Cautivos - Javier Rodrigo
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Javier Rodrigo
Cautivos
Campos de concentracin en la Espaa franquista, 1936-1947
ePub r1.0
Titivillus 19.09.15
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Prlogo
del siglo , los europeos reflexivos podan [] creer en el
A comienzos
progreso moral y pensar que el vicio y la barbarie humanos estaban en
XX
retroceso. Al final del siglo es difcil confiar en la ley moral o en el progreso moral.
As resume Glover[1], en los inicios de su trabajo Humanidad e Inhumanidad. Una
historia moral del siglo XX, la visin general de un siglo que ha conocido lugares y
nombres que se han convertido en metforas del terror: Auschwitz e Hiroshima por
supuesto, pero tambin la batalla del Somme, las hambrunas en la Ucrania de los
aos treinta, el Gulag sovitico, Vietnam, Camboya o Ruanda.
Este protagonismo de la barbarie no es exclusivo del siglo XX, ni mucho menos.
Pero s su escala de destruccin y, sobre todo, su repercusin poltica, social, moral.
Y entre la larga y abigarrada historia de la infamia en el siglo XX, la idea del campo
de concentracin es una de las encarnaciones de sta ms claras, pero sobre todo
ms siniestras, al unir la prdida de la libertad, la negacin del carcter de persona
de los internados, su utilizacin como mano de obra forzada y la inexistencia de
acuerdos o tratados que regularan su situacin y la total prdida de dignidad. Los
campos eran limbos legales y morales en donde todo el horror era posible. Pero
tambin era el smbolo de la barbarie que era capaz de desplegar la tcnica
moderna, segn seala repetidamente en sus escritos Walter Benjamn, una vctima
avant la lettre de Auschwitz.
El modelo de campo de concentracin por antonomasia en el siglo XX es
Auschwitz y, tras su nombre, contenidos en l, est la larga retahla de los campos
nazis, crecientemente destinados a la exterminacin de la poblacin juda
fundamentalmente, pero tambin de todo aqul que no fuera productivo e incurriera
en cualquier categora molesta para las autoridades nazis.
Uno de los mayores retos de los intelectuales de la segunda mitad de siglo ha
sido hacer frente al interdicto de T. W. Adorno: Escribir un poema despus de
Auschwitz es un acto de barbarie[2]; pero tambin se hace difcil reflexionar, pensar,
tambin escribir historia despus de acontecimientos que exponan de una forma
evidente la fragilidad de los aparentemente slidos pilares de la tradicin ilustrada.
Hay una ruptura de civilizacin, como expresa Enzo Traverso[3]. Ya no se poda
hablar de accidentes en un pretendido camino inapelable de la humanidad hacia
mayores escalas de civilizacin y progreso, siguiendo la senda ilustrada, sino que
Auschwitz sera tambin un producto de la civilizacin occidental, al combinar la
eficacia y la racionalidad tcnica con el ansia destructora al servicio del mal. Ha
sido otra gran intelectual del siglo XX, Hannah Arendt, quien ha visto este horror
como una ruptura casi total en el flujo ininterrumpido de la historia occidental,
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pero tambin es quien mejor ha sabido ver en su momento cmo esta destruccin,
este dao, estaba ligado a la banalidad del mal, cmo los verdugos no se
contemplaban a s mismos como tales, an asumiendo sus acciones que pasan a ser
momentos anodinos de una vida cotidiana en un marco excepcional como el de una
guerra. Ha sido en la ltima dcada del siglo XX cuando los historiadores han puesto
de manifiesto esta necesaria colaboracin del hombre corriente en la perpetracin
del mal, lo cual convierte su explicacin en algo ms perverso y a la par
insanamente fascinante.
La revisin de estos hechos slo ha podido encararse desde una creciente
relatividad moral y de una historicidad que nos alejaba para siempre de la inocencia
que an perviva cuando en los aos treinta se crea que se poda poner la guerra o
el odio entre pueblos fuera de la ley. Tero es el desarraigo colectivo, tan bien
explicado por W. G. Sebald[4], el que mejor representa esta derrota moral, esta
inhumanidad que la que est transido el siglo.
Son muchos los que hablan de la centralidad de los campos en esta historia de
los horrores del siglo pasado. Algunos trabajos, como el de Kotek y Rigoulot[5]
caracterizan al siglo XX como El siglo de los Campos, como se titula originalmente
el trabajo e inician su libro diciendo que se podra explicar el siglo XX escribiendo la
historia del sistema de los campos de concentracin, presentando a stos como
relacionados indisolublemente con el totalitarismo y sitan su inicio en la Cuba
espaola. Un dudoso privilegio que se puede matizar si pensamos en las
caractersticas de las reservas indias en EEUU en la poca de la conquista del oeste
o en la persecucin a determinados pueblos en Asia.
Estos campos anteriores al modelo alemn del Holocausto, campos de detencin
e internamiento que surgen a partir de un conflicto o coyuntura concreta pero que se
convierten tambin en campos de exterminio en la prctica, en la medida en que se
mantienen en el tiempo y sus condiciones se hacen peores, aunque no sea ste su
objetivo originario. Sin embargo, son los campos nazis los que establecen una nueva
referencia y con ellos se da la aparicin y extensin del concepto campo de
concentracin, lo que explica que con posterioridad se rescataran experiencias
anteriores, haciendo una arqueologa que llega, al menos, hasta la experiencia de
campos de concentracin espaoles en Cuba. Pero tambin se mantienen despus:
uno de esos ltimos macabros mojones en esta historia seran los campos de
concentracin y detencin puestos en marcha en las guerras de la desintegracin de
Yugoslavia en los aos noventa, pero muchos tambin incluyen el campo de detenidos
organizado por Estados Unidos con los islamistas acusados de terrorismo en la base
militar de Guantnamo.
En los ltimos tiempos, se han publicado trabajos muy destacados sobre el
fenmeno concentracionario, yendo ms all sobre los ms documentados y
explicados, los nazis, aumentado de esta forma el ngulo de visin sobre el
fenmeno, y dejando de lado prejuicios polticos de la poca de la guerra fra. Uno
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Siglas utilizadas
1. ARCHIVSTICAS Y DOCUMENTALES
Para citas documentales, A: Armario; L: Legajo; C: Carpeta; c: Caja; E:
Expediente.
ACCPC:
R:
AGA:
P:
G:
OP
J:
AGMA:
CGG:
ME:
MIR:
ZN:
EC:
EL:
EN:
ES:
5.
RM:
ZR:
AGMG:
CC:
CC-E:
ME:
AGC:
FI:
PS:
AMAE:
AB:
DIHGF:
Agrupacin de Divisiones.
Association Parisienne des anciens combattants franais vads de France
et des Interns en Espagne.
Brigadas Internacionales.
Batalln(es) de Trabajadores.
Batalln(es) Disciplinario(s) de Soldados Trabajadores.
Batalln(es) Disciplinario(s) de Soldados Trabajadores Penados.
Boletn Oficial del Estado.
Consejo Aliado de Control de Alemania.
Cuerpo de Ejrcito.
Commission Internationale Contre le Rgime Concentrationnaire.
Colonia (s) Penitenciaria (s) Militarizada (s).
Cruz Roja Internacional.
Comisin Tcnica Asesora (integrante de la ICCP).
Corpo di Truppe Volontarie.
Direccin General de Seguridad.
Falange Espaola Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva NacionalSindicalista.
Inspeccin de Campos de Concentracin de Prisioneros.
Jefatura de Campos de Concentracin y Batallones Disciplinarios.
Junta Tcnica del Estado.
Ministerio de Asuntos Exteriores.
Ministerio de Defensa Nacional.
Ministerio del Ejrcito.
Partido Comunista de Espaa.
Rejas en la Memoria (documental).
Regiones Devastadas.
Servicio de Colonias Penitenciarias Militarizadas.
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Introduccin
Las lneas de demarcacin[*]
nada tenan que ver con la acusacin que ms planeaba sobre la Espaa de Franco: la
violacin de las libertades individuales y la creacin de un rgimen penitenciario
arbitrario y cruel.
El permiso se deneg en primera instancia: el 8 de noviembre de 1950 se
suspendi el visado de Rousset, y Artajo slo permiti que la visita de Reumont fuese
para confirmarle personalmente que cuanto le han manifestado son falsedades y
calumnias sin ningn fundamento. Fueron dos pasos en la senda de la ocultacin, en
el juego de dos aos para evitar que los trapos sucios de la dictadura saliesen a la luz
pblica. Sin embargo, a lo largo de las sesiones de la CICRC desarrolladas en 1951 se
acus solamente a la URSS y no se habl en forma desagradable de Espaa. Es
ms: Rousset haba inventado, segn el embajador de Espaa en Blgica, la frmula
de atacar a Rusia no por su rgimen poltico cosa poco eficaz entre las masas
trabajadoras sino por la existencia de un rgimen concentracionario,
equiparndolo al de los campos nazis. Y eso era muy del agrado de un rgimen tan
profundamente anticomunista como el de Franco. Una vez constatado el objetivo
poltico de la CICRC, finalmente se dio permiso a la investigacin.
El tiro propagandstico para Espaa sali disparado por la culata. Desde la
Francia de la posguerra mundial, Rousset y el doctor Andr presidente de la
CICRC conocan, sin embargo, a la hora de acusar a la Espaa de Franco, que all
exista un lugar llamado Miranda de Ebro, por donde haban pasado miles de internos
durante la segunda guerra mundial. Y que ese campo de concentracin se haba
cerrado tan slo tres aos antes, tras haber funcionado a pleno rendimiento durante
dos lustros. O, tal vez, haban ledo los abundantes artculos de prensa que aparecan
por toda Europa, en los que se denunciaba la existencia de lugares llamados
Nanclares de la Oca, Cuelgamuros o Belchite, no propiamente campos de
concentracin pero s pequeos ducados en el reino franquista de la arbitrariedad.
Cuando en 1952 los tres representantes de la Comisin empezaron su labor de
investigacin por crceles, presidios y destacamentos penales, por fin conscientes en
Madrid de que impedirla haca mucho dao a la imagen de la dictadura, haca ya
diecisis aos que los primeros campos de prisioneros de guerra haban sido puestos
en funcionamiento. Ya poco, por tanto, podan decir sobre Miranda de Ebro,
Castuera, Albatera o San Juan de Mozarrifar. Y, sin embargo, en los testimonios
annimos recogidos en ms de sesenta pginas del Libro blanco sobre el sistema
penitenciario espaol, estaban los campos de Lleida, San Pedro, Porta-Coeli,
Santoa, Belchite. En ese Libro blanco se dijo que el trabajo forzoso se impona en
Espaa a ttulo de coercin poltica y de sanciones a cargo de personas que
profesaban determinadas opiniones polticas. Se sealaban los campos de
concentracin de prisioneros como antesala de las crceles de Franco. Y aunque la
investigacin versase ms sobre la arbitrariedad y sobrepoblacin penal que sobre los
orgenes de ambas, y sus conclusiones estuviesen ms que condicionadas poltica y
metodolgicamente de entrada, la CICRC pudo denunciar, por primera vez por parte
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condena propia o de un familiar. Todo lo contrario a una paz honrosa y sin sangre, la
represin franquista extendi su negro manto sobre los aos de la posguerra, cuando
todo el aparato represivo estatal no tuvo competidores en el ejercicio de la violencia.
El orden franquista, la Nueva Espaa de Franco, tuvo as en la coercin un eje
gravitacional insoslayable. Fue un rgimen, en su largo arranque (de 1936 a 1948), de
guerra civil. De enfrentamiento interno y exclusin.
A da de hoy, muchas de las historias que conforman esa Historia de la violencia
franquista son conocidas, rememoradas y conmemoradas. Cost largos aos de
dificultades y trabas puestas a la investigacin, puesto que levantar las tapas de las
cloacas dictatoriales supona, o al menos as se perciba, un ataque directo a la
legitimidad de origen del franquismo, la guerra civil. Aun as, ha habido y siguen
quedando zonas de sombras como la historia de los campos franquistas, sobre cuyo
un ngulo muerto se quiere verter aqu algo de luz, primero para dejar sentado cul
fue el modelo concentracionario franquista y, segundo, para servir como camino de
anlisis de la misma guerra civil y del primer franquismo[4]. Y es que, al igual que el
volcn en erupcin supone el mejor modo de conocer las entraas de la Tierra, la
guerra y su ignominiosa posguerra suponen, en sus violentas realizaciones, la mejor
va para conocer las entraas de la Espaa de los aos treinta y cuarenta[5].
El primer paso radica en definir el campo de concentracin franquista. Para ello
se ha esbozado en pginas anteriores la que podra resultar como definicin conjunta,
tanto del fenmeno concentracionario en general como de su particularidad
franquista. Pero tal aclaracin puede y debe ser explicada: como se va a ver en los
captulos de este libro, la constelacin franquista del universo concentracionario
europeo naci desde una indefinicin de origen y desarrollo; su progreso tuvo mucho
de improvisacin, desbordamiento e intentos de regulacin; y su fin, mucho de
resignacin. Jams se trat de un sistema engranado y perfecto, sino que ms bien se
caracteriz por la falta de coordinacin. Y esta profunda carencia que ser
explicada convenientemente, no obstante la creacin en 1937 de la Inspeccin de
Campos de Concentracin de Prisioneros (ICCP), implic que en muchos momentos
bajo el epgrafe de campos de concentracin se estableciesen las ms variadas
formas de reclusin temporal, ilegal y arbitraria. Especialmente en los momentos de
mayor crecimiento del nmero de prisioneros de guerra, como fueron los primeros
avances territoriales de las tropas franquistas, la toma del frente Norte, la ocupacin
de la parte oriental de Aragn, la cada de Catalua o el final de la guerra (adems de
batallas especialmente cuantiosas en cuanto a nmero de prisioneros, como la del
Ebro), los campos de concentracin aumentaron en nmero e internados de manera
desproporcionada, hasta el punto de hacer prcticamente imposible su coordinacin.
De hecho, fue tal el grado de descoordinacin que, en muchos momentos, ni tan
siquiera el mismo ejrcito insurrecto tuvo claro qu definir como campo de
concentracin[6].
Esa indefinicin, digamos, histrica, sumada a los escasos intentos realizados por
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Otros casos de los funcionalmente relacionados con los campos franquistas, como
las Colonias Penitenciarias Militarizadas, los Destacamentos Penales o los trabajos de
Regiones Devastadas, s tenan como antecedente el juicio o Consejo de Guerra: se
trataba de personal penado, no prisionero. Y como penado, dependiente de
administraciones no slo militares sino tambin civiles, como el Ministerio de
Gobernacin o el de Justicia. El modelo concentracionario franquista, en cambio,
tena una palmaria vocacin militar. Esto es: fue el sistema castrense establecido por
el ejrcito sublevado para internar y clasificar a los prisioneros de guerra y, por
extensin, al personal militar, que como tal existi desde 1936, en paralelo al paso de
una fase de golpe de Estado a otra de guerra civil (como se explicar
convenientemente). Y con esa base, fue el origen desde 1937 del empleo forzoso de
la mano de obra prisionera, a raz de la creacin de la Jefatura de Movilizacin,
Instruccin y Recuperacin y de la ICCP, creada bajo la influencia del Cuartel
General de Franco para gestionar los campos considerados como tales por la
administracin militar sublevada: los centros de internamiento, clasificacin,
reeducacin y distribucin de los prisioneros de guerra. De hecho, tambin desde
1937 existan Batallones de Trabajadores, escuadras de soldados trabajadores
forzosos tomados de los campos de concentracin y dependientes de la misma
Inspeccin, y no por ello fueron denominados ni considerados como campos. Eso da
idea de cmo la misma ICCP diferenciaba, en contra de lo que se ha escrito sobre el
paradigma concentracionario europeo[10], entre campos y sistemas de trabajos
forzosos, por ms que unos y otros dependiesen orgnicamente de su poder.
Las fuentes militares o civiles no llaman, salvo raras excepciones, campo de
concentracin a una Colonia Penitenciaria Militarizada, el sistema de trabajos
forzosos para penados ms difundido en la posguerra. Tampoco a un centro destinado
al internamiento de un Batalln de Trabajadores, el mtodo para emplear la mano de
obra prisionera ms importante de la guerra civil, y relacionado directamente con los
campos por cuanto se nutran de estos ltimos. Y tampoco, obviamente, se denomina
campo de concentracin a una crcel o prisin. Emplear ese trmino por su evidente
carga emotiva es cristalizacin de la deshumanizacin de las relaciones sociales;
un lugar de la memoria lingstico tampoco explica demasiado: sentado el hecho
de que el franquismo y su fuerte carga de violencia acarrearon un coste emocional
enorme en las vctimas de la represin y en sus familiares, algo que aqu incluso se
interpretar como un deseo meditado y racional del rgimen, no conviene dejar que
esa carga sea la que gue el anlisis histrico.
En ese sentido, puede decirse lo mismo que cuando se defiende el uso del trmino
genocidio para la guerra espaola, concepto no exento de debate y que, en todo
caso, no es aplicable al contexto concentracionario[11]. El hecho de que un crimen
no sea un genocidio no mengua ni un pice la responsabilidad del criminal y no altera
en absoluto los derechos de las vctimas a recordar y a ser resarcidas[12]. Del mismo
modo, el hecho de que un Batalln de Trabajadores, una Colonia Penitenciaria, una
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paso de un golpe de Estado a una guerra civil (los campos de la guerra). El segundo,
el mantenimiento de un Estado de guerra tras la derrota militar (los campos de
posguerra, para republicanos). Y el tercero, su mantenimiento en un modo ms laxo
para legitimar la dictadura de cara al exterior, tras la derrota de los fascismos en la
segunda contienda mundial (los campos para refugiados).
En conclusin, los rasgos caractersticos del sistema concentracionario radicaron
en lo castrense y lo provisional, as como en su funcionalidad, desde la perspectiva de
los sublevados, a la vez destructiva y constructiva. Se trataba de doblegar a los
disidentes potenciales. Pero tambin de reintegrarlos, transformados mediante la
violencia, al seno de la nacin. Por eso, campos de concentracin franquistas y
eliminacin fsica tienen pocos puntos en comn, al menos si observamos los
preceptos tericos y morales sobre los que aqullos se fundaron. Lo cual no es bice,
como se ver, para olvidar que en muchos momentos fuesen el escenario de la
tortura, el asesinato, el maltrato, la discriminacin y la violencia. El problema, tal
vez, radica en lo difcil que resulta desde la perspectiva actual conceder a la
violencia, tal y como se pensaba en los aos de la guerra civil, un carcter
regenerador, beneficioso; y, tambin, en lo contradictoria que parece ahora la mezcla
entre violencia y creacin en positivo de un consenso, entre imposicin y aceptacin,
entre arbitrariedad y regulacin que marc el devenir de los campos de concentracin
de Franco. Desde un plano histrico comparativo, habra que situarlos en el
purgatorio arendtiano junto a los Stalag nazis o los campos para prisioneros de las
guerras civiles como la rusa. Lo que, sin embargo, los eleva de rango (represivo) y
acerca a modelos de carcter totalitario es tanto la violencia que se despleg en su
interior como, sobre todo, el enorme peso de la transformacin identitaria, de la
reeducacin y del trabajo forzoso en todo este proceso[19].
De todo ello van a tratar las pginas que vienen a continuacin, para cuya
realizacin se han consultado fuentes militares y civiles, se han realizado entrevistas
orales y se ha llevado a cabo un profundo trabajo archivstico[20]. As, a enmarcar,
terica e histricamente, los campos franquistas de la guerra civil y la posguerra se
van a dedicar los primeros captulos, con especial atencin a la funcin social que
dentro de ellos se desarroll para con los prisioneros republicanos: lo que denomino
los laboratorios de la Nueva Espaa. Y a situar la Espaa de Franco dentro de las
redes concentracionarias de prisioneros y refugiados de guerra durante la segunda
guerra mundial, los captulos sexto y sptimo. Las conclusiones, por fin, ms una
reflexin desde el presente, quieren ser un receptor en torno a un fenmeno que hoy
atae cotidianamente a historiadores y sociedad civil: el de la memoria de la guerra
civil. Una memoria traumtica y, en el caso de los campos franquistas, cada vez ms
presente en la actualidad. No cabe extraarse: ms que una inmensa prisin, a juzgar
por su nmero y por el volumen de internamiento, Espaa pareci, siquiera por varios
aos, un enorme campo de concentracin.
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1
Campos para un golpe de Estado y una guerra an no larga
Julio de 1936-marzo de 1937
nos dan de palos brutalmente y nos matan. Como lo ben perdi no quieren sino la
barbarid.
ANNIMO (1936)[1].
hay que dejar sensacin de dominio eliminando sin escrpulos ni vacilacin a todos los
que no piensan como nosotros.
Espaa, la verdadera Espaa, la catlica y grande Espaa, ha aplastado al dragn y ste
muerde y se revuelve en el polvo.
Gral. EMILIO MOLA VIDAL (1936)[2].
durante los meses del golpe de Estado y de la guerra de columnas, durante los meses
del Terror. Expone las contradicciones con las que los sublevados se encontraron a lo
largo de ellos. Aborda el uso racional, reglado y consciente de su utilidad social que
los golpistas hicieron de la violencia. Y entra de lleno, en definitiva, en la lgica que
explica la creacin, al principio insegura, luego engranada, de la maquinaria de
internamiento, clasificacin y depuracin de los prisioneros de Franco.
1. EL TERROR SUBLEVADO
Los campos franquistas y el trabajo forzoso fueron hijos de la guerra civil
espaola. Y sta, a su vez, del fracaso de un golpe de Estado convertido en guerra
total. Es, por tanto, necesario analizar ambos fenmenos para entender los porqus de
una red concentracionaria como la franquista. Y es que sus diferencias no son mera
retrica. Porque, estamos en julio de 1936, con la sublevacin de los cuarteles, ante
una guerra civil? En principio, este ltimo concepto requiere un acuerdo
interpretativo[3]. Ese mismo trmino fue negado en los dos bandos, el republicano
porque se senta vctima de una agresin y el franquista porque se senta legitimado
por un sentimiento de superioridad moral donde no poco peso tendra la
articulacin de un discurso de apoyo a, y de, la Iglesia catlica que no aceptaba
equiparaciones al mismo nivel que el enemigo. Pero todo ello no debe esconder la
realidad histrica ya que, dejando de lado la propaganda blica y posblica tan
determinante, por otra parte, de los estereotipos y mitos que a la guerra sobrevivieron
, lo cierto es que en julio de 1936 nos encontramos ante un golpe de Estado fallido
y ante un intento, por parte sublevada, de tomar de manera rpida los centros de
poder, aun si para ello era necesario acabar de forma violenta y despiadada con
cualquier resistencia a la autoridad militar o civil antirrepublicana. No exista, salvo
vagas ideas de un directorio militar, una alternativa poltica por parte de los
golpistas[4]. Pero s existan objetivos comunes, el primero de todos el de acabar por
las armas con el ordenamiento poltico republicano y su afrenta al denominado
poder tradicional y sus valores de jerarqua, orden e inmovilismo. Se trataba del ms
virulento proceso en la larga trayectoria pretoriana uno de tantos tipos de
intervencin violenta en poltica e intervencionista del Ejrcito, estamento que
histricamente en Espaa ha ocupado un puesto de privilegio como garante del orden,
como autonominada cadena de transmisin del verdadero sentir nacional y, en su
ms pura definicin, como detentador de la fuerza[5]. Y exista, adems, una
cosmovisin unificadora de los diferentes grupos polticos, ideolgicos y de inters
que se levantaron contra la Repblica: a sta se la consideraba directamente la AntiEspaa; un totum revolutum de prejuicios y articulaciones retricas desarrolladas por
la derecha espaola para deslegitimar la existencia de un sistema laico de gobierno y
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esos bandos no daban pistas sobre el tratamiento de los capturados, es conocido que
no hizo falta marco legal alguno para enmascarar los mltiples asesinatos e
irregularidades cometidos en la primera fase de la conflagracin.
Tanto fue as, que hay quien se ha planteado el uso del trmino genocidio para
explicar la inusitada violencia sublevada que desat el golpe de Estado[13]. Pero
hasta tal punto lleg? La pregunta no es balad en el contexto del estudio de los
campos franquistas, porque en el imaginario simblico de muchos europeos el
genocidio est intrnsecamente relacionado con los sistemas concentracionarios. De
hecho, como deca, el genocidio se ha convertido en el deformante espejo donde se
miran los campos de cualquier tiempo y latitud, en un lugar lingstico de la
memoria. Pero algunos de los principios fundamentales de los delitos a gran escala
segn Raphael Lemkin (quien defini los lmites legales del genocidio), como el de la
criminalidad colectiva del Estado, la existencia de un proyecto de destruccin masiva,
la percepcin de la vctima como indefensa y su muerte como aleatoria, o las
implicaciones religiosas y de eliminacin de las minoras nacionales, no se hallan tan
claramente como podra parecer en las diferentes tipologas de la violencia generada
por el para-Estado franquista[14]. De hecho, ese carcter mismo de paraestatalidad no
concuerda con la imagen del delito de genocidio, donde un Estado programa y
ejecuta la muerte de masas aprovechando los medios tcnicos y burocrticos
correspondientes a la ms pura modernidad, como han demostrado Bauman y
Traverso.
Los nuevos datos ofrecidos por la investigacin histrica ayudan a corroborar esta
percepcin: la progresiva instauracin en la Espaa sublevada tanto de tribunales
militares como de auditoras y comisiones de clasificacin para prisioneros y
detenidos polticos; el control formal de la violencia en aras de convertirla en
represin (de dotarla, por tanto, de una ptina de legalidad); y paulatinamente la
apertura de campos de concentracin y centros de trabajo forzoso, nos est revelando
dos factores. En primer lugar, la escasa rentabilidad que en una guerra larga deparaba
al nuevo orden en construccin la violencia desencadenada con objeto de acabar
rpida y virulentamente con la Repblica. Y segundo, que paralelamente creci entre
las filas insurgentes una nueva percepcin relacionada con la legitimidad moral de
la guerra, con la necesidad de encontrar un justificante integrador para con sus
enemigos: con la guerra total y de larga duracin, no se trataba de exterminar sino de
doblegar. Palabras como reutilizacin, reeducacin, recatolizacin, redencin,
pueblan el vocabulario y el imaginario cultural desde los ltimos meses de 1936,
cuando se constata el fracaso del golpe de Estado. Y eso en mal modo puede
conjugarse con una poltica genocida. Puestos a buscar un trmino, el que ms se
ajusta a la violencia golpista, la que se llev por delante a alcaldes y jornaleros,
arquitectos y poetas, sindicalistas y resistentes precariamente armados, es el de un
politicidio ejecutado mediante el Terror.
De todos modos, llammoslo politicidio, genocidio o exterminio, lo cierto es que
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la violencia de los primeros meses para con los republicanos, los presos y los
prisioneros de guerra fue el medio para afianzar la victoria de la sublevacin. Pero
tambin es cierto que, tras el fracaso de sta, paulatinamente las necesidades
derivadas de una guerra total y de larga duracin acarrearon exigencias nuevas y la
bsqueda de sus soluciones. Una muy importante, la de dotar no solamente de
legitimidad (aspecto del que, retricamente, estaban sobrados los sublevados), sino
tambin de legalidad, al proceso insurreccional. Tal fue el origen de la famosa
justicia al revs, en palabras de Serrano Ser, que enjuici con premisas de
rapidez y rigor a los adheridos a la rebelin, esto es, a quienes defendieron el orden
republicano[15]. El rigor con el que la represin militar comenzaba a infligirse
estableci la supremaca del poder castrense, y ante todo supuso dotar de coherencia
y homogeneidad a la extensin de este poder a toda la zona sublevada[16]. La
existencia de campos de concentracin y trabajo forzoso de manera generalizada
desde 1937 es, por tanto, una prueba decisiva para afirmar que, si bien no se
abandon por entero, el paradigma represor, la lgica de la violencia implcita en
los asesinatos y el politicidio desencadenado en 1936, sufri variaciones hasta el
punto de, al menos, no ser el nico imperante en la Espaa de Franco.
Dotar de legalidad y, en cierta medida, legitimidad a la violencia fue uno de los
objetivos que paulatinamente, y frente al devenir de los hechos, se impuso entre las
filas sublevadas. Era el modo de trasladar a la realidad el sentimiento de superioridad
moral, de necesidad del Alzamiento compartido por los insurrectos frente a la
Repblica, donde el apoyo de la Iglesia catlica tuvo un peso determinante. Aunque
la realidad fuese mucho ms prosaica: se trataba de la pugna por el poder sobre un
mismo territorio, con lo que haca falta crear o afianzar las propias legitimidades para
acabar con las contrarias. Si miramos con detenimiento, en esos primeros momentos
no encontraremos articulacin retrica o prctica de lo que a posteriori acabara
marcando, en el plano simblico, el devenir de la represin y exclusin social: la
contraposicin de identidades, de percepciones de la sociedad, de legitimidades. Eso,
sin embargo, hubo de cambiar en el momento en que la fase de golpe de Estado dio
paso a otra de guerra civil, larga, de exterminio, ante la defensa republicana.
El verano caliente de 1936 dio paso a una nueva fase en la que la violencia
poltica cambi formas y, a veces, fondo, en aras de dotar al para-Estado insurrecto de
una estructura depuradora firme y de incontestable autoridad. No quiere decirse con
esto que el monopolio de la violencia fuese indiscriminado en los primeros meses de
conflicto, ya que como se ha venido sealando en la mayora de los casos lo que
haba detrs de la supuesta violencia espontnea era una calculada venganza que,
con las armas en el centro de la vida social, no necesitaba de trmites ni
legitimaciones[17]. Pero las diferencias existen, sobre todo cuando el ejercicio de la
violencia debe ser legitimado. En el caso de la guerra civil espaola, esa legitimidad
fue encauzada por juicios sumarsimos, procesos de clasificacin masiva y puniciones
redentoras. Y los preceptos culturales en los que se apoyaron no fueron otros que esa
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percepcin del enemigo como ser descarriado, enfermo, que poda ser
reintegrado a la verdadera Espaa a travs de su depuracin y redencin social.
Con toda probabilidad, dos sean los hechos determinantes para tal cambio de
percepcin: uno endgeno al funcionamiento de la guerra que se haba planteado y
otro, en cambio, derivado de la ptina de legitimidad que otorg al levantamiento y al
Movimiento el apoyo eclesistico. La lucha fratricida parti de la disputa por el
monopolio de la violencia, de la soberana y de la legitimidad del poder sobre un
mismo territorio. Deriv, por tanto, de una confrontacin de solidaridades e
identidades colectivas e implic la expulsin de la legitimidad contraria. Y para
disputar legtimamente el poder a la Repblica, era necesario tanto otorgar a los
sublevados una legitimidad explcita, cosa que vino de mano del apoyo de la Iglesia,
como poner las bases para una guerra de larga duracin y depuracin. Los campos de
concentracin fueron un jaln fundamental en aras de lo segundo.
En suma, la liquidacin de la experiencia republicana tuvo un primer momento
crucial en los innumerables asesinatos, en el Terror, derivados del golpe de Estado de
1936. Y andando hacia la guerra fratricida, la eliminacin de los cuerpos enfermos
de la comunidad nacional tom forma de exclusin social masiva[18]. La
implantacin del sistema concentracionario reflejo de una racionalizacin de la
violencia, una economa de la imposicin, como se ver tuvo especficamente que
ver con el paso de la primera a la segunda fase; es decir, del golpe de Estado a la
guerra civil propiamente dicha, guerra entre dos estados. Tuvo tambin que ver con
los intentos por legalizar una violencia que, cuando se abri el primer campo de
concentracin, se haba enseoreado de las prcticas polticas en la zona sublevada
controlada por los militares de Franco. Tuvo que ver con la construccin de un poder
con aires de legtimo, en el que el escndalo de la ejecucin sumaria del prisionero de
guerra era cada vez menos tolerable.
As, afrontada la guerra de larga duracin la violencia fsica dara la mano a la
simblica para expulsar de la civitas a la denominada Anti-Espaa. En ese momento,
los campos de concentracin, el trabajo forzoso y el sistema penitenciario adquirieron
su ms elevado rango: el de doblegarla y transformarla. Y es que si bien los
sublevados continuaron asesinando sin piedad en las ocupaciones progresivas, ese no
fue ya el nico ejercicio posible de violencia. Observemos, pues, desde la base y
desde sus inicios la construccin de ese sistema ilegal de internamiento y esa
multiplicidad y adaptacin en los paradigmas de la violencia poltica sublevada, en su
trayecto desde el Terror golpista a la violencia de guerra civil, desde la perspectiva de
los prisioneros de guerra.
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todo tipo de centros, desde prisiones a cuarteles pasando por iglesias, cines,
conventos, castillos o escuelas: las directrices que desarrollaron los generales y
mandos sediciosos contra el orden poltico republicano para la coordinacin de sus
acciones hablaban del encarcelamiento de los no afectos al Movimiento[20]. No
existe, sin embargo, investigacin sistemtica alguna donde poder situar estos centros
de detencin, pero ello es perfectamente comprensible. La patente de corso y la
potencia del primer choque podan determinar la falta de resistencia al golpe en los
cuarteles y, de tal modo, las instrucciones de Emilio Mola sobre la virulencia y el
grado de violencia que se deban ejercer para asegurar un lugar para los sublevados
fueron llevadas a su mxima expresin. Los relatos parciales dedicados al golpe se
suceden en varias regiones espaolas y son buen reflejo de lo que en todas partes
ocurri. En tal faena, los sublevados encarcelaban de hecho, sin algunas de esas
encarcelaciones el golpe no se habra podido llevar a cabo y asesinaban, llenaban
las fosas comunes, recluan sin ms precepto legal que la aplicacin del bando de
guerra de la Divisin Orgnica alzada y, desde luego, no consideraban la posibilidad
de establecer un tratamiento regulado y homogneo de los prisioneros de guerra.
Entre otras cosas, porque cabe preguntarse si realmente los aprisionamientos
destinados a asegurar el golpe, as como los derivados de las primeras tomas parciales
de los territorios, eran considerados como de guerra. Stricto sensu, eran prisioneros
del fallido golpe de Estado. Si se les hubiese considerado como de guerra, el modo de
actuacin debera haber sido el establecido por la Convencin de Ginebra de 1929.
Vale la pena detenerse un instante en este punto. Si echamos la vista atrs hasta
ese ao, cuando Alfonso XIII firmaba en nombre de Espaa la convencin para el
tratamiento de los prisioneros de guerra, veremos que en ella la nacin espaola se
comprometa a un trato correcto hacia los mismos, negando la hiptesis de utilizarlos
en trabajos de cualquier ndole. Cierto es que en principio tal convencin fue pensada
para ser operativa en conflictos internacionales queda claro al revisar los puntos
finales, referidos a repatriaciones y pases neutrales, mas en ninguno de sus
prrafos haca referencia explcita al hecho de no poder ser empleada en una guerra
civil. Qu ocurri, por tanto, para que no fuera puesta en prctica con los prisioneros
espaoles, e incluso para que fuera puesta en entredicho manejando discutibles
apreciaciones pseudojurdicas? Todo es explicable desde la perspectiva antes
sealada: que en estos meses no se busc la legalidad ni la legitimidad, sino la
extirpacin del orden republicano. Y que, pasada la fase golpista, lo legal fue
solamente aquello que se ajustaba a los intereses del bando franquista, considerado a
s mismo antiliberal y, por tanto, no sujeto a formalismos intiles como, en este
caso, los derechos de los prisioneros de guerra.
Varios son los puntos que es necesario destacar en este sentido: ante todo, el
hecho que a los prisioneros de la guerra civil no se les consider en propiedad
prisioneros de guerra, salvo en el caso de los pertenecientes a las Brigadas
Internacionales, ya que no era un conflicto interno sino una liberacin lo que se
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acometa. Lo que en realidad era una interpretacin fundada tanto en los justificantes
retricos de la insurreccin como en la ideologa y la baja consideracin hacia el
enemigo. As, ni tan siquiera se llev a cabo lo sealado en la introduccin a la
convencin, que deca que se hara todo lo posible por mitigar los sufrimientos de los
prisioneros de guerra. Tampoco su segundo artculo (que prohiba actos de violencia,
insultos, represalias o curiosidad pblica contra ellos), ni muchas veces el sptimo,
referido al traslado de prisioneros (en teora, en buenas condiciones y de no ms de
20 kilmetros al da). Nos interesan en particular, sin embargo, la seccin segunda,
referida a los campos para prisioneros de guerra, y la tercera, a su empleo en trabajos
forzosos, y que pasamos a analizar con conocimiento de lo sucedido con los
prisioneros republicanos.
En treinta y tres artculos dedicados a estos dos temas, la convencin haca
referencia a las condiciones climticas de los centros de internamiento de prisioneros
de guerra, la higiene, luminosidad y calor de los barracones; las raciones de comida y
agua que deban recibir iguales a la de los soldados combatientes, sus uniformes,
el funcionamiento de las enfermeras y las revisiones mdicas. E incluso se regulaban
las necesidades morales e intelectuales de los prisioneros, en lo respectivo a la
libertad del ejercicio y la expresin de su propia religiosidad (art. 16), as como a las
remuneraciones que los prisioneros deban recibir por sus trabajos, los cuales jams
deban estar relacionados con las operaciones blicas (art. 31), o los derechos
individuales y colectivos de los que deberan disfrutar durante su estancia en los
campos, cuales el envo de paquetes con ropa y comida, o el pago de los devengos
derivados de su trabajo. Los castigos, jams colectivos ni corporales ni en
calabozos sin luz ni suficientes condiciones higinicas, solamente estaran
relacionados con actos de insubordinacin, no podran englobar actos de crueldad y el
arresto sera su mxima y ms severa expresin, nunca la tortura. Si el prisionero de
guerra fuese ulteriormente condenado por una corte civil o militar, debera tener
derecho a apelar la sentencia, fuese sta de prisin o de muerte.
En definitiva: en la Convencin de Ginebra se toleraba e incluso se prefera la
posibilidad de apertura de campos de concentracin para prisioneros de guerra en los
conflictos blicos por dos motivos: en primer lugar, porque los campos eran
asimilados como una medida de detencin preventiva vlida (si era bien
administrada), visto que progresivamente, y sobre todo tras la enseanza de la
primera guerra mundial, las guerras se haban convertido en enfrentamientos de
ejrcitos nacionales en el sentido estricto del trmino: de ejrcitos masivos. Y en
segundo lugar porque, si bien sujetos a los procedimientos de guerra y al hecho de
estar tratndose con el enemigo, los campos parecan un sistema correcto bajo el
prisma de las democracias liberales triunfantes en la Gran Guerra y de su humanismo
racional, cristalizado en la fracasada Sociedad de Naciones.
Los campos franquistas, sin embargo, nacieron con una ilegalidad de fondo y
forma que, obviamente, no result un lastre para su crecimiento y uso continuado. No
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hubo disposiciones para los prisioneros de guerra antes de 1937; las disposiciones
vigentes, las de Ginebra, fueron rechazadas por intiles y no ajustadas a las
necesidades del bando sublevado; y, por fin, cuando hubo normas, stas no
respondieron a la legalidad internacional, sino todo lo contrario: los prisioneros
republicanos no fueron tratados como de guerra y fueron hacinados en campos con
malas condiciones higinicas; usados para trabajos militares; torturados para
conseguir testificaciones y delaciones; y, como postrera cristalizacin de la ilegalidad
de la justicia al revs, cuando fueron juzgados en tribunales militares tras la
clasificacin en los campos, jams tuvieron derecho de apelacin. Un buen ejemplo
de todo esto lo tenemos en un documento referido a la creacin de los primeros
Batallones de Trabajadores por parte de la Jefatura de Movilizacin, Instruccin y
Recuperacin encomendada al general Luis Orgaz:
Los trabajos a que haban de dedicarse seran trabajos de utilidad militar, cosa perfectamente justa y lgica
y que no contraviene ningn acuerdo de orden jurdico nacional ni internacional, ni ningn precepto de rgida
tica, ya que los individuos que forman esos Batallones son espaoles y dentro de la edad de los dems
llamados a filas y, por tanto, el Gobierno nacional tiene perfecto derecho a utilizarlos de la manera que se
considere ms til para los fines de la guerra[21].
nmero estimado de las bajas. Se trataba de los primeros prisioneros a los que se daba
muerte in situ sin trmite alguno por el hecho de haberse resistido al triunfo de la
ocupacin militar o bien por pertenecer a organizaciones polticas, sindicales,
culturales, a las que se oponan los sublevados. De manera ms que cnica, en los
partes de guerra a esos asesinatos indiscriminados y a esas prcticas de limpieza se
los llamaba, por ejemplo, Operaciones en Andaluca[26].
De todos modos, los partes oficiales son intiles para conocer, ni de modo
aproximado ni estimado, el nmero de prisioneros tomados en la primera fase del
golpe de Estado y la guerra de columnas. S para intuir el tratamiento que reciban,
aunque poca informacin se puede deducir de extractos como el del Ejrcito del
Norte a 3 de agosto de 1936, cuando deca: El nmero de prisioneros capturados y el
material y armamento de todas clases cados en nuestro poder es grande.
Ocupaciones tan importantes como la de la ciudad de Mrida el 11 de agosto,
realizada por la columna de tropas africanas que ocup la parte occidental de
Extremadura en su carrera hacia la capital de Espaa, tan slo dej una marginal
anotacin sobre los muchos prisioneros aprehendidos. Cuando la de Badajoz, tres
das despus, se dio cuenta de una inquietante concatenacin de acontecimientos: se
entr arrollando las resistencias y cogiendo al enemigo numerosos prisioneros,
causndoles muchas bajas.
No obstante esta constante desinformacin, en su carrera hacia el centro del pas
las columnas hacan prisioneros, siempre numerosos en la documentacin oficial,
pero nunca rastreables en su nmero. Hasta noviembre, cuando se renunci a la toma
rpida de Madrid ponindose fin a la fase de golpe de Estado, las columnas del norte
bajo el mando del general Emilio Mola y las africanas de Franco dirigieron sus
fuerzas al acoso de la capital tomando as miles de prisioneros. De hecho, una
matanza como la de la plaza de toros de Badajoz se explica entre otras cosas por el
traslado a la capital de muchos prisioneros y presos tomados entre el inicio del golpe
y los das de la masacre; esto es, en poco menos de un mes. A estos prisioneros no se
les trataba de una manera unvoca o medianamente regulada lo cual responda
como no poda ser menos a las intenciones de acabar rpido con la Repblica, con
lo que los ejrcitos sublevados no podan hacer uso provechoso alguno. Es ms, casi
resultaban una molestia.
Slo de tal manera es comprensible que al entrar las tropas africanas en los
pueblos extremeos, en vez de tomar como prisioneros a los defensores de la
legalidad republicana, se les aplicase el modelo de matanzas que conocemos por el
nombre genrico de razzia. Tras la captura de Mrida donde ms tarde se instalara
un campo de concentracin, las tropas africanas se encaminaron hacia la represin
hablar de toma o de liberacin es nombrar slo una parte de la cuestin de
Badajoz, la provincia que, segn se nos ha recordado recientemente, ms haba
anhelado la reforma agraria tan solicitada como prometida por la Repblica y odiada
por sus adversarios[27]. Su plaza de toros, hoy desaparecida, fue centro de reclusin
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para un mnimo de 1200 internados y, desde el punto de vista simblico, bien puede
considerarse el primer y ms terrible campo de concentracin franquista.
Los muros del coso taurino fueron crcel improvisada y lugar de ejecucin de
prisioneros. De hecho, como se nos ha recordado desde la literatura que ha dedicado
sus pginas al recuerdo de la matanza, los mismos testigos, como Jay Allen o Mario
Neves, no daban crdito a sus ojos: jams haban visto un modo tan brutal de hacer la
guerra. Lo all ocurrido, la muerte indiscriminada de los defensores de la ciudad y de
muchos prisioneros trasladados ex profeso para ser ejecutados, supuso por un lado un
aviso sobre lo que las tropas africanistas estaban dispuestas a hacer con quienes se les
opusieran. Por otro lado, fue un medio de acabar con los posibles levantamientos en
retaguardia. Pero ante todo, supuso el prolegmeno masivo y despiadado de lo que
iba a significar la represin franquista. Hasta el 14 de agosto se haba fusilado, y
mucho, en los territorios sublevados. Sin embargo, la repercusin que tuvo el
conocimiento de los sucesos de Badajoz dej pocas dudas sobre el carcter
extremadamente violento de la limpieza social que llevaban a cabo las tropas
franquistas en vanguardia y los militares y civiles afectos al Movimiento en
retaguardia. Esa cruel matanza supuso, segn la afirmacin de Francisco Espinosa, un
prolegmeno y una premonicin de Auschwitz. Y el smil no es casual, sino que
entronca con ya toda una tradicin de pensamiento que recorre la filosofa, la
sociologa y la historiografa: la de considerar los campos de concentracin
nacionalsocialistas y, en particular, el exterminio de los judos una metfora de cmo
la modernidad se haba convertido, ante los ojos de las democracias liberales de
entreguerras, en la ms absoluta barbarie. Auschwitz sera as la cristalizacin del
dolor, de la muerte; de la poca contempornea. Pensar Auschwitz se converta en
un deber doloroso pero necesario. Hoy, sin embargo, la desaparicin del coso taurino
ha eliminado un lugar de la memoria en el ms puro sentido de la palabra: no el
epistemolgico, sino el real. Ahora no hay dnde honrar ni llorar la memoria de los
muertos.
Algunos extremeos, sin embargo, lograron huir de la matanza por la frontera
portuguesa. Qu se encontraron? Un rgimen de persecuciones y campos de
concentracin sin precedentes por su dureza[28]. El Portugal de Salazar, integrante
desde el 21 de agosto del Comit de No Intervencin, intervena sin embargo de
manera beligerante al internar a los refugiados espaoles para devolverlos a
cumplir con la Justicia espaola. Como relata Espinosa, ese mismo da 21 fueron
devueltos, desde el Fuerte de Graa, en Elvas, 40 espaoles que fueron entregados a
las autoridades de Badajoz. Tambin en el Fuerte lisboeta de Caixas se intern a
republicanos espaoles. Hubo espaoles refugiados en los campos de Coitadinha y de
Russianas, este ltimo en Choa do Sadineiro. En el caso de los fuertes, fueron un
signo ms de la connivencia salazarista con los sublevados y de la problemtica que,
de cara al exterior y por supuesto en el interior, empezaba a crear la toma masiva de
prisioneros. En el caso de los campos de refugiados, nos han llegado testimonios que
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milicianos que nos combatirn en Madrid eran ciudadanos pacficos que, ante las
amenazas y ejecucin de los que se niegan, han cogido las armas deseando
entregarlas en el primer encuentro. Con ellos, la guerra tiene que ser caballerosa y
noble y si se rinden, acogerles con la generosidad que es natural en nuestras tropas,
que en estos casos es necesario extremar. De tal modo, mientras se peda que se
evitasen racias, violaciones y contactos con prostitutas, se sealaba que se debera
proceder a la detencin y desarme inmediato de los elementos marxistas que se irn
concentrando para dirigirlos posteriormente hacia los lugares destinados de antemano
como campos de reunin, que podran ser lugares de concentracin en iglesias o
grandes edificios, a ser posible aislados de los ncleos de poblacin[34].
No por casualidad son tambin de estas fechas, de diciembre de 1936, las notas
informativas que la Divisin de Madrid distribuy para el tratamiento de prisioneros
de guerra. Segn stas, lo que ms importaba era regularizar a los evadidos: quienes
se presentasen al lado franquista en el territorio ocupado por la Divisin de vila se
internaran en esta misma capital; los que lo hiciesen en territorio de la Divisin de
Madrid, en Talavera de la Reina, adonde fueron encaminados los prisioneros del
batalln britnico el 13 de febrero de 1937[35]. De este temprano campo, segn los
testimonios recopilados por Cari Geiser de Bill Alexander y James E. Ruthenford
los prisioneros, hambrientos y encerrados en una vieja fbrica, eran sacados cada
da a trabajar cubriendo de tierra los cadveres en el cementerio de la localidad. Los
de la Divisin de Soria se internaran y clasificaran en esa misma ciudad. Y para ello
se utilizaran cuarteles o edificios adecuados, en cuyos lugares permanecern hasta
tanto se resuelva la informacin que rpidamente debe instruirse y como
consecuencia de ella se dispondr por parte de las Autoridades Militares el destino y
empleo[36], cuando fuesen militares profesionales, que en realidad era lo que en ese
momento incierto de la guerra ms le convena captar a las autoridades franquistas.
Los pertenecientes a milicias y paisanos, seran concentrados en los mismos lugares,
pero separados: en locales distintos.
Santa Clara en Soria, San Gregorio en Zaragoza, y algunos centros que veremos
en breve como el de Vitoria, e incluso con detenimiento como el de San Pedro de
Cardea, fueron los primeros destinos marcados para los prisioneros de guerra y, por
tanto, supusieron los primeros jalones de la naciente red concentracionaria. Y no
fueron considerados en ningn momento prisiones militares, por mucho que fuese en
un contexto blico donde se enclavasen. La explicacin para ello es relativamente
sencilla: por mucho que en las denominadas prisiones militares albergasen
prisioneros muchas veces sin haber sido sometidos a trmites legales, lo cierto es que
el fenmeno de los campos de concentracin tuvo una dimensin especfica que lo
diferenci de aqullas: el de la retencin preventiva, el del marco de ilegalidad en el
que se circunscribieron y, ante todo, el de la arbitrariedad. A prisiones militares
pasaran los mandos, oficiales o suboficiales, capturados. A los campos, la enorme
mayora de los prisioneros de guerra. Este hecho, paradigmtico para el estudio de los
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pales. El primero, segn sealaba un informe, fue habilitado como campo con
rgimen de concentracin de prisioneros por sus excelentes condiciones, de agua
potable, independiente de la poblacin, instalaciones sanitarias y explanada de
desahogo. Sobre el segundo, situado en uno de los pabellones del colegio-convento,
a ocho kilmetros de la estacin de ferrocarril y a 20 de Vitoria, el mismo informe de
la ICCP aseguraba que dispona de camas y enfermera, escasa agua de boca y menos
proveniente de un pozo de aseo[47]. Ante la falta de una regulacin unvoca, lo
que se pretenda con centros como Murgia y Ordua era recluir a los prisioneros y
evadidos del frente para su ulterior destino tras someterlos a la clasificacin y
depuracin de responsabilidades. De hecho, era al ya citado campo de San Pedro de
Cardea donde iban destinados quienes, de tal clasificacin, resultaban de ideologa o
posicin poltica contraria a los valores de los sublevados.
No en vano San Pedro de Cardea ser recordado como un campo de larga
duracin, puesto que su finalidad fue, durante 1937, la de centralizar el internamiento
de todos los clasificados negativamente por las auditoras del 6. CE. El 27 de enero
de ese ao, por ejemplo, se estipul que a primeros del mes siguiente fuesen
trasladados a Burgos todos los prisioneros de guerra de la plaza de Vitoria,
dependientes del Gobierno Militar de lava. Comunqueme urgente tren en que
llegarn a fin de ordenar el traslado al Campo de Concentracin[48], se indic desde
Burgos. Treinta y siete internados de Vitoria, incluidos los 25 prisioneros de guerra
que hemos sealado antes (a los que se pretenda aplicar los convenios de Ginebra, en
particular a dos mdicos militares), se unieron as a la creciente suma de prisioneros
que el Ejrcito del Norte dispuso que se concentrasen en San Pedro de Cardea,
nmero que seguira una lnea creciente en el primer semestre de 1937.
Cabe sealar adems que no slo los campos dependientes de la Sexta Divisin
en primavera pasaron todas a denominarse Cuerpos de Ejrcito, sino tambin los
de la Quinta y la Octava (todos en el norte de la Espaa franquista) fueron los que
desarrollaron un proceso de estabilizacin mucho ms regular que los centros de
internamiento de zonas como el sur de Queipo de Llano. Por ms que la
provisionalidad fuese, durante toda la guerra, una de las tnicas predominantes, es
igualmente cierto que en la primavera y verano de 1937 los campos del norte
empezaron a adquirir dinmicas de estabilidad interna y organizativa, aunque no se
hubiese organizado la ICCP. Conviene recalcar por tanto que los primeros campos de
concentracin, y San Pedro es el caso ms paradigmtico los depsitos de la taifa
del sur controlada por Queipo de Llano son prcticamente ilocalizables en la
documentacin, no fueron creados por la ICCP. Como tampoco instal la ICCP
otro de los campos paradigmticos de esta historia concentracionaria, el de Miranda
de Ebro: buena parte de los 1422 internados desde febrero hasta finales de julio de
1937 en San Pedro pasaron previamente por este otro temprano campo, instalado en
los restos de la antigua fbrica azucarera.
Dotado de buenas comunicaciones (inmejorables: carretera general y nudo
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ferroviario), con capacidad para 1200 hombres, escasa agua de boca hay que
traerla en cubas y menos de aseo, que se realizaba en el pequeo ro Bayas salvo
cuando la azucarera no verta sus restos al ro (lo cual no impeda que las deyecciones
se realizasen desde pasarelas sobre el escaso caudal), Miranda tendr la imagen
clsica de los campos de concentracin: barracones y banderas, alambre de espino y
enfermera. O, al menos, esa sera su imagen de larga duracin: al principio, segn
cuenta un testimonio un nio durante la guerra, cuyo padre, teniente de alcalde de
Miranda, fue fusilado en 1936[49], se empez instalando a los prisioneros bajo una
carpa tomada del Circo Americano. Su larga duracin sera la prueba de que, al
menos en Miranda, la eleccin haba sido acertada. Pero al inicio, desde febrero de
1937, dependera casi exclusivamente de San Pedro de Cardea. De hecho,
disponemos de las cifras de trasladados a San Pedro durante prcticamente toda la
guerra civil, firmadas por el jefe del campo, el teniente comisionado Emeterio Garca.
As, a los 37 prisioneros de Vitoria se unieron 11 en marzo, 294 abril, 305 en mayo y
359 en junio: 1006 prisioneros en cinco meses; una cifra sin duda exigua, teniendo en
cuenta las dimensiones que los campos franquistas adquirirn ms adelante.
Pero tan escasa cifra esconde dos cosas, aspectos cuantitativos y cualitativos,
respectivamente, que en perspectiva se tornan fundamentales para comprender la
historia de los campos franquistas. Primero, que el nmero de clasificados era mucho
mayor, ya que a San Pedro solamente llegaban los catalogados negativamente (en
breve se tratar el motivo de todo ello, que tiene mucho que ver con la distribucin de
la Orden General de Clasificacin). Y segundo, que este campo era considerado por
el Sexto CE como estable. La cifra es engaosa, pues no muestra la masividad que
paulatinamente adquirira, teniendo adems en cuenta que la mayora de los campos
mejoraron sus condiciones de habitabilidad solamente una vez creada la ICCP (desde
el verano de 1937), cuando pudieron disponer de fondos econmicos para hacerlo.
Adems, como nmero descontextualizado no dice nada de los motivos por los cuales
creci el nmero de internados, por ms que este crecimiento sea tan notable, sobre
todo entre marzo y abril de 1937. En esas fechas, como se ver en el prximo
captulo, estaba ya en marcha la ofensiva franquista sobre el territorio del norte de la
Pennsula.
La necesaria concentracin de poderes (con la consiguiente centralizacin de
recursos blicos) para afrontarla y, a la postre, para ganar la guerra, tuvieron su punto
de apogeo en 1937. Despus de los nuevos fracasos de penetracin en Madrid y como
parte de la centralizacin poltica y militar desarrollada en la Espaa sublevada, en
marzo de ese ao se constituy la Jefatura de Movilizacin, Instruccin y
Recuperacin (MIR). Y ese fue un hecho clave para explicar el fenmeno
concentracionario puesto que, a la sazn, fue originariamente la responsable directa
sobre la ICCP: y es que esta jefatura, encomendada al fiel colaborador de Franco Luis
Orgaz, tuvo entre sus metas la de recuperar para el frente y las unidades activas a los
presentados que estuviesen en edad militar, que se pondran por las comisiones de
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As, la detencin provisional segua sin estar definida y reglamentada, puesto que
lo que en realidad se haca con estas normas, de aplicacin en todo el territorio
nacional, era delegar las responsabilidades con los prisioneros en los jefes de divisin
y autoridades militares territoriales. Por otra parte, la dependencia de los prisioneros
de los avales e informes recibidos haca gravitar un problema fundamental: qu
ocurra cuando la zona de origen del prisionero no estaba incluida en los territorios
ocupados? Porque todo esto solamente era aplicable en los casos de zonas ya
ocupadas, donde se levantaba la veda de la delacin para estar ms cerca del nuevo
poder instituido. El mantenimiento de la detencin, en espera de la instruccin de
diligencias clasificadoras, poda alargarse hasta varios meses a la vista de estas
instrucciones. Y tampoco se sealaba nada sobre el futuro destino de los clasificados,
aunque lo conozcamos por otras vas. Los propuestos para libertad, si estaban en edad
militar o en los reemplazos movilizados por el Ejrcito, pasaran a las Cajas de
Recluta para ser integrados en unidades activas; si no lo estaban, quedaran en
libertad en sus territorios de origen cuando formaban parte, claro est, de la Espaa
franquista.
Pero si esto no suceda, o si la clasificacin conclua con el interno clasificado en
el apartado B de los sealados, las disposiciones se hacan difusas y derivaban hacia
la inevitabilidad del mantenimiento del prisionero, como mnimo, en los campos ya
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2
Campos y batallones para una guerra civil
Abril-diciembre de 1937
El Generalsimo Franco ha perdonado a todo el que se presente con armas y se demuestre que
no es un asesino y ladrn. Aprovechad estos momentos, dar [sic] dos tiros a vuestros jefecillos y
venid a este campo, donde se vive como personas honradas y decentes, donde se come y bebe a
gusto y se trata con hombres que lo son de verdad y con mujeres sin prostituir, no como las que
usais [sic] vosotros, que no saben nunca quines son los padres de sus hijos.
Panfleto lanzado sobre las lneas republicanas (junio de 1937).
los trabajos. Unos campos de concentracin que expresaban el deseo de acabar con la
disidencia mediante el internamiento, mediante la redencin en el trabajo, mediante la
punicin implacable.
regular los campos de concentracin. Por el simple hecho de que stos ya existan, ya
funcionaban, pero no se haban enfrentado a masas de prisioneros como las que se
tomaron en el norte de Espaa.
La regulacin del sistema de campos fue paralela a la del aparato legal y jurdico
establecido por los sublevados para encauzar, corregir y castigar las actuaciones
individuales y colectivas durante la llamada dominacin roja y, ms en particular,
las realizadas en el bando republicano en guerra. Un aparato jurdico al que, no
obstante, se pedira en diferentes ocasiones celeridad e implacabilidad a fin de poder
aplicar de modo sumario y urgente el fallo, para la necesaria ejemplaridad de las
acciones[2]. As, las comisiones de clasificacin representaron la progresiva
regularizacin, desde criterios homogneos para todo el territorio franquista lo que
da muestra clara de su aspiracin de legitimidad y estatalidad, del paso de los
territorios liberados y sus habitantes y combatientes capturados a la zona
insurrecta. Ante la previsin de capturar, con el giro norteo de las acciones blicas, a
grandes masas de poblacin y cientos de kilmetros de territorio, la ficcin legal de
la represin habra de mostrarse en toda su cruda, improvisada y desestructurada
realidad mediante las ya sealadas Orden General de Clasificacin, Jefatura de MIR
y, por fin, los primeros Batallones de Trabajadores. Y, desde mayo de 1937, con el
Decreto (que haca el nmero 281 del Nuevo Estado) que conceda el derecho al
trabajo en condicin de peones a los prisioneros de guerra (no a los presos comunes),
frmula pseudolegal la de la concesin para esconder la intencin real: la
explotacin de la mano de obra forzosa.
Para explicar la puesta en funcionamiento de la ICCP, su jefe inspector se
remitira casi de manera exclusiva a las palabras de Franco redactadas en este Decreto
n. 281. Cabe transcribirlo en parte, puesto que contiene algunas de las claves que
fundamentan la misma existencia del universo concentracionario:
El victorioso y continuo avance de las fuerzas nacionales en la reconquista del territorio patrio ha
producido un aumento en el nmero de prisioneros y condenados, que la regulacin de su destino y
tratamiento se constituye en apremiante conveniencia. Las circunstancias actuales de la lucha y la complejidad
del problema impiden en el momento presente dar solucin definitiva a la mencionada conveniencia. Ello no
obsta para que con carcter netamente provisional y como medida de urgencia, se resuelva sobre algunos
aspectos cuya justificacin es bien notoria Existen otros [prisioneros], en nmero considerable que sin una
imputacin especfica capaz de modificar su situacin de simples prisioneros y presos les hace aptos para ser
encausados en un sistema de trabajo que represente una positiva ventaja.
El derecho al trabajo, que tienen todos los espaoles como principio bsico declarado en el punto quinto
del programa de Falange Espaola Tradicionalista y de las JONS, no ha de ser regateado por el nuevo Estado a
los prisioneros y presos rojos, en tanto en cuanto no se oponga a los ms elementales deberes de
patriotismo Tal derecho al trabajo viene presidido por la idea de derecho-funcin o de derecho-deber y en lo
preciso, de derecho-obligacin[3].
los partidos polticos prohibidos por Franco, o comisarios de guerra, por ejemplo.
La diferencia entre el prisionero y el penado es fundamental para explicar la
historia de los campos franquistas. La relacin de los campos con el mundo penal fue
central y, por tanto, no conviene tratarlos como compartimentos estancos: en realidad,
fue tambin la previsin de crecimiento de la poblacin carcelaria la que movi a la
concesin del derecho al trabajo. Slo a cuantos recibieron condena se les puede, sin
embargo, aplicar el carcter de poblacin penal; no a los prisioneros de guerra
dudosos (segn la reforma introducida en julio a la Orden General de Clasificacin),
que quedaban sujetos al rgimen de campos de concentracin ilegal y cierta e
histricamente anmico para la formacin de BB. TT., pero sin pasar por el trmite
de formalizar una sentencia ante tribunal ninguno. S que pudiera ser que, ms
adelante y con la resolucin de sus pesquisas, fuesen juzgados. Pero en principio, los
prisioneros, tras el acta de clasificacin, no cumplan pena: quedaban en retencin
provisional. Es precisamente a stos ni libres ni a la crcel a quienes afect el
decreto de mayo de 1937, que vino a regularizar la precedente situacin de los
campos de concentracin y a darles una justificacin de hecho: la de la contribucin
de los prisioneros a la obra de la Espaa franquista mediante su mano de obra. Para
los clasificados Ad (afectos dudosos) y B (sospechosos, milicianos voluntarios)
fueron los campos estables, hasta la formacin de Batallones de Trabajadores[6].
La clasificacin y la reutilizacin de los prisioneros fueron, de tal modo, los
primeros objetivos afrontados por la MIR, con el amparo pseudolegal de las palabras
del propio Franco en su Decreto n. 281. As, las comisiones de clasificacin del
Ejrcito del Norte, a medida que comenzaba a avanzar el frente sobre el Pas Vasco,
debieron afrontar el nmero creciente de prisioneros y evadidos generados por las
operaciones. De hecho, algunos de los campos de concentracin del norte peninsular
se crearon en base a concentraciones de prisioneros ya establecidas y, en tal nmero,
que su traslado y evacuacin masiva resultaban ms problema que el de clasificarlos
all mismo. As, por una necesidad puramente organizativa se pusieron en
funcionamiento como campos militares los ya referidos de Murgia pueblo a mitad
de camino entre Vitoria y Amurrio en la provincia de lava y Ordua, en la
provincia de Vizcaya, los nicos recintos con prisioneros de guerra a cargo del
Cuerpo Civil de Prisiones, con tan bajo presupuesto y tan mala organizacin que,
como se reconocera, los internos estaban depauperndose por falta de alimentacin.
En un informe de estas fechas, se reconocera que ello derivaba en un fuerte
descrdito entre los prisioneros jvenes, reacios as a unirse al Movimiento
Nacional. Para evitar esos problemas, estos campos pasaron a manos de la ICCP en
agosto de 1937[7].
Tambin de estas fechas, de la primavera de 1937, son los campos de Lerma y
Aranda de Duero, dependientes recprocos de la Comisin de Burgos. Campos
situados, respectivamente, en un palacio ducal y una estacin de ferrocarril acotada
por alambradas. Centros, por tanto, provisionales y no de demasiada capacidad
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motivo por el cual, el segundo fue convenientemente ampliado que, sin embargo,
estuvieron operantes durante toda la guerra civil[8]. En Aranda de Duero las
condiciones de vida, determinadas por la escasa agua de boca, fueron duras para
Maximiliano Fortn:
Al llegar a Aranda de Duero me encuentro all con que hacan la cocina de montaa, a la intemperie, con
unas piedras y luego eso, unas rejas y, en las cuales, las calderas. Y all bamos desnudos pero con trapos
vestidos, y nieve, y haba un piln muy largo que se llenaba de agua y tenamos que salir todos desnudos all a
lavarnos. Y as estuvieron dos meses. Haba chavales que haban cogido, de quince a veintiocho aos, los
jovenzanos, y haba un capitn que les cay mucho en gracia que dice: A estos me los preparo y me los
vuelvo otra vez a llevar al frente. Y todos decan que s, que antes que estar encerrados queran salir al frente.
Y les hacan la instruccin a esos y, a esos los trataban bien. Pero a los que ramos as, sociales, nos
emprendan a estacazos y a matarnos de hambre[9].
Fueron las mismas aglomeraciones de prisioneros para ser clasificados las que, a
la postre, obligaron a la formacin de recintos concentracionarios. As sucedi en el
caso de algunos campos del norte peninsular: Estella (Navarra), la Universidad de
Deusto tras la cada de Bilbao, Pamplona y Logroo. Los dos primeros, de creacin
directamente relacionada con la cada de Bilbao, fueron pensados como provisionales
aunque, a la postre, la necesidad obligase a mantenerlos sine die. El de Deusto, en la
misma Universidad sobre la ra, con amplias naves y pasillos (donde dorman los
prisioneros), dos hermosos patios, locales apropiados para las dependencias
administrativas, y agua escasa debido a las averias [sic] cometidas por los rojoseparatistas en la conduccin de aguas (lo que dificultaba la higiene de los
prisioneros), servira para internar a un mximo higinico de 2500 prisioneros,
aunque en ocasiones se llegase a los 4000[10]. No sera, sin embargo, tan excelente el
de Estella: en locales separados por varios kilmetros (el Monasterio de Irache y el
local industrial Casa Blanca), ambos en malas condiciones higinicas, irregulares
condiciones de aguas, sin enfermeras, el campo de Estella sera, an en 1938, un
mal campo y convendra suprimirlo[11].
Tambin en relacin con el frente Norte se crearon nuevas comisiones de
clasificacin en los campos donde previamente se intern a los prisioneros de guerra.
La de Logroo, por ejemplo, sealara en diciembre de 1937 que el volumen de
clasificaciones realizadas hasta la fecha, precisamente desde julio de ese ao, habra
rebasado las 1100. Y no fue la nica: las comisiones de Deusto, Miranda de Ebro,
Zaragoza, Palencia, Vitoria, Bilbao, etc., dieron por esas fechas nmeros totales de
clasificados que no tienen nada que ver con lo que anteriormente se haba visto.
Puesto que todos estos clasificados se hallaban internados en campos de
concentracin mientras se tramitaban las indagaciones, se esperaban los avales y se
decida su futuro, se puede asegurar que fue precisamente con la progresiva toma del
frente Norte cuando el carcter de la concentracin se convirti en masivo. Tanto, que
se hizo necesario estructurar una red concentracionaria que pudiese hacer frente a
semejante maremagno de prisioneros[12].
Prisioneros del norte, carne para grajos como se les denominaba en un panfleto
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Ebro. Pero antes de ser all internado, hubo de pasar por varias crceles y campos de
concentracin:
Me trasladaron a la crcel de Vitoria: all empezaron ya los sufrimientos. Nos dijeron que si no tenamos
cargos ni responsabilidad en sindicatos ni en el ejrcito no nos fusilaban. Fjate: yo he pasado a la historia,
pero no se cmo me pude salvar. All estaba un seor llamado Galo de jefe de prisiones. Una mala persona.
Nos quitaron todo lo que tenamos, a m me dejaron en mangas de camisa, con unas alpargatas. De all nos
trasladaron, porque la crcel se llenaba: estaramos en una celda unas 40 personas, que no nos podamos ni
mover. All todos los das venan con la fotografa, la cartita, a buscarnos. A todo el que reconocan lo traan
para la crcel de Larrinaga, y aqu se fusilaron a muchos compaeros mos. Nos llevaron a un cuartel de
Vitoria, y como tambin estaba lleno nos sacaron a una cuadra en la calle Comandante Istuardi. Nos llevaron
unos das a donde hoy est el parlamento vasco, y de all al Seminario de Murgia. All el cautiverio fue
terrible. Nos llenamos de piojos, no nos daban ms que un cazo de agua En Murgia estuve bastante tiempo,
lo que me extra porque era una cosa que estabas all poco, para salir para [la crcel de] Larrinaga,
Batallones o para Miranda.
Un panfleto lanzado sobre los frentes de guerra a finales de junio daba cuenta de
la cobarda de los gudaris diciendo que, sin un solo disparo de nuestra artillera,
20 000 soldados vascos se haban entregado en Bilbao, y muchos otros, mineros
asturianos, haban huido como conejos a su tierra[19]. Pero tamao nmero de
internamientos en tan poco tiempo, del que gust jactarse la oficialidad franquista,
habra de poner contra las cuerdas al Cuartel General de Franco, mxime cuando se
pretenda clasificar a todos los prisioneros de guerra, depurar el Ejrcito y la sociedad
a travs de la represin de los partidos polticos y agrupaciones sindicales, y ms an
cuando en el Pas Vasco se combata especialmente contra el nacionalismo catlico.
Organizar la clasificacin de los ms de 11 000 prisioneros lejos, sin embargo,
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de los 20 000 de los que hablaba la propaganda se convirti en una ardua tarea: no
haba coordinacin ni uniformidad. No haba ningn responsable de buscar
emplazamientos para nuevos campos. No haba fondos destinados a ello. Por ello, tal
y como haba anunciado el general Franco en el Decreto 281, fue necesario crear una
administracin propia para gestionar el problema de los prisioneros de guerra. De
hecho, en uno de los primeros documentos firmados por Luis de Martn Pinillos
como jefe inspector de los campos de concentracin, se seal la imperiosa necesidad
de evacuar, con toda urgencia, a los 4357 prisioneros de Vitoria y los 1500 de Bilbao
para ponerlos a disposicin de auditoras de guerra. La puesta en funcionamiento de
la ICCP pudo, por fin, hacer albergar la idea de que la uniformidad era posible.
Incluso en el sur de Queipo, a quien se solicit que diese rdenes a los
Gobernadores Militares de Cceres y Badajoz para proceder a instalar nuevos
campos en los edificios que [creyesen] convenientes que bien pudieran ser por su
capacidad y situacin las Plazas de Toros de Cceres, Plasencia, Trujillo y
Badajoz.
La eleccin de los lugares donde podra realizarse la limpieza de los prisioneros y
evadidos del frente propuesta por Martn Pinillos estaba determinada por su
conocimiento personal y directo del territorio ms alejado en retaguardia,
Extremadura, puesto que antes de asumir su cargo haba sido gobernador militar de la
provincia de Cceres[20]. El campo elegido en esa misma ciudad fue el de Los
Arenales, a cuatro kilmetros de la ciudad, con cuatro amplias naves de las cuales
dos tienen buena ventilacin y luz no as las otras dos, buenas comunicaciones,
capacidad para 450 hombres, malas condiciones de salubridad y manutencin (el
agua de aseo se recogera de las lluvias y de charcas cercanas), sin retretes (con
zanjas abiertas en el campo que aunque se desinfectan y tapan con frecuencia, en la
poca de los calores originan malos olores y acmulo de moscas) y una pequea
enfermera de diez camas. El de Plasencia se situ en la plaza de toros de la villa, y al
ao de su apertura se reclamara su cierre definitivo.
Adems de abrir nuevos campos y organizar las clasificaciones como se
explica en el siguiente apartado, entre los primeros objetivos de la ICCP estuvo el
de sealar los pasos a tomar para tramitar las evacuaciones y los internamientos:
ordenar a la Intendencia de los gobiernos militares el suministro de alimentos,
colchonetas, material de menaje y mantas para el traslado, constituir las fuerzas de
custodia y personal para el rgimen interior de los campos bien de la Guardia Civil
o de la de Asalto, designar un oficial para desempear el cargo de comandante
militar del campo y, por fin, al personal sanitario para enfermera en los lugares
donde no existiese un hospital militar. Un correcto traslado para evitar fugas, una
vigilancia exhaustiva de los prisioneros y un control sanitario que evitase la
propagacin de enfermedades contagiosas eran, a juicio de Martn Pinillos, las claves
para evitar muertes en los campos y para poder, de tal modo, separar a los justos de
los pecadores. A los afines de los disidentes al Movimiento Nacional.
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Claro est, no estamos an sino ante el inicio del trabajo de la Inspeccin y, por
tanto, posiblemente en tan temprana fecha todava no dispusiese de los recursos
reales para que estas misiones no pasasen de ser propsitos. La verdad es que en
ningn momento la documentacin relativa a estas fechas seala que hubiese
deficiencias en traslados, suministros o higiene, si bien se sabe que la realidad no fue
as; que los primeros trabajos de la ICCP fueron casi caticos, que en tan poco tiempo
no pudo realizar centralizacin alguna de recursos, y que las dificultades originarias
desde su creacin acompaaran su larga trayectoria hasta su propia disolucin.
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Todo ese personal, ms el que en lo sucesivo se designe, se presentar urgentemente, en Burgos, al Sr.
Coronel Jefe de ese servicio[22].
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presentes incluso en las instrucciones para el rgimen interior de los campos. Las
quejas del inspector basadas en, segn deca, la arbitrariedad y falta de disciplina
interna en el Ejrcito sublevado (en particular, del Ejrcito del Sur de Queipo de
Llano, quien poco o nada colabor al establecimiento de la Inspeccin) le llevaron
incluso a apelar a la institucin de la que directamente dependa, el Cuartel General
de Franco.
Desde julio la ICCP se hizo cargo, oficial y tericamente, de cuantos depsitos se
pusiesen en funcionamiento desde entonces, as como de los campos ya existentes del
Ejrcito del Norte: San Pedro de Cardea, Lerma, Aranda de Duero y Miranda de
Ebro. Tambin de los depsitos de Badajoz (el Cuartel de la Bomba), Soria, Len,
Deusto (Bilbao), Logroo, Crdoba, vila, Pamplona, Estella, Murgia, Salamanca,
San Gregorio (Zaragoza) y Asturias, con un nmero cercano a los 11 000 prisioneros
a su cargo (que no eran, ni mucho menos, todos los prisioneros de guerra), de los
cuales la mayora (casi 8000), por provenir de la campaa nortea, estaban sin
clasificar. Y posteriormente, organiz el campo del Monasterio de la Santa Espina y
los de Medina de Rioseco, Ordua y Palencia. Sin embargo, la cifra revela que, de
entrada, los campos existentes antes de su creacin no pasaron automticamente a sus
manos: si del norte la ICCP adquiri jurisdiccin sobre 8000 prisioneros, quedaban
ms de 3000 adscritos a otros campos y centros de detencin. De hecho, la ICCP
hubo de desarrollar su labor en medio de varias incgnitas fundamentales. En primer
lugar, su dependencia organizativa era difusa, como difusa la lnea que separaba los
poderes impuestos por Franco desde la primavera de 1937. Si a su trabajo en
consonancia con la MIR le sumamos que se vinculaba con el CGG, con el Ejrcito
del Norte y el Ejrcito del Sur a travs de sus diferentes delegaciones, con las
capitanas generales, con las unidades blicas independientes, y por fin desde 1938
con el flamante Ministerio de Defensa Nacional del general Fidel Dvila creado a
imitacin del republicano encargado al socialista Indalecio Prieto, podemos
imaginar que las dudas y las dificultades para su trabajo fuesen superlativas. En ese
sentido, pronto apareceran problemas, como el planteado por la Segunda Divisin de
Sevilla, sobre quin debera hacerse cargo de los prisioneros, entre el aprisionamiento
y la clasificacin. Y en segundo lugar, a la superposicin por arriba de poderes se
uni la superposicin por abajo: existan, existieron y continuaron funcionando hasta
la posguerra campos de concentracin que jams dependieron de la ICCP.
Ambas superposiciones, por arriba y por abajo, implicaron a veces interferencias
entre los poderes vigentes en el bando nacional. En agosto de 1937, por ejemplo,
Martn Pinillos hubo de recordar a las comisiones clasificadoras de Sevilla-CrdobaGranada-Badajoz que deban facilitar los datos necesarios sobre prisioneros para
realizar los ficheros de prisioneros, ya que tan slo la ICCP era la que deba dar
cuenta ante el presidente de la Junta Tcnica del Estado, siendo pues el superior
organismo autorizado en materias de prisioneros[28]. No sin problemas, las
comisiones del sur devolvieron las notas informativas, sealando en cambio que los
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tuviese que ver con los prisioneros de guerra dependiese directamente de l mismo.
Traer a colacin las interferencias constatadas entre instituciones, y el relativo
rechazo a aceptar la unificacin cuando sta implicaba prdida de poderes el de la
mano de obra prisionera no era banal sirve para apuntar cules fueron las
pretensiones de Martn Pinillos, que iban ms all del mero internamiento provisional
y la creacin de escuadras de trabajadores. La Secretara General del jefe del Estado
hubo, ya en octubre de 1937, de parar las intenciones del inspector de crear, con la
base de la apenas nacida ICCP, una Inspeccin General de los Servicios sobre
prisioneros que englobase las funciones de las comisiones clasificadoras que,
recordemos, dependan de las autoridades judiciales de los Cuerpos de Ejrcito. No
convena, sin embargo, en palabras de Martnez Fuset (asesor jurdico de Franco) el
establecimiento de un engranaje administrativo diferente[30]. El trabajo de la ICCP,
segn estas aclaraciones, empezara exclusivamente cuando los prisioneros
estuviesen ya clasificados. Aunque en los campos de concentracin se realizasen las
clasificaciones puesto que, ante la masividad del internamiento, era ms sencillo
trasladar las comisiones a los campos y no los prisioneros a las comisiones, jams
lleg a cederse la soberana jurdica en beneficio de la ICCP. Su primer asalto para
controlar todo el proceso de depuracin del prisionero fue, por tanto, perdido.
Y es que la historia concentracionaria y de la ICCP estuvo marcada siempre por la
contradiccin entre aspiraciones y realidades. Improvisacin, anomia,
desestructuracin y falta de recursos con los que afrontar el problema encomendado
fueron las dificultades de origen y recurrentes de la institucin llamada a tratar de
solucionar el conflicto de los prisioneros de guerra, desde las variables que ya se han
sealado: la centralizacin de poderes en manos de Franco y su Cuartel General, la
voluntad de clasificar y depurar al Ejrcito de la Repblica, y la decisin de tramitar
todo ello a travs de un programa coherente que aunase represin, paternalismo,
reeducacin y redencin en el trabajo. Un programa coherente que, sin embargo, no
impidi que los problemas empezaran a surgir por doquier: por ejemplo, que las
comisiones de clasificacin para depurar a los prisioneros se creasen con gran
lentitud, lo que alargaba la tramitacin del expediente personal del internado y, por
tanto, su estancia en los campos de concentracin.
De hecho, disponemos de las actas levantadas por las comisiones, en estadillos
semanales remitidos a la ICCP ya que, vista la enormidad del volumen de personal
aprehendido, a los prisioneros primero se les internara y luego se les clasificara.
Uno de los casos paradigmticos para este perodo lo supuso el campo de Miranda de
Ebro, en el que se hubo de instalar una Comisin Clasificadora para afrontar la
depuracin de cuantos internos llegaban procedentes del frente Norte. Entre el 12 de
julio y el 7 de agosto, se tramitaron por ella 955 actas de clasificacin de
prisioneros[31]. Destaca de ellas que la gran mayora (838 frente a 117 prisioneros)
fuesen presentados en el frente, y la gran mayora sin armas. No es de extraar pues
que 646 de las actas despachadas fuesen favorables A, y por tanto fuese personal
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podran alojar otros 10 000 prisioneros. Para regir dichos campos, y ante todo para
unificar los criterios de actuacin sobre estos casi 33 000 prisioneros al ser cifras
absolutamente estimativas cabe dudar tanto a la alza como a la baja, se hizo
necesaria la organizacin en la plaza de Santander de una Delegacin de la
Inspeccin.
La de Santander fue, de tal modo, la rendicin masiva ms importante de toda la
guerra civil. Y es que el pacto de Santoa, con el que las autoridades vascas
tramitaron su rendicin ante las tropas del CTV de Mussolini esperando recibir la
compasin del Duce por la causa nacional de Euskadi, supuso no slo la puesta a
salvo de muchos dirigentes polticos sino tambin el internamiento de miles de
prisioneros en el mismo Penal de Dueso, en Santoa, donde se instalaran, gracias a
su alto y slido recinto de seguridad, barracones provisionales[43] de madera u
hormign armado, as como en Laredo y Castro-Urdiales, al relevar las tropas
franquistas a las italianas el 4 de septiembre de 1937. La rendicin unilateral de los
batallones nacionalistas vascos supuso as tanto un desastre para sus propios intereses
como un debilitamiento considerable de la Repblica en el frente Norte[44]. Los
prisioneros en campos fueron al poco trasladados al penal, donde se habilit un
juzgado militar y se comenz con los procesos. Las sentencias de muerte que se
pidieron fueron, segn fuentes italianas, 510[45].
As lo relata Jos Mara Otxoa, oficial del ejrcito vasco, encerrado en el Penal
del Dueso con ms de mil presos gudaris:
Ca prisionero de los italianos en Santoa. El mariscal Mancini se comprometi a defendernos a cambio
de no luchar ms, tras perder Euskadi. Pero a los cinco o seis das entraron los espaoles y empezaron a
juzgar. Todos los oficiales vascos dijimos lo que habamos sido, cundo nos habamos afiliado, que ramos del
PNV no mentimos, de manera espontnea: los vascos somos temerarios, honestos, honrados. Sabamos que
eso nos iba a costar, y nos cost mucho Nosotros se lo habamos dado todo hecho, porque habamos
declarado lo que habamos declarado.
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el Caralsol delante de la bandera. Uno un da dijo un viva a la Repblica y al da siguiente lo fusilaron delante
del resto de los presos[46].
De tal modo, por mucho que Martn Pinillos se jactase de la celeridad y buen
hacer de la ICCP, lo cierto es que en pocas semanas se roz e incluso super el
lmite tanto de nmero de internados como de su tiempo de estancia en los campos de
clasificacin. Las deficiencias higinicas encontradas en campos como Estella,
Ordua, etc., no se reprodujeron en el caso de La Magdalena (las caballerizas del
palacio, el barracn y el cine anejo, para 600 prisioneros), el de Corbn (un seminario
con grandes salas, patios, explanadas a campo abierto, agua abundante, retretes y
zanjas para las deyecciones, excelente para 3000 prisioneros), o el de Santoa (el
peor de los tres, para unos 2700 prisioneros, pero con agua contaminada en toda la
villa, donde seran frecuentes las infecciones gastrointestinales). Pero parece ser que
se anduvo bastante cerca, pues estos campos vieron siempre superadas sus
capacidades, as llamadas, higinicas[48].
En aras de evitar aglomeraciones de larga duracin, Martn Pinillos reclam en
agosto de 1937 la ampliacin tanto de los lugares de concentracin como de las
juntas que clasificaban a los prisioneros, especialmente en el Sexto CE, para
seleccionar cuanto antes al personal adicto a nuestra causa. O, lo que es lo mismo,
para poner bajo buen recaudo a quien no resultase afecto a la causa del Nuevo
Estado. Y es que, de hecho, el proceso de clasificacin de tamaa cantidad de
prisioneros hubo de acontecer entre la improvisacin y la solucin de problemas
puntuales, pero no por ello de poca gravedad. Ante la enormidad de prisioneros a
cargo del auditor de guerra del Sexto CE, y ante la insuficiencia de comisiones, en
agosto se inst a la creacin de varias de ellas, por parte de la ICCP, en Azpeitia,
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Vergara y Tolosa. Sin embargo, en dura respuesta, el jefe de la Segunda Seccin del
Estado Mayor del CE dira a Martn Pinillos que la jurisdiccin del Inspector de
Campos de Prisioneros empieza cuando los evadidos o prisioneros han sido
clasificados como tales y pasan a los Campos de Concentracin permanentes, pues
antes de esto estn a disposicin de las Comisiones de Clasificacin, las cuales
dependen del General del Cuerpo de Ejrcito y del Auditor[49], frenando de nuevo
sus ambiciones de imponerse como referente nico en el tratamiento de los
prisioneros de guerra.
La lentitud de estas clasificaciones, sin embargo, la puso de manifiesto el hecho
de que, aun teniendo en cuenta las dificultades que afectaban sobre todo a la cpula
de la Inspeccin no se conseguan llenar las jefaturas de sus secciones, en
septiembre de 1937 existiesen ya nuevas comisiones, en Santander, Santoa, Castro
Urdiales y Laredo, trabajando adems de las previas de Pamplona, Estella, Vitoria,
Logroo, Miranda de Ebro, Burgos, Patencia y Aranda de Duero. Nuevas comisiones
que, en cambio, solamente consiguieron que en esa fecha se hubiese clasificado a
unos 6000 prisioneros. La clasificacin masiva, puede concluirse de todo ello,
requera una maquinaria estatal de la que el bando insurgente careca.
Para tratar de paliar esa situacin, en agosto de 1937 se pusieron en
funcionamiento nuevos campos de concentracin en las inmediaciones de Valladolid:
por un lado, el del Monasterio de la Santa Espina, y por otro, los de Medina de
Rioseco. En el primero, a 33 kilmetros de la capital por una carretera an hoy
intrincada, con capacidad para 600 prisioneros pero que entre agosto y octubre de
1937 alberg a unos 2200; stos dorman en el suelo de la iglesia, si bien ante su
paulatino uso para culto se usaran tambin los claustros bajos, abiertos, sin
proteccin ante el crudo invierno de la zona. El segundo, ubicado en el local de la
antigua fundicin La Rosario con espacio para 600 prisioneros as como en los
cobertizos de Villagodio (para 800 prisioneros a tres kilmetros del pueblo) y en el
grupo industrial Paneras de Galindo junto al puerto terminal del ramal del Canal de
Castilla (para 900 prisioneros), estaba ya en 1937 en muy malas condiciones, por lo
que se solicit su clausura tan slo un ao despus[50].
Tambin en la lnea de redistribuir a la poblacin prisionera, se pudieron enviar a
finales de septiembre, de Santander, Santoa, Laredo y Castro-Urdiales, 500
prisioneros de cada plaza a los campos de Miranda de Ebro, Pamplona, Logroo y
Aranda de Duero adems de 500 a Palencia y 1000 a Deusto, para
descongestionar las comisiones de las plazas citadas. La idea, por tanto, sera la de
trasladar a campos de concentracin estables a prisioneros sin clasificar, tras haber
superado unos primeros interrogatorios referenciales, por ms que ello alarga[se] el
proceso, distra[jes]e tropas de custodia, y retrasa[se] la llegada de documentos y
avales puesto que la mayora de los prisioneros son de provincias del norte. Adems,
eso supone un embotellamiento de personal en los campos. Entre soluciones
provisionales, aceptaciones del mando Martn Pinillos no era favorable al envo a
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testimonios nos hablan de los das que pasaron sin comer en los campos de Santander.
Campos que, como puede verse en las fotografas all obtenidas bsicamente del
campo provisional del Sardinero albergaron miles de prisioneros casi
desparramados por cualquier lado en espera de ser llamados a los interrogatorios. En
estos casos, el rgimen de comidas era tan slo el del rancho fro: en el primer da de
concentracin de prisioneros en Santander se repartieron, segn los datos oficiales,
40 000 raciones de pan y otras tantas de latas de sardinas. Al da siguiente, la
Intendencia Militar ya suministr la racin reglamentaria de pan, una onza de
chocolate, 250 gramos de carne condimentada en lata de conserva procedente de
depsitos abandonados por los republicanos, ms 200 gramos de pescado en
conserva. Al final de la relacin alimentaria, no obstante, no poda faltar la constante
nota propagandstica: se trataba de una racin en fro ms que suficiente, en
contraste verdaderamente trgico con el rgimen infame de alimentacin a que los
rojos someten a las personas de derechas que tienen la desgracia de caer en sus
manos.
Tampoco iban mucho mejor las cosas en los campos estables. En San Pedro de
Cardea, el campo de concentracin por excelencia del perodo, ingresaron entre
septiembre y octubre 5699 prisioneros[54]. Una cifra desproporcionada respecto a la
capacidad real e higinica del campo. En ese mes de septiembre, empero, el nmero
de prisioneros aprehendidos se redujo drsticamente, al emplearse grandes efectivos
en la contraofensiva republicana de Belchite, de terrible recuerdo. De tal modo,
fueron slo 4818 los prisioneros tomados, segn los partes oficiales de guerra. Lo
cual sirvi de respiro para las comisiones de clasificacin, que pudieron desarrollar
con mayor holgura su tarea de depurar a los efectivos republicanos tomados en el
norte de Espaa: las comisiones de Santoa, Santander y Castro Urdiales reflejaron,
en octubre de 1937, 2243, 1170 y 688 prisioneros clasificados, respectivamente[55].
Sin embargo, el respiro dur poco: en tan slo un mes, las tropas de Dvila acabaron
con los ltimos reductos de resistencia republicana en Gijn y Avils, acabando con
la Asturias republicana y dejando en manos de Franco a ms de 33 000 prisioneros,
de tener razn los partes de guerra.
La prosecucin de la ofensiva hasta el cierre de la zona norte, que pas por entero
a manos franquistas en octubre de 1937, oblig as a continuar la dinmica de
ampliacin de los recintos concentracionarios, en nmero y capacidad. As, la recin
creada subinspeccin de Asturias hubo de hacer frente a la puesta en marcha de los
campos de Llanes, Celorio, Gijn, Avils[56], Cands, Oviedo (La Cadellada), Pola de
Siero, Infiesto, Luarca, Ortiguera, Andes y Figueras, con una capacidad total de
30 000 prisioneros; y la de Galicia, a la de los campos de Ribadeo, Cedeira, Ferrol,
Camposancos, Muros, Rianjo, Santa Mara de Oya y Celanova, aproximadamente
para 10 000 prisioneros. Veinte campos de nueva creacin, pensados al igual que los
santanderinos como provisionales pero que no por ello fueron, ni mucho menos,
rpidamente clausurados. Algunos, de hecho, estuvieron entre los ms importantes de
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BB. TT., un periplo similar al de Manuel Calvo[62]. Nos llevaron a la plaza de toros
de Gijn, donde estuvimos unos ocho das, y de ah, para la Harinera, en La Calzada.
En la Harinera nos repartieron. A m me mandaron al BB. TT. 68, en Guadalajara
all hicimos trincheras y trabajamos ms que el demonio. Despus lo trasladaron a
Gernika, de ah a Deusto, y a Miranda de Ebro para integrarlo en otro Batalln de
Trabajadores.
En el proceso de clasificacin, por otro lado, hubo graves deficiencias. No pocos
integrantes de ese verdadero pueblo espaol al que aludan las rdenes de
clasificacin aprovecharan el rbol cado, y haran lea para su beneficio de la
derrota de los republicanos, como veremos a continuacin, utilizando su mano de
obra. Y adems, haciendo uso poltico de los prisioneros, como en el caso de las
milicias falangistas y banderas de la Legin que, desde noviembre de 1937, entendan
el envo de pasados republicanos al frente como patente de corso para encuadrar,
desde los campos de concentracin, a la poblacin prisionera en sus filas. Cuando
muchos de esos prisioneros, desde las filas de FET-JONS, desertasen y se pasasen de
nuevo al lado republicano, algunas autoridades pondran el grito en el cielo, culpando
a la Falange de haber tomado prisioneros de los campos sin garantas, e incluso sin
haber pasado por las comisiones clasificadoras. Sus avales para salir de los campos
habran sido las garantas dadas por los jefes de milicias, saltndose el trmite de las
comisiones, las auditoras y las Cajas de Recluta[63]. Seguramente, esos jefes de
milicias lo nico que haban hecho era aprovecharse de un sistema que, a la vista de
los retrasos que acarreaba, lo anquilosado que estaba, y las deficiencias que se
hallaban en su seno, no era el ms conveniente para solucionar los problemas en
retaguardia derivados de la acumulacin de prisioneros de guerra. Igual que hicieron
algunos prisioneros y presos, tramitando mediante su incorporacin a la Legin la
salida de campos, como Manuel de Pedro Sobern (Manoln) o de prisiones, como
Andrs Garca Sagaspe, miliciano apresado al inicio de la guerra que sali de la
prisin de Valladolid para incorporarse a la 4. Bandera de la 2. Legin destacada en
el frente de Madrid[64].
El primero, asturiano, fue detenido en Infiesto en 1937 y trasladado al campo de
concentracin de La Cadellada, en Oviedo. Todas las noches se oan las
ametralladoras y todas las noches haba sacas de prisioneros: los falangistas, segn
dice an hoy, se tomaban la revancha del asedio a la ciudad asturiana y de las
carencias derivadas de l. En un edificio semiderruido, varios miles de prisioneros
l recuerda entre 10 000 y 20 000, pero la memoria individual suele ser frgil en
temas de clculos numricos visuales dorman en el suelo. l se libr varias veces
de la saca, que generalmente acababa en el fusilamiento y el abandono del cadver,
segn se oa en el campo ovetense. Una vez clasificado y sabido su ascendiente
socialista, fue trasladado a Len (primero al Hospicio, despus a San Marcos) para
ser encuadrado en un BB. TT. No hubo tiempo: el deseo de salir del campo (donde,
segn Manoln, se cometan asesinatos casi todos los das, en relacin con las
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Tras el cierre del frente Norte hubo por tanto tiempo, como se ha empezado a
entrever, para la reflexin y el ajuste, en aras de lograr un correcto funcionamiento
del engranaje depurador, clasificador y punitivo. Reflexiones y ajustes que tuvieron
como ejes el perfeccionamiento de la clasificacin del prisionero y el modo en que
sta se realizaba, el ordenamiento de la vida interna en los campos de concentracin
(tema por el que empezaron a interesarse agencias internacionales y pases con
sbditos en Espaa), y el destino ulterior de los clasificados. Exista ya abundante
materia prima para plantear un proyecto de actuacin global: los prisioneros de la
ofensiva sobre el Pas Vasco, Santander y Asturias fueron los primeros en ser
recogidos en estadsticas de clasificacin. As, en el plazo de dos meses, se lleg a la
conclusin que un 40 por 100 eran afectos a la causa (Aa), un 20 por 100 dudosos
(Ad), un 15 por 100 reaprovechables (B), un 10 por 100, criminales (C y D)[73], y
un 10 por 100 liberables al no integrarse en las edades movilizadas[74].
Un 35 por 100, por tanto, de los prisioneros (los dudosos y los reaprovechables)
seran materia para la transformacin, la reeducacin y el trabajo forzoso. Aunque
sobre estas cifras puedan basarse unas consideraciones; primero, que la cifra resulta,
como mnimo, cuestionable. Cabe una fuerte posibilidad de que los resultados de las
clasificaciones fuesen falseados propagandsticamente por el Ejrcito franquista para
demostrar el alto ndice de adhesin popular al Movimiento, lo que restara validez a
quienes pensaban que el golpe de Estado haba sido un acto impositivo sobre la
voluntad de la mayora, y deslegitimara adems al mismo gobierno republicano. En
segundo lugar, no puede dudarse de que muchos prisioneros prefiriesen falsear las
pesquisas sobre sus personas para evitar los consejos de guerra sumarsimos que
sobre ellos se abatiran en caso de ser encontrados responsables militares o polticos
del Ejrcito Popular. Cabe sealar adems, como tercer factor que potenciase el
hecho que muchos fuesen percibidos como adictos al Movimiento, el descontento de
algunas tropas republicanas tras el cariz represivo que adquiri el gobierno de la
Repblica tras los sucesos de mayo de 1937 y los consiguientes enfrentamientos
una guerra civil dentro de otra guerra civil, en la prctica entre facciones polticas
del cada vez ms extinto Frente Popular. Posiblemente, ello fue un desencadenante de
deserciones que facilitase la entrega e intentos de adaptacin de las tropas
republicanas en el marco de relaciones de poder instaurado por la sublevacin en las
zonas liberadas por Franco.
La cifra del 40 por 100 de adhesiones es cuestionable; de lo que no cabe duda es
de que todos esos prisioneros pasaron por campos de concentracin ms o menos
provisionales. Segn los datos contrastados, en el plazo de dos meses se dispondra
de 20 000 hombres para destino a Cuerpo y 10 000 para BB. TT. El total de ms de
34 000 prisioneros y presentados clasificados y destinados a los BB. TT. en todo el
ao de 1937 viene a coincidir aproximadamente con el nmero de prisioneros
encuadrados por las comisiones en las categoras Ad y B. Una cifra que seguira
creciendo: tres meses despus el nmero de prisioneros trabajadores era de 39 029, y
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septiembre de 1937 era considerado de ese modo), pero el rendimiento superior (ms
de quince vagonetas de mineral cargadas) se premiara con primas. Los prisioneros
seran sometidos a reconocimiento mdico para evitar defectos fsicos, y sus trabajos
se liquidaran semanalmente con la Inspeccin. En todo caso, ninguna objecin sera
oda de boca de prisionero: su nica y principal obligacin sera la obediencia, y as
se aseguraba la docilidad de la mano de obra mnimo dieciocho aos, mximo
cuarenta y cinco, incluso para trabajar ms horas de lo debido, a causa, por
ejemplo, del mal tiempo de das precedentes.
Entre los tres primeros BB. TT. que actuaban en julio de 1937 a los casi 65 a
finales de ao mediaba, ante todo, la conciencia de necesitar el uso de la mano de
obra de los prisioneros en cierto modo para no gravar econmicamente al Estado
franquista, de militarizar el control social en retaguardia, y de homogeneizar el
mando de todos los territorios conquistados por las tropas sublevadas. Dos claves,
dentro de las leyes de guerra, se encontraban en el fondo de la cuestin. En primer
lugar estaba su aspecto territorial, ms si cabe tratndose de una guerra civil donde la
conquista del territorio habra de ser el nico garante de la victoria total sobre el
enemigo interno. En segundo lugar, se hallaba la dedicacin de todos los recursos
econmicos del bando insurgente hacia la consecucin de la victoria a travs de la
llamada economa de guerra. La finalidad de los campos, teniendo en mente el
decreto que fue utilizado para explicarla, sera as y segn el discurso oficial del
bando vencedor la de la creacin de unidades de trabajadores al servicio de la
reconstruccin de la patria. Los campos de los que, en 1937, saldran estas unidades
fueron como puede comprobarse San Pedro de Cardea, Miranda de Ebro, Laredo,
Dueso, Len, Palencia, Deusto, Santander, adems de Arriondas y Grado, centros de
clasificacin de los que directamente surgieron sendos Batallones.
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internacional empezaron a tener cada vez mayor cabida en las polticas de Salamanca
y Valencia, algo indito hasta entonces y que sirvi a los sublevados para descargar
toda su propaganda y su retrica sobre la verdadera y la falsa Espaa. En 1937,
los responsables del Comit de la Cruz Roja Internacional, DAmmn sobre todo
, Courvaisier y Junod, realizaron varios viajes (cuyas conclusiones no han podido
ser revisadas) a diferentes centros de internamiento. En particular el primero, aparte
de visitar los locales de San Pedro de Cardea (donde haba 900 prisioneros) en junio,
realizara una gira de inspeccin por varios centros del norte peninsular entre agosto y
noviembre[79]. Todas estas visitas y mediaciones de la CRI, sin embargo, no
estuvieron destinadas a conseguir liberacin alguna sino ms bien, acatando el hecho
que cada bando en guerra dispona de delegados propios del Comit humanitario, a
cerciorar que las condiciones de vida en los campos y crceles no fuesen
escandalosamente malas. No podemos olvidar, en este sentido, que el propio
DAmmn, tras visitar en 1938 a los interbrigadistas de San Pedro de Cardea,
quedara admirado por las supuestas buenas maneras del jefe del campo, de las
buenas condiciones de los internados, y de cmo se estaba consiguiendo hacer de
estos hombres unos patriotas para la Espaa unida. De ah, el paso para
considerarlos unos engaados espaolizabas, como hacan las autoridades
franquistas, no era largo[80].
Quienes s trataron de desarrollar una poltica beneficiosa para los internados y
derrotados del frente Norte fueron los republicanos, a travs de los responsables de la
Embajada de Gran Bretaa en Hendaya, y en particular de sir Henry Chilton. En
noviembre de 1937, se pidi oficialmente que las Autoridades Nacionales dejaran
salir libremente todas las personas que voluntariamente quieran abandonar el
territorio del Norte (Asturias, Santander y el Pas Vasco) sin distincin; esto es
combatientes (jefes militares, oficiales y tropas) y la poblacin civil, estn los
interesados bajo una acusacin o libres. A cambio, el gobierno de Valencia liberara
a todos los refugiados en las embajadas y legaciones de Madrid sin distincin,
incluso los militares en activo, en situacin de reserva, los hombres en edad militar,
etctera (en todo 7000 personas). A todos los prisioneros militares en manos de
Valencia, sean espaoles, italianos o alemanes, sin distincin de rango (jefes, oficiales
y soldados). Esto es: lo que se propona era un canje colectivo para minimizar el
desastre de la toma sublevada del norte peninsular, as como clemencia y que
quienes quieran abandonar el territorio nacional puedan expresar libremente sus
deseos, ahora y en el futuro.
Jos Antonio de Sangrniz, jefe del gabinete diplomtico de Franco,
prcticamente bloqueara las intenciones del gobierno de la Repblica. En primer
lugar, porque considerar canjeables a los acogidos para salvar sus vidas del
asesinato o el martirio en legaciones y embajadas sera equipararlos a los
prisioneros, lo que, deca, sera como negar el derecho de asilo. Y, sobre todo, porque
le interesaba demostrar que el tratamiento dado por las autoridades franquistas a los
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Tal crecimiento era reflejo, segn el coronel inspector, del buen trabajo
desempeado. Desde entonces, el debate entre la doble perspectiva de afianzar el
trabajo ya realizado o, en cambio, dar el salto cualitativo que el jefe de los campos
estaba deseando se hizo cada vez ms intenso. La posibilidad de dar este salto la
pondra, en cambio, el Ejrcito Popular de la Repblica, al elegir el objetivo de
conquistar Teruel como medio de recuperar la iniciativa en la guerra y resarcirse de la
trgica prdida del norte peninsular. Entre enero y marzo de 1938 Franco tomara de
nuevo, sin embargo, la iniciativa: 2303 prisioneros en enero, 15 723 en febrero y
14 170 en marzo fueron contabilizados, obviamente a la baja, puesto que en muchos
casos las rendiciones en bloque dificultaban la realizacin de estadsticas fiables. Este
creciente nmero de prisioneros jalonara el viaje franquista de Teruel al mar, as
como no pocas consideraciones y reconsideraciones sobre cmo se estaba
encauzando el crecimiento de la poblacin prisionera. Aspectos estos que se van a
tratar en el siguiente captulo.
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3
Campos para una guerra total
1938
Los enemigos son, en sus tres cuartas partes, afectos a la Causa Nacional. Por tanto, es
indispensable extremar el buen trato y humanitarismo con los prisioneros espaoles rojos,
evitando que un disculpable rencor en el calor de la batalla pueda arrastrar a las tropas a
extremos contrarios al inters de la Causa. Otro proceder, aparte de inhumano, traera como
consecuencia el desprestigio de la Causa Nacional.
Instrucciones del Cuerpo de Ejrcito
de Aragn (marzo de 1938).
Por encima de Espaa solo Dios
Escrito en un muro. Campo de San Pedro de Cardea (1938).
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concentracionaria franquista.
Se va a desarrollar aqu por tanto la fase de la guerra civil en que los campos de
concentracin estables adquirieron su caracterizacin ms precisa; por decirlo de
manera clara, cuando tuvieron su madurez ms completa. Y tambin, cuando el
modelo concentracionario franquista hubo de adaptarse a una realidad que superaba
largamente las intenciones tericas del proyecto social para con los prisioneros de
guerra. Hemos visto hasta el momento que, con unos orgenes inciertos, y tras
ponerse en funcionamiento un titubeante inicio la institucin que tratara de
regularlos, los campos de concentracin, ligados como estaban a una guerra sin signo
victorioso, eran ms bien un autntico desastre de descontrol. Ahora, veremos que la
necesidad perentoria de mano de obra, unida a los progresivos avances territoriales
de nuevo estamos ante un ejemplo de guerra rpida, pero en esta ocasin al menos
hubo intentos oficiales por detener la violencia fsica[1], obligaron a la creacin de
campos de concentracin no slo centralizados en la ICCP, sino tambin de los
Cuerpos de Ejrcito franquistas. Es as objeto de este captulo, adems de la
reconstruccin de la historia concentracionaria hasta la ofensiva final, la revisin de
uno de los preceptos de partida: la adaptabilidad del fenmeno del internamiento
ilegal a las necesidades del contexto. En ese sentido, se analizarn tanto el
mantenimiento de los campos de concentracin precedentes, como la puesta en
funcionamiento de nuevos campos.
Las batallas de Teruel, Aragn, Catalua y del Ebro, signos inequvocos de que la
guerra civil era una guerra total, de ocupacin territorial ntegra, de exclusin del
enemigo, fueron los jalones que marcaron el devenir blico y concentracionario de
1938. En medio, un hecho paradigmtico: la puesta en funcionamiento, en abril de
ese ao, del campo de San Pedro de Cardea como centro para los prisioneros de las
Brigadas Internacionales.
por la obligacin de desalojar San Gregorio: all, los prisioneros tenan que dormir
hasta por los pasillos. Para ello, era necesario colocar ventanas, poner la instalacin
de luz y bombillas, poner alambradas en el permetro del campo y arreglar el motor
de elevacin del agua. Lo cual da buena muestra de cul era la situacin del campo.
La actividad de evacuacin e interrogatorios, y de entrada y salida de prisioneros, fue
frentica desde entonces: en los primeros das de vida del campo, fueron 1232 los
trasladados, entre ellos Marc Torres, quien de hecho vivi el paso de uno a otro
campo entre insultos y agresiones por parte de los ciudadanos zaragozanos que
contemplaban los camiones repletos de prisioneros. Sin embargo, de los campos, y
especialmente de San Gregorio, no guarda mal recuerdo: se coma relativamente bien,
y a estar hacinados ya estaban acostumbrados tras dormir en las trincheras del
frente[14].
No eran los nicos campos en territorio aragons. Relacionado con esos, el campo
de Jaca supuso un cierto contrapunto a la provisionalidad general del sistema
concentracionario franquista. Enclavado en la Ciudadela, era utilizado como campo
de internamiento temporal, si bien se reconoca su falta de higiene (estaba habilitado,
segn el servicio mdico de la Inspeccin, para 120 internos), su aislamiento
incompleto lo que abre la perspectiva de historiar un posible contacto de los
internados con los habitantes de la ciudad y la miseria que lleva[ba]n los
condenados. El campo de Jaca se usaba, obviamente, como centro de reclusin
penal, en el mejor ejemplo del uso de la red concentracionaria franquista como
sustitutivo de las atiborradas crceles. Pero se trat de una extraa excepcin dentro
del marco concentracionario franquista: los otros tres campos importantes en el
territorio aragons lo fueron tambin de clasificacin. De mucha menor entidad
cuantitativa y cualitativa que San Gregorio y San Juan de Mozarrifar, los campos de
Barbastro, Cariena-Caminreal y Calatayud asumieron el peso de la evacuacin en
mucha menor medida que el resto de campos aragoneses.
El campo de Calatayud, abierto en enero de 1938, pareca ser especialmente
molesto. All las condiciones de vida eran como mnimo mejores que en las crceles,
puesto que los aproximadamente 150 prisioneros tomaban el sol en las galeras,
aparte de mezclarse con la tropa del 10. Regimiento de Artillera, segn sealaba su
jefe, Prudencio Macaya. ste pidi su evacuacin reiteradas veces, puesto que se
atenta[ba] con un ejemplo pernicioso a la moral del soldado ante la visin de
penados[15], lo que afectara sin duda a la disciplina. Y es que, por lo visto, los
prisioneros del cuartel de Calatayud estaban all en espera de la inauguracin de otro
campo en la ciudad. No se pone en duda que, adems, la masificacin de este campo,
sin duda de escasa capacidad, afectase tambin al rgimen interno del cuartel. Pero s
que las quejas fuesen atendidas: su cierre no se produjo hasta abril de 1939.
Tambin en un cuartel, pero con mayor capacidad (unos 3000 prisioneros) pero
menor vida (de septiembre de 1938 a agosto de 1939), se estableci el campo de
Barbastro, del que se dispone de pocas noticias; tan slo la necesidad de 250 hombres
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ferroviarios[19].
Sin embargo, es relevante que buena parte de los prisioneros de centros como
estos, o como los de Cariena o Caminreal, de evacuacin de donde salan los
primeros informes sobre los prisioneros, fuesen destinados a Miranda de Ebro. Por
Caminreal pasaran en marzo de 1938 cinco millares largos de internos destinados a
San Gregorio, al igual que en otros lugares de evacuacin de prisioneros (Balaguer,
Alcaiz, Santa Eulalia, Huesca, Fraga, Teruel)[20]. De la zona norte del Ebro pasaran,
por regla general tambin a Miranda, ms de 30 000 prisioneros. De hecho, el total de
ingresos en Miranda desde marzo a julio de 1938 result, simplemente, desorbitado.
Casi 50 000 prisioneros (49 415, para ser exactos), distribuidos de la siguiente
manera:
soldado o clase del Ejrcito, salvo orden superior que acredite fehacientemente la legitimidad de la ausencia.
c) La ausencia de filas, no hallndose en acto de servicio, durante tres listas consecutivas de ordenanza.
Artculo segundo. Los reos de desercin comprendidos en el apartado a) del artculo anterior sern
castigados con la pena de seis a veinte aos de internamiento en campos de trabajo, sin perjuicio de su servicio
militar en la actualidad, que cumplirn en Batallones disciplinarios.
Artculo tercero. Los reos de desercin comprendidos en los apartados b) y c) del artculo primero sern
castigados con la pena de doce aos de internamiento a la de muerte, sin perjuicio, los que sufrieran esta
ltima pena, de su servicio en filas en la presente campaa, que habrn de prestarlo precisamente en
Batallones disciplinarios.
Trujillo, Ordua, Avils, Plasencia, Deusto o Los Arenales, stos deban pasar por
centros de los que puede decirse que, si la situacin de los campos estables era
penosa, la de estos provisionales era simplemente indecente. La provisionalidad era
tambin improvisacin: en los locales utilizados, en los repartos de comidas, en la
previsin de intendencia.
Los conflictos de poder en retaguardia, derivados de las polticas
homogeneizadoras que Franco impona desde su Cuartel General, se veran as
cristalizar en las relaciones dentro del poder nacional de manera especialmente
sangrante en cuanto tocaba a los prisioneros de guerra. Un ejemplo de la existencia de
esos espacios de decisin estuvo en las rdenes de apresamiento e interrogatorio,
dadas por cada Cuerpo de Ejrcito; stas de las que damos noticia, paradigmticas de
cmo se obtenan informaciones y se separaba a los mandos de los meros soldados
republicanos unos, usados como material valioso; los otros, como simple mano
de obra potencial, las dara el jefe de Estado Mayor del 5. Cuerpo de Ejrcito,
Daro Gazapo, en Zaragoza a 21 de marzo de 1938[22]:
1. Todo prisionero o presentado ser conducido a la mayor brevedad al Centro de Informacin Avanzado
de la Unidad que lo haya capturado y all sometido a un breve interrogatorio en relacin con las noticias que
interesen al mando de la misma. Sern despojados de las armas que lleven.
2. Seguidamente sern conducidos a la 2. Seccin del E. M. de la Divisin, donde se practicar
interrogatorio con arreglo al formulario y previo un registro detallado, ser formado el Sobre de
Identificacin
3. Reunidos en nmero suficiente para organizar el transporte, los prisioneros del da sern conducidos a
la 2. Seccin del E. M. del Cuerpo de Ejrcito (Puesto de Mando), debidamente custodiados y en unin al
sobre de identificacin y de una copia del interrogatorio militar que se le habr practicado en la Divisin. En el
Puesto de Mando del Cuerpo del Ejrcito quedar establecido el Centro de evacuaciones.
4. El Jefe de Polica del Cuerpo del Ejrcito organizar de acuerdo con la 2. y 4. Secciones del E. M. el
transporte de los prisioneros y presentados desde el Centro de evacuacin a la estacin de ferrocarril y
desde all, en el tren a Zaragoza, al Campo de Concentracin.
5. Los prisioneros que fueran Jefes y Oficiales del Ejrcito antes del Movimiento, quedarn en Zaragoza,
a disposicin de la Comisin Clasificadora de esta plaza.
6. Los prisioneros y presentados llegarn al Campo de Concentracin en unin de los Sobres de
identificacin, de los que se har cargo el Jefe de la fuerza encargada de su vigilancia, y all quedarn a
disposicin de la Comisin Clasificadora que corresponda
De todos modos, parece claro que la realidad fue la que se impuso y que el
proyecto homogeneizador de la ICCP del problema de los prisioneros de guerra hubo,
una vez ms, de chocar contra un volumen de aprisionamientos que solamente poda
gestionarse mediante la pluralidad de poderes. Y es que, paralelamente a los avances
por Aragn y Catalua, la red concentracionaria franquista se ampliaba y saturaba.
Creca, ya que casi todos los campos, entre marzo y abril de 1938, vieron fuertes
incrementos en el nmero de prisioneros que albergaban, sumando ms de 72 000 los
prisioneros bajo el control de la Inspeccin a primeros de abril de 1938 (entre campos
de concentracin y BB. TT.), siendo an ms el nmero de internados a finales de
marzo: ms de 81 000, a los que hay que sumar los que previamente haban pasado
positivamente el tamiz de la clasificacin y haban sido enviados al frente o en
libertad provisional[23]. Y se ampliaba, porque en este perodo nuevos campos seran
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entre las unidades militares que actuaban sobre los frentes. Sobre todo, cuando a
principios de 1938 apareciese un rival de peso en el Ministerio de Gobernacin para
monopolizar el paso de los prisioneros a la Nueva Espaa de Franco: el Servicio de
Regiones Devastadas, promovido directamente por el cuado de Franco y hombre de
gran peso poltico en el lado franquista, Ramn Serrano Ser. Los campos de
concentracin, en definitiva, deban dejar de considerarse centros temporales y
provisionales, para hacer de ellos centros reeducadores, campos de trabajo. Reflejo de
un proyecto social totalizante, los campos de concentracin deban dar el paso
adelante que, tras la experiencia adquirida en el frente Norte de la guerra, tanto
deseaba Martn Pinillos. Y ello, en buena medida, habra de venir de la frrea
colaboracin con la administracin del recin creado gobierno de Franco, en especial
con el Servicio de RR. DD., rival de la ICCP no en materias de prisioneros (a sus
trabajos, en principio, slo llegaban penados), sino en ambiciones.
En base a la situacin existente, a las ambiciones concentracionarias, y sobre todo
a las nuevas posibilidades que se abran y se avistaban en el horizonte blico,
Regiones Devastadas pareca el organismo llamado a hacer realidad el deseo de
Martn Pinillos de hacer de los campos de concentracin centros de trabajo donde los
prisioneros redimiesen sus pecados polticos y se hiciesen hombres nuevos para una
nueva patria. En definitiva, Martn Pinillos deseaba que sus esfuerzos, empleados en
regular y homogeneizar la situacin de los prisioneros de guerra, as como en
establecer un rgimen de trabajos forzosos, no se viesen empaados por una
institucin dependiente de la administracin civil. El mismo cuado de Franco se
mostrara de acuerdo con la slida colaboracin entre las dos instituciones, por tres
motivos: porque as la horda roja reconstruya] lo que ha[ba] destruido, con su
mano de obra barata, dignificndose los prisioneros en el trabajo para que dejasen
de ser parsitos del Estado[29].
Para ms informacin, las ambiciones de remodelar el aparato concentracionario
habran de devenir, en la mente del coronel inspector de la ICCP y con el beneplcito
del ministro ms cercano a la Alemania nazi y a la Italia fascista, en la creacin de
Campos de Concentracin de Prisioneros Trabajadores, donde la disciplina en el
campo y en el tajo sera rigurosa, no permitindose indolencia, desgana alguna, y no
tolerndose en absoluto el ms insignificante decaimiento, ni la ms breve
conversacin y regulando rigurosamente y en forma peridica y colectiva el
abandono del trabajo para la evacuacin de necesidades corporales. De tal modo, no
fue hasta el primer tercio de 1938 que se empez a hablar de establecer un rgimen
especial de campos de trabajo, en los que se mezclaran prisioneros clasificados como
dudosos y penados que empezasen a redimir pena con sus labores, descontando das
de condena por das en los trabajos. Campos de trabajo, de tal modo, pueden y deben
ser entendidos los creados bajo los auspicios de RR. DD. con la colaboracin de la
ICCP. Como se ha explicado en el captulo 1, los Batallones de Trabajadores jams
fueron denominados de tal modo. Y es que, por culpa de la ofensiva sobre Aragn y
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que eran destinados al campo de Haro: 1150 prisioneros en total fueron enviados
desde San Pedro amn de unos 250 de Lerma en 1938 al campo riojano,
organizado en una fbrica de curtidos a peticin de la ICCP desde junio de 1938, de
condiciones excelentes por la amplitud de sus naves y servicio de aguas y
letrinas[36]. Con unas cuantas obras (como levantar una tapia cada para instalar en
ella las alambradas, o tapiar unas ventanas, cosa que hicieron 50 prisioneros albailes
del campo de Miranda), y con el cuartel de la Guardia Civil a 20 metros escasos, el
campo de la fbrica, unido a otro local menor usado como taller-escuela para
prisioneros invlidos, fue pronto puesto a disposicin de 2500-3000 internados. La
nica recomendacin que desde la superioridad se realizaba era tener cuidado con el
gran ncleo de izquierdistas presente en la poblacin.
Antes, por tanto, del 25 de julio de 1938 (fecha de inicio de la posiblemente ms
sangrienta batalla de la guerra civil, la del Ebro), las tropas franquistas se dedicaron a
apuntalar los logros obtenidos por la ofensiva que haba desembocado en la llegada al
mar y la ruptura en dos de la zona republicana. De tal modo, los combates en el
Pirineo ilerdense de mayo y junio, o la ocupacin de la ciudad de Castelln por parte
de las tropas de Aranda, as como la progresiva ofensiva sobre Valencia, amn de
otras acciones como los ataques de Queipo de Llano sobre Extremadura (la bolsa de
Don Benito[37]) implicaron la toma y traslado de prisioneros a campos de
concentracin. Las cifras de prisioneros dadas por la ICCP al Cuartel General de
Franco son en buena medida significativas de los derroteros que tomaba la guerra.
Que en abril de 1938 fuesen contabilizados 13 958 prisioneros, 8454 en mayo, 11 940
en junio y tan slo 2296 en julio da buena idea de cundo los campos de
concentracin pasaron por sus momentos de mayor dificultad organizativa. De hecho,
hasta julio de 1938 se haban tomado en los frentes de Aragn y Levante ms de
60 000 prisioneros[38]. Durante el Segundo Ao Triunfal (de julio de 1937 a julio
de 1938) se haban conquistado 55 349 kilmetros cuadrados, tres capitales de
provincia (Santander, Lleida y Castelln), 51 cabezas de partido judicial, 838
ayuntamientos, con una poblacin de 1 784 000 habitantes incorporada a la zona
nacional.
Las instrucciones dadas a los Cuerpos de Ejrcito para el traslado y clasificacin
de los prisioneros de guerra no hacen sino afianzar la idea de que la ICCP se estaba
quedando atrs, con respecto a las conocidas como Grandes Unidades, en cuanto al
tratamiento de los presos[39]. En particular, el Ejrcito del Norte establecera los
centros de evacuacin de Monzn, Celia y Vinaroz y utilizara los campos de San
Juan de Mozarrifar y San Gregorio para internar y clasificar, o bien solamente para
reagrupar y trasladar, a los sucesivos contingentes. Tras la toma de Castelln, el CE
de Galicia establecera all el ncleo original de un campo de concentracin estable,
que tambin fue utilizado para internar a los prisioneros de la Brigada Flechas
Negras. Algo que, por cierto, lamentara Luis de Martn Pinillos algunos meses ms
tarde, ya que dicho campo no slo serva para reunir a los prisioneros por
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moros de Regulares: Better that just shooting us, algunos prisioneros pedan ser
fusilados como soldados, y no torturados como animales.
La situacin en los campos que conoci antes de su traslado en abril de 1938 a
San Pedro de Cardea fue en muchos casos extrema: en Talavera de la Reina, donde
haban sido trasladados antes los pocos prisioneros de la batalla de Guadalajara,
coman una mezcla de agua caliente, zanahorias y aceite. Despus sera trasladado
a los calabozos en la plaza de toros de Trujillo, en septiembre de 1937. En este campo
de concentracin compartira el suelo y los graderos con unos veinte internacionales
ms[54]. En Santander, segn recuerda de su traslado en enero de 1938, se hacinaban
1200 espaoles y 17 internacionales; estos ltimos eran bien acogidos por los
republicanos, puesto que sostenan que ellos haban salvado Madrid. Las condiciones
del campo eran duras pero, al menos, tras casi un ao de captura, Lou poda lavarse
regularmente en la playa.
Esta gran tragedia humana se extiende de un confn a otro de Espaa. Una
tragedia de inmenso sufrimiento humano, dej escrito otro miembro de las BB. II.
[55]. Una tragedia que, en el caso de los prisioneros extranjeros, supona adems un
problema de difcil solucin para los sublevados. De hecho, entre el 10 de marzo y el
15 abril haban capturado a unos 230 norteamericanos, de los cuales 144 fueron
fusilados, contradiciendo las rdenes oficiales. William B. Carney, corresponsal en la
Espaa franquista del New York Times, dara cuenta en marzo del fusilamiento de
cuatro internacionales con los que haba departido en el centro de prisioneros de
Alcaiz. Situaciones de ese tipo, cuyo conocimiento devenan en grandes problemas
internacionales, hicieron que el campo utilizado en la Sexta RM para internamiento
de los prisioneros de guerra del frente Norte, San Pedro de Cardea, adquiriese el
rango de centro de internamiento de los prisioneros internacionales, en virtud de las
rdenes del Cuartel General de Franco de 4 de abril de 1938[56].
A este monasterio, donde ya se hacinaban segn las fuentes militares 1977
prisioneros de guerra bsicamente asturianos y vascos, llegaron as
paulatinamente todos los prisioneros de las BB. II. existentes en otros centros de
internamiento y campos de concentracin, hasta el punto que en junio de 1938 eran
2541 los prisioneros internados en el campo. El 8 de abril se expidi el primer listado
de extranjeros por parte de la ICCP, para conocimiento de Franco: reflejaba 290
internados en San Pedro, procedentes de Zaragoza y trasladados ese mismo da.
Desde ese da, empezaron a llegar desde casi todos los campos: de Medina de
Rioseco, Deusto, Santoa, Logroo, Aranda de Duero, Palencia, Crdoba As, a 16
de abril, Luis de Martn Pinillos podra responder al auditor de la asesora jurdica de
Franco que haba ya recogido los nombres y fichas de 481 prisioneros extranjeros,
cifra que a finales de mes haba alcanzado los 640 internos[57]. Material humano
suficiente para empezar la campaa de propaganda: el 22 de abril aparecera una nota
de prensa titulada La torre de Babel en la que se daba cuenta de los prisioneros
capturados de la XV Brigada republicana[58]. Las cifras de este campo no llaman a
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hubieron de pasar por el trance de ser internados en San Pedro, cuando en sus pases
se prohiba la intervencin en los problemas de los espaoles. Sin embargo, el
internamiento en San Pedro supuso su reconocimiento internacional. Hasta ese
momento, la participacin de tropas extranjeras al lado de la Repblica era soslayada
por el gobierno legalista y, de hecho, tanto secreto generaba dudas de que realmente
existiesen. El Departamento de Estado norteamericano, como recuerda Cecil Eby,
hubo de dar un carcter rutinario al asunto: la presencia de voluntarios era ya
comprometedora para Estados Unidos; la de prisioneros de guerra, una pesadilla
diplomtica[61].
De tal modo, hasta tres veces tendran que aparecer en documentales y noticiarios
de guerra, como ha recordado Mag Crusells. La zafiedad de algunos documentales
de guerra cuyos protagonistas fueron los prisioneros de guerra fue tal que, sin
embargo, resulta difcil creer que convenciesen a nadie de nada. Un ejemplo
esclarecedor es el de Prisioneros de guerra, rodado en 1938 con produccin del
Departamento Nacional de Cinematografa, que contena frases alusivas a la antigua
condicin de combatientes de los internos en San Pedro. La Nueva Espaa, segn se
deca, no slo pensaba en los espaoles: tambin sera la fuente de regeneracin para
los que eran despojos humanos. Como deca la narracin en off del documental, la
piedad que ellos negaban en nosotros, es poco todava para las nuevas leyes del
Estado. Espaa ofrece ms an. Espaa les ofrece a estos hombres la revalidacin, la
dignidad que tenan perdida[62].
Pero no era Prisioneros de guerra solamente un alegato justificador de las
bondades del internamiento en San Pedro. Adems, era un insulto propagandstico.
En l, el nico soldado chino internado, Chang Aking que ya haba pasado por un
campo en Santander, al haber formado parte de los batallones asturianos escribe
unos anagramas, que en realidad son su nombre, apellidos y procedencia (Shangai);
pero en la imagen posterior el texto se funde con la supuesta traduccin, en caracteres
pretendidamente mandarines: Vi-va Es-pa-a Arri-ba Es-pa-a. Aking haba sido
hecho prisionero el 21 de octubre de 1937 en Mieres (Asturias). Tras su paso por San
Pedro, fue internado en el BDST 75 de Palencia, para ingresar ms tarde, el 10 de
diciembre de 1941, en Miranda de Ebro. Fogonero, hijo de Asse y Chang, tena
veintids aos cuando lo capturaron. El 12 de junio de 1943, casi seis aos despus,
an se cuestionaba el general subsecretario del Ministerio del Ejrcito, Camilo
Alonso Vega, si la responsabilidad adquirida por haber luchado en el Ejrcito rojo
haba quedado cancelada[63].
El objetivo que se buscaba, por tanto, con el internamiento de los miembros de las
BB. II. en un solo campo era en buena medida deslegitimar a la Repblica,
obligndola a reconocer la existencia de ayuda internacional; era, en definitiva, un
modo para enmaraar el ya de por s peliagudo problema de la no intervencin
extranjera, poniendo a los internacionales como contraejemplo de la ayuda nazi y
fascista a la causa franquista. Pero no por ser valuable prisoners se dej de lado la
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San Pedro era deprimente. No haba ventanas, slo barrotes. Haca fro, incluso
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regeneracin. Y dentro de estos ltimos, hay que destacar las investigaciones del
doctor Vallejo Ngera sobre la raz del biopsiquismo marxista. Sin embargo, al
tratarse de unos experimentos aplicados a los internacionales pero con conclusiones
pensadas para ser exportadas a toda raz del mal rojo, voy a tratarlas detenidamente
en el siguiente captulo. Y es que San Pedro fue, a todas luces, el ms perfecto
laboratorio de la Nueva Espaa y, quin sabe, tal vez se quiso que lo fuese de la
Nueva Europa.
Cada prisionero dispona de unos ocho minutos al da para asearse y la comida
era escasa; por la maana, un gazpacho de agua caliente con aceite, pan y vinagre
que acentuara la enfermedad a quienes sufrieron disentera: la libertad es tan escasa
como la sopa en la Espaa de Franco, dira Dorland. Los que, por lo visto, no
escaseaban en el campo eran los agentes de la Gestapo. No sorprende, en ese sentido,
el inters de la Embajada nazi en que los prisioneros alemanes que se tomasen fuesen
enviados con urgencia a San Pedro, para investigar sus posibles actividades
comunistas en aquel pas[70]. Sin embargo, ms all de la investigacin de sus
connacionales y los interbrigadistas, no hay prueba documental alguna de que, como
afirma J. A. Fernndez, los campos nazis fuesen la inspiracin directa de los
franquistas, hasta el punto de ser asesorados estos ltimos por Paul Winzer, miembro
de la Gestapo y de las SS. Aunque, qu duda cabe, los alemanes e italianos estuviesen
en una situacin peligrosa: segn Ornitz, tenan verdadero terror a la repatriacin
porque, decan, seran inmediatamente fusilados. Por regla general, los prisioneros
alemanes e italianos fueron entregados directamente a sus representantes nacionales
y, en el caso de los primeros, enviados a campos de concentracin nazis[71].
En lo que s influy la presencia alemana en la Espaa franquista fue en sus
propuestas para el canje de prisioneros relevantes. As, el propio mariscal Goering,
ministro de Aviacin del Reich, sera el inspirador de dichas propuestas, destinadas a
intercambiar a aviadores prisioneros de los republicanos que, segn deca, llevaban
ms de once meses en tierra leal[72]. Los aviadores eran una gran preocupacin para
la Embajada alemana: segn el embajador Eberhardt Von Stohrer los aviadores
republicanos hechos prisioneros, en vez de ser utilizados para canjes, eran fusilados;
y esto haba ocurrido ltimamente en varios casos. A esa queja, Martn Moreno, el
jefe del Estado Mayor de Franco, no tuvo ms remedio que responder diciendo que
no se tena noticias de fusilamientos de aviadores rojos en el lugar de la cada, para
cubrir lo que, a todas luces, era una realidad: se han dado por este Cuartel General
rdenes especiales para que tan pronto un aviador caiga en nuestras lneas sea
rpidamente conducido debidamente custodiado y sin tocar su documentacin, para
ser puesto a disposicin del juez especial de Aviacin, cuya sede estaba en Zaragoza.
De tal modo, entre abril y julio de 1938 se tramit el canje de 18 pilotos alemanes
en poder republicano por 18 prisioneros ingleses en San Pedro de Cardea, a
condicin de que los canjeados de ambos bandos regresaran a sus respectivos pases
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procesados.
Por culpa de esta situacin se produjeron incidentes como el llamar a declarar a
internos ya fallecidos, que sirvieron de pretexto para aquellas naciones que
realizaban con disgusto la tarea de la repatriacin de estos prisioneros, de tendencias
polticas claramente de izquierdas, y a quienes se les acusaba de quin sabe qu
fabulosos delitos. Aun as, varias liberaciones fueron logradas, ya en 1939, a
instancias del Comit de Socorro a los Prisioneros de Guerra en Espaa[74] y de Gran
Bretaa. En particular, desde finales de 1938 se empez a tramitar el canje de 110
britnicos (de los 120 en San Pedro) contra igual nmero de italianos[75]. Y ya
acabada la guerra, la liberacin de 167 italianos en el puerto de Ganda
(inmediatamente antes de ser tomada por las tropas franquistas), considerada
informalmente un canje, devino en la liberacin solicitada por el Comit de Socorro y
tramitada en la zona nacional por el marqus de Rialp. El 22 de abril de 1939
saldra por Francia un grupo de 71 norteamericanos; once ms, el 25 de agosto.
En noviembre de ese ao se dispuso que los 459 extranjeros que an quedaban
fuesen puestos a disposicin de RR. DD., en manos de la Jefatura de Reconstruccin
de Belchite, para la creacin de un grupo de trabajadores el famoso Batalln 75[76]
empleado en tareas de albailera y recuperacin de material blico. Los ltimos
ocho norteamericanos seran liberados en marzo de 1940, y su periplo en la posguerra
ser tratado detenidamente: este epgrafe tiene continuacin en el captulo 6, y una
valoracin general de las polticas internas en San Pedro, puede adelantarse, est en el
siguiente captulo, cuando se analicen los campos franquistas como laboratorios de la
Nueva Espaa de Franco.
Sin embargo, estas fuertes fluctuaciones no dan una idea real del nmero de
prisioneros que pasaron en este perodo por Miranda: con numerosas altas de campos
como Santander, Murgia, Ordua, Pamplona o Zaragoza, en tan slo diez das (del 20
al 30 de noviembre de 1938) existieron 4193 altas y 1632 bajas. El ritmo de
internamiento y creacin de Batallones de Trabajadores, puede concluirse, dependa
ante todo del volumen de aprisionamientos, como demuestran los datos obtenidos de
divisiones como la 62, en el sector de Sort (Lleida), o los de la 40 Divisin de CE
Aragn, algunas de las unidades franquistas en liza que han dejado legados
documentales sobre el nmero de prisioneros aprehendidos[78]. Pero, ante todo,
dependa de la capacidad de enfrentarse a un volumen de aprisionamientos que, hasta
julio de 1938, haba alcanzado largamente la cifra de 175 000 republicanos.
La lentitud en las clasificaciones, la dificultad para aclarar las responsabilidades
de cada prisionero, su altsimo nmero y, sobre todo, la voluntad de excluir de la
comunidad de la Nueva Espaa a los soldados republicanos, sometindoles al
intrincado sistema concentracionario, devinieron en prcticamente el bloqueo de ste
a mediados de 1938. Varios ejemplos apuntan en esa direccin y, sobre todo, el
informe que la Inspeccin solicit por esas fechas a su responsable sanitario,
Martnez Nevot. El constante uso de los campos de la ICCP durante el verano de ese
ao oblig a realizar una consulta sobre sus capacidades, posibilidad de recepcin de
nuevos prisioneros, y estado de los mismos. Y los resultados no fueron nada
halageos, como puede comprobarse en el siguiente cuadro donde B significa
bueno, R reformable y C clausurable, de realizacin propia desde los datos
emanados de la misma Inspeccin[79]. Este cuadro de capacidades, donde destaca el
hecho que se pusiese, negro sobre blanco, el estado de hacinamiento de buena parte
de los campos franquistas, ayuda ante todo a entender la situacin en la que se
encontrara el sistema concentracionario franquista cuando tuviese que hacer frente,
de nuevo, a un reto del tamao de la batalla del Ebro, la conquista de Catalua y la
ofensiva final, entre el verano de 1938 y la primavera de 1939. El camino a la victoria
estaba cada vez ms expedito, pero los campos, como puede observarse, seguan
arrastrando un marcado carcter de lentitud y pesadez en su actuacin, que reverta en
una situacin crtica de internamiento, de uso excesivo y, en conclusin, de malas
condiciones de vida dentro de ellos.
Esta era, de hecho, la dinmica derivada del inicio de los combates en el Ebro: la
bsqueda de recintos con capacidad disponible para el internamiento de prisioneros.
De tal modo, la ICCP empe unas cuantas semanas para obtener los siguientes
resultados, relativos a los campos con espacio remanente[83]:
Luis de Martn Pinillos consideraba que para un campo la capacidad deba ser de
2000 prisioneros, y 6000 mximo por localidad. Franco, al responder que la distancia
mnima de un campo respecto al frente de batalla deba ser de cien kilmetros,
tambin opinaba as, prefiriendo la utilizacin de edificios antes que el uso de
barracones. As, tras un nuevo estudio, los puntos propuestos fueron, para el frente de
Levante, el campo de Cariena donde ya se internaban prisioneros, en una zona
con agua abundante pero sin locales, por lo que habra que ampliar el ya existente a
base de barracones; y para el frente de Catalua, el lugar ideal sera Barbastro.
Adems, la ICCP plante la necesidad de incrementar la red concentracionaria en
retaguardia, con el establecimiento de campos en Toro, Zamora, Mota del Marqus y
en Burgo de Osma[85], as como de ampliar el de Ordua. De tal modo, a las casi
29 000 plazas remanentes podran rpidamente aadrseles unas 47 000, acabando as
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formar parte de las unidades de trabajos forzosos, para los que se busc una solucin
ya conocida por un lado, pero novedosa por otro, que una confinamiento y labores
militarizadas.
As, puesto que se consider que unos 20 000 prisioneros ya encuadrados
previamente en BB. TT. podan ser reclasificados para formar parte de los Cuerpos de
Ejrcito franquistas en la lucha (como camilleros, carreros, en secciones de montaa,
transportes, sanidad, veterinaria, intendencia, o bien en Regulares o en la Legin),
pudo hacerse espacio para que fuesen sustituidos por los que esperaban en campos de
concentracin. Sin embargo, hay que destacar que el confinamiento se incluy dentro
de las variables para aceptar el ingreso en las armas franquistas: los oriundos del
norte de Espaa seran destinados al centro, los catalanes al sur, los de la zona roja
central al norte, y a frica el sobrante. Con todo ello se busc, precisamente, alejar
a los antiguos prisioneros de sus zonas de origen, una vez que las necesidades
logsticas de los ejrcitos de Franco coadyuvaron a sacarlos del rgimen de trabajos
forzosos. Sin embargo, el propio Martn Moreno, jefe del Estado Mayor de Franco,
incurrira en una contradiccin al sealar que dudaba de una posible desercin, ya
que consideraba que los prisioneros se quedaran por conveniencia, convencidos de la
mejora implcita que supona estar en el lado franquista y no en el republicano. Mas,
si as era, qu sentido tena alejarlos de sus zonas de origen?
Perdida la batalla por controlar todos los campos de concentracin, la ICCP s dio
muestras por tanto de su capacidad organizativa al reestructurar el sistema de trabajos
forzosos en vista al creciente nmero de prisioneros llegados del Ebro. Para
distribuirlos a todos y que no supusiesen una carga econmica, se resolvi que cada
Divisin podra disponer de un BB. TT., lo cual no sera excesivo ya que su uso, ms
que constante en compaas de zapadores y puentes, dificultaba su empleo en otras
unidades. De este modo, lo ltimo que hizo Martn Pinillos en 1938 fue la
redistribucin de los aproximadamente 56 000 prisioneros trabajadores en 1938
(treinta y tres BB. TT. en el Ejrcito del Norte, veintiuno en el del Centro, diecisiete
en el del Sur, siete del CGG, dos en la Sexta RM, tres en la Octava RM, dos de
intendencia, mas diecisis en organizacin)[87]. Eso implic la necesidad de cambiar
destino para ocho Batallones, unos 4800 prisioneros, que pasaran a trabajos de
ndole diferente a la mera labor de hacer zanjas, trincheras, trazar puentes o construir
nidos de ametralladora. De esos ocho, por ejemplo, uno fue utilizado para trabajos
ferroviarios y otro para servicios de intendencia. La buena labor de la ICCP junto
con la MIR con quien mejor trabaj en todo momento, a la vista de las tensas
relaciones con algunos ejrcitos como el de Queipo de Llano o con la Asesora
Jurdica de Franco puso la vida de los prisioneros en sus propias manos. No en las
de su voluntad, sino en su capacidad de trabajo.
En 1938 se hizo palpable, a todas luces, que la victoria estaba cerca. Que Franco
iba a ganar la guerra. Por eso, tambin en 1938 se empezaron a aplicar con toda su
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4
Los laboratorios de la Nueva Espaa[*]
Muchos espaoles admiten o aplican ms o menos conscientemente un concepto de la
nacionalidad y lo nacional demasiado restringido. Segn ese concepto, una sola manera de
pensar y de creer, una sola manera de comprender la tradicin y de continuarla son
autnticamente espaolas. El patriotismo se identifica con la profesin de ciertos principios,
polticos, religiosos u otros. Quienes no los profesan, o los contradicen, no son patriotas, no son
buenos espaoles; casi no son espaoles. Son la antipatria.
MANUEL AZAA (1939)
El camp de concentraci era una cosa sabuda per remota, ms plena de literatura que de
fets. Desprs sabrem que estaven ms plens de polls, de fam i de miseria que de literatura.
MANUEL IBEZ ESCAOFET (1990)
Debajo de un rbol y sobre una piedra en la Santa Espina, como Cristo en otro tiempo
hablaba a las masas, escuchaban de nuestros camaradas con religioso silencio las consignas de
Falange.
EL NORTE DE CASTILLA[1]
primero D. Natividad Cabicol Magri. Adems, los servicios religiosos en los campos
(vanse las fotos de comuniones en Miranda de Ebro), al menos desde que se
estabiliz una red concentracionaria con la cada del frente Norte en 1937
estuvieron desde el principio cubiertos por el personal correspondiente al Clero
castrense, no faltando sacerdotes en ningn campo ni batalln de prisioneros. La
asistencia de los prisioneros a misa los domingos y festivos era obligatoria, siempre
que fuese posible, como mtodo para combatir la propaganda satnica que habra
embrutecido al verdadero pueblo espaol, siendo necesario desintoxicar con otra
propaganda sabia para despertar ese instinto que hered de sus antepasados y que
hoy yace apagado en el fondo de su subconciencia.
Una conciencia conocida como nadie por las Altas Autoridades Eclesisticas,
expertas en lo relativo al corazn humano, y una misin, la de espaolizar a los
republicanos, percibida as como una recuperacin por tanto, reevangelizacin
de la inclinacin religiosa de los prisioneros. Pero una realidad bastante alejada de
tan superiores fines: represin ideolgica e imposicin del credo, en definitiva, era lo
que se realizaba en los campos. Cuenta, por ejemplo, Joan Llarch que, encuadrado ya
en el BB. TT. n. 69, los trabajadores eran conducidos los domingos por la maana a
la iglesia. No se les permita entrar, pero formaban en el exterior, desde donde
escuchaban las prdicas del sacerdote de Azada: hablaba a los fieles, haciendo
hincapi en que los del exterior, segn sus expresiones, representaban a la barbarie, al
ejrcito del crimen y a la negacin de Dios[7]. Para algunos sacerdotes, entre los
cuales se hallaban varios de los que realizaron su labor apostlica en los campos
franquistas o con prisioneros de guerra, bastaba haber combatido en el Ejrcito
Popular de la Repblica para estar con los sin Dios, con la Anti-Espaa.
Adems, las actividades relacionadas con la reeducacin catlica no se limitaron
a la celebracin eucarstica. Tanta o ms importancia tuvieron las series de
conferencias apologtico-dogmticas, donde sacerdotes y capellanes se implicaron
hasta mancharse en la autntica misin. Establecidas segn la documentacin
oficial de manera sencilla pero a todas luces eficaz, dos veces al da y con modos y
lenguajes simples (para llegar a la inteligencia, incluso la ms escasa de los oyentes,
y al corazn, a veces refractario, de los envenenados por la propaganda ateomarxista)[8], las charlas son bien recordadas, por regla general, por los prisioneros
internados en los campos franquistas. De ese modo, como se sealaba en un texto de
naturaleza casi teolgica que sirvi para dotar de un corpus terico a la
reevangelizacin en los campos, poco a poco se inculcaba en el nimo de los
prisioneros la verdad de que el hombre no era slo materia sin ms fin que el de
pasar como un meteoro por la tierra, sin destino ulterior, sino que el hombre posee un
alma, destello de la divinidad y creada por esta divinidad para la vida ultraterrena y
que por tanto, no cumplir con la ley divina (la santidad en vida) empleando el libre
albedro para no regir la sociedad terrenal por las reglas eclesisticas, implicara la
ms implacable justicia. Dios, se deca, tena reservada su gloria para los que
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cumplen su ley y las penas eternas del infierno para los que la desacaten.
De ese modo la Iglesia catlica se reservaba la capacidad de establecer el
verdadero y recto devenir de los hombres. Mediante la comunin y, en este caso,
mediante la penitencia: el sacramento que una al pecador con el creador, a travs de
la santa sociedad amiga y protectora de todos los humanos (y en particular, de los
obreros y los humildes) por l creada, la Iglesia, a la cual todo cristiano tiene la
obligacin de acatar. Sacramento, por tanto, que daba voz a los descarriados y
que deba ser empleado como canal para la redencin de quien, por culpa del engao,
se haba desviado de la senda justa y en consonancia con la Iglesia. Sacramento que,
segn se deca, deba acompaarse de la convivencia ntima de los prisioneros con los
sacerdotes, quienes en los campos y territorios de castigo generalmente llevaban la
conversacin hacia los temas del espritu, les dejaban plantear sus dudas y
vacilaciones para resolvrselas, la mayor parte de las veces con la satisfaccin y
complacencia del prisionero. Los frutos de esta propaganda, se conclua, haban sido
excelentes hasta julio de 1938. El pastor sala a buscar a sus ovejas salvo que en
este caso las ovejas no estaban libres sino encerradas y sometidas a un rgimen de
vida particularmente duro.
La retrica populista y obrerista y la instrumentacin del concepto de pecado (en
este caso, el pecado se haca ideolgico) eran los fundamentos de las charlas
religiosas, de la misin. Pero, adems, esa instrumentacin dio cobertura
ideolgica al empleo de la mano de obra prisionera y penada en trabajos forzosos. Y
eso lo podemos comprobar fehacientemente en los escritos publicados por quien fue
cerebro creador del sistema de Redencin de Penas por el Trabajo, con el que los
presos polticos pudieron desde 1938 acceder a la terica reduccin (de facto, ningn
preso redujo pena) de las desproporcionadas condenas impuestas por los tribunales
militares a cambio de su mano de obra. A condicin de que el preso se mostrase
sumiso y arrepentido, podra superar la reclusin intramuros y acceder al tambin
ingrato, pero al aire libre, sistema de trabajos patriticos. De tal modo, mediante el
cultivo espiritual, religioso, patritico y social que contribuya poderosamente a la
conquista definitiva de miles de espritus extraviados para Dios y para la Patria y el
trabajo, los reclusos accederan parcialmente a los programas de obras en RR. DD. o
destacamentos penales, descargando adems al Estado y a la sociedad del peso de su
manutencin. Pero, sobre todo, se reconciliaran ellos y sus familiares con la
religin, con la sociedad y con la Patria, sin tener que apelar a amnistas que
degradaran y envileceran a la Autoridad[9].
Sin embargo, la reeducacin en los campos franquistas, como casi todo cuanto
tuvo que ver con ellos, estuvo ms bien impregnada de la contradiccin intrnseca a la
combinacin de falta de medios y grandes ambiciones, as como a la conjuncin entre
justificaciones discursivas y realidades concretas. Tales contradicciones eran parte
sustancial en la aplicacin prctica del discurso terico sobre la redencin del
prisionero y su falta de fe, aunque fuesen generalmente soslayadas hasta el punto de
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no ser necesaria otra justificacin, por ejemplo, para la utilizacin de la mano de obra
de los prisioneros de manera pseudoesclavizada que la doble dimensin de justicia de
los hombres y justicia divina, apropiada por los nacionales arropados por la Iglesia
catlica. En algunos casos, como con la reeducacin en los campos o con la creacin
en 1938 del Patronato de Redencin de Penas por el Trabajo, guiado por el jesuita
Prez del Pulgar, todo quedaba perfectamente claro: la justicia humana emanaba de
aquella divina y, estando la Iglesia al lado de los nacionales, cuanto se realizase para
punir y castigar estara siempre legitimado, porque se estaba haciendo siempre lo
correcto.
Pero las contradicciones existan. Y alguna respuesta a ellas nos la pueden dar las
fuentes para la reconstruccin de la vida cotidiana en los campos de concentracin
franquistas. Por ejemplo, en un informe al gobierno del Pas Vasco ya en el exilio de
un prisionero apellidado Zubicaray, quien tras la cada de Bilbao dio con sus huesos
en Miranda de Ebro, en el Batalln de Trabajadores de Cortes de Tajua y en la crcel
de Azpeitia. Sobre Miranda habra de decir que lo peor que tuvieron que ver, tanto l
como sus compaeros vascos en particular tres sacerdotes seran las represalias
por hablar de la situacin en su tierra y, ante todo, la imposicin de una doctrina
catlica ultrareaccionaria que negaba, de manera especial para los prisioneros
nacionalistas, la religiosidad si carente de sentimiento espaolista: no es buen
catlico quien no es buen espaol. Un sacerdote, por oponerse a esos discursos,
habra sufrido en mangas de camisa, en posicin de firmes, la noche burgalesa de
noviembre a modo de castigo. En sus diferentes traslados ratificara lo visto en
Miranda: que las catequesis y misas en las fechas clave del Movimiento (18 de
julio, 12 de octubre da de la Hispanidad por su patrona, la virgen del Pilar y de la
Raza) no seran otra cosa que desviaciones propagandsticas del credo catlico.
Para ms inri, deca, no se haban celebrado misas ni el viernes santo, ni para la
Ascensin, ni el da de San Pedro, en el Batalln, pero en cambio s se haban
ejecutado a dos prisioneros por desacatos al himno falangista y a su teniente[10]. Un
testimonio que nada tiene de aislado: tambin de Miranda de Ebro, Flix Padn
recuerda que
haba un cura, que era de Santander, que se haba pasado a los nacionales y estaba all en el campo. Recuerdo
que a los dos o tres das de estar all nos obligaron a hacer una capilla, y nos obligaron a arrastrar por all unas
piedras. Yo, que casi no me tena en pie del hambre, arrastrando piedras para hacer la capilla Por Navidades,
a los 4000 y pico que estbamos all nos hico pasar en fila a besar un mueco [el Nio Jess] que tena all,
con una nieve que caa, y nos hizo pasar. Sin rerse. Nos quisieron vejar, pero no pudieron
Por su parte otro prisionero vasco, Francisco Ibarrola, recuerda muy bien las
charlas y mtines, educativos y espirituales, donde se cocan motivos religiosos,
polticos, imperiales, falangistas y tradicionalistas. Los dislates, incoherencias y
panegricos sobre la Nueva Espaa y su imperio, a juicio del exprisionero, no hacan
sin embargo el ms mnimo efecto. Y por cuanto respecta a la imposicin religiosa, el
relato de otro prisionero no deja espacio para la duda: era imposicin tambin sobre
los creyentes no catlicos. En el campo de Reus, un testigo de Jehov era llevado a
misa los domingos a garrotazos. En aquel campo mandaban ms los capellanes
castrenses que los propios militares[12].
Oficialmente, las cosas deban ser bastante diferentes. Un ejemplo: para celebrar
el aniversario del golpe de Estado, en el campo instalado a base de barracas de
madera en el interior del Penal del Dueso, en Santoa se realizaron misas los das 17
y 18 de julio; el 19, se dio una conferencia a los prisioneros sobre La Religin y la
Patria. En las primeras, tomaron la comunin gran nmero de prisioneros, y el coro
de la Asociacin Catlica del Campo interpret distintos cantos religiosos,
finalizando con el Himno Nacional y los vivas reglamentarios, cantados y
contestados con gran entusiasmo por todos los prisioneros. Adems, tras la misa del
segundo da se puso en libertad, tal y como sucede en la Semana Santa espaola, a
buen nmero de prisioneros no sabemos cuntos despus de haber sido
exhortados a que una vez en la calle, gracias a la bondad y justicia de nuestro
Caudillo, laborasen con todo su entusiasmo por la Espaa UNA, GRANDE Y LIBRE de
Nuestro Lema para la pronta victoria final de Nuestro Glorioso Ejrcito. Es decir,
que con toda probabilidad se trat de una pantomima ya que se trataba de prisioneros
clasificados positivamente y que, por tanto, eran liberados para ser mandados a luchar
en las trincheras franquistas[13].
Otro ejemplo que ilustra perfectamente la imagen que se tena de los prisioneros
es el de la nota mandada a la ICCP desde el campo de Burgo de Osma el 26 de abril
de 1939 por su jefe, Pedro Cagigao[14]. El da anterior se haba celebrado la comunin
pascual de los prisioneros. A las nueve de la maana y con la asistencia de las
autoridades civiles y militares, la superiora y las hermanas del hospital y el asilo, de
la Sra. Romana Roldn de Polanco presidenta de Frentes y Hospitales y
representante de FET-JONS y, sobre todo, del obispo de la dicesis, dio comienzo
la santa misa, durante la cual los prisioneros entonaron diversos cnticos religiosos y
rezaron el Santo Rosario dirigido por un sacerdote. Justo despus, el obispo
administr la sagrada comunin al jefe del campo, los oficiales e invitados y,
seguidamente, a 52 prisioneros que por primera vez se acercaban a la Santa Mesa
procedindose despus a la comunin del resto del personal.
Espectculo soberbio! Cuadro imponente de una magestad [sic] y grandeza que solo [sic] puede verse en
la Espaa del Caudillo, el de 3082 prisioneros de rodillas con las manos cruzadas y discurriendo entre ellos
diez Sacerdotes que distribuan [sic] la Sagrada Forma! Escena inolvidable que humedeci los ojos de
cuantos las [sic] presenciaban y que quedar para siempre gravada [sic] en sus corazones! Solemne silencio,
turbado solo [sic] por el alegre trinar de las primeras golondrinas que cruzaban el espacio embriagndose del
mental y el inculto encuentran en la poltica marxista medios de facilitarse la lucha por la vida, al contrario
que en cualquier otro rgimen poltico-social, especialmente en los aristocrticos que fomentan el
encumbramiento de los mejores Unido el marxismo a la antisociabilidad y a la inmoralidad social,
especialmente contrario a la moral catlica, parece presumible que se alistarn en las filas marxistas psicpatas
de todos los tipos, preferentemente psicpatas asociales.
recuerda que en San Pedro les fueron tomadas a los internacionales las medidas del
crneo, se estudiaron sus rasgos, y les hicieron rellenar unos tests, llamados de
Marson, para determinar, por parte del Gabinete de Investigaciones Psicolgicas de la
ICCP, las races del pensamiento marxista. Algo que resulta cuando menos llamativo
pero que, a efectos prcticos, poco tuvo que ver con la dura realidad que estos
experimentos supusieron en otras latitudes: stos fueron realizados tambin sobre las
presas del Penal de Mlaga, para sentar as las teoras de la segregacin ms absoluta,
que entre otras cosas determinaron la separacin robo de sus hijos[32].
Lo que s se llegaron a conocer fueron sus resultados, que no eran otros que los
previsibles. Podra decirse que las conclusiones a las que se llegaron correspondan,
si no magnificaban o incluso superaban, las premisas de partida: el marxista no era
tanto un enfermo mental como una persona con caractersticas mentales inferiores y
degenerativas. Por investigacin psiquitrica se pas lo que no fue otra cosa que una
reafirmacin ideolgica: los ambientes sensuales y paganos, la imbecilidad social, la
percepcin materialista de la sexualidad, el atesmo, el fracaso eran segn las
conclusiones caractersticas repartidas desigualmente pero intrnsecas a los marxistas
norteamericanos, hispanoamericanos, britnicos o portugueses. Como han sealado
Bandrs y Llavona, la falta de rigor en el uso de la terminologa, de explicacin de
los modos de actuacin; las arbitrariedades y variaciones en los anlisis de los
diferentes grupos nacionales, eliminan cualquier viso de credibilidad a este
experimento, cuyas conclusiones tuvieron poco de cientfico y mucho de maniqueo.
Sin embargo, por mucho que sus resultados fuesen previsibles, su importancia
simblica fue capital, as como las consecuencias que de l se derivaron: no slo
sirvieron para determinar las races tericas de la degeneracin marxista sino que,
adems, sirvieron para articular una poltica prctica encaminada a la reeducacin y
supuesta regeneracin de los prisioneros de guerra, a travs del trabajo y la
aculturacin. Y, al margen de dispersas prdicas polticas o religiosas en los campos
de concentracin franquistas, supusieron el ms trabado y conclusivo trabajo por
sistematizar el programa reeducativo, desideologizador y contraidentitario sobre los
prisioneros de guerra durante todo el conflicto blico. Y es que, de este modo, se
pudieron articular retricamente las polticas encaminadas a la reeducacin de los
prisioneros de guerra, estableciendo un marco pseudocientfico a las teoras de
segregacin y de regeneracin de los prisioneros. Polticas que incluan, como
camino para la redencin nacional, el empleo de la mano de obra forzosa de los
prisioneros y presos polticos. Todo responda a una misma dinmica: no en vano, la
inscripcin en tinta sobre una de las fotografas aqu incluidas reza: Con el trabajo,
el Pan y la Justicia de la Patria, poco a poco van los prisioneros reconstruyendo lo
que ellos mismos deshicieron antes con la dinamita.
El trabajo forzoso, como pago justo y lgico a la verdadera Espaa, fue por
tanto un camino de reeducacin y expiacin. Y es que lo que se haba destruido no
era slo algo material. Para los sublevados, y entre otros factores gracias a la
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verdadera Espaa.
Pero detrs del alambre de espino, los hombres se igualaban. Mejor o peor
alimentados, con ms o menos ropas, en instalaciones de madera o en tiendas de tela,
finalizada su guerra personal los prisioneros deban hacer frente a otra: la guerra
contra el hambre, el fro, la enfermedad, la desesperacin, el maltrato o el despecho.
La vida, por ejemplo, en San Pedro de Cardea, era segn el prisionero Norman
Dorland algo parecido a esto:
El desayuno? Agua caliente con sabor a ajo y aceite; algo de pan rancio disuelto. Eso era el desayuno. La
comida: un poco de pan, una racin de judas, rematada por dos sardinas fritas remojadas con aceite de oliva
rancio, que se estaban pudriendo y que generalmente no podamos comer. La comida eran bsicamente fculas
y, durante meses, nada ms. Judas blancas, judas pintas, judas grandes y pequeas, garbanzos, o guisantes y
lentejas. Algunas patatas, y dos veces a la semana algo que supuestamente era un guiso y que an no se
describir. En siete meses comimos tres veces ensalada verde, cuando alguien importante vena de visita.
Nuestra salud fue de mal en peor, y los meses de verano fueron los peores. Nos empez a afectar algo parecido
al escorbuto. Nuestros cuerpos estallaron en heridas abiertas. En los habituales das de lluvia del Norte, las
enfermedades se multiplicaban. El viento del Norte que bajaba del valle entraba por las ventanas sin cristales,
haciendo corriente. Cuando llova, no podamos ni comer. El barro era demasiado denso como para poder
salir[38].
perder demasiado peso significaba mantener en mejor estado la salud, poder valerse
por s mismo, soportar mejor el fro y la ya de por s dura e incmoda vida en el
campo de concentracin. Sin embargo, ninguno de los prisioneros de los que se ha
tenido acceso a sus memorias habla de buenas condiciones alimentarias. Todo lo
contrario, en Aranda de Duero
qu te crees que hacan?, que dejaban una caldera de rancho, no de rancho, de agua y, despus para que se
formara algo de desorden, pero no aquellos chavales jvenes: El que quiera reenganche que venga!. Y
claro, nosotros entonces a buscar el reenganche, y entonces se emprendan los asesinos esos que, tenan tanta
fe, tanta ilusin de matar y de pegar a lo mejor a alguno le haban matado al padre o haba muerto en el
frente, pues esos, herejes, cogan garrotes del leero, y a garrotazo limpio y, a uno de ellos le abrieron la
cabeza deshecha y, claro, nos amontonbamos todos, corriendo por ver eso y, entonces se emprendan atajo
por atajo a pegar a los dems y decan: a esto le dais importancia?. Y al que agarraban[41]
un vaso de agua[47].
Algunas de las fotografas recogidas en este libro fueron utilizadas en
publicaciones peridicas, como en La Nueva Espaa. Fotografas como las del campo
de Santander provisional e instalado en el campo de ftbol que hablan de cmo
era la vida en los campos de primera clasificacin destinados a agrupar a los
prisioneros y trasladarlos a campos donde quedaban a disposicin de las comisiones
de clasificacin de las auditoras de guerra: una larga espera para ser llamados a
testificar, soportando buenamente los primeros rigores de la derrota, como las
procesiones de viudas que paseaban, generalmente acompaadas por un oficial
franquista, entre los prisioneros republicanos en busca de los supuestos asesinos de
sus allegados. Sobre estas viudas hay informacin de primera mano en algunos libros
de memorias. En ellos, los prisioneros expresan su perplejidad ante el hecho de que,
efectivamente, fuesen reconocidos entre la masa de barbudos demacrados ms
demacrados y barbudos cuanto ms tiempo pasaban en el campo que tenan ante s.
De hecho, la esttica y la imagen del prisionero y del disidente de los valores
morales que justificaban la sublevacin y la guerra seran tambin ampliamente
instrumentadas con fines polticos y propagandsticos. En ese sentido, a la vez que la
esttica fascista culto al cuerpo, belleza interior y exterior, idealizacin racial se
impona en la imagen pblica que el bando nacional exportaba (el mismo Franco
aparece en los cuadros de la poca mucho ms delgado de lo que realmente era), la
imagen del enemigo era un constante insulto, que no puede ser despachado
simplemente como propaganda de guerra sino que reflejaba, en primer lugar, el
desprecio y la ilegitimidad que los sublevados daban al orden republicano es decir,
era reflejo del sentimiento causante de la guerra en s y, adems, una cultura de
exclusin imaginaria fuertemente ligada a los prejuicios lgicos de toda guerra, pero
tambin a una honda raigambre cultural. Los retratos de prisioneros los muestran
barbudos y desmejorados, arropados en pobres mantas; y se acompaan de frases
despectivas que, adems, sirven para ratificar la visin que del enemigo se comparta.
Por ejemplo, la que podemos ver escrita en tinta sobre la foto de unos prisioneros:
Los que vuelven al hogar de Espaa. Espaoles descarriados.
Todas estas consideraciones entran en lo que genricamente podemos denominar
visin y memoria oficial del sistema concentracionario de Franco. De las propias
fotografas y a travs del recuerdo individual de los exprisioneros, sin embargo, se
pueden tambin deducir otros caracteres no menos consustanciales al mismo. En
primer lugar, el uso propagandstico de la imagen de los campos de concentracin. La
repeticin de fotografas que reflejan repartos de comida y pan, o las que muestran la
pulcritud y el orden de los prisioneros sometidos a la nueva disciplina de la Nueva
Espaa dan a entender una instrumentacin de lo que, en realidad, no pasaba de ser
una obligacin sealada por los Convenios de Ginebra de 1929 y que Espaa haba
firmado: la alimentacin y manutencin de los prisioneros de guerra. Los montones
de pan tierno se ofrecen ante los prisioneros recin llegados al campo de
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concentracin que esperan su turno en la fila reza una fotografa. Chuscos de pan y
escasas sardinas por cierto provenientes de la intendencia republicana. En realidad, la
comida era escasa y, adems, el uso postrero de los pocos utensilios que tales repartos
proporcionaban a los prisioneros habla tambin de las malas condiciones de vida en
los campos: las latas luego eran usadas para beber agua; las varillas para abrirlas,
como doloroso laxante mediante su introduccin anal.
Posiblemente, con fotos como esas se pretenda demostrar el buen trato recibido
por los prisioneros en los campos, en particular a su llegada. No olvidemos que una
de las vocaciones de la administracin relacionada con la clasificacin y
concentracin de prisioneros era la de fomentar la desercin de las filas republicanas.
Es ms, posiblemente se tratase, junto con la de reutilizar a los soldados, de la nica
que se llev a cabo con cierto xito, a juzgar por los partes oficiales de guerra.
Sin embargo, las colas, el hambre, la sed y las malas condiciones higinicas son
tradas constantemente a la memoria por los prisioneros de guerra. Y esto ltimo
lleg, en algunos casos, a extremos de indignidad humana. El campo de la plaza de
toros de Utiel, por ejemplo, fue el primero que acogi a Carlos Crespo Dens. All,
dos zanjas rectilneas eran la nica letrina, vigiladas por africanos regulares del
Ejrcito de Franco que lanzaban rfagas [de ametralladora] para divertirse haciendo
caer dentro de la zanja y ponerse perdido de suciedad maloliente. Por su
insuficiencia, todo el mundo orinaba donde poda desde las gradas la gente nos
obsequiaba con surtidores. De tal modo, amanecamos encharcados y empapados
de orines[48]. Por otro lado, los cuatro campos por los que pas el prisionero
Francisco Ibarrola tampoco tenan mejores condiciones. En el Seminario viejo de
Pamplona los prisioneros no tenan espacio para dormir, teniendo que amontonarse de
modo que los pies de un prisionero coincidiesen con la cabeza del siguiente en la fila.
En Miranda de Ebro, al que fue trasladado tras ser encontrado no afecto, la
pasarela para defecar sobre el ro sola romperse, cuando no se helaba y los
prisioneros caan al agua infecta.
No se trataba de algo aislado sino que, por el contrario, los ejemplos de campos
sin las mnimas condiciones de vida son amplia mayora. El de Deusto era una granja
de pulgas, donde los hombres acababan rendidos de tanto cazar insectos para evitar
levantarse con cientos de picaduras moradas. Y los campos de posguerra que se
tratarn en breve, como el de la plaza de toros de Alicante, tambin se encontraban en
mseras condiciones de vida. All empez a las pocas semanas, nuestra
decadencia Yo me encontraba demacrado, los piojos no me dejaban dormir la
sarna empez a invadir la plaza y el hambre nos enloqueci. El estreimiento era
tal que tenamos que ayudarnos de las llaves para abrir las latas la deposicin era
siempre acompaada de una hemorragia[49], algo derivado de la insuficiente
alimentacin: en Albatera, el lugar donde se defecaba fue llamado por los prisioneros
el muro de los tormentos. El esfuerzo para expulsar las duras bolas de excremento,
unido a la desmejora en las condiciones fsicas, haca que muchas veces los internos
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Y es que el campo de Miranda de Ebro tuvo una constante en sus largos diez aos
de existencia: el de la caresta higinica. Particularmente revelador es, de nuevo, el
recuerdo de Flix Padn:
No haban duchas ni haba nada, no haba ms que un barracn psimo para sanidad, intendencia, y luego
unos barracones de mala manera y estaba un aljibe, un aljibe que nunca tena agua, y estaba una
desinfeccin, que nunca desinfect nada estando yo, y estabas lleno de piojos. Hasta a m cuando me entr el
tifus yo creo que andaba hasta la manta, cuando sala un poco el sol y daba a la manta y veas cmo estaba
aquello, los piojos tos los que queras. Y recuerdo que echaban unos polvos no s si, cmo llamaban, unos
polvos que te echaban, que luego los quitaron porque eran venenosos, unas cajas de polvos, te ponan desnudo
y te echaban por todo el cuerpo, la cabeza y todo, y el pelo te lo cortaban aqu, pues cada quince das as to, al
rape[52].
Valencia y Cdiz[53]. Tras las deducciones hechas por gastos en algunos campos
bsicamente, la canalizacin de aguas potables para los de Albatera, Aranda de Duero
y Deusto, el montante total ascendi a 3 106 677 pesetas[54].
Todos los indicios parecen sealar en una misma direccin: la ICCP consegua
supervits econmicos a costa de reducir al mximo los gastos en lo relativo a
manutencin, mejoras en higiene o reformas de los locales para hacerlos ms
habitables para los prisioneros de guerra. stos eran simple materia para la
transformacin identitaria, y antes de su paso a BB. TT. los gastos que acarreaban
iban a cuenta del Estado y el Ejrcito por lo que, en toda lgica, tan slo se cubriran
los gastos indispensables. Donde no se miraban gastos, segn la documentacin
oficial, era en materias de clasificacin y reeducacin. Los gastos acarreados por los
interrogatorios, el paso por comisiones de clasificacin, o empleados en la
aculturacin ideolgica de los internados, rendan grandes beneficios a posteriori
tanto en los planos ms cercanos (la obtencin de delaciones, la reutilizacin de la
mano de obra, su paso a las filas del ejrcito insurgente) como en los ms alejados
temporalmente la creacin de una no-disidencia despolitizada o, cuando menos,
consciente del grave riesgo implcito en la subordinacin al orden impuesto. Por
ello no se repar en gastos a la hora de organizar un servicio de investigacin interno
en los campos, puesto en funcionamiento progresiva y paralelamente a la ICCP por
un comandante de la Guardia Civil y dos agentes del Cuerpo de Polica, para detectar,
a travs de los mismos prisioneros, las presuntas responsabilidades de los internados,
establecindose a travs del mismo una red de delaciones jerarquizadas. Prisioneros
que haban cometido hechos vandlicos y crmenes horrendos, agitadores y
dirigentes polticos que bien por ocultacin de su verdadera personalidad o bien por
engao en sus declaraciones habran pasado favorablemente la primera
clasificacin, fueron los objetos de este servicio. Por ello pronto se extendi de los
centros de clasificacin a los campos y a los Batallones de Trabajadores, para
satisfacer las ansias de justicia del verdadero pueblo Espaol y de la parte honrada
[sic] de la opinin Mundial.
La gestin de la miseria, por tanto, era mucho ms que el mero desinters hacia la
situacin concentracionaria; se basaba, ante todo, en la idea de segregacin y en la
exclusin identitaria, donde el castigo fsico y moral, traducido en palizas, sed o
hambre, era moneda habitual del precio que deban pagan los excluidos de la
comunidad nacional. No eran castigos, sin embargo, espontneos. Estaban
determinados por la dureza de las condiciones de vida, sealadas por un completo
cdigo de normas para la vida en los campos de concentracin que comenzaban con
el apresamiento donde, por cierto, empezaba el desprecio hacia los soldados
republicanos. En noviembre de 1938 hubo de regularse, bajo estricto castigo, la
prohibicin de despojar a los prisioneros no ya de los documentos o dinero que
portasen consigo, sino ante todo de los objetos de uso y de las prendas de abrigo[55].
Sin embargo, los robos de partes especialmente valiosas del uniforme militar, como
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las botas o los abrigos (en particular de mandos y oficiales) fueron corrientes,
cualesquiera fuesen las tropas que llevaban a cabo el apresamiento. A Josep Subirats,
capturado en Vic, los moros le quitaron todo, la ropa y el capote, dejndolo hecho
un harapo. De hecho, en diciembre de 1938 hubo de ordenarse taxativamente tanto
la prohibicin del saqueo de viviendas rojas, como de comercios y fbricas, y
asimismo de los prisioneros aprehendidos. Han sido frecuentes los casos de
desaparicin de dinero y de efectos de vestuario de prisioneros y presentados se
deca desde la Divisin hasta el Campo de Concentracin, y se haba comprobado
que los autores de estas sustracciones eran precisamente los individuos encargados
de su custodia los que, a veces, han comerciado con los prisioneros comprndoles sus
efectos a precios irrisorios[56].
Las medidas para regular la vida cotidiana fueron establecidas de manera
unnime para todos los campos en julio de 1938, cuando la ICCP llegaba a su primer
aniversario. Lo cual, de entrada, da idea de la arbitrariedad que rigi el orden interno
durante los dos primeros aos de guerra en los campos franquistas[57]. Estableciendo
la divisin ya sealada entre diferentes recintos (de clasificacin, de internamiento,
para extranjeros, para invlidos), se adentraban en primer lugar en el apartado sobre
su instalacin: los lugares, en teora, deberan reunir buenas condiciones en general, y
en particular en lo relativo a comunicaciones, alejamiento de zonas paldicas, situarse
en zonas ventosas, tener agua suficiente y preferiblemente canalizada, facilidad de
adquisicin de vveres, posibilidad de cavar letrinas y desages, disponer de unos
12-15 metros cbicos de espacio para cada prisionero, de locales para la instalacin
de los despachos de oficinas, enfermera y cuerpo de guardia, y, por regla general,
que no resultase todo ello demasiado antieconmico. Es decir, que pudiesen
utilizarse para unos 2000 internos. La plantilla ideal de un campo sera de un jefe, un
oficial o clase por cada quinientos prisioneros, un mdico, un capelln y personal de
la Guardia Civil y Polica.
Siguiendo esas medidas punto por punto, se puede describir el da a da en un
campo de concentracin estable, como San Pedro de Cardea, Miranda de Ebro o
Aranda de Duero. Todo estaba reglado por un horario preciso y de inexcusable
cumplimiento, segn el cual al punto del alba e incluso antes los prisioneros eran
sacados de sus barracones, a veces mediante la fuerza, y alineados en formacin
frente al mstil de la bandera, donde se izaba con los honores reglamentarios, esto
es, saludando los prisioneros con el brazo extendido y dando los vivas reglamentarios
a Espaa y al Generalsimo. Al romper filas, lo hacan mediante la voz de mando
FRANCO!. Al menos dos prisioneros quedaban de pie en guardia de la bandera
nacional rojigualda, hasta que era arriada a la hora de la oracin vespertina,
mientras que el resto se dedicaban a deambular por el campo, en algunos casos a
trabajar en los talleres que se crearon en campos como los de Deusto o Miranda.
Sin embargo, el que los prisioneros anduviesen sin nada que hacer era, en
principio, perjudicial para los intereses franquistas. Ello poda dar pie y espacio a
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Hasta setenta y dos palizas habra de sufrir en sus carnes, a lo largo de su dilatada
experiencia concentracionaria y penitenciaria. Seis operaciones en su cuerpo lo
atestiguan: el cuerpo de un prisionero que sufri la tortura. Pero, adems, existieron
castigos masivos. La traslacin a la vida cotidiana en los campos del maltrato masivo
estaba, entre otros aspectos, en las largas formaciones. Como recuerda Theo Francos,
a las seis de la maana con el fro del invierno te tirabas la primera cosa a saludar
la bandera y te tenan as durante dos horas, y te paraba del fro, sobre todo que no
habas comido tu hambre y que decas Franco, Franco. El trato era de una gran
violencia; no cabe duda, una gran violencia. Hay que decir que incluso de las
normas, ms o menos, que restringen la libertad en las crceles, los campos de
concentracin superaba la brutalidad a la cosa de las prisiones. De hecho, la
articulacin de la cotidianidad en los campos tuvo mucho de maltrato masivo.
Cualquier recuerdo de casi cualquier campo franquista da fe de ello. En Castuera, al
final de la guerra,
estuvimos sin comer seis das. Estaba de jefe el comandante Navarrete en la Guardia Civil. Tena 20
barracones y estbamos 50 o 60, y no podas sacar la cabeza porque te disparaban. Luego en el Batalln entr
el tifus, no tenamos mantas, y dormamos en tiendas de campaa. No puedo contar ms porque no se lo deseo
a nadie. Yo no he visto personas tan malas[59].
Cabe destacar, con respecto a las torturas, las arbitrariedades y los malos tratos,
que existan tambin denuncias procedentes no de los prisioneros sino de testigos de
hechos luctuosos, que generalmente fueron tratados mediante investigaciones de las
que pocas veces ha quedado huella. La denuncia, por ejemplo, presentada por la hija
de un coronel franquista sobre la falta de alimentacin y los malos tratos en el campo
de Ordua que estaba an a cargo de la Direccin General de Prisiones, aunque
albergase slo prisioneros de guerra es ms que significativa. En el campo, segn
el informe del Servicio de Investigacin Militar, los prisioneros no ha[ban] visto a
ningn Jefe con uniforme, el trato [era] sumamente duro destacando un sargento de
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vara, antiguo comisario poltico de los rojos, que maltrata[ba] a los prisioneros, la
alimentacin [era] escasa y deficiente, amn de otras arbitrariedades como el robo
de sus enseres, joyas y prendas de valor[61].
En relacin con el campo de Ordua y con la misma denuncia, se revis la
situacin de los presos en las crceles del Dueso (Santoa) y Los Escolapios (Bilbao).
En ambas, se vio que la alimentacin era deficiente y que en las dos existan malos
tratos a los internos, en particular por parte de los responsables de la seguridad que
pertenecan al colectivo mismo de los presos. Amn de diferentes irregularidades,
como el hecho de que los encargados del personal de oficinas fuesen tambin
penados, por lo que se encargaban de retrasar la llegada de avales para impedir la
salida de los internos lo que se censur por motivos patriticos, la conclusin
ms importante de todo este asunto fue que no deba existir poblacin prisionera en
penal alguno sin haber sido juzgada, rigindose stos tan slo por el rgimen de
campos de concentracin. Porque, de hecho, en multitud de crceles existan internos
en situacin irregular, como en las tres mencionadas. De hecho, en el caso de Ordua
fue acordada la solucin ms simple: pas a depender de la ICCP y no de la
Direccin General de Prisiones. Para el caso de Santoa, sus prisioneros de guerra
fueron trasladados a los otros centros de la ICCP presentes en la misma localidad.
De todos modos, como deca, los ejemplos de castigos fsicos se suceden. A un
norteamericano, Robert Steck, le llenaron la espalda de cicatrices por los golpes
sufridos al no arrodillarse en una eucarista. El BB. TT. a disposicin del CTV fue
fuertemente criticado, como hemos visto, por el jefe del campo de San Juan de
Mozarrifar por los castigos que los italianos desarrollaban, fuera de los cdigos de la
justicia militar, ya que ataban a los prisioneros de pies y manos a rboles o a palos de
la luz y los tenan as varios das. Y Sixto Agudo recuerda de su paso por Albatera:
Por la maana temprano, iban los agentes y los soldados con vergajos a palo limpio levantando a la gente.
En las formaciones vigilaban cualquier cosa, que no estuviesen firmes, rgidos, por detrs a palos. Era una
humillacin constante, que para evitarlo, yo hua del contacto con ningn soldado franquista y menos con los
oficiales, eran unos chulos tremendos que gozaban. Era terrible[62].
En Miranda de Ebro haba una pareja de la Guardia Civil que recorra todo el
campo y de repente te vena y te deca, oye t, fulano me ha dicho que has matado.
Un da me vinieron a m, y les respond que posiblemente habra matado. He estado
en el frente, habr matado. Daban palos a discrecin. Hasta el punto de que junto
a los barracones que tenamos nosotros pusieron una caserita, que se mova y todo de
los palos que daban cuando llevaban alguno. En una ocasin, a uno que intent
escaparse, le cogieron. Era el crudo invierno de 1938, a 16 o 18 grados bajo cero.
Y al huido le ataron al palo de la bandera, lo dejaron toda la noche y a la maana
siguiente nos sacaron para que lo viramos all agarrotado colgado. El trato era
inhumano[63].
Tortura y muerte, por tanto, tambin formaban parte del horizonte cotidiano en
los campos franquistas. Aunque resulta imposible cuantificar el nmero de vctimas
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de este tipo de violencia extra judicial, incluidas las sacas de prisioneros que
realizaban las escuadras de falangistas que rondaban los campos de primer
internamiento, lo cierto es que varios exprisioneros relatan que, cuando llegaban los
camiones de FET-JONS, muchos internados no llegaban a la segunda curva de la
carretera o del camino. Partidas de falangistas recorran los depsitos en busca de
personas pertenecientes a los grupos polticos y sindicales que haban formado el
Frente Popular para evacuar algunas diligencias en los distintos Campos de
Concentracin de Evadidos y Prisioneros, para aclarar situaciones de algunos de sus
coterrneos y su reclutamiento en las Milicias Nacionales[64].
Evacuar diligencias: el modo oficial para decir lo que extraoficialmente era el
asesinato. Llegaban falangistas de diversos pueblos a buscar a sus demcratas con
los que queran hacer justicia. Nos hacan formar, llegaban y se llevaban a todos los
conocidos y esos desaparecan para siempre, iban al paredn directamente[65].
Cuntos? Teniendo en cuenta que tras las ocupaciones territoriales solan
reproducirse, en menor escala tal vez, los fusilamientos ilegales, los ajustes de
cuentas, las violaciones de los derechos humanos, es prcticamente seguro que esas
muertes jams fueron inscritas en registro alguno y que, si lo fueron, no aparecieron
como sacados de un campo de concentracin. Cmo distinguirlos, por tanto, en
los libros de defunciones de los cementerios? Cmo creer en testimonios orales
imprecisos cuando se pretende dar una cifra global? Esas preguntas, en realidad, no
tienen respuesta posible. Salvo una: jams se sabr el nmero de bajas derivadas del
internamiento de los prisioneros republicanos en los campos de concentracin
franquistas.
Traslados, piojos, fro, hambre, sed, humillacin, aculturacin y castigo. Esas
fueron las grandes vivencias de los internados en los campos franquistas. Y, por
supuesto, la enfermedad: un aspecto crucial para entender la vida cotidiana en esos
campos puesto que, a todas luces, esa fue la causa principal de mortalidad en ellos.
As, no slo de las enfermedades morales deban dar cuenta las autoridades militares
en los campos de concentracin. Su falseamiento y su supuesta benignidad, tan
manida por la memoria oficial, cristalizaron sin embargo en la documentacin militar.
Especialmente, al afirmar su buen nivel de salubridad, de cara a la oficialidad
franquista, aunque en los papeles internos de la ICCP se reconociese lo contrario en
muchas ocasiones. En ese sentido, los jefes y oficiales de la Inspeccin se
enorgulleceran particularmente de cmo afrontaban problemas derivados de la
excesiva concentracin de prisioneros, como el de la extensin del tifus
exantemtico, quizs la ms temible, por su morbosidad y mortalidad
verdaderamente extraordinaria[66], contagiada bsicamente por los piojos que
inundaban los campos. Pero en Lleida los prisioneros deban comer con cuidado que
no cayeran los piojos a la cazuela, porque los llevbamos por todo, en la ropa, en el
pelo estabas all un poco y ya tenas los piojos intentando subir al plato, como
rememora Eustasio Garca. Y Santa Mara de Oya, como recuerda Subirats, era un
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Y, de tal modo, a contribuir a la divisin por aptitudes fsicas para el trabajo, que
ya se han observado previamente cuando se trat el tema de la reclasificacin de los
prisioneros, y que en las enfermeras de los campos de concentracin adquirira un
matiz si cabe ms grotesco. Tanto como el hecho que se afirmase rotundamente, de
cara a la oficialidad sobre todo, el Cuartel General de Franco que las
condiciones higinicas y sanitarias en los campos eran excelentes, pero luego se
afirmase todo lo contrario en la documentacin interna de la ICCP. En particular, en
guerra y posguerra el campo de Reus fue cerrado definitivamente por ese motivo
el tifus exantemtico adquiri proporciones de pandemia entre los prisioneros
internados. Por ms que los responsables sanitarios pudiesen esforzarse, incluso
dando conferencias de carcter higinico-sanitario y de divulgacin profilctica de
enfermedades venreas, sifilticas e infecto-contagiosas, lo cierto es que sobre todo
en las estaciones fras, y los inviernos de 1937 y 1938 lo fueron con creces, la
miseria y suciedad que presentaban los internos fueron pasto perfecto para el
desarrollo desproporcionado de esta enfermedad, transmitida, ante todo, por los
piojos y otros parsitos de convivencia cotidiana en los campos.
Para tratar de atajar esta situacin, que reverta en la incapacidad de reutilizar a
los prisioneros de guerra como mano de obra, la ICCP hubo de disponer en otoo de
1937 de medidas urgentes[71], como la instalacin de estaciones de despiojamiento en
los campos, la provisin de uniformes y mudas de ropa interior para los internos, y la
instalacin urgente del mayor nmero posible de enfermeras. Pero, como viene
siendo la tnica, la realidad del aprisionamiento y de la poltica para con los
internados super con creces las posibilidades de previsin. Tan slo cinco unidades
de esterilizacin de ropa pudieron ser recabadas del Ejrcito, y tan slo 5000 fueron
los prisioneros que pudieron vestir ropa interior limpia gracias a los esfuerzos de la
ICCP ante la Intendencia general de la Secretara de Guerra.
Retirado Martnez Nevot del ingrato cargo de responsable sanitario de la ICCP
donde haba tenido que medrar con tal cantidad de problemas que se haba convertido
ms en un jefe intendente que en el insigne onclogo que quera ser, su experiencia
le acompaara por largo tiempo. Su experiencia y su prejuicio, claro est: slo as
puede explicarse que, an en 1940, opinase que el cncer se produca por clulas que
por motivo de insubordinacin y anarqua [sic] llegan a formar un rgano
Sixto Agudo recuerda que la organizacin del partido funcion. Por ejemplo, la
delegacin del Comit central encabezada por Larraaga y Asarta. Pero luego,
como nos conocamos de la organizacin militar, el partido se fue estructurando de
acuerdo con las relaciones que haba durante la guerra. Mediante conversaciones y
reuniones clandestinas la direccin del partido, que era unilateral, por conocimiento
se extenda a todo el campo, dejando fuera a los anarquistas, que optaron ms, en
opinin de Agudo, por la fuga antes que por la organizacin interna y la
jerarquizacin. Adems, en Albatera la mayora de la direccin anarquista fue
descubierta por un joven de la direccin de las Juventudes Libertarias, que denunci a
los mandos anarquistas y socialistas. Casi todos, cien[74]. En la tarea de la
salvacin personal y poltica, adems, tenan un papel fundamental los contactos
semiclandestinos con el exterior: utilizando canales legales como las comunicaciones
y el correo, se intentaban introducir documentos falsos. Con los escasos medios de las
destrozadas organizaciones polticas se trataba de falsificar sellos. Con la ayuda de
las familias, se trataba, ante todo, de salir del campo.
No obstante, tambin en este caso se dieron ejemplos de arbitrariedad, as como
sorprendentes diferencias internas entre los diferentes campos. Mientras que en San
Pedro se impeda de manera ms que rgida la salida de cualquier prisionero que no
estuviese incluido en el transporte y reparto de suministros, Clemente Gil, alcalde de
Miranda de Ebro, hubo de remitir una carta en octubre de 1938 al inspector de la
ICCP quejndose de que ciertos grupos de prisioneros con frecuencia salen del
campo a altas horas de la noche dndose el caso de encontrrseles cenando a las once
en las cantinas de dicha poblacin[75]. Siendo Miranda un campo estable, donde
muchos prisioneros ante la falta de avales o con la clasificacin demorada pasaban a
veces largos meses, los haba casados que han puesto casa en Miranda y, claro es,
ellos salen a dormir fuera del campo. Segn el alcalde, todos los das prisioneros
que salen a hacer compras para el campo se apean de la camioneta y se pasan largos
ratos charlando con las chicas de la poblacin. Y todo esto se vea muy mal en la
poblacin, ya que en opinin del alcalde los prisioneros, provenientes del Pas Vasco
llevaban en aquel campo ms de ao y medio,
algunos con los avales en el bolsillo pero que no los presentan por temor a que los lleven al frente; estos
prisioneros son vascos y poco afines a la Espaa Nacional pues sabido es que hacen cierta propaganda roja
entre los compaeros de Campo. Seguro est todo el pblico que una vez termine la Guerra saldrn al da
siguiente porque presentarn cuantos avales les sean necesarios[76].
Obviamente en algunos campos, sobre todo los estables, los prisioneros trataban
de hacer lo ms llevadera posible su estancia. La resistencia poltica y cotidiana, tal
vez ms la segunda que la primera, fueron vehculos a travs de los cuales los
internos trataron de salvaguardar su integridad y su identidad poltica. Y puesto que
divertirse era un lujo en los campos, algunos prisioneros como los vascos en Miranda
escondan sus avales si creemos las apreciaciones del alcalde porque bien saban
que una clasificacin positiva era sinnima de ser enviados al frente de batalla. Para
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muchos, por temor o por integridad poltica puesto que consideraban que el puesto
de un republicano vencido era ser prisionero, pero seguir siendo republicano, la
clasificacin como afectos fue un suplicio aadido. Y por eso trataban de dificultarla
al mximo. De tal modo, podan mantener los contactos, establecer redes polticas,
siendo su mayor privacin la de la libertad y la de la sociabilidad. Pero salvando la
vida.
De vez en cuando se admitan comunicaciones de los prisioneros con sus
familiares: eso, sin embargo, debi ser ms que escaso a la vista de los testimonios
recogidos. Y algunos prisioneros salan del campo. Eran los encargados de traer los
suministros, en centros que estuviesen situados cerca de cascos urbanos. A esos, a la
vuelta al campo, se les cacheaba rigurosamente: como en el caso de la
correspondencia, la introduccin de objetos prohibidos era castigada con severa
pena. La misma que se aplicaba a quienes trataban de fugarse, o a quienes
quebrantaban los valores absolutos del campo: la disciplina y el orden. Sin embargo,
el castigo corriente no estaba tan relacionado con el intento de fuga como con la
insubordinacin cotidiana al servicio de custodia del campo. ste no poda tener
contacto directo con los prisioneros, aunque en muchas ocasiones se haya relatado
todo lo contrario: los pequeos negocios realizados con objetos personales a cambio
de tratos de favor, comida, cigarrillos o delaciones en el sentido que no fueron
tratos unidireccionales del prisionero con el guardia, sino que muchas veces
empezaban por iniciativa de este ltimo eran una realidad cotidiana en los
campos[77]. Como puede observarse, la realidad ideal de los campos planteada por la
ICCP y la realidad concreta vivida por los prisioneros distaban bastante entre s.
Prohibidos los contactos con el exterior, y ante la posibilidad de ser enviados a los
tribunales militares, muchos prisioneros tomaban la decisin de fugarse. Si eran
capturados, como ya se ha visto, eran devueltos al campo y sometidos a la severa
pena de la que hablaban las normas de actuacin. Si no, trataban de todos modos de
reintegrarse a la zona republicana: el xito o el fracaso de la fuga dependa de las
caractersticas del campo, de su vigilancia efectiva, de la capacidad fsica del
prisionero, de la posibilidad o no de sobornar a sus guardas, de su ingenio. San Pedro,
por ejemplo, contaba con una vigilancia escasa. Si solamente seis alemanes trataron
de fugarse fue porque el resto de prisioneros se encontraban demasiado dbiles como
para tan siquiera intentarlo. Los alemanes tenan especial pavor, dado que eran
puestos en manos de la Gestapo. Saltaron por una ventana, mientras sus compaeros
internacionales cantaban ruidosamente para distraer a los guardianes. El sargento, al
descubrirlo, entr en clera y cerca estuvo de mandar fusilar a un prisionero polaco.
Cuando vieron que la ventana estaba rota, y que por ah haban escapado, cogi a
cuatro al azar y los ech desnudos a un tanque de agua. Dos de los alemanes fueron
devueltos muertos, y los prisioneros desfilaron frente a ellos[78].
Por otro lado, un prisionero de Deusto ha relatado tambin su experiencia de fuga
de un campo franquista: Manuel Amblard tambin logr fugarse momentneamente
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del campo de Deusto, en Bilbao. Con los presos que salan a trabajar y dotados de
documentacin falsa (haba realizado un sello tallando una patata), alcanzaron la
ciudad. Pero su primera obsesin fue la de comer. En una taberna, un grupo de
requets cogieron a uno de los tres prisioneros. Los otros dos volvieron
voluntariamente a Deusto[79]. Algo parecido a lo sucedido a Manuel de Pedro,
Manoln, a quien durante su internamiento en San Marcos su hermano falangista
pudo dar cien pesetas. Como la misa dominical era obligatoria, l y dos compaeros
aprovecharon un descuido para esconderse en un confesionario, pudiendo vagar a sus
anchas por Len, yendo a comer bien por primera vez en mucho tiempo y a acostarse
con prostitutas tambin por primera vez en muchos meses. A la noche, antes del
recuento, la fuga finaliz: decidieron volver al campo y no arriesgar la vida en una
evasin complicada, sobre todo por haber perdido todo el da (un tiempo precioso) en
placeres sensoriales[80].
A mayor provisionalidad del campo, menores eran los dispositivos de seguridad,
generalmente ms catico su funcionamiento y, por tanto, mayor era el nmero de
fugas. Ese era un modo de salir del campo. Tambin se poda salir de manera
voluntaria, ante las peticiones que en algunos campos se realizaron para formar parte
del Tercio de Regulares, de requets carlistas[81], o en BB. TT.: pidieron all gente
voluntaria para ir a batalln de trabajadores y lo que queramos era salir del campo;
fuera donde fuera, queramos libertad, queramos ver los pjaros volar, ver el cielo
azul. Y yo me apunt voluntario, seala Eustasio Garca. Y tambin, algo habitual
sobre todo en la inmediata posguerra, una va de escape del campo utilizada ante la
magnitud que el problema del hacinamiento en los campos adquiri en 1939, fue la
libertad vigilada: con un salvoconducto para volver a sus hogares y presentarse all
ante las autoridades, generalmente los prisioneros no disponan de emolumentos para
costearse el viaje, por lo que en noviembre de 1938 se hubo de decidir, en teora por
motivos humanitarios que quienes fuesen apresados por viajar sin billete en los
trenes de vuelta a casa fuesen puestos en libertad. Sin embargo, el motivo no era la
libertad, sino otros: la necesidad imperante de no hacer crecer la poblacin presa por
motivos tan nimios. Las crceles de Franco haca tiempo que haban superado su
capacidad en conjunto. En 1939, ese lmite dej de existir, establecindose el imperio
del hacinamiento. En ese contexto, meter en la crcel a prisioneros en libertad
solamente por la falta de atencin de las administraciones implicadas en el
tratamiento de la poblacin penal de la Nueva Espaa supona un riesgo demasiado
alto para las autoridades franquistas.
Aunque, de hecho, todo el sistema concentracionario de Franco supuso un
constante riesgo. Su mantenimiento implicaba la continuidad de un rgimen ilegal y
arbitrario, mal gestionado y con pocos recursos. Supona hacinar a rojos sin que la
justicia interviniese de forma inmediata. Implicaba dejar cada vez ms espacios para
la resistencia, quedando slo la represin como medio para aplacarla ante el ms que
probable fracaso de los programas de reeducacin y reconquista de los
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republicanos. De hecho, en muchas ocasiones todo ello tuvo ms que ver con los
planos discursivos que con los reales. Como se ha podido comprobar, la historia
concentracionaria franquista, una historia de intentos de centralizaciones imposibles,
fue la crnica de la improvisacin y el desbordamiento. Desde tal perspectiva debe
analizarse la gestin de la miseria que supuso la administracin de los campo. Eso s,
sumndola al hecho que el para-Estado franquista tuvo en la imposicin de unos
modos de vida cotidiana humillantes, exasperantes, terribles y vejatorios sobre los
prisioneros un modo para hacer de ellos sombras de su propia voluntad. Tal vez por
eso se encuentran tan pocos testimonios que hablen de reestructuraciones orgnicas
de partidos y luchas polticas dentro de los campos, siendo los ms destacados los de
prisioneros de la inmediata posguerra, y s en cambio todos hablen de humillantes
condiciones de vida, carencias miserables, tedio y angustia. Clasificacin,
depuracin, reeducacin y reevangelizacin se dieron la mano en los campos
franquistas para hacer saber a los prisioneros, a los disidentes reales o potenciales, su
verdadero lugar en la Nueva Espaa de Franco.
En definitiva, el campo de concentracin fue la cristalizacin de la poltica de la
alteridad a travs de la instrumentacin de unas polticas cotidianas fuertemente
represivas, que fueron desde la distribucin de alimentos a la aculturacin, desde la
posibilidad de abrigo a la sanidad. Todo estaba atravesado por una ideologa y una
percepcin identitaria del enemigo de las que se derivaban: uno, el menosprecio por
el prisionero como individuo y por los prisioneros como colectivo; dos, el
menosprecio y la eliminacin de sus ideologas poltico-sociales y, por extensin, sus
identidades individuales y colectivas; tres, la alienacin del enemigo, sabido como
interno pero articulado retricamente como externo, ajeno a la comunidad nacional; y
cuatro, la reafirmacin de esa comunidad nacional, a la que a veces pasaban a formar
parte los internos tras su paso por el campo, a travs de la sumisin, el castigo y el
cumplimiento de los preceptos morales, polticos y sociales que caracterizaban al
Nuevo Estado. Con los tres ejemplos aqu desarrollados, el de la reeducacin, el de la
gestin de la vida cotidiana en los campos, y dentro de este ltimo, el del enorme
problema sanitario que supuso el internamiento de un mnimo de 400 000 prisioneros
en tres aos, se han puesto en evidencia las variables fundamentales de la historia
concentracionaria espaola, al menos durante la guerra civil: la contradiccin entre
objetivos y realidades, la unin de destruccin y construccin. Y, sobre todo, la
cotidianidad de la violencia y la exclusin.
5
La derrota y la paz. Campos y trabajo en posguerra
1939-1942
La guerra, con su luz de fruslera, nos ha abierto los ojos a todos. La idea de turno o juego
poltico ha sido sustituida para siempre por la idea de exterminio y expulsin.
JOS MARA PEMN
1. CATALUA, LIBERADA
Sin lugar a dudas, el de los exiliados fue un sino ingrato en el que fue muy difcil
eludir el internamiento en un campo de concentracin. Obviamente, los rigores de
Miranda de Ebro o Aranda de Duero no eran los de Mauthausen, ni ste puede
compararse al campo francs de Argeles. Sin embargo, algo en comn exista: el
carcter de vencidos en la guerra civil de los internos y, en tantas ocasiones, su afn
por resistir hasta el ltimo momento. No fueron, adems, los exiliados los nicos
derrotados en 1939. Hubo miles de republicanos que no se exiliaron, o que no
pudieron hacerlo por haber sido capturados por el Ejrcito de Franco. Entre diciembre
de 1938 y febrero de 1939 fueron tomados un mnimo de 76 042 prisioneros, que
fueron los evacuados a retaguardia entre las delegaciones de la ICCP de Zaragoza
(58 536) e Irn (17 506, regresados de Francia), adems de unos 40 000 prisioneros
an en territorio cataln, lo que eleva a ms de 116 000 los republicanos capturados.
Sumandos a los ms de 31 000 internos que estaban en campos provenientes de otras
campaas, y los 90 000 en Batallones de Trabajadores, la suma del personal
dependiente de la ICCP aterra, teniendo en cuenta las malas condiciones, en casi
todos los sentidos, que se han observado anteriormente. Eran 237 102 los internos de
los que Martn Pinillos daba cuenta en febrero de 1939; cifra que no tomaba en
cuenta a todos los que, habiendo pasado por campos, haban sido destinados a
unidades militares (como los 20 000 reclasificados) o a prisiones, no dependientes de
su gobierno[3].
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La mayora, unos 95 000, de esos 116 000 prisioneros entre enero y mediados de
febrero de 1939 pasaron por los centros del Ejrcito del Norte. Primero, por Horta[4],
Manresa o Puigcerd. Despus, por campos estables, empezando generalmente por
San Juan de Mozarrifar o San Gregorio, en Zaragoza. Las cifras son pues enormes: en
ese mes y medio haba cado en manos franquistas uno de los smbolos de la
Repblica, la ciudad de Barcelona y se haba culminado la ocupacin de Catalua,
ocupndose todos los puertos fronterizos pirenaicos. Largo Caballero, Araquistain,
Azaa, Martnez Barrio o Companys haban cruzado la frontera. Lord Halifax
tramitaba una paz honrosa entre los contendientes, a peticin de Negrn, que no lleg
a cuajar. Y la Nueva Espaa publicaba su Ley de Responsabilidades Polticas, segn
la cual se penaba cualquier grado de desafeccin poltica, ideolgica o cultural,
juzgando retroactivamente todo acto de ndole poltica, sindical, cultural, desde 1934,
que a juicio de los militares triunfantes hubiese sido un acicate para la implantacin
en Espaa del dominio rojo.
Por tales motivos puede considerarse que la Repblica haba perdido la guerra en
ese espacio de tiempo, desde que el 10 de diciembre se decidiese el ataque sobre
Catalua, ocupndose ciudades como Reus y Tarragona antes de mitad de enero.
Barcelona no tardara en caer en manos franquistas: el miedo a ser copados por el
enemigo, la pauprrima situacin general y la profunda desmoralizacin hicieron que
la capital donde hasta haca pocos das an celebraba Negrn los consejos de
ministros fuese tomada entre los das 26 y 27 de enero. Y, en ese contexto, cada
Divisin de las que formaban los CE en liza pudo disponer, salvo en el caso del CTV
italiano del que no se han encontrado huellas documentales en materia de
prisioneros, ms all del BB. TT. bajo su poder, de campos de internamiento para
organizar el envo a retaguardia de sus prisioneros de guerra. Antes del 4 de febrero
estaban establecidos los centros que haban sido utilizados antes de la cada de
Barcelona, en un plan que implicaba el traslado en largas filas de prisioneros desde
campos de vanguardia como Tremp, Almacelles o Binfar, al campo de San Juan de
Mozarrifar[5].
Sin embargo, esta lnea de contencin de la poblacin prisionera fue til por poco
tiempo. Desde febrero, los campos de referencia en segunda lnea pasaron a ser, por
motivos de cercana y espacio, los de Reus, Tarragona y Lleida, utilizndose el de
San Juan en casos de gran aglomeracin[6]. As, los prisioneros tomados en la capital
catalana, internados primero en los campos eventuales de evacuacin (en particular el
del Cuartel de Caballera Numancia, en Sants, adonde se traslad al personal
responsable hasta entonces de los centros de prisioneros de Borjas Blancas y
Vimbod), seran clasificados en campos como los sealados, o el de Cervera. Y,
progresivamente, seran enviados a lugares alejados como Galicia. Dispersar a los
prisioneros fue una va para despejar una zona donde la concentracin de personal
potencialmente disidente supona un grave peligro tanto para el orden pblico como
para las aspiraciones, nunca escondidas, de espaolizar Catalua.
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Los prisioneros internados en San Pedro de Cardea provenan, ante todo, de las
comisiones de clasificacin y a veces, directamente de las comandancias militares
implicadas en el problema de la recepcin de exiliados, aunque tambin
ingresasen dudosos de Cceres o Santa Cruz del Retamar (Toledo). Sin embargo, la
gran mayora de internos en febrero (mes del que se han localizado las listas de
prisioneros) venan de Ordua, Pamplona, San Sebastin, Logroo, Bilbao, Estella y,
ante todo, Irn, con 1938 trasladados.
Pero San Pedro estaba en retaguardia, y el problema de la acumulacin de
prisioneros volva, una vez ms, a estar en vanguardia. Hasta el punto que el 16 de
enero de 1939 fue necesario realizar un traslado urgente de 4500 prisioneros de San
Juan de Mozarrifar, el campo de referencia para todos los Cuerpos en combate en
Catalua, al campo de San Marcos, en Len[13]. La 82 Divisin del CE del
Maestrazgo, por ejemplo, que hasta enero de 1939 haba capturado cerca de 8500
prisioneros, vio que hasta el 10 de febrero hubo de hacer frente al interrogatorio,
primera clasificacin y evacuacin de casi 6500 soldados republicanos, internados en
el centro de evacuacin de Olot. En el campo de Cervera, utilizado por los CE de
Urgell e, indirectamente, Maestrazgo y Aragn, y comandado por la Primera
Compaa del Batalln de Orden Pblico n. 403, hubo casi 6000 prisioneros en
menos de diez das, aunque su carcter de centro de rpida evacuacin hizo que el 9
de febrero estuviese completamente vaco.
Mas no por ello dej de utilizarse masivamente. No en vano, por el campo
utilizado por los CE de Aragn y Maestrazgo, el de Manresa constituido el 3 de
febrero bajo el mando de Francisco Montilla, pasaron un total de 12 070
prisioneros[14]. La consecuencia directa de todo ello fue el incremento gradual del
nmero de internados en todos los campos, empezando por Lleida y San Juan de
Mozarrifar, pero tambin de Avils, Rianjo o Aranda de Duero, donde se tramitaba la
clasificacin definitiva de los prisioneros. El siguiente cuadro, demostrativo de las
distribuciones de personal prisionero por la Nueva Espaa de Franco desde la
delegacin zaragozana de la ICCP y, en concreto, desde San Juan de Mozarrifar
durante la primera quincena de febrero de 1939 prueba, en primer lugar, que las
divisiones territoriales y de campos de llegada puestas en claro en febrero vase
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Los sargentos eran el nico contacto que tenan los prisioneros en Lleida, amn
de algn comercio ilegal con gente de la ciudad a travs de los muros del campo,
aunque aqullos se aplicasen siempre con gran violencia contra stos: Escoltas haba
muchos, todos con verga. Subamos arriba: quin os ha mandado subir?, los de
abajo, y pim pam, se liaban a palos con nosotros. Bajbamos abajo, quin os ha
mandado bajar?, pues el sargento. Y as pasbamos todo el da, subiendo y
bajando, en una especie de juego pensado para recibir maltratos de parte de los
guardianes, hasta que lleg el aval de su pueblo, firmado por el alcalde: soldado
voluntario sin delitos de sangre a sus espaldas. Carne de trabajo forzoso, como le
dijo el alcalde a su padre: S, eso se merece tu hijo. Se fue voluntario a la guerra y
todava est vivo. Salvar la vida y ver los pjaros volar, eso consigui Eustasio
con su traslado al Batalln de Trabajadores. Y construir puentes; y enfermar de sarna.
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haban sido juzgados por un tribunal civil o militar, la estancia en el campo haba
supuesto per se la criminalizacin o la duda de desafeccin[28].
De este modo, por campos estables como el de San Pedro de Cardea continuaron
pasando prisioneros de Catalua, de Irn, pero tambin de otras zonas rpidamente
ocupadas en la gloriosa ofensiva de marzo, y adems comenzaron a salir de l
internos clasificados incluso negativamente, que en algunos casos haban pasado all
ms de un ao. Las altas, as, provenan de campos como Sotopalacios, Castelln,
Irn, Murgia, Deusto, San Sebastin, pero tambin Sevilla, Granada, Plasencia, hasta
hacer un escaso nmero de 256 nuevos internados durante el mes de marzo[29]. Ya
haba sealado que San Pedro progresivamente estaba dejando de ser un campo de
referencia para la clasificacin; sin embargo, cabe destacar que desde mediados de
mes empezaron a salir a sus residencias, con clasificacin desfavorable, prisioneros
de larga estancia. Una dinmica que, con la victoria definitiva, se convertira en
comn, no slo por motivos de reclasificacin sino porque sera el posiblemente ms
duro de los sistemas de control, el local, por el que hubieron de pasar miles de
prisioneros en la inmediata posguerra.
Para dar cumplimiento a las normas sobre campos en vanguardia, promovidas
para clasificar y depurar a todo el personal de las zonas mencionadas, los Ejrcitos de
Levante y Centro as como en otras zonas de la Espaa franquista, como la
recientemente tomada isla de Menorca[30] pusieron en marcha campos
divisionarios por las zonas de la Pennsula que progresivamente fueron pasando a
manos de los franquistas hasta el fin de las ocupaciones territoriales, el primero de
abril de 1939. La 108 Divisin fij una zona delimitada por los pueblos de Soneja,
Sot de Ferrer, Algar de Palancia y Azuebar para establecer esos campos de
prisioneros, adonde fueron evacuados los ya internados en el campo provisional de
Eslida. La 74 Divisin, por su parte, lo hara en los campos de Nalahermosa y San
Mrtir de Pusa. El Ejrcito del Centro estableci los centros de reunin de Toledo
(Casa de Labor y Palacio Urquijo, as como el Cortijo de Alcubillete, en el trmino
municipal de Burujn) y Talavera de la Reina (Caseros de Valdehigueras) como
previos al paso a campos de la ICCP, en particular el de Plasencia, adonde por
ejemplo fueron trasladados el 18 de marzo 701 prisioneros, presentados en Madrid
por la Carretera de Castilla, la Ciudad Universitaria, el Cerro del guila y la Casa de
Campo, o el 27 de marzo, 849 pasados de la zona republicana.
El Ejrcito del Sur, por su parte, estableci que desde el 4 de marzo sus campos
fuesen los de Castuera para el Segundo CE (posteriormente, CE de Extremadura),
Fuente Ovejuna para el CE Marroqu, Fuenteagria para el CE de Andaluca, Crdoba
para el Cuarto CE (CE de Crdoba desde marzo), Granada para el Tercer CE (CE de
Granada), relacionados con las diferentes comisiones de clasificacin ubicadas en los
mismos campos y con las de vanguardia que a finales de mes se establecieron en
Pueblonuevo, Porcuna y Lanjarn. Cada una de las grandes unidades que componan
el ejrcito franquista se hicieron, de tal modo, cargo con la mxima urgencia en
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En estos BB. TT. an trabajaban los prisioneros tomados durante la campaa del
Norte de 1937, cuyo licenciamiento definitivo no se hizo oficial hasta mayo de 1939
y efectivo hasta que no se hubieron comprobado los buenos antecedentes y el buen
comportamiento en su vida como prisionero. En definitiva, el saneamiento
ideolgico implcito en esta modalidad extra judicial de trabajo forzoso, que ni tena
pena que exculpar ni obtena para el prisionero beneficio alguno salvo la salida del
campo de concentracin, donde las condiciones de vida eran, por regla general,
sustancialmente peores. La herencia que un trabajo iniciado en 1937 dej en la
Espaa de posguerra fueron ms de 87 500 soldados trabajadores, empleados en
trabajos militares y civiles, en ayuntamientos o en fbricas particulares, en minas,
carreteras, desescombros y reconstrucciones.
En marzo haba habido una guerra civil dentro de la Repblica. El mando de
Negrn ya no era aceptado por la Junta de Defensa de Madrid, encabezada por Casado
quien, en un intento de lograr una paz honrosa mejor que la que pudiese obtener de
Franco el presidente del gobierno republicano, haba iniciado un golpe de Estado que,
por penltima vez, haba manchado de sangre las calles de Madrid. El 21 de marzo la
Junta decidi que las tropas republicanas no ofreciesen resistencia a las franquistas,
permitiendo que los soldados volvieran a sus casas. Las carreteras an de la Espaa
republicana, sin mandos ni orden, se llenaron as de soldados y mandos, de civiles y
militares, unos regresando hacia sus casas, otros yendo al encuentro de las tropas
franquistas, otros dirigindose a los ltimos puertos de mar no ocupados por las
tropas victoriosas, que el 26 de marzo iniciaron la conquista definitiva de pueblos y
ciudades donde, segn Thomas, ondeaban banderas blancas para evitarse el trauma de
los bombardeos y la artillera. Sin oposicin ninguna, los franquistas tomaron en
masa a las unidades republicanas. Madrid, Jan, Ciudad Real estaban en manos de
Franco, mientras sus ltimos defensores, como Marcos Ana, iban camino de Alicante,
ciudad ocupada por las tropas italianas del CTV el penltimo da de marzo. Con la
toma de Almera, Murcia y Cartagena al da siguiente, todo el territorio nacional
estaba en manos de Franco. Su proyecto de guerra, decidido en noviembre de 1936
ante la resistencia de Madrid al golpe de Estado, conclua victorioso. Cautivo y
desarmado el Ejrcito rojo, la guerra, retricamente, tocaba a su fin.
Se calcula que fueron unos 140 000 los soldados que fueron hechos prisioneros
en el estertor ltimo de la guerra civil[34], aunque otras fuentes tambin oficiales
hablen de un mnimo de 177 500 distribuidos entre los campos de la AD TajoGuadiana (43 251), el CE del Maestrazgo (32 331), la AD Guadarrama-Somosierra
(incompletos, 18 000), el Primer CE (incompletos, 48 900) y el CE Navarra
(incompletos, 35 000). Claramente, ni una cifra ni la otra son exactas, y ambas han de
ser calculadas al alza, sobre todo en el ltimo caso ya que no incluye a los
prisioneros de Alicante y tambin teniendo en cuenta la cantidad de unidades
franquistas (por ejemplo, todas las del Ejrcito del Sur) no registradas en los papeles
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en la documentacin como El Polgono o Guadalajara 1) y la fbrica HispanoSuiza (tambin Guadalajara 2), amn de varios ms en la zona de influencia del CE
de Urgel, como los de Tarancn y Huete (Cuenca) y Armua (Segovia), dependientes
todos del centro logstico y de prisioneros de Alcal de Henares, sito en el manicomio
de esta ciudad. A 6 de abril, en el campo de Tarancn existan 2329 prisioneros; 3711
en el de Manicomio, de Alcal; 646 en Huete, y 901 en Armua de Tajua. En
Guadalajara 1 fueron clasificados, entre el 5 y el 10 de abril, 817 prisioneros, yendo a
parar muchos de ellos a la prisin provincial porque, segn sealaba el jefe del
campo, Juan Calvo de Pedro, muchos se jacta[ba]n de haber matado a todos los de
derecha de [su] pueblo; cosa, cuanto menos, inslita visto el grado de conocimiento,
que no era bajo, que los prisioneros tenan sobre lo que les poda deparar una
clasificacin negativa. En Guadalajara 2, un mnimo de 1600 prisioneros fueron
clasificados en una semana, provenientes de las zonas de vanguardia de Alicante,
Girona, Murcia y Valencia, aunque la documentacin no sea clara y, posiblemente,
estn duplicados los nombres entre clasificados y evacuados a otras unidades.
De tal modo, lo que s es seguro es que desde este campo provisional de
Guadalajara pasaron a formar parte de los BB. TT. de la Octava RM de A Corua 746
prisioneros, enviados los das 14 y 15 de abril[42]. El da 20 de abril se trasladaron a A
Corua 1411 prisioneros ms, considerados retenibles, y muchos otros a Catalua,
de los evacuables, en trenes preparados a tal efecto. Ese mismo da los campos de
la Hispano-Suiza, Huete y Tarancn fueron clausurados, enviando a los prisioneros a
A Corua o a sus pueblos de origen. Los traslados a Galicia tenan por objeto, como
se ha visto, formar nuevos BB. TT. y dispersar a los prisioneros, por orden de Luis de
Martn Pinillos. As, desde esta zona recin ocupada pasaron a formar parte de
escuadras de trabajadores forzosos 338 prisioneros del campo de Tarancn (de un
total de 3260 internos en quince das), 160 del de Huete (de 1252 en total), 2157 de
Guadalajara 1 (de un total de 6358 en 16 das), 2850 de Guadalajara 2, y cien de
Miralro. De todos modos, estas cifras son fiables solamente de modo parcial, ya que
provienen de unas tablas de internamiento que no sealan el trasvase de prisioneros
de uno a otro campo de los que formaban parte de los instalados por el CE de Urgel.
De hecho, este es un problema que abarca a casi todos los campos de internamiento
de la inmediata posguerra: la parcialidad de las fuentes, su carcter incompleto y su
falta de interrelacin. Y, claro est, su desaparicin en algunos momentos, como se va
a ver en el caso paradigmtico de los campos de la ciudad de Alicante, que pueden
historiarse sola y exclusivamente gracias a la informacin procedente de las fuentes
de la memoria.
Eso, por cuanto respecta a la zona de Guadalajara. Tambin se conocen bien los
campos de la de Toledo y Murcia, pero no as, por ejemplo, los de la de Albacete.
Respecto a los primeros, los campos de la gran unidad denominada AD TajoGuadiana fueron centros de rpida clasificacin para el personal militar tomado en la
zona de Toledo: Lillo, Valdehigueras, Mora de Toledo (para oficiales), Alcubillete,
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San Bernardo y Galaa-Cambrillos fueron campos provisionales por los que, sin
embargo, sobre todo en el primero y el quinto, pasaron varios miles de prisioneros de
guerra. El campo de Lillo tena a 1191 prisioneros el 7 de abril, y de ste salan hacia
el de Mora los considerados delincuentes comunes y las mujeres capturadas,
existiendo 247 de los primeros y 55 de las segundas. De todos modos, el mayor de los
campos para la zona de Toledo fue el de San Bernardo, del que dependan el 5 de
abril ms de 10 500 prisioneros de guerra entre el propio centro y los adjuntos de
Lavaderos y la Casa de Labor[43].
Sobre estos campos hay que decir que flota la duda, constatada en la
documentacin militar, sobre si sirvieron como simple punto de apoyo a la
clasificacin y evacuacin de los prisioneros de guerra o si bien fueron centros de
eliminacin y represin extra judicial y legal. Realmente, la duda asalta al hablar de
cualquier campo franquista, llmese Lerma o Aranda de Duero, San Pedro de
Cardea o Reus. La cuestin es que, en los campos de Mora de Toledo y Lillo, as
como en los centros de Ocaa (Penal) y Quintanar, se han constatado
documentalmente las ejecuciones de reos y prisioneros, tras el Consejo de Guerra
celebrado en las mismas localidades. Como informaba la 107 Divisin, el 12 de mayo
de 1939 se fusil a diez reos de Mora; el da 18, a trece de Ocaa; el 18 de mayo, a
trece de Mora; el 23 de mayo, a once en Lillo y ocho en Quintanar; el 25, a doce de
Ocaa; el 1 de junio, a diecisis de Ocaa[44], y durante ese mes a 216 reos entre
ellos, dos mujeres sobre todo de Ocaa y Madrilejos (donde se fusil el da 10 a 24
presos, y el 11 a 24 ms) juzgados en el Consejo de Guerra Sumarsimo del Ejrcito
de Ocupacin de Madrid.
Sabemos, pues, que de estos campos de primera hora en posguerra salan
prisioneros para ser juzgados y fusilados de manera continua, puesto que los
tribunales militares se haban trasladado directamente a ellos. Podemos extender tal
deduccin a otros campos franquistas? En principio, no a los estables organizados
para crear BB. TT. o esperar los avales. Pero tal vez s a los campos de primer
internamiento y clasificacin, si cuando sta llegaba no era particularmente positiva
para el prisionero. La 107 Divisin tena bajo su poder a 14 296 prisioneros a
principios del verano de 1939. Cuntos de los fusilados en la provincia no llegaron a
pisar jams una prisin, y su camino sin regreso fue del campo de concentracin al
paredn de fusilamiento? No podemos saberlo con las fuentes militares en la mano,
pero lo cierto es que de Lillo y Mora de Toledo, que tenan prisioneros de guerra an
en junio (1010 y 224, respectivamente) de 1939, continuaron saliendo prisioneros
para ser juzgados y condenados a muerte. Muchas veces, el empeo franquista por
dar una imagen benvola de sus campos y recalcar tal carcter del trabajo forzoso, la
clasificacin masiva y la reeducacin, en base a los cambios en la lgica de la
aplicacin de la violencia durante la guerra civil, nos hacen olvidar cun
intrnsecamente unidos estaban los campos al sistema represivo militar; y, sobre todo,
cun poco sabemos sobre la realidad del asesinato legal o extrajudicial de los
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prisioneros de guerra, cuando los ejrcitos de ocupacin, por mucho que se les
conminase a hacer lo contrario, continuaron matando en cada una de las ocupaciones
territoriales que llevaron a cabo en el camino de la victoria franquista.
Por su parte, la 4. Divisin de Navarra, encargada de la depuracin de los
soldados republicanos en la zona de Murcia, dispuso la apertura de los campos del
campo de Aviacin, las Isabelas, las Claras y las Agustinas (Murcia), Cieza, MuLa,
Moratalla, Lorca, Caravaca, Archena, Ascoy, Totana y Cartagena. En total, en estos
centros existieron 8685 prisioneros a 6 de abril (en particular, en los de Aviacin,
Isabelas y Lorca un cuartelillo de Aviacin en el que en junio quedaban an 246
prisioneros, con ms de 2000 prisioneros los primeros y de mil el tercero), 8257
seis das despus, para ver reducida su poblacin prisionera a 5721 internos a finales
de mes[45]. Es muy abundante la documentacin legada por estos campos, incluidas
relaciones nominales cosa rara en comparacin con los escasos documentos
conservados de otros campos, y gracias a ella se puede conocer el nmero de
prisioneros llevados a crceles por su marcada desafeccin al Movimiento: el 19 de
abril se pusieron a disposicin judicial 984 prisioneros de los campos murcianos entre
comisarios polticos (35), oficiales militares (525), responsables de delitos comunes
(305) y oficiales profesionales (119).
Por fin, sobre el Ejrcito del Sur las cifras que revela la documentacin no son
por entero fiables, ya que se cien a la fecha del 22 de abril de 1939, pero no se
seala si se trata exclusivamente de prisioneros de la ofensiva final, o si bien entre
ellos los hay de fechas anteriores. De todos modos, cabe pensar que se trate de lo
primero, ya que antes de marzo-abril de 1939 no existan, ni mucho menos, tantos
campos de concentracin en la zona dominada por Queipo de Llano. As, del CE de
Extremadura la 24 Divisin daba cuenta del internamiento de 1788 prisioneros entre
sus dos campos de concentracin; la 21 Divisin, de 5950; la 60 Divisin, de 17 356
repartidos entre los campos de Los Blzquez (1342), La Granjuela (8513) y
Valsequillo (7501); la 19 Divisin, de 11 860 entre el Casero de Zaldvar (3874),
Siruela (4290), Fuenlabrada de los Montes (651), Castilblanco (502) y el Palacio de
Cijara (2543). El CE de Crdoba sealaba que haba evacuado en la ofensiva final a
4200 prisioneros a la ciudad, adems de los internados en los campos de Higuera de
Calatrava (10 075) y Santiago de Calatrava (4800), y en los campos eventuales a
cargo de la 22 Divisin: Quesada (200), Husar (350), Jodar (222), Santo Tom
(300), Hinojares (74) y Cazorla (865), los de la Comandancia Militar de Jan (1829)
y los puestos en libertad provisional en esa ciudad (2139). El CE de Granada indicaba
que en sus campos estables existan 20 741 prisioneros (casi 5000 en el campo de
Benala de Guadix, 6550 en Viator, 3412 en Motril, 1669 en Padul, 3167 en los
campos de Baza y Caniles, y 1002 en el de Tijola) y 2574 en los provisionales.
Adems, se haban presentado en campos como desertores del Ejrcito republicano
12 308 soldados, internados en los campos de Armilla (3384), Bucor (1704),
Caparacena (2280), Padul (1599), Pinos Puente (973) y la plaza de toros antigua de
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Granada (2368).
Las cifras, como puede observarse, de prisioneros aprehendidos por el Ejrcito
del Sur son simplemente aterradoras. A falta de los datos del CE de Andaluca, el de
Extremadura afirmaba haber tomado 36 954, el de Crdoba 25 054 y el de Granada
39 119, resultando un total de 101 127 prisioneros y presentados[46]; si se tratase,
efectivamente, del nmero de los aprehendidos en la ofensiva de marzo, sera
conveniente revisar las cifras estimadas por el Cuartel General de Franco para el
nmero total de prisioneros de la inmediata posguerra 65 000 en el sur, segn las
mismas. Y, de hecho, no resulta descabellado pensarlo si tenemos en cuenta que ni
en 1937 ni en 1938 las lneas del frente haban tenido una gran actividad en la zona
andaluza. Otro dato apoya esta hiptesis: el del nmero de prisioneros en campos de
concentracin estables en la Segunda RM a finales de abril de 1939, que podemos
observar en el siguiente cuadro:
* Montilla[47]
Hay que tener en cuenta, adems, que no se incluyen en este listado algunos de
los campos ms importantes de la zona englobada en la Segunda RM, como el de
Castuera, que en la inmediata posguerra vio alguna de las historias ms terribles y
acalladas acaecidas a los prisioneros de guerra. Segn los responsables de una
importante investigacin local, los documentos de Castuera fueron retenidos por el
primer jefe del campo, Navarrete, por lo que no son accesibles a los investigadores.
No es de extraar: la sombra de los asesinatos extra judiciales, de las sacas y los
paseos de prisioneros pesa sobre este campo como sobre pocos otros.
El campo de Castuera tena por origen, como he sealado, las bolsas de
prisioneros generadas en el verano de 1938 y la instalacin en el pueblo de una
Comisin de Clasificacin. Sin embargo, y a tenor de los testimonios recogidos por el
historiador extremeo Justo Vila Izquierdo, su mayor concentracin existi en abril
de 1939, con unos 9000-11 000 prisioneros en su interior. Compuesto por unos 70
barracones para cien prisioneros cada uno, las sacas en el campo habran sido
constantes, y se dice los cuerpos de algunos prisioneros habran acabado en una
mina cercana, La Gamonita, a cuya boca se lanzaban siempre segn el testimonio
de Valentn Jimnez granadas y bombas de mano para acabar con ellos[48]. En el
registro de la localidad se albergan algunos avisos de altas en el campo, pero no de
salidas, ni mucho menos rastro de prctica represiva alguna. A ese respecto, el
exprisionero Rafael Caraballo seala:
Yo lo de la mina no lo vi. La mina estaba detrs de los barracones. Pero lo decan, tambin que uno agarr
a un soldado y se lo llev con l. Yo lo que s vi fue las boinas rojas o las viudas vestidas de negro. Cuando
nombraban alguno, ese no volva ms. Al que nombraban, slo le quedaba fugarse o morir, muchos escapaban
por la noche y otros moran en el camino, por cmo estaba hecho el campo: haba una alambrada, una zanja,
una alambrada y otra zanja. El que sacaban no volva ms. Alguno volva, pero tras grandes palizas, como a
un alcalde [de la Puebla de Alcocer], que se qued en silla de ruedas, con todos los huesos rotos[49].
y llama a la puerta y sale un centinela y dice: qu pasa?. Nada, que vengo yo aqu a que me metan ah en
un patio los caballos, con los dems. Dice el otro: pero hombre no seas tonto, lrgate, lrgate porque eso es
una tontera que haces. Pero ste como era muy digno dijo: no, no, no, yo he combatido con todos mis
compaeros, y mis compaeros estn ah y quiero estar con ellos. Entonces el otro llama al sargento, viene el
sargento, que por lo visto era una buena persona, y le dice: mira chaval, djate de tonteras, lrgate, que aqu
lo estn pasando mal, porque esta gente estn en el patio de caballos no porque les dan un trato privilegiao, no,
estn en el patio de caballos que es donde viene todo el mundo a hacer sus necesidades. Y cuando llega la hora
de andar por ah, hay que andar mirando si pisan sta o pisan la otra, la que est ms dura. Bueno, pero este
hombre se empe, y el sargento dijo: bueno, bueno, si te empeas pues pasa.
sola ser interpretado como intento de fuga. Presenci tres veces ejecuciones:
formaban a todo el personal y lo alineaban dentro de las alambradas interiores frente
a los que iban a ejecutar[58]. O que se les encerrase, por si el campo fuese poco, en la
parrilla: un cuadriltero de castigo donde se les expona al sol abrasador del
verano, sin comer, por faltas tan graves como no quitarse el gorro ante el cabo. Nos
trataban como enemigos a los que haba que humillar y eliminar:
[En Albatera] no se creaban Batallones. All al que vean comprometido de acuerdo con la declaracin que
se haca y la documentacin que presentaba, lo destinaban a los calabozos. Si lo consideraban desafecto le
daban un salvoconducto para presentarse a las autoridades donde iba. All no sala nadie a trabajar[59].
Ni tan siquiera se cantaban los himnos o se pedan avales. Merodeaban por all.
Simplemente, se pasaba miedo y sufrimiento. Humillaciones cotidianas: All pasaba
un espectculo un to puesto de pie con las piernas abiertas en las letrinas y otro
con la llave de la lata de sardinas rompindole los excrementos el uno al otro
hacerlo a uno mismo era ms difcil, era ms sencillo hacerlo el uno al otro. Tal vez
no fuese una poltica consciente y concreta de las autoridades franquistas. Pero la
muerte, la falta de alimentacin, hidratacin y actividad derivaron en humillacin y
miedo. Y muerte, alimentos, agua, estaban en las manos de los captores, no de los
prisioneros. Que en Albatera existan fosas comunes de prisioneros de guerra es algo
que muchos intuyen, pero que no ha podido demostrarse ya que la zona del campo
fue convenientemente urbanizada. Campos como el de Albatera se establecieron
como centros de reclusin, internamiento, clasificacin y depuracin de la disidencia,
pero una vez cumplida su misin, su recuerdo trat de ser borrado lo antes posible.
Marcos Ana recuerda que trataron de derrumbar a travs del miedo a los prisioneros,
de convertirnos en unos peleles. Cuando alguien se fugaba y lo cogan, lo traan al
campo y lo fusilaban. Marcos Ana sali, pero con nombre falso, algo nada
heroico. Como el suyo, el destino de miles de internos qued marcado por el paso
por uno de los peores, de los ms crueles, campos de concentracin.
La poltica de evacuar de manera rpida y casi sumarial a los prisioneros de
guerra a sus localidades de origen cuando no fuesen claramente desafectos al
Movimiento para lo que bastaba demostrar, por ejemplo, que el prisionero no haba
ido voluntario al frente sino que haba sido reclutado por quinta abarc tambin a
los internos en campos estables de la ICCP, adonde llegaban tan slo en casos de
desafeccin marcada, pero no punible penalmente, desde los campos de primera
clasificacin de la inmediata posguerra. As, por ejemplo, del campo de Burgo de
Osma fueron trasladados a crceles desde finales de marzo 245 internos, 266 a Cajas
de Reclutas para ser incorporados a BDST, 188 al BB. TT. empleado en la lnea
ferroviaria de Soria, 56 al campo de San Juan de Mozarrifar en Zaragoza, 140 al de
Miranda, 42 al de Aranda de Duero, pero sobre todo 3680 a sus localidades de
residencia, siendo ante todo catalanes los evacuados[60]. Otra incidencia reseable en
estos meses fue la muerte en el campo de siete prisioneros, antes de su cierre
(1940-1942)
Volviendo a 1939, a los campos para soldados republicanos espaoles, deca que
fueron en su mayora clausurados en noviembre, restando aquellos que fueron usados
como campos tipo para internamiento y creacin de batallones disciplinarios, amn
de otras funciones como las del internamiento para los sujetos a procesos de las
auditoras de guerra. En la 5. RM, el campo elegido para tal menester fue el de San
Juan de Mozarrifar, adonde fueron progresivamente trasladados los internos de Burgo
de Osma, albergando en noviembre a unos quinientos prisioneros, enviados a
prisiones de la provincia de Zaragoza al cierre del mismo, ordenado el 4 de
diciembre. Los campos de referencia, como San Juan, tambin seran clausurados
segn se agotasen las necesidades por las que haban sido creados. Pero eso no
signific, ni mucho menos, el fin del mundo concentracionario franquista. Fue,
simplemente, el fin de una fase, ya larga, que haba comenzado a finales de 1936, con
el paso de un golpe de Estado aniquilador a una guerra de eliminacin, expulsin y
exclusin social: desde 1940 y por norma oficial, los campos de Reus, Miguel de
Unamuno y Rota seran empleados para internar a los soldados depurados por las
Cajas de Reclutas y crear con ellos los BDST, o bien para hacer BB. TT. iguales a los
de la guerra, donde los soldados ya clasificados, encontrados desafectos por las Cajas
segn los avales recibidos, pasaran un mximo de cuatro meses para purgar, antes de
su puesta en libertad condicional, el no haber pasado los tamices depuradores tanto de
guerra comisin de clasificacin, campos, Batallones de Trabajadores,
reclasificaciones como de posguerra las Cajas de Recluta para el
saneamiento de su anterior ideologa y la incorporacin al Glorioso Movimiento
Nacional.
Desde 1940 fueron, por tanto, estas ltimas las encargadas mayoritariamente de la
funcin clasificatoria que durante la guerra haban soportado los campos. Con el fin
de unificar procedimientos, en enero de ese ao se decidi que, tras la supresin de
los tribunales y comisiones de clasificacin, fuesen las realizadas por las Cajas las
consideradas como definitivas incluidas las de los soldados ya encuadrados en
BB. TT. durante la guerra, para depurar e incorporar al Ejrcito nacional a los
soldados comprendidos en los reemplazos de 1936 a 1941, inclusive. Por eso, los
nacidos entre 1918 y 1923 tendran carcter preferente, ya que con ellos se habran de
constituir los BDST, bajo el mando de la JCCBD, creados para sustituir el servicio
militar realizado en el lado republicano, ignorndolo y obligando a los soldados a
pasar el mismo tiempo en filas franquistas cuanto hubiesen pasado sus coetneos en
el otro lado de la trinchera. Los casos posteriores al reemplazo de 1943 no se
depuraran, puesto que tenan diecisis aos al terminar la guerra, con lo que
corresponda su tutela al Tribunal de Menores.
Los soldados republicanos enviados a sus casas durante 1939 y que se
encontrasen, por tanto, en edad militar, deberan aseverar ante la Caja de Reclutas
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de penas, efectivos desde junio de 1940[78], debemos ver antes que el afn redentor
y benvolo del Estado franquista, su incapacidad objetiva para regir un sistema que,
tanto de cara al exterior lo veremos en el caso sangrante de los internados
extranjeros de Miranda de Ebro como dentro de sus fronteras, era imagen de
imposicin y no de unin, de eliminacin y exclusin y no de integracin, y que
adems se acercaba al colapso econmico y administrativo.
El prisionero trabajaba en obras como las de fortificacin militar, en el contexto
de la no beligerancia prebeligerancia franquista en la segunda guerra mundial,
pero no obtena, aparte de su alimentacin y vestido y las ridculas 0,25 pesetas
diarias, beneficios de la explotacin de su mano de obra, gracias a la cual, aunque
tambin en dursimas condiciones, los penados podan reducir sus condenas. Y, si
bien ningn preso juzgado por causas derivadas de la guerra civil redujo
efectivamente pena porque todos fueron excarcelados antes de su entero
cumplimiento, eso fue percibido tanto por el Ministerio del Ejrcito como por la
Direccin General de Prisiones como una diferencia injusta. No por ello se iba a
renunciar a la explotacin de la mano de obra de los republicanos. Pero s que se
hara un intento para que fuesen los condenados los que soportasen el peso de la
reconstruccin de Espaa y de su preparacin para la ms que posible entrada en el
conflicto mundial. De tal modo, podran adems atemperarse las condiciones de vida
en las crceles, prisiones de partido y penales de la Espaa franquista.
Sabemos por investigaciones parciales y trabajos de sntesis la situacin de los
presos en las crceles y en algunos de los sistemas de privacin de libertad
establecidos por los vencedores de la guerra civil[79]. Sin embargo, no siempre se
pueden certificar con datos fehacientes las complejas, variadas y casi siempre
terribles condiciones reales en esos establecimientos, que albergaban segn el ms
que dudoso Anuario Estadstico espaol a 270 719 presos en 1939, 233 373 en 1940,
159 392 en 1941, 124 423 en 1942, 74 095 en 1943, 54 072 en 1944 y 43 812 presos
en 1945. Las crceles de Franco no respondieron a otra lgica que la punitiva: lo que
se buscaba no era la recuperacin social del individu sino su rendicin para una
dictadura[80]. Ni econmicamente ni por motivos de seguridad interna eran viables:
eran la cristalizacin real de una ideologa de transformacin, exclusin identitaria y
justicia cristiana. Pero su realidad dist, en los aos de posguerra, de un
funcionamiento racional.
Uno de los caminos de salida de la prisin era el trabajo penado. Desde 1938
exista la modalidad de redencin de penas a cambio de trabajo forzoso, que englob
diferentes modalidades de regmenes semiesclavizados. Entre ellas, cabe destacar la
de las Colonias Penitenciarias. El SCPM fue creado por ley el 8 de septiembre de
1939 para ceder mano de obra penada esto es, con una condena explcita de crcel,
no por tanto con prisioneros trabajadores a entidades que contratan sus trabajos,
y por sus obras pasaron unos 20 000 presos: desde 1946 oficialmente sin penados
sino con obreros alistados mediante contratos orales, muchas veces los mismos
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Destacamentos que sumaban 2795 hombres. Pero adems eran empleados grupos
enteros de personal militar en trabajos exclusivamente civiles como los de las
excavaciones de Ampurias (BDST 71), las vas frreas de Barcelona-Ripoll, Arcos de
Jaln, Comaen y Jubera. Por tanto, era conveniente empezar, como se le dira
explcitamente al subsecretario de Presidencia Carrero Blanco, el desmantelamiento
del trabajo forzoso militar. Sobre todo cuando en esos tiempos, hipcrita lamento,
haba gran cantidad de obreros libres hoy por hoy por desgracia disponible[s] en
gran masa en situacin de paro forzoso[84].
No cabe extraarse, ante el paisaje descrito, de que se intentase por todos los
medios que la poblacin prisionera no lo fuese, casi por inercia, tambin carcelaria.
Como recuerda Enrique Genovs, escolta y sanitario habilitado como capitn y jefe
de Estado Mayor de la 127 brigada mixta, que pas por el campo madrileo del
Miguel de Unamuno (de reunin, aunque lo llamasen de concentracin) tras salir
de la crcel de Valencia y antes de recalar en Quintana Puente (Palencia) para la
construccin de un sanatorio para tuberculosos, terminada la guerra la movilizacin
de las quintas de la zona republicana llev a miles de prisioneros a las Cajas de
Recluta, clasificados desafectos. En el campo de Unamuno reunieron a los desafectos
de Madrid, Guadalajara y de toda la 1. RM, pero en el ao 1940 ao en que estuvo
interno los prisioneros tan slo pasaban cuatro o cinco das en los centros de
creacin de los BDST. All no haba instalaciones de alguna clase, donde tener a los
detenidos. Se trataba de un gran grupo escolar construido por la Repblica, y
sencillamente estbamos tirados por ah, con el pelo cortado y el uniforme que nos
dieron, que era del Ejrcito republicano, comiendo en fro, pero con un trato correcto,
hasta que empezaron a llamarnos por nombres, para preguntarnos nuestras
profesiones. Al poco le encuadraron en el 37 BDST-Especialistas (militarizado, pero
bajo el mando del Ministerio de Gobernacin), y su trabajo, durante dos aos y
medio, no fue demasiado duro. Evadirse era sencillo al no estar cercados, pero tras
tres aos de guerra y dos y medio de trabajos, lo cierto es que el Batalln fue, a la
postre, considerado por l mismo y por sus compaeros una suerte de mal menor,
independientemente de las veleidades reeducativas tan constantes como intiles
implcitas en el concepto del trabajo forzoso de los prisioneros republicanos, donde
stos pudieron pagar el forzoso peaje para pertenecer a la Espaa de Franco[85].
Su experiencia, dejando aparte la privacin de libertad sin saber (lo que ms nos
dola) durante cunto tiempo, no fue demasiado negativa, puesto que el propio
Ministerio de Gobernacin aport fondos para mejorar las condiciones de vida de los
trabajadores. Marcelino Camacho, en cambio, pas por situaciones no precisamente
buenas. Durante el tiempo en que el histrico dirigente de Comisiones Obreras pas,
tras salir de la crcel, en trabajos forzosos por la movilizacin de su quinta, enferm
tres veces; del tifus, de las fiebres de malta y de hernia. Las labores a las que su
BDST-Penados (el nmero 94) fue destinado tras ser formado en el campo de
concentracin de Reus donde se produjo una epidemia generalizada de tifus
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De entre los trabajos militares realizados por los Batallones Disciplinarios, cabe
destacar la llamada Lnea Pirineos, destinada a fortificar la frontera ante las
victorias aliadas de 1942. A principios de ese ao, ms de un millar de soldados
trabajadores eran empleados en la construccin de bnkeres y nidos de
ametralladoras que evitasen un internamiento en el territorio nacional[92]. Asimismo,
a lo largo de 1942 fueron trasladados de lugar, tambin por motivos defensivos,
buena parte de los Batallones ubicados en las zonas andaluzas y marroques, pero sin
cambiar ni su numeracin ni su funcin defensiva preventiva. En junio se clausuraron
los Batallones 42 y 44 y, en octubre, los nmeros 3, 7, 8, 11, 12, 29, 41 y 51, amn de
una nueva redistribucin para dotar de soldados trabajadores para fortificaciones a las
provincias de Mlaga, Logroo, Sevilla, Soria y Guadalajara.
La situacin de la poblacin prisionera nacional a cargo de la Seccin Dcima de
la Direccin General de Servicios del Ministerio del Ejrcito quedaba, a mediados de
1942, conformada por 46 678 soldados trabajadores clasificados desafectos; 357
trabajadores emboscados; y 551 en el BDST 75 de Palencia y 74 en Miranda de
Ebro, sancionados por la Fiscala Superior de Tasas por delitos monetarios. En esa
fecha, adems, existan 139 prisioneros extranjeros de la guerra civil en Miranda de
Ebro, as como 1161 refugiados polticos y doce pendientes de expulsin, pero como
pronto se comprobar, esa cifra no era sino el reflejo puntual de la situacin de los
internos en el campo burgals. El nmero de refugiados provenientes de Francia que
pas por Miranda de Ebro supera, muy largamente, la escasa aunque significativa
cifra dada por la Jefatura de Campos y Batallones Disciplinarios para julio de
1942. Sumados unos y otros, nacionales y extranjeros, eran casi 49 000 los
irregulares en Espaa sometidos a rgimen concentracionario y de trabajos
forzosos, ante todo internos en los 51 BDST (45 457) donde se cumpla con la mili
de Franco, el paso obligatorio por filas para poder formar parte de la comunidad
espaola.
Hubo ms campos de concentracin para internos espaoles as denominados en
la Espaa de Franco. La DGS, en particular, habilit desde 1940 y con la mano de
obra de varias compaas de trabajadores el campo de Nanclares de la Oca, anejo a
una cantera en el trmino municipal de Garabo y construido en forma de panptico, y
all fueron trasladados durante toda la segunda guerra mundial nacionales y
extranjeros considerados indeseables: unos, por dudosas cuestiones polticas y de
orden moral; otros, por haberse cursado su orden de expulsin de Espaa y no haber
accedido a ella. Con ocho barracones en forma trapezoidal de manera que las
entradas quedasen dirigidas todas hacia el mismo punto (una torreta de vigilancia se
emplaz en el vrtice del tringulo que idealmente formaban) y una doble alambrada
de espino (amn de los tradicionales emplazamientos de ametralladoras), el campo
contaba con unos servicios indispensables, como la enfermera, pero tambin con
otros impensables para un campo de prisioneros de guerra, como celdas de castigo
construidas previamente. Como resultado de su utilizacin, y en particular de los
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De hecho, para 1942 el sistema concentracionario franquista haca poco que tan
solo haba atravesado el ecuador de su historia. El internamiento forzoso en campos
de concentracin y, en particular, en Miranda de Ebro, de los refugiados polticos
provenientes de Francia desde 1939 y hasta 1947 trajo consigo el mantenimiento de
unas dinmicas e incluso de unas inercias adquiridas en un largo aprendizaje de
poltica reclusoria. Paralelamente al internamiento de republicanos en posguerra, e
incluso superndolo en el tiempo, la detencin en campos de concentracin de
franceses, polacos, checos, ingleses, judos considerados aptridas y hasta de
alemanes antifascistas y pertenecientes al NSDAP supuso en muchos aspectos la
continuacin de una poltica, la de regular mediante la detencin preventiva en
campos de concentracin a los soldados y personal en edad militar, desarrollada y
perfeccionada en tiempos de guerra civil. Primero de modo anmico, despus
pseudolegal, pero siempre tomando como punto de referencia la necesidad de excluir,
reaprovechar y reeducar a los disidentes de la Nueva Espaa, durante los siete aos
en los que los soldados republicanos fueron sometidos al rgimen de campos de
concentracin y trabajos forzosos no penales, hubieron de saber la diferencia entre
una teora, que deca que nadie [en la Espaa franquista] ser privado de libertad por
actividades criminosas ms que el tiempo necesario para su correccin y
reeducacin[94], y una realidad de detencin irregular y en condiciones de vida
lamentables, muchas veces sin fecha lmite, sometidos a la humillacin de los
programas de recatolizacin y desmarxistizacin que no eran sino la traslacin, en
el plano concreto, de toda una retrica de exclusin de la comunidad nacional de sus
miembros enfermos.
6
Campos para una guerra mundial
1940-1943
situacin de (y polticas para con) los internados extranjeros, y que desde 1945
tuvo un eplogo en el internamiento, ocultacin o deportacin de nazis y
colaboracionistas con el rgimen nacionalsocialista y sus estados ttere. En las
prximas pginas se van a observar estas lneas, muy conocidas y bien investigadas,
desde dentro de las alambradas de los campos de concentracin de Franco: un tema
menos frecuentado, sobre el que se han vertido opiniones dispares no siempre
acordes con la realidad que se observa a la luz de la documentacin y que, en
muchos momentos de esta larga (1939-1947) historia, fueron objeto de capital
importancia y representacin clara de la posicin de Espaa frente al conflicto blico
mundial.
indulto por parte de Franco para los encartados, con la consiguiente expulsin de
Espaa, ayudara a limar las dificultades para nuestras relaciones internacionales.
Pero, como era habitual y haban denunciado los propios trabajadores extranjeros de
Belchite, sin un criterio nico para todos; esto es, de manera arbitraria. Los internos
franceses de Belchite y Palencia fueron progresivamente reducidos de 81 a 54 entre
mayo y agosto de 1940, pero no con la repatriacin sino, adems, con el traslado al
campo de concentracin de Miranda de Ebro[6].
No obstante se ordenase que los prisioneros no sujetos a causas judiciales fuesen
puestos en libertad y expulsados del territorio nacional, siguiendo el criterio de
benevolencia que inspira todos los actos del Jefe de Estado, aun con aquellos
extranjeros que han hecho armas contra la Espaa Nacional, lo cierto es que sta se
tramitara con gran lentitud, hasta el punto que las primeras liberaciones, diez del
Batalln 27 trasladado a Palencia tras la fusin del Grupo de Extranjeros y el
Grupo de Nacionales de Belchite en febrero de 1940 y catorce del 75 de Belchite,
no se dieron hasta finales de enero de 1941, y no fue hasta junio de ese ao cuando
salieron de Espaa los ltimos internados franceses sin pena judicial, tres de Belchite
(Raymond Alexandre Borull, Nicols Izquierdo Soles y Laurent Ruiz Antonio) y dos
de Palencia (Joseph Adel y Jean Garca). Aunque, en realidad, no sera demasado
diferente de la suerte corrida por los miembros de otras comunidades nacionales: la
liberacin en agosto de 1940 de los dos ingleses de Belchite fue rechazada por no
poderse comprobar su nacionalidad se crea que eran espaoles inscritos con
nombre falso, y dos de los cuatro suizos no abandonaron el Batalln hasta marzo
de 1941, dos meses antes que los ltimos cuatro griegos y uno antes que los ltimos
16 hngaros con responsabilidades derivadas de la guerra civil, dos aos despus de
su finalizacin[7].
En 1941, sin embargo, ya no existira diferencia explcita entre los encausados
por motivos derivados de la guerra civil y los refugiados polticos en Espaa que
huan de la segunda guerra mundial. Pero sus situaciones no eran por entero iguales:
mientras los segundos eran internados sobre todo en Miranda de Ebro, los primeros
haban contribuido a crear uno de los smbolos ms importantes, uno de los lugares
de la memoria victoriosa y tambin de la humillada de Espaa: el Pueblo Nuevo
de Belchite. En diciembre de 1941, todos los internacionales internados en Palencia
fueron trasladados definitivamente a Miranda de Ebro. Para entonces, el gran bloque
de detenidos responda a otro de los graves conflictos internacionales que hubo de
afrontar la Espaa franquista: la entrada de refugiados por la frontera con la Francia
de Vichy.
Y es que, como puede verse, la mayora de los grupos nacionales con verdaderos
problemas para su repatriacin haban visto que sus pases eran ocupados por el
Tercer Reich alemn durante el perodo de su internamiento. Tal era la gravedad de la
situacin que se lleg a pedir el envo de los yugoslavos de Belchite, entre otros, a
Amrica del Sur o a Estados Unidos en 1941. Y es que, desde luego, algunos
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periplo que muchos siguieron hasta dar con sus huesos all: las rutas que siguieron
para llegar a la frontera pirenaica variaron despus de que su pas fuera invadido en
septiembre de 1939, pero muchos se haban retirado entonces a Hungra, an pas
neutral. All fueron internados en campos: los pases neutrales podan desarmar y
confinar a los combatientes de pases beligerantes que entraran en su territorio, segn
las convenciones internacionales en materias blicas. Pero muchos de los soldados no
estaban vigilados por sus guardianes hngaros y se marcharon de los campos de
internamiento, llegando hasta Yugoslavia, donde embarcaron con destino a Marsella
para unirse a las fuerzas aliadas que estaban combatiendo en Francia. Fue con el
armisticio de junio de 1940 cuando los polacos se trasladaron a Espaa: tenan la
esperanza de que una vigilancia indulgente similar a la de los hngaros les permitiera
unirse a sus compatriotas que haban escapado cruzando el Canal de la Mancha. Pero
mientras cruzaban los Pirineos, la Guardia Civil les apres, comenzando as su
internamiento.
Internamiento que, debido al acercamiento germanfilo implcito en la no
beligerancia, supuso en ms de un caso una autntica tortura para los refugiados de
pases ocupados por Alemania o en guerra contra el Eje. Tanto fue as, que en algunos
momentos acarre debates jurdicos sobre el tratamiento de los evadidos en tierra
espaola pertenecientes a las naciones beligerantes[13]. Con fecha de octubre de 1940,
se hubo de suspender el convenio con el Reino Unido sobre Gibraltar y la entrega
mutua de reclutas y desertores, que databa de abril de 1838. Al encontrarse en
guerra Inglaterra con otros estados, su condicin de beligerante alteraba
esencialmente las condiciones de normalidad. Tal y como se deca, el desertor era,
en tiempo de paz, un delincuente con respecto a su Estado nacional y un refugiado
poltico con relacin al Estado que lo acoge. Pero en tiempo de guerra, tena adems
la consideracin de enemigo para los pases beligerantes y en consecuencia, el
Estado neutral o no beligerante que lo asila, si lo entregara a cualquiera de los
Estados beligerantes realizara un acto de beligerancia indirecta con infraccin
evidente de los deberes que le impone la condicin jurdica internacional de no
beligerante.
Un acto de beligerancia que, de facto, realizaron las autoridades franquistas,
anteponiendo su deseo de acercamiento a Alemania sobre su propio estatus jurdico
ante la guerra mundial. As, a la vista del crecimiento ya existente del nmero de
internos provenientes de Francia, en octubre de 1940 se decidi que se expulsara por
fin y directamente a los que no tuviesen abierta causa judicial y pudiesen ser
recogidos por una embajada o representacin diplomtica. Haba que dejar sitio a los
nuevos internos, dando comienzo as a la larga historia de las repatriaciones,
solicitudes de libertad, denegaciones e internamientos indefinidos que marcara la
historia concentracionaria espaola durante la contienda mundial. En noviembre de
1940 ya se estaban realizando muchas repatriaciones, generalmente mediante el
traslado a la frontera con la Francia de Vichy. Tanto era as que, a causa del nmero
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Hay que tener, no obstante, en cuenta que las cifras de internamiento variaban
casi todos los das (los belgas, a 20 de enero, eran 14). Entre otras cosas, porque las
repatriaciones como las de los sbditos belgas se realizaban con cierta celeridad,
como muestran algunos documentos del Ministerio del Ejrcito. A este total de 410 se
les aplic la normativa vigente de actuacin, redactada ante las quejas del gobierno
ingls por el trato recibido por cuatro de sus sbditos en la frontera pirenaica, a
quienes en el puesto de la Guardia Civil de Bielsa se les habra amenazado con la
entrega a los nazis. Y es que segn el derecho internacional no era posible devolver a
los evadidos ni a Francia ni, sobre todo, a Alemania. No obstante, parece que de
nuevo todo lo que sonaba a derecho, si bien ministros como Jordana trataron en todo
momento de rectificarlo, era tenido como curiosidad menor ante las actuaciones
cotidianas. Al menos en lo que respecta a los evadidos de Francia, refugiados de
guerra, y sin embargo tratados como prisioneros. El paso a Espaa de esos
extranjeros y de los nacionales desde Francia dependa, segn tal normativa, de
dos puntos fundamentales: si se era de nacionalidad espaola, con visados de
embajadas o consulados espaoles en el extranjero, el paso era libre. Lo mismo si no
se tena por falta de tiempo, o por las circunstancias en el pas vecino, pero
demostrasen su fervorosa adhesin al Movimiento. Pero a los documentados sin
pasaporte ni avales se les retena vigilados y, si al cabo de un tiempo prudencial no
los conseguan, se les trasladaba a campo de concentracin, al igual que a los
documentados o indocumentados potencialmente sospechosos. Merece la pena,
adems, resear una frase de esta confusa orden: Los sbditos espaoles, hembras,
comprendidos [sic] en cualquiera de los apartados anteriores, se les dejar en libertad,
a no ser que susciten sospecha de ser rojas, por lo que pasaran a crcel[17].
Si en cambio se trataba de personal extranjero, los documentados con visados
espaoles podan pasar libremente, al igual que los que no los tuviesen pero s un
certificado de residencia en Espaa (un contrato de trabajo, un certificado de una
alcalda, un aval de negocios o cuentas bancarias), o una familia propia en Espaa,
para lo que bastara con una carta del cabeza de familia visada por la autoridad civil o
militar. Los que no tuviesen ni cartas, ni negocios, ni familia, ni visados, fuesen
considerados sospechosos, o fuesen desertores del Ejrcito aliado, seran obligados a
pasar de nuevo la frontera sin ser entregados a autoridad alguna, simplemente
rechazados. Al menos en principio y en teora, pues la prctica del internamiento en
Miranda de Ebro demostr que ni era tan sencillo retener en la frontera a los sbditos
extranjeros, ni tan fcil hacerles volver a pasar la frontera. A travs de la Francia
ocupada y, por tanto, por la frontera de Irn, las buenas relaciones espaolas con
Alemania favorecieron que, por ejemplo, en enero de 1941 fuesen entregados a los
nazis 14 belgas pedidos en diciembre de 1940, y que entre junio y julio de 1941
20 internados en Miranda desde mayo, entrados clandestinamente en Espaa,
tomasen el camino de la frontera de nuevo. Asimismo, tras pasar por Ordua, 41
marinos de ese pas ocupado fueron entregados por el puente internacional fronterizo.
A un refugiado chino, Ah Toa-Ug-Toheng, se le coloc directamente en la frontera
por la que penetr clandestinamente, al no tener representacin diplomtica su pas en
Espaa[18].
Las posibilidades de intervencin espaola al lado del Eje se haban desvanecido
a principios de 1941 y terminaran de hacerlo cuando, a finales de ese ao, Estados
Unidos entrase en la guerra[19]. Hitler miraba ya, tras tener que intervenir en los
Balcanes, a Rusia. Sin embargo, eso no fue bice para mantener una poltica de doble
rasero con respecto a los internos en Miranda de Ebro, en particular con los internos
de las naciones ocupadas por el Reich, y con el delicado tema de su entrega a las
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complicaciones con las naciones aliadas por un tema gravoso que desagradaba
profundamente: el del mantenimiento de refugiados en campos de concentracin. Al
igual que en otros momentos en que se intent cerrar la frontera, como en 1943, la
realidad fue muy por delante de la teora, pudiendo considerare intiles esas
disposiciones. Sin embargo, en este caso, es posible que la adopcin de tal medida
por parte de ambos pases nos haya privado de saber con ms exactitud el volumen de
los extranjeros que tomaron el camino de Espaa huyendo de los nazis.
Y es que la frontera pirenaica fue durante toda la segunda guerra mundial
altamente permeable. Las redes de evasin desde Francia a Espaa, bien conocidas
gracias a una serie de investigaciones que han recogido el testigo de los protagonistas
y sus memorias, se complementaron, en mucha menor medida pero no por ello con
menor importancia, con las salidas de Espaa y las entregas a las autoridades nazis en
Irn, o de Vichy en el resto de la lnea fronteriza[25]. A travs de las redes de passeurs
entraron a Espaa, segn las estimaciones de Snchez Agust (que recoge las que dio
el embajador de Estados Unidos en Madrid, Carlton J. Hayes), unos quinientos
oficiales en misin secreta, cientos de polacos, ms de 3000 judos, hasta 5000
aviadores 3800 britnicos y canadienses (la mayora francfonos) y 25 000
franceses. En conjunto, para Samuel Hoare, unos 30 000 evadidos por Espaa[26].
Para el presidente de Evads de France, M. Erre Ren, la cifra ascendi a 70 000 y,
para Eychenne, habra que situarla en unos 33 000[27].
stos, cuando eran capturados por las autoridades fronterizas espaolas (sobre
todo, la Guardia Civil), eran provisionalmente detenidos en los centros dispuestos ad
hoc a lo largo de los Pirineos. De oeste a este, se trataba de Zarauz, Hondarribia, Irn,
Leiza, Vera de Bidasoa, Dancharinea, Elizondo, Ochagavia, Urdax, Orbalceta,
Valcarlos, Isaba, Burguete, Hecho, Canfranc, Sabinigo, Boltaa, Biescas, Bielsa,
Ansa, Sallent de Gllego, Torla, Campo, Les Canejan, Bausn, Les Bordes, Alins de
Vallferrera, Llavors, La Pobla de Segur, Sant Joan de lErm, Arnser, Lles de
Cerdanya, Bag, Maanet de Cabrenys, Portbou, La Jonquera, Camprodon, Espolla y
Ribes de Freser. Una larga red de centros de detencin tras los cuales el destino era
las crceles, de este a oeste, de Puigcerd, Figueres, Girona y Barcelona, por un lado;
de Tremp, Sort, la Seu dUrgell, Cervera, Lleida y Barbastro, Jaca, Huesca y
Zaragoza, por el lado limtrofe entre Catalua y Aragn (en esta ltima regin es
donde ms altura alcanzan los Pirineos, haciendo todava ms difcil las evasiones); y
de Pamplona, San Sebastin o Murgia, entre otros centros habilitados, en el lado
vasco-navarro de la frontera.
Esos eran, entre otros (el gallego y el valenciano, por ejemplo), los caminos que
conducan a Miranda de Ebro a los varones en edad militar, a los diferentes
balnearios donde se decidi internar al personal civil (Molinar de Carranza, Sobrn,
Jaraba, Alhama de Aragn, Soln de Cabras, Arnedillo, Belascoain o Urberuaga de
Ubilla) y a las crceles para oficiales, civiles y muchas mujeres[28]. Y de estos
ltimos parta el camino de la expulsin. Del campo o balneario a Madrid, a
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de Asuntos Exteriores.
Una cesin y un prolegmeno, sin embargo, a todas luces insuficiente. La DGS,
dependiente del Ministerio de Gobernacin y, en ltima instancia, de Valentn
Galarza, no hizo sino poner pegas a la expulsin de extranjeros para ser enviados a
las colonias, donde la resistencia ante la ocupacin alemana tuvo un peso lgicamente
mucho mayor que en las metrpolis. Hasta tal punto lleg a bloquear el asunto, y
hasta tal punto no estaba clara la poltica (puesto que mucho de poltica interna y
externa haba en el tema de los refugiados) a seguir, que en agosto de 1942 el total de
internados belgas sumaba ya en Miranda la cifra de 409[34], segn sealaba el
delegado de la Cruz Roja belga en Espaa, G. Marquet. Las evasiones a Espaa no
cesaban y las expulsiones, ralentizadas y poco decididas, agravaban an ms la
situacin. De tal modo, y aunque no se dispongan de cifras fiables en todo el ao de
1942 hasta principios de octubre (cuando haba casi 1400 internos), puede suponerse
que la situacin de los refugiados en Espaa fue de mal en peor, vistas las
condiciones del campo descritas con anterioridad, y visto ante todo que, lejos de
descender (o de desaparecer, como se prometa a principios de 1941), su cifra iba
en aumento progresivo.
No fue sino a mediados de 1942 cuando las autoridades espaolas decidieron
reglamentar el problema de la entrada de refugiados en Espaa a travs de las redes
de evasin desde la Francia no ocupada. Para ello, la Asesora Jurdica Internacional
del MAE puso sobre la mesa una duda razonable, directamente relacionada con los
internados de Miranda ya que, adems de estar en edad militar, algunos eran
exprisioneros de los nazis escapados de campos de concentracin. La duda era si
stos, prisioneros de guerra que llegaban al territorio neutral espaol y que slo por
entrar recuperaban su libertad, haban de ser retenidos, impidiendo su salida, o bien
dejarlos libres. Generalmente se sostena que el pas neutral deba adoptar medidas
adecuadas para impedir que los soldados se incorporasen de nuevo a sus fuerzas,
pues ello equivaldra a cooperar indirectamente con el beligerante de cuyo ejrcito
forman parte dichos asilados. En cambio, abunda la doctrina en que el pas neutral
no puede retener a los prisioneros de guerra que se han refugiado en su territorio,
cuando no se proponen permanecer en l y tratan de salir a continuacin[35]. Ese era,
exactamente, el caso de los soldados refugiados en Miranda, algunos de los cuales en
situacin moral y material sumamente precaria tras ms de un ao internados sin
saber cul iba a ser la solucin, como en el caso de los franceses[36]. Otros,
solicitando salir de Miranda para ir a las colonias, como el caso de los holandeses que
declaraban querer continuar la lucha contra Alemania y que eran entregados al
canciller de la legacin de los Pases Bajos, Panhuys.
Actuaciones como esas motivaron las quejas de la Embajada alemana en Madrid,
que vea un acto de beligerancia contra el Reich el que ejerciesen en Espaa las
antiguas representaciones diplomticas de los Estados ocupados, as como que el
contrabando ilegal de hombres en Espaa, cuando afectaba a individuos de
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Miranda era muy alto, por mucho que se asegurase en el campo que quien no quisiese
ser enviado a Polonia podra quedarse en Espaa, en situacin de internamiento.
Internamiento cuyas condiciones empeoraron gradualmente hasta noviembre de 1942,
y desde esta fecha de forma drstica, con la ocupacin total de Francia por parte del
Tercer Reich. As, el estado de poblacin de Miranda de Ebro en octubre de 1942 era
el que puede observarse en el siguiente cuadro, donde los gubernativos eran los
enviados a Miranda por parte de la DGS por indocumentados (al igual que los
indeseables); refugiados eran los que procedan directamente de las comisiones
de fronteras; y prisioneros eran los miembros de las BB. II., sujetos an a
procedimientos judiciales[49].
Esta norma se vio completada con una todava ms relevante si cabe, por cuanto
sentaba al fin la tendencia neutral de Espaa con respecto a este problema, as como
el deseo de no hacer de los refugiados un motivo de queja por parte de los aliados. De
tal modo, en enero de 1943 se decidi que los franceses que no deseasen regresar a
Francia, cualquiera fuese su edad o condicin, seran entregados a los representantes
de la CRI, as como los checos, polacos, yugoslavos o aptridas (judos) no en edad
militar. No cabe duda, en este sentido, que las expulsiones del territorio nacional de
extranjeros estaban as determinadas tanto por una normativa ms benigna y cercana
a los pases aliados, como por una incontrolable situacin interna en el campo de
Miranda, donde el mximo susceptible de internamiento (1500 personas) se haba
superado largamente ya a finales de diciembre de 1942, cuando los internos sumaban
entonces ms de 3500.
Y es que, si creemos las notas que algunas embajadas remitan al MAE con
informacin obtenida en el mismo campo (y en principio no cabe dudar de ellas, ya
que determinaron las obras de mejora a las que ms adelante se hace alusin), en
Miranda haba slo un grifo de agua potable; slo tres de las dieciocho duchas
existentes funcionaban, y slo durante una hora y media; los pilones para lavar ropa
no tenan agua; haba treinta y seis retretes increblemente primitivos y sucios y los
recin construidos estaban al lado de las cocinas; no exista la cuarentena para los
nuevos llegados y stos no eran vacunados contra el tifus o la viruela; no se aislaba a
los enfermos contagiosos; los cocineros, las cocinas y sus utensilios estaban muy
sucios; no haba medios para calentar las barracas los internos improvisaban
estufas con latas vacas ni luz en las calles del campo[54]. Y, con ello, Espaa
contravena los mandatos internacionales, como recordaba Samuel Hoare a Gmez
Jordana (si bien reconociese que no era responsable por acontecimientos sucedidos
antes de ocupar su cargo) no slo en lo que en ese momento ms le preocupaba (el
trato injusto a aviadores y marinos britnicos), sino tambin en lo relativo al
internamiento de prisioneros de guerra. Supuestamente evadidos de campos de
prisioneros nazis, quedaban libres al acceder a un territorio neutral, pero en Espaa
no se entregaban visados de trnsito y salida del pas, en contraste deca con el
trato dispensado por las autoridades espaolas a los alemanes en edad militar, a
quienes se permita entrar y salir de Espaa sin obstculo ni estorbo. En particular
[contrastaba] con el permiso otorgado a unos 120 miembros de la Comisin de
Armisticio alemana de frica para su repatriacin por territorio espaol, a pesar de
ser combatientes de edad militar y habiendo efectuado su salida del frica francs
[sic] en lucha con el empleo de ametralladoras[55].
Evidentemente y como puede observarse en el siguiente cuadro, el nmero de
internos creci sustancialmente con la ocupacin nazi de la Francia libre[56]. En datos
tanto absolutos como relativos, el crecimiento fue enorme, en particular en el grupo
estadounidense (multiplicado por 15,2), francs (por 9,8), canadiense (por 4,1) e
ingls (por 3,8). De todos modos, en trminos absolutos belgas y polacos seguan
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Hay que tener en cuenta, por otra parte, que Miranda empez a ser considerado
un centro de reunin para proceder a las entregas de prisioneros a las
representaciones de sus pases. Esto es, que muchas fueron las legaciones que
solicitaron el traslado de sus nacionales al campo de Miranda para centralizar all las
repatriaciones, como en el caso de 175 extranjeros encarcelados en Pamplona que a
mediados de diciembre de 1942 fueron trasladados al campo burgals por orden de la
DGS. Ese proceso, de tal modo, se uni al hecho de que llegaban casi todos los das a
Miranda refugiados provenientes de Francia. Solamente la segunda quincena de
diciembre fueron ms de quinientos, con lo que a primeros de enero ya haba unos
3500 internados, hacinados en los 26 barracones existentes, con capacidad cada uno
slo para cien personas[57]. La aglomeracin de personal, se sealaba por parte del
Ministerio del Ejrcito, creaba posibilidad de enfermedades y contagios, sin ser
posible separar a los enfermos por falta de espacio y por no contarse con lugares
especficos. Hasta tal punto haba empeorado la situacin, ya de por s complicada,
que los escoltas tuvieron que alojarse en tiendas de campaa, en un campamento
anejo al campo.
El adjetivo que pasaba por todas las mentes a la hora de explicar la situacin era
el mismo: crtica. Gmez Jordana fue todava ms explcito, al enfrentarse a Blas
Prez, ministro de Gobernacin de quien dependa que no se concediesen permisos de
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trnsito o permanencia en Espaa: haba que cortar en seco las detenciones que
agravasen el ya espinossimo problema de los internados en Miranda de Ebro, sobre
todo cuando se trata de personas que viven normalmente en su familia y se pretende
sacarlas de ella para llevarlas a un campo de concentracin. El problema especfico
motivo del enfrentamiento fue el de la detencin de extranjeros que viviesen y
tuviesen sus familias en Espaa. Pero es que, aseguraba, el de los concentrados en
campos estaba siendo motivo de escndalo en todo el mundo[58].
Las soluciones inmediatas, sin embargo, no ayudaron a acallar las voces en contra
del rgimen franquista por su trato a los refugiados porque, si bien se obtuvo la
liberacin a principios de enero de los internos mayores de cuarenta y menores de
dieciocho aos, la consecuencia directa de ello fue la huelga de hambre de una
semana, que dio una publicidad inusitada a las graves condiciones por las que se
pasaba en Miranda de Ebro y, en particular, por las que pasaban grupos nacionales
como los polacos. Dada la urgencia de disminuir el nmero de personas acumuladas
en el campo, se haca necesario habilitar otros donde trasladar a los que no caban y,
en particular, a los jefes y oficiales de los ejrcitos aliados, para que pudiesen vivir
en el nivel que por su condicin social les corresponde. Y, sobre todo, era necesario
abrir la espita del internamiento, para lo cual se decidi la expulsin de los que no
estuviesen en edad militar (484 mayores de cuarenta y 103 menores de dieciocho
aos, con una amplia mayora de polacos, 188 en total) y de los intiles para la guerra
(26), ayudndoles en cambio en lo material para que no cayesen en la rbita de
organizaciones internacionales de existencia conocida y poco conveniente desde el
punto de vista poltico o internacional, o constituirse en elementos maleados o
indeseables.
Tambin desde esas fechas, los civiles con medios seran destinados a hoteles y
residencias, y los que no los tuviesen, a establecimientos penitenciarios; los jefes y
oficiales, a la nueva residencia en Jaraba (Zaragoza). Y, lo que era ms importante, se
llegara a la conclusin de que el internamiento no tena una base jurdica slida, por
lo que se habra de acceder a cuantas peticiones se realizasen por parte de los pases a
los que perteneciesen los internados. Mediando, eso s, una prueba de amistad con
Alemania en forma de recrudecimiento de la vigilancia fronteriza, se reconoca que
si se consigue escapar de su vigilancia y de la nuestra, como no es dable
jurdicamente sentar el principio de internamiento de quienes se hallan en este caso,
nos veremos en la necesidad de acceder a las peticiones. Motivo este que devino en
la progresiva entrega de extranjeros, en primer lugar para solventar el problema de
habitabilidad del campo de Miranda, y en segundo lugar para declarar casi por fin (a
tal punto se llegara en marzo de 1943) la neutralidad proaliada en el tema de los
refugiados[59].
La liberacin, empero, de los refugiados fuera de la edad militar a principios de
1943 provoc entre los soldados polacos un fuerte sentimiento de abandono que se
convirti, desde el da 8, en una de las situaciones ms graves por las que se pas en
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Miranda (a lo que se dedica particular atencin, aunque empiecen por estas fechas a
aparecer refugiados en todas partes: Girona, Lleida, Barcelona, Pamplona o
Zaragoza, por ejemplo) como los 229 franceses que deseaban, mayoritariamente,
llegar a Argelia, Rabat y Casablanca, dejando en una porcin minscula a los que
queran volver a la metrpoli. Como los 217 ingleses de enero y los 150 de febrero,
donde empezaban a mezclarse los prisioneros britnicos y los supuestos canadienses.
Como los 22 estadounidenses, cuyas autoridades consiguieron, adems, que se
concediese la libertad a 500 franceses para que fuesen trasladados a Sevilla. Como
los diez yugoslavos, cuyas expulsiones tramitaba Lyoubicha Vichatzky, encargado de
negocios de la Legation Royale de Yougoslavie, quien albergaba a los liberados en su
propia casa de Madrid. Como los 20 checoslovacos, uno de los cuales (Josef Fusch)
hubo de ser internado directamente en un manicomio, por haber perdido la cordura en
el campo. O como los 30 holandeses solicitados en Miranda, destinados a embarcarse
en los vapores Cabo de Hornos y Marqus de Comillas, entre los que estaba un
interno, Beekmans, enfermo de tisis en ltimo grado, enfermedad empeorada por las
psimas condiciones en que los internados se encuentran, ya que estn hacinados
materialmente en los barracones, un foco de infeccin para los dems internados[64].
Se tardara an, empero, para que las expulsiones del pas hacia territorios aliados
adquiriesen algn grado de automatismo. La Espaa de Franco era, en definitiva, un
rgimen basado en la victoria en la guerra civil sobre la Repblica, y eso les mantena
siempre en constante alerta ante posibles intentos de los republicanos exiliados que,
unidos a franceses disidentes y amparados por agencias patrocinadas directa o
indirectamente por los consulados de los pases beligerantes aliados (agencias de las
que se hablar en breve), trataban de hacer pasar a cientos de refugiados al territorio
nacional hasta llegar a contactar con los representantes ingleses o
norteamericanos[65]. El tema de los refugiados era un factor desestabilizador en el
cual se poda intuir un grado de riesgo para el poder franquista. Se comprobaba por
parte de la DGS, adems, que con la primavera en ciernes y el consiguiente deshielo
de algunos pasos pirenaicos la cantidad de evadidos haba aumentado
considerablemente, debido tambin al perfeccionamiento del sistema de guas y
passeurs hasta llegarse a evasiones casi en masa. Y todo ello, ante la peticin de no
mandar ms personal a Miranda, cuyo campo como hemos visto se encontraba
absolutamente saturado, estaba originando una situacin tambin de desbordamiento
en las prisiones de partido. De tal modo, convena tomar una decisin drstica:
mientras que se decida si cerrar o no la frontera a peticin de Alemania, fueron
liberados 210 franceses de Figueres, 298 de Barcelona (albergados en diferentes
hoteles o de la Crcel Modelo), 300 de Miranda y 43 de Jaraba. Y, al poco, fueron
puestos a disposicin de Boyer-Mas, el representante de la Francia libre y de la CRI,
franceses internados en Girona, Pamplona, Betelu, Huesca, Burguete, Ondarreta,
Madrid, Barbastro, Zaragoza, Jaca, Lecumberri y Murgia, hasta completar un grupo
de 1631 detenidos enviados a Cdiz para ser embarcados en los primeros vapores
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fletados por la oficina de enlace del gobierno Giraud (cuyo teniente coronel era Pierre
Malaise, la cual se ubicaba en las oficinas del agregado militar de Estados Unidos en
Madrid), con destino a Tnger[66].
Las quejas alemanas por ello no tardaron en llegar, obligando a Gmez Jordana a
realizar un sutil quiebro legal: dispuso que solamente se expulsasen extranjeros a
travs de Portugal, pas no beligerante, aunque a todas luces eso era entregar a los
aliados a sus soldados retenidos en Espaa. La idea que mova todo esto era la de
evitarnos complicaciones; pero sin embargo las complicaciones no tardaron en
llegar. As, las presiones del embajador Stohrer obligaron a tomar tambin la drstica
solucin de cerrar (por pocos das) la frontera pirenaica desde el 24 de marzo de
1943, pidindose a su vez el reforzamiento de las tropas en el lado francs y la
colaboracin de los alemanes para acabar con las redes de infiltracin clandestinas,
como la de la Seu dUrgell[67]. Las autoridades policiales alemanas, por su parte,
establecieron una zona de unos 30 kilmetros a lo largo de la frontera para impedir el
paso a cualquiera que tratase de atravesarla para llegar a Espaa. Pero todo eso
tambin dificultaba las relaciones con Alemania que, si bien no vio un enemigo en
Franco, s dispona de un nmero considerable de soldados apostados en la frontera
pirenaica. Jordana, abrumado por la presin aliada y nazi, opt temporalmente por
una solucin sencilla: intentar desvincular a Espaa del problema.
As, el cierre de la frontera en marzo de 1943 y la amenaza de expulsar a todos
los extranjeros responda a presiones alemanas y a la dificultad de mantener el
problema no ya de los refugiados sino, ante todo, de Miranda de Ebro. Con la excusa
de no poder atender a los refugiados como se deseara, y por las campaas
antiespaolas que los internos llevaban a cabo al salir del campo, en realidad el
anciano Gmez Jordana lo que estaba poniendo a las claras era la incapacidad
espaola para mantenerse en el dbil hilo de la poltica de estricta neutralidad, sobre
todo con 12 000 agentes nazis apostados en la frontera. Eso, sin embargo, suscit la
preocupacin de los aliados y, sobre todo, de Gran Bretaa y Estados Unidos. Esta
Embajada sealara Hayes ha sido asegurada por el MAE en varias ocasiones,
que el Gobierno espaol no devolvera refugiados de pases beligerantes u ocupados a
sus pases de origen o al territorio ocupado por el enemigo sin el consentimiento de
los interesados. Querra poder informar a mi Gobierno que esta poltica del Gobierno
espaol no ha sido modificada en grado alguno. Y, efectivamente, el cierre de la
frontera dur tan slo unos cuantos das.
Las protestas de Hoare y Hayes sirvieron para que Jordana diese marcha atrs y
se rescindiese cualquier tipo de orden de expulsin, buscndose nuevas salidas al
bloqueo de la situacin, en la cual internos de ms de dos aos de antigedad en el
campo se unan a los franceses recin llegados que huan del servicio laboral
obligatorio impuesto por los nazis, a las tropas aliadas en misiones tras las lneas
enemigas o huidas de campos de prisioneros, a los judos que optaban por escapar de
la deportacin. Este ltimo grupo, en particular, preocupaba a los agentes consulares
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Ebro y otros centros. E incluso a las quejas por la lentitud del proceso, ya que, por
ejemplo, los 600 internos de Miranda y Jaraba cuya libertad fue acordada en enero no
haban sido an, en marzo de 1943, puestos a disposicin de sus representantes
consulares[70]. Con todo, ese mes fueron expulsados del territorio nacional hasta 1003
personas pertenecientes a los pases en guerra[71]. Lo que se busc, a partir de
entonces, fue el automatismo en las liberaciones. Solamente actuando as podra
ponerse solucin al grave problema de orden interno y de poltica exterior cuya punta
de iceberg era el campo de concentracin de Miranda de Ebro.
Eso, en buena medida, prologaba la revisin de las normas de extranjera
promovida a finales de marzo y principios de abril de 1943, segn la cual y eso
significaba una gran novedad todos los franceses que no deseasen volver a la
metrpoli seran puestos a disposicin de la CRI, junto con los checos, polacos,
yugoslavos y aptridas. Adems, empezaba a tomar carta de legalidad la que acab
siendo la razn mayoritariamente aducida para conseguir salir del campo: la
liberacin de todos los prisioneros de guerra evadidos de campos de concentracin
(Frontlag y Stalag) en Europa. De tal modo, desde abril de 1943 las liberaciones de
los campos vendran sealadas por un nmero, significativo del tipo de norma
aplicada[72]:
1. Beligerantes en edad militar: a campo militar.
2. Militares profesionales: a campo especial.
3. Varones no en edad militar, mujeres con o sin nios, con medios o garantas econmicas: libertad
vigilada hasta su expulsin. Tambin miembros de pases no beligerantes (argentinos, irlandeses, portugueses,
suizos y turcos) cualesquiera sea su edad.
4. Extranjeros no en edad militar, sin recursos econmicos: a campos o prisiones de Gobernacin (DGS),
que al poco sera puesto en funcionamiento como tal (Nanclares de la Oca).
5. Franceses, considerados anteriormente no beligerantes por armisticio, desde la ocupacin angloamericana del Norte de frica adonde la mayora quiere ir, si no quieren volver a Francia: se les declarar
beligerantes, aplicndoseles las mismas normas. Los que estn en libertad por habrseles considerado hasta
ahora no beligerantes, se les pedir salir por frontera portuguesa, entregndose a la CRI.
6. Checos, polacos, yugoslavos y aptridas no en edad militar: entrega a CRI, permaneciendo en campo
hasta que sta se haga cargo segn las normas 3-4. Los de edad militar, igual que los beligerantes. Como
aptridas se considerara a los internados de territorios ocupados sin representacin diplomtica en Espaa,
como checos, polacos, estonios; los que recusan su nacionalidad legal y no desean ponerse a disposicin de
las autoridades que representan actualmente en Espaa a los pases de procedencia (austracos que no
reconocen el Anschluss, checos y eslovacos que no reconocen el protectorado del Reich en Bohemia y
Moravia); aquellos a quienes por disposicin de orden racial se les haya desprovisto de nacionalidad: entrega a
CRI.
7. Prisioneros de guerra evadidos de campos de concentracin, segn el art. 13 del Convenio de La Haya,
independientemente de su nacionalidad: libertad vigilada y expulsin.
8. Religiosos: entregados a sus rdenes religiosas.
9. Enfermos graves: a Beneficencia si no tienen medios econmicos.
10. Los que tuviesen residencia en Espaa antes de 1939: libertad vigilada si cumplen con norma 3.
11. Todos los mdicos: libertad.
gracias a la energa de las Autoridades espaolas que estaban dispuestas a dar una
interpretacin favorable a dichos preceptos a favor de las naciones aliadas. As, 170
ingleses salieron de facto en marzo, reclamando adems la Embajada britnica a 381
internos ms, canadienses y polacos incluidos, as como a 76 del balneario de Jaraba;
23 fueron los estadounidenses reclamados y liberados a principios de abril; 52
holandeses salieron de Espaa, tanto por Portugal como desde el puerto de Cdiz,
justo antes de solicitar la entrega de los 72 que quedaban en el campo. Y, por su parte,
Blgica reclamaba a los 251 que, segn sus clculos, se haban escapado de campos
alemanes para ir a parar a Miranda[73]. Hasta agosto, Boyer-Mas consigui embarcar
a cerca de 4000 refugiados franceses rumbo al Norte de frica.
El incremento, sin embargo, de las peticiones de internos no significaba por
fuerza que fuesen inmediatamente liberados, ni mucho menos. Muchas veces pasaban
varios meses hasta que se consegua la liberacin de facto y, por eso, es complicado a
veces distinguir en la documentacin entre peticiones de libertad y concesiones de las
mismas. El proceso, a grandes rasgos, era el siguiente: el consulado del pas del
interno o la CRI, segn los casos, solicitaba la liberacin al MAE alegando alguna de
las variables antedichas. Despus, el caso era examinado por el Ministerio del
Ejrcito y, si la libertad se conceda, pasaba a la DGS para tramitar los permisos y
visados de trnsito o permanencia. Entonces, haba que esperar a que los responsables
del interno se hiciesen cargo de l en Miranda, para trasladarlo generalmente a
Madrid, en espera de formar un grupo para la expatriacin. sta, por fin, se realizaba
varios meses despus del primer paso, por la frontera portuguesa o por puertos
andaluces (Cdiz, Mlaga, Algeciras) hacia el Norte de frica. Aunque tambin
existan mtodos ms expeditivos. Como dijera Paul Lang, agente consular francs
que llevaba treinta aos en Espaa y conoca las costumbres, el modo ms fcil de
salir del campo era a base de pesetas: una acusacin de corrupcin que fue
investigada por las autoridades franquistas ya que constitua una ofensa para el buen
nombre de Espaa y sus Autoridades. El resultado de la investigacin se desconoce.
No a travs de la corrupcin sino gracias a las gestiones inglesas, salieron a
finales de abril del campo de Miranda 303 ingleses, cuatro australianos, un escocs,
quince sudafricanos y nada menos que 685 canadienses. En estos envos, adems, se
contaban prisioneros internados en greda (Soria), Almazn, Jaraba y diferentes
prisiones provinciales. Y se tramitaban adems las expulsiones de ms grupos
nacionales con preferencia, por ser los ms numerosos, de holandeses,
norteamericanos y belgas[74]. Aunque, sin lugar a dudas, el grupo nacional ms
favorecido por la poltica de expulsiones al Norte de frica fue el francs. Y no slo
el de Miranda, sino sobre todo los retenidos en Deva (se liber a 139), Cestona (a
237), Molinar de Carranza (a 119), Madrid (a 166), Zarauz (a 241), la Tabacalera de
Santander (a 107), la prisin de Capuchinas de Barbastro (a 30), Zumaya (a 38),
Caldas de Malavella (a 404), Barcelona (a 603) y Pamplona (a 41)[75]. De hecho, tan
saturados estaban los centros de detencin y concentracin, que lleg a solicitarse la
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7
Crnica de un largo final. Refugiados, nazis y
colaboracionistas
1944-1947
puo y letra una carta a Asensio, titular de Ejrcito, para felicitarle por las
reedites obras de mejora y acondicionamiento realizadas en Miranda de Ebro. El
campo, para el anciano militar, poda presentarse como modelo para toda Europa. Sin
embargo, instaba a no darles demasiada publicidad y a mantener callada la labor
humanitaria que all se realizaba. Poco antes el coronel jefe del campo, Luis Molina
Gonzlez, haba acompaado a diferentes agregados militares de naciones
beligerantes con internos en el mismo en una visita que, a juicio del coronel
Capdevila, responsable por parte del Ministerio del Ejrcito, haba sido un xito.
Tanto la comida en el cine del campo como el paseo posterior, hablando con cuantos
internos se acercaron, haban convencido a los agregados de las condiciones del
campo, segn sealaba La Voz de Espaa el 22 de noviembre de 1943[1].
El objetivo de estas visitas, que tuvieron incluso cobertura flmica, era acabar con
la leyenda negra que rodeaba al campo. As, el general Yage, capitn general de la
6. RM, haba recibido en Burgos el 22 de noviembre a los agregados militares de
Estados Unidos, Gran Bretaa, Italia y Chile y, al da siguiente, a los de Japn,
Bulgaria y Finlandia. Sin embargo, detrs de la fachada de satisfaccin y elogios por
las reformas acometidas en el campo de que se han hecho eco algunos trabajos (ms
bien falseadores de la realidad) exista una profunda preocupacin, hasta el punto de
solicitarse que no se realizasen ms visitas oficiales. Y es que, cuando subido al
estrado delante de los gigantescos yugo y flechas que presidan la explanada principal
del campo, monseor Boyer-Mas, que acompaaba a los visitantes, haba dirigido la
palabra a sus compatriotas franceses, stos haban recibido sus palabras con risas
irnicas y silbidos de desaprobacin.
La frase que haba desencadenado la hilaridad se refera a la gratitud que todos
[deban] a la generosa y humanitaria Espaa, que el religioso hubo de repetir a gritos
para acallar las risas. Por otro lado, ninguno de los representantes aliados haba tenido
durante la visita la menor frase de elogio ni para las instalaciones ni para el trato
humanitario recibido por los internos. Los representantes del Eje, en cambio, s se
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libertad durante todo el da para dedicarse a la lectura, deportes, etctera sin que se
les obligase a efectuar ninguna clase de trabajo, teniendo adems para su recreo una
magnfica piscina y cine sonoro. Las condiciones higinicas son inmejorables, como
lo prueba el hecho de que slo ha habido que lamentar cinco defunciones[3].
Admirablemente instalado con alojamientos amplios, dos pabellones para oficiales,
buena enfermera, 32 duchas, agua abundante, mquinas de desinfeccin de ropas,
con alimentacin excelente dando carne a diario en el almuerzo y comida, nada
apuntaba a que pudiese hacerse crtica alguna al tratamiento de los refugiados. En la
mente, sin embargo, de los aliados estaban an las duras condiciones de vida sufridas
antes del verano de 1943.
Las reformas a las que se hace mencin fueron realizadas durante ese perodo
estival, si bien no estuvieron listas antes de noviembre. Ante todo, se centraban en
tres aspectos fundamentales para la vida interna del campo: higiene, seguridad e
imagen al exterior. En el primer caso, antes del verano de 1943 solamente funcionaba
en todo el campo una fuente con un solo cao, con un lavadero no utilizable, frente a
la cual los internados deban esperar horas y horas para poder beber. Consecuencia de
la escasez de agua, adems, las duchas no funcionaban prcticamente, ni tenan agua
las letrinas formndose verdaderas masas de excrementos. La condicin higinica
de los internos, como puede suponerse, era ms que deficiente ante tal situacin y
teniendo en cuenta la gran acumulacin a la que se lleg en el primer semestre de
1943. Para solventar esta enorme carencia se construy una pequea presa en el ro,
el depsito de aguas an hoy visible en el permetro del campo, varias fuentes de
cuatro caos y la canalizacin hacia las letrinas nuevas y antiguas, con lo que,
adems, pudo usarse la piscina, los lavaderos, las duchas, ponerse en funcionamiento
peladoras automticas de patatas la fuente primordial de alimentacin y regar
rboles y jardines[4].
Un aspecto este ltimo que entroncaba con el deseo de dar una imagen exterior
del campo de Miranda alejada tanto de la suya propia hasta haca bien poco, como de
la de los campos de prisioneros extendidos cual sofocante manto por toda Europa,
contribuyendo adems mediante la habilitacin de servicios no gratuitos a una
economa concentracionaria potencialmente deficitaria. Y que tuvo como
consecuencia directa, facilitada por el descenso del nmero de internos, la
habilitacin de uno de los barracones como cine previo pago de una peseta
donde se proyectaban pelculas cedidas por la Embajada norteamericana revisadas
previamente por el jefe del campo; adems, la instalacin de una cantina, con la que
se consigui mejorar la verdaderamente catastrfica situacin econmica del
campo, hizo desaparecer la entrada clandestina de productos y consigui mejorar la
situacin general ya que, de tal modo, los internos con dinero podan comprar jabn,
tabaco, fruta, ropa, calzado o comida; jams alcohol[5]. As, entre los ingresos del
cine y la cantina pudieron acometerse las obras del cine (80 000 pesetas) y de aguas
(100 000 pesetas).
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guerra evadidos de campos en Europa (norma 7), los intiles para la guerra (norma
9), los religiosos (norma 8), los refugiados civiles y los extranjeros que residan en
Espaa antes de 1939 (norma 10) y los mdicos (norma 11) tenan asegurada la
libertad, como se ha visto en el captulo anterior. Por eso, una vez que esto fue puesto
en conocimiento de los encargados de las redes de evasin a Espaa y tramitacin de
los expedientes de expulsin, empezaron a hincharse inusitadamente los incluidos en
la norma sptima: al carecerse de documentacin que acreditase la situacin de los
refugiados a su llegada a Espaa, las autoridades franquistas hubieron de creer por
sistema sus declaraciones. Era el nico camino para no repetir la aglomeracin de
1943.
De tal modo, 339 internos de diferentes nacionalidades fueron sacados de
Miranda mediando tan slo la declaracin de haber sido internados previamente en
campos de prisioneros alemanes entre enero y febrero de 1944, resultando el grupo
ms numeroso junto a 22 expulsados ms[7]. Desde estas fechas la jefatura de
Miranda enviara al MAE los listados completos de liberados del campo, que como
puede observarse seran cada vez menores, en primer lugar gracias a las expulsiones
masivas de la segunda mitad de 1943 y, en segundo lugar, por el progresivo descenso
del nmero de evadidos a Espaa. En marzo salieron del campo 105 internos por
resultar prisioneros de campos alemanes, y en abril, 101 por la norma sptima de
actuacin, adems de siete judos, tres polacos y un griego, entregados a la CRI. En el
mes de mayo, con la liberacin de un total de 193 internos, volvi a aumentar el
ndice de expulsiones de Miranda, a las que haba que sumar las tambin ya
cotidianas de los balnearios de Urberuaga, Caldas o Molinar de Carranza, as como
de Madrid, Barcelona, Lleida y de diferentes penales a lo largo de la Pennsula. Por
muchos de estos centros la Representation in Spain of American Relief
Organisations, a cargo del Assistant Chief of Mission M. W. Beckelman, haba hecho
circular cuestionarios en ingls, alemn, italiano y francs para que los internos
solicitasen el traslado al campo cercano a Casablanca, donde podran trabajar para
sufragar gastos y gozar de una vida normal y agradable. Las quejas alemanas ante
lo que consideraban un abuso, ya que no eran slo los refugiados beligerantes sino
tambin los propios alemanes quienes abrazaban posibilidades como sas, no eran ya
suficientes para detener el flujo de refugiados al Norte de frica a cargo de los
aliados para dotar de brazos y soldados al Comit Francs de Liberacin Nacional[8].
Para entonces, haca ya unos meses (el 25 de julio de 1943) que el gobierno
fascista de Mussolini haba cado, forzado por la invasin aliada del verano de 1943
en Sicilia y llegndose al armisticio el 8 de septiembre. Desde 1944 Italia estara
representada en Espaa por dos legaciones, la Embajada Real y el cnsul de la
Repblica Social Italiana de Sal Eugenio Morreale (cuyo representante de Cruz Roja
era Gianni Zueco), que se disputaran la gestin de la liberacin, ante todo, de los
ms de mil indisciplinados marinos llegados a costas espaolas en enero, en su
mayora nufragos del acorazado Roma tambin de Impetuoso y Vivaldi: estos
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de Carranza, para facilitar los traslados y liberaciones (este ltimo estaba situado
sobre la lnea frrea y, adems, reuna mejores condiciones de vida y habitabilidad, al
albergar tan slo a unos 200 internos). Cabe sealar, adems, que la peticin de
traslado se vio acompaada de las quejas por parte de los franceses, quienes
sealaban que Urberuaga se haba convertido en un autntico campo de
concentracin, donde no podan salir de los lmites del hotel que les estaba asignado,
y adonde se les trasladaba con grilletes, encadenados o esposados. De hecho, la
misma DGS hubo de reconocer que todos los traslados se hacan de esa forma, a
excepcin de los de los jefes y oficiales, por motivos de seguridad y siguiendo las
normas de la Comandancia de la Guardia Civil. Se haban dado casos de evasiones y
fugas que incluso haban acabado, tras la tramitacin de un expediente informativo,
con la expulsin del cuerpo de varios agentes. Por ello, se deca, los traslados se iban
a mantener en la forma establecida. Fuesen franceses civiles o militares, alemanes o
polacos, todos se hallaban en situacin irregular en la Espaa de Franco y, por ello,
haba que extremar las precauciones[10].
No obstante, y aunque todo apuntaba a que la poltica oficial establecida por el
MAE para con los refugiados era claramente aliadfila, la seguridad interna del pas y
la discrecin propagandstica seran los ejes de la poltica concentracionaria hasta el
final de la guerra mundial. De Miranda salieron en mayo, en grupos cada vez ms
reducidos, 193 internos; y en junio, tan slo 87, todos ellos evadidos de campos
alemanes. De hecho, desde este momento prcticamente todos los expulsados lo sern
siguiendo la norma 7, la de no permitir el internamiento a prisioneros de guerra
evadidos que, al entrar en territorio neutral, recobraban inmediatamente la libertad.
Prcticamente, pero ni mucho menos todos: tambin desde mediados de 1944 se
inici la poltica de internamiento en Nanclares de la Oca, un dursimo campo
dependiente de la administracin civil de la DGS puesto en funcionamiento para
espaoles considerados oficialmente indeseables y que tambin lo fue para los
extranjeros toda vez que, decretada su liberacin y expulsin de un campo franquista,
se negasen a abandonar Espaa lo que tambin les daba carta de indeseables.
En julio de 1944, y segn una nota inglesa, haba en Nanclares un grupo de 27
prisioneros extranjeros, incluyendo cierto nmero de aptridas, para nada
diferenciados de los 800 criminales espaoles y sometidos a un rgimen de
extrema dureza, sin cumplir, a diferencia de los espaoles, algn tipo de pena en el
campo[11]. Los huspedes molestos y peligrosos, aventureros contumaces de la
desobediencia segn las autoridades franquistas, estaban detenidos por sus
actividades contrarias al Nuevo Estado y slo una medida enrgica poda dar fin a
ese estado de cosas. Una medida como el internamiento disciplinario que traa
aparejado el trabajo forzoso en la cantera aneja al campo, ncleo de accidentes
laborales, y un trato despiadado de los guardas. A fin de cuentas, como se recordaba
desde la DGS, tampoco las representaciones diplomticas tenan especial inters en
recibir a muchos de ellos, delincuentes comunes o encerrados por delitos polticos.
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De tal modo, la expulsin sugerida de Espaa no fue aceptada tan siquiera por Gran
Bretaa, alargando una situacin que ira an ms all de 1947, tras el cierre de
Miranda de Ebro.
Ni Gran Bretaa, ni Italia: los once italianos internados en Nanclares de la Oca en
agosto de 1945 por no haber accedido a la expulsin del territorio nacional pronto
protagonizaron un suceso de alta gravedad que puso en serias dificultades las
relaciones diplomticas entre el gobierno Badoglio y Franco. Y es que los extranjeros
estaban obligados a desarrollar un dursimo trabajo forzoso en la cantera de piedra, en
condiciones deplorables tanto por la insuficiente alimentacin como por el
tratamiento disciplinario. Ms un centro penal aunque sin pena judicial precedente
que de detencin preventiva, los internos, efectivamente, aparte de por no haber
accedido a la expulsin estaban en Nanclares por tener ideas subversivas o, como
en el caso de Martino Raimondo, por pertenecer a la masonera. Esto es, que no se
trataba en muchos casos de refugiados de guerra que hubiesen violado la orden de
expulsin sino de indeseables a nuestra Causa, penados sin pena incluso por delitos
de filiacin poltica derivados de las duras leyes penales de la guerra civil y la
posguerra, as como por delitos contra la moral pblica y por conductas privadas
descarriadas o amorales[12]. De manera abusiva, por tanto, se les mantena
sometidos a un rgimen de trabajos forzosos por pertenecer, en su carcter de
indeseables, a la administracin civil del Ministerio de Gobernacin.
Hasta el papa lleg a interesarse por la situacin de los internos de Nanclares. Y,
desde luego, a tenor de las noticias que existen sobre la vida en ese campo, caba
preocuparse. En cierta ocasin el comandante jefe del campo haba golpeado y
abofeteado a tres italianos, Bruno Zito, Nicola Capo Barata y Andrea Iorio en
presencia y con ayuda de los vigilantes, incautndoles adems las modestas sumas de
dinero enviadas por diferentes asociaciones benficas. Despus encerr a dos de ellos
por hablar de poltica, hasta que uno inici una huelga de hambre, y lanz
peroratas a los entonces (octubre de 1944) 45 extranjeros dicindoles que el dinero
recibido por las embajadas italiana o norteamericana era dinero de Satans,
amenazando despus con fusilarlos a todos. Segn sealaba un testigo en carta
annima a la legacin italiana, el mdico encargado de la enfermera, alemn,
rehusaba intencionadamente reconocer las enfermedades de los internos, de manera
que eran obligados a trabajar de todos modos, aun cuando la debilidad era extrema.
La versin oficial, sin embargo, era bien otra: el trabajo en la cantera se realizaba
para evitar la ociosidad de los internos, indeseables para la patria, a los que ni tan
siquiera sus propios representantes diplomticos deseaban ayudar. La disciplina haba
de ser severa, porque desde haca unos meses se realizaba propaganda subversiva
contra el rgimen, granjendose as la antipata y animosidad de los espaoles. Lo
que ocurra, en definitiva, era que muchos de los extranjeros [eran] ambulantes,
incontrolables de toda especie, que no ha[ba]n trabajado nunca y que muchos de
ellos formaron parte de las Brigadas Internacionales del Ejrcito Rojo[13]. Sin
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embargo, el escndalo internacional lleg a ser tan maysculo que Franco hubo de
suprimir, segn se dijo a raz de las protestas italianas, el castigo de ltigo en
crceles y campos y mandar a crceles a 55 internos que llegaron a amenazar con la
huelga de hambre. Era ya 1945 y varios sucesos de extrema gravedad haban
ensangrentado an ms si cabe la historia concentracionaria franquista: tras la evasin
y posterior captura de un italiano, Alfonso de Bernardis, haba sido atado a un palo y
apaleado salvajemente, resultando con lesiones en todo el cuerpo, heridas en la
cabeza y la fractura de una pierna. Precariamente curado, haba debido volver al
trabajo en la extraccin de piedras. Debido a las quejas de varios compatriotas, uno
de ellos, Bruno Zito, fue azotado en trax, piernas y cara durante veinte minutos
hasta perder el sentido por varios vigilantes y, segn la versin italiana, por el
mismo comandante del campo, Andrs Gonzlez Garca, quien adems no haba
dejado entrar a un empleado del vicecnsul italiano en Bilbao a investigar en el
campo porque de tal modo habra perdido el prestigio ante los Agentes de
Polica[14].
El trato inhumano, las palizas, las arbitrariedades, el robo de dinero por gastos
de captura, por otro lado, no eran hechos puntuales sino que eran constantes; toda
una poltica oficial para con los internados indeseables que empezaba con la
arbitrariedad de la detencin sin juicio ni pena, segua con el sometimiento al trabajo
forzoso y terminaba con el desprecio a los mtodos mnimamente humanitarios.
Respecto al segundo punto, el del trabajo en la cantera de piedra, este era sin duda
desarrollado sin las ms mnimas condiciones de seguridad. Tanto era as, que el 9 de
abril de 1945 ocurri un grave incidente al estallar una mina mientras se hallaban
cerca varios internos y obreros libres contratados en el tajo, ocasionando nueve
heridos graves. Entre ellos estaba De Bernardis, convaleciente an de la fractura de
tibia sufrida por los golpes. Las deficiencias sanitarias se pusieron de relieve,
tardndose varias horas en atender a todos los heridos. No obstante, en el informe
oficial la gallarda e hidalgua espaolas volvieron a salir a la luz: amparndose
en el hecho de que un polica armado del campo haba sido herido con carcter leve,
el embajador italiano hubo de leer que siguiendo una tradicin tan espaola que ante
la desgracia no distingue entre el preso y su guardin, ni entre el nacional y el
extranjero la gestin del accidente haba sido excelente: el ltimo en ser atendido
haba sido, precisamente, el polica.
Esta incursin en el campo de Nanclares da buena cuenta de las diferencias,
podramos decir arbitrarias, existentes entre diferentes campos y, en particular, entre
los del Ejrcito y los de Gobernacin. Mientras los primeros, con una larga
trayectoria de gestin a sus espaldas, trataban de superar las dificultades implcitas en
la poltica franquista para con los internados (detencin y espera de expulsin), los
segundos tomaron el testigo de las brutalidades, las palizas, las torturas y los malos
tratos que tambin durante la guerra civil y la posguerra haban detentado algunos
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todos la residencia en Espaa para evitar ser devueltos a Blgica. Lo que s era cierto
es que muchos instrumentaron su catolicismo y el anticomunismo del rgimen de
Franco para tratar de obtener un trato benvolo. As, Mariano Puigdollers, director
general de Asuntos Eclesisticos, llegara a escribir a Doussinague sobre la necesidad
de dar libertad a los excelentes patriotas y catlicos de convicciones profundas
que, por haber colaborado con el rgimen de Ptain y con los ocupantes alemanes, se
vean ahora en busca de refugio en la catlica Espaa, cuyo religioso corazn
encontrara a buen seguro el eco caritativo. Doussinague escribira a lpiz: darles
facilidades. Ayudar a los 20 franceses colaboracionistas internados en Miranda de
Ebro, a los cuales no asista ningn gobierno, era no slo posicionar al gobierno
franquista frente a las terribles depuraciones en Francia[23]; era, ante todo, afirmar su
frreo anticomunismo. Por ello, por primera vez se comenz a hablar de los internos
en Miranda como pobres hombres con temor a ser canjeados, a quienes se
permitira ganarse honradamente la vida en Espaa.
Y, seguramente, el temor era lo que invada la mente de los franceses huidos a
Espaa desde septiembre de 1944. Sobre todo, cuando desde julio de 1945, acabada
ya la guerra en Europa, el Gobierno Provisional de la Repblica Francesa comenzase,
conforme a las reglas del derecho internacional, a solicitar la repatriacin de todos
sus sbditos internados en los campos franquistas. Ganarse la vida, sin embargo, era
lo que solicitaban constantemente desde Miranda de Ebro: entre ellos, y tambin
reclamado en julio de 1945, estaba Jean-Henri Wulfstat (alias Joe Carson), quien
deca ser campen mundial de lucha libre (Catch as Catch can) y que lleg a ser
famoso en el campo y en la localidad de Miranda de Ebro. No deseaba volver a
Francia, sino enfrentarse a los campeones espaoles de lucha libre y ganar dinero.
Las solicitudes de repatriacin, de hecho, no surtieron en principio demasiado efecto:
a principios de agosto, en Miranda continuaban exactamente los mismos franceses,
16, aunque ya casi todos haban accedido a ser devueltos a su pas, toda vez que ni la
DGS ni las legaciones diplomticas pusieron demasiadas facilidades para que
permaneciesen en Espaa o para ser liberados del campo.
Por otro lado, la situacin poltica para Franco no era especialmente ventajosa a
finales de 1944, y eso afect profundamente a su poltica concentracionaria. Aunque
el intento de invasin del Valle de Arn por parte del maquis comunista haba sido
repelido, ste haba sido, entre otras cosas, ideado para recordar las connivencias
ideolgicas, polticas y sociales, presentes y pretritas, de Franco con las potencias
del Eje. Desde principios de 1945 y, en particular, desde que el 28 de abril se
conociese la fotografa de Mussolini y Clareta Petacci colgados en Miln, Hitler se
suicidase el ltimo da de ese mes en su bnker de Berln, y el 8 de mayo el almirante
Dnitz firmase las formalidades de la rendicin alemana, poniendo fin a la segunda
guerra mundial en Europa, la mayor preocupacin para con los refugiados de las
autoridades franquistas fue la de tratar de clausurar el campo de Miranda de Ebro.
ste era un smbolo de las dificultades puestas por la Espaa de Franco a los aliados,
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toda vez que desde el cese de las hostilidades tericamente deba ser la DGS la
encargada de gestionar todo lo relacionado con los extranjeros irregulares en Espaa.
Las quejas, en este sentido, sobre que no se hubiese puesto en funcionamiento,
habiendo tenido ms tiempo que suficiente, un campo de concentracin propio
arreciaron en paralelo a las dificultades econmicas de los diferentes campos y
centros de detencin, cada vez ms deficitarios. La DGS no solamente deba hacerse
cargo de los extranjeros, a juicio del Ministerio del Ejrcito y de su subsecretario
Fernando Baos: tambin deba recoger de Miranda de Ebro a todos los internados.
La situacin, tal y como estaba a principios de 1946, era sumamente complicada.
Si bien existe poca documentacin relativa a Miranda desde mediados de 1945, lo
cierto es que la negativa constante de la DGS a autorizar que los extranjeros pudiesen
residir en Espaa, unida las reticencias del MAE para llevar rpidamente a cabo las
repatriaciones reclamadas por los aliados, haban creado un profundo estado de
inquietud entre los internos, al no ver la posibilidad de salir del campo. Ese
malestar, se deca, se manifestaba en constantes quejas a los representantes
diplomticos sobre la situacin del campo; y, adems, haba desembocado en
insistentes incidentes como conatos de huelga de hambre, agresiones a los centinelas
o entre los propios internos.
La DGS segua delegando en el Ejrcito una misin que le competa por
facultades y por jurisdiccin, y adems negaba sistemticamente el permiso de
trabajo y residencia a los internos de Miranda de Ebro, que por circunstancias de
orden poltico no deseaban regresar de ningn modo a su pas. Por ello, se reunieron
en Madrid Alfonso Garca Conde, por parte del MAE, Toms Garca Consuegra,
comisario del Cuerpo General de Polica, por parte de Gobernacin, y el coronel
Capdevila, por parte del Ministerio del Ejrcito; y propusieron las pertinentes
medidas para que los servicios con los internados pasasen a la administracin civil en
abril de 1946, a fin de conceder la libertad de residencia en Espaa al personal que
por sus antecedentes y avales estimase la DGS, y para habilitar un lugar de
internamiento entre los balnearios de Urberuaga, Sobrn, Molinar de Carranza y el
campo de Nanclares para los indeseables, los que estuviesen cumpliendo penas
judiciales en Espaa o los que dificultasen la tramitacin de su expulsin.
En principio se fij la fecha de primeros de mayo como referencia para la
delegacin de funciones y para el fin de la entrada de internos a Miranda de Ebro. En
tres meses, la DGS deba hacerse cargo de todos los extranjeros, para su expulsin o
su internamiento en el lugar que estimase y que acabara siendo Nanclares de la Oca.
Sin embargo, esos plazos no fueron cumplidos, y el campo de Miranda no pudo ser
clausurado hasta el 1 de febrero de 1947. Antes, 14 colaboracionistas franceses (y no
colaboracionistas: hubo casos de internamiento por error[29]) fueron llevados a
Miranda desde diferentes gobiernos civiles entre enero y marzo, y 19 ms entre abril
y diciembre de 1946, no pasando sus casos (el grupo ms numeroso, 15 franceses) a
la jurisdiccin civil hasta enero de 1947. Entre ellos, algunos aceptaban la
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repatriacin, como los 21 franceses de Miranda que tramitaron sus solicitudes tras
habrseles garantizado no tener problemas con la justicia en el pas vecino, o los 9
que salieron por Irn entre abril y mayo, a pesar del cierre de la frontera debido a las
sanciones de la ONU. Otros se vean empujados a salir de Espaa, vistan las
dificultades para permanecer en el pas, que fueron explicadas grficamente por el
oficial Cartaud, jefe del grupo de oficiales extranjeros en Miranda, directamente y por
carta (con el consentimiento de Luis Molina, jefe del campo) a Franco en agosto de
1946[30]:
Pasados a Espaa para huir de las persecuciones partidarias por las cuales estaban expuestos, en razn a su
fidelidad a Gobiernos anteriores a ser eliminados hoy por la fuerza, y llegados en consecuencia sin
documentacin o bajo un nombre falsificado e internados algunos desde hace ms de un ao sin apoyo de
ningn gnero (Cruz Roja, Comunidades Civiles o Religiosas) y sin noticias de sus familiares desde el cierre
de la frontera franco-espaola, y carentes tambin muchas veces de ningn lazo de amistad en Espaa que les
permita recibir a falta de una ayuda material una ayuda moral, el desaliento se ha acentuado a consecuencia de
la decisin tomada hace cinco meses de interrumpir las liberaciones y la perspectiva cada vez ms lejana de
una reglamentacin general de su situacin.
Los padres de familias numerosas estn angustiados sobre la suerte que pueda reservarles una
bolchevizacin ms profunda de su Patria, desearan fervientemente hacer venir a sus familiares,
para poder emigrar a Sudamrica. Se peda por tanto a Franco, por su honor militar,
un trato de favor para resolver un agravio en el que incida el hecho de que en
Miranda hubiese detenidos polticos como ellos, que haban depositado su fe en
gobiernos ya desaparecidos (del Eje o colaboracionistas), junto con internos que
llegaron a Espaa por motivos mucho menos elevados. En ese sentido, cabe
destacar que en junio de 1946 se lleg a plantear un intercambio hispano-francs de
prisioneros, intercambio por otro lado infructuoso: Espaa dara a los 21 franceses
juzgados por delitos comunes (en crceles, salvo tres en Miranda y cinco en
Nanclares) a cambio de la repatriacin de un grupo de espaoles detenidos en la
zona francesa de ocupacin de Alemania, y otros perseguidos por la justicia
espaola por delitos relacionados con la guerra civil.
Guerra que segua muy presente en las solicitudes de libertad de los campos de
concentracin. Como ejemplo, resulta apropiado el de varios internados fascistas
italianos (Speranza, Perini y Marchi) en Miranda de Ebro, que solicitaron su libertad
como refugiados polticos que huan de las depuraciones y que tenan fuertes
simpatas ideolgicas con el rgimen franquista[31]. El primero llego a mandar una
carta personal a la Secretara Militar particular de Franco en la que sealaba:
Cuando nuestro querido Duce hizo un llamamiento a sus fieles para combatir en Espaa, fui uno de los
primeros en acudir al campo de batalla voluntario encuadrado en las Flechas Verdes, con verdadero ardor
combat lo mismo que mis camaradas, por vuestra Gloria, por vuestra Victoria, joven y lleno de vida estaba
dispuesto a dar mi vida por vos. Hoy, obligado a dejar Italia para huir de la persecucin, vine a Espaa en
demanda de hospitalidad. Pasada la frontera me present voluntariamente a la Polica Armada, explicando mi
caso. Desde hace dos meses me trasladan de una crcel a otra como un vulgar malhechor en espera de
trasladarme a Miranda de Ebro. Otra etapa de quince das en Zaragoza y por ltimo mi calvario en Miranda.
Os ruego, Generalsimo, por la amistad que os ha unido a mi querido Duce, que intervengis en mi favor,
dndome la libertad y trabajo para poder vivir. Mi situacin es desesperada, careciendo de todo.
Pan duro, fro y ropa ligera, ese era el bagaje del paso por Miranda de Ebro. Por
campos y crceles, como la madrilea de Carabanchel, donde fueron agrupados en
espera de salir del territorio nacional. Territorio que tambin abandonaron, por fin, los
ltimos grupos de aptridas reunidos en Miranda de Ebro: 62 judos alemanes, el
grueso de los 115 que salieron, rumbo a Gnova, para quedar all bajo la proteccin
de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados en enero de 1946[33]. Entre
ellos iba tambin la legacin diplomtica japonesa en Espaa, por lo que se pidi la
mxima seguridad en el viaje, para evitar que trataran de escaparse.
Y es que, de todos modos, el grupo ms numeroso y el que caus ms problemas
a la administracin franquista fue, en 1946 y 1947, el de los antiguos miembros del
Eje y, sobre todo, los alemanes. Entre los primeros listados de nazis reclamados por el
CAC en enero de 1946 figuraban 187 internos de Miranda de Ebro (encabezados por
el comandante y encargado del campo alemn, Karl Heilmann), y se sumaban a los
392 de Molinar de Carranza y los 724 del balneario de Sobrn. Y, ciertamente, la
gestin conjunta de los agentes aliados con el MAE dio un resultado fructfero en
primera instancia: el 16 de enero se orden la liberacin y el traslado a Irn de los
187 de Miranda (que haban accedido a ser repatriados), para unirse a un grupo que
deba sumar 1260 personas y que debera salir hacia Alemania en tren el 31 de enero.
Bajo poder ingls pero con destino a la zona norteamericana de control sobre el pas,
deba asegurarse que todos dispusiesen de ropas de abrigo (si bien no fue permitido
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justicia internacional.
Eso, sin embargo, no era por entero cierto. Es verdad que los alemanes que
hallaron refugio y proteccin en Espaa, y a veces un trampoln para huir a
Sudamrica, no fueron en su gran mayora grandes gerifaltes del NSDAP sino ms
bien cargos intermedios de poder. Entre ellos, se destac la presencia en Espaa, un
ao despus de la derrota alemana, de
Karl Sohnke Albrecht, jefe del AEG y amigo personal de Hitler. Hermann Goeritz, jefe del Servicio de
Inteligencia alemn, contraespionaje y servicios secretos en Barcelona. Expulsado de frica del Norte.
Eckhardt Krahmer, agregado militar. Jefe de todos los representantes militares alemanes en Espaa,
clandestinos o reconocidos. Alfredo Menzell, agregado naval adjunto. Saboteador profesional. Nazi furibundo.
Kurt Meyer-Doehner, agregado naval. Jefe del Servicio de Inteligencia y espionaje alemn en materias
navales. Jefe de una organizacin de sabotaje. Ivo Obermuller, 1-96, jefe del Servicio de Inteligencia y de
espionaje militar alemn y ms tarde del Servicio de Inteligencia nazi. Responsable de la recogida de los
Servicios Secretos relativos a la navegacin para el servicio de inteligencia alemn. Rolf Konnecke, jefe de la
Gestapo. Leonhardt Bodemller, jefe de una estacin telegrfica de transmisin. Eberhardt Kieckebusch, uno
de los jefes ms eficientes del Servicio de Inteligencia en Espaa, que trabajaba con Gustav Lenz, de la
Gestapo. Karl Erich Kuhlenthal, jefe del Servicio de Inteligencia Militar Alemn para Espaa y ms tarde del
Partido Nazi. Cooper muy estrechamente con Kieckebusch Karl Arnold, importante agente de la Gestapo.
Complicado con Heymann en el asunto de la falsificacin de los billetes del Banco de Inglaterra. Ernst
Heymann, 1-53, jefe del Servicio de Contraespionaje de Himmler en Espaa. Complicado con Arnold.
Reinhardt Spitzi, agente del Servicio de Inteligencia extranjero de Himmler y servicios de espionaje.
Exsecretario de Ribbentrop. Walter Bastian, trabajaba para Transocean y DNB. Tambin miembro de los
servicios de Himmler. Karl Hertel, jefe nazi, peligroso y sin escrpulos. Era jefe nazi en Amrica del Sur, pero
fue expulsado. Friedrich Knappe Ratey, oficial del Servicio de Inteligencia, espionaje y operaciones alemanas.
Trabaj a las rdenes de Karl Erich Kuehlenthal para quien reclut, entren y contrat agentes. Walter Eugen
Mosig, oficial del Servicio Exterior de Himmler y de unidades de sabotaje y de espionaje, de las que era jefe
en Espaa. Jefe tambin del Servicio de espionaje y del Servicio de polica con la Legin Cndor. Otto
Hinricher, jefe del Servicio de Contraespionaje y de los servicios de inteligencia alemanes en Bilbao, en
ntimo contacto con Otto Messner. Tambin encargado de colocar agentes a bordo de diversos vapores.
Edmund Niemann, oficial del Servicio de Inteligencia alemn en las Islas Canarias y jefe del mismo Servicio
en las reas cercanas a Espaa[39].
Tiempo de balance
1. DE MODELOS CONCENTRACIONARIOS
Al invadir las armas los espacios pblicos en julio de 1936, lo ms parecido a un
la delacin. Valores sobre los que se sustent la dictadura militar de Franco durante
cuarenta aos de exclusin y olvido.
Con igual idea de fondo el internamiento del personal irregular en Espaa
comprendido en edad de armas y manteniendo el ms importante campo, el
ubicado en Miranda de Ebro, el tercero de los ejes explicativos de la historia
concentracionaria franquista (su posicin frente al conflicto blico internacional de
1939-1945) adquiri una inusitada importancia nacional e internacional, por cuanto
represent la cambiante postura espaola ante los aliados y las naciones fascistas,
respectivamente. La razn que explica, en definitiva, esta segunda fase de la historia
concentracionaria franquista, es ante todo el deseo de la dictadura por incrementar o,
al menos, mantener su poder. El de los refugiados no fue un tema tan importante
como otros de los que marcaron las relaciones internacionales franquistas en esos
aos (como la ocupacin de Tnger, las exportaciones de wolframio a Alemania o el
espionaje) pero, desde luego, retener a un total cercano a los 15 000 soldados
beligerantes en un campo de concentracin, a veces por largos meses, no poda sino
interponerse respectivamente en las relaciones con Alemania y los aliados. Espaa se
mantuvo en una expectacin comprometida: aunque fueron los acontecimientos
blicos la invasin de Francia, el desembarco del Norte de frica, la ocupacin
alemana de todo el pas galo y el desembarco de Normanda los que determinaron
el devenir de Miranda de Ebro (y de los balnearios), lo cierto es que el deseo de
mantenerse en el poder fue el nico motivo que determin las polticas con los
refugiados. Primero, inclinndose hacia el lado alemn. Despus, hacia el de los
aliados.
De todos modos, no se debe olvidar lo que hasta este momento se ha sealado de
manera constante: que dos criterios fundamentales para entender la vida
concentracionaria fueron la imposibilidad de regir una maquinaria excesiva y
anquilosada, la del internamiento de los prisioneros de guerra, por un lado; y por el
otro, la constante contradiccin entre proyectos y ambiciones, y realidades y
frustraciones. Luis de Martn Pinillos, en clara consonancia con Francisco Franco,
quiso hacer de los campos franquistas laboratorios de la Nueva Espaa. Pero tantas
veces la realidad se impuso, impidiendo de facto la realizacin de polticas
reeducadoras, reevangelizadoras, e incluso tantas veces clasificadoras. La historia
concentracionaria espaola fue, en muchas ocasiones, la historia de la renuncia.
Aspiraciones y realidades, masividad y humillacin, clasificacin militar y
reeducacin moral, renuncias e implacabilidad. Los sustantivos que describen la
historia concentracionaria en la Espaa de Franco, la historia de cerca de medio
milln de vencidos distribuidos por un centenar largo de campos de concentracin, en
buena medida resumen la posicin espaola dentro del enorme universo
concentracionario europeo. Y es que los campos han resultado ser un ejemplo
palmario, a todos los niveles filosfico, sociolgico, histrico utilizado para
mostrar los excesos humanos, la crueldad, la modernidad. Y desde esa perspectiva,
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las preguntas acechan. Resultaron ser los franquistas, como sealara Bauman para
los campos nacionalsocialistas, reflejo de modernidad alguna[5]? Fueron simples,
dentro de la escasa simplicidad que en realidad engloba tal hecho, mecanismos de
guerra? Reflejaron en su desarrollo histrico algn tipo de novedad, en la Espaa de
los aos treinta, en los modos y maneras de tratar por parte del poder a la disidencia,
en un marco de tal despliegue de violencia como la guerra civil espaola? En
realidad, los campos franquistas supusieron la articulacin de una poltica represiva
novedosa tanto en el marco de la guerra civil como, en general, para el de las
acciones oficiales destinadas al doblegamiento de la poblacin republicana.
Respondieron a una lgica blica, poltica, econmica y social: la de ganar la guerra y
la de sentar las bases del Nuevo Estado franquista mediante la punicin, la
imposicin de una identidad de vencidos a los prisioneros y el cierre de la crisis de
dominacin que haba implicado la que fue percibida como subversiva poltica social
republicana. Pero esa novedad lo fue en el marco de las polticas represivas
espaolas, no tanto en el de las europeas.
Los campos franquistas fueron as una constelacin situada dentro del universo
concentracionario europeo. De hecho, el mismo trmino de campo de
concentracin, independientemente del significado y las connotaciones que ha
adquirido desde el fin de la segunda guerra mundial, alude al centro de internamiento
y agrupamiento, en tiempo de paz o, sobre todo, de guerra, establecido por un poder
estatal o un contrapoder que se le opone. Etimolgica e histricamente, por tanto, se
trata de una experiencia (la concentracionaria) mucho ms comn de lo que pueda
parecer. Y no puede soslayarse en la historia europea ni mundial la existencia de
millones de internados y desplazados: los recintos rodeados de alambres de espino y
torretas, y habitados por seres fantasmales mal alimentados y depauperados,
salpicaron todo el mundo, desde Estados Unidos y Canad a Inglaterra, Italia,
Alemania y la Unin Sovitica, y tambin en Asia, Australia, China, Japn y las Islas
del Pacfico[6]. Ni los campos, por tanto, son sinnimo de totalitarismo ni las
democracias (vanse los campos norteamericanos para la poblacin japonesa abiertos
en 1942) se han visto exentas de utilizarlos. Mutatis mutandis, la experiencia
concentracionaria fue un recurso plausible en el siglo XX para la solucin de
problemas sociopolticos, es decir, estructurales, unidos a otros prcticos, esto es,
coyunturales.
La violencia concentracionaria ha ejercido una innegable fascinacin en la
investigacin histrica, sociolgica y antropolgica. Y es que la concentracionaria es
una experiencia comn en Europa, Amrica y Asia: en la primera guerra mundial,
Finlandia, la Francia de Vichy, Alemania y sus conquistas durante la segunda guerra
mundial, Italia o Grecia hubo sistemas llamados de concentracin, bien de prisioneros
de guerra o de detenidos polticos[7]. Adems, no se parta de cero, ya que los
primeros centros as denominados fueron puestos en marcha durante dos guerras
coloniales (los espaoles en Cuba y los ingleses en Sudfrica) e, incluso, tenan un
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del pasado. Percepciones que vienen determinadas por diferentes factores: por las
experiencias previas y el aprendizaje colectivo; por las polticas de la memoria (en
forma de homenajes, polticas hacia el pasado, lugares de memoria, educacin
obligatoria); por los avances de la historiografa; o por la creacin de entornos para la
discusin sobre el pasado compartido[21]. La historia que ha quedado como parte de
la ideologa de una nacin, Estado o movimiento no es lo que se ha preservado en la
memoria popular, sino lo que ha sido seleccionado y, en definitiva, institucionalizado.
El recuerdo oficial es, por tanto, orquestacin institucional del pasado[22].
La percepcin colectiva del pasado fue algo que la dictadura franquista decidi
controlar hasta la obsesin, sabedora de que all radicaba en buena medida su factor
de legitimacin, y de que el rol del pasado en el presente es, entre otras cosas, el de
configurar identidades colectivas que bien pueden ser alternativas a la oficialmente
marcada. De tal modo, la memoria oficial de la guerra, de la victoria franquista, del
hecho fundacional de una de las dictaduras personales ms largas de la historia
europea, fueron los nicos parmetros permitidos por los que pudo moverse la
interpretacin y uso pblico de la historia y de las historias de la guerra civil dentro
del pas durante los aos de vida de Franco. Unos rgidos rales de afirmacin de los
valores blicos para combatir la posible desintegracin de la victoria de Franco.
Como evidenci Paloma Aguilar, la memoria de la victoria fue tan importante para el
asentamiento de la dictadura como la guerra misma[23]. Y eso, aplicado a las historias
de los vencidos y de los canales por los que se articul esa victoria, entre ellos los
campos de concentracin de Franco (pero no slo: tambin las crceles, los campos
de trabajo o, en el caso ms extremo, las decenas de miles de muertes), tuvo como
resultado una instrumentacin de la memoria y del recuerdo de la guerra que fue tan
excluyente como la poltica, cuyo paradigma fundamental fue precisamente el/la
exclusin del enemigo.
Sobre los prisioneros de guerra, el intento memoricida fue, en buena medida,
continuacin del estado de guerra y de hipostatizacin social, exclusin del disidente
y represin que sustentaron tan firmemente a la dictadura en sus primeras dcadas. A
travs de la articulacin de una concepcin terica de discriminacin constructiva,
que alejaba de la comunidad nacional a los miembros enfermos o los reeducaba
mediante la expiacin y el trabajo, pudo construirse una suerte de identidad nacional
donde la victoria sobre los enemigos de Espaa resultaba ser el principio fundador,
fons et origo de toda legitimidad. Luchar contra los enemigos de la patria alzaba,
adems, a rango de supremo jefe a quien haba acometido la ardua tarea de expulsin,
depuracin y limpieza, mientras que lo engalanaba de los valores eminentemente
positivos de salvador imprescindible o enviado[24]. La coercin y la violencia,
autnticos ejes de articulacin estatal y bases de la paz incivil que avino tras la
cruenta guerra interior fueron convenientemente legitimadas. Porque, adems, Franco
haba tendido la mano a sus enemigos, ayudndoles a retomar la senda de la
comunidad nacional. Slo as se entienden los programas de reeducacin en los
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STE LIBRO QUE AHORA TERMINA pertenece tambin a cuantos, desde que esta
valle del Jerte, Conxita Mir, Eduardo Gonzlez Calleja, Cecilio Gordillo, ngel del
Ro, Paqui Maqueda, Concha Morn y los amigos y amigas de la AMHJ de
Andaluca, Pedro Peinado, Fernando Antn y los amigos y amigas de La Gavilla
Verde, Antonio Garca, Francisco Apellniz, Nicols Sesma, Giulia Albanese y los
amigos del IUE Ricard Vinyes, Magdalena Gonzlez, Fernando Mendiola, Edurne
Beaumont, Ana y Lola Berlanga, Daniel Sesma, Mercia Dutra, David Serrano y el
Grupo de historia Gernikazarra, Carme Molinero, Montse Duch, Carsten Humlebsek,
Ivn Heredia, Francisco Espinosa, Pedro Oliver, Jess de Andrs, Mariano Serrano y
Susana T. Pin, Carlos Forcadell, Jos Monje, Mag Crusells, Miguel Nez, Vittorio
Scotti Douglas, Claudio Venza, Alfonso Botti y los amigos y amigas de Spagna
Contempornea, Paloma Aguilar, Xos Manoel Nez Seixas, Abdn Mateos y los
amigos del CIHDE e Historia del Presente, Enzo Traverso, Santos Juli, cuantos han
dejado sus mensajes en mi pgina de internet www.riomon.com, las autoras y autores
de tantos libros y al personal de los archivos, bibliotecas y centros diversos donde
recab la informacin que integra este trabajo. Por supuesto, gracias tambin a tantos
amigos como Vernica Jeria y Rima Said, muchos conocidos en tantos congresos y
reuniones formales o informales en Santa Cruz de Moya (Sierra y Libertad), el valle
del Jerte, Madrid, Barcelona, Sevilla, Conil, Vejer, Novi Ligure, Pisa, Daroca, Lleida,
Barbastro, Florencia, Wroclaw, Ponferrada, Bilbao, Zaragoza, Burgos, Vitoria,
Tarragona, Valladolid, Pamplona, Mrida, Villar de Silva, Valencia y Albacete.
Mencin aparte, por fin, merece la sabidura de cuantos recog testimonio o me
explicaron sus vidas sin reparos: Mara Salvo, Cari Geiser, Maximiliano Fortn,
Benito Gutirrez, Teo Francos, Flix Padn, Sixto Agudo (DEP), Enrique Genovs,
Josep Subirats, Marcelino Camacho, Rafael Carabailo, Eduardo Pons Prades, Jos
Mara Otsoa de Txintxetru, Santos Autenetxea, Alejandro Lizarriturri, Eustasio
Garca, Juan Ramos, Jos Garca de Albniz, Marcos Ana, Miguel Nez, Manuel de
Pedro Sobern, Santiago Robert e Isaac Arenal. Deseo tambin agradecer
especialmente a Produce+ haber podido utilizar las transcripciones completas de las
entrevistas realizadas para el documental Rejas en la Memoria, de cuya supervisin
histrica me encargu. Y, por supuesto, agradecer a Carmen Esteban su confianza
para publicar mi tesis doctoral en la mejor casa posible.
Juntos hemos hecho este largo viaje y juntos llegamos a su final. A todas y todos,
por tanto, por tantsimo, mi agradecimiento.
Fuentes y bibliografa
1. FUENTES DOCUMENTALES
Inditas
Archivo General de la Administracin, Alcal de Henares.
a) Presidencia.
Servicio de Colonias Penitenciarias Militarizadas, 1940-1958.
b) Gobernacin.
c) Obras Pblicas.
Regiones Devastadas.
d) Justicia.
Patronato Nuestra Seora de la Merced.
Archivo General de la guerra civil, Salamanca.
a) Seccin Poltico-Social.
Servicios Militares.
b) Fondos Incorporados.
Archivo General Militar de vila.
a) Cuartel General del Generalsimo.
Secciones 1. (personal), 2. (informacin), 3. (operaciones) y 4. (servicios).
b) Zona Nacional.
Fondos de Ejrcitos:
Ejrcito del Centro.
Ejrcito de Levante.
Ejrcito del Norte.
Documentacin entregada por la 5. Regin Militar en 1973.
Ejrcito del Sur.
Fondos de Divisiones Orgnicas y Cuerpos de Ejrcito:
Cuerpos de Ejrcito de Aragn, Castilla, Galicia, Maestrazgo, Marroqu,
Navarra, Toledo, Turia, Urgel; 1er, 6., 7., 8. Cuerpos de Ejrcito.
Divisiones de vila, Soria, 1., 4., 5. de Navarra, Divisiones 11, 12, 13,
14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21, 22, 23, 24, 25, 31, 32, 33, 34, 40, 50, 51, 52,
www.lectulandia.com - Pgina 332
53, 54, 55, 56, 58, 60, 61, 62, 63, 71, 72, 73, 74, 75, 81, 82, 83, 84, 85,
102, 105, 107, 108, 112, 117, 122, 150, 151, 152.
Agrupaciones de Divisiones vila-Segovia, Guadarrama-Somosierra,
Soria-Somosierra, Guadalajara, Tajo-Guadiana, 22-23.
Otras unidades:
MIR.
SIMP.
c) Zona Republicana.
Fondo del Gobierno de Euzkadi.
d) Ministerio del Ejrcito.
Archivo General Militar de Guadalajara.
a) Fondo Campo de concentracin Miranda de Ebro.
b) Expedientes personales.
Comisin Liquidadora de la Jefatura de Campos de Concentracin y
Batallones de Trabajadores.
c) Expedientes de extranjeros.
Archivo Histrico del Partido Comunista, Madrid.
a) Represin Franquista.
b) Dirigentes.
Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, Madrid.
a) Fondo Archivo de Burgos.
Archivo del Poble Nou, Barcelona.
Archivo Provincial de Barcelona.
Servicio Histrico Militar, Madrid.
Correspondencia escrita y electrnica con Teo Francos, Cari Geiser y Flix Padn.
Publicadas
Documentos Inditos para la Historia del Generalsimo Franco, 6 vols.,
Fundacin Nacional Francisco Franco, Arbor, Madrid, 1992 y ss.
Documents on German Foreing Policy, 1938-1945, 1964 y ss.
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texto.
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Prisioneros de las Brigadas Internacionales de la Batalla del Jarama. De izquierda a derecha, Charles
Martinson, Liverpool; Austin Skempton, Northampton; Richard Payne, Derby; Harold Fry, Edimburgo, y Alfred
Chowney, de Woking, Surrey.
Prisioneros en Santander.
Notas
[1] Glover, J., Humanidad e Inhumanidad. Una historia moral del siglo XX, Ctedra,
[2] Adorno, T. W., Critique de la culture et socit, Prismes (P), Payot; Pars, 1986,
[3] Traverso, E., La Historia desgarrada. Ensayo sobre Auschwitz y los intelectuales,
2003. <<
[5] Kotek, J. y Rigoulot, P., Los campos de la muerte. Cien aos de deportacin y
[6]
[1]
[4] Slo los campos franquistas: los campos republicanos de concentracin (Albatera,
[6] DIHGF (1993), tomo I, Fundacin Nacional Francisco Franco, Azor, pp. 325-326,
[8] I. Lafuente (2002), Esclavos por la patria. La explotacin de los presos bajo el
[9]
[10]
[12] Y. Ternon (1995), El Estado criminal. Los genocidios del siglo XX, Pennsula,
[13]
[14] R. Vinyes (2002), Irredentas. Las presas polticas y sus hijos en las crceles de
[15]
[17]
[20] Los archivos algunos archivos han dejado de tener la funcin del Cancerbero
para tener la de Caronte, que acompaa el nima del investigador al infierno. Sin
embargo, muchos autores de libelos profranquistas y tantos otros no precisamente
legitimadores del rgimen no han pasado ni pasarn jams por esa barca. No es de
extraar, por tanto, que haya quien publique un libro por ao sobre la guerra y sus
mitos, la represin franquista, los trabajos forzosos, las torturas en las crceles
republicanas, los desaparecidos o las vctimas de la victoria. La cantidad de parsitos
que aletean en derredor de la historiografa es proporcional a las ventas se puedan
obtener encubiertas en perfrasis rimbombantes, como quitar mantos de silencio,
desvelar la verdad o romper los mitos. Lo cual resulta, cuando menos,
problemtico: generalmente son libros de escasa reflexin intelectual, vacuidad
interpretativa y sin referentes documentales, cuando hoy mismo la historiografa
novedosa sobre la Repblica y la guerra se mueve a fuerza de archivo, entrevista y
documento: aos de archivo, docenas de entrevistas y cientos de miles de
documentos. <<
[2]
[4] J. Tusell (1992), Franco en la guerra civil. Una biografa poltica, Tusquets,
[5] A. Perlmutter (1977), The military and politics in modern times. Yale University
(2003b), op. cit., pp. XVII-XXIV. Sobre algunos de los orgenes de tales cosmovisiones,
vase P. Gonzlez Cuevas (1998), Accin Espaola. Teologa poltica y nacionalismo
autoritario en Espaa (1913-1936), Tecnos, Madrid, y J. L. Rodrguez Jimnez
(1997), La extrema derecha espaola en el siglo XX, Alianza, Madrid. <<
[7] G. Jackson (1967), La Repblica Espaola y la guerra civil, Crtica, Barcelona (8.
[9] Las motivaciones del Terror, en J. Casanova, coord., et. al. (1992), El pasado
[12] M. Martnez Bande (1991), La lucha por la victoria (vols. I y II). Monografas de
para la violencia franquista ha sido F. Espinosa (2002), Julio de 1936. Golpe militar
y plan de exterminio, en J. Casanova, ed., F. Espinosa, C. Mir y F. Moreno, Morir,
matar, sobrevivir. La violencia en la dictadura de Franco, Crtica, Barcelona, pp.
51-119. <<
[18]
[19] A. Reig Tapia (1990), Violencia y terror. Estudios sobre la guerra civil espaola,
eds., La guerra civil. Una nueva visin del conflicto que dividi Espaa, Temas de
Hoy, Madrid, p. 588. Del mismo autor, Id. (1985), La repressi franquista a
Catalunya, 1938-1953, Edicions 62, Barcelona. <<
[22] P. Escobal (1981), Las sacas, Pamplona, Roldana, pp. 34, 67 y 69. La ley de
[23] I. Martn Jimnez (2000), op. cit., p. 183, siguiendo las cifras dadas por El Norte
de Castilla. <<
[24] V. Crmer (1980), El libro de San Marcos, Nebrija, Madrid, p. 79. <<
[32] P. Escobal (1981), op. cit.; A. Hernndez Garca (1984), La represin en La Rioja
durante la guerra civil, tres tomos, autoedicin, Logroo. Altaffaylla Kultur Kaldea
(1986), Navarra 1936. De la esperanza al terror, autoedicin, Tafalla. Una
actualizacin de su trabajo, en I. Egaa dir. (1999), 1936. Guerra en Euskal Herria,
tomo II, La represin en Navarra durante la guerra civil, Aralar Liburuak, Andoain.
Segn esta revisin, el nmero de muertos de forma violenta en Navarra fue de 2789,
incluidos los 25 fusilados en el Fuerte de San Cristbal, los 225 asesinados por la
fuga del penal en 1938, pero no 305 presos muertos por enfermedad, segn los
archivos del propio centro. Para la fuga, vase. F. Sierra Hoyos (1990), La fuga de
San Cristbal 1938, Pamiela, Pamplona. <<
[33] La cita anterior, en AGMA-ZN, A32, L9, C25. Esta ltima, en AGMA-CGG, A1,
[35] All pasaron tres meses, antes de ser juzgados en Salamanca. C. Geiser (1986),
Prisoners of the good fight. The Spanish Civil War, 1936-1939, Lawrence Hill & Co.,
Westport-Connecticut, pp. 15-16. <<
[36]
[38] I. Egaa, dir. (1999), op. cit., tomo II, pp. 94-95. En octubre de 1936, tras la
[42] AGMA-ZN, A40, L4, C20 y AGMA-ZN, A40, L4, C18. <<
(1993), El rbol de la vida. La Cruz Roja en la guerra civil espaola, 1936-1939, ed.
no venal, p. 243. <<
[46] AGMA-CGG, A1, L56, C18 y AGMA-ZN, A23, L2, C23. <<
[47]
Para Ordua, AGMA-ZN, A40, L6, C32. Para Murgia, AGMA-CGG, A1,
L46bis, C6. <<
[54]
[4]
[8] De estos ltimos, se dira que el primero, situado en el palacio ducal a 40 kms. de
Burgos con amplias y ventiladas naves, [con] todos los locales precisos para las
distintas dependencias [y con] un campo libre acotado por alambradas, tendra
capacidad para quinientos prisioneros, con agua de boca canalizada y abundante. Por
su escasa capacidad y buenos servicios higinicos, se destinara a los incapacitados
para el trabajo (doc. grf. 2). Y sobre el segundo, situado en la sala de mquinas de
la estacin del ferrocarril de Madrid a Burgos, adems de un campo acotado por
alambradas con varios barracones, que su capacidad sera alta ya que, entre local y
barracones, con agua de aseo abundante (trada de las acequias de riego) pero escasa
de bebida y en malas condiciones de potabilidad, se podra llegar a los 2000
prisioneros internados. No necesitara de enfermera que a la postre se construira,
con mano de obra prisionera, ya que la localidad dispona de un hospital militar.
AGMA-CGG, A1, L46bis, C6. <<
[10] Sin citar fuente de procedencia podemos leer en I. Egaa, dir. (1999), op. cit.,
[12] AGMA-ZN, A15, L5, C36 y AGMA-ZN, A15, L5. Las cifras aportadas por estas
[13] AGMA-ZN-EN, A15, L12, C44. El relato del sacerdote, en J. Ugarte (1987),
[15] Slo ello explica, junto al crecimiento generalizado del nmero de prisioneros,
que de mayo a junio crezca de 50 a 415 prisioneros, y de junio a agosto llegue hasta
los 450: 415 espaoles, 12 extranjeros y 23 mujeres. AGMA-ZN, A39, L3, C8. Sobre
el campo de Talavera y su dependencia de los juzgados militares permanentes
organizados para las divisiones tcticas, en Boadilla del Monte, Pinto, Navalcarnero e
Illescas, AGMA-ZN, A43, L1, C30. <<
[16] AGMA-ZN, A15, L3, C33bis. Tambin informacin sobre los prisioneros de
[21]
AGMA-CGG, A1, L88, C17. BOE, n. 258, 5 de julio de 1937, ref. 667,
Secretara de Guerra. <<
[32] AGMA-ZN, A15, C3, L39bis y AGMA-ZN, A40, L4, Cc50 y 59. Documentacin
[33]
[43]
Granja, eds., La guerra civil en el Pas Vasco. 50 aos despus, Universidad del Pas
Vasco, Bilbao, p. 178. <<
[45] M. Tun de Lara, et. al. (1996), La guerra en el Norte, tomo 3 de Espaa
[47] AGMA-CGG, A1, L56, C14. Las cursivas son mas. <<
[52]
[54] AGMA-ZN, A40, L4, C60 y AGMA-ZN, A40, L5, C16. Los internados en San
[56] El campo de Avils ser utilizado hasta bien finalizada la guerra civil. En una
antigua fbrica, formada por varias naves, en malas condiciones, separadas por patios
amplios y con locales para todas las dependencias accesorias. Con buenas
comunicaciones por carretera y ferrocarril y una capacidad terica de 850 hombres,
dispona tambin de abundante agua de boca y de la conduccin de la villa, en buenas
condiciones de potabilidad. Con suficientes retretes en buenas condiciones, instalados
a lo largo de 1937 y 1938, acabara teniendo una enfermera instalada en dos locales,
con un total de 36 camas. En 1938 tendra ms prisioneros que su capacidad: 1288.
<<
de Lara, ed., La crisis del Estado: dictadura, repblica y guerra (1923-1939), tomo
IX de Historia de Espaa, Labor, Barcelona, p. 403. <<
[66] Por parte de los franquistas, en julio de 1937 apresaron a 2106 hombres, 49 300
[68] AGMA-ZN, A40, L4, C55. El 30 de julio haba en San Pedro 29 prisioneros; el
31 de agosto, haba mil, habiendo entrado 999, y salido en libertad 28. Los lugares de
procedencia parecen evidentes: Miranda, Pamplona, Vitoria, Estella, Logroo,
Bilbao, y Santander. <<
[69]
[72]
Realizacin propia desde los datos en AGMA-CGG, A1, L16, C3. Las
clasificaciones tramitadas fueron, por comisiones: Aranda, 3801. Asturias (Santoa),
5616. vila, 42. Badajoz, 67. Burgos, 5140. Calatayud, 37. Camposancos, 1151.
Castro-Urdiales, 3159. Celorio, 5250. Crdoba, 60. Deusto, 10.513. Estella, 2411.
Ferrol, 265. Gijn, 2466. Granada, 29. Jaca, 252. Laredo (Santoa), 2117. Laredo
(Zaragoza), 967. Len, 3775. Logroo, 2694. Luarca, 3771. Medina de Rioseco (1),
1110. Medina de Rioseco (2), 1214. Medina de Rioseco (3), 1536. Miranda de Ebro,
3146. Muros, 180. Oviedo, 2189. Palencia, 1457. Pamplona, 5868. Rianjo, 1700.
Santander, 10.175. Santoa (1), 4744. Santoa (2), 2413. Santoa (3), 3338. Sevilla,
1360. Soria (1), 631. Soria (2), 193. Vitoria, 12 800, Zaragoza, 715. <<
[74] AGMA-ZN, A40, L5, C4. Documentacin del Sexto CE. <<
[79] J. C. Clemente (1993), op. cit. Visit, para ser precisos, la crcel de Vitoria (3500
prisioneros en ocho locales), el campo de vila, el de Lerma, el Penal del Dueso (con
unos 3200 prisioneros), un campo en Santander (458), la prisin de Tolosa, la de
Ondarreta en San Sebastin (500), el campo de Gijn (1000 prisioneros) y su crcel
(270). Y, en diciembre, las prisiones andaluzas de Cdiz. San Fernando, San Roque,
el Puerto de Santa Mara, Mlaga, Sevilla (cuya inspeccin realiz tambin su
colaborador Schumacher) y Granada. Tambin en Mlaga, el depsito temporal para
400 prisioneros, la prisin de mujeres (614 presas) y el campo de 1500 internados. De
nuevo en el norte, viajara a varias prisiones y campos de trabajo de Bilbao, as
como al campo de concentracin de Oviedo, con 1500 hombres. <<
[80] Una mirada a la actuacin de la CRI en la guerra civil, con las diferencias de
[81] AMAE-AB, L1501, E22, AMAE-AB, L1501, E29 y AMAE-AB, L1501, E23. <<
[1] Un ejemplo son las instrucciones dadas al CE del Maestrazgo para la ocupacin de
[3] AGMA-CGG, A2, L179, C35, AGMA-ZN, A43, L2, C53 y AGMA-ZN-EN, A35,
[5] Sobre este centro, ubicado en una iglesia, Carl Geiser recordara que, al no haber
sido prevista la instalacin de una letrina, toda la zona del altar mayor estaba llena de
excrementos y orina de los prisioneros internados, internacionales y espaoles. C.
Geiser (1986), op. cit., p. 76. <<
[8] La aglomeracin de prisioneros, entre los leoneses capturados en los montes y los
[10] AGMA-5.RM, c3047, C57, AGMA-ZN, A14, L3, C38 y AGMA-ZN, A15, L6,
C81. <<
[11] 1 de enero 1938: 1282; 1 de marzo: 424; 1 de abril: 1211; 27 de abril: 1103.
[12] Sobre Torrero, vase en un futuro prximo el libro de I. Heredia (2005), Delitos
[14] M. Torres Ortega (1982), Mis tres aos de prisionero, J. Mar (1941), Valencia,
[16] AGMA-ZN-EN, A15, L15, C53 y AGMA-ZN-EN, A15, L5, Cc 34, 58 y 83. <<
[18] AGMA-ZN, A42, L2, C31. Se traslad a 54 prisioneros, entre ellos hay una
civil, n. 19, La repblica partida en dos, Historia 16, Madrid, p. 52. <<
[24] En Logroo fueron internados al menos 18 prisioneros de las BB. II. Carl Geiser
(1986), op. cit., pp. 54-55, recuerda que su principal objetivo, para no ser fusilados,
fue el dar a conocer a sus familiares que se hallaban all, y que para ello una mujer,
Felipa Soto, escribi para cuantos se lo pidieron unas cartas en las que,
convenientemente, escriba el consabido Viva Franco, Arriba Espaa para pasar
cualquier tipo de control. Cuando las cartas fueron respondidas, los prisioneros ya
haban sido trasladados a San Pedro de Cardea, pero eso no quit ni un pice de
valor al gesto de esta valiente mujer. <<
[25] AGMA-ZN-EN, A15, L5, C18 y AGMA-ZN, A40, L6, C38. <<
[27] Se dispone, ante todo, de los datos de evadidos en estos frentes: AGMA-ZN-ES,
de 1938 por Serrano Ser para Gobernacin a los gobiernos civiles. AGA-G, c2790.
En AGMA-CGG, A1, L57, C52 puede verse que en la Segunda RM existan edificios
decididamente recargados de poblacin penal. Se sealan aqu su capacidad y el
nmero de presos: Badajoz (436/591), Cdiz (150/347), Puerto de Santa Mara
(1000/3340), Crdoba (250/412), Mlaga (2400/3957), Sevilla (520/982) y Granada
(800/1152). Asimismo existan edificios insuficientemente utilizados: el Casero de
Osorio, en S. Fernando (910/705), Jerez de la Frontera (150/97), Arcos de la Frontera
(60/37), Ubrique (24/0), Bujalance (50/5), Priego de Crdoba (100/4), Loja de
Granada (40/0), Aguilar de la Frontera (30/2), y Cabra (80/2). <<
[32] AGMA-CGG, A2, L154, C38. Eran el Castillo de Sta. Catalina (Cdiz), los
fuertes de Coll de Ladrones y del Rapitn (Huesca), las prisiones militares de Toledo
y Valladolid, el Castillo de San Felipe (Ferrol), los conventos de la Piedad y de la
Misin (Baleares), el Fuerte del Paso Alto (Canarias), el Castillo de San Francisco del
Risco (Las Palmas), y en la regin de Marruecos, el Fuerte de M. Cristina (Melilla) y
la Fortaleza de El Hacho (Ceuta). <<
del universo penitenciario franquista, en C. Molinero et. al., eds. (b), op. cit., pp.
133-153. <<
[35] AGMA-CGG, A1, L57, C48 y AGMA-CGG, A2, L179, C34. <<
[37]
[41] AGMA-CGG, A1, L58, C20. Por tal motivo, se ordenara que los prisioneros
[48] El campo de San Pedro debera ser objeto de un estudio ms pormenorizado que
el que aqu puede afrontarse. Sin embargo, decir que en AMAE-AB, L1051, Ee
24-110 se hallan las referencias nominales y muchos expedientes personales de los
internos de las BB. II. <<
[53] L. Ornitz (1939), Captured by Franco, Friends of the Abraham Lincoln Brigade,
[55] A. V. Phillips (1940), Spain under Franco, United Editorial Limited, Londres, p.
13. <<
[56] AGMA-CGG, A1, L56, C19. Una mirada a las corresponsalas norteamericanas
en Espaa, en M. Rey (1997), Stars for Spain. La guerra civil espaola en los
Estados Unidos, Do Castro, Sada-A Corua, en particular pp. 193-199. <<
[57]
[61] L. Ornitz (1939), Captured by Franco, Friends of the Abraham Lincoln Brigade,
[62] M. Crusells (2001), op. cit. Tambin id. (2003), Los prisioneros extranjeros a
[65]
[66]
[67]
C. Eby (1974), op. cit., p. 354, y P. N. Carroll (1994), The odyssey of the
Abraham Lincoln Brigade. Americans in the Spanish Civil War, Stanford University
Press. <<
[73] Haba: de EE. UU., 69; de Francia, 55; de Portugal, 54; de Argentina, 41; de
Cuba, 41; de Inglaterra, 39; de Polonia, 30; de Holanda, 21; de Canad, 17; de
Yugoslavia, catorce; de Suecia, catorce; de Checoslovaquia, trece; de Irlanda, doce;
de Escocia, doce; de Suiza, once; de Dinamarca, ocho; de Hungra, siete; de Noruega,
cinco; de Blgica, cinco; de Grecia, cuatro; de Chile, cuatro; de Estonia tres; de
Bulgaria tres; de Rusia dos; de Rumana dos; de Mxico, dos; de Per, dos; de
Filipinas, dos; de Turqua, dos; de China, uno; de Uruguay, uno; de Puerto Rico, uno;
de Finlandia, uno; de Letonia, uno, y sin determinar su nacionalidad, 88.
AGMA-CGG, A5, L285, C5 y AMAE-AB, L633, E142. <<
[74] Dirigido por el polaco Pelouquine, el sueco Brats, los franceses Vicent, Motet,
[82] AGMA-ZN, A40, L6, C37 y AGMA-ZN-EN, A15, L6, C53. Cuerpos de Ejrcito
[84]
[85] AGMA-5.RM, c3047, C57. El edificio del seminario necesitara 180 hombres
normas de julio de 1937, Martn Moreno decide que se les considerase dudosos,
puesto que el criterio para su clasificacin era slo su testimonio. <<
[87] AGMA-ZN-EN, A15, L7, C66. En diciembre de 1938 los BB. TT. del Ejrcito
Norte eran: Ingenieros, nmeros 50, 108, 122, 125, 147. Intendencia, 106, 107, 110.
Municionamiento, 121. CTV, 155. Ingenieros y Servicio de Etapas, 156. CE de
Navarra, 14, 15, 89. CE de Aragn, 12, 23, 25, 140. CE de Urgel, 136, 137, 139, 157.
CE de Maestrazgo, 123, 142. CE Marroqu, 11, 63, 124, 154. Los BB. TT. en
organizacin eran uno para Aire, nueve para Intendencia, uno para Caminos, cinco
sin destino; adems, uno del CTV y uno de FET-JONS. AGMA-MIR, A35, L7, C2.
<<
[1]
La cita de Azaa, en (1939) El Eje Roma-Berln y la poltica de nointervencin, dentro del volumen (2002) Causas de la guerra de Espaa, Crtica,
Barcelona, p. 35. Para M. Ibez (1995), La memria s un gran cementiri, Edicions
62, Barcelona, p. 122 [1990], El campo de concentracin era algo sabido pero
remoto, ms lleno de literatura que de hechos. Despus sabramos que estaban ms
llenos de piojos, hambre y miseria que de literatura. La cita periodstica, en la que se
anan las vertientes religiosa y poltica de la reeducacin franquista en una clara
muestra del eclecticismo falangista, es del 23-7-38, cit. en I. Martn Jimnez (2000),
op. cit., p. 197. <<
[2]
Para un relato del tratamiento sovitico a los prisioneros del Sexto Ejrcito
alemn, H. Rainer (1972), Los campos de concentracin rusos en la segunda guerra
mundial, Rodegar, Barcelona. Vase tambin el reciente A. Applebaum (2004),
Gulag. Historia de los campos de concentracin soviticos, Debate, Barcelona
[2003]. <<
[3]
como D. Kertzer (2002), Los papas contra los judos. La postura antisemita del
Vaticano, Plaza & Jans, Barcelona. Para Espaa, H. Raguer (2001), op. cit. <<
[9] J. A. Prez del Pulgar (1939), La solucin que Espaa da al problema de sus
[18] Estas medidas tan infantiles, en AGMA-CGG, A1, L58, C46. <<
[20] Se refiere al Cara al Sol, himno oficial de Falange. F. Ibarrola (1983), op. cit.,
p. 31. <<
[24] R. Huertas (1998), Una nueva Inquisicin para un Nuevo Estado: psiquiatra y
orden social en la obra de Antonio Vallejo Ngera, en id. y C. Ortiz, eds., op. cit.,
pp. 97-109. <<
[25] Las conclusiones generales del estudio, amn de las publicaciones en revistas
cientficas de las que se va a dar cuenta, estn en A. Vallejo Ngera (1939), La locura
y la guerra. Psicopatologa de la guerra espaola, Librera Santorn, Valladolid. <<
[26] G. L. Mosse (1978), Toward the final solution. A history of European racism,
[27] M. Richards (1999a), op. cit., pp. 49 y 52. Sobre las investigaciones de Vallejo,
[31]
[37] J. Sorribas (1988), Cridar Visca Catalunya Lliure, El Llamp, Barcelona, p. 44, y
[39] Siete gramos de caf, cien de leche y 18 de azcar por desayuno; los lunes y
[42]
[43] M. Torres (1982), Mis tres aos de prisionero, J. M. Montaana, Valencia, p. 118
[1941]. <<
[46]
[47] Testimonios de Josep Subirats, Theo Francos y Marcos Ana. RM. Subirats, en
entrevista al autor, le dijo adems que, durante cuarenta das, no comieron ms que
castaas en Santa Mara de Oya. Y pasado ese tiempo, pieles de habas. <<
[59]
[68] The sick roll went up from between 30 to 40 percent. Some kind of fever.
Aspirin was our medicine. To get a pill you had to stand in line at 10 a. m., get an
okay, and then return at 4 p. m. Often the days allotment was finished and you
dragged your feet back to your blanket. A common ailment aside from fever was San
Pedronitis, which is a rheumatic pain in the ankles, shin bones, and knees. Sometimes
the pain got so it was unbearable. Forty percent of us suffered from that. Thirty
percent had diarrhoea and cramps in the stomach constantly; 20 percent had
infections and sores which would not heal and kept increasing in size and number, as
well as soft gums and loose teeth and open wounds. Many of us suffered from more
than one ailment The camp had an infirmary of fifty beds run by nuns. It was
nearly impossible for an International to get admittance Seven died during the six
months four from appendicitis, through lack of an operation. So we buried our
dead. N. Dorland (1938), op. cit. <<
[69]
[72] F. Martnez Nevot (1940), El problema del cncer. Sus aspectos cientficos ms
de la quinta del 36, Castalia, Madrid, p. 130, exista una constante compraventa de
alimentos, cerillas o coac. <<
[81] AGMA-CGG, A2, L179, C34. En 1938 se tiene constancia de la llegada de varios
Martn, Madrid, p. 72, cifras dadas por vlidas por F. Vilanova (2003), En el exilio:
de los campos franceses al umbral de la deportacin, en C. Molinero et. al., eds. (b),
op. cit., pp. 81-115. Vanse tambin M. C. Rafaneau-Boj (1995), Los campos de
concentracin de los refugiados espaoles en Francia (1939-1945), Omega,
Barcelona. G. Dreyfus-Armand (2000), El exilio de los republicanos espaoles en
Francia. De la guerra civil a la muerte de Franco, Crtica, Barcelona [1999]. <<
Pernau [2003], Les veus de la pres. Histries viscudes per 36 lluitadors antifranquistes, Edhasa-La Campana, Barcelona, p. 24), y por donde pasaron, a tenor de
la documentacin escasa conservada de este centro, 3785 prisioneros entre el 11
y el 18 de febrero de 1939. AGMA-ZN, A15, L8, C38bis. <<
[5] AGMA-ZN-EN, A15, L16, C34. El plan implicaba el traslado de los prisioneros
[7] M. Duch (1996), Reus sota el primer franquisme. 1939-1951, Associaci destudis
119 en Pamplona; nada, comparados con los prisioneros clasificados en Vitoria (2600
internos tan slo el 16 de febrero) y Logroo (un total de 1576 clasificados.
AGMA-ZN, A40, L7, C19). <<
[10] AGMA-ZN, A40, L7, Cc5-10. En el primer caso, el nmero de prisioneros en esa
[12] Realizacin propia desde AGMA-ZN, A40, L7, C22. La mayor dificultad aqu
radica en que no se conocen los datos totales previos a estas altas y bajas, aunque San
Pedro soliese rondar los 1500-2000 internos de media mensual. <<
[17] AGMA-CGG, A11, C556, C59, AGMA-ZN, A40, L7, C17, y AGMA-CGG. A1,
[18] AGMA-CGG, A11, L558, C127, y AGMA-ZN, A40, L7, C21. Vase tambin P.
Barruso (1999), El difcil regreso. La poltica del Nuevo Estado ante el exilio
guipuzcoano en Francia (1936-1939), en Sancho el Sabio, n. 11, pp. 101-140, cf. p.
125. <<
[19] AGMA-CGG, A13, L686, C73. La evacuacin se realizara entre los campos de
[22] AGMA-CGG, A11, L558, Cc59, 114 y 122. AGMA-CGG, A13, L686, Cc55 y
57. <<
[30] La documentacin oficial militar no habla de ningn campo en esta isla, aunque
algunas investigaciones de carcter local hayan sacado a la luz varios, como los de
Illetas, Son Carl, Can Mir; lo mismo puede decirse para el campo de Formentera.
Para los campos baleares, I. Martn Jimnez (2000), Aportaciones a la historia de la
guerra civil en Menorca, tomo II, Nura, Menorca; D. Ginard (1998), Centres de
reclusi a la Mallorca en guerra (1936-1939), en Randa, n. 28, guerra civil i
postguerra a les Illes Balerars, pp. 19-67; A. Parrn (2000), La guerra civil a Eivissa
i Formentera 1936-1939, Documenta Balear, Palma de Mallorca. <<
[31] AGMA-ZN-ES, A38, L5, C19 y AGMA-ZN, A42, L1, C11. <<
[32] AGMA-ZN, A37, L3, C14 y AGMA-ZN, A39, L4, C13. <<
[34] Cuarenta y cinco mil en el centro, 60 000 en el sur, y 35 000 en Levante. Estas
cifras, sin embargo, deben ser contrastadas con lo que indico al referirme al nmero
de prisioneros del Ejrcito del Sur. <<
[35] DIHGF (1996), tomo I, op. cit., pp. 325-326. Aparecen en este listado campos y
[39] Las cifras de presos en posguerra tienen diferentes sesgos y estn muy marcadas
tanto por las fuentes utilizadas como por la perspectiva del historiador que las
maneja. Sin embargo, en esa duplicacin del nmero de internos penales coinciden
desde los orgenes mismos de la historiografa profesional sobre el franquismo S. G.
Payne (1968), op. cit., pp. 367-368 y R. Tamames (1974), La Repblica. La era de
Franco, tomo VII de Historia de Espaa Alfaguara, Alianza, Madrid, pp. 354-355.
Vase tambin . Surez-Colectivo 36 (1976), op. cit., p. 63. <<
[40] El primer objetivo, como se ha dicho, era detectar a los comisarios polticos y
[45] AGMA-ZN, A40, L7, C24 y AGMA-ZN, A44, L2, Ce 62 y 63. <<
[47] De ejemplares cabe tachar, al respecto de estos dos ltimos pueblos, los trabajos
[50] AGMA-ZN, A37, L3, Cc 4 y 5. AGMA-ZN, A36, L1, Varias Cc, y AGMA-ZN,
[56]
[57] Testimonio de Marcos Ana, Madrid, 10-11-2004, y S. Agudo (1991), op. cit., p.
76. <<
[58] . Surez-Colectivo 36 (1976), op. cit., p. 68, citando un testimonio indito del
[59] Testimonio de Sixto Agudo, Reus, 13-11-2001, y S. Agudo (1991), op. cit, p. 93.
<<
[64]
Centro, 16 en el del Sur, dos de la Jefatura del Aire, seis de Abastecimiento, siete de
Ferrocarriles, dos en Marruecos, once de Recuperacin de Automviles, dos de
Mineros, uno del CT, uno de FET y de las JONS, tres en la Octava RM, tres del
Servicio de Caminos de la zona norte, uno del Ministerio de Orden Pblico. <<
[66] R. Rufat (1966), En las prisiones de Espaa, Cajica, Mxico. Se albergaba a 3400
prisioneros. <<
[67] AGMA-ME, c25 723. En octubre de 1939 tuvo 248 altas, hasta hacer un total a
[70]
[73] Teo Francos estuvo en diferentes frentes de guerra durante el conflicto mundial,
pero ante todo recuerda cmo, tras el desembarco de Sicilia y ya a las puertas de
Roma, se les prohibi entrar en la capital porque el mrito, segn dice, se lo queran
reservar los norteamericanos. Llegar al centro de la ciudad y enarbolar las banderas
francesa y espaola le cost un mes de arresto. <<
[75]
[76]
Los datos sobre las refundiciones, en AGMG-CC, s/r. De tal modo, de los
BB. TT. 112 y 78, se forma el 78. De los 117 y 107, el 107. De los 111 y 115, el 115.
De los 113 y 126, el 126. De los 135 y 20, el 20. De los del CTV y 7, el 7. De los 37
y 9, el 9, y de los 40 y 144, el 16. <<
[77]
[79] S. Vega (2003), La vida en las prisiones de Franco, en C. Molinero et. al., eds.
(b), op. cit., pp. 177-198, exporta sus conclusiones sobre la provincia de Segovia a
todo el territorio nacional. Asimismo, J. M. Sabin (1996), Prisin y muerte en la
Espaa de postguerra, Anaya-Mario Muchnik, Barcelona, lo hace partiendo del caso
de Toledo. <<
[80] H. Roldn (1988), Historia de la Prisin en Espaa, PPU, Barcelona, p. 185. <<
[82] AGA-P, c4879, C1. Algunos trabajos han abordado el tema. Vase J. L. Gutirrez
[87] J. Meli (1977), Marcelino Camacho, Cambio 16, Madrid. M. Camacho (1990),
[90] La cantidad de jabn deba ser de medio kilo al mes para cada trabajador. En
Reus, sin embargo, haban correspondido en febrero de 1942, para 1778 personas,
200 kilos, lejos de los 889 deseables. En marzo, para 1784 personas se enviaron de
nuevo 200 kilos. En abril no se recibi ni una sola pastilla de jabn para la higiene de
los 1762 internos calculados ese mes. Y en mayo, para 1070 personas se dispuso de
270 kilos. AGMA-ME, c20 904. <<
[91] Fueron clausurados los Batallones numerados del 1 al 32, 34, 37, del 40 al 42, 50,
51, del 63 al 69, del 76 al 78, del 89 al 91, del 100 al 108, del 110 al 117, del 121 al
171, del 177 al 180, del 200 al 204, del 208 al 217, el de FET-JONS y los Batallones
Mineros 1 y 2. <<
[93]
[5] K. J. Ruhl (1986), Franco, Falange y III Reich. Espaa durante la II guerra
[7] Para los franceses, AMAE-AB, L2183, E12. Para los ingleses, AMAE-AB, L2190,
E13. Para los suizos, AMAE-AB, L2192, L8. Para los griegos, AMAE-AB, L2190,
E7 (se les unieron un griego proveniente de la prisin provincial de Zaragoza y tres
de Miranda de Ebro). Para los hngaros, AMAE-AB, L2191, E61. <<
[23] En cuanto a las devoluciones a Francia, se estima que fueron hasta la intervencin
aliada en el Norte de frica unas 1050, para R. Belot (1998), Aux frontires de la
libert. Vichy-Madrid-Alger-Londres. Sevader de France sous lOccupation, Fayard,
Pars. <<
[27]
[28] A la vista de la documentacin, no solamente eran varones en edad militar los que
[30] Eran dos pertenecientes a Irak. Pocos tambin eran los rumanos, que a mediados
[32] Otro dato significativo en este sentido es que en junio de 1941, por parte de la
War Organization of the British Red Cross y bajo los auspicios de la Cruz Roja
Portuguesa, se pidiese autorizacin para enviar a Miranda una ambulancia urgente
desde Portugal, llevando artculos medicinales y vestidos: 290 camisas, 220
pantalones cortos, 200 kg de galletas, 250 kg de jabn medicinal, 800 latas de
sardinas, una caja de medicamentos, 60 medias, 200 cajas de pomada antisptica,
diez kg de salchichas, cincuenta kg de chocolate y mil cigarrillos, para los prisioneros
britnicos. En agosto, adems, se supo que en Amrica se haban reunido donativos
para los belgas de Miranda. AMAE-AB, 2192, E2. <<
[35] Esta posicin doctrinal era la que haba prosperado en la Segunda Conferencia de
La Haya, cuyo Convenio V, art. 13, estableca que la Potencia neutral que reciba
prisioneros de guerra evadidos, los dejar en libertad. Si tolera su estancia en su
territorio podr sealarles una residencia. Por consiguiente, segn la asesora del
MAE, slo en este ltimo supuesto, el pas neutral en el que se haban refugiado
poda discrecionalmente tomar las medidas adecuadas para impedir que se
reintegraran a sus fuerzas, careciendo sin embargo de facultades para ello cuando
tales prisioneros tratasen de abandonar el territorio neutral sin haber intentado fijar su
residencia en l. AMAE-AB, L2110, E4. <<
Miranda. AMAE-AB, L2183, E1. Para los holandeses, AMAE-AB, L2190, E19. <<
Lleida (diez), Zamora (uno), la crcel Modelo de Barcelona (trece), Girona (uno),
Reus (uno) y la prisin de Torrero, en Zaragoza (once). El 12 de mayo se pidieron
ms: de la DGS en Madrid (dos), de la prisin provincial de Badajoz (dos), de la de
Santo Domingo en Mrida (dos), de San Juan de Mozarrifar en Zaragoza (uno), de la
prisin provincial de Huelva (tres), de la Modelo barcelonesa (26), de Girona (uno),
de Tortosa (uno), de la crcel de la Seu dUrgell (tres), de Alicante (uno), de
Zaragoza (cinco); y el 20 de mayo, 17 de la Modelo y tres de Tarragona. A lo largo de
1942 se solicitara el traslado de muchos ms a Miranda, provenientes de casi todos
los puntos de Espaa: de la prisin provincial de Salt, de Zamora, de Huelva, de
Sevilla, de Pamplona, de la prisin de Pealver en Madrid, de la de Ayamonte
(Huelva), de la provincial de Len, de Yeseras, de Jaca, de Tarragona, de Valencia,
de Pontevedra, de Valladolid o de Ciudad Real. Toda la informacin sobre los
ingleses en estos meses, en AMAE-AB, L2190, Ee 13 y 14. <<
[39]
[43] H. Avni (1970), La salvacin de judos por Espaa durante la segunda guerra
[44] F. Ysart (1973), Espaa y los judos en la segunda guerra mundial, Dopesa,
[45] AMAE-AB, L1670, E8. De hecho, una traduccin fue enviada a las embajadas
espaolas de La Paz, San Salvador, Quito, San Jos de Costa Rica, Panam,
Montevideo, Guatemala, Ciudad Trujillo, Caracas, Bogot, La Habana, Santiago de
Chile, Lima, Ro de Janeiro, Washington y Buenos Aires, para su difusin. <<
E41. <<
[49] AMAE-AB, L2181, E1. La referencia DEA sobre los rusos significa Disponibles
[50] AMAE-AB, L2181, E5. El problema, efectivamente, era grave en las provincias
[55] AMAE-AB, L2190, E11. En ese momento, finales de 1942, se hallaban detenidos
[59] Ibid. En enero de 1943 se liber, aparte de a los 587 citados, a 89 internos ms en
Espaa, Plaza & Jans, Barcelona, p. 534, sita la huelga de hambre en julio de 1942.
<<
[61]
[64] AMAE-AB, L2183, E2 para los franceses; L2190, Ee 16 y 12 para los ingleses;
L2190, E1 para los norteamericanos; L2192, E12 para los yugoslavos; L2180, E16
para los checoslovacos; L2190, E20 para los holandeses. <<
[68] J. Tusell (1990), op. cit. A. Marquina y G. Ospina (1987), Espaa y los judos en
[69] M. Gilbert (1969), Jewish History Atlas, Weidenfeld & Nicolson, Londres, p. 87.
Tambin H. Avni (1982), Espaa, Franco y los judos, Altalena, Madrid. <<
[71] Ibid. Se trataba de un chileno, un venezolano, ocho turcos, dos suizos, cuatro
[73] AMAE-AB, L2182, E8. Por nacionalidades, AMAE-AB, L2183, E2 para los
[76] Cifra que viene a coincidir con la dada por el peridico La Bourse Egiptienne,
[77] No existen cifras exactas para estos meses. La de 900, en AMAE-AB, L2181, E4.
[78] Exactamente 1650 franceses, 490 britnicos, 380 polacos, 260 belgas, 210 checos,
[84] APEI y M. Viv y R. Vieville (1998), Les vads de France travers lEspagne:
[2] M. Ros Agudo (2002), op. cit., y L. A. Buuel (1989), La gnesis del cerco
[12] De los italianos internos, Botteri: tiene abandonada a su esposa y dos hijos, es de
Friends (cuqueros), el Unitarians Service Comitee, otros grupos catlicos y del Joint
Distribution Comitee. <<
[17] AMAE-AB, L2179, E43. Las prisiones eran las de Zaragoza, Ocaa, Linares,
[19] Hubo quejas por el decomiso de camisas, botas, gorros, 40 estufas elctricas, una
[22] Los quince primeros rusos, en AMAE-AB, L2192, E7. Varios eran ucranianos en
[26] Entre ellos, Florentin Koester, internado desde 1941 que sufra graves problemas
[29] Como el de Robert Coq, pasado a Espaa por error mientras estaba de vacaciones
[33]
[35]
[37] Segn Gran Bretaa, en la colonia alemana (unas 12 000 personas) haba unos
1400 antiguos oficiales, de los cuales 1065 haban sido listados; 113 haban sido
repatriados, y quedaban 952; 492 haban sido listados como agentes, entre otras
organizaciones de la Gestapo; 44 haban sido repatriados y quedaban 448; 330 de los
1065 oficiales mencionados se crea que eran tambin agentes. <<
[38] Con cualquiera de los siguientes requisitos: estar casado con una espaola, tener
antiguo agregado del Aire alemn, haba sido escondido por un oficial del Estado
Mayor espaol, el teniente coronel Diez Villegas. Alfredo Schults Manteola, un
agente nazi muy importante en Vigo, haba sido sacado de un avin en Barajas el
ltimo momento antes de su salida, basndose en su reclamacin acerca de que su
nacionalidad espaola deba ser investigada, permitindosele volver a Bilbao. Ernst
Schultze, un importante agente alemn en Sevilla, haba sido puesto en libertad
mientras se encontraba detenido en espera de ser repatriado gracias a la intervencin
del ministro del Aire, Gonzlez de Gallarza. Bernhard Feuerriegel estaba escondido
en una finca del gobernador de Zamora. Adems estaban los casos de Vorkauf,
Lautenschlager, Llinger, Nemann y Classen, que en el ltimo momento no fueron
obligados a repatriarse. Algunos de los alemanes ms importantes detenidos en
Caldas de Malavella se haban escapado cuando llegaron sus turnos para ser
repatriados, entre otros Johann Dumpert, Rudolf von Merode, Horst Muller-Fiedler,
Richard Mildenhauer, Edgar Lohse y Herbert Gloss. <<
[45] Las cartas de Las seoras e hijos de los que se encuentran en los campos, en
[1]
[2] Los campos de concentracin usualmente se han analizado desde una perspectiva
en cierta medida homognea y de larga duracin: as, desde el momento en que las
masas entran en el juego de la accin poltica, su represin ha de adaptarse a sus
caractersticas. Ms an si cabe en procesos abiertos de confrontacin blica, el
nacimiento de los primeros campos de concentracin se ha puesto en relacin
usualmente con estrategias blicas y sociales paralelas que evitasen la intervencin de
civiles en las guerras, o al menos que, al presionarlos, fuesen un arma para la victoria.
<<
[5]
[8] One finding which is essential for understanding this entire study is that the POW
[9]
[11]
[12]
[13] Muchos ejemplos lo ratifican. Por ejemplo, H. Kaplan (1994), Conscience and
[14] A. J. Kaminsky (1998), op. cit., y sobre todo J. Kotek y P. Rigoulot (2001), Los
[15]
[18] A fuerza de resumir una bibliografa inmensa, para la violencia nazi vase J.
[20]
[22]
[23] P. Aguilar (1996), Memoria y olvido de la guerra civil espaola, Alianza, Madrid.
<<
[24] P. Preston (1994), op. cit., passim: a lo largo de la obra, son puestas en evidencia
[26] P. Yss (2004), Disidencia y subversin. La lucha del rgimen franquista por su
[27]
[31] Con un ttulo tan llamativo como Salvar la memoria. Una reflexin sobre las
vctimas de la guerra civil, el padre ngel David Martn Rubio (1999, Fondo de
Estudios Sociales, Badajoz) pretende contribuir a evitar que con el silencio, la
marginacin y la manipulacin se cree una nueva versin de la propia vida y,
no lo dice, de lo aprendido en la escuela nacionalcatlica de muchos espaoles (p.
12). Es significativo que tras este ttulo se amparen las categoras analticas sobre la
violencia en la guerra civil espaola ya empleadas por la historiografa
reconocidamente alegrica del franquismo, puesto que a su juicio, una
contramemoria estara engullendo a la compartida por los vencedores. Se trata, por
tanto, del mejor ejemplo posible para demostrar la necesidad de seguir los pasos
sealados por Todorov: si el recuerdo compartido no tiene una base de realidad y se
fundamenta en estereotipos identitarios tiles para el presente, se estar delante de
una falsa memoria. <<
sus mismos lmites. Paul Ricoeur hablara, al respecto, del deber de la memoria y
sealara que cuando el historiador es confrontado con lo horrible, figura lmite de la
historia de las vctimas, la relacin de deuda se transforma en deber de no olvidar. P.
Ricoeur (2003), op. cit., pp. 118-124. <<
[34]
Madrid. <<
[36]
[40] A. Reig Tapia (2003), El recuerdo y el olvido. Los lugares de la memoria del
[41]
Acosta, J. L. Gutirrez, L. Martnez y . del Ro (2004), op. cit., pp. 102-103. <<
[43] Segn los han llamado Claude Lanzmann (non-lieux de mmoire) o Dominick
[*] Con mi agradecimiento a Enzo Traverso y a Jos Luis Ledesma, por la lectura y
[*] Para la realizacin de este captulo, donde tantas horas de entrevistas adquieren
[*]