NYARLATHOTEP

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NYARLATHOTEP

(Nyarlathotep, 1920)
H. P. Lovecraft
Nyarlathotep el caos que se arrastra Yo soy el ltimo Contare al oyente
desocupado.
No recuerdo distintamente cuando empez todo; pero fue hace meses. La tensin
general era horrible. A una temporada de trastornos polticos y sociales se aadi una
extraa y triste aprensin de un horrible peligro fsico; un peligro extendido y que
abarcara todo, un peligro como solo puede ser imaginado en los mas terribles fantasmas
de la noche. Recuerdo que las gentes iban y venan con rostros plidos y preocupados, y
susurraban advertencias y profecas que nadie se atreva a repetir conscientemente o a
reconocer en su fuero interno que haban odo. Una sensacin monstruosa de culpa se
dejaba sentir sobre el pas, y en los abismos que hay entre las estrellas soplaban
corrientes desapacibles que hacan que los hombres se estremecieran en los lugares
oscuros y solitarios. Haba una alteracin demonaca en la secuencia de las estaciones.
El calor se prolongo durante el otoo de modo temible; y a todas las personas les
pareca que el mundo, y quizs el universo, haba pasado del control de los Dioses o
fuerzas conocidas al de los Otros Dioses o fuerzas desconocidas.
Y fue entonces cuando Nyarlathotep salio de Egipto. Nadie sabia quien era; pero era de
la vieja sangre nativa y tenia el aspecto de un faran. Los fellahin se arrodillaban
cuando lo vean, y sin embargo no saban por que. El deca que haba surgido de la
oscuridad de veintisiete siglos, y que haba odo mensajes de lugares que no estaban en
este planeta. Nyarlathotep vino a los pases civilizados, moreno, delgado y siniestro,
siempre comprando extraos instrumentos de cristal y metal, y combinndolos para
formar instrumentos aun mas extraos. Hablaba mucho de las ciencias: de electricidad y
psicologa, y hacia exhibiciones de poder con las que sus espectadores quedaban sin
habla, pero que sin embargo aumentaron su fama hasta un grado sumo. Los hombres se
aconsejaban unos a otros ir a ver a Nyarlathotep, y se estremecan. Y donde iba
Nyarlathotep el descanso desapareca, porque las horas de la madrugada eran
desgarradas con los gritos de las pesadillas. Nunca antes los gritos de las pesadillas
haban sido un problema publico semejante; y ahora los hombres sabios casi deseaban
prohibir el sueo en la madrugada, para que los alaridos de las ciudades inquietaran
menos horriblemente a la plida y lastimera luna, que brillaba con luz tenue y vacilante
sobre aguas verdosas que se deslizaban bajo puentes, y viejos campanarios que se
derrumbaban contra un cielo enfermizo.
Yo recuerdo cuando Nyarlathotep vino a mi ciudad, la grande, la antigua, la terrible
ciudad de los crmenes innumerables. Mi amigo ya me haba hablado de el, y de la
irresistible fascinacin y encanto de sus revelaciones, y yo deseaba ardientemente
explorar sus mas recnditos misterios. Mi amigo me dijo que eran horribles e
impresionantes, mas all de mis mas enfebrecidas imaginaciones; que haban sido
proyectadas en una pantalla en la habitacin a oscuras, cosas profetizadas que nadie,
excepto Nyarlathotep, se haba atrevido a profetizar; y que en el chisporroteo de sus
chispas all les haban quitado a los hombres lo que nunca les haban quitado antes y que

solo se mostraban en sus ojos, y o decir que en el extranjero se insinuaba que los que
conocan a Nyarlathotep vean cosas que los otros no vean.
Fue en el calido otoo cuando yo pase una noche con las muchedumbres inquietas para
ver a Nyarlathotep; toda una noche bochornosa, all arriba de las interminables
escaleras que llevaban a la sofocante habitacin. Y con sus sombras proyectadas sobre
una pantalla vi formas encapuchadas entre ruinas, y rostros amarillentos y malignos que
atisbaban desde detrs de monumentos cados. Y vi al mundo batallando contra la
oscuridad; contra las oleadas de destruccin procedentes del espacio infinito;
arremolinndose, agitndose, forcejeando en torno de un sol que se apagaba y enfriaba.
Luego las chispas saltaron de forma asombrosa alrededor de las cabezas de los
espectadores, y los cabellos se pusieron de punta, mientras que las sombras mas
grotescas que yo pueda mencionar salieron y se posaron sobre las cabezas. Y cuando yo,
que era ms fro y cientfico que el resto, musite una protesta hablando de "impostura" y
de "electricidad esttica", Nyarlathotep nos echo a todos fuera, por aquellas escaleras
vertiginosas, abajo hacia las hmedas, calidas y solitarias calles de la medianoche. Yo
grite muy fuerte, diciendo que no tena miedo, que nunca podra tener miedo, y otros
gritaron conmigo para aliviarse. Nos juramos los unos a los otros que la ciudad era
exactamente la misma, y que segua viva; y cuando las luces elctricas empezaron a
ponerse mortecinas, maldijimos a la compaa una y otra vez, y nos remos de las caras
tan raras que ponamos.
Creo que sent que algo descenda de la luna verdosa, porque cuando empezamos a
depender de su luz, de modo involuntario formamos en cuadro y emprendimos una
marcha, como si supiramos nuestros destinos aunque no nos atrevisemos a pensar en
ellos. En una ocasin miramos el pavimento y vimos que los adoquines estaban sueltos,
desplazados por la hierba, con apenas algn riel de metal oxidado que mostrara por
donde haban corrido los tranvas. Y de nuevo vimos un tranva solitario, sin ventanas,
estropeado, casi volcado. Cuando miramos en torno al horizonte, no pudimos ver la
tercera torre que haba junto al ro, y observamos que la silueta de la segunda torre
estaba destrozada en su parte superior. Luego nos dividimos en estrechas columnas,
cada una de las cuales pareci dirigirse en diferente direccin. Una desapareci en una
calleja solitaria hacia la izquierda, dejando solo el eco de un gemido ahogado. Otra bajo
por una entrada del metro casi tapada por los hierbajos, aullando con una risotada de
loco. Mi propia columna fue chupada hacia campo abierto, y entonces sent un
escalofri que no era propio del calido otoo, porque cuando llegamos con paso furtivo
al oscuro pramo vimos que nos rodeaba un infernal brillo lunar de nieves malignas.
Nieves sin sendas, inexplicables, barridas a ambos lados en una sola direccin, donde
haba un torbellino de lo ms negro a pesar de sus muros relucientes. La columna
pareci muy fina, mientras camino pausada y penosamente, de modo sooliento, hacia
el torbellino. Yo me quede atrs, porque la negra grieta en la nieve iluminada de verde
era horrible, y me pareci or los ecos de un gemido inquietante conforme mis
compaeros desaparecan; pero yo tenia poco poder para quedarme rezagado, y como si
me hubieran llamado por seas los que se haban ido antes, medio flote entre los
titnicos copos de nieve arrastrados por el viento, estremecindome asustado, hacia el
invisible vortice de lo inimaginable.
Sensible a mis gritos, delirando torpemente, solo los Dioses que fueron podran
explicarlo. Una sombra enfermiza y sensitiva retorcindose en manos que no eran
manos, girando ciegamente y dejando atrs medianoches espectrales de creacin

podrida, cadveres de mundos muertos con llagas que fueron ciudades, vientos
sepulcrales que cepillaban las plidas estrellas y las hacan parpadear muy bajas. Mas
all de los mundos, vagos fantasmas de cosas monstruosas; columnas medio entrevistas
de templos no santificados que descansan en rocas sin nombre bajo el espacio, y que
alcanzan hasta los vertiginosos vacos que hay por encima de las esferas de luz y
oscuridad. Y a travs de este repugnante cementerio del universo, un ahogado y
enloquecedor batir de tambores, y el fino y montono gemido de flautas blasfemas
desde las inconcebibles y oscuras cmaras que hay mas all del tiempo; el detestable
golpeteo y los silbidos aflautados all donde danzan, lenta y torpemente, de modo
absurdo, los gigantescos y tenebrosos Otros Dioses, las ciegas, mudas y estupidas
grgolas cuya alma es Nyarlathotep.
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