Spurgeon - Por Qué Soy Así
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Como muchos de ustedes recordarn, la noche del pasado jueves les prediqu sobre la perseverancia final de los santos. Me ha
sorprendido grandemente y tambin me ha complacido enterarme, durante la semana, de que
muchas personas encontraron
nimo y consuelo en la simple explicacin de esa doctrina que entonces les expuse. De hecho, las
noches de los dos ltimos jueves
hemos estado tratando alternativamente un precepto y una promesa que iban relacionados con el
mismo asunto, aunque cada uno
lo presentaba bajo una luz diferente. El precepto nos amonestaba
a la perseverancia si nos aferramos con firmeza; la promesa nos
aseguraba la preservacin gracias
a que somos retenidos con firmeza. La bienvenida que brindaron
ustedes a esas exposiciones familiares me ha llevado a pensar que
sera aceptable, -especialmente
para aquellos de ustedes que han
sido trados recientemente a la sagrada familia, y que tal vez no conozcan ni los rudimentos siquiera
de la experiencia religiosa- que diramos un seguimiento a esos dos
elementales discursos con una pequea exposicin del gran conflicto interior al que la vida del creyente es expuesta.
El pasaje que vamos a considerar relata una parte de la expe-
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des, queridos oyentes, puedan endosar esto, pues, sin duda, cuantos hemos nacido de nuevo podemos dar testimonio de que nos deleitamos en la ley de Dios segn el
hombre interior.
Adems, ningn cristiano desea que se le otorgue alguna dispensa que lo exente de cumplir
con cualquiera de los mandamientos del Seor. Su vieja naturaleza
pudiera desearlo, pero el hombre
interior dice: No; yo no deseo ni
recibir ni dar concesin alguna a
la carne, ni recibir un permiso ni
ofrecer una excusa por el pecado
en ningn punto, sin importar
cul sea. La carne ansa libertad y
pide que le sea provista. Pero,
hay algn creyente aqu presente
que quiera libertad para pecar?
Hermano mo, si fuera posible
concebir, sin incurrir en blasfemia, que el Seor te dijera: Hijo
mo, si hay algn pecado que
ames, puedes continuar en l,
desearas cometer algn pecado?
No diras ms bien: Oh, que fuera yo purificado de todo pecado,
pues el pecado para m es una
desdicha y no es sino un sinnimo
de afliccin? El mal moral es su
propia maldicin; es una plaga,
una peste ante cuyo pensamiento
me estremezco. En la iglesia de
Roma se considera una bendicin
que se conceda a las personas una
dispensa de ciertos deberes religiosos. Nosotros no pedimos
ningn favor de ese tipo; no valoramos la bendicin de esas personas. Libertad para pecar significara que nos pusieran grilletes
dobles. Una licencia para relajar
nuestra obediencia a Cristo, aunque fuera por un instante, slo
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