Memoria Americana
Memoria Americana
Memoria Americana
C UADERNOS
DE
E TNOHISTORIA
15
(1 y 2)
Susana Cella
Myriam Feldfeber
Silvia Delfino
Marta Gamarra de Bbbola
MEMORIA AMERICANA
CUADERNOS DE ETNOHISTORIA
Nmero 15 (1 y 2)
Directora
Lidia R. Nacuzzi
Editora Cientfica
Cora V. Bunster
Comit Editorial
Ana Mara Lorandi (Universidad de Buenos Aires / CONICET), Roxana Boixads
(Universidad Nacional de Quilmes / CONICET), Mabel Grimberg (Universidad de
Buenos Aires / CONICET), Sara Mata (Universidad Nacional de Salta / CONICET),
Jos Luis Martnez (Universidad de Chile), Alejandra Siffredi (Universidad de Buenos
Aires / CONICET).
Comit Acadmico Asesor
Rossana Barragn (Universidad Mayor de San Andrs, La Paz); Martha Bechis (Instituto
de Investigaciones Gino Germani, UBA); Guillaume Boccara (Ecole des hautes tudes
en sciences sociales, CNRS, Pars); Antonio Escobar Ohmstede (Centro de Investigaciones
y Estudios Superiores en Antropologa Social CIESAS, Mxico); Noem Goldman
(Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. E. Ravignani, Universidad de Buenos
Aires / CONICET); Jorge Hidalgo Lehued (Universidad de Chile / CONICYT); Scarlett
OPhelan Godoy (Pontificia Universidad Catlica del Per); Silvia Palomeque
(Universidad Nacional de Crdoba / CONICET); Ana Mara Presta (Instituto de Historia
Argentina y Americana Dr. E. Ravignani, Universidad de Buenos Aires / CONICET);
Mnica Quijada (Centro de Estudios Histricos, CSIC, Madrid).
Editoras Asociadas
Ingrid de Jong
Lorena B. Rodrguez
Secretara de Redaccin
Carina P. Lucaioli
Guillermo Stmpfli
INDICE
TABLE OF CONTENTS
Artculos
Articles
Mesianismo en Amrica hispana: el taki onqoy
Mesianism in Hispanic America: the taki onqoy movement
Luis Millones
Del arrendamiento al despojo de tierras: los caciques Cruz y la hacienda
de San Jernimo (Tepexi de la Seda, Puebla-Mxico, 1728-1805)
Leasing land and land seizures. The Cruz caciques, hacienda San
Jeronimo (Tepexi de la Seda, Puebla-Mexico 1728-1805
Patricia Cruz Pazos
41
103
157
185
Reseas
Reviews
Pasado y presente del quechua santiagueo (Quechua language in
Santiago del Estero province: past and present). Resea comentada
de Tebes M. C. y A. Karlovich F. 2006. Sisa pallana. Antologa de
textos quichuas santiagueos. Buenos Aires, Eudeba. 355 p.
Coleccin: Lenguas indgenas de la Argentina.
Ricardo Gabriel Abduca
225
231
241
244
251
Luis Millones*
Luis Millones
RESUMEN
El presente artculo es una sntesis de la nueva dimensin del estudio
del movimiento mesinico del taki onqoy, cuya extensin en el siglo
XVI se pens circunscrita al Obispado del Cuzco. A raz de la publicacin del Informe al Rey de Bartolom Alvarez ahora sabemos que un
ritual del mismo nombre, y con caractersticas similares, fue descubierto en Oruro. El taki onqoy es uno de los mesianismos ms tempranos
en los Andes, si nos referimos a los que fueron provocados por los
europeos. Su importancia crece en la medida en que su ideologa plantea la existencia de dioses desconocidos por los Incas y, a su vez, da
primaca a las deidades menores del Tahuantinsuyu, adems desconoce el poder del Dios Sol o Inti, el padre divino de la dinasta gobernante.
Palabras clave: mesianismo - taki onqoy - deidades locales - resistencia
ABSTRACT
This paper summarizes the new dimension of study of taki onqoy, the
messianic movement. In the sixteenth century people thought it was
limited to the Obispado del Cuzco. After the source Informe al Rey of
Bartolom Alvarez was published we know nowadays that in Oruro a
ritual of the same name and similar traits was discovered. Taki onqoy is
one of the earliest messianic movements of the Andean region, if we
take into account those happening after the European invasion. Its
importance grows because its ideology addresses to gods not known by
the Incas and, at the same time, emphasizes minor deities of
Tahuantinsuyu. Additionally it neglects the power of Inti, the solar god
and divine father of the ruling dynasty.
Key words: messianic movement - taki onqoy - local deities - resistance
INTRODUCCIN
Milenarismo, mesianismo o quiliasmo y una docena de otros nombres
han sido usados para denominar a estos movimientos sociales que esperan
un signo divino para que se transforme el universo en que viven al que
sienten injusto. Si se les llama milenarismos es porque al momento en que
Cristo reinar en persona sobre la tierra y el diablo ser impotente: Vi a
todos los que no haban adorado a la bestia ni a su imagen y no haban
recibido su marca en la frente o en la mano. Volvieron a la vida y reinaron
mil aos con el Mesas (Apocalipsis 20: 4). Quiliasmo viene del griego chiloi,
que significa millar y equivale a lo dicho arriba y, en ambos casos, se refiere
a las creencias surgidas en los primeros cien aos del cristianismo que pensaban que el regreso de Cristo era inminente.
El concepto de mesianismo engloba otra serie de consideraciones. La
idea central es que la divinidad, cumplidos ciertos requisitos por sus seguidores, enviar un mesas para redimirlos. En el caso judo tena que ser descendiente del rey David, vendra a liberar a Israel de la dominacin extranjera y a conducir a su pueblo otra vez a Palestina, donde reconstruir un
reino ideal cuya capital ser Jerusaln, modelo de pureza religiosa y justicia
social.
El trmino se extendi a muchas religiones del mundo en cuyo discurso
existan, antes o despus de Cristo, elementos semejantes que eran vigentes o
que podan ser actualizados en momentos de crisis. Lo que hizo posible esta
divulgacin fue la secuencia del movimiento que se repeta, con algunas
variantes, en contextos sociales y pocas muy diferentes. En primer lugar, la
sociedad en que ira a insertarse el mesas vivira la expectativa de su llegada
ante una situacin de crisis econmica, social o sicolgica, o la suma de
todas ellas. La insatisfaccin generalizada parecera no tener una solucin al
alcance de los miembros de la comunidad. Lo que podra explicarse por la
invasin y colonizacin desde el exterior, o por fenmenos naturales -sismos
o inundaciones-, o bien por problemas internos como luchas por el poder o
tirana de un sector especfico. Ante esta situacin el refugio en lo sobrenatural es la respuesta obligada, tanto ms si en el propio sistema de creencias
exista la idea de un redentor que acudir en momentos de dolor colectivo.
La llegada de este personaje suele estar precedida por un anunciador o
10
Luis Millones
profeta -del griego: que habla en nombre de- quien proclama la voluntad de
dios de solucionar la crisis mediante su enviado. Sin embargo, su presencia
no es gratuita, el pueblo deber organizarse para cumplir o modificar su
ritual de tal manera que lo haga aceptable a la divinidad. Como premio a este
esfuerzo llegar el mesas que liderar el movimiento militar, poltico o
mstico de rechazo a las condiciones actuales. La idea detrs de estas acciones es instaurar una comunidad sin injusticias y de satisfacciones plenas.
Esto generalmente significa un regreso al tiempo de los orgenes, que se ha
corrompido por los pecados de la propia gente o bien por la presin de seres
forneos o catstrofes naturales. Esta bsqueda del pasado glorioso, tema
comn en las religiones, est ligada generalmente al mito de creacin, aquel
momento en que los dioses interactuaban con los seres humanos. El regreso
a la utopa -lugar que no existe- es un camino que no terminar en la
construccin de Toms Moro, sino en un espacio concreto como Aztln que
los mexicas reconocieron en las islas del lago Texcoco mucho antes de la
invasin europea.
No es extrao que los movimientos mesinicos acaben con la destruccin de sus seguidores, especialmente de quienes los lideran, incluido el
mesas. Entre los aos 1560 y 1565 los mayas de Sotuta y Man (Yucatn)
fueron reprimidos dos veces: finalmente Pablo Be, jefe indgena del pueblo
de Kini, que era intrprete del dios Hunab Ku o Verdadera Fe, y Baltazar Ceh,
batab o lder de Tecoh que diriga el movimiento, fueron capturados y ejecutados sin que se volviera a tener noticias de ellos (Barabas 1989: 113-115).
Pero con la cada del mesas, del profeta, o cualquiera de sus dirigentes
-o todos- no desparece la aspiracin de bienestar del total de la comunidad,
poco a poco se restablece la expectativa mesinica que culminar nuevamente con la llegada del profeta. El ciclo se repite hasta que se cumplen las
demandas o el pueblo asume la religin de la sociedad o grupo dominante,
sea que ste migre o desaparezca.
En el ejemplo anterior, el mesianismo maya de 1560 fue reprimido
duramente tanto que se consigna la cifra de 12.000 entre los torturados,
logrando que los indgenas denuncien su propia participacin en el movimiento. A los dos aos se reanud la esperanza de liberarse de los europeos
y los rituales nativos renacieron hasta que fueron derrotados, tal como se
dijo anteriormente, tres aos ms tarde en 1565.
Aunque la Iglesia Catlica fue la primera institucin que se preocup
por la existencia de la reviviscencia de las religiones prehispnicas es fcil
adivinar que su propia doctrina contena aquellos elementos que podan
dinamizar las tendencias mesinicas existentes, o no, en los cultos precolombinos. No es extrao, entonces, que muchos de estos profetas o mesas
americanos hayan reclamado su condicin de verdaderos cristianos, usando
11
12
Luis Millones
13
(Cohn 2001: 18), es posible que tambin esto explique la relativa facilidad
con que el poder fue tomado por los europeos en Mxico y los Andes. Ni
aztecas ni incas -al menos ni mexicas, ni cuzqueos- comprendieron en un
principio que la distancia entre espaoles e indgenas era insalvable, ni pudieron entender que los conquistadores eran tambin misioneros de una fe
que los haca, incluso a ellos mismos, pecadores por el solo hecho de haber
nacido. Eso fue y es siempre difcil de comprender. No haba salvacin terrena
o divina fuera de la Iglesia Catlica y, en principio, todos los indgenas militaban en las filas de los enemigos de Dios por el solo hecho de haber nacido
o vivido antes de la llegada de Coln. Vaco de la nica fe posible, este era un
continente donde la relacin con el mundo y sus semejantes converta al
hombre en culpable: desde su nacimiento hasta el momento de la muerte,
desde buscar a la pareja hasta engendrar un hijo.
El Cristianismo espaol no hizo concesiones y apoy sin reparos la
construccin de un estado, convirtindose en su sostn ideolgico. Los espacios de respiro a las religiones no cristianas solo existieron cuando la magnitud del territorio y el volumen incluso decreciente de los indgenas hacan
imposible que se cumpliese la compulsiva labor misionera. El comportamiento de los oficiales de la iglesia cristiana se nutra tambin de varios
factores: el ms visible era la condicin de ser parte de la hueste conquistadora y tener, por lo tanto, derecho a imponer condiciones. Haba tambin
razones jurdicas: una bula papal daba legalidad al ejrcito de ocupacin e
impona como condicin la conversin al catolicismo de los reyes derrotados y de todos sus sbditos. Esta conviccin de ajustarse a la ley hizo pensar,
incluso a los historiadores modernos, que el lenguaje jurdico era expresin
de la realidad; por eso tenemos millares de publicaciones que describen la
jurisprudencia como correlato preciso del funcionamiento de instituciones
y personas.
Las panacas (familias nobles descendientes de los Incas) cuzqueas vacilaron entre una adaptacin humillante, pero conveniente, y una revolucin libertadora que restaurase sus privilegios. Es interesante observar que
desde 1569 los nietos de los Incas reclamaban sus derechos siguiendo las
reglas de la legalidad europea. Fue as que se presentaron ante el Licenciado
Juan de Aylln para solicitar que se recibiera una informacin probando su
ascendencia real y las conquistas de Tupac Yupanqui (Rowe 2003: 79).
Estos nobles haban asumido su condicin de soberanos en desgracia y
reclamaban, al menos, parte de las ventajas que se otorgaban a los nobles de
Espaa en situaciones parecidas. Para hacerlo debieron descartar su propio
universo religioso, por lo menos en lo que se refiere a la vida pblica, y dar
muestras de ser buenos cristianos. Esto signific importantes donativos a las
iglesias locales e inclusive retratos suyos y de su familia adorando a los
14
Luis Millones
dioses extranjeros. Manifestaciones como estas existieron no solo entre quienes se saban miembros de las panacas reales, muchos curacas locales surgidos de las guerras civiles fabricaron genealogas, a la manera hispana, para
solicitar reconocimientos de verdaderos o fraudulentos derechos adquiridos
por su lealtad.
No fue esta una actitud unnime. Como lo mencionamos pginas atrs,
Manco Inca, hijo de Huayna Capac y Mama Runtu, permaneci en la mtica
Vilcabamba (ubicada en lo que hoy es Espritu Pampa por algunos estudiosos) hasta su muerte en 1554. Sus hijos ms notorios, Sayri Tupac, Tupac
Amaru y Titu Cussi Yupanqui, ocuparon su lugar en muy distintos momentos
liderando lo que se ha llamado resistencia incaica. No sabemos mucho acerca de la vida al interior de Vilcabamba, incluso su ubicacin exacta todava
es debatida. En verdad las estrategias de los Incas mencionados variaron
notablemente, desde la confrontacin abierta hasta varios acuerdos con las
autoridades de la Colonia medianamente cumplidos. Todo acab cuando el
virrey Toledo orden el exterminio de lo que consider un foco de subversin, ms por lo que poda representar frente a los antiguos seguidores de los
Incas que por la amenaza concreta que significaban. Lo importante es que al
mismo tiempo que la nobleza vencida asuma la rebelda como bandera,
otro grupo -no menos visible en su liderazgo- prefera jugar la carta de la
legalidad europea y por lo tanto renunciaba a sus dioses para obtener magros
pero reales beneficios.
Estos eran los caminos de los descendientes de las panacas reales, nacidos en su mayora en el Cuzco. Muchos de ellos fueron concientes del poder
de la escritura (la legal y la sagrada), tuvieron no pocos alfabetos, y casi
siempre se rodearon de traductores y asesores, incluso espaoles, para medir
y acrecentar sus bienes y sus ambiciones. Esto sucedi incluso con los rebeldes: Manco Inca acogi por un tiempo a ciertos espaoles que despus lo
asesinaron y trat de familiarizarse con las novedades que haban llegado de
Europa, en especial con las armas y los animales de guerra. Dos de sus sucesores se relacionaron con las autoridades coloniales, Titu Cussi Yupanqui
incluso nos dej una crnica escrita de manera casi teatral, con largos parlamentos intercalados en un relato dictado y traducido al espaol por el mestizo Martn de Pando en 1570. Titu Cussi proclamaba ser el hijo legtimo,
digo el primero y mayorazgo que mi padre Mango Inga Yupangui dej entre
otros muchos (Legnani 2005: 74) y ms adelante llama tos a Huscar y
Atahualpa (Legnani 2005: 79). Todo esto nos indica que los rebeldes, o sumisos, de la clase dirigente incaica ya eran concientes de que la presencia europea era inevitable y aun en rebelda haba que pactar con ella. La opcin de
los profetas del taki onqoy era impensable desde esta perspectiva. Si en
algn momento se presumi que Vilcabamba y los nuevos lderes religiosos
15
ayacuchanos podran estar de acuerdo, la idea solo pudo ser parte de una
generalizacin de conveniencia poltica, desde el punto de vista de los colonizadores. Para ellos, tanto los peticionarios de mercedes como los seguidores de Manco Inca podan ser cmplices del delito de conspirar contra Espaa.
El virrey Toledo cambi esta lnea de negociaciones al invadir
Vilcabamba y redujo a los incas sumisos a la lista de los muchos -espaoles,
criollos, mestizos o indgenas- que clamaban mercedes por mritos a la Corona. Ninguno de estos esfuerzos o gestos militares o cortesanos eran accesibles a los tributarios. Sus jefes locales o curacas vivan tratando de mantener
el complicado equilibrio de ser funcionarios coloniales y esquilmar a su
propia gente al tiempo que los protegan escondiendo a un grupo de ellos y
declarando cifras falsas de tributarios y contribuciones. El juego era peligroso, ni el corregidor de indios ni el doctrinero confiaban en l y en ocasiones
las nacientes autoridades indgenas paralelas a su mando, como envarados y
alcaldes, le hicieron la vida imposible. A veces los propios indgenas delataban su siempre compleja red de arreglos ilegales.
Luego de la Conquista, ser curaca fue invariablemente el resultado de
una negociacin. Quebrado el orden impuesto por la pax incaica, la guerra
de los encomenderos aceler las migraciones internas: mitimaes y yanaconas
debieron optar por volver a sus lugares de origen o permanecer en donde
residan, pero sobre la base de necesidades inmediatas o premuras blicas.
Sobre esta complicada e impredecible movilidad espacial era muy difcil
constituir una autoridad que negociase con los invasores, si esto se lograba
poco importaba si su poder tena el sustento incaico o colonial o era el fruto
de una improvisacin afortunada. La supervivencia no dejaba espacio a reflexiones elaboradas.
Haba que crear o reforzar lealtades. Como las bases en que se mova la
tica o moral de los europeos -cuyas actitudes tropezaban abiertamente con
su prdica- eran incomprensibles, las alianzas entre los curacas y sus sbditos tenan que asentarse en lo que an hoy se llama la costumbre; es decir,
la milenaria escala de valores andinos que bajo la presin de las circunstancias iba construyendo lo que en un par de siglos ms -hacia el final del
virreinato- sera el eje de la religin andina contempornea.
No fue un proceso uniforme, las actitudes fueron tan desiguales como
aquellas de los lderes cuzqueos. No fueron pocos los que se resignaron a
sufrir las arbitrariedades de encomenderos como Or, no menos los que se
refugiaron en el entorno de las parroquias tratando de sobrevivir a la sombra
del sacerdote. Otros tantos huyeron a zonas de difcil acceso, casi siempre de
baja productividad agrcola, llamadas regiones de refugio en Mxico. Aunque en trminos globales la sumisin poltica fue inevitable, el combate
interior dur muchos aos. El documento de Huarochir est ejemplificado
16
Luis Millones
El taki onqoy como enfermedad tambin es mencionado por Fray Martn de Mura (1964:119): Sulese dar una enfermedad de bailar, que llaman
taquioncoy. Para curar de ella llaman a los hechiceros, y se curaban con ellos
millones de supersticiones, y confesbanse entonces con los hechiceros. El
texto record a Tomoeda (comunicacin personal) el frecuente comentario
recogido en Caraibamba (Chalhuanca, Apurmac) en 1981, cuando luego de
un festival los comuneros locales decan que en sus cabezas segua resonando la msica, los bailes y canciones ocurridos durante los das de algaraba.
La curacin de este mal, que no se puede confundir con los estragos de la
bebida, debe hacerlo un hampi kamayoq (o yachaq en Ayacucho) quien
mediante una ceremonia simple -Tomoeda vio que se centraba en frotar en
direcciones especficas el crneo del quejoso- lograba que el ruido del festival (uma hampi) dejase de atormentar al paciente.
Fiesta, baile y canto estn ligados tambin a la expiacin o limpieza a
partir de lo que en la Colonia se vio como actividad de confesores indgenas y quiz en lo que hoy es todava materia a ser tratada por un maestro
curandero. El taki onqoy como actividad teraputica debi preceder al movimiento y, tal vez, pervive como tal.
La hiptesis de Curatola con respecto al origen del culto de crisis, cuya
propuesta mesinica nos interesa, resulta de mucho fundamento ya que el
movimiento no pudo surgir de la nada, creando ex novo mitos, smbolos
actos y gestos rituales (1997: 142). Si la pelagra fue la base de donde se
dispar el ritual es algo que no se puede documentar pero la posibilidad
existe. En tiempos de suprema necesidad, producida por esta u otra carencia
17
Danzante de tijeras en el Cusco del siglo XIX, segn el viajero francs Paul Marcoy.
Paul Marcoy. Viaje a travs de Amrica del Sur. Del Ocano Pacfico al Ocano
Atlntico. Ilustrado por E. Riou. Publicado originalmente en Paris, 1869.
general, la sociedad andina tena un ritual de respuesta que una a las poblaciones en una plegaria comn donde compartir el dolor y daba fuerzas para
seguir viviendo.
18
Luis Millones
a Pisac, no muy lejos de la cueva de Alhuanzo decorada con dibujos rupestres. El otro espacio de predicacin fue Vilcashuamn cuya importancia no
necesita mayor explicacin; no en vano los incas lo usaron como nuevo
centro administrativo, eran tierras que haban pertenecido al dominio Huari
y a los chancas.
Los documentos llaman moro oncoy (muru onqoy) a la epidemia que
debi mostrar manchas sobre la piel de los enfermos, calificada en trminos
generales como viruelas por los europeos. No fue esta la primera plaga que
azot a los nativos, vctimas del contagio europeo desde los tiempos de
Huayna Capac, pero es importante resaltar que esta vez se la explicaba por la
presencia de los invasores. Incluso el ritual comprenda ofrendas a una deidad andina, lo que indicaba la vigencia de antiguos ceremoniales, y al mismo
tiempo -tambin como ofrendas- objetos del culto catlico como parte del
rechazo o asimilacin del adoctrinamiento cristiano (Curatola 1978: 182184).
Las fechas de la reaccin indgena por el muru onqoy nos hablan de su
conexin ideolgica con el movimiento mesinico del taki onqoy y, al mismo tiempo, reflejan el carcter mestizo de ambas conductas. Si este ltimo
tena sus races indgenas en un ritual preestablecido ante la amenaza de las
plagas es algo que tiene sentido, aunque nos falte documentacin para probarlo. Lo importante es que en 1565, cuando se descubri el movimiento, la
expectativa mesinica haba rebasado los lmites del ritual de curacin. Los
predicadores y conversos haban elaborado un cuidadoso discurso que explicaba la relacin de Cristo y Espaa contra la que se alzaban victoriosos los
Dioses Andinos y los Taqui Ongos, como los llaman las crnicas y otros
documentos.
A inicios de la dcada de 1560 la situacin era similar en la Nueva
Espaa: los mayas del estado de Yucatn llevaron a cabo un levantamiento
que tuvo como protagonistas a indgenas que ya haban sido educados en
parroquias catlicas. Su lder, Pablo Be, atacaba a la Iglesia Catlica en sus
bases negando la validez del bautismo y, en general, la prdica misionera. El
verdadero dios Hunab Ku se comunicaba con l en xtasis shamnicos de los
que regresaba para incitar la rebelin contra los cristianos (Barabas 1989:
113). Al norte de Mxico otros movimientos anunciaron el retorno de sus
antepasados, sus profetas: Tenamaxtle, conocido como Diego el zacateco, y
Francisco Aguilar, cacique de Nochistln, llevaron a cabo una rebelin
anticristiana. Anunciaban a sus seguidores que renunciando a las enseanzas
de los sacerdotes catlicos y siguindolos a ellos volveran a ser jvenes y
tendran varias esposas, no solamente una, y adems que si llegaban a envejecer volveran a procrear. El dios Tecoroli (o Tlatol) viajara a donde hubiese
cristianos para matarlos a todos (Graziano 1999: 109-110). La historiografa
19
20
Luis Millones
21
gracias a la renovacin del ritual. Como en casi todas las religiones la energa de los dioses se sustentaba en la constancia con que los fieles mantenan
la vida ceremonial en su honor. El ritual es el alimento divino. Puede ser
sangre humana -como lo creyeron mayas y aztecas- o el humo que consume
las plantas o animales en su honor -como se pensaba en Mesopotamia- o las
entraas de las llamas -como razonaban los andinos- o el sacrificio de la Misa
-como piensan los catlicos- pero la eficacia de las deidades depende de la
continuidad de cualquiera de las formas sacrificiales que se adopten. Cuando
se persigue a los creyentes o -por cualquier otra razn- estos dejan de practicar el ritual, en la mayora de las religiones se percibe a los dioses como
hambrientos o faltos de poder y, por lo tanto, enojados y agresivos contra sus
criaturas y sus perseguidores. Molina (1943: 80) recoge la versin andina de
este fenmeno: las huacas andaban por el aire, secas y muertas de hambre;
por que los indios no le sacrificaban ya, ni derramaban chicha. Pero su falta
no conclua en este abandono, iba ms all pues los indios se haban bautizado entregndose al ritual catlico.
La venganza no se hara esperar. Las huacas haban sembrado muchas
chacras de gusanos, para plantarlos en los corazones de los espaoles, ganados de Castilla y los caballos y de los indios que permanecen en el cristianismo. Para evitar tamaa desgracia haba que renunciar a todo lo aprendido
en la doctrina, solo as viviran en prosperidad, gracia y salud (Molina
1943: 80).
No olvidemos la inundacin martima con la que empezaba este discurso, pues los europeos haban venido por el mar. El mismo ocano, la
Mamacocha de los andinos, ahogara con sus aguas a los individuos y a sus
cultivos para lavar de la faz de los Andes su enfermiza presencia. Pero el
castigo y la redencin comenzaban por el cuerpo: los gusanos, es decir la
condicin de podredumbre, atacaran al motor de la vida y receptculo de lo
espiritual, el sonqo de los quechua hablantes -conciencia, juicio, razn,
memoria en palabras de Gonzlez Holgun. La preciada ofrenda que se arrancaba de las llamas, que en los Andes reemplazaba a los seres humanos en la
mayora de los sacrificios, se convertira en un cuerpo putrefacto por los
gusanos enviados por los dioses resurrectos. Como veremos ms adelante la
salvacin tambin estaba en el cuerpo de los creyentes, llegara con la posesin del mismo por las propias huacas.
El camino de la salvacin comenzaba con repetir frmulas conocidas
en los antiguos rituales prehispnicos: ayuno de varios das que implicaba
no comer sal, aj ni maz de colores y no tener relaciones sexuales. Adems
convena evitar todo trato con la parroquia, no comer alimentos de origen
europeo, ni vestir ropas ajenas a su tradicin -camisa, sombrero, alpargatas-, desor el llamado de los sacerdotes catlicos ausentndose de la Misa,
22
Luis Millones
23
24
Luis Millones
carneros [es decir camlidos], molle [Schimus molle], chicha, llipta [mazamorra de maz o ceniza endurecida para el uso de la coca], mullu [conchas
marinas] y otras cosas; y hacan fiesta todo el pueblo, de dos o tres das,
bailando y bebiendo, e invocando a la huaca que aquel representaba y
deca tener en el cuerpo, y velando de noche sin dormir (Molina 1943: 81).
Si volvemos a las crnicas del siglo XVI o principios del XVII la posesin o xtasis que toma el cuerpo del creyente pudo estar reservada a los
sacerdotes andinos, antes y despus de la Conquista. No era tampoco una
forma usual de comunicacin con lo divino en el apogeo incaico, cuya administracin eclesistica debi ser reticente a que los dioses o huacas se manifestasen fuera de los canales regulados por el dogma establecido. Esta situacin debi funcionar para todas las religiones oficiales o ligadas al poder
estatal. Era difcil controlar el xtasis de un poseso o mstico que estaba
convencido de hablar en nombre de la divinidad, situacin que la Iglesia
Catlica manejaba a travs de la Santa Inquisicin. Los taqui ongos haban
nacido en la clandestinidad y saban que su prdica sera condenada de inmediato, por ello la posesin o xtasis les daba un poder incontrolable e impredecible. Los atacados por la enfermedad -onqoy- eran incorporados a sus
filas para participar del proceso de curacin que los librara de la otra enfermedad: la presencia hispnica.
No se trata de un baile o coreografa conocida por los posedos, de
hecho takiy significa cantar (tusuy = bailar), aunque en ms de un diccionario
se ampla su significado a cantar solo sin bailar o cantando bailar, frase con
la que Gonzlez Holgun (1989: 338) traduce las palabras quechuas taquini o
taquicuni. Los xtasis descritos por Molina o Alvarez no permiten relacionarlos con los bailes descritos por las crnicas del siglo XVI o, en general,
con los del perodo colonial.
25
26
Luis Millones
27
28
Luis Millones
sur hasta llegar a la regin atacamea para luego retornar con una nueva
invasin al Collao. El argumento lingustico es de Alfredo Torero (1987: 329405) pero ha sido validado por la documentacin histrica de Mara Mercedes del Ro (2005: 47-48). Recurdese que en el siglo XVI la regin de
Huamanga era por lo menos bilinge y que las Relaciones Geogrficas de
Indias mencionan que en la mayor parte de los repartimientos se hablaba
quechua y aymara. A esto hay que agregar que la distribucin de esta numerosa etnia haba sufrido los embates de la administracin incaica que precedi al sistema de repartimientos y encomiendas de los espaoles. Tal habra
sido el caso de los soras de Paria cuya antigua pucara o fortaleza pudo ser el
centro preincaico, situado en el altiplano de Oruro. En su reemplazo, los
incas elevaron la importancia del Tambo de Paria, en Pariamarca, al costado
del camino imperial, al norte del ro Jacha Uma (del Ro 2005: 78-81).
En 1565, cuando el taki onqoy es intervenido, los soras de Huamanga
pertenecan a una de las encomiendas ms ricas del Per, en manos de Melchor
Palomino. En las Informaciones de Cristbal de Albornoz se los recuerda
como los indgenas ms comprometidos ya que, de acuerdo con el testimonio de Gernimo Martn (1570), se descubri en su territorio mil y ciento y
tantas huacas [...] las cuales los dichos naturales tenan por sus dioses criadores y les adoraban y ofrecan oro, plata, ovejas, aves, cuyes y muchas otras
cosas (folio 45r). La cifra es importante porque al hablar de sus mritos, al
inicio de esta Informacin, Albornoz recuerda como nmero total de huacas
descubiertas a ms de seis mil. Si tomamos esta cifra como real, los soras
tuvieron el privilegio -o cometieron el delito de acuerdo a la poca- de mantener el culto a un nmero considerable de las imgenes o fragmentos de ellas.
Adems, entre las deidades que aparecen con el movimiento figura de
manera prominente Carhuarazo (Qarwaraso), la montaa sagrada o Apu de
los soras, ubicada en el distrito de Huacaa, hoy provincia de Sucre. En la
relacin de Bartolom Berrocal (1570, folio 45r), Carhuarazo figura en la
lista de huacas notables que se conjuran contra el dios cristiano, al lado de
Titicaca, Tiaguanaco, Chimborazo, Pachacamac y algunas ms. Esto nos dice
que, de varias formas, los soras haban asumido un serio compromiso con el
movimiento, lo que abona en favor de su presencia en Oruro ms tarde.
Los soras no son sino una de las etnias comprometidas; hay que tener en
cuenta que Albornoz tiene sealados los lmites de la visita que, por imprecisos que fueran, se relacionaban con la extensin de sus recursos y de sus
fuerzas, dado que se trata de terrenos en los que hoy es difcil desplazarse. No
podemos confundir la extensin de la visita con la extensin del movimiento.
En 1570 don Cristbal reclama que us dinero de su propio peculio
para perseguir a los creyentes y no ha tenido ni se le ha dado salario alguno
por la dicha visita. A continuacin, seala que ha llevado consigo lenguas
29
30
Luis Millones
31
32
Luis Millones
la secta y apostasa que entre los dichos naturales se guardaba que es la
Aira Taqui ongo, que era que muchos de los dichos naturales predicaban y
publicaban y decan que no creyesen en Dios ni en sus santos mandamientos, ni entrasen en las iglesias, y que se confesasen con ellos y no con
clrigos ni padres, y que ayunasen cinco das en sus formas como lo tenan
de costumbre en tiempo del inca, no comiendo sal, ni aj, ni maz, ni teniendo cpula con sus mujeres si no slo beber una bebida de azua destemplada sin fuerza, y mandndoles adorasen y ofreciesen de las cosas
suyas naturales como son carneros, aves, tocto, chimbo, lampaca y carapa y
mollos [mullu?] y plata y cantidad de comida y otras cosas, y que ellos eran
mensajeros de las huacas Titicaca, Tiaguanaco, Chimborazo, Pachacamac,
Tambotoco, Caruavilca, Carrhuarazo y otros ms de sesenta o setenta huacas
que en nombre de ellas les predicaba, las cuales dichas huacas decan los
dichos apstatas que estaban peleando con el dios de los cristianos y que
presto sera de vencida y que se acabara su mita de mandar (folio 20v.).
33
imperio. Pese a todo el peso mtico que le otorga Sarmiento, la documentacin de la poca que conocemos no le otorga valencias sagradas semejantes a
las anteriores. Lo mismo podramos decir de Tiaguanaco, o Tiwanaku, cuyos
restos monumentales todava nos llenan de admiracin, o Tampotoco
(Tamputoqo), centro de sacralidad importante para el sur del Per y Bolivia.
El R. P. Cobo nos dice que su nombre en aymara fue Taypicala que quiere
decir la piedra del medio, porque tenan por opinin los indios del Collao
que este pueblo estaba en el medio del mundo y que de l salieron despus
del Diluvio los que los tornaron a poblar (1964: 195). El cronista llega a
afirmar que los moradores del Collao estn divididos en dos pareceres: los
unos afirman haber sido hecha la creacin en Tiaguanaco y los otros en la isla
Titicaca (1964: 150). En opinin de Cobo, su importancia solo ceda ante el
Coricancha del Cuzco, Pachacamac y Copacabana.
Hasta ahora solo hemos buscado correspondencias entre las deidades
invocadas por los taqui ongos y las que gozaban de reverencia ms o menos
amplia en el momento de la Conquista; pero Berrocal nos habla de sesenta
o setenta huacas que concurren en una especie de federacin sacra que se
ponen de acuerdo para combatir al dios cristiano. Alguna otra huaca como
Carhuarazo (Qarwaraso) nos da la pista de que las huestes contra el cristianismo aceptaban la participacin de dioses que podramos llamar menores,
o ms bien divinidades o huacas con una audiencia reducida por lmites
tnicos como es el caso ya referido de la divinidad de los soras. Sin embargo,
no ser tan fcil explicar la presencia de Chimborazo, volcn de lo que hoy
es Ecuador, en el mesianismo ayacuchano aunque las razones pueden estar
escondidas en el juego de mitimaes emprendido por los cuzqueos en el
cenit de su imperio.
Las informaciones de Albornoz repiten en varias ocasiones textos similares al de Berrocal. A veces presentan algunos detalles interesantes, como el
caso de Diego de Roman quien en 1570 dice haber sido testigo de la presencia de seis o siete jvenes indios que andaban como tontos y gente que haba
perdido el juicio, lo cual es una manera de ver el xtasis a que conduca el
frenes de la danza (folio 24r). Adems, en sus declaraciones Roman tambin menciona a ciertas indias que se hacan santas y se nombraban Santa
Mara y la Magdalena y otros nombres de santas.
El dato es importante porque revela la penetracin del culto catlico en
el sistema de creencias construido contra el cristianismo. El prestigio de los
nombres invocados en el proceso de evangelizacin, a treinta aos de la
llegada de Francisco Pizarro, ya tena la suficiente fortaleza como para ser
parte de las religiones en formacin en el siglo XVI.
El otro personaje con nombre propio es Juan Chono o Juan Chocne que
en las Informaciones aparece como predicador del taki onqoy. En la declara-
34
Luis Millones
cin realizada en 1570 por el sacerdote espaol Pedro Barriga Corro, residente en Huamanga, se adjudica haber descubierto casualmente a Chocne
mientras pona en evidencia una huaca en Laramati -hoy Laramate, distrito
de la provincia de Lucanas. Dice el padre Barriga que el taqui ongo fue
capturado al huir de l (folio 53v). Cristbal de Molina completa la informacin en 1577 expresando que los ms principales docmatizadores, que eran
dos hombres y una mujer, envi [Albornoz] presos a esta ciudad del Cuzco
(folio 6r). Si Chocne fue uno de los culpables, quin sera el otro?, alguna de
las mencionadas por Roman sera la mujer enviada al Cuzco? No tenemos
respuestas seguras para esas preguntas, aunque en artculos de difusin escritos tiempo atrs hemos arriesgado hiptesis posibles. En todo caso, no hay
otros nombres o seudnimos aplicados directamente a los creyentes en calidad de lderes, o en situacin especial. Los nombres de las listas de castigados
no parecen revelar la condicin de dirigentes del movimiento, por lo menos
no a la altura de las mujeres que tomaron el nombre de Mara y Mara Magdalena. El caso de Chocne es diferente, no hay duda de que tuvo un papel
importante pero Albornoz no se preocup en analizar la estructura de la
secta.
De acuerdo al testimonio de Molina en 1577 su dios personal que
andaba en una manera de canasta en el aire (folio 6r) tambin queda en la
penumbra. Es difcil identificarlo en el panten andino que aparece en las
crnicas. No es frecuente que los dioses se desplacen por los aires. Lo ms
cercano a ello es la reaparicin de Ayar Cachi a quien lo vieron venir por el
aire con alas grande de pluma pintadas (Cieza 1985: 16). El episodio es
excepcional en la historia oficial incaica: Ayar Cachi a quien sus hermanos
haban encerrado en Tampu Toqo por envidia, luego de perdonarlos, se convirti en el cerro Huanacaure y de all prometi velar por ellos y sus descendientes. La otra instancia en que dios se desplaza por los aires es ajena al
corazn del Tahuantinsuyu y las fuentes no son claras con respecto a su
capacidad de volar. Me refiero al dios Con, a veces citado como volador por
los estudiosos aunque el nico relato detallado expresa que es veloz pero por
otras razones:
no tena huesos. Andaba mucho y ligero, acortaba el camino abajando las
sierras y alzando los valles con la voluntad solamente y palabra, como hijo
del Sol, que deca ser. Hinch la tierra de hombres y mujeres que cri, y
diles mucha fruta y pan, con los dems a la vida necesario. Mas empero,
por enojo que algunos le hicieron, volvi la buena tierra que les haba dado
en arenales secos y estriles, como son los de la costa; y les quit la lluvia,
[...] nunca despus llovi all. Dejles solamente los ros, de piadoso, para
que se mantuviesen con regado y trabajo (Lpez de Gmara 1946: 233).
35
36
Luis Millones
FUENTE CITADA
Informaciones de Servicios de Cristbal de Albornoz de 1569, 1570,
1577, 1584, con varios anexos. Archivo General de Indias, Audiencia de Lima,
Legajo 316. En: Millones 1990.
BIBLIOGRAFA CITADA
Alvarez, Bartolom
1998 [1588]. De las costumbres y conversin de los indios del Per.
Memorial a Felipe II. Martn Rubio et al. (eds.). Madrid, Polifemo.
vila, Francisco de
1966 [1598?]. Dioses y hombres de Huarochir. Traduccin de Jos
Mara Arguedas. Lima, Museo Nacional de Historia e Instituto de Estudios Peruanos.
Barabas, Alicia M.
1989. Utopas indias. Movimientos sociorreligiosos en Mxico. Mxico,
Editorial Grijalbo.
Bertonio, Ludovico
1984 [1612]. Vocabulario de la lengua aymara. Cochabamba, Centro de
Estudios de la Realidad Econmica y Social.
Cavero, Ranulfo
2001. Los dioses vencidos. Ayacucho, Escuela de Postgrado de la Universidad Nacional San Cristbal de Huamanga y Centro de Pesquisa en
Etnologa Indgena.
Cieza de Len, Pedro
1985 [1550]. Crnica del Per. Segunda Parte. Lima, Pontificia Universidad Catlica y Academia Nacional de Historia.
Cobo, Bernab
1964 [1653]. Historia del Nuevo Mundo. Tomo II. Madrid, Atlas.
Coe, Michael
2000. The Maya. London, Thames and Hudson.
37
Cohn, Norman
2001. Cosmos, Chaos and the World to Come. New Haven, Yale Nota
Bene.
Cook, Noble David
2005. La conquista biolgica. Las enfermedades en el Nuevo Mundo.
Madrid, Siglo XXI.
Curatola, Marco
1978. El culto de crisis del moro oncoy. En Koth de Paredes, M. y A.
Castelli (eds.); Etnohistoria y antropologa andina: 179-192. Lima, Centro de Proyeccin Cristiana.
1997. Il giardino doro del dio sole. Napoli, Liguori Editore.
Da Cunha, Euclides
1963. Os Sertes. Brasilia, Universidad de Brasilia.
De la Vega, Gracilaso
1991 [1609]. Comentarios Reales de los Incas. Carlos Aranibar editor.
Lima, FCE.
del Ro, Mara Mercedes
2005. Etnicidad, territorialidad y colonialismo en los Andes. La Paz,
Sierpe Publicaciones.
Duviols, Pierre
1967. Un inedit de Cristbal de Albornoz : La instruccin para descubrir
todas las guacas del Pir y sus camayos y haziendas. Journal de la Socit
des Amricanistes. LVI (I) : 7-39.
1977. La destruccin de las religiones andinas. Mxico, Universidad
Nacional Autnoma.
Gonzlez Holgun, Diego
1989 [1608]. Vocabulario de la lengua general de todo el Per llamada
lengua qquichua o del Inca. Lima, Universidad de San Marcos.
Graziano, Frank
1999. The Millennial New World. New York, Oxford University Press.
38
Luis Millones
39
41
42
RESUMEN
El arrendamiento de las tierras como principal va de explotacin era
una de las caractersticas que defina a la nobleza indgena en la Nueva Espaa durante el siglo XVIII. En este artculo estudiamos las consecuencias que esta decisin tuvo para su posicin socioeconmica
cuando la Compaa de Jess, uno de sus arrendatarios, fue expulsada
en 1767 y sus bienes fueron embargados. Para ello, analizamos el caso
de los caciques Cruz, originarios de Tepexi de la Seda (Puebla, Mxico), quienes arrendaron tierras de su cacicazgo a la hacienda de San
Jernimo, perteneciente al Colegio del Espritu Santo (Puebla, Mxico).
Palabras clave: Arrendamiento - Nueva Espaa - Compaa de Jess caciques
ABSTRACT
Renting Land was one of the characteristics that defined the indigenous
nobility in New Spain during the eighteenth century since it meant a
major channel of exploitation. In this paper, we study the consequences
this decision had for their socioeconomic level when the Society of
Jesus, one of the tenants, was expelled in 1767 and their properties
were seized. In order to do so, we analyse the case of the Cruz caciques, natives of Tepexi de la Seda (Puebla, Mxico), who rented their
cacicazgos lands to San Geronimos hacienda, property of the Holly
Ghost College (Puebla, Mxico).
Key words: Land rental - New Spain - Society of Jesus - caciques
43
Por contraste con sus antecesores del siglo XVI, los caciques del siglo XVIII
tenan una mentalidad rentista y estaban siempre a la defensiva. No pretendan establecer ranchos nuevos, ni explotar sus tierras, sino conseguir pensiones de terrazgo, o mejor -porque es ms seguro- arrendar superficies de
pastoreo. Arrendaban incluso muchos de los ranchos establecidos en el XVI,
que sus ancestros haban explotado directamente hasta entonces y desaparecen los ganados de sus testamentos. La prdida de control poltico haba
hecho ms rentable y menos problemtico el arrendamiento que la produccin directa.
En el siglo XVIII cada uno de los linajes que integraban la nobleza indgena de Tepexi (Moctezuma, Luna, Cruz y Cebrin) optaron, en un momento
dado, por el arrendamiento de parte de sus propiedades. Para ello firmaron
una escritura con una duracin de nueve aos, susceptible de ser renovada,
a cambio de una mdica cantidad anual a modo de renta. En su gran mayora
eran tierras no aptas para el cultivo y se destinaban al pasto y crianza de
1 Este artculo es fruto de nuestra Tesis Doctoral La nobleza indgena de Tepexi de la Seda
durante el siglo XVIII, dirigida por el Dr. D. Jos Luis de Rojas y leda en la Universidad
Complutense de Madrid el 4 de mayo de 2007. Mi agradecimiento a este por su orientacin y apoyo, as como a todos los responsables de los archivos citados y a la Mtra. Aurora
Hernndez, Directora de la Casa de Cultura del municipio de Tepexi de Rodrguez.
44
ganado mayor y menor, bien que no posean todos los caciques de la jurisdiccin. Son siete las excepciones encontradas en las fuentes: don Joaqun de
Mendoza 2, don Jernimo de Moctezuma 3, don Francisco de Moctezuma 4,
don Luis de Guzmn 5, don Juan de la Cruz el mozo 6, don Francisco de
San Matas 7 y don Juan de Moctezuma 8. De estos, don Juan de Moctezuma
ocupaba una posicin destacada al albergar 337 cabezas de ganado mayor
(toros, vacas, becerros, bueyes, novillos, yeguas, potros y caballos) en su rancho del Carrizal (AHJP 4600: 19 p.).
Por lo tanto, los individuos que arrendaron las tierras a los caciques
tepejanos se dedicaban, fundamentalmente, a la ganadera comercial como
actividad econmica. Eran, principalmente, espaoles vecinos de la ciudad
de Puebla y religiosos jesuitas. Tambin haba comunes de los pueblos de la
jurisdiccin que buscaban ampliar los recursos para sustentarse ms all de
las 600 varas. Veamos entonces qu arrendaron los diferentes linajes nobles
de Tepexi, a quines y por cunto.
Los Moctezuma arrendaron el trapiche de San Juan Zacapala a don Francisco Dvila Leda (AGN Tierras Vol. 2983, Exp. 175: 1-1v); el agostadero de
2 Don Joaqun de Mendoza (1705-?): hijo de Diego de Mendoza y Ana de Mendoza. En
1733 le conceden licencia para herrar sus ganados con un fierro identificativo (AGN Ordenanzas Vol. 12, Exp. 201: 280-280v; FS-IGI Col. Santo Domingo, Film. 0711953 Bn.
M616358, 1727).
3 Don Jernimo de Moctezuma (1660-1730) llego a tener una mula, once yeguas y veintiseis
caballos mansos en su rancho de San Pedro Coayuca (AHJP 2609: 26; AHJP 2713: 9v).
Vase genealoga n 3 (Cruz 2007: 439).
4 A don Francisco de Moctezuma (1692-1774) en 1743 se le concede licencia para poder
matar a 300 cabras y ovejas viejas; una parte de las cabezas de ganado que posea eran 572
cabezas de ganado lanar y 10 cabras y cabritos que tena en el rancho El Chinchorro,
ubicado en el pueblo de Tula (AGN Tierras Vol. 887, Exp. 2: 23v; AGN General de Parte
Vol. 70, Exp. 381: 347v; AHJP 4189: 10; AHJP 4264: 1-4v). Vase genealoga n 28 (Cruz
2007: 464).
5 Don Luis de Guzmn (?-1709) tena un caballo (AGN Intestados Vol. 9, Exp. 4:111 y
114). Vase genealoga n 1 (Cruz 2007: 458).
6 Don Juan de la Cruz el mozo (?-1727) lleg a tener 380 cabezas entre ganado mayor y
menor (AGN, Tierras, Vol. 1586, Exp. 4: 23-28 pp.). Vase genealoga n 22 (Cruz 2007:
458) y el trabajo en torno a su testamento (Cruz 2008b).
7 Don Francisco de San Matas (1625-1701), hijo de Gabriel de San Matas e Isabel de
Santiago, tena entre sus bienes 250 cabezas entre ganado mayor (caballos, yeguas, mulas
y un burro) y menor (ovejas y cerdos) (AHJP 2609: 34 ff.; FS-IGI Col. Santo Domingo, Film.
0711933 Bn. C616341, 1625).
8 Don Juan de Moctezuma (1703-1778) (AHJP 4600: 1; AHJP 4189: 24). Vase genealoga n
4 (Cruz 2007: 440) y artculo monogrfico sobre su figura (Cruz 2008a).
45
San Pedro Coayuca, primero a don Salvador Flores 9 por 250 pesos anuales
(AHJP 3027: 3v-4v) y despus a don Alonso Ruiz de Barcenas 10 por 100
pesos anuales (AGN Tierras Vol. 887: 1v, 22-22v); el rancho de los Hornillos,
primero al citado don Salvador Flores y ms tarde al capitn don Antonio
Manuel del Valle 11 (AHJP 3119: 15-15v), quien tambin tena arrendado el
sitio de ganado mayor de San Pablo (AHJP 2713: 7-7v); varios sitios en Santiago Nopala al Colegio jesuita de San Pedro y San Pablo 12 (AHJP 2696: 1);
dos sitios de tierra cuya ubicacin exacta no se especifica a Isabel Ruiz
(AHJP 3119: 8v); las tierras de Chicalotla (dos caballeras) a doa Mara
Castilla y Campuzano (AHJP 3119: 11-11v); las de San Felipe (dos sitios de
ganado menor) al licenciado don Diego Medrano (AHJP 3119: 11-11v) y las
de Pixtiopan a don Manuel Zaldvar 13 (AGN Tierras Vol. 3552, Exp. 2 Cd.
2: 97). Asimismo arrendaron un sitio de ganado menor y dos caballeras de
tierras en el pago de San Lorenzo, dos sitios de ganado menor en el pago de
San Juan Ixcaquistla, un sitio de ganado menor en el pago de San Felipe y
el sitio de ganado menor de Tepanacasco, ubicado en las inmediaciones de
Tepexi, aunque desconocemos la identidad de los arrendatarios (AHJP 2713:
15-20).
9 Don Salvador Flores (?-1733), cacique de Tepexi, casado con Catarina Romero (AHJP
3027: 26 ff.). Vase genealoga n 29 (Cruz 2007: 465)
10 Don Alonso Ruiz de Barcenas perteneca a una de las familias de hacendados ms
importantes de la regin de Tepeaca. Entre sus propiedades, fruto de sus herencias y sus
dos matrimonios, aparte de los tres ranchos que posea en Tepexi de la Seda, uno de ellos
el de San Pedro Coayuca, tena la hacienda de la Purificacin y la propiedad de San
Felipe en Tepeaca, ms otra en Tehuacan (Garavaglia y Grosso 1990: 262-265). Asimismo
tena arrendadas las tierras de la Xamilpa, pertenecientes a la comunidad de Tepexi de la
Seda, por 100 pesos anuales (AGN Vnculos Vol. 70, Exp. 3: 196 p; AGN Vnculos Vol. 71
Exp. 1: 22).
11 El capitn don Antonio Manuel del Valle es un vecino y labrador del pueblo de Amozoc
(AHJP 3027: 28-29).
12 El Colegio de San Pedro y San Pablo es la primera institucin educativa fundada por los
jesuitas en Mxico, concretamente en 1573; se destin a la formacin de jvenes seglares
(Arrniz 1979: 30). Este, al igual que el Colegio del Espritu Santo, contaba con propiedades rurales con cuyos ingresos se mantena y financiaba la labor educativa de sus colegios. La principal hacienda sobre la que se sostena era la de Santa Luca, fundada en 1576
a raz de un donativo en dinero de un generoso benefactor. La trayectoria de la misma es
analizada en la obra de Konrad (1989).
13
Don Manuel Zaldvar es un vecino de la ciudad de Puebla que, junto con el rancho de
Pixtiopan, tena en la jurisdiccin de Tepexi de la Seda el rancho de Cholulilla (AGN
Tierras Vol. 3544, Exp. 7: 186, 192).
46
14 El capitn don Miguel Ponce es espaol y vecino de Santa Mara Molcaxac, pueblo de la
jurisdiccin de Tepexi de la Seda (AHJP 3210: 5-5v).
15 Don Pedro Zaldvar es espaol, vecino y del comercio de la ciudad de Puebla. Entre sus
posesiones estn las haciendas de Santa Ana y San Jos, ubicadas en la jurisdiccin de
Amozoc, adems de un agostadero en la provincia de Xicayan. Es pariente de don Manuel
Zaldvar (AGN Tierras Vol. 3544, Exp. 7: 25v).
16 La titular del Marquesado es doa Antonia Gmez Rodrguez de Pedroso y Soria, viuda
del anterior titular, su esposo don Manuel Rodrguez Pinillos (AGN Tierras Vol. 3418,
Exp. nico: 118).
17 El Bachiller don Ignacio de Guzmn, tambin conocido como el Padre don Ignacio, fue
el padrino de Ana Esmeresilda de la Cruz (1761-?), hija del cacique don Pedro de la Cruz
y Moctezuma (1716-1779) y de la mestiza doa Mara Dolores Mendoza Serrano (APTR
LB Vol. 20: 42; FS-IGI Col. Santo Domingo, Film. 071193 Bn. M616358, 1734). Vase genealoga n 17 (Cruz 2007: 453). Asimismo tenemos constancia de que los caciques y
hermanos, don Juan Antonio y doa Mariana Cebrin, le entregaron cuatro vacas y le
vendieron un potro colorado (AHJP 4600: 9, 16,18 pp.). Vase genealoga n 4 (Cruz 2007:
440).
18 Don Gaspar de Ortega y Moro es espaol, del comercio de la ciudad de Tehuacan y
residente en esta (AH-INAH Coleccin de Micropelculas Serie Puebla Rollo 32 n 10: 6 p.).
47
22
23
48
quienes, con frecuencia, les adelantan el pago anual y ms. Una situacin
que les colocaba en una posicin de debilidad y posibilitaba a aquellos la
opcin de reclamar por la va legal la propiedad de unas tierras que, inicialmente, solo haban arrendado 24.
Tngase en cuenta que, en las cuestiones relativas a la tenencia de la
tierra, a los caciques tepejanos se les abrieron fundamentalmente dos espacios de conflicto: con los arrendatarios y con sus terrazgueros. Un enfrentamiento que se agravaba cuando ambos colectivos coincidieron en las mismas tierras 25. A esto hay que aadir otra circunstancia que tuvieron que
afrontar los caciques tepejanos y novohispanos durante el siglo XVIII: la confiscacin de las propiedades de la Compaa de Jess, uno de sus arrendatarios.
Con este artculo pretendemos contribuir al conocimiento de las consecuencias que tuvo sobre el patrimonio de la nobleza indgena novohispana
la expulsin de los jesuitas por orden de Carlos III y, lo ms importante, la
incidencia que dicho acontecimiento tuvo sobre la base de su poder: su posicin econmica. Para ello profundizaremos en uno de estos casos, concretamente, el de los caciques Cruz, originarios de Tepexi de la Seda (Puebla,
Mxico), quienes arrendaron tierras de su cacicazgo a la hacienda jesuita de
San Jernimo, perteneciente al Colegio del Espritu Santo (Puebla, Mxico).
Una opcin inicialmente provechosa que se vio truncada en 1767.
Para entender todo el proceso comenzaremos hablando del Colegio jesuita del Espritu Santo y de la hacienda de San Jernimo y su incidencia en
la importancia de las propiedades de caciques, entre ellos los tepejanos y
dentro de estos los Cruz, como fuente de obtencin de tierras para el funcionamiento de la misma. A partir de ello precisaremos las circunstancias del
24
49
50
Este complejo se configur a raz de adquisiciones va compra o arrendamiento, entre otros, a los caciques de las jurisdicciones donde se ubicaba
26 Para las propiedades del Colegio del Espritu Santo contamos con el trabajo de Ewald
(1976). Tambin tngase en cuenta la investigacin de Konrad (1989) sobre las pertenecientes al Colegio de San Pedro y San Pablo, con sede en la ciudad de Mxico.
27 Comprende las explotaciones de Santa Lugarda, la Noria, Teoloyuca, San Jos Ozumba,
San Juan Bautista Ojo de Agua, rancho Nuestra Seora de Loreto (Ewald 1976: 83).
51
52
sos (AGN Tierras Vol. 3418, Exp. nico: 500-500v; Ewald 1976: 104). En 1731
adquirieron la hacienda de Buenavista y el rancho de Santa Isabel -tambin
conocido como agostadero o cebadero- (Ewald 1976: 104). Este ltimo, compuesto por cuatro sitios de ganado mayor y menor, haba pertenecido al
cacique Antonio de Moctezuma y posteriormente fue vendido por sus descendientes a Antonio Gutirrez -coronel de Juan Snchez de Almazn- en
3.000 pesos (1.000 en efectivo y 2.000 para una capellana en su memoria)
el 23 de febrero de 1697 (Ewald 1976: 104-106).
Pero es el arrendamiento la opcin que ms nos interesa por su problemtica a raz de 1767. Los caciques tepejanos estaban claramente predispuestos haca la utilizacin de este medio para obtener ingresos y para la
Compaa de Jess era una opcin deseable, segn Ewald (1976: 103), ya
que dichos contratos eran ms favorables que la compra de agostaderos, los
que estaban desocupados varios meses al ao, lo que brindaba a los indios la
oportunidad de establecerse en estos terrenos. De manera que los Moctezuma,
quienes tambin les vendieron propiedades y, sobre todo, los Cruz fueron los
principales arrendadores nobles de los jesuitas en Tepexi de la Seda. Los
primeros mediante el arrendamiento del rancho de San Jos Carneros, al
menos desde 1702, por 50 pesos anuales (Ewald 1976: 126); los segundos a
travs del arrendamiento de los sitios de Texcalco alias San Jos, San Luis y
San Jernimo cuyas circunstancias iremos abordando en los siguientes prrafos.
La expulsin de los jesuitas del Virreinato, en 1767, y la expropiacin de
sus propiedades supuso un punto de inflexin para la posicin econmica
del linaje de los Cruz quienes se vieron inmersos en una lucha con el poderoso Marquesado de Selva Nevada, su Goliat particular. Los bienes embargados a la Orden pasaron a ser gestionados por la Junta de Temporalidades y,
directamente, por la figura de administradores, a la espera de ser adquiridos
por individuos de reconocido prestigio social y econmico en la sociedad
novohispana. En este contexto don Manuel Pinilla, por entonces Marqus de
Selva Nevada, present en 1770 una postura sobre la hacienda de San Jernimo y sus anexas de 170.000 pesos que se hizo efectiva en 1778, tras la tasacin de la hacienda. Para ello cuenta con la participacin de su amigo Agustn
Ovando, uno de los miembros del cabildo poblano que ms tarde adquiri los
ranchos de Putla, Cholulilla y Tula ubicados en la jurisdiccin de Tepexi
(Ewald 1976: 135).
Entonces, los descendientes del cacique don Domingo de la Cruz (16931731) 30 se vieron obligados a demostrar su titularidad sobre los sitios de
30
53
54
Texcalco alias San Jos, San Luis y San Jernimo los cuales, a pesar de estar
simplemente arrendados a la hacienda de San Jernimo, haban sido embargados y vendidos con el resto de las propiedades de la misma. De manera
que no solamente dejaron de ingresar sino que adems tuvieron que comenzar a invertir en un costoso pleito.
En 1778 los descendientes vivos de don Domingo 31 iniciaron un proceso de reclamacin de sus propiedades y del pago correspondiente por los
arrendamientos contrados con el Colegio del Espritu Santo, que el administrador de la hacienda de San Jernimo dio oficialmente por finalizados el 31
de agosto de 1778. Nos estamos refiriendo a don Jos de la Cruz (1714-1787) 32,
nombrado albacea de su padre, don Antonio (1716-?) 33, doa Micaela (?1786) 34 y doa Mariana de la Cruz (1749-1787) 35. Estos fueron representados en el pleito primero por don Jos y, tras su fallecimiento, por don Antonio. Afirmaban que entre los bienes que le confiscaron a la Compaa de
Jess se encontraba la hacienda de ganado de San Jernimo, la cual el tribunal -la audiencia ordinaria de la Ciudad de los ngeles- le haba rematado en
propiedad al Marqus de Selva Nevada, quien tom posesin de la misma.
Denunciaban que en dicho remate no solo se le haba dado posesin de lo
que fuera propiedad de los jesuitas sino de lo ajeno, esto ltimo perteneciente al cacicazgo de los Cruz, eran tierras que haban sido disfrutadas en calidad de arrendamiento por la hacienda de San Jernimo. Concluan aclarando que a ellos les perteneca la posesin civil, quedando para la hacienda
nicamente la posesin corporal (AGN Tierras Vol. 3418, Exp. nico: 101103v).
En otras palabras, los herederos de don Domingo defendan el hecho de
que su padre era dueo de tres sitios que se haban arrendado en las siguientes condiciones. En primer lugar, el sitio de Texcalco alias San Jos, el cual
haba permanecido arrendado durante 49 aos y seis meses. Lo acreditaban
mediante la presentacin de diecisiete recibos en los que constaba el pago
del arrendamiento y de la escritura, la cual estableca que el citado sitio de
31
Al iniciarse el pleito en 1778 no se menciona a su hijo Blas entre los herederos que los
promueven, siendo 1765 el ltimo ao del que tenemos constancia en las fuentes de que
segua con vida (AGN Tierras Vol. 3418, Exp. nico: 54).
32 AGN Tierras Vol. 3418, Exp. nico: 136v; FS-IGI Col. Santo Domingo, Film. 071195 Bn.
M616358, 1737.
33
34
35 AGN
Tierras Vol. 3418, Exp. nico: 136v; FS-IGI Col. Santo Domingo, Film. 071195 Bn.
M616358, 1773.
55
39
40
56
das por el Conde del Valle a los jesuitas y, por lo tanto, no formaban parte del
patrimonio de los Cruz (AGN Tierras Vol. 3418, Exp. nico: 255v-262). Todas
estas propiedades fueron heredadas por don Domingo de la Cruz. Tras el
fallecimiento de sus hermanos, don Jacinto y doa Juana Mara 41, se convirti en el nico hijo vivo del primer matrimonio de don Juan, as como en el
nico varn de todos los descendientes 42.
Sin embargo, cabe destacar que en este instrumento no se recoge mencin alguna al sitio de San Jernimo que tanto los descendientes de don
Domingo como su prima, doa Mara Josefa Zarate, nica hija de su hermana
doa Juana Mara, reclamaban como propias cada uno por su lado. En este
sentido don Esteban Villegas, esposo de doa Mara Josefa, present una escritura de arrendamiento del sitio de San Jernimo Soyatitlapan. En ella expona que tras el fallecimiento de su suegra, doa Juana, a su esposa le quedaron, entre otros bienes, el sitio de ganado mayor y menor citado, el cual
haba estado arrendado a los jesuitas. Tras liquidarlo con el administrador de
estos, Luis Clemot, se encontr con que salan alcanzados por la cantidad de
186 pesos y 4 reales. Como no tenan con que pagarlo, ni ganado con que
poblar las tierras, decidieron arrendrselo al Marqus de Selva Nevada durante nueve aos, a cambio de 35 pesos anuales. Adems establecieron tres
condiciones: conservar la explotacin de las palmas 43, afrontar el pago de la
cantidad por la que han resultado alcanzados y un anticipo de 75 pesos para
socorrer sus necesidades. Con esta escritura se plantean tres cuestiones. Una,
de dnde proceden las tierras de San Jernimo?, puede ser que de doa
Mara de Santa Mara? Dos, quin de los Cruz fue su titular, los herederos de
don Domingo o la heredera de doa Juana? Y tres, si el sitio de San Jernimo
era parte de la hacienda jesuita que haba comprado el Marquesado, por qu
pag este por arrendarlo? El caso, es que estos no fueron los nicos miem41 En el testamento de su padre ambos aparecen como difuntos (AGN Tierras Vol. 3418,
Exp. nico: 233v).
42 Su padre don Juan se casa en una segunda ocasin con Catarina Mara, fruto de este
matrimonio nace Ins que cuenta con ocho aos de edad en el momento que fallece su
padre y que pocos aos despus muere antes de llegar a la pubertad. Asimismo tiene una
hija natural: Mara (casada con Cayetano Redondo). A esta ltima le deja en herencia la
sala y aposento en el que vive a modo de recompensa por haberle cuidado, en cambio no
se hace mencin a herencia alguna para la menor Ins (AGN Tierras Vol. 3418, Exp.
nico: 231v-236v, 352v). Para profundizar en el contenido del mismo, vase Cruz (2008b).
43 Las palmas se destinaban a la elaboracin de petates, medio de subsistencia de los
terrazgueros y/o pueblos de indios. Asimismo era el material que se utilizaba para los
techos de las viviendas. Era una actividad a la que, segn el espaol Antonio Chvez, se
dedicaban todos los indios del Partido (AGN, Tierras Vol. 3552, Exp. 2 Cd. 2: 235v-236). El
comercio, un negocio muy productivo, corra a cargo de los caciques (Jcklein 1978: 89).
57
bros del linaje que trataron de demostrar que eran los propietarios. Durante el
acto de posesin de la hacienda el sitio fue reclamado, sin xito, por otro de
sus primos: el cacique don Andrs de la Cruz (1747-?) 44.
En 1782, los herederos de don Domingo presentaron el testimonio de
una merced que el virrey don Luis de Velasco, el segundo, concedi a su
antepasada doa Ana de Santa Mara -principal de Tepexi, casada con el
tambin principal don Martn Santiago- para una estancia de ganado menor
en trminos de Tlaxcala Texcal Huiyacan -a una legua del pueblo de San
Luis- (1591) que se haba quemado en un incendio 45. De esta manera pretendan demostrar que las tierras pleiteadas les venan por lnea recta desde
haca siglos: don Martn y doa Ana eran los bisabuelos de los herederos de
don Domingo por va materna. No obstante, tngase en cuenta que esta merced nicamente haca referencia al sitio de San Luis.
Con todo, en 1785 la Junta de Temporalidades lo consider insuficiente
y solicit la inspeccin de los libros de gobierno de la hacienda de San Jernimo y sus anexas. En ellos no encontraron constancia alguna del arrendamiento de los sitios de San Luis y San Jernimo y solamente una referencia,
en 1750, de la entrega de 50 pesos a don Antonio de la Cruz por las tierras de
Texcalco, alias San Jos. De manera que nos encontramos con un conjunto de
documentos que en su totalidad parecen demostrar el planteamiento de los
Cruz, aunque por separado ofrecen muchas lagunas.
En este contexto, en 1786 doa Antonia Gmez Rodrguez de Pedroso y
Soria, Marquesa de Selva Nevada, tras el fallecimiento de su esposo, don
Manuel Rodrguez Pinillos 46, a travs de sus apoderados manifest por primera vez su posicin que podemos calificar de prctica, adems de significativa. Destacaba el hecho de que la hacienda de San Jernimo y sus anexas
eran un conjunto que deba permanecer unido para ser rentable. Por lo tanto,
la prdida de las tierras reclamadas por los Cruz supona una disminucin
del valor de la propiedad, tanto cuantitativa como cualitativamente:
44
AGN Tierras Vol. 3546, Exp. 1 Cd. 4: 45. Vase genealoga n 17 (Cruz 2007: 453).
45
En el expediente se recogen los restos de los ttulos tras el incendio y el testimonio que
en el siglo XVIII se sac de ellos (AGN Tierras Vol. 3418, Exp. nico: 1-46v).
46 Don Manuel y doa Antonia se casan en 1770, tres aos despus de que son expulsados
los jesuitas y expropiados sus bienes (1767). El matrimonio vive en la Ciudad de Mxico en
una fastuosa residencia en la calle Cadena, con esclavos negros a su servicio. El Marqus
fallece en 1785 y en 1787 le sucede su esposa (Aguirre Beltrn 1995: 183-246). Para profundizar en las estrategias matrimoniales de los Marqueses de Selva Nevada, vase Zarate
(1996).
58
59
nio y a doa Mariana, hijos legtimos del legtimo matrimonio entre don Domingo de la Cruz -cacique- y Paula Francisca -mulata- (?-1739) 48 quienes
tambin tuvieron a don Jos y doa Micaela, ya fallecidos. Adems afirmaban que todos fueron herederos de las tierras del cacicazgo de su padre, las
que haban estado gozando y gozaban en la actualidad.
Por otro lado, recurrieron a sus partidas de bautismo como prueba documental pero don Manuel Jos Bermeo, el cura de Tepexi al menos desde
1779 (AHJP 4577: 3 p.), declar que no las encontraba 49. Pese a todo, don
Antonio acab justificando la razn de su afirmacin de que era el hijo mayor y obtuvo su reconocimiento como tal por las autoridades en 1788.
Se reinici el pleito con el asunto que lo haba motivado: las tierras, y se
aadi un nuevo matiz. En la declaracin que dos aos antes hizo la parte de
la Marquesa de Selva Nevada quedaba de manifiesto el inmenso valor de las
tierras de los Cruz, por tal motivo don Antonio busc que los arrendamientos
que esta le deba por todo el tiempo que llevaba utilizndolas deban ser
superiores a la cantidad pagada por los jesuitas (AGN Tierras Vol. 3418, Exp.
nico: 146v). Una peticin justificada pero osada debido a su posicin desigual respecto a los titulares del Marquesado, que ellos mismos califican
como litigante poderoso (AGN Tierras Vol. 3418, Exp. nico: 101v) pues su
capacidad de exigencia, incluso de negociacin, era ms bien limitada. Pese
a ello, tngase en cuenta que esta actitud de don Antonio se inserta dentro de
una estrategia que, en su momento, haba adoptado el otro cacique que tambin haba arrendado parte de sus propiedades a la Orden: don Juan de
Moctezuma quien, segn Ewald (1976: 135, nota 90), fue el que caus ms
dificultades dentro del contexto de todos los arrendatarios de la hacienda de
San Jernimo y sus anexas. Con los jesuitas, el dueo del rancho San Jos de
los Carneros haba tratado de subir el precio de los arrendamientos por medio de extorsiones. Un comportamiento que, conociendo su trayectoria y teniendo en cuenta que fue el cacique ms poderoso de Tepexi de la Seda
durante el siglo XVIII, no debe extraarnos (Cruz 2008a).
Al margen de los intentos de don Antonio por rentabilizar ms el arrendamiento de sus tierras, la posicin de la Marquesa en 1789 se mantiene en
la misma lnea: no defiende como cabra esperar la titularidad de las tierras
de la hacienda de San Jernimo sino que deja que sean las autoridades quienes resuelvan, limitndose a reclamarles el precio de la venta en caso que se
demuestre que las propiedades pleiteadas por los Cruz efectivamente no formaban parte del patrimonio de la hacienda que ha adquirido. Con ello volva
48
49
60
a reforzar, una vez ms, la tesis sobre el inmenso valor de los bienes del
linaje noble. No obstante, primero intent demostrar que los sitios de los que
hablan los Cruz eran colindantes a la hacienda y no parte de ella y, segundo,
que aunque los jesuitas hubieran arrendado las mismas, estas no haban entrado dentro de las temporalidades.
Don Antonio de la Cruz continu en su empeo y present ms informaciones de testigos y testimonios de documentacin que datan de los dos
siglos anteriores. En esta ocasin, las preguntas a los testigos 50 se orientaban
a la identificacin de los ascendientes de los herederos de don Domingo de
la Cruz, mucho ms all de este. Unos interrogantes cuyo contenido ellos
ratificaron con sus respuestas. Don Antonio y sus hermanos eran descendientes legtimos de don Diego de la Cruz y doa Angelina de la Cruz, dueos legtimos de la tierra de Nopalan, en la que estaba incluido el Duraznillo.
Asimismo eran descendientes de don Juan Santiago y doa Ana de Santa
Mara quienes, por merced, gozaron de las tierras situadas en los pueblos de
San Luis Quaxusco y San Jos de Gracia, en la que se incluye el sitio de
Texcalco y otras caballeras, las cuales se haban venido heredando por sucesiones legtimas hasta doa Mara de Santa Mara -abuela por parte de padre
de don Antonio- casada con don Juan de la Cruz, el viejo. Debemos aadir
que en la merced (1591) se nos indica la proximidad de las tierras a San Luis
pero en ningn momento se menciona a San Jos, tampoco en la siguiente
escritura donde podemos observar el constante baile en las denominaciones
de las tierras, principalmente en las partes escritas en lengua indgena.
En 1790 aportaron un testimonio de una escritura otorgada a doa Ana
de Santa Mara en Tepexi (1608) que estableca que esta -madre de doa
Mariana y suegra de don Diego Martn Jurez- solicitaba arrendar las tierras
de San Luis Tealopoxco (que incluye indios terrazgueros) porque no las aprovechaba y tena otras tierras donde sembraba y coga maz. La principal justificaba el arrendamiento en la cantidad de pesos que le deba al Rey de sus
Reales Tributos. Se lo arrend a Juan Snchez Bermejo -seor de ganados
ovejunos y estante de la provincia- por veintisis pesos de oro comn en
reales de plata al ao, durante un sexenio 51.
50 Los testigos son: don Mariano de Espinosa -castizo, originario y vecino de Tepexi, oficio
labrador, 55 aos, casado con doa Feliciana Teresa Hoyos-, don Juan Jacinto Torres soltero, espaol, originario de San Juan Ixcaquistla y vecino de Tepexi, de oficio labrador,
54 aos-, don Manuel de Loyola -espaol, vecino de la jurisdiccin de Acatln, dueo de
fincas en ella, casado con doa Micaela Manuela Camarillo, 53 aos- y Joaqun Mancillo
-castizo, originario y vecino de Santa Mara Molcaxaque, viudo de Rosa Mara, 78 aos.
51 Asimismo haban solicitado testimonio del testamento de don Domingo Moctezuma,
pero no se recoge en el expediente.
61
62
63
administrador de los jesuitas para, con las rentas, afrontar el pago de la cantidad con la que haba resultado alcanzada fruto de los constantes anticipos.
Una precaria situacin que se vio ms agravada en el caso de sus primos,
quienes ni siquiera pudieron contar con el arrendamiento de sus nicas propiedades. La decisin de arrendarlo todo y no diversificar riesgos coloc al
linaje de los Cruz en una precaria situacin econmica. Los nietos de don
Domingo de la Cruz solamente recibieron de sus ascendientes un ttulo y un
apellido que rentabilizar para poder obtener recursos con los que rescatar un
patrimonio secuestrado. El seguimiento del linaje durante el siglo XIX nos
dir si el declive econmico, afectando a su posicin social, fue definitivo o
solo un importante bache temporal.
En todo caso, difiri de las circunstancias de don Juan de Moctezuma
para quien, por el contrario, la confiscacin de la hacienda de San Jernimo
no supuso, a priori, un varapalo. Aunque el rancho de San Jos Carneros era
tan importante para el funcionamiento y valor de la hacienda como las tierras de los Cruz; la decisin de don Juan y sus herederos de no renovar el
arrendamiento, tras liquidar cuentas en 1778 con don Luis Clemot, pareciera
no haber desatado ninguna reaccin por parte de los titulares del Marquesado.
An as, la reproduccin de la misma situacin que la de los Cruz en el caso
de don Juan, hubiera tenido consecuencias diferentes. La situacin econmica, poltica y social de partida era, por supuesto, fundamental. Don Juan
de Moctezuma tambin practic el arrendamiento pero sus propiedades eran
ms extensas que la de los Cruz. Adems, don Juan se dedicaba tambin a la
explotacin directa, el caso ms representativo es el rancho del Carrizal en el
que tena 337 cabezas de ganado mayor. Aunque falleci en 1778, el legado
que dej a sus descendientes fue ms esperanzador.
Por lo tanto, el arrendamiento implicaba seguridad y riesgo a la par.
Una oportunidad y un despropsito en funcin de los casos. El poder del
linaje era fundamental; es decir, su patrimonio, su posicin social y su nivel
de participacin en el gobierno local y en la administracin colonial. Los
Cruz eran poderosos pero lamentablemente para ellos no tanto como, por
ejemplo, el linaje de los Moctezuma y mucho menos que el potente
Marquesado de Selva Nevada, que tena recursos suficientes como para contar con los mejores abogados. Sin duda, la proyeccin del poder de estos era
ms amplia que la de los caciques tepejanos, aunque tambin salieron perjudicados, en cierto modo, al no conseguir resolver el pleito a su favor optando
por la nica va razonable, vender y trasladar el pleito a otro. No obstante
ambas partes, los titulares del Marquesado y los caciques Cruz, independientemente de su origen indgena o espaol buscaban lo mismo: mantener
su posicin social, para lo cual eran vitales las fuentes de ingresos. La riqueza era la llave de acceso al poder, y el poder de un individuo y su linaje
64
65
66
cientes a los autos seguidos por los indios de Nativitas con la Seora Marquesa de Selva Nevada sobre tierras: 41 ff.
AGN Tierras Vol. 3552, Exp. 2 Cd. 2
1729. Real Ejecutoria de su Alteza los Seores Presidente y Oidores de la
Real Audiencia Gobernadora a favor del Capitn don Pedro, vecino de la
ciudad de Puebla y dueo de haciendas en la jurisdiccin de Tepexi: 246 ff.
AGN Vnculos Vol. 68, Exp. 4
1738. Diligencias ejecutadas por el teniente de Tlacotepec, don Hiplito
Juan de Mena, en virtud de despacho provedo por sus altezas los Seores
Presidente y Oidores de la Real Audiencia de Mxico, en representaciones de Tepexi, ao de 1738. Tepexi de la Seda. Mxico: 111 ff.
AGN Vnculos Vol. 70, Exp. 3
1746. Diligencias hechas sobre las cuentas de los bienes de comunidad y
dems que fue de cargo del cacique don Juan de Moctezuma en el tiempo
que fue gobernador de la cabecera y dems pueblos de la jurisdiccin de
Tepexi de la Seda con lo dems que incluyen. Tepexi de la Seda: 205 pp.
AGN Vnculos Vol. 71, Exp. 1
1744. Autos hechos sobre la contradiccin de la eleccin de gobernador
de la jurisdiccin de Tepexi de la Seda en don Juan Moctezuma. Tepexi
de la Seda: 179 ff.
AHJP 2609
1701. Testamento del cacique don Francisco San Matas y juicio divisorio
de sus bienes: 34 ff.
AHJP 2696
1709. Proceso promovido por don Jernimo Moctezuma y Corts y don
Francisco de la Cruz, caciques de este pueblo, contra Carlos de Lizama,
vecino de esta jurisdiccin, por compra de tierras, propiedad de dichos
caciques: 11 ff.
AHJP 2713
1710. Informacin de utilidad y provecho que presenta don Juan de San
Martn, cacique y principal de este pueblo, en nombre y con poder de
doa Petrona y doa Josefa Ciprin sus hermanas, para que le autoricen
las ventas de unas casas que son independientes de su cacicazgo (contiene informaciones de utilidad de otras personas): 27 ff.
AHJP 3027
1727. Demanda puesta por don Jernimo de Moctezuma y Corts, contra
los albaceas y herederos de Salvador Flores, sobre la restitucin de un
rancho nombrado San Pedro Coayuca, que tena en arrendamiento: 26 ff.
AHJP 3119
1730. Auto al juicio divisorio de los bienes que quedaron por muerte de
67
68
BIBLIOGRAFA CITADA
Aguirre Beltrn, Gonzalo
1995. Cuatro nobles titulados en contienda por la tierra. Mxico, Fondo
de Cultura Econmica.
Arrniz, Othon
1979. El Colegio del Espritu Santo en el siglo XVI. Puebla, Universidad
Autnoma de Puebla.
Cruz, Patricia
2007. La nobleza indgena de Tepexi de la Seda durante el siglo XVIII.
Tesis Doctoral, Madrid, Universidad Complutense de Madrid. En: <http:/
/www.tepexi.net/doctorado/index.html>
2008a. Don Juan de Moctezuma y Corts: el ascenso al poder (Tepexi de
69
71
Silvina Smietniansky*
72
Silvina Smietniansky
RESUMEN
Este artculo se propone analizar un juicio de residencia, llevado a
cabo en los aos 1775 y 1776 en la gobernacin de Tucumn, como un
ritual poltico. Entendemos que, al teatralizar una forma ideal de funcionamiento de las instituciones y comportamiento de los funcionarios, el juicio de residencia como ritual poltico actuaba fortaleciendo
el poder monrquico en las colonias, transmitiendo un conjunto de
valores y congregando y cohesionando a la comunidad local. Partiendo de esta perspectiva ritual, abordamos el problema de la tensin
existente entre las normas y objetivos que ordenaban la institucin de
la residencia y las implicancias y consecuencias que, en la prctica,
acarreaba su celebracin.
Palabras clave: residencia - ritual poltico - Gobernacin de Tucumn siglo XVIII
ABSTRACT
This article analyzes an impeachment proceeding that took place in
1775-1776 in colonial Tucumn, in terms of a political ritual. We
understand that by performing the ideal way of government institutions
operation and officials behaviour, the impeachment proceeding acted
as a political ritual, reinforcing monarchical power in the colonies,
transmitting a set of social values and congregating the local community.
From this ritual perspective, we approach the problem of the tension
between the norms and aims of the impeachment procedure, and the
consequences and implications of its practice.
Key words: impeachment proceedings - political ritual - colonial
Tucumn - XVIII century
73
INTRODUCCIN
Este artculo 1 se propone analizar un juicio de residencia, llevado a
cabo en los aos 1775 y 1776 en la gobernacin de Tucumn, como un ritual
poltico. Partimos del supuesto que, al teatralizar una forma ideal de funcionamiento de las instituciones y comportamiento de los funcionarios, el juicio de residencia como ritual poltico actuaba fortaleciendo el poder monrquico en las colonias, transmitiendo un conjunto de valores y congregando y
cohesionando a la comunidad local. La conceptualizacin de esta institucin jurdica en trminos rituales es una interpretacin que deberemos corroborar a lo largo del trabajo y del anlisis del juicio.
Desde los inicios de la colonizacin espaola, la Monarqua cont con
diversas instituciones que, nacidas en la pennsula en tiempos medievales,
fueron trasladas a Amrica con el propsito de contribuir al control de los
funcionarios y al mejoramiento del gobierno indiano. El juicio de residencia 2
constitua as una institucin orientada a enmendar y limitar las arbitrariedades que los funcionarios pblicos pudieran cometer durante el ejercicio
de sus cargos. Los juicios de residencia se realizaban en todo el mbito de la
Corona espaola y a funcionarios de todas las jerarquas, una vez que haban
finalizado sus respectivos mandatos.
La residencia era un evento pblico y, de hecho, se haca pregonar el
inicio del juicio para que toda la comunidad tuviera conocimiento del mismo. Comprenda bsicamente dos instancias, una secreta y otra pblica. En
la primera fase el juez interrogaba a un grupo de testigos para que, de manera
confidencial, declarara sobre la conducta y actuacin de los funcionarios
que estaban siendo juzgados, examinaba tambin los documentos de gobierno y visitaba las instalaciones de la crcel. Con la informacin relevada el
magistrado levantaba los cargos contra los residenciados. En la segunda fase
los vecinos podan presentar querellas o demandas contra los funcionarios
imputados y estos deban proceder con su defensa, dando respuesta a estas
1
Una primera versin de este trabajo fue presentada en el 8 Congreso Argentino de Antropologa Social. Universidad Nacional de Salta, 2006.
2
74
Silvina Smietniansky
3
La Gobernacin de Tucumn estaba conformada por las ciudades de Crdoba, Tucumn,
Salta -donde resida el Gobernador-, Jujuy, La Rioja, Catamarca y Santiago del Estero.
4
El documento se encuentra en el Archivo Histrico Nacional (AHN), en Madrid, Espaa.
Su signatura es Consejos, 20373, exp. 1. De aqu en ms, ser citado de esta forma, indicando en cada caso el nmero de cuaderno y folio correspondiente. Es necesario aclarar
que, por omisin del Archivo General de Indias que realiz las fotocopias del expediente,
o por mal estado de los folios -sin ninguna aclaracin de parte del archivo-, la residencia
de San Miguel de Tucumn est incompleta, faltando 75 imgenes -unos 35 folios aproximadamente-. Asimismo, tambin faltan las imgenes 317 a la 343, posiblemente correspondientes a los cuadernos 3 y 4 cuyas cartulas no figuran en el documento.
5
En su orden interno, el juicio est primero ordenado por ciudad y luego, dentro de cada
ciudad, est organizado por cuadernos. La numeracin de los cuadernos es una sola y los
comprende a todos. En general, en cada cuaderno se reinicia el recuento de folios, aunque
puede suceder que para los autos obrados en una ciudad se siga una nica foliacin que
abarque ms de un cuaderno. Para este trabajo contamos con una copia del expediente
original, en la que las pginas fotocopiadas (imgenes) se encuentran numeradas.
75
6
Para un estado de la cuestin sobre visitas generales, residencias y pesquisas ver Herzog
(2000).
7
El autor resume las voces que resaltaban los beneficios de las residencias y tambin las
fuertes crticas de que fue objeto mientras era aplicada. Igualmente recorre las perspectivas historiogrficas al respecto. Ver Mariluz Urquijo (1952: 283-296).
8
76
Silvina Smietniansky
77
78
Silvina Smietniansky
79
12
Volveremos sobre este problema al final del trabajo, a partir de la propuesta de Tambiah
(1985).
80
Silvina Smietniansky
81
tndose de una tierra ubicada en la periferia de los centros de poder y carente de metales preciosos, motivo por el cual no seduca de la misma manera
que las ciudades asentadas sobre las capitales de los antiguos imperios
prehispnicos y los nuevos centros virreinales. Como contrapartida de los
esfuerzos en la exploracin y colonizacin de estas tierras, los feudatarios de
estos nuevos conglomerados pudieron desenvolverse con un mayor grado de
autonoma (Presta 2000). Incluso la permanencia del sistema de encomiendas hasta el siglo XVIII tambin fue un importante recurso para pertenecer a
la lite local y acceder a la institucin capitular.
No es casual que en el siglo XVIII el avance de las reformas borbnicas,
inspiradas por el objetivo metropolitano de recuperar el control sobre los
territorios coloniales, irrumpiera quebrando el modelo de equilibrio construido en los siglos anteriores, en tanto habran de verse perjudicados los
intereses de la Iglesia y la lite criolla, cuya proteccin haba asegurado por
siglos la lealtad a la monarqua y el sostenimiento de sus dominios
(Pietschmann 1996, Chiaramonte 2003).
Este era, en breve, el marco poltico-institucional en que se inscriba la
institucin castellana de las residencias. Era tambin el contexto histrico
que otorgaba sentido a la celebracin de este acontecimiento distinto de los
sucesos cotidianos, altamente ritualizado y tradicional. Una de las primeras
caractersticas que identificamos en los actos rituales es que poseen una serie preestablecida de procedimientos que ordenan la manera en que son llevados a cabo, la forma del acto ritual. Los rituales como comportamientos
institucionalizados no buscan expresar intenciones, emociones y estados
mentales de los individuos de una manera directa, espontnea y natural y,
de hecho, la invariabilidad de sus formas est vinculada al tipo de contenido
que transmiten, as como a los efectos que producen (Tambiah 1985). La residencia puede seccionarse en diferentes fases -los preparativos, la pesquisa
secreta, la pesquisa pblica, la sentencia- cuya ejecucin estaba guiada por
una serie de comportamientos y pautas preestablecidas. As, la fase preparatoria compona todo un conjunto de procedimientos legales que indicaban el
comienzo del juicio, la jurisdiccin que abarcaba, la designacin de los magistrados, el tiempo en que haba de concluir, etc. Eran las mismas frmulas
que una y otra vez se ponan en juego cuando tena lugar un juicio de residencia. A la vez, en la celebracin de este evento la circulacin de la cdula
real que ordenaba su realizacin, la publicacin de los bandos, las ceremonias y la ejecucin paralela de los mismos actos en todas ciudades de la
gobernacin -interrogatorios, cargos que levantaba el juez, defensa, sentencia- eran elementos que contribuan a delimitar un espacio, una jurisdiccin, una comunidad. Asimismo, la residencia se situaba en un tiempo ri-
82
Silvina Smietniansky
13
14
83
84
Silvina Smietniansky
18
19
85
15 tem digan si saben les consta que dicho Teniente Coronel y sus Tenientes tuvieran cuidado que en la eleccin de los oficios consejiles que se proveen por este ayuntamiento y los de los dems ciudades se guardase toda
rectitud y se evitasen parcialidades y si por ellos llev algn inters (AHN,
Consejos 20373, exp. 1, cuaderno 1, f. 27r).
Lo notable y contradictorio del caso es que a lo largo del juicio se efectuaba una negacin constante del nepotismo, el cual en realidad rega el
86
Silvina Smietniansky
20
Para la Gobernacin del Tucumn, pueden consultarse los trabajos de Saguier (1988,
1992), Paz (1997) y Marchionni (1999), Areces (2000), Boixads (2004) entre otros que
han abordado esta problemtica.
21
87
A partir del discurso que iban tejiendo los testimonios podemos construir una primera imagen referida a los valores sociales y el orden ideal de
esta sociedad. Para abonar tal perfil no siempre haba una respuesta afirmativa, ni descripciones o explicaciones que destacaban y comentaban la figura
del residenciado. Muchas veces el desconocimiento sobre lo preguntado constitua otra va para no dejar emerger los problemas que pudieron haber existido, y que podran contradecir aquello esperado o deseado. Todos los testigos, unos ms y otros menos, recurrieron a una serie de frmulas, tales como
no recuerda, no tiene presente, no conoce, etc., para evitar la exposicin de conflictos.
En los autos de la pesquisa secreta contra los regidores del cabildo
salteo, a la 7 pregunta el maestre de campo, don Jos Elgueta, respondi
que no ha odo ni sabido de lo que contiene la pregunta 22, lo que de manera similar declar en otras seis preguntas de las diez que haba sobre los
regidores. En el testimonio del vecino don Joseph Ximena para Crdoba,
increblemente se agruparon las respuestas a las preguntas 3 a la 29 (sobre
Campero y sus tenientes) y declar que no saba nada respecto de ninguna de
ellas 23. Cabe preguntarse por qu el juez no repreguntaba, no indagaba un
poco ms y pareca, por el contrario, ms bien tendiente a aceptar tamao
desconocimiento de las cosas por parte de la mayora de los testigos. As, la
barrera de silencio que marcaba las respuestas era igualmente aceptada por
quien se supone tena por funcin investigar. A lo sumo, se volvan a leer las
preguntas para cerciorarse de que el testigo haba comprendido el concepto
consultado. Tambin en el caso de los religiosos, se excusaron de responder
muchas preguntas. El reverendo predicador Fray Lorenzo Tejeda del Orden
de Nuestro Padre Santo Domingo dijo que por razn de su estado y carcter
y la clausura que como Religioso debe guardar en su convento, no tiene noticia alguna del contenido de las preguntas 16 a 27 24.
Las expresiones tales como no sabe, no ha odo, no le consta pueden entenderse como un mecanismo institucionalizado que permita neutralizar el objetivo del juicio, ya que la mayora de los testigos al suscribir a
tales respuestas evitaba comprometerse y develar informacin. Al mismo
tiempo, poda decirse que el juez haba cumplido su rol al realizar el juicio,
estableciendo el interrogatorio y llamando a los testigos, aunque posiblemente al quedarse con esas respuestas no poda conocer los problemas o
delitos cometidos. Se desarrollaba as una conspiracin del silencio que con22
23
24
88
Silvina Smietniansky
89
25
26
90
Silvina Smietniansky
Bien pudo haber sido este suceso otra forma de impedir que agentes
externos se entrometieran en asuntos locales, un objetivo que en ocasiones
adoptaba la forma de una conspiracin silenciosa pero que coyunturalmente
promova el conflicto para, en este caso, evitar la realizacin de la residencia. En fin, fue esto lo que se logr concluyendo el Juez de Residencia que,
como terminaba el plazo de 60 das, se diera por fenecido el juicio en Jujuy,
indicando que se remitieran los autos originales al Consejo de Indias con el
informe correspondiente. En trminos rituales, esto implica que se haba terminado el tiempo ritual de la residencia y, por tanto, fuera de l ya no era
legtima la ejecucin de las acciones pautadas del proceso.
Ahora bien, por un lado, tenemos precisamente el ocultamiento de los
conflictos ocurridos durante el perodo de Campero que, entonces, con la no
realizacin del juicio en Jujuy quedaban velados a la vista de la residencia.
Mas tambin, en una carta del apoderado de Miguel Indaburu y Snchez de
Bustamante, donde se solicitaba al rey que los absolviera de multas y destierros sentenciados en la residencia, podemos encontrar un indicio de cmo
un hecho que haba promovido tantas pasiones y conflictos es luego reescrito
y moderado su temple:
hombre [Len Carvajal] muy despreciable en el pueblo, por sus notorios
vicios [] y considerando nosotros como nicos capitulares que ramos en
aquel entonces [] le insinuamos poda pasarla [la comisin para ser subdelegado] al segundo para que actuara en ella cohonestndole con que no
tena ninguna instruccin, ni inteligencia para evacuarla Jujuy (AHN, Consejos, 20373, exp. 1, pieza 23, f. 73r., el destacado es nuestro).
De alguna forma, esta cita nos muestra el paso entre una situacin de
conflicto y lo que luego se remita a las autoridades superiores. Como tuvimos oportunidad de observar en los documentos a que nos referimos anteriormente, estos cabildantes tenan una fuerte disputa con Len y acusacio-
91
nes de suma gravedad. Pero en el alegato dirigido al rey resulta que solo le
insinuaban que resignase su candidatura. El resto de su explicacin tambin era acorde a un estilo de escritura moderado y corts.
As como en el caso del rey y el funcionamiento del cabildo, tambin
Campero era objeto de un retrato muy singular que lo transformaba en el
personaje en el que se depositaban las ms altas virtudes. Una serie de cartas, cuyos emisores incluan tanto a los cabildos como a virreyes u obispos,
que a modo de informes haban sido enviadas al rey fueron presentadas como
evidencia en el juicio. En ninguna de ellas la figura de Campero se vea perjudicada, muy por el contrario eran destacados los mritos del gobernador:
actual Corregidor de la provincia de Quispicanchis, debo hacer presente a
V.M. que este sujeto, se ha manejado aceptablemente en el desempeo de
aquel cargo, acreditando en beneficio comn de sus sbditos su talento,
prudencia y desinters 27 (AHN, Consejos, 20373, exp. 1, cuaderno 5, f. 4r-4v).
En relacin con las actitudes de Campero para con las ciudades y sus
habitantes, en general, se destacaba su capacidad mediadora y de contencin cuando hubo disturbios entre los vecinos. El sargento mayor, don
Inocencio Gordillo, testigo en la residencia de La Rioja se refiri a cuando
Campero haba visitado la ciudad:
fueron sus operaciones y palpables atenciones a cortar las discordias entre
los vecinos, sus enemistades y el que se evitasen bandos y parcialidades,
administrndose justicia con rectitud, persuadiendo pblicamente a estos
efectos llevando y trayendo a los hombres a la conciliacin de los nimos,
procurando el total olvido de los resentimientos caseros o populares y que
en efecto desde su ltima visita o pasaje se halla esta ciudad en paz median-
27
Esta cita pertenece al informe que el Virrey Conde de Superunda remite al Rey.
92
Silvina Smietniansky
te las evidencias que trajo presentes por forzosos males dicho Teniente
Coronel y los beneficios que se seguan de la paz siendo [siguiendo?] los
vecinos con gusto sus parlamentos y persuasiones por lo eficaz, activo y
celoso que se mostraba en servicio de Su Majestad, [...] y bien de esta
Ciudad con un semblante amable que se cautiv y atrajo las voluntades
de cuyos efectos no puede menos que reconocerse esta ciudad por obligada y agradecida (AHN, Consejos 20373, exp. 1, cuaderno 21, f. 33v).
Con respecto a la poblacin indgena se advierten dos facetas en el gobernador Campero. Por un lado, lo erigan como un padre protector que resguardaba a los habitantes de la ciudad frente al ataque de los infieles. La
lucha contra los infieles y las entradas al Chaco eran as una nota recurrente en los testimonios. Por otro lado, fueron resaltadas aquellas acciones que
daban cuenta de la calidad de este ser generoso y protector con los indios
encomendados a quienes procuraba evangelizar:
sabe el declarante que el referido Teniente Coronel sus tenientes y dems
justicias procuraban con celo y eficacia en mantener la estabilidad de los
Indios reducidos de toda esta Provincia, sin hacerles agravio alguno antes
bien tratndoles con amor y cario para que permanecieren en sus reducciones 28 (AHN, Consejos 20373, exp. 1, cuaderno 1, f. 96v).
Podramos pensar que, de alguna manera, la figura del gobernador Campero se construa como metfora del rey. De un rey fsicamente lejano pero
presente y cercano en lo simblico que se materializaba y asentaba en el
oficio de gobernador. No tan apartado de lo que deca el juez subdelegado
Sosa, cuando mencionaba que ante la ausencia del rey, estaban las instituciones como la residencia y la delegacin de poder que haca el monarca en
los funcionarios polticos para que salvaguardasen las leyes y el bien comn
de los pueblos.
93
94
Silvina Smietniansky
(Geertz 1994, 2000). An ms, el simbolismo y el teatro constituyen una forma de ejercer el poder. Es esta la dimensin del juicio de residencia que
queremos rescatar, en funcin de comprender cmo la ficcin que recreaba
el juicio contribua al sostenimiento del estado espaol en Indias.
Con relacin a esto ltimo y volviendo sobre las contradicciones que
emergen en el mismo juicio -entre lo que se hace y lo que se dice que se hace,
entre las normas y las prcticas- es tiempo de repensar el tema de la eficacia
de esta institucin y los criterios de su validacin. Si bien hemos consignado
la ineficacia de los juicios de residencia en el cumplimiento de sus metas, la
crtica de Tambiah (1985) al anlisis de Evans-Pritchard sobre la magia zande
nos ayuda a rever este problema. El autor sostiene que el hecho de analizar la
magia zande, como lo hace Evans-Pritchard, a partir de criterios de induccin y verificacin, presupone que las prcticas zande tienen los mismos
objetivos empricos que la ciencia occidental, en tanto referidos a relaciones
causales. Pero sucede que la magia se sustenta en otros criterios de validacin que nada tienen que ver con la ciencia, ms bien remiten a una clase de
analoga que consiste en la transferencia de propiedades, de sentido, de una
cosa a la otra. Esta crtica, aunque distante en tiempo y espacio de nuestro
caso, nos hace reflexionar sobre los criterios de validacin a partir de los
cuales juzgamos la eficacia del juicio de residencia y, en relacin a ello, sobre qu implicancias tiene pensar este proceso jurdico en trminos rituales.
Siguiendo a Tambiah (1985), los actos rituales son actos ilocucionarios o
performativos que por el hecho de decir o hacer algo en determinadas condiciones pueden modificar el estado de las cosas. Esta dimensin del acto ritual debe diferenciarse de la informacin referencial que conlleva -acto
locucionario- o aun de las consecuencias que tiene para los participantes acto perlocucionario-. Es decir que los criterios verdadero/falso de la ciencia
no sirven para evaluar la accin ritual. Si el acto ritual cumple ms bien una
funcin performativa o ilocucionaria, los objetivos respecto de los cuales
debe analizarse su eficacia son otros distintos de la verificacin sobre la informacin referencial.
El concepto de eficacia aplicado al juicio de residencia cobra un nuevo
cariz desde esta perspectiva. No se trata ya de verificar que la institucin
haya cumplido con sus objetivos explcitos, lo que se vinculara a la dimensin locucionaria del acto y a la informacin referencial que transmita, e
implicara consignar si hay correspondencia entre lo que se hace y lo que se
dice que se hace. Se trata de establecer a qu objetivos remita la eficacia
simblica del juicio de residencia como ritual poltico y cules estados de
realidad modificaba o contribua a recrear la celebracin del mismo. Esto
involucra la pregunta por el significado que transmita y los efectos que produca en la sociedad la ejecucin del juicio, dimensin que solo puede ser
95
Moore y Myerhoff (1977: 14) observan que mientras los rituales religiosos muestran la
existencia de otro mundo en sus intentos por alcanzarlo, en la actuacin de los rituales
seculares se pone en evidencia la existencia de las relaciones sociales y los valores e ideas
que, en general, permanecen ocultos: It displays symbols of their existence and by implicit
reference postulates and enacts their reality.
96
Silvina Smietniansky
tada de la conducta simblica, tenan en este singular marco social y cultural. En trminos generales, esto es lo que ensea la antropologa: a tratar de
comprender la mirada del otro y, en ese proceso, a examinar nuestros propios criterios a partir de los cuales evaluamos la eficacia o la veracidad de
los discursos y las prcticas sociales.
REFLEXIONES FINALES
Las interpretaciones volcadas en este trabajo son resultado del anlisis
de una fuente escrita en dilogo con el contexto histrico de produccin de
ese acontecimiento y con la teora antropolgica sobre la problemtica de los
rituales. De este proceso de investigacin y reflexin construimos dos imgenes que entendemos recorren el documento y que aunque en principio se
oponen y contradicen, como si no tuvieran lgica alguna, encuentran una
interpretacin posible que las contemple y no las anule en tanto elementos
constitutivos de un acontecimiento ritual.
Las mltiples situaciones vividas que ilustra el voluminoso expediente
que nos ocupa difcilmente puedan ser condensadas en esta nica exgesis.
Retomando las interpretaciones vertidas y mantenindonos en la perspectiva ritual, la riqueza de este juicio de residencia -an conspirativo y velado
como sus actores pretendieron que fuera- nos permite preguntarnos e indagar sobre otros problemas. En primer lugar, si bien exista un intento por
silenciar las rencillas locales -en parte esto se logr- los conflictos de uno u
otro modo afloraban; al respecto cabe preguntarnos qu lugar e importancia
adquira la manifestacin de la conflictividad social en este contexto de ritual poltico. Un segundo tema que requiere ser explorado con profundidad
es el de la temporalidad ritual del juicio de residencia. Con esto nos referimos, por ejemplo, a la implicancia de este tiempo fuera del tiempo que
construa la celebracin de la residencia en tanto fenmeno extraordinario,
el tiempo ritual que conclua a los 60 das y fuera del cual las acciones ya
carecan de sentido -como sucedi en Jujuy-, los ritmos internos que marcaban la serie pautada de procedimientos o los efectos de una celebracin simultnea del proceso en las distintas ciudades, entre otros. Podemos tambin mencionar una tercera problemtica: la variabilidad que asumi la celebracin de una misma residencia en distintos lugares. De este trabajo podra
desprenderse la idea de que la multiplicidad de intenciones y acciones que
los sujetos ponan en juego, a la hora de participar del juicio, han quedado
subsumidos en la estructura formal del proceso y han contribuido a la transmisin de un nico contenido. Sin embargo, a partir de un anlisis ms detallado de la forma que el juicio adopt en cada ciudad y de los sucesos y
97
problemas singulares relevados en cada caso, sera posible entrever esas diferencias sustanciadas por la accin de individuos y grupos con intereses y
motivaciones particulares.
En fin, hemos propuesto una perspectiva para comprender el sentido
de la puesta en escena de la residencia en trminos rituales pero entendemos
que la riqueza de la fuente arrastra consigo una cantidad de datos que nos
permiten analizar otras dimensiones de ese acontecimiento ritual cuyo estudio posiblemente nos har reflexionar y reexaminar algunas de las conclusiones esbozadas en este artculo.
AGRADECIMIENTOS
A la Dra. Roxana Boixads por su lectura crtica y las sugestivas observaciones a este trabajo.
BIBLIOGRAFA CITADA
Areces, Nidia
2000. Las sociedades urbanas coloniales. En Enrique Tandeter (dir.);
Nueva Historia Argentina. La sociedad Colonial. Tomo II: 145-188. Buenos Aires, Sudamericana.
Boixads, Roxana
2004. Asuntos de familia, cuestiones de poder: la concordia en el
Cabildo de La Rioja, Gobernacin del Tucumn, 1708. CLAHR 13 (2):
147-171. Albuquerque, University of New Mexico.
Burkholder, Mark y Dewitt Chandler
1984. De la impotencia a la autoridad. La Corona espaola y las Audiencias en Amrica. 1687-1808. Mxico, FCE.
Chiaramonte, Jos Carlos
2003. Modificaciones del Pacto Imperial. En Annino, A. y F. X. Guerra (coord.); Inventando la nacin. Iberoamrica Siglo XIX: 85-113. Mxico, FCE.
98
Silvina Smietniansky
99
Leach, Edmund R.
1976. Sistemas polticos de la Alta Birmania. Estudio sobre la estructura social Kachin. Barcelona, Anagrama.
Lorandi, Ana Mara y Silvina Smietniansky
2004. La conspiracin del silencio. Etnografa histrica de los cabildos
del Tucumn colonial (1764-1769). Jahrbuch Fr Geschichte
Lateinamerikas, band 41: 65-90. Kln, Bhlau Verlag.
Marchionni, Marcelo
1999. Una lite consolidada. El cabildo de Salta en tiempos de cambios.
En Mata de Lpez, Sara (comp.); Persistencias y cambios: Salta y el Noroeste argentino. 1770-1840. Salta, Prohistoria y Manuel Surez ed.
Mariluz Urquijo, Jos Mara
1952. Ensayo sobre los Juicios de Residencia indianos. Sevilla, Escuela
de Estudios Hispanoamericanos.
Moore, Sally F. y Barbara G. Myerhoff
1977. Introduction: Secular Ritual: Forms and Meanings. En Moore S. F.
y B. G. Myerhoff (eds.); Secular ritual: 3-24. Amsterdam, Van Gorcum.
Moutoukias, Zacaras
2000. Gobierno y sociedad en el Tucumn y el Ro de La Plata, 15501880. En Tandeter, E. (dir.); Nueva Historia Argentina. La sociedad Colonial II: 355-412. Buenos Aires, Sudamericana.
Paz, Gustavo L.
1997. Familia, linaje y red de parientes: la lite de Jujuy en el siglo
XVIII. Andes 8: 145-174. Salta, CEPIHA.
Peirano, Marisa
2001. A anlise antropolgica de rituais. En Peirano, M. (org.); O dito e
o feito. Ensaios de antropologa dos rituais: 17-40. Ro de Janeiro, Relume
Dumar.
Pietschmann, Horst
1996. Commentaires sobre el Cap. IV LEtat et les communauts:
comment inventer un empire?. En Gruzinski, S. et N. Wachtel (dirs.);
Le Nouveau Monde. Mondes Nouveaux. Lexperince amricaine: 431444. Pars, ditions Recherche sur les Civilisations, ditions de lcole
des Hautes tudes en Sciences Sociales.
100
Silvina Smietniansky
101
103
Nidia R. Areces*
104
Nidia R. Areces
RESUMEN
El trabajo indaga la funcin del 15 de mayo de 1796 que aconteci
en la frontera norte de la Gobernacin Intendencia del Paraguay en el
marco de una permanente conflictividad y cuyas consecuencias trascendieron el mbito local. La condicin de frontera tnica y militarizada perfil en Concepcin la existencia de una membresa comunitaria pero gener, al mismo tiempo, espacios propicios para la violencia.
Cules fueron en este espacio social las fuentes de conflictos? Fueron el acceso a la tierra, la poltica con los indios, los acuerdos con la
comandancia, el contrabando, las competencias entre familias, las adhesiones polticas? Estas son preguntas que se abordarn al
problematizar este caso puntual teniendo en cuenta los recientes aportes sobre sociedades de frontera. Para ello se sealarn sus causas y se
analizar su naturaleza observando el rol del Estado y buscando los
links entre violencia y sociedad a partir del entramado inicial hasta el
impulso etnologizante de enfrentarse a los otros.
Palabras clave: frontera - violencia - Concepcin - Paraguay - Borbones
ABSTRACT
The paper focuses on the function of May 15th, 1796, taking place in
the north frontier of the Gobernacin Intendencia de Paraguay, in a
situation of permanent conflict, whose consequences transcended the
local sphere. In Concepcin the condition of ethnic and militarized
frontier shaped the existence of a community membership but, at the
same time, created favorable spaces for violence. Which were the
sources of conflict in this social space? Were they access to land, policies
towards the Indians, agreements with the Command, smuggling, rivalry
among families and political adherence? We will focus on these
questions when analyzing this particular case, taking into account
recent contributions on frontier societies. To this end, we will point
out their causes and analyze their nature, considering the role of the
State and looking for the links between violence and society from the
initial framework to the ethnologizing impulse of facing the others.
Key words: frontier - violence - Concepcin - Paraguay - Bourbons
105
INTRODUCCIN
En el caso de Concepcin, frontera norte paraguaya lindante con Mato
Grosso, nos encontramos con una frontera de tipo expansiva, como las muchas que existan y existen en las Amricas cuya caracterstica bsica es que
se encuentran relacionadas con las modalidades de poblamiento, de bsqueda de recursos; en sntesis, con la conquista de nuevas tierras. Considerarlas como nuevas no implica que lo sean desde el punto de vista de sus
pobladores originarios, lo son para los blancos que precisamente se estn
expandiendo en esos territorios. Su misma dinmica seala el termmetro
de su actividad con rasgos conflictivos, de enfrentamientos entre los viejos
pobladores y los recin llegados viviendo un continuo en armas, por lo
que se termina conformando como una frontera militarizada.
En concomitancia con esto, la organizacin del espacio concepcionero
respondi al de una Comandancia cuya jurisdiccin se delimit con la fundacin de la Villa Real de la Concepcin, en 1773. Esta fundacin, como
tantas otras de los Borbones, respondi a los lineamientos de su poltica de
demarcacin y defensa de las fronteras del imperio frente a la temida intrusin de otros pases, en este caso de Portugal. Los polticos reformistas entendan que se haca indispensable la delimitacin de las fronteras para evitar el menoscabo de la soberana y la alteracin del orden, producidas por las
rebeliones de los indgenas sometidos y los ataques de los no sometidos, las
intromisiones misionales, la expansin del contrabando y la penetracin de
otros Estados europeos. Por consiguiente, sustentaban una poltica de expansin y consolidacin territorial, de desarrollo econmico, de fortalecimiento y centralizacin de sus estructuras administrativas, judiciales y militares en el marco del pacto colonial. La puesta en vigencia de dicha poltica,
a partir del Tratado de Lmites de San Ildefonso, implic que partidas
demarcadoras recorrieran la regin con el objetivo de definir los lmites entre ambos imperios. Los resultados obtenidos fueron puestos en las mesas de
negociacin donde las posesiones coloniales se constituan en prendas de
las guerras europeas que jalonaron el siglo XVIII. Pero esos lmites, que constituirn las futuras demarcaciones territoriales entre la Repblica del Paraguay y el Imperio del Brasil, recin sern definidos en el ltimo cuarto del
siglo XIX.
106
Nidia R. Areces
107
108
Nidia R. Areces
109
110
Nidia R. Areces
10
111
11
Los mbays (denominacin paraguaya), guaycurs o cavalleiros (denominacin portuguesa) eran, segn los espaoles, tan soberbios que a todos los gentos confinantes trataban
con desprecio, y estos de alguna manera los respetaban. Para Branislava Susnik (1981) esto
era expresin de una ntima superioridad etnocntrica de un pueblo de conquistadores, de
carcter seorial, que mostraba en su seno una rigurosa divisin en nobles, guerreros y
esclavos. Los portugueses acostumbraban a llamar a los nobles capitanes y a sus mujeres,
galantemente, donas.
12
AGNA Interior. Leg. 41. Exp. 4. Testimonio de la Pieza de los Autos obrados sobre la
accin militar que sostuvo la Guarnicin de la Poblacin de la Concepcin contra los Indios
Mbays. 1796-1797. Carta del Comandante Don Luis Bernardo Ramrez al Sr. Gobernador
Intendente y Capitn General Don Joaqun de Als y Bru, Villa Real de la Concepcin, 10-051796, fs. 1-1 v.
112
Nidia R. Areces
cia reciba de los pobladores afectados por los robos de los mbays,no slo de
ganado sino tambin de criadas guans.
En el marco de conflictividad que se viva en la frontera se produjo la
muerte de dos espaoles por guans del Cacique Roque, hecho de amplia
repercusin. En castigo ste les dio muerte, respondiendo a la reclamacin
del Comandante de Concepcin y satisfaciendo as la demanda que le haba
presentado 13. Pero el problema era ms grave con los mbays. Aclaremos que
una parcialidad guan que mantuvo una permanente alianza con los criollos
en contra de sus antiguos seores, los mbays, y que por sus habilidades era
disputada como mano de obra fue la chavaran, establecida desde los comienzos de la recolonizacin en el Partido de Saladillo y en los campos de
Ibaez, en el Partido de Yuy 14, cuestin a tener en cuenta. Los guans, que
conformaban con los mbays las etnias indgenas de mayor significacin en
la historia de Concepcin, eran agricultores arawak que haban entrado bastante tiempo atrs de la fundacin de la villa en relacin de dependencia con
los mbays. Esta singular relacin simbitica (Kersten 1968: 108) se mantuvo
en Concepcin y se fue modificando en concordancia con los lineamientos de
la recolonizacin criolla que compiti con los mbays por la obtencin de
esta fuerza de trabajo.
Analicemos lo acontecido. Segn la carta del Comandante al Gobernador Intendente, haba llegado a las cercanas de los campos de Agaguig un
ejrcito de Mbays en nmero de setecientos los cuales tomaron su Real a la
costa del ro Aquidabn, cerrando varios pasos del trnsito de las gentes
estancieros. El Comandante reuni entonces un grupo de gente para ir a
contener los insultos pero avisados por los bomberos, los mbays se retiraron a sus toldos en las cercanas del ro Apa dejando en varias estancias el
aviso que para la siguiente luna haban de volver a buscar a sus enemigos
los chavarans. Segn su declaracin, Ramrez no encontraba modo de poner freno a las controversias entre estas dos naciones, todo dimanado de
celos y envidia que tenan los mbays contra los chavarans, a quienes valoraban los vecinos espaoles por su laboriosidad y porque eran tiles al
bien comn. Por su parte, los mbays pretendan que sus enemigos no fueran
tenidos en tanta estima por el espaol. La toldera de los chavarans era
numerosa en comparacin con otras, se supona que contaba con ms de mil
hombres de armas. Por orden del Comandante Ramrez haban sido obligados
a establecerse al otro lado del ro Ipan retirndose de su antiguo sitio ubicado a seis leguas de la Villa. En su nueva radicacin experimentaron grandes
13
ANA SH 163, 6. Expediente para despachar una expedicin contra los monteses, 1795.
14
113
penurias, hambre y epidemias, por lo que retornaron a su anterior emplazamiento con el nimo de trabajar para el espaol como acostumbraban y
mantenerse ellos y sus hijos con sus migajas, dispuestos a guerrear con sus
adversarios mbays y defender a los espaoles en caso urgente. El ganado
robado por los mbays era reconocido por las marcas de sus propietarios
originarios. El cacique Lorenzo pidi ayuda a otros principales para entablar
la lucha contra los chavarans aduciendo que siempre quedaba la posibilidad
de acogerse entre los portugueses. La actitud del mencionado cacique se explicaba porque le haban quitado los campos de Napegue que se encontraban
ahora poblados por el vecino Don Fernando Concha 15. Por lo que observamos, el marco donde transcurre esta historia presenta una gran complejidad,
no slo existen varios frentes tnicos sino que los enfrentamientos son de
carcter intertribal e intertnico.
Siguiendo con el relato: distintos testigos afirmaron que Ibaez hizo
avisar al Cacique Lorenzo su entrada en la toldera mbay con la supuesta
finalidad de iniciar conversaciones y lograr un entendimiento. La narracin
de los hechos que a continuacin se sucedieron es confusa, no queda claro
quin comenz el ataque. Algunos informantes, como veremos, dijeron que
los indios lo haban iniciado, aunque desde un principio algunos caciques
con su gente se haban retirado por el temor de verse confundidos con los
malvolos. Lo cierto es que derrotados los indios y retirados del escenario
de la lucha todas las mujeres y los Caciques Lorenzo, Maquida y Luis con sus
familias -quienes fueron despachados a Villa Real-, Ibez y sus hombres
reservaron entre 74 a 75
Indios de Armas los que fueron encadenados con un lazo y sujetos por los
extremos con caballos sincheros, en cuyo estado hicieron Junta los Capitanes, y temiendo que otros Mbays los socorrieran en perjuicio de ellos, acordaron quitarles la vida como lo ejecutaron matndolos sablazos, macanazos
y lanzazos16.
15
16
114
Nidia R. Areces
encontraban asentados en sus tierras y que eran protegidos por aquellos estancieros y chacreros a quienes servan como dcil y laboriosa mano de obra.
La versin de los hechos que transmiti el Comandante al Gobernador
Intendente, Lzaro de Ribera 17, difiere de la que definitivamente se acept.
Para empezar constituy una defensa del comportamiento de los vecinos
armados, y sobre todo del Teniente Mayor Ibez, los que segn el Comandante estuvieron amparados por una orden expresa que haba emitido para
que los mbays respetasen los tratados de paz que haban hecho con capitulacin sus antepasados. Agregaba adems que Ibez se encontraba amenazado por estos indios que estaban preparados para atropellar su casa, matarlo a l, a su familia y a los indios de servicio que all se encontraban y llevarse a los hijos de estos como sus criados o esclavos. Argumentaba que fue por
esta causa que resolvi despachar a los toldos a 150 hombres a las rdenes
del referido Teniente Mayor con orden de reconvenir a los caciques principales que encontrase, porque estando de paz y an socorrindolos de carne
cuando lo necesitaban todos los pobladores andaban amenazando los valles,
y gentes de la campaa. El objetivo era que los mbays mantuvieran el acuerdo con la prevencin que si hiciesen armas contra ellos movidos de su poca
lealtad, soberana, soberbia, y ambicin los acometiesen ponindose en
defensa, a fin de que no quedasen atadas las armas de mi Soberano, y sin
castigo su altivez, y osada. Segn este informe los hechos se desencadenaron cuando estaban tratando, por intermedio de los lenguaraces, con el cacique Lorenzo
los soldados de ste y los de varios caciques de Itapuc que se hallaban all,
mano a sus armas, e hirieron dos a tres soldados, con cuyo motivo puestos
en defensa los nuestros con una intrepidez valerosa, asociados del buen
orden del superior, y mando de sus capitanes atropellaron la toldera con
17
Militar de carrera e ingeniero, Lzaro de Ribera haba sido, en 1784, asignado a Montevideo como uno de los comisionados responsables de las negociaciones sobre lmites entre
Espaa y Portugal; en ese mismo ao, haba sido nombrado gobernador de Moxos, plaza
que no conformaba sus aspiraciones por lo que solicitaba insistentemente su relevo. Por los
servicios prestados fue recomendada su promocin al Rey por el Virrey Arredondo y por la
Audiencia de Charcas siendo designado Gobernador Intendente del Paraguay en el mismo
ao que elabor el plan de defensa de la frontera lindante con los dominios brasileos. Sus
proyectos e informes -confusos y con profusin de citas- no eran, las ms de las veces,
comprendidos por sus superiores dando lugar a controversias y disputas, tal fue la que
mantuvo con el Virrey Avils cuando ocupaba la Gobernacin Intendencia mencionada.
Otro enemigo suyo fue Flix de Azara, comisionado por la Corona, enemistad ocasionada
por la defensa que hiciera del mantenimiento del sistema de comunidades de los guaranes.
Permaneci en el Paraguay en el cargo para el que fuera designado hasta 1806.
115
18
AGNA Interior. Leg. 41. Exp. 4. Testimonio de la Pieza de los Autos obrados sobre la
accin militar que sostuvo la Guarnicin de la Poblacin de la Concepcin contra los Indios
Mbays, 1796-1797. Carta del Comandante Don Luis Bernardo Ramrez al Sr. Gobernador
Intendente Don Lzaro de Ribera, Villa Real de la Concepcin, 18-05-1796, fs. 4 v.- 6.
19
20
AGNA Interior. Leg. 41. Exp. 4. Testimonio de la Pieza de los Autos obrados sobre la
accin militar que sostuvo la Guarnicin de la Poblacin de la Concepcin contra los Indios
Mbays, 1796-1797. Carta del Comandante Don Luis Bernardo Ramrez al Sr. Gobernador
Intendente Don Lzaro de Ribera, Villa Real de la Concepcin, 18-05-1796, 7 v.
21
AGNA Interior. Leg. 41. Exp. 4. Testimonio de la Pieza de los Autos obrados sobre la
accin militar que sostuvo la Guarnicin de la Poblacin de la Concepcin contra los Indios
Mbays, 1796-1797. Carta del Comandante Don Luis Bernardo Ramrez al Sr. Gobernador
Intendente Don Lzaro de Ribera, Villa Real de la Concepcin, 20-05-1796, fs. 8-9.
116
Nidia R. Areces
22
AGNA Interior. Leg. 41. Exp. 4. Testimonio de la Pieza de los Autos obrados sobre la
accin militar que sostuvo la Guarnicin de la Poblacin de la Concepcin contra los Indios
Mbays, 1796-1797. Carta del Comandante Don Luis Bernardo Ramrez al Sr. Gobernador
Intendente Don Lzaro de Ribera, Villa Real de la Concepcin, 20-05-1796, fs. 9 y 9 v.
23
24
ANA NE 479. Luis Bernardo Ramrez Comandante de Villa Real al Gobernador Intendente
Joaqun Als, 4-12-1791.
117
25
118
Nidia R. Areces
naron aun pasajeramente, que en pechos Espaoles cupiesen tan bajos,
y bastardos pensamientos 26.
Sin embargo, al poco tiempo las condenas se diluyeron. Fueron los acontecimientos revolucionarios los que dejaron una huella indeleble en la vida
de algunos de los actores de este juicio, no slo en Ibez, como veremos, sino
en el Comandante Pedro Gracia quien abandon precipitadamente la poblacin a su cargo para refugiarse en los establecimientos portugueses del Mato
Grosso, con los que mantena aceitadas relaciones.
La funcin trajo como consecuencia la emigracin de los mbay guas
hacia territorio portugus. En su memoria qued el vil acto cometido por los
espaoles: asesinar a enemigos desarmados -acto que nada ni nadie puede
justificar-. Se perda as una fiel amiga, como deca Ribera, que hasta ese
momento resida en el territorio de la Villa Real contribuyendo a aumentar
los recursos y, lo que era ms provechoso, sirviendo de estorbo a las empresas de los Portugueses. Estos a su vez los recibieron con los brazos abiertos,
se confederaron y se reforzaron con su apoyo y con el de otras tribus sirviendo para potenciar los planes que haban concebido para debilitar el poder espaol y aumentar el suyo, encubrir sus ocupaciones clandestinas y
consolidar sus establecimientos con los ganados que haban robado los indios. Los espaoles decan que los portugueses les haban enseado a los
Brbaros el manejo de las armas de fuego y los incitaban para que entrasen
en un pas abierto y dilatado a ejercitar sus crueles sorpresas 27.
Es interesante en este sentido el relato del Capitn Rodrgues do Prado,
entonces Comandante de Coimbra, al firmarse la paz con los guaycurs en
1797. Antecedi a la misma el entendimiento logrado con los caciques por
un cabo de dragones despus del cual, y pasado un ao, firmaron con el
capitn general el tratado de alianza. Para asegurarse, en ese nterin los
caciques haban mandado como espas a tres cautivos suyos, los cuales al
presentarse pareca que caminaban al patbulo. Estos fueron atendidos con
grandeza, vestidos con pao de algodn y hasta se les dio facones y anzuelos, envindolos as muy contentos y complacidos de regreso (Rodrgues do
Prado 1856 [1795]). Al firmarse la paz los caciques fueron hospedados y cargados de ddivas, por lo que tambin se fueron muy satisfechos comenzando
26
AGNA 9-30-5-8 Interior Leg. 41 Exp. 4. Expediente N 882. Leg. N 36 Interior. (en la
cartula). Testimonio de la Primera Pieza de los Autos obrados sobre la accin militar que
sostuvo la Guarnicin de la Poblacin de la Concepcin contra los Indios Mbays. AGNA 930-5-7 Interior Leg. 40 Exp. 3. AGNA 9-30-5-9 Interior leg. 42 Exp. 20.
27
ANA SH 192. Informe del Gobernador Intendente del Paraguay al Virrey. Asuncin, 1803
(borrador).
119
28
120
Nidia R. Areces
29
30
31
121
33
34
35
36
ANA P y T 24, 8.
122
Nidia R. Areces
37
AGNA 9 30-5-8, Interior Leg. 41, Exp. 4 y 21; 9-30-5-7, Interior Leg. 40, Exp. 3; 9-30-59, Interior Leg. 42, Exp. 20. Ver tb. ANA P y T 167,5; NE 3383, 3384, 3307 y SH 164,4.
38
AGNA 9-30-5-8 Interior Leg. 4, 1 Exp. 4. Expediente N 882. Leg. 36 Interior. (En la
cartula) 1er. Testimonio de la Primera Pieza de los Autos obrados sobre la accin militar
que sostuvo la Guarnicin de la Poblacin de la Concepcin contra los Indios Mbays.
AGNA 9-30-5-7 Interior Leg. 40 Exp. 3. AGN 9-30-5-9 Interior Leg. 42, Exp. 20.
123
Lo ms significativo es el sealamiento que hace respecto a los agresores. Expresaba que estos, despus que hollaron todas las Leyes de la humanidad, intentaron aprovechar el cambio de autoridad en la Gobernacin
Intendencia. Para ocultar el delito dirigieron al nuevo mandatario informes
falsos, en los cuales pintaron la tragedia como una accin la ms justa y
gloriosa a las Armas del REY. De esa manera deca que se daba crdito a
los delincuentes, sacaba reos a los mismos Indios que haban sido inicuamente
sacrificados, y embaraza las providencias que en aquel momento podan tomarse, para el castigo de los Culpados 40. Es de entender que, en los hechos,
frecuentemente tanto espaoles como indgenas obstaculizaron las disposiciones de los Borbones respecto a las polticas a seguir con los indios brbaros, siendo uno de sus objetivos prioritarios la defensa y expansin de las
fronteras del Imperio (Weber 1998: 168).
39
AGNA. 9-30-5-9. Interior. Leg. 42. Exp. 20. Quinta Piesa de los Autos obrados con el
motivo de las muertes de los Indios Mbays. N 261. El Gobernador Intendente del Paraguay
Don Lzaro de Ribera al Exmo. Sr. Virrey Don Antonio Olaguer Feliz, Asuncin del Paraguay, 15 de enero de 1798, fs. 61- 63 v.
40
AGNA. 9-30-5-9. Interior. Leg. 42. Exp. 20. Quinta Piesa de los Autos obrados con el
motivo de las muertes de los Indios Mbays. N 261. El Gobernador Intendente del Paraguay
Don Lzaro de Ribera al Exmo. Sr. Virrey Don Antonio Olaguer Feliz, Asuncin del Paraguay, 15 de enero de 1798, fs. 63 v.- 65 v.
124
Nidia R. Areces
La situacin en el caso analizado se enturbiaba ms an con las disputas y altercados entre los Comandantes de San Pedro de Icuamandiy y
Villa Real de la Concepcin. El primero y ya citado, Pedro Gracia, sostena
que los espaoles deban acudir a los caciques mbays para hacer las paces,
coincidiendo en cierta medida con la poltica oficial de mantener con los
caciques aliados la mejor armona y concluir una paz slida y ventajosa con
las naciones brbaras. Ramrez, por su parte, insista prioritariamente en la
implementacin de medidas punitivas para sostener y cubrir los establecimientos de la jurisdiccin, preservar el comercio y defender as los dominios
de su Majestad. Dos posiciones contrapuestas que estn presentes en las relaciones entre blancos e indios y que caracterizan las formas de dominacin y
las estrategias y tcticas a seguir. No hay que pensar que frente a estos comportamientos los pueblos indios se muestran pasivos; por el contrario, las respuestas son mltiples y dan cuenta de su capacidad de iniciativa.
Completaba la conflictividad del cuadro la falta de subordinacin de
una Milicia que no es pagada, que siempre se junta sin orden ni concierto y
que no conoce disciplina alguna. Frente a esto Lzaro de Ribera propuso un
sistema pacfico para defender la frontera y para ello destin a Don Jos
del Casal como Jefe Superior de la Frontera Norte, con el mandato de atajar
las competencias de la Villa Real y seguir las Instrucciones que haba dictado. ste contaba con la singular confianza del Superior Gobierno que lo
haba nombrado en aquellos das Alcalde Ordinario de Asuncin para dirimir la discordia ocurrida en ese Cabildo durante las elecciones de 1796. En
ese momento ejerca el cargo de Comandante de Tapa aunque sin Real
Despacho como sucede con casi todos los del Pas, por no ser estas Milicias
Regladas, ni estar aprobadas por S. M. 41.
Con esta designacin no quedaba dirimido el problema suscitado en la
frontera; todo lo contrario, la actuacin de Casal no fue para nada satisfactoria. Inform que, en concordancia con la misin que se le haba encomendado, haba celebrado con las Naciones Brbaras una Paz slida y estable, lo
cual no guardaba ningn grado de verdad. En resguardo de sus intereses
personales Casal se retir de Villa Real con precipitacin, a pesar de las rdenes que tena de mantenerse en ella y sin esperar los Prisioneros que haba
pedido, de ese modo priv del nico recurso que nos haba quedado para
sacar partido de la Nacin ofendida. A los pocos das, los indios atacaron el
41
AGNA. 9-30-5-9. Interior. Leg. 42. Exp. 20. Quinta Piesa de los Autos obrados con el
motivo de las muertes de los Indios Mbays. N 261. El Gobernador Intendente del Paraguay
Don Lzaro de Ribera al Exmo. Sr. Virrey Don Antonio Olaguer Feliz, Asuncin del Paraguay, 15 de enero de 1798, fs. 65 y 66.
125
Fuerte de San Carlos del Ro Apa llevndose ms de 200 caballos del Rey y
de los Milicianos. Resultaba entonces que las hostilidades se estaban produciendo al mismo tiempo que Casal aseguraba que no las haba. Ribera acus
a Casal de ignorante y falto de conocimientos de papeles. Debido a su
cuestionable actuacin fue reemplazado en sus funciones por Don Jos Antonio de Zavala y Delgadillo 42.
Con referencia a la milicia, el Gobernador Intendente especificaba que
desde que se haba conquistado el Paraguay todos los provincianos servan
a su Pas con Armas y caballos, en Destacamentos, expediciones contra los
Indios Brbaros. Segn un informe annimo las milicias en el Paraguay,
que desde los primeros tiempos se ejercitaban en el Real Servicio y Defensa
de la Provincia contra los infieles que la hostilizan e invaden, eran costeadas por el mismo vecindario, sin que el Real Erario hubiera jams contribuido
con las necesarias municiones, armas, plvora, balas, caballos ni vveres 43. Era
costumbre que a fin de mantener la defensa de la frontera los dueos de las
haciendas aportaran ganado vacuno para la subsistencia de la tropa. Esto en
ltima instancia terminaba beneficindolos, y en ello se inclua a Casal, argumentando que todo el peso de las fatigas y trabajos recae sobre los Pobres,
siempre subordinados a los caprichos y vejaciones de los Poderosos. Hay
que aclarar que sujetos que eran encomenderos como Casal no estaban obligados a cumplir con ese servicio 44. El Gobernador estableci adems una
comparacin -haciendo gala de conocer en profundidad lo que estaba pasando en la Comandancia de Concepcin- con la actuacin de otro hacendado
que no era encomendero, Don Juan Bautista Ribarola, quien haca ms de
seis meses que estaba sirviendo a su costa con total abandono de su casa y
haciendas, un ejemplo que tena que hacer sonrojar a Casal, quien con
falsedad haba dicho que nadie hizo ni har despus su decantado servicio de tres meses. Estas expresiones fueron calificadas de las ms delincuentes y pronunciadas por ese personaje de criminal conducta. En efecto, abusando de la comisin que se le haba confiado slo haba pensado en
poner a cubierto su hacienda reuniendo para ello a las tropas auxiliares,
42
AGNA. 9-30-5-9. Interior. Leg. 42. Exp. 20. Quinta Piesa de los Autos obrados con el
motivo de las muertes de los Indios Mbays. N 261. El Gobernador Intendente del Paraguay
Don Lzaro de Ribera al Exmo. Sr. Virrey Don Antonio Olaguer Feliz, Asuncin del Paraguay, 15 de enero de 1798, fs. 58 v.- 73.
43
44
AGNA IX 5, 3, 7. Informe annimo sobre milicias del Paraguay. Buenos Aires, 12-9-1774.
El sistema de encomienda recin fue suprimido en la Gobernacin Intendencia del Paraguay en 1806, siendo una de las regiones de la Amrica espaola donde subsisti durante
ms largo tiempo.
126
Nidia R. Areces
AGNA. 9-30-5-9. Interior. Leg. 42. Exp. 20. Quinta Piesa de los Autos obrados con el
motivo de las muertes de los Indios Mbays. N 261. El Gobernador Intendente del Paraguay
Don Lzaro de Ribera al Exmo. Sr. Virrey Don Antonio Olaguer Feliz, Asuncin del Paraguay.
127
cia de una acumulacin de agravios personales entre sujetos influyentes cuyas causas pueden ser mltiples.
128
Nidia R. Areces
129
BIBLIOGRAFA CITADA
Arendt, Hannah
1970. Sobre la violencia. Mxico, Cuadernos de Joaqun Mortiz.
130
Nidia R. Areces
Azara, Flix de
1943 [1801]. Memoria sobre el estado rural del Ro de la Plata y otros
ensayos. Buenos Aires, Editorial Bajel.
Barth, Fredrick
1976. Los grupos tnicos y sus fronteras. Mxico, Fondo de Cultura Econmica.
Gomes Jardim, Ricardo
1850. Continuao do parecer sobre os indios Uaicurus e Guans, etc.
Revista Trimestral de Historia e Geographia ou Jornal do Instituto e
Geographia Brazileiro 7, 26: 204-390. Rio de Janeiro, Typographia Universal de Laenmert.
Pereira Ferraz, Antonio Leoncio
1929. Memoria sobre as fortificaes de Matto Grosso. IHGB 156. Rio
de Janeiro.
Prez de Rivas, Andrs.
1985 [1645]. Historia de los triunfos de nuestra santa f entre gentes las
ms brbaras y fieras del nuevo orbe II. Hermosillo, Gobierno del Estado de Sonora.
Riekenberg, Michael
2000. Algunos comentarios sobre literatura reciente acerca de la violencia y del Estado en Amrica Latina. En Knig, Hans Joachim, Tristan
Platt y Colin Lewis (coords.); Estado-nacin, Comunidad Indgena, Industria. Tres debates al final del Milenio. Cuadernos de Historia Latinoamericana 8: 71-93. Leiden, Asociacin de Historiadores
Latinoamericanistas Europeos.
Rodrgues do Prado, Francisco
1856 [1795]. Historia dos Indios Cavalleiros ou da Nao Guaycur.
Escripta no Real Presidio de Coimbra. Em que descreve os seus usos e
costumes, leis, allianas, ritos e governo domestico, e as hostilidades
feitas a differentes naes barbaras, aos Portuguezes e Hespanhoes, males
que ainda sao presentes na memoria de todos. Revista do Instituto
Historico e Geogrphico do Brazil I, 1 Serie: 25-57. Rio de Janeiro,
Typographia Universal de Laenmert.
131
Schmidl, Ulrico
1938 [1557]. Derrotero y viaje a Espaa y las Indias. Santa Fe, Instituto
social, Universidad Nacional del Litoral.
Susnik, Branislava
1981. Los aborgenes del Paraguay. Etnohistoria de los Chaqueos. Asuncin, Museo Etnogrfico Andrs Barbero.
1990/91. Una visin socio-antropolgica del Paraguay del Siglo XVIII.
Asuncin, Museo Etnogrfico Andrs Barbero.
Weber, David J.
1998. Borbones y Brbaros. Centro y periferia en la reformulacin de la
poltica de Espaa hacia los indgenas no sometidos. Anuario 13: 147171. Tandil, IEHS.
BIBLIOGRAFA DE REFERENCIA
Acevedo, Edberto Oscar
1996. La Intendencia del Paraguay en el Virreinato del Ro de la Plata.
Buenos Aires, Ciudad Argentina.
Aguirre, Juan Francisco
1911-1912 [1793]. Diario del Capitn Juan Francisco Aguirre en la Demarcacin de Lmites de Espaa y Portugal en La Amrica Meridional.
Boletn del Instituto Geogrfico Argentino VII-VIII. Buenos Aires.
Almeida Serra, Ricardo Franco de
1844 [1797]. Extracto da Descripo Geographica da Provincia de Mato
Grosso. Revista Trimestral de Historia e Geographia ou Jornal do Instituto Historico e Geographico Brazileiro 21: 156-196. Rio de Janeiro, Imprenta Americana de I. P. Da Costa.
1858 [1800]. Memoria ou informao dada ao governo sobre a Capitania
de Mato-Grosso. Revista Trimestral de Historia y Geographia ou Journal
do Instituto Histrico e Geographico Brazileiro 2: 19-48. Rio de Janiero,
Imprenta Americana de I. P. Da Costa.
1845 [1803]. Parecer sobre o aldeiamento dos Indios Uaicurs e Guans,
com a descripo dos seus usos, religio, estabilidade e costumes. Re-
132
Nidia R. Areces
vista Trimestral de Historia y Geographia ou Journal do Instituto Histrico e Geographico Brazileiro 7, 26, Rio de Janiero, Imprenta Americana
de I. P. Da Costa.
Alvarenga Caballero, Antonio
1976. La Villa Real de la Concepcin y la defensa de la marca hispnica
del norte. Estudios Paraguayos IV (20): 115-126. Asuncin, Universidad Catlica de Asuncin.
Areces, Nidia R.
1992. Concepcin, frontera norte del Paraguay durante la Gobernacin
Intendencia, espacio de conflicto colonial. Andes 5: 39-70, Salta, CEPIHA
- Universidad Nacional de Salta.
Arrllaga, Rene Ferrer de
1985. Un siglo de expansin colonizadora. Los orgenes de Concepcin.
Asuncin, Editorial Histrica.
Audibert, Alejandro
1988. Los lmites de la antigua provincia del Paraguay. Buenos Aires,
Justoni Hnos.
Beverina, Juan
1935. El virreinato de las provincias del Ro de la Plata: Su organizacin
militar. Buenos Aires, Librera El Ateneo Editorial.
Cardozo, Efram
1968. Historia de la Gobernacin del Paraguay desde su autonoma en
1618 hasta la revolucin de 1810. En Roberto Levillier (ed.); Historia
Argentina. Buenos Aires, Plaza & Jans.
Cooney, Jerry
1990. Economa y sociedad en la Intendencia del Paraguay. Asuncin,
Centro Paraguayo de Estudios sociolgicos.
Guevara, Jos
1908. Historia del Paraguay, Ro de la Plata y Tucumn. Anales de la
Biblioteca V. Buenos Aires, Editorial Coni hermanos.
Kersten, Ludwig
1968. Las tribus indgenas del Gran Chaco hasta fines del siglo XVIII.
133
134
Nidia R. Areces
135
Gabriela Caretta*
Isabel Zacca **
136
RESUMEN
Los enterratorios como lugares no solo reflejan el status social, la condicin tnica y jurdica del enterrado, sino adems todo un entramado
de relaciones sociales entre las que encontramos rasgos de exclusin,
lazos de sujecin, vinculaciones personales y de grupos. Los lugares
de entierro no pueden entenderse sin la consideracin de los imaginarios en torno a la muerte.
Nos centraremos en los espacios destinados al entierro en la ciudad de
Salta a lo largo del siglo XVIII para reconocer en ellos lugares; es
decir, espacios cargados de sentido para sus habitantes. El concepto
de lugar nos remite a la construccin concreta y simblica del espacio, en el que los historiadores, sin caer en la ilusin de su transparencia, pueden leer marcas sociales, pautas de identificacin, estratificacin y conflictos as como indicios acerca de la presencia de imaginarios que valoran y sostienen el entierro en el centro de la ciudad.
Palabras clave: colonia - Salta - muerte - simbolismo
ABSTRACT
Burials not only reflect the legal, social and ethnic status of individuals,
they also show a network of social relationships among which we find
signs of exclusion, subjection and personal and collective links. The
complexity of burial places cannot be understood without considering
peoples imaginary about death. We will focus specifically on spaces
thought of as burial grounds on Salta city during the eighteenth Century
in order to recognize places full of meaning to their inhabitants. The
concept of place refers to the real and symbolic construction of space
and Historians, without falling in an ethnographic illusion of
transparency, are able to search for social markers and signs of identity,
hierarchy and stratification as well as some clues regarding different
imaginaries which give value and sustain those burial places in the
towns center.
Key words: colony - Salta - burial - places - symbolism
137
INTRODUCCIN 1
La ciudad de Salta, ubicada en el espacio surandino articulado con el
Alto Per por la circulacin de bienes, hombres y mujeres, mantiene la traza
original delimitada por los tagaretes. Estas zanjas conforman los lmites de la
planta hasta entrado el siglo XVIII y ayudan a construir la imagen de una
ciudad contenida en la que las fosas naturales se elevan cual muros medievales (Caretta y Zacca 2004).
Los lugares de entierro se encontraban dentro de los muros y componan, por tanto, el habitar de la ciudad: hombres, mujeres y nios vivan,
rezaban, intercambiaban miradas, se bautizaban, consagraban o casaban sobre el suelo que cubra los cadveres de sus familiares o conocidos y de todos
aquellos a quienes la muerte haba encontrado en la ciudad o en sus alrededores.
Qu relacin podemos establecer entre la ciudad de los vivos y la de
los muertos? Cmo define la primera los lugares de entierro y cmo el
enterratorio aporta elementos en la construccin de los lugares sociales? Estas constituyen algunas de las preguntas que guiaron el trabajo.
La propuesta es centrar la mirada en los espacios destinados al entierro
en la ciudad de Salta a lo largo del siglo XVIII y reconocer en ellos lugares;
es decir, espacios cargados de sentido para sus habitantes. El concepto de
lugar remite a la construccin concreta y simblica del espacio; en el que
los historiadores, sin caer en la ilusin etnogrfica de su transparencia, pueden leer marcas sociales, pautas de identificacin, estratificacin y relaciones, as como indicios sobre la presencia de imaginarios que valoran y sostienen el entierro en el centro de la ciudad.
En general, los estudios histricos sobre la muerte, siguiendo la tradicin francesa de las dcadas de 1970 y 1980, han privilegiado las actitudes
hacia la muerte preocupados por historizar y relativizar cuestiones naturalizadas por la sociedad occidental (Delumeau 1972, Aries 2000, Vovelle 2002).
La mirada se centraba en la actitud ante el moribundo y la ritualidad que
1
Una versin preliminar del presente artculo se present en el 8 Congreso Argentino de
Antropologa Social, Salta, 2006.
138
139
3
Es sabido que a la demografa le interesa establecer ndices y tendencias. As, a la
construccin de estas series le segua un afinamiento de los resultados, hasta poder
expresarlos en ndices, medias, medianas y tendencias. No obstante, las series reflejan
crisis, algunas profundas y propias del comportamiento demogrfico antiguo.
4
Carlo Ginzburg distingue dos estrategias cognoscitivas: una encaminada a reconstruir la
norma, ms all de las anomalas individuales asociada al paradigma galileano, y la otra
dirigida a reconstruir esas anomalas, o sea el paradigma indiciario. Es obvio agrega: que
el estudio de las anomalas presupone el conocimiento de la norma (Ginzburg 2004: 119).
5
En trabajos anteriores hemos presentado el proceso centrando la atencin en dos momentos: la dcada de 1730 con su conflictividad de la expansin hacia la frontera este y la de
1790 con los cambios vinculados a las polticas borbnicas y al pensamiento ilustrado.
140
141
en las que los espacios para la vida se superponen con los destinados a los
muertos, es posible considerar a los enterratorios en trminos de lugares
antropolgicos.
6
La expresin espaoles que utilizaremos a lo largo del texto corresponde al uso expresado en los registros parroquiales.
7
No contamos con los registros de entierros de espaoles para la dcada de 1730; sin
embargo, de los testamentos se desprende la relacin de estos con las rdenes religiosas,
en algunos casos conformando las terceras rdenes (Cfr. Caretta y Zacca 2004).
8
Cfr. Punta (1997), Casalino (1999: 338), Peire (2000), Di Stefano y Zanatta (2000: 167), Will
de Chaparro (2003: 77), Caretta y Zacca (2004).
142
A diferencia de lo observado para otros espacios de la Amrica espaola en Salta no encontramos templos o cementerios dedicados exclusivamente a la atencin de naturales; la matriz y su cementerio muestran la confluencia del entierro de distintos sectores sociales. En el patio adyacente al templo
se inhumaban indios, negros y afromestizos mientras en el interior de la iglesia encontramos, junto a espaoles, indios libres y de encomienda, negros
esclavos y afromestizos libres. Esta confluencia de cuerpos nos ha llevado a
repensar las bases de la estratificacin social y el peso del lugar en la construccin y actualizacin de las posiciones sociales, fundada en la nocin de
interaccin social 9.
Nidia Areces seala que la nocin de interaccin aade fundamentalmente una nueva
perspectiva epistemolgica, porque en la comprensin de los fenmenos humanos, sita
en un primer plano a los procesos de comunicacin y de informacin, los principios de
causalidad circular y de retroaccin [] implica una relacin dialctica. Es decir, si la
interaccin es el campo donde las relaciones sociales se actualizan y se reproducen,
constituye tambin un espacio de juego, donde pueden introducirse la intervencin y el
cambio y donde, en cada instante, se funda de nuevo el vnculo social. Agradecemos a la
Dra. Nidia Areces habernos facilitado una versin preliminar de su ensayo La etnohistoria,
un campo del saber y sus aportes a los estudios regionales -presentado en el IX Encuentro
de Historia Regional Comparada, Santa Fe, junio de 2007- en el cual se destaca el apartado
El concepto de interaccin social y sus implicancias en las disciplinas sociales.
143
Tagarete
Cementerio
C
a
l
l
e
Interior de la Iglesia
Matriz
Casa solar
de vecinos
de la
ciudad
R
e
a
l
PLAZA
No contamos en Salta con el plano de distribucin de solares para la fundacin. El primer plano
de la ciudad corresponde a uno de la segunda mitad del siglo XVIII. Tampoco existen planos de
la matriz vieja, sin embargo, de la descripcin de los registros notariales de compra-venta de
propiedades, del plano mencionado y del detalle del leo de Penutti (mediados del siglo XIX)
que reproducimos en pginas siguientes podemos reconstruir aproximadamente la ubicacin y
dimensin del antiguo templo de la matriz; con las consideraciones acerca de los dos espacios,
el interior y el exterior, para el que las fuentes reservan el nombre de cementerio.
144
145
Pedrera 10, viva y no han podido descubrir a sus padres 11. El entierro de
Mara fue realizado en el interior de la matriz, con entierro mayor de limosna. Los detalles del registro son poco frecuentes en el libro analizado: remiten al ataque y la matanza, se ubica el lugar del ataque prximo a la ciudad,
se destaca el hecho extraordinario de haberla encontrado con vida, aunque
fallece al poco tiempo 12, y la ritualidad que rodea su inhumacin con un
entierro mayor.
Mara, prvula y hurfana, es una ms de las tantas mujeres ignotas a
las que la administracin colonial daba sumariamente el nombre de Mara y
muchas veces tambin el apellido Sisa, como otras que en el espacio surandino
encontrar Luis Miguel Glave a quienes dedicar su escrito sobre Mujer
indgena, trabajo domstico y cambio social en el siglo XVII (Glave 1989:
305-362). De haber muerto en otras condiciones esta nia hubiese sido
inhumada en el cementerio con entierro menor y de limosna 13. Sin embargo,
en el contexto reseado, la ritualidad extraordinaria presidida por el Obispo
construye la dimensin religiosa de la guerra contra los brbaros y su justificacin, sostenida en una teatralidad barroca que suma a la profusin de
pompas fnebres el rasgo milagroso de haberla encontrado viva entre cadveres degollados.
As, el rito reiterado de enterrar a los muertos, distinto por lo extraordinario de la muerte de Mara y el contexto de guerra, refuerza el proceso de
construccin del yo/espaol/vecino frente al otro/indio enemigo/brbaro y
compone el enterratorio como lugar.
10
11
12
13
Este tipo de entierro se da a todos los nios hurfanos en las dcadas analizadas, a
excepcin de nuestra Mara.
146
Iglesia matriz
Recorte del leo Vista de la ciudad de Salta, realizado en 1854 desde el cerro
San Bernardo atribudo al pincel del italiano Giorgio Penutti.
AAS, Prevenciones que hace el Iltmo. Sr. Dr. Dn. Nicols Videla del Pino, obispo electo
147
El centro del templo fue el espacio comn a los espaoles, las notas de
lugar social parecen marcarlas los tipos de entierros: desde los menores rezados y con cruza baja, a los mayores -aunque a veces sean de limosna- y los
cantados con toda pompa, posas, capas y sobrepellices del clero asistente,
adems de la limosna a los pobres y el convite de honras y cabo de ao.
El templo fue tambin el lugar para los caciques amigos y sus esposas, quienes fueron enterrados con entierro mayor y posas 15. Los cuerpos
trasladados en andas y con sus cortejos acompaados por el cura iban desde
el lugar de velatorio hasta el centro de la ciudad, frente a la plaza principal y
realizaban paradas en las que se rezaban los responsos con toda solemnidad.
Estos entierros que por su ritualidad no debieron pasar desapercibidos para
la sociedad, nos acercan a la dimensin poltica de la relacin entre los espaoles y los indios considerados amigos y cristianos, reforzada por la condicin privilegiada del cacique, la cual es puesta en escena en las prcticas
rituales constituyendo marcas del lugar.
El entierro de esclavos en el interior de la matriz, asociado en el registro
al cargo de sus amos, se entiende en el entramado de las condiciones materiales y de las prcticas simblicas, el contexto social en el que se valoraba al
esclavo, la situacin econmica y el estatus social de los amos (Caretta y
Zacca 2006).
El entierro de indios de encomienda, negros y afromestizos esclavos en
el mbito de lo espaol se encuentra asociado, en el registro, a su condicin
de servicio. D. Ignacio Plazaola enterr, entre 1730 y 1737, a tres esclavos:
mientras que para los dos entierros en el cementerio solo se consigna su
nombre, para el caso del esclavo que fue enterrado en la matriz, y por el que
pag dieciocho pesos, junto al nombre del propietario figura su cargo capitular. Evidentemente, Plazaola encontr ms apropiado enterrar a su esclavo
en la matriz cuando ejerca su cargo capitular o, al menos, quiso dejar sentada esta condicin asociada a la propiedad del esclavo que se enterr en la
iglesia matriz 16. Sin embargo, no deben dejar de considerarse las relaciones
personales entre amo y esclavo ya que en ciertos casos de esclavos o esclavas
el amo pagaba el arancel correspondiente al entierro en el interior del templo.
del nuevo obispado de Salta a todos los curas, a cerca de los entierros de adultos y
prvulos. Dado en Reduccin de Abipones, Agosto 3 de 1808.
15
16
148
Tagarete
Cementerio
Presbiterio
C
a
l
l
e
R
e
a
l
Medio
Coro
PLAZA
No hemos podido localizar an planos o croquis del primitivo templo de la matriz. Sin embargo, de la descripcin
de los registros parroquiales, del plano de la ciudad de la segunda mitad del siglo XVIII, del detalle del leo de
Penutti (mediados del siglo XIX) y de los datos del Arancel eclesistico, podemos afirmar que el templo era de
una nave, con orientacin Sur-Norte, con su atrio sobre una de las calles reales (hoy Espaa) y en continuidad
con la plaza principal, que como todas las de su poca era plaza seca. El interior del templo y el patio adyacente
sirven de enterratorio, sin embargo las fuentes reservan la denominacin de cementerio al espacio externo al
templo.
149
El interior del templo fue tambin el lugar de los mulatos libres: los
curas prrocos asentaron su filiacin, oficio, grupo de pertenencia y solidaridades. Este fue el caso de Thereza (1734), de quien se destaca su vinculacin
con otros mulatos libres al decir de la casa de los Paz, mulatos libres 17.
Esta referencia sugiere la conformacin de una unidad domstica con capacidad para elegir y pagar el entierro de uno de sus miembros en el interior de
la parroquia. Se revela, adems, la fuerza cohesiva del grupo de mulatos
libres que no necesariamente aparece asociado explcitamente a una cofrada 18.
En el interior del templo tambin encontramos algunos indios libres junto a prvulos espaoles y esclavos. Resulta significativo que el nico entierro
de limosna correspondi a una prvula nieta de la mayordoma de la cofrada
de Jess Nazareno. El caso nos remite a la importancia cohesiva que tuvieron
las cofradas, generando solidaridades de distinto orden, para las que la muerte
resultaba un momento de importancia 19.
Los entierros de limosna, en el interior o en el exterior del templo, merecen una consideracin particular: en tanto la limosna era, hacia 1790, lo que
se daba al pobre condolindose de su miseria o para ayuda de alguna obra
pa 20. El entierro bajo esta condicin pona en relacin al entorno del difunto
y al cura que enterraba, anudando las nociones de caridad y pobreza 21, sumando una marca ms -asentada en el propio registro- a la construccin del pobre
(Caretta y Zacca 2007). Merecan este entierro los notoriamente pobres,
aquellos vistos y considerados como tales, as el entierro reforzaba bajo el
adjetivo de limosna un lugar social reconocido por los dems. El entierro
mayor de Luis Gonzaga un prvulo cuyos padres, don Hilario Ruis y doa
Francisca Lira, abonaron lo que buenamente pudieron 22 muestra la relacin
17
18
19
20
21
22
150
151
lograra, pudiera o quisiera eliminar las interferencias que terminaban alcanzando a los mestizos, los negros y los espaoles pobres. En este caso podemos
decir que la ritualidad o los ritos dan lugar a la polisemia que suscita la imagen
-las representaciones rituales- que toleran lo hbrido y provocan la participacin existencial en los fieles, donde afloran las sensibilidades comunes que
trascienden las barreras sociales y las culturas (Gruzinski 1999: 555-559).
La existencia de un espacio de confluencia de los cuerpos de los difuntos espaoles, los indios, los negros y los mestizos nos remite a un campo de
interpretacin del sentido de la muerte que estos grupos parecen compartir.
Esto no significa identificar esa percepcin con el imaginario medieval europeo. Ms bien puede interpretarse, como lo hace William Taylor retomando a
W. Christian, en trminos de religin local; es decir, aquella que nos proporciona medios para tratar con el mundo local, natural y social as como la ms
amplia red poltica, social y econmica de la cual forman parte (Taylor 1999:
74). Se trata, entonces, de imaginarios asociados; por un lado, al mundo de
los espaoles y fuertemente vinculado al cristianismo y, por el otro, a uno
menos evidente y presente en los grupos indios y mestizos en los que entendemos se entraman rasgos cristianos con diversos aspectos de las religiosidades nativas.
Para los espaoles en Salta -sin que las prcticas indicaran un estricto
acuerdo con la doctrina- enterrar los cuerpos en el interior de los templos
implicaba confiarlos a la Iglesia. Eran puestos a su discrecin, eran cuerpos
que ya contaban con el asilo y los privilegios de quien habitaba en campo
santo. Las pequeas parcelas donde se depositaban los cuerpos no fueron
consideradas un lugar que deba cederse a perpetuidad; ms bien los cuerpos de los difuntos, y sus almas, eran cedidos a la Iglesia. Esta parte de la
trayectoria de los creyentes era un negocio propio de los sacerdotes, los
profesionales de la vida futura. La Iglesia era el nico referente que los
amigos y los familiares necesitaban para identificar el lugar del descanso
final de los miembros de la familia 23.
Advertimos hasta aqu una posibilidad para explicar la presencia de los
entierros de los espaoles en el interior de los templos. Buscar las razones de
los entierros de indios y mestizos en estos espacios resulta ms complejo. No
debe desestimarse la capacidad coercitiva del clero, en tanto los ingresos por
entierros componan, segn el libro de cuenta y los relatos de Bernardo Fras,
23
Para Aris (2000) esto tiene orgenes remotos: cuando los cementerios solo eran patios
adyacentes a las iglesias sin la connotacin de espacio de inhumacin; cuando habitar
esos lugares era alcanzar un estado de privilegio en un rea de intensa socializacin;
cuando la Iglesia, es decir el templo y sus alrededores gozaban del fuero de asilo. Tambin
confrontar en Will de Chaparro (2003: 77).
152
la porcin ms importante de los ingresos parroquiales 24. No obstante, pareciera que semejanzas en cuanto a formas y sensibilidades entre la religin
cristiana y lo que sabemos de las religiones andinas permitieron su convergencia y confusin; estaramos en presencia de un proceso del que participaron activamente indios y mestizos agregando rasgos cristianos a sus propias
prcticas (Taylor 1999) 25.
La coincidencia entre el da de los muertos en el calendario cristiano y
el Aya Marcay Quilla, mes de llevar difuntos, del calendario quechua; la
importancia de la relacin entre la iglesia orante y la purgante -que acorta la
pena y conduce a la vida eterna- junto al culto a los ancestros que restablece
y asegura el ciclo vital; los nios muertos visualizados como ngeles que
ayudan en el paso del purgatorio al cielo -creencia de raz popular andaluzay la funcin propiciatoria de las ofrendas de nios, en el mundo andino, son
algunos indicios que nos permiten pensar el problema en trminos de
reapropiacin y resignificacin de la ritualidad mortuoria y de los lugares de
entierro que, en tanto no discutieran el rol sacerdotal, fueron tolerados y hasta promovidos por el propio clero.
Es as que, tratando de eludir la interpretacin de esta sociedad como
tersos y nada conflictivos espacios de convivencia (Cornejo Polar 1998), sostenemos que las intersecciones anteriores representan solo algunos puntos
de confluencia de los imaginarios en torno a la muerte en donde es posible
pensar el problema, lo que nos permitira empezar a comprender la voluntad
de los indios y mestizos, hecha obvencin, de ser enterrados al interior de los
templos.
CONSIDERACIONES FINALES
Las fuentes parroquiales, tradicionalmente consideradas como seriales,
nos han permitido avanzar sobre aspectos sociales tales como las relaciones
y la interaccin social, las dinmicas de la constitucin de los lugares sociales, las marcas del poder de los eclesisticos con relacin a las coyunturas,
entre otros. Es decir que los registros parroquiales se han revelado como fuentes
con una gran riqueza cualitativa que an permanecen escasamente aprovechada por los investigadores.
24
Segn Fras (1913: 115): el funeral era ganancia general para toda la gente de Iglesia,
desde el sacerdote celebrante, hasta los monaguillos que conducan los ciriales y el
sacristn que apagaba las luces.
25
153
La ocupacin diferencial de los espacios de entierro no refleja mecnicamente, a diferencia de lo que generalmente se ha considerado, un modelo
de sociedad estamental o de castas. Los enterratorios entendidos como lugares nos han permitido acercarnos al estatus social, condicin tnica y jurdica del enterrado como as tambin a un entramado de relaciones sociales,
entre las que encontramos rasgos de exclusin, lazos de sujecin, vinculaciones personales y de grupos.
Los lugares de entierro no pueden entenderse en su complejidad sin la
consideracin del imaginario en torno a la muerte. En el caso que trabajamos
podran reconocerse distintos imaginarios que parecen encontrar puntos en
comn, pues valoran y sostienen el entierro en el interior de los templos
compartiendo, vivos y muertos, un mismo lugar. En tanto que para los espaoles fue la expresin de la solidaridad de los vivos con los muertos, para los
indios y mestizos pareciera haber estado asociado a la propiciacin de la
vida que proviene de los muertos.
Consideramos, por tanto, que la nocin de lugar de entierro podra
repensarse a partir del dilogo entre espacio, ritualidad e interaccin social
entraando imaginarios en torno a la muerte que orientan la accin social en
un proceso que se actualiza simultneamente. As, el cambio en los lugares
se relacionara, indefectiblemente, con cambios producidos en el entretejido
de las relaciones sociales y en los imaginarios concomitantes.
Este trabajo presenta lneas de investigacin que esperamos seguir desarrollando, puesto que entendemos que distintas perspectivas metodolgicas
enriqueceran el conocimiento de la sociedad colonial y poscolonial de la
regin.
Fecha de recepcin: 25 de julio de 2007.
Fecha de aceptacin: 7 de septiembre 2007.
AGRADECIMIENTOS
Agradecemos a Nidia Areces su apoyo y sugerentes comentarios y a los/as
evaluadores/as de Memoria Americana quienes, con sus observaciones, nos
ayudaron a redefinir distintos aspectos del trabajo.
BIBLIOGRAFA CITADA
Aries, Philippe
2000. Historia de la muerte en Occidente. Desde la Edad Media a nuestros das. Barcelona, El Acantilado.
154
Aug Marc
1996. Hacia una antropologa de los mundos contemporneos, Barcelona, GEDISA.
2000. Los no lugares. Espacios del anonimato. Barcelona, GEDISA.
Baczko, Bronislaw
1991. Los imaginarios sociales. Memorias y esperanzas colectivas. Buenos Aires, Nueva Visin.
Bourdieu Pierre
1998. El conocimiento por cuerpos. En Bourdieu, P.; Meditaciones
Pascalianas. Madrid, Anagrama.
Caretta, Gabriela A. e Isabel E. Zacca
2004. La muerte en el imaginario colonial. Un anlisis de los enterratorios
en Salta a fines de la colonia. I Jornada de Estudios sobre Religiosidad
Cultura y Poder. Buenos Aires, GERE.
2006. La muerte y sus indicios. Salta: ciudad y frontera en 1730. Revista
de Estudios Religiosos 1. Mxico, en prensa.
2007. Enterrar de gracia: Notas en la construccin de identidades sociales
en Salta en tiempos de cambio (1730-1830). Ponencia indita presentada
en Primeras Jornadas Nacionales de Historia Social. La Falda (Crdoba).
Casalino Sen, Carlota
1999. Higiene pblica y piedad ilustrada: la cultura de la muerte bajo
los borbones. En OPhelan Godoy, S. (comp.); El Per en el siglo XVIII.
La era borbnica. Lima, Pontificia Universidad Catlica del Per / Instituto Riva Agero.
Cornejo Polar, Antonio
1998. Mestizaje e hibridez: los riesgos de las metforas. Revista de crtica literaria latinoamericana 47. Hanover (USA).
Corral Bustos, Adriana y David Vzquez Salguero
2003. El cementerio del Saucito en San Luis Potos. Relaciones 94. Mxico,
El Colegio de Michoacn.
155
Delumeau, Jean
1972. Demographie et mentalits: La mort en Anjou (XVII-XVIII sicle).
Annales 27 (6): 1389-1399. Versin on line en www.persee.fr
Di Stefano, Roberto y Loris Zanatta
2000. Historia de la Iglesia Argentina. Desde fines de la Conquista hasta
fines del siglo XX. Buenos Aires, Mondadori.
Ferreiro, Juan Pablo
1999. Temporalia et aeterna. Apuntes sobre la muerte barroca en el Jujuy
colonial del siglo XVII. Andes 10: 113-138. Salta, CEPIHA-UNSa.
Fras, Bernardo
1913. Tradiciones histricas. Salta, s/e.
Ginzburg, Carlo
2004. Huellas. Races de un paradigma indiciario. Intervencin sobre el
paradigma indiciario. En Ginzburg, C.; Tentativas. Rosario, Prohistoria.
Glave, Luis Miguel
1989. Trajinantes. Caminos indgenas en la sociedad colonial. Lima,
Instituto de Apoyo Agrario.
Gruzinski, Serge
1999. Las imgenes, los imaginarios y la occidentalizacin. En
Carmagnani, M. y otros; Para una Historia de America I, Las estructuras.
Mxico, FCE.
Lebrun, Franois
1980. Les crises dmographiques en France aux XVII et XVIII sicles.
Annales (E.S.C.) 35 (2): 205-234. Pars.
Lomnitz, Claudio
2006. Idea de la muerte en Mxico. Mxico, FCE.
Meuvret, Jean
1971. Les crises de subsistence et la dmographie de la france dancien
rgime. Etude dhistoire economique. Cahiers des annales 32. Pars.
Peirano, Mariza
2001. Rituais como estratgia analtica e abordagem etnogrfica. Srie
Antropologa 305. Brasilia, Universidade do Brasilia.
156
Peire, Jaime
2000. El taller de los espejos. Buenos Aires, Claridad.
Pintos, Jos Luis
2001. Apuntes para un concepto operativo de imaginarios sociales. En
Alburquerque, L. y R. Iglesias (comps.); Sobre imaginarios urbanos: 67103. Buenos Aires, FADUBA.
Punta, Ana Ins
1997. Crdoba borbnica. Persistencias coloniales en tiempo de reformas (1750-1800). Crdoba, Universidad Nacional de Crdoba.
Taylor, William
1999. Ministros de lo sagrado. Sacerdotes y feligreses en el Mxico del
siglo XVIII I. Mxico, El Colegio de Mxico / El Colegio de Michoacn /
Secretara de Gobernacin.
Toscano, Julin
1907. El primitivo Obispado del Tucumn y la Iglesia de Salta. Buenos
Aires, Imprenta de Biedma.
Vovelle, Michelle
2002. Historia de la muerte. Cuadernos de Historia 22. Santiago de Chile, Departamento de Ciencias Histricas, Facultad de Filosofa y Humanidades, Universidad de Chile.
Will de Chaparro, Martina
2003. De cuerpo a cadver. El tratamiento de los difuntos en Nueva Mxico
en los siglos XVIII y XIX. Relaciones 94: 59-90. Mxico, El Colegio de
Michoacn.
Zacca, Isabel
1997. Matrimonio y mestizaje entre los indios, negros, mestizos y
afromestizos en la ciudad de Salta (1766-1800). Andes 8: 243-269. Salta,
CEPIHA-UNSa.
Zrate Toscazo, Vernica
2000. Los nobles ante la muerte en Mxico. Actitudes, ceremonias y
memorias (1750-1850). Mxico, El Colegio de Mxico/Instituto Mora.
157
Geraldine Gluzman *
158
Geraldine Gluzman
RESUMEN
La actividad minera y la produccin metalrgica constituyen aspectos
que jugaron papeles cruciales a lo largo del devenir histrico de las
poblaciones nativas del Noroeste argentino. Por un lado, durante los
tiempos prehispnicos, los objetos de metal y la produccin metalrgica acreditaron una alta valorizacin social. Por otro, la obtencin de
ganancias a partir del aprovechamiento minero se desarroll como la
actividad primordial detrs de los procesos de conquista y colonizacin del Nuevo Mundo durante los siglos XVI y XVII. Mientras es conocido que la extraccin de metal fue uno de los principales espacios de
explotacin de mano de obra indgena en el Alto Per, poco inters
tuvo su anlisis en el contexto de las rebeliones indgenas ocurridas en
el valle Calchaqu hasta 1665. El objetivo es abordar los conflictos desplegados en esta regin durante los siglos XVI y XVII tomando como
eje la minera y metalurgia en la Antigua Gobernacin del Tucumn.
Palabras clave: minera - rebeliones nativas - valle Calchaqu - siglos
XVI y XVII
ABSTRACT
Mining activity and metallurgical production were aspects that played
important roles during the history of the native Northwestern Argentine
population. On the one hand, during the prehispanic times, metal objects
and metallurgical production had a high social value. On the other
hand, profiting from mining was the primary activity during the
processes of conquest and colonization in the New World during the
16th and 17th centuries. While it is known that the extraction of metal
was one of the main elements of exploitation of indigenous labor force
in Alto Peru, little attention has been paid to its analysis in the context
of the native rebellions in the Calchaqui valley before 1665. The objective
is to study the conflicts in this area during the 16th and 17th centuries,
focusing on mining and metallurgy in the Antigua Gobernacin del
Tucumn.
Key words: mining - native rebellions - Calchaqui valley - 16th and
17th centuries
159
INTRODUCCIN
La actividad metalrgica fue durante los momentos prehispnicos una
de las principales producciones materiales y simblicas de las sociedades
del Noroeste argentino (NOA) (figura 1). El quehacer metalrgico exiga un
corpus de conocimiento y de materias primas de difcil acceso y una importante complejidad productiva. La anexin inca pudo deberse en gran parte a
su riqueza mineral y a la mano de obra minero-metalrgica especializada (A.
Gonzlez 1982). Asimismo, la presencia de metales fue decisiva en las caractersticas que adopt la conquista espaola en Amrica. Desde esta perspectiva diacrnica, entonces, la explotacin minera fue una actividad que sufri
una profunda alteracin en las sociedades andinas y su disrupcin impact
tanto en la esfera poltico-religiosa como econmica-social. La evidencia arqueolgica sugiere que la regin del valle Calchaqu 1 fue uno de los mbitos
ms importantes de produccin metalrgica prehispnica de todo el NOA.
De este modo, esta rea se presenta como un caso de anlisis de doble inters
por el alto desarrollo metalrgico desplegado durante los momentos
prehispnicos tardos (siglos X al XVI DC) y la resistencia a la dominacin
espaola a lo largo de casi 130 aos.
Mientras que en el contexto de los Andes, el metal precioso estuvo en el
ojo de la tormenta de los procesos sociales ocurridos, dadas las condiciones
de explotacin indgena que se sucedieron en los socavones de plata; hubo
pocos intentos de detallar la influencia del inters europeo sobre los metales
preciosos en el NOA. El objetivo primordial de este trabajo 2 es indagar el
papel que los metales y las minas metalferas tuvieron en el devenir de la
historia colonial del NOA. Partimos de la hiptesis general de que existieron
expectativas durante el proceso de conquista y colonizacin de la regin,
160
Geraldine Gluzman
161
Ana Mara Lorandi (1997), es necesario pasar los datos documentales de esta
regin por un doble filtro de confiabilidad para reconocer las alteraciones
que produjo el estado inca en el mapa tnico y poltico y las modificaciones
coloniales ulteriores.
El NOA constituye una regin en la que la documentacin relativa a las
actividades minero-metalrgicas durante los tiempos coloniales tempranos y
las referencias sobre la produccin prehispnica es acotada y fragmentaria.
Pocas son las fuentes que hacen alusin a las prcticas de extraccin y produccin de metal en la regin para el perodo abordado. Tampoco se conocen documentos relacionados a visitas generales y circunstanciales, libros de
tasas y de tributos y matrculas de encomienda y padrones (Lpez de Albor-
162
Geraldine Gluzman
noz 1991). Sin duda esta situacin se asocia, en parte, a la larga y persistente
resistencia que los pueblos nativos desplegaron frente a los invasores. En
particular, el valle Calchaqu, fue un territorio que slo pudo ser conquistado
casi un siglo y medio despus de la primera entrada espaola, tras costosas
campaas militares. Es decir, la produccin testimonial debe ser observada
en un contexto de conflicto intermitente entre espaoles e indgenas y dentro
de cada grupo. Asimismo, el hecho de ser un rea marginal durante los siglos XVI y XVII pudo incidir en la calidad y cantidad de la informacin.
Tambin los cambios jurisdiccionales pudieron influir en la dispersin del
registro escrito.
En cuanto a la informacin sobre actividades minero-metalrgicas suministrada por las excavaciones arqueolgicas desplegadas en el valle
Calchaqu, debemos mencionar la evidencia material colonial temprana en
dos instalaciones metalrgicas localizadas en el extremo meridional de la
sierra del Cajn (valle de Yocavil), conocidas como Fundicin Navarro y El
Trapiche (figura 1). Estas instalaciones cobran mayor importancia considerando que, en muchos casos, la explotacin industrial posterior destruy las
evidencias materiales, tanto prehispnicas como coloniales, y que sobre estas plantas mencionadas no existan antecedentes histricos conocidos (L.
Gonzlez 1997).
163
164
Geraldine Gluzman
165
166
Geraldine Gluzman
167
cin dentro del marco sociopoltico ms amplio. Asimismo, la regin mantuvo un carcter marginal si la comparamos con la riqueza natural y humana
de otras regiones americanas. Segn nuestro punto de vista, es importante
considerar no slo la distribucin natural de los recursos sino tambin su
percepcin por parte de los agentes sociales involucrados. El carcter de
frontera se observa en el nmero de espaoles y su modo de distribucin en
las ciudades, las que actuaban como cerco contenedor del valle Calchaqu,
lugar donde se articularon -a lo largo el tiempo- estallidos de rebeliones indgenas junto con sus correspondientes sucesos de represin. Estos conflictos
continuos se tradujeron en dificultades para establecer la frecuencia de la
mita y otras formas de extraccin de la fuerza de trabajo, as como para lograr
el establecimiento de poblaciones de espaoles. Si el Tucumn constitua
una periferia en el interior del virreinato, el valle Calchaqu constitua -en
trminos relativos- una regin de periferia interna a la misma gobernacin,
en tanto contaba con la presencia de los calchaques que resistan la ocupacin y explotacin espaolas. En este sentido, hasta mediados del siglo XVII
dos sectores econmica y polticamente distintos se encontraban distanciados a pocos kilmetros: uno civilizado, colonizado bajo el sistema de encomienda de servicio personal y otro brbaro, que sobreviva en condiciones autnomas pero soportando la presin sobre sus fronteras y la intrusin
de refugiados que escapaban a la coaccin hispana (Lorandi 1997: 50). De
este modo, el espacio geogrfico y social de la gobernacin en el interior del
virreinato se puede entender como periferias concntricas de mayor nivel de
peligrosidad, marginalidad y distanciamiento cultural. Su lejana de los principales centros econmicos y polticos tambin contribua a que los gobernadores y encomenderos no respetaran las polticas virreinales. Pero al mismo
tiempo, como periferia, el valle Calchaqu se volvi promesa de riquezas
materiales ante la visin de los espaoles. Las abundantes referencias sobre
el carcter de la ocupacin inca en el NOA y su vinculacin con actividades
extractivas influyeron ampliamente en esta situacin y pudieron contribuir a
alimentar el imaginario sobre la presencia de minerales en gran cantidad.
Almagro se habra encontrado con una caravana de mitimaes que transportaba metales hacia el Cuzco desde el valle de Quire-Quire (parte del valle
Calchaqu); sin duda Ramrez de Velasco, ms de 50 aos despus, iba en
busca de estos dichos sobre riquezas mineras al fundar La Rioja.
Sotelo de Narvez comentaba que en estas tierras hay minas de oro
descubiertas y se han hallado entre los naturales muchos metales de plata
rico (1885 [1583]: 147). Esta afirmacin pone en evidencia tanto la preocupacin, en la etapa de reconocimiento del territorio, sobre la presencia y tipo de
metales preciosos como la existencia de objetos terminados. Asimismo, destacaba que tinese noticia de muchas minas de plata, y hanse hallado gran-
168
Geraldine Gluzman
des asientos de ellas del tiempo de los incas y que existen referencias de
indios vestidos Incas, que se sirven de oro y plata (Sotelo de Narvez 1885
[1583]: 146-147).
En 1589 el capitn Hernn Mexa Miraval declar que el gobernador
Juan Ramrez de Velasco habiendo salido a la dicha jornada de Calchaqu
tuvo nueva que haba unas minas de plata que labraba el inca en un cerro
muy alto que est sobre el valle de Salta y agrega que las personas que
subieron a lo alto trajeron cuatro cargas de metal de que se sac plata blanca
la cual vio este testigo y no se labran porque la dicha ciudad [Salta a doce
leguas del mencionado cerro] tiene que acudir a otros ministerios (Levillier
1919-1920: 423-424). Estas ocupaciones aludidas se habran relacionado con
sus intentos por calmar los continuos enfrentamientos entre espaoles por
motivos jurisdiccionales y de poder. En este caso, los factores polticos se
habran utilizado para explicar los fracasos en la explotacin de las minas
metalferas. En 1564, segn el Capitn Alonso Daz Caballero, vecino de Santiago del Estero:
la tierra de Tucumn es buena y frtil donde hay muchos naturales [...]
donde hay muchos metales de oro y plata y vstolos yo y por la mudanza de
tantos capitanes como ha habido y fines que han tenido no se ha sacado oro
y plata y no a entrado gente para hacer posible de espaoles (Levillier 19191920: 431).
169
170
Geraldine Gluzman
171
172
Geraldine Gluzman
173
que estaban en una hacienda suya en dicho valle (Carta del gobernador
Felipe de Albornoz al rey, 1630; en Rodrguez Molas 1985: 259).
La principal causa detrs de tales muertes se relacionara con el descubrimiento de minas en el extremo sur del valle Calchaqu:
la causa de muerte [...] fue haber descubierto el dicho Juan Ortiz de
Urbina unas minas (que es tierra de mucho oro y noticias de ellas) que
los indios quieren tener ocultas huyendo de su trabajo por saber y haber
visto el que pasan en el Cerro de Potos y en las minas de los Chichas,
sus circunvecinas, donde han salido muchas veces con ganados y harinas (Carta del Gobernador Felipe de Albornoz al rey, 1630; en Rodrguez
Molas 1985: 260, el destacado es mo).
Segn Montes (1959: 86), estas minas se ubicaran en las serranas del
Macizo de Capillitas y se tratara del descubrimiento de las minas de oro de
Faralln Negro.
Aos atrs y luego de ingresar al valle Calchaqu (1622), el obispo Julin
de Cortzar comentaba [que los calchaques] quieren ms morir peleando
que ver forzadas sus hijas y mujeres y verse todos en una perpetua galera
(Levillier 1926: 42).
174
Geraldine Gluzman
y la ubicacin de los yacimientos mineros. A los encomenderos de las ciudades vecinas les prometi indios para las prestaciones de trabajo, a los jesuitas
les permitira la conversin de los indgenas mientras que a los indgenas les
brindara posibilidad de la liberarse del yugo espaol sirvindose, entre otros
argumentos, de las explotaciones a las que eran sometidos los indios en el
Alto Per. Detrs de estos episodios se observa vigente el deseo europeo de
descubrir ricos yacimientos mineros, lo cual era an ansiado por varios grupos sociales dentro de la sociedad espaola. Los espaoles confiaban en que
los indios entregasen sus riquezas ocultas de modo tal que Bohrquez ofreca a S.M. hacerle dueo de las riquezas, tesoros, y labores ricas que con
prontitud le entregaban (Torreblanca 1999 [1696]: 26). Frente a esto, el Sr.
Gobernador se impresion de suerte con la promesa de tesoros, y riquezas
fantsticas que le hacan (Torreblanca 1999 [1696]: 28). Una vez en el valle,
Bohrquez no cumpli con lo estipulado: organiz la defensa del valle contra
los ibricos, estableci alianzas con grupos indgenas externos al valle y
transgredi las normativas religiosas y morales europeas.
En una carta de Bohrquez, quien buscaba un acuerdo con el gobernador escribe:
Me ensearn las minas todas que en si encierra esta tierra y para principio me han mostrado dos entierros de los capitanes del inca que verdaderamente prometen tener alguna cosa de consideracin por las muchas figuras de piedra y estatuas de madera que sobre s tienen y otros
lavaderos de oro que tambin prometen ensearme diciendo que como
heredero de su inca no quedar cosa oculta que no se me manifieste
(Archivo General de Indias, Carta del Cp. Bohrquez al Sr. gobernador,
abril-1657. Autos, I, el destacado es mo).
175
Por otro lado, tambin existen mltiples referencias a que estos tesoros
estaban escondidos desde la poca del dominio inca:
procurar [Bohrquez] [...] cmo inquirir la parte de dicho valle o sus
confines donde se ocult el tesoro y mita que se llevaba de estas provincias al inca (AGI, Instruccin de lo que ha de obrar el Cp. D. P. Bohrquez
en el gobierno y mandado de aquellos indios de Calchaqu y dems
dependencias que lleva a su cargo, agosto-1657. Autos, I)
Lo que llama la atencin durante esta ltima rebelin fue que la importancia de la riqueza metalfera de los valles, sumada a los objetos presentes
en las sepulturas antiguas, cobrara nuevo vigor. Significativamente, no hay
mencin de estas riquezas tras la ejecucin de las campaas definitivas de
pacificacin de 1659 y 1665, inclusive cuando el sucesor en la Gobernacin,
Gernimo Luis de Cabrera, recogi testimonios solicitados por el virrey del
Per sobre el engao que sufri el gobernador Mercado y Villacorta por
Bohrquez.
Siguiendo a Lorandi y Boixads, la prestigiosa huaca llamada la Casa Blanca que aparece
en los documentos hara referencia a las estructuras edilicias que se encuentran en la cumbre
del cerro donde se emplaza el sitio 1 de Rincn Chico. Esta localidad arqueolgica alberg
durante los momentos prehispnicos tardos un taller de produccin metalrgica que funcion hasta el momento de contacto hispano-indgena. Hasta el momento, las evidencias no
permiten comprender qu tareas fueron realizadas en el taller entre mediados del siglo XVI,
cuando se produjo la primera entrada espaola a la regin, y 1665, momento en el cual el
rgimen colonial se instal en forma definitiva. Posiblemente haya habido una disrupcin de
ciertas actividades por ruptura de las cadenas de obtencin de materia prima de zonas
alejadas, como el estao, cuyas fuentes ms cercanas se encuentran aproximadamente a 150
km al SO, en las sierras de Beln y Fiambal (L. Gonzlez 2000).
176
Geraldine Gluzman
De este modo, en ciertas situaciones de tensin que culminaron en rebeliones indgenas el tema de la presencia de metales resurgi en el discurso
espaol. Cabe destacar que en Chile la explotacin de oro en superficie tuvo
cierta importancia al iniciarse la primera etapa de conquista, en parte esto
pudo incentivar la bsqueda y gener confianza en la presencia de este metal en el valle Calchaqu. Lo mismo pudo ocurrir con la existencia de los ricos
yacimientos de plata en el centro y sur de Bolivia. Sin embargo, si el imn
de los conquistadores fue el oro (Ganda 1946: 109), y gran parte del modo
de ocupacin gir en torno a su ubicacin y posibilidad de usufructo, tambin es cierto que el oro, y ms tarde la plata, fue una metfora de ascenso
social, fama y riqueza, ms all de su real valor. Como representacin significativa, el oro gener fantasas de valenta y herosmo, no solo ansias de enriquecimiento. A partir de esta lectura se propone emplear el concepto de
mito de frontera entendiendo por este trmino una creencia que se
retroaliment en un espacio liminalmente significativo en trminos simblicos y materiales. Dentro del NOA, el valle de Calchaqu pudo constituir un
verdadero mbito de frontera cognitiva y material.
CONCLUSIONES
Con la colonizacin hispana de Amrica, las tareas vinculadas con la
bsqueda, explotacin y refinacin de metales preciosos constituyeron unas
de las principales actividades econmicas. Estas tareas fueron adquiriendo
diferente naturaleza de acuerdo a cada rea, dependiendo principalmente
del potencial metalfero y de las caractersticas de las sociedades locales capacidad demogrfica, resistencia a los espaoles. La explotacin de los
metales preciosos; primero oro y ms tarde, y a mayor escala, plata constituy el motor econmico mundial. El metal durante la conquista fue un recurso
altamente redituable en trminos econmicos, adems de una metfora de
riqueza, acceso al poder y acrecentamiento del estatus social.
Los movimientos de avanzada hacia el NOA fueron el resultado de conflictos por poder y riqueza desplegados en los Andes Centrales y de las permanentes oleadas de inmigracin desde el Viejo Mundo, en particular de la
Pennsula Ibrica, que comenzaron a surgir desde el inicio de la conquista
del Per. Las continuas referencias a los metales preciosos reflejaron un conjunto de necesidades polticas y econmicas diferentes en cada momento de
la conquista espaola. De este modo, en una primera etapa de exploracin y
asentamiento en la regin se indicaba la existencia de oro y plata, aunque el
reconocimiento estaba poco interiorizado y se entenda a la regin como rica
en metales preciosos. Gran parte de este conocimiento provena de las refe-
177
178
Geraldine Gluzman
179
180
Geraldine Gluzman
Esta ltima referencia estara indicando que mediante permisos o regresos clandestinos an perduraba el intento calchaqu de evitar la explotacin
minera como una estrategia activa.
A pesar de que los espaoles lograron una mayor interiorizacin del
territorio con el tiempo, no hicieron, la mayora de las veces, una precisin
sobre la localizacin de las minas, aquellas slo fueron el objetivo idealizado
de la conquista y el motor para continuar la avanzada incluso ante el fracaso.
Con las desnaturalizaciones perduraron las creencias sobre los tesoros ocultos y las minas de oro, como tambin la resistencia calchaqu para evitar su
usufructo. En definitiva, la economa de la gobernacin del Tucumn mantuvo su carcter de intermediaria en el eje Potos-Buenos Aires tanto por la
comercializacin de la produccin excedentaria como por su papel en la
redistribucin de productos ultramarinos y americanos, circuito que se torn
ms complejo hacia mediados del siglo XVIII y que hacia finales de ese siglo
y principios del XIX se orient, mayormente, al puerto de Buenos Aires (Lpez
de Albornoz 2001).
Fecha de recepcin: 15 de julio de 2007.
Fecha de aceptacin: 9 de noviembre 2007.
FUENTES CITADAS
ABNB. Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, Min-62.5, 1705, Sucre.
Los capitanes don Mateo y don Miguel Sopea, pidiendo se les adjudiquen
los cerros de Famatina y Alancan, trminos de La Rioja y los de Punta de
Balasto, Aconquija y Cacallanca, trminos de Catamarca.
AGI. Archivo General de Indias. Charcas 58 y 126 sobre los Autos de don
Pedro Bohrquez. 1657-1959. Instituto Ravignani, FFyL - UBA.
BIBLIOGRAFA CITADA
Amig, Mara F.
2000. El desafo de Calchaqu. Un puado de jesuitas entre un mar de
indios. Tesis de Licenciatura en Ciencias Antropolgicas. Buenos Aires, FFyL - UBA, (MS).
Blanco-Fombona, Rufino
1919. Psicologa del Conquistador Espaol del siglo XVI. En Levillier,
Roberto (comp.); Gobernacin del Tucumn. Probanzas de Mritos y Ser-
181
vicios de los Conquistadores. Documentos del Archivo de Indias I (15481583): XVII-LXV. Madrid, Coleccin de Publicaciones Histricas de la
Biblioteca del Congreso Argentino.
Boixads, Roxana
1997a. Indios rebeldes-indios leales. El pueblo de Famatina en la sociedad colonial (La Rioja, siglo XVII). En Lorandi, Ana M. (comp.); El
Tucumn Colonial y Charcas I: 341-367. Buenos Aires, FFyL - UBA.
1997b. Notas y reflexiones sobre la genealoga de un conquistador del
Tucumn: Juan Ramrez de Velasco. En Lorandi, Ana M. (comp.); El
Tucumn Colonial y Charcas II: 181-213. Buenos Aires, FFyL - UBA.
Cruz, Rodolfo
1997. El fin de la ociosa libertad. Calchaques desnaturalizados a la
jurisdiccin de San Miguel de Tucumn en la segunda mitad del siglo
XVII. En Lorandi, Ana M. (comp.); El Tucumn Colonial y Charcas II:
215-261. Buenos Aires, FFyL - UBA.
De la Riva, Ion
1991. 1492-1992. Un solo mundo. Barcelona - Lunwerg, Sociedad estatal
del Quinto Centenario.
Fisher, John R.
2000. La produccin metalfera. En Castillero Calvo, Alfredo (ed.); Historia General de Amrica Latina 1, III. Consolidacin del orden colonial:
151-175. Madrid, Trotta - UNESCO.
Ganda, Enrique de
1946. Historia Crtica de los Mitos y Leyendas de la Conquista Americana. Buenos Aires, Centro Difusor del Libro.
Gluzman, Geraldine y Luis R. Gonzlez
2005. Estudios sobre antiguos asentamientos metalrgicos en el sur del
valle de Yocavil (Provincia de Catamarca). Actas del Congreso Binacional
SAM-CONAMET 2005. Edicin en CD. Mar del Plata, Sociedad Argentina de Metales.
Gonzlez, Alberto R.
1979. La metalurgia precolombina del NOA. Secuencia histrica y proceso cultural. Antiquitas 2: 88-136. Buenos Aires, Universidad del Salvador.
182
Geraldine Gluzman
1982. Las provincias incas del antiguo Tucumn. Revista del Museo
Nacional XLVI: 317-380. Lima, Museo Nacional.
1998. Cultura La Aguada. Arqueologa y Diseos. Buenos Aires,
Filmediciones Valero.
Gonzlez, Luis R.
1997. Arqueologa y etnohistoria: evidencias de actividades minero-metalrgicas coloniales en el sur del valle Santa Mara (Pcia. de Catamarca).
Actas XIV Congreso Nacional de Arqueologa Chilena I: 29-47. Copiap,
Museo Regional de Atacama.
2000. Tecnologa y dinmica social. La produccin metalrgica prehispnica en el Noroeste argentino. Tesis Doctoral. Buenos Aires, FFyL UBA (MS).
Larrouy, Pedro A.
1923. Documentos del Archivo de Indias para la historia del Tucumn I:
1591-1700. Buenos Aires, L. J. Rosso y Ca. Impresores.
Levillier, Roberto
1919-1920. Gobernacin del Tucumn. Probanzas de Mritos y Servicios
de los Conquistadores. Documentos del Archivo de Indias I (1548-1583)
y II (1583-1600). Madrid, Coleccin de Publicaciones Histricas de la
Biblioteca del Congreso Argentino.
1926. Papeles eclesisticos del Tucumn. Documentos Originales del
Archivo General de Indias I. Coleccin de publicaciones histricas de la
Biblioteca del Congreso. Madrid, Imprenta J. Pueyo.
1948. Amrica, la bien llamada II. Bajo la Cruz del Sur. Buenos Aires, Kraft.
1955. Conquista y organizacin del Tucumn. En Historia de la Nacin
Argentina III: 223-257. Buenos Aires, El Ateneo.
Lizondo Borda, Manuel
1928. Historia de la gobernacin del Tucumn (Siglo XVI). Publicacin
de la Universidad de Tucumn. Buenos Aires, Coni.
Lpez de Albornoz, Cristina
1991. Las poblaciones aborgenes del Valle de Choromoros en el siglo
XVII. Memoria Americana 1: 29-56. Buenos Aires, FFyL - UBA.
183
2001. Tiempos de cambio: produccin y comercio en Tucumn (17701820). Andes 13: 213-248. Salta, UNSA.
Lorandi Ana M.
1980. La frontera oriental del Tawantinsuyu: el Umasuyu y el Tucumn.
Una hiptesis de trabajo. Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropologa 14: 147-164. Buenos Aires, SAA.
1997. Introduccin: etnohistoria del rea andina meridional. En Lorandi,
Ana M. (comp.); El Tucumn Colonial y Charcas I: 15-72. Buenos Aires,
FFyL - UBA.
2002. Ni ley, ni rey, ni hombre virtuoso. Guerra y sociedad en el virreinato
del Per. Siglos XVI y XVII. Barcelona, Gedisa.
Lorandi, Ana M., Roxana Boixads, Cora Bunster y Miguel . Palermo
1997. El valle calchaqu. En Lorandi, Ana M. (comp.); El Tucumn Colonial y Charcas I: 205-251. Buenos Aires, FFyL - UBA.
Montes, Anbal
1959. El Gran Alzamiento Diaguita (1630-1643). Revista del Instituto de
Antropologa I: 81-159. Rosario, FFyL - UNL.
Noli, Estela
2001. Indios ladinos del Tucumn colonial: los carpinteros de Marapa.
Andes 12: 139-172. Salta, UNSA.
2003. Pueblos de indios, indios sin pueblos: los calchaques en la visita
de Lujn de Vargas de 1693 a San Miguel de Tucumn. En Cornell Per y
Per Stenborg (eds.); Anales. Nueva poca 6: Local, regional, global, prehistoria, protohistoria e historia en los Valles Calchaques: 329-363.
Gotemburgo, Instituto Iberoamericano - Universidad de Gteborg.
Palermo, Miguel A.
2000. A travs de la frontera. Economa y sociedad indgenas desde el
tiempo colonial hasta el siglo XIX. En Tarrag, Myriam (ed.); Nueva Historia Argentina. Los pueblos originarios y la conquista de Amrica I:
344-382. Buenos Aires, Sudamericana.
Petersen, George
1970. Minera y metalurgia en el Antiguo Per. Arqueolgicas 12. Lima,
Museo Nacional de Antropologa y Arqueologa.
184
Geraldine Gluzman
Quarleri, La R.
1997. Los conquistadores y colonizadores del Tucumn a travs de las
probanzas de mritos y servicios del siglo XVI. Memoria Americana 6:
97-117. Buenos Aires, FFyL - UBA.
Raffino, Rodolfo
1983. Arqueologa y etnohistoria de la regin Calchaqu. En Morresi,
Eldo y Ramn Gutirrez (eds.); Presencia hispnica en la arqueologa
argentina II: 817-861. Resistencia, Facultad de Humanidades.
Rodrguez, Lorena
2003. Luego de las desnaturalizaciones del siglo XVII. Una aproximacin a la reconfiguracin del valle Calchaqu. En Per Cornell y Per
Stenborg (eds.); Anales. Nueva poca 6: Local, regional, global, prehistoria, protohistoria e historia en los Valles Calchaques: 365-394.
Gotemburgo, Instituto Iberoamericano - Universidad de Gteborg.
Rodrguez Molas, Ricardo
1985. Los sometidos de la conquista. Argentina, Bolivia, Paraguay. Buenos Aires, CEAL.
Romano, Ruggero
1978. Los conquistadores. Buenos Aires, Huemul.
Salvatierra, Ernesto
1960. Poblamiento y cronologa del paisaje cultural del departamento
de Santa Mara. Primer Congreso de Historia de Catamarca I: 107-112.
San Fernando del valle de Catamarca, Junta de Estudios Histricos de
Catamarca.
Sotelo de Narvez, Pedro
[1583] 1885. Relacin de las provincias de Tucumn. En Jimnez de la
Espada, Marcos (ed.); Relaciones geogrficas de Indias II: 143-153. Madrid, Ministerio de Fomento.
Stern, Steve J.
1986. Los pueblos indgenas del Per y el desafo de la Conquista. Lima,
Alianza.
Torreblanca, Hernando S. J.
[1696] 1999. Relacin Histrica de Calchaqu. Versin paleogrfica, notas y mapas de Teresa Piossek Prebisch. Buenos Aires, AGN.
185
Guillermo Stmpfli *
186
Guillermo Stmpfli
RESUMEN
El presente trabajo se propone establecer un dilogo entre el proceso
histrico de cambios sociales que la historiografa registra en el pasado
pampeano santafesino y tres obras teatrales ambientadas en esta provincia durante el perodo comprendido entre 1904 y 1920. Las obras en
cuestin son: La gringa de Florencio Snchez, La flor de trigo de Jos
de Maturana y Madre tierra de Alejandro Berruti.
Retomando algunas de las hiptesis ya desarrolladas por Roberto Giusti
(1933) y Alicia Aisemberg y Mara de los ngeles Sanz (1999) inquirimos sobre las modalidades de inscripcin de lo social y lo poltico en
estas obras. Indagamos acerca de la construccin del pueblo que
subyace a la creacin dramtica de patente filiacin anarquista de
Maturana y Berruti y que les permiti trascender la expresin de los
conflictos en trminos de inmigrantes-nativos formulada por Snchez.
Palabras clave: dramas - conflictos rurales - inmigracin - pueblo
ABSTRACT
The current paper proposes a dialogue between historical processes of
social change recorded by the historiography of Santa Fe province and
three theater plays describing the situation of the area during 1904 and
1920. The plays in itself are: La gringa written by Florencio Snchez;
La flor de trigo by Jos de Maturana and Madre tierra by Alejandro
Berruti. Following some hypothesis already developed by Roberto Giusti
(1933) and Alicia Aisemberg and Mara de los ngeles Sanz (1999) we
will focus on the social and political meaning those texts reveal. We
will analyze how the underlying notion of pueblo was constructed in
the dramatic creations of Maturana and Berruti, closely associated with
anarchist ideas, since both authors were able to overcome the stereotype
immigrant-natives created by Sanchez.
Key words: dramas - rural conflicts - migration - pueblo
187
INTRODUCCIN
El primer objetivo de nuestro trabajo consiste en indagar el dilogo entre
el proceso histrico de cambios sociales que la historia registra en el pasado
pampeano santafesino y algunas obras teatrales surgidas en el perodo comprendido entre 1904 y 1920 y que eligieron a la provincia de Santa Fe como
escenario de las acciones 1. La eleccin de este corpus responde a que creemos que es en el teatro, dentro del campo artstico, donde obtenemos algunas
de las primeras construcciones sociales y polticas sobre esta regin.
Para este trabajo tomaremos como objeto de anlisis la famosa obra La
gringa de Florencio Snchez, comedia estrenada en 1904, y dos dramas rurales menos difundidos entre el pblico no especializado: La flor de trigo de
Jos de Maturana y Madre tierra de Alejandro Berruti, el primero estrenado el
17 de agosto de 1908 en el Teatro Apolo y el segundo el 16 de noviembre de
1920 en el Teatro Nuevo de Buenos Aires.
Como segundo objetivo, nos proponemos hacer visible los trminos en
que definieron las polaridades y los grupos en pugna estos intelectuales
adscriptos tradicionalmente por la crtica literaria a una posicin progresista
y comprometida con la cuestin social. En efecto, en trabajos sobre el anarquismo las figuras de Snchez, principalmente la de sus inicios, y la de
Maturana han sido asociadas con una lnea ideolgica allegada al movimiento libertario (Abad de Santilln 2005 [1933]: 62; Suriano 2004: 76). Por su
parte, la obra de Berruti fue representada, tambin, fuera del circuito comercial por diversos grupos filodrmaticos anarquistas o socialistas de distintas
ciudades y provincias argentinas (Trbulo 2005: 514-515; Battistn y Llah
2007: 221). Berruti recordaba en una entrevista que Madre tierra lleg a representarse en las chacras, fundamentalmente con motivo de celebrarse el 1 de
mayo y cuando fue prohibida su puesta en escena en los salones pueblerinos 2.
Una primera aproximacin a la temtica fue presentada en las VII Jornadas de Jvenes
Investigadores en Ciencias Antropolgicas que tuvo lugar entre el 18 y 20 de octubre de
2006. Buenos Aires, Secretara de Cultura de la Presidencia de la Nacin y Direccin de
Patrimonio y Museos.
188
Guillermo Stmpfli
El siguiente trabajo est alentado por el deseo de incorporar a las fuentes clsicas textos provenientes del campo artstico, cruciales al momento de
conformar el mercado de representaciones que atraviesan el espacio polifnico del discurso social de un perodo y a la hora de indagar las negociaciones de sentido en torno a los procesos histricos en los que estn inmersos las
sociedades y los diversos grupos que las integran. En esta direccin, para
este trabajo nos interesa continuar el relevo del acervo de construcciones de
sentido utilizadas como grillas de inteligibilidad para dar cuenta e intentar
explicar, desde distintos lugares sociales y perspectivas ideolgicas, los conflictos rurales de la regin del centro y sur de la provincia de Santa Fe entre
mediados del siglo XIX y las primeras dos dcadas del siglo XX.
Dejamos para un trabajo posterior, la cuestin crucial de la circulacin
de estas obras por diversas comunidades de espectadores o de lectores y la
multiplicidad de apropiaciones a las que dieron lugar. Las crticas especializadas, el tratamiento sobre el despliegue de estos espectculos realizado por
la prensa y la opinin vertida por las diversas publicaciones rurales y obreras
agregarn, sin duda, elementos centrales para pensar aspectos vinculados a
la recepcin que nos permitirn alcanzar una aproximacin ms integral en
el anlisis.
La representacin teatral, el espesor de signos o teatralidad (decorado, vestuario, iluminacin, lugar, gestos, mmica, palabras) que caracteriza
en trminos de Barthes la mquina ciberntica que semeja el teatro, no
ser abordada aqu (Barthes 1973 [1964]: 309-310). Tampoco, en trminos del
objeto material libro o publicacin, la multiplicidad de formas impresas, desde las primeras ediciones completas o parciales, aparecidas en revistas culturales de la poca, o en recopilaciones y antologas sucesivas.
Hablamos de textos dramticos en lugar de teatro ya que, como sealamos anteriormente, el teatro no se limita al texto. Pero al mismo tiempo,
como advierte Anne Ubersfeld, aunque no se pueda estrictamente hablando
leer teatro, hay no obstante que hacerlo; la representacin es algo fugaz,
efmero; slo el texto permanece (1989: 8). Interpelado en 1949 con motivo
de la reposicin de Madre tierra, Berruti afirmaba que esta obra se ha ledo
ms de lo que se ha visto apuntando en que la efmera vida de su drama en
las tablas contrastaba con las casi 100.000 copias escritas existentes hasta
entonces, entre versiones autorizadas y fraudulentas 3.
En lo posible, nos propusimos alejarnos de la idea de reproduccin
mecnica del mundo social del perodo en la ficcin, buscando distanciarnos
del lugar reconfortante de que el anlisis debe anclarse en el conocimiento
189
Por tal motivo al comienzo del apartado optamos por hablar de dilogo
entre historia y literatura; de algn modo partimos del supuesto de que si lo
que la literatura elegida nos dice puede ser obtenido en otras fuentes documentales, su utilizacin deviene redundante (LaCapra 2000 [1985]: 6). Pero al
mismo tiempo su valor queda reducido si su informacin no puede ser contrastada con otras fuentes. As, siguiendo a John Brannigan, preferimos hablar de literatura en la historia incorporando la primera como parte constitutiva e irreducible de una historia en permanente movimiento y, en consecuencia, henchida de la potencia creativa, de las interrupciones y las
contradicciones del devenir histrico (Brannigan 2000).
Para la conformacin del entramado histrico apelamos a diversas fuentes: obras historiogrficas, material de viajeros, recortes periodsticos, memorias de inmigrantes y recuerdos de pobladores de la regin. Sin embargo,
nuestro inters se centr en las modalidades de la inscripcin de lo social,
reconstruido a partir de las fuentes sealadas. En los textos teatrales elegidos
la dimensin social y poltica incorporada a estas obras no ocurre sin un
proceso de reelaboracin, deformacin y toma de posicin frente a ellas.
El modo de situarse de estas obras respecto a lo social y lo poltico, la
forma especfica en que incorporaron el universo ideolgico, nos conmin a
configurar un espacio de mediacin entre los textos dramticos y una serie
de fuentes histricas e historiogrficas estimuladas por alcanzar lo real -lo
extra-textual. Sin adscribir a la vertiente de la sociocrtica, la nocin de
sociograma propuesta por Claude Duchet y retomada por Rgine Robin y
Marc Angenot nos provee una interfase eficaz para articular dominios de
anlisis distintos expresados en gneros discursivos dismiles.
Definido por Duchet como un conjunto fluido, inestable, conflictivo, de
representaciones parciales centradas en torno a un ncleo, en interaccin
unas con otras (Cros 2002: 167), la nocin de sociograma remite a su carcter de prefabricado cultural inestable y abierto en su contornos estructurales
que, por la misma razn, no cesa de transformarse y desplazarse, dejando
residuos del tipo clich, doxa, estereotipos. No obstante requerir un consenso
mnimo, los sociogramas son permeables de aglutinar signos ideolgicos
enfrentados (Robin 1986: 196-197).
190
Guillermo Stmpfli
Descrito por Robin como cedazo cultural hecho de fragmentos de enunciados, de ideologemas, de imgenes, de emblemas, a travs del cual se
descifra todo lo social (Robin 1986: 198) el sociograma, como articulador del
texto y su socio-texto con el co-texto -espacio de referencia, conformado por
otros textos y discursos, dentro del cual debe ser ledo el texto y comprendido
y descifrado el socio-texto- puede, debido a su naturaleza de estereotipo, ser
deconstrudo en una serie de topois constitutivos de la cadena sociogramtica
que atraviesa la totalidad del discurso social en un momento determinado.
En este trabajo nos interpelan el ncleo sociogramtico de lo gringo y
lo criollo y el de opresores y oprimidos, como imgenes culturales
estereotipadas que circularon por un amplio espectro del discurso hegemnico y contrahegemnico -teatro, prensa, novelas cultas y populares, obras sociolgicas e histricas, rumor social- de la sociedad argentina de principios
de siglo XX.
Coincidiendo en aspectos centrales con artculos anteriores sobre estas
obras teatrales, como el de Roberto Giusti de 1937 y el de Alicia Aisemberg y
Mara de los ngeles Sanz de 1999, nuestro aporte intenta profundizar las
hiptesis de estos dos trabajos buscando establecer un dilogo ms exhaustivo y preciso entre la serie literaria y la serie social.
Segn Giusti los dramas rurales son documento antes que obra de arte
de acabada factura (1937: 261), para este autor este gnero dramtico configura la expresin ms genuina e interesante del teatro argentino, y pasa a
revista a una tradicin dentro de la cual incluye obras distanciadas esttica y
polticamente como el Juan Moreira (1884) de Eduardo Gutirrez y Jos Podest,
La piedra de escndalo (1902) de Martn Coronado, La gringa (1904) y Barranca abajo (1905) de Florencio Snchez, Tierra virgen (1910) de Pedro Pico, Las
vboras (1916) y La inundacin (1920) de Rodolfo Gonzlez Pacheco, entre
otras. Cindonos a lo que nos atae aqu, el autor plantea que con la obra de
Berruti qued expuesta la tragedia de los inmigrantes arrendatarios sojuzgados por contratos inicuos y presa de las mayores arbitrariedades. As, segn
Giusti, Berruti desmitificaba el rostro del gringo vigoroso, innovador y activo
que acceda, en desmedro del nativo, a la propiedad de la tierra tal como
apuntaban comnmente obras rurales anteriores como La gringa, con toda
seguridad la ms emblemtica de ellas.
Aisemberg y Sanz ahondarn ste ltimo aserto recorriendo un cmulo
de creaciones dramticas ambientadas en el espacio rural y en el urbano,
arribando a la conclusin de que, en efecto, durante las dos primeras dcadas del siglo XX, en uno y otro mbito, una constelacin de obras del llamado
teatro de tesis social aun la intriga melodramtica individual con la puesta
en escena de un problema social entre cuyos objetivos figur el de disolver
la antinomia inmigrantes-criollos (Aisemberg y Sanz 1999: 66). Para estas
191
192
Guillermo Stmpfli
Con esta novela cristaliz la denominacin pampa gringa a los efectos de diferenciar
la regin agrcola del centro y sur de la provincia, donde los inmigrantes y sus descendientes eran mayora, de la regin norte y del mbito isleo, conocidas como pampa
gaucha predominantemente ganadera y poblada, en su mayor parte, por nativos e
inmigrantes de provincias vecinas.
193
194
Guillermo Stmpfli
los colonos pioneros de Esperanza, Monsieur Jaquin de Jos Pedroni, publicada en 1956,
aunque algunos de sus poemas son anteriores. Poetas santafesinos importantes como
Lermo Rafael Balbi, Mario Vecchioli, Jorge Isaas, Elda Massoni, entre otros, son posteriores e incluso, es el caso de Isaas y Massoni, contemporneos (Castelli 1991; Isaas 1991).
195
Chacareros es una obra de gran tamao (212 x 320) en la cual se reconoce la impronta de
la pintura metafsica en ese fondo de arquitecturas vacas, irreales en contraste con la
monumentalidad y contundencia de las figuras que forman el grupo heterogneo de los
chacareros. Vehiculizado por estos recursos, lo rural adquiere una dimensin que lo aproxima ms a sus obras Desocupados y Manifestacin que a la otra serie de obras donde el
196
Guillermo Stmpfli
197
198
Guillermo Stmpfli
Camilo considera que Carmen guarda cierto inters por el estanciero y despliega una actitud de renuncia generosa, alentndola a un matrimonio conveniente para los padres de la muchacha, pero el desenlace del drama comienza cuando Camilo descubre las intenciones deshonestas que encierran
las pretensiones amorosas de Don Miguel.
El violento acoso ejercido sobre la joven pasa desapercibido, hasta entonces, por el esfuerzo de Carmen de no preocupar a sus padres. Al insistir
ellos en la importancia del matrimonio cimentado y dignificado por el amor,
no por el mero inters pecuniario, estimulan a Camilo en su firme decisin
de luchar contra los atropellos del patrn y de escuchar los guios amorosos
que Carmen le prodiga.
La obra llega a su punto de mxima tensin cuando Don Miguel pone al
descubierto sus mentiras sobre el amor que dice profesar por Carmen y su
bajeza se manifiesta al no atender los pedidos desesperados de los colonos,
quienes ruegan una prrroga en el contrato ante a los bajos rindes de la cosecha. Las razones de los arrendatarios, asentadas en la concurrencia de una
serie de factores externos como la langosta, la sequa y la corrupcin descarada de la Comisin de Agricultura, que no facilita las chapas de zinc para
combatir la plaga, no hacen mella en la actitud egosta de Don Miguel, quien
incluso reacciona con duras palabras ante al apoyo que Camilo presta a los
colonos inexpertos:
DON MIGUEL.- Y quin te mete a vos a redentor?
CAMILO.- Quin me mete?... La buena voluntad, seor... Para eso son
trabajadores como yo... Hoy por ellos, maana por m...
DON MIGUEL.- Ah, s? Mir, che... Me vas a hacer el favor de no
meterte en lo que no te importa... Ya hace tiempo que te ests pasando
al patio... Desde que anduviste por Buenos Aires te has vuelto ms gallito que un sargento... El otro da te vi en el boliche de la estacin hablando de polticas y leyendo macanas de peridicos con una punta de
atorrantes... (Maturana 1959 [1908]: 144).
199
CAMILO.- No hable mal de los gringos... Ellos qu culpa tienen? Trabajan y nada ms... Al contrario, favorecen al pas... (Maturana 1959 [1908]:
152-153).
El resto de los colonos recibe una proposicin de Don Miguel encaminada a salvar unos cultivos amenazados por un brote de huelga de braceros
desarrollada en una zona vecina. Camilo, quien conoce por los peridicos la
noticia, alerta a los colonos inmigrantes y los arenga a solidarizarse con quienes declararon la huelga. La decisin de los colonos de no abandonar la
colonia para suplantar a los braceros despierta la ira de Don Miguel. Este
responsabiliza a Camilo por divulgar ideas polticas importadas de la ciudad
y perniciosas para la armona de la colonia, instndolo violentamente a abandonar la estancia. No obstante la insistencia de Carmen para que se aleje,
pues teme por su vida, Camilo resuelve quedarse en la colonia para enfrentarse a Don Miguel. Finalmente Camilo lo hiere de gravedad pues interviene
en socorro de Carmen cuando aquel intentaba poseerla por la fuerza.
La ltima obra teatral que presentamos, Madre tierra de Alejandro Berruti,
fue estrenada en Buenos Aires el 16 de noviembre de 1920 luego de su puesta
en escena varias veces en las ciudades de Crdoba y Rosario.
Los historiadores rurales reconocen en el perodo que va de 1910 -ao
en que se produjo en Macachn la movilizacin de colonos- hasta 1922 aproximadamente, uno de los ciclos de mayor conflictividad de la historia agraria
argentina. Las movilizaciones en pos de una rebaja en los arrendamientos, la
prolongacin de los contratos por al menos cinco aos, el reconocimiento por
parte del propietario de las mejoras introducidas por los chacareros, la creacin de la FAA y las exigencias al Estado para que mejorara los caminos
rurales, las tarifas ferroviarias, la supervisin de los contratos y la instalacin
de espacios de almacenajes para la conservacin adecuada del cereal, significaron pasos importantes para la configuracin de la identidad del chacarero en el campo argentino, frente a quienes identificaban como los enemigos
de sus intereses (Ansaldi 1991, 1993a).
Pero el clima convulsionado del campo no se redujo a las reivindicaciones que llevaron adelante los chacareros. Tambin estuvieron involucrados
en esta dcada conflictiva otros sujetos rurales, como los migrantes de otras
provincias o los trabajadores golondrina europeos que se trasladaban a la
regin maicera con el objeto de participar en la junta del maz. En ciertas
coyunturas ambos grupos subalternos entraron en puja cuando los changarines
y braceros comenzaron a nuclearse en sindicatos de raz anarquista o comunista y a exigir mejoras en la alimentacin, el alojamiento y fundamentalmente en el porcentaje de la cosecha (Ascolani 1993a, b y c).
En Madre tierra Berruti tiene como objetivo poner en evidencia los sufri-
200
Guillermo Stmpfli
mientos y las injusticias que atraviesa una familia de colonos italianos frente
a la falta de lluvia y la intransigencia del propietario de la estancia. La figura
del militante iluminado que denuncia la explotacin de los chacareros est
encarnada en el maestro rural de la colonia. Sabemos que algunos maestros,
sacerdotes y ciertos sectores de la intelectualidad tuvieron un papel destacado durante los conflictos agrarios, como el de 1912: apoyaron las medidas
tomadas por los chacareros e instalaron las denuncias por medio de su pluma y oratoria en la prensa, el congreso y otros espacios polticos.
Don Alfredo, el maestro rural, adopta una posicin paternalista con los
arrendatarios: educa a los hijos del sumiso agricultor italiano, Pietro, y colabora brindndole consejos, prestndole dinero, regalndole leche para sus hijos
y su mujer enferma. Hastiado de los vicios de la vida en la ciudad, como
declara Alfredo en un momento del drama, encuentra en el campo una misin
para su vida y un refugio en compaa de los chacareros, a quienes visualiza
como gente sencilla, amable y pura. Cuando la curiosa y educada Catalina, la
hija de Pietro que vivi durante su infancia en la ciudad, protesta contra la
miseria del campo y anhela retornar al hbitat urbano el maestro replica:
Comprendo su criterio de espritu joven, ansioso de expansiones ante
los atractivos de la ciudad con sus apariencias deslumbrantes, y tentadoras. Pero quien como yo ha vivido intensamente esa farsa, sintiendo
en carne propia todo el mal que se agita en la sociedad bajo el leve
barniz de las simulaciones, crame, Catalina, que se halla muy a gusto
aqu entre los pobres colonos, compartiendo sus dolores y miserias. Aqu
tambin se sufre el azote cruel de las injusticias, pero siquiera se est
lejos de los verdugos (Berruti 1959 [1920]: 247).
201
202
Guillermo Stmpfli
Por otra parte, y aunque dijimos que no vamos a ocuparnos de los contextos de recepcin, no podemos dejar de mencionar que indudablemente la
obra de Snchez cosech mayores elogios y fue, casi con seguridad, la ms
emblemtica a la hora de cristalizar una imagen del campo santafesino de
aquel perodo. Giusti transcribe el siguiente comentario de Ricardo Rojas sobre la obra circa 1912: sostuvo que era el drama realista y simblico de la
actual conciencia argentina, el poema de la invasin del extranjero sobre la
tierra del gaucho, como el Martn Fierro es el poema de la invasin del gaucho sobre la tierra del indio, profetizando adems que slo espera el paso
de los aos para convertirse como el Martn Fierro en un monumento nacional (Giusti 1937: 255). Un hombre de teatro como Vicente Martnez Cuitio
dir en su discurso en homenaje por la muerte de Snchez que el dramaturgo nos di la actual tragedia de la raza en la gigantesca lucha de sus trminos con La Gringa La Gringa! Creo haber pronunciado el nombre de una
obra inmortal, que erigirn en monumento de la literatura argentina las generaciones venideras (Cuitio 1954 [1908]: 17).
Al revisar otros elementos del contexto de escritura, encontramos que
durante el perodo que va desde 1869 hasta 1913 aproximadamente, los extranjeros representaron un porcentaje significativo de los habitantes de la
provincia de Santa Fe. En 1895 llegar a su punto ms alto cuando constituyan el 41,9% de la poblacin (Gallo 1984: 272). Una inmensa mayora de los
inmigrantes proviene del continente europeo: italianos, espaoles, suizos y
franceses sobresalen, en mayor o menor nmero, segn el momento histrico, entre las nacionalidades de origen ms relevantes para la regin.
Tambin por esos aos tuvo lugar el arribo de migrantes internos de las
provincias argentinas. Aunque un nmero importante ir a la regin norte
santafesina, mucho de ellos se afincaran en la regin centro-sur de la provincia atrados por la posibilidades laborales generadas por el aumento de la
produccin cerealera, la consecuente demanda de mano de obra de peones y
braceros y por el desarrollo de algunas incipientes industrias: molinos harineros, aceiteras, cremeras, metalrgicas, entre otras.
El encuentro durante este perodo de corrientes migratorias con orgenes diversos en las colonias agrcolas del centro y sur de Santa Fe nos sugiere
la posibilidad de pensarlas como zonas de contacto; entendiendo por esta
categora lo que Mary Louise Pratt defini como el espacio en que pueblos
geogrfica e histricamente separados entran en contacto y establecen relaciones [] que usualmente implican condiciones de coercin, radical desigualdad e insuperable conflicto (Pratt 1997 [1992]: 26).
Algunas producciones historiogrficas, al menos para antes del siglo
XX, nos sealan la existencia de conflictos en la regin -por motivos religiosos, lingsticos y educativos- que llevaron, por ejemplo, a la divisin poltica
203
Para la descripcin del suceso, ste historiador local se sirve de la publicacin de Juan
G. Schildknecht Reminiscencias de una Revolucin Suiza en San Gernimo (Santa
Fe) aparecida en la revista Helvetia, editada en Buenos Aires, durante el mes de agosto
de 1949.
11
204
Guillermo Stmpfli
chos los malones a los ranchos de los colonos y las medidas defensivas
adoptadas por ellos para repeler posibles atracos durante sus viajes a localidades vecinas (Priamo 2005 [1995]: 27-28, 40-41). Dos aos despus, en la
misma regin, el testimonio de Camila Cugino de Priamo rememora la muerte de un to alemn de su patrona en mano de los indios (muy probablemente fueran bandidos criollos) (Priamo 2005 [1995]: 197).
Otras fuentes evocan hechos semejantes. En 1893, con motivo de un
linchamiento de dos hermanos criollos acusados de asesinar a un colono
inmigrante un columnista describa la colonia Carcara, escenario donde
tuvieron lugar las acciones, como dividida en dos parcialidades: una habitada por inmigrantes europeos y la otra por criollos. En un relato plagado de
estereotipos y prejuicios leemos:
Pero a algunos pasos de all, lzase otro ncleo que contrasta dolorosamente con el que queda descrito, y el alma, al penetrar en l, se siente
inundada por un soplo helado de repugnancia y terror instintivos. Nos
referimos al pueblecito que se denomina el Argentino.
Mientras en las colonias nombradas reinan las hermosas agitaciones del
bienestar, de la cultura y de la riqueza, que es vida y contento, en el
Argentino solo se contempla el aspecto ttrico de las ruinas, de las poblaciones muertas, de la ociosidad, del vicio 12.
205
206
Guillermo Stmpfli
207
tante (1985 [1904]: 140)-, hasta un 33 % en 1912 (Arcondo 1980: 363). Malas
cosechas o bajos precios equivalan a un endeudamiento creciente que dificultaba cancelar deudas con el propietario o la empresa de colonizacin, con
el dueo de la maquinaria agrcola -por contrato, lo defina la empresa o el
propietario-, con la compaa de seguros -exigida por el dueo o la compaa
que arrendaba el campo-, con el almacenero y con el transportista. El desalojo fue una suerte de espada de Damocles balancendose sobre la cabeza
del chacarero. Bastaba que la enfermedad visitara la chacra o que la ganadera conviniera al cultivo, para que el colono tuviera que ir al encuentro de
otros horizontes, no sin antes desarmar su rancho, tapar su pozo y desmontar
los pocos rboles que pudiese haber plantado. De todos modos, esto ltimo
era algo siempre previsible: los contratos por escrito rara vez superaban los
tres aos.
Maturana dramatiza con bastante precisin el panorama. Sin embargo,
su deseo borboteando en la obra acerca de la conformacin de un frente
comn de peones y colonos, no le tuerce el brazo a lo que la historiografa
rural evidenciar para 1908, ao de su estreno, y no ser un presagio atinado
del desarrollo futuro: peones y colonos rara vez se solidarizarn frente a un
enemigo comn, ms frecuentemente entrarn ellos mismos en puja. En La
flor de trigo, es un pen fijo quin alienta a colonos italianos a sostener la
huelga bracera, luego de enterarse por la prensa escrita de la medida de
fuerza que estaba teniendo lugar en la regin. Pero, como veremos enseguida, lo que la historiografa rural registra es, por un lado, que son los chacareros
los primeros en llevar adelante una huelga relativamente exitosa en Santa
Fe, y por el otro, que una gran parte de los braceros son inmigrantes europeos
poco receptivos a la sindicalizacin.
En efecto, en el espacio rural los chacareros lograrn antes que los peones una entidad que los represente. La FAA surgir con el Grito de Alcorta
y defender, durante el perodo de 1912 a 1921, lo que Jos Boglich llam
libertades capitalistas: la reduccin del canon de arrendamiento, la absoluta libertad de trillar y desgranar con la mquina que el locatario disponga,
un contrato escrito y por un plazo mnimo de cuatro aos, el derecho a disponer de un uso menos limitado del rea total de tierras para huerta familiar y
pastoreo de los animales de trabajo y vacas lecheras, etc. (Bonaudo y Godoy
1987; Ansaldi 1991, 1993b). La suspensin inmediata de todo juicio de desalojo tambin fue un motivo recurrente en las movilizaciones propulsadas
por la FAA, al igual que ciertas exigencias dirigidas hacia el gobierno, como
la mejora de caminos, la provisin de semillas, bolsas de arpilleras y
elevadores de granos.
Recin a partir de 1919 cobrar fuerza para la entidad la proclama por la
propiedad de la tierra para quien la trabaja y la necesidad de un parcelamiento
208
Guillermo Stmpfli
adecuado de los latifundios. En el drama de Maturana esta ltima reivindicacin est ausente; no as en la obra de Berruti. Al reunirse con el propietario
absentista en bsqueda de una prrroga, el maestro rural responde al argumento jurdico esgrimido por el primero:
a quin debe pertenecer la tierra, a estos (sealando a Pietro), que van
a ella a entregarle sus energas, el amargo sudor de todos los das, convirtiendo verdaderos eriales en campos de ricas mieses; a estos que
viven en la tierra generosa y la fecundan con su trabajo arrancando de
su seno los frutos que la naturaleza da para todos; o debe pertenecer la
tierra a quienes como usted no tienen ms ttulo de posesin que un
papel escondido en la caja de hierro? La tierra es un patrimonio de
todos, como el sol y el aire (Berruti 1959 [1920]: 270).
En estas obras el drama que rode al otro sujeto social del campo capitalista fue menos visible. Los obreros rurales abarcaron un conjunto de actores sociales diversos, como carreros -asalariados o propietarios de hasta no
ms de dos carros-, estibadores, braceros, maquinistas, peones fijos. Algunos
de ellos, como los estibadores y los carreros, tuvieron como mbito de trabajo
las ciudades y los pueblos del interior ms que el espacio rural propiamente
dicho. Otros fueron obreros estacionales vinculados al campo en el momento
de la cosecha. Muchos de estos ltimos, llamados braceros, residirn gran
parte del ao en las grandes ciudades o emigrarn desde provincias del norte, fundamentalmente luego de que la migracin golondrina de ultramar destinada al trabajo agrcola se detengan debido al inicio de la primera Guerra
Mundial.
En 1904 Bialet Mass pasa revista en su Informe a lo que juzgaba como
las pauprrimas condiciones laborales que deban soportar los obreros y los
peones de la cosecha. Se trataba de jornadas de trece a catorce horas bajo un
sol abrasador -las cosechas se extendan desde noviembre a marzo/abril-,
comida mala y costosa provista por el dueo de la trilladora, la empresa de
colonizacin o almaceneros inescrupulosos, psimo alojamiento para el momento del descanso y accidentes frecuentes por maquinistas improvisados e
inexpertos. A esta lista se le sumaban otros abusos que la cosecha deparaba a
los trabajadores golondrina europeos y a los migrantes internos, como el expendio de bebidas espirituosas de psima calidad provistas, en muchos casos, para prohijar el esfuerzo sobrehumano y la existencia de intermediarios
o agentes de conchavo que vivan de engaar a trabajadores frecuentemente
analfabetos. El Informe concluye con la necesidad de instaurar una rgida ley
laboral que fuera implacable tanto ante la ignorancia y el prejuicio de los
patrones, quienes no entendan que la jornada de ocho y nueve horas no
209
obstaculizaba sus ganancias, como ante la codicia del obrero que, por unos
centavos ms, exceda fcilmente el umbral de las nueve horas (Bialet Mass
1985 [1904]: 135-160).
Dcadas despus, los recuerdos del colono Primo Rivolta evocan una
situacin semejante en lo que hace a las extensas jornadas de trabajo durante
la trilla:
En las mquinas se trabajaba a destajo. Ms que a destajo, porque ya no
era de sol a sol: se empezaba dos horas antes que saliera el sol -a las tres
y media, cuatro de la maana ya estaban los horquilleros tirando trigo
sobre el acarreador- y de noche hasta que se vea. Era siempre el maquinista, o el patrn de mquina, el que apuraba a los obreros a hacer ms
quintales para ganar ms plata. Por lo que se cobraba, deba ser por eso.
Tena que pagar a una cantidad de gente bastante respetable -catorce,
diecisis personas- y devengar ganancias, por supuesto (Priamo 2005
[1995]: 83).
Hasta 1917, los intentos de los obreros de las cosechas para conformar
asociaciones de lucha tuvieron un alcance limitado y una existencia efmera.
Como sealaron Adrin Ascolani y Waldo Ansaldi, los factores
desencadenantes del movimiento sindical deben buscarse, en primer lugar,
en la retraccin importante de inmigrantes ultramarinos debido a la contienda blica europea. Esta coyuntura histrica hizo necesario, como dijimos, la
incorporacin de contingentes de obreros rurales provenientes de ciudades e
imbuidos del clima convulsionado y politizado del espacio urbano. Estos obreros fueron en general menos reacios a la sindicalizacin que los migrantes
estacionales provenientes de Europa. En segundo lugar, la sucesin de cosechas abundantes en Santa Fe y el relativo atraso tecnolgico, palpable en la
escasez de mquinas cosechadoras en la regin, hizo imperiosa la necesidad
de abundante mano de obra. Surgi entonces una situacin ventajosa para el
xito de las demandas obreras fundamentales como aumento de salarios,
jornada de ocho horas, reconocimiento de los sindicatos, indemnizacin por
accidentes y casas higinicas. Por ltimo, los militantes anarquistas y comunistas pudieron capitalizar los descontentos del pasado reciente en el grupo
de los braceros. En efecto, entre los aos 1914 y 1916, los obreros rurales
desocupados que exigan trabajo y alimentos sufrieron una oleada de represin y violencia en algunos pueblos de la campaa. El origen inmediato de
estos conflictos respondi a que la desocupacin urbana, in crescendo, no
pudo ser absorbida por la demanda de empleos rurales; a esta situacin tensa
se sum el creciente proceso de inflacin y el fracaso de las cosechas de
maz y trigo en 1916 (Ansaldi 1993b; Ascolani 1993a y b).
210
Guillermo Stmpfli
211
212
Guillermo Stmpfli
213
214
Guillermo Stmpfli
215
incluye a obreros, campesinos, policas y soldados rasos, profesionales, comerciantes, entre otros- frente a los mecanismos opresores y los agentes de la
dominacin.
En ambas obras podemos ver de modo manifiesto esta concepcin de lo
popular que mantiene ciertos lugares prximos a la afirmacin romntica de
la verdad y la belleza como rasgos inherentes al pueblo. Sin embargo en
Maturana esta construccin de lo popular adopta una significacin diferente
de la romntica; las virtudes del pueblo reposarn aqu en un instinto de
justicia que le permitir dirigir un proceso revolucionario para recuperar la
dignidad en el hombre universal (Martn Barbero 1993: 22-23). El pueblo en
las dos obras queda definido en su oposicin al sector burgus propietario de
la tierra, e incluye una multiplicidad de sujetos que trascienden su origen
nacional y su posicin social. La homogeneidad de lo popular en estos dramas anula las diferencias existentes, apenas sugeridas por los sociolectos de
los protagonistas, entre arrendatarios, nacionales o extranjeros, peones permanentes, braceros temporarios, maestros o agentes policiales sensibles y
conscientes de la alienacin. La ilusin de la homogeneidad de las clases
y las culturas dominadas que recorre estas obras, en particular la de Berruti,
las agrupa en torno a significados negativos que remiten siempre a sus
carencias, debilidades, desventajas y privaciones frente a los sectores dominantes, cayendo as a lo largo de estas obras en posiciones prximas a lo que
Grignon y Passeron llamaron el miserabilismo de los populistas 15.
En Maturana, la oposicin de los sentimientos entre el pueblo y el nopueblo est principalmente alegorizada entre lo puro y lo impuro por medio
de una historia de amor. Como representante de los primeros, Carmen y Camilo encarnan la honestidad, el sacrificio y el coraje como valores de la relacin amorosa, mientras que Don Miguel simboliza la impureza ejemplificada
en su afn de la conquista por la conquista misma y en su acto de homologar
la propiedad privada de la tierra con la de los seres que la habitan y trabajan.
Con Berruti, la oposicin de estos sentimientos queda expresada en trminos de la solidaridad como valor inherente al pueblo. Los sentimientos
nobles ejemplificados en la obra, en la ayuda que el sargento y el maestro
ofrecen al colono Pietro y en la renuncia del anterior director de la colonia
frente al imperativo de tener que llevar adelante los injustos desalojos, se
contraponen a los comportamientos alienados del burgus Garca Castro, del
15
No podemos pensar en estudiar las culturas populares en su especificidad si no nos
desembarazamos primero de la idea dominocntrica de la alteridad radical de esas culturas, que conduce siempre a considerarlas como no-culturas, como culturas-naturalezas:
prueba esto el modo con que el miserabilismo apela infaliblemente al populismo (Grignon
y Passeron 1991: 113).
216
Guillermo Stmpfli
juez de paz y del comisario. La humanidad del pueblo frente a la inhumanidad del sujeto no pueblo permite a Berruti denunciar la aberracin moral
de una burguesa que reniega de esa expresin natural de simpata hacia los
que sufren, defendida por el terico crata Pedro Kropotkin e inspirada en la
obra de Adam Smith Teora del sentimiento moral (Suriano 2004:109).
Fecha de recepcin: 29 de agosto de 2007.
Fecha de aceptacin: 15 de noviembre de 2007.
AGRADECIMIENTOS
Mi especial agradecimiento para Mnica Farkas por sus siempre inteligentes observaciones y su disposicin afectuosa para escuchar mis inquietudes. Le estoy muy agradecido a Eduardo DAnna, Marta Bonaudo, Alicia
Megas y Oscar Videla por su ayuda en la bsqueda bibliogrfica. Debo mucho tambin a Ana Mara Lorandi, mi estimulante directora, quin realiz la
primera lectura crtica de este trabajo, y a Cora Bunster y a los evaluadores
por las sugerencias y correcciones efectuadas al artculo. No puedo dejar de
mencionar, como siempre, la colaboracin prestada por la Biblioteca Pablo
Pizzurno de la ciudad de Carcara, en especial la de su bibliotecaria Claudia
Pretto.
BIBLIOGRAFA CITADA
Abad de Santilln, Diego
2005 [1933]. La FORA. Ideologa y trayectoria del movimiento obrero
revolucionario en la Argentina. Buenos Aires, Libros de Anarres.
Aisemberg, Alicia y Mara de los ngeles Sanz
1999. La antinomia inmigrante/criollo en el teatro de tesis social. En
Osvaldo Pellettieri (ed.); Inmigracin italiana y teatro argentino: 51-66.
Buenos Aires, Galerna-Instituto Italiano de Cultura de Buenos Aires.
Altamirano, Carlos y Beatriz Sarlo
1983. La Argentina del centenario: campo intelectual, vida literaria y
temas ideolgicos. En Altamirano, Carlos y Beatriz Sarlo; Ensayos argentinos. De Sarmiento a la vanguardia: 69-105. Buenos Aires, Centro
Editor de Amrica Latina.
217
Ascolani, Adrin
1993a. Labores agrarias y sindicalismo en las villas y ciudades del interior santafesino (1900-1928). En Ascolani, Adrin (comp.); Historia del
sur santafesino. La sociedad transformada (1850-1930): 201-268. Rosario, Platino.
1993b. Guerra a muerte al chacarero. Los conflictos obreros en el campo
santafesino 1918-1920. En Ansaldi, Waldo (comp.); Conflictos obrerosrurales pampeanos (1900-1937) II: 129-180. Buenos Aires, Centro Editor
de Amrica Latina.
1993c. El anarco comunismo rural argentino. Utopa revolucionaria y
sindicalismo (1900-1922). Estudios Sociales 4: 113-136. Santa Fe, Departamento de Extensin de la Universidad Nacional del Litoral.
Ansaldi, Waldo
1991. Hiptesis sobre los conflictos agrarios pampeanos. Ruralia 2: 7-27.
Buenos Aires, FLACSO-Imago Mundi.
1993a. La pampa es ancha y ajena. La lucha por las libertades capitalistas y la construccin de los chacareros como clase. En Bonaudo, Marta
y Alfredo R. Pucciarelli (comp.); La problemtica agraria. Nuevas aproximaciones II: 71-101. Buenos Aires, Centro Editor de Amrica Latina.
1993b. Cosecha roja. La conflictividad obrero rural en la regin pampeana,
1900-1937. En Ansaldi, Waldo (comp.); Conflictos obreros-rurales
pampeanos (1900-1937) I: 11-48. Buenos Aires, Centro Editor de Amrica Latina.
Arcondo, Anbal
1980. El conflicto agrario argentino de 1912. Ensayo de interpretacin.
Desarrollo Econmico 20: 351-381. Buenos Aires, IDES.
Barsky, Osvaldo y Jorge Gelman
2005. Historia del agro argentino. Desde la conquista hasta fines del
siglo XX. Buenos Aires, Sudamericana.
Barthes, Roland
1973 [1964]. Ensayos crticos. Barcelona, Seix Barral.
Battistn, Dora y Susana Llah
2007. La Pampa (1896-1950). En Pellettieri, Osvaldo (dir.); Historia del
teatro argentino en las provincias II: 199-235. Buenos Aires, Galerna.
218
Guillermo Stmpfli
Berruti, Alejandro
1959 [1920]. Madre tierra. En Ordaz, Luis (comp.); El drama rural: 233287. Buenos Aires, Hachette.
Bertoni, Lilia Ana
2001. Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas. La construccin de la nacionalidad argentina a fines del siglo XIX. Buenos Aires, Fondo de Cultura Econmica.
Bialet Mass, Juan
1985 [1904]. Informe sobre el estado de la clase obrera I. Madrid,
Hyspamrica.
Bonaudo, Marta y Cristina Godoy
1987. Una corporacin y su insercin en el proyecto agro-exportador: la
Federacin Agraria Argentina (1912-1933). Anuario de la Escuela de
Historia 11: 151-216. Rosario, Universidad Nacional de Rosario.
Brannigan, John
2000. La literatura en la historia. En Coleccin Trama. Cuaderno de Historia y Crtica 8, Rosario, Universidad Nacional de Rosario.
Castelli, Eugenio
1991. Inmigracin y cultura. La epopeya inmigratoria en Santa Fe, su
memoria potica. En Castelli, E. et al.; Inmigracin, Identidad y Cultura:
7-26. Santa Fe, Ediciones Culturales Santafesinas.
Cazap, Susana y Cristina Massa
2002. Teatro nacional y realidad social. En No Jitrik (dir.); Historia crtica de la literatura Argentina. El imperio realista 6: 91-110. Buenos Aires,
Emec.
Cervera, Felipe Justo, Graciela Cocco y Mara Elda Pavn
1989. Santa Fe en la Literatura. Santa Fe, Ediciones Sistemas de Apoyo
Educativo.
Cilento, Laura y Martn Rodrguez
2002. Configuracin del campo teatral (1884-1930). En Pellettieri, Osvaldo
(dir.); Historia del teatro argentino en Buenos Aires. La emancipacin
cultural (1884-1930) II: 77-98. Buenos Aires, Galerna.
219
Cragnolino, Silvia
1988. Cuestin municipal y participacin poltica de los colonos
santafesinos Esperanza y San Carlos 1853-1883. Papeles de Trabajo 5.
Rosario, Escuela de Historia, Universidad Nacional de Rosario.
Cros, Edmond
2002. Sociologa de la literatura. En Angenot, Marc, Jean Bessire, Douwe
Fokkema y Eva Kushner; Teora literaria: 145-171. Mxico D.F., Siglo XXI.
Cuitio Martnez, Vicente
1954 [1908]. Prlogo. En Florencio Snchez; Teatro completo: 5-17. Buenos Aires, Librera El Ateneo.
DAnna, Eduardo
1996 [1991-1992]. La literatura de Rosario. Siglo XIX - Siglo XX. Rosario,
Fundacin Ross.
Farkas, Mnica y Guillermo Stmpfli
2006. Fragmentos de vida y obra de Delesio Antonio Berni. Indicios de
un vanguardista con olor a tierra. Resistencia, I Jornadas Internacionales de Historiografa Regional, 9 y 10 de noviembre de 2006.
Fernndez, Miguel Angel
2001. Bandidos al acecho: Violencia, inseguridad y modernizacin: Bandidos en la campaa santafesina. 1870-1880. Seminarios Regionales 3.
Rosario, Escuela de Historia, Universidad Nacional de Rosario.
Frid de Silberstein, Carina
1998. Surcos temprano, pioneros tardos: agricultores italianos y produccin cerealera en el sur de la provincia de Santa Fe (1900-1930).
Estudios Migratorios Latinoamericanos 38: 109-136. Buenos Aires,
CEMLA.
Gaignard, Romain
1984. La pampa agroexportadora: instrumentos polticos, financieros,
comerciales y tcnicos de su valorizacin. Desarrollo Econmico 94:
431-445. Buenos Aires, IDES.
Gallo, Ezequiel
1973. Conflictos socio-polticos en las colonias agrcolas de Santa Fe (18701880). Documento de Trabajo 87. Buenos Aires, Instituto Torcuato Di Tella.
220
Guillermo Stmpfli
221
Malamud, Carlos
1998. Partidos polticos y elecciones en la Argentina. La Liga del Sur
santafesina (1908-1916). Madrid, Universidad Nacional de Educacin a
Distancia.
Malosetti Costa, Laura
2003. Los primeros modernos. Arte y sociedad en Buenos Aires a fines
del siglo XIX. Buenos Aires, Fondo de Cultura Econmica.
Martn-Barbero, Jess
1993. De los medios a las mediaciones. Comunicacin, cultura y hegemona. Mxico, Gustavo Gilli.
Maturana, Jos de
1959 [1908]. La flor del trigo. En Ordaz, Luis (comp.); El drama rural: 93173. Buenos Aires, Hachette.
Palacios, Ramn Julin
1971. Manual historiogrfico del centenario de San Jernimo Sud.
Pedroni, Jos
1999 [1969]. Obra potica. Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral.
Pratt, Mary Louise
1997 [1992]. Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturacin.
Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes.
Priamo, Luis
2005 [1995]. Memorias de la pampa gringa. Recuerdos de Primo Rivolta,
Luis Bellini y Camila Cugino de Priamo. Buenos Aires, Universidad
Nacional de Quilmes.
Robin, Rgine
1986. Cede la historia oral la palabra a quienes estn privados de ella,
o es la historia de vida un espacio al margen del poder?. En Vilanova,
Mercedes (ed.); El poder en la sociedad. Historia y fuente oral: 195-203.
Barcelona, Antonio Bosch editor.
Snchez, Florencio
1994 [1904]. La gringa. Buenos Aires, Kapelusz.
222
Guillermo Stmpfli
Schobinger, Juan
1957. Inmigracin y colonizacin suizas en la Repblica Argentina en el
siglo XIX. Buenos Aires, Instituto de Cultura Suizo-Argentino.
Solberg, Carl
1975. Descontento rural y poltica agraria en la Argentina, 1912-1930. En
Gimnez Zapiola, Marcos (comp.); El rgimen oligrquico. Materiales
para el estudio de la realidad argentina (hasta 1930): 246-281. Buenos
Aires, Amorrortu.
Suriano, Juan
2004. Anarquistas. Cultura y poltica libertaria en Buenos Aires 18901910. Buenos Aires, Manantial.
Trbulo, Juan Antonio
2005. Tucumn (1873-1958). En Pellettieri, Osvaldo (dir.); Historia del
teatro argentino en las provincias I: 495-550. Buenos Aires, Galerna.
Ubersfeld, Anne
1989. Semitica teatral. Madrid, Ctedra/Universidad de Murcia.
Wechsler, Diana B.
1999. Impactos y matices de una modernidad en los mrgenes. Las artes plsticas entre 1920 y 1945. En Buruca, Jos Emilio (dir.); Nueva
Historia Argentina. Arte, sociedad y poltica I: 269-314. Buenos Aires,
Sudamericana.
Williams Alzaga, Enrique
1955. La pampa en la novela Argentina. Buenos Aires, Estrada.
223
RESEAS
224
Reseas
225
Aqu dir quechua para referirme a la constelacin general del runasimi andino, quichua
para nombrar a una estrella de esa constelacin, la de Santiago del Estero.
Quince aos despus de la muerte de Ricardo Nardi, los tres editores sacaron a luz una
descripcin bastante completa del idioma, basada en los papeles de dos cursos dictados
en 1982 y 1986 (Nardi 2002).
226
Reseas
227
saba el idioma. Lo mismo ocurre con los textos quechuas que Juan A. Carrizo recogi en Jujuy y Salta, pues tambin estn mal transcritos.
Ocurre que hasta los aos 1940 -un libro de 1938, para ms datos- no se
escribe regularmente el quichua. Con excepcin de un sucinto vocabulario
de Vicente Quesada de 1863 y otros pequeos textos por el estilo, de la misma poca 3 no hay evidencias de escritos anteriores. Sin embargo parece que
los hubo pero habra sido una produccin escueta, hasta ahora no hallada.
Esto coincide con el momento en que se recomienza a escribir el quechua en
otros pases andinos. As, Jos M. Arguedas y Jos B. Farfn en la Revista del
Museo Nacional de Lima, como el ayacuchano Efran Morote Best en Cusco,
en su revista Tradicin, publicaron textos quechuas en las dcadas 1940-50 4.
A propsito de Tradicin quisiera destacar el vnculo que Morote Best tena
con estudiosos del acervo local santiagueo como Francisco Ren Santucho.
Morote, riguroso investigador de los motivos de la narrativa oral en la lnea
folklrica de Stith Thompson, no slo conoca a Canal Feijo, a Jorge W.
balos y a Orestes Di Lullo sino que tambin lleg a publicar en la revista
Dimensin, rgano de la pea cultural que funcionaba en la librera de Francisco Ren (Morote 1951 y 1988: 70 y 115). Habra que estudiar la importancia de estas redes de circulacin de personas e ideas, redes perifricas pero
no marginales: un mundo intra-andino que estableca otros canales que los
de la relacin entre la provincia y la capital nacional. Traigo aqu una imagen contada en un relato autobiogrfico de Luis Valcrcel, donde l mismo y
otros intelectuales serranos iban a la estacin del Cusco a buscar los libros
que llegaban de la Argentina, no de Lima 5. Eran los tiempos de una red
ferroviaria laboriosamente construida como parte de la formacin de los estados-nacin, que an funcionaba en los aos 1980 y prcticamente vinculaba a la estacin portea de Retiro con Mollendo y Quillabamba, pasando por
Cusco, Puno, La Paz, Potos, Jujuy, Santiago. Fue alegremente desmontada
en los ltimos aos.
Conoc campesinos quechuistas potosinos que recordaban con afecto
sus tiempos de zafreros en el Noroeste argentino, donde compartan espacio
con quichuistas y comprobaban que podan entenderse mutuamente al tiempo que constataban la distancia entre el brindis santiagueo upisunchis y el
uqyarisunchis de ellos. Este libro da cuenta de este espacio compartido. Se
3
Reproducidos en la pgina de ADILQ. Asociacin de Investigadores en Lengua Quechua.
http://usuarios.arnet.com.ar/yanasu/ Tucumn.
4
En el Museo Etnogrfico (FFyL-UBA) y otras colecciones porteas pueden consultarse
tanto la RMNL como casi toda la coleccin de Tradicin. sta ltima perteneci a Augusto
Ral Cortazar.
5
228
Reseas
demuestra aqu la importancia de contar con un sistema unificado de escritura -y el mundo quechua lo tiene, como tendencia, desde los aos 1950. Al
igual que un hijo de migrantes que por vez primera conoce a sus parientes y
ve en ellos caras conocidas, el hablante de Cusco, Quito o Sucre -ni que decir
del ayacuchano, ese pariente cercano del santiagueo- reconocer en estas
pginas el sabor de lo familiar con condimentos distintos. Y el santiagueo,
si se acostumbra a leer el sistema nico de escritura, podr ver que entiende
bastante a Waman Puma o a Wallparimachi.
Este volumen da a entender que los textos publicados son como la punta de un tmpano. Varios de los documentos reproducidos no solo valen
como muestras del estado de una lengua sino por su contenido especfico:
quin hubiera dicho que haba proclamas polticas quichuas de la Unin
Cvica Radical (UCR)? Algunos ya se haban dado a conocer, como los documentos quichuas del Frente Revolucionario Indoamericano Popular (FRIP)
de Roberto y Francisco Ren Santucho reeditados por Daniel De Santis. Ahora el aporte que hacen Tebes y Karlovich al editar por primera vez la proclama electoral, fechada en 1940, que apoyaba la candidatura de Gabriel
Chiossone a gobernador de Santiago del Estero por la UCR. Adems brinda
indicios de la existencia de otros textos, an no reencontrados, como el peridico Atari Huauque (Levntate Hermano) que un comunista santiagueo
habra publicado antes de 1946; o del peridico de stira poltica El Orcko
(El Cerro), sobre el cual hay rastros que sealan su existencia hacia 1875.
Ms all del pintoresquismo, el lector ver que en quichua se han escrito
tanto ancdotas del boxeador Ringo Bonavena como escritos publicitarios,
poesa lrica y obras teatrales. Esto sugiere la necesidad de un programa de
investigacin, adems de los esfuerzos lingsticos como el ya citado de
ADILQ, o el del Centro Nardi de Crdoba, entre otros. Hace falta ms investigacin de etnografa e historia y la informacin brindada por este libro es til
y sugerente para ambas disciplinas. Por dar slo un ejemplo, se hace mencin a un paisano de Monte Redondo nacido hacia 1870 que usaba un sistema de nudos que funcionaba como khipu: he aqu una faceta inesperada
de la Argentina del siglo XX 6.
Otra de las preguntas que la lectura del libro me sugiere es la cuestin
de las formas no-santiagueas del quechua argentino: las de Catamarca y La
Rioja y las de Jujuy. Aunque ya no se hablen -excepto en reas precisas del
departamento jujeo de Santa Catalina- existen como fenmenos de sustrato,
el viejo llevaba siempre colgando de su cinturn un anillo de alambre del cual pendan
muchos hilos de colores, cada uno con muchsimos nudos, y cuando le preguntaban para
qu serva esto, sola decir que era para anotar y recordar cosas (pg. 26).
229
8
Una excepcin es la tesis que el antroplogo argentino Carlos Kuz present en el Museu
Federal de Rio de Janeiro, dedicada a la obra de Bravo. Hoy est camino a publicarse
- comunicacin del autor.
230
Reseas
BIBLIOGRAFA CITADA
Bravo, Domingo
1956: El quichua santiagueo. Reducto idiomtico argentino. Universidad Nacional de Tucumn.
Itier, Csar
2002: Visin de los vencidos o falsificacin? Datacin y autora de la
Tragedia de la muerte de Atahuallpa. Bulletin (30) 1: 103-121. Lima,
Institut Franais dtudes Andines.
Morote Best, Efran
1951: El cuento de la Huida Mgica (O el desconocimiento de las tradiciones de Amrica Meridional). Dimensin. Revista bimestral de cultura. Santiago del Estero
1988: Aldeas sumergidas. Cultura popular y sociedad en los Andes.
Cusco, CBC.
Nardi, Ricardo L. J.
2002 [1982-1986]: Introduccin al quichua santiagueo. Buenos AiresTucumn: ADILQ-Dunken. Edicin y notas de Lelia Albarracn, Jorge
Alderetes y Mario Tebes.
RICARDO GABRIEL ABDUCA *
231
Rowe, John H. 2003. Los Incas del Cuzco. Siglos XVI-XVII-XVIII. Cusco, Instituto Nacional de Cultura-Regin Cusco. 418 p.
232
Reseas
233
En el primer caso se discute qu tipo de instalacin fue Machupicchu, sugiriendo que se trataba de una hacienda particular de Pachacuti y no un establecimiento del estado. En el segundo caso Rowe examina los documentos
en busca de una explicacin para la ausencia de registro arqueolgico en las
inmediaciones de la parroquia de Beln, donde se estimaba deba encontrarse el barrio de Cayao Cachi. En La mentira literaria de la obra de Martn de
Mura presenta un anlisis de las dos obras de Mura sobre los incas para
dar cuenta de los autores a quienes copi y de la incorporacin de material
mexicano, como parte de un intento de xito literario a costa de veracidad.
Por ltimo, queda un segundo trabajo que resalta en esta primera parte, La
supuesta diarqua de los incas; aqu Rowe se ocupa de discutir la propuesta
de Zuidema, retomada por Duviols, de una estructura dual de poder en el
reinado inca.
En el segundo captulo, compuesto por cinco trabajos, se aborda la temtica religiosa. En Los orgenes del culto al creador entre los incas se
presenta al mismo como una invencin de los tiempos de Pachacuti que
reinterpreta elementos presentes en los pueblos conquistados y los rene
desde el concepto de poder imperial. Este trabajo que se completa con Once
oraciones del ritual de Zithuwa, donde el autor despliega nuevamente un
detallado estudio del lenguaje. Se destaca en este apartado Una relacin de
los adoratorios del antiguo Cuzco, otro ejemplo de la habilidad de Rowe
para establecer un dilogo entre los datos arqueolgicos y los documentos
histricos sometiendo a estos ltimos a un exhaustivo anlisis en el que se
destacan sus conocimientos lingsticos. En este captulo encontramos otros
dos trabajos: Hawkaypata: Como fue la plaza de los incas donde el autor
realiza un examen de la plaza inca a travs de fuentes histricas y Religin
e historia en la obra de Bernab Cobo donde discute la crtica de Duviols a
Cobo, concordando en que se trata de un compilador pero resaltando su carcter selectivo y la importancia de su obra.
Por ltimo, el tercer captulo comprende siete artculos que se ocupan
de la continuidad de la tradicin inca durante el rgimen colonial. En La
cronologa de los vasos de madera inca Rowe da cuenta de la continuidad
de la tradicin inca durante el domino espaol poniendo en juego asociaciones arqueolgicas, escritos espaoles y la decoracin misma de los vasos, en
la que aparecen representaciones de indumentaria espaola. En la misma
lnea estara Retratos coloniales de los incas nobles, el autor aqu tambin
resalta la importancia de estos retratos como testimonio de la posicin de
estos incas durante el perodo colonial y su papel en la preservacin de las
tradiciones artsticas y culturales incas. En Los incas bajo las instituciones
coloniales espaolas se lleva a cabo un completo anlisis de las principales
herramientas e instituciones del sistema espaol -encomienda, corregidores,
234
Reseas
235
Mara Elena Barral ofrece en su libro una mirada indita sobre el rol de
la Iglesia en la campaa bonaerense. Desafiando aquellas imgenes
estereotipadas de la religin del gaucho, como espacio fuera del alcance
del sacerdote, este trabajo recupera la diversidad de actores, prcticas e instituciones de la que se vali el clero de fines del perodo colonial para intervenir en una regin donde las estructuras del poder civil estaban dbilmente
instituidas.
A fin de analizar el papel de la Iglesia como mediadora en el mundo
rural del Buenos Aires tardocolonial la autora se lanza a explorar los diversos recursos que esta institucin -pieza clave de control social- despleg sobre la campaa, y las respuestas de sus habitantes frente a ellos. A lo largo de
los captulos, Barral va registrando los mecanismos que intervinieron en el
proceso de disciplinamiento de la poblacin rural, al tiempo que, con una
mirada atenta a las prcticas religiosas que se sucedan por fuera de las parroquias, visualiza la autonoma que cobraron las devociones en manos de
los propios paisanos. Mientras lo hace, va descubriendo un espacio con una
densidad novedosa: un universo animado por cofradas y festividades, por
las capacidades judiciales de los religiosos y sus misiones itinerantes, por
los promesantes de la virgen y sus limosneros.
En este sentido, esta obra se entrama con toda una produccin
historiogrfica sobre el Buenos Aires rural de ese perodo, cuyos aportes han
revelado un espacio complejo que, lejos de estar signado por la omnipresencia total de la ganadera y las grandes propiedades del campo, pone de manifiesto relaciones sociales y econmicas insospechadas. La campaa bonaerense tom as distancia de la imagen de hombre solitario de las pampas que,
en palabras de Jorge Gelman (1989) 1, iba de la pulpera a la estancia y de la
1
Gelman, Jorge. 1989. Sobre esclavos, peones, gauchos y campesinos: el trabajo y los
trabajadores en una estancia colonial rioplatense. En Garavaglia, J. y Gelman, J. (Orgs.); El
mundo rural rioplatense a fines de la poca colonial: estudios sobre produccin y mano
de obra: 44-83. Buenos Aires, Editorial Biblos.
236
Reseas
237
238
Reseas
Luiz, Mara Teresa. 2006. Relaciones Fronterizas en Patagonia. La convivencia hispano-indgena a fines del perodo colonial. Ushuaia, Asociacin Hanis /
Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco. 424 pginas.
239
quien sigue en este aspecto los postulados que Ral Mandrini expresa en
diversos estudios sobre la regin-, a la adopcin de una economa pastoril y
a una gradual concentracin del poder en jefaturas permanentes. Paralelamente, analiza los cambios que se suceden en la regin con la nueva poltica
borbnica. Ante la amenaza de la presencia extranjera en la misma y el temor
de una alianza entre esta y los pueblos indgenas se procura la ocupacin de
sitios estratgicos del litoral sudatlntico, ya que se cree que solo la ocupacin efectiva del territorio podra asegurar los derechos de la Corona hispana
en la regin. Sin embargo, las autoridades coloniales americanas considerarn este plan metropolitano como una estrategia para contener desde el sur
las incursiones indgenas, ya que las medidas tradicionales para el control de
la frontera sur, como las vas misional y blica, haban fracasado. El proyecto
defensivo poblacional patagnico se llevar a cabo con la instalacin de fuertes en diversos lugares estratgicos del litoral martimo. Para la instalacin de
los mismos se tendrn en cuenta tanto los factores polticos estratgicos como
los econmicos. El plan poblacional prevea la instalacin de colonos reclutados
especialmente en Espaa; sin embargo, ser muy escaso el nmero de los que
llegarn a destino. Los funcionarios de la administracin colonial americana
no estarn de acuerdo en la conveniencia del mantenimiento de estos puestos
fronterizos, evidenciado por la escasez de los envos de bienes de suministros
a los mismos, y por la irregularidad de las guarniciones militares destinadas a
ellos. Con un detallado anlisis de la arquitectura de los fuertes, la autora
demuestra que la defensa de estos se orientaba a contener los posibles ataques
de las poblaciones indgenas y no as los eventuales ataques que podran venir
desde la va martima. Adems seala que no se puede considerar a estos fuertes como inexpugnables, sino que su estructura demuestran que son un espacio abierto de vigilancia y comunicacin.
La segunda parte se centra en el anlisis de la coexistencia hispano
indgena en la Patagonia. Comienza su anlisis con un estudio de las diferentes fuentes que demuestran el acercamiento y el conocimiento del otro
por parte de la sociedad hispana y del rol que juegan los intrpretes en la
construccin de este conocimiento, teniendo en cuenta la imprevisibilidad
del comportamiento del otro. Luego profundiza en el anlisis de las prcticas, es decir, las diferentes estrategias de los agentes coloniales, centrndose en la problemtica del fuerte del ro Negro. Esto ser estudiado a la luz de
la teora del don de Mauss. La autora demuestra la necesidad de una convivencia pacfica de los habitantes del fuerte con las poblaciones indgenas, y
de la dependencia que se tena de las mismas para poder subsistir, a causa de
los pocos envos de provisiones desde la capital virreinal, y cmo se lograba
todo esto con la estrategia de los comisionados patagnicos de regalar y agasajar a los indgenas. De esta manera, los comisionados lograron tener servi-
240
Reseas
cios, bienes, informacin y, sobre todo, una convivencia pacfica, porque siempre estaba latente la amenaza de un ataque inesperado. Todo esto necesario
para la permanencia de los puestos patagnicos. Por ltimo, considera al
comercio como eje de la interaccin hispano-indgena, ya que el mismo beneficiaba a ambos grupos. Desde el fuerte se lo vea como una estrategia de
aprovisionamiento y de control, y desde los pueblos indgenas como una
manera de obtener las mercancas europeas que necesitaban.
La tercera parte, analiza otras lecturas del mundo de la frontera. Para
lo cual utiliza la cartografa histrica que complementa en un anexo impreso
especialmente para ello. El examen de las diferentes representaciones
cartogrficas, no solo muestran o demuestran el contenido de otros documentos sino que lo completan y enriquecen (p. 256). La autora demuestra
como las diferentes creencias europeas mitolgicas quedan plasmadas en la
cartografa y en otras fuentes como los diarios de viaje. De esta manera, todo
el territorio austral pasar de ser la terra incognita, es decir, la que no se
conoce, a ser un desierto, y con esta palabra cargada de significaciones,
referirse a un ambiente hostil sin los recursos para ser poblada y con unos
habitantes que son como su ambiente natural: salvajes. El anlisis de la
cartografa histrica y los informes de viajes de la segunda mitad del siglo
XVIII permite a la autora asegurar que los agentes del Estado colonial conocan la informacin necesaria para realizar la ocupacin efectiva de la regin
austral. Sin embargo, solo se limitaron al litoral, por lo que en esto influy
ms las representaciones de lejana, y escaso potencial econmico, es decir,
la imagen de desierto. Por ello sostiene que el espacio austral muestra visiones ambivalentes. Completa este anlisis con el estudio de las prcticas
de los hispano-criollos en su forma de relacionarse con los otros, y de esta
manera tratar de vislumbrar la experiencia de la frontera, concluyendo que
el estado general era el de incertidumbre e inestabilidad permanente, as
como tambin la atraccin de lo otro por parte de los hispano-criollos como
una vlvula de escape de las presiones la sociedad colonial.
Este libro es un aporte importante para el estudio de la realidad fronteriza, pudindose vislumbrar la complejidad de la misma, en donde la friccin hispano-indgena puede ser aminorada a travs de una poltica de vigilancia, contencin, diplomacia y comercio. Es decir, cmo este sistema de
transacciones polticas y econmicas posibilit el mantenimiento de cierto
equilibrio de las fuerzas y la superacin del conflicto manifiesto.
SERGIO H. LATINI *
* Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofa y Letras, Instituto de Ciencias
Antropolgicas, Seccin Etnohistoria. E-mail: shlatini@yahoo.com.ar
241
242
Reseas
243
244
Reseas
245
de hacer de la antropologa una empresa social y comprometida con la realidad, aunque sin saber an cmo ni mediante que medios. A travs de un
tono irnico y teido de buen sentido del humor, el autor nos hace cmplices de los vaivenes de su impulsiva juventud, en donde comenz a gestarse
un genuino compromiso y el respeto por los pueblos indgenas y sus construcciones simblicas de vivir el mundo y la historia. Ese joven que no crey
reconocer a los mapuche debajo de las ropas que su paradigma atribua a
gauchos y paisanas y que ensayaba un rol de extranjero en su propio pas,
al final de su camino nos devuelve una imagen resuelta y segura de s mismo. Ya no se desalienta por los artilugios simblicos propios de las relaciones intertnicas y los mestizajes sino que, y por sobre todo, elabora nuevas
herramientas para conducirse como un otro en un mundo que le es ajeno
aunque ya no extrao. Mediante un giro personal de su trabajo de campo, en
donde la observacin participante se trastoca en una participacin cuidadosamente observada y reflexionada, Bartolom libra el camino de seguir la
senda de los pasos indgenas, asomarse a otros mundos y empaparse con
ellos.
De esta manera, el hilo conductor de la memoria etnogrfica se entrelaza a lo largo del texto con otros aspectos que contribuyen ntimamente al
quehacer antropolgico: las diferentes inquietudes tericas y metodolgicas
del investigador, la dinmica social de las distintas realidades etnogrficas y
el escenario histrico en que se desarrolla la interaccin.
En los primeros trabajos de campo y acompaado de una fuerte impronta arqueolgica, Bartolom centra su atencin en el estudio de la cosmologa
y el simbolismo indgena. Y si bien la dimensin de lo simblico empapa e
impregna toda su investigacin, la problemtica histrico-social y poltica
de los pueblos mexicanos emerge con mayor fuerza y protagonismo en las
ultimas narraciones. Ms all de las preguntas especficas con las que aborda
a los distintos grupos indgenas, subyace a la narracin de estas experiencias
un mismo trasfondo terico y metodolgico que busca contribuir a la discusin respecto a la ahora tan cuestionada posicin del etngrafo (p. 21) y,
mediante ella, a la dinmica de las identidades.
La tensin que establece la relacin del nosotros/otros es una preocupacin que condiciona la vivencia y percepcin de otras culturas; tensin
que Bartolom resuelve invirtiendo los trminos que dicta la antropologa
clsica: comunicarme con culturas diferentes a la ma, tratar (siempre slo
tratar!) de ver el mundo con los ojos de los otros (p. 23). Esta propuesta
etnogrfica desplaza a un segundo plano la reflexin del nosotros a travs de
la imagen reflejada que nos devuelve el espejo de los otros para, desde el
etngrafo y sus propios parmetros culturales, interpretar y hablar de esos
mundos ajenos, verdaderos protagonistas. Para Bartolom, emprender la ta-
246
Reseas
247
248
Reseas
249
250
Reseas
251
252
Reseas
253
254
Reseas
Slo despus de ser ledos por el Comit Editorial para controlar el cumplimiento de estas normas editoriales y los requisitos mnimos de un trabajo
cientfico, los escritos podrn ser enviados a su evaluacin externa. Se solicita a los autores que acepten el principio de autorizar correcciones estilsticas
que faciliten la lectura de los artculos sin alterar su contenido. En estos
casos, sern debidamente informados.
El Comit Editorial