Romero, Denzil - El Invencionero
Romero, Denzil - El Invencionero
Romero, Denzil - El Invencionero
INVENCIONERO
DENZIL
ROMERO
llO~TE
AVlLA EDITORf,S
COLECCION CONTINENTES
DENZIL ROMERO
EL INVENCIONERO
Las invencione8 de l08 hombres van aumentando. La bondad, la malicia del mundo en
general, no sigue 8iendo la misma.
ISIDORE DUCASSE
"Conde de Lautramont"
en esos parajes
de lo vago
en que toda realidad se disuelve
STEPHANE MALLARM
PORTICO
EL INVENCIONERO
Una tarde del ltimo verano que pas en Francia, vagabundeando por los campos de Perigord, cerca de un castillo
que se llama Maruelh, entr a un taberna. La indudable
construccin romnica del edificio, sus paredes de grandes
masas de piedra, su techumbre de bveda de can seguido, los arcos de medio punto que se abran en el interior,
sustentados sobre pequeos haces de columnas geminadas,
hicironme sentir ilusorio, a muchos siglos de distancia.
Gonfalones y arambeles de colores desvados amaban innimes los muros. Una anciana chimenea cubra buena parte de la pared de fondo. Junto a ella reposaban los bultos
de podaduras de castaos, olivos y naranjos, almacenados
a la espera del prximo invierno. Al lado opuesto, una hilera de estantes y repisas sostenan gran cantidad de ollas y
cacharros de cobre patinoso y esbeltas piezas de cermica de
Beauvais. Lmparas de peltre alimentadas con aceite de oliva, como en la poca de los griegos y los romanos, mohosas
tiras de embutidos, ristras de ajo apergaminadas e innumerables vejigas llenas de manteca junto a banderas amarillas,
ndigas y azules, con enseas feudales, pendan del techo
fatigando la mirada que, pronto supe, se me haba vuelto
taciturna, a ratos dscola, otra vez tranquila, intermitente,
entre la bruma y la vigilia, como la de un soador. La presencia del tabernero -un viejo barbilimpio de largo cabello cano, bonete de lana colorada, almilla de bayeta verde
y ajustados calzones de punto, recostado indolente sobre
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magnficos competidores acostumbrados a hacer del cantar y el trovar los impulsos de todas las gallardas.
Yo recuerdo sobre todo el torneo de los veranos. Mi vida
se llenaba por esa poca de imgenes y remembranzas inolvidables. El patrono, albricias por siempre le d Dios en
su gloria, comerciante instruido y generoso protector de
artistas, se gastaba las mejores libras de su no modesto
peculio ordenando los preparativos del festn: barricas y
barricones del ms fuerte vino de los valles del Rdano
y la Provenza, grandes vinos, reservas excepcionales, vinos
blancos, espirituosos, levemente burbujeantes, finos y claros como agua de manantial, vinos tintos, maduros, afrutados y de buena graduacin, garrafas de mosto de manzana, de mosto de ciruela, los riqusimos entremeses, perdices trufadas de Burdeos, arenques ahumados de Borgoa,
erizos del mar Cantbrico, jamones de Paderbon, salchichones de Gotinga, hongos de Alsacia, embutidos de Lorena,
grasas sopas dominicas, golleras deliciosas y el impresionante bodegn de carnes: tordos, liebres, el delicado aunque inspido assum vitelinum, el asado de ternera lechal,
gacelas, faisanes, lechones, jabales y venados enteros, el
foie-gras y toda aquella variedad de increbles productos
crnicos, de la volatera y de la caza, que gozosos, almacenbamos para el hartazgo de la concurrencia.
Desde semanas antes comenzaban a concentrarse en el
lugar, partcipes y observadores. Llegaban de todas partes:
de la Aquitania, de Turena, de Barcelona, de la Lombarda,
de ms all del Rubicn. Los grandes seores solan hacerlo montados en altos corceles, seguidos por una cohorte
de hombres con armas recubiertas de alardosas sobrevestas y una caterva de heraldos, trompeteros y ayudantes y de
sus propios bufones vestidos de colorines y con caperuzas
de cascabeles. Los menos ricos lo hacan en carromatos, en
modestos palanquines, sobre borregos o a pie, simplemente, tras grandes caminatas. Alojbanse en las ventas y posadas que, por esos das, abundaban en derredor de la taberna. Y los ms, tenan que hacerlo en improvisadas tien23
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placeres de los dioses venreos; pasando del devaneo al coloquio y del coloquio al refocilamiento; aceptando aqu un requiebro, ms all un discurso florfero, el contacto de una
mano atrevida buceando por entre las profundidades del
escote, un suave apret6n de muslo, el vaso brindante de un
fornido muchacho, el mohn gentil de un caballero adusto
y, con cierta impunidad y ningn disimulo, hasta un beso
arranca agallas en la boca ensalivada, roja, pegajosa. Y las
mucamas y mozas de compaa, [gozo de amor vuelve a mi
coraznl, tentadoras, hermosas, insinuantes e ingenuas, bien
comidas y mejor formadas, rebosantes de bustos y caderas,
las Clodias, las Cintias, las Hostias, las Ctulas y las Vstulas, las Planias y las Flavias, las Proserpinas, las Teodosias, exhaustas de tanto holgazanear, de tanto corretear, de
tanto festejar, de tanto dar calabazas y hacer pucheros de
enfermo y, como quien no quiera la cosa, al fin tomadas de
sorpresa en rincones, escaleras y portales, con dardos de
acero, flechas de oro, saetas de plata de copela, por el asedio lujurioso de los j6venes tirones de la mesnadas del
Seor.
y llegaban ms y ms.
Ms poetas, ms trovadores, ms juglares.
Algunos cantaban versos de coblas unsonas. Otros, en
el xtasis de la fatiga amorosa, lo hacan en coblas tornadas. Los haba que se dedicaban a cumplir ceremoniosos
con los deberes del c6digo corts, [cunta perfecci6n de palabra y meloda!, [cunto trato afectuoso!, cunto vasallaje!, y otros que, tmidos y suplicantes o tolerados y gozones, iban directamente al encuentro de la carne, delante
de todo el mundo, con sus enhiestos miembros -terminados en inmensos corazones de bueyes- blandiendo entre
las piernas, las calzas cadas a ras de tobillo, al coo la
discreci6n y el arte del disimulo!, sin que al final se supiera qu carajo era aquello, una justa de poetas?, una
gran competici6n lrica?, un burdel, una tiraz6n inaudita,
un descomunal cogenalgas, una bacanal ni siquiera presenciada en los tiempos de Heliogbalo, un pantaletaje roto
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do. Una, "La aventura del beso robado". me result conocida: el trovador sorprende a la dama en su lecho y la besa dormida; ella se enfurece y con gran aspaviento hace
que su marido lo eche de la corte. y s610 mucho tiempo
despus. gracias a los ruegos del propio esposo (que en
ello no haba visto ms que un divertido incidente). el
trovador es perdonado y admitido de nuevo en el castillo;
ms, acordndose del beso que rob, deseaba que le fuera
devuelto y por doquier segua a la ofendida dama con sus
ruegos y lamentaciones. Otra. ms enrevesada. "De chantar
m' era laisatz per ira a per dolor". cre entender que contaba la historia de un juglar vagabundo que amaba a una
dama llamada la Loba de Puegnautier por la que, en fanfarronada al parecer muy del gusto de la poca, se disfraz6
de lobo y se hizo perseguir por los pastores con sus mastines y sus lebreles, a todo lo largo de la montaa nombrada Cabaret. hasta que alcanzronlo y dironle formidable
paliza, de tal modo que. descubriendo luego su humanidad,
llevronlo por muerto a la residencia de la dama. quien, al
reconocerlo comenz a dar muestras de alegra por la simptica locura que haba cometido en prueba de amor. acogindolo con insospechado beneplcito. igual que su marido, un seor gentil y benigno de muy finas maneras, que
lo hizo tomar y poner en lugar escondido. lo mejor que
pudo y supo, y envi6 por el mdico y lo hizo medicar hasta que estuvo del todo curado y, cuando estuvo curado,
diole armas y vestidos y lo elegantiz6 mucho. dejndolo a
vivir para siempre con ellos.
Pas horas deliciosas oyendo las canciones del tabernero. Los temas populares tan finamente escritos por los antiguos poetas y ahora traspuestos en mis odos por la amable insistencia de aquel improvisado trovador. regocijaron
mi espritu con una felicidad indecible, mezcla de evocaciones presentidas y vivencias inefables de una existencia
eterna. A medida que el anciano. con su voz entrecortada
de silencio, iba hilvanando sus cadencias. me pareca que
de todos los rincones de la taberna, de sus espesos muros
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Kalenda maia
ni fueills de faia
ni chans d' auzell
ni flors de glaia
non es qu m plaia,
pros dona gaia,
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de Coca-Cola; ella, Silvina, recitando con voz casi imperceptible hermticos versos pictavinos cada vez que se encontraba en trance de orgasmo. Por eso, quizs, me senta
feliz de estar aquella tarde frente a un trovador en persona, o por lo menos, frente a un amigo de todos los grandes
trovadores que fueron.
Cuando regres de la despensa trayendo consigo ms vino, (una jofaina el doble de grande que la anterior), mi
amigo, con prisa de impaciente, retom la palabra. Creo
que me falta contarle 10 ms importante, dijo, contarle un
poco sobre Ebles Aldrovandus de Chabaneau, el ms grande de los trovadores habituales de esta taberna, vale decir,
el ms grande trovador del mundo, a quien, con toda razn sus contemporneos llambamos "El divino invencionero". Por el prepucio de Nuestro Seor resucitado, puedo
jurarle que no hubo quien 10 igualara jams en sapiencia
y galanura. Entrelazaba las palabras y afinaba su meloda
del mismo modo que las lenguas se entrelazan en el beso
o las redes de serpientes en los capiteles y las dovelas del
claustro. Hombre sabio y de muchas letras, caballero de
armas y hermoso en la persona, brill con luz propia en
la corte del buen rey don Alfonso de Castilla y en la del
buen rey don Alfonso de Aragn. Su voz sonaba con claridad de cristal y era ms dulce que el arrullo de paloma.
Nunca dijo mal de la mujer ni del amor. Nunca se envaneci de sus mritos. Segn la opinin de los ms entendidos, el patrono entre ellos (porque, a decir verdad, en eso
de apreciar la poesa mi patrono era ms competente que
en potajes y vinos), nadie poda alcanzarle por mayor esfuerzo que hiciera en la audacia de las metforas, en la
perfeccin de la mtrica, en la claridad de los conceptos,
en la sinceridad de los sentimientos y en esa elegante, deliberada, prescindencia de los tpicos para usar sus propios
e inolvidables recursos, dndole a cada palabra un valor
expresivo hasta entonces desconocido y a cada situacin
una impresin tal de autenticidad que sus contendores no
podan menos que quedarse boquiabiertos, con las caras
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y rosas que arrebolaban sus mejillas; de su cabellera sedosa, encabritada y loca, turbada y ebria por la fuerza de la
brisa. Habl de la vitalidad de su cuerpo plsticamente modelado; de las turgencias de su musculatura de jayn espartano; de la pureza de su sangre, ardiente como la lava; de
la prestancia de su juventud, dorada y clara, altiva y combatiente; de la lealtad de su corazn noble; de su gracia
para manejar la espada; del ritmo caracterstico y victorioso de sus pasos. Habl de la ebullicin de sus pensamientos; del destello que desprendan sus ojos glaucos y del
resplandor con que rebrillaba en su frente, el inacabado
sueo de los dioses. Habl del mundo turbado por su palabra profunda que enamoraba y persuada; de su amor
por lo bello, de su fe de poeta; del estandarte azul de su
casa y del ideal de su ley; del fulgor de las cosas eternas
que alumbraba en sus pupilas y de las visiones que, an
postrado sobre aquel catafalco de mrmol, libaba vidamente. Habl del blanco caballo alado y deslumbrante que
montaba y de las vastas posteridades que alguna vez tendra. Al or estas palabras, dichas con el tono gravedoso
del primer da de la Creacin, el joven Prncipe alzse del
lecho mortuorio, separ con sus manos las lpidas de la
tumba, y sali del sarcfago, restregndose los prpados
alucinados como si acabara de despertar de un sueo que
no era el de la muerte. Impasible mir a los enlutados cortesanos y arrojse a los pies de El Invencionero en seal
de ofrenda y gratitud. Dcese que, despus, lleg a sobrepasar los cien aos de vida y que gobern el reino, hasta
el final de sus das, con el agradamiento de todos sus sbditos.
Otra vez hubo en que a Ebles Aldrovandus le dio por
hacer a capricho su propia dama. El que estuvo en muchas
cortes y en todas am a las mujeres mejores; l que mano
tvose caliente cuando ms invernaba, en el lecho de la
muy noble esposa del seor marqus de Bouvila y que
acompa como favorito a Margarita de Francia en su viaje a la Hungra y que vio sin cota, slo en gonela, a la
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bellsima Beatriz de Monferrato; l que arrob con sus sextinas a las siete hijas del honorable conde de Bretaa y a
todas termin descubrindoles y besndoles el hermoso
cuerpo y contemplndoselos contra la luz de la lmpara y
penetrndoselos, con su enervado aguijn escarlata, more
ferarum, a la manera de los animales; l que, adems de
poeta de la palabra, era un insaciable poeta coitivo, -lo
que se dice, un rey del singue y del amancebamiento- y
que entretvose con aragonesas y gasconas, lombardas y
genovesinas, troyanas y tirias, matronas castellanas, damiselas de Pars, valquirias y ninfas, calloncas y ricafembras,
durante noches y semanas enteras, en aposentos de palacios
o en conventculos recnditos, inventando posturas inconcebibles y lascivas trabazones para deleite y recreo de su
goce irrefrenable, al modo de las que el emperador Tiberio
impona a sus espintrias en las noches sicalpticas de su
villa de Capri; l, a quien, (me consta por haber sido muchas veces su cubiculario), no le pasaba varona con faldas
que no sirviese para sus afanes fornicarios de insigne putaero; l, se propuso, entonces, cohabitar con mujer que
no hubiese nacido de madre alguna, y como no estbale
dado hacerlo con la Eva de la que hablan las Escrituras,
(10 que a no dudar habra logrado, de habrselo propuesto), se dispuso a esculpirla con versos de mtricas y gneros y formas diferentes. Todos vimos la hadada hechura.
Todos. los contornos humanos que fueron emergiendo de
la tergica nada, ante la fonacin maravillosa de cada palabra. Primero, apareci un corazn latiente que aleteaba
su salto en la penumbra de un cuerpo indeciso. Luego, fue
precisndose cada uno de los rganos restantes: la cara
impoluta los henchidos senos las bien torneadas espaldas
los vigorosos miembros las nalgas redondas el piloso monte
de venus y la vulva femenil color de rosa deleitosa hmeda
y ardiente y los ojos y los prpados y las cejas y la nariz
y la frente y los labios carnosos y la lengua frenetizada y
los albarizos dientes y los cabellos ondulantes negros como
pluma de cuervo inflados fragantes florecientes. Al poco,
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EL MISTERIO DE ELEUSIS
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nid mystos! tlacchos ha regresado! Demter espera a su hija. Evoh!". Los ecos ardientes del subterrneo, repitieron
el clamor. Persfona se levanta sobre su trono, como sali-
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con lengua batiente y dentelladas bruscas; la balada cantada por un trovador provenzal al pie de un balc6n florido;
la agona y muerte del drag6n de Malpasso; una mano pedigea en el p6rtico de una catedral g6tica; el viaje por
un ocano proceloso, en busca de nuevas tierras, bajo las
6rdenes de un Almirante intrpido; la fundaci6n de una
ciudad, l entre los fundadores, en un valle sembrado de
apamates e higuerones; los fragores de la Guerra a Muerte,
el paso de los Andes, su delirio sobre un volcn apaciguado; y, ms recientemente, su pasanta por el Seminario Tridentino de Ciudad Bolvar, sus estudios de Latn y Griego
clsicos, el posterior ahorcamiento de los hbitos y su vuelta a la laicidad; la docencia ejercida por aos en un liceo
de pueblo; sus lecciones de Filosofa Antigua: el ser parmendico, Aquiles y la Tortuga, el movimiento de Herclito, el mito de la caverna, la transmigraci6n de las almas,
el Uno pitag6rico y la Lgica de Arist6teles; ese tufillo
clido de guayabas maduras, anones y pomarrosas, que se
deslizaba por las ventanas del aula; sus aos de soltera,
o mejor, de empecinado celibato; su viaje a Europa, Londres, Pars, Roma, Bulgaria; su llegada a Atenas; su encuentro salvador con el taxista; la suculenta cena de su
arribo a Eleusis; el ouzo bebido; la borrachera imprevista;
las manos femeninas que lo ayudaron a desvertirse y le
acomodaron la cabeza sobre la almohada; y la voz de Milkos: "Amigazo, despirtese, dispngase a aprovechar su primera maana helnica". Un cielo desnublado, intensamente azul, se colaba, eterno y feliz, por el ventanuco. "Nada
mejor para iniciar su visita a la Hlade, estando en Eleusis,
que una breve pasada por el templo de Demter".
Presto, se levant6. Despus del desayuno frugal y una
muy caliente taza de caf a la turca, ("a la griega", preferiran decir los lugareos despus de la liberaci6n), iniciaron la marcha hacia el templo, por un camino bordeado de
tejos y lamos blancos. En la puerta esperaba un heraldo
sagrado, al modo de Hermes Psicopompos. Pronto se vi6
avanzando por un oscuro laberinto subterrneo. "Eskato
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Era un edificio con muchos detalles que lo volvan diferente. Tena dos pisos y una fachada porticada, cuadriforme, labrada sobre una piedra monoltica de andesita, (inconseguible por estas regiones). En su dintel amolletado,
destacbase una pareja de monstruos marinos sosteniendo,
entrambos, un escudo herldico. La figura de la izquierda,
musculoso trit6n con barba y bigote, soplaba una inmensa
caracola noble de vistosa decoraci6n; la de la derecha era
una sirena de doble cauda, representativa del ms puro
clasicismo europeo, cara de perfil grecolatino y rgidos senos empinados. Tambin resaltaban sus balcones volados,
de airosas curvaturas; sus ventanucos de madera con balaustres absurdamente ensapolinados de negro y sostenidos
sobre robustos antepechos de mampostera que se adosaban
al muro con siluetas de fontanas; sus puertas claveteadas
y el munificiente esplendor de sus enmarcamientos, undosos cortinajes de orladuras hermoseantes; todo ello, contrastando con la austeridad y el no siempre pulcro encalado de sus paredes. Pap se regode6 recordando, uno por
uno, los detalles de la construcci6n. Despus, protest6 reticente contra las casas modernas, de discreta mediana y
no exentas de rustiquez que se levantaban en la vecindad.
Con euforia desconcertante se dio a hablar sobre las falordias y consejas tejidas por la inventiva popular en derredor
de la Casa. En las noches de lluvia, decase que el trit6n
restallaba su concha con la fuerza de una tromba, simu61
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cantones contra la Constitucin del 30, propugnando la insuficiencia de Venezuela para subsistir como estado separado y el restablecimiento de Colombia. Y an, en 1854,
con todo y una ceguera incipiente y el reumatismo de la
vejez, almorranas, flatos y achaques, desempolv su viejo
uniforme de libertador, oros, azul y peto rojo, haca tiempo embaulado entre espliego y vetiver y meleleuca y romero, para marchar a ponerse a las rdenes del general Jos
Laurencio Silva, en defensa de su amigo y compadre Jos
Gregorio, y derrotar en El Chaparral de Juan Antonio a
los facinerosos disidentes de Juan Bautista Rodrguez. Pero ese coronel de tonto no tena un pelo y si fue a la guerra, no lo hizo para ufanarse con la gloria ni para quedarse
con la patria guarnecida dentro del pecho. Bien caro cobr
sus servicios. Carsimos, dijo pap. Sin remilgos ni apatuscos, puso a sacomano los bonos de guerra de todos sus
subalternos, retenindoselos a unos, cambindoselos por favores a los otros, incautndoselos como castigo a ste, robndoselos de la capotera a aqul; hasta reunir tal cantidad
de ellos que en una sola operacin de canje recibi del
Ejecutivo monaguero, por documento bastanteado, veinte
leguas de tierra de cultivo y crianza en las inmediaciones
de Gere, (para la poca un ro corrientoso todo el ao y
no fallecido como ahora), con inclusin del sitio Guzmanero, que de all deriv su nombre. Con tal incremento en
sus ya ricos caudales, lleg a convertirse en el ms poderoso seor del Distrito. Para cobrar a la muy menguada y
vacuna nobleza aragea los antiguos agravios inferidos a
Petra Soja, su esposa barloventea de Panaquire, nunca
aceptada en los engalanados salones pueblerinos, dcese que
convino en prestar a los empobrecidos seorones, por cuentagotas, mdicas sumas de pesos macuquinos, pero obligndolos a vestir de levita y pump, y a sus mujeres con emperifollados trajes de frufr, para ir, acalambrados y sudorosos, a la hora del almuerzo o de la siesta del medioda,
bajo el luminar incandescente, por tortuosos caminos polvorientos, entre rastrojos y espinos, riscos y pedreguyales, a
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Guzmanero o ms all, para recibir los prstamos de ridculo oprobio. Era un tipo vengativo, dijo pap, de los que
cobraba ojo por diente. Y la mujer, sudorosa y hablachenta, varicosa y jamonuda, un verdadero adefesio. Quienes
la conocieron contaban que tena un nalgatorio, diantre,
hijo mo, como poltrona de obispo. Para darle gusto y hacer remugar de envidia a las matronas del pueblo, don Nicasio le compr6 la Casa.
Pero no se metieron as noms en ella, agreg6 to Laurencio. Primero la hicieron exorcizar, con todas las reglas
y letanas que mandaba el abate Julio, por un fraile capuchino de las Misiones del Caron. Con una vela sagrada del
da de la Candelaria, (de esas, como cirio de antorcha), la
imagen crucificada de Nuestro Seor Jesucristo, una mar
de agua bendita y el incensario volando y revolando de un
lado para otro, dicen que el cura se acerc al port6n. En
latn, recitaba los salmos penitenciales y el evangelio de
san Juan. Muchas ceremonias, continuadas plegarias, nubes de incienso, escapularios de virtudes fuertes, buenos para la desinfestaci6n, y las bendiciones propias del ritual, se
prodigaron hasta la saciedad para completar aquella faena
que un periodiquito de la poca, (El Telegrafista se llamaba), lleg a comparar con los trabajos de Hrcules. Y con
todo eso, slo fue a los tres das de duro deleidale cuando
pudieron verse los efectos de la fatigacin. Cansados de batallar, agobiados por los latinajos y las santiguaderas y los
chorrerones de agua bendita, los demonios emprendieron la
retirada. Y todo fue entonces, odio contra el santo nombre
de Dios, desmerecidas apostrofas contra la virgen pursima, maldiciones descaradas contra los all presentes, el cura primero que ms nadie, y el aire se vici6 con un mill6n
de chii-chiies abominables y batimientos de alas y protestas de bravura, y de todas partes salieron runflas despavoridas de murcilagos y moscardones, (tantas que ennegrecieron el cielo a ras de los cuatro vientos, como ropaje de
viuda), y montones de escarabajos peloteros que se apretujaban por todos los repliegues de la casa, chasqueando
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sus bolitas de excremento, y serpenteos de serpientes disformes y otros reptiles inmundos lanzando sus colmillazos
emponzoados al revs y al derecho, y sulfaradas de efluvios
sulfurosos, con esa hedentina nauseabunda de los parajes
infestados de marismas y paulares y oscuras charcas pestilentes, y una centenada de cuervos malficos presagiando
desdichas con sus sesenta y cuatro inflexiones de voz y
hasta el formato de un macho cabro, negro, bifronte, enorme, sin tamao, ms que enorme, descomunal, que sali
dando bufidos y testarazos, calle arriba de la Libertad.
En esa casona, expurgada ya de demonios, don Nicasio
pas sus ltimos das. Avistable, con las ventanas abiertas
de par en par, se sentaba de tarde en mitad de la sala, ostentoso, cogotudo, lomienhiesto, con sus arreos de militar
y todas sus condecoraciones de hojalata, y la mujer repleta
de perendengues y firuletes, para recibir el saludo de los
pasantes. Aos despus, su herencia se descompuso en largas y confusas estirpes de nietos, biznietos, tataranietos y
choznos bastardos, a su vez, descendientes de las tres hijas
del matrimonio, enamoradizas y huyilonas, que galoparon,
ebrias de amor, por los campos de la noche, en las ancas
briosas de cuanto jinete blanco mestizo pardo mulato indio
negro tercer6n cuartern ochavn o saltoatrs bien parecido
hubiese en la zona.
Entretanto, pap dijo, que no saba precisar cmo ni
cundo la Casa haba llegado a manos del seor MIler.
Fueron, s, sus tiempos de mayor esplendor; pero, a la larga, con la quiebra comercial del jefe de la casa y su posterior suicidio y el aniquilamiento y muerte natural de sus
tres hijas -solteras y sin descendencia- (el nico hijo
del seor Mller haba muerto prematuramente en la guerra) , qued abandonada al cuidado de una anciana ama de
llaves. Ubaldina Rodrguez, que as se llamaba, fue quien
le sirvi6 de catequista a Minina Yoya. Cada tarde, al regresar de la escuela, Minina Yoya iba a recibir sus clases
de primera comuni6n, en la vieja casona. Tocaba el port6n
(remachado de clavos romanos con todos sus alfileres) y
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sala a abrir la nia Ubalda, canturreando distrada, siempre aderezada con su blanco casquete, erecta, con una verticalidad impropia de sus aos, la cara toda coloreteada como la del mueco parlante de un ventrlocuo, remarcadas
las cejas y los labios e impregnada toda ella con un perfume almizcloso. Pareca un personaje de Gaya: la vieja que
se cree todava bella, probndose complacida un sombrero
nuevo ante el espejo.
Muy joven, casi nia, al quedar hurfana de madre, cont pap, comenz a trabajar para los Mller. Compaera
de juego de las hijas de la casa, creci junto a ellas, gozando de prerrogativas tales como las de acompaarlas a las
fiestas, (aunque siempre tocada con su blanca cofia subalterna), y sentarse desde el primer da a comer a la mesa
mayor y a la misma hora en que coman los seores, justo
en aquellos tiempos de gran brillo, cuando en la Casa oficiaba tanta servidumbre.
Por breves semanas estuvo casada con un soldado de las
huestes del general Rolando, una vez que ste acamp en
las orillas del pueblo. Ubaldina dorma con su marido en
el campamento, entre los cujes y el humo de las fogatas,
pero a la maana siguiente siempre regresaba a la casa de
los Mller a cumplir sus faenas domsticas. Cuando el consorte decidi continuar su carrera guerrerista tras la aureola fulgurante del caudillo, (su solo nombre inflama a las
muchedumbres -le oy decir alguna vez al seor Mllertiene el sonido tintineante de una moneda de oro rodando
de -canto sobre el tablero de una mesa de mrmol), opt
por quedarse al servicio de la familia. Gracias a la intercesin del seor Mller frente al cura prroco, despus de
varios aos, se le dio la anulacin del matrimonio como no
consumado; en un sacaimete de ruegos, forcejeos y alegaciones ante la Sagrada Rota. Pese a ello, conserv por el
resto de sus das el apellido Rodrguez, propio de su antiguo marido, porque, a decir verdad, nada le gustaba el
Yuspa suyo de soltera, y que parecale indigno de la ente68
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figuras de alabastro, salomones colgantes de piedras inverosmiles, cosas que nunca antes se vieron en el medio pueblerino, brazaletes, camafeos, collares, talismanes, relojitos
de pecho, guardarrizos, pastilleros, encajes de Brujas, pauelos de Holanda, abanicos madrileos, heracliteanos, fIabeliformes, plegables, con perfil de corazn, erticos, lunares. y los caros perfumes franceses con sus arrobadoras
fragancias silvestres de la Polinesia, ondeantes, sofisticados,
casi crueles en la intensidad de sus olores embalsamantes,
con sus exticos nombres impronunciables, recogidos en
minsculos pomos de colores.
Fueron ellas las primeras que usaron en el pueblo el ridculo pompor, record Minina Yaya. Las primeras que
lucieron el sombrerito Hemani. Las primeras que se maquillaron plidamente a lo Eleonora Duse, ojos famlicos,
labios casi indiferentes. Las primeras que se adornaron con
guirnaldas serpentinas de rosas de papel parafinado, a lo
Clo de Merode. Las primeras en quebrar la voz cuando
hablaban, con temblores y leves insinuaciones casi imperceptibles, a lo Gabriela Rej.
Pero a las Mller no les gustaban los hombres, ni siquiera los de Caracas, apunt socarrn don Teobaldo. Vaya usted a saber a quin se le ocurri la idea. Tal vez a uno cualquiera de los tantos pretendientes desesperanzados, rodos
por la frustracin y el rencor. Al negro Cumana. A Iulito
Mndez. A Luis Pedrique. Al maestro Matute, tal vez. Tal
vez, al ciego Meneses. O a alguna prfida muchacha, movida por la inquina de la rivalidad. Quizs, al boticario
Yapa Sifontes, invencionero, rubicundo como un cangrejo
ribereo, fijndose con acusiosidad en los ms insignificantes movimientos de quienquiera que osara ponerse al alcance de sus ojos pedunculados, inventando lujuriosas historias sobre cada habitante del lugar para entretener la modorra del medioda. O, a Manolito Landaeta, en ese momento en el que el tarareo de un valse de Manuel Guadalajara, Rafael Izaza o Rogerio Caraballo, le traa desde
atrs el recuerdo de las doscientas treinta y seis serenatas,
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ORDEN INCOMBUSTIBLE
mago ms grande del mundo, dueo indiscutible de los favores del fuego". Mi fama fue creciendo da por da. Adems
del talismn, me ayudaba mi inteligencia natural, mi simpata
y buena figura. Multitudes fanticas festejaron hasta la saciedad mis mayores simplezas. Bastaba que encendiera una
cerilla y me la pasara por la garganta para que, de seguida, empezara a echar humo por todos los huecos del cuerpo y los espectadores se pusieran a aplaudir delirantes. Nadie alcanzaba a explicarse el cmo lo hizo de mis agujas
incandescentes enhebradas en la boca, ni mi nmero de la
cama de clavos al rojo vivo, ni mis caminatas sobre senderos de carbones ardidos, ni las aplicaciones de lminas
de metal hirvientes (a lo largo de mi pecho, de mi cara
y de mis piernas) sin sufrir quemaduras. Una noche fren83
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ONDA NUEVA
El asceta Valmiki interrog a Narada, versado en el ascetismo y en la Ciencia de los Vedas, prncipe de los oradores y toro de los munis; ": Cul es actualmente, en este
mundo, el hombre virtuoso, el hombre fuerte, justo, agradecido, verdico, firme en sus decisiones? Cul aquel cuya conducta es noble? El que sabe hacerse til a todos
los seres? El sabio, el hbil a quien acercarse es siempre
agradable? Quin es el que, dueo de s mismo, doma su
clera? El lleno de gloria, el extrao a la envidia, y de
quien los dioses mismos temen el enojo en el campo de
batalla?".
-El que consume LSD- contest Narada, para quien
el mundo no tiene secretos. Lo dijo consintiendo gustoso
en instruirle.
y preguntle: "Quien es la mujer perfecta? Aquella
que es buena novia, hermana, esposa y madre? La ms
bella entre las bellas, amable, dulce y buena compaera?
Cul aquella firme y ponderada? La que no hostiga al
marido con impertinencias? La ms ardiente en el amor
y cumplidora de sus obligaciones? Quiero saberlo, pues me
interesa ms que toda otra cosa".
-La que nunca lava sus partes pudendas-- contest Narada, fiel a su palabra de dar justa respuesta.
-Chao, loco.
-Chao, brder.
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LLEGAR A MARIGOT
Al poeta AH Lameda
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un whisky on the rocks, ella, un martini seco, l, en la barra del bar, un saloncito ntimo con palmeras silueteadas,
el barman batiendo los cocteles con ritmo de calypso, luz
opaca y grandes peces espada que cuelgan de las paredes,
despus de haberla ayudado a dejar sus maletas en el cuarto 223, 2do. piso, ascensor, a mano derecha, el primero
que se encuentra, escuchando viejas canciones de Moustaki,
me encanta Moustaki, sabes?, en Caracas conservo todos
sus discos, aunque a decir verdad, prefiero a [acques Brel,
y mucho ms an a George Brassens, su ltimo elep lo
tengo rayadito de tanto sonar, comenta feliz, y canturrea
un trozo de La chase aux papillons entre sorbo y sorbo de
whisky; pero, tambin le gusta la msica rock, y la msica
funky, y el buen sonido folk, y el blue, y el soul, y Nac,
nac para vivir, y Ooh Baby baby, y Elvis Presley, y Iohnny
Winter, y Willie Nelson, y Linda Ronstadt, qu linda, la
Linda Ronstadt! y Deborah Harry, y Patti Smith, toda la
msica, vale decir, desde Bach hasta Los Corraleros, desde Vivaldi hasta el Steel Band, y la salsa, sobre todo la de
Rubn BIades, conoces a Rubn Blades?, y l, a punto de
decir que no, que no conoce a ninguna persona llamada
as, dudando, quin diablos ser ese caballero?, para terminar asintiendo, s, claro, qu tontera, claro que lo conozco, por no lucir desinformado. Pedro Navajas, chico,
dice ella dndose cuenta.
y entre refranes recurrentes y vivencias sonoras, hamaqueas de hombros, percusiones simuladas, chasquidos de
dientes: y t?, quin eres?, cmo te llamas?, de dnde vienes?, qu haces?, eres casado, ah? Francois, contesta, Francois Claude, Francois Claude Lebrel, belga de
Bruselas, hijo de una vieja familia fabricante de paos; a
ratos, administra las fbricas de la familia, como un negro,
de sol a sol; a ratos, veranea, viaja por el mundo, practica
deportes marinos, sky acutico, submarinismo, navegacin
a vela, surfing, todo lo que sea de mar. Nadie lo supera
con una tabla, montado sobre una ola grande, lIegando
casi hasta el borde de la arena, sin hacer pie. Suele dedi-
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mo si surfeara salpicado, salpicando, sobre la ms levantada de las olas posibles, como si hubiese descubierto en
la profundidad inalcanzable, los jardines del mar, la Atlntida sumergida, una ciudad coralina, un vivero de sirenas,
y cada vez ms, la progresiva fluencia de los msculos, la
engordante dilatacin del pene, la presin vascular del glande, y la cargada acumulaci6n del casquete sanguneo, el
calor como de hierro fundido que se irradia por toda la
extensi6n flica, desde el balano hasta la raz barbada, por
el bajo vientre, por el torso, por las ingles, y la llave que
no entra ahora en la cerradura, te la equivocaron nena, y
el cuarto blanqusimo y el ventanal abierto y el mar, el
acantilado al fondo, y la cama extendida limpia enorme, con .
sus sbanas perfectamente plegadas, y el cielo estrellado
vinindoseles encima, oh Francos, como para quedarse contemplndolo toda la santa noche, y tengo conmigo un poco
de mafafa, me la rega16 un amigo en el aeropuerto, qu
tal si preparamos un pito?, y l que no, que no le gusta
la mafafa, que mejor es el amor natural, espontneo, sin
estmulos artificiales, problemas de generacin, chiquita, cada una tiene sus perversiones, su pica, su mstica de la autodestrucci6n, y mejor que te dejes de filosofas impertinentes, ahora, cuando la muchacha espera, que ms da, fuma
t si quieres, justo cuando se traban en la mutaci6n de los
juegos y los abrazos, y los alientos comienzan a cortarse
como silbidos de serpiente, con ruido semejante al de la
cada de gruesas gotas de lluvia, como el sonido seco del
golpe de la guasdua, como grito de potoquita jabada ahora,
ahora como relincho de potranca, como arrullo de paloma
despus, y se desnudan los cuerpos bajo las miradas propias, y se tiende ella sobre la cama oprimiendo sus senos,
sus senos de Jayne Mansfield, uno en contra del otro, frotando sus pezones de sargazo, amasando su fcula nutriente, hasta juntarlos casi enteramente, y la penetra, l, por
el surco intermamario, dando terribles embestidas, estremecimientos y magulladuras, con su verga de cabo colchado en
calabrote, de palo macho de trinquete, de domo de calde100
ra, cual furioso asno salvaje, hasta que la verga logra traspasar el canal y se acerca a la boca anhelante de la muchacha, violetas y anmonas, madreselvas y gajos de cerezas,
traqueteando desde el fondo de la sangre, saltan los senos
liberados y la lengua, bfida, lame entonces el glande aterciopelado, rotatoria, lasciva, incesante, el miembro todo,
desde la cresta hasta los testculos, por nudos, pulimentos
y rugosidades, con la destreza de Carol Connors en Garganta profunda o el profesionalismo de un pederasta florentino, casi hasta el borde del orgasmo, en el lmite del arrebato de la carne viva.
Insolente, revolcado sobre su desesperacin, Francois remolinea tambin su lengua sobre el cuerpo de la muchacha.
Titilaciones vidas irradian saliva a lo largo de todo el recorrido. Nuca espalda nalgas rodillas muslos corvas simulan una gran estepa mojada, una estepa que emerge del
mar con la marea de la aurora, de frente, de lado, boca
abajo, hasta que la lengua alcanza la zona oscura y humedecida de la vulva, contrctil, inhalante y expelente con textura de almeja o de esponja alveolada. All, entre el cltoris
y los grandes labios, siente Francois exudar la Plenitud.
Despus, fue la penetracin total, llena de rfagas y sonidos, ms jadeante, ms iracunda, ms vertiginosa y Mareela masturbndose con las dos manos, los nudillos dolientes
de sus dedos sobre la pelvis masculina, convulsiva en un
cerco de ebriedad y libertinaje, de susurros y sollozos, de
libaciones y holocaustos, los golpes blandos en el torso, los
tirones de cabellos, respirando el agrio olor humano, olor
sin sofocos ni discriminaciones, espeso azufre, uvas fermentadas, y los orgasmos en mesetas, sbitos, instantneos, recurrentes, la risa brotada a borbotones y el llanto letal,
acumulado en las sombras de los tiempos, otra vez la risa,
otra vez el llanto, y la descarga de la leche cruda, impregnante, viscosa, espesa y astringente, y el grito laureado del
amante, afanado en una competencia irreal y desacostumbrada con un fantasma que no estaba en la pieza: Brassens,
Brassens, marico, pa'ti, pa'ti, pa'ti, y el sueo, la cara de
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suspendida por las corvas, sintindose Lucrecia Borgia, Mesalina, la Culirroto o Carmen Bolvar, levantada en el aire
por los nervudos antebrazos de Francois, hasta la altura
de la zona lumbar, con las piernas terciadas alrededor de
su cuerpo de tennista, con las caderas puestas sobre pencas, a cuatro patas como perrita, en cuclillas, sentada sobre el trasero, con las rodillas abiertas, como pulpos, tntricos, tranquilos, en una actitud de dejad que suceda, convertida toda en vulva, toda pelo, toda espuma y excrecencias, yaciente de espaldas, repantigada sobre felpudos almohadones, bajo las colchas, adormilada, de lado, como
enrededadera, como loto, como vela, sentada frente al espejo del tocador fernandino, bandose en la ducha, cintura
con cintura, muslo contra muslo, verticales, invertidos, circulares.
Pero todo lo que comienza debe terminar, lo dijo el viejo estagirita. Y las vacaciones de Marcela, tambin terminaron. Ahora, esperando en el minsculo aeropuerto trrido el vuelo charter que debe traerla de regreso a Caracas,
(Francois se quedaba unos das ms en la isla, a la espera
de otra turista, una haitiana, una canadiense, una gringa
de Massachussets, quizs), topa con la pandilla de viajeros
venezolanos que regresan, dominantes con sus petrodlares, eufricos, hablachentos, cargados de bolsas y objetos.
Prefiere cerrar los ojos. De nuevo, ve chiribitas. Cree que
puede retrotraer el tiempo y se sita, justo en el momento
de llegar a Marigot. La noche antillana se desgaja en un
soplido de aire clido. El mar arroja fragancias. En el camino del hotel, blanco y abierto, campea el rojo de los
flamboyanes, rebrillando bajo las espumas de sal. Es el
mismo hotel y la misma noche. Son las mismas fragancias,
los mismos flamboyanes. Pero en la recepcin no espera
Francois. Y el cuento, nunca se volver a escribir de igual
manera.
1979
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EL ANACORETA
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CABEZAS CORTADAS
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UN ATRACO SINGULAR
dre exhausta, de los pies a la cabeza. Recordaba, sin embargo, a la madre, siempre gozosa al final.
Recordaba la botella de ron a medio consumir derramada sobre la mesa del comedor, la comida recalentada una
y otra vez, y su odio por la sevicia del padre babeando
gula ante unos senos flccidos.
Recordaba el ardor de su sexo virginal, humedecido, latiente, ante la violencia de aquellas escenas, dirase que
nunca vistas por ninguna otra nia del mundo.
Recordaba la noche en que su padre intent violarla;
sera, acaso, un intento de violacin, o la simple muestra
de un cario paterno?; la noche en que se acerc hasta ella
y le palp los senitos que apenas brotaban, y le acarici
el pelo lacio, y le dio un beso repelente en la mejilla. Recordaba su miedo. Sobre todo, su miedo.
y recordaba otra noche. Aquella en la que apareci Roberto y ella se deslumbr ante su sonrisa de dientes blanqusimos y parejos, ante sus gestos de muchacho temerario,
con su carro deportivo 8 caballos en V, descapotable, con
rines de magnesio y faros neblineros, cuando, desenfadado,
le dijo me gustas y dame tu nmero de telfono.
El noviazgo fue de encanto. Uno de esos momentos luminosos en .los que ella, trmula lucecita, haba brillado y
rebrillado ante la gloria de la vida; convertida toda en un
inmenso rbol de navidad, lleno de bambalinas, luceras
y pelitriques, llevada desde la sordidez de su apartamento
triste, desde el estropicio y el lastre de la pravedad, por
senderos de fulgores, hasta el propio centro de una plaza
de feria, entre nacimientos vivos, coheteras de placer en
10 alto de las nubes, gaitas y villancicos, risas y murmullos,
y muchachos patinando como diestros bailarines watusi en la
ejecucin de una danza guerrera.
Camin hacia una tiendecita lateral, se entretuvo mirando la vitrina guarnecida y pens que quera comprar un
presente muy bello para Roberto, algn recuerdo para su
madre y hasta un regalejo cualquiera para el padre malqueriente.
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Un negro alto, de brillo metlico, con suaves inflexiones en la postura y en los gestos, colombiano de la Costa,
quizs, la miraba desde cierta distancia. Mientras repasaba
con la vista las ollas rutilantes, los artefactos elctricos y
esos slips y camisetas [irn, monsimos, en puro algod6n, la
fibra natural ms confortable, que tan bien se veran en el
fornido cuerpo de Roberto, senta que la mirada del negro
no se despegaba de sus espaldas. Morosa, ntima, suba a
todo lo largo de la columna vertebral, bajaba y suba, se
detena ahora en las nalgas empinadas. Raz6n tiene Roberto, pens6, no debera ponerme pantalones ajustados.
Por si acaso, asi6 fuerte, contra s, la cartera.
En el extremo derecho de la exhibici6n, descubri6, despus, algunos regalos insospechados: un bast6n con empuadura de plata, una copa de cristal tallado, una sombrilla
Vips, un sombrero Ferquin, una nueva agenda Ascot, el
ltimo perfume de Givenchy; cualquiera de esos regalos
le agradara con seguridad a Roberto, siempre tan snob,
tan dispuesto a ponerse un chaleco hngaro bordado o un
bombn de fieltro o un muguet en el ojal para llamar la
atenci6n de los pasantes, tan dado a saborear su pink
champagne, su pato fro, y sus bombones de menta.
Pero no, no iba a comprar nada ahora. El regalo de Roberto lo escogera ms tarde, con ms detenimiento; mejor,
en alguna tienda elegante del Este. Haba salido s610 a caminar, a compenetrarse con el espritu navideo, curioseando, como quien busca algo, pero sin propornrselo demasiado. Una forma de matar la murria. El fastidio existencial,
dira Roberto.
y vuelta a pensar en el noviazgo, fija frente al escaparate abigarrado, olvidndose del negro cartagenero y su mirada impertinente. No, no comprara nada ahora.
Estaba turbada.
En su mente se agolpaban los recuerdos de los das felices, agasajos y paseos, las flores no compradas en floristeras, sino recogidas al borde de los caminos, las bsquedas de caracoles y conchas de nautilos en playas solitarias;
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las andanzas, de tarde, por Sabana Grande, Roberto oliente a Eau Sauvage, detenindose en la Suma para preguntar
por el ltimo tomo del Diario de Anas Nin o la ltima
novela de Mario Puzo o de Anthony Burgess; la estada en
11 Piccolo, frente a una taza de t hirviente, descifrando
anagramas y palindromas de difcil factura, o la entrada al
cine de sesin continuada para ver la misma pelcula de
Pasolini, tres veces en un mismo da.
Era aquel un noviazgo etreo, como un hechizo, frgil
y distante, dirase que nada tena que ver con 10 fsico.
Algn viernes por la noche iban al Juan Sebastin Bar
que, entonces, estaba muy de moda. Elvira recuerda el Virgilio Tro, al muchacho de la batera, siempre tan galante,
y los playboys con sus vctimas escogidas al gusto, muchachas de melenas platinadas, chicas de la televisin o de los
grupos de teatro o de las portadas de muchas revistas, secretarias ingenuas de alguna empresa mediana, aprovechados, posesivos, sojuzgantes.
- Cuando Elvira entraba al pequeo vestuario para acicalarse, encontraba siempre a varias de aquellas mujeres, en
una atmsfera impregnada de polvos faciales, olor a cosmticos y colonias carsimas, comentando entre ellas, ruidosas, lascivas, tremolantes, los ardores y destrezas de los
compaeros de tumo, la buena dotacin de ste, la habilidad manual de aquel otro, la mana fetichista del de ms
all. Entre chanzas y veras, recontaban las estimulaciones
clitoridianas recibidas esa noche, los besos dispensados, las
fantasas sexuales que abrigaban expectantes.
Horrible. No, no era ese el amor que ella disfrutaba,
porque le abra camino al recuerdo del padre zarabando y
alodio de tantas noches. Su amor era el de Roberto, sutil,
mgico, aproximado por un efluvio de ntima distancia, por
preferencias comunes y juegos compartidos, aunque no exento de tenues contactos corporales, pero contactos furtivos,
rpidos, administrados con cuidadosa armona, sin choques
ni encontronazos, sin apropiaciones pertinaces, ni atragamientos, ni exigencias perentorias.
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INDICE
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El invencionero
17
El misterio de Eleusis
43
57
Orden incombustible
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Onda nueva
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Llegar a Marigot . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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El anacoreta
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Cabezas cortadas
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Un atraco singular
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EL INVENCIONERO
DENZIL RO~IERO
Den ! Romero JI...!'/. a la cctn "c"l'lob na contempor nea
por el camino dd si{'ndo ~' la esp... r~: slo a los cuarenta
aos se dej ,'cr en un primer libro de relatos.
" fu ndias, ,'0 0 el 'l oe dejaba al dl'SCubilrto la cabW8
de .,.,berg ' lt><.1u ras, mad urad n . seguridad. mao"jo <.le
la maleria n arralh'a. un h -crso pe rsona l.
P.\'.P. Bs. 20 .-