a nueva suciedad urbana tiene que ver con procesos de industrializacin. Tambin es pertinente
la observacin de Unamuno ( 1979: 100) sobre el campesino natural, con todos sus sentidos (tacto, olfato,
odo, etc.) prestos a percibir los sonidos, etc. de la naturaleza (frente al urbano, distrado por el ruido del
coche, el avin o la radio).
7 El ayuntamiento haba adquirido todo el ci nturn mi litar y expropiado las huertas extramuros abajos precios para la realizacin del Segundo Ensanche, el Ensanche ele la ex pansin, por el que tardamente
creca la ciudad. Las posteriores ordenanzas impedan especular con el suelo comprado al Ayuntamiento
(Ugarte, l 995a: 302-309).
8 Vase Ugarte, 199Sa: 267-276 y 30 1-3 10.
9
Ugarte, l 995a: 288-301.
[167]
ligin ordenaba las vidas y el peso social de la Iglesia se mantena inamovible. Sus
calles conservaban, en su aspecto y la vida social que se desarrollaba en ellas, el
tiempo y la memoria del pasado 10 La nueva Pamplona no era sino un repliegue de la
antigua, de lo que era percibido como la Pamplona de siempre.
Ciertamente, no era as. Aparecan los nuevos signos del progreso en la urbe. Se
haban impuesto desde los nuevos servicios hasta los nuevos modos comerciales, las
fbricas, los talleres, tiendas de maquinaria y automocin, zonas comerciales. Pero
sin que ello indujera a renunciar a buena parte de su vieja cultura local, aquella que
se tena por propia, con Ja que se identificaba como comunidad diferenciada y reconocible. Una idiosincrasia de vieja ciudad con abolengo, crecida como un entorno social y urbanstico cerrado. Sus habitantes asociaban la ciudad en su imaginario a los
valores de solidez ptrea (ms all de la muralla circundante) y a la idea de permanencia en todos los rdenes de la vida. Era el predominio de los valores tradicionales frente a cualquier signo de innovacin en los valores y la cultura. Toda su confi guracin fsica y mental haba hecho que aqulla fuera una ciudad eminentemente
cerrada y continuista en su concepcin y desarrollo (frente a la idea de ciudad abierta
y renovada inaugurada por el modelo haussmanniano en e l Pars de principios
del xrx 11). sa fue la imagen de s que domin en la ciudad. Ese su ethos 12 local
- hecho de recuerdos y continuidades- que perviva como timbre de prestigio, como
sea del buen pamplons. Una experiencia vi tal que prevaleca frente a la universalizacin de los usos sociales. Era la Pamplona noble y gallarda, que se representaba a
s misma como una gran familia armoniosa segn la antigua idea, reforzada por la
tradicin cristiana. Era aqulla la imagen de la ciudad que haba hecho suya la lite
local. Pero, no nos engaemos, que compartan grandes sectores de la poblacin (no
todos, naturalmente). Era, por entonces, la autoimagen dominante.
Por lo dems, todo ese modo de ente nder las cosas con la mirada puesta en el pasado no era un simple reviva!. El gusto por lo aejo o los elementos urbanos recuperados del pasado (tan visi ble en las nuevos chals y mansiones de la lite, llenos de
referencias al pasado en su arquitectura y decoracin interior, hechos en plano como
pequeos palacetes para la recepcin pblica, con escalinatas, salones y bibliotecas,
frente a la casa burguesa, recogida, pensada para la vida fami liar privada 13), eran aplicados a las nuevas funciones propias de las sociedades modernizadas (tambin visible en la arqu itectura de Vctor Eusa, que domin la ciudad a partir de los aos 20, e
incorpor tcnicas constructivistas, de la Secession vienesa y otras corrientes euro-
10 La VOZ baja de un largo pasado que era capaz de apreciar el narrador de Doktor Fa11s111s (Thomas Mann) en los edificios y el ambieme de algunas ciudades alemanas (como Magdeburgo) poda 1ambin ser percibido en Pamplona.
11 B envolo, 1993: 178 y sigs.
12 Empico este trmino con Cli ford Geertz ( 1987: 11 8) como mbito en el que se concretan los aspectos morales y estticos, el tono de vida, la actitud subyacente que un colectivo tiene ante s mismo y
ante el mundo, para contraponerlo a cos111ovisi11, que incluira aspectos ms propiamente cognitivos e
ideolgicos.
13
Hasta constituir un Geisteswerke localista (Ugarte, l 995a: 3 13-336).
[168]
- - - --- -----
peas, para ponerlas al servicio de la tradicin y e l misticismo religioso local, lejos del
racionalismo del GATEPAC 14). Pamplona no quedaba aferrada al pasado incapaz de
progresar. En ab oluto. Iba adquirie ndo ntidamente los perfiles de la urbe del siglo xx
que era. En cuanto a la acti tud de la lite que impulsaba aquella visin, no era la de
un grupo debilitado en su posicin social o econmica, en su preeminencia ciudadana,
como ya he dicho. No era la de una clase que se aferrara al pasado con desesperacin
ante el temor a ser barrida por los nuevos grupos con sus nuevos usos. No. Aqulla
era una lite pujante, que intervena, a su manera, en los negocios de la provincia y
en la nueva economa espaola. Que se haba reproducido, casi sin solucin de continuidad, desde la desamorti zacin 15
Pero era, tambin, un grupo social que hab a construido su propia identidad sobre la conti nuidad de los viejos valores, sobre la reme moracin del pasado como lo
genuinamente propio, como lo que marcaba el carcter distintivo de su clase, desechando otras disposiciones -que en la literatura histrica se han tenido por acreditadamente burguesas-, como el cosmopolitismo, la mentalidad innovadora, dispuesta
a una crtica radical del pasado por obsoleto y a un compromiso defin itivo de cambio
y de valores de futuro. Una lite que construa su identidad sobre lo local y particular, y lo permanente, lo que se supona inmanente al lugar, antes que sobre lo universal e innovador. Era aquella una lite que progresaba con Ja mirada puesta en el
pasado. Si e l afn proyectivo de aquel grupo dur hasta finales del siglo XIX, en los
primeros aos del xx la lite pamplonesa torn aque lla vol untad en un proyecto retroactivo que idea lizaba el pasado. Ese modo nostlgico de entender las cosas hizo
que en esa progresin impulsada por aq uel colectivo prevalecieran las continuidades
sobre las rupturas, que fuera una modernizacin hecha desde modos y valores netamente trad ic ionales.
Pero, si lo moderno tena poco presti gio e ntre la lite pamplonesa, no por eso dej
de sentirse urbana. Porque Pamplona era la ciudad en el sentido actual del trmino 16.
No sim plemente parte de l gran poblachn con funciones vagamente comerciales y administrativas de l siglo XIX, sino la c iudad, con todo lo que ello significaba en e l siglo xx. Un lugar bien diferenciado del entorno rural: desde sus formas sociales a sus
prcticas de ocio, desde su paisaje humano a su hbitos culturales (au nque no por ello,
como veremos, viviera de espaldas al campo).
Si se me permite, hemos hablado del pasado y del futuro como elementos contrapuestos. No es que esa dicotomia entre modernidad y tradicin se viviera de ese
modo contradictorio, ni que ambos fueran principios de organizacin esencialmente
incompatibles. Las sociedades evolucionan -y Pamplona no iba a ser una excepcin- en procesos histricos complejos segn un devenir en e l que los comportamientos y las re laciones van cambi ando ms o menos lentamente en la direccin de
14
Vctor Eusa rue un gran arquitecto y estas palabras no le hacen justicia. Tambin ensay formas
del funcionalismo de Le Corbusier con gran maestra (U gan e, l 995a: 340-343).
15 Vase Uganc, l 995a: 267-276.
16 Una discusin sobre la idea de lo urbano como concepto cultural puede encontrase en Southall,
1973 (especialmente en la introduccin del editor).
[ 169]
la moderni zacin (me refiero, c laro est, al tramo histrico que transita entre e l siglo xLX y el xx) t7. Sin embargo, adems de resultar inevitable una cierta diseccin de
ambos hechos en la exposicin, la mentalidad nostlgica de la c lase media conservadora de Pamplona tenda a establecer esta dicotoma. Gustaba de las nuevas posibilidades econmicas y de desarrollo en general que ofreca la nueva situacin, pero senta que aque l pasado arque tpico que se haba construi do (y que haba logrado
extender entre un amplio pblico como lo propio, frente a otras modas y costumbres
que seran extranjerizantes o no castizas), resultaba parte de su idiosincrasia, de su
modo de ser y estar en el siglo x:x.
Quiz una muestra, no ms que una pequea muestra pero bie n expresiva, de aquella disposicin de nimo ante los tiempos que mostraba aquel colectivo sea e l modo
en que un importante comercio local propagaba en la revista de las fiestas de 1935 la
llamada Radio Electrola, un producto de La Voz de su Amo que distri bua en exclusiva para Navarra. Para los que viven rodeados de herencias fam iliares (casa, muebles, tapices y cuadros) --deca-, es difcil crear a su alrededor una atmsfera moderna en la que impere su propio gusto, si no estn dispuestos a dejar a un lado todo
aquello que representa la historia de siglos .. . Los nuevos aparatos de radio --continuaba- carecan de la vieja disti ncin de los muebles de familia, recordaban , con
estridente mal gusto, la vulgar esttica de l maquinismo moderno. Pero era aqul un
instrumento que deba estar presente en cualquier mansin que se preciara de estar
informada y al corriente de los nuevos ri tmos m usicales o las emisiones de teatro radiado que se practicaban en la poca. En ninguna buena casa deba faltar el aparato
de radio. Y no una radio cualquiera, naturalmente. Deba ser un buen aparato con todos los adelantos (como el circuito superheterodino compensado, continuaba el reclamo publicitario) que le permitiera captar con calidad las emisiones de la Unin Radio de Mad rid o San Sebastin. Pero esas rad ios acostumbraban a tener un vulgar
diseo de lneas sencillas que desmereca de los muebles, los tapices y los cuadros de
la familia.
Natu ralme nte, los nuevos modelos de Radi o Electro la que e llos ofertaba n lo solucionaban, pues, sin desentonar con los ms viejos tapices o un silln de l ms puro
renacimiento ... , aun dentro de un antiguo casern de l siglo x:vu !gracias a su mueble
[1 70]
- - - - -- - - - - - -- - - - - - -----------
18
Pamplona, 1935.
Citado en Otxotorena, 199 1: 226.
20
Pamplona, en aquel tiempo -deca don Po-, era un pueblo amurallado, cuyos puentes levadizos se alzaban al anochecer. Quedaba nicamente abierta la puerta de San Nicols y el Portal Nuevo. Esto
daba a la ciudad un carcter medieval (vase Baroja, 1944: 12 1- 168; cita en 122).
21 Autor de Los desarraigados, 1897 (dentro de la Triloga, La Novela de la energa 11acio11al), que
la escribi precisamente contra el impulso universali sta de los liberales franceses representado por la impersonal ciudad de Pars (contra la moral kantiana). origen, segn Barres, de la degradacin moral causada por el desarraigo. y a favor del ideal del retomo a la tierra y la creacin de un hombre nacional.
Fue inspirador del mundo poltico que se movi en torno a I' Action Fran~aise. de influencia sustantiva
en la cosmovisin de la clase media conservadora espaola. Sobre Barres y su influencia poltica, Sternhell, 1972 y 1978.
22
Son palabras de Rimbaud en sus ll/11111i11atio11s ( 1886; cito por A. Rimbaud, Jlu111i11acio11es, Madrid 1972: 6 1). Soy un efmero y no demasiado descontento ciudadano de una metrpoli que se juzga
moderna porque todo gusto conocido se ha evitado en los mobiliarios y en el exterior de las casas tanto
como en el plano de la ciudad. Aqu no seilalarais los rastros de ningn monumento de supersticin.
La moral y el idioma, en fin, estn reducidos a su expresin ms simple! Estos millones de gentes que
no necesitan conocerse conducen tan parejamente la educacin, el oficio y la vejez, que el curso de la
vida debe ser muchas veces ms corta de lo que una loca estadstica encuentra para los pueblos del Conti nente. Despus de todo A. Rimbaud era originario de una remota ciudad de Francia (Charlevi lle, en
las Ardenas) semejante a Pamplona y a la que el autor vanguardista aborreca, de cuya quietud quiso
hui r -y huy-. lo que no le impeda ser lcidamente crtico con la nueva metrpoli. La crtica a la
despersonalizacin de las ci udades fue habitual. Ya los pintores pintan y los poetas describen al hombre
de la calle como sombra imprecisa de contornos semejantes (cfr. Benvolo, 1993: 194). Tambin Reissman , 1970: 15.
23
Vase el comentario en Casey, 1990: 204-207.
19
[1 7 1]
24
As poda decir Jos M. lribarren en 1957 (: 242), algo ms adelante del tramo que aqu consideramos, con la segunda oleada industrializadora en marcha: Y es que nuestra ciudad se ha transformado
tanto en poco tiempo - habla en los 50- , que en comparanza /sic/ con la Pamplona actual, moderna y
expansiva, moderna y sorprendente, aquella otra Pamplona, constreida por la muralla, aquella poblacin
silente y campanera, castrense y eclesistica, hidalga y artesana, un poco mustia y un tanto sombra, pero
ntima y cordial, " pas a la historia", como suele decirse, y tiene ya el encanto y el perfume marchito de
esas fotografas de hace sesenta o setenta aos, donde aparecen los ponales y los fosos de la muralla, la
fuente de la plaza del Castillo, la tristona plazuela del Consejo, la avenida de San Ignacio, llena de diligencias y galeras, el paseo de Valencia bajo tneles de bombi llas, el encierro con doce corredores!, o la
vieja Plaza de Toros, con Sarasate en uno de sus palcos, viendo torear a Mazzantini y a "G uerrita" toros
de Espoz y Mina o de Zalduendo.
25 Pascual, 1971.
26 Como lo muestra en sus Glosas a la ciudad, breves descripciones literarias de aquella capital de
provincia aparecidas en la prensa diaria y recopiladas, post mortem, en un libro (Pascual, 1963).
27 Las imgenes de Pamplona que aqu se incluyen pueden seguirse en Pascual, 1971.
[1 72]
latn. Con sus urinari os pblicos de verde cinc. Su hote l con su reclamo lumi noso y
su entrada adornada con dos palmas, donde recalan los viajantes y los toreros en San
Fermn. O las pensiones con pensionis tas de canario en jaula o seoras orondas con
albornoz lila y zapatillas rojas, all donde paraban los p al e1os, siempre zumbones.
Y las casas baratas con tiendillas y ropa tendida, ruidos de sierra mecnica y seoras
con quimonos charlando en Ja puerta. Donde, a pesar de todo, puede sentirse la soledad y la angustia. Aunque no en el Casino donde se habla de uigo, de lana y dehesas (ms que de fletes, inversiones y maquinaria), y e l cronista oficial j uega al ajedrez con el jefe de obras pblicas mientras toman caas y manzanilla. All la Historia
de Lafuente, Pereda, el Diccionario de Madoz, los Episodios, Julio Veme y Alcubilla. Un Jugar con su suburbio de casuchas de adobe, mseros cuchitriles y chozas de
chatarra con raquticos huertos. Con su parque pblico con estanque, patos, pjaros,
fa rolas y bancos con azulejos, y en l la estatua de bronce del Hijo Ilustre (Sarasate).
Un espacio a veces mohno para el poeta con nervio vanguardista, pero donde ya al
labriego se le reconoce por sus petachos en las combas rodilleras, o al pale10 por
su tono bronco, ojo socarrn, el bastn, los serobes y la manta. Donde el aldeano es
ya forastero.
Y era el tren, smbolo de l nuevo tiempo, el que pronto abandonara ese mbito
- bien delimitado, al fin , como vivencia-, el que atravesara su frontera, para encontrarse con la aldea: La ciudad gira suavemente en la distancia -dice-./ Y una
loma la esconde. En la pendiente/ e l largo surco del primer arado 28 . El poeta abandona la ciudad, y sta se pierde en la lejana, mjentras el campo aparece en toda su
realidad. Dos mundos. Ahora s: una realidad agraria, con e l arado y el surco trazado
por l mientras se abandona Ja ciudad, propia y caracterstica. Las categoras de lo rural y lo urbano -y toda su trama cultural de significados- quedaban ntidamente delimitadas (aunque se conservara ese con1inuum entre ambas como queda reflejado en
el propio poema con la imagen de Ja estacin como punto de encuentro y el tren recorri endo ambos espacios y comunicndolos). Ya no era, pues, aquel lme material
difuso entre lo rural y lo urbano que exista en el xrx.29: cultu ralmente mantenan la
divergenc ia, pero, tal vez haban ganado en comunicacin desde la nueva diferencia.
Pam plona haba entrado a formar parte de Ja red de c iudades (capitales de provincia por lo comn) que conformaban la moderna red urbana de Espaa. Pero haba
adquirido esa conc iencia de metrpoli manteniendo un fortsimo sustrato del idea l urbano uadicional - de la viej a comunidad- como parte de lo propio, de su idiosincrasia. Pampl ona se haba integrado en la gran cultura de la megalpolis global que
los medios de comunicacin comenzaban a hacer inevitable, pero manteniendo slida
2s
[1 73]
su cultura local predominante, sin que Ja comunidad local hubiera sido arrasada por
aqulla. Se haba modernizado conservando en parte su vieja identidad comunitaria.
Y sobre e lla se haba desarrollado el que era ethos local dominante, promovido por
la lite pamplonesa y asu mida por una buena parte de la poblacin.
Era lo que daba a la ciudad ese geni o, esa singularidad, ese fuerte carcter que la
haca distinguirse frente a otras capitales de provincia. Pamplona era una capital de
tercer orden ( ngel M. Pascual), no de segundo orden. Pero orgullosa de su condicin segn aquella idea dominante. Satisfecha de su marcada personalidad (personalidad hecha de recuerdos y' pervivencias heredadas de la sociedad tradicional)30 . Pamplona, la vieja capital de reino, cabeza de Navarra era, por tanto, singular, pero no
por ello menos urbana que otras capitales de provincia. As lo entendan una buena
parte de sus habitantes, as Jo perciban, creyendo que se era el estado natural de las
cosas. Sin saber necesariamente que aque lla singularidad proceda de la pervivencia
de los modos propios de una ciudad tradicional -aunque fuera en el recuerdo, que
es una forma slida de sobrevivir.
Pamplona haba seguido un modelo especfico de modernizacin. Un modelo que,
lejos de ser nico -como todo localismo tiende a creer-, era, tal vez, un proceso
histrico ms transitado en Espaa de lo que ha tendido a considerarse -tambin
dentro del mundo acadmico3 1.
2.2.
30 Vitoria con un nmero simi lar de habitantes, se consideraba en la poca de una entidad ciudadana
mucho menor que Pamplona sin reparar en sus dimensiones similares y en una economa quiz ms pujante en el momento.
31
Vase, por ejemplo, Alabart y cols. 1994: 9. Tambin sobre las ciudades mediterrneas crecidas a
partir de un importante casco histrico Salvador Giner en Alabart y cols. 1994: 41. O incluso Viena en
la que la permanencia de la Corte de los Habsburgo condicion una estructura urbana tradicional (Moncls, 1992: 11 3).
32 La ciudad rural se convierte en una parte del campo, dice Oswald Spengler ( 1943: 111, 141 ).
Y aade: la diferencia entre el hombre del campo y el hombre de la ciudad llega a ser bastante considerable en esas pequeas ciudades; pero al fin desaparece ante la enorme distancia entre ambos y el habitante de la gran ciudad. La astucia del labriego y del pequeo ciudadano y la inteligencia de los habitantes de la gran ciudad son dos formas de vigilia inteligente entre las cuales casi no es posible la
conci liacin. En qu medida es esto cie1to? Llegaron realmente las pequeas ciudades a confundi rse
con su entorno rural alejndose de una cultura urbanita, ms cosmopolita, propia de la gran ciudad?
Cmo se integraron ambos mundos, el de la pequea ciudad y el rural?
[174]
mercial, mientras que la aldea era menor y ms agraria. Pero si el campo era agrario,
lo era tambin por entonces en buena medida la ciudad (lugar de carros de siega y recuas de bueyes camino del abrevadero). Exista, pues, una cierta continuidad material
entre campo y ciudad.
Pero no es menos cierto que ciudad y mundo rural (urbe y la aldea) eran en el x1x
tambin dos realidades culturales bien diferenciadas para los contemporneos; si no
materialmente, s vivencialmente, como experiencia. Y, se da la paradoja de que a pesar de su similitud, eran dos realidades particularmente enfrentadas, como he mostrado en otro Jugar33 . Mientras que la ciudad represent la geometra, la cultura distinguida ilustrada de salones y buenas familias, la aldea represent la tosquedad, la
incultura, la falta de maneras civilizadas de comportamiento social. Pamplona tena
sus paseos y jardines con decorativos vergeles y hermosas fuentes, como el de la Taconera, por los que pasear, su elegante Teatro al que acudir y sus bandas de msica
con que deleitarse los das de fiesta. Incluso los uniformes militares - tan elegantes
los das de fiesta- y e l paso de la caballera por el adoquinado de la ciudad era un
signo distintivo - y de distinc in- de la ciudad - y el Ejrcito, no se olvide, era liberal. Pamplona tena sus calles alumbradas con farolillos, pavimentadas y sus aceras de baldosas. Hasta los sacerdotes que podan verse por las calles era gente cultivada y distinguida: cannigos, magistrales y jvenes seminaristas. Nada que ver con
el, en ocasiones, torpe cura de pueblo34 , las calles de tierra, y la suciedad que no respetaba la va pblica, la frondosidad de la campia y el riesgo, frecuente, a un bandolerismo endmico. La sociedad elegante de Pamplona, por contra poda ir a escuchar conciertos de msica al Liceo Artstico y Literario - fundado en 1840- o asistir
a los bailes de gala organizados en el palacio de los Guendulin o los de Ezpeleta o
acudir a los salones amplios y abundante mente decorados de las buenas familias a tomar caf o chocolate. Aunque el campo estaba en la propia ciudad (en sus labradores, casas de cuadra, etc.), la idea de lo urbano, su prestigio entre el patriciado de la
capital derivaba del rechazo de la rusticidad, lo que se estimaba como perteneciente
al mundo zafio y bajo de la aldea. Haba toda una serie de signos que si en el siglo x:x
no hacan ciudad, en el x1x definan claramente el mbito de la urbe frente al concepto de rus, hasta el rechazo de uno por el otro. Para el hombre de campo Ja ciudad
era quintaesencia de maldad y vicio 35 , enfrentado al concepto de rus, Objeto de
irona y mofa para los urbanos36 .
33
34
1990).
35 Deca un viejo refrn navarro: Gorrin y aldeano que oye las campanas de la catedral .. ., pajibarios (lribarren, 1943: 155). La ciudad era rechazable, incluso en la opulencia de su catedral.
36 Las frases son de Lisn, 1986: 5. Aldeano, trmino que desde muy antiguo, de fonna intermitente,
ha sido asociado con lo vulgar y desdeable. Vase por ejemplo lo que Baldassare Castiglione escriba en
el segundo decenio del siglo XVI en Los cua/J'O libros del cor1esa110 (uso la edicin de 1994, editada por
Mario Pozzi, pg. 155 y n.): Las palabras que en Florencia no se usan han quedado en los hombres baxos y aldeanos y con esto, como corrompidas por la vejez, son desechadas por las personas de cal idad.
El editor (Mario Pozzi) observa que Castiglione recoge la idea de Cicern, quien aseguraba que haba quie-
[175]
nes para dar una entonacin arcaica a sus discursos caan en una pronunciacin tosca y campesina. Eran
aquellas culturas urbanas y conesanas. Carmelo Lisn ( 1986: 1) da un testimonio de la poca de Castiglione en que se manifiesta tambin esa contraposicin entre las culturas de lo rural y lo urbano. En Lisn ( 1986: 1-5) puede verse una breve resea sobre la historia del desdn de los urbanos por lo rstico.
37 Pueden verse las memorias de Joaqun Ignacio Meneos ( 1952: 78- 139), que en su cal idad de comisionado de la Diputacin y por otros avatares familiares hizo numerosos viajes entre Pamplona y Madrid. Repsese la Historia ... de Antonio Pirata en ese mismo sent ido. Y, naturalmente, el estudio de Julio
Arstegui ( 1970), clsico sobre la guerra de 1873, en que aparece Vitoria como baluane del ejrcito liberal.
38 Entre ellas las famosas corralizas. El derecho a retroventa o de pasto y hierba (que no zanjaban el
derecho de propiedad) generaran no pocos conflictos en todo el siglo x.x (en 1893-1894 se ensay la legalizacin de la plena propiedad) y que en los aos de la Repblica pudo entrar en vas de solucin (Donezar, 1975; Mutiloa, 1972; Esquroz, 1977, y la bibliografa por l citada; Torre, 1993: 11 6; Yirto y Arbeloa, 1984-1985; Majuelo, 1989: 152-175). De ah proviene la conviccin generalizada en Navarra de
que los corraliceros y otros campesinos acomodados eran liberales por inters, o la asociacin liberal igual
a rico que he podido recoger en numerosos testimonios por Navarra (Olite, Tafalla, Lumbier, etc.)
39 Nagore, 1964: 108-109.
40 Carr, 1982: 189.
[1 76]
los estaba poblada de patanes, ese trmino despectivo que asocia lo rstico con lo 1g
norante, lo zafio y lo grosero41 , el carli smo en general fue, entre los liberales de Pamplona -y de Espaa-, identificndose con el bandolerismo rural, que haba sido endmico desde la invasin francesa (del que tampoco andaban, por lo de ms, tan
alejadas las partidas carlistas42).
Aquel modo de ver las cosas qued definitivamente fijado en las conciencias de
las gentes con los sitios carlistas de las ciudades (de Bilbao, San Sebastin, Pamplona
o Vitoria) en la zona que nos interesa. Aldea y ciudad eran dos imaginarios definitivamente enfrentados. En ese sentido, y no en otro, poda decirse que Ja Pamplona
del xix haba resistido e l asalto del campo, el asalto carlista43 , de l mismo modo que
lo haba hecho Bi lbao, Vitoria o San Sebastin. La ciudad, por sus guarniciones y la
influenc ia de su patriciado, de su lite, era li beral; el campo, en Navarra, carlista. El
campo no era acogido en las ciudades del xrx. Durante ese siglo la aldea siti a la ciudad, que nunca la acogi (ni se dej conquistar). Fueron baluartes del Estado liberal.
Tambin Pamplona o Vitoria.
Justo lo contrari o de lo ocurrido en julio de 1936, en que ambas se encontraron
en Pamplona. La aldea no siti a una ciudad, ahora s material y culturalmente diferente, sino que fue acogida por ella.
Aquella imagen de la ciudad siti ada por el campo, rodeada por los carlistas-aldeanos haba perdurado en la mitologa liberal del xrx y lo recordaban plsticamente
los nios de entonces, adultos en los aos 30 de este siglo (pinsese en la sociedad
El Sitio de Bilbao, e l episodio nacional , Luchana, de Prez Galds o Paz en la guerra, 1897, de Unamuno44) . Ignacio Hidalgo de Cisneros, hijo de veterano carlista, pero
formado e ntre las buenas fami lias de Vi toria (qu ien luego sera general de la aviacin
republicana) deca que e n la poca de su juventud siempre que miraba desde los balcones de mi casa de la calle de la Estacin, esquina a la F lorida 1pleno centro vito-
41
Tambin los liberales portugueses tenan esa misma disposicin hacia el movimien10 miguelista
(vase M ontciro, 1990: 128).
42
Vase, por ejemplo, Arstegui, 1970: 2 16-236; y Sesmero, 1991.
43 Naturalmente, no en el sentido de que fueran aquellas unas guerras campesinas ( me refiero, claro,
a las carlistas), ni que hubiera un conflicto campo ciudad. Ya Julio Arstegui ( 1970: 27 1; 1975: 233) argument en su da en este sentido y demostr sobradamente ( 1970) la raz complej a del problema. Aunque, qu duda cabe que en su seno -especialmente en la guerra de 1833- se produjeron movimientos
de rebelda campesina (que ya Jaime Torras, 1976, puso de manifiesto y a quien han seguido otros) en el
marco de una reaccin antiliberal (vase las discusiones, por ejemplo, de Milln, 1992; Pan-Montojo,
1990: 170- 174, quien sita, creo, adecuadamente el tema -en el esquema propuesto por Shani n, 1983:
293-294- al hablar de 111011i111ie1110 dual: campesinos y notables). Contra esa simpli ficacin del esquema
campo-ciudad vase 1ambin Fradera y Garrabou, en Fradera, Milln y Garrabou, 1990: 18. Y en general los socilogos urbanos, que han criticado sobradamente una interpretacin ingenua de la dicotoma
entre campo y ciudad (v6ase, por ejemplo, Giner, 1994: 25). Confo en que la que aqu se haga sortee
esas trampas de la simplificacin.
44
Vase, incluso, la definicin arquetpica del personaje unamuniano del aldeano Domingo, sobre la
que llama la atencin Jon Juaristi ( 1987: 262). Como dice Juaristi , Unamuno rompa en esta novela desde
dentro con la tradicin fueri sta legendarista -en la que se form en su juven1ud-, idealizadora del
mundo rural.
[177]
riano] , los montes cercanos me los figuraba llenos de carlistas, como si estuvieran
ocultos, esperando la seal para salir de sus escondites y apoderarse de la ciudad.
Por su parte Po Baroja tena un recuerdo muy vivo del asedio de los carlistas a San
Sebastin a quienes siempre sita en los montes (aunque con su tono escptico y distante, nos permite intuir la bsica similitud sociolgica de ambos mundos45). Tambin
entre los mayores de Pamplona se conservaba muy vivo aquel recuerdo del miedo, e l
hambre y la angostura vital que se padeci el ao 1874, durante el asedio carlista y
los bombardeos a sta desde el monte de San Cristbal 46 .
Sin embargo, en julio ae 1936, a pesar de Ja evocacin que de las pasadas guerras se hacan personas de significacin variada (Larreko, Jaime del Burgo o Jos M.
Iribarren) o los veteranos carlistas que paseaban sus smbolos y sables por Pamplona,
la ciudad acogi con clamor, con vtores al campo. Qu haba ocurrido para que
aquel lugar que haba sido centro del liberalismo, ciudad sitiada en el siglo x1x acogiera de ese modo a la aldea? Porque e l domingo 19 de julio -circunstancias dramticas aparte- fue una gran fiesta en la ciudad 47, Ja gente los recibi en los balcones con aplausos y saludando con los pauelos, con campanas, salvas, cohetes y
colgaduras. Pamplona, lo hemos visto, estuvo animada como en una feria.
La razn es doble. De un lado, una lite local que haba abandonado sus veleidades liberales (o las haba transformado) para reducir su comportamiento a la defensa
nostlgica de su propio liderazgo, que ella estimaba en peligro48 . Y de otra, un ethos
dominante de una ciudad que se haba reconciliado con la aldea, que haba renunciado
a tirar de ella para proyectarla hacia el futuro -como hiciera en el xrx-, para aceptarla en su propia condicin (incluso para idealizarla de acuerdo con las ideologas de
vuelta a la tierra del cambio de siglo). Un ethos que articul, por lo dems, e l propio
discurso ideolgico defensivo que desarroll, especialmente, durante los aos de la
Repblica.
Porque, paradjicamente, aquella ciudad que haba reorientado sus signos de identidad material de la alameda arbolada estilo francs, al humo, el pitido y el carril me-
45 Comenta, con irona, haber visto por entonces un dibujo en la Ilustracin Espmiola y Americana
titulado Emigracin de los pueblos de Guipzcoa a la capital durante la guerra que parece, por los tipos de los campesinos y por la forma de los carros y de los bueyes, una escena italiana.
46 Para Vitoria, Hidalgo de Cisneros, 1977: 1, 17; Baroja, 1944: 88-94, pero cito por 1982: 93-99; sobre Pamplona Campo, 1988: 175- 178.
47
Como en 1875 haban sido las visitas de Alfonso XII a las ciudades del norte, tras haber derrotado
al carlismo (ver para Pamplona, Nagore, 1964: 144-145 y 154- 155; para San Sebastin, Baroja, 1982: 99).
48 Que las cosas cambiaban a peor, es decir, de modo retrgrado (l era liberal-republicano, de IR)
para el caso de Vitoria con el cambio de siglo ya lo percibi Toms Alfaro (Alfaro le llam dese11ca11to,
prdida de dinamismo, ostracismo en sus clases rectoras) (vase Al faro, 1951 : 631-635; 1987: 2 1). Sin
embargo, reconocida correctamente la situacin, no supo diagnosticarla adecuadamente; se limit a constatar la prdida de la peculiaridad foral, cuando el fenmeno era mucho ms amplio y abarc a todo el
continente europeo. Charles Maier, lo hemos visto, lo ha llamado ansiedad de clase y lo ha descrito para
la Europa de 1900-1925 ( 1988: 38 y sigs.) como transformacin de la cultura liberal en cultura defensiva
y nostlgica frente a la amenaza democrtica que representaba la nueva sociedad de masas (punto de vista
que desarrollo tambin en Ugarte, 1995a: Tercera Parte; y 1996).
[1 78]
tlico del ferrocarril; del adoqun ptreo y las aceras de baldosa, al cinc del urinario
pblico; que haba sustituido la tertulia literario-musical por la fogosa tertulia poltica en los rados divanes de caf o de taberna; que haba incorporado la prisa y el
olor a gasolina con el autobs y e l automvil frente a la parsimonia y el aroma natural de la diligencia; aquella ciudad que haba cambiado sus atributos de identidad, su
timbre de urbanidad, desde los propios de la ciudad del XIX a aqullos propios de lo
urbano en el xx en toda Europa (aunque en el tono menor y corregido como el que
ha quedado establecido ms arriba); all donde ya el campesino era forastero pues era
una condicin que comenzaba a ser marginal; esa ciudad era la que reciba a la aldea
con esa naturalidad.
(Pero una ciudad, debe recordarse, que haba cambiado, al mismo ritmo y tie mpo,
las Acade mias y las Sociedades de Amigos de l Pas por los anquilosados casinos,
abandonado los aires de ilustracin por los del tradicionalismo49 .)
Y es que esa ciudad haba fo rmado su propia identidad, su fuerte carcter localista, comunitario y retrospectivo-nostlgico, incorporando al campesino como parte
de su paisaje (que lo haba sido en el XIX y an lo era), como parte que fue importantsima de esa Pamplona del XIX, clida y entraable en su fa ntasa. Era aquella una
ciudad que ya no vea en el campesino un patn ordinario, inculto y tosco, sino al
hombre agrario 50 honesto y valeroso, o mejor, como e l propio origen de la raza o la
casta de los baskones51 o los navarros, gente sobria pero alegre, inquietos y rebe ldes,
habitantes de un pas de instituciones nobiliarias pero de costumbres democrticas,
como resuma el maestro Arturo Campin. Gente de una nobleza extrema, de hospitalidad sin lmite (no importa el aspecto de quien llama a la blanca casita, eran baskongados; me abrieron); mujeres hacendosas, giles y robustas, adems de ser Ja
honradez misma, capaces de ahogar un grito en Ja agona por no despertar a la nieta
(Marichu.) que duerme; motillones [muchachotes], fuertes como los robles y buenos
como el pan52 . Tpicos numerossimos sobre la bondad del aldeano que son recogidos por la publ icstica navatTa de principios de siglo a pattir de los autores fue ristas
del xrx-xx (lturra lde y Suit, Olri z y, sobre todos, A1turo Campin)53 , quienes, a su
vez, los recogen de los escritores romnticos de l x1x europeo (a quie nes se cita con
49
Se habla aqu, claro, en trminos generales. Aquella tradicin liberal decimonnica, por ejemplo,
la cominuar en Madrid el navarro Scrapio Huici, que apoy el proyecto de El Sol de Urgoiti (quien le
atribua un espritu liberal; aunque para Granmontagne no era ms que un liberal de Pamplona, que era
reaccionario, deca, en lrn y hasta en Pampl iega. Fue, en todo caso, un empresario de gran acometividad como lo muestra su participacin en numerossimas iniciativas empresariales, entre las que destacan
el lrati S.A., Portland S.A., Papelera Espaola S.A. y Espasa Calpe (a travs de la cual tuvo una relacin
frecuente con Ortega y Gasset). Vase Cabrera y Elorza, 1987: 244-245; Castiella, 1994.
so Ameztia, DN, 25 de j unio de 1936.
.1 1 Vase, por ejemplo Arturo Campin, Navarra en su vida histrica, en Carreras Candi, 19 11-1926:
Nava rra, 1, 38 1-393.
52 Campin, 1925; publicado en las fiestas de San Fermn como folleto de fiestas; de gran di fusin,
por tanto.
53 Vase Juaristi, 1987: passim. Un resumen de toda esa serie de tpicos (que reproduce sin crtica)
en lribarren, 1943.
[179]
frecuencia directamente54). Imagen que no es exclusiva de los sectores ms conservadores, sino que impregna, asimismo, a los sectores progresistas de la ciudad (como
es el caso del novelista Flix Urabayen55). Despus de todo, si la ciudad en e l XIX (origen del arquetipo pamplons) estaba compuesta en una alta medida por labradores, si
en el xrx-xx la ciudad sufra peridicas invasiones del campo: al mercado semanal, a
las ferias, a Jos Sanfermines o, en algn acontecimiento poltico como fue la Gamazada, e l campesino acab forma ndo parte del aorado y armnico paisaje urbano. No
era una mera ficcin ms o menos idealizada sino una realidad presente en las huertas de la Rochapea o el Mchuelo, en Jos glasis de las murallas cubiertos de trigo cada
verano, una realidad cotidiana que los pamploneses tenan e n quienes acud an de
siempre (as lo vean) a sus mercados y sus ferias, iban a las oficinas de la Diputacin, a la consulta del mdico, o el fin de semana al mercado o a comprar la maquinaria para la faena. O acudan a la romera de la Virgen del Carmen en las Carmelitas56.
Tan presente estaba que, en el peridico de mayor tirada de la capital, el Diario
de Navarra, haba una seccin diaria de gran xito57 en la que se intentaba reproducir el habla de la Cuenca pamplonesa. Era el Dialogando de Arako (Cndido Testaut, que ya a principios de siglo tena sus Chirigotillas , tambin de ambiente localista, en e l mismo diari o). Un lenguaje lleno de barbaris mos y giros locales,
expresiones y temas aldeanos, con contracciones del habla coloquial e incrustaciones
del vascuence, que, circunstancialmente, era empleado tambi n por el crculo cultivado de la capital para dar un aire local a sus escritos 58 (vase texto completo en e l
54
Vase, por ejemplo, los tpicos sobre el navarro-aldeano-carlista que se recogen en EPN, 18 de
mayo de 1919 de Vctor Hugo, el Barn de Du-Casse y del Barn de los Valles coincide con esos tpicos: serio, fiero y valiente; gil, fuerte y apasionado por el trabajo; terco y violento, pero ingenioso y sumamente honrado; capaz de resistir las mayores dificultades con un vaso de vino, un poco de aguardiente
y un cigarro, etc.
55 Quien atribuye al campesino de la Cuenca una sabidura casi socrtica y una inteligencia especial
en el trato con los urbanos (vase Urabayen, 1925).
56
Vase la referencia a esta romera (en la que los labradores del entorno acudan a Pamplona) en
Baleztena y Astiz, 1944. Tambin la nota 58.
57 Jai me del Burgo (1970: 29) los califica de sabrosos artculos; y Rafael Garca Serrano (1992:
206), dice que le admiraba por la gracia de sus personajes y por el humorismo tan local como eficaz
que haca.
58
Es frecuente encontrar expresiones as en el escritor de costumbres que fue Jos M. Jribarrcn (expresiones como comparanza en lugar de comparacin).
Pero el propio Manuel lribarren, novelista apreciable, lo haca (vase este poema citado en Baroja,
1982: 132):
[180]
encarte). Claro que aquella era una imagen idealizada de l campo que slo exista en
la imaginacin del hombre urbano, pero era lo de menos a los efectos que nos interesa.
Era pues aquel un ethos en el que se acoga al campesino como parte de aquella
familia sana y cristiana en la que los valores rurales de la franqueza, la rudeza, el
igualitarismo deferente, la solidaridad comunitaria, eran admitidos como naturales y
propios. Una identidad que haba reformu lado su juicio valorativo sobre el mundo rural, por tanto.
De esta suerte, aquella invasin de la ciudad por e l campo, clidamente acogida
del 19 de julio de 1936, era simplemente la materializacin en trminos poltico-ideolgicos de la idea - permanente en trminos de representacin y aun en trminos sociales y econmicos- del continuum ciudad-campo para Pamplona y Navarra de l siglo xx, que el poeta haba expresado plsticamente en su poema La estacin. As
se dijo en los mismos das en que se producan los acontecimientos: coches, autobuses, carros y camiones venan de los pueblos de Navarra con la boina colorada de
los carlistas dando a la ciudad Un aspecto animadsimo y sumamente pintoresco,
formando grandes ncleos de muchachos (recurdese los motillones de Campin) que
se dedicaron a encaramarse a los postes para quitar los gallardetes de la bandera tricolor que quedaba de las pasadas fiestas59 . sa era la imagen que de s misma se haba construido Pamplona a partir de los crculos culturalmente dominantes.
Y si aquello era una bellum sacrum et justum (como decan los sacerdotes de l lugar) o una Cruzada, tal como en el ambiente se respiraba aquel da, no sera la que
saliera de Pamplona en los das de 1936 -dicho en sentido metonmico, claro estcomo la turba desorganizada puesta en marcha por las predicaciones de Pedro el Er-
- Yo lo que quera decir que ahora no es como antes. Hace aos el da la Virgen del Cannen hacer
cuenta que era las fiestas chiquitas de San Fermn pa las dueas de muchos pueblos. Nos solamos rejuntar a cientos sin apalabrar antes y todas hacamos igual. Por un regular nos tropezbamos primero confcrando y comulgando en las Cannelitas y despus nos rejuntbamos todas en la funcin. Comer y, solamos ir a comprar platos royos y ajos y bigos y sardes [horca] y cedazos y cribas y as y antes de la hora
la procisin solamos estar tomadas horchata en casa Puyada que le decan. No t'acuerdas? Porque t
tamien ya habrs hecho por el estilo.
- No, yo no estuv alcanzada eso porque hacer cuenta que no hay sido duea hasta que se muri la
suegra, pero a ella y a nuestra madre ya les surt oir contar eso muchas veces...
59 DN, 2 1 de julio de 1936.
(181]
mitao a las pue11as de Constantinopla con apenas caballeros en sus fi las; la llamada
Cruzada popula r - incmoda para e l poder establecido en muchas de sus expresiones extremas- que rpidamente fue derrotada en 1096 -como no poda ser de otro
modo dada su falta de direccin60 . Es decir, un movimiento casi espontneo y amo1fo
(en e l sentido que le da Teodor Shanin)6 1. No. Aqul sera, ms bien, como la expedicin de Godofredo de Bouillon (Ja llamada prim era Crnzada), una expedic in formada por iniciativa de las grandes fami lias de la nobleza normanda y fra ncesa, prncipes y caballeros con poderosos vasallos, que -basndose en la lealtad fe udalformaran una aceifa contra el sarraceno mucho mejor organizada y eficaz en sus propsitos de conquista de la Tierra Santa.
Tambin en este caso la c iudad, su lite, dotara al movimiento de la di reccin que
necesitaba (una direccin que se disputaran entre sus distintas fracciones, que cont
con la omnipresente en Navarra Junta Central de Guerra Navarra -organi zadora de
la compleja operacin del aprovisionamiento de las tropas y la admi nistracin de la
retaguardia-, y en la que terci el Ejrcito, como ya sabemos). Era pues aquella una
movilizacin que, en el marco de la coalicin de la que he hablado en la Primera parte,
contena un componente social dual (la lite, que tenda a ser urbana, y e l pueblo
llano, fo rmado especialmente por hombres rn rales, aunque tambin urbanos), que garanti zaban la formacin de una alternativa real de poder, con la capacidad de organizacin, la disciplina y la eficacia (ade ms de la decisin y la masa) que req uera una
insurreccin con posibilidades de x ito62 .
2.3
Aquella un idad se escenific reiteradamente en los das que siguieron al 19 ele ju lio.
El 25 de julio, da de Santiago, por iniciativa del Diario d e Navarra63 , se convoc
a toda Pamplona en la Plaza del Castillo a una gran misa de campaa en la que tena
60 Recurdese la comparacin del padre Pol icarpo Ca Navascus ( 194 1) de aquel movimiento con la
cruzada a la que dio origen las predicaciones de Pedro el Ermitao.
6I Shanin, 1983: 294.
62 Nada nuevo por otra parte, aunque esta vez en el marco de aquel pacto establislrment-movimentismo. Ya Tocqueville en 1856 (cito por 1982: 15) no le quedaba otra alternativa en la crisis del Antiguo
Rgimen que dominar al pueblo o unirse a l, ser su amo o su jefe. Teodor Shanin ( 1983: 293-294) habl de la accin poU1ica dirigida para aquel movimiento campesino organizado por una lite (frente a la
accin independiente de clase -poco frecuente-, y la accin poltica amoifa y espontnea). Tambin
Fontana ( 1980); Pan-Montojo ( 1990: 173); o Milln (1992: 85) atri buyen ese carcter dual (de campesi nos y notables) al movimiento carlista de 1833. Fitzpatrick (J 990) vuelve a ver ese duali smo, las redes
de patronazgo y beneficencia y la manipulacin de las esperanzas populares en el realismo del Midi fra ncs. En fin, he citado abundantemente el carcter dualista de los movimientos triu nfantes del llamado fascismo europeo en la Parte Primera. Naturalmente, todos esos fenmenos tienen su lgica propia, y nada
ms lejos de mi intencin que asimilarlo todo en el marco de las teoras de la sociedad campesina.
63 lrigaray, 1993: 58.
[1 82]
por objeto consagrara el Requet al Sagrado Corazn de Jess. El ambie nte creado,
buscaba el efecto de la mayor emotividad entre la poblacin pamplonesa y navarra. Al
dfa siguiente, Arako lo recordaba en el Diario con el lenguaje de la C uenca y en pretendida evocacin de una aldeana -que por los testimonios que he podido recoger, resulta relativamente verosmil en su formu lacin- , que, a su vez fo rmaba parte de la
popularizacin del acto. Porque dera que escasamente s' har ver la Plaza el Castillo
como haca estar esta maana mientras la misa --deca la aldeana, hablando en boca
de ganso por Arako. Haca haber adall , segn, qu se yo los cientos de requets con
boinas royas y de esos falangistas que hace haber ahora, y soldaus y guardias y carabineros y qu se yo los miles de hombres y mujeres con bandcricas royas y amarillas
de las que hamos conocido toda la vida. Y todas las casas con paos y banderas, e l
Crpus como si sera, y todos regeltos como diputados y as y con los de Ayuntamiento y venga plausiar y dar vivas a Espaa luego de rematar la misa cuando echaban sermones de un balcn ande estaba un general mucho majo de barbas blancas y
boina roya y venga a echar getes y plausiar otra vez cuando pasaban todos los soldaus y los guardias y los voluntarios. Acto litrgico de tremenda emoti vidad inspirado en el momento final de las misiones apostlicas barrocas (que buscaban, por encima de todo, impresionar escnicamente a la concurrencia)64 y, directamente, en las
consagraciones realizadas durante la Restauracin (la ms famosa de las cuales fue la
celebrada en 19 19 en el Cerro de los ngeles en la que Alfonso XIII consagr a Espaa al Sagrado Corazn)65. Empleo de la liturgia eclesial que vamos a ver profusamente a lo largo de la guerra (vase Tercera Parte) y que tena una larga tradicin en
Espaa desde la Guerra de la Independencia66 y que luego se seguir empicando e n las
guerras civiles del x 1x, y ahora, en 1936 (hecho nada excepc ional en Europa67).
64 Recuperadas por Antonio Claret a partir de 1840 -seguramente no habran desaparecido del
todo-, se difundieron con el apoyo de la jerarqua eclesial y sera utilizada por gente como el M arqus
de Comillas para disciplinar a sus obreros de las minas asturianas (Shubert , 199 1: 224-226). En cualquier
caso, en los pueblos de A lava y Navarra eran habituales y formaban parte de la liturgia local (1l iplito
M artnez, 21 de octubre de 1991 -2 1.B-). En el prtico de la parroquia de Ari zala se conserva la cni 1,
de una Sama Misin fundada en 1914 por el padre redentorista Celedonio Asiain, decorado con elementos alegricos: un sagrado corazn en el centro; tres clavos en lo ms alto y la leyenda INR I; unas tenazas y SANTA en el brazo izquierdo, MISIN y un martillo en el derecho; y en el pie, la Eucarista representada por un cli z y una hostia, una lanza y una mitra, unas escaleras y las fechas de las misiones (con
el nombre del fundador): 7.", 1965; 1., 1914; 6.', 1946. De modo que entre 1914 y 1946 se celebraron
otras cuatro misiones. Sobre las misiones barrocas en el mbito europeo puede verse Huizinga, 1978: 17
y sigs.; en el mbito vasco durante el xv111, Madariaga, 1989: 468-480.
65 Vase sobre este tema lriane, 1880 y Di Febo, 1988: 51-59.
66
V ase, por ejemplo, Revuelta, 1979: 10- 11. Y desde luego, Martnez Albiach, 1968. Ya antes se
hizo en un contexto si milar en la Guerra de la Convencin, vase Aymcs, 199 1.
67
El caso ms patente es el de los Legionarios rumanos (Veiga, 1989). Por su parte los nazis uti lizaron la tradicin del nacionalismo alemn en su liturgia de masas (ya secularizada) en la que tambin haba una tradicin de empico de los actos litrgicos religioso-nacionales protestantes (en la estela del pietismo de los Jahn etc.; no las catlicas) como actos de afirmacin nacional dentro del nacional ismo
antifrancs del norte, no tanto en el liberal del sur de las sociedades corales y el movi miento gimnstico
(vase Mosse, 1975: 86-97 y Langewiesche, 1994: 41 ). Es conocida, por lo dems, la confusin que en
el s11r del s11r, A ustria, haba entre la liturgia eclesial y la imperial (hasta su desaparicin en 1918).
[J 83]
Buscaba y produjo aquel acto una tremenda impresin. El acto en s, cont con
la presencia del general Cabanellas y el sermn lo inici Jos Martnez Berasin, presidente de la Junta Central de Guerra Carlista de Navarra, con unas breves pero ceremoniales palabras de presentacin: En este momento solemne ... comenzaba.
Luego lea el que era Acto de Consagracin de la Tradicin Espaola al Sagrado Corazn de Jess (vase Anexo). En l se compendiaba todo el discurso nacionalista del
tradicionalismo espaol (aprovechando la celebracin del da, Santiago 68), los fundamentos del navarrismo y la interpretacin de la guerra como cruzada69 . El obispo Marcelino Olaechea no acudi '(conocemos sus iniciales reticencias a una lectura en clave
de Cruzada de aquella insurreccin). Tuvo por ello que disculparse alegando enfermedad70.
El 30 de julio el Cabildo catedralicio tuvo la iniciativa de traer la figura de San
Miguel in Excelsis a Pamplona - San Miguel de Aralar, a quien se Je tena gran devocin en Ja ciudad y simbolizaba la visita cada primavera de la Barranca a Ja capital71. A las cinco de la tarde, como era costumbre, buena parte de la ciudad se haba
desplazado al bosquecillo de la Taconera. Desde la Iglesia Catedral, los cinco Cabi ldos parroquiales (habitualmente, solamente iba el Cabildo de San Nicols) se desplazaron con sus cruces hasta la puerta de la ciudad para recibir al Santo. La plaza de
Recoletas y la calle Mayor se haban llenado de gento. Los balcones, como era ya
habitual, se llenaron de colgaduras y banderas. Las campanas de la ciudad repicaban.
En ese ambiente cargado de signos de emotividad, un piquete de requets dio escolta
al squito desde la puerta de la Taconera hasta la Catedral. All le recibieron todas las
autoridades y representaciones de las rdenes y Congregaciones. A continuacin,
como se haca habitualmente en la iglesia de San Lorenzo, se dio la imagen a besar
al inmenso gento que llenaba la Catedral. El ngel Tutelar de Navarra, protegera a
su pueblo en aquel momento crtico.
As se empleaba la religiosidad local y popular en apoyo de la movilizacin.
Tal vez el acto ms solemne de aquellos primeros das tuvo lugar el domingo 23
de agosto al celebrarse, convocada por el obispo Marcelino Olaechea (ya curado) una
procesin con la imagen de Santa Mara la Real72 - llamada as porque ante ella se
coronaban los reyes de Navarra73- , titular de la iglesia Catedral y patrona de toda Ja
[184]
74 Olaechea apelaba al canon 1.292 del Cdigo de Derecho Cannico que reservaba al episcopado la
facultad de disponer la celebracin de procesiones extraordinarias por causas graves, para lo que haba
odo el parecer del Cabildo Catedral. Era pues un acto institucional de la iglesia navarra (vase DN, 19 de
agosto de 1936). Naturalmente, las graves circunstancias que se apelaban eran que Se ventila[ba]n los
sagrados intereses de la Religin y la Patria.
75
Creo que se ha producido una discusin balda sobre cundo se habl por primera vez de cruzada,
si los generales la emplearon, etc. Aquella era una terminologa que recorra la tradicin eclesistica y la
tradicionalista desde el siglo x1x (ya la guerra contra el francs fue una cruzada) y se emple reiteradamente durante la Repblica. De modo que, era lo natural que fuera caracterizada como cruzada (otra cosa
es que algn general no lo empleara inicialmente, por inters o incultllra). En Vitoria la sublevacin militar, de acuerdo con los carlistas, se realiz por Dios y por Espaa (vase infra). El mismo Mola habl de santa cruzada [para] salvar a Espaa, etc., en su alocucin del 15 de agosto por Radio Castilla
(Mola, 1940: 1.1 79). Vemos aqu a Olaechea emplear el trmino sin alarde argumental (pues lo daba por
conocido). De modo que es absurdo que se discuta sobre la primera vez, etc., que se emple el trmi no
(Fernndez Garca - 1985- fec ha esa primera vez el 31 de agosto, en una circular del Arzobispo de Santiago). Aqu tenemos una referencia anterior. Ya en la Pastoral firmada por Mateo Mgica y Marcelino
Olaechea -y consultada al cardenal Gom- del 6 de agosto, dirigida a los nacionalistas, se emplea esta
argumentacin de guerra santa (puede verse el texto, por ejemplo, en Arrars, 1940- 1944: Ill, 561 -562).
Otra cosa es que Pla i Deniel le diera a fi nes de septiembre una form ulacin terica segn los parmetros
del momento (Las dos ciudades) pero sin apa11arse ni un pice de la larga tradicin que ya exista al respecto. Tampoco creo que sea pertinente hablar de cruzada como sinnimo de empresa a la que haba que
dedicar un gran esfuerzo, empleado por todos los grupos (Andrs-Gallego, 1997: 15-23); y s, por contra, como guerra religiosa en la tradicin del pensamiento tradicionalista.
7
6 EPN y DN, 23 de agosto de 1936.
[185]
77
78
79
[186)
Intentos que repetir, con rasgos an ms exagerados, en su poca de gobernador civil de lava
(vase Ugarte, 1990).
83 Puede seguirse el desarrollo de la procesin en DN, 25 de agosto de 1936.
84
Puede verse Mosse, 1975; Gentile, 1994; etc.
[187]
2.4.
Las cosas en Vitoria fueron algo distintas. Si en Pamplona se produjo una reaccin clida y emocionada, si la aldea y la ciudad se encontraron en aque l acto de
fervor en ocasiones mstico y festivo en general, en Vitoria no se habl en los das
sucesivos al 19 de julio de otra cosa que no fuera de la f rialdad con que los vitorianos acogieron los nuevos acontecimientos. No ya el domingo 19, en que el propio
Antonio Pildain85 , clausur apaciblemente las Escuelas Dominicales en el palacio de
Villasuso, sin modificar la rutina86 . Siete das despus, el 25 de julio, festividad de
Santiago, hubo en Vitoria misas solemnes en la Catedral (presidida por el obispo Mateo Mgica), en la parroquia de San Mig uel, en el Hospital (con la tradicional visita
de las autoridades), en el Carmen y en San Cristbal, y se realizaron desfiles militares en la calle Dato (arteria de la ciudad). Se dijo que al fin en aquel da Vitoria
ha[ba] roto con su abulia y apata tradicionales 87 . Eso se dijo, pero a la altura
del 4 de agosto, el propio gobernador civil, coronel Cndido Fernndez lchaso, vitoriano
de los de siempre 88, declaraba que es lamentab le; pero es as y as hay que decirlo.
Vitoria est dando una sensaci n de tibieza que contrasta con todo e l resto de Espaa89. Esto una vez que la ciudad hubiera quedado, al ig ual que Pamplona, en manos de los insurrectos sin resistencia alg una: con la g uarnicin sublevada, los requets por las calles, etc. y tras haber enviado el 26 de julio a s us requets al fre nte
de Madrid.
ss Que haba sido cannigo lectora! en Vitoria, diputado por la minora vasca, fustigador del gobierno
en el tema religioso (vase Pildain, 1935 y Ligarte, l 995a: Tercera Parte), y obispo de Las Palmas en aquellas fechas, aunque en Vitoria por el verano.
86 PA, 20 de julio de 1936 (extraordinario).
87 Garca Albniz, 1936: 38.
88 Haba formado en el sexteto musical, de renombre local, Los Bemoles (Alfara, 1987: 152-153).
Militar de carrera, comprometido en la Sanj u1jada, haba sido colocado al frente de la Diputacin (que
dejara a finales de agosto de 1936) y del gobierno civil (3 1 de julio de 1936) tras haber sido s1e ocupado el 19 de julio interinamente por Rodrguez Llamas, de facto por Jos M. E lizagrate (otros dos vitorianos de siempre), y por el general Gil Yuste (luego de la Junta de Defensa Nacional, vi1oria110 de adopcin, al ser su esposa de Vitoria) entre el 22 y el 30 de julio. Aquel 1rasiego fue producto de las 1ensiones
e ntre las distintas familias locales (vase Ugarte, 1990).
89 PA, 4 de agosto de 1936.
[188]
Nada que ver con Bilbao o Madrid, naturalmente, controladas por los gubernamentales; pero tampoco con Sevilla, ocupada utilizando el ten-or y la propaganda por
las tropas de Queipo (en parte, al estilo italiano), o con Burgos o Salamanca, que haban sido controladas por los sublevados al viej o estilo del pronunciamiento-golpe de
Estado. No. El modelo para Vitoria era Pamplona: poderosa y entusiasta movilizacin
popular, etc. Y, sin embargo, apareca ms tibia, ms aptica en sus manifestaciones
callejeras hacia los sublevados que la propia Burgos o Salamanca. No resistente, simplemente aptica. No digamos nada comparndola con la que era su modelo, Pamplona. Vitoria era cabeza de una provincia, lava, que responda como Navarra enviando en masa sus requets a la capital para lanzarlos contra la Repblica. Pero
Vitoria no acababa de mostrar ningn entusiasmo hacia los sublevados. Lo decan los
propios carlistas: lava est respondiendo al movimiento nacional con un espritu
que acredita las gloriosas pginas de su Historia. Es nicamente Vitoria la que constituye excepcin. Esto no debe ser. Vitoria debe merecer el rango que ostenta como
capital de esta nuestra amada provincia9. Un movimiento que haba surgido en el
marco de aquella excitacin colectiva, que buscaba la recreacin del Estado como encarnacin del mito de la unidad nacional, no poda consentir tal apata. Menos en una
situacin de guerra.
Por fin , como en un gran acto de exorcismo colectivo, los demonios de la desafeccin fueron pretendidamente ahuyentados por un Milln Astray en su increble
papel de j efe de Prensa y Propaganda91 El 24 de agosto, cuando ya haba pasado un
mes largo desde que se produjera la sublevacin, llegaba a la Estacin de l Norte de
Vitoria. All mantena una conversacin sainetesca -sin duda, concertada- ante los
periodistas con el diputado provincial Jos M." Urquijo:
- Usted que recorre toda Espaa -deca el diputado- cree que puede compararse el fervor patritico de los alaveses con el de otras provincias?
- No slo admite esa comparacin ---contestaba el general-, sino que sale ganando en ella.
- Pues, mi general, aqu no estamos todos ...
- Me haban engaado al hablarme de vosotros92
[1 89]
93
Oriol era amigo de infancia de Milln Astray, y ste frecuentaba la casa de la familia Oriol en Madrid (PA , 22 de agosto de 1936).
94
PA, 1 de septiembre de 1936.
95
El Pe11samie11to escriba en sus pginas: En slo un mes. la capital de lava ha echado por tierra
un ttulo que empaaba sus mpidos blasones, no con desdoro pero s son [sic] dolor. El de su indiferencia, apata, frialdad; algo as como resignacin sin cura o fata lismo sin esperanza. Pero ya la hermana menor las Laurac-Bat ha pasado por mritos propios al plano de segunda categora, ya que el de
honor no se lo disputa a Navarra, ni nuestra provincia, ni ninguna otra de Espaa. Y relataba los acontecimientos del da con el recibimiento a Milln Astray ([ngel] E[guileta], Vitoria, la aptica, PA. 24 de
agosto de 1936). Mientras La Libertad, en manos de los falangistas, aseguraba: Se deca por ah que la
poblacin de Vitoria era fra, casi sin alma. Se hablaba de su indiferencia. Pero amaneci la jornada de
ayer que iba a dar al traste con la leyenda. Y pasaba tambin a relatar la jornada (Juan de Vivero Ensayos espaoles. La apata de Vitoria, LL, 25 de agosto de 1936).
96
Milln Astray dej instrucciones para que se endureciera las condiciones de los encarcelados (supresin de visitas y entregas de comida de modo inmediato, etc., y en esas fechas comenzaron intensamente los paseos, tras ser sustituido el teniente coronel Pedro Alonso Galds por Alfonso Sanz como delegado de orden pblico; vase Ugarte, l 988a: 288 y 299; y LL, 27 de agosto de 1936) y se presionara a
los desafectos para que se enrolaran en las fuerzas voluntarias para evitar posibles represalias. Luego seguira su viaje hacia Maeztu, Estella y la Ribera navarra, con la misma misin. Venia de Pamplona
(21 de agosto) donde poco tena que hacer (vase Ugarte, 1988: 64n.). Aquel comportamiento bufonesco
del general, a pesar de contar con las simpatas de Franco, le cost el cargo tras los incidentes de octubre en Salamanca (Preston, 1994: 24 1-243).
[190]
Pero aquello fue al final de agosto. Antes, durante la semana del 20 al 26 de julio, los republicanos y nacionalistas, ante el ambiente que se respiraba en la ciudad,
luvieron incluso serias esperanzas de que Vitoria fuera recuperada para la Repblica97 .
Y, a juzgar por las advertencias y amenazas que haca en la prensa el gobernador civil del momento, general Gil Yuste98, aquel ambiente realmente dominaba la ciudad.
Pero, qu haba ocurrido en realidad en Vitoria? Pamplona tena, segn el censo
de 1930, 42.249 habitantes, Vitoria 40.641, ambas eran provincias con predominio
carlista, ambas haban organizado la movilizacin del Requet de modo similar. Las
guarniciones de las dos ciudades (ms importante la de Vitoria99), se haban posicionado con los sublevados sin apenas fi suras. Qu haba ocurrido en Vitoria?
2.4. l.
1936
Es cosa conocida que, siendo el carlismo en lava feudo de Jos Luis Oriol, estuvo siempre dispuesto a colaborar con los militares (alinendose, por tanto, con la
opcin Rodezno frente a Fal Conde 100); que aqul, como hombre de negocios que era
y detentador de un gran patrimonio, colabor econmicamente con los sublevados y
fue el primer carlista en entrevistarse con Mola para coordinar esfuerzos (3 de junio)1 1. Se sabe que el acuerdo entre Oriol y los militares (Mola y Alonso Vega) se
bas desde el principio en un pacto pragmtico 12 y no ideogrfico, como pretenda
Fal (una garanta sobre el relevo de las autoridades provinciales y locales favorable
al carlismo y que el levantamiento se limitara a proclamarse por Dios y por Espaa;
acuerdo al que, costosamente, logr Mola reducir a Fal Conde in extremis el 15 de
julio).
No es tan conocido que Alonso Vega desconfi inicialmente de Mola y tuvo que
recibir confirmacin escrita de Franco para que se pusiera a las rdenes del gobernador militar de Pamplona a fina les de junio (muy avanzada la conspiracin, por lo
tanto) 103 . Que, aunque Alonso Vega tuviera tal vez algn contacto con capitanes o te-
97
98
99
En Vitoria tenan su asiento el Batalln de Infan tera de Montaa Flandes, nm. 6; el Regimiento
de Caballera Numancia, nm. 6 y el Regimiento de Artillera de Montaa, nm. 2. Ms Sanidad, Intendencia, Caja de Reclutas, la Guardia Civil y la de asalto. Las fuerzas en revista del Regimien10 de A11illera de Montaa eran a 1 de julio de 1936: Coronel (1), Teniente Coronel (1), Comandantes (3), Capitanes (7), Tenientes ( 15), Alfreces (9), Tropa en servicio activo ( 1.093). Tropa en 2. situacin de servicio
activo (7.398). Total: 8.491 , que podan movilizarse en poco tiempo; ms de mil disponibles en el momento (Archivo del Regimiento GACA. 52. Documentacin Peridica 1936).
100 Vase la Primera Parte.
101 Puede seguirse estos detalles y otros en Ugarte, l 995b y Rivera y Ugarte, 1988, a los que me remito.
102 Acorde, por lo dems, con una sociedad tradicional y clientelar a la que quera representar el carlismo, antes que al programa utpico-retroactivo de Fal Conde y los sectores ms in fluidos por las nuevas ideas de siglo xx (como ocurra con la AET de Pamplona).
103 Maz, 1976: 2 13.
[191]
nientes de la UM N en Vitoria, no contaba con el apoyo de los comandantes de su propio Regimiento (Flandes 6) para sublevarse 104 ; que algunos de ellos (como el comanda nte mayor Ramn Saleta Goya) estaban en contacto con Jos republicanos
(puesto que eran afines) Garca Lorencs y Antonio Buesa, y que stos mantenan comunicacin frec uente con oficiales del Regimiento de Artille ra, quie nes les info rmaban de los asuntos internos de la guarnicin local (que en ocasiones hic ieron pblicas en lava Republicana, semanario de IR en Vito1fa 1 5). Incluso, se deca, en
Arti llera haba muchos soldados asturianos (de UGT y CNT) que yugularan cualquier sublevacin. Slo se'tema a Numancia 6, donde, al parecer haba muchos oficiales monrquicos 106 Por su parte al gobern ador militar, general de brigada ngel
Garca Bentez, se le mantena al margen de la conspiracin por ser fami li ar de M anuel Azaa. La conspirac in estaba por tanto muy poco madurada entre la guarnicin
vitoriana (a pesar del trasiego de enlaces que se vivi en j ul io en el cuartel Flandes 1 7).
Hasta el punto de que el da 17 de julio, cuando los rumores de levantamiento eran
un c lamor -y a pesar de que la comunicacin entre Alonso Vega y O ri ol era
fl uida 108- , enviaban un emisario a Pamplona, al despacho de Martnez Berasin en
el Banco de Bilbao (siempre en su papel de nudo de aquella trama), pidiendo garantas del jefe del Requet, Alejandro U trilla (garantas que fuero n dadas por el mismo
conducto) 109
Es cosa sabida que la orden de levantamiento para el carlismo lleg a Vitoria a
travs de Eustaquio Echave-Sustaeta (tras la irregular reunin del da 15 en Pamplona 11 ) y fue transmitida por Luis Rabanera a toda la provinc ia.
Tambin que, como en Pamplona, los rumores se difu ndieron a lo largo del da 17
y 18 en Vitoria, que el gobernador civil, Navarro Vives, intent tranqui lizar a la opinin con sendas notas de prensa, mientras se negaba a coordinar sus esfuerzos con
los frentes populistas y nacionalistas (reun idos todo ese da en sus sedes y en comunicacin permanente entre s). La alarma era, sin embargo, fundada desde el momento
en que haba noticias directas de la sublevacin de la prov incia 11 1 y se haban cortado
las comunicaciones telefnicas.
"
~ Como la 1rama conspirativa exis1ente en los cuar1eles, pasada al semanario por Ramn Sale1a.
10
106
Anlonio Buesa, 13 de enero de 1987 (conversacin no grabada); lturralde, 1966: 163 (tes1igo 4,
Javier Landburu) y 181 (testigo 7 [es Jos Luis de la Lombana]).
10 7 Toms Padrnes, 16 de mayo de 199 1.
108
El da 13 de julio, tras ser avisado en Pedernales, donde pasaba el fin de semana, del asesinaio de
Calvo Sotelo e iniciado el viaje hacia Madrid, Indalecio Prieto sorprendi a Oriol y Alonso Vega (a quien
Prieto no conoca y Oriol present) en el restaurante del Hotel Frontn de Vitoria. Estaba con Prieto el
gobernador civil Navarro Vives, quien s tena conocimiento de la personalidad de cada cual (Felipe Garca Albniz, 26 de enero de 1987 -1.A-; periodista, testigo presencial).
109
Burgo, 1970: 18. Jaime del Burgo habla del e nfado de Utrilla al ser requerido en su refugio (al
que se accedi a 1ravs del propio del Burgo; Mar1 ncz Berasin haba llamado a su padre al despacho
del Banco) en aquellos momentos cruciales en la conspiracin, en que deba extremarse la clandes1inidad.
11 0 Vase la Primera Parte, epgrafe 2.7.
111
Iturralde, 1966: 177 (1estigo 7 [es Jos Luis de la Lombana)).
[192]
Se conoce menos que la tarde del 18 de julio la calle Dato, coincidiendo con el
paseo sabatino que acostumbraban a realizar por ella los jvenes y lo mejor de Vitoria, se convirti, llena de bullicio, en gora y parlamento de las distintas opciones de
la ciudad (slo falt el gobernador civil, que acostumbraba a pasear ese da). Coincidi, adems, con que en el Nuevo Teatro la compaa de Carmen Dez y Manuel Luna
representara Mi hermana Concha de Enrique Jardiel Pa nceta (a la que acudira la
buena sociedad vitoriana) 112 , en el Ideal Cinema y en el Prncipe se pusieran dos pelculas1 13 taquilleras y en la Sala de Muoz se celebraba el match de boxeo entre lava
y Vizcaya (el Artillero Menndez 114 contra Besga, etc., ganado 3-2 por lava), mientras en la calle Orti z de Zrate se celebraba una verbena tradicional. Todo ello en torno
a la calle Dato, de modo que la calle estaba rebosante de gente. All se formaron tres
corrillos de gente: por un lado los republicanos con Castresana, San Vicente (comerciantes y radical-socialistas) y sus afines; en otro corro se encontraba Javier Landburu (abogado de la Cmara de Comercio y candidato al Congreso) con la gente del
PNV, y, finalmente, un grupo de tradicionalistas encabezados por Jos Goi (director
del Pensamiento Alavs) 11 5 Aquel haba sido un da tenso de contactos y reuniones:
los tradicionalistas como sabemos, haban ya puesto a rodar la maquinari a de la sublevacin, mientras los republicanos y nacionalistas trataban -a travs de mltiples
gestiones- que el gobernador les diera armamento con que oponerse a aqulla (no
lo lograran). De ah la atmsfera densa y de recelo que exista entre los grupos en la
calle, algunos ya armados, otros a la espera de ser armados. Mientras tanto, en las sedes sociales de cada grupo se mantena una febril actividad.
Alguno se acercaba a algn pi so a escuchar la radio. Por la tarde Radio Madrid
(Ja gente se agolpaba en los cafs escuchando la emisora) haba iniciado su sintona
diciendo que la situacin estaba controlada y que nadie hiciera caso a la especie que
proclamaba Radio Sevilla de que el movimiento continuaba triun fante. Natural-
112
Venancio del Val, 1Ode marzo de J 994 (111.A). La compaa vena de hacer la temporada de los
Sanfermines en Pamplona (donde representaron el mismo repertorio de Vitoria: el 17 D11e1ia y se1iora de
Torrado y Navarro) e iban hacia Oviedo (aunque, debido a la sublevacin, tuvieron que pennanecer en
Vitoria varios das ms, por lo que el domingo 19 representaron Morena Clara, tremendamente popular
ya entonces, ya antes de que fuera llevada al cine por Estrellita Castro y Miguel Ligero).
113
El vaquero millonario y Co111ra el imperio del crimen ( 1935, originalmente G-Men de W. Keighley, con el enrgico y sarcstico James Cagney, ya popular entre los cinfilos desde que en 1931 interpretara a El enemigo ptblico) en el Prncipe y El caso del perro a111/adot y La alegre mentira en el Ideal
Cinema.
114 Me ha prometido un trozo de piel de Besga para confeccio narme unos zapatos deca el periodista en el habitual lenguaje violento y vulgar que utilizaba el periodismo depor1ivo de la poca; o Se
puede asegurar el aumento de "galletas" a la vista de la taquilla, etc. Al final se present al pblico El
Len Navarro y se aceptaron nuevos retos: Pecia, Teodoro, Pedro Gonzlez y Domaica de Euzko Gastedi
a Caas, Sez de Buruaga, Palacios y M. Palacios de Sala Muoz, y otros (LL. 18 y 23 de julio de 1936).
11 s Garca Albni z, 1936: 33.
[193]
mente todo el mundo intent coger Radio Sevilla. Hacia la una de la madrugada lo
logr un grupo de carlistas: all Que ipo de Llano haba comenzado ya con sus conocidas emisiones radiofnicas. Rpidamente bajaron a contarlo al grupo de Ja Dato y
a la sede de la Hermandad.
No se conoce que tambin e l tenie nte coronel Alonso Vega transitaba por los a ledaos de la Sala Muoz (donde se celebraba la velada de boxeo), cerca del Hotel
Frontn, su alojamiento habitual. Dos policas se acercaron para detenerle (probablemente siguiendo las instrucciones del gobernador, que, a esas horas de la noche, tena informacin suficiente). Sin embargo, el inspector Parra, que acompaaba al militar, se opuso, por lo que el teniente corone l pudo continuar su paseo nocturno. Dado
que en el exterior corra peligro, decidi trasladarse inmediatamente a sus alojamientos en el cuartel de Flandes 116 Pronto e l gobernador civil, como veremos, vendra a
ayudarle en sus propsitos ordenando el acuarte lamiento de las tropas.
Ms ingenuo 117, Toms Alfaro, alcalde en funciones, tras ser advert ido por los nacionalistas Javier Landburu y Jos Luis de Ja Lombana (ya la noche del 17) de los
preparativos de insurreccin, rechazaba la proteccin armada de la militancia de este
partido: la polica municipal - los alguaciles-, dij o, se hara n cargo de la defensa
del Ay untamiento 118 (as tuvo luego que traspasar poderes con humillacin).
En la calle Dato quedaba reflejada aque lla tarde-noche el momento crtico por el
que atravesaba Ja ciudad en toda su complejidad: grupos activos y contrapuestos, otros
ajenos divirti ndose (pero no por ello ausentes: a la salida de los combates de boxeo
algunos dieron voces frente a Hermandad Alavesa creando un cierto desasosiego en
su interior, ante el temor a ser asaltados 119), la ciudad expresndose. Porque por all
pasaba el pulso que la animaba -como siempre, por lo dems. Porque si la Plaza del
Castillo era el centro y el smbolo de Pamplona y de toda Navarra, la calle Dato era
el epicentro de la nueva Vitoria (la del Ensanche), de Vitoria toda ya 120 . Era a Vitoria lo que la Plaza de Castillo a Pamplona 121. Y, tal como aparece en esta breve descripcin de su arteria central el anochecer del 18 de ju lio, aqulla no era la ciudad
que esperaba la llegada de la aldea (como e n parte ocurra en Pamplona esa misma
tarde-noche 122). No. Era, ms bien, una ciudad bulliciosa de un fin de semana, festiva
11
117
[1 94)
daados por la fuerte tromba de agua cada el primer da de las fiestas; fue suspendida, y los jvenes que,
despistados, se acercaban al baile eran rechazados por los militares que patrullaban el lugar (Lasa,
1990: 2 1). Y si en Vitoria se proyectaba Contra el imperio del crimen, en la capital navarra, dentro de la
Semana de la Paramount , el Teatro Gayarre tena previsto inclui r 'fres lanceros bengals de Henry Hathaway (1935), con el ms popular Gary Cooper (y tan del gusto del joven falangista Rafael Garca Serrano -Fraser, 1979: 1, 135-). Pamplona era urbana, ya lo he dicho ms arriba. Ello no quita para que
.el ambiente prevalcntc de la capital navarra fuera el del regocijo ante la llegada del Requet. No va a ser
as en Vitoria.
123 Garca Albnil, 1936: 34.
124 Es Toms Alfaro quien as razon el domingo da 19 (citado en Pablo, 1990: 215). Otra muestra
del localismo an vigente en aquellas ciudades, confiadas en poder salvarse mientras Espaa se hunda.
125 Que Antonio Rivera (1992: 100-101, y passim), recogiendo la expresin local, ha llamado vi10ria11is1110.
126
Aunque hubiera quienes, sobre ese valor ideolgico-poltico, pusieran por delante el valor de la
unidad co11111niwria: que no hubiera enfrentamientos en la ciudad, que fuera Vitoria un oasis en el caos
general (tal es el caso de Toms Alfaro de IR, como he dicho, y, tras el 18 de julio, de los dirigentes nacionalistas; aunque este ltimo caso requiere una consideracin ms extensa - ha sido tratado para lava
por Santiago ele Pablo, 1990a-). Tambin puede entenderse como gesto de responsabilidad producto del
pesimismo: evitar el derramamiento de sangre; aunque fuera, simultneamente, un acto irresponsable al
dejar indefensas a las instituciones democrticas.
127
La participacin de los nacionalistas del lado gubernamental la justificaba en trminos religiosos:
la mxima jesuita de Bonino, recogida en la encclica Sapientiae cris1ia11ae ( 1890), defendida por el ala
menos integrista de la Iglesia espaola: En el aspecto religioso nosotros debamos apoyar... el Estado legalmente constituido, y en caso de rebelin, debamos conducimos a la defensa /sic} de nuestro pueblo,
[195]
tuar con eficacia 128 El PNV dispuso de un grupo de dos o trescientos hombres dispuestos a empuar las armas aquella noche (aunque a ttulo individual; el Partido no
quiso comprometer su postura 129) . Otro tanto esperaban de los republicanos (ms indecisos en ese momento, sin el apoyo del gobernador civil). Una parte de la ciudad
-no toda, dos de los tres grupos que haban ocupado la va pblica- se dispona a
defenderse del asalto de la aldea. La otra diriga el asalto.
2.4. J.2.
Las cosas no ocurrieron as, y la ciudad fue ocupada sin resistencia. Hay quien
cree que el gobernador civil Navarro Vives desbarat torpemente aquellas esperanzas 130. Se neg a entregar el armamento 131 , no quiso que las fuerzas de orden intervinieran hasta muy avanzada la noche, eso es un hecho. Lombana llega a decir que, en
el colmo de la habilidad, orden el acuartelamiento de la tropa (con el beneplcito
del gobernador militar, luego sublevado) 132 . Aunque, en cualquier caso, la responsabi lidad no era exclusiva: con l pas la noche Toms Alfaro, alcalde de la ciudad y
mximo representante del republicanismo local, imbuido de un profundo pesimismo
sobre las posibilidades de que la Repblica sobreviviera, su mxima preocupacin fue
evitar el derramamiento de sangre 133 . Tambin el comit del Frente Popular de lava,
que finalmente decidi deponer toda resistencia ante los militares.
Pero volvamos a las primeras horas de la noche. Rpidamente, Alonso Vega, hombre con reflejos, orden a los auxiliares y ordenanzas salir del cuartel para recoger
personalmente en sus casas a todos los oficiales (a quienes, de paso escoltaban; a los
oficiales se les orden, adems, ir con el arma cargada ante posibles agresiones en la
calle) 134 Pronto iba a poder contar, como ayuda extraordinaria, con el concurso de
guardando moderacin en la defensa. Obediencia al poder constituido salvo en los temas del espritu:
aqu el espritu religiosos se confunda con el espfri111 de 1111 pueblo. Pero as razonaba el PNV en su ala
democratacristiana.
12s Iturralde, 1966: 179
129 llurralde, 1966: 178 (testigo 7 [es Jos Luis de la Lombana]). Vase sobre la actuacin del PNV
lo dicho infra en la nota 170, pg. 204.
130 De esa opinin fue Jos Antonio Aguirre, en su Informe... al Gobierno de la Repblica, pg. 15;
el propio Jos Luis de la Lombana y Antonio Buesa ( 13 de enero de 1987; entrevista no grabada), otro
de los protagonistas del momento.
131
Los republicanos haban incluso localizado al sargento responsable del depsito de armas, un tal
Bazar Lpez.
132 lturralde, 1966: 179 (testigo 7 [es Jos Luis de la Lombana]); y Antonio Buesa, 13 de enero de 1987
(entrevista no grabada).
133 Haba en su nimo aquella remota esperanza de conservar la ciudad en paz, y as lo escribira en
su diario el domingo da 19 (citado en Pablo, 1990: 215): Vitoria ha sido un oasis en el caos de toda Espaiia durante los ltimos tiempos. Aquello no era una ingenuidad; era el ntimo localismo comunitario
que trasuntaba su pensamiento.
134
Toms Padrones, 15 de febrero de 1991 (entrevista no grabada). Padrones era teniente con destino
en Flandes en la poca.
[196]
mandos del ejrcito reti rados por la Ley Azaa o de vacaciones en Vitoria 135 . Pero las
primeras horas iban a ser muy complicadas para l.
Se sabe de los contactos de Alonso Vega con Mola y los otros coroneles con
mando en la plaza (Abreu y Campos Guereta; aunque a lti ma hora). Tambin se conoce su envite fi nal al general Garca Bentez que, sorprendido, se sum a los sublevados 136. S in embargo, no se conoce que, reunida la oficialidad de F landes en el cuarto
de banderas por e l que era su comandante, teniente coronel Alonso Vega, estuvo a
punto de fracasar la sublevacin en aque lla unidad (corazn del alzamiento castrense
en Vitoria). Camilo Alonso acababa de llegar a Vitoria (claro que tambin Mola a
Pamplona, pero le precedan su prestigio y sus contactos), no mantena contacto conspirativo con los jefes de su unidad (ni con el comandante Gutirrez ni con el comandante Iglesias), y su comandante mayor (Ramn Saleta) era republicano como sabemos y conectado con la ciudad. En esas condiciones, reunida la oficialidad en la sala
de banderas, anunci que Ja un idad se sublevaba declarando el estado de guerra por
la maana. Ramn Saleta -que deba ser un bon homme, bronco pero afable- le replic, respondindole e l teniente coronel con gran energa 137 . Aquello decidi la
suerte de Flandes. A pesar de ello, a la salida de la reunin, algn ofi cial comentaba
que no se sublevara para apoyar un movimiento monrquico. El comandante reti rado
Luis Rabanera, jefe del Requet en lava y refugiado por aquella noche en Flandes
(por seguridad y para garantizar una buena coordinacin militares-carlismo), le llam
(haba sido su superior en Guipzcoa) y le aclar que aquel movimiento no era monrquico, sino por Espaa 138 Entre una cosa y otra Flandes apareci unido declarando el estado de guerra a primera hora de la maana 139 . Ocasin perdi da para la Re-
135 Tal es el caso de Germn Gil Yuste (Valencia, 1866), general retirado y casado con una vitoriana,
de vacaciones en la ciudad y que iba a ocupar un papel destacado en la jerarqua militar (ser miembro
de la Junta de Defensa Nacional de Burgos y, desde 1938, jefe de la VIII Divisin Militar). Lo mismo el
teniente coronel Cndido Fernndez lchaso (Vitoria, 1879), vitoriano y hombre clave en la provincia. Se
presentaron, adems otros oficiales de menor graduacin. Tal es el caso de Jos Acedo (capitn, en 1919),
Jess Mendizbal (teniente, en 1925) y Manuel de Moli ni (teniente, en 1927); (vase Archivo GACA 52.
Documentacin Perid ica 1936).
136 Aunque posteriormente, al serle abierto expediente informativo en la Causa General (ese juicio
masivo a todo lo que qued de la orra Espaiia tras la guerra) quiso resaltar su papel en la sublevacin,
destacando que fue uno de la media docena de generales... que al frente de importantsimas guarniciones nos alzamos contra el gobierno de la Repblica (AHN.CG. 1337-2, folio 6), lo que era cierto. Pero
no lo es menos que fue llevado a ello por el teniente coronel Alonso Vega. Y, en lo que nos interesa, la
importancia estratgica que hubiera tenido una actuacin ms firme desde el gobierno civil esa tarde noche.
137 Toms Padrones, 16 de mayo de 1991 (entrevista no grabada}, teniente entonces y presente en la
sala de banderas.
138 Luis Rabanera, 19 de abril de 1991 (entrevista no grabada).
139 Antes haba sido arrestado Miguel Anitua, capitn de aitillera (posteriormente canjeado y que
jug un gran papel en la organizacin del Ejrcito Vasco) y el capitn mdico Snchez Capuchino (segn
Astilar' a, s.f.: 553) o Munet (Toms Padrones, 15 de febrero de 1991 ; este segundo testimonio no es muy
seguro), que haban mostrado su desagrado - muy ostentosamente Miguel Anitua- al ver aparecer al
emisario de Mola, coronel Ortiz de Zrate, ostentando la bandera monrquica en su coche (Toms Padrones, 15 de febrero de 1991 ).
[1 97]
pblica, que pudo haber actuado a travs de Saleta o deteniendo -con fuerzas decididas- esa tarde al teniente coronel Alonso Vega.
Los republicanos, como se sabe, estaban en ese momento reu nidos en el gobierno
civil 140 Noche de tensin, llamadas telefnicas - a Madrid, al gobierno militar- , recuento de fuerzas (Guardia Civil y la de asalto, aunque el capitn Nicols Baylin, de
asalto es remiso a la accin), tremendas dudas, son vidas humanas, discusin. Al fi nal Ja decisin de rendirse. Contraorden de Madrid. Pero es tarde, ya no se cuenta ni
con la Guardia Civil. Alonso Vega ha ganado la partida. El da siguiente deba ser la
fi esta del Requet -durante esa tarde-noche haban sido avisados todos los grupos
comprometidos. El domingo la ciudad iba a ser invadida por la aldea y el Requet.
Vitoria haba comenzado en peor situacin que Pamplona (all Mola controlaba
frreamente a los militares y haba tenido un da para anular a los republicanos), pero
ahora, tras la noche de los telfonos, la capital alavesa se aprestaba a celebrar la fiesta
del domingo que iba a suponer, como en Navarra, la gran movilizacin del Requet.
La actividad en la sede de la Hermandad Alavesa, como se sabe, no era menos
fe bril: se organizaban los autobuses, camiones, coches para el desplazamiento, la llegada, el alojamiento. A eso de las tres de la madrugada, la polica irrumpi en el edificio, buscaban armamento. Sin embargo, apenas pudieron encontrar nada 141 , y se llevaron a los presentes encarcelados (entre ellos a Jos Goi, director del Pensamiento;
Gerardo Larrea, responsable de la juventud; Moiss Armentia y su hijo; Paco Larrauri,
etctera). Al da siguiente seran liberados.
Pero no se sabe que la plana mayor del carlismo de lava estaba oculta en lugares
seguros. Luis Rabanera, jefe del Requet, se haba alojado en el cuaitel de Flandes.
Como he dicho, de ese modo gaiantizaba su seguridad y la coordinacin. Por su parte,
Antonio Oriol y su hermano Lucas, cabeza poltica del carlismo en la capital por delegacin de su padre, y el secretario de ste y de Hermandad Alavesa, Jos M." Elizagrate, estaban en el Palacio de los Verstegui. All pasaron la noche. No era el lugai ms
discreto, pero difcilmente se atreveran a buscarles all. Dudaban de la actitud que pudiera tomar el general Garca Bentez: era el factor decisivo. Pasaron la noche oyendo
distintas emisoras. A las siete de la maana oyeron misa en la capilla privada - la seora haba mandado venir al capelln paia la ocasin. Pero pronto, Isabel Verstegui,
que haba salido a misa, vuelve anunciando que en las calles se lea el bando militar142
El general Garca Bentez haba sido convencido. La ciudad poda considerarse tomada
(a Elizagrate le quedaba an hacerse caigo del gobierno civil) 143
140 El nacionalismo -o su juventud-, ante Ja oposicin del gobernador a repartir armas, decl in toda
responsabilidad (lturralde, 1966: 180 (testigo 7 [es Jos Luis de Lombana]); el Partido tuvo una actuacin ms incierta an (Pablo, l 990a).
141 Uno de los presentes (uno de los hermanos Castilla), ante las llamadas al timbre del local social
(en el 1., las oficinas y la gente estaban en el 3.0 ) cogi el armamento co110 y sali por los tejados (Galo
Pobes, 27 de octubre de 1994 -112.B-).
142
Isabel Verstegui, 17 de noviembre de 199 1 (25 .A). l . Verstegui era responsable de las Margaritas, amiga de Jos refugiados e hija de la casa, tambin pas all la noche.
143 Ese punto de vista coincide con el de Urbano Ortega (14 de marz.o de 1992 -38.B: 160-). Para
aquel joven de las Juventudes catlicas y carlista, el Ejrcito fue fundamental. Cuando ste se sum, las
cosas parecieron en Vitoria decididas. Las juventudes del carlismo en la ciudad no hubieran podido con-
[198]
Durante la noche Antonio M." Oriol haba abandonado el refugio para coordinar
al Requet de la capital, que, a las rdenes de Jaime Artola (con Javier Gau na, los
Rabanera, etc.), formaron patrullas por la calle, intentando entrar en contacto con Jos
cuarteles (haba tambin grupos republicanos en torno a stos). Tenan ya algn armamento. Buscaron a los comandantes lvaro Area y Acedo para as comunicarse
con Alonso Vega. Tambin ellos respiraron tranquilos cuando vieron a las siete de la
maana a la compaa de F landes leyendo el bando de guerra 144
2.4.1. 3.
Vitoria haba recuperado el desfase que tena respecto de Pamplona (o eso pareca). Si en Pamplona ese mismo dom ingo se haba iniciado con la lectura del bando
de Mola, en Vitoria la compaa a las rdenes del capitn Tapia lea e l bando de
Alonso Vega, la capital estaba controlada y los republicanos organizaban la huida o
se quedaban en sus casas, la gente, como en Pamplona, acuda a las mi sas del domingo muy de maana y se informaba sobre Ja situacin. Y, lo que era ms importante, pronto comenzaran a llegar los requets alaveses, el campo y sera la ocupacin plena.
Los encarcelados salan a la calle 145 y las oficinas de la Hermandad Alavesa volvan a tomar el pulso a la situacin. Se comenz por ir organizando la salida de los
autobuses intervenidos y camiones del ejrcito (previsto por Luis Rabanera en coordinacin con Alonso Vega) 146 . Las noticias eran buenas en los cuarteles y los nimos
entre los insurgentes eran los mejores. Haba que tomar el gobierno civil y luego hacerse cargo de las instituciones.
trolar la calle. Como ocurri en San Sebastin, los cuaiteles hubieran quedado bloqueados (eso opina el
comunicante).
144 El armamento inicial lleg y se reparti en el Crculo hacia ls 1Ode Ja noche del 18. Eran fusi les. Uno de los hermanos Rabanera se hiri en el Crculo con el fus il. Y hacia las 11 Jos que vinieron a
visitarle a casa (tras pasar por el hospital) tambin llevaban fusil (Luis Rabanera, 14 de diciembre de 1993
- 108.A: 070-). Resto del relato Urbano Ortega, 12 de marzo de 1992 (38.A: 190).
145
Entre ellos dos jerarcas falangistas detenidos en Vitoria: Agustn Aznar (quien encabezara en 1937
la faccin anti-Hedi lla) y, tal vez, Nieto. Fueron a comer a casa de los Pobes (el propietario de Labastida), llevados por Ricardo Zulueta, yerno de don Jos Mara. Luego se dirigieron a Hermandad Alavesa,
donde se diriga todo el mundo, y desde all al frente dirigiendo la Primera Centuria de lava (Luis Rabanera, 14 de diciembre de 1993 -108.A: 050- ; Jos M.' Pobes,julio de 199 1 - 11.A: 220).
146
Luis Rabanera, 14 de diciembre de 1993 ( 108.B : 235). Se intervino al menos la Compaa de Automviles de lava (de Gregorio Santamara, afn a la CEDA, y famil iar de Rabanera) con 12 autobuses
en 1940 (probablemente los mismos en 1936 ya que reali zaba los mi smos servicios: a Bveda, Eibar, Laguardia, Bernedo, La Poblacin y Logroo). Adems residenciaban en Vitoria: La Vitoriana y Julio Uribe,
con dos autobuses, e Hijos de Zugaza, Francisco Ruiz y Lucio Uriarte, todos con uno. Es seguro que todos
ellos fu eran intervenidos. De hecho el autobs de Santiago Salazar -que haca la rnta Puentelarr-Bilbao, residenciado en la primera- estuvo todo julio al servicio de Flandes recogiendo gente en la zona de
los Valles de Valdegova (Antonio 0 1tiz de Anda, 3 de diciembre de 1990 -4.A: 165-). Haba autobuses, adems en Aramayona, Arceniega, Santa Cruz de Campezo y Lagrn. Otras rutas las hacan autobuses residenciados en Bilbao (Acha), Pamplona, Orozco, etc. Los datos de los autobuses en AHPA. INE. 19.
[199]
Jos M.'1 Elizagrate, tras pasar la noche en el Palacio Verstegu, pas por casa
ele su madre (calle San Floricla) 147 . Slo el Parque ele la Florida (un vergel tpico
del xrx) le separaba del gobierno civil. Durante la noche el parque haba estado protegido por fuerzas de asalto (an estaban all). Pero a esas horas el relevo estaba pactado. Cogi un rosario (que lo llevara en el bolsillo de la chaqueta mientras rezaba
camino del gobierno civil) y, junto con Enrique Vallejo (ele la Junta Provincial carlista), Guillermo Elo (RE) 148 y alguna fuerza del requet, se hicieron cargo del eclificio149. Oficialmente el secretario del gobierno, Pedro l.Jan1as, pas a ser su titular.
De hecho, Jos M. Elizag-rate ejerci con10 taJl 5. Al anterior gobernador se Je pcr1niti salir en taxi hacia Bilbao.
De la Diputacin se hizo cargo el teniente coronel Cndido Fermndez Ichaso
porque se estilna[_ba] que colocar all a cualquier persona civil hubiese dado lugar a
consideraciones de tipo partidista (slo se1nana y inedia despus, 30 de julio, ser
nominado el pleno) 151 De la alcalda se hizo cargo Rafael Santaolalla (empresario independiente, candidato a la alcalda por la derecha en las seudoeleccioncs municipales del 12 de abril, y amigo de Guillermo Elo 152 ). Los militares convocaron a Toms
Alfaro quien, a solas con Santaolalla (y con el periodista Venancio del Val como testigo) hizo entrega del bastn al nuevo edil 151 .
Las instituciones haban sido controladas sin dificultad. La ciudad estaba tomada.
Pronto iban a ir llegando los requets de los pueblos.
Su recepcin haba sido preparada como lo fue la de los requets navarros. La
inisina escenografa, las nsnu1s palabras y sentin1ientos, la 1nis1na exaltacin del espritu sano y abnegado dispuesto al sacrificio por la Espaa catlica, las 111isn1as es-
[200]
cenas e1notivas. Hijos del pueblo --se deca de ellos-, jvenes del catnpo que abandonando sus faenas de siega y recoleccin ... dejaban las 1nontaas, su puado de tierra, su iglesia, su hogar... lpara] ofrecer su vida ... [,en esta] nueva Cruzada de la I-lispanidad154. l~ran de nuevo los honrados aldeanos-carlistas quienes iban a recuperar
a Espai'i.a con10 reino de /)ios. El ca1npo que iba a ser recibido con entusias1no por la
ciudad. Pero ta1nbin proletarios o intelectuales. En las casas de la clase n1edia de Vitoria se repetan las escenas descritas por Jain1e del Burgo para Parnplona 155 : e1110cin cristiana y evocacin de las pasadas guerras (y cierto arrojo caballeresco). Era el
caso de la casa de Urbano Ortega -un chaval an de las Juventudes Catlicas- quien
recordaba el gran dolor de su madre al verle partir. Pero tambin ella era la hija de
un carlista, ta1nbin haba nuunado aquel espritu. De 1nodo que entenda que su hijo
saliera a defender a l)ios, y le observaba con orgullo 156 .
Aires de la calle. Arornas de la aldea -se poda leer en una crnica de urgencia escrita aquellos das-, que son aromas de Espaa. Ah ves lector desfilar al hombre de Espaa ... En su marcialidad no muy seguros -era el pie de una foto en que
se vea a un grupo de unos cen requets, entrando en Vitoria a pie con pretensiones
de 111arcialidad, pero en colu111na desordenada y pintoresca-, pero en su bravura y
decisin ... son estan1pa de la reciedu1nbre espaola. Aventajan en eficiencia al seoritillo vicioso y podrido de la urbe. El agro alavs sano y honrado ha vencido en buena
lid a la frivolidad y a la vida ciudadana fcil y mendosa 157 . Esto ltimo, escrito por
un seHoritillo de la urbe, con10 era el periodista autor de Ja crnica, hacia finales de
agosto o pri1ncros de septien1bre, denota una desazn, un rencor hacia la urbe que no
era detectable en Pa111plona.
Aparente111ente todo estaba controlado: las instituciones, la calle y la voluntad de
la ciudad una vez anulados Jos republicanos. Sin e1nbargo, el propio do111ingo 19 de
julio un carlista (Castilla, el 1nis1no que haba huido durante la noche de la Hennandad) tena que deshacerse de su pistola tras la 1nisa de siete en la parroquia de San
Miguel (la dej en el confesionario del prroco) por temor a los municipales que hiba en el exterior de la iglesia (actuaban co1no polica cvica?). Para entonces ya se
estaba leyendo el bando por la ciudad 158
Incluso an se tema por el cuartel de Artillera. A lo largo ele la maana desde
Hermandad Alavesa se enviara al joven abogado Jos M.' Pobes (de RE; hijo del que
fuera diputado provincial con Pritno de Rivera) con algn otro con1paero para que hablaran con los oficiales de Artillera para forzar de ese modo la situacin. No haba
ocurrido nada. Alguien les elijo desde el cuartel, que Jo dejaran, que todo iba bien 159
Pero, aun siendo los 111ilitares claves para el control efectivo de Vitoria, quienes
iban a i1nprin1ir carcter al 111ovi111iento insurgente, quienes iban a dotarle -y le do-
15
"
155
isr,
1s 7
15 ~
159
[201]
160
Garca Albniz, 26 de enero de 1987 ( l .A); Luis Rabanera, 14 de diciembre de 1993 ( 108.A: 070);
Urbano Ortega, 12 de marzo de 1992 (38.B: 020); Jos Briones Barreiro, 10 de enero de 1992 (26.A:
140); Isabel Verstegui, 17 de noviembre de 199 1 (25.A: 007); Julio Orive, 14 de enero de 199 1 (28.A:);
Manuel Martnez igo, 14 de enero de 1991 (29.A:); etc.
161
Rivera, 1992: 27.
[202)
joven que se escapaba y les responda con una pistola 162 Hubo un malentendido con
los de asalto, y se les escap. El Requet no estaba armado (al parecer los mi li tares
se resistan a darles armamento, queran garantas de ser la fuerza prevalente en la
ciudad, y an no controlaban el gobierno c ivil). De modo que les toc hacer patrullas
con palos y porras de plomo. Tuvieron que emplearse en ms de una ocasin, sobre
todo en el casco viej o y en la calle Dato 163.
Por su parte, los falangistas -un grupo muy reducido 164- , se dedicaron a tomar
el edificio de telgrafos, ocupar la fbr ica de e lectr icidad y a recorrer las tabernas de
los barrios populares deteniendo a la gente y hacindoles gritar arriba-espaas 165 .
Deban hacerse notar. Pronto ocuparan la rotativa y la redaccin de La Libertad y
controlaran Radi o Vitoria, con claro apoyo de los militares - buscando contrarrestar
al carlismo.
Hasta tal punto era malo el ambiente que los Requets encontraron en Vitoria que
esa misma tarde hacia las ocho, al difundfrse el rumor entre la gente que paseaba por
la calle Dato de que llegaba un camin con armamento a la sede de Hermandad Alavesa, intentaron asaltar sta. La defendieron los guardias de asa lto abriendo fuego sobre los manifestantes (sin causar vctimas) 166. El intento no fue serio pero la diferencia con la situacin de Pamplona ese da era palmaria. A esa hora se preparaba en
Pamplona, en un ambie nte de despedida, emocin y con gran asistencia de pblico,
la columna que marchara sobre Madrid (vase Tercera Parte).
2.4. l.4.
De La crispacin al fro
se era e l estado de cosas en Vitoria. Y el lunes se presentaba como un pulso entre los bandos enfre ntados: los sindicatos, reunidos el domingo en la nueva casa del
dirigente de la juventud republicana, Antonio Buesa, en Prado 2, haban convocado
una huelga para el da 20 lunes. Se nombr un comit de coordinacin pero no tuvo
ninguna operati vidad 167 La huelga, a pesar de la militari zacin y de la desarticulacin de las centrales, se hizo. No fue masiva, pero s apreciable a tenor del nerviosismo que poda detectarse entre las nuevas autoridades. Par en parte la Meta (Aj uria, S.A.), la mayor empresa de la ciudad, ninguna de las dos rotativas de la ciudad (de
162
[203]
La Libertad y el Pensan1iento 168 ) funcion, no se hizo pan y las tiendas pern1anecieron en parte cerradas. Hubo escasez de algunos productos aliinenticios (agravado porque el norte de la provincia, Guipzcoa y Vizcaya dejaron de sun1inistrar leche, huevos y pescado 169 ). Sin en1bargo, los convocantes, una vez convocada la huelga el
do1ningo o bien haban huido o trataban de pasar desapercibidos (con lo que el niovinento perdi in1nediata1ncnte consistencia) 170 . J_,as nuevas autoridades no lo fiaron
al azar. Las a1ncnazas y los despidos vinieron en seguida. El propio da 20 un extraordinario del Pensan1iento Alavs inclua una nota apcrifa de los convocantcs de la
huelga desconvocndola (fl lo que habra que afiadir dos colu1nnas ntegras de a1nenazas del gobernador civil). l~as a1nenazas continuaron durante los das sucesivos.
An el 25 de julio el Bar Aquariun1 pennaneca cerTadorn. Algunos derechistas de la
ciudad se quejaron de que la actuacin policial no fue suficientc1nente contundcntc 172 .
La tropa con1enz el 1nis1no lunes a realizar alguna descubierta hacia Villarreal.
Desde el 1nartes 21, a la vuelta de la colurnna al anochecer, se organizaba un fuerte
recibi1niento con banda de n1sica incluida. Se utiliz para a1nedrentar a los huelguistas, y crear cierto atnbente en la ciudad 173 .
Sin embargo, este segundo objetivo no debi lograrse a satisfaccin. El 25 de julio, sbado, era fiesta 1nayor en Vitoria (co1110 en 1nuchas ciudades con un hinterland
agrario). Era da de Santiago. Ese da se organizaba la Feria en el Mercado de Ganados (en la calle Francia, tras la Casa de la Misericordia) y la de aperos y maquinaria
de labranza entre el Mercado de Abastos, la plaza de Correos y la Cuesta de San Francisco. Era uno de aquellos das en que cada afio la aldea se encontraba con la ciudad.
Vena 111uchsin1a gente y la ciudad adquira ese tono bullicioso y ani1nado de una localidad mediana y muy concurrida.
E! Pensa111ie11to hizo una tirada exrraordinaria en fonnato pequefio y con cuatro pginas de dis~
tribucin 1nuy lintada (debo el cjen1plar a la atnabilidad de Santiago de Pablo).
169 PA, 21, 23, 24, 25 de julio de 1936.
17
Co1no el propio Buesa, ani1nador de la huelga, que se ausent en Arcchava!eta, a pocos kil1netros de Vtoria, en el casero de sus padres, o la gente de Ja CNT que huy con10 pudo hacia Guiptzcoa;
Eduardo Lafuente, gestor provincia!, huy en un coche de !a Diputacin hacia Bilbao el mismo da 19.
Es obvio que Ja direccin poltica de los republicanos haba dado la situacin por totahnente pcrdicl<1. Antonio Buesa, 13 de enero de 1987; Jos M. Pobes, julio de 199 l ( 11.A: 380); ItmTaldc, 1966: 175 (testigo 5). Por su parte el PNV (vase lturralde, 1966: 172-3 -testigo 5-) n1antuvo ese do1ningo una reunin en Urquiola (aprovechando que eran las fiestas de Ochandiano, el alboroto y la auscncil an de
frentes). Ton1aron parte por e! Araba BB Julin Aguirre, Santiago Paga!de y Guincrsindo de Miguel; por
el Bizkai BB Juan Ajuriaguerra y Jess Solaun y decidieron suscribi!' !a postura del BBB de 1nantencrsc
al n1argen del conflicto aun respetando Ja legalidad republicana (la nota del BBB era algo n1s contundente, aunque las explicaciones dadas por Ajuriaguerra a Fraser -J 979: I, 66-- y la actuacin prctica
del PNV hasta el 1 de octubre, en que se concede el Estatuto Vasco, es ins congruente con !o aqu expresado). Esto explica tainbin Jos intentos de Elizag<ratc desde el gobierno civil de negociar con el PNV
de Bilbao a travs de Javier Landburu, las notas, etc. (explicadas por Pablo, 1990a; que, sin embargo,
ignora este detalle). Lo1nbail<I fue muy crtico ins tarde con algunos de sus co1npafieros de partido (ltuJl'alde. 1966: 182-185).
171
PA, 25 de julio de 1936. Al parecer por un probleina laboral, con lo que las autoridades le con1ninaban a abrirlo.
172
Jos M. Pobcs, julio de 1991 (1 J.A: 380).
173
Jos M." Po bes, julio de 199 J ( 11.A: 380).
168
[204]
En aquel julio de 1936 se organiz Ja fiesta por todo Jo alto: deba reproducirse
el cli1na que en Pa1nplona se haba producido el do1ningo anterior. Se quera que recobraran su tradicional solen1nidad. Se organiz una 1nisa sole1nne en la iglesia Catedral presidida por el obispo Mateo Mgica, con predicacin del cannigo Luis Miner y asistencia de todas las nuevas autoridades. Hubo 1nisas, ade1ns, en la Parroquia
de San Miguel, en el Hospital de Santiago (presidida por el alcalde), en la Iglesia del
Carmen, y el Cuartel de Caballera celebraba un gran banquete. Como colofn se celebr un desfile del Requet en la calle Dato presidido por el general Cabanellas. Se
trataba de producir aquella 111agia que fundiera el carnpo y la ciudad en su propio centro neurlgico. Y en efecto desfilaron el Requet, las Margaritas, la Falange, fuerzas
del Ejrcito, etc. Hubo colgaduras y banderas en los balcones, mujeres aplaudiendo
y gente en las aceras contetnplando el desfile. Pero la presencia popular debi ser escasa (de hecho puede verse en las propias fotos de la prensa del da), hasta el punto
de provocar co1nentarios negativos por parte del general Cabanellas. La Feria ta1npoco debi estar 1nuy concurrida 174 .
l,a 1nagia no haba funcionado. Y tan no haba funcionado que por la tarde se produjeron los incidentes 1ns graves hasta ese da. Para celebrar la fiesta, los requets
tuvieron penniso de salida por Ja tarde 175 Y, co1no es natural, gente del catnpo con10
era se acercaron a la J:<eria. f~'ue el da que nus ruido hubo recordaba Jos Briones.
I-laba gente por los bares que al identificarles co1no requets les co111enzaron a insultar ( requets, hijos de puta) y ellos respondieron con palos. Aquel incidente en
la zona de la Cuchillera no lleg a tnayores porque intervino la polica tnunicipal
(que no nos haca caso tan1poco ... All estaba todo rnuy oscuro). Los n1unicipales
se lin1itaron a separar a los grupos sin detener a nadie 176 . Aquello les pareci excesivo a quienes haban salido de sus casas a restaurar el Reino de Cristo en Espaa.
Otro incidente similar se produjo en la calle Francia. Tambin all insultos, golpes y la actuacin neutral de los 111u1licipales.
Algunos se tranquilizaron tras saludar a otra gente del pueblo en la Feria del Ganado.
Otros decidieron que deban poner fin a aquella situacin: exigieron a Don Luis
(as le llamaban pues eran de Labastida, corno Rabanera, el responsable del Requet)
que les dieran armas inmediatamente bajo la amenaza de marcharse a casa. Les res-
174
[205]
pondi que no dispona de ellas. Pero, tras hacer algunas gestiones, trajeron un buen
nmero de ellas que estaban depositadas en abundancia en el Cuartel de Santa Teresa
(estaban hasta engrasados y preparados) 177 La amenaza de los requets debi hacer
recapacitar a los militares --que, por lo dems, ya para esa fec ha se haban hecho con
todos los resortes de l poder prov incial al ser nombrado Gil Yuste gobernador.
El desencue ntro no poda ser mayor. Los insurgentes de Vitoria se mi raban en
Pamplona pero no encontraban la clave que acercara a aque lla fra c iudad al bando
de los sublevados. El 22 ct,e j ulio haban aparecido por Vitoria unas hojas volanderas
en las que poda leerse: Navarra, la Covadonga de este arrollador movimiento; lava
la siempre encendida leal, etc. 178. Pero el 4 de agosto volva a aparecer aque llo de
lava est respondiendo ... Es n icamente Vitoria la que constituye excepcin dicho por e l gobernador civil Fernndez lchaso. Y el 24 de agosto aque l acto grotesco
y bufo presidido por Milln Astray. Vitoria segua mostrando desafeccin y apata
ante aquella insurreccin contra la Repbl ica - por mucho que vociferara el general
legionario hablando del ardor de los vitori anos.
2.4. 1.5.
117 Los relatos se basan en Jos Briones Barreiro, 10 de enero de 1992 (26.A: 350); y lvaro Daz
Barredo, 2 1 de agosto de 1989 (3.A).
17
PA, 22 de julio de 1936.
179
Junto con Teodoro Gonzlez de Zrate, ambos de IR y alcaldes de Vitoria durante la Repblica.
180
Sobre el vigor de la cultura pamplonesa vase Ugaite, l 995a: Tercera Parte.
181
Que pasaba en aquellas fechas por ser uno de los mej or formados en el pensamiento 1radicionalis1a en Vitoria, luego director en varios peridicos, hasta que recalara en Vitoria como di rector del Pensamiento Alavs ( 1952- 1968) y fi nalmente del Non e Expres hasta su cierre. Carlista y foralista convencido --demostrada durante el franquismo-, uno de los promotores de una solucin foral-alavesa durante
la Transicin.
[206]
nieves perpetuas 182. Literatura aparte, Garca Albniz saba lo que deca -aunque
en aquel momento le tocara exaltar todo lo que partiera de las autoridades insurgentes.
Ese tono general de media tinta, de respeto a ciertos modos cordiales de hacer
poltica 183 parece haber presidido buena parte del clima poltico de Vitoria en ese momento dramtico para la ciudad y para cada uno de sus miembros (porque tampoco
e l caso de Vitoria es equiparable a la resistencia dura que ofreci San Sebastin a los
sublevados o la rpida restauracin de la legalidad que se produjo en Bilbao aquel 19
de julio, obviamente, no hubo resistencia activa).
Los ejemplos de esos modos cordiales (por entendernos) podan multiplicarse (en
ambas direcciones). Slo har una referencia a ellos para no apartarnos de asunto que
nos interesa (ethos local y relacin campo-ciudad).
Junio de 1936, el propio Toms Alfaro condena en su diario la huelga general
del 25 de mayo de 1936 184 como parte del momento catico exterior que se padece 185 .
El 17 de julio de ese ao, a propuesta del nacionalista Fernndez de Trocniz, el ayuntamiento aprueba una protesta por la cadena de asesinatos que padeca Espaa y que
haban culminado con el de Calvo Sotelo. Al ser atacado por ello Fernndez de Trocniz por sus correligionarios del diario Euzkadi es defendido por e l diario car lista
(lo que es lgico) porque el edil nacionalista haba presentado la mocin por ser vitoriano de pura cepa y catlico 186. He hablado de las reflexiones de Toms Alfara
sobre el oasis vitoriano el propio 19 de julio. No hay una defensa cerrada de un rgimen. Prevalece en todos los casos la idea de la paz y la tranquilidad que debe presidir la vida ciudadana de Vitoria, que, se supone, es un hecho frente al caos general
(de modo que cualquier manifestac in de ese caos, como la huelga, es ajena a la ciudad; o en la noche del 18-19 la prioridad era salvar la paz ciudadana, frente a otras
considerac iones como eran las democrticas, la legalidad, etc. - no frivolizo).
Tras el 18 de julio la disposicin, e n sentido inverso, va a ser la misma. El alcalde
recin nombrado, Rafael Santaolalla, pedir el indulto para seis condenados por consejo de guerra a los diez das de producirse la sublevacin 187 , y se enfrentar al propio Mola por la decisin de asesinar a 16 hombres representativos de la ciudad para
preparar la ofensiva sobre Vizcaya el 31 de marzo de 1937 (encabezando una verdadera ola de indignacin en Vitoria por el suceso) 188 A pesar de e llo, y de contar
183
(207]
con la ene1nistad del Delegado Provincial Alfonso Sanz 189 , se n1antendr inintcrru111pidamente en la alcalda hasta 1941 (fecha en Ja que cesa por encontrarse enfermo de
gravedad). Las iniciativas a favor de la libertad o la reposicin en sus funciones de
represaliados por parte de industriales y profesionales de la localidad sern nu1ncrosas190. 1.a vida en la Prisin Provincial de los detenidos polticos, hasta la visita de
Milln Astray, era relativa1nente apacible, buen trato, con nun1erosas visitas -incluso
de correligionarios- y entregas de co1nida 191 . Co1110 en otras partes, aquellos que no
queran presentarse a filas, huan. Pero si eran detenidos, el teniente Unibaso, tras reprenderles, les soltaba (pa1~~ alistarse naturahnente). Fue, obvia1nente, sustituido 192 .
I... a Co1nisin Provincial de Incautacin de Bienes incaut n1enos en Vitoria que en
cualquier otro punto ele la proviucia (siendo como era Vitoria el lugar donde mayor
nmero de republicanos haba). Slo puede explicarse por la accesibilidad que tenan
los de la ciudad a aquella co1nisin 193 . Incluso, entre otros n1otivos, el proyecto n1s
militante iniciado por el tndem Eladio Esparza (que fuera subdirector del Diario de
Parnplona), Jos M. Elizagrate fracas por la tensin que generaron en la ciudad sus
n1todos expeditivos en los no1nbra111ientos y destituciones de cargos (tras una protesta de la Cmara ele Comercio) 194 .
En aquella situacin dra111tica de guerra civil hubo 1nuchas iniciativas hu1nanitarias en cualquier lugar del pas en que nos qucra111os situar. No se trata pues de sealar la existencia de casos as. Slo se pretende aqu subrayar el peso institucional
que aquella cultura de la conlialidad (por entendernos) tuvo en la vida poltica de la
ciudad en aquel momento.
Por lo dems, Vitoria no estuvo exenta ele la brutalidad personal 195 (no aceptada
por la opinin pblica) e incluso ideolgica 196 que presidi Europa en aquella entreguerra (de la que la guerra espaola adopt, en parte. sus modos) 197
Bien, ste sera uno de los componentes ele aquella.frialdad vitoriana que observaban los ins entusiastas entre los sublevados: se prefera la tranquilidad local, san-
189
ADFA. DA,
[208]
cionada por el ethos local, a actitud nlilitante que exiga el nuevo Estado de sus partidarios. Pero esto no contrasta con Pa1nplona, donde ta1nbin se participaba de esta
idea de la ciudad con10 una gran .feunilia bien avenida.
1-Iaba aden1s otro con1ponente -que tratar de diseccionar en el prxin10 apartado. Se trata del rechazo al can1po 198 -tal con10 lo he definido 1ns arriba-, y por
tanto al carlisn10 en sus fonnas 1ns n1ilitantes del R.equet, que qued incrustado en
el ethos ciudadano de Vitoria en el trnsito hacia la ciudad del xx que entonces era.
La pervivencia actualizada del rechazo al ca1npo que se dio en el x1x, precisa111ente
por la paradoja de haber roto en su autoin1agen con los 1nodos sociales del x1x y construido su identidad (que an se precisaba, ta1nbin en Vitoria, por el 1nbito local en
que se daba la vida social) n1s acorde con los 1nodos urbanos cosn1opolitas y progresivos (en con1paracin con Pa1nplona) propios de las ciudades del xx. Vitoria pretenda tirar de su provincia antes que sun1ergirsc en (o recibir a) ella.
2.5.
l~n este apartado no repetir lo que ha sido expuesto en extenso por Antonio Rivera y narrado con detalle por Ton1s Alfaro (a ellos 1ne renlito) 200 . Slo e1nplear
aquellos aspectos que interesan a la lnea argun1ental del estudio.
l~n una pritncra aproxiinacin, Pa1nplona y Vitoria en los aos 30 de este siglo
eran dos ciudades se1nejantes. Unas ciudades pequeas (en torno a cuarenta niil habitantes an1bas), de lento creci1nicnto dc1nogrfico hasta esas fechas, con una industrializacin tarda y escasa (industrias pequeas y gran nn1ero de talleres) y especializadas con10 ciudades de servicio a la provincia. Ciudades del norte, distantes
apenas 93 kil1netros, capitales de provincias forales y parte de ese conglo1nerado que
en la poca se llan1 Pas Vasco-Navarro. Dos ciudades, por lo derns, construidas
en pleno ca1npo en expresin de Alfaro201 No eran reahnente tan diferentes en su
9
l .'!
199
[209]
2.5. l .
Vitoria en el siglo XIX, como Pamplona, formaba parte de una serie de pequeas
ciudades que, aun siendo en buena medida agrarias (Vitoria menos2 3), haban organizado sus signos de identidad material en la limpieza ciudadana (caos, alcantarillas,
trada de aguas, higienizacin y cementerio exterior), la alameda arbolada al estilo
fra ncs (la Senda y Fray Francisco) o el parque (Florida), el adoqun ptreo y las aceras de baldosa204 . Como en las otras, tambin en ella se haba desarrollado una vida
corts con tertulias literario-musicales en las casas de los Verstegui o los lava, bailes y saraos (especialmente distinguidos los que se daban en el Saln de Corte de la
Capitana General) y encuentros en casinos y cafs. Como heredera del ambiente
ilusuado se venan publicando peridicos como El Lirio, El Porvenir Alavs, El Fuerista o el satrico El Mentirn. A aglutinar todas aquellas voluntades vino El Ateneo (1866), creado con participacin del gobernador civil, el alcalde y la buena sociedad vitoriana y animada por el activo crculo cultural de la ciudad. A ese crculo pertenecieron los Becerro de Bengoa, los Herrn, los Manteli, los Roure, Egaa, Velasco,
202 Como contest a esa pregunta Jess Olaizola 11 de octubre de 1994 (carlista, vitoriano, oriundo
de Zarauz y Bilbao y partcipe del ambiente cultural de Vitoria y el Pas Vasco de la poca, amigo de Jos
Antonio Aguirre, hermano de destacados nacionalistas, etc.).
203 El municipio de Vitoria contaba, adems de con la propia ciudad con 47 pueblos (vase Nomenc/aror, 1939: 16) donde se concentraba la gran masa de labradores, con lo que siempre hubo la tendencia
a la segregacin espacial entre las aldeas del alrededor, habitadas por labiiegos, y la urbe ms inclinada a
la artesana y el comercio (lo que no quita para que en su interior hubiera huertas y algunos animales).
204 A pesar de la estrechez y suciedad de las calles del casco viejo, Herrera, Zapatera y Cuchillera
y los cantones que las unan, con sus fuentes pblicas y pozos negros que en ocasiones mezclaban sus
aguas (vase Rivera, 1985: 27-33). Tambin eso era la ciudad, pero la ciudad fea frente a la bonita, como
dira un viajero del pasado siglo. Despus de todo la suciedad aldeana era la derivada de los excrementos y los detritos naturales, que en Vitoria eran menos frecuentes (vase Fernndez de Rota, 1993).
[210]
Moraza, Ortiz de Zrate, Apraiz, Arrese o Iradier (quien promovi la famosa La Exploradora, impulsora de las expediciones a Guinea). Era pues Vitoria con su Universidad (temporal), Instituto o Seminario, el mundo ilustrado en el que se miraba la burguesa agraria de la provincia (como los Caedo, productores de vinos en Labastida,
o Rodrguez Ferrer, propietario de unafisiocrtica granja en Larrabea, Villarreal 2 5) .
Una ciudad en que era habi tual el transitar de los escuadrones o las bateras militares; habituada al cornetn y a la banda de msica militar que deleitaba los domingos. Que viva con la parsimonia de las sociedades sin reloj y a la velocidad de las
tartanas y diligencias, con los aromas y sonidos naturales de su entorno campestre,
sus tabernas, fondas y paradores, y sus paseos por las arcas de la Plaza Mayor (o
Nueva) que describen Jos viajeros romnticos2 6 .
En la que, con sus menos de veinte mil habitantes, se haban desarrollado las habituales relaciones comunitarias de las sociedades tradicionales con su igualitarismo
jerrquico, su re lacin face to face, sus identidades y utopas comunitarias, sus representaciones corporadas, etc.; y donde el proceso desamortizador haba abierto nuevos espacios y destruido la beneficencia, luego reconstruida en torno a las instituciones municipales como eran e l Hospital de Santiago, la Maternidad o la Casa de la
Misericordia 207 . Y tambin donde exista aquello que la lite gustaba llamar pueblo
bajo, que encabezada por turbios agitadores poda generar un motn por cualquier
insignificante motivo2 8 .
Y tambin, como ocurri con otras ciudades de Espaa, plaza sitiada reiteradamente por el carli smo (en ambas guerras), a donde acudan los acomodados de los
pueblos huyendo del carlismo, donde tena su asiento e l ejrcito liberal. Ciudad que
en vari as ocasiones, como ocurri con la Pamplona del xrx, se sinti aislada del resto
de Espaa y rodeada por la aldea 209 . Una ciudad, pues, que en su imaginario dominante, como otras de l x1x, identific lo rural con la incultura, la reaccin y e l carl ismo.
En cuya mentalidad carlismo era sinnimo de aldeano y ste de patn (aunque los labriegos vivieran en la propia ciudad, como ocurra en Pamplona). Con una lite que
apost por un li beralis mo conservador, por el fueris mo, el Convenio de Vergara, y, en
la Restauracin, por Alfonso XII.
Liberalismo y antirruralismo, como otras ciudades de Espaa. Pero que, aun teniendo esos e lementos comunes, los ignoraba y viva -como todas las dems, por
otro lado- hacia dentro (las comunicaciones no permitan otra cosa). Tena sus propios elementos identificadores como el Palacio de Montehermoso o el de Yillasuso,
la plazuela del Machete o los restos de la Puertas de la ciudad; la Florida, e l Prado y
el Mineral, el pozo de la nimas y el paseo del cuarto de hora (ms tarde), rincones
emblemticos de la ciudad; el Mentirn y Casa Menda, sus patricios ilustres y su
205
Alcarraz, 1879.
Iribarren, 1950 .
207 Col y Goitia, 189 1.
208 Las c ursivas son de Toms Alfaro (195 1: 346-347), republicano como sabemos, pero que participaba de aquella cultura de la lite que le hara tambi n representante insigne del vitorianismo.
209 Alfaro, 195 1: 345-347.
206
[211]
ho1nbre culto y caballeroso (Marqus de la Alatneda); la annera de Areitio o la sastrera de Mgica; las tertulias de gente distinguidsirna, sus proho1nbrcs locales de los
que se alardeaba (Joaqun de Sarasua, Pedro Egaa, ()rtiz de Zrate o Becerro) y sus
Glorias Babazorras, poema localista escrito por ngel Albniz (padre de Isaac); Peruchico o Ajo, personajes populares de la ciudad descritos por su apodo, o el nJ.inistro Usabel (alguacil o corchete 1nunicipal) persiguiendo a los chavales y el escachapobres con su son1brero hongo y la chapa de cobre, s!nbolo de autoridad; la Parroquia
de San Miguel y la Virgen Blanca; dianas y retretas, vsperas, 1naitines, ngelus y oracin21. En fin, todas ellc.S slidas instituciones locales que daban personalidad a la
ciudad sin necesidad de otra definicin discursiva (co1no a f>a1nplona el Mirador de
la 'faconera211 , el H.edn, la casa de los Cannigos, San Cernn y sus can1panas, la E.stafeta, el terrible 1ninistro Gonzaln, el sastre Viva el A1nrJ1; la Ciudadela, la confitera Poinares, el barquillero de la calle Barquillera, San Fennn o la Plaza del Castillo). Eran, pues, aquellas ciudades construidas sobre una tran1a de stnbolos y
alegoras (que van de las referencias urbanas a los poetas locales o situaciones pintorescas), sie1npre populosas, llenas <le vida y que constituan todo un inundo en s 1nis111as, un inundo patricio y fa1niliar, alegora del carcter propio.
sas eran las ciudades del x1x: tan particulares que parecan cortadas por el inis1110
patrn -pero slo para un observador actual. Ciudades con una cultura tout court,
propia y singular para los conte1nporneos, en que cada una tena desde su propia jerigonza (acento se dijo) 212 , su 1nodo de vestir (con sus claras jerarquas) y hasta sus
aro1nas propios.
Sin e1nbargo, aquel n1unclo fue desapareciendo con la aparicin de las nuevas
identidades y lealtades nacionales, la diversificacin econmica de las ciudades y la
estructuracin clasista de los nuevos tiempos 213 . Aquel proceso fue prolongado en el
tie1npo y tre1nenda111ente variado en sus fonnas. Entre las ciudades, no todas se integraron en esa cultura global (Pamplona no, como sabemos). Y aun en los casos en
que pueden detectarse culturas locales proyectivas, no todas estuvieron en condiciones de integrarse con plenitud en el circuito urbano internacional (ni aun en el nacional, su ta111ao se lo in1peda). Tanto 111s cuando, con10 en Espaa, no exista un
fuerte polo de referencia de la nueva cultura urbana (que debiera haber sido Madrid).
Alfaro Jo dice con precisin: tern1in la historia genuina de Vitoria cuando sus
Fueros se perdieron [ 1876]; cuando otros usos y costun1bres invadieron su 1nbito;
cuando confundida con el inundo, dej de ser ella 1nisn1a y troc su n1atiz caracters-
210
Obtengo buena parte de !as referencias de ngel Apraiz, Eplogo a Alfaro, 195!: 637-649; y
Alfaro, 1987: 61-62.
211 Al que Baroja ( 1981: l 30) se empefa en llainar miradero, en un cultismo impropio de l.
212 Para el caso del Bilbao viejo y sus jerigonzas recogidas en la literatura costutnbrista, vase Juaristi, 1994.
213 Vase en Salvador Giner (1994) algunas reilexiones en este sentido (aunque son 1ns sociolgicas que histricas). Tatnbin Gellner (1989) aborda en parte estas cuestiones. Sobre Ja progresiva penetracin por la va de la 1nodernizacin 111aterial de los valores de! inundo n1odcrno-nacional en 1ncdios
con1u1Iitarios con10 era el inundo rural francs antes de 1914 vase Eugen Wcbef ( ! 983).
[212]
tico por el que el mundo le prestaba 214 . Aparte del sobredimensionamiento del valor de los fueros, la percepcin es correcta y clara: se perda identidad en la abstracta
ciudad 1noderna, parte de una red de ciudades iguales unas a otras y en las que las seas de identidad con1enzaban a ser las de la opcin poltica, la nacin, etc., n1ientras
esas pequeas ciudades se diluan, perdan peso al perder especificidad.
Hen1os visto el caso de Pa1nplona, una ciudad en la que la vida social era an en
buena n1edida local y con re1niniscencias co1nunitarias en los 30, y que, por su particular desarrollo (sin solucin de continuidad), cre una fuerte y singular cultura que
progres proyectndose hacia el pasado (al que he lla1nado ethos nostlgico o rctrospectivo215).
Vitoria, con un desarrollo distinto, crear una cultura local (pues con10 Pa111plona,
su vida social era local y en parte con1unitaria) ta111bin distinta216 .
La clave de esa evolucin, entiendo que divergente, de a111bas ciudades est, creo,
en la apertura que inici Vitoria de su espacio (y con l de su con1ponente hu111ano,
el de los negocios, los grupos sociales, etc.) a principios del siglo x1x. Si Parnplona
de111ola sus 1nurallas en 1915, tras costosas gestiones y con gran po1npa (por su condicin de plaza fuerte fronteriza, y las resistencias de los 1nilitares a renunciar a aquel
estatus), Vitoria co1nenzara a de111olerlas ya hacia 1781 217 .
Vitoria haba realizado en el siglo xvil! ya dos ensanches, ro1npiendo con la ciudad .frta/ez.a que antes haba sido (y que Pamplona sera hasta 1915) 218 . En 1791
tenninaba la que sera para los vitorianos Plaza Nueva o de los Arcos, del arquitecto .Justo Antonio lagubel (Constitucin, Alfonso XIII, Repblica y Espaa), se
abri definitiva111entc Ja ciudad hacia el sur. Marcaba as Ja que sera voluntad sostenida de la lile vitoriana durante el x1x por renovarse hacia el futuro segn el n10delo li111pio y racionalista de la ciudad ilustrada (1naterializado durante el Trienio
Liberal). Entre 1850 y 1872 dobl la superficie de la ciudad (ese ao Pamplona no
haba an roto ni siquiera la 1nuralla que separaba la ciudad de la Ciudadela intra1nuros).
Lo que determin definitivamente el futuro de la ciudad fue el inicio en 1865-8 de la
realizacin del Ensanche sur, que una la vieja ciudad con la estacin (en 1862 pasaba el
primer tren por ella). Aquel Ensanche, que se acoga a la ley al respecto de 1864 (como
casi todos los realicados en Espaa), se realiz a plena satisfaccin de los propietarios de
21 1
'
[213]
terrenos en la zona sur2 19 : sin expropiaciones, reglamento (ninguna cautela contra la especulacin del suelo) y corriendo a cargo de la municipalidad el 92 por l 00 del gasto de
urbanizacin. Justo lo contrario, como ha quedado dicho, de lo ocurrido en Pamplona,
cuyo Ensanche de 1920, mucho ms tardo, se acogi a la ley intervencionista de 1895.
La edificacin de hoteles, villas y palacetes para la lite siguiendo el modelo ingls de la ciudad jardn (contacto con la naturaleza, setos y vida privada, buena comunicacin con la ciudad, pero fuertemente exclusiva22) en la zona del paseo de la
Senda y Fray Francisco (1888-1900), totalmente apartados del Ensanche, inici la segregacin del espacio urbno por sectores sociales (acentuando el efecto de estatus,
tal como seal Max Weber). La Ciudad Jardn para la clase media alta, el Ensanche
para la clase media y el casco antiguo y las zonas dispersas de casas baratas, origen
de futuras barriadas para los sectores humildes (obreros, artesanos, agricultores) culminaron aquel proceso de segregacin. Mientras, Pamplona mantena la confusin de
espacios y el peso de la va pblica en el intercambio social (ms favorab le a la vieja
relacin patricia( personal y deferente).
Todo el centro financiero-administrativo se traslad al Ensanche y la zona de expansin, as como los edificios ms simblicos (del Palacio de la Provincia a la Catedral Nueva) y los espacios de ocio (Teatro, frontn, cines, etc.) cultura (Instituto) o
beneficencia. Los itinerarios comerciales y la vida callejera completaban el traslado
del centro neurlgico de la ciudad a su parte nueva. Como dira Alfaro, la Ciudad
nueva (siempre lo escriba con mayscula) pudo totalmente con la vieja (en cuyas calles creca el musgo entre los adoquines)221 .
La primera consecuencia de ello fue la aparicin de una nueva lite en la ciudad
(especuladora e inmvil como dice Rivera siguiendo a Banti) pero que, como seala
este autor, marginaba)) ya en una primera instancia a la vieja lite de propietarios y
rentistas en los ltimos aos del xrx222 . Incluso a sta vino a sustituirle otra ms activa (los Aj uria y Aranzbal, Fournier, Buesa, etc., ajenos a las viejas familias) tras el
fracaso de sus proyectos industrializadores de principios de siglo. Aquellos grupos,
de filiacin poltica variada, iran reconstruyendo con el tiempo sus relaciones (familiares y de negocios)223, pero permitiran que la lite local, a diferencia de Pamplona
(vase supra)224 , fuera renovndose. Tenemos, pues, a principios de este siglo una
lite social y de los negocios compacta y continuista en Pamplona frente a otra fragmentada y culturalmente diversa en Vitoria.
219 Hubo una pugna entre 1865 y 1868 entre propietarios de tierra urbana (de la vieja Vitoria) y los
propietarios de los nuevos terrenos, en la que los llimos, quienes, por lo dems, se sentaban en el ayuntamiento, lograron imponer sus criterios (Rivera, 1987: 25).
220 Rompiendo as con el modelo ingls de Hertfordshire, 1902, ideado por Howard para las clases
desfavorecidas, y adoptando el modelo continental de Dahlem o Grnewald, en Berln
22 1 Alfaro, 1987: 109- 111.
222 Rivera, J992: 27-29.
223 Rivera, J992: 57-66 y 126-134.
224 Naturalmente, nunca se puede ser contundente en estas cuestiones (la continuidad de la lite pamplonesa; la falta de oportunidades de ascenso social). Serapio Huici se enriqueci con el lrati SA y ampli sus negocios en Madrid. Pero dej de estar presente en la vida local, haca su vida ms bien en Madrid (vase lo que de l se dice supra, nota 49).
[214]
225
La Vitoria medieval haba sido construida sobre una colina corno ciudad-fortaleza.
All en lo alto, erguida sobre sus recios sillares, rodeada de silenciosas, cada vez ms silenciosas calles, permaneca inmutable la vieja cmedral (Alfaro, 1987: 53).
22 7 Alfaro, 1987: 52 y 109.
226
[215]
Becerro de Bengoa, historias sobre la cofrada de San Jos (o an 1ns antiguas sobre el Canciller de Ayala, poeta 111ariano, o la Santa Espina de Berrosteguieta) an
circulaban y aparecan en la prensa (en 1-leraldo Alavs, luego />ensarniento). Pero
slo a una parte de aquella lite interesaba con10 referentes de un siste1na de valores explcito. Para otros resultaban cuentos de vicua, relatos 1ns o n1enos an1ables que adornaban la vida local. Aunque en todos perviva una cierta nostalgia
-sin aoranza por lo que representaba la ciudad vieja de retrai111iento y atraso-,
que aliinentara posterionnente el sentido de Vitoria con10 gran faunilia, la nostalgia de una ciudad initificad~i sin luchas electorales, ordenada, tranquila, apacible y
vital 228 .
Pero ta1nbin en ese terreno de la recreacin de un pasado propio y legendario
Navarra dispona de 1nuchsi1nos n1s elen1entos si1nblicos en su pasado de H..cino 229
(no derogado hasta 1839-1841) que los que pudiera disponer una lava provincial.
Pa1nplona era Corte de un Viejo Reino n1ientras lava nunca haba pasado de ser una
Hermandad transformada en Provincia y cuyos perfiles se haban ido desdibujando
con10 identidad territorial. Vitoria, por lo den1s 1ns que encabezar lava, pugnaba
con ella230
La lite de Pamplona actuaba sobre una poblacin que he llan1ado 111s arriba de
den1ogrqfa endgena, una poblacin 1nayoritarian1ente de Parnplona o Navarra, n1uy
asentada, con largas relaciones vecinales y extensas parentelas por toda la ciudad, una
poblacin dispuesta a reconocerse en los smbolos de siempre (San Cernn, Plaza del
Castillo, la Estafeta, etc.). Vitoria, por contra, tena una poblacin fornea ms nu1nerosa. A1nbas haban crecido inuy lenta1nente (1nientras que Vitoria y Pa1nplona triplicaban su poblacin entre 1857 y 1940, San Sebastin era casi siete veces mayor y
la de Bilbao once), por lo que la ruptura que la inmigracin produjo en otras ciudades no se dio en ninguno de atnbos casos. Sin en1bargo, Pa1nplona apenas haba crecido hasta 1920 231 , y, sobre todo, 1nientras Vitoria creca en esa poca segn una inmigracin bastante importante, Pamplona era habitada sobre todo por naturales de la
ng
Puede verse por eje1nplo Al faro ( 195 l: 584; o tmnbin 1987). To1ns Alfa ro, ho1nbre de su tiempo
participaba de todas estas iingenes y las expres con frecuencia en sus obras.
229
Vase la recreacin histrica de Eladio Esparza (1940), subdirector de! /)iario dt' Na1 1a1ra. escritor de algn talento y gobernador de lava entre 1937 y 1938. Es aqul casi un protonacionalisrno navarro, bizarro donde los haya, si no fuera porque su nacionalismo es espaol y Navaffa su epicentro y origen.
230
Puede verse, por eje1nplo, la pugna que mantiene con el resto de la provincia a 1ncdiados de! xix
por adquirir una n1ayor representacin y poder en el rgano provincia (Diputacin) en Ortiz de
Orruo, 1983; pugna que se dara en Vizcaya y Guipzcoa tainbin.
131
TASA MEDIA ANUAL DE CRECIMIENTO DEMOGRFICO %
Vitoria
Painplona
1857-1920
1920-1940
1,36
0,69
2,16
4,37
[216]
2 ~2
Anos
1877
1887
1900
1910
1920
1930
1940
N. Vitoria
N. hn 1a
N. resto Espaila
30,18
31,95
51,11
49,53
49,20
69,42
67,56
79,37
79,07
18,05
20,17
15,82
19,95
20,16
29,35
28,84
34,30
1887
1900
-------
!920
1940
1950
Pamplona
(')
47,2
41,7
37,4
41,2
Nava1Ta
90,2
Resto Esp.
39,9
8,9
11,6
41,1
44,2
40,6
15,9
18,2
17,1
h'x11:
N/C
0,8
1,2
1,1
1,1
1,1
0,2
0,1
0,04
1887
1900
1920
!940
1950
Vitoria
Pamplona
67,6
79,1
69,2
70,2
65,0
90,2
87,J
82,8
81,6
81,8
2'' Y<1se Rivera ( l 992: 233-234) sobre los banquetes que patronos significados de la ciudad daban
a 1nayor honra suya, o el reconoci1nicntn de una obligacin 1noral del patrono-padre para con sus e1nplcados en circunstancias adversas (que exiga kgicmnente !a silntricn; habitual coino se sabe en la re-
[217]
Jacln de patronazgo, que se co111prende con una relacin de mnistad jenirquica; vase, por ejemplo,
Wolf, 1980: 34-35, que Ja describe con10 la situacin en que Ja m11is1ad i11strume111al alcanza su nuxiino
desequilibrio, que c01no aquella requiere de reciprocidad), o el cOJnportanliento de los ricos de !a ciudad
(1nayores contribuyentes) coino sujetos al dbito inoral para con la comunidad tras la huelga de l 9 ! 8.
Coinportanlicntos que ya hc1nos visto en Painplona durante la huelga de 1905 (vase supra).
234
Vase el gran n1nero de rdenes su influencia en la ciudad en Alfara, 1987: 119-128.
ns Vase la grfica descripcin de Alfaro, 1987: 362. Habitual en los entornos comunitarios (vase
\Veber, 1983: 352 y sigs.).
236 Co1no a aquellas n1ucbachas de Lilnoges (Francia) a las que lo que ni<s les adinir de Pars es que
all nadie se conoca; nadie espa a nadie, subrayaban (citado por Weber, 1989: 76).
237 Vase Alfara, 1987: 58-61; y Manuel Pecia, 1982: 5 J-62, que las relata con ese pintoresquisn10
localista del que l 1nis1no participaba.
" 38 !)onde, por otra parte, las identidades de clase afloraban sin interrupcin (vase Rivera, 1992:
143-160), pero al n1odo discreto que he1nos visto tainbin para Parnp!ona.
2.1 9 Naturaltnente, este rnodo de expresarse es una concesin a la expresividad, nunca nadie se plante de fonna consciente este problen1a (al n1enos no en sus inicios). Pienso en una invencin al modo de
Hobsbawn (y Ranger, 1988), producto del consenso socia! y del discurrir histrico, aunque luego haya
quien haga uso poltico de esas recreaciones.
240 Alfara, 1951: 577-578.
[218]
conocible que el de Pamplona, pero no por ello menos real 241 . Sus componentes, fueron, de un lado, aquellos derivados de la co1npresin co1nunitaria de su ciudad, co1no
fueron la bsqueda de una utopa co1nunitaria (orden, tranquilidad, annona; expresado durante el 18 de julio con10 el oasis vitoriano, al que he hecho referencia ins
arriba), el estricto cu1npli1nicnto de la norn1a social interiorizada -y eventuahnente
sancionada de no cun1plirse-, Ja autoafinnacin a partir del reconociiniento de la alteridad -frecuente1nente rechazada-, la idea de una inn1anencia o ate1nporalidad de
los rasgos de la con1u1lidad 242 , etc. I<.asgos que con1parta con el ethos de Parnplona
2 11
Rivera (1992: 100-101, !97 y 214; y 1990) lo ha llainado viroriCmi.wno y nos da algunas de las
claves p<'lra su coinprensin. Lo bt1 definido coino el concepto del bien con1n de !a ciudacb, Cl)!l\O reaccir)11 fienre a lo ex1erio1; co1no lo que es lgico y normal para sus ciudadanos, es decir, el co1npendio de la norma social y argumento de se,;regacidn en la propia ciudad y acertadainentc, lo ha asociado
al liberalismo conservador de Ja ciudad. Antonio Rivera (1990; no en 1992) hace 11n rastreo histrico que
llega a la actualidad. Por 1ni parte hablo de un erhos surgido en la coyuntura de la quiebra de las culturas
locales :mtc el i1npulso de las culluras nacionales y univcrsa\istas, las culturas de n1asa (entre el siglo xix
y el xx), sin llegar a !a actu<llidad.
-2-1 2 Algunos de !os cuales, aunque desde perspectivas variadas, ha tratado Rivera (1990). Vase en general los trabajos de Lisn Tolosana sobre idcntid<id coinunitmia, el ms reciente Lisn (199la). Tambin
advierte sobre la tran1pa de esa supuesta ateinpora!idad que puede engaar al estudioso. Debe pues aclararse que hablo de un estado de cosas que se da en esa circunstancia histrica de can1bio de la cultura urbana local 10111 court a !a 1nega!polis cosmopolita (tainbin co1no categorfa de cultura), es decir, del trnsito hacia la sociedad de masas en el cainbio de siglo y la prin1cra 1nitad de! xx.
2 1.1 Ynse Rivera, l 992: passim.
2
H Hablo !6gican1entc de la Idea donlinante; no de la indu(l<tble variedad de actitudes, co1nporla1nientos o disposiciones mentales que se daban en Painplona. Ni ta1npoco de lo que de cnico pudiera haber en algn caso en esa lectura de Ja propia ciudad.
2-1~ Hasta cuando era de categora 1nenor, era de tercera, nada de segunda: orgullo de su circunstancia.
[219]
Bar (al que he hecho ya referencia). Una de tantas ciudades espaolas -deca Toms Alfaro, de su querida Vitoria- , adormecida como Ja mayora de ellas. Si para
Pamplona era una fiesta la llegada de Pablo Sarasate y se hablaba una y otra vez del
recibimiento que se le dispensaba, de su indudable condicin de navarro por encima
de cualquier otra virtud, de sus gestos con la ciudad (casi cada ao por San Fermn246),
en Vitoria se hablaba de la ida de sus hijos prominentes, importantes por mrito propio y que la ciudad reivindicaba (y con la percepcin de que le faltaba categora para
retenerles). La pequeez de Vitoria -deca ngel Apraiz, otro de los que hacan
gala de vitorianismo- ha..hecho que se nos vayan muchos hombres vali osos, pero
justo es que nos demos cuenta de ello y que se reconozca que Vitoria ha sido su plantel ! 247. Hablaba de la actuacin que, cuando an no era famoso, tuvo Isaac Albniz
en la ciudad, y de las enseanzas vitorianas que le haba inculcado su padre ngel
(natural de Vitoria y autor de Glorias Babazorras). Y es que en la Vitoria de principios de siglo se viva -desde la prdida del esplndido xix- un ambiente timorato,
retrado y melanclico. Era Vitoria un lugar de mucho ver venir y mucho ver marchar>>, una ciudad en la que tal vez haba quien crea que no mereca la pena detenerse, deca Manuel Pecia. No es que, segn aquel modo de comprenderse, no se
sintiera orgullo por lo propio (puestos a hablar digamos que no nos tenemos en
poco)248 . Pero hacia fuera Vitoria se comportaba de forma recatada y discreta, como
una burguesa virtuosa.
Y sa era su otra faceta. Desde su pequeez, Vitoria miraba con admiracin el
nuevo mundo burgus que iba surgiendo en las metrpolis modernas. Como dira Toms Al faro, toda clase de circunstancias ... , las faci lidades de comunicacin, la constante afluencia de forasteros, la prensa diariamente recibida, influan en la nueva generacin mostrndole el seuelo de un mundo ms brillante, de una civilizacin ms
desenvuelta, de unas costumbres sin prejuicios, all en las grandes urbes incoloras,
emporios de riqueza y placer, cuyas mieles, gustadas en rpidos viajes, o entrevistas
en relatos deslumbrantes, atraan a los hijos de la lite vitoriana. Por muy gloriosa
que hubiera sido, la tradicin quedaba atrs olvidada249 . Con cierto despecho, e l joven vitoriano seducido como nadie por las mieles de las grandes urbes incoloras (el
propio Alfara), reflexionaba en su madurez sobre la atraccin que su generacin haba sentido por las nuevas costumbres de las grandes ciudades europeas250 Tal vez,
en ninguna otra ciudad como en Vitoria se admir tanto a Madrid o Pars, se siguieron sus modas y sus costumbres25 1, ni se e ncumbr a sus hijos que haban triunfado
en aquellas capitales -como los pintores Daz de Olano o Fernando Amrica- del
[220]
252 El propsito de la operacin en tomo a Eduardo Dato fue (aparte de asegurar el triunfo de la candidatura del propio Dato) el de desplazar de los rganos de poder local (ayuntamiento y Diputacin) al carlismo, partido con fuerte implantacin popular en la capital y la provincia durante todo el perodo de la
Restauracin, e incmodo para sectores de la lite (encabezados en la poltica por Gillermo Elo y Gabriel
Martnez Aragn y en el mundo de la empresa por los Foumicr, Aranegui, etc.) y los grupos progresistas
de la ci udad. De ese modo cont con el apoyo de liberales, conservadores, republicanos y socialistas para
su candidatura. A cambio, la ciudad recibi una serie de favores desde la administracin, perfectamente
contabilizables (continuacin de las obras del ferrocarril Vasco Navarro, reubicacin del regimiento Guipzcoa en el cuartel del General Loma, subvenciones a la Escuela de Artes y Oficios, agilizacin del derribo del viejo convento de Santo Domingo, poniendo a disposicin suelo urbanizable, y un largo etc., hasta
una copa para la Vuelta Ciclista a lava). Vase Rivera, 1992: 195-200, 2 14-22 1 y 237 n. 2 1.
253 Vase la relacin completa en Rivera, 1986: 567-570.
[221]
filmografa hollywoodiense, los combates de boxeo del Madison o los partidos del
Deportivo Alavs, el Tour de Francia o la guerra en Etiopa ((odo con una fotografa
de tamao y calidad apreciable 254 ).
Aquello en una sociedad 1ns diversificada que la de Pa111plona, con fuerzas republicanas apreciables, con un 1novi111iento obrero 1ns activo 255 , produjo una tenue
y variada cultura de lo propio con10 un discreto estar en la vida n1oder11a de signo
proyectivo (frente al te1nperan1ental ethos pa1nplons, reivindicador de lo genuinamente propio y nostlgico del pasado), que se tradujo en los aos de la ll Repblica
en una tnayora de los partdos favorables a ese rgitnen en el ayunta1niento (quince
concejales de treinta y uno en las municipales de 1931, frente a 10 carlo-integristas)25. Y, ta1nbin, en unos resultados electorales al parla1nento en que el republicanismo estuvo bien representado (ganando en 1931 y 1936) y en los que en la derecha
apareci con fuerza una opcin que en Vitoria se presentaba con10 111s 1noderna y urbana, CEDA, frente a Hermandad Alavesa (sin que los resultados de sta sean despreciables; sin olvidar a unos nacionalistas ta1nbin presentes en la vida ciudadana).
Frente a esto, Pamplona fue progresivamente recuperada por el Bloque de Derechas,
en el que se integraban los carlistas 257 .
25 1 La calidad periodstica del f)iario de Navarra, co1no se sabe, era tan buena si no mejor. Pero su
adscripcin a la Prensa Catlica !e haca ser renuente a ciertas novedades.
25 'i Vase Rivera, 1992: passim.
256 Pablo, 1989: 335.
m
RESUL1ADOS DE LAS ELECCIONES GENERALES
Vitoria
Afio
1931
1933
1936
CEDA
4.090
o/o
HA
Rep.
<'/,
PNV
%1
25,3
47,8
23,2
4.192
3.769
5.42'
58,4
25,2
34,1
1.039
3.767
2.649
14,5
25,2
25,7
1.814
7.137
3.685
Vitoria y Painplona %
CEDA
Ao
1931
1933
1936
Vi.
25,7
Pa.
HA/BD
PNV
Rep.
Vi.
Pa.
Vi.
Pa.
Vi.
25,3
47,8
23,2
46,3
62,6
63,5
58.4
25,2
34,1
52,l
23,5
28,3
14,5
25,2
16,7
[222]
Pa.
12.4
12,8
16,7
2.5.2.
EL
CAMPO PARA
VITORIA
25 ~ Que hemos podido observar en Ja cita (vase supra, pgs. 200 y sigs.) de Felipe Garca Albniz,
y en general en las crnicas que rodearon a !a 1novilizacin de julio del 36 en Vitoria.
?'.i<J Hiplito Martncz, 30 de scptic1nbre de 1991 (18.A).
[223]
----- -
cas se llenaban. En casa Juan Cruz (calle San Francisco casi esquina calle Nueva Dentro), para atraerse a su establecimiento a la gente sola regalar un da un pellejo de
vino, otro una botella de ans, a il, unas galletas, etc. All tomaban su vino, su supurau (una especie de almuerzo), su mezclau (vino con verm o con moscatel), o tomaban su almuerzo. Era conocido como el cabaret de los curas pues all los das de
mercado se juntaban cuatro o cinco curas de los pueblos con Luis Rabanera (responsable del Requet, organizador de la movilizacin en lava), un cuado de l primero,
el oculista Retuerto, a jugar al tresillo y al subastado (reuniones de las que he dado
noticia en la Primera part)260.
De modo que la ciudad y el campo constituan un continuum pleno de relaciones
sociales. Por lo dems, estaba la Feria de Santiago (que ya conocemos): un gran da
en toda la provincia y que solemnizaba aquel encuentro con ceremo nias religiosas variadas.
Sin embargo, tambin es verdad que no se poda hablar de Vitoria, como Po Baraja lo haca sobre Pamplona fin de siglo: casas repletas de sacos de g rano, casi sostenidas por estas masas de uigo dorado26 1 No ocurra q ue en las traseras de las casas se vieran carros de transporte de cereal. Tampoco, como ocurra en e l caso de
Pamplo na de finales del x1x y principios del xx, que las cabras y ovejas transitaran por
su centro, que las vacas acudieran a los abrevaderos de sus calles a diario, que las vaqueras, instaladas en la propia ciudad, suministraran leche a los del lugar o que los
labriegos salieran del interior de sus murallas a hacer la vendimia.' Pamplona fue plaza
fuerte hasta este mismo siglo, ciudadela antes que ciudad, como dira ngel M.
Pascual. Aquello condicion su evolucin definitivamente -como ya hemos observado. La existencia de las famosa zona de defensa en su entorno, en la que no poda
edificarse, alej los pueblos ms prximos e introdujo en la misma ciudad la actividad agraria. El ayuntamiento de Pamplo na lo constitua la ciudad sin otro ncleo de
poblacin. De nuevo en Pamplona se confundan los espacios. En esta ocasin e l
campo viva en el propio recinto de la ciudad, y era en los propios glacis de la muralla donde se trillaba e l trigo.
Vitoria no. El ayuntamiento de Vitoria lo componan la ciudad y 47 aldeas ms
de su ento rno. De modo que la actividad agraria y la gran mayora de los labrado res
de Vitoria radicaba en ese cinturn de aldeas que la rodeaba (primer escaln en la segregacin ciudadana que he mos contemplado con las vi llas de l Paseo de la Senda y
la Ciudad Jardn)262 No es que no hubiera esa presencia del campo en sus calles, que
sus habitantes no cultivaran la tie1Ta (su entorno estaba lleno de huertas) que en ellas
no se vieran bueyes o asnos263 . Pero stos, por lo general, venan de fuera e l d a del
mercado y se apostaban en torno a la Alhndiga o e l Mercado de Ganado (que Ladislao de Velasco, alcalde, llev al exterior de la ciudad, a mediados del x1x, justamente con fines higinicos). La suciedad aldeana (tal como la analiza Fern ndez de
260
2 1
6
262
263
[224]
Rota, como sea de rusticidad y urbanidad) no era propia de la ciudad vieja. Tanto
menos de la ilustrada concebida por Olagubel ya en el xv111 (au nque durante un
tiempo, antes de construirse la Alhndiga, se hiciera el mercado de frutas y verduras
en el interior de su P laza Nueva) y prolongada en el Ensanche del x1x. Era la limpieza
urbana ilustrada la que presida aquellas calles, luego ensuc iada por el humo de los
coches a motor, suciedad urbana tambin.
El campo se haca presente en Vitoria tambin por otra va, la va del servicio domstico, que mayoritariamente proceda de los pueblos de la provincia (o de las provincias vecinas)264. Una relacin jerrquica y paternal , por tanto, la que se estableca
por esta va.
Con estos precedentes la actitud que en la ciudad se desarroll ante la aldea tuvo
un doble componente. De un lado, un inters por lo aldeano indudable. Pero un inters de corte fisiocrtico. Haba periodistas que firmaban como Un Aldeano sus propias crnicas265 . Pero hablaban de un mundo alejado del suyo, un mundo al que se
llegaba en tren, donde haba aldeanos corteses y honrados , pueblo simptico y alegre, donde haba un numeroso plante l de mujeres boni tas266. O se refera al mundo
ideal de los Concejos (que realmente funcionaban en la poca) en e l que se trataban
cosas balades para la ciudad, trascendentales para nosotros, donde se haca una
vida frugalsima y sacrificada, profundamente re ligiosa, sin blasfemias y de gran respeto hacia la costumbre; una vida que transcurre felizmente, en aislamiento absolu to
de la ciudad, en abrazo perdurable con la Naturaleza . Porque, se deca, la aldea est
sola. Las voces de la ciudad, aun las ms veloces como las de la prensa, no llegan
hasta ella. A su vez, de la aldea pocas veces llegan sus latidos a la ciudad. Casi nunca
es entendida por la urbe267. Imagen idealizada, embellecida, romntica y con clara
sensacin de estar re firindose a otro mundo. Arquetipo de tipos rurales, idea lizado
por la visin del etnlogo268 . Pueden verse las imgenes idealizadas de un Daz Olano
en su Regreso de la romera y otros cuadros de escena rural (tan diferentes de sus realistas .imgenes cuando pintaba su ciudad: El restaurante o Chubasco) (vase encatte).
O las fotografas de escena costumbrista hechas por Valsimo Sobrado (propietario de
un garaje en la capital) o Enrique Guinea (ferretero de Vitoria), que, con amaneramiento, trataban de recoger escenas del mundo rural totalmente idealizadas, arquetpicas, en el momento de la bendicin del campo o el rezo del ngelus; con poses, escorzos e iluminacin artificiosa, buscando, tal vez, reproducir las escenas pictricas
2<>1
Haba quien deca preferir las de las provincias del norte por su laboriosidad. En general, una domstica traa a otra de su mismo pueblo; o la propia se1iora, por tener lazos fam iliares por veranear en alguna zona, etc., tena lazos especficos con algn pueblo. Luis Rabanera 20 de septiembre de 1994
(1 14.B). Yc!ase tambin el trato paternalista que se daba al servicio en Pecia, 1982: 40.
265 ngel Eguileta, que tambin firm como Un Pobre Diablo cuando pas de La Libertad a el Pe11-
samie1110 Alavs.
266
[225]
x 1x ,
de Daz de Olano 269 . Una in1agen del can1po, pues, ro1nntica e idealizada, arquetpica, hecha desde la alteridad, partcipe de ese fisiocratis1no burgus que se extendi
por las ciudades espaolas con el ca1nbio <le siglo 27 .
Si de un lado hay ese inters conn1iserado, de otro, entre aquella juventud entusias1nada por las novedades del n1undo 1noderno, la velocidad, la aeronutica y el
inundo parisino, que tenan en sus casas el servicio fonnado por gente de la aldea, se
desarroll ese sent1niento, tan extendido en las grandes ciudades europeas del can1bio de siglo, del desprecio por Jo rstico que era considerado como grotesco y torpe,
algo superado por los tie1111Jbs, una rn1ora que su pequea ciudad soportaba por su
escasa diinensin, pero de la que deba huirse hacia una civilizacin 1ns desenvuelta
y dcsprcjuiciada.
De este 1nodo~ paradjican1ente, ele la ruptura con las fonnas sociales del x1x se
vena a recuperar uno de sus ele1ncntos de cultura: el rechazo de lo rstico por la ciudad (vase supra). Y con lo rural, aquello que en el x1x se haba asociado con el
ca1npo: el carlis1no.
Naturaln1ente, no era sa la aclitud de otro sector que pasaba largas tcn1poradas
en sus casas de catnpo; incluso ele jvenes, que con el I~equet recorran los pueblos
en excursiones de fin de setnana -al igual que poda hacer el Requet de Pan1plona. Pero,
siendo una cultura importante en la ciudad, era un cultura de segundo nivel frente a
lo que he descrito co1no un discreto estar en la n1odernidad. Un ethos de la ciudad
que 111iraba con con111iseracin idealizada al ca111po o con la arrogante superioridad
del hotnbre 111oderno, pero sien1pre desde la alteridad. Nada que ver con esas descripciones o fotografas, etnogrficas y realistas, que se hacan del can1po en Pan1plona. N'ada que ver con aquella apelacin al l-lo111bre Agrario que haca el facttu1n
ele la vida pa1nplonesa que era Garcilaso.
269
De hecho, una de las fotografas (aldeano bendiciendo los cainpos con nia a su lado) reproduce
el cuadro de Adrin Aldecoa Agua bendita del cirio pa.l'cua! ( l 917). Debo la informacin sobre Jos fotgrafos a i\1. Jos, archivera del AMV.
270 Vase para lo ltirno Gn1ez-l''errer, 1980.
271 La idea de capilal de tercer orden para referirse a Painplon<t proviene, co1no se sabe ya, del ttulo
del poeinario de ngel Mara Pascual.
[226]
Pa1nplona recibi con cntusias1no a la aldea carlista; Vitoria fue ren1isa a hacerlo.
Era la clida y gallarda Pan1plona y lafia Vitoria (pcnntasenos la si1nplificacin de
la in1agen),
Sin en1bargo, tan1bin en Vitoria triunf finalinentc en ese da la lite n1s prxitna a la aldea, y si el grupo dirigente de Pa1nplona se apresur a conducir la sublevacin navarra, aquel sector de la lite de Vitoria se dispuso a encabezar la sublevacin alavesa. l'an1bin en lava se in1puso el n1odelo de transfonnacioncs de
Navarra272 hacia un nuevo tipo de Estado27 \ tarnbin en Vitoria se in1pusieron los
n1odelos de 1novilizacin 111asiva de la poblacin de corte poltico-religioso. Pero,
para lograr en Vitoria aquella con1unin conseguida en Pan1plona, hubo que esperar
a que la guerra tcnninara, a que los padeciinientos de Ja posguerra unieran de nuevo
a todos en la angustia por la desgracia y la exaltacin religiosa heredera del barroco.
Hubo que esperar a la Misin ele novie1nbre de 1951, cuando el Rgnen ya haba
perdido 111ordiente ideolgico y la liturgia religiosa estaba en su apogeo con10 liturgia poliica 27 '1 .
272
llador rnovi1nicnto; lava la sicinprc encendida leaL,)) El Cannigo Mayor de Ja Catedral de Vitoria, Luis
Miner (vase Prlogo>) a (Jarca A!bnii',, 1936), deca: Navarra debe llainarse: CAPUT VASCONIAE
y tras de Navarra va sicinprc lava con10 su pequcfio cornetn de rdenes.)> De nuevo e! gusto por lo 1nenudo de los vitorianos.
273 El 1 de agosto de 1936 viajaban a Ja capital navarra Guillenno Elo y lose Mara Elizagrate para
estudiar los acuerdos de la Diputacin de Navarra: subsidio a !os voluntarios, reposicin del crucifijo en
las escuelas, cte.
274 Vase sobre !a 1nisin y su significado, Uganc, 1996b: 334-335.
[227]
CAPTULO
III
La nueva Covadonga
Pensar que una disposicin de niino, un entorno cultural detenninado (con sus
ele1nentos 1norales y estticos), un siste1na de valores explcito, el carcter de una
ciudad, su ethos dotninante en fin, tiene una traslacin auto1ntica al inundo de la accin poltica sera ingenuo. Deca, don Po 13aroja, hablando de pintura y pintores,
que no crea que la obra hecha con n1anchas, con puntos o con rayas tuviera una
gran influencia en la vida 1. Con su habitual sorna, aparenten1cnte sencilla, adquira
distancia respecto al gusto de su poca por dar un sentido social, un tono trascendente
a cualquier tendencia cultural. Porque un etilos (con10 el que he descrito para Pa1nplona o Vitoria) no tiene una necesaria plas1naci6n en una cosn1ovisin con sus desarrollos cognitivos (ideolgicos) y sus planteamientos ante los problemas de la vida
(polticos)'. Qu puede decirse que no se haya dicho ya sobre los determinismos de
todo tipo, econmico, cultural o ideocrtico.
Naturahnente, el ethos de Patnplona, retrospectivo y nostlgico, no prefiguraba
una accin poltica detenninada; inucho n1enos evoluciones cxtre1nas de una u otra
significacin. Cierta1nente limitaba el abanico de posibilidades, o, n1cjor, lo condicionaba: se entenda n1cjor a quien hiciera referencia al pasado, a quien utiliF,ara ese
lenguaje tan extendido en la ciudad hecho de resonancias locales y referencias personales y concretas, a quien hablara de la urbe en tnninos unitarios y no de beligerancia de clase. La derecha (sin otro matiz ahora) haba gobernado la ciudad y la provincia, y el carlisn10 haba resurgido pujante con los prin1eros snto1nas de
socializacin poltica que haba significado la pro1nulgacin del sufragio universal en
junio de 18903 . Pero otro tanto haba ocmTido en Guipzcoa o lava4, o en Huelva'
por irnos al otro extremo de la Pennsula. Y no por ello se produjo aquella ingente
[229]
movilizacin (salvo en el caso de lava, pero con las dificultades que hemos podido
comprobar).
Lo que hemos visto en los das de julio en Pamplona, no era, por lo dems, una
simple disposicin de nimo, una mera actitud ante la vida; era una cosmovisin perfectamente estructurada (por muy elemental que pueda parecer desde la perspectiva
de finales de siglo), con su ideario, su aparato simblico y ritual y sus formas de movilizacin perfectamente desarrolladas. Podan en la capital navarra imaginarse a s
mismos como una gran fami lia en la que prevalecan las relaciones plcidas y cordiales de la buena vecindad (otra cosa distinta es que lo fueran); poda el pasado haber tomado en su imaginacin ese contorno ficticio que lo haca entraable y clido,
lleno de figuras coloristas y situaciones amables, cargadas de connotaciones acogedoras, hasta convertir su actitud ante la vida en una disposicin nostlgica; poda ser
la ciudad y la trama de lugares simblicos que poblaban su paisaje espacial y temporal (San Cernn, la Vuelta del Castillo, la Estafeta, los Sanfermines, Ja tienda de Archanco, el caf !rua, la procesin del Corpus o la casa Baleztena) sus referentes naturales de identidad -antes que cualquier otra identidad nacional o clasista-; podan
conservar su cultura tout court del pasado siglo, propia y singular, como signo de carcter; podan ver con perfecta naturalidad, sin sentimiento de agrado o desagrado alguno, al aldeano de la Cuenca formando parte de su paisaje urbano. Pero lo de aquel
19 de julio no era una feria (aunque se le pareciera); era una movilizacin para derrocar un rgimen; y an ms, para edificar otro nuevo, apto para las necesidades propias del siglo (a pesar de su liturgia ancestral). No poda una mera disposicin esttica ante la vida haber producido aquella accin masiva de signo marcadamente
poltico (an representado como acto religioso, como bellum sacrum).
He dicho que un cierto ethos no prefigura las formas de la accin poltica. Pero
las hace posibles e incluso las engendra a partir de acciones individualizadas cuya
configuracin final nadie haba planificado. Est, adems, la accin de los sujetos, de
la lite que trata de enunciar una cierta lectura del proceso, est su habilidad, su comprensin de la realidad, su capacidad de influir - y tambin la impericia del adversario. Toda una gama de actos volitivos y creativos, pero que habrn de contar con
aquella estructura fundamental si pretenden una recepcin aceptable entre Ja poblacin6. En definitiva, que si una determinada disposicin ante la vida, una cultura (en
el doble sentido que le da Norbert Elias, juicio esttico e intelectual y trama cotidiana
de relaciones en que se produce la reflexin ante la historia y ante la vida) no prefigura una ideologa, cualquier ideologa propuesta a un colectivo deber contar con
aquella cultura para que en un dilogo con ella obtener un nivel de aceptacin.
La historia de la Repblica en Pamplona es la historia del encuentro de un discurso definitivamente autoritario (del Diario muy notablemente 7 ) y del movimentismo
de los carlistas, del mito de su causa, con el ethos de una ciudad y de una regin de
6
La categora de composicin social de Norbert Elias (1987: 44-45) podra asimilarse a la de ethos.
Por lo dems, stas son reflexiones hechas a partir de Roger Chrutier ( l 993: 99), quien, a su vez, reflexiona con Elias, 1987.
7 Vase Ugarte, 1995.
(230]
corte nostlgico y marcadamente localista. Slo aquel encuentro hizo posible una movi lizacin como la de julio de l 36. En otro lugarll he estudiado la progresiva identificacin del discurso insurgente durante la 11 Repblica con e l sistema de valores y signos (ethos) y el cuerpo de comportamientos habitual (habitus), masiva y hbilmente
empleado por los sectores polticos antirrepublicanos en Navarra (y, con mayor, torpeza y dific ultad, en lava). Fue una labor ardua, sistemtica y premeditada en la que
se comenz con el viento en contra debido al entusiasmo con que, tambin all, fue
recibida la Repblica, pero que logr, a la altura de 1936, conectar un discurso autoritario y ultranacionalista, formado por ax iomas polticos elementales, cultura antigua
y por elementos de fuerte carga simblica, con una poblacin inmersa en una cultura
hecha de nostalgias. Del modo en que la mentalidad latente de los tres rdenes medievales de origen indoeuropeo -como observ George Duby- se transmut en
ideologa activa por mor de la accin de las monarquas del siglo x1, aquel ethos fue
transformado por los sectores insurreccionalistas en ideologa con fines de accin poltica (con varias expresiones, no debe olvidarse9). Del mismo modo que los nazis se
sirvieron de la actitud antimoderna de sectores alemanes para incorporarla a su discurso y convertirla en retrica nacionalista 10, de ese modo actuaron los autoritarios y
carlistas de Navarra.
3.1.
COVADONGA RECONSTRUIDA
[23 1]
Vase Ugarte, 1995a: passiln. Para las elecciones en Navarra durante la II Repblica, Ferrer, 1992.
Sobre la actividad de la Diputacin, Pascual, 1989.
i 2 Sobre la nueva lite de servicios en Painplona, vase Ugarte, l 995a: 301-31 O.
11
Pan1plona
A11o
BD
o/o
Rep.
1931
1933
1936
18.395
58.523
60.072
46,3
62,6
63,5
20.726
22.015
26.762
(},
PNV
52,1
23,5
28,3
11.627
2.416
<J.
12,4
12.8
[232]
en la zona del nuevo Ensanche y predon1inado en ciertas zonas obreras y de gente humilde'', en 1936 el Bloque sobrepas el 50 por 100 en todos y cada uno de los distritos de la capital (aunque no en las secciones de la Estacin del Norte y en Rochapea,
zonas de influencia socialista). La zona del segundo Ensanche, lugar de asentan1iento
de los nuevos grupos de influencia en la ciudad, en que derecha e izquierda se hallaban equilibradas en 1931, fue mayoritariamente para el Bloque en 1936 14
En la provincia, por su parte -que jams dej de pertenecer a la derecha- la recuperacin entre 1931 y 1936 fue tambin evidente (hasta el punto de que en la Merindad o distrito de Tudel a, en que la derecha obtuvo el 35 por 100 en 1931, en 1936
obtena ms del 60 por 100) 15 . La nueva cultura poltica haba conquistado la voluntad de una gran 1nayora de la poblacin de Navarra.
Aquella tendencia se vio acentuada cuando de lo que se trat fue de polen1zar sobre las instituciones provinciales (que se tenan por muy propias). En abril de 1936
cinitir por elector en Navarra), con lo que se obtiene el ninero medio de votos por candidato en cada
candidatura (salvo en ! 936 con el PNV, que so!ainente present un candidato).
E! que la suina de los porcentajes en l 936 sea 1nayor que cien se debe a que el PNV presenlara un
solo candidato (con lo que algn voto de los otros cuatro de que disponan, pudieron utilizar para votar a
las otras candidaturas).
u En lugares como Errotazar y Ja Rochapea (antigua zona de huertas, cxtrainuros, en proceso de industrializacin), en el sur de la Navarrera y el norte de San Cernn en la ciudad vieja, y desde luego en
el semicinturn de la Tejera o la Estacin del None (zonas obreras, con un 79 por 100 en este ltin10).
Vase los resultados en Serrano, 1988: 463-464.
H Vase Ferrcr, 1992: 472-478.
l.'
RESULTADOS DE LAS ELECCIONES GENERALES
N:\VAllRA
Total Prov.
Rep. o/o
63
1931
1933
1936
PNV9'o
36
20
71
70
9
9
21
Por 1nerindades
(porcentajes)
Aoiz
2
1931
!933
!936
77
78
78
23
12
12
Pamplona
Estclla
JO
10
73
77
73
25
15
17
8
9
68
69
69
31
15
16
Tafolla
16
14
58
70
68
42
25
27
Tudel a
3
35
5
6
61
60
64
38
38
1
2
[233]
-----------------
las elecciones de con1pron1isarios para el no111bran1iento del presidente de la I<.epblica (frustradas en el resto de E~spaa) se plantearon co1no un refrendo a la corporacin provincial cuestionada grave1nente por el Frente Popular tras las elecciones de
febrero 16 Los resultados no dejaron Jugar para la duda: el 77,7 por 100 de la provincia y el 77,6 de la ciudad de Pamplona apoyaron la candidatura del Bloque (frente a
un 21 ,6 y un 21,8 respectiva1nente para el Frente Popular). En la capital solan1ente en
el distrito 7, seccin 4.", la Estacin del Norte gan el Frente Popular con el 53 por 100
de los votos, frente al 46 r2r 100 del Bloque, ni tan siquiera la Rochapea (barrio sealada1nente obrero) fue para el Frente 17 .
Sin duda, en Navarra haba ta1nbin izquierda, pero se hallaba francan1cnte disn1inuicla frente al podero cultural e institucional de la lite conservadora local1 8. 1'ras los
inicios dubitativos de 1931, la en otra parte he llan1ado la 13aviera e.s11aHola haba sido
reconstruida con una fortaleza an inucho 111ayor, pues haba dacio ocasin para recrear
unas culturas de n1asas y n1ovilizado a la poblacin con10 nunca antes no lo haba hecho.
As lo entendi la propia izquierda cuando en escrito enviado al presidente de las
Cortes 19 el 15 de junio de 1936, solicitaba de todo el Frente Popular en Espaft que
(, De hecho, el Bloque present como con1pro1nisarios para la n1is1na a !os seis diputados forales y a
Jos Martnez Berasin, viejo conocido nuestro, con el nin10 de <(rendir bon1en<\C a la actual Diputacin,
que se quiso arrojarla [sic] violenlatncnte por parle del Frente Popular (se refiere al ntcnto de destitucin
de la Diputacin llevado a cabo en nu1r1.o, y al que luego n1e referir), dando a aquella eleccin un carcter plebiscitario}) (EPN, 23 de abril de 1936) sobre personas que encarnan en s a dos organis1nos tan
vinculados al sentir y al pensar de Navarra}) (co1no eran la Diputacil'.in y el Consejo Foral), y de den1ostrar
as que Navarra sigue siendo ins derechista y catlica y foral que nunca}) ( Dt-.l, 2 ! y 23 de abril de 1936).
17
Para Painplona vase l\1afias y Urabaycn, 1988: 258.
Por 1nerindades
(porcentajes)
Este Ha
Aoiz
2
1936
87
13
Pa1nplona
2
83
17
Tafal!a
85
14
Tudt.:!a
2
70
29
61
39
1: Bloque de Derechas
2: Frente Popular
Fucnrc: Mafias y Urabayen, 1988: 254.
18
Lo que no i1nplica una Navarra arcaica, satisfecha y con paz social, ni mucho 1ncnos. Inevitable
1nentc debe suscribirse Ja crtica que Emilio Majuelo (1989: 14) hace a esa visin tpica ofrccda por l<l
literatura histrica anglosajona (y no pocas veces interesadamente asumida). Su propia obra viene a corregir el estereotipo. Esta 1nis1na recuperacin de la provinca por parte de !os grupos antirrcpublicanos
es resultado de una cultura poltica reconstruida para una sociedad de 1nasas (hecha, eso s, con antiguos
niateriales). Estos grupos ganaron a la izquierda en la lucha por la socializacin poltica de la poblacin,
probableinente, porque utilizaron estructuras culturales 1ns aptas y 1ns arraigadas en una sociedad que
se haba 1nodernizado (donde. lo haba hecho) sin rupturas con su pasado (con10 be mostrado para el caso
de Pa1nplona). Es falsa esa doble dicolOJna que asocia lo conservador con lo arcaico y lo progresista con
Jo rnoderno (y que ha 1narcado Ja polinica sobre Navarra).
19 'I~11nbin, segn ngel Pascual (1989: 472-473), a! diputado alavs Rarnn Viguri, del FP y de IR,
y al Presidente del Gobierno (y cita en este ltiino caso a ldoia Estorns). Aunque no coinciden los fir-
[234]
no desa1nparen a las izquierdas navarras ... en lucha con unas derechas crecidas en su
podero. Y -paradoja, pues nunca antes Jo haban reclamado, ms bien se haban
opuesto- solicitaba la entrada de Navarra en el 111arco del Estatuto Vasco de 1nodo
que proporcionara una mayor comunidad de fuerzas de izquierda y de afanes de de111ocratizacin social entre las cuatro provincias 2. El tnbito vasco haba pasado de
ser la Gibraltar vaticanista en l 93 l a instru1nento de republicanizacin en 1936 visto
desde Navarra. Izquierda y derecha 1nantenan sus viejas posiciones, ya apuntadas
desde las generales de 1931: republicanizar Navarra o reconquistar Espaa desde
Navarra.
Slo que ahora, tras las elecciones de febrero de 1936, volva a haber un gobierno
en Madrid que aspiraba a relanzar todo el programa reformista de Ja primera legislatura (reJublicanzar la Repblica, en expresin de Manuel Azaa). Ta1nbin el Frente
Popular de Navarra aspiraba a realizar su programa -protegido por el paraguas del
gobierno del Frente Popular presidido por Azaa. Era dbil en Navarra y en su debilidad, agresivo. La batalla se plante en torno al control de Ja Diputacin Foral. Los
nacionalistas, 1narginales, exigan una nueva eleccin con los ayunta1nientos repuestos tras febrero de 1936. Los republicanos del Frente Popular, su simple sustitucin:
se sentan refundando la Repblica, y, corno en 1931, esperaban que el gobierno, simplemente, nombrara una nueva gestora 21 El 1 de marzo, en el frontn Jai-Alai exigan que se desalojara de la Diputacin a los gestores por ser ene1nigos significados
de la Repblica 22 -y no les faltaba razn en este ltitno punto. sa sera su den1anda
permanente, hasta que en julio se truncara Ja Repblica.
1
3.1.l.
A crispar los nilnos en torno a aquel proble1na vinieron los sucesos producidos
en torno al 6 de marzo de 1936 23 . Los hechos se desencadenaron cuando un grupo de
jvenes de izquierda, encabezados por el comunista Jess Monzn, ocuparon el Palacio de la Provincia tomndolo en nombre del Frente Popular y exigiendo Ja destitucin de Ja Diputacin. Rpidamente fue desalojado el edificio, pero continuaron las
manifestaciones por la tarde, producindose graves incidentes al intentar algunos de
n1antes por ANV y las Juventudes Socia!islas (s todos los de1ns), se trata del 1nis1no escrito que el citado extensamente por Santiago de Pablo (1988: 412-413).
2 Citado en Pablo, 1988: 413. Aquel escrito fue redactado en el n1arco de la discusin en la ponencia sobre el Estatuto vasco que se produca aquellos das en las Coites y en el que se pole1nizaba sobre
la disposicin adiciona! de ste que permita la entrada de Navarra en el 1nbito del Estatuto. Finahnente
fue rechazada.
21
Claro que, co1no dice ngel Pascual (1989: 466), !a Repblica llevaba legislando cinco aos y la
Diputacin navarra haba sido elegida segn las leyes republicanas, aunque no gustara a los g1upos del
Frente Popular de Navarra. El Estado de derecho no era algo arraigado en ninguna de las culturas polticas del momento.
22
Citado en Pascua!, 1989: 466n.
23
Los hechos pueden seguirse en Virto Ibi'iez, 1986; Pascual, 1989: 466 y sigs.
[235]
ellos asaltar el Diario (las versiones al respecto son confusas), a consecuencia de los
cuales rnurieron dos personas por heridas de anna de fuego.
El Frente Popular no logr su propsito. Pero qued abierta la posibilidad del relevo. Posteriores gestiones en Madrid, as se lo confirmaron (el mismo 14 de marzo,
el 1ninistro de gobernacin, Arns Salvador de IR, prorneta el relevo a una representacin de la coalicin republicana de Navarra, y el 26 de junio le daba definitivan1ente
va libre). El control de la Diputacin centr, pues, la pugna poltica en la provincia.
As lo entendi la izquierda y as la derecha. En ello iba el proyecto poltico de cada
cual.
Aparte de constatar que Ja izquierda navarra, con el apoyo del gobierno frentepopulista, haba puesto en su punto de 1nira a la Diputacin, nos interesa destacar la reaccin que la coalicin del Bloque tuvo ante aquel reto que se Je presentaba por primera vez tras Ja recomposicin de su preeminencia en Ja provincia. El Frente Popular
de Navarra, al igual que el Bloque, entendi el 16 de febrero como una reedicin
del 14 de abril. Ambos fueron momentos de gran fluidez en el panorama poltico y
social en el que se jugaban el ser o no ser.
Pues bien, la derecha -aparte de n1ostrar una gran alanna ante la secuencia de
los hechos- hizo en torno a aquel acontecilniento un pequeo ensayo de lo que pudiera ser un asalto a la legalidad republicana (sin que llegara a ponerse en 1narcha al
no ser definitivamente destituida Ja Diputacin)"'. De entrada, el gobernador civil,
Mariano Menor Poblador, en entrevista mantenida el 10 de marzo, dio a entender a
los diputados forales que, dado el triunfo del Frente en Espaa, esperaba de ellos Ja
dinlisin25 . stos, al verse cuestionados en su cargo, convirtieron el conflicto, con10
se haba hecho en ocasiones anteriores, en un conflicto entre Ja Repblica y Navarra
(entendida sta co1no la Navarra catlica, foral y derechista 26 ). Al recordarlo -ya en
plena guerra- el vicepresidente de la Diputacin, Juan Pedro Arraiza, aseguraba que
el Gobierno pretenda agraviar en lo ins profundo los derechos de Navarra ... en
pugna con el sentir general del Pas 27 . As lo representaron, cuanto nlenos, los r~
ganes propios de la provincia. A lo largo de la 1naana del da siguiente acudieron al
Palacio provincial la mayora de Jos miembros del Consejo Foral Administrativo
-recin formado en mayo de 1935- mostrando su adhesin a Ja Diputacin y reunindose formalmente por la tarde. La Diputacin acord permanecer en sesin per1nanente, mientras el Consejo se rnantena en Patnplona hasta que se resolviera la crisis28. In1nediatarnente la corporacin provincial co1nenz a recibir adhesiones de los
24
expresaba su conviccin de que aquel episodio sirvi para te1nplar el espritu del pueblo navarro y prepararlo para la gran e1npresa patritica que en estos 1no1nentos viene desarrollando (Diputacin de Navarra, 1936).
25
EPN y DN, 11 y 12 de 1narzo de 1936.
26 DN, 21 de abril de 1936.
27 Diputacin de Navarra, 1936.
28
As se pronunciaban en telegrama enviado al Ministro de la Gobernacin (con el timbrado de urgente):
Vocales del Consejo Adrninistrativo de Navarra que suscriben, venidos hoy de sus pueblos y reunidos espontneainente en Pmnplona, ante insistentes nunores esparcidos sobre sustitucin actual Diputa-
[236]
ayuntan1ientos de Navarra, de los grupos en1presariales, organis1nos catlicos y personalidades de la derecha local (como puede verse en la prensa de esos das). Durante
la sesin del Consejo Foral de la tarde del da 11 se habl, segn lo relata Jess Iribarren (n1ien1bro del Consejo y futuro secretario de Mola), de organizar una resistencia pasiva. Se pens en la posibilidad de que la Diputacin se exiliara -con10 en
las guerras del pasado siglo, se pensaba~ en r.:.rancia, y en organizar la resistencia civil a una Gestora non1brada por el Frente29 Se pensaba serian1ente en una rebelda de
la provinciafl{.eino encabezada por el Consejo Foral (lribarren hablaba de 1vn1ntica
re/Je/da, en ese sentido decin1onnico y heroico que lo c1npleaban los escritores de
poca). Pero la situacin se suaviz cuando llegaron noticias de que no se producira
el temido relevo (el gobierno del Frente Popular haba optado por seguir la va legal,
derogando, en su caso, la ley de dicie111bre de 1934 que regulaba la eleccin de la Diputacin de Navarra).
Sin e1nbargc\ cuando el 26 de junio de ese ao (faltaba 1nenos de un nles para la
sublevacin y se haban producido las elecciones de abril de co1npro1nisarios en las
que Ja Diputacin fue respaldada por el 78 por 100 de los electores"') el gobierno re1niti a las Cortes un proyecto de ley para la sustitucin de la Diputacin, fue urgentemente convocado el Consejo Foral (30 de junio). A esas alturas de ao los nimos
estaban especialmente sensibilizados a nivel de la calle (pinsese en la lucha por los
compromisarios de abril y en la campaa de prensa que se llev adelante por parte del
fJ;ario de Navarra, de gran influencia en toda la provincia, intenssi1na, abierta1nente
rupturista con la Repblica y acorde con planteatnientos de la derecha radical europea31) y los preparativos de sublevacin estaban n1uy avanzados. 'fras escuchar a Garcilaso (que hablaba en su calidad de diputado a Cortes), el Consejo acord oponerse
a la ley, convocar a Pa1nplona al pueblo navarro caso de que la ley prosperara (con
annas los que tuvieran) y reunirse en ese 11101nento como cabeza de la nlovilizacin.
Se no1nbr, incluso, un con1it clandestino que coordinara las acciones32 . Mientras
tanto los contactos del Bloque haban garantizado, a travs del general Mola, la neutralidad de la guarnicin de Pa1nplona en caso de 111ovilizacin33 , y el Requet se ha-
cin, dirgcnsc vuecencia como representantes genuinos de todas las fuerzas de esta regin, rogndole
respete ley vigente obtenida con quonnn insuperado en Cortes, inediante la cual constituyse actual Diputacin, porque lo contrario herira profundainente senti1nientos imnensa inayora de navarros.
Tcodoro Marco, Flix Iriarte, Ignacio Yoldi, Ro1nualdo Ochoa de Zabalegui, Miguel U!barri, Wenceslao Correa, Segundo Mgica, Luis Lizarraga, Jos Macicior, Benedicto Barandalla, Joaqun Eyaralar,
Esteban J\nnendriz, Pablo Sacia, Vicente Mendvil, Jos Snchez Marco, Jos Mara Iribarren, Joaqun
de Bo1ja, Jos Gayn de Ayala, Toms Mata, Julio San Gil, Luis Zurbano, Luis Ortega, Valentn Ayucar,
Isaac Goili, 1-Ii!ario Etayo, y Martn Amigo!>> (ARDN, Guerra Civil).
29 Lo que se hara a travs del boicot a !a gestin ad1ninistrativa, Ja retirada de !os fondos provinciales de la Caja navarra y Ja organizacin de la desobediencia fiscal EPN y J)N, 12 de 1narzo de l 936; Iribarren, 1937: 46-47.
Vase las pgs. 233-234.
1
' Vase Ugartc, 1996.
12 Iribarren, 1937: 47-49; Lizarza, 1969: 96-97 .
.n Esparza, 1940: 129. Pinsese que por esas fechas mantena Mola una difcil relacin con Fa! y Jos
carlistas dirigidos desde San Juan de Luz (el 15 de junio se produjo una difcil entrevista entre arnbos en
!rache). Sin einbargo, Balcztena ya haba visitado a Mola en n1ayo y Garcilaso tena una relacin fluida
'
[237]
liaba en estado de alerta34 Era lo que en diciembre de aquel afio, ya en plena guerra,
llarnara Jos Pedro Arraiza intervencin decidida y gallarda del Consejo Foral 35.
Por lo cletns, en aquella ocasin el H. equet se colocaba en pri1nera lnea de la
inovilizacin. El hecho es que las organizaciones locales recibieron, en efecto, rdenes de concentrarse en Pa1nplona, ofrecer una resistencia forn1al, rodear la Diputacin y no pennitir la sustitucin caso de que sta se produjera. Y aquellos n1uchachos de las aldeas, a los que se haba inculcado -o que sentan, sin 1ns- que el
intento de quitar nuestra Corporacin Foral hera los senti1nientos de todos en lo 1ns
ntno del corazn (son pafabras de uno de aquellos jvenes), se i1npacicntaban en
los pueblos y pedan instrucciones para 1novilizarse. Crean que era la ocasin, el
n101nento, de realizar sus deseos de dar al traste con la farsa gobernante, envilecida y
destructora. f:star alerta, fue la consigna dada desde la segunda 1nitad de n1ayo y
todo junio. Fue as, por ejen1plo, co1no a fines de junio (111ientras en Pa1nplona se reuna el Consejo Foral) se corri el rumor en los alrededores de Huarte de que los diputados a Cortes, tras renunciar a sus actas, se pondran a la cabeza de un n1ovin1iento antiguberna1nental. De los pueblos del contorno -relata un requet-, en
una noche oscura, con un ten1poral que iinpona cierto pavor, venan grupos pequeos, de cuatro y de cinco, de dos y de seis, provistos de linternas o farolillos, para
reunirse en esa especie de metrpoli y caer sobre Pamplona. Con los de Huarte y los
de Villaba, los de Amocain y Ardanaz y todo el valle de Egs"" Escenas dignas de
la triloga Las guerras carlistas de Vallc-Incln:n, escenas del pasado siglo en esos
das de junio de l 936. Pero, ta1nbin, una inovilizacin que recordaba a algn carlista
(a Antonio Lizarza; no en vano haba estado en Italia) a la 111archa sobre /?orna. Marcha ,foral sobre 1~an1plona le llatnaba a aquello que pudo ser gran 1novilizacin del
Requet (que, en pocas se1nanas, se convertira en n1archa sobre Madrid) 38 Y es que,
siendo sus objetivos los propios de aquellos tien1pos (asalto arn1ado a una de1nocra-
desde su llegada a Painplona. La colaboracin final del carlis1no navarro con Mola ya se haba venido
gestando con incidentes con10 el de la Diputacin.
34
E.C. de T. La in1paciencia de los navarros)>, ARBU; Lizarza, 1969: 97.
35 Diputacin de Navarra, ! 936.
% E.C. de T. l!npaciencia de los navarros)>, en ARBU.
37 Caballeros en 1nulas y l. su buen paso de andadura iban dos hor:nbres por aquel camino viejo que,
atravesando el 1nonte, remataba en Viana del Prior ~comenzaba Valle su Los cruzados de la Causa-..
Esperaban, das hace, al seor 1ni Marqus. Viene para lev;1ntar una guerra por el rey Don Carlos. Ahora
los inarqueses eran condes (de Rodezno) y diputados a Cortes.
38 Se habl de una 1narcha foral sobre Pa1np!ona, que en pocas semanas se ira a convertir, en nombre de la Religin y de Espaa, en n1archa sobre Painp!ona y luego sobre Madrid (Lizarza, 1969: 97).
Tainbin Jess Iribarren ( J 937: 47), futuro .secretario de Mola, habl de aquella con10 de 111archa sobre
Pa111plona. Era la poca de las 111an:lws. Antes del pursch de Mtnich ( l 921) se habl en Alc1nania de la
marcha sobre Berln (que no sera.foral, claro est, pero que daba esos pasos de asalto a Baviera -Ja verdadera Bavicra, que se miraba, a su vez en el caso turco de Ataturk, y quera ser !a Aneara de Alemania- para desde all tornar Bet'ln. Claro que Hitler no haba contado con que el presidente Gustav von
Kahr, quien crea antes en una restauracin de la dinasta bvara, con lo que se desbarataron sus planes;
vase Kitchen, 1992: 203; Bullock, 1994: 174-177; todos documentados en Bracher, 1973: I, 155-166,
que es el inejor y 1ns profundo relato).
[238]
cia con 1novilizacin de 1nasas), tenan una 1norfologa -que le vena dada por los
rasgos de aquella sociedad- si1nilar a las n1ovilizaciones guerreras del pasado siglo.
Eran los nuevos y los viejos tie1npos confundidos en el n1isn10 n1on1ento histrico.
En todo caso, y con10 recordara Juan Pedro Arraiza, con aquel n1ovin1iento general en torno al organis1no foral, se haba pretendido ten1plar el espritu del pueblo
navarro !aqul que se alz en annas contra la l~ephlica, dehc entenderse 1 y prepararlo para la gran en1presa patritica que en estos n1on1entos [dicie1nbre de 1936 !
viene desarrollando 39 . Aquel fue, sin duda, un ensayo general de Jo que sera julio
de ese ao en Navarra -despus de todo, quedaban dos se1nanas.
Pero a aquel estado <le ni1no, a aquella disposicin que poda observarse hacia
finales de junio de 1936, no se lleg sin esfuerzo. Porque una cosa era 1nostrar una
disconfonnidad con la l{epblica y otra levantarse en annas contra ella. I-Jaca falta
conciencia de una cierta inevitabilidad, voluntad para ello y cierta seguridad en el
triunfo. A obtener ese estado de ni1110 coadyuv toda una ca1npaa de prensa (lanzada desde el !Ji ario y !~'/ F'ensanliento) y, naturaln1ente, !a labor realizada entre los
jvenes (y no tan jvenes) que saldran voluntarios ese 18 de julio.
3. J .2.
EL
Pero hacia n1arzo de 1936 las cosas distaban nnicho de estar n1aduras. Quienes
1ns reacios a i111plicarse en una accin que supona no pocos riesgos y cierta1nente
un esfuerzo considerable eran justa1nente las gentes pertenecientes a ese sector de la
clase n1edia conservadora de Pan1plona y la provincia. La propia inentalidad retrospectiva de aquel grupo social no les ayudaba a con1prender el 1no1nento. Su disposicin poltica antirrepublicana no se produca desde el radicalis1no de derechas. Eran
1ns bien conservadores en poltica, seguidores del accidentalisnto de Gil l{obles antes que del autoritarismo resuelto de Calvo Sotelo. Aparte del carlismo -histrican1ente insurrecciona]-, el partido organizado en la derecha era la Unin Navarra de
Rafael Aizpn, partido integrado en la CEDA (con la que ocup el ministerio de justicia). No co1nprendan de n1ovilizaciones 111asivas que les recordaban o bien la agitacin izquierdista o a las huestes carlistas que haban bo1nbardeado la ciudad el pasado siglo (como he dicho). Su posicin era acomodaticia. No quiere esto decir que
co1nprendieran el valor de la de1nocracia o el Estado de derecho. No. Pero aun deseando una situacin autoritaria, la preferan al 1nodo de Prno, con10 un coup de
Cour, con la aspiracin final de volver a la situacin plcida y equilibrada de la pasada poca de la Restauracin. No eran los ms resueltos partidarios de frmulas de
fuerte n1ovilizacin de 1nasas co1no las que con1enzaban a ensayarse en Europa.
Claro que estaba el ilnportantsno grupo del Diario, el grupo que 1nantena una
estrategia n1s definida entre los de la lite navarra40 y controlaba el pri1ner peridico
39
[239]
de la provincia, decisivo a la hora de a1nalga1nar voluntades en aquel sector y conducirlo, con gran inaestra pedaggica, del estado de alanna a posiciones poltica111ente 111s resueltas.
Porque en efecto, a la altura de marzo de 1936 (una vez instalado el rcpublicanis1110 radical y refonnista en el gobierno\ haba un doble proble1na para contar dcfinitivainente con aquel grupo social. Cierta1nente exista la alanna ante la progresiva
prdida de poder y preeminencia social. Pero haba un problema de vida confortable
--que pudiera arriesgarse en la coyuntura- y, sobre todo, un proble1na de inco111prensin ante la 1novilizacifi 1nasiva. Era el propio ethos local, que pennita la cohesin de clase y la cohesin co1nunitaria, el que dificultaba el paso definitivo hacia
el insurreccionalisrno (pues de eso se trataba).
Su inundo estaba hecho de recuerdos y nostalgias que hacan difcil la con1prcnsin de las nuevas tensiones. Aquel grupo vea a Pan1plona con10 una gran fan1ilia 41 .
Una gran familia con dificultades y conflictos, pero unida hasta en la discrepancia.
Una ciudad slida, estable y de vida confortable (a pesar de la inquietud que haba
aadido la Repblica a sus vidas). As lo reflejan numerosos memorialistas de la
poca42 . Podan creer en una Navarra catlica y esencial, nervio de la Espaa eterna.
Podan creer incluso en una Navarra n1isionera, pero otra cosa era que se viera a s
111is1na cuhninando el plan divino para Navarra, aquella potencial inisin que estara
destinada a encarnar Navarra.
Una actitud nostlgica, indolente ante los apremios y los requerimientos del presente, que corno hetnos visto, con1enzaba a organizarse segn otros principios del individualismo y los agrupan1ientos de clase. Pero aquella i1nagen era pertinaz. No era
ya la Pamplona p1rea, era tambin Navarra a la que se evocaba como el viejo Reyno
(as con la y griega, supuesta1nente tan navarra'13 ) cargado de historia. Se la poda
evocar, con10 lo hizo en 1935 Eladio Esparza, refirindose a la cripta lbrega
de[! monasterio de] Leyre, ... [al] lindo monasterio de San Zoilo, ... [aj la Virgen
de Uju o Roncesvalles, ... [a] las cruces ambulantes de los romeros, ... [a[ los prticos admirables de Estella, ... [al] versolari [s;cj ... en las plazas recoletas de nuestros
pueblos vascos, que sonren a la lluvia, en el idioma hecho a golpes de slex y con
en el gnipo y tesorero de Renovacin Espaola). Cada da se reunan hacia las tres y inedia en el peridico para discutir la lnea editorial de aqul.
41
Jos Javier Uranga ~21 de julio de 1994(l12.B)--, hijo de Jos Uranga y sobrino-nieto de don
Pedro, sucesor de Garcilaso en la direccin del Diario, fonnado en aquel ainbiente, a pesar de 1nanifestar que Ja Repblica haba producido tensiones insalvables entre !os sectores catlicos y republicanos, y
de que por aquellas fechas el enfrentainiento violento era cotidiano, sostena que en Painplona no ha habido diferencias sociales (no ha habido clases) todo el mundo se relacionaba y trataba. La ca!le, el Tenis-Club, el club de Larraina no seran Jugares de diferenciacin social (vase Ugartc, 1995a: Segunda
Parte), sino {unbitos en Jos que gente de todas clases se 111ezcfaba.
12 Blasco Salas (1958), Larregla (1952) o Jos M." Iribarren, que hizo oficio de aquel recuerdo.
0
Vase Andrs-Gallego, 1987: 223. Por no ser peculiar, no lo es ni la fatnosa "y" griega de Ja grafa con que en la Navarra 1noderna se escrbi la palabra "rey no". Cualquier nvcstigador de esos tieinpos, habituado a verla as escrita por doquier. .. , sonreira si supiera que aqu se considera cosa propill
(cursiva 1na).
[240]
1niel silvestre, ... !_a losj docu1nentos antiguos rescatados, tal vez, del palacio re
gio de Olite y cuidadosa1nente conservados en el Archivo General de Navarra. De
nuevo una i1nagen historicista, anacrnica con la realidad presente en la Repblica.
Era aquella una mentalidad, un ethos colectivo hecho de nostalgias que no facilitaba la plena consciencia sobre la circunstancia histrica por la que se estaba atravesando.
De ah que el nuevo Ensanche de los 20, imagen de prosperidad y bienestar, de
la progresin del espacio urbano sobre la campia44 , y al que se haba trasladado a
vivir una buena parte de aquella clase inedia, an no entrara en la itnagen estereotipada de la ciud.ad. l~n parle por ser an 111uy reciente su construccin. Pero ta1nbin,
con10 vere1nos, porque representaban la incertidtunbre ante el futuro. Porque sitnbolizaba en sus 111entcs la ruptura del seguro recinto fortificado que era la ciudad vieja.
Aquella den1olicin de 1915 -festejada en su da con10 acto de esperanza y de nostalgia-, o la demolicin en 1932 del Teatro Gayarre -para dar paso al engarce
urbano entre el nuevo Ensanche y la ciudad vieja-, que tantos detractores tuvo, significaban cierta1nente la apertura hacia lo confortable. Pero tan1bin hacia lo nuevo
que, visto cn10 haban ido las cosas con la I~cpblica, produca 111iedo en aquellas
1nentalidades conservadoras. De 111odo que la tnejora de la situacin no poda venir
de la novedad. nica1nente caba la n1archa atrs. La in1posible 111archa atrs habra
que aadir. No era aquel un colectivo que co1nprendera bien las nuevas necesidades
de la sociedad de 111asas. En la n1edida que su nrada se recreaba en un pasado arn1nico, se negaba a ver el presente y te1na un futuro que no le ofreca seguridades.
Ese estado de cosas vino a captar n1agistra1Inente Rafael Garca SetTano (pe1iodista
y escritor falangista) en su novela Phiz.a del Castillo (ese estado de cosas, subrayo, que
no el argu1nento o la tesis de la novela que resulta 1naniqueo e inexacto). Ms en concreto en una serie de conversaciones que Garca Serrano sita en el Casino Principal y
otros lugares de socializacin de Ja Pa1nplona castiza (y ele abolengo) entre personajes
que pudieran resultar representativos de esa clase inedia conservadora45 . En ellas se refleja con luz intensa --aunque, corno digo, parcial- el espritu que anin1aba a ese
14
'
[241 J
grupo social y, ta1nbin, el dilogo que se produca entre stos y los sectores 111s
conscientes de entre ellos (que tenan una visi6n n1s ajustada del n10111ento). Unas
plticas cuyo tono resulta perfecta1nente verosnil, y que bien pudieran haber tenido lugar durante aquellos das (salvedad hecha de las concesiones literarias). En
ellas, con10 no poda ser de otro n1odo, un industrial harinero, y algn don ins
que sie1npre caa por all -por el Casino- se lan1cntaba11 del paso del tie1npo,
de la desaparicin de todo aquel mundo que ellos conocieron y que les resultaba
tan entraable. Expresaban, casi con10 una rutina, ese senti1niento de prdida de
un tie1npo (nuestro tie111f)O ), ese sentido agnico de los tie1npos que les toca vivir. Una cierta 1nelancola envuelve a los personajes (sin concesiones, por el estilo
vigoroso del autor). Ya no queda nada !de aquello] -dicen. Este ticn1po va
viendo co1no se acaba todo. Y cuando se refieren a la clen1ocracia lo hacen con
la sonrisa de decir picardas. Resulta claro que no creen en ella, que hay una
con1plicidad para utilizarla con10 argu1nento irnico entre ellos. Es un grupo (don
Pablo, don Justo, don Estanislao) que, desde su estado confortable, se sitan en Ja
aoranza para gozar de un tien1po que ya no es el suyo y frente al que no tienen
respuesta.
Frente a ellos, el tronante y spengleriano don Len acta co1no la conciencia lcida y cida, que les despierta de ese estado de ensoacin ingenua en el que se envolvan. Don Len les reprochaba a sus con1paeros, sin sutilezas, ese pen11anente retorno a las eternas y nostlgicas lrunentach>nes pan1plonicas. Los paseos de la
Estafeta -ironizaba don Len-, los oficiales del regimiento de Al mansa -fjate, la
Caballera, con la falta que hace la Caballera~, el violn de Sarasate, que era un buscaperas chiquitn, la 6pera en el viejo Gayarre, etc., tenias recurrentes ele sus a1nigos, le tenan frito. No hacan, deca don Len, sino hocicar en su tun1ba sin ver que
ya se est abriendo la que nos tragar a todos [,la revolucin]: a vosotros, a n1, a nuestros recuerdos, a la Plaza del Castillo, a la Estafeta, al encierro, al Santo, a las cadenas de Navarra, etc. Porque, segn don Len, sus a1nigos estahan ciegos ante la revolucin innu'nente. Una revolucin que se llevara todo por delante -en a1nalga111a
heterclita-: de las personas a las cadenas, del Sanlo al negocio. Y citaba a Spen~
gler para hablar de la pulsin de los tiempos, y descalificaba a Ortega y Gassct como
Un tocador de ocarina en una fbrica de tanques 1 los tie1npos, los duros tien1pos le
habran sobrepasado'""
Pero quien sita el punto de mira all donde el sector militante de aquella clase
16
'
El prestigio de Spengler entre aquel grupo est an1plian1ente documentado. Su l)ecode1u:io de Occidente (Madrid, 1927) y Al/os decisivos (Madrid, 1934) se encuentran en buena parte de las bibliotecns
privadas que he podido consultar (fanlilia Pobes, Uranga, Diario de Na11arra), as con10 las colecciones
de Accin Espa'ola, revista que difundi extensatnente a este autor (como a Nikol<li Berdiieff y su Una
nueva Edad Media. Madrid, 1932; cito por 1934). En cuanto a Ortega es personaje 1nuy criticado por el
grupo n1s radical de la derecha. As Carlos Fernndez Cuenca (El profe:'.or ()riega se pregunta qu pasa
en el n1undo, Accin E!)paiola 31, 1933; citado en Morado, 1985: 56) le trata de diletante y de hoy
seor!! de los panoran1as ideolgicos europeos [que deshnnbra] a su ingenuo pblico --los dones de Garca Serrano, por ejen1pto, que le citan con achniracin-, en sus largos fol!etones, presentndose en Espafia coino descubridor de cosas ya descubiertas allende de las fronteras.
(242]
n1edia pretenda situar era el periodista Menndcz47 . A ste le daban qu pensar los
cornentarios 111ordaces de don Len, y se vea cobarde -la cobarda del infecundo
y fatigado hornbre civilizado, que dira Spengle1A 8- volviendo con los nostlgicos
hacia la ciudad vieja -tras la tertulia. Pero era consciente, a la vez, de que deba ir
con los tie111pos, con la cultura y la disciplina anbnica que hiciera frente a la deca~
dencia de Occidente49 , con esa tnanera de dar cara a la vida, de enfrentarse con la
muerte !segn aquel pensamiento agnico ele la pocaj, ele resolver el problema ele
cada da pensando en que el inundo debe seguir su n1archa. Cultura y estado de
nin10 que no podan proceder sino, segn Menndez, del cristianisn10. Porque Ortega poda ser algo zul en su esnobis1no. Sin e1nbargo, un analfabeto puede ser culto
si sabe rezar, si cree en el niistcrio, si no le asusta la vida ni te1ne a la 1nuerte. 'I'al
vez poda decirse que, con10 tanta otra gente de su condicin, influido por lecturas de
los franceses Lon Bloy o Charles Pguy, participaba del nuevo espiritualis1r10 1nstico que extenda por Europa el eslavo Nikoli Bercliaeff en su Una nueva Edad Media50 (Garca Serrano no hace a Menndez lector ele Berdiacff, pero por su modo de
argu1nentar y lo extendida que estaba la lectura ele sus libros 51 , deba serlo). Una obra
que presentaba Ja ulopa en el regreso a la unidad n1oral que se dara a partir de la ar1nona social reinante en una pretendida nueva edad n1edia corporativizada, inspirada
en la annona ton1ista y en la realizaci6n agustiniana de la ciudad divina. Pasado y
futuro unidos en un nico proyecto. Por ah poda venir la solucin: de asu1nir el
tie1npo presente desde una tnstica vitalista, sin renunciar a lo heredado. Y, el periodista Menndez, lo deca grfica111ente: lo pri1nero es reinstalar en nuestras gentes
el ahna nacional y cristiana, y lo de1ns vendr por aadidura, con10 una fruta zocada.
Espaa es, y perdonachne, la Plaza del Castillo: hay una brecha brutal entre lo antiguo y lo inoderno, una detonante avenida que no se sabe para qu va a servir 52 El
proble1na consiste en enlazar las dos cosas, en annar un arco s6lido que d paso a la
Historia hacia el porvenir. Ah resu1na Menndez el pensa1niento del sector n1s
Trasunto de Galo M. Mangado, Che, crtico taurino y colaborador circunstancial del J)iario (Gar~
ca Serrano, !992: 206).
18
Speng!er, 1943: III, 150.
l 9 Sigo con expresiones spenglerianas.
50 Benliaeff, 1934 (es la 5. edicin, la prin1cra es de 1932). Sobre la era del espritu, vase Stroinberg, 1991: 307-308. N. Berdiaeff, intelectual rnarxista expulsado de Ja URSS tras renegar del 1narxis1no
y adoptar unas posiconcs de cierto existencialisino cristiano ortodoxo, tuvo una gran accptacn en los
crculos de la intelectualidad catlica europea de Ja poca con sus tesis idealizadoras ele la Edad Media como
Ja poca de Ja unidad moral y social, del orden y la comunidad de creencias, de los nexos orgnicos y la nti1na espiritualidad religiosa (Berdiaeff, 1934: passi111). Sus posturas se entendieron que crnnbinaban el viejo
agustinianisino con las nuevas ideas del autoritarisn10 europeo (vase Utechiin, 1968: 302 y sigs.).
51 Jess C)laizola, 17 de noviembre de 1994. Otras obras, citadas con frecuencia eran, aparte de Spengler y Berdiaeff, Maeztu (La crisis del /iuma11is1110), el Conde de Reiserling (El n1u11do que nace), Ulandsbcrg (La Edad Media y nosotros) y Ortega (ste de inodo controvertido). Vase EPN, 2 de abril de 1936.
Todos ellos en ese tono de crisis de la civilizacin europea.
52 Se refiere al hueco que quedaba en Ja fachada sur de Ja Plaza del Castillo tras ser derruido el Teatro Gayarre (l 932) para abrir la Avenida Carlos III, ilarnada a ser el eje del nuevo Ensanche.
17
[243]
consciente de la clase rnedia conservadora: nacionalisn10 catlico (o naciona!-cato/icis1110, con10 se ha dicho despus), asuncin de las inancras que iban con los tien1pos
(la rnovilizacin de n1asas), proyeccin de la Historia en un progran1a de porvenir, rechazando, naturalinente, el n1odelo den1ocnltico (que resultaba desacreditado para
aquel sector) en unas fonnas de organizacin social que en Ja Europa del 1non1ento
slo podan asociarse a los fascis111os.
se es el modo en que se expresaban aquellos grupos. As deba ser (licencias literarias aparte). Esa la dialctica entre los grupos ms politizados, convencidos de que
con la H.epblica no habfr(nada que hacer (el crculo del /Jiario) y una 1nasa 1ns
general, que jugaba con cierta ingenuidad el juego de la nostalgia sin percibir con claridad los pasos a dar para salvar aquello que tanto queran (y que sentan que mora),
los que se inclinaban por la UN-CEDA 53 As deba ser porque resulta concomitante
con todos los testimonios ele poca recogidos y por los reproches que -como don
Len o Menndez- Garcilaso, Arneztia (n1enos tronante que el prilnero, 111s sutil y
pedaggico que el segundo), haca a sus lectores a la altura de abril de 1936. Mientras tanto --deca An1eztia en su seccin de Divagaciones que escriba o dictaba
desde Madrid cada da- aqu esta1nos ciegos y sordos a toda recla1nacin de energa y sacrificio, prolonga1nos el sesteo n1ientras la Patria sufre y nlientras se estrecha el cerco a Ja fortaleza de Ja civilizacin cristiana por las fuerzas de la revolucin
niarxista. Pero, hasta cundo? Hasta cundo va1nos a seguir nosotros con los brazos cruzados, n1irando c61110 los corderos cantan 111ientras trenzan la cuerda vengativa?54. Y remataba An1eztia: Digo yo que habr que darle cara ... ! lJstedes no s
cn10 opinarn, ni s cn10 opinan los jefes responsables de las organizaciones de la
derecha estancados ... 55 . Quiz hubiera que ir pensando en otra cosa, alguna fonna
de reaccin contra la revolucin, sugera a sus lectores.
Porque si la derecha, aquella derecha 111s consciente -fonnada en las lecturas
del radicalis1110 francs- tena dificultades para dirigirse al alnu1 n1oderna en ciudades co1110 Bilbao56 , ta1nbin las tena en ciudades co1no Pan1plona. No era fcil inculcarles ese espritu necesario para co111prender la obligada 1narcha hacia fonnas participativas de organizacin social (fuera aquella de parlicipacin activa, adhesin o
encuadran1iento). Para entender que el plcido pasado ya no volvera. Que ya no caba volver a la vieja comunidad jerrquica y apacible (que los paseos con sombrero
de paja no volveran). Que ya las lealtades tendan a sobrepasar el n1bito de la comunidad, de la ciudad, para ser nacionales y estatales (ante las que haba que ofertar
argumentos ele lealtad). Que el pas (la patria) deba ser regido con frmulas que contemplaran a toda la poblacin (no con pequeas oligarquas surgidas del establish-
53
Jos Javier Uranga, 21 de julio de 1994 ( 112.A), asegura que !a '<gente de la derecha en Navarra>>
(que no perteneciera a CEDA -pero debe recordarse que la Unin Navarra de Alzpn era el nico partido articulado en la derecha, ade1ns de! carlista-) estaba convencida de que <<Con la Repblica no haba nada que hacer, estaban convencidos de que da nica solucin era la guerra. Pero eso ocurra,
aclaro, en 1narzo. Para julio las cosas haban 1nadurado 1n<is coino vere1nos.
:'i 4 J)N, 7 de abril de J936.
55 JJN, 12 de abril de 1936. Naturahnente se refiere a la CEDA de Gil Robles.
56
Vase los con1entarios a! respecto en Daz Freire, 1993: 136 y sigs.
[244)
n1ent). Que haba que ir hacia nuevas fonnas estatales. Que para evitar la solucin so
cialista -a la que tanto se ten1a- y olvidarse de la solucin dernocrtica, estnada
co1no ineficaz, haba que avanzar hacia nuevas fonnas del autoritaris1no con10 el que
poda observarse en Portugal, en Italia o en Ale111ania. Que para todo ello era necesaria la insurreccin de 1nasas -que ya se preparaba, no se olvide. l~ra difcil in1buir
ese espritu acorde con los tie111pos, 111s universalista, a un colectivo confortable1nente asentado, sin pulsin, sesteante (son palabras ele An1eztia), de horizontes 111s
li1nitados y que confiaba antes en una 1nilagrosa rcedicin del pasado (o se resignaba a recrearlo en sus conversaciones) que i1nplicarse en Ja accin que requeran
los tie1npos.
No es difcil i1naginar el ilnpacto que poda causar en los nlie111bros n1s activos
de aquella clase n1edia las lecturas de Spengler o I3erdiaeff (los autores 111;,,s ledos en
el 1non1ento). E~l n1odo en que el escritor alen1n se entusiasn1aba con Ja subida de Hitler al poder en 1933: Nadie poda anhelar n1s que yo la subversin nacional de este
ao -deca. ()di, desde su pri1ner da, la sucia revolucin de 1918, con10 traicin
infligida por la parte inferior de nuestro pueblo a la parte vigorosa que se alz en 1914
porque quera y poda tener un futur\) 57 . l)el 1nisn10 tnodo que ellos odiaban la revolucin de las 1nuchedu1nbres de 1931. Y, con10 el estudioso alen1n renegaba de
Wein1ar, ellos lo hacan de aquella R_epblica oprobiosa. O el 111odo en que ste hablaba de Mussolini con10 el ho111bre seorial co1no los condotieros del H.enacin1iento58. No es difcil i1naginar el i111pacto que poda causar sus referencias a Ja
"raza" celtogennnica ... la de n1s fuerte voluntad que jan1s viera el n1undo 59 , ellos
que tan1bin pertenecan a una raza especial. 'D:1111hin ellos suscribiran -reprochndoselo a sus con1paeros- eso de que quien slo bienestar quiere, no n1crcce
vivir en el presente 6. Porque el presente exiga ehnnenlos de pasin, viuo1; que estaban preiados de .fl.1turo, y no la distensin producto del bienestar que conduca a la
vigilia (a la no existencia). Sin en1bargo, siguiendo con la lgica spenglcriana, ellos
saban que aquella tierra dispona de esa pulsin capaz de llevarse por delante la infecundidad del ho111bre civilizado: ellos eran esa pelueFia ciudad, esa ciudad rural,
capaz de hacerse uno con el carnpo61 Con aquel l-lon1bre Agrcola del que hablaba
An1ez1ia-Garci/aso capaz de Vencer la revolucin ellos solos 62 . Porque eran la parte
sana, la parte cargada de esperanzas, de pasin y de actividad, el espritu prn1itivo
en el inundo actual, frente al hornbre civilizado alegre y cohnado, y en decadencia.
Con10 haba ocurrido en la antigua Creta, el nntndo n1iceniano, pasional y prin1itivo,
se in1pondra al rnundo n1inoico, sofisticado y saciado. Pues bien, con10 anunciaba
[245]
Spengler, esa pequea ciudad -que era ya campo frente a la relajada gran urbe- y
el propio campo mantendran Ja tensin vital y espiritual suficientes para. defenderse
de Ja city, esos centros demonacos de disipacin y artificio (el cine, e l expresionismo, la teosofa, el boxeo, los bai les negros, el pker, etc. Una defensa que dirige espiritualmente contra e l racionalismo, polticamente contra la democracia y econmicamente contra el dinero (por artificial, frente a la autenticidad de la tierra)63 .
Un macizo, un espritu disciplinado, que hara fre nte a esas dos grandes revoluciones
que amenazan con destruir Europa: la lucha de clases y la lucha de razas (tal vez unidas desde Mosc64). El cetrismo se haca progresivamente imprescindible, y aquel
macizo dejara atrs la mscara de Ja era de los inte1regnos parlamentarios para dar
paso a una nueva era de espritus fuertes 65
Spengler era el autor de moda entre aquel grupo ms politizado y sus ideas se hallaban tremendamente extendidas e n las ciudades de l norte 66 . E l propio Spengler hablaba del catolicismo popular de Espaa del Norte (y de Francia de l Sur e Italia del
Sur), de su fortaleza espiritual y su pulsin primaria67 . Navarra era ese territorio en
que la ciudad pequea y el campo hecho uno en la provincia, la raza fue rte68, iba a
barrer a la gran urbe universalista y decadente. Con el campo ya se contaba (el carlismo haba hecho su labor). Haba, pues, que convencer a aq uel grupo nostlgico,
embebido en sus recuerdos dorados, de la necesidad de una actitud resuelta (la insurreccin, proyecto que estaba en marcha desde marzo de ese ao de 1936) sin asustarlo demasiado. Y eso slo poda hacerse asociando aquella identidad aorante a las
nuevas formas del autoritarismo. Presentando las formas nuevas como una vuelta
atrs, como una recuperacin de la vieja armona, aunque hubiera para ello que emplear mtodos nuevos, aptos para la sociedad de masas. Haba que unir el ethos local
al proyecto autoritario. A ello haba contribuido la idea de la Navarra catlica, alma
de Espaa. Ahora (marzo de 1936) haba que sumarle al proyecto de insurreccin.
A esa labor pedaggica de cimentar la unin entre el viejo ethos y los nuevos miedos y necesidades, a sumar a aquel grupo a la insun-eccin que estaba e n marcha, dedic Garcilaso/Ameztia sus esfuerzos desde su direccin y sus colaboraciones en el
Diario69 . Porque, si relevante fue su papel en aquella red de contactos que se teji en
aquellos meses de la primavera de 193670, no menos relevante para Ja articulacin de
aquella reserva de patriotismo que reclamaban los nuevos autoritarismos fue su acti-
63
[246]
vidad como periodista durante esos meses decisivos -aspecto este en el que no se ha
solido reparar. Con una inmensa sabidura y sentido de la realidad, realiz aquella labor desde unas modestas crnicas (sus Divagaciones aparecidas diariamente en la
primera plana del peridico), escritas desde Madrid (era diputado por el Bloque). La
prensa diaria se haba convertido ya por entonces en e l gran medio de expresin y recepcin de info rmacin, de generar opinin, con los rasgos de la prensa de gran tirada de principios de siglo71 Extremo especialmente cie1to para esa clase media cuyo
nimo se hallaba enervado por su visin retroactiva de las cosas.
En sus crnicas subray e l caos vita l que, segn su dogma, rega el pas, la prdida de la vieja armona y los modos de la Espaa castiza, vctima de la lucha de clases y de razas (Spengler) que se abata sobre Europa - y que tena en Espaa a su
eslabn dbil. Si as era, se deba al caduco liberalismo y a la democracia introducida en Espaa por la Repblica. Haba, pues que pensar en nuevas frmulas polticas (y se miraba sobre todo en Portugal e Italia) que pusieran en pie la reserva de
patriotismo que salvara a una nacin en estado de aguda eme rgencia (Carl Schmitt);
que reconstituyera su uni dad espiritual (catlica y racial) en torno a un proyecto de
recuperacin desde el Estado de l viejo/nuevo caballero cristiano espwiol. Y, como
sntesis de ello, la tierra impoluta, Navarra, con su hombre agrario (el que sera requet) y sus instituciones prstinas, la nueva Covadonga que devolvera a Espaa a
su destino original como pas elegido por el Seor para realizar su obra (el mito del
Reinar).
ste era, muy sucintamente, el pensamiento del Diario, y, por extensin, de aquel
colectivo. Un ideario no elaborado (lgicamente, pues no se trata de una publicacin
de pensamiento sino de un diario de informacin). Pero, por lo mismo, algo que era
al tiempo menos y ms que un pensamiento sistemtico. Menos por cuanto le faltaba
Ja hondura y la complejidad de aqul. Pero ms en cuanto que derivando de ste -y
conteniendo, por tanto su densidad semntica- , lo vulgari zaba y converta en conciencia difusa, en gnosis sociopoltica para un amplio colectivo. Un ideario hbil-
71 En Espaa, por su neutralidad en la Gran Guerra (en que la prensa se utiliz para labores de propaganda, con el posterior descrdito) y el relanzamiento que la prensa poltica tuvo con la Repblica, el
periodismo no haba experimentado an las nuevas transfonnaciones que se observaban en Europa y Estados Unidos hacia una prensa diaria ms variada, de lecturas diversas, menos pol itizada y a la que el lector acceda, no tanto por afinidad poltica, sino para satisfacer curiosidades varias de los miembros de la
fami lia. Para las transformaciones en la prensa puede verse A lbert, 1990: 69-92 y 99- 1Ol. En cualquier
caso, s que se dieron pasos en esa direccin como la Escuela de El Debate (1922), o el envo por ese peridico de sus hombres a estudiar a Estados Unidos (Gmez Aparicio, 1981: IV, 186-193). Era pues un
hbrido entre una prensa poltica y una prensa de entretenimiento. Cabe hacer una llamada de atencin,
por lo dems, sobre la importancia de los mass media para la difusin -e incluso sistematizacin- de
un pensamiento poltico en la poca. Ciertamente, las ideas bsicas estaban en los libros y revistas especiali zadas, pero se hacan operativas, en buena med ida, a travs de lo recogido en la prensa, medio de mucha mayor difusin y con un pblico en general cultivado y polticamente activo -o, cuanto menos interesado. Eran esos i111elec111ales intermedios que convertan la filosofa en selllido co111111, por utilizar
expresiones gramscianas. Sobre la importancia de los medios de comunicacin como generadores de la
sociedad caracterstica del siglo xx, la sociedad masa (y por tanto productores y catalizadores de opinin, etc.), puede verse Timotco lvarez, 1987: 20-22.
[247)
mente expuesto -con su propia cadencia expositiva- y sutilmente mati zado para
consumo del colectivo.
Como puede verse una combinacin entre lo viejo y lo nuevo, ese arco entre la
historia y el porvenir; de elementos del tradicionalismo espao l (Donoso o Menndez Pelayo eran citados siempre con veneracin) con otros difu ndidos por el nuevo
autoritarismo europeo, especialmente del radicalismo fra ncs. Pero siempre con la
clara idea de actuar sobre una sociedad nueva que requera nuevas respuestas. Y, en
general, hecho desde el anlisis de corte positivista - antes que fenomenolgico-esencialista o mitogrfico, ms propio del carli smo. Un modo de ci mentar el viejo ethos
de la ciudad con las nuevas formas del autoritarismo.
Un pensamiento -aunque ms elemental, como digo- muy prximo en Espaa
a los tericos de Accin Espaola 72 , a los maurrasianos y los hombres del esprit franceses73, al colectivo de la llamada revolucin conservadora en Alemania74, al ideario
del integralismo y el salazarismo en Portugal75, a los nacionalistas de Alfredo Rocco
en Italia76 , a la camarilla corporativista creada en torno al rey Caro! en Rumania77 . En
fin, y un largo etctera78 . Naturalmente, con variaciones notables79 . Pero especial-
72
[248]
----- ------
--
--~
3.1.3.
Desde el Domingo de Ramos, en que se abre, entre hosannas y vtores, el parntesis de esta Semana Santa -escriba el semanal a.e.t. 10, del 30 de marzo
de 1934--, hasta el Sbado de Gloria, en que el bandear de las campanas resucita en nosotros la alegra, hay unos das de profunda tristeza para los fieles, y entre ellos, este
Viernes de Pasin, en que Cristo muere inmolado por el pueblo deicida e insolente,
en que estbamos representados todos, hijos ingratos de Dios 81 . As se vean los jvenes carlistas durante la Repblica: con crespones morados en el templo, luto en
los corazones, porque la Repblica laicista e insolente haba arrojado de Espaa a
Dios. Haba implantado una democracia que haba, se deca, abolido su existencia:
Dios no exista por pelos - deca con gran expresividad aos despus un joven formado en aquel ambiente-; por siete votos Espaa haba dejado de ser catlica, remataba con sorna y dejando traslucir con claridad su escala de valores82 . La democracia no era un valor, era un juego frvolo que despojaba al pas de sus verdaderos
valores como era su catolicismo. Sin embargo -siguiendo con esa transmutacin bblica, ms all de la alegora, entre historia sacra y profana- , si Jesucristo haba perdonado, tambin haba expulsado con el ltigo a los mercaderes del templo. No deban olvidarlo - deca el semanario carlista-, y del mismo modo ellos deban
levantarse de una vez contra este estado de cosas, en protesta enrgica, con la energa de una accin guerrera que trueque la situacin presente por otra ms en consonancia con nuestro espritu religioso y nuestro espritu monrquico 83 . sa era la situacin, se el estado de nimo con que vivi el carlismo la primavera de 1936 -y
la impresin que se esforz en transrrtir a sus leales. Un estado de vigilia de Sbado
Santo en que, tras el parntesis de la Repblica-Viernes Santo en que Dios haba sido
llevado a la cruz y muerto, se esperaba con impaciencia el bandear de las campanas
que anunciara la Resurreccin del Domingo de Gloria. se era el estado de nimo y
se su programa: restaurar el reino de Cristo en Espaa, y con l la dinasta legtima. Se
era consciente, adems, que habra que emplear el ltigo y estaban dispuestos a hacerlo.
80
81
82
83
[249]
Si, como ha dicho Donald Watt en la introduccin inglesa del Mein Kampj'de Hitler84, todo 1noviniicnto que hace de la lealtad poltica una cuestin de fe -lo que
ocurre con todas las fonnaciones de 1nasas en los aos de entrcguerras- necesita de
un libro que haga las funciones de la I3iblia, a la vez sencillo y oscuro, para ser npidan1ente entendido o interpretado por los 111s leales segn el caso, el jainlis1110 -uno
de esos 111oviinientos- contaba con el original para ello: la propia !Ji/Jlia cristiana
servira en no pocos casos para hacer la 1nctfora de los acontecin1ientos. L~a 13iblia
y las pasadas guerras del x1x seran el rico filn del que el carlisn10 obtuvo las i1ngenes que excitaron la i1nagi'ilacin de sus gentes durante aquellos das. Y se el 1nodo
en que despleg su discurso, intensificado, a Jo largo de aquellos 1neses: una forn1a
sencilla y a la vez cabalsfica, in1nediata111ente con1prcnsiblc pero llena de referencias
si111blicas al 1nis1no tien1po, acorde con un pensa1niento concreto y alegrico. lJna
explicacin eje1nplar de la realidad antes que racional y analtica (1ns prxin1a esta
ltima al estilo del Diario). Un modo de explicacin y de fijacin de la realidad que
caracteriz a todos los 1novi1nientos situacionalistas de 1nasas en la E.uropa de la
poca85 , propio del pensa1niento religioso catlico 86 y adaptado al pensa1nicnlo concreto propio de los 111cdios rurales 87 .
(Estuvo, ade1ns, el trabajo de organizacin y las acciones del J{equet durante
ese tiempo.)
1-Iaba claras diferencias entre los discursos conservador y el radical de los carlistas (aparte ele participar los dos del n1ito de la nueva Covadonga). Si para el grupo
del IJiario Ja J{epblica haba sido una degeneracin revolucionaria del rgin1en de la
H.estauracin (que, a su vez haba quedado ya caduco para hacer frente a sta), para
el jai1nis1no aqul era otro v;ernes de Pasin de los que haba padecido Espaa en los
ltiinos cien aos. No era un hecho aislado y sin explicacin histrica ~dira aos
despus el Delegado Regional de los Requets de Navarra~, era un hecho fatal, era
un eslabn rns de la cadena que haba co1nenzado cuando el liberalis1no haba proscripto /sic] al primer Caudillo Carlista 88 . De modo que toda la historia mitificada
por el tradicionalis1no del x1x espaol poda ser concitada para n1etaforizar el n101nento. De lo que se trataba ahora era de enderezar definitiva1nentc aquella historia,
torcida por Jos enemigos de Espaa y del catolicismo. Y, a su vez, toda aquella historia o Ja Repblica poda ser representada como una gran Semana Santa en que las
n1uchedun1bres (por lo general injustas) se haban apoderado de la escena pblica.
Da de Ramos (Revolucin francesa o 14 de abril de 1936) en que Jerusaln se muestra entusiasta; da de alegras frvolas, vtores algo orgisticos, presencia 111asiva del
populacho en las calles, da de la voluntad popular. Ta1nbin, a1nbivalcntc1nente, da
84
Citado en Bullock, 1994: 255. Bullock extiende esa circunstancia a fJJS.f/111da111f:'11tos del !f:'11i11is1110
de Jos Stalin.
85 Vase Gentile, 1989: 36 y sigs.
86 Muy inte!'esante el razonamiento y la justificacin que hace de ! Jean J)anilou ( 1957: ! 72-191 ),
telogo jesuita francs, inuy influyente en la poca.
87
As le llmna Peter Burke (199 J: 250-25 l) hacindose eco de otros autores y que tendremos ocasin de con1probar en la Tercera Parte.
88 EPN, 22 de junio de 1936.
[250]
l>
90
[2511
la representacin y lo e1nocional. A confinnarlo venan, en ocasiones, 1nanifcstaciones alta111ente irresponsable de algn republicano y hechos que, sin ser achacables a
las autoridades de la Repblica, eran percibidos, sin 111s 1natices, con10 resultado natural de aquel perverso sisterna poltico.
As incendios de iglesias, etc. T'al con10 lo expres un colegial de los Escolapios
de Logroo, natural de Meano (Navarra), testigo de los incendios que se produjeron
en aquella capital el 14 de marzo de 1936, el propio gobierno republicano (el del
Frente Popular) haba decretado Cuarenta y ocho horas de libertinaje ... As lo contaron ['los escolapios] y as lile, deca (se refera, sin duda, a unas palabras del incontinente Casares Quiroga, rninistro de Ja gobernacin con Azaa y jefe del gobierno
tras la victoria del Frente Popular, que en un 111itin celebrado el 5 ele enero, deca: Si
triunfa1nos las izquierdas, el 111inistro de gobernacin tendr que ser sordo y ciego durante cuarenta y ocho horas; frase desafortunada en extre1110, cuando su a1nigo
Azaa, que luego le nombrara presidente de gobierno, trataba de dar una imagen de
ponderacin que le valiera el apoyo de las clases 111edias)92 . 1-lasta tal punto era aquello cierto -contina el relato del colegial- que l 1nis1no vio esos das a un guardia
de asalto, blanco con10 la cal, al que los chavales y chavalas insultaban, 1nicntras l
callad;co con su porra y su pistola se retiraba sin hacer nada hasta el cuartel. En esos
das, contaba el colegial al cabo de los aos, se asaltaron las iglesias y conventos de
la ciudad --era lo natural, el gobierno haba decretado cuarenta y ocho horas de libertinaje y el acuartelan1iento de la polica de asalto-, los conventos de la Enseanza, las Adoratrices, las Descalzas, los Agustinos, el Colegio ele los Escolapios (a
los que que1naron la capilla y asaltaron la despensa). Que1naron las iin<lgenes de los
santos de la iglesia de Santiago el Real -l fue testigo- se llevaron a las casas las
vacas de las 111onjas (guiadas por un ran1al, lo que indica que saban hacia donde las
dirigan) y vaciaron las despensas de los frailes (lo de las vacas robadas y las despensas impresionaba al colegial, natural de un pueblo de agricultores). Y as fueron
donde les pareci. Tocio aquello se haca porque el gobierno as lo quera. Sola111ente
el coronel del cuartel de artillera se enfrent a la turba (que haba hecho salir a las
monjas de clausura huyendo con ropas de seglar de todos los colores). Por su mano
lo haca, sin contar con el gobierno, pero era el Ejrcito, no eran los guardias, y
aquello era otra cosa 111s recia, 111s pennanente en la historia de Jj.spaa 93 . Se haba
92
Citado en Aguado, 1986: 302; y en Al'i'ars, 1963-1968: III, 297. Debt) !a informacin sobre las
palabras de Casares Quiroga al profesor Jos M." Ortiz de Orruo. ,Men1oria del Man(fiesto de los Per
sas de 1814 en Casares Quiroga? Tal vez. El Man(fiesto, como se sabe, arranca en su punto primero con
aquellas palabras de que era costmnbre en los antiguos persas pasar cinco das en anarqua despus del
fallecimiento de un Rey, a fin de que la experiencia de los asesinatos, robos y otras desgracias les obligase a ser 1ns fieles a su sucesor>), Pasaba luego a describir las desgracias padecidas en Espaa durante
la ausencia de Fernando VII (a quien estaba dirigido el 1nanifiesto de los dlputndos .1ervifes). Texto ntegro en Ferrer, 1979: I, 273 y sigs.).
9
' Prn10 Martnez, 18 de enero de 1991 (008.A); y 25 de novic1nbre de 1994. Sobre los aconteci1nientos puede consultarse Bennejo, 1983: 322; y Arrars, l 963-8; IV, 124. Los sucesos producidos tras
el triunfo del Frente Popular el J6 de febrero, provocaron tres muertos y fueron asaltados al 1nenos los
conventos de Enseanza, de las adoratrices, las descalzas, Jos agustinos, el Colegio de Jos escolapios, va-
[252]
abolido, pues, la base 111oral que organizaba la sociedad, de modo que cualquier csa
era libre para las gentes: el asalto al orden y a la propiedad (las vacas, tan estin1adas
para un agricultor, eran robadas y llevadas in1punen1ente a las casas), que1nados los
santos, la autoridad insultada y agredida, todo estaba pennitido en aquellos das.
La cascada de sucesos relatados esos das tanto en el Diario con10 en fil FJensa1niento sobre que1nas de conventos, profanaciones y sacrilegios fueron innun1erables.
No era un asunto local: eran -co1110 dira despus el entonces etnbajador de Estados
Unidos en Madrid (:laude Bowers- cuicladosan1ente y siste1nticamente coinpuestos diarian1ente y publicados en toda la prensa conservadora94 . Pero en Navarra (y
ta1nbin en lava con El l)ensarniento) se subrayaba sobre todo que se trataba de sucesos que ocurran fl-tera, 1nientras en la provincia reinaba una paz sie1npre recon1puesta (si algn hecho se produca, con10 el robo de algn cepillo de iglesia, se aclaraba inn1cdiatan1ente que no eran sino rateros, no actos sacrlegos; hasta las huelgas
generales que paralizaban la ciudad eran civUizada111ente consideradas y razonable1nente descritas con10 pequeos conflictos que no deban repetirse, en contraste con
la de1nonizacin de las huelgas de Ja construccin de Madrid 95 ). Paz local, paz en la
/3aviera espa11ola, n1icntras la anarqua ca1npaba por Espaa. Por lo den1s las historias que se relataban en la prensa recordaban a las decin1onnicas: seoras catlicas
que repartan caran1elos envenenados, causa de la irritacin popular que provoc la
qucn1a del Colegio <le Cuatro Carninos (con10 las quen1as y asesinatos que se produjeran en 1834 en Madrid, tras acusar a los frailes de envenenar las aguas, y que tan
escabrosa1nente relat Menndez Pelayo) 96 , etc. J)on Marcelino, que era reprocluciclo
(esas n1isn1as pginas que cito y otras 97 ) bajo el epgrafe ele La historia se repite e
nitado en la fonna feroz y 1nontaraz de su estilo: en Ja plaza de San Milln --haba escrito el polgrafo castizo98- , cayeron, a poder de sablazos y de tiros, hasta die-
rios centros de la derecha y el Diario de la Rioja. Los muertos fueron producidos a! disparar las fuerzas
del cuartel de Artillera contra los inanifestantes cuando aquellas pretendan ir hacia el Scn1inario.
9 1 Bowcrs, ! 965: 206.
9s Es cje1nplar el trata1niento que el Diario (16 de abril de 1936), el peridico sieinprc beligerante
con la protesta socia! (mejor coinprendida histricainente por El Pen.w1mie1110) hace de la huelga general
del 15 de abril. Ese da todos los sindicatos (incluidos los catlicos) haban decretado !a huelga general
contra el paro. El Diario cubre la jornada con una crnica ejeinplar, 1noderna podra decirse: escueto relato de los hechos, preciso, sn 01nitir detalles y sin ningn prrafo valorativo. Luego, en la editorial, aparte
de un pequcio reproche a los convocantcs por haber nwtado moscas a ca1/011azos, dice: <<Nuestra ciudad,
ni por su abolengo cristiano ni por su posicin econ1nica debe pennitir ni un slo mo1nento que haya un
obrero, no ya sin trabajo eventual que alivie te1nporahnente su existencia, sino sin trabajo pennanente.))
De modo que !os huelguistas llevaban razn (el da estuvo plagado de incidentes, incluso con disparos al
intentar el lechero Apestegua acercar leche a! hotel La Perla). Esos 1nis1nos das Ameztia enviaba unas
crnicas hablando de que la barbarie revolucionara se haba apoderado de Madrid donde (desgracia entre !as desgracias) hasta a las iglesias haba que entrar por las puertas laterales. Puede verse un relato de
la huelga de Painplona en Snchez Equiza, 1988.
Wi /-~, 4 de n1ayo de ! 936; Amez.lia -sic1nprc incisivo- subrayaba e! que hubiera sido edificado por
suscripcin popular hacia 1916, DN, 5 de inayo de 1936. El relato de los sucesos de 1834 en Menndez
Pclayo, 1881: III, 590-594.
97 Vase EPI\', 9 de rnayo de 1936.
98 Menndez Pclayo, 1881: III, 591; reproduce sin citar EP/\1, 9 de mayo de 1936 (las cursivas son
las discrepancias entre ainbos textos).
[253]
cisis jesuitas, cuyos cuerpos, acribillados de heridas, fueron arrastrados luego con
horrenda algazara, y n1utilados con 111il refina111ientos de exquisita crueldad, hirviendo
a poco rato los sesos de algunos en las tabernas de la caile de la Concepcin Jen5nilna. R.ecurso retrico al detalle, a lo 111s turbio, con el ni1no indudable de iinpactar en el lector (pense111os que era un pblico acostu111brado a reconstruir las i1ngenes a partir de la lectura, que careca de una infonnacin en i111genes). E<:ste tipo
de descripciones causaban un gran i1npacto en las conciencias en una sociedad habituada al contacto cotidiano, a la conversacin y a la difusin de noticias por el run1or.
El efecto, pues, se inultiplicba, defonnado y debida111ente au111entado. El x1x era el
referente, y si incluso Castelar, presidente de una H.epblica, que, al fin hundieron
los propios republicanos con sus des1nanes y cantonalisn1os 99 (de nuevo el niito de
caos de la Prin1era Repblica que ya vin1os csgri1nir en 1931) haba publicado un decreto en defensa de los Monun1entos artsticos, ahora, con la Segunda, ni esa n1ni1na
proteccin se le daba a las iglesias.
No era silnple111ente algo en lo que creyera la gente 1ns sencilla. lJn carlista cultivado, lector de Berdiaeff, aseguraba que el orden moral ntimo (inspirado por la fe
catlica) haba sido supriinido con la vana esperanza de que una sin1p/e ley (la Constitucin de 1931) hiciera sus veces. Ingenuos, pensaba. A partir de ese instante todo
estaba pennitido (nunca una ley poda sustituir al orden 1noral nti1no que regulaba
las sociedades bajo la inspiracin de la Iglesia), desde el enriquecimiento desmesurado sin principio inoral alguno (el abandono de la actividad productiva, que l consideraba que era la del campo, la especulacin y todo tipo de negocios de ocio, que,
a su vez, difundan aquel estado de li/Jertinqje), lo que provoc aquella cxtren1a degeneracin rnoral y 1naterial de la sociedad 100 En tono nis soez, se decan cosas
co1no: 1-Igalo usted aqu inis1110, seif Paca ... que tene111os l~epblica, refirindose
a sus necesidades 101
En ese a111biente, se extren1aron las denuncias de los sacerdotes por las lecturas
pornogrficas que iban progresivan1ente inundando los quioscos de las ciudades. Por
eje1nplo la revista Estudios de Valencia, revista de ideas extre111istas y te111as sexuales (conceptos que habitualn1ente iban juntos), anticlerical y revolucionaria, ilustrada
con desnudos, tal con10 lo denunciaba, en pblico escarnio, un sacerdote vitoriano en
el peridico carlista de la ciudad"12 Spengler hubiera dicho que el espritu decadente
y disoluto de la gran metrpoli iba inundando tambin las pequeas ciudades de la
provincia, con lo que stas iban perdiendo su pulso vigoroso 103 . En este caso no. El
99 EPN, 29 de 111ayo de J936.
{l{l Jess Olaizola, 17 de novie1nbre de 1994.
1oi Lizarza, 1969: 24.
102 PA, 30 de 1narzo de 1936.
im Oswald Spengler (1943: III, 149-150), en su idea de la decadencia que se observaba en las 1no
den1as fonnas urbanas, hablaba de Ja anulacin de la tensin corprea por la sensual del "placer" y por
la espilitua! de la "excitacin" que producen el juego y la apuesta, etc. Vase, sin c1nbargo, que aunque
el tono y la raz del pensan1iento eran divergentes, convergan en un cierto diagnstico y, desde luego, en
la receta -por seguir con el smil 1ndico-: era superior la sana tensi6n espiritual y la buena costumbre. Spengler (1943: III, 159) b11blaba con aprobacin del catolicismo popular de regiones co1no las del
norte de Espaa.
[254]
10 1
-
[255]
tual y moral [que] nos ha trado un siglo fuera de la tradicin. Sin embargo --estado
de vigilia- haba signos esperanzadores en el horizonte. Ale1nania entraba en R.enania
con sus ejrcitos, Hitler, con10 antes Mussolini con Abisinia, pona en reata a todos
los gobiernos democrticos y a la famosa Sociedad de Naciones cinceladora de la
nada. Al bolchevizado gobierno francs que pona a Francia con10 escudo de I~usia
y al altanero y soberbio gobierno ingls, poblado de politicastros n1asones. Y los
jvenes, jvenes de nobles pasiones, ta1nbin reaccionaban. 1-lacan que Ji1nncz
Asa se viera obligado a Seguir la 1ns loca de sus carreras hasta 1neterse en una carbonera 107 . El viejo carlisti:i', en un tono pri1nario, daba a entender que en esa situacin podan producirse todos los tnales que la hu1nanidad haba conocido desde que
el ho1nbre era hon1bre: quen1as de te1nplos ... , acaso no se que1n el de Jerusaln y ya
haba sido profetizado. La quen1a de iglesias era cosa vieja, con10 viejo J' vulgar era
el pecado, y citaba al romntico Thophile Gautier para decir que ni tan siquiera la
1nalicia de la Revolucin Francesa haba logrado inventar un solo pecado 1nortal
nuevo 1 8 . Pues se era el estado de nimo que se quera concitar: Espaa pasaba por
un estado de gran pecado colectivo tras haber 1natado a Dios en ese Viernes de Pasin que haba sido la Repblica. Ahora, el Averno andaba suelto, el desorden era general, la intranquilidad poda percibirse, la inmoralidad se adueaba del pas. Aquello produca pnico en tanta gente sencilla que haba crecido con el terror de ver cada
Viernes Santo de cada ao suspenderse todas las funciones pblicas, cubrirse los altares con velos de luto, escuchar el tableteo y estrpito de las carracas, 1natracas y tabletas en las iglesias, or aquellos pasos con los sones trgicos y pausados, y a los sacerdotes predicar el dolor por el Cristo crucificado (al que se haba seguido en todo
su torturado recorrido final), con al sentido de culpa del pueblo de Jerusaln que haba traicionado a Dios y lo insultaba, y la sensacin fsica de que andaba suelto Satans. La gente hablando con sigilo, y a quien levantaba Ja voz un No chilles porque los judos han crucificado a Jess co1110 reproche. Noches oscuras y con la
ilu1ninacin reducida en las calles, sensacin de que el paganis1110 -con lo que de
terrorfico evocaba ese hecho- do1ninaba el inundo hasta no ver de nuevo resucitado
al Cristo"" De modo que aquel lenguaje que identificaba Repblica con Viernes
Santo era perfectamente comprendido por la gente sencilla. Y produca, a su vez, mil
evocaciones, todas ellas malficas y desalentadoras"
107
Referencia, en el peor estilo del n1atonis1no, al atentado sufrido por el diputado socialista Luis Jirnnez de Asa a quien jvenes de Falange intentaron n1atar aquel 13 de marzo. Los ,ivcncs erraron el
tiro y 1nataron a un nlien1bro del servicio de escolta. Al da siguiente, tras el entierro, se produ,ieron graves incidentes en Madrid -a Jos que se refiere Hernando Larnunendi al hablar de la destruccin de te1nplos y de 1nuchedrnnbres- en los que se destruyeron los talleres de La Nacin, peridico de Calvo So
tela y se quen1aron !as iglesias de San Luis y San Ignacio.
108 PA, 26 de 1narzo de 1936.
109 Pueden verse los Cuadros. Motivos del tiempo escritos por GELIN en clave costuinbrista en
EPN, 2-S de abril de 1931. Aden1s de !as plticas, poe1nas e in1gcnes reproducidas en esos 1nisn1os nineros ------coino cada ao, por Jo de1ns.
110 Los testitnonios orales que se han recogido en ese sentido de la Repblica coino a1nbiente opresivo, cli1na irrespirable, 1ns all del encana!lainiento de las personas, con10 un sistema de oprobio y pccaininosos son innuinerables.
[256]
116
[257]
rando, en lucha frente a frente contra sus enen1igos, a r~spaa <le los horrores del invasor, agravados por los "pourparlers" de la otra ti:ctica. l,a tctica del trato era la
de Cai's, Ans, tlerodes y Poncio Pilato que crucij}caron al !?edentor. O la de los
afrancesados y la Constitucin de Bayona (y desde ella, todas las constituciones posteriores, e1npezando por la de Cdiz) que abandonaron f~spaa en n1anos de la re-voluci6n. 1Codicea y ntologa tradicionalista se con1binaban para producir aquella
in1presin de fin de poca, de vigilia ante prxi1nos acontecin1ientos que iban a redi111ir definitiva1nente a l~spaa.
Que iban a navarrizarld, deca el diputado tradicionalista Jess Elizalde 117 l~n
esta palabra se sintetizaba el navarris1110 con la voluntad 111stica y n1artirial de los carlistas. El panhispanisn10 navarro (co1no el pangern1anisn10 bvaro) se con1binaba con
el espritu de cruzada. Si la anti-!l:.\jJalia quera aslurfruiizar el pas (en referencia al
Frente Popular y a la revolucin de octubre), deca el diputado, los palriotas de verdad, deban navarrizar/a. Porque, deca, Navarra es C01110 la snlesis de l?,spaa.
Y el requet Carlista es la encarnacin del antiguo caballero espaol. Progresiva1nente, el Requet iba situndose en el centro de aquel cruce de ideologas y disposiciones vitales, de voluntades y actitudes e111otivas que fueron concitndose durante la
prnavera de 1936.
Progresivan1ente la n1ilitarizacin de la poltica desplazaba el centro de gravedad
de aquella hacia la juventud. A ella, que hasta entonces no haba tenido especial protagonisn10, se dirigan charlas y crnicas. c:orno aquellas cuatro entregas A las Juventudes Catlicas antiliberales de Navarra escritas por UN VIEJ0 118 . Aden1s de
hacer un repaso por el pensa1niento n1stico-tradicionalista (Navarra/Espaa sustento
de H.on1a, situacin agnica, antiliberalis1no y antiden1ocracia), propona la unin en
un nico JJe!ayo espaiiol de -en lugar destacado- las juventudes tradicionalistas, la
juventud de FE, de RE y de CEDA. (Avanzaba lo que Franco ejecutara por decreto
un ao despus.) Y, con10 resulta ridculo que a quien te encaona con una pistola se
le replique con las leyes o el rosario, aquella unin deba actuar con la papeleta
en la 1nano y la pistola por si acaso. Unos, unos, unos, les deca y, si es necesario, acudid al terreno de la violencia. J_o peor que os puede suceder es que inuris
en la de1nanda. Felices de vosotros! Dios y Espaa y la Historia os coronarn con la
corona del martirio; y les propona el ejemplo del Libro de los Macabeos, aquel que
relata la guerra santa del pueblo judo (de Matatatas y sus hijos) contra la invasin
de los reyes selucidas y el helenismo (que haba contado con la complicidad de algunos judos), que considera las desgracias de ese pueblo con10 consecuencia del pecado y su xito final a la asistencia de Dios; hroes que con1batieron por la Sagrada
Ley y por el Templo y que lograron salvar al pueblo de Israel, portador de Ja Revelacin para las generaciones futuras. l~a nueva Israel era Espaa, era Navarra.
Se predicaba el bel/tan jus1u1n, el bellun1 sacrun1, y la 1nuerte n1artirial y salvfica
(redentora de los pecados del pas). Se predicaba la cruzada como en su da lo hizo
Pedro el Ermitao en las tierras de la Lorena y el Bajo Rin. En ese sentido no le faJ.
117
[258]
taba razn al padre Policarpo Ca Navascues cuando haca su snil cruzado al ver a
sus requels en el patio del cuartel 119 . Natural111ente, era un elcn1ento retrico, algo
que estaba en una larga tradicin espaola revitalizada durante todo el siglo x1x, desde
la guerra contra el francs. Ah estaban los veteranos carlistas, restos gloriosos de
un ejrcito catlico-n1onrquico, que ason1br al inundo con sus hazaas, para acreditarlo; cruzados espaoles a quienes sus 111adres decan aquello de Vete, hijo n1o,
vete. Ahora te quiero n1s que antes, porque s que vas a pelear por la Religin y por
la Patria, a las rdenes del I~ey 12 . E.scenas sencillas y e1notivas que excitaban la i1naginacin de 1ns de un joven, que luego, con10 vcre1nos, reproduca aquellas situaciones en los n1on1entos sole1nnes. A las rdenes del l?ey, qu honor, in1agen ro1nntica y exaltada donde las haya. Un I~cy que, a su vez, era un re_v cruzado, con10 se
encargara de recordar C. l,orca desde 1/'erra 5'anta 121 . Una tierra, deca llena de evocaciones de aquellas cruzadas: Oh siglos aquellos de honor y de fe! Y donde l)on
Carlos VIJ estuvo en dos ocasiones con10 peregrino y en la que dej nu1nerosos recuerdos (y los enun1eraba: la soberana l1npara de plata y oro que se coloca el da
de Resurreccin en el Santo Sepulcro, nun1erosos ornan1cntos para las solen1nidades y la inspirada pintura de un discpulo de Murillo, encuadrado en rico niarco de
plata con el escudo de Espaa, que hace ele retablo en la devotsirna gruta de GetsenHin ). H.ccuerdos que se conservaban tan1bin en Ja n1en1oria de las gentes del lugar (los Padres Franciscanos, en cuya con1unidad se aloj), que evocaban su edificante religiosidad al arrodillarse, su canlinar descalzo (hun1ilde ante el Redentor) y
su recorrido, con singular uncin, del Va (~rucis por la va dolorosa.
Vigilia de Sbado Santo. lingenes feroces de Ja degeneracin presente, pero esperanza de futtiro. Profetisino que anunciaba la prxi1na J?.esurreccin del Sei101; y
con10 cuerpo depositario de aquella esperanza, el carlis1no con su Rey cruzado. Y el
I~equet, heredero de los cruzados espaiio/es, sntesis del navarrisn10, el espritu n1stico, la liturgia de la fe sencilla, y el desprcndin1iento del rnrtir que dara su vida, si
fuese preciso, en aquella nueva Guerra Santa.
Una cierta esttica de la vida se haba hecho cosn1ovisin y progra1na para la accin poltica (una accin poltica que iba a ser guerrera, y as se anunciaba).
J)csde Mcndoza (Argentina), Flix-Cruz Ugalde, corazonista, enviaba por aquellos das un poema que El Pensamiento se apresur a publicar'"- Sin el mordiente del
conocin1iento pr6xin10 de los hechos (lo que a buen seguro le hubiera llevado a hacer alguna referencia a la prxirna sublevacn que ya estaba en 1narcha 123 ), recoge
119
120
in No es nada cxtrallo ese inters de !os numerosos religiosos residentes en Latinoamrica y origina
rios de la zona vasco-navarra. Por ejemplo, un agustino recoleto, to de Esteban Senz de Ugarte (alcalde
de Berantevi!la y mien1bro de la Diputacin de lava durante Ja guen-a) escriba el 16 de novicrnbre de 1931
en carla privada desde Bogot a su sobrino: d1as de saber que no slo las de1ns provincias de Espaf.1, Eu~
ropa y esta Amrica ... tienen puestos Jos ojos en Jos Vasconavarros; ah n1iran con10 si fuese !a estrella polar y el nuevo Oriente de donde ha de venir la salvacin religioso-social de Espaila ... y de Europa. No te
1naravil!e esta afirmacin; Europa ve un inten"Ogantc de zozobra en la situacin po!ticosocial de Espaa. De
[259]
aquella esttica de la ciudad entreverada con una clara ideologa de la nsin histrica
de Navarra, que, co1no en este caso, sola tener un tono risueo y jacarandoso que contrastaba con los negros trazos con los que acostu1nbraba a pintarse la el inundo republicano (por lo que me permito incluirlo aqu, a pesar del dudoso valor del poema).
de tu vida corazn
!lena de luz y emocin,
Ro1na nos han escrito varias cartas en este sentido (inanuscrito en ARSU). Ese 1nis1no tono einpleaba un
fraile ainigo de Jos Mara Aguirre, Lizardi (dirigente del PNV guipuzcoano y exquisito poeta), en caita escrita desde Argentina en septie1nbre de 1931 (recogido en Otaegi, 1994: 291-294 ). Lizardi, en su respuesta,
le tranquilizaba.
(260]
Los argu1nentos bsicos que llevaron a la insurreccin contra la R.epblica estaban ya planteados en 1931. Con ellos se hizo la ca1npaa de las 1nuncipales del 12
de abril de ese ao. J)c 1nodo que no los bru la f{epblica sino que pertenecan
a una larga cultura poltica espaola: la cultura del tradicionalis1no 111ilitante (con
diferentes expresiones polticas) 12' 1 Sin e1nbarg(\ fue durante la J{epblica cuando
aquella cos1novisin ~que no se haba sustantivado en la conciencia de las gentes,
no al 111enos hasta ser una fuerza poderosa de acc6n poltica-, fue n1eticulosan1ente trabada con los valores y snbolos de una sociedad con10 la navarra y la pa1nplonesa. L,a creciente presencia de la poltica nacional en la escena pblica que iinpl ic el rgin1en republicano (gracias al fluido juego parla1nentario y a la
incorporacin creciente de nuevos sectores de poblacin a aqulla) deriv un proceso de socializacin poltica de gran n1nero de personas en los tnninos ele aquella visi6n retroactiva de la sociedad, producto de una convergencia de aquellos plantean1ientos con el ethos ciudadano. Aquella congruencia -que to111 las fonnas del
sentido cornn 125 - hizo que se afianzara con nuevas fonnas y adquiriera una extensin entre la poblaci6n que antes no haba tenido. Sin1ultnean1ente, la presencia del conflicto en la sociedad, antes que con10 resultado del papel creciente de las
clases y los individuos en la vida social, fue vgorosa1nente defendido por la lite
...-con xito-, con10 el resultado de una agresin extraa a la con1unidad -ya en
proceso de disolucin. Ello permiti una progresiva cohesin de aqulla contra ese
extrao que era el rgiinen republicano (lo que iba in1plcito en la idea de navarrisn10). Es lo que he llan1ado la idea de la nueva Covadonga, el navarrs1no que
in1plicaba un cierto panhispanisn10. Aquella socializaci6n de la poblacin en tr1ninos polticos adquiri6 al n1enos dos fonnas: la del elitisn10 conservador y autoritario del /Jiario y la del utopisn10 del ideal carlista (y otras variantes que no vienen al caso) 126
I~ecapitulando brcve1nente cabra decir que aquella congruencia entre ethos y cos1novisin, aquella co1nprensin de los hechos en tnninos de sentido con1n, penniti el desarrollo de una nueva religin polftica (no n1e atrevo a llan1arle laica, vase,
por ejemplo, la gran liturgia barroca que se organiz con Ja procesin de Santa M."
la J{eal en agosto de ese ao) 127 , acorde con unos tien1pos de fuerte n1ovilizacin de
masas, que se articul en torno al carlismo, hecho de navarrismo, fe sencilla, ideal
carlista y espritu 1nartirial. Finahnente una an1plia capa de la poblacin fue ganada
para la insurreccin.
12 1
125
Desarrollado en Ugarte, 1995a: 535-576. Shlo1no Ben-A1ni (1990: 316), coincide en este punto
Vase CJeertz, 1987: 120-121.
126
Vase Ugarte, 1995a: 514-721.
127
Cfr. supra y Gcnlilc, 1994. Si e! fascismo italiano (y otras corrientes polticas) fueron religiones laicas en cuanto que construyeron todo un universo sin1blico de mitos, ritos y fe al 1nodo de las
viejas religiones, e! carlismo, siendo una de aquellas religiones polticas, haba confonnado su universo
simblico a partir de la propia religin catlica, Jo que Je daba aquel tono religioso a todas sus acciones polticas. De ah que la propia insurreccin se planteara como Guerra :anta antes que con10 accin poltica.
[261]
Claro que todo hubiera sido fuego de artificio de no 111ediar la organizacin del
Requet, eje sobre el que giraba todo aquel inundo <le ideologas y esperanzas y punto
focal en el que convergan, a su vez, todas ellas.
3.2.
Todos los analistas polticos de la derecha antirrcpublicana estaban convencidos en febrero de 1936 _..:.tras las elecciones- de que no ser[a] en el Parla1nento donde se Iibrarfa] la ltin1a batalla, sino en el terreno de la lucha annada
y recornendaban a los partidos contrarrevolucionarios que adoptaran el carcter
esencial de fuerzas con1batientes 128 . Esto se publicaba en peridicos diarios (lo
citado en el /)e11san1iento Alavs) sin que las autoridades ton1aran n1cdidas contra esas publicaciones. Si el [>utsch de la cervecera en Baviera (novie111bre
de 1923) haba convencido a Hitler de que la tctica insurreccional nunca le conducira al poder otro tanto ocurri con los radicales espaoles tras febrero
de 1936: nunca la tctica electoral les llevara al poder. l..,as conclusiones eran
opuestas; dependan de las circunstancias nacionales. Era una cuestin de oportunidad.
En el caso de N. Cebreiros (autor del artculo que con1ento)~ estaba ade1ns
convencido de que la regin esencialinente contrarrevolucionaria la fonnalbaln
en Espaa las con1arcas de la ineseta central superior -Cas1illa la Vieja y l..,en
con el adita111ento de Navarra y lava. Propona que aquella regin se preparara
para actuar en caso extre1no con10 nueva Covadonga que frente a la revolucin
sirviera de refugio a los que huyeran de aqulla y e1nprendiera la H.econquista de
Espaa.
Su anlisis poda ser atinado si no fuera porque ya en aquella regin que en el artculo apareca con10 aditan1ento se haba decidido haca tie1npo actuar con10 esa (~o
vadonga y se vena preparando desde tiernpo atrs para ello (cierto que sirvi con10
refugio a ms de uno que hua de la revolucin en julio del 36). Pero era un modo de
dar carta de naturaleza pblica a un cliina conspirativo que por aquellos das era generalizado en lugares como Pamplona.
Me descubro ante los restos gloriosos de la antigua Espaa haba dicho don
Carlos durante la ltima guerra carlista (1873-1876) al felicitar al que haban dado
en lla1nar Batalln Sagrado 129 . Era aqul un batalln distinguido, fonnado por veteranos de la anterior guerra y otros jefes y oficiales que hacan servicios en puertos y bateras de la costa. No era propian1ente una unidad, sino 111andos dispersos
que sin1bolizaban la continuidad con la anterior guerra y fonnaban una reserva de
i2s
129
Burgo, 1978: 103. Cita del Burgo al hablar del Batalln Sagrado a la Biblioteca Popular Carlista IV, pg. 127; y a Antonio Brea, Campa1/a del Norte, de 1873 a 1876, Barcelona, 1897, pginas 12, 27 y 480.
[262]
oficiales ante cualquier eventualidad. (~01110 su propio non1bre indica, era un batalln n1s sin1blico que estratgico al que se le consideraba cspcciahnente prxin10
al rey carlista.
A aquel Batalln se refiri Jaime del Burgo, uno de los principales artfices del
Tercio de Pa1nplona, al 1ncncionar a este Tercio -luego lla1nado T'ercio del Rey--,
fuerza del l~equet que se haba ido constituyendo durante la Repblica en la capital navarra (y su cuenca) y que cornhatira dispersa en varios regi1nicntos (Regin1iento Ainrica y Batalln Sicilia) 130 . Era el batalln sairado por haber sido concebido coino reserva de oficiales, con10 cuerpo de 1nandos para la 1nasa carlista que
fuera a inovilizarse en Navarra (y no co1no unidad de co1nbatc) y por la carga en10cional que su 1ncncin suscitaba (hasta el punto de que los jvenes ansiosos de aventura slo podan entrar por recon1endacin en aquella unidad una vez desatada la sublevacin)131. Pero su inspiracin y peripecia fueron n1uy distintos. Su valor
estratgico -de no haber 1nediado los 1nilitares- hubiera sido adcn1s funda1nental en la pugna poltica que se desat en el bando sublevado una vez iniciada la guerra (vase iT~fJa ).
F't1c fundado el donlingo 12 de enero de J 936 en una concentracin celebrada en
un alto en las proxin1idades del pueblo de Maquirriin (en el Valle de I~zcabarte, a
pocos kilinctros al norle de Pa1nplona). L,os tres piquetes de Pan1plona se haban reunido ese da a las siete de Ja maana en el Crculo de la Plaza del Castillo, y desde
all, separados en patrullas, se haban desplazado hasta la ca1npa (no parece que esa
precaucin fuera suficiente para que un grupo de 1ns de doscientas personas pasara
desapercibido por las calles de Pa1nplona). 1_,.a concentracin rnilitar estuvo presidida
por Alejandro Utrilla, Inspector Jefe de los Rcqoets del Reino de Navarra (tal como
rezaban los 111cn1bretes con sus rdenes), quien no1nbr adelantado del l?equet a
Jai1ne del Burgo. A continuacin pas revista a la tropa. Inicialn1cnte figuraba con10
capitn Silvanio Cervantes figoD 2 pero pronto (10 de febrero) fue trasladado a la
Plana Mayor de la Inspeccin de Navarra asu1niendo Jai1ne del Burgo toda la responsabilidad del H.equet de Pa1nplonaD 3 . Su estructura segn la ()rden General del
14 de enero seraD 4 :
1 0
~ Jaime del Burgo, 11 de junio de 1993 (103.B).
ni Jaime del Burgo, J l de junio de 1993 (103.B); y Burgo, J992a: 485. El rccoincndado f'uc Paco
Almagro, joven de FE veraneante en Leiza que encontr sitio en aquella unidad gracias a la reco11ie11daci11 de los Jauricta Ba!eztcna, amigos suyos de veraneo (los Baleztena tenan su casa solar en Lciza),
Mario Zufa, 17 de dicic1nbrc de 1992 (90.B).
132
ARBU. Fichero encuadernado de todos los individuos (boinas n~ja.1, t_/oses y oficiales) del Requet de Pa111p/011a. Si!viano Cervantes era 1nililar retirado de cuarenta y cinco aos, natural de Astniin
(Navarra) y alineado en Pamplona. Del Burgo (1970: 56-57 y 496) hace un encendido elogio de Cervantes corno msico. De hecho, durante la guerra fue director de Ja banda del Requet, Juego de La Pmnp!onesa hasta su jubilacin en 1945. Inscrito en el Requet en junio de 1935 con10 capitn de! Requet
de Pa1np!ona, Luvo poco que ver con Ja organizacin del Tercio cuya a!nia era Jaime del Burgo.
1
' ' ARBlJ. ()licio del I Requet del Tercio de Painp!ona. 13 de febrero de 1936.
13 1
ARBU. Requcts del Reino de Navarra. Inspector Jefe Militar. Orden General de 14 de enero
de 1936. En este sentido Lizarza (l 969: 87-90) contiene algunas in1prccisioncs.
[263]
Plana Mayor
1 Piquete
Primer Requet
1 Piquete
JI Piquete
III Piquete
(Pamplona)
Jefes
ngel Elizaldc
Leopoldo Dez
Jos Millaruclo
I Piquete
11 Piquete
III Piquete
T'c~rcer
!?.equet
I Piquete
II Piquete
III Piquete
Esteban Annendriz
(Villaba)
Luis Elizalde
(Capuchinos y Magdalena -barrios de Pan1plona-, Ansoin y Artica)
Csar Celaya
(Burlada, 11:uarte, Olaz, Arre, ()ricin y Soragurcn)
Remigio Mgica
(Egs y Aranguren)
Alejandro Erviti
(Elotz, Monreal, lbargoiti)
Si sta era la estructura del Tercio de Pamplona, el listado de los oficiales nombrados aquella pri111avera por Alejandro Utrilla nos da idea de la geografa estable del
H.equet de Navarra en 1936 (vase inapa en el Anexo; haba, ade111s, una red de jefes locales mucho ms extensa) 135 :
135
ARBU. Hoja suelta. Puede verse, ade1ns la relacin de responsables locales del Requet en Ll-
[264]
Poblacin
Capitanes
Painplona
Painp!ona
Echauri
Estella
TenicntL'.s
Alfreces
Esteban Ezcurra
Maxin1i110 Lacalle
RL~tnigio
iv1i'1g<-'
Azanza
Macru
Laezaun
J_,arrin
Lern
Torres del Ro
Vi a na
Bcrbinzana
()!itc
Corc!la
Navascus
Monrea!
J\1Tuazu
i\rgucdas
Tudc!a
Luinbicr
Sangesa
Peralta
Barasoin
Don Mnico
ngel Galdcano
Agustn Ervili
Cruz Ancn
Mauro Cialar
Flix B!asco
Esteban Cioi'ii
Jos M." Abada
A1nadco Marco
Alejandro Erviti
Saturnino (Jo11i
.ICSlS J\ra
Agustn Snchcz
Narcso Ripa
Jess Ji1nncz
Jos Busto
Angel lndurin
D<>
137
1265]
3.2. l.
13
[266]
1 1
~ Segn .Jai1ne del Burgo (1970: SI !-512) la cada se produjo por una filtracin de! afiliado Ma
nuc! Martnez Estrada. Al parecer, fueron encausados por trfico de annas el mismo Martne:.>. (quien se
auloinculp), Jaime del Burgo, Ignaclo O!a'eta (alcalde de Ermua) y Alejandro Astaburuaga (abogado de
Eibar) (vase M:~jue!o, !989: !27 y 188; quien ha consultado el srnnario; antes, en abril, haban sido procesados Generoso l-luarte, Eusebio del Burgo y Jaime del Burgo --,.-padre e hijo--- por un hallazgo de armas y absueltos por falta de pruebas). Aderns, al parecer, Manuel Martncz descubri toda la red de de
curias de Pamplona. Fueron por ello encarcelados el propio Generoso Huarte, Lucio .lin1nez, Hospicio
MarLnez, Antonio l'\1urriz, Miguel Saralegui, Carmelo Nuin, Fermn Migue!, Juan Lesaca, Ensehio de!
Burgo y Jaime de! Burgo.
116
Generoso Huarte, ms conservador, reprochaba 1 Jiime del Biirgo la accin de l<1 c<dlc Est<ifela
(enfren!amiento callejero armado en el que murieron tres personas; 17 de abril de 1932; vase supra) y
a su padre el no haber dado n1uerLe al delator de !as decurias. Al parecer tena una concepcin m<s defensiva (guardias en las iglesias, en El Pensamiento, Crculo, etc., mientras Jai1ne del Burgo, rns decidido y radica!, estaba ins prximo a los inodos de la accin directa ca!lcjera (ARBU. Carta de Jaiine del
Burgo a Mario Ozcoidi, 4 de novicinhre de 1932).
117 Burgo, 1970: 513. Antonio Lizarza (1969: 24 y 32), Delegado Regional de los Requet; de
Navarra desde finales de ! 934, avala tambin es!a interpretacin (el prroco de Caparroso [Jess Yniz; alma de la Junta Sacerdotal que coordinaba el trabajo de las decurias] se puso incondic!onalmente
a sus rdenes, dice). La sede del Requet estuvo inicia!Jnente en Ja segunda planta del que haba sido
Crculo Integrista, en !a calle Estafeta (un gran edificio que aloj tainbin a los sindicatos profesio
na!es). Inicia!incntc los rcqucts figuraban en la organizaci6n con10 socios protectores de la AET
(Burgo, !939: 16).
1 18
Hubo varios vi<~jes: en otra expedicin n1archaron !os hennanos Flmnarique y Jos Vil!anueva de
'
Pamplona, etc. (un lota! de 16 navarros) que se unieron en San Juan de Luz con otro grupo dirigido por
Jos Luis Zuazo!a de San Sebastin. Su instruccin dcbi6 realizarse en el cainpo de aviacin La Dispo!i,
cerca de Rmna (vase Lizarza, 1969: 48-49).
[267]
situada en el nido barra grandes extensiones con sus rfagas. I~llo les obligaba a ca1nbiar de tctica: ya no era cosa de tirarse al n1011te segn la vieja tradicin carlista
(algunos lo hicieron en julio del 36), sino de ocupar los puntos estratgicos de las poblaciones (gobierno civil, telgrafos, emisoras de radio). Ello les llevaba a un replantean1iento de la organizacin (n1s con1pacta y en grupos pequeos) y la tctica n1ilitar. Acle1ns de ca1nbiar el escenario y los plantea1nientos de 111ovin1iento de fuerzas.
En los ejercicios practicaban las tcticas urbanas de ocupacin de calles y bocacalles,
y el asalto a grandes 1nasas --~n fonnacin de curia, de 1nodo que se abrieran can1ino
entre la 1nultitud 149 . Eran las enseanzas de los italianos 15 de la guerrilla urbana y las
labores de disolucin de grandes concentraciones de 1nasas que luego, una vez iniciada la sublevacin, no e1nplearon, pero s en los ejercicios previos y en las acciones de aquel Requet durante la Repblica (qued reflejado en el Reglamento Jictico que del Burgo redact para el R.cquet 151 ). Pero, ya ha quedado dicho, la
sublevacin, la n1archa sobre Madrid, no sigui el n1odelo de la 111archa sobre I?on1a.
Navarra y Espaa eran otra cosa. Ah s jug un papel la estrategia 111arcada por los
nlilitares (en plena.faena ele disolucin de las niilicias) y la realidad social espaola
y navarra. Pero deje1nos este punto.
A pesar del ansia de novedad de aquellos jvenes (que no queran que el carlisn10
se convirtiera en un casino de jugadores de tresillo), de su radicalis1no poltico (con
tintes sociales con10 vere1nos) y verbal, de su 1ntica de la participacin y sus valores
que en buena tnedida coincidan con los del .fi:Iscio (co111unin jerrquica, can1aradcra, fuerza creativa de la accin, bsqueda del gran acontecirniento, la utopa, supre1naca de la experiencia sobre la teora 152 ), a pesar de que sta fuera la nica fuerza
exterior que les ofreci asesora1niento 1nilitar, a pesar de todo ello, digo, los jvenes
del futuro Requet de Pamplona no se sintieron prximos al fascismo italiano. Preferan verse con10 herederos de todo el legititnistno europeo: ele los n1iguelistas portugueses, de los royalistas franceses, o los jacobitas ingleses, herederos de todos los
Caballeros andantes de Europa; y en tocio caso, prxrnos a los can1elots du roi o al
posterior rexisn10 153 . Lo que 1nuestra la fuerza de las construcciones siinblicas en la
fonnacin de las identidades en general.
De 1nodo que aunque rechazaban los viejos 1nodos n1ilitares del carlisn10 (no ya
los decimonnicos, sino los defensivos tipo somatn) por las nuevas formas de Ja
119
Bsicainente Jai1ne del Burgo, l 1 de junio de 1993 (103.B: 290). Puede seguirse Ja peripecia del
viaje, llena de ancdotas significativas sobre la Italia del 1n01ncnto, en Burgo, 1970: 517-520.
150 Recurdese lo dicho sobre la estrategia de los squadri.11f previa a la nwn:lw sohre Roma en el Captulo pri1nero de esta Segunda Parte.
151 ARBU. Que inclua un riguroso tratado sobre alineaciones, 1novimientos de grupo, inarchas, orden de aproxin1acin, orden de c01nbate, fuegos y avances. Todo de inspiracin netamente castrense, en
pequeas formaciones aptas para la guerrilla urbana. Ninguna concesin tampoco a la accin individual
roinntica (al estilo de los legionarios run1anos; Veiga, 1989) o al acto terrorista al estilo de fin de siglo.
Las nicas acciones individuales que conte111plaba (pg. 15) eran las de observador, explorador o age111e
de 1ra11smisi11.
152 Vase sobre estos valores entre el fascisino italiano de priincra hora Gentile, 1989: 36.
15
~ Jaime del Burgo, 9 y l 1 de junio de 1993 (103.A: 505). Y grabaci6n par<1 RNE de Pamplona
(23 de febrero de 1987), pg. 5 (n1ecanografiado en ARBU).
[268]
1nilicia poltica 154 , participaban de la n1tica carlista, del ni1no 1nartirial y de!
inundo sin1blico de la fe sencilla que he descrito 1ns arriba (heredera directa de
la n1tica decin1onnica). Participaban de un 1noclo 1ns intenso si cahe que otros colectivos.
Aquel colectivo se ann, relativa1nente te1nprano, con revlveres Stnith y pistolas Astnl de 7,65 trados de Eibar y Ennua (causa del procesa1niento de varios
responsables del requet 155 ). Lo hicieron gracias a entregas de dinero que les vena
haciendo Ceferino Maisterra (de I~E), que ejerca funciones de intennediacin con
grupos econ1nica1nente poderosos de la ciudad. l'an1bin el propio Maisterra hizo
gestiones (fallidas) para que el jefe de la guardia 1nunicipal les entregara annan1ento15<. Hacia l 934 se co1npraron pistolas francesas Colonial y belgas FN 157 .
l__,ucgo llegaron las pistolas Mausser calibre 7,63 con culatn 158 , anna corta de cierta
calidad. Naturalinentc, el H.equct de Pa1nplona particip del resto de las operaciones
de sun1inistro de arn1a111ento que se organizaron en Navarra entre 1935 y 1936 1 -~ 9 .
Adc1ns, se haban hecho con un pequeo arsenal de bo1nbas de 1nano y disponan (servidas por el correligionario Agustn 'fellera de Anzuola, Guipzcoa) de nun1erosos unifonnes caquis y correajes1<10 . E, incluso llegaron a disponer de varios aparatos de radio de can1paa que utilizaron con profusin en 1936 161
A organizar y dar fonna 1nilitar a aquel grupo -ya bastante bien organizado gracias a Ja gran capacidad de liderato de Jaitne del Burgo y al asesoranliento n1ilitar del
con1andante retirado l.Juis Villanova en 1935-, vino el teniente coronel Alejandro
Utrilla, 1nilitar retirado de filiacin carlista, no1nbrado por Fal Conde a finales de 1935
Inspector Jefe Militar de los Requets del Reino de Navarra, hombre hosco, pero eficaz, que consigui6 conectar bien con el grupo de la capital.
/\ partir del 12 de enero de 1936 -en que, como he dicho, se constituy el Tercio de Pan1plona-, se fonn una plana 1nayor del l~equet de Pa1nplona que en1ita
a diario una orden del da que inclua, distintas instrucciones, non1bra1nientos, apartan1ientos de servicio y asignacin de n1isionesH12 Se organiz una guardia pennanente en el Crculo, realizada por una patrulla entre las ocho y las diez horas. Se hicieron revistas scn1anales de unifonnidad y se organiz Ja instruccin (con salidas
1 1
~ De hecho !a accin del 17 de abril de 1932 en la calle Estal'eta, rompa ya -antes de ir a ltaliacon la prctica de grupos de defensa de las decurias. Del Burgo dice que aquel da, tras reunir a cuarenta
rcquets, !es acaudi!t en la accin callejera contra la huelga decretada a! da siguiente (confunde abril
con dicie1nhrc; Burgo, 1939: 14). Era un acto indudable de vitalismo activista.
L'i 5 Vase nota !45.
J."i(, Jaiine del Burgo, !5 de.iunio de !993 (104.B: 250).
7
1.'i Burgo, 1970: 514.
1.'i~ Segn del Burgo ( 1970: 521 ), las nicas armas cortas de cierta calidad de que disponan; y stas
tenan !a dificultad de !a 1nunicin.
159 Vase Lizarza, 1969: 62-68; Burgo 1970: 521-522; Arrans, 1940-1944: III, 447; Redondo y Zabala, 1957 :328-329; Fell"Cl~ 1979: XXX, 158- l .59; S!tz, J 986: 172-173.
11
' Burgo, ! 970: 665 y 537-538.
i<ii Lizarza, !969: 101.
11' 2 ARBU. J\.11otaci11 diaria de operaciones y 11101,i111ie11tos del Requet de Painp!ona. Va del 12 de
enero al 24 de febrero.
[269]
i'rccucntes los fines de se1nana para realizar ejercicios de orden abierto). En la inisn1a
Orden General en que se creaba el Tercio de Pamplona ( 14 de enero de 1936), el eo1nandante Alejandro Utrilla ordenaba especiahnente hacer prcticas de aproxin1acin
y con1bate 163 . l~l 13 de enero se pro1nova a cabos a los boinas rojas Clern1n ()rzanco
y Juan Abrzuza y se les asignaba la labor de fonnar el grupo de Enlace y 'fransinisiones -que se constitua en el Crculo el 22 de aqul. Se non1braron sargentos, se
constituyeron patrullas y grupos, se asignaron n1isiones a las patrullas y se daban novedades (que sie1npre eran ti,:ans1nitidas a la Inspeccin Militar de Alejandro Utrilla).
Se adquiri, de ese 1nodo, una estructura 1nilitar con1pleja y disciplinada a in1agen del
ejrcito.
Se redactaron ade1ns unas ()re/enanzas del J?equet (especificando las obligaciones del boina roja, del centinela, de los cuarteleros y los i111agnaria, los saludos, el
cuadro de jerarquas, la estructura y las insignias), un Reg/canento lctico (al que he
hecho referencia), un l?eglan1ento de l?f.?itnen interior (con los deberes y obligaciones de los distintos cuerpos y clases), unos cdigos para linlaces y tra11.\'111isio11es y
una Car1illa de Un{f'orrnidad del J?equel 164 . El tono y el estilo castrense se in1puso
desde la llegada de Utrilla.
'I'al vez d idea de la elaborada estructuracin de aquel H.equet el que se organizara una verdadera Acadeniia 1nilitar en la que se expedan ttulos de oficialidad en
nombre del rey carlista. El Crculo carlista de la Plaza del Castillo era para aquel
grupo de jvenes (1nolesto para los rnayores), cuartel y acaden1ia n1ilitar. I~n la planta
baja, estaban las oficinas, la jefatura del I~equet y el cuerpo de guardia (con una patrulla, seis hon1bres, haciendo guardia), y en el tercer piso se realizaba la instruccin
y estaba organizada la acade1nia. All se depositaban los unifor111es (can1isas caqui y
correaje) y exista un depsito de arn1as 165 .
La acade1nia funcionaba con regularidad, y all se i1npartan los conoci1nientos adquiridos en Italia y, sobre todo, el obtenido de los rnanuales iniltares al uso
entonces en Espaila (no en vano Jos 1nxi1nos responsables del requet, en este
caso el teniente coronel Utrilla, procedan del ejrcito). I. . a de cabos era in1partida por Mario Ozcoidi los lunes, inircoles y viernes de ocho a diez horas. rena
las Ordenanzas y l?ef.?/arnentos a que he hecho referencia 1ns arriba, y se les instrua en movimientos ele grupos pequeos (seis hombres) en acciones urbanas y
de aproxin1acin a poblaciones y en rdenes de con1bate. La de sargentos, 1a111bin alterna (martes, jueves y sbados), la diriga Jaime del Burgo de las ocho a
las diez horas. La acade111ia de oficiales, ta1nbin dirigida por Jaiine del 13urgo,
era por el contrario, diaria; de diez y rnedia a once y inedia. A la tropa se le daba
instruccin diaria (ejercicios) de las siete a las diez horas (por turno riguroso entre los pelotones y las secciones) alternando con clases tericas. L. . os don1ingos
se realizaban n1archas y 1naniobras en el ca1npo; y si el sbado era festivo, n1ar-
16
~ ARBU. Requets del Reino de Navarra. Inspector Jefe Militar. Orden General de !4 de enero
de 1936.
lM Originales en ARBU.
165
Lizarza, 1969: 80.
[270]
chas nocturnas 166 . 'I'odo un dispositivo de forn1acin 1nilitar que, sin duda, estaba
dando sus frutos.
Se hicieron adc1ns labores de propaganda pegando pasquines por las patrullas del
J{_equet, sien1prc con10 unidad 1nilitar, con lo que 8C produjeron nun1erosos incidentes con elernentos izquierdistas (con10 rezaban las novedades que se transn1itan al llegar al Crculo-Cuartel de la Plaza del Castillo). El 15 de febrero, por ejemplo, era detenido por ese nlotivo Joaqun Esparza acusado de haber herido con una porra de
plon10 a un joven izquierdista. I:~l detenido fue puesto en libertad poco despus 167
Creo que, con lo dicho, resulta evidente la fortaleza del dispositivo 111ilitar organizado por los carlistas en Pan1plona.
Aquella actividad se co1npletaba con la realizada en la provincia por Antonio L,izarza 168 (ho1nbre de trato fcil y 1nuy relacionad<\ Ayudante de Montes en la l)iputacin de Navarra), quien se ocup desde 1933 (oficialn1ente desde septie1nbre
de 1934) de las labores de coordinacin, adiestra1niento, traslado de annas, etc. a los
pueblos de la provincia 169 . Ade1ns, cada jueves, con la excusa del n1ercado, se reunan en Pan1plona los jefes locales del H.cquet con Utrilla y IJizarza, de 1nodo que
iban coordinando los planes de accin para el 1non1ento de Ja 8ublcvacin 170 .
Con10 dos nlilitares en operaciones, tanto Jain1e del Burgo co1no Antonio IJizarza
llevaron escolta durante 1936 (del Burgo desde antes) 171 .
Aquel no era un juego de jvenes, aventuras de pistoleros con acciones espordicas. All se estaba fonnando una unidad tnilitar que, en caso de enfrcnta1niento, resultara de una gran eficacia. Por lo de1ns se segua un n1odelo a 1nitad de ca111ino
del castrense y el de la guerrilla urbana de los italianos.
3.2.2.
[~NSAYOS DE INSURRECCIN
No era sin1plen1ente la estructura 1ns o n1cnos clandestina. Aquel aparato se engras en varias ocasiones. lAl prin1era coincidi con las elecciones del 16 febrero
de 1936. J.1icieron ca1npaa pegando pasquines en forn1acin de patrulla con10 si de
11 7
'
[271 J
una misin militar se tratara. Aquella campaa en 1936 fue planteada en toda Espaa
con10 un reto definitivo entre dos bloques (al 111argcn de voluntades 111s n1atizadas 172 ).
l'an1bin en Navarra 173 : l.(on1a, o Mosc, se deca; Cristo, o L,cnin, por E~s
paa o la antipatria, se era el dilema tal como lo presentaba la derecha. Toda la
ca1npaa se centr en aquella idea: Espaa (la E'spai1a esencial) se jugaba su propia
existencia. La pugna se planteaba en tnninos de exclusin entre la Espaa catlica,
!la] Espaa cristiana ... [y] la revolucin espantosa, brbara, atroz 174 Siempre aquella tern1inologa teratolgica que representaba al otro de1nonizado. Cotno en 1931, se
coincida con la jerarqua eCiesistica (a cuyo n1agisterio se apelaba) 175 . A prin1cros
de febrero de aquel ao, el Bloque de Derechas firm un manifiesto en el que se hablaba de Cruzada contrarrevolucionaria y se planteaba sta contra los cnen1igos de
la Cruz y de la Patria atraillados bajo el signo doblemente blasfemo de los tringulos
masnicos y de las hoces soviticas 176 . Se hizo una especial ca1npafia contra la abstencin, animando el voto de las mujeres (siempre ms proclives a inclinarse por lo
catlico) y considerando que el no votar era un gravsimo delito contra Dios y contra la Patria (antes lo haba dicho el obispo de Orihuela.) 177 . Era, de nuevo, la NavarraEspafia esencial contra el averno co1nunisla, contra la T'artaria 1nasnica.
En cuanto a los medios empleados ha pasado a la memoria general el gran retrato
de Gil Robles en la Puerta del Sol. En Navarra, como en el resto de Espaa, tambin
se e1nplearon los nuevos 1nedios de propaganda que pona a disposicin de los partidos la extensin y popularizacin de los 1nodernos 1nass n1edia: pasquines, inillarcs
de octavillas, coches con altavoces, y e1nisiones de radio (co1no el n1itin organizado
por el Bloque de J)erechas en el Teatro Gayarre); y la organizacin de una ingente
flota de autobuses que permitieran los desplazamientos de los votantes hasta los lugares de votacin 178 .
Las labores de la coordinaci6n electoral eran cosa de Martnez Berasin desde
las oficinas del Bloque. Pero la labor de propaganda fue encomendada en la capital
al Requet de Pa1nplona. Una labor que se realiz con la disciplina n1ilitar y la agresividad propia de unos grupos de jvenes encuadrados en una estructura que haca
del activismo, la disciplina y la violencia viril el leitmotiv de su militancia. La dcre-
172
[272]
cha fue mucho ms activa que el Frente Popular a estos efectos, y lleg a cada rincn de Navarra. Aquella fue una ca1npaa de saturacin con los len1as antes sealados, en la que se en1papelaron n1asiva1nente los 1nuros de Ja ciudad, y se esgrinli la
actitud aguerrida y provocativa del R.equet. Una ca1npaa que recordaba en sus forn1as --a pcquefia escala- a las ca1npaas electorales que al principio de la dcada
llevaron los nazis en Ale1nania: con1binar los grandes n1edios de propaganda con la
estructura y la actividad violenta de los SA 179 (aunque aquella actividad directan1ente
relacionada con las elecciones, a lo que Ila111aban hacer polftica, no era precisamente
del agrado de los jvenes requets, ansiosos de gestas heroicas y ro111nticas 18 ). Pero
haba algo de gesto resuelto, de lin1pia gallarda (de arrogancia n1atonerU, deca la
izquierda) en aquella fonna de aproxiinarse a un acto que consideraban repugnante
que era la e1nisin del voto: Maana buen progran1a, deca un H.equet ... Misa, voto
y hacer puntera y aada Unos "a por los trescientos", otros "a por las pistolas'\>181. As rezaba Ja anotacin de operaciones y n1ovhnientos del da 11 de febrer(\
martes, que realizaba Jaime del Burgo, adelantado del Requet: El primer Piquete
1.en torno a 70 hombres, equivalente a la seccin del ejrcito], al mando de don ngel
Elizalde Sainz de l~obles, sali a la una de la 111adrugada a colocar pasquines electorales por la poblacin, ocurriendo algunos pequeos incidentes con cle1nentos izquierdistas sin consecuencias 182 . Con el lenguaje fro del diario de catnpaa, del
Burgo daba cuenta del espritu resuelto y la conviccin castrense con que realizaban
aquella tarea. Aquello no era hacer can1paa (un acto ruin), era salir a un teatro de
operaciones a realizar una n1isin con10 si de un acto de guerra se tratara. l{esultaba
nus heroico.
El 1O de febrero el Inspector Jefe Militar de los Requets daba instrucciones para
que las unidades de toda la provincia se 1novilizaran. Apoyaran la labor de la Guardia Civil en el niantenin1icnto del orden, n1ientras protegfan la e1nisin del voto de
sus anligos y silnpatizantes. f)ividran la fuerza segn dos funciones: unos para la
observacin de los colegios electorales, proteccin de iglesias, 1nujeres y todo aquel
partidario que lo necesite; el resto en reserva, en posici6n central y defensiva, dispuestos a intervenir en cualquier situacin. 1Jegado el caso sccundar!an-1 con el
1nayor entusiasn10 y decisin a la Autoridad 1nilitar (de no existir sta actuaran autnornamentc). Decretaba la movilizacin general coordinada desde la Inspeccin Militar (a la que habra que dar cuenta de todas las novedades 183 .
A los dos das daba instrucciones precisas para la Plana Mayor y el Tercio de Pamplona 184 : orden de concentracin a las seis horas, pennaneciendo concentrados du-
179
~0
[273]
185
[274]
tervenir; el equivalente a un batalln del ejrcito, con sus enlaces y can1illcros, etc.;
esto slo en Pan1plona), no se produjo ningn incidente de consideracin en la capital (en la provincia fue asesinado un miembro de Izquierda Republicana, Flix Esparza, de Belascoin, en el Valle de Echauri). Lo que resulta llamativo cuando se estaba dispuesto a actuar con la n1xilna energa a la prin1era ocasin que se
presentara por una cuestin de prestigio. J)icho en trn1inos n1s actuales, la disuasin funcion plenan1ente y no fueron necesarias acciones que prestigiaran la capacidad de respuesta del Requet.
Todo aquello era algo 1ns que jugar a Jos soldaditos (recurdese la expresin
del conde de H.odezno). All exista una organizacin que era capaz de generar una
leiatidad paralela a la oficial en un da sefialado (que contaba pues con fuertes apoyos sociales y sohrc el que no se atrevan a -o no podan- actuar con contundencia las fuerzas del orden, en una con1binacin de filtraciones e incapacidad del Estado de penetrar en el tejido local 189 ). I:'.:ra aquella una organizacin 1nilitar,
disciplinada, fuerten1ente estructurada y ten1ible para la legalidad republicana.
l)espus de aquel despliegue, era natural (aun sin contar con el factor ejrcito;
vase Parte Segunda) que el estado niayor de los H.equets del H.eino de Navarra considerara a Pa1nplona tierra conquistada y realizaran sus planes de despliegue contando con la capital con10 base de la operacin y no con10 zona urbana a conquistar
(segn el modelo italiano).
Algo si1nilar se hizo a finales de junio, coincidiendo con la crisis de la l)iputacin (aprobacin de ley que abra paso a la destitucin de la corporacin provincial)
y la constitucin de un cornit secreto en el Consejo Foral para organizar la resistencia (vase supra, esta Parte, 3.1. l.). La inspeccin de los H.equets decret Ja alanna
general, que result un nuevo ensayo de n1ovilizacin genera! (co1no haba sido la de
febrero) 190
c:ontrstcsc, sin en1bargo, el relato que se incluye 1ns arriba, respecto a esta a/anna
hecho por un requet de la Cuenca. Segn ste, un diputado deba ir a los alrededores
de liuarte (el caballero que convocaba a su gente, con10 Jo haca Mina en 1814) hacia
donde desde los pueblos del contorno, en una noche oscura, con un tcn1poral que in1-
Son nwncrosas las noticias de 1nie1nbros de las fuerzas de orden pblico que, si no colaboraban
con el Requet, ofrecan una cobertura de infonnacin y proteccin ante posibles acciones de desarticulacin lanzadas desde la seguridad del Estado. El caso ins revelador en ese sentido fue la gran operacin
organizada por Alonso Ma!!ol (Director General de Seguridad) para desactivar los grupos annados en
Pamplona (y sondear la disposicin de Mola; que contaba con quien !e informaba en la propia Direccin
de Seguridad: e! polica Santiago Martn). El da 3 de junio se desplaz con 60 1nic111bros de la polica
desde Madrid y una docena de cainionetas de Ja guardia de asalto trasladados de Vitoria, San Sebastin
y Logroio (se trataba de evitar filtraciones y co1nplcidades). To1n6 1natcrialmcntc la ciudad y realiz 1nltip!es registros. Slo pudo retener teinporahnente a Alfonso Utrilla por portar una pistola sin gua (aunque con licencia). Vase Pi\. y LL, 6 de junio de !936; Iribarren, 1938: 55; Maz, 1976; Arrars,
1940 J 944: Ill, 448. En La bastida, lava, ocurri otro tanto en una batida similar (Julio Orive, 14 de enero
de 1992 ~28.A). En los dcsplazmnicntos y maniobras que realizaban en zonas de 1nontaa a veces aMJ1naba en algn lugar la Guardia Civil, pero la guardia civil resultaba cinplice. En lo que podan -deca
Jaime del Burgo, !5 de junio de 1993 (104.A: 200)-- trataban de ayudarles.
190 Maz, 1952: 2!4 y supra.
il\
[275]
pona cierto pavor, venan grupos pequeos, de cuatro y de cinco, de dos y de seis, provistos de linternas o farolillos, para reunirse en esa especie de 1netrpoli y caer sobre
Pan1plona, etc. (vase supra). Escenas dignas de la triloga Las guerras carlistas de
Valle-Incln -se deca all- escenas del pasado siglo. Frente a ellas, en Pamplona, escenas propias de la 1nilicia europea de la poca, escenas de guerrilla urbana. Y es que
Espaa, y hasta Navarra, era por entonces un lugar de agudos contrastes.
Volviendo al Requet ele Pamplona, su autoconfianza lleg al punto de enviar un
piquete (70 hombres), uniformado (camisa caqui, correaje y boina roja) y en formacin 1nilitar al entierro de ui1 falangista 111uerto tras un incidente en Mendavia 191 . L,a
unidad acompa la comitiva desde el Hospital Civil de Pamplona al Cementerio. All
se present una seccin de guardias de asalto que, ante la negativa del qficial del I~e
quct que inandaba la fonnacin (Luis Elizalde) a disolverse hizo hasta veinticinco detenciones192. Al da siguiente se cerr el Crculo (por la autoridad gubernativa), seorganiz una huelga en el Instituto (donde se haban to1nado represalias contra uno de
los detenidos, Jos Miguel Madoz 19l), y los jvenes del Requet repartieron profusa1nente por Pa1nplona un suelto en el que se deca que el gobierno no haca sino seguir
las a1nbiciones rastreras e inconfesables <le un grupo de 111alhcchores y el I~equet
se eriga en representante de la sacra Espafa y lla1naba a la gente a unirse al l~jrcito
C'arlista. Espaoles. Aqu esta1nos pero vosotros dnde estis?, hablaba de barricadas y clanunente de un Ievanta1niento contra la Antiespaa, frente a la hedionda
Rusia. An no era el 1no1nento (todava las negociaciones para la sublevacin no haban entrado en una fase decisiva), pero ellos anunciaban que haba llegado, por fin,
la hora decisiva. Esta hora tan te1nida por los aco1nodaticios y tan deseada por los requets carlistas, cuyas banderas cobijaron el sepulcro de innu1nerables 1nrtires de la
Patria, pero que se inantuvieron enhiestas, flotando sie1npre al viento las rojas cruces
de Borgoa, corno los pabellones de la poderosa y antigua /{0111a 194 .
Aquella fonnidable 1naquinaria 1niliciana confiaba en con1pletar de una vez para
sie1npre, la obra iniciada por los voluntarios de las guerras carlistas del pasado siglo. Bajo ese espritu se formaron y ese espritu les animaba.
1
3.2.3.
He dicho ins arriba que fue decisiva la desarticulacin de las decurias en la formacin del Requet de Pamplona. En efecto, as fue. Tras aquella desarticulacin, fue
un grupo de jvenes, con su particular visin de las cosas, quien reco1npuso Ja orga-
191 En Mendavia, ante el nunor de que iba a producirse un reparto de annas, el alcalde socialista de
la localidad ordenaba una vigilancia especial el 18 de inarzo. Al ser detectados unos falangistas, se produjo un enfrentan1iento y un forcejeo del que result herido el falangista Martn S<1inz Martne', de Espronceda. A los pocos das 1n<>ra en el Hospital de Pamplona.
192 Vase la Orden del da del 29 de n1arzo de 1936 dd l Requet del Tercio de P;implona en ARBU.
Fue publicado por Burgo, 1939a: 172- J 75.
i 93 Mario Zufa, 17 de dicieinbre de ! 992 (90.A).
194 En ARBU. Jaiine del Burgo (l939a: 175-177) la publica omitiendo e! prrafo en cursiva. Eran
tie1npos, los de la publicacin, de abierto enfrentarniento con el falangis1110.
[276]
nizacin arn1ada del carlis1no, lo que iba a ser el I~equet. Fue aquel grupo el que dio
su propia i1npronta al requet en Pa1nplona (no en Navarra, a pesar de la indudable
influencia de Jai1ne del Burgo en la provincia) 195 .
He hablado ya de las diferencias personales entre Generoso Huarte y Jaime del
Burgo. Aquellas diferencias encerraban dos 1nodos de entender la accin de los cuerpos arn1ados del carlis1no. Generoso Huarte, n1;;s conservador y aferrado a los n1odos
del so111atn con10 fonnas de defensa del orden socfrt! 19Ci, haba organizado las decurias con10 agrupaciones defensivas encargadas de la vigilancia de iglesias, de E'/ /)enscnniento, del Crculo, etc., y tena, por otra parte, una visin 1nuy personal de la accin annada (n1en1oria, tal vez, de su infancia en Cuba, donde su padre fue jef'e de la
guerril!a 197 ). E~l hecho es que, estando todos ellos detenidos en la crcel de Pan1plona,
reprochaba a Jain1e del l3urgo que totnara la iniciativa en la accin de la calle Estafeta (cnfrentainiento callejero annado en el que, tras algunos insultos a un sacerdote
por un grupo de gente de izquierda e intervencin de un pelotn de jvenes carlistas
mandados por del Burgo, murieron tres personas; 17 de abril de 1932; vase supra);
segn Generoso IIuarte, aquella accin habra desatado la represin que les haba conducido a presidio. l'an1bin reprochaba al padre de del Burgo, Eugenio, el no haber
dado n1ucrtc al delator de las decurias (detenido en un contrabando de arn1as) 198 . Por
su parte, Jai1nc del Burgo, joven apasionado y con gran capacidad organizativa, responsable de la Agrupacin l~scolar rfradicionalista desde su fundacin, n1s decidido
y radical, tena una concepcin tns prxin1a a los n1odos de la accin directa callejera propios de las 1nilicias polticas de Jos ai'os 30 199 .
Jain1e del Burgo, con la ayuda de Mario ()zcoidi en el exterior de la crcel, haba
hon1ogcnezado la Al~l' hacia octubre y novien1bre de 1932 200 . Con la vuelta de ste
a Pan1plona -una vez saliera de la crcel a fines de 1932 y tras pasar una ten1pora<la
desterrado en Estclla- con1enz la andadura de lo que sera el l{equet en torno al
grupo fonnado por los Jain1e del 13urgo, Mario Ozcoidi (los dos personajes clave),
Jos Luis Los Arcos, Jos Millaruclo, y ms tarde, Carlos Ciganda, ngel Elizaldc
(de Yiana), etc. r~ra aquel un grupo de jvenes que vivan en un an1bicntc de exaltado
ron1antcisn10 juvenil. Achniradores de los 1nticos generales carlistas (espccialtnente
19
l%
guillo, 1995.
in En 1936, por ejemplo, en las proxi1ni<lades de Areehavaleta, en el frente Guipuzcoano, despleg
una compaa por las alturas para, desde all defender !a carretera; hizo una incursin en terreno enemigo
sin ningn tipo de cobertura; todo ello recordando lo contado por su padre guerrillero cubano. Fue sera1nen1e advertido por el general So!chaga, pero no le hizo de1nasiado caso y continu con sus despliegues, dejando franco e! paso por Ja carretera. Vase ARLL Tercio Nuestra Seiora del Carnino: Testin10nio de Generoso I-luarte.
19
~ V<1se !o dicho y rclCrencit1s en lt1 pgina 267.
199
ARBU. Carta de Jaime del Burgo a Mario Ozcoidi, 4 de novie1nbrc de 1932.
21
xi Apartaron a Antonio 1-Iuartc, Assas, Usaechi, cte. y quisieron apartar a Santamara. Cana de Mario Ozcoidi a Jai1nc del Burgo, Painplona, 18 de octubre de 1932. Carta de Jain1c del Burgo a Mario Ozcoidi, Pmnp!ona, 20 de octubre de l 932. ARBlJ.
[277]
de Zu1nalac:rrcgui; eraJl hunosas sus Jatillas), vidos lectores de la abundante 1nemorialstica de las guerras del x1x (del que aprendieron el flemtico estilo caballeresco) y cultivadores de la n1en1oria de aqullas (veteranos, iconografa), cultos e idealistas (lectores de El alcalde de Zalarnea y de Espronceda, lo<los a una y Me gusta
ver la bo1nba/ caer 1nansa del cielo ... ), entre el lirisn10 y la tarascada, urbanos, i1npregnados por el navarrisn10 histrico y partcipes de aquel elhos de la ciudad de Pa1nplona hecho cosn1ovisin, con una baga conciencia social (a Jo John Farrel), crean
estar Ilan1ados a culn1inar la nlisin regeneradora del pas que en el pasado siglo haba quedado inconclusa. Partcipes, asin1isn10, de las ideas del escultis1no juvenil, del
culto al ejercicio fsico, el con1paeris1no (o la herrnandad, no la can1araderfa que
era de izquierdas o falangista), a la generosidad y la rebelda de la juventud, del valor creador del activis1no y Ja entrega incondicional, haban iniciado en 1933 la reconstruccin del requet en Painplona.
Con1enzaron por representar varias obras de teatro breve escritas por Jaiine del Burgo
(Lealtad, C'ruzados, Al borde de la traicin) y a111bicntadas en el clna heroico de las
pasadas guerras 21. Se representaron en distintos locales de Navarra sieinpre con10 actos
de propaganda y con aquel espritu inconfonnista, alegre y bullanguero que atraa a la
juventud (Millaruelo lleg a disparar una del 9 largo en el Teatro Gayarre para producir
el efecto sonoro de los caonazos). Se hicieron 1nuy populares, hasta el punto de que se
acercaban se1ninaristas a verlos (tras quitarse la sotana, pues tenan prohibida la asistencia a esos actos n1undanos) y les solicitaban el texto de otras partes de Espaa 202
Otro grupo afn~ tan1bin carlista, creado por Ignacio Baleztena (un personaje popular, ocurrente --fue iniciador del riau-riau- y dado a todo tipo de iniciativas folclrico-locales) como grupo de e.1pata-dantza (grupo de danzas vascas) fue el Muthiko Alayak (que tuvo su antecedente en Saldiko-Maldiko). Si AET estaba formado
por jvenes estudiantes, en el Muthiko fonnaban estudiantes y jvenes trabajadores.
Durante todos los aos de la Repblica pase sus danzas por el resto de Espaa, Biarritz, Bayona, St. Jean Pied de Port, etc. Llevaban como estandarte la bandera rojigualda (lo que gener no pocos incidentes 203 ). Los grupos de e.~JJata-dantza eran habituales en el carlis1no vasco, en Vitoria haba otro conducido desde la 1-lcnnanclad
Alavesa (tan1bin protagonista de nuinerosos incidentes con golpes) 2'1 De los Muthiko surgi la famosa Pea de los Sanfermines (con blusa a cuadros y boina roja, carlistai claro est, que se generaliz en la posguerra) que tern1inaba su hin1110 con un
.. ./ cantaren1os todos juntos/ Viva el Rey!, y un grupo que tan1bin haca representaciones teatrales, de ainbiente entre costurnbrista y hun1orstico, con1puestas por
Ignacio Baleztena (De cn10 Kikizarra n1uri y estir la garra, C'irilo por San f'er-
201
Burgo, 1970: 514. Sobre la AET Burgo, 1939 y Burgo, 1970: 509-516.
Jaime del Burgo, 15 de junio de 1993 (104.A). Puede verse correspondencia en ARBU.
w:i Cabra lla1nar la atencin sobre la si1nllitud de situaciones con los grupos de danza vasca portando
la ikurri1/a en los 60 70, o el incidente provocado en los 90 en el grupo de danz11 de! ayuntmnicnto de
Painplona por portar la ikurriila.
20
~ Urbano Ortega, l 2 de 1narzo de 1992 (38.A: 440).
205 Mari<1no Zufa, J 7 de diciembre de 1936 (90.B); Jai1ne del Burgo, J 5 de junio de J 993 ( J 04.A).
202
[278]
Con la gracia y las extravagancias de Ignacio Baleztena y las obras pico/legendarias de del l3urgo se trataba ele recrear el espritu que lata en Navarra (segn los
pro1notorcs), de actuar con10 fennento de un inundo ya existente. L,a AET, entendan,
haba surgido de las enseanzas de sus 1nayores y ahora las devolva con un nuevo
clinan1isn10 para ani1nar una sociedad an adorn1ecida (la propia Co1nunin Tradicionalista, entendan). Ade1ns, trataban de atraerse a la juventud patnplonesa en con1petencia con la Falange. Alguno haba, en los prin1eros tien1pos, (un hijo de coronel)
que se haba pasado a la Falange porque vosotros no hacis nus que rezar. Naturahnente, ellos no renunciaban a los rezos, pero en su debido tien1po. No se consideraban ni de lejos unos devotos, pero repudiaban tan1bin la vida degenerada de los
cabarets y los casinos 206
E~llos se consideraban -y de hecho lo eran- un grupo n1uy din1nico: daban n1itines, hacan nianiobras n1ilitares, ejercicios de tiro, representaciones teatrales. J_,a
gente se acercaba a aquello que estaba vivo, y la AE'r (no las Juventudes dirigidas
por el afioso Francisco Ji1nnez, con quien 1nantenan notables desencuentros) lo estaba. Cada noche iban al Crculo (cuando se instalaron en l; hubo problen1as al principio) a organizar sus actividades a convivir con los dcn1s. 1-Iaban constituido una
con1unidad n1uy unida, con su propio cdigo de valores (en el que no entraba el 1nortecino 111undo de Jos intcgristas) 27.
Fue aquel grupo el que lanz, con serias dificultades, Ja revista a.e.t. 208 . Desde el
prin1er n1on1cnto cont con la oposicin de Ja Con1unin (1ns aficionada, deca del
Burgo, a la libreta de Martnez Berasi:hn 2 9 ), que los vea con desconfianza. Joaqun
13alcztena (a quien los jvenes consideraban un hon1bre de accin) y su hennano Ignacio (con el que colaboraron, pero de n1enor peso en el partido) les apoyaban en cierto
n1odo. Pero ta1nbin stos eran ho1nbres del Conde de H.odezno, quien, n1ientras estuvo al frente de la Junta Delegada de la Comunin (hasta mayo de 1934) hizo una poltica bsican1ente conservadora, parla1nentaria y opuesta a soluciones utopistas con10
las que representaba la AE'I' 21 . A pesar de ello, y con la autorizacin de Joaqun Baleztcna, Jefe I<.egional de Navarra, iniciaron la andadura del peridico en los locales
del antiguo Crculo de los integristas (pues no se les autoriz la instalacin en el Crculo de la Plaza del Castillo) 211 . El primer nmero apareci el 26 de enero de 1934.
Lo abran con una presentacin n1tico/heroica del origen del carlis1no (se remontaban a Ja Guerra de la Independencia y terminaban en l 839). Segn aquello, el
"
1
'
207
[279]
carlis1110 era el valladar pennanente de la vieja Espaa, con sus virtudes raciales de
religiosidad y herosn10, contra la l?.evolucfr5n. lJna disposicin, decan, siste111tica1nente traicionada (co1110 en la traicin de Vergara) por quienes Supieron con1cr las
castaas que nosotros saca1nos del fuego. Con aquel lenguaje claro y contundente,
tenninaban el nn1ero expresando la razn de su iniciativa: Juventudes Carlistas, estudiantes, i1nite1nos a nuestros cruzados; ... haga1nos ondear la 13andera in111aculada.
La Bandera que enarbol Carlos VII en los montes de Navarra, y la que Wilhs 212
arroj al ca1npo ene1nigo diciendo: "Donde va la bandera van los zuavos". Es que
no hay otro Wilhs que recoj la bandera y la arroje a la Revolucin diciendo: Carlis
tas, a defender la bandera y a vencer? Es que va1nos a ser sie1npre unos e1npedernidos jugadores de tresillo, asiduos concurrentes de caf? No, no y no. So1nos jvenes
carlistas, y nuestra juventud co1nprende que eso no es Carlis1no. Carlis1110 es actividad, es n1ovimiento, es organizacin, lucha constante, es sacrificio y es hennandad213. Eso era el carlismo para aquellos jvenes y a ello se dispusieron. Sin haber
ledo ni a Sorel, ni a Marinetti, a T. E. Hulme, o a Yeats y a T. S. E!iot21 4, crean en
la fuerza del activismo, en el gesto viril, el vitalismo y la fuerza de la emocin. Ellos
lo haban obtenido de sus lecturas de las gestas heroicas del pasado siglo, pero, sin
duda, eran perrneables al irracionalisino iinperante en la Europa del 11101nento. 'I~un
bin en Espafia.
Ellos vean que al Crculo carlista asistan cuatro viejos y algunos curas jugando
al chan1elo, al tute o al tresillo 215 . Perciban que en Navarra exista un sentin1iento
difuso jaitnsta, que sobreviva a duras penas. Un cli1na en que todo se lin1taba a tener un retrato de Don Jai1ne o Don Carlos en casa21 (1 Y se proponan introducir en
aquel an1biente dina1nis1no, ilusin, vitalidad, y a poner en rnarcha toda la fuerza racial que sobreviva adonnecida.
Rpida1nente pusieron en 1narcha su progra1na de activis1110 co1nbinndolo con las
prcticas del escultismo, tambin en boga por la poca.
Formaron los primeros grupos de jvenes del Requet. Tenan sus planes propios
(eran, lo crean, Un grano aparte). Cada donngo iban de excursin. Elegan un lugar en el que hacer instruccin inilitar, y luego, tras con1er un buen cordero !en ocasiones], con un trago de bota (siempre haba algn correligionario que se lo prepa
rara), recorran los pueblos del contorno cantando canciones carlistas o desfilando en
fonnacn 217
En aquellas excursiones se dedicaban un poco a todo. Exploraban cuevas haciendo
espeleologa aun de forma rudimentaria, marchas, etc. Algn domingo, aprovechando
212
Ignacio Wilhs, holands, fue oficial de Jos zuavos pontificios, oficial carlisla muerto en julio
de 1873 al frente del batalln zuavo (Burgo, 1978: l.055; el episodio legendario en Reynaldo Brea. Prncipe heroico y soldados leales, Barcelona, 1918, pg. 321)
213
a.e.!. 2, 2 de febrero de 1934 (reproducido en Burgo, 1939: 37-38).
2
1<1 A quienes Sternhell y cols. (1989: 313 y sigs.) sitan en el rbol genealgico clel fascisino italiano.
21
~ Jain1e del Burgo, 9 y 11 de junio de 1993 (103.A: 650).
216 Jain1c del Burgo, 11 de junio de 1993 (103.B: 070).
217
Jaime del Burgo, 9yJ1 de junio de 1993 (103.A: 690).
[280)
la fiesta del sbado, hacan inarchas nocturnas hasta Lanz (a 45 kil1netros de Pa111plona) saliendo a las diez de la noche y 1narchando sin donnir, para volver al da siguiente. Gustaban, ta1nbin, de ir a las cuevas de Lanz que tenan fatna y un halo nsterios o por haber sido lugar de contrabandistas 218 . Ta1nbin acudan con alguna
frecuencia a visitar unas 1ninas de cobre ro111anas. Lo que nos anin1aba era un espritu excursionista, con1pafierisn10 y sobre todo la aventura, deca Jai111e del Burgo.
()tras salidas, por el contrario, tenan un carcter neta111ente 1nilitar. Solan ir 111ucho por Bclzunegui, que era un pueblo deshabitado (con sus casas, su Iglesia, etc.).
All hacan 111aniobras 1nilitnres: una seccin se adelantaba a defender el pueblo y otra
le atacaba por el valle o por la parte alta. Solan llevar guas locales y se una a ellos
Ja gente de Ja zona. Resultaban 111uy vistosas y con gran aparato.
En otras ocasiones iban a Urbasa. All suban los curas y los requets de aquel
contorno a realizar prcticas 1nilitares (fonnacin en general del requet de la zona).
l_,uego se desfilaba por el pueblo que les tocara, co111an bien y hasta Ja que viene:
cogan el autobs y volvan a Patnplona. La con1ida, que generahnente les suban de
los pueblos, era sagrada. Durante ella departan con los del lugar y se creaba ese an1biente distendido necesario para fo1nentar aquel espritu de sana herrnandad que propugnaban. Otros lugares de 1naniobra y ejercicio eran la Sierra de Anda (a la que suba ta111bin la gente de la Barranca), Maquirriin, Escarbe y Mendillorri 219 .
Naturahnente, con aquellos despliegues apareci en alguna ocasin la Guardia Civil, pero lo habitual era que los evitaran o consintieran sus ejercicios22 .
l)urante los ejercicios la disciplina ela absoluta. Pero luego al tenninar, a la hora
de co1ner, bebiendo de la bota, todos eran iguales. Eso deca el adelantado Jailne del
Burgo. De ese 111odo, en aquel a111biente, entre el excursionis1110 y la ron1era, fue fortalecindose entre ellos, corno digo, aquel espritu de con1unidad carlista con vnculos que traspasaban con 111ucho los de la siinple relacin poltica o la an1istad y se
aproximaban a los de una red social de tipo patricia! (del Burgo poda recorrer la provincia con10 si de un patricio se tratara, que en cada pueblo tena sus fa1nilas y sus
casas que le alojaran y le haran los honores en la mesa) 221 . Jerarqua y con1pafieris1110, ejercicio fsico, disciplina, accin, exaltacin de la pureza de los valores, aventura, espritu caballeresco y romntico y comensalismo (lo que estimaban que era
1nuy navatTo 222 ), hacan que los usos del escultis1no estuvieran en este caso al servicio de la organizacin de una nlilica poltica. Si en Francia las Ligas guardaban gran-
21
s Que le sirvi a del Burgo para docu1nentar alguna escena de su novela lluracn (Burgo, 1943:
54-64).
219
Buroo J 939 39
no Jain~e 'del ,B1;r~o~ 15 de junio de 1993 (104.A: 200).
~1 " 1 Red socia! que luego se dejara ver tras ! 939. Jai1ne del Burgo, 15 de junio de 1993 ( J 04.B: 150).
in Era un tpico que e! navarro era buen coincdor y buen bebedor. Se deca que carlistas resistieron
a cristinos por su buen c01ner, etc. As Zaratiegui, Chao, Hennigsen (vase !o que dice lribarren, 1943:
59-63). Jal1ne del Burgo, sin duda buen conocedor de esta literatura, subrayaba Ja i1nportancia de aquellas comidas con cordero y bota de vino. Denu1cstra, por lo dcn1s, Ja hospitalidad de que hacan gala los
de! lugnr para con el Requet y su gran popularidad por toda la zona rural, de inodo que podan 1noverse
sin limitacin alguna.
1281]
des sen1ejanzas con el escultis1110 22 3, en Navarra las fonnas de accin del I~equet
pa1nplons, de c~qucllos jvenes urbanos (no en los pueblos, con10 verc111os), entusiastas algunos de la aviacin y los 1notores 224 , eran deudoras de la profusi6n de aquella aficin por el excursionis1110.
No solarnente en Parnplona. Los jvenes del requet de Vitoria haban organizado
hacia 1934 el llamado Grupo Villarreal (por el General Villarreal; hroe de la Guerra
de la Independencia) con parecidos principios constitutivos aunque n1s reducido y
n1enos castrense. Llevaban unifonne con ca1nisa blanca (en el bolsillo Cruz de Santiago en azul) y boinas azules. Tenan una bandera blanca con flor de lis y cruz de
Santiago. El Grupo estuvo dirigido por el que luego sera jefe del requet local, Jaime
Artola 225 . 1'an1bin ellos acostu1nbraron a ir por los pueblos cantando canciones carlistas con10 Estella noble y guerrera ... ; l~eina Margarita ... ; Si te preguntan alto
quin vive ... ; Gloria y prez a los hroes de Espaa ... ; ()rian1endi ... ; Viva los
fueros de Castilla/ Viva los fueros de lava ... ; Qu es aquello que reluce/ por las
inontaas de Espaa./ Son l~cquets carlistas/ bayoneta calada ... ; y otras canciones
propias del lugar226 .
Eran pues, aquellos jvenes de ciudad, co1no tantos j6vcncs de ciudad en la f2uropa del momento, hijos de los tiempos modernos: del boom del alpinismo, del ejercicio fsico, del atletis1110, de los deportes, de Ja recuperacin de las culturas populares, de batallones eseolares 227 , de los clubes de tiro, del motor, que iban adquiriendo
un aire ldico en 1nuchos lugares, pero que frecuente1nente haban estado asociadas
a actitudes n1ilitarcs, y aun n1s frecuente1nente a reacciones contra los snto1nas de
anquilosa1niento y envejeci1niento de la sociedad y ta1nbn contra las an1cnazas de
una sociedad de 1nasas que les disgustaba y ate1norizaba. c:o1no una nueva bsqueda
de la con1unidad ante la cunenazante desagregacin social. Y ta1nbin la nietzschiana
bsqueda del ser superior, transgresor de leyes y convenciones sociales en aras de una
moral superior228 . Eran hijos del siglo. Pero ellos se vean como herederos del pasado:
estamos hartos de legalidad y de camarillaje -decan en su presentacin en pblico.
Queremos ser como ellos, como los Cruzados del siglo x1x. Queremos exponerlo todo
para ganarlo todo 229 . Aquella doctrina exaltada encontraba todo un inundo sin1blco, profusa1nente extendido en la sociedad que les tocaba vivir, inundo que a ellos
nlis1nos haba npregnado desde la n1s tierna infancia, desde la priinera socializa-
nJ Vase \\leber, 197 J: 88. En l 900, las asociaciones deportivas y de ejercicio fsico, clubes, gimnasios, etc. surgieron cmno reaccin nacionalista, pero pronto derivaron hacia sociedades recreativas y de
ocio (Weber, 1989: 277 y sigs.).
22 1 Con10 el joven Mariano Zufa y Javier Beriin, que en 1938, en cuanto tuvieron una ocasin, hicieron un curso de pilotos. Mariano Zufa, 17 de dicie1nbre de 1992 (90.B).
225 Luis Rabanera, 24 de abril de 1991 (78.A: 220).
n Luis Rabanera, 24 de abril de 1991 (78.A: 260). Pueden verse estas y otras canciones en Balcztena, 1957; Ro1nero Raizbal, J 938; Canciones carlistas, 1981; Vilarrubias, l 975: 199 y sigs.
227 Coino el que existi en Vitoria bajo la presidencia del alcalde Pedro Ordoo entre la pri1nera y la
segunda dcada del siglo.
228 Vase sobre estas cuestiones, por ejeinplo, Weber, 1989: 294-299.
229
a.e.!., 2 de febrero de 1934 (recogido en Burgo, 1939: 33).
[282]
cin (con10 diran Berger y L,uck1nann), y que encajaba perfectan1ente en aquellos espritus apasionados, entusiastas de su nueva fe (la vieja fe catlica).
Se vean a s n1isn1os, jvenes ilusionados, co1no los continuadores de las haz.afias caballerescas de los Zu111alacrregui, los I~ada o los Olio. Ozcoidi bron1eaba con
del 13urgo en carta dirigida a la crcel en 1932 sobre su costu1nbrc de archivar la correspondencia ele ste. Deca, en el futuro las saborearn con la 1nis1na fruicin con
que nosotros un escrito original e indito de Zun1alac1rrcgui 230 . Jvenes a111igos, de
n1ltiples con1plicidades, bro1neaban con gran jocosidad sobre estas y otras cosas,
pero, es indudable que estaban i1npregnados de aquel espritu ro1nntico y heroico (y
soaban, con10 jvenes, en c111ular a sus propios hroes). En otro lugar deca Ozcoidi:
quin sabe si el hado, ha decretado sea1nos nosotros por azares de la vida quienes
hayan1os de dejar en paales, bien sea al Caudillo Ron1ntico, que dira Benja1nn ]arns, o quizs, quizs a los 111is1nsin1os Carlo1nagno, Alejandro, Anbal o Napolen 1 231 . Es evidente la exageracin irnica, pero ta1nbin la iinagen que lo inspiraba.
Sus hroes eran aquellos jefes romnticos del pasado siglo. Ningn poltico, ningn pensador, ningn poeta. Deba ser un jefe 1nilitar. Y si era navarro, con 1ns 1110tivo. Incluso si era liberal se 111ereca una reflexin. liaba podido pasar a la historia
con aureola de hroe, de caballero -deca en otra carta Jai1ne del Burgo refirindose
a 12spoz y Mina. Co1no tal lo considero yo cuando lo nliro solo en la guerra de la Independencia, peleando con10 un bravo ... haciendo ... con1prender a todo el 111undo que
nadie pisa i1npunen1ente el suelo navarro en plan de conquista, que la raza de Aitor
no consiente vejaciones ni atropellos. Pero cuando ensoberbecido quiso "extenninar"
a los bravos defensores de Dios, Patria y Rey, tocio su herosmo, tocias sus elotes de
guerrillero, toda su aureola de hon1bre digno y leal, desaparece. Prefiri la Fan1a y
la Gloria a Ja Verdad y la Justicia, deca, y aquello le deshonr a los ojos de la nueva
generacin 232 .
No entendan 1nucho de estrategias polticas ni de reales posibilidades de xito.
I:'.:llos siernpre pensaron que su preparacin y aquella situacin tenninara en un alzan1icnto, un alzan1iento carlista!. Nunca pens aquel grupo de jvenes en el Ejrcito. Incluso cuando fueron a Italia no saban 1nuy bien el contexto poltico que les
llevaba all (el n1arco de un acuerdo 1nonrquico). Aquello lo organizaron L,izarza,
Oyarzun y los alfonsinos, decan despus. Ellos slo pensaban en un alzamiento
puro, con10 Jos del siglo pasado'..'! 33 . Eran continuadores de una idea, depositarios de
un espritu y un estilo, ejrcito de una Causa sagrada, y con el convencirniento proftico de la cultura catlica (1nucho 1ns poderosa que la idea de progreso o Ja utopa
socialista), estaban convencidos de que cuhninaran lo que ellos llan1aban la l?evolucin carlista, que no era (por parafrasear a Vctor Pradera) sino la de Carlos V y la
de Carlos VIL Pasado y presente se solapaban, se fundan en la representacin de las
cosas de aquellos jvenes.
no Carla de Mario Ozcoidi a Jaime del Burgo, Pamplona, 18 de octubre de 1932. ARBU.
1
".1 Carta de l\1ario Ozeoidi a Jaime del Burgo, Painplona, 22 de octubre de 1932. ARBU.
2
"-' Cana de Jaiine del Burgo a Maro Ozcoidi, Painplona, 25 de octubre de 1932. ARBU.
2-'_, Jaime del Burgo, ! 1 de junio de 1993 (103.B: 290).
[2831
Resulta esclarecedor el modo entre lrico y abrupto en que Mario Ozcoidi, espritu de aquella revolucin (Jain1e del Burgo sera el Je.f'e, el ejecutor2:H) describa sus
esperanzas, su visin del papel que deban jugar en el 1non1cnto (pcrn1tase111e por ello
esta extensa cita):
Me traen loco tantas cosas! La razn desvara, el cntcndi1niento se atrofia, la
cabeza se pierde en un 1nar de confusiones Qu 1nar ser ste?
Siento en la ruta de nlis ideas ser el 1nar Blanco, 111ar de pureza y de candor, inar
de virtud y de oraci1i''fqu hcnnoso poder navegar por tus aguas, qu delicia poder
cruzar tus ondas en la frgil barquilla del pcnsa1niento! pero ... cst:s tan lejos.
Y acude a 1n 1nentc el Ocano Pacfico, con sus aguas quietas y tranquilas, cual
n111enso cristal aparta, aljate, visin adonnecida de paz~ Cuando el son del clarn
y la tro111pcta despierta en nuestros pechos el coraje y la clera y el brazo annado
de potente espada, febril espera la orden de lanzarse a la bata\ la, no cabe so fiar con
la paz de aguas suaves que 1necen el al1na en blandas sacudidas.
Y el 111ar Negro es en la sucesin de las ideas quien sigue con10 noche oscura,
invitando a donnir al a!Jna cansada por la lucha constante de la vida cuntos, cuntos, rendidos de fatiga quedan sepultos bajo tus aguas lbregas, aspeados de cansancio y sin ni1110 de llegar a Ja cun1bre de sus aspiraciones y de sus ideales!
Lejos vislu1nbro la 1nancha sangrienta del 1nar Rojo. Tt eres, t, el inar cuyas
olas cruzar quiero! Mar de sangre, de cxtenninio, de n1atanza! t, bendita sangre de
1nrtires, sen1illa fecunda de grandes triunfos; sangre de hroes, escuela de nuevos
caballeros del Ideal; sangre negra de traidores y ene1nigos, regeneracin de la Sociedad y de las Naciones; sangre, en fin, sn1bolo de guerra redentora, de guerra salvadora de pueblos oprin1idos, de conciencias donnidas y aletargadas ln\jO el hierro
de dura trana 235 .
Mar Blanco de pureza e ideal juvenil que ellos 1nis1nos representaban. Ocano Pacfico de aburguesada cotnodidad, de adocena1niento conservador que se haba adueado de la Comunin a travs de los integristas (a quienes aborrecan). Frente a ello
coraje y combatividad. Accin exaltada, Si no se caa en el Mar Negro de la desesperanza. Y finalmente, 1nar Rojo, n1ar de sangre, accin violenta, 1nuertes, triunfos y
hroes. Mrtires y guerra salvadora que liberara las conciencias de la tirana. Espritu del irracionalismo moderno de principios de siglo que ha estudiado con detalle
Zeev Sternhell 236 , que inspiraba buena parte de los 1novin1ientos transgresores del orden liberal de la poca, Radical modernidad pues.
Su a1nigo Jaiine le contestaba desde la c'.rcel: Rugote que cuando te decidas a
cruzar las feroces olas del 1nar Rojo n1e avises. Lo cruzare111os algn da? Pero no
el Mar Rojo del Asia, porque el mar que quiero cruzar yo estar en Espaa. Me en-
23 1 Salvando todas las distancias, resulta ilustrativo con1parar a estos dos personajes con otros dos
grandes ainigos (Corneliu Codreanu y Ion Motza), ilnpu!sorcs de los Legionarios de Ruinana, y el papel
que cada uno asumi en la revolucin legionaria: el priinero, jefe caris1ntico, el segundo mstico e inspirador de Jos n1on1entos nus sublimes de aquella revoluci6n (vase Veiga, 1989).
235
Carta de Mario Ozcoidi a Jai1ne del Burgo, Pan1plona, 22 de octubre de J 932. ARBU.
236
Zeev Sternhell y cols., 1989: especiallncnte J 4-5 l.
(284]
J:n Cana de Jahne del Burgo a Mario Ozcoidi, Pan1plona, 25 de octubre de 1932. ARBU.
n~
Vase sobre las dscrepancias generadas por aquel acuerdo en Blinkhorn, 1979: 162 y sgs.
D9
~ 10
-.~' 11
1285]
consideraban esclerotizaclo, el del viejo carlis1110 (1nuy en la lnea del espritu joven
de la poca), antes que una verdadera preocupacin por la cuestin social, con10
entonces se deca (aunque, cierta1nente, exista ese contacto con el sindcalsn10 profesional).
Aquel pulso que 111antenan con las autoridades del tradicionalisn10 estuvo a
punto de costarles la ruptura con el partido en mayo de 1934. El da 13 de ese
n1cs se celebr en el 'featro Gay arre una conferencia pronunciada por el integrista
Marcial Solana 246 Al parecer la asistencia fue escasa y culparon de ello a del
Burgo. Aquel domingo la AET haba ido de excursin por los pueblos de la ccndea de Olza haciendo una propaganda 1nayor que la que pudieran hacer veinte
conferencias (segn le con1unicaba del I3urgo a I3aleztena). 1.}ero, segn ste, Benito Santesteban- (n1s adelante en los servicios de infonnaci6n del H.equet),
Francisco Ji111nez (responsable de Ja Juventud) y Larra111bebere, conspiraron ante
la Junta Regional para que fueran excluidos (o cuanto rnenos se le i1npusiera un
censor en su revista a.e.1.) culpe.ndoles de haberse ausentado intencionada111ente. AE1' adujo que era una excursin prograrnada, pero lo cierto era que no
si111patizaban con el integris1110. Del Burgo vea en aquella situacin, dos tendencias: una tendencia, la de la juventud, que se inclina a la indisciplina y a Ja rebelda, y otra la de la gente de edad, 1nedio con1odona y conservadora que se inclinaba al lado opuesto. Te1na una escisin. I...a AE'f se encontraba en 1nedio
Con la gente estudiantil disciplinada. Pero con el inconveniente de estar ene1nistada con los supuestos disciplinados y apoyados por quienes podan encabezar una escisin (los cruzadistas). Ellos se distanciaban de los segundos, pero acusaban a los prin1eros de constituir una ca1narilla en la Junta H.cgional. Negaban
por hu1nillante la presencia de ningn censor y exigan la presencia de un repre~
sentante de AET en la Junta 247 .
El resultado de aquel pulso fue el cierre de a.e.t., pero el grupo continu, como
sabemos, hasta ocupar los locales del propio Crculo (inicialmente negados) transfor1nndose en el Requet de Pa1nplona.
Del Burgo y Mario Ozcoidi, en la ya citada correspondencia de la crcel, mantenan un constante juego de entretenimiento y agudeza intelectual. Utilizando con10
excusa la cruz del encabeza1niento, trataban de situarse c111ican1ente entre lo que Ozcoidi lla1na la extren1a derecha y la extre1na izquierda: el Chocolateris1no248 y el Comunismo, representados por el buen y el mal ladrn del episodio bblico. No sentan simpata por ninguno. Pero mientras Ozcoidi prefera dejarlos fuera (quin sera
el mal ladrn, acaso el chocolaterismo ?, dice con malicia), del Burgo prefiere imaginarla vencedora, co1110 signo de salvacin para unos y para otros, para buenos y para
n1alos, para "derechas e izquierdas". De 1nodo que, en un lugar co1110 Pan1plona en
que lo cristiano era de derechas (Tambin Judas lo estaba y le vendi por treinta mo1
246
247
[286]
nedas ), ellos se sentan ajenos a la dcrecha 249 . Muy propio de la derecha radical del
n101ncnto 25 .
E~llos confiaban en sus propias fuerzas porque crean finnen1ente que las Causas que cuentan con nulrtircs, nunca 1nuercn ... en los casos apurados y difciles para
la Patria tenen1os presente, con recuerdo que enciende nuestra sangre en estas circunstancias, el cje1nplo viviente de los ejrcitos carlistas que aso1nbraron al
n1undo 251 Aquello 1narcaba su estilo: caballerosidad y gallarda; arrojo dispuesto
al sacrificio final. Aqu estan1os, los rcqucts carlistas --decan en el suelto que repartieron tras la detencin de sus hon1bres en n1arzo de 1936-, ... No agazapados
con10 los pistoleros de la H.epblica, sino en pie, dando frente al enetnigo, y dispuestos a desfilar en colu1nna de honor ante el patriotisn10 que se exalta, ante el resurgir de la raza hispana, raza de hroes, de n1rtires y de santos ... E~l requet os espera. E~! requet, donde todo es renuncian1iento, sacrificio, ofrenda por Espaa y para
r~spai'a252.
219 Carta de Mario Ozcodi a Jai1ne del Burgo, Painp!ona, 28 de octubre de 1932; y cana de Jain1e
del Burgo a Mario Ozcoidi, Pa1nplona, 8 de noviembre de 1932. J\RBU.
250
La dscusi6n sobre el canicter conservador (derecha) o subversivo o revolucionario de estos inovirnientos es viejo. Ya planteaba Delio Canti1nori al hablar del fascismo italiano corno de una revolucin
frustrada convenida en reaccin ( Prefazione, en De Felicc, 1965: IX-XX). Weber ( 1971: 86-87) piensa
en el fascismo como revolucionario por cuanto planteaba una transfonnacin radical (sin entrar en el contenido del cambio). De Felice (Ledecn, !975) consideraba que s el fascis1no era una suerte de n'vo/uci11
el nazismo era sin1ple reaccin. Brachcr ( 1986) cree, por el contrario que el fascis1no fue un lllovi1nicnto
esencialmente subversivo. Gofranccsco (en Bracher y Valiani, 1986) dscute los conceptos de conscrvi.\dor y revolucionario en relacin con los fascismos. Sternhell ( J 989) creo que acierta al hablar de la idea
de revo/11ci11 d<' fa nacin en los fascismos, deudora del sorelis1no de la idea de la revolucin proletaria, en el caso del fascismo italiano (al replegarse el proletariado).
1
"' Sic111pre en la brecha, en ARBU.
252
En ARBU. Jairnc del Burgo (1939a: 175-177) la publica 01nitiendo el prrafo subrayado. Eran
tie1npos, los de la puh!icacicn, de abierto cnfrcntainienlo con el falangismo.
253 a.e.!., 13 de abril de 1934 (recogido en Burgo, 1939: 101).
25 '1 Vase nota 250.
25 "i a.e.t., 23 de febrero de 1934 (recogido en Burgo, 1939: 61-63).
[2871
deanis1110 cursi 256 . Pero luego se hablaba de la indnlita raz.a de A;tor. Se aplauda
a Vctor Pradera en su oposcin a los nacionalistas. Gran ho1r1brc! -se deca.
Pero ... no ser ese exceso de antinacionalisn10 ... producto de algo ... de111asiado centralismo?... Aquello de POR NAVARRA, PARA ESPAA se me hace un poco sospechoso257. Con el tie1npo ( 1936) se convencieron, sin en1bargo, de que el resurgin1iento hispano vendra del Norte.
Fueron hacindose, ade1ns, con10 he1nos visto, con unas Ordenanzas, unos Reglan1entos, que incluan una liturga,;expresiva. El !?.eglan1ento de /?.gilnen Interior contena en uno de sus artculos el juran1ento de la bandera. J)eba celebrarse regla1nentaria1nente la nlisa; tras ella y forn1ando una Cruz con la bandera y el sable ante la unidad
en fonnacn, el 1nando recitaba: Junis a Dios por vuestra fe y pron1etis al l~ey por
vuestro honor seguir constante1nente sus banderas y defenderlas hasta perder la vida,
cumplir los mandatos y ordenanzas del Requet y obedecer a quien en nombre del Rey
os estuviera 1nandanclo? Contestando S, s, s. J_.uego era el capelln quien deca Si
as lo hacis ... Se desfilaba, a continuacin bajo la bandera y se haca una plegaria en
silencio por los tnuertos en cun1plin1iento y defensa de la Causa. Se tenninaba gritando Viva Cristo Rey. Viva Espaa. Viva el I~ey. Un acto entre castrense y religioso
(y con reminiscencias caballerescas); un acto en el que las legitimidades eran Dios y el
Rey, sin1bolizados en ese n1on1ento por el capelln y el n1ando258 .
Tan1bin fonnaron unas escuelas de requet con su cdigo 1noral. Eran el requet
preparatorio (doce-diecisiete aos). Deba drsele preparacin inoral y fsica. l..,a instruccin n1oral constaba de clases de religin y en la enscfianza de sus deberes para
con Dios, para con Espaa y para con el Rey. Otro tanto sobre los deberes para con
la fanlilia y sus se1nejantes (co1npafierisn10). Y debern ser instruidos en el culto al
HONOR y a la disciplina; as con10 a la Gloriosa historia de la Espaa ~rradiciona1 259 .
As fue tomando cuerpo aquel Requet, de aquel espritu rebelde y romntico, del
inoderno irracionalis1no y la inspiracin en la nitica carlista y n1artirial que fueron
consolidando durante la Repblica. Al ser detenidos en marzo de 1936 varios de sus
con1ponentes en1ita una orden del da en tonos cuajados del radicalis1no carlista que
sali de Pa1nplona hacia los frentes. Voluntad de vencer -deca-, espritu de lucha y sacrificio. Virtudes patriticas que presidieron la entera sublime de los requets detenidos ayer... Ay de los que habiendo hecho alardes en los momentos de paz,
256 Del Burgo transcriba uno.; versos de los de basko1nana, deca:
Ra1nontxu, Er'ainn
tienen cr'ason:
ests n1oscor'a
sie1nprc buen t1u1nor.
cuando
Antontxu sapatcro,
cuando sur' a a tnujer
257
25
259
Carta de Jaiinc del Burgo a Mario Ozcoidi, Painplona, 8 de novicinbre de 1932. ARBU.
Caita de Jaitne del Burgo a Mario Ozcoicli, Pan1plona, 25 de octubre de 1932. ARBU.
[288]
se echen atrs a la hora del peligro! No dire1nos que la venganza caer sobre ellos,
pero s advertiren1os que la justicia itnplacable de nuestro Cdigo Penal, sabe castigar a los cobardes, pues que la cobarda en ciertos casos equivale a la traicin ... Militantes en el verdadero I~jrcito espaol, que es el Requet ... 1No rechaza1nos la lucha l. antes bien, la desea1nos, porque de ella salimos enardecidos y te1nplados ...
Pensad en los n1rtires carlistas, en aquellos bravos guerreros que ofrendaron todo, su
sangre, su vida y su hacienda, en aras de la Causa <le l)ios, Patria y I~ey. Ellos escri-
beron pginas hennosas en la l-1.istoria de Espaa. Pginas que quedaron sin concluir
y que concluire1nos nosotros ... Y digo venciendo sie1npre, porque la 1nisn1a 1nuerte
ser para nosotros una victoria, ya que ganare1nos el galardn eterno que Dios ofrece
a los suyos cuando por l luchan y por l sucumben ... Por ellos, por Espafia, y por
el Caudillo, A\JRRERA. Vuestro Jefe. Jaime del Burgo 260
Si pudiera hacerse esta co1nparacin, si no resultara excesiva, cabra iinaginar a
la AE'f de Pa1nplona con10 al grupo de Codreanu -fundador luego de la L.egin del
Arcngel San Miguel~ en Iashi (l<.u1nana), la ciudad universitaria en la que en un
a1nbiente de 1nstica ro1nntica y nacionalista, fonn un grupo de estudiantes transgresores, dispuestos a despertar a un pueblo que consideraban adorn1ecido a base de
violencia y agresin al 1narco legal ~<ii.
c:o1110 ellos se dirigieron al pueblo. Con la ventaja, tal vez, de que el carlis1no
contaba con una aceptacin y una organizacin en el territorio de su actuacin (Navarra) que para s hubieran querido Jos legionarios ru1nanos (que tuvieron que recrear
su propia n1tica de vic~jas tradiciones locales y nuevas culturas nacionalistas).
Su progra1na era el de Ja revolucin nacional que era la Revolucin c~ar/ista, 1110ral y catlica. Pero para su realizacin crean en el sacrificio heroico (hasta el 1nartirio) y en la violencia redentora (1nar I~ojo). La accin contundente les salvara. J)e ah
su prctica escultista, su culto al ejercicio fsico 262 y 1nilitar (111archas, inaniobras, excursiones, etc.), y la recuperacin rntica de las pasadas guerras carlistas con10 cntra1nado de slnholos, referencias y liturgias que 1nanten<lran la consistencia del grupo.
Aquellas prcticas, la 1nitologa carlista y el acercan1iento al cli1na de ro1nera que
rodeaban algunas de sus 1naniobras26 3, les acerc grande1nente al entorno rural (que,
por lo den1s no les era en absoluto ajeno, con10 sabc1nos).
Su actividad se 1novi pern1anente1nente en el 1narco de la violencia poltica (inspirados en la organizacin sisterntica castrense y en las 1nilicias europeas; no en el
pistoleris1no individual y ro1nntico de los legionarios run1anos, por seguir con la
co1nparacin). l)unpoco se prestaron (a pesar de sus ofreci1nientos para n1antener el
2o Vase la Orden del da de! 29 de marzo de 1936 del I Requet del Tercio de Painplona en ARBU.
Fue publicado por Burgo, 1939a: 172-175; pero en ella se corrige Vuestro Jefe y compaero. Jai1ne del
[289]
orden pblico) a acciones contra grupos de can1pesinos (con10 los f-~1scistas del Po en
Italia) o la realizacin de verdaderas correras organizadas (co1no aquella coh1111na del
fuego encabezada por !talo Balbo en julio de 1921, que saliendo de Rvcna se dedic
a destruir sisten1tica1ncnte casas y sedes socialistas en toda la provincia), a pesar de
que el conflicto corralicero ofreca oportunidades para ello, y 1nuy tnlida1nentc a Jos
grupos de huelguistas con10 hicieron los nazis en Prusia (s a los socialistas con10
grupo poltico )2 64
Por lo de1ns participaban del ethos nostlgico de la ciudad que, a pesar de los
1ntodos 111s contundentes y los 1nodos renovados de presentarlo, aspiraba a instaurar el orden 1noral cristiano de la vieja ciudad hecho sustancialn1entc de la 1nen1oria
idealizada de una vieja cultura, con sus 1nitos, sus i1ngenes, sus ritos y un estilo de
vida co1nunitaria (de la ciudad 265 y de las caballerescas guerras del x1x transn1itida en
tantos relatos escritos y orales) que se pretenda de nuevo recrear.
Fue otro fen1neno pa1nplons que sintetizaba lo 1noderno (cscultisn10 y n1ilicia
poltica) con la 1ns poderosa n1irada al pasado (la carlista y la vieja cultura tradicionalista)266. Se haba fonnado la que iba a ser n1011taFta de los sublevados, el corazn
de aquel grupo n1ovirnentista a neutralizar. Se haba fonnado el Batalln .)'agrado.
3.2.4.
Et 'fERCIO
DESARTICULADO
264 En huelgas actuaban un poco ingcnua1ncnte, dice Jaime del Burgo (15 de junio de !993
-104.B: 210-). No haba pan en Painplona, ellos iban a Huarte con una camioneta y traan pan para repartir por !as calles. No hubo 1nayorcs cnfrentanlientos. Las instrucciones para ello poda darlas alguien
del Crculo. Tal vez Generoso Huarte. Porque Cuando haba huelga, autorn<ticainentc era !Juelga !'CvoJucionaria. Y adc1ns porque to era, ren1acba.
265 As en la Se1nana Santa de 1934 se manifestaba exp~csan1ente aforar Con tristeza aquella procesin sole1nne !del Viernes Santo] que otros 11fos congregara en nuestra querida ciudad a !oda Navnrra
(a.e.t., 30 de n1arzo de 1934; recogido en Burgo, 1939: 91-93). La aoranza de !a gra11fa111ilia cri,11it11u1
de Pamplona era un sentimiento que atravesaba todo aquel colectivo.
266 Algo no exclusivo, claro (vase Herf, 1988), pero s un hecho reiterado en cualquier cultura que
pretendiera representar a la ciudad.
267 a.e.t., 30 de n1arzo de 1934 (recogido en Burgo, 1939: 91-93).
[290]
26 x
[291]
Ja resistencia inicial opuesta por Mola) 27 <). Autobuses, gento, an1hicnte eufrico con
los requets que iban llegando desde los pueblos.
Sin e1nbargo, el Tercio era una unidad de gran eficacia 1nilitar y haba que encuadrarla en las colun1nas que iban a salir ese nlis1no da de Pa1nplona (no bastaba
con Ja explosin e1notiva de retaguardia). De 1nodo que inn1ediatan1ente se dirigieron
a los cuarteles para organizar la salida.
Fue en ese 1no1nento cuando los n1ilitares to1naron Ja pri1nera decisin que condujo a la desactivacin de aquel potencial poltico-militar que mantena el carlismo
(y que Mola vea, con raz11': con gran desconfianza). Se resolvi dividir las fuerzas
del Tercio y privarles de sus mandos naturales. Al Primer Requet del Tercio de Pamplona se le asign como unidad de encuadramiento el 7. Batalln del Regimiento de
A1nrica (donde fonnaran dos co1npaas). Al Segundo H.equet (con lo que quedara
del T'ercero), se le incorpor por el contrario al Batalln de Montaa Sicilia. l)e este
modo (y ya para lo que quedaba de guerra) quedaba dividida aquella unidad. Ya no
podra ser e1npleada por el carlis1no corno argu1nento annado frente a los 111ilitares en
las 1nltiples batallas que an les quedaban por librar por Ja hegcn1ona en la coalicin (nornbranliento de Franco, ca1npaa por la ONC, Acaden1ia Militar del Requet,
destierro de Fa! Conde, y, sobre todo, la Unificacin de abril de 1937, y las sucesivas
pugnas que ello conllev; hasta el punto de n1ovilizarse algunas unidades annadas
como veremos). Si con el pacto Mola/Fa! los militares!es1ah/ish111e111 ganaban la prin1era batalla frente al 1novi111entis1110, al desarticular aquella unidad, tan con1pacta y
poltica1nente finne, los 1nilitares ganaban la segunda batalla (y tal vez decisiva, pues
tuvo su correlato en las otras unidades).
sta era la razn (y no tanto la esgrinlida: la necesidad tctico-n1ilitar de intercalar unidades n1s decididas -requets- con otras dudosas del E~jrcito para garantizar Ja efectividad de todas) de aquella divisin. Divisin que continu producindose.
Co1no 1nuestra, cabe indicar que el 28 de novien1bre de 1937 se produjo un incidente
en Tauste (producto de la tensin provocada por la Unificacin entre FE y CT en abril)
que gener una situacin de insubordinacin gravsin1a de las fuerzas del I<.cquct
asignado al Regimiento Amrica (parte del Requet de Pamplona, al que hemos seguido la pista). Fue resuelta con rfagas de a1netrallaclora lanzadas contra las unidades en formacin. Resultado de aquello fue una segunda divisin de aquella unidad
n1ilitar. Los requets n1archaron a sus casas sin autorizacin (desertaron, en la tern1inologa n1ilitar) y fueron siendo incorporados a diversas unidades 277 Tan1bin el
grupo integrado en el Batalln Sicilia fue perdiendo efectivos hasta disolverse 278 . Ese
sera el destino de aquel Tercio insignia del Requet.
Como en un acto sin1blico -volviendo a los das de Pan1plona-, el n1isn10
da 19 de julio se les retir las pistolas ( co111x111ero inseparable de los aos pasados
y sie1npre utilizable con fines no previstos por los n1ilitares) en el acto <le su incor-
276
[292]
279
2 2
s Luis Rabanera, 19 de abril de 1991.
2' Ya lo dijeron A. Mohlcr y Franz Ncuinann, 1983: 83-84; y !es han seguido Hittenbcrger, 1992:
170, ! 72- l 73; recicn1e111e11te Bongiovanni, 1992: 26; y un !argo etctera.
[293]
284
Para arditismo, vase Rochat, 1990. Para el resto vase entre otros inuchos De Fclicc, J 965: 457,
599-662; 1966: I; Tannenbauin, 1975: 64-74 y 83 y sigs.; Lyttelton, 1987: 93; Maicr, 1988: 709.
285 Enzo Col!otti en Casali, 1990: 50.
286 Vase Veiga, 1989: passim. Sobre el error Antonescu, Payne, l 994: 32.
287 Vase Payne, 1986 y E!wood, 1984.
[294)
CAPTULO
IV
Domingo de gloria
Sin e111bargo, el 19 de julio de 1936 no era prccisan1entc un da en que el carlisn10
se sintiera derrotado. Antes bien al contrario, co1no he dicho, fue un da festivo con
a1nbiente de feria o ro111era para los que llegaban (y aun para los que les reciban).
l-Iaba un a1nbiente de 1nuchcdun1brcs enfervorizadas o cuajadas --segn los casos--,
dispuestos todos a iniciar la guerra santa, a cuhninar la cruzada dccirnonnica. r~l optnis1no era tal que todo el n1undo (a pesar de la prdica n1artirial) estaba convencido
No se hace aqu sino parafrasear (con datos obtenidos de otras fuentes) la colaboracin en E/ f.Jenscuniento Motivos del tien1po. Pascuas de Resurreccin ... de Geln, que reconstrua -al 1nodo que sola hacerse: con10 escena costu1nbrsta- el a1n-
[295]
biente pa1nplons en ese da de Pascua 1 Pero aquel do1ningo, aquella gente que haba vivido acongojada por una H.epblica atea, segn la perciban, senta la euforia
que produce la descarga de la tensin. Era un da gozoso, sin duda, y esa sensacin
prevaleca sobre otras con10 el clculo poltico o la inquietud que poda generar la
proxi1nidad de un enfrenta111iento anna<lo.
A las siete y diez de la tarde sala una colun1na hacia Madrid. La encabezaba
el coronel Francisco Garca Esc1nez y la co111pona, bsica1nente el 'rcrcio ele Pan1plona mezclado con unidade_~. n1ilitarcs y algunos falangistas (co1no Garca Serrano
que nos ha dejado testimonio de aquella salida). El Diario de Navarra del da siguiente hablaba, sin cn1bargo, de Con1paas de Infantera, Ingenieros, requets y
fascistas con10 con1ponentes de la colun1na a las rdenes del laureado Garca l3sc1nez)) (ninguna n1encin a los Utrilla, del Burgo u Ozcoidi; verdaderos artfices
de la colu1nna; aunque el prin1ero se quedara) 2 Co1nenzaba el ninguneo de aquella unidad (sobre el que incidira el periodista falangista Joaqun Arrars, 111ientras
se sobrevaloraba la presencia falangista 3 ). Co1no ha dicho rccicntcn1cnte Julio
Arstegui, en aquella colu1nna el 111ayor contingente era de requets 4 . Falangistas, los pocos que haba entonces en Pa1nplona (Garca Serrano 5 deja constancia
de que en su propio autobs de La Bidasotarra, que les transportaba aquella noche, nadie le segua en las tonadillas falangistas de rnoda que de vez en cuando susurraba; en contraste, la in1presin que Je produjo descubrir el 111undo carlista que
desconoca). El destino de aquella columna Madrid. Madrid sobre todo, y en el camino Logroo.
Aunque oficialinente salieron un batalln del H.cgin1iento An1rica, otro del Batalln Sicilia, una co1npaa de Ingenieros, Sanidad e Intendencia, aquella fue 111s
bien una expedicin tun1ultuosa antes que castrense y a la que el carlis1no in1puso su
din1nica infonnal de cruzada, con la pizca de soltura alegre de una ro1nera. An no
haba lugar para la 1nelancola. A Garca Serrano le recordaba la 111archa sobre l?.01na 6.
Y no le faltaba razn en cuanto que eran un tnovin1iento de asalto al poder con desplazamiento masivo de hombres armados sobre Ja capital (algo de eso pretendi, fracasando, Hitler desde Baviera sobre Berln). Pero all las formas y Jos referentes simblicos y utpicos los impona el carlisn10. Claro que, el 1nando y las decisiones eran
de Jos militares.
La colun1na se fue agrupando en la explanada que haban ocupado los viejos cuarteles, frente a la nueva Estacin de Autobuses. All se acerc inedia Pa1nplona: padres, hermanas, mujeres, novias de los que salan; chicas del Crculo poniendo detentes. Tan1bin las autoridades. Les areng Mola: Hala, 1nuchachos, a salvar a
1 EPN, 5 de abril de 1931. Probablc1ncntc Ignaco Balcztcna que finnaba co1no Prei11(11 de
India, cte.
2 D/I/, 20 de julio de 1936.
' Arrars, 1940-1944: lll, 481-483.
4
Arstegui, 1991: I, 309.
~ Garca Serrano, 1992: 71.
[296]
[297]
12 ARLJ. Tercio !\1. Nieves. Testi1nonio de Ricardo Rui1, de Ojeda; ARLI. Le-saca-San Fcrrnn. Anstcgui, 1991: I, 366-373.
13 Puede verse el estudio de de! Burgo (1992a).
14
ARLI. Tercio Lcar.
15 Puede verse !a salida de cada unidad en Arstegui, 199 J: l.
16 Baso principahncntc la descripcin de la 1narcha de la colrnnna en el testi1nonio de Garca Serrano
( 1992: 61-74), participante en la expedicin; escritor con trap(o literario y algo arbitrario en sus apreciaciones, pero bastante fiel a los hechos. Mientras no se diga lo contrario, las citas proceden de aqu.
17
Burgo, 1939a: 89.
18
DN, 9 de julio de 1936.
19 Mariano Zufa, 17 de dicie1nbre de 1992 (90.B).
1298]
Los requcts nos inundaron reahnente con las viejas canciones de las guerras civiles del xrx 2 deca el jovcncsin10 falangista que estaba ason1bra<lo, descubriendo
un 111undo desconocido para l (slo entrevisto en Vallc-Incln, Prez (ialds y Baroja, deca). Y arriba el clero, curas y frailes,/ y abajo todos los liberales;/ y arriba
el clero conciliador,/ viva l)on (~arios de Borbn 21 Ni arriba ni abajo, al 111argen,
n1editaba el falangista, laico urbano. Ya tendra tie1npo de darse cuenta del papel central de todo lo relacionado con la religin en aquella expedicin que se transfonn
en guerra.
Al volver a ponerse en 1narcha, se cantaba con10 en San Fennn y se beba con10
en San Fern1n. Aquello era una ron1era: las botas de vino circulaban y en cada parada en el can1ino (Puente la H.eina, Mafieru, Estella) volvan a llenarse: Navarra noble y guerrera,/ fue la prin1cra/ en defender nuestra nacin ... Y, con la noche, co1nenzaban a i1nprovisarse nuevos finales a las canciones conocidas: a la Adis
F'an1plona, ... 1ne 1narcho porque n1e lla1na/ a defender la Nacin, o ta111bin ... ine
1narcho porque n1c lla1na/ nuestra santa 'I'radicin, o ... J)on Carlos de Borbn.
Garca Serrano se esforzaba, con poco xito, con otras tenninaciones ... n1e n1archo
porque n1e llan1a/ la Falange de las J()NS o a ... hacer la I<evoluci6n. Pero a pesar de lo de la revolucin carlista, los carlistas no gustaban de la palabra. La ernpleaban, y aun, la explicaban (no una revolucin de izquierda ni de derecha, pero s una
revolucin; tan1poco una revolucin poltica, s una revolucin restauradora del siglo XVI, nada que ver con el xrx; y s una revolucin con10 explosin pasional despus de un siglo de espera 22 ). Pero no era cosa de explicar las canciones. Eso pcrlcnece al terreno de lo alegrico, lo si1nblico y en ese inundo de referencias el tnnino
revolucin chirriaba entre aquellas notas recias y aosas 2:i. Por supuesto cantaban
aquello de Clza1ne las alpargatas./ l)a1ne el trabuco Que viva Dios!/ ... que voy a
inatar n1s guiris/ que flores tienen niayo y abril. .. de la guerra anterior. Trabuco y
revolucin no riinaban.
Aquel an1biente dur 1nientras atravesaron Navarra cantando ni1110 pues,
ni1no pues,/ que la victoria nos sonre!/ nirno pues, nin10 pues,/ que la victoria
nuestra es! J~staban lan eufricos que cantaban aquello de Cobarde el enetnigo que
no supo vencer/ y agitan los pauelos y gritan:/ Viva el Rey! Iban convencidos de
20
[299]
la victoria, y con10 n1ucho, se preocupaban de no fun1ar, porque llevaban a bordo bon1bas de 111ano cilndricas 24 .
Viana (en la rnuga de Navarra) y el pequeo aeropuerto n1ilitar de Agocillo
(tras atravesar el Ebro en Recajo) estaba controlada desde el domingo por los rcquets de Barriobusto, Moreda (lava) y Viana. Aquella pequea fuerza haba
avanzado algo, pero no haba entrado en la ciudad 25 La colu1nna lleg al pueblo
a pri1nera hora de la 1naana del lunes 20, lo atravesaron, y avanzaron sobre Logroo. Se encontraron con ,gue en la ciudad se haba declarado la huelga. All detuvieron al general Carrasco, les tirotearon (los priineros tiros), se produjo el conocido asalto a la Fbrica ele Tabacos (con una pieza de artillera, lo de la n1osca),
pusieron orden (por la tarde ya se haban abierto los cornercios, etc.), destacaron
alguna tropa hacia Cenicero y Alfaro (donde haba alguna resistencia a la insurreccin), hicieron alguna instruccin con el annan1ento, y, al da siguiente, 21,
continuaron ca1nino a Madrid. Prin1ero por Soria y Guadalajara, pero luego -las
necesidades del frente mandaban- la columna quedara desplegada en Somosierra, Navafra y I<iaza, librando las pri1neras y decisivas batallas, que fijaran el
frente, el da 24 de julio 26
Para entonces ya se haban producido roces entre Ja oficialidad del I<.equet y los
oficiales del ejrcito. Eran dos 1nodos radicahncnte diferentes de dirigirse a la tropa.
El capitn de requets Jai1ne del Burgo llevaba en su con1paa al 111enos J 8 requets
de su propia fan1ilia, 111s o 111enos cercana (aparte de que conociera a cada uno de Jos
den1s). Uno de ellos, su hennano, con grado de sargento. Ya en Soria, se acerc este
ltin10 al grupo de oficiales y dirigindose a Jain1e le dice a sus rdenes n1i capitcn
nos han bo1nbardeado el ltin10 coche (a del Burgo le resultaba extrao: su hennano
all cuadrndose ... ). Uno de los capitanes presentes, al orlo, dice: fusilen a ese por
dar noticias tendenciosas. Su propio hennano. Naturahnente les haban bo1nbardeado"- No fue fusilado, pero el tono abrupto, brutal del oficial (al modo de los africanistas; el propio Mola dio abundantes 1nuestras de esa brutalidad), tuvo necesaria1nente que herir al joven oficial de requets, cargado por entonces de idealisn10 y n1stica carlista.
Por lo den1s, aquella niistificacin ideolgica que haca que se consideraran soldados de un ejrcito cruzado, continuadores del n1tico ejrcito carlista de Don Carlos, ajenos a las ruindades y bajezas de lo poltico, haca que no pudieran contrarrestar el aislamiento a que les sometan los militares, Nunca estuvo entre los planes de
aquellos hombres asaltar y controlar el poder poltico, no al menos de ese modo bajo
(no opinaban igual quienes en Pa1nplona quedaron al frente de Ia Junta Central Carlista de Guerra). Mientras avanzaban sobre Madrid, el alfrez de requets Jos Mi-
24
Que, al parecer, no detonan por una siinplc cerilla y sin quitarle el seguro. Mariano Zufa, l 7 de
[300]
4.1.
A Madrid! se era el grito que se oa por doquier en esos das prneros (y aun,
hasta que finaliz la guerra).
El mismo 19 de julio por la maana el padre capuchino Mariano de Sangesa reciba a los jvenes requets de los pueblos que llegaban a Pamplona con voces de
esta noche se vuelcan en Madrid doscientos 1nil hombres. Viva Espaa! 29 .
E~ra aquella una decisin to1nada por Mola en su plan de asalto al Estado. Madrid
era el objetivo 1nilitar. Pero de ser una pieza en el tablero estratgico de los inilitares,
ira pasando a ser rnucho n1s. La conquista de Madrid en1pcz a to1nar con el tien1po
Jos tonos de una conquista de Jerusaln ocupada por los infieles.
J)esde los prin1eros das la idea de que Madrid caera pronto estuvo finnen1ente
asentada en Ja conciencia de todos los sublevados. T'odos los esfuerzos deban en1plearsc en la conquista de Madrid. El 24 de julio, cuando los requets navarros ton1aban posiciones en So1nosierra y Navafra, se lanzaba una octavilla sobre la capital
de l~spaa que deca: Madrileos defensores de la Patria, heroicos nlilitares leales
al honor del f~jrcito! Viva Espaa! Las fuerzas carlistas de Navarra, 30.000 "boinas
rojas", soldados voluntarios del glorioso Ejrcito Espaol y bajo el mando supremo
del invicto general Mola, unidos aqu con10 en toda Espaa con cuantos buenos espaoles no claudican de los deberes de la raza, os envan un saludo de hennanos en
este ideal sublime: Espaa!, su honor, su paz verdadera y el bienestar de sus hijos,
en especial el del pueblo oprimido y envenenado. Viva Espaa! Viva el Ejrcitoh
Y debajo se pona ostentosamente el pie de imprenta: Imp. de Eduardo ALBNIZ.Pa1nplona3. Aquello, exhibido en lo que ya co111enzaba a ser retaguardia, daba confianza y centraba todas las nliradas sobre Madrid.
Todo el 1nun<lo, desde el prin1cr da, hablaba de ton1ar Madrid. r::I tenia se haba convertido en obsesivo en todas las charlas, arengas y conferencias que se dieron
en los das siguientes a aquel do1ningo de julio. En el frente de So1nosierra los capitanes arengaban a Jos requets hablndoles de la que se iban a pegar, lo que iban
a disfrutar, segn entraran en Madrid. En su lenguaje cuartelero les decan: ayer dej
28
29
[301]
una cerveza fra-fra en Madrid y esta noche quiero estar all para bebr111ela entcrita31. Madrid era el objetivo. Los capitanes no saban elevar su discurso de ese tono
de taberna, pero s los capellanes. Y la conquista de Madrid co111enzaba a adquirir los
ideales del signo escatolgico de la conquista de la Jerusaln celestia/ 32 .
La inejor unidad de Navarra haba salido ese inis1110 don1ingo 19 de julio con un
A Madrid! que era casi todo un progra1na de esperanza en el porvenir33 . Aquellos requets que escuchaban la arenga de Ja cervezafia, venan de Vitoria. L. a pri1nera expedicin, con los grupos n1~, finnes de lava haha salido el da 26 en un convoy de
trenes con aquella direccin (I3urgos, Aranda-Navafra). El 19 se haban concentrado
en el Crculo ele la Hermandad, donde les habl Jos Luis Oriol ele marchar sobre Madrid. Era su n1isin: ton1ar Madrid. El Madrid rojo, el Madrid que va recibiendo el
pulso patritico y espaol se haban dicho en una alocucin leda en R.adio Vitoria
el da de Santiago, 25 de julio 34 . El 26, a las seis de la 111adrugada, fonnaran en el
andn de la estacin del tren: tres co1npaas del R.equet (con su banda de 1nsica)
y algunos miembros ele FE y de AP (CEDA}15 . Haba mucha gente en el andn (no
desde luego la que estuvo despidiendo a la colun1na de Pan1plona). Arriba los corazones! 'fodo por Espaa y a Madrid por todo!. .. a reconquistar el corazn de f:<:spaa, deca el reportero Guillenno Artcaga al da siguiente. Casi todo un progra1na
de porvenir. A soar con Madrid, re1nataba su reportaje antes de irse a dorn1ir.
Ms que un programa: un honor combatir en el frente de Madrid. El 31 ele julio
clan la orden de trasladarse al frente ele Madrid al Requet del capitn Villarroya
(R. ele Tudela) qne estaba desplegado en Zaragoza con otras unidades. En la compaa designada se encuentra el oficial Yiana, de Estella. Su con1paero del n1is1no pueblo (capitn del Requet de Estella) record da murga que le dimos esta ltima noche !antes ele la partida] por su marcha al frente ele Madrid. Mxima ilusin ele los
navarros en aquellos das 36 .
La nueva Covadonga, la Baviera hisurrecta avanzaba sobre Madrid. 1--Iitlcr no Jo
consigui y eligi la va de la revolucin legal. En Espaa la va de la legalidad estaba cortada -o eso crean- desde el 16 de febrero, con el triunfo del Frente Popular. De inodo que se elega la va insurrecciona!. Aquello durara casi tres aos.
[302]
TERCERA PARTE
I~a
..
guerra de Espaa
1928
C. J_,1sN 1'or,osAN,\
JosEF
MARA
Eso es inorir a gusto, inorir por Dios ... len lugar del 1norir en Ja can1a, o 1nirando
a la pared o a! \echo, incjor rnorir 1nirando al ciclo ... J)c eso ya basta ... J)c Jo que
rne he visto n1uy contento es de que la Estrella haya tenido un ternero.
F.
7 de enero de 1937
La crn1ita estaba arriba del todo. Qu en1ocin la nuestra a! vernos delante de
nuestro patrn Santiago lde la parroqua de Sangesa]! Cantan1os !a Salve !de los
Rosarieros] de accin de gracias ... J)espus que sali1nos, 1ne puse a tocar la ca111~
pana con10 negro! No n1e cansaba nunca!
J. M.,
17 de septiembre de 1936
1
1:
1
.f:
CAPTULO PRIMERO
Era aqul un 1nbito real en la vida social del pas (al tie1npo que una idea) que
fue forn1ndose en paralelo con la idea de r~spaa a lo largo del x1x, y que, en el xx,
estaba plena1nentc vigente. Un 111bito social en el que, para sus gentes, el tie111po
transcurra cclica1nente, los con1porta1nientos y el estatus se reproduca generacin
tras generacin, donde estaban tns presentes los ciclos de la naturaleza que el devenir de los tien1pos (la idea del progreso). donde se n1iraba ins a la tradicin y al
entorno rural que al porvenir y a la gran ciudad 1noderna con10 1nodelo de dcsarrollo2. Lo cierto es que, con10 es bien sabido, no era una realidad genuina o cxclusi-
[3051
va111cnte espaola. I... a province francesa (pero poda pensarse en la country sea!J inglesa o la JJrovinz alen1ana4 ) era tan1bin una realidad enfrentada a la gran n1ctrpoli
que era Pars. A ella se haban referido en sus obras los grandes autores del xrx francs. f~n ella viva una buena parte de los ciudadanos galos, con sus ciudades pequeas nial pavin1entadas, en las que apenas haba vida de sociedad y escaseaban las diversiones (entendidas al n1odo del excitante Pars, la Ciudad L,uz; a no ser la banda
de n1sica del ejrcito y algn pequeo teatro o cine), con su guarnicin local y en
las que todos se conocan entre s. Aquella era una realidad europea, no solan1entc
espafiola 5 .
lJna realidad social sobre la que, ade1ns, se haba construido una i111agen tan1
bin n1uy caracterstica 6 . Del n1isn10 n1odo que en Francia (referente cultural n1s influyente en la cultura cspafiola del n1on1ento), en que la province estaba cargada de
connotaciones negativas (ya desde Balzac 7 y Flaubcrt), los intelectuales n1adrilcfios
identificaban la vida provinciana con el li1nitado horizonte de lo rstico, en el que el
espritu can1pesino don1ina sin ln1ite alguno, tal con10 lo expresaba C)rtega y Ciasset en La redencin de las provincias ( 1927-1928). Si para el novelista francs del pasado siglo, l~d1nond de Goncourt --excelente conocedor, por lo dc1ns, de- la realidad
ele su pas-, los provincianos y ca1npesinos son slo historia natural ( 188 J ), para
Ortega el provincianisn10 ... es lo indgena de cada trozo de tierra, lo vegetal y cabro que el terruo espontncan1ente pare. Un lugar sin historia, n1ineral, lin1itado,
opaco, sen1i-civilizado 8 ; eso era para buena parte de los europeos urbanos la provincia~ la can1pia o el n1bto de las pequeas ciudades sc1ni-rurales 9 .
-'Que tuvo su propia literatura con !os Anthony Trol!opc (y su mundo de Barsets!Jire) y Jos Thornas
Hardy (Casterbridge y Ubervil!es).
4
Reforzada en este caso tainbin por la especificidad constitucional y la identidad local (como pasa
con Navarra o lava) hasta constituir la categora sociopoltica de la 1-/eima/ la /Hllria chica en versi()n
un Lanto libre~- operativa en Alemania desde que fue constituyndose con10 tal y origen de movilnicn
tos particularistas desde el x1x al llJ Reicb (vase el trabajo ele Celia Applcgate, !990 sobre Ale1nania
con10 una nacin frmada por p1v1 1i11eias) .
.' Weber, l 987: 76-77. En trminos 1nucho 1ns extensos y haciendo referencia especiahnente a la
vida aldeana 1ns que a las pcque'ias ciudades, pero en ese n1is1no sentido de destacar su realidad disgregada respecto de Pars y su idea de 11ac11 francesa, puede verse del 1nisn10 Eugen Weber, 1983.
Sobre la i1nagen de Ja provh1cia en !a literatura deciinonnica europea puede verse Mainer, 1989:
198-202.
7
Balzac, por ejeinplo, deca en Eugnie (Jra1ule1 que !lasta las exaltaciones m1s apasionadas acaban por extinguirse en la constante 1nono1ona de las costu1nbres jen la provincia] ... la len1a accin del
sirocco de la aonsfera provinciana ... derrota !as 1ns orgullosas valentas (cit. en Mainer, 1989: 200).
8
Una 1nisn1a contraposicin entre Hstoria y Naturaleza (la no Historia) aunque de 1nodo contradictorio -con10 tantas veces ocurre en l- puede encontrarse en el Una111uno ad1nirador de Schopenhaucr
(Blanco Aguinaga, 1975: 235).
9
Las citas en Ortega, 193 l: 79 y l J 1. La expresin de Ed1nond Goncourt en Weber, 1989: 76.
[306]
l. l.
Sin e1nbargo, si bien la i1nagcn y la vida en la provincia tena en Espaa unas resonancias sin1ilarcs a las francesas, no ocurra otro tanto con Ja realidad de poder que
le subyaca. En Francia la provincia naca con10 residuo del pasado frente al peso, en
todos los rdenes, de Pars. L,a gran ciudad gala se haba iinpuesto a la realidad provincial ya desde I<.obespierrc y Napolen. El 1nodclo centralizador de la n1onarqua
borbnica fue seguido, con10 es sabido por la H.evolucin francesa. Pars fue su escenario. I... os notables locales ya venan perdiendo protagonis1110 en el propio Antiguo
I~gi1nen (co1110 lo observara 'l'ocqucville). l)esde entonces Pars fue esa ciudad deslu1r1brante que nos ha legado Ja literatura. Los jvenes de las pequeas ciudades de
provincia (coino era el caso de Riinbaud, natural de c:harlcville en las Ardcnas francesas, que al referirse a ella deca: apesta a nieve o tierra de lobos) 111aldccan su
suerte que les condenaba a dea1nbular, con hasto infinito, entre las largas alan1cdas
de las grisceas avenidas de su ciudad. Y soaban con Pars, esa ciudad inn1ensa, viva
e inteligente. As n1editaba el joven Paul Valry: tnquina elctrica que infunda
energa y nervosisn10, y donde Ja gente no se espiaba entre s (aquello resultaba espccialinente grato a los jvenes inquietos). Pars era la rutilante 1nodcrnidad n1ientras
la provence rcn1ita a lo aldeano, al patn, a una existencia gris y anodna 10 La gran
urbe n1oderna irradiaba su dinan1isn10 en ideas, arte, poltica o n1odos de vida sobre
el n1bito local. Era el centro cconn1ico y financiero del pas. I~n Francia, Pars in1pona su ley a Ja provincia 11 (a pesar de que, ta1nbin all, sta ofreca una notable rcsistencia12).
()tro tanto ocurra con L.,ondres o Berln . .loscph I<.oth (escritor judo de la vieja
Austria) haca decir Fabuloso, fabuloso, a uno de sus personajes -un industrial de
provincias- al referirse a la capital prusiana, esa ciudad tiene en vilo a toda Alen1t111ia u. Ta1nbin Londres o Berln articulaban a sus pases. Hasta la i1nperial Viena
10
En Lisn ( l 986: !-5) puede verse una breve resea sobre !a historia del desdn de los urbanos por
lo rstico. Vase tambin lo dicho aqu nlis1no en la Segunda Parte.
11
Gaillard, 1977; FureL y Richet, 1988: 524-525; y Weber, 1989: 76.
12
Vase Weber, J 983: 15 ! y sigs. Por lo deins, siendo bsicmnente cierto lo dicho, recientes estudios han 111ostrado que en la propia Francia, se produca por esa poca un resurgir de la prol'(mce, un lugar que, a pesar de su leyenda negra, Contena una vigorosa vitalidad (Rcbrioux). Vase el 1nn1ero ! 60
de Le A1011ve111e11t Socia/e, coordinado por Madclcine Rcbrioux (1992}, Paris-Provence, 1900>>, cspeciallnente los artculos de Anne-l\.1aric Thicsse y Frdric Moret.
u Y en otro lugar: 1~Esta ciudad est fuera de Alemania, fuera de Europa. Es capital de s 1nisina. No
se nutre de! ca1npo. No recibe nada de la tierra sobre la que est<'t construida, sino que la convierte en asfalto, Lejas y muros ... Vase Joseph Roth, Fuga si11fi11, escrita en 1927 aunque editada en 1956 (aqu se
cita por la edicin de Barcelona, 1993). Esta novela mnima. escrita sin aderezo potico, con ni1no de
describir lo observado ~-sin ms-~... tiene pginas verdaderamente ilustrativas de lo que aqu se trata de
decir. Vase, por ejeinplo, el carcter propio fortsimo (no asiini!able a !a idea arquetpica de ciudad), que
an por esas fechas conservan Pars (p<gs. 113 y sigs.) o Berln (pgs. l 09 y sigs.). Tambin sobre el an1*
bicnte en una pcqucia ciudad de provincias en centroeuropa (p<gs. 83 y sigs.).
[307]
haba roto su vocacin arcaizante desde que en 1892 lanzara su proyecto de C:iran
Viena, se integraran los barrios perifricos y se concentraran edificios gran poder esttico y representativo en Ja I~ingstrassc (aunque, cierta1nente, no llegara a articular
la abigarrada Monarqua Dual, fue capital indiscutida de la nueva Austria) 14
En Espaa ocurra, en cierto 111odo, lo contrario. Era la provincia la que prevaleca sobre la gran ciudad (cuanto n1enos hasta 1900 en que se inicia alguna transfor1nacin y 1931 en que el ca1nbio se representa con10 cultura)L'i_ L,as razones son de
orden diverso. Cierta1nentc la,,capital, Madrid, no adquiri el perfil de gran n1etrpoli
1noderna hasta bien entrado el siglo xx. Ya en el x1x, hubo de ser conquistada por la
revolucin gestada en provincias (a partir del 111otn y el 1novin1iento juntero, que era
provincial en su dilnensin y de n1atiz federalista). L,a priinera labor del gobierno tras
el gesto liberal (1820, 1854, 1868 1873; incluso el movimiento de Juntas de 1808)
sola consistir, inevitable111ente en neutralizar la anarqua en provincias 1(). I_,a ciudad del Manzanares careca de la fortaleza renovadora y la capacidad proyectiva de
Pars. L,os radicales 111aldecan a aquella capital art(ficia/ 17 Y la Corte apenas si decay en su esplendor (en contraposicin a Versalles) a favor de una cohorte de pretendientes y co111erciantes de lujo aristocratizados que en absoluto proponan una
nueva y poderosa cultura liberal y centralizadora, con10 ocurriera en el nuevo Pars
posrevolucionario. Ms bien la nueva lite 1nadrilea -aunque su dinan1isn10 ccon61nico era 1ns i1nportante del que se ha credo-, sustentaba su poder en los lazos
de patronazgo, familia y econmicos con sus lugares de origen (habitualmente en el
Norte, en la Corona de Aragn, etc.). Y, aunque fue progresivan1ente sentndose en
los consejos de adn1inistracin de las nuevas sociedades annin1as, se aristocratiz en
sus costu111bres y gustos (n1ientras adquira bienes races) 18 . 'fan1bin all, entre algunos sectores en el xix se haba instalado la nostalgia por la vieja capital y c:orte. Mesonero Ro1nanos (en el Sen1anario F'intoresco, 9 de julio de 1837), tras saludar la elegancia de las nuevas boticas o la diafanidad de los nuevos faroles en la Corte y
Villa, decan que aoraban, que recordaban entre suefios el Madrid pasado, aquel
Madrid de la clsica antigedad 19 .
14 Dricgl, 1986. Donald J. Olscn (1986) subraya la coinn caracterstica de Londres, Pars y Viena
en su funcin de ciudad/capital, que combinaron el utilitaris1no de la gran urbe moderna con la expresin de monun1enta!idad representativa de su funcin capitalina.
15 Ringrose, 1996: 259-415 establece una serie de sisten1as urbanos regionales (segn criterios econnlicos) que, podrn ser discutibles en sus perfiles, pero que ponen de 1nanifiesto el poderoso enlra1nado
que en Espaa se fue conformando de n1odo independiente a Madrid. La mejor sntesis de la historia de
Madrid en ese tie1npo puede encontrarse en Ju!i, 1995.
16 La expresin es de Ray1nond Car!' (1982: 136-137).
[308]
Concentracin de reqnets, poblacin civil y famliares en la explanada entre la nueva Estacin de Autobuses, la Vuelta del Castillo y los Cuancles, formada la !arde del domingo 19 de julio, origen de la primera columna que marchara sobre Madrid desde
Pamplona mandada por el coronel G:1rca Escmcz. Fondo del AMP
11
'h
Requet alavs poco antes de partir hacia el frente. Fondo del AMVG (YAN-63.12)
:ll
'!
Plaza del Castillo de Pamplona hacia 1915, mdula y expresin de la vida en la ciudad. Fondo del AA1P
Plaza Nueva de Vitoria hacia 1910, obra de Justo Antonio Olagubel, fra ge01netra del racionalismo neoclsico. Fondo del
AMVG (Pedro Gonzdlez)
Haba una gran di:>tanca entre la idealizacin de la vida aldeana tal como la perciban ciertos grupos de clase media de la ciudad y Ja dureza de la rcaldad de Ja vida en las zonas n1ralc:s. hmdo d(>/ A1\1\IG (5!0B-33.18) y Fondo del 1\k!P
no
hre~?
-Si. A !a mannn hnn ido a remri.tnr l. pir.z:i d~ once de los de Jena.reehc11. e.1eor cm>'!?.lr que hirieiOn, y
ahorn f!St:n scundo pa nosotros.
-Poca C05<'Cha dicen que hay.
'."""Poca y maln. LRs l~ali$~, qut'- 1inrcca lo que meior, i a~an p 1co y los
triJ:'O~ nada hnccr cu~nta,
-lPnrece mcntirn con !:) c.ue pa.ren~~ban!
-Ante~ de
"""
_J..< (u?
-- ..
.......que muchu ,:P.nt"' aunque con- hRber, habin u manta menoa duefiae:.dt>
di,en los hombres, f'n le. '1\\e han heJos pudJloo que las que sol haber en
cho se2'nr snle poco falo y de peco peotros tiempos. Parte mayor del rcrso-. N11esJro Martin dice q11e ia& ticsonal era reularmentc do Pamplona.
rrns-meJoTe~.-fas de ]ns roturas del
1 -Es que se est11n haciendo perder
soto, P.'.lgadas que no estun ni a
lns :r(ienas costumbres.
,
cuatro robos, por!)UC, con 11!.nto llover
-Algunns lo quea, si de contau, Y
en la Primavera, &'hiOO aooderar \ns
no es solo en las cosas de la llesia.
)'l'rbns y la balluccu.
Es en todo, La Virzcn del Carmen no
-Pues esas si no pa~an m.~ .....
es l~ de antes.
pero.del rnollo
-,\ hs
d7
l'Ct'<'S
-iHnber
en :o qu
c~ia
~\"\'l
'
surtid
ARAKO
ii:i
Misa de campaa en Pamplona en la explanada junto a la muralla de la Ciudadela (hacia 1937). Escenificacin de la !iturga
poltico/religiosa del nuevo Rgimen. Fondo del A1WP
Cabaa en el frente de Ordua-Unz. Iconografa del carlismo. F'ondo del AA1VG (HER-2.38)
Parodia del pasello de una corrida de loros. la fiesta nacionah1, realizada por un grupo de rcqucts en el frente. hmdo di'!
AMVG (HER-2.31)
Rezando el rosario con el capelln de Ja compaa en las trincheras de Ordua. Fondo del AMVG (HER-2.26)
20
.luli<, 1992 y l'\1ora!, 1974. Los proyectos del 68 en Ju!i, 1995: 422-429. Sin einhargo, en !900,
Madrid segua siendo una ci11dad i11mvil, con un crcci1niento deinogrfico sin can1bio, <l pesar de una ligera industrializacin (Juli, 1995: 429 y sigs.).
21 Los cainbios en Madrid en Juli, 1995: 45!-484. Sobre el nuevo urbanismo de los Sine, Stbben.
Garnier, etc., que renegaba del dmnero deciinonnico por insalubre, montono, poco habi!ablc. y lento
para !a nueva circulacin de automviles, puede verse Ugarte, 1995: 298-300.
~ 2 .Juli<. !995: 462 y 477.
2-' \!arela, 1993.
21
Antonio Elorza hace una clarividente discusin de esta coyuntura en un artculo de 1984 (ahora en
Elorza, 1990: 34! y sigs.).
25 Tal co1no ha visto \Vebcr ( 1983) para Francia.
26
V-ase las observaciones de Phliph Hauser sobre el Madrid de principios de siglo citadas en .Jull,
1995: 477.
[3091
cia 1906 se encontr con que los sonidos que ani111aban Ja calle de Ja capital del reino
eran n1uy distintos a Jos que conoca en la capital nortea. Claro que al describirlos
(los traperos 111adrugadores con sus carros, las esquilas de las burras de leche, los pregones de los vendedores --el rico requesn de Miraflores de la Sierra~, los tpicos organillos 111adrleos a los que acostun1braban a echar alguna nioncda desde el
balcn) se descubre hasta qu punto era ta111bin aqul un entorno provinciano antes
que 111etropolitano, local (propicio al localisn10) antes que cosn1opolita. Tan1bin le
impresionaron los coches con caballos (Madrid era, despus de todo, la Corte) y los
tranvas (con10 aquel Cangre]~), que por quince cntitnos le daba una vuelta por l__,jsta,
San Jernimo y Barquillo). Era el lado nuevo de la capital"- El entonces nio Julio
Caro Baroja recuerda un Madrid de J 925 en que los carros de bueyes cargados de jara
llegaban a las panaderas, y eran habituales de las calles los traperos, botelleros, leadores y afiladores a1nbulantes. Donde an se oan los grillos y los vencejos en verano28. Frente a ello estaban las nuevas barriadas obreras de Cuatro Caminos y Tetun, el barrio de la Prosperidad, del Puente de Yallecas, etc. y cierta nueva clase
inedia de 1n<licos, arquitectos, investigadores, ingenieros, etc., paisaje del Madrid que
se transfonna 29 . Definitiva1nente Madrid se renovaba pero no era Pars.
Se entiende por qu la capital espaola careca del dinanlis1no creador, del en1puje n1odcrnizador que fluyera hacia la provincia con10 ocurriera con otras capitales
europeas. A seis kilmetros de Madrid -observaba Ortega en 1927-, la influencia
cultural de Madrid ternlina, y en1pieza ya, sin transicin ni zona pelcicla, el "labriego
absoluto". Con ser excesiva esta frase -co1no otras de Ortega, que buscaba, n1s
all del anlisis, excitar las concencias de sus conte1nporneos-, no deja de tener
grandes dosis de realidad. Incluso, en la misma capital se desarroll una subcultura
de barrio, la lla1nacla chulerfa, que tennin dando el tono a la vida 1nadrilea. ()rtega
es de1noledor al referirse a aquella situacin: De aqu el sabor provinciano, Ja chabacanera que satur la vida espaola en esa poca. I...ejos de influir sobre la periferia las clases abstractas de Madrid -burocracia, intelectuales, industriales--, ocurri
lo contrario. l.,a rusticidad en sus peores n1anifestaciones aneg el ahna colectiva. L,a
provincia npona su ley a Madrid 3. l~sa era la i1nagen ~que no toda la realidadque proyectaba Madrid en los conten1porneos. Si el historiador y ensayista francs
Ernst Renan ( 1823-1892) al ir de su provincia a Pars descubra Ja Francia que l hubiera querido inventar, los jvenes de Ja generacin del 14 (y aun despus) vean en
Madrid el reflejo de una Espaa que encontraban vieja y 1nortecina31 .
La provincia, por contra, se vea poderosa. Lo era porque haba conseguido i1n-
27
[310]
1.2.
Siendo aquella Ja fortaleza de la realidad y el in1aginario provincial, cont, adcn1s, con un aliado iinportantsin10 en el terreno de la cultura: el casticisn10, expresin que aqu en1pleo en una acepcin extensa, con10 lo propio frente a lo europeo,
rasgo de cultura heredero del costumbrismo espaol (desde los Cervantes y Lopc de
\'ega, a los sainetes cortos del xvn1), reton1ado en el x1x por el ron1anticisn10 con10
:12 Mina, 1989 y Ortiz de Orruio, 1989. Sobre la dbil y lc111a nacionalizacin de Espafia en el xrx,
que penniti el desarrollo de otros nacionalis111os (Catalufia, Pas Vasco, ... ) en su 1erri1orio, vase J301ja
de Riquer ( 1992). Puede verse una discusin sobre el proceso de la fonnacin del Estado en Espaa
(segn el 1nodelo de Charles Tilly: consolidacin de una gran estructura con voluntad de donlinio sobre
un territorio) en Mannez Dorado, 1993.
~~ Jover, 1992: !40; F\isi, 1989: 17.
31 Jover, 1991: 42-43 .
.1 5 Fusi, 1990: !9-20.
:ir, Para el caso de Painplona y Navarra puede verse Garca-Sanz, l 992. Para Vitoria Rivera, 1992. En
genera!, sobre su condicin de estructura provincial, el papel del gobernador civil como mediador en1re el
Estado y el poder de la provincia y Jos 1necanisn1os del caciquismo, puede verse, adems de! estudio cl<sico de Yarela Onega, el estudio de Joaqun Rmnero-Maura, en Gcllner (ed.), 1986. El propio Clcltncr ( l 986:
13-16) habla del caciquisn10 corno producto de un proceso de centralizacin imperfecta en el xix. Vase en
Ja n1isma obra colectiva el trabt~jo de Silverman sobre Italia en estos n1is1nos tnninos para el xix-xx.
[31 l]
[312]
anc; ! 919: 17-18): frente a la uniformidad general producto de la nueva cultura, los artistas vascos for-
n1ados en Pars recorrieron las ({vetustas ciudades ibricas [y] descubrieron el deo venero espafiol que
antes haba inspirado a los rmnnticos (tainbin franceses). ,<La fiebre creadora del aoso espritu nacional habase desvanecido casi por cmnpleto en los altos rangos de nuestra soclcdad; perdura, en camblo,
en las formas anrqt1icas y anacrnicas, en la pintoresca y variada base de !a comunidad espaola ... Lo
pintoresco, lo bizarro, lo cspontf1eo, lo-heterclito, des<tpareca ... Tuvieron que refugiarse stos para hallarlos en los an1bicntcs equvocos. Espaa, con sus enonncs anacronisn1os, fue para los Zuloaga y
los Regoyos Con10 !una] conuborncin silenciosa de las enseanzas del viejo arte de los Vc!zquez y
los Cioyas. Recogieron, pues, !a retrica ele ste, puesto que era Ja retrica natural con que expresar una
vicia extren1ada111en!e scinejante a la que irnnortalizaran Jos vejos 1nacstros ascendientes.
1
" Vase la excelente discusin sobre el particular de Wa!ther Bernecker (1993).
L' Vase la interesante lectura que Jovcr (1992: 200-203) hace del censitaris1no decin1onnico y el
hondo c!asisrno ca.\'fi:;,o que Jale en su argumcniacin.
11
.Jess Cruz ( J 996) sostiene b ln!ercsante tesis de que la nueva lite poltica surgida en el x1x, aun
defendiendo las nuevas ideas del liberalisino en lo pblico, 1nantuvo en el mbito privado los valores de
!a aristocracia .
1.-; Vase Jovcr, !992: !44-!48.
16
Vase, por ejemplo, Veiga, 1990.
[313]
pejo en el que se n1iraron sucesivas generaciones), cuyas bibliotecas se llenaron de libros de viaje. Se recogan con fruicin obras con10 la de M. Eugenio Porfou, \!ic~je
por li.sJaiia, J866 en la que aquellos viajeros de la f:~spafia decirnonnica hacan una
descripcin de los lugareos con10 gentes de buen aspecto y 1naneras agradables, doncellas de hennosos ojos negros, y orgullosos lugarcfios que rechazaban todo tipo de
propinas. Donde se deca de las fondas (como Ja Fonda Ciganda en Ja Plaza del Castillo de Pan1plona) que pertenecen a la tpica hostelera espaola de sencillel', prin1itiva47. O gustaba leer cuando un extrao deca que la Plaza del Castillo era la n1s
lin1pia de Euronr18 Gusto por la descripcin ron1ntica que dio origen, a principios
de siglo, a dos libros con1piladores de a1nplia difusn 49 . Estudios sobre folclor, sobre trajes tpicos, sobre variadas geografas y caracteres, arquitecturas y paisajes que
iban siendo recogidas regulannente en lugares con10 el Serninario JJinloresco f~'spa~
liol (a i1nitacin de su ho1nnin10 francs) iban creando la in1agen que de s tenan los
espaoles (o una parte de ellos). O con10 el libro con pretensiones de cientificidad de
F'rancisco de Paula y Mellado, E.sJaila, geopr4f7ca, histrica, estadslica y pi111oresca
(Madrid, 1845) que va recorriendo las provincias espaolas buscando su carcter propio y esencial (adornado con ln1inas de lugareos, sien1pre con trajes del viejo
folclor local, nada realistas). Era el pintoresquisnuJ variante del ro1nanticisn10 (aunque 1ns afectado) que tanta in1pronta dej en la conciencia que de s nsrnos se hicieron los espa'oles (corno aquel Los espalioles pintados por sf rnisrnos, 1843, hecho
con10 rplica de otro francs de ese encabezan1iento).
Pero haba, en aquella visin de Espaa, una esencia, un sustrato unitario de la
nacin en su diversidad: ese sustrato o base intrahistrica era para aquel nacionalis1no
el ancestral catolicisn10 de la tierra, su 1nisin en Jos planes divinos. Fue el polgrafo
Marcelino Menndez Pelayo quien en sus obras (La ciencia espmlola, 1876-1879;
Historia de los heterodoxos e.sJaFoles, 1880-1881; Historia de las ideas estticas en
E.spm1a, 1883-1884) expres aquella idea de modo sistemtico. Para Menndez Pelayo cada pas tiene su raza nacional que se expresa a travs de su genio. Por 1nuy diferente que sea su nlitancia, por inuy variada que sea su inclinacin, Jos pensadores,
los artistas con una 1nisn1a sangre, nacidos en un n1isn10 sucio, sujetos a las 1nis1nas
influencias fsicas y 1norales y educados directa1nente los unos por los otros sie1npre participaran del niis1no genio de la raza 50 , que en Espaa era callica y variada
en sus expresiones culturales. Porque, en palabras de don Marcelino, ni por naturaleza del suelo que habita111os, ni por la raza, ni por el carcter, parecainos destinados
a fonnar una gran nacin ... Esta unidad la dio a Espafi.a el Cristianisn10 51 As ocu-
17
Viaje por Espaa, l 866, Revisra !11rer11acional de Esrudios \i1scos, 1928. Hace referencia a ella
Santiago Larregla ( 1952: J 31 n) .
.is Cook, Viajes por Espaa durante Jos aos 1829 a! !832}>, RIEV, enero de 1930 (hace una referencia a ello Larregla, 1952: 130).
19 Iribarren, 1950 y 1957.
50 Menndcz Pelayo, 1953: 190 y sigs.
~ 1 Mcnndez Pelayo, J 881; III, 832-833.
[314]
rre que en aquella idea de Ja Espaa castiza, el a1nor regional, el afecto a la gran di
vcrsi<lad de costuinbres, caracteres y razas fonnaba parte del arnor patrio, que era b-sica1nente el genio de la Cristiandad 52 .
As pues, provincia y catolicis1no confonnaban una cierta Espaa esencial dentro
de aquella corriente de pensa1nicnto (que, con10 he dicho, con10 idea difusa, abarcaba
n1ucho 1ns all con10 van1os a ver).
J .2.1.
1936)
En los territorios aqu considerados (Navarra y lava) nos encontnunos con una
nu1nerossi1na publicstica dedicada a divulgar ese 1nodo de ver las cosas, prolongacin de la tradicin y visin localista de la cultura (sin que se contraponga con la idea
nacional, antes bien la confonne), expresin de un espritu in1nanente de lo espaol
n1s all del tien1po y las generaciones. As, en la prensa diaria, se recogan secciones con10 las Efcn1riclcs patriticas ( /)iario de Navarra), Docun1entos histricos
(El /.Jensanento Navarro) o 'l'en1as tradicionalistas y Efe1nrides alavesas ( I)e11sa111iento Alavs), en las que se rc111e1noraban aconteci1nientos picos del pasado, se
recordaban viejas costun1bres, se ho1nenajeaba a ilustres hijos de la provincia (destacando sus virtudes castizas: garbosa hidalgua, altruisn10, natural sencillez, adhesin
a lo propio, esplndida generosidad con la tierra, etc.). l"laba secciones co1no Hoy
hace treinta aos ( E'l /.Jensa1niento Navarro) y l)atos para la historia (1-)enscnniento
Alavs) en las que se recuperaban aquellos hechos 1ns pintorescos del pasado local.
Otras -dedicadas a la vida religiosa, santoral y culto-, ade1ns de dar una cu1nplida
infonnacin sobre la riqusin1a vida del culto local, fijaban los usos de la liturgia religiosa popular. Autores con10 f.Jren1n de Irui'ia (Joaqun l3aleztena), i\rako (C<ndido
Tcstaut), Un aldeano y Un pobre diablo (ngel Eguileta), reproducan en sus escritos la cotidianidad local (presente y pasada) a base de escenas costun1bristas e idealizadas, que iban reconstruyendo la red de referentes siinblicos de la vida local. I~ran
autores reconocidos en la vida ciudadana y sien1pre especializados en esos tenias. Sin
en1bargo, no slo ellos se esforzaban en aquel en1peo por reconstruir las diversas
culturas locales. El director del Diario de Navarra, nuestro ya viejo conocido Garcilaso, n1antuvo durante las tres pri1neras dcadas del siglo, una seccin (iniciada en el
E'co de Navarra) b<o el ttulo de Navarra pintoresca, en la que se fij el propsito
de recuperar -con10 un etnlogo an1ateur- los viejos usos y costun1bres de la provincia. J{calizaba con ese fin, largas excursiones (acon1paado en 1909 por YalleIncln) en las que se dedicaba a recopilar infonnacin (a partir de extensas entrevistas con lugarcfos a quienes luego reproduca literahnente), sobre viejas costu1nbres
-' 2 Mcnndez Pclayo en su Informe a la Academia sobre Los 1lti111os iberos. l,{:ye1ulas de Euskaria,
por don Vicente Arana (8 de junio de 1887)), citado en Juaristi, 1987: 190), habla de que el an1or patrio
y el ainor regional es para nosotros cosa Lan dlgna de respeto, etc., 1notivo por el que, a pesar de las lagunas acadinicas que observa en el libro, informa favorable1nen1e sobre ste a la Acade1nia.
[315]
de distintas zonas de Navarra (en agosto de 1905 aparece un estudio sobre San Miguel in Excelsis; en julio de 1911, sobre la Sel va de Ira ti; en mayo de 1918, sobre las
procesiones de Val de Arce y Val de fj1To, los cruceros de l~oncesvalles, y la pradera
de Burguctc; en julio del n1is1no ao, sobre el T'ributo de las tres vacas, y las viejas
1nurallas de Irua; etc.). Tbdos ellos con10 arquetipos idealizados de un pasado propio ideal,
Coincidiendo con las fiestas locales -u otros acontecin1ientos sealados~, se
editaban folletos o revistas _e,n los que se pretenda reflejar Ja vida co1nplet_a de la provincia. f:ran los casos de la- revista Viloria (1924), el folleto editado por I~n1ilio Ciarca Enciso, Navarra MCMXXV ( 1925), el editado por R, Guerra, Navarra. Aye1; hoy
y 111al1ana ( 1933) 53 , donde distintos personajes de la cultura local escribieron artculos sobre viejas leyendas referidas a Ja Virgen Blanca, el Ensanche (con el significativo ttulo de L,as aldabas para Vitoria), el fo1nento y la industria, la aficin a los
toros en la ciudad, los pintores y nisicos locales, la actividad del catolicis1no social,
la vicia literaria de la provincia con sus 111aestros, su vida turstica, su historia y su
arte, etc. 1'odo ello intercalado por poe111as pren1iados en Juegos Florales (con10 Navarra de Alberto Pelairea), cuentos regionales, bocetos de dra1nas histricos o rurales, ilustracin legendaria y costun1brista, y colaboraciones para el caso de hijos notables de la provincia (co1no l(an1iro de Maeztu). De su lectura surga la cabal
in1presin de que la provincia fonnaba un todo, que en s n1isn1a contena todos los
elen1entos de la vida en sociedad, y que participaba de una cultura propia, que, en general, estaba teida de costun1brisn10 y referencias a Ja historia y a la realidad n1aterial que la confonnaba. Esa cultura forn1ada por pequeos acontccin1ientos y referencias a la sociedad local, tena un reflejo 1nultiplicador en revistas con10 La
Avalancha (Pamplona) o Vida Vasca (Vitoria), revistas ilustradas de amplia difusin
en provincia.
Era aquel un n1undo, sin duda, deudor del pi11toresquisn10 decin1onnico. Pero
-influenciado, sin duda, por el positivis1no de finales de siglo 54 - haba adquirido
los usos de la erudicin y el anticuaris1no. Un n1undo en el filo del ron1anticis1no y
el positivisn10. En una Pan1plona llena de casas blasonadas, se haba tenido la precaucin de ir retirando con n1in10 los escudos de las casas derribadas y de depositarlos en el edificio de la Cmara de Cornptos (antigua Cmara que fiscalizaba las finanzas reales a inlitacin de la Charnbre de Con1pto francesa) 55 . Bajo la direccin de
la Comisin de Monumentos Histricos y Artsticos de Navarra (creada en 1860), se
fue realizando acopio de restos arqueolgicos, antigedades, cuadros, estatuas, lpidas, relieves y n1edallones, que pennitieron realizar una exposicin en junio de 191 O
53 Este folleto fue publicado coino nmero extraordinario de ;,;Sol. Es quiz un estudio rns riguroso sobre la vida provincial, que los antcriore:-:..
5
~ El propio Menndez Pelayo haca protestas de cicntficidad en su rechazo del !egcndaris1no vasco
(citado por Juaristi, 1987: 189-190).
55 Y sobre las que hizo un estudio Ignacio Baleztcna (Tihur(io de Okabio). <d-lcrldica local, DN,
15 de abril de 1951.
[316]
y que ciara origen al que sera Musco Artstico-Arqueolgico de Navarra. En l colaboraron personas con10 Arturo c:an1pin, Iturraldc y Suit, Julio Altadill, Jos Mara 1-luarte, Nicasio CJarhayo (y 111s adelante Jos Mara !.~acarra y Jos E.stcban
lJranga) 56 , Junto con el Archivo de Navarra, fonnaba parte de la n1en1oria de la provincia. Aquella cultura erudita e inspirada en el arqueologisn10, educ a las clases cultivadas de la provincia en el rigor del docun1cnto y en el gusto por la antigedad autentificada.
No se participaba ya de aquella ingenuidad neorro1nntica del pintoresquisn10
(a1nante tan1bin de las culturas provinciales, pero con10 aproxin1acin a lo extico).
En este sentido, haba una aproxi1nacin realista a la vida provincial. No haba cosa
que n1is irritara al hornbre cultivado de la provincia que ver reproducidos aquellos lugares, que l conoca tan bien, con las exageraciones propias del ron1anticis1no pintoresco. As, el 1ndico Sebastin Larregla en su libro de n1en1orias haca un apunte
y una queja sobre el daguerrotipo que Francisco de Paula Mellado inclua en su E'spafia geogrc{fica, hislrica y estadstica y pintoresca de 1845 57 y un grabado ingls
de 1824 que desfiguraban completamente el perfil de las torres ele Pamplona y sus
n1urallas, dndole un exotisn10 irreal 58 . 'fan1bn le resultaban repugnantes los anacronisinos que con1eta lla111os Carrin al incluir en J.,a 13ruja ele Chap una jota que
tena su escenificacin en tie1npos de Carlos 11 el 1-lechizado. Otro tanto le ocurra a
Vives en su F'epe /3otella. Y al propio Gaztarnbicle (autor navarro) que inclua jotas
en fil 1110/inero de S'uhiza, cuya accin transcurra en Navarra en tiernpo ele sus reyes
nada 1nenos. Pareca n1entira, estin1aha, que habiendo nacido en Navarra no conociera
ese detalle. La jota an no estaba incrustada en el aln1a popular de su tierra en aquella poca. Slo a mediados del siglo x1x, como mostraba el libro de Julin Ribera y
Tarrag (La msica de la jota aragonesa, Madrid 1928) que haba estudiado aquel
proble1na con toda objetividad, se haba extendido la jota hacia Navarra desde su
tierra originaria que era Aragn 59 . Un erudito conocilniento sobre la tierra que no
deba ser defonnada por incursiones alegres de extraos. Participaba de aquella 111entalidad que Po I3aroja observaba en su padre que, segn don Po, crea que no haba que llevar lo parlicular a lo general .. ., sino llevar, por el contrario, lo universal a
su San Sebastin natal (a la que consideraba on1bligo del n1undoJ6. se era su rnundo
y a l reduca su preocupacin (por muy cultivada que fuera) 61 .
Cicrlan1entc, aquel despegue cierto del pintoresquismo no era siernprc consecuente. No hay sino ver el 1nodo en que fotografa Julio Atadi11 a los aldeanos na-
56 Puede verse Ja extensa labor realizada por esta Co1nisi6n en Consejo, 1934. Un estudio sobre sta
en Huici, 1990.
YI Vase Paula Mellado, 1845: 165.
5
~ Larregla, 1952: 133. Larreg!a entra a concretar, torre a torre, iglesia a iglesia, las incorrecciones
del daguerrotipo de De Paula.
59 Larrcgla, ! 952: 139.
61 Baroja, 1982: 79.
61 El 1nis1no espritu anima al vtoriano Jos Col y Goi1i ( l 891 ), por eje1np!o, cuando anirna a la labor rest<turadora segn el estilo original de los tc1nplos de Vitoria.
[317]
varros 62 que recuerdan nus a las esta1npas de navarros de Francisco de Paula Mellado (vase las l1ninas de los alaveses, los roncaleses y los navarros en las pginas 88, 620 y 629). O sus paisajes naturales, con puentes de 1nontafia sobre arroyos,
en lugares agrestes y entre acantilados, de gusto 1ns bien ro1nntico que propio del
objctivisn10 que predicaba Larregla (y que ccrta1nente, Atadill practica en el texto
de su geografa).
Ese afn contradictorio por lo objetivo se podr observar tan1bin en la literatura.
Deca Alison Peers que no ~ra posible una co1nprensin cabal de la literatura espaola del x1x sin atender al desarrollo de los focos provinciales. Sera aqulla producto
del resurgir de la vida cultural en las capitales de provincia y la dificultad de con1unicacin, lo que habra generado una tendencia natural a la diversidad 63 . l)iversidad
que~ si no en todos los casos, redund en una visin costu1nbrista y provinciana del
inundo que trasuntaba una parte de la literatura espaola. F'ernn Caballero, iinpulsora del cuadro costu1nbrista e inventora en el inundo literario del provincianis1no radical co1no conciencia del xrx, deca en La gaviota ( 1853) que ella 111andara escribir una novela de costu1nbres por cada provinct 64 . Ella pensaba en trn1inos de
ensayar con la verdadera 1-i:spaHa, no la oficial, la real, tal con10 1ns tarde razonara
Ortega. Jos Fernndez Montesinos es de la opinin de que en buena 111cdida el cuadro costu1nbrista (sucedneo durante un tie1npo de la novela en Espaa) hecho a partir del espritu de antao, manifestado en los giros y las palabras castizos para referirse a la clra1natizacin de situaciones conte1nporncas, coadyuv --antes que
retras- la aparicin ele la novela en Espaa. Pero ello al precio de heredar alguno
de sus vicios (1ninuciosidad en las descripciones, la pennanencia de los ten1as, la apelacin al Madrid genuino y castizo -que, agotado, pronto tuvo que ciar paso a la provincia llena ele ro1neras, a111biente rural y procesiones 65 . [Juego, la novela realista de
un Galds 66 o un Varela lo trascendieron, pero sus 1nodos an aso1naban en los textos. Aquella visin tuvo una continuidad, aunque ele nuevo trascendida, en la novela
regionalista del carnbio de siglo (sociedad en ebullicin, antes que la quietud de la
62
'
[318]
naturaleza a que se refiri el costun1bris1no; Valle, el prin1cr Baroja, Azorn, el prin1cr lJnan1uno, Gabriel Mir, etc.) que correspondi a un n1oviiniento europeo 1ns
general (los Eya de Quciroz portugus, el D' Annunzio de los Abruzzos, los I~cden
bach, etc. )7 .
1.2.1. J.
C~inco
escritores
Navarra y Pa1nplona fue, sin lugar a dudas, uno de aquellos focos provinciales
a que haca alusin Peers. Sus pri1ncros pasos en el XIX estuvieron 1narcados por la
Ilustracin (Jos Yanguas y Miranda<i 8 y Pascual Madoz, i1npulsor de la desa1nortizacin y autor del f)iccionario geogrt{fico-estadstico-histrico de E'spaila) y el ron1an
ticisn10 (Manuel Martncz de Moretn y Joaqun Meneos, conde de Guendulin, a
quien ya conocc1nos). Pero ya con Francisco Navarro Villoslada y su An1aya, nos
adentra1nos en un franco legendarisn10 fucrista que ha sido estudiado por .Ton Juaristi9. Un legendarisn10 en el que el protagonista era la historia n1itificada de la provincia. A esa corriente pertenecieron en el xrx Arturo Cayuela y Pellizari, Nicasio
Landa, Vctor ()scriz y I. . asaga, Juan Iturralde y Suit, y, sobre todo, Arturo Can1pin
(autor de E'uskariana, reconstruccin histrica, tocada por el legendarisn10, de las luchas civiles del xrn y el x1v; y /)on Garca Allnorabid, 'folosa, 1889, la lti1na --y
la n1ejor~ de las novelas histricas fuerst<.\s 7). l~n el siglo xx aparece una generacin, heredera de la anterior (vase, por eje1nplo, el elogio y el tono de la niisn1a que
el 111ie1nbro de esta nueva generacin [~Jadio Esparza dedica al rnaestro Arturo Can1pin y a Navarro Villoslada 71 ), y volcada hacia la reconstruccin, entre erudita y fuerten1ente ideologizada del pasado histrico de la provincia (algunos trabajos ele Eladio
Esparza, Jos M. Azcona, o n1s adelante Jai1ne del Burgo). Algn autor clara1nentc
situado en una etnografa costu1nbrsta (Jos M. Iribarren e Ignacio Baleztena), estudiosos ele la 1nedicina, la geografa y el arte navarros (Fern1n lrigaray Larreko, I...eoncio lJrabayen y Jos Esteban Uranga), y un grupo de periodistas fuerte1nenle con1-
prometidos con la vida local (Garcilaso, Francisco Lpez Sanz y el propio Eladio
Esparza). Finahnente, toda una serie de novelistas y poetas inenores a los que har
67
Jon Juaristi (1987: 206 y sigs.; cspcciahncntc 214-217) analiza aquella corriente con10 continuadora y, a la vez, ruplurista (de la hlstoria exterior a la intrahistoria, etc.) respecto a lo que sera el episodio nacional de Galds. Vase tambin Maincr, 1989: 208-210.
1>~ Ya con una vocacin arqueo!ogista e histrica vase su Diccionario de Antigedades del Rei110 de
Navarra, l 840 y, antes, su J)iccio11ario de los Fuoo.1 y Leyes vigentes, 1828.
w Ver su 1.int{je. Juaristi, 1987.
70
Juaristi, !987: 194.
71
Qu intensidad de colorido, qu finncza de caraclcres, qu seguridad en los trazos, qu acierto
en la pintura, dice Eladio Esparza refirindose a !)ola Blanca de Navarra, destacando justainen1e todo
lo que aqulla tiene de construccin legendaria y arquetpica (vase el artculo de Eladio Esparza en Guerra, 1925).
[319]
(quiz el 111s grande ele ellos), H.afael Garca Serrano, Pablo Antoana, y los periodistas y poetas Jos M. Prez de Salazar y Baldo111ero Barn l?rJJnedobo/7 2 .
Otro de aquellos centros de cultura fue Vitoria (co1no podran serlo otras capitales de provincia). sta brill ins en el XIX -cuando sus naturales gustaban de lla1narle Atenas del /\'orle- que en el xx. Fue la suya una produccin n1s ensaystica
que de creacin. Tan1bin en el x1x sus escritores (13eccrro de 13cngoa, Manuel J)az
de Arcaya, incluso el propio Pedro Egaa) se adentraron por la literatura del fueris1no
legendarista, n1ientras que qtros, con un cierto espritu neo-ilustrado y de recuperacin ele la que se consideraba peculiaridad foral, se dedicaron a dar noticias, en ocasiones eruditas, en otras histrico-legendarias, sie1npre referidas al n1bito local (apenas si el catedrtico de retrica y potica, Julin de Apraiz, hizo algn estudio sobre
Grecia). Los ms notables de entre ellos: Ramn Ortiz de Zratc, Ladislao de Ve lasco
(preocupado por la 111ejora econ1nica y de las con1unicaciones locales), Angel Albniz (con sus Glorias' babazorras), el editor Sotera Manteli (dado al legcndarisn10),
Ricardo Becerro de Bengoa ( l)escripcion.es de lava, El libro de lava, Gua de Vitoria), el 1ndico Jerni1no Roure, que realiz algunos apreciables estudios de estadstica n1dica sobre la provincia, Fern1n Herrn, que cre la 13iblioteca Vascongada,
el arabista Daniel Arrese, ocupado tatnbin en tenias locales, el erudito local Jos Col
y Goiti, el fillogo y etnlogo Federico Bararibar: y ya en el siglo xx, los Eulogio
Serdn, Henninio Maclinaveitia (espritu de una sensibilidad excesiva que se ocup
de tenias locales, tanto costutnbres religiosas co1no folclricas, y escribi la novela
El rincn runado, a la que har referencia inn1ediatan1ente), el vasquista vizcano l_.uis
de Eleizalde, etc.
Entre aquellos escritores, tal vez los 1ns representativos y apreciados -por haber penetrado con10 no lo hicieron otros en el pathos de la provincia respectiva de
principios de siglo- fueron (tras los Olriz, Villoslada, lturralde y Suit, Ladislao de
Velasen o Becerro de Bengoa; hon1bres tocados por el fueris1no y el legendaris1110
del xrx), Herminio Madinaveitia (El rincn amado, Madrid, l 914), Flix Urabaycn
(El barrio maldito, Madrid, 1925 73 ), Manuel Iribarren (Retomo, Madrid, 1932; San
Hombre, 1943 74 ), ngel M." Pascual (Glosas a la ciudad, Pamplona, 1963) y Rafael
Garca Serrano (Plaza del Castillo, Barcelona, 1981). Estos dos ltimos, si bien escribieron en los 40, lo hicieron inmersos en el ambiente de los 30 (especialmente
Garca Serrano; Pascual recrea 1ns la posguerra aunque fuera hon1brc de esa generacin de los 30) 75 .
72
'
[320]
----------------~
pilln----- puntuaba del siguiente modo a escritores navarros (slo cito a !os inuy valorados) Manuel lribarren (10; aunque no es de su gusto); ngel M. Pascual (10); Rafael Garca Serrano (8; algo tpico); Eladio Esparza ( 1O; inagntico conocedor del pasado navarro); Flix Urabayen (suspende); Ga1ci!aso ( 1O como
periodista); Jos !VL" Azcona (10); Ignacio Balcztcna (10) (Jaiinc del Burgo, 18 de febrero de 1994.B).
76
Puede verse su biografa en Scnz de Ugarte, 1971.
77
Vase introduccn de Migue! Urabaycn (!983).
78
Corclla, 1973, 217-219.
7
'J Vase Clavera, !954; Santos, 1962; Onrubia, 1982: 11; Trapic!lo, 1994: 178 y sigs.
80
Lo de lo provinciano coino cu1:vi en Mainer, l 989: 194. La novela debi tener un gran l111pil.cto en
Ja ciudad cuando a una de !as entradas de sta las gentes le !lmnaron el Rincn Amado (Alfaro, 1951: 634)
y existi una sociedad recreativa con ese mis1no noinbrc. Toms Alfaro ( l 987: 17 l ), joven de cultura ainp!ia, cree que el considerado Quijote 1'itoria110, era pesin1lsta en exceso, y sentiinental, con un estilo rebuscado que llegaba a ser n1rbido.
[321]
Vlica a1nada. 'fodo es una pretexto para describir el an1biente de la ciudad. Fondincs, cantinas, n1ujeres crasas, foras con despechuga111iento excesivo, chiquillos
parlanchines y sabihondos, alguna n1oza de ro1npe y rasga. c::orazn que se serena
al ver el cc1nenterio aislado, las torres de su ciudad, la fbrica de harina, el balneario, castilletes, el Vergel (la Florida). Sus rincones llenos de recuerdos, sus campos y
las casas con su estufa de invierno, los cortinones, la biblioteca de roble. Tertulias en
el Casino donde se encontraba la flor naciente de la intelectualidad de Ylica. El billar, y Leandro Egua respetado por su edad, tronante. 1=-:1 conde de la Cialinda, n1ujericgo, jugador empedernido.'Duclos de honor. Nifieras y soldados. Los Porches de la
I~stacin con10 lugar de cita. L,a tertulia de la Arn1cra. I<.01ncros, guitarreo, llorar de
los acordeones en las fiestas de Ja regin. Conservadores tirando a neos. L.a cuares111a
velicense tristona y fnebre. l~n ese paisaje, Carlos Arriaga ser un joven inco1nprcndido por andar con republicanotes, por rebelarse contra el n1oho ancestral de Vlica,
por cierto con1portan1iento librepensador. I.~os peridicos de la ciudad J~'/ grito de la f
y el E'co de Vlica conservadores, J!,/ T'riunf Jibrepensante. R.un1orcs y la sancin del
ostracis1no. Finahnen(e, con10 en la atnu5.yf'era p1r;vinciana de Balzac, el tedio y el aburritniento pueden con.el joven idealista 81 1'odo un retrato costu1nbrista en el que la
tran1a apenas s sostiene una representacin de la provincia opresiva para los jvenes
inquietos que a finales de siglo pretendan airearla con vientos de renovacin.
Algo de aquello debi ver Flix Uraba yen en 7bledo: piedad ( 1920) cuando se refera a su ciudad natal co1no fonnada por tnurallas de piedra, 1nurallas del jain1is1no.
jSon tantos los anillos capaces de estrujar los corazones juveniles!. l)eca, y a'ada:
En esta Jeric del Pirineo en esta covacha troglodita y elec1orera, asilo de los dragones carlistas, hace falta algo n1s que un Josu para derribar sus resistencias.
Y, sin embargo, en El barrio maldito (Madrid, 1925) 82 hay toda una evocacin, a veces idlica, no slo de su Navarra 1nontaera de hayedos y robles, de su I3aztn de
pueblos blancos, pulidos y enjoyados de nostalgia, co1110 en el soneto de gloga, sino
de Ja propia Pamplona, populosa y animada, que es representada llena de vitalidad.
Por su pginas discurre un Baztn ele paisaje agreste, de viejas costun1brcs, de gentes
venidas del contrabando y hechas al paso de los ejrcitos, pero volcadas, ya, hacia la
e1nigracin, el trato con ganado y el co1nercio ventajista (de espaldas al bosque
drudico en que el rbol triunfa y enreda la cabellera de la niebla). 1-Io1nbrcs, en
todo caso, ajenos a la vida hipcrita de Ja ciudad y sostenidos por el fervor fantico
1
~ 1 Joven librepensador y rebelde (tal vez trasunto de Jo que l mismo fue un da) que haba dejado
paso, en el caso de don Henninio, a un sefior bienpensante y perfectamente hecho a los usos de la provincia en su labor n1adura. As, en su etapa de alcalde, uno de sus n1<is preciados logros fue e! de que se
declarara el patronazgo de Ja Vlrgen Blanca para la ciudad de Vitoria, y Ja coronacin de la de Estbaliz
como Reina y Sciiora de lava (de lo que dej constancia en su obra L.<1 crnica de la coro11aci611 de
Santa Mara de Estba!iz, 1929). Otras obras suyas fueron (;ua espiritual de
111i
Ja que hace un recorrido sentin1cntal por Vitoria; o Cuares111a y Se111a11a Santa (obra de carcter religioso),
Vitoria, 1900.
82
Junto con Centauros del Pirineo, 1928 y Bt{jo los robles 11a\!arros, 1965.
[322]
que slo es patrin1onio de los pueblos esencialn1ente religiosos. Gente de fuerte sentido con1unitario (pueblo elegido por l)ios, lla1na a Arizcun), y atravesada por fuertes odios soterrados. Pero fuerte y noble, capaz de reconstruir la casa (el pueblo) del
buril que pule la piedra, del chistu que recoge la inspiracin del valle y el n10Jino
que desgrana la espiga. Arte rupestre, espritu ancestral y esfuerzo sobre la tierra.
Aquello 1noldeaba Un pueblo nuevo, y quien sabe si, anclando el tie1npo, corazn del
inundo. Y la ciudad a la que se desplazaban los baztaneses: Pa1nplona (all donde
hasta los avanzados son fanticos). Una Pa1nplona que se describe con n1inuciosidad gacetillera. J_.a Pa1nplona que conoccn1os de costureras y 1nodistillas, del caf
Irufia y el Suizo, de los paseos a Czur o 13arafiin o I3urlacla (o a cualquiera de las
n1ltiples ventas del alrededor). L,a de la Vuelta del Castillo, del z.ortz.ico y la jota navarra. Las tabernas con las cubas y el botelln de cuatro pintas, el chacol de E~z
caba, los ahnacenes de vinos y la Navarrera. Pero, sobre todo, la Pan1plona sanfer1ninera, ensueo bullanguero de la ciudad encadenada: el cohete, el riau-riau, los
toros, los balcones, la calle E~stafeta y todo el paisaje folclrico-ritual-festivo que las
rodeaba. l'an1bi11 los personajes tpicos que toda ciudad de provincias tiene 83 : Arrasate el valeroso, J~zpanta el albal/N,. .. y sobre todo Olla el del F'spiri (cancin que
se canta en los Sanfennines), Artica el 1'entador y Lasarte el Silbante, todos personajes de la vida real pa1nplonesa a quienes, sin duda, Urabayen conoci. Y tan1bn
la l)ionisia, aldeana de la Cuenca, extravertida y locuaz, con orgullo castellano !aunque l no hablaba precisan1entc el lenguaje del I<.01nancero, sino un dialecto endiablado
de disparatada sintaxis, cuyo Castelar es el genial Arako 84 l)e nuevo una trarna urdida con el exclusivo fin de presentar a la provincia con sus contradicciones, sus idealizaciones y su carcter propio. De nuevo unos personajes arquetpicos al servicio de
una idea. l)e nuevo un escrito en el que est 1ns presente el costurnbris1no que el gnero de la novela.
Manuel Iribarren escribi su Retorno (Madrid, 1932) convencido de que cada
poca exige su crnica. l se esforz en hacerla; la de la suya, que la consideraba
atacada por el 1nal del con1u11isn10 arcaico y necesitada de la laboriosidad de la
clase inedia (Paso a la clase inedia! proclan1aba en su prlogo). Y tan1bin por el
1nal de la n1asa unifornlizante de las ciudades. Prefiero la provincia, nie dije. Y abandon la capital. Prefiero la aldea, aad al poco. Y dej la provincia. Hall patanes
con criterio de sefiores ... La inversin de influencias, que profetiz Ortega y Gasset,
in1prescindible ya para la reorganizacin espaola (corno se ve, la lectura de Ortega
es sesgada c inversa al verdadero sentido del pensamiento del filsofo). Aborrece la
Repblica por ello (lo escriba en abril de 1931). Los monrquicos (un viejo tuberculoso) auguran grandes niales. l responde, optin1ista: Bah. No dejar de salir el
sol. Sus propsitos en la novela son, pues, claros: es la crnica de un reencuentro
83 Vase para Pamplona, Aral,tll'i, 1970: 37-54; 1974: 103-132; 1983-1991: l, 215 y sigs. Y para Vitoria, Vcnancio del Val, 1991.
8 '1 Vase en la Segunda Pane 2.2. y Anexo sobre el !cngu<c que Arako rcproduc1 en sus Dialo. gando del f)iario de /llavarra.
[323]
con la provincia, azotada por la H.epblica recin estrenada. Su relato adopta Jos n10dos de la epopeya cruda, descarnada que vive un ho1nbre de aldea hasta reencontrarse
con su origen. Es la crnica de su tien1po, el punto en que se halla la esperanza. c:on
prosa tersa, finne, crea un personaje arquetpico, con situaciones con1unes que recreaban un cuadro de costu1nbris1no de la Espaa de la poca. Ignacio Quintana ser el
ho111bre: originario de la aldea, consejos de fa111ilia, 1niserias locales y cr1nenes de
faldas. f~1nigracin a Mxico a hacer fortuna, a un Mxico de peonajes y bandidos revolucionarios a la 1nen1oria de Pancho Villa. Vuelta a la aldea e incon1prcnsin (ha
pasado 1nucho tie1npo). Y cfoy nuevo la n1archa. Ahora a tierra vasca: Un pequefio
rincn en el 111apa del inundo. En la estepa, un edn ... . Es el oasis vasco (retrucano
del dicho de Prieto). Islote n1oral donde Ignacio se refugia: paisaje idlico (suaves
colinas y bravas n1ontaas, casas pulcras, ... can1inos cuidados. una iglesia antigua
llena de exvotos), y nobleza hun1ana ( n1ozos fornidos, re1neros entusiastas ... , recios, nobles, giles). La cuadrilla, la caza del jabal, y Bcorlegui, Un poco versolari,
un poco filsofo; la sidrera de Agustn. Pero surge el 1nal en fonna de ainante. Marcha a Pa111plona, y all los Sanfennines -inevitables- de 1931. l~a poltica los ha
estropeado en parte pero all esta la Plaza del Castillo, los cohetes, el sonar de la 111sica y el encierro, porque por lo que respecta a Navarra, no nos asusta la H.epblica.
En la ciudad, la Jerusaln navarra, se produce el arrepentin1iento con el crucifijo en
la 1nano y la visita a la Catedral ante el crucificado de Ancheta: <<Abandonaron la catedral con el espritu ennoblecido, dice el narrador. La Diputacin, el Arga, la 'I~l
conera y retorno al hogar. All su n1ujer, esperndole, llena de sufrin1ientos, el nico
an1or fecundo y santo que tuviera. Muerte del hijo (castigo del pecador), y, en el
funeral, Ignacio recobraba la fe. S, crea en la eternidad (tra1na que recordaba La
/Je/la E'aso de Arturo Ca1npin -Pa1nplona, 1909-, en el que hay ese acto de traicin a la tierra, 1ecados de sexo y reencuentro final con los de su raza). Paso a la provincia, pareca querer decir Manuel Iribarren con su cronicn costun1brista.
Tras la guerra escribira San l!on1bre (Madrid, 1943) con el que realizara el itinerario espiritual por su Pa111plona natal. La descripcin 1ninuciosa de las procesiones, del Corpus Christi, el a1nbiente <le la vida cotidiana en aquella ciudad. Y, en los
albores de la industrializacin, evocaba, con nostalgia el inundo tradicional y noble
de la 1nenestrala y a aquella Pa1nplona que la figuraba el protagonista hu111ilde en
sus concepciones, con10 un cielo que sera Otro Pa1nplona in1perecedero, con su fro
y su calor, su insica de can1panas, sus calles conocidas y aquel an1biente que tan bien
annonizaba con su naturaleza. ()tro Pan1plona donde le fuese dado reunirse con su
1nujer y sus hijos, en el n1is1110 hogar, para con1partir con ellos las efusiones del corazn, el pan y el vino de la tierra. ()tro Pa1nplona, ordenado y fervoroso, asentado
en 1nedio del paisaje ...
Tal vez, las Glosas a la ciudad (Pamplona, 1963) de ngel M.' Pascual, joven
culto tocado por la 1nano de la vanguardia, se salgan de la inclinacin costuinbrista
de las obras anteriores. Sus Glosas recogen breves estan1pas en ocasiones lricas, otras
descriptivas y siempre eruditas y llenas de fuerza (al modo de D'Ors) sobre Pamplona
en los afios 40 (que, en sus elen1entos constitutivos no difera gran cosa de Ja Pa1nplona ele los 30, aunque haba pasado una guerra y haba sido anulado todo resquicio
de posibilidad para una Pa1nplona alternativa). Pascual, falangista de priinera hora,
[324]
realiz aquellas Glosas entre 1945 y 1947 con10 colaboracin casi diaria al peridico
Arriba J:spaiia del que fue cofundador. Por ellas discurre la ciudad, nica protagonista de sus escritos a veces con nostlgica 111elancola por las tradiciones perdidas,
otras n1ordaz co1no las pginas que dedica a pap I-Ien1ingway (su F'iesta exhalara
una idiotez ini1naginable ), pardico con la !)a111plona de pandereta que algunos han
creado (pngase en coclelcra dos copas de encierro, ... ), con1placiente y n1inucioso
cuando describe escenas callejeras de su Pa1nplona de recio carcter, evocador con las
crnicas de la capilla de San Fcnnn, las can1panas, torres, el Portal de Francia, la 'I'aconcra o el rbol del !Josquecillo (cuando se recrea en esa Pa1nplona n1ineral, en la
ciudad con su historia natural, tan al gusto de la provincia). Pero ta1nbin un ciereo
af.:n por trascender aquella Pa1nplona provinciana y recoleta, aquella (~fue/ad ele 1er~
cer orden que describiera en su pocn1ario: autovas y letreros lu1ninosos ( dc111asiada
hicdra 8\ se quejaba, y peda Un poco de tijera, por favor). T'odo ello escrito con
un estilo priinoroso y claro (co1no el de sus grabados), hasta adquirir ese tono de poc111a en prosa que la recopilacin tiene.
Frente al rcn1anso de quietud, a veces sesteante que aparece en la Pan1plona de
Pascua!, la de l~afael Garca Serrano ser vital y callejera, colorista, feroz, aunque
sie111prc tierna y llena de casticis1no. Escriba su !)laza del ('astillo (Barcelona, 1981)
en la inn1cdiata posguerra, recreando los das de julio de l 936. L.o haca con un ttulo
que, en s 1nis1110, lo dice todo respecto a sus intenciones. Con su prosa difana y chispeante, brusca cuando la ocasin lo requiere, castiza en general, pero ta1nbin alegre
y lrica 8<i, C:iarca Serrano no buscaba sino hacer un fresco de su ciudad natal tal co1no
l la i111aginaha. Si puede hablarse ele cursilera en el caso de don llenninio, de Garca Serrano no se podra decir lo n1isn10. c:on pulso finne y sin concesiones sensibleras, conduce al lector por el altar de la vieja Pa111plona. San Ccrnn, calle Chapitela, confitera de Po1narcs, el Kutz, el Casino principal, J)iario de Navarra (hasta
c;arcilaso y la casa de los Baleztena), Olin1pia, Gay arre, Mafiueta y la E~stafeta. Y por
supuesto, los Sanfennines coloristas y bullangueros. No hay personajes, hay un coro
ele arquetipos (los seilores del casino, el sefior Menndez, 111aestro de cere1nonias de
la buena sociedad -y aun de la 1nala-, In1anol Prez Aizkorbe, peneuvista, la dueila
de la pensin, el cura paternal, los jvenes llenos de vitalidad y bro, y aun el terrateniente asustado y cobarde del sur), coro de arquetipos cuyo nico fin es dibujar a
la que es la verdadera protagonista: la ciudad, gran f.uni/ia cristiana que es Pan1plona
en la escenificacin de Garca Serrano. De nuevo el detalle pretendida111cnle realista
(constantes referencias a lugares sirnblicos de la pequea ciudad), crnica de la
poca, la pennancnte referencia a lugares cargados de significacin (sien1prc referido
8) Que junto a la luna y !a ruina haban adquirido su verdadera in1ponancia en e! x1x. Ansias de vanguardia, ruptura con el rornanticisn10.
81
' Andrs Traplello (1994; 177) dice de su prosa que eslilba <;cuajada de casticisinos !con un estlo]
que es el de envolver besos, en coces, intc1jaclad<1 cada cinco lneas por un par de tacos, que suenan sie1nprc, en 1nedio de la pgina, c01no petardo pedregoso y cxtnivagante, lo que ... c01npensa con arrobainientos de corte !rico, todo lo cual convierte su prosa en algo muy expresivo y personal.
[3251
al rnundo local), las situaciones tpicas y la visin analtica, el fuerte peso de la tc111tica religiosa; todo ese inundo descrito al n1odo costun1brista que era la provincia.
La provincia -reconstruida co1110 arcano y con1pcndio de costu111bris1no-- era,
pues, protagonista destacada en ese 111undo de la cultura que era Ja literatura de aquellos ai'os en lo 111s representativo de esas provincias. Una literatura que se consideraba -o se pretenda- capaz de reencontrar lo esencial de la vida nacional que, segn eso, deba hallarse en la provincia. No creo necesario aclarar que no se trata de
e1nparentar a aquellos autores segn un criterio literario (poco tenan que ver el sentilnental y deci111onnico H-111inio Madinaveitia con ngel M.n Pascual, adtnirador
del niundo clsico e incorporado a las vanguardias literarias), sino de subrayar la existencia de ciertos rasgos en su literatura que ad1nitan (y aun sefialaban) la existencia
de un sustrato genuino de lo espaol en aquella periferia. Era una corriente 111uy extendida, y que en cierta fonna vena a ser legiti111ada por la gran literatura de los Valle-Jncln, el primer Baroja, Toms Morales, Juan Ramn Jimnez, Gabriel Mir, que
haban asu111ido una cierta visin de Espaa desde la regin (desde Galicia, ValleIncln; Baraja desde el Pas Vasco y luego Castilla; Mir y Azorn desde el L,evante;
etctera) 87 Vase, por ejemplo, el artculo publicado por Valle-lncln en El Noticiero
Bilbano del 13 ele noviembre de 1916 (El origen de las regiones) que describe lo
que l considera la sustancia de las regiones (que seran la castellana, la levantina y
la eantbrica) 88 . O la comprensin hacia el regionalismo y el fuerismo que muestra
Pardo Bazn en una nota crtica sobre la novela de Arturo Ca111pin 89 , lgica desde
su regionalisn10 gallego y cierta bsqueda castiza de lo autntico en sus fJazos.
Sera, sin embargo, Eugenio D'Ors -con La Ben Plantada (1911)- quien mejor lleg a representar aquella corriente de la provincia corno fonna literaria (que adquiri, en su utilizacin institucional, tintes nacionalistas). Ho1nbrc de vasta cultura
(bien conectado con Ro111a y Pars), su novela surgi (dentro de la corriente del noucentisn1e cataln90 ) corno reaccin ante lo que consideraba excesos dionisacos del
111odernisn10. Al niargen de sus propuestas estticas -clasicis1no, equilibrio, arn10na-, lanzaba en su obra (y sus periodsticos Glossari) un progra1na de bsqueda de
la esencia de la raza en el sosiego equilibrado de la vida en contacto con la tierra y
el mar de estirpe aldeana. En La Ben Plantada, Xenius esbozar, a travs del pequefio
pueblo, blanco y arn1onioso a orillas del tnar al que acude la protagonista Teresa (personaje ta1nbin arquetpico), lo que sera alegora del te111pera1nento de su regin. Un
87
Vase t-.1ainer, 1989: 208-210, que en1parcnta aquella tendencia con una corriente ms general ha-
cia la representacin regional en la Europa de la poca (el Abruzzos de D' Annunzio; el flainenco Maurice Maeterlinck; etc.).
88 Recogido en ABC Cultural 149, 9 de septie1nbre de 1994.
89
Citado en Juaristi, 1987: 195-197.
90 Vase sobre este 1novniento Jaiine Brihuega (l 981: l 68-172), que lo valora co1no un 111ovin1iento
difuso coino corriente cultural (un vago 1nediterranes1110) capitalizado poltican1ente por el nacionalismo
cataln desde la Mancoinunitat. Sobre D'Ors y su reaccin anti1nodernista, vase Lpez Aranguren ( l 98 l:
273 y sigs.).
[326]
---------~-
--~
..------------
lugar sereno, natural y hu1nildc, en el que es posible reencontrarse con las verdades
profundas de la estirpe. lJn inundo que tratara tan1bin de recrear Manuel Iribarren
en su J?etorno ( 1932), y un autor, que ya tras la guerra, influira en las (JI osas de
1.2.1.2.
91
[3271
la altura de sus plantean1ientos pictricos, en no pocas ocasiones se cay en ten1ticas costun1bristas 95, e1npei1ada en una pintura narrativa, con un rcalisn10 ins o 1nenos idealizado, hasta derivar en ocasiones hacia el pintoresquis1no e incluso hacia lo
inslito. Eran frecuentes las reproducciones de escenas cotidianas de la vida aldeana
y 1narinera, la ten1tica de tipos populares, escenas religioso-populares (interiores de
iglesia, procesiones, actos de Sen1a11a Santa), etc.
l,a evolucin se produjo a travs del realisrno paisajstico (habitualtnente hu1nanizado) y ele gnero costu1nb1)sta (con influencias de Sorolla en la bsqueda de la lun1inosidad) de un Ignacio Ugarte (Sardineras de .5anturce, 1907), o un renovado Anseln10 Guinea (Idilio e11 Arratia, 1887; Antn de los cntaros). Pennanentc referencia
a te1nas locales (n1uchas veces rurales) tratados con la n1inucia del e,..,cenario reconocible para el lugareo, en el que aparecan personajes que pretendan representar una
cierta caracterologa de la provincia, escenas de la cotidianidad idealizada y ttulos en
los que, una y otra vez, se alude a la toponilnia de la regin. Creacin de un espacio
sutil, de hon1bres y escenarios hondan1ente unidos a la tierra y en la que se puede reencontrar las races ntii11as de la estirpe. No otra cosa fueron ---entre los vitorianos96- J.,,a rnisa de Narvqja de Antonio Martn Echage ( 1883-1942), la l)rueba de
bueyes en lilf{ueta, !Jespus de la fiesta ( 1903), la RrJ1nera en la errnita de San Jos
en Mondragn (1910; con su fuerte cotnponente expresionista) o la J)arlida de 111us
(1920) de Pablo Uranga, la conocida Vuelta de la mmera (1903; con ramos, escapularios, rosquillas y esa alegra sana y natural que correspondera al hon1bre de can1po),
la Vendedora defh1ta (1886; en el que puede leerse Ja mancheta del peridico local),
Voceando sardinas o J?ezo del Angelus en el can1po de Ignacio l)az de ()!ano. (]aro
que no todo fueron referencias locales. Antonio Ortiz Echage tuvo una evolucin hacia un estilo 1ns cosn1opolita (vase, por ejc1nplo, su Mi nn~jer y n hija en la estancia) y, especiahnente, el vitoriano Fernando An1rica que, aunque pintara n1otivos
locales, lo haca desde una concepcin 1ns a1nplia y con unos referentes rns univcrsalistas (as La ciudad con sol, 1905, y l,a c;udad con lluvia, 1906, en los que se
representaba un escenario urbano al gusto de la poca, buscando el efecto producido
por distintas lun1inosidades; sus poderosos pais,\jes con10 Niebla de 111aFlll1lt en las
alturas, 1913, o El valle de Lniz., 1915, etc.). El propio Daz de Olano pintaba magistralmente su Chubasco en los tonos grisceos del norte -que recuerda Lo calle
Saint 1-lonor despus del rnedioda. ~'fecto de lluvia de Can1ille Pisarro- representando, con paleta 1nucho n1s clara, una escena cotidiana de la ciudad en un da de
lluvia. Claro que, ta1nbin An1rica realizar sus incursiones en e1 costu1nbrisn10, aunque sien1prc con su preocupacin por la luz y el color (la serie de la I<.ioja, lJna plaza
en la Rioja, 1924, o sus pinturas en Navarra, [}na plaza de Navarra. J:::stella, 1935).
Al tnargen de co1Tientes pictricas y calidades, hay en todos ellos, con10 ocurra
% Plazaola (1993: 35) cree ver en ello una especie de inercia heredada de los usos de la pintura de
historia acadn1ica que pona antes el acento en la eleccin de un tema de calldad que en la bsqueda de
un efecto sensual en el espectador a travs del trabajo plstico.
96 Vase Garca Dez, 1990 y !a bibliografa citada en la nota 94.
[328]
\fl
9
"
99
Hxi
Apraiz, 1924.
101
agosto, 1936.
un Vase Mantcrola y Paredes, 199!; y Martn-Cruz, 198!.
[329]
el vitoriano Gustavo de Maeztu (1887-1947) con unos inicios vinculados a la vanguardia europea (entre el exotis1no, el neorro1nanticis1no y el helenis1no, con10 en su
conocida E'va que escandaliz al Bilbao sietecallero en 1915 1 ~), tenninn su carrera
en Navarra tras realizar para su J)iputacin los fan1osos frescos en los que, con su
trazo finne y grandilocuente, reproduce una Navarra n1itol6gica y buclica 104, para
tenninar en sus n1otivos de costu1nbrisn10 local (y otros n1s ideolgicos sobre la guerra o Zun1alacrregui) tras su asen\'a1niento en I:~ste!la 105 .
El peso de la provincia dJ;ba ser grande cuando Joaqun Sorolla, el n1s cotizado
pintor de la poca (y cicrta1nentc i111portantc), hon1bre de gran prudencia y artista de
receta, en expresin cida de Po 13aroja ioc) --personalidad artstica, pues, porosa a
Ja inclinacin don1inante 1 7--, al recibir el encargo ele decorar los salones de 'fhc I-lispanic Society of America de Nueva York ( 1912), con motivos espaoles, decidi pintar justa1ncnte su progra1na Las J>rovincias de l'spaHa. Puede pensarse, razonablcn1ente, que el a111bientc pes en aquella decisin. Y lo realiz utilizando tenias
agrarios y religiosos, en los que pretendiendo evitar la L~spaa de charanga y pandereta, la Espafia superficial, busc realizar una etnologa ou1111ica y naturali.~ta de lo
espaol (de nuevo una bsqueda neorron1ntica de las esencias) en el inbito diverso
y peculiar de la provincia (regin) 108 . En esa bsqueda escncialista Sorolla deriv justa1nente hacia los te1nas n1s castizos y escenas 111s tpicas (escenas del folclor local
tratados con personajes alegricos vistiendo trajes dignos del 5'e111a11ario l)i111oresco
E~\']Jtnlol), de corle pintoresco y gusto, en ocasiones, inslito (ya en Ja dcada de
'
1 Aguirre, 1993: 131-132. Y sus Idilio negro, Dos clii11os y Lo.1 novios dt' Vozmediano (l y 2).
f)N. l O de 1nayo de 1936.
w5 Sobre su vida en la pri1ncra poca en Bilbao y Pars, vase Aguirre, !992 (original de 1922), y
un tratamiento del crtico en Mantero!a, Snchez-Ostiz y Zubiaur. s.d.
ior, Baroja, 1983: 261-266; cita en 265. Don Po crea que Sorolla no tena una aficin co1nplcta por
el oficio:, que aspiraba antes al bienestar que al arte subliinc. Por su parte, Baroja se declaraba dispuesto
a todo por lograr 1nejorar su creacin !iterarla (salvo perder la salud o la vida). Lo mismo crea de Rcgoyos, por cjcn1plo. Citaba esta frase de Sorolla como n1ucstra de su condidn de <irtisrn con1placicnte:
''Esta pintura que llago yo me ha hecho rico, si ahora sintiera veleidades de cvoluconar, no evolucionara.>>
107
Que es lo que aqu interesa destacar, sin entrar, est claro, en juicios de valor sobre la actitud del
artista, 1ns prxin10, probablemente, a Ja tradicin renacentista y clsica de situar el encargo sobre los
sentirnicntos del autor frente a un Baroja --en la tradicin ro1ntntica, heredada por las vanguardias- ,inclinado a la expresin sincera del arte por cnciina de cualquier otra consideracin (idea que no aparece-
ra en las artes hasta el siglo xv111; el arte ha de ser sincero, se proclamaba, frente a la anterior inclinacin de que e! arle ha de ser. sobre todo, noblc>t). Una discusin sobre estos te1nas en Gornbrich y
Eribon, J 992: l 4 !-142.
ws Tal vez Unamuno, preocupado tainbin en esa bsqueda espiritual, no esti1nara que Sorolla - con
su lrnninos<lad y sensualidad mediterrnea-- plldiera reflejar adecuadaincnle lo que l cstiinaba con10
111s hondo en el sentir espaol, 1nejor recogido, segn su punto de vista, en la fuerza trgica y expresio-
nista de un Regoyos o un Zuloaga (vase En torno a las arles, !912; citado en Calvo Serral!cr, 1988: 50).
Tainbin Juan de la Encina (1919: 35-36) tena una opinin si1nilar al respecto. Pero, a! fin, nos encontrainos ante variantes sobre el mismo prob!cnu1: la blsqucda del ser espaol y su ubcacin en el 1nbito
de la provincia (que Unmnuno, en esa poca, tenda a identficarla con !a sobrieda(b> castellana).
1,1.i
[3301
los 80 y 90 del pasado siglo haba realizado nu111erosos trabajos de te111a costun1brista
111arinero y rcligioso) 1 ~1.
Siguiendo con las artes plsticas, cuando Pan1plona se propuso siinbolizar el espritu de Ja ciudad, all a finales del siglo x1x, lo hizo con el Monu111ento a los Fueros (proyectado en 1893 y erigido en 1903) 110 Fue aquella una obra del arquitecto
Martnez Ubago -anterior a su evolucin n1odernista-, erigido tras la lla1nada ganurz.ada por encargo de la J)iputacin provincial (que hizo una priinera aportacin y
financi el resto por suscripcin popular), con una iconografa que representaba, naturalinente, a la provincia de Navarra. Co1110 no poda ser de otro 1nodo en un 111onun1ento, su concepcin estaba cargada de si1nholis1110 111 Cinco colun1nas cortas y fuertes, sobre un alto podio, representan las cinco 111erindades de Navarra en un juego
que evocaba la cripta del 111onasterio de l~cyrc (la cripta lbrega de L.eyre, con10
la describa l~ladio Esparza en su inflan1ado discurso catlico-foralista de 1935 112 ).
Por su parte, cinco estatuas sinibolizaban para unos ( ~ Arahn; 5 de julio de 1894)
las virtudes que encarnan el carcter de la raza y para otros eran la Justicia, la 1-listoria, la Autono111a, la Par, y el 'frabajo (La Avalancha), virtudes de la provincia.
R.en1atando el n1onun1ento una joven (escultura hecha segn los c<nones clsicos)
lea un pergan1ino que vena a representar las viejas I..,ibertades navarras. Se cuid
hasta el origen de los inatcriales. 'fodos ellos, excepto el bronce procedan de distintos puntos de Navarra 11.-i,
I2ntre los escultores navarros, quiz<. el 111s apreciado fuera Fructuoso ()rduna (a
quien la J-Iern1andad de la Pasin de Pa1nplona encarg un Cristo Alzado 114). Pues
bien, sus pri111eras obras fueron E'/ l?oncals (1920, con la que obtuvo la n1edalla
de 3.n clase en la Exposicin Nacional de I3ellas Artes), y l?erraro de l)onlin;o E;/iz.ondo, juez roncals ( 1924), cuyos ttulos ya nos hablan del papel que adjudicaba en
su obra al lugar de origen (realiz, asi1nis1no, Ja lpida dedicada a (]ayarre, 1924; y
el n1onun1ento al general Sanju1jo, 1929 en Pan1plona ~de1nolido en 1931, luego res
taurado). De nuevo ese estilo narrativo, de un realis1no idealizado y sobre n1ovos
conten1porneos. l)e nuevo un 111undo, el de la provincia, que afloraba en 1nbitos de
la cultura con10 realidad contundente dictando sus n1olivos, scfalando su presencia
con10 realidad establecida.
w9 Vase sobre el pintor los coinenlarios a la reciente exposicin en Soro/fa, 1994. Especialmente el
artculo de Franccsc Fontbona.
11 Segn el gusto historicista de los n1onrnnentos de la poca como el Mo111111u'11fo a Isabel la Carlica de Manuel Oms en Madrid o el Ra11111Bere11g11er111 el Grande de Lliinona en Barcelona (o aun
los 1n01n11nentos a Coln de Barigas Morav y Atch de 188 l en Barcelona y de Arturo Me!ida en Madrid). Vase Marn-Medina, 1978.
iii Vase el prograina del monumento en La i\vala11cha 300, 7 de scptien1bre de 1907.
11 ' Vase Esparza, 1935: XX, vuelto.
113 Vase Orbe, l 985: 194, de donde proceden las citas de Ara/ar.
11 1
Expuesto en e! Saln del Trono del Palacio Provincial tras su realizacin, y a cuya inauguracin
acudi en pleno et 1nundillo intelectual de Ja ciudad (entre ellos Ciga y Zubiri) y varias autoridades (vase
EPN, J8den1arzodc 1931).
[331]
Ta1nbin Joaqun Lucarini fue apreciado en lava con10 hijo de la provincia 1 1.'i.
Inici su prnera poca siguiendo el estilo realista espaol y los 1nodos del naturalis1110 barroco, para evolucionar luego hacia las fonnas 1ns slida1nente clasicistas y
el 1nonun1entalis1110 116 (en la posguerra recibi varios encargos en ese sentido) 117 No
se ocupaba con 1nucha frecuencia el F>ensarniento Alavs de tenias de arte, pero en
1nayo ele 1936 reproduca un artculo elogioso para con el escultor publicado en La
l?evue Moderne (lo cierto es que s tuvo un cierto renon1bre en Pars) 118 . La razn:
por estar dedicado a un l9,stre paisano. Ciertan1ente, Lucarini tena 1nrito con10
escultor, pero lo que de l se apreciaba, sobre todo, era su condicin de paisano ilustre. Aderns de practicar un tipo de escultura con1prensible, de un e1npirisn10 dccin1onnico, y tratar de 1nostrar los rasgos de la estirpe, con10 en los bajorrelieves encargados por la Diputacin, en que representaba un [!,/cano en su rudeza y audacia,
tal con10 deca la revista francesa, su 111ri10 para ser reconocido por el peridico local era el de ser del lugar (es decir, en la provincia, no n1s all) y haber triunfado
fuera. Eso le avalaba co1no personaje ilustre entre el vecindario y reconocido en su
labor.
1.2. 1.3.
Culrura de masas
Qu ocurra en lo que toca al inundo del espectculo de 1nasas? Si nos atenen1os a la contribucin ingresada en Ja Diputacin de lava en concepto de 1in1bre
por parle de las empresas de espectculos para el ao 1927, aquellos que ms pblico atraan por esos aos en ciudades con10 sta eran las corridas de toros y el
teatro 119 .
La fiesta nacional gozaba de larga solera en ciudades con10 Vitoria, donde ya exista una tradicin que proceda del xv1n 12 y que en el x1x se consolid con la creacin
115 Aunque de antecedentes italianos -su padre fue e! escultor ngel Lucarini- haba nacido en
Fontecha, lava (1905) y, a pesar de su priincra fonnacin en Bilbao, luego ejerci en una pri1ncra etapa
en Vitoria (con encargos de la C:~ja de Ahorros y la Diputacin de lava) y estuvo pensionado por esta
ltima.
Que hubiera sido del gusto del arquitecto pmnplons Vctor Eusa.
Vase Begoia y Beri:in, 1985.
113 Vase PA, 5 de 1nayo de 1936.
119 La cifras en concreto se desglosan del siguiente modo:
ll6
117
10.071
88!
764
379
5.776
11.474
6.553
1.925
[332]
121
122
12
'
121
BELA. 1980.
RELANCE, 1924.
AI-IPA.lNE.19.
Pueden con.su!lar.se !a.s noticias que da Lui.s del Cainpo (1943; 1980; s.d.; .s.d.a; .s.d.b.) sobre la
his!oria de! !orco en Navarra y el Encierro de Pamplona.
125
Vase Campo, l 980: 51-60. En cuanto a lo.s argun1entos, el Eco de Navarra (28 de junio de ! 876)
sostena que el 85 por 100 de los aldeanos de !a Cuenca acuda a Ja ciudad para participar en la entrada.
Su suspensin podra reportar una.s prdidas, calculaba, de 28.000 pe.setas para la ciudad (natura!n1ente
lo.s clculos .son absolutmncntc alcatorlo.s).
[333]
Antes que las obras 1nayores se preferan las obras ligeras y sainetescas. Para el hon1bre cultivado de provincias, resultaban atractivos libros con10 los de Jos Subir, La
tonadilla escnica (Madrid 1928-29) y fonadillas teatrales inditas (Madrid 1932),
donde rpida1nente se buscaba la referencia local para con1probar que, a pesar de su
carcter n1qjo (1nadrileo), la tonadilla tena tan1bin que ver con la propia tierra, la
tierra navarra, en este caso. As, por ejc1nplo, Santiago Larregla, n1dico de Pan1plona,
comprobaba con deleite en las pginas del libro de Subir que existi en la Corte de
finales del xvn1 una fa1nosa,, tonadillera apodada La Navarra. O que en la inotrilera
Cararn/Ja haba una letrilla que deca ... porque yo, sefior n1o --soy de Navarra.
-Soy de la tierra donde es el pascto --la 'l)1conera ... 126 . Aparte de la exaltacin de
lo local, haba un gusto por la recuperacin arqueolgica de lo propio, que antes he
con1entado.
En 1900, 1901 y 1903 se llevaron a Pamplona obras de Jos Echegaray, la Electro de Galds en 1901 (con gran escndalo) y a Jacinto Benavente en 1901, 1902
y 1903 127 Pero, en general, antes que el gnero dran1tico, se preferan las obras de
aire ligero del teatro lrico espaol. Fue la zarzuela, considerada un arte vulgar por Ja
Ilustracin 128 , y recuperada con10 reaccin nacionalista a partir de 1847 por la Asociacin I..,a E'spalla Musical (presidida por el navarro Hilarin Eslava, y fonnada por
Arrieta, Gazta1nbide, Barbieri, etc.), la que inayores adhesiones consigui entre los
navarros a principios de siglo. I~n Pa1nplona se llegaron a representar El !<.ey Sabio;
El barberil/o de Lavapis de Barbieri; La Cruz Blanca; Cdiz de Javier de Burgos 129 ;
(]igantes y ('a bezudos; El barquillero de Chap; Agua, azucarillos y aguardiente, obra
cumbre de Chueca 130 , El molinero de Subiza de Cristbal Ubr; La Roncalesa de Fiacro Ireizoz y Joaqun Larregla, etc. i:n. Todas ellas realizadas en escenarios considerados tpicamente populares y en Jos que fue ganando la idea de reaccin castiza (del
recopilador !za Zamcola al brioso compositor Francisco Barbieri) frente a la corriente italianizante que defendieron algunos de sus prneros pron1otores. Posterior1nente, y sin abandonar las representaciones zarzuelsticas, co1nenzaron a representarse operetas italianas y vienesas, entre1neses, juguetes cn1icos, circo y revistas de
variedades 132 No lleg, sin en1bargo, hasta Pa1nplona la influencia funesta de Ja <lis-
el Teatro Gayarre de Painplona (salvo que se especifique otra cosa), y cuyos optsculos son citados por
Prez Goyena (1964):
[334]
locada n1s1ca negra y de la n1sica de cabaret, que tanto disgustaba a Jos adrnira-
1909:
ENER()/FEBRERO: Gran CornpaHa Zarzuela y pera Espaio!a de Pablo Lpcz/tiplc: Pilar Lacan1bra/obras: RiRole110; Lyss1ra1a; La 1(m1pestad; Las dos princesas.
-----ABRIL/PASCUAS DL-:: RESURRECCIN: Gran Co1npaa Cinico-Lrca {dirge Cos1nc
Bauz): i-<1 Fea del Ol.
-- 9 DE JULJO. SAN FERl\1N: Festival de la Jota. Primera parte se ejecutan dos plczas. Segunda
parle, Ccrtaincn. Organiza Orfen Pamplons con !a cooperacin de la Rondalla Zaragozana y la
banda del Regimiento de Inf~mtera de Ja Constitucin
----\(!()STO: Clebre Coinpaia Lillipuzcana della Citta di Roma: The Geislw (de Sidncy Joncs),
opereta japonesa en Lrcs actos; Lucia di Lamermoor pera; La Sonmbula.
SEPTIEMBRE: Orfen Pamp!on.s y San!a Cecilia y bandas 1niltares de los Regi1nientos de Amrica y Cantabria; la pianista Santos Laspiur y el violinista Jos Antonio Huarte; a beneficio reservistas y fainilias; Pa1rio1is1110 o 81 Sirio de Gerona, entreins patritico, de .los M." Huarte y
L'.stanislao Luna (escrito expresamente para !a velada).
- SEPTIE!\1BRE/OCTUBRE: E111ierro de Don Carlo.1 de \/are11.1e; l..<1 viuda pobre; A11Relu.1 en allo
mar; /:"I ciego de Jcru.1'ali'!11, ele.
-- OCTUBRE: Conciertos vOL'ales-instruinentalcs Quinteto Espafiol de Mt'1sica de Cmara de la Orquesta Sinfnica ele Madrid (dirige ngel F. Fuentes).
En el Teatro Principal de Tudela: Con1paiHa: Los An1adara. Los chorros de oro (de !os hermanos
Quintero); A1acrfi Sau-Fau. salida cmica bailable; El J)hlogo; El Chiquillo; l-<1 Florista; El A1orrongo.
--INVIERNO: Coinpai'a Cn1ico-Dramtica (dir. Jos tvlontijano; aciriz, Pilar Ortega): E'I matri111011io i11teri110; El Regimiento de Lupin (20 representaciones); El s11e1/o dorado; El nido (29 representaciones); A1ilitares y paisanos (!9 representaciones);!:'/ .10111hrero de copa; 1\1a11c!u1 que
limpia; y el 1-loinbre caiin.
--- DICIEMBRE/ENERO/NAVIDAD: Coinpafias C6n1lco-Lrica (dirige priincr actor Manuel Rodrguez): La Divisa; Sangre Moza; l..<1 /az.a de t (12 funciones); El contrabando; Moro.1 y Cristianos; Carcelera; La Rabalera (12 funciones); El barquillero; Los hombres alegres; 1::1 rey del
pelrleo; Ag11a, Az.ucarllos y AR11an!ie11te; La Revoltosa; /,<1 ilt(a11ta de los b11cles de oro; /)ora.
1910
--FEBRERO: Gran Cnmpaia C1nico Dramtica Pahna Reig: J)S chorros de oro (entrems), Amores y a111oros (14 funcones con solo 3 reprise), .<1 escuela de las princesas, Francilln.
- ABRIL: En e! Saln de Actos del Instituto ele Pamplona: Filannnica Pamplonesa: /J1.flaura l'll
ca111ada de Mozarl, cte.
JUNIO: Filarmnica Pamplonesa/pianista Santos Laspiur y Orquesta de Ja Sociedad Santa Cecilia (dirige Santos Vengoechea)/ obras: Patria.' (obertura dranutica) de Bizet; Leonora (obertura
opus 3:') de Beetbovcn.
- JULIO: En la Plaza de Toros de Painplona: Coinpafia Acrobtica Cmica y Ciclista (artistas de
distintos circos del inundo): El hoinbrc flecha, E! salto de la n1uerte-.
--- JUNIO: Compaa Cmica de Teatro Lara (director Mariano de Larra): Francfort, lJ1 Cscara
Amarxa. El Paraso, 1(Jrtosa .Y Sohn; Crispn y su con1padre.
- OCTUBRE: En la Plaza de Toros de Pamplona: Gran Cmnpafia de Varits/obra: Las Tres Nacioneslrepresentacin 111oral y recreativa (dirige Guillenno Pupn).
-OCTUBRE/NOVIEMBRE: Ciran Coinpaila de Zarzuela y pera Espaola (dirige Cos1ne Bauz
y Carlos Barrenas): Bohe111ios y Pagfiacci; El j11rame1110 (21 funciones), Mis J-Je/ye11, La Tempestad ( ! 2 funciones), El Conde Luxemburgo (3 representaciones).
NOVIE'i\1BRE: Cornpaia C1nico Draintica Rodrigo Vigo: /)01/a Clar11es (comedia de dos actos), Primo Prieto (juguete cmico), JI vidt1 burguesa (Pelez; con 27 representaciones), Rafjles
1335]
dores del gnero nacionaJl 11 . Incluso, cuando entrado el siglo se inauguraron nuevas
salas se estrenaron con zarzuelas. As en el teatro-circo Labarda se estrenaron las zarzuelas El do de Africa, /_,a viejecita, y E'/ baile de Luis Alonso, y en el teatro-cinc
Eslava la zarzuela /3ohernios de Vives 134
En alguna ocasin (co1no en aqulla en que en el T'eatro Coliseo, abierto 1923, se
dio una sesin de varits con la Cornpafia de Josefina 13aker; o cuando en 1928 se
represent la opereta La viuda alegre de Franz Lehar) en que desde las autoridades
eclesiales se consideraba el g.spectculo den1asiado frvolo, se organizaba una liturgia
de desagravio (en aquella ocasin en la vecina Iglesia de San Ignacio). L,o paradjico
era que el pblico acuda a an1bos actos (por la tarde a la funcin eclesistica de desagravio, dejando vaco el Coliseo, n1ientras en la sesin de noche lo abarrotaba) 135 .
Aquello fonnaba parte del espectculo: se cu1npla de da con la nonna oficial de la
co1nunidad (que itnplcaba acudir a los actos litrgicos), pero ttnnpoco se transgreda
aqulla al acudir por la noche al teatro. I~ra un acto de vena picaresca que no i1nplicaba contestacin (ni la opereta o las variedades nplicaban una alternativa diversa a
la cultura castiza).
Entre los referentes n1usicales de la clase inedia de la provincia, estaban el Bolero
Estejna, la Rapsodia e.1paiiola de Chap, el pasodoble Gerona, el \lals de las olas,
la rapsodia La cacera, habaneras del alavs Sebastin Iradier. escuchadas con flecuencia a bandas nlitares de los Regin1ientos de la ciudad 13 (). Msica ligera que con1pona un escenario identificado con la fluida y colorista vida de la propia ciudad. l~n
los colegios, con10 el Colegio 1-Iuarte de Pan1plona, era habitual la representacin de
escenificaciones que tendan a co1nbinar el tono ligero de la co1nedia y los ares populares del lugar. Entre los recuerdos de B!asco Salas, por ejemplo, se conservaban
aquellas representaciones del Colegio regentado por el msico Alberto Huarte, entre
los que se encontraban las obras Los abuelitos, Patriotisrno (episodio relacionado con
el sitio de Gerona de 1808), Donde las dan las toman juguete lrico, La liheracin de
Carlos !l el Malo Uuguete lrico-dramtico), y Buen hijo, El quitmnaHas y Abne;r1cin filiaz! 37 . Obras surgidas en el contexto de la cultura sainetesca y el gnero de la
tonadilla, de larga tradicin en la escena espaola, asociada habitual1nentc a Ja vida
local y a la que los nuevos con1positores (Falla, rurina, Espl, La Via, cte.) tendan
a desdear 118 .
( 19 funciones), El 111iser(lbfe puchero, Sangre go1da (25 funciones), Cambio de tren, Los hijos ar-
1336]
Una referencia a lo local que, n1s all de constituir un siinple entra1nado silnbJico, se haca explcita en inultilud de ocasiones en los finales de espectculo, con la
interpretacin de piezas con10 Ja rapsodia de 1notivos vasco-navarros Aurrer de Fidel Maya, hijo de Pa1nplona, el zor1ziko Navarra de Astrin (el autor del fa1noso Vals
de los Sanfennines) o la jota Viva Navarra de Joaqun Larregla 139 . Y es que provincias con10 Navarra, tenan un largo elenco de autores e intrpretes 1nusicales originarios del lugar (1-:lilarin Eslava, I~111ilio Arrieta, Joaqun Gazta1nbide, Pablo Sarasate,
Julin Gayarre, Joaqun Larregla, Fernando Remacha o el propio Miguel Astrin) a
los que reiterada1nente se haca referencia en artculos de prensa, folletos de fiesta, o
revistas locales. Sie1npre para destacar su condicin <le buen pa1nplonica y an1ante
de su ciudad natal, o defenderlos de acusaciones de excesos de italianistno (el gran
debate de finales del xrx), que los descalificaba con10 portadores de Jos valores castizos1'w. E.ran casi una institucin en la ciudad de Pa1nplona los artculos que, ante la
proxin1idad de las fiestas, rc1ne1noraban las Glorias y recuerdos n1usicales 111 de los
ilustres hijos de la provincia. I~n ellos se resaltaba, con tonos de exaltada idealizacin,
la adn1iracin que en el inundo se tena por aquellos e111bajadores de la provincia y
su condicin de buenos navarros (que quedaba explicitada por su apego a los buenos
usos locales, su apoyo a las iniciativas de la ciudad y la participacin en actos 1nullitudnarios en los que el protagonista era, de nuevo la provincia) 142 Y si su origen era
hu1nilde, con10 era el caso de Hilarin Eslava ( pastorcillo en su pueblo, l3urlada ),
se destacaba aquella condicin para que resaltaran an 1ns los altos honores que haba alcanzado (Caballero de la Gran Cruz de Isabel Ja Catlica y de la Orden de Mara Victoria, Co1nendador de Carlos 111, etc.) 143 En el nlis1no sentido, se con1entaba
lirrit1nia y politonalismos). no abandonaran plenmnente ese escenario de la provincia a que esunnos haciendo referencia.
1.w Corel!a, s.d.a: 26.
110
Vase, por ejeinplo, Eusebio Garca Mna, La n1sica en Navaffa);, en Garca Enciso, 1925. I-lilarin Eslava y Emilio Arrieta representaron aquella corriente que aspiraba a elevar, a travs de las influencias italianas, la calidad de las zarzuelas, frente al casticisn10 de Barbieri ms partidario de n1a11tener la zarzuela vinculada a sus antecedentes espaoles.
111
Vase e! artculo de Alberto de Huane en DN, 13 y 15 de julio de 1936. Del n1isn10 autor Notas de arle. Joaqun Larn.~gla)>, /J/'l, 7 de julio de 1936, etc.
H2 Resulta grMico el 1nodo en que Alberto Huarte (n1sico local y director del Colegio I-Iuane, con
su hennano Jos Mara) relata el gran acto que en 1882 tuvo lugar en el Teatro Principal de Painp!ona en
el que coincidieron el violinista Sarasate y el tenor Gayarre. Tras interpretar ambos obras de su repertorio, concluyeron, ante los vtores del pblico, tocando el maestro Sarasate sus clsicas jotas y habaneras
(don Pablo acuda cada afio por Sanfennines) y Julif1 Gayarre la roinanza Un ;feto, del tambin navarro Ciaztainbide y el zortziko El rrhol de (Juernca (Gernica!.'o arhola, de lparraguirre), para terminar entonando todos el Ave Mara de Gounod, n1omento de religiosa cn1oci6n para los navarros. Fueron aquellos, co1110 acostumbraban a ser las conocidas visitas de Pablo Sarasate, unos das en que la ciudad gir
en torno a los nnsicos, sa!indoles a recibir y obligndoles a salir a saludar a !os balcones de la Fonda
Europa en la que se hospedaban (con escenas en las que se les inostraba un afecto de paisanaje --1nientras yo daba el do de pecho tt no podas con el re bono!, !e deca, entre risas del pblico, el con1pafiero
de infancia Cupruch a Gayarre, tras encarainarse al balcn-, una admiracin hacia el paisano de xito
antes que a la indudable calidad artstica de Jos hmnenajeados).
1
~.1 Albe110 Hua11e, Genio 1nsico en el nnmdo del arte. Paston.::ito en su aldea)>, D/\1, 9 de abril de 1936.
[337]
el xito del bajo Jos Marclones, que haba pasado de labrador a saln1ista, ele saln1ista
a zarzuelero, para tcnninar con10 cantante de pera en l...isboa, H.01na, La l--Iabana o
Nueva York. Se destacaba de l su condicin de hijo del pueblo, de Fontecha
(lava), se precisaba. I-labra alcanzado las n1ayores cotas en su profesin, pero Mardones sie1npre !seral de Fontecha 1'14 l)e n1odo, que cuando se hablaba en aquel contexto ele pueblo, no era para referirse a un grupo de gente de condicin hun1ilcle (tal
con10 podan expresarlo en otros crculos culturales en un n1on1cnto, 1924, en que Ja
cuestin social ----en expi,~esin de la poca-- tena ya una presencia 111s que no
table), sino para hacer una referencia geogrfica, y la condicin de labrador opastorcillo no haca sino resaltar su pertenencia a la casta, a lo propio, de tal suerte que
no exista en ello una idea esta1nental, y aun n1eno,.;; clasista, sino esa idea castiza de
la sociedad que Jover destaca con10 heredada del 1noderantis1no dccin1onnico 1'1.'i.
Podra seguirse con otros 1nbitos de la cultura y la vida socaJl 4 <i que dieran noticia de esa realidad que era en Ja Espaa del 1non1cnto la provincia.
Naturahnente, cuando aqu se habla de cultura castiza no se est pensando en una
fnnula estilista precisa. Se habla, 1ns bien, en sentido a1nplio, de una larga y slida
tradicin que se representaba a Espaa desde la provincia, y que, en esencia, contena una visin esencialista del pas soportada por la tradicin (y en 111uchos de los casos, por el catolicis1no), que tendra su pleno desarrollo en la vida provinciana (por
ser en ella donde 1ns resistente1nente se conservaban los rasgos de la sociedad tra-
dicional.
l)e 1nodo, que sa era la provincia, realidad en la que fonnaban Pan1plona y Vitoria. Una provincia donde, a diferencia de lo ocurrido en Francia -con10 se deca
1ns arriba-, se haba desarrollado una poderosa y dinn1ica vida local ajena a Madrid, con sus peridicos 147 y sus econon1as con1arcalesl'18 , sus n1bitos de influencia
y su cultura inspirada en los valores del casticis1no. lJn inundo provinciano que aun
a la altura de 1936 se justificaba y agotaba en s n1is1no. Naturaln1cnte, sicn1pre en
este punto cabe un grado de interpretacin: qu duda hay de que el Estado nacional
vena funcionando desde el pasado siglo, de que la idea de I~spaa --en sentido centralizador- se abra can1ino desde el xvnr y las culturas y el increado se iban integrando a lo largo del xrx. 'fa1nbin que otras ideas de Espaa haban prosperado (aunque ninguna como palhos masivo; ms bien en crculos intelectuales). Lo que cabe
111
Annentia, 1924.
Jover, 1992: 200-202.
H Vase, por ejeinp!o, la i1nagcn que de la vida en la ciudad de Vitoria da Gregorio Altube (1949)
en su Vioria ... o as1: por cje1np!o.
117 Vase las publicaciones peridicas de Pan1plona en Calzada, l 964; Santmnara, J 990; Majuelo,
1990; y los trabajos de S,1nchez Aranda. Para Vitoria vase especialmente Rivera, l 986. Sobre el Pas
Vasco y Navarra vase Garitaonanda, Granja y Pablo, !990: II; Pablo, 199!.
148
Hasta el punto de que el trazado del ferrocarril fue antes producto de iniciativas locales y pugnas
entre Diputaciones, que producto de un plan nacional de trazados (puede verse Urabayen, 1927: Velasco,
1984: passi111; Rivera, 1992: 49 y sigs.; Novo, 1992: Esartc, 1982; Macas, 1992; Santainara, 1993.
145
1338]
destacar es que, en priiner lugar, la provincia co1no cuerpo social (en el sentido que
aqu se ha utilizado, no con10 unidad adn1inistrativa) se fonn en paralelo a la nacin;
que, por tanto, fue una realidad de la Espafia conte1npornea del n1is1no 1nodo que lo
fue la nacin. Segundo, que, sobre esa realidad, la provincia, y cierta tradicin castiza, se construy cierta idea nacional, fciln1entc fonnulable con10 naciona/is1110 tradiciona!isra, de arraigo n1asivo (pues, con10 deca Juan de la l~ncina, la fiebre creadora del aoso espritu nacional habase desvanecido casi por con1pleto en los altos
rangos de nuestra sociedad; perdura! ba'!, en ca1nbio, en las forn1as anrquicas y anacrnicas, en la pintoresca y variada base de la co111unidad cspafiola ... Lo pintoresco,
lo bizarro, lo espontneo, lo heterclito, desapareca ... l\1vieron que refugiarse tios
creadores! para hallarlos en los a1nbientcs equvocos de aquella Iberia llena de anacronisn1os; deca expresan1entc, que, al hacerlo, se seguan los pasos de Jos ro1nnticos franceses decin1onnicos, aqullos que bucearon en el cxotis1no de Espaa 1'19 ).
No era, por tanto, Ja de Ja provincia, una identidad disgregante (con10 pudieran ser
los nacionalis1nos vasco o cataln), sino que tena voluntad de ser constitutiva de lo
nacional espaol a partir de la diversidad 150 . Y, tercero, que la provincia tenda a representar la tradicin, lo supuestan1ente inn1anente, de 1nodo que su peso efectivo yugulaba Jo nuevo que vino con el siglo -~-y que a otros pases europeos lleg a travs
de la gran 1netrpoli que, en el caso espaol, no era Madrid.
Pinsese, por lo den1s, que nos halla1nos ante dos pequcfias ciudades que, perteneciendo a esa extensa parte de Espa'.a que era la provincia, eran territorios forales (lo
que fonnara parte de su espec(ficidad constituciona/ 151 ). Una condicin coherente con
la anterior realidad pero que la trascenda y reforzaba (y sobre la que volvere1nos).
1.3
LA INVENCIN DE LA GUERRA
COMO REBELIN DE LAS PROVINCIAS
Pues bien, aquel equilibrio ineslable que 111antcnan las provincias con la capital
de Corte, haba sido roto con la J(cpblica (o as se percibi en los crculos que sustentaban su poder en la realidad perifrica). Por prin1era vez una lite europcizante y
verdadcran1ente extra'.a al casticis1no, gobernaba en Madrid sin la provincia. No es
que la l(epblica iniciara un proceso de transforn1acin urbana y relacin capital/pro-
H9
[339]
vincias, que ya vena dndose algn tietnpo atrs, sino que se apropi del ideal 1110dernizador para convertirlo en ideal poltico del Madrid republicano, capital poltica
de la I<.epblical 52 No fue si1nplen1ente un ca1nbio si1nblico, sino que conllev un
cambio en la relacin de poder. El contacto directo con el crculo de poder central que
la lite local haba tenido durante la Restauracin -y aun durante la dictadura de
Pri1no- se haba quebrado 153 Y la plebe, el populacho anticastizo inovilizado por la
nueva realidad de 1nasas, haba ocupado las calles de la capital. Por recuperar el hilo
de lo expuesto arriba, la pro,pia cultura nacional co1nenzaba a ser quebrantada por una
cierta idea de cosn1opolitisri10 que incorporaban las vanguardias1.~' 1 , y se acercaba a la
produccin del propio Pas Vasco'". aquel territorio que fue percibido por unos y
otros co1no oasis de los valores arcaizantes (en tnninos de J~spafi.a para la 111ayora
152 Con10 ha sefialado Wa!ther Berncckcr (1993), en el perodo de cntreguerras una nueva i11te!ligentsia fonnada en contacto con las universidades europeas (Prez de Ayala, Luis Araquistin. Macztu,
Juan Negrn, Jos Castillejo, Eusebio D'Ors, Salvador de Madariaga y, cspecia!!ncnte, Ortega), dominaba
el panoraina cultural espaol. Por priincra vez se ro1npa con el ostracis1no cultural que haba identificado
lo novedoso y lo progresivo co1no antiespaiol (pinsese en los 1-feterodoxos 1nennd<.?.-pe!aycscos; pero
ta1nbin en el segundo Unainuno). Aquel cambio en la cultura vino a quedar cristalizado en trminos polticos con los gobiernos de la Segunda Repblica. As lo ve Santos Juli (1995: 501), aunque pone el
acento en el can1bio que ya se vena produciendo desde tieinpo atrs.
153 Sobre este punto vase la relacin fluida que n1antuvo Rainn1ndo Garca y la propia Dipulacin
Navarra --sieinpre basadas en las relaciones personales directas~ con las altas instancias de los gobiernos de Ja inonarqua y el dictador Pri1no en Snchez A rancla y Zainarbide, 1993: ! 21-13 J. Pedro EsarLe
(1986) hace una valoracin 1nuy negativa del resultado para Navarra de la aplicacin del Estatuto Municipal de 1925 y e! Convenio Econrnlco de 1927. An1n de que quepa otra valoracin de la mera pcrvivencia del Convenio y Ja legislacin cxcepcionalista (cabe convocar aqu a !os Clavero, Ciarca de Enterra, etc.), queda patente en este trabajo, de nuevo, el poder de !a provincia y !o fluido de las relaciones
entre la lite loca! y las instancias de gobierno. Una visin ms ponderada de estos misn1os episodios en
Fuentes, 1992. Las cosas para la Diputacin con1cnzaron a ir nial con Ja llegada de la Repblica (vase
Aizpn, 1988; Pascual, l 989).
15
~ A pesar de la deriva neocastiza que puede observarse en algunos de ellos y a la que he llccllo referencia 1ns arriba (vase texto y nota 39). Sobre las vanguardias espaolas puede verse Brilluega, l 981:
377-453 (y, en general, todo e! libro); 1982 (antologa de textos); Calvo Serraller, 1990: 93-219. En cualquier caso se daban situaciones paradjicas corno quienes vean el cubisino co1no algo ;e111ii11a111eiue espaiof (cierta1nenle, fue gente ajena al pas la que as !o vio, mientras que las nuevas corrientes se introducan con grandsi1na dificultad en Ja Pennsula; vase Calvo Scrraller, 1990: 109- 1 ! O). Slo la Repblica
signific para Ja cultura Con10 una aurora prodigiosa ante !a que ennn1deca el pasado}) (Brihucga, 1982: l l );
aunque es el 1nis1no autor (vase 1982: J 5 y 11.) quien subraya !o que haba de cambio cualitativo en ello,
antes que cuantitativo: la mayor parte de la produccin cultural para el consrnno masivo recorri los
viejos senderos.
155 Vase para la arquitectura lo dicho en la Parte Segunda de Ugarte, l995a. En general, Baraiano,
Gonzlez de Durana y Juaristi, 1987: 274-322 (vase 1ns especfica1nente sobre la ruptura republicana
pgs. 316 y sigs.). T'a1nbin Kortadi, 1993: 32-35. Afect sobre todo a Bilbao y tambin a San Sebastitn
con la generacin de los Nicols Lecuona, Narkis Balcnciaga, Jorge ()tciza, Flores Kapcrotxipi, e!c. En
Vitoria se edit en 1928 El Pjaro Azul y durante !a Repblica !a revista .5; pero con 1nuy escaso iinpacto
social. Sobre el inundo cultural que almnbra Bilbao a principios de siglo con cierta aspiracin de vanguardia puede consultarse el libro de lvaro Chapa (1989), aunque no se adentra 1nucho en la poca republicana. Existe una publicacin reciente de Adelaida Moya (Orge11e.1 de fa vanguardia artstica en ef
Pas \fsco. /'hcolds lekuona y su rie111po, Madrid 1994).
[340]
dentro y ruera de esas provincias; no para el nacionalis1no vasco, cada vez 1ns consolidado, que lo fonnulaba, naturaln1enle, en trn1inos de especificidad y de fonnacin de una nacin diferenciada).
En aquel contexto de n1utacin social, tal vez la que 1ns drstican1cnte can1biaba
era la propia capital (ahora capital de la H.epblica, en palabras de Azaa). As se
dejaba entrever en las publicaciones de la provincia y as se perciba desde la periferia. La propia fisonon1a de Madrid, tras abandonar el centro de la Plaza Puerta del
Sol, can1biaba por aquellas fechas. Y no por una decisin 1nunicipal solan1ente, sino
vinculado a un proyecto poltico que aspiraba a renovar E.spaa (Madrid es el centro ... donde vienen a concentrarse todos los sentilnientos de la Nacin, donde surgen
y rebotan a todos los n1bitos de la Pennsula las ideas, Azafia). Naca un nuevo Madrid que ca1nbiaba su ensanche deci1nonnico cerrado, por una geo1netra abierta al
resto de Espaa en torno al eje Prado-Castellana. Adquira, definitiva1nente, Jos rasgos de una gran capital europea entre el utilitarisn10 111etropolitano y la n1onun1entalidad sin1blica 156 (lo que generaba un sentin1iento contradictorio al provinciano que
viajaba a Madrid: tal vez la ad1niracinl 57 , y, desde luego, un sentirniento de prdida
de los viejos y queridos espacios, con10 aquella calle 'l'oledo, increado colorista
donde se vende de cuanto l)ios cri, con sus ochenta y ocho tabernas que describiera Prer, Clalds) 158 'l'odo aquel can1bio de la fisonon1a de la ciudad se corresponda con la progresiva ocupacin de Ja calle por parte del pueblo. Madrid haba entrado
en un proceso de ebullicin social que le llevara de esa prin1era autorrepresentacin
de los capas bajas de la sociedad con10 pueblo, a su refonnulacin, que ya se insinuaba
aos atrs, en tnninos de clase (con lo que ello tena de consecuencias en las relaciones sociales y con lo que todo esto chocaba con la inentalidad aorante de la lite
de la provincia). No slo en Madrid, ta1nbin en Barcelona y Bilbao el vul.:o (co1no
gustaban de lla1narle aquellos grupos) ocupaba las calles 159 .
Frente a ellos, Pan1plona o Vitoria (1nenos esta ltin1a), a pesar de los intentos de
Ja chus111a (se deca) por rotnper la confortable annona, 1nantenan el entendilniento
de una fan1ilia cohesionada (as haba quedado establecido tras la prolongada tarea de
reconstruccin del elhos local llevada a cabo durante la H.ephlica -vase supra, Segunda Parte). lJn entendilniento que -situndonos ya en la fase final de la l{epblica~- se n1antena incluso en las discrepancias y que afloraba cuando la co1nunidad
era agredida.
L'i<> Juli{l, 1992: 426 y sigs. Sobre todo, Juli, 1995: 501 y sigs. Sobre el utilitarisn10 y !a 1nonu1nentalidad de las capitales, ()]sen, l 986.
1:. 1 Desde Vitoria, desde todos los lugares de la Nacin, se la adiniraba coino diosa tutelar. Se copialrnn sus costumbres y sus n1odas en trnidos bosquejos rayones en Ja cursilera. Se envidiaba a sus privilegiados habitantes cual si fueran seres superiores, que eran recibidos y agas:ados como tales cuando
!legaban y se establecan, por corto 1ie1npo, en la tranquila Ciudad, y despedidos con nostalgia cuando los
trenes se los llevaban ... >) (Alfaro, 1987: 63).
i:; A111ez.tia, provinciano y habitual en la capital castellana, dej recogida su nos!algia por el viejo
Madrid Villa !lustre de recogidos cafetines y verbenas goyescas en sus crnicas para el J)iario de Navarra (14 de mayo y 25 de junio de 1936).
L'i 9 Sobre esa ocupacin de' ta catle por parle del pueblo en Bilbao puede consultarse Daz Freire, l 990.
[341]
Esta noche ha sido robada la Iglesia de San Miguel --deca la crnica del J)ensarniento Alavs del da 25 de febrero de aquel ao de 1936, ya en plena deriva insurgente-, pero, se apresuraba a decir el corresponsal, el n1vil no ha sido la profrtnacin, sino sin1ple1nente el robo 1c10 . A los dos das detenan a uno de los ladrones
y, cfectivan1ente, era un delincuente habitual de !Jurgos (el otro era aragons subrayaba la nota). E'.rtra!los que venan a rc1novcr la plcida y cristiana vida local 161 As
se representaban aquellos incidentes (n1ientras se cargaban las tintas sobre actos sin1ilares que ocurran en el resto del pas co1110 agresiones a la Iglesia por parte de la
Repblica laica). Se haban reconstruido los fundamentos de la fe sencilla y los sm
bolos de la identidad local con10 actos de nostalgia 12 En el inundo de la cultura se
segua con los hbitos que observa1nos a principios de siglo: recuperacin de la 1ne1noria de ho1nbres,ilustres locales (con10 Juan de Huarte, filsofo 1ncdicval navarro,
a quien se le hon1enajeaba en 1933 en la antigua Merindad de lJltrapuertos -Francia-, su lugar de origen, y eriga un 111onu111ento en Pan1plona; o al Canciller Ayala
poeta 1nariano [e] hijo insigne de Vitoria en su sexto centenario; se reciba la publicacin de la Vida de San Francisco Javier de Jorge Schuhan1fner en castellano
co1no acontccilnicnto para la provincia 163 ), restauracin de la n1cn1ora artstico-histrica de la provincia (trabajos de recuperacin de la 1nuralla de Pan1plona y el Alczar de Olite, restauracin y reproduccin de los paneles en 1nadera de la techu1nbre de la Colegiata de Roncesvalles, del castillo de Tafalla, de los monumentos ele
Uxe, etc. 164 ), exaltacin de sus lugares sin1blicos (con10 Estbaliz, a la que se describa con10 Baslica presidiendo, con10 una ciudadela, toda la provincia y en la que
se colocaba una l1npara votiva por los agonizantes de lava en 1933, y se celebraba con grandes sole1nnidades el dci1no aniversario de su coronacin con10 patrona
de la provincia 165 ; Annentia, una de las 111s valiosas joyas de la tierra vasca y florn rqusin10 del arte ron1nico-bizantino; la Santa Espina de Berrosteguieta joya
alavesa, Nuestra Sefiora de Angosto en sus bodas de oro, etc. 166), hon1cnaje y recuperacin de los artistas locales (exposicin del escultor Fructuoso rduna en la Diputacin de Navarra -quien realiz, asit11is1no, el n1onu1nento a Juan de 1-luartc-~;
homenaje a Rcmigio Mgica, director del Orfen Pamplons; a Alberto Huarte, impulsor de la agrupacin Santa Cecilia; a Joaqun Larregla, autor de la jota Viva Na-
160 Obsrvese el matiz que se introduce entre pecado y pecado. El robo (pecado contra !a propiedad)
era una cuestin 1nenor de agresin a la coinunidad (simplemente un 10/}o), frente al otro pecado, el sacrilegio (pecado contra !as creencias religiosas). Nos habla con claridad 111eridiana sobre el registro en el
que se produca e! debate ideolgico. No era aqul un debate propio de una sociedad secularizada, en los
que valores con10 la propiedad estn en Ja priinera lnea de la confrontacin social (en una sociedad disgregada y clasista), no. El robo resultaba condenado, pero no adquira el valor de escndalo, de agresin
grave contra el orden social que adquira el sacrilegio.
161 PA, 25 y 27 de febrero de 1936.
162 Ugarte, l995a: 607-670.
16.'l Consejo de Cultura de Navarra, l 934; PA. dicicn1bre de 1932; DN. 9 de 1nayo de l 936.
l6-I Consejo de Cultura de Navarra, 1934.
165 PA, 11 de enero y 6 de mayo de 1933.
161
' PA, 27 de abril y 3 de junio de 1933; 23 de 1nayo de 1935.
[342]
11 1
'. l:'PN, J 8 de marzo, 7 y 15 de abril de 1931; 7 de julio de 1936; DN, 3 de mayo de l 936 y slgs.,
JO de inayo de l 936; l/i\, ! 2 de junio de l 931; Catlogo, 1936.
11
's /)/'/, 8 de julio de 1936.
19
(, Garca Lorca, Charla sobre e! tearro, 1935 (citado en Blanco Aguinaga y col s., 1979: III, l 13- ! J4).
170
No solarncn1c stos. Gi1n11cz Caballero --con su La Gacela Literaria- i11volucio11a (Brihucga,
l 981: 31 1, 321 y sigs.) desde el vanguardismo a posciones n1s casticistas (bsqueda de lo esencial na
cional) 1nanteniendo Ja esltlca vanguardista y proclan1fo1dose fascista y contrario, claro, al rgin1en
republicano. Desde el otro extren10 (Oc111bre, Alberti, Arconada, Cernuda, incluso l\1achado o Snder colaboraron en Ja revista) se comienza a proponer una cultura proletaria. En todo caso, desde Ja provincia,
se asocia todos aquellos 1novin1ientos con la inestabilidad introducida por Ja Repblica.
171 Vase nota 39.
1
'" Sobre las propuestas de CJasch, vase Brihuega, l 981: 313 y sigs. E! neotradiciona!isino de Azaa
puede desprenderse de Juli, 1990: 125-!28. Eduardo Subirats (1986: 237-241) viene a subrayar, con*
vincenteinente, el carcter superficial con que Ortega se aproxi1naba a las vanguardias (acus<ndolas de
deshu1nanizacin). Subirats sostiene, por contra, que aqullas (en su frialdad, abstraccin y racionalidad)
conectaban de modo autnlico con !a verdad de la inoclernidad y con los valores tnoralcs y deinocrticos
del hu1nanisrno (la crtica y la propuesta es ni<s extensa, pero no nos conciernen).
[343]
J .3.1.
173 Jos M." Elzagrate, Circular con10 secretario general de la Hennandad Alavesa (PA, 20 de febrero de 1936).
17 1 Iribarren, 1932: 13.
175 As describa Spengler (1943: III, 125) esa contradiccin pri1naria: En el n1ar Egeo, hacia la segunda n1itad del segundo 1nilenio antes de Jesucristo, dos inundos se hallan frente a frente. El uno lleno
de oscuros presentimientos, cargado de esperanzas, ebrio de pasin y de actividad, progresa lentamente
hacia el futuro; es el inundo 1niceniano. E! otro, alegre y colrnado, descansa en los tesoros de una cultura
vieja, y con fina destreza ve tras de s, ya resueltos y superados, todos los grandes problemas; es el mundo
rninoico de Creta.}} Los segundos rniraran con aire de superioridad el barbarismo de los pri1ncros. Pero
ignoraban que en el pecho de esos robustos brbaros alienta un sordo sentin1ienlo de superioridad>) que
acabar desplazando a los 1ninoicos alun1brando el futuro. Cino no sentirse seducidos, en lugares co1no
Navarra o el Pas Vasco, por esas i1ngenes de ho111bres robustos, acostumbrados, como estaban, a travs
de Ja literatura fuerista (a la que ya he hecho referencia) a representarse e! mundo rural corno continente
de Jos valores de Ja virilidad, Ja nobleza, Ja fortaleza de espritu (y aun fsica), etc.
116 Spengler, 1943: III, 141-144 (la cita es de 143).
[344]
esa cultura cargada de esperanza, ebria de pasin y de actividad scd;1 t--np.1l ik '-,;jl
vara ()ccidente (desde la subversin nacional que Spengler idenlircaha a la ;dt111;J
de 1933 con el 1novi1niento nazi) de los otros priinitivis111os que pretendan df:struirle,
l~s decir, podra librarse de las dos revoluciones en ciernes: la de la lucha de c!a
ses y la de Ja lucha de razas (la atnenaza oriental) de las que habl en sus Ailos de
cisivos 177 . Oswakl Spengler, con su ptina de erudicin, tena 1nuchos seguidores en
Navarra y lava -co1no he1nos tenido ya ocasin de ver 178 . Fonnaba parte, por lo de1ns, de ese peshnisn10 anti-ilustrado, irracionalsta, que do1nin Europa desde finales
del x1x (adquiriendo caracteres de 01nnipresencia en el perodo de entreguerras) 179 .
Aquella provincia (tan desdeosa1nente tratada por sus inventores franceses: los
I3alzac o los Flaubcrl), pasaba, en aquel n1odo de ver las cosas, de ser un fen1neno
sociolgico (nunca desdeable en l~spaa 18) a to1nar cuerpo polth:o y ejercer con10
s1(je10 de ca1nbo. Desde el punto de vista de Spengler, asun1a, nada 111enos, que la
n1isin histrica de salvar a Occidente de su propia decadencia. La provincia (las
lites que la regentaban) reciba con agrado, qu duda cabe, aquel argu1nento que las
situaba en el centro del proceso histrico en ese siglo de ca1nbios drsticos y de Uunto
al pesi1nis1no 1ns nihilista) utopas sin n1nero. Recuperaran, de ese 1nodo, un orgullo, tantas veces sentido y puesto en entredicho por la H.epblica, tal co1110 lo
vean, y se sacudiran un cierto co1nplejo que las c1nbargaba.
Aquel sentiiniento difuso, aquella vulgata, que conectaba con una larga tradicin
en Espaa (la idea de conlraponcr la provincia a la 1netrpoli), adquiri esa fonna poltica y se hizo explcita en los argun1cntos de los lderes de opinin de la clase n1edia conservadora en la prin1avcra de 1936. As lo hizo Garcilaso (de nuevo don R_ain1undo) desde su seccin l)ialogando en el J)iario de Navarra. No era ya slo
Navarra (la 13aviera espaHola), se planteaba, la que deba hacer frente a la revolucin
consentida por la I~epblica. Iba a ser la provincia, toda la provincia espai1ola, con
sus n1todos enrgicos, recios, y su hon1/Jre agrario la que se dispona --o, al 1nenos,
se era su deseo- a extirpar la revolucin que representaba la I~epblica. Co1no, tantas otras veces, An1ez1ia e1npleaba el eje1nplo francs para hablar de Espaa. De ese
n1o<lo, tras constatar la siiniltud entre las actitudes contundentes, llenas de ese orgullo prin1ario de quien se siente 1noraln1ente justificado y lleno de energa regenera-
177
[345]
181
182
Crcega, la regin que, tal vez -insinuaba Amezria en sus anlisis de poltica internacional, en
los que la decadente Francia izquierdisra se vea sustituida por la ILalia de Mussolinl y la Alemania nazi-,
fuera el prxiino objetivo italiano tras haber conquistado Abisinia (sobre la poltica internacional de la
poca puede verse aun A. J. P. l~tylor, 1963). Lo que, por Jo demts, Je agradaba: ver a !a decrpita Franela hrnnillada por la ascendente Italia, 1nodelo para todos !os pases rnediternneos.
183 Por aquellas fechas e! hroe de Yerdn n1ariscal Ptain (luego cabeza <le aquella parte de Francia
que acept y gobern bajo la frula nazi) alentaba la creacin de clulas antirrevolucionarias dentro del
Ejrcito francs (promovidas por el Mouvemcnt Secret d' Action Rvolucionnaire, conocido como Cagou!e). Era Ja cabeza del 1novi111ento n1i!itar francs antirrepublicano, de! n1sn10 n1odo que lo era en Espafia el general Mola, con quien don Rai1nundo daba por aquellas fechas los !tiinos retoques al 1novi1niento conspirativo en Espafia.
1 4
8 JJN, 27 de junio de J 936.
185 Arazuri, 1983-1991: 1, 100.
l86 Alfaro, 1987: 173-174.
is7 JJN, 26 de junio de 1936.
[346]
resuelta decisin de hacerse con el gobierno para frenar la supuesta revolucin que
estaba en cicrnes 188 .
Pero, volvan1os a la provincia (con10 categora de cultura). Fue sta la va elegida
para representar aquel conflicto (ade1ns de la agresin a lo catlico, consustancial
con el ser de la provincia en ese in1aginario). Era Ja cultura castiza, la cultura por antono111asia de la provincia, la que haba sido agredida. Se contrapona, as, la cultura
nacional, propia, catlica, castiza, con otras culturas extranjerizantes de hoces y 1nartillos y banderas rojas -se deca. Azaa, el liberal rnodern.ista que haba despreciado
los n1odos de la provincia, se hallaba ya preso del populacho (los socialistas) y conduca a la deriva el barco de Espaa.
Para escenificar esa contradiccin se eligi Madrid: era Ja pugna entre el Madrid
castizo, n1oldeado por la provincia, y el nuevo Madrid ----que se in1aginaba barrido
por culturas extranjerizantes y antiespaolas. Se deca que, con la Repblica el Madrid castizo, la Espafia castiza, la de la provincia, 1nora sin re1nedio. Las gentes de
t,argo Caballero y, aun peor, los extre1nistas de la CN1~ -esa chus111a que haca cerrar iglesias con sus huelgas y n1anifestaciones- se haban apoderado de aquella ciudad, la capital y centro neurlgico del pas (eso se deca), creando todo tipo de conflictos degenerativos que llevaran por delante la vieja cultura (que se contrapondra,
por otra parte, con la paz provinciana).
No era un recurso retrico, ni una sistenutica elaboracin filosfica, era Jo que el
reportero, que (Jarcilaso llevaba dentro, vea (o, 1ns bien, teja hasta darle una fonna
verosn1il). Ese ao a la altura de junio, por ejen1plo, deca, las verbenas de San Juan
!en el Prado] con10 la verbena de San Antonio [la goyesca verbena de San AntonioJ,
no se hal ba]n celebrado ... 1en Madrid! (Viva Rusia, viva Lcnin, viva Molotov!'),
porque a causa de las huelgas no hay quien levante una barraca)>, aseguraba (se refera a las huelgas de la construccin que tenan agitada la vida de la capital por esas
fechas)Hw. El Madrid goyesco, aqul que la cultura castiza haba llevado a identificar
con el Madrid genuino, perda vida y se des1noronaba ante la presin de otras culturas ajenas y el desorden de los nuevos tie1npos. Se asociaba aquella situacin, en pri111er lugar, al desorden. As la vida ciudadana tranquila y sosegada de otrora se paralizaba y perda pulso y vitalidad con Jos das de huelga y agitacin (como aquella
huelga general convocada por Ja CNT para el 18 ele abril, tras los graves incidentes
en el desfile del 14 de abril y las muertes en el entierro del 16 190). Todo resultaba mortecino para la vieja Villa y Corte en ese da. Hasta el punto de que por las calles cn-
1 8
~ Haba esa idea de que en Europa, antes que un conflicto internacional, se ventilaba, con10 nos ha
sugerido ErnsL Nolte (1988), un conflicto civil. As Maeztu hablaba de estar con Roma o Mosc, etc.
1s9 J)N, 25 de junio de 1936.
190 Todo se haba producido a partir de la 1nuertc de un alfrez de !a Guardia Civil durante el accideniado desfle del 14 de abril de ese afio. El !6 se produjo el entierro-que reuni a la derecha rnadrilca; y a !a que Garcilaso saludaba con agrado c01no parte de una gran reaccin nacional (DN, 17 de abril
de 1936). Nuevos incidentes tras enfrentarse grupos annados de falangistas y de izquierdas. Cinco inuertos. El 18, la CNTconvocaba la huelga general Conlrael fascisn10. Vase Arrars, 1968: IV, 128-132.
[347]
tricas discurra Ja gente en silencio. Apenas si se vea otras personas ... que grupos
cansados de obreros. Porque la huelga haba, por ejc1nplo, obligado a que las iglesias tuvieran su puerta principal cerrada (slo se atrevan a abrir las laterales). Mientras tanto, la Plaza Puerta del Sol, y las calles de Carretas y la Montera haban sido
ocupadas por guardias rojos. Eran los poderes de la destruccin. I-Iasta en los Ministerios hubo huelguistas. T'odo Madrid, el autntico Madrid se detena a causa del
desorden 191
Aquel estado de cosas estaba haciendo que todo Jo castizo, lo que de verdadera111ente espaol haba en Madrid 192 se perdiera. I~Iasta cuando se organizaba una fiesta,
aseguraba don Raiinundo, con10 aquel l de tnayo 19 \ su espectculo adquira la apariencia de un festival antiespaol. .. de cartn piedra organizado por un Cotnisario
de agencia de turis1no sovitica. Era aquello de1nasiado pastiche, de111asiado calco1nana ... ~opinaba An1eztia- [con unaL n1uchcdu1nbre cubierta con exticos en1ble1nas asiticos. Lo nico castizo, las rondallas, y por eso lo 111ejor cuidado ... Las
rondallas ponan el alegre frescor de una insica de guitarras y bandurrias espaolas,
sobre un tenebroso y so1nbro, y triste espectculo antiespaol.)> Por no llevar, deca,
no llevaban ni una bandera republicana!, todas eran rojas, del color de los
sviets 19'1.
Mientras tanto Madrid, el Madrid zarzuelero, languideca. As Jo expresaba An1eztia. Los cafs que haban dado vida a la capital culta y social cerraban (el caf Aquariu1n, el Nacional, el Mara Cristina, el Gran Va, el Negresco), y seguiran cerrando
otros 195 . Hasta el caf l{egina, aqul que haba alojado la tertulia literaria de los intelectuales que alentaran la l{epblica y a la que los contertulios, instaurada sta, solan largarse de los respectivos Ministerios, ... hacia la 1nesa de n1n11ol en busca del
192
[348]
vcrn1 den1ocrtco (co1no denunciara Azorn, deca An1ez1ia); tan1bin lo haban cerrado. Aquel Madrid archipilago de tertulias, ... Villa ilustre ... se est[aba] borrando
del 1napa de [~spaa ... tragado por el 1nar insaciable de la sociologa 1narxis1't 19<i. Sobre esta idea volva una y otra vez Arneztia en sus Divagaciones.
1-Iaba en esta in1agen del declive del Madrid castizo, 1ns all de la nostalgia,
una lectura ideolgica que conectaba con los nacionalisn1os esencialistas europeos
(entre los que estaba el nacionalis1no espaol de corte tradicionalista, incardinado en
el de Maistre del al!na 11c1cional con10 tra1na interna de las venerables costtnnbres de
un pas que abrar,an las generaciones de todos los tien1pos, que en f:<:spaa seran la
F'e y la Monarqua con10 constitucin interna). Y, en concreto, con aqul que vea el
ser de I~spaa, lo que se estin1aba genuinan1ente propio en el 1nbito de la cultura,
en esa tradicin neorron1ntica y costuinbrista que haba quedado fijada a finales del
siglo x1x con10 cultura castiza. Lo que en Madrid se dcs1noronaba se conservaba, sin
e1nbargo, con pleno vigor en Ja provincia, tal con10 hen1os tenido ocasin de n1ostrar. El ser genuino de I~spaa era conservado por la provincia (frente a la degeneracin de Madrid). Ella deba ser -en Ja idea spengleriana- la que asu1niera la tarea de reedificar la patria, ella, que volva a ser Ja nacin (conectando as con la
propuesta de nacin en estado de en1e1:~enca de los nuevos autortaris1nos). sa era
la idea que gente con10 (Jarcilaso se haban preocupado de divulgar entre la clase
inedia conservadora.
Nada tena que ver aquel provincialisrno con los regionalis1nos o nacionalisn1os
con centro en Barcelona o Bilbao; Jos nacionalis1nos cataln y vasco. Aquellos n10vin1ientos, con10 luego pudo verse, fueron ganados por la I~epblica con su poltica
de nacionalisn10 integral que pcnnita niveles de autogobierno apreciables (desde
luego, apreciados por los nacionalistas de an1bos territorios). No. I3ilbao era 1ns capital que provincia; y tanto en Navarra co1no en lava (siguiendo los pasos de la prin1era) se desarrollaron n1ovin1ientos <le defensa de la particularidad local, en defensa
de la provincia frente a otro centro, Bilbao, tal vez, ta1nbin 1nodernizador y desde
luego que vena a linlitar el poder de la lite local. Las resistencias al I~statuto vasco
observadas en Navarra y lava desde 1932 tenan tarnbin ese carcter 197
196
[349]
} ,3,2,
198 Rafael Garca Serrano (l 981: 242-243) pone en boca de un joven mdico haciendo labores de
e1nisario por Navarra aquel 18 de julio el grito de Ortega (aunque enrnendando a don Jos con un jCtl
piel en lugar del de pie!), Claro que, acto seguido, renunciaba a Ortega: <<Co1no 1nuchos de su edad
y su estilo, Joaqun haba encontrado en Ortega fnnulas para su interior conformacin. "La poltica es
el arte de conseguir sin violencia lo que nos es rehusado". Se acab la poltica ... era el nstante de una sacra violencia.: El llainado fascis1no espaol, el de Gin1nez Caballero, Jos Antonio, cte. Luvo siempre
una relacin contradictoria con Ortega: adiniraron su energa intelectual, su retrica pura y arrebatada y
sus apelaciones a la n1ovilizacin a travs del n1ito y el ideal colectivo. Pero criticaron, claro est, su ineql1voca adscripcin ~11 libernl!s1no y su condena del fascismo (puede verse Bcarud y Lpcz Carnpi
llo, 1978: 73). Por su parte, Accin Espatola, con inayor rigor intelectual, sie1nprc tuvo a don Jos por
un antimaestro por su posicin opuesta al tradicionalis1no, por su pretendido diletantis1no intelectual
(vase Morodo, 1985: 56). Vase tainbin Fe!Tary, 1993: 45-46n.
199 Unmnuno no quera provincializar Espaa, quera Vasquizarla. Pensaba as Unarnuno librar
a Espaa del grupo de burcratas ineficaces y polticos corruptos ---<ue l estilnaba que procedan del
centro y del sur- para sustituirlos por una nueva lite liderada por Ja burguesa industrial bilbana (vase
Miguel de Unainuno, Carta VI a Juan Arzadun, cit. en Juaristi, 1987: 211). Tiene razn Jon Juaristi
(1987: 209-211) cuando sostiene, frente a otros, que Unan1uno nunca tuvo en este punto una intcncionalidad regionalista: su afn era dinmnizar !a vida espm1ola, inodcrnizarla, para lo que crea en la clase
industrial ---<ue l haba conocido en Bilbao-, y en ningn caso propiciar cualquier desagregacin poltica o avanzar hacia algn tipo de gobierno local para vascos u otra coinunidad (Unamuno deca: Los
vascos deben1os decir... no que nos dejen gobernarnos, sino que queren1os gobernar a los de1ns, por ser
los 1ns capaces de hacerlo). Vasquizar>} Espaa. Asmna en este punto, tal vez, una versin actualizada,
racionalizada, del vasco-iberis1no, teina castizo donde los haya (y que Juaristi ha tratado n1ejor en su libro de 1992). No sera el nico n1on1e1Ho en que Unainuno utilizara materiales rcfonnulados --o parodlados- conocidos por su juventud fuerista (cfr. Juaristi, 1987: 268).
[350]
201
[351]
Claro que, en los pri1neros das (cuando se organizaron las colun1nas que avanzaran hacia Madrid; alguna de ellas, la de Navarra, con10 verdadera n1archa sobre Madrid -vase supra-), aqul era un sentin1iento 1nuy difuso (al n1argen de las referencias de Garcilaso), pero persistente y slidan1cntc asentado en las conciencias (de
ah sus fortaleza con10 argu1ncnto de legitiinacin y principio organizador de la 1110vilizacin).
Fue Francisco Cosso, en julio de 1936 ---ya iniciada Ja sublevacin- quien pri1nero forn1ul aquella idea difusa corno pensan1iento explcito (tras las in1presiones
periodsticas, cierta1nente sugerentes respecto a Ja voluntad y e1 pcnsainiento del autor y el sector de clase inedia navarra que devoraba sus crnicas, que hen1os visto en
An1ezta, ya antes, en abril o junio). Pensa1niento que rpidatnente, con10 veren1os, se
convirti en progratna de recuperacin de la Espaa castiza asociada a la idea de reconquista de Madrid, y que arraig honcla1nente en los crculos ele cultura que apoyaron a los sublevados. Hasta tal punto arraig aquella idea que G1nez de la Serna
-el que fuera n1entor de las vanguardias, el padre de Ja greguerfa~ escriba en 1939
desde Argentina en estos trn1inos: Sigo la vida de I~spaa en una perspectiva de
adorador ferviente. Feliz paisaje! Nuestro Madrid s que ha vuelto a ser lo que quera111os, el que nos haban defonnado y que sentan1os esa clefonnacin dolorosa e ntin1a, etc. 203 . Y cuando, en 1942, recin tenninada la guerra, al sentirse desplazados
de los centros de to111a de decisin por un nuevo grupo n1cnos n1ilitante (los ll:unados "intelectuales" del viejo rgi1nen den101iberal-con1unista, Arriba J?.spalia de
enero de 1942), quienes se consideraban verdaderos depositarios del legado de Ja guerra, lanzaron desde el Diario de Navarra y Arriba E'spaiia de Pan1plona, la Gaceta
del Norte de Bilbao y el J)fario Regional ele Sala1nanca, una can1paa contra Un Madrid frvolo, injusto con el resto de la Patria, deshonesto y festivo, reivindicando la
Cruzada que ... llev con el laurel de unas Banderas teidas de intc111perie provinciana
el signo de que haba tern1inado laj'arsa del n1adrileHisrno (cursiva n1a) 24 .
El artculo de Francisco Cosso es ste que sigue (que Jo cito en extenso por su
significacin):
Todas las ilnpaciencias y todos los anhelos nacionales giran en estos n1on1entos en
torno a Madrid. Toda la vida espafiola, la verdadera vida espaola en torno a Madrid y
20 ' Es Andrs Trapie!lo (1994: 14) quien lo cita de una fuente cicrtaincnte pecu!lar: hace unos aflos
circularon por Madrid unas cuantas cartas de Gn1ez de la Serna. Dejo, pues. constancia de Ja incierLa
procedencia del docu1ncnto transmitido al gusto de los .fecundos inentideros madrileos. Gcrnez de la
Serna, inentor de la vanguardia -aunque plagado de casticismos, pero tratados con irreverencia-, quera, al parecer, hacerse agradable al rgilnen de Franco.
20.1 Las citas son de Arriba Espatia, enero de 1942; recogidas, as como la po!1nica, de Pascual, 1961;
y Andrs-GaHego, 1997: 241-243. La polnlica se plante entre el Ew:orial de Dionisio Ridniejo y Pedro Lan Entralgo (acusado de dar entrada al <d'alangis1no de lti1na hora) y el Arriba Esp<11i<1 de Yzurdiaga y ngel Mara Pascual. La idea que se debata era la negacin de! noinbrc de Cruzada por parte de
Lan a nuestra Guernn>. Y el contexto, una ofensiva del 1nonarquismo del rgi1ncn y la can1pai'ia de desgennanizacin de la FET en1prendida por Arrese.
[352]
el in1pulso de las provincias en un esfuerzo heroico por salvar a Madrid ele la dictadura
coinunista. Lo decainos 1nuchos: Espaa no se librar de un ensayo con1unista y el ensayo lleg para Jos inadrileos. C:lravc castigo a la frivolidad de Madrid, de espaldas
sicn1prc a Jos prob!c1nas nacionales, indiferente a los dolores y a Jos anhelos de Espaa,
cuya frivolidad poda si1nbolizarse en el seorito que lefa pblica1nenle, con jactancia
de espritu fuerte, C'laridad o El Socialista, o bien en el ho1nbre de negocios que sostena y se lucraba con peridicos corno El Liberal exponente in;xin10 de servilis1no poltico y de cn1prcsa inconfesable de Jos 1ns torpes co1nercios. Rea Madrid, con su cielo
alegre, sus cafs tendidos al sol y sus luces de feria de Ja (}ran Va, con su legin de
burcratas enchufistas, con sus funcionarios de coche y escolta ... rea Madrid 1nicntras
toda Espaa, y espccial!nente los cainpos de Espaa, lloraban Jgrin1as de sangre. As
se hizo Madrid el reducto <le todos Jos aventureros de !a poltica 1narxista y sus conco1nitantcs, y fueron en l person<es ho1nbrcs que, en distintas profesiones, haban sido
lanzados de su pueblo por indeseables. I-loy sufre Madrid las culpas de su frivolidad, de
su fisono1na de ciudad alegre y confiada>>, y lo triste es que, con los culpables, sufren
ta111bin n1uchos n1ilcs de buenos espaoles que, a estas horas, contarn los n1inutos de
su libertad.
Y las provincias espaolas se aprestan a esa defensa, a este esfuerzo generoso de
reintegrar Madrid a la corriente nacional que corre ya por los ca1npos castellanos y andaluces arro!ladora. Es ste el alto significado del 111ovin1iento salvador que estainos viviendo: que sic1npre fue Madrid, con sus n1culas, sus vicios, sus exclusivis1nos y sus
prejuicios centralistas, el rector de la vida nacional. l)e all vino la pauta, el precepto,
Ja ley ... Sien1pre, tncnos ahora. Por una vez las provincias de Espaa han dado la alta
leccin a Madrid. Y ste es el claro signo de! 1novi1nicnto nacional. Es Espaa, !a autntica Espaa posible, la que produce, la que trabaja, la que crea, salvndose a s
n1is1na, y en un crculo u11ni1nc de generosidad, salvando, al fin, a Madrid para purificarla. Ilay que frenar la in1pacicncia. Sonar, al fin, la hora de entrar en Madrid, y ese
da lendre1nos que decir las provincias espaolas: -Aprovecha la leccin. 'fu frivolidad te puso en trance de 1nuerle. Espaa te ha salvado 2 5.
Era, por entonces, Francisco Cosso director del Norte de C~astilla, y estaba vinculado, a travs de Juan Pujol, a la Oficina de Prensa de la Junta de l)efensa instalada en Burgos (antes ele que sta fuera asignada al grotesco Milln Astray)""' Fue,
pues, probable1nente, un artculo conectado con lo que eran las intenciones propagandsticas de los alzados (desde luego, con lo que era su inters militar: asaltar Madrid).
2-'
[353]
I~l artculo, que conect perf'ectatnente con la idiosincrasia de Ja clase inedia alavesa o navarra, contena una fuerte carga ideolgica en la direccin que be apuntado.
Madrid era presa del co1nunis1no por su propio pecado (en la tradicin teologal es~
paola del inal con10 castigo por abandonar al Seor, ya en1plcado en la recordada
Guerra de la Independencia, y que en esta guerra de 1936 se repctira 207 ). Pero no era
un pecado cualquiera, pecaban de frivolidad. r-:ra un pecado producto del cliina urbano que, con10 anunciara Spengler, decaa y era dbil ante el asalto del brbaro con1unista. Y lo era a causa de la total relajacin de costun1brcs: qu poda hacer un
seorito leyendo !~! Sociilista si no era entretenerse cnica1nentc? El artculo,
co1no se habr con1probado, tena una fuerte inspiracin spengleriana. Por lo den1s,
Madrid era el lugar en que se haba refugiado todo Jo n1s odiado por el regeneracionis1no espaoLinaugurado en torno al 98 (que, con10 se sabe, inspir a diferentes
culturas, desde las den1ocrticas a otras autoritarias). All estaban los burcratas, los
aventureros de la poltica, los enchufistas (discurso que tanto predican1cnto haba tenido entre los militares a n1odo de arbitrisn10, ya desde Polavieja, y, desde luego,
con Prin10 28 ; y tan1bin en esa clase niedia conservadora, heredera del 1nauris1110 y
de la costista Unin Nacional de Productores de Basilio Paraso, etc.). Frente a ellos
la Espaa autntica (segn el nacionalisn10 esencialista adoptado por el nuevo autoritaris1no): la trabajadora y productiva, la Espafia que creaba y conservaba el in1pulso necesario para salvar a Madrid de su propia n1iseria. l~n este punto se una la
idea regeneracionista de la Espafia productiva con la spengleriana de la cultura de las
Ciases sociales prinu1rias, ebrias de pasin vital. l)e tal n1odo que aquel n1ovin1cnto
era -en la lectura que haca Cosso- una gran inarea de Ja provincia que iba a redi1nir a Madrid (parafraseando a Ortega, pero a la inversa), que salvara a Madrid
para la Nacin. Era todo un progra1na de accin en el que se contena buena parte
del pensamiento de Jos sublevados en lo que concierne a su idea de Espaa.
Ya en Jos primeros das, cuando salan Jos voluntarios de Jos pueblos, todo el
inundo hablaba de to1nar Madrid. El te1na se haba convertido en obsesivo en todas las charlas, arengas y conferencias que se dieron en los das sucesivos a aquel don1ingo de julio. En el frente de So1nosierra los capitanes arengaban a los requets habhlndoles de la que se iban a pegar segn entraran en Madrid. En su lenguaje
cuartelero, tal co1no lo recordaba un requet, les etnpujaban con expresiones con10
sta: ayer dej una cerveza fra-fra en Madrid y esta noche quiero estar all para bebnnela enterita 2 9 . Venan de Vitoria de donde haban salido el da 26 en un con-
207
[354]
algn falangista (entre ellos, Agustn Aznar) y n1ie111bros del JAP. Ani1nando la concentracin la banda de I~cquet. El 1nensaje era claro ya entonces: Arriba los corazones!, todo por r::spaa y a Madrid por todo. CI'odas las referencias que se hacan
eran para Madrid. Y cuando pararon en Aranda, tras asistir a la funcin religiosa y
acostarse, y aunque an no les haban asignado destino, ellos ya lo saban: iban a Soar con Madrid. As lo deca el cronista, y sa era la obsesin del n1on1ento 21 . rodava las cosas no pasaban de esa ele1nentalidad de concentrar todo el esfuerzo blico sobre Madrid. Al da siguiente se publicaba el artculo de Francisco de Cosso.
[~n Pa1nplona, con10 sabcn1os, la gran expedicin organizada por la provincia, por
toda Navarra, se fue constituyendo en la gran explanada que se lulilaha entre la I~sta
cin de Autobuses y la Vuelta del Castillo, la colu1nna que asaltara Madrid desde
Pan1plona 211 All he1nos visto que fueron a despedir a los jvenes requets sus fan1ilias, las novias, chavales, chicas. Aquello era, co1110 he dicho, una n111ensa concentracin popular. 'l'an1bin all todo el inundo (desde el general Mola a los requets)
hablaban de ir A Madrid!. Salieron al anochecer y las canciones se aduearon de
la colu111na. Especialinente las que re111e111oraban las viejas hazaas carlistas del pasado siglo. Tras cantar <<Adis Pan1plona ... y Navarra, noble y guerrera,/ es la pri1nera/ en restaurar nuestra nacin./ Su sangre, su vida entera/ la da gustosa por su
Santa I<..eligin./ A las annas, voluntarios,/ a las annas, a luchar por nuestra fe./ Morire111os defendiendo Ja bandera/ de f)ios, la Patria y el I<..ey, en un a111biente de in1nensa en1ocin y gran euforia (no haba lgrin1as entonces, sino entusias1110 y fervor, fe y esperanza, recuerda Jailne del Burgo, uno de los protagonistas), lleno de
resonancias deci111onnicas 212 , algn voluntario tal vez recordara las canciones de la
abuela aprendidas de nio, y que cantaron los 111adrileos recibiendo a las fuerzas del
general Castaos tras Bailn. Venid vencedores/ colun1nas de honor/ la Patria os d
el pre1nio/ de tanto valor. Tal vez esperara un recibiiniento de ese tono. Ya vienen
las provincias/ arrempujando/ y la Virgen de Atocha/ trae a Fernando"'. Aquello haba sido al con1ienzo del pasado siglo. Pero se conservaba 1nen1oria fresca de aquel
pasado heroico con el que no rompieron bsicamente las sucesivas guerras del x1x
(o, 1ns bien, prolongaron aquel mundo sitnblico). De nuevo las provincias iban a
recuperar Madrid para Espaa y para la religin. O tal vez no, tal vez prefiriera pen-
2 10
[355]
sar en las diversiones que pronto les anunciara el capitn de la co1npafia, acostu1nbrado a aniJnar tosca111ente a la soldadesca. En cualquier caso recuperaran Madrid.
I~se era el discurso inicial. L,uego adquiri todas las resonancias que anunciaban los
artculos de An1eztia y que se hicieron explcitos en el artculo de Francisco de C:osso que he transcrito 1ns arriba.
Aquella idea arraig tan finne111ente, que se convirti en lo que Jailnc del 13urgo
ha llan1ado Ja obsesin de Madrid 214 . El objetivo inn1cdiato: inovilzar esfuerzos en
el intento de ton1ar rnilitannente Madrid. Pero, tal con10 se desarroll la ca1npafia tuvo
con10 efecto acentuar la ide,~l de la provincia salvando a Madrid. E~l asedio se prepar h.acia el 15 de octubre, y se haba planificado una operacin para el asalto definitivo el 8 de novie1nbre. El 23 de novien1bre Franco suspendi las operaciones, y se
entr en una nueva fase.
1.3.2.1.
tM Burgo, 1970: 593. Del Burgo da a aquel fen1ncno una connotacin militar que sin duda tuvo,
pero que se vali de esa dualidad cultural que veni1nos observando.
2 1.5 PA, 29 y 30 de octubre de 1936.
216 Para entonces, aunque siempre estuvo con los sublevados, Mateo M,gica haba tenido que exiliarse en Ron1a y el anterior Vicario, Jaiine Verstegui, se haba visto obligado a dimitir. El primero por
presiones de Oriol --que nunca le perdon que no se decantara totahnente por el carlisino durante !,1 Repblica y sin1ple1nente aconsejara el voto en catlico, Jo que inclua al PNV~, presiones de Oriol y los
1nilitares. Al segundo se le acusaba de sin1patas vasquistas (a pesar de su fami !ia carlista, que sleinpre le
vali para no ser ins durainente represaliado).
2 17 DN, 24 de octubre de 1936.
[356]
n1otivo para dudarlo~ ocupara la calle dando !nuestras de jbilo. Los balcones seran engalanados con colgaduras y banderas (co1no en las grandes jornadas), y al da
siguiente (co1110 era habitual desde la (iuerra de la Independencia) se cantara un solen1ne J'e 1Jeu111, saldran los Ciigantes y, por la noche, se que111aran colecciones de
fuegos artificiales. Naturahncnte, se contaba para ello con el Orfen Pa111plons y la
orquesta Santa Cecilia (que ya se haban ofrecido). Claro que, se111ejante preparacin
para Ja fiesta, haca te1ner a los guardianes de los buenos 111odos que la 111oral pudiera relajarse en ese da. J)e ah que el padre Joaqun Cataln lla111ara la atencin sobre el peligro de que en dichos actos aparecieran chicas revueltas con ho111bres: la
alegra estaba justificada pero deba ser 111anifestada con forn1alidad. Despus de
todo, no se trataba sino de rendir un ho111cnaje a Cristo Crucificado, que era el verdadero artfice del triunfo 218 .
I<.estauracin de la cultura tradicional (tenida por castiza), honor a la bravura del
hon1bre ele la provincia: sos eran los pilares sobre los que eriga la nueva idea de Espafia. Se organizaron colectas para llevar pan a Madrid el da ele su liberacin, y todo
el inundo en Ja retaguardia viva pendiente del frente centro -al que se haca referencia constante en la prensa, la radio y en los discursos pblicos, en cletrirnento del
frente guipuzcoano al que no se dio iniciahnente un valor silnblico.
Ya se haba venido calentando el a1nbiente desde ticn1po atrs (co1110 se sabe, para
quienes se 111ovilizaron en los pueblos, el objetivo fue desde el pri1ner n1on1ento ton1ar Madrid y volver a casa). A finales ele agosto se exponan en uno de los escaparates cntricos de Pamplona (la joyera de Vctor Idoate, en la calle Chapitela) cuatro
banderines confeccionados por n1argaritas de Sevilla y Burgos. Seran con los que
desfilaran las huestes carlistas el da de la entrada triunfal en Madrid. Junto a los
banderines, se exponan tan1bin (creando verdadera expectacin entre los pan1ploneses) el espadfn y el 1nandil de Gran Maestre de las logias tnasnicas, supuesta111ente
pertenecientes a l)iego Martnez Barrios (ex presidente de la H. epblica) 219 . Eran la
E,spafia brava y caballeresca frente a la conspirativa y decadente que haba intentado prevalecer con aquella i111pa l{epblica, representados plstica1nente en
aquel escaparate.
Por su parte, la Junta Nacional de Guerra Carlista disefi altares que las tropas habran de instalar en el impo Madrid; altares que la recristianizaran (haban decidido
in1plantar de nuevo el culto catlico en Madrid). l)e n1odo, que todo aquello sobrepasaba la 111era accin de guerra.
La l)clegacin de Asuntos Religiosos de la Junta Carlista, ubicada en Burgos, dise algunas banderas y cruces n1onun1entales que situados en distintos puntos de
Madrid y, trascendiendo la propaganda pura1nente poltica, tuvieran una finalidad
e111inenten1ente religiosa y nacional, con10 expresa1nente decan en la circular que
21
~ EPN,
219
[357]
enviaron a todas las delegaciones 22. Escogan para ello puntos situados en el viejo
Madrid de los Austrias, remodelado por Carlos lll 221 (y no en el eje Prado-Castellana
que se abri durante la J<.epblica y que n1iraba al norte industrial y europeo, donde
ya con1enzaba a fonnarse el co111plejo de los nuevos n1inisterios y que sera el eje
nuevo de Madrid222 ), edificios con perspectivas adecuadas al fin que se persigue,
que no era otro que dirigirse a la ciudad, a sus habitantes anunciando la llegada ele la
tropa salvadora con letreros lu1ninosos en Jos que se leyera Viva (~risto I<..ey! y
jViva Espaa! (todo ello con la esttica sobria de los Austrias que se consideraba
castellana y espafiola; no el barroco propuesto por E~ladio Esparza en la celebracin de la Procesin de Santa Mara la Real en Pamplona). La Junta Carlista de Burgos encargaba su realizacin y financiacin (ella dispona de pocos recursos) a las
Consaras provinciales (y, en Navarra y lava a las Juntas Centrales de Guerra Carlista) y reco111endaba la inclusin -ade111s de aquellos religiosos y nacionales-- de
algn srnbolo alusivo a la regin. Era, para los dirigentes nacionales del carlisn10,
la provincia que recuperaba el viejo Madrid y lo sun1erga en la Espaa esencial. La
provincia volcada a recristianizar el Madrid que se perdiera para los valores patrios,
el Madrid de la modernidad y la influencia extranjerizante.
A lava le toc restaurar el altar de Nuestra Seora ele los Desa1nparados (que
habra de situarse en la Ronda de Valencia, dado que el templo se hallaba derruido).
Con ese fin se abri una suscripcin en todas las parroquias de Vitoria bajo el le1na
Te lo pide la Virgen Santsin1a. Te lo pide la Patria. Con aquel propsito se organiz una comitiva que inclua la banda del Requet de Vitoria y un grupo de enfermeras que transportaran el pan comprado al efecto. El da de la entrada se celebrara una Santa Misa en dicho altar, organizada por la provincia de: lava. Alaveses,
espaoles -deca la proclama. Sabis todos que sobre la capital de Espaa se ha
desbordado una ola de vandalis1no sin non1bre que ha destruido con su satnico e1npuje todo lo que con nuestra religin sacrosanta se relacionara ... lava, la Mariana,
est de enhorabuena porque tiene un nuevo 1notivo para hacer honor a su tradicin
111ariana 223 . A Navarra le correspondi su propio altar. En palabras de Jai111e del
Burgo 224 , se organiz una expedicin que transportara Un altar enonne con destino
a la Puerta del Sol. En su confeccin participaron Vctor Eusa (el arquitecto de Pamplona -vase supra-, y miembro, por entonces, de la Junta Central de Guerra Car-
[358]
lista) y C:iustavo de Maeztu, dos de Jos pilares de la cultura navarra (Maeztu acabab~1
de llenar con sus frescos la l)iputacin). I.~o con1pondran una gran bandera nacional
(con un 111stil de veinte n1etros) sobre la que se dispondra una enonne cruz de quince
n1etros. En los lados iran varias alegoras de Navarra pintadas por Gustavo de
Maeztu. Presidira el altar, la i1nagcn de San Miguel (que fue expuesta al pblico en
un escaparate de la Plaza del Castillo). Navarra tendra el privilegio de que en este
altar de la Puerta del Sol, se celebrara la pri1nera rnisa de ca1npafa tras la to1na de la
capital. Para entonces, se haba extendido a111plia1ncnte el 1nito de Navarra con10
lo nueva c:ovadonga.
l~ra la provincia la que se presentaba en Madrid, con sus fonnas 1ns arcaicas,
para rcdinrla y cristianizarla de nuevo. Se trataba, deca un padre jesuita de llevar
al infierno de Madrid el cielo de Navarra, todo pureza y resplandor de la vieja I~s
pa'a, refugiada en los brazos robustos y cristianos de nuestra inco1nparable Navarra ...
l)aban ganas de llorar pensando en nuestra n1adre Navarra llena de Dios, de 1'radicin, de chiquillos que eran gigantes, 1nrtires de l)ios y de 13spa'a, entrando en Madrid, reflexionaba aquel jesuita225 .
Para entonces, eran frecuentes las reconstrucciones histricas, que equiparaban las
pasadas guerras carlistas con la guerra en curso. Eustaquio Echavc-Sustaeta, antiguo
director de 1~1 JJensanlienlo Navarro, presidente por esas fechas de la Diputacin de
lava, recordaba la Expedicin real de 1837, realizada por el ejrcito carlista guiado
por l)on Carlos sobre Madrid, con10 antecedente de Ja actual ofensiva. I.~a inn1incntc
to1na ~sobre lo que nadie dudaba- cuhninara cien a'os despus el proyecto carlista. Si desde los balcones pudieran ver los bisabuelos de nuestros requets esa entrada!, remataba don Eustaquio con emotividad .fmilista (tan habitual en el publicisn10 carlista) su artculo 226 .
(Jarcilaso, audaz reportero co1no lo fuera en la guerra de Marruecos, se haba desplazado a las proximidades del frente y, desde la Moncloa, haba llegado a divisar la
Sodon1a espa'ola. En su crnica enviada a su peridico, sus Reflexiones (del 1nis1no
gnero que sus anteriores Dialogando, entre la crnica y el editorial) sentenciaba:
Por grande que sea la turba de extranjeros que se encuentran en Madrid para hacer
de Madrid el baluarte del co1nunisn10 en Occidente, 1ns grande ser, y 1ns poderosa, la fuerza 1nilitar con que el Ejrcito de la santa rebelin continuar la ofensiva
irresistible contra los sv;ets de Madrid 227 .
Pero nos equivocaran1os si creyra1nos que no era sino una gran ca111pa'a aislada
creada al calor de la guerra. No. Aquello tena unas hondas connotaciones de cultura
que ya afloraron a los pocos das de la sublevacin (y que la campaa desplegada en
torno al asedio ele Madrid no haca sino continuar). Madrid, como para sus defensores228, era un sn1bolo. Un slnbolo que ya haba sido esgriinido durante la H.epblica
225
2l
221
ns Sobre Ja 1ntica defensa de Madrid -expresa en cualquier trabajo sobre la Guerra de Espaa--,
vase el libro de Julio Arstcgui y Jos Antonio Martnc1,, L,c1 Junta de f)efensa (1984).
[359]
y que, con la guerra, adquira din1cnsiones 1nticas (quiz nunca antes Madrid haba
tenido esa funcin verte/Jradora para Espaa; justo cuando 1ns dividida se hallaba).
Era, co1no digo, una prolongacin de la gran ola de recuperacin de los viejos usos
locales de las viejas tradiciones (segn el pensan1iento castizo) que don1inaba la Espaa sublevada. Ya el da 25 de julio, festividad de Santiago -sbado, el sbado anterior, da 18, la sublevacin era sola1nente un ru1nor que llegaba de frica~, pues
bien, ya el da de Santiago se represent con10 da de recuperacin de lo n1s
autntico de la raza: al Santo se le vea con10 soldado de vanguardia, hon1bre intrpido y Sin vueltas, profonurtir y caballero andante de Cristo, ferviente devoto de
la Virgen Mara y anligo fidelsi1no de San Pedro 229 . Ese da se recordaban las Navas
de Tolosa, a Fernando lll el Santo, al obispo don Mauricio y al Cid (firmaba, claro,
un diputado carlista por Burgos, Francisco Estbanez. Y FAI-310 lo deca con tocias
las palabras: El re1nedio. La vuelta a la 'rradicin (ttulo de su artculo), 1nientras
citaba el RerunJ. Novarurn: Cuando las sociedades se des1noronan, exige la realidad
que, si quieren restaurarse, vuelvan a los principios que les dieron el ser. Crea
que as lo haban hecho ya Ale1nania, Italia y Austria. Mucho 1ns fcil sera en
Espaa preada de T'radicin y en la que era tan grande la fortaleza del tradicionalis1no (a diferencia de Italia, donde, justa1nente, se careca de ella) 23 .
En esa bsueda csencialista de los principios que dieron su ser a Espafia
debi inspirarse el autor de El destino de Espaa en la Histor1 231 . Salve, Espafia, reina de grandes pueblos, 1naclre de los reyes 1ns excelsos de la hu1nani<lad, brazo
derecho de la Iglesia, h~ja predilecta del Romano Pontfice, que has sido destinada
por la Divina Providencia a ser depositaria de los 1ns grandes excelsos y trascendentales destinos de la hu1nanidad! Salve! A continuacin aparecan las apelaciones a la historia n1itificada de Espaa, que ya apuntaban a principios del x1x (con la
Guerra de la Independencia) 232 y que haban quedado definitiva1nente fijadas con Menndez Pelayo (como figura seera) o el historiador Manuel Merry y Colorn, en los
pri1neros aos de la Restauracin 233 Co1no los NovsiJnos de la liturgia barroca
(rnuerte, juicio, infierno y gloria) que se repetan rituahnente en las prdicas e invocaciones religiosas del xvH1, apareca el nuevo protocolo de la liturgia nacional: la
lengua rica y annoniosa de Castilla, la fonnacin de la Nacin E'.~Ja11ola con los godos (polticamente con Leovigilclo y espiritualmente con Recaredo), el mito cantabrista, la grandiosa Reconquista, el Siglo de Oro, la hazaa de la cristianizacin
de An1rica, la Espaa hnperial, la reciedurnbre de la Santa Inquisicin (contra n1asones y judos), Fe, I~aza y Patria. Eran las tres palabras que resu1nan la historia
1
229 Ante la fiesta del Patrn de Espaa, Santiago Apstol, PA, 24 de julio de 1936 (reproduca
un artculo aparecido en Buenos Aires).
no PA, 25 de julio de 1936.
231 PA, 4 de agosto de 1936.
232 Herrero, 1973: passim.
233 Vase para Menndez Pelayo, Mart, 1989: 300-30!, y el reciente trab<\O de Santovcfia, 1994.
Para el resto, Lpez-Cord6n, 1985: 88 y sigs.
[360]
de Espafia con10 un Vb/ksgeist catlico 234 , que 1ns adelante-ya con el franquisn10lo siste1natizara Manuel Garca Morente 235 . Naturahnente, aquella historia heroica
haba sido abrupla1nente interru1npida por la Constitucin de 1812 (Desde las Cortes de Cdiz he1nos roto nuestra historia). Espaa se haba apartado de J)ios y -en
apelacin al Antiguo '1Csta1ncnto- con10 a su pueblo elegido, le castigaba con pestes y guerras. l)ios quiere purificarla -deca, y lo haca- por tncdio del castigo de
la guerra. Con10 los novf.sin1os, aparecan recurrente1ncnte s!nbolos y 1nitos ya e1npleados en la Guerra de Ja Independencia de 1808 236 . Aquel discurso se repetira, una
y otra vez, en los actos de desagravio a la Virgen del Pilar (6 de agosto de 1936,
a causa del bon1bardeo de la Baslica), en la fiesta de la Hispanidad (o de la I~aza,
con10 ta1nbin se le lla1naba), y cada vez que la ocasin lo requera. E.sta apelacin
de orden n1tico-ideocrtico, ya i1nplicaba clara1nente una vuelta a la Espafia tradicional, tan viva y del gusto de la n1csocracia conservadora de la provincia. Pero el
progra1na rcstauracionista iba inucho 1ns all. Recuperando viejas costu1nbres y
liturgias, usos y estilos culturales, etc., pretenda consolidar todo un 1nodo de vida
(el <<n1odo de vida de la provincia, en retroceso con la Repblica) sobre el que
erigir el nuevo orden poltico.
I~l n1is1no da de Santiago, el Ayuntan1iento de Vitoria recuperaba la inveterada costun1bre de acudir a la sole1nnc inisa del 1-:lospital Civil de Santiago y realizar por la tarde
la tradicional visita de autoridades a los enfcnnos237 . La reposicin del crucifijo en las escuelas (acordada pri1neran1entc por la J)iputacin de Navarra, e in1nediata1nente secundada por la de lava), aden1s de tener un co1nponente ideolgico-doctrinal, se ejecut a
travs de un sinn1ncro de actos en los que alcaldes, prrocos o sacerdotes tuvieron ocasin de representar ante escolares y pblico en general, la escena ele la reposicin de la
l~spafia eterna. Otro tanto se hizo en cada ayuntan1iento y sede social en que se entroniz
el Sagrado Corazn ~bajo la supervisin directa del gobernador civi1 238 . Especialn1ente
solen1nes fueron los actos de entronizacin y renovacin de las pro111csas 239 realizadas
2 1
" Era la vofu111ad de la raza que tarnbln recoga de !os roinnticos Oswald Spengler, 1943: III, 18 !
y 239 y sigs. Aunque, en !a propia fonnulacin de Menndez Pelayo, se contuvieran suficientes cleinentos para hablar de un Vofksgeisl racial.
-n.'> Vase fdea.1 para una historia de la.filo.wfa de Esp<11la de 1943.
2
.1c, Vase Revuelta. 1979: 11-12. Esta reiterada apelacin al inundo siinblico del xix est tratada en
esta mis1na Parte, Captulo tercero.
2 17
- J>A, 25 de julio de 1936.
2.l 8 Pi\, 17 de agosto de 1936.
:i.w Se refiere, claro, a la consagracin de la provincia a la devocin del Sagrado CoJ"azn, y la respuesta al reinar en Espaa y con nus veneracin que en otras partes>> (!a Gran Pr01nesa)>) con la afirn1acin de Espaa cmno reinado de Cristo. Como se sabe, !a devocin al Sagrado Corazn fue lanzada
en Francia (hacia 1844) y divulgada en Espaa por los jesuitas (a partir de 1886) a travs de su revista
A1e11.w~;ero, alcanzando su primer cenit en 1919 con la consagracin del reino realizada por Alfonso XIII
(vase Lannon, l 990: 47-48) y su segundo y definitivo n1on1ento, justainentc ahora, en agosto de 1936,
como reaccin al fusilamiento simblico de la 1nagen erigida en el Cerro de los ngeles, Madrid (con
1notivo de la Consagracin de 19 l 9). Como dice lvarez Bolado (1986-1993: I, 25 J y sigs.), aquel fusilamiento fue la expresin n1s sinttica ante la poblacin catlica de !a actitud sacrlega de Ja Repblica (aquella dinagen --la foto recorri Espaa--- vali, en ese sentido, JllSl> que inil fusilan1ientos
de (<cristianos de carne y ln1cso ).
[361]
por las corporaciones provinciales con presencia de las pri1neras autoridades eclesisticas
y civiles.
r~n Vitoria y en el da de la Virgen de agosto, se celebraba una 1nisa pontifical en
la catedral (oficiada por el obispo Mateo Mgica y las 1ns altas jerarquas diocesanas y del cabildo catedralicio), en la que se reponan los trofeos de los 'I'crcios Voluntarios Alaveses que en 1860 Se cargaron de gloria en los ca1npos africanos 240 .
Volvan a entronizarse los trofeos de la provincia, e1npolvados por aos de olvido.
Ya antes (31 ele julio), Pa1n_plona recibi con la sole11111idad de antao a la in1agen de
San Miguel in Excelsis, qtle con guardia de honor (fonnada por el H.equet) recorri
triunh11inente sus calles hasta llegar a la catedral --donde se dio a adorar a todos
los fieles all congregados 241 . Se le reciba con10 invicto Prncipe de la,~ Milicias Anglicas (lase el artculo del sacerdote Bias Cioi sobre los <<nobles caballeros San
Miguel y San Ignacio, en el que haca un panegrico de sus virtudes espirituales y
guerreras) 2'12 , pero ta1nbin -y principaln1entc--- con10 acto de reposicin de una
vieja tradicin local relegada en los aos de la I<.epblica 213 , Aun 111s grandiosa en
su aparato litrgico sera la procesin de la Virgen del Sagrario de Santa Mara la
H.eal 244 , celebrada en Pan1plona a finales de agosto (por su parte, las unidades de Vitoria se haban enco1nendado a la Virgen Blanca en una solen1nc Salve celebrada pocos das antes al aire libre en la plaza de non1bre ho1nni1no). E~ran actos ele reposicin en trn1inos n1stico-guerreros de usos n1uy arraigados en la devocin local.
c:o1no en su da hiciera el ayunta1nicnto de Vitoria, las instituciones provinciales
fueron recuperando sus 1ns antiguas tradiciones. As fue con10 la J)iputacin de
lava celebr una Junta extraordinaria en el n1onasterio de Nuestra Sclora ele Estbaliz, rescatando una vieja y perdida costu1nbrc, por la que la provincia, en corporacin, renda hon1enaje a Ja que se consideraba con10 su patrona. Y en n1ayo de 1937
se recuperaba la plurisecular tradicin, interrun1pida estos ltitnos ailos, de ofrendar
la Provincia [encabezada por el presidente de la Diputacin] un grandioso cirio votivo a Nuestra Seora y R_eina de I~stbaliz, acto organizado por la Iiennandad de la
Cofrada de la Virgen de Estbaliz (que, as, ta1nbin se revitalizaba) y al que se convocaba a todos los alaveses 245 ,
Viejos hbitos del culto popular fueron recuperados para Ja nueva situacin. A pri1neros de septien1bre un gran gento de Vitoria 1narchaba en rogativa al Cristo de Abe-
210 Se refiere a la intervencin annada de Espai\a en Marruecos ( l 859-1860) ejecutada por el general O'Donnell, con10 acto de unidad patritica, en la que la Diputacin Alavesa estuvo representada por
sus Tercios. Vase PA, 15 de agosto de !936.
41
2
DN, 31 de julio de 1936.
2.u DN, 31 de julio de 1936.
243 En abril de 1931, mientras los republicanos ocupaban la Plaza del Castillo en los das de la instauracin de Ja Reptblica, !a imagen de San Miguel de Aratar !legaba a la ciudad, casi de hurtadillas (aunque saliera a recibirle un apreciable ninero de gente) (vase Tercera Parte, apartado segundo de Ugarte,
1995a).
44
2
Vase Segunda Parte, apartado 2.3.
245
PA, 28 de agosto de 1936 y 30 de abril de 1937.
1362]
chuco, con10 en su da se hiciera 1nientras los Tercios alaveses con1batan en la Guerra de Cuba, a i1nplorar por sus fa1niliares y an1igos que se hallaban con1batiendo en
el frentc 246 . Se re1nen1oraban antiguos usos festivos de la liturgia eclesial con10 la
fiesta del R_osario, el 7 de octubre, dndole el 1narchan10 de festividad espaola, o
Ja fiesta de Ja In1naculada Concepcin el 8 de dicie1nbrc. Naturaln1ente, Ja fiesta nacional por antonon1asia fue el 12 de octubre, /)a de la /?aza, .~festa de la JJ;spanidad, festividad de la Virgen del Pilar 2' 17 .
J~-n esa gran corriente de reposicin de toda Ja vida local anterior a la llegada de
la Repblica (a Ja que se haca responsable de su ruina), se pas a ca1nbiar nun1erosos
non1bres de calles. Fue as co1no en la sesin del ayunta1niento de Vitoria del 25 de
agosto, se ca111biaron varios 110111bres: Constitucin por Fundadoras de Sierva de Jess, Pablo Iglesias por Prado, Garca l.Jernndcz por I<..ioja, o Galn por Porlal del
Rey 248 . Tan1bin en Pan1plona se recuper (entre otros) el no111bre de calle de los 13arquilleros en 111cn1oria de Juan G1nez L.pez, veterano carlista de 1876, quien puso
negocio de barquillos y helados en esa calle2'19 . "fan1bin a la cardinal Plaza del Castillo se Je llan1 oficiahnente as (en lugar ele la plaza de la Repblica, su no1nbre an-
2 17
l enero
Circuncisin
Reyes Magos
SantoT01nts de Aquino
San Jos
San Pedro y San Pablo
Santiago
6 enero
7 1111\l"ZO
19 marzo
29 junio
25 julio
15 agosto
Asuncin
Virgen del Pilar/Da de Ja Raza
J 2 octubre
1 noviembre
8 diciembre
25 dicic1nbre
Fies!as Nacionales
2inayo
15 n1ayo
18 julio
1 octubre
Da de la Independencia
San Isidro. Fiesta del Trabajo
Fiesta Triunfal
Toma de posesin del Jefe del Estado.
Fiesta de Amistad de los Pueblos Hennanos.
Fies!as M1 ifes
1
Jueves Santo
Viernes Santo
Pascua de Resurreccin
Ascensin
Pascua de Pentecosts
Corpus Christi
24
2 19
[363]
253 /)/'/,
[364]
franquista254 ) sobre las bases de aquella cultura castiza que le era propia.
Larreko subrayaba en su diario Ja gran cantidad de actos festivos que se realizaban en Pan1plona una vez iniciada la guerra, especiahnente actos religiosos. Lo he-
~:11 De hecho lava y, sobre todo, Navarra recobraron una real posicin de fuerza institucional tras
haber sido reconocido el concierto econmico en 1937 y haber entrado en un proceso de cxcepcionalidad
legal que recuerda mucho a la vivida durante !a Restauracin (Clavero, 1985). Siluacin que se reprodujo
en la negociacin de cada concierto o a la llora de defender los intereses econmicos y las prioridades en
materia de infraestructura de la provincia (como ocurri(l, por ejemplo, con la electrificacin y construccin de doble va de la lnea de ferrocarril que comunicaba Madrid con Francia por lava, Navarra y Guipzcoa; vase PI\. agosto-septiembre de 1950). Est el caso contrario de Ciuipzcoa y Vizcaya, represaliadas por su actitud --se deca-- favorable a la Repblica (aunque nunca fue bien aceptada dicha
represalia en el bando tradicionalista de !os vencedores).
[365]
n1os visto ya. Era el tno<lo que tenan los sublevados de desarrollar su propia liturgia,
de articular Ja adhesin de la poblacin al nuevo rgiinen que se iba ya articulando
en torno a las nuevas instituciones (una an1alga1na confusa entre J)iputaci6n y Junta
Central de Guerra de la provincia de un lado, y los poderes que einanaban de la Junta
de Defensa, de otro 255 ). Peregrinaciones, 1nisas de can1paa, purificaciones y actos de
desagravio, 1nultitudinarios Viacrucis y 7'e De11n1s, sole1nnes coronaciones de vrgenes, etc. Pero, sobre todo, recuperacin del culto local 25 : las vrgenes coronadas y
cuya devocin se fon1entar sern las de Estbaliz o la de Angosto en lava, la de
Uju y Santa Mara la l~eal en Navarra, se reconstruirn las cruces procesionales y de
tnnino, se iniciarn procesos para la restauracin del 1nonasterio de Leyre ( n1onumcnto nacional) y el castillo de los Reyes de Navarra de Olite (como parte de un
progra1na de recuperacin de lo propio), se pro1nover, incluso nuevos actos rituales -basados en una cierta tradicin- con10 es el caso de 1ajavierada -peregrinacin ele jvenes a Javier pro1novida por la 1-Iennandad de Caballeros Voluntarios de
la Cruz en la in1nediata posguerra. Se recordarn viejos usos locales, que en lava y
Navarra son forales, co1no el juran1cnto foral ante el Machete de Vitoria o viejas tradiciones co1no la de los a1.11vros (grupos que oficiaban el canto a prin1era hora de la
n1aana, coincidiendo habituahnente con alguna festividad religiosa, que daba pie a
los te1nas, la aurora). I-Iabr una recuperacin del paisaje provincial, con su variedad
y connotaciones de fuerte sentin1entalis1no y en sus aspectos 1ns costu1nbristas e historicistas (castillos, viejos 1nonasterios, pueblos tpicos, etc.), y la ciudad ser recordada en sus rincones 111s caractersticos (co1no una recreacin de la nostalgia). Se
traer de nuevo a Ja actualidad el recuerdo de los antiguos reyes de Navarra y sus acciones caballerescas y su vida bizarra, el gusto por la poca del inedievo y el dato erudito. Y se reforzar Ja devocin a los patronos de la provincia: a San Prudenco, en lava
(a quien se le construir una hornacina en el tnnino de Annentia); a San Miguel
Excelsis de Aralar, a San Fennn y, sobre todo, a San Francisco Javier, en Navarra 257 .
2 5
~ Recuerda, en esa confusin entre el par/ido ---que era !a Junta de Guerra--, y las inst!tuciones pblicas (alguna intervenida por el partido, con10 la Diputacin de Navarra), en el cruce de competencias (la
Junta de Guerra, por ejeinplo, reorganz ayuntan1ientos, etc.) al 110-Esrado (Broszat, J 986), f)ua! .'i'rale
(Ernst Fraenkel, 1944, cit. en Bracher, 1983) o polrica sin ad111i11is1raci11 (Mommscn, 1967) de los nazis
(que no era una situacin catica sino que responda a la propia lgica del sistema, por cierto, como advierte Brachcr, 1983: 48-49). Naturahnente, todo paralelismo histrico es eso. No caben transposiciones
1necncas: no es necesario insistir sobre todo lo que separaba uno de otro caso. Sin e1nbargo, se da aqu
la circunstancia de la conremporaneidad que, cmno dice Otto Hintze o Ernst Nolte, es rntis poderosa en
ocasiones que las fronteras nacionales y las distancias geognificas (que no tanto culturales en el siglo xx).
2
sc. Hasta descender 1ns all de la provincia, a !a localidad; connotando as una vida !ocal sobre la
que se construyen las identidades colectivas -"antes que otras de clase o nacionales. Frances Lannon
( J 990: 41) llarna la atencin sobre el hecho de que algo as ocurra en la Inglaterra de Tomas Ivloro, es
decir, en la Inglaterra del siglo xv1.
2 7
~ Puede consultarse entre otros 1nuchos Clavera, 1942-1944 y 1962; Mugueta, 1937; Balcztena y
Astiz, 1944; Ruiz de Loizaga, 1989; Irnnaculada, J 943; Senz de Santa1nara, l 937; Madinaveitia, l 937;
lava, 1938. Pueden seguirse, tambin las Efemrides patriclticas del /)iario de Nu11arra, el Vitoria tpico del Pensa111ie1110 Alavs, y otras secciones de estos peridicos y de El Pe11samie11ro J\lavarro. Sobre
[366]
Si, tal vez, el pri1ner acto en el que la Repblica se enfrent a los n1odos ele la
provincia, de Navarra, fue a raz de la celebracin de la fiesta de San Francisco Javier en 1931 (recurdese la convocatoria de los ayuntan1ientos ante la inhibicin en
el acto de la Gestora republicana 258 ), fue ta1nbin esa fecha snblica, la que inarc
la plena recuperacin de tradicin para Navarra. En 1936, en plena guerra, se celebraba la fiesta en Su n1cn1oria con la pon1pa oficial de haberla restablecido en nuestros usos forales, interrun1pidos contra el sentir unnin1e del pas, por la pasin sectaria. Nuestra l)iputacin asiste, con10 en los pasados tien1pos, a la solen1nidacl
religiosa en cuerpo de C:on1unidad representativa de toda Navarra 259 . r~sc da la parroquia de San Cernn pudo bandear las ca1npanas excepcionahnente (se haba iinpuesto la prohibicin de su bandeo a causa de la guerra), y la Corporacin provincial
acudi en Cuerpo a su recinto para prestar el juran1ento cristiano y foral que las leyes laicas de Ja l{epblica haban in1pcdido en los ltitnos cinco aos. A su entrada
y salida del recinto eclesistico se le dieron honores de realeza a la Diputacin, al
n1odo del viejo l{cino 26. I-lubo otros actos (co1no la Misa de c:on1unin general y desayuno en el caf Irua de la Asociacin (~atlica de Maestros de Navarra en honor
al patrono), y, sobre tocio, se exaltaron en sennones y artculos ele prensa las virtudes
del n1isionero jesuita (que coincidan con las que solan adjudicarse al carcter navarro). Y, sobre todo, el carlisn10 celebr la 01101nstica del Prncipe regente, Javier de
Borbn y Panna ~que tras la 1nucrte del anciano Carlos I-lugo, pugnaba, con el apoyo
de Fal, por hacerse con el liderato caris1ntico del carlisn10. lJe dedicaba l~l F)ensanento Navarro una gran foto de portada y le reiteraba la adhesin y pleitesa que la
Navarra carlista deba a SU rey 2<i 1.
La provincia celebraba de ese n1odo su triunf~). Instituido en corporacin, procla1naba su victoria frente a los intentos de sobreponer otras voluntades sobre ella (tal
con10 representaban la accin de la J{epblica, con10 fuerza ajena, i1npostura para Espaa). Utilizaba para ello fonnas prede1nocrticas ( Cn cuerpo de Con1unidad representativa de toda Navarra) y viejas liturgias ( jura1nento cristiano y foral). Natu-raln1ente, es claro que se estaban poniendo en n1archa fonnas polticas acordes con
los tiempos, las formas que los tiempos requeran (las de los modos totalitarios que
aspiraban a la adhesin 1noral de la poblacin al Estado, a la identidad entre f~staclo
y nacin, las llamadas formas jscistas2f' 2 ). Pero adquiran esa apariencia amigua reconstruyendo su propia fisonon1a a partir de una arraigada cultura nacional, en este
caso, la a111alga1na cultural del casticis1110. Con ello adoptaba, paradjica111entc, un
el gran proyecto de Javier y la javierada, vase A Javier, discurso del obispo Marcelino Olaechca en
Esparza, 1941; y carlas de Flix I-Iuartc en los documentos editados por Paredes, 1993: 299 y sigs.
258
Vase Tercera Parte, apartado 2.4.1. de lJgarte, 1995a.
9
2;; DN, 3 de diciembre de 1936.
2
M DN, 4 de diciembre de J 936; /;,'PN, 5 de dicicinbre de 1936.
U>1 EPN, 3, 5 y 1O de diciembre de J 936.
21 2
' Vase, por ejemplo, Jo dicho en la nota 255 sobre Ja institucionalizacin del nuevo rgi1ne11 en
Navarra.
[367]
2w
26~
265
Vase supra.
Pascual, 1963: 200-201.
/)/'l, 24 de julio de 1937.
[368]
corriente nacional, con10 quera y propugnaba en julio de 1936 Francisco c:osso. I)e
ah el Feliz paisaje! Nuestro Madrid s que ha vuelto a ser lo que quera1nos, el que
nos hahan defonnado y que senta111os esa defonnacin dolorosa e ntin1a, etc. que
pronunciara G1nez de la Serna en l 939 2()(). E'..spaa se hizo provinciana (y catlica,
que era el 1nodo de ser espaol en la idea de la Provincia), fortaleza y baluarte de la
tradicin y el integrisn10, pequea, triste y gris, teida de aburri1niento (si no de ha111bre y otras 1niscrias, claro est), a1nante de su peculiaridad variadsi111a, herencia de
tantas culturas locales con10 existieron en el pasado, deseosa de reproducir las 1ns
an1ahlcs escenas costu1nbristas. Pura anacronfa cuando las detnocracias derrotaron a
sus ho1nni111as europeas y se refugi en el aislan1iento (aunque antes hubiera sido
puesta al servicio de un proyecto fascistizante, propio del xx). Anacrona que sera
rota desde dentro por un Madrid que creci y se convirti en la gran n1etrpoli que
antes no haba sido. Pero sa es otra historia ~-la ele la quiebra y crisis final del franquis1no- que no corresponde a estas pginas.
2M
Vase
.111pra.
f369]
CAPTULO
II
La aldea se moviliza
He1nos seguido el rastro de la ciudad --de la ciudad de provincia, scsteante y
celebracin continua de la pequeez (Snchez-Ostiz) para los jvenes inquietos, hijos de Ri111baud y Baudelaire, ansiosos de 1nodernidad. Y, cicrta1nente, la pequea ciudad fue funda1nental a la hora de desarrollar una cultura, a la hora de dar cohesin al
Ievanta1niento, de tejer toda una red de relaciones que, co1no un gran n1azo de hilos,
partan de aqulla y se extendan por su hinterland uniendo cada punto de este a su
capital (co1110 he1nos podido constatar en distintas partes de esta obra). Pero quienes
1nateriahnente protagonizaron el fen1neno requet fueron bsica1ncntc gente de la aldea, esa otra realidad social que ~junto a la pequea ciudad, tal con10 deca Spengler-- vena a con1pletar la provincia. Ellos, su inundo, confonn el universo sin1blico y de relaciones sociales que fue el del I?equet que co1nbati en la guerra de
Espaa y a quienes va1nos a dedicar este apartado.
ste es un tenia que en s n1is1no requerira un estudio especfico. Pero dado que
aqu slo nie he propuesto realizar una cierta indagacin antropolgica (que no una
antropologa) de la guerra civil de 1936, no har sino esbozar algunos rasgos que,
co1no digo, resultan insuficientes y no hacen sino adelantar una prirnera aproxiinacin a esa realidad social poco conocida que es el 1nbito rural navarro y vasco. I...o
que se trata es siinple1nente ele poner en conexin el inundo de los insurrectos contra
la Repblica (ms en concreto del Requet) y el mundo social y de valores en el que
se fonnaron. Algo se ha dicho ya en la Prilnera Parte. Aqu se trata ele con1plctar aquella visin, pero slo en el sentido 1nencionado.
Antes ele adentrarnos en esa tarea, bueno ser detenerse breve1nente en presentar
si no es ins que Jos rudin1entos del niedio en el que nos n1oven1os. Ante todo debe
decirse que la situacin era ele una gran co1nplejidad -tnnino que no se en1plea en
sentido retrico, sino con la pretensin de enunciar una realidad. Ante poblaciones
como Tudcla (11.246 habitantes en 1930), Tafalla (5.870), Estella (5.972) o Corella
(5.676) 1 haba en Navarra cuatrocientos setenta y un concejos y lugares con inenos
[371]
de 400 habitantes (sin contar pueblos con ayunta1niento y no por ello n1ayores), con
una poblacin inedia de unos 100 habitantes por concejo (con alguno, con10 Vcsolla,
con 5 habitantes). I~n lava haba cuatrocientos diecisis ncleos de poblacin (agrupados en setenta y seis rnunicipios, 5,5 pueblos por 1nunicipio) que, sin incluir Vitoria tenan una inedia de 166 habitantes por lugar. Frente a ellos, lJodio tena 2.600
habitantes, Laguardia 2.360 y Labastida 1.249 1.
La estructura de la econon1a (aparcnte1nente snilar en ocasiones), variaba 1nucho de lugares tan prxi1nos entre s con10 l_,agrn o J_,aguardia (unos 5 kilrnetros en
lnea recta). f~n la pri1ne1'il, con 520 hcctl.reas de 1nontcs del co1nn, se haba desarrollado una fuerte y co1npleja econo1na de con1ercio (o una suerte de con1ercio) basado en la explotacin variadsilna del 1nonte (1nadera para 1nuebles en Vitoria, lea
para las panaderas, carbn vegetal, ganadera, estabulada y suelta, etc., o cualquier
otra tnercanca que se pusiera a su alcance), en la que Ja astucia y el instinto a la hora
de garantizar el transporte o hacerse con una subasta de n1onte (antes que la previsin
racional y la organizacin) pennitan unas econo1nas fa1niliares saneadas (actuando
casi corno tierra fronteriza entre un norte de servicios, Vitoria, y una l~ioja carente de
todo lo que el n10ntc poda ofrecer y de algn servicio). Frente a aquel, L,aguardia era
un pueblo etninente1nente agrario, con nu1nerosas casas solariegas, con algn hacendado ilnportante y fa1nilias de braceros (aunque la 1nayora tena su tierra, aunque
fuera pequea), en general dedicado al n1onocultivo del vino, Jo que le introduca en
circuitos cotnerciales de 1ns largo alcance (J3ilbao) y le haca depender de los sun1inistros ofrecidos por pueblos con10 Lagrn o los servicios de Haro 2. 1-3,n sus proxi1nidades se encontraba Salinillas, cuyos rasgos de ccono1na ya conoce1nos. Si esto se
daba entre pueblos tan prxi1nos, la variedad de toda la regin era an 1nucho 1nayor.
Haba poblaciones con una cierta industria con10 eran Llodic\ Araya, Vera o Alsasua,
con produccin n1etalrgica; Marcilla, Tudela y Cortes, con sus azucareras; Olazaguta con su fbrica de ce1nento; Aiz, en cuyas proxin1idades estaba la n1adcrera lrati,
o Villava, con su papelera. Frente a stos, haba extensos territorios estrictan1ente
agrarios (en los que se daba la situacin del pequeo productor>> de la que habla Shanin, con econon1as prxiinas al autoabastecin1iento). Y dentro del inundo agrario, haba lugares en que la tierra estaba distribuida entre pequeos propietarios (con10 la
zona de la Llanada con aprovechanentos de secano, o las F~stribacioncs del Gorbea
con agricultura de 1nontaa), frente a otras en las que prevaleca el gran hacendado,
1 Fuentes GEN, voz Poblacin para Navarra, Alonso, 1927-1928: 210-216 para !ava y elaboracin propia. Vase lo dicho en las notas 2 y 3 de la Priinera Parte. Frente a ello, en Ga!icia viva (en
Jos 60, pero la poblacin en lava y Navarra en aquel momento estaba en su plenitud, luego se ha ido
despoblando), una n1edia de 591 habitantes por parroquia (Lis6n, 1971: 248; bien es verdad que cada pa1nxuia poda tener 1nts de una alde<I). En cut1lquicr caso nos da una medida de !a dispersin de !a poblacin en la zona que considerainos.
2 Para ainbos vase Carreras y Candi, l 911-1926; Estadstica, 195 l; Ruiz de Clordoa, 1965. Para la
econo1na de Lagrn, Baldoinero Dai, 12 de junio de 1992 (44 y 45.A); l 6 de junio de 1992 (45.B y 46).
Para e! inundo econmico y social de Laguardia, Luis Rabanera, 15 y 20 de septie1nbrc de 1994 ( l l 4 ).
[372]
cuando no el latifundista (co1110 en el valle del Baztn con sus propietarios de 111011-tes, o los hacendados, 1nuchos de nnilia noble, de la I<.ibera y la R.ioja alavesa). 'fierras en las que la econo1na se basaba en la explotacin de bienes co1nunales (co1110
las consicrras y parzoneras alavesas y las faceras navarras), frente a otras en las que
la privatizacin de tierras del co1nn (corralizas) venan a generar conflictos de gran
envergadura 3.
l?.n cuanto a la estructura social, tanto en lo que se refiere a riqueza con10 a po~
der, estatus o prestigio, la variedad, con10 puede con1prenderse, era inn1ensa. 'Ta1nbin
en los inodos de relacionarse (lo que los antroplogos lla1nan organizacin social),
las estrategias de accin entre los grupos, las decisiones y los conflictos.
A ese inundo (para Navarra durante la l~epblica) se ha referido y lo ha estudiado
con lujo de detalle E1nilio Majuelo. Se ha referido a l para resaltar Jos ele1nentos de
ca1nbio y el conjunto de conflictos que se desataron en su seno durante esos aos 4
Haba, pues, ele1nentos de can1bio en aquella sociedad. Sin e1nbargo, acostu1nbrados
a la historia observada desde las grandes ciudades, desde una perspectiva segn la
cual el n1arco del asociacionis1110 (la Gesellschqft de 1'nnies) habra triunfado ya ple1u1111ente desde principios del xrx, y en el que existiran, sobre todo, solidaridades parciales (de clase, de estatus) que se construiran co1no hor;zontes de expectath'a (Koselleck), con10 utopfas en un tic1npo en que se concibe la 111ejora con10 corte con la
realidad preexistente, con10 una quiebra en el curso de la historia que conenza de
nuevo (Arent), en la cual la opinin es pblica y se expresa con10 poltica nacional
delin1itativa del conflicto, con10 juego de intereses y estrategias de toma de poder, se
ha tendido a sobresti1nar estos factores cotno propios ta1nbin de ese conjunto de pueblos, parroquias, aldeas y concejos que conocen1os con10 inundo rural.
Sin etnbargo, frente a aqullos habra otros factores (solidaridades totales, identidades locales antes que nacionales, culturas populares apenas i1npregnadas por la 1110-
derniclad, econon1as 1ns sutiles que las ele 1nercado, en que la tradicin, la confianza
personal o la astucia -hoy lla1naran1os corrupcin-jugaban papeles luego no sospechados, etc.), que he1nos tenido ocasin de conte1nplar en la Pri1nera Parle, que estando 111uy presentes en la vida rural de aquel tie1npo -y que afloran en una observacin no anacrnica-, estaban siendo rpida111ente ree111plazadas en esa pritnera
milad de siglo. Como observara en 1948 Eugen Weber (tambin imbuido de esa perspectiva de gran historia de Francia) ante la lectura del libro de Roger Thabault, Mon
vil/age (1944), y hacia 1968 de la del antroplogo Andr Varagnac, Civilisation traditionnel/e et gen res de vie (1948) --que luego dio origen a uno de los libros emble1nticos de la historia conte1npornea-, en n1bitos en que la vida social, los usos
~ Para la economa alavesa, Homobono, 1980; Gallego, l 986; Ruiz de Urrestarazu, 1990. Para la economa navarra puede verse tm11bin, Ga!lcgo, 1986; Majuelo, 1986: 39-51; 1989: 40-68, y la bibliografa
por l citada; Floristn, 1968; Garrus, ! 992; Grupo, l 990.
1
Vase Majuelo, 1986; y, sobre todo, !989. ngel Garca-Sanz, se ha detenido en la poca preva
de la Restauracin (vase cspecialinente, Garca-Sanz: 1992).
[3731
tradicionales y los ritos se haban venido reproduciendo desde antes de J 834 (en el
caso de Espaa) sin solucin de continuidad, estaban ro1npindosc espordica y acun1ulativa1nente durante esos aos 30, generando, ahora s, una verdadera corriente nacionalizadora (hasta que alu1nbraran una civilizacin con1plet<.uncntc diferente, a
partir de los 50 y 60, lo que en Francia ocurri hacia 1914). I~Ioy esa constatacin va
introducindose ta1nbin en nuestra historiografa, aunque 1nuy Jentan1ente en los trabajos concretos 5 .
Eso ocurra, en buena n1edida, con el inundo rural de la zona vasco-navarra (sin
olvidarnos, claro est, de Is grandes variaciones de un punto a otro). Un inundo cultural en el que el tie1npo estaba asociado al tien1po natural y cclico de las cosechas,
desde los ritn1os diarios, los estacionales, las festividades y vigilias, sietnpre reiteradas, gcncraci6n . tras generacin (pues el catnbio era suficiente1ncnte lento con10 para
que llegara a percibirse de una generacin a otra). Hasta que irru1npi6 el siglo xx, y
especialmente Ja Repblica (mal asimilada). Unos lugares en los que la economa dependa del sol y la lluvia, y las destrezas para 1nanejarla se transn1itan de padres a
hijos; pero en el que el 1nercado haba hecho presencia al 1nenos desde finales del x1x
(antes en las zonas vitivincolas). En el que los acontecin1ientos polticos (o las guerras) se haban vivido con10 otros tantos accidentes de la naturaleza con los que haba que convivir (as se viviran los hechos de la H. cpblica y de la guerra). Unos an1bientes, en fin, en los que el rnaHana -y no el porveniJ; asociado a la idea de
progreso-- slo poda concebirse en tnninos ele continuidad.
Un n1undo, por otra parte, en buena n1edida pequeo, replegado sobre s n1is1no,
poco co1nunicado (en el sentido fsico, pero tan1bin en el de las ideas y las noticias),
para dar origen a sociedades cerradas (Robin Horton) en el sentido de que las alternativas disponibles en cada 11101nento y en cualquier orden de cosas (trabajo, distraccin, infonnacin) eran escasas 6 .
Un n1undo, en fin, en el que los n1odos co1nunitarios prevalecan (y sin1ultnea1nentc se ro1npan), en que el individuo se tnantena vinculado a su con1unidad por
infinidad de lazos y subsun1ido en la fan1ilia, el grupo de an1igos (la pandilla o la cuadrilla) o la parentela, donde las solidaridades universales no se haban transformado
eficazn1ente, pero en el que aparecan fonnas asociativas basadas en solidaridades parciales7, etc.
5 Lo del horizonte de expectativa en Kosc!leck, !993: 334-357; la 111opia como reinicio de la historia en Arent, 1967: 35 y sgs. (aunque Kose\leck-1993: 340-hace una referencia irnica al respecto).
El descubrimiento de Eugen Weber en Weber, 1983: 9. JO.
6 Se refiere a esa circunstancia para toda Espaa Jos Mara Jover en el Prlogo a Snchcz Ji1nnez, 1976. Ortega hablaba, en tono descalificador, de la vida en las zonas rurales de la poca, y deca:
Esta vida local que !lay, tiene un carcter extren10. Quiero decir que es localista, de radio para cada hom
bre superlativan1ente corto. A esta pequeez cuantitativa de radio corresponde una miseria cualitativa de
contenido --ideas, afanes, n1petus)) (Ortega y Gassct, 1931: 132- l 33). Lo de Robin Honon citado en
Accves, 1971: 175.
1 Vase la Primera Parte. Un tipo de relaciones que nos rciniten a los estudios de Julio Caro Baroja,
Jess Arpal, Williain Doug!ass, Ed1cgaray, Greenwood, Hornobono, MacC!ancy, Marianne Heibcrg, et-
[374]
ctera, antroplogos que llan tratado en sus estudios con gran penetracin esos rasgos de continuidad o
de lo permanente (y los viejos estudiosos del cmnunalis1110 europeo, y Jos veteranos inaestros de Ja sociologa agraria como Jos Redfeld, \Volf o S!1anin). Vase !as referencias en la Bibliografa. Un estudio
de !a evolucin de !os estudios sobre el comunalisn10 en Europa (gencraln1ente desde !a historia del de ..
recho y de la antropologa (cuyo principal representante entre nosotros a principios de siglo sera Joaqun
Costa. y luego, Crdenas. Azu.rate, Altamira, Hinojosa) vase Giinnez Romero, 1990 y l 990a.
~ Sobre el cooperativlsrno agrario puede verse Majuelo y Pascual, 199 l.
9
Antiguas tierras del conun, cedidas para el aprovechamiento de rnstos a particulares en el contexto
de la desamortizacin civil, y sobre las que quisieron hacer uso stos del derecho de tanteo para adquirir
la plena propiedad, mientras que los vecinos pretendan recuperarlas para e! aprovechainicnto de la connmidad (mediante repartos, como se hizo en lugares coino Tafalla).
10
Vase para aquellos conflictos Ainorena, 1908; Arn, J 930 y 1936; y Esqufroz, 1977 y l 991. Una
revisin reciente en Lana, 1992.
11 Vase Ugarte, 1995a.
12
Ah estn los excelentes y ya co1ncnLados trab;tjos de ngel Garca-Sanz y En1i!io Majuelo.
n Es resei'ablc en este sentido (a pesar de alguna reduccin) el trabajo antropolgico sobre Elgueta
lk i\1ariannc Hciberg ( 1991 ), que recoge con certa fortuna esos factores del cainbio.
1375]
contra ella. Tal vez todo se produjo en la superficie (si lo co1npara1nos con el caso
francs) y de una fonna restallante, de 1nodo que apenas penniti la asin1ilacin del
ca111bio en aquellos colectivos asentados sobre lo pennanente.
En ese variado inundo rural que era el de Navarra y lava, se estaba produciendo
aquella n1etan1orfosis que infonn la fonnas de concebir y de afrontar el esfuerzo de
guerra que se hizo.
2.1.
14
Weber, 1983: 9. Las condiciones 1nateriales, las 1nentali<lades, la conciencia poltica, todo haba
sufrido una rpida y profunda n1odifcacin, que roinpa con estos desplazan1ientos progresivos, con estos can1bios espordicos que, acrnnulados, constituyen lo que llama1nos un perodo histrico.
15 Mientras que la Francia observada por Weber ( J 983: 701) se transformaba desde la escuela, las
creacin de la red <le coinunicaciones y la participacin en el servicio militar. Ele1ncn1os, todos, 1ns lentos, pero de 1n<'is profundas consecuencias.
J(, Vase supra el apartado 1, y la Parte Tercera, apartado 2 de Ugane, J995a.
[376]
a tiros a ste. No era pues, Cirauqui precisan1ente, un lugar donde la unidad n1oral
del pueblo pennaneciera inclun1e. 1-laba en l, aparte de la vieja divisin entre libentles y carlistas (quienes por cierto controlaban el ayunlanliento), un nuevo grupo
de gente hun1ilde vinculada a la UG'r (agrupados, cada cual, en torno a tres cqfeteras o tabernas). De ah que el primer acto del Requet en julio de 1936 (formado por
Jairnc del Burgo, que llegaba al pueblo en una vieja n1oto destartalada) fuera to111ar
el ayunta1niento, del que retiraron la bandera republicana. 'fras ello, gran nn1ero de
jvenes con sus fa1r1ilias, esperaron con iinpaciencia en la carretera un autobs que
les trasladara a Pa1nplona. Eran las viejas fan1ilias carlistas que, en 1931, al tener
que retirar el crucifijo de la escuela, haban salido en procesin 1nasiva, presididos
por el prroco y el alcalde. Eran quienes haban logrado que, a pesar de las dificultades en el c1nplco, el conflicto se hubiera planteado en tnninos de las viejas fa1nilias
del lugar frente a algn advenedizo que intentaba generar desasosiego en el pueblo,
romper la unidad moral de ste (hasta conseguir el 90 por 100 de los votos para el
Bloque de Derechas, unin de viejos liberales y carlistas, a pesar de que los ltimos
-de fa1nilias 1ns aco1nodadas-- no acabaran de apreciar a los prilneros).
Sin e111bargo, Jos Apestegua, ajeno a las bandos del pueblo, quien se consideraba a s 1nis1no distinto a los otros j6venes por ser aqullos del can1po (1nientras
l era de fonnacin 111s refinada), localiz en el frente a catorce de su pueblo. Aquellos 1nuchachos del can1po resultaron 1najsi1nos todos, deca el hijo del carpintero. Se acerc a ellos y fonnaron una pia: eran los de Cirauqui. Sicn1pre iban juntos. I-Iasta el punto de que Apestegua ocult su condicin ele conductor por continuar
con los a1nigos del pueblo (hasta que stos le descubrieron ante el oficial, por estitnar
que el destino del conductor era mejor que el de infante en las trincheras) 17
Ms all de distancias sociales y culturales, a pesar de las banderas, el pueblo se
i1npona con10 identidad y 1nbto de solidaridad una vez abandonado. 'fa111poco Asterio Garca, de Olite, quiso, iniciahnente, 1narchar con10 enlace de Garca Valilo (a
pesar de que aquel destino era inucho 111s seguro y, sobre todo, 1ns c1nodo y con
111ayores posibilidades para la posguerra, pues entraba dentro de lo legti1110 y de lo
deseable, con10 vere111os, esperar alguna fonna de recon1pensa de incorporarse a alguna nueva red de patronazgo a raz de servir a un nuevo seFor), bien, pues, Asterio
Garca rechaz en la primera ocasin ser enlace de Valio porque en la compaa tena a los del pueblo, a los de su cuadrilla 18 . Los casos son nun1erossil11os.
l-lasta quienes se haban sentido violentados para salir de sus pueblos (era el caso
de Timoteo Olabarrieta, de Osma, lava, hijo de republicano), hablaron siempre de
nosotros para referirse a los del pueblo: Nosotros ban1os doce de Osn1a en los pri1ncros das del frente, dice. Luego seis fueron para la Pri111era en Son1osierra y otros
seis para Atienza. Nunca estableci relacin con otros supuesta1nente 1ns qfines ideo-
17
Jos Apcstcgua, 8 de octubre de 1992 (79.A); Joaqun Hennoso de Mcndoza, 20 de novic1nbre
de 1992 (84 y 85.A); Altaffayl!a, 1986: Il, 401; ARLI Tercio Navarra.
rn Astcrio Garca, 30 de junio de 1993 (106.A).
[377]
lgicainente 19 . J)el inis1no pueblo era Antonio ()rliz de Anda, a quien le persegua en
el pueblo fan1a de filonacionalista. Cuenta que tuvieron que ir, por orden de un cabo
nuevo que haba llegado al pueblo, cuatro requets a hacer gritar al cura de C~aranca
(cerca de Os111a) el Viva I:.'>Jala. I<.econocido por el sastre de Caranca debi decir Y a
ste -por l-, no le hacis gritar el Viva Espaa. Pero con los de ()sn1a, con1entaba, nunca tuvo problen1as, qu va a pasar, nada, deca, eran del pueblo: con ellos
sali (que eran carlistas_{lnos), con ellos desert (vase fr(fia) y con ellos tern1in la
guerra 20 .
I~n Maeru (866 habitantes, a pocos kiln1etros de Cirauqui, con quienes no se llevaban nada bien), las cosas ocurrieron de otro 1nodo. Era Macru un pueblo donde el
carlismo obtena votaciones del orden del 99,25 por 100, sobre una participacin del 94
por 100 (y en que se deca del nico republicano que estaba loco 21 ), donde Ja Fiesta
por los Mrtires de la l~radicin (fiesta carlista) fonnaba parte de las fiestas de la localidad, donde se reciba a Jai1ne del Burgo --cuando vena- con10 poda recibirse a una
autoridad (y las casas se disputaban alojarle), donde anunciaban la llegada de Antonio
Lizarza lanzando un cohete, en Maeru el pueblo sali con la banda de 111sica a despedir a los requets que se 1narchaban a Pan1plona. Luego el grupo de Macru, junto
con los de Cirauqui (que haban ido a recoger annas hasta L,ogroo), y otros de Pan1plona fueron juntos en la colun1na de Ortiz de Zrate hacia Guipzcoa por I3idasoa22 .
M_ls adelante, tras la guerra, cuando Antonio Lizarza y Carlos Ciganda pararon en Maera, el pueblo fue una fiesta. Menudo recibin1ient-o, deca el hijo de Antonio. c:iganda
haba sido 111ando del 1"ercio de Navarra, unidad en la que se haba encuadrado buena parte
de los voluntarios de Maeru, y sentan por l verdadera <levocin 23 . Arl<-~jona, Abrzuza,
Vllava24 , haba nun1erosos pueblos que haban salido con10 un ho111brc al frente. 1'odos
ellos fonnaban pifia en las trincheras. r~n Lcrga la total[idad de la'] juventud del pueblo
se alist al Requet en 1936 (antes del levantamiento), Pero al hablar el teniente coronel
Utrilla de entrega absoluta, etc., n1uchos se dcsanin1aron (solan1cnte quedaron nueve). Sin
e111bargo, en el clin1a de exaltacin que sigui al 19 de julio, tras ver que el 19 niarchaban aquellos nueve a Patnplona, el resto tnarch tan1bin el da 23 25
Las unidades, antes que co1no agrupaciones de individuos, se forn1aban con10
111ancon1u11idades de pueblos. As fue con10 Tutor fonn tres grupos en su colun1na
que parti el da 20 de Pamplona con arreglo a su procedencia: inicialmente como
tolosanos, navarros (con sus pueblos respectivos) y donostiarras 2<i.
19
[378]
l~n el T'ercio Mara de las Nieves, tal COlllO cuenta, c:ipriano Fernndez, de Fustiana, el prin1er pelotn de la pri1nera seccin, el sargento era de Cascante y todos
los requets eran del 1nisn10 pueblo. E,! segundo pelotn, cuyo sargento era de Fustiana tena cuarenta y cuatro requets de la localidad. J.Jasta el punto de asegurar, en
la n1edida que las bajas obligaban a co1npletar las unidades con gente nueva, que nosotros no queran1os extranjeros, refirindose a gente que no fuera de Fustiana o
(~ascante 27 .
He1nos visto actuar al pueblo de Zuazo ele Landa con10 si de un cuerpo unitario
se tratara de n1odo que asun1a su autodefensa, no reconoca en el pueblo otra autoridad que no fuera la de la Junta Ad1ninistrativa y se organizaba segn su propia estructura de casas de vecindario, con10 vecinos y no con10 ciudadanos (distribuyendo
la leva entre las casas del pueblo). I-Ie1nos visto a Fresneda convocada por la can1pana, y a sus jvenes ofrecindose con10 voluntarios siguiendo el consejo de los n1ayores (donde se produca ese fen1neno del ten1or reverencial para con los cabezas de
fa1nilia y los n1ayores que Sthal observaba en la con1unidadcs rzeshi de Run1ana 28 ,
y que es habitual en sociedades en las que Ja experiencia es la clave de su reproduccin). l-len1os visto tan1bin a esos rnayores del pueblo salir en defensa de quienes no
queran n1ovilizarsc, y el 1nodo violento en que fueron apartados en ()sn1a (lava) 29 .
E.! pueblo, con10 deca Jero1ne Blun1, no era sin1plen1ente un lugar donde residir
con10 1nien1bro de una con1unidacl 1ns an1plia (con10 poda ser la nacin) era Sin1ult<ncan1ente una unidad econ1nica, fiscal, de asistencia n1utua y religiosa o dct'ensora de la paz y el orden dentro de sus fronteras y guardiana ele la n1oral pblica
y privada de sus residentes~. Un lugar en el que, para Pitt-I<.ivers se alcanzaba Ja
unidad nloral a travs de una opinin pblica viva y altan1ente articulada 31 .
De ese n1odo actuaron Jos pueblos constitutivos del 1nunicipio de Arrastaria (Aloria, 72 habitantes; Arttnaa, 140; Dlica, 306, y Tertanga, 147), que al encontrarse
en lo que ellos Jla1naban tierra de nadie (se hallaban entre la lnea de los sublevados
situada en lo alto de la Pea de Ordua y las defensas republicanas en Ordua) siendo
nican1ente inqucridos 1nuy espordica1nente por destacainentos del Requet o ele los
nlicianos y gudaris del Gobierno Vasco, n1antuvieron una situacin de pleno autogobierno hasta septiembre de 1936 (sin dependencia de ninguno de los bandos). En
esta situacin precaria y con estrecha unin de tocios los vecinos de una y otra idcologa32 -deca el infonne del ayunta1niento presentado a la Causa General en 1946-,
se continu hasta el 8 de septiembre de 1936, en que despus de la Misa Mayor y
ante el cariz que to1naban los acontecin1ientos y requeri1nientos ele los can1pos
[379]
nacional y rojo, los vecinos reunidos en sus respectivas Parroquias, acordaron unni1nen1ente evacuar el Municipio, con libertad de opcin para uno u otro ca111po, dividindose segn sus preferencias o circunstancias personales, pasando la 1nayora al
ca111po nacional y los restantes a la Ciudad de ()rdua, donde tenan deudos e intereses, dndose el caso de que varios derechistas se refugiase /sic} en zona roja, y por
el contrario, vecinos que haban votado a las izquierdas pasaron al ca111po nacional.
Ello significaba que no haba arraigo alguno poltico. Aunque esto lti1no lo deca
en tono exculpatorio paraJos vecinos (y el propio ayuntan1iento, que haba seguido
funcionando durante todo aquel tien1po) trasluce el peso de la solidaridad vecinal (al
exculpar a todo el n1undo de los pueblos) y, efectvainente, el poco arraigo de lapoltica, es decir de las ideologas entendidas con10 algo 1ns que rivalidades locales o
actitudes vitales respecto a circunstancias locales (asistencia a 1nisa, pobreza y reivindicacin de la corraliza, etc.), no con10 progra1nas polticos concebidos para articular una nacin. A continuacin se extenda el infonne sobre la fraternidad verdaderan1ente entraable, aparte de algn natural recelo y las funciones puran1ente
ad1ninistrativas (y no polticas) que asu111ieron las autoridades locales (y, con10 caba
esperar en un infonne hecho para Ja Causa General, en la serie de pillqjes que padecieron por parte ele los rc~jos 33 . De 111odo que Ja co1nunidad se vea a s 1nisn1a con10
universo (en cuanto que se conceban con10 espacio social global), con soberana
plena (se renen y deciden), y en el que convocadas en las Parroquias, tras la Misa
Mayor, cada caso llevara (no lo dice, pero es de suponer dada la estructura de aquellas aldeas: el Concejo, las veredas, el reparto fiscal, sie1npre se haca por casas) su
punto de vista, actuando, ante la evidencia de que haba que disgregarse (los requerilnientos de unos y de otros), segn la lgica de Ja tierra: los deudos e intereses, y
no los polticos.
El pueblo era la entidad en que todos se identificaban y el cuerpo social en que
se sentan arropados en n1on1entos de adversidad. Los eje1nplos podran 111ultiplicarsc.
Segura111ente ese sentido solidario dio valor a un grupo de unos cuarenta de Valdegova (entre los que estaban los 111s con1pro1netidos con el carlis1no) para desertar en los primeros das (los ms dramticos del frente de Madrid). Haban salido de
Vitoria con el primer grupo para el frente (aqul que saliera para Madrid el da 26 de
julio de la Estacin del Norte). En Aranda se haban confosaclo y les haba desplegado en la zona ele Navafra y Lozoya. Sin e1nbargo, a algunos les retiraron hasta Al111anza para desplegarles en Atienza. Al parecer en esa zona se produjo un n1on1ento
de confusin en la prirnera lnea, fuego cruzado entre la propia con1pafia por i1nprovisacin, algn herido al que los oficiales acusaron de autolesionarse, etc. lo que produjo un 111alestar considerable en la tropa. Fue el 111on1ento en que, tras arengarlcs, el
capitn Joaqun Nogueras ( n1s bravo que un rayo -dice de l Antonio Ortiz--,
deba tener la ele111entalidacl castrense) dijo que diera un paso el que no estuviera dispuesto a n1archar sobre Madrid. A Antonio le vino a la 1ne111oria la inadre viuda que
3~
[380]
haba dejado en casa, los bueyes, la labranza que haba dejado sin tenninar, y pens
no voy a dar un paso al frente. Yo doy veinte si hubiera hecho falta. Dio ese paso
y vio que otro tanto haca Braulio de la Presa, y otros varios de pueblo, as hasta
cuarenta, todos del n1unicipio de Valdegova. El acto era grave, era un acto de desercin en acto de guerra. Algunos haban visto e1nplear las annas en retaguardia, y en
Alinazn un guardia civil haba propuesto arrojarlos al ro. El hecho de ser vecinos
les debi dar ni1no. Llenaron un autobs. Les llevaron hasta Burgos. All deban presentarse en el cuartel con una carta que haban dado a 13raulio de la Presa (de fan1ilia tradicionalista). Sin en1bargo, ste hizo trizas la carta y cogieron el tren que les
llev a Miranda. l)csdc all a pie a casa, 28 kil1netros, para continuar con sus labores. No fueron represalia<los. Alguno, por ser brazo derecho de Oriol, fue pro1novido con10 funcionario de prisiones. ()tros 111archaron con sus quintas:H. l)e nuevo,
por cnci1na de toda ideologa (haba entre ellos tradicionalistas convencidos y nacionalistas) y de pugnas banderizas (los pueblos de Valdegova los haban tenido), el pueblo generaba la solidaridad bsica que pennita afrontar las situaciones extren1as
desde la fortaleza que daba el convenci1niento de que cada 1nien1bro desarrollara ante
l una actitud idntica, de que se participaba de una actitud general, una actitud con1partida por el resto de la co1nunidad. E.l pueblo n1oral (que era su universo) se reco1npona en esos casos extre1nos.
Y en situacin excepcional se encontraban todos los jvenes salidos de sus pueblos, en terreno desconocido y en accin de guerra. As es que una ele las cosas que
1ns en1ocionahan a aquellos voluntarios era encontrarse en sus desplaza1nientos con
otra gente ele su n1isn10 pueblo. Gente que por haber en1igrado, haber ingresado en
alguna co1npaa religiosa, resida en localidades por las que pasaban. Naturaltnente,
in1nediatan1ente enviaban noticias de ello a sus casas: J. G. de Sangesa contaba en
carta enviada a su don1icilio que poco antes de entrar en San Sebaslin, en Ula, se
encontr con Mxitna la del Chato que estaba en un convento del lugar. No se cansaba de besanne las n1anos cuando le dije de dnde cnt 35 . Por su parte 1.:.-. G., ta1nbin de Sangesa, no haca 1ns que enviar noticias, en sus cartas a su fan1ilia, de
gente del pueblo con la que iba encontrndose en Pamplona y a lo largo del recorrido
hacia el frente 36 . Y cuando se pona a describir las situaciones del frente, sus itngenes eran las del pueblo. As los bo1nbardeos eran con10 Cuando viene tonnenta por
Uju E'..ntonces s que 1neten estrucndos! 37 .
A la hora de co1ner, en los ca1npan1entos y las trincheras, tras bendecir los ali1nentos, Jos requets se colocaban a cotner por pueblos, aqu los de Cascante, all los
de Mendigorra, 1ns abajo los de Cintrunigo 38 Los de Murchante, n1uy an1igos de
.1-1 Antonio Ortiz de Anda, 3 de diciembre de ! 990 (4.A y B). Tlrnoteo Olabarrieta, 3 de febrero
de 1992 (32.A).
~ 5 ARPA, J. CJ., 7 de scpticinbrc de 1936.
36 ARPA, F. Ci.
7
3 ARPA, F. G., 7 de diciembre de l 936.
~s Redondo y Zabala, 1957: 9 !.
[381]
co1ner cosas verdes co1nan hasta hierbas en su afn de re1ne1norar las ensaladas de
su pueblo. A stos los guiaba uno que era el padre de todo:-:>, pues cada grupo de
aldea contaba con sus propios lderes naturales y su propia estructura de cuadrillas,
con10 haba ocurrido en el pueblo 39 . Las nostalgia por la co111ida del pueblo era notable (no la buena conda, sino la propia): Tengo unas ganas de to1nar leche de nuestras vacas, que para qu te quieres inco1nodar /sic} 40 .
Por su parte J. M. contaba que los cinco de Sangesa que esta1nos juntos rezamos el Rosario todos los das por los difuntos del pueblo'"- Era la comunidad del
pueblo de la que fonnaban parte ta1nbin los 1nuertos. Al 1nargen de la vida llevada
por cada cual, al 111orir, pasaba a fornu1r parte de Ja n1e1noria de la con1unidad, de la
propia con1unidad 1noral. El ce111enterio -co111entaba un nifio, acostu111bra<lo a ir
por all con su abuela y ver a la gente rezar y hablar con los n1uertos- es el sitio
donde viven los 111uertos 42 . Aparte de la paradoja expresada desde la naturalidad in
fantil, el aserto era cierto en la representacin de las cosas que se haca la gente en
la poca. El capelln del Tercio Mara de las Nieves, Casiinro Saralegui, hablaba
del afn de l_los navarros porJ llevarse a toda costa los cadveres de los suyos. Era
fiecuente ver transportar cadveres en las can1illas (con riesgo de las vidas de los ca1nilleros). Muchas veces, a pesar de las severas rdenes en contra, avisaban a los
familiares, y les sealaban dnde estaban enterrados sus deudos. Los desenterraban,
robaban los cadveres para hablar claro y se los llevaban con penniso verbal de los
capitanes y capellanes. Afiada el capelln Saracibar que cuando haba un n1ucrto
de un pueblo se iban con todos sus co1npaeros del pueblo, dejando a veces las unidades en cuadro. Algo de esto ocurri cuando el rfercio de San Miguel fue batido
por la propia aviacin en 'feruel: entre bajas y acon1pafiantes de Jos cadveres, el tercio (equivalente al batalln) qued reducido a una con1pafia 43 . No bastaba con dar
tierra a los cadveres, ni caba pensar en hacer esos in1nensos ce111enterios igualitarios que se hicieron habituales por Europa tras la Gran Guerra (en los que se veneraba al soldado cado44 ; otra cosa es lo que luego se hiciera en C~uelgan1uros, una
obra 111onun1entalista, totaln1ente ajena a los sentin1ientos a los que nos referi111os).
El 111uerto, con10 111ie111bro de la con1unidad, descansara en la tierra de sus inayorcs.
Mientras sus fa1niliares, tal c'o1no ocurri con uno de los cados en la colun1na 1'utor, sustituan al n1uerto en el frente (sustitucin que sera frecuente por 1notivos variados con10 veren1os )45 .
Por su parte, los pueblos, sintiendo la solidaridad con quienes haban marchado
al frente, hacan colectas entre las casas del lugar para enviar vveres a sus requets.
1
39
[382]
J)e ese n1odo el secretario de Morentn peda autorizacin a Ja Junta Central de Guerra c:arlista para trasladar al frente vveres (aves, conejos, jan1oncs, cte.) recogidos en
tre los vecinos y fa1niliares de Jos voluntarios del pueblo. Se le contest que slo se
podan enviar obsequios non1inahnente y que el resto se entregara a depsito 46 . Claro
que, cuando la Junta hablaba de depsito, era el depsito de vveres de Navarra, que,
en principio (y hubo algn cnfrentan1iento por ello con los nlilitares), slo se distribua entre los voluntarios navarros (del n1isn10 n1odo que la Junta de lava realizaba
sus visitas al frente para entregar provisiones a los alaveses).
I.,a devocin jugaba un gran papel en aquella guerra. Pero para uno de Sangesa
no era lo 111isn10 to1nar un alto con una ennita, que si esa ennita estaba dedicada a
Santiago: que e1nocin la nuestra al vernos delante de nuestro patrn co1nentaba
J. M. en carta dirigida a sus fau11iliares. A continuacin cantaban la Salve de Jos H.osaricros y rezaban una plegaria a la Virgen de I<.ocan101~ 11 Aquellas in1genes sagradas siinbolizaban al pueblo de origen, era pues una devocin local la que anin1aba
aquellos espritus. Cuando un requet de Arguedas fue herido en el can1po de bata
lla, y tras escuchar todos los rezos y jaculatorias del capelln, se le acerc uno del
pueblo para decirle acurdate de Ja Virgen del Yugo (patrona de Arguedas y de todas las Bardenas), n1ientras le entregaba una 1nedalla de aquella virgen para que la
besanr18 I-Ien1os visto salir a los de Artajona con el bandern de Ja Virgen de Jerusaln al frente, y a los de l'afalla cncon1endarse a la Virgen de lJju. Por su parte un
requet de Usta1TOi'. ofreca su vida a la Virgen del Patrocinio Maternal, titular de
una crinita de su pueblo 49 . L.. legaban incluso a producirse co1{flictos en las devociones locales. lJna chica regalaba a su novio requet una n1cclalla de San Miguel Excelsis para que le protegiera de las balas. No te hagas ilusiones de que es para libranne de la n1uerte, le elijo al aceptarlo, pues ya antes, le adverta, haba ofrecido
su vida a la Virgen de! Villar (patrona de Corella). Si no fuera un sarcasn10 cruel,
podra decirse que la patrona riberea pudo 1n!ls queel santo de Aralar: el requet
n1uri en l-Iuesca 50 .
Podra1nos extendernos en ejen1plos diversos que subrayan la identidad bsica que
vinculaba a todos aquellos requets inovilizados con sus pueblos de origen. Su socializaci6n se haba producido en aquellos espacios sociales reducidos y cerrados, y
las afinidades, solidaridades e identidades colectivas se producan en ese nivel, atravesando, con frecuencia, diferentes estratos sociales (antes que otras identidades parciales de clase o nacionales, propias del inundo de las sociedades 1nodernizadas). No
poda hablarse de una hon1ogeneizaci611 cultural a lo largo de espacios sociales nus
an1plios que no fueran Ja localidad, y nu.s all, la provincia, con10 vcre1nos. Hasta tal
punto quedaban n1arcados los lnitcs de aquella identidad, que llegaban a llan1ar ex-
1
<> AGN. JCGC. Actas 26 de agosto de 1936 .
.n Arpa, J. iv1., 17 de scplie1nbrc de 1936.
1 ~ Lpe;1, Sanz, 1948: 143.
19
Lpcl'. Sanz, 1948: 254-255.
' Lpez Sanz, !948: 165.
[383]
2.2.
Naturahnente, el pueblo no era una a1nalgan1a de individuos inconexos. El pueblo (el auzoa de la zona vascfona a la que se han referido los antroplogos 52 ) tena
su propia estructura forn1ada por fan1ilias o casas que funcionaban con10 unidades bsicas sobre las que se articulaba la co1nunidad. Sus relaciones estaban en n1uchos casos institucionalizadas con10 relaciones de vecindad, y sie1npre las instituciones co
n1unitarias (tanto los organisn1os con10 el concejo o las cofradas, o las actividades de
vereda o auzalan, etc.) estaban articuladas sobre aqullas. Incluso en lugares con10
Tafalla, con ins de 5.800 habitantes, al hacerse el reparto de las corralizas, se hizo
siguiendo una distribucin por casas (a diez robadas por casa). En el pueblo el individuo no era nadie, si no era co1no 1nien1bro de cierta frunilia, de cierta casa de vecindad. Se era de tal casa, hijo del boticario o fan1ilia del triJarrota o del tnatagatos
(apodos familiares de Laguardia) 53 .
As un prroco, al hacer el recuento de los voluntarios salidos de una parroquia
de Navarra deca: En nli parroquia de treinta casas han salido treinta y tres voluntarios. Y en un casero cercano, de cinco fa111ilias, once 54 I:':l individuo (o el feligrs
para el prroco) no contaba: i1nportaban los n1ien1bros que cada casa, cada fan1ilia hubiera enviado al frente (de ah el recuento pennanente del nn1ero de hcnnanos enviados al frente, con10 signo de honor para la casa) 55 .
Aquella idea estaba profundan1ente arraigada entre los voluntarios, de 1nodo que,
quien estaba en el frente, no estaba all a ttulo individual: lo haca en non1bre de la
casa. He1nos visto ya a los de Zuaza de Landa enviar a cierto n1nero de voluntarios
por cada casa del pueblo56 y a un to sustituir a un sobrino 1nuerto. Aquellas sustitu-
51
Hen1os conocido el caso de una religiosa orginaria de Sangesa, residet11c en Ula, que besaba con
insistencia la mano de un joven sangliesno que no conoca (en un gesto de c1noci611 en que probable111ente liberaba su agitacin al sentirse en el bando de los suyos; hasta ese n1omento U la haba sido re"
publicana) con slo indicar su lugar ele procedencia (que a buen seguro incluira la casa: soy hijo de ... ))),
52
Vase, especialmente, Douglass, 1977; y Echegaray, 1933, para las relaciones de vecindad.
53
Luis Rabanera, 14 de dicie111bre de !993 (108.A). Ellos misrnos en Laguardia eran los RalHm('(la,
rnodil1canc\o ligermnente el apellido familiar.
51 Juan Pujo! Do1ningo, 4 de julio de 1937 (cit. Lpez Sanz, 1946: 56).
55 Vase por eje1nplo, Arrars 1940-1941: Ill, 475.
56
Vase Priinera Parte, apartado 3.3.
[384]
ciones seran pedidas con10 la cosa 1ns natural. En dicie1nbre de 1936, desde Falces
pedan penniso para dos hennanos (8 1O das; deban estar cansados tras cinco n1eses en el frente) y proponan para sustituirlos a otros dos hennanos que estaban en el
pueblo (con la prin1a de ofrecerse ta111bin un an1igo) 57 . En T'ercio de Abrzuza hubo
un relevo en septie1nbre de l 936. El oficial crey que la n1itad no volveran pues eran
voluntarios de prin1era hora, n1uchos casados, con hijos, etc. Pero una buena parte
volvi y Si alguno fall, por casado, etc. envi6 en su lugar a alguno de la fan1ilia 58 .
:En novie1nbre de ese ao dos ancianos se presentaron en el frente de Sigenza para
que sus hijos pudieran ir a ver a sus novias al pueblo. El co1nandantc Martn A1nigot
(con1andante del 1'ercio Mara de las Nieves), autoriz el penniso (aunque en realidad no pudo utilizar a los ancianos para realizar servicios a causa de su edad) 59 .
Aquel n1ecanisn10 de sustitucin era aceptado por la Junta Central de Guerra Carlista, y, en la 1ncdida que tena que colaborar con ella, por la Con1andancia Militar.
As un vecino de L,car peda la vuelta a casa de uno de sus tres hijos voluntarios por
encontrarse acatarrado. Se diriga a la Junta Central de Guerra. sta lo tran1itaba (los
catarros de la poca podan traer graves consecuencias). l..,a respuesta de la Con1andancia Militar fue tcnica. Sealaba que si se aceptaba debera sustituirse al soldado
(que, por lo que conocen1os, tendera a ser alguien de la fan1ilia, o del pueblo) 60 . Las
peticiones eran reiteradas y las sustituciones habitualcs61
(:Jaro que, no sie1npre poda ser un fa1niliar. En ese caso poda ser un vecino quien
le sustituyera. Las labores de la casa obligaban (no ya en Navarra, tatnhin en otros
puntos de cultura ca1npesina de la poca, con10 era el caso de Baviera 62 ), y la sustitucin sola ser justificada en la n1ayora de los casos por ese n1otivo.
Porque la 111ayora de los voluntarios eran buenos can1pesinos, y, con10 tales, estin1aban que la casa, en todo caso, deba estar protegida. La necesidad lo exiga, pero
h1111bin el honor. l'odo aqul que por cualquier 1notivo (especialn1ente si era por abandono o falta de seriedad) hubiera descuidado su hacienda era 1nal visto por la con1unidad63. 1-Jaba quien por la extensin de sus propiedades, por tenerlas arrendadas en
una buena parte, no necesitaba trabajar las que reservaba para l 64 . Sin e111bargo, si
entre los vecinos se observaba que las tenan descuidadas y 1nal cultivadas, in1ne~
diatan1entc se les colocaba el san1benito de ser <<n1alos labradores. De 1nodo que (ya
digo por racionalidad ccon111ica y por honor65 ), con10 buen ca111pesino, Antonio Izu,
57
ARLl. Tercio Nuestra Sei'iora del Camino. Testiinonio de (Jenaro Huarle.
:;:; ARLL Tercio de Abrzuza.
59 Burgo, 1970: 121. Tainbin en Lpez Sanz 1946: 236 (111s adornado).
w AGN. JCGC Actas l.
61
AGN. JCGC Ac!as ll.
1' 2 Anna Wimschneider (1990: 83) recurri a un vecino de su distrito Rottal-Inn, colocado en un
cargo de la adrninistracilin durante la Segunda Guerra, par:1 obtener un penniso para que su rnarido pudiera volver del frente ( 1940) a cosechar en Ja casa.
(>.\ Pueden verse consideraciones ins generales en Douglass, 1973: 125 y sigs.
64
Como ocurra con unos vecinos de Crcaino (lava).
65 En donde se con1binaban, por tanto, los que Pitt-Rivcrs llmna honor-precedencia, derivado del pn
1385]
un vecino de E~chauri --a pesar de ser uno de los principales co1npro1netidos con el
lcvantatniento y vivir la noche anterior en un verdadero estado de excitacin-, 111ar
ch con sus hennanos la 111adrugada del do1ningo 19 de julio a tenninar la siega dejada pendiente el da anterior (con10 hcn1os visto hacer en todo~ los casos: Salinillas,
L.abastida, ()lite, etc.). Luego, volvieron a casa, desayunaron, se lavaron, afeitaron, se
vistiern de donlingo, y inarcharon a la guerra. Eran varios hcr111anos, pero con10 faltaban los padres, el pequeo se qued a cuidar de la casa66 . Se haban con1portado
con10 carlistas finos que eran, pero lo haban hecho ta1nbin con10 buenos cnn1pesinos. As que el cuidado de la casa era n1otivo fundado para retirar a los voluntarios
del frente (otra cosa es que las instancias superiores Jo adn1itieran sic1nprc). As el
padre de Joaqun Muruzbal 67 , de San Martn de lJnx, Ignacio Muruzbal Villanucva,
solicitaba en agosto que le fuera reintegrado a casa uno de sus hijos (Jess o Jos que
se encontraban en ese n101ncnto en Son1osierra) para los trabajos de labranza. L..a Co1nandancia Militar devolvi la peticin a la Junta (~entral con la rccon1cndacin de
que ele ser aceptado fuera sustituido por otro 68 . As que Generoso 1-Iuarte, viejo carlista, en labores diversas de organizacin de R.equet, censura la correspondencia de
las fa1nilias pues 1nuchas de ellas lla1naban a las labores del ca1npo -deber ineludible para un buen can1pesino, co1no queda dicho- y aquello dcs1novilizaba n1ucho
a la tropac19 .
Aquel fenmeno ya se produjo en la anterior guerra civil (la de 1873) segn lo
refleja el diario de T. Senz de lJgarte, reproducido por Julio Arstegui 70 . Y an antes y en otras latitudes. As, en la Vende, cada cierto ticn1po el gran ejrcito catlico y realista se desvaneca, las labores del can1po les reclan1aban, y cada cual n1archaba a su pueblo. Despus en unos pocos das volva a reconstruirse tras ser llan1ados
por toques de rebatan. Eran forn1as que se repetan desde tiernpo atrs. Ya Pan-Montojo ha observado esa responsabilidad fanliliar y no tanto individual en la guerra
de 1833. De modo que por la RO de 24 de septiembre de 1836 una familia que tuviera un hijo en la.faccin poda ser n1ultada 72 . Pero aquel no era un sistcn1a que pretendiera penalizar a la fan1ilia para producir represalias indirectas sobre el individuo.
Era la fanlia la reprcsaliacla (o ensalzada en el caso contrario). I~ra la lgica de las
cosas de Ja poca la que haca que una fa1nilia se hiciera responsable de la actividad
de sus miembros (del mismo modo que le apoyaban cuando necesitaba, no por al-
der de facto otorgado por el estatus, y e! honor-virtud, categora moral derivada de la alta estin1a otorgada
por Ja opinin pblica (aunque Pitt-Rivers da a ainbas cieno sesgo por sexos, nos sirven en este caso).
66 Frascr, J 979: l, 77.
67 Muerto en la to1na del puesto de Miqueletes de Leiza (23 de julio de 1936). Argun1cnto que utilizaba tambin e! padre para explicar que la fan1ilia ya haba dado un ><nunir para la causcm.
60 AGN. JCGC. Actas. En elCcto; cfL Burgo, 1970: 96.
69 ARLL Tercio Nuestra Sef1ora del Cainino. Tcsti1nonio de Generoso Huarte.
70 Vase Arstegui, 1976.
71
Bois, 1980: 12.
72 Pan-Montojo, 1990: 129.
[386]
truisn10 o afecto, sino porque la nonna social as lo exiga). l)e inodo que, en ese sen-
tido. el can1bio haba sido lento en las aldeas navarras.
J)esde casa se recla1r1aba en no pocos casos a sus n1ien1bros para las faenas del
ca1npo. Pero, lo que 1ns se aoraba desde el frente ta1nbin era la casa, lo que no
deja de ser lo nus natural y en cierto n1odo ate1nporal: el calor, el afecto de los 111s
prxin1os es algo que ha venido desarrollndose al 1ncnos desde el xvru 73 . No lo es
tanto las cosas que ailoraban aquellos jvenes. Un joven de Sangesa le escriba as
a su padre: padre, se acuerde de cortar la rafia a Jos injertos del huerto y 1ne digan
Cl110 est todo cJ huerto ... rf'a1nbin 111C pueden decir algo de C1110 van las vacas, en
particular la Molinera ... [Adc1nsl, tengo unas ganas ele to1nar leche de nuestras vacas que para qu te quieres inco1nodar /sic]'M. Ninguna referencia a los 1nie1nbros
de la fan1ilia: el huerto, La Molinera, y la estupenda leche que daban las vacas de la
casa ocupaban su in1aginacin. l_Ja preocupacin por las tierras y la 1narcha de los cultivos era general: Me dicen a ver si han trillado y si hay buena venta all de ton1ates7'\ se preocupaba uno. Y otro les requera a los de su casa: Me dirn a ver qu
tal va la sie1nbra y la vcndiinia ... 76 . Aquella preocupacin se transfonnaba en entraable nostalgia cuando se referan a los productos que cada ao se recogan en Ja casa
y que pasaban por 1nanjares especiales. Cuando cojis los 1nelocotones !de casal ya
n1c n1andaris un cestito 77 , les peda otro en carta dirigida a los suyos. Apenas ninguna referencia a sus hcnnanos, en ocasiones a su 111adre para tranquilizarla y al padre en tono sie1npre in1personal y de gran respeto. l~n realidad, no resulta tan extravagante. Con10 observ en su da Willian1 l)ouglass 78 , la casa era el conjunto del
edificio, enseres, propiedades y naturahnente la fan1ilia en s n1is1na (aparte de los
inucrtos de la casa a los que se les deba un culto). De 1nodo que no era tan extrao
que Jos jvenes rcqucts sintieran aquella nostalgia y preocupacin por Ja parte nu1terial de la casa. Por lo dc1ns, no se haba desarrollado la individuacin de los niien1bros de la fa1nilia, de 1nodo que era difcil que en la correspondencia (un 111edio extrao, por Jo den1s para 1nuchos de ellos) se expresaran senti1nientos abiertos de
afecto hacia los 1nie1nbros concretos de la fan1ilia 79 .
Por lo de1ns, los actos en que la fa1nilia to1naba parle en la vida de la co1nunidad (cspcciahnente aquellos 111s saturados de carga e1notiva), adquira un nuevo valor desde la distancia. Padre n1c dice -escriba un joven- que estuvieron el da de
la Pursi111a confesando y con1ulganelo. Nosotros ta111bin estuviinos lo 1nis1no, y en
la Misa Mayor 8. Eran das especiales. Otro joven escriba: El da ele la Virgen de
.>
11
[387]
I~oca1nor
fue para nosotros un gran da, pues tuvi1nos en el casero Misa de ca1npaa
aunque con poca gente. Nos confesa1nos y con1ulgan1os 81 Y a los pocos das se congratula de que en el pueblo el da de la Virgen fue una co:-;a 111uy grande la procesin. Dicen que iba todo el pueblo Ya es hora de que llegue esto, despus de cinco
aos que se han estado burlando! 82 . De algn 1nodo todos, a travs de aquel acto religioso se sentan partcipes de un 111isn10 pensan1ie11to y se encontraban en una especie de cornunin espiritual (a pesar de la distancia).
El con1ensalis1no deba tener una gran lnportancia. Cada vez que pretenda tranquilizar a los de casa, les l\ablaban de la hospitalidad de la gente a travs de la conlida y, en otras ocasiones ele lo especiahnente bien que con1an (lo que era inuestra
de bienestar). Gasta1nos todos inuy buen te1nplc -escriba F. G. Se nos agarran al
cuello al entrar en los pueblos de contentos y nos dan de con1er y de dorn1ir en ca1na
y sidra en abundancia 83 . O cuando n1archaban hacia L. esaca, co1nentaba otro: Por
la tarde tuvitnos n1sica ... Y por ltiino, para dar prueba al pueblo tan bueno que es,
cena1nos todos en las casas particulares, inuy bien ... Ya puedes ver si estare1nos bien ...
que nos hernos dado a co1ner nada n1s que pollos, gallinas, conejos, ovejas ... tenen1os leche hasta dejando de sobra, y en vez de vino tene1nos sidn.t 81.
De 1nodo que sa era la nostalgia de la casa, que hoy nos puede parecer ele1nental, pero que en la poca transn1ita una fuerte en1otivida<l a travs de esos ele1nentos
sencillos que ellos identificaban con sus casas.
Aquella era una vida dura. Y quien 1ns quien 1nenos, aden1s de fonnar los grupos que reproducan la cuadrilla o el grupo de edad de los pucblos 85 en el frente (asociaciones que les pennitan, 1ns all de la solidaridad grupal, superar la angustia producida por la enajenacin del eutorno habitual y el propio hecho de Ja guerra), intentaba
encontrar alguna conexin con algn oficial, capelln, o algn otro tipo de autoridad
que le permitiera sobrellevar mejor la circunstancia del frente. Despus de todo, las relaciones de patronazgo y las redes cliente/ares en los pueblos eran habituales 86 .
[388)
As ocurra en ()lite, donde las redes de e1npleo funcionaban con rigor a la hora
de enconlrar trabajo. Asterio Garca, de ()lite, 1narch en los das de julio a Parnplona.
All se encontr con un gran gento que se desplazaba de sus pueblos para alistarse
en el R.equet. Su prin1er recuerdo de la capital navarra es que tuvieron que dejar el
ca1nin en el que se desplazaban para llevar el caballo de R_afael Garca Valio. Aquel
fue su priiner contacto con quien iba a ser su je_fe-patrn durante la guerra. De los
ocho enlaces que salieron en julio hacia Placencia de las Annas en la plana 1nayor de
la colun1na, Garca Yalio recla1n a dos para que fueran sus enlaces directos. Asterio fue recla1nado personaiinente por la audacia den1ostrada en una descubierta, y Se
llev a Bochorno (Ricardo Azcrate) tambin de Olite. A partir de ah, la fidelidad
de Astcrio hacia su jefe fue total. Y su jefe, por su parte, no haca sino hablar del gran
valor de sus enlaces. As, cuenta Asterio con orgullo, el coronel 13corlcgui se encontr con ellos en Oyarzun y les dijo: Ah, vosotros sois los fa1nosos (]arca-Yalios'!
Ya 111e tiene hasta aqu. L..os enlaces haban pasado a ser reconocidos por el non1bre
de su patrn, y ste les consideraba sus subordinados preferidos. ste era 111uy bueno
para ellos. Para el resto tena fan1a de ser 1nalo, le decan el carnicero, porque le
n1andaba Franco a todos los pasteles (Asterio disculpa a su patrn-jefe). Era un
hon1bre con10 debe ser -dice con finncza. As lgesto con el dedo en seal de rectitud, de hon1bre de una piezaJ ... As de rect<\ pero para todos, ch! I.o niisn10 para
altos que para bt~jos ... Un ho111hrc que un gitano que pasaba por all le saludaba y le
contestaba. Y encn1igo de pelotillas y de alcahueteras ... y total, pues yo era igual. Por
eso dur toda la guerra con l y 1ns ... Y hasta que 1nuri, cartendorne con l, estando con l y den1s. !Fue] n1uy buena persona para ni. Y un buen n1ilitar! Era un
n1ilitar ena1norado de su profesin. Un anligo que estuvo en la escolta de Franco, sigue con su relato Asterio, cuenta que ste deca a otros generales: 1nirad a Garca Yalio, le doy las peores papeletas y todas me las resuelve. El subordinado admiraba la
justeza en el trato con los den1s de su patrn, su rechazo hacia Ja doblez y su profesionalidad. L,o achniraba hasta identificarse en el carcter. Naturalmente, un trato as
requera una relacin recproca que deba ser interpretada en tnninos de an1istad por
las dos partes (de ah la correspondencia, sie1npre n1s valorada por el cliente), sin
que en ningn n1on1ento el desequilibrio o la jerarqua fuera puesta en cuestin. Nunca
un trato preferente hacia el subordinado sera interpretado en tnninos de privilegio
o corruptela (a Valio, deca Asterio, no le gustaban los pelotillas). As que cuando
Asterio fue herido en Asturias, fue a verle Valio, y le dej estar en casa todo lo que
quiso: tena que haberse incorporado en enero y se incorpor en abril.
Asterio, posteriormente, siempre cont con el apoyo de Rafael Garca Valio (uno
de los generales con n1ayor peso dentro del rgiinen de Franco 87 ). As se lo de1nostr cuando en1ple su influencia para recuperar a un sobrino de Asterio Garca encarcelado en Marruecos, tras pasar clandestinan1ente Ja frontera para asistir a una
boda. Yalio haba sido el lti1no alto Co1nisario de Marruecos espaol y tena una
~7
[389]
buena relacin con los sultanes que haban con1batido con l en la guerra <le Espaa,
y a los que haba apoyado contra los franceses en los soirn.
Lo.que in1presion a Asterio -pero lo consider nonnal dada su relacin-, era
que siendo director de la Escuela Superior del Ejrcito en aquel n10111ento, le hiciera
pasar por delante de todas las personalidades que esperaban en la antesala. Sali a su
encuentro y se abrazaron. Le habl de su sobrino, le pron1eti la 1nediacin y luego
estuvieron inedia hora recordando otros tien1pos. Hasta que Asterio le dijo que haba
gente esperando. Que esperen ya no voy a recibir a 1ns, le contest 89 .
Naturahnente, el relato de Asterio Garca exagera alguna nota de aquella relacin
biogrfica. Pero ilustra bien Jo que eran las relaciones patrono-cliente y el n1odo en
que aquellas se reprodujeron en las con1paas del H.equet.
Ha quedado ya dicho que Olite era un pueblo en el que se hallaban ampliamente
desarrolladas las redes de trab~\io. En los aos de la H.epblica, a pesar de la fuerte
lucha anticorralicera que se desarroll en Ja segunda dcada de este siglo y de Ja cooperativa organizada por el sacerdote Victoriano Fla1narique, inspirada en el catoli~
cisn10 social, nportantes corralizas (l..,a Plana, Las 'forres, la de C:ialdeana, la del
Conde l-3spoz y Mina, la de Fausto Ochoa, la corraliza de Ortigosa y la de Mannez
Azagra), se 111antenan en n1anos privadas. l3uena parte de ellas tenan sus propios ad111inistradores. l~os trabajadores se contrataban por peonada en la plaza del pueblo.
Entre estos ltimos los haba pertenecientes a Ja UGT, y otros que eran carlistas (el
carlis1no tuvo una fuerte tradicin anticorralicera en ()lite y los corraliceros eran liberales). Desde la Casa del Pueblo se consigui repartir la corraliza de L,a Plana. Sin
en1bargo, slo to1naron parte en el reparto sus afiliados con la justificacin de que
eran los rns pobres. Mientras tanto, los adn1inistraclores, a la hora de seleccionar a
la cuadrilla para el da, discrin1inaban a los peones en funcin de sus propias clientelas (que a veces se confundan con parentelas y, desde luego, con afinidades polticas
y de amistad). Asterio Garca se quejaba de haber salido pc1judicado en Jos repartos
de tierra hechos por la Casa del Pueblo, Probablemente todo ello tena que ver con Ja
n1entalidad del bien linlitado (M. Foster), en este caso el trabajo, que, al existir en una
cantidad escasa, supona que la satisfaccin de unos iinplicaba la carencia de Jos dems, Estas redes de empleo estaban en el origen ele no pocas banderas en Olite (al
n1argen de la inala in1agen que los ricos corraliceros tenan en Ja co1nunidad) 90 .
Los eje1nplos de la relacin a1nistoso-clientelar entre Ciarca Yalio y Asterio
Garca, podan 1nultiplicarse. Desde las relaciones de trabajo 91 , a las relaciones po1ticas92. Incluso las relaciones del pas carlista con su H.ey, aparte del aura sacra y
88
Sobre la actitud de Garca Valio en el protectorado marroqu, Paul Preston, 1994: 797-798.
Asterio Garca, 30 de junio de 1993 (106.A).
90 Para ello, Flix Anda, 13 de enero de J 993 (86.B y 92.A); Asterio Garca, 30 de junio de 1993
( 106.B); Javier Lorente, 26 de inayo de 1993 ( 102. B) y 4 de junio de J993 {8 l .B). Para Ja lucb<1 corrn!icera y Ja actividad de Victoriano Flainariquc, vase Esparza, 1985; y Majuelo y Pascua!, 1991.
91 Vase la relacin del padre de Hidalgo de Cisneros (1977: I, 20 y sigs.) con su asistente Pedro,
fiel hasta la 1nucrte.
92 Jahne del Burgo, 9 y 11 de junio de 1993 (103.A y B).
89
[390]
93
[391]
2.3.
LA PARTIDA DE BARANDALLA
Queda pues dicho que es la localidad, el pueblo, su mundo ele relaciones y sus representaciones de la realidad la que dio fonna al I<.equet. Quiz el cjen1plo n1s acabado de aquel 111odo de ver las cosas fuera la que se lla1n JJartida de /3arandal!a 99 .
I.;-ue aquella una partida al viejo estilo dccitnon6nico, que, al 111argcn de la disciplina
militar (y ele la propia Jefatura del Requet dirigida por Alejandro Utrilla), organiz
el alcalde de Echarri Aranaz, Benedicto Barandalla, con10 parlida de Ja 13arranca
navarra.
No es un caso que se repitiera (aunque hubo algn otro caso de panida aislada
inicialn1ente, pero que in1nediatan1ente fue absorbida por el Ejrcito 1). Su virtualidad no es que surgiera (podan haberse dado otros 1nuchos casos, por cjc1nplo la ingente cantidad de voluntarios que 111archaron hacia So1nosierra procedentes de Jos valles de Yerri, Ugar, etc., sin otra direccin que un grupo de sacerdotes de la zona, con
Jos Ulbarri, prroco de Ugar, a la cabeza). Su n1ri10 est en que durara hasta
el 6 ele octubre de ese ao, en que fue disuelta por presiones de los n1ilitarcs 101 , y sus
n1ie1nbros integrados en otras unidades. El suyo es uno de esos casos excepcional1nente nonnales de los que hablaba l~doardo Grendi 102 . Co1no tal caso excepcional,
ha sido confundido con un caso pintoresco (y cierta1ncnte algunas cosas resultan curiosas). Pero no resulta 1ns pintoresco que otros casos. I~stando descansando entre
Arancuriaga y Arrigorriaga despus de ton1ar I3ilbao, se corri la voz en una Brigada
de requets de que el teniente coronel Prez Salas haba dicho quien no tiene c ...
para ir de penniso a Navarra no es ho1nbre. Los requets 1nostraron tenerlos pues
n1archaron tocios a sus pueblos. l)esobedeciendo a sus inandos, to1naron un tren y toda
la brigada n1arch para Navarra. En una estacin, la Guardia Civil intent hacerles
volver pero les arrojaron algunas bo111bas de 111ano causando hasta 17 bajas entre los
civiles 103 . Segn otra versin, tras la toina de Bilbao, alguien record que era 6 de julio y se corri la voz de que, siendo San Fennn, era absurdo pern1aneccr all. A
Pa1nplona!, debieron coinenzar a gritar. Y asaltaron el prin1er tren de la estacin,
este siglo (aunque, con10 digo, a!go se ha dicho aqu, y en la bibliografa citada existen algunas referencias puntuales al respecto).
99 Y que por su entidad se merece un tratanliento 1n<s detallado del que aqu !e vamos a dar.
100 Como es el caso de Valdegova a que he hecho referencia, o el l!an1ado Tercio de Peralta que, a
las rdenes del cabo de la Guardia Civil Tin1otco Escalera y formado por un grupo variopinto de unos
ciento cincuenta hombres, recorri la zona de la Ribera navarra y, 1ns a\l{t del Ebro, se adentr en Ja
Rioja. Finahnente, se integraron en el Requet en Tafa!la (Ar.stegui, 199 ! : I, 162). Tainbin otro grupo
formado a 1nodo de S01natn en la zona de Lcci'iena de Oca, sur de !ava, que hizo patrullas por Jos montes del contorno antes de marchar hacia Vitoria (Lucio Rainrez, 17 de diciembre de 1991). Etc.
101 La orden de disolucin la dio la Junta Central de Guerra de Navarra, aduciendo que haba 1nuchos coinponentes de las quintas de 1935, 1934 y 1933 que haban sido inovilizadas en esas fechas (vase
ARLI, Partida Barandal!a). En realidad, era un proble1na para Lodo el inundo.
102 Grendi, 1977: 512.
rn 3 ARLI, Tercio de Montejurra.
[392]
101
[3931
ban a la cuadrilla de jvenes. I~n enero de 1933, por intervencin del gobernador, accedieron los republicanos al poder 1nunicipal. Se fonn una C.icstora republicana en
el ayuntan1iento (que dur slo hasta 1narzo) pero que no arraig en el pueblo. L)espus de todo, slo estuvieron en el ayuntan1iento dos n1eses.
Por su parle los nacionalistas de Echarri tendan por lo general a ser gente n1s
leda, n1s forn1ada e instruida que el con1n de los carlistas (entre stos, tal vez por
trabajar en el 1nonte de pastoreo, con el transporte de n1adera, etc. haba gente 1ns
tosca). En Echarri fonnaba,n parte de la banda de 1nsica (Francisco Urrestarazu, director de la banda era nacionalista). 1''a1nbin eran nacionalistas los hern1anos Carasatorre (cuya fa1nilia tena una fonda), gaiteros de cierto reno1nbre local 17 . 1-laban
fonnado una Ezpata-Dantza, y eso (esa especie de ascenso en la consideracin del
pueblo 1noral del grupo nacionalista) no lo soportaban bien los carlistas. I:.:ntre estos
ltin1os haba cierto rencor hacia aqullos porque les hacan de nicnos, les n1iraban por encin1a del hon1bro. Se tenan por gente nus cultivada, se quejaba un carlista, y por ello los inenospreciaban 108 .
En sus co1nienzo, la Repblica fue bien recibida. Vino la R.epblica, pues, bueno
-deca Flix Igoa, con el desapego de quien vive ajeno a ese nivel de lo poltico, de
quien vive centrado en las cosas concretas y cotidianas de! universo local, en el que
ta111bin, por cierto, se hablaba de carlis1no, pero no con10 poltica, sino con10 los entraables cuentos del abuelo contados n1ientras jugaban los chicos en la parte trasera
de la casa. Pero, claro, despus vino la 1naldad -prosigue Flix Igoa. E~nseguida a
que1nar conventos. Y la gente que era 1nuy catlica aqu. La gente, uf. .. entonces todos l.ran1os n1uy catlicos] ... I~a Repblica en1pez entonces pues a tocar "el n1agro",
el corazn ... As se entran1, se con1plic todo (lo dice con gran sentin1iento y tocndose el pecho; por lo dcn1s, E.charri es zona vascfona, con un castellano no especialrnente correcto). Los requets cornenzaron a cuidar las iglesias, y hubo no po
cos altercados a cuenta de la religin.
Ade111s, no haba jornal, no haba trabajo, sola1nente ["lo habal en las bolsas de
trab1ljo. Formaban ellos [los de izquierda] bolsas de trabajo, y para los de la UGT...
para los carlistas nada. Y todo eso se iba an1ontonando. l~se odio. Aden1s estaban
los follones tarnbin, deca. Una tarde de clorningo, todos los jvenes de izquierda
subieron gritando U.H.P" En el Crculo estaban preparados (se supone que para re
cibirles a golpes), pero los chicos no se atrevieron a acercarse e insultarles. Y todas
esas cosas repercuten. Uno que tiene sus creencias le repercuten. Pero 1nucho! [~n
su opinin si la H.epblica no hubiera atacado a la religin no cae ... Si hubiera atacado ms fuerte al capitalis1no hubiera sido otra cosa 10 ~>.
107 Al parecer, la difusin de grupos inusicalcs en Navarra (especialmente en txistu) estuvo asociada
a la extensin del Partido Nacionalista Vasco. Vase Snchez, 1989. 'D11nbin, por lo que hemos visto en
el caso de Olite (Flix Anda, 13 de enero de 1993 -86.B-), al desarro!lo de equipos de fttbol.
108 Flix Jgoa, 6 de octubre de 1992 (78.A); Gabina Barandalla y Justo Artieda, 20 de dicie1nbrc
de 1993 (109.B).
109 Flix Igoa, 6 de octubre de 1992 (78.B: 160).
[394]
(]aro que los aconteci1nientos 1ns sonados durante la I~epblica fueron protagonizados por los tradicionalistas, con l3cnedicto Barandalla al frente (tradicionalista,
Juego alcalde, y, finahnentc, capitn de la Partida). l~n una de esas ocasiones, siguiendo la tradicin, subieron a San Miguel de Aralar de ro1nera (se suba ta1nbin
a San Adrin 110). J_,o hicieron sin solicitar autorizacin naturaln1ente (requisito exigido por la Repblica) pues llubicra sido denegada. Volvieron de aqulla, por lo que
cuentan los testigos, bastante anhnados (despus de beber, haber cantado y de1ncs).
l3ajaron en grupos hasta la serrera de Arbizu (cerca del pueblo). All Barandalla (an
teniente de alcalde, el alcalde era en ese 1no111ento Esteban Orce, tradicionalista) itnprovis una cruz con dos leos. Y ya en Untzua, donde tradicionaln1ente paraban para
dar el ltin10 trago, Barandalla propuso entrar en el pueblo en procesin. Bueno,
todo el inundo encantado, cuenta el con1unicante. Entraron rezando el rosario. Nadie entre los 1nien1bros de la izquierda se atrev a salir Si no qu hubiera sido entonces, all se anna la guerra 111
Otro acontcci1niento sonado fue la pintada de las cruces en las escuelas. Al parecer lo organizaron entre Fernando ljurco (concejal, 111stico carlista y conse1je del crculo) y el sereno. Frente a la ley que ordenaba retirar las cruces de las escuelas, decidieron pintarlas una noche. As lo hicieron (n1ientras pintaban bigotes a la alegora
republicana). La reaccin del gobernador civil fue fulminante: destituy al alcalde Esteban Orce, por su negligencia en el esclarecinliento de los hechos (que todos en el
pueblo conocan, pero que nadie contara al gobernador). Con10 consecuencia precisa1nente de aquel incidente y, tras ser destituido el alcalde anterior, Barandalla, que
era teniente de alcalde, pas a sustituirle y a presidir el consistorio 112
l,a tensin banderiza era de una gran violencia, con10 se ve, y en ella aparecan
n1ezclados aspectos polticos, de dignidad y prestigio (aparte de poder e inters por
el control del ayuntan1iento) y se expresaban en tnninos religiosos 113 .
Por otra parte, se produjo una circunstancia llan1ativa, que da cuenta del entrecruzan1icnto de las 1nentalidades de la poca. Uno de aquellos afios se padeci un
11
Flix lgoa, 6 de octubre de 1992 (78.A). En San Miguel (8 9 de 1nayo) se suba al Santuario de
Andar. Se llevaba al cura a caballo. Y un zari (pellejo) de vino. Quien llevaba el vino era el recaudador
de sisas sobre alcoholes. Se preparaba un caldo (en San Miguel haba tres cocinas; una de Echarri, otra
de I-luartc-Araquil y otra de Lacunza, cada cual con sus calderos). Y se haca <<izar bateko salda: San Migueleko salda, iza!' bateko salda>) (con mucho aceite). Se reparta entre tdos con el vino. Se dice que antiguamente era obligatoria para todos los vecinos. Sola llevarse la gaita, con la que se organizaba la ro111era. En Santiago ( 13 de junio) se suba ta1nbin a San Quirico. Estaba, ade1ns, la fiesta de San Adrin
( 16 de junio). Pero ste era un santo familiar. Ese da se reuna a la fainilia en casa. Y, en ocasiones, tainbin se celebraba una romera.
111
Flix Jgoa, 6 de octubre de 1992 (78.A: 400).
112
Francisco Esteban, 2 de julio de 1992 (49.A); Gennn Baranda!la, 5 de novien1bre de 1992 (83.A);
Flix Igoa, 6 de octubre de 1992 (78.B).
1
u Hubo una reyerta con un n1ueno la noche del 1 de 1narzo de 1933 en el Centro Republicano, pero
no tuvo consecuencias polticas (al parecer se trataba de una venganza personal). Tan1bin hubo incidentes el 14 de abril de 1934, con destrozos ocasionados por Paulino Barandal!a, hcnnano de Benedicto, que
era izquierdista. Vase Etxarri-Aranaz, s.d.: 35 y 38-39.
[395]
largo perodo de sequa que haba generado dificultades a toda la zona. 1:::1 paro se
agudiz, las cosechas se daban nial, el ganado tena dificultades para alin1entarsc, cte.
La gente hablaba del n1odo de poner fin a aquella situacin. En ese contexto se entrecruzaron las viejas creencias paganas, con las prcticas de lo que se ha dado en llan1ar anticlericalis1no popular y las creencias religiosas de la 1nayora (1ns la i1nprcvisible naturaleza).
Exista una vieja creencia pagana en la zona de la Barranca, segn la cual, en
poca de sequa, deba intt~oducirse una i1nagen sacra en las aguas de algn arroyo,
para provocar la lluvia 114 . Tal vez re111en1orando aquella vieja creencia, algunos republicanos, con clara intencin de 111ofa, introdujeron la figura de San Cle1nente en
un pequefio regato del contorno. 1-Iasta le liinpiaron la cara y todo. Le hicieron injurias, con1cnta un con1unicante. H.pida1ncntc se extendi Ja voz por el pueblo, con
gran escndalo por parte del sector catlico, a1nplia1nentc n1ayoritario (tanto carlistas
con10 nacionalistas).
El caso es que llovi. Y llovi tanto que la torn1cnta arrastr varios anin1alcs de
tiro que se ahogaron en la riada. Ya sabes las bro1nas de los santos, co1ncnta el co1nunicante1 15 f:stos, segn apreciaban los del Jugar, haban decidido dar un escar1niento por la profanacin, y la con1unidad fue la pe1judicada. L.,uchas polticas expresadas en tnninos religiosos, conflicto transforn1ado en 1nofa, confusin entre las
fuerzas naturales y sobrenaturales. Toda una serie de acciones y creencias cargadas
de significacin que nos hablan de un n1undo en el que los puntos de ruptura resultan co1nplejos y, desde luego, diferentes a una sociedad concebida segn los parn1ctros actuales.
Deca que la vida del pueblo era agitada, pero estas convulsiones, salvo excepcionaln1ente, no se transfonnaron en choque abierto. 'l'al vez por lo arraigadas que estaban an las instituciones co1nunitarias. 'fodava, a pesar de existir un ayun1a1niento,
se reuna el Batzarre (especie de concejo, pero 1nuy a1nplio y poco operativo en este
caso por el ta1nao del pueblo). Exista la institucin del auzalan plena1nente vigente.
A cada casa correspondan seis das de trabajo al afio: dos de ellos con Ja pareja de
bueyes arreglando los can1inos y cuatro 1ns obligatorios. Se iba en grupos pequeos
en cada ocasin (seis u ocho personas). Eran convocados con cuatro toques de ca1npana. La contrapartida al auzalan era el derecho a un lote ele lea y a hojas para los
bajos del ganado. Se sala para todo el da. Era una juerga ... , se lo pasaban real1nente bien ese da 116 . Hcrriak, danak, cgiten zuen auzolana (todo el pueblo participaba en el auzalan), dice I~lix Igoa 117 . Los chavales de 1ns de trece afios ya eran
ad1niticlos para el trabajo de la co1nunidacl. Los chicos se dedicaban a transportar plantas donde no podan los bueyes (co1no en Osoin, en que se plant sauce a1nericano),
para repoblar, etc. La edad de la incorporacin dependa de la situacin de la casa: si
14
ii.5
[396]
el cabeza de la casa era una viuda, se retrasaba la edad ele la prestacin del hijo. !la
ba, pues, una consideracin n1oral de esa prestacin. Por lo general, li1npiaban el ro,
hacan can1inos con bueyes, repoblaban los 1nontcs, etc. Era una verdadera fiesta vecinal, llena de alegra co1nunitaria. Pero tan1bin se pagaban dos pesetas por cada
auzalan realizado. Y cuatro por la pareja de bueyes 118 . J)e n1odo que ta111bn era un
n1odo de co1npletar las escasas cconon1as de Jos vecinos.
rI~unbin las carboneras las haca el pueblo. El Ayunta1nicnto tena derechos sobre Ja Sierra y le corresponda ciertas toneladas de lea dentro de la Junta de Pastos
de lJrbasa y Anda. Se sacaba a subasta (lo haca el pueblo) para una docena de parejas de bueyes. El carbn quedaba para el ayuntan1iento. Y Juego los vecinos lo con1praban a bajo precio 119
En los aos de sequa por lo general se hacan cosas n1s prcticas que 111ojar santos. En los afios 20 se produjo una verdadera situacin de ha111bre, la gente no tena
nada, ni para n1az (para hacer pan de 111az, 111s barato). l'.!'ue durante la l)ictadura de
Pri1no. Algunos tenan trabajo en la serrera, pero otros 1nuchos no tenan nada. Decidieron arreglar la plaza. Subastaron el rnonte de ()sn con10 cantera. Con aquello
se adecent Ja plaza y se emple a todo el que quiso (prcticamente todo el pueblo)
para transportar cascajo y distribuirlo por la plaza. As se consigui que la sequa no
afectara tan contundenten1ente a las econon1as de las fa111ilias 12.
1'odo aquello generaba fuertes lazos de con1unidad entre los vecinos. r~staban por
lo dcn1s las ro1neras, etc. 121 Exista, por lo de1ns, una visin 1nitifi.cada de lo que
haba sido la relacin vecinal en otro tien1po (en tie1npo in1ne1norial, con10 ocurre con
el tie1npo 1ntico). Antiguan1ente, deca Igoa, el pueblo estaba constituido por auzos.
Era del ticn1po en que haba los fueros carlistas ... -deca-, cuando haba fueros
en Navarra. En Echarri haba dos a uzos, le haba contado su padre. En cada auzo hacan sus propias Juntas, y en ellas se no1nbraba al alcalde y a quienes constituiran el
ayunta111iento. <d~aba los que 1nandaban n1s, la gente n1ayor, en la tribuna y los dems atrs [formando el pleno]. Y tenan que estar callando, hasta que les dieran per1niso, los de la tribuna a los que estaban abajo. Un da dice que dijo uno: "Fulano ele
tal. Hori gizona onik izan da sei urte, jaunak". [Y otro:] "Hu! Horrek ardo gehiegi
gustatzen du gero" [y un tercero an- '"fripa gehiago gustatzen du gehio horrek". 'fa,
rechazaban, o sea, de abajo rcchazaban 1 y, aqul, rechazado> Es dec1\ se produca
un debate sobre las caractersticas personales del candidato (en este caso sobre los excesos etlicos o gastron1nicos de aqul), no sobre su inclinacin poltica, etc. El alcalde deba salir por consenso de los dos barrios. Cuando se produca un c1npatc, eran
los n1ayores quienes resolvan. T'odo aquello -con ese tono n1tico- se lo haba contado su padre 122 . I~sa era la in1agen del n1undo equilibrado, razonable, concreto (con
11
l"'lix Igoa, 6 de
Flix lgoa, 6 de
12
Flix lgoa, 6 de
i:~ 1 Vase nota 110.
122
Flix Igoa, ()de
11
''
[397]
2.3.1.
124
El 19 de julio tuvieron noticias en Echani del levantan1iento. No deban tener instrucciones rnuy precisas porque ese da Vicente Bacaicoa, Inoccncio E~scalacla y Be~
nedicto Barandalla (el alcalde del pueblo) subieron a la Sierra de Urbasa para probar
varios fusiles ocultos en el n1onte. A la vuelta, se encontraron con los requets que
suban de Lezaun hacia Pa1nplona con el cura prroco Mnica Azpilicucta (el conocido don Mnico 125 ) en cabeza. Algunos continuaron su can1ino hasta Pan1plona, pero
don Mnico qued en Echani con alguno de sus requets.
Una vez en el pueblo, Benedicto Barandalla se instal en el Crculo a modo de
centro de operaciones e hizo un llatnanliento a todos los jvenes del pueblo para
que acudieran a servir en el Requet. Acostumbrados a ser llamados para el Barzarre
y los trabajos del auzalan, debieron acudir bastantes a juzgar por Ja factura de la fonda
Carasatorre donde co111icron ciento treinta y ocho personas 12(. Con esta conlida co-
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[398]
lectiva quedaba constituida la Partida. l~n ella fonnaron ta111bin los nacionalistas
(dcsconoz.co con qu grado de libertad). J)c hecho, uno de los hennanos Carasatorre
(Fennn) fue non1brado cabo de la Partida y la fonda de la co111ida era de la fan1ilia.
Al parecer los inspiradores de ella fueron el propio Benedicto 13arandalla, don Mnico, prroco de Lczaun, Luis ()ta1nendi, secretario de L,izarraga, Fernando Ijurco, el
carlsta 111s activo en el pueblo, y Manuel Ongay, natural de Arbizu (quien haba
vuelto esos das de Francia en co1npaa del duque de 1"'an1anes). Cont, ade111s, con
la colaboracin de Juan C:iayarre, farn1acutico de E~chani y de las 1nejores fan1ilias
del pueblo. Para los n1s entusiastas entre los carlistas aquel da fue con10 el de la
llegada del Espritu Santo. Para otros fue el 111odo de hun1illar a unos nacionalistas
crecidos por el prestigio que les daba una instruccin algo 1nayor (no nus que un conocin1icnto clen1ental de las letras). Para otros sin1plen1ente un da festivo, con banquete incluido, entre los alegres das del auzalan y las fiestas del pueblo.
ln1nediatan1cnte decidieron enviar patrullas por Jos pueblos de la I3arranca y hacia la va del tren (el Pan1plona-Alsasua)i 27 . lJna de las pri1neras acciones consisti
en subir hasta el puerto de L,izarrusti, en el ln1ite con Guipzcoa (en lo que en E~cha
rri se conoca con10 la n1uga, la frontera 128). I:.:n aquel lugar haba un grupo de n1iqucletes guipuzcoanos, quienes, al ver gente annada, huyeron 129 . l)e 111odo que, en
aquel punto, el paso quedaba franco hacia Guipzcoa (luego sera cuartel de Barandalla).
El grupo de E.charri (al que se haba suinado gente de toda la Barranca; pues Barandalla se haba preocupado de reclutar en Jos bares y can1pos de los pueblos vecinos130) sigui con sus labores de patrulla por los parajes circundantes de sus respectivos pueblos (inicia!Jnente con escopetas y pistolas, y con fusiles desde que
el 25 Benedicto J3arandalla trajera una ca1nioneta de Pa1nplona). L,a rutina diaria con1enzaba con un desayuno en el C:rcuio, en el que se reunan entre 80 y 116 personas, para luego salir de patrulla por los alrededoresu 1 El da 23 de julio lleg a la
12
._, En el pueblo en ese primer instante slo hubo un pequeo incidente provocado, justamente, por
el hermano de Benedicto Barandalla, conocido republicano en la localidad, dado a organizar alguna algarada los aos anteriores. Luego Benedicto ocult a su hermano.
12
~ Las zonas fronterizas del Reino de Navarra fueron fijndose a partir de disputas sobre las lindes
y el aprovechainiento de pastos en Ja zona de Ara!ar (y en otras) con10 C$ciibi Yangw-is y l\1iranda (l 840-1843).
Aquellas disputas an continuaban en 1936. De hecho la Partida actu con un n1ayor encono sobre sus
vecinos guipuzcoanos de Ataun.
129
Les haban invitado a srnnarse al lcvanuuniento, apelando a la solidaridad: Alkarrckin cgon behar da, ta.>) Pero al da siguiente volvieron con la luz del alba y ya se haban 1narchado. Lucio Mai1.a,
2 de ju lo de 1992 (49.B: 190).
i:m Vase la recluta en !a Parte Priinera, apartado 3.5.
i:ll Existen facturas de todos esos das en concepto de desayunos. Has\a e! dfa 28 de julio el ninero
de los reunidos es el 1nencionado. A partir del da 29 se redujo el ntn1ero a unas 60 personas, para ir pn)"
grcsivmnente disn1inuyendo desde el 6 de agosto. La razn de la reduccin dnstica del da 29 cst1 en el
hecho de que un grupo de ellos fue hecho prisionero en las proxiinidadcs de Lazcano (lo que provoc una
srdida po!n1ca en el nleror del pueblo).
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localidad la colu111na de Malca111po. Inn1cdiata1ncnte Ja Partida Se puso a su disposicin: le sun1inistr cinco o seis guas para avanzar sobre Ataun, que fue fcil1nente to1nada (Barandalla dice que gracias a la pericia de sus guas). L,os guas volvieron y la Partida continu con sus labores de patrulla, instalando ahora su cuartel
general en el puerto de Lizarrusli, en la fonda Casa Isabel. All, co1nenta el propio
Barandalla, iban a hacer fronteras, a establecer el ln1ite entre los bandos contendientes. En ese 11101nento ljzarrusti no tena ningn valor n1ilitar, pues las colu1nnas
avanzaban ya hacia Irn y San Sebastin; pero era un punto con fuerte carga sin1blica para los del lugar: l rnuga con Guipzcoa. 'fa! vez por ello, Barandalla prefiri instalarse all y desplegar a sus ho1nbres por la Sierra de Aralar, guarnecer el
Santuario de San Miguel y cuidar de la hospedera. Era el entorno natural de accin
para una partida de la regin.
Estaba claro, que, definitiva1nente, los voluntarios de la I3arranca se constituan
en grupo autnon10, con su propia organizacin, planes, sun1inistro, sus propios n1andos y estructura, con el Ayunta1niento ele la localidad apoyando sus acciones y un
grupo de notables (vase supra) actuando con10 valedores. Nada ele subordinarse a
los planes 1nilitares ni a las rdenes de stos -que sie1npre estin1aban con10 errneas.
Haban salido por la Santa Causa y por llevar a aquella gente por el cauce del Seor>> (expresiones de Benedicto Barandalla). Como todos Jos dems, pero no estaba
claro que quisieran ir nls all de las lindes de su localidad. Su propsito era controlar su espacio de identidad (la Barranca en el 1narco navarro; Espaa era un universo indetenninado, una entelequia, que aparece con10 apelacin discursiva sin que
afecte a las secuencias de identidad y adhesin en1otiva). Despus, una vez abandonada la tierra propia y haciendo carnpaa en Guipzcoa, prefirieron ir antes con10
liberadores, en palabras del hijo del capitn de la Partida, que con10 conquistadores (esas labores se las dejaban a las otras unidades). Era antes una partida de cruzados realizando acciones sitnblicas a favor de la Causa (rezar rosarios con los del
lugar, restituir la n1oralidacl, situar estandartes y cruces en lo alto de las 1nontafias, ... )
que una unidad en cainpaa. Es decir~ no se sintieron lnplicados en las acciones de
guerra en Guipzcoa (aunque, eso s, se abastecan sobre el terreno; al viejo estilo).
Resulta difcil explicar aquella situacin (una fuerza annada i1nportante actuando
por su cuenta, ineficaz desde el punto de vista 111ilitar indisciplinada con10 vere1nos,
enfrentada a los 1nandos n1ilitares, etc.) sin conocer la personalidad de su principal
pron1otor, quien dara su non1bre a Ja Partida: Benedicto haba nacido en Tafalla
en 1900. Sus padres eran vendedores ambulantes. Pronto se desplazaron a Echarri,
donde se instalaron. Corno consecuencia de una ria con otro vecino, el padre ele I3enedicto fue encarcelado, muriendo en el Penal del Dueso. De modo que su madre,
hija de pequeos industriales carboneros, tuvo que sacar adelante la fan1ilia. A travs
de ella Benedicto tena un lejano parentesco con un general carlista que, posterior1nente, le dara legitirnidad de origen a su condicin de capitn del H.equet. Se hizo
famoso en el Congreso celebrado por los jaimistas en 1920 en Zaragoza, al dirigirse
a la asamblea en vascuence.
En 1921 hizo el servicio inilitar en frica. All adquiri algunos conocin1ientos
niilitares rudi1nentarios y, sobre todo, aprendi a ganarse Ja vida en condiciones de
gran dificultad: hijo de viuda a efectos prcticos (el padre se hallaba en la crcel), sa1
[400]
la con su cuado a tocar el acorden 1nientras vendan cierta lotera. Con ello tenan
para gastos. J)e gran corpulencia y acostun1brado a las situaciones difciles, lleg a
abofetear a un sargento, por lo que estuvo encarcelado dieciocho meses en condiciones dursin1as. Licenciado en 1925, volvi a l~charri. All ejerci diversos oficios (en
general vinculados a la con1praventa): fue vendedor de harinas, de aceites, de lubrificantes y de alpargatas. Sala con su coche (un Fiat primero y un Austin despus), y
recorra los pueblos con sus productos. Pronto adquiri un gran crculo de relaciones
en toda la Barranca. Por ello, por su can1pechana y su don1ino del vascuence, el carlis1no co1nenz a e1nplcarle con10 orador en esa lengua durante la can1paa de 1933.
Fue elegido concejal y, desde el incidente de las escuelas (1934), era alcalde de Echarri. En 1935 fue elegido 1nie1nbro del Consejo Foral y 1nantuvo una postura especial~
1nente contundente en la crisis ele 1936, causada por la intencin del gobierno de la
Repblica de destituir a la Diputacin 132 En fin, todo ello haba hecho de l una persona 1nuy popular en la zona y con in1portantes conexiones en Pa1nplona. Por su trayectoria vital era hon1bre que saba de picarescas y habilidades para bandearse en la
vida.
J_,a personalidad de su jefe 1narc la trayectoria de la Partida. Sin e1nbargo, lo que
aqu interesa destacar respecto de sta es su condicin de clula institucional annada,
de carcter autosuficicnte, que en aquel contexto se organiz desde las instancias de
la con1unidad del pueblo. De n1odo que tenen1os a la Partida con cerca de doscientos
hon1bres n1ovilizados intennitenten1ente, desplegados por las Sierras de Urbasa y Anda, n1ientras, el ayuntan1iento respaldaba y organizaba el apoyo desde la retaguardia.
Solan1ente el 8 de agosto recibieron la orden de introducirse en Guipzcoa encuadrndoles en la colu1nna del teniente coronel Cayuela 133 . All n1arch la Partida con
su cuadro de niandos perfecta1nente fonnado, sus capellanes, sus dos practicantes, su
banda ele 1nsica y hasta un grupo de 1nargaritas en una ca1nioneta, que cada sen1ana
les lavaban la ropa. 11unhin tenan asegurado el su1ninistro, en parte con provisiones
que les enviaban desde la Barranca (con reparlnientos hechos desde los ayunta111icntos o las quincenas), y en parte viviendo sobre el terreno. Llevaban hasta un rebailo de ovejas para irlas sacrificando segn fueran necesitando (rebao que en lugar
de disn1inuir, au1ncnt con el avance de la Partida).
Naturaln1ente las relaciones con el teniente coronel Cayucla fueron e1npeorando.
Mientras el n1ilitar con sus hon1bres (ta1nbin requets) se haca cargo de la ofensiva,
Barandalla desplegaba a los suyos en grupos pequeos por el monte, desoyendo las
L\l Vase Tercera Parte, apartado 2.8.l de Ugarte, l995a. Para la biografa de Benedclo Barandal!a,
CJennin Baranda!la, 5 de noveinbre de !992 (83); Gabina Barandal!a y Justo Arteda, 20 de diciembre
de 1993 ( 109.B); Francisco ArisLorena, ! O de octubre de 1992 (77).
i:n Previainenle, el 29 de julio, un grupo de ellos (unas veinte personas) se haba aventurado por los
montes de La1,ca110 a las rdenes de Fernando ljrnjo. En aquellas laderas fueron engaados y atrados a
una e1nboscada y, desarmados, fueron llevados cmno prisioneros a San Sebastin. Coino consecuencia de
aquel percance fue muerto en San Scbaslin Fernando Ijmjo. El resto lograra salvar su vida.
[401]
rdenes de su in1nediato superior. A tal punto llegaron las desavenencias que, al parecer, Cayuela orden disparar contra los ho1nbres de la partida causando alguna baja.
Mientras tanto la Partida asun1a funciones diversas. [~n 'ro losa, J3arandalla se propuso acabar de fonna contundente con esas parejas de ena1norados que rondaban por
las afueras. A culatazos les deca eh! si111ploncs, a luchar con nosotros o contra
nosotros. El 4 ele septie1r1bre se apoder del E~spadn de Beotibar arrebatado a un general carlista el pasado siglo, y que sola exhibirse en las fiestas de Tblosa con10 trofeo de guerra. Barandalla se lo ofreci a la Junta C:entral de (Jucrra (~arlista de Navarra para que nunca 1ns srviera aquel Espadn para hacer 1nofr1 de Navarra desde
tierras guipuzcoanas. La Junta agradeci el gesto de J3arandalla Cstin1ando plausible
la actitud de don Benedicto por lo que de gesto navarrsi1no tiene la adquisicin de
dicho Espadn, a fin ele que no se utilice ya jan1s co1110 sn1bolo de victoria obtenida
sobre los navarros, aparte de que dicha victoria y batalla no cstn suficienten1ente
acreditadas>> 134 .
Desde la Junta de Guerra de Guipzcoa se le pidi que cobrara los ficlatos en el
puesto de n1iqueletes de l..izarrusti de aquellos productos que transitaran desde Navarra para venta en Guipzcoa -despus de todo tenan controlado el punto con10 si
de una aduana se tratara. l)esde la Partida pidieron autorizacin a la Junta de Pan1plona, que al parecer la deneg (con gran irritacin del guipuzcoano). Aquello produjo algn con1entario del sargento de la Partida Vicente Zubieta Se conoce quera
obedecise1nos sus planes y hacer de esa 1nanera lo que Je vena en gana, sien1pre en
detrilnento de nuestra in1nortal Navarra y en pro de la 1narxista y antiespaolista Guipzcoa, la que naturalinente, al 1nenos en parte, est llan1ada a desaparecer. Y I3arandal1a apostillaba San Ignacio fue consejero de San Francisco (1nuchas gracias),
pero fue espiritual. Les dices que con los judos nada queremos. Mndalos a la pueta135. All exista el pueblo, y sobre l, la provincia, el viejo Reino. No haba otra
instancia superior (lase Espaa) que ordenara las relaciones entre aquellas gentes en
guerra.
Barandalla, por lo detns, haca la guerra a su niodo. En una transposicin del
pensanento guerrillero del x1x, estaba convencido de que los avances deban ser en
pequeos grupos y por la 1nontaa. Cuando vea que la situacin era con1pro1netida,
con los brazos abiertos y inirando al cielo, peda proteccin al Sagrado Corazn (a
esa proteccin adjudic el buen resultado en la accin de Asleasu el 19 de septien1bre de 1936, que ellos consideraron muy comprometida). Rezaban cada da el rosario, y cuando haba que afinar la puntera aconsejaba disparar 1nientras se rezaba un
padrenuestro.
En los pueblos que to1naban, consideraban que los vveres abandonados por el
ejrcito en retirada les pertenecan. J)e ah el conflicto que surgi con el ayunta1niento
de Legorreta. ste, al estin1ar que lo abandonado por el ejrcito republicano eran bie-
134 Acuerdo de la Junta Central de Guerra Carlista del 17 de septiembre de 1936, ARLI Tercio Barandal!a (copia).
15 Recogido en ARLL Partida Barandalla.
[402]
ncs del propio pueblo, los haba repartido entre los fonderos. La partida se aloj en
aquellas fondas, y abonaron Ja estancia (tenan su propio pagador). Pero al saber del
reparto de vveres entre los fonderos, volvi el pagador para recla1nar lo pagado en
concepto de 1nanutencin. La Partida se diriga al ayuntan1iento de Legorreta en los
siguientes tnninos:
Siguiendo las nonnas de un borrador de Zubicta y leyes de la 1ns estricta justicia,
he recuperado el da 3 del actual n1cs de scptic1nbre, pcrsonndo1nc en ese ayuntan1cnto, las pesetas que entregu antcrionncnte co1no pago de la 1nanutcncin de 111is
Rcquets por su estancia en esa villa de Legorrcta, pues lleg a 1nis odos la noticia
(postcrionncntc por tn con1probada) de que los rojos haban abandonado nn11,;hos vveres con10 garbanzos, alubias, aceite, azcar, bacalao y otros artculos de pri111era necesidad por valor de 3.000 pesetas, de todos los cuales se sirvieron los encargados de
darnos de co111cr, siendo !o racional, lo lgico y lo justo, que Jos expresados gneros
obrasen en nuestros poder. C~onsiderando que ustedes han recurrido a la Junta de Guerra de Guipzcoa (con la que nada absolutan1ente tengo que ver). c:onsiderando que
su proceder es propio de espritus egostas, raquticos y ruines ... que no contentos con
que dcfcndisen1os sus intereses junto con lo n1s sagrado para nosotros, l)ios y Patria,
quieren valerse de nosolros para que au1nenten de esa 111anera sus intereses 1nateriales
a los que tan pegados se encuentran, no extendindose su radio de accin fuera del pueblo, o del n1unicipio, 1nirando sie111prc por su bien particular o individua! y sicn1pre en
detri1ncnto de !a colectividad, cosa que no han de conseguir ustedes pues ante todo dcfcndc1nos Ja justicia social tan proclainada por nuestro in1nortal Len XIII. Considerando
que su proceder es 1nuy poco caballero, inuy poco recon1cndable y que arguye ade111s
n1ucha falta de saciricio /sic] y abnegacin en estos suprc1nos instantes en los que se debaten y ventilan los ins altos y subliines ideales: la religin de nuestros abuelos, a !a que
tan adictos se sienten ustedes y la vida de nuestro pueblo espaol y vasco. Considerando
que su atrevi1nicnto y descaro ha llegado hasta el su1nn1un, disponiendo de nuestros
gneros a su puro capricho y antojo. Considerando que su robo, a todas luces evidente,
ha sido doble pues nos han quitado lo que nos perteneca y despus Jo que in1portaba
parle de nuestro gnero. Considerando, por lti1no, que en buena resta de las pesetas que
iJnportan nuestra estancia en esa y las que quedan de las 3.000 (i1nporte de nuestros gneros) son 1. 124, rugoles n1e preparen dicha cantidad para el da que n1e persone en sa.
1.%
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rdenes de su in1r1ediato superior. A tal punto llegaron las desavenencias que, al parecer, Cayuela orden disparar contra los ho111bres de la partida causando alguna baja.
Mientras tanto la Partida asun1a funciones diversas. I~n l'olosa, 13arandalla se propuso acabar de forn1a contundente con esas parejas de cna1norados que rondaban por
las afueras. A culatazos les deca ch! si1nplones, a luchar con nosotros o contra
nosotros. l~l 4 de septic1nbre se apoder del Espadn de 13eotibar arrebatado a un general carlista el pasado siglo, y que sola exhibirse en las fiestas de 1blosa con10 trofeo de guerra. 13arandalla ~e lo ofreci a la Junta Central de Guerra Carlista de Navarra para que nunca n1s sirviera aquel Espadn para hacer 1nofa de Navarra desde
tierras guipuzcoanas. La Junta agradeci el gesto de 13arandalla esti1nando plausible
la actitud de don Benedicto por lo que de gesto navarrsiino tiene la adquisicin de
dicho Espadn, a fin de que no se utilice ya jan1s co1no sinbolo de victoria obtenida
sobre los navarros, aparte de que dicha victoria y batalla no estn suficicnten1ente
acreditadas 134 .
Desde la Junta de Guerra de Guipzcoa se le pidi que cobrara los ficlatos en el
puesto de 1niqueletes de Liza.rrusti de aquellos productos que transitaran desde Navarra para venta en Guipzcoa -despus de todo tenan controlado el punto con10 si
de una aduana se tratara. l)esdc la Partida pidieron autorizacin a la Junta de Pan1plona, que al parecer la deneg (con gran irritacin del guipuzcoano). Aquello produjo algn con1entario del sargento de la Partida Vicente Zubieta Se conoce quera
obedecisc1nos sus planes y hacer de esa 1nanera lo que le vena en gana, sien1prc en
detri1nento de nuestra inn1ortal Navarra y en pro de la tnarxista y antiespaolista Ciuipzcoa, la que naturaln1ente, al n1enos en parte, est llan1ada a desaparecer. Y Barandalla apostillaba San Ignacio fue consejero de San Francisco (111uchas gracias),
pero fue espiritual. Les dices que con los judos nada qucren1os. Mndalos a la pueta135. All exista el pueblo, y sobre l, la provincia, el viejo Reino. No haba otra
instancia superior (lase Espaa) que ordenara las relaciones entre aquellas gentes en
guerra.
Barandalla, por lo den1s, haca la guerra a su nlodo. En una transpo5;icin del
pensarniento guerrillero del xix, estaba convencido de que los avances deban ser en
pequeos grupos y por la 1nontaa. Cuando vea que la situacin era con1pro1netida,
con los brazos abiertos y mirando al cielo, peda proteccin al Sagrado Corazn (a
esa proteccin adjudic el buen resultado en la accin de Asteasu el 19 de septie1nbre de 1936, que ellos consideraron muy comprometida). Rezaban cada da el rosario, y cuando haba que afinar la puntera aconsejaba disparar niientras se rezaba un
padrenuestro.
En los pueblos que to1naban, consideraban que los vveres abandonados por el
ejrcito en retirada les pertenecan. De ah el conflicto que surgi con el ayuntaniiento
de Legorreta. ste, al esti1nar que lo abandonado por el qjrcito republicano eran bie-
n.i Acuerdo de la Junta Central de Guerra Carlista del 17 de septietnbre de !936, ARLJ Tercio Barandalla (copia).
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Recogido en ARLI. Partida Barandalla.
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nes del propio pueblo, los haba repartido entre los fondcros. La partida se aloj en
aquellas fondas, y abonaron la estancia (tenan su propio pagador). Pero al saber del
reparto de vveres entre los fonderos, volvi el pagador para rccla1nar lo pagado en
concepto de nHtnutencin. I.,,.a Partida se diriga al ayuntan1iento de Legorrcta en los
siguientes tnninos:
Siguiendo las norrnas de un borrador de Zubicta y leyes ele la 1ns estricta justicia,
he recuperado el da 3 del actual incs de scptic1nbre, personndo111c en ese ayuntan1icnto, las pesetas que entregu antcriorincntc co1no pago de la 1nanutcncin de inis
H.cqucts por su estancia en esa villa de Lcgorrcta, pues lleg a 1nis odos la noticia
(postcrionncntc por in con1probada) de que los rojos haban abandonado 1nuchos vveres coino garbanzos, alubias, aceite, azcar, bacalao y otros artculos de pri1nera necesidad por valor de 3.000 pesetas, de todos Jos cuales se sirvieron Jos encargados de
darnos de co1ner, siendo Jo racional, lo lgico y lo justo, que los expresados gneros
obrasen en nuestros poder. c:onsidcrando que ustedes han recurrido a la Junta de Ciucrra de (Juipzcoa (con la que nada absoluta1ncntc tengo que ver) ... Considerando que
su proceder es propio de espritus egostas, raquticos y ruines ... que no contentos con
que deJcndise1nos sus intereses junto con Jo 1ns sagrado para nosotros, J)ios y Patria,
quieren valerse de nosotros para que au111entcn de esa 1nanera sus intereses n1ateriales
a los que tan pegados se encuentran, no extendindose su radio de accin fuera del pueblo, o del lllLJnicipio, 1nirando sien1pre por su bien parlicular o individual y sic1npre en
detri1ncnto de Ja colectividad, cosa qLJc no han de consegLJir ustedes pues ante todo defcndcn1os Ja justicia socia! tan proclan1ada por nuestro in1nortal Len XIII. Considerando
que su proceder es 111uy poco cabal!cro, 1nuy poco rcco1ncndable y que arguye ade1ns
111ucha f~t!ta de saciricio /sic] y abnegacin en estos suprcn1os instantes en los que se debaten y ventilan los ins altos y SLJb!iines ideales: la religin de nuestros abuelos, a !a que
tan adictos se sienten ustedes y la vida de nuestro pueblo espaol y vasco. C:onsiderando
que su atrevin1iento y descaro ha llegado hasta el sununun, disponiendo de nuestros
gneros a su puro capricho y antojo. Considerando que su robo, a todas luces evidente,
ha sido doble pues nos han quitado lo que nos perteneca y despus Jo que i1nportaba
parte de nuestro gnero. Considerando, por ltin10, que en buena resta de !ns pesetas que
i1nportan nuestra estancia en esa y las que quedan de las 3.000 (i1nporte de nuestros gneros) son 1.124, rugoles n1e preparen dicha cantdad para el da que 1ne persone en sa.
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de L,egorreta y el de Echarri, a1nbos se sentan unidades plenas en sus intereses y hacan gala de una fuerte solidaridad interna frente al otro. Uno recurra a Guipzcoa,
el otro a Navarra. Finahnente la Junta Central de (Juerra de Navarra (1ns poderosa)
daba la razn a los de I3arandalla. Despus de todo, por instruccin de ella, haba
estado recaudando-requisando vveres por todo el norte de Nnvarra y la zona de Guiptzcoa 137 .
Ade1ns, la propia Partida se haca cargo de sus gastos (confundiendo hacienda
ele la Partida y hacienda tn_unicipal), pagaba los funerales de sus 111ie1nbros 1nuertos
en con1bate y asignaba pensiones a sus viudas (o daba con1pensaciones; en ocasiones,
del bolsillo del propio Baranclalla, creando as una tercera hacienda interconectada).
La Partida, una vez fue obligada a adentrarse en Guipzcoa, senta que iba 1ns
all de su n1bito de accin natural, que estaba extendindose \lejosJ de su radio de
accin fuera del pueblo, o del n1unicipio, con10 deca el pagador Zubicta. Se sentan
inc1nodos en aquellos parajes. Y, en la 1nisn1a 1nedida, cargados de legitin1idad 1110ral en sus acciones (de ah que lo de que el rebao engrosara lo consideraran lo 1ns
natural: acaso no estaban sacando las castaas del fuego a aquella gente'?). I~e
cla1nados en Legorreta por Cayuela, continuaron por 'Tolosa, Yillabona, Asteasu, Pagueta, Cestona, lcar, Menclaro, Arnon1endi, Motrico y Ondrroa. En ese punto, por
orden de la Junta Central de Guerra de Navarra, la Partida se disolvi para pasar sus
con1ponentes a otras unidades del Requet. Su efectividad 1nilitar haba sido niuy escasa, y, en Ja 111edida que vivan sobre el terreno, fuente de conflictos pern1anentes.
Co1no dice Manuel Arbizu 138 , la vida que hicieron durante ese tie1npo no fue tan 1nala.
Aparte de corner en todas las fondas y casas de cornida del trayecto, de abastecerse
ele sus caseros y carniceras con carne de pritnera, no les faltaba ans ni caf ni tabaco. Llevaban las lavanderas, que eran la envidia de las otras unidades. No entraban
ins que circunstanciahnente en co111bate. Y hacan 1nucha vida de retaguardia, donde
procuraban no aburrirse. El da J 1 de septiembre les pasaban factura por 833 litros de
vino, el 13 de septiembre 2.587 litros, el 2 de octubre J .478 litros, el 5 del mismo
mes 105 litros de vino. El seis les disolvan.
El 30 de septietnbre celebraron una n1isa ele accin de gracias en Motrico, el 3 de
octubre 1nisa de cainpafia en Villarreal y el 4 se disolva dcfinitiva1nente la Partida
-no sin antes haber celebrado una con1ida 1 un banquete?, en Echarri-, para 1narchar sus componentes a distintos frentes.
Caben algunas reflexiones del funciona111icnto ele la Partida, esti1no que relevantes.
En prirner lugar recuerda sobre1nanera a las forn1as de accin de las partidas de
la guerra de 1873 o, incluso, las de 1833. Vase el caso ele Saltaviras en laval3 9 o
los de Escribana y Tropela en Vizcaya en la guerra de 1833 1..:1, lo que nos llevara a
reflexionar hasta qu punto es el 1nis1no ciclo histrico, el del siglo XIX el que engloba
138
[404]
a todos esos fen1nenos histricos (siendo, tal vez, 1936 el lmite si111blico 1ns reciente de aquel tien1po). Quedan las referencias al Midi del x1x, a la Yende o a las
fonnas de n1ovilizacin de las aldeas can1pesinas en la Edad Moderna 141 .
Encontran1os todos los elen1entos que hen1os ido viendo: prolongacin de disputas locales (se hun1illa a los presuntuosos nacionalistas notnbrndoles snple1nente cabos), cuestiones de honor y prestigio, fe sencilla, parentela, bandera,
inundo co1nunHario, patronazgo, redes de a1nistad, etc.
Por lo dems, en la medida que se plantea como una accin en defensa de la co1nunidad de villa y sta se convierte en la clula institucional del levantan1iento, nos
coloca sobre la evidencia de una sociedad que en los ino1nentos crticos se organizaba, con10 ha quedado dicho 1ns arriba, segn sus identidades locales y concretas
(basadas en el conociinicnto.f(-1ce to.f'ace) con10 pueden ser las poblaciones de origen,
Ja con1unidad de villa; que trata con10 se trata al otro a cualquier otra co1nunidad
(lase Legorreta; muy especialmente a Ataun 142), sin que se haya desarrollado eso que
Anderson lla1n con acierto C0111unidad ilnaginada, una co1nunidad representada y
abstracta, creada gracias a lo que Juaristi -siguiendo a Gellner- ha lla1nado prtesis de los sentidos: los 1nedios de con1unicacin 14 J. Que la idea de nacin a ese nivel ele1nental de las gentes n1s sencillas, apenas se haba desarrollado, siendo las
identidades y las solidaridades de mbito an local (entendindolo como pueblo o,
n1s all de ste, la provincia).
Podr decirse que Ja Partida fue excepcional, Tal vez, Sin embargo, la propia Junta
Central de Guerra de Navarra intent (y de hecho lo hizo) forn1ar una cstructura con
un nivel de operatividad en su territorio 1nuy superior a cualquier instancia nacional,
creando, incluso sus rganos de contacto con el extranjero 144 . Intent fonnar un
cuerpo de ejrcito, a partir del Requet, con unidades completas de obediencia exclusiva hacia la Junta Central de Guerra Carlista de Navarra (y no de la Junta Carlista
Nacional de Guerra, formada por Fa! para toda Espaa) 145 , Naturalmente, aquello no
prosper -de haberlo hecho el gobierno de Salamanca se hubiera visto tremendan1entc condicionado-, pero ya resulta sintomtico que se hicieran gestiones fonnales para lograrlo, que se concibiera aquel n1bito para articular un cuerpo de ejrcito
(que hubiera sido expresin de una entidad poltica: Navarra; ms que una provincia,
el viejo J?.eino).
Por lo de1ns, se han descrito suficientes casos en que, de fonna espontnea, los
jvenes se movilizaban en el marco institucional de aquellas comunidades locales
concretas o buscaban aquellas solidaridades una vez n1ovilizados.
111
1 12
Imagen del otro por excelencia, pueblo vecino con el que an se mantenan disputas a causa de
Jos aprovechainientos del pasto, frontera exterior del Reino de Navarra.
H3
[4051
[406]
CAPTULO
111
Cassircr, 1981: 246. Sobre el poder silnblico vase tainbin Pierre Bourdicu, 1989.
Gen ti le, 1994: 301 y sigs.
[407]
la exaltacin co1nn del soldado h1ne un senti1niento de fusin entre a1nplios sectores de la poblacin y un cierto ncleo de lite 3
El catolicisn10, por su parte, sien1pre se articul antes en el terreno del sn1bolo
y la alegora, que en el del pensarniento racional y la categora. Se trat, en loda su
tradicin desde el barroco y aun antes, de evocar 1nundos con1plejos a partir de ideas
sencillas, tiles para las gentes de for1nacin ele1nental. Forn1as que ren1itieran a
una visin orgnica del universo organizado por l)ios 4 . Era, en ese sentido, heredera de las fonnas culturales alegricas y concretas desarrolladas a finales de la
Edad Media 5 .
Espaa careca de lo que en Europa se llan16 experiencia de guerra (referida
a 1914). Su poblacin estaba n1ayoritaria1nente co1npuesta por gentes que vivan en
zonas rurales, en las que predo1ninaba la j'e sencilla y el pensan1icnto concreto. Sin
e1nbargo, con la Repblica tan1bin en la Pennsula Ibrica se produjo ese acceso niasivo de la poblacin a la vida pblica (lo que George Mosse ha lla1nado la nacionalizacin de las 1nasas ), aunque de fonna franca1nente desigual y escalonada. rl~1n1bin las fonnas de sacralizacin de la poltica (Gentile) eran necesarias para encuadrar
y transmitir las aspiraciones polticas ele la poblacin.
Aunque este apartado requerira de un trata111iento nuls detallado (al que por otra
parte no se renuncia), he1nos visto ya algunas fonnas que adquiri aquella socializacin en la poltica desde los sectores ele la derecha aqu considerados: recuperacin
de las formas de la fe sencilla y local, rememoracin ele los viejos mitos de las guerras del x1x (nuestra particular experiencia de guerra), recreacin de una nueva n1stica catlica, etc. 6 . En definitiva, por otras vas, se alcanz una situacin sin1ilar (poder del pensamiento mtico) al del entorno europeo del tiempo.
Nos equivocaramos si tratra111os de buscar una ideologfa categorial que diera
cuenta cabal de las razones de aquella gente para sublevarse contra la Repblica. El
lenguaje categorial hubiera sido incapaz de condensar una experiencia surgida en
aquel tipo de sociedad y en su estado de ansiedad. Fue antes el lenguaje simblico,
con sus 1nitos, su liturgia, etc. el que fue capaz de evocar esa experiencia vital. Contaba Jain1e del Burgo, que los carlistas navarros conocan las pasadas guerras anccdtica1nente. Era su fonna de decir que se tena una n1e1noria concreta y narrativa
de aquellas hechos blicos: infinidad de historias contadas en veladas invernales, heroicas o 1niserables, duras o picas, trans1nitidas ele generacin en generacin co1no
parte de la tradicin familiar (de las que he podido recoger infinidad de relatos), el
unifonne que se guardaba del abuelo, las insignias, un trozo de bandern, la boina del
antepasado. Todos objetos rodeados de un aura de sacralidad, reliquias de un pasado
glorioso. La figura de Don Carlos [VII] -deca del Burgo- era una cosa que es-
3
4
5
[408]
taba viva en la mente de lodo el pueblo !carlista], ... en todas las familias carlistas de
Navarra. No ya en la 1ncnte: se hallaba reproducida en n1il cuadros junto al cuadro
del Sagrado Corazn, postales, peridicos, etc. Las Efe1nrides carlistas eran seccin habitual en el F>ensan1iento Alavs. Multitud de elernentos que tnantenan viva la
1ne1noria de la lti1na guerra civil del x1x.
[409]
11
[410]
Horizontes de experiencia
La experiencia de esta guerra n1e pone ante dos proble1nas, el de co1nprender,
repensar n1i propia obra, e1npezando por Paz en la Guerra, y Juego, cotnprcnder,
repensar Espaa.
MIGUEL DE NAMUNO,
1936
Jos M. JovER
ZAlvlORA
En lo alto, no s dnde,
haba no s qu Santo,
que, por rezar no s qu
se ganaba yo qu s cu{ulto.
CIEGO DE METAUTEN (NAVARRA),
Espaa entera tiene los ojos puestos en Navarra y los catlicos todos nos 1niran
con10 una nueva Covadonga de donde ha de partir la Cruzada que arroja a !os 1110dernos sarracenos.
El Pensan1iento Navarro, 9 de dicien1bre de 1906
Se ha tratado hasta aqu, segn era el propsito inicial, de explorar en los orgenes de la guerra de 1936 con10 s se tratara de un episodio cerrado de nuestra historia, es decir, sujeto al anlisis histrico (Un episodio cerrado de la historia universal, ha subrayado reciente111ente Juan Marichal 1). Creo que ello favorece una
indagacin ins detallada, extensa y ajustada de Jos hechos. Se plante con10 una contribucin al debate sobre la realidad y el ca111bio social en los aos 30, e111pleando
para ello la especial circunstancia de la guerra. I-ien1os co111probado que, recprocan1entc, el conoci111iento de esa sociedad ayuda a con1prendcr n1ejor la propia particularidad de aquella guerra, Ja de los n1ovitnientos polticos que intervinieron en su gestacin (carlistas y derecha autoritaria en este caso), y los fundan1cntos del rgin1cn a
que dio lugar (cuando 111enos en sus inicios, que no despus). 1-le dicho ya que se renunciaba a pesquisas causales de sentido 0111nico1nprensivo -en palabras de Jos Antonio Maravall 2- a favor del anlisis de situaciones (que es otro 1nodo de responder
al porqu de las cosas 3). sta no es, pues, sino una de las voces del coro de la poca
(Norbert Elias). Lo ideal sera que otras historias con otros puntos de vista con1plctaran o revisaran sta. Aqu se ha tratado de con1prender otra poca diferente a la nuestra y explicarla con una nueva luz. Creo que, desde la perspectiva social y cultural
(punto de vista poco transitado hasta la fecha), ha quedado ilu111inada aquella situacin con10 antes no se haba hecho.
Vistas las cosas as, las evidencias nos han llevado a reconsiderar algunas cxpl
caciones habituales sobre el perodo. Y lo hemos hecho en tres direcciones. En pri111er lugar, rechazar que el trnsito hacia la sociedad (la (Jese!lschqfl de F. 1'nnies, y
sus derivados en la sociologa evolucionista y dualista; hiptesis con la que in1plcita1ncntc se tiende a trabajar an hoy) se hubiera con1pletaclo por esas fechas en puntos iinportantes de la geografa espaola. En segundo lugar, ir 111s all de una expli-
[413]
caracterizados por estar sujetos a un horizonre de experiencia (en paradjica combinacin de pasado con futuro). Una geografa, unos colectivos y un tien1po en que se
[414]
desarrolla una i1nagen del porvenir hecho de pasado, un horizonte soportado en la experiencia y la tradicin. la idea de ca1nbio co1no retorno y nostalgia (pero no corno
n1ito originario al 111odo de los nacionalis1nos, sino con10 reconstruccin del futuro
con n1irada retrospectiva). Do1ninios de la experiencia co1no espacios de continuidad
(todava el peso de los usos tradicionales con10 recurso cclico era in1nenso en la econon1a, las relaciones sociales, los ritos, etc.), pero ta1nbin co1no horizonte de can1bio (que ser ruptura con un presente para retornar al pasado: el retorno a la fe sencilla, la iglesia, la provincia, Ja co1nunic\ad idealizada). se ser el latido -inestable
latido- que do1ninar, con10 digo, el ticn1po, la geografa y a los colectivos aqu presentados.
Por lo de1ns, dadas las 1nalas condiciones de co1nunicacin existentes en la
poca, J:;;spaa era un territorio en el que coexistan varios 1nundos paralelos, que vivan tie1npos histricos diferentes, con sus particulares realidades sociales. Unos n1un<los que apenas se rozaban en poca de nonnalidad. La H.epblica y la lti1na guerra
civil pusieron en contacto a todos esos 1nundos entre s. Fue con10 un escalona1nento
diacrnico reducido brusca1nente a la sincrona, por decirlo con palabras de Jon Juaristi. L,a guerra civil no fue sino producto de la acu1nulacin de toda una serie de procesos -paralelos en ocasiones, entrelazados en otras- que convergieron en los das
de la contienda. Aqu, a efectos de anlisis, se ha aislado alguno de esos procesos.
Slo despus cabr hacer un esfuerzo de sntesis que pennita una visin ajustada y
no tpica de la Espaa de los aos 30. l)c n101nento hc111os podido hacer una serie de
constataciones.
1.-En la geografa navarra y alavesa de los aos 30 hen1os podido detectar una
sociedad profunda1nente tensada por el ca1nbio que Eugen Weber sita en Francia entre 1870 y 1914. Un proceso que afectaba a n1bitos en que la vida social, los usos
tradicionales y los ritos se haban venido reproduciendo desde antes de 1836 sin solucin de continuidad (por sealar un 1no1nento poltica111ente significativo para Espaa), y que ahora estaban ro1npindosc espordica y acu1nulativa1nente, generando
una verdadera corriente nacionalizadora y 111odernizadora hasta que alu1nbraran una
civilizacin con1pletan1ente d(f'erente. Ese proceso, que en Francia culn1inara segn
Weber hacia 1914, en el mbito vasco-navarro no haba an culminado a la altura de
los 30 (lo hara en los 50 y 60). Lo que, por lo dems, no era algo extraordinario en
Europa: situaciones similares detectan Piselli y Arrighi en la Calabria italiana hasta
los aos 50 o Socrate para algunos 1nbitos de ese pas 7 (otro tanto podra decirse de
zonas de Baviera, 'l'irol, Carinthia y tal vez Alsacia en la propia Francia). En esa circunstancia, la guerra, por la convulsin social que signific, al poner n1undos hasta
entonces paralelos en contacto, supuso tanto el aflora1niento ele viejas fonnas co1no
una brusca extensin ele las nuevas (luego ocultadas por el afn autoritario y nostlgico del nuevo rgi1ncn 8).
7
8
1415]
En aquellos crculos se estaba produciendo la adecuacin, sin ruptura, de espacios de experiencia, de fonnas tradicionales de relacin social a las nuevas realidades
del inundo 1noderno. La realidad social de partida se arliculaba an en pequefias localidades, relalivan1ente aislada, con con1unidades bsica1nente ho1nogneas tanto
cultural con10 social o econ1nica1nente. La tierra ocupaba an un lugar central en
ellas. El igualitaris1110 rnoral o jerrquico era una nonna y un valor prevalen te (segn una idea n1oral de la co1nunidad) cuya identidad se constitua desde la opinin
social con10 espacio en el que se 1neda la honra de los hon1bres, su reputacin, posicin y autoridad, y donde se generaban los valores unitarios a partir de sucesos concretos expuestos a juicio pblico 9 . L,a vida pblica se articulaba en torno a la condicin de propietarios de la hacienda de la casa y con10 cabezas de fa1nilia de sus
1nien1bros, pues la unidad bsica y el vehculo de integracin en Ja vecindad era la fa1nilia. Las personas con presencia social eran antes vecinos que individuos (o ciudadanos). La posicin social o el rango vena dado antes por lealtades personales, fa1niliares, de patronazgo, etc., que horizontales o socioprofesionales (sin que estas
lti1nas estuvieran excluidas; antes bien, stas, as con10 las relaciones de 1nercado,
se iban haciendo progresiva1nente 1ns presentes). Aqulla se 111eda antes en la arena
de la vida pblica, en cedazo de la oJinh5n social (al rnodo de la!-l sociedades tradicionales) que en el terreno del increado o la propiedad. La econo111a an dependa al
menos tanto del esrarus como poda depender del mercado. El conflicto, siempre pre
sente, se daba sobre todo entre bandos, entre fan1ilias o en el seno de stas.
Eran realidades sociales en las que iinperaba una cultura don1inada por el pcnsa1niento concreto y alegrico, hecho de sentido co1nn y fe sencilla (con10 visiones
unitarias y cclicas de la vida). Donde derecha e izquierda eran un problen1a de adscripcin de bando, fonnados tanto con10 relaciones clientelares con10 por razones de
socializacin en la con1tulidad. En cualquier caso, esas niis1nas categoras estaban propiciando can1bios acelerados. Pues esos lugares eran entornos que haban conocido
ya un apreciable proceso de nacionalizacin y cierto grado de niodernizacin. Muy
ilnportante en tnninos ad1ninistrativos que en 1nodo alguno han de desecharse a la
hora de esti1nar su npacto en la sociedad. No tanto en tnninos de instituciones sociales bsicas (familia, comunidad, clientela) y de relaciones de poder y acceso a los
oficios y servicios pblicos (n1s cercanos a lo que hoy llan1ara1nos corrupcin o 11epotisn10, pero que en el tie1npo no tenan esa valoracin 1noral, pues, con10 dice c:asey, no era en realidad una corrupcin del sisten1a sino el sisten1a n1is1no).
Desde finales del x1x -y sta sera la tendencia del ca1nbio- unos nuevos 1110dos sociales venan i1nponindose y expandindose -aunque escasa, irregular y lenta1nente- desde las graneles ciudades. La prensa, la 1novilidad geogrfica, la propia
poltica progresiva1nente tns nacionalizada (aunque an con10 prolongacin de los
conflictos locales) jugaron un gran papel en ello (tal vez n1ayor que otras instituciones, especiahnente la enseanza, tan iinportante en una Francia laica, jacobina y ra-
[416]
cionalista, pero 1nenor en una f<~spaa con una escuela religiosa, provinciana y 1n
gco/Jnilagrosa).
2.-En ese punto de encuentro entre tradicin y 1nodernidad, se hallaba un espacio clave en ese tie1npo: la provincia (un n1bito que se recuperaba en esas fechas en
lugares con10 Francia, pero que en la Espaa conten1pornca haba sido sien1prc fundan1ental). Aquel espacio de socializacin estructuraba, con sutiles lazos nunca difanos, ese conjunto de clulas, que eran los ncleos de poblacin que caan bajo su
jurisdiccin e influencia, para proyectarlos en el n1arco nacional. Un nivel, en el que
estando 1nucho nis presentes los elctnentos nacionales y de 111odcrnidad, con1parta
con la aldea no pocos valores y usos sociales. Un nivel que articulaba la vida local a
travs de vnculos personales y clientclares tejidos a partir de las buenas farnilias asentadas en la ciudad pero vinculadas a la localidad de origen. Con1unidades integradas
en redes sociales que iban 1ns all del entorno n1s inn1ediato de la provincia y se
prolongaban hacia Madrid, desde el poder que les daba su control de la vida local,
para condicionar y ser parte de la vida nacional.
E~n esa tran1a resultaba funda1nental Ja Ilan1ada ciudad de provincias (Pan1plona y
Vitoria, en este caso) que a principios del xx haban entrado a fonnar parle de la red
de ciudades (capitales de provincia por lo co1nn) que confonnaban la 1noderna red
urbana de Espaa. I~ran ciudades que, en el tn1sito entre la ciudad deci1nonnica ilusH
tracia, con1ercial y ele cultura localista a la n1oderna ciudad del xx, haban n1antenido
un fortsin10 sustrato del ideal urbano tradicional -de la vieja con1unidad ciudadana- con10 parle de lo propio. Una idea de su idiosincrasia hecha de un ethos parlicularista (frente a la n1egalpolis cos1nopolita), diseada por una lite urbana y do111inante entre una buena parte de la poblacin. I-:'.-ra lo que daba a esta ciudad
(Pan1plona, singulannente) ese genio, esa singularidad, ese fuerte carcter que la haca distinguirse frente a otras capitales de provincia 10 Un n1odelo especfico de 1110dernizacin que, lejos ele ser nico ---co1110 todo localisn10 tiende a ercer-, era, tal
vez, un proceso histrico n1s transitado en E~spaa y l~uropa de lo que ha tendido a
considerarse (co1no la altivez 1nedieval observada por F. de Navenne, viajero francs de principios de siglo en Yiterbo, junto a R.01na, durante sus fiestas de Santa R.osa;
o la cultura hansetica que Tho1nas Mann apreciaba en su Lbeck natal)ll.
Aquella situacin haba hecho que una realidad que en el x1x (siendo n1aterial111ente una continuidad) se viva con10 contradiccin -la relacin ciudad/ca1npo,
urbanidad/rusticidad, limpieza/suciedad, liberalismo/carlismo-, se resolviera en
el xx con10 un ideal continuurn entre esa ciudad y el can1po. Un conti11uun1 construido
sobre una tupida red social y econn1ica 12 . Pero hecha ta1nbin a partir de una iina-
10
[4171
gen ro1nntica e idealizada del ho111bre del ca1npo, arquetpica, construida desde la alteridad, partcipe de ese fisiocratis1no burgus que se extendi por las ciudades espaolas hacia 1900. 'lbdo ello en el 111arco de un ethos ciudadano en el que se acoga al
ca111pesino con10 parte de aquellaflunilia sana y cristiana de la ciudad i1naginada, en
la que los valores rurales de la franqueza, la rudeza, el igualitaris1110 deferente, la solidaridad co1nunitaria, eran ad1nitidos con10 naturales y propios tainbin por el in1aginario do111inante de lo urbano.
3.~En ese entorno social fue adquiriendo consistencia de grupo una clase inedia conservadora (la del Cr'dito Navarro, Ajuria S.A. de Vitoria, el Diario de Navarra o el Cabildo Catedral de Vitoria) con10 lite de ciudad de provincias, colectivo de fan1ilias que tnediaban entre el es1a/Jlish111ent n1adrleo y las sociedades
locales, la adnnistracin y la sociedad, el Estado y el particular, y que participaba
de una cultura castiza difusa y fuerlen1ente localista. Tocio ello haca que asentara su
pree1ninencia en aquel entorno provincial. Fue el poder, la influencia y la capacidad
ele inediacin ele aquel colectivo (con10 lo cotnprendi tarda111ente Manuel Azafia)
lo que la prctica poltica ms abierta de la Repblica puso en entredicho (o Jo amenaz, segn se 1nire). En defensa de ello, aparte otras convicciones y disposiciones
ele cultura, se n1oviliz ese sector contra los gobiernos de izquierda de la Segunda
Repblica. Hasta el punto de jugar finaln1ente un papel esencial cilnentando la coalicin antirrepublicana.
sas eran las realidades que iban a condicionar y confonnar una guerra que sera
conocida con10 guerra de E.sJJalia, y a la que dieron su sello e in1pronta.
4.-Si aquella guerra se produjo fue, entre otras razones, por el cn1peo ele un colectivo bien definido, ganado por el 111oderno autoritarisn1c\ por establecer un nuevo
rgirnen que ro1npiera con el siste1na liberal. Una disposicin que les llev a defender con xito una doctrina de guerra civil 13 . Con una labor pedaggica rninuciosa llevada a cabo desde las instituciones (sobre todo Ja Diputacin navarra desde 1935), las
organizaciones polticas (Bloque de Derechas en Navarra y Hermandad Alavesa), la
prensa (n1uy especialn1ente el /)iario de Navarra, pero ta111bin el 1-/eraldo AlavsF'enscuniento Alavs, , .. ) y otras instituciones civiles y eclesisticas que controlaban,
buscaron unir a aquella clase inedia conservadora en torno a su proyecto poltico, y
lograron stunar a aquellas gentes de clase inedia a la insurreccin que preparaban
(combinaron para ello poltica, viejo erhos local y el gran miedo que ese colectivo
senta ante el 1nito revolucionario aventado en los aos de la R. epblica desde la derecha).
Subrayaron el caos vital que, segn su dog1na, rega el pas, la prdida de la vieja
armona y los modos de la Espaa castiza (hecha de erhos locales), vctima de la ducha de clases y de razas (Spcngler) que se abata sobre Europa --y que tena en Espaa a su eslabn dbil. Sostenan que si as era, se deba al caduco lberalisn10 y a
la de1nocracia introducida en Espaa por la H. epblica. 1-Iaba, pues que pensar en nue-
13
Es Ernst N'ol!e (1988) quien ha desarrollado Ja idea de las <(doctrinas de la guerra civil>).
[418]
vas fnnulas polticas (que, en su inodelo, representaban sobre todo Portugal e Italia)
que pusieran en pie la reserva de patriotisn10 que salvara a una nacin en estado de
e1nergencia (Car! Schn1itt); que reconstituyera su unidad espiritual (catlica y racial)
en torno a un proyecto de recuperacin desde el I~stado del viejo/nuevo caballero cristiano espafol. La sntesis y sn1bolo de aquel espritu, de aquella fuerza vital e histrica sera para este grupo Navarra, con su hornbre agrario (se referan al H.equet) y
sus instituciones in1polutas de viejo reino cristiano, la nueva Covadonga que devolvera a Espafia a su destino original con10 pas elegido por el Seor para realizar su
obra (el mito del Reinar).
Co1no puede verse una co111binacin entre lo viejo y lo nuevo, ese arco entre la
historia y el porvenir; de elementos del tradicionalismo espaol (Donoso o Menndez Pclayo eran citados sie111pre con veneracin) con otros difundidos por el nuevo
autoritarisn10 europeo, especiahnenle del radicalis1no francs. Pero sien1prc con la
clara idea de actuar sobre una sociedad nueva que requera nuevas respuestas. Y, en
general, hecho desde el anlisis de corte positivista -antes que fenon1enolgico/esencialista o 1nitogrfico, n1s propio del carlisn10. Un 1nodo de ci1nentar el viejo ethos de la ciudad con las nuevas fonnas del autoritaris1no. Un pensan1icnto n1uy prxi1no en Espaa a los tericos de Accin Espaiiola, a los n1;;n1rrasianos y los hon1bres del esprit franceses, al colectivo de la lla1nada revolucin
conservadora en Alen1ania, al ideario del integra!isrno y el salazaris1110 en Portugal, a los nacionalistas de Alfredo H.occo en Italia, a la can1arilla corporativista
creada en torno al rey Carol en H.u1nana. Ellos se sentan efectivan1ente parte de
un n1ovi1niento general europeo; tanto al n1cnos con10 herederos de lo que suponan
genuinan1ente hispano.
5.-()tra cosa fue el carlisn10, una corriente poltica que arrancaba de las guerras
civiles del x1x, de las que conservaba liturgias, sinbolos y len1as (y un gran caudal de
relatos heroico-n1ticos, verdadero n1agn1a en el que se ali1nentaba su particular
pathos y una a generaciones sucesivas), lo que ha llevado a 1ns de un analista al
equvoco. Se les ha considerado -al carlisn10 y a la propia Navarra- con10 un fenn1eno y un territorio re1notos en el tie111po y en la geografa, anacrnicos, 1nontaraces, anclados en el siglo x1x. Se ha hablado, en su expresin n1s cruda, de los I~e
quets carlistas esparcidos en las montafias /sic] de Navarra, ... ms cerca de los
ejrcitos de los Cruzados de la Reconquista que de los fanticos fascistas 14 En realidad, Navarra era, contra lo que suele decirse, un territorio bastante representativo de
la l~spaiia del 1no1nento, aqulla 1ns alejada de las grandes ciudades con10 Madrid,
Barcelona o 13ilbao. Llevaba bastante razn Manuel lribarren cuando deca que Navarra ... , no es ningn 1nuseo de poca, y podra catalogarse justamente co1no la re-
14
Paul Preston, 1986: 44. l~sta era Ja imagen que la izquierda de los 30 tena del carlisino (quienes, a su vez, la tomaban de un viejo tpico roinntico deci1non6nico sobre el exotis1no hispano, al que
vena asociado el carlismo). Los descendientes de los viejos carlistas -sostena Dolores Jbrruri (1963:
237)-- vivan en Navarra organizados y encuadrados en los grupos de rcqucts ... Todo era casi igual
que en 1876.}>
[419]
gin representati va de nuestra clase media provinciana. Tambin el carlismo era representativo de la poltica que se haca en el momento, de lo que en Europa representaron los sectores que De Fe lice ha llamado movimentistas, y Emilio Gentile partidos milicia. Afo rtunadamente hoy se tiende a una revisin sustanti va de l tpico; a
considerar al carlismo como un fenmeno que va variando con las pocas (en sus
planteamientos y en su soporte social) y no un simple arcasmo pintoresco 15 . Sin embargo, salvo para especialistas como Julio Arstegui o Manin Blinkhorn, el carlismo
de la Repblica y la guerra civil sigue sie ndo un fenmeno marginal, al que suele ignorarse en los estudios generales de poca. Se cumple as el ef ecto poda que observara Jau me Torras ya en 1976: una historiogra fa contemporane sta, demasiado e mbargada por el presentismo, que ignora aque llos movimientos que no sobrevive n a un
cierto momento histrico (en este caso, al franquis mo, que actu re iteradamente contra los restos de l carl ismo; el fra nquismo y e l paso del tiempo, c laro est).
En el estud io se observa, por contra, un carlismo perfectamente operati vo y adaptado a su tiempo. Se trat, eso s, como he dicho, de un movimiento antes fenomenolgico/esencialista o mitogrfico (acorde con un principio de siglo de mitos y
emotividad, segn lo expresa Ernst Cassirer) que de un pensamiento poltico sistemtico. Y eso a pesar del esfuerzo de Vctor Pradera, cuyas propuestas legitimaron a
la Comunin en el crculo inte lectual del moderno autori tarismo e influyeron notablemente en l, pero que fueron poco operativas hacia e l gran pblico carlista, lo que
se llam el pueblo carlista.
En efecto, el carlismo bas su organi zacin y la adhesin de las gentes a su proyecto ideal de revolucin carlista 16 (revolucin e ntendida como restauracin de una
viej a situacin; de nuevo nos encontramos con el horizonte de experiencia) en elementos e mocionales, mticos y narrativos antes que en un ideario. Su ideari o era muy
breve, pero contundente: Dios, Patria y Rey. No eran necesarias mayores ex plicaciones para Ja gente sencilla (a la que se dirigieron pri nc ipalmente). Se sirvieron de
la fe sencilla y la costumbre, Ja memoria de gestas y e l relato de supuestos milagros
acaecidos (y que los vemos recreados de nuevo en la guerra del 36), en Ja adhesin
a un santo o en la emocin provocada por un estandarte de cofrada. En toda una liturgia de ceremonias, smbolos y actos que se confu ndan con la catlica. Pero, sobre todo, e n la adaptacin de su prctica poltica a los modos de re lacin de aque ll a
sociedad cargada de tradicin y en proceso de cambio. En su adaptacin a las soli-
15 Jordi Canal ( 1993) escribe un contundente an fculo subrayando la transformacin que se produjo
en el carl ismo hacia 1890 para adaptarse a la nueva poltica ele la Restauracin y el sufragio universal
como pa11ido de masas, contra el turnismo y a favor de la renovacin de las prcticas pol1icas (man1cniendo su proyecto poltico neotradicionalista). Ya Jaume Torras ( 1976: 22) adv irti del pel igro de confundir el carl ismo de los aos 30 del x1x co n el carlismo de la guerra de los 70 de ese siglo. Una in1ercsante relex in sobre las diferentes lecturas del carl ismo en Prcz Ledesma, 1996.
16 Expresin que he encontrado con cierta frecuencia en1rc mis i nforman tes y que puede verse tambin en boca de A ntonio l zu, requet de Echauri , un pequeo pueblo cerca de Pamplona (Fraser. 1979:
1, 166).
[420]
daridades locales, de bando o de cuadrilla, al empleo de las redes de amistad y clientela, al patronazgo, al ideal de l aldeano trabajador, del buen padre/seor de la casa.
Lazos locales y personales que no excluan -antes bien implicaban- una actuacin
en la poltica nacional. Antes que ganadas por el carlismo, el carlismo se adaptaba
a aque llas fo rmas tradicionales de organi zacin socia l como el guante a la mano.
Porque ell a mis ma estaba inspirada por similares principios: patronazgo de los notables, paternalis mo, solidaridad comunitaria, respeto a los mayores, presti gio de la
tradicin y el mandato divino; y una visin de Ja sociedad tambin simil ar: unitari a
e inspirada por Dios.
Esos fueron los mecanismos empleados por Jos notables carlistas para crear una
red poltica que se solapaba e n parte con las redes sociales de patronazgo y cliente la extendidos por la provinc ia (y que vemos empleados en la movili zacin de
jul io). As es como se teji la un in jerrquica entre la gente sencilla de la zona
rural de lava y Navarra con los notables monrquicos. Para e llo emplearon tambi n diversos hechos reli giosos, como fueron la devocin a San Franc isco Javier y
su mito de enrgico navarro (sntesis de este espritu misionero y castrense de Navarra y prototipo de la raza, lo cali fi carn distintos polgrafos) volcado en una
labor misionera por cristianizar el mundo en nombre de Espaa 17 . San Migue l de
Aralar, San Fermn y sus fiestas, la Procesin de los Faroles e n Vitoria, la Festividad de las Cande las, e l Corpus y s u octava, la Novena de Ja Pursima, la barroca
Semana Santa con su Viacruc is y procesin sil enciosa del j ueves, las sabatinas, etc.,
o las apariciones de Ezq uioga, en el interior de Guipzcoa fueron e mpleados para
aq uel propsito. Todas e llas como actos contra una Repb lica laica que intentaba
suprimirlas (trampa en la que, con su legislacin sobre cementerios, crucifij os, actos religiosos, enseanza cayeron imprudente mente los gobiernos republicanos de
la izquierda - aunque eran, ta mbin stos, producto de un arraigado y fundado anticlericalis mo) 18.
En ese espritu de navarrizar Espaa, en palabras del diputado carlista Jess Elizalde19, de recuperarla para la catolic idad, de restaurar los viejos usos y ritos, con un
espritu mstico y martirial a veces (sobre todo entre los jvenes idealistas), campechano y espontneo otras (con la espontaneidad franca que se le supona al hombre
17
En honor a San Francisco Javier y la 1radicin foral , siguiendo la lradicin recreada, se intent un
acto de navarridad, de comunin de devotos del santo y acto de antirrepublicanismo, liturgia eclesial y
autoridades ya el 3 de diciembre de 1931.
18
Sobre la fiesta de San Fermfn o la devocin a San Francisco Javier en Navarra y los actos de Vitoria, vase Ugarte, 1995a: 607-620. Sobre Ezquioga vase Chris1ian Jr., 1996 (en 1997 ha publicado un
extenso estudio sobre religiosidad popular y pol1ica en relacin con el caso de Ezquioga). Christian Jr.
cree que los sucesos de Ezquioga sustentaron una alianza entre campesi nos del norte, burguesa reg ional y aristocracia monrquica, punto de vista convergente con el aqu defendido. Sin embargo, creo ms
ajustado a la realidad del momento hablar de un pacto ent re movimentistas y establishment y de una red
social jerrq uica tej ida en torno a l. No concibo a campesinos aliados a la aristocracia en aquella sociedad j erarquizada.
l9 EPN, 30 de abril de 1936.
[42 1]
20 No necesarimnente, por tanto, utopas o reco1npensas ideales, sino gratificaciones concretas co1no
corresponde a un pensmniento unitario, propio entre aquella gente. Un fcnn1eno as ya fue observado
por Brian Fitzpatrick (1990: 118-120) al referirse a los levantamientos ultrarrealistas del 111idi francs en
el siglo x1x.
(422]
21
Resul!a significa1ivo que Juan Benet, en llerrumbrosas lanzas (Madrid, !983, p;g. 75) describa el
inicio de la guerra en Regin (su geografa i1naginaria) coino una feria del 1notor de ocasin. Significativa Ja coincldencla en la i1nagcn. Pero 1a1nbin porque tal vez !a literatura haya 1nirado con 1nayor atencin que los historiadores ese de!a!lc de la vida que llaman1os cotidiano, donde se construyen las trainas
de significacin (algo de esto ocurri en Aleinania con los aos del nazisino; vase Ldtke, 1994: 30 y
siguientes).
[423]
y la rebelda de la juventud, del valor creador del activismo y la entrega incondicional, haban iniciado en 1933 la reconstruccin del I<.equet en Pa1nplona (tras rechazar que ste fuera siinple1nente valedor del orden del Sanedrn ~con10 lla1naban a la
lite de Pamplona-, al modo de los comits de defensa ciudadana, del que fue sealado eje111plo el So1natn en Espaa). Ellos eran partidarios de la accin directa callejera, vivificadora y creativa. l)aban as el salto decisivo entre un Requet co1no organizacin de orden (al modo del Somatn), defendido por algunos notables del
carlisn10, hacia el partido nlilicia 1nilitarizado al inodo fascista.
Sin haber ledo ni a Sorel, ni a Marinetti, a T. E. l-Iulme, o a Yeats y a T. S. Eliot
(en los orgenes del irracionalis1no fascista para Sternhell), crean en la fuerza del activis1no, en el gesto viril, el vitalis1110 y la fuerza de la en1ocin. I~llos lo haban obtenido de sus lecturas de las gestas heroicas del pasado siglo, pero, sin duda, eran pern1eables al irracionalis1no in1perante en la Europa del nion1ento. Jerarqua y
co1npaeris1no, ejercicio fsico, disciplina, accin, exaltacin de la pureza de los valores, aventura, espritu caballeresco ro1nntico y co1nensalis1no (lo que esti1naban
que era n1uy navarro), hacan que los usos del escultisn10 que practicaban estuvieran
en este caso al servicio de la organizacin de una n1ilicia poltica. Si en Francia las
lJgas guardaban grandes se1nejanzas con el escultis1no, en Navarra las fonnas de ac~
cin del Requet pamplons, de aquellos jvenes urbanos (no en los pueblos), entusiastas algunos de la aviacin y los n1otores, eran deudoras de la profusin de aquella aficin por el excursionisn10. l)e nuevo forn1as urbanas 1nodernas con10
continuidad con el pasado.
7.-Ha quedado establecido que la n1ovilizacin de 1936 encajaba en ese n1arco
de alianzas, pactos y coaliciones que se dieron por toda Europa -en un n10111ento en
que el siglo xrx co1no ssten1a global de integracin social se haba agotado y surga
la lla1nada sociedad de tnasas-, en defensa de un proyecto autoritario/ultranacionalista de nuevo f~'stado concebido co1no siste1na global y alternativo al viejo orden. Un
tnovniento de ruptura global con el liberalis1no.
Segn esto, aquella 1novilizacin habra que enn1arcarla entre los variados niovimientos que se dieron en toda Europa de asalto al poder del Estado (lo que los alernanes categorizaron con10 MachtergreUUng), que adoptaron fonnas nacionales diferentes, pero sie1npre protagonizados por lites antliberales que 1novilizaban a a1nplios
sectores de poblacin (las llatnadas reservas de la nacin) en torno a un n1ito nacio~
nal. Debe, pues, ser rechazada un visin simple de los hechos como ha sido la de considerarlo un n1cro golpe n1ilitar22 (residuo de una lectura de la historia en clave de
atraso, de una tradicin de golpes de Estado en el pas, y ofuscado por el protagonis1no que tuvieron los 1nilitares en los hechos). Desde el co1nienzo se concibi con10
algo diferente a una 1nilitarada o un golpe de Estado (el que se asociaba a Jo que en-
22 El golpe de Estado [se distingue] porque se configura solainentc coino tentativa de sustituir las
autoridades polticas existentes en el interior del 1narco institucional, sin cainbiar en nada o casi nada 1necanis1nos polticos o socioeconmicos (Bobbio y Matcucci, 1983: 1458). No es se el caso.
1424]
tonces se lla111 error JJrilno o error S{n~ito_-jo; que fue rechazado por todos y cada uno
de Jos protagonistas, incluido Franco, con10 he111os visto). Aquel 1novilniento seorganiz con10 una reaccin nacional, con10 una n1ovilizacin arn1ada n1asiva <le! que
surgira un nuevo proyecto, tan radicahnente nuevo que ro111pera con dos siglos de
historia de Espaa (aunque se presentara con10 utopa retroactiva), y que integrara a
la poblacin a travs <le su identificacin n1oral con el E<:stado y cierta n1isin nacional (que en el caso espaol era la del J?.eh1ar, la nacin catlica que cristianizara
Occidente).
I.~a tnuna social que soport el asalto se gener en torno a lo que he dado en llan1ar estahlish1nenl y se articul en dos niveles: la lite nacional (la lite poltica y de
los negocios, el grupo terrateniente y rentista establecido en Madrid, la industrial bilbana, etc.) y un segundo nivel de clases inedias locales (la navarra y alavesa en este
caso) que ejercieron ese papel de 1ncdiacin hacia sectores populares capaces de dar
un apoyo 1nasivo a los nuevos regn1enes resultantes. Sus contactos se solaparon con
las redes sociales (13ott), solidarias entre iguales o jerrquicas, que una a aquel colectivo y se prolongaban capilarn1ente en sus cxtre1nos con una red (ya en ningn caso
solidaria sino clientelar) que abarcaba sectores populares iinportantes de la provincia
(tanto en la pequea ciudad con10 en zonas rurales). se fue el tejido social sobre el
que se teji aquella coalicin poltica (antes que sobre otras partidarias, corporadas o
de clase, n1s propias de la sociedad 1noderna).
As se dio el pacto o coalicin de signo poltico autoritario entre conservadores
(un a1nplio colectivo cuya representacin se deleg en 1936 en un grupo de n1ilitares;
n1s adelante, gentes de CI~l)A y H.E,, recuperaran protagonis1no a travs de los cargos polticos y de la adn1inistracin) y 111ovirnentistas (sectores del carlisn10); coaliciones que venan fonnndose en toda Europa (Blinkhorn, etc.). Aquel pacto ~cuyo
escenario nodal fue Navarra- fue n1uy l'avorable, por las circunstancias que he descrito, para el colectivo del establislnnent (social y poltica1nente hcge1nnico en esa
sociedad), que sucesiva111ente ira i1nponiendo sus condiciones al nuevo rgin1en (no
sin costes). Los sectores tnovi111entistas se dirigan sobre todo a las gentes sencillas;
gentes de extraccin social variada, anin1ados por una cierta utopa o figuracin ideal
(hecha antes de i1ngcnes que de ideas), por cierta n1stica (n1s prxi1na a la .fC) sencilla descrita por Groethuysen que a la exaltacin arrebatada de un Juan de la Cruz),
y por lazos de a1nistad, esperanzas de gratificacin, favores y proyectos vitales que
los una en un fen111eno tpica1nente nlasivo y les i1npuls a la insurreccin 23 De
n1odo espontneo, en aquella sociedad ese colectivo se senta jerrquica1nente son1etido por lazos de clientela con personas que forn1aban poltica111ente entre el conservadurisn10. Una subordinacin (la del 111ovnentisn10 al establisl11nenf) que se soportaba as en aquel tipo de relacin social. En ese contexto debe entenderse la ten1prana
desarticulacin de la unidad n1ilitar del l:(equet de Navarra, la itnposicin de n1andos tnilitares a las unidades del l:(equet, el bloqueo que se iinpuso al proyecto de
2
'
[425]
21
Tal vez quepa matizar, con todas las reservas, Ja afirmacin del profesor Inman Fox (!997: 185)
cuando dice que, por esos aos, no encontrainos en Espaa una cultura nacional inventada al servicio de
un nacionalismo poltico antiliberal.
[426]
As es co1no sus culturas locales variadas (que haban sobrevivido con10 pan1plonesisn10, vhorianisn10, cantabri.\1no, o, incluso, bilbainisn10; y, n1s all con10 arcano
idealizado de la aldea o lo castellano) sirvieron de soporte a una cultura espaolista
tradicionalista, hecha de tpicos ruralistas, ideales de pureza racial, historicis1no, de
siinbologa de castillos, casonas y ca1npanarios que soportaban el ideal, de n1itos y
leyendas transn1itidas en Ja literatura, de costu1nhrisn10, de ritos eclesisticos barrocos, procesiones, vrgenes y recuas de vacas (creadas con10 in1::igenes sien1pre estereotipadas, no naturalistas). Una cultura castiza que, en cuanto contrapona la plebe,
la chusnu1, al sano pueblo espaol de seilores y labriegos, de da111as y rnanolas, fue
tan1bin ntnan1ente antisocial y profunda1ncntc jerrquica. Antisocial en cuanto que
conceba un pueblo en el que las jerarquas fonnaban parte del propio carcter de los
estereotipos. Y castizo (de casta) cuando extraaba a la plebe del seno de la sociedad. Aquella gente de los a1nbientcs fabriles y urbanos, plebe y chu.Hna, que con1enzaba a desarrollarse en los barrios de las grandes ciudades, y que eran considerados
extraos al crculo extenso y jerrquico del inundo reconocible y plcido de la sociedad castiza. El populacho ajeno a la gran fa1nilia del pueblo espaol (pan1plons, vitoriano, santanderino, e incluso 1nadrileo). Una cultura Jocalista y al tieinpo espaolista que ayud a consolidar a la lites locales en su poder, tanto local con10 en el
1narco cspafiol25 .
La provincia --reconstruida con10 arcano y con1pendio de costu1nbrisn10-- era,
pues, protagonista destacada en ese niundo de la cultura: desde la 1nsica con Ja zarzuela, a la literatura costu1nbrista, de la pintura regionalista a los cuadros escnicos
que se representaban en fiestas y sedes sociales varias, o desde el resurgir de grupos
folclricos a la arquitectura regionalista. lJna cultura capaz de crear un inundo sin1blico y litrgico, de lugares de 1ne1noria sobre los que construir un dctenninado nacionalismo poltico cspafiol hecho desde Ja provincia.
9.-- Esa transfonnacin de cultura difusa en cultura nacional y nacionalis1no poltico se busc con denuedo durante los aos de guerra (con cierto xito) con10 parte
del esfuerzo blico y ele1nento cohesionador del nuevo rgiinen ultranacionalista.
Y se hizo a travs de una fortsin1a ca111paa contra el Madrid republicano frvolo,
injusto con el resto de la Patria, deshonesto y festivo>>, ocupado por las hordas ateas
y extranjerizantes contra el que se habra revelado la provincia, depsito de la Espaa
esencial. A travs de aquella iinagen de reconquista, y con un siste1ntico progn:una
de recuperacin de variadsimas tradiciones de la vida local (religiosas o laicas) y una
ca111paa de construccin de iI11aginera diversa (altares, estandartes, banderas) que
habran de instalarse en un Madrid recristianizado al finalizar su redencin por la provincia.
Fue sa la va elegida para representar aquel conflicto desde los pri1neros das
(dndole connotaciones de c:ruzada). Era la cultura castiza, la cultura por antono111asia de la provincia, la n1is1na esencia de la Espaa catlica, la que haba sido agre-
25
[427]
26 Madrid conoci con Ja Repblica un crecimiento y una transfonnac!n sin precedentes en gran urbe
y en verdadera capital real y sin1b6lica de la nacin. Los republicanos (y 1nuy concreta1ncntc Azaa) eran
n1uy conscientes de la necesidad de esa transfonnacin y la impulsaron. 'nunbin, a la inversa, fue para
ellos el ideal del Madrid republicano, 1noderno y 1nirando a Europa (vase Juli, !995: 498 y sigs.).
[428]
l'odo un progra1na de liturgia para la inovlizacin de 1nasas, cargada de todo un conjunto de sn1bolos y alegoras (que a111alga1naban las ideas del nacionalisrno espaol
tradicionalista, cuya ahna era Navarra, la Provincia por antono1nasia, Ja nueva Covadonga, con la idea de guerra santa). Fiesta sacro/patritica en la que en un inn1enso
escenario, con una escenografa de recurrencias, se 1novan con sin1ultaneidad 1niles
de personas generando, a travs de la e1nocin, ese sentin1iento de con1unidad que las
nuevas corrientes polticas surgidas del irracionalisn10 i1npulsahan en aquel 1non1ento
en tocia E~uropa. 'ldo ello hecho a partir de la tradicin de la liturgia barroca que practicaba la iglesia espaola (con lo que se daba ese tono nacionalista que se pretenda
n1icntras se conectaba con el sentir religioso de quienes secundaban la cruzada). No
fue aqul el 1nodelo que sigui el fra11quis1no de los prin1eros 40 -c1npeado en
adoptar la liturgia falangista n1ucho nienos arraigada entre los n1ovilizados. Aunque
s por la Iglesia politizada de la posguerra (en torno a la que se agrup el conservadurisn10 franquista), con sus niisiones, niisas de ca1npaa, etc., y que fue de nuevo
plenan1ente recuperada por el franquisn10 de los ltin1os 40 y 50, tras el proceso de
desfalangistizacin pro1novdo a la cada de Serrano Ser y la derrota de las potencias del Eje.
Ni que decir tiene que todo el acto de la guerra se represent desde sus inicios,
antes que la Iglesia lo elaborara con10 doctrina de la nueva causa, con10 un /Jellun1
sacrurn et justun1, una Cruzada popular contra el in1po intruso que se haba asentado
en Madrid y a1nenazaba con destruir Espaa. Creo que, en este nivel de las representaciones, ese calificativo es el idneo para aquella guerra vista por la gente sencilla
sublevada (sin que ello in1plique ningn pronuncianliento sobre el carcter de aquella guerra con10 guerra <le religin, que sera un abuso conceptual) 27 .
l 0.-Si tenen1os una sociedad en quiebra poltica a causa de la crisis del n1undo
del x1x; si frente a esa situacin se alzaron diversas alternativas que intentaban responder a Jos retos de una nueva sociedad de 1nasas con10 ocurri en el resto de Europa; si, con10 ocurri en Hungra, Italia, Ale1nania o Portugal, se organiz una coalicin autoritaria contra el gobierno de1nocrtico con10 encuentro entre sectores del
establislunent y del 1novin1cntis1no; si con10 en otros pases del continente, basaron
su reaccin antiliberal en un apoyo agresivo de un sector de la poblacin apiada en
torno a una idea de la nacin de corte ultranacionalista; si para inovilizar a esa poblacin utilizaron actos y liturgias que provocaron situaciones de gran densidad e1notiva; si se proponan organizar la nacin basndose en la adhesin 1noral de la poblacin al Estado (a un nuevo Estado) y a un Caudillo, personificacin de la nacin; si
el prin1er acto que realizaron, co1no otros en Europa, fue el del asalto al poder con
la pretensin de crear una nueva sociedad de la que surgir un hon1bre nuevo (el caballero cristiano espaliol), es, creo, porque algo en co1nn tuvo aquel acto de guerra
27
Aunque, por ejeinplo, G. t-.1azarino, el que fuera canlenal/minlstro francs, refirindose a las llamadas guerras de religin del xv11 dijo que la guerra de Alcinania no es una guerra de religin, sino una
guerra para combatir las grandes aspiraciones de la Casa de Austria.
[429]
y el Rgilnen que de l surgi en esos aos con otras forn1as autoritarias de n1ovilizacin de 111asas que se dieron en la Europa del tie1npo. l"{esulta pues lcgtn10 hablar
de ellos en con1n, categorizarlas histrican1ente, con10 se hace con las de1nocracias
parlarnentarias, tan variadas, o se hace con los con1u11is111os, no n1enos variados. A
falta de una 1nejor denotninacin cabra utilizar el trnlino de los fascisn1os, as en
plural, para referirse a esos regnenes (co1110 lo hacen desde puntos de vista diversos,
Enzo Collotti, Renzo De Felice, Julin Casanova, etc.)2 8. Otra cosa es la evolucin
que tuvo el rgimen de Franco tras la derrota del Eje en 1945. Tal vez lo que haya1nos observado en el caso de la zona y el tien1po considerados en este trabajo fue el
de unfascistno sin fascistas.
En Espaa se recurri al nto catlico y a la cultura castiza para crear una cultura ultranacionalista que justificara el rgimen (del mismo modo que en Alemania
se recurri a la tradicin pietista, etc. y a la idea de raza -Mosse- o en Italia a la
Ron1anitO; pero en Austria o H.u111ana de nuevo a la catolicidad y a la ortodoxia ins
fantica). Fue un rgimen creado en aquel proceso en que la sociedad comenzaba a
catnbiar aceleradan1ente y cuhnin el ca1nbio bajo l. El rgin1en surgido de aquella
guerra (un asalto al poder, en realidad), fue un rgimen fundado, de nuevo, sobre horizontes de experiencia, sobre una idea del porvenir retroactivo: la reconstruccin hacia el futuro de la E'spaa eterna (construida, eso s, contra n1edio pas, la llatnada
anti-Espmia, como en Alemania o Italia, para reprimirla o fagocitarla; sa es la historia del franquismo que surgira a partir de estos episodios).
Con todo esto he intentado --con n1ayor o 111enor fortuna- responder parcialmente, claro est, a la pregunta que Unamuno se planteaba ante la visin de la guerra y la que la historiografa n1s seria se plantea ante el fen1neno social que signific la Guerra de Espaiia (1nucho 1ns que una asonada 1nilitar, 111ucho n1s que un
conflicto armado): repensar la historia reciente de Espaa. Y, tambin, vincular elementos fundamentales en la vicia del hombre, como son su vida social, su cultura, la
guerra, la paz, la poltica, la religin con los elementos de cambio y cuestiones no resueltas acerca de la evolucin de Espaa en su ltilno tra1no del x1x (que declinara
entre 1917 y 1950).
He intentado trabajar desde la idea de la continuidad existente entre las formas
ms habituales e institucionalizadas de la vida diaria y los momentos de accin y cambio no convencionales 29 . Y he procurado hacerlo desde la cercana que permite el contacto directo con aquella 1ne1noria (la encuesta oral). Creo que a un cierto nivel, an
incipiente en nuestra historiografa, ese propsito ha sido alcanzado.
28
29
[430]
LISTADO DE INFORMANTES
INFORMAN1E
PUEBLO
NACIDO
PROFl:'S/N
Al-A2-A3
Vil!at11crta
19!
Aguillo Aguillo,
Jos
Lag11ardia
1920
labrador
lvarcz '\
Lagrn
19!6
labrador;
vendedor de lea;
A!zucla *,
Salustiano
Lumb!cr
1907
Andfo Larn1ya,
Flix
Olite
1918
seminarista;
Anducza Akaya,
l\1acru
1909
labrador
S/XJ/92
Tudel a
1898
empresario
alfarero (entre
artesano y
empresario)
3/11/93
Apeste gua
Cirauqui
Baqucdano, Jos
1917
grabador;
8/X/92
Arbcloa *,
Nicanor
Macru
1915
labrador
Arb!zu Lpcz de
Bncaicoa
1908
carpintero
Salinillas
1921
labrador
!9/11/92
Arisiorcna *,
Francisco
LizaJTaga
1915
labrador
6/X/92
Artieda *, Justo
Echarri
1927
propietario de
Ba!domcro
1~4
/:'/
labrador;
emigrante
6/JX/92
!4///92
J
l/V!/92
6/VJ/92
militar
(+Seminario)
!O/Xll/92
! 3/l/93
l 3/l/93
constructor
promotor
Jess
Aiin "', Rom;n
ceramista
l/X/92
31 /Vl!/92 3 J/Vll/92
Zubira, Manuel
l 9/11/92
1/X!l/94 19/!l!/97
20/X!l/91
una mucblcrfa
Azpi!icueta *-,
Cruz
Lczaun
1901
labrador;
ganadero
22/IX/92
Azpi!icucrn *,
Dmaso
Lezaun
19!8
labrador;
ganadero
22/!X/92
[431
:i
-t
:!
INFORA1AN1E
PUFHIJJ
NACIDO
PROFHS!N
H-1
E2
Azpilicueta *,
don Mnico
!.ezaun
1901
sacerdote
Baiialcs Mcnda,
Jos
Art<\iona
1916
labrador
Barandal!a *,
Gallina
Echarri
1928
ama de casa
20/Xlll93
Barandalla *,
Germn
EcharriAranaz
1928
vendedor;
vi<ante ('!)
5/Xll92
Barbarin *,
Benito
Arrniz
192!
labrador
propietario
l 8/IX/92
Barrn A!bizua,
Eduardo
Salinillas
1921
labrador;
trab1ador fabril
!2/11/92
Berin *,ngel
!'v1aiieru
1918
labrador
Berude *,
Francisco
Estella
1924
secretario de
ayuntamiento
1910
labrador
Briones Barrciro,
Jos
Laguardia
1915
labrador
Bucsa Huesa,
Antonio
Vitoria
1913
farmacutico
!J/01/87
Burgo Torres,
Jaime del
Pamplona
1912
escritor
9/\11/93
Campo Uralde,
Jmm
Berantevil!a
1917
agricultor
25/\11/92
Carasatorre 8,
Rafael
Ecl1arri-
1940
etnlogo
Castie!la *,
Juan Jos
'fofa Ha
1915
farmacutico
Cirauqui *,
Pablo
Pamplona/
1915
sastre
cortador
17/Xll/92
Cruz Senz de
Landa
/\rzamendi, Juan
1917
ganadero;
labrador
20/1192
Daz Barrcdo,
lvaro
Fresneda
1912
labrador
21/\1111/89
1908
albaiil
23/J/92
Daz Men<loza,
Santiago
1916
oficinista;
pantalonero;
portero de sala
de fiestas
29/V/92
Dez-Caballcro
Salinillas
Lasheras, Fernando
1935
mdico cirnjano
17/!11197 25/111/97
Domeo*,
Eulogio
1918
labrador;
varios oficios
11/11/93
1910
1900
labrador
f;'.J
25//X/92 25/JX/92
!0/11193
!8/JX/92
J/X/92
!6/IX/92
10/1/92
Aranaz
Burlada
Santa Cruz
de Camp.
Lrnnbier
[432]
};'4
22/l/93
l 3/J/92
18/!X/92 21/!X/92
F,"5
/NFOR1\JANJE
PU/:'IJl.O
NAC/f)()
l'/?OF/:'SJ(JN
F,-1
Erdoz<in '\
Jos (Jabrid
Sangiiesa
1910
Esteban *,
Francisco
EcharriAranaz
1907
labrador
2/Vll/92
Fermndcz *,
Jesls Luis
Mendavia
1941
macs1ro
19/!/93
1919
labrador
13/1/92
Ganuza '-',
Cresccncia
Ugar
1897
ama de casa:
labradora
Ganuza *,
Flix
Ugar
1918
labrador
Garayo 7.ugasli.
Vctor
Ugar
!919
labrador
22/IX/92 22/IX/92
Garca ",
Aslerio
O lite
1909
jornalero
(peonada en
campo,
construccin
30/Vl/93
Garca*, Plcido
Moreda
1912
labrador:
obrero;
ordenanza de
ay1111tamic11to
28/VJJ/92
c;arca Albniz,
Felipe
Vitoria
1918
periodista
Gmcz Vadillo.
c:ndido
Lcciiicna
de Oca
19!3
labrador
Lagrn
!910
ama de casa:
labradora
Cirauqui
!913
labrador
propietario
Gonz;\lez
~,Julia
Hermoso de
ivlcndoza "-.
7/X!/94
22/IX/92
8/X/92
26/1/87
J 4/V!l/92
5/l!/92
20/Xl/92 20/Xl/92
Joaqun
1-!ual'lc
8 , Josl~
Art;ona
191"1
chfer a11lob1s
10/!!/93
1-!unnc Calleja,
Victoriano
Tudel a
1925
procurador
3/11/93
lb;iicz Sobnn,
Victoria
Gurcndcs
1904
ama de casa;
sastrera
Llodio
1923
Ecllarri~
1918
labrador
6/X/92
!barguchi *",
!goa ;',
'~
Fl~lix
25/IX/9 l
!5/IX/87
Aranaz
Iriartc !..arrea,
,\na M:'
Artajona
!921
ama de casa
10/11/93
lribas *
M:' Dolores
Pamplona
192!
ama de casa
!4/XJI/94
Jrgoyen Marin.
Grcgorio
Lumbicr
1919
labrador
1918
seminarista;
trabajador
carpintero
[433]
16/11/93
J !/!!/93
!O/Xll/92 17/Xll/92
E-3
EA
E-5
INFOR!i1ANTE
PUEBLO
NACIDO
PROFJ:-SIN
E-1
F.,
!912
labrador;
otros oficios
30/IX/92
1926
ama de casa
25/!l!/97
Lezaun *,
don Fcrmn
Ariznla
1914
sacerdote
30/lX/92 30/IX/92
Abrzuza
E-3
1926
sacerdote
8/X/92
19!2
sastre; cartero
291\1192
1912
Lorcntc Esparza,
Javier
Olite
1915
sacerdote
26/V/93
l\1aiza *, Lucio
Echa1TiAranaz
!904
pastor; labrador;
electricista
8,
Echarri-
1912
pastor; labrador
22/V!l/92
1915
labrador
16/Xll/91
1918
labrador; obrero
28/\111/92
Maiza
Vicente
1:'4
1:-5
1 !IV!/92
26/V/93
4/Vl/93
4/Vl/9:~
Arana~,
6/X/92
Marii'iclarena *,
Bautista
EcharriAranaz
1916
obrero
Martnez Alaa,
Hip!ito
Fresneda
1918
labrador
Martne7,
Arroyuelo, Jos
\liana
!916
29///93
l\1artnez Erro,
Luis
Pamplona
19!0
comerciante
(vende objetos
de culto)
l 3/1/93
Martnez iligo.
Manuel
Labastida
1918
electricista;
contable
14/J/92
1920
labrador; tratante
18/1/91
Sots/Nava
1911
labrador; mililllr
lO/XJJ/92
1912
labrador
29/V/92
Menoyo Pineda,
Lucio
1915
labrador;
18/Xll/90
guardia civil;
propietario de bar
!9!2
Marte Francs,
Javier
Tudel a
1924
mdico
estomatlogo
3/11/93
O!abarrie!a *,
Ti moteo
Osma
1915
labrador; conserje
de hospital
3111192
Olaizola *,
Jesls
Villarreal
1908
l\1eano
Martncz
Marlncz, Primo
Mai1orcll '\
Toms
Osma
24/IX/9 ! 27/IX/91
[434]
l 3/l/93
301X/91
!9/11/93
28/!!/94
25/XJ/94
14/X/94
14/X/94 !7/XI/94
8/JV/94
INFOR1\1ANTC
PUF.BLO
NAC/f)()
PROFESIN
E-1
Orive Estcfana,
Julio
!.ahasiida
19!3
l;1brador
14/l/92
Ortiz de Anda
Fcrmndcz
Osma
!9!2
labrador
3/XII90
Oss de Campo,
Honora to
Novclcta
!912
labrador
l 6!1X/92
Padrones de la
Fuente, To1rns
Vitoria
1907
militar
15/!!!91
Pereda lvarcz,
J,uis
Sa!inillas
1920
labrador; chfer
25/11/92
Pre1, Niev;1s
Jos
Tudel a
1925
abogado
3111193
'fafalla
1913
guarnicionero
por cuenta
propia
22/l/93
Espejo
!925
peluquero
25/Vl/92
Pincdo Jb;\kz,
Juan
Espejo
!934
vendedor
u!tramurinos;
trabajador de
la c;~ja
27/IX/91
Pincdo !bfcz,
Natividad
Gurendcs
1927
modista
25/JX/91
Pincdo y Pinedo,
Eugenio
Gurendcs
1901
sastre;
empleado de
la caja
25/IX/9 !
Pernau1
Felipe
*.
:?
E-3
E4
29/V/92
l6!V/91
Vitoria
!920
propietario
27/X/94
!917
militar
16/Vll/9!
Pobes Olaizola,
Pedro
Labastida/
Vitoria
1945
fsico
8/X/94
Vitoria
1918
ingeniero
agrnomo
19!0
labrador;
ordenanza de
Diputacin
!7/Xll/91
Rcbol *,
Francisco
Lumbier
19!6
labrador
Rcp;\rnz Maiza,
Manuel
Arbizu
!912
trabajador de
cantera;
chfer;
labrador
23/VII/92
Espejo
1918
comerciante;
cartera de
butano
25/VI/92
Scnz de Uganc
Dcz, Dolores
Berantevil!a
1925
ama de casa
201Xl94
Lagrn
1937
etnlogo
7/11/92
!911
labrador;
msico
Rabanera
Luis
*,
Scnz de Urturi
Isidro
*,
Santamara
Labastida
Cestufc, Poncano
E-5
27/X/94
4/X/94
16/11/93
19/X!l/90 21/Xll/90
[435]
1
j
1
f\l.'QRA1ANTF.,
PUEBLO
NACIDO
PROFES!()N
F-1
/:"-2
Estella
1920
varios
l/X/92
l/X/92
'Ji1falla
1916
labrador
22/1/93
22/1/93
!921
periodista
(director de!
Diario de
Nav111-ru)
1936
empresario
22/X/94
!923
ama de casa
5/Xl/94
Val Sosa,
Vcnancio del
191 !
periodista
!5/VJ/88 10/!Jl/94
1912
Z11fa ~.
/\1ariano
1920
abogado
economista
Satnstegui
Juan
Segura Prez
lriarte, Enrique
Vitoria
P;unplona/
Lciza
l~-3
/;4
f;'-5
21/X/94
21/Vll/94
1 !/IV/94
17/Xll/92
En las notas se citan por el nombre. la ccha de la entrevista y el nmero de cinta en el que est archivada la conversacin. Donde figura el asterisco(*), falla el dato.
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[458]
[459]
Anexos
lo~
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Oichcii Dvc1~toe L~y~:s, ::iers.n efr'ondcdo:!I Gn su dir por. l PGil'lg~gnto .. (;011:.1tttuyanle qlcgido por tHfl'tq.;to, ~n le. f'or,.,..o. quo 0po1 :utiQ::1e.ntv :sQ d:..lr,;;nt1
ne,
J,oa Cont:1GJQll que Ctl~br" "l. l>t:r1:1ctor10, podron llOl' o~d!noriou y Plono3.
r.os prtr1t.1l'Od loe int,,,grr.n:an C;l :>rc;aidwnto y vocolot1 lou l;Hl;JUndo:, J.o::i ...:1 ..
tadotr y 106 ContiJ:roa tdcnioou.
Loa p1ir1Gt'os ito1~to y r.oya, soran loa a1gu11ntoa,
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--
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p:
1 ..
DloClPl.IY.ADO,
Mad~id
O de junio de lg3t) 0
lil Uirootoi.
[462]
[463]
rado.
4. /)isoluc5n de todos los Sindicatos y asociaciones sectarias. Incautacin de
sus fondos y bienes, y expulsin de sus dirigentes.
5. 0 1:iroclan1acin de una f)ictadura de duracin ten1poral, con anuncio de la re-
construccin social orgnica o co17Jora1iva, hasta llegar a unas Cortes de esa natu-
raleza3.
6. Anuncia de refonna de todos los cuerpos del Estado.
7 . La suprenu1 direccin poltica corresponder a un !Jirectorio, cornpueslo por
un nlililar y dos (~onsejeros civiles designados previa111ente por la Conn1nin TiYtdicionalista. El prin1ero ser Presidente del Directorio y del Gabinete, y 10111ar especialmente sobre s la Seguridad Nacional (Ejrcito, Marina, Orden Pblico, Comnnicaciones y Transportes). J)e los otros dos, el uno se encargar del Minislerio del
Inferior (Ayuntan1ientos, Diputaciones, preparacin del rgi1nen foral, Corporaciones
.
de J::ducacin
y Enseanza profesional 4 ); y el otro 1on1ar a su ccugo el Mini . ;Jerio
Nacional (Propaganda y Prensa, Enseanza General -elernental y segunda- y I~c
laciones con la Iglesia 5 ).
8. Desarrollar las direcciones polticas del Directorio y llevan la Ad1ninistracin general del Estado un Gabinete de Ministros tcnicos, previcunenle elegidos de
entre las personas nus capacitadas, desprovislas de pe1]uicios partidistas.
Se da por supuesto que el Movilniento se han_ con la bandera bicolor6 .
[Redactado el 11 de junio de 19361
2 Fuente: A. Lizarza, Memorias de la conspiracin, Pamplona, 1969 (4. edicin), pgs. 111-112.
3 Ferrcr (OC, ton10 XXX-2, pgs. 86-87) recoge otra redaccin de este punto: donde dice hasta llegar a unas ... )>, sigue ... elecciones)) .
. Tambin en cursiva en ibid.
5 Tainbin en cursiva en ibid.
6 La parte de! texto en cursiva se cstin1aba coino parle cscnciab>.
[464]
(cruz de San Andrs) procurando adetns que todos lleven la boina roja.
Para cun1pli1ncntar por nuestra parte estas rdenes, ese requet de Berantevilla
sin que falte uno solo, en estos 111on1entos en que se trata de salvar la I<.eligin y la
Patria, debe estar prevenido y preparado para venir a Vitoria en cuanto se ordene por
esta Jefatura del I<.equet, para lo cual recibir Vd. orden y se pondnn en I3erantevilla dos autobuses o canliones, que custodados o vigilados y protegidos en el trayecto
se trasladann con Ja n1ayor urgencia a Vitoria.
El n1ovi1niento va en n1archa y la hora del triunfo se acerca.
Inculcad en esos requets el n1ayor entusiasn10 y seguridad en la victoria que
sien1pre sigue al que tiene fe en J)ios y confianza en los altos designios de la Patria.
Un abrazo de su buen an1igo,
Lurs RABANERA
[465]
Nn1eros absolutos
Con1arca
Cuenca Cantbrica
Estrib. Gorbea
Llanada
Valles
Montaa
Rioja
Vitoria
TOTAL
166
142
120
380
134
390
265
1.597
7
13
49
41
69
58
153
390
o
o
4
o
o
o
o
o
o
o
o
o
o
o
JO
o
o
o
47
54
]()
42
66
61
222
57
291
168
907
173
155
173
431
206
448
465
2.051
Cornarca
Cuenca Canubrica
Estrib. Gorbea
Llanada
Valles
Montafia
Rioja
Vitoria
TOTAL
56
96
4
8
28
10
33
13
33
19
o
o
o
o
1
o
o
o
o
o
o
o
o
o
o
o
o
2
o
o
o
o
92
69
88
65
87
57
78
24
100
43
100
35
100
100
51
28
100
100
65
36
100
44- - -100
--
Con1arca
Cuenca Cantbrica
Estrib. Gorbea
Llanada
Valles
Montafia
Rioja
Vitoria
TOTAL
24
48
17
67
34
62
13
30
1
4
7
7
18
9
o
o
1
o
1
o
o
o
o
o
o
o
o
o
o
o
o
2
o
o
o
o
25
52
24
76
53
22
8
39
15
47
8
17
72
23
39
Fuente: Elaboracin propia a partir de Ugartc, 1938: 75; Pascual, 1986: !35; Censo de fa Poblacin
de E.11x11/a de 1930.
[466]
NAVARRA
Nn1eros absolutos
Merindad
Estella
Tudcla
Sangesa
2.572
1.118
1.930
2. 139
2.381
929
2.083
1.312
690
1.579
937
318
45
30
3
o
o
o
24
5
11.069
6.919
107
Tafalla
Pamplona (cuenca)
Pa111plona (capital)
TOTAL
1
1
24
18
21
50
45
2.977
859
1.412
2.046
1.643
1.008
4.724
2.478
2.644
3.793
3.369
1.247
158
-------"-------
------------------------------
9.945 18.255
Merindad
Estella
Tudel a
Sangesa
'fafalla
54
45
73
56
71
74
44
53
26
42
28
26
38
Pa111plona (cuenca)
Pamplona (capital)
TOTAL
61
-------
o
1
63
100
o
35
100
o
1
o
53
100
1
o
1
54
100
o
o
1
49
100
()
o
o
81
100
1
o
1
54
100
---------------------1
1
Merindad
--------------~------------~
Estclla
Tuclcla
Sangesa
l'afalla
Pan1plona (cuenca)
Pamplona (capital)
TOTAL
71
37
79
92
60
48
58
44
28
68
24
16
o
o
64
40
o
1
o
o
o
o
o
o
o
l Rcqucts
2 Falangistas
3 Accin Popular
4 Renovacin Espaola
.:'i Sin datos
6 Voluntarios de julio en Navarra y previos al 25 de agosto en lava
7 Total de voluntarios (1+2+3+4+5)
[467]
1
1
1
2
1
83
29
58
88
41
52
131
83
109
163
85
64
58
106
---------------
Estados de revista
del requet de Pamplona 9
Jaime del Burgo Torres (adelantado jefe de Requet)
PLANA MAYOR
J)onli e; io
Lcopoldo Dez y Daz de Rada (alfrez) ......................... ..
ngel Elizalde (alfrez) ................................................ .
[Jos Millaruelo (alfrez)' .................. .
Mercaderes
Conde Oliveto
Donnitalera]
l)onnitalera
San Agustn
San Antn
Calceteros
Calceteros
Calceteros
Rozalcjo
Rozalejo
Jarauta
Nueva
Calceteros
Carlos lII
9
10
ARBlJ (bojas sueltas, estados de revista del Requet de Pamplona entre inayo y junio de 1936).
ARBlJ. Prini-~r Requet del T. de P. Orden del da del 1 de mayo de 1936.
[468]
Tambores
Onofrc Juniz Lpez ......................................................... . San Agustn
Jos Chocarro Ripa .................................................... .
Estafeta
Epifanio Azpilicueta (iarca ...................................... .
San Gregorio
Cornetas
Jos Gracia Baquedano .................................................... . Mayor
Alberto Martnez beda ................................................... . Mayor
Mariano Burguete Daz ..................................................... . San Nicols
PRJMER PJQUETE
Oliveto
Primer grupo
Navarrera
San Gregario
Tejera
Lindachiqua
San Nicolcs
Calderera
Zapatera
Navarrera
Mayor
San Antn
Jarauta
Estafeta
Jarauta
[469]
Segundo grupo
Jos Bastero l)az [jefe; sargento 1.J ............................... . Cannen
Jturralcle
Cannclo Aycrra Franco !adelantado; sargento 2.!
Can11cn
Estafeta
lCjera
San Gregorio
Mayor
San Antn
Se1ninario
Navarrera
Ca1npana
Carlos lll
Alhndiga
Navarrcra
Calderera
Navarrcra
San Antn
Descalzos
l)onnitalera
San F1rancisco
Cura
San Nicols
Tercer grupo
Julio Elorz Prat !jefe; sargento l.] ................................ .
Ramn Lorente Arraiza [adelantado; sargento 2.] ...... ..
Mayor
A1naya
Donnitalera
Eslava
San Agustn
Jarauta
Eslava
Avda. San. Ignacio
Orfen Pamplons
[470]
Jos Irigoycn
l~chavarren
SEGUNDO PIQUETE
Mercaderes
Prilner grupo
Miguel Echalecu Borda [jefe; sargento l.) ....................... San Antn
Juan Abrzuza Murillo [adelantado; sargento 2.J ............. 'fudela
J)111aso
(~asas
Gurpcgui ....................................................
Jarauta
Cura
Mayor
Merced
Can1pana
Santoanda
C. Monjas Blancas
Navarrera
Tcobaldos
Cura
Calderera
Jarauta
Navarrera
M.ayor
[471]
Cannen
Teobaldos
Avda. Zaragoza
Avda. Zaragoza
Segundo grupo
Antonio Lerga Salanucva ljcfe; sargento l .J ....................
l~pifanio Espinal lribcrri [adelantado; sargento 2.!
Merced
Mayor
Carn1en
Calceteros
Tudel a
Mafiueta
Mercaderes
Mayor
Co1nedias
[472]
T'cjera
Navarrera
S. Francisco
Mayor
(~an1illeros:
Santoanda
Calceteros
Jav. La Barranquesa
San Antn
Cura
Carniceras
TERCER PIQUETE
Navarrcra
l'rhncr grupo
Jos H.an1n Valencia de l-luarte !jefe; sargento l .J ..........
Nicols Domnguez de BidauITeta [adelantado; smgento 2.]..
Mayor
Estafeta
Descalzos
Cannen
Calderera
La Yasconia
Iturralde
Navarrera
Yanguas
Carn1cn
San Francisco
Donnitalera
Descalzos
1473]
Santoanda
Portal Nuevo
Sancho el Mayor
Con1edias
Santoanda
Tudel a
Mendillorri
l)escalzos
Calderera
(~aldcrera
Zapatera
Cannen
l)cscalzos
Eslafela
(Jarca Xin1ncz
Javier
Sarasa te
Rosalcjo
Es1afcla
Estafeta
Tudela
Tudcla
Javier
Co1npafia
Carn1en
Cu ra
Zapatera
Jarauta
Mayor
Cannen
Navarrera
Enlace: Flix
Canlleros: Evencio larra Salinas y E1nilio Snchez Can1ardicl
[474]
'l'crcer grupo
Cecilio Ayestarn Arn1endriz !jefe; sargento 1.]
Miguel ss Busto laclelantado; sargento 2.J ....
Marcclino Martnez J{oldn
Jacinto Labiano R_azquin
............................. .
Grcgorio Eraso Yoldi ........................................... .
Po Zuaza Urtasun .................... .
ngel Arnaz Ji111nez ..................... .
Dcmctro Lczaun Alonso ..................... .
Jess Mara Santan1ara Eguigurcn
Faustino L,czaun Alonso ............... .
San Nicols
Navarrera
Jarauta
Carn1en
Mayor
Mayor
Jarauta
Jarauta
(~onsistorial
Jarauta
San Nicols
Jarauta
Canncn
Conde Olivcto
Mayor
Canncn
Casa I<.oldn
Mercaderes
Navas de 'l'olosa
c:annen
c~a1nilleros:
Jarauta
CUARTO PIQUETE
IJonnitaleraj
Primer grupo
Eduardo Sainz Alczar [jefe; sargento 1.] ............. .
Jess Martnez beda !adelantado; sargento 2.]
Ronces valles
Mayor
Mayor
Mayor
Mayor
Mayor
1475]
B. de Ja Estacin
J)oa 13lanca
M. de Cirauqui
M. de Cirauqui
Mayor
Mayor
Vivero de la l)iputacin
San Ignacio
l)onnitalera
San Antn
La Vasconia
Dorrnitalera
Javier. La Barranqucsa
Segundo grupo
Carlos Sauz Gonzlez [jefe; sargento l.J ........................ . P. Sarasate
Narciso Berraondo Hidalgo [adelantado; sargento 2.1 .... . Nueva
Pedro Goi Berrando ........................................................ .
Manuel Annisn Huici ..................................................... ..
Jos Irisani Archanco ........................................................ .
Genaro Aldaba lbez de Ibero ........................................ .
Tarsicio Ortiz Alzueta ....................................................... .
Miguel Labiano Luna ........................................................ .
Ramn Pabollet ................................................................. .
Miguel Videgin Roncal .................................... .
Matas Iragui Iribarren ...................................................... .
Fermn San Martn Urtado ................................................ .
Flix Sarrasn Ilundain ...................................................... .
Nicols Ardanaz Piqu ....................................................... .
Rafael Santesteban Martnez .............................................. .
l{an1n Goi ............................................................... ..
Calderera
Javier
Mayor
Dorn1italera
Yangas
[476]
ngel Alvira
Jos Echcvcrra
Jos 1'orrubia ........................................................ .
Javier Martncz de Moretn ............................................. ..
San Antn
Mayor
Con1cdias
I turra1na
Mochuelo
Mochuelo
Mochuelo
Mochuelo
Mochuelo
Mochuelo
Iturran1a
lturran1a
Casa Gaztelu
Frente a l)o111inicas
B. San Juan
B. San Juan
Echavacoiz
QutNTO PtQUETE
Ama ya
Primer grupo
Eusebio Menda Equsoain ljefe; sargento l .j
Avda. Villava
Calle Norte
Avda. Yillava
Casa Ga1narra
Pasaje I.. apoya
Avda. Villava
Avda.Villava
Casa Aldaz
Rochapea
[477]
Plcido Goicoechea .. ..... ...... ... ........... ... ................. ... ... .......
Gregario Inda Recalde ........................................................
Je s Tsasi Arvalo .............................................................
Iluminado Pagola Ercila .................. ...................................
Mig uel Azproz ...................................................................
Garca Castan
Avda. Villava
Villa Miranda
Huerta Parda
Avda. Villava
Avda.
Avda.
Avda.
Avda.
[478)
Villava
Villava
Villava
Guipzcoa
~~~ij] ~~~j