Cautivos - Javier Rodrigo

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Tras

un silencio de ms de medio siglo, la realidad de lo que signific el


sistema represivo franquista se ha ido desvelando en estos ltimos aos.
Cautivos significa un importante avance en este proceso, puesto que se trata
del primer estudio global sobre el universo de los campos de concentracin
franquistas, sobre sus mtodos de trabajo y sobre las experiencias vivida en
ellos desde 1936, cuando se instalaron los primeros centros de detencin
preventivos, hasta 1947, cuando el campo de Miranda de Ebro, que acoga
fugitivos de la segunda guerra mundial, incluyendo dirigentes nazis, cerr
definitivamente. Entre estas dos fechas discurre esta historia de cientos de
miles de cautivos que trabajaron en condiciones cercanas a las de la
esclavitud y que sufrieron hambre, miseria, y un trato brutal y humillante,
como parte de un proceso de reeducacin que les preparaba para
integrarse en el Nuevo Estado.

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Javier Rodrigo

Cautivos
Campos de concentracin en la Espaa franquista, 1936-1947
ePub r1.0
Titivillus 19.09.15

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Ttulo original: Cautivos


Javier Rodrigo, 2005
Prlogo: Miguel ngel Ruiz Carnicer
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2

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A mercedes y Miguel, mis padres.

Para los navegantes con ganas de viento,


a memoria es un puerto de partida.
EDUARDO GALEANO

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Prlogo
del siglo , los europeos reflexivos podan [] creer en el
A comienzos
progreso moral y pensar que el vicio y la barbarie humanos estaban en
XX

retroceso. Al final del siglo es difcil confiar en la ley moral o en el progreso moral.
As resume Glover[1], en los inicios de su trabajo Humanidad e Inhumanidad. Una
historia moral del siglo XX, la visin general de un siglo que ha conocido lugares y
nombres que se han convertido en metforas del terror: Auschwitz e Hiroshima por
supuesto, pero tambin la batalla del Somme, las hambrunas en la Ucrania de los
aos treinta, el Gulag sovitico, Vietnam, Camboya o Ruanda.
Este protagonismo de la barbarie no es exclusivo del siglo XX, ni mucho menos.
Pero s su escala de destruccin y, sobre todo, su repercusin poltica, social, moral.
Y entre la larga y abigarrada historia de la infamia en el siglo XX, la idea del campo
de concentracin es una de las encarnaciones de sta ms claras, pero sobre todo
ms siniestras, al unir la prdida de la libertad, la negacin del carcter de persona
de los internados, su utilizacin como mano de obra forzada y la inexistencia de
acuerdos o tratados que regularan su situacin y la total prdida de dignidad. Los
campos eran limbos legales y morales en donde todo el horror era posible. Pero
tambin era el smbolo de la barbarie que era capaz de desplegar la tcnica
moderna, segn seala repetidamente en sus escritos Walter Benjamn, una vctima
avant la lettre de Auschwitz.
El modelo de campo de concentracin por antonomasia en el siglo XX es
Auschwitz y, tras su nombre, contenidos en l, est la larga retahla de los campos
nazis, crecientemente destinados a la exterminacin de la poblacin juda
fundamentalmente, pero tambin de todo aqul que no fuera productivo e incurriera
en cualquier categora molesta para las autoridades nazis.
Uno de los mayores retos de los intelectuales de la segunda mitad de siglo ha
sido hacer frente al interdicto de T. W. Adorno: Escribir un poema despus de
Auschwitz es un acto de barbarie[2]; pero tambin se hace difcil reflexionar, pensar,
tambin escribir historia despus de acontecimientos que exponan de una forma
evidente la fragilidad de los aparentemente slidos pilares de la tradicin ilustrada.
Hay una ruptura de civilizacin, como expresa Enzo Traverso[3]. Ya no se poda
hablar de accidentes en un pretendido camino inapelable de la humanidad hacia
mayores escalas de civilizacin y progreso, siguiendo la senda ilustrada, sino que
Auschwitz sera tambin un producto de la civilizacin occidental, al combinar la
eficacia y la racionalidad tcnica con el ansia destructora al servicio del mal. Ha
sido otra gran intelectual del siglo XX, Hannah Arendt, quien ha visto este horror
como una ruptura casi total en el flujo ininterrumpido de la historia occidental,
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pero tambin es quien mejor ha sabido ver en su momento cmo esta destruccin,
este dao, estaba ligado a la banalidad del mal, cmo los verdugos no se
contemplaban a s mismos como tales, an asumiendo sus acciones que pasan a ser
momentos anodinos de una vida cotidiana en un marco excepcional como el de una
guerra. Ha sido en la ltima dcada del siglo XX cuando los historiadores han puesto
de manifiesto esta necesaria colaboracin del hombre corriente en la perpetracin
del mal, lo cual convierte su explicacin en algo ms perverso y a la par
insanamente fascinante.
La revisin de estos hechos slo ha podido encararse desde una creciente
relatividad moral y de una historicidad que nos alejaba para siempre de la inocencia
que an perviva cuando en los aos treinta se crea que se poda poner la guerra o
el odio entre pueblos fuera de la ley. Tero es el desarraigo colectivo, tan bien
explicado por W. G. Sebald[4], el que mejor representa esta derrota moral, esta
inhumanidad que la que est transido el siglo.
Son muchos los que hablan de la centralidad de los campos en esta historia de
los horrores del siglo pasado. Algunos trabajos, como el de Kotek y Rigoulot[5]
caracterizan al siglo XX como El siglo de los Campos, como se titula originalmente
el trabajo e inician su libro diciendo que se podra explicar el siglo XX escribiendo la
historia del sistema de los campos de concentracin, presentando a stos como
relacionados indisolublemente con el totalitarismo y sitan su inicio en la Cuba
espaola. Un dudoso privilegio que se puede matizar si pensamos en las
caractersticas de las reservas indias en EEUU en la poca de la conquista del oeste
o en la persecucin a determinados pueblos en Asia.
Estos campos anteriores al modelo alemn del Holocausto, campos de detencin
e internamiento que surgen a partir de un conflicto o coyuntura concreta pero que se
convierten tambin en campos de exterminio en la prctica, en la medida en que se
mantienen en el tiempo y sus condiciones se hacen peores, aunque no sea ste su
objetivo originario. Sin embargo, son los campos nazis los que establecen una nueva
referencia y con ellos se da la aparicin y extensin del concepto campo de
concentracin, lo que explica que con posterioridad se rescataran experiencias
anteriores, haciendo una arqueologa que llega, al menos, hasta la experiencia de
campos de concentracin espaoles en Cuba. Pero tambin se mantienen despus:
uno de esos ltimos macabros mojones en esta historia seran los campos de
concentracin y detencin puestos en marcha en las guerras de la desintegracin de
Yugoslavia en los aos noventa, pero muchos tambin incluyen el campo de detenidos
organizado por Estados Unidos con los islamistas acusados de terrorismo en la base
militar de Guantnamo.
En los ltimos tiempos, se han publicado trabajos muy destacados sobre el
fenmeno concentracionario, yendo ms all sobre los ms documentados y
explicados, los nazis, aumentado de esta forma el ngulo de visin sobre el
fenmeno, y dejando de lado prejuicios polticos de la poca de la guerra fra. Uno
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de los libros de mayor proyeccin de los ltimos tiempos es el de Anne Applebaum


sobre los campos de concentracin soviticos, ganador del Premio Pulitzer 2004[6],
en donde se habla in extenso del fenmeno a lo largo de la historia de la URSS y se
da voz a los prisioneros, aunque en este caso, como en otros, ya haba trabajos que
hablaban de cuntos, cmo y dnde.
En el caso espaol, el rgimen franquista se encarg de eliminar las huellas
fsicas de estos campos y los pueblos donde estuvieron encuadrados decidieron
olvidar que all hubo uno, como si reconocerlo fuera poner en entredicho la dignidad
del propio espacio comn. La evolucin de la dictadura hacia una forma
polticamente menos agresiva cara al exterior y la banalidad de la forma en que
pervivi la dictadura en Espaa (lo que no le quitaba carcter letal) ayud a dejar
slo para los ms comprometidos ideolgicamente el tema de la represin y las
ansias totalitarias del rgimen.
Ya en los aos ochenta encontramos trabajos fundamentales en el terreno de la
represin que trazan el camino a seguir. Pero es a finales de los noventa, cuando
asistimos a un aflorar de trabajos sobre la represin singularmente de posguerra
en todas sus manifestaciones, con asociaciones que desentierran a los muertos de
antao; se organizan actos de reivindicacin de los guerrilleros en lo que fueron sus
bosques y se tiene ms inters que nunca en las generaciones ms jvenes por
aprehender la verdadera naturaleza del sistema que muri prcticamente con el
dictador. Y aunque el inters se ha centrado ms en la represin basada en las
crceles, la eliminacin fsica y la depuracin, quedaba pendiente un trabajo de
entidad que abordara en su complejidad el tema de los campos de concentracin de
la Espaa franquista, aspecto sobre los que el mismo Javier Rodrigo ha publicado
algunos trabajos previamente, como adelanto de esta densa monografa.
Ms all de esos trabajos recientes, de un congreso, de los testimonios y libros de
memorias y de algn trabajo menor aislado sobre algn campo concreto, no se tena
un conocimiento en detalle del funcionamiento del sistema concentracionario
espaol. En el citado trabajo de Kotek y Rigoulot, ms all de esa inicial experiencia
en la Cuba espaola inmediatamente anterior a la independencia, Espaa aparece
slo en los aos de la guerra civil Y los autores slo le dedican siete pginas
incluidos los campos republicanos. En todo caso, se subraya el carcter temporal o
provisional de los campos en Espaa, y no tanto las malas instalaciones y condicin
de los internados. Es difcil diferenciarlos de otros campos que aparecen en este libro
y otros como los campos de concentracin improvisados en las playas de Argels y
la costa francesa para acoger a los republicanos espaoles que huan de la derrota.
Tanto a nivel internacional, como dentro de la produccin nacional, era evidente
la ausencia de un primer paso bsico en cualquier empresa de historiar un perodo,
un objeto, una cuestin: enumerar, clasificar, definir y narrar lo sucedido. Y luego
reflexionar y sacar conclusiones.
Y eso es lo que hace Javier Rodrigo Snchez en este fascinante trabajo. Definir
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los campos de concentracin de la Espaa franquista entre la maraa de tipologas


que la propia guerra y su evolucin va generando; contar los campos que hubo, su
ciclo vital y su emplazamiento. Narrar cmo es la vida en esos campos, gracias a un
amplio trabajo de documentacin pero tambin basndose en entrevistas orales y
recopilacin de testimonios escritos y memorias, adems de recuperacin de
testimonios grficos ocultos hasta ahora. Y explicar cul es la visin del papel de los
campos para las autoridades franquistas, para los internos y para mbitos
internacionales.
Pero tambin estudia Javier Rodrigo el papel de estos campos en el programa de
control totalitario del franquismo. Y en la medida en que el fenmeno
concentracionario franquista se enmarca en una reflexin global, se arroja tambin
mucha luz sobre la naturaleza moral del franquismo.
Tenamos hasta ahora fundamentalmente testimonios literarios y de los
supervivientes y casi siempre, limitados al perodo estrictamente de la guerra y muy
apegados a la propia peripecia de algunos de los ms conocidos: Miranda de Ebro,
Albatera, Portaceli, San Juan de Mozarrifar o Puente de Vallecas. Pero no se haba
confeccionado el mapa completo de los campos, con sus cambios en estatus y
funcin, su evolucin y su insercin dentro del sistema de represin franquista. Desde
este punto de vista, el aporte del presente volumen es enorme al permitir a partir de
ahora contar con un trabajo slido, bien construido y plenamente consciente tanto de
la literatura ensaystica europea sobre el tema concentracionario como de la
historiografa franquista ms actualizada, sin dejar de lado un buen conocimiento de
debates internacionales hoy tan en boga entre la profesin como el de los lugares de
la memoria y la construccin de la percepcin de la memoria y el olvido.
Seguramente esta amplia visin se debe a que Javier Rodrigo pertenece a la nueva
generacin de historiadores formados en una historiografa renovada, bien
conectados en Europa (en ese sentido, este libro es el fruto de una tesis doctoral
leda en el Instituto Universitario Europeo de Florencia) y con una gran capacidad
para remover obstculos en su proceso de investigacin.
Tenemos ante nosotros un trabajo de historia que busca y fundamenta todos sus
datos, avalados por un gran trabajo documental y con fuentes hasta hace poco
tiempo imposibles de consultar y que est soportado por una amplia bibliografa
nacional e internacional. Pero tenemos sobre todo el retrato de una serie de hombres
y de sus penalidades; y la historia de una mentalidad de los vencedores de la guerra
y sus pretensiones totalitarias. Y en ese sentido es tambin un fresco de la vida de los
espaoles de la guerra y posguerra. Pero sobre todo es una reflexin sobre la
naturaleza del experimento franquista, ya que por mediocre que fuera el resultado y
lo ralo de sus contenidos ideolgicos conforme iban pasando los aos y los lustros,
no podemos olvidar su propsito de creacin de un hombre hecho a imagen y
semejanza de una serie de valores en los que participaba con igual fuerza el fascismo
europeo, el catolicismo integrista y la mentalidad militar que pone por encima de
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cualquier otra consideracin el orden social.


Hay que hacer notar tambin que el trabajo no se cie slo al perodo de la
guerra civil, ya que el sistema de campos de internamiento y de trabajos forzados
permanece hasta avanzados los aos cuarenta. La idea de la reeducacin y la
integracin en la Espaa Nacional est presente en esta permanencia, adems de
mostrar que la idea de reconciliacin nunca estuvo en la mente de los vencedores. En
la parte final del libro, Rodrigo aporta informacin sobre algunos aspectos an muy
poco conocidos a nivel europeo, como la utilizacin de las instalaciones de algunos
de estos campos de la Espaa de Franco por parte de los refugiados nazis para
refugiarse y protegerse tras la derrota del fascismo a manos de los aliados y hasta
que stos pudieron huir a Amrica Latina en donde iniciaran una nueva vida. Esa
estancia en campos de concentracin (adems de otros lugares, como fbricas y
otros refugios que no estudia aqu el autor) son una parte interesante tambin del
trabajo en su fase final.
Espero que los lectores y estudiosos disfruten de este trabajo tanto como he
disfrutado yo asistiendo a su largo proceso de elaboracin. Y espero tambin que
este libro, junto con otros, sirva para una mayor y mejor reflexin moral y cvica y
no slo historiogrfica sobre la dictadura de Franco y sus manifestaciones
totalitarias enriqueciendo as la percepcin de nuestro ms reciente pasado.
MIGUEL NGEL RUIZ CARNICER
24 de febrero de 2005

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Siglas utilizadas

1. ARCHIVSTICAS Y DOCUMENTALES
Para citas documentales, A: Armario; L: Legajo; C: Carpeta; c: Caja; E:
Expediente.
ACCPC:
R:
AGA:
P:
G:
OP
J:
AGMA:
CGG:
ME:
MIR:
ZN:
EC:
EL:
EN:
ES:
5.
RM:
ZR:
AGMG:
CC:
CC-E:
ME:
AGC:
FI:
PS:

Archivo del Comit Central del Partido Comunista.


Represin franquista.
Archivo General de la Administracin.
Presidencia.
Gobernacin.
Obras Pblicas.
Justicia.
Archivo General Militar de vila.
Cuartel General del Generalsimo.
Ministerio del Ejrcito.
Movilizacin, Instruccin y Recuperacin.
Zona Nacional
Ejrcito del Centro
Ejrcito de Levante
Ejrcito del Norte
Ejrcito del Sur
Quinta Regin Militar.
Zona Republicana.
Archivo General Militar de Guadalajara.
Expedientes personales de Campos de Concentracin.
Expedientes personales de Campos de Concentracin, personal
Extranjero.
Fondo Miranda de Ebro
Archivo General de la guerra civil espaola Salamanca.
Fondos Incorporados.
Seccin Poltico-Social.
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AMAE:
AB:
DIHGF:

Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores.


Archivo de Burgos.
Documentos Inditos para la Historia del Generalsimo Franco.

2. ACRNIMOS FRECUENTEMENTE EMPLEADOS EN EL TEXTO


AD:
APEI:
BB. II:
BB. TT:
BDST:
BDSTP:
BOE:
CAC:
CE:
CICRC:
CPM:
CRI:
CTA:
CTV:
DGS:
FETJONS:
ICCP:
JCCBD:
JTE:
MAE:
MDN:
ME:
PCE:
RM:
RR. DD:
SCPM:

Agrupacin de Divisiones.
Association Parisienne des anciens combattants franais vads de France
et des Interns en Espagne.
Brigadas Internacionales.
Batalln(es) de Trabajadores.
Batalln(es) Disciplinario(s) de Soldados Trabajadores.
Batalln(es) Disciplinario(s) de Soldados Trabajadores Penados.
Boletn Oficial del Estado.
Consejo Aliado de Control de Alemania.
Cuerpo de Ejrcito.
Commission Internationale Contre le Rgime Concentrationnaire.
Colonia (s) Penitenciaria (s) Militarizada (s).
Cruz Roja Internacional.
Comisin Tcnica Asesora (integrante de la ICCP).
Corpo di Truppe Volontarie.
Direccin General de Seguridad.
Falange Espaola Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva NacionalSindicalista.
Inspeccin de Campos de Concentracin de Prisioneros.
Jefatura de Campos de Concentracin y Batallones Disciplinarios.
Junta Tcnica del Estado.
Ministerio de Asuntos Exteriores.
Ministerio de Defensa Nacional.
Ministerio del Ejrcito.
Partido Comunista de Espaa.
Rejas en la Memoria (documental).
Regiones Devastadas.
Servicio de Colonias Penitenciarias Militarizadas.

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AMPO DE CONCENTRACIN: LUGAR DE INTERNAMIENTO masivo de prisioneros de

guerra, disidentes polticos o minoras nacionales, religiosas o raciales, no


reglado por una legalidad establecida sino por las funciones que de la reclusin
pretenden obtenerse, cuales la clasificacin, el trabajo forzoso, la reeducacin o, en
casos extremos, la muerte del internado. Sistema empleado desde los albores del
siglo XX para recluir enemigos reales o potenciales en tiempos de paz o de guerra,
utilizado tanto por las democracias liberales (en sus versiones coloniales o blicas)
como por los regmenes autoritarios y totalitarios de variado signo poltico. // Campo
de concentracin franquista: lugar de internamiento preventivo, anmico e ilegal
establecido durante la guerra civil espaola (1936-1939) por los militares sublevados
contra el ordenamiento poltico republicano para recluir a sus prisioneros de guerra
en aras de clasificarlos, determinar sus supuestas responsabilidades criminales
poltico-sociales, reeducarlos y reutilizarlos en una red de trabajos forzosos
denominada de Batallones de Trabajadores y, en la posguerra, de Batallones
Disciplinarios. Asimismo, los centros utilizados en Espaa durante la segunda guerra
mundial (1939-1945) y hasta 1947 para internar a los refugiados de guerra
encuadrados en edad militar.

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Introduccin
Las lneas de demarcacin[*]

UANDO EN 1950 DAVID ROUSSET constituy la Comisin Internacional contra el

Rgimen Concentracionario (CICRC) como sistema de denuncia y presin ante


Naciones Unidas, convencido de que los campos de concentracin suponan en s
mismos un atentado inaceptable contra la declaracin de los Derechos del Hombre,
no solamente tena bajo su acusatoria mirilla a la URSS, a Grecia y a Yugoslavia,
pases donde a todas luces se empleaban procedimientos punitivos tales como el
internamiento en campos de concentracin. A su juicio, la existencia misma de
campos era un abuso contra el ser humano. En sus variadas formas, deca, el campo
era smbolo de la arbitrariedad, del castigo abusivo, de la violencia estatal, de la
ilegalidad en su grado ms extremo. Y, no por casualidad, tambin la Espaa de
Franco estaba entre los pases para ser investigados[1].
Lo cierto, sin embargo, es que en noviembre de 1950 ya no haba campos de
concentracin en Espaa: Pas de camps de concentration en Espagne, mais des
prisons plus ou moins salubres. Tal era la conclusin preliminar de la Comisin,
empeada en ver en el modelo nacionalsocialista, espejo deformante en el que
reflejaron todo lo dems, el nico paradigma posible de sistemas concentracionarios.
En la Espaa de los cincuenta no quedaban campos, sino un sistema penitenciario
desbordado, cuya espita de liberacin segua siendo el trabajo forzoso de los penados.
El sistema carcelario espaol, once aos despus del final oficial de la guerra civil
espaola, distaba sin embargo de responder a una realidad o a una pretensin
humanitaria. Y esa acusacin, realizada solamente un mes despus de que Naciones
Unidas levantase sus sanciones contra la dictadura de Franco, preocup a las
autoridades espaolas en Madrid, Bruselas y Pars, que iniciaron una campaa de
descrdito contra la CICRC, de evidente ocultacin y de negacin de sus
conclusiones. En un acto de presuntuosidad, el embajador en la capital francesa,
Aguirre de Crcer, lleg a pedir permiso a finales de 1950 ante su ministro de
Asuntos Exteriores, Martn Artajo, para afirmar que el Gobierno espaol no se
opondra en modo alguno a la visita a los campos de prisioneros o de detenidos
polticos, si es que an existen en nuestro pas, solicitando despus que el capuchino
Damien Reumont comisionado de la CICRC y apartado ms tarde de esta misin
por el reverendo Pascual de Pamplona, definidor general de los capuchinos en el
Vaticano pudiese acceder a las crceles y campos de trabajo franquistas. Unos
centros, deca Aguirre, en los que se aplicaban las modernas y humanitarias
doctrinas inspiradas en los cristianos principios de la redencin por el trabajo y que
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nada tenan que ver con la acusacin que ms planeaba sobre la Espaa de Franco: la
violacin de las libertades individuales y la creacin de un rgimen penitenciario
arbitrario y cruel.
El permiso se deneg en primera instancia: el 8 de noviembre de 1950 se
suspendi el visado de Rousset, y Artajo slo permiti que la visita de Reumont fuese
para confirmarle personalmente que cuanto le han manifestado son falsedades y
calumnias sin ningn fundamento. Fueron dos pasos en la senda de la ocultacin, en
el juego de dos aos para evitar que los trapos sucios de la dictadura saliesen a la luz
pblica. Sin embargo, a lo largo de las sesiones de la CICRC desarrolladas en 1951 se
acus solamente a la URSS y no se habl en forma desagradable de Espaa. Es
ms: Rousset haba inventado, segn el embajador de Espaa en Blgica, la frmula
de atacar a Rusia no por su rgimen poltico cosa poco eficaz entre las masas
trabajadoras sino por la existencia de un rgimen concentracionario,
equiparndolo al de los campos nazis. Y eso era muy del agrado de un rgimen tan
profundamente anticomunista como el de Franco. Una vez constatado el objetivo
poltico de la CICRC, finalmente se dio permiso a la investigacin.
El tiro propagandstico para Espaa sali disparado por la culata. Desde la
Francia de la posguerra mundial, Rousset y el doctor Andr presidente de la
CICRC conocan, sin embargo, a la hora de acusar a la Espaa de Franco, que all
exista un lugar llamado Miranda de Ebro, por donde haban pasado miles de internos
durante la segunda guerra mundial. Y que ese campo de concentracin se haba
cerrado tan slo tres aos antes, tras haber funcionado a pleno rendimiento durante
dos lustros. O, tal vez, haban ledo los abundantes artculos de prensa que aparecan
por toda Europa, en los que se denunciaba la existencia de lugares llamados
Nanclares de la Oca, Cuelgamuros o Belchite, no propiamente campos de
concentracin pero s pequeos ducados en el reino franquista de la arbitrariedad.
Cuando en 1952 los tres representantes de la Comisin empezaron su labor de
investigacin por crceles, presidios y destacamentos penales, por fin conscientes en
Madrid de que impedirla haca mucho dao a la imagen de la dictadura, haca ya
diecisis aos que los primeros campos de prisioneros de guerra haban sido puestos
en funcionamiento. Ya poco, por tanto, podan decir sobre Miranda de Ebro,
Castuera, Albatera o San Juan de Mozarrifar. Y, sin embargo, en los testimonios
annimos recogidos en ms de sesenta pginas del Libro blanco sobre el sistema
penitenciario espaol, estaban los campos de Lleida, San Pedro, Porta-Coeli,
Santoa, Belchite. En ese Libro blanco se dijo que el trabajo forzoso se impona en
Espaa a ttulo de coercin poltica y de sanciones a cargo de personas que
profesaban determinadas opiniones polticas. Se sealaban los campos de
concentracin de prisioneros como antesala de las crceles de Franco. Y aunque la
investigacin versase ms sobre la arbitrariedad y sobrepoblacin penal que sobre los
orgenes de ambas, y sus conclusiones estuviesen ms que condicionadas poltica y
metodolgicamente de entrada, la CICRC pudo denunciar, por primera vez por parte
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de una organizacin de carcter internacional, cmo el franquismo se apoyaba


poltica y socialmente sobre un basamento de represaliados, de internados, de
fusilados y de excluidos.
La reaccin no se hizo esperar y los denunciados pasaron pronto a ser
denunciantes. Se trataba, para las autoridades espaolas, de mentiras. Mala fe,
disfraces, fallos al espritu de verdad, una sarta de invenciones, testimonios
annimos y aseveraciones imposibles de probar poblaban el informe.
Efectivamente: inexactitudes que el propio rgimen franquista creaba y explotaba,
como la de no conocer exactamente el nmero de presos o negar la existencia de su
carcter poltico; mentiras como recrear un sistema concentracionario donde los
prisioneros eran unos engaados a los que la estancia en los campos y el trabajo
forzoso reeducaba y encaminaba en la justa senda; aseveraciones imposibles de
probar ante tamaa campaa de ocultacin, pero que tampoco fueron desmentidas ya
que eso habra sido, segn el MAE, darle una importancia que no tiene. El Libro
blanco de la CICRC jams fue, as, autorizado por el franquismo. Se dijo que sus
conclusiones no eran veraces ni severas, que el trabajo de los presos no era un
castigo que pudiera equipararse al de los trabajos forzados sino a una redencin
cristiana. Y ni tan siquiera se aprovech lo poco que de ventajoso se reportaba en el
mismo, como la inexistencia de una red concentracionaria[2].
El hecho de que en Espaa no hubiese campos de concentracin habra sido una
noticia til mientras arreciaba y llegaba a su apogeo la campaa internacional
contra el franquismo, particularmente entre 1944 y 1947. Pero ya en 1953, cuando la
aceptacin internacional de la dictadura era casi generalizada, lo mejor era soslayar
cualquier tipo de respuesta. Ni sobre prisiones, ni sobre campos. Lo til era, en ese
momento, perpetuar sine die la ocultacin y el mirar hacia otro lado. Mandar al limbo
del pasado a cientos de miles de excluidos, de depurados, de internados. Y,
ciertamente, a juzgar por el tiempo transcurrido entre el cierre del ltimo campo de
concentracin y la aparicin de la primera monografa dedicada al tema (56 aos)[3],
se logr sobradamente el objetivo.

1. EL CAMPO FRANQUISTA: DEFINICIN Y LMITES


El smbolo absoluto de la victoria franquista fue un monumento funerario elevado
en Cuelgamuros, no por casualidad, por los propios vencidos. El trabajo forzoso, el
internamiento masivo, la reeducacin, el sometimiento, la transformacin y la
eliminacin fsica: sobre esos pilares, entre otros, se erigi en sus inicios la dictadura
de Franco, a tenor de los miles de vctimas mortales que dej a su paso, de las
decenas de miles que pasaron aos de internamiento, crcel o trabajos forzosos, o de
los cientos de miles que sufrieron, directa o indirectamente, la humillacin, la
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condena propia o de un familiar. Todo lo contrario a una paz honrosa y sin sangre, la
represin franquista extendi su negro manto sobre los aos de la posguerra, cuando
todo el aparato represivo estatal no tuvo competidores en el ejercicio de la violencia.
El orden franquista, la Nueva Espaa de Franco, tuvo as en la coercin un eje
gravitacional insoslayable. Fue un rgimen, en su largo arranque (de 1936 a 1948), de
guerra civil. De enfrentamiento interno y exclusin.
A da de hoy, muchas de las historias que conforman esa Historia de la violencia
franquista son conocidas, rememoradas y conmemoradas. Cost largos aos de
dificultades y trabas puestas a la investigacin, puesto que levantar las tapas de las
cloacas dictatoriales supona, o al menos as se perciba, un ataque directo a la
legitimidad de origen del franquismo, la guerra civil. Aun as, ha habido y siguen
quedando zonas de sombras como la historia de los campos franquistas, sobre cuyo
un ngulo muerto se quiere verter aqu algo de luz, primero para dejar sentado cul
fue el modelo concentracionario franquista y, segundo, para servir como camino de
anlisis de la misma guerra civil y del primer franquismo[4]. Y es que, al igual que el
volcn en erupcin supone el mejor modo de conocer las entraas de la Tierra, la
guerra y su ignominiosa posguerra suponen, en sus violentas realizaciones, la mejor
va para conocer las entraas de la Espaa de los aos treinta y cuarenta[5].
El primer paso radica en definir el campo de concentracin franquista. Para ello
se ha esbozado en pginas anteriores la que podra resultar como definicin conjunta,
tanto del fenmeno concentracionario en general como de su particularidad
franquista. Pero tal aclaracin puede y debe ser explicada: como se va a ver en los
captulos de este libro, la constelacin franquista del universo concentracionario
europeo naci desde una indefinicin de origen y desarrollo; su progreso tuvo mucho
de improvisacin, desbordamiento e intentos de regulacin; y su fin, mucho de
resignacin. Jams se trat de un sistema engranado y perfecto, sino que ms bien se
caracteriz por la falta de coordinacin. Y esta profunda carencia que ser
explicada convenientemente, no obstante la creacin en 1937 de la Inspeccin de
Campos de Concentracin de Prisioneros (ICCP), implic que en muchos momentos
bajo el epgrafe de campos de concentracin se estableciesen las ms variadas
formas de reclusin temporal, ilegal y arbitraria. Especialmente en los momentos de
mayor crecimiento del nmero de prisioneros de guerra, como fueron los primeros
avances territoriales de las tropas franquistas, la toma del frente Norte, la ocupacin
de la parte oriental de Aragn, la cada de Catalua o el final de la guerra (adems de
batallas especialmente cuantiosas en cuanto a nmero de prisioneros, como la del
Ebro), los campos de concentracin aumentaron en nmero e internados de manera
desproporcionada, hasta el punto de hacer prcticamente imposible su coordinacin.
De hecho, fue tal el grado de descoordinacin que, en muchos momentos, ni tan
siquiera el mismo ejrcito insurrecto tuvo claro qu definir como campo de
concentracin[6].
Esa indefinicin, digamos, histrica, sumada a los escasos intentos realizados por
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investigar, divulgar y clarificar la historia de los campos franquistas y sus prisioneros,


han derivado en una expansin injustificada del concepto campo de concentracin,
aplicado en algunos momentos a elementos de la casustica represiva franquista
cuales las prisiones o los trabajos forzosos pero sin ajustarse del todo a la realidad
histrica. Hay, por lo tanto, que explicar en clave histrica el fenmeno de los
campos franquistas, su origen, su desarrollo, su final y sus funciones sociales; hay
que dejar claro que no todo el sistema penitenciario franquista fue concentracionario,
y que no todo el mundo concentracionario fue penitenciario. Que crceles y presidios,
sistemas de trabajos forzosos y campos de concentracin correspondan a fases
diferentes de un enorme sistema preventivo y punitivo. Pero que, no por ello, son
terminolgicamente equiparables. Se ha podido, sin embargo, constatar entre las
recientes publicaciones que han abordado las materias concentracionarias y de
trabajos forzosos en la Espaa de Franco, una tendencia a confundir cosas que la
documentacin y las fuentes (perfectamente fiables, por otra parte, en cuanto
oficiales) dejan palmariamente claras. Por ejemplo, se confunde la creacin de la
ICCP en 1937 con la de los mismos campos[7]. O se denominan campos de
concentracin a los centros donde se internaba a los prisioneros trabajadores
encuadrados en Batallones de Trabajadores militares o civiles, como los empleados
por el Servicio Nacional de Colonias Penitenciarias[8]. Confusiones menores y
comprensibles, pero que reproducen dos cuestiones clave de esta historia. En primer
lugar, la dificultad de trazar lneas de separacin terica ante una realidad de
humillacin, explotacin y arbitrariedad como la del sistema represivo franquista. Y
en segundo, la difcilmente soslayable carga emotiva implcita en el concepto de
campo de concentracin, que en algunos casos deslumbra e imposibilita dibujar
lneas diferenciales y modelos histricos[9].
El ejrcito y el Estado de Franco establecieron, paulatinamente y aunque a veces
se avanzase de manera ms errtica que definida, su propio concepto y su propio
modelo de campos de concentracin. Y es el que se aplic a los centros de detencin
ilegal y extrajudicial regidos por la administracin militar y utilizados para internar y
clasificar, sin juicio, a los prisioneros de guerra y evadidos republicanos de la guerra
civil espaola, de los que salan, reeducados, generalmente para formar parte de
Batallones de Trabajadores forzosos, sin pena que cumplir pero de facto cumpliendo
pena como mano de obra militarizada. Y, en posguerra, para internar a los refugiados
militares que, mayoritariamente desde Francia, huan de la segunda guerra mundial.
De este tipo, como ya se ha sealado, existieron un mnimo de 104 de carcter ms o
menos estable, y hasta 188-190 sumando los provisionales, esto es, de escasa
duracin, por los que pasaron entre 367 000 y quinientos mil prisioneros de guerra y
refugiados. No es un concepto, por tanto, que abarque histricamente a otros
fenmenos de internamiento masivo no militares, sino civiles y pseudolegales (con
un juicio que justificase la detencin, con una pena para cumplir por parte del
interno).
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Otros casos de los funcionalmente relacionados con los campos franquistas, como
las Colonias Penitenciarias Militarizadas, los Destacamentos Penales o los trabajos de
Regiones Devastadas, s tenan como antecedente el juicio o Consejo de Guerra: se
trataba de personal penado, no prisionero. Y como penado, dependiente de
administraciones no slo militares sino tambin civiles, como el Ministerio de
Gobernacin o el de Justicia. El modelo concentracionario franquista, en cambio,
tena una palmaria vocacin militar. Esto es: fue el sistema castrense establecido por
el ejrcito sublevado para internar y clasificar a los prisioneros de guerra y, por
extensin, al personal militar, que como tal existi desde 1936, en paralelo al paso de
una fase de golpe de Estado a otra de guerra civil (como se explicar
convenientemente). Y con esa base, fue el origen desde 1937 del empleo forzoso de
la mano de obra prisionera, a raz de la creacin de la Jefatura de Movilizacin,
Instruccin y Recuperacin y de la ICCP, creada bajo la influencia del Cuartel
General de Franco para gestionar los campos considerados como tales por la
administracin militar sublevada: los centros de internamiento, clasificacin,
reeducacin y distribucin de los prisioneros de guerra. De hecho, tambin desde
1937 existan Batallones de Trabajadores, escuadras de soldados trabajadores
forzosos tomados de los campos de concentracin y dependientes de la misma
Inspeccin, y no por ello fueron denominados ni considerados como campos. Eso da
idea de cmo la misma ICCP diferenciaba, en contra de lo que se ha escrito sobre el
paradigma concentracionario europeo[10], entre campos y sistemas de trabajos
forzosos, por ms que unos y otros dependiesen orgnicamente de su poder.
Las fuentes militares o civiles no llaman, salvo raras excepciones, campo de
concentracin a una Colonia Penitenciaria Militarizada, el sistema de trabajos
forzosos para penados ms difundido en la posguerra. Tampoco a un centro destinado
al internamiento de un Batalln de Trabajadores, el mtodo para emplear la mano de
obra prisionera ms importante de la guerra civil, y relacionado directamente con los
campos por cuanto se nutran de estos ltimos. Y tampoco, obviamente, se denomina
campo de concentracin a una crcel o prisin. Emplear ese trmino por su evidente
carga emotiva es cristalizacin de la deshumanizacin de las relaciones sociales;
un lugar de la memoria lingstico tampoco explica demasiado: sentado el hecho
de que el franquismo y su fuerte carga de violencia acarrearon un coste emocional
enorme en las vctimas de la represin y en sus familiares, algo que aqu incluso se
interpretar como un deseo meditado y racional del rgimen, no conviene dejar que
esa carga sea la que gue el anlisis histrico.
En ese sentido, puede decirse lo mismo que cuando se defiende el uso del trmino
genocidio para la guerra espaola, concepto no exento de debate y que, en todo
caso, no es aplicable al contexto concentracionario[11]. El hecho de que un crimen
no sea un genocidio no mengua ni un pice la responsabilidad del criminal y no altera
en absoluto los derechos de las vctimas a recordar y a ser resarcidas[12]. Del mismo
modo, el hecho de que un Batalln de Trabajadores, una Colonia Penitenciaria, una
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prisin o un Destacamento Penal no sean histricamente un campo de concentracin


no merma el sufrimiento de sus habitantes ni los desplaza un milmetro del centro
mismo del sistema punitivo y represor del franquismo. De hecho, si lo que buscamos
es la funcin social represiva como clave explicativa del sistema concentracionario,
habremos de reconocer que las diferentes respuestas se atuvieron a una lgica
unitaria. Una lgica de coercin, exclusin, doblamiento, vigilancia,
aprovechamiento y explotacin, que persigui una misma funcin social: la de
humillar, encuadrar, clasificar, represaliar la disidencia. Sin embargo, cada fenmeno,
por supuesto no comprensible sin los otros, tuvo su funcin y su terminologa
histrica diferenciada y especfica.
Por todo ello, campos de concentracin en la Espaa de Franco lo fueron los
estables y, si queremos, tambin los provisionales, destinados al internamiento sin
juicio con slo una clasificacin de por medio de los soldados republicanos
prisioneros y evadidos, y en ocasiones las menos de poblaciones civiles cuando
la toma de un territorio implicaba la cada en bando sublevado de grandes masas de
ciudadanos. Y tambin, los destinados durante la posguerra y la segunda guerra
mundial a internar a los refugiados en Espaa procedentes de Francia que tenan
algn rango militar: por ese motivo, el cierre del ltimo campo de concentracin
abierto durante la guerra civil, Miranda de Ebro, data de 1947, si bien desde 1942 ya
no existieron prisioneros de guerra fuera del marco de la justicia civil o militar.
Dependientes del Ministerio del Ejrcito y utilizados para internar a los refugiados de
la segunda guerra mundial que ostentasen cargo o grado militar, los campos para
refugiados de 1939-1947 tuvieron evidentes lneas de continuidad con los de
1936-1942. Y la ms importante entre ellas radic en la inclinacin militar: ambos
modelos fueron utilizados, en diferentes circunstancias y con diferentes tipos de
internados, para recluir sin pena precisa a los soldados y mandos que, unos por
pertenecer al ejrcito republicano contra el que se combata y otros por haber pasado
ilegalmente la frontera con Espaa en edad militar, se hallaban en situacin irregular
en la Espaa de Franco.
Ese fue, histricamente y segn los documentos militares, el modelo
concentracionario franquista, y de l este libro slo se apartar para observar su
penetracin en otros tipos de internamiento y trabajo forzoso. Los campos fueron
internamiento, clasificacin, reeducacin y origen de explotacin. Tambin fueron
humillacin, hambre, maltrato, disciplina, descontrol, lucha por la integridad y
transformacin. Y, en muchos casos, fueron eliminacin fsica. Pero que nadie se
llame a engao: el objetivo de los campos franquistas no fue nunca el de asesinar a
sus internos (de eso se encargara la justicia militar), sino el de ser el bistur social
con el que separar el bien del mal, Espaa de la Anti-Espaa.

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2. EL CAMPO FRANQUISTA: NECESIDADES Y VARIABLES


Los campos, huelga decirlo, no fueron mera respuesta administrativa al problema
del volumen de prisioneros de guerra. Los campos franquistas fueron, tambin, la
cristalizacin racional de cmo una supuesta identidad nacional, excluyente para con
sus enemigos y exacerbada por el estado de guerra interna, consideraba y trataba a
sus contrarios. De tal modo, en las polticas y mentalidades implicadas en la
construccin de la cobertura ideolgica e intelectual para el sistema
concentracionario franquista hallaremos mucho del proyecto social fundado sobre los
valores del Nuevo Estado franquista en construccin. Los campos naceran, as, como
improvisada red de clasificacin inconexa y desarticulada, relacionados directamente
con los avances territoriales de las tropas sublevadas, que generaban, al decir de Joan
Llarch, oleadas de vencidos[13]. Pero, al poco, se convertiran (al menos en el plano
discursivo) en red conexa y engranada de reeducacin y exclusin, articuladas en
torno a las necesidades de implantacin y consolidacin del poder franquista. No en
vano, sobre una de las fotografas realizadas a varios prisioneros de Santander se
escribi una autntica declaracin de intenciones: los prisioneros eran Los que
vuelven al hogar de Espaa. Esas necesidades, en el plano internacional durante los
agitados aos de la segunda guerra mundial, seran tambin las que determinasen la
otra exclusin a la que se someti a los internados en los campos de concentracin: la
de los europeos refugiados en Espaa.
En ese sentido, la explicacin del modelo franquista de campos no puede sino
apuntar a su dependencia de un proceso de guerra civil, para entender tanto sus
volmenes como su funcin de clasificacin y doblegamiento social (alejada, por
tanto, de la eliminacin fsica). Respondan a una dinmica de guerra interna entre
democracia y autoritarismo y, por tanto, de fractura social abierta, paradigmtica en el
contexto de la Europa de entreguerras. As, los campos franquistas, debido tanto a su
escala como a su dependencia de una guerra intestina, fueron la cristalizacin de la
hipostatizacin social y la exclusin en materias blicas, a travs del confinamiento
masivo e ilegal. De la explotacin econmica, a travs del uso de la mano de obra
prisionera. De la exclusin poltica a travs de la eliminacin del espacio pblico de
los grupos sociales implicados en el ordenamiento republicano. Y de la imposicin
cultural y moral, mediante la exigencia de la reeducacin y la obligatoriedad en los
campos de aceptar el cdigo de valores y mitos sobre los que se sustentaba la
identidad de los sublevados contra la Repblica en 1936[14]. Fueron un eslabn clave
en el intento de memoricidio de la Segunda Repblica. Fueron, ante todo,
instrumentos para la victoria.
Una victoria, como ya es bien sabido, marcada por el ejercicio consciente y
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racional de la violencia poltica. La violencia, la represin y la exclusin social


fueron, como veremos con detalle, algunos de los fundamentos de la guerra civil
espaola y de la dictadura franquista, hasta el punto de crear un paradigma de poder,
de hacer del franquismo un rgimen paradigmtico, en tanto que fue el ms represivo
y violento de la Europa de entreguerras, en tiempos de paz[15]. Y paradigmtico del
uso de esa violencia estatal (o paraestatal) por parte de los sublevados en 1936 fue su
complejo sistema de campos de concentracin, por cuanto fueron resultado del paso
de un golpe de Estado a una guerra civil, y por cuanto fueron el primer paso,
prejudicial y, por tanto, extrajudicial, del entramado represivo franquista. Los campos
sirvieron para separar a quienes podan estar, tras la reeducacin y la
reevangelizacin, en la nacin de los que no. Para discernir entre recuperables y
no recuperables: estos ltimos requeran su paso por el tribunal militar, figura que
encarn el intento de dotar de legitimidad a la represin franquista, y directamente
quedaban fuera de la comunidad nacional. Despus, dentro de este otro marco, podan
ser taxativamente eliminados mediante el fusilamiento, o reintegrados mediante el
trabajo forzoso penado, sobre todo desde que en 1938 se crease el Patronato para la
Redencin de Penas por el Trabajo.
Separar a los miembros enfermos, descarriados o engaados de la
comunidad nacional fue, por tanto, un objetivo primario del sistema de campos
franquista. De tal modo, el soldado republicano que caa en poder de las tropas de
Franco pasaba por un periplo que detallar en otro captulo, pero que aqu conviene
adelantar. Tras el apresamiento, era encaminado generalmente a un campo
provisional, donde se le tomaba la filiacin y en muchas ocasiones era interrogado.
De all se le enviaba, en transportes militares que han sido generalmente recordados
como inhumanos sola tratarse de vagones de carga, de ganado, donde los
prisioneros se apiaban, a campos estables para ser clasificado militar y
polticamente. Del resultado de esta clasificacin dependa el futuro del internado: si
se le hallaba culpable de algn delito, o se encontraba que tena responsabilidades
militares o polticas en la zona republicana, pasara a crceles, a juicio militar
sumarsimo, y posiblemente sera fusilado. Si se le encontraba afecto al Movimiento
Nacional, sera reintegrado en el Ejrcito sublevado. Si quedaba en la zona
intermedia, o bien se mantendra su internamiento, o bien se le destinara a realizar
trabajos forzosos sin pena judicial que justificase tal punicin, encuadrado en un
Batalln de Trabajadores. El territorio de castigo concentracionario abarcaba, por
tanto, la detencin, el internamiento, la clasificacin y el envo a otros destinos.
La exclusin y la reeducacin, sin embargo, no fueron exclusividad espaola.
Tanto es as, que puede equipararse la extensin de los sistemas concentracionarios
en el siglo XX con la difusin de un modelo de dominacin de los miembros
indeseables de las comunidades nacionales. En contextos blicos o no; en guerras
internas o internacionales; para detenidos polticos o militares: el deseo generalizado
de cerrar la crisis de dominacin del perodo de entreguerras por la fuerza, creando
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una comunidad nacional integrada, fuerte y compacta[16] tuvo en los campos de


concentracin, dentro de sus variadas tipologas, un sujeto de primersimo orden.
Fueron, as, los franquistas, como vamos a ver, campos destinados al internamiento
de prisioneros republicanos, pero no slo eso; tambin fueron campos donde se
excluy y trat de reeducar a los que podan pertenecer a la Anti-Espaa. Campos
donde la destruccin fue ms identitaria que fsica, al contrario que en otros modelos
de sistemas concentracionarios, como los totalitarios. Que nadie se llame a error: los
campos totalitarios, cuyo paradigma son los campos nazis durante la segunda guerra
mundial, no pueden considerarse normativos puesto que no desarrollan modelos
semejantes. Por tanto, sealar que en los campos franquistas (o franceses, griegos,
finlandeses, italianos) no se cometan las atrocidades nazis es la retrica evidencia de
una realidad, pero tambin es una infravaloracin y un desenfoque histrico. Insistir
en que en Espaa resulta difcil hablar de condiciones de campo de concentracin:
las condiciones de encarcelamiento [sic] varan, pero nunca se encontraron
prcticas de tipo nazi[17], es negar la utilidad del anlisis comparado, adems de una
verdad ampulosa. La realidad de los campos de concentracin es tan antigua como el
pasado siglo XX, siendo, adems, uno de los recursos ms utilizados por los poderes
estatales o paraestatales para el control de la disidencia poltica o, en general, del
enemigo.
En ese contexto, pensar en los campos de concentracin de Franco supone tener
en mente la existencia de cerca de medio milln de enemigos, disidentes reales o
potenciales, internados y reeducados, reutilizados y explotados. stos, adems, se
sumaban a la sangra humana que la guerra civil acarre para el Estado espaol:
aparte de los muertos en combates y los fusilados en retaguardias, la derrota en la
guerra supuso para los vencidos el exilio, la crcel, la depuracin y el trabajo forzoso.
La poltica franquista fue ms de crcel que de plaza[18]. Y la violencia ocup uno de
los cauces privilegiados en lo inmediato y en lo simblico para la canalizacin de la
sociabilidad. En ese sentido, resulta innegable que la dictadura franquista ech sus
races en el derecho de conquista y en la violencia racional y calculada como objeto
poltico. Un castigo y un uso y amenaza de la violencia que no slo se infligi en el
plano fsico, sino tambin en el simblico y cultural, respondiendo a lo que era una
cosmovisin que divida entre la verdadera Espaa y la Anti-Espaa. Y con un primer
laboratorio en el sistema concentracionario.
Los campos franquistas, as, fueron reflejo de esos tres elementos paradigmticos
del rgimen. Fueron elemento de coercin y poder de un Estado (aqu, cuando me
refiera a su construccin durante el perodo blico, lo llamar para-Estado) en guerra
civil; fueron ejemplo de los cambios internos en cuanto a los paradigmas de
aplicacin de la violencia; y fueron, por fin, reflejo de la cambiante poltica
internacional de la dictadura durante los aos de la segunda guerra mundial e incluso
hasta finales de la dcada de los cuarenta. Es decir: fueron elementos paradigmticos
de tres momentos clave en la historia de la violencia franquista. El primero, el del
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paso de un golpe de Estado a una guerra civil (los campos de la guerra). El segundo,
el mantenimiento de un Estado de guerra tras la derrota militar (los campos de
posguerra, para republicanos). Y el tercero, su mantenimiento en un modo ms laxo
para legitimar la dictadura de cara al exterior, tras la derrota de los fascismos en la
segunda contienda mundial (los campos para refugiados).
En conclusin, los rasgos caractersticos del sistema concentracionario radicaron
en lo castrense y lo provisional, as como en su funcionalidad, desde la perspectiva de
los sublevados, a la vez destructiva y constructiva. Se trataba de doblegar a los
disidentes potenciales. Pero tambin de reintegrarlos, transformados mediante la
violencia, al seno de la nacin. Por eso, campos de concentracin franquistas y
eliminacin fsica tienen pocos puntos en comn, al menos si observamos los
preceptos tericos y morales sobre los que aqullos se fundaron. Lo cual no es bice,
como se ver, para olvidar que en muchos momentos fuesen el escenario de la
tortura, el asesinato, el maltrato, la discriminacin y la violencia. El problema, tal
vez, radica en lo difcil que resulta desde la perspectiva actual conceder a la
violencia, tal y como se pensaba en los aos de la guerra civil, un carcter
regenerador, beneficioso; y, tambin, en lo contradictoria que parece ahora la mezcla
entre violencia y creacin en positivo de un consenso, entre imposicin y aceptacin,
entre arbitrariedad y regulacin que marc el devenir de los campos de concentracin
de Franco. Desde un plano histrico comparativo, habra que situarlos en el
purgatorio arendtiano junto a los Stalag nazis o los campos para prisioneros de las
guerras civiles como la rusa. Lo que, sin embargo, los eleva de rango (represivo) y
acerca a modelos de carcter totalitario es tanto la violencia que se despleg en su
interior como, sobre todo, el enorme peso de la transformacin identitaria, de la
reeducacin y del trabajo forzoso en todo este proceso[19].
De todo ello van a tratar las pginas que vienen a continuacin, para cuya
realizacin se han consultado fuentes militares y civiles, se han realizado entrevistas
orales y se ha llevado a cabo un profundo trabajo archivstico[20]. As, a enmarcar,
terica e histricamente, los campos franquistas de la guerra civil y la posguerra se
van a dedicar los primeros captulos, con especial atencin a la funcin social que
dentro de ellos se desarroll para con los prisioneros republicanos: lo que denomino
los laboratorios de la Nueva Espaa. Y a situar la Espaa de Franco dentro de las
redes concentracionarias de prisioneros y refugiados de guerra durante la segunda
guerra mundial, los captulos sexto y sptimo. Las conclusiones, por fin, ms una
reflexin desde el presente, quieren ser un receptor en torno a un fenmeno que hoy
atae cotidianamente a historiadores y sociedad civil: el de la memoria de la guerra
civil. Una memoria traumtica y, en el caso de los campos franquistas, cada vez ms
presente en la actualidad. No cabe extraarse: ms que una inmensa prisin, a juzgar
por su nmero y por el volumen de internamiento, Espaa pareci, siquiera por varios
aos, un enorme campo de concentracin.

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1
Campos para un golpe de Estado y una guerra an no larga
Julio de 1936-marzo de 1937
nos dan de palos brutalmente y nos matan. Como lo ben perdi no quieren sino la
barbarid.
ANNIMO (1936)[1].
hay que dejar sensacin de dominio eliminando sin escrpulos ni vacilacin a todos los
que no piensan como nosotros.
Espaa, la verdadera Espaa, la catlica y grande Espaa, ha aplastado al dragn y ste
muerde y se revuelve en el polvo.
Gral. EMILIO MOLA VIDAL (1936)[2].

AS INCGNITAS SOBRE LOS CAMPOS DE CONCENTRACIN franquistas han sido una

constante en la historiografa sobre la guerra civil espaola. Infravalorados


hasta el extremo de no ser tenidos en cuenta ni tan siquiera a la hora de revisar el
tratamiento de los prisioneros y presos republicanos en la zona sublevada, la
existencia del sistema concentracionario franquista ha salido a la luz tan slo
recientemente y, en buena medida, determinada por las necesidades derivadas de la
discusin pblica sobre la historia reciente de Espaa. No obstante, hay de reconocer
que algunas de las dificultades al respecto han venido ocasionadas por la falta de una
definicin homognea, del tema y del objeto de estudio, que haya permitido integrar
en ella los estudios monogrficos existentes; y asimismo han estado determinadas,
como es el caso de este captulo (los campos durante los primeros meses del
conflicto), por la escasez de fuentes documentales y orales.
Aqu se va a explicar el modelo de campos de concentracin implantado en la
Espaa de Franco para poder, de tal modo, establecer la tipologa base que ya he
explicado en la anterior introduccin. As, aqu se recoge la historia de los campos
desde sus orgenes hasta su estabilizacin como medio recurrente para el tratamiento
del problema de los prisioneros de guerra y los presentados en los frentes de batalla.
Para ello, adems del desarrollo cronolgico, se hace necesaria la revisin de las
necesidades que originariamente animaron no solamente a la creacin, sino sobre
todo a la burocratizacin del mundo concentracionario espaol y, en general, de la
poltica represiva de los sublevados. De tal modo, este captulo explica la
cimentacin del edificio concentracionario franquista, el ms longevo y slido de
toda la Europa meridional; unos cimientos baados en la sangre de los asesinados
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durante los meses del golpe de Estado y de la guerra de columnas, durante los meses
del Terror. Expone las contradicciones con las que los sublevados se encontraron a lo
largo de ellos. Aborda el uso racional, reglado y consciente de su utilidad social que
los golpistas hicieron de la violencia. Y entra de lleno, en definitiva, en la lgica que
explica la creacin, al principio insegura, luego engranada, de la maquinaria de
internamiento, clasificacin y depuracin de los prisioneros de Franco.

1. EL TERROR SUBLEVADO
Los campos franquistas y el trabajo forzoso fueron hijos de la guerra civil
espaola. Y sta, a su vez, del fracaso de un golpe de Estado convertido en guerra
total. Es, por tanto, necesario analizar ambos fenmenos para entender los porqus de
una red concentracionaria como la franquista. Y es que sus diferencias no son mera
retrica. Porque, estamos en julio de 1936, con la sublevacin de los cuarteles, ante
una guerra civil? En principio, este ltimo concepto requiere un acuerdo
interpretativo[3]. Ese mismo trmino fue negado en los dos bandos, el republicano
porque se senta vctima de una agresin y el franquista porque se senta legitimado
por un sentimiento de superioridad moral donde no poco peso tendra la
articulacin de un discurso de apoyo a, y de, la Iglesia catlica que no aceptaba
equiparaciones al mismo nivel que el enemigo. Pero todo ello no debe esconder la
realidad histrica ya que, dejando de lado la propaganda blica y posblica tan
determinante, por otra parte, de los estereotipos y mitos que a la guerra sobrevivieron
, lo cierto es que en julio de 1936 nos encontramos ante un golpe de Estado fallido
y ante un intento, por parte sublevada, de tomar de manera rpida los centros de
poder, aun si para ello era necesario acabar de forma violenta y despiadada con
cualquier resistencia a la autoridad militar o civil antirrepublicana. No exista, salvo
vagas ideas de un directorio militar, una alternativa poltica por parte de los
golpistas[4]. Pero s existan objetivos comunes, el primero de todos el de acabar por
las armas con el ordenamiento poltico republicano y su afrenta al denominado
poder tradicional y sus valores de jerarqua, orden e inmovilismo. Se trataba del ms
virulento proceso en la larga trayectoria pretoriana uno de tantos tipos de
intervencin violenta en poltica e intervencionista del Ejrcito, estamento que
histricamente en Espaa ha ocupado un puesto de privilegio como garante del orden,
como autonominada cadena de transmisin del verdadero sentir nacional y, en su
ms pura definicin, como detentador de la fuerza[5]. Y exista, adems, una
cosmovisin unificadora de los diferentes grupos polticos, ideolgicos y de inters
que se levantaron contra la Repblica: a sta se la consideraba directamente la AntiEspaa; un totum revolutum de prejuicios y articulaciones retricas desarrolladas por
la derecha espaola para deslegitimar la existencia de un sistema laico de gobierno y
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de un sistema de valores polticos y sociales que cuestionaba el reparto de poder


tradicional en Espaa[6].
Las razones que llevaron a plantear tal movilizacin desde el 17 hasta el 20 de
julio por parte de los militares sublevados quedan fuera de lo que aqu se quiere
explicar. Hay que tener en mente sin embargo, por cuanto resulta determinante para la
configuracin del sistema concentracionario y de trabajo forzoso, el sentimiento de
deslegitimidad que los valores y las polticas de la Segunda Repblica despertaban
entre los insurrectos de 1936 y el consiguiente deseo de limpieza social que la
apertura de un marco movilizador y golpista despert. Una limpieza que dur, en su
primera fase, cuanto la intentona golpista fallida y la llamada guerra de columnas,
es decir, entre julio y noviembre de 1936. Y que, en primera instancia, no se rigi por
un modelo caracterstico de una guerra civil sino, ms bien, por la profusin del
asesinato extra judicial. De hecho, algunos de los sucesos ms sangrientos del
proceso abarcado entre 1936 y 1939 tuvieron lugar en estos primeros momentos de
sublevacin, all donde logr la toma inmediata del poder por la fuerza de las armas.
Galicia, Oviedo, Navarra, Aragn (Zaragoza y parte de Huesca y Teruel), Castilla la
Vieja, el Protectorado de Marruecos, el norte de Extremadura, parte de Andaluca
(Cdiz y Sevilla, as como las ciudades de Granada y Crdoba) y las Islas Canarias,
Mallorca e Ibiza fueron los primeros escenarios de la violencia poltica golpista[7].
Violencia que es intrnseca a los procesos de golpe de Estado, donde existe una
pugna abierta por el control del poder. En definitiva, donde una parte del territorio se
mantiene leal al gobierno establecido. Las guerras civiles, con sus variables y
diferencias particulares, suelen tener as como prolegmeno los actos de sublevacin
contra el poder estatal que devienen en una escalada por los mutuos excesos
violentos[8]. Si dichos actos de sublevacin hacia el orden no sobrevienen en la toma
del poder y, adems, no se ceja en el empeo de hacerse con el mismo, las
precondiciones para el conflicto interno estarn establecidas. Y precisamente eso fue
lo que sucedi en Espaa. Como han enseado la historiografa y la sociologa
histrica, las dinmicas del golpe de Estado se caracterizan por la rapidez e
impredecibilidad, el alto riesgo en su ejecucin calculado racionalmente durante su
preparacin, el asalto fulminante al poder desde dentro del mismo poder y la rpida
manifestacin de la violencia poltica. En julio de 1936, ni en Madrid ni en Barcelona
triunf el golpe de Estado: es decir, que no pudo imponerse el control militar sobre
los resortes polticos ms influyentes. Y, efectivamente, la violencia poltica hizo muy
pronto su aparicin, en forma de asesinatos y encarcelaciones masivas.
De tal modo, los insurrectos de 1936, en las zonas de la Pennsula donde triunf
su golpe de Estado, no tuvieron competidores en el ejercicio de la violencia: su
empleo, a veces reglado, tantas otras no reglado, pero siempre unilateral, no pretenda
sustraerla a otros como en la zona republicana y as afianzar su poder, sino ms
bien mostrar su autoridad sobre la vida y la muerte, acabar con las resistencias al
golpe de Estado y amedrentar a las disidencias: de aqu parta tanto la necesidad de
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descabezar y aterrorizar, como el carcter en muchos momentos ejemplar


relacional de la justicia franquista. Durante los meses del golpe al que ms adelante
sera Nuevo Estado le fue posible cubrir su escasa legitimidad en principio y visto
el fracaso de la intentona golpista inicial y ejercer su recin conquistada soberana
con el Terror, como el que se dio en la Andaluca de Queipo, en el Aragn sublevado,
en Galicia, en Navarra o en Castilla[9].
El golpe, all donde triunf (y tambin donde no triunf), trajo consigo por tanto
la generalizacin de la violencia, la centralidad de las armas en el espacio pblico. Y
con ello, gran cantidad de asesinatos de republicanos (suele citarse la cifra de 30 000
desaparecidos en estos meses), cuya eliminacin tuvo por fin el sometimiento de un
grupo a una autoridad: la eliminacin fsica no fue un fin en s misma, sino algo
ejercido de manera racional y relacional para paralizar la resistencia al golpe de
Estado, y sus formas ms primitivas respondieron al modelo de razzia, empleado
previamente contra las poblaciones del Riff (1921-1927) y tan comn en el
aprendizaje poltico-social y blico de las guerras en frica, as como a una tipologa
fascista de caractersticas squadristas[10]. En definitiva, una violencia ejemplarizante
y crudelsima que serva para atenazar, precisamente, la respuesta ante la misma.
La violencia sublevada dirigida a acabar con las resistencias al golpe y a dirimir
las disputas polticas y sociales precedentes fue, por tanto, masiva y relacional,
paralizadora y unilateral, mucho ms reglada de lo que pueda parecer y, en las zonas
donde no hubo guerra civil alguna ni, por tanto, disputa de la soberana sino el
ejercicio de un golpe triunfante, supuso un ejercicio de Terror, entendido como la
eliminacin fsica de adversarios polticos no para acabar con el grupo social, sino
para imponer su poder mediante la paralizacin del mismo[11]. Eso, de entrada, ayuda
a explicar que los ndices de violencia poltica fueran enormes all donde triunf la
sublevacin o donde se ocup rpidamente territorio legalista, as como el modo en
que la misma se ejerci, mediante asesinatos extra judiciales, sacas de crceles,
paseos de dirigentes polticos y sociales, y fusilamientos in situ de prisioneros de
guerra. En esos meses Espaa se colm de fosas comunes, de muertos abandonados,
de civiles y militares asesinados extra judicialmente al socaire de los bandos de
guerra. Extrajudicialmente, lo que equivale a decir ilegalmente. Lo legal no era ms
que un formalismo intil en la Sevilla, Zaragoza o Valladolid del Terror.
En esa Espaa sublevada por los militares, el estado de guerra fue as refrendado
por la recin creada Junta de Defensa Nacional presidida por Miguel Cabanellas el 28
de julio de 1936[12], subordinando la justicia civil a la militar, y estableciendo como
delito el auxilio a la rebelin, que no era otra cosa que la oposicin, armada o no,
al triunfo del golpe de Estado iniciado slo once das antes. El cumplimiento del
Bando de Guerra, bandos declarados por los militares insurrectos paulatinamente en
la segunda parte del mes (y refrendados precisamente por la declaracin para todo el
territorio sublevado del 28 de julio), fue el canal reglado de esa violencia, incluidos
entre quienes la sufrieron los prisioneros de guerra. Y es que aunque generalmente
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esos bandos no daban pistas sobre el tratamiento de los capturados, es conocido que
no hizo falta marco legal alguno para enmascarar los mltiples asesinatos e
irregularidades cometidos en la primera fase de la conflagracin.
Tanto fue as, que hay quien se ha planteado el uso del trmino genocidio para
explicar la inusitada violencia sublevada que desat el golpe de Estado[13]. Pero
hasta tal punto lleg? La pregunta no es balad en el contexto del estudio de los
campos franquistas, porque en el imaginario simblico de muchos europeos el
genocidio est intrnsecamente relacionado con los sistemas concentracionarios. De
hecho, como deca, el genocidio se ha convertido en el deformante espejo donde se
miran los campos de cualquier tiempo y latitud, en un lugar lingstico de la
memoria. Pero algunos de los principios fundamentales de los delitos a gran escala
segn Raphael Lemkin (quien defini los lmites legales del genocidio), como el de la
criminalidad colectiva del Estado, la existencia de un proyecto de destruccin masiva,
la percepcin de la vctima como indefensa y su muerte como aleatoria, o las
implicaciones religiosas y de eliminacin de las minoras nacionales, no se hallan tan
claramente como podra parecer en las diferentes tipologas de la violencia generada
por el para-Estado franquista[14]. De hecho, ese carcter mismo de paraestatalidad no
concuerda con la imagen del delito de genocidio, donde un Estado programa y
ejecuta la muerte de masas aprovechando los medios tcnicos y burocrticos
correspondientes a la ms pura modernidad, como han demostrado Bauman y
Traverso.
Los nuevos datos ofrecidos por la investigacin histrica ayudan a corroborar esta
percepcin: la progresiva instauracin en la Espaa sublevada tanto de tribunales
militares como de auditoras y comisiones de clasificacin para prisioneros y
detenidos polticos; el control formal de la violencia en aras de convertirla en
represin (de dotarla, por tanto, de una ptina de legalidad); y paulatinamente la
apertura de campos de concentracin y centros de trabajo forzoso, nos est revelando
dos factores. En primer lugar, la escasa rentabilidad que en una guerra larga deparaba
al nuevo orden en construccin la violencia desencadenada con objeto de acabar
rpida y virulentamente con la Repblica. Y segundo, que paralelamente creci entre
las filas insurgentes una nueva percepcin relacionada con la legitimidad moral de
la guerra, con la necesidad de encontrar un justificante integrador para con sus
enemigos: con la guerra total y de larga duracin, no se trataba de exterminar sino de
doblegar. Palabras como reutilizacin, reeducacin, recatolizacin, redencin,
pueblan el vocabulario y el imaginario cultural desde los ltimos meses de 1936,
cuando se constata el fracaso del golpe de Estado. Y eso en mal modo puede
conjugarse con una poltica genocida. Puestos a buscar un trmino, el que ms se
ajusta a la violencia golpista, la que se llev por delante a alcaldes y jornaleros,
arquitectos y poetas, sindicalistas y resistentes precariamente armados, es el de un
politicidio ejecutado mediante el Terror.
De todos modos, llammoslo politicidio, genocidio o exterminio, lo cierto es que
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la violencia de los primeros meses para con los republicanos, los presos y los
prisioneros de guerra fue el medio para afianzar la victoria de la sublevacin. Pero
tambin es cierto que, tras el fracaso de sta, paulatinamente las necesidades
derivadas de una guerra total y de larga duracin acarrearon exigencias nuevas y la
bsqueda de sus soluciones. Una muy importante, la de dotar no solamente de
legitimidad (aspecto del que, retricamente, estaban sobrados los sublevados), sino
tambin de legalidad, al proceso insurreccional. Tal fue el origen de la famosa
justicia al revs, en palabras de Serrano Ser, que enjuici con premisas de
rapidez y rigor a los adheridos a la rebelin, esto es, a quienes defendieron el orden
republicano[15]. El rigor con el que la represin militar comenzaba a infligirse
estableci la supremaca del poder castrense, y ante todo supuso dotar de coherencia
y homogeneidad a la extensin de este poder a toda la zona sublevada[16]. La
existencia de campos de concentracin y trabajo forzoso de manera generalizada
desde 1937 es, por tanto, una prueba decisiva para afirmar que, si bien no se
abandon por entero, el paradigma represor, la lgica de la violencia implcita en
los asesinatos y el politicidio desencadenado en 1936, sufri variaciones hasta el
punto de, al menos, no ser el nico imperante en la Espaa de Franco.
Dotar de legalidad y, en cierta medida, legitimidad a la violencia fue uno de los
objetivos que paulatinamente, y frente al devenir de los hechos, se impuso entre las
filas sublevadas. Era el modo de trasladar a la realidad el sentimiento de superioridad
moral, de necesidad del Alzamiento compartido por los insurrectos frente a la
Repblica, donde el apoyo de la Iglesia catlica tuvo un peso determinante. Aunque
la realidad fuese mucho ms prosaica: se trataba de la pugna por el poder sobre un
mismo territorio, con lo que haca falta crear o afianzar las propias legitimidades para
acabar con las contrarias. Si miramos con detenimiento, en esos primeros momentos
no encontraremos articulacin retrica o prctica de lo que a posteriori acabara
marcando, en el plano simblico, el devenir de la represin y exclusin social: la
contraposicin de identidades, de percepciones de la sociedad, de legitimidades. Eso,
sin embargo, hubo de cambiar en el momento en que la fase de golpe de Estado dio
paso a otra de guerra civil, larga, de exterminio, ante la defensa republicana.
El verano caliente de 1936 dio paso a una nueva fase en la que la violencia
poltica cambi formas y, a veces, fondo, en aras de dotar al para-Estado insurrecto de
una estructura depuradora firme y de incontestable autoridad. No quiere decirse con
esto que el monopolio de la violencia fuese indiscriminado en los primeros meses de
conflicto, ya que como se ha venido sealando en la mayora de los casos lo que
haba detrs de la supuesta violencia espontnea era una calculada venganza que,
con las armas en el centro de la vida social, no necesitaba de trmites ni
legitimaciones[17]. Pero las diferencias existen, sobre todo cuando el ejercicio de la
violencia debe ser legitimado. En el caso de la guerra civil espaola, esa legitimidad
fue encauzada por juicios sumarsimos, procesos de clasificacin masiva y puniciones
redentoras. Y los preceptos culturales en los que se apoyaron no fueron otros que esa
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percepcin del enemigo como ser descarriado, enfermo, que poda ser
reintegrado a la verdadera Espaa a travs de su depuracin y redencin social.
Con toda probabilidad, dos sean los hechos determinantes para tal cambio de
percepcin: uno endgeno al funcionamiento de la guerra que se haba planteado y
otro, en cambio, derivado de la ptina de legitimidad que otorg al levantamiento y al
Movimiento el apoyo eclesistico. La lucha fratricida parti de la disputa por el
monopolio de la violencia, de la soberana y de la legitimidad del poder sobre un
mismo territorio. Deriv, por tanto, de una confrontacin de solidaridades e
identidades colectivas e implic la expulsin de la legitimidad contraria. Y para
disputar legtimamente el poder a la Repblica, era necesario tanto otorgar a los
sublevados una legitimidad explcita, cosa que vino de mano del apoyo de la Iglesia,
como poner las bases para una guerra de larga duracin y depuracin. Los campos de
concentracin fueron un jaln fundamental en aras de lo segundo.
En suma, la liquidacin de la experiencia republicana tuvo un primer momento
crucial en los innumerables asesinatos, en el Terror, derivados del golpe de Estado de
1936. Y andando hacia la guerra fratricida, la eliminacin de los cuerpos enfermos
de la comunidad nacional tom forma de exclusin social masiva[18]. La
implantacin del sistema concentracionario reflejo de una racionalizacin de la
violencia, una economa de la imposicin, como se ver tuvo especficamente que
ver con el paso de la primera a la segunda fase; es decir, del golpe de Estado a la
guerra civil propiamente dicha, guerra entre dos estados. Tuvo tambin que ver con
los intentos por legalizar una violencia que, cuando se abri el primer campo de
concentracin, se haba enseoreado de las prcticas polticas en la zona sublevada
controlada por los militares de Franco. Tuvo que ver con la construccin de un poder
con aires de legtimo, en el que el escndalo de la ejecucin sumaria del prisionero de
guerra era cada vez menos tolerable.
As, afrontada la guerra de larga duracin la violencia fsica dara la mano a la
simblica para expulsar de la civitas a la denominada Anti-Espaa. En ese momento,
los campos de concentracin, el trabajo forzoso y el sistema penitenciario adquirieron
su ms elevado rango: el de doblegarla y transformarla. Y es que si bien los
sublevados continuaron asesinando sin piedad en las ocupaciones progresivas, ese no
fue ya el nico ejercicio posible de violencia. Observemos, pues, desde la base y
desde sus inicios la construccin de ese sistema ilegal de internamiento y esa
multiplicidad y adaptacin en los paradigmas de la violencia poltica sublevada, en su
trayecto desde el Terror golpista a la violencia de guerra civil, desde la perspectiva de
los prisioneros de guerra.

2. LOS CIMIENTOS DEL EDIFICIO CONCENTRACIONARIO

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Me equivocaba hace unos aos cuando, en un artculo, deca que la inmediata


posguerra es, de hecho, el perodo ms enigmtico de la vida y funcionamiento de los
campos de concentracin. No es cierto. El perodo verdaderamente oscuro es el que
va desde julio de 1936 a febrero de 1937, puesto que los legados documentales son
tan escasos que sabemos que existieron los campos, tenemos referencia sobre sus
ubicaciones, pero poca o ninguna informacin ms. Lo que se intenta descifrar aqu
es por tanto el origen de la futura red concentracionaria, tanto a nivel organizativo e
intendente como ideolgico y cultural. Pero no lo olvidemos: son orgenes
sangrientos; mas ante todo, inciertos, en el sentido de que el volumen documental que
los primeros campos ha dejado es nfimo en comparacin con los campos
organizados posteriormente por el Cuartel General de Franco.
El origen de los campos estuvo, como se ha visto hasta el momento, en la
diversificacin de los paradigmas de la violencia poltica sublevada. Para entender el
paso de una violencia anmica a una represin estatal debemos saber en qu
momento existe un grado de institucionalizacin tal del poder en el bando sublevado
como para poder afirmar que existe cierta legitimidad en su ejercicio y, por tanto, la
posibilidad de englobar la supresin de los conciudadanos de la sociedad civil bajo lo
que entendemos como violencia legtima, por tanto represiva. Y es que la violencia
ejercida durante los primeros meses del conflicto responda al deseo de eliminacin
rpida y virulenta del orden poltico-social republicano, as como a una bsqueda de
legitimidad a travs de la limitacin y aterrorizacin de los posibles opositores al
golpe. Fue tal la virulencia y ferocidad de la violencia que aunque se hubiese podido
detener el proceso que llev a la guerra civil, la matanza del verano y otoo de 1936
habra quedado indisolublemente escrita en la historia de los lugares all donde
aconteci: es decir, prcticamente toda la Espaa sublevada.
La violencia supuso, por tanto, ya desde los inicios del conflicto blico una
dinmica de limpieza social y de militarizacin de la vida cotidiana[19] que, por ende,
habra de abarcar en su grado mximo a los prisioneros tomados en los frentes de
batalla. A su vez, la progresiva militarizacin de la retaguardia implic la desviacin
de buena parte de los intereses de la vida pblica y poltica hacia el fin de la victoria
ya que, como deca, las armas ocuparon el espacio pblico en su ms simblica
integridad. Este aspecto, que en bando republicano ha sido sealado como una de sus
grandes carencias explicativas de su derrota la falta de mando unificado, los
nacionales lo cuidaron hasta la extenuacin. Tanto que, como no poda ser menos, los
prisioneros de guerra no pudieron librarse de las dinmicas depuradoras en el interior
de la sociedad dominada por el Ejrcito sublevado. Hay que observar pues la
cristalizacin de los preceptos sealados para la fase del golpe de Estado (julionoviembre de 1936) en el problema de los prisioneros, para dar paso despus a su
progresiva racionalizacin y centralizacin de poderes encarnada por el sistema
concentracionario.
Y es que el golpe de Estado conllev la reclusin de miles de republicanos en
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todo tipo de centros, desde prisiones a cuarteles pasando por iglesias, cines,
conventos, castillos o escuelas: las directrices que desarrollaron los generales y
mandos sediciosos contra el orden poltico republicano para la coordinacin de sus
acciones hablaban del encarcelamiento de los no afectos al Movimiento[20]. No
existe, sin embargo, investigacin sistemtica alguna donde poder situar estos centros
de detencin, pero ello es perfectamente comprensible. La patente de corso y la
potencia del primer choque podan determinar la falta de resistencia al golpe en los
cuarteles y, de tal modo, las instrucciones de Emilio Mola sobre la virulencia y el
grado de violencia que se deban ejercer para asegurar un lugar para los sublevados
fueron llevadas a su mxima expresin. Los relatos parciales dedicados al golpe se
suceden en varias regiones espaolas y son buen reflejo de lo que en todas partes
ocurri. En tal faena, los sublevados encarcelaban de hecho, sin algunas de esas
encarcelaciones el golpe no se habra podido llevar a cabo y asesinaban, llenaban
las fosas comunes, recluan sin ms precepto legal que la aplicacin del bando de
guerra de la Divisin Orgnica alzada y, desde luego, no consideraban la posibilidad
de establecer un tratamiento regulado y homogneo de los prisioneros de guerra.
Entre otras cosas, porque cabe preguntarse si realmente los aprisionamientos
destinados a asegurar el golpe, as como los derivados de las primeras tomas parciales
de los territorios, eran considerados como de guerra. Stricto sensu, eran prisioneros
del fallido golpe de Estado. Si se les hubiese considerado como de guerra, el modo de
actuacin debera haber sido el establecido por la Convencin de Ginebra de 1929.
Vale la pena detenerse un instante en este punto. Si echamos la vista atrs hasta
ese ao, cuando Alfonso XIII firmaba en nombre de Espaa la convencin para el
tratamiento de los prisioneros de guerra, veremos que en ella la nacin espaola se
comprometa a un trato correcto hacia los mismos, negando la hiptesis de utilizarlos
en trabajos de cualquier ndole. Cierto es que en principio tal convencin fue pensada
para ser operativa en conflictos internacionales queda claro al revisar los puntos
finales, referidos a repatriaciones y pases neutrales, mas en ninguno de sus
prrafos haca referencia explcita al hecho de no poder ser empleada en una guerra
civil. Qu ocurri, por tanto, para que no fuera puesta en prctica con los prisioneros
espaoles, e incluso para que fuera puesta en entredicho manejando discutibles
apreciaciones pseudojurdicas? Todo es explicable desde la perspectiva antes
sealada: que en estos meses no se busc la legalidad ni la legitimidad, sino la
extirpacin del orden republicano. Y que, pasada la fase golpista, lo legal fue
solamente aquello que se ajustaba a los intereses del bando franquista, considerado a
s mismo antiliberal y, por tanto, no sujeto a formalismos intiles como, en este
caso, los derechos de los prisioneros de guerra.
Varios son los puntos que es necesario destacar en este sentido: ante todo, el
hecho que a los prisioneros de la guerra civil no se les consider en propiedad
prisioneros de guerra, salvo en el caso de los pertenecientes a las Brigadas
Internacionales, ya que no era un conflicto interno sino una liberacin lo que se
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acometa. Lo que en realidad era una interpretacin fundada tanto en los justificantes
retricos de la insurreccin como en la ideologa y la baja consideracin hacia el
enemigo. As, ni tan siquiera se llev a cabo lo sealado en la introduccin a la
convencin, que deca que se hara todo lo posible por mitigar los sufrimientos de los
prisioneros de guerra. Tampoco su segundo artculo (que prohiba actos de violencia,
insultos, represalias o curiosidad pblica contra ellos), ni muchas veces el sptimo,
referido al traslado de prisioneros (en teora, en buenas condiciones y de no ms de
20 kilmetros al da). Nos interesan en particular, sin embargo, la seccin segunda,
referida a los campos para prisioneros de guerra, y la tercera, a su empleo en trabajos
forzosos, y que pasamos a analizar con conocimiento de lo sucedido con los
prisioneros republicanos.
En treinta y tres artculos dedicados a estos dos temas, la convencin haca
referencia a las condiciones climticas de los centros de internamiento de prisioneros
de guerra, la higiene, luminosidad y calor de los barracones; las raciones de comida y
agua que deban recibir iguales a la de los soldados combatientes, sus uniformes,
el funcionamiento de las enfermeras y las revisiones mdicas. E incluso se regulaban
las necesidades morales e intelectuales de los prisioneros, en lo respectivo a la
libertad del ejercicio y la expresin de su propia religiosidad (art. 16), as como a las
remuneraciones que los prisioneros deban recibir por sus trabajos, los cuales jams
deban estar relacionados con las operaciones blicas (art. 31), o los derechos
individuales y colectivos de los que deberan disfrutar durante su estancia en los
campos, cuales el envo de paquetes con ropa y comida, o el pago de los devengos
derivados de su trabajo. Los castigos, jams colectivos ni corporales ni en
calabozos sin luz ni suficientes condiciones higinicas, solamente estaran
relacionados con actos de insubordinacin, no podran englobar actos de crueldad y el
arresto sera su mxima y ms severa expresin, nunca la tortura. Si el prisionero de
guerra fuese ulteriormente condenado por una corte civil o militar, debera tener
derecho a apelar la sentencia, fuese sta de prisin o de muerte.
En definitiva: en la Convencin de Ginebra se toleraba e incluso se prefera la
posibilidad de apertura de campos de concentracin para prisioneros de guerra en los
conflictos blicos por dos motivos: en primer lugar, porque los campos eran
asimilados como una medida de detencin preventiva vlida (si era bien
administrada), visto que progresivamente, y sobre todo tras la enseanza de la
primera guerra mundial, las guerras se haban convertido en enfrentamientos de
ejrcitos nacionales en el sentido estricto del trmino: de ejrcitos masivos. Y en
segundo lugar porque, si bien sujetos a los procedimientos de guerra y al hecho de
estar tratndose con el enemigo, los campos parecan un sistema correcto bajo el
prisma de las democracias liberales triunfantes en la Gran Guerra y de su humanismo
racional, cristalizado en la fracasada Sociedad de Naciones.
Los campos franquistas, sin embargo, nacieron con una ilegalidad de fondo y
forma que, obviamente, no result un lastre para su crecimiento y uso continuado. No
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hubo disposiciones para los prisioneros de guerra antes de 1937; las disposiciones
vigentes, las de Ginebra, fueron rechazadas por intiles y no ajustadas a las
necesidades del bando sublevado; y, por fin, cuando hubo normas, stas no
respondieron a la legalidad internacional, sino todo lo contrario: los prisioneros
republicanos no fueron tratados como de guerra y fueron hacinados en campos con
malas condiciones higinicas; usados para trabajos militares; torturados para
conseguir testificaciones y delaciones; y, como postrera cristalizacin de la ilegalidad
de la justicia al revs, cuando fueron juzgados en tribunales militares tras la
clasificacin en los campos, jams tuvieron derecho de apelacin. Un buen ejemplo
de todo esto lo tenemos en un documento referido a la creacin de los primeros
Batallones de Trabajadores por parte de la Jefatura de Movilizacin, Instruccin y
Recuperacin encomendada al general Luis Orgaz:
Los trabajos a que haban de dedicarse seran trabajos de utilidad militar, cosa perfectamente justa y lgica
y que no contraviene ningn acuerdo de orden jurdico nacional ni internacional, ni ningn precepto de rgida
tica, ya que los individuos que forman esos Batallones son espaoles y dentro de la edad de los dems
llamados a filas y, por tanto, el Gobierno nacional tiene perfecto derecho a utilizarlos de la manera que se
considere ms til para los fines de la guerra[21].

El sistema pseudopenitenciario que representaron los campos desde el invierno de


1936-1937 se bas ante todo en la preventividad y la ilegalidad. Sin embargo, ya en
estos primeros meses de aprisionamientos, descontrol y sangre existi una diferencia
a tener en cuenta, que no cambia demasiado el final de sus indeseados protagonistas
esto es, su muerte, pero s que es importante para entender la historia posterior
del internamiento masivo y la exclusin social. Esta diferencia fue la existente entre
los apresados en los frentes de batalla de los que damos cuenta en el siguiente
apartado y los detenidos gubernativos: los que se recluy para que no
imposibilitasen con su accin el golpe de Estado, o bien fueron detenidos una vez
ste se puso en marcha. El Penal de Burgos, del que existen algunas noticias
memorialsticas relevantes, fue uno de estos centros. Una prisin abarrotada donde se
recluy, entre otros, al jefe de la Guardia Civil, coronel Mena: uno de tantos que, con
la farsa de la liberacin o del traslado a otro centro, era asesinado de noche por
quienes dedicaban sus esfuerzos a limpiar la retaguardia.
Pero sin duda no fue el nico: el castillo de la Aljafera en Zaragoza fue el centro
de apoyo a la crcel de Torrero. Cuarteles como los de Salamanca, vila o Logroo
seran usados ante el abarrotamiento sbito de la red de crceles, prisiones y
presidios. El internamiento preventivo llen as buena parte de las crceles en
territorio ocupado, y all donde no se caba se improvisaba un nuevo presidio, como
en el frontn Avenida de Logroo, donde 900 hombres y mujeres convivan con
aprendices de espa falangistas y las sacas de internos, una mejora tcnica de la
ley de fugas[22]. En otras latitudes sucedan cosas semejantes. Entre julio y
septiembre de 1936, por ejemplo, se detuvo en Valladolid a 1968 personas[23]. Incluso
existen ejemplos de centros utilizados en la primera fase del golpe de Estado que
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mantendrn su nombre en las listas de campos de concentracin. Entre ellos,


contamos con el relato de Victoriano Crmer sobre el posterior campo de
concentracin del Convento de San Marcos, en Len, utilizado como prisin
preventiva desde el inicio de la sublevacin para internar a sus potenciales resistentes.
Crmer fue apresado a los pocos das del golpe y tenido irregularmente en las cuadras
del convento, empleado como prisin provisional. Con el tiempo y las
concentraciones de prisioneros y fugitivos, puede decirse que el edificio de San
Marcos no tuvo ms que un solo menester: amontonar seres humanos. Seres
humanos amontonados, muchos fusilados en las incontables sacas, a los que les diran
de comerse unos a otros, para tener ms espacio:
Por aquel San Marcos de los miedos pasaron, durante el tiempo que sirvi como prisin, campo de
concentracin y territorio del horror y de la culpa, ms de veinte mil hombres, que venan de la guerra o de los
escondrijos o del monte; hombres bravos que haban luchado a corazn partido, que haban arrostrado todos
los peligros, y tambin gentes de sorpresa, frgiles[24].

Las noticias documentales sobre centros de reclusin preventiva e ilegal de


prisioneros de guerra durante los primeros meses son ms bien escasas y contrastar,
por tanto, las informaciones sobre ellos en la literatura de referencia resulta un arduo
trabajo. Centros de detencin como los de las Islas Canarias, Sigenza, los de Tetun
(el Campo del Mogote), de los que ya hemos dado cuenta en nuestro trabajo los
traemos a colacin para recordar la importancia de estudiar los campos de la guerra
civil como centros para prisioneros de guerra, rara vez como destino penitenciario
para presos gubernativos, fueron el modo en que las divisiones orgnicas
insurrectas afrontaron las resistencias posibles o reales al golpe[25]. De un modo
pseudopenitenciario, aprovechando la nueva oportunidad histrica que el golpe
ofreca para descabezar los movimientos obreros organizados: algo parecido a lo
ocurrido en la Alemania de 1933, cuando al poco de la llegada al poder de Hitler el
campo de Dachau fue abierto para internar a opositores polticos. Siguiendo con el
parangn, tampoco en Alemania existen demasiadas investigaciones sobre los
campos salvajes y s en cambio muchas sobre el sistema concentracionario de la
segunda guerra mundial. Estos centros espaoles, sin regulacin alguna, fueron en
algunos casos autnticos mataderos humanos. Gracias al trabajo de Francisco
Snchez Montoya, se sabe que el Campo del Mogote fue el centro de detencin de
internados provisionales, muchas veces pasados por las armas: el primer fallecido fue
un soldado, Miguel Lpez, el primero de agosto de 1936; el 20 de ese mismo mes se
fusil a 54 internos, al intentar fugarse del campo de concentracin.
Una ojeada a los partes oficiales de guerra de estos primeros momentos no deja
espacios a la duda sobre el tratamiento de los prisioneros. Todas las divisiones
movilizadas daban cuenta de haber limpiado la zona de enemigos (Octava
Divisin, 26 de julio), o de haber procedido a la limpieza y ocupacin de diversos
pueblos (Segunda Divisin, 24 de julio). Y no se trataba de muertos en los frentes o
en reyertas armadas, de las que se daba cuenta aparte y, generalmente, dando un
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nmero estimado de las bajas. Se trataba de los primeros prisioneros a los que se daba
muerte in situ sin trmite alguno por el hecho de haberse resistido al triunfo de la
ocupacin militar o bien por pertenecer a organizaciones polticas, sindicales,
culturales, a las que se oponan los sublevados. De manera ms que cnica, en los
partes de guerra a esos asesinatos indiscriminados y a esas prcticas de limpieza se
los llamaba, por ejemplo, Operaciones en Andaluca[26].
De todos modos, los partes oficiales son intiles para conocer, ni de modo
aproximado ni estimado, el nmero de prisioneros tomados en la primera fase del
golpe de Estado y la guerra de columnas. S para intuir el tratamiento que reciban,
aunque poca informacin se puede deducir de extractos como el del Ejrcito del
Norte a 3 de agosto de 1936, cuando deca: El nmero de prisioneros capturados y el
material y armamento de todas clases cados en nuestro poder es grande.
Ocupaciones tan importantes como la de la ciudad de Mrida el 11 de agosto,
realizada por la columna de tropas africanas que ocup la parte occidental de
Extremadura en su carrera hacia la capital de Espaa, tan slo dej una marginal
anotacin sobre los muchos prisioneros aprehendidos. Cuando la de Badajoz, tres
das despus, se dio cuenta de una inquietante concatenacin de acontecimientos: se
entr arrollando las resistencias y cogiendo al enemigo numerosos prisioneros,
causndoles muchas bajas.
No obstante esta constante desinformacin, en su carrera hacia el centro del pas
las columnas hacan prisioneros, siempre numerosos en la documentacin oficial,
pero nunca rastreables en su nmero. Hasta noviembre, cuando se renunci a la toma
rpida de Madrid ponindose fin a la fase de golpe de Estado, las columnas del norte
bajo el mando del general Emilio Mola y las africanas de Franco dirigieron sus
fuerzas al acoso de la capital tomando as miles de prisioneros. De hecho, una
matanza como la de la plaza de toros de Badajoz se explica entre otras cosas por el
traslado a la capital de muchos prisioneros y presos tomados entre el inicio del golpe
y los das de la masacre; esto es, en poco menos de un mes. A estos prisioneros no se
les trataba de una manera unvoca o medianamente regulada lo cual responda
como no poda ser menos a las intenciones de acabar rpido con la Repblica, con
lo que los ejrcitos sublevados no podan hacer uso provechoso alguno. Es ms, casi
resultaban una molestia.
Slo de tal manera es comprensible que al entrar las tropas africanas en los
pueblos extremeos, en vez de tomar como prisioneros a los defensores de la
legalidad republicana, se les aplicase el modelo de matanzas que conocemos por el
nombre genrico de razzia. Tras la captura de Mrida donde ms tarde se instalara
un campo de concentracin, las tropas africanas se encaminaron hacia la represin
hablar de toma o de liberacin es nombrar slo una parte de la cuestin de
Badajoz, la provincia que, segn se nos ha recordado recientemente, ms haba
anhelado la reforma agraria tan solicitada como prometida por la Repblica y odiada
por sus adversarios[27]. Su plaza de toros, hoy desaparecida, fue centro de reclusin
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para un mnimo de 1200 internados y, desde el punto de vista simblico, bien puede
considerarse el primer y ms terrible campo de concentracin franquista.
Los muros del coso taurino fueron crcel improvisada y lugar de ejecucin de
prisioneros. De hecho, como se nos ha recordado desde la literatura que ha dedicado
sus pginas al recuerdo de la matanza, los mismos testigos, como Jay Allen o Mario
Neves, no daban crdito a sus ojos: jams haban visto un modo tan brutal de hacer la
guerra. Lo all ocurrido, la muerte indiscriminada de los defensores de la ciudad y de
muchos prisioneros trasladados ex profeso para ser ejecutados, supuso por un lado un
aviso sobre lo que las tropas africanistas estaban dispuestas a hacer con quienes se les
opusieran. Por otro lado, fue un medio de acabar con los posibles levantamientos en
retaguardia. Pero ante todo, supuso el prolegmeno masivo y despiadado de lo que
iba a significar la represin franquista. Hasta el 14 de agosto se haba fusilado, y
mucho, en los territorios sublevados. Sin embargo, la repercusin que tuvo el
conocimiento de los sucesos de Badajoz dej pocas dudas sobre el carcter
extremadamente violento de la limpieza social que llevaban a cabo las tropas
franquistas en vanguardia y los militares y civiles afectos al Movimiento en
retaguardia. Esa cruel matanza supuso, segn la afirmacin de Francisco Espinosa, un
prolegmeno y una premonicin de Auschwitz. Y el smil no es casual, sino que
entronca con ya toda una tradicin de pensamiento que recorre la filosofa, la
sociologa y la historiografa: la de considerar los campos de concentracin
nacionalsocialistas y, en particular, el exterminio de los judos una metfora de cmo
la modernidad se haba convertido, ante los ojos de las democracias liberales de
entreguerras, en la ms absoluta barbarie. Auschwitz sera as la cristalizacin del
dolor, de la muerte; de la poca contempornea. Pensar Auschwitz se converta en
un deber doloroso pero necesario. Hoy, sin embargo, la desaparicin del coso taurino
ha eliminado un lugar de la memoria en el ms puro sentido de la palabra: no el
epistemolgico, sino el real. Ahora no hay dnde honrar ni llorar la memoria de los
muertos.
Algunos extremeos, sin embargo, lograron huir de la matanza por la frontera
portuguesa. Qu se encontraron? Un rgimen de persecuciones y campos de
concentracin sin precedentes por su dureza[28]. El Portugal de Salazar, integrante
desde el 21 de agosto del Comit de No Intervencin, intervena sin embargo de
manera beligerante al internar a los refugiados espaoles para devolverlos a
cumplir con la Justicia espaola. Como relata Espinosa, ese mismo da 21 fueron
devueltos, desde el Fuerte de Graa, en Elvas, 40 espaoles que fueron entregados a
las autoridades de Badajoz. Tambin en el Fuerte lisboeta de Caixas se intern a
republicanos espaoles. Hubo espaoles refugiados en los campos de Coitadinha y de
Russianas, este ltimo en Choa do Sadineiro. En el caso de los fuertes, fueron un
signo ms de la connivencia salazarista con los sublevados y de la problemtica que,
de cara al exterior y por supuesto en el interior, empezaba a crear la toma masiva de
prisioneros. En el caso de los campos de refugiados, nos han llegado testimonios que
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dan fe de la labor humanitaria que, a ttulo personal, trat de llevarse a cabo; en


particular, por el comandante Seixas del campo de Russianas. Una labor humanitaria
con los prisioneros de guerra que es raro encontrar en una Espaa que quera depurar,
limpiar de rojos todo el pas.
El problema de los prisioneros, a raz de que se conociese internacionalmente la
matanza de Badajoz, empez a tomar carta de peligrosidad para los sublevados, por
ms que en algunos casos los defensores republicanos tuviesen la posibilidad del
repliegue, como sucedera en las tomas de Irn y San Sebastin[29]. En ese sentido, es
necesario remarcar que no todos los ejrcitos se comportaron de igual manera y que
no todos los mandos sublevados eran iguales. Cabe sealar, por ejemplo, las
diferencias entre un Yage o un Varela, militares africanistas responsables en ltima
instancia de lo sucedido en el coso taurino extremeo, con el sitiador de Irn
ciudad tomada el 4 de septiembre de 1936, donde segn Jackson no se asesin a los
prisioneros, el carlista coronel Beorlegui. El entonces teniente coronel Yage opt
explcitamente por la limpieza: no dejar rojos en retaguardia que pudiesen
complicar la triunfante marcha de las tropas sublevadas, la paulatina descomposicin
del orden republicano y el avance de la reorganizacin social por las armas, o Nuevo
Estado.
Tanto es as, que el terror que inspiraban en los milicianos las noticias llegadas
del sur y Extremadura facilit que los rebeldes tomaran Tala vera del Tajo (Talavera
de la Reina) por el repentino repliegue de sus defensores. Se trataba, adems, de un
importante jaln en el alargamiento de la guerra deseado por Franco para tener
tiempo de limpiar la retaguardia y afianzarse as, con un tanto propagandstico, en
la cabeza del para-Estado sublevado. Tanto consumado con la toma de Toledo y la
liberacin de los sitiados en el Alczar y de sus rehenes civiles. El nombrado a finales
de septiembre generalsimo no dudara en declarar, tras la toma de la ciudad por parte
de las tropas de Varela, que no le interesaba ya una victoria fulminante, sino que la
victoria total en todos los terrenos viniese por la consuncin del enemigo. Y tras la
ocupacin, y segn Sixto Agudo quien lo supo por su hermano, se fusilaron por
las calles a los milicianos. Habilitaron tres crceles, varios campos de concentracin.
Los rojos de Toledo estaban encerrados y all los seleccionaron. Adems, a un
montn de ellos los fusilaron, otros fueron condenados a muerte, fueron conmutados,
otros pasaron un montn de aos en las crceles, en fin[30].
Con el desvo de las tropas a Toledo, Franco perdi un tiempo que podra haber
servido para la toma de Madrid y para evitar miles de muertes. Pero ya no interesaba
la conquista rpida sino la guerra de exterminio, en palabras de Paul Preston. Por eso,
en estos meses empezaron a organizarse los primeros campos de concentracin de
prisioneros de guerra, campos regidos por una dureza y una violencia extremas. Al
poco de la ocupacin de Toledo, Moscard fue destinado a Soria, donde entonces
mataron centenares de prisioneros tomados en Sigenza e internados en el Cuartel de
Santa Clara de esa ciudad, uno de los primeros centros que puede considerarse un
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campo de concentracin[31]. Y paralelamente los prisioneros de toda ndole


internados en diferentes centros de Logroo fueron trasladados en masa durante 1936
y por orden de las autoridades militares del Ejrcito del Norte al Fuerte de San
Cristbal, en Pamplona. En este temprano centro de internamiento (pronto, crcel
para presos polticos) se recluyeron en pocos meses ms de 2000 prisioneros, tanto
navarros como de otras regiones: Logroo, Valladolid, Segovia y vila. Segn las
investigaciones de varios estudiosos, rpidamente comenzaron las ejecuciones
masivas de presos. Con el pretexto de haber sido puestos en libertad eran
asesinados y, de hecho, las nicas 25 vctimas contabilizadas en el Registro Civil del
Ayuntamiento de Ansoain fueron ejecutadas en noviembre de 1936. Ejecuciones
disuasorias para dar un escarmiento y toque de atencin a los prisioneros, lo cual
ciertamente no result demasiado efectivo, visto que en mayo de 1938
protagonizaron la fuga masiva de un presidio ms impactante de toda la guerra civil:
795 huidos de los cuales, tras o durante la captura, encontraron la muerte 225[32].
El internamiento preventivo de los prisioneros de Irn, de Sigenza o de
Pamplona (no de los hechos por las tropas africanistas) fue un islote dentro de un mar
de ejecuciones sumarias, sacas extrajudiciales y asesinatos. Pero denotaban, en cierta
medida, que por un lado la guerra en el norte era diferente a la del sur, y que por otro
se empezaba a constatar que la lucha sera larga. Porque, de hecho, la guerra de
columnas se vio paralizada con la resistencia de Madrid y, as, los siguientes
movimientos se desarrollaran desde una doble variable: la de avanzar por otros
territorios la cada de Mlaga el 8 de febrero de 1937 y la de agotar la resistencia
de la capital la batalla del Jarama (5-24 de febrero) e inmediatamente despus el
fallido avance italiano sobre Guadalajara, cuyos escasos prisioneros republicanos
fueron trasladados al Cuartel de Santa Clara, en Soria. En el Jarama empezaron a
tomarse prisioneros de las BB. II., algunos de los cuales (un grupo de ametralladores
britnicos) fue conveniente y propagandsticamente fotografiado, como puede
comprobarse en el encartado grfico.
Conscientes Franco y sus generales del hecho que era necesario encaminar su
Movimiento hacia la puesta en pie de un Estado en guerra contra la Repblica, la
tregua de invierno sirvi para regularizar, o al menos tratar de hacerlo, muchos
aspectos de la vida poltica, social y blica en la Espaa sublevada. La guerra larga
fue pues el producto por una parte de las intenciones depuradoras de los sublevados y
por otra de la progresiva resistencia y estructuracin del Ejrcito de la Repblica. E
hijos de la guerra larga fueron los campos de concentracin. Son, desde semejante
perspectiva, tres las claves que se deben afrontar en principio para comprender el
hecho concentracionario. En primer lugar, el afn por reordenar y reestructurar la
sociedad espaola de los aos treinta, viciada de marxismo, comunismo,
anticlericalismo y contestacin a los poderes establecidos, segn la visin de los
militares insurrectos. En segundo lugar, el resultado de los primeros meses de
conflicto, que devinieron en la centralizacin de poderes y por ende la centralizacin
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de todo lo concerniente a materias administrativas y militares. En tercer lugar, el


deseo de aprovechar y regular la misin futura de los prisioneros de guerra en la
Nueva Espaa, como detallo en el siguiente apartado. Y an podramos aadir un
cuarto motivo: el deseo racional y explcito de hacerlo a travs de la estructuracin de
una red concentracionaria funcional y til para la consecucin de la victoria.

3. ALGO MS QUE EXPIACIN: PRISIONEROS Y EVADIDOS DE GUERRA


Usualmente solemos denominar la fase entre noviembre de 1936 y febrero de
1937 como de transicin o de tregua. Pocos movimientos en los frentes,
estancamiento de la guerra de columnas, resistencia de la capital, todo ayuda a
observar estos meses como de asuncin del fracaso de la toma rpida del poder. La
paulatina militarizacin de la violencia y los visos de legalidad que sta adquiri
centralizando la administracin de justicia en los tribunales militares sin duda
coadyuva a reafirmar tal visin. Sin embargo, estos meses fueron decisivos puesto
que en ellos se gest el modo en que la guerra civil iba a ser desarrollada desde el
lado franquista. En estos meses los intereses y los medios para perseguirlos
cambiaron hasta el punto de que se renunci casi por entero al plan inicial y se
buscaron nuevos objetivos fundados sobre las tomas parciales de territorios. Sin
embargo, estas conquistas territoriales no albergaban ya un carcter intimidatorio,
destinado a favorecer la rendicin o la ausencia de defensa en las zonas no ocupadas.
Desde entonces, la toma territorial sera un eje gravitacional del conflicto puesto que,
desde el invierno de 1936-1937, no habra victoria posible que no fuese la acarreada
por la conquista total de todo el territorio bajo el mando republicano.
Para ello, algunas de las dinmicas apuntadas en los meses del golpe de Estado se
reafirmaran con fuerza. Todo responda a la asuncin de estar frente a una guerra de
larga duracin, como haba sealado Franco con las ruinas humeantes del Alczar de
Toledo en las pupilas. Y para ello era absolutamente necesario crear una imagen de
poder y control que eliminase las ptinas de ilegalidad y paraestatalidad precedentes:
era necesario construir un Estado no slo ratificado por el apoyo alemn e italiano
ambas potencias reconocieron el gobierno de Franco ya el 18 de noviembre de 1936
sino, ante todo, un Estado equiparable a su adversario republicano, desmembrado
en los primeros meses de guerra pero que, al menos, gozaba del reconocimiento de
ser el agredido, el precedente, el que se defenda. No en vano en este lapso temporal
encontramos planteado de manera abierta el problema de los prisioneros de guerra.
No en vano de estos momentos proceden las primeras normas de actuacin al
respecto nacidas con voluntad global, esto es, para todo el territorio franquista. Y no
en vano las dos perspectivas de poder que confluan sobre tal problemtica
sociopoltica y blica fueron progresivamente adecentadas, centralizadas y, dentro
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de la improvisacin, normalizadas. El modo de hacerlo, como parece ya claro, fue


mediante el establecimiento de campos estables de concentracin de prisioneros.
De hecho, las primeras normas conjuntas de actuacin con los prisioneros de
guerra provienen de diciembre de 1936. O, al menos, son las ms antiguas de las que
se albergan en los archivos militares. stas, sin embargo, iban ante todo encaminadas
a favorecer la desercin de las filas republicanas; eran reflejo, una vez ms, de la
necesidad de hombres en vanguardia y retaguardia para afrontar una guerra larga. Y
gravitaban sobre los preceptos con los que se deseaba que los soldados republicanos
abandonasen las armas y se pasasen a la verdadera Espaa: patriotismo,
nacionalismo, exaltacin fascista del Caudillo, religiosidad, seguridad y violencia
eran los elementos de la retrica desarrollada para atraer desertores del campo leal.
Con ello se pretendan atemperar los miedos de los soldados republicanos. Y, de
hecho, podramos decir que surtieron efecto, a la vista del creciente nmero de
pasados al bando franquista, hasta el punto que se hizo necesario empezar a
distinguir entre el prisionero y el evadido al lado sublevado. En una circular
sorprendentemente tarda por su importancia se defini quines eran estos segundos:
slo pueden calificarse de evadidos o presentados aquellos combatientes enemigos
que hayan realizado un acto voluntario visible para alcanzar nuestras filas. Los que
en el avance se rindiesen deponiendo las armas, sin ningn acto ostensible y
voluntario para presentarse a nuestras tropas cuando an tienen posibilidad de escapar
con ciertas garantas de seguridad, son prisioneros y deberan ser calificados como
tales.
Los huidos del frente republicano, sujetos a una clasificacin meramente sumarial
sobre todo en los primeros meses de guerra, eran por tanto soldados o civiles
antirrepublicanos que deban evadirse de la zona donde la sublevacin no haba
triunfado. Quienes lo hacan bajo condicin civil tenan pocas cuentas que rendir a las
autoridades militares: lo hacan para participar en la guerra en el bando que crean
sera el vencedor, o para evitar hacerlo en el bando que a la larga sera derrotado. Y,
hasta cierto punto, los campos de concentracin franquistas, como lugares de
instruccin de las clasificaciones de los aprehendidos de cualquier gnero, tuvieron
por origen la necesidad de distinguir a los evadidos de la horda de asesinos y
forajidos y de los bellacos engaados por la propaganda, junto a quienes se
hallaban buen nmero de hermanos nuestros, de nuestras ideas y convicciones y que
la desgracia los ha llevado a estar entre los rojos al estallar el glorioso alzamiento
nacional y salvador de nuestra Patria y de la civilizacin cristiana/[33] Separarlos,
clasificarlos, reeducarlos, se impuso como objetivo primario. En una guerra larga, ya
no se poda asesinar impunemente a los prisioneros de guerra.
Ese era el tipo de retrica empleada por el jefe del Estado Mayor del Ejrcito del
Norte, Fernando Moreno, en cuya breve coleccin documental sobre rdenes y
normativas referidas, ante todo, a la fallida (aunque inminente, segn se deca en
noviembre de 1936) ocupacin de Madrid, puede leerse que una gran parte de los
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milicianos que nos combatirn en Madrid eran ciudadanos pacficos que, ante las
amenazas y ejecucin de los que se niegan, han cogido las armas deseando
entregarlas en el primer encuentro. Con ellos, la guerra tiene que ser caballerosa y
noble y si se rinden, acogerles con la generosidad que es natural en nuestras tropas,
que en estos casos es necesario extremar. De tal modo, mientras se peda que se
evitasen racias, violaciones y contactos con prostitutas, se sealaba que se debera
proceder a la detencin y desarme inmediato de los elementos marxistas que se irn
concentrando para dirigirlos posteriormente hacia los lugares destinados de antemano
como campos de reunin, que podran ser lugares de concentracin en iglesias o
grandes edificios, a ser posible aislados de los ncleos de poblacin[34].
No por casualidad son tambin de estas fechas, de diciembre de 1936, las notas
informativas que la Divisin de Madrid distribuy para el tratamiento de prisioneros
de guerra. Segn stas, lo que ms importaba era regularizar a los evadidos: quienes
se presentasen al lado franquista en el territorio ocupado por la Divisin de vila se
internaran en esta misma capital; los que lo hiciesen en territorio de la Divisin de
Madrid, en Talavera de la Reina, adonde fueron encaminados los prisioneros del
batalln britnico el 13 de febrero de 1937[35]. De este temprano campo, segn los
testimonios recopilados por Cari Geiser de Bill Alexander y James E. Ruthenford
los prisioneros, hambrientos y encerrados en una vieja fbrica, eran sacados cada
da a trabajar cubriendo de tierra los cadveres en el cementerio de la localidad. Los
de la Divisin de Soria se internaran y clasificaran en esa misma ciudad. Y para ello
se utilizaran cuarteles o edificios adecuados, en cuyos lugares permanecern hasta
tanto se resuelva la informacin que rpidamente debe instruirse y como
consecuencia de ella se dispondr por parte de las Autoridades Militares el destino y
empleo[36], cuando fuesen militares profesionales, que en realidad era lo que en ese
momento incierto de la guerra ms le convena captar a las autoridades franquistas.
Los pertenecientes a milicias y paisanos, seran concentrados en los mismos lugares,
pero separados: en locales distintos.
Santa Clara en Soria, San Gregorio en Zaragoza, y algunos centros que veremos
en breve como el de Vitoria, e incluso con detenimiento como el de San Pedro de
Cardea, fueron los primeros destinos marcados para los prisioneros de guerra y, por
tanto, supusieron los primeros jalones de la naciente red concentracionaria. Y no
fueron considerados en ningn momento prisiones militares, por mucho que fuese en
un contexto blico donde se enclavasen. La explicacin para ello es relativamente
sencilla: por mucho que en las denominadas prisiones militares albergasen
prisioneros muchas veces sin haber sido sometidos a trmites legales, lo cierto es que
el fenmeno de los campos de concentracin tuvo una dimensin especfica que lo
diferenci de aqullas: el de la retencin preventiva, el del marco de ilegalidad en el
que se circunscribieron y, ante todo, el de la arbitrariedad. A prisiones militares
pasaran los mandos, oficiales o suboficiales, capturados. A los campos, la enorme
mayora de los prisioneros de guerra. Este hecho, paradigmtico para el estudio de los
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campos de concentracin a escala global, adquiri una dimensin todava ms


plausible si cabe para el caso franquista, puesto que su contexto fue el de una guerra
civil, ejemplo mximo del enfrentamiento y del conflicto social. As, en la guerra
civil espaola, aparte del motivo preventivo que caracteriz en origen al fenmeno
concentracionario y que lo diferenci de la prisin, el contexto blico y la
dependencia institucional de lo militar exacerbaron ms si cabe la diferencia
funcional entre el campo y la crcel. El parn blico al que he aludido, hasta
aproximadamente febrero de 1937, permiti reconsiderar la solucin frente al
problema de la acumulacin de prisioneros, sin ser sta, evidentemente, el uso de las
prisiones militares: primero, porque la instruccin de causa legal era demasiado lenta;
y, segundo, porque stas no tenan capacidad para acoger a las crecientes cifras de
apresados y presentados.
Adems, existen consideraciones recogidas en la misin que desempearon los
campos de concentracin franquistas que los separan del concepto clsico de la
prisin militar. La solucin que la Espaa franquista daba al problema de sus
prisioneros pasaba por el reaprovechamiento de su mano de obra y, por tanto, los
campos de concentracin, adems de para tramitar las clasificaciones militares de los
apresados y de los evadidos, habran de servir a la causa, iniciada como veremos con
un decreto de Franco de mayo de 1937, de reeducar en el trabajo hacia el amor a la
patria, la paz verdadera y la regeneracin de sus ideologas y de las malas doctrinas
aprendidas de quienes les envenenaron, evitndoles la inactividad[37]. La diferencia,
por tanto, de los campos franquistas con las prisiones militares fue doble: de forma
el ingente nmero de prisioneros internados ilegalmente y reutilizados y de fondo
la falta de pena impuesta mediante tribunal de justicia. En el segundo caso, los
campos de concentracin se iran convirtiendo paulatinamente en la antesala del
proceso judicial y, de hecho, la clasificacin de los prisioneros y aprehendidos sera
dependencia de las auditoras de guerra de los ejrcitos, a travs de sus comisiones de
clasificacin, tras la clasificacin somera que habra de realizarse en los diferentes
centros de reunin, evacuacin, etc., por los que un prisionero deba pasar desde su
apresamiento hasta su llegada a un campo definitivo.
Los campos nacieron, por tanto, de la necesidad de los acontecimientos. Las
instrucciones dadas en vila el 15 de diciembre de 1936 fueron premonitorias de lo
que ocurrira durante toda la guerra; segn las mismas, los pertenecientes a fuerzas
regulares del Ejrcito Popular de la Repblica se concentraran en los puntos
siguientes: los capturados por la Quinta Divisin, en Zaragoza. Los de la Sexta
Divisin, en Burgos. Los de la Octava, en A Corua. Y los del Cuerpo de Ejrcito de
Soria, en vila y Talavera de la Reina. La vocacin nortea del fenmeno
concentracionario estaba pues presente desde sus mismos orgenes, aunque existiesen
en esas fechas otros centros de detencin, como en Badajoz, en el interior e
inmediaciones del Cuartel de la Bomba, utilizados para prisioneros de guerra. De
nuevo, en este ltimo caso ninguna documentacin puede probar el nmero de
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internados, presumiblemente an en 1937 procedentes de las operaciones de la guerra


de columnas de los primeros meses.
Algunos de estos campos estarn descritos en varias fechas de la guerra como
recintos estables. El de Zaragoza, sito en la Academia General Militar de San
Gregorio[38], sera excelente en todos los conceptos, y su capacidad depende del
nmero de locales que se destinen a prisioneros. Sobre San Pedro de Cardea, a 16
kilmetros de Burgos por una carretera de tercer orden, antiguo monasterio con
amplias y numerosas naves con buena ventilacin, dos amplios patios y locales para
todas las dependencias, se sealara que su capacidad era de 1200 hombres, con
agua canalizada y de buenas condiciones de potabilidad, as como agua de aseo
abundante y baos slo para la noche cosa por cierto que sera deficitaria en la
mayora de los campos de concentracin, ya que por el da se utilizan zanjas
abiertas en el campo libre. Fue uno de los pocos campos que dispuso de enfermera,
con 75 camas, desde su origen. En Pamplona, por otro lado, se utilizara el Cuartel
Prisin de la Merced. Antiguo convento de tipo cuadrangular con dos patios y
claustros, naves dormitorios y locales para las distintas dependencias, lo que
permitira acumular hasta 1200 hombres[39]. Mucho mejor que el campo de Cedeira,
ubicado en la playa y con unas muy deficientes condiciones higinicas, sanitarias y
de habitabilidad. Sobre este ltimo, el testimonio del periodista Cabezas es revelador
de las malas condiciones del internamiento, de las sacas de prisioneros para su
fusilamiento, y tambin de la solidaridad recibida por parte de la poblacin local en
particular, de las mujeres[40].
Cmo se procedi en estos primeros campos? Las indicaciones de diciembre de
1936 de la Sexta Divisin Orgnica sugeran que los prisioneros que sean soldados y
reclutados a la fuerza y de la informacin o noticias que se tengan no haya cargo
contra ellos, sern destinados a Cuerpos de la misma arma en que sirvieron en el
Ejrcito, como correspondientes a sus reemplazos, y como voluntarios por la
duracin de la campaa, los no llamados[41]. Esto es, la primera funcin que
asumieron los campos fue la de la clasificacin dentro de ellos de los prisioneros de
guerra. A los que no se encontrase, en las indagaciones sumarias realizadas, culpa en
delito alguno como el de pertenecer de modo voluntario al Ejrcito republicano,
rpidamente y sin mediar una clasificacin ms profunda se les destinara a cuerpos
de Ejrcito, a travs de las Cajas de Recluta, previo trmite en la comisin de
clasificacin de Burgos. Por esta comisin, en diciembre de 1936, habra pasado un
reducido nmero de prisioneros, y an menor de evadidos: 124, en seis meses, parece
ser una cifra ms que escasa a la luz de los nmeros que ms adelante se revelarn.
Cifras de prisioneros y presentados clasificados por las cada vez ms numerosas
comisiones que darn cuenta de la enormidad del proyecto social y las necesidades
blicas del Ejrcito sublevado, as como de las dificultades que ello entraaba, puesto
que se acompaaba a la mera depuracin con fines blicos el reingreso al frente o
el uso en trabajos secundarios pero tiles para el devenir de la guerra con un
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profundo programa de reeducacin social e ideolgica.


Una vlvula de escape para los primeros prisioneros de guerra estuvo, a tenor de
la documentacin oficial, en el ingreso en el cuerpo legionario. Era una posibilidad
que se ofreca en los campos que formaban la primigenia red concentracionaria, para
evitar que se indagase en el pasado del prisionero: se trataba de intercambiar arrojo
por impunidad. Pero, tambin segn esa misma documentacin, no fue algo
demasiado extendido entre los internados en campos. Y as, tras el paso por la
comisin de clasificacin, institucin dependiente de los tribunales militares
(auditoras de guerra) franquistas, los prisioneros que decidiesen no ingresar en el
Ejrcito sublevado continuaran detenidos y sujetos a procedimiento. Esta frase,
sacada de las mismas instrucciones de actuacin del Ejrcito del Norte en diciembre,
revela que no existan, a finales de 1936, disposiciones claras sobre qu hacer con los
prisioneros de guerra. No es que no hubiese un proyecto nico; es que, prcticamente,
no exista una regulacin a la que atenerse. Sin embargo, de lo que no cabe duda es
de estar ante el nacimiento, lento e inseguro si queremos, de la red de campos
franquistas. Una red empleada para albergar a los evadidos, que no obstante su
voluntad desertora un aval mejor que carta alguna haban de pasar una
clasificacin en cuarteles o edificios adecuados, en cuyos lugares permanecern
hasta tanto sea resuelta la informacin que rpidamente debe instruirse y segn la
cual quedaran dispuestos para su ingreso en filas, a cargo de las autoridades
militares. Y, adems y sobre todo, para retener sine die a los prisioneros no
clasificados, nacionales y extranjeros.
Obsrvese en esta primera fase concentracionaria una primigenia tendencia al uso
de edificios como castillos, fortalezas y cuarteles, habilitados en parte para acoger
internos de los que, en principio, se dudaba y que deban pasar trmites informativos.
El cuartel era un lugar seguro, de fcil defensa y vigilancia. Un sitio del que era
prcticamente imposible escapar, sencillo de administrar y, sobre todo, que no haba
que crear ex novo. Cuarteles seran muchos de los campos de concentracin estables
en la Pennsula. Cuarteles que no eran otra cosa que el reflejo de una percepcin
frente al posible disidente, frente al enemigo probable: a fin de cuentas, como medida
militar en contexto de guerra, el paso por los campos de concentracin sera el modo
en que los militares entendan que se deba tratar el problema de los prisioneros.
Como un problema de intendencia, de organizacin, de disciplina, de
adoctrinamiento, en funcin a sus posibilidades y en base a una carencia casi absoluta
de medios.
Sin estar claras an las funciones que en los campos-cuarteles, y sobre los
prisioneros deban ejercerse en materias administrativas y burocrticas, cada Ejrcito
y las divisiones orgnicas que los configuraban fue muy libre de gestionarlas
como bien pudieran. E incluso de apelar al Convenio de Ginebra sobre prisioneros de
guerra, como en el caso de los detenidos en Vitoria en diciembre de 1936[42]: 25
prisioneros realizados en el Sector de lava el 2 de diciembre de ese ao que, segn
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el artculo 9. del Convenio de Ginebra de 6 de julio de 1906, no se han considerado


como prisioneros y han quedado en calidad de detenidos en locales habilitados al
efecto en el Convento de los Carmelitas de esta Ciudad, dependiendo del Jefe de la
Prisin Provincial, y en espera de su superior resolucin. A 26 de diciembre existan
en Vitoria, concentrados provisionalmente, 29 prisioneros. Realmente pocos. Pero
suficientes para comprobar que casi medio ao despus de iniciada la guerra, seguan
sin estar claras ni las atribuciones, ni los poderes, ni los modos de actuacin sobre los
republicanos apresados en los frentes de batalla.
Y es que la anomia y la falta de mando nico fueron las claves para entender el
tratamiento de los prisioneros de primera hora. No son pocos los informes datados en
1936 e inicios de 1937 que hablan de traslados de prisioneros sin planes previos para
hacerlo, recluyndolos de cualquier modo en cuarteles, depsitos, centros de
retaguardia ocupados por regimientos y batallones. As sucedi con los prisioneros
tomados por la Sexta Divisin Orgnica cuando an se denominaba as,
enviados a diferentes cuarteles en Vitoria y Logroo, directamente movilizados y
enviados a labores de instruccin y retaguardia, para posiblemente ser enviados al
frente ms adelante sin ningn trmite depurador[43]. No existan disposiciones
homogneas y, por poner otro ejemplo, el Ejrcito del Sur, a la vista de la
informacin del Comit de la Cruz Roja Internacional, lleg a poner en
funcionamiento un campo en los alrededores de Sevilla, con 450 detenidos, del que
nada se supo en el Cuartel General de Franco[44].
Fue el mismo general Mola, jefe del Ejrcito del Norte, quien ante este panorama
propuso aclarar la catica situacin de los prisioneros de guerra que empezaban a
acumularse en crceles, presidios, frontones; y, ante todo, aclarar la de los soldados
recuperados a la Repblica. Jams, deca Mola, deberan usarse prisioneros en
unidades de primera lnea, ni an cuando stos se presentaran haciendo grandes
demostraciones de afecto a la Causa Nacional. Tan slo podran usarse los
evadidos, cuando se tuviese evidencia absoluta de lealtad[45]. Lealtad que, por
cierto, no se presupona a los internados en un monasterio, famoso por su belleza y
por albergar la tumba del Cid Campeador jugadas de la casualidad, uno de los
smbolos mticos ms explotados por la propaganda educativa del
nacionalcatolicismo franquista, pero ms famoso durante la guerra civil por ser uno
de los centros de concentracin ms longevos: San Pedro de Cardea.
En base a estas instrucciones, que presuponan la existencia de reclusos
concentrados en el campo y la existencia adems de una red de evacuacin y traslado
de prisioneros de la que vamos a dar cuenta,
el Jefe regula la vida del Campo y la actividad de los prisioneros marcando el horario que remitir
mensualmente a la Divisin para su aprobacin. Los prisioneros tendrn ocho horas de trabajo, en el que se
dedicarn a mejorar sus locales, patios y avenidas. Tendrn una hora de descanso al exterior, patio o
explanada. El rgimen de los prisioneros ser de rigurosa disciplina militar en todas sus manifestaciones,
estando prohibida la comunicacin con personas del exterior ni de la guardia. El destacamento militar tendr
guardia interior y exterior.

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Ante todo, observemos que se hablaba por primera vez de Campo. Ya no se


rodeaba el trmino usando palabras como depsito, campamento o centro
porque, de hecho, no lo eran. Los campos precedieron, por tanto, a los Batallones de
Trabajadores, a la Jefatura de Movilizacin y a la ICCP. Y es que si algo nos ensea
la historia del fenmeno concentracionario es que los recursos mnimos que se
necesitan para instalar (no tanto para organizar) un campo de concentracin hicieron
de los centros preventivos, punitivos, estables o provisionales destinados a la
concentracin de prisioneros, un medio verstil, relativamente barato y sin lugar a
dudas mucho ms capacitado para la acogida masiva de internados, en un siglo XX
que si se caracteriz por algo fue por la masividad de sus conflictos sociales. Las
necesidades desprendidas en el caso espaol no se alejaban demasiado de estas
variables, por mucho que la historia comparada de los campos de concentracin
seale a los franquistas como poco estables en relacin con otros universos
concentracionarios. Y es que, si un adjetivo puede calificar el proceso represivo
dentro de esta calificacin englobaremos las caractersticas fundamentales de los
campos franquistas: clasificacin, depuracin, reeducacin instaurado en el interior
de los campos de concentracin de Franco, ste es masivo.

4. MOVILIZACIN, RECUPERACIN Y CLASIFICACIN


Tal fue la significacin de la guerra en 1937: masiva. Los campos de
concentracin, centros de reclusin de prisioneros de guerra y presentados
procedentes del frente enemigo, fueron as puestos en funcionamiento por las mismas
unidades franquistas en liza en 1936. De lo que se trat en 1937 fue de centralizar los
recursos y militarizar a todo el personal aprehendido mediante su clasificacin,
recuperacin o penalizacin. El ao 1937 fue fundamental, por otra parte, porque la
bsqueda entre los sublevados de objetivos blicos diferentes al originario de tomar
el poder central marc el inicio de la ICCP, ante la creciente masa de combatientes
capturados. Como se ha visto, dicha Inspeccin no invent los campos de
concentracin, aunque s les diese un cariz diferente: el afn por regularizar la
represin y violencia franquistas, dndoles una utilidad ulterior, allan el camino para
la creacin de una red burocrtica que gestionase el problema de los prisioneros de
guerra. Es obvio que el Terror franquista no acab con la cada de Mlaga, despus de
las razzias a lo largo de las regiones andaluza y extremea, sino que la conquista del
Frente Norte tuvo tambin episodios de extrema crueldad. Sin embargo, el tipo de
violencia desplegada ya no responda a una lgica unitaria de eliminacin fsica o, al
menos, no era la nica posible.
De ello da buena prueba la puesta en funcionamiento con cada vez ms trabajo de
las comisiones clasificadoras para prisioneros y evadidos, que actuaran a las rdenes
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de los auditores de guerra para la clarificacin de los autos imputados a los


prisioneros y regularizar su situacin en la Espaa nacional. En medio de una
centralizacin y regulacin de recursos para ganar la guerra, desde principios de 1937
se establecieron (al principio sin enmarcarse en ninguna disposicin concreta, pero
progresivamente integrndose en un proyecto global) las primeras comisiones
clasificadoras del norte, para la recepcin, examen y atencin de los evadidos de la
zona republicana en el frente de Vizcaya, que desde luego actu tambin con los
prisioneros sueltos despus del avance, con los primeros contingentes capturados, los
cuales se alojaron en locales preparados al efecto, que pronto resultaron
insuficientes. Para ello tuvieron que utilizarse al poco el colegio de los padres pales
de Murgia (lava) internando a 200 penados de la crcel de Vitoria y a 700
prisioneros de guerra, en un espacio til para unos 2000 internados y el de los
padres jesuitas de Ordua (Vizcaya), con capacidad para 4000. Disponemos tambin
de las relaciones nominales de los clasificados en Soria y Zaragoza, cuya tramitacin
administrativa se inici por cuenta propia de las auditoras en base a la
reglamentacin del Ejrcito del Norte, y que pronto deberan adaptarse a la normativa
emanada por el Estado Mayor del Cuartel General de Franco. De tal modo, los
prisioneros de Soria eran enviados a San Gregorio (Zaragoza), el campo del 5. CE.
Hasta quinientos en tres meses, el trasvase de prisioneros clasificados como
desafectos al movimiento sera constante durante toda la guerra. No habiendo, sin
embargo, por entonces ninguna disposicin dictada sobre el rgimen de los
prisioneros de guerra y considerndolos asimilados a los dems presos rojos, se
dispuso que dichos prisioneros quedasen a cargo del Director y dems personal de
Prisiones, y sometidos al rgimen carcelario[46].
Empiezan a evidenciarse aqu claves que a la postre seran fundamentales para
entender la historia concentracionaria espaola. Las nuevas necesidades blicas y el
deseo de estabilizar un funcionamiento racional para el problema de los prisioneros y
presentados empezaba a devenir en el establecimiento de una red de trabajo
recepcin, clasificacin, internamiento que si bien no segua ninguna disposicin
dictada, se trazaba dentro de la pura lgica de intendencia aderezada del sentimiento
de animadversin hacia el sentir republicano, lo que determinaba el deseo de
clasificacin del personal no afecto al Movimiento liberador. O lo que es lo
mismo: la inseguridad y debilidad polticas de un glorioso Alzamiento con pocas
bases de legitimidad fueron instrumentadas paulatinamente en negativo, tratando de
vencer y no de convencer, de doblegar y no de integrar. Obligando a inclinar la
rodilla ms que incitando a hacerlo.
Para atender a las necesidades de las comisiones del norte, los campos de Ordua
y Murgia fueron empleados desde febrero de 1937, y sern una constante en la red de
clasificacin e internamiento de los prisioneros del norte, de Aragn y Catalua,
siendo clausurados varios meses despus del fin de la contienda, cuando se decidiese
devolver los terrenos e instalaciones a las congregaciones religiosas de jesuitas y
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pales. El primero, segn sealaba un informe, fue habilitado como campo con
rgimen de concentracin de prisioneros por sus excelentes condiciones, de agua
potable, independiente de la poblacin, instalaciones sanitarias y explanada de
desahogo. Sobre el segundo, situado en uno de los pabellones del colegio-convento,
a ocho kilmetros de la estacin de ferrocarril y a 20 de Vitoria, el mismo informe de
la ICCP aseguraba que dispona de camas y enfermera, escasa agua de boca y menos
proveniente de un pozo de aseo[47]. Ante la falta de una regulacin unvoca, lo
que se pretenda con centros como Murgia y Ordua era recluir a los prisioneros y
evadidos del frente para su ulterior destino tras someterlos a la clasificacin y
depuracin de responsabilidades. De hecho, era al ya citado campo de San Pedro de
Cardea donde iban destinados quienes, de tal clasificacin, resultaban de ideologa o
posicin poltica contraria a los valores de los sublevados.
No en vano San Pedro de Cardea ser recordado como un campo de larga
duracin, puesto que su finalidad fue, durante 1937, la de centralizar el internamiento
de todos los clasificados negativamente por las auditoras del 6. CE. El 27 de enero
de ese ao, por ejemplo, se estipul que a primeros del mes siguiente fuesen
trasladados a Burgos todos los prisioneros de guerra de la plaza de Vitoria,
dependientes del Gobierno Militar de lava. Comunqueme urgente tren en que
llegarn a fin de ordenar el traslado al Campo de Concentracin[48], se indic desde
Burgos. Treinta y siete internados de Vitoria, incluidos los 25 prisioneros de guerra
que hemos sealado antes (a los que se pretenda aplicar los convenios de Ginebra, en
particular a dos mdicos militares), se unieron as a la creciente suma de prisioneros
que el Ejrcito del Norte dispuso que se concentrasen en San Pedro de Cardea,
nmero que seguira una lnea creciente en el primer semestre de 1937.
Cabe sealar adems que no slo los campos dependientes de la Sexta Divisin
en primavera pasaron todas a denominarse Cuerpos de Ejrcito, sino tambin los
de la Quinta y la Octava (todos en el norte de la Espaa franquista) fueron los que
desarrollaron un proceso de estabilizacin mucho ms regular que los centros de
internamiento de zonas como el sur de Queipo de Llano. Por ms que la
provisionalidad fuese, durante toda la guerra, una de las tnicas predominantes, es
igualmente cierto que en la primavera y verano de 1937 los campos del norte
empezaron a adquirir dinmicas de estabilidad interna y organizativa, aunque no se
hubiese organizado la ICCP. Conviene recalcar por tanto que los primeros campos de
concentracin, y San Pedro es el caso ms paradigmtico los depsitos de la taifa
del sur controlada por Queipo de Llano son prcticamente ilocalizables en la
documentacin, no fueron creados por la ICCP. Como tampoco instal la ICCP
otro de los campos paradigmticos de esta historia concentracionaria, el de Miranda
de Ebro: buena parte de los 1422 internados desde febrero hasta finales de julio de
1937 en San Pedro pasaron previamente por este otro temprano campo, instalado en
los restos de la antigua fbrica azucarera.
Dotado de buenas comunicaciones (inmejorables: carretera general y nudo
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ferroviario), con capacidad para 1200 hombres, escasa agua de boca hay que
traerla en cubas y menos de aseo, que se realizaba en el pequeo ro Bayas salvo
cuando la azucarera no verta sus restos al ro (lo cual no impeda que las deyecciones
se realizasen desde pasarelas sobre el escaso caudal), Miranda tendr la imagen
clsica de los campos de concentracin: barracones y banderas, alambre de espino y
enfermera. O, al menos, esa sera su imagen de larga duracin: al principio, segn
cuenta un testimonio un nio durante la guerra, cuyo padre, teniente de alcalde de
Miranda, fue fusilado en 1936[49], se empez instalando a los prisioneros bajo una
carpa tomada del Circo Americano. Su larga duracin sera la prueba de que, al
menos en Miranda, la eleccin haba sido acertada. Pero al inicio, desde febrero de
1937, dependera casi exclusivamente de San Pedro de Cardea. De hecho,
disponemos de las cifras de trasladados a San Pedro durante prcticamente toda la
guerra civil, firmadas por el jefe del campo, el teniente comisionado Emeterio Garca.
As, a los 37 prisioneros de Vitoria se unieron 11 en marzo, 294 abril, 305 en mayo y
359 en junio: 1006 prisioneros en cinco meses; una cifra sin duda exigua, teniendo en
cuenta las dimensiones que los campos franquistas adquirirn ms adelante.
Pero tan escasa cifra esconde dos cosas, aspectos cuantitativos y cualitativos,
respectivamente, que en perspectiva se tornan fundamentales para comprender la
historia de los campos franquistas. Primero, que el nmero de clasificados era mucho
mayor, ya que a San Pedro solamente llegaban los catalogados negativamente (en
breve se tratar el motivo de todo ello, que tiene mucho que ver con la distribucin de
la Orden General de Clasificacin). Y segundo, que este campo era considerado por
el Sexto CE como estable. La cifra es engaosa, pues no muestra la masividad que
paulatinamente adquirira, teniendo adems en cuenta que la mayora de los campos
mejoraron sus condiciones de habitabilidad solamente una vez creada la ICCP (desde
el verano de 1937), cuando pudieron disponer de fondos econmicos para hacerlo.
Adems, como nmero descontextualizado no dice nada de los motivos por los cuales
creci el nmero de internados, por ms que este crecimiento sea tan notable, sobre
todo entre marzo y abril de 1937. En esas fechas, como se ver en el prximo
captulo, estaba ya en marcha la ofensiva franquista sobre el territorio del norte de la
Pennsula.
La necesaria concentracin de poderes (con la consiguiente centralizacin de
recursos blicos) para afrontarla y, a la postre, para ganar la guerra, tuvieron su punto
de apogeo en 1937. Despus de los nuevos fracasos de penetracin en Madrid y como
parte de la centralizacin poltica y militar desarrollada en la Espaa sublevada, en
marzo de ese ao se constituy la Jefatura de Movilizacin, Instruccin y
Recuperacin (MIR). Y ese fue un hecho clave para explicar el fenmeno
concentracionario puesto que, a la sazn, fue originariamente la responsable directa
sobre la ICCP: y es que esta jefatura, encomendada al fiel colaborador de Franco Luis
Orgaz, tuvo entre sus metas la de recuperar para el frente y las unidades activas a los
presentados que estuviesen en edad militar, que se pondran por las comisiones de
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clasificacin a disposicin de la Autoridad Militar del Cuerpo del Ejrcito. Orgaz ya


haba trabajado en ese sentido en Marruecos, organizando y dirigiendo los sistemas
de reclutamiento e instruccin de la retaguardia. Desde marzo de 1937, su labor se
habra de extender a todo el territorio dominado por las tropas franquistas: la labor de
organizar y optimizar los resultados de la movilizacin y recuperacin de personal en
vistas a una guerra larga.
En telegrama escrito a mano por Franco a los generales del norte y del sur, Mola
y Queipo de Llano, el generalsimo les indic la necesidad indispensable de constituir
grandes reservas de soldados para dar a las operaciones el ritmo y continuidad que
la guerra requiere, esto es, para preparar rpidamente unidades de refuerzo. Sobre
esto, al menos dos comentarios pueden realizarse. Uno, que entre las caractersticas
principales del mando de Franco estaba la de superponer poderes a veces paralelos,
obligndolos a colaborar entre ellos o a sumirse en disputas internas que lo dejasen a
l como rbitro supremo. Esto es lo que ocurri con la MIR: ante la necesidad de
reorganizacin de las retaguardias blicas, no se dot de este poder a los ejrcitos ya
existentes, sino que, suponemos como parte integrante de su afn por centralizar
poderes en su persona, Franco introdujo esta novedad, obligando a todos los poderes
militares a facilitar al General Orgaz cuantos datos requiera facilitando su labor y
reforzando su Autoridad[50]. Y dos, que el mismo caudillo de la Nueva Espaa tena
bien claro que la necesidad de tropas en los frentes y de trabajadores en las
retaguardias requera de una actuacin conjunta que, adems, ayudara a solventar el
problema de la acumulacin de prisioneros en los campos y centros de detencin. La
motivacin para crear la MIR era, por tanto doble: imponer el mando nico y
prepararse para una guerra de larga extensin.
La labor de la MIR es hoy ms conocida por la movilizacin de los reemplazos
llamados a filas. Pero tiende a olvidarse que uno de los fundamentos en su labor fue,
desde abril de 1937, la creacin de Batallones de Trabajadores, con prisioneros en
edad militar que fuesen de provecho para los fines de la guerra de cruzada que
mantenemos, ya que no era prudente ni conveniente emplearlos como soldados,
pues no exista seguridad de que hiciesen buen uso del arma que se les haba de
entregar[51]. Y de tal modo, no siendo justo, segn explicara ms adelante el
coronel inspector de la ICCP, tener ociosos [a los prisioneros] en campos de
concentracin, se dispondra mediante la Direccin General de MIR la creacin de
los tres primeros BB. TT., con residencia respectivamente en Pinto, Yeles y
Villaluenga, afectos al Cuerpo de Ejrcito de Madrid. Con la introduccin de la MIR
de Orgaz, los recursos que se centralizaron fueron los de reclutamiento, instruccin
en academias militares, y recuperacin. Y dentro de este tercer apartado, de manera
secundaria, se inclua la recuperacin del personal evadido y prisionero que pudiese
actuar en unidades militarizadas, como los Batallones de Trabajadores, de los que
deban disponer los ejrcitos para trabajos en lneas de retaguardia o en primera lnea,
formados por prisioneros de guerra o por personal ya afecto al Ejrcito franquista que
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se hubiese destacado por su mala conducta en los frentes.


Los trabajadores encuadrados en estos primeros batallones pasaron por la
clasificacin poltico-militar en las comisiones correspondientes, siguiendo la
normativa difundida al poco de crearse la MIR, la conocida como Orden General de
Clasificacin, fechada el 11 de marzo de 1937; es decir, pocos das despus del inicio
de la ofensiva sobre el norte peninsular[52]. Se trat, as, esta orden del primer paso
hacia la homogeneizacin de las actuaciones en materia de prisioneros de guerra. La
segunda, la promulgacin del decreto que marc lo que el Nuevo Estado pensaba
hacer con ellos: utilizar su mano de obra.
La Orden General, dada en Salamanca por orden de Franco, destac que la
sublevacin de julio de 1936 estaba justificada contra la soberana que
supuestamente el marxismo internacional haba extendido en suelo espaol. Y que,
para delimitar las responsabilidades polticas y penales que tuviesen los enemigos, se
haca necesaria una verdadera eficacia en los fines perseguidos por el Ejrcito
Nacional y una estricta e ineludible justicia, que ha de ir aneja al triunfo de
nuestras armas. Adems, la inminencia del apresamiento de un nmero creciente de
personas obligaba a una rpida tramitacin de la clasificacin de los prisioneros y
presentados: as no entorpeceran la marcha de la actuacin realmente importante, la
de las operaciones militares. De tal modo, con la orden de marzo se establecieron
cuatro categoras elementales dentro de las cuales deba situarse a todos y cada uno
de los prisioneros y presentados, civiles o militares, que habran de ser clasificadas,
segn su condicin, antecedentes, intervencin en campaa, presuntas
responsabilidades y circunstancias de su presentacin o captura entre
A, como presentados aun siendo voluntarios o prisioneros que ingresasen forzados al Ejrcito
republicano, que justificasen su afeccin a la causa franquista o no fuesen hostiles al Movimiento Nacional;
B, prisioneros que se incorporaron voluntariamente a las filas republicanas y que no aparezcan afectados
de otras responsabilidades de ndole social, poltica o comn;
C, los Jefes y Oficiales del Ejrcito republicano, individuos capturados o presentados que se hubiesen
destacado o distinguido por actos de hostilidad contra nuestras tropas: dirigentes y destacados en partidos y
actividades polticas o sociales, enemigos de la Patria y del Movimiento Nacional, posibles responsables del
delito de rebelin militar [la no adscripcin a la sublevacin], cometidos antes o despus de producirse el
Movimiento Nacional libertador; y
D, individuos capturados o presentados que apareciesen ms o menos claramente, presuntos responsables
de delitos comunes o contra el derecho de gentes, realizados antes o despus de producirse el Movimiento
Nacional.

Cmo se realizaban las clasificaciones de los prisioneros de guerra? Todo avena


segn un procedimiento simple consistente en, primero, alejarlos de los frentes para,
una vez en retaguardia, internarlos en centros especficos de clasificacin donde las
comisiones pudiesen delimitar las tericas responsabilidades de los prisioneros y
dictar as el procedimiento a seguir. Para ello se solicitaban en retaguardia, en las
localidades de origen de los internos, de los comandantes de la Guardia Civil,
comandantes militares, alcaldes, prrocos, autoridades, o de los jefes y presidentes de
Entidades Patriticas de solvencia, una suerte de antecedentes, los avales, segn
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los cuales se deba determinar la afeccin o desafeccin de los prisioneros a los


valores del Movimiento. No se trataba, por tanto, de un juicio militar, sino de una
consideracin en muchos casos vaga sobre la predeterminacin del prisionero a ser
utilizado por parte del Ejrcito de Franco. Las acciones punibles realizadas durante la
dominacin roja solamente podan ser determinadas a travs de un juicio concreto
cosa que, por otra parte, tampoco fue algo habitual y, por tanto, las cuatro lneas
mandadas por el cura o el falangista de turno o las delaciones entre internos no
podan sino sealar escasas cuestiones: la pertenencia a un sindicato o a un partido de
raigambre obrerista o nacionalista; si iba o no a misa los domingos; si haba
protagonizado algn hecho de desafeccin pblica a la autoridad. Por fin, todas estas
pesquisas, incluida la recepcin de documentos de las autoridades mencionadas, se
habran de realizar en tres das, pasados los cuales se levantara acta de clasificacin
variando o ratificando la clasificacin primigenia, que se remitira a la Auditora de
Guerra para su aprobacin o para ordenar, cuando se considerase absolutamente
preciso por el auditor, que sobre alguno de los casos se practicasen diligencias
escritas, si por la falta de elementos de juicio no se pudiera aprobar la clasificacin
propuesta por la Comisin. En base a las actas aprobadas, se dictaminara:
a) Propuesta de libertad, con la calidad de quedar sin perjuicio ni prescripcin de responsabilidades
posibles, de cuantos prisioneros y presentados se encuentren clasificados dentro del apartado A.
b) Continuacin en detencin de los clasificados en el apartado B de dicha regla, en calidad de prisioneros,
hasta que por el Gobierno Nacional o S. E. el Generalsimo no se disponga otra cosa.
c) Formacin de causa o de diligencias previas, si los elementos de juicio fuesen muy poco precisos,
respecto de los apartados C y D de la regla citada.

As, la detencin provisional segua sin estar definida y reglamentada, puesto que
lo que en realidad se haca con estas normas, de aplicacin en todo el territorio
nacional, era delegar las responsabilidades con los prisioneros en los jefes de divisin
y autoridades militares territoriales. Por otra parte, la dependencia de los prisioneros
de los avales e informes recibidos haca gravitar un problema fundamental: qu
ocurra cuando la zona de origen del prisionero no estaba incluida en los territorios
ocupados? Porque todo esto solamente era aplicable en los casos de zonas ya
ocupadas, donde se levantaba la veda de la delacin para estar ms cerca del nuevo
poder instituido. El mantenimiento de la detencin, en espera de la instruccin de
diligencias clasificadoras, poda alargarse hasta varios meses a la vista de estas
instrucciones. Y tampoco se sealaba nada sobre el futuro destino de los clasificados,
aunque lo conozcamos por otras vas. Los propuestos para libertad, si estaban en edad
militar o en los reemplazos movilizados por el Ejrcito, pasaran a las Cajas de
Recluta para ser integrados en unidades activas; si no lo estaban, quedaran en
libertad en sus territorios de origen cuando formaban parte, claro est, de la Espaa
franquista.
Pero si esto no suceda, o si la clasificacin conclua con el interno clasificado en
el apartado B de los sealados, las disposiciones se hacan difusas y derivaban hacia
la inevitabilidad del mantenimiento del prisionero, como mnimo, en los campos ya
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en funcionamiento. Y, a la vista de los resultados de las clasificaciones en 1937


(vase el grfico de la p. 70), se dira que no fue un resultado poco habitual. De
hecho, como quien siembra tormentas suele recoger tempestades, precisamente este
demorar las disposiciones al respecto dificult ms que facilit la rpida tramitacin
de los expedientes clasificadores. Tanto fue as, que en julio de 1937 hubieron de
disponerse normas aclaratorias a las de marzo[53]. La mayor diferencia, que en cierta
medida vena a solventar los errores organizativos de la Orden General, radicaba en
que, esta vez, se orden que en los campos de concentracin se internase a los
prisioneros en situacin de afeccin dudosa: sobre los que no pudiese demostrarse ni
la afeccin ni la desafeccin poltica al Movimiento. stos, junto a los desafectos sin
responsabilidades polticas, pasaran a engrosar las listas de los campos estables y de
los Batallones de Trabajadores[54].
Sin lugar a dudas, la diferencia que marc la pauta entre unas rdenes y otras
estuvo determinada por la divulgacin del decreto de Franco que conceda el
derecho al trabajo a los prisioneros de guerra, as como en la creacin, en julio de
1937, de la ICCP. Ambos aspectos se tratan en el siguiente captulo: la historia de
cmo los campos, que nacieron anmica e ilegalmente en la Espaa sublevada para
proporcionar una solucin til a los intereses franquistas, llegaron a formar una red
de internamiento, clasificacin, depuracin y reeducacin de la disidencia mediante
la exclusin y el trabajo forzoso. Una red que tuvo por origen a la Jefatura de MIR,
con la que comenzaba la marcha hacia el trabajo conjunto, en materias de prisioneros
de guerra, entre una Jefatura a nivel nacional, ligada al mando nico de Franco y su
Cuartel General, y las autoridades territoriales, operantes a travs de las comisiones
clasificadoras dependientes de las auditoras de guerra. Ese trabajo conjunto pronto
traera sus lgicos resultados: la creacin de los primeros Batallones de Trabajadores
(que precedieron a los campos de concentracin de la ICCP), la concesin del
derecho al trabajo para los presos y prisioneros penados y, por fin, la organizacin
de la Jefatura destinada a centralizar todo proceso concerniente al tratamiento y
gestin del problema de los prisioneros de guerra. Estos pasos son los que jalonaran
la historia concentracionaria y el trabajo forzoso como mnimo hasta 1942 con un
intermedio, la creacin del Patronato para la Redencin de Penas por el Trabajo, en
1938 y, por tanto, merecen ser analizados en un captulo propio.

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2
Campos y batallones para una guerra civil
Abril-diciembre de 1937
El Generalsimo Franco ha perdonado a todo el que se presente con armas y se demuestre que
no es un asesino y ladrn. Aprovechad estos momentos, dar [sic] dos tiros a vuestros jefecillos y
venid a este campo, donde se vive como personas honradas y decentes, donde se come y bebe a
gusto y se trata con hombres que lo son de verdad y con mujeres sin prostituir, no como las que
usais [sic] vosotros, que no saben nunca quines son los padres de sus hijos.
Panfleto lanzado sobre las lneas republicanas (junio de 1937).

N ESTE CAPTULO SE REVISA LA HISTORIA

de la guerra civil y del fenmeno


concentracionario que la acompa partiendo del proceso de cmo este ltimo
se institucionaliz y burocratiz, mediante la concesin del derecho al trabajo a los
prisioneros de guerra y la creacin de la ICCP. A medida que se solucionase el
conflicto de la masividad de los prisioneros del norte, se arreglasen los problemas de
competencias sobre los prisioneros y se delimitasen finalmente las responsabilidades
para con ellos, la ambicin generada estaba en su mismo centro desde el principio
por el proyecto social para con los prisioneros de guerra pondra en tela de juicio
la propia actuacin de la ICCP, a travs de las quejas que ella misma realizara, y
mediante el reposicionamiento que Franco hubo de darle ante sus cada vez ms
desarrolladas pretensiones. Es pues este captulo una revisin de cmo y porqu se
llegaron a fundar dichas ambiciones. De cmo se instrumentaliz el internamiento
forzoso en los campos, dirigindolo hacia un proyecto de ndole social. Desde la base
precedente de campos y recintos concentracionarios, y gracias a su centralizacin en
la ICCP, stos y los nuevos campos se utilizaran en base a nuevas necesidades o al
menos stas se proyectaran sobre los campos en el plano discursivo, no
exclusivamente ligadas a las meramente blicas, como hemos observado en el
captulo precedente, sino tambin a la implantacin de la dictadura y la bsqueda de
la aceptacin de los valores en los que se fundaba el llamado Movimiento Nacional.
Los campos de concentracin seran as no slo los lugares de clasificacin y
ordenacin de los prisioneros de guerra; adems, seran centros de reeducacin, de
adquisicin de las lneas doctrinales del franquismo, de regulacin del trabajo como
medio para su redencin.
Las ofensivas del norte, sobre Aragn y sobre Catalua incorporaran kilmetros
y prisioneros al lado nacionalista: al final de este captulo veremos unos campos de
concentracin planificados, cada vez menos provisionales, con una clara divisin de
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los trabajos. Unos campos de concentracin que expresaban el deseo de acabar con la
disidencia mediante el internamiento, mediante la redencin en el trabajo, mediante la
punicin implacable.

1. LA UNIFORMIDAD POSIBLE: LA GUERRA EN EL NORTE


La guerra en el norte no empez, ni mucho menos, con la ofensiva del general
Mola, jefe del Ejrcito del Norte, el ltimo da de marzo de 1937. Sin embargo, el
carcter centrpeto de las ofensivas desde el inicio del conflicto hizo que hasta abril
de 1937 no se decidiese cerrar la zona republicana del Cantbrico, que por esas
fechas tena ms protagonismo por los ataques republicanos a la ciudad de Oviedo,
sitiada y unida a Galicia por un corredor recuperado por las tropas del coronel
Aranda. El mes de mayo supuso para las tropas de Mola, ayudadas por la siniestra
sombra de la Legin Cndor del Ejrcito nazi, la ocupacin de territorios en Vizcaya,
incluido el bombardeo de la poblacin civil de Gernika, significado por su
trascendencia simblica[1]. El mes siguiente sera de una asfixiante presin sobre
Bilbao y su cinturn defensivo, que se intent atajar por parte republicana con
ofensivas de distraccin (viajando a una de ellas, la de La Granja, morira en
accidente areo Emilio Mola) pero que mostr las contradicciones internas tanto
militares como polticas en el seno de la Repblica y su multiplicidad de poderes.
Bilbao caera en manos franquistas el 19 de junio de 1937. Las contraofensivas
republicanas sobre Teruel, Huesca, La Granja (Segovia), Brunete o Belchite no
impediran que el 21 de septiembre, con la cada de Avils, desapareciera el Frente
Norte, tras haber firmado la rendicin de los gudaris vascos ante el CTV de
Mussolini, quienes mano a mano con las brigadas navarras haban acabado con la
resistencia de Santander, y tras haber avanzado las tropas franquistas desde la costa y
desde Len.
En la primavera de 1937, fallido como hemos visto el plan inicial para el verano
de 1936 y tras una dura y sangrienta guerra de columnas, el Ejrcito franquista
encamin sus pasos principales, variando el centro de gravedad de la guerra, hacia la
toma del Pas Vasco no ocupado, Santander y Asturias. Este cambio en los objetivos
blicos no se duda que el deseo fundamental fuese la derrota incondicional de la
Repblica, pero tampoco se debe dudar sobre el hecho de que sus centros neurlgicos
de poder fuesen el primer y fallido objetivo devendra progresivamente en la toma
de territorios difcilmente evacuables por parte del gobierno republicano y mal
conectados con el resto del territorio legalista ya que, cerrada la salida a Francia, la
nica posibilidad plausible de las tropas para escapar era el mar. As, amplias masas
de poblacin y de tropas se veran prcticamente encerradas por el Ejrcito a las
rdenes de Franco. Es aqu donde debemos buscar los orgenes de que se necesitase
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regular los campos de concentracin. Por el simple hecho de que stos ya existan, ya
funcionaban, pero no se haban enfrentado a masas de prisioneros como las que se
tomaron en el norte de Espaa.
La regulacin del sistema de campos fue paralela a la del aparato legal y jurdico
establecido por los sublevados para encauzar, corregir y castigar las actuaciones
individuales y colectivas durante la llamada dominacin roja y, ms en particular,
las realizadas en el bando republicano en guerra. Un aparato jurdico al que, no
obstante, se pedira en diferentes ocasiones celeridad e implacabilidad a fin de poder
aplicar de modo sumario y urgente el fallo, para la necesaria ejemplaridad de las
acciones[2]. As, las comisiones de clasificacin representaron la progresiva
regularizacin, desde criterios homogneos para todo el territorio franquista lo que
da muestra clara de su aspiracin de legitimidad y estatalidad, del paso de los
territorios liberados y sus habitantes y combatientes capturados a la zona
insurrecta. Ante la previsin de capturar, con el giro norteo de las acciones blicas, a
grandes masas de poblacin y cientos de kilmetros de territorio, la ficcin legal de
la represin habra de mostrarse en toda su cruda, improvisada y desestructurada
realidad mediante las ya sealadas Orden General de Clasificacin, Jefatura de MIR
y, por fin, los primeros Batallones de Trabajadores. Y, desde mayo de 1937, con el
Decreto (que haca el nmero 281 del Nuevo Estado) que conceda el derecho al
trabajo en condicin de peones a los prisioneros de guerra (no a los presos comunes),
frmula pseudolegal la de la concesin para esconder la intencin real: la
explotacin de la mano de obra forzosa.
Para explicar la puesta en funcionamiento de la ICCP, su jefe inspector se
remitira casi de manera exclusiva a las palabras de Franco redactadas en este Decreto
n. 281. Cabe transcribirlo en parte, puesto que contiene algunas de las claves que
fundamentan la misma existencia del universo concentracionario:
El victorioso y continuo avance de las fuerzas nacionales en la reconquista del territorio patrio ha
producido un aumento en el nmero de prisioneros y condenados, que la regulacin de su destino y
tratamiento se constituye en apremiante conveniencia. Las circunstancias actuales de la lucha y la complejidad
del problema impiden en el momento presente dar solucin definitiva a la mencionada conveniencia. Ello no
obsta para que con carcter netamente provisional y como medida de urgencia, se resuelva sobre algunos
aspectos cuya justificacin es bien notoria Existen otros [prisioneros], en nmero considerable que sin una
imputacin especfica capaz de modificar su situacin de simples prisioneros y presos les hace aptos para ser
encausados en un sistema de trabajo que represente una positiva ventaja.
El derecho al trabajo, que tienen todos los espaoles como principio bsico declarado en el punto quinto
del programa de Falange Espaola Tradicionalista y de las JONS, no ha de ser regateado por el nuevo Estado a
los prisioneros y presos rojos, en tanto en cuanto no se oponga a los ms elementales deberes de
patriotismo Tal derecho al trabajo viene presidido por la idea de derecho-funcin o de derecho-deber y en lo
preciso, de derecho-obligacin[3].

Los presos y prisioneros de guerra mantendran una consideracin de personal


militarizado, quedando bajo la disciplina de la Inspeccin General de Prisioneros
ya se tena en mente la futura ICCP de julio y de los generales de los cuerpos de
Ejrcito de que dependiesen. El trabajo no cerrara la posibilidad de revisin de los
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expedientes clasificatorios, en base a la aparicin de nuevos datos en las comisiones


de clasificacin de las zonas liberadas, lo cual generalmente dependa de la
ocupacin de nuevos territorios, de la recepcin de avales positivos por parte de las
personas de orden o, en el caso peor, de denuncias y confidencias que agravasen la
situacin del prisionero. Por este filo de navaja, donde el trabajo o el internamiento
eran lo menos malo y cualquier paso en falso poda llevar ante la tapia del
cementerio, habran de caminar los prisioneros de guerra.
El texto de este decreto, equvoco e impreciso, no slo fue utilizado ni mucho
menos para estructurar los campos de concentracin. De hecho, es bastante posible
que, existiendo ya depsitos concentracionarios previos, el mismo proceso de
centralizacin poltica y militar hubiese devenido en una organizacin similar a la
ICCP. Pero como no cabe hacer futuribles, el hecho es que, por ms que el Decreto
281 se ajuste ms a elementos de la casustica represiva ligados al trabajo y al
aprovechamiento de la mano de obra, de facto esclava, de los prisioneros de guerra,
lo cierto es que la decisin de emplear de manera til para las necesidades blicas del
Ejrcito sublevado a los prisioneros republicanos, seal y abri una etapa
fundamental para la historia de los campos franquistas. Es reseable que en mayo se
hablase de la futura ICCP, que no se organizara hasta un mes ms tarde: no cabe
duda que estaba ya en la mente de los generales alzados el hecho que se haca
obligada la regularizacin del problema del incremento desorbitado de los prisioneros
de guerra. Lo extrao es que no se hubiese movido ninguna pieza o casi ninguna
como hemos visto en esta direccin en todo un ao de combates.
Con la divulgacin de este texto se abra un perodo nuevo para la regulacin de
los prisioneros, ya que se les conceda el derecho al trabajo, pero ante todo se
conceda a ayuntamientos, ejrcitos, e incluso particulares, el de pedir para trabajos
de carcter militar o civil su mano de obra. A la larga, la utilizacin de los prisioneros
de guerra supuso la implantacin de un rgimen de trabajo casi esclavista, con
jornadas largusimas en los tajos y medios deficientes, como podr verse
detenidamente. Y, asimismo, al instaurarse la peticin interesada de prisioneros, se
instauraba de forma an si cabe ms evidente una red de intereses y solidaridades que
tena un denominador comn: el desprecio por los soldados de la Repblica[4]. Cabe
en este punto hacer una aclaracin. El decreto regulador del trabajo prisionero,
afect a prisioneros o a penados? Un grupo de entre los mejores historiadores del
derecho de los aos de la guerra ha sealado que este decreto se circunscriba a la
poblacin penal, sin tomar en consideracin que, en realidad, no era slo a los
presos sino, sobre todo, a los prisioneros de guerra a quienes se refera[5]. Basta
revisar algunas de las lneas precedentes para comprobarlo, aunque no est de ms
remarcarlo. El decreto de mayo se circunscriba en su aplicabilidad a los prisioneros
de guerra que no pudieran demostrar su afeccin al Movimiento por lejana del frente
de sus lugares de origen o por falta de pruebas a su favor, sin que por ello se
comprobase su clara desafeccin ser militares profesionales, clases dirigentes de
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los partidos polticos prohibidos por Franco, o comisarios de guerra, por ejemplo.
La diferencia entre el prisionero y el penado es fundamental para explicar la
historia de los campos franquistas. La relacin de los campos con el mundo penal fue
central y, por tanto, no conviene tratarlos como compartimentos estancos: en realidad,
fue tambin la previsin de crecimiento de la poblacin carcelaria la que movi a la
concesin del derecho al trabajo. Slo a cuantos recibieron condena se les puede, sin
embargo, aplicar el carcter de poblacin penal; no a los prisioneros de guerra
dudosos (segn la reforma introducida en julio a la Orden General de Clasificacin),
que quedaban sujetos al rgimen de campos de concentracin ilegal y cierta e
histricamente anmico para la formacin de BB. TT., pero sin pasar por el trmite
de formalizar una sentencia ante tribunal ninguno. S que pudiera ser que, ms
adelante y con la resolucin de sus pesquisas, fuesen juzgados. Pero en principio, los
prisioneros, tras el acta de clasificacin, no cumplan pena: quedaban en retencin
provisional. Es precisamente a stos ni libres ni a la crcel a quienes afect el
decreto de mayo de 1937, que vino a regularizar la precedente situacin de los
campos de concentracin y a darles una justificacin de hecho: la de la contribucin
de los prisioneros a la obra de la Espaa franquista mediante su mano de obra. Para
los clasificados Ad (afectos dudosos) y B (sospechosos, milicianos voluntarios)
fueron los campos estables, hasta la formacin de Batallones de Trabajadores[6].
La clasificacin y la reutilizacin de los prisioneros fueron, de tal modo, los
primeros objetivos afrontados por la MIR, con el amparo pseudolegal de las palabras
del propio Franco en su Decreto n. 281. As, las comisiones de clasificacin del
Ejrcito del Norte, a medida que comenzaba a avanzar el frente sobre el Pas Vasco,
debieron afrontar el nmero creciente de prisioneros y evadidos generados por las
operaciones. De hecho, algunos de los campos de concentracin del norte peninsular
se crearon en base a concentraciones de prisioneros ya establecidas y, en tal nmero,
que su traslado y evacuacin masiva resultaban ms problema que el de clasificarlos
all mismo. As, por una necesidad puramente organizativa se pusieron en
funcionamiento como campos militares los ya referidos de Murgia pueblo a mitad
de camino entre Vitoria y Amurrio en la provincia de lava y Ordua, en la
provincia de Vizcaya, los nicos recintos con prisioneros de guerra a cargo del
Cuerpo Civil de Prisiones, con tan bajo presupuesto y tan mala organizacin que,
como se reconocera, los internos estaban depauperndose por falta de alimentacin.
En un informe de estas fechas, se reconocera que ello derivaba en un fuerte
descrdito entre los prisioneros jvenes, reacios as a unirse al Movimiento
Nacional. Para evitar esos problemas, estos campos pasaron a manos de la ICCP en
agosto de 1937[7].
Tambin de estas fechas, de la primavera de 1937, son los campos de Lerma y
Aranda de Duero, dependientes recprocos de la Comisin de Burgos. Campos
situados, respectivamente, en un palacio ducal y una estacin de ferrocarril acotada
por alambradas. Centros, por tanto, provisionales y no de demasiada capacidad
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motivo por el cual, el segundo fue convenientemente ampliado que, sin embargo,
estuvieron operantes durante toda la guerra civil[8]. En Aranda de Duero las
condiciones de vida, determinadas por la escasa agua de boca, fueron duras para
Maximiliano Fortn:
Al llegar a Aranda de Duero me encuentro all con que hacan la cocina de montaa, a la intemperie, con
unas piedras y luego eso, unas rejas y, en las cuales, las calderas. Y all bamos desnudos pero con trapos
vestidos, y nieve, y haba un piln muy largo que se llenaba de agua y tenamos que salir todos desnudos all a
lavarnos. Y as estuvieron dos meses. Haba chavales que haban cogido, de quince a veintiocho aos, los
jovenzanos, y haba un capitn que les cay mucho en gracia que dice: A estos me los preparo y me los
vuelvo otra vez a llevar al frente. Y todos decan que s, que antes que estar encerrados queran salir al frente.
Y les hacan la instruccin a esos y, a esos los trataban bien. Pero a los que ramos as, sociales, nos
emprendan a estacazos y a matarnos de hambre[9].

Fueron las mismas aglomeraciones de prisioneros para ser clasificados las que, a
la postre, obligaron a la formacin de recintos concentracionarios. As sucedi en el
caso de algunos campos del norte peninsular: Estella (Navarra), la Universidad de
Deusto tras la cada de Bilbao, Pamplona y Logroo. Los dos primeros, de creacin
directamente relacionada con la cada de Bilbao, fueron pensados como provisionales
aunque, a la postre, la necesidad obligase a mantenerlos sine die. El de Deusto, en la
misma Universidad sobre la ra, con amplias naves y pasillos (donde dorman los
prisioneros), dos hermosos patios, locales apropiados para las dependencias
administrativas, y agua escasa debido a las averias [sic] cometidas por los rojoseparatistas en la conduccin de aguas (lo que dificultaba la higiene de los
prisioneros), servira para internar a un mximo higinico de 2500 prisioneros,
aunque en ocasiones se llegase a los 4000[10]. No sera, sin embargo, tan excelente el
de Estella: en locales separados por varios kilmetros (el Monasterio de Irache y el
local industrial Casa Blanca), ambos en malas condiciones higinicas, irregulares
condiciones de aguas, sin enfermeras, el campo de Estella sera, an en 1938, un
mal campo y convendra suprimirlo[11].
Tambin en relacin con el frente Norte se crearon nuevas comisiones de
clasificacin en los campos donde previamente se intern a los prisioneros de guerra.
La de Logroo, por ejemplo, sealara en diciembre de 1937 que el volumen de
clasificaciones realizadas hasta la fecha, precisamente desde julio de ese ao, habra
rebasado las 1100. Y no fue la nica: las comisiones de Deusto, Miranda de Ebro,
Zaragoza, Palencia, Vitoria, Bilbao, etc., dieron por esas fechas nmeros totales de
clasificados que no tienen nada que ver con lo que anteriormente se haba visto.
Puesto que todos estos clasificados se hallaban internados en campos de
concentracin mientras se tramitaban las indagaciones, se esperaban los avales y se
decida su futuro, se puede asegurar que fue precisamente con la progresiva toma del
frente Norte cuando el carcter de la concentracin se convirti en masivo. Tanto, que
se hizo necesario estructurar una red concentracionaria que pudiese hacer frente a
semejante maremagno de prisioneros[12].
Prisioneros del norte, carne para grajos como se les denominaba en un panfleto
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lanzado sobre las trincheras republicanas, los apresados, aprehendidos, entregados en


el progresivo cambio de manos del teatro de batallas norteo, incidieron en el
crecimiento tambin de los campos ya establecidos, como San Pedro de Cardea,
oficialmente el campo de concentracin del Sexto CE. All, cada da llegaban nuevos
internos, tras tramitarse su clasificacin negativa en Logroo, Aranda de Duero o
Vitoria. As, los escasos prisioneros de febrero de 1937 en el campo burgals vieron
llegar a 294 internos en abril, 305 en mayo y 359 en junio, dando adems muestra de
que la situacin blica estaba cambiando: de entre los 86 trasladados a San Pedro de
Cardea el 2 de junio de 1937 destacaba la presencia de un sacerdote. Y no es difcil
reconocer en l a uno de los tantos sacerdotes vascos apresados por las tropas
franquistas y clasificados de la peor manera posible debido a sus filiaciones
nacionalistas.
Otro sacerdote, Julio Ugarte, relatara en su odisea en cinco tiempos cmo el
clero vasco fue en cierta medida escondido al ser hecho prisionero: El clero vasco
rentaba ms dentro que fuera. ramos un argumento de peso contra la Guerra
Santa. Asimismo, el relato de este sacerdote abundara en uno de los aspectos ms
conocidos de la represin franquista: su ensaamiento con los nacionalismos
perifricos que, en este caso, cristaliz en la dispersin de los gudaris soldados
vascos por los diferentes campos de concentracin. La enorme tarea de convertir y
espaolizar a una poblacin como la vizcana que, durante la Repblica, durante el
dominio rojo, haba gozado de un fervor nacionalista sin precedentes, no poda ser
menos que difcil. La conclusin de un agente del NSDAP de paso por Bilbao no deja
dudas: los presos que son conducidos amanillados entre la Guardia Civil, son sin
duda los menos peligrosos que hay en la ciudad[13].
No solamente en el norte peninsular se verificaron cambios en estas fechas de
centralizacin e intentos de racionalizacin de recursos: tambin en el Ejrcito del
Sur se internaban prisioneros y tambin all se sintieron los efectos de la creacin de
un ejrcito para la victoria. La 21 Divisin, por ejemplo, sealaba da a da los que
realizaba, entre prisioneros y presentados, llegando a un total de 2617 en toda la
guerra[14]. Integrada en el Segundo CE, sus sedes para el traslado de prisioneros se
situaron en Badajoz primero, y ms tarde en Mrida y Cceres. Y fueron las
comisiones de clasificacin integradas en las auditoras de guerra de estas ciudades
las que tramitaron los expedientes de esos prisioneros, que en perspectiva nos
resultan extremadamente pocos, pero que en la prctica llegaron a altos ndices de
acumulacin concentracionaria teniendo en cuenta que, por ejemplo, entre julio y
agosto de 1938 se enviaron, en un solo mes, 1100 prisioneros a Mrida.
Se trataba, por tanto, de un proceso irrefrenable a escala nacional. Al mismo
tiempo, por ejemplo, que se creaban las comisiones del sur, el Quinto CE (del
Ejrcito del Norte) sealaba que en la Academia Militar de San Gregorio (Zaragoza)
se instalara definitivamente su campo de concentracin, aunque las clasificaciones se
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realizasen en otros centros provisionales dependientes de las divisiones militares que


lo conformaban. Al campo definitivo, esto es, al del Cuerpo de Ejrcito, tan slo
llegaran los prisioneros de guerra clasificados B o C, los no reclutables para el
Ejrcito franquista pero de los que la MIR poda obtener el personal para la creacin
de Batallones de Trabajadores. Y lo mismo ocurra con el campo de Soria, que
pasara a ser estable en junio de 1937 cuando, como campo de Cuerpo de Ejrcito,
albergase prisioneros ya clasificados para la formacin de escuadras de trabajadores
militarizados[15]. Paralelamente, se estableca en junio de 1937 el campo de Talavera
de la Reina como depsito permanente para la clasificacin de prisioneros de las
divisiones tcticas del frente de Madrid.
No obstante, el teatro principal de guerra segua siendo el norte. Cientos de
personas huan por las cada vez ms escasas salidas al extranjero, como los apresados
por el Servicio de Fronteras del Norte de Espaa de la Comandancia Militar de
Bidasoa al intentar regresar a Espaa. Y sobre todo huan de la zona de un Bilbao
ocupado el 19 de junio, en cuyo casco urbano, frente a la ra de la ciudad, se
estableci uno de los campos de mayor duracin postrera, el de la Universidad de los
jesuitas de Deusto. A raz de la ocupacin de la capital vasca, funcionaron al mximo
de su actividad las comisiones relacionadas con la cada de este frente: las de
Pamplona, Logroo, Estella, Miranda de Ebro, y la del propio Bilbao. De hecho,
pocos das despus de la entrada de las tropas franquistas en la ciudad, la 61 Divisin
informaba de los prisioneros que se haban trasladado a stas en los ltimos meses:
unas cifras parecidas a las que se registrarn en momentos posteriores de la guerra,
cuando la toma de posiciones y frentes masivos implic un fuerte crecimiento en el
internamiento.
En Vitoria (campo de Murgia), as, se hallaran internados 4357 prisioneros y
presentados pendientes de clasificacin; 2000 en Pamplona; 1170 en Logroo; 908 en
Estella; 1200 en Miranda de Ebro; y 1500 en Bilbao (campo de Deusto), todos ellos
prisioneros y presentados, trasladados desde el frente blico a raz de la conquista de
Bilbao a finales de junio. En Palencia, donde se hallaba otra de las comisiones
clasificadoras del Ejrcito del Norte, se hallaban en los mismos das de julio 250
prisioneros procedentes de Vizcaya, y 117 de Santander, dependientes de la 62
Divisin[16]. Desde junio, se decidi que los evadidos y presentados del frente
republicano de Bilbao y Santander fuesen enviados a Valladolid (Depsito de
Transentes) del Sptimo CE tras ser clasificados por las comisiones de Palencia,
Burgos y Vitoria; eran tantos, en cambio, los prisioneros, que hubieron de constituirse
comisiones en Pamplona, Logroo y Estella. Los A pasaran entonces a Palencia
(Transentes), y los B permaneceran en plaza hasta que se ordenase el traslado a San
Pedro de Cardea; todos los dems ingresaran en prisiones[17].
Entre esos prisioneros estaba Flix Padn. Hecho prisionero el 16 de julio en Urbi
(Vizcaya), este militante anarquista, teniente del Batalln Durruti an hoy en la
CNT, desde los trece aos fue un testigo de excepcin del campo de Miranda de
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Ebro. Pero antes de ser all internado, hubo de pasar por varias crceles y campos de
concentracin:
Me trasladaron a la crcel de Vitoria: all empezaron ya los sufrimientos. Nos dijeron que si no tenamos
cargos ni responsabilidad en sindicatos ni en el ejrcito no nos fusilaban. Fjate: yo he pasado a la historia,
pero no se cmo me pude salvar. All estaba un seor llamado Galo de jefe de prisiones. Una mala persona.
Nos quitaron todo lo que tenamos, a m me dejaron en mangas de camisa, con unas alpargatas. De all nos
trasladaron, porque la crcel se llenaba: estaramos en una celda unas 40 personas, que no nos podamos ni
mover. All todos los das venan con la fotografa, la cartita, a buscarnos. A todo el que reconocan lo traan
para la crcel de Larrinaga, y aqu se fusilaron a muchos compaeros mos. Nos llevaron a un cuartel de
Vitoria, y como tambin estaba lleno nos sacaron a una cuadra en la calle Comandante Istuardi. Nos llevaron
unos das a donde hoy est el parlamento vasco, y de all al Seminario de Murgia. All el cautiverio fue
terrible. Nos llenamos de piojos, no nos daban ms que un cazo de agua En Murgia estuve bastante tiempo,
lo que me extra porque era una cosa que estabas all poco, para salir para [la crcel de] Larrinaga,
Batallones o para Miranda.

La mala alimentacin y las malas condiciones de vida se vieron agravadas no slo


por la cantidad creciente de internados, sino tambin por la llegada del mismo jefe
que en la crcel de Vitoria.
Nos sacaban en pleno mes de agosto todo el da al sol, no haba sombra. Luego pas Galo a mandar
aquello; un da nos dijeron que se haba marchado, y como all haba un frontn dijimos, vamos corriendo a
la sombra. El seor apareci pistola en mano y con una verga que llevaba, que se quedaba doblada cada vez
que te pegaba del palo que te daba. Y el to aquel sali corriendo por all. Le tiramos al suelo, le pisamos
corriendo, y cuando se levant con la pistola en la mano dijo: queris sombra, pues vais a tener sombra: nos
tuvo quince das encerrados sin agua y sin comer.

Adems, estaba muy presente la necesidad de reespaolizar a los prisioneros


en Murgia, a travs de la recatolizacin. La diferencia, sin embargo, de los
prisioneros vascos era su carcter previo, marcadamente catlico.
Recuerdo de all que haba un cura que mandaba el seminario, que nos deca adems que quien hablase
mal de Franco l le pegaba cinco tiros. La primera misa que o en Vitoria, en la cuadra, para que veis cmo
era eso, fue as: haba dos curas hablando, y al final del discurso habl de los vascos: que haba que
purificarnos, hacer astillas con nosotros, quemarnos y luego no dejar retoo. As como te digo, no dejar retoo
de los vascos El cura que tenamos [los prisioneros] era nacionalista, y un da dando la misa en vez del
Himno Nacional le tocaron el de Falange, y el hombre se quit la sotana. Enseguida le cogieron y lo trajeron a
Larrinaga, seguramente para fusilar. Yo estuve hasta el 8 de diciembre all. A ltima hora nos tomaron
declaracin. Nos preguntaron si habamos tenido cargos, y yo dije que era un voluntario, siempre a negar.
Cuando ibas a declarar, ellos ya saban, por los archivos que tenan, de qu pie cojeabas[18].

Un panfleto lanzado sobre los frentes de guerra a finales de junio daba cuenta de
la cobarda de los gudaris diciendo que, sin un solo disparo de nuestra artillera,
20 000 soldados vascos se haban entregado en Bilbao, y muchos otros, mineros
asturianos, haban huido como conejos a su tierra[19]. Pero tamao nmero de
internamientos en tan poco tiempo, del que gust jactarse la oficialidad franquista,
habra de poner contra las cuerdas al Cuartel General de Franco, mxime cuando se
pretenda clasificar a todos los prisioneros de guerra, depurar el Ejrcito y la sociedad
a travs de la represin de los partidos polticos y agrupaciones sindicales, y ms an
cuando en el Pas Vasco se combata especialmente contra el nacionalismo catlico.
Organizar la clasificacin de los ms de 11 000 prisioneros lejos, sin embargo,
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de los 20 000 de los que hablaba la propaganda se convirti en una ardua tarea: no
haba coordinacin ni uniformidad. No haba ningn responsable de buscar
emplazamientos para nuevos campos. No haba fondos destinados a ello. Por ello, tal
y como haba anunciado el general Franco en el Decreto 281, fue necesario crear una
administracin propia para gestionar el problema de los prisioneros de guerra. De
hecho, en uno de los primeros documentos firmados por Luis de Martn Pinillos
como jefe inspector de los campos de concentracin, se seal la imperiosa necesidad
de evacuar, con toda urgencia, a los 4357 prisioneros de Vitoria y los 1500 de Bilbao
para ponerlos a disposicin de auditoras de guerra. La puesta en funcionamiento de
la ICCP pudo, por fin, hacer albergar la idea de que la uniformidad era posible.
Incluso en el sur de Queipo, a quien se solicit que diese rdenes a los
Gobernadores Militares de Cceres y Badajoz para proceder a instalar nuevos
campos en los edificios que [creyesen] convenientes que bien pudieran ser por su
capacidad y situacin las Plazas de Toros de Cceres, Plasencia, Trujillo y
Badajoz.
La eleccin de los lugares donde podra realizarse la limpieza de los prisioneros y
evadidos del frente propuesta por Martn Pinillos estaba determinada por su
conocimiento personal y directo del territorio ms alejado en retaguardia,
Extremadura, puesto que antes de asumir su cargo haba sido gobernador militar de la
provincia de Cceres[20]. El campo elegido en esa misma ciudad fue el de Los
Arenales, a cuatro kilmetros de la ciudad, con cuatro amplias naves de las cuales
dos tienen buena ventilacin y luz no as las otras dos, buenas comunicaciones,
capacidad para 450 hombres, malas condiciones de salubridad y manutencin (el
agua de aseo se recogera de las lluvias y de charcas cercanas), sin retretes (con
zanjas abiertas en el campo que aunque se desinfectan y tapan con frecuencia, en la
poca de los calores originan malos olores y acmulo de moscas) y una pequea
enfermera de diez camas. El de Plasencia se situ en la plaza de toros de la villa, y al
ao de su apertura se reclamara su cierre definitivo.
Adems de abrir nuevos campos y organizar las clasificaciones como se
explica en el siguiente apartado, entre los primeros objetivos de la ICCP estuvo el
de sealar los pasos a tomar para tramitar las evacuaciones y los internamientos:
ordenar a la Intendencia de los gobiernos militares el suministro de alimentos,
colchonetas, material de menaje y mantas para el traslado, constituir las fuerzas de
custodia y personal para el rgimen interior de los campos bien de la Guardia Civil
o de la de Asalto, designar un oficial para desempear el cargo de comandante
militar del campo y, por fin, al personal sanitario para enfermera en los lugares
donde no existiese un hospital militar. Un correcto traslado para evitar fugas, una
vigilancia exhaustiva de los prisioneros y un control sanitario que evitase la
propagacin de enfermedades contagiosas eran, a juicio de Martn Pinillos, las claves
para evitar muertes en los campos y para poder, de tal modo, separar a los justos de
los pecadores. A los afines de los disidentes al Movimiento Nacional.
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Claro est, no estamos an sino ante el inicio del trabajo de la Inspeccin y, por
tanto, posiblemente en tan temprana fecha todava no dispusiese de los recursos
reales para que estas misiones no pasasen de ser propsitos. La verdad es que en
ningn momento la documentacin relativa a estas fechas seala que hubiese
deficiencias en traslados, suministros o higiene, si bien se sabe que la realidad no fue
as; que los primeros trabajos de la ICCP fueron casi caticos, que en tan poco tiempo
no pudo realizar centralizacin alguna de recursos, y que las dificultades originarias
desde su creacin acompaaran su larga trayectoria hasta su propia disolucin.

2. ICCP. LA BUROCRACIA CONCENTRACIONARIA


El da 1 de julio de 1937, las tropas franquistas alcanzaban los lmites de la
provincia de Santander. Tan slo dos das antes, por orden de Franco la Secretara de
Guerra de Burgos resolva que el Coronel Martn Pinillos cese en [el] Gobierno
Militar [de la] Plaza [de] Cceres y pase destinado a las rdenes del General Orgaz
para ejercer [el] mando de una Divisin Tctica, hacindose cargo aquel Gobierno
Militar el Coronel, habilitado de General, Sez de Buruaga[21], lo que daba pie a la
creacin de la ICCP, el 5 de julio de 1937.
El camino hacia la unificacin de criterio sobre el problema de los prisioneros de
guerra pasaba, indefectiblemente, por la creacin de una institucin que regularizase
y homogeneizase y hasta cierto punto, racionalizase las actuaciones del Ejrcito
franquista. La designacin del coronel Martn Pinillos y Blanco de Bustamante era el
primer paso hacia la estructuracin de la divisin administrativa reguladora de los
campos de concentracin franquistas. As, el 5 de julio apareca la siguiente
disposicin en el BOE:
S. E. el Generalsimo de los Ejrcitos Nacionales ha dispuesto la constitucin de una Comisin que,
previos los asesoramientos necesarios y con la mxima urgencia, proceda a la creacin de los Campos de
Concentracin de prisioneros, designando para presidirla, y como Jefe de ese servicio, al Sr. Coronel D. Luis
de Martn Pinillos y Blanco de Bustamante, que cesa en el cargo de Gobernador Militar de Cceres.
Para auxiliar a dicho Jefe en su cometido se designa al personal siguiente:
Capitn de Estado Mayor, retirado, D. Leocadio Ramrez Lpez, actualmente en el Gobierno Militar de
Cceres.
Capitn de Infantera, retirado, D. Jos Muoz Quirs, actualmente en el Regimiento de Argel y
agregado al Gobierno Militar de Cceres.
Comandante de Ingenieros, D. Jos del Castillo Bravo, ascendido, procedente del Regimiento de
Ferrocarriles nm. 1.
Comandante Mdico D. ngel Rincn Cerradas, que ha cesado de Ayudante del Inspector mdico,
Excmo. Sr. D. Juan del Ro.
Comandante de Intendencia, retirado, D. Manuel Prez Touln, que ha cesado en el servicio de
Automovilismo del Ejrcito del Sur.
Teniente Auditor de 2. retirado, D. Rufino Ochotorena Snchez, de la Fiscala Jurdico Militar del Sexto
Cuerpo de Ejrcito.
Farmacutico primero: Don Jos Fernndez Serena, del Instituto de Higiene Militar de Valladolid.
Capelln primero: D. Natividad Cabicol Magri, disponible en el Sexto Cuerpo del Ejrcito.

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Todo ese personal, ms el que en lo sucesivo se designe, se presentar urgentemente, en Burgos, al Sr.
Coronel Jefe de ese servicio[22].

Y lo cierto es que la ICCP empez rpidamente la funcin encomendada por


Franco de administrar los campos de concentracin y crear los que se creyeran
convenientes lo cual, como se ha explicado, fue realizado con una sorprendente
celeridad. Los campos de Cceres, Plasencia y Trujillo fueron sus primeros
resultados: sin duda, antes de su nombramiento, los encargados de la Inspeccin
haban sido avisados de su futuro cometido y, de tal modo, pudieron permitirse tan
slo un da despus solicitar a Dvila y a Queipo de Llano, generales del Ejrcito del
Norte y del Sur respectivamente, los permisos necesarios para regularizar la difcil
situacin que tras la cada de Bilbao se haba creado con el problema de los
prisioneros.
En julio de 1937 la ICCP quedaba pues constituida en el modo en que trabajara
durante todo el perodo blico[23]: con una seccin de personal, la ms importante por
caer en su poder la organizacin de los campos, su rgimen interno y de vigilancia, la
organizacin de BB. TT. o los movimientos de prisioneros; otra de intendencia
para vestuarios, aprovisionamientos; una tercera de sanidad y farmacia, para
tratar de cubrir los problemas que el internamiento y el hacinamiento producan
en materias de salud, as como para expedir las declaraciones de ineptitud para el
trabajo; la cuarta, de trabajos y obras tanto en el interior de los campos como en el
exterior y, por fin, una seccin de justicia encargada de la relacin de la ICCP y los
campos con las comisiones de clasificacin y las auditoras de guerra, as como de
expedir los informes jurdicos necesarios para el largo proceso de clasificacin de los
prisioneros de guerra.
Adems, como se reconocera, el fundamento de todo ello no slo estaba en la
creacin de campos y la clasificacin de los prisioneros, sino que adems gravitaba
sobre la bsqueda de una solucin prctica al problema de su acumulacin,
encaminndolo hacia el empleo de los prisioneros como mano de obra forzosa. Para
ello, al poco de creada la ICCP se le uni, para trabajar en paralelo a ella, una
Comisin Tcnica Asesora (CTA), encargada de expedir informes sobre la utilizacin
de prisioneros y presos polticos en obras civiles de utilidad nacional y para regir
bsicamente materias sobre la ocupacin de los prisioneros. Formada por un
presidente inspector del Cuerpo de Ingenieros de Caminos, un vicepresidente
inspector del Cuerpo de Ingenieros de Montes, un secretario ingeniero de caminos y
seis vocales (un arquitecto, un ingeniero agrnomo, un ingeniero militar, un ingeniero
de minas, uno de caminos y otro industrial) sera la responsable de establecer qu
obras y trabajos emplearan a la mano de obra prisionera.
La necesidad de la comisin haba sido expresada al presidente de la Junta
Tcnica del Estado, organismo rector en materias polticas, econmicas y militares,
Fidel Dvila, por parte de la Comisin de Obras Pblicas y Comunicaciones dirigida
por Mauro Serret, para elaborar un plan de obras pblicas y trabajos aptos para ser
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desarrollados por prisioneros y presos polticos[24]. Y, de hecho, la ICCP mandara


tambin, establecindose como autoridad en la materia, sobre las escuadras de
trabajadores forzosos. Fue por tanto este uno de los objetivos natalicios de la red
concentracionaria. Aunque slo lo fuese como matriz, esto es, que era en los campos
de concentracin donde se gestaban y paran los BB. TT., unidad esencial de los
prisioneros trabajadores. Obras y trabajos que no slo abarcaran trabajos de unidad
militar, sino tambin otros no afectos directamente a fines militares, sino de
provecho general Nacional[25]. Lo cual acarreaba dos grandes ventajas: que los
prisioneros no constituyeran un peso muerto para el Erario pblico y que
consiguieran, al mismo tiempo, su regeneracin por el trabajo.
La gama de trabajos forzosos, por tanto, se vio ampliada en julio de 1937: las
obras ejecutadas por soldados republicanos no seran tan slo de carcter militar sino
que se incluiran las industrias militarizadas para la guerra, as como los trabajos en
obras civiles (carreteras, puentes, etc.) y los de mejoras en el interior de los campos
(reformas, talleres de automovilismo, etc.). De tal modo, por ejemplo, en julio de
1938 los internos del campo de La Magdalena, Santander, acondicionaron el camino
de costa para unirlo con la estacin de trenes, evitando as pasar por las vas urbanas.
Tan slo un ejemplo de la utilidad dada a la mano de obra prisionera durante la guerra
civil, que no se us tan slo en obras militares sino que adems fue un conducto para
el beneficio de la Nueva Espaa. Para hacer la Espaa Grande, Imperial y Libre, que
est forjando el artfice del Nuevo Imperio Espaol, el Caudillo, todos tenemos que
aportar nuestro grano de arena. Ese era el motivo por el cual el alcalde de Inicio
(Lugo) peda prisioneros de guerra en noviembre de 1937 para construir una casa
cuartel de la Guardia Civil en su pueblo y para habilitar los caminos vecinales[26].
La organizacin de la ICCP se enfoc desde el principio, dentro de la lgica de
regular la violencia, hacia la centralizacin del problema de los prisioneros de guerra.
La clave era conseguir abarcar todos los servicios que habran de intervenir en su
resolucin,
habida cuenta tambin de la ndole especial de la guerra que mantenemos, diferente en muchsimos aspectos
de una guerra internacional, y de la mayor parte de las guerras civiles que han ensangrentado el suelo de
nuestra Patria, y el de otras naciones, pues no se trata en nuestro caso de dilucidar cruentamente una discordia
meramente poltica en la que los bandos contendientes, por lo dems, estn formados por hombres honrados
que profesan su buena fe y que al luchar guardan el debido respeto a la dignidad humana y las leyes
caballerescas de la guerra, sino que desgraciadamente, en este caso de Espaa, frente al Ejrcito Nacional no
se alza otro Ejrcito, sino una horda de asesinos y forajidos[27].

El tono profundamente cruel de este alegato justificador redactado por el coronel


inspector responda, sin duda, no slo a una falta de conocimiento o a una
manipulacin malintencionada del mismo sobre la realidad del Ejrcito de la
Repblica, sino adems a la bsqueda de una justificacin honrosa y cristiana,
empleando un lenguaje explcitamente agresivo hacia sus enemigos, para la propia
creacin de la ICCP. La negacin de autoridad, de clase, de dignidad hacia la

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Repblica y su Ejrcito era parte de la deshumanizacin del enemigo. De tal modo,


cuando se explicase el origen de dicha Inspeccin en la Memoria de actuacin de
la que se ha tomado este prrafo, se acudira a la necesidad de usar la mano de obra
de los prisioneros, de centralizar los recursos y, en definitiva, de militarizar la vida de
retaguardia. Pero cuando se tratase de mostrar los valores que se defendan
cambiaran los adjetivos empleados y las valoraciones: el enemigo era una horda de
asesinos y forajidos, sin valores, engaados. Y los salvadores de la Patria, en este
caso la institucin encargada de organizar algo tan poco cristiano y tan poco
civilizado como los campos de concentracin, los redentores, quienes haban de
separar a los adictos a la causa franquista y a los valores que sustentaba de los
rojos, la Anti-Espaa, los bellacos.
Esta visin fundamentalmente dicotomista, maniquea y, ante todo, profundamente
falsa de los enemigos de la causa sublevada cre un lenguaje explcitamente
propagandstico, retrico, grandilocuente y excesivo que, en el caso que nos ocupa,
tuvo como objeto a los prisioneros de guerra, como se podr observar en el captulo
4. Entre los objetivos originarios que pretenda desarrollar la ICCP haba elementos
que iban ms all de la mera clasificacin (la reeducacin de los prisioneros, su
doblegamiento, su transformacin identitaria) y que pueden encontrarse leyendo entre
lneas en el prrafo citado que, por cierto, no es el nico de dicha Memoria que
contiene insultos y exabruptos. Sin embargo, la realidad fue mucho ms prosaica:
la ICCP se encarg bsicamente, cuando pudo y entrando en cientos de batallas con
otras administraciones militares, de organizar campos de prisioneros donde, sin estar
sometidos a otra legislacin que la misma impunidad, acusados per se de delito de
rebelin armada, los internos trataron de salvar sus vidas. Una realidad, sin embargo
que, por mucho que se impusiese en su cruda realidad, jams hara perder a Martn
Pinillos y sus colaboradores el afn por hacer de los campos un territorio para la
conversin y la transubstanciacin.
Porque, qu situacin encontr la ICCP en julio de 1937? Una de las primeras
labores encomendadas por Martn Pinillos a sus subordinados fue la de
reconocimiento del estado del problema de los prisioneros de guerra, revisando qu
campos de concentracin existan entonces de manera estable. Un breve viaje de
reconocimiento por los campos de Sigenza, San Pedro de Cardea y Tala vera de la
Reina, as como de los primeros Batallones de Trabajadores organizados por la MIR
y destinados al Frente de Madrid, dio como resultado la emisin de unas normas
provisionales para el rgimen interior de los campos de concentracin, dictadas en
septiembre de 1937 y que se veran ampliadas en enero de 1938, mantenindose en
vigor durante toda la guerra como referente de actuacin en el interior de los campos
de concentracin de Franco. Se dar cuenta de ellas ms adelante; cabe sealar al hilo
de la apreciacin sobre la pretendida uniformidad en la actuacin de la Inspeccin y
sus campos, sin embargo, que sus difciles relaciones con las autoridades militares
territoriales, y con los cuerpos de Ejrcito que la abastecan de prisioneros, estuvieron
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presentes incluso en las instrucciones para el rgimen interior de los campos. Las
quejas del inspector basadas en, segn deca, la arbitrariedad y falta de disciplina
interna en el Ejrcito sublevado (en particular, del Ejrcito del Sur de Queipo de
Llano, quien poco o nada colabor al establecimiento de la Inspeccin) le llevaron
incluso a apelar a la institucin de la que directamente dependa, el Cuartel General
de Franco.
Desde julio la ICCP se hizo cargo, oficial y tericamente, de cuantos depsitos se
pusiesen en funcionamiento desde entonces, as como de los campos ya existentes del
Ejrcito del Norte: San Pedro de Cardea, Lerma, Aranda de Duero y Miranda de
Ebro. Tambin de los depsitos de Badajoz (el Cuartel de la Bomba), Soria, Len,
Deusto (Bilbao), Logroo, Crdoba, vila, Pamplona, Estella, Murgia, Salamanca,
San Gregorio (Zaragoza) y Asturias, con un nmero cercano a los 11 000 prisioneros
a su cargo (que no eran, ni mucho menos, todos los prisioneros de guerra), de los
cuales la mayora (casi 8000), por provenir de la campaa nortea, estaban sin
clasificar. Y posteriormente, organiz el campo del Monasterio de la Santa Espina y
los de Medina de Rioseco, Ordua y Palencia. Sin embargo, la cifra revela que, de
entrada, los campos existentes antes de su creacin no pasaron automticamente a sus
manos: si del norte la ICCP adquiri jurisdiccin sobre 8000 prisioneros, quedaban
ms de 3000 adscritos a otros campos y centros de detencin. De hecho, la ICCP
hubo de desarrollar su labor en medio de varias incgnitas fundamentales. En primer
lugar, su dependencia organizativa era difusa, como difusa la lnea que separaba los
poderes impuestos por Franco desde la primavera de 1937. Si a su trabajo en
consonancia con la MIR le sumamos que se vinculaba con el CGG, con el Ejrcito
del Norte y el Ejrcito del Sur a travs de sus diferentes delegaciones, con las
capitanas generales, con las unidades blicas independientes, y por fin desde 1938
con el flamante Ministerio de Defensa Nacional del general Fidel Dvila creado a
imitacin del republicano encargado al socialista Indalecio Prieto, podemos
imaginar que las dudas y las dificultades para su trabajo fuesen superlativas. En ese
sentido, pronto apareceran problemas, como el planteado por la Segunda Divisin de
Sevilla, sobre quin debera hacerse cargo de los prisioneros, entre el aprisionamiento
y la clasificacin. Y en segundo lugar, a la superposicin por arriba de poderes se
uni la superposicin por abajo: existan, existieron y continuaron funcionando hasta
la posguerra campos de concentracin que jams dependieron de la ICCP.
Ambas superposiciones, por arriba y por abajo, implicaron a veces interferencias
entre los poderes vigentes en el bando nacional. En agosto de 1937, por ejemplo,
Martn Pinillos hubo de recordar a las comisiones clasificadoras de Sevilla-CrdobaGranada-Badajoz que deban facilitar los datos necesarios sobre prisioneros para
realizar los ficheros de prisioneros, ya que tan slo la ICCP era la que deba dar
cuenta ante el presidente de la Junta Tcnica del Estado, siendo pues el superior
organismo autorizado en materias de prisioneros[28]. No sin problemas, las
comisiones del sur devolvieron las notas informativas, sealando en cambio que los
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criterios para el interrogatorio de los prisioneros de guerra no estaban claros[29]. No


exista una norma unvoca sobre qu convena o no preguntar, en qu diferentes fases
de interrogatorio, en qu contextos y lugares.
Para mediar entre las autoridades territoriales y militares y la ICCP, sta tuvo que
crear una serie de delegaciones. Mediante el establecimiento de subinspecciones, en
contacto con los poderes militares zonales y locales, pudieron delimitarse ms a las
claras cules eran las funciones de cada uno (y, sobre todo, de la ICCP) en materia de
prisioneros. Las normativas, paralelamente al proceso de estabilizacin de la
Inspeccin, fijaron a las claras cules habran de ser las misiones de las
subinspecciones, delegando sobre ellas un servicio de investigacin que aclarase y
perfilase las clasificaciones recibidas por los prisioneros, la vigilancia, la higiene en
los campos, o aspectos que empezaban a perfilar su proyecto reeducador: Siendo
muy importante el aspecto social de los Campos de Prisioneros, los Jefes de los
mismos procurarn, por los medios que estn a su alcance en la localidad, utilizar en
esta misin maestros, sacerdotes principalmente, etc.. Obviamente an no se
indicaba, pues an no estaba completamente perfilado, cul habra de ser este aspecto
social. Pero ste se perfilaba ya en los expedientes de clasificacin de los prisioneros:
a los jefes de las unidades los BB. TT. se les preguntara sobre cada prisionero
su conducta general, amor al trabajo presenta signos externos de saneamiento
[sic] de su ideologa?.
Otras misiones que la ICCP deleg en sus subinspecciones fueron las de la
formacin de un fichero completo uniforme con los expedientes de cada prisionero, el
procesamiento de otro fichero con la clasificacin de los internos por oficios (un
duplicado de este fichero se enviara a la CTA), la informacin de la estadstica, altas
y bajas, traslados, etc., en los campos, la estructuracin de unidades de trabajadores
cuando lo ordenase la Inspeccin, as como tener preparados alojamientos en cada
regin, a propuesta de la ICCP, previendo las futuras necesidades sobre todo en
lugares prximos al frente. En definitiva, las subinspecciones trataron con los poderes
militares territoriales sobre todos y cada uno de los aspectos relevantes de la vida
concentracionaria. La vigilancia de los prisioneros con personal, cuando era
necesario, de las plazas donde se ubicasen los campos, las relaciones con los jefes
militares de las regiones correspondientes, las labores de intendencia en los campos,
as como servicios de secretara, conducciones, castigos, o la misma responsabilidad
sobre la sanidad en los campos, tambin fueron atribuciones que la ICCP pas a sus
subinspecciones, que se alojaron, aparte de la central de Burgos, en Zaragoza, Gijn,
A Corua, Santander, Cceres, Bilbao y Palma de Mallorca. Como puede
comprobarse, fue en las zonas de los Ejrcitos del Norte y del Centro donde se
albergaron mayor nmero de campos. El sur de Queipo, de nuevo, se tendra como un
lugar ignoto al que la centralizacin de recursos no habra de llegar.
El sur se resisti siempre a la homogeneizacin, pero no fue la nica institucin
reacia al deseo de centralizacin de Martn Pinillos, quien aspiraba a que todo cuanto
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tuviese que ver con los prisioneros de guerra dependiese directamente de l mismo.
Traer a colacin las interferencias constatadas entre instituciones, y el relativo
rechazo a aceptar la unificacin cuando sta implicaba prdida de poderes el de la
mano de obra prisionera no era banal sirve para apuntar cules fueron las
pretensiones de Martn Pinillos, que iban ms all del mero internamiento provisional
y la creacin de escuadras de trabajadores. La Secretara General del jefe del Estado
hubo, ya en octubre de 1937, de parar las intenciones del inspector de crear, con la
base de la apenas nacida ICCP, una Inspeccin General de los Servicios sobre
prisioneros que englobase las funciones de las comisiones clasificadoras que,
recordemos, dependan de las autoridades judiciales de los Cuerpos de Ejrcito. No
convena, sin embargo, en palabras de Martnez Fuset (asesor jurdico de Franco) el
establecimiento de un engranaje administrativo diferente[30]. El trabajo de la ICCP,
segn estas aclaraciones, empezara exclusivamente cuando los prisioneros
estuviesen ya clasificados. Aunque en los campos de concentracin se realizasen las
clasificaciones puesto que, ante la masividad del internamiento, era ms sencillo
trasladar las comisiones a los campos y no los prisioneros a las comisiones, jams
lleg a cederse la soberana jurdica en beneficio de la ICCP. Su primer asalto para
controlar todo el proceso de depuracin del prisionero fue, por tanto, perdido.
Y es que la historia concentracionaria y de la ICCP estuvo marcada siempre por la
contradiccin entre aspiraciones y realidades. Improvisacin, anomia,
desestructuracin y falta de recursos con los que afrontar el problema encomendado
fueron las dificultades de origen y recurrentes de la institucin llamada a tratar de
solucionar el conflicto de los prisioneros de guerra, desde las variables que ya se han
sealado: la centralizacin de poderes en manos de Franco y su Cuartel General, la
voluntad de clasificar y depurar al Ejrcito de la Repblica, y la decisin de tramitar
todo ello a travs de un programa coherente que aunase represin, paternalismo,
reeducacin y redencin en el trabajo. Un programa coherente que, sin embargo, no
impidi que los problemas empezaran a surgir por doquier: por ejemplo, que las
comisiones de clasificacin para depurar a los prisioneros se creasen con gran
lentitud, lo que alargaba la tramitacin del expediente personal del internado y, por
tanto, su estancia en los campos de concentracin.
De hecho, disponemos de las actas levantadas por las comisiones, en estadillos
semanales remitidos a la ICCP ya que, vista la enormidad del volumen de personal
aprehendido, a los prisioneros primero se les internara y luego se les clasificara.
Uno de los casos paradigmticos para este perodo lo supuso el campo de Miranda de
Ebro, en el que se hubo de instalar una Comisin Clasificadora para afrontar la
depuracin de cuantos internos llegaban procedentes del frente Norte. Entre el 12 de
julio y el 7 de agosto, se tramitaron por ella 955 actas de clasificacin de
prisioneros[31]. Destaca de ellas que la gran mayora (838 frente a 117 prisioneros)
fuesen presentados en el frente, y la gran mayora sin armas. No es de extraar pues
que 646 de las actas despachadas fuesen favorables A, y por tanto fuese personal
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reenviado al frente de batalla mediando el paso por la Caja de Reclutas de Palencia


471 de ellos o en libertad al no pertenecer a reemplazos movilizados por el
Ejrcito franquista. Los 133 B seran destinados a San Pedro de Cardea para su
ingreso en Batallones de Trabajadores; el resto, seis clasificados C que ingresaran en
la prisin provincial, y un buen nmero de prisioneros mantenidos en el campo, de
los que haba que clarificar la situacin segn fuesen nacidos en zonas en territorio
republicano, pertenecientes al Ejrcito antes del inicio de la guerra, o incluso
sacerdotes: seis religiosos fueron individualizados en menos de un mes entre los
prisioneros de guerra. La Comisin de Bilbao, ubicada en el campo de concentracin
de Deusto, tramitara a su vez 292 clasificaciones militares, entre el 22 y el 26 de
julio, entre las que hallaron a catorce jefes y oficiales del Ejrcito republicano,
puestos a disposicin de la Auditora; hasta final de mes, se abriran 244 causas ms.
Y en Vitoria se haban clasificado hasta julio a 5000 prisioneros y presentados, a una
media de cien diarios, diez horas al da una media de seis minutos!, por
prisionero[32].
Los estadillos de las comisiones dan fe de la lentitud de las clasificaciones,
derivada segn Martn Pinillos de la descoordinacin general. Descoordinacin que
abarc, en estos primeros meses de actuacin de la ICCP, incluso a su propia
terminologa. En ese preciso sentido, existi durante la guerra civil una tendencia a
considerar campos de concentracin slo los estables, los verdaderos[33], los de la
ICCP, mas no as los centros provisionales de agrupacin de prisioneros. Muchas
veces, en cambio, se confundieron entre s. Movido por el desconocimiento de la
realidad concentracionaria creada tras la cada de Santander en manos franquistas, de
la que se da cuenta en el siguiente epgrafe, Fidel Dvila comentara el 14 julio de
1937 que era necesario descongestionar las plazas con prisioneros, ante la lentitud de
unos trabajos que no permita retenerlos todo el tiempo que la clasificacin duraba,
enviando a campos (a los verdaderos campos) no slo a los ya clasificados por las
comisiones sino tambin a los no clasificados. Aizpuru, su jefe de Estado Mayor en el
Sexto Cuerpo de Ejrcito, sin embargo considerara que no era esa la solucin: desde
su perspectiva, no convena que los prisioneros saliesen de las plazas hasta ser
clasificados, pudiendo emplearse los campos de concentracin verdaderos, San
Pedro de Cardea, Aranda de Duero y Lerma estos dos ltimos creados bajo su
jurisdiccin slo para la creacin de Batallones de Trabajadores.
Pero ni la red de campos provisionales ni la de estables poda afrontar el peso
demogrfico de los prisioneros del norte. As, como mandara la realidad, los
originariamente pensados como campos temporales pasaron, generalmente, a ser
centros estables de concentracin y clasificacin. Hasta tal punto fue difcil delimitar
las responsabilidades polticas y sociales de los internos, que el inspector Martn
Pinillos tuvo que establecer una nomenclatura diferente para cada tipo de campo (lo
cual, por otra parte, fue el origen de la jerarqua de campos que se observar ms
adelante). La experiencia de la cada del norte le llevara a dotar de una denominacin
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particular, la de campos de concentracin de clasificacin, a los centros de


internamiento provisional para la recepcin de la clasificacin por parte de las
auditoras de guerra.
La solucin propuesta por Franco para su descongestin no se hizo esperar:
paralelamente al hacinamiento en los campos y a los problemas para decidir qu
hacer con ellos, que no eran sino reflejo del descontrol e improvisacin con que se
hicieron las cosas, el 21 de julio Martn Pinillos recibi la orden del general jefe de
Estado Mayor Francisco Martn Moreno de acelerar el proceso de creacin de
BB. TT. Que la clasificacin fuese somera y que aumentasen el nmero de
comisiones. Que se ampliasen las rdenes de clasificacin, firmadas por el coronel
jefe del Estado Mayor del Ejrcito del Norte, Fernando Moreno, pero que esas no
fuesen definitivas, prefirindose otro estilo ms sumario en espera de la llegada de los
datos perentorios. Y que se utilizase la categora de Ad, afectos dudosos, para
emplear los gruesos de prisioneros en trabajos militares y civiles. En definitiva, que
las normas de clasificacin se hiciesen factibles en el nuevo contexto de masificacin
de prisioneros.
Esta ampliacin de los criterios de clasificacin y ese requerimiento de hacerlas
de modo sumario se basaban en los inconvenientes y dificultades del procedimiento
marcado por la orden de marzo, segn el cual la comisin extenda el acta
proponiendo la resolucin y la enviaba al auditor de guerra, quien despus
dictaminaba y pasaba el acta y el dictamen al general jefe del Cuerpo de Ejrcito
respectivo, para resolverse, al fin, la definitiva: libertad, reclutamiento, internamiento
o prisin del prisionero. El principal defecto era el de la forzosa lentitud en que tenan
que tramitarse los expedientes, dado el nmero de pasos de una oficina a otra que se
hallaban establecidos, mxime cuando la comisin no radicaba en el mismo lugar
donde se hallaban el general en jefe y su auditor. Este retraso motivaba que se
retuviesen innecesariamente en los campos y en los depsitos de transentes
individuos movilizables, que pudieran ser destinados a Cuerpo inmediatamente, y que
se internasen tambin en campos de concentracin a prisioneros sobre los que se
haban recibido buenos informes; todo ello con el consiguiente gasto y perjuicio al
Estado. De tal modo Dvila, en un intento por desbloquear las clasificaciones,
propondra que las comisiones pudiesen decretar de por s la libertad de los detenidos
o el reclutamiento, si estuviesen en edad militar, cuando no apareciesen delitos
punibles. Y, asimismo, que pudiesen dictaminar el internamiento en campos de
concentracin para crear BB. TT., caso que la comisin recibiese informes
desfavorables sobre los prisioneros, o el ingreso en crcel, si se tratase de delitos
comunes o de rebelin militar, proponiendo la instruccin de causa o diligencias
previas. As, gracias a la integracin de oficiales del Cuerpo Jurdico en las
comisiones, los prisioneros empezaran a salir de los campos de clasificacin hacia
las crceles en espera de juicio, hacia los campos estables para integrarse en
escuadras de trabajadores forzosos, hacia las Cajas de Reclutas para ingresar en el
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Ejrcito franquista, o en libertad[34].


Y es que, paralelamente a su estructuracin, y a la resolucin de los primeros
conflictos de poder, la ICCP hubo de ponerse en marcha para el que era, en realidad,
el cometido por el que fue creada, en base a las disposiciones del Cuartel General de
Franco. Este no era otro que la creacin de Batallones de Trabajadores, para lo que
deba coordinarse con la Jefatura de MIR. Por orden de Franco, a finales de julio a los
Batallones que trabajaban en el frente madrileo habran de aadrseles los
organizados por la MIR con personal de los campos de concentracin: para cada
BB. TT. haran falta un comandante, un capitn, cuatro tenientes, cinco alfreces, un
brigada, veinte sargentos, cincuenta y dos cabos, un corneta, veintiocho soldados de
tropa, y por fin seiscientos trabajadores. Cada batalln se compondra adems de
cuatro compaas con sus mandos respectivos, para lo que habran de utilizarse
suboficiales de reserva, ya que las peticiones de Batallones por parte de los ejrcitos y
Cuerpos de Ejrcito crecieron tanto o ms que la disponibilidad de mano de obra
prisionera. Por orden de Orgaz, tres habra de ser el nmero de Batallones de
Trabajadores por Cuerpo de Ejrcito[35].
La situacin en los campos no dejaba demasiadas alternativas: a 13 de julio, las
cifras de internamientos que ofreca el Ejrcito del Norte eran significativas de por
qu exista tanta urgencia en la clasificacin y, sin duda, eran aquellas a las que la
ampliacin de las rdenes de clasificacin trataba de dar respuesta. El mismo Aizpuru
era el que indicaba, en misiva a Dvila y a Martn Pinillos, que los internados en
Vitoria eran 4060, mientras que existan 1997 en Pamplona, 894 en Estella, 480 en
Palencia, 1566 en Logroo, 1185 en Miranda de Ebro, y 1147 en San Pedro de
Cardea[36]. Y lo peor de todo era que de todos estos prisioneros, tan slo parte de los
internados en los campos de la ICCP con lo que se superaba ya largamente la cifra
dada para principios de mes, en torno a los 11 000, tan slo los de San Pedro
estaban ya clasificados. En este campo ingresaron en julio 265 prisioneros que, a
finales de mes, estaran ya, junto a los ms de mil internados, encuadrados en
BB. TT. En agosto, los internados llegaran a 939, procedentes de Logroo, de
Miranda, de Santander[37].
As, la coordinacin entre Cuerpos, Inspeccin y MIR llev a que 1800
prisioneros de los campos de concentracin del Sexto Cuerpo fuesen destinados, en el
Ejrcito del Norte, a los BB. TT. de Pinto, Yeles y Villaluenga, del Primer CE del
Ejrcito del Centro, a razn de 600 por unidad. Mientras, el mismo Sexto CE
organizara dos ms (1200 prisioneros) que, unidos al ya existente formado por la
MIR, se trasladaron para trabajos militarizados a Bilbao (dos) y Palencia. Otro sera
para el Sptimo CE, unidad que ya dispona de dos Batallones, pero no de evadidos o
prisioneros, sino disciplinarios, esto es, de soldados franquistas. En el Ejrcito del
Centro, adems de los 1800 prisioneros sealados, habran de abastecerse prisioneros
para organizar dos nuevos Batallones para cada Cuerpo, Quinto y Sptimo
respectivamente. Por su parte, el sur de Queipo de nuevo se mostraba independiente a
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cuanto aconteciese en Burgos: ya dispona de seis batallones disciplinarios,


organizados por el mismo Ejrcito.
Frente a este ltimo, lo nico que Orgaz se atrevi a pedir al excntrico general
era que los Batallones del Tercer Cuerpo de Ejrcito se reinstalasen en Almendralejo,
Pueblo Nuevo y Espiel. Para lograrse tamaa empresa, la de dotar a cada Cuerpo de
Ejrcito de tres Batallones de Trabajadores, se necesitaba formalizar la clasificacin
de 5000 exsoldados republicanos, siendo sta lo ms rpida posible. Por tanto, era
necesario acelerar los trmites recordemos que en la Orden General de
Clasificacin de marzo se instaba a que sta no durase ms de tres das en las
comisiones, evacuar rpidamente a los prisioneros, y dar veloz solucin a los ms de
5000 prisioneros clasificados y casi 8000 sin clasificar de que pas a disponer la
ICCP en un breve lapso de tiempo en sus campos, estables o provisionales,
verdaderos o no.
Depsitos o campos, lo cierto es que no parece que la ICCP empezase con buen
pie. Pronto se ver que el fin del Frente del Norte supondra para la Inspeccin la
asuncin de una carga inesperada de la que saldra ms mal que bien parada. Una
carga que, sin duda, supuso un antecedente fundamental para aprender de sus errores
y mejorar, racionalizar sus recursos, en medio de la carrera por la victoria que Franco
y los suyos emprenderan en 1938. La historia de los campos de concentracin, tras
superar el que ahora veremos como primer gran escollo en su historia centralizada, la
cada definitiva del frente Norte, adquirira unos volmenes y unos matices
inexplorados previamente, cuando no haba institucin que los regulase. Desde esas
primeras rdenes para la regulacin administrativa de los campos en todo el territorio
nacional, a la preparacin tambin a nivel de los campos de concentracin de la
ofensiva sobre Catalua, pasando por las terribles batallas de Teruel y el Ebro, el
cambio en este tiempo en los campos ser tan profundo que har casi irreconocibles
los de antes y despus de 1938.

3. LA PRUEBA DE FUEGO. EL NORTE, EN MANOS DE FRANCO


Cuando en abril de 1938, Luis de Martn Pinillos revisase los momentos ms
crticos de la actuacin de la ICCP desde su creacin, se jactara de la rapidez e
inteligencia con la que se haban resuelto los problemas suscitados por la cada de la
ciudad de Santander. En menos de una semana sealara se acumularon en la
misma ciudad de Santander ms de 50 000 prisioneros, y no obstante, en espacio de
dos horas nada ms y con el trabajo de los cinco jefes de la Inspeccin destacados
en la ciudad, se les habra alojado y abastecido, se habran cubierto sus vigilancias y
se les habra evacuado hacia Santoa, Laredo, Castro Urdiales y Corbn, campos de
nueva planta que dieron satisfactoria solucin al inmenso problema
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mencionado[38]. Ciertamente, el problema fue grave, pero la solucin improvisada y


el resultado, poco satisfactorio. De hecho, un testigo hecho prisionero en Santander
que prefiere mantener su anonimato seala: Corbn era el campo de los
enterramientos. Salamos a hacer fosas todos los das y al da siguiente estaban
llenas. Todos los das oamos las rfagas desde el campo[39].
Los criterios de previsin de los que la ICCP poda disponer, al estar en contacto
con el centro de decisin militar, el Cuartel General de Franco, ayudaron bastante a
preparar la cada de la capital de la provincia cntabra, autntica prueba de fuego para
la ICCP. En agosto (la ciudad pas a manos franquistas el da 26), previendo la
necesidad de espacio para alojamiento de prisioneros, se pidi que los 700
remanentes en Miranda, sobre los que no haba recado an orden alguna de
formacin de un Batalln de Trabajadores, fuesen distribuidos con urgencia en
unidades del Ejrcito como apoyo a los trabajos de cariz blico. Prever la evacuacin
de prisioneros de Santander consista, bsicamente, en vaciar Miranda de Ebro, as
como en habilitar e incrementar el nmero de plazas posibles en los campos que
apenas acababan de entrar bajo su jurisdiccin: San Pedro, Lerma el palacio de los
Lerma y la granja del Carmen y Aranda de Duero los locales de la estacin de
ferrocarril[40].
Ello implic la puesta en funcionamiento de los resortes de la ICCP, en el sentido
de que su Servicio de Ingenieros hubo de recuperar es decir, usar material tomado
a los republicanos chapas para cubiertas, alambre de espino, cocinas de campaa
y otro material por el estilo, que se precisaba para terminar las obras y habilitar
debidamente los Campos de Concentracin[41]. Asimismo, el progresivo
reconocimiento de efectivos por parte de la Inspeccin llevara a algunos de sus
responsables hasta Cceres, Trujillo, Plasencia y Bjar con el fin de buscar lugares
apropiados para la instalacin de nuevos campos y depsitos de prisioneros y,
tambin, con el propsito de ponerse en contacto con los directores de Obras
Pblicas, del Estado y las provincias, para tratar sobre el uso de prisioneros en obras
pblicas como la reforestacin en las depauperadas Hurdes.
En agosto de 1937 se logr la tan ansiada toma de Santander, retrasada ms de un
mes por la ofensiva de Brunete que cost unos 30 000 muertos y 40 000 heridos en
ambos bandos. Los partes oficiales de guerra hablaron de 49 300 aprehendidos en
ese mes. Casi 50 000 republicanos que haba que internar, clasificar y, llegado el
caso, reeducar. Para ello, y de manera provisional, en una semana la ICCP puso en
funcionamiento cuatro campos de concentracin en Santoa Penal del Dueso, local
del Instituto, Cuartel de Infantera y Fuerte de la Plaza, alojando un total de unos
1200 prisioneros, otros cuatro en Santander la plaza de toros, los Campos de
Football [sic], las caballerizas del Palacio de la Magdalena[42] y el Seminario de
Corbn, con un volumen total de 12 000 prisioneros, varios campos en Laredo, en
los locales de las escuelas y diferentes edificios del pueblo con un total de prisioneros
de 8000 a 9000, y por ltimo, diferentes edificios de Castro Urdiales, donde se
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podran alojar otros 10 000 prisioneros. Para regir dichos campos, y ante todo para
unificar los criterios de actuacin sobre estos casi 33 000 prisioneros al ser cifras
absolutamente estimativas cabe dudar tanto a la alza como a la baja, se hizo
necesaria la organizacin en la plaza de Santander de una Delegacin de la
Inspeccin.
La de Santander fue, de tal modo, la rendicin masiva ms importante de toda la
guerra civil. Y es que el pacto de Santoa, con el que las autoridades vascas
tramitaron su rendicin ante las tropas del CTV de Mussolini esperando recibir la
compasin del Duce por la causa nacional de Euskadi, supuso no slo la puesta a
salvo de muchos dirigentes polticos sino tambin el internamiento de miles de
prisioneros en el mismo Penal de Dueso, en Santoa, donde se instalaran, gracias a
su alto y slido recinto de seguridad, barracones provisionales[43] de madera u
hormign armado, as como en Laredo y Castro-Urdiales, al relevar las tropas
franquistas a las italianas el 4 de septiembre de 1937. La rendicin unilateral de los
batallones nacionalistas vascos supuso as tanto un desastre para sus propios intereses
como un debilitamiento considerable de la Repblica en el frente Norte[44]. Los
prisioneros en campos fueron al poco trasladados al penal, donde se habilit un
juzgado militar y se comenz con los procesos. Las sentencias de muerte que se
pidieron fueron, segn fuentes italianas, 510[45].
As lo relata Jos Mara Otxoa, oficial del ejrcito vasco, encerrado en el Penal
del Dueso con ms de mil presos gudaris:
Ca prisionero de los italianos en Santoa. El mariscal Mancini se comprometi a defendernos a cambio
de no luchar ms, tras perder Euskadi. Pero a los cinco o seis das entraron los espaoles y empezaron a
juzgar. Todos los oficiales vascos dijimos lo que habamos sido, cundo nos habamos afiliado, que ramos del
PNV no mentimos, de manera espontnea: los vascos somos temerarios, honestos, honrados. Sabamos que
eso nos iba a costar, y nos cost mucho Nosotros se lo habamos dado todo hecho, porque habamos
declarado lo que habamos declarado.

Juzgado el 6 de septiembre de 1937, en una farsa de tribunal con un alfrez de


defensor que no deca ms que tonteras, y en grupos de veinticinco presos, le fue
impuesta una pena de reclusin perpetua, rebajada despus a 20 aos de crcel. Sin
embargo, la farsa jurdica no sirvi para ocultar que, en materia de presos
republicanos, la justicia se usaba como medio para amedrentar y atemorizar, no slo
para rendir cuentas.
A los quince das, eligieron a dos de cada partido para fusilarlos. [Al poco] haba un gallego que haba
perdido la razn, porque le haban pedido la pena de muerte. Nosotros advertimos que aquel chico haba
perdido la razn, pero no hicieron caso. Cuando nos abrieron las celdas con los cacharros para limpiar, el
gallego empez a gritar Viva la Repblica!. El guardin perdi la razn, la serenidad, le peg con la culata
de la pistola y dio un tiro al aire. Entonces nosotros empezamos a hacer ruido con los cacharros contra la
balaustrada, y nos metimos a las celdas. Aquella tarde fue terrible la direccin de la crcel comunic a
Burgos lo que haba pasado, y respondieron que sacasen al da siguiente a uno de cada celda, que estbamos
siete en cada una, para fusilar. Luego vino una contraorden, para que los llaveros, los que tenan las llaves, que
tambin eran presos, dijesen quines haban sido, aunque habamos sido todos. Estos llaveros, que eran todos
del PNV, quedaron con nosotros all. Nuestras autoridades les dijeron que hiciesen lo que pensasen, y ellos no
dijeron nada. As, al da siguiente sacaron a 49. Aquella noche fue trgica Salamos todos los das a cantar

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el Caralsol delante de la bandera. Uno un da dijo un viva a la Repblica y al da siguiente lo fusilaron delante
del resto de los presos[46].

La apertura inmediata y urgente de campos fue un medio de solucionar


parcialmente la que se convertira en la sobrepoblacin de 70 000 prisioneros,
presos peligrosos, indeseables, detenidos gubernativos graves, distribuidos en
prisiones y sitios varios. Las necesidades de espacio para internar prisioneros eran
enormes, y las posibilidades no demasiadas, durante la progresiva cada del frente
Norte. Hasta el punto que Luis de Martn Pinillos escribira:
se hace preciso que estos [los campos en funcionamiento] sean descongestionados con toda celeridad
en bien de la salud e higiene de este personal que antes de ser considerados prisioneros de guerra tienen que
ser sometidos a la clasificacin correspondiente, obligando esto que los Cuerpos de Ejrcito se tenga el
nmero de Juntas de este nombre, para llevar a efecto aqulla. En estos momentos y debido sin duda a la falta
de personal se adolece del nmero de Comisiones proporcional al nmero de individuos que han de ser
sometidos a este requisito, por lo cual, se lleva esta tramitacin con gran lentitud, y lo que es peor que unos
Depsitos estn bastantes das en espera de que llegue la Junta referida, pues stas tienen que trasladarse de un
punto a otro, pero como llegan continuamente nuevos presentados o aprehendidos a las plazas a donde
efectan estas operaciones, no pueden desplazarse a los Depsitos sucesivos si no despus de largo tiempo.
Por otra parte, la necesidad moral de seleccionar cuanto antes el personal adicto a nuestra Causa o internar en
los Campos a los indeseables y culpables con toda celeridad hace preciso por las razones expuestas se creen en
los Cuerpos del Ejrcito, y especialmente en el VI por las circunstancias actuales, mayor nmero de Juntas de
Clasificacin, para atender con urgencia a lo que se propone[47].

De tal modo, por mucho que Martn Pinillos se jactase de la celeridad y buen
hacer de la ICCP, lo cierto es que en pocas semanas se roz e incluso super el
lmite tanto de nmero de internados como de su tiempo de estancia en los campos de
clasificacin. Las deficiencias higinicas encontradas en campos como Estella,
Ordua, etc., no se reprodujeron en el caso de La Magdalena (las caballerizas del
palacio, el barracn y el cine anejo, para 600 prisioneros), el de Corbn (un seminario
con grandes salas, patios, explanadas a campo abierto, agua abundante, retretes y
zanjas para las deyecciones, excelente para 3000 prisioneros), o el de Santoa (el
peor de los tres, para unos 2700 prisioneros, pero con agua contaminada en toda la
villa, donde seran frecuentes las infecciones gastrointestinales). Pero parece ser que
se anduvo bastante cerca, pues estos campos vieron siempre superadas sus
capacidades, as llamadas, higinicas[48].
En aras de evitar aglomeraciones de larga duracin, Martn Pinillos reclam en
agosto de 1937 la ampliacin tanto de los lugares de concentracin como de las
juntas que clasificaban a los prisioneros, especialmente en el Sexto CE, para
seleccionar cuanto antes al personal adicto a nuestra causa. O, lo que es lo mismo,
para poner bajo buen recaudo a quien no resultase afecto a la causa del Nuevo
Estado. Y es que, de hecho, el proceso de clasificacin de tamaa cantidad de
prisioneros hubo de acontecer entre la improvisacin y la solucin de problemas
puntuales, pero no por ello de poca gravedad. Ante la enormidad de prisioneros a
cargo del auditor de guerra del Sexto CE, y ante la insuficiencia de comisiones, en
agosto se inst a la creacin de varias de ellas, por parte de la ICCP, en Azpeitia,
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Vergara y Tolosa. Sin embargo, en dura respuesta, el jefe de la Segunda Seccin del
Estado Mayor del CE dira a Martn Pinillos que la jurisdiccin del Inspector de
Campos de Prisioneros empieza cuando los evadidos o prisioneros han sido
clasificados como tales y pasan a los Campos de Concentracin permanentes, pues
antes de esto estn a disposicin de las Comisiones de Clasificacin, las cuales
dependen del General del Cuerpo de Ejrcito y del Auditor[49], frenando de nuevo
sus ambiciones de imponerse como referente nico en el tratamiento de los
prisioneros de guerra.
La lentitud de estas clasificaciones, sin embargo, la puso de manifiesto el hecho
de que, aun teniendo en cuenta las dificultades que afectaban sobre todo a la cpula
de la Inspeccin no se conseguan llenar las jefaturas de sus secciones, en
septiembre de 1937 existiesen ya nuevas comisiones, en Santander, Santoa, Castro
Urdiales y Laredo, trabajando adems de las previas de Pamplona, Estella, Vitoria,
Logroo, Miranda de Ebro, Burgos, Patencia y Aranda de Duero. Nuevas comisiones
que, en cambio, solamente consiguieron que en esa fecha se hubiese clasificado a
unos 6000 prisioneros. La clasificacin masiva, puede concluirse de todo ello,
requera una maquinaria estatal de la que el bando insurgente careca.
Para tratar de paliar esa situacin, en agosto de 1937 se pusieron en
funcionamiento nuevos campos de concentracin en las inmediaciones de Valladolid:
por un lado, el del Monasterio de la Santa Espina, y por otro, los de Medina de
Rioseco. En el primero, a 33 kilmetros de la capital por una carretera an hoy
intrincada, con capacidad para 600 prisioneros pero que entre agosto y octubre de
1937 alberg a unos 2200; stos dorman en el suelo de la iglesia, si bien ante su
paulatino uso para culto se usaran tambin los claustros bajos, abiertos, sin
proteccin ante el crudo invierno de la zona. El segundo, ubicado en el local de la
antigua fundicin La Rosario con espacio para 600 prisioneros as como en los
cobertizos de Villagodio (para 800 prisioneros a tres kilmetros del pueblo) y en el
grupo industrial Paneras de Galindo junto al puerto terminal del ramal del Canal de
Castilla (para 900 prisioneros), estaba ya en 1937 en muy malas condiciones, por lo
que se solicit su clausura tan slo un ao despus[50].
Tambin en la lnea de redistribuir a la poblacin prisionera, se pudieron enviar a
finales de septiembre, de Santander, Santoa, Laredo y Castro-Urdiales, 500
prisioneros de cada plaza a los campos de Miranda de Ebro, Pamplona, Logroo y
Aranda de Duero adems de 500 a Palencia y 1000 a Deusto, para
descongestionar las comisiones de las plazas citadas. La idea, por tanto, sera la de
trasladar a campos de concentracin estables a prisioneros sin clasificar, tras haber
superado unos primeros interrogatorios referenciales, por ms que ello alarga[se] el
proceso, distra[jes]e tropas de custodia, y retrasa[se] la llegada de documentos y
avales puesto que la mayora de los prisioneros son de provincias del norte. Adems,
eso supone un embotellamiento de personal en los campos. Entre soluciones
provisionales, aceptaciones del mando Martn Pinillos no era favorable al envo a
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campos estables de personal no clasificado e inseguridades sobre cmo proceder, el


embotellamiento se hizo patente: centros de recepcin de prisioneros, como los de
Zaragoza o Burgos (del que dependan a finales de septiembre la friolera de 9000
prisioneros) haban llegado y superado con creces su capacidad no slo fsica, sino
ante todo de trabajo. No es de extraar que, as, Martn Pinillos considerase la
clasificacin de prisioneros la segunda tarea ms importante de la guerra, tras la
propia de los frentes.
Precisamente de Zaragoza saldra la idea de adoptar la estrategia de clasificacin
que menos poder quitaba a las autoridades militares territoriales y blicas, dejando si
queremos de lado la ICCP, que dependa exclusivamente del Cuartel General de
Franco. Esta opcin, de hecho, se mantuvo en vigor durante toda la guerra, para dolor
de cabeza de Martn Pinillos: se crearan campos de concentracin divisionarios, es
decir, inestables dependiendo del progreso de los frentes, a cargo de las divisiones
que formaban los Cuerpos de Ejrcito as como en la base del Cuerpo de Ejrcito
, con personal nombrado por sus generales jefes. El campo que se utilizara en el
Quinto CE bajo este signo sera el mismo de siempre: San Gregorio para milicianos y
paisanos, y el Cuartel del Regimiento de Infantera Aragn n. 17 para jefes, oficiales,
suboficiales y cuerpo auxiliar subalterno. El campo de Jaca, enclavado en su histrica
ciudadela, dependera as directamente de la cabeza de Divisin, esto es, de Zaragoza.
Esta creciente contradiccin entre poderes centrales y locales-militares plante un
breve debate interno sobre cmo solucionar algunos problemas parciales en el
tratamiento de los prisioneros de guerra. Entre ellos, en el que ms se incidi desde
las asesoras jurdicas de los estados mayores de los Cuerpos de Ejrcito fue el de la
recepcin de los internos: las tres fases del proceso (recepcin, clasificacin jurdicomilitar y utilizacin de los prisioneros en campos y batallones) estaban cubiertas en
parte en septiembre de 1937 por la ICCP, especialmente la tercera, y por las
comisiones dependientes de las auditoras de guerra, la segunda. Sobre la primera, en
cambio, las disposiciones oficiales se limitaban a rdenes de actuacin dadas por los
ejrcitos configuradores del bando insurgente, mas no as del mando central. As, en
aras de evitarse la improvisacin y la escasez de medios, las funciones inherentes a la
recepcin seran divididas entre recepcin e incautacin de bienes y material de los
prisioneros, alojamiento en centros previamente preparados, alimentacin siendo
muy importante el uso de alimentos tomados al enemigo, divisin de contingentes
en base a los cuerpos armados de los que formaban parte y en lotes [sic] o brigadas
de cien prisioneros, subdivididos en escuadras de 25, nombrando prisioneros
encargados de mxima fiabilidad, hacindolos responsables de la limpieza del local,
buen orden de los mismos, ayuda a la conduccin, a pasar lista y a dar cuenta de las
novedades de la unidad a su cargo, custodia y vigilancia exterior.
Pero lo que en definitiva se planteaba desde la Asesora Jurdica de Franco, en
boca de Martnez Fuset, era el establecimiento de los que ms adelante veremos
como campos de recepcin y evacuacin de prisioneros:
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en estos campos de primera concentracin se desarrollarn pues labores de recepcin, aislamiento,


divisin, alojamiento, racionamiento, confeccin y distribucin de comidas, aseo personal, limpieza de
locales, listas y formaciones diversas, por lo que la disciplina debe ser rigurosa con un trato humano pero muy
severo [sic], por lo que hay que vigilarlos frreamente, inculcando desde el principio el gran espritu de orden,
disciplina y entusiasmo por Espaa, de respeto y a ser posible de convencimiento y adhesin a la Causa y al
Generalsimo, con una confianza plena en nuestra justicia y en nuestra caridad.

Campos de recepcin donde se sustituyesen las relaciones nominales hechas


rpidamente en el primer momento por otras donde constasen nombre, apellidos,
profesin, cargo militar, fecha y lugar del nacimiento, as como la residencia habitual
del prisionero antes de empezar la guerra; campos donde se lavase y rapase a los
prisioneros, que solan llegar deprimidos fsica y moralmente; campos donde se les
vacunase, donde se separase a los enfermos, donde se estableciese la vigilancia para
evitar fugas. Campos, en definitiva, de recepcin que no veran la luz hasta 1938,
pero que existieron desde mucho antes en la mente de los responsables jurdicos de la
Nueva Espaa, y donde se pretenda que los prisioneros adictos regresen a sus casas
o se incorporen a nuestro Ejrcito, que los responsables de delitos respondan por ellos
ante Tribunales, y que los prisioneros de guerra pasen a los Campos de Trabajo, para
que all rindan labor til a Espaa y puedan regenerarse[51].
En 1937, la recepcin y el tratamiento de los prisioneros de guerra en el mejor
modo posible quedaron en un nimio proyecto. Mas no por ello se dejaba de lado el
carcter propagandstico de los apresamientos masivos. En este sentido, por ejemplo,
el reverso de la fotografa en que un prisionero, tras ser probablemente cacheado,
muestra algo en la mano a un oficial franquista, reza:
La conquista de Santander ha culminado en la rendicin de miles de combatientes, que copados fueron
hechos prisioneros. No puede hacerse un clculo exacto del nmero de ellos. Cuarenta, cincuenta mil
infinitos! Fueron los milicianos que se cobijaron a la justicia de Espaa y esperan en los campos de
concentracin su traslado a donde la superioridad disponga. En el campo de ftbol del Sardinero, en la plaza
de toros de Santander, estn actualmente, y all pasan las horas esperanzados, y seguros del trato magnfico
que reciben de Espaa.

En realidad, el trato no era tan magnfico. De hecho, los centros dispuestos no


podan dar ms de s; Lerma estaba abarrotado; la Caja de Reclutas de Palencia
tambin hubo de crearse la de Santander para distribuir a los prisioneros afectos en
cuerpos del Ejrcito; 1250 prisioneros de Lerma pasaron a Aranda de Duero; un
total de trece comisiones se pondran en funcionamiento, con ms de las dos terceras
partes del personal del Cuerpo Jurdico afecto al Cuerpo del Ejrcito (28 oficiales),
con grandes problemas de infraestructura y organizacin las propias comisiones
deban buscar y requisar mquinas de escribir, sobres, locales, duplicando y a
veces triplicando las comisiones de cada localidad, como las de Santoa[52].
Y no solamente de infraestructura de clasificacin fueron los problemas. Por
mucha que pudiera ser la previsin del Servicio de Intendencia de la ICCP, sta no
pudo alcanzar a cubrir las necesidades, sobre todo de menage de cocina para poder
suministrar rancho en caliente a un nmero tal de prisioneros[53]. De hecho, los
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testimonios nos hablan de los das que pasaron sin comer en los campos de Santander.
Campos que, como puede verse en las fotografas all obtenidas bsicamente del
campo provisional del Sardinero albergaron miles de prisioneros casi
desparramados por cualquier lado en espera de ser llamados a los interrogatorios. En
estos casos, el rgimen de comidas era tan slo el del rancho fro: en el primer da de
concentracin de prisioneros en Santander se repartieron, segn los datos oficiales,
40 000 raciones de pan y otras tantas de latas de sardinas. Al da siguiente, la
Intendencia Militar ya suministr la racin reglamentaria de pan, una onza de
chocolate, 250 gramos de carne condimentada en lata de conserva procedente de
depsitos abandonados por los republicanos, ms 200 gramos de pescado en
conserva. Al final de la relacin alimentaria, no obstante, no poda faltar la constante
nota propagandstica: se trataba de una racin en fro ms que suficiente, en
contraste verdaderamente trgico con el rgimen infame de alimentacin a que los
rojos someten a las personas de derechas que tienen la desgracia de caer en sus
manos.
Tampoco iban mucho mejor las cosas en los campos estables. En San Pedro de
Cardea, el campo de concentracin por excelencia del perodo, ingresaron entre
septiembre y octubre 5699 prisioneros[54]. Una cifra desproporcionada respecto a la
capacidad real e higinica del campo. En ese mes de septiembre, empero, el nmero
de prisioneros aprehendidos se redujo drsticamente, al emplearse grandes efectivos
en la contraofensiva republicana de Belchite, de terrible recuerdo. De tal modo,
fueron slo 4818 los prisioneros tomados, segn los partes oficiales de guerra. Lo
cual sirvi de respiro para las comisiones de clasificacin, que pudieron desarrollar
con mayor holgura su tarea de depurar a los efectivos republicanos tomados en el
norte de Espaa: las comisiones de Santoa, Santander y Castro Urdiales reflejaron,
en octubre de 1937, 2243, 1170 y 688 prisioneros clasificados, respectivamente[55].
Sin embargo, el respiro dur poco: en tan slo un mes, las tropas de Dvila acabaron
con los ltimos reductos de resistencia republicana en Gijn y Avils, acabando con
la Asturias republicana y dejando en manos de Franco a ms de 33 000 prisioneros,
de tener razn los partes de guerra.
La prosecucin de la ofensiva hasta el cierre de la zona norte, que pas por entero
a manos franquistas en octubre de 1937, oblig as a continuar la dinmica de
ampliacin de los recintos concentracionarios, en nmero y capacidad. As, la recin
creada subinspeccin de Asturias hubo de hacer frente a la puesta en marcha de los
campos de Llanes, Celorio, Gijn, Avils[56], Cands, Oviedo (La Cadellada), Pola de
Siero, Infiesto, Luarca, Ortiguera, Andes y Figueras, con una capacidad total de
30 000 prisioneros; y la de Galicia, a la de los campos de Ribadeo, Cedeira, Ferrol,
Camposancos, Muros, Rianjo, Santa Mara de Oya y Celanova, aproximadamente
para 10 000 prisioneros. Veinte campos de nueva creacin, pensados al igual que los
santanderinos como provisionales pero que no por ello fueron, ni mucho menos,
rpidamente clausurados. Algunos, de hecho, estuvieron entre los ms importantes de
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la constelacin concentracionaria franquista: el de Camposancos, situado en un


antiguo colegio-convento de los jesuitas, en Pontevedra, dispona de amplias naves de
dormitorio y locales para oficinas, as como de excelente ventilacin, un patio amplio
y cocinas al aire libre, siendo til para 880 hombres[57].
Otros, como el de Rianjo (Rianxo, en A Corua, una antigua fbrica abandonada,
con capacidad para unos 600 hombres y uso del agua del mar para aseo), y el de
Cedeira, una fbrica abandonada de salazones en la playa, descubierta y en psimas
condiciones empleada para unos 300 prisioneros, fueron de los que ms ingrato
recuerdo dejaron. En particular este ltimo, en el que la arena y el agua entraban
hasta la fbrica donde dorman los internos, que no dispona de conduccin de aguas
y donde las deyecciones se realizaban en unas zanjas cavadas en la playa. Por
volumen y condiciones, se trat de campos, en definitiva, menores. No as el de
Camposancos, sobre el que Marcelino Laruelo recoge el revelador testimonio de
Manuel Domnguez y Concha (su mujer, de la que no dice el apellido)[58]: tras ser
detenido en el Fuerte del Rapitn (Jaca) y ser juzgado, consigui por influencias
que lo trasladasen al campo, de donde eran l y su familia: El colegio de Jesuitas de
Camposancos, a finales del 37, lo liquidaron como crcel y lo habilitaron como
campo de concentracin. Lo llenaron de gente de Asturias y empezaron los
fusilamientos Cuando yo vine ya para Camposancos, era otra vez un centro de
cumplimiento, un penal. Mientras, su mujer relata la colaboracin de la poblacin
con los prisioneros: aqu haba gente que les lavaba la ropa a los presos del campo
de concentracin, y si poda, les meta un trozo de pan para all hubo presos que se
terminaron casando aqu. En general, la gente de aqu fue muy solidaria con los
presos.
Tambin en Asturias (con la cada de Gijn, 22 batallones republicanos pasaron a
manos franquistas, aparte de los muchos efectivos que optaron por echarse al monte y
resistir en guerrilla)[59] se pusieron en funcionamiento campos para clasificar a los
33 000 prisioneros aprehendidos, segn se informaba a raz de un viaje de inspeccin
por la zona. Pasando a Len, el responsable de ingenieros de la ICCP revisara los
campos de la capital (en especial el famoso de San Marcos, actual Parador Nacional
de Turismo, seguramente el campo de clasificacin de mayor capacidad, con
disponibilidad para 4000 prisioneros)[60], y otros depsitos en los pueblos de Santa
Marta y Valencia de Don Juan. De todas formas, la provisionalidad de estos campos
queda demostrada por el hecho que, ya en noviembre, se empezase a estudiar el cierre
de algunos de ellos, en tierras gallegas y asturianas. De nuevo Laruelo recoge una
serie de testimonios esclarecedores: Jos Enrique Llera Iglesias[61], prisionero en
Gijn, fue llevado a la plaza de toros de manera provisional. Les dieron comida slo
tras una semana, y all no se realiz nada salvo una primera filiacin. Haba ms
centros provisionales, como la misma crcel del Coto, o El Cerillero. All irrumpan
los Guardias de Asalto y al grito de A formar!, comenzaban a dar patadas, hostias
y culatazos. Al poco sera enviado al campo de Rianjo, y despus form parte de un
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BB. TT., un periplo similar al de Manuel Calvo[62]. Nos llevaron a la plaza de toros
de Gijn, donde estuvimos unos ocho das, y de ah, para la Harinera, en La Calzada.
En la Harinera nos repartieron. A m me mandaron al BB. TT. 68, en Guadalajara
all hicimos trincheras y trabajamos ms que el demonio. Despus lo trasladaron a
Gernika, de ah a Deusto, y a Miranda de Ebro para integrarlo en otro Batalln de
Trabajadores.
En el proceso de clasificacin, por otro lado, hubo graves deficiencias. No pocos
integrantes de ese verdadero pueblo espaol al que aludan las rdenes de
clasificacin aprovecharan el rbol cado, y haran lea para su beneficio de la
derrota de los republicanos, como veremos a continuacin, utilizando su mano de
obra. Y adems, haciendo uso poltico de los prisioneros, como en el caso de las
milicias falangistas y banderas de la Legin que, desde noviembre de 1937, entendan
el envo de pasados republicanos al frente como patente de corso para encuadrar,
desde los campos de concentracin, a la poblacin prisionera en sus filas. Cuando
muchos de esos prisioneros, desde las filas de FET-JONS, desertasen y se pasasen de
nuevo al lado republicano, algunas autoridades pondran el grito en el cielo, culpando
a la Falange de haber tomado prisioneros de los campos sin garantas, e incluso sin
haber pasado por las comisiones clasificadoras. Sus avales para salir de los campos
habran sido las garantas dadas por los jefes de milicias, saltndose el trmite de las
comisiones, las auditoras y las Cajas de Recluta[63]. Seguramente, esos jefes de
milicias lo nico que haban hecho era aprovecharse de un sistema que, a la vista de
los retrasos que acarreaba, lo anquilosado que estaba, y las deficiencias que se
hallaban en su seno, no era el ms conveniente para solucionar los problemas en
retaguardia derivados de la acumulacin de prisioneros de guerra. Igual que hicieron
algunos prisioneros y presos, tramitando mediante su incorporacin a la Legin la
salida de campos, como Manuel de Pedro Sobern (Manoln) o de prisiones, como
Andrs Garca Sagaspe, miliciano apresado al inicio de la guerra que sali de la
prisin de Valladolid para incorporarse a la 4. Bandera de la 2. Legin destacada en
el frente de Madrid[64].
El primero, asturiano, fue detenido en Infiesto en 1937 y trasladado al campo de
concentracin de La Cadellada, en Oviedo. Todas las noches se oan las
ametralladoras y todas las noches haba sacas de prisioneros: los falangistas, segn
dice an hoy, se tomaban la revancha del asedio a la ciudad asturiana y de las
carencias derivadas de l. En un edificio semiderruido, varios miles de prisioneros
l recuerda entre 10 000 y 20 000, pero la memoria individual suele ser frgil en
temas de clculos numricos visuales dorman en el suelo. l se libr varias veces
de la saca, que generalmente acababa en el fusilamiento y el abandono del cadver,
segn se oa en el campo ovetense. Una vez clasificado y sabido su ascendiente
socialista, fue trasladado a Len (primero al Hospicio, despus a San Marcos) para
ser encuadrado en un BB. TT. No hubo tiempo: el deseo de salir del campo (donde,
segn Manoln, se cometan asesinatos casi todos los das, en relacin con las
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delaciones y chivatazos entre prisioneros) y sus duras condiciones (fue el invierno


de 1938 fue uno de los ms fros del siglo XX en Espaa) le hicieron apuntarse al
bandern de enganche de la Legin. Su destino, desde entonces, fue paralelo al de los
combatientes franquistas: Aragn, el Ebro. Con una salvedad: segn reitera an hoy,
el trato recibido por los prisioneros tomados por la Legin era considerablemente
mejor que el que reciban quienes caan en manos de regulares o de tropa de
reemplazo. El motivo es que, segn dice, muchos legionarios no haban renunciado a
su ideologa comunista, socialista o anarquista y, adems, muchos haban pasado
antes por un campo de concentracin franquista, y saban lo que era. No obstante, que
el propio soldado reconozca los muchos desmanes, robos y violaciones cometidas por
los legionarios en las ocupaciones territoriales dice poco de este supuesto carcter
ventajoso[65].
El sbito crecimiento del nmero de campos se debi tanto a la centralizacin de
los poderes sobre los prisioneros como a la cantidad enorme que de ellos se hizo, en
una zona donde evacuar a la poblacin habra sido imposible, y en una guerra donde
todo aquel que hubiese apoyado la defensa de la Repblica era culpable, o como
mnimo sospechoso. Entre Santander y Asturias, unos 75 000 prisioneros cayeron en
manos franquistas: una campaa realmente difcil y costosa para ambos ejrcitos[66].
Ms del 70 por 100 de los 106 822 prisioneros clasificados en los campos entre todas
las comisiones durante 1937 provenan de la ocupacin del norte. Eso en teora y si
realmente estas clasificaciones se realizaban en el menor tiempo posible, lo cual
quiere decir que desde septiembre a diciembre de ese ao se habran cubierto las
clasificaciones de todos ellos. Esto, por otra parte, no queda del todo claro:
generalmente en las actas de clasificacin no se inclua el tiempo de estancia en los
campos de clasificacin, por lo que ste poda variar ampliamente. El aval y el
dictamen podan llegar a los pocos das o a las pocas semanas. Pero tambin podan
no llegar nunca.
Ante tamaa situacin de descontrol y desorganizacin, con miles de prisioneros
dejados de cualquier tratamiento racional, mal alimentados, hacinados en centros
provisionales que desde luego no respondan a las necesidades apriorsticas de la
situacin, la solucin a adoptar fue doble tras el cierre del frente Norte el 21 de
octubre de 1937: la de ampliar el nmero de recintos concentracionarios (aunque se
hubiesen habilitado ms de una veintena en los meses precedentes) para albergar a los
prisioneros de las tambin crecientes comisiones de clasificacin, y la de tratar de
acelerar ese proceso[67]. La segunda opcin cristaliz en que se pusiese de nuevo en
marcha la denominada operacin aval, segn la cual fueron los propios prisioneros
los que hubieron de buscarse la referencia a su buena conducta, delegando as la
ICCP y las comisiones de clasificacin una tarea que desde luego les corresponda.
Con algo ms de tiempo, ya que las operaciones militares no se reanudaran de facto
hasta diciembre, pudieron tramitarse las depuraciones poltico-militares de esos
75 000 hombres capturados.
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El Ejrcito franquista, que reconoci su falta de previsin a la par que reafirm su


clara intencin de ajustar las cuentas con quienes haban subvertido el orden, pudo
comenzar a superar los escollos. En octubre funcionaban ya las diecinueve
comisiones, despachando una media de 1500-2000 expedientes diarios, con una
sumaria clasificacin que ya en los Batallones o en los campos de concentracin,
puede irse haciendo la clasificacin ms acabada y exacta, valindose de espas
propios u otros procedimientos[68]. Es decir: en realidad, el proceso de adaptacin de
la teora a la prctica del internamiento y la clasificacin devino en que esta ltima
fuese somera, para primar el objetivo de reutilizar la mano de obra de los
indiferentes, mandar a la crcel o al paredn a los responsables polticos de la
Repblica, y premiar con el envo al frente a los afectos. En los campos de
clasificacin, a tenor de lo escrito por Martn Pinillos, se tendi ms a separar a los
sospechosos de los que a priori no despertasen recelo alguno, a los irreductibles,
en sus propias palabras, de los milicianos de buena fe, para esperar despus la
llegada de los informes de las autoridades territoriales[69].
No en vano, de la experiencia de la conquista de Bilbao, Santander y Asturias
concluira que [la clasificacin] ha[ba] adolecido en las provincias recin
conquistadas de un sensible retraso que haba perjudicado extraordinariamente todo
el proceso ulterior de los prisioneros, pues ni su envo ha[ba] podido hacerse
oportunamente a los Batallones de Trabajadores, motivando las naturales
impaciencias por tal hecho, ni siquiera a veces ha[ba] podido consumarse dicha
clasificacin siendo enviados a estos Batallones prisioneros sin clasificar, ya que se
perdan das al crearse las comisiones a posteriori, una vez que exista la
concentracin de prisioneros, y no antes[70]. En resumen: Falta de previsin y de
incorporacin, al no drsele carcter de urgencia Falta de prctica de algunas
Comisiones Falta de material adecuado y de organizacin El excesivo detalle
con el que actan algunas Comisiones. Falta de conocimiento de las indicaciones de
Franco sobre el carcter somero de la primera clasificacin. Falta de diferenciacin
entre prisioneros obreros especializados y no, para los destinados al trabajo. Falta de
contacto directo con el Cuartel General de Franco para anteceder la cada de grandes
contingentes de prisioneros. Motivos todos de los que la ICCP, en base a lo apenas
indicado, poda desentenderse; salvo porque le interesaba presionar sobre Franco para
que el servicio de recepcin, insuficiente, y de clasificacin, lento, le perteneciesen.
Lo cual, para Martnez Fuset no era sino una interferencia que no lograra la
rpida tramitacin de las causas, la aplicacin de una inmediata justicia, adems de
paralizar, por problemas de competencias, las causas hasta dirimir estas cuestiones.
Uno y otro no buscaban ms que el correcto funcionamiento del engranaje
represivo. Pero las formas de entenderlo, desde luego, fueron dispares.

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4. TRABAJAR PARA EL ENEMIGO


Entre octubre y diciembre de 1937 el descenso del nmero de prisioneros
tomados por el Ejrcito franquista sera notable. De los 33 217 apresados de octubre
se pasara a los 814 de noviembre y a los 762 de diciembre. De nuevo, pues, un parn
blico determinado entre otras cosas por las difciles circunstancias de retaguardia en
la zona antirrepublicana, y por la toma de iniciativa en los teatros de guerra por parte
de la Repblica. Sin embargo, mientras que noviembre de 1937 fue un mes de
relativa calma, en los campos de concentracin la actividad no se paraba. La
clasificacin, distribucin e internamiento de los prisioneros asturianos, e incluso
santanderinos, estaba an en marcha, a ritmos desesperadamente lentos para Martn
Pinillos, quien era contrario a una evacuacin en centros divisionarios que slo
permita a la ICCP hacerse con el mando sobre ellos en los campos destinados a
internamiento y clasificacin. Demasiados pasos y demasiada poca centralizacin[71].
Demasiada lentitud, que haca que a primeros de noviembre quedasen en Santoa
3434 prisioneros, ms 3197 en el campo instalado en el Penal del Dueso, y que
incluso a mitad de mes, entre ambos campos sumasen 8626 soldados.

Lentitud, por tanto, que caracteriz el proceso clasificador de los soldados


republicanos, alargando paralelamente el internamiento masivo y el hacinamiento. En
todo 1937 el total de prisioneros clasificados por las diferentes comisiones dentro
de las cuales destacaron, por volmenes de clasificacin, y como no poda ser menos,
Deusto (10 513), Santander (10 175) y Vitoria (12 800) fue de 106 822[72].
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Tras el cierre del frente Norte hubo por tanto tiempo, como se ha empezado a
entrever, para la reflexin y el ajuste, en aras de lograr un correcto funcionamiento
del engranaje depurador, clasificador y punitivo. Reflexiones y ajustes que tuvieron
como ejes el perfeccionamiento de la clasificacin del prisionero y el modo en que
sta se realizaba, el ordenamiento de la vida interna en los campos de concentracin
(tema por el que empezaron a interesarse agencias internacionales y pases con
sbditos en Espaa), y el destino ulterior de los clasificados. Exista ya abundante
materia prima para plantear un proyecto de actuacin global: los prisioneros de la
ofensiva sobre el Pas Vasco, Santander y Asturias fueron los primeros en ser
recogidos en estadsticas de clasificacin. As, en el plazo de dos meses, se lleg a la
conclusin que un 40 por 100 eran afectos a la causa (Aa), un 20 por 100 dudosos
(Ad), un 15 por 100 reaprovechables (B), un 10 por 100, criminales (C y D)[73], y
un 10 por 100 liberables al no integrarse en las edades movilizadas[74].
Un 35 por 100, por tanto, de los prisioneros (los dudosos y los reaprovechables)
seran materia para la transformacin, la reeducacin y el trabajo forzoso. Aunque
sobre estas cifras puedan basarse unas consideraciones; primero, que la cifra resulta,
como mnimo, cuestionable. Cabe una fuerte posibilidad de que los resultados de las
clasificaciones fuesen falseados propagandsticamente por el Ejrcito franquista para
demostrar el alto ndice de adhesin popular al Movimiento, lo que restara validez a
quienes pensaban que el golpe de Estado haba sido un acto impositivo sobre la
voluntad de la mayora, y deslegitimara adems al mismo gobierno republicano. En
segundo lugar, no puede dudarse de que muchos prisioneros prefiriesen falsear las
pesquisas sobre sus personas para evitar los consejos de guerra sumarsimos que
sobre ellos se abatiran en caso de ser encontrados responsables militares o polticos
del Ejrcito Popular. Cabe sealar adems, como tercer factor que potenciase el
hecho que muchos fuesen percibidos como adictos al Movimiento, el descontento de
algunas tropas republicanas tras el cariz represivo que adquiri el gobierno de la
Repblica tras los sucesos de mayo de 1937 y los consiguientes enfrentamientos
una guerra civil dentro de otra guerra civil, en la prctica entre facciones polticas
del cada vez ms extinto Frente Popular. Posiblemente, ello fue un desencadenante de
deserciones que facilitase la entrega e intentos de adaptacin de las tropas
republicanas en el marco de relaciones de poder instaurado por la sublevacin en las
zonas liberadas por Franco.
La cifra del 40 por 100 de adhesiones es cuestionable; de lo que no cabe duda es
de que todos esos prisioneros pasaron por campos de concentracin ms o menos
provisionales. Segn los datos contrastados, en el plazo de dos meses se dispondra
de 20 000 hombres para destino a Cuerpo y 10 000 para BB. TT. El total de ms de
34 000 prisioneros y presentados clasificados y destinados a los BB. TT. en todo el
ao de 1937 viene a coincidir aproximadamente con el nmero de prisioneros
encuadrados por las comisiones en las categoras Ad y B. Una cifra que seguira
creciendo: tres meses despus el nmero de prisioneros trabajadores era de 39 029, y
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en abril de 1938 ascendan a 40 690[75].


Una de las unidades ms activas sobre este frente, las Brigadas Navarras, fue
posiblemente la ms sistemtica en su trabajo con los prisioneros de guerra, lo que
viene en cierta medida a ratificar la diferencia existente con las unidades franquistas
de origen sureo y africano. En un sorprendente libro fechado en octubre de 1937, se
recogieron todos y cada uno de sus aprehendidos en el norte peninsular y sus
destinos: bsicamente, San Pedro de Cardea, la Caja de Reclutas de Palencia, y la
libertad[76]. Eso quiere decir, en definitiva, que las dinmicas clasificadoras se
realizaban, ante todo, en centros divisionarios si eran capturas en el frente o en
las localidades importantes como el mismo Bilbao, si eran presas cercanas o de
la misma localidad. Por tanto, la pretensin de Martn Pinillos de englobar todo el
proceso del prisionero en la zona franquista no qued sino en proyecto, durante la
cada del norte. Por su parte, las mismas dinmicas son confirmadas por la 61
Divisin: los prisioneros eran primero trasladados al centro del Estado Mayor de
Brigada, donde se les realizara una primera y provisional clasificacin orientativa
no representaba a priori castigo para el calificado prisionero, ni garanta para el
evadido para despus ser conducidos ante las comisiones clasificadoras, previa la
compilacin de sus datos y la requisa de sus bienes.
No obstante se tendiese implcitamente por parte de las autoridades militares
territoriales a limar los poderes atribuidos por Franco a la ICCP, lo cierto es que
desde el comienzo de su labor la concentracin de prisioneros se estableci mediante
una red jerarquizada y estructurada en la que la mano de la Inspeccin trat de
abarcar todos los momentos de la vida del prisionero salvo en caso de
enjuiciamiento militar. Lo que se pretenda, al decir de Martn Pinillos, era que la
ICCP fuese la base de la jefatura que pudiese regir todo lo que pueda concernir al
problema de los prisioneros, soslayando las disfunciones en el interior de la
Inspeccin y en relacin con las autoridades militares, que se hicieron patentes
pasada la campaa de Teruel, a principios de 1938. Hasta entonces, cuando se
planteasen abiertamente las contradicciones derivadas de la prctica del
internamiento y la reclusin ilegal, seran otros los problemas afrontados mediante el
recurso a los campos de concentracin. El primero y ms importante, el de resolver la
clasificacin de los prisioneros del norte; el segundo, el de recibir el impacto de una
guerra fuera de los frentes, la de los huidos. Y el tercero, el de poner a trabajar a los
prisioneros de guerra.
De hecho, este lapso temporal permiti que se tratasen de consensuar las normas
de trabajo en los Batallones. Normas aprobadas en Bilbao el 17 de septiembre de
1937, que estaban destinadas a regular el trabajo en las minas de manera que los
prisioneros entrasen en formacin, suspendiesen la tarea a medioda, la reanudasen y
acabasen tras ocho horas totales de trabajo, marchando de nuevo al centro o campo de
donde proviniesen. La falta de rendimiento personal sera castigada con el traslado,
sin advertencia previa, a un campo de concentracin de castigo (si bien ninguno en
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septiembre de 1937 era considerado de ese modo), pero el rendimiento superior (ms
de quince vagonetas de mineral cargadas) se premiara con primas. Los prisioneros
seran sometidos a reconocimiento mdico para evitar defectos fsicos, y sus trabajos
se liquidaran semanalmente con la Inspeccin. En todo caso, ninguna objecin sera
oda de boca de prisionero: su nica y principal obligacin sera la obediencia, y as
se aseguraba la docilidad de la mano de obra mnimo dieciocho aos, mximo
cuarenta y cinco, incluso para trabajar ms horas de lo debido, a causa, por
ejemplo, del mal tiempo de das precedentes.
Entre los tres primeros BB. TT. que actuaban en julio de 1937 a los casi 65 a
finales de ao mediaba, ante todo, la conciencia de necesitar el uso de la mano de
obra de los prisioneros en cierto modo para no gravar econmicamente al Estado
franquista, de militarizar el control social en retaguardia, y de homogeneizar el
mando de todos los territorios conquistados por las tropas sublevadas. Dos claves,
dentro de las leyes de guerra, se encontraban en el fondo de la cuestin. En primer
lugar estaba su aspecto territorial, ms si cabe tratndose de una guerra civil donde la
conquista del territorio habra de ser el nico garante de la victoria total sobre el
enemigo interno. En segundo lugar, se hallaba la dedicacin de todos los recursos
econmicos del bando insurgente hacia la consecucin de la victoria a travs de la
llamada economa de guerra. La finalidad de los campos, teniendo en mente el
decreto que fue utilizado para explicarla, sera as y segn el discurso oficial del
bando vencedor la de la creacin de unidades de trabajadores al servicio de la
reconstruccin de la patria. Los campos de los que, en 1937, saldran estas unidades
fueron como puede comprobarse San Pedro de Cardea, Miranda de Ebro, Laredo,
Dueso, Len, Palencia, Deusto, Santander, adems de Arriondas y Grado, centros de
clasificacin de los que directamente surgieron sendos Batallones.

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A finales de 1937, adems, los diferentes tipos de campos seran paulatinamente


establecidos segn sus empleos ms por la prctica que por un proyecto determinado.
Como vemos, en la tipologa siguiente, constituida por siete clases de campos, ya se
incluyen algunas de las caractersticas que se desarrollarn ms adelante. Por
ejemplo, la especificidad de encontrar un campo en realidad, se proyectaba ms de
uno para prisioneros internacionales, que cristalizara de hecho en abril de 1938 en
el campo de San Pedro de Cardea. Dos aspectos que, en cambio, merecen la
atencin y que entroncan con el contexto blico y con el uso del campo de
concentracin como recurso plausible para estructurar el problema de los prisioneros
de guerra en base a las necesidades del momento, tienen que ver con el cuarto y sexto
tipo de campo. La existencia de campos para prisioneros ya clasificados en los
trminos adicto dudoso (Ad) y desafecto sin responsabilidades (B) revela que,
sabiendo que en esos campos el trabajo principal, aparte del internamiento, era la
creacin de Batallones de Trabajadores, la importancia dada al uso de la mano de
obra de los prisioneros fue una de las claves fundamentales para el establecimiento de
la red estructurada de los campos de concentracin.
La existencia de campos para intiles, para prisioneros no aptos para su
explotacin laboral, solamente viene a ratificarlo. Como puede observarse, siete
fueron los tipos de campos que, originariamente y en el papel, se establecieron por
parte de la ICCP para tramitar el problema de los prisioneros de guerra. El primer
tipo, los campos de vanguardia, seran los primeros centros de internamiento de los
prisioneros tomados en campaa. Una de sus claves era su rpida movilizacin: el
rpido traslado de los contingentes de prisioneros a zonas de retaguardia apartadas de
los frentes. As, estos primeros campos servan para agrupar contingentes y proceder
a su traslado. Entre este primer campo (donde no se permanecera ms all de un da
o dos) y el campo donde se desarrollara la primigenia funcin del sistema
concentracionario, la clasificacin, tramitara un segundo tipo: los campos lazaretos,
sin ms funcin que recluir a los prisioneros temporalmente antes de su traslado a
centros estables y, en algunos casos, definitivos. Los de clasificacin fueron, sin
embargo, los ms abundantes, estables y, sin duda, superpoblados. Y tras la
clasificacin, quienes resultasen incluidos en las categoras Ad y B pasaran al cuarto
tipo de recinto, puestos en funcionamiento para regular precisamente la creacin de
los BB. TT.
La red de campos, en el plano terico, y en aras de unificar bajo su mando el
proceso de recepcin, clasificacin, internamiento y uso de los prisioneros, fue por
tanto as sistematizada[77]:
1. CAMPOS DE VANGUARDIA DE AGRUPACIN DE PRISIONEROS
2. CAMPOS LAZARETOS
3. CAMPOS DE CLASIFICACIN

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4. CAMPOS DE PRISIONEROS CLASIFICADOS EN LOS GRUPOS Ad Y B


5. CAMPOS DE PRISIONEROS INTERNACIONALES
6. CAMPOS DEPSITOS DE INCAPACITADOS PARA EL TRABAJO
7. CAMPOS DE REFORMATORIOS DE MENORES
Otro de los ejes para la homogeneizacin en los campos estuvo en el tratamiento
de los prisioneros y el rgimen de vida en los centros de detencin. A los pocos das
despus de ponerse en funcionamiento la ICCP, el coronel Luis de Martn Pinillos dio
a sus subordinados, y por ende a los mandos de los campos de concentracin que
agrup la Inspeccin bajo su manto, las primeras instrucciones para el rgimen de
vida en el interior de los mismos[78]. Con ellas, propaganda, nacionalismo y
caudillismo la afeccin forzada a Franco a travs de consignas, paradas, gritos y
castigos comenzaron a articular lo que sera la vida en los campos de
concentracin, una vez pasada la primera clasificacin y en espera de avales. Se
trataba del primer intento de poner, negro sobre blanco, los ejes ideolgicos, morales,
culturales y polticos que deban regir en todos los campos y Batallones. Fueron la
base, por tanto, del que aqu se denomina proyecto social del que los campos de
concentracin franquistas fueron sujeto y los prisioneros de guerra objeto, y que ser
estudiado en profundidad en el captulo 4.
Ahora, en cambio, hay que destacar que, ya desde el principio de la historia
concentracionaria franquista entendida como red burocratizada, el orden interno en
los campos, la reeducacin y la redencin mediante el trabajo del prisionero
estuvieron entre las guas clave de actuacin, dndoseles un peso especfico enorme y
una relevancia tal, como para ser percibidas como aspectos insoslayables que
mantener bajo el estricto control de la ICCP. En ese sentido, tanto la divisin interna
del trabajo dentro de la ICCP y en sus definiciones territoriales, como la
clasificacin de los prisioneros, la creacin de Batallones que redimiesen culpa (no
pena) a travs del trabajo, o las disposiciones sobre el rgimen administrativo e
interior de los campos, se encaminaron desde el principio hacia la creacin y
perfeccionamiento de un programa represivo, de exclusin del prisionero de la
comunidad nacional formadora de la Nueva Espaa. La cada del frente Norte impuso
la realidad a la que la ICCP habra de hacer frente, haciendo por otro lado patentes
sus aspiraciones. Sin embargo, y sorprendentemente, en vez de asumir las
dificultades e imposibilidades de tamaa empresa y renunciar a la cristalizacin
emprica de un proyecto global de doblegamiento masivo, la opcin a seguir, como se
ver al hablar de las nuevas ambiciones en materia concentracionaria, fue una
especie de salto hacia adelante.
Salto que tropezara siempre con los mismos obstculos: sobre todo, el del
hacinamiento y la falta de previsin, con sus consecuencias en forma de malas
condiciones de vida dentro de los campos. Sobre este punto, cabe hacer un
comentario: ante el fin del frente Norte, los intentos de mediacin humanitaria
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internacional empezaron a tener cada vez mayor cabida en las polticas de Salamanca
y Valencia, algo indito hasta entonces y que sirvi a los sublevados para descargar
toda su propaganda y su retrica sobre la verdadera y la falsa Espaa. En 1937,
los responsables del Comit de la Cruz Roja Internacional, DAmmn sobre todo
, Courvaisier y Junod, realizaron varios viajes (cuyas conclusiones no han podido
ser revisadas) a diferentes centros de internamiento. En particular el primero, aparte
de visitar los locales de San Pedro de Cardea (donde haba 900 prisioneros) en junio,
realizara una gira de inspeccin por varios centros del norte peninsular entre agosto y
noviembre[79]. Todas estas visitas y mediaciones de la CRI, sin embargo, no
estuvieron destinadas a conseguir liberacin alguna sino ms bien, acatando el hecho
que cada bando en guerra dispona de delegados propios del Comit humanitario, a
cerciorar que las condiciones de vida en los campos y crceles no fuesen
escandalosamente malas. No podemos olvidar, en este sentido, que el propio
DAmmn, tras visitar en 1938 a los interbrigadistas de San Pedro de Cardea,
quedara admirado por las supuestas buenas maneras del jefe del campo, de las
buenas condiciones de los internados, y de cmo se estaba consiguiendo hacer de
estos hombres unos patriotas para la Espaa unida. De ah, el paso para
considerarlos unos engaados espaolizabas, como hacan las autoridades
franquistas, no era largo[80].
Quienes s trataron de desarrollar una poltica beneficiosa para los internados y
derrotados del frente Norte fueron los republicanos, a travs de los responsables de la
Embajada de Gran Bretaa en Hendaya, y en particular de sir Henry Chilton. En
noviembre de 1937, se pidi oficialmente que las Autoridades Nacionales dejaran
salir libremente todas las personas que voluntariamente quieran abandonar el
territorio del Norte (Asturias, Santander y el Pas Vasco) sin distincin; esto es
combatientes (jefes militares, oficiales y tropas) y la poblacin civil, estn los
interesados bajo una acusacin o libres. A cambio, el gobierno de Valencia liberara
a todos los refugiados en las embajadas y legaciones de Madrid sin distincin,
incluso los militares en activo, en situacin de reserva, los hombres en edad militar,
etctera (en todo 7000 personas). A todos los prisioneros militares en manos de
Valencia, sean espaoles, italianos o alemanes, sin distincin de rango (jefes, oficiales
y soldados). Esto es: lo que se propona era un canje colectivo para minimizar el
desastre de la toma sublevada del norte peninsular, as como clemencia y que
quienes quieran abandonar el territorio nacional puedan expresar libremente sus
deseos, ahora y en el futuro.
Jos Antonio de Sangrniz, jefe del gabinete diplomtico de Franco,
prcticamente bloqueara las intenciones del gobierno de la Repblica. En primer
lugar, porque considerar canjeables a los acogidos para salvar sus vidas del
asesinato o el martirio en legaciones y embajadas sera equipararlos a los
prisioneros, lo que, deca, sera como negar el derecho de asilo. Y, sobre todo, porque
le interesaba demostrar que el tratamiento dado por las autoridades franquistas a los
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prisioneros y encarcelados a raz de la toma de ciudades como Santander no era como


se crea en Valencia. As, dira que las fuerzas de Franco slo haban detenido a una
mnima parte de los directivos rojos, delincuentes y combatientes para someterlos a
los tribunales, manteniendo en libertad, sometidos a observacin [se refiere en los
campos de concentracin] muchos millares rojos [sic]. De tal modo, a la hora de
realizar canjes, al gobierno nacional le interesaran ante todo los presos y
condenados en crceles de la Repblica, y despus tropa combatiente. Y, sobre todo,
ancianos, mujeres y nios, que en zona franquista gozaran de tranquila libertad, en
contraposicin con lo que ocurre en la zona roja.
A raz de todo ello, los canjes realizados entre nacionales y leales se limitaran
casi por entero a poblacin civil y, en pocos casos, a militares internacionales. Nunca
llegara a haber canjes de militares espaoles internados en campos de concentracin,
pero s de personal extranjero, como se ver: el del gran intercambio general fue un
tema que volvi a las carpetas de trabajo en marzo de 1938, al pactarse el de 200
prisioneros de guerra del frente Norte condenados a muerte. El miedo a las
ejecuciones indiscriminadas de vascos (algo que el general Eugenio Espinosa de los
Monteros, subsecretario de Relaciones Exteriores en Burgos, comprenda
perfectamente) fue utilizado en cambio para presionar al gobierno de la Repblica:
el Generalsimo [ha] indultado a un 35 por 100 de los condenados a pena capital,
pero como el Gobierno de Barcelona ha dejado de cumplir el canje proyectado de
200 personas el Gobierno Nacional se considera libre de cumplir las sentencias de
los Tribunales si quisiera hacerlo. De tal modo, los canjes de presos y prisioneros
seran utilizados por parte del gobierno franquista como actos propagandsticos y de
presin a la Repblica. Por ningn lado pueden verse motivos humanitarios: un
nuevo proyecto ingls de canje colectivo, en marzo de 1938, tuvo que hacer frente a
las dificultades de carcter poltico interpuestas por el gobierno rebelde[81]. Como se
ver en el siguiente captulo, el para-Estado franquista se cuid bien de emplear a los
prisioneros de guerra y, en particular, a los de las Brigadas Internacionales, como
arma para la propaganda.
En diciembre de 1937, revisando la situacin de la ICCP, su coronel inspector
resumira en pocas palabras los resultados del proceso de centralizacin iniciado en
julio. As, a esa fecha estaban en funcionamiento los campos de concentracin de
Santoa, Laredo, Castro Urdiales, Llanes, Aviles, Gijn, Oviedo, San Pedro de
Cardea, Aranda de Duero y Lerma, dependientes de la ICCP, y el Monasterio de la
Santa Espina (Valladolid), Talavera de la Reina, La Merced y Ciudadela (Pamplona),
Logroo, Medina de Rioseco, Miranda de Ebro, Badajoz, San Gregorio (Zaragoza),
Palma de Mallorca, Jaca, Deusto (Bilbao), Soria, y Puerto de Santa Mara, San
Marcos (Len) bajo un rgimen denominado de autonoma administrativa[82]. Los
primeros haban obtenido un remanente econmico de 791 952,71 pesetas, frente a
las 210 890,35 de los segundos.
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Tal crecimiento era reflejo, segn el coronel inspector, del buen trabajo
desempeado. Desde entonces, el debate entre la doble perspectiva de afianzar el
trabajo ya realizado o, en cambio, dar el salto cualitativo que el jefe de los campos
estaba deseando se hizo cada vez ms intenso. La posibilidad de dar este salto la
pondra, en cambio, el Ejrcito Popular de la Repblica, al elegir el objetivo de
conquistar Teruel como medio de recuperar la iniciativa en la guerra y resarcirse de la
trgica prdida del norte peninsular. Entre enero y marzo de 1938 Franco tomara de
nuevo, sin embargo, la iniciativa: 2303 prisioneros en enero, 15 723 en febrero y
14 170 en marzo fueron contabilizados, obviamente a la baja, puesto que en muchos
casos las rendiciones en bloque dificultaban la realizacin de estadsticas fiables. Este
creciente nmero de prisioneros jalonara el viaje franquista de Teruel al mar, as
como no pocas consideraciones y reconsideraciones sobre cmo se estaba
encauzando el crecimiento de la poblacin prisionera. Aspectos estos que se van a
tratar en el siguiente captulo.

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3
Campos para una guerra total
1938
Los enemigos son, en sus tres cuartas partes, afectos a la Causa Nacional. Por tanto, es
indispensable extremar el buen trato y humanitarismo con los prisioneros espaoles rojos,
evitando que un disculpable rencor en el calor de la batalla pueda arrastrar a las tropas a
extremos contrarios al inters de la Causa. Otro proceder, aparte de inhumano, traera como
consecuencia el desprestigio de la Causa Nacional.
Instrucciones del Cuerpo de Ejrcito
de Aragn (marzo de 1938).
Por encima de Espaa solo Dios
Escrito en un muro. Campo de San Pedro de Cardea (1938).

RAS LA CLAUSURA DEL FRENTE NORTE , la Repblica se hallaba en un precario

estado de moral y, adems, haba atravesado una profunda crisis poltica. La


derrotas en Brunete, los sucesos de mayo de 1937 y la represin que deriv de ellos
incluida la cancelacin de los proyectos colectivizadores anarquistas haban
dejado una situacin en la que, perdida la franja cantbrica, se haca perentorio un
paso que hiciese tomar de nuevo la iniciativa militar, en un momento en que Franco
planeaba la vuelta a su objetivo primario, Madrid, lo que le haba llevado a
concentrar tropas de nuevo en Guadalajara. Varios eran los planes que el gobierno de
Negrn estudiaba, ideados por Vicente Rojo; el que se impuso fue el que ms
beneficios propagandsticos poda darles, un objetivo relativamente fcil que no abra
ningn canal para el avance territorial, pero que poda suponer la primera conquista
republicana de una capital de provincia: Teruel.
La guerra civil se haba convertido en guerra total y la victoria, premisa ltima de
la guerra, no era ya la nica posibilidad. Tambin era necesario acabar con el
enemigo, derrotarlo completamente. Por eso, el contrataque franquista no se hizo
esperar y fue tan arrollador que lleg hasta el Mediterrneo. Y slo as se puede
imaginar una batalla tan cruenta como la del Ebro, en julio 1938, cuando los dos
ejrcitos rivales llevaban ya dos aos de luchas y desgastes, y tras la cual la
Repblica estara definitivamente derrotada. Esa derrota total, claro est, tendra un
sujeto en primersima instancia: el prisionero de guerra. Jalonados, por tanto, por
acontecimientos fundamentales en la guerra de Espaa, los meses entre la toma del
norte y la ofensiva de la victoria seran determinantes para la historia

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concentracionaria franquista.
Se va a desarrollar aqu por tanto la fase de la guerra civil en que los campos de
concentracin estables adquirieron su caracterizacin ms precisa; por decirlo de
manera clara, cuando tuvieron su madurez ms completa. Y tambin, cuando el
modelo concentracionario franquista hubo de adaptarse a una realidad que superaba
largamente las intenciones tericas del proyecto social para con los prisioneros de
guerra. Hemos visto hasta el momento que, con unos orgenes inciertos, y tras
ponerse en funcionamiento un titubeante inicio la institucin que tratara de
regularlos, los campos de concentracin, ligados como estaban a una guerra sin signo
victorioso, eran ms bien un autntico desastre de descontrol. Ahora, veremos que la
necesidad perentoria de mano de obra, unida a los progresivos avances territoriales
de nuevo estamos ante un ejemplo de guerra rpida, pero en esta ocasin al menos
hubo intentos oficiales por detener la violencia fsica[1], obligaron a la creacin de
campos de concentracin no slo centralizados en la ICCP, sino tambin de los
Cuerpos de Ejrcito franquistas. Es as objeto de este captulo, adems de la
reconstruccin de la historia concentracionaria hasta la ofensiva final, la revisin de
uno de los preceptos de partida: la adaptabilidad del fenmeno del internamiento
ilegal a las necesidades del contexto. En ese sentido, se analizarn tanto el
mantenimiento de los campos de concentracin precedentes, como la puesta en
funcionamiento de nuevos campos.
Las batallas de Teruel, Aragn, Catalua y del Ebro, signos inequvocos de que la
guerra civil era una guerra total, de ocupacin territorial ntegra, de exclusin del
enemigo, fueron los jalones que marcaron el devenir blico y concentracionario de
1938. En medio, un hecho paradigmtico: la puesta en funcionamiento, en abril de
ese ao, del campo de San Pedro de Cardea como centro para los prisioneros de las
Brigadas Internacionales.

1. LOS CAMPOS Y LA OFENSIVA DE ARAGN.


La de Teruel fue una de las batallas ms duras, tanto en su toma republicana como
en la contraofensiva franquista, de toda la guerra; a ello contribuyeron los 18 grados
bajo cero que se registraron en aquel invierno, uno de los ms duros del siglo, y las
fuertes nevadas, esta vez s la ltima noche del ao, la mayor del siglo. El cerco
republicano a las tropas de Rey dHarcourt termin aun cuando los ataques
franquistas mandados por Varela y Aranda hacan buena mella en el Ejrcito Popular
dirigido por Leopoldo Menndez, Ibarrola, Lster y Fernndez Heredia. La Teruel
franquista se rindi el 8 de enero de 1938, pero poco despus se pondra en marcha la
contraofensiva: tras la resistencia fallida, Franco decidi recuperar la ciudad,
ordenndolo a Dvila y ste a su vez a Aranda y Varela el 14 de enero. En esta
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batalla combatieron, adems de dos ejrcitos, dos concepciones propagandsticas. El


impacto que tuvo en el bando republicano la toma de su primera capital de provincia
fue aplacado por el que Franco persegua: que ningn territorio poda ser perdido por
los nacionales, aun cuando ello implicase renunciar, de nuevo, a Madrid[2].
Desde el paso franquista a la ofensiva hasta la batalla del Alfambra pasara menos
de un mes, en el cual los republicanos perderan la iniciativa sobre la ciudad, ocupada
definitivamente a finales de febrero de 1938. Esta victoria impulsara las tropas
franquistas a empujar sobre el Aragn republicano, desde el 9 de marzo, llegando
hasta Lleida en un mes, y hasta el mar Mediterrneo tras quince das, en unas fechas
marcadas en Europa por el Anchluss y por la apertura de las fronteras francesas
derivada de la subida al poder de Len Blum. Los avances ayudados por la
aviacin, en una suerte de nueva Blitzkrieg en campo abierto, opcin que favoreca a
las tropas franquistas fueron rpidos, casi una desbandada por parte del Ejrcito
Popular, y el nmero de prisioneros sera muy alto: he aqu las razones que movieron
a replantear la funcin real de la ICCP y, junto a sta, el que sus autoridades crean
deba ser el puesto de primera lnea que les estaba adjudicado en la Espaa franquista.
Un Estado que ya se dotaba de ministerios como el de Defensa Nacional de Fidel
Dvila, responsable directo junto con el CGG de los campos desde su misma creacin
en enero de 1938.
De tal modo, no cabe sorprenderse de que, en marzo de 1938, el general jefe de la
Sexta Regin Militar sealase que, en algo ms de un ao, por las comisiones de
clasificacin del Ejrcito del Norte haban ya pasado ms de 140 000 prisioneros. Sus
clasificaciones, empero, no podan ser definitivas por el modo somero en que se
haban realizado. Es por ello que se peda fuesen revisadas, una vez cerrada por fin la
guerra en el norte, as como se peda que todos los prisioneros de guerra encuadrados
en la Legin Extranjera fuesen enviados a comisiones de clasificacin para revisar
sus expedientes, ya que la incorporacin al Tercio les haba librado del tamiz
clasificatorio. Y del mismo modo, se solicitaba que la creacin de BB. TT. fuese de
nuevo regulada para volver a evitar las improvisaciones y heterogeneidades, que iban
en detrimento de su buen funcionamiento y de la mejora moral, social y patritica
de los prisioneros[3].
Los avances tras la victoria sobre Teruel implicaran, adems, una cierta
reestructuracin de cmo se estaban llevando a cabo las funciones relacionadas con
los prisioneros de guerra. Ni las capacidades reales de los campos, ni el personal
militar empleado en ellos, estaran a la altura de las nuevas exigencias: en noviembre
de 1937 se llegara a pedir que los jefes y oficiales destinados a campos no pidiesen
traslados, tal era la situacin de escasez de efectivos[4]. Tambin deberan adecuarse a
los requisitos de estos movimientos territoriales las normas de actuacin, y aqu
precisamente lo que se vio fue que la ICCP no poda llegar a todos los rincones ni
cubrir todos los aspectos del tratamiento de los prisioneros de guerra. Por un lado
andaban sus ambiciones, y por el otro las realidades. En ese sentido, la ofensiva
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franquista sobre Aragn y parte de Catalua demostrara la necesidad de actuar


mediante el uso de campos provisionales dependientes de los Cuerpos de Ejrcito,
asignando uno por divisin, aparte de los ya integrados en la Inspeccin guiada desde
Burgos. De resultas de este avance, nuevos centros para prisioneros de guerra
apareceran en territorio aragons y cataln: Barbastro, Cariena, Alcaiz[5] o Lleida
pasan por ser algunos de los ms significativos.
Tamaa empresa necesit de una fuerte implicacin en todos los sentidos en
retaguardia y, para empezar, se decidi la creacin en Zaragoza de una nueva
delegacin de la ICCP con jurisdiccin sobre los campos de Zaragoza, Jaca,
Calatayud, San Juan de Mozarrifar, Pamplona, Estella, Soria y Sigenza. Adems, se
encarg a esta Inspeccin un estudio previo de todo el terreno a retaguardia con el fin
de buscar y preparar campos y depsitos para los prisioneros que fuesen hechos en
dichas operaciones. Y as, a que se reconociesen los lugares adecuados en la zona
comprendida a retaguardia de la lnea frrea de Zaragoza a Jadraque. Unos 17 centros
seran tomados en cuenta como posibles centros de evacuacin y concentracin de
prisioneros[6].
Asimismo, el Cuartel General de Franco pedira que se reconociesen en
Valladolid, Palencia, Avila, Salamanca y Zamora terrenos para instalar posibles
campos para evacuar a los prisioneros provenientes del frente de Aragn, adems de
zonas de directa retaguardia como Ariza o Calatayud, dando resultados negativos, y
permitiendo proponer la introduccin de novedades que cambiaran la imagen, las
perspectivas y las ambiciones de la ICCP: los campos ya en uso no daban ms de s, y
las zonas propuestas resultaron un fiasco. No se trataba ya de improvisar, sino de
prever, y en ese sentido la instalacin de campos no podra ser un efecto
circunstancial de la guerra, sino una parte fundamental de ella.
En un informe remitido a Franco datado en enero de 1938, la doble posibilidad de
mantenerse sobre seguro o ampliar las dependencias utilizadas como campos de
concentracin fue claramente planteada. Martn Pinillos deseaba la estabilizacin de
una gama de campos que incluyesen campos de concentracin de un estilo y unas
caractersticas menos embrionarias. Esto es, que superasen la fase de provisionalidad
para crecer cualitativamente tanto en el uso que de los prisioneros se realizaba, como
en el aprovechamiento para fines represores. La mitad del segundo ao triunfal,
esto es, a inicios de 1938, dej como elemento a destacar para el tema de los campos
el leve debate interno sobre si convena crear nuevos campos ante el arrollador
avance de las tropas franquistas, o bien elevar el grado de los ya existentes,
ampliando sus capacidades y destinndolos para fines superiores a la mera
intendencia humana.
El debate fue superficial. Realmente, cabe dudar de su existencia real, puesto que
todos los informes remitidos tanto por la ICCP como por secciones del Ejrcito con
las que trabajaba dejaron entrever que, una vez ms, la provisionalidad y el salir del
paso habran de ser la tnica general. Un ejemplo revelador lo tenemos en los
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informes remitidos por la Comandancia de Obras y Fortificacin de la Sexta Regin


Militar a la Inspeccin y a su Estado Mayor. En l se evidenciaban los graves
problemas de intendencia que acarreaban los servicios militares de retaguardia. Pero
parece ser que era opinin comn y extendida la de ampliar los campos de
concentracin que estaban siendo usados hasta el momento ms profusamente, como
los de Miranda de Ebro, Aranda de Duero o San Pedro de Cardea. Dichas
ampliaciones no slo estaran determinadas por el crecimiento de las necesidades
blicas, esto es, por la aprehensin de un nmero cada vez mayor de prisioneros de
guerra, sino tambin por una variable, digamos, de mentalidad triunfante.
Este informe, que la postre se limitaba a sealar que la posibilidad de
establecimiento de nuevos campos de concentracin era muy limitada en diferentes
puntos de las provincias de Soria, Valladolid y Palencia, estaba jalonado por una de
las claves del pensamiento que, a mi juicio, destila la entera historia del fenmeno
concentracionario franquista: el de la dualidad de intenciones. Las grandes
ambiciones regeneradoras tuvieron que adaptarse a una realidad mucho ms prosaica
en materias organizativas[7]. No obstante, la ampliacin de los campos existentes para
acometer el reto de la ofensiva sobre Aragn trajo una importante novedad, como
sealaba el informe aludido, y que deca al general Franco:
me permito exponer en especial a la consideracin de V. E. la relativa a la conveniencia de emprender la
construccin de barracones desmontables, con el doble objeto de ampliar de momento la capacidad de los
campos de concentracin actuales, y emplearlos ms adelante en los verdaderos Campos de Concentracin de
Trabajo.

Efectivamente, todo un sistema de barracones desmontables sera planteado para


ampliar en lo posible los campos de concentracin, teniendo en cuenta que los
campos directamente utilizables para evacuar prisioneros eran insuficientes, y que
algunos como el recin abierto en Santa Mara de Oya estaban demasiado lejos de la
zona de batallas. Miranda treinta barracones de madera, para albergar a 6000
hombres, San Pedro de Cardea reparacin de edificios, para mil hombres ms
, San Marcos en Len[8] y Aranda de Duero cinco barracones, de entrada, para
mil hombres, sobre todo, por su relacin directa con Asturias, cuyos prisioneros
an no haban sido clasificados totalmente, y por la cercana al nuevo foco de entrada
de soldados del campo republicano, seran los centros donde principalmente se
realizaran obras de ampliacin, dotando adems a los campos franquistas de un
elemento que los igual, desde el punto de vista esttico, con los campos de otras
redes concentracionarias: los barracones desmontables de madera. Hasta entonces,
casi todos los alojamientos eran edificios usados provisionalmente, caballerizas de
palacios, cuarteles y ciudadelas. Desde entonces, la imagen de los campos sera la de
las barracas, las edificaciones de madera alineadas, los kilmetros de alambre de
espino. Los barracones de los campos franquistas fueron de doble dormitorio, con
camastros superpuestos y corridos, despejados y de gran elasticidad en su capacidad,
pues segn los casos el barracn de 5 x 24 metros estudiado con toda la amplitud para
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cien prisioneros podra recibir hasta doscientos prisioneros de concentracin


eventual, realizando todo ello una gran economa de material, sobre todo de chapa
ondulada para cubierta, el material ms costoso de la construccin.
Responder a las necesidades lastradas del norte y a las nuevas de Aragn
supondra un importante reto para la ICCP. En relacin directa con las comandancias
de ingenieros de las distintas regiones, ante la falta de personal en la Seccin de
Ingenieros de la ICCP, la respuesta en los campos de concentracin a las nuevas
exigencias pasaba por realizar no slo obras de ampliacin, sino tambin de
iluminacin, alojamiento y seguridad. Las ampliaciones y las bsquedas de nuevas
localizaciones entretendran as a la ICCP, mientras que los avances territoriales
obligaban a ceder terrenos de poder a las unidades blicas de primera lnea. En
vanguardia surgan dos problemas fundamentales: en primer lugar, el uso casi
completo de cuantos locales y centros pudiesen ser utilizados para albergar
prisioneros, por tropas y unidades en liza o de reserva; en segundo lugar, convena no
poner en contacto prisioneros y tropas y, especialmente, convena mantenerlos
separados de la Legin.
En definitiva, tan slo el pueblo de Burgo de Osma pareca reunir todos los
requisitos para instalar en l un campo con diferentes edificios: el Seminario (3500
prisioneros, de ptimas instalaciones de agua y retretes, pero ocupado por 200
legionarios), las Escuelas Viejas (cerca del Seminario, para 200 prisioneros), el
Grupo Escolar Nuevo (para 2500 prisioneros, con agua y explanadas para
instalaciones, pero ocupado por otros 200 legionarios), el antiguo instituto (muy
compartimentado, para trabajos auxiliares o Guardia Civil) y la plaza de toros (850
prisioneros en el pasillo circular inferior) fueron los elegidos[9]. Tras la concentracin
de las tropas legionarias italianas en el Grupo Escolar, se obtuvo en poco tiempo un
campo de concentracin para 3500 prisioneros, en previsin del agotamiento de
plazas en Zaragoza, Logroo, Pamplona, Santander, Miranda, Murgia, Ordua,
Bilbao, Santoa, Len y Galicia. Por otra parte, la propuesta de la ICCP ante el
crecimiento de la poblacin prisionera pasara por proponer, mediante obras y
barracones, las posibles ampliaciones de los campos del Monasterio de la Santa
Espina (hasta 2200), Lerma, San Pedro de Cardea (hasta 3000), y Aranda de Duero
(hasta 4000).
La realidad, en cambio, superara a las ambiciones. El mismo da de la prdida de
Teruel, y en los dos das sucesivos, los 2000 prisioneros que segn Salas Larrazbal
fueron capturados en la ciudad desde el 22 al 24 de febrero resultaron ser
muchos ms. Ya solamente a Miranda de Ebro fueron trasladados 2304 prisioneros
desde el frente de Teruel al poco de comenzar los combates. La 1. Divisin de
Navarra evacuara el 22 de febrero 894 prisioneros a Ordua; el 23, 800 a Estella, 550
a Murgia, y 462 a Ordua; el 24, 1812 a Miranda. Solamente el Cuerpo de Ejrcito de
Castilla apresara a 5100 soldados en los quince das previos a la toma de la ciudad.
Adems, los sucesivos avances a partir de principios de marzo, desde los Pirineos al
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Bajo Aragn, resultaran prcticamente incontenibles, y las largas listas de


prisioneros evacuados de la zona del frente as lo demuestran. Desde mediados de
diciembre a principios de enero, algo ms de 2000 prisioneros; nada comparado con
los 8200 de febrero, los 10 422 de marzo o los 18 046 de abril de 1938. De ellos,
entre marzo y finales de abril se evacuaran a campos de concentracin 30 513[10].
En todos los campos hubo situaciones como la descrita, de crecimiento rpido del
volumen de internamiento. No en vano en 1938 se trasladaron desde San Gregorio
casi 75 000 prisioneros de guerra. Con una capacidad de unos 2000 prisioneros, y
aunque las cifras mensuales de internados en el mismo no rebasasen los 1300[11], es
evidente que la celeridad y la improvisacin fueron norma: rpida clasificacin,
rpido traslado a otros campos de concentracin. En San Gregorio, a tenor de las
noticias documentales, se desarrollaba ms el trabajo de rpida clasificacin y sobre
todo evacuacin de los prisioneros del frente. La gran mayora de ellos se trasladaban
a Miranda de Ebro, campo base donde se realizaba una nueva divisin, donde se
crean los BB. TT. o los prisioneros pasaban a ser presos polticos. Ello es reflejo, por
tanto, de la caracterstica fundamental del campo de San Gregorio: fue lugar de
clasificacin y evacuacin; en l se realizaron los primeros interrogatorios, las
primeras peticiones de avales.
Se conoce, adems, que en enero de 1938 se pidi el traslado al interior que se
deneg, por alejarlos de los tribunales militares de los detenidos gubernativos.
Estaban, gubernativos y de guerra, literalmente hacinados, lo que oblig a arreglar el
campo de San Juan de Mozarrifar, cercano a la ciudad de Zaragoza, para vaciar, como
mnimo, de 2000 presos los locales de la Academia. Los traslados se convirtieron en
urgentes y masivos, sobre todo cuando eran clasificados C y D, es decir, supuestos
criminales ms propios de estar en una prisin que en un campo de prisioneros cuya
finalidad es la clasificacin. De tal modo, en enero de 1938 se trasladaron de San
Gregorio a la Crcel de Torrero (Zaragoza) 183 internados por su supuesta
peligrosidad al estar sometidos a procesos judiciales[12]. Pero ello no siempre se
realiz en el mejor de los modos posibles: hay noticias de traslados que debieron
realizarse a pie; otros muchos fueron aplazados por falta de escolta o de personal de
vigilancia dentro del campo[13].
En San Juan de Mozarrifar se albergaba un batalln del CTV mussoliniano
indicaba su jefe, Felipe de los Santos Alonso, aparte del Batalln de Trabajadores
n. 20, creado en el campo de Llanes (Asturias). Elementos que, en febrero de ese
ao, y en vista del crecimiento del nmero de prisioneros, se decidi que lo
abandonasen para destinar el recinto exclusivamente a campo de concentracin, con
capacidad para unos 1800 hombres que enviasen del frente donde se realizaran,
desde entonces, bsicamente interrogatorios y clasificaciones bajo la supervisin de
un teniente, un capitn, tres sargentos, seis cabos y un capelln. La necesidad de
evacuar en 1938 a los batallones alojados en la fbrica papelera estaba determinada
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por la obligacin de desalojar San Gregorio: all, los prisioneros tenan que dormir
hasta por los pasillos. Para ello, era necesario colocar ventanas, poner la instalacin
de luz y bombillas, poner alambradas en el permetro del campo y arreglar el motor
de elevacin del agua. Lo cual da buena muestra de cul era la situacin del campo.
La actividad de evacuacin e interrogatorios, y de entrada y salida de prisioneros, fue
frentica desde entonces: en los primeros das de vida del campo, fueron 1232 los
trasladados, entre ellos Marc Torres, quien de hecho vivi el paso de uno a otro
campo entre insultos y agresiones por parte de los ciudadanos zaragozanos que
contemplaban los camiones repletos de prisioneros. Sin embargo, de los campos, y
especialmente de San Gregorio, no guarda mal recuerdo: se coma relativamente bien,
y a estar hacinados ya estaban acostumbrados tras dormir en las trincheras del
frente[14].
No eran los nicos campos en territorio aragons. Relacionado con esos, el campo
de Jaca supuso un cierto contrapunto a la provisionalidad general del sistema
concentracionario franquista. Enclavado en la Ciudadela, era utilizado como campo
de internamiento temporal, si bien se reconoca su falta de higiene (estaba habilitado,
segn el servicio mdico de la Inspeccin, para 120 internos), su aislamiento
incompleto lo que abre la perspectiva de historiar un posible contacto de los
internados con los habitantes de la ciudad y la miseria que lleva[ba]n los
condenados. El campo de Jaca se usaba, obviamente, como centro de reclusin
penal, en el mejor ejemplo del uso de la red concentracionaria franquista como
sustitutivo de las atiborradas crceles. Pero se trat de una extraa excepcin dentro
del marco concentracionario franquista: los otros tres campos importantes en el
territorio aragons lo fueron tambin de clasificacin. De mucha menor entidad
cuantitativa y cualitativa que San Gregorio y San Juan de Mozarrifar, los campos de
Barbastro, Cariena-Caminreal y Calatayud asumieron el peso de la evacuacin en
mucha menor medida que el resto de campos aragoneses.
El campo de Calatayud, abierto en enero de 1938, pareca ser especialmente
molesto. All las condiciones de vida eran como mnimo mejores que en las crceles,
puesto que los aproximadamente 150 prisioneros tomaban el sol en las galeras,
aparte de mezclarse con la tropa del 10. Regimiento de Artillera, segn sealaba su
jefe, Prudencio Macaya. ste pidi su evacuacin reiteradas veces, puesto que se
atenta[ba] con un ejemplo pernicioso a la moral del soldado ante la visin de
penados[15], lo que afectara sin duda a la disciplina. Y es que, por lo visto, los
prisioneros del cuartel de Calatayud estaban all en espera de la inauguracin de otro
campo en la ciudad. No se pone en duda que, adems, la masificacin de este campo,
sin duda de escasa capacidad, afectase tambin al rgimen interno del cuartel. Pero s
que las quejas fuesen atendidas: su cierre no se produjo hasta abril de 1939.
Tambin en un cuartel, pero con mayor capacidad (unos 3000 prisioneros) pero
menor vida (de septiembre de 1938 a agosto de 1939), se estableci el campo de
Barbastro, del que se dispone de pocas noticias; tan slo la necesidad de 250 hombres
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para su vigilancia. Provisionalidad que tambin marc la historia del campo de


Cariena (Zaragoza), separado por 73 kilmetros del de Caminreal (Teruel) pero
adscrito bajo la misma administracin: su funcin no era otra que la del interrogatorio
y la evacuacin. Por su campo gemelo, Caminreal, pasaron muchos de los prisioneros
tomados en Teruel y en la batalla del Alfambra. Desde all, entre el 15 de diciembre
de 1937 y el 31 de enero de 1938, se evacuaron a retaguardia 2215 prisioneros; 4123
en las operaciones del Alfambra, y 3589 en la toma de la provincia de Teruel, aparte
de 268 prisioneros tomados en Vivel del Ro. Fueron 10 105 prisioneros en un solo
campo y en un perodo relativamente corto, evacuados tras los interrogatorios a
Ordua, Murgia y Estella, a velocidades casi rcord: 2706 fueron trasladados entre el
23 y el 25 de febrero de 1938. Y es que los campos de concentracin tendran durante
el avance sobre Aragn mucho de provisional, al depender de unidades mviles en
liza y no de la ICCP. Caminreal, por ejemplo, reciba los prisioneros de los centros de
Balaguer, Alcaiz centro que en un mes evacuara ms de 9000 prisioneros,
Santa Eulalia, Huesca, Fraga, Teruel, pero ante todo los prisioneros de la batalla de
Belchite-Alcaiz[16].
Los Cuerpos de Ejrcito que operaron sobre Aragn establecieron, ellos mismos y
sin consultar a la ICCP, los planes de evacuacin, interrogatorio y clasificacin de los
prisioneros de guerra. Las unidades franquistas los enviaran a campos de
concentracin de la ICCP slo cuando resultasen de dudosa adhesin al Movimiento:
a San Pedro de Cardea si quedaban detenidos a disposicin de las auditoras de
guerra, y a Miranda de Ebro si de la clasificacin resultasen dudosos. Antes de ello,
los CE de Navarra y Aragn los evacuaran al centro de Binfar; el CE Marroqu a
Caspe, los CE del Maestrazgo y Navarra a Alcaiz. Desde los tres centros, la
evacuacin se realizara a San Juan de Mozarrifar y San Gregorio, en Zaragoza, a
veces a travs de los centros de Utiel (CE Marroqu) o Santa Eulalia (CE Castilla)[17].
Historiar detalladamente estos centros, como el de Monreal (dependiente de la 150
Divisin Marroqu, y tambin utilizado por la 5. Divisin Navarra) o incluso los
ubicados en otras zonas de la Pennsula, como el de Logrosn (de la 19 Divisin,
cuyos prisioneros fueron puestos en febrero de 1938 a disposicin de la Junta
Clasificadora de Cceres, ubicada en el campo de Los Arenales)[18], queda lejos de
las pretensiones de este captulo. Para empezar, es difcil denominarlos campos de
concentracin (rara vez eran llamados as por sus oficiales); sin embargo, fueron el
punto de arranque de la historia de miles de prisioneros. Historias como las de
Eustasio Garca o Maximiliano Fortn, de la 43 Divisin republicana encerrada por
las tropas franquistas en la conocida como bolsa de Bielsa. El primero, evacuado a
Francia en junio, recordara aos despus que en Toulouse les ofreceran volver tanto
a Irn (para combatir por Franco) como a Catalua (para volver al Ejrcito de la
Repblica). Dividido el contingente entre unos 400 de los primeros (364, que fueron
internados en campos de concentracin a su llegada a la zona franquista) y casi 7000
de los segundos, nadie pudo evitar que acabasen a tiros entre los dos convoyes
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ferroviarios[19].
Sin embargo, es relevante que buena parte de los prisioneros de centros como
estos, o como los de Cariena o Caminreal, de evacuacin de donde salan los
primeros informes sobre los prisioneros, fuesen destinados a Miranda de Ebro. Por
Caminreal pasaran en marzo de 1938 cinco millares largos de internos destinados a
San Gregorio, al igual que en otros lugares de evacuacin de prisioneros (Balaguer,
Alcaiz, Santa Eulalia, Huesca, Fraga, Teruel)[20]. De la zona norte del Ebro pasaran,
por regla general tambin a Miranda, ms de 30 000 prisioneros. De hecho, el total de
ingresos en Miranda desde marzo a julio de 1938 result, simplemente, desorbitado.
Casi 50 000 prisioneros (49 415, para ser exactos), distribuidos de la siguiente
manera:

Prisioneros, que no evadidos o pasados. De hecho, en las cifras oficiales de la


ICCP de estas fechas parecen evitarse los recuentos separados de ambos grupos,
aunque fuesen ambos trasladados a campos de concentracin. Dar una cifra, por
tanto, fiable del nmero de desertores del campo republicano al franquista es una
tarea prcticamente imposible. Pero revisando el amplio fondo de expedientes
personales albergado (ms bien, abandonado) en Salamanca podra decirse que, al
menos durante 1938 y, sobre todo, en 1939, el nmero de pasados fue en claro
aumento, aun cuando la Repblica hubiese reinstaurado la pena capital para los
desertores, segn se declaraba en el decreto firmado por Manuel Azaa e Indalecio
Prieto:
Artculo primero. Ser considerado desercin frente al enemigo:
a) La falta de presentacin, al ser llamado a filas, de cualquier recluta, dejando transcurrir las tres listas
consecutivas de ordenanza.
b) La ausencia, durante las tres listas consecutivas, de su cuartel o residencia, por parte de cualquier

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soldado o clase del Ejrcito, salvo orden superior que acredite fehacientemente la legitimidad de la ausencia.
c) La ausencia de filas, no hallndose en acto de servicio, durante tres listas consecutivas de ordenanza.
Artculo segundo. Los reos de desercin comprendidos en el apartado a) del artculo anterior sern
castigados con la pena de seis a veinte aos de internamiento en campos de trabajo, sin perjuicio de su servicio
militar en la actualidad, que cumplirn en Batallones disciplinarios.
Artculo tercero. Los reos de desercin comprendidos en los apartados b) y c) del artculo primero sern
castigados con la pena de doce aos de internamiento a la de muerte, sin perjuicio, los que sufrieran esta
ltima pena, de su servicio en filas en la presente campaa, que habrn de prestarlo precisamente en
Batallones disciplinarios.

Las victorias franquistas y el miedo a la represin desencadenada por los propios


mandos republicanos, segn se deca en los papeles oficiales de los sublevados, no
hacan sino alentar las deserciones en masa, la huida a la verdadera Espaa, la
delacin. Sin un tratado especfico que haya trabajado el tema en profundidad, sin
embargo, es imposible valorar la importancia real de las informaciones dadas por los
evadidos y que se conservan junto a sus papeles y cartillas personales de partidos y
sindicatos en sus respectivos sobres de identificacin. Pero lo que es seguro es que
todo ello, como puede suponerse, implic una grave desmejora de las condiciones de
vida en los campos existentes, en particular en los utilizados para internar y clasificar
a los prisioneros. Como relata Flix Padn sobre el campo de referencia de estas
fechas, del que salieron la gran mayora de BB. TT., Miranda era un campo de
depuracin. Cuando llegabas habas pasado por la criba por 50 000 sitios, y desde all
salas a Batallones de Trabajadores, parques de ingenieros. En el campo el trato
era inhumano. Yo tuve tifus, fornculos, sarna, todo La vida era imposible, pero
no slo por la escasa capacidad, sino ante todo por la falta de previsin y de habilidad
real del Ejrcito franquista para manejar la situacin. De tal modo, estabas siempre
muerto de hambre, el cuerpo no tena resistencia para nada. Yo pesara unos 30
kilos no pesara ms yo. Adems, la desmejora de las condiciones de vida fue un
canal ms para la punicin simblica y la interiorizacin del miedo.
Me met en un barrancn inmundo, estilo cuadra. Haba un hoyito as, aquello estaba abarrotado, me
haban dejado un cacho manta de un metro por un metro, y as pas las noches, todo mojado Dormamos en
el barro, estaramos unos 5000 hombres, vascos, asturianos y de Santander. Luego ya empezaron a venir gente
de Aragn, Catalua Quiz los dos peores [campos] fueron Albatera y Los Almendros, pero yo creo que fue
en todos lados lo mismo. Porque lo de la latita de sardinas, la falta de agua y todo eso fue continuo. En
Miranda dormamos en el puetero suelo, en el barro[21].

La ofensiva sobre Aragn puso de nuevo en pie el debate entre la centralizacin


de todos los campos propugnada por la ICCP y la descentralidad implcita en la
apertura de depsitos dependientes de las unidades franquistas en los frentes de
batalla. As, de todo ello la ICCP pudo obtener, a mediados de 1938, una profunda
regularizacin (sobre el papel) de sus campos de concentracin, una verdadera
sistematizacin de la poltica de exclusin del enemigo, mas en la prctica result que
cada divisin en liza, cada Ejrcito, tuvo amplios espacios para la decisin sobre el
tratamiento de los prisioneros. Hasta la llegada a campos dependientes de la ICCP,
desde donde se trasladaba a los prisioneros a campos como San Pedro, Miranda,
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Trujillo, Ordua, Avils, Plasencia, Deusto o Los Arenales, stos deban pasar por
centros de los que puede decirse que, si la situacin de los campos estables era
penosa, la de estos provisionales era simplemente indecente. La provisionalidad era
tambin improvisacin: en los locales utilizados, en los repartos de comidas, en la
previsin de intendencia.
Los conflictos de poder en retaguardia, derivados de las polticas
homogeneizadoras que Franco impona desde su Cuartel General, se veran as
cristalizar en las relaciones dentro del poder nacional de manera especialmente
sangrante en cuanto tocaba a los prisioneros de guerra. Un ejemplo de la existencia de
esos espacios de decisin estuvo en las rdenes de apresamiento e interrogatorio,
dadas por cada Cuerpo de Ejrcito; stas de las que damos noticia, paradigmticas de
cmo se obtenan informaciones y se separaba a los mandos de los meros soldados
republicanos unos, usados como material valioso; los otros, como simple mano
de obra potencial, las dara el jefe de Estado Mayor del 5. Cuerpo de Ejrcito,
Daro Gazapo, en Zaragoza a 21 de marzo de 1938[22]:
1. Todo prisionero o presentado ser conducido a la mayor brevedad al Centro de Informacin Avanzado
de la Unidad que lo haya capturado y all sometido a un breve interrogatorio en relacin con las noticias que
interesen al mando de la misma. Sern despojados de las armas que lleven.
2. Seguidamente sern conducidos a la 2. Seccin del E. M. de la Divisin, donde se practicar
interrogatorio con arreglo al formulario y previo un registro detallado, ser formado el Sobre de
Identificacin
3. Reunidos en nmero suficiente para organizar el transporte, los prisioneros del da sern conducidos a
la 2. Seccin del E. M. del Cuerpo de Ejrcito (Puesto de Mando), debidamente custodiados y en unin al
sobre de identificacin y de una copia del interrogatorio militar que se le habr practicado en la Divisin. En el
Puesto de Mando del Cuerpo del Ejrcito quedar establecido el Centro de evacuaciones.
4. El Jefe de Polica del Cuerpo del Ejrcito organizar de acuerdo con la 2. y 4. Secciones del E. M. el
transporte de los prisioneros y presentados desde el Centro de evacuacin a la estacin de ferrocarril y
desde all, en el tren a Zaragoza, al Campo de Concentracin.
5. Los prisioneros que fueran Jefes y Oficiales del Ejrcito antes del Movimiento, quedarn en Zaragoza,
a disposicin de la Comisin Clasificadora de esta plaza.
6. Los prisioneros y presentados llegarn al Campo de Concentracin en unin de los Sobres de
identificacin, de los que se har cargo el Jefe de la fuerza encargada de su vigilancia, y all quedarn a
disposicin de la Comisin Clasificadora que corresponda

De todos modos, parece claro que la realidad fue la que se impuso y que el
proyecto homogeneizador de la ICCP del problema de los prisioneros de guerra hubo,
una vez ms, de chocar contra un volumen de aprisionamientos que solamente poda
gestionarse mediante la pluralidad de poderes. Y es que, paralelamente a los avances
por Aragn y Catalua, la red concentracionaria franquista se ampliaba y saturaba.
Creca, ya que casi todos los campos, entre marzo y abril de 1938, vieron fuertes
incrementos en el nmero de prisioneros que albergaban, sumando ms de 72 000 los
prisioneros bajo el control de la Inspeccin a primeros de abril de 1938 (entre campos
de concentracin y BB. TT.), siendo an ms el nmero de internados a finales de
marzo: ms de 81 000, a los que hay que sumar los que previamente haban pasado
positivamente el tamiz de la clasificacin y haban sido enviados al frente o en
libertad provisional[23]. Y se ampliaba, porque en este perodo nuevos campos seran
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puestos en funcionamiento plazas de toros, edificios fortificados, fincas rsticas


bajo el control de la ICCP, por ejemplo el de Los Arenales (cortijo a cuatro
kilmetros de Cceres), Plasencia o Villacastn, as como campos como los
habilitados en Lleida tras su conquista el 3 de abril de 1938 por las tropas del CE
Marroqu. De los internados en la Seu Vella de la capital ilerdense trataremos en
breve.
Otros campos, como el de Avils (vera multiplicarse por cuarenta su volumen de
internamiento), el de Medina de Rioseco (por diecinueve) o el de Logroo[24] (por
dieciocho) seran centros receptivos de bloques de prisioneros mucho mayores de sus
capacidades de absorcin y organizacin reales; mientras que otros, destinados
preferentemente al internamiento de prisioneros Ad y B, y para organizacin de
escuadras de trabajadores, se mantendran dentro de unos lmites o incluso
disminuiran. Entre los primeros, Len, Aranda de Duero, Cedeira, Camposancos,
Calatayud, Santoa, Talavera de la Reina; entre los segundos, Trujillo, Soria,
Badajoz. Entre 40 000 y 42 000 prisioneros de media resultaban de los estadillos
mensuales concentracionarios, donde hay que observar que, cada vez ms, la lentitud
en las clasificaciones supuso, primero, que prisioneros del norte y de Aragn se
mezclasen en los mismos campos; segundo, que ello daba cierta estabilidad interna,
adoptndose caractersticas que suplantaban la provisionalidad por cierta
permanencia casi penitenciaria en los campos; y tercero, que puesto que las acciones
militares se desarrollaban preferentemente por parte del Ejrcito del Norte, fue en
estas zonas donde fueron a parar la gran mayora de los prisioneros de guerra.

2. LA UNIFORMIDAD IMPOSIBLE. HACINAMIENTO, JURISDICCIONES Y


RECLASIFICACIN
No obstante, la ICCP trat de atajar esta situacin mediante una cierta
reorganizacin interna. A la vez que se buscaban nuevas localizaciones para instalar
campos de concentracin, el debate sealado sobre la opcin de la provisionalidad (y
precariedad) de los campos se vio alimentado por diferentes cuestiones. Una, la
progresiva devolucin de BB. TT. a los campos por su deficiente configuracin: el
Batalln n. 15, por ejemplo, fue enviado a Miranda para ser reestructurado, ya que
contaba con ms de 1200 soldados trabajadores debido a incorporaciones no
controladas por la ICCP. Dos, la progresiva interactuacin de la Inspeccin con
diferentes entidades de poder en la Espaa de Franco. As, cuando en marzo de 1938
se decidiese el uso del Instituto Manzanero de Santoa para campo de
concentracin (por sus excelentes condiciones higinicas), Martn Pinillos hubo de
bregar tanto con el general jefe de la Sexta Regin Militar, con la Comandancia de
Obras y Fortificacin, la Jefatura de Sanidad Militar de Santoa, con su alcalde y con
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el gobernador militar de Santander[25]. Lo que en realidad se defenda, ms all del


uso o no del instituto, era la importancia vital que para el desarrollo tanto de los
frentes de guerra como de la vida en retaguardia tena el correcto tratamiento del
problema de la acumulacin de prisioneros de guerra. De tal modo, Martn Pinillos
achacara que la negativa del delegado de Sanidad de Santoa a establecer un campo
responda a razones polticas que la Nueva Espaa ya ha desterrado, entorpeciendo
as la evacuacin de prisioneros ordenada por el Generalsimo. Por mucho que los
ndices de fiebres tifoideas hubiesen crecido en la localidad de Santoa hasta niveles
casi epidmicos, en buena medida por la mala instalacin sanitaria de sus campos
(que filtraban sus aguas fecales a los manantiales de agua potable), en abril de 1938
habra instalados en el instituto 960 prisioneros.
La realidad era apremiante: en el norte segua habiendo poblacin penal en el
campo de Murgia, y Vitoria no daba para ms (tena ms de 800 individuos en
crceles, entre penados por delitos comunes, presos polticos y prisioneros
clasificados C y D, sealados como peligrossimos por haber pertenecido a checas y
[estar] culpados de asesinatos)[26]. Pero y en el sur? Por ningn lado se observa la
posibilidad de trasladar a parte de la gran masa prisionera del norte a territorios sin
tantos problemas para alojarla, optndose casi siempre por la distribucin a centros
cercanos como San Pedro o Miranda. De todos modos, 1937 y 1938 fueron dos aos
de absoluto protagonismo militar de la zona septentrional de la Pennsula. No
obstante, y como se ver en el siguiente cuadro, tambin los campos de la zona sur
recibieron contingentes, mucho menores, de prisioneros de guerra. En realidad, la
guerra no se desarrollaba en el sur ante todo por el deseo de Franco de no dar
protagonismo alguno al general Queipo de Llano. Pero aun as, algunas acciones
como los ataques sobre Fuenteovejuna, el sur de la provincia de Badajoz o la zona de
Pozoblanco y Pearroya hicieron incrementar los ndices de aprisionamiento en la
Segunda RM[27]. As, los campos de concentracin de los que la ICCP daba noticia a
finales de abril eran:

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Como resultaba pues evidente,


El volumen del problema [era] enorme pues como hemos dicho, el nmero de prisioneros hasta ahora
capturados pasa[ba] de los 160 000 y esto no [era] nada ms que una pequea parte de los que con la ayuda de
Dios, el espritu de nuestras tropas, el genio del Caudillo y la pericia de nuestros Generales, ha[bra]n de ser
hechos en el porvenir prximo, cuando por la Espaa Nacional se d cima a la gloriosa gesta que es hoy su
afn casi nico.

Con estas palabras se refera Luis de Martn Pinillos al presente y al futuro de la


ICCP y de los campos de concentracin en abril de 1938. La trascendencia del
problema de los prisioneros de guerra haba de nuevo alcanzado una cima, desde el
inicio de las operaciones sobre Aragn, y resultaba de nuevo, como en el norte, una
carga que no era justo que el buen Pueblo Espaol [sic] tuviese que aguantar,
siendo los rojos, todos, culpables en menor o mayor grado de las calamidades
que se sufran en Espaa[28]. Ms de 160 000 prisioneros de guerra capturados y casi
un ao de vida de la ICCP daban pie para reflexionar en torno al tratamiento con el
que se les reciba en la Nueva Espaa, a los nuevos intentos de uniformizacin (esta
fue la fase de uniformidad imposible, como se va a observar) y a las diferentes fases
de las que se compona el problema, as como a los diferentes poderes que implicaba.
Dividido en dos fases, segn Martn Pinillos, la primera, la de Guerra, [sera]
distinta en absoluto de la segunda, la de la postguerra. La primera fase sera casi por
entero militar, mas luego la solucin debera pasar tambin por la implicacin de los
poderes civiles del Nuevo Estado. Y en ella, la ICCP no estara capacitada, tal y como
estaba organizada, para afrontar en su totalidad cuanto se derivase de los avances
territoriales de las tropas franquistas en materia de prisioneros de guerra. Amarga
conclusin esa de Martn Pinillos: como ya se ha ido desgajando precedentemente, el
coronel inspector tuvo siempre en mente que la ICCP fuese responsable directa en
todas las actuaciones sobre los prisioneros de guerra. En ese sentido, reconocera que
el organismo no [era] perfecto ni en su actual organizacin ni en la exacta
determinacin de su contenido, ni en la delimitacin de su dependencia y
jurisdiccin. Es decir, que en todo un ao de actuaciones an no se haban resuelto
cules eran sus lmites; no todos los campos de concentracin dependan
administrativamente de la Inspeccin; las unidades empleadas en los frentes no se
atenan a lo resuelto entre ella y el CGG; y en definitiva, que si hasta ahora todo
ha[ba] marchado, como suele decirse, como sobre ruedas, es porque en esta fase del
desarrollo del problema el alto espritu patritico de todos los que en este asunto
colaboramos, ha[ba] hecho acallar en muchas ocasiones nuestros particulares puntos
de vista, en aras de la concordia y en el afn de no crear conflictos. Era suficiente
el trabajo desarrollado? Se estaban cumpliendo los objetivos que la misma
inspeccin se haba impuesto? Evidentemente no, al decir de su inspector, y
observando en qu situacin se hallaban los campos de concentracin tras un ao
desde la creacin de la institucin que los haba de regularizar, y tras casi dos de
historia concentracionaria.
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Los elementos que componan esa actuacin, integrados en una concepcin de


intendencia que requera de una interactuacin de administraciones, hasta ese
momento estaban ausentes en el encauzamiento de los prisioneros de guerra. Por un
lado, la recepcin de stos, donde se integraban las materias de vestuario,
alojamiento, transporte, alimentacin, equipamiento bsico, vigilancia e inspeccin
policaca, rgimen interior en general era desastrosa. Por otro lado, la fijacin de sus
responsabilidades y la sancin judicial de ellas era larga y tortuosa. En tercer lugar, la
utilizacin, segn las normas humanitarias, del trabajo del prisionero como justa
reparacin al dao causado por su conducta a la Nacin (donde se implicaban la
clasificacin segn la capacidad fsica, la organizacin de Batallones de Trabajadores
y brigadas y equipos de trabajos especiales, as como la organizacin de las obras por
ellos realizadas) dependa de poderes ajenos. Y, por ltimo, la atraccin e
incorporacin del prisionero a la Causa Nacional mediante la instruccin elemental
y de cultura general del prisionero, la instruccin y propaganda religiosa, la
propaganda social segn las normas del Nuevo Estado patria, familia y deberes
para con la sociedad, la propaganda poltica, los ejercicios fsicos y deportes,
adems de paseos militares, fiestas conmemorativas, concesin pblica de premios a
los prisioneros que lo merezcan por su buen comportamiento, asistencia social a las
familias de los prisioneros como deber cristiano y de atraccin a nuestra causa,
etctera, existan slo gracias al voluntarismo de los jefes de campo. Todo ello
implicaba una verdadera centralizacin administrativa que, a la vista de cmo haban
funcionado las cosas hasta abril de 1938, de hecho no haba cristalizado.
Especialmente difcil era el problema de fijar los lmites jurisdiccionales y
administrativos del poder sobre los prisioneros de guerra. No estando especificada la
dependencia de la ICCP, si era del CGG o de la MIR, en cada situacin las
beneficiadas de tal vaco de poder que se reflejaba sobre todo en el momento de la
toma de prisioneros y en sus evacuaciones a retaguardia eran las grandes unidades
militares, que establecan sus modos de actuacin desde el aprisionamiento a la
clasificacin, momento en el que, segn este modelo, entraba en juego la Inspeccin
de campos. Por ello, para Martn Pinillos saltaba a la vista que la misin de la ICCP
deba terminar de definirse por alguna disposicin oficial; y definir cul era la
dependencia de la Inspeccin resultaba fundamental, aunque a pesar de ello, la
fuerza incontestable de la realidad [hubiese] hecho que prcticamente la Inspeccin
de Prisioneros dependiese] exclusivamente del Cuartel General del Generalsimo.
Por ello, a juicio del Inspector convena resituar el lugar de la ICCP: la clasificacin
dependa en realidad de Cuerpos de Ejrcito, divisiones y auditoras de guerra; la
creacin de Batallones, de la MIR. Dnde quedaba, pues, la Inspeccin, si ni tan
siquiera para regir los campos de concentracin, o para ejecutar obras en su interior,
tena autonoma administrativa ni recursos?
En realidad, no es que la ICCP tuviese escasas responsabilidades, sino que lo que
se quera era englobar todas las que la guerra haba impuesto que fuesen distribuidas
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entre las unidades militares que actuaban sobre los frentes. Sobre todo, cuando a
principios de 1938 apareciese un rival de peso en el Ministerio de Gobernacin para
monopolizar el paso de los prisioneros a la Nueva Espaa de Franco: el Servicio de
Regiones Devastadas, promovido directamente por el cuado de Franco y hombre de
gran peso poltico en el lado franquista, Ramn Serrano Ser. Los campos de
concentracin, en definitiva, deban dejar de considerarse centros temporales y
provisionales, para hacer de ellos centros reeducadores, campos de trabajo. Reflejo de
un proyecto social totalizante, los campos de concentracin deban dar el paso
adelante que, tras la experiencia adquirida en el frente Norte de la guerra, tanto
deseaba Martn Pinillos. Y ello, en buena medida, habra de venir de la frrea
colaboracin con la administracin del recin creado gobierno de Franco, en especial
con el Servicio de RR. DD., rival de la ICCP no en materias de prisioneros (a sus
trabajos, en principio, slo llegaban penados), sino en ambiciones.
En base a la situacin existente, a las ambiciones concentracionarias, y sobre todo
a las nuevas posibilidades que se abran y se avistaban en el horizonte blico,
Regiones Devastadas pareca el organismo llamado a hacer realidad el deseo de
Martn Pinillos de hacer de los campos de concentracin centros de trabajo donde los
prisioneros redimiesen sus pecados polticos y se hiciesen hombres nuevos para una
nueva patria. En definitiva, Martn Pinillos deseaba que sus esfuerzos, empleados en
regular y homogeneizar la situacin de los prisioneros de guerra, as como en
establecer un rgimen de trabajos forzosos, no se viesen empaados por una
institucin dependiente de la administracin civil. El mismo cuado de Franco se
mostrara de acuerdo con la slida colaboracin entre las dos instituciones, por tres
motivos: porque as la horda roja reconstruya] lo que ha[ba] destruido, con su
mano de obra barata, dignificndose los prisioneros en el trabajo para que dejasen
de ser parsitos del Estado[29].
Para ms informacin, las ambiciones de remodelar el aparato concentracionario
habran de devenir, en la mente del coronel inspector de la ICCP y con el beneplcito
del ministro ms cercano a la Alemania nazi y a la Italia fascista, en la creacin de
Campos de Concentracin de Prisioneros Trabajadores, donde la disciplina en el
campo y en el tajo sera rigurosa, no permitindose indolencia, desgana alguna, y no
tolerndose en absoluto el ms insignificante decaimiento, ni la ms breve
conversacin y regulando rigurosamente y en forma peridica y colectiva el
abandono del trabajo para la evacuacin de necesidades corporales. De tal modo, no
fue hasta el primer tercio de 1938 que se empez a hablar de establecer un rgimen
especial de campos de trabajo, en los que se mezclaran prisioneros clasificados como
dudosos y penados que empezasen a redimir pena con sus labores, descontando das
de condena por das en los trabajos. Campos de trabajo, de tal modo, pueden y deben
ser entendidos los creados bajo los auspicios de RR. DD. con la colaboracin de la
ICCP. Como se ha explicado en el captulo 1, los Batallones de Trabajadores jams
fueron denominados de tal modo. Y es que, por culpa de la ofensiva sobre Aragn y
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Catalua, la acumulacin de prisioneros y presos oblig a pensar nuevas medidas


beneficiosas para la Nueva Espaa con que afrontar dicho problema.
La poblacin penada y prisionera en la Espaa de Franco supuso un grave
problema a lo largo de toda su historia y, sobre todo, durante la guerra civil y la
posguerra[30]. Es ms, podramos decir que fue una de sus constantes ms claras y
que, por tanto, fue una de las bases mismas de su poder. Todas las zonas de la Espaa
nacional compartan en 1938 esa dificultad. En Andaluca, un informe de Luis de
Martn Pinillos enviado en mayo de ese ao al Ministerio de Justicia tras una visita
del auditor a los centros penales de la Segunda RM hubo de levantar una fuerte
polvareda institucional, a la vista de lo que deca: en las zonas dominadas por el
Ejrcito del Sur de Queipo de Llano, la situacin de ms de 14 000 presos, hacinados
en crceles y penales preventivos y de partido, haba llegado a un estado crtico[31].
La larga duracin de la situacin, al haber sido una de las primeras zonas liberadas
(la irona del trmino es aqu ms evidente si cabe), haca que mantener la actual
situacin significa [se] un verdadero peligro en todos los rdenes, creando un
estado sentimental inevitable y poco favorable a la espiritualidad que ha de tener
nuestro Movimiento.
Algo que se repeta a lo largo y ancho del territorio franquista: las prisiones
militares para jefes, oficiales y suboficiales republicanos con algo de capacidad se
reducan a doce[32]. As, aunque fuera de sus competencias, el coronel inspector de la
ICCP no poda sino preocuparse por esa situacin, hacindose eco de lo que ya era un
clamor, voceado incluso por Queipo de Llano, quien propona la creacin de
Campos Reguladores de Trabajo en Mlaga y Sevilla[33], a razn de 2000 y 3000
prisioneros. Poco antes, se instaba desde Sevilla a la utilizacin de los penados en
obras interrumpidas por la dificultad de conseguir mano de obra, lo que representara
ventajas de ndole moral para los propios penados, que de ese modo abandonaran
la holganza hacinada [sic] en que viv[an] para convertirse en elementos tiles y al
mismo tiempo, por el descargo natural para la economa general que no tendra que
preocuparse del sostenimiento de los mismos. Ese clamor fue recogido por el
Ministerio de Justicia el 7 de octubre de 1938, mediante la creacin del sistema de
Redencin de Penas por el Trabajo[34], que daba carta de oficialidad al uso de la
mano de obra no ya slo prisionera sino tambin penada por un Tribunal Militar, de
modo que los presos podran, a menos que fuesen comunes o estuviesen condenados
a la pena capital, descontar das de condena por das de trabajo.
Pero no adelantemos acontecimientos, ya que no slo las prisiones estaban
saturadas en la Espaa de Franco, cosa ms o menos conocida con datos precisos,
sino que tambin sus campos provisionales o estables lo estaban. Tanto, que en abril
de 1938 se haca urgente encontrar alojamiento para los ms de mil prisioneros de
guerra considerados peligrosos por la ICCP y su naciente servicio de
investigaciones, para lo cual fueron revisados algunos centros ya utilizados
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previamente para internamiento de prisioneros de guerra. De tal modo, los centros de


Ordua y la Ciudadela de Pamplona fueron objeto de un inters que ms tarde fue
corroborado como impropio. El centro navarro, con sus ocho naves de dos pisos,
estaba en estado prctico de ruina y el aislamiento de los internados se haca casi
imposible, al habitar en la Ciudadela familias de militares, talleres y civiles. El centro
observado en Ordua, el Cuartel de la Aduana con dos grandes dormitorios de 600
personas pero pocos retretes estaba en un lamentable estado de conservacin, sin
cristales en las ventanas, arrancadas las cocinas y sin instalacin elctrica. Los altos
costes para ponerlos a punto (30 000 y 10 000 pesetas, respectivamente) haran
desechar ambas propuestas, relegando una vez ms por falta de presupuesto y de
organizacin un proyecto central para la ICCP, el de segregar a los prisioneros
considerados dscolos por parte de su administracin directa en los campos de
concentracin[35].
Lo que no se detuvo en ningn momento fue la creacin de unidades de
trabajadores a cargo de la ICCP. Como demuestran las cifras de internamiento en San
Pedro de Cardea, campo de concentracin de referencia en estas fechas para la Sexta
RM junto al de Miranda de Ebro y, en buena medida, para todo el Ejrcito del
Norte, independientemente de su uso para el internamiento de prisioneros de
guerra extranjeros, el campo burgals fue sobradamente utilizado para la creacin de
Batallones de Trabajadores y, de hecho, buena parte de las altas provenan de otros
campos con el fin de encuadrarlos en un Batalln. Los campos de Pamplona, Deusto,
San Marcos, Ordua, Camposancos, Rianjo, Avils, Logroo, San Sebastin o
Medina de Rioseco enviaron numerosos prisioneros ya clasificados en las categoras
Ad y B por las comisiones de clasificacin de las auditoras de guerra. As, como
sealaba el jefe del campo, Jos Diez Garca, 54 prisioneros espaoles haban salido
del campo en marzo de 1938 para trabajos especializados en fbricas de Trubia; 105
en mayo para transmisiones, en Zaragoza, as como 110 ms como obreros
especializados en diferentes labores. Funcin esta de San Pedro que no se detuvo por
la incorporacin en abril de los interbrigadistas para empezar, estaban radicalmente
separados, observndose entre junio y diciembre la salida del campo de 300
prisioneros encuadrados en un BB. TT. para el muelle de Vinaroz, 296 y 255 para
otros dos BB. TT. el 5 y el 25 de julio respectivamente, 208 para una unidad de
trabajadores en Castelln y, ya finalizada la guerra, de 250 ms para un BB. TT. el
n. 42 en Ciempozuelos (Madrid), 322 para el n. 14 (Zaragoza), 200 y 66 para el
gobernador civil de Soria y el BB. TT. soriano de FET-JONS respectivamente, 418
para el BB. TT. n. 100 de Crdoba, 139 para el BB. TT. n. 25 de Almacellas
(Lleida), 83 para el BB. TT. n. 128 de Toledo, 100 para el BB. TT. de Garrapinillos,
280 para el n. 3 de Sevilla la Nueva (Madrid), 163 para el n. 41 de Talavera de la
Reina, 126 para el n. 126 de Fuente del Arzobispo (Toledo), e incluso tras el cierre
oficial del campo, cien para el campo de Deusto y 19 para el de Miranda.
Eso, amn de otros traslados de prisioneros considerados intiles para el trabajo,
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que eran destinados al campo de Haro: 1150 prisioneros en total fueron enviados
desde San Pedro amn de unos 250 de Lerma en 1938 al campo riojano,
organizado en una fbrica de curtidos a peticin de la ICCP desde junio de 1938, de
condiciones excelentes por la amplitud de sus naves y servicio de aguas y
letrinas[36]. Con unas cuantas obras (como levantar una tapia cada para instalar en
ella las alambradas, o tapiar unas ventanas, cosa que hicieron 50 prisioneros albailes
del campo de Miranda), y con el cuartel de la Guardia Civil a 20 metros escasos, el
campo de la fbrica, unido a otro local menor usado como taller-escuela para
prisioneros invlidos, fue pronto puesto a disposicin de 2500-3000 internados. La
nica recomendacin que desde la superioridad se realizaba era tener cuidado con el
gran ncleo de izquierdistas presente en la poblacin.
Antes, por tanto, del 25 de julio de 1938 (fecha de inicio de la posiblemente ms
sangrienta batalla de la guerra civil, la del Ebro), las tropas franquistas se dedicaron a
apuntalar los logros obtenidos por la ofensiva que haba desembocado en la llegada al
mar y la ruptura en dos de la zona republicana. De tal modo, los combates en el
Pirineo ilerdense de mayo y junio, o la ocupacin de la ciudad de Castelln por parte
de las tropas de Aranda, as como la progresiva ofensiva sobre Valencia, amn de
otras acciones como los ataques de Queipo de Llano sobre Extremadura (la bolsa de
Don Benito[37]) implicaron la toma y traslado de prisioneros a campos de
concentracin. Las cifras de prisioneros dadas por la ICCP al Cuartel General de
Franco son en buena medida significativas de los derroteros que tomaba la guerra.
Que en abril de 1938 fuesen contabilizados 13 958 prisioneros, 8454 en mayo, 11 940
en junio y tan slo 2296 en julio da buena idea de cundo los campos de
concentracin pasaron por sus momentos de mayor dificultad organizativa. De hecho,
hasta julio de 1938 se haban tomado en los frentes de Aragn y Levante ms de
60 000 prisioneros[38]. Durante el Segundo Ao Triunfal (de julio de 1937 a julio
de 1938) se haban conquistado 55 349 kilmetros cuadrados, tres capitales de
provincia (Santander, Lleida y Castelln), 51 cabezas de partido judicial, 838
ayuntamientos, con una poblacin de 1 784 000 habitantes incorporada a la zona
nacional.
Las instrucciones dadas a los Cuerpos de Ejrcito para el traslado y clasificacin
de los prisioneros de guerra no hacen sino afianzar la idea de que la ICCP se estaba
quedando atrs, con respecto a las conocidas como Grandes Unidades, en cuanto al
tratamiento de los presos[39]. En particular, el Ejrcito del Norte establecera los
centros de evacuacin de Monzn, Celia y Vinaroz y utilizara los campos de San
Juan de Mozarrifar y San Gregorio para internar y clasificar, o bien solamente para
reagrupar y trasladar, a los sucesivos contingentes. Tras la toma de Castelln, el CE
de Galicia establecera all el ncleo original de un campo de concentracin estable,
que tambin fue utilizado para internar a los prisioneros de la Brigada Flechas
Negras. Algo que, por cierto, lamentara Luis de Martn Pinillos algunos meses ms
tarde, ya que dicho campo no slo serva para reunir a los prisioneros por
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contingentes, sino tambin para practicar all mismo su clasificacin. Preguntado al


respecto el ministro de Defensa Nacional, Fidel Dvila, respondera: existe en
Castelln desde la entrada de las tropas nacionales un campo de concentracin de
prisioneros establecido en el Cuartel de San Francisco, del que es Jefe el Capitn de
Carabineros retirado Don [ilegible] De los Santos. Cuando el 6 de julio fuese
designada la Comisin Clasificadora dependiente de la Auditora de Guerra del
Ejrcito de Ocupacin, se dio a entender que ese campo dependa de la Delegacin de
Zaragoza de la ICCP. Sin embargo, eso jams sucedi.
Como se deca en las rdenes correspondientes, los traslados habran de hacerse a
retaguardia en los convoyes de trenes de abastecimiento, a su retorno, encargndose
los Cuerpos de la custodia de los prisioneros y del rellenado de los sobres de
identificacin de cada uno, el primer paso para las clasificaciones ulteriores. Adems,
para evitar que entre poblacin prisionera y penada se desbordasen los centros de
internamiento, 800 presos fueron trasladados en estas mismas fechas de la crcel de
Lleida a Barbastro. Como se seal en junio de 1938, en aras de dar homogeneidad al
tratamiento de los prisioneros de guerra en los campos divisionarios, cada divisin
tendra un Centro de Concentracin Divisionario donde se completaran las
informaciones y se rellenaran los sobres de identificacin. Tal y como se deca, un
Centro de Concentracin se improvisa fcilmente en algn cortijo con un oficial y
algunos individuos de la Polica Militar de la divisin y un camin o unas parejas de
Caballera para las conducciones, se sealara para las divisiones que actuaban en el
sur[40].
Eso, por cuanto respecta a la vida de los campos franquistas en vanguardia.
Porque, en retaguardia, los objetivos de la ICCP y del Cuartel General de Franco
empezaron a encaminarse, en estos meses, hacia un objetivo ya deseado desde
principios de 1938: el de revisar y reclasificar, cuando fuese necesario, la situacin de
los prisioneros aprehendidos durante la cada del frente Norte. No faltan datos que
apuntan hacia la necesidad de desarrollar tal reclasificacin: por ejemplo, en mayo de
1938 se pudieron or las quejas derivadas de la desercin y armamento de varios
prisioneros trabajadores del BB. TT. n. 5 de Arapiles, los cuales, segn se sealaba,
eran peligrosos ya que haban sido comisarios polticos en el Ejrcito republicano,
cosa que no se haba detectado en la primera clasificacin. No era el nico lugar
donde la clasificacin haba originado problemas: segn Martn Pinillos, se daba
frecuentemente el caso de prisioneros de guerra que, empleando nombres falsos u
otros subterfugios, demoraban su paso a BB. TT. o creaban complicaciones
mayores, como la desercin de las filas franquistas una vez eran incorporados tras el
paso por la Caja de Reclutas[41]. Por otro lado, existan tambin quejas sobre la
llegada de prisioneros con antecedentes delictivos a campos de concentracin,
presuponindose el carcter punitivo de estos ltimos[42]. Todo eso, aadido al deseo
de obtener trabajadores cualificados para trabajos especficos no exclusivamente
militares y que requeran de una cierta especializacin, movi a desempolvar un viejo
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proyecto que implic, de nuevo, la puesta en marcha de todos los recursos de la ya


desgastada ICCP, y que la tendra empeada hasta bien entrado el ao 1939.
Desde principios de 1938 la idea de reclasificar a los prisioneros con familia en la
zona franquista, con buenos antecedentes y que hubiesen demostrado un buen
comportamiento como internados en campos BB. TT. comenz a ser algo cotidiano
en los escritos de los responsables de los campos franquistas. Lo que se pretenda con
ello era dotar de mano de obra a las industrias militarizadas por el Ejrcito (de
anterior uso civil, ahora encaminadas a las necesidades blicas). De tal modo, los
prisioneros que slo faltaron a su deber de espaoles porque estaban moralmente
envenenados encontraran la paz y trabajo con verdadero amor a la Patria.
Asimismo, se hara justicia con quienes no hubiesen podido demostrar su afeccin al
Movimiento, mediante el envo al frente de batalla[43]. Por tanto, la reclasificacin de
prisioneros en BB. TT. y campos de concentracin estables tuvo por objeto ante todo
a los clasificados previamente en los apartados de dudoso y desafecto.
Realizada por las propias comisiones de clasificacin que hubiesen dictado en el
primer caso, la revisin de cada expediente se verificara tras la solicitud del
interesado o de sus familiares si estaban en zona franquista, y dependera de la
conducta y espritu de trabajo del individuo durante el tiempo de permanencia en el
Campo as como a los signos externos de su mayor o menor afeccin al
Movimiento. Es decir, que para poder salir de un campo en virtud de las
reclasificaciones, sera necesaria la demostracin del arrepentimiento, la aculturacin
y la reeducacin. El precio era alto, pero el beneficio tambin: si se daba el caso de
tratarse de un prisionero fuera de edad militar, gracias a la revisin del expediente
podra volver a su hogar y dejar atrs las penurias del campo o del trabajo forzoso.
Todo ello, no obstante, debera contrastarse de nuevo con las opiniones al respecto de
los delegados de Orden Pblico, FET-JONS, alcaldes y Guardia Civil de la localidad
de origen del interesado[44], en aras de evitar futuras deserciones o la instalacin de
desafectos en la zona liberada. A fin de cuentas, el espritu de la reclasificacin era
el de atraer a la Causa Nacional al mayor nmero de engaados.
El proceso de reclasificacin e investigacin de los prisioneros trabajadores sera
ms lento y arduo de lo que la propia ICCP pudo prever. Pero, no obstante, eso no fue
traba para que algunos prisioneros de guerra dependientes de la Inspeccin se
incorporasen a trabajos especializados o no exclusivamente militares. De tal modo,
los proyectos de repoblacin de la Sierra de la Demanda y el de la carretera de
Ciudad Rodrigo a Fuentes de Ooro, con unos cien presos por obra, as como otros
gestionados por particulares y corporaciones municipales, empezaron a llegar a las
oficinas de la CTA en Burgos[45]. Hecho utilizado por Martn Pinillos para aseverar
que el modelo correcto para la utilizacin de mano de obra prisionera en trabajos no
militares era el que l mismo haba impuesto en el Batalln Minero en las minas de
hierro de Bilbao. Asimismo, en mayo de 1938 se comenz a tramitar la concesin de
1500 prisioneros para la provincia de Mlaga y 2000 para la de Sevilla, clasificados
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Ad y B. Seleccionados de Deusto y otros campos, su misin fue la de terminar el


aerdromo de la primera ciudad, reparar y recuperar el material ferroviario de la
Compaa del Oeste y de la MZA, participar en las obras de reconstruccin de ambas
ciudades en particular, del paseo martimo malagueo, de sus lneas de
comunicacin, de las Marismas del Guadalquivir, colaborar en las minas de hierro y
piritas de Sevilla e intensificar la labor de los talleres militarizados del sur. Aunque
Queipo de Llano considerase que no haba suficientes fuerzas de vigilancia y custodia
de los prisioneros cosa que llen de contrariedad al alcalde de Mlaga, para
albergarlos se dispuso la creacin de los campos del Cuartel de la Aurora, en Mlaga,
y el de Las Marismas, en Sevilla[46]. Campos que aparecern en su mxima
ocupacin en 1939, y que se uniran en el territorio del sur a los dependientes de las
juntas de clasificacin de Badajoz y Crdoba, y que tuvieron relacin directa con los
movimientos de tropas y ocupaciones territoriales realizadas en Extremadura en julio
y agosto de 1938.
As, en abril de 1938 se reglamentaran de forma precisa las condiciones de
trabajo de estos prisioneros cualificados. Los prisioneros trabajadores en industrias
militarizadas no podran vivir en sus casas y no percibiran ms que el salario de un
soldado, aadindose en su caso el subsidio familiar. Si trabajase en una industria
particular, percibira el salario normal, teniendo l el salario de soldado y la ICCP el
resto. Adems cosa novedosa se regul el vestuario del que deberan disponer y
la esttica que deberan adquirir, tanto en BB. TT. como en los campos de
concentracin. Los soldados trabajadores vestiran igual que los soldados, con un
gorro de forma cilndrica con una T pintada en negro y un brazalete blanco con una T
tambin negra, para diferenciarlos del resto de unidades del Ejrcito. Los prisioneros
que se encontrasen en campos de concentracin vestiran con un traje de forma
anloga a pijama, a rayas a ser posible, o en otro caso de un color distinto al de los
soldados. En el pecho, as como en el gorro cilndrico, llevaran una P negra bien
visible.
Por otro lado, para asegurar la correcta reclasificacin de los prisioneros
internados en campos o en BB. TT., se cre en junio de 1938 un Servicio Especial
de Vigilancia, denominado de Confidencias e Informacin, destinado a conocer
en todo momento el ambiente entre los trabajadores, sus ideas y sobre todo sus
proyectos, ya individuales o colectivos. Es decir, vigilarlos y conocer sus posibles
tramas polticas, a travs de la delacin entre los propios prisioneros[47]. De tal modo,
no slo los prisioneros estaran mejor controlados en respuesta a los problemas
originados por la somera clasificacin poltica realizada en los campos a raz de las
tomas territoriales de 1937, sino que se asegurara que el proyecto de
reclasificacin no tuviese los mismos fallos. Tras la seleccin de los prisioneros
adecuados, con tanto secretismo que ni tan siquiera los seleccionados puedan saber
que existen otros trabajadores que realizan la misma funcin, su misin sera la del
espa o confidente si bien se renunciase a usar en tales trminos, adoctrinados
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para que interceptasen la propaganda contraria al Movimiento Nacional, as como


posibles mentiras en la clasificacin. Se ofrecera premio econmico pero, sobre
todo, la elevacin espiritual, al estar colaborando con la justa causa franquista.
De tal modo, lo que se pretenda es que los propios prisioneros fuesen parte del
engranaje represivo que se cerna sobre los campos y Batallones: el de la inseguridad,
el enfrentamiento interno y la bsqueda de mejoras personales a travs de la delacin.
El total de delatores sera un mnimo de cinco por compaa, sin que pudieran
cambiarse, sin que se les usase para careos, y ratificando las acusaciones con las de
otros confidentes del Servicio Especial. El enlace con el Estado Mayor de cada
Ejrcito, as como con la ICCP, lo realizara la Guardia Civil.
Todos estos cambios apuntan en la misma direccin: la Inspeccin de los campos
hubo de resignarse a no ser la nica de la que dependiese el periplo de los prisioneros
de guerra en la Nueva Espaa de Franco. Hubo de asumir que su trabajo organizativo
no era suficiente para gestionar la clasificacin, el internamiento, la reeducacin y el
aprovechamiento de los soldados republicanos. Y hubo, por fin, de aceptar que otros
poderes, otros sistemas tal vez menos fogueados y de menor calado por cuanto tenan
que ver con la funcin social de los campos, como los centros divisionarios de
primera lnea, tratasen un asunto que Martn Pinillos crea exclusividad propia de la
ICCP. Se trat, en definitiva, de la uniformidad imposible. Un hecho que marc la
historia concentracionaria franquista hasta el final de la guerra civil, como podr
comprobarse.

3. SAN PEDRO, CAMPO DE INTERNACIONALES[48]


Antes, sin embargo, es conveniente dar cuenta de un hecho fundamental para la
historia concentracionaria franquista: el uso del campo de San Pedro de Cardea para
prisioneros de las Brigadas Internacionales. Mientras corra abril de 1938, una nueva
poltica para con los internacionales se desarrollaba en los despachos de Burgos: la de
reunir a los prisioneros de guerra en un solo campo de concentracin, donde
utilizarlos como moneda de cambio humana[49]. Los motivos fundamentales de tal
accin bien pueden hallarse en el deseo de hacer propaganda llegaron a
protagonizar portadas de peridicos sobre una serie de factores. En primer lugar, de
la evidente implicacin internacional en el bando republicano. Y en segundo lugar, de
la supuesta bondad del trato que los internacionales reciban, incomparable desde su
perspectiva con la que los rojos infligan a sus prisioneros. De hecho, y al decir del
exprisionero y comisario Carl Geiser, San Pedro era el menos malo de los campos
franquistas[50], por ms que l mismo estuviese muchas veces al filo del pelotn de
fusilamiento por la delacin, atajada a tiempo, del teniente portugus Fuentes,
tambin internado en el campo.
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Ms que prisioneros de guerra, eran prisioneros del hambre. Sin embargo,


detrs de todo eso lata por un lado la necesidad de intercambiar prisioneros de valor,
como los extranjeros, entre otros por los Flechas Negras italianos capturados por la
Repblica en la batalla de Guadalajara. Y por otro lado, el deseo de reafirmar ante la
Sociedad de Naciones la legalidad de la guerra, del golpe de Estado y de lo que en
Espaa se estaba llevando a cabo. Esos, junto con las condiciones de vida en el
campo, van a ser los temas que aqu se van a destacar. Haciendo de los prisioneros
internacionales propaganda de las bondades del confinamiento[51] y utilizando su
imagen y su carcter internacional para tratar con las potencias mundiales, los
nacionales pretendan mostrar al mundo la presencia de combatientes extranjeros y
decantar as el favor de la Sociedad de Naciones y del Comit de No Intervencin.
Adems, con ello pretendan ganarse la imagen de un Ejrcito y un poder, el
franquista, bondadoso, redentor y paternalista para con los descarriados, no slo
espaoles sino del mundo entero.
Fueron muchos los prisioneros republicanos que pasaron por San Pedro antes de
que ste se convirtiese en el campo para las BB. II. Entre ellos, el voluntario de Getxo
de dieciocho aos Santos Aurtenetxea, prisionero con la cada de Bilbao y enviado al
campo de San Pedro de Cardea, donde permaneci hasta la formacin del BB. TT.
n. 3, enviado a Brunete. Del mes escaso que permaneci en el campo no recuerdo
malos tratos. Pasamos indiferentes de todo[52] Y, de hecho, tampoco recuerda que
hubiese entre ellos interbrigadistas, porque en realidad no los haba. stos requeran
un trato especial como prisioneros de alto valor para el juego diplomtico y
justificativo sealar la presencia de comunistas extranjeros en Espaa era como
aseverar uno de los principios de la sublevacin: la dependencia de la Repblica de
agentes bolchevizantes y, por ello, antes de decidirse que los extranjeros fuesen
internados en San Pedro, las pocas notas alusivas hablaban claramente de la
necesidad insoslayable de que los prisioneros internacionales tomados en los frentes
de batalla no fuesen fusilados.
Hubo, claro est, internacionales entre los prisioneros de las grandes batallas de
1937. En Brunete, por ejemplo, estaba Lou Ornitz, de la 15 Brigada Internacional,
quien dej escritas sus experiencias para los Amigos de la Brigada Abraham Lincoln
en 1939 a fin de recordar que, entre los interbrigadistas, la guerra era una causa
universal de defensa de la democracia, incluida la americana. Crea que estableciendo
un anillo de democracias alrededor de Italia y Alemania, EE. UU. y Sudamrica se
mantendran ajenos al fascismo. Su captura en el frente Norte fue paradigmtica:
interrogado en el cuartel general fascista por un general espaol, un agente de la
Gestapo y un agente de la inteligencia italiana, declar ser conductor de ambulancias
lo cual, por lo visto, hacan todos, lo que no le salv de sufrir golpes constantes
de los oficiales, lo que era una indicacin de que los fascistas haban sufrido
contratiempos las palizas servan de barmetro de la situacin militar[53]. El
interrogatorio acab cuando perdi el conocimiento, por la paliza recibida por dos
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moros de Regulares: Better that just shooting us, algunos prisioneros pedan ser
fusilados como soldados, y no torturados como animales.
La situacin en los campos que conoci antes de su traslado en abril de 1938 a
San Pedro de Cardea fue en muchos casos extrema: en Talavera de la Reina, donde
haban sido trasladados antes los pocos prisioneros de la batalla de Guadalajara,
coman una mezcla de agua caliente, zanahorias y aceite. Despus sera trasladado
a los calabozos en la plaza de toros de Trujillo, en septiembre de 1937. En este campo
de concentracin compartira el suelo y los graderos con unos veinte internacionales
ms[54]. En Santander, segn recuerda de su traslado en enero de 1938, se hacinaban
1200 espaoles y 17 internacionales; estos ltimos eran bien acogidos por los
republicanos, puesto que sostenan que ellos haban salvado Madrid. Las condiciones
del campo eran duras pero, al menos, tras casi un ao de captura, Lou poda lavarse
regularmente en la playa.
Esta gran tragedia humana se extiende de un confn a otro de Espaa. Una
tragedia de inmenso sufrimiento humano, dej escrito otro miembro de las BB. II.
[55]. Una tragedia que, en el caso de los prisioneros extranjeros, supona adems un
problema de difcil solucin para los sublevados. De hecho, entre el 10 de marzo y el
15 abril haban capturado a unos 230 norteamericanos, de los cuales 144 fueron
fusilados, contradiciendo las rdenes oficiales. William B. Carney, corresponsal en la
Espaa franquista del New York Times, dara cuenta en marzo del fusilamiento de
cuatro internacionales con los que haba departido en el centro de prisioneros de
Alcaiz. Situaciones de ese tipo, cuyo conocimiento devenan en grandes problemas
internacionales, hicieron que el campo utilizado en la Sexta RM para internamiento
de los prisioneros de guerra del frente Norte, San Pedro de Cardea, adquiriese el
rango de centro de internamiento de los prisioneros internacionales, en virtud de las
rdenes del Cuartel General de Franco de 4 de abril de 1938[56].
A este monasterio, donde ya se hacinaban segn las fuentes militares 1977
prisioneros de guerra bsicamente asturianos y vascos, llegaron as
paulatinamente todos los prisioneros de las BB. II. existentes en otros centros de
internamiento y campos de concentracin, hasta el punto que en junio de 1938 eran
2541 los prisioneros internados en el campo. El 8 de abril se expidi el primer listado
de extranjeros por parte de la ICCP, para conocimiento de Franco: reflejaba 290
internados en San Pedro, procedentes de Zaragoza y trasladados ese mismo da.
Desde ese da, empezaron a llegar desde casi todos los campos: de Medina de
Rioseco, Deusto, Santoa, Logroo, Aranda de Duero, Palencia, Crdoba As, a 16
de abril, Luis de Martn Pinillos podra responder al auditor de la asesora jurdica de
Franco que haba ya recogido los nombres y fichas de 481 prisioneros extranjeros,
cifra que a finales de mes haba alcanzado los 640 internos[57]. Material humano
suficiente para empezar la campaa de propaganda: el 22 de abril aparecera una nota
de prensa titulada La torre de Babel en la que se daba cuenta de los prisioneros
capturados de la XV Brigada republicana[58]. Las cifras de este campo no llaman a
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dudas: de los 1867 internados a finales de marzo (espaoles) se pasara, a 1 de junio


de 1938, a 3489 y a 3673 el 10 de ese mismo mes. Solamente por el ingreso de los
internacionales, adems de por el incremento en esas fechas del apresamiento de
prisioneros por parte de las tropas de Franco, puede explicarse este hecho.
Las cifras oficiales del campo pueden constatarse con las recogidas en varios
libros y panfletos. Un norteamericano internado en San Pedro en 1938 y liberado ese
mismo ao public, por ejemplo, en el peridico de su pas New Masses un relato de
sus experiencias, fruto del discurso lanzado en la cena que los Friends of the
Abraham Lincoln Brigade (FALB) rindieron a l y a sus compaeros, desembarcados
en Nueva York el 18 de octubre[59]. Segn sus clculos, unos 4000 prisioneros
estaban internados a su llegada: unos 3000 espaoles y 653 internacionales[60], que
hablaban treinta y ocho lenguas diferentes: 86 britnicos, 34 canadienses, 77
americanos, 50 franceses (segn Dorland; las cifras oficiales eran otras), de los
cuales muchos haban sido tomados con la cada del frente Norte, as como en otros
movimientos y batallas. Recordara, adems, que 45 eran no combatientes. Y que, en
el apartado de bajas, el 17 de abril se haban registrado ya dos: las de los franceses
Louis Fournet y Victor Sulot, por peritonitis. Y que, al poco, se iniciaron las bajas por
liberaciones e intercambios de prisioneros, como revela que el nmero de
internacionales detenidos a primeros de mayo de 1938 hubiese ya descendido
ligeramente, hasta 625, divididos de la siguiente manera por grupos nacionales:

San Pedro de Cardea, como ms adelante lo sera para la posguerra espaola


Miranda de Ebro, fue y es un lugar recordado por los internacionales que
acudieron a Espaa por diferentes motivos para luchar al lado de la legalidad
republicana. Unos por entera filantropa, otros como muchos de los miembros de la
norteamericana Brigada Abraham Lincoln por evitar la llegada del fascismo, a
travs de Sudamrica, a Amrica del Norte, otros por mera simpata antifascista, otros
movidos por los mandos de la Komintern, no fueron pocos los extranjeros que

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hubieron de pasar por el trance de ser internados en San Pedro, cuando en sus pases
se prohiba la intervencin en los problemas de los espaoles. Sin embargo, el
internamiento en San Pedro supuso su reconocimiento internacional. Hasta ese
momento, la participacin de tropas extranjeras al lado de la Repblica era soslayada
por el gobierno legalista y, de hecho, tanto secreto generaba dudas de que realmente
existiesen. El Departamento de Estado norteamericano, como recuerda Cecil Eby,
hubo de dar un carcter rutinario al asunto: la presencia de voluntarios era ya
comprometedora para Estados Unidos; la de prisioneros de guerra, una pesadilla
diplomtica[61].
De tal modo, hasta tres veces tendran que aparecer en documentales y noticiarios
de guerra, como ha recordado Mag Crusells. La zafiedad de algunos documentales
de guerra cuyos protagonistas fueron los prisioneros de guerra fue tal que, sin
embargo, resulta difcil creer que convenciesen a nadie de nada. Un ejemplo
esclarecedor es el de Prisioneros de guerra, rodado en 1938 con produccin del
Departamento Nacional de Cinematografa, que contena frases alusivas a la antigua
condicin de combatientes de los internos en San Pedro. La Nueva Espaa, segn se
deca, no slo pensaba en los espaoles: tambin sera la fuente de regeneracin para
los que eran despojos humanos. Como deca la narracin en off del documental, la
piedad que ellos negaban en nosotros, es poco todava para las nuevas leyes del
Estado. Espaa ofrece ms an. Espaa les ofrece a estos hombres la revalidacin, la
dignidad que tenan perdida[62].
Pero no era Prisioneros de guerra solamente un alegato justificador de las
bondades del internamiento en San Pedro. Adems, era un insulto propagandstico.
En l, el nico soldado chino internado, Chang Aking que ya haba pasado por un
campo en Santander, al haber formado parte de los batallones asturianos escribe
unos anagramas, que en realidad son su nombre, apellidos y procedencia (Shangai);
pero en la imagen posterior el texto se funde con la supuesta traduccin, en caracteres
pretendidamente mandarines: Vi-va Es-pa-a Arri-ba Es-pa-a. Aking haba sido
hecho prisionero el 21 de octubre de 1937 en Mieres (Asturias). Tras su paso por San
Pedro, fue internado en el BDST 75 de Palencia, para ingresar ms tarde, el 10 de
diciembre de 1941, en Miranda de Ebro. Fogonero, hijo de Asse y Chang, tena
veintids aos cuando lo capturaron. El 12 de junio de 1943, casi seis aos despus,
an se cuestionaba el general subsecretario del Ministerio del Ejrcito, Camilo
Alonso Vega, si la responsabilidad adquirida por haber luchado en el Ejrcito rojo
haba quedado cancelada[63].
El objetivo que se buscaba, por tanto, con el internamiento de los miembros de las
BB. II. en un solo campo era en buena medida deslegitimar a la Repblica,
obligndola a reconocer la existencia de ayuda internacional; era, en definitiva, un
modo para enmaraar el ya de por s peliagudo problema de la no intervencin
extranjera, poniendo a los internacionales como contraejemplo de la ayuda nazi y
fascista a la causa franquista. Pero no por ser valuable prisoners se dej de lado la
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clasificacin de los internos y su criminalizacin. De tal modo, en San Pedro se


realiz una nueva clasificacin de los prisioneros de las BB. II., no para determinar su
uso en trabajos forzosos, puesto que tal extremo estaba prohibido por la Convencin
de Ginebra (a resear que, por una vez, se tuvo en cuenta), sino para enviar a quienes
tuvieran responsabilidades criminales a un Consejo de Guerra. De hecho, al referirse
a los trabajos forzosos de los prisioneros, la ICCP dira que en cuanto a los
extranjeros, que en enorme nmero han sido capturados por las armas nacionales, o
no trabajan o lo hacen en obras de retaguardia exentas de fines militares, siguiendo en
todo las normas estrictas del Convenio de Ginebra para prisioneros[64].
La intencin de utilizarlos como objeto de intercambio o de presin sobre las
naciones a las que pertenecan era evidente, as como evidente era el deseo de hacerlo
en la situacin ms ventajosa posible. Internarlos, juzgarlos y amenazarlos de muerte,
aunque no responda a la cristiana justicia tan explotada retricamente en la Nueva
Espaa, s que reafirmaba su carcter sanador y purificador. Para llevar adelante
esta depuracin, paulatinamente se dispuso en el campo de un Servicio de
Informacin destinado a suministrar informes sobre los internados, en contacto con la
Cruz Roja Internacional y con las respectivas embajadas de los pases afectados. Y,
asimismo, se dispuso de un servicio de intrprete con el fin de hacer traducciones de
documentos extranjeros, de notas de prensa o folletos, y de practicar interrogatorios a
los prisioneros para obtener de ellos datos tiles, ya de la campaa, ya de los lugares
de reclutamiento de extranjeros. As, al poco de llegar al campo empezaban los
interrogatorios. Fui interrogado por un general espaol, un agente de la Gestapo
alemana, y un funcionario del servicio de inteligencia militar italiano. A Lou Ornitz
le preguntaban si Roosevelt, para los nazis Rosenfeld (por tanto, de origen judo), le
haba mandado en persona combatir en Espaa.
Aunque se tratase de prisioneros de alto valor, no por ello fueron mejores sus
condiciones de vida dentro del sistema concentracionario franquista. Ya desde
principios de abril de 1938, el fuerte incremento y en tan poco tiempo del nmero de
internos en un lugar como el Monasterio de San Pedro, que no era un campo
construido con barracones sino que tena que albergar a los prisioneros en sus salas,
implic una evidente desmejora en la ya de por s mala situacin de habitabilidad. Sir
Robert Hodgson, tras visitar el campo, hizo por escrito el 25 de junio de 1938 las
siguientes apreciaciones:
1. Falta de ventilacin. Todos los prisioneros estn encerrados da y noche en el mismo local el cual est
muy atestado. Ventilacin y luz insuficiente; 2. Bichos (piojos, pulgas y ratones). Sin medios de poder limpiar
o ventilar los colchones. Local tan atestado que resulta imposible lavar los pisos. La paja en los colchones
nunca se cambia; 3. Cuestin de arreglos sanitarios muy insuficiente. Tres retretes por cada 300 hombres. No
hay papel ni arena. Cuestin de aseo inadecuado, habiendo solamente tres jofainas por cada 300 hombres. No
se permite que los presos laven su ropa, pero para remediar esto se est construyendo un lavadero; 4. No hay
toallas, ni ropa interior, ni zapatos; 5. Escasez de medicamentos, y falta de leche para los enfermos; 6. No hay
facilidades para escribir cartas y se reciben muy pocas.

San Pedro era deprimente. No haba ventanas, slo barrotes. Haca fro, incluso
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a finales de la primavera. El suelo era de piedra y no haba camas. Las condiciones de


salubridad eran mnimas Hacamos juegos de ajedrez con migajas de pan. As, los
internados intentaban mantenerse vivos fsica y mentalmente, resumira Dave
Goodman sobre su paso por el campo[65]. Y es que la de los internados extranjeros en
San Pedro fue una vida bastante estable dentro del organigrama concentracionario
franquista. Del campo no salan ni para crceles salvo cuando se les hallaban
delitos comunes y se les instrua causa ni para trabajos forzosos. De tal modo, la
reorganizacin poltica y la articulacin de la vida cotidiana regida por los prisioneros
en San Pedro fue relativamente sencilla al menos para los norteamericanos, los ms
activos en este sentido[66], aunque eso se viese dificultado por las severas palizas,
infligidas en respuesta a actos de rebelda como saludar la bandera nacional no con el
brazo extendido, al modo fascista, sino con el puo cerrado.
Varios ejemplos dan fe del hecho que los interbrigadistas daban una fuerte carga
poltica en sus acciones, en buena medida porque se saban internos de valor. En los
saludos a la bandera por la maana tras levantarse a las 7.30, los consabidos
gritos Espaa una, Espaa grande, Espaa libre! se realizaban de modo que las
dos primeras respuestas, una y grande, fuesen prcticamente susurros, para gritar
con todas sus fuerzas la de libre. Eso, adems, alentaba a los prisioneros del norte
retenidos en otras salas. De hecho, segn recordaba Ornitz, los norteamericanos,
segundo grupo nacional en importancia numrica tras los ingleses, asumieron
enseguida su rol de lderes polticos, manteniendo cierto tejido intelectual y
organizando clases entre los prisioneros para mantener altas su moral y su
sentimiento de indignacin, teatros, cantos, etc[67]. Gracias a su integridad
podan permitirse presionar sobre la administracin del campo. Y gracias a sus
presiones, y mientras fueron considerados material valioso, los interbrigadistas
consiguieron ser declarados oficialmente prisioneros de guerra, que las
representaciones diplomticas pudiesen informarse de su situacin y tomar contacto
con ellos y que, a consecuencia de todo ello, lograsen unas mnimas garantas y
promesas de ser liberados al final de la guerra[68].
Asimismo, los internacionales solan demandar mejoras en el trato las palizas
de los cabos de vara se sucedan, en la mal equipada enfermera tanto es as que
dos franceses habran muerto de apendicitis y cuatro de peritonitis, en la comida, o
en el tiempo para aseo personal. El mismo corresponsal norteamericano Carney, no
particularmente afn a las ideas polticas de los prisioneros (quienes le llamaban, en
tono despectivo General Bill), reconocera no estar preparado para el doloroso
espectculo que ofrecan aquellos hombres harapientos, sucios y barbudos,
descalzos al haber vendido sus botas a los guardianes[69]. Sin embargo, no eran las
condiciones de vida lo que preocupaba a las autoridades del campo; ms bien la
reeducacin catlica mediante un cursillo de seis semanas que nadie aprob y
poltica. Adems, la vida cotidiana en San Pedro se vio modificada durante 1938 y
1939 por diferentes cuestiones. Por un lado, los intercambios. Por otro, los intentos de
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regeneracin. Y dentro de estos ltimos, hay que destacar las investigaciones del
doctor Vallejo Ngera sobre la raz del biopsiquismo marxista. Sin embargo, al
tratarse de unos experimentos aplicados a los internacionales pero con conclusiones
pensadas para ser exportadas a toda raz del mal rojo, voy a tratarlas detenidamente
en el siguiente captulo. Y es que San Pedro fue, a todas luces, el ms perfecto
laboratorio de la Nueva Espaa y, quin sabe, tal vez se quiso que lo fuese de la
Nueva Europa.
Cada prisionero dispona de unos ocho minutos al da para asearse y la comida
era escasa; por la maana, un gazpacho de agua caliente con aceite, pan y vinagre
que acentuara la enfermedad a quienes sufrieron disentera: la libertad es tan escasa
como la sopa en la Espaa de Franco, dira Dorland. Los que, por lo visto, no
escaseaban en el campo eran los agentes de la Gestapo. No sorprende, en ese sentido,
el inters de la Embajada nazi en que los prisioneros alemanes que se tomasen fuesen
enviados con urgencia a San Pedro, para investigar sus posibles actividades
comunistas en aquel pas[70]. Sin embargo, ms all de la investigacin de sus
connacionales y los interbrigadistas, no hay prueba documental alguna de que, como
afirma J. A. Fernndez, los campos nazis fuesen la inspiracin directa de los
franquistas, hasta el punto de ser asesorados estos ltimos por Paul Winzer, miembro
de la Gestapo y de las SS. Aunque, qu duda cabe, los alemanes e italianos estuviesen
en una situacin peligrosa: segn Ornitz, tenan verdadero terror a la repatriacin
porque, decan, seran inmediatamente fusilados. Por regla general, los prisioneros
alemanes e italianos fueron entregados directamente a sus representantes nacionales
y, en el caso de los primeros, enviados a campos de concentracin nazis[71].
En lo que s influy la presencia alemana en la Espaa franquista fue en sus
propuestas para el canje de prisioneros relevantes. As, el propio mariscal Goering,
ministro de Aviacin del Reich, sera el inspirador de dichas propuestas, destinadas a
intercambiar a aviadores prisioneros de los republicanos que, segn deca, llevaban
ms de once meses en tierra leal[72]. Los aviadores eran una gran preocupacin para
la Embajada alemana: segn el embajador Eberhardt Von Stohrer los aviadores
republicanos hechos prisioneros, en vez de ser utilizados para canjes, eran fusilados;
y esto haba ocurrido ltimamente en varios casos. A esa queja, Martn Moreno, el
jefe del Estado Mayor de Franco, no tuvo ms remedio que responder diciendo que
no se tena noticias de fusilamientos de aviadores rojos en el lugar de la cada, para
cubrir lo que, a todas luces, era una realidad: se han dado por este Cuartel General
rdenes especiales para que tan pronto un aviador caiga en nuestras lneas sea
rpidamente conducido debidamente custodiado y sin tocar su documentacin, para
ser puesto a disposicin del juez especial de Aviacin, cuya sede estaba en Zaragoza.
De tal modo, entre abril y julio de 1938 se tramit el canje de 18 pilotos alemanes
en poder republicano por 18 prisioneros ingleses en San Pedro de Cardea, a
condicin de que los canjeados de ambos bandos regresaran a sus respectivos pases
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y no volvieran a tomar parte en la guerra. Los interbrigadistas seleccionados fueron


conducidos a la frontera francesa por el coronel Troncoso. Pero no fue, sin embargo,
el nico canje tramitado de manera veloz: el 17 de abril surgi otra propuesta para
intercambiar a 33 prisioneros civiles en manos de la Repblica, por 21 rusos
(tripulantes del Smidovich), un ruso detenido en Vigo, Marc Dicker, hermano del
presidente suplente del Partido Social-Demcrata de Ginebra, y 11 ingleses de San
Pedro.
Del mismo modo que con los aviadores alemanes y los civiles y militares de gran
relevancia, otro objetivo de los canjes realizados con los prisioneros de San Pedro
fueron los miembros del CTV mussoliniano atrapados en la batalla de Guadalajara. El
12 de mayo de 1938 empezaran a tramitarse los intercambios de Flechas Negras por
prisioneros norteamericanos del campo. As, en septiembre de 1938 el nmero de
interbrigadistas internados habra vuelto a descender, esta vez hasta los 587 internos,
destacando el alto nmero de estadounidenses y, en cambio, la reduccin del total de
ingleses, beneficiarios de la poltica de intercambios[73]. Su carcter de prisioneros
valiosos, al decir de los mismos internados, logr cierto automatismo en las
liberaciones y, de hecho, Inglaterra lograra a finales de 1938 la liberacin de muchos
nacionales, alrededor de 200. El nico requisito que se les pidi fue una anodina
declaracin y un compromiso de no abandonar Espaa hasta que se dictase sentencia
definitiva, lo cual fue llevado de manera ms que laxa tanto por las embajadas como
por el mismo CGG.
Sin embargo, a medida que por culpa de los xitos militares de Franco y tras la
retirada oficial de las Brigadas Internacionales anunciada a la Sociedad de
Naciones por el presidente republicano Juan Negrn el 21 de septiembre de 1938,
los interbrigadistas fueron perdiendo valor como moneda de cambio y material de
propaganda, las interferencias judiciales espaolas, y sobre todo las del Juzgado
Militar n. 14 de la Auditora de Guerra de la Sexta RM, fueron haciendo cada vez
ms difciles las repatriaciones. En primer lugar, porque las altas fueron siempre
mayores que las bajas, durante 1938 y hasta el cierre del campo en noviembre de
1939: la dinmica de internar a los extranjeros en el campo burgals fue mantenida el
resto de la guerra. Y, sobre todo, porque desde su mismo internamiento, tras la
clasificacin, se trat de someterlos a juicios por delitos de ayuda a la rebelin y se
realizaron indagaciones consideradas, cuando fueron perdiendo peso como internados
explotables, incompatibles con las repatriaciones. En el momento en que las
peticiones de libertad se hicieron ms numerosas y frecuentes, el jefe del campo, al
no tener normas claras para evacuar a los internos solicitados, se limit a marcar
sobre las listas que iban llegando los datos consignados en la ficha personal referentes
a su procesamiento por el Juzgado Militar n. 14. Y con ello lleg el descontrol: el
Juzgado en cuestin no habra hecho sino empezar su trabajo, a resultas de lo cual la
ICCP, limitndose a consultar su fichero ante las peticiones de repatriacin, a los que
tenan anotaciones sobre el proceso en el Juzgado n. 14 debi retenerlos como
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procesados.
Por culpa de esta situacin se produjeron incidentes como el llamar a declarar a
internos ya fallecidos, que sirvieron de pretexto para aquellas naciones que
realizaban con disgusto la tarea de la repatriacin de estos prisioneros, de tendencias
polticas claramente de izquierdas, y a quienes se les acusaba de quin sabe qu
fabulosos delitos. Aun as, varias liberaciones fueron logradas, ya en 1939, a
instancias del Comit de Socorro a los Prisioneros de Guerra en Espaa[74] y de Gran
Bretaa. En particular, desde finales de 1938 se empez a tramitar el canje de 110
britnicos (de los 120 en San Pedro) contra igual nmero de italianos[75]. Y ya
acabada la guerra, la liberacin de 167 italianos en el puerto de Ganda
(inmediatamente antes de ser tomada por las tropas franquistas), considerada
informalmente un canje, devino en la liberacin solicitada por el Comit de Socorro y
tramitada en la zona nacional por el marqus de Rialp. El 22 de abril de 1939
saldra por Francia un grupo de 71 norteamericanos; once ms, el 25 de agosto.
En noviembre de ese ao se dispuso que los 459 extranjeros que an quedaban
fuesen puestos a disposicin de RR. DD., en manos de la Jefatura de Reconstruccin
de Belchite, para la creacin de un grupo de trabajadores el famoso Batalln 75[76]
empleado en tareas de albailera y recuperacin de material blico. Los ltimos
ocho norteamericanos seran liberados en marzo de 1940, y su periplo en la posguerra
ser tratado detenidamente: este epgrafe tiene continuacin en el captulo 6, y una
valoracin general de las polticas internas en San Pedro, puede adelantarse, est en el
siguiente captulo, cuando se analicen los campos franquistas como laboratorios de la
Nueva Espaa de Franco.

4. PRISIONEROS DEL EBRO, PRISIONEROS DEL HAMBRE


Todo cuanto aconteci en San Pedro, como los canjes, las liberaciones, las
protestas polticas o las investigaciones de Vallejo Ngera sobre la raz del Mal con
mayscula, el marxismo, tuvo mucho que ver con la estabilidad de la vida
concentracionaria en ese campo. Sin embargo, ms all de este presunto remanso el
devenir de los campos y sus prisioneros no auspiciaba un paisaje nada halageo,
como se va a ver ahora. Un buen ejemplo de todo ello lo constituye el campo de
Miranda de Ebro. La revisin de sus cifras da fe en buena medida del momento
crtico al que se acercaron los campos de concentracin durante la segunda mitad de
1938[77]. As, a finales de junio haba 3186 internados, reducidos en diez das a 2437.
Sin embargo, las fluctuaciones seran constantes: el 20 de julio haba 3160 internos;
2793 a finales de agosto; 3797 a mediados de septiembre y 2142 a finales de ese mes.
A mediados de octubre se notara un serio incremento: 4159 eran los prisioneros;
3274 el 20 de octubre y 3561 el 31 de ese mes.
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Sin embargo, estas fuertes fluctuaciones no dan una idea real del nmero de
prisioneros que pasaron en este perodo por Miranda: con numerosas altas de campos
como Santander, Murgia, Ordua, Pamplona o Zaragoza, en tan slo diez das (del 20
al 30 de noviembre de 1938) existieron 4193 altas y 1632 bajas. El ritmo de
internamiento y creacin de Batallones de Trabajadores, puede concluirse, dependa
ante todo del volumen de aprisionamientos, como demuestran los datos obtenidos de
divisiones como la 62, en el sector de Sort (Lleida), o los de la 40 Divisin de CE
Aragn, algunas de las unidades franquistas en liza que han dejado legados
documentales sobre el nmero de prisioneros aprehendidos[78]. Pero, ante todo,
dependa de la capacidad de enfrentarse a un volumen de aprisionamientos que, hasta
julio de 1938, haba alcanzado largamente la cifra de 175 000 republicanos.
La lentitud en las clasificaciones, la dificultad para aclarar las responsabilidades
de cada prisionero, su altsimo nmero y, sobre todo, la voluntad de excluir de la
comunidad de la Nueva Espaa a los soldados republicanos, sometindoles al
intrincado sistema concentracionario, devinieron en prcticamente el bloqueo de ste
a mediados de 1938. Varios ejemplos apuntan en esa direccin y, sobre todo, el
informe que la Inspeccin solicit por esas fechas a su responsable sanitario,
Martnez Nevot. El constante uso de los campos de la ICCP durante el verano de ese
ao oblig a realizar una consulta sobre sus capacidades, posibilidad de recepcin de
nuevos prisioneros, y estado de los mismos. Y los resultados no fueron nada
halageos, como puede comprobarse en el siguiente cuadro donde B significa
bueno, R reformable y C clausurable, de realizacin propia desde los datos
emanados de la misma Inspeccin[79]. Este cuadro de capacidades, donde destaca el
hecho que se pusiese, negro sobre blanco, el estado de hacinamiento de buena parte
de los campos franquistas, ayuda ante todo a entender la situacin en la que se
encontrara el sistema concentracionario franquista cuando tuviese que hacer frente,
de nuevo, a un reto del tamao de la batalla del Ebro, la conquista de Catalua y la
ofensiva final, entre el verano de 1938 y la primavera de 1939. El camino a la victoria
estaba cada vez ms expedito, pero los campos, como puede observarse, seguan
arrastrando un marcado carcter de lentitud y pesadez en su actuacin, que reverta en
una situacin crtica de internamiento, de uso excesivo y, en conclusin, de malas
condiciones de vida dentro de ellos.

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Como puede observarse, no se dio cuenta de todos los campos existentes en la


Espaa franquista. Algunos de los reseados, adems, ni tan siquiera remitieron sus
estados de capacidad e internamiento. Y, por otro lado, los campos
desproporcionadamente ocupados seguan siendo los utilizados de forma preferente
durante la ocupacin del norte peninsular: en conclusin, el sistema
concentracionario estaba fracasando por lento, por excesivo y por cruel, aunque esto
ltimo no parece que fuese una gran preocupacin para sus responsables. De hecho,
en este informe, las fras cifras no pueden esconder el drama que sufran los internos.
Que cada prisionero dispusiese de menos de la mitad del espacio recomendable en
buena parte de los campos significaba que tena que dormir, todas las noches, de lado.
Que los campos tuviesen ms del doble de internos que su capacidad logstica
implicaba, con toda probabilidad, que la racin alimentaria fuese mucho menor de la
debida. Que la capacidad higinica se multiplicase por dos traa aparejadas la
facilidad de contraer enfermedades contagiosas, a la vez que se disminuan a la mitad
las posibilidades de que los prisioneros fueran tratados. Y que el ritmo de las
clasificaciones fuese tan extremadamente lento multiplicaba todo ello porque
alargaba el internamiento hasta extremos insoportables.
Lo paradjico de todo esto es que este informe no dio pie a reflexin interna
alguna por parte de la ICCP, ms all de sealar que los campos se utilizaban para
los fines para los que fueron creados y algunos apuntes logsticos, como la
necesidad de abastecer algunos campos de agua corriente o de tapiar los claustros del
Monasterio de la Santa Espina, adems de la de dotar a los campos de estufas de
desinfeccin de ropas para evitar contagios por los piojos y parsitos que traan (no
contraan) los prisioneros desde la zona roja. Hasta en ese tema se haca
propaganda, aunque de hecho los prisioneros viviesen, a causa de las pulgas y piojos,
en el filo de la pandemia ante la facilidad de coger el tifus en los campos. Y es que,
como se ver en el siguiente captulo, las optimistas conclusiones a las que sola
llegar la ICCP sobre su propia labor no tenan nada que ver con la realidad
concentracionaria. El territorio de castigo y expiacin se conformaba, tambin, de
una consciente aplicacin de polticas dirigidas a hacer lo menos llevadera posible la
vida cotidiana de los prisioneros de guerra.
Con semejante preparacin en retaguardia, cabe imaginarse lo que supuso la
batalla decisiva de 1938, desarrollada entre julio y noviembre sobre el ro Ebro, y que
marc la suerte del resto de la guerra civil. No se va a explicar aqu, puesto que ya ha
sido minuciosamente descrita incluso da a da, a razn de un captulo por da, a
raz de su 65 aniversario, celebrado extraoficialmente en 2003[80]. Sin embargo, cabe
recordar que en su larga duracin, casi 20 000 prisioneros republicanos fueron
tomados, segn los partes oficiales, por las tropas franquistas. El sistema
concentracionario que los acogi ya no era el mismo de la ICCP de 1937. Existan ya
centros divisionarios, campos inestables, campos lazaretos. Exista en cada cabecera
de divisin un oficial de prisioneros y presentados dependiente de la Polica Militar,
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encargado de alojarlos en campos de concentracin donde someterlos al primer


interrogatorio, disponer de los medios logsticos (alimentacin a razn de 1,65
pesetas de rancho por da facilitada por los servicios de intendencia, vestuario,
menaje), encargarse de su vigilancia (y correcta separacin entre presentados y
prisioneros) y su traslado hasta la Comisin de Clasificacin ms prxima.
Paulatinamente, dejara de internarse in situ a los prisioneros de guerra, para proceder
a sus traslados siempre a retaguardia, en campos de concentracin a cargo, en lo
logstico, de los gobernadores militares, y de la ICCP en lo organizativo.
De tal modo, comisiones de clasificacin como las de Aranda de Duero (casi
7000 prisioneros) tuvieron que hacer frente a la masiva llegada de soldados
provenientes del Ebro en particular, de los campos zaragozanos de San Gregorio y
San Juan de Mozarrifar, sin que, sin embargo, se les hubiese dado tiempo para
poner a punto la poblacin prisionera que de ellas dependa. La situacin previa era,
grosso modo, parecida a la sealada para junio de 1938 en el cuadro precedente. La
Comisin de Clasificacin de Santander, por ejemplo, tena pendientes 2966
expedientes de clasificacin, de los cuales 2821 pertenecan a internos en campos de
concentracin. Haba, adems, ms altas que bajas, lo que contribua no slo a
reafirmar la percepcin de lentitud que exista en torno a este proceso, sino tambin a
dificultarlo an ms si cabe[81]. Por mucho que se pudiesen tramitar unas 1500
clasificaciones en todo el mes de julio, el remanente segua siendo muy alto, una
media de ms de 3000 prisioneros. Tan slo contribua a la reduccin de la poblacin
prisionera el fallecimiento de los internos: seis fueron los sepelios en ese mismo mes
slo en los campos dependientes de esa Comisin, ante todo los de Corbn y La
Magdalena, que tenan una poblacin de 2726 y 1225 internos respectivamente a
primeros de agosto de 1938, amn de 320 prisioneros en hospitales penitenciarios.
La poblacin prisionera de Santander se fue reduciendo paulatinamente. De los
4528 internos en campos y hospitales se pudo pasar a 3004 en diez das, gracias al
envo de cientos de prisioneros a Cajas de Reclutas o a los campos de Miranda y San
Pedro. Sin embargo, ya empezaba a sentirse el efecto de la batalla del Ebro: de all
provenan 303 prisioneros, que alcanzaran el nmero de 975 a lo largo del mes.
Durante todo el largo proceso de la derrota republicana en el Ebro y en particular
en la primera decena de noviembre de 1938, cuando ingresaron 1630 prisioneros
llegaran a los campos dependientes de la Comisin santanderina 5403 prisioneros.
No demasiados, si tenemos en cuenta el volumen de internamiento que Miranda de
Ebro sufri en estas mismas fechas, entre otras cosas por la recepcin de 1500
prisioneros provenientes del campo de Ordua o 2390 de Zaragoza[82]. El
hacinamiento en Miranda pronto oblig a diversificar los traslados, para no
concentrarlos todos en un solo centro. As, La Magdalena (480), Corbn (497),
Deusto (2051), San Pedro de Cardea (7), Santoa (1086), Trujillo (515), Plasencia
(500) y Cceres (500) fueron centros de internamiento de varios miles de prisioneros
trasladados desde San Gregorio y San Juan de Mozarrifar.
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Esta era, de hecho, la dinmica derivada del inicio de los combates en el Ebro: la
bsqueda de recintos con capacidad disponible para el internamiento de prisioneros.
De tal modo, la ICCP empe unas cuantas semanas para obtener los siguientes
resultados, relativos a los campos con espacio remanente[83]:

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Con un total de 28 889 plazas restantes en virtud de las capacidades


higinicas de cada campo en el sistema concentracionario, es sin embargo una
lstima que la ICCP no diese las cifras de los campos que, efectivamente, reconoca
que estaban al lmite de sus capacidades. En este cuadro se puede observar la
existencia de algunos centros, en particular en la provincia de Crdoba, que no
solamente estaban vacos, sino que adems no haban aparecido antes en ningn
estadillo o informe. Se crearon para poder afrontar la situacin que, podemos
suponer, estaba una vez ms rayana a la catstrofe. No solamente empezaban a afluir
a la zona franquista los prisioneros del Ebro; tambin faltaban por clasificar y
regularizar los hechos en los frentes de Castelln y Levante.
Para tratar de atajar este problema, la ICCP se plante la posibilidad de crear uno
o dos grandes campos de concentracin para 5000-6000 prisioneros, con la
mxima urgencia, cercanos respectivamente a los frentes de Catalua y Levante y a
sus lneas frreas y terrestres de evacuacin, para facilitar las labores depuradoras
de la Auditora del Ejrcito de Ocupacin, hasta ese momento, segn se reconoca,
defectuosas y arriesgadas. Ante las primeras dificultades, derivadas del hecho de que
la mayora de los centros estaban ocupados por otras unidades y del hecho de que las
tres propuestas realizadas (Barbastro, Benicarl y Zaragoza)[84] no eran aptas, el
Cuartel General de Franco, a peticin de la ICCP, hubo de exponer algunas directrices
generales para la instalacin de nuevos campos:
a) Lmite mnimo de acercamiento y lmite mximo de alejamiento de los frentes.
b) Capacidad prudencial de cada campo o conjunto de campos dentro de una misma poblacin.
Caso de no encontrar locales disponibles, s se pueden adoptar las soluciones siguientes:
1. Propuesta de evacuacin de servicios militares, por si el Mando lo considera factible.
2. Propuesta de requisa y evacuacin, si se trata de edificios de Comunidades religiosas o Enseanza.
3. Propuesta de establecimiento de Campamento: I, al aire libre, II, con tiendas de campaa, III con
barracones de madera.
c) En caso de aceptarse esta ltima solucin, para obrar con rapidez y eficacia, sera conveniente contar
con la posibilidad de poder requisar los talleres de Carpintera mecnica y los de madera y tablazn que fuesen
necesarios, para el suministro de los barracones, en un plazo no superior a un mes.

Luis de Martn Pinillos consideraba que para un campo la capacidad deba ser de
2000 prisioneros, y 6000 mximo por localidad. Franco, al responder que la distancia
mnima de un campo respecto al frente de batalla deba ser de cien kilmetros,
tambin opinaba as, prefiriendo la utilizacin de edificios antes que el uso de
barracones. As, tras un nuevo estudio, los puntos propuestos fueron, para el frente de
Levante, el campo de Cariena donde ya se internaban prisioneros, en una zona
con agua abundante pero sin locales, por lo que habra que ampliar el ya existente a
base de barracones; y para el frente de Catalua, el lugar ideal sera Barbastro.
Adems, la ICCP plante la necesidad de incrementar la red concentracionaria en
retaguardia, con el establecimiento de campos en Toro, Zamora, Mota del Marqus y
en Burgo de Osma[85], as como de ampliar el de Ordua. De tal modo, a las casi
29 000 plazas remanentes podran rpidamente aadrseles unas 47 000, acabando as
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tal vez con los enormes problemas de aglomeracin de prisioneros y con la


subsiguiente clasificacin defectuosa, pudindose tratar por fin problemas como, por
ejemplo, el del internamiento de ms de 3000 prisioneros en el campo de San
Marcos, sin clasificar por no ser vecinos de ningn pueblo de la Espaa liberada,
no tener avales ni antecedentes[86].
Esta revisin de nuevo habra mostrado las carencias de la Inspeccin, tanto de
revisin de posibles nuevos campos como de supervisin de obras en los ya
existentes, como en Plasencia, ampliado para atender a las necesidades de
internamiento de los frentes del Madrid y Extremadura ante la escasa capacidad para
prisioneros y presos polticos en estas regiones. A finales de noviembre se especul
sobre la mejor posibilidad, relacionada directamente con los planes de actuacin de
Franco: la de cubrir las necesidades del Ejrcito de Levante. La conformidad pareca
absoluta, salvo una vez ms la de Queipo de Llano, quien objet la necesidad de
cubrir tambin las previsiones en el sur. La respuesta que recibira por parte de Martn
Pinillos sera tajante: la propuesta se refiere a un solo campo-tipo, en funcin a las
necesidades, pero tambin al presupuesto [que] se orden se diera cuenta del mismo
al Consejo de Ministros. Sin ms presupuesto, sin capacidad de reaccin, sin
automviles, y desbordada: esa fue la situacin de la ICCP durante la batalla del
Ebro.
Algunos datos de los campos dependientes de aqulla corroboran esta percepcin.
Aunque zonas como la extremea, cuyos campos (Logrosn, Trujillo) como hemos
observado disponan de una capacidad considerable sin utilizar, mantuviesen unos
ndices razonables de internamiento, lo cierto es que no llegaron a realizarse las
redistribuciones deseadas, seguramente por el alto coste econmico que habra
implicado trasladar a miles de prisioneros a lo largo de toda la Pennsula. Y, tambin,
por una razn de mando: a los prisioneros los clasificaban las comisiones cercanas o
las dependientes de las auditoras de los ejrcitos de ocupacin. De tal modo, el
traslado era logstica, estratgica y militarmente imposible. En conclusin, los
mismos campos y las mismas comisiones de clasificacin que haban actuado en la
cada del frente Norte fueron las que afrontaron la necesidad de gestionar el paso a la
Espaa franquista de ms de 20 000 prisioneros republicanos, clculo estimado por
los propios militares nacionales.
Lo que s respondi a todo este proceso fue la creacin de nuevos Batallones de
Trabajadores, destinada a descongestionar los campos para que los prisioneros del
Ebro no lo fuesen, sistemticamente, tambin del hambre, como de hecho result ser
en realidad. El Ejrcito del Norte, entre enero y agosto de 1938, haba clasificado a
casi 74 000 prisioneros, de los cuales un 30 por 100 se estimaron adictos, otro 30 por
100 dudosos, un 20 por 100 desafectos, un 10 por 100 jefes y oficiales del Ejrcito
Popular, y otro 10 por 100 responsables de delitos comunes (a destacar, por tanto, que
el ndice de supuesta adiccin al Movimiento haba descendido en un 10 por 100
respecto a 1937). De tal modo, 37 000 nuevos prisioneros pasaron en este perodo a
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formar parte de las unidades de trabajos forzosos, para los que se busc una solucin
ya conocida por un lado, pero novedosa por otro, que una confinamiento y labores
militarizadas.
As, puesto que se consider que unos 20 000 prisioneros ya encuadrados
previamente en BB. TT. podan ser reclasificados para formar parte de los Cuerpos de
Ejrcito franquistas en la lucha (como camilleros, carreros, en secciones de montaa,
transportes, sanidad, veterinaria, intendencia, o bien en Regulares o en la Legin),
pudo hacerse espacio para que fuesen sustituidos por los que esperaban en campos de
concentracin. Sin embargo, hay que destacar que el confinamiento se incluy dentro
de las variables para aceptar el ingreso en las armas franquistas: los oriundos del
norte de Espaa seran destinados al centro, los catalanes al sur, los de la zona roja
central al norte, y a frica el sobrante. Con todo ello se busc, precisamente, alejar
a los antiguos prisioneros de sus zonas de origen, una vez que las necesidades
logsticas de los ejrcitos de Franco coadyuvaron a sacarlos del rgimen de trabajos
forzosos. Sin embargo, el propio Martn Moreno, jefe del Estado Mayor de Franco,
incurrira en una contradiccin al sealar que dudaba de una posible desercin, ya
que consideraba que los prisioneros se quedaran por conveniencia, convencidos de la
mejora implcita que supona estar en el lado franquista y no en el republicano. Mas,
si as era, qu sentido tena alejarlos de sus zonas de origen?
Perdida la batalla por controlar todos los campos de concentracin, la ICCP s dio
muestras por tanto de su capacidad organizativa al reestructurar el sistema de trabajos
forzosos en vista al creciente nmero de prisioneros llegados del Ebro. Para
distribuirlos a todos y que no supusiesen una carga econmica, se resolvi que cada
Divisin podra disponer de un BB. TT., lo cual no sera excesivo ya que su uso, ms
que constante en compaas de zapadores y puentes, dificultaba su empleo en otras
unidades. De este modo, lo ltimo que hizo Martn Pinillos en 1938 fue la
redistribucin de los aproximadamente 56 000 prisioneros trabajadores en 1938
(treinta y tres BB. TT. en el Ejrcito del Norte, veintiuno en el del Centro, diecisiete
en el del Sur, siete del CGG, dos en la Sexta RM, tres en la Octava RM, dos de
intendencia, mas diecisis en organizacin)[87]. Eso implic la necesidad de cambiar
destino para ocho Batallones, unos 4800 prisioneros, que pasaran a trabajos de
ndole diferente a la mera labor de hacer zanjas, trincheras, trazar puentes o construir
nidos de ametralladora. De esos ocho, por ejemplo, uno fue utilizado para trabajos
ferroviarios y otro para servicios de intendencia. La buena labor de la ICCP junto
con la MIR con quien mejor trabaj en todo momento, a la vista de las tensas
relaciones con algunos ejrcitos como el de Queipo de Llano o con la Asesora
Jurdica de Franco puso la vida de los prisioneros en sus propias manos. No en las
de su voluntad, sino en su capacidad de trabajo.
En 1938 se hizo palpable, a todas luces, que la victoria estaba cerca. Que Franco
iba a ganar la guerra. Por eso, tambin en 1938 se empezaron a aplicar con toda su
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crudeza las polticas represivas en los campos de concentracin y en los centros de


trabajos forzosos, como veremos en el siguiente captulo. En todos los planos, el
militar (con la reconquista de Teruel, la ruptura del frente de Aragn, la llegada al
Mediterrneo y la victoria en la batalla del Ebro), y el represivo, fue 1938 un ao
particularmente intenso en los campos de concentracin. Por fin, aunque por poco
tiempo (con la derrota final fue imposible llevarlo a cabo), el proyecto social
franquista para con sus prisioneros y disidentes empez a tomar formas concretas:
reeducacin, recatolizacin, trabajo forzoso tuvieron un cnit en el ao en que el
Ejrcito del Norte, el ms activo, haba tomado 99 906 prisioneros de guerra amn
de otros 3000 en camino a centros de evacuacin. La ICCP haba perdido la carta
de controlar todo el proceso del prisionero en la Espaa de Franco, cediendo cotas de
poder y entrando en irremediables competencias jurdicas con otros rganos polticomilitares franquistas, pero a cambio haba visto crecer el nmero total de campos de
concentracin; y por ms que la situacin interna en ellos se acercase en muchos
casos o sobrepasase al caos higinico y logstico, no dudaba en valorar su
trabajo como altamente positivo.
Todo cuanto de positivo pudiera haber tenido su trayectoria en 1937 y 1938, la
ICCP lo perdi sin embargo en 1939, con las ofensivas sobre Catalua y la ofensiva
final de los ejrcitos de Franco, que acab con la guerra dejando en la Nueva Espaa
a cuantos militares republicanos no pudieron salir de Espaa; a lo largo de 1939 por
Francia o desde los ltimos puertos tomados por las tropas franquistas 1939 fue, as,
el ao del exilio masivo, pero tambin el del internamiento descontrolado. Cuando el
23 de diciembre de 1938 se iniciase la ocupacin de Catalua, con los avances
generalizados puestos en marcha a los pocos das, la suerte de la Repblica estara
definitivamente echada. La guerra estaba perdida desde el fin de la ltima
oportunidad republicana, la ofensiva en el Ebro, donde el choque de dos carneros
completamente exhaustos acab decantando la balanza al lado de Franco. No por
tener la guerra en la mano, sin embargo, se detect algn viso de aligeramiento en la
imposicin de la exclusin, en el internamiento masivo, sino todo lo contrario. No era
paz sino violencia lo que las tropas franquistas dejaban a sus espaldas.

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4
Los laboratorios de la Nueva Espaa[*]
Muchos espaoles admiten o aplican ms o menos conscientemente un concepto de la
nacionalidad y lo nacional demasiado restringido. Segn ese concepto, una sola manera de
pensar y de creer, una sola manera de comprender la tradicin y de continuarla son
autnticamente espaolas. El patriotismo se identifica con la profesin de ciertos principios,
polticos, religiosos u otros. Quienes no los profesan, o los contradicen, no son patriotas, no son
buenos espaoles; casi no son espaoles. Son la antipatria.
MANUEL AZAA (1939)
El camp de concentraci era una cosa sabuda per remota, ms plena de literatura que de
fets. Desprs sabrem que estaven ms plens de polls, de fam i de miseria que de literatura.
MANUEL IBEZ ESCAOFET (1990)
Debajo de un rbol y sobre una piedra en la Santa Espina, como Cristo en otro tiempo
hablaba a las masas, escuchaban de nuestros camaradas con religioso silencio las consignas de
Falange.
EL NORTE DE CASTILLA[1]

IOLENCIA ERA LO QUE DEJABAN LAS TROPAS

de Franco en sus retaguardias.


Violencia no slo fsica, ejercida sobre las masas de prisioneros que cada da
pasaban a formar parte de la Nueva Espaa de Franco. Violencia tambin moral,
psicolgica, en aras de doblegar a los republicanos incautados, culpables slo por el
mero hecho de oponerse a los sublevados, y condenados a la clasificacin masiva, al
internamiento y a la reeducacin, cuando no a la muerte. Una violencia reglada,
paraestatal, que tuvo en el espacio de los campos franquistas, para miles de
internados, realidades concretas como la tortura, la humillacin y, en algunos casos,
la deshumanizacin y la muerte.
Como primer eslabn del laboratorio social en que se convirti el sistema
penitenciario franquista, pensado para la creacin de un nuevo orden fundado en el
consenso forzoso y la coercin, el campo de concentracin cumpli una funcin
social de adoctrinamiento, reeducacin y doblegamiento. Y eso se cristaliz en
realidades concretas, experiencias definidas, en los internos de los campos. Claro
est, resultara imposible trazar una experiencia comn en la que todos los prisioneros
de guerra se viesen identificados. Lo que s est palmariamente claro es, siguiendo la
documentacin oficial, el proyecto social que de la experiencia concentracionaria
pretenda extraerse. Una experiencia de eliminacin fsica, como en el campo
extremeo de Castuera; una experiencia de aniquilacin ideolgica, como en el
campo de San Pedro de Cardea; una experiencia de tortura cotidiana, como en el
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campo de San Juan de Mozarrifar. Una experiencia que iba ms all de la


clasificacin poltico-militar, determinada por una serie de valores morales,
culturales, que habran de regir el ordenamiento y la vida cotidiana dentro de los
campos de concentracin y los BB. TT.: la reeducacin, la recatolizacin y la
desmarxistizacin significaron la traslacin dentro de los campos de todo un
paradigma de reorganizacin social desarrollado por los vencedores de la guerra civil.
A abordar ese proyecto social va a dedicarse este captulo, dividido en varios
apartados: en el primero se analiza el concepto y proceso de reeducacin y los
cdigos de valores implcitos en ella, as como los caminos de ida y vuelta entre
campos, Batallones y sociedad tras las rejas y las alambradas; en el segundo, la
cristalizacin que ha dejado ms fuentes de todo ese aparato terico, las
investigaciones biopsiquitricas de Vallejo Ngera en el campo de San Pedro de
Cardea sobre la raz del mal marxista; y en el tercero y cuarto, la vida cotidiana en
los campos, la gestin de la miseria, analizada como imposicin punitiva para con
los disidentes reales o potenciales del Nuevo Estado. Los campos fueron laboratorios
sociales donde analizar el trato al disidente y la ideologa implcita en ese trato.
Indagando, en definitiva, en las funciones sociales de los campos y del trabajo
forzoso, lo estaremos haciendo tambin en la naturaleza del rgimen de exclusin
franquista. Y viceversa.

1. ESPAOLIZAR A ESTOS EQUIVOCADOS: REEDUCACIN Y


RECATOLZACIN
Los campos de concentracin pueden, como deca, ser analizados como
laboratorios del Nuevo Estado franquista fundamentalmente por dos motivos: por
constituir espacios de anlisis social de los internos para sus captores, y por resultar
ser reproducciones a diferente escala, como dijera Sofsky, de la sociedad en que se
enclavaron. De hecho, muchos aspectos acercaban la vida interna del campo y la
externa en la sociedad de la retaguardia y de la Victoria: a ambas las una la
utilizacin de la violencia con el fin de crear un enemigo comn contra el que
enfrentar a una compacta comunidad nacional; tambin la colaboracin en ella desde
la delacin, la acusacin o el aval, como medio de implicacin en la construccin y
reafirmacin de esa comunidad; o la instrumentacin de las identidades polticas
enemigas del Nuevo Estado como canal para erigir una ideologa poltica y moral
propia. La finalidad social del internamiento y la clasificacin masiva, por ejemplo,
no difieren demasiado de otros procesos de la poltica social franquista. Las claras
similitudes entre lo que suceda con las comisiones de clasificacin y las Cajas de
Recluta durante la guerra y la posguerra, y la maquinaria estatal puesta en marcha en
febrero de 1939 con la Ley de Responsabilidades Polticas o en 1940 con la Causa
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General, muestran la utilidad que se busc con ambos procesos de clasificacin


masivos: el intento, como sealaba ngela Cenarro, de creacin de una comunidad
nacional compacta a travs de la exclusin del Otro.
La construccin de esa comunidad se realizaba dentro y fuera del sistema
penitenciario franquista. En primer lugar, de fuera adentro: la principal conexin
entre la funcin social de los campos de concentracin la ms importante, la de la
clasificacin masiva de los prisioneros y la vida tras la alambrada estaba en la
delacin, elevada en tiempos de depuracin social al rango de virtud patritica. Desde
1936, la denuncia se convirti, en palabras de Julin Casanova, en el primer eslabn
de la justicia de Franco, en un deber patritico, como sealaba Sol i Sabat. La
colaboracin con el sistema penitenciario y concentracionario trazaba, entre muchos
otros canales de sociabilidad, la cesura entre vencedores y vencidos, entre los
miembros de la comunidad nacional y sus enemigos. Implicarse en la represin era
trabajar por el nuevo orden; tratar de contemporizar y actuar con pasividad ante
hechos luctuosos como los que jalonaron la violenta historia en las retaguardias
franquistas infera tambin valores de aceptacin hacia el mismo.
La colaboracin con la represin franquista, en forma de avales o acusaciones,
fue uno de los ms importantes canales para la articulacin cotidiana de la
convivencia que para la nueva Espaa pretendieron los vencedores de la guerra civil.
Y su calado en el sistema concentracionario fue tal, que lleg a determinar su
funcionamiento. La frontera entre dentro y fuera, entre intramuros y extramuros,
dependa durante la guerra civil y la posguerra de un aval, de una confesin al
prroco, de un dedo acusatorio. Cualquiera poda ser vctima y cualquiera poda ser
verdugo, cualquiera poda formar parte del entramado violento y punitivo, cualquiera
poda ser un perpetrador voluntario; y de la gente corriente que se mova en el limbo
formado entre los espacios simblicos de la libertad y la punicin se aprovech la
dictadura para crear en torno a la represin una va de implicacin en las dinmicas
polticas del Nuevo Estado a todos los niveles.
Y, adems, la construccin de la identidad nacional se realizaba en el interior del
sistema de internamiento masivo representado por las crceles, los campos y los
Batallones de Trabajadores. Los procesos de clasificacin de prisioneros puestos en
marcha desde 1937 eran, en realidad, un medio para dirimir la recuperabilidad de
los disidentes potenciales de la Nueva Espaa. La comunidad nacional no poda
aceptar en su seno elementos peligrosos, a quienes con su actividad poltica o social
haban cuestionado los cdigos identitarios de la Espaa tradicional. S, en cambio, a
los dudosos, infectados de propaganda falsa y extranjerizante, a quienes un
correcto encauzamiento moral, adems de un castigo como el del trabajo forzoso
inculcado como pena en positivo, dirigido a la reconstruccin de la nacin, hara
renacer su verdadero espritu nacional. Por eso se dio carta de prioridad a la
reeducacin poltica y moral de los prisioneros de guerra en los campos de Franco:
porque responda a toda una percepcin generalizada de qu y quines eran los
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enemigos de la Nueva Espaa. De ah que la mxima en los campos fuese la de


espaolizar a esos equivocados: detrs de esta cosmovisin se hallaba,
preferentemente, un credo nacionalcatlico con toques movilizadores provenientes
del fascismo de Falange. De hecho, esos fueron los dos grandes paradigmas
discursivos empleados en las tareas de reeducacin de la poblacin prisionera: en lo
religioso y el cdigo de valores, el primero. En lo poltico, preferentemente el
segundo si bien saliese siempre perjudicado, hasta el punto que los discursos de
ideologa poltica fueron controlados por el Ejrcito en todo momento, sin que la
Falange tuviera libertad de accin.
As, la tarea de la recuperacin de los soldados republicanos pasaba,
indefectiblemente, por su reeducacin poltica y religiosa. Qu entendemos
exactamente, pues, por reeducacin? En principio podemos definirla como las
dinmicas internas que se realizaban en los campos de concentracin, crceles,
centros para trabajadores, y en definitiva en los lugares de reclusin, internamiento
preventivo o encierro de personal en principio desafecto a los valores polticos y
sociales adems de ideolgicos y culturales de los sublevados, y que, en
oposicin a la tradicin laica republicana y a los cdigos de valores diseminados por
los partidos polticos de izquierdas y los sindicatos, trataba de imponer un modo
oficial de pensamiento y valores a travs de prcticas propagandsticas. Tal concepto
provena de un discurso general de actuacin poltica, aplicacin de la cosmovisin
de Espaa y de sus enemigos rastreable en el nacionalcatolicismo, y tan compartida
por los sublevados de 1936 que result ser un preeminente elemento integrador. La
verdadera Espaa era la tradicional y catlica. Todo lo dems, la Anti-Espaa.
Debemos as aproximarnos al fenmeno de la reeducacin en los campos de
concentracin como medio impositivo de reubicacin de las identidades individuales
y colectivas de los vencidos de la guerra civil. La vertebracin de un discurso poltico
y propagandstico segn el cual la guerra que se llevaba a cabo era una lucha del Mal
contra el Bien, un momento nico e irremplazable para extirpar o redimir del seno de
la nacin a quienes no se adecuaban a su verdadero sentir y ser, a quienes haban
subvertido el orden moral, forma parte de los porqus de la creacin de la red
concentracionaria franquista. Y es que no solamente la economa de guerra, la
ocupacin del territorio o la racionalizacin del problema causado por el masivo
volumen de los prisioneros de guerra pueden explicar el proceso que estamos
observando, segn el cual en 1937 se clasificaron ms de cien mil prisioneros, de los
cuales un mnimo de 30 000 pasaron por campos de concentracin estables, como
eran aquellos de los que salan estructurados los Batallones de Trabajadores. Eso
quiere decir, entre otras cosas, que los programas de reeducacin de los prisioneros
republicanos llegaran a travs de charlas patriticas, misas, castigos fsicos, morales,
ejemplares, o bien inculcando de manera doctrinal las bondades del Movimiento y
su preclaro Caudillo a millares de prisioneros. El fenmeno concentracionario
franquista fue un medio en s mismo reeducador: se basaba en la terica
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instrumentacin de la vida cotidiana en su interior, la imposicin religiosa y la


remodelacin caudillista y nacionalista de las ideologas de los prisioneros de guerra.
La reeducacin fue, de hecho, otro elemento transversal de los campos de
concentracin, sobre el que pueden darse dos ejemplos que acercan, al menos
superficialmente, los campos franquistas a los tradicionalmente considerados
totalitarios. El lavado de cerebro de los prisioneros de guerra polacos (los
aproximadamente 250 000 capturados en su frente oriental, tras la invasin rusa
comenzada el 17 de septiembre de 1939) en los campos soviticos de Kozelsk,
Ostashkov y Atarobelsk es parangonable, por un lado, a los que se realizaban tan slo
un ao antes en San Pedro de Cardea con los prisioneros de las Brigadas
Internacionales. No en los mtodos, infinitamente ms brutales en los campos
soviticos[2] donde s se aspiraba a la totalitaria creacin de un hombre nuevo,
pero s en el trasfondo de aculturacin y sacralizacin-dogmatizacin de la poltica,
segn la cual la ideologa se poda cambiar mediante la conversin. El inters, por
otro lado, desde 1944 de Hitler y Himmler por utilizar a los prisioneros de guerra
rusos en su propio ejrcito, as como el desprecio de Stalin hacia ellos[3], son
comparables a la actitud de Franco para con sus prisioneros de guerra: o eran
engaados a los que haba que espaolizar para hacerlos tiles a la comunidad
nacional, o eran mano de obra barata y rentable, o simple canalla roja que vala
menos que la bala que acababa con ella.
As, por ejemplo, puede entenderse que en mayo de 1938 la ICCP se interesase
por la requisa del reformatorio de menores de Amurrio (lava) para alojar a
prisioneros menores de edad, que estaban internados ante todo en Aranda de Duero;
lo hara por razones morales y educativas para lograr su regeneracin y hacerles
comprender el sentido de nuestro glorioso Alzamiento Nacional, adems de para
inculcarles la fe derivada de una sana educacin religiosa que haga de estos
jvenes hoy envenenados con las doctrinas marxistas hombres aptos al nuevo
Estado. Mediante un rgimen educativo en el sentido moral, poltico y religioso,
los menores no perderan, en principio, su carcter de prisioneros de guerra, por
hallarse el pas en estado blico; pero emplearan su tiempo en un proceso de
reeducacin, consistente en la educacin fsica y premilitar (dirigida a reconducir las
desviaciones del desarrollo fisiolgico), la educacin profesional (con juegos y
talleres copiados del ilegalizado movimiento Scout), la educacin cvica y patritica
(para ensear virilidad, energa vital y el orgullo por las gestas imperiales
espaolas) y, finalmente, la educacin religiosa y moral, infiltrada de modo suave y
atractivo, ensendose la maldad del hombre por haber crucificado a Jess. Tan
estereotipada era la cosmovisin del enemigo desarrollada por los sublevados y tan
seguros estaban de llevar a buen fin su proyecto de regeneracin nacional, que salvo
sujetos degenerados, depravados y anormales, los patriticos anhelos de los
jvenes acabaran por unirles al Glorioso Movimiento[4].
Patriticos anhelos, virilidad y fe era lo que quera encontrarse en los marxistas
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engaados por la demonaca propaganda. Segn Luis de Martn Pinillos, la


obligacin que los sublevados se haban impuesto en 1936 era la de espaolizar a
estos equivocados y hacer de ellos hombres que luchen y laboren por el
engrandecimiento de nuestra patria, hoy en la guerra y maana en la paz[5]. Para
ello, en los campos se cuida[ba] con especial inters a su formacin religiosa como
base a toda formacin moral. Celebrar la Pascua, acudir a la Santa Misa los
domingos y festivos con un ndice notable de comuniones, o rezar diariamente el
rosario en perfecta formacin militar, eran triunfos que encomiar. Triunfos
retricos de una identidad impuesta a golpe de fusil, en la que el catolicismo tena un
peso especfico slo equiparable al sentimiento de deslegitimidad que la Repblica
produca entre los insurrectos de 1936.
Los ltimos aos treinta y los aos cuarenta del siglo XX son, de hecho, un
perodo especialmente controvertido en la historia eclesistica. La posible
responsabilidad adquirida, por obra u omisin, por parte de la jerarqua catlica en
procesos histricos tan moralmente reprochables como el genocidio hebreo ha puesto,
de hecho, la mirilla acusatoria sobre pontificados tan controvertidos como los de
Po XI y Po XII[6]. En Espaa, la implicacin religiosa en el bando franquista dio
una ptina justificativa a la lucha de los insurrectos. As, el clmax de la interaccin
durante la guerra civil entre Franco y la Iglesia tendra lugar en el primer aniversario
del golpe de Estado, con la difusin de la Carta Colectiva del episcopado espaol,
mas tal colaboracin no se detuvo en la justificacin del golpe militar, ya que la
denuncia al rojo local, la firma de avales muchos provenan de los campos de
concentracin o la presencia de sacerdotes en el mismo frente de batalla y en las
crceles franquistas revela hasta qu punto la Iglesia estaba interesada en la victoria
insurrecta o, al menos, hasta qu punto algunos de sus integrantes comulgaban con
los sublevados. Teniendo en cuenta que en todos los campos de concentracin deba
haber como mnimo un sacerdote o capelln, o que se encargara de la vida espiritual
de los prisioneros el de la localidad de ubicacin del campo para continuar en
retaguardia la lucha de Espaa contra los sin dios que se dirima, ante todo, en los
frentes de batalla, puede aventurarse cierta connivencia entre militares y clero por lo
que respecta a la visin de los enemigos de Espaa.
Y es que la religiosidad era un elemento, al parecer de algunos tericos
especialmente implicados en la organizacin concentracionaria, consustancial al
carcter hispano, a la raza hispana. La misin religiosa, de implantar la religiosidad
entre los prisioneros de guerra, estaba pues en el mismo ncleo de la cuestin
concentracionaria, al menos si seguimos los informes entre propagandsticos y
organizativos que la ICCP enviaba sin regularidad alguna al Generalsimo. Al igual
que la propaganda caudillista y nacionalista, en los campos de concentracin
franquistas la religiosa fue sistematizada de manera central, de hecho integrando la
jerarqua de la Iglesia en la de la ICCP. En su decreto fundacional, recordemos, se
sealaba que de coordinar las tareas religiosas en los campos se encargara el capelln
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primero D. Natividad Cabicol Magri. Adems, los servicios religiosos en los campos
(vanse las fotos de comuniones en Miranda de Ebro), al menos desde que se
estabiliz una red concentracionaria con la cada del frente Norte en 1937
estuvieron desde el principio cubiertos por el personal correspondiente al Clero
castrense, no faltando sacerdotes en ningn campo ni batalln de prisioneros. La
asistencia de los prisioneros a misa los domingos y festivos era obligatoria, siempre
que fuese posible, como mtodo para combatir la propaganda satnica que habra
embrutecido al verdadero pueblo espaol, siendo necesario desintoxicar con otra
propaganda sabia para despertar ese instinto que hered de sus antepasados y que
hoy yace apagado en el fondo de su subconciencia.
Una conciencia conocida como nadie por las Altas Autoridades Eclesisticas,
expertas en lo relativo al corazn humano, y una misin, la de espaolizar a los
republicanos, percibida as como una recuperacin por tanto, reevangelizacin
de la inclinacin religiosa de los prisioneros. Pero una realidad bastante alejada de
tan superiores fines: represin ideolgica e imposicin del credo, en definitiva, era lo
que se realizaba en los campos. Cuenta, por ejemplo, Joan Llarch que, encuadrado ya
en el BB. TT. n. 69, los trabajadores eran conducidos los domingos por la maana a
la iglesia. No se les permita entrar, pero formaban en el exterior, desde donde
escuchaban las prdicas del sacerdote de Azada: hablaba a los fieles, haciendo
hincapi en que los del exterior, segn sus expresiones, representaban a la barbarie, al
ejrcito del crimen y a la negacin de Dios[7]. Para algunos sacerdotes, entre los
cuales se hallaban varios de los que realizaron su labor apostlica en los campos
franquistas o con prisioneros de guerra, bastaba haber combatido en el Ejrcito
Popular de la Repblica para estar con los sin Dios, con la Anti-Espaa.
Adems, las actividades relacionadas con la reeducacin catlica no se limitaron
a la celebracin eucarstica. Tanta o ms importancia tuvieron las series de
conferencias apologtico-dogmticas, donde sacerdotes y capellanes se implicaron
hasta mancharse en la autntica misin. Establecidas segn la documentacin
oficial de manera sencilla pero a todas luces eficaz, dos veces al da y con modos y
lenguajes simples (para llegar a la inteligencia, incluso la ms escasa de los oyentes,
y al corazn, a veces refractario, de los envenenados por la propaganda ateomarxista)[8], las charlas son bien recordadas, por regla general, por los prisioneros
internados en los campos franquistas. De ese modo, como se sealaba en un texto de
naturaleza casi teolgica que sirvi para dotar de un corpus terico a la
reevangelizacin en los campos, poco a poco se inculcaba en el nimo de los
prisioneros la verdad de que el hombre no era slo materia sin ms fin que el de
pasar como un meteoro por la tierra, sin destino ulterior, sino que el hombre posee un
alma, destello de la divinidad y creada por esta divinidad para la vida ultraterrena y
que por tanto, no cumplir con la ley divina (la santidad en vida) empleando el libre
albedro para no regir la sociedad terrenal por las reglas eclesisticas, implicara la
ms implacable justicia. Dios, se deca, tena reservada su gloria para los que
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cumplen su ley y las penas eternas del infierno para los que la desacaten.
De ese modo la Iglesia catlica se reservaba la capacidad de establecer el
verdadero y recto devenir de los hombres. Mediante la comunin y, en este caso,
mediante la penitencia: el sacramento que una al pecador con el creador, a travs de
la santa sociedad amiga y protectora de todos los humanos (y en particular, de los
obreros y los humildes) por l creada, la Iglesia, a la cual todo cristiano tiene la
obligacin de acatar. Sacramento, por tanto, que daba voz a los descarriados y
que deba ser empleado como canal para la redencin de quien, por culpa del engao,
se haba desviado de la senda justa y en consonancia con la Iglesia. Sacramento que,
segn se deca, deba acompaarse de la convivencia ntima de los prisioneros con los
sacerdotes, quienes en los campos y territorios de castigo generalmente llevaban la
conversacin hacia los temas del espritu, les dejaban plantear sus dudas y
vacilaciones para resolvrselas, la mayor parte de las veces con la satisfaccin y
complacencia del prisionero. Los frutos de esta propaganda, se conclua, haban sido
excelentes hasta julio de 1938. El pastor sala a buscar a sus ovejas salvo que en
este caso las ovejas no estaban libres sino encerradas y sometidas a un rgimen de
vida particularmente duro.
La retrica populista y obrerista y la instrumentacin del concepto de pecado (en
este caso, el pecado se haca ideolgico) eran los fundamentos de las charlas
religiosas, de la misin. Pero, adems, esa instrumentacin dio cobertura
ideolgica al empleo de la mano de obra prisionera y penada en trabajos forzosos. Y
eso lo podemos comprobar fehacientemente en los escritos publicados por quien fue
cerebro creador del sistema de Redencin de Penas por el Trabajo, con el que los
presos polticos pudieron desde 1938 acceder a la terica reduccin (de facto, ningn
preso redujo pena) de las desproporcionadas condenas impuestas por los tribunales
militares a cambio de su mano de obra. A condicin de que el preso se mostrase
sumiso y arrepentido, podra superar la reclusin intramuros y acceder al tambin
ingrato, pero al aire libre, sistema de trabajos patriticos. De tal modo, mediante el
cultivo espiritual, religioso, patritico y social que contribuya poderosamente a la
conquista definitiva de miles de espritus extraviados para Dios y para la Patria y el
trabajo, los reclusos accederan parcialmente a los programas de obras en RR. DD. o
destacamentos penales, descargando adems al Estado y a la sociedad del peso de su
manutencin. Pero, sobre todo, se reconciliaran ellos y sus familiares con la
religin, con la sociedad y con la Patria, sin tener que apelar a amnistas que
degradaran y envileceran a la Autoridad[9].
Sin embargo, la reeducacin en los campos franquistas, como casi todo cuanto
tuvo que ver con ellos, estuvo ms bien impregnada de la contradiccin intrnseca a la
combinacin de falta de medios y grandes ambiciones, as como a la conjuncin entre
justificaciones discursivas y realidades concretas. Tales contradicciones eran parte
sustancial en la aplicacin prctica del discurso terico sobre la redencin del
prisionero y su falta de fe, aunque fuesen generalmente soslayadas hasta el punto de
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no ser necesaria otra justificacin, por ejemplo, para la utilizacin de la mano de obra
de los prisioneros de manera pseudoesclavizada que la doble dimensin de justicia de
los hombres y justicia divina, apropiada por los nacionales arropados por la Iglesia
catlica. En algunos casos, como con la reeducacin en los campos o con la creacin
en 1938 del Patronato de Redencin de Penas por el Trabajo, guiado por el jesuita
Prez del Pulgar, todo quedaba perfectamente claro: la justicia humana emanaba de
aquella divina y, estando la Iglesia al lado de los nacionales, cuanto se realizase para
punir y castigar estara siempre legitimado, porque se estaba haciendo siempre lo
correcto.
Pero las contradicciones existan. Y alguna respuesta a ellas nos la pueden dar las
fuentes para la reconstruccin de la vida cotidiana en los campos de concentracin
franquistas. Por ejemplo, en un informe al gobierno del Pas Vasco ya en el exilio de
un prisionero apellidado Zubicaray, quien tras la cada de Bilbao dio con sus huesos
en Miranda de Ebro, en el Batalln de Trabajadores de Cortes de Tajua y en la crcel
de Azpeitia. Sobre Miranda habra de decir que lo peor que tuvieron que ver, tanto l
como sus compaeros vascos en particular tres sacerdotes seran las represalias
por hablar de la situacin en su tierra y, ante todo, la imposicin de una doctrina
catlica ultrareaccionaria que negaba, de manera especial para los prisioneros
nacionalistas, la religiosidad si carente de sentimiento espaolista: no es buen
catlico quien no es buen espaol. Un sacerdote, por oponerse a esos discursos,
habra sufrido en mangas de camisa, en posicin de firmes, la noche burgalesa de
noviembre a modo de castigo. En sus diferentes traslados ratificara lo visto en
Miranda: que las catequesis y misas en las fechas clave del Movimiento (18 de
julio, 12 de octubre da de la Hispanidad por su patrona, la virgen del Pilar y de la
Raza) no seran otra cosa que desviaciones propagandsticas del credo catlico.
Para ms inri, deca, no se haban celebrado misas ni el viernes santo, ni para la
Ascensin, ni el da de San Pedro, en el Batalln, pero en cambio s se haban
ejecutado a dos prisioneros por desacatos al himno falangista y a su teniente[10]. Un
testimonio que nada tiene de aislado: tambin de Miranda de Ebro, Flix Padn
recuerda que
haba un cura, que era de Santander, que se haba pasado a los nacionales y estaba all en el campo. Recuerdo
que a los dos o tres das de estar all nos obligaron a hacer una capilla, y nos obligaron a arrastrar por all unas
piedras. Yo, que casi no me tena en pie del hambre, arrastrando piedras para hacer la capilla Por Navidades,
a los 4000 y pico que estbamos all nos hico pasar en fila a besar un mueco [el Nio Jess] que tena all,
con una nieve que caa, y nos hizo pasar. Sin rerse. Nos quisieron vejar, pero no pudieron

En otro momento, Padn recuerda ms claramente el carcter del sacerdote


santanderino:
Pensbamos que era preso tambin como nosotros y no, resulta que era un cura que se haba pasao de los
rojos, como decan ellos, a los nacionales, y estaba aqu pues de cura se conoce, y yo le he visto por aqu
estando formados con un ltigo de esos de los negreros, as debajo el brazo. Nunca le vi usarlo, pero las
palabras de l eran stas: lo mejor para stos es pegarles cuatro tiros y tirarles al Bayas, as no sabe nadie
dnde estn[11].

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Por su parte otro prisionero vasco, Francisco Ibarrola, recuerda muy bien las
charlas y mtines, educativos y espirituales, donde se cocan motivos religiosos,
polticos, imperiales, falangistas y tradicionalistas. Los dislates, incoherencias y
panegricos sobre la Nueva Espaa y su imperio, a juicio del exprisionero, no hacan
sin embargo el ms mnimo efecto. Y por cuanto respecta a la imposicin religiosa, el
relato de otro prisionero no deja espacio para la duda: era imposicin tambin sobre
los creyentes no catlicos. En el campo de Reus, un testigo de Jehov era llevado a
misa los domingos a garrotazos. En aquel campo mandaban ms los capellanes
castrenses que los propios militares[12].
Oficialmente, las cosas deban ser bastante diferentes. Un ejemplo: para celebrar
el aniversario del golpe de Estado, en el campo instalado a base de barracas de
madera en el interior del Penal del Dueso, en Santoa se realizaron misas los das 17
y 18 de julio; el 19, se dio una conferencia a los prisioneros sobre La Religin y la
Patria. En las primeras, tomaron la comunin gran nmero de prisioneros, y el coro
de la Asociacin Catlica del Campo interpret distintos cantos religiosos,
finalizando con el Himno Nacional y los vivas reglamentarios, cantados y
contestados con gran entusiasmo por todos los prisioneros. Adems, tras la misa del
segundo da se puso en libertad, tal y como sucede en la Semana Santa espaola, a
buen nmero de prisioneros no sabemos cuntos despus de haber sido
exhortados a que una vez en la calle, gracias a la bondad y justicia de nuestro
Caudillo, laborasen con todo su entusiasmo por la Espaa UNA, GRANDE Y LIBRE de
Nuestro Lema para la pronta victoria final de Nuestro Glorioso Ejrcito. Es decir,
que con toda probabilidad se trat de una pantomima ya que se trataba de prisioneros
clasificados positivamente y que, por tanto, eran liberados para ser mandados a luchar
en las trincheras franquistas[13].
Otro ejemplo que ilustra perfectamente la imagen que se tena de los prisioneros
es el de la nota mandada a la ICCP desde el campo de Burgo de Osma el 26 de abril
de 1939 por su jefe, Pedro Cagigao[14]. El da anterior se haba celebrado la comunin
pascual de los prisioneros. A las nueve de la maana y con la asistencia de las
autoridades civiles y militares, la superiora y las hermanas del hospital y el asilo, de
la Sra. Romana Roldn de Polanco presidenta de Frentes y Hospitales y
representante de FET-JONS y, sobre todo, del obispo de la dicesis, dio comienzo
la santa misa, durante la cual los prisioneros entonaron diversos cnticos religiosos y
rezaron el Santo Rosario dirigido por un sacerdote. Justo despus, el obispo
administr la sagrada comunin al jefe del campo, los oficiales e invitados y,
seguidamente, a 52 prisioneros que por primera vez se acercaban a la Santa Mesa
procedindose despus a la comunin del resto del personal.
Espectculo soberbio! Cuadro imponente de una magestad [sic] y grandeza que solo [sic] puede verse en
la Espaa del Caudillo, el de 3082 prisioneros de rodillas con las manos cruzadas y discurriendo entre ellos
diez Sacerdotes que distribuan [sic] la Sagrada Forma! Escena inolvidable que humedeci los ojos de
cuantos las [sic] presenciaban y que quedar para siempre gravada [sic] en sus corazones! Solemne silencio,
turbado solo [sic] por el alegre trinar de las primeras golondrinas que cruzaban el espacio embriagndose del

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sol esplendido [sic] que iluminaba el cuadro maravilloso!

Finalizada la comunin, sesenta y siete prisioneros recibieron la confirmacin,


siendo apadrinados por el jefe del campo y la Sra. de Polanco. Tras dirigir una
elocuente pltica, el obispo se retir entre aplausos. Como deca el jefe de Burgo
de Osma, el lirismo de su explicacin no se explicaba sino en el orgullo que le
produca ser, en buena medida, responsable del cuadro que acababa de presenciar.
Pero tal lirismo no esconde, a los ojos de hoy, la farsa que se acababa de consumar en
el campo. Una farsa extendida por todos los territorios de castigo franquistas para
escenificar y ritualizar la pertenencia a la verdadera y nica Espaa.
Faltan en la historiografa espaola e hispanista estudios empricos referidos a la
real implicacin sacerdotal en la represin franquista como para poder valorar estos
hechos de manera global. De hecho, no se ha hallado documento alguno que
cuantifique la presencia real de sacerdotes en los campos. Pero de ser cierto lo que
deca Luis de Martn Pinillos, habra como mnimo uno en cada campo y batalln. Y
casi todos los prisioneros comparten una visin: que los curas y clrigos involucrados
en la propaganda religiosa no ofrecan perdn lo que ya de por s implicaba
pecado: la pertenencia al Ejrcito de la Repblica; lo que daban era
adoctrinamiento, crueldad y saa. Adems, a tenor de muchos testimonios personales,
los intentos de doblegamiento y reeducacin fueron poco eficaces. La retrica perda
su eficacia cuando los prisioneros se daban cuenta de que, para salvar la integridad
fsica, deban acatar (o hacer ver que acataban) las reglas eclesisticas de
organizacin de la vida concentracionaria. Pero eso sera tambin utilizado como
canal para la transmisin ideolgica de los valores de la Nueva Espaa: si la
ideologa era pecado, ideolgica deba ser la redencin.
Tanto es as, que la propaganda religiosa no puede analizarse sin observar un
elemento a ella concatenado: la propaganda poltica que los prisioneros reciban casi
a diario en sus largas jornadas de internamiento, donde se incluan procesos llamados
de desmarxistizacin. Dirigida por la ICCP en compaa de la Seccin de Prensa y
Propaganda de Falange, una vez organizado el Ministerio del Interior, esta
aniquilacin ideolgica y, en buena medida, identitaria, se llevara a cabo segn la
documentacin oficial de mil maneras, repartiendo folletos, peridicos, con charlas
por parte del jefe del campo. Todo ello destinado a demostrar la necesidad del
Alzamiento y a propagar el programa sociopoltico de FET-JONS, la
magnanimidad del general Franco y la grandeza que para Espaa, sin distincin de
clases, traa su guerra. No extraa, en ese contexto, el recuerdo de Eustasio Garca:
Yo he cantao ms Cara al sol que el mayor franquista. Yo he cantao durante tres
aos por las maanas, a medioda y por las tardes. Cuando bamos a comer, antes,
primero el Cara al sol[15].
Y es que la parafernalia fascista form parte, en la manera ms primaria, de lo
que era un intento por arrancar la raz del Mal e imponer a los internos una doctrina
poltica de cuo franquista: fascista por movilizadora, y nacionalcatlica por
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tradicionalista. Sin embargo, la propaganda directa e indirecta y los programas de


conferencias patriticas no fueron cosas sistemticas hasta bien entrado el
Segundo Ao Triunfal, dependiendo hasta entonces el adoctrinamiento en cada
campo de las decisiones particulares de cada jefe. Por ello, la Jefatura de Propaganda
en los frentes, dependiente de Interior, pedira sustituir lo espordico de las charlas
por cursos metodizados de nuestras doctrinas[16] (este servicio dependa de cuadros
de FET-JONS), destinadas a la regeneracin ideolgica de los prisioneros de guerra;
lo que se pretenda, en definitiva, no era tanto poner de relieve los crmenes y errores
del marxismo, sino adoctrinar a los prisioneros en la supuesta realidad sociopoltica
del nuevo Estado que Franco lideraba. Basta dar una ojeada a los temas que se
proponan para las charlas de educacin moral y social para comprobar el ideario e
imaginario sobre el que esta realidad se basaba[17]. Estos eran:
Errores del marxismo-lucha de clases; criminalidad imperante antes del 18 de julio; los fines del judasmo,
la masonera y el marxismo; por qu nuestro Ejrcito toma la labor de salvar la patria; la destruccin de
nuestro patrimonio artstico; la negacin de todo valor intelectual o cientfico [s/c]; lo que se pretende destruir
de las fuentes de riqueza; la subordinacin y esclavitud de los polticos del Frente Popular a las organizaciones
internacionales; lo que es el credo de nuestro Movimiento: los 26 puntos de FET-JONS; la labor de Auxilio
Social; lo que es y se propone desenvolver el sindicato vertical; las leyes que implican reformas sociales en la
Espaa que nace (auxilio a familias numerosas, subsidio de los combatientes para sus familiares, exencin de
los alquileres a los sin trabajo, revalorizacin de productos de la tierra, becas para estudiantes pobres y
necesitados, ley del trigo, respecto a las leyes que suponen mejoramiento social y econmico de los humildes);
el error en que han vivido a travs de las mentiras de la prensa roja; el trato que se les da a los prisioneros y la
falta de verdad en que incurrieron los que decan que se asesinaba a todos los que caan en nuestro campo; el
rgimen de hospitales para prisioneros rojos; el concepto de la Espaa Imperial; el orgullo de saberse fuertes y
potentes por el hecho de ser espaoles y solamente espaoles; el concepto de unidad de la Patria. Por los
conferenciantes se harn preguntas a los que compongan el auditorio a fin de poder recabar elementos de
juicio en orden al aprovechamiento de conceptos, procurando aclararles los que se estimen convenientes.
Tanto de la asistencia como de la compostura y grado de atencin se tomarn notas a fin de lograr las
observaciones convenientes en su da.

As, en los campos las conferencias patriticas, instructivas y polticas, los


cursos de refutacin del marxismo, las propagandas radiofnicas, bibliotecas y
escuelas, los lectores de peridicos comentados los capellanes, los pequeos
concursos sobre el grado de conocimiento de los puntos de Falange, leyes sociales y
fundamentos del Nuevo Estado, los peridicos murales, o las agrupaciones
musicales, corales o teatrales, sesiones cinematogrficas, etc., constituan actos de
distraccin a los prisioneros, pero se aprovechaban para la reeducacin intercalando
entre ellos, para difundir en mtines relmpagos, la verdad de nuestra doctrina[18].
Y es que aprender la verdad de la doctrina era conditio sirte qua non para formar
parte de la comunidad nacional. Tanto es as, que algunas de las preguntas requeridas
para aspectos cruciales en la vida del prisionero, como ser reclasificado a lo largo de
la guerra o ser puesto en libertad tras ella, era si demostraba saneamiento en su
ideologa. De tal modo, tras haber purgado la ideologa y devuelto su espritu a la
comunidad, se les podra considerar incorporados idealmente a la nica Espaa
Grande y Libre, cuyo engrandecimiento es preocupacin constante del Caudillo[19].
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As se acceda al Nuevo Estado, que en un principio y por desconocimiento de sus


virtudes se deca, cont con gran nmero de enemigos, como los prisioneros en
los campos, pero que cuando se escribiese el propagandstico informe al que se hace
alusin, habra conseguido que la mayor parte de ellos [estuviesen] hoy convencidos
por la justicia y excelencia del Rgimen.
Restaar la memoria del republicanismo era, evidentemente, algo mucho ms all
de las posibilidades verdaderas del Ejrcito sublevado; por ello, semejantes intentos
de arrancar de raz la disidencia al nuevo orden habran de ser, a la fuerza,
impositivos, como ha sealado el exprisionero Francisco Ibarrola, respecto de la
obligatoriedad de la parafernalia fascista en los campos de concentracin: kin
pensara ke ese imno abra de aprenderlo y obligado a kantarlo kon los dems
prisioneros, brazo en alto, zientos i zientos de bezes, a la salida i puesta de sol[20].
Tambin as lo recuerda Jos Leiva, respecto al campo ubicado en posguerra en el
Castillo de Santa Brbara: a un prisionero de sesenta aos le tuvieron ms de dos
horas saludando con el brazo en alto por no haberse aprendido el himno de FETJONS[21]. Aquellos soldados deberan aprender con el dolor la nueva disciplina, el
nuevo orden, y con el castigo pagaran sus desatenciones a la propaganda y las
proclamas franquistas.
Tal vez, en realidad, las autoridades sublevadas saban que los medios para la
reeducacin conferencias patriticas, trabajo redentor, imposicin religiosa eran
completamente intiles, salvo para exaltarlas por motivos propagandsticos. La
represin franquista, sealaba ngel Surez, no pretendi reeducar sino quebrar. No
pretenda nicamente neutralizar[22], sino vengarse del cuestionamiento
republicano del statu quo tradicional. Solamente desde tal perspectiva podra
explicarse la insistencia casi obsesiva en la reeducacin en los campos y el trabajo
forzoso, aun cuando saban que los prisioneros no aceptaban, sino que simplemente
acataban. Pero lo cierto es que, fuese para doblegar, para transformar o para
convencer, la reeducacin poltica y religiosa en los campos fue una realidad concreta
para los prisioneros de guerra. Una experiencia que, en palabras de Ricard Vinyes,
tuvo su cobertura intelectual en el trabajo de Vallejo Ngera y sus teoras sobre la
segregacin total del mal marxista. Un aspecto al que hay que dedicarle una especial
atencin.

2. REEDUCACIN Y RAZA HISPANA: VALLEJO NGERA EN SAN


PEDRO DE CARDEA
En el mismo contexto explicado de espaolizacin y desmarxistizacin de la
poblacin republicana, se han de enclavar las investigaciones sobre el biopsiquismo
del fanatismo marxista y los experimentos psquicos, raciales y sociales realizados
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por Antonio Vallejo Ngera (profesor de psiquiatra en la Academia Militar de


Sanidad) con los prisioneros internacionales del campo de San Pedro de Cardea,
encaminadas a hallar las relaciones que [pudiesen] existir entre las cualidades
biopsquicas de los prisioneros y el fanatismo poltico democrtico-comunista[23].
Y aunque no se deba exagerar su importancia real y que lo ms probable es que no
fuesen las nicas aunque, ciertamente, sean las nicas de que disponemos de
fuentes directas realizadas en la Espaa franquista, lo cierto es que tienen una
innegable trascendencia en el plano de los paradigmas tericos sobre los que se
habra de sustentar, desde la perspectiva de los sublevados, la verdadera
comunidad nacional.
Estas investigaciones, ya estudiadas sobre todo en lo relacionado a la creacin de
la teora de la segregacin total y paralelamente en lo relativo a las mujeres
encarceladas y al rapto de sus hijos, estn, sin embargo, cargadas de incgnitas.
Como seala el mismo Ricard Vinyes, no se sabe muy bien qu pas en San Pedro,
cmo se desarrollaron las pesquisas biopsquicas, ni cules fueron sus resultados en el
orden de la vida cotidiana. Se conoce que fueron aplicadas las biotipologas de
Kretschmer pues el propio Vallejo as lo relata. Pero quedan muchas sombras, no
despejadas an por la investigacin ante la falta de fuentes a las que remitirse ms
all de los escritos del director del Gabinete de Investigaciones Psicolgicas de los
Campos de Concentracin[24]. La primera duda: por qu en San Pedro de Cardea?
Esta pregunta an no ha sido respondida convenientemente por los escasos,
aunque ms que efectivos, estudios que han analizado la categorizacin del Mal y de
los beneficios de la regeneracin postulados por Vallejo. Y la respuesta puede ser
tan simple como compleja: por un lado, el grupo de prisioneros de San Pedro fue el
ms estable, el nico no sometido a traslados internos dentro de la Pennsula, por lo
que la duracin de los estudios no estuvo sujeta a un lmite preciso marcado por
decisiones de carcter estratgico o militar. Los 653 interbrigadistas recabados de los
diferentes campos espaoles en total, fueron 297 los investigados eran, a primera
vista, una buena excusa para realizar con ellos experimentos psicolgicos que
tratasen de determinar la raz del problema marxista[25]. Pero, por otro lado, resulta
hasta cierto punto contradictorio que unos estudios encaminados a sealar la raz
psquica del Mal que azotaba Espaa el marxismo no tuviesen por objeto
prisioneros espaoles, sino extranjeros. Los resultados de las investigaciones del
gabinete, que a priori tambin incluan presos separatistas vascos y catalanes, as
como presos y presas polticas, solamente dieron como resultado las conclusiones
derivadas de los estudios sobre las presas de Mlaga y los internacionales de San
Pedro. Y esto ltimo debemos observarlo desde una perspectiva europea.
Vallejo Ngera adopt para Espaa las teoras raciales de Lombroso y, en
principio, sus conclusiones estaban destinadas a servir de modelo no slo para su
aplicacin al caso de los republicanos espaoles, sino tambin a la degeneracin
mental generalizada por el desarrollo del marxismo como doctrina terica aplicada a
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la poltica. De tal modo, no se trataba tan slo de la creacin de una categorizacin y


una cosmovisin del enemigo republicano, sino que ms bien se trataba una
teorizacin antimarxista (definido el marxista como antisocial por antimilitarista
y antipatriota) vlida para Italia, Alemania, Francia, Inglaterra y, en general, para
todos los grupos nacionales estudiados en su pequea representacin
concentracionaria de San Pedro de Cardea. Entroncan, por tanto, con lo que Mosse
seal para la historia del racismo en Europa[26] la construccin de la identidad
nacional se acompa de construccin a la vez racial e identitaria del otro y con lo
que ms recientemente ha sugerido Mark Mazower sobre la generalizacin en la
Europa de entreguerras de polticas sociales fundadas en el estudio de la alteridad
como degeneracin. De hecho, en algunos momentos tuvieron no poco de
componente racista.
La alteridad ideolgica fue, pues, afrontada por Vallejo como se enfrenta la
medicina a una enfermedad. Lo que se pretenda, ante todo, con estos estudios de la
ideologa marxista era crear un marco terico para justificar tanto el origen como el
modo de afrontar dicho mal, entendido como una enfermedad mental y, por tanto,
curable mediante el tratamiento. Se trataba de reconstruir patolgicamente las races
fsicas de la Patria y su moralidad y precisamente, como seala Michael Richards, la
labor de los campos de concentracin fue articular esa regeneracin de Espaa, esa
desinfeccin poltica y religiosa[27]. La de imponer la superioridad psicolgica
de los valores abanderados por bando franquista lo que Vallejo llam el factor
emocin como canal de legitimacin de los sublevados. No haca falta construir
otras legitimidades: el franquismo acu la idea de que Franco gan la guerra por
estar a lado de Dios[28].
Construir la propia identidad nacional, el mejoramiento de la condicin
humana[29], identificar al enemigo y tratarlo, aplicando para ello la pedagoga de
masas. Tales eran los objetivos de la investigacin, que parta de unos paradigmas
tericos fundados en considerar que la muchedumbre [recordaba] en muchos
aspectos a los rebaos de animales, confiados ciegamente al cabestro o animal gua
y que el pensamiento antisocial se pareca al de un nio, en su actuacin
irreflexiva y su temeridad, lo que lo haca por igual predecible, sugestionable y
regenerable[30]. Los postulados del trabajo radicaban as en tres objetos de bsqueda:
la predisposicin al marxismo y su relacin con la personalidad biopsquica, la
proporcin del fanatismo marxista en los inferiores mentales y la proporcin de
psicpatas asociales en las masas marxistas. Sin embargo, las bases tericas del
mismo, al menos en su cristalizacin hipottica, eran mucho ms ideolgicas y
racistas que psiquitricas: al explicar la segunda premisa, la de la inferioridad mental,
escribira:
El simplismo del ideario marxista y la igualdad social que propugna, favorece su asimilacin por los
inferiores mentales y deficientes culturales, incapaces de ideales espirituales, que hallan en los bienes
materiales que ofrecen el comunismo y la democracia la satisfaccin de sus apetencias animales. El inferior

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mental y el inculto encuentran en la poltica marxista medios de facilitarse la lucha por la vida, al contrario
que en cualquier otro rgimen poltico-social, especialmente en los aristocrticos que fomentan el
encumbramiento de los mejores Unido el marxismo a la antisociabilidad y a la inmoralidad social,
especialmente contrario a la moral catlica, parece presumible que se alistarn en las filas marxistas psicpatas
de todos los tipos, preferentemente psicpatas asociales.

De tal modo, en aras de descubrir la causa del alistamiento en las filas


republicanas no slo se ira tras la pista de la predisposicin al marxismo, sino
tambin de la influencia ambiental marxistgena, tomando tres ejes de la vida
personal: los fracasos profesionales, sociales y sexuales del prisionero. Adems, y
siguiendo las investigaciones de Kretschmer en su da sobre la relacin entre los
biotipos fsicos y las cualidades temperamentales, Vallejo se aventurara tambin en
la descripcin exterior racial del marxista como reflejo de la identidad e ideologa
poltica. De tal modo, relacionadas con las investigaciones y encargadas por el asesor
jurdico de Franco, Lorenzo Martnez Fuset, existen unas fotografas destinadas a
clasificar a los prisioneros por tipos raciales (vanse las fotografas incluidas en
este volumen). En el caso espaol tambin caba hablar, segn Vallejo, de una raza
hispana que no se caracterizaba propiamente por lo fsico sino por un sentimiento de
comn reconocimiento, de amor a la Patria, de identidad colectiva. El contagio
psquico de las masas haba devenido en la desaparicin de las constelaciones
Dios, Familia y Patria de la conciencia colectiva. Haba, por tanto, que cuidar esa
raza de espaoles, incluso aplicando teoras racistas de ingeniera social, tan en
boga en la Europa de entreguerras.
Esas fotos de San Pedro de Cardea eran, pues, tipolgicas, y traan en sus
reversos inscripciones como tipos de prisioneros que describan sus caractersticas
fsicas, faciales. En la Espaa franquista se utilizaron, adems, como pruebas para
demostrar la intervencin extranjera en la guerra civil. Pero, desde luego, no eran tan
slo un medio de identificacin: en ninguna normativa interna de la ICCP apareca
recogida la necesidad de identificar mediante fotografas a los prisioneros ingresados
en los recintos concentracionarios. Se trataba, ante todo, de mostrar los caracteres
degenerados del marxismo, la Anti-Espaa y sus colaboradores extranjeros.
Acaso pueden ser stos espaoles?, reza la fotografa de varios prisioneros
franceses en su reverso, supuestamente para demostrar la superioridad moral,
trasladable a los rasgos fsicos, de los verdaderos espaoles frente a los
descarriados, enfermos de polticas extranjerizantes. No se trataba, por tanto, de
la aplicacin de polticas de esterilizacin o eliminacin masiva de la inferioridad,
ni tampoco a esas conclusiones se lleg en San Pedro. El racismo hispano de Vallejo
tena ms que ver con variables morales que fsicas, con la identificacin de la
comunidad nacional desde vectores identitarios (la identidad comunitaria), como
una tentativa de justificar el nacionalismo a travs de una ciencia objetiva[31].
A ciencia cierta se desconocen, porque no existen fuentes, los mtodos exactos
empleados en los trabajos dirigidos por Vallejo y ejecutados por Enrique Conde
Gargollo (alfrez mdico) y Agustn del Ro (mdico). Cari Geiser, por ejemplo,
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recuerda que en San Pedro les fueron tomadas a los internacionales las medidas del
crneo, se estudiaron sus rasgos, y les hicieron rellenar unos tests, llamados de
Marson, para determinar, por parte del Gabinete de Investigaciones Psicolgicas de la
ICCP, las races del pensamiento marxista. Algo que resulta cuando menos llamativo
pero que, a efectos prcticos, poco tuvo que ver con la dura realidad que estos
experimentos supusieron en otras latitudes: stos fueron realizados tambin sobre las
presas del Penal de Mlaga, para sentar as las teoras de la segregacin ms absoluta,
que entre otras cosas determinaron la separacin robo de sus hijos[32].
Lo que s se llegaron a conocer fueron sus resultados, que no eran otros que los
previsibles. Podra decirse que las conclusiones a las que se llegaron correspondan,
si no magnificaban o incluso superaban, las premisas de partida: el marxista no era
tanto un enfermo mental como una persona con caractersticas mentales inferiores y
degenerativas. Por investigacin psiquitrica se pas lo que no fue otra cosa que una
reafirmacin ideolgica: los ambientes sensuales y paganos, la imbecilidad social, la
percepcin materialista de la sexualidad, el atesmo, el fracaso eran segn las
conclusiones caractersticas repartidas desigualmente pero intrnsecas a los marxistas
norteamericanos, hispanoamericanos, britnicos o portugueses. Como han sealado
Bandrs y Llavona, la falta de rigor en el uso de la terminologa, de explicacin de
los modos de actuacin; las arbitrariedades y variaciones en los anlisis de los
diferentes grupos nacionales, eliminan cualquier viso de credibilidad a este
experimento, cuyas conclusiones tuvieron poco de cientfico y mucho de maniqueo.
Sin embargo, por mucho que sus resultados fuesen previsibles, su importancia
simblica fue capital, as como las consecuencias que de l se derivaron: no slo
sirvieron para determinar las races tericas de la degeneracin marxista sino que,
adems, sirvieron para articular una poltica prctica encaminada a la reeducacin y
supuesta regeneracin de los prisioneros de guerra, a travs del trabajo y la
aculturacin. Y, al margen de dispersas prdicas polticas o religiosas en los campos
de concentracin franquistas, supusieron el ms trabado y conclusivo trabajo por
sistematizar el programa reeducativo, desideologizador y contraidentitario sobre los
prisioneros de guerra durante todo el conflicto blico. Y es que, de este modo, se
pudieron articular retricamente las polticas encaminadas a la reeducacin de los
prisioneros de guerra, estableciendo un marco pseudocientfico a las teoras de
segregacin y de regeneracin de los prisioneros. Polticas que incluan, como
camino para la redencin nacional, el empleo de la mano de obra forzosa de los
prisioneros y presos polticos. Todo responda a una misma dinmica: no en vano, la
inscripcin en tinta sobre una de las fotografas aqu incluidas reza: Con el trabajo,
el Pan y la Justicia de la Patria, poco a poco van los prisioneros reconstruyendo lo
que ellos mismos deshicieron antes con la dinamita.
El trabajo forzoso, como pago justo y lgico a la verdadera Espaa, fue por
tanto un camino de reeducacin y expiacin. Y es que lo que se haba destruido no
era slo algo material. Para los sublevados, y entre otros factores gracias a la
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cobertura intelectual del trabajo de Vallejo (como representante del


nacionalcatolicismo; no puede olvidarse su deuda intelectual con Ramiro de Maeztu),
la Repblica haba destruido o tratado de destruir tambin los valores morales,
sociales y religiosos de la nacin. Por eso, el trabajo era el medio de redencin, no
slo de das de condena, sino sobre todo ante la comunidad verdadera de
espaoles, de la que haba que excluir a los disidentes, enfermos o degenerados.
Incluidos los extranjeros.
Por cuanto respecta a San Pedro de Cardea, tras las conclusiones de Vallejo
vinieron las polticas concretas: se incrementaron los programas de
desmarxistizacin de manera propagandstica (si bien, por lo general, los
prisioneros resultaron ms que reacios a rectificar sus ideas). Y ello tuvo, por
ejemplo, un epgono significativo, que se debe poner en relacin con las
investigaciones de Vallejo: la existencia de la (nica) biblioteca para prisioneros de
guerra[33]. Con el objetivo no escondido de hacer ver a los internacionales las
bondades del fascismo, en octubre de 1938 se pondra en marcha una coleccin de
obras de propaganda recibidas por las embajadas espaolas en el extranjero, previa
censura del Servicio Nacional de Propaganda, dependiente del Ministerio de Interior
y bajo la supervisin del jefe del campo y su capelln. Y, de tal modo, se oblig a
tener un tiempo fijo de lectura de una o dos horas al da de obras realizadas por el
Rgimen Fascista u [sic] Antimarxista a quienes, con toda seguridad, eran los
prisioneros en campos de concentracin con mayor conciencia poltica. En particular,
a los prisioneros de naciones donde no existiese un rgimen fascista.
La biblioteca, la escuela poltica organizada por los propios prisioneros (la
SPIHL, San Pedro Institute of Higher Learning), los folletos que preparaban (el Jaily
News) o los momentos de recreo (la construccin de un ajedrez sirvi para hacer
torneos incluso con los guardianes) fueron los nicos medios de que dispusieron los
internacionales para sobrellevar la carga reeducativa de la poltica en el campo de San
Pedro[34]. De hecho, con los panfletos fascistas que recibieron, los norteamericanos
hicieron un juego de naipes. Los internacionales eran prisioneros valiosos, lo cual no
les eximi de vivir momentos de gran dureza en su vida concentracionaria. Pero, al
menos, tuvieron la posibilidad de organizarse, de tratar de solventar colectivamente la
penuria del internamiento, la clasificacin y el maltrato. En el resto de campos, en su
inmensa mayora, las cosas fueron cuando menos ms difciles, como veremos a
continuacin. Y es que la realidad concentracionaria espaola, reeducacin y
cobertura intelectual aparte, fue un universo de descontrol y, mayoritariamente,
penurias para los internados. La vida cotidiana, en realidad la gestin de la ms
autntica miseria, fue la realidad tangible para cientos de miles de prisioneros. Y aqu
se va a tratar de probar que, en definitiva, fuese resultado de una poltica
conscientemente represiva o de la falta objetiva de recursos, la cotidianidad
concentracionaria se convirti en un laboratorio para que los prisioneros de la guerra
civil conociesen, en primera persona, los resultados de haber traicionado a la
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verdadera Espaa.

3. LA GESTIN DE LA MISERIA: HAMBRE Y CONDICIONES DE VIDA


Te haces una idea se preguntaba Martnez Tessier de lo que ser
prisionero significa? Es no ser. No tienes derecho a nada, aunque las convenciones
internacionales hayan aprobado todo lo que se quiera decir. Ser prisionero era estar
a merced de lo que de ti disponga el vencedor, pero no de cualquier vencedor, sino
de todos y cada uno de los vencedores[35]. Ser prisionero de guerra era procurar por
comer. Y nada ms. Y que no te pegaran, porque detrs iban pegndote por coger
agua o por coger cualquier cosa. Te pegaban. Y huir de aquellos palos, nada ms[36].
Ser prisionero era ser nada, o menos que nada. Eres un rojo presoner, un enemic
indesitjable, ara indefens, a la merc de lodi i la rancnia. Nosotros ramos
demonios o perros sarnosos, y como tal nos trataban[37].
Ser prisionero era estar condenado al hambre, al fro del invierno y al calor del
verano, a la espera en el campo a veces sine die, a las palizas, a la sed, al
aburrimiento, al miedo al aval y a la delacin. Era estar condenado a huir de todo ello
y a emplear todas las energas en ello. Era estar condenado a la miseria, fsica y
moral. Y era estar sometido a un rgimen de vida impuesto por unos captores que
menospreciaban legalidad alguna, internando extrajudicialmente a los prisioneros
para cumplir una misin de limpiar la nacin de sus enemigos, ese totum revolutum
llamado Anti-Espaa. O, en su defecto, la misin de reeducarla y aprovecharse de
ella. Creer que las malas condiciones de vida en los campos, constatadas no pocas
veces por las propias autoridades militares, respondan tan slo a cuestiones de
simple intendencia e imprevisin, sera creer a pies juntillas la propaganda
franquista desplegada en torno al problema concentracionario. Como va a verse a
continuacin, el hambre, las condiciones de vida y el maltrato formaban parte
consustancial del mundo del internamiento forzado. Formaban parte de las polticas
de humillacin y desprecio hacia los enemigos, que se ha observado hasta ahora
desde un plano terico, pero que ahora van a verse en su descarnada realidad.
Existen, de hecho, rasgos comunes que igualan o al menos acercan entre s
diferentes realidades concentracionarias, sobre todo en el aspecto de la vida interna y,
por tanto, de la experiencia comn de cientos de miles de internados. En los campos,
y casi podramos decir que en todos los campos que hayan existido, los prisioneros
deban hacer frente a una vida de privaciones, falta de libertad, enfermedades,
hambre, piojos, fro, interrogatorios y crueldades. De hecho, las fotografas de un
campo de prisioneros de guerra en Alemania, en Espaa o en Polonia no seran muy
diferentes: lo que diferenciaba un campo de prisioneros de otro eran las condiciones
climticas, la voluntad represiva de los captores, las polticas para con los prisioneros.
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Pero detrs del alambre de espino, los hombres se igualaban. Mejor o peor
alimentados, con ms o menos ropas, en instalaciones de madera o en tiendas de tela,
finalizada su guerra personal los prisioneros deban hacer frente a otra: la guerra
contra el hambre, el fro, la enfermedad, la desesperacin, el maltrato o el despecho.
La vida, por ejemplo, en San Pedro de Cardea, era segn el prisionero Norman
Dorland algo parecido a esto:
El desayuno? Agua caliente con sabor a ajo y aceite; algo de pan rancio disuelto. Eso era el desayuno. La
comida: un poco de pan, una racin de judas, rematada por dos sardinas fritas remojadas con aceite de oliva
rancio, que se estaban pudriendo y que generalmente no podamos comer. La comida eran bsicamente fculas
y, durante meses, nada ms. Judas blancas, judas pintas, judas grandes y pequeas, garbanzos, o guisantes y
lentejas. Algunas patatas, y dos veces a la semana algo que supuestamente era un guiso y que an no se
describir. En siete meses comimos tres veces ensalada verde, cuando alguien importante vena de visita.
Nuestra salud fue de mal en peor, y los meses de verano fueron los peores. Nos empez a afectar algo parecido
al escorbuto. Nuestros cuerpos estallaron en heridas abiertas. En los habituales das de lluvia del Norte, las
enfermedades se multiplicaban. El viento del Norte que bajaba del valle entraba por las ventanas sin cristales,
haciendo corriente. Cuando llova, no podamos ni comer. El barro era demasiado denso como para poder
salir[38].

No por casualidad su primera alusin era a la comida. Procurarse de comer lleg a


ser la prioridad para los internos en buena parte de los campos, si bien existiesen
arbitrarias diferencias entre ellos, como se ver. Sin embargo, de la documentacin
oficial de la ICCP se extraen visiones contrastadas con las de los internos. Diferencias
que constatan la propaganda que lleg a hacerse con los prisioneros de guerra y un
supuesto trato ms que benvolo que recibieron en los campos franquistas, alejado
como se ver de la realidad cotidiana. Para la ICCP, el problema de la comida era
todo lo contrario. Es ms, no supona problema alguno: el suministro de comida en
caliente, un aspecto tan importante en la vida interna de un campo de concentracin,
no se demora[ba] ni un solo da y, para demostrarlo como ejemplo del trato
ordinario en los campos y BB. TT., enviaba al ministro de Defensa Fidel Dvila y
al general Franco el men de una semana cualquiera en el campo instalado en los
locales del Penal del Dueso en 1937, sealando el nmero de gramos por prisionero y
el aporte calrico y vitamnico recibido[39]. As, aunque en este men ideal no se vean
por ninguna parte verduras, la ICCP se servira de l para realizar un clculo terico
de las caloras dadas a cada prisionero en los campos y Batallones. Para el rancho de
los lunes y mircoles habra un valor calrico de 2883 caloras; para el de los martes,
jueves y sbados de 3211 caloras, y para el de los viernes y domingos de 2968
caloras. Teniendo en cuenta que, a juicio de la Inspeccin, un trabajador medio
necesitaba unas 2100 caloras al da, eso bastaba
para poder demostrar al Mundo entero que el trato que la Espaa Nacional da al prisionero es ms que
humano, es lujoso, pues la racin de alimentos que se suministra a los mismos sobrepasa, en el caso menos
favorable, en 800 caloras a la racin suficiente[40].

La alimentacin forma parte consustancial de la historia de todos los sistemas


concentracionarios, y ante todo de la de sus prisioneros e internados. Conseguir no
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perder demasiado peso significaba mantener en mejor estado la salud, poder valerse
por s mismo, soportar mejor el fro y la ya de por s dura e incmoda vida en el
campo de concentracin. Sin embargo, ninguno de los prisioneros de los que se ha
tenido acceso a sus memorias habla de buenas condiciones alimentarias. Todo lo
contrario, en Aranda de Duero
qu te crees que hacan?, que dejaban una caldera de rancho, no de rancho, de agua y, despus para que se
formara algo de desorden, pero no aquellos chavales jvenes: El que quiera reenganche que venga!. Y
claro, nosotros entonces a buscar el reenganche, y entonces se emprendan los asesinos esos que, tenan tanta
fe, tanta ilusin de matar y de pegar a lo mejor a alguno le haban matado al padre o haba muerto en el
frente, pues esos, herejes, cogan garrotes del leero, y a garrotazo limpio y, a uno de ellos le abrieron la
cabeza deshecha y, claro, nos amontonbamos todos, corriendo por ver eso y, entonces se emprendan atajo
por atajo a pegar a los dems y decan: a esto le dais importancia?. Y al que agarraban[41]

Las sardinas en aceite, generalmente incautadas al Ejrcito republicano, fueron el


escaso bien que, unido a los escasos trozos de pan (uno para cada tres prisioneros),
sirvi de alimento para los prisioneros, sobre todo en los campos de primer
internamiento[42] y aun as, hay quien piensa que all se estaba mejor que en
cualquier Batalln de Trabajadores[43]. Y es que por mucha norma y circular que
se enviase a los centros con prisioneros de guerra, la arbitrariedad en las formas y el
trato fue la constante. Si cerca del campo exista un centro de intendencia,
posiblemente los prisioneros no sufriran demasiada hambre. Si se trataba de un
campo estable, no demasiado superpoblado, incluso no llegaran a perder peso. Como
recuerda Santos Aurtenetxea, a su paso por los BB. TT.: Las condiciones de trabajo
no tenan horas, desde el desayuno e incluso con turnos de noche, pero comamos
bien, porque nos traan la comida del servicio de intendencia, para quienes
trabajamos[44].
Por el contrario, en los campos con deficientes instalaciones e intendencia, la
comida era un medio para crear rias entre nosotros mismos. [Los prisioneros],
tratados como animales inferiores nos embrutecimos hasta perder toda dignidad
humana[45]. Como recordaba Sixto Agudo, en el campo de Albatera en posguerra
aprecibamos diariamente los cambios fsicos y morales adelgazamiento,
hundimiento de los ojos, inflamacin y dolores de articulaciones, disminucin de
fuerzas hasta el punto de no poder levantarse[46]. Hambre y sed: dos constantes
insoslayables para entender la historia cotidiana de los campos franquistas. El
recuerdo ms trgico que guardo yo es de la sed, la sed. O sea, yo creo que el hambre
se resiste, lo que no se resiste es la sed. Josep Subirats coincide as plenamente con
uno de los decanos de los campos franquistas, el francs Theo Francos: lo peor en el
campo, sobre todo en Miranda, era la sed, la sed, que se aguanta muy fcilmente el
hambre ocho das, que no la sed. Y para Marcos Ana, en Albatera la comida era
prcticamente inexistente, tenamos que conformarnos con una lata de sardinas cada
cuarenta y ocho horas. Pero el problema del agua era peor que la falta de comida,
tenamos que hacer cola pues un da antes para por la maana siguiente poder recibir
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un vaso de agua[47].
Algunas de las fotografas recogidas en este libro fueron utilizadas en
publicaciones peridicas, como en La Nueva Espaa. Fotografas como las del campo
de Santander provisional e instalado en el campo de ftbol que hablan de cmo
era la vida en los campos de primera clasificacin destinados a agrupar a los
prisioneros y trasladarlos a campos donde quedaban a disposicin de las comisiones
de clasificacin de las auditoras de guerra: una larga espera para ser llamados a
testificar, soportando buenamente los primeros rigores de la derrota, como las
procesiones de viudas que paseaban, generalmente acompaadas por un oficial
franquista, entre los prisioneros republicanos en busca de los supuestos asesinos de
sus allegados. Sobre estas viudas hay informacin de primera mano en algunos libros
de memorias. En ellos, los prisioneros expresan su perplejidad ante el hecho de que,
efectivamente, fuesen reconocidos entre la masa de barbudos demacrados ms
demacrados y barbudos cuanto ms tiempo pasaban en el campo que tenan ante s.
De hecho, la esttica y la imagen del prisionero y del disidente de los valores
morales que justificaban la sublevacin y la guerra seran tambin ampliamente
instrumentadas con fines polticos y propagandsticos. En ese sentido, a la vez que la
esttica fascista culto al cuerpo, belleza interior y exterior, idealizacin racial se
impona en la imagen pblica que el bando nacional exportaba (el mismo Franco
aparece en los cuadros de la poca mucho ms delgado de lo que realmente era), la
imagen del enemigo era un constante insulto, que no puede ser despachado
simplemente como propaganda de guerra sino que reflejaba, en primer lugar, el
desprecio y la ilegitimidad que los sublevados daban al orden republicano es decir,
era reflejo del sentimiento causante de la guerra en s y, adems, una cultura de
exclusin imaginaria fuertemente ligada a los prejuicios lgicos de toda guerra, pero
tambin a una honda raigambre cultural. Los retratos de prisioneros los muestran
barbudos y desmejorados, arropados en pobres mantas; y se acompaan de frases
despectivas que, adems, sirven para ratificar la visin que del enemigo se comparta.
Por ejemplo, la que podemos ver escrita en tinta sobre la foto de unos prisioneros:
Los que vuelven al hogar de Espaa. Espaoles descarriados.
Todas estas consideraciones entran en lo que genricamente podemos denominar
visin y memoria oficial del sistema concentracionario de Franco. De las propias
fotografas y a travs del recuerdo individual de los exprisioneros, sin embargo, se
pueden tambin deducir otros caracteres no menos consustanciales al mismo. En
primer lugar, el uso propagandstico de la imagen de los campos de concentracin. La
repeticin de fotografas que reflejan repartos de comida y pan, o las que muestran la
pulcritud y el orden de los prisioneros sometidos a la nueva disciplina de la Nueva
Espaa dan a entender una instrumentacin de lo que, en realidad, no pasaba de ser
una obligacin sealada por los Convenios de Ginebra de 1929 y que Espaa haba
firmado: la alimentacin y manutencin de los prisioneros de guerra. Los montones
de pan tierno se ofrecen ante los prisioneros recin llegados al campo de
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concentracin que esperan su turno en la fila reza una fotografa. Chuscos de pan y
escasas sardinas por cierto provenientes de la intendencia republicana. En realidad, la
comida era escasa y, adems, el uso postrero de los pocos utensilios que tales repartos
proporcionaban a los prisioneros habla tambin de las malas condiciones de vida en
los campos: las latas luego eran usadas para beber agua; las varillas para abrirlas,
como doloroso laxante mediante su introduccin anal.
Posiblemente, con fotos como esas se pretenda demostrar el buen trato recibido
por los prisioneros en los campos, en particular a su llegada. No olvidemos que una
de las vocaciones de la administracin relacionada con la clasificacin y
concentracin de prisioneros era la de fomentar la desercin de las filas republicanas.
Es ms, posiblemente se tratase, junto con la de reutilizar a los soldados, de la nica
que se llev a cabo con cierto xito, a juzgar por los partes oficiales de guerra.
Sin embargo, las colas, el hambre, la sed y las malas condiciones higinicas son
tradas constantemente a la memoria por los prisioneros de guerra. Y esto ltimo
lleg, en algunos casos, a extremos de indignidad humana. El campo de la plaza de
toros de Utiel, por ejemplo, fue el primero que acogi a Carlos Crespo Dens. All,
dos zanjas rectilneas eran la nica letrina, vigiladas por africanos regulares del
Ejrcito de Franco que lanzaban rfagas [de ametralladora] para divertirse haciendo
caer dentro de la zanja y ponerse perdido de suciedad maloliente. Por su
insuficiencia, todo el mundo orinaba donde poda desde las gradas la gente nos
obsequiaba con surtidores. De tal modo, amanecamos encharcados y empapados
de orines[48]. Por otro lado, los cuatro campos por los que pas el prisionero
Francisco Ibarrola tampoco tenan mejores condiciones. En el Seminario viejo de
Pamplona los prisioneros no tenan espacio para dormir, teniendo que amontonarse de
modo que los pies de un prisionero coincidiesen con la cabeza del siguiente en la fila.
En Miranda de Ebro, al que fue trasladado tras ser encontrado no afecto, la
pasarela para defecar sobre el ro sola romperse, cuando no se helaba y los
prisioneros caan al agua infecta.
No se trataba de algo aislado sino que, por el contrario, los ejemplos de campos
sin las mnimas condiciones de vida son amplia mayora. El de Deusto era una granja
de pulgas, donde los hombres acababan rendidos de tanto cazar insectos para evitar
levantarse con cientos de picaduras moradas. Y los campos de posguerra que se
tratarn en breve, como el de la plaza de toros de Alicante, tambin se encontraban en
mseras condiciones de vida. All empez a las pocas semanas, nuestra
decadencia Yo me encontraba demacrado, los piojos no me dejaban dormir la
sarna empez a invadir la plaza y el hambre nos enloqueci. El estreimiento era
tal que tenamos que ayudarnos de las llaves para abrir las latas la deposicin era
siempre acompaada de una hemorragia[49], algo derivado de la insuficiente
alimentacin: en Albatera, el lugar donde se defecaba fue llamado por los prisioneros
el muro de los tormentos. El esfuerzo para expulsar las duras bolas de excremento,
unido a la desmejora en las condiciones fsicas, haca que muchas veces los internos
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se desmayaran sobre las propias heces. Eso, cuando no se ulceraban o reventaban


las hemorroides que nacan del forzoso estreimiento[50] o cuando, en vez de
estreimiento, no fuese la colitis la que aquejaba a los internos. Como en Miranda de
Ebro:
la comida quiz no faltara all, pero era una comida que todos tenamos colitis. Decamos que igual le
echaban polvos o alguna cosa porque como no nos haban podido matar de una forma, nos mataban de otra. Y
all veas a todos los del campo, todos con los pantalones corriendo, todo lleno de sangre[51].

Y es que el campo de Miranda de Ebro tuvo una constante en sus largos diez aos
de existencia: el de la caresta higinica. Particularmente revelador es, de nuevo, el
recuerdo de Flix Padn:
No haban duchas ni haba nada, no haba ms que un barracn psimo para sanidad, intendencia, y luego
unos barracones de mala manera y estaba un aljibe, un aljibe que nunca tena agua, y estaba una
desinfeccin, que nunca desinfect nada estando yo, y estabas lleno de piojos. Hasta a m cuando me entr el
tifus yo creo que andaba hasta la manta, cuando sala un poco el sol y daba a la manta y veas cmo estaba
aquello, los piojos tos los que queras. Y recuerdo que echaban unos polvos no s si, cmo llamaban, unos
polvos que te echaban, que luego los quitaron porque eran venenosos, unas cajas de polvos, te ponan desnudo
y te echaban por todo el cuerpo, la cabeza y todo, y el pelo te lo cortaban aqu, pues cada quince das as to, al
rape[52].

As, la organizacin del da a da y los avatares de los prisioneros de guerra en los


campos y Batallones consistieron, por regla general y a tenor de los testimonios
orales y memorialsticos, en la gestin de la miseria. En la gestin de la arbitrariedad
calculada, uno de los elementos base del poder represivo e intimidatorio, a travs del
cual se impona un modelo de identidad y sociedad. As, la mayora de los internados
en campos percibieron su paso por ellos como la articulacin de unas polticas de
humillacin cotidiana. Fuese por la falta real de medios, o por el desprecio que los
republicanos generaban entre los soldados franquistas (en muchos casos,
adoctrinados para odiar al enemigo a travs de una serie de imgenes y estereotipos
comunes), lo cierto es que la miseria fue una realidad cotidiana en la vida de los
campos.
Algunos datos oficiales provenientes del mismo Ejrcito de Franco dan idea de la
grave descompensacin existente entre las posibilidades reales, las ambiciones
retricas y la realidad cotidiana de lo concentracionario. Por ejemplo, cuando la
mayora de los testimonios recogidos hablan de la escasez alimentaria en los campos,
resulta que la ICCP haba obtenido, gracias a su brillantez administrativa, un
supervit econmico hacia mediados de 1938 de 1 002 843 pesetas, y que haban sido
reintegradas al tesoro pblico. Sin embargo, esta cifra se quedara muy por debajo de
la lograda en el que a todas luces fue el semestre ms crtico de la ICCP, el de la
ofensiva final, cuando un enorme nmero de prisioneros cayeron, definitivamente, en
manos franquistas. En ese semestre, 3 394 239 pesetas fueron reintegradas al erario
nacional, repartidas entre las delegaciones de la Inspeccin de Burgos, Santander,
Bilbao, Zaragoza, Valladolid, A Corua, Sevilla, Barcelona, Baleares, Madrid,

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Valencia y Cdiz[53]. Tras las deducciones hechas por gastos en algunos campos
bsicamente, la canalizacin de aguas potables para los de Albatera, Aranda de Duero
y Deusto, el montante total ascendi a 3 106 677 pesetas[54].
Todos los indicios parecen sealar en una misma direccin: la ICCP consegua
supervits econmicos a costa de reducir al mximo los gastos en lo relativo a
manutencin, mejoras en higiene o reformas de los locales para hacerlos ms
habitables para los prisioneros de guerra. stos eran simple materia para la
transformacin identitaria, y antes de su paso a BB. TT. los gastos que acarreaban
iban a cuenta del Estado y el Ejrcito por lo que, en toda lgica, tan slo se cubriran
los gastos indispensables. Donde no se miraban gastos, segn la documentacin
oficial, era en materias de clasificacin y reeducacin. Los gastos acarreados por los
interrogatorios, el paso por comisiones de clasificacin, o empleados en la
aculturacin ideolgica de los internados, rendan grandes beneficios a posteriori
tanto en los planos ms cercanos (la obtencin de delaciones, la reutilizacin de la
mano de obra, su paso a las filas del ejrcito insurgente) como en los ms alejados
temporalmente la creacin de una no-disidencia despolitizada o, cuando menos,
consciente del grave riesgo implcito en la subordinacin al orden impuesto. Por
ello no se repar en gastos a la hora de organizar un servicio de investigacin interno
en los campos, puesto en funcionamiento progresiva y paralelamente a la ICCP por
un comandante de la Guardia Civil y dos agentes del Cuerpo de Polica, para detectar,
a travs de los mismos prisioneros, las presuntas responsabilidades de los internados,
establecindose a travs del mismo una red de delaciones jerarquizadas. Prisioneros
que haban cometido hechos vandlicos y crmenes horrendos, agitadores y
dirigentes polticos que bien por ocultacin de su verdadera personalidad o bien por
engao en sus declaraciones habran pasado favorablemente la primera
clasificacin, fueron los objetos de este servicio. Por ello pronto se extendi de los
centros de clasificacin a los campos y a los Batallones de Trabajadores, para
satisfacer las ansias de justicia del verdadero pueblo Espaol y de la parte honrada
[sic] de la opinin Mundial.
La gestin de la miseria, por tanto, era mucho ms que el mero desinters hacia la
situacin concentracionaria; se basaba, ante todo, en la idea de segregacin y en la
exclusin identitaria, donde el castigo fsico y moral, traducido en palizas, sed o
hambre, era moneda habitual del precio que deban pagan los excluidos de la
comunidad nacional. No eran castigos, sin embargo, espontneos. Estaban
determinados por la dureza de las condiciones de vida, sealadas por un completo
cdigo de normas para la vida en los campos de concentracin que comenzaban con
el apresamiento donde, por cierto, empezaba el desprecio hacia los soldados
republicanos. En noviembre de 1938 hubo de regularse, bajo estricto castigo, la
prohibicin de despojar a los prisioneros no ya de los documentos o dinero que
portasen consigo, sino ante todo de los objetos de uso y de las prendas de abrigo[55].
Sin embargo, los robos de partes especialmente valiosas del uniforme militar, como
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las botas o los abrigos (en particular de mandos y oficiales) fueron corrientes,
cualesquiera fuesen las tropas que llevaban a cabo el apresamiento. A Josep Subirats,
capturado en Vic, los moros le quitaron todo, la ropa y el capote, dejndolo hecho
un harapo. De hecho, en diciembre de 1938 hubo de ordenarse taxativamente tanto
la prohibicin del saqueo de viviendas rojas, como de comercios y fbricas, y
asimismo de los prisioneros aprehendidos. Han sido frecuentes los casos de
desaparicin de dinero y de efectos de vestuario de prisioneros y presentados se
deca desde la Divisin hasta el Campo de Concentracin, y se haba comprobado
que los autores de estas sustracciones eran precisamente los individuos encargados
de su custodia los que, a veces, han comerciado con los prisioneros comprndoles sus
efectos a precios irrisorios[56].
Las medidas para regular la vida cotidiana fueron establecidas de manera
unnime para todos los campos en julio de 1938, cuando la ICCP llegaba a su primer
aniversario. Lo cual, de entrada, da idea de la arbitrariedad que rigi el orden interno
durante los dos primeros aos de guerra en los campos franquistas[57]. Estableciendo
la divisin ya sealada entre diferentes recintos (de clasificacin, de internamiento,
para extranjeros, para invlidos), se adentraban en primer lugar en el apartado sobre
su instalacin: los lugares, en teora, deberan reunir buenas condiciones en general, y
en particular en lo relativo a comunicaciones, alejamiento de zonas paldicas, situarse
en zonas ventosas, tener agua suficiente y preferiblemente canalizada, facilidad de
adquisicin de vveres, posibilidad de cavar letrinas y desages, disponer de unos
12-15 metros cbicos de espacio para cada prisionero, de locales para la instalacin
de los despachos de oficinas, enfermera y cuerpo de guardia, y, por regla general,
que no resultase todo ello demasiado antieconmico. Es decir, que pudiesen
utilizarse para unos 2000 internos. La plantilla ideal de un campo sera de un jefe, un
oficial o clase por cada quinientos prisioneros, un mdico, un capelln y personal de
la Guardia Civil y Polica.
Siguiendo esas medidas punto por punto, se puede describir el da a da en un
campo de concentracin estable, como San Pedro de Cardea, Miranda de Ebro o
Aranda de Duero. Todo estaba reglado por un horario preciso y de inexcusable
cumplimiento, segn el cual al punto del alba e incluso antes los prisioneros eran
sacados de sus barracones, a veces mediante la fuerza, y alineados en formacin
frente al mstil de la bandera, donde se izaba con los honores reglamentarios, esto
es, saludando los prisioneros con el brazo extendido y dando los vivas reglamentarios
a Espaa y al Generalsimo. Al romper filas, lo hacan mediante la voz de mando
FRANCO!. Al menos dos prisioneros quedaban de pie en guardia de la bandera
nacional rojigualda, hasta que era arriada a la hora de la oracin vespertina,
mientras que el resto se dedicaban a deambular por el campo, en algunos casos a
trabajar en los talleres que se crearon en campos como los de Deusto o Miranda.
Sin embargo, el que los prisioneros anduviesen sin nada que hacer era, en
principio, perjudicial para los intereses franquistas. Ello poda dar pie y espacio a
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reuniones polticas, a actos de insubordinacin, o a un hasto poco proclive al


adoctrinamiento implcito, como hemos visto, en la vida cotidiana. De tal modo,
adems de las formaciones forzosas para la distribucin de la comida, otras dos eran
llevadas a cabo, por la maana y por la noche, para realizar recuentos, prcticas de
lectura y ejercicio fsico, cantar los himnos oficiales de la Espaa franquista, o
practicar las investigaciones personales dependientes de las comisiones de
clasificacin o de los servicios internos del campo. Con ello, resulta que buena parte
del da se la pasaban los internos de pie y en posicin de firmes. Y no cabe dudar
sobre el modo en que eran tratados quienes se saltaban las llamadas o desfallecan en
ellas, cosa nada extraa a tenor de los testimonios recogidos: los golpes y la violencia
de unos guardianes adoctrinados para comportarse de ese modo eran en castigo a la
supuesta falta de disciplina.
Cada vez que corresponda la soflama reeducadora, evangelizadora o poltica,
haba de nuevo que formar frente a la bandera. Y, por supuesto, cantar los himnos. En
esa posicin se celebraba la misa de los domingos, y se escuchaban los discursos del
jefe del campo o de las autoridades que, regularmente, pasaban por l. Cuando el
campo era grande, como Miranda de Ebro, a veces los discursos eran radiados.
Tambin en formacin se esperaban los traslados a otros centros. De los campos de
clasificacin a los estables, para formar BB. TT. De ambos, a Aranda de Duero
cuando se tratase de prisioneros con oficio de panadero, o a Deusto cuando fuesen
mecnicos, para los servicios de talleres y automovilstica. O a Lerma y Haro, cuando
se tratase de prisioneros visiblemente intiles para el trabajo fsico. Y tambin en
formacin se reciba la correspondencia fundamental para mantener el contacto
con el exterior si tenemos en cuenta que las visitas personales dentro del campo
estaban vetadas y estaba prohibida la introduccin de alimentos, pues la alimentacin
era siempre suficiente, que era convenientemente revisada y censurada para
evitar tanto la introduccin de armas como de panfletos polticos, as como para
detectar elementos sospechosos que pudiesen incidir en el cambio de valoracin
clasificadora.

4. LA GESTIN DE LA MISERIA: CASTIGO Y ENFERMEDAD


Tambin en posicin de firmes se reciba el maltrato y el castigo corporal. En la
exclusin social, objetivo ltimo de los campos franquistas, tena un gran peso la
tortura, utilizada tanto para obtener delaciones e informaciones sobre el prisionero u
otros prisioneros o bien para lograr datos estratgicos militares en los
interrogatorios, como para castigar la ms variada y aleatoria gama de delitos y
faltas en las que pudiesen incurrir los detenidos. A grandes rasgos, podemos
diferenciar por un lado torturas y por otro malos tratos. Y, dentro de esa divisin,
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entre individuales y colectivos. En realidad, la tortura tena un carcter ms


individual que masivo, por ejercerse casi siempre sobre una persona o, con iguales
caractersticas, sobre varios detenidos que hubiesen incurrido en igual falta, por
ejemplo un intento de evasin. Sin embargo, la tortura no estaba exenta de un
carcter masivo, puesto que muchas veces era usada como un medio de disuasin: la
contemplacin de las consecuencias de una infraccin de las normas vigentes en los
campos fue poltica comn en todos ellos, y de tal modo buena parte de los
testimonios recuerda haber visto algn fusilamiento, algn castigo corporal, mientras
estaban en formacin. A los prisioneros de Albatera, el jefe Pimentel les dijo
claramente que por cada uno que se escape, fusilar a diez. Convertir este campo
en un cementerio si es menester. Y, de hecho, mand fusilar ante los 12 000
prisioneros a un huido, a cuatro anarquistas y a otro que, como supuesto delito, haba
infringido la norma de no salir de los barracones de noche para ir a las letrinas[58].
La tortura era consustancial al interrogatorio, tanto en el realizado en primera
instancia como, sobre todo, en el que se desarrollaba en las comisiones de
clasificacin. Un testimonio, en este sentido, particularmente doliente es el de
Maximiliano Fortn:
Me pusieron para clasificar, que estaba otro delante de m que era de Castelln de la Plana, y el pobre
muchacho, empezaron a Haba un juez, dos verdugos y empezaban a insistirle que haba hecho esto y el otro
y l: que no, que no, que no y lo entendan y lo magullaban a palos, y a lo ltimo dice pues no habr mejor
que decir que s. Y empez a decir que s y a ese lo cogieron ya machacado de palos, lo bajaron a rastras y se
lo llevaron.

Tras or los gritos del anterior interrogado, lleg el turno de Maximiliano.


Y despus me llaman, que me pusiera para la declaracin, y haba una balsa de agua de cuando qued
desmayado ya el otro, le echaron un cubo de agua, y me iba a poner yo en el agua y dijeron: si no es nada
para la que va a haber luego; esa es la primera que me hicieron. Y ya se emprendieron as conmigo y yo nada
ms dije estas palabras: que la denuncia que hay es todo mentira, y si quieren aclararla que se presenten los
denunciantes. Y de ah no me sacaron ya, sino que paliza a paliza hasta que qued deshecho y me bajaron
tambin a rastras.

A Fortn lo haban denunciado en su propio pueblo. Decan que por ser


socialista se despreocupa totalmente de sus trabajos y se dedica exclusivamente a la
propaganda y agitacin de masas. Se le tena por nico responsable de desmadres,
de robos, saqueos y asesinatos. Su declaracin, adems, no fue tomada en cuenta
pues era considerado un rojazo, un iconoclasta.
Y yo a todo negar. Bueno pues, esto queda ya ah zanjado cuando ya no hablaba y me bajaron al calabozo
en una manta a rastras, me tiraron en un rincn y despus los que haba all de presos igual, pues la camiseta,
de las grietas que se abran de la goma, porque me han tenido que quitar un pulmn, por causa de la ropa, el
pulmn derecho me lo han quitado, de daado, al salir agilla y sangre de las grietas, se apegaba la camiseta, y
los que haba en la crcel mojaban un pauelo y con el pauelo me chapeaban para sacarme la camiseta y me
mojaban los labios para ver si poda beber. Y estuve tres das sin poder beber ni comer ni nada. Despus a lo
que llev quince o veinte das all, que ya me puse a la fila para comer, entonces me llevaron otra vez a la
clasificacin a ver si haba recapacitado aquello que me haba dicho. Yo, pues, insist en lo mismo y cuando
vieron que no haba otro remedio, formaran otra clase de expediente ya, pero me pedan dos penas de muerte.

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Hasta setenta y dos palizas habra de sufrir en sus carnes, a lo largo de su dilatada
experiencia concentracionaria y penitenciaria. Seis operaciones en su cuerpo lo
atestiguan: el cuerpo de un prisionero que sufri la tortura. Pero, adems, existieron
castigos masivos. La traslacin a la vida cotidiana en los campos del maltrato masivo
estaba, entre otros aspectos, en las largas formaciones. Como recuerda Theo Francos,
a las seis de la maana con el fro del invierno te tirabas la primera cosa a saludar
la bandera y te tenan as durante dos horas, y te paraba del fro, sobre todo que no
habas comido tu hambre y que decas Franco, Franco. El trato era de una gran
violencia; no cabe duda, una gran violencia. Hay que decir que incluso de las
normas, ms o menos, que restringen la libertad en las crceles, los campos de
concentracin superaba la brutalidad a la cosa de las prisiones. De hecho, la
articulacin de la cotidianidad en los campos tuvo mucho de maltrato masivo.
Cualquier recuerdo de casi cualquier campo franquista da fe de ello. En Castuera, al
final de la guerra,
estuvimos sin comer seis das. Estaba de jefe el comandante Navarrete en la Guardia Civil. Tena 20
barracones y estbamos 50 o 60, y no podas sacar la cabeza porque te disparaban. Luego en el Batalln entr
el tifus, no tenamos mantas, y dormamos en tiendas de campaa. No puedo contar ms porque no se lo deseo
a nadie. Yo no he visto personas tan malas[59].

Los castigos corporales acontecan a veces sin ningn motivo. De eso se


encargaban los cabos de vara, una figura vieja en los mbitos concentracionarios que,
tambin en Espaa, tom cuerpo en muchos prisioneros que a cambio de beneficios
internos mantenan con gran violencia el orden interno en los campos, la limpieza en
los barracones, y que actuaban como enlace entre los ordenanzas del campo y los
prisioneros. En el campo de Lleida con unas varas que tenan nos sacudan y
tenamos que bajar abajo. Bajbamos abajo y abajo haba otros tantos guardias y
para qu habis bajao? y nos sacudan[60]. Adems, se aprovechaban los
momentos menos oportunos para demostrar la fuerza:
all haba una fuentecilla en mitad del castillo. Al llenar las cantimploras, tenamos que ir a llenar las
cantimploras de noche porque de da no nos dejaban, haba aquel sargento y un soldado que se liaba all a dar
palos y deshaca las colas, las colas que se formaban all para coger agua no pegaban ms que a los que
estaban cogiendo el agua, pero all como haba tantos, hundiran a treinta o cuarenta. Era para coger agua
porque tenamos una sed

Cabe destacar, con respecto a las torturas, las arbitrariedades y los malos tratos,
que existan tambin denuncias procedentes no de los prisioneros sino de testigos de
hechos luctuosos, que generalmente fueron tratados mediante investigaciones de las
que pocas veces ha quedado huella. La denuncia, por ejemplo, presentada por la hija
de un coronel franquista sobre la falta de alimentacin y los malos tratos en el campo
de Ordua que estaba an a cargo de la Direccin General de Prisiones, aunque
albergase slo prisioneros de guerra es ms que significativa. En el campo, segn
el informe del Servicio de Investigacin Militar, los prisioneros no ha[ban] visto a
ningn Jefe con uniforme, el trato [era] sumamente duro destacando un sargento de
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vara, antiguo comisario poltico de los rojos, que maltrata[ba] a los prisioneros, la
alimentacin [era] escasa y deficiente, amn de otras arbitrariedades como el robo
de sus enseres, joyas y prendas de valor[61].
En relacin con el campo de Ordua y con la misma denuncia, se revis la
situacin de los presos en las crceles del Dueso (Santoa) y Los Escolapios (Bilbao).
En ambas, se vio que la alimentacin era deficiente y que en las dos existan malos
tratos a los internos, en particular por parte de los responsables de la seguridad que
pertenecan al colectivo mismo de los presos. Amn de diferentes irregularidades,
como el hecho de que los encargados del personal de oficinas fuesen tambin
penados, por lo que se encargaban de retrasar la llegada de avales para impedir la
salida de los internos lo que se censur por motivos patriticos, la conclusin
ms importante de todo este asunto fue que no deba existir poblacin prisionera en
penal alguno sin haber sido juzgada, rigindose stos tan slo por el rgimen de
campos de concentracin. Porque, de hecho, en multitud de crceles existan internos
en situacin irregular, como en las tres mencionadas. De hecho, en el caso de Ordua
fue acordada la solucin ms simple: pas a depender de la ICCP y no de la
Direccin General de Prisiones. Para el caso de Santoa, sus prisioneros de guerra
fueron trasladados a los otros centros de la ICCP presentes en la misma localidad.
De todos modos, como deca, los ejemplos de castigos fsicos se suceden. A un
norteamericano, Robert Steck, le llenaron la espalda de cicatrices por los golpes
sufridos al no arrodillarse en una eucarista. El BB. TT. a disposicin del CTV fue
fuertemente criticado, como hemos visto, por el jefe del campo de San Juan de
Mozarrifar por los castigos que los italianos desarrollaban, fuera de los cdigos de la
justicia militar, ya que ataban a los prisioneros de pies y manos a rboles o a palos de
la luz y los tenan as varios das. Y Sixto Agudo recuerda de su paso por Albatera:
Por la maana temprano, iban los agentes y los soldados con vergajos a palo limpio levantando a la gente.
En las formaciones vigilaban cualquier cosa, que no estuviesen firmes, rgidos, por detrs a palos. Era una
humillacin constante, que para evitarlo, yo hua del contacto con ningn soldado franquista y menos con los
oficiales, eran unos chulos tremendos que gozaban. Era terrible[62].

En Miranda de Ebro haba una pareja de la Guardia Civil que recorra todo el
campo y de repente te vena y te deca, oye t, fulano me ha dicho que has matado.
Un da me vinieron a m, y les respond que posiblemente habra matado. He estado
en el frente, habr matado. Daban palos a discrecin. Hasta el punto de que junto
a los barracones que tenamos nosotros pusieron una caserita, que se mova y todo de
los palos que daban cuando llevaban alguno. En una ocasin, a uno que intent
escaparse, le cogieron. Era el crudo invierno de 1938, a 16 o 18 grados bajo cero.
Y al huido le ataron al palo de la bandera, lo dejaron toda la noche y a la maana
siguiente nos sacaron para que lo viramos all agarrotado colgado. El trato era
inhumano[63].
Tortura y muerte, por tanto, tambin formaban parte del horizonte cotidiano en
los campos franquistas. Aunque resulta imposible cuantificar el nmero de vctimas
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de este tipo de violencia extra judicial, incluidas las sacas de prisioneros que
realizaban las escuadras de falangistas que rondaban los campos de primer
internamiento, lo cierto es que varios exprisioneros relatan que, cuando llegaban los
camiones de FET-JONS, muchos internados no llegaban a la segunda curva de la
carretera o del camino. Partidas de falangistas recorran los depsitos en busca de
personas pertenecientes a los grupos polticos y sindicales que haban formado el
Frente Popular para evacuar algunas diligencias en los distintos Campos de
Concentracin de Evadidos y Prisioneros, para aclarar situaciones de algunos de sus
coterrneos y su reclutamiento en las Milicias Nacionales[64].
Evacuar diligencias: el modo oficial para decir lo que extraoficialmente era el
asesinato. Llegaban falangistas de diversos pueblos a buscar a sus demcratas con
los que queran hacer justicia. Nos hacan formar, llegaban y se llevaban a todos los
conocidos y esos desaparecan para siempre, iban al paredn directamente[65].
Cuntos? Teniendo en cuenta que tras las ocupaciones territoriales solan
reproducirse, en menor escala tal vez, los fusilamientos ilegales, los ajustes de
cuentas, las violaciones de los derechos humanos, es prcticamente seguro que esas
muertes jams fueron inscritas en registro alguno y que, si lo fueron, no aparecieron
como sacados de un campo de concentracin. Cmo distinguirlos, por tanto, en
los libros de defunciones de los cementerios? Cmo creer en testimonios orales
imprecisos cuando se pretende dar una cifra global? Esas preguntas, en realidad, no
tienen respuesta posible. Salvo una: jams se sabr el nmero de bajas derivadas del
internamiento de los prisioneros republicanos en los campos de concentracin
franquistas.
Traslados, piojos, fro, hambre, sed, humillacin, aculturacin y castigo. Esas
fueron las grandes vivencias de los internados en los campos franquistas. Y, por
supuesto, la enfermedad: un aspecto crucial para entender la vida cotidiana en esos
campos puesto que, a todas luces, esa fue la causa principal de mortalidad en ellos.
As, no slo de las enfermedades morales deban dar cuenta las autoridades militares
en los campos de concentracin. Su falseamiento y su supuesta benignidad, tan
manida por la memoria oficial, cristalizaron sin embargo en la documentacin militar.
Especialmente, al afirmar su buen nivel de salubridad, de cara a la oficialidad
franquista, aunque en los papeles internos de la ICCP se reconociese lo contrario en
muchas ocasiones. En ese sentido, los jefes y oficiales de la Inspeccin se
enorgulleceran particularmente de cmo afrontaban problemas derivados de la
excesiva concentracin de prisioneros, como el de la extensin del tifus
exantemtico, quizs la ms temible, por su morbosidad y mortalidad
verdaderamente extraordinaria[66], contagiada bsicamente por los piojos que
inundaban los campos. Pero en Lleida los prisioneros deban comer con cuidado que
no cayeran los piojos a la cazuela, porque los llevbamos por todo, en la ropa, en el
pelo estabas all un poco y ya tenas los piojos intentando subir al plato, como
rememora Eustasio Garca. Y Santa Mara de Oya, como recuerda Subirats, era un
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espanto porque tuvimos una epidemia de tifus exantemtico, a causa de la cual


aquellos chicos jvenes se murieron, muchsimos y haba un cementerio ah al lado
y yo pregunt y dijeron que que ah iban todos Se murieron muchos, s[67].
sta, como otras tantas enfermedades se vena a afirmar provenan del
campo rojo, es decir, las traeran consigo los prisioneros con la suciedad y
miseria que presentaban. Sin embargo, los testimonios de exprisioneros hablan de
todo lo contrario: la difusin casi pandmica del tifus en los campos franquistas se
debi ante todo a las malas condiciones higinicas existentes, a la escasez y al
hacinamiento, que derivaban de razones intendentes y polticas. Todos usan
expresiones como que las mantas y la ropa se movan solas por las salas, debido al
gran nmero de pulgas y piojos que contenan. Todos cuentan que los campos eran
autnticas granjas de insectos, y que para tratar de mantener un control imposible
sobre ellos y poder procurarse cierto descanso, pasaban las tardes chafando
insectos entre las uas de los dedos ndice y pulgar, haciendo un chasquido
caracterstico, y dejando sus dedos negros y rojos de la sangre que haban chupado de
sus cuerpos. Tanto era as que, para evitar el contagio masivo, se establecieron
campaas de vacunacin masiva y estaciones de despiojamiento unas grandes
calderas de vapor donde se introducan las ropas de los prisioneros como las que
existan en el Monasterio de la Santa Espina, Aranda de Duero, y a los prisioneros se
les proporcion dos mudas de ropa interior y una exterior un gorro cilndrico,
blusones largos hasta la rodilla con una P y el nmero del prisionero, pantaln y
alpargatas. Y ante todo, en algunos campos se instalaran pequeas enfermeras para
atajar cualquier tipo de enfermedad de fcil transmisin. San Pedro de Cardea,
Lerma, Miranda de Ebro, Cuartel de Santoa y Corbn, aparte de los tambin
dependientes de la ICCP los hospitales para prisioneros de los Sagrados Corazones de
Santander 280 camas, Lirganes 400 camas, Santoa 90 camas y de la
Universidad Comercial de Deusto 200 camas, seran los primeros centros en
disponer de eso tan necesarios pequeos hospitales.
En los campos de clasificacin, segn las normativas oficiales, se sometera a los
prisioneros a su reconocimiento mdico, para aislar a los enfermos mentales
trasladados a los manicomios de Santa Agueda y Mondragn y separar a los que
pudieran padecer alguna enfermedad contagiosa; para ello, todos deberan disponer
de una enfermera espaciosa de aislamiento y observacin. Adems, los internos
seran rapados y lavados, y sus ropas pasadas por estufas de desinfeccin para
conseguir despiojarlos, amn de recibir la vacuna contra el tifus, que a fin de cuentas
fue la ms corriente de las enfermedades en los campos. De tal modo, los escasos
mritos obtenidos por la ICCP en materias de sanidad de los prisioneros hicieron que
en su informe anual de 1938 calificase el estado sanitario de excelente en los
campos, cosa verdaderamente milagrosa, dado el estado de extenuacin en que
muchos de ellos venan, por la mala alimentacin a la que estaban sometidos en la
zona roja. Tambin en este caso, la ideologa estaba por encima de la poltica
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concentracionaria y de los fallos y crueldades que sta generaba: ninguna


enfermedad, en un ao, haba llegado a adquirir un carcter epidmico; las
enfermedades ms graves detectadas haban sido un caso de meningitis cerebroespinal en La Magdalena; los casos de tifus reconocidos eran bajsimos y en
algunos casos, como en el campo de Celorio, en Llanes, se deba a que los prisioneros
haban incumplido la norma de no beber de un cierto pozo; no se deca nada de
porqu haban necesitado hacerlo, y slo la pediculosis y la sarna llaman la
atencin por su frecuencia, hecho que tiene una fcil explicacin una explicacin
no dada, y que no era otra que las malas condiciones higinicas, las escasas veces que
a los prisioneros se les permita lavarse. Solamente preocupaban los frecuentes
casos de tuberculosis, incluso cavernosa. Y para atajarlos se dispuso la instalacin de
un hospital en Oyarzun destinado al aislamiento de dichos enfermos.
Mala era sin embargo la situacin higinica y alimentaria, lo que a juicio del
responsable sanitario, Martnez Nevot, era una minucia que desluca el espritu
magnnimo y de caridad cristiana, motor del Movimiento Salvador, y deficiente la
de las enfermeras y la existencia de personal mdico en los campos. Como se
reconoca en 1938 en unos informes que contradecan la alta imagen que
propagandsticamente quera darse de los recintos, dada la escasez o la falta de
algunos productos se han hecho a los Mdicos de los Campos y Hospitales
indicaciones discretas y utilsimas sobre el empleo de otros sucedneos de los
mismos. Lo cual no era otra cosa que el uso casi exclusivo del cido acetil-saliclico
(Aspirina) para tratar cualquier tipo de enfermedad, como recuerdan insistentemente
los prisioneros de San Pedro de Cardea[68]. En este campo, antes de junio de 1938
haban muerto un norteamericano de disentera, otro de pleuresa y dos de apendicitis.
La enfermera estaba mal equipada, los prisioneros tenan restos de metralla, pero los
cirujanos prisioneros no disponan de material ya que ste era ms importante en el
frente. Un miembro de las BB. II. muri en el campo de cncer de pulmn, arropado
por sus camaradas, y para combatirlo solamente se le haban administrado aspirinas.
Y hasta tal punto llegaban las carencias higinicas, que llegaron a denominar
Sampedronitis a la dolencia ms generalizada: la cada de los dientes, las encas
sangrantes, derivadas de la mala alimentacin y de la escasez de vitaminas. El mismo
Geiser seala, en las conclusiones a su excelente investigacin, que aos despus
encontr las partidas de defuncin de 58 espaoles y diez internacionales muertos en
el campo, y enterrados junto al muro exterior.
En febrero de 1939 lleg a articularse de manera legal lo que era una realidad en
todos los campos, BB. TT. y crceles: que el escaso personal sanitario fuese ayudado,
cuando no reemplazado, por facultativos pertenecientes al campo en grado de
prisioneros[69]. Lo cual no hace sino recordarnos que el Convenio de Ginebra no era
en ningn modo llevado a efecto, puesto que prohiba el internamiento de mdicos y
les aseguraba un trato especial. Pero adems, sobre todo, nos habla de la situacin en
que se encontraban enfermeras y hospitales penitenciarios: los hospitales para
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prisioneros de guerra fueron, ante todo, el de los Sagrados Corazones de Santander, el


de Lirganes, el de Santoa, el de Maliano, el de Deusto y el de Gernika. A ellos
pasaban los prisioneros de guerra no slo que hubiesen sido heridos o estuviesen
enfermos, sino tambin los que enfermaban bajo su condicin de prisioneros; esto es,
ya dentro del sistema concentracionario y de trabajos forzosos. De hecho, un pequeo
informe de 1938 nos habla de las serias deficiencias de uno y otro: del sistema
hospitalario y del de campos de concentracin. Cuando en agosto de ese ao se
hiciese perentoria la apertura de un hospital para prisioneros enfermos de
tuberculosis, el hospital penitenciario de Gernika sera una de las posibilidades
discutidas, puesto que en l se albergaba hasta la fecha a esos enfermos. Sin embargo,
el Ministerio de Orden Pblico, la Inspeccin de Campos de Concentracin de
Prisioneros, el Patronato Antituberculoso y la Inspeccin General de Sanidad Militar
estaran enteramente de acuerdo: Gernika era bajo y hmedo, mientras que los
tuberculosos necesitaban altura, falta de vientos y sobre todo aislamiento. Aun as,
hasta entonces casi todos los prisioneros aquejados de esa enfermedad haban pasado
por ese hospital. Por qu? Los motivos no resultan claros en la escasa
documentacin al respecto albergada en los archivos histricos del Ejrcito. Pero
podemos suponer dos motivos fundamentales: en primer lugar, desinters. Y en
segundo lugar, falta de medios y recursos.
La tuberculosis y la demencia mental eran los problemas de sanidad ms
acuciantes, siendo la guerra campo abonado para la propagacin de ambos, y
tambin eran los que causaban mayores tasas de mortandad en los campos se
obviaban, claro est, las paradas cardacas, ahogamientos o heridas de arma de
fuego que pueblan los partes de defuncin de los represaliados. Estaba bien claro
y, sin embargo, falta de medios y desinters llevaran al colapso prctico de las
instalaciones y estructuras sanitarias para los miles de prisioneros de guerra. As, y
visto lo visto, qu tipo de medicina era la que se haca cargo de los prisioneros de
guerra? Si la tuberculosis y la demencia eran los grandes problemas sanitarios
generados por la guerra, cul era la perspectiva con la que se afrontaban? A la vista
de dos datos precisos, tal perspectiva tena ante todo ms de ideolgica que de
puramente mdica. Lo cual no quiere decir que los prisioneros fuesen tratados de sus
males y enfermedades por personal mdico eficiente, al menos en los escasos
casos de campos de concentracin con enfermeras. A lo que me refiero es a la fuerte
carga de ideologizacin que se destila del discurso oficial sanitario vertido, en
conferencias y revistas, en libros y proclamas, por dos de los responsables directos de
la sanidad de los prisioneros en guerra: Martnez Nevot, responsable sanitario de la
Inspeccin de Campos de Concentracin de Prisioneros, y Vallejo Ngera, de quien
se ha hablado anteriormente.
El primero fue responsable sanitario de los campos franquistas durante casi toda
la guerra. Martnez Nevot tom posesin de su cargo al poco de creada la ICCP. Y su
primer informe, tras visitar las zonas de mayor impacto de la poblacin prisionera en
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1937 el frente Norte no dej ninguna duda al respecto: la situacin era


desastrosa. Los hospitales estaban saturados, y en ellos se mezclaban prisioneros y
combatientes franquistas. En los campos de clasificacin haba, adems, un gran
nmero de prisioneros no hospitalizados, con enfermedades como la sarna, venreas,
tuberculosis o enfermedades mentales. Adems, el tifus, la gastroenteritis y la
disentera empezaban a campar por unos centros con ms que deficientes recursos en
cuanto a alimentacin y suministro de agua potable. Como mdico militar, las
propuestas elevadas a la superioridad se basaban en tres puntos principales: la
creacin de nuevos hospitales, el aislamiento de los enfermos con patologas
contagiosas en particular, el tifus exantemtico y la dotacin a los prisioneros en
campos de un mnimo de prendas de vestir y de abrigo para evitar la propagacin
epidmica de enfermedades de contagio directo. Nada se deca, por ejemplo, de las
necesarias campaas de despiojamiento y limpieza en los campos estables.
Sobre la primera de las soluciones, la Seccin de Ingenieros de la ICCP estudi y
proyect obras de reparacin en el Lazareto de Maliao, en Santander, para
habilitarlo como hospital de infecciosos con capacidad para 60 camas, as como otras
obras de habilitacin de la parte alta del Instituto de Manzanedo, en Santoa, para
crear un hospital de 200 camas, y obras de habilitacin del Convento de Legarrea, en
Oyarzun (Guipzcoa), para hospital de tuberculosos de 250 camas[70]. Obras y
ampliaciones que, a la vista del creciente nmero de prisioneros enfermos y que
requeran de aislamiento, se quedaron pronto cortas hasta el punto de ser necesaria la
apertura de otro hospital en Ateca (Zaragoza) con capacidad para 200 camas. Sin
embargo, no fue en hospitales sino en las enfermeras de los campos de concentracin
donde ms se sintieron los problemas derivados, directamente, del hacinamiento y
aglomeracin de prisioneros.
Las enfermeras no fueron un bien profuso en los campos de concentracin en la
Espaa de Franco. Si bien la normativa oficial hablaba de la necesidad y obligacin
de establecer una por campo, lo cierto es que las pocas que existieron estuvieron
preferentemente instaladas en los centros estables, en los campos fijos. Y la razn
para aclarar este punto no es sola y puramente mdica: el responsable sanitario de
cada campo, adems de la asistencia y la vigilancia de los internos enfermos o
heridos, deba valorar e informar sobre la aptitud o inaptitud de los prisioneros para
ser destinados a unidades de soldados trabajadores. De tal modo, a su carcter mdico
el facultativo deba aadir otro estrictamente poltico: el de contribuir a la expansin
del sistema de trabajos forzosos no penados. Adems, era el responsable de que los
rojos no introdujesen enfermedades en los campos, puesto que no se consideraba
tan siquiera la posibilidad de enfermar en ellos, tan lujoso era el trato dispensado a
los prisioneros. Por ello, el mdico, siempre que las circunstancias se lo permitiesen,
debera proceder al reconocimiento general, la desinfeccin, y a ordenar el corte de
pelo, la ducha y la desinfeccin de las ropas. Acto seguido, debera vacunar a los
recin llegados contra el tifus y otras enfermedades de carcter vrico, y aislar
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despus a quienes resultasen afectados de enfermedades contagiosas. Pero,


inmediatamente despus, procedera a dividir a los internos entre los siguientes
grupos:
1.Aptos para toda clase de trabajos.
2. Incapaces para el trabajo de habilidad y destreza, pero aptos para el trabajo de guerra y mecnicos.
3. Incapaces para trabajos de fuerza, pero aptos para todos los de su profesin u oficio.
4. Incapaces para trabajos de fuerza y de capacidad disminuida para los de su profesin u oficio.
5. Incapaces para toda clase de trabajos.
6. Invlidos.

Y, de tal modo, a contribuir a la divisin por aptitudes fsicas para el trabajo, que
ya se han observado previamente cuando se trat el tema de la reclasificacin de los
prisioneros, y que en las enfermeras de los campos de concentracin adquirira un
matiz si cabe ms grotesco. Tanto como el hecho que se afirmase rotundamente, de
cara a la oficialidad sobre todo, el Cuartel General de Franco que las
condiciones higinicas y sanitarias en los campos eran excelentes, pero luego se
afirmase todo lo contrario en la documentacin interna de la ICCP. En particular, en
guerra y posguerra el campo de Reus fue cerrado definitivamente por ese motivo
el tifus exantemtico adquiri proporciones de pandemia entre los prisioneros
internados. Por ms que los responsables sanitarios pudiesen esforzarse, incluso
dando conferencias de carcter higinico-sanitario y de divulgacin profilctica de
enfermedades venreas, sifilticas e infecto-contagiosas, lo cierto es que sobre todo
en las estaciones fras, y los inviernos de 1937 y 1938 lo fueron con creces, la
miseria y suciedad que presentaban los internos fueron pasto perfecto para el
desarrollo desproporcionado de esta enfermedad, transmitida, ante todo, por los
piojos y otros parsitos de convivencia cotidiana en los campos.
Para tratar de atajar esta situacin, que reverta en la incapacidad de reutilizar a
los prisioneros de guerra como mano de obra, la ICCP hubo de disponer en otoo de
1937 de medidas urgentes[71], como la instalacin de estaciones de despiojamiento en
los campos, la provisin de uniformes y mudas de ropa interior para los internos, y la
instalacin urgente del mayor nmero posible de enfermeras. Pero, como viene
siendo la tnica, la realidad del aprisionamiento y de la poltica para con los
internados super con creces las posibilidades de previsin. Tan slo cinco unidades
de esterilizacin de ropa pudieron ser recabadas del Ejrcito, y tan slo 5000 fueron
los prisioneros que pudieron vestir ropa interior limpia gracias a los esfuerzos de la
ICCP ante la Intendencia general de la Secretara de Guerra.
Retirado Martnez Nevot del ingrato cargo de responsable sanitario de la ICCP
donde haba tenido que medrar con tal cantidad de problemas que se haba convertido
ms en un jefe intendente que en el insigne onclogo que quera ser, su experiencia
le acompaara por largo tiempo. Su experiencia y su prejuicio, claro est: slo as
puede explicarse que, an en 1940, opinase que el cncer se produca por clulas que
por motivo de insubordinacin y anarqua [sic] llegan a formar un rgano

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monstruoso[72]. En lnea con su profesin de mdico militar, segn su perspectiva


los guerreros no podan an cantar himnos de la victoria en los campos de batalla
contra el cncer. Guerreros, batallas, anarqua de las clulas. Cncer y demencia.
Enfermedad fsica y mental. Ideologa y construccin mental del disidente como ser
inferior, enfermo, degenerado. Tales eran tanto las premisas como los puntos de
llegada de una medicina en guerra contra la Repblica, de la que los artculos y libros
del eminente psiquiatra Vallejo Ngera y el menos conocido mdico de guerra
Martnez Nevot suponen una muestra parcial, pero fehaciente.

5. LA GESTIN DE LA MISERIA: RESISTENCIA E INTEGRIDAD


En medio de este paisaje de enfermedad, muerte, reeducacin, aculturacin y
adoctrinamiento haba, empero, tambin espacios para la resistencia de los
internados. Resistencia activa o pasiva, organizada o no que, por diferentes canales,
tuvo siempre un objetivo primordial: la lucha por su integridad. Una integridad que se
compuso, fundamentalmente, de lucha poltica (dentro de mrgenes muy restrictivos)
y de lucha por la mejora de las condiciones de vida en los campos. Todos los aspectos
fundamentales de la vida concentracionaria fueron impregnados de intentos de
resistencia y de bsqueda de la entereza, en medio de un sistema de campos tan
variado como el franquista, cuyo pulso estaba marcado por la arbitrariedad. As,
aspectos fundamentales para el mantenimiento de un afn por no doblegarse fueron la
correspondencia, las visitas, la resistencia poltica de los prisioneros o sus fugas.
Dentro de los escasos mrgenes que quedaban en la vida cotidiana de los campos,
todos ellos supusieron espitas de escape para una poblacin interna sometida al
maltrato, la clasificacin, la delacin y las miserables condiciones de vida. De tal
modo, y aunque en muchos momentos no supusiesen una verdadera oposicin a las
autoridades militares de los campos, como resistencia han de tratarse los medios
cotidianos empleados por los prisioneros para tratar de mantener su integridad e
identidades polticas, culturales y morales.
Sobre el tema de las visitas en el campo se interes particularmente y en persona
el general Franco, quien dispuso en junio de 1938 que se evitasen en todo caso los
encuentros con los concentrados, por considerarlas perturbadores. En particular,
debera perseguirse la tenencia por los concentrados de libros, revistas o efectos de
ndole perturbatoria [sic], adems de armas de fuego[73]. Lo que Franco no pudo
impedir, de todos modos, fue que en algunos campos, en el tiempo libre, se gestasen
agrupaciones polticas de prisioneros, encaminadas ante todo a salvar cuadros y
dirigentes de los partidos y sindicatos. En Albatera, uno de los casos ms claros de
este ltimo aspecto por haberse reunido en el puerto martimo de Alicante muchos
dirigentes comunistas ante el inminente final de la guerra esperando exiliarse,
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Sixto Agudo recuerda que la organizacin del partido funcion. Por ejemplo, la
delegacin del Comit central encabezada por Larraaga y Asarta. Pero luego,
como nos conocamos de la organizacin militar, el partido se fue estructurando de
acuerdo con las relaciones que haba durante la guerra. Mediante conversaciones y
reuniones clandestinas la direccin del partido, que era unilateral, por conocimiento
se extenda a todo el campo, dejando fuera a los anarquistas, que optaron ms, en
opinin de Agudo, por la fuga antes que por la organizacin interna y la
jerarquizacin. Adems, en Albatera la mayora de la direccin anarquista fue
descubierta por un joven de la direccin de las Juventudes Libertarias, que denunci a
los mandos anarquistas y socialistas. Casi todos, cien[74]. En la tarea de la
salvacin personal y poltica, adems, tenan un papel fundamental los contactos
semiclandestinos con el exterior: utilizando canales legales como las comunicaciones
y el correo, se intentaban introducir documentos falsos. Con los escasos medios de las
destrozadas organizaciones polticas se trataba de falsificar sellos. Con la ayuda de
las familias, se trataba, ante todo, de salir del campo.
No obstante, tambin en este caso se dieron ejemplos de arbitrariedad, as como
sorprendentes diferencias internas entre los diferentes campos. Mientras que en San
Pedro se impeda de manera ms que rgida la salida de cualquier prisionero que no
estuviese incluido en el transporte y reparto de suministros, Clemente Gil, alcalde de
Miranda de Ebro, hubo de remitir una carta en octubre de 1938 al inspector de la
ICCP quejndose de que ciertos grupos de prisioneros con frecuencia salen del
campo a altas horas de la noche dndose el caso de encontrrseles cenando a las once
en las cantinas de dicha poblacin[75]. Siendo Miranda un campo estable, donde
muchos prisioneros ante la falta de avales o con la clasificacin demorada pasaban a
veces largos meses, los haba casados que han puesto casa en Miranda y, claro es,
ellos salen a dormir fuera del campo. Segn el alcalde, todos los das prisioneros
que salen a hacer compras para el campo se apean de la camioneta y se pasan largos
ratos charlando con las chicas de la poblacin. Y todo esto se vea muy mal en la
poblacin, ya que en opinin del alcalde los prisioneros, provenientes del Pas Vasco
llevaban en aquel campo ms de ao y medio,
algunos con los avales en el bolsillo pero que no los presentan por temor a que los lleven al frente; estos
prisioneros son vascos y poco afines a la Espaa Nacional pues sabido es que hacen cierta propaganda roja
entre los compaeros de Campo. Seguro est todo el pblico que una vez termine la Guerra saldrn al da
siguiente porque presentarn cuantos avales les sean necesarios[76].

Obviamente en algunos campos, sobre todo los estables, los prisioneros trataban
de hacer lo ms llevadera posible su estancia. La resistencia poltica y cotidiana, tal
vez ms la segunda que la primera, fueron vehculos a travs de los cuales los
internos trataron de salvaguardar su integridad y su identidad poltica. Y puesto que
divertirse era un lujo en los campos, algunos prisioneros como los vascos en Miranda
escondan sus avales si creemos las apreciaciones del alcalde porque bien saban
que una clasificacin positiva era sinnima de ser enviados al frente de batalla. Para
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muchos, por temor o por integridad poltica puesto que consideraban que el puesto
de un republicano vencido era ser prisionero, pero seguir siendo republicano, la
clasificacin como afectos fue un suplicio aadido. Y por eso trataban de dificultarla
al mximo. De tal modo, podan mantener los contactos, establecer redes polticas,
siendo su mayor privacin la de la libertad y la de la sociabilidad. Pero salvando la
vida.
De vez en cuando se admitan comunicaciones de los prisioneros con sus
familiares: eso, sin embargo, debi ser ms que escaso a la vista de los testimonios
recogidos. Y algunos prisioneros salan del campo. Eran los encargados de traer los
suministros, en centros que estuviesen situados cerca de cascos urbanos. A esos, a la
vuelta al campo, se les cacheaba rigurosamente: como en el caso de la
correspondencia, la introduccin de objetos prohibidos era castigada con severa
pena. La misma que se aplicaba a quienes trataban de fugarse, o a quienes
quebrantaban los valores absolutos del campo: la disciplina y el orden. Sin embargo,
el castigo corriente no estaba tan relacionado con el intento de fuga como con la
insubordinacin cotidiana al servicio de custodia del campo. ste no poda tener
contacto directo con los prisioneros, aunque en muchas ocasiones se haya relatado
todo lo contrario: los pequeos negocios realizados con objetos personales a cambio
de tratos de favor, comida, cigarrillos o delaciones en el sentido que no fueron
tratos unidireccionales del prisionero con el guardia, sino que muchas veces
empezaban por iniciativa de este ltimo eran una realidad cotidiana en los
campos[77]. Como puede observarse, la realidad ideal de los campos planteada por la
ICCP y la realidad concreta vivida por los prisioneros distaban bastante entre s.
Prohibidos los contactos con el exterior, y ante la posibilidad de ser enviados a los
tribunales militares, muchos prisioneros tomaban la decisin de fugarse. Si eran
capturados, como ya se ha visto, eran devueltos al campo y sometidos a la severa
pena de la que hablaban las normas de actuacin. Si no, trataban de todos modos de
reintegrarse a la zona republicana: el xito o el fracaso de la fuga dependa de las
caractersticas del campo, de su vigilancia efectiva, de la capacidad fsica del
prisionero, de la posibilidad o no de sobornar a sus guardas, de su ingenio. San Pedro,
por ejemplo, contaba con una vigilancia escasa. Si solamente seis alemanes trataron
de fugarse fue porque el resto de prisioneros se encontraban demasiado dbiles como
para tan siquiera intentarlo. Los alemanes tenan especial pavor, dado que eran
puestos en manos de la Gestapo. Saltaron por una ventana, mientras sus compaeros
internacionales cantaban ruidosamente para distraer a los guardianes. El sargento, al
descubrirlo, entr en clera y cerca estuvo de mandar fusilar a un prisionero polaco.
Cuando vieron que la ventana estaba rota, y que por ah haban escapado, cogi a
cuatro al azar y los ech desnudos a un tanque de agua. Dos de los alemanes fueron
devueltos muertos, y los prisioneros desfilaron frente a ellos[78].
Por otro lado, un prisionero de Deusto ha relatado tambin su experiencia de fuga
de un campo franquista: Manuel Amblard tambin logr fugarse momentneamente
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del campo de Deusto, en Bilbao. Con los presos que salan a trabajar y dotados de
documentacin falsa (haba realizado un sello tallando una patata), alcanzaron la
ciudad. Pero su primera obsesin fue la de comer. En una taberna, un grupo de
requets cogieron a uno de los tres prisioneros. Los otros dos volvieron
voluntariamente a Deusto[79]. Algo parecido a lo sucedido a Manuel de Pedro,
Manoln, a quien durante su internamiento en San Marcos su hermano falangista
pudo dar cien pesetas. Como la misa dominical era obligatoria, l y dos compaeros
aprovecharon un descuido para esconderse en un confesionario, pudiendo vagar a sus
anchas por Len, yendo a comer bien por primera vez en mucho tiempo y a acostarse
con prostitutas tambin por primera vez en muchos meses. A la noche, antes del
recuento, la fuga finaliz: decidieron volver al campo y no arriesgar la vida en una
evasin complicada, sobre todo por haber perdido todo el da (un tiempo precioso) en
placeres sensoriales[80].
A mayor provisionalidad del campo, menores eran los dispositivos de seguridad,
generalmente ms catico su funcionamiento y, por tanto, mayor era el nmero de
fugas. Ese era un modo de salir del campo. Tambin se poda salir de manera
voluntaria, ante las peticiones que en algunos campos se realizaron para formar parte
del Tercio de Regulares, de requets carlistas[81], o en BB. TT.: pidieron all gente
voluntaria para ir a batalln de trabajadores y lo que queramos era salir del campo;
fuera donde fuera, queramos libertad, queramos ver los pjaros volar, ver el cielo
azul. Y yo me apunt voluntario, seala Eustasio Garca. Y tambin, algo habitual
sobre todo en la inmediata posguerra, una va de escape del campo utilizada ante la
magnitud que el problema del hacinamiento en los campos adquiri en 1939, fue la
libertad vigilada: con un salvoconducto para volver a sus hogares y presentarse all
ante las autoridades, generalmente los prisioneros no disponan de emolumentos para
costearse el viaje, por lo que en noviembre de 1938 se hubo de decidir, en teora por
motivos humanitarios que quienes fuesen apresados por viajar sin billete en los
trenes de vuelta a casa fuesen puestos en libertad. Sin embargo, el motivo no era la
libertad, sino otros: la necesidad imperante de no hacer crecer la poblacin presa por
motivos tan nimios. Las crceles de Franco haca tiempo que haban superado su
capacidad en conjunto. En 1939, ese lmite dej de existir, establecindose el imperio
del hacinamiento. En ese contexto, meter en la crcel a prisioneros en libertad
solamente por la falta de atencin de las administraciones implicadas en el
tratamiento de la poblacin penal de la Nueva Espaa supona un riesgo demasiado
alto para las autoridades franquistas.
Aunque, de hecho, todo el sistema concentracionario de Franco supuso un
constante riesgo. Su mantenimiento implicaba la continuidad de un rgimen ilegal y
arbitrario, mal gestionado y con pocos recursos. Supona hacinar a rojos sin que la
justicia interviniese de forma inmediata. Implicaba dejar cada vez ms espacios para
la resistencia, quedando slo la represin como medio para aplacarla ante el ms que
probable fracaso de los programas de reeducacin y reconquista de los
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republicanos. De hecho, en muchas ocasiones todo ello tuvo ms que ver con los
planos discursivos que con los reales. Como se ha podido comprobar, la historia
concentracionaria franquista, una historia de intentos de centralizaciones imposibles,
fue la crnica de la improvisacin y el desbordamiento. Desde tal perspectiva debe
analizarse la gestin de la miseria que supuso la administracin de los campo. Eso s,
sumndola al hecho que el para-Estado franquista tuvo en la imposicin de unos
modos de vida cotidiana humillantes, exasperantes, terribles y vejatorios sobre los
prisioneros un modo para hacer de ellos sombras de su propia voluntad. Tal vez por
eso se encuentran tan pocos testimonios que hablen de reestructuraciones orgnicas
de partidos y luchas polticas dentro de los campos, siendo los ms destacados los de
prisioneros de la inmediata posguerra, y s en cambio todos hablen de humillantes
condiciones de vida, carencias miserables, tedio y angustia. Clasificacin,
depuracin, reeducacin y reevangelizacin se dieron la mano en los campos
franquistas para hacer saber a los prisioneros, a los disidentes reales o potenciales, su
verdadero lugar en la Nueva Espaa de Franco.
En definitiva, el campo de concentracin fue la cristalizacin de la poltica de la
alteridad a travs de la instrumentacin de unas polticas cotidianas fuertemente
represivas, que fueron desde la distribucin de alimentos a la aculturacin, desde la
posibilidad de abrigo a la sanidad. Todo estaba atravesado por una ideologa y una
percepcin identitaria del enemigo de las que se derivaban: uno, el menosprecio por
el prisionero como individuo y por los prisioneros como colectivo; dos, el
menosprecio y la eliminacin de sus ideologas poltico-sociales y, por extensin, sus
identidades individuales y colectivas; tres, la alienacin del enemigo, sabido como
interno pero articulado retricamente como externo, ajeno a la comunidad nacional; y
cuatro, la reafirmacin de esa comunidad nacional, a la que a veces pasaban a formar
parte los internos tras su paso por el campo, a travs de la sumisin, el castigo y el
cumplimiento de los preceptos morales, polticos y sociales que caracterizaban al
Nuevo Estado. Con los tres ejemplos aqu desarrollados, el de la reeducacin, el de la
gestin de la vida cotidiana en los campos, y dentro de este ltimo, el del enorme
problema sanitario que supuso el internamiento de un mnimo de 400 000 prisioneros
en tres aos, se han puesto en evidencia las variables fundamentales de la historia
concentracionaria espaola, al menos durante la guerra civil: la contradiccin entre
objetivos y realidades, la unin de destruccin y construccin. Y, sobre todo, la
cotidianidad de la violencia y la exclusin.

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5
La derrota y la paz. Campos y trabajo en posguerra
1939-1942
La guerra, con su luz de fruslera, nos ha abierto los ojos a todos. La idea de turno o juego
poltico ha sido sustituida para siempre por la idea de exterminio y expulsin.
JOS MARA PEMN

939 FUE, EN LA TERMINOLOGA OFICIAL del franquismo, el Ao de la Victoria. Y,


efectivamente, fue el ao de la derrota sin paliativos. Pero no de la paz. 1938
haba acabado con la derrota republicana en la batalla del Ebro y el inicio de la
ocupacin definitiva de Catalua. Arrasada por un Ejrcito imparable, abandonada
por las potencias internacionales, la Repblica estaba definitivamente perdida. As,
entre enero y abril de 1939 cay Barcelona. Cay Catalua. Cayeron todos los
territorios an controlados por la Repblica. Se gan definitivamente la contienda, se
instaur una dictadura militar en toda Espaa, y miles de ciudadanos tomaron el
camino de la frontera. La cifra aceptada para el exilio a Francia de enero y, sobre
todo, febrero de 1939 es abrumadora: 440 000 ciudadanos, de los cuales 170 000 eran
mujeres, ancianos y nios; 40 000 civiles no movilizados; 10 000 heridos; y 220 000
militares[1]. Francia los recibi con campos de concentracin, improvisados y con
malsimas condiciones de vida; con polticas xenfobas auspiciadas por su presidente
Daladier y su ministro del Interior, Sarraut; y con deseos de rpida repatriacin.
Y, de hecho, muchos fueron los que decidieron al poco tomar el camino contrario
y volver a Espaa. La administracin franquista les esperaba, tambin, con campos de
concentracin para clasificar a quienes estuviesen en edad militar. De tal modo, en
pocos das ingresaron desde Irn 578 soldados en el campo de Estella, y 4828 en el
de Pamplona procedentes de Francia, segn unos telegramas remitidos a la ICCP[2].
A los que se quedaron en Francia les esperaba el internamiento en Argels, en
Barcars, en Sant Cebri, en los campos del Medioda francs. Y, tras su
incorporacin a la Legin Extranjera o a las Compaas de Trabajadores Extranjeros,
mediada la declaracin de guerra y la ocupacin parcial de Francia por parte de
Alemania en mayo-junio de 1940, los Stalag, la consideracin como enemigos del
Tercer Reich y la deportacin a campos como Mauthausen. A los que regresaron, la
miseria, el internamiento y la siempre complicada lucha por la integridad.
En este captulo, por tanto, la guerra civil toma contacto directo con la segunda
guerra mundial, aunque el sistema concentracionario franquista tardase algo ms en
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adaptarse a la nueva realidad europea, como podr comprobarse ms adelante. Este


captulo pone cierre al empleo de los campos de concentracin y, en buena medida,
del trabajo forzoso para los prisioneros de la guerra civil, para los internos
republicanos. Primero con la ocupacin territorial y segundo con el internamiento
masivo en los numerossimos campos que poblaron la Nueva Espaa de Franco y
mediante su empleo como mano de obra gratuita (una funcin asumida por los
Batallones Disciplinarios, los BDST donde los soldados de la Repblica hubieron de
rendir cuentas por su pasado en forma de trabajos forzosos), entre humillacin,
asesinatos, depuraciones y violencia, el Nuevo Estado se impuso sobre todos y cada
uno de los prisioneros de guerra. De hecho, no sera hasta que desapareciese la ltima
sancin por haber combatido en filas republicanas del ltimo prisionero de guerra,
cuando desaparecera a su vez ese modelo anmico e ilegal de punicin sin pena
impuesta y de internamiento preventivo. Algo que, cronolgicamente, coincidira con
los peores momentos vividos en campos como Miranda de Ebro, donde por entonces
(1942) la gran oleada de refugiados de la segunda guerra mundial haba llevado a
algo que bien puede denominarse como absoluto colapso.

1. CATALUA, LIBERADA
Sin lugar a dudas, el de los exiliados fue un sino ingrato en el que fue muy difcil
eludir el internamiento en un campo de concentracin. Obviamente, los rigores de
Miranda de Ebro o Aranda de Duero no eran los de Mauthausen, ni ste puede
compararse al campo francs de Argeles. Sin embargo, algo en comn exista: el
carcter de vencidos en la guerra civil de los internos y, en tantas ocasiones, su afn
por resistir hasta el ltimo momento. No fueron, adems, los exiliados los nicos
derrotados en 1939. Hubo miles de republicanos que no se exiliaron, o que no
pudieron hacerlo por haber sido capturados por el Ejrcito de Franco. Entre diciembre
de 1938 y febrero de 1939 fueron tomados un mnimo de 76 042 prisioneros, que
fueron los evacuados a retaguardia entre las delegaciones de la ICCP de Zaragoza
(58 536) e Irn (17 506, regresados de Francia), adems de unos 40 000 prisioneros
an en territorio cataln, lo que eleva a ms de 116 000 los republicanos capturados.
Sumandos a los ms de 31 000 internos que estaban en campos provenientes de otras
campaas, y los 90 000 en Batallones de Trabajadores, la suma del personal
dependiente de la ICCP aterra, teniendo en cuenta las malas condiciones, en casi
todos los sentidos, que se han observado anteriormente. Eran 237 102 los internos de
los que Martn Pinillos daba cuenta en febrero de 1939; cifra que no tomaba en
cuenta a todos los que, habiendo pasado por campos, haban sido destinados a
unidades militares (como los 20 000 reclasificados) o a prisiones, no dependientes de
su gobierno[3].
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La mayora, unos 95 000, de esos 116 000 prisioneros entre enero y mediados de
febrero de 1939 pasaron por los centros del Ejrcito del Norte. Primero, por Horta[4],
Manresa o Puigcerd. Despus, por campos estables, empezando generalmente por
San Juan de Mozarrifar o San Gregorio, en Zaragoza. Las cifras son pues enormes: en
ese mes y medio haba cado en manos franquistas uno de los smbolos de la
Repblica, la ciudad de Barcelona y se haba culminado la ocupacin de Catalua,
ocupndose todos los puertos fronterizos pirenaicos. Largo Caballero, Araquistain,
Azaa, Martnez Barrio o Companys haban cruzado la frontera. Lord Halifax
tramitaba una paz honrosa entre los contendientes, a peticin de Negrn, que no lleg
a cuajar. Y la Nueva Espaa publicaba su Ley de Responsabilidades Polticas, segn
la cual se penaba cualquier grado de desafeccin poltica, ideolgica o cultural,
juzgando retroactivamente todo acto de ndole poltica, sindical, cultural, desde 1934,
que a juicio de los militares triunfantes hubiese sido un acicate para la implantacin
en Espaa del dominio rojo.
Por tales motivos puede considerarse que la Repblica haba perdido la guerra en
ese espacio de tiempo, desde que el 10 de diciembre se decidiese el ataque sobre
Catalua, ocupndose ciudades como Reus y Tarragona antes de mitad de enero.
Barcelona no tardara en caer en manos franquistas: el miedo a ser copados por el
enemigo, la pauprrima situacin general y la profunda desmoralizacin hicieron que
la capital donde hasta haca pocos das an celebraba Negrn los consejos de
ministros fuese tomada entre los das 26 y 27 de enero. Y, en ese contexto, cada
Divisin de las que formaban los CE en liza pudo disponer, salvo en el caso del CTV
italiano del que no se han encontrado huellas documentales en materia de
prisioneros, ms all del BB. TT. bajo su poder, de campos de internamiento para
organizar el envo a retaguardia de sus prisioneros de guerra. Antes del 4 de febrero
estaban establecidos los centros que haban sido utilizados antes de la cada de
Barcelona, en un plan que implicaba el traslado en largas filas de prisioneros desde
campos de vanguardia como Tremp, Almacelles o Binfar, al campo de San Juan de
Mozarrifar[5].
Sin embargo, esta lnea de contencin de la poblacin prisionera fue til por poco
tiempo. Desde febrero, los campos de referencia en segunda lnea pasaron a ser, por
motivos de cercana y espacio, los de Reus, Tarragona y Lleida, utilizndose el de
San Juan en casos de gran aglomeracin[6]. As, los prisioneros tomados en la capital
catalana, internados primero en los campos eventuales de evacuacin (en particular el
del Cuartel de Caballera Numancia, en Sants, adonde se traslad al personal
responsable hasta entonces de los centros de prisioneros de Borjas Blancas y
Vimbod), seran clasificados en campos como los sealados, o el de Cervera. Y,
progresivamente, seran enviados a lugares alejados como Galicia. Dispersar a los
prisioneros fue una va para despejar una zona donde la concentracin de personal
potencialmente disidente supona un grave peligro tanto para el orden pblico como
para las aspiraciones, nunca escondidas, de espaolizar Catalua.
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Tan frentica fue la actividad en enero de 1939, con la progresiva ocupacin de


Catalua y el ingreso por Irn de muchos exiliados de vuelta al pas, que el Cuartel
General de Franco hubo de solicitar, con carcter de urgencia, jefes y oficiales en la
reserva para organizar BB. TT., instalar nuevos campos de concentracin y hospitales
de prisioneros, as como para su incorporacin a los nuevos campos de Lleida,
Tarragona, Reus[7] y Cervera, cuya orden de apertura data del 24 de enero[8]. Y,
adems, para intervenir en algo que empezaba a ser un grave problema: el de los
innumerables prisioneros tomados en las fronteras de Port-Bou, la Junquera, Irn o
Puigcerd que regresaban repatriados de Francia, y que eran masivamente
clasificados por comisiones como las de Estella, Logroo, Vitoria o Pamplona[9], o
distribuidos hacia otras comisiones, las de Santoa, Aranda de Duero[10], Deusto
(campo en el que ingresaron unos 2000 internos en un mes) y Ordua[11]. Existan,
por tanto, dos importantes focos de aprisionamiento. Uno menor que el otro, pero
ambos sometidos al mismo proceso: progresivamente seran redistribuidos hacia los
campos de San Pedro de Cardea y Miranda de Ebro, en el primer caso cuando no
pudiese certificarse una clasificacin definitiva, y en el segundo cuando de sta se
derivase el ingreso en un BB. TT. De tal modo, San Pedro de Cardea sera, por
ltima vez, el campo de referencia para el Ejrcito del Norte. Por ltima vez, porque
desde marzo de 1939, salvo por el repunte en el nmero de internados debido a la
finalizacin de las operaciones blicas el primero de abril, ira progresivamente
acumulando ms bajas que altas en sus estadillos mensuales.
En el siguiente cuadro se puede observar que el avance sobre Catalua y, sobre
todo, el regreso de exiliados implic una fuerte subida en el nmero de trasladados a
ese campo, lo que devino en una mayor velocidad en la creacin de BB. TT. y en el
traslado de los prisioneros intiles para el trabajo al campo de Haro[12]. Algo que se
arrastr, como mnimo, hasta la primera decena de mayo, cuando el nmero de bajas
en San Pedro, por traslados a Cajas de Reclutas o a BB. TT., a otros campos de
concentracin como Deusto o Soria, libertades provisionales, o por fallecimiento (en
estos meses se contabilizan, sin dar explicacin de las causas probablemente, por
enfermedad, siete muertes), fuese considerablemente mayor que el de las altas en
el campo. Su fin como campo de concentracin estaba cerca y el mayor problema
sera, como se ver, dnde internar a los prisioneros extranjeros. Y es que, ya a
mediados de mayo, casi no quedaran internos espaoles:

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Los prisioneros internados en San Pedro de Cardea provenan, ante todo, de las
comisiones de clasificacin y a veces, directamente de las comandancias militares
implicadas en el problema de la recepcin de exiliados, aunque tambin
ingresasen dudosos de Cceres o Santa Cruz del Retamar (Toledo). Sin embargo, la
gran mayora de internos en febrero (mes del que se han localizado las listas de
prisioneros) venan de Ordua, Pamplona, San Sebastin, Logroo, Bilbao, Estella y,
ante todo, Irn, con 1938 trasladados.
Pero San Pedro estaba en retaguardia, y el problema de la acumulacin de
prisioneros volva, una vez ms, a estar en vanguardia. Hasta el punto que el 16 de
enero de 1939 fue necesario realizar un traslado urgente de 4500 prisioneros de San
Juan de Mozarrifar, el campo de referencia para todos los Cuerpos en combate en
Catalua, al campo de San Marcos, en Len[13]. La 82 Divisin del CE del
Maestrazgo, por ejemplo, que hasta enero de 1939 haba capturado cerca de 8500
prisioneros, vio que hasta el 10 de febrero hubo de hacer frente al interrogatorio,
primera clasificacin y evacuacin de casi 6500 soldados republicanos, internados en
el centro de evacuacin de Olot. En el campo de Cervera, utilizado por los CE de
Urgell e, indirectamente, Maestrazgo y Aragn, y comandado por la Primera
Compaa del Batalln de Orden Pblico n. 403, hubo casi 6000 prisioneros en
menos de diez das, aunque su carcter de centro de rpida evacuacin hizo que el 9
de febrero estuviese completamente vaco.
Mas no por ello dej de utilizarse masivamente. No en vano, por el campo
utilizado por los CE de Aragn y Maestrazgo, el de Manresa constituido el 3 de
febrero bajo el mando de Francisco Montilla, pasaron un total de 12 070
prisioneros[14]. La consecuencia directa de todo ello fue el incremento gradual del
nmero de internados en todos los campos, empezando por Lleida y San Juan de
Mozarrifar, pero tambin de Avils, Rianjo o Aranda de Duero, donde se tramitaba la
clasificacin definitiva de los prisioneros. El siguiente cuadro, demostrativo de las
distribuciones de personal prisionero por la Nueva Espaa de Franco desde la
delegacin zaragozana de la ICCP y, en concreto, desde San Juan de Mozarrifar
durante la primera quincena de febrero de 1939 prueba, en primer lugar, que las
divisiones territoriales y de campos de llegada puestas en claro en febrero vase
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ms adelante y establecidas por la Inspeccin no fueron llevadas a cabo de manera


estricta; y, tambin, que la afluencia a San Juan era mayor pero ms breve,
mantenindose Lleida como campo de concentracin relativamente estable, desde el
cual incluso se llegaron a crear Batallones de Trabajadores con prisioneros
voluntarios (como fue el caso del que form parte Eustasio Garca) o incluso
trasladando prisioneros directamente sobre el campo de San Juan (hasta 2520 de los
evacuados el 7 de febrero provenan de Lleida).

La 5. Divisin navarra haba tomado, desde el inicio de la ofensiva hasta la


conquista de Tarragona, 11 714 prisioneros; durante la ocupacin de Barcelona, 1362;
y hasta la llegada a la frontera francesa, 1805, lo que haca un total de 14 971
prisioneros hasta el 9 de febrero[15]. Ese mismo da, en el que en Burgos se firmaba la
Ley de Responsabilidades Polticas, sobre la una de la tarde el general Juan Bautista
Snchez alcanzaba el puesto fronterizo de Le Perthus, y al da siguiente, mientras en
Roma mora Po XI, con la toma de Puigcerd toda la frontera con Francia era de
Franco. Ese da finalizaba el recuento de prisioneros desde que se iniciase la ofensiva
sobre Catalua, segn un diario manuscrito encontrado entre papeles de la ms
variada ndole: de acuerdo con los partes oficiales, haban sido tomados entre el 23 de
diciembre y el 9 de febrero 92 186 prisioneros, una cifra ciertamente dudosa (puesto
que la mayora de los das se cifraban los prisioneros exactamente en 2000) pero que
da buena idea de la magnitud de la derrota republicana[16]. Oficialmente se
reconocan ms de 90 000 prisioneros en menos de dos meses. Pero en realidad, esa
cifra se acerc a los 116 000 republicanos capturados en Catalua como se ha
sealado antes. Si los sumamos a los 220 000 soldados que perdi la Repblica en el
exilio y a los 47 000 apresados en otros frentes, no es difcil pensar en la ofensiva
catalana como un hito crucial en la victoria franquista.
Catalua haba sido definitivamente ocupada, pero no por ello los ejrcitos
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franquistas dejaron de tomar prisioneros, internndolos y evacundolos a retaguardia.


Tanto grupos de soldados que en la retirada a Francia haban quedado descolgados o
escondidos como unidades apresadas (en ms de una ocasin, mientras cubran la
evacuacin de soldados y civiles), todos fueron pasando por los diferentes centros y
campos de concentracin. Tanto fue as, que ante la gran variedad de unidades
republicanas aprehendidas y la escasez de medios in situ, no fueron los Cuerpos de
Ejrcito sino las comandancias militares las encargadas de recoger y clasificar a los
prisioneros de guerra, tanto en los puestos fronterizos como en Barcelona. Lo cual, de
hecho, signific que no hubo clasificacin inmediata sino envo a retaguardia. Para
ello, el mismo da 10 de febrero se sealaba con urgencia que los campos de Reus,
Tarragona, Lleida, Mollerusa, Barbastro, Cervera y Horta estaban disponibles para la
evacuacin de unos 45 000 prisioneros. Y tambin que desde ese da grupos de
republicanos seran embarcados, hasta sumar 12 000, para ser trasladados desde
Barcelona a campos de concentracin en las provincias de Sevilla, Huelva, Cdiz,
Mlaga y otras: la habilitacin de las plazas de toros de San Sebastin, Vitoria,
Tolosa, Santander, Bilbao y Pamplona como campos eventuales fue el reflejo
palmario de la imposibilidad de clasificar, ni en los campos divisionarios ni en los del
Cuerpo de Ejrcito, y ni tan siquiera en San Juan de Mozarrifar, a los ms de cien mil
prisioneros cados en manos franquistas en la campaa catalana, as como al nmero
creciente de evacuados a Francia que recruzaban la frontera: slo el 16 de febrero
entraron por Irn, siendo evacuados a Vitoria, 2600 republicanos en edad militar, que
eran a los que se les tramitaba expediente de clasificacin en los campos de
concentracin[17].
Tal magnitud empezaba a adquirir el difcil regreso a Espaa que fueron
trasladadas tres comisiones de recepcin de prisioneros a los pasos fronterizos de La
Junquera, Puigcerd y Portbou para descongestionar el paso por Irn. Y, a 13 de
febrero, se orden que los procedentes por Irn del campo rojo, jefes y oficiales no
profesionales, fuesen trasladados a la prisin de Escolapios de Bilbao y a la
Ciudadela de Pamplona, a disposicin del auditor de guerra de la Regin Militar. Era
el modo de separar de manera rpida a mandos y comisarios polticos, a quienes con
la mayor rapidez se juzgaba en consejos de guerra. Entre el 1 y el 19 de febrero de
1939, se estima que ms de 67 000 personas haban regresado a Espaa aunque
luego el ritmo descendiese drsticamente, siendo trasladados los excombatientes
republicanos, gran mayora dentro de este grupo, al campo de concentracin de
Irn[18].
Tal era la situacin, que el 18 de febrero hubo de proponerse un nuevo plan de
evacuaciones, teniendo en cuenta la disponibilidad de campos en toda la Pennsula,
incluyendo los traslados por barco tambin desde Irn y no slo desde Barcelona. De
tal modo, desde esa primera ciudad se trasladara poblacin prisionera a los campos
de Betanzos (Ferrol, 1800 prisioneros), Rota (Cdiz, 3000) y Huelva (800), quedando
pendiente el de 2000 prisioneros a Sevilla, 1000 a cija, 2200 ms a Huelva y 2000 a
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Mlaga. Y adems, se tramitara el uso de los traslados martimos para el


internamiento en algunos campos ya existentes con capacidad remanente, como los
de Camposancos, Santa Mara de Oya y Padrn en Galicia, el Convento de Santo
Domingo, Clerencia y Ciudad Rodrigo en Salamanca, y las plazas de toros de San
Sebastin (para 5000 internos), Santander (4000), Vitoria (5000), Pamplona (5000),
Tolosa (3000) y Bilbao (5000). El nmero total de evacuados que poda sostener la
Delegacin de la ICCP desde Irn ascenda, as, a 42 700. Una cifra mucho mayor
que la de 8300 personas evacuables prometida por la Delegacin de Zaragoza[19].
Estos datos responden a una lgica de organizacin que fue ampliamente
superada por la realidad del aprisionamiento, pero dan sobrada cuenta de las
limitaciones a que el Ejrcito de Franco hubo de hacer frente en los intensos meses de
febrero y marzo de 1939, justo antes casi podramos decir, como preparativo final
de la ofensiva definitiva, la de la Victoria. Precisamente, a algunos de estos
campos fueron a parar muchos de los prisioneros de guerra el segundo bloque ms
importante en cuanto a memorialstica escrita, tras el de los prisioneros en Alicante
de abril de 1939 que han legado sus testimonios en forma autobiogrfica. De tal
modo, existen testimonios directos de campos como San Juan de Mozarrifar, Lleida o
Santa Mara de Oya de prisioneros internados en los primeros meses de 1939. Y
desde la perspectiva del prisionero, y no desde la oficial, parcial, sesgada y
generalmente estrecha mirada de la ICCP, aparece una lgica inescrutable en los
aspticos papeles firmados por Martn Pinillos: una lgica de dejadez y violencia. El
campo de Lleida al que lleg tras haber estado escondido en una masa y ser
capturado no fue para Eustasio Garca un simple centro de clasificacin, sino una
tortura constante. Hasta tal punto llegaron a viciarse las relaciones internas en el
campo, que un grupo de prisioneros mataron a un sargento de guardia:
Tenamos un sargento malo, pero malo malo, que nos preguntaba: T has matado a mi padre, t has
matado a mi hermano. Y todos habamos matado a su padre o a su to, si ramos 30 o 40 o 50 o cien que
habamos matado a su hermano. Tal rabia le cogimos que (yo no fui) entre tres o cuatro, tena que pasar todas
las noches a la oficina por un tnel que haba, y desde arriba le tiraron un montn de tejas y lo mataron.

Los sargentos eran el nico contacto que tenan los prisioneros en Lleida, amn
de algn comercio ilegal con gente de la ciudad a travs de los muros del campo,
aunque aqullos se aplicasen siempre con gran violencia contra stos: Escoltas haba
muchos, todos con verga. Subamos arriba: quin os ha mandado subir?, los de
abajo, y pim pam, se liaban a palos con nosotros. Bajbamos abajo, quin os ha
mandado bajar?, pues el sargento. Y as pasbamos todo el da, subiendo y
bajando, en una especie de juego pensado para recibir maltratos de parte de los
guardianes, hasta que lleg el aval de su pueblo, firmado por el alcalde: soldado
voluntario sin delitos de sangre a sus espaldas. Carne de trabajo forzoso, como le
dijo el alcalde a su padre: S, eso se merece tu hijo. Se fue voluntario a la guerra y
todava est vivo. Salvar la vida y ver los pjaros volar, eso consigui Eustasio
con su traslado al Batalln de Trabajadores. Y construir puentes; y enfermar de sarna.
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Pero, en definitiva y como l mismo reconoce, tuvo suerte.


No tanta tuvo Josep Subirats. Capturado en Vic (Barcelona), trasladado al campo
de Cervera y registrado con nombre falso, de all fue enviado a San Juan de
Mozarrifar y al poco, a Santa Mara de Oya. All fue reconocido como dirigente de
Izquierda Republicana de Tortosa y enviado a la prisin de Tarragona a instancias de
la Auditora de Guerra de Galicia, pero tuvo que pasar cuatro meses en el campo de
concentracin. Cuatro meses que ilustran el periplo que hubieron de sufrir miles de
prisioneros catalanes, alejados lo ms posible de sus zonas de origen, pero a las que
haban de recurrir, en un proceso lento y farragoso, para obtener una clasificacin lo
ms positiva posible. Cuando lleg la denuncia de Tortosa fue enviado a los
calabozos de Santa Mara de Oya. All pas un miedo terrible: saba que salir del
calabozo poda significar, con suerte, el consejo de guerra; y sin suerte, el paseo, el
fusilamiento extra judicial. An no haba cumplido veinte aos cuando firm su
sentencia a cadena perpetua, tras ser juzgado en Tarragona junto a catorce presos
ms, en un proceso que dur una hora escasa: yo no he tenido mayor alegra en mi
vida que firmar la prisin perpetua; ests en una sala donde hay trescientos tos
condenados a muerte, y yo firmo la prisin perpetua[20]. Franco se tom su
venganza: los mejores aos de la vida de una generacin de jvenes republicanos.
Cuando no la misma vida.

2. HACIA EL FINAL DE LA GUERRA


La documentacin militar, abundante como estamos viendo para estos meses,
tambin da cuenta de que, entre enero y marzo de 1939, no slo las operaciones sobre
Catalua y el consiguiente regreso de soldados por la frontera tras su paso a
Francia fueron los motivos de preocupacin para los responsables del tratamiento y
regularizacin de los prisioneros republicanos. La menos conocida batalla de
Pearroya, en Extremadura, ideada para ayudar contra la ocupacin de Catalua e
intentar hacerse de nuevo con Badajoz, dio comienzo el 5 de enero, con el avance
republicano, quedando estancada el da 9. Tras unos combates areos y en medio de
un temporal, a los quince das el Ejrcito franquista retom la iniciativa ocupando de
nuevo Los Blzquez, La Grajuela, Valsequillo y Fuente Ovejuna, hasta devolver la
lnea del frente a su situacin original el 4 de febrero.
Ese mismo mes, el Ejrcito del Sur daba cuenta a la ICCP de la situacin de los
campos de concentracin de su zona, ya que a raz de la reciente batalla y del traslado
de prisioneros provenientes de Francia y Catalua empezaba a verse agotada la
capacidad de los campos de la provincia de Badajoz, con cientos de prisioneros en
espera de ser clasificados. De tal modo, se dispuso que una vez agotada la capacidad
de Badajoz, Almendralejo y Mrida, se crease en Huelva para unos 2000
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prisioneros un campo de concentracin. Frente a la ciudad, en el muelle o una


isleta y construido a base de chavolas [sic] y elementos econmicos, el campo de
Huelva sera un apoyo para la clasificacin de los prisioneros republicanos, tambin
trasladados desde febrero de 1939 al campo del Cuartel de la Aurora, en Mlaga,
donde se podra internar a un mximo de 3000 personas[21]. Los prisioneros se
acumulaban ya en cualquier campo y casi cualquier localidad del territorio franquista.
Y eso obligaba, adems, a incrementar la actividad en los campos estables, en aras de
evitar en ellos aglomeraciones insostenibles: casi todos los das entre enero y marzo
de 1939 fueron trasladados internos de Miranda de Ebro para cubrir bajas en los
BB. TT.; hasta 6000 fueron destinados de diferentes campos en enero para la
Inspeccin de Automovilismo; y casi 1500 pasaron a formar parte de los grupos de
trabajadores del Ejrcito del Sur, en Castuera, Pueblonuevo, Campanario o Puente
Genil. El virreinato de Queipo de Llano en la Segunda Divisin fue, por fin en 1939,
lugar de acogida e internamiento de prisioneros de todas las zonas de la Pennsula.
Las razones estratgicas y de simple intendencia haban superado en importancia a
las polticas que haban impedido, tanto del lado de Burgos como del de Sevilla, dar
poder a Queipo tambin sobre la mano de obra prisionera[22].
De hecho, si observamos el listado de campos de concentracin que en marzo de
1939 se consideran de reciente creacin, vemos ante todo un crecimiento del
nmero de centros en Andaluca. En San Lcar, Antequera, Ronda, Cdiz y Sevilla
(en esta ltima, tres campos) se haban instalado con la mayor brevedad centros de
internamiento a las rdenes de las auditoras de guerra y bajo la supervisin de la
ICCP. Pero tambin en Valbuena de Duero (Valladolid), Palencia, Astorga, Ciudad
Rodrigo, Salamanca, Toro (Fundacin Migulez, Asilo de la Marquesa de
Valparaso), Santiago de Compostela, la Puebla de Caramial, A Corua (dos
campos), Mollerusa, Toledo capital o Torrijos (Toledo)[23]. Y es que el saldo de
prisioneros de marzo de 1939 fue tambin considerable, en un mes iniciado tras el
reconocimiento oficial por parte de Inglaterra y Francia al gobierno de Burgos,
continuado con una guerra civil dentro de la guerra civil en Madrid y finalizado
con la derrota incondicional de la Repblica. Los partes de guerra franquistas admiten
haber hecho unos 40 000 prisioneros este mes, pero con toda probabilidad fueron
muchos ms, hasta el punto que las rendiciones masivas adquirieron verdadera carta
de peligrosidad en las retaguardias franquistas.
Acogidos a las soflamas nacionales para favorecer la desercin en bloque de
tropas republicanas, miles fueron los supuestamente presentados en las lneas de
frente franquistas, incrementando el problema de discernir, a la hora de la
clasificacin, entre las categoras de prisioneros o de presentados. De tal modo, el
inestimable servicio a la obra de la justicia que con el sentido de rectitud, no reido
con el espritu cristiano y humanitario, impera en la Espaa Nacional deseado en los
despachos de Burgos hizo preciso que se multiplicase la labor policaca en los
campos de primer internamiento[24]. Segn se reconoca en la ampliacin aclaratoria
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de la Orden General de Clasificacin de 1937, difundida el 10 de marzo de 1939, por


parte de algunas comisiones de clasificacin se estaban haciendo figurar como
afectos a todos los presentados acogidos a los beneficios de las proclamas lanzadas
para estimular la presentacin, mandndolos acto seguido a sus lugares de origen
antes de julio de 1936, dando eso lugar a que se estuviesen infiltrando en las filas
franquistas espas que al poco volvan a pasar a la zona republicana. Aunque
resulta improbable, a esas alturas, que el trabajo de espionaje fuese generalizado, y
por tanto a mi juicio esas aclaraciones proviniesen ms de la diferencia de criterio
entre Cuartel General y auditoras de guerra el primero no deseaba que la entrada
en la zona franquista fuese tan simple y quera clasificar y depurar uno a uno a todos
los combatientes republicanos, lo cierto es que tan slo fueron clasificados como
afectos aquellos que pudieron demostrar haber sido incorporados forzosamente a las
filas del Ejrcito Popular. Y el modo de hacerlo fue, como lo haba sido ya, el de la
solicitud de avales. Por mucho, por tanto, que por motivos humanitarios o intendentes
las auditoras quisiesen dar carta de rapidez al farragoso proceso administrativo de la
regularizacin de la situacin del prisionero en la Espaa de Franco, ni ste ni su
Cuartel General y, por ende, tampoco la ICCP de Martn Pinillos aceptaron
jams un tratamiento medianamente benigno para con los soldados republicanos.
De tal modo, desde marzo de 1939 la norma en los campos dependientes de los
Cuerpos de Ejrcito provisionales por norma, e instalados en las localidades ms
importantes en colaboracin con las comisiones de clasificacin de las capitales de
provincia, de carcter permanente fue la de separar, despus de un rpido examen,
a los prisioneros en tres grupos diferenciados: en primer lugar, los que ofreciesen a
todas luces garantas de su adhesin al Movimiento Nacional o que demostrasen
facilidad para ser positivamente avalados, que quedaran en libertad provisional
pudiendo marchar a sus pueblos de residencia, recogindoseles all su
documentacin. En segundo lugar, los marcadamente desafectos al rgimen o
quienes no demostrasen con claridad su comportamiento e ideologa, que
quedaran en campos estables para su clasificacin. Y en tercero, los que apareciesen
como oficiales, dirigentes, jefes polticos o comisarios del Ejrcito Popular, a quienes
se enviara directamente a crcel para tramitar su juicio sumarsimo[25]. Tan
extendida, por cierto, haba estado y estaba la represin extrajudicial que en esas
mismas normas se recordaba que es indispensable dar la sensacin de que la Justicia
autntica es la que puede actuar, para evitar todo intento de represin no legtima.
Entre marzo y abril de 1939, por tanto, ante la evidente y cercana victoria, las
divisiones que formaban los CE franquistas establecieron nuevos campos
provisionales para decidir si los prisioneros aprehendidos eran afectos, indiferentes o
desafectos a la Nueva Espaa. Ser afecto era contar con algn antecedente favorable
(haber pertenecido a organizaciones simpatizantes con el Glorioso Movimiento
Nacional, o no haber pertenecido a ninguna, con buena conducta pblica) y ninguno
desfavorable, como haber sido voluntario en el Ejrcito Republicano, pertenecer en
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julio de 1936 a partidos, agrupaciones o asociaciones declaradas fuera de la ley por el


art. 2 de Responsabilidades Polticas, excepcin hecha a los simples afiliados a
organismos sindicales, o haber manifestado su identificacin con aquellos partidos.
Ser indiferente era no tener ni antecedentes favorables ni desfavorables, habiendo
luchado de manera forzosa (movilizados por quinta) con la Repblica. Y ser
desafecto, tener esos antecedentes desfavorables, sin llegar a ser motivadores de su
clasificacin como encartados [presos][26].
Se trataba, una vez ms, de concretar a menudo en aleatorias categoras lo que
eran ideologas y culturas polticas, en base a datos imprecisos, delaciones e
interrogatorios. En cada campo se establecera, de tal modo, una Comisin de
Clasificacin, con un asesor jurdico y diferentes vocales encargados de indagar en
los prisioneros por grupos que deban responder lo mximo posible a la estructura
precedente del Ejrcito Popular y de la realizacin de la ficha de clasificacin. As,
con toda rapidez se dividira a los prisioneros entre retenibles o evacuables; los
primeros, por razn de su condicin, empleo militar o hechos que se les imputasen en
los interrogatorios, eran considerados peligrosos y procesables: entre ellos deban
estar los
responsables de delitos graves, a los que hubiesen ostentado empleos de Jefe u Oficial, comisario o delegado
poltico del ejrcito rojo, a los que hubiesen ejercido funciones judiciales, policacas o gubernativas, o
desempeado cargos de importancia o confianza del gobierno y organizaciones, a los dirigentes o los
marcadamente desafectos al rgimen, aquellos en que aparezca muy confusa su ideologa y comportamiento y
otros casos anlogos.

Estos prisioneros, siguiendo las normativas de marzo de 1939, permanecan en los


campos de concentracin, prisiones o locales habilitados a disposicin de los
auditores de guerra. Los segundos, evacuables, eran quienes no apareciesen incluidos
en los grupos anteriores, aunque no pudiesen justificar su adhesin al Movimiento
Nacional, y eran evacuados a la localidad donde vivieran antes del 18 de julio de
1936, con obligacin de presentarse ante la autoridad militar o comandante de la
Guardia Civil de la misma y de las localidades donde pernoctase en el camino. De tal
modo, en cada campo provisional se establecera un Tribunal Provisional de
Clasificacin formado por un oficial, un capelln a recalcar, por tanto, la
importancia del clero en el proceso clasificatorio y dos auxiliares, que tendra
como misin dividir a los contingentes de prisioneros entre los que por razones de
edad no perteneciesen a los reemplazos movilizados (mayores de 32 aos) y los
movilizados, para despus elegir entre ellos a los informantes clandestinos dentro del
campo y a los jefes de grupos de prisioneros, todo ello a cambio de un mejor
tratamiento.
Con las informaciones obtenidas de la cada vez ms valorada delacin, los
interrogatorios y eventualmente algn aval derechista, se procedera inmediatamente
a rellenar los sobres declaratorios en los que, amn de la filiacin personal, deban
consignarse las localidades en las que se haba residido desde 1934: la sombra de la
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Ley de Responsabilidades Polticas, que retrotraa a ese ao, el de la insurreccin


minera en Asturias e independentista en Catalua, las responsabilidades en el
intento de desmembracin de Espaa estaba ms que presente y, de hecho, los
prisioneros enviados a sus localidades de residencia no solamente hubieron de rendir
cuenta por sus actividades militares, con la denominada mili con Franco, sino
tambin de las civiles, mediante penas pecuniarias, de alejamiento o de
discriminacin laboral. En este sentido, se hizo especial hincapi para que los
gobernadores militares en particular los de las zonas del centro y levante
peninsular, Albacete, Murcia, Alicante, Madrid, Toledo y Ciudad Real, que iban a ser
prximamente ocupadas, en quienes se delegaba la responsabilidad del
cumplimiento de estas normas, no permitiesen que quedase en sus provincias nadie
en libertad que no residiese all antes de la guerra. Era, por tanto, el control elevado a
su ensima potencia: las autoridades de la Nueva Espaa deban controlar, a travs de
los gobernadores y las fuerzas del orden locales, a todos sus habitantes.
Los prisioneros retenibles, desafectos, eran trasladados a los campos
principales de retaguardia. Pero, como se reconoca a finales de marzo de 1939, la
situacin de stos estaba en un momento lmite. El final victorioso de la guerra en
Catalua y la reincorporacin al territorio nacional de militares procedentes de
Francia increment la magnitud de un problema ya de por s peliagudo, ya que
existan an en los BB. TT. y campos de concentracin miles de prisioneros que, por
haber sido clasificados originariamente como desafectos o dudosos, seguan
aprisionados desde la cada del frente Norte. Se haca, por tanto, necesaria una nueva
campaa de reclasificacin para descongestionar campos y batallones, permitir la
entrada de nuevos contingentes de prisioneros, y reintegrar a stos a la vida civil, en
particular a los que excedan la edad militar y que tenan a su cargo familiares a quien
atender. Para ello, debera servir como elemento de juicio la conducta observada por
los prisioneros en su periplo como tales, siendo de especial importancia los informes
emitidos por los jefes de campo o batalln, y en particular los de los capellanes, por
encima de los avales primigenios y negativos, que se reconoca muchas veces estaban
dictados por razones de orden sentimental[27].
Cabe destacar, por tanto, que por primera vez era importante la conducta del
prisionero, su adaptacin a la vida del campo o del trabajo forzoso, para dictaminar
su posibilidad de reintegracin a la Nueva Espaa. El atrofiado sistema carcelario y
concentracionario necesitaba vas de escape. Lo que vena a ser, de facto, el
reconocimiento de las arbitrariedades que haban salpicado los procesos de
clasificacin mediante los avales expedidos por las fuerzas del orden tradicional. No
existe listado ni cifrado alguno que determine el nmero de prisioneros, sobre todo
los de mayor edad o con mayor tiempo pasado en campos y batallones, que pudieron
acogerse a esta apertura de la espita concentracionaria. Sin embargo, cabe recordar
que tampoco se trat de una liberacin masiva: los internos deberan presentarse a las
fuerzas del orden regularmente, quedando en un limbo judicial ya que, si bien nunca
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haban sido juzgados por un tribunal civil o militar, la estancia en el campo haba
supuesto per se la criminalizacin o la duda de desafeccin[28].
De este modo, por campos estables como el de San Pedro de Cardea continuaron
pasando prisioneros de Catalua, de Irn, pero tambin de otras zonas rpidamente
ocupadas en la gloriosa ofensiva de marzo, y adems comenzaron a salir de l
internos clasificados incluso negativamente, que en algunos casos haban pasado all
ms de un ao. Las altas, as, provenan de campos como Sotopalacios, Castelln,
Irn, Murgia, Deusto, San Sebastin, pero tambin Sevilla, Granada, Plasencia, hasta
hacer un escaso nmero de 256 nuevos internados durante el mes de marzo[29]. Ya
haba sealado que San Pedro progresivamente estaba dejando de ser un campo de
referencia para la clasificacin; sin embargo, cabe destacar que desde mediados de
mes empezaron a salir a sus residencias, con clasificacin desfavorable, prisioneros
de larga estancia. Una dinmica que, con la victoria definitiva, se convertira en
comn, no slo por motivos de reclasificacin sino porque sera el posiblemente ms
duro de los sistemas de control, el local, por el que hubieron de pasar miles de
prisioneros en la inmediata posguerra.
Para dar cumplimiento a las normas sobre campos en vanguardia, promovidas
para clasificar y depurar a todo el personal de las zonas mencionadas, los Ejrcitos de
Levante y Centro as como en otras zonas de la Espaa franquista, como la
recientemente tomada isla de Menorca[30] pusieron en marcha campos
divisionarios por las zonas de la Pennsula que progresivamente fueron pasando a
manos de los franquistas hasta el fin de las ocupaciones territoriales, el primero de
abril de 1939. La 108 Divisin fij una zona delimitada por los pueblos de Soneja,
Sot de Ferrer, Algar de Palancia y Azuebar para establecer esos campos de
prisioneros, adonde fueron evacuados los ya internados en el campo provisional de
Eslida. La 74 Divisin, por su parte, lo hara en los campos de Nalahermosa y San
Mrtir de Pusa. El Ejrcito del Centro estableci los centros de reunin de Toledo
(Casa de Labor y Palacio Urquijo, as como el Cortijo de Alcubillete, en el trmino
municipal de Burujn) y Talavera de la Reina (Caseros de Valdehigueras) como
previos al paso a campos de la ICCP, en particular el de Plasencia, adonde por
ejemplo fueron trasladados el 18 de marzo 701 prisioneros, presentados en Madrid
por la Carretera de Castilla, la Ciudad Universitaria, el Cerro del guila y la Casa de
Campo, o el 27 de marzo, 849 pasados de la zona republicana.
El Ejrcito del Sur, por su parte, estableci que desde el 4 de marzo sus campos
fuesen los de Castuera para el Segundo CE (posteriormente, CE de Extremadura),
Fuente Ovejuna para el CE Marroqu, Fuenteagria para el CE de Andaluca, Crdoba
para el Cuarto CE (CE de Crdoba desde marzo), Granada para el Tercer CE (CE de
Granada), relacionados con las diferentes comisiones de clasificacin ubicadas en los
mismos campos y con las de vanguardia que a finales de mes se establecieron en
Pueblonuevo, Porcuna y Lanjarn. Cada una de las grandes unidades que componan
el ejrcito franquista se hicieron, de tal modo, cargo con la mxima urgencia en
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cada provincia o provincias cuya ocupacin se le hubiese ordenado de la gestin de


campos de concentracin y centros de evacuacin de prisioneros. De hecho, en las
instrucciones del Ejrcito del Norte para la ocupacin territorial se deca claramente
que quedaban autorizadas las Grandes Unidades para establecer donde juzguen
conveniente los Campos de Prisioneros[31].
As, el Primer CE, encargado de la provincia de Madrid, estableci los campos
que se vern a continuacin, entre los que se encontraban los de Aranjuez y Pinto y
que deban pasar a su mando, en ese momento perteneciente a otras unidades; la
Agrupacin del Tajo-Guadiana, encargada de la ocupacin de las provincias de
Cceres y Toledo, se hara cargo de los Parques de Prisioneros de Ejrcito
establecidos en Alcubillete, la Finca de San Bernardo (Cabeza de Puente de Toledo),
Los Lavaderos y Talavera de la Reina, debiendo la 19 Divisin entregar al Ejrcito
del Sur sus campos en la provincia de Badajoz; el CE del Maestrazgo se ocupara de
los campos de la provincia de Ciudad Real, como los de Daimiel y Almagro (con
1200 y 2500 prisioneros a mediados de abril respectivamente); el CE de Navarra, que
haba pasado al Ejrcito del Centro el 6 de marzo de 1939, se encargara de las
provincias de Albacete compartida con la II Agrupacin de Reserva y Murcia; la
17 Divisin, de Alicante[32].
Un importante problema, sin embargo, que pronto sali a la luz fue el del
transporte de enormes cantidades de personal prisionero que, en virtud de las ltimas
normas de clasificacin, habra de ser devuelto a sus provincias y localidades de
origen. El envo a la localidad natal del prisionero se vinculaba, ante todo, con el
deseo de clasificar y depurar a la enorme masa de soldados prisioneros. De hecho,
como se recordara a todas las unidades en mayo de 1939, todos los prisioneros,
hubiesen o no pasado por campos de concentracin, deberan acudir urgentemente a
sus puntos de residencia antes del 18 de julio de 1936 para presentarse ante el
comandante del puesto de la Guardia Civil o en su defecto, ante el alcalde a fin
de ser clasificados. Tal y como se dijo, no constituira delito, salvo haber sido
oficial, el haber luchado en el Ejrcito republicano. Pero regular y depurar a todos
cuantos hubiesen estado con el enemigo era el primer paso para la imposicin de la
exclusin; cuando nos adentremos en el funcionamiento de los Batallones
Disciplinarios de Soldados Trabajadores podremos observar el modo en que la
Espaa victoriosa usaba y explotaba, castigaba, a quienes no haban cometido delito
ms all de haber combatido, incluso de manera forzosa, al lado de la Repblica[33].
Pero antes, cabe dar debida cuenta del nmero total de BB. TT. puestos en
funcionamiento durante toda la guerra, as como de la situacin en que se
encontraban poco antes de finalizar la contienda, ya que en posguerra, ante la
avalancha humana que signific la victoria franquista, las cosas habran de cambiar,
tendiendo hacia la progresiva reduccin. Cosa que, por cierto, no comenzara a ser
efectiva hasta 1941-1942. En marzo de 1939, la situacin de los BB. TT. era la
siguiente[*]:
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En estos BB. TT. an trabajaban los prisioneros tomados durante la campaa del
Norte de 1937, cuyo licenciamiento definitivo no se hizo oficial hasta mayo de 1939
y efectivo hasta que no se hubieron comprobado los buenos antecedentes y el buen
comportamiento en su vida como prisionero. En definitiva, el saneamiento
ideolgico implcito en esta modalidad extra judicial de trabajo forzoso, que ni tena
pena que exculpar ni obtena para el prisionero beneficio alguno salvo la salida del
campo de concentracin, donde las condiciones de vida eran, por regla general,
sustancialmente peores. La herencia que un trabajo iniciado en 1937 dej en la
Espaa de posguerra fueron ms de 87 500 soldados trabajadores, empleados en
trabajos militares y civiles, en ayuntamientos o en fbricas particulares, en minas,
carreteras, desescombros y reconstrucciones.
En marzo haba habido una guerra civil dentro de la Repblica. El mando de
Negrn ya no era aceptado por la Junta de Defensa de Madrid, encabezada por Casado
quien, en un intento de lograr una paz honrosa mejor que la que pudiese obtener de
Franco el presidente del gobierno republicano, haba iniciado un golpe de Estado que,
por penltima vez, haba manchado de sangre las calles de Madrid. El 21 de marzo la
Junta decidi que las tropas republicanas no ofreciesen resistencia a las franquistas,
permitiendo que los soldados volvieran a sus casas. Las carreteras an de la Espaa
republicana, sin mandos ni orden, se llenaron as de soldados y mandos, de civiles y
militares, unos regresando hacia sus casas, otros yendo al encuentro de las tropas
franquistas, otros dirigindose a los ltimos puertos de mar no ocupados por las
tropas victoriosas, que el 26 de marzo iniciaron la conquista definitiva de pueblos y
ciudades donde, segn Thomas, ondeaban banderas blancas para evitarse el trauma de
los bombardeos y la artillera. Sin oposicin ninguna, los franquistas tomaron en
masa a las unidades republicanas. Madrid, Jan, Ciudad Real estaban en manos de
Franco, mientras sus ltimos defensores, como Marcos Ana, iban camino de Alicante,
ciudad ocupada por las tropas italianas del CTV el penltimo da de marzo. Con la
toma de Almera, Murcia y Cartagena al da siguiente, todo el territorio nacional
estaba en manos de Franco. Su proyecto de guerra, decidido en noviembre de 1936
ante la resistencia de Madrid al golpe de Estado, conclua victorioso. Cautivo y
desarmado el Ejrcito rojo, la guerra, retricamente, tocaba a su fin.
Se calcula que fueron unos 140 000 los soldados que fueron hechos prisioneros
en el estertor ltimo de la guerra civil[34], aunque otras fuentes tambin oficiales
hablen de un mnimo de 177 500 distribuidos entre los campos de la AD TajoGuadiana (43 251), el CE del Maestrazgo (32 331), la AD Guadarrama-Somosierra
(incompletos, 18 000), el Primer CE (incompletos, 48 900) y el CE Navarra
(incompletos, 35 000). Claramente, ni una cifra ni la otra son exactas, y ambas han de
ser calculadas al alza, sobre todo en el ltimo caso ya que no incluye a los
prisioneros de Alicante y tambin teniendo en cuenta la cantidad de unidades
franquistas (por ejemplo, todas las del Ejrcito del Sur) no registradas en los papeles
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incautados por la Fundacin Nacional Francisco Franco a los que se hace


mencin[35]. Finalizada la ocupacin territorial, se pona en marcha la depuracin de
todo el personal republicano, en el modo que se observar detalladamente a
continuacin algunos de los campos provisionales de abril de 1939 son los ms
conocidos de la constelacin concentracionaria franquista gracias a la profusa
memorialstica que han legado, como en los casos de Los Almendros y Albatera,
para lo que se hizo necesario improvisar unas normas de actuacin en aras de evitar
grandes aglomeraciones de prisioneros, con la consiguiente imposibilidad de
abastecer, clasificar debidamente o mantener un orden interno en los campos de
concentracin.
De tal modo, ante la situacin de acantonamiento masivo en las zonas recin
ocupadas por el Ejrcito de Franco casi un tercio del territorio peninsular, fueron
cesadas en sus funciones las comisiones de clasificacin, siendo sustituidas
exclusivamente por las auditoras del Sur, Centro y Levante, que delegaran su
mandato en un tribunal establecido en cada uno de los campos de concentracin, para
enviar de modo rpido y expeditivo a prisin, BB. TT., libertad provisional o permiso
provisional respectivamente a quienes, como durante la guerra, resultasen
delincuentes comunes o polticos, desafectos sin responsabilidades, prisioneros
mayores de treinta y dos aos con buenos antecedentes, o menores de treinta y dos
sin antecedentes desfavorables. La nica novedad que se introduca era, por tanto,
que seran directamente los tribunales militares los que tomasen cuerpo en los
campos, con lo que se abrira causa judicial y no meramente clasificatoria para cada
prisionero, por un lado; por otro, que los soldados sin desafeccin probada deberan
presentarse en las comandancias militares o Cajas de Reclutas correspondientes a sus
localidades de origen antes de julio de 1936, para ser integrados en Batallones
Disciplinarios y cumplir con el servicio militar en el Ejrcito franquista.
Para conseguir espacio de internamiento, las medidas aprobadas en abril de 1939
pasaron por ordenar la libertad con la mayor urgencia de los soldados trabajadores en
BB. TT. mayores de 32 aos, y por dividir a los restantes, en edad militar, entre
quienes hubiesen dado muestras de tibieza ideolgica, poca afeccin al
Movimiento o mala conducta, para ser enviados a batallones de castigo (que haban
sido creados en septiembre de 1938), para ser empleados en trabajos ms duros, y
quienes hubiesen conducido con la subordinacin y disciplina de la Unidad a que
estn afectos, que pasaran a integrar en el futuro unidades del Ejrcito,
desapareciendo su clasificacin original[36]. Adems, se orden la desmovilizacin de
los BB. TT. empleados en industrias militarizadas para dejar su sitio a los
excombatientes nacionales reincorporados a sus trabajos, la liberacin provisional
de muchos prisioneros internados en campos como San Pedro o Miranda de Ebro
desde haca largo tiempo, y la reestructuracin de los 121 Batallones de Trabajadores
creados durante toda la guerra civil en cuatro grandes subinspecciones, sitas en
Madrid, Zaragoza, Valladolid y Sevilla, por las que habra de pasar tambin el mando
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de los BDST creados desde entonces.


Los campos ms renombrados de esta fase de inmediata posguerra son,
paradjicamente, los que menos documentacin han dejado; segn algunos
testimonios alicantinos, los papeles de los campos de Los Almendros y Albatera, los
ms conocidos gracias a los testimonios orales y memorialsticos, fueron retenidos
por el mismo jefe del segundo campo, haciendo prcticamente imposible hallar
informacin oficial sobre ellos. Por eso, aunque correspondan a los primeros das de
la ocupacin definitiva, los voy a tratar al final, dando antes una visin general sobre
la situacin de los campos franquistas en el resto de zonas ocupadas a finales de
marzo de 1939. Como se ver, la tragedia de los internados en estos dos campos es
muy conocida por la cantidad de memorias que han ocupado y, en buena medida,
porque se trataba de soldados y mandos capacitados culturalmente, comprometidos
polticamente, por lo que posteriormente hallaron necesario plasmar sus recuerdos en
libros de memorias, pero no difiere demasiado de la realidad de campos como los
de Soneja o Sot del Ferrer, con ms de 10 000 internados en cada uno por un perodo
equiparable al que veremos en el campo de Los Almendros, famoso
internacionalmente porque en l se desarrolla la trama de ficcin de Campo de los
Almendros, el libro del escritor exiliado Max Aub quien, por cierto, jams pis sus
terrenos.
Los, como mnimo, 177 000 prisioneros de la denominada ofensiva de la
Victoria pasaron pues por la larga lista de campos provisionales dispuestos por los
Cuerpos de Ejrcito y las divisiones franquistas, levantados muchas veces por los
propios prisioneros, cercando terrenos o casas deshabitadas con una zanja, siendo
rpidamente divididos en compaas, secciones y escuadras para facilitar los
recuentos y la transmisin de rdenes[37]. Observemos las cifras, cosa que merece la
pena porque, por un lado, hasta ahora no se ha podido dar un listado tan completo de
todos los campos provisionales puestos en funcionamiento durante la guerra civil; y,
por otro lado, porque dan buena idea del drama que esconden detrs. Observmoslas,
pero sin olvidar ese drama.

3. CAUTIVO EL EJRCITO ROJO


De hecho, tantos existieron que, ms que una crcel, Espaa entera pareca un
enorme campo de concentracin. O, por decirlo en las propias palabras de Luis de
Martn Pinillos, tal era el nmero de prisioneros de guerra que han obligado a crear
campos de concentracin en todos los pueblos de la Espaa Nacional[38]. Como
sealaba ngel Surez en los aos setenta, no puede entenderse el mundo carcelario
del franquismo sin atender a cmo, tras la ofensiva final, millares de prisioneros
fueron trasladados a campos de concentracin y crceles; sin observar por qu, en
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varias semanas, lleg a duplicarse el nmero de presos juzgados y encarcelados


legalmente; sin mirar con detenimiento una posguerra en la que se juntaron
crceles y campos, destacamentos penitenciarios y colonias de trabajadores forzosos,
penas capitales e indultos masivos, formalismos legales y anomia
administrativa[39].
Como dijo Franco en el ltimo parte de guerra, el Ejrcito republicano estaba
cautivo. Y lo estaba en campos de concentracin. Los del CE en el centro peninsular
se establecieron en Guadalajara y Miralro (Agrupacin de Divisiones de
Guadalajara), Teruel (AD Albarracn), Cuenca (CE Aragn), amn de otros campos
de libre apertura por parte de los CE de Galicia, Urgel y Castilla, y los de
Medinaceli, Ateca y Santa Mara de Huerta, a disposicin del Ejrcito[40]. Y, adems,
algunas divisiones que los componan tambin establecieron centros para prisioneros:
el de Cogolludo, con 3350 a 3 de abril, el de la Casa del Guarda (Guadalajara), con
4338, el de Casas de San Galindo con 652 y el de Padilla de Hita con 465 internos
fueron los directamente dependientes de la 73 Divisin. La Primera de Navarra, por
su parte, dispuso los campos de Alczar de San Juan, Manzanares, ValdepeasInfantes y Santa Cruz de Mdela, en la provincia de Toledo.
Gracias a la informacin conservada por el cuerpo de guardia del Batalln
Cruces Negras de la Victoria, de FET-JONS, conocemos tambin las cifras de
algunos de los campos establecidos en torno a Madrid, como el del Cuartel del
Infante Don Juan (1613 prisioneros a 6 de abril), el de Campamento (adonde se
traslad a 156 del primero), El Pardo (con 266 internos), Rivas de Jarama (148) o el
campo Metropolitano (929), siendo el resto puestos en libertad o trasladados a la
crcel de Porlier, en la propia capital. Algo parecido a lo sucedido en campo de Mara
Cristina, vigilado por la Bandera de Castilla de Falange, donde pernoctaron el 5 de
abril ms de mil prisioneros, siendo liberados a sus hogares la gran mayora entre el 6
y el 7, pasando el resto (23) a la crcel de San Antn. Fueron rpidos internamientos,
rpidos traslados en columnas que atravesaron la capital, y rpidas clasificaciones de
las que se deriv que todos los que no pudiesen ser acusados de los consabidos
delitos polticos o comunes fuesen puestos en libertad vigilada: as ocurri en el
campo del Cuartel de la Montaa, vigilado por el Regimiento de Infantera San
Quintn n. 21, donde a 3 abril haba 2854 detenidos, que se elevaron a 4025 al
siguiente da. Un da despus 2500 se trasladaron al campo de Campamento y 320 al
de Vallecas, quedando por clasificar 1205. La mitad de ellos fueron liberados el da 5,
y el da 6 tan slo quedaban 16: el resto haba sido puesto en libertad vigilada o
trasladado a las prisiones Modelo y de Porlier. Del mismo modo, el antiguo cuartel
Guzmn el Bueno de la Guardia Civil fue utilizado como campo, con la salvedad de
tratarse de un centro para mandos y oficiales, por lo que no se rebas el nmero de
300 internos en su interior[41].
Adems del centro de evacuacin de Miralro, la AD de Guadalajara puso en
funcionamiento dos campos en esa ciudad: el de Las Bernardas (que tambin aparece
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en la documentacin como El Polgono o Guadalajara 1) y la fbrica HispanoSuiza (tambin Guadalajara 2), amn de varios ms en la zona de influencia del CE
de Urgel, como los de Tarancn y Huete (Cuenca) y Armua (Segovia), dependientes
todos del centro logstico y de prisioneros de Alcal de Henares, sito en el manicomio
de esta ciudad. A 6 de abril, en el campo de Tarancn existan 2329 prisioneros; 3711
en el de Manicomio, de Alcal; 646 en Huete, y 901 en Armua de Tajua. En
Guadalajara 1 fueron clasificados, entre el 5 y el 10 de abril, 817 prisioneros, yendo a
parar muchos de ellos a la prisin provincial porque, segn sealaba el jefe del
campo, Juan Calvo de Pedro, muchos se jacta[ba]n de haber matado a todos los de
derecha de [su] pueblo; cosa, cuanto menos, inslita visto el grado de conocimiento,
que no era bajo, que los prisioneros tenan sobre lo que les poda deparar una
clasificacin negativa. En Guadalajara 2, un mnimo de 1600 prisioneros fueron
clasificados en una semana, provenientes de las zonas de vanguardia de Alicante,
Girona, Murcia y Valencia, aunque la documentacin no sea clara y, posiblemente,
estn duplicados los nombres entre clasificados y evacuados a otras unidades.
De tal modo, lo que s es seguro es que desde este campo provisional de
Guadalajara pasaron a formar parte de los BB. TT. de la Octava RM de A Corua 746
prisioneros, enviados los das 14 y 15 de abril[42]. El da 20 de abril se trasladaron a A
Corua 1411 prisioneros ms, considerados retenibles, y muchos otros a Catalua,
de los evacuables, en trenes preparados a tal efecto. Ese mismo da los campos de
la Hispano-Suiza, Huete y Tarancn fueron clausurados, enviando a los prisioneros a
A Corua o a sus pueblos de origen. Los traslados a Galicia tenan por objeto, como
se ha visto, formar nuevos BB. TT. y dispersar a los prisioneros, por orden de Luis de
Martn Pinillos. As, desde esta zona recin ocupada pasaron a formar parte de
escuadras de trabajadores forzosos 338 prisioneros del campo de Tarancn (de un
total de 3260 internos en quince das), 160 del de Huete (de 1252 en total), 2157 de
Guadalajara 1 (de un total de 6358 en 16 das), 2850 de Guadalajara 2, y cien de
Miralro. De todos modos, estas cifras son fiables solamente de modo parcial, ya que
provienen de unas tablas de internamiento que no sealan el trasvase de prisioneros
de uno a otro campo de los que formaban parte de los instalados por el CE de Urgel.
De hecho, este es un problema que abarca a casi todos los campos de internamiento
de la inmediata posguerra: la parcialidad de las fuentes, su carcter incompleto y su
falta de interrelacin. Y, claro est, su desaparicin en algunos momentos, como se va
a ver en el caso paradigmtico de los campos de la ciudad de Alicante, que pueden
historiarse sola y exclusivamente gracias a la informacin procedente de las fuentes
de la memoria.
Eso, por cuanto respecta a la zona de Guadalajara. Tambin se conocen bien los
campos de la de Toledo y Murcia, pero no as, por ejemplo, los de la de Albacete.
Respecto a los primeros, los campos de la gran unidad denominada AD TajoGuadiana fueron centros de rpida clasificacin para el personal militar tomado en la
zona de Toledo: Lillo, Valdehigueras, Mora de Toledo (para oficiales), Alcubillete,
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San Bernardo y Galaa-Cambrillos fueron campos provisionales por los que, sin
embargo, sobre todo en el primero y el quinto, pasaron varios miles de prisioneros de
guerra. El campo de Lillo tena a 1191 prisioneros el 7 de abril, y de ste salan hacia
el de Mora los considerados delincuentes comunes y las mujeres capturadas,
existiendo 247 de los primeros y 55 de las segundas. De todos modos, el mayor de los
campos para la zona de Toledo fue el de San Bernardo, del que dependan el 5 de
abril ms de 10 500 prisioneros de guerra entre el propio centro y los adjuntos de
Lavaderos y la Casa de Labor[43].
Sobre estos campos hay que decir que flota la duda, constatada en la
documentacin militar, sobre si sirvieron como simple punto de apoyo a la
clasificacin y evacuacin de los prisioneros de guerra o si bien fueron centros de
eliminacin y represin extra judicial y legal. Realmente, la duda asalta al hablar de
cualquier campo franquista, llmese Lerma o Aranda de Duero, San Pedro de
Cardea o Reus. La cuestin es que, en los campos de Mora de Toledo y Lillo, as
como en los centros de Ocaa (Penal) y Quintanar, se han constatado
documentalmente las ejecuciones de reos y prisioneros, tras el Consejo de Guerra
celebrado en las mismas localidades. Como informaba la 107 Divisin, el 12 de mayo
de 1939 se fusil a diez reos de Mora; el da 18, a trece de Ocaa; el 18 de mayo, a
trece de Mora; el 23 de mayo, a once en Lillo y ocho en Quintanar; el 25, a doce de
Ocaa; el 1 de junio, a diecisis de Ocaa[44], y durante ese mes a 216 reos entre
ellos, dos mujeres sobre todo de Ocaa y Madrilejos (donde se fusil el da 10 a 24
presos, y el 11 a 24 ms) juzgados en el Consejo de Guerra Sumarsimo del Ejrcito
de Ocupacin de Madrid.
Sabemos, pues, que de estos campos de primera hora en posguerra salan
prisioneros para ser juzgados y fusilados de manera continua, puesto que los
tribunales militares se haban trasladado directamente a ellos. Podemos extender tal
deduccin a otros campos franquistas? En principio, no a los estables organizados
para crear BB. TT. o esperar los avales. Pero tal vez s a los campos de primer
internamiento y clasificacin, si cuando sta llegaba no era particularmente positiva
para el prisionero. La 107 Divisin tena bajo su poder a 14 296 prisioneros a
principios del verano de 1939. Cuntos de los fusilados en la provincia no llegaron a
pisar jams una prisin, y su camino sin regreso fue del campo de concentracin al
paredn de fusilamiento? No podemos saberlo con las fuentes militares en la mano,
pero lo cierto es que de Lillo y Mora de Toledo, que tenan prisioneros de guerra an
en junio (1010 y 224, respectivamente) de 1939, continuaron saliendo prisioneros
para ser juzgados y condenados a muerte. Muchas veces, el empeo franquista por
dar una imagen benvola de sus campos y recalcar tal carcter del trabajo forzoso, la
clasificacin masiva y la reeducacin, en base a los cambios en la lgica de la
aplicacin de la violencia durante la guerra civil, nos hacen olvidar cun
intrnsecamente unidos estaban los campos al sistema represivo militar; y, sobre todo,
cun poco sabemos sobre la realidad del asesinato legal o extrajudicial de los
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prisioneros de guerra, cuando los ejrcitos de ocupacin, por mucho que se les
conminase a hacer lo contrario, continuaron matando en cada una de las ocupaciones
territoriales que llevaron a cabo en el camino de la victoria franquista.
Por su parte, la 4. Divisin de Navarra, encargada de la depuracin de los
soldados republicanos en la zona de Murcia, dispuso la apertura de los campos del
campo de Aviacin, las Isabelas, las Claras y las Agustinas (Murcia), Cieza, MuLa,
Moratalla, Lorca, Caravaca, Archena, Ascoy, Totana y Cartagena. En total, en estos
centros existieron 8685 prisioneros a 6 de abril (en particular, en los de Aviacin,
Isabelas y Lorca un cuartelillo de Aviacin en el que en junio quedaban an 246
prisioneros, con ms de 2000 prisioneros los primeros y de mil el tercero), 8257
seis das despus, para ver reducida su poblacin prisionera a 5721 internos a finales
de mes[45]. Es muy abundante la documentacin legada por estos campos, incluidas
relaciones nominales cosa rara en comparacin con los escasos documentos
conservados de otros campos, y gracias a ella se puede conocer el nmero de
prisioneros llevados a crceles por su marcada desafeccin al Movimiento: el 19 de
abril se pusieron a disposicin judicial 984 prisioneros de los campos murcianos entre
comisarios polticos (35), oficiales militares (525), responsables de delitos comunes
(305) y oficiales profesionales (119).
Por fin, sobre el Ejrcito del Sur las cifras que revela la documentacin no son
por entero fiables, ya que se cien a la fecha del 22 de abril de 1939, pero no se
seala si se trata exclusivamente de prisioneros de la ofensiva final, o si bien entre
ellos los hay de fechas anteriores. De todos modos, cabe pensar que se trate de lo
primero, ya que antes de marzo-abril de 1939 no existan, ni mucho menos, tantos
campos de concentracin en la zona dominada por Queipo de Llano. As, del CE de
Extremadura la 24 Divisin daba cuenta del internamiento de 1788 prisioneros entre
sus dos campos de concentracin; la 21 Divisin, de 5950; la 60 Divisin, de 17 356
repartidos entre los campos de Los Blzquez (1342), La Granjuela (8513) y
Valsequillo (7501); la 19 Divisin, de 11 860 entre el Casero de Zaldvar (3874),
Siruela (4290), Fuenlabrada de los Montes (651), Castilblanco (502) y el Palacio de
Cijara (2543). El CE de Crdoba sealaba que haba evacuado en la ofensiva final a
4200 prisioneros a la ciudad, adems de los internados en los campos de Higuera de
Calatrava (10 075) y Santiago de Calatrava (4800), y en los campos eventuales a
cargo de la 22 Divisin: Quesada (200), Husar (350), Jodar (222), Santo Tom
(300), Hinojares (74) y Cazorla (865), los de la Comandancia Militar de Jan (1829)
y los puestos en libertad provisional en esa ciudad (2139). El CE de Granada indicaba
que en sus campos estables existan 20 741 prisioneros (casi 5000 en el campo de
Benala de Guadix, 6550 en Viator, 3412 en Motril, 1669 en Padul, 3167 en los
campos de Baza y Caniles, y 1002 en el de Tijola) y 2574 en los provisionales.
Adems, se haban presentado en campos como desertores del Ejrcito republicano
12 308 soldados, internados en los campos de Armilla (3384), Bucor (1704),
Caparacena (2280), Padul (1599), Pinos Puente (973) y la plaza de toros antigua de
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Granada (2368).
Las cifras, como puede observarse, de prisioneros aprehendidos por el Ejrcito
del Sur son simplemente aterradoras. A falta de los datos del CE de Andaluca, el de
Extremadura afirmaba haber tomado 36 954, el de Crdoba 25 054 y el de Granada
39 119, resultando un total de 101 127 prisioneros y presentados[46]; si se tratase,
efectivamente, del nmero de los aprehendidos en la ofensiva de marzo, sera
conveniente revisar las cifras estimadas por el Cuartel General de Franco para el
nmero total de prisioneros de la inmediata posguerra 65 000 en el sur, segn las
mismas. Y, de hecho, no resulta descabellado pensarlo si tenemos en cuenta que ni
en 1937 ni en 1938 las lneas del frente haban tenido una gran actividad en la zona
andaluza. Otro dato apoya esta hiptesis: el del nmero de prisioneros en campos de
concentracin estables en la Segunda RM a finales de abril de 1939, que podemos
observar en el siguiente cuadro:

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* Montilla[47]

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Hay que tener en cuenta, adems, que no se incluyen en este listado algunos de
los campos ms importantes de la zona englobada en la Segunda RM, como el de
Castuera, que en la inmediata posguerra vio alguna de las historias ms terribles y
acalladas acaecidas a los prisioneros de guerra. Segn los responsables de una
importante investigacin local, los documentos de Castuera fueron retenidos por el
primer jefe del campo, Navarrete, por lo que no son accesibles a los investigadores.
No es de extraar: la sombra de los asesinatos extra judiciales, de las sacas y los
paseos de prisioneros pesa sobre este campo como sobre pocos otros.
El campo de Castuera tena por origen, como he sealado, las bolsas de
prisioneros generadas en el verano de 1938 y la instalacin en el pueblo de una
Comisin de Clasificacin. Sin embargo, y a tenor de los testimonios recogidos por el
historiador extremeo Justo Vila Izquierdo, su mayor concentracin existi en abril
de 1939, con unos 9000-11 000 prisioneros en su interior. Compuesto por unos 70
barracones para cien prisioneros cada uno, las sacas en el campo habran sido
constantes, y se dice los cuerpos de algunos prisioneros habran acabado en una
mina cercana, La Gamonita, a cuya boca se lanzaban siempre segn el testimonio
de Valentn Jimnez granadas y bombas de mano para acabar con ellos[48]. En el
registro de la localidad se albergan algunos avisos de altas en el campo, pero no de
salidas, ni mucho menos rastro de prctica represiva alguna. A ese respecto, el
exprisionero Rafael Caraballo seala:
Yo lo de la mina no lo vi. La mina estaba detrs de los barracones. Pero lo decan, tambin que uno agarr
a un soldado y se lo llev con l. Yo lo que s vi fue las boinas rojas o las viudas vestidas de negro. Cuando
nombraban alguno, ese no volva ms. Al que nombraban, slo le quedaba fugarse o morir, muchos escapaban
por la noche y otros moran en el camino, por cmo estaba hecho el campo: haba una alambrada, una zanja,
una alambrada y otra zanja. El que sacaban no volva ms. Alguno volva, pero tras grandes palizas, como a
un alcalde [de la Puebla de Alcocer], que se qued en silla de ruedas, con todos los huesos rotos[49].

Por el campo de Castuera no pas el alto nmero de intelectuales y cuadros


polticos que habitaron Los Almendros o Albatera, por lo que los testimonios sobre l
son muy escasos. Aunque las condiciones entre estos campos sean equiparables:
provisionales, con un alto ndice de concentracin de prisioneros, y con experiencias
comunes como las visitas de las viudas de guerra y los falangistas con avales falsos
para sacar prisioneros y practicar la poltica, no rastreable documentalmente, de
represin extrajudicial. La escasa memoria viva del campo impide, junto con la
ocultacin oficial, saber si las crueldades de Castuera son ciertas. Tal vez se trate de
un misterio que quedar siempre oculto por el peso del tiempo y del miedo. Caraballo
sali del campo a su cierre, en febrero de 1940. Ms tarde sera destinado a trabajos
forzosos. Pero el Batalln fue un pasacalles, comparado con el campo de
concentracin. Un campo cuya historia no puede abordarse aqu, ante la carencia
documental constatada, pero que saldr pronto a la luz gracias al Centro de
Documentacin de La Serena.

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Para la zona de Valencia, la 83 Divisin del CE de Galicia estableci en la


inmediata posguerra los campos de la papelera Catarroja, La Peaa en Sueca, la
Masa en Monserrat y Ribarroja-Benaguacil-Venta del Poyo, uno por cada
regimiento, con 371, 3549, 578 y 1117 prisioneros, respectivamente. La mayora se
vaciaron a finales de abril, siendo los prisioneros trasladados al campo de Portacoeli,
los retenibles, y a sus lugares de residencia, los evacuables. Y la Cuarta de Navarra,
los campos de Torres-Torres (con 1454 prisioneros a mediados de mayo), Soneja y
Sot del Ferrer, que el 7 de abril albergaban a 12 100 y 11 779 prisioneros
respectivamente, reducindose el volumen de internamiento progresivamente con la
clasificacin de los internos (a 20 de abril ya lo estaban todos), unificndose en el de
Soneja el 27 de ese mismo mes, y trasladndose de este ltimo al de Portacoeli a 832
retenibles el da 30[50]. A este mismo campo fueron tambin trasladados parte de los
prisioneros hechos en Alicante los primeros das de la victoria, tras su paso por el
campo provisional de Los Almendros y por el campo de Albatera, el cual haba sido
utilizado por la Repblica como centro de internamiento y trabajo forzoso para
detenidos polticos durante la guerra civil.
Sin embargo, como deca, las pistas documentales sobre estos dos campos son
prcticamente inexistentes. Bien es cierto que la abundancia de testimonios sobre
ambos, frente a la exigua cantidad para otros, puede incitar a valorar en demasa su
importancia. Pero ni una cosa ni la otra: no es de lgica o, al menos, no entra en la
lgica de la investigacin histrica que en el archivo que alberga los fondos
documentales de la guerra civil no existan prcticamente referencias a ninguno de los
dos. Sucede lo mismo que con el campo de Castuera: deben hallarse en manos
privadas. Sin embargo, lateralmente se puede conocer por los datos oficiales
remitidos el 4 de abril, completamente fiables por tanto, que el teniente coronel
Nurra, del CTV, pidi urgentemente al CGG que tomase cartas sobre el hecho que
haba un mnimo de 16 000 prisioneros en el puerto de Alicante, de los cuales ms de
2000 eran mujeres y nios. Para alimentarlos, deca, haba tenido que rebajar las
raciones de sus propios soldados italianos, advirtiendo de la actual deficiencia de la
organizacin espaola pues sin el inters por nuestra parte puesto, los prisioneros no
podrn ser atendidos en debida forma. Nurra sealaba orgulloso que los prisioneros,
ante la visin del pan, lanzaban los gritos de Viva Italia, debido a la asistencia
prestada por nosotros. Pero faltaban vveres: pan y comida para las tropas, y leche
para nios y mujeres[51].
All estaban Juan Ramos, Sixto Agudo, Teo Francos, Marcos Ana, y muchos
otros prisioneros cuyas memorias forman el corpus bibliogrfico ms importante
sobre los campos de concentracin franquistas. As, todos relatan, aunque sea
difcilmente constatable documentalmente, que hubo suicidios en el puerto. Unos se
decan adis con la mano y se pegaban un tiro, segn Francos. Otros saltaban
desde las farolas o se cortaban las venas, segn Agudo. Los menos se lanzaban al
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mar con barcas, y no se supo ya ms de ellos, segn Ramos. Todos coinciden en lo


mismo: las democracias europeas les haban olvidado a la orilla del mar, y su destino
era el que sus captores desearan. A Marcos Ana (alias de Sebastin Fernando
Macarro Castillo), el poeta comunista encarcelado 26 aos por antifranquista, le
dijeron que quienes no tuviesen responsabilidades polticas deban agruparse en
Alicante. Tras pasar varios controles a tiros, lleg al puerto alicantino, donde
recuerda haber visto tres o cuatro suicidios, incluso alguno fallido. Los barcos
ingleses y franceses no llegaron: era una confirmacin del papel que haba jugado la
socialdemocracia con respecto a la guerra de Espaa. En masa, fueron trasladados al
campo improvisado de Los Almendros. Cercados por alambradas y sin comida se
comieron los almendrucos amargos y hasta las hojas de los rboles esperaron su
distribucin, tras cuatro das sin comer y soportando que les despertasen a
culatazos[52] durante dos o tres das ms. En el caso mximo, una semana. Pero
en todo ese proceso, vinieron delegaciones de policas y falangistas que fueron seleccionando a la gente: a
unos los mataron en el camino, a otros en sus pueblos y fue terrible. A los que se evadan, haba un cartel en
el campo que aquellos que se que se escaparan o vivieran con nombre supuesto, si eran localizados se les
concedera consejo sumarsimo en el campo y seran fusilados, y eso se produjo tres veces[53].

El funcionamiento de este campo provisional era el de la distribucin a otros


centros, y esto dio pronto sus resultados: los traslados a otros campos de reclusin
como Monvar, Albatera, Denia, Portacoeli, o la plaza de toros de Alicante
comenzaron rpido, a pie o en hacinados trenes de mercancas unos sesenta
prisioneros por vagn, sellados por fuera, teniendo que hacer sus necesidades dentro,
con una temperatura insoportable y sin agua para mitigar la sed[54], tras haberse
realizado la primera y rpida clasificacin para intentar detectar a mandos y
representantes de organizaciones del Frente Popular y del Ejrcito republicano. As,
el paso de estos aproximadamente 30 000 prisioneros por el campo no slo fueron
los tomados en el puerto de Alicante fue relativamente breve. En comparacin con
el resto de campos franquistas durante la guerra, la escasa semana que dur lo marca
como uno de los campos de evacuacin ms rpido de todos los habilitados. Y,
posiblemente, como el ms rpidamente cerrado.
Aunque la historia ms conocida sea la de los internos llevados al campo de
Albatera, lo cierto es que no pocos de los prisioneros de Los Almendros fueron
rpidamente redistribuidos a prcticamente cualquier centro que dispusiese de una
mnima capacidad en la zona. De la plaza de toros de Alicante Melquesides
Rodrguez quiere recordar que la condicin de prisioneros fue asumida con dignidad
por los republicanos. Para quienes estaban comprometidos con la causa republicana,
era mejor estar internado que ser un delator. Y eso lo han sealado no pocos de los
testimonios recogidos para este libro: era mejor ser comunista o anarquista entre rejas
que renunciar a los ideales a cambio de una falsa libertad.
[All] se dieron algunos casos anecdticos. Entr un muchacho que se llamaba Gregorio Valero. ste haba
sido comisario de una brigada en la guerra, y el hombre vena no s del frente, de donde fuese, y llega all

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y llama a la puerta y sale un centinela y dice: qu pasa?. Nada, que vengo yo aqu a que me metan ah en
un patio los caballos, con los dems. Dice el otro: pero hombre no seas tonto, lrgate, lrgate porque eso es
una tontera que haces. Pero ste como era muy digno dijo: no, no, no, yo he combatido con todos mis
compaeros, y mis compaeros estn ah y quiero estar con ellos. Entonces el otro llama al sargento, viene el
sargento, que por lo visto era una buena persona, y le dice: mira chaval, djate de tonteras, lrgate, que aqu
lo estn pasando mal, porque esta gente estn en el patio de caballos no porque les dan un trato privilegiao, no,
estn en el patio de caballos que es donde viene todo el mundo a hacer sus necesidades. Y cuando llega la hora
de andar por ah, hay que andar mirando si pisan sta o pisan la otra, la que est ms dura. Bueno, pero este
hombre se empe, y el sargento dijo: bueno, bueno, si te empeas pues pasa.

Juan Ramos, hijo de alcalde socialista fusilado a las siete de la maana de un da


de abril de 1944, empez la guerra como nio y la termin como hombre. No
combati en los frentes, pero con catorce aos, en 1939, pas una larga temporada en
el campo de Albatera con su hermano y su padre. Exactamente, hasta que le echaron.
A mi padre, a mi hermano y a m nos llevaron a Los Almendros, tres o cuatro das.
Aquello era un caos. Los hermanos ms pequeos se fueron con mi madre, a la crcel
de Alicante. Una familia dividida y hambrienta: En el almendral no quedaron ni
hojas. Yo tuve que robar trozos de pan, algo que le sirvi tambin en Albatera: con
menos de catorce aos, tan poca comida no era nada. Fue uno de los ms jvenes
internos, lo que le salv de ver algo que sabra poco despus. Y es que en Albatera a
muchos los acribillaron en la zanja donde iban a defecar. Adems, venan muchos
falangistas a reconocernos para llevrsenos. Algo en lo que coincide con Teo
Francos: Albatera fue un campo de exterminacin pues todos los das por la maana
haba fusilamientos de todos los que eran oficiales o comisarios polticos. l mismo
tuvo que comerse los papeles de comisario para poder salvar [se][55]. Y tuvo suerte,
porque no acab bajo la mirilla de la ametralladora que el teniente Merino, segn
varios testimonios como el de Sixto Agudo, prob sobre los prisioneros.
Vigilados por militares primero por el 6. Batalln del Regimiento de montaa
de Arapiles n. 7 y ms tarde por el 2. Tabor de Regulares de Melilla, entre catorce
y veinte mil hombres se apiaron en el campo de Albatera hasta su cierre en octubre
de 1939[56]. Hasta ese momento, clasificacin, represin, enfermedades, propaganda,
reeducacin e incluso violaciones (entre hombres) se vieron, segn los testimonios,
dentro del campo. Bastantes de los all concentrados enloquecan ante el uso
constante de la ley de fugas, las sacas del campo y los fusilamientos dentro y fuera
del recinto. Sufran cada da los perceptibles descensos en salud y en moral para
obtener agua potable haba que hacer cola desde el da anterior, e intentaban los
que lo intentaban mantener cierta compostura y dignidad poltica tratando de
reestructurar el tejido social y poltico de sus ilegalizadas asociaciones dentro del
campo, con miras a poner a salvo el mayor nmero posible de cuadros polticos[57]. Y
tratando a veces de fugarse, por ms que los jefes del campo, como Pimentel, les
reiterasen: Por cada uno que se escape, fusilar a diez. Convertir este campo en un
cementerio, si es menester. Obviamente no fue as; lo que no quiere decir que no se
realizasen exhibiciones de la muerte como los supuestos fusilamientos pblicos que
todos los prisioneros vieron, formados, por delitos como ir a letrinas de noche, lo que
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sola ser interpretado como intento de fuga. Presenci tres veces ejecuciones:
formaban a todo el personal y lo alineaban dentro de las alambradas interiores frente
a los que iban a ejecutar[58]. O que se les encerrase, por si el campo fuese poco, en la
parrilla: un cuadriltero de castigo donde se les expona al sol abrasador del
verano, sin comer, por faltas tan graves como no quitarse el gorro ante el cabo. Nos
trataban como enemigos a los que haba que humillar y eliminar:
[En Albatera] no se creaban Batallones. All al que vean comprometido de acuerdo con la declaracin que
se haca y la documentacin que presentaba, lo destinaban a los calabozos. Si lo consideraban desafecto le
daban un salvoconducto para presentarse a las autoridades donde iba. All no sala nadie a trabajar[59].

Ni tan siquiera se cantaban los himnos o se pedan avales. Merodeaban por all.
Simplemente, se pasaba miedo y sufrimiento. Humillaciones cotidianas: All pasaba
un espectculo un to puesto de pie con las piernas abiertas en las letrinas y otro
con la llave de la lata de sardinas rompindole los excrementos el uno al otro
hacerlo a uno mismo era ms difcil, era ms sencillo hacerlo el uno al otro. Tal vez
no fuese una poltica consciente y concreta de las autoridades franquistas. Pero la
muerte, la falta de alimentacin, hidratacin y actividad derivaron en humillacin y
miedo. Y muerte, alimentos, agua, estaban en las manos de los captores, no de los
prisioneros. Que en Albatera existan fosas comunes de prisioneros de guerra es algo
que muchos intuyen, pero que no ha podido demostrarse ya que la zona del campo
fue convenientemente urbanizada. Campos como el de Albatera se establecieron
como centros de reclusin, internamiento, clasificacin y depuracin de la disidencia,
pero una vez cumplida su misin, su recuerdo trat de ser borrado lo antes posible.
Marcos Ana recuerda que trataron de derrumbar a travs del miedo a los prisioneros,
de convertirnos en unos peleles. Cuando alguien se fugaba y lo cogan, lo traan al
campo y lo fusilaban. Marcos Ana sali, pero con nombre falso, algo nada
heroico. Como el suyo, el destino de miles de internos qued marcado por el paso
por uno de los peores, de los ms crueles, campos de concentracin.
La poltica de evacuar de manera rpida y casi sumarial a los prisioneros de
guerra a sus localidades de origen cuando no fuesen claramente desafectos al
Movimiento para lo que bastaba demostrar, por ejemplo, que el prisionero no haba
ido voluntario al frente sino que haba sido reclutado por quinta abarc tambin a
los internos en campos estables de la ICCP, adonde llegaban tan slo en casos de
desafeccin marcada, pero no punible penalmente, desde los campos de primera
clasificacin de la inmediata posguerra. As, por ejemplo, del campo de Burgo de
Osma fueron trasladados a crceles desde finales de marzo 245 internos, 266 a Cajas
de Reclutas para ser incorporados a BDST, 188 al BB. TT. empleado en la lnea
ferroviaria de Soria, 56 al campo de San Juan de Mozarrifar en Zaragoza, 140 al de
Miranda, 42 al de Aranda de Duero, pero sobre todo 3680 a sus localidades de
residencia, siendo ante todo catalanes los evacuados[60]. Otra incidencia reseable en
estos meses fue la muerte en el campo de siete prisioneros, antes de su cierre

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definitivo en agosto de 1939.


Y algo parecido sucedi con el de Jaca, prcticamente inutilizado desde primeros
de mayo de 1939 y clausurado oficialmente el 21 de ese mes al haber sido trasladados
todos los prisioneros (366) a otros campos a San Juan, para su incorporacin a
BB. TT. pero, ante todo, a sus hogares o a Cajas de Reclutas. No solamente se
deba al cambio de poltica hacia los prisioneros; es que adems el aislamiento de la
Ciudadela [era] incompleto, la higiene no exista, y era insufrible, en palabras de su
jefe el alfrez retirado de la Guardia Civil, Juan Sempere Blanes, la miseria que
lleva[ba]n los condenados. Asimismo, cuando el CTV italiano dej de necesitar a
los prisioneros empleados en tareas de intendencia y abastos mayo de 1939,
procedi a clausurar el campo de concentracin de Palencia, solicitando el envo de
sus 130 prisioneros a un campo estable. Era el nico modo de reducir una poblacin
prisionera sujeta a procesos de clasificacin que, en junio de 1939, ascenda a 70 146
personas inactivas tan slo en campos estables de la ICCP, sin sumar los internos en
los campos de las Grandes Unidades aquellos de los que he dado cuenta en las
ltimas pginas, de los que se careca de noticias en la Inspeccin[61].
Y es que, si hubiese que resumir en una sola frase la historia concentracionaria
previa a la victoria e inmediatamente posterior, esa sera aperturas incontroladas y
cierres masivos. La Quinta RM, por ejemplo, tena en su jurisdiccin a finales de
julio de 1939 a 780 prisioneros en San Juan de Mozarrifar, 76 en el Burgo de Osma,
375 en Soria, 195 en Castelln, y 712 ingresados en el hospital de la Academia
General Militar. Al poco, fueron trasladados al campo de Soria todos los internos de
Medinaceli y Santa Mara de Huerta, en este ltimo caso por razones de manifiesta
peligrosidad, ya que los casi 1600 prisioneros compartan espacio con los religiosos
del monasterio, y por motivos de ndole higinica y moral, como sealaba su jefe
Paulino Navas. El campo de Barbastro fue clausurado porque ya desde julio no
albergaba a ningn prisionero. A finales de ao, el campo de Soria (con 1371
internos) y lo que quedaba del de Medinaceli (965) fueron reconvertidos en prisiones
militares.
Esa era la dinmica adquirida en la Espaa concentracionaria desde el verano de
1939: intentar reducir al mximo, por la imposibilidad de soportar econmica,
poltica y hasta higinicamente, una poblacin prisionera que alcanzaba, segn los
datos oficiales, la cifra de 156 789 personas a 1 de julio y que en diciembre, tras
varios meses de evacuaciones masivas, clasificaciones sumarias, traslados urgentes a
prisin, fallecimientos, libertades provisionales y creacin de Batallones de Trabajos
forzosos, an se mantena en 90 040. De hecho, interesndose Franco por la
capacidad de movilizacin de fuerzas militares en Espaa durante julio de 1939
con la segunda guerra mundial en el horizonte, y pidiendo los estados de los
varones comprendidos en los reemplazos de 1939, 1940 y 1941 (servicio activo y
reserva), se le respondera que, en primer lugar, para obtener el efectivo movilizable
total habra que aadir a los hombres que se encuentran en los Campos de
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Prisioneros de la Inspeccin de Campos, Campos de Concentracin de los ejrcitos y


en Prisin, y que no hubieran de sufrir condena que los inhabilite para el servicio
militar. Ahora bien, no podra darse una cifra exacta ya que no haba seguridad de
que hayan pasado por esos Campos de Prisioneros o por los de Concentracin de los
Ejrcitos todo el personal que se encontraba en zona roja y que vive en Espaa[62].
La poblacin prisionera era alta y poda asegurar el establecimiento de una fuerza
militar amplia, pero ni la situacin en los campos, ni ante todo la deficiente
organizacin de los prisioneros recin terminada la contienda civil, aseguraban que
fuese una buena idea.
De 157 000 a 90 000 prisioneros fue la reduccin lograda en medio ao, a base de
licencias provisionales, permisos provisionales y licenciamientos de Batallones de
Trabajadores, como puede comprobarse en el siguiente cuadro. En l, se observa que
el volumen ms alto de liberados provisionalmente respondi al de los permisos y,
por tanto, a personal internado en campos de concentracin, por lo que puede
asegurarse que tales salidas respondieron exclusivamente a la necesidad de liberar
espacio de internamiento y a la decisin, que databa ya de principios de ao, de
ejecutar los procesos depurativos de la poblacin militar republicana en sus pueblos y
localidades de origen. Adems, los ms de 15 000 licenciados de BB. TT. llevaban
hasta dos aos encuadrados en ellos, sin haber sido jams tan siquiera juzgados por
un tribunal, constituyendo una masa obrera y un engranaje decisivo en la
maquinaria econmica y blica estatal a la que se haca necesario adaptar a la
nueva realidad de posguerra. En diciembre de 1938 haba 59 000 prisioneros
trabajadores[63]; 68 000 en enero de 1939[64]; 87 589 en la inmediata posguerra[65] en
trabajos militares, adems de 8212 en destacamentos de fbricas y talleres
militarizados. La redencin fsica y moral implcita en el discurso justificativo del
sistema de trabajos forzosos puede que no fuese tal, que no surtiese efecto real. Pero,
desde luego, alcanz a muchos prisioneros.

Con el fin de la contienda blica y la consiguiente clausura del Cuartel General de


Franco, la ICCP pas, en forma de Jefatura (la JCCBD, Jefatura de Campos de
Concentracin y Batallones Disciplinarios), a depender del Ministerio del Ejrcito en
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enero de 1940, englobada en su Direccin General de Servicios. Y a adaptar la


realidad de la poblacin republicana prisionera a la de la Nueva Espaa victoriosa y
desgarrada se hubo de empear en los meses sucesivos al fin de la guerra civil. En
octubre de 1939 se decret que los campos que antes dependan de las Grandes
Unidades pasasen a depender exclusivamente de la Inspeccin de Campos,
reunificando de nuevo y tras las aperturas masivas de la primavera de 1939 todos los
campos y todo lo concerniente a los prisioneros exclusivamente de guerra; no los
encartados por causas penales, en cuyo caso pasaron a depender de la administracin
de la Direccin General de Prisiones. El cierre en noviembre de los campos de
Alcal, Albacete, Deusto (salvo sus talleres centrales), Aranda de Duero (el grupo de
menores de edad all internado fue trasladado a Miranda), las Isabelas, las Agustinas,
Alcoy, Denia, Monvar, Figueras, Murgia, Corbn, el Monasterio de la Santa Espina,
Camposancos, Lavacolla y Padrn dejaba as en manos de la Jefatura los campos del
centro escolar Miguel de Unamuno (Madrid), Rota, Porta-Coeli, Horta, San Juan de
Mozarrifar[66], Miranda de Ebro, San Marcos, Plasencia, Cervera, Reus (estos dos
ltimos para internados en Espaa desde Francia), Lerma (para prisioneros intiles
para el trabajo), San Pedro de Cardea (para prisioneros extranjeros), el del Fuerte de
San Martn (Santander, como campo correccional), La Magdalena (Santander) y
Avils (para prisioneros a disposicin de las auditoras de guerra). Adems, hay
noticias documentales de la utilizacin del campo de Figueras de Castropol (Asturias)
como campo de concentracin para presos gubernativos[67], pero no bajo el mando de
la ICCP sino de la Direccin General de Prisiones.
Ese mes de noviembre fue, por tanto, el de la desmantelacin de casi todos los
campos abiertos durante la ofensiva final, as como de muchos de los instalados
durante la guerra civil, siendo reconvertidos en prisiones militares, a cargo de la
Direccin General de Prisiones, cuando tuviesen en su interior personal procesado.
Para ello fue necesario concentrar en una serie de campos a los prisioneros
procesados por las auditoras de guerra que an no haban recibido sentencia en
firme. En San Pedro, por ejemplo, fueron internados todos los de los campos
dependientes de la Delegacin de Burgos de la ICCP. Los prisioneros espaoles de
San Pedro fueron, as, trasladados a sus hogares, al campo de Rota para hacer con
ellos unidades de soldados trabajadores (unos 80 prisioneros), a disposicin de la
Auditora de Guerra (46 encartados a los que sumaron los 60 del campo de Lerma), o
al campo madrileo de Miguel de Unamuno, para ser reconocidos mdicamente y
formar parte de un BDST.
Adems, en noviembre de 1939 se dispuso que los 459 prisioneros de guerra
extranjeros internados an en ese campo pasasen con la mxima urgencia a
disposicin de la Jefatura de Reconstruccin de Belchite, a mando del Servicio de
Regiones Devastadas (Ministerio de Gobernacin) pero encuadrados en un BB. TT.
militarizado, el nmero 75, junto a un teniente, dos alfreces, el capelln del campo y
cuatro sargentos[68]. Vale la pena detenerse un momento en este Batalln, aunque de
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las posturas espaolas frente a la segunda guerra mundial y su consiguiente


derivacin en las polticas con prisioneros y refugiados se vaya a hablar en los
siguientes captulos, porque es la muestra fehaciente de que la Espaa de Franco no
slo tuvo que medrar con el problema de los refugiados extranjeros que entraban
clandestinamente segn la terminologa oficial huyendo de la segunda guerra
mundial; tambin mantuvo una bolsa de prisioneros provenientes an de las BB. II.
entre el trabajo forzoso de Belchite y las alambradas del campo de Miranda de Ebro.
En noviembre de 1939 la Embajada de Estados Unidos lleg a remitir al MAE
una queja formal porque, aun habiendo mediado el indulto (con la consiguiente
expulsin del territorio nacional) a los extranjeros que como nico delito hubiesen
tomado armas contra el Movimiento Nacional, an quedaban ocho compatriotas en
las crceles de Franco. Quedaban 406 internos extranjeros, entre sujetos y no a
procedimientos judiciales (los primeros tuvieron graves dificultades para abandonar
el pas), repartidos por nacionalidades de la siguiente manera[69]:

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Y ciertamente, como seal el propio director general de Servicios del Ministerio


del Ejrcito, Camilo Alonso Vega, la presencia de tantos sbditos extranjeros en
nuestros campos de concentracin, penales y crceles constitua un estado de
hecho que no deja[ba] de dificultar, a veces seriamente, el normal desarrollo de
nuestras relaciones con otros pases, adems de producir un apreciable volumen de
trabajo administrativo. Sin embargo, no puede decirse que el criterio de mantener
buenas relaciones con las naciones con internos en Espaa fuese la adoptada, ya que
la decisin de utilizarlos como mano de obra forzosa no fue, desde luego, bien
recibida por nadie.
Como recuerda Teo Francos, a los interbrigadistas de San Pedro de Cardea y a
los apresados en la ofensiva final se les dijo: vosotros habis destruido Belchite y
vosotros lo vais a reconstruir[70]. De tal modo, los 459 extranjeros fueron instalados
en unos barracones llamados popularmente por la gente del lugar Rusia por el
supuesto carcter comunista de sus habitantes, sin delito cometido o al menos,
sin que se les hubiese imputado alguno, ms all de haber combatido con la
Repblica e inmersos en el limbo judicial de tener una causa abierta por el Tribunal
Militar n. 14 de Burgos causa sumarial abierta a todos los interbrigadistas, por
un lado, y el rechazo de algunos de sus pases a traerlos de vuelta, por peligrosos.
Para el gobierno espaol eran un problema, y como dejara escrito un interno, Espaa
quisiera verse libre de nosotros y es natural, puesto que acabada la guerra somos
slo un problema y una complicacin intil. Pero si hasta que lo resolvieran podan
aprovechar su mano de obra en un trabajo tan cargado de simbolismo, de
construccin de una memoria colectiva y de aplicacin de la teora del trabajo
redentor y expiatorio, bienvenidos eran.
Deca el memorndum clandestino que los internacionales hicieron salir de
Belchite que los prisioneros se vean indefensos: la accin judicial no avanzaba, y sus
liberaciones dependan tan slo del criterio de las embajadas en Espaa. Mientras
esperaban una resolucin, continuaban las penurias:
Sometidos a ms de diez horas de trabajo diario, alojados en condiciones deficientes, mantenidos en
continua tensin nerviosa por medio de continuas medidas de represin y extremada vigilancia, privados cada
vez ms de comunicaciones con el exterior y bajo la prohibicin de hacer uso del dinero que ocasionalmente
se nos enva.

Los interbrigadistas en Belchite pedan la intervencin, si sus embajadas


respectivas eran reticentes, de la Cruz Roja, para ejecutar de manera sumaria su
liberacin y repatriacin tras llevar como prisioneros de guerra en muchos casos ms
de tres aos de privacin de libertad sin resolucin penal alguna. El embajador
espaol en Berna, en cambio, no pensaba as, y trabaj para que no se llevase a cabo
ninguna medida por parte de la CRI. Y por la misiva que envi a su ministro de
Asuntos Exteriores, Juan Beigbeder Atienza, as result ser, a pesar de unas
supuestas tendencias demo-marxo-masonizantes [sic] de algunos miembros del

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Comit Internacional. Los internacionales haban tomado las armas voluntariamente


contra el Movimiento, y deban por ello ser castigados con el retraso deliberado en
sus repatriaciones, aplicando una absoluta arbitrariedad y anteponiendo la situacin
bilateral de Espaa con los pases receptores al sentimiento humanitario en el
tratamiento de ese problema.
Entre el 18 y el 20 de diciembre salieron a su pas 76 portugueses claro ejemplo
de la sintona entre Madrid y Lisboa, teniendo catorce de ellos procesos pendientes
por robos, saqueos y destrucciones. Cuatro holandeses abandonaron el campo aun
estando a punto de ser juzgados. El ltimo noruego retenido sali de Belchite en
febrero de 1940, ante la insistencia de su pas, sin que interviniese en ningn
momento juzgado alguno. De los 20 cubanos que abandonaron Espaa desde Belchite
en ese mismo mes, muchos se hallaban procesados, quedando en el campo algunos
sin pena ni juicio pendiente. Razones de alta poltica motivaron estas salidas, y la
de 48 presos cubanos ms internados en 1941 en prisiones. Segn Serrano Ser,
ministro ya de Asuntos Exteriores, era necesario disponer de elementos que apoyen
nuestra poltica en dicha Repblica, tras su reeducacin en campos, trabajos
forzosos y crceles[71].
Pero no exista un criterio homogneo. Unos salan de Belchite y otros no. Y otros
eran enviados a Miranda de Ebro: entre ellos estaba Teo Francos, quien de all
recuerda, sobre todo, sus evasiones:
La primera vez salimos 35, pues los polacos haban hecho un tnel que sala desde la pequea capilla que
tena el campo; hicieron un cortocircuito en todo el campo con un resorte: todo el campo sin luz. Al lado del
campo haba la estacin y los ferroviarios nos repartieron un distingo de grupo; pero yo con un camarada
fuimos cogidos cerca de la frontera portuguesa; otra vez al campo, donde recib 50 vergarazos y fui enterrado
hasta la cintura, por el da al sol y por la noche enterrado a la fresca. Para curarme me pasaban vinagre por las
heridas.
Cuando me sacaron tras veinte das me tiraron como un trapo en una barraca y si no hubiera sido por los
camaradas que haban recibido un paquete de Cruz Roja con leche condensada me habra muerto. Cuando
pude recuperarme otra vez una evasin: la segunda fue por la alcantarilla que daba a un pequeo riachuelo que
estaba detrs del campo. Esa vez tambin tuve mala suerte, me pillaron cerca de Madrid y esta vez pas al
penal de Burgos, dos meses bajo tierra y cuando sal de all crea que me iba a quedar ciego. Despus ingres
en Miranda y al volver al campo sufr de nuevo malos tratos[72].

La tercera fue la buena: lleg a la Embajada norteamericana en Madrid y se puso


en contacto con la CRI y la Embajada de Venezuela. Acompaado por un funcionario
lleg a la frontera de Irn el 20 de junio de 1940. Esperaba salir para Francia con
otros camaradas, pero en Hendaya encontr a un amigo que le seal que los
alemanes ya estaban a 50 kilmetros de su casa. Embarc para Inglaterra. Empez su
otra guerra contra el fascismo, ahora como paracaidista. Una bala alojada entre el
corazn y la aorta da testimonio de ello[73].

4. INTERNAMIENTO, TRABAJO, PRISIN Y DESMANTELAMIENTO


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(1940-1942)
Volviendo a 1939, a los campos para soldados republicanos espaoles, deca que
fueron en su mayora clausurados en noviembre, restando aquellos que fueron usados
como campos tipo para internamiento y creacin de batallones disciplinarios, amn
de otras funciones como las del internamiento para los sujetos a procesos de las
auditoras de guerra. En la 5. RM, el campo elegido para tal menester fue el de San
Juan de Mozarrifar, adonde fueron progresivamente trasladados los internos de Burgo
de Osma, albergando en noviembre a unos quinientos prisioneros, enviados a
prisiones de la provincia de Zaragoza al cierre del mismo, ordenado el 4 de
diciembre. Los campos de referencia, como San Juan, tambin seran clausurados
segn se agotasen las necesidades por las que haban sido creados. Pero eso no
signific, ni mucho menos, el fin del mundo concentracionario franquista. Fue,
simplemente, el fin de una fase, ya larga, que haba comenzado a finales de 1936, con
el paso de un golpe de Estado aniquilador a una guerra de eliminacin, expulsin y
exclusin social: desde 1940 y por norma oficial, los campos de Reus, Miguel de
Unamuno y Rota seran empleados para internar a los soldados depurados por las
Cajas de Reclutas y crear con ellos los BDST, o bien para hacer BB. TT. iguales a los
de la guerra, donde los soldados ya clasificados, encontrados desafectos por las Cajas
segn los avales recibidos, pasaran un mximo de cuatro meses para purgar, antes de
su puesta en libertad condicional, el no haber pasado los tamices depuradores tanto de
guerra comisin de clasificacin, campos, Batallones de Trabajadores,
reclasificaciones como de posguerra las Cajas de Recluta para el
saneamiento de su anterior ideologa y la incorporacin al Glorioso Movimiento
Nacional.
Desde 1940 fueron, por tanto, estas ltimas las encargadas mayoritariamente de la
funcin clasificatoria que durante la guerra haban soportado los campos. Con el fin
de unificar procedimientos, en enero de ese ao se decidi que, tras la supresin de
los tribunales y comisiones de clasificacin, fuesen las realizadas por las Cajas las
consideradas como definitivas incluidas las de los soldados ya encuadrados en
BB. TT. durante la guerra, para depurar e incorporar al Ejrcito nacional a los
soldados comprendidos en los reemplazos de 1936 a 1941, inclusive. Por eso, los
nacidos entre 1918 y 1923 tendran carcter preferente, ya que con ellos se habran de
constituir los BDST, bajo el mando de la JCCBD, creados para sustituir el servicio
militar realizado en el lado republicano, ignorndolo y obligando a los soldados a
pasar el mismo tiempo en filas franquistas cuanto hubiesen pasado sus coetneos en
el otro lado de la trinchera. Los casos posteriores al reemplazo de 1943 no se
depuraran, puesto que tenan diecisis aos al terminar la guerra, con lo que
corresponda su tutela al Tribunal de Menores.
Los soldados republicanos enviados a sus casas durante 1939 y que se
encontrasen, por tanto, en edad militar, deberan aseverar ante la Caja de Reclutas
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correspondiente su afeccin al Movimiento, que adems determinara el grado de sta


mediante la clasificacin entre afectos, indiferentes o desafectos. Los que hubiesen
ostentado categora militar de capitn o superior, o hubiesen ejercido funciones de
comisara poltica, tendran en su contra un antecedente considerado desfavorable y
que podra encaminarles al juicio sumarsimo, a la pena de crcel o a la de muerte[74].
Mas si a los treinta das no se le hubiese ratificado por el tribunal la pena de crcel, o
sta fuese inferior a doce aos, quedaran en libertad, segn lo dispuesto en el BOE
de 9 de enero de 1940. Ahora bien: como se reconoca por parte del Ministerio del
Ejrcito, eso pona en situacin de clara desventaja a los prisioneros, 92 000,
encuadrados an en enero de 1940 en BB. TT. y sobre todo a los 60 000 no
pertenecientes a las quintas de 1936-1941 con respecto a los encartados, ya que los
prisioneros estaban sometidos a un proceso, el de la clasificacin, mucho ms lento
que el penal, con lo que resultaba que no solamente estaban obligados a trabajar de
manera forzosa, sino que adems no rediman pena alguna, ni saban cundo iba a
terminar su situacin, ni tan siquiera cumplan condena por ningn hecho probado.
Para atajar dicha situacin se decidi que, visto que en justicia todos estos deban
estar en libertad pero que no se pueden suprimir ni disminuir bruscamente los
Batallones, por ser necesarios para obras de fortificacin, se limitara el tiempo de
permanencia en los trabajos. Los adictos pasaran as seis meses, nueve los
indiferentes y dieciocho los encontrados desafectos.
Con esta resolucin, se deca, se lograra un gran efecto moral, pues muchos
piensan que su detencin es perpetua, obligando adems a los prisioneros a llevar
buena conducta, sobre todo teniendo en cuenta que los trabajos en los que se emple
mano de obra prisionera, durante la segunda guerra mundial, tenan mucho que ver
con la defensa espaola ante la intervencin en el conflicto los prisioneros
trabajaban, por tanto, para dificultar un posible ataque aliado, por lo que se
hubieron de fortificar zonas como las de los Pirineos o la costa gaditana. Pronto
veremos cmo la situacin blica internacional determin, dentro de la Espaa
tericamente neutral, la situacin de las fuerzas armadas franquistas y, por tanto, la de
los soldados trabajadores forzosos.
La Jefatura-Inspeccin en estas fechas se usaba indiferentemente la
terminologa de campos de concentracin tuvo, por tanto, como misin principal
entre el fin de la guerra y su disolucin en 1942 retirado Luis de Martn Pinillos,
tom su relevo Csar Mateos Rivera la de regular el trabajo forzoso no penado, es
decir, crear BB. TT. y BDST (donde los internos realizaban, tras su paso por la Caja
de Reclutas, la mili con Franco el tiempo de servicio militar correspondiente a su
reemplazo), y a ello se dedic desde el mismo mes de abril de 1939, cuando orden
que los batallones 168, 169, 170 y 171 (desde Horta, con 900 prisioneros) se
trasladasen, respectivamente, a Oviedo, Vizcaya, Huesca y Teruel para ponerse a las
rdenes de RR. DD.; y a los nmeros 140 (en Cuenca), 136 (en Alcal de Henares) y
19 (en Valencia), con igual motivo, a Lleida, Tarragona y Castelln[75]. As, a la par
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que se clausuraban muchos campos en noviembre de 1939, se inici tambin la tarea


de refundir en uno solo varios de los BB. TT. existentes y provenientes an del
perodo blico, para hacer ms fcil su manejo y para no acumular unidades militares
que podan perfectamente funcionar como solamente una, dado que empez a
disminuir el nmero de sus componentes[76]. Trabajo que tuvo su continuacin en
1940, entre otras cosas eliminando el mando directo de FET-JONS sobre los
trabajadores destacados en la provincia de Girona, enviando progresivamente ms
grupos de soldados al Marruecos espaol y a Melilla, y enviando otro a Nanclares de
la Oca para preparar el que sera campo de concentracin dependiente de la Direccin
General de Seguridad, para indeseables[77].
De tal modo, en febrero de 1940 existan en Unidades de Trabajadores, incluidos
los hospitales penitenciarios y los campos de concentracin, 88 332 soldados
republicanos en rgimen de prisioneros de guerra, segn los datos ms fiables, los de
la JCCBD, de los cuales 37 000 cumplan el tiempo de movilizacin obligatoria en el
sistema de trabajos forzosos. Eso s, existan diferencias entre ellos: estaban los
prisioneros de guerra propiamente dichos, los tomados durante acciones blicas
incluidas las del final de la guerra; tambin los que, sin haber sido aprehendidos,
fueron enviados a campos como consecuencia de las clasificaciones sufridas en las
comisiones encargadas de la depuracin de los individuos que, a la terminacin de la
campaa, quedaron en libertad en las zonas ltimamente ocupadas; otros, puestos a
disposicin de la Inspeccin por las autoridades judiciales, al llegar al sobreseimiento
los procedimientos que se les seguan, para su internamiento en las Unidades de
Trabajadores; y, por fin, tambin existan detenidos gubernativos, algunos de ellos
enviados directamente por diferentes autoridades al considerar peligrosa su libertad, y
otros, que en las distintas revisiones que se iban verificando en las crceles aparecan
como a disposicin de esta Inspeccin, sin que nadie hubiese comunicado tal
medida y sin que se conozca, siquiera, la Autoridad que tom tal acuerdo. Una
enorme diversidad, por tanto, y una catica organizacin de poderes sobre una masa
de poblacin que, eso s, tena un comn denominador: ser considerados, aun sin
penas judiciales, de peligrosidad en la vida social.
Tanto los prisioneros de campaa como los que adquirieron tal condicin en
posguerra por su clasificacin como desafectos recordemos que el estado de guerra
existi hasta 1948, as como los incorporados del extranjero o los que por
sobreseimiento, absolucin o cumplimiento de pena judicial tuviesen que cumplir con
el servicio en filas, hubieron de pasar temporalmente por los campos que, en octubre
de 1940, fueron asignados a cada Regin Militar para la creacin de Batallones
Disciplinarios. Del muestreo de expedientes personales, hecho entre los miles
albergados en el AGMG, se pueden obtener sustanciosas conclusiones sobre tiempos,
modos, condiciones y tipos de trabajos, al respecto del internamiento de los
prisioneros de guerra en tiempos de paz retrica. De tal modo, el campo de la 1. y 3.
RM fue el centro escolar Miguel de Unamuno; el de la 2., Rota (Cdiz); el de la 4. y
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la 5., el campo de Reus; el de las regiones 6., 7. y 8., Miranda de Ebro; en


Marruecos, el Depsito de Garca Aldave (Ceuta); y en Baleares, el campo de Palma
de Mallorca. Y por ellos pasaron los detenidos por conductas irregulares, por
desafecciones, hasta completar generalmente de cuatro meses a un ao tiempo
considerado suficiente para que pudiesen ser presentadas denuncias e investigada la
conducta pblica del interno de trabajos forzosos completamente ajenos a
cualquier disposicin judicial, que en definitiva no era sino un ejercicio del poder
liberal, tan denostado por el franquismo.
El franquista era un poder emanado de la victoria en la guerra civil, y sus
sujeciones y sistemas de control estaban sometidos a la ideologa del Nuevo Estado, a
la par violento y redentor. Por eso mismo, el establecimiento del tiempo de estancia
en el sistema de trabajos forzosos no se reglament de manera legal sino que fue el
resultado, primero, de la incapacidad estatal para mantener en pie un edificio tan
superpoblado de internados en, generalmente, nfimas condiciones de vida; y,
segundo, de lo que fue considerado un agravio comparativo: si la revisin de penas
judiciales, las libertades condicionales, los indultos salidos de la mano de Franco o la
expiacin de las mismas mediante el sistema de redencin de penas por el trabajo
dejaba en la calle a presos juzgados y condenados, no tena demasiado sentido que,
sin haber cometido delito probado alguno, los internos en los BB. TT. y BDST
obtuviesen a veces ms tarde su libertad. Por ello se dictamin un grado de
peligrosidad y desafeccin, que poda ser mxima, media o mnima,
establecindose que los meses en un BDST seran doce, nueve o seis segn el caso.
Lo cual, por un lado, era el reconocimiento oficial por parte del franquismo de que
existan gamas y modos de privacin forzosa de libertad ms all de las irregulares y
dudosas cifras de las prisiones y crceles; y, por otro, de que construir un Estado
sobre el internamiento forzoso de un nmero de hombres y mujeres tan alto
considerados desafectos al Glorioso Movimiento Nacional, sobre todo en relacin
con el censo total de varones en edad militar, traera aparejadas
consideraciones desfavorables para el nuevo Estado, que si en un principio y por desconocimiento de sus
virtudes, cont con gran nmero de enemigos, la mayor parte de ellos, hoy convencidos por la justicia y
excelencia del Rgimen, hay que suponerlos, al menos a efectos de buena poltica interior y exterior, como
incorporados idealmente a la nica Espaa Grande y Libre, cuyo engrandecimiento es preocupacin constante
del Caudillo.

Convena, por tanto, que desapareciese progresivamente la condicin del


prisionero de guerra, que, en definitiva se reconoca no son sino detenidos
polticos, para dotar al Estado de una ptina de legitimidad inexistente en el
mantenimiento de situaciones atpicas y arbitrarias, como la existencia de prisioneros
en tiempos de paz, detenidos sin fecha lmite y en muy malas condiciones tanto de
internamiento como, sobre todo, de seguridad: en estas ltimas disposiciones, en las
fundaciones de BB. TT. o en el establecimiento de un ao de trabajos forzosos como
el tiempo deseable de detencin preventiva y, en el plano carcelario, en los indultos
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de penas, efectivos desde junio de 1940[78], debemos ver antes que el afn redentor
y benvolo del Estado franquista, su incapacidad objetiva para regir un sistema que,
tanto de cara al exterior lo veremos en el caso sangrante de los internados
extranjeros de Miranda de Ebro como dentro de sus fronteras, era imagen de
imposicin y no de unin, de eliminacin y exclusin y no de integracin, y que
adems se acercaba al colapso econmico y administrativo.
El prisionero trabajaba en obras como las de fortificacin militar, en el contexto
de la no beligerancia prebeligerancia franquista en la segunda guerra mundial,
pero no obtena, aparte de su alimentacin y vestido y las ridculas 0,25 pesetas
diarias, beneficios de la explotacin de su mano de obra, gracias a la cual, aunque
tambin en dursimas condiciones, los penados podan reducir sus condenas. Y, si
bien ningn preso juzgado por causas derivadas de la guerra civil redujo
efectivamente pena porque todos fueron excarcelados antes de su entero
cumplimiento, eso fue percibido tanto por el Ministerio del Ejrcito como por la
Direccin General de Prisiones como una diferencia injusta. No por ello se iba a
renunciar a la explotacin de la mano de obra de los republicanos. Pero s que se
hara un intento para que fuesen los condenados los que soportasen el peso de la
reconstruccin de Espaa y de su preparacin para la ms que posible entrada en el
conflicto mundial. De tal modo, podran adems atemperarse las condiciones de vida
en las crceles, prisiones de partido y penales de la Espaa franquista.
Sabemos por investigaciones parciales y trabajos de sntesis la situacin de los
presos en las crceles y en algunos de los sistemas de privacin de libertad
establecidos por los vencedores de la guerra civil[79]. Sin embargo, no siempre se
pueden certificar con datos fehacientes las complejas, variadas y casi siempre
terribles condiciones reales en esos establecimientos, que albergaban segn el ms
que dudoso Anuario Estadstico espaol a 270 719 presos en 1939, 233 373 en 1940,
159 392 en 1941, 124 423 en 1942, 74 095 en 1943, 54 072 en 1944 y 43 812 presos
en 1945. Las crceles de Franco no respondieron a otra lgica que la punitiva: lo que
se buscaba no era la recuperacin social del individu sino su rendicin para una
dictadura[80]. Ni econmicamente ni por motivos de seguridad interna eran viables:
eran la cristalizacin real de una ideologa de transformacin, exclusin identitaria y
justicia cristiana. Pero su realidad dist, en los aos de posguerra, de un
funcionamiento racional.
Uno de los caminos de salida de la prisin era el trabajo penado. Desde 1938
exista la modalidad de redencin de penas a cambio de trabajo forzoso, que englob
diferentes modalidades de regmenes semiesclavizados. Entre ellas, cabe destacar la
de las Colonias Penitenciarias. El SCPM fue creado por ley el 8 de septiembre de
1939 para ceder mano de obra penada esto es, con una condena explcita de crcel,
no por tanto con prisioneros trabajadores a entidades que contratan sus trabajos,
y por sus obras pasaron unos 20 000 presos: desde 1946 oficialmente sin penados
sino con obreros alistados mediante contratos orales, muchas veces los mismos
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trabajadores de posguerra, una vez redimida o indultada la pena, se mantenan en sus


puestos por la carencia generalizada de trabajo[81]. Dividido el servicio en cinco
grandes agrupaciones en posguerra (1., Sevilla; 2., Montijo; 3., Talavera de la
Reina; 4., Navalmoral de la Mata, y 5., Toledo), algunos de los trabajos realizados
por la mano de obra penada fueron de gran importancia econmica para la
depauperada Espaa de los cuarenta, como la del Canal del Bajo Guadalquivir,
realizada por la primera agrupacin, adjudicada en 1940, la del Canal Montijo, de la
segunda agrupacin, algunos tramos de la carretera Madrid-Badajoz, o el Canal Bajo
del Alberche, de la tercera agrupacin[82]. No se va a detallar la historia de este
servicio de trabajo penal, pero cabe destacar una informacin nada sutil: catorce aos
despus de que dejase de haber penados trabajando para el SCPM, se solicitara el
cambio de nombre del mismo (concretamente Penitenciarias Militarizadas), ya que
segn su responsable, no parece justificado y puede hacer creer en la existencia en
Espaa de un Organismo Oficial que emplea penados en sus trabajos en rgimen de
esclavitud. Esta ltima parte se rode a lpiz en alguna instancia oficial y, escrito
encima, se puso un enorme no. Siendo un documento oficial, no poda dejarse ver
que antes, cuando s haba penados, stos estaban en rgimen de esclavitud[83].
Como se ha dicho al inicio de la introduccin, los centros de internamiento de
trabajadores penados eran denominados oficialmente campamentos y no campos
de concentracin. Sin embargo, se trata de la denominacin oficial derivada del
modelo impuesto por el Estado franquista de campo de concentracin, militar y
provisional como se ha dicho. Si observamos las rgidas reglas internas (no podan
entrar familiares, no se podan abandonar de noche, los servicios religiosos eran
obligatorios, los gastos para las comidas se deducan de las pagas, se deba asistir a
conferencias religiosas, morales y patriticas, y se amonestaban las faltas de
moralidad en la vida privada, lecturas, lenguaje, embriaguez, escndalo) puede
afirmarse que, como mnimo, la dilatada experiencia concentracionaria de los aos
blicos haba sido la mejor escuela posible para aplicar despus sus mtodos sobre
una poblacin que, aunque obtuviese ventajas del trabajo forzoso, no dejaba de ser
penada, disidente, ajena a la comunidad nacional. A fin de cuentas, El Arenoso, Los
Merinales, La Corchuela, Montijo, Santa Apolonia, San Romn, Lacara o La Sal
fueron campamentos, centros de expiacin y expulsin social y, por tanto,
laboratorios de la Nueva Espaa.
Dentro de las diferentes modalidades de trabajo forzoso penado actuaron tambin
soldados trabajadores, aunque el paulatino descenso de su nmero oblig a ir
sustituyndolos por unidades al servicio de la Junta de RR. DD. o del SCPM. En
enero de 1941 haba fracciones de batallones militares encuadrados en trabajos civiles
como la reconstruccin de Teruel, la de Belchite, en Madrid (construccin de un
sanatorio antituberculoso, pistas forestales), en servicios diversos del Ayuntamiento
de Girona, en trabajos agrcolas de Olot, en la perforacin del tnel de Figueras
(Girona) o en la reconstruccin del templo de la Merced en Barcelona.
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Destacamentos que sumaban 2795 hombres. Pero adems eran empleados grupos
enteros de personal militar en trabajos exclusivamente civiles como los de las
excavaciones de Ampurias (BDST 71), las vas frreas de Barcelona-Ripoll, Arcos de
Jaln, Comaen y Jubera. Por tanto, era conveniente empezar, como se le dira
explcitamente al subsecretario de Presidencia Carrero Blanco, el desmantelamiento
del trabajo forzoso militar. Sobre todo cuando en esos tiempos, hipcrita lamento,
haba gran cantidad de obreros libres hoy por hoy por desgracia disponible[s] en
gran masa en situacin de paro forzoso[84].
No cabe extraarse, ante el paisaje descrito, de que se intentase por todos los
medios que la poblacin prisionera no lo fuese, casi por inercia, tambin carcelaria.
Como recuerda Enrique Genovs, escolta y sanitario habilitado como capitn y jefe
de Estado Mayor de la 127 brigada mixta, que pas por el campo madrileo del
Miguel de Unamuno (de reunin, aunque lo llamasen de concentracin) tras salir
de la crcel de Valencia y antes de recalar en Quintana Puente (Palencia) para la
construccin de un sanatorio para tuberculosos, terminada la guerra la movilizacin
de las quintas de la zona republicana llev a miles de prisioneros a las Cajas de
Recluta, clasificados desafectos. En el campo de Unamuno reunieron a los desafectos
de Madrid, Guadalajara y de toda la 1. RM, pero en el ao 1940 ao en que estuvo
interno los prisioneros tan slo pasaban cuatro o cinco das en los centros de
creacin de los BDST. All no haba instalaciones de alguna clase, donde tener a los
detenidos. Se trataba de un gran grupo escolar construido por la Repblica, y
sencillamente estbamos tirados por ah, con el pelo cortado y el uniforme que nos
dieron, que era del Ejrcito republicano, comiendo en fro, pero con un trato correcto,
hasta que empezaron a llamarnos por nombres, para preguntarnos nuestras
profesiones. Al poco le encuadraron en el 37 BDST-Especialistas (militarizado, pero
bajo el mando del Ministerio de Gobernacin), y su trabajo, durante dos aos y
medio, no fue demasiado duro. Evadirse era sencillo al no estar cercados, pero tras
tres aos de guerra y dos y medio de trabajos, lo cierto es que el Batalln fue, a la
postre, considerado por l mismo y por sus compaeros una suerte de mal menor,
independientemente de las veleidades reeducativas tan constantes como intiles
implcitas en el concepto del trabajo forzoso de los prisioneros republicanos, donde
stos pudieron pagar el forzoso peaje para pertenecer a la Espaa de Franco[85].
Su experiencia, dejando aparte la privacin de libertad sin saber (lo que ms nos
dola) durante cunto tiempo, no fue demasiado negativa, puesto que el propio
Ministerio de Gobernacin aport fondos para mejorar las condiciones de vida de los
trabajadores. Marcelino Camacho, en cambio, pas por situaciones no precisamente
buenas. Durante el tiempo en que el histrico dirigente de Comisiones Obreras pas,
tras salir de la crcel, en trabajos forzosos por la movilizacin de su quinta, enferm
tres veces; del tifus, de las fiebres de malta y de hernia. Las labores a las que su
BDST-Penados (el nmero 94) fue destinado tras ser formado en el campo de
concentracin de Reus donde se produjo una epidemia generalizada de tifus
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fueron, segn su testimonio, particularmente duras[86]. Primero, en 1941, en la pista


para unir el Fuerte de Guadalupe con Lezo, en Guipzcoa; luego, en 1943, en la
reconstruccin de Pearanda de Bracamonte, destruido por la explosin de un
polvorn; y tras el desembarco aliado en frica, en el ferrocarril de Tnger a Fez. La
enfermedad no min su deseo de escaparse, y en diciembre de ese ao logr llegar a
Orn. Escap como soldado y a su vuelta a Espaa, en 1957, paulatinamente fue
obteniendo lo que es hoy su gran tesoro: el haber sido uno de los principales
opositores antifranquistas[87].
Con el paso del tiempo, segn se iban cumpliendo los meses de movilizacin
militar, los campos mantenidos en noviembre de 1939 iban siendo innecesarios. En
mayo de 1940 se dispuso el cierre del campo de Rota, en Cdiz, pasando su
jurisdiccin a la Direccin General de Prisiones. Todos sus prisioneros fueron
trasladados al BB. TT. del Campo de Gibraltar, salvo los que tenan causas pendientes
con la justicia militar, que fueron enviados a prisiones. Los prisioneros del Depsito
de Garca Aldave (Ceuta) fueron trasladados al de Kudia Federico. Y asimismo, la
labor de desmantelamiento continu con el cierre de los hospitales penitenciarios de
Gernika y Deusto, trasladndose a los prisioneros heridos o enfermos al penitenciario
de Pamplona. Sin embargo, las necesidades de espacio para internamiento y
clasificacin del que ya era de largo el mayor problema no tanto por volumen
como por relevancia internacional de poblacin prisionera en Espaa, el de los
internados extranjeros, hizo que fuesen puestos en marcha en junio de 1940 dos
campos en la Seu dUrgell y en Bossost este ltimo fue, sin embargo, clausurado al
mes siguiente, as como en las localidades de Cervera, Lleida y Granollers, que
venan a sumarse a los ya existentes para la recepcin de refugiados en Figueres y
Puigcerd. Ante todo ingresaban extranjeros, cuyo flujo irregular a Espaa trat de
centralizarse en el campo de Cervera. Pero an ingresaban espaoles del exilio, que
eran internados en estos ltimos centros antes de ser enviados al campo de Reus, o en
la Seu o Bossost antes de ir a Granollers o Lleida, respectivamente.
Varios miles de prisioneros pasaron temporalmente tambin por el campo Miguel
de Unamuno, en Madrid, para formar los BDST cuando dependa su jurisdiccin de
la 1. RM. Este centro, adems, centralizaba todas las materias referidas al vestuario
de los prisioneros trabajadores y, de hecho, se hallan abundantes quejas por el
deplorable estado del material que utilizaban, el cual en teora deba componerse
de dos guerreras, dos pantalones, un gorro, dos camisas, dos calzoncillos, dos pares
de calcetines, un par de borcegues, un par de alpargatas, dos tohallas [sic], un
ceidor, una bolsa de costado y un capote-manta en poca de invierno[88] o, en su
defecto, deba incluir un mono de trabajo, y siempre un par de mantas para el
invierno. Prendas que, segn se desprenda del informe oficial realizado por el
Ministerio del Ejrcito, los propios prisioneros rompan para no poder salir a trabajar.
Prendas que, adems, servan como materia para comercios ilegales con la poblacin
donde se asentaba cada Batalln, aprovechndose del estado generalizado de escasez
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material que caracteriz la Espaa de posguerra. Pero en el campo Miguel de


Unamuno, ante todo, se centralizaron las revisiones mdicas de los prisioneros
trabajadores. Entre abril de 1940 y noviembre de 1942, fecha esta ltima significada
por la clausura de la Jefatura de Campos, haban pasado 5214 prisioneros por el
campo, de los cuales 1762 eran extranjeros, para determinar los grados de inutilidad
para el trabajo derivados de accidentes en el trabajo, heridas de guerra,
enfermedades o malformaciones congnitas.
Sin embargo, no por provisional fueron buenas las condiciones de estancia de los
prisioneros en el Miguel de Unamuno. De hecho, el sistema concentracionario,
aunque drsticamente reducido y trasladadas sus funciones a los batallones
disciplinarios, fueron foco tambin en posguerra de infecciones e insalubridad. El
caso mejor conocido es el del campo de Reus, al que se hubo de renunciar en 1942
ante la epidemia de tifus que aquej a unos 300 internos, tenidos en cuarentena[89]. El
jabn, elemento fundamental para el mantenimiento de la higiene de los internos,
haba sido esquilmado, desconocindose los porqus de tal prctica, clave para la
difusin de la enfermedad en el campo[90]. En una visita a la 4. RM adems de al
campo de Reus y a la Comisin Receptora de Figueres, a los BDST 18 (Cherta,
Tarragona), 19 (Pobla de Lillet, Barcelona), 42 (Girona), 43 (Barcelona), 44 (Vic,
Barcelona), 46 (La Escala, Girona) y 48 (Sarria de Ter, Girona), as como a los
trabajos en las excavaciones de Ampurias, en malas condiciones, Csar Mateos
pudo comprobar cun deficientes eran las condiciones de los internos. La escasez y
falta de aptitudes de los cuadros de mando, as como de los soldados de escolta,
obligaron a someterles a un serio correctivo y a recordarles que su labor era
fundamental para la Nueva Espaa, en cuanto que eran elemento imprescindible para
la mejora ideolgica de los soldados trabajadores. A esas deficiencias se sumaba la
carencia de capellanes y la mala alimentacin.
Tal vez ese viaje de inspeccin fue el que determin la decisin de Csar Mateos
de acabar definitivamente con el mando militar de los soldados movilizados por la
Repblica durante la guerra, y terminar por fin con un proceso administrativo largo,
chirriante y muy por encima de las capacidades reales del Ejrcito de Franco. En ese
ao se consider que cuantos republicanos estuviesen en edad militar y no hubiesen
regularizado su situacin en la Nueva Espaa de Franco ya haban pasado por las
diferentes modalidades de la justicia militar, en forma de tribunales, comisiones
clasificadoras o trabajos forzosos. En 1942, por tanto, se puso fin a la detencin
anmica e ilegal de los soldados espaoles y a su empleo en trabajos forzosos,
generalmente sin saber su fecha de finalizacin, para dejar en el paisaje solamente a
los penados trabajadores, aquellos sobre los que recaa una pena judicial precisa y
que descontaban pena con el trabajo. Y, de tal modo, el cierre de unidades de
soldados republicanos, iniciado de manera sumarial en noviembre de 1941, tom el
impulso definitivo en 1942 hasta llegar a la clausura de la Jefatura de Campos y
Batallones Disciplinarios.
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La situacin en noviembre de 1941 era la de la reciente clausura de los campos de


Rota, Ceuta y Palma de Mallorca, de la Subinspeccin de la 3. RM, de los campos
para prisioneros de la guerra civil, de todas las comisiones de clasificacin, de los
BDST de los nmeros 51 a 74 y del 75 al 100 (salvo el de Las Palmas), y de los
BB. TT. relacionados en nota[91]. De tal modo, seguan bajo mando de la Jefatura los
campos de Reus, Miranda, Miguel de Unamuno, los hospitales penitenciarios de
Zumaya, Pamplona y Barcelona, as como los siguientes BDST, empleados en su
gran mayora en obras militares de fortificacin en los Pirineos y el Estrecho de
Gibraltar, como medio de defensa ante posibles ataques o invasiones territoriales en
el contexto de la segunda guerra mundial, as como para preparar una Operacin
Flix destinada a invadir el Pen con el apoyo de las tropas nazis.

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De entre los trabajos militares realizados por los Batallones Disciplinarios, cabe
destacar la llamada Lnea Pirineos, destinada a fortificar la frontera ante las
victorias aliadas de 1942. A principios de ese ao, ms de un millar de soldados
trabajadores eran empleados en la construccin de bnkeres y nidos de
ametralladoras que evitasen un internamiento en el territorio nacional[92]. Asimismo,
a lo largo de 1942 fueron trasladados de lugar, tambin por motivos defensivos,
buena parte de los Batallones ubicados en las zonas andaluzas y marroques, pero sin
cambiar ni su numeracin ni su funcin defensiva preventiva. En junio se clausuraron
los Batallones 42 y 44 y, en octubre, los nmeros 3, 7, 8, 11, 12, 29, 41 y 51, amn de
una nueva redistribucin para dotar de soldados trabajadores para fortificaciones a las
provincias de Mlaga, Logroo, Sevilla, Soria y Guadalajara.
La situacin de la poblacin prisionera nacional a cargo de la Seccin Dcima de
la Direccin General de Servicios del Ministerio del Ejrcito quedaba, a mediados de
1942, conformada por 46 678 soldados trabajadores clasificados desafectos; 357
trabajadores emboscados; y 551 en el BDST 75 de Palencia y 74 en Miranda de
Ebro, sancionados por la Fiscala Superior de Tasas por delitos monetarios. En esa
fecha, adems, existan 139 prisioneros extranjeros de la guerra civil en Miranda de
Ebro, as como 1161 refugiados polticos y doce pendientes de expulsin, pero como
pronto se comprobar, esa cifra no era sino el reflejo puntual de la situacin de los
internos en el campo burgals. El nmero de refugiados provenientes de Francia que
pas por Miranda de Ebro supera, muy largamente, la escasa aunque significativa
cifra dada por la Jefatura de Campos y Batallones Disciplinarios para julio de
1942. Sumados unos y otros, nacionales y extranjeros, eran casi 49 000 los
irregulares en Espaa sometidos a rgimen concentracionario y de trabajos
forzosos, ante todo internos en los 51 BDST (45 457) donde se cumpla con la mili
de Franco, el paso obligatorio por filas para poder formar parte de la comunidad
espaola.
Hubo ms campos de concentracin para internos espaoles as denominados en
la Espaa de Franco. La DGS, en particular, habilit desde 1940 y con la mano de
obra de varias compaas de trabajadores el campo de Nanclares de la Oca, anejo a
una cantera en el trmino municipal de Garabo y construido en forma de panptico, y
all fueron trasladados durante toda la segunda guerra mundial nacionales y
extranjeros considerados indeseables: unos, por dudosas cuestiones polticas y de
orden moral; otros, por haberse cursado su orden de expulsin de Espaa y no haber
accedido a ella. Con ocho barracones en forma trapezoidal de manera que las
entradas quedasen dirigidas todas hacia el mismo punto (una torreta de vigilancia se
emplaz en el vrtice del tringulo que idealmente formaban) y una doble alambrada
de espino (amn de los tradicionales emplazamientos de ametralladoras), el campo
contaba con unos servicios indispensables, como la enfermera, pero tambin con
otros impensables para un campo de prisioneros de guerra, como celdas de castigo
construidas previamente. Como resultado de su utilizacin, y en particular de los
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trabajos en la cantera, el libro de enfermeras del campo registr 81 fallecimientos[93].


Del campo de Nanclares tratar al explicar el internamiento y trabajo forzoso de los
refugiados extranjeros en Espaa, y si no se detalla en principio ms es porque no
existe documentacin que testimonie sobre el internamiento de espaoles
corregidos por la Ley de Vagos y Maleantes, porque stos dependeran de
instituciones civiles, y porque su construccin se ejecut con mano de obra penal.
La orden del 28 de octubre de 1942 supuso la disolucin de la Jefatura de Campos
de Concentracin y Batallones Disciplinarios, y entr en vigor el 15 de diciembre de
ese ao, con la incorporacin a las Unidades del Ejrcito del personal de los
batallones de trabajadores, salvo el penado y los sancionados por la Fiscala General
de Tasas. Se sealaba all que el Miguel de Unamuno sera cerrado, quedando tan
slo Miranda de Ebro, bajo el mando de la 6. RM, pero para entonces su poblacin,
como se ver a partir del prximo captulo, era sustancialmente diferente. Eso supuso
el fin del poder militar, a nivel institucional, sobre los prisioneros de guerra, al
cerrarse los BDST. Por ms que, pasado 1942, an se hallen huellas de juicios
militares y consejos de guerra por delitos derivados de la guerra civil, lo cierto es que
ese ao marc la retirada del Ejrcito de la pugna entre tres ministerios, Gobernacin
(DGS y RR. DD.), Justicia y el propio Ejrcito por el control de la poblacin
espaola que hubiese combatido en el bando republicano. Esto es, ms de tres aos
despus del final retrico de la guerra se daba por terminada la depuracin militar de
los soldados del Ejrcito Popular.
Por ese motivo, porque existieron hasta esa fecha soldados bajo su jurisdiccin, la
ICCP, reconvertida en JCCBD, se mantuvo en vigor hasta 1942: su cierre estuvo
marcado por el fin de sus competencias sobre los soldados republicanos clasificados
y puestos a trabajar sin pena judicial. Con la reconversin en posguerra de los
Batallones de Trabajadores en Batallones Disciplinarios, realizada para cumplir con
la normativa que obligaba a los soldados republicanos a realizar el tiempo de servicio
militar hecho bajo el control republicano durante la guerra civil y que no fue
reconocido por el Estado, la JCCBD an mantuvo su control sobre militares que
deban responder por su actuacin durante el perodo blico. Los campos de la guerra
civil, independientemente de los que fueron mantenidos para internar a los refugiados
de la guerra mundial, duraron hasta 1942: hasta que el ltimo soldado republicano
hubo cumplido su deber patritico de internamiento, clasificacin y trabajo forzoso
extrajudicial. Mas no por ello se finiquit, como se ha sealado, el empleo de mano
de obra forzosa, toda vez que las necesidades de ella para el Ejrcito, lejos de
disminuir, aumentaban, debido a la situacin de guerra internacional. Adems,
seguan ingresando progresivamente y en funcin a la presin alemana sobre la
frontera pirenaica grupos de soldados entre los que haba muchos espaoles a los que
haba que clasificar y depurar.
Tanto es as, que durante el ao de 1944 hubo abundantes proyectos para la
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instalacin de campos de concentracin no slo para internar a los refugiados


provenientes de Francia, sino tambin a esos grupos de exiliados que tomaban el
camino de regreso a travs de las redes clandestinas de penetracin en el pas. Y,
claramente, exista un problema para la Espaa de Franco, el de la lucha armada
guerrillera, el maquis en guerra contra el fascismo en Europa y contra el franquismo
en Espaa. No es fcil, sin embargo, dictaminar el grado del impacto del fenmeno
maquis sobre el sistema concentracionario. Lo que s es cierto es que no parece que
los guerrilleros fuesen tratados del mismo modo que los refugiados extranjeros o los
soldados republicanos y que, por tanto, no fueron internados en campo o batalln
alguno, sino que ms bien su sino fue el del juzgado militar. Los campos proyectados
en Arvalo, el Valle de Montblanc, Calatorao o el Monasterio de Ucls (Cuenca)
jams fueron puestos en funcionamiento, aunque all se trasladasen barracones,
ingenieros, bombas de agua, maderas, hierros, uralitas y trabajadores. Desde 1942 la
mano de obra forzosa en la Espaa franquista sera exclusivamente penal y no
prisionera, acabando por fin y en teora con el rgimen de pseudolegalidad que
abarcaba el internamiento forzoso sin causa judicial y a los trabajadores depurados
que dieron su trabajo para la reconstruccin de un pas devastado por una guerra que,
no lo olvidemos, haba comenzado seis aos antes con un golpe de Estado propiciado
por los vencedores en 1939.
Completamente? Ni mucho menos. Al citar el documental Prisioneros de
guerra, realizado en San Pedro de Cardea para dar propaganda al apresamiento de
internacionales, he citado la situacin de quien fuera uno de los internados que pas
ms tiempo junto con los yugoslavos Yugomir Thomsic y, por encima de todos,
Ivan Bircic en campos de concentracin y trabajos forzosos, el chino Chang Aking.
En junio de 1943, los 139 internos extranjeros de Miranda que provenan de la
campaa blica se haban reducido a 27, abandonados por sus legaciones
diplomticas; cuando, el 22 de junio de 1943, se decidi que deban ser expulsados
del pas, obteniendo paulatinamente y por fin sus cartas de libertad, acumulaban entre
todos, teniendo en cuenta que 1940 fue bisiesto, un total de 49 770 das de
apresamiento. Es decir, ms de 136 aos y 4 meses de reclusin, trabajos forzosos,
internamientos, traslados, pulgas, maltratos, reeducaciones. Y sin ninguna pena
judicial interpuesta. En ese ao de 1943, los nombres, pases de procedencia y fecha
de captura de los decanos en los campos franquistas eran:

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De hecho, para 1942 el sistema concentracionario franquista haca poco que tan
solo haba atravesado el ecuador de su historia. El internamiento forzoso en campos
de concentracin y, en particular, en Miranda de Ebro, de los refugiados polticos
provenientes de Francia desde 1939 y hasta 1947 trajo consigo el mantenimiento de
unas dinmicas e incluso de unas inercias adquiridas en un largo aprendizaje de
poltica reclusoria. Paralelamente al internamiento de republicanos en posguerra, e
incluso superndolo en el tiempo, la detencin en campos de concentracin de
franceses, polacos, checos, ingleses, judos considerados aptridas y hasta de
alemanes antifascistas y pertenecientes al NSDAP supuso en muchos aspectos la
continuacin de una poltica, la de regular mediante la detencin preventiva en
campos de concentracin a los soldados y personal en edad militar, desarrollada y
perfeccionada en tiempos de guerra civil. Primero de modo anmico, despus
pseudolegal, pero siempre tomando como punto de referencia la necesidad de excluir,
reaprovechar y reeducar a los disidentes de la Nueva Espaa, durante los siete aos
en los que los soldados republicanos fueron sometidos al rgimen de campos de
concentracin y trabajos forzosos no penales, hubieron de saber la diferencia entre
una teora, que deca que nadie [en la Espaa franquista] ser privado de libertad por
actividades criminosas ms que el tiempo necesario para su correccin y
reeducacin[94], y una realidad de detencin irregular y en condiciones de vida
lamentables, muchas veces sin fecha lmite, sometidos a la humillacin de los
programas de recatolizacin y desmarxistizacin que no eran sino la traslacin, en
el plano concreto, de toda una retrica de exclusin de la comunidad nacional de sus
miembros enfermos.

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6
Campos para una guerra mundial
1940-1943

NA DE LAS LNEAS DE CONTINUIDAD

ms relevantes entre la historia


concentracionaria franquista durante la guerra civil y la posguerra, y la de la
segunda guerra mundial, es que en ambos casos los internados fueron perdedores.
Desde el estallido del conflicto mundial en 1939 hasta su fin en 1945 pasaron ante
todo por Miranda de Ebro, aunque tambin por Molinar de Carranza, el Balneario de
Sobrn o Nanclares de la Oca, millares de internos huyendo de las tropas invasoras
alemanas primero, huidos de campos de concentracin para prisioneros aliados
despus, o alemanes y colaboracionistas, algunas veces tambin huidos de campos
esa vez, sin embargo, campos de los maquisards y los aliados, que obligaron en las
postrimeras de la historia del campo de Miranda a duplicarlo administrativamente,
entre el campo aliado y el campo alemn. Durante la posguerra espaola se
mantuvo la premisa, ya observada para los soldados republicanos con el
internamiento en los BDST, de que toda persona en edad militar y situacin irregular
dentro de la Espaa de Franco estuviese bajo el gobierno del Ministerio del Ejrcito.
Y eso, aadido a factores polticos que se explicarn, sirvi tambin para los
refugiados extranjeros. Los no espaoles, independientemente en principio de su
nacionalidad, su raza o su religin, si eran varones y tenan entre veinte y cuarenta
aos, seran tambin internados en los campos dependientes del Ejrcito. En una
sociedad uniformada como la de la Espaa de posguerra, con un Estado nacido al
calor de las batallas de una guerra civil, los campos de concentracin fueron el
ineludible limbo donde recluir (y excluir) a los irregulares.
Para conocer con exactitud el nmero de refugiados que fueron internados en
Miranda durante los aos de la segunda guerra mundial habra que realizar un trabajo
muy por encima de las posibilidades de esta investigacin, y sera el de analizar todas
las fichas personales (ms de 15 000) de extranjeros depositadas en el AGMG para
cruzarlas despus con las largas listas de internados y liberados y que se hallan entre
la vasta documentacin del AMAE. Obviamente, los listados superan largamente esa
cifra de 15 000, puesto que, adems, hubo muchos internos a los que no se les abri
expediente administrativo. Por otro lado, las cifras que puedan deparar los listados
del AMAE son, en principio, equvocas. Incompletas, desordenadas y caticas, segn
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para qu embajada o legacin internacional en Espaa se daban los listados de


internos para los que se peda la libertad, los de trasladados a Miranda sin duda, los
ms incompletos, o los de liberados efectivos o no. Sin un criterio nico y sin que
las tablas que de vez en cuando se ofrecen y que dan la situacin en un momento
determinado sealen tiempos de estancia o cuntos de los registrados lo eran
tambin en listados precedentes, no es sencillo dar una valoracin del nmero de
internos de Miranda de Ebro entre 1939 y 1947 y, sobre todo, entre 1939 y 1945. No
se han localizado estadillos sobre altas y bajas mensuales como s que existen, por
ejemplo, del San Pedro de Cardea de la guerra, con lo que el riesgo de contar dos
o ms veces a un mismo internado solamente sera soslayable con una investigacin
monogrfica que se permitiese el tiempo y la paciencia de cruzar todos los datos
existentes. Y, aun as, la cifra que resultara simplemente estara cercana a la realidad,
pero no podra considerarse en modo alguno absoluta.
A casi sesenta aos del cierre de Miranda y sin que haya habido un slido trabajo
especfico ahora se estn desarrollando investigaciones parciales por grupos de
nacionales sobre la historia de ese campo durante la segunda guerra mundial, la
historia de los europeos y americanos internados en Espaa sigue siendo por tanto un
ngulo oscuro, aunque cada vez menos, en la general y bien conocida historia del
conflicto blico y, en particular, de los cientos de miles de prisioneros de guerra,
refugiados y desplazados forzosos que aqul gener. Extraer de las montaas de
documentacin sobre Miranda una historia concreta del campo es una difcil tarea
que ha logrado meritoriamente la nica monografa existente sobre el campo. Sin
embargo, ni las actualmente en curso, ni las ya publicadas, ni esta misma
investigacin podrn ser jams completas y conclusivas, aun acercndose mucho a
las complejas realidades de un campo que simboliza no ya slo la posicin espaola
frente a la segunda guerra mundial, sino tambin los miedos de los refugiados, las
ansias de huida y refugio, los deseos de continuar el combate contra las potencias
invasoras de Europa.
La historia de los internados en los diferentes campos y centros de refugiados en
Espaa durante la segunda guerra mundial debe, a todas luces, ser observada desde
varias perspectivas complementarias. Una es la de la situacin internacional en poca
de conflicto blico, y en particular la situacin del continente europeo y del Norte de
frica, zona natural de influencia recproca con Espaa, en las diferentes fases del
mismo. Otra, la de la poltica interna en Espaa, un pas devastado por la guerra
cuyos cambios ministeriales, polticos, estratgicos, revelaban un deseo de
mantenerse en el poder por parte de la coalicin vencedora de la guerra fratricida: un
deseo que se pone en relacin con las diferentes estrategias y apoyos internacionales
que tuvieron consecuencias directas en la vida concentracionaria. Y, por ltimo pero
no menos importante, la de esas estrategias en poltica internacional espaola, que a
grandes rasgos han sido descritas en fases de neutralidad, no beligerancia y de nuevo
neutralidad en la guerra mundial si bien sean necesarios matices, como el de la
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situacin de (y polticas para con) los internados extranjeros, y que desde 1945
tuvo un eplogo en el internamiento, ocultacin o deportacin de nazis y
colaboracionistas con el rgimen nacionalsocialista y sus estados ttere. En las
prximas pginas se van a observar estas lneas, muy conocidas y bien investigadas,
desde dentro de las alambradas de los campos de concentracin de Franco: un tema
menos frecuentado, sobre el que se han vertido opiniones dispares no siempre
acordes con la realidad que se observa a la luz de la documentacin y que, en
muchos momentos de esta larga (1939-1947) historia, fueron objeto de capital
importancia y representacin clara de la posicin de Espaa frente al conflicto blico
mundial.

1. ESPAA Y LOS CAMPOS DURANTE LA TENTACIN DEL EJE


(1939-1941)
Desde la victoria franquista al estallido de la conflagracin mundial pasaron tan
slo cinco meses. Desde el inicio de sta hasta la destitucin de Serrano Ser en la
cartera de Asuntos Exteriores, treinta y seis. Estos meses (y ante todo los de 1940),
definidos por la historiografa como de tentacin del Eje en referencia a las
posibilidades para que Espaa entrase en guerra, resultan estar entre los ms
polmicos de la historia de las relaciones exteriores espaolas. Como han sealado
los ms solventes estudios sobre la posicin de Espaa un pas, no lo olvidemos,
depauperado: en enero de 1941 se lleg a ordenar el racionamiento del pan[1]
durante los primeros dos aos de contienda mundial, ideolgica y polticamente, as
como por su evidente deuda en la victoria de la guerra civil, el Nuevo Estado estaba
claramente situado al lado del Eje encabezado por la Alemania nazi; mas su situacin
desastrosa en el interior, resultado precisamente de las consecuencias de
conflagracin fratricida, as como de los diferentes posicionamientos dentro de la
coalicin vencedora en el poder, impeda un claro alineamiento blico. La neutralidad
ante el inicio de la segunda guerra mundial (acentuada por el pacto germanosovitico) se tradujo en 1939 en un acercamiento a Italia para tratar de impedir la
extensin del conflicto[2]. Pero cuando la Alemania nazi rompi el frente occidental
en mayo de 1940, y el 10 de junio la Italia de Mussolini entr en guerra al lado de
Alemania, las cosas cambiaron para Franco.
Su paso de la neutralidad a la no beligerancia, de facto una prebeligerancia con
claras tendencias pro Eje (incluida su entrada efectiva en el Pacto de Acero entre
Alemania e Italia), implic para Espaa servidumbres de extraordinaria gravedad en
el campo policial, en los servicios de informacin[3] con respecto al Eje germanoitaliano. Los deseos de que Hitler hiciera un sitio a las reivindicaciones espaolas
para el reparto de un supuesto botn en forma de posesiones territoriales (en frica y,
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por supuesto, Gibraltar), sin embargo, resultaron completamente intiles. Espaa no


entr en la guerra ni tras las visitas de Serrano Ser a Alemania, ni tras su
devolucin por parte de Himmler, ni tras el ascenso del cuado de Franco a la cartera
de Exteriores a finales de 1940, ni tras la tan manida entrevista de Hendaya entre
Franco y Hitler en la cual el primero hubo de firmar un protocolo de entrada en el
Pacto Tripartito de septiembre de 1940 entre Alemania, Italia y Japn. Y no fue
porque el dictador gallego no lo desease, ni porque se resistiese a las presiones del
segundo, sino porque Alemania vea en Espaa y en sus demandas un problema y no
una solucin. En el curso de la segunda guerra mundial, Franco comprendera el
lmite a sus aspiraciones y, entonces, con su infinita capacidad de amoldarse sobre la
marcha optara ms por mantener su absoluto poder en Espaa[4].
Pero independientemente del resultado efectivo de los coqueteos y aspiraciones
franquistas, parece claro que ante los avances alemanes en Europa y frica, y con la
ocupacin de Grecia, Franco estuvo tentado de entrar en guerra al lado de Italia y
Alemania. Y en este marco de prebeligerancia (no se interviene en la guerra pero s se
apoya a un bando), que tuvo serias oposiciones polticas dentro y fuera del pas en
particular, el rechazo de los militares monrquicos como Aranda, Orgaz o
Kindeln, apoyados por las naciones aliadas pero que deline un reajuste en las
relaciones bilaterales entre la Alemania nazi y Espaa, debemos enmarcar esta
primera fase del internamiento en campos de concentracin franquistas de refugiados
provenientes del extranjero[5]. Mientras Serrano Ser, a la cabeza de los
germanfilos, se mantuvo en la cartera de Asuntos Exteriores, e incluso antes con
Beigbeder, la poltica para con los refugiados internados de los pases beligerantes
enfrentados a Alemania fue la de retencin sitie die e incluso de entregas a los nazis
en la frontera con la Francia ocupada.
Ciertamente, el estatus no beligerante sirvi a la Espaa de Franco para
desarrollar una estrategia de doble rasero. Con Serrano, se realizaron acuerdos
comerciales con Gran Bretaa y Estados Unidos; y, ms importante an para este
asunto, hubo ambigedades como la de permitir en Madrid representaciones
diplomticas oficiales u oficiosas de pases ocupados por el Tercer Reich. Sin
embargo, en lo respectivo a los refugiados de los pases beligerantes, que empezaron
a llegar a territorio espaol desde el inicio de la contienda en busca de asilo poltico,
el apoyo al Eje fue incondicional. A fin de cuentas, muchos eran soldados que podan
integrarse a sus pases y, por tanto, a los ejrcitos en combate contra Alemania.
Auspiciadas por Serrano, las entregas de internos refugiados en Espaa fueron parte
de la poltica de ayuda al Eje, siendo la nica alternativa la de la retencin en
privacin de libertad. Franceses, polacos, hngaros que huan de la ocupacin
alemana fueron entregados a los soldados alemanes, atravesando el Bidasoa para no
volver.
Lo cierto, sin embargo, es que fue este un problema que alcanz mayor magnitud
a partir de la segunda mitad de 1940, con el armisticio de Francia, y en 1941. Hasta
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1940 el internamiento de extranjeros tuvo por objeto y motivo de preocupacin,


como se ha visto en el captulo anterior ms a los miembros de las BB. II. en
Belchite y Miranda que a los nacionales de los pases en guerra, si bien existen
indicios de que la nueva preocupacin, y la nueva poltica concentracionaria, tendran
por objeto a los refugiados extranjeros. La mayor preocupacin espaola en 1939 y
1940 fue, por tanto, la de los extranjeros prisioneros de la campaa civil, a los que
paulatinamente empezaban a sumarse refugiados franceses, ingleses o polacos, civiles
o militares. Declarada la guerra mundial en septiembre de 1939, los internos en
Belchite de pases beligerantes fueron mirados con suma atencin en aras de no
permitrseles la reincorporacin a sus respectivos ejrcitos nacionales, sobre todo si
se trataba de pases ocupados por el Eje o combatientes contra l. De tal modo, los
prisioneros alemanes, italianos, austracos, checos y balcnicos, que sumaban ms de
150, no llegaron a ser asistidos por la CRI, y pidieron a los gobiernos de Gran
Bretaa y Estados Unidos el asilo poltico. Aunque, posiblemente, el caso ms
sangrante fuese el de los internos franceses: en el siguiente cuadro, de mayo de 1940,
puede comprobarse que se trataba del grupo nacional ms numeroso con gran
diferencia, entre los 443 internos en el Grupo de Trabajadores Internacionales de
Belchite.

El internamiento de extranjeros por delitos en cierto modo polticos hubo de ser


tratado, no obstante, con suma cautela por su impacto en el orden internacional. La
conveniencia nacional, sealaba un asesor del Ministerio del Ejrcito a su jefe,
obligaba a que los trmites penales no fuesen exactamente los mismos que en caso de
delincuentes espaoles, por lo que cierta flexibilidad hubo de ser demandada de
manera urgente a las esferas judiciales: permitir la liberacin de campos de
concentracin y la expulsin del pas para los internos sin procedimientos judiciales
abiertos, el sobreseimiento de las penas por adhesin o ayuda a la rebelin o el

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indulto por parte de Franco para los encartados, con la consiguiente expulsin de
Espaa, ayudara a limar las dificultades para nuestras relaciones internacionales.
Pero, como era habitual y haban denunciado los propios trabajadores extranjeros de
Belchite, sin un criterio nico para todos; esto es, de manera arbitraria. Los internos
franceses de Belchite y Palencia fueron progresivamente reducidos de 81 a 54 entre
mayo y agosto de 1940, pero no con la repatriacin sino, adems, con el traslado al
campo de concentracin de Miranda de Ebro[6].
No obstante se ordenase que los prisioneros no sujetos a causas judiciales fuesen
puestos en libertad y expulsados del territorio nacional, siguiendo el criterio de
benevolencia que inspira todos los actos del Jefe de Estado, aun con aquellos
extranjeros que han hecho armas contra la Espaa Nacional, lo cierto es que sta se
tramitara con gran lentitud, hasta el punto que las primeras liberaciones, diez del
Batalln 27 trasladado a Palencia tras la fusin del Grupo de Extranjeros y el
Grupo de Nacionales de Belchite en febrero de 1940 y catorce del 75 de Belchite,
no se dieron hasta finales de enero de 1941, y no fue hasta junio de ese ao cuando
salieron de Espaa los ltimos internados franceses sin pena judicial, tres de Belchite
(Raymond Alexandre Borull, Nicols Izquierdo Soles y Laurent Ruiz Antonio) y dos
de Palencia (Joseph Adel y Jean Garca). Aunque, en realidad, no sera demasado
diferente de la suerte corrida por los miembros de otras comunidades nacionales: la
liberacin en agosto de 1940 de los dos ingleses de Belchite fue rechazada por no
poderse comprobar su nacionalidad se crea que eran espaoles inscritos con
nombre falso, y dos de los cuatro suizos no abandonaron el Batalln hasta marzo
de 1941, dos meses antes que los ltimos cuatro griegos y uno antes que los ltimos
16 hngaros con responsabilidades derivadas de la guerra civil, dos aos despus de
su finalizacin[7].
En 1941, sin embargo, ya no existira diferencia explcita entre los encausados
por motivos derivados de la guerra civil y los refugiados polticos en Espaa que
huan de la segunda guerra mundial. Pero sus situaciones no eran por entero iguales:
mientras los segundos eran internados sobre todo en Miranda de Ebro, los primeros
haban contribuido a crear uno de los smbolos ms importantes, uno de los lugares
de la memoria victoriosa y tambin de la humillada de Espaa: el Pueblo Nuevo
de Belchite. En diciembre de 1941, todos los internacionales internados en Palencia
fueron trasladados definitivamente a Miranda de Ebro. Para entonces, el gran bloque
de detenidos responda a otro de los graves conflictos internacionales que hubo de
afrontar la Espaa franquista: la entrada de refugiados por la frontera con la Francia
de Vichy.
Y es que, como puede verse, la mayora de los grupos nacionales con verdaderos
problemas para su repatriacin haban visto que sus pases eran ocupados por el
Tercer Reich alemn durante el perodo de su internamiento. Tal era la gravedad de la
situacin que se lleg a pedir el envo de los yugoslavos de Belchite, entre otros, a
Amrica del Sur o a Estados Unidos en 1941. Y es que, desde luego, algunos
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precedentes inmediatos no resultaban de lo ms alentador. En junio de 1939, por


ejemplo, el propio general Franco haba decidido personalmente que ocho prisioneros
de guerra internados en San Pedro de Cardea fuesen entregados a los nazis, aun
cuando Jos Rojas, jefe del Servicio Nacional de Poltica y Tratados del MAE, haba
expuesto sus dudas a la entrega lisa y llana de los citados prisioneros sin cerciorarse
antes de la suerte que les espera, sensible a las crticas inglesas de enviar al
sacrificio a seres indefensos[8]. Por supuesto, deca, era difcil denegar a un pas
amigo la entrega de sus nacionales. Pero si eso implicaba la pena de muerte, se
incurrira en un triple error: el de subvertir los principios de las extradiciones; el de
dar pie a una campaa negativa de prensa; y, sobre todo, el de rebajar la potestad
espaola: si innegablemente somos nosotros los ms ofendidos deca y no
hemos aplicado la ltima pena a los que contra nosotros combatieron, no parece
lgico admitir que sean objeto de ella por parte de su pas originario y por slo
razones ideolgicas o polticas. Eso era an 1939. De su puo y letra, Jordana
escribi: S. E. el Generalsimo orden se entreguen.
Qu tipo de refugiados hubo, pues, en Espaa antes del armisticio francs de
junio de 1940? Bsicamente, grupos de civiles de los pases ocupados por Alemania y
grupos de soldados aliados. Algunos de los primeros franceses que cruzaron la
frontera, como Marius Postiglioni, E. Laforge y Juan Azam, fueron internados en
Figueres, luego en Miranda de Ebro y, ms tarde, en Belchite, junto con los restos
internados de las BB. II[9]. Se les mezclaba, por tanto, con el resto de extranjeros ya
que en Espaa no se dict ningn tipo de poltica de extranjera destinada a impedir la
entrada de no espaoles por la frontera blica, los Pirineos. Y tampoco parecen ser
demasiados. Los refugiados que pasaron la frontera en 1939 y 1940 han dejado, sin
embargo, considerablemente poca documentacin sobre su estancia en Espaa, si lo
comparamos con las montaas de papeles que pueden consultarse desde 1941. Aun
as, la historia de algunos grupos de evadidos que suelen ser caracterizados por
nacionalidades y, en el caso particular de los judos, por religin es ms conocida
en estas fechas que las de otros. En particular, existe una no amplia pero s
significativa bibliografa sobre los primeros judos belgas y polacos que lograron
alcanzar la frontera huyendo de la presin de las tropas alemanas sobre sus pases[10].
Y tambin se conoce la reaccin de la administracin franquista en los ltimos
meses de 1940: ante la progresiva entrada de refugiados por la frontera espaola, fue
necesario establecer la clasificacin de los refugiados extranjeros en dos grupos, los
procedentes de pases beligerantes que haban cruzado la frontera constituyendo
ncleos militares organizados y armados, y los militares o civiles de cualquier pas
que no pasasen armados. Los del primer grupo quedaran como internados en campos
de concentracin, ya que la decisin tanto del MAE como de Ejrcito fue la de seguir
al pie de la letra los artculos 11 y 12 del Convenio V de La Haya, que regulaban el
asilo en pas neutral de las tropas fugitivas de un pas beligerante, previendo su
internamiento en campos, fortalezas o en otro lugar apropiado[11]. Es decir, desde
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el principio la solucin adoptada por el gobierno espaol ante la entrada de


refugiados fue la de su divisin entre militares o no, para internar a los primeros en
campos de concentracin y pasar los segundos (as como los considerados
indeseables, en particular los que se negasen, como italianos o alemanes, a la
expulsin del pas porque su situacin poltica les comprometa en los de acogida) a
depender de la administracin civil, concretamente de la Direccin General de
Seguridad. Fue por tanto la presin militar alemana sobre Francia la que vino a
trastocar completamente lo que desde 1939 haba sido un lento laissez faire que no
pona en demasiado compromiso la posicin espaola, permisiva hasta 1940 con
excepciones, como los internos entregados por la frontera de Irn con la estancia
de refugiados.
Esta orden, divulgada para intentar homogeneizar la actuacin de los diferentes
poderes responsables de los extranjeros en Espaa, tena sin embargo un antecedente
en junio de 1940: el permiso a los capitanes generales de las diferentes regiones
militares, ante el armisticio francs y siendo an Juan Luis Beigbeder ministro de
Asuntos Exteriores, para la instalacin de campos de concentracin a fin de evitar la
infiltracin de elementos extranjeros sospechosos en territorio espaol; permiso
empleado para acordar el uso de Miranda de Ebro, con fecha de 4 de julio de 1940,
para los sbditos extranjeros ingresados en territorio nacional sometidos a un
rgimen similar al de los prisioneros extranjeros de la Campaa, si bien
debidamente instalados en pabellones independientes, sin efectuar trabajo alguno y
con la debida diferencia entre Oficiales y Tropa de aquellos que lo fuesen en los
Ejrcitos extranjeros, gozando los primeros de la condescendencia debida a su
graduacin. Por ello, los 443 extranjeros de los que daba cuenta bajo su jurisdiccin
a 17 de mayo de 1940 fueron trasladados al campo de Miranda de Ebro[12].
De tal modo, a 20 de agosto ya estaba formado el entonces Grupo Especial de
extranjeros pendientes de expulsin procedentes tambin del BDST 75, de las
BB. II., hasta que fuesen entregados a sus representaciones diplomticas y en
espera de la tramitacin de sta, proceso que a la vista de cierta documentacin de
1945 resultara un completo fracaso. Entre ellos haba ochenta y ocho belgas
refugiados (primero internados en el Cuartel de Infantera de Ordua). Puesto que en
marzo de 1941 tan slo haba ocho internados de ese pas en Miranda, cabe pensar
que ochenta refugiados fueron entregados a manos alemanas, con un destino ms que
probable de fusilamiento o trabajos forzosos, o bien simplemente expulsados por la
frontera francesa. Aunque, es cierto, ya a finales de 1940 el Consulado General de
Blgica trabajaba por sacar a los internos de Miranda y mandarlos a Portugal. Era el
modo de evitar que cayesen en manos alemanas, precisamente de las que haban
salido huyendo.
Y es que el problema de los refugiados en la Espaa de Franco tom cuerpo,
realmente, desde junio de 1940, con la invasin alemana de Francia. El ejemplo de
los soldados polacos internos en Miranda desde ese ao ilustra bastante bien el
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periplo que muchos siguieron hasta dar con sus huesos all: las rutas que siguieron
para llegar a la frontera pirenaica variaron despus de que su pas fuera invadido en
septiembre de 1939, pero muchos se haban retirado entonces a Hungra, an pas
neutral. All fueron internados en campos: los pases neutrales podan desarmar y
confinar a los combatientes de pases beligerantes que entraran en su territorio, segn
las convenciones internacionales en materias blicas. Pero muchos de los soldados no
estaban vigilados por sus guardianes hngaros y se marcharon de los campos de
internamiento, llegando hasta Yugoslavia, donde embarcaron con destino a Marsella
para unirse a las fuerzas aliadas que estaban combatiendo en Francia. Fue con el
armisticio de junio de 1940 cuando los polacos se trasladaron a Espaa: tenan la
esperanza de que una vigilancia indulgente similar a la de los hngaros les permitiera
unirse a sus compatriotas que haban escapado cruzando el Canal de la Mancha. Pero
mientras cruzaban los Pirineos, la Guardia Civil les apres, comenzando as su
internamiento.
Internamiento que, debido al acercamiento germanfilo implcito en la no
beligerancia, supuso en ms de un caso una autntica tortura para los refugiados de
pases ocupados por Alemania o en guerra contra el Eje. Tanto fue as, que en algunos
momentos acarre debates jurdicos sobre el tratamiento de los evadidos en tierra
espaola pertenecientes a las naciones beligerantes[13]. Con fecha de octubre de 1940,
se hubo de suspender el convenio con el Reino Unido sobre Gibraltar y la entrega
mutua de reclutas y desertores, que databa de abril de 1838. Al encontrarse en
guerra Inglaterra con otros estados, su condicin de beligerante alteraba
esencialmente las condiciones de normalidad. Tal y como se deca, el desertor era,
en tiempo de paz, un delincuente con respecto a su Estado nacional y un refugiado
poltico con relacin al Estado que lo acoge. Pero en tiempo de guerra, tena adems
la consideracin de enemigo para los pases beligerantes y en consecuencia, el
Estado neutral o no beligerante que lo asila, si lo entregara a cualquiera de los
Estados beligerantes realizara un acto de beligerancia indirecta con infraccin
evidente de los deberes que le impone la condicin jurdica internacional de no
beligerante.
Un acto de beligerancia que, de facto, realizaron las autoridades franquistas,
anteponiendo su deseo de acercamiento a Alemania sobre su propio estatus jurdico
ante la guerra mundial. As, a la vista del crecimiento ya existente del nmero de
internos provenientes de Francia, en octubre de 1940 se decidi que se expulsara por
fin y directamente a los que no tuviesen abierta causa judicial y pudiesen ser
recogidos por una embajada o representacin diplomtica. Haba que dejar sitio a los
nuevos internos, dando comienzo as a la larga historia de las repatriaciones,
solicitudes de libertad, denegaciones e internamientos indefinidos que marcara la
historia concentracionaria espaola durante la contienda mundial. En noviembre de
1940 ya se estaban realizando muchas repatriaciones, generalmente mediante el
traslado a la frontera con la Francia de Vichy. Tanto era as que, a causa del nmero
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considerable de refugiados y prisioneros extranjeros a los que se iba expulsando, no


fue posible situarlos en los lugares que convena a las representaciones diplomticas
por lo que, desde entonces, fueron esas mismas las que sacaron a los internos de
Miranda. Lo cual, por otro lado, hubo de retrasar la mayora de las entregas[14].
Los primeros internados franceses en Miranda de Ebro, fugitivos que haban
pasado la frontera en condiciones irregulares pero que no haban cometido delitos
polticos ni de derecho comn, estaban esperando su liberacin en noviembre de
1940. Sumaban tan slo 150 y fueron expulsados de Espaa a principios de 1941,
cuando haca dos meses y medio que el germanfilo Serrano Ser haba accedido a
la cartera de Exteriores[15]. Y tambin de principios de 1941, exactamente del 1 de
marzo, data la primera lista numrica de internos por nacionalidades en Miranda de
Ebro, sealados como refugiados: se trataba de la exigua cifra de 410, en la que an
no se inclua a los aptridas (que, como tendremos ocasin de ver, solan ser judos
que haban perdido la nacionalidad por las leyes raciales del Reich). Su distribucin
era la siguiente[16]:

Hay que tener, no obstante, en cuenta que las cifras de internamiento variaban
casi todos los das (los belgas, a 20 de enero, eran 14). Entre otras cosas, porque las
repatriaciones como las de los sbditos belgas se realizaban con cierta celeridad,
como muestran algunos documentos del Ministerio del Ejrcito. A este total de 410 se
les aplic la normativa vigente de actuacin, redactada ante las quejas del gobierno
ingls por el trato recibido por cuatro de sus sbditos en la frontera pirenaica, a
quienes en el puesto de la Guardia Civil de Bielsa se les habra amenazado con la
entrega a los nazis. Y es que segn el derecho internacional no era posible devolver a
los evadidos ni a Francia ni, sobre todo, a Alemania. No obstante, parece que de
nuevo todo lo que sonaba a derecho, si bien ministros como Jordana trataron en todo

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momento de rectificarlo, era tenido como curiosidad menor ante las actuaciones
cotidianas. Al menos en lo que respecta a los evadidos de Francia, refugiados de
guerra, y sin embargo tratados como prisioneros. El paso a Espaa de esos
extranjeros y de los nacionales desde Francia dependa, segn tal normativa, de
dos puntos fundamentales: si se era de nacionalidad espaola, con visados de
embajadas o consulados espaoles en el extranjero, el paso era libre. Lo mismo si no
se tena por falta de tiempo, o por las circunstancias en el pas vecino, pero
demostrasen su fervorosa adhesin al Movimiento. Pero a los documentados sin
pasaporte ni avales se les retena vigilados y, si al cabo de un tiempo prudencial no
los conseguan, se les trasladaba a campo de concentracin, al igual que a los
documentados o indocumentados potencialmente sospechosos. Merece la pena,
adems, resear una frase de esta confusa orden: Los sbditos espaoles, hembras,
comprendidos [sic] en cualquiera de los apartados anteriores, se les dejar en libertad,
a no ser que susciten sospecha de ser rojas, por lo que pasaran a crcel[17].
Si en cambio se trataba de personal extranjero, los documentados con visados
espaoles podan pasar libremente, al igual que los que no los tuviesen pero s un
certificado de residencia en Espaa (un contrato de trabajo, un certificado de una
alcalda, un aval de negocios o cuentas bancarias), o una familia propia en Espaa,
para lo que bastara con una carta del cabeza de familia visada por la autoridad civil o
militar. Los que no tuviesen ni cartas, ni negocios, ni familia, ni visados, fuesen
considerados sospechosos, o fuesen desertores del Ejrcito aliado, seran obligados a
pasar de nuevo la frontera sin ser entregados a autoridad alguna, simplemente
rechazados. Al menos en principio y en teora, pues la prctica del internamiento en
Miranda de Ebro demostr que ni era tan sencillo retener en la frontera a los sbditos
extranjeros, ni tan fcil hacerles volver a pasar la frontera. A travs de la Francia
ocupada y, por tanto, por la frontera de Irn, las buenas relaciones espaolas con
Alemania favorecieron que, por ejemplo, en enero de 1941 fuesen entregados a los
nazis 14 belgas pedidos en diciembre de 1940, y que entre junio y julio de 1941
20 internados en Miranda desde mayo, entrados clandestinamente en Espaa,
tomasen el camino de la frontera de nuevo. Asimismo, tras pasar por Ordua, 41
marinos de ese pas ocupado fueron entregados por el puente internacional fronterizo.
A un refugiado chino, Ah Toa-Ug-Toheng, se le coloc directamente en la frontera
por la que penetr clandestinamente, al no tener representacin diplomtica su pas en
Espaa[18].
Las posibilidades de intervencin espaola al lado del Eje se haban desvanecido
a principios de 1941 y terminaran de hacerlo cuando, a finales de ese ao, Estados
Unidos entrase en la guerra[19]. Hitler miraba ya, tras tener que intervenir en los
Balcanes, a Rusia. Sin embargo, eso no fue bice para mantener una poltica de doble
rasero con respecto a los internos en Miranda de Ebro, en particular con los internos
de las naciones ocupadas por el Reich, y con el delicado tema de su entrega a las
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autoridades fronterizas. La diferencia, en este caso, radic en que empezaron a ser


odas las quejas aliadas, cuyos sbditos, en definitiva, se haba logrado que no fuesen
entregados directamente a los alemanes, y cuyas embajadas trataban de presionar
para que ningn refugiado saliese de Espaa salvo para ir a pases no ocupados. Aun
as, en la segunda mitad de 1941 y como parte del apoyo implcito y explcito de
Espaa hacia Alemania, pero tambin del distanciamiento interesado al que la
situacin le haba sometido, el MAE espaol hubo de ceder en parte ante la campaa
ejercida por la Embajada nazi para lograr que le fuesen entregados los sbditos
alemanes y de los pases ocupados por el Reich, en teora para reintegrarlos
urgentemente como mano de obra. En realidad, el modo en que habran de apoyar
las economas nacionales era mediante el trabajo forzoso.
Como se reconocera, adems, las entidades competentes alemanas estaban
dispuestas a recibirlos para llevarlos a sus respectivos pases de origen y
reintegrarlos a la vida econmica, excepto las personas de raza juda. Adems, por
tanto, de no darse demasiadas explicaciones sobre una entrega que por todos y, en
particular, por el representante oficioso de Polonia en Madrid se perciba como un
envo al matadero, un propsito de funestas consecuencias, se reconoca que para
los judos existan planes bien diferentes. De tal modo, en julio de 1941 se reclam a
los 331 refugiados polacos de Miranda de Ebro (as como a los escasos que an se
internaban en trabajos forzosos), adems de quejarse Alemania por la existencia de
diplomticos en Madrid que representaban a naciones ocupadas por su ejrcito.
Precisamente esa representacin era la que, a juicio alemn, pona a los soldados
polacos al lado de los ingleses para combatir contra ellos, lo que los alemanes
consideraban cierta connivencia con Polonia, al no detenerse a cuantos eran
reclutados en Niza por la Cruz Roja para pasar a formar parte del Ejrcito ingls o de
las unidades de De Gaulle. Ante esta ltima presin, la DGS cedi por vez primera,
aunque no fuese la ms grave, ordenando que se prohibiese terminantemente la
entrada de extranjeros polacos en edad militar aun cuando fuesen portadores de
pasaportes y visados legales.
La cuestin de las entregas, sin embargo, se vio que era de una ndole tal que
aconseja[ba] proceder con la debida prudencia: un modo de decir que las naciones
aliadas responderan firmemente ante la entrega de soldados enemigos al ejrcito
ocupante alemn. Por ello, el criterio a seguir fue que el refugiado slo sera
entregado a Alemania si exista su conformidad por escrito, salvo casos de
extradicin por delitos. Por estricta neutralidad en ese sentido, y para no daar las
relaciones con los aliados, el MAE hubo de soportar una fuerte presin alemana
durante esos meses tras darse a conocer que no se entregara a nadie en edad
militar[20]. Incluso llegaron a reunirse para tratar esa cuestin el coronel jefe de los
campos de concentracin y el delegado de la polica alemana en la Embajada de
Madrid. All hubieron de ceder ambos: los soldados de los pases ocupados slo
seran entregados a Alemania previa conformidad; sin embargo, a los alemanes (y por
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alemanes se contaba tambin a los checos) se les entregara directamente, por la


frontera de Irn.
El hecho, sin embargo, de que se incluyesen a los checos y eslovacos como
alemanes escandaliz al doctor Formanek, quien hablaba oficiosamente como su
representante en Madrid. Como seal al director poltico del MAE, Jos Pan de
Soraluce, sobre las consecuencias que tendra la entrega no poda haber duda
alguna. Estoy firmemente convencido deca que esta decisin ha sido tomada
nicamente con el fin de resolver en una forma expeditiva el asunto del
mantenimiento del Campo [de Miranda], pero sin tener en cuenta la verdadera
situacin de las personas en cuestin. Su suerte, es decir, el fusilamiento, es en este
caso evidente. Y calificaba todo ello de inhumano, llegando incluso a plantear la
posibilidad de que, ante la ausencia de una embajada en Espaa, fuese el Vaticano
quien se hiciese cargo de los refugiados checoslovacos ya que, por primera y no
ltima vez, el papa Po XII se haba interesado personalmente por su suerte, hasta
el punto de haber sugerido el envo de donativos y recuerdos a los internados
extranjeros en Miranda[21].
No fue la nica queja formal que se recibi. Tambin Samuel Hoare, en su
misin especial en Espaa, remiti a Serrano su estupor ante el hecho de que
hubiesen sido trasladados a Miranda de Ebro once checos internados en Palencia para
ser entregados a los nazis. Y es que el 23 de octubre se haba presentado por la
maana en el campo el cnsul alemn, junto a oficiales de las SS y miembros de la
Gestapo. Formados en la explanada del campo, los aproximadamente seiscientos
prisioneros escucharon, tal y como seala J. A. Fernndez recogiendo el testimonio
de Flix Lumbreras, una larga perorata en alemn, francs, polaco e ingls. La
larga pitada y el fuerte abucheo de los internos fueron controlados colocando una
ametralladora frente a ellos[22]. Ms tarde, haban reunido a los internados checos y
les haba preguntado si queran ser repatriados. Como stos respondieran que no, su
rplica haba sido transparente: les declar que de todos modos tenan que volver a
Alemania, algo que les repetira al anochecer, despus de haber sido preguntados
uno por uno. Dijo que volvera antes de quince das. Pero solamente esper dos: el 26
de octubre fueron trasladados, con todas las rdenes dadas y en un modo
completamente legal para el Ministerio del Ejrcito, 82 internos a Irn, donde fueron
entregados a las autoridades fronterizas alemanas. Al poco, y tras levantarse la
observacin facultativa (mdica) a que estaban sometidos los internos en Palencia,
fueron entregados 25 ms. Es imposible, sin embargo, con la documentacin en la
mano saber si se traicion o no la promesa espaola de que no seran entregados o
repatriados los extranjeros que no lo deseasen explcitamente. Lo cierto es que 107
internos fueron entregados por seguir el inters del Gobierno alemn, posiblemente
dando la razn a Formanek[23].

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2. LOS REFUGIADOS Y EL PROGRESIVO ALEJAMIENTO DEL EJE


(1941-1942)
El internamiento en Miranda empezaba sin embargo a suponer, a mediados de
1941, un grave problema para la Espaa de Franco, que comenzaba a dar muestras de
debilidad en su inicial apoyo no beligerante al Eje en este aspecto (si bien en otros,
como los suministros o la permisividad hacia el espionaje y sabotaje alemn en
Espaa, mucho ms importantes, demostrasen una filiacin pro Eje indiscutible). La
administracin fronteriza de la Francia de Vichy, en cambio, fue mucho ms
expeditiva que la espaola, atenta a no provocar a los aliados con sus polticas
excesivamente germanfilas. Ante la progresiva entrada clandestina de franceses a
Espaa durante el primer tercio de 1941, la administracin colaboracionista francesa
lleg a pedir que los extranjeros fuesen expulsados inmediatamente de Espaa y
devueltos a su territorio nada ms ser apresados o cuando fuesen detenidos en Irn y
Figueres. Era el modo de ahorrar gastos y empeos, algo que sin duda interesaba
tambin a las autoridades franquistas: en poco tiempo, el nmero de franceses
internados en Miranda haba crecido con 39 refugiados, que haban sido puestos a
disposicin de la seccin de Fronteras y Extranjeros de la DGS[24]. Sin embargo, la
decisin fue otra: la de devolverlos paulatinamente, y desde mayo, a la frontera
francesa no ocupada por Alemania, en particular en los casos de largo internamiento
sin que existiesen motivos reales para tal privacin de libertad, y en los de
internamientos en prisin por deserciones o en hospitales militares por enfermedad.
De tal modo, entre el 4 de junio y el 5 de julio de 1941 fueron trasladados a la
frontera de Canfranc un mnimo de 56 franceses, sobre todo de Miranda de Ebro. En
octubre tan slo quedaban siete en este campo y quince en el de Palencia. Y nueve de
ellos siguieron el mismo camino que sus compatriotas, el de la expulsin del pas,
gracias a la accin de Lang, el agente consular de Vichy en Miranda de Ebro.
Francia se propona cambiar las normas para evitar ms casos como esos, en aras
de imponer su autoridad en los pasos fronterizos y, a la larga, de impedir que a travs
de Espaa se pudiese tomar el camino para la reincorporacin a los ejrcitos aliados.
Con la excusa de limitar la entrada de extranjeros en Francia desde Espaa (no slo al
revs), desde septiembre de 1941 todo extranjero que entrase de una manera irregular
en Francia y fuese descubierto en una zona de cinco kilmetros de la frontera, podra
ser entregado a las autoridades espaolas, bajo reserva de reciprocidad en lo que se
refiere a extranjeros que hubiesen penetrado en Espaa clandestinamente. Enseguida
la DGS respondi positivamente, entrando la norma en vigor el 1 de diciembre de
1941. Se trataba del primer intento, tampoco el ltimo, de bloquear la frontera
espaola, lo cual a todas luces se vea desde Espaa como un medio para evitar
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complicaciones con las naciones aliadas por un tema gravoso que desagradaba
profundamente: el del mantenimiento de refugiados en campos de concentracin. Al
igual que en otros momentos en que se intent cerrar la frontera, como en 1943, la
realidad fue muy por delante de la teora, pudiendo considerare intiles esas
disposiciones. Sin embargo, en este caso, es posible que la adopcin de tal medida
por parte de ambos pases nos haya privado de saber con ms exactitud el volumen de
los extranjeros que tomaron el camino de Espaa huyendo de los nazis.
Y es que la frontera pirenaica fue durante toda la segunda guerra mundial
altamente permeable. Las redes de evasin desde Francia a Espaa, bien conocidas
gracias a una serie de investigaciones que han recogido el testigo de los protagonistas
y sus memorias, se complementaron, en mucha menor medida pero no por ello con
menor importancia, con las salidas de Espaa y las entregas a las autoridades nazis en
Irn, o de Vichy en el resto de la lnea fronteriza[25]. A travs de las redes de passeurs
entraron a Espaa, segn las estimaciones de Snchez Agust (que recoge las que dio
el embajador de Estados Unidos en Madrid, Carlton J. Hayes), unos quinientos
oficiales en misin secreta, cientos de polacos, ms de 3000 judos, hasta 5000
aviadores 3800 britnicos y canadienses (la mayora francfonos) y 25 000
franceses. En conjunto, para Samuel Hoare, unos 30 000 evadidos por Espaa[26].
Para el presidente de Evads de France, M. Erre Ren, la cifra ascendi a 70 000 y,
para Eychenne, habra que situarla en unos 33 000[27].
stos, cuando eran capturados por las autoridades fronterizas espaolas (sobre
todo, la Guardia Civil), eran provisionalmente detenidos en los centros dispuestos ad
hoc a lo largo de los Pirineos. De oeste a este, se trataba de Zarauz, Hondarribia, Irn,
Leiza, Vera de Bidasoa, Dancharinea, Elizondo, Ochagavia, Urdax, Orbalceta,
Valcarlos, Isaba, Burguete, Hecho, Canfranc, Sabinigo, Boltaa, Biescas, Bielsa,
Ansa, Sallent de Gllego, Torla, Campo, Les Canejan, Bausn, Les Bordes, Alins de
Vallferrera, Llavors, La Pobla de Segur, Sant Joan de lErm, Arnser, Lles de
Cerdanya, Bag, Maanet de Cabrenys, Portbou, La Jonquera, Camprodon, Espolla y
Ribes de Freser. Una larga red de centros de detencin tras los cuales el destino era
las crceles, de este a oeste, de Puigcerd, Figueres, Girona y Barcelona, por un lado;
de Tremp, Sort, la Seu dUrgell, Cervera, Lleida y Barbastro, Jaca, Huesca y
Zaragoza, por el lado limtrofe entre Catalua y Aragn (en esta ltima regin es
donde ms altura alcanzan los Pirineos, haciendo todava ms difcil las evasiones); y
de Pamplona, San Sebastin o Murgia, entre otros centros habilitados, en el lado
vasco-navarro de la frontera.
Esos eran, entre otros (el gallego y el valenciano, por ejemplo), los caminos que
conducan a Miranda de Ebro a los varones en edad militar, a los diferentes
balnearios donde se decidi internar al personal civil (Molinar de Carranza, Sobrn,
Jaraba, Alhama de Aragn, Soln de Cabras, Arnedillo, Belascoain o Urberuaga de
Ubilla) y a las crceles para oficiales, civiles y muchas mujeres[28]. Y de estos
ltimos parta el camino de la expulsin. Del campo o balneario a Madrid, a
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disposicin de la embajada correspondiente o la CRI (en el caso de los aptridas o los


que no tuviesen legacin diplomtica en Espaa), y luego hacia Portugal, Cdiz,
Algeciras, Gibraltar o Mlaga. Un camino, en definitiva, tortuoso siempre y largo
segn las nacionalidades de procedencia de los refugiados, que recorrieron en su
primera mitad, la que llevaba al campo de concentracin o a la prisin, muchos
belgas, holandeses, ingleses y polacos. Fue su condicin de soldados aliados, gracias
a la actuacin y las quejas de sus representantes diplomticos, la que hizo cambiar el
sistema de actuacin de las autoridades militares y polticas franquistas.
Pongamos un ejemplo. El nmero de belgas internados en Miranda, en agosto de
1941, era de 112. A mediados de octubre, tan slo 49 eran los no liberados, que se
sumaban a 29 en espera de su repatriacin, en el grupo de refugiados polticos
reclamado por el cnsul Max Cremer. Sin embargo, en noviembre de ese ao eran
173 (92 con orden de expulsin) los internos belgas. Ya para entonces, las dudas a la
hora de hacer su entrega a las autoridades fronterizas con Francia eran ms que
tangibles. Y eso no slo ocurra con los belgas: desde mediados de 1941, los
holandeses internados en Miranda no salan de Espaa rumbo a la metrpoli sino a
las Indias neerlandesas, salvo los que conseguan visados para Estados Unidos. Entre
junio y julio fueron entregados un mnimo de nueve, aunque algunos de ellos fuesen
devueltos al campo por sus actividades comunistas mientras estaban alojados en
Madrid bajo el auspicio de su legacin diplomtica. Motivo que sirvi a la Embajada
alemana para pedir su entrega, prometiendo gestionar ellos la repatriacin a Holanda.
Esto supuso un intercambio significativo de notas entre el MAE y la DGS: aunque
breve, lo ms importante fue que, casi con total seguridad por vez primera, se
reconoca que si no deseaban regresar a su pas, nadie podra obligarlos. Tal y como
sealaba la Legacin Real de los Pases Bajos, Holanda estaba ocupada por una
potencia extranjera avec laquelle les Pays-Bas sont en guerre, por lo que
recomendaba es ms, solicitaba que los holandeses en edad militar fuesen
enviados a Surinam y Curasao. Sin embargo, a la vista de la tardanza en ejecutar las
rdenes de expulsin, no parece claro que el desinters espaol por seguir los
preceptos de Alemania con respecto a los refugiados fuese instantneamente
transformado en apoyo desinteresado a las naciones aliadas: los internos reclamados
en octubre de 1941 seguan en Miranda de Ebro an en septiembre de 1942[29].
Otros muchos pases estaban representados en esa desgraciada reunin
internacional, gravosa para el estado pues la liberacin de estos desgraciados
resulta con frecuencia larga y difcil, con gran perjuicio muchas veces para la salud
de los interesados como reconoca el ministro Varela, de la cual las noticias que
llegaban al exterior fueron generalmente escasas y confusas. Tanto era as, que en
noviembre de 1941 el diputado socialista Silverman, segn la noticia recogida en el
Daily Telegraph, hubo de hacer una pregunta oficial en el parlamento britnico a
Margesson sobre cuntos ingleses haba internados en el camp of Miranda del [sic]
Ebro, y cules eran los planes para asegurar su liberacin y repatriacin. El
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Ministro de la Guerra hubo de responder que no estaba preparado para aseverar


nada. Ni sobre los ingleses, ni sobre los polacos (unos 200 en junio de 1941), ni sobre
los hngaros, rumanos, griegos o iraques, grupos nacionales que resultaban de
inters para una Gran Bretaa que haba visto pasar de cerca la invasin por parte del
Reich nazi[30]. Una de las pocas noticias que salieron al exterior por parte del MAE
vino en estas fechas a raz de la solicitud del Comit Hngaro-Polaco para la
Proteccin de Refugiados de enviar medio centenar de libros a los internos para
ayudarles a sobrellevar la monotona de la vida en el campo. El jefe de Relaciones
Culturales fue tajante: No procede hacer nada pues los internados van a
desaparecer.
No es posible saber el sentido de esta ltima nota: si se refera a que dejaran de
entrar refugiados, si se les dejara de internar, o si bien se les repatriara a todos.
Porque, de hecho, los internados no desaparecieron hasta 1947 y, adems, las
repatriaciones y liberaciones fueron lentas y penosas, sobre todo teniendo en cuenta
las condiciones de vida en el campo, que ms adelante relatar. De los 52 ingleses
internos en campos y crceles (44 en Miranda, uno en Cervera y siete en Girona) por
entrada ilegal en Espaa en octubre de 1940, no empezaran a ser liberados, y aun as
casi con cuentagotas, hasta mayo-julio de 1941. Y, para entonces y aunque no se
dispongan de relaciones puntuales para estos meses, el internamiento en Miranda
comenzaba a todas luces a ser un grave problema, acrecentado por conflictos
puntuales como el de la muerte, en septiembre de 1941, del teniente polaco Stanislaw
Kowalski al abortarse su intento de fuga. La descripcin de este luctuoso hecho
resulta, a la postre, un compendio de los engaos y falsedades que rodean la historia
del campo de Miranda de Ebro. Falsedades y engaos incentivados y aceptados por
las autoridades franquistas, que justifican detenerse un momento en la noche del 4 de
septiembre de 1941.
Segn el informe en manos polacas, un soldado de vigilancia se habra acercado a
un interno polaco, J. Rudnik (integrante junto con los tenientes Cieplik y Kowalski de
la frustrada fuga), para facilitarles la huida del campo por la noche, por el punto
donde se encontrara de vigilancia. Los tenientes habran acordado darle 200 pesetas
cada uno, a abonar fuera del campo. Pero, mientras, el soldado habra avisado al
teniente Zarauza, de la compaa de vigilancia del campo, para abortar la fuga. El 4
de septiembre, que haba bastante luna, los tres internos se acercaron a las 21.20 al
puesto sealado, saliendo del campo por la zona del ro. Cuando lo atravesaba
Kowalski, que habra quedado el ltimo para pagar al soldado, empezaron a
dispararle. Detuvieron a los otros. Al poco se habran odo disparos sordos, algo
alejados del campo. Y efectivamente, hacia la medianoche trajeron en una camilla el
cuerpo de Kowalski, que pusieron en la capilla del campo. Al da siguiente, a las seis
de la maana, fue sacado el cadver del campo de manera que ninguno de los polacos
pudo verle.
Aquella misma maana, visitando la capilla, se habra visto un gran charco de
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sangre y en l una parte de la masa enceflica como del tamao de un huevo. La


cabeza de Kowalski estaba destrozada por varios disparos, que se sumaban a otro
realizado en la pierna. Como sealaba el informe polaco, parece imposible que dos
soldados corriendo, a una distancia de varios cientos de metros, pudieran acertar a
darle en la cabeza, siendo as que Kowalski iba deprisa y la luz de la luna no permita
apuntar bien. Desde luego, los ltimos disparos se oyeron como si fueran dados a
corta distancia y hacia el suelo. A peticin de Serrano y para acallar las crticas, se
abri una investigacin, cuyas conclusiones brind Manuel Snchez de Molina y
Mendoza, subinspector de Batallones Disciplinarios de la 6. RM, a instancias del
subsecretario de Ejrcito, Camilo Alonso Vega. Segn stas, los soldados espaoles
fueron abordados para solicitar la huida, y stos lo haban sealado a los superiores.
El da 4, casualmente por donde iban a estar los soldados Jos Diez y Antonio Daz,
salieron los tres polacos. Zarauza, que haba ordenado reforzar all la patrulla
exterior, les dio el alto, capturando a los otros dos. Se orden, deca, que no se abriera
fuego. S que hubo pago de dinero, puesto que uno de los polacos dijo toma, ah
van 600 pesetas. Kowalski dio un salto para alcanzar el ro, y se le dio el alto. Como
no se detuvo, se abri fuego. El polaco se tir al suelo, y cuando se orden ir a los
soldados hacia donde yaca, ste se levant y ech a correr. En ese momento sali la
luna, con lo que se poda ver perfectamente a 200 m. Le dispararon, cayendo de
nuevo esta vez muerto.
Reconocieron el cadver el teniente mdico Jos Luis Vicente Isasi y el teniente
ngel de la Cmara, ste con carcter de juez instructor. Levantaron el cuerpo,
llevndolo a la capilla, y al da siguiente hicieron la autopsia: heridas mortales una
con orificio de entrada por el costado derecho de la sien y salida por el lado izquierdo
de la misma (que se explica por la direccin convergente de los tiros de las dos
porciones de la patrulla); otra en el vientre y la tercera en la escpula derecha, de
espaldas, con salida por la parte anterior [que] debieron ser hechas a distancia de
donde se encontraba el citado individuo, sin que en ningn caso lo fuera a boca jarro,
ya que en ese caso se hubiesen presentado los indicios de tatuaje exterior en sus
bordes, y desde luego por tiros de fusil[31]. De tal modo, se cerr el caso, no
sirviendo para nada las diligencias polacas, ya que se dio por buena esta versin. Sin
embargo, cabe preguntarse: cmo es posible que a 200 metros se pueda disparar y
acertar en una sien a alguien que huye? Acaso no es necesario para ello un ngulo
lateral? Cmo fue posible tanta puntera, aunque hubiese casualmente salido la
luna en ese preciso instante? Y ante todo, cmo es posible recibir de espaldas
corriendo un disparo en el vientre? Un informe menos interesado habra sealado
las contradicciones oficiales; no hace falta ser forense para deducir que las
direcciones convergentes de los proyectiles fueron ms bien disparos en la cabeza
contra un hombre tendido en el suelo, que haba sido previamente abatido por la
espalda, tras girarlo para ponerlo boca arriba. La nica duda que queda es saber si el
disparo en el vientre se realiz antes o despus de acabar con el prisionero
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levantndole la tapa de los sesos.


Zarauza fue trasladado de puesto, como evidente castigo por la brutalidad
realizada. Sin embargo, esa crueldad y esa saa tenan un objeto relacional ms all
del castigo de una fuga concreta. Ese mismo da como puede leerse en el trabajo de
J. A. Fernndez se haba trasladado a Miranda a un grupo de soldados para ser
encuadrados en BDST, funcin que se desempe en el campo hasta la clausura de
los Batallones. Como resulta evidente, el hecho fue sobradamente conocido dentro y
fuera de los muros y alambradas del campo. As, la situacin en Miranda sufri un
agravante ms, que hubo de sumarse a los muchos problemas que acarreaba desde su
creacin, y que fueron lcidamente resumidos a principios de 1942 a instancias del
representante belga dependiente de Londres en Espaa, el cual se quej por las
malas condiciones de sus 200 conciudadanos en el campo y de los otros,
aproximadamente, 600 internos directamente al ministro Varela, conocido tanto
por su valor como por su buen corazn, que no saba sin duda lo que ocurr[a]
realmente en Miranda de Ebro.
Y qu ocurra realmente? Detenidos, en vista de su situacin irregular, los
internos se encontraban all despus de sufrir una prisin de tiempo variable
mezclados con delincuentes comunes en Figueres, Barcelona, Madrid, Badajoz o
Salamanca, indefinidamente a menos que alguna intervencin o el azar no consigan
hacerlos salir Viven en condiciones deplorables. Todas las informaciones, todos los
testimonios, hasta de personas neutrales, estn de acuerdo en calificarlas de tal
manera, sin discusin. Los alojamientos eran insuficientes: un centenar de hombres
se hallaban colocados en cada barracn, que cubra apenas una superficie de 20x5 m,
sin cristales en las ventanas y sin medio de calefaccin. Los prisioneros dorman
sobre el suelo, en un ambiente glacial, contra el que para defenderse slo posean
mantas ligeras, invadidos locales y mantas de piojos. La alimentacin tambin dejaba
mucho que desear: insuficiente y de calidad nfima: 125 gramos de pan moreno por
da, un tazn de caf negro azucarado por la maana; a medioda y por la tarde un
plato de sopa, a base de arroz, de patata, de repollo, de guisantes y de alubias. Entre
el almuerzo y la cena un pequeo suplemento de pescado, de tomates crudos o de
vino. Adems, estaba prohibida la recepcin de paquetes con alimentos, dinero o
bebidas. Y a pesar de la escasa alimentacin, se sealaba, los internados (a excepcin
de los oficiales) deban efectuar trabajos fsicos.
Desde el punto de vista higinico la organizacin era netamente deficiente: los
800 hombres que ocupaban el campo no disponan ms que de 20 grifos y doce
duchas, la mayor parte del tiempo inservibles por averas de la bomba[32]. Los
castigos corporales eran habituales, fruto de una disciplina excesiva con quienes
estaban detenidos exclusivamente por su situacin irregular como extranjeros sin
permisos, acentuada esa situacin por el estado de guerra en Europa. Aunque a juicio
belga, en Miranda se encerrase a todos los indeseables, todos los sospechosos, en
resumidas cuentas, a los delincuentes extranjeros que se hallan en Espaa. No se hace
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distincin entre los motivos de la detencin y la naturaleza de los prisioneros.


Mtodos destinados a delincuentes se obraban con los desgraciados perseguidos en
su pas, siendo su nica falta la entrada en Espaa de manera irregular, algo que no
justificaba el desproporcionado castigo del internamiento sine die en un campo de tal
malas condiciones y tan brutal como Miranda de Ebro.
Y es que Espaa resultaba ser el nico pas no beligerante que encerraba en un
campo de concentracin a los refugiados que traspasaban sus fronteras. Suiza no
reclua ms de 15 o 20 das en prisiones a los que estaban en edad militar, para
despus permitir la salida por la frontera deseada por el interno. Incluso Italia, en
guerra al lado de Alemania, haba permitido a millares de polacos civiles y militares
transitar por la parte francesa ocupada por los fascistas, dejndoles salir hacia la
Francia de Vichy. En ese sentido, la actitud espaola no resultaba comprensible para
las autoridades belgas en Londres. Y en esa direccin, las presiones ejercidas
supusieron un hito fundamental en la historia concentracionaria franquista durante la
segunda guerra mundial: en un primer momento, enero de 1942, se obtuvo la
liberacin de 99 sbditos belgas, destinados a salir para el Congo (y no para la
metrpoli, ocupada por Alemania) tras obtener los visados de salida desde Portugal.
Sin embargo, quedaron an 140 belgas en Miranda, amparados por la CRI.
Hubo algn gesto de amparo hacia ellos, como trasladar en febrero a los ltimos
dos que quedaban en Palencia. Pero la clave del asunto vendra poco despus: tras
recibir las amenazas de cerrar cualquier tipo de exportacin a Espaa desde el Congo
belga de azcar o algodn, indispensables en la deficitaria economa espaola,
hasta que no se liberase a todos los belgas de Miranda y a los retenidos en espera de
expulsin en Madrid, Serrano Ser hubo de aceptar que era ms importante el
abastecimiento de productos indispensables que el mantener en obsequio de los
alemanes a un puado de sbditos belgas internados, entre los que abundan los
que estn fuera de la edad militar. De tal modo, las liberaciones en grupos de
aproximadamente cuarenta individuos se realizaran sin pausa: 41, 43, 42, 43, 41
belgas fueron liberados de Miranda los das 25 de marzo, 9 y 20 de abril, 20 de mayo
y 20 de junio, respectivamente[33]. A mediados de este ltimo mes, sin embargo, las
altas en el campo de Miranda haban hecho crecer de nuevo el bloque de internos
belgas hasta los 145, con lo que se llegaron, de hecho, a prohibir los embarques de
algodn en junio de 1942, segn sealaba el embajador espaol en Londres, el duque
de Alba. De tal modo, en julio de ese ao seran liberados del campo burgals hasta
139 belgas, cifra que se mantendra el mes siguiente, para ser enviados a la Francia
no ocupada. Era, por decirlo claramente, una cesin ante las presiones de los aliados
que, sabiendo la situacin econmica de Espaa, haban encontrado el camino para
someter la poltica concentracionaria franquista a sus criterios, hacindola voltearse
desde la germanofilia implcita en las expulsiones y entregas a los nazis de 1941
hacia la aliadofilia obligada por presiones estomacales. Un prolegmeno, por tanto,
de cmo anduvieron las cosas desde que Gmez Jordana asumi el puesto de ministro
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de Asuntos Exteriores.
Una cesin y un prolegmeno, sin embargo, a todas luces insuficiente. La DGS,
dependiente del Ministerio de Gobernacin y, en ltima instancia, de Valentn
Galarza, no hizo sino poner pegas a la expulsin de extranjeros para ser enviados a
las colonias, donde la resistencia ante la ocupacin alemana tuvo un peso lgicamente
mucho mayor que en las metrpolis. Hasta tal punto lleg a bloquear el asunto, y
hasta tal punto no estaba clara la poltica (puesto que mucho de poltica interna y
externa haba en el tema de los refugiados) a seguir, que en agosto de 1942 el total de
internados belgas sumaba ya en Miranda la cifra de 409[34], segn sealaba el
delegado de la Cruz Roja belga en Espaa, G. Marquet. Las evasiones a Espaa no
cesaban y las expulsiones, ralentizadas y poco decididas, agravaban an ms la
situacin. De tal modo, y aunque no se dispongan de cifras fiables en todo el ao de
1942 hasta principios de octubre (cuando haba casi 1400 internos), puede suponerse
que la situacin de los refugiados en Espaa fue de mal en peor, vistas las
condiciones del campo descritas con anterioridad, y visto ante todo que, lejos de
descender (o de desaparecer, como se prometa a principios de 1941), su cifra iba
en aumento progresivo.
No fue sino a mediados de 1942 cuando las autoridades espaolas decidieron
reglamentar el problema de la entrada de refugiados en Espaa a travs de las redes
de evasin desde la Francia no ocupada. Para ello, la Asesora Jurdica Internacional
del MAE puso sobre la mesa una duda razonable, directamente relacionada con los
internados de Miranda ya que, adems de estar en edad militar, algunos eran
exprisioneros de los nazis escapados de campos de concentracin. La duda era si
stos, prisioneros de guerra que llegaban al territorio neutral espaol y que slo por
entrar recuperaban su libertad, haban de ser retenidos, impidiendo su salida, o bien
dejarlos libres. Generalmente se sostena que el pas neutral deba adoptar medidas
adecuadas para impedir que los soldados se incorporasen de nuevo a sus fuerzas,
pues ello equivaldra a cooperar indirectamente con el beligerante de cuyo ejrcito
forman parte dichos asilados. En cambio, abunda la doctrina en que el pas neutral
no puede retener a los prisioneros de guerra que se han refugiado en su territorio,
cuando no se proponen permanecer en l y tratan de salir a continuacin[35]. Ese era,
exactamente, el caso de los soldados refugiados en Miranda, algunos de los cuales en
situacin moral y material sumamente precaria tras ms de un ao internados sin
saber cul iba a ser la solucin, como en el caso de los franceses[36]. Otros,
solicitando salir de Miranda para ir a las colonias, como el caso de los holandeses que
declaraban querer continuar la lucha contra Alemania y que eran entregados al
canciller de la legacin de los Pases Bajos, Panhuys.
Actuaciones como esas motivaron las quejas de la Embajada alemana en Madrid,
que vea un acto de beligerancia contra el Reich el que ejerciesen en Espaa las
antiguas representaciones diplomticas de los Estados ocupados, as como que el
contrabando ilegal de hombres en Espaa, cuando afectaba a individuos de
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antigua nacionalidad polaca, checa, belga y francesa, se tramitase con esas y no


directamente con Alemania, que estaba dispuesta a repatriarlos a sus pases[37]. En
particular, la queja fechada en septiembre de 1942 abundaba en que los internos
hacan falsas declaraciones de nacionalidad para evitar la entrega a Alemania, cosa
aceptada por las autoridades espaolas directamente implicadas en el asunto (los
ministerios de Gobernacin, Exteriores y Ejrcito, as como la jefatura del campo de
Miranda) al dar por buenas las declaraciones realizadas en las comandancias de la
Guardia Civil en la frontera, o en los campos de internamiento previos a Miranda
(como el de Figueres). La Embajada britnica aprovechaba la situacin, se deca, para
expedir pasaportes falsos a polacos, belgas o franceses y hacerlos pasar por sbditos
ingleses o canadienses. De tal modo se inclua el chantaje ideolgico, se
ayudaba a las tropas enemigas de las fuerzas antibolcheviques.
Tropas enemigas como las inglesas, que fueron las que menos dificultades
tuvieron a lo largo de 1942 para reincorporarse a sus ejrcitos, si bien su nmero no
era particularmente alto. Atravesando la frontera desde la Francia no ocupada, los
varones en edad militar internos en Miranda salan, aproximadamente, despus de
uno o dos meses en el campo: 32 fueron solicitados en febrero, siendo entregados a
las autoridades inglesas en Madrid en mayo. En marzo se pidi a 55, liberados
tambin el 8 de mayo. En ese mes se consigui la libertad para 36 ingleses, adems
de la concentracin de todos los detenidos en Espaa en el campo de Miranda, para
hacer ms fcil la identificacin y repatriacin a travs de Portugal y, desde mayojunio, de Gibraltar[38]. En mayo se permiti la salida de 49 ms, slo dos menos que
los liberados en junio. Soldados que tras su paso por Miranda de Ebro, la concesin
de la libertad y la salida de facto a pensiones u hoteles de Madrid bajo la disposicin
de sus representantes diplomticos, eran enviados de nuevo a Gran Bretaa no para
reincorporarse a sus tropas, bolcheviques, como amenazaban los nazis, sino
antifascistas. Los 61 liberados de julio, los 27 de agosto, los 32 de septiembre, los 22
de octubre, los 40 de noviembre a finales de ese mes quedaban 56 internos ingleses
y los 71 de diciembre, sumados a los anteriores, elevan la cifra de ingleses
liberados de Miranda durante 1942 a 476.
Detrs de esas cifras se encontraba una prueba evidente de alejamiento del Eje
que, de hecho, hizo arreciar las quejas y lamentos por parte de la Embajada alemana
hacia el MAE espaol: por el tema de los pasaportes falsos, por un lado. Pero tambin
porque en algunas liberaciones se contasen como ingleses a soldados polacos (Hoare
respondera que all Allied troops serving with His Majestys Forces are accorded the
rigths and protection of British subjects for the duration of the war), por otro. Lo
cual, en realidad, no esconda una fuerte presin hacia las autoridades franquistas por
estar favoreciendo, por acto u omisin, a los enemigos del Nuevo Orden. Una de las
quejas de estos meses, reveladora de ese sentimiento de traicin de Espaa,
relataba un suceso interesante: la liberacin de 16 curas y seminaristas ingleses y
canadienses, escapados a Barcelona desde el colegio catlico de los Agustinos de la
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Asuncin en Nimes. Ante la entrega a las autoridades britnicas de Madrid, la


enrgica protesta sealaba que bajo las sotanas salta[ba] a la vista que todos ellos
[eran] hombres jvenes y vigorosos y que sin duda alguna pertenec[a]n como
soldados y oficiales a las fuerzas armadas enemigas.
Las presiones nazis sobre los internos de Miranda de Ebro y las autoridades
franquistas aumentaran notablemente desde que, en noviembre de 1942, tanto el
desembarco aliado en el Norte de frica como la consiguiente ocupacin total de
Francia hicieran que la posicin espaola en el conflicto internacional tomase un
rumbo mucho ms proclive hacia las potencias democrticas, rumbo encabezado por
el anciano ministro Gmez Jordana desde su nombramiento al frente del MAE en
septiembre de 1942. Sin embargo, las quejas alemanas no estaban por entero
justificadas. Tan slo Gran Bretaa reciba un trato privilegiado (internamientos
breves frente a los largos meses de polacos, franceses, etc.), aparte del chantaje
comercial de las autoridades belgas en Londres, que tan buen resultado obtuvo. El
problema surgido en la Espaa de Franco con la arribada de refugiados a lo largo de
1940-1942 era tan grave que resultaba enormemente difcil seguir los criterios de una
sola potencia, ya que eso resultaba un fuerte agravio para el resto de naciones
beligerantes. De tal modo, como se reconoca explcitamente, el Depsito de
Miranda de Ebro constitua hoy da [octubre de 1942] uno de los temas que se
explotan por los enemigos de Espaa para hacer rebrotar la leyenda negra que tanto
dao nos ha hecho durante siglos.
Enemigos de Espaa y leyendas negras aparte, lo cierto es que Miranda era un
reino de desorganizacin al que contribua el hecho que no hubiese reglas
homogneas de tratamiento, ni para el internamiento ni sobre todo para el
tratamiento de los refugiados y sus expulsiones del pas (trmino, de hecho, ms
correcto que el de liberaciones, que aqu se usa por seguir la inercia terminolgica
de la documentacin). En septiembre de 1942 haba refugiados polticos y prisioneros
de guerra que acumulaban tres aos de reclusin (lo que ofreca un terreno abonado
para la creacin de toda clase de infundios), siendo el grupo ms numeroso el de los
polacos (un total de 495 internados), en su gran mayora prisioneros de guerra
evadidos de Francia, por lo que su liberacin era perfectamente viable segn los
convenios de La Haya. El problema era a quin entregarlos. Le segua en importancia
el de los belgas, compuesto por 242 hombres, que se haba reducido a 18 (tras la
liberacin de unos 200) en abril, debido a las presiones comerciales aceptadas para
dar satisfaccin al Gobierno belga en Londres, a cambio de facilidades para la
importacin, pero que de nuevo se haba visto fuertemente incrementado. Tras ellos
estaban los canadienses, 169, sobre los que pesaba la fundada sospecha de que en
realidad se tratase de polacos y franceses que, al pasar sin documentacin la frontera,
hacan creer que sus apellidos correspondan a su nacionalidad norteamericana para
facilitar la tramitacin de sus liberaciones, ya que era Gran Bretaa la encargada de
ellos. Y precisamente ese era el grupo nacional, el britnico, ms favorecido (en
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realidad, el nico) por la actuacin de sus representantes diplomticos. Los 41


internos existentes eran una mnima parte en relacin a los muchos que, invocando
los principios del Derecho Internacional, haban sido puestos en libertad.
Existan otros grupos no muy numerosos entre los que destacaban 35 alemanes y
17 italianos, refugiados polticos indocumentados, cuyas repatriaciones parecan
fciles, por razones obvias, para el MAE. Y asimismo existan an restos de las
BB. II. internados en el campo. Ante ese panorama, a juicio de la Seccin Poltica de
Europa del MAE se haca necesario imponer ciertas medidas encaminadas a
disminuir el considerable nmero de extranjeros internados en Miranda de Ebro,
medidas que no podr[a]n ser uniformes, dada la diversidad de nacionalidades de
dichos internados y la diferente situacin en que se encontraban, como consecuencia
de la suerte corrida por sus respectivos pases de origen. Los 1389 detenidos y su
probable incremento obligaban, por un lado, a reforzar del modo ms riguroso la
vigilancia en la frontera francesa, a fin de evitar las entradas clandestinas de
extranjeros que, si en muchos casos son simples evadidos o refugiados polticos, en
muchos otros forman grupos compuestos en la Francia libre por belgas, holandeses,
franceses, etctera, de edad militar, que va a unirse con las fuerzas militares de las
Naciones Aliadas. Y, por otro lado, exigan afrontar el problema que Espaa tiene
planteado en Miranda de Ebro mediante la liberacin de los que no estuviesen en
edad militar (menores de dieciocho y mayores de cuarenta aos) y el sondeo sobre la
buena disposicin de Argentina y Chile para recibir en sus territorios a buena parte
de los internos, en contra de la opinin alemana, centrada en que Espaa tena la
obligacin de entregarles a todos los refugiados de pases ocupados. As lo exiga,
entre otras cuestiones[39], el hecho de que Su Santidad Po XII se hubiese interesado
personalmente por el tema, hacindolo saber a Serrano Ser en su ltima visita a
Roma, en junio de 1942.
De hecho, este ltimo aspecto sealado supuso un evidente toque de atencin para
el gobierno espaol, que se deca profundamente catlico y que amparaba la guerra
civil sobre la que asentaba su poder en una retrica maniquea de Cruzada
salvadora, ya que el peso especfico del Vaticano tanto en poltica interior como en la
exterior espaola era muy grande; o, al menos, se reconoca un valor muy alto a la
firme actitud mantenida por Po XII en este asunto[40]. La intervencin del papa y
del nuncio del Vaticano en Madrid, monseor Cicognani, en el tema de los refugiados
haba empezado de hecho en septiembre de 1941, despus que Pacini, agregado de la
nunciatura en el gobierno de Vichy, hubiese revelado las malas condiciones de los
internados en Miranda de Ebro[41]. Y haba continuado a favor de unos 800 internos
de pases ocupados (sobre todo, unos 400 polacos) reclamados por Alemania, as
como en casos particulares como la intervencin, en enero de 1942, a favor de la
liberacin del internado seminarista polaco Gabriel Goliszeuski.
La aspiracin vaticana era que el gobierno espaol procurase encontrar una
frmula para evitar la prolongada retencin de los refugiados extranjeros procedentes
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de pases beligerantes u ocupados que se encuentran en campos de concentracin


espaoles y especialmente en el de Miranda de Ebro. Para ello, Cicognani lleg a
entrevistarse con representantes del MAE franquista, con la intencin de trasladarles
que el papa consideraba un cumplimiento tanto del derecho internacional como del
mnimo de gentes el que se liberase de lo que era una efectiva prisin, forzosamente
penosa moral y fsicamente, a los que huyendo de los horrores de la guerra llegaron
a Espaa en viaje bien a terceros pases bien a los territorios ultramarinos
pertenecientes a los suyos[42]. Sin embargo, la nica concesin realizada desde el
MAE fue, en noviembre de 1942, la liberacin de las mujeres y nios que hubiese en
Miranda. Cabe destacar, en este punto, que se trata de la primera y ltima alusin
documental a la presencia de grupos de mujeres en el campo.
Dos situaciones cotidianas en Miranda resultaban particularmente difciles de
resolver. Una era la de los refugiados aptridas, y otra la de los polacos. Los primeros
sumaban 24 en octubre de 1942, y se trataba ante todo de judos que, por culpa de las
leyes raciales alemanas de 1935, haban perdido su nacionalidad y que haban pasado
(no ms de varios centenares[43]) la frontera desde 1940 como civiles, algunas
veces como se reconoca con grandes sumas de dinero y conscientes del peligro
que supona quedarse en la Alemania del discurso y la prctica racista. Al no tener
nacionalidad jurdica, hubo de ser la CRI la encargada de tramitar sus peticiones de
liberacin del campo de Miranda, al que llegaban como el resto de internos por estar
en situacin irregular en Espaa (de hecho, la gran mayora se sumaban al apartado
dependiente de la DGS, esto es, no soldados sino civiles indocumentados) y donde no
se les trat de modo diferente por su raza, religin o condicin.
Esto es algo que, sin embargo, ha alimentado una visin completamente acrtica
tanto de Miranda de Ebro como de la poltica franquista hacia los refugiados. Una
visin fundada en el hecho de que el franquismo supuestamente se dedic,
conscientemente, a salvar judos, oponindose quijotescamente al monstruo nazi,
mediante el internamiento en el campamento de asilo de Miranda de Ebro o en el
de Anclares [s/c, por Nanclares][44]. Una visin que tuvo origen, precisamente, en
algunos de los peores momentos de la historia concentracionaria franquista, siendo
as utilizada convenientemente por la administracin para intentar contrarrestar los
infundios de la propaganda antiespaola sobre Miranda[45]. Gracias al testimonio de
un refugiado, Eli Rubin (judo austraco bien conocido en Viena antes de 1938 como
escritor conservador), publicado en Londres por The Tablet el 8 de mayo de 1943
bajo el ttulo de Twenty-six months in Miranda de Ebro, seguramente muchos
creyeron lo que era obvio pero que, sin embargo, ha empaado el estudio de tantos
sistemas ilegales de concentracin: que los campos espaoles no eran como los
campos nacionalsocialistas ni como los de Vichy, con los que no tenan en comn
ms que el nombre. Mientras Miranda era como un asilo temporal deca,
esplndido lugar para todos los internados huidos de Hitler y de sus amigos los
franceses, era doblemente asilo para los judos, primero por el odio que hacia ellos
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tienen los alemanes, y segundo por la indiferencia de todos los otros.


En Miranda de Ebro, deca, no viven mrtires. Por el contrario, Miranda de Ebro
salva a los internados all de los martirios de todas clases. Los Pirineos como
abrupto Mar Rojo de circunstancias[46] y Espaa como lugar de salvacin: a Rubin,
cuando quisieron ofrecerle la metafrica corona del martirio por haber estado en
Miranda de Ebro durante 26 meses, no quiso aceptarla. Mientras que la Francia de
Vichy trataba a sus anteriores aliados de modo prcticamente esclavo (para la
construccin del ferrocarril transahariano), en Miranda se haba suprimido el trabajo
forzoso. Y, lo que era ms importante, ningn refugiado era cogido y devuelto al
infierno, como esas masas transportadas al destierro y devueltas por La val a la
Gestapo. En Espaa la influencia ideolgica no era tan grande, sealaba, y as
solamente internaba en campos de concentracin a sus enemigos ideolgicos.
A todas luces se est ante un flagrante ejemplo de confusin interesada entre
mtodos, fines y resultados. Que no se expulsase a los judos a sus pases no
responda a su religin ni a su raza, sino a su edad y a una poltica general de
internamiento (para no provocar demasiado ni a aliados ni a alemanes) que devino en
un completo desastre, como el feroz hacinamiento sufrido por los refugiados en
Miranda. Por tanto es retrico decir que no haba discriminacin legal entre los
refugiados judos y los que no lo eran o que incluso los primeros reciban un trato
privilegiado, al permitirle al rabino Ansbacher asistirles espiritualmente en su paso
por Miranda. Suena, por otra parte, a broma pesada el que las historias de palizas y
malos tratos las haban creado la atmsfera de odios creada por los revolucionarios
extranjeros de las BB. II., o que Espaa era un pas que, aun a costa de grandes
sacrificios y en medio de una situacin econmica y social particularmente difcil,
decidi sacrificarse por los judos. Suena a broma, pero no lo es: es profundamente
falso. En Espaa los esclavos eran espaoles y trabajaban redimiendo pena o
haciendo la mili con Franco, cuando no estaban superpoblando hasta lmites
peligrosos las crceles. Los sacrificios no los realizaban quienes dictaban rdenes de
expulsin a Alemania. Y, sobre todo, el antisemitismo no estaba presente porque en
Espaa la comunidad juda era muy pequea y porque no hacan falta chivos
expiatorios ni disidentes forneos para reprimir. Con la Espaa republicana era
suficiente.
Partir de la idea del salvamento consciente de judos por parte de Espaa, de los
esfuerzos desplegados por las autoridades espaolas en prestar auxilio a los judos
amenazados por el rgimen nazi-hitleriano y en ayudar en lo posible, y a veces
hasta lo imposible, a soportar los dramticos momentos por que atravesaba el pueblo
judo es observar solamente una parte de la realidad. sta, en definitiva, parece ser
otra que la del salvamento. Ni tan siquiera son slidas las posibles razones aducidas
para explicarlo (el ascendente judo de muchos espaoles, el deseo de reparacin de
expulsiones e inquisiciones, o la poltica proaliada). Esto ltimo puede resultar vlido
desde 1943, y lo de evitar los sufrimientos, desde 1942; pero no antes. Antes
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simplemente se aplican leyes estrictas de modo arbitrario. Cierto que en perspectiva,


la entrada en Espaa libr a los judos salvados de la deportacin. Pero eran
conscientes las autoridades franquistas de eso? Hasta qu punto se conoca en
Espaa lo que suceda en los campos de exterminio? Y, sobre todo, si se era
consciente de ello, por qu se les internaba en un campo como Miranda de Ebro?
Los judos fueron tratados como aptridas por el simple motivo de que haban
perdido su nacionalidad al pertenecer a los pases ocupados por Alemania. Y la
franquista no fue otra cosa que una poltica exterior, durante la segunda guerra
mundial, de riesgo cero. Es decir, que serva ante todo a sus propios intereses, se
guiaba por sus propias necesidades. Y en base a stas trazaba sus alianzas, trataba de
conciliarse con los presuntos vencedores. Los aptridas, en ese sentido, fueron ms
bien un objeto para el inters franquista, y que se pidiese que el texto de Rubn fuese
publicitado da muestras, ante todo, de una grave seguridad: la de que Miranda de
Ebro estaba causndoles un grave y acumulativo problema internacional.
Pero, por si quedase alguna duda, pueden citarse varios ejemplos de
antisemitismo a la espaola que contradicen esa edulcorada visin sobre la
administracin franquista. En marzo de 1942, la nacionalizacin espaola de varios
judos en Blgica, para tratar as de escapar del pas, se deneg porque durante
nuestro Glorioso Movimiento Nacional [los judos espaoles en Blgica] no dieron
seales de existencia por nuestra Representacin Nacional y, por tanto, su
nacionalidad espaola es pura frmula: debe negrseles toda documentacin y
considerar que han perdido la nacionalidad espaola que adquirieron ya que no se han
hecho acreedores a merecerla. Y ms adelante, ante las peticiones de asilo de
ciudadanos judos en Espaa, desde Madrid se seal que no podan trasladarse a un
pas donde nunca han residido por evitar las dificultades que encuentran en estos
pases [ocupados]. Eso dara pie a un efecto de reclamo, por lo que podran
presentarse muchos en iguales condiciones, con lo cual crearan en Espaa una
colonia y un problema judo del cual nuestra Patria afortunadamente est libre. Pero
tal vez el mejor ejemplo sea el del paroxismo verbal del antisemita embajador
espaol en Vichy, Lequerica, cuando sealaba que [los judos] disimuladamente, si
pudieran, buscaran el modo de eludir la obra inolvidable de los Reyes Catlicos en
1492 [su expulsin] cuando el mundo entero procura imitarla con ms o menos
disimulo[47]. Hay que recordar que Lequerica fue nombrado ministro de Asuntos
Exteriores a la muerte de Jordana. Cuando el miedo a las deportaciones se una a la
ocupacin total de la frontera francesa volver sobre el tema de los judos en los
campos franquistas. Cabe, no obstante y a la vista de lo dicho, preguntarse si estaba
justificado que Rubin, en su texto propagandstico, llegase a la conclusin de que a
pesar de las ms tristes horas de los prisioneros durante los dos aos largos, Miranda
de Ebro tiene que ser recordada como una promesa del mundo mejor, ms noble y
ms humana.
Particularmente sangrante resultaba, tambin, la situacin de los polacos, el grupo
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nacional ms numeroso y por el cual el Vaticano haba recibido peticiones de


mediacin de parte de los gobiernos ingls y polaco en Londres. Sacerdotes,
catedrticos, oficiales, ingenieros, estudiantes, se deca, estaban recluidos desde 1940
sin que el gobierno franquista hubiese sido permeable a las solicitudes del nuncio, la
CRI, los diplomticos de Madrid (en particular los de Argentina, Holanda y Chile)
por mejorar su situacin. Tanto era as, que en septiembre hubo de concederse que
empezasen a actuar en Espaa personas especializadas en el socorro de refugiados. A
tal efecto, se traslad desde Londres a Madrid al diplomtico polaco Marlewski para
trabajar junto con el representante polaco Szumlakochuski y con Kobylecki,
representante de la CR polaca, sobre los posibles traslados a Sudamrica de algunos
refugiados de Polonia. La reaccin espaola, en cambio, result bastante contraria a
ello: la poltica de comprensin, benevolencia y justicia del gobierno franquista
para con los polacos, refugiados polticos o escapados de campos nazis, haba logrado
que se expulsasen a ms de 250 no comprendidos en la edad militar, amn de muchos
otros que esperaban su liberacin en el campo. As pues, no pareca que la presencia
en Espaa de un delegado especial del Gobierno polaco para ocuparse de gestionar la
libertad fuese muy necesaria ya que el trato del campo es bueno y humano y los
citados internados reciben con frecuencia la visita del referido Sr. Kobylecki, del
Delegado de la Cruz Roja Espaola y de otras personas que se ocupan de que estn
en las mejores condiciones y que les llevan ropa, vveres, etc.[48].
La visin existente entre los polacos internados o residentes en Espaa era bien
otra. El antiguo delegado de la CR polaca, el prncipe Czartoryski, solicit desde
Sevilla personalmente al ministro Jordana la liberacin de Miranda de todos los
polacos, en primer lugar para plantarle cara a las peticiones alemanas y, en segundo
lugar, por las malas condiciones en que se encontraban el campo y sus habitantes a
finales de 1942. Era un campo preparado para unas mil personas en el que se
sobrepasaban largamente las 1300 aunque no poda preverse an el gran
crecimiento consecuencia de la gran evasin de 1943, donde las condiciones
higinicas eran casi nulas, la alimentacin y la asistencia mdica insuficientes y la
asistencia espiritual se denegaba a los internos catlicos; por tanto no poda
albergar, sin base jurdica alguna [ya que] ninguno de ellos pas la frontera con las
armas en la mano o en momentos de acciones de guerra en la frontera espaola, a
los que, en definitiva, no eran otra cosa que refugiados polticos.
Refugiados como los 21 tripulantes de varios barcos que haban arribado a
Espaa huyendo de la invasin polaca en 1939, los 129 menores de dieciocho y
mayores de cuarenta aos, o los estimados 72 estudiantes universitarios, que se
sumaban a unos 230 soldados tambin escapados por causas polticas, y cuya
expulsin del pas, antes del desembarco aliado en frica, tena an la extrema
condicin de ser mediante repatriacin al territorio polaco, lo cual significara para
ellos una muerte segura. La expulsin de los varones fuera de la edad militar no era
suficiente: el riesgo que corran, an en octubre de 1942, los polacos internados en
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Miranda era muy alto, por mucho que se asegurase en el campo que quien no quisiese
ser enviado a Polonia podra quedarse en Espaa, en situacin de internamiento.
Internamiento cuyas condiciones empeoraron gradualmente hasta noviembre de 1942,
y desde esta fecha de forma drstica, con la ocupacin total de Francia por parte del
Tercer Reich. As, el estado de poblacin de Miranda de Ebro en octubre de 1942 era
el que puede observarse en el siguiente cuadro, donde los gubernativos eran los
enviados a Miranda por parte de la DGS por indocumentados (al igual que los
indeseables); refugiados eran los que procedan directamente de las comisiones
de fronteras; y prisioneros eran los miembros de las BB. II., sujetos an a
procedimientos judiciales[49].

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Cuarenta y ocho nacionalidades, entre prisioneros de las BB. II., refugiados


polticos y, ante todo, indocumentados detenidos por entrada irregular en Espaa,
conformaban este mosaico donde, por derecho propio, destacaban polacos, belgas,
canadienses (pocos realmente lo eran) y, en menor medida, argentinos, alemanes,
yugoslavos o franceses; 1389 internos que habran de presenciar, al poco, los
resultados de la gran evasin de Francia de finales de 1942 y principios de 1943. Y es
que el conde de Jordana, con una enorme presin demogrfica sobre la frontera
pirenaica, un deseo implcito y declarado de favorecer a los aliados para granjearse su
futuro apoyo, y siguiendo de cerca el devenir de la guerra tras la entrada de Estados
Unidos en ella y el desembarco en el Norte de frica, hubo de abrir en 1943 la espita
del internamiento masivo al que se haba relegado a los refugiados polticos, los
soldados aliados, los civiles durante el tiempo de la tentacin del Eje.
Un da de noviembre los 536 internados polacos e ingleses empezaron a dar
muestras de un jbilo no contenido. Dieron vivas a Churchill desde la hora de la
comida, y durante todo el da e incluso pasada la hora de silencio estuvieron
festejando las ltimas noticias sobre el conflicto internacional que les haban dado un
supuesto servicio de espionaje. Puede imaginarse lo que supuso para ellos el saber
que los aliados, tras aos de luchas al sur del continente europeo, haban
desembarcado por sorpresa, en la mayor operacin anfibia hasta la fecha, en el Norte
de frica. Lo que no podan imaginar era la reaccin alemana de ocupar todo el
territorio francs, ni las consecuencias que todo ello tendra en la vida tras las
alambradas de Miranda de Ebro.

3. SOLDADOS, CIVILES, JUDOS: LA GRAN OLEADA DE REFUGIADOS


(1943)
El desembarco aliado y la invasin en Argelia y Marruecos termin de resolver
las posturas entre aliadfilos y germanfilos, o al menos ratific a Gmez Jordana en
su postura neutral y ms bien cercana a los primeros. Franco hubo de redefinir su no
beligerancia, para hacerla pasar por anticomunismo y no, como en 1940, por apoyo
interesado a una Alemania que si entonces pareca no tener enemigo, ahora se
encontraba con sus tropas bloqueadas en Stalingrado y con un duro revs estratgico
en frica. Incluso se permiti que el Ejrcito gaullista y la Francia que representaba
tuviesen representacin en Madrid: los jalones que marcaron la senda del retorno a la
neutralidad (proclamada el 1 de octubre) fueron cada vez ms evidentes, como la
decisin de repatriar a la Divisin Azul o la de permitir el aterrizaje de aviones
estadounidenses en territorio espaol. Y entre esos, uno menos conocido: el de la
apertura gradual del problema surgido en Miranda de Ebro, superpoblado tras la
ocupacin alemana de la Francia de Vichy como respuesta a la invasin aliada.
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El nmero de refugiados que pasaron a Espaa a raz de la ocupacin puede


cifrarse, segn Marquina, en ms de 25 000, aunque el nmero oficial dado por las
autoridades fronterizas fuese de 22 452 para el perodo entre noviembre de 1942 y
diciembre de 1943, el de mayor presin demogrfica sobre los Pirineos.
Aproximadamente el doble del nmero de aduaneros y gendarmes nazis (12 000) que
ocuparon la frontera francoespaola. De hecho, debido a la total ocupacin de
Francia por Alemania se haba notado un incremento notable de detenciones
efectuadas por pasos clandestinos: 1190 en diciembre de 1942 frente a las 363 en
noviembre de ese mismo ao[50]. Se trataba, por tanto, de la mayor oleada de
evadidos e indocumentados en Espaa de toda la guerra mundial. Y desde Espaa, las
medidas provisionales no tardaron en aparecer. Ante todo, en noviembre de 1942 se
reglament por vez primera para todo el territorio el modo de tratamiento de los
refugiados de guerra, quedando sujetos al internamiento tan slo los militares
profesionales y los civiles en edad militar pertenecientes a pases que hubiesen
ordenado la movilizacin incluidos los que hubiesen firmado armisticios, y sin
limitacin jurdica para las autoridades franquistas en cuanto a la decisin de aceptar
la permanencia o trnsito de los extranjeros en Espaa, dependiendo las medidas que
se adoptasen sobre el particular nicamente de las conveniencias polticas[51].
De tal modo, durante 1943 se impuso la poltica de expulsiones sin mirar la
nacionalidad, sino slo el carcter de los internados para acabar con las
aglomeraciones en Miranda y en las crceles de partido cercanas a la frontera
pirenaica. En ese sentido, la realidad del gran nmero de refugiados que atravesaban
el duro invierno pirenaico huyendo de la ocupacin nazi se hizo patente pronto, en
forma de disposiciones parciales encaminadas a autorizar la salida de Espaa de
todo el personal extranjero internado en campos de concentracin, como los
mayores de cincuenta aos (25 de noviembre) o los refugiados civiles en edad militar,
aprovechando el ofrecimiento de los pases subdamericanos [sic] que se haban
ofrecido a acogerlos (9 de diciembre). En ese sentido, cabe destacar que 20 polacos
obtuvieron el permiso de salida a Chile en noviembre de 1942[52].
Tambin los gobernadores civiles de las provincias fronterizas (Girona, Lleida,
Huesca, Navarra y Guipzcoa) recibieron, por vez primera, rdenes conjuntas de
actuacin, segn las cuales a Miranda se destinara a todos los comprendidos en edad
militar pertenecientes a las naciones beligerantes, que no fuesen jefes u oficiales del
Ejrcito, as como a los civiles que no tuviesen garantas ni medios econmicos en
Espaa; las mujeres en esta ltima situacin se enviaran primero a la DGS y luego a
la prisin especial de Ventas y sus hijos se pondran a disposicin del presidente de la
Junta de Proteccin de Menores de Madrid. Los varones fuera de la edad militar y las
mujeres con nios que demostrasen garantes solventes en Espaa podran tener una
residencia transitoria hasta el arreglo de sus papeles, para continuar en trnsito hasta
otro pas. Los religiosos, por ltimo, seran puestos a disposicin de los superiores y
rectores de las rdenes a las que perteneciesen[53].
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Esta norma se vio completada con una todava ms relevante si cabe, por cuanto
sentaba al fin la tendencia neutral de Espaa con respecto a este problema, as como
el deseo de no hacer de los refugiados un motivo de queja por parte de los aliados. De
tal modo, en enero de 1943 se decidi que los franceses que no deseasen regresar a
Francia, cualquiera fuese su edad o condicin, seran entregados a los representantes
de la CRI, as como los checos, polacos, yugoslavos o aptridas (judos) no en edad
militar. No cabe duda, en este sentido, que las expulsiones del territorio nacional de
extranjeros estaban as determinadas tanto por una normativa ms benigna y cercana
a los pases aliados, como por una incontrolable situacin interna en el campo de
Miranda, donde el mximo susceptible de internamiento (1500 personas) se haba
superado largamente ya a finales de diciembre de 1942, cuando los internos sumaban
entonces ms de 3500.
Y es que, si creemos las notas que algunas embajadas remitan al MAE con
informacin obtenida en el mismo campo (y en principio no cabe dudar de ellas, ya
que determinaron las obras de mejora a las que ms adelante se hace alusin), en
Miranda haba slo un grifo de agua potable; slo tres de las dieciocho duchas
existentes funcionaban, y slo durante una hora y media; los pilones para lavar ropa
no tenan agua; haba treinta y seis retretes increblemente primitivos y sucios y los
recin construidos estaban al lado de las cocinas; no exista la cuarentena para los
nuevos llegados y stos no eran vacunados contra el tifus o la viruela; no se aislaba a
los enfermos contagiosos; los cocineros, las cocinas y sus utensilios estaban muy
sucios; no haba medios para calentar las barracas los internos improvisaban
estufas con latas vacas ni luz en las calles del campo[54]. Y, con ello, Espaa
contravena los mandatos internacionales, como recordaba Samuel Hoare a Gmez
Jordana (si bien reconociese que no era responsable por acontecimientos sucedidos
antes de ocupar su cargo) no slo en lo que en ese momento ms le preocupaba (el
trato injusto a aviadores y marinos britnicos), sino tambin en lo relativo al
internamiento de prisioneros de guerra. Supuestamente evadidos de campos de
prisioneros nazis, quedaban libres al acceder a un territorio neutral, pero en Espaa
no se entregaban visados de trnsito y salida del pas, en contraste deca con el
trato dispensado por las autoridades espaolas a los alemanes en edad militar, a
quienes se permita entrar y salir de Espaa sin obstculo ni estorbo. En particular
[contrastaba] con el permiso otorgado a unos 120 miembros de la Comisin de
Armisticio alemana de frica para su repatriacin por territorio espaol, a pesar de
ser combatientes de edad militar y habiendo efectuado su salida del frica francs
[sic] en lucha con el empleo de ametralladoras[55].
Evidentemente y como puede observarse en el siguiente cuadro, el nmero de
internos creci sustancialmente con la ocupacin nazi de la Francia libre[56]. En datos
tanto absolutos como relativos, el crecimiento fue enorme, en particular en el grupo
estadounidense (multiplicado por 15,2), francs (por 9,8), canadiense (por 4,1) e
ingls (por 3,8). De todos modos, en trminos absolutos belgas y polacos seguan
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siendo los grupos nacionales ms importantes, aparte del de supuestos canadienses


que, como ya he explicado, eran ms bien aptridas y, sobre todo, franceses, que
solicitaban as la expulsin al continente americano. No obstante, cabe preguntarse si
el enorme crecimiento de los que se decan de Canad responda o no a que existiesen
redes de informacin previas en las que se les instase a realizar tal declaracin pues,
como puede observarse, si realmente hubiesen sido todos canadienses habran
formado de largo el grupo ms importante (el 25,37 por 100 del total) en Miranda.

Hay que tener en cuenta, por otra parte, que Miranda empez a ser considerado
un centro de reunin para proceder a las entregas de prisioneros a las
representaciones de sus pases. Esto es, que muchas fueron las legaciones que
solicitaron el traslado de sus nacionales al campo de Miranda para centralizar all las
repatriaciones, como en el caso de 175 extranjeros encarcelados en Pamplona que a
mediados de diciembre de 1942 fueron trasladados al campo burgals por orden de la
DGS. Ese proceso, de tal modo, se uni al hecho de que llegaban casi todos los das a
Miranda refugiados provenientes de Francia. Solamente la segunda quincena de
diciembre fueron ms de quinientos, con lo que a primeros de enero ya haba unos
3500 internados, hacinados en los 26 barracones existentes, con capacidad cada uno
slo para cien personas[57]. La aglomeracin de personal, se sealaba por parte del
Ministerio del Ejrcito, creaba posibilidad de enfermedades y contagios, sin ser
posible separar a los enfermos por falta de espacio y por no contarse con lugares
especficos. Hasta tal punto haba empeorado la situacin, ya de por s complicada,
que los escoltas tuvieron que alojarse en tiendas de campaa, en un campamento
anejo al campo.
El adjetivo que pasaba por todas las mentes a la hora de explicar la situacin era
el mismo: crtica. Gmez Jordana fue todava ms explcito, al enfrentarse a Blas
Prez, ministro de Gobernacin de quien dependa que no se concediesen permisos de
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trnsito o permanencia en Espaa: haba que cortar en seco las detenciones que
agravasen el ya espinossimo problema de los internados en Miranda de Ebro, sobre
todo cuando se trata de personas que viven normalmente en su familia y se pretende
sacarlas de ella para llevarlas a un campo de concentracin. El problema especfico
motivo del enfrentamiento fue el de la detencin de extranjeros que viviesen y
tuviesen sus familias en Espaa. Pero es que, aseguraba, el de los concentrados en
campos estaba siendo motivo de escndalo en todo el mundo[58].
Las soluciones inmediatas, sin embargo, no ayudaron a acallar las voces en contra
del rgimen franquista por su trato a los refugiados porque, si bien se obtuvo la
liberacin a principios de enero de los internos mayores de cuarenta y menores de
dieciocho aos, la consecuencia directa de ello fue la huelga de hambre de una
semana, que dio una publicidad inusitada a las graves condiciones por las que se
pasaba en Miranda de Ebro y, en particular, por las que pasaban grupos nacionales
como los polacos. Dada la urgencia de disminuir el nmero de personas acumuladas
en el campo, se haca necesario habilitar otros donde trasladar a los que no caban y,
en particular, a los jefes y oficiales de los ejrcitos aliados, para que pudiesen vivir
en el nivel que por su condicin social les corresponde. Y, sobre todo, era necesario
abrir la espita del internamiento, para lo cual se decidi la expulsin de los que no
estuviesen en edad militar (484 mayores de cuarenta y 103 menores de dieciocho
aos, con una amplia mayora de polacos, 188 en total) y de los intiles para la guerra
(26), ayudndoles en cambio en lo material para que no cayesen en la rbita de
organizaciones internacionales de existencia conocida y poco conveniente desde el
punto de vista poltico o internacional, o constituirse en elementos maleados o
indeseables.
Tambin desde esas fechas, los civiles con medios seran destinados a hoteles y
residencias, y los que no los tuviesen, a establecimientos penitenciarios; los jefes y
oficiales, a la nueva residencia en Jaraba (Zaragoza). Y, lo que era ms importante, se
llegara a la conclusin de que el internamiento no tena una base jurdica slida, por
lo que se habra de acceder a cuantas peticiones se realizasen por parte de los pases a
los que perteneciesen los internados. Mediando, eso s, una prueba de amistad con
Alemania en forma de recrudecimiento de la vigilancia fronteriza, se reconoca que
si se consigue escapar de su vigilancia y de la nuestra, como no es dable
jurdicamente sentar el principio de internamiento de quienes se hallan en este caso,
nos veremos en la necesidad de acceder a las peticiones. Motivo este que devino en
la progresiva entrega de extranjeros, en primer lugar para solventar el problema de
habitabilidad del campo de Miranda, y en segundo lugar para declarar casi por fin (a
tal punto se llegara en marzo de 1943) la neutralidad proaliada en el tema de los
refugiados[59].
La liberacin, empero, de los refugiados fuera de la edad militar a principios de
1943 provoc entre los soldados polacos un fuerte sentimiento de abandono que se
convirti, desde el da 8, en una de las situaciones ms graves por las que se pas en
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Miranda, la huelga de hambre[60]. A travs del anlisis de sus reivindicaciones y


logros, podemos internarnos brevemente en las condiciones de vida cotidiana en el
campo puesto que, adems de lgicamente su liberacin, el motivo de dicho plante
estuvo ante todo en la mejora de la situacin interna en Miranda de Ebro. As, en la
comida del medioda del 6 de enero de 1943 el grupo de polacos, rayano ya en los
600, decidi iniciar una huelga, a la cual se unieron otros grupos internacionales en el
transcurso de la tarde, de la que trataron de difundir el mximo de noticias posible
fuera del campo, en particular utilizando un pequeo globo que hicieron con goma de
desecho, inflaron con gas y soltaron para que saliera por encima de la alambrada por
la noche[61].
Sus consignas eran Libertad para Espaa; mejora de la comida, tabaco, ropa,
jabn y dormitorios; mejor trato, que cesaran las palizas y abusos, que fueran al
campo un representante de cada Embajada[62]. Consignas que el 13 de enero los
huelguistas trasladaron al representante del MAE, Alfonso Garca Conde, enviado a
las rdenes directas de Pan de Soraluce (subsecretario del Ministerio) para tratar sus
reivindicaciones. Garca Conde se dedic, en cambio, a amenazar a los internos para
que depusiesen su actitud. Dira, en un comunicado oficial, que los internados queran
presionar de mala fe pintando con los ms negros colores aquel lugar, que como
campo de concentracin, una triste moda europea, se alejaba obviamente del
confort de un Palace o un Hotel pero que, en definitiva, no era para tanto. El campo
tena, segn l,
pabellones bien construidos, una enfermera decorosa, una peluquera bien higinica y bien instalada, cocinas
limpias, mquinas para desinfectar la ropa, farmacia bien surtida de medicamentos e inyectables, segn me
asegur el Mdico Militar, y comida abundante y sana, al parecer. En confirmacin de lo que expongo est el
magnfico aspecto que presentan los internados, y en cuanto a la salubridad e higiene basta con decir que las
30 camas que tiene la enfermera jams han estado ocupadas en su totalidad, excepto en los das de la huelga
de hambre, como es natural.

Su intencin era, por tanto, la de poner trmino a la situacin de


insubordinacin amenazando con cortar cualquier negociacin sobre las
liberaciones, con dos cesiones hacia ellos: la de enviar a otro centro a los jefes y
oficiales, y la de buscar el modo de descongestionar el campo, que ya sumaba 3750
internos (el doble de lo previsto), que dispona de una escassima agua de boca e
higiene, y en el que prcticamente no haba luz elctrica (la bombilla de los
pabellones da menos luz que una vela, seal)[63]. Resueltos esos tres problemas, no
sera exagerado afirmar que el campo de Miranda es uno de los mejores de su
gnero en Europa, gracias al trabajo de su jefe, el comandante Felipe Toral Garca.
El enviado del MAE a todas luces se dedic a amenazar a los huelguistas y a
recordarles que el gobierno franquista no atendera a violencias ni amenazas,
porque en ningn momento les explic los proyectos, algunos por cierto de lo ms
extravagante, para liberar personal del campo de Miranda. Ms bien les hizo saber
que la situacin estaba cambiando y que la benevolencia oficial se vera limitada con
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indisciplinas como la realizada. De hecho, el da 15 la huelga haba concluido, en


principio sin ningn resultado aparente (por ms que se crea que fue determinante
para acelerar las liberaciones: las nicas que aceler fueron las de los 576 polacos en
marzo), aunque con un efecto evidente: poner a las autoridades competentes ante un
problema de dimensiones gravsimas. Sin embargo, por la rapidez de lo acontecido a
continuacin, los proyectos de evacuar a los oficiales a Jaraba (175 en pocos das), de
introducir mejoras en la infraestructura del campo y de ampliar los grupos de
expulsados hacia el Norte de frica existan con anterioridad.
Este ltimo aspecto, obviamente, era con diferencia el ms importante. No ya
porque hara menos necesarias las reformas, sino ante todo porque responda a una no
escondida poltica de acercamiento a las potencias aliadas. As, se lleg a la
conclusin, tras las visitas derivadas de la huelga de hambre, de liberar a cuantos
hubiesen cumplido los dieciocho aos en el campo, as como tambin, y lo antes
posible, a todos los incluidos en la normativa de no internar a los hombres que no
estuviesen en edad militar; de liberar al gran nmero de enfermos, heridos y
afectados de defectos fsicos que les impidiesen ser aptos para la guerra; de conceder
la libertad vigilada a cuantos gozasen de buena condicin econmica demostrable; de
expulsar a los que tuviesen residencia fijada en Espaa desde aos atrs (sobre todo,
los que hubiesen tomado armas en la guerra civil); y, por fin, permitir al buen
nmero de internados que deseaban ingresar en el Tercio de Extranjeros formar
parte de la unidad armada creada por Franco.
Lo cierto es que en estas fechas no hay ninguna solicitud de ingreso a la Legin
(como las habr cuando sean los internos los colaboracionistas con los nazis de
Vichy) y s muchas de paso a frica del Norte. En ese sentido, al poco se dispuso que
los franceses, por quienes se interesaron particularmente Charles Gilbert (vicecnsul
estadounidense en Bilbao) y el embajador Hayes, fuesen responsabilidad de la CRI y,
en particular, de monseor Boyer-Mas, contradiciendo el deseo alemn de que a
todos los refugiados se les obligase a volver a pasar la frontera francesa. E incluso se
lleg a solicitar que, debido a su gran nmero, se les evitase el rgimen de campos de
concentracin, instalndolos en otros centros como el hospital francs de Barcelona,
algo no concedido pero que entroncaba con lo que ya era algo comprendido por todos
y un secreto a voces: que, como sealaba Hayes a Gmez Jordana, de la neutralidad
cercana al Eje se haba pasado a una neutralidad favorable a los aliados y que, por
ello, el internamiento no slo era innecesario sino que, adems, no poda traer ningn
beneficio para Espaa. Un pas, como recordaba el embajador estadounidense, al que
le interesaba mantener las mejores relaciones posibles con las Naciones Unidas.
Including France.
Naciones aliadas a las que pertenecan los refugiados liberados de Miranda y
otros centros de detencin a lo largo de los meses de enero y febrero de 1943, antes
de revisarse las normas de actuacin para con los extranjeros en Espaa, que vinieron
a ratificar los cambios acaecidos desde la ocupacin de Francia. Liberados de
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Miranda (a lo que se dedica particular atencin, aunque empiecen por estas fechas a
aparecer refugiados en todas partes: Girona, Lleida, Barcelona, Pamplona o
Zaragoza, por ejemplo) como los 229 franceses que deseaban, mayoritariamente,
llegar a Argelia, Rabat y Casablanca, dejando en una porcin minscula a los que
queran volver a la metrpoli. Como los 217 ingleses de enero y los 150 de febrero,
donde empezaban a mezclarse los prisioneros britnicos y los supuestos canadienses.
Como los 22 estadounidenses, cuyas autoridades consiguieron, adems, que se
concediese la libertad a 500 franceses para que fuesen trasladados a Sevilla. Como
los diez yugoslavos, cuyas expulsiones tramitaba Lyoubicha Vichatzky, encargado de
negocios de la Legation Royale de Yougoslavie, quien albergaba a los liberados en su
propia casa de Madrid. Como los 20 checoslovacos, uno de los cuales (Josef Fusch)
hubo de ser internado directamente en un manicomio, por haber perdido la cordura en
el campo. O como los 30 holandeses solicitados en Miranda, destinados a embarcarse
en los vapores Cabo de Hornos y Marqus de Comillas, entre los que estaba un
interno, Beekmans, enfermo de tisis en ltimo grado, enfermedad empeorada por las
psimas condiciones en que los internados se encuentran, ya que estn hacinados
materialmente en los barracones, un foco de infeccin para los dems internados[64].
Se tardara an, empero, para que las expulsiones del pas hacia territorios aliados
adquiriesen algn grado de automatismo. La Espaa de Franco era, en definitiva, un
rgimen basado en la victoria en la guerra civil sobre la Repblica, y eso les mantena
siempre en constante alerta ante posibles intentos de los republicanos exiliados que,
unidos a franceses disidentes y amparados por agencias patrocinadas directa o
indirectamente por los consulados de los pases beligerantes aliados (agencias de las
que se hablar en breve), trataban de hacer pasar a cientos de refugiados al territorio
nacional hasta llegar a contactar con los representantes ingleses o
norteamericanos[65]. El tema de los refugiados era un factor desestabilizador en el
cual se poda intuir un grado de riesgo para el poder franquista. Se comprobaba por
parte de la DGS, adems, que con la primavera en ciernes y el consiguiente deshielo
de algunos pasos pirenaicos la cantidad de evadidos haba aumentado
considerablemente, debido tambin al perfeccionamiento del sistema de guas y
passeurs hasta llegarse a evasiones casi en masa. Y todo ello, ante la peticin de no
mandar ms personal a Miranda, cuyo campo como hemos visto se encontraba
absolutamente saturado, estaba originando una situacin tambin de desbordamiento
en las prisiones de partido. De tal modo, convena tomar una decisin drstica:
mientras que se decida si cerrar o no la frontera a peticin de Alemania, fueron
liberados 210 franceses de Figueres, 298 de Barcelona (albergados en diferentes
hoteles o de la Crcel Modelo), 300 de Miranda y 43 de Jaraba. Y, al poco, fueron
puestos a disposicin de Boyer-Mas, el representante de la Francia libre y de la CRI,
franceses internados en Girona, Pamplona, Betelu, Huesca, Burguete, Ondarreta,
Madrid, Barbastro, Zaragoza, Jaca, Lecumberri y Murgia, hasta completar un grupo
de 1631 detenidos enviados a Cdiz para ser embarcados en los primeros vapores
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fletados por la oficina de enlace del gobierno Giraud (cuyo teniente coronel era Pierre
Malaise, la cual se ubicaba en las oficinas del agregado militar de Estados Unidos en
Madrid), con destino a Tnger[66].
Las quejas alemanas por ello no tardaron en llegar, obligando a Gmez Jordana a
realizar un sutil quiebro legal: dispuso que solamente se expulsasen extranjeros a
travs de Portugal, pas no beligerante, aunque a todas luces eso era entregar a los
aliados a sus soldados retenidos en Espaa. La idea que mova todo esto era la de
evitarnos complicaciones; pero sin embargo las complicaciones no tardaron en
llegar. As, las presiones del embajador Stohrer obligaron a tomar tambin la drstica
solucin de cerrar (por pocos das) la frontera pirenaica desde el 24 de marzo de
1943, pidindose a su vez el reforzamiento de las tropas en el lado francs y la
colaboracin de los alemanes para acabar con las redes de infiltracin clandestinas,
como la de la Seu dUrgell[67]. Las autoridades policiales alemanas, por su parte,
establecieron una zona de unos 30 kilmetros a lo largo de la frontera para impedir el
paso a cualquiera que tratase de atravesarla para llegar a Espaa. Pero todo eso
tambin dificultaba las relaciones con Alemania que, si bien no vio un enemigo en
Franco, s dispona de un nmero considerable de soldados apostados en la frontera
pirenaica. Jordana, abrumado por la presin aliada y nazi, opt temporalmente por
una solucin sencilla: intentar desvincular a Espaa del problema.
As, el cierre de la frontera en marzo de 1943 y la amenaza de expulsar a todos
los extranjeros responda a presiones alemanas y a la dificultad de mantener el
problema no ya de los refugiados sino, ante todo, de Miranda de Ebro. Con la excusa
de no poder atender a los refugiados como se deseara, y por las campaas
antiespaolas que los internos llevaban a cabo al salir del campo, en realidad el
anciano Gmez Jordana lo que estaba poniendo a las claras era la incapacidad
espaola para mantenerse en el dbil hilo de la poltica de estricta neutralidad, sobre
todo con 12 000 agentes nazis apostados en la frontera. Eso, sin embargo, suscit la
preocupacin de los aliados y, sobre todo, de Gran Bretaa y Estados Unidos. Esta
Embajada sealara Hayes ha sido asegurada por el MAE en varias ocasiones,
que el Gobierno espaol no devolvera refugiados de pases beligerantes u ocupados a
sus pases de origen o al territorio ocupado por el enemigo sin el consentimiento de
los interesados. Querra poder informar a mi Gobierno que esta poltica del Gobierno
espaol no ha sido modificada en grado alguno. Y, efectivamente, el cierre de la
frontera dur tan slo unos cuantos das.
Las protestas de Hoare y Hayes sirvieron para que Jordana diese marcha atrs y
se rescindiese cualquier tipo de orden de expulsin, buscndose nuevas salidas al
bloqueo de la situacin, en la cual internos de ms de dos aos de antigedad en el
campo se unan a los franceses recin llegados que huan del servicio laboral
obligatorio impuesto por los nazis, a las tropas aliadas en misiones tras las lneas
enemigas o huidas de campos de prisioneros, a los judos que optaban por escapar de
la deportacin. Este ltimo grupo, en particular, preocupaba a los agentes consulares
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alemanes. Diariamente, decan, se evadan elementos de dicha raza, por lo que el


embajador nazi quiso saber si Espaa estara dispuesta a entregar a los judos que
pasan en fraude la frontera. La perspectiva espaola, sin embargo, era la de evitar
enfrentarse con alguno de los contendientes, tambin en este aspecto[68]. Como se ha
visto antes, el hecho de que las deportaciones se hubiesen trocado en el exterminio de
la poblacin juda de Centroeuropa desde enero de 1942 aunque las matanzas
generalizadas datasen ya de la aparicin de los Batallones Mviles de Ejecucin en el
frente Este alemn fue determinante para que el nmero de judos entrados en
Espaa fuese en progresivo aumento, pero no as para la posicin espaola ante
ellos[69].
Y es que el exterminio tena lugar a ms de 2000 kilmetros, en la Polonia
ocupada (Auschwitz y Chelmo) o en la del Gobierno General (Treblinka, Sobibor,
Maidanek y Belzec). Ms que salvarlos, en Espaa se quera, como se ha visto, que
no llegasen a formar una comunidad establecida. Por eso se permiti que un cnsul
oficioso, Samuel Sequerra (del American Joint Distribution Committee en Barcelona)
tramitase sus expulsiones desde Miranda cuando se trataba de individuos en edad
militar, y de civiles solventes, mujeres y nios desde los balnearios y aldeas a las que
fueron llevados en libertad condicional. Convena no poner en peligro la posicin
espaola ante las Naciones Unidas contra el Eje con la colaboracin en las
deportaciones. Tantos fueron, sin embargo, desde noviembre de 1942, que se hubo de
crear una representacin oficial de las organizaciones benficas norteamericanas
encargada a Blickenstaff, del American Friends Service Committee y los cuqueros,
como representante de las American Relief Organizations (Organizaciones de
Socorro Americanas). Tales asociaciones benficas s que presionaron por la
liberacin de los aptridas judos internados en campos, balnearios y crceles, y por
la expulsin de los que estaban en libertad vigilada. Para ellos, y para los soldados y
civiles en situacin irregular en la Espaa de Franco, haba que buscar una solucin
con la mxima urgencia.
Y la solucin estaba en el Norte de frica, adonde la mayora de los internos
deseaban trasladarse para incorporarse a las tropas aliadas, con el pretexto legal de
estar en trnsito por un pas neutral hacia otro, colonia francesa, que haba firmado un
armisticio y, por tanto, deba considerarse tambin como no beligerante. Ya casi nadie
consideraba en Madrid la posibilidad de la expulsin por la frontera pirenaica. Tal era
el peligro en el pas vecino, que incluso el mismo embajador de Vichy en Madrid,
Franois Pitri, pidi a Jordana, Prez y Asensio (respectivamente ministros de
Exteriores, Gobernacin y Ejrcito) que no se devolviese a nadie a travs de esa
frontera. Solamente quedaba la salida por Portugal y los puertos andaluces. Y el
destino era igual en ambos casos: el territorio ocupado por las tropas aliadas.
La veloz retirada de la orden de cierre de la frontera con la Francia ocupada
supuso as una temporal victoria aliada en el tema de los refugiados, que dio nuevas
alas a las peticiones de repatriacin a travs de Espaa de los internos en Miranda de
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Ebro y otros centros. E incluso a las quejas por la lentitud del proceso, ya que, por
ejemplo, los 600 internos de Miranda y Jaraba cuya libertad fue acordada en enero no
haban sido an, en marzo de 1943, puestos a disposicin de sus representantes
consulares[70]. Con todo, ese mes fueron expulsados del territorio nacional hasta 1003
personas pertenecientes a los pases en guerra[71]. Lo que se busc, a partir de
entonces, fue el automatismo en las liberaciones. Solamente actuando as podra
ponerse solucin al grave problema de orden interno y de poltica exterior cuya punta
de iceberg era el campo de concentracin de Miranda de Ebro.
Eso, en buena medida, prologaba la revisin de las normas de extranjera
promovida a finales de marzo y principios de abril de 1943, segn la cual y eso
significaba una gran novedad todos los franceses que no deseasen volver a la
metrpoli seran puestos a disposicin de la CRI, junto con los checos, polacos,
yugoslavos y aptridas. Adems, empezaba a tomar carta de legalidad la que acab
siendo la razn mayoritariamente aducida para conseguir salir del campo: la
liberacin de todos los prisioneros de guerra evadidos de campos de concentracin
(Frontlag y Stalag) en Europa. De tal modo, desde abril de 1943 las liberaciones de
los campos vendran sealadas por un nmero, significativo del tipo de norma
aplicada[72]:
1. Beligerantes en edad militar: a campo militar.
2. Militares profesionales: a campo especial.
3. Varones no en edad militar, mujeres con o sin nios, con medios o garantas econmicas: libertad
vigilada hasta su expulsin. Tambin miembros de pases no beligerantes (argentinos, irlandeses, portugueses,
suizos y turcos) cualesquiera sea su edad.
4. Extranjeros no en edad militar, sin recursos econmicos: a campos o prisiones de Gobernacin (DGS),
que al poco sera puesto en funcionamiento como tal (Nanclares de la Oca).
5. Franceses, considerados anteriormente no beligerantes por armisticio, desde la ocupacin angloamericana del Norte de frica adonde la mayora quiere ir, si no quieren volver a Francia: se les declarar
beligerantes, aplicndoseles las mismas normas. Los que estn en libertad por habrseles considerado hasta
ahora no beligerantes, se les pedir salir por frontera portuguesa, entregndose a la CRI.
6. Checos, polacos, yugoslavos y aptridas no en edad militar: entrega a CRI, permaneciendo en campo
hasta que sta se haga cargo segn las normas 3-4. Los de edad militar, igual que los beligerantes. Como
aptridas se considerara a los internados de territorios ocupados sin representacin diplomtica en Espaa,
como checos, polacos, estonios; los que recusan su nacionalidad legal y no desean ponerse a disposicin de
las autoridades que representan actualmente en Espaa a los pases de procedencia (austracos que no
reconocen el Anschluss, checos y eslovacos que no reconocen el protectorado del Reich en Bohemia y
Moravia); aquellos a quienes por disposicin de orden racial se les haya desprovisto de nacionalidad: entrega a
CRI.
7. Prisioneros de guerra evadidos de campos de concentracin, segn el art. 13 del Convenio de La Haya,
independientemente de su nacionalidad: libertad vigilada y expulsin.
8. Religiosos: entregados a sus rdenes religiosas.
9. Enfermos graves: a Beneficencia si no tienen medios econmicos.
10. Los que tuviesen residencia en Espaa antes de 1939: libertad vigilada si cumplen con norma 3.
11. Todos los mdicos: libertad.

Las entregas de internos de Miranda de Ebro se hicieron as cada vez ms


frecuentes y numerosas, segn un informe franquista de 1946 debido a la
benevolencia del Gobierno Espaol salvando todo gnero de dificultades [como]
las constantes reclamaciones y protestas de los alemanes, que no prosperaron
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gracias a la energa de las Autoridades espaolas que estaban dispuestas a dar una
interpretacin favorable a dichos preceptos a favor de las naciones aliadas. As, 170
ingleses salieron de facto en marzo, reclamando adems la Embajada britnica a 381
internos ms, canadienses y polacos incluidos, as como a 76 del balneario de Jaraba;
23 fueron los estadounidenses reclamados y liberados a principios de abril; 52
holandeses salieron de Espaa, tanto por Portugal como desde el puerto de Cdiz,
justo antes de solicitar la entrega de los 72 que quedaban en el campo. Y, por su parte,
Blgica reclamaba a los 251 que, segn sus clculos, se haban escapado de campos
alemanes para ir a parar a Miranda[73]. Hasta agosto, Boyer-Mas consigui embarcar
a cerca de 4000 refugiados franceses rumbo al Norte de frica.
El incremento, sin embargo, de las peticiones de internos no significaba por
fuerza que fuesen inmediatamente liberados, ni mucho menos. Muchas veces pasaban
varios meses hasta que se consegua la liberacin de facto y, por eso, es complicado a
veces distinguir en la documentacin entre peticiones de libertad y concesiones de las
mismas. El proceso, a grandes rasgos, era el siguiente: el consulado del pas del
interno o la CRI, segn los casos, solicitaba la liberacin al MAE alegando alguna de
las variables antedichas. Despus, el caso era examinado por el Ministerio del
Ejrcito y, si la libertad se conceda, pasaba a la DGS para tramitar los permisos y
visados de trnsito o permanencia. Entonces, haba que esperar a que los responsables
del interno se hiciesen cargo de l en Miranda, para trasladarlo generalmente a
Madrid, en espera de formar un grupo para la expatriacin. sta, por fin, se realizaba
varios meses despus del primer paso, por la frontera portuguesa o por puertos
andaluces (Cdiz, Mlaga, Algeciras) hacia el Norte de frica. Aunque tambin
existan mtodos ms expeditivos. Como dijera Paul Lang, agente consular francs
que llevaba treinta aos en Espaa y conoca las costumbres, el modo ms fcil de
salir del campo era a base de pesetas: una acusacin de corrupcin que fue
investigada por las autoridades franquistas ya que constitua una ofensa para el buen
nombre de Espaa y sus Autoridades. El resultado de la investigacin se desconoce.
No a travs de la corrupcin sino gracias a las gestiones inglesas, salieron a
finales de abril del campo de Miranda 303 ingleses, cuatro australianos, un escocs,
quince sudafricanos y nada menos que 685 canadienses. En estos envos, adems, se
contaban prisioneros internados en greda (Soria), Almazn, Jaraba y diferentes
prisiones provinciales. Y se tramitaban adems las expulsiones de ms grupos
nacionales con preferencia, por ser los ms numerosos, de holandeses,
norteamericanos y belgas[74]. Aunque, sin lugar a dudas, el grupo nacional ms
favorecido por la poltica de expulsiones al Norte de frica fue el francs. Y no slo
el de Miranda, sino sobre todo los retenidos en Deva (se liber a 139), Cestona (a
237), Molinar de Carranza (a 119), Madrid (a 166), Zarauz (a 241), la Tabacalera de
Santander (a 107), la prisin de Capuchinas de Barbastro (a 30), Zumaya (a 38),
Caldas de Malavella (a 404), Barcelona (a 603) y Pamplona (a 41)[75]. De hecho, tan
saturados estaban los centros de detencin y concentracin, que lleg a solicitarse la
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liberacin sin ms trmites de cuantos hubiesen pasado ms de dos aos en Miranda


de Ebro, as como de todos los franceses internados.
Una muestra clara de la situacin la constituyen las renovadas quejas de los
alemanes, esta vez utilizando la prensa. Un artculo del 13 de junio de 1943 en Das
Reich tena el significativo ttulo de Die Pyrenenschleuse. Organisierter
Menschenschmuggel (Las esclusas de los Pirineos. Contrabando humano
organizado) y denunciaba que de un tiempo a esta parte se [oa] en las calles de
Madrid mucho francs son grupos de jvenes fuertes que callejean bajo el sol de la
no beligerancia. Asimismo lamentaba que la representacin de la Francia libre en
Madrid se hubiese instalado en las oficinas del agregado militar norteamericano,
creando as una autntica oficina de reclutamiento para quienes deseasen dejar su
sangre contra Alemania y a favor de los los enemigos de Europa; y tambin, que
hubiese muchos, bajo el control de la CRI, que ni eran enviados a combatir a frica
ni a trabajar a Francia, quedando en un limbo pacfico en territorio espaol. La
frontera verde pirenaica se haba convertido, ante la ineptitud espaola, en un bulevar
a travs del cual se alcanzaban los puntos de acogida anglo-americanos de Figueres o
San Sebastin, donde se les provea de pasaportes falsos. Para Des Reich, uno de los
ms importantes rganos de propaganda nazi (lo controlaba Goebbels
personalmente), se poda estimar en ms del doble de la valiente Divisin Azul, en
unos 40 000 los refugiados que, acogidos a la incapacidad franquista de detener la
riada de personas y a su inters por no contradecir los intereses aliados, haban hecho
del paso clandestino a Espaa un movimiento de guerra contra el Eje.
Y es que las liberaciones de Miranda ascendieron en mayo de 1943 a 639 internos
y en junio rayaron los 400, sobre todo belgas, canadienses, holandeses, ingleses y
norteamericanos. No le faltaba razn, por tanto, al articulista nazi: segn la CRI, slo
los refugiados franceses en Espaa superaban los 10 000. La vlvula se haba abierto,
puesto que mantener a tantos refugiados (se calcula que fueron ms de 22 000 los que
pasaron a Espaa desde noviembre de 1942)[76] y con tantas entregas a los
representantes consulares y a la CRI, hizo que se redujera el nmero de internos en
Miranda hasta, aproximadamente, unos 900-1200 (momento en que se decidi
acometer las prometidas reformas en el campo con las que se inicia el siguiente
captulo)[77]. En ese momento, entre Miranda de Ebro, Jaraba y otros centros de
detencin, como las prisiones o Molinar de Carranza, la Tabacalera de Santander,
Madrid o Barcelona, existan en Espaa un total censado de 8593 refugiados
extranjeros[78].
Segn la Embajada alemana, el 90 por 100 de los ms de mil franceses que
llegaron al Norte de frica en los buques Gouverneur Gnral Lpine y Sidi Brahin
eran jvenes en edad militar; y eso mal poda compaginarse con las relaciones
amistosas entre Espaa y Alemania. Von Stohrer realiz, en nombre del gobierno
del Reich, una ltima propuesta formal para que se entregasen a la guardia fronteriza
alemana aquellos individuos que hayan pasado ilegalmente la frontera pirenaica. La
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entrega de los mencionados individuos a la guardia fronteriza alemana sealaba


constituye la nica solucin efectiva a este problema[79]. En Madrid, sin embargo,
haca tiempo que las cosas haban cambiado no haca sino demostrarlo. La nica
solucin para el problema de los refugiados era, por un lado, que Alemania cerrase
definitivamente su lado de la frontera, abstrayndose as Espaa del mismo (algo que
an en junio de 1943 solicitaba el embajador en Francia, Lequerica, a la
administracin alemana); y por otro, ceder a las peticiones aliadas. El devenir de la
guerra mundial, cada vez ms de cara a los aliados, no haca sino reforzar esta
hiptesis. Y, sobre todo, la hiptesis de que el franquismo trat, en todo momento, de
contemporizar en relacin a los problemas puntuales, tratando de arriesgar lo mnimo
posible, y lograr as un objetivo fundamental: el de perdurar.
Por eso, y aun a riesgo de comprometer el orden pblico y la seguridad Patria
con el internamiento en pueblos y balnearios cercanos a la poblacin espaola a
evidentes enemigos ideolgicos de la dictadura[80], la administracin franquista
permiti que se expulsase de Espaa, en 1943, a 19 463 de los 22 452 refugiados
censados; esto es, de los que se haban presentado a autoridades fronterizas y haban
pasado por el periplo de la detencin, la reclusin o el internamiento. Restaban, por
tanto, en Espaa tan slo 2989 refugiados a finales de ao, algo ms del 13 por 100
de los que desde la invasin nazi de Francia se haban arriesgado al viaje pirenaico. Y
la gran mayora, desde el verano de 1943, estaban internados de nuevo en Miranda de
Ebro; 780 internos en Zumrraga, un mnimo de 53 del balneario de Molinar de
Carranza y unos mil civiles de Caldas de Malavella fueron trasladados al campo de
referencia, haciendo intil el precedente descenso del nmero de internados y
estabilizando su poblacin de nuevo en torno a los 3000, si bien la razn para tal
recrecimiento fue la de centralizar las expulsiones, haciendo de Miranda un lugar
cada vez ms de trnsito y menos de concentracin.
Y es que, por ejemplo, desde Miranda salieron para el Norte de frica 750
franceses (ms un grupo de polacos, canadienses, belgas y estadounidenses) en junio,
que se unieron a los 488 que esperaban la salida de Madrid y, probablemente, a los
478 refugiados en Totana (Murcia). En julio fueron liberados franceses internados en
Cceres (72), Caldas de Malavella (104), Girona (113), Figueres (145), Barcelona
(50), Rocallaura y el Seminario Viejo de Lleida (279 y 93, respectivamente), Totana
(250), Madrid (530), Jaraba, Almazn y Arnedillo (Logroo, 94 entre todos) y
Miranda de Ebro (77). Y en agosto, de Urberuaga (212), Sobrn, Arnedillo y
Almazn (71), Miranda de Ebro (282), Molinar de Carranza (110), Figuerido (120),
Celanova (65), Belascoain (25), Sobrn (25), Girona (141), Totana (236), Madrid
(87) y Barcelona (262)[81]. Un total de 5159 franceses liberados y entregados a la
representacin extraoficial de la Francia gaullista, mayoritariamente civiles pero con
una nutrida representacin tambin de militares internados en Miranda de Ebro
(1109).
Para facilitar la expulsin de estos y otros que vendran, Franco en persona
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autoriz en septiembre que pudiesen embarcar en puertos espaoles a bordo de


barcos franceses, con destino al campo africano de refugiados del mariscal Lyautey
que, tras muchas dificultades interpuestas por Francia, empez en septiembre a ser
utilizado por orden del general Eisenhower. Y, de tal modo, el cnsul ingls en
Mlaga advirti personalmente al comandante militar de Marina de esa ciudad que
pronto llegaran dos buques con bandera francesa para recoger refugiados, hasta
llegar a unos 8000. En octubre se concedi la libertad a 2971 franceses (170 de
Miranda, el resto de diferentes balnearios y ciudades)[82] y el 2 de noviembre
entraron, por vez primera, los buques franceses Governeur Gnral Lpine y
Goudribrahim en el puerto de Mlaga, escoltados por un destructor ingls. Como
sealara posteriormente la CR francesa, entre los das 2, 15 y 29 de noviembre pudo
sacarse de Espaa a 6313 compatriotas, lo que contrasta con la opinin de Ysart
segn la cual las potencias aliadas fueron en extremo morosas con sus refugiados
en particular, seala, con los judos. Conseguir, sin embargo, que se pusiesen a
disposicin de la Francia libre a 4921 refugiados (nada menos que 2006 de Miranda
de Ebro)[83] en noviembre y que en diciembre, tras diferentes presiones alemanas y
tras la liberacin de 2234 (1009 de Mirlada), se decidiese suspender la salida por mar
de los refugiados (que se hara desde finales de ao cada dos meses) ante todo porque
no haba an un nmero importante de ellos, era un posicionamiento claro de los
aliados ante los intentos franquistas de desembarazarse del problema.
Un problema, en resumen, que haba comenzado sobre todo en noviembre de
1942 cuando, tras la invasin del Norte de frica por parte de los aliados y la
ocupacin total de Francia por parte del Eje, Espaa haba quedado encerrada entre
dos ejrcitos amenazantes para la estabilidad del franquismo. Cierto que tardamente
y tras asumir su incapacidad para solucionar un grave problema derivado de esa
situacin, de los casi 22 500 refugiados y exiliados europeos de 39 nacionalidades
(aparte de los aptridas) que entraron en Espaa huyendo de las deportaciones, el
trabajo forzoso en Francia o las tropas alemanas[84], ms de 19 000 fueron expulsados
de Espaa durante 1943, entre los que destacaron 14 471 franceses, 2578 ingleses,
1274 polacos, 492 belgas o 184 estadounidenses. De ellos, un mnimo de 13 000
haban pasado en Miranda de Ebro semanas, meses o incluso aos[85]. Un campo de
concentracin con una poblacin fluctuante, smbolo de la posicin espaola frente a
la segunda guerra mundial y los pases beligerantes, que tambin lo fue de la miseria
y el miedo, as como de la esperanza, para los muchos que aprovecharon no la
benevolencia sino la incapacidad y debilidad franquista frente a la delicada situacin
y las presiones derivadas de ella, y lograron as huir del poder alemn sobre Europa.
Un campo por el que desde 1944 pasaron tambin alemanes y colaboracionistas
con el rgimen nacionalsocialista, cuando las condiciones de vida en su interior
haban ya mejorado sustancialmente en comparacin con la desastrosa situacin
interna que se ha ido desgranando en este captulo. En el siguiente, la crnica del
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largo final (desde la liberacin de Francia hasta su cierre definitivo en 1947)


empezar, precisamente, con un viaje al interior de Miranda de Ebro. Y finalizar con
el internamiento de alemanes, franceses, belgas o italianos que, huyendo de las
depuraciones antifascistas, tambin se adentraron en la Espaa neutral, para ir a parar
al campo de prisioneros e internados ms longevo de la historia espaola.

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7
Crnica de un largo final. Refugiados, nazis y
colaboracionistas
1944-1947

L 3 DE DICIEMBRE DE 1943, el ministro de Asuntos Exteriores escribi de su

puo y letra una carta a Asensio, titular de Ejrcito, para felicitarle por las
reedites obras de mejora y acondicionamiento realizadas en Miranda de Ebro. El
campo, para el anciano militar, poda presentarse como modelo para toda Europa. Sin
embargo, instaba a no darles demasiada publicidad y a mantener callada la labor
humanitaria que all se realizaba. Poco antes el coronel jefe del campo, Luis Molina
Gonzlez, haba acompaado a diferentes agregados militares de naciones
beligerantes con internos en el mismo en una visita que, a juicio del coronel
Capdevila, responsable por parte del Ministerio del Ejrcito, haba sido un xito.
Tanto la comida en el cine del campo como el paseo posterior, hablando con cuantos
internos se acercaron, haban convencido a los agregados de las condiciones del
campo, segn sealaba La Voz de Espaa el 22 de noviembre de 1943[1].
El objetivo de estas visitas, que tuvieron incluso cobertura flmica, era acabar con
la leyenda negra que rodeaba al campo. As, el general Yage, capitn general de la
6. RM, haba recibido en Burgos el 22 de noviembre a los agregados militares de
Estados Unidos, Gran Bretaa, Italia y Chile y, al da siguiente, a los de Japn,
Bulgaria y Finlandia. Sin embargo, detrs de la fachada de satisfaccin y elogios por
las reformas acometidas en el campo de que se han hecho eco algunos trabajos (ms
bien falseadores de la realidad) exista una profunda preocupacin, hasta el punto de
solicitarse que no se realizasen ms visitas oficiales. Y es que, cuando subido al
estrado delante de los gigantescos yugo y flechas que presidan la explanada principal
del campo, monseor Boyer-Mas, que acompaaba a los visitantes, haba dirigido la
palabra a sus compatriotas franceses, stos haban recibido sus palabras con risas
irnicas y silbidos de desaprobacin.
La frase que haba desencadenado la hilaridad se refera a la gratitud que todos
[deban] a la generosa y humanitaria Espaa, que el religioso hubo de repetir a gritos
para acallar las risas. Por otro lado, ninguno de los representantes aliados haba tenido
durante la visita la menor frase de elogio ni para las instalaciones ni para el trato
humanitario recibido por los internos. Los representantes del Eje, en cambio, s se
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haban expresado en trminos muy encomisticos. La conclusin a la que se lleg, no


obstante, fue que por muy loables que fuesen los propsitos, convena no dar
publicidad alguna al campo de Miranda para facilitar la labor realizada. Ni tan
siquiera que se exhibiesen las tomas realizadas por NO-DO. Y es que, por mucho que
se hubiesen realizado mejoras en el campo, mostrarlas era tambin revelar las
pretritas carencias. As como vanagloriarse de que el nmero de internos haba
descendido a 1700 no estaba exento de recordar cmo haban llegado a acumularse,
en un campo preparado para 1500 personas, casi 4000.
Tres aos y dos meses despus de esa visita, se echaba el cierre al campo de
concentracin de Miranda de Ebro. Un tiempo mayor del que haba estado en
funcionamiento durante la guerra civil, durante el cual los objetivos fueron siempre
transparentes: cerrarlo. Acabar con el problema de los refugiados y que eso
favoreciese, en la medida de lo posible, los intereses de poltica interna, exterior e
imagen de la dictadura de Franco.
Tres aos en los que, sin embargo, esos tres ejes se vieron gravemente
emborronados tanto por la persistencia del internamiento de soldados y civiles aliados
en una suerte de prisin estatal, como por la presencia en campos, crceles y
depsitos de internados nazis y colaboracionistas con la ocupacin alemana. Tres
aos en los que naci el cerco internacional al rgimen de Franco, cerco determinado
por su ilegitimidad de origen, por la connivencia y apoyo militar al Eje, por la
profunda penetracin del espionaje nazi en Espaa (la red informativa KO-Spanien
del almirante Canaris, bajo la gida del Abwehr) y por su evidente carcter
antidemocrtico que tuvo como jaln principal su rechazo desde la primera reunin
de Naciones Unidas en 1945[2]. Tres aos ms de malos tratos, polticas
contradictorias e ilegalidad, en definitiva, en los que el refugio poltico en la neutral
Espaa se convirti en un va crucis para casi todas las esferas del poder pblico por
cuanto denotaba la realidad del coercitivo y violento poder dictatorial. Los aos que
se van a abordar en este captulo.

1. REFUGIADOS EN MIRANDA, INDESEABLES EN NANCLARES


(1944-1945)
En 1946, y para frenar las informaciones halladas en varios peridicos franceses
sobre el fusilamiento de varias personas en el campo de Miranda, el Ministerio del
Ejrcito distribuy una nota alusiva sobre todo a las fechas aqu abordadas,
1944-1945, en la que se haca mencin a las mejoras introducidas en el campo,
gracias a la expulsin de cientos de internos desde finales de 1942 y a las reformas
ejecutadas. De tal modo, segn la visin oficial el trato que reciban no poda ser
ms humanitario y excepcional en lugares similares, ya que gozaban de completa
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libertad durante todo el da para dedicarse a la lectura, deportes, etctera sin que se
les obligase a efectuar ninguna clase de trabajo, teniendo adems para su recreo una
magnfica piscina y cine sonoro. Las condiciones higinicas son inmejorables, como
lo prueba el hecho de que slo ha habido que lamentar cinco defunciones[3].
Admirablemente instalado con alojamientos amplios, dos pabellones para oficiales,
buena enfermera, 32 duchas, agua abundante, mquinas de desinfeccin de ropas,
con alimentacin excelente dando carne a diario en el almuerzo y comida, nada
apuntaba a que pudiese hacerse crtica alguna al tratamiento de los refugiados. En la
mente, sin embargo, de los aliados estaban an las duras condiciones de vida sufridas
antes del verano de 1943.
Las reformas a las que se hace mencin fueron realizadas durante ese perodo
estival, si bien no estuvieron listas antes de noviembre. Ante todo, se centraban en
tres aspectos fundamentales para la vida interna del campo: higiene, seguridad e
imagen al exterior. En el primer caso, antes del verano de 1943 solamente funcionaba
en todo el campo una fuente con un solo cao, con un lavadero no utilizable, frente a
la cual los internados deban esperar horas y horas para poder beber. Consecuencia de
la escasez de agua, adems, las duchas no funcionaban prcticamente, ni tenan agua
las letrinas formndose verdaderas masas de excrementos. La condicin higinica
de los internos, como puede suponerse, era ms que deficiente ante tal situacin y
teniendo en cuenta la gran acumulacin a la que se lleg en el primer semestre de
1943. Para solventar esta enorme carencia se construy una pequea presa en el ro,
el depsito de aguas an hoy visible en el permetro del campo, varias fuentes de
cuatro caos y la canalizacin hacia las letrinas nuevas y antiguas, con lo que,
adems, pudo usarse la piscina, los lavaderos, las duchas, ponerse en funcionamiento
peladoras automticas de patatas la fuente primordial de alimentacin y regar
rboles y jardines[4].
Un aspecto este ltimo que entroncaba con el deseo de dar una imagen exterior
del campo de Miranda alejada tanto de la suya propia hasta haca bien poco, como de
la de los campos de prisioneros extendidos cual sofocante manto por toda Europa,
contribuyendo adems mediante la habilitacin de servicios no gratuitos a una
economa concentracionaria potencialmente deficitaria. Y que tuvo como
consecuencia directa, facilitada por el descenso del nmero de internos, la
habilitacin de uno de los barracones como cine previo pago de una peseta
donde se proyectaban pelculas cedidas por la Embajada norteamericana revisadas
previamente por el jefe del campo; adems, la instalacin de una cantina, con la que
se consigui mejorar la verdaderamente catastrfica situacin econmica del
campo, hizo desaparecer la entrada clandestina de productos y consigui mejorar la
situacin general ya que, de tal modo, los internos con dinero podan comprar jabn,
tabaco, fruta, ropa, calzado o comida; jams alcohol[5]. As, entre los ingresos del
cine y la cantina pudieron acometerse las obras del cine (80 000 pesetas) y de aguas
(100 000 pesetas).
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Un deseo ms velado que mova a estas reformas era incrementar la seguridad


interna del campo: tambin determinadas por las malas condiciones de vida, las
protestas y quejas de los hacinados internos motivo por el cual las plazas se
incrementaron con varios barracones hasta las 2400 y de sus representantes al otro
lado de las alambradas alimentaban una constante sensacin de inseguridad que se
sostena sobre uno de los pocos hechos positivos de la vida en Miranda, el que los
internos no tuviesen que seguir un estricto horario ni una actividad concreta ms all
de las consabidas formaciones. Ello alimentaba la inactividad y, con ella, tambin el
rencor hacia quienes les obligaban a permanecer detenidos sin demasiado sentido ni
justificacin. Detrs de la creacin del cine o la puesta en funcionamiento de la
piscina, as como de las mejoras higinicas, estaba por tanto el deseo de controlar la
organizacin cotidiana de la vida en Miranda. Y el cierre de la parte posterior del
campo, la elevacin de las tapias en medio metro, la sustitucin de las telas metlicas
de cierre por muros de mampostera, las mejoras en el alumbrado nocturno o la
separacin de las dependencias del servicio interno del campo albergaban ante todo la
intencin de no dejar escapar a nadie de Miranda.
El nuevo campo de Miranda fue as motivo de orgullo y propagandstica
satisfaccin en 1943, hasta el punto que el responsable para los refugiados del
Ministerio del Ejrcito, Csar Capdevila, opin que se haba logrado el mejor campo
de Europa. Y se invit por eso a los agregados militares a visitarlo, para tratar de
acabar con la leyenda negra que rodeaba todo lo relacionado con l. Al final, sin
embargo, se lleg a la conclusin de que la mejor poltica era la de no dar ninguna
noticia del campo, mandarlo al limbo y no alimentar as ms campaas
antiespaolas en la prensa extranjera, una prensa a la que se haba sumado ya la
alemana. Asimismo, que la nica solucin para acabar con el problema de Miranda
era tratar de clausurarlo y dejarlo sin internos, extremando la vigilancia y la
seguridad. A tal efecto, y por vez primera, se articularon con sorprendente retraso los
reglamentos para el funcionamiento del campo[6], segn los cuales nadie quedaba
sujeto a rgimen disciplinario o de castigo, observando una conducta con un trato
correcto e hidalgo. El mando del campo quedaba organizado en las dependencias de
Mando, Informacin e Investigacin, Oficina de Extranjeros y servicio de cocina,
almacenes y cantina. A sus rdenes, una escolta exterior con efectivos reglamentarios
de tres compaas tcticas para montar el nmero de centinelas necesario con el fin
de no permitir evasiones, evitndolas si es necesario con el empleo de sus armas.
Adems de las consabidas agrupaciones por nacionalidades, la prohibicin de
contacto entre centinelas e internos, las varias formaciones diarias con izadas y
arriados de banderas, aspectos hasta cierto punto normales en los campos de
concentracin y que ya se han observado durante los aos de guerra civil, lo ms
destacable era la clarificacin de las normas segn las cuales los internos podan ser
puestos a disposicin de las autoridades de sus pases y ser expulsados del territorio
nacional. Los pertenecientes a pases no beligerantes (norma 3), los prisioneros de
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guerra evadidos de campos en Europa (norma 7), los intiles para la guerra (norma
9), los religiosos (norma 8), los refugiados civiles y los extranjeros que residan en
Espaa antes de 1939 (norma 10) y los mdicos (norma 11) tenan asegurada la
libertad, como se ha visto en el captulo anterior. Por eso, una vez que esto fue puesto
en conocimiento de los encargados de las redes de evasin a Espaa y tramitacin de
los expedientes de expulsin, empezaron a hincharse inusitadamente los incluidos en
la norma sptima: al carecerse de documentacin que acreditase la situacin de los
refugiados a su llegada a Espaa, las autoridades franquistas hubieron de creer por
sistema sus declaraciones. Era el nico camino para no repetir la aglomeracin de
1943.
De tal modo, 339 internos de diferentes nacionalidades fueron sacados de
Miranda mediando tan slo la declaracin de haber sido internados previamente en
campos de prisioneros alemanes entre enero y febrero de 1944, resultando el grupo
ms numeroso junto a 22 expulsados ms[7]. Desde estas fechas la jefatura de
Miranda enviara al MAE los listados completos de liberados del campo, que como
puede observarse seran cada vez menores, en primer lugar gracias a las expulsiones
masivas de la segunda mitad de 1943 y, en segundo lugar, por el progresivo descenso
del nmero de evadidos a Espaa. En marzo salieron del campo 105 internos por
resultar prisioneros de campos alemanes, y en abril, 101 por la norma sptima de
actuacin, adems de siete judos, tres polacos y un griego, entregados a la CRI. En el
mes de mayo, con la liberacin de un total de 193 internos, volvi a aumentar el
ndice de expulsiones de Miranda, a las que haba que sumar las tambin ya
cotidianas de los balnearios de Urberuaga, Caldas o Molinar de Carranza, as como
de Madrid, Barcelona, Lleida y de diferentes penales a lo largo de la Pennsula. Por
muchos de estos centros la Representation in Spain of American Relief
Organisations, a cargo del Assistant Chief of Mission M. W. Beckelman, haba hecho
circular cuestionarios en ingls, alemn, italiano y francs para que los internos
solicitasen el traslado al campo cercano a Casablanca, donde podran trabajar para
sufragar gastos y gozar de una vida normal y agradable. Las quejas alemanas ante
lo que consideraban un abuso, ya que no eran slo los refugiados beligerantes sino
tambin los propios alemanes quienes abrazaban posibilidades como sas, no eran ya
suficientes para detener el flujo de refugiados al Norte de frica a cargo de los
aliados para dotar de brazos y soldados al Comit Francs de Liberacin Nacional[8].
Para entonces, haca ya unos meses (el 25 de julio de 1943) que el gobierno
fascista de Mussolini haba cado, forzado por la invasin aliada del verano de 1943
en Sicilia y llegndose al armisticio el 8 de septiembre. Desde 1944 Italia estara
representada en Espaa por dos legaciones, la Embajada Real y el cnsul de la
Repblica Social Italiana de Sal Eugenio Morreale (cuyo representante de Cruz Roja
era Gianni Zueco), que se disputaran la gestin de la liberacin, ante todo, de los
ms de mil indisciplinados marinos llegados a costas espaolas en enero, en su
mayora nufragos del acorazado Roma tambin de Impetuoso y Vivaldi: estos
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ltimos tomaron tierra en las balsas de salvamento tras naufragar, e internados en


centros como el de Caldas de Malavella (Girona) o en un islote en Mahn. En ese
sentido, el afn mayor del representante del gobierno Badoglio, Giacomo Paulucci di
Calboli, no sera otro que el forzar a los internos a decidir por s mismos y no dejarse
arrastrar por sus jefes, quienes segn su opinin deseaban mantenerse irreductibles al
lado de Mussolini y que sus liberaciones fuesen tramitadas por representantes
alemanes. Sin embargo, la fuga de varios marineros del campo revelaba todo lo
contrario: los jefes eran ante todo badoglianos e imponan frreos castigos a
quienes sostenan sentimientos de pura fe fascista y de devocin al Gobierno de
Mussolini, y que haban llegado a Espaa seguros de que aqu se representara al
Duce y no a quienes haban establecido alianza con los bolcheviques [que] querran
arrastrar a estos compatriotas hacia el ms obscuro y trgico destino. Una situacin
esta que dio autnticos quebraderos de cabeza a las autoridades del balneario, puesto
que la actitud de los italianos fue en todo momento la de buscar la confrontacin,
llegndose en varios momentos a producirse agresiones a las fuerzas de seguridad[9].
Para evitarlas, se permiti la salida de los campos a algunos grupos de marinos
con destino a la Italia del norte (50 de Cartagena y 21 de Girona, por ejemplo, a
finales de junio), lo que produjo las quejas por parte del Real Viceconsulado ya que
eso, a su juicio, supona un delito de sedicin y desercin, al haber solamente un
Estado italiano reconocido, el del sur. La respuesta de Doussinague, director general
de Poltica Exterior, era ms que significativa: a lpiz, escribi junto al informe
All ellos!. Y es que, a la vista de los datos ofrecidos por el MAE, la gran mayora
de los marinos de Caldas (900 frente a 20) deseaban partir para la Italia del sur antes
que a la de Sal, si bien el deseo generalizado era el de permanecer en Espaa hasta
que la situacin terminase de aclararse en su pas. Con enfrentamientos an en el
territorio, depuraciones del funcionariado y una fuerte tensin entre partisanos y
nazifascistas, cabe suponer que estos italianos prefiriesen la incomodidad del campo
de internamiento antes que el regreso. As lo sealaron tambin los internos italianos
en Miranda de Ebro, muchos de los cuales no eran ya combatientes aliados sino
fascistas o colaboracionistas en la ocupacin nazi. Lo cual no fue, por cierto, bice
para que se ordenase el traslado de los 900 internos de Caldas a la Italia del sur en
julio de 1944.
Que los italianos deseasen quedarse en Espaa era algo hasta cierto punto lgico,
vista la cambiante situacin internacional derivada del avance de la guerra y de la
invasin aliada del continente europeo desde junio de 1944. Y es que las expulsiones
dependan tanto del grupo nacional del que se tratase como de su significacin
poltica. Un ejemplo ms que evidente de todo ello lo tendremos al observar el
internamiento de colaboracionistas en Miranda de Ebro y sus deseos por huir de las
depuraciones en los pases ocupados o pertenecientes al Eje. Eso era algo que, sin
embargo, no ocurra en otros centros, como el de Urberuaga de Ubilla (Vizcaya),
desde donde la CRI hubo de trasladar a los grupos de civiles franceses al de Molinar
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de Carranza, para facilitar los traslados y liberaciones (este ltimo estaba situado
sobre la lnea frrea y, adems, reuna mejores condiciones de vida y habitabilidad, al
albergar tan slo a unos 200 internos). Cabe sealar, adems, que la peticin de
traslado se vio acompaada de las quejas por parte de los franceses, quienes
sealaban que Urberuaga se haba convertido en un autntico campo de
concentracin, donde no podan salir de los lmites del hotel que les estaba asignado,
y adonde se les trasladaba con grilletes, encadenados o esposados. De hecho, la
misma DGS hubo de reconocer que todos los traslados se hacan de esa forma, a
excepcin de los de los jefes y oficiales, por motivos de seguridad y siguiendo las
normas de la Comandancia de la Guardia Civil. Se haban dado casos de evasiones y
fugas que incluso haban acabado, tras la tramitacin de un expediente informativo,
con la expulsin del cuerpo de varios agentes. Por ello, se deca, los traslados se iban
a mantener en la forma establecida. Fuesen franceses civiles o militares, alemanes o
polacos, todos se hallaban en situacin irregular en la Espaa de Franco y, por ello,
haba que extremar las precauciones[10].
No obstante, y aunque todo apuntaba a que la poltica oficial establecida por el
MAE para con los refugiados era claramente aliadfila, la seguridad interna del pas y
la discrecin propagandstica seran los ejes de la poltica concentracionaria hasta el
final de la guerra mundial. De Miranda salieron en mayo, en grupos cada vez ms
reducidos, 193 internos; y en junio, tan slo 87, todos ellos evadidos de campos
alemanes. De hecho, desde este momento prcticamente todos los expulsados lo sern
siguiendo la norma 7, la de no permitir el internamiento a prisioneros de guerra
evadidos que, al entrar en territorio neutral, recobraban inmediatamente la libertad.
Prcticamente, pero ni mucho menos todos: tambin desde mediados de 1944 se
inici la poltica de internamiento en Nanclares de la Oca, un dursimo campo
dependiente de la administracin civil de la DGS puesto en funcionamiento para
espaoles considerados oficialmente indeseables y que tambin lo fue para los
extranjeros toda vez que, decretada su liberacin y expulsin de un campo franquista,
se negasen a abandonar Espaa lo que tambin les daba carta de indeseables.
En julio de 1944, y segn una nota inglesa, haba en Nanclares un grupo de 27
prisioneros extranjeros, incluyendo cierto nmero de aptridas, para nada
diferenciados de los 800 criminales espaoles y sometidos a un rgimen de
extrema dureza, sin cumplir, a diferencia de los espaoles, algn tipo de pena en el
campo[11]. Los huspedes molestos y peligrosos, aventureros contumaces de la
desobediencia segn las autoridades franquistas, estaban detenidos por sus
actividades contrarias al Nuevo Estado y slo una medida enrgica poda dar fin a
ese estado de cosas. Una medida como el internamiento disciplinario que traa
aparejado el trabajo forzoso en la cantera aneja al campo, ncleo de accidentes
laborales, y un trato despiadado de los guardas. A fin de cuentas, como se recordaba
desde la DGS, tampoco las representaciones diplomticas tenan especial inters en
recibir a muchos de ellos, delincuentes comunes o encerrados por delitos polticos.
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De tal modo, la expulsin sugerida de Espaa no fue aceptada tan siquiera por Gran
Bretaa, alargando una situacin que ira an ms all de 1947, tras el cierre de
Miranda de Ebro.
Ni Gran Bretaa, ni Italia: los once italianos internados en Nanclares de la Oca en
agosto de 1945 por no haber accedido a la expulsin del territorio nacional pronto
protagonizaron un suceso de alta gravedad que puso en serias dificultades las
relaciones diplomticas entre el gobierno Badoglio y Franco. Y es que los extranjeros
estaban obligados a desarrollar un dursimo trabajo forzoso en la cantera de piedra, en
condiciones deplorables tanto por la insuficiente alimentacin como por el
tratamiento disciplinario. Ms un centro penal aunque sin pena judicial precedente
que de detencin preventiva, los internos, efectivamente, aparte de por no haber
accedido a la expulsin estaban en Nanclares por tener ideas subversivas o, como
en el caso de Martino Raimondo, por pertenecer a la masonera. Esto es, que no se
trataba en muchos casos de refugiados de guerra que hubiesen violado la orden de
expulsin sino de indeseables a nuestra Causa, penados sin pena incluso por delitos
de filiacin poltica derivados de las duras leyes penales de la guerra civil y la
posguerra, as como por delitos contra la moral pblica y por conductas privadas
descarriadas o amorales[12]. De manera abusiva, por tanto, se les mantena
sometidos a un rgimen de trabajos forzosos por pertenecer, en su carcter de
indeseables, a la administracin civil del Ministerio de Gobernacin.
Hasta el papa lleg a interesarse por la situacin de los internos de Nanclares. Y,
desde luego, a tenor de las noticias que existen sobre la vida en ese campo, caba
preocuparse. En cierta ocasin el comandante jefe del campo haba golpeado y
abofeteado a tres italianos, Bruno Zito, Nicola Capo Barata y Andrea Iorio en
presencia y con ayuda de los vigilantes, incautndoles adems las modestas sumas de
dinero enviadas por diferentes asociaciones benficas. Despus encerr a dos de ellos
por hablar de poltica, hasta que uno inici una huelga de hambre, y lanz
peroratas a los entonces (octubre de 1944) 45 extranjeros dicindoles que el dinero
recibido por las embajadas italiana o norteamericana era dinero de Satans,
amenazando despus con fusilarlos a todos. Segn sealaba un testigo en carta
annima a la legacin italiana, el mdico encargado de la enfermera, alemn,
rehusaba intencionadamente reconocer las enfermedades de los internos, de manera
que eran obligados a trabajar de todos modos, aun cuando la debilidad era extrema.
La versin oficial, sin embargo, era bien otra: el trabajo en la cantera se realizaba
para evitar la ociosidad de los internos, indeseables para la patria, a los que ni tan
siquiera sus propios representantes diplomticos deseaban ayudar. La disciplina haba
de ser severa, porque desde haca unos meses se realizaba propaganda subversiva
contra el rgimen, granjendose as la antipata y animosidad de los espaoles. Lo
que ocurra, en definitiva, era que muchos de los extranjeros [eran] ambulantes,
incontrolables de toda especie, que no ha[ba]n trabajado nunca y que muchos de
ellos formaron parte de las Brigadas Internacionales del Ejrcito Rojo[13]. Sin
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embargo, el escndalo internacional lleg a ser tan maysculo que Franco hubo de
suprimir, segn se dijo a raz de las protestas italianas, el castigo de ltigo en
crceles y campos y mandar a crceles a 55 internos que llegaron a amenazar con la
huelga de hambre. Era ya 1945 y varios sucesos de extrema gravedad haban
ensangrentado an ms si cabe la historia concentracionaria franquista: tras la evasin
y posterior captura de un italiano, Alfonso de Bernardis, haba sido atado a un palo y
apaleado salvajemente, resultando con lesiones en todo el cuerpo, heridas en la
cabeza y la fractura de una pierna. Precariamente curado, haba debido volver al
trabajo en la extraccin de piedras. Debido a las quejas de varios compatriotas, uno
de ellos, Bruno Zito, fue azotado en trax, piernas y cara durante veinte minutos
hasta perder el sentido por varios vigilantes y, segn la versin italiana, por el
mismo comandante del campo, Andrs Gonzlez Garca, quien adems no haba
dejado entrar a un empleado del vicecnsul italiano en Bilbao a investigar en el
campo porque de tal modo habra perdido el prestigio ante los Agentes de
Polica[14].
El trato inhumano, las palizas, las arbitrariedades, el robo de dinero por gastos
de captura, por otro lado, no eran hechos puntuales sino que eran constantes; toda
una poltica oficial para con los internados indeseables que empezaba con la
arbitrariedad de la detencin sin juicio ni pena, segua con el sometimiento al trabajo
forzoso y terminaba con el desprecio a los mtodos mnimamente humanitarios.
Respecto al segundo punto, el del trabajo en la cantera de piedra, este era sin duda
desarrollado sin las ms mnimas condiciones de seguridad. Tanto era as, que el 9 de
abril de 1945 ocurri un grave incidente al estallar una mina mientras se hallaban
cerca varios internos y obreros libres contratados en el tajo, ocasionando nueve
heridos graves. Entre ellos estaba De Bernardis, convaleciente an de la fractura de
tibia sufrida por los golpes. Las deficiencias sanitarias se pusieron de relieve,
tardndose varias horas en atender a todos los heridos. No obstante, en el informe
oficial la gallarda e hidalgua espaolas volvieron a salir a la luz: amparndose
en el hecho de que un polica armado del campo haba sido herido con carcter leve,
el embajador italiano hubo de leer que siguiendo una tradicin tan espaola que ante
la desgracia no distingue entre el preso y su guardin, ni entre el nacional y el
extranjero la gestin del accidente haba sido excelente: el ltimo en ser atendido
haba sido, precisamente, el polica.
Esta incursin en el campo de Nanclares da buena cuenta de las diferencias,
podramos decir arbitrarias, existentes entre diferentes campos y, en particular, entre
los del Ejrcito y los de Gobernacin. Mientras los primeros, con una larga
trayectoria de gestin a sus espaldas, trataban de superar las dificultades implcitas en
la poltica franquista para con los internados (detencin y espera de expulsin), los
segundos tomaron el testigo de las brutalidades, las palizas, las torturas y los malos
tratos que tambin durante la guerra civil y la posguerra haban detentado algunos
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campos de la ICCP y de diferentes Cuerpos de Ejrcito. Adems, un hecho


fundamental hizo tomar otro rumbo a la historia concentracionaria a mediados de
1944, fortaleciendo la teora de la rpida expulsin y el placebo a los aliados. Y es
que el 6 de junio de 1944 supuso un punto de inflexin en los acontecimientos
blicos y, por extensin, tambin en la poltica concentracionaria franquista. El da
D, el del desembarco aliado en Normanda, una apresurada nota de firma ilegible
avisaba a Gmez Jordana de que Espaa deba estar preparada para nuevas entradas
de refugiados, ya que el anuncio de inminentes operaciones militares de intento
de invasin y ocupacin, por parte de los Ejrcitos aliados, de territorios ocupados
actualmente por el Eje poda provocar, de nuevo, grandes movimientos de
desplazados. El informante, aun sin poder precisar el nmero de stos, sealaba que
bien poda estimarse en un milln, con lo que valoraba ms alta la huida ante los
aliados que ante el Tercer Reich y sus estados satlite. Doussinague seal estar de
acuerdo, recordando que los 20 000 alojamientos existentes eran insuficientes. Sin
embargo, tras haber pedido incluso un crdito destinado a la construccin de nuevos
campos en la zona de Valls (una antigua fbrica de papel habilitable para 2500
internos y un campo en Calatorao, para otros 1500), sta fue congelada en julio.
El desembarco en Normanda, la liberacin de Pars en agosto de 1944, la toma
de la costa mediterrnea de Francia ese mismo mes y la activacin de grupos de
resistencia que durante la ocupacin alemana haban permanecido en la
clandestinidad empujaron, efectivamente, a nuevos grupos de refugiados sobre la
frontera espaola. Estos nuevos internados, sin embargo, ni fueron tan numerosos
como suponan los ministros franquistas ni supusieron, en principio, un amplio debate
jurdico en torno a la decisin sobre qu hacer con ellos. Mientras que grupos de
combatientes aliados eran entregados desde Miranda para su reincorporacin al
Ejrcito (247 en julio, 107 en agosto), la Asesora Jurdica Internacional del MAE
recalcaba que, para continuar una poltica de acercamiento a los aliados sin renunciar
a las pretritas filiaciones hacia los alemanes e italianos, las mismas reglas se
mantendran en cuanto las tropas angloamericanas ocupasen la frontera con Francia.
Lo cierto es, sin embargo, que desde el verano de 1944 el paso de refugiados a
Espaa tuvo un serio recorte, en particular tras la desercin de grupos de tropas y
aduaneros alemanes que vigilaban las fronteras desde el lado francs. Las cifras de
expulsiones del campo de Miranda, realmente mnimas en comparacin con lo que
hemos observado hasta ahora, no hacen sino llamar la atencin sobre este punto: en
septiembre salieron del campo 37 internos y 19 en octubre, tocando fin en ese mes las
salidas de Miranda hasta ya entrado enero de 1945. Tambin las cifras de liberados de
Madrid, Barcelona, Molinar de Carranza, Murgia (centro destinado exclusivamente
para mujeres) o Zaragoza sufrieron un fuerte descenso, hasta el punto de solicitarse,
por parte del MAE, que todas las representaciones aliadas recogiesen a sus sbditos
en noviembre de 1944 de los campos de Jaraba y Miranda[15].
As, los franceses, ingleses, norteamericanos, belgas u holandeses que quedaban
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en los centros de detencin y que haban atravesado la frontera para huir de la


ocupacin nazi o del internamiento en campos para prisioneros de guerra obtendran,
paulatinamente, la liberacin completa. La presencia de los aliados en las dos
fronteras principales espaolas durante la segunda guerra mundial, la francesa y la
africana, pusieron fin a las dudas existentes, cada vez menores como se ha visto
desde el desembarco en el Norte de frica, en torno a las polticas para con los
refugiados. A principios de septiembre de 1944 el personal internado en Miranda de
Ebro responda a diferentes circunstancias, algunas de las cuales impedan
explcitamente su expulsin, tanto por parte del MAE como de la DGS. Por un lado,
grupos de nacionalidades que no conseguan, por parte de sus representantes
diplomticos, el visado de entrada. Eso ocurra, por ejemplo, con algunos franceses a
los que desde Argel se bloqueaba en el campo, por haber sido descubiertos como
colaboradores de los ocupantes nazis, y para los cuales la expulsin a la metrpoli
implicaba un evidente riesgo de muerte (sobre este aspecto se volver ms adelante).
Por otro lado, haba ya grupos de alemanes encuadrados en el Ejrcito y que haban
desertado de sus posiciones. Y, en tercer lugar, exista un amplio grupo de refugiados
aptridas, muchos de ellos judos, para los cuales la CRI no lograba obtener de la
DGS el visado de salida de Espaa. As, aunque liberados, se les mantena recluidos
en Miranda de Ebro en espera de una resolucin tajante que, vista la situacin blica,
no era fcil de conseguir, ya que la inicial predisposicin de algunos pases
sudamericanos para recibirlos se haba disuelto como un azucarillo en el agua.
Y es que, si bien las liberaciones de judos aptridas no se haban detenido en
1944, sobre todo de lugares como Madrid o Barcelona (rea de mayor influencia de
David Blickenstaff), las partidas hacia Palestina no seran sistemticas hasta bien
entrada la segunda mitad del ao, cuando gracias al propio Blickenstaff y a Samuel
Sequerra (delegado de la CR portuguesa), cabezas visibles de las American Relief
Organisations[16], se abriese por fin la mano para la salida de Espaa de los grupos de
aptridas. En enero Raphael Spanien, delegado de la comunidad israel en Portugal,
haba tramitado la expulsin de nueve judos internos en Miranda, y otros 145 haban
salido al poco hacia Canad desde Barcelona. En abril se liber del campo a 44
aptridas, as como a 22 del de Nanclares y de diferentes prisiones hasta sumar 125
reclusos, que se unieron a 495 en espera en Barcelona[17]. Y, poco despus, el Comit
Francs de Liberacin acept el traslado de unos 2000 judos al campo de
Casablanca, con lo que se activaron las liberaciones masivas, en una postura
duramente calificada por Carlton Hayes como antisemita y racista, puesto que
resultaba de facto una expulsin para que Espaa se desembarazara de un problema
que nunca le haba preocupado demasiado pero que poda adquirir cotas de
peligrosidad.
Y, efectivamente, por mucho que Jordana calificase la expulsin de humanitaria y
la comparase al salvamento de los 300 judos sefarditas de Salnica por parte de los
representantes espaoles, lo cierto es que el peligro exista, en un pas tan penetrado
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por los servicios secretos nacionalsocialistas. El 24 de junio, por ejemplo, varios


grupos de alemanes alguno visiblemente borracho subieron al tren que
trasladaba a 387 judos a Cdiz para tomar rumbo a Palestina, insultndoles y
golpendoles hasta que intervino la fuerza policial. Y, muy importante para lo que nos
toca por cuanto afect seriamente a la vida concentracionaria, en agosto de 1944 se
solicit la urgente salida de 36 judos alemanes de Miranda de Ebro, por el peligro
que corran al estar internados en el mismo centro que varios centenares de nazis
adentrados ese mismo mes en Espaa para huir de la ocupacin total aliada de la
frontera pirenaica. Al poco, la situacin devino en la necesaria divisin administrativa
del campo de Miranda de Ebro entre el campo aliado y el campo alemn, si bien el
primero se fue reduciendo paulatinamente: los que huan de las ocupaciones
prcticamente dejaron de afluir hacia Espaa, y los aliados que quedaban fueron
saliendo de Espaa durante 1945. En 1944 se haban internado en Espaa 17 658
refugiados, un nmero menor del de expulsados en ese ao, 19 156.
Eso, sumado a las cifras anteriores, elevaba el nmero de refugiados censados por
las autoridades franquistas a 40 110 entre noviembre de 1942 y diciembre de 1944, de
los cuales haban sido ya expulsados 38 619, permaneciendo en el pas 1491. Por
nacionalidades, quienes con toda lgica ocupaban los primeros puestos eran los
franceses (un total de 22 762 refugiados de los que quedaban 291), seguidos muy de
lejos por los judos aptridas (3253, de los que quedaban a finales de ao 98), los
polacos (3018, quedando en Espaa 121), los ingleses (2723, todos liberados), los
italianos (2176, quedando 59), los judos palestinos (1509, todos liberados) o los
belgas (962, de los que quedaban 19), aparte de una larga lista de nacionalidades, de
los cuales muchos haban pasado por el campo de concentracin de Miranda de Ebro.
El siguiente cuadro supone, por tanto, el compendio de refugiados de los que pudo
dar cuenta la Espaa de Franco, y de los cuales algo ms de la mitad pasaron por los
campos de concentracin, a cuya cabeza se situaba el de Miranda de Ebro, dispuestos
por la administracin militar. Este cuadro testifica mejor que cualquier frase la
importancia dada, y no poda ser menos, por el rgimen de Franco al problema de los
refugiados[18].

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Cuarenta y dos naciones en total representadas en la torre de Babel burgalesa,


derrotados y perseguidos por quienes, desde septiembre de 1944, pasaran a ser los
protagonistas del internamiento masivo, de la detencin anmica, de las estrictas
normativas franquistas sobre los extranjeros en edad militar en Espaa, aplicadas esta
vez en contra de los partidarios ideolgicos del franquismo para tratar de contentar a
los aliados o, al menos, para darles una excusa para no mirar cmo Espaa an se
mantena, en tantas otras cuestiones, en el lado del Eje. Que tales medidas fuesen
aceptadas por Lequerica, antiguo embajador ante la Francia de Vichy, reconocido
germanfilo y antisemita, y recin ascendido al MAE tras la muerte de Jordana el 2
de agosto de 1944, dice mucho de cmo los deseos de Franco por perdurar en el
poder con su rgimen recomendaban hacerles el juego antes a los aliados que a sus
enemigos fascistas.

2. CAMPO ALIADO, CAMPO ALEMN (1945-1947)


La primera noticia sobre la divisin entre ambos campos, separados y en principio
impermeables, es de septiembre de 1944. Y remita al hecho de que por la frontera
del Valle de Arn haban pasado entre el 19 y el 25 de agosto a Espaa 440 soldados
aduaneros alemanes y siete oficiales, la mayora con sus camiones y armamento[19].
Haban sido detenidos en Cervera hasta seguir para Miranda de Ebro. Otros 250
pasaron la frontera por Le Perthus y 21 ms por Maganet de Cabrenys. Los combates
con el maquis (haba 800 alemanes cercados en Foix) y la orden de retirada alemana
les haban forzado a tomar el camino de Espaa, con la esperanza de reincorporarse a
Alemania. Con ello, a principios de septiembre haba en Miranda de Ebro unos 1200
sbditos alemanes, en su gran mayora soldados pero tambin civiles, jefes y
oficiales, calificados por la Embajada nazi (para facilitar su repatriacin) como
funcionarios del Ministerio de Hacienda del Reich que tambin en tiempos de paz
estaban obligados a llevar armas para proteccin propia[20].
Francisco Rodrguez, director general de Seguridad, hizo hincapi sin embargo en
que todos o casi todos estaban dentro de la edad militar para, atenindose a las
normativas espaolas, mantenerlos recluidos en Miranda de Ebro. Si los aliados
hubiesen notado cualquier trato preferente hacia estos verdugos mimados no lo
habran aceptado, acusando al rgimen de colaboracin con el NSDAP. Por ello, y
debido a que el mejor alojamiento posible era el campo burgals (tena espacio y
estaba por fin en buenas condiciones), se instaur el denominado campo alemn,
separado del aliado, para los 1230 soldados de tropa, los 23 oficiales y los dos
franceses colaboracionistas llegados a las comandancias fronterizas en menos de
quince das, a quienes se despoj de sus armas para evitar incidentes con los
alemanes aptridas, con los judos que quedaban en el campo, entre los que haba
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unos 40 antiguos ciudadanos alemanes, sin que hubiese excepciones de ninguna


clase a favor de bandos beligerantes ni de nacionalidades.
Al poco, corri el rumor de que los alemanes iban a ser repatriados a Alemania
con vuelos de la compaa Lufthansa, provocando las quejas de la Embajada
britnica. Lo que s que se llev a cabo, en cambio, fue el progresivo traslado de
algunos de ellos hacia otros centros de detencin, como el balneario de Sobrn: en
octubre, 124 internos mayores de cuarenta aos, entre los que haba albailes,
carpinteros o aparejadores, fueron desplazados para acondicionar el centro, adonde se
traslad posteriormente a 620 internos fuera de la edad militar; en noviembre, 400
salieron hacia Molinar de Carranza, quedando tan slo 300 en Miranda de Ebro a
principios de diciembre de 1944, entre aduaneros (252), militares (15) y agentes nazis
de la Organizacin Todt, originariamente creada para la construccin de autopistas
pero empleada durante la guerra para construcciones defensivas como la Lnea
Sigfrido. Hay que destacar que la poltica llevada a cabo desde 1943, la de la
liberacin de los menores de dieciocho y mayores de cuarenta aos de los campos, no
fue puesta en funcionamiento con los alemanes. Las presiones aliadas eran demasiado
fuertes como para darles razones para la protesta. Ni tan siquiera gestos menores,
como el de permitir que un grupo de msica coral alemana fuese a Miranda para que
los alemanes celebrasen la Navidad, obtuvieron el beneplcito del Ministerio del
Ejrcito.
El traslado a Sobrn y Molinar de Carranza debe entenderse, sin embargo, como
una cesin ante Alemania. Para enero de 1945, 707 nuevos internos, en diferentes
grupos, estaban ya en la ms cmoda situacin de detencin en los balnearios alavs
y vizcano respectivamente, en una suerte de rgimen excepcional no aplicado
hasta el momento con ningn pas beligerante, que bien poda dar origen a
situaciones delicadas con algunas representaciones diplomticas[21]. Adems, los
englobados en el campo alemn no eran solamente alemanes. Paulatinamente iran
afluyendo franceses relacionados con el gobierno de Vichy, belgas de la Legin
Valona y holandeses colaboracionistas de la Legin Holandesa, rusos blancos
(antibolcheviques), checos escapados de campos del maquis francs, todos
generalmente por miedo a las depuraciones[22]. En el plano retrico, P. Hericourt,
cnsul general y presidente de honor de Secours National Franais en Espagne,
pondra antes que nadie sobre la mesa los trminos del problema: esos franceses,
belgas u holandeses eran, ante todo, personas respetuosas con las leyes espaolas
cuyos sentimientos derechistas y nacionales, cuya honradez personal y social, no
poda ser puesta en duda, y que haban llegado a Espaa para salvar sus vidas y las
de sus familiares. En ningn caso se trata[ba] de gente aventurera que se propone
alistarse en un ejrcito beligerante.
Eso, sin embargo, no era enteramente cierto: los 13 belgas detenidos en Miranda
en el campo alemn pertenecan en su totalidad a la Legin Antibolchevique
Flamenca o a las divisiones flamencas del Ejrcito alemn, y no en vano solicitaron
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todos la residencia en Espaa para evitar ser devueltos a Blgica. Lo que s era cierto
es que muchos instrumentaron su catolicismo y el anticomunismo del rgimen de
Franco para tratar de obtener un trato benvolo. As, Mariano Puigdollers, director
general de Asuntos Eclesisticos, llegara a escribir a Doussinague sobre la necesidad
de dar libertad a los excelentes patriotas y catlicos de convicciones profundas
que, por haber colaborado con el rgimen de Ptain y con los ocupantes alemanes, se
vean ahora en busca de refugio en la catlica Espaa, cuyo religioso corazn
encontrara a buen seguro el eco caritativo. Doussinague escribira a lpiz: darles
facilidades. Ayudar a los 20 franceses colaboracionistas internados en Miranda de
Ebro, a los cuales no asista ningn gobierno, era no slo posicionar al gobierno
franquista frente a las terribles depuraciones en Francia[23]; era, ante todo, afirmar su
frreo anticomunismo. Por ello, por primera vez se comenz a hablar de los internos
en Miranda como pobres hombres con temor a ser canjeados, a quienes se
permitira ganarse honradamente la vida en Espaa.
Y, seguramente, el temor era lo que invada la mente de los franceses huidos a
Espaa desde septiembre de 1944. Sobre todo, cuando desde julio de 1945, acabada
ya la guerra en Europa, el Gobierno Provisional de la Repblica Francesa comenzase,
conforme a las reglas del derecho internacional, a solicitar la repatriacin de todos
sus sbditos internados en los campos franquistas. Ganarse la vida, sin embargo, era
lo que solicitaban constantemente desde Miranda de Ebro: entre ellos, y tambin
reclamado en julio de 1945, estaba Jean-Henri Wulfstat (alias Joe Carson), quien
deca ser campen mundial de lucha libre (Catch as Catch can) y que lleg a ser
famoso en el campo y en la localidad de Miranda de Ebro. No deseaba volver a
Francia, sino enfrentarse a los campeones espaoles de lucha libre y ganar dinero.
Las solicitudes de repatriacin, de hecho, no surtieron en principio demasiado efecto:
a principios de agosto, en Miranda continuaban exactamente los mismos franceses,
16, aunque ya casi todos haban accedido a ser devueltos a su pas, toda vez que ni la
DGS ni las legaciones diplomticas pusieron demasiadas facilidades para que
permaneciesen en Espaa o para ser liberados del campo.
Por otro lado, la situacin poltica para Franco no era especialmente ventajosa a
finales de 1944, y eso afect profundamente a su poltica concentracionaria. Aunque
el intento de invasin del Valle de Arn por parte del maquis comunista haba sido
repelido, ste haba sido, entre otras cosas, ideado para recordar las connivencias
ideolgicas, polticas y sociales, presentes y pretritas, de Franco con las potencias
del Eje. Desde principios de 1945 y, en particular, desde que el 28 de abril se
conociese la fotografa de Mussolini y Clareta Petacci colgados en Miln, Hitler se
suicidase el ltimo da de ese mes en su bnker de Berln, y el 8 de mayo el almirante
Dnitz firmase las formalidades de la rendicin alemana, poniendo fin a la segunda
guerra mundial en Europa, la mayor preocupacin para con los refugiados de las
autoridades franquistas fue la de tratar de clausurar el campo de Miranda de Ebro.
ste era un smbolo de las dificultades puestas por la Espaa de Franco a los aliados,
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aunque las liberaciones de 1943 y 1944 fuesen a su vez instrumentadas retricamente


para sealar que, al contrario, la franquista haba sido una poltica de neutralidad
cercana o benvola hacia las democracias. Por iniciativa de su directo responsable, el
ministro del Ejrcito, desde mayo de 1945 se hizo cada vez ms apremiante la
necesidad de que fuese, acabado el conflicto blico y finalizada, por tanto, la entrada
en Espaa de personal militarizado beligerante, la administracin civil la responsable
de todos los irregulares extranjeros en Espaa, fuese por entradas clandestinas o
por negarse a ser expulsados del territorio nacional. La DGS, sin embargo, no hara
sino poner trabas a ese traspaso de poderes[24].
Y es que, tan pronto como cesaron las hostilidades en Europa, el MAE crey
oportuno dar una solucin definitiva al asunto de los internados en Miranda, al no
existir razn alguna para continuar su detencin ni base jurdica para prolongar su
internamiento. Para ello, el coronel Capdevila sistematiz en cinco tipos a los
internados que quedaban en Miranda:
a) Sbditos extranjeros reconocidos por sus representaciones diplomticas o
protegidos por la CRI que deseaban volver a su pas.
b) Sbditos extranjeros sin proteccin alguna, que tambin deseaban ser
repatriados.
c) Sbditos extranjeros que deseaban permanecer en Espaa.
d) Sbditos alemanes refugiados polticos, que por haberse destacado como
anticomunistas y serles imposible el regreso a su patria, deseaban permanecer en
Espaa.
e) Aduaneros alemanes que se internaron en Espaa en el momento de la
liberacin de Francia.
Bajo la premisa de que el Ejrcito haba dado por terminada la misin de
custodia de los sbditos extranjeros, el problema mayor lo suponan los alemanes y
colaboracionistas que deseaban permanecer en Espaa (29 franceses, 4 alemanes, 4
ucranianos, 1 belga, 1 checoslovaco, 1 argentino y 1 ruso) para trabajar, cosa que se
permitira siempre que certificasen tener un trabajo especializado y estuviesen
avalados por alguna persona u organismo de solvencia. Y, sobre todo, el problema lo
representaba el grupo de perseguidos en Alemania por actividades anticomunistas,
as como los 176 aduaneros alemanes. En junio, el MAE resolvera que los primeros
pudiesen quedarse en territorio espaol, pero no as el grupo de aduaneros, que sera
devuelto a Alemania en el menor plazo posible, con alguna salvedad: la de siete
nazis, destacados miembros locales del NSDAP cuyas viviendas en Alemania
estaban en la zona de control ruso[25].
En cuanto al campo aliado, ste estaba formado al final del conflicto mundial por
128 personas (16 franceses, 57 alemanes[26], 2 turcos, 4 aptridas, 13 italianos, 7
yugoslavos, 8 austracos, 2 belgas, 2 hngaros, 1 estonio, 2 griegos, 3 checoslovacos,
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1 argentino, 1 mejicano, 1 ingls, 1 polaco, 4 ucranianos, 2 rusos y 2


estadounidenses). Con ello, la distribucin de los 333 internos en Miranda de Ebro
era: el 52,85 por 100, nazis; el 38,43 por 100, aliados; y el 8,72 por 100,
colaboracionistas. De este ltimo grupo, para tratar de asegurarse la permanencia en
Espaa, pronto empezaron a surgir solicitudes para alistarse en el Tercio de
Extranjeros del Ejrcito franquista: hasta 29 lo hicieron y sus solicitudes fueron
rpidamente tramitadas, salvo en el caso de dos alemanes que se haban significado
por sus actividades en el Partido Nazi o las SS. El de los refugiados en Espaa, sin
embargo, resultaba un problema de difcil resolucin: qu hacer, se preguntaba
Lequerica, con los 1200 alemanes de Sobrn y Molinar de Carranza, que entre otras
cosas costaban medio milln de pesetas al trimestre de manutencin, dinero no
cubierto por nadie? Qu hacer con los 58 agentes y espas nazis de Caldas de
Malavella, o con los 30 ms confinados en diferentes lugares del pas? Y con los 95
extranjeros internados en Nanclares de la Oca, sin la proteccin de las embajadas?
La guerra haba acabado en Europa, y poco despus Japn firmara la rendicin
total, da que fue celebrado en el campo de Miranda con una misa Te Deum en accin
de gracias, fuegos artificiales, paella valenciana, merluza, pollo con ensalada, medio
litro de vino por cabeza, caf, coac y cigarros puros, una exhibicin de fuerza por
parte de Joe Carson, cantos folklricos europeos y sesin gratuita de cine. Sin
embargo, a los sbditos de pases beligerantes y en edad militar se les continuaba
internando en campos de concentracin, algo que ya no parec[a] lgico puesto que
se trataba de un criterio que en su tiempo responda a una necesidad finalizada. La
nica solucin pasaba, por tanto, por las repatriaciones o por la concesin de
permisos de trabajo en Espaa. Sin embargo, ambos procesos eran lentos y estaban
plagados de dificultades. Por ello, el Ministerio del Ejrcito insistira desde el mismo
mayo de 1945 en que su responsabilidad haba acabado y en que ahora era el turno de
la DGS, que deba terminar de habilitar un campo, un centro de detencin, o bien
conceder que quien lo desease, pudiese permanecer en Espaa.
Sin embargo, ninguna de esas opciones era viable hacia octubre de 1945 (cuando
se decidi, por otra parte, que Miranda se mantuviese abierto hasta que la DGS
dispusiese algo al respecto), mes en el que empezaron a arreciar las crticas por parte
de los aliados, y sobre todo de Gran Bretaa y Estados Unidos, ya que vean en la
detencin con la implcita negacin a las repatriaciones una suerte de
colaboracin y proteccin de agentes nazis en Espaa. Las listas de internados,
facilitadas a las embajadas aliadas en mayo, fueron los testigos que se emplearon para
reclamar para el Consejo Aliado de Control de Alemania en primer lugar a los
agentes nazis como Hilario Fieuw, capitn de las SS internado en Miranda,
aunque stos llevasen (era el caso de los internados en Caldas) muchos aos de
residencia en Espaa. Aunque los alemanes de Molinar de Carranza solicitasen
autorizacin para residir en Espaa de dos a tres aos para sortear la persecucin
en sus lugares de origen, el rgimen franquista no poda acceder a ello
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inmediatamente: se vea bloqueado entre la afinidad ideolgica y las presiones del


CAC de Alemania, de los vencedores de la guerra mundial.
Por ello, su primer movimiento fue el de solicitar a sus embajadores en el resto de
pases neutrales durante la contienda cul era su posicin frente a las reclamaciones
de antiguos miembros del NSDAP. As, mientras Nicols Franco sealaba desde
Lisboa que Portugal entregara a los criminales de guerra y de derecho comn, a los
nocivos para el orden pblico, y colaborara en las entregas de funcionarios y
agentes, con sus familias, Artanza desde Irlanda recordaba que en ese pas interesaba
especialmente tener buenas relaciones con Londres. Ms exaltado resultaba Luis
Caldern, embajador en Suiza, con una carta de ttulo revelador: Los Soviets y
Suiza: en ella, se acusaba a Suiza de haber roto su permanente, tradicional,
histrica, intrnseca, genuina, nica y verdadera poltica de neutralidad: ahora,
contra el vencido descarga el disgusto y la contrariedad con conceptos y actos,
procediendo a negarse el derecho de asilo o a decretar expulsiones para aquellos que
sin pertenecer a este nuevo tipo de criminal que se ha dado en llamar de guerra
ha[ba]n cometido el nuevo delito tambin que pudiramos llamar de ideologa
poltica. Es quiz la prensa de izquierdas, o incluso la de centro, la responsable de
este modo de actuar helvtico, acentuado por el sistema cantonal [sic]. Suiza no
haba podido o sabido sustraerse al desbarajuste poltico-econmico y
relajamiento moral que sufr[a] el mundo y, por ello, se haba plegado a los
intereses aliados, en la expulsin de la antigua misin diplomtica alemana o en el
rechazo a la entrada de la viuda de Mussolini y sus hijos.
Pareca difcil, en este sentido, que Espaa encabezara una deseada poltica
comn de aliados neutrales en la posguerra europea. Y, de tal modo, cada pas
reaccion de un modo diferente a la solicitud de los alemanes de Afganistn,
Portugal, Espaa, Suiza, Suecia, Irlanda, Tnger y el Vaticano. Lequerica asumi la
obligacin de expulsin de los agentes alemanes, sin embargo la prctica fue bien
otra: en condiciones de libertad ms o menos restringida, haba nazis en Espaa en
Madrid, Barcelona, detenidos en los balnearios y en Miranda de Ebro. Lo cual, como
se reconoca, supona un grave problema frente a las naciones aliadas, que ya el 26 de
junio de 1945 haban condenado el rgimen de Franco. Aunque en julio se tratase de
dar velocidad a la desfascistizacin con la entrada en el gobierno de los catlicos de
la ACNDP como Martn Artajo, con la eliminacin de la Secretara General del
Movimiento como Ministerio, o eliminando el saludo fascista por decreto en
septiembre de ese ao, lo cierto es que el rechazo internacional se hara creciente, con
puntos de inflexin como la no entrada de Espaa en la ONU en febrero de 1946, el
cierre de la frontera con Francia en marzo de ese ao, o la declaracin conjunta de
Francia, Gran Bretaa y Estados Unidos pidiendo para Espaa amnista poltica,
libertad de asociacin y preparacin de elecciones.
Y en ese rechazo internacional, basado en la incmoda identificacin para Espaa
entre el franquismo y los fascismos europeos, a buen seguro tena mucho peso el que
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Lequerica, a instancias de Franco, pusiese trabas (solicitar, por ejemplo, largas


revisiones pormenorizadas de las acusaciones) a la repatriacin de algunos grupos de
alemanes, sobre todo los que llevaban muchos aos en Espaa (algunos, exactamente
desde 1933: el arraigo en el pas trataba de esconder el motivo estrictamente poltico
que resida detrs de las solicitudes aliadas), consideradas un derecho de victoria
por parte de Gran Bretaa y Estados Unidos, y segn ellos fundamentales para evitar
que los alemanes se hallen jams en posicin de conspirar contra la paz de la
humanidad. Esas trabas, sin embargo, provocaran en Miranda ms de un incidente
desagradable, como la fuga en septiembre de 17 internos tras haber cavado una
galera de mina. La urgencia por salir del campo creaba, de hecho, cierta
efervescencia entre los colaboracionistas, los aliados y los aptridas. Entre estos
ltimos estaba un judo hngaro, detenido en Navarra por paso clandestino en
diciembre de 1943, de nombre Abraham Frakas. El Moiss de los comunistas,
como lo llamaban los vigilantes del campo, haba alcanzado la representacin de la
CRI dentro del grupo aptrida y, desde 1945, encabez una dura campaa contra la
direccin del campo, quejndose por el rancho, las asistencias mdicas, la censura de
la correspondencia, coaccionando (segn un informe muy parcial) a los desertores
alemanes o animando a las deserciones y a la huelga de hambre. Protestas injustas
pero de consecuencias desagradables y quizs peligrosas para la administracin del
campo, cuyo jefe, Luis Molina, negaba una a una las acusaciones de desmejora en la
comida y de tratos de favor hacia los enemigos del campo alemn, y que
desembocaron en el traslado del agitador al penal de Burgos.
A mediados de noviembre llegaron al MAE las dos primeras Listas de Prioridad
confeccionadas por el CAC con los nombres de funcionarios alemanes o agentes del
Tercer Reich cuya repatriacin se solicitaba; listas que an no eran completas y que
precederan a otras, en aras de llevar a Alemania a todos los agentes consulares y de
espionaje que hubiesen actuado en Espaa durante la segunda guerra mundial. La
primera respuesta espaola trat de apaciguar los nimos: se dijo prontamente que los
internos en Molinar de Carranza, Sobrn y Caldas de Malavella estaban a la entera
disposicin del Consejo, siempre y cuando ste costease el viaje de regreso[27]. De
estas listas, tan slo cuatro haban pasado por Miranda de Ebro, y se trataba de cuatro
comisarios de aduanas internados en agosto de 1944 en el campo y trasladados al
balneario de Sobrn entre noviembre y diciembre. Tampoco haba referencias a
colaboracionistas de otras naciones que por cierto, continuaban afluyendo a Espaa
y siendo internados en Miranda, si bien solan ser prontamente liberados en cuanto
alguien les avalaba econmicamente[28]; solamente a supuestos agentes del
NSDAP y encargados de la legacin diplomtica, internados en Miranda, en los
balnearios, o al menos controlados por las autoridades policiales franquistas.
Controlados por las autoridades civiles, pero tambin y sobre todo por las
militares, cosa que resultaba ya demasiado absurda para el Ministerio del Ejrcito,
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toda vez que desde el cese de las hostilidades tericamente deba ser la DGS la
encargada de gestionar todo lo relacionado con los extranjeros irregulares en Espaa.
Las quejas, en este sentido, sobre que no se hubiese puesto en funcionamiento,
habiendo tenido ms tiempo que suficiente, un campo de concentracin propio
arreciaron en paralelo a las dificultades econmicas de los diferentes campos y
centros de detencin, cada vez ms deficitarios. La DGS no solamente deba hacerse
cargo de los extranjeros, a juicio del Ministerio del Ejrcito y de su subsecretario
Fernando Baos: tambin deba recoger de Miranda de Ebro a todos los internados.
La situacin, tal y como estaba a principios de 1946, era sumamente complicada.
Si bien existe poca documentacin relativa a Miranda desde mediados de 1945, lo
cierto es que la negativa constante de la DGS a autorizar que los extranjeros pudiesen
residir en Espaa, unida las reticencias del MAE para llevar rpidamente a cabo las
repatriaciones reclamadas por los aliados, haban creado un profundo estado de
inquietud entre los internos, al no ver la posibilidad de salir del campo. Ese
malestar, se deca, se manifestaba en constantes quejas a los representantes
diplomticos sobre la situacin del campo; y, adems, haba desembocado en
insistentes incidentes como conatos de huelga de hambre, agresiones a los centinelas
o entre los propios internos.
La DGS segua delegando en el Ejrcito una misin que le competa por
facultades y por jurisdiccin, y adems negaba sistemticamente el permiso de
trabajo y residencia a los internos de Miranda de Ebro, que por circunstancias de
orden poltico no deseaban regresar de ningn modo a su pas. Por ello, se reunieron
en Madrid Alfonso Garca Conde, por parte del MAE, Toms Garca Consuegra,
comisario del Cuerpo General de Polica, por parte de Gobernacin, y el coronel
Capdevila, por parte del Ministerio del Ejrcito; y propusieron las pertinentes
medidas para que los servicios con los internados pasasen a la administracin civil en
abril de 1946, a fin de conceder la libertad de residencia en Espaa al personal que
por sus antecedentes y avales estimase la DGS, y para habilitar un lugar de
internamiento entre los balnearios de Urberuaga, Sobrn, Molinar de Carranza y el
campo de Nanclares para los indeseables, los que estuviesen cumpliendo penas
judiciales en Espaa o los que dificultasen la tramitacin de su expulsin.
En principio se fij la fecha de primeros de mayo como referencia para la
delegacin de funciones y para el fin de la entrada de internos a Miranda de Ebro. En
tres meses, la DGS deba hacerse cargo de todos los extranjeros, para su expulsin o
su internamiento en el lugar que estimase y que acabara siendo Nanclares de la Oca.
Sin embargo, esos plazos no fueron cumplidos, y el campo de Miranda no pudo ser
clausurado hasta el 1 de febrero de 1947. Antes, 14 colaboracionistas franceses (y no
colaboracionistas: hubo casos de internamiento por error[29]) fueron llevados a
Miranda desde diferentes gobiernos civiles entre enero y marzo, y 19 ms entre abril
y diciembre de 1946, no pasando sus casos (el grupo ms numeroso, 15 franceses) a
la jurisdiccin civil hasta enero de 1947. Entre ellos, algunos aceptaban la
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repatriacin, como los 21 franceses de Miranda que tramitaron sus solicitudes tras
habrseles garantizado no tener problemas con la justicia en el pas vecino, o los 9
que salieron por Irn entre abril y mayo, a pesar del cierre de la frontera debido a las
sanciones de la ONU. Otros se vean empujados a salir de Espaa, vistan las
dificultades para permanecer en el pas, que fueron explicadas grficamente por el
oficial Cartaud, jefe del grupo de oficiales extranjeros en Miranda, directamente y por
carta (con el consentimiento de Luis Molina, jefe del campo) a Franco en agosto de
1946[30]:
Pasados a Espaa para huir de las persecuciones partidarias por las cuales estaban expuestos, en razn a su
fidelidad a Gobiernos anteriores a ser eliminados hoy por la fuerza, y llegados en consecuencia sin
documentacin o bajo un nombre falsificado e internados algunos desde hace ms de un ao sin apoyo de
ningn gnero (Cruz Roja, Comunidades Civiles o Religiosas) y sin noticias de sus familiares desde el cierre
de la frontera franco-espaola, y carentes tambin muchas veces de ningn lazo de amistad en Espaa que les
permita recibir a falta de una ayuda material una ayuda moral, el desaliento se ha acentuado a consecuencia de
la decisin tomada hace cinco meses de interrumpir las liberaciones y la perspectiva cada vez ms lejana de
una reglamentacin general de su situacin.
Los padres de familias numerosas estn angustiados sobre la suerte que pueda reservarles una
bolchevizacin ms profunda de su Patria, desearan fervientemente hacer venir a sus familiares,

para poder emigrar a Sudamrica. Se peda por tanto a Franco, por su honor militar,
un trato de favor para resolver un agravio en el que incida el hecho de que en
Miranda hubiese detenidos polticos como ellos, que haban depositado su fe en
gobiernos ya desaparecidos (del Eje o colaboracionistas), junto con internos que
llegaron a Espaa por motivos mucho menos elevados. En ese sentido, cabe
destacar que en junio de 1946 se lleg a plantear un intercambio hispano-francs de
prisioneros, intercambio por otro lado infructuoso: Espaa dara a los 21 franceses
juzgados por delitos comunes (en crceles, salvo tres en Miranda y cinco en
Nanclares) a cambio de la repatriacin de un grupo de espaoles detenidos en la
zona francesa de ocupacin de Alemania, y otros perseguidos por la justicia
espaola por delitos relacionados con la guerra civil.
Guerra que segua muy presente en las solicitudes de libertad de los campos de
concentracin. Como ejemplo, resulta apropiado el de varios internados fascistas
italianos (Speranza, Perini y Marchi) en Miranda de Ebro, que solicitaron su libertad
como refugiados polticos que huan de las depuraciones y que tenan fuertes
simpatas ideolgicas con el rgimen franquista[31]. El primero llego a mandar una
carta personal a la Secretara Militar particular de Franco en la que sealaba:
Cuando nuestro querido Duce hizo un llamamiento a sus fieles para combatir en Espaa, fui uno de los
primeros en acudir al campo de batalla voluntario encuadrado en las Flechas Verdes, con verdadero ardor
combat lo mismo que mis camaradas, por vuestra Gloria, por vuestra Victoria, joven y lleno de vida estaba
dispuesto a dar mi vida por vos. Hoy, obligado a dejar Italia para huir de la persecucin, vine a Espaa en
demanda de hospitalidad. Pasada la frontera me present voluntariamente a la Polica Armada, explicando mi
caso. Desde hace dos meses me trasladan de una crcel a otra como un vulgar malhechor en espera de
trasladarme a Miranda de Ebro. Otra etapa de quince das en Zaragoza y por ltimo mi calvario en Miranda.
Os ruego, Generalsimo, por la amistad que os ha unido a mi querido Duce, que intervengis en mi favor,
dndome la libertad y trabajo para poder vivir. Mi situacin es desesperada, careciendo de todo.

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Y es que tambin a Miranda continuaron llegando italianos, polacos, belgas y


aptridas durante 1946. Los primeros llegaron hasta sumar quince a finales de 1946.
Ninguno deseaba la repatriacin y, por eso, con el cierre de Miranda de Ebro y el
paso a dependencias de la DGS, siete pasaran a la crcel provincial de Palencia,
cinco quedaran en libertad vigilada en Valladolid, otro lo hara en Barcelona, y los
ltimos dos saldran de Espaa. Tambin afluiran algunos grupos de polacos
(llegaron a sumar hasta diez), ante todo incorporados al Ejrcito alemn o a los
grupos de trabajadores forzosos, as como algunos desplazados forzosos provenientes
de la zona oriental de Polonia, ocupada por la Unin Sovitica, a la que no queran
regresar y que, por ello, haban pasado dos aos en campos para refugiados en
Alemania y Francia, tomando por fin el rumbo espaol para tratar de salir del
continente europeo[32]. Uno de ellos, Ryszard Ver-Orlowski, hara llegar sus quejas a
la presidenta de la Asociacin de Ayuda para los Refugiados Polacos y esposa del
editor de The Tablet, peridico catlico ingls proclive a Franco, para sealarle:
I am in a very difficult situation and therefore I am obliged to ask you for help in my own name, as well as
in the name of a large group of Poles interned in Spain. It is certainly a very sad feeling to be left without any
support from the Polish compatriots, to eat dry bread, which is scarce as well knowing that at the same time
others will share the Christmas wafer, be gay and happy. Our greatest need is clothing as the Spaniards do not
give us anything. The camp is situated 800 metres high and owing to terrific winds, we shake like leaves. We
appeal to the hearts of our compatriots and trust that they will not leave us in need and poverty.
The time may come when a Polish knight will not forget other compatriots who suffer in the same way as
we do. May God compensate you for any help you will give us.

Pan duro, fro y ropa ligera, ese era el bagaje del paso por Miranda de Ebro. Por
campos y crceles, como la madrilea de Carabanchel, donde fueron agrupados en
espera de salir del territorio nacional. Territorio que tambin abandonaron, por fin, los
ltimos grupos de aptridas reunidos en Miranda de Ebro: 62 judos alemanes, el
grueso de los 115 que salieron, rumbo a Gnova, para quedar all bajo la proteccin
de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados en enero de 1946[33]. Entre
ellos iba tambin la legacin diplomtica japonesa en Espaa, por lo que se pidi la
mxima seguridad en el viaje, para evitar que trataran de escaparse.
Y es que, de todos modos, el grupo ms numeroso y el que caus ms problemas
a la administracin franquista fue, en 1946 y 1947, el de los antiguos miembros del
Eje y, sobre todo, los alemanes. Entre los primeros listados de nazis reclamados por el
CAC en enero de 1946 figuraban 187 internos de Miranda de Ebro (encabezados por
el comandante y encargado del campo alemn, Karl Heilmann), y se sumaban a los
392 de Molinar de Carranza y los 724 del balneario de Sobrn. Y, ciertamente, la
gestin conjunta de los agentes aliados con el MAE dio un resultado fructfero en
primera instancia: el 16 de enero se orden la liberacin y el traslado a Irn de los
187 de Miranda (que haban accedido a ser repatriados), para unirse a un grupo que
deba sumar 1260 personas y que debera salir hacia Alemania en tren el 31 de enero.
Bajo poder ingls pero con destino a la zona norteamericana de control sobre el pas,
deba asegurarse que todos dispusiesen de ropas de abrigo (si bien no fue permitido
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llevar ms de 50 kilos de equipaje por persona), que hubiesen suficientes raciones


alimenticias, que todos tuviesen carnets de identidad, que dispusiesen de certificados
mdicos y que las familias no se separasen bajo ningn concepto. Este ltimo
aspecto, sin embargo, retras unos das el convoy, ya que no quedaba claro si tambin
iban a viajar mujeres y nios en el grupo[34].
Por fin, el 7 de febrero se dio el permiso correspondiente para salir de Hendaya a
1284 personas (668 del balneario de Sobrn, 235 de Miranda de Ebro, 380 de
Molinar de Carranza, uno de San Sebastin), si bien en realidad fueron 1186 los que
subieron al convoy[35]. Entre los que faltaban estaban algunos refugiados que a ltima
hora haban pedido quedarse en Espaa para eludir sus responsabilidades judiciales,
cosa que se les haba permitido, as como las mujeres refugiadas, a las que no se dio
permiso para entrar en Francia. Otros estaban en prisiones o en paradero
desconocido, como los casos de Herbert Senner, miembro de la Gestapo, o del
Kriminal Kommisar Walter Kutschmann. De todos modos, algunas de esas
situaciones pudieron subsanarse fletando un navo de bandera inglesa, el Highland
Monarch, con el que se traslad a 206 personas ms.
Con ello, quedaban en Espaa an grupos de aduaneros alemanes, segn
sealaban los informes estadounidenses: quince en Molinar, nueve en Sobrn y cinco
en Miranda. Pero a ellos siguieron sumndose otros, que pasaban clandestinamente la
frontera con el deseo de buscar amparo poltico y cobijo en la Espaa franquista. As,
diez alemanes y tres franceses fueron internados en Miranda entre abril y mayo de
1946, pasando a engrosar la lista de 54 internos buscados por el CAC a cuya
disposicin se puso el navo Marine Perch, en aras de facilitar su repatriacin. sta,
sin embargo, empez a estar cada vez ms plagadas de problemas. Si bien no se
trataba ya tanto de los internos en campos de concentracin sino ante todo de
personal protegido en Espaa por la administracin e incluso por los ministros, lo
cierto es que los traslados masivos a Alemania toparon con graves impedimentos que
retrasaron tambin la estancia en Miranda de Ebro, Sobrn o Molinar. Sobre algunos
de los inscritos en las listas de repatriacin, Arsenio Martnez de Campos, del Alto
Estado Mayor, solicit proteccin para Gustav Lenz, Eberhard Kieckebusch y Karl E.
Kuhlenthal (quien tramit la ampliacin de la ayuda alemana en la guerra civil), de
quienes dijo que eran dignos de la proteccin oficial espaola y que nunca haban
sido miembros de la Gestapo. Luis Carrero Blanco, subsecretario de Presidencia, la
pidi para tres alemanes:
Kurt Meyer Doehner vino a Espaa al empezar el movimiento nacional; nos ayud con todo entusiasmo;
tiene la Cruz de Guerra como combatiente en nuestra Cruzada ha tenido tres hijos, uno de los cuales naci
el 18 de julio y le puso el nombre de Francisco en homenaje al Caudillo Alfred Menzell durante nuestra
Guerra nos ayud Hans Lorek es un bendito, tcnico cien por cien incapaz de matar una mosca.

Tambin intercedieron por ellos Regalado, ministro de Marina, y Girn, de


Trabajo, con lo que se les sac de las listas para disgusto y queja de Estados Unidos.
De hecho, en febrero de 1946 Martn Artajo hizo llegar a los ministros Juan Antonio
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Suances (Industria y Comercio), Fidel Dvila (Ejrcito), Carrero Blanco


(subsecretario de Presidencia de Gobierno), Raimundo Fernndez Cuesta (Justicia),
Blas Prez Gonzlez (Gobernacin), Jos A. Girn (Trabajo), Carlos Rein Segura
(Agricultura), Francisco Regalado (Marina) y Eduardo Gonzlez Gallarza (Aire),
unas misivas para que sugirieran los nombres de personas por las que se interesa Vd.
en atencin a su relacin personal, contacto con el Ministerio de su digno cargo y
singularmente a los servicios prestados por ellas a Espaa, con objeto de aplazar o
excluir su entrega. Ejrcito tena inters por Hans Doerr, general de brigada. De tal
modo, el 3 de abril, de los 252 alemanes incluidos en las listas de prioridad I y II, 74
haban salido, pero 80 aproximadamente fueron excluidos por recomendaciones de
diferentes ministros y altas autoridades: en particular K. S. Albrecht, el almirante J.
Canaris y K. E. Kuhlenthal, H. Lautenschlager (quien deca tener un retrato firmado
del Caudillo) o K. Vorkauf (a peticin del obispo de Tuy, R. Classen). Se trataba, por
tanto, de un acto de encubrimiento estatal que no poda sino incidir en las ya malas
relaciones exteriores espaolas con los vencedores de la guerra mundial[36].
Y, de hecho, las quejas y reclamaciones inglesas y norteamericanas fueron
constantes y muy duras durante 1946 y 1947 tanto directamente al responsable del
MAE, Martn Artajo quien deca que el de las repatriaciones era casi el nico tema
que trataba, como en los consejos de Naciones Unidas. Porque no es que no se
expulsase a alemanes del territorio espaol, como quedaba demostrado con el convoy
de Hendaya o los 206 del vapor. El problema era que los repatriados rara vez
pertenecan a las listas de prioridad angloamericanas y, si estaban incluidos en ellas,
rara vez se trataba de las ms importantes, como queda demostrado en las contralistas
realizadas por los ministros de Franco. En marzo de 1946, de los 252 alemanes
incluidos en las listas ms importantes remitidas a Madrid tan slo haban salido para
Alemania 64 por va area a Stuttgart (entre ellos, el encargado de negocios de
Alemania en Espaa, Von Bibra) y seis por martima. De los 182 restantes, 80 estaban
recomendados eficazmente para evitar su salida y 102 se hallaban escondidos en
casas particulares o con documentacin falsa[37].
Escaso bagaje para los intereses angloamericanos, cuyas listas de prioridad no
hacan sino crecer: hasta 490 alemanes llegaron a pedir en el mes de mayo, a la vez
que desde Espaa se ponan dificultades como la de alegar el arraigo en el pas[38]
(un ttulo moral que el Gobierno espaol no puede por menos que tomar en
consideracin), la de avisar con antelacin de las detenciones o la de considerar que
la expulsin de los alemanes, en vez de un acto de justicia, era uno de pura
benevolencia sujeta tan slo al ejercicio del derecho de soberana espaol. La
primera razn fue la argucia ms extendida para sacar de las listas a cientos de
alemanes, a la vez que se empleaba el hecho de las expulsiones de los aduaneros y
algunos agentes del NSDAP o las requisas materiales oficialmente registradas a
nombre del gobierno alemn para afirmar categricamente que Espaa no era refugio
de ningn nazi, y que no se pretenda obstaculizar en ningn momento la labor de la
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justicia internacional.
Eso, sin embargo, no era por entero cierto. Es verdad que los alemanes que
hallaron refugio y proteccin en Espaa, y a veces un trampoln para huir a
Sudamrica, no fueron en su gran mayora grandes gerifaltes del NSDAP sino ms
bien cargos intermedios de poder. Entre ellos, se destac la presencia en Espaa, un
ao despus de la derrota alemana, de
Karl Sohnke Albrecht, jefe del AEG y amigo personal de Hitler. Hermann Goeritz, jefe del Servicio de
Inteligencia alemn, contraespionaje y servicios secretos en Barcelona. Expulsado de frica del Norte.
Eckhardt Krahmer, agregado militar. Jefe de todos los representantes militares alemanes en Espaa,
clandestinos o reconocidos. Alfredo Menzell, agregado naval adjunto. Saboteador profesional. Nazi furibundo.
Kurt Meyer-Doehner, agregado naval. Jefe del Servicio de Inteligencia y espionaje alemn en materias
navales. Jefe de una organizacin de sabotaje. Ivo Obermuller, 1-96, jefe del Servicio de Inteligencia y de
espionaje militar alemn y ms tarde del Servicio de Inteligencia nazi. Responsable de la recogida de los
Servicios Secretos relativos a la navegacin para el servicio de inteligencia alemn. Rolf Konnecke, jefe de la
Gestapo. Leonhardt Bodemller, jefe de una estacin telegrfica de transmisin. Eberhardt Kieckebusch, uno
de los jefes ms eficientes del Servicio de Inteligencia en Espaa, que trabajaba con Gustav Lenz, de la
Gestapo. Karl Erich Kuhlenthal, jefe del Servicio de Inteligencia Militar Alemn para Espaa y ms tarde del
Partido Nazi. Cooper muy estrechamente con Kieckebusch Karl Arnold, importante agente de la Gestapo.
Complicado con Heymann en el asunto de la falsificacin de los billetes del Banco de Inglaterra. Ernst
Heymann, 1-53, jefe del Servicio de Contraespionaje de Himmler en Espaa. Complicado con Arnold.
Reinhardt Spitzi, agente del Servicio de Inteligencia extranjero de Himmler y servicios de espionaje.
Exsecretario de Ribbentrop. Walter Bastian, trabajaba para Transocean y DNB. Tambin miembro de los
servicios de Himmler. Karl Hertel, jefe nazi, peligroso y sin escrpulos. Era jefe nazi en Amrica del Sur, pero
fue expulsado. Friedrich Knappe Ratey, oficial del Servicio de Inteligencia, espionaje y operaciones alemanas.
Trabaj a las rdenes de Karl Erich Kuehlenthal para quien reclut, entren y contrat agentes. Walter Eugen
Mosig, oficial del Servicio Exterior de Himmler y de unidades de sabotaje y de espionaje, de las que era jefe
en Espaa. Jefe tambin del Servicio de espionaje y del Servicio de polica con la Legin Cndor. Otto
Hinricher, jefe del Servicio de Contraespionaje y de los servicios de inteligencia alemanes en Bilbao, en
ntimo contacto con Otto Messner. Tambin encargado de colocar agentes a bordo de diversos vapores.
Edmund Niemann, oficial del Servicio de Inteligencia alemn en las Islas Canarias y jefe del mismo Servicio
en las reas cercanas a Espaa[39].

Sin embargo, si tan poca importancia tenan, por qu no fueron devueltos? La


presencia de esas personas, ante todo antiguos diplomticos, tena el efecto a juicio
de la Embajada britnica entre la colonia alemana de hacer creer que era sencillo
escapar de la vigilancia de la polica espaola, y que las autoridades franquistas
estaban ms o menos abiertamente de parte de los alemanes al resistir a los
esfuerzos de las embajadas aliadas. Y, de hecho, el que desde principios de ao hasta
finales de mayo de 1946 tan slo hubiesen sido obligados a salir de Espaa 111
alemanes de las primeras listas de prioridad (que tenan reservado el urgente y
preferente traslado areo, pero de las que quedaban ms de 150 personas en el pas)
bien poda hacer albergar la esperanza de que Espaa fuese refugio de alemanes: las
listas de prioridad haban alcanzado ya en julio la cifra de 734 (buena parte, por tanto,
de los 1388 que interesaban directamente al CAC), pero slo se haba conseguido la
repatriacin de 194. Algunos de ellos haban obtenido copias de las listas de manos
de funcionarios de la DGS a razn de 25 pesetas por lista. Otros haban sido,
directamente, escondidos por importantes personalidades del rgimen franquista[40].
Las argucias para retenerlos en el pas corrieron paralelas a la utilizacin casi
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propagandstica de los cada vez menos internados en campos de concentracin y, as,


cuando el CAC fletase en Bilbao el vapor Marine Perch para tratar de sacar a unos
900 alemanes de Espaa, la misin sera un fiasco absoluto. De los 800-900 que se
esperaba fuesen embarcados el 9 de junio, tan slo 341 salieron hacia Alemania, de
los cuales tan slo 109 entraban en las listas de prioridad enviadas al MAE, siendo la
mayora voluntarios o personas sin importancia. La posibilidad de contrarrestar
por medio de hechos la mala impresin creada en Estados Unidos por la
incapacidad del Gobierno espaol de asegurar la salida de Espaa de alemanes cuya
continua presencia en Espaa se consideraba contraria a los verdaderos intereses de
todos los pueblos amantes de la paz haba sido, de nuevo, despreciada: el nico
grupo considerable y comprensible como tal que embarc en junio de 1946 fue el de
unos 50 exsoldados alemanes internados en Miranda de Ebro. Y tampoco puede darse
por demasiado buena esa cifra: ante la inminente repatriacin de 44 militares o
paramilitares internados en Miranda, considerada ya la nica alternativa al
internamiento, las autoridades del campo prepararon la liberacin de los que pudiesen
demostrar sus garantas financieras o morales. De tal modo, a 9 de mayo el nmero
de alemanes en el campo haba descendido hasta 25[41].

3. EPLOGO PARA UN SMBOLO


La irreprochable actitud de que haca retrica gala el MAE en relacin al
programa de repatriaciones era, por tanto, completamente falsa. Por mucho que se
empease en decir que el gobierno franquista haba colaborado y sigue colaborando
como el mejor, a Madrid llegaron velados ultimtums de Estados Unidos y Gran
Bretaa, quienes consideraban que la presencia de agentes alemanes en Espaa
significaba un obstculo importante para la mejora de las relaciones diplomticas,
en unos momentos difciles de las relaciones exteriores de Franco. Convena, por
tanto, desembarazarse del que era ya un grave problema internacional, que acarreaba
continuas y violentas campaas en la prensa y radio americana y britnica.
As se comunic a las embajadas britnica y americana: se buscara y sancionara
a los huidos de la justicia, se prohibira el embarque hacia Amrica de los incluidos
en las listas y se repatriara a todos los internados alemanes en campos de
concentracin, siempre y cuando se aceptase no repatriar ms que a los incluidos en
las dos primeras listas de prioridad, ya que el resto estaban considerados personas de
escasa importancia con fuerte arraigo en Espaa. Para septiembre de 1946 llegara un
nuevo navo a costas espaolas, el Marine Lerlin, con objeto de sacar del pas al
mayor nmero posible de refugiados polticos reclamados por el CAC. Entre ellos,
estaran todos los internados en Miranda de Ebro, cuya cifra exacta se desconoca en
ese momento. Pero una pista la da el hecho que, descontando los movimientos
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masivos de los aduaneros entre Miranda y los balnearios de Molinar de Carranza y


Sobrn, el total de alemanes procedentes de Miranda de Ebro que en octubre de 1946
haban sido devueltos a Alemania lindaba los 260. Casi ninguno, como hemos visto,
estaba incluido en las listas de prioridad para las repatriaciones.
Por eso, dejando aparte las liberaciones a mediados de mayo de 1946 (ms que
dudosas, pero de las que no se ha encontrado ninguna informacin suplementaria), el
problema de los internados alemanes en Miranda result ser, en definitiva, ms de
orden interno en el campo que de poltica internacional. Espaa, en su afn por dar
una de cal y otra de arena a los vencedores de la segunda guerra mundial emple las
repatriaciones de los aduaneros de Miranda y los balnearios como blsamo para
esquivar la atencin puesta en los cargos del NSDAP y la Alemania nazi escondidos
en Espaa. Por eso, el cierre definitivo del campo de Miranda de Ebro, el ltimo de
los abiertos en la guerra civil, el ms longevo de todos, y desde luego el smbolo
inequvoco del modelo concentracionario impuesto en la Espaa franquista, se
produjo con una facilidad inusitada. Una vez se decidi el traslado de todos los
internos primero de administracin (de civil a militar) y luego de situacin y centros,
sin ms ceremonias se echara el cierre a diez aos de internamiento en lo que fue
todo un smbolo espaol de la exclusin de los vencidos.
A principios de diciembre de 1946 los alemanes en Miranda de Ebro haban
ascendido de nuevo a 145, ya que en todo este proceso de internamientos y
repatriaciones en ningn momento haban dejado de afluir a Espaa refugiados
polticos. Todos ellos, por otro lado, haban pasado la frontera entre abril y noviembre
(sobre todo en septiembre, 42 octubre, 57, y noviembre, 38). Eran aproximadamente
la mitad del total de internos, unos 300, que haban huido de Francia, segn sus
propias declaraciones, porque all eran empleados como prisioneros trabajadores en
arriesgados trabajos de desactivacin de minas[42]. Grupo disciplinado [que] no
provoca incidente alguno, esperaban la repatriacin a Alemania porque preferan
enfrentarse a la justicia en su pas que jugarse la vida en Francia.
El resto de extranjeros estaba compuesto an por refugiados polticos, agentes de
misiones especiales de espionaje en Espaa y delincuentes comunes. Y, desde luego,
su expulsin de Espaa resultaba llena de dificultades e inconvenientes: mientras que
los segundos, una vez descubiertos y neutralizados quedaban abandonados a su
suerte porque rara vez reconocan su nacionalidad concreta, el resto directamente
careca de documentacin con la que corroborar su nacionalidad o sus pases de
origen rechazaban su repatriacin, salvo en el caso de algn sudamericano que an
permaneca en el campo de Miranda. Adems, exista un grupo menor de
indeseables franceses que, segn la documentacin del campo, sembraban
indisciplina por su actitud levantisca, siendo de suma urgencia que el Ministerio de
Gobernacin se hiciese cargo de ellos.
Eso, por otra parte, era lo prometido en 1945 por la DGS: asumir el hecho que,
acabada la contienda mundial y, por tanto, no beligerantes todos y cada uno de los
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refugiados internados en Espaa, era la administracin civil la llamada a gestionar


cuanto estaba relacionado con la entrada y permanencia clandestina de extranjeros.
Para ello, se tom la decisin de utilizar el campo de Nanclares de la Oca, de nueva
planta [y] excelente por sus condiciones de higiene y confort, muy superior en todos
los conceptos al de Miranda de Ebro, como lugar de internamiento de los
extranjeros que quedasen en Espaa junto con los quinientos internos existentes
entonces relacionados con las evasiones polticas de la segunda guerra mundial. Y,
en una ltima reunin entre Capdevila, Garca Conde y Lpez Barrn (secretario
general de la DGS), acordaron que desde las 00.00 horas del 1 de enero de 1947 la
autoridad militar dejara de hacerse cargo de los sbditos extranjeros que pasasen
ilegalmente la frontera espaola, aunque fuesen aprehendidos por los servicios
militares de vigilancia[43].
Desde el 4 de enero de 1947, en Miranda no fue aceptado ni un solo ingreso ms.
Los refugiados polticos en Miranda fueron rpidamente distribuidos por diferentes
crceles espaolas; los indeseables fueron llevados a Nanclares de la Oca donde,
adems de la detencin, habran de sufrir los malos tratos de este duro campo civil,
as como los trabajos forzosos que en l se desarrollaban; y, por fin, los alemanes
tuvieron que esperar en Miranda la repatriacin, en principio acordada para el 15 de
enero, aunque la ltima cifra de internados de la que se dispone seale que haba, en
marzo de 1947, an 186 internos.
Cuando estos ltimos internos atravesaron por ltima vez las alambradas del
campo de Miranda de Ebro estaban dejando atrs un mundo concentracionario con
once aos de internamiento ilegal ininterrumpido, jalonados al inicio por la detencin
de enemigos internos y, en su etapa final, por la de indistintamente enemigos y
amigos polticos o ideolgicos. Once aos en los que, como recordarn algunos
refugiados polticos belgas, la indeterminacin del tiempo de internamiento supona
una constante fuente de tormentos; once aos donde, por regla general, se careca
de los ms mnimos medios de subsistencia; once aos donde la falta de actividad,
cultura y confort, la dureza del campo o los maltratos eran fuertemente de ndole
desmoralizante[44].
Tras once aos de prisioneros e internos, de lugares provisionales y autnticos
centros de concentracin masiva, con la clausura de Miranda de Ebro el sistema
concentracionario franquista echaba el cierre casi definitivamente. Los internos que
quedaban en este universo de anomia y detencin extrajudicial pasaban
definitivamente a depender de los poderes civiles, como se vena reclamando desde el
final de la segunda guerra mundial, y Nanclares de la Oca pasaba a ser el smbolo de
la reclusin del disidente, el extrao, el ajeno, el otro. Atrs quedaban ya los largos
meses o aos de detencin de prisioneros de guerra y refugiados polticos, los
primeros de un solo signo poltico, el republicano, y los segundos de los dos bandos
beligerantes, el antifascista al principio y el profascista despus.
Atrs quedaban las cartas de las mujeres e hijos de los encerrados que,
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desesperadamente, llegaban a solicitar a la mujer de Lequerica la liberacin de sus


cnyuges pidindole que siguiera el ejemplo de Eva Duarte de Pern para que
indujera a su marido al perdn de quienes, tras haber sido internados en Miranda en
1939 y libertados temporalmente por Gmez Jordana, haban sido conducidos en
1940 al campo para regularizar su situacin y, con ello, haban acumulado ya casi
ocho aos de espera en Miranda de Ebro[45]. Atrs quedaban los beneficios
econmicos que, a fuerza de esquilmar dinero de los ranchos o de los presupuestos
para mejoramiento higinico, haba obtenido la ICCP. Atrs quedaban las vidas de
aproximadamente medio milln de personas internadas en un total de unos 188
campos de concentracin de los cuales 104 tuvieron un carcter medianamente
estable, legando para la historia concentracionaria universal nombres como Miranda
de Ebro, San Pedro de Cardea o Albatera.
Suena, por tanto, a broma pesada y a hipocresa el informe que en 1947 se remiti
a Madrid desde Bruselas, para sealar que en Blgica se haba constituido la
asociacin Les Anciens de Miranda destinada a recordar las penas y fatigas en
Espaa para sugerir una poltica de atraccin para con sus afiliados,
contribuyendo as a borrar algunos recuerdos desagradables de su estancia en el
campo de concentracin que todava pudieran conservar. Sin embargo, esa era la
lgica franquista que haba imperado e impregnado en lo retrico cuanto estuviese
relacionado con el sistema concentracionario, como se va a observar en el cierre de
este trabajo donde, adems de cifras, ltimos datos y conclusiones, se van a mostrar
las diferentes visiones de lo concentracionario y lo penitenciario, del enemigo interior
y el enemigo exterior, de la violencia sanadora y reeducadora, que construy el
franquismo como parte del pilar sobre el que asent su justificacin y legitimacin.

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Tiempo de balance

ESUMIR EN UNAS CUANTAS LNEAS CUANTO se ha expuesto en este trabajo, en el

cual se ha tratado de ofrecer la mayor amplitud posible de perspectivas para


entender la historia, la memoria, la comparabilidad o la importancia del fenmeno
concentracionario franquista, puede parecer repetitivo o retrico, un ejercicio de
sntesis ms o menos acertado. En vez de eso, la cuestin en esta conclusin radica en
tratar de verificar una serie de puntos, de hiptesis tericas planteadas a lo largo del
texto, ms que de resumir someramente otros se encargarn de hacerlo[1] la
historia de los campos de concentracin de Franco y de sus prisioneros e internos.
De todos modos, esa misma historia, explicada a lo largo de ya tantas pginas, ha
acreditado, a mi juicio, las premisas de partida ms importantes de las planteadas en
el primer captulo: que los campos franquistas fueron reflejo de tres elementos
paradigmticos del rgimen franquista. Primero, de la coercin y el poder primero
paraestatal y luego estatal, como detentor de la violencia considerada legtima o,
cuando menos, til para unos intereses globales de control y dominacin, en el marco
de una cruenta guerra civil y una no menos dura posguerra. Segundo, de los cambios
acaecidos durante esa misma guerra en los paradigmas del poder y de aplicacin de la
violencia en aras de legitimar lo que fue percibido como un proceso de depuracin y
limpieza de la sociedad espaola de los aos treinta y antes, aunque de eso no se
haya hablado aqu y de la experiencia republicana. Una depuracin y limpieza en
todos los rdenes: fsicos, ideolgicos, sociales, identitarios y memorialsticos. Y
tercero, de la cambiante poltica internacional de la dictadura durante los aos de la
segunda guerra mundial e incluso hasta finales de la dcada de los cuarenta, en el
contexto de una Europa blica y posblica que cambiaba su eje gravitacional desde
las dictaduras autoritarias y fascistas hasta las democracias liberales.
Los tres aspectos pueden ser observados, en un escorzo final, desde la perspectiva
tanto del modelo concentracionario creado por los sublevados y vivo durante parte de
la dictadura de Franco, como de la memoria que de l ha perdurado y pervive en la
actualidad. A modo de sntesis, por tanto, de las pginas anteriores, cabe recordar su
historia para colocarlo en su justo contexto histrico; slo as se podr situar y
analizar tambin su recuerdo colectivo.

1. DE MODELOS CONCENTRACIONARIOS
Al invadir las armas los espacios pblicos en julio de 1936, lo ms parecido a un

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politicidio y a una masacre colectiva se llev por delante a miles de republicanos en


la zona inmediatamente declarada como nacional. Y dentro de esa lgica en
principio y aparentemente tan ilgica, el problema de los prisioneros de guerra
prcticamente no existi como tal. La ejecucin sumaria, cuyo paradigma es, y lo
ser aun cuando se haya tratado y se trate denodadamente de cancelar su recuerdo, la
matanza en agosto de 1936 en la plaza de toros de Badajoz. Sin embargo, lo que se
prevea una contienda breve devino en una guerra larga, en una guerra civil, en una
guerra de masas, y ah las cosas cambiaron[2]. Tan importante era logsticamente un
prisionero trabajador en las obras de retaguardia como un soldado en el frente y,
desde luego, nadie poda renunciar a un grueso de soldados y trabajadores esclavos
que ayudasen a derrotar a su propio ejrcito, con las consiguientes cargas de
humillacin y represin implcitas en tal acto. Por ello, de la anomia de la violencia
desarrollada en los primeros meses para con los prisioneros del golpe de Estado
(fallido) y de la guerra de columnas se pas, gradualmente, a la reutilizacin reglada
y, como paso posterior, a la centralizacin de recursos, primero en la MIR y luego en
la ICCP.
Razones esas algo prosaicas para crear los primeros visos de un sistema
engranado de concentracin de prisioneros que, no obstante, acarreaban consigo otras
consideraciones de orden social, poltico e identitario, como la de la articulacin a
travs de la adhesin, la complicidad o la implicacin en la guerra y la violencia
franquista de una naciente comunidad nacional. En la Espaa de 1936 habran sido
inconcebibles campos de concentracin como los de 1938, puesto que en los primeros
meses de lucha los derroteros no marcaban grandes proyectos sociales ni, en realidad,
grandes problemas de masividad de la guerra. El problema intrnsecamente unido a la
masividad fue, sin embargo, la lentitud. Y eso fue lo que oblig a mantener,
desarrollar y hasta hipertrofiar el sistema concentracionario de Franco, alargndose
las estancias en los campos de concentracin. Era el modo de poner bajo buen
recaudo a quien no resultase afecto a la causa del Nuevo Estado, y de dirigir toda esa
burocracia a unos fines determinados, a unos intereses establecidos, a unas metas
claras. Metas, fines e intereses que iban de lo poltico a lo militar, de lo ideolgico a
lo moral, pero que confluan en una sola: la construccin de la Nueva Espaa de
Franco[3].
La utilizacin de la mano de obra de los prisioneros tambin camin por esa
senda ya que fue percibida y legitimada como un derecho emanado de la victoria, as
como un deber para con los descarriados y engaados y, por tanto, fue un acto de
imposicin ideolgica e identitaria que, en la realidad cotidiana, dio pie a redes de
connivencia, aprovechamiento e implicacin en este tipo de represin econmica,
laboral y poltica. Como la que destila de la peticin, ya reseada anteriormente, de
prisioneros por parte del alcalde de Miranda de Ebro, o la del de Inicio (Lugo), para
las obras con las que pretenda enaltecer su pueblo, para hacer la Espaa Grande,
Imperial y Libre, que est forjando el artfice del Nuevo Imperio Espaol, el
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Caudillo: todos tenemos que aportar nuestro grano de arena[4]. No obstante, en


muchas ocasiones todo ello tuvo ms que ver con los planos discursivos que con los
reales. Como se ha podido comprobar, la historia concentracionaria franquista, una
historia de intentos de centralizacin y centralizaciones imposibles, fue la crnica de
la improvisacin y el desbordamiento.
Desde tal perspectiva debe analizarse la gestin de la miseria que supuso la
administracin de los campos. Eso s, sumndola al hecho que el para-Estado
franquista tuvo en la imposicin de unos modos de vida cotidiana humillantes,
exasperantes, terribles, vejatorios sobre los prisioneros un modo para hacer de ellos
sombras de su propia voluntad. Tal vez por eso se encuentran tan pocos testimonios
que hablen de reestructuraciones orgnicas de partidos y luchas polticas dentro de
los campos, siendo los ms destacados los de prisioneros de la inmediata posguerra, y
s en cambio todos hablen de humillantes condiciones de vida, carencias miserables,
tedio y angustia. La creacin de tales percepciones e identidades excluyentes por
parte de los vencedores de la guerra civil, bien puede ser denominada como una
cosmovisin del enemigo y el disidente, jalonada por la articulacin de un discurso
maniqueo de confrontacin entre el Bien y el Mal, Espaa y la Anti-Espaa.
Clasificacin, depuracin, reeducacin y reevangelizacin se dieron la mano en los
campos franquistas para hacer saber a los prisioneros, a los disidentes reales o
potenciales, su verdadero lugar en la Nueva Espaa de Franco.
Desde 1939, con el tiempo que daba la victoria total sobre el enemigo interno, la
extirpacin de la tupida red concentracionaria que haba caracterizado los aos de
confrontacin abierta se convirti en una ardua tarea que, en lo administrativo, dur
largo tiempo por ms que se consiguiese reducir a dos el nmero de campos de
concentracin estables. En primer lugar, porque su funcionalidad para la depuracin
social, cristalizada en las Cajas de Reclutas y la mili de Franco el trabajo
obligatorio de todos los soldados republcanos en los BDST, se mantuvo vigente
en la posguerra, a la par del deseo de control social jams escondido por la dictadura.
Sin embargo, con el fin de la ICCP y del trabajo forzoso de la mano de obra
prisionera no acab la semiesclavitud laboral en Colonias Penitenciarias hubo
penados hasta 1946, por ejemplo, ni tampoco desaparecieron los campos de
concentracin. Slo el cierre de Miranda de Ebro puso fin al modelo franquista de
campos: unos campos ligados a la guerra, al internamiento de soldados, por lo que
siempre tuvieron unas inmediatas dependencias militares. Pero eso no signific ni el
fin de los trabajos forzosos en Espaa, ni tan siquiera el fin de recintos y campos que
bien podemos denominar de trabajo, como los habilitados por Regiones Devastadas,
Colonias Penitenciarias y Destacamentos Penales. Y, sobre todo, el fin de los campos
no supuso el fin tambin del proyecto social que haban ejemplificado. Antes bien, las
consecuencias en la larga duracin del sistema concentracionario franquista fueron la
interiorizacin de sus valores por parte de los internos. No tanto los explcitos, como
la reeducacin poltica y moral, sino sobre todo los implcitos: el miedo, el silencio,
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la delacin. Valores sobre los que se sustent la dictadura militar de Franco durante
cuarenta aos de exclusin y olvido.
Con igual idea de fondo el internamiento del personal irregular en Espaa
comprendido en edad de armas y manteniendo el ms importante campo, el
ubicado en Miranda de Ebro, el tercero de los ejes explicativos de la historia
concentracionaria franquista (su posicin frente al conflicto blico internacional de
1939-1945) adquiri una inusitada importancia nacional e internacional, por cuanto
represent la cambiante postura espaola ante los aliados y las naciones fascistas,
respectivamente. La razn que explica, en definitiva, esta segunda fase de la historia
concentracionaria franquista, es ante todo el deseo de la dictadura por incrementar o,
al menos, mantener su poder. El de los refugiados no fue un tema tan importante
como otros de los que marcaron las relaciones internacionales franquistas en esos
aos (como la ocupacin de Tnger, las exportaciones de wolframio a Alemania o el
espionaje) pero, desde luego, retener a un total cercano a los 15 000 soldados
beligerantes en un campo de concentracin, a veces por largos meses, no poda sino
interponerse respectivamente en las relaciones con Alemania y los aliados. Espaa se
mantuvo en una expectacin comprometida: aunque fueron los acontecimientos
blicos la invasin de Francia, el desembarco del Norte de frica, la ocupacin
alemana de todo el pas galo y el desembarco de Normanda los que determinaron
el devenir de Miranda de Ebro (y de los balnearios), lo cierto es que el deseo de
mantenerse en el poder fue el nico motivo que determin las polticas con los
refugiados. Primero, inclinndose hacia el lado alemn. Despus, hacia el de los
aliados.
De todos modos, no se debe olvidar lo que hasta este momento se ha sealado de
manera constante: que dos criterios fundamentales para entender la vida
concentracionaria fueron la imposibilidad de regir una maquinaria excesiva y
anquilosada, la del internamiento de los prisioneros de guerra, por un lado; y por el
otro, la constante contradiccin entre proyectos y ambiciones, y realidades y
frustraciones. Luis de Martn Pinillos, en clara consonancia con Francisco Franco,
quiso hacer de los campos franquistas laboratorios de la Nueva Espaa. Pero tantas
veces la realidad se impuso, impidiendo de facto la realizacin de polticas
reeducadoras, reevangelizadoras, e incluso tantas veces clasificadoras. La historia
concentracionaria espaola fue, en muchas ocasiones, la historia de la renuncia.
Aspiraciones y realidades, masividad y humillacin, clasificacin militar y
reeducacin moral, renuncias e implacabilidad. Los sustantivos que describen la
historia concentracionaria en la Espaa de Franco, la historia de cerca de medio
milln de vencidos distribuidos por un centenar largo de campos de concentracin, en
buena medida resumen la posicin espaola dentro del enorme universo
concentracionario europeo. Y es que los campos han resultado ser un ejemplo
palmario, a todos los niveles filosfico, sociolgico, histrico utilizado para
mostrar los excesos humanos, la crueldad, la modernidad. Y desde esa perspectiva,
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las preguntas acechan. Resultaron ser los franquistas, como sealara Bauman para
los campos nacionalsocialistas, reflejo de modernidad alguna[5]? Fueron simples,
dentro de la escasa simplicidad que en realidad engloba tal hecho, mecanismos de
guerra? Reflejaron en su desarrollo histrico algn tipo de novedad, en la Espaa de
los aos treinta, en los modos y maneras de tratar por parte del poder a la disidencia,
en un marco de tal despliegue de violencia como la guerra civil espaola? En
realidad, los campos franquistas supusieron la articulacin de una poltica represiva
novedosa tanto en el marco de la guerra civil como, en general, para el de las
acciones oficiales destinadas al doblegamiento de la poblacin republicana.
Respondieron a una lgica blica, poltica, econmica y social: la de ganar la guerra y
la de sentar las bases del Nuevo Estado franquista mediante la punicin, la
imposicin de una identidad de vencidos a los prisioneros y el cierre de la crisis de
dominacin que haba implicado la que fue percibida como subversiva poltica social
republicana. Pero esa novedad lo fue en el marco de las polticas represivas
espaolas, no tanto en el de las europeas.
Los campos franquistas fueron as una constelacin situada dentro del universo
concentracionario europeo. De hecho, el mismo trmino de campo de
concentracin, independientemente del significado y las connotaciones que ha
adquirido desde el fin de la segunda guerra mundial, alude al centro de internamiento
y agrupamiento, en tiempo de paz o, sobre todo, de guerra, establecido por un poder
estatal o un contrapoder que se le opone. Etimolgica e histricamente, por tanto, se
trata de una experiencia (la concentracionaria) mucho ms comn de lo que pueda
parecer. Y no puede soslayarse en la historia europea ni mundial la existencia de
millones de internados y desplazados: los recintos rodeados de alambres de espino y
torretas, y habitados por seres fantasmales mal alimentados y depauperados,
salpicaron todo el mundo, desde Estados Unidos y Canad a Inglaterra, Italia,
Alemania y la Unin Sovitica, y tambin en Asia, Australia, China, Japn y las Islas
del Pacfico[6]. Ni los campos, por tanto, son sinnimo de totalitarismo ni las
democracias (vanse los campos norteamericanos para la poblacin japonesa abiertos
en 1942) se han visto exentas de utilizarlos. Mutatis mutandis, la experiencia
concentracionaria fue un recurso plausible en el siglo XX para la solucin de
problemas sociopolticos, es decir, estructurales, unidos a otros prcticos, esto es,
coyunturales.
La violencia concentracionaria ha ejercido una innegable fascinacin en la
investigacin histrica, sociolgica y antropolgica. Y es que la concentracionaria es
una experiencia comn en Europa, Amrica y Asia: en la primera guerra mundial,
Finlandia, la Francia de Vichy, Alemania y sus conquistas durante la segunda guerra
mundial, Italia o Grecia hubo sistemas llamados de concentracin, bien de prisioneros
de guerra o de detenidos polticos[7]. Adems, no se parta de cero, ya que los
primeros centros as denominados fueron puestos en marcha durante dos guerras
coloniales (los espaoles en Cuba y los ingleses en Sudfrica) e, incluso, tenan un
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referente histrico en los centros de internamiento de la guerra civil norteamericana.


Y posteriores a la segunda guerra mundial, hubo campos en la URSS (el gulag), en la
China de la revolucin cultural (el lagoai) o en las dictaduras del Cono Sur
americano. De hecho, a simple vista, los campos de concentracin fueron durante el
Novecientos reflejo de la vida poltica y social de cada perodo determinado: los hubo
coloniales, los hubo en guerras civiles, los hubo totalitarios e, incluso, los hubo bajo
el poder de democracias liberales. Los sistemas concentracionarios, as, tuvieron en
comn el ser respuestas a las necesidades de implantacin, estructuracin y
mantenimiento de un cierto rgimen de dominacin, control y poder sobre un
territorio y sobre sus disidentes reales o potenciales[8].
El concentracionario es por tanto un fenmeno de larga historia, la del siglo XX, y
la apertura de campos de concentracin en los diferentes conflictos que han jalonado
la historia del Novecientos ha dejado establecida una categorizacin no demasiado
explcita, pero s bsicamente clara, que ayuda a reconocerlos. Existe, as, una
diferencia fundamental entre sistemas concentracionarios en tiempos de paz, por una
parte, y de guerra, por otra. Dentro de esa categora, tambin existen diferencias entre
campos abiertos durante una guerra civil y campos para prisioneros de guerras
internacionales, algo habitual desde la primera guerra mundial. Y, por fin, no son lo
mismo los campos para civiles, disidentes polticos o minoras nacionales, raciales o
religiosas, que para militares. Adems, existe una cuestin que extiende su sombra
sobre este debate: el hecho singular de la implantacin de una maquinaria de
muerte colectiva a travs de los campos de concentracin (Auschwitz, Chelmo,
Treblinka, Sobibor, Belzec o Maidanek) durante la segunda guerra mundial. Sin
embargo, las pocas historias generales del fenmeno concentracionario no son muy
tajantes en afirmar esas desigualdades, en realizar esas necesarias apreciaciones de
partida.
La penltima alusin a los campos totalitarios no tiene nada de casual porque, de
hecho, el sistema concentracionario nacionalsocialista de 1933-1945 suele plantearse
como el paradigma de todos los dems y, por tanto, se hace necesaria una reflexin,
entre histrica y de pura lgica, para tratar de despejar la niebla existente en torno al
concepto de campo de concentracin y su aplicacin al caso de la guerra y la
posguerra espaola. As como en torno al inters, que a mi juicio no tiene nada de
casual ni de inocente, por reflejar en el espejo que suponen los campos nazis tanto el
sistema concentracionario franquista como, por extensin, cualquier otro rgimen de
campos de concentracin. Y es que sealar que existen lneas comunes as como
discontinuas entre fenmenos concentracionarios nos pone ante uno de los
problemas irresueltos ms importantes de la historiografa y las ciencias sociales en
las dcadas de los ochenta y noventa, y que afecta directamente a las cuestiones que
se han tratado aqu y a la definicin del mundo concentracionario franquista: el de la
comparabilidad de los sistemas de campos y, en particular, la comparabilidad y
relacin con los campos alemanes de la segunda guerra mundial[9]. Un problema que
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incide directamente en la definicin del modelo concentracionario franquista, si


tenemos en cuenta que estos ltimos convivieron con los campos nazis y
compartieron una poca en la que, mientras en Espaa se abra la va violenta de la
guerra civil para acabar con la Repblica, en Alemania se instauraba un Reich
totalitario que acabara llevando a la muerte a un nmero incalculable de personas.
Precisamente en esa configuracin bifronte de ambos regmenes estuvo la diferencia
fundamental entre sus regmenes concentracionarios: mientras que los campos
franquistas lo fueron ante todo de guerra civil, los campos nazis, a medida que se
avanzase en la construccin de un Estado totalitario de base racial, seran cada vez
ms una maquinaria de muerte.
Podra decirse que, del mismo modo que Auschwitz ha inventado el
antisemitismo, haciendo aparecer su historia lineal y coherente, tambin ha inventado
los campos de concentracin, desde el punto de vista que les ha dado un paradigma,
un enorme espejo en el que reflejarse. Pero eso no est exento de riesgos: ese espejo
es deformante y la tendencia a la distorsin histrica implcita en la comparacin con
los campos de exterminio nazis es difcilmente soslayable. Una comparacin que, sea
para demostrar su carcter nico o su relacin con otros fenmenos, suele decirse que
viene preada de desacralizacin[10]. Pero, slo a travs de la comparacin se
concluye el carcter nico e incomparable de los campos de exterminio, o bien su
relacin directa con otros genocidios y con otros sistemas de campos de
concentracin. Y es que esa reaccin ante la comparabilidad de los campos nazis
tiene una doble direccin: tanto desde dentro afuera del Holocausto (comparar es
relativizar, con lo que se falta al respeto a las vctimas del hebreicidio), como desde
fuera adentro (si un fenmeno determinado no se asemeja al Holocausto como
paradigma, puede ser relativizado). El caso franquista, a mi juicio, sirve para
comprobarlo, aunque su presencia pblica haya sido tan escasa que tampoco se haya
desarrollado algn tipo de discusin al respecto, salvo casos excepcionales. Al
afirmarse que en Espaa no hubo campos de concentracin, al entender como tales
(o mejor, como ejemplo de ellos) los campos nazis, se est minusvalorando el
fenmeno concentracionario franquista e, implcitamente, dotndolos de legitimidad
retroactiva. Eso, por cuanto respecta a la reaccin en direccin de fuera adentro.
Respecto a la otra, afirmando la incomparabilidad del Holocausto lo que se relativiza
es cualquier otro tipo de sistema concentracionario. Lo cual debemos poner en
relacin con la creacin de un uso poltico del pasado, con evidentes rditos
justificadores en el presente[11].
Se cuentan, as, por docenas los trabajos que se dedican a mostrar el carcter
nico (o bien comparable, pero son los menos) del genocidio hebreo en los campos
nacionalsocialistas. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que el de la
parangonabilidad y la memoria de Auschwitz (que no puede ser adoptado como
sistema normativo, porque no es exportable)[12] es un debate que se ha centrado antes
en los delitos de genocidio en Turqua, en Bosnia, en Ruanda que en sus formas
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concentracionarias[13]. Por ello, aunque haya centenares de trabajos dedicados a ese


problema, atravesados por fuertes connotaciones morales y religiosas, no existe una
solvente historiografa comparativa que englobe las similitudes y diferencias entre los
sistemas de campos de concentracin. La que existe es lineal y determinista[14],
muestra la historia de los campos como prolegmenos de los campos verdaderos,
los de exterminio, como si fuese un final anunciado, implacable e ineludible o, sobre
todo, sirve para equiparar fascismo y comunismo, situndolos en el siempre complejo
plano del totalitarismo[15].
Lo que s se puede demostrar es que, como fenmenos caractersticos de las
guerras modernas de masas y de los conflictos sociales contemporneos, los
campos de concentracin, instrumentos de terror y adoctrinamiento[16], tuvieron una
lnea histrica ms amplia que los campos de aniquilacin fsica. Los campos de la
primera guerra mundial, por ejemplo, ya hacan intuir lo que sera la concentracin
masiva posterior de prisioneros de guerra[17]. En el mbito de una guerra sin final
previsto, y mucho ms larga de lo esperado, los campos fueron la respuesta a la
masividad del conflicto, un producto imprevisto de la racionalizacin y
nacionalizacin de los ejrcitos.
Una respuesta imprevista, pero a la que pronto se le encontr una utilidad clara: a
los internos, adems de alejrseles de sus territorios impidiendo as su
incorporacin al ejrcito, se les utiliz para diferentes gamas de trabajos forzosos.
Algo que tambin existi durante la segunda guerra mundial: son muchos los
expedientes, por ejemplo, de prisioneros de guerra extranjeros internados en campos
espaoles (sobre todo, Miranda de Ebro) que resultaban escapados de campos de
prisioneros alemanes o compaas de trabajadores. Centenares de miles de
prisioneros fueron destinados a campos, deportados y trasladados forzosos. Y sus
historias tienen similitudes sorprendentes con las de los prisioneros internados en
Espaa: alejamiento y reaprovechamiento fueron dos variables comunes a la mayora
de sistemas concentracionarios.
Cierto es que en Miranda de Ebro no existieron cmaras de gas, pero es que
tampoco era de exterminio la voluntad franquista de uso de los campos. Ni de
exterminio ni de genocidio, sino de doblamiento social, control, reeducacin y
encauzamiento. Ni los condicionantes eran iguales, ni los resultados tampoco[18]. Y
es que el modelo concentracionario de Franco parta de una realidad concreta, la de
una guerra civil, y se dot de caractersticas funcionales que ms tuvieron que ver con
la reeducacin, la clasificacin y el reaprovechamiento de los prisioneros de guerra
que con la eliminacin fsica del adversario. Es, por tanto, un modelo cercano al
empleo de campos durante las guerras mundiales destinados a internar a los
prisioneros de guerra (el ejemplo alemn es el del Stalag), que tiene caractersticas
rastreables tambin en los campos salvajes nacionalsocialistas desde 1933 (campos
que dan cuerpo real al decreto de febrero de 1933 para la Defensa del pueblo y del
Estado) y en otros fenmenos de guerras civiles europeas. Pero es un modelo que no
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parte de la necesidad racial de ingeniera social, ni de la de destruir o tratar de destruir


un colectivo humano[19]. En ese sentido, por utilizar la expresin de Arendt, en la
Alemania nazi hubo campos-purgatorio y campos-infierno; campos de separacin,
eliminacin moral y transformacin identitaria, y campos de muerte directa. Los
campos franquistas seran, desde esa perspectiva, purgatorios de la Repblica, a
mitad de camino entre el campo totalitario de eliminacin directa y el simple
campamento de prisioneros. Y lo que los sita en esa posicin es la brutal campaa
de reeducacin que los caracteriz.
No fueron en la Espaa franquista, siguiendo esa deduccin, mera necesidad
blica, como suele creerse (lo cual significara soslayar las razones polticas,
ideolgicas y culturales que explican la guerra civil espaola), sino que tambin
cristalizaron un tipo de poder y de control social. O, al menos, dejaron pronto de ser
simplemente una administracin blica, en cuanto su utilidad social fue explotada
para unos fines precisos. El primero, la victoria en la guerra civil. El segundo, el
mantenimiento de sta. Todo ello proporciona a los campos franquistas un estatus
diferente al de muchos establecimientos y polticas concentracionarias, entendidas
como medidas ilegales y masivas de retencin y detencin del disidente en sentido
amplio, sin pena judicial precisa y negando la legalidad establecida[20]. Por tanto, los
campos franquistas no respondieron a un modelo totalitario, sino a un estado de
guerra interna. No se utilizaron para exterminar (cuando se presentaba la muerte,
tomaba la forma ms primitiva de la enfermedad o del asesinato a sangre fra, la fosa
comn y la ejecucin pblica), sino para clasificar y transformar, vigilar y doblegar a
los prisioneros de guerra. Tuvo pues el modelo concentracionario franquista una base
castrense, fue ilegal y en muchos momentos anmico, y se destin a prisioneros de
guerra para su clasificacin, reeducacin y reutilizacin, por lo que tuvo evidentes
similitudes con otros fenmenos similares, de manera clara en los casos de guerras
civiles en el marco de la Europa de entreguerras. Aunque, eso es cierto, configurando
la red de campos ms densa, vasta, numerosa, duradera y, seguramente, implacable,
de toda la Europa meridional. Todo un ejemplo a seguir para algunas dictaduras como
las de Pinochet o Videla, que reconocieron sin pudor mirarse en el espejo de la
Espaa de Franco. Y toda una experiencia de intento memoricida, de cancelacin de
la denominada Anti-Espaa y de su memoria. Con este ltimo aspecto se va a poner
fin a este libro.

2. UNA MEMORIA PARA EL FUTURO


La memoria social no existe, por cuanto las sociedades no son entes orgnicos y
no tienen memoria en s mismas. La memoria colectiva o, mejor, las memorias
colectivas en sociedad son, fundamentalmente, las percepciones sociales compartidas
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del pasado. Percepciones que vienen determinadas por diferentes factores: por las
experiencias previas y el aprendizaje colectivo; por las polticas de la memoria (en
forma de homenajes, polticas hacia el pasado, lugares de memoria, educacin
obligatoria); por los avances de la historiografa; o por la creacin de entornos para la
discusin sobre el pasado compartido[21]. La historia que ha quedado como parte de
la ideologa de una nacin, Estado o movimiento no es lo que se ha preservado en la
memoria popular, sino lo que ha sido seleccionado y, en definitiva, institucionalizado.
El recuerdo oficial es, por tanto, orquestacin institucional del pasado[22].
La percepcin colectiva del pasado fue algo que la dictadura franquista decidi
controlar hasta la obsesin, sabedora de que all radicaba en buena medida su factor
de legitimacin, y de que el rol del pasado en el presente es, entre otras cosas, el de
configurar identidades colectivas que bien pueden ser alternativas a la oficialmente
marcada. De tal modo, la memoria oficial de la guerra, de la victoria franquista, del
hecho fundacional de una de las dictaduras personales ms largas de la historia
europea, fueron los nicos parmetros permitidos por los que pudo moverse la
interpretacin y uso pblico de la historia y de las historias de la guerra civil dentro
del pas durante los aos de vida de Franco. Unos rgidos rales de afirmacin de los
valores blicos para combatir la posible desintegracin de la victoria de Franco.
Como evidenci Paloma Aguilar, la memoria de la victoria fue tan importante para el
asentamiento de la dictadura como la guerra misma[23]. Y eso, aplicado a las historias
de los vencidos y de los canales por los que se articul esa victoria, entre ellos los
campos de concentracin de Franco (pero no slo: tambin las crceles, los campos
de trabajo o, en el caso ms extremo, las decenas de miles de muertes), tuvo como
resultado una instrumentacin de la memoria y del recuerdo de la guerra que fue tan
excluyente como la poltica, cuyo paradigma fundamental fue precisamente el/la
exclusin del enemigo.
Sobre los prisioneros de guerra, el intento memoricida fue, en buena medida,
continuacin del estado de guerra y de hipostatizacin social, exclusin del disidente
y represin que sustentaron tan firmemente a la dictadura en sus primeras dcadas. A
travs de la articulacin de una concepcin terica de discriminacin constructiva,
que alejaba de la comunidad nacional a los miembros enfermos o los reeducaba
mediante la expiacin y el trabajo, pudo construirse una suerte de identidad nacional
donde la victoria sobre los enemigos de Espaa resultaba ser el principio fundador,
fons et origo de toda legitimidad. Luchar contra los enemigos de la patria alzaba,
adems, a rango de supremo jefe a quien haba acometido la ardua tarea de expulsin,
depuracin y limpieza, mientras que lo engalanaba de los valores eminentemente
positivos de salvador imprescindible o enviado[24]. La coercin y la violencia,
autnticos ejes de articulacin estatal y bases de la paz incivil que avino tras la
cruenta guerra interior fueron convenientemente legitimadas. Porque, adems, Franco
haba tendido la mano a sus enemigos, ayudndoles a retomar la senda de la
comunidad nacional. Slo as se entienden los programas de reeducacin en los
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campos de concentracin o, ms concretamente, el que el trabajo de los penados en


posguerra se articulase desde un organismo llamado Redencin.
El franquismo construy su propia poltica de la memoria, y tuvo sus propios
lugares para un falsario recuerdo colectivo. Un ejemplo, tal vez el paradigmtico en
Espaa, es el del Destacamento Penal de Cuelgamuros, o Valle de los Cados, del que
poco se puede decir que no haya dicho Daniel Sueiro[25]. Y otro, no menos
paradigmtico, lo tenemos en la localidad zaragozana de Belchite. Tras su parcial
destruccin durante la guerra civil espaola, el general Franco decidi tomar sus
ruinas como un punto de referencia simblico y, como en otros casos de lugares de la
memoria instaurados por el Nuevo Estado que haba derrotado a la Segunda
Repblica, decidi que stas se mantuvieran intactas. Era smbolo, desde su
perspectiva, del horror (ajeno, no del propio) de la guerra que se haba llevado a cabo
para derribar al gobierno republicano y, por tanto, plasmacin esttica de la
legitimidad tanto de la guerra como del poder dictatorial que tras ella se haba
instaurado. Sin embargo, y como tambin sucedi en lugares como Gernika-Lumo,
Teruel o Brunete, era necesario volver a dotar a sus habitantes de un pueblo, unas
casas y, as, tambin de un motivo de agradecimiento al Nuevo Rgimen. En los otros
casos se reconstruyeron los hogares en su localizacin original, aproximadamente. En
Belchite no fue as: la decisin de mantener las ruinas del Pueblo Viejo llev a la
determinacin de utilizar el Servicio de Regiones Devastadas, dependiente del
Ministerio del Interior controlado por Ramn Serrano Ser, para construir el que
hoy es el Pueblo Nuevo, inaugurado por Franco en 1954. Y los encargados directos
de hacerlo en la inmediata posguerra fueron los presos polticos republicanos, aunque
nada en Belchite hable hoy de estas cuestiones. La poltica franquista de la memoria
fue un acto de autoafirmacin y legitimacin. Construir de nuevo: 1939, Belchite
Ao Cero. Construir las casas, los pueblos, la nacin. Hacer pagar a los rojos su
justo castigo.
Desde semejantes directrices, recordemos, se moldearon los programas y
discursos reeducadores para con los prisioneros de guerra en el interior de los campos
de concentracin. Y todo ello, a la larga, moldeara la imagen pblica de los
prisioneros de guerra y de los campos de concentracin. Una imagen benvola,
edulcorada, que an hoy pervive bajo la forma de relativismo e infravaloracin. Una
imagen que esconde el peso y el poso de represin y violencia, explotacin y oprobio
que significaron los campos franquistas y el trabajo forzoso. Una imagen a la que,
desde los aos cincuenta, el rgimen franquista dej de acudir optndose, como se ha
visto en la introduccin de este libro, por mirar hacia otro lado. Por enterrar con
paletadas de afasia la violencia poltica sobre la que estaba sentado el rgimen desde
la guerra civil. Eso, sumado al hecho que tambin entre buena parte de la oposicin
antifranquista se renunci a la instrumentacin poltica del pasado para reivindicar
una democracia que avino tras la muerte del dictador (pero con el rgimen
severamente debilitado)[26], ayudan a explicar la inexistencia de debate pblico en
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torno al sistema concentracionario y de explotacin laboral en el franquismo.


La transicin a la democracia necesit, y as fue percibida, de un lapso, un
margen temporal en el que no se rindiesen cuentas con el pasado, para que no
supusiese un problema en aras de lograr el objetivo de la instauracin de la
democracia en Espaa. Esa democratizacin, por otro lado, tuvo un serio componente
de control por parte de las clases polticas provenientes de la dictadura, ante las
cuales la oposicin tuvo que dejar de lado las rencillas hacia el pasado. De tal modo,
puede pensarse que no hubo en Espaa una amnesia generalizada sino una
imposicin oficial de la misma, como paradigma para lograr el objetivo de
democratizar el pas. El llamado pacto de olvido durante la transicin a la
democracia fue, en realidad, un pacto institucional por no instrumentar polticamente
el pasado de la guerra civil y el franquismo. Un pacto que no es extensible a otros
mbitos sociales como el cultural, aunque la decisin tcita de echar al olvido
trajese como consecuencia directa una escasa difusin oficial de polticas del
recuerdo, polticas de la memoria o, por sintetizar, polticas oficiales sobre la Historia
como la rehabilitacin simblica de las vctimas, el reconocimiento pblico de su
sufrimiento, la construccin de monumentos y celebracin de ceremonias[27].
En una democracia a la que se elimin cualquier viso de paradigma fundacional
antifascista, las polticas de la memoria fueron dejadas tambin completamente de
lado. De tal modo, no slo no hubo justicia retroactiva alguna, sino que a eso se sum
la inexistencia de reconocimiento oficial, homenaje o, en buena medida, aprendizaje
colectivo de la experiencia traumtica de la guerra civil, instrumentada
interesadamente para azuzar los miedos de la poblacin al resurgimiento de un
conflicto entre espaoles. Sobre ella se pudo hablar y se habl, se escribi en los
libros buena muestra de ello es el aluvin de libros autobiogrficos escritos por
excombatientes constatable desde 1975 y los medios de comunicacin aunque, en
ese sentido, peridicos como ABC, de carcter poltico conservador, no hizo mencin
alguna a la guerra entre 1975 y 1978. S que sta se vera reflejada en el 38 por 100
de las editoriales de El Pas, pero hay que ver despus en qu modo y persiguiendo
cules fines: en estos artculos los aspectos ms dramticos y negativos de la guerra
se silenciaban. La guerra era, ms bien, referente en negativo; algo que no deba
empaar el paradigma general de la transicin como transaccin basada
retricamente sobre el perdn mutuo[28]. Nunca ms guerra civil, que el pasado quede
en el pasado, se dijo entonces. Nunca ms guerra civil, que el pasado viva en el
presente, se dice, sin embargo, ahora.
En los ltimos aos, la presencia pblica de la represin franquista se ha
multiplicado exponencialmente, aunque haya quien crea que existe un silencio
ensordecedor en torno al tema[29]. El recambio generacional con respecto a la guerra
civil marca una pauta clara: los nietos de la guerra perciben, en buena medida, que
la interiorizacin del trauma de la guerra que caracteriz a los hijos de la guerra,
origen de ese echar al olvido, ha establecido un marco demasiado estrecho para el
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debate pblico sobre la guerra, sus responsables y sus vctimas. La generacin de la


memoria viva est cercana a desaparecer y slo ahora, con el impulso movilizador de
los nietos, se est reclamando el homenaje explcito y la restitucin simblica de la
integridad de las y los represaliados por la dictadura, resituando as uno de los
paradigmas de la transicin: el de la no asuncin del antifascismo como hecho
fundacional.
Est en juego el futuro de la memoria: cul ser la percepcin colectiva sobre la
generacin protagonista de la Segunda Repblica, la guerra civil y el primer
franquismo. Factores como las identidades colectivas, la cultura del homenaje, el
avance de la historiografa y sus paradigmas o la implicacin institucional guan este
devenir. El conocimiento de los hechos, un paso fundamental para la presencia del
pasado en el presente, comenz de la mano de la historiografa el camino de la
victoria de la memoria contra la nada[30]. Desde hace unos aos se ha avanzado
notablemente en la segunda fase propuesta por Todorov contra los intentos de
memoricidio: la construccin de un sentido para los hechos. Pero rememorar no es lo
mismo que conmemorar. As, desde hace poco se ha empezado el camino de la puesta
en servicio para la sociedad del pasado comprendido: la sociedad civil ha tomado la
decisin de aprehender ese pasado, de situarlo en el centro del debate pblico, de
asociarse para reivindicarlo y oponerse as a la ablacin del supuesto carcter
emancipador de la memoria colectiva. El crculo empieza, por tanto, a cerrarse[31].
Pero esto no siempre ha sido as, sino que se trata, este de la denominada
recuperacin de la memoria (expresin resbaladiza y, posiblemente,
epistemolgicamente incorrecta, que no significa otra cosa que la reivindicacin,
desde el presente, de la presencia pblica de una determinada identidad cultural y
moral, representada respectivamente por el republicanismo y el antifascismo, as
como por la integridad), de un fenmeno reciente, casi de hoy[32]. Tanto es as, que en
buena medida su popularizacin se debe al haber nacido en un humus social y
poltico favorable. Sin embargo, debe ser analizado en perspectiva amplia: conceptos
como conciencia histrica o memoria han sido mayoritariamente aplicados, en
particular desde los aos ochenta y sobre todo tras el colapso de los regmenes
comunistas, a grupos sociales enteros y, sobre todo, a los autodefinidos como
vctimas de la historia[33]. No se trata, por tanto, de un aspecto puntual sino, ms bien,
de un complejo y creciente uso pblico de la historia, en la cual se enmarca tambin
la historia de los campos franquistas, los prisioneros de guerra y los presos
trabajadores. Es un impulso cvico y de la historiografa respectivamente por
conmemorar y rememorar, por difundir una percepcin popular del pasado alejada
tanto de los estereotipos maniqueos de la autojustificacin franquista (tan en boga y
tan reactivados hoy en da) como de la apropiacin de la memoria de un pasado que
an no debe pasar[34].
La situacin de los campos de concentracin y sus prisioneros en medio de este
paisaje puede observarse a travs del prisma de los usos pblicos de la historia, en sus
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tres variables principales: la de la historiografa, la de la educacin y la de las


polticas oficiales hacia el pasado y de la memoria. O mejor, tan slo dentro de las
variables primera y tercera ya que, dependiente la educacin histrica tanto del
desarrollo de la historiografa como de las polticas sobre el pasado, podemos de
entrada afirmar que el aprendizaje cvico derivado del conocimiento de la historia de
los campos franquistas no ha entrado en los mbitos educativos. Impermeable en su
mayora a los avances del conocimiento sobre la guerra y el franquismo, las polticas
educativas se han basado ms, a mi juicio, en formar ciudadanos orgullosos de su
pasado que crticos con su presente. Si en las escuelas e institutos se habla poco y mal
sobre la guerra civil, no cabe esperar que s se haga sobre los campos franquistas.
El estado de la historiografa al respecto, sin embargo, es muy saludable. La
convocatoria en 2002 del Congreso Los campos de concentracin y el mundo
penitenciario en Espaa durante la guerra civil y el franquismo supuso la
actualizacin y conocimiento de algunas investigaciones, an no demasiadas, sobre
algunos de esos temas. El estudio de algunos campos en particular, de algunos
Batallones de Trabajadores, de la interrelacin entre campos y crceles, del complejo
mundo del trabajo forzoso en posguerra, empieza a dar sus frutos concretos. As,
aunque al principio de este libro se haya expresado la preocupacin por la falta de
criterio unvoco a la hora de definir histricamente los campos de concentracin
franquistas, ello no debe dar pie a confusiones: el crecimiento del tema en la
historiografa es slo beneficioso. Pero no debemos olvidar que el vuelo de este tema
es an corto y que, de hecho, la cantidad de trabajos dedicados a l antes de 2000 se
reducan a un valioso grupo de libros de memorias y a escasas o largas referencias,
siempre parciales, en los libros dedicados a la guerra y/o la represin por zonas.
Esa historiografa se est haciendo eco del malestar ante las escasas o nulas
polticas oficiales hacia el pasado impulsadas en democracia, referidas al tema de los
campos de concentracin y de los prisioneros de guerra. La preocupacin general
pasa por dos vectores fundamentales: el que los lugares fsicos de los campos y de
los trabajos realizados por mano de obra prisionera o penada sean mantenidos hoy
como lugares del olvido y no de la memoria, por un lado. Y, por otro, el que las
carencias de polticas de la memoria hayan dificultado sobremanera el plano
conmemorativo, algo que debe ser promovido por la administracin mediante la
reparacin simblica, moral y econmica. Sobre este ltimo aspecto, cabe recordar
que la poltica oficial hacia el pasado, en este caso en forma de expedientes de
compensacin econmica, ha sido generalmente percibida como tarda y escasa. Y
cabe recordar tambin que, por cuanto respecta a los militares republicanos que
pasaron por campos de concentracin y crceles tras el Consejo de Guerra con
penas accesorias de inhabilitacin, la poltica de pensiones y rehabilitaciones ha
sido considerada injusta, aleatoria y poco unvoca[35]. A da de hoy, existen ms
propuestas que realidades, no obstante estn an recientes la declaracin en el
Congreso de los Diputados de noviembre de 2002 de condena a la violencia
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franquista, o el homenaje oficial de diciembre de 2003 a las vctimas de la represin.


Para concluir este libro, y como propuesta para ese futuro de la memoria, quiero
centrarme sin embargo en el primer aspecto. Y es que nada, en los campos de
concentracin o de trabajo, en las obras pblicas o privadas construidas por mano de
obra prisionera o presa, recuerda la existencia misma del campo o el paso por ellos de
prisioneros o presos, salvo en los casos, tampoco demasiado encomiables, de
Albatera, Figueres, Castropol y Miranda de Ebro. Las polticas de la memoria
abarcan no slo a las y los represaliados, sino tambin a los smbolos fsicos de esa
represin. Y uno de los reflejos ms palmarios de la existencia de esas polticas en
democracia se halla en el mantenimiento de los lugares de la memoria[36]. Lugares
que, en positivo o en negativo, ensean a los visitantes, a los curiosos, los valores
derivados de pasajes de una historia comn (generadora, por tanto, de
representaciones colectivas del pasado) para aprender e interiorizar. Historias para
asimilar y, despus y si as se desea, echar al olvido. De entre los pasajes de la
historia europea del siglo XX que ms lugares de la memoria ha dejado se suelen
destacar la Primera (los cementerios militares, los museos blicos y los monumentos
a los cados) y la segunda guerra mundial. Y en este segundo apartado, ante todo los
campos de concentracin nacionalsocialistas. Los sistemas concentracionarios,
debido a la masividad, crueldad, injusticia implcita en ellos, son por tanto puntos de
referencia simblicos sobre el pasado[37]. Claramente y como deca, con
intencionalidad poltica presentista, pero fundamental para un sistema de valores y
creencias: as, su carcter profundamente traumtico lo ha hecho objeto de
reivindicaciones histricas, de reconocimiento mutuo, de comunicacin pedaggica y
de ritos establecidos en torno a sus monumentos y conmemoraciones simblicas[38].
No podemos, sin embargo, dar por sentado que los monumentos y, en general, los
objetos fsicos sean agentes de la memoria colectiva. Es ms, los objetos, los
memoriales, son lo contrario de la memoria, que por definicin es cambiante, ya que
su condicin es la de fijar el recuerdo, un paso para poder interiorizar el pasado y
poder echarlo al olvido[39]. De hecho, los motivos de la memoria no son nunca
puros sino que suelen tener implicaciones o bien educativas para inculcar un
sentimiento de experiencia compartida y, por tanto, un destino comn, o bien
expiatorias de culpas. La situacin, sin embargo, de los lugares que marcan esttica y
simblicamente el recuerdo compartido de la guerra civil y la represin es,
simplemente, penosa[40]. El repaso a la mejor gua de escenarios histricos de la
guerra y la violencia, producto del buen hacer de Eladi Romero, es desolador[41].
Poco o nada se ha hecho por resituar, desde el poder, el conocimiento histrico que se
desprende de los lugares de la memoria y su simbolismo especfico.
Construir en Espaa una cultura de lugares de la memoria diferente a la impuesta
por la dictadura, tras cuarenta aos de poder excluyente, resultara no obstante poco
menos que una empresa titnica. Pero es parte de un necesario aprendizaje colectivo:

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nada en Belchite, Teruel o el aerdromo de Labacolla recuerda quines levantaron las


casas, a quin se debe su utilizacin[42]. Ni una placa, ni un recordatorio. Ni lo hay en
el actual Parador de San Marcos en Len, ni en el Palacio de la Magdalena en
Santander, ni en la Ciudadela de Jaca, ni en la Academia General Militar de
Zaragoza, ni en el Palacio de Lerma, sobre paso de prisioneros de guerra y presos
polticos para ser internados o usados como mano de obra barata. Algunos antiguos
campos de concentracin, como el de Mrida situado en un viejo convento han
sido destruidos o reutilizados sin ms. Cunta gente sabe hoy en Miranda de Ebro
cmo llegar hasta la antigua situacin del que fue el campo de concentracin ms
grande y longevo de los franquistas? Quin que no lo haya vivido, en el pueblo de
Albatera, conoce la historia de su campo? Y eso que estamos hablando de dos
ciudades que han dedicado una placa (en el segundo caso) o un monumento (en el
primero) al recuerdo de los prisioneros. Y en Aranda de Duero, en Haro, en LizarraEstella, en Lleida, en los monasterios de San Pedro de Cardea o de la Santa Espina?
O, por terminar de sealar algo rayano en el escndalo: cunto habremos de esperar
para que, en el Valle de los Cados, el monumento ms visitado de Patrimonio
Nacional y de propiedad pblica, se recuerde quines, en qu condiciones y por qu
lo construyeron? Frente a una potencial red de lugares de la memoria, tenemos otra
de no-lugares de la memoria, de lugares del olvido[43]. Un olvido al que es necesario
dar carpetazo.
La historia de los internos en los campos de concentracin de Franco es la historia
de la humillacin y de la lucha por la integridad. Es la historia del maltrato arbitrario
y del sufrimiento premeditado. La de la explotacin laboral y el enriquecimiento
aprovechado. La de la violencia de la dictadura europea ms cruenta en tiempos de
paz, que necesit de una larga guerra civil para imponerse sobre sus vencidos. Una
historia de humillacin e integridad, maltrato y sufrimiento, explotacin y violencia,
que puede y debe ser rememorada. Ese fue el sino de aproximadamente medio milln
de republicanos y antifascistas en Espaa. Un bagaje cargado de amargura, como el
del Quijote de Len Felipe que, vencido e indefenso, regresaba a su lugar. Ahora es
tiempo para que la historia de los vencidos de la guerra civil vuelva tambin a su
lugar. El lugar que siempre debi ocupar.
Zaragoza, 20 de noviembre de 2004

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Breve autorretrato de grupo

STE LIBRO QUE AHORA TERMINA pertenece tambin a cuantos, desde que esta

historia comenzara all en 1999 en un despacho de la Facultad de Filosofa y


Letras de Zaragoza, me han ayudado o dificultado, apoyado o complicado en la tarea
de investigar, leer, aprender, discutir, escuchar, ensear y escribir. Afrontar una
historia como la del fenmeno concentracionario franquista ha resultado ser, en
definitiva, una tarea hecha de incertidumbres y pocas certezas, de inseguridades y
paciencias. Al final de este viaje, de toda esa tarea, es resultado este libro, tan mo
como de las personas que componen este autorretrato coral. Lo que aqu termina es el
resultado de ms de cinco aos de trabajo y de muchas deudas contradas. Su autor
solamente desea que lo que para l es un fin, para otros pueda ser un comienzo.
Aunque la memoria sea frgil cuando se tiene tanto que agradecer, deseo hacerlo,
como no poda ser de otra manera, por su apoyo y ayuda a mi familia, a la que est
desde siempre, a la que lleva poco tiempo y a la que ya se ha ido. Mercedes Snchez,
Miguel Rodrigo, Fernando Rodrigo, Mar Cardona, Miguel ngel Rodrigo, Pablo y
Ana Rodrigo han sido sustento y vida en medio de un trabajo tan poco proclive a las
alegras. Tambin a mis directores y amigos, Luisa Passerini de quien robo la idea
del autorretrato de grupo y Miguel ngel Ruiz Carnicer, cuyas improntas estn
presentes a lo largo de esta investigacin, al igual que las de los otros dos miembros
de mi tribunal de tesis, Paul Preston y Donatella della Porta. Sus consejos han
mejorado sustancialmente este libro, cuyos fallos solamente a m y a mis
desconocimientos son achacables. Y cmo no, debo agradecer su paciencia y cario a
mis amigas y amigos y, en especial, a Carmelo Martn, quien tanto tuvo que aguantar
en los peores momentos, que no fueron pocos, del tiempo que me cost terminar este
trabajo. Gracias a l he podido curar muchos inviernos.
Han sido mis compaeros y compaeras de viaje quienes ms han influido en mi
pequea contribucin a la historia del siglo XX espaol y europeo, directa o
indirectamente. Por tantos y tan diferentes motivos, este trabajo es lo que es gracias a
Jos Luis Ledesma, Marco Carrubba, Beatriz Sanz, Pilar de Miguel, Roberto Ferrero,
Jos Antonio Mrida, Nerea Garca, Natalia Jimnez, Javier Muoz, Konstantinos
Kornetis, Toms, Camino, Paloma y Lourdes Calle, Ana Latas, Ramn Rentera,
Ignacio Peir, Josep Calvet, Emilio Silva, Santiago Macas, Susana lvarez, Carlos
Agero y los amigos de la ARMH, Javier Gonzlez, Sonia Gonzlez, Marga Aguilar,
Tivo Gonzlez, Miguel Cardeas, Beln Guerra, Marta Asa, Domingo Blasco, scar
Maez, Esther Vilardell y Jordi Guix, Jordi Bou, Marisa Ocaa, Sescn Maras,
Irene Abad, Joxe Izquierdo, Alberto Rubio, Dalila Gndara y los amigos y amigas del
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valle del Jerte, Conxita Mir, Eduardo Gonzlez Calleja, Cecilio Gordillo, ngel del
Ro, Paqui Maqueda, Concha Morn y los amigos y amigas de la AMHJ de
Andaluca, Pedro Peinado, Fernando Antn y los amigos y amigas de La Gavilla
Verde, Antonio Garca, Francisco Apellniz, Nicols Sesma, Giulia Albanese y los
amigos del IUE Ricard Vinyes, Magdalena Gonzlez, Fernando Mendiola, Edurne
Beaumont, Ana y Lola Berlanga, Daniel Sesma, Mercia Dutra, David Serrano y el
Grupo de historia Gernikazarra, Carme Molinero, Montse Duch, Carsten Humlebsek,
Ivn Heredia, Francisco Espinosa, Pedro Oliver, Jess de Andrs, Mariano Serrano y
Susana T. Pin, Carlos Forcadell, Jos Monje, Mag Crusells, Miguel Nez, Vittorio
Scotti Douglas, Claudio Venza, Alfonso Botti y los amigos y amigas de Spagna
Contempornea, Paloma Aguilar, Xos Manoel Nez Seixas, Abdn Mateos y los
amigos del CIHDE e Historia del Presente, Enzo Traverso, Santos Juli, cuantos han
dejado sus mensajes en mi pgina de internet www.riomon.com, las autoras y autores
de tantos libros y al personal de los archivos, bibliotecas y centros diversos donde
recab la informacin que integra este trabajo. Por supuesto, gracias tambin a tantos
amigos como Vernica Jeria y Rima Said, muchos conocidos en tantos congresos y
reuniones formales o informales en Santa Cruz de Moya (Sierra y Libertad), el valle
del Jerte, Madrid, Barcelona, Sevilla, Conil, Vejer, Novi Ligure, Pisa, Daroca, Lleida,
Barbastro, Florencia, Wroclaw, Ponferrada, Bilbao, Zaragoza, Burgos, Vitoria,
Tarragona, Valladolid, Pamplona, Mrida, Villar de Silva, Valencia y Albacete.
Mencin aparte, por fin, merece la sabidura de cuantos recog testimonio o me
explicaron sus vidas sin reparos: Mara Salvo, Cari Geiser, Maximiliano Fortn,
Benito Gutirrez, Teo Francos, Flix Padn, Sixto Agudo (DEP), Enrique Genovs,
Josep Subirats, Marcelino Camacho, Rafael Carabailo, Eduardo Pons Prades, Jos
Mara Otsoa de Txintxetru, Santos Autenetxea, Alejandro Lizarriturri, Eustasio
Garca, Juan Ramos, Jos Garca de Albniz, Marcos Ana, Miguel Nez, Manuel de
Pedro Sobern, Santiago Robert e Isaac Arenal. Deseo tambin agradecer
especialmente a Produce+ haber podido utilizar las transcripciones completas de las
entrevistas realizadas para el documental Rejas en la Memoria, de cuya supervisin
histrica me encargu. Y, por supuesto, agradecer a Carmen Esteban su confianza
para publicar mi tesis doctoral en la mejor casa posible.
Juntos hemos hecho este largo viaje y juntos llegamos a su final. A todas y todos,
por tanto, por tantsimo, mi agradecimiento.

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Fuentes y bibliografa

1. FUENTES DOCUMENTALES
Inditas
Archivo General de la Administracin, Alcal de Henares.
a) Presidencia.
Servicio de Colonias Penitenciarias Militarizadas, 1940-1958.
b) Gobernacin.
c) Obras Pblicas.
Regiones Devastadas.
d) Justicia.
Patronato Nuestra Seora de la Merced.
Archivo General de la guerra civil, Salamanca.
a) Seccin Poltico-Social.
Servicios Militares.
b) Fondos Incorporados.
Archivo General Militar de vila.
a) Cuartel General del Generalsimo.
Secciones 1. (personal), 2. (informacin), 3. (operaciones) y 4. (servicios).
b) Zona Nacional.
Fondos de Ejrcitos:
Ejrcito del Centro.
Ejrcito de Levante.
Ejrcito del Norte.
Documentacin entregada por la 5. Regin Militar en 1973.
Ejrcito del Sur.
Fondos de Divisiones Orgnicas y Cuerpos de Ejrcito:
Cuerpos de Ejrcito de Aragn, Castilla, Galicia, Maestrazgo, Marroqu,
Navarra, Toledo, Turia, Urgel; 1er, 6., 7., 8. Cuerpos de Ejrcito.
Divisiones de vila, Soria, 1., 4., 5. de Navarra, Divisiones 11, 12, 13,
14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21, 22, 23, 24, 25, 31, 32, 33, 34, 40, 50, 51, 52,
www.lectulandia.com - Pgina 332

53, 54, 55, 56, 58, 60, 61, 62, 63, 71, 72, 73, 74, 75, 81, 82, 83, 84, 85,
102, 105, 107, 108, 112, 117, 122, 150, 151, 152.
Agrupaciones de Divisiones vila-Segovia, Guadarrama-Somosierra,
Soria-Somosierra, Guadalajara, Tajo-Guadiana, 22-23.
Otras unidades:
MIR.
SIMP.
c) Zona Republicana.
Fondo del Gobierno de Euzkadi.
d) Ministerio del Ejrcito.
Archivo General Militar de Guadalajara.
a) Fondo Campo de concentracin Miranda de Ebro.
b) Expedientes personales.
Comisin Liquidadora de la Jefatura de Campos de Concentracin y
Batallones de Trabajadores.
c) Expedientes de extranjeros.
Archivo Histrico del Partido Comunista, Madrid.
a) Represin Franquista.
b) Dirigentes.
Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, Madrid.
a) Fondo Archivo de Burgos.
Archivo del Poble Nou, Barcelona.
Archivo Provincial de Barcelona.
Servicio Histrico Militar, Madrid.
Correspondencia escrita y electrnica con Teo Francos, Cari Geiser y Flix Padn.

Publicadas
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Fundacin Nacional Francisco Franco, Arbor, Madrid, 1992 y ss.
Documents on German Foreing Policy, 1938-1945, 1964 y ss.
Prensa: ABC, Coordination. Bulletin dInformation du Comit International de
Coordination et dInformation pour lAide a lEspagne Republicaine, Boletn de la
convencin de solidaridad con los republicanos espaoles refugiados y de ayuda
al pueblo espaol, El Hierro, El Mundo, El Pas, Espaa Popular, Frente Popular,
Heraldo de Aragn, La Vanguardia, Redencin, y dems artculos citados en el
www.lectulandia.com - Pgina 333

texto.

2. FUENTES ORALES Y TESTIMONIOS RECOGIDOS


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Sixto Agudo (Reus, 13-11-2001 y Madrid, 14-IX-2002).
Benito Gutirrez Beltrn (Barcelona, 2001, epistolar).
Maximiliano Fortn (Zaragoza, 12-IV-2001).
Carl Geiser (Madrid, 11-XI-2001).
Teo Francos (Madrid, 12-XI-2001, Ponferrada, 20-IX-2002, y Jerte, 15-III-2004).
Enrique Genovs (Madrid, 15-IX-2002).
Josep Subirats (Barcelona, 22-X-2002).
Rafael Caraballo (Jerte, 14-III-2003).
Eduardo Pons Prades (Jerte, 14-III-2003).
Santiago Robert (Zaragoza, 20-III-2003).
Flix Padn (Bilbao, 12-IV-2003).
Mara Salvo (Bilbao, 13-IV-2003, y Barcelona, 10-VII-2003).
Jos Mara Otsoa de Txintxetru (Bilbao, 12-IV-2003).
Santos Autenetxea (Bilbao, 12-IV-2003).
Alejandro Lizarriturri (Bilbao, 12-IV-2003).
Juan Ramos (Madrid, 12-VI-2003).
Eustasio Garca (Madrid, 7-VII-2003).
Jos Garca de Albniz (Miranda de Ebro, 2-IX-2003).
Marcos Ana (Madrid, 10-11-2004).
Manuel de Pedro Sobern (Valladolid, 6-III-2004).
Marcelino Camacho (Jerte, 16-III-2004).
Miguel Nez (Jerte, 16-III-2004).
Isaac Arenal (Pamplona, 18-VI-2004).
Teo Francos, Flix Padn, Sixto Agudo y Melquesides Rodrguez (del documental
Rejas en la Memoria, Burgos, VII-2003).

3. BIBLIOGRAFA
Fondos ms relevantes
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en Revista Espaola de Medicina y Ciruga de guerra, n. 14.
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Fotografas

Prisioneros en Miranda de Ebro. Fecha indeterminada.

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Prisioneros en Miranda de Ebro. Fecha indeterminada.

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Trabajos forzados. Lugar indeterminado.

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Trabajos forzados. Lugar indeterminado.

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Prisioneros de las Brigadas Internacionales, campo de San Pedro de Cardea. Fotografas de identificacin
fsica.

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Campo de San Pedro de Cardea. Celebracin eucarstica.

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Prisioneros en Lleida.

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Prisioneros de las Brigadas Internacionales, campo de San Pedro de Cardea.

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Prisioneros de las Brigadas Internacionales de la Batalla del Jarama.

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Prisioneros de las Brigadas Internacionales de la Batalla del Jarama. De izquierda a derecha, Charles
Martinson, Liverpool; Austin Skempton, Northampton; Richard Payne, Derby; Harold Fry, Edimburgo, y Alfred
Chowney, de Woking, Surrey.

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Prisioneros del Norte, campo indeterminado. Reparto de comida.

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Prisioneros del Ebro, campo indeterminado.

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Prisioneros en Santander.

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Prisioneros en Santander. Campo de ftbol.

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Prisioneros en Santander. Reparto de comida.

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Notas

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[1] Glover, J., Humanidad e Inhumanidad. Una historia moral del siglo XX, Ctedra,

Madrid, 2001, p. 17. <<

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[2] Adorno, T. W., Critique de la culture et socit, Prismes (P), Payot; Pars, 1986,

p. 23. El texto original es de 1949. <<

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[3] Traverso, E., La Historia desgarrada. Ensayo sobre Auschwitz y los intelectuales,

Herder, Barcelona, 2001, p. 43. <<

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[4] Sebald, W. G., Sobre la historia natural de la destruccin, Anagrama, Barcelona,

2003. <<

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[5] Kotek, J. y Rigoulot, P., Los campos de la muerte. Cien aos de deportacin y

exterminio, Salvat, Barcelona, 2001. <<

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[6]

Applebaum, A., Gulag. Historia de los campos de concentracin soviticos,


Debate, Barcelona, 2004. <<

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[1]

Le Populaire, 10-XI-1950, para observar las primeras lneas doctrinales del


CICRC. El desarrollo de la investigacin en Espaa, que devino en la publicacin de
CICRC (1953), Livre blanc sur le systme pnitentiaire espagnol, Le Pavois, Pars,
est perfectamente reconstruido en R. Vinyes (2002), Irredentas. Las presas polticas
y sus hijos en las crceles de Franco, Temas de Hoy, Madrid, pp. 33-47. Rousset era
un judo superviviente del sistema concentracionario nazi, e historiador de su propia
experiencia: vase D. Rousset (1948), Lunivers concentrationnaire, Le Pavois, Pars.
<<

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[2] Toda la documentacin sobre las investigaciones de la CICRC, las reacciones

espaolas y los artculos de prensa, en AMAE-AB, L3502, E50. <<

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[3] J. Rodrigo (2003a), Los campos de concentracin franquistas. Entre la historia y

la memoria, Siete Mares, Madrid. Algunas de las consideraciones de partida de esta


tesis, en sus planos ms tericos, las avanc en id. (2001a), Vae victis! La funcin
social de los campos de concentracin franquistas, en C. Mir, ed., La represin bajo
el franquismo. Dossier de Ayer, n. 43, pp. 163-188; asimismo, en id. (2003b),
Campos en tiempos de guerra. Historia del mundo concentracionario franquista,
1936-1939, en C. Molinero et al., eds. (b), Una inmensa prisin. Los campos de
concentracin y las prisiones durante la guerra civil y el franquismo, Crtica,
Barcelona, pp. 19-36. <<

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[4] Slo los campos franquistas: los campos republicanos de concentracin (Albatera,

el Cuartel del Conde Duque en Madrid, Barcelona) y su sistema de trabajos


forzosos deben ser an investigados en un trabajo monogrfico. Solamente hay
conclusiones solventes para los campos de trabajo en Catalua: F. Badia (2001), Els
camps de treball a Catalunya durant la guerra civil (1936-1939), LAbadia de
Montserrat, Barcelona. <<

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[5] Como ha sealado, y a quien robo la metfora, J. L. Ledesma (2002), Rostros

femeninos de la represin republicana: violencia poltica, gnero y revolucin durante


la guerra civil, en T. Lpez Beltrn et al., coords., Violencia y gnero, tomo I,
Centro de Ediciones de la Diputacin Provincial de Mlaga, pp. 241-252. <<

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[6] DIHGF (1993), tomo I, Fundacin Nacional Francisco Franco, Azor, pp. 325-326,

doc. 84, 1939, 5 de abril. Lista de campos de concentracin y nmero de prisioneros.


En documentos como ste es donde hallamos un confusionismo de forma y de fondo
sobre los campos de concentracin, ya que aqu se reflejan campos provisionales
habilitados ante la cada de Madrid, entre marzo y junio de 1939. <<

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[7] J. A. Fernndez (2003), Historia del campo de concentracin de Miranda de Ebro

(1937-1947), Miranda de Ebro, pp. 34-35. Sus escasas inexactitudes no desmerecen


un titnico esfuerzo realizado por el autor, resultando el mejor libro existente sobre
un campo franquista. <<

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[8] I. Lafuente (2002), Esclavos por la patria. La explotacin de los presos bajo el

franquismo, Temas de Hoy, Madrid, es el mejor ejemplo de confusin terminolgica.


El ms correcto trmino de campo de trabajo es el empleado en la imprescindible y
reciente obra de G. Acosta, J. L. Gutirrez, L. Martnez y . del Ro (2004), El canal
de los presos (1940-1962). Trabajos forzados: de la represin poltica a la
explotacin econmica, Crtica, Barcelona. <<

www.lectulandia.com - Pgina 383

[9]

D. Rodrguez Teijeiro y J. Prada Rodrguez (2003), La generosidad es


patrimonio de los fuertes: campos de concentracin y sistema penitenciario en
Galicia. Una aproximacin, en Actas del V Encuentro de Investigadores del
Franquismo, s/r (formato electrnico). Los campos gallegos, a todas luces, son a los
que ms atencin se les ha prestado de manera monogrfica: vase X. Comoxo, X.
Costa y X. Santos (2003), Rianxo na guerra civil: campo de concentracin de
prisioneiros de guerra. 1937-1939, Concello de Rianxo. Se trata de un libro editado
con ms buena voluntad que acierto, que bebe en exceso del de M. Laruelo (1999),
La libertad es un bien muy preciado, Gijn, s/r. <<

www.lectulandia.com - Pgina 384

[10]

Fundado en el trabajo forzado, para A. J. Kaminsky (1998), I campi di


concentramento dal 1896 a oggi. Storia, funzioni, tipologa, Bollad Boringhieri,
Turn [1982]. La misin de esa definicin es equiparar los campos soviticos a los
nazis. <<

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[11] Como he sealado en J. Rodrigo (2003c), 1936: guerra de exterminio, genocidio,

exclusin, en C. Lpez, coord., Genocidios y crmenes contra la humanidad,


Dossier de Historia y Poltica. Ideas, procesos y movimientos sociales, n. 10, pp.
249-258. <<

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[12] Y. Ternon (1995), El Estado criminal. Los genocidios del siglo XX, Pennsula,

Barcelona, p. 11. <<

www.lectulandia.com - Pgina 387

[13]

J. Llarch (1978), Campos de concentracin en la Espaa de Franco,


Producciones editoriales, Barcelona. <<

www.lectulandia.com - Pgina 388

[14] R. Vinyes (2002), Irredentas. Las presas polticas y sus hijos en las crceles de

Franco, Temas de Hoy, Madrid. M. Richards (1999a), Un tiempo de silencio. La


guerra civil y la cultura de la represin en la Espaa de Franco, 1936-1945, Crtica,
Barcelona, e id. (1999b), Guerra civil, violencia y la construccin del franquismo,
en P. Preston, ed., La Repblica asediada. Hostilidad internacional y conflictos
internos durante la guerra civil, Pennsula, Barcelona, pp. 201-238. <<

www.lectulandia.com - Pgina 389

[15]

E. Gonzlez Calleja (1994), Qu es y qu no es la violencia en poltica.


Consideraciones tericas en torno al conflicto social violento, en J. Barrull Pelegr y
C. Mir Curc, coords., Violncia poltica y ruptura social a Espanya, 1936-1945.
Dossier de Espai-Temps, Universidad de Lleida, pp. 29-66. C. Mir Curc (1999),
Violencia poltica, coaccin legal y oposicin interior, en G. Snchez Recio, ed., El
primer franquismo (1936-1959). Dossier de Ayer, n. 33, pp. 115-145. S. Juli, ed.
(2000), Violencia poltica en la Espaa del siglo XX, Taurus, Madrid. <<

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[16] . Cenarro (2002), Matar, vigilar y delatar: la quiebra de la sociedad civil

durante la guerra y la posguerra en Espaa (1936-1948), en Historia Social, n. 44,


pp. 65-86. La cita, en la p. 65. Vase sobre este tema P. Preston (1995), La guerra
civil europea, en Claves de Razn Prctica, n. 53. <<

www.lectulandia.com - Pgina 391

[17]

J. Kotek y P. Rigoulot (2001), Los campos de la muerte. Cien aos de


deportacin y exterminio, Salvat, Madrid [2000], p. 264. <<

www.lectulandia.com - Pgina 392

[18] I. Saz (1993), El franquismo. Rgimen autoritario o dictadura fascista?, en J.

Tusell et al., coords., El rgimen de Franco (1936-1975). Poltica y relaciones


exteriores, tomo I, UNED, Madrid, p. 198. A. Reig Tapia (1986), Ideologa e
historia. (Sobre la represin franquista y la guerra civil), Akal, Madrid. <<

www.lectulandia.com - Pgina 393

[19] W. Sofsky (1993), Lordine del terrore. Il campo di concentramento, Laterza,

Roma-Bari. E. Traverso (2002a), La violenza nazista. Una genealoga, Il Mulino,


Bolonia. <<

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[20] Los archivos algunos archivos han dejado de tener la funcin del Cancerbero

para tener la de Caronte, que acompaa el nima del investigador al infierno. Sin
embargo, muchos autores de libelos profranquistas y tantos otros no precisamente
legitimadores del rgimen no han pasado ni pasarn jams por esa barca. No es de
extraar, por tanto, que haya quien publique un libro por ao sobre la guerra y sus
mitos, la represin franquista, los trabajos forzosos, las torturas en las crceles
republicanas, los desaparecidos o las vctimas de la victoria. La cantidad de parsitos
que aletean en derredor de la historiografa es proporcional a las ventas se puedan
obtener encubiertas en perfrasis rimbombantes, como quitar mantos de silencio,
desvelar la verdad o romper los mitos. Lo cual resulta, cuando menos,
problemtico: generalmente son libros de escasa reflexin intelectual, vacuidad
interpretativa y sin referentes documentales, cuando hoy mismo la historiografa
novedosa sobre la Repblica y la guerra se mueve a fuerza de archivo, entrevista y
documento: aos de archivo, docenas de entrevistas y cientos de miles de
documentos. <<

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[1] Del escrito hallado en un bolsillo a un campesino de Sasamn asesinado junto al

cementerio de Burgos. Era un hombre relativamente joven, fuerte, moreno, vestido


pobremente, y cuya cara estaba horriblemente desfigurada por los balazos. Lo
cuenta en sus memorias el secretario judicial de Burgos, A. Ruiz Vilaplana (1937),
Doy fe un ao de actuacin en la Espaa nacionalista. He usado la tercera edicin,
de 1977, publicada en Barcelona por Epidauro, y la nota est en la p. 39. <<

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[2]

En P. Preston (1987), La guerra civil espaola 1936-1939, Plaza & Jans,


Barcelona, pp. 87-88. <<

www.lectulandia.com - Pgina 397

[3] P. Waldmann, en (1999), guerra civil: aproximacin a un concepto difcil de

formular, y Dinmicas inherentes de la violencia poltica desatada, en id. y F.


Reinares, comps., Sociedades en guerra civil. Conflictos violentos de Europa y
Amrica Latina, Paids, Barcelona, pp. 27-44 y 87-108 respectivamente, propone que
las guerras civiles desarrollan una dinmica propia cuyo propulsor principal lo
constituye una violencia liberada de las ataduras polticas (p. 87) donde es
caracterstico que la violencia desborde los estrechos lmites estatales y polticos
para inundar otros sectores, procurando someterlos a sus propios mecanismos de
coaccin, obediencia y ejecucin, ponindose en juego la existencia de los grupos
contrincantes, su identidad colectiva, en algunos casos incluso su supervivencia
fsica. <<

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[4] J. Tusell (1992), Franco en la guerra civil. Una biografa poltica, Tusquets,

Barcelona e id. (1996), Las fuerzas polticas nacionales, captulo sptimo de E.


Malefakis, ed., La Guerra de Espaa (1936-1939), Taurus, Madrid. <<

www.lectulandia.com - Pgina 399

[5] A. Perlmutter (1977), The military and politics in modern times. Yale University

Press, New Haven, p. 89. J. Busquets (1982), Pronunciamientos y golpes de Estado


en Espaa, Planeta, Barcelona, J. Lleixa (1986), Cien aos de militarismo en Espaa,
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Juli, ed. (2000), op. cit., pp. 289-325. <<

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[6] La acertada visin de Carme Molinero, en su Introduccin a id. et al., eds.

(2003b), op. cit., pp. XVII-XXIV. Sobre algunos de los orgenes de tales cosmovisiones,
vase P. Gonzlez Cuevas (1998), Accin Espaola. Teologa poltica y nacionalismo
autoritario en Espaa (1913-1936), Tecnos, Madrid, y J. L. Rodrguez Jimnez
(1997), La extrema derecha espaola en el siglo XX, Alianza, Madrid. <<

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[7] G. Jackson (1967), La Repblica Espaola y la guerra civil, Crtica, Barcelona (8.

ed. 1990). <<

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[8] E. Gonzlez Calleja (2000), Reflexiones sobre el concepto de guerra civil, en

Gladius, tomo XX, pp. 301-309, cf. p. 306. <<

www.lectulandia.com - Pgina 403

[9] Las motivaciones del Terror, en J. Casanova, coord., et. al. (1992), El pasado

oculto. Fascismo y violencia en Aragn (1936-1939), Siglo XXI, Madrid. Vanse


tambin F. Espinosa (2003), La columna de la muerte. El avance del ejrcito
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www.lectulandia.com - Pgina 404

[10] La formacin africanista de muchos de los militares sublevados en 1936 fue, en

ese sentido, determinante en su perspectiva e idea del Estado y la regulacin de la


sociedad. S. Balfour (2002), Abrazo mortal. De la guerra colonial a la guerra civil
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Covadonga insurgente. Orgenes sociales y culturales de la sublevacin de 1936 en
Navarra y el Pas Vasco, Biblioteca Nueva, Madrid. <<

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[11] S. Kalyvas (2001), La violencia en medio de la guerra civil. Esbozo de una

teora, en Anlisis Poltico (Universidad Nacional de Colombia), n. 42, pp. 3-25.


Tambin A. Gil (1999), El genocidio y otros crmenes internacionales, UNED,
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una forma de gobierno. H. Arendt (1998), Los orgenes del totalitarismo, Taurus,
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www.lectulandia.com - Pgina 406

[12] M. Martnez Bande (1991), La lucha por la victoria (vols. I y II). Monografas de

la Guerra de Espaa, n. 18, San Martn, Madrid. <<

www.lectulandia.com - Pgina 407

[13] Quien ms vehementemente ha defendido el uso del concepto de genocidio

para la violencia franquista ha sido F. Espinosa (2002), Julio de 1936. Golpe militar
y plan de exterminio, en J. Casanova, ed., F. Espinosa, C. Mir y F. Moreno, Morir,
matar, sobrevivir. La violencia en la dictadura de Franco, Crtica, Barcelona, pp.
51-119. <<

www.lectulandia.com - Pgina 408

[14] R. Lemkin (1944), Axis

rule in occupied Europe, Washington DC, Carnegie


Endowment for World Peace, cit. en Y. Ternon (1995), op. cit. Sobre este tema, C.
Lpez (2003), Holocausto y genocidios. Basta con conocer? La accin, la omisin
y las interpretaciones histricas, en id. coord, op. cit., pp. 11-64, y S. Power (2003),
El coste del genocidio, en el mismo nmero, pp. 141-160. <<

www.lectulandia.com - Pgina 409

[15] P. Gil (2004), La noche de los generales. Militares y represin en el rgimen de

Franco, Ediciones B, Madrid. <<

www.lectulandia.com - Pgina 410

[16] G. Cardona (1996), La batalla de Madrid, tomo 2 de Espaa 1936-1939. La

Guerra Militar, Madrid, Historia 16. <<

www.lectulandia.com - Pgina 411

[17] S. Juli, J. Casanova, J. M. Sol i Sabat, J. Villaroya y F. Moreno (1999),

Vctimas de la guerra civil, Temas de Hoy, Madrid. Sobre la importancia de estudiar


los orgenes concretos de las venganzas, A. Mateos (2003), La contrarrevolucin
Franquista. Una aproximacin microhistrica a la represin contra UGT y al
nacionalsindicalismo desde la Cantabria rural, 1937-1953, Asociacin de
Historiadores del Presente, Madrid. <<

www.lectulandia.com - Pgina 412

[18]

E. U. da Cal (1994), Prefigurazione e storia: la guerra civile spagnola del


1936-1939 come riassunto del passato, en G. Ranzato, ed., Guerre fratricide. Le
guerre civili in et contempornea, Bollad Boringhieri, Turn, pp. 193-220. La guerra
como choque identitario, en J. Casanova (1994), Guerra civil, lucha de clases? El
difcil ejercicio de reconstruir el pasado, en Historia Social, n. 20. pp. 135-150. <<

www.lectulandia.com - Pgina 413

[19] A. Reig Tapia (1990), Violencia y terror. Estudios sobre la guerra civil espaola,

Alcal, Madrid. <<

www.lectulandia.com - Pgina 414

[20] Cit. en J. M. Sol i Sabat (1996), Las represiones, en S. G. Payne y J. Tusell,

eds., La guerra civil. Una nueva visin del conflicto que dividi Espaa, Temas de
Hoy, Madrid, p. 588. Del mismo autor, Id. (1985), La repressi franquista a
Catalunya, 1938-1953, Edicions 62, Barcelona. <<

www.lectulandia.com - Pgina 415

[21] AGMA-CGG, A1, L16, C3. La cursiva es ma. <<

www.lectulandia.com - Pgina 416

[22] P. Escobal (1981), Las sacas, Pamplona, Roldana, pp. 34, 67 y 69. La ley de

fugas, instaurada durante la dictadura de Primo de Rivera y que consista en poder


disparar al reo que hua en los traslados, fue aplicada como cobertura legal para
muchos asesinatos en estos meses del golpe de Estado, e incluso despus. <<

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[23] I. Martn Jimnez (2000), op. cit., p. 183, siguiendo las cifras dadas por El Norte

de Castilla. <<

www.lectulandia.com - Pgina 418

[24] V. Crmer (1980), El libro de San Marcos, Nebrija, Madrid, p. 79. <<

www.lectulandia.com - Pgina 419

[25] F. Snchez Montoya (2004), Ceuta y el Norte de frica. Repblica, guerra y

represin, 1931-1944, Natvola, Granada. <<

www.lectulandia.com - Pgina 420

[26] Servicio Histrico Militar (ponente: J. M. Grate) (1977), Partes oficiales de

guerra, 1936-1939. I, Ejrcito Nacional, Madrid, San Martn, passim. <<

www.lectulandia.com - Pgina 421

[27] J. Chaves (1995), La represin en la provincia de Cceres durante la guerra civil

(1936-1939), Universidad de Extremadura, Cceres; J. Vila Izquierdo (1983),


Extremadura en la guerra civil, Universitas, Badajoz; A. Reig Tapia (1999), Memoria
de la guerra civil. Los mitos de la tribu, Alianza, Madrid. F. Espinosa (2003), op. cit.
<<

www.lectulandia.com - Pgina 422

[28] P. Barriga (1999), Campos de concentraao. O envolvimento portugs na guerra

civil de Espanha, en Cadernos do Museu, n. 2, Barrancos (Portugal), pp. 22-23. Cit.


en F. Espinosa (2003), op. cit., p. 113. Con mi agradecimiento a Francisco Espinosa
por remitrmelo. <<

www.lectulandia.com - Pgina 423

[29] P. Preston (1997), La poltica de la venganza. El fascismo y el militarismo en la

Espaa del siglo XX, Pennsula, Barcelona. <<

www.lectulandia.com - Pgina 424

[30] Testimonio de Sixto Agudo, Reus, 13-02-2001. <<

www.lectulandia.com - Pgina 425

[31] G. Herrero Balsa y A. Hernndez Garca (1982), La represin en Soria durante la

guerra civil, Soria, Autoedicin, p. 24. En todo 1937, la Comisin de Clasificacin de


Pamplona tramitara actas de clasificacin de 2262 prisioneros y evadidos.
AGMA-ZN, A15, L5, C35. <<

www.lectulandia.com - Pgina 426

[32] P. Escobal (1981), op. cit.; A. Hernndez Garca (1984), La represin en La Rioja

durante la guerra civil, tres tomos, autoedicin, Logroo. Altaffaylla Kultur Kaldea
(1986), Navarra 1936. De la esperanza al terror, autoedicin, Tafalla. Una
actualizacin de su trabajo, en I. Egaa dir. (1999), 1936. Guerra en Euskal Herria,
tomo II, La represin en Navarra durante la guerra civil, Aralar Liburuak, Andoain.
Segn esta revisin, el nmero de muertos de forma violenta en Navarra fue de 2789,
incluidos los 25 fusilados en el Fuerte de San Cristbal, los 225 asesinados por la
fuga del penal en 1938, pero no 305 presos muertos por enfermedad, segn los
archivos del propio centro. Para la fuga, vase. F. Sierra Hoyos (1990), La fuga de
San Cristbal 1938, Pamiela, Pamplona. <<

www.lectulandia.com - Pgina 427

[33] La cita anterior, en AGMA-ZN, A32, L9, C25. Esta ltima, en AGMA-CGG, A1,

L16, C3. <<

www.lectulandia.com - Pgina 428

[34] AGC-FI11, c1, E16 y E17. <<

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[35] All pasaron tres meses, antes de ser juzgados en Salamanca. C. Geiser (1986),

Prisoners of the good fight. The Spanish Civil War, 1936-1939, Lawrence Hill & Co.,
Westport-Connecticut, pp. 15-16. <<

www.lectulandia.com - Pgina 430

[36]

AGMA-ZN, A23, L2, CIO. Ambos campos, de Soria y Talavera, no seran


calificados como tales, sino depsitos de Prisioneros que por su escasa capacidad no
pueden considerarse como Campos de Concentracin de Prisioneros, en
AGMA-CGG, A1, L46bis, C6. <<

www.lectulandia.com - Pgina 431

[37] AGMA-ZN, A1, L16, C3. <<

www.lectulandia.com - Pgina 432

[38] I. Egaa, dir. (1999), op. cit., tomo II, pp. 94-95. En octubre de 1936, tras la

forzosa creacin del Tercio de Sanjurjo con disidentes y personal izquierdista


navarro, riojano y aragons y tras haberlos rpidamente retirado del frente por su
supuesto plan de desercin, fueron ejecutados unos 300. <<

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[39] Todas las citas, en AGMA-CGG, A1, L46bis, C6. <<

www.lectulandia.com - Pgina 434

[40] J. A. Cabezas (1984), Morir en Oviedo. La Historia en directo (vivencias de un

periodista), San Martn, Madrid, p. 258. <<

www.lectulandia.com - Pgina 435

[41] AGMA-ZN, A40, L4, C18. <<

www.lectulandia.com - Pgina 436

[42] AGMA-ZN, A40, L4, C20 y AGMA-ZN, A40, L4, C18. <<

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[43] AGMA-ZN, A40, L8, C13 <<

www.lectulandia.com - Pgina 438

[44] Fue visitado por el doctor Schumacher el 12 de enero de 1937. J. C. Clemente

(1993), El rbol de la vida. La Cruz Roja en la guerra civil espaola, 1936-1939, ed.
no venal, p. 243. <<

www.lectulandia.com - Pgina 439

[45] AGMA-ZN, A40, L5, C4 <<

www.lectulandia.com - Pgina 440

[46] AGMA-CGG, A1, L56, C18 y AGMA-ZN, A23, L2, C23. <<

www.lectulandia.com - Pgina 441

[47]

Para Ordua, AGMA-ZN, A40, L6, C32. Para Murgia, AGMA-CGG, A1,
L46bis, C6. <<

www.lectulandia.com - Pgina 442

[48] AGMA-ZN, A40, L4, C30. <<

www.lectulandia.com - Pgina 443

[49] Testimonio de Jos Garca de Albniz, Miranda de Ebro, 15-9-2003. <<

www.lectulandia.com - Pgina 444

[50] AGMA-ZN, A35, L1, C2. <<

www.lectulandia.com - Pgina 445

[51] AGMA-CGG, A1, L16, C3. <<

www.lectulandia.com - Pgina 446

[52] AGMA-CGG, A1, L46bis, C3. <<

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[53] AGMA-ZN, A15, L16, C34. La orden de ampliacin, de la Secretara de Guerra,

en BOE, n. 277 de 24 de julio de 1937. <<

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[54]

Ibd. Adems, los no desafectos, en edades fuera de reemplazo, deberan


someterse a las autoridades en sus lugares de residencia. Los presentados que
hubieren quebrantado el lugar de presentacin, los que no la hubieren efectuado, los
que no tuvieren medio de vivir conocido y cuantos fueren sospechosos de actividades
polticas, se constituiran en concentraciones, en el lugar y campos que la Autoridad
Militar designase, quedando bajo la dependencia de la Comisin Clasificadora, a fin
de que por sta se ampliasen los antecedentes necesarios con vista de las personas
que pudieran avalarles, o como consecuencia de la ocupacin de nuevas plazas. <<

www.lectulandia.com - Pgina 449

[1] A. Vias (1984), Guerra, dinero y dictadura. Ayuda fascista y autarqua en la

Espaa de Franco, Crtica, Barcelona, H. R. Southworth (1977), La destruccin de


Guernica: periodismo, diplomacia, propaganda e historia, Ruedo Ibrico, Pars, e id.
(1986), El mito de la cruzada de Franco, Plaza, Barcelona. <<

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[2] AGMA-ZN, A40, L1, C11. <<

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[3] BOE, n. 224, 28-5-1937. <<

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[4]

C. Mir, ed. et al. (1997), Repressi econmica i franquisme. Lactuaci del


Tribunal de Reponsabilitats poltiques a la provncia de Lleida, LAbadia de
Montserrat, Barcelona, p. 24; J. Sagus San Jos (1994), La justicia i la repressi en
els estudis sobre la guerra civil Espanyola (1936-1939) i la postguerra, en J. Barrull
y C. Mir, eds., op. cit., pp. 7-28, passim. <<

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[5] I. Berdugo, J. Cuesta, M. D. de la Calle, M. Lanero (1990), El Ministerio de

Justicia en la Espaa Nacional, en Justicia en guerra. Jornadas sobre la


administracin de la justicia en la guerra civil espaola, Ministerio de Cultura,
Madrid. <<

www.lectulandia.com - Pgina 454

[6] AGMA-CGG, A1, L16, C3. <<

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[7] AGMA-CGG, A1, L56, C18. <<

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[8] De estos ltimos, se dira que el primero, situado en el palacio ducal a 40 kms. de

Burgos con amplias y ventiladas naves, [con] todos los locales precisos para las
distintas dependencias [y con] un campo libre acotado por alambradas, tendra
capacidad para quinientos prisioneros, con agua de boca canalizada y abundante. Por
su escasa capacidad y buenos servicios higinicos, se destinara a los incapacitados
para el trabajo (doc. grf. 2). Y sobre el segundo, situado en la sala de mquinas de
la estacin del ferrocarril de Madrid a Burgos, adems de un campo acotado por
alambradas con varios barracones, que su capacidad sera alta ya que, entre local y
barracones, con agua de aseo abundante (trada de las acequias de riego) pero escasa
de bebida y en malas condiciones de potabilidad, se podra llegar a los 2000
prisioneros internados. No necesitara de enfermera que a la postre se construira,
con mano de obra prisionera, ya que la localidad dispona de un hospital militar.
AGMA-CGG, A1, L46bis, C6. <<

www.lectulandia.com - Pgina 457

[9] Testimonio de Maximiliano Fortn. Zaragoza, 12-IV-2001. <<

www.lectulandia.com - Pgina 458

[10] Sin citar fuente de procedencia podemos leer en I. Egaa, dir. (1999), op. cit.,

tomo IV, La Guerra en Gipuzkoa, Aralar Liburuak, Andoain, p. 298 que en la


prisin [sic] de Deusto murieron, por enfermedad, 155 internados a lo largo de la
guerra. <<

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[11] AGMA-CGG, A1, L46bis, C6. <<

www.lectulandia.com - Pgina 460

[12] AGMA-ZN, A15, L5, C36 y AGMA-ZN, A15, L5. Las cifras aportadas por estas

comisiones abarcan a veces un perodo posterior, pero siempre ligado a la ocupacin


de territorios en el norte de la Pennsula. En Pamplona, la Comisin clasificar entre
marzo y diciembre a 2262 prisioneros distribuidos entre las clasificaciones
mencionadas: Aa, Ad, B, C o D; en septiembre, en Palencia se llegan a clasificar a
70 y 80 prisioneros; la Comisin de Burgos, de la que dependen los campos de
Lerma, Aranda de Duero y San Pedro de Cardea (este ltimo destino final de los
prisioneros del Sexto CE) refleja 631 clasificados en esas fechas. En el mismo campo
de Aranda de Duero, entre septiembre y diciembre se clasificarn a 1107 prisioneros:
los clasificados Ad (adictos dudosos) pasan, en base a esta informacin, a Miranda de
Ebro. En octubre de 1937, en Zaragoza se tramitan 491 clasificaciones; en Deusto
campo de concentracin y comisin de clasificacin en noviembre se tramitan 991
clasificaciones; en noviembre, Vitoria refleja 381, 755 la de Estella, 869 la de
Santoa y 133 la de Palencia. <<

www.lectulandia.com - Pgina 461

[13] AGMA-ZN-EN, A15, L12, C44. El relato del sacerdote, en J. Ugarte (1987),

Odisea en cinco tiempos. Guerra, prisin, confinamiento, resistencia, exilio,


Itxaropena, Zarautz, p. 152. Los datos de San Pedro, en AGMA-ZN, A40, L4, C47.
<<

www.lectulandia.com - Pgina 462

[14] AGMA-MIR, A35, L1, C3 y AGMA-ZN, A42, L2, C37. <<

www.lectulandia.com - Pgina 463

[15] Slo ello explica, junto al crecimiento generalizado del nmero de prisioneros,

que de mayo a junio crezca de 50 a 415 prisioneros, y de junio a agosto llegue hasta
los 450: 415 espaoles, 12 extranjeros y 23 mujeres. AGMA-ZN, A39, L3, C8. Sobre
el campo de Talavera y su dependencia de los juzgados militares permanentes
organizados para las divisiones tcticas, en Boadilla del Monte, Pinto, Navalcarnero e
Illescas, AGMA-ZN, A43, L1, C30. <<

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[16] AGMA-ZN, A15, L3, C33bis. Tambin informacin sobre los prisioneros de

Vitoria y Pamplona, en AGMA-ZN, A40, L4, C53 se hallan recogidos telegramas de


los gobiernos militares de Pamplona y Vitoria sobre el particular. <<

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[17] AGMA-ZN, A40, L5, Cc 4 y 5. <<

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[18] Testimonio de Flix Padn. Bilbao, 12-4-2003. <<

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[19] AGMA-ZN, A37, L1O, C2. <<

www.lectulandia.com - Pgina 468

[20] Al poco, se formaron los correspondientes trenes militares para el traslado de

1500 (los de Bilbao) al campo de Aranda de Duero y, de Vitoria, 600 al campo de


Lerma, 250 a su granja agrcola, mil al campo de Trujillo, mil al de Plasencia, mil al
de Cceres, y 507 al de Badajoz, AGMA-ZN, A15, L3, C33bis. Sobre la peticin de
Queipo, AGMA-ZN, A15, L3, C33bis. Sobre el campo de Plasencia, AGMA-CGG,
A1, L46bis, C6. <<

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[21]

AGMA-CGG, A1, L88, C17. BOE, n. 258, 5 de julio de 1937, ref. 667,
Secretara de Guerra. <<

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[22] BOE, n. 258, ref. 667, 5-7-1937. <<

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[23] AGMA-CGG, A1, L56, C12. <<

www.lectulandia.com - Pgina 472

[24] J. Tusell (1992), op. cit., p. 60. <<

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[25] AGMA-CGG, A1, L16, C3. <<

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[26] AGA-G, c3897. Sobre el camino en el campo de La Magdalena, AGMA-CGG,

A1, L56, C22. <<

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[27] AGMA-CGG, A1, L16, C3. <<

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[28] AGMA-ZN, A18, L8, C17. <<

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[29] La Comisin de Badajoz remite lista nominal de los clasificados en la misma

desde su constitucin el 10 de agosto de 1937: 220; 348 en Granada hasta septiembre;


en Crdoba, 164 clasificados hasta julio; en septiembre se clasificaron 120
prisioneros en Sevilla, 73 en Granada, 77 en Badajoz, y 70 en Crdoba (AGMA-ZN,
A18, L8, C50). <<

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[30] AGMA-CGG, A1, L54, C112. <<

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[31] AGMA-ZN, A15, L3, C33bis. <<

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[32] AGMA-ZN, A15, C3, L39bis y AGMA-ZN, A40, L4, Cc50 y 59. Documentacin

de la Sexta RM. <<

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[33]

As se expresar Martn Pinillos en enero de 1938, cuando la necesaria


ampliacin de los campos de concentracin le permita expresar sus verdaderas
intenciones sobre el sistema concentracionario por l dirigido. AGMA-CGG, A1,
L56, C16. <<

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[34] Haciendo, eso s, constancia de la localidad en donde desea residir el presentado,

a quien se le advertir de la obligacin en que se encuentra de presentarse al


Comandante Militar o Jefe de Puesto de la Guardia Civil, as como la de no salir del
mismo sin autorizacin de dicha Autoridad. AGMA-CGG, A1, L46bis. C3 y
AGMA-ZN, A15, L3, C39bis. <<

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[35] AGMA-CGG, A1, L16, C3 y AGMA-MIR, A35, L1, C8. <<

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[36] AGMA-ZN, A40, L5, C5 y A40, L4, C55. <<

www.lectulandia.com - Pgina 485

[37] AGMA-ZN, A40, L4, C47. <<

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[38] AGMA-CGG, A1, L16, C3. <<

www.lectulandia.com - Pgina 487

[39] Testimonio de P. G. Bilbao, 12-4-2003. <<

www.lectulandia.com - Pgina 488

[40] AGMA-ZN, A40, L5, C4. <<

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[41] AGMA-CGG, A1, L16, C3. <<

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[42] En septiembre de 1937, el Palacio de la Magdalena se incautara para otros

fines, y se pedira la prohibicin de mantener, debido al alto valor artstico del


edificio y las obras que albergaba. La excepcin, en cambio, habra de ser
precisamente el uso de sus enormes caballerizas como campo de concentracin de
prisioneros. AGMA-ZN-EN, A15, L32, C46bis. <<

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[43]

En octubre de 1937, Luis de Martn Pinillos encargara la instalacin de


barracones de madera, 50 kilmetros de alambre de espino, y 8000 piquetes metlicos
en Santoa. AGMA-CGG, A11, L558, C67. <<

www.lectulandia.com - Pgina 492

[44] J. M. Garmendia (1986), El pacto de Santoa, en C. Garitaonanda y J. L. de la

Granja, eds., La guerra civil en el Pas Vasco. 50 aos despus, Universidad del Pas
Vasco, Bilbao, p. 178. <<

www.lectulandia.com - Pgina 493

[45] M. Tun de Lara, et. al. (1996), La guerra en el Norte, tomo 3 de Espaa

1936-1939 op. cit. La correspondencia entre vascos e italianos, en A. Onaindia


(1983), El Pacto de Santoa. Antecedentes y desenlace, Laiz, Bilbao. <<

www.lectulandia.com - Pgina 494

[46] Testimonio de Jos Mara Otxoa. Bilbao, 12-4-2003. <<

www.lectulandia.com - Pgina 495

[47] AGMA-CGG, A1, L56, C14. Las cursivas son mas. <<

www.lectulandia.com - Pgina 496

[48] AGMA-CGG, A1, L46bis, C6. <<

www.lectulandia.com - Pgina 497

[49] AGMA-ZN, A15, L5, C40. <<

www.lectulandia.com - Pgina 498

[50] AGMA-CGG, A1, L56, C16. <<

www.lectulandia.com - Pgina 499

[51] AGMA-CGG, A1, L54, C112. <<

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[52]

Las comisiones que funcionaban el 21 de septiembre de 1937 eran: dos en


Santander, tres en Santoa, dos en Laredo, dos en Castro-Urdiales, dos en Bilbao, una
en Vitoria, adems de las de Pamplona, Estella, Burgos, Palencia, Aranda. Miranda y
Logroo. <<

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[53] AGMA-CGG, A1, L16, C3. <<

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[54] AGMA-ZN, A40, L4, C60 y AGMA-ZN, A40, L5, C16. Los internados en San

Pedro, preferentemente residentes en el Pas Vasco, retenidos de las ofensivas vasca,


santanderina, y tambin asturiana, eran mayoritariamente labradores, jornaleros,
carpinteros, mecnicos (hay relaciones nominales: AGMA-ZN, A40, L4, C60) y
procedan de las referidas comisiones de Miranda, Vitoria, Laredo, Logroo, Deusto,
Valladolid, Palencia, Hospital de Oa, Lerma, Aranda de Duero, Pamplona y Estella.
<<

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[55] AGMA-ZN, A40, L5, Cc1, 2 y 3. <<

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[56] El campo de Avils ser utilizado hasta bien finalizada la guerra civil. En una

antigua fbrica, formada por varias naves, en malas condiciones, separadas por patios
amplios y con locales para todas las dependencias accesorias. Con buenas
comunicaciones por carretera y ferrocarril y una capacidad terica de 850 hombres,
dispona tambin de abundante agua de boca y de la conduccin de la villa, en buenas
condiciones de potabilidad. Con suficientes retretes en buenas condiciones, instalados
a lo largo de 1937 y 1938, acabara teniendo una enfermera instalada en dos locales,
con un total de 36 camas. En 1938 tendra ms prisioneros que su capacidad: 1288.
<<

www.lectulandia.com - Pgina 505

[57] AGMA-CGG, A1, L46bis, C6. <<

www.lectulandia.com - Pgina 506

[58] M. Laruelo (1999), op. cit., p. 86. <<

www.lectulandia.com - Pgina 507

[59] M. Tun de Lara y M. C. Garca Nieto (1981), La guerra civil, en M. Tun

de Lara, ed., La crisis del Estado: dictadura, repblica y guerra (1923-1939), tomo
IX de Historia de Espaa, Labor, Barcelona, p. 403. <<

www.lectulandia.com - Pgina 508

[60] Cuando se realiz la revisin de los campos, en 1938, existan en cambio ms de

6000 prisioneros en su interior. AGMA-CGG, A1, L46bis, C6. <<

www.lectulandia.com - Pgina 509

[61] M. Laruelo (1999), op. cit., pp. 54-62. <<

www.lectulandia.com - Pgina 510

[62] Id., p. 117. <<

www.lectulandia.com - Pgina 511

[63] AGMA-ZN, A40, L6, C35. <<

www.lectulandia.com - Pgina 512

[64] AGC-PS, c690, E6. <<

www.lectulandia.com - Pgina 513

[65] Testimonio de Manuel de Pedro Sobern. Valladolid, 06-03-2004. <<

www.lectulandia.com - Pgina 514

[66] Por parte de los franquistas, en julio de 1937 apresaron a 2106 hombres, 49 300

en agosto y 4818 en septiembre. AGMA-CGG, A5, L281, C18. <<

www.lectulandia.com - Pgina 515

[67] En AGMA-ZN, A40, L5, Cc 8, 11, 12, 13 y 14 se encuentran las listas de

prisioneros clasificados en septiembre en las diferentes comisiones, donde pueden


observarse las diferencias entre ellas, y a las que las autoridades militares poco
despus se referiran para sealar la necesidad de acelerar el proceso en todas, y no
slo en algunas, de las comisiones. Aparte de los 2000 entregados por el CTV en
Palencia a la ICCP, Laredo clasific a 275 prisioneros; Deusto, 1135. La de Estella
pidi la devolucin de los prisioneros con los que se cre el primer BB. TT. empleado
en Pinto (Madrid), por no haber sido clasificados y destinados sin ms a Miranda para
configurar el Batalln. <<

www.lectulandia.com - Pgina 516

[68] AGMA-ZN, A40, L4, C55. El 30 de julio haba en San Pedro 29 prisioneros; el

31 de agosto, haba mil, habiendo entrado 999, y salido en libertad 28. Los lugares de
procedencia parecen evidentes: Miranda, Pamplona, Vitoria, Estella, Logroo,
Bilbao, y Santander. <<

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[69]

AGMA-CGG, A1, L56, C14. A S. E. le parecen pocas las Comisiones


creadas dado el crecido nmero de prisioneros para clasificar es preciso adoptar
procedimientos ms rpidos, haciendo una 1. reparacin general de responsables de
crmenes y no responsables y dentro de este segundo entre derechistas, milicianos de
buena fe, fcilmente amoldables a nuestras ideas, e irreductibles. Una vez hecho esto,
ya en los batallones de trabajadores o en los campos de concentracin, puede irse
haciendo poco a poco la clasificacin ms acabada y exacta, valindose de espas
propios u otros procedimientos. Franco considera que se enfrenta no a un ejrcito,
sino a simples milicianos. <<

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[70] AGMA-ZN, A15, L12, C54. <<

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[71] AGMA-CGG, A15, L16, C3. <<

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[72]

Realizacin propia desde los datos en AGMA-CGG, A1, L16, C3. Las
clasificaciones tramitadas fueron, por comisiones: Aranda, 3801. Asturias (Santoa),
5616. vila, 42. Badajoz, 67. Burgos, 5140. Calatayud, 37. Camposancos, 1151.
Castro-Urdiales, 3159. Celorio, 5250. Crdoba, 60. Deusto, 10.513. Estella, 2411.
Ferrol, 265. Gijn, 2466. Granada, 29. Jaca, 252. Laredo (Santoa), 2117. Laredo
(Zaragoza), 967. Len, 3775. Logroo, 2694. Luarca, 3771. Medina de Rioseco (1),
1110. Medina de Rioseco (2), 1214. Medina de Rioseco (3), 1536. Miranda de Ebro,
3146. Muros, 180. Oviedo, 2189. Palencia, 1457. Pamplona, 5868. Rianjo, 1700.
Santander, 10.175. Santoa (1), 4744. Santoa (2), 2413. Santoa (3), 3338. Sevilla,
1360. Soria (1), 631. Soria (2), 193. Vitoria, 12 800, Zaragoza, 715. <<

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[73] AGMA-CGG, A1, L16, C3. De los ms de 11 000 prisioneros encontrados C y D,

el Servicio de Investigacin Criminal de la ICCP habra hallado 89 autores de


asesinatos, 99 jefes y oficiales, 20 comisarios polticos, 22 desertores del Ejrcito
Nacional, 26 dinamiteros, 122 autores de saqueos, detenciones, requisas, etc., as
como 46 directivos de partidos del Frente Popular. <<

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[74] AGMA-ZN, A40, L5, C4. Documentacin del Sexto CE. <<

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[75] AGMA-CGG, A1, L58, CIO. <<

www.lectulandia.com - Pgina 524

[76] AGMA-ZN, A44, L6, Ce 17 y 23. <<

www.lectulandia.com - Pgina 525

[77] AGMA-CGG, A1, L46bis, C6. <<

www.lectulandia.com - Pgina 526

[78] AGMA-ZN, A40, L5, C5. <<

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[79] J. C. Clemente (1993), op. cit. Visit, para ser precisos, la crcel de Vitoria (3500

prisioneros en ocho locales), el campo de vila, el de Lerma, el Penal del Dueso (con
unos 3200 prisioneros), un campo en Santander (458), la prisin de Tolosa, la de
Ondarreta en San Sebastin (500), el campo de Gijn (1000 prisioneros) y su crcel
(270). Y, en diciembre, las prisiones andaluzas de Cdiz. San Fernando, San Roque,
el Puerto de Santa Mara, Mlaga, Sevilla (cuya inspeccin realiz tambin su
colaborador Schumacher) y Granada. Tambin en Mlaga, el depsito temporal para
400 prisioneros, la prisin de mujeres (614 presas) y el campo de 1500 internados. De
nuevo en el norte, viajara a varias prisiones y campos de trabajo de Bilbao, as
como al campo de concentracin de Oviedo, con 1500 hombres. <<

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[80] Una mirada a la actuacin de la CRI en la guerra civil, con las diferencias de

valoracin que nacionales y republicanos tenan hacia los prisioneros y presos, en


G. Jackson (1967), op. cit., pp. 373-389. <<

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[81] AMAE-AB, L1501, E22, AMAE-AB, L1501, E29 y AMAE-AB, L1501, E23. <<

www.lectulandia.com - Pgina 530

[82] AGMA-CGG, A1, L63, C3. <<

www.lectulandia.com - Pgina 531

[1] Un ejemplo son las instrucciones dadas al CE del Maestrazgo para la ocupacin de

localidades republicanas: ante el desorden y la desorganizacin naturales que se


encontraba el ejrcito franquista frente a la dominacin roja, las poblaciones
liberadas se sentan protegidas por nuestros principios religiosos, nuestra
disciplina y un fraternal y carioso respeto. Por ello se insista en prohibir todo tipo
de saqueo o vejacin en los territorios. AGMA-ZN, A32, L3, C3. <<

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[2] R. Salas Larrazbal (1996), Del Alfarrrbra al Mediterrneo, en El frente de

Aragn, vol. 4 de Espaa 1936-1939 op. cit., p. 11. <<

www.lectulandia.com - Pgina 533

[3] AGMA-CGG, A2, L179, C35, AGMA-ZN, A43, L2, C53 y AGMA-ZN-EN, A35,

L14, C5. <<

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[4] AGMA-CGG, A1, L88, C6. <<

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[5] Sobre este centro, ubicado en una iglesia, Carl Geiser recordara que, al no haber

sido prevista la instalacin de una letrina, toda la zona del altar mayor estaba llena de
excrementos y orina de los prisioneros internados, internacionales y espaoles. C.
Geiser (1986), op. cit., p. 76. <<

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[6] AGMA-CGG, A1, L16, C3. <<

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[7] AGMA-CGG, A1, L56, C16. Se buscaban centros prximos o en la retaguardia de

las lneas ferroviarias de Ariza, Valladolid y Calatayud-Soria-Burgos vas naturales


de evacuacin de las zonas de Zaragoza, Calatayud y Sigenza, al existir escasas
dependencias utilizables las que resultaban convenientes solan estar ocupadas por
unidades militares de mayor prioridad. Se planteaba tambin el presupuesto base
para la ampliacin del campo de Aranda de Duero, aparte de la creacin de varios
barracones. <<

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[8] La aglomeracin de prisioneros, entre los leoneses capturados en los montes y los

prisioneros del norte, oblig a ampliar este ya abarrotado campo, habilitando la


fbrica de curtidos abandonada de Santa Ana, dependiente del campo de San Marcos.
Vase S. Serrano (1986), La guerrilla antifranquista en Len (1936-1951), Junta de
Castilla y Len, Salamanca, p. 110. <<

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[9] AGMA-CGG, A1, L56, C22. <<

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[10] AGMA-5.RM, c3047, C57, AGMA-ZN, A14, L3, C38 y AGMA-ZN, A15, L6,

C81. <<

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[11] 1 de enero 1938: 1282; 1 de marzo: 424; 1 de abril: 1211; 27 de abril: 1103.

Segn J. Cifuentes y M. P. Maluenda (1999), De las urnas a los cuarteles: la


destruccin de las bases sociales republicanas en Zaragoza, en J. Casanova, coord.,
op. cit., p. 79. <<

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[12] Sobre Torrero, vase en un futuro prximo el libro de I. Heredia (2005), Delitos

polticos y orden social. Historia de la crcel de Torrero: Zaragoza, 1928-1950.


Agradezco al autor haber podido consultarlo antes de su publicacin. <<

www.lectulandia.com - Pgina 543

[13] AGMA-5.RM, c3129. Los 37 internados procedentes del zaragozano Castillo de

la Aljafera haban sido procesados por tribunales militares, lo que no impidi su


ingreso en el campo de concentracin. Pero ese traslado no haba sido consentido por
Martn Pinillos, ya que no estaban dentro de las atribuciones de la ICCP los presos
penados. AGMA-CGG, A2, L145, C41. El traslado de 131 prisioneros al campo de
Cortes de Tajua (Guadalajara) el 17 de febrero tiene historia: en Sigenza no haba
ni transporte ni relevo, y sin vehculos empiezan a caminar, hasta que unos 30
prisioneros no pueden ms tras 30 kilmetros a pie. Por casualidad, dice, pas una
camioneta y en diversos viajes fueron trasladados al campo. <<

www.lectulandia.com - Pgina 544

[14] M. Torres Ortega (1982), Mis tres aos de prisionero, J. Mar (1941), Valencia,

especialmente pp. 52-61. <<

www.lectulandia.com - Pgina 545

[15] AGMA-5.RM, c3047, C6. <<

www.lectulandia.com - Pgina 546

[16] AGMA-ZN-EN, A15, L15, C53 y AGMA-ZN-EN, A15, L5, Cc 34, 58 y 83. <<

www.lectulandia.com - Pgina 547

[17] AGMA-ZN-EN, A15, L16, C34 y AGMA-ZN-EN, A43, L4. <<

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[18] AGMA-ZN, A42, L2, C31. Se traslad a 54 prisioneros, entre ellos hay una

mujer, Francisca Ramrez Snchez, evadida. <<

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[19] Las cifras, de G. Cardona (1986), La guerra llega a Catalua, en La guerra

civil, n. 19, La repblica partida en dos, Historia 16, Madrid, p. 52. <<

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[20] AGMA-ZN-EL, A15, L5, C34, 58 y 83. <<

www.lectulandia.com - Pgina 551

[21] Testimonio de Flix Padn. Bilbao, 12-4-2003. <<

www.lectulandia.com - Pgina 552

[22] AGMA-CGG, A1, L46bis, C3. <<

www.lectulandia.com - Pgina 553

[23] AGMA-CGG, A1, L58, CIO. <<

www.lectulandia.com - Pgina 554

[24] En Logroo fueron internados al menos 18 prisioneros de las BB. II. Carl Geiser

(1986), op. cit., pp. 54-55, recuerda que su principal objetivo, para no ser fusilados,
fue el dar a conocer a sus familiares que se hallaban all, y que para ello una mujer,
Felipa Soto, escribi para cuantos se lo pidieron unas cartas en las que,
convenientemente, escriba el consabido Viva Franco, Arriba Espaa para pasar
cualquier tipo de control. Cuando las cartas fueron respondidas, los prisioneros ya
haban sido trasladados a San Pedro de Cardea, pero eso no quit ni un pice de
valor al gesto de esta valiente mujer. <<

www.lectulandia.com - Pgina 555

[25] AGMA-ZN-EN, A15, L5, C18 y AGMA-ZN, A40, L6, C38. <<

www.lectulandia.com - Pgina 556

[26] AGMA-CGG, A1, L56, C18. <<

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[27] Se dispone, ante todo, de los datos de evadidos en estos frentes: AGMA-ZN-ES,

A18, L2-3, varias Cc. <<

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[28] AGMA-CGG, A1, L16, C3. <<

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[29] AGMA-CGG, A1, L57, C51. <<

www.lectulandia.com - Pgina 560

[30] dem. <<

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[31] As se reconoci en las memorias de situacin de las provincias, pedidas en julio

de 1938 por Serrano Ser para Gobernacin a los gobiernos civiles. AGA-G, c2790.
En AGMA-CGG, A1, L57, C52 puede verse que en la Segunda RM existan edificios
decididamente recargados de poblacin penal. Se sealan aqu su capacidad y el
nmero de presos: Badajoz (436/591), Cdiz (150/347), Puerto de Santa Mara
(1000/3340), Crdoba (250/412), Mlaga (2400/3957), Sevilla (520/982) y Granada
(800/1152). Asimismo existan edificios insuficientemente utilizados: el Casero de
Osorio, en S. Fernando (910/705), Jerez de la Frontera (150/97), Arcos de la Frontera
(60/37), Ubrique (24/0), Bujalance (50/5), Priego de Crdoba (100/4), Loja de
Granada (40/0), Aguilar de la Frontera (30/2), y Cabra (80/2). <<

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[32] AGMA-CGG, A2, L154, C38. Eran el Castillo de Sta. Catalina (Cdiz), los

fuertes de Coll de Ladrones y del Rapitn (Huesca), las prisiones militares de Toledo
y Valladolid, el Castillo de San Felipe (Ferrol), los conventos de la Piedad y de la
Misin (Baleares), el Fuerte del Paso Alto (Canarias), el Castillo de San Francisco del
Risco (Las Palmas), y en la regin de Marruecos, el Fuerte de M. Cristina (Melilla) y
la Fortaleza de El Hacho (Ceuta). <<

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[33] AGMA-CGG, A1, L57, C50. <<

www.lectulandia.com - Pgina 564

[34] Una contextualizacin del mismo, en . Cenarro (2003), La institucionalizacin

del universo penitenciario franquista, en C. Molinero et. al., eds. (b), op. cit., pp.
133-153. <<

www.lectulandia.com - Pgina 565

[35] AGMA-CGG, A1, L57, C48 y AGMA-CGG, A2, L179, C34. <<

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[36] AGMA-ZN-EN, A40, L6, C45. <<

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[37]

AGMA-ZN, A40, L1, C8. Se detectaron cambios en julio de 1938 en la


organizacin de las clasificaciones del Ejrcito del Sur. La Comisin de Badajoz
actuara en Mrida para los pueblos de Medelln, Mengabril, Don Benito, Villanueva
de la Serena, La Haba, Magacela, Coronada y Campanario. La de Sevilla, en Fuente
Ovejuna para Castuera, Esparragosa de la Serena, Zalamea, Quintana, Valle, Riguera,
Monterrubio, Benquerencia y Malpartida. <<

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[38] AGMA-CGG, A5, L281, C18. <<

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[39] AGMA-ZN-EN, A15, L14, C36. <<

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[40] AGMA-ZN, A42, L1, C22. <<

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[41] AGMA-CGG, A1, L58, C20. Por tal motivo, se ordenara que los prisioneros

cuyas clasificaciones resultasen dudosas, o se apreciase que actuaban de mala fe,


seran trasladados tambin a BB. TT., para continuar all con su clasificacin. <<

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[42] AGMA-ZNA40, L8, C31. <<

www.lectulandia.com - Pgina 573

[43] Se elegiran para esto las comisiones de clasificacin de Santander, Santoa,

Bilbao, Vitoria, Burgos y Logroo. AGMA-CGG, A40, L5, C4. <<

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[44] AGMA-ZN, A32, L5, C39. <<

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[45] AGMA-CGG, A1, L57, C50. <<

www.lectulandia.com - Pgina 576

[46] AGMA-CGG, A1, L57 y 58. <<

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[47] AGMA-CGG, A1, L46bis, C5. <<

www.lectulandia.com - Pgina 578

[48] El campo de San Pedro debera ser objeto de un estudio ms pormenorizado que

el que aqu puede afrontarse. Sin embargo, decir que en AMAE-AB, L1051, Ee
24-110 se hallan las referencias nominales y muchos expedientes personales de los
internos de las BB. II. <<

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[49] Sobre la memoria norteamericana de la guerra espaola, vase P. Dogliani (2000),

Tra guerr e pace. Memorie e rappresentazioni dei conflitti e dellOlocausto


nellOccidente contemporaneo, Unicopli, Miln. <<

www.lectulandia.com - Pgina 580

[50] Testimonio de Carl Geiser. Madrid, 11-11-2001. <<

www.lectulandia.com - Pgina 581

[51] M. Crusells (2001), Las Brigadas internacionales en la pantalla, Universidad de

Castilla-La Mancha, Ciudad Real, relata la existencia de varios documentales de


guerra rodados en San Pedro con prisioneros internacionales. <<

www.lectulandia.com - Pgina 582

[52] Testimonio de Santos Aurtenetxea. Bilbao, 12-4-2003. <<

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[53] L. Ornitz (1939), Captured by Franco, Friends of the Abraham Lincoln Brigade,

Nueva York. Las citas, en la p. 20 y ss. <<

www.lectulandia.com - Pgina 584

[54] C. Geiser (1986), op. cit., p. 26. <<

www.lectulandia.com - Pgina 585

[55] A. V. Phillips (1940), Spain under Franco, United Editorial Limited, Londres, p.

13. <<

www.lectulandia.com - Pgina 586

[56] AGMA-CGG, A1, L56, C19. Una mirada a las corresponsalas norteamericanas

en Espaa, en M. Rey (1997), Stars for Spain. La guerra civil espaola en los
Estados Unidos, Do Castro, Sada-A Corua, en particular pp. 193-199. <<

www.lectulandia.com - Pgina 587

[57]

AGMA-CGG, A1, L58, CIO, AGMA-CGG, A1, L46bis, C6, y AMAE-AB,


L1501, E16. <<

www.lectulandia.com - Pgina 588

[58] C. Eby (1974), Voluntarios norteamericanos en la guerra civil espaola, Acervo,

Barcelona, p. 342 [1969]. Daba cuenta de 141 britnicos, 49 norteamericanos, 21


canadienses, 18 cubanos, doce argentinos, cuatro filipinos, un mejicano, un islands y
un chino. <<

www.lectulandia.com - Pgina 589

[59] N. E. Dorland (1938), In Francos

Prisin Camp. An American reports his

experieces, en New Masses, n. 22. <<

www.lectulandia.com - Pgina 590

[60] Cifra que puede constatarse en AMAE-AB, L1051, E24. <<

www.lectulandia.com - Pgina 591

[61] L. Ornitz (1939), Captured by Franco, Friends of the Abraham Lincoln Brigade,

Nueva York, p. 344. <<

www.lectulandia.com - Pgina 592

[62] M. Crusells (2001), op. cit. Tambin id. (2003), Los prisioneros extranjeros a

travs de los noticiarios y documentales cinematogrficos, en C. Molinero et. al.,


eds. (a), op. cit., pp. 1011-1021, e id. y J. M. Caparrs (1998), Las Brigadas
Internacionales y la guerra civil espaola en la pantalla (1936-1939), en M.
Requena, ed., La guerra civil espaola y las Brigadas Internacionales, Universidad
de Castilla-La Mancha, Cuenca, pp. 83-117. <<

www.lectulandia.com - Pgina 593

[63] AMAE-AB, L2181, E4. <<

www.lectulandia.com - Pgina 594

[64] AGMA-CGG, A1, L16, C3. <<

www.lectulandia.com - Pgina 595

[65]

C. Phillipson (2001), Obituarios. Dave Goodman, Brigadista, comunista y


pedagogo, en El Mundo, 1-II-2001, p. 6. <<

www.lectulandia.com - Pgina 596

[66]

R. A. Rosenstone (1969), Crusade of the left. The Lincoln Battalion in the


Spanish Civil War, Pegasus, Nueva York, p. 338. <<

www.lectulandia.com - Pgina 597

[67]

C. Eby (1974), op. cit., p. 354, y P. N. Carroll (1994), The odyssey of the
Abraham Lincoln Brigade. Americans in the Spanish Civil War, Stanford University
Press. <<

www.lectulandia.com - Pgina 598

[68] AGMA-ME, c2096. <<

www.lectulandia.com - Pgina 599

[69] C. Eby (1974), op. cit., p. 347. <<

www.lectulandia.com - Pgina 600

[70] AGMA-ZN-EN, A15, L14, C72. <<

www.lectulandia.com - Pgina 601

[71] C. Eby (1974), op. cit. <<

www.lectulandia.com - Pgina 602

[72] AMAE-AB, L1413, E82 y L1501, E18. <<

www.lectulandia.com - Pgina 603

[73] Haba: de EE. UU., 69; de Francia, 55; de Portugal, 54; de Argentina, 41; de

Cuba, 41; de Inglaterra, 39; de Polonia, 30; de Holanda, 21; de Canad, 17; de
Yugoslavia, catorce; de Suecia, catorce; de Checoslovaquia, trece; de Irlanda, doce;
de Escocia, doce; de Suiza, once; de Dinamarca, ocho; de Hungra, siete; de Noruega,
cinco; de Blgica, cinco; de Grecia, cuatro; de Chile, cuatro; de Estonia tres; de
Bulgaria tres; de Rusia dos; de Rumana dos; de Mxico, dos; de Per, dos; de
Filipinas, dos; de Turqua, dos; de China, uno; de Uruguay, uno; de Puerto Rico, uno;
de Finlandia, uno; de Letonia, uno, y sin determinar su nacionalidad, 88.
AGMA-CGG, A5, L285, C5 y AMAE-AB, L633, E142. <<

www.lectulandia.com - Pgina 604

[74] Dirigido por el polaco Pelouquine, el sueco Brats, los franceses Vicent, Motet,

Dumont y Bienfait, y el britnico Hunter. Lograron la liberacin de 100 ingleses, 95


franceses, 85 canadienses y 11 suizos, segn J. L. Alcofar (1986), Adis a las
Brigadas Internacionales, en La guerra civil, n. 21, La Batalla del Ebro, Historia
16, Madrid, p. 89. <<

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[75] AMAE-AB, L1501, E19. <<

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[76] AGMA-ZN-EN, A40, L7, C27. <<

www.lectulandia.com - Pgina 607

[77] AGMA-ZN-EN, A40, L6, Cc 40 y 41. <<

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[78] AGMA-ZN, A39, L7, C17bis. <<

www.lectulandia.com - Pgina 609

[79] AGMA-CGG, A1, L46bis, C6. <<

www.lectulandia.com - Pgina 610

[80] J. M. Reverte (2003), La Batalla del Ebro, Crtica, Barcelona. <<

www.lectulandia.com - Pgina 611

[81] AGMA-ZN, A40, L6, C47. <<

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[82] AGMA-ZN, A40, L6, C37 y AGMA-ZN-EN, A15, L6, C53. Cuerpos de Ejrcito

como el Marroqu haran numerosos aprisionamientos en ese mes de agosto: 5807.


<<

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[83] AGMA-CGG, A1, L56, C24. <<

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[84]

Hubo otras propuestas desestimadas: Calatayud (la azucarera usada en ese


momento como depsito de municiones; la plaza de toros, con capacidad para 2000
prisioneros; Paracuellos de Jiloca (los baos viejos, para 3000 prisioneros).
Caminreal y Monreal (sin edificios adecuados); Santa Eulalia (la azucarera, para
4000 prisioneros, poco recomendable); Celia (con dos depsitos para mil prisioneros
cada uno utilizables como centros de evacuacin); Teruel (pensado para ms
adelante, como centro de evacuacin de prisioneros de Levante o de Guadalajara; no
dispona de centros en el casco antiguo por estar muy arruinado, pero en la zona
moderna existan lugares propicios: la escuela normal, la plaza de toros, con una
capacidad potencial de 4000 y 2000 prisioneros cada uno). <<

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[85] AGMA-5.RM, c3047, C57. El edificio del seminario necesitara 180 hombres

para la vigilancia de una poblacin calculada en 5000 internos. <<

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[86] AGMA-ZN-EN, A15, L14, C72. A 26 de octubre de 1938, en virtud de las

normas de julio de 1937, Martn Moreno decide que se les considerase dudosos,
puesto que el criterio para su clasificacin era slo su testimonio. <<

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[87] AGMA-ZN-EN, A15, L7, C66. En diciembre de 1938 los BB. TT. del Ejrcito

Norte eran: Ingenieros, nmeros 50, 108, 122, 125, 147. Intendencia, 106, 107, 110.
Municionamiento, 121. CTV, 155. Ingenieros y Servicio de Etapas, 156. CE de
Navarra, 14, 15, 89. CE de Aragn, 12, 23, 25, 140. CE de Urgel, 136, 137, 139, 157.
CE de Maestrazgo, 123, 142. CE Marroqu, 11, 63, 124, 154. Los BB. TT. en
organizacin eran uno para Aire, nueve para Intendencia, uno para Caminos, cinco
sin destino; adems, uno del CTV y uno de FET-JONS. AGMA-MIR, A35, L7, C2.
<<

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[1]

La cita de Azaa, en (1939) El Eje Roma-Berln y la poltica de nointervencin, dentro del volumen (2002) Causas de la guerra de Espaa, Crtica,
Barcelona, p. 35. Para M. Ibez (1995), La memria s un gran cementiri, Edicions
62, Barcelona, p. 122 [1990], El campo de concentracin era algo sabido pero
remoto, ms lleno de literatura que de hechos. Despus sabramos que estaban ms
llenos de piojos, hambre y miseria que de literatura. La cita periodstica, en la que se
anan las vertientes religiosa y poltica de la reeducacin franquista en una clara
muestra del eclecticismo falangista, es del 23-7-38, cit. en I. Martn Jimnez (2000),
op. cit., p. 197. <<

www.lectulandia.com - Pgina 619

[2]

Para un relato del tratamiento sovitico a los prisioneros del Sexto Ejrcito
alemn, H. Rainer (1972), Los campos de concentracin rusos en la segunda guerra
mundial, Rodegar, Barcelona. Vase tambin el reciente A. Applebaum (2004),
Gulag. Historia de los campos de concentracin soviticos, Debate, Barcelona
[2003]. <<

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[3]

El soldado ruso combate hasta morir. Si opta por convertirse en prisionero,


automticamente queda excluido de la comunidad rusa, habra dicho. Cit. en R. H.
Bailey (1995), Prisioneros de guerra II, tomo 36 de La segunda guerra mundial,
Time life-Folio, Barcelona, p. 123. <<

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[4] AGMA-CGG, A1, L58, C22. <<

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[5] AGMA-CGG, A1, L58, C35. <<

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[6] D. J. Goldhagen (2002), La Iglesia Catlica y el Holocausto, Taurus, Madrid, as

como D. Kertzer (2002), Los papas contra los judos. La postura antisemita del
Vaticano, Plaza & Jans, Barcelona. Para Espaa, H. Raguer (2001), op. cit. <<

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[7] J. Llarch (1978), op. cit., p. 19. <<

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[8] Todas las citas, de AGMA-CGG, A1, L16, C3. <<

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[9] J. A. Prez del Pulgar (1939), La solucin que Espaa da al problema de sus

presos polticos, Publicaciones Redencin, n. 1, Valladolid, pp. 45, 47, 43 y 50-51,


respectivamente. La cursiva es ma. Un llamativo sistema de redencin de penas fue
la escritura de poesas: unos versos de autntica propaganda, publicados en VV. AA.
(1940), Musa redimida. Poesa de los presos en la Nueva Espaa, Publicaciones
Redencin, Madrid. <<

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[10] AGMA-ZR, A46, L9, C21. <<

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[11] Testimonio de Flix Padn. Bilbao, 12-IV-2003. <<

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[12] F. Ibarrola (1983), Guerra y paz en Espaa. Del Anarquismo a la revolucin

Interior, Queimada, Madrid, p. 34. Para el campo de Reus, J. Nierga y J. Alemany


(1984), Memries dun soldat de la Repblica, CEDOSA, Barcelona, p. 169. <<

www.lectulandia.com - Pgina 630

[13] AGMA-CGG, A1, L58, C34. <<

www.lectulandia.com - Pgina 631

[14] AGMA-CGG, A1, L58, C75. <<

www.lectulandia.com - Pgina 632

[15] Testimonio de Eustasio Garca. RM. <<

www.lectulandia.com - Pgina 633

[16] AGMA-CGG, A1, L58, C46. <<

www.lectulandia.com - Pgina 634

[17] AGMA-CGG, A1, L55, C1. <<

www.lectulandia.com - Pgina 635

[18] Estas medidas tan infantiles, en AGMA-CGG, A1, L58, C46. <<

www.lectulandia.com - Pgina 636

[19] AGMA-ME, c20.942. <<

www.lectulandia.com - Pgina 637

[20] Se refiere al Cara al Sol, himno oficial de Falange. F. Ibarrola (1983), op. cit.,

p. 31. <<

www.lectulandia.com - Pgina 638

[21] J. E. Leiva (1948), En nombre de Dios, de Espaa y de Franco. Memorias de un

condenado a muerte, Unin Socialista Libertaria, Buenos Aires, p. 92. <<

www.lectulandia.com - Pgina 639

[22] . Surez-Colectivo 36 (1976), Libro

blanco sobre las crceles franquistas.

1939-1979, Ruedo Ibrico, Pars, p. 8. <<

www.lectulandia.com - Pgina 640

[23] Una introduccin a su pensamiento cientfico y poltico, en el excelente artculo

de R. lvarez (1998), Eugenesia y fascismo en la Espaa de los aos treinta, en R.


Huertas y C. Ortiz, eds., Ciencia y fascismo, Doce Calles, Madrid, pp. 77-95. En l se
explican claramente las influencias de Vallejo y sus ideas sobre la higiene racial.
<<

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[24] R. Huertas (1998), Una nueva Inquisicin para un Nuevo Estado: psiquiatra y

orden social en la obra de Antonio Vallejo Ngera, en id. y C. Ortiz, eds., op. cit.,
pp. 97-109. <<

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[25] Las conclusiones generales del estudio, amn de las publicaciones en revistas

cientficas de las que se va a dar cuenta, estn en A. Vallejo Ngera (1939), La locura
y la guerra. Psicopatologa de la guerra espaola, Librera Santorn, Valladolid. <<

www.lectulandia.com - Pgina 643

[26] G. L. Mosse (1978), Toward the final solution. A history of European racism,

J. M. Dent & Sons LTD, Londres. <<

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[27] M. Richards (1999a), op. cit., pp. 49 y 52. Sobre las investigaciones de Vallejo,

vase tambin J. Bandrs y R. Llavona (1996), La psicologa en los campos de


concentracin de Franco, en Psicothema, vol. VIII, n. 1, pp. 1-11, y en ingls
(1997), Psychology in Francos concentration camps, en Psychology in Spain, vol.
1,
n.
1,
disponible
en
internet:
http://www.psychologyinspain.com/content/full/1197/1 bis.htm. <<

www.lectulandia.com - Pgina 645

[28] A. Vallejo Ngera (1938a), El factor emocin en la Espaa nueva, Federacin de

Amigos de la Enseanza, Burgos. La segunda cita, en J. Busquis y J. C. Losada


(2002), op. cit., p. 71. Un repaso a las teoras racistas, religiosas y eugensicas en
Espaa, en M. A. Barrachina (1998), Propagande et culture dans lEspagne
franquiste, 1936-1945, ELLUG, Grenoble. <<

www.lectulandia.com - Pgina 646

[29] A. Vallejo Ngera (1938b), Biopsiquismo del fanatismo marxista, en Revista

Espaola de Medicina y Ciruga de Guerra, vol. 4, pp. 267-277, passim. La serie de


los biopsiquismos se publicaran entre 1938 y 1939 en esta revista y,
paralelamente, en Semana Mdica espaola. <<

www.lectulandia.com - Pgina 647

[30] Id. (1936), Psicopatologa de la conducta antisocial III, en Accin Espaola, n.

84, p. 288. <<

www.lectulandia.com - Pgina 648

[31]

J. S. Huxley y A. C. Haddon (1936), We Europeans: a survey of racial


problems, Londres-Nueva York, cit. en M. Mazower (2001), op. cit., p. 123. <<

www.lectulandia.com - Pgina 649

[32] R. Vinyes (2002), op. cit. <<

www.lectulandia.com - Pgina 650

[33] Su reglamento, en AGMA-CGG, A2, L57, C49. <<

www.lectulandia.com - Pgina 651

[34] Testimonio de Cari Geiser. Madrid, 11-XI-2001. <<

www.lectulandia.com - Pgina 652

[35] J. Martnez Tessier, en id., J. M. Reverte y J. Reverte (2001), Soldado de poca

fortuna, Aguilar, Madrid, p. 131. <<

www.lectulandia.com - Pgina 653

[36] Testimonio de Eustasio Garca. RM. <<

www.lectulandia.com - Pgina 654

[37] J. Sorribas (1988), Cridar Visca Catalunya Lliure, El Llamp, Barcelona, p. 44, y

J. M. Mugueza (1977), De Euskadi al campo de exterminio (memorias de un gudari),


L. Haranburu, San Sebastin, p. 138. <<

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[38] N. Dorland (1938), op. cit. La traduccin es ma. <<

www.lectulandia.com - Pgina 656

[39] Siete gramos de caf, cien de leche y 18 de azcar por desayuno; los lunes y

mircoles, 125 gramos de garbanzos, 175 de patatas, 30 de carne, 30 de fideos y 25


de manteca en la comida, y 300 de patatas, 60 de carne y 25 de manteca en la cena,
adems de 400 gramos por cabeza de pan, pimienta, cebolla o ajo; los martes, jueves
y sbados, 125 gramos de garbanzos, 175 de patatas, 30 de carne, 30 de fideos, 25 de
manteca ms los consabidos 400 de condimentos en la comida, e igual cena; y los
viernes y domingos, 125 gramos de garbanzos, 175 de patatas, 30 de carne, 30 de
fideos, 25 de manteca en la comida, y 225 de lentejas, 60 de carne y 25 de manteca en
la cena. <<

www.lectulandia.com - Pgina 657

[40] AGMA-CGG, A1, L16, C3. <<

www.lectulandia.com - Pgina 658

[41] Testimonio de Maximiliano Fortn. Zaragoza, 12-4-2001. <<

www.lectulandia.com - Pgina 659

[42]

C. Crespo (1995), Causa 93 730. Adhesin a la rebelin. Memorias de un


comisario de guerra, 1936-1944, Perea, Ciudad Real, 1995, p. 115 [1977]. Igual
alusin se hace en J. M. Molina (1976), El movimiento clandestino en Espaa,
1939-1949, Editores Mexicanos Unidos, Mxico D. F., p. 31. El autor ha calculado
que en Albatera los prisioneros coman dos sardinas y 50 gramos de pan negro al da.
<<

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[43] M. Torres (1982), Mis tres aos de prisionero, J. M. Montaana, Valencia, p. 118

[1941]. <<

www.lectulandia.com - Pgina 661

[44] Testimonio de Santos Aurtenetxea. Bilbao, 12-04-2003. <<

www.lectulandia.com - Pgina 662

[45] J. M. Mugueza (1977), op. cit., p. 139. <<

www.lectulandia.com - Pgina 663

[46]

S. Agudo (1991), Memorias (la tenaz y dolorosa lucha por la libertad,


1939-1962), Instituto de Estudios Altoaragoneses, Huesca, p. 83. <<

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[47] Testimonios de Josep Subirats, Theo Francos y Marcos Ana. RM. Subirats, en

entrevista al autor, le dijo adems que, durante cuarenta das, no comieron ms que
castaas en Santa Mara de Oya. Y pasado ese tiempo, pieles de habas. <<

www.lectulandia.com - Pgina 665

[48] C. Crespo (1995), op. cit., pp. 116-117. <<

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[49] J. E. Leiva (1948), op. cit., pp. 67-68. <<

www.lectulandia.com - Pgina 667

[50] S. Agudo (1991), op. cit., pp. 91-92. <<

www.lectulandia.com - Pgina 668

[51] Testimonio de Fliz Padn. Bilbao, 12-04-2003. <<

www.lectulandia.com - Pgina 669

[52] Testimonio de Fliz Padn. RM. <<

www.lectulandia.com - Pgina 670

[53] AGMA-CGG, A1, L16, C3. <<

www.lectulandia.com - Pgina 671

[54] AGMA-ME, C25.729. <<

www.lectulandia.com - Pgina 672

[55] AGMA-ZN, A43, L6, C33. <<

www.lectulandia.com - Pgina 673

[56] AGMA-ZN, A18, L12, C17. <<

www.lectulandia.com - Pgina 674

[57] AGMA-CGG, A1, L16, C31. <<

www.lectulandia.com - Pgina 675

[58] S. Agudo (1991), op. cit., pp. 101-103. <<

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[59]

Testimonios de Maximiliano Fortn, Zaragoza, 12-04-2001; Theo Francos y


Marcelino Camacho, RM; y Rafael Caraballo. Jerte, 12-III-2003. <<

www.lectulandia.com - Pgina 677

[60] Testimonio de Eustasio Garca. Madrid, 7-VII-2003. <<

www.lectulandia.com - Pgina 678

[61] AGMA-CGG, A1, L58, C33. <<

www.lectulandia.com - Pgina 679

[62] Testimonio de Sixto Agudo. Reus, 13-02-2001. <<

www.lectulandia.com - Pgina 680

[63] Testimonio de Flix Padn. Bilbao, 12-04-2003. <<

www.lectulandia.com - Pgina 681

[64] AGMA-CGG, A11, L558, C78. <<

www.lectulandia.com - Pgina 682

[65] Testimonio de Marcos Ana. RM, 2003. <<

www.lectulandia.com - Pgina 683

[66] AGMA-CGG, A2, L189, C4. <<

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[67] Testimonio de Josep Subirats. RM. <<

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[68] The sick roll went up from between 30 to 40 percent. Some kind of fever.

Aspirin was our medicine. To get a pill you had to stand in line at 10 a. m., get an
okay, and then return at 4 p. m. Often the days allotment was finished and you
dragged your feet back to your blanket. A common ailment aside from fever was San
Pedronitis, which is a rheumatic pain in the ankles, shin bones, and knees. Sometimes
the pain got so it was unbearable. Forty percent of us suffered from that. Thirty
percent had diarrhoea and cramps in the stomach constantly; 20 percent had
infections and sores which would not heal and kept increasing in size and number, as
well as soft gums and loose teeth and open wounds. Many of us suffered from more
than one ailment The camp had an infirmary of fifty beds run by nuns. It was
nearly impossible for an International to get admittance Seven died during the six
months four from appendicitis, through lack of an operation. So we buried our
dead. N. Dorland (1938), op. cit. <<

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[69]

AGMA-CGG, A2, L190, C34. Adems, testimonio de Cari Geiser. Madrid,


11-11-2001 y Geiser (1986), op. cit., p. 348. <<

www.lectulandia.com - Pgina 687

[70] AGMA-CGG, A2, L190, C56. <<

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[71] AGMA-CGG, A2, L189, C4. <<

www.lectulandia.com - Pgina 689

[72] F. Martnez Nevot (1940), El problema del cncer. Sus aspectos cientficos ms

interesantes. Prlogo de Jos Alberto Palanca, director general de Sanidad, Morata,


Madrid, p. 32. <<

www.lectulandia.com - Pgina 690

[73] AGMA-5.RM, c3047, C57. <<

www.lectulandia.com - Pgina 691

[74] Testimonio de Sixto Agudo. Reus, 13-02-2001. <<

www.lectulandia.com - Pgina 692

[75] AGMA-CGG, A1, L58, C39. <<

www.lectulandia.com - Pgina 693

[76] Ibid. <<

www.lectulandia.com - Pgina 694

[77] Como recuerda J. Gonzlez (1985), La ilusin no acaba. Memorias de un mozo

de la quinta del 36, Castalia, Madrid, p. 130, exista una constante compraventa de
alimentos, cerillas o coac. <<

www.lectulandia.com - Pgina 695

[78] C. Eby (1974), op. cit., p. 359. <<

www.lectulandia.com - Pgina 696

[79] M. Amblard (1977), Muerte despus de reyes. Relatos de cautividad en Espaa,

Forma, Madrid, pp. 115 y ss. <<

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[80] Testimonio de Manuel de Pedro Sobern. Valladolid, 06-03-2004. <<

www.lectulandia.com - Pgina 698

[81] AGMA-CGG, A2, L179, C34. En 1938 se tiene constancia de la llegada de varios

delegados de FET-JONS a los campos divisionarios de Valencia para reclutar


prisioneros y destinarlos al Tercio de Requets de la Virgen de los Desamparados.
Para ello se personaron en el campo, preguntando quines profesaban la fe catlica y
haban pertenecido a antiguas asociaciones de FE y Comunin Tradicionalista. A los
que respondieron positivamente se les hizo firmar una ficha de reclutamiento. <<

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[1] J. Rubio (1977), La emigracin de la guerra civil de 1936-1939, tomo I, San

Martn, Madrid, p. 72, cifras dadas por vlidas por F. Vilanova (2003), En el exilio:
de los campos franceses al umbral de la deportacin, en C. Molinero et. al., eds. (b),
op. cit., pp. 81-115. Vanse tambin M. C. Rafaneau-Boj (1995), Los campos de
concentracin de los refugiados espaoles en Francia (1939-1945), Omega,
Barcelona. G. Dreyfus-Armand (2000), El exilio de los republicanos espaoles en
Francia. De la guerra civil a la muerte de Franco, Crtica, Barcelona [1999]. <<

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[2] AGMA-ZN, A40, L7, C13. <<

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[3] AGMA-CGG, A1, L58, C1O. <<

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[4] Situado en la Casa de Caridad de la Val dHebron (J. L. Martn Ramos y G.

Pernau [2003], Les veus de la pres. Histries viscudes per 36 lluitadors antifranquistes, Edhasa-La Campana, Barcelona, p. 24), y por donde pasaron, a tenor de
la documentacin escasa conservada de este centro, 3785 prisioneros entre el 11
y el 18 de febrero de 1939. AGMA-ZN, A15, L8, C38bis. <<

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[5] AGMA-ZN-EN, A15, L16, C34. El plan implicaba el traslado de los prisioneros

del CE de Urgell y del Maestrazgo a Tremp, y de all a Barbastro o, eventualmente, a


Binfar, siendo San Juan de Mozarrifar el destino; el CE evacuara al centro de
Almacelles, de ah a Tamarite (adonde trasladaban sus prisioneros desde el CE del
CTV), Binfar, Selgua (centro usado, bsicamente, para el reagrupamiento en la
estacin ferroviaria), y de all a San Juan: el mismo campo de destino empleado por
el CE Marroqu, tras el paso de los prisioneros por Caspe, y por el CE de Navarra,
tras pasar los prisioneros por Ramat y Almacelles; tan slo la 105 Divisin utilizara
otra lnea de evacuacin al campo eventual de Vinaroz. <<

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[6] El CE de Urgell mandara a sus prisioneros a los campos de evacuacin eventual

de Solsona y no a Tremp y Cervera, para acabar en el campo de concentracin


de Lleida o de Barbastro. Los CE de Aragn y Maestrazgo lo haran al centro de
Manresa (establecido el 4 de febrero, con locales para albergar 2000 hombres,
separados prisioneros y presentados, con recinto alambrado, de fcil vigilancia, paja
para el descanso, servicios y dependencias para despacho e interrogatorios). Y los de
Navarra y CTV, responsables directos de los prisioneros de guerra tomados en la
capital catalana, adems de enviarlos a Barcelona, trasladaran a los republicanos por
camin hasta Sant Vienc de Calders y de ah al campo de Barbastro, o por barco
hasta el recin creado campo de concentracin de Tarragona o a los de Reus, Lleida o
San Juan en caso de gran aglomeracin. Todo esto, siempre y cuando no se tratase
de oficiales o comisarios polticos del Ejrcito Popular de la Repblica, sino de
simples soldados (no presos ni individuos a disposicin del Auditor) evacuables a
retaguardia. <<

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[7] M. Duch (1996), Reus sota el primer franquisme. 1939-1951, Associaci destudis

Reusencs, Reus. <<

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[8] AGMA-CGG, A11, L558, C120. <<

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[9] En la primera se han certificado un total de 200 internos provenientes de Francia, y

119 en Pamplona; nada, comparados con los prisioneros clasificados en Vitoria (2600
internos tan slo el 16 de febrero) y Logroo (un total de 1576 clasificados.
AGMA-ZN, A40, L7, C19). <<

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[10] AGMA-ZN, A40, L7, Cc5-10. En el primer caso, el nmero de prisioneros en esa

plaza era de ms de 9500 a mediados de febrero, y casi 9000 an a principios de


marzo, sin que de la documentacin oficial pueda extraerse el tiempo empleado en las
clasificaciones y, por tanto, cuntos de los prisioneros en febrero estaban an sin
clasificar en marzo; aunque una idea nos la da la cifra de clasificados (2503 a finales
de febrero). En el caso de Aranda de Duero, el mximo fue alcanzado a mediados de
febrero, con casi 1500 internos. <<

www.lectulandia.com - Pgina 709

[11] Entre las comisiones de Deusto y Ordua, en el segundo semestre de 1938 se

haba clasificado a 7290 prisioneros de guerra, siendo el grupo ms numeroso el de


los dudosos (5685). Entre enero y marzo de 1939 el incremento de prisioneros fue
notable, sobre todo a principios de ao (el 20 de enero haba en Deusto 1275
prisioneros pendientes de clasificacin y 3174 en Ordua) y a mediados de marzo
(5260 y 3641). <<

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[12] Realizacin propia desde AGMA-ZN, A40, L7, C22. La mayor dificultad aqu

radica en que no se conocen los datos totales previos a estas altas y bajas, aunque San
Pedro soliese rondar los 1500-2000 internos de media mensual. <<

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[13] AGMA-CGG, A11, L558, C116. <<

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[14] AGMA-ZN, A15, L8, C38bis. <<

www.lectulandia.com - Pgina 713

[15] AGMA-ZN, A14, L5, C35. <<

www.lectulandia.com - Pgina 714

[16] AGC-FI20, c1. <<

www.lectulandia.com - Pgina 715

[17] AGMA-CGG, A11, C556, C59, AGMA-ZN, A40, L7, C17, y AGMA-CGG. A1,

L89, C64 <<

www.lectulandia.com - Pgina 716

[18] AGMA-CGG, A11, L558, C127, y AGMA-ZN, A40, L7, C21. Vase tambin P.

Barruso (1999), El difcil regreso. La poltica del Nuevo Estado ante el exilio
guipuzcoano en Francia (1936-1939), en Sancho el Sabio, n. 11, pp. 101-140, cf. p.
125. <<

www.lectulandia.com - Pgina 717

[19] AGMA-CGG, A13, L686, C73. La evacuacin se realizara entre los campos de

Puebla de Caramial, Zamora, Valencia de Don Juan, Camposancos, Toro. Trujillo y


Figueras de Castropol, como sealaba el jefe de Evacuacin de Prisioneros del
Ejrcito del Norte, teniente coronel Ezequiel Nez. <<

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[20] Testimonio de Josep Subirats. Barcelona, 21-10-02. J. Subirats (1999), Pilatos

1939-1941. Prisin de Tarragona, Pablo Iglesias, Madrid, est entre los ms


importantes libros autobiogrficos sobre las crceles franquistas. <<

www.lectulandia.com - Pgina 719

[21] AGMA-ZN-ES, A18, L16, C30. <<

www.lectulandia.com - Pgina 720

[22] AGMA-CGG, A11, L558, Cc59, 114 y 122. AGMA-CGG, A13, L686, Cc55 y

57. <<

www.lectulandia.com - Pgina 721

[23] AGMA-CGG; A1, L58, C26. <<

www.lectulandia.com - Pgina 722

[24] AGMA-CGG, A1, L58, C26. <<

www.lectulandia.com - Pgina 723

[25] AGMA-ZN, A19, L23, C27. <<

www.lectulandia.com - Pgina 724

[26] AGMA-ZN, A40, L7, C30. <<

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[27] AGMA-ZN-EC, A27, L3bis, C28. <<

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[28] AGMA-ZN-EN, A35, L14, CU. <<

www.lectulandia.com - Pgina 727

[29] AGMA-ZN, A40, L7, C18. <<

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[30] La documentacin oficial militar no habla de ningn campo en esta isla, aunque

algunas investigaciones de carcter local hayan sacado a la luz varios, como los de
Illetas, Son Carl, Can Mir; lo mismo puede decirse para el campo de Formentera.
Para los campos baleares, I. Martn Jimnez (2000), Aportaciones a la historia de la
guerra civil en Menorca, tomo II, Nura, Menorca; D. Ginard (1998), Centres de
reclusi a la Mallorca en guerra (1936-1939), en Randa, n. 28, guerra civil i
postguerra a les Illes Balerars, pp. 19-67; A. Parrn (2000), La guerra civil a Eivissa
i Formentera 1936-1939, Documenta Balear, Palma de Mallorca. <<

www.lectulandia.com - Pgina 729

[31] AGMA-ZN-ES, A38, L5, C19 y AGMA-ZN, A42, L1, C11. <<

www.lectulandia.com - Pgina 730

[32] AGMA-ZN, A37, L3, C14 y AGMA-ZN, A39, L4, C13. <<

www.lectulandia.com - Pgina 731

[33] AGMA-ZN, A23, L9, C9. <<

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[34] Cuarenta y cinco mil en el centro, 60 000 en el sur, y 35 000 en Levante. Estas

cifras, sin embargo, deben ser contrastadas con lo que indico al referirme al nmero
de prisioneros del Ejrcito del Sur. <<

www.lectulandia.com - Pgina 733

[35] DIHGF (1996), tomo I, op. cit., pp. 325-326. Aparecen en este listado campos y

depsitos provisionales no mencionados en los listados del Archivo de vila. De tal


modo, los campos de la AD Tajo-Guadiana seran los de Castilblanco (366
prisioneros), Jadea (3445), Palacio Cijara (3300), Siruela (4035), San Martn de
Pusa (5500), Talavera de la Reina (2300), Ocaa (2000), Los Ybenes (250), Jarosa
(120), Fuenlabrada de los Montes (390), Villarta de los Montes (200), Casa km 36
carretera Navas de Ricomalillo-Belbis de la Jara (560), La Higueruela (748), Casas
de Zaldvar (3627), Tembleque (750), Orgaz (160), San Bernardo (10 000) y La
Calaa (5500). Los del CE Maestrazgo, Comandancia Mar Orgaz (361), Ybenes
(556), Consuegra (433), Madrilejos (203), Daimiel (1200), Ciudad Real (11 600),
Almuradiel (466), Manzanares (5700), Valdepeas (5400), Santa Cruz de Mdela
(2700), Infantes (204) y Almagro (2630), adems de 878 prisioneros entregados en
San Bernardo. Los de la AD Guadarrama-Somosierra, Retamares (6500), Vaquera
(6500) y Cerezo de Abajo (5000). Los del I CE, Chamartn de la Rosa (17 000),
Legans (2000), Campamento de Carabanchel (5000), El Pardo (9000), Vallecas
(9500), Ribas Jarama (3000) y Perales-Chincn-Tielmes (3400). Los del CE Navarra,
incompletos, Murcia (30 000) y Helln (5000). <<

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[36] AGMA-ZN, A40, L7, C21. <<

www.lectulandia.com - Pgina 735

[37] AGMA-ZN-EC, A41, L9, C30. <<

www.lectulandia.com - Pgina 736

[38] AGMA-CGG, A1, L89, C63. <<

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[39] Las cifras de presos en posguerra tienen diferentes sesgos y estn muy marcadas

tanto por las fuentes utilizadas como por la perspectiva del historiador que las
maneja. Sin embargo, en esa duplicacin del nmero de internos penales coinciden
desde los orgenes mismos de la historiografa profesional sobre el franquismo S. G.
Payne (1968), op. cit., pp. 367-368 y R. Tamames (1974), La Repblica. La era de
Franco, tomo VII de Historia de Espaa Alfaguara, Alianza, Madrid, pp. 354-355.
Vase tambin . Surez-Colectivo 36 (1976), op. cit., p. 63. <<

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[40] El primer objetivo, como se ha dicho, era detectar a los comisarios polticos y

responsables del Ejrcito Popular, que eran internados en los campos de


concentracin de Areca (para los Cuerpos de Ejrcito de Aragn y Urgel y la AD de
Guadalajara), Teruel (CE Castilla y AD de Albarracn) y Valencia (CE Galicia) para
pasar despus a las prisiones militares de Zaragoza. AGMA-ZN-EC, A36, L3, C24.
<<

www.lectulandia.com - Pgina 739

[41] AGMA-ZN, A43, L6, C21. <<

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[42] AGMA-ZN,A23, L9, C8. <<

www.lectulandia.com - Pgina 741

[43] AGMA-ZN,A37, L2, C24. <<

www.lectulandia.com - Pgina 742

[44] AGMA-ZN,A37, L2, Cc 27 y 29. <<

www.lectulandia.com - Pgina 743

[45] AGMA-ZN, A40, L7, C24 y AGMA-ZN, A44, L2, Ce 62 y 63. <<

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[46] AGMA-ZN-ES, A18, L5, C27. <<

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[47] De ejemplares cabe tachar, al respecto de estos dos ltimos pueblos, los trabajos

de A. Bedmar (2000), Repblica, Guerra y Represin (Lucena, 1931-1939) e id.


(2001), Los puos y las pistolas. La represin en Montilla (1936-1944). Ambos,
autoeditados y fechados en Lucena (Crdoba). <<

www.lectulandia.com - Pgina 746

[48] J. Vila (1983), op. cit., pp. 163-164. <<

www.lectulandia.com - Pgina 747

[49] Testimonio de Rafael Caraballo. Jerte, 12-III-2003. <<

www.lectulandia.com - Pgina 748

[50] AGMA-ZN, A37, L3, Cc 4 y 5. AGMA-ZN, A36, L1, Varias Cc, y AGMA-ZN,

A44, L1, C67. <<

www.lectulandia.com - Pgina 749

[51] AGMA-CGG, A11, L558, C131. <<

www.lectulandia.com - Pgina 750

[52] E. de Guzmn (1974), El ao de la victoria, G. del Toro, Madrid. <<

www.lectulandia.com - Pgina 751

[53] Testimonio de Sixto Agudo. RM. <<

www.lectulandia.com - Pgina 752

[54] J. M. Muguerza (1977), De Euskadi al campo de exterminio (memorias de un

gudari), L. Haranburu, San Sebastin, p. 144. <<

www.lectulandia.com - Pgina 753

[55] Testimonios de Melquesides Rodrguez, RM; Juan Ramos, Madrid, 12-VI-2003; y

Teo Francos, Madrid, 12-XI-2001. <<

www.lectulandia.com - Pgina 754

[56]

J. Aguilar Fernndez (1998), Historia de Albatera, s/r, Albatera, p. 812. J.


Sorribas (1988), Cridar Visca Catalunya Lliure, El Llamp, Barcelona. <<

www.lectulandia.com - Pgina 755

[57] Testimonio de Marcos Ana, Madrid, 10-11-2004, y S. Agudo (1991), op. cit., p.

76. <<

www.lectulandia.com - Pgina 756

[58] . Surez-Colectivo 36 (1976), op. cit., p. 68, citando un testimonio indito del

prisionero Heliodoro Snchez. <<

www.lectulandia.com - Pgina 757

[59] Testimonio de Sixto Agudo, Reus, 13-11-2001, y S. Agudo (1991), op. cit, p. 93.

<<

www.lectulandia.com - Pgina 758

[60] AGMA-ME, c3047, C31. <<

www.lectulandia.com - Pgina 759

[61] AGMA-5. RM, c 3047, C5 y AGMA-CGG, A1, L58, C81. <<

www.lectulandia.com - Pgina 760

[62] AGMA-ZN-EN, A35, L12, C5. <<

www.lectulandia.com - Pgina 761

[63] AGMA-CGG, A1, L46bis, C8. <<

www.lectulandia.com - Pgina 762

[64]

Distribuidos segn los tipos de empleos: Carreteras y pistas, 17 700.


Fortificacin, 12 100. Intendencia, 3750. Ferrocarriles, 1350. Aviacin, 1250. Minas
y contraminas, 700. Explotaciones mineras, 550. Desescombro y reconstruccin, 500.
Sanidad, 150. Varios, 2950. Otros, 14 250. Sin recepcin de diario de trabajos,
12 650. <<

www.lectulandia.com - Pgina 763

[65] Treinta Batallones en el Ejrcito del Norte, doce en el de Levante, 22 en el del

Centro, 16 en el del Sur, dos de la Jefatura del Aire, seis de Abastecimiento, siete de
Ferrocarriles, dos en Marruecos, once de Recuperacin de Automviles, dos de
Mineros, uno del CT, uno de FET y de las JONS, tres en la Octava RM, tres del
Servicio de Caminos de la zona norte, uno del Ministerio de Orden Pblico. <<

www.lectulandia.com - Pgina 764

[66] R. Rufat (1966), En las prisiones de Espaa, Cajica, Mxico. Se albergaba a 3400

prisioneros. <<

www.lectulandia.com - Pgina 765

[67] AGMA-ME, c25 723. En octubre de 1939 tuvo 248 altas, hasta hacer un total a

finales de mes de 324 internos. <<

www.lectulandia.com - Pgina 766

[68] AGMA-ZN, A40, L7, Ce 28 y 29. <<

www.lectulandia.com - Pgina 767

[69] AMAE-AB, L1263, E12. <<

www.lectulandia.com - Pgina 768

[70]

Testimonio de Teo Francos, RM. Francos contina: nosotros no lo hemos


destruido, son ellos, que tenan ms caones, y ms aviones que nosotros [los] que lo
han hecho. <<

www.lectulandia.com - Pgina 769

[71] AGMA-ME, c20 963. <<

www.lectulandia.com - Pgina 770

[72] Testimonio de Teo Francos. Madrid, 12-XI-2001. <<

www.lectulandia.com - Pgina 771

[73] Teo Francos estuvo en diferentes frentes de guerra durante el conflicto mundial,

pero ante todo recuerda cmo, tras el desembarco de Sicilia y ya a las puertas de
Roma, se les prohibi entrar en la capital porque el mrito, segn dice, se lo queran
reservar los norteamericanos. Llegar al centro de la ciudad y enarbolar las banderas
francesa y espaola le cost un mes de arresto. <<

www.lectulandia.com - Pgina 772

[74] AGMA-ZN, A40, L7, C30. <<

www.lectulandia.com - Pgina 773

[75]

AGMA-CGG, A19, L686, C21 y AGMA-CGG, A12, L656, C62,


respectivamente. <<

www.lectulandia.com - Pgina 774

[76]

Los datos sobre las refundiciones, en AGMG-CC, s/r. De tal modo, de los
BB. TT. 112 y 78, se forma el 78. De los 117 y 107, el 107. De los 111 y 115, el 115.
De los 113 y 126, el 126. De los 135 y 20, el 20. De los del CTV y 7, el 7. De los 37
y 9, el 9, y de los 40 y 144, el 16. <<

www.lectulandia.com - Pgina 775

[77]

En febrero de 1940 se unieron los Grupos de Trabajadores Nacionales y


Extranjeros de Belchite en el BB. TT. 27 Grupo Trab. Pantano de La Muedra y Grupo
Trab. Ferrocarril Soria-Castejn, BB. TT. 28; el Grupo de Trabajadores del
Aerdromo Villafra (Burgos) form el BB. TT. 29; el Grupo del Castillo de La Mota
y el del Aerdromo de Villanubla, el BB. TT. 30; el Grupo de Son-Amoixa
(Mallorca), el BB. TT. 32; el Grupo de Lavacolla (A Corua), el BB. TT. 31. El 15 de
febrero se orden que el Batalln Minero n. 2 se refundiese con el BB. TT. 159,
quedando bajo la denominacin de este ltimo. El BB. TT. diez se refundi con el
168, pasando al Depsito de Prisioneros de Miguel de Unamuno, para completar
plantillas y salir inmediatamente para Marruecos. El BB. TT. quince pas al Depsito
de Prisioneros de Miranda de Ebro, para completar plantilla y salir para Marruecos.
En igual fecha se unieron los BB. TT. 203 y 103, de la Segunda RM, quedando la
primera numeracin. En la Cuarta RM se unieron los BB. TT. 138 y 163, y desde
marzo se realiz la mayor campaa de uniones de Batallones (entre parntesis, la
denominacin final): el 155 con el 165 (155), el 130 con el 203 (130), el 6 con el 34
(6), el 210 con el 211 (210), el 132 con el 158 (132), el 5 con el 103 (5), el 122 con el
147 (122), el 63 con el 124 (63), el 28 con el 41 (41), el 1 con el 123 (2), el 76 con el
89 (76), el 137 con el 142 (137), el 42 con el 107 (42), el 1 con el 114 (1), el 14 con
el 100 (14), el 26 con el 30 (26), el 31 con el 90 (90), el 32 con el 129 (32), el 139
con el 153 (139), los 51, 171, 22 y 25 quedaron como 2 (51 y 22), el 169 y el 16 (16),
el 91 con el 90 (91), los 26, 7, 21 y 159 (26). Ms adelante se unieron el 3 con el 1 (3,
en Iragui, Navarra), el 14 y el 105 (14, en Lesaca, Navarra), el 128 y el 18 (128, en
Elizondo, Navarra), el 42 y el 64 (42, en Oyarzun, Guipzcoa), el 137 y el 76 (137,
en Rentera, Guipzcoa), el 106 y el 127 (106, en Gesa, Navarra), el 148 y el 126
(148, en Santander), el 217 y el 151 (217, en Vitoria), el 29 y el 149 (29, en Villafra,
Burgos), el 15 Disciplinario y el 121 (15), el 16 D. y el 122 (16), el 17 D. y el 125
(17), el 18 D. y el 134 (18), el 19 D. y el 177 (19), y desaparecieron, en mayo de
1940, los BB. TT. 110, 156, 163, 178, refundidos con los 11, 12, 50, 63, 66, 115, 78,
136 y 140. En igual fecha y en la Quinta RM se unieron los 43, 13, 17, 41, 51, y 157
(143, en Sigenza), los 69, 68 y 150 (69, en Salinas de Medinaceli), los 108 y 116
(108, en Valdespartera, Zaragoza), los 23, 8 y 102 (23, en Araones), mantenindose
el 141 (Garrapinillos), el 22 (Biescas), el 27 (Belchite), los D. 21, 22 y 23 (Teruel).
En Marruecos, se unieron los 96 y 93 (96), ms adelante ste con el 94 (94, en
Siuana-Larache), los 97 y 95 (97, en Melilla), y despus, ste con los 98 (Tifasor) y
100 (Tetun); y en Andaluca, los 58 y 62 (62, en Los Barrios, Cdiz) y los 55 y 60
(55, en San Roque, Cdiz). A finales de ao se disolvieron muchos Batallones, tanto
de trabajadores como disciplinarios, segn los tiempos de reemplazo fueron cubiertos
por los soldados haciendo la mili de Franco. <<
www.lectulandia.com - Pgina 776

[78] En febrero de 1942 se redujeron los presupuestos de la acusacin derivada de la

Ley de Responsabilidades Polticas, quedando adems en libertad los presos con


condenas de seis aos y un da. Se sobresean tambin las causas derivadas de la
afiliacin a organizaciones polticas. En 1945 se dio por liquidado el problema de
las responsabilidades, al no haberse producido ninguna denuncia en un ao. <<

www.lectulandia.com - Pgina 777

[79] S. Vega (2003), La vida en las prisiones de Franco, en C. Molinero et. al., eds.

(b), op. cit., pp. 177-198, exporta sus conclusiones sobre la provincia de Segovia a
todo el territorio nacional. Asimismo, J. M. Sabin (1996), Prisin y muerte en la
Espaa de postguerra, Anaya-Mario Muchnik, Barcelona, lo hace partiendo del caso
de Toledo. <<

www.lectulandia.com - Pgina 778

[80] H. Roldn (1988), Historia de la Prisin en Espaa, PPU, Barcelona, p. 185. <<

www.lectulandia.com - Pgina 779

[81] AGA-P, c4881, C D. <<

www.lectulandia.com - Pgina 780

[82] AGA-P, c4879, C1. Algunos trabajos han abordado el tema. Vase J. L. Gutirrez

Molina (2003), Colonias Penitenciarias Militarizadas de Montijo. Represin


franquista en la comarca de Mrida, Editora Regional de Extremadura, Mrida. J. L.
Gutirrez Casal (2003), Catalanes en la Segunda Agrupacin de Colonias
Penitenciarias Militarizadas en Montijo, J. L. Gutirrez Molina (2003), Los presos
del canal. El Servicio de Colonias Penitenciarias Militarizadas y el Canal del Bajo
Guadalquivir (1940-1967) y una aproximacin sociolgica de gran inters, A. del
Ro y J. M. Valcuende (2003), La instrumentacin poltica de la memoria: la historia
del canal de los presos, en C. Molinero et. al., eds. (a), op. cit., pp. 268-288,
289-304 y 394-410, respectivamente. <<

www.lectulandia.com - Pgina 781

[83] AGA-P, c4880, CD. <<

www.lectulandia.com - Pgina 782

[84] AGA-G, c4880. <<

www.lectulandia.com - Pgina 783

[85] Testimonio de Enrique Genovs. Madrid, 15-IX-2002. A la vuelta en libertad a

Madrid, Genovs mantuvo un tipo de oposicin poco conocido: la refundacin del


movimiento Scout en Espaa, prohibido por el franquismo. <<

www.lectulandia.com - Pgina 784

[86] Testimonio de Marcelino Camacho. Jerte, 20-III-2004. <<

www.lectulandia.com - Pgina 785

[87] J. Meli (1977), Marcelino Camacho, Cambio 16, Madrid. M. Camacho (1990),

Confieso que he luchado. Memorias, Temas de Hoy, Madrid. Y ms recientemente, E.


Asami y A. Gmez (2003), Marcelino Camacho y Josefina. Coherencia y honradez
de un lder, Algaba, Madrid. <<

www.lectulandia.com - Pgina 786

[88] AGMA-ME; c25 730. <<

www.lectulandia.com - Pgina 787

[89] AGMA-ME, c20 904. <<

www.lectulandia.com - Pgina 788

[90] La cantidad de jabn deba ser de medio kilo al mes para cada trabajador. En

Reus, sin embargo, haban correspondido en febrero de 1942, para 1778 personas,
200 kilos, lejos de los 889 deseables. En marzo, para 1784 personas se enviaron de
nuevo 200 kilos. En abril no se recibi ni una sola pastilla de jabn para la higiene de
los 1762 internos calculados ese mes. Y en mayo, para 1070 personas se dispuso de
270 kilos. AGMA-ME, c20 904. <<

www.lectulandia.com - Pgina 789

[91] Fueron clausurados los Batallones numerados del 1 al 32, 34, 37, del 40 al 42, 50,

51, del 63 al 69, del 76 al 78, del 89 al 91, del 100 al 108, del 110 al 117, del 121 al
171, del 177 al 180, del 200 al 204, del 208 al 217, el de FET-JONS y los Batallones
Mineros 1 y 2. <<

www.lectulandia.com - Pgina 790

[92] F. Snchez Agust (2001), Maquis y Pirineos. La gran invasin (1944-1945),

Milenio, Lleida, pp. 239-251. <<

www.lectulandia.com - Pgina 791

[93]

J. J. Monago (1997), El campo de concentracin de Nanclares de la Oca,


1940-1947, Gobierno Vasco, Vitoria. <<

www.lectulandia.com - Pgina 792

[94] DIHGF (1996), tomo I, op. cit., p. 293. <<

www.lectulandia.com - Pgina 793

[1] Para una revisin de las miserias econmicas espaolas y la importancia de la

economa y la poltica en las estrategias franquistas frente a la segunda guerra


mundial, el clsico de A. Vias (1984), op. cit., y en particular su captulo noveno. El
anlisis ms completo, en J. Tusell (1995), Franco, Espaa y la II Guerra Mundial.
Entre el Eje y la neutralidad, Temas de Hoy, Madrid. <<

www.lectulandia.com - Pgina 794

[2] J. Tusell y G. Queipo de Llano (1985), Franco y Mussolini, Planeta, Barcelona.

Tambin M. Guderzo (1995), Madrid e larte della diplomazia. Lincgnita spagnola


nella seconda guerra mondiale, Manent, Florencia, y P. Preston (1993), Franco.
Caudillo de Espaa, Grijalbo, Barcelona. La ltima aportacin a la cercana de la
entrada en guerra por parte de Espaa, en M. Ros Agudo (2002), La guerra secreta
de Franco (1939-1945), Crtica, Barcelona. <<

www.lectulandia.com - Pgina 795

[3] A. Marquina (1990), La poltica exterior espaola durante la segunda guerra

mundial, en J. L. Casas, coord., La postguerra espaola y la segunda guerra


mundial, Diputacin, Crdoba, pp. 45-57. <<

www.lectulandia.com - Pgina 796

[4] P. Preston (1993), op. cit., p. 408. <<

www.lectulandia.com - Pgina 797

[5] K. J. Ruhl (1986), Franco, Falange y III Reich. Espaa durante la II guerra

mundial, Akal, Madrid [1975]. A. Marquina (1986), Espaa en la poltica de


seguridad occidental, 1939-1986, Ejrcito, Madrid. <<

www.lectulandia.com - Pgina 798

[6] AMAE-AB, L2183, E11 y AGMA-ME, c20 963. <<

www.lectulandia.com - Pgina 799

[7] Para los franceses, AMAE-AB, L2183, E12. Para los ingleses, AMAE-AB, L2190,

E13. Para los suizos, AMAE-AB, L2192, L8. Para los griegos, AMAE-AB, L2190,
E7 (se les unieron un griego proveniente de la prisin provincial de Zaragoza y tres
de Miranda de Ebro). Para los hngaros, AMAE-AB, L2191, E61. <<

www.lectulandia.com - Pgina 800

[8] AMAE-AB, L1051, E25. <<

www.lectulandia.com - Pgina 801

[9] AMAE-AB, L1346, E225. <<

www.lectulandia.com - Pgina 802

[10] Para J. M. Armero (1978), La poltica exterior de Franco, Planeta, Barcelona, p.

48, las entradas de judos en los primeros meses de la conflagracin dependieron ms


de sobornos que de la benevolencia espaola. <<

www.lectulandia.com - Pgina 803

[11] AMAE-AB, L1188, E78. <<

www.lectulandia.com - Pgina 804

[12] AGMA-ME, c20 963. Se trataba de uno de Albania, 55 de Alemania, uno de

Andorra, 71 de Argentina, uno de Blgica, uno de Brasil, cuatro de Bulgaria, 23 de


Cuba, 20 de Checoslovaquia, dos de Chile, uno de China, uno de Danzig, siete de
Estados Unidos, tres de Estonia, uno de Filipinas, 81 de Francia, tres de Grecia, 21 de
Holanda, nueve de Hungra, dos de Inglaterra, 16 de Italia, uno de Marruecos, ocho
de Mxico, 30 de Polonia, 28 de Portugal, cuatro de Rumana, dos de Rusia, cuatro
de Suiza, cuatro de Tnger, uno de Turqua, nueve de Ucrania, dos de Uruguay,
catorce de Yugoslavia, tres aptridas, cinco alegaban nacionalidad espaola y cuatro
estaban en hospitales militares. <<

www.lectulandia.com - Pgina 805

[13] AMAE-AB, L1188, E78. <<

www.lectulandia.com - Pgina 806

[14] AGMA-ME, c20 965. <<

www.lectulandia.com - Pgina 807

[15] AMAE-AB, L1345, E113. <<

www.lectulandia.com - Pgina 808

[16] AMAE-AB, L1263, E12. <<

www.lectulandia.com - Pgina 809

[17] AGMA-ME, c20 966. <<

www.lectulandia.com - Pgina 810

[18] AGMA-ME, c20 963 y AGMA-ME, c20 965. <<

www.lectulandia.com - Pgina 811

[19] J. Tusell (1995), op. cit. <<

www.lectulandia.com - Pgina 812

[20] AMAE-AB, L2180, E3, y L1261, E95. <<

www.lectulandia.com - Pgina 813

[21] AMAE-AB, L1263, E12. <<

www.lectulandia.com - Pgina 814

[22] J. A. Fernndez (2003), op. cit., p. 140. <<

www.lectulandia.com - Pgina 815

[23] En cuanto a las devoluciones a Francia, se estima que fueron hasta la intervencin

aliada en el Norte de frica unas 1050, para R. Belot (1998), Aux frontires de la
libert. Vichy-Madrid-Alger-Londres. Sevader de France sous lOccupation, Fayard,
Pars. <<

www.lectulandia.com - Pgina 816

[24] AMAE-AB, L2183, E1. <<

www.lectulandia.com - Pgina 817

[25] La investigacin ms completa sobre el tema es la de F. Snchez (2003), Espas,

contrabando, maquis y evasin. La II Guerra Mundial en los Pirineos, Milenio,


Lleida, aunque hay que complementarla, entre otros trabajos, con D. Arasa (2000), La
guerra secreta del Pirineu (1939-1944). Espes, resistents i contrabandistes, Llibres
del lndex, Barcelona. <<

www.lectulandia.com - Pgina 818

[26] F. Snchez (2003), op. cit., p. 47. <<

www.lectulandia.com - Pgina 819

[27]

E. Eychenne (1998), Pyrnes de la Libert. Les evasions par lEspagne


(1939-1945), Toulouse. <<

www.lectulandia.com - Pgina 820

[28] A la vista de la documentacin, no solamente eran varones en edad militar los que

emprendan el peligroso viaje a travs de Espaa para huir de los nazis y


colaboracionistas o para tomar contacto en Portugal con las autoridades militares
aliadas, o con las de sus propios pases en Madrid o Barcelona. Bastantes sbditas
extranjeras estaban internadas en la crcel madrilea de Ventas por paso clandestino,
muchas veces acompaando a sus parejas, que acababan en Miranda de Ebro. <<

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[29] AMAE-AB, L2180, E3, y L2190, E19. <<

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[30] Eran dos pertenecientes a Irak. Pocos tambin eran los rumanos, que a mediados

de ao no sumaban ms que tres, si bien su internamiento estuviese justificado por


motivos diferentes a los de los evadidos belgas, franceses u holandeses: Juan Pacala
Serrari tena una psima conducta moral, John Davidesco era desertor de la
Legin francesa y Tiu Dimitri era un posible espa. AMAE-AB, L2192, E5. El
nmero de griegos internados era de nueve en 1941: siete en Palencia, dos en
Miranda y uno en el Penal de Burgos. En el resto de la contienda mundial, lleg a
haber nueve (1942) y uno ms en 1945. AMAE-AB, L2190, E7. <<

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[31] AMAE-AB, L1349, E104. <<

www.lectulandia.com - Pgina 824

[32] Otro dato significativo en este sentido es que en junio de 1941, por parte de la

War Organization of the British Red Cross y bajo los auspicios de la Cruz Roja
Portuguesa, se pidiese autorizacin para enviar a Miranda una ambulancia urgente
desde Portugal, llevando artculos medicinales y vestidos: 290 camisas, 220
pantalones cortos, 200 kg de galletas, 250 kg de jabn medicinal, 800 latas de
sardinas, una caja de medicamentos, 60 medias, 200 cajas de pomada antisptica,
diez kg de salchichas, cincuenta kg de chocolate y mil cigarrillos, para los prisioneros
britnicos. En agosto, adems, se supo que en Amrica se haban reunido donativos
para los belgas de Miranda. AMAE-AB, 2192, E2. <<

www.lectulandia.com - Pgina 825

[33] AMAE-AB, L2180, E4. <<

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[34] AMAE-AB, L2180, E5. <<

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[35] Esta posicin doctrinal era la que haba prosperado en la Segunda Conferencia de

La Haya, cuyo Convenio V, art. 13, estableca que la Potencia neutral que reciba
prisioneros de guerra evadidos, los dejar en libertad. Si tolera su estancia en su
territorio podr sealarles una residencia. Por consiguiente, segn la asesora del
MAE, slo en este ltimo supuesto, el pas neutral en el que se haban refugiado
poda discrecionalmente tomar las medidas adecuadas para impedir que se
reintegraran a sus fuerzas, careciendo sin embargo de facultades para ello cuando
tales prisioneros tratasen de abandonar el territorio neutral sin haber intentado fijar su
residencia en l. AMAE-AB, L2110, E4. <<

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[36] Es el caso de 41 franceses internados en 1941 que, en julio de 1942, seguan en

Miranda. AMAE-AB, L2183, E1. Para los holandeses, AMAE-AB, L2190, E19. <<

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[37] AMAE-AB, L2181, E1. Los subrayados son mos. <<

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[38] En abril se traslad a 62 ingleses a Miranda, desde el campo de Figueres (25),

Lleida (diez), Zamora (uno), la crcel Modelo de Barcelona (trece), Girona (uno),
Reus (uno) y la prisin de Torrero, en Zaragoza (once). El 12 de mayo se pidieron
ms: de la DGS en Madrid (dos), de la prisin provincial de Badajoz (dos), de la de
Santo Domingo en Mrida (dos), de San Juan de Mozarrifar en Zaragoza (uno), de la
prisin provincial de Huelva (tres), de la Modelo barcelonesa (26), de Girona (uno),
de Tortosa (uno), de la crcel de la Seu dUrgell (tres), de Alicante (uno), de
Zaragoza (cinco); y el 20 de mayo, 17 de la Modelo y tres de Tarragona. A lo largo de
1942 se solicitara el traslado de muchos ms a Miranda, provenientes de casi todos
los puntos de Espaa: de la prisin provincial de Salt, de Zamora, de Huelva, de
Sevilla, de Pamplona, de la prisin de Pealver en Madrid, de la de Ayamonte
(Huelva), de la provincial de Len, de Yeseras, de Jaca, de Tarragona, de Valencia,
de Pontevedra, de Valladolid o de Ciudad Real. Toda la informacin sobre los
ingleses en estos meses, en AMAE-AB, L2190, Ee 13 y 14. <<

www.lectulandia.com - Pgina 831

[39]

Cuestiones menores pero significativas, como el caso de cuatro internos


yugoslavos (Mirko Kuzek, Slobodan Alimijevic, Sava Paranos y Lyoubicha) en
octubre de 1942 por los que intercedi el ministro de Agricultura, Miguel Primo de
Rivera. El primero, en particular, haba compartido crcel con l y con Jos Antonio.
Este ltimo le haba encargado entregar papeles importantes a su familia cuando sali
de la crcel de Alicante. AMAE-AB, L2192, E12. <<

www.lectulandia.com - Pgina 832

[40] AMAE-AB, L2192, E17. <<

www.lectulandia.com - Pgina 833

[41] D. Arasa (2000), op. cit., p. 227. <<

www.lectulandia.com - Pgina 834

[42] AMAE-AB, L2181, E1. <<

www.lectulandia.com - Pgina 835

[43] H. Avni (1970), La salvacin de judos por Espaa durante la segunda guerra

mundial, Instituto Arias Montano, Madrid. En la misma lnea, D. Salina (1997),


Espaa, los sefarditas y el Tercer Reich (1939-1945). La labor de diplomticos
espaoles contra el genocidio nazi, Ministerio de Asuntos Exteriores-UVA,
Valladolid. <<

www.lectulandia.com - Pgina 836

[44] F. Ysart (1973), Espaa y los judos en la segunda guerra mundial, Dopesa,

Barcelona. Lo del campamento, tambin en H. Avni (1970), op. cit. <<

www.lectulandia.com - Pgina 837

[45] AMAE-AB, L1670, E8. De hecho, una traduccin fue enviada a las embajadas

espaolas de La Paz, San Salvador, Quito, San Jos de Costa Rica, Panam,
Montevideo, Guatemala, Ciudad Trujillo, Caracas, Bogot, La Habana, Santiago de
Chile, Lima, Ro de Janeiro, Washington y Buenos Aires, para su difusin. <<

www.lectulandia.com - Pgina 838

[46] F. Ysart (1973), op. cit., p. 73. <<

www.lectulandia.com - Pgina 839

[47] La cita de Lequerica, en AMAE-AB, L2182, E1. El resto, en AMAE-AB, L2153,

E41. <<

www.lectulandia.com - Pgina 840

[48] AMAE-AB, L2192, E3. <<

www.lectulandia.com - Pgina 841

[49] AMAE-AB, L2181, E1. La referencia DEA sobre los rusos significa Disponibles

para la Embajada de Alemania. <<

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[50] AMAE-AB, L2181, E5. El problema, efectivamente, era grave en las provincias

fronterizas con Francia. En Guipzcoa se haban registrado 352 presentaciones, de los


cuales 20 estaban en prisin, 292 en libertad vigilada y 40 en campos de
concentracin; en Navarra el total era mayor, con 1804 presentados, habiendo 500 en
prisiones, 468 en libertad y 278 en campos, aparte de 558 que deban presentarse
peridicamente en las jefaturas de polica; en Huesca, debido a su ms difcil
geografa, el total de presentados se reduca a 80 personas (59 en crceles, diez en
campos y once a cargo de la CRI); muchos ms eran los presentados en Lleida, 916,
con un alto grado de envos a campos militares (615) y prisiones (183); pero el
desgraciado rcord lo ostentaba la provincia de Girona, con 2850 presentados desde
el principio de la guerra hasta marzo de 1943, de los cuales 889 haban sido
conducidos a Miranda, 64 a la residencia de Jaraba, 561 estaban en la prisin de
Figueres, 327 en la de Girona, 52 en Madrid, 850 estaban en libertad vigilada, dos
mujeres estaban en la crcel madrilea de Ventas, y a ocho ms se les haba permitido
proseguir viaje o asentarse en la provincia. <<

www.lectulandia.com - Pgina 843

[51] AMAE-AB, L2181, E1. <<

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[52] AMAE-AB, L1263, E14. <<

www.lectulandia.com - Pgina 845

[53] AMAE-AB, L2181, E1. <<

www.lectulandia.com - Pgina 846

[54] AMAE-AB, L2182, E6. <<

www.lectulandia.com - Pgina 847

[55] AMAE-AB, L2190, E11. En ese momento, finales de 1942, se hallaban detenidos

19 nufragos britnicos en Las Palmas, 31 en Sevilla, diez aviadores en Albacete y 27


ms en diferentes crceles. Tan slo 30 aviadores aliados haban sido puestos en
libertad frente a 63 del Eje cados en territorio espaol y devueltos a Alemania. <<

www.lectulandia.com - Pgina 848

[56] AMAE-AB, L2181, E2. <<

www.lectulandia.com - Pgina 849

[57] AGMA-ME, c20 904. <<

www.lectulandia.com - Pgina 850

[58] AMAE-AB, L2183, E2. <<

www.lectulandia.com - Pgina 851

[59] Ibid. En enero de 1943 se liber, aparte de a los 587 citados, a 89 internos ms en

diferentes condiciones. <<

www.lectulandia.com - Pgina 852

[60] Errneamente, D. Pastor Petit (1990), Espionaje: la segunda guerra mundial y

Espaa, Plaza & Jans, Barcelona, p. 534, sita la huelga de hambre en julio de 1942.
<<

www.lectulandia.com - Pgina 853

[61]

J. M. Accart (1945), vads de France; prisons dEspagne, B. Arthaud,


Grenoble. El mejor relato personal sobre Miranda, B. A. Wysocki (1986), On the
river Ebro-Urge to live, Cambridge, Mass. <<

www.lectulandia.com - Pgina 854

[62] APC-R, c40, C7. <<

www.lectulandia.com - Pgina 855

[63] AMAE-AB, L2181, E5. <<

www.lectulandia.com - Pgina 856

[64] AMAE-AB, L2183, E2 para los franceses; L2190, Ee 16 y 12 para los ingleses;

L2190, E1 para los norteamericanos; L2192, E12 para los yugoslavos; L2180, E16
para los checoslovacos; L2190, E20 para los holandeses. <<

www.lectulandia.com - Pgina 857

[65] Como sealaba, amargamente, la Comisara General Poltico Social de la Zona

Oriental Pirenaica, en Figueres. AMAE-AB, L2181, E2. <<

www.lectulandia.com - Pgina 858

[66] AMAE-AB, L2183, E3. <<

www.lectulandia.com - Pgina 859

[67] AMAE-AB, L2182, Ee uno y dos. <<

www.lectulandia.com - Pgina 860

[68] J. Tusell (1990), op. cit. A. Marquina y G. Ospina (1987), Espaa y los judos en

el siglo XX. La accin exterior. Espasa Calpe, Madrid. <<

www.lectulandia.com - Pgina 861

[69] M. Gilbert (1969), Jewish History Atlas, Weidenfeld & Nicolson, Londres, p. 87.

Tambin H. Avni (1982), Espaa, Franco y los judos, Altalena, Madrid. <<

www.lectulandia.com - Pgina 862

[70] AMAE-AB, L2181, E3. <<

www.lectulandia.com - Pgina 863

[71] Ibid. Se trataba de un chileno, un venezolano, ocho turcos, dos suizos, cuatro

holandeses, dos portugueses, cuatro rumanos, diez hngaros, tres argentinos y 65


polacos. El 20 de marzo lo fueron 2 chilenos, 1 brasileo, 1 guatemalteco, 2 filipinos,
3 puertorriqueos, 4 egipcios, 6 italianos (a la Legacin Real), 4 portugueses, 2
suecos, 1 dominicano, 9 suizos, 11 turcos, 21 alemanes, 15 austracos (a Alemania),
20 belgas, 14 norteamericanos, 5 sudafricanos, 10 britnicos, 52 canadienses, 99
franceses, 1 uruguayo y 1 colombiano. El 23 de marzo se liber a 43 enfermos e
intiles para el servicio de armas. <<

www.lectulandia.com - Pgina 864

[72] AMAE-AB, L2181, E5. <<

www.lectulandia.com - Pgina 865

[73] AMAE-AB, L2182, E8. Por nacionalidades, AMAE-AB, L2183, E2 para los

franceses; L2190, Ee 16 y 12 para los ingleses; L2190, E1 para los norteamericanos;


L2190, E20 para los holandeses; L2180, E5 para los belgas; L2180, E16 para los
checos. <<

www.lectulandia.com - Pgina 866

[74] En estas fechas, fueron retirados de Miranda por la CRI 66 norteamericanos, 49

checos, 97 holandeses escapados tericamente de diferentes Frontlag y Stalag; 41


belgas, 3 argentinos, 1 alemn, 1 blgaro, 1 cubano, 1 hngaro, 2 yugoslavos, 1
irlands, 1 italiano, 1 suizo, 1 griego y 5 polacos. <<

www.lectulandia.com - Pgina 867

[75] AMAE-AB, L2182, E11. <<

www.lectulandia.com - Pgina 868

[76] Cifra que viene a coincidir con la dada por el peridico La Bourse Egiptienne,

que los cifraba en unos 20 000. <<

www.lectulandia.com - Pgina 869

[77] No existen cifras exactas para estos meses. La de 900, en AMAE-AB, L2181, E4.

La de 1200, en F. Ysart (1973), op. cit. <<

www.lectulandia.com - Pgina 870

[78] Exactamente 1650 franceses, 490 britnicos, 380 polacos, 260 belgas, 210 checos,

130 holandeses, 85 estadounidenses, 78 hispanoamericanos y 310 aptridas.


AMAE-AB, L2181,E5. <<

www.lectulandia.com - Pgina 871

[79] AMAE-AB, L2182, L1. <<

www.lectulandia.com - Pgina 872

[80] Como lamentaba el gobernador civil de Guipzcoa a la DGS, con relacin al

internamiento de unos 1200 extranjeros en diferentes hoteles de Zarauz, Zumaya,


Deva y Castona. Las quejas, y el traslado de los internos a Miranda de Ebro, en
AMAE-AB, L2181,E2. <<

www.lectulandia.com - Pgina 873

[81] AMAE-AB, L2182, Ee 11, 12 y 13. <<

www.lectulandia.com - Pgina 874

[82] AMAE-AB, L2182, E14: 876 de Madrid, 764 de Barcelona, 69 de Arnedillo, 25

de Belascoain, 170 de Figuerido (Pontevedra), 101 de Sobrn, 482 de Urberuaga, 48


de Valdeganga (Cuenca), 61 del balneario de Soln de Cabras, 65 de Orense, 80 de
Pamplona, 60 de Murgia. <<

www.lectulandia.com - Pgina 875

[83] AMAE-AB, L2182, E15. El resto provenan de Alhama de Aragn, Barcelona,

Zaragoza, Onteniente (Valencia), Urberuaga, Molinar de Carranza, Pamplona, Lleida,


San Sebastin y Madrid. <<

www.lectulandia.com - Pgina 876

[84] APEI y M. Viv y R. Vieville (1998), Les vads de France travers lEspagne:

guerre 39-45, Ed. des crivains, Pars, pp. 63-69. <<

www.lectulandia.com - Pgina 877

[85] Como se reconoca en un informe de noviembre de 1943, al ao de cumplirse la

ocupacin alemana de Francia. AMAE-AB, L2182, E7. <<

www.lectulandia.com - Pgina 878

[1] AMAE-AB, L2181, E5. <<

www.lectulandia.com - Pgina 879

[2] M. Ros Agudo (2002), op. cit., y L. A. Buuel (1989), La gnesis del cerco

internacional al rgimen del General Franco (1945-1947), en Espacio, Tiempo y


Forma, serie V, n. 1, pp. 313-340. <<

www.lectulandia.com - Pgina 880

[3] AMAE-AB, L2182, E8. <<

www.lectulandia.com - Pgina 881

[4] Toda esta informacin, en AGMA-ME, c20 904. <<

www.lectulandia.com - Pgina 882

[5] Los beneficios de la cantina fueron de 4110,98 pesetas en febrero, de 5511,27 en

marzo y de 6828,73 en abril. AGMA-ME, c20 904, C2. <<

www.lectulandia.com - Pgina 883

[6] AMAE-AB, L2182, E9. <<

www.lectulandia.com - Pgina 884

[7] AMAE-AB, L2191, E6. <<

www.lectulandia.com - Pgina 885

[8] AMAE-AB, L2179, E38. <<

www.lectulandia.com - Pgina 886

[9] AMAE-AB, L2191, E8. <<

www.lectulandia.com - Pgina 887

[10] AMAE-AB, L2183, E7. <<

www.lectulandia.com - Pgina 888

[11] AMAE-AB, L2191, E4. <<

www.lectulandia.com - Pgina 889

[12] De los italianos internos, Botteri: tiene abandonada a su esposa y dos hijos, es de

carcter violento y pendenciero e irrespetuoso y desobediente a la Autoridad y sus


Agentes, habiendo hecho caso omiso siempre a los requerimientos que le fueron
hechos para que se proveyera de la documentacin necesaria para trabajar y residir en
Espaa. Capo era fundador de la revista Pentalfa en la que escriba y fomentaba el
desnudismo y tena un campo de experimentacin donde sus partidarios lo
practicaban. Estuvo afiliado a la CNT y durante el Glorioso Movimiento Nacional fue
un gran propagandista de estas ideas. Girelli al iniciarse el Glorioso Movimiento
Nacional ingres voluntario en las Brigadas Internacionales con el grado de Capitn.
De conducta moral deficiente. Meraviglia hace vida marital con una mujer de
malos antecedentes, habiendo estado recientemente detenido por malos tratos de obra
a dos hijos que tiene. Soverini era de las BB. II. Y Suppancich haba introducido en
Caldas de Malavella propaganda subversiva, con cuyos marineros entr en contacto
de forma clandestina. AMAE-AB, L2191, E8. <<

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[13] AMAE-AB, L2182, E5. <<

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[14] AMAE-AB, L2191, E9. <<

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[15] AMAE-AB, L2183, Ee 6-7. <<

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[16] Que, como se ha dicho, coordinaban a diferentes organizaciones: la Society of

Friends (cuqueros), el Unitarians Service Comitee, otros grupos catlicos y del Joint
Distribution Comitee. <<

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[17] AMAE-AB, L2179, E43. Las prisiones eran las de Zaragoza, Ocaa, Linares,

Granada, Carabanchel (Alto y Bajo), Ventas, San Isidro, Talleres Penitenciarios de


Alcal, Vitoria, Valencia, Murgia, Mlaga, Huelva, Cdiz, Burgos, San Sebastin, as
como dos internos en el Destacamento de Cuelgamuros. <<

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[18] AMAE-AB, L2181, E7. <<

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[19] Hubo quejas por el decomiso de camisas, botas, gorros, 40 estufas elctricas, una

biblioteca con 300 tomos, juegos de cama, guantes, 14 radiorreceptores y 30 gemelos.


AMAE-AB, L2179, E39. <<

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[20] AMAE-AB, L2179, E38. <<

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[21] AMAE-AB, L2179, E39. <<

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[22] Los quince primeros rusos, en AMAE-AB, L2192, E7. Varios eran ucranianos en

lucha contra la ocupacin bolchevique. Los holandeses, en AMAE-AB, L2190, Ee 21


y 22, as como L2192, E1. Los checos, en L2180, E16. Los franceses, en L2190, E6 y
L2183, E8. Los belgas, en L2180, E10. <<

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[23] Una til y completa revisin de la historiografa y la historia al respecto, en J. L.

Ledesma (2002-2003), Los fuegos de la liberacin: la represin de los


colaboracionistas en Francia a finales de la II Guerra Mundial, en Studium, n. 8-9,
pp. 261-302. <<

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[24] AMAE-AB, 2183, E9. <<

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[25] AMAE-AB, L2181,E7. <<

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[26] Entre ellos, Florentin Koester, internado desde 1941 que sufra graves problemas

mentales a causa de su larga detencin. <<

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[27] AMAE-AB, L2192, E17. <<

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[28] AMAE-AB, L2190, E6. En septiembre se intern a nueve franceses, y a nueve

tambin en octubre. <<

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[29] Como el de Robert Coq, pasado a Espaa por error mientras estaba de vacaciones

en los Pirineos en enero de 1946. AMAE-AB, L2183, E9. <<

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[30] AMAE-AB, L2181, E8. <<

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[31] AMAE-AB, L2191, E10. <<

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[32] AMAE-AB, L2192, E4. <<

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[33]

Haba casos particularmente sangrantes entre ellos, como el del refugiado


austraco Ernest Wiener, nacido el 22 de diciembre de 1902, casado y trabajador en
Espaa, judo, declarado aptrida con el Anchluss, alistado en el ejrcito francs, que
el 10 de septiembre de 1942, huyendo de los alemanes, pas a Espaa, siendo
internado en Alczar de San Juan (Ciudad Real). En noviembre y por rdenes de la
DGS haba sido internado en la prisin de Torrijos, yendo al poco a Miranda de Ebro.
Liberado el 31 de marzo de 1943 por aptrida, se traslad a Barcelona bajo la
proteccin de la UNRA, trayendo incluso a su familia. El 16 de abril de 1945 fue de
nuevo solicitado por la DGS y llevado a Nanclares de la Oca, por irregular,
contrayendo una grave enfermedad que le impidi trabajar. Recibi luego orden de
expulsin, pero peda poder quedarse en Espaa. <<

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[34] AMAE-AB, L2179, E39. <<

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[35]

Una nota de prensa seal que el tren haba llegado satisfactoriamente a


Heilbronn, pero parece ser que no fue as, ya que segn indicaba Johannes E. F.
Bernhardt a Martn Artajo, le haban comunicado que Karl Heilmann, nmero uno en
la lista de repatriacin alemana, habra sido sacado del tren en St. Theres (Pars) por
policas franceses, desconocindose cualquier otro detalle sobre su paradero. <<

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[36] AMAE-AB, L2192, E18. <<

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[37] Segn Gran Bretaa, en la colonia alemana (unas 12 000 personas) haba unos

1400 antiguos oficiales, de los cuales 1065 haban sido listados; 113 haban sido
repatriados, y quedaban 952; 492 haban sido listados como agentes, entre otras
organizaciones de la Gestapo; 44 haban sido repatriados y quedaban 448; 330 de los
1065 oficiales mencionados se crea que eran tambin agentes. <<

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[38] Con cualquiera de los siguientes requisitos: estar casado con una espaola, tener

hijos de nacionalidad espaola, llevar ms de 20 aos residiendo


ininterrumpidamente en Espaa o tener edad avanzada o muy delicado estado de
salud. <<

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[39] AMAE-AB, L2192, E17. <<

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[40] Segn se denunciaba por parte de la Embajada britnica. El General Krahmer,

antiguo agregado del Aire alemn, haba sido escondido por un oficial del Estado
Mayor espaol, el teniente coronel Diez Villegas. Alfredo Schults Manteola, un
agente nazi muy importante en Vigo, haba sido sacado de un avin en Barajas el
ltimo momento antes de su salida, basndose en su reclamacin acerca de que su
nacionalidad espaola deba ser investigada, permitindosele volver a Bilbao. Ernst
Schultze, un importante agente alemn en Sevilla, haba sido puesto en libertad
mientras se encontraba detenido en espera de ser repatriado gracias a la intervencin
del ministro del Aire, Gonzlez de Gallarza. Bernhard Feuerriegel estaba escondido
en una finca del gobernador de Zamora. Adems estaban los casos de Vorkauf,
Lautenschlager, Llinger, Nemann y Classen, que en el ltimo momento no fueron
obligados a repatriarse. Algunos de los alemanes ms importantes detenidos en
Caldas de Malavella se haban escapado cuando llegaron sus turnos para ser
repatriados, entre otros Johann Dumpert, Rudolf von Merode, Horst Muller-Fiedler,
Richard Mildenhauer, Edgar Lohse y Herbert Gloss. <<

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[41] AMAE-AB, L2192, E17. <<

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[42] AMAE-AB, L2181, E8. <<

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[43] Ibid. <<

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[44] AMAE-AB, L2180, E8. <<

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[45] Las cartas de Las seoras e hijos de los que se encuentran en los campos, en

AMAE-AB, L2181, E8. <<

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[1]

Particularmente escandalizado qued al leer varias pginas de mi trabajo (J.


Rodrigo [2003a], op. cit.), impunemente traspapeladas entre las pginas de E.
Gonzlez (2003), El miedo en la posguerra. Franco y la Espaa derrotada: la
poltica del exterminio, Obern, Madrid. <<

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[2] Los campos de concentracin usualmente se han analizado desde una perspectiva

en cierta medida homognea y de larga duracin: as, desde el momento en que las
masas entran en el juego de la accin poltica, su represin ha de adaptarse a sus
caractersticas. Ms an si cabe en procesos abiertos de confrontacin blica, el
nacimiento de los primeros campos de concentracin se ha puesto en relacin
usualmente con estrategias blicas y sociales paralelas que evitasen la intervencin de
civiles en las guerras, o al menos que, al presionarlos, fuesen un arma para la victoria.
<<

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[3] De particular inters es el artculo de F. Sevillano Calero (2003), Consenso y

violencia en el Nuevo Estado franquista: historia de las actitudes cotidianas, en


Historia Social, n. 46, pp. 159-171. Unas brillantes pginas al respecto, en A.
Cazorla (2000), Las polticas de la victoria. La consolidacin del Nuevo Estado
franquista (1938-1953), Marcial Pons, Madrid, pp. 206-207, e id. (2002), Sobre el
primer Franquismo y la extensin de su apoyo popular, en Historia y Poltica. Ideas,
procesos y movimientos sociales, n. 8, pp. 303-319. Tambin . Cenarro (1998),
Muerte y subordinacin en la Espaa franquista: el imperio de la violencia como
base del Nuevo Estado, en Historia Social, n. 30, pp. 5-22, y G. Snchez Recio
(1999), Lneas de investigacin y debate historiogrfico, en id., ed, El primer
franquismo (1936-1959), dossier de Ayer, n. 33, pp. 17-40. <<

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[4] AGA-G, c3897. <<

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[5]

Z. Bauman (1989), Modernity and the Holocaust, Basil Blackwell, Oxford.


Bauman reaccion ante quienes primaban la centralidad del antisemitismo como
fundamento para explicar los campos nazis dando mayor importancia a los caracteres
de la modernidad. Ayer y hoy podemos encontrar ejemplos en R. Hilberg (2003), The
destruction of the European Jews. (3 vols), Yale University Press, New Haven y
Londres [1961], Y. Bauer (2001), Rethinking the Holocausto, Yale University Press,
New Haven y Londres, o D. J. Goldhagen (1997), Los verdugos voluntarios de Hitler.
Los alemanes corrientes y el Holocausto. Madrid, Taurus [1996]. La escuela
funcionalista, encabezada por Hans Mommsen, ha criticado siempre estos
paradigmas. Vanse I. Kershaw (1991), Hitler, Longman, Londres, R. Gellately
(2001), Backing Hitler. Consent and coercin in Nazi Germany, Oxford University
Press [trad. espaola: No slo Hitler. La Alemania nazi entre la coaccin y el
consenso, Crtica, Barcelona], y R. Evans (1991), Ascenso y triunfo del nazismo en
Alemania, en M. Cabrera, S. Juli y P. Martn Acea, comps. (1991), Europa en
crisis. 1919-1939, Fundacin Pablo Iglesias, Madrid, pp. 97-118. Es fundamental E.
Traverso (2001), La historia desgarrada, Ensayo sobre Auschwitz y los intelectuales,
Herder, Barcelona (1997). <<

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[6] R. H. Bailey (1995), Prisioneros de guerra I, tomo 35 de La segunda guerra

mundial, Time life-Folio, Barcelona, p. 9. Rusos y polacos fueron los prisioneros de


guerra que hubieron de soportar mayores brutalidades en los campos nazis. Vase P.
Mandaa (1987), Stalag VII A (1940-45). Cinco aos prisionero de los nazis, Virgili
y Pags, Lleida. No en vano, incluso en la Inglaterra posblica (con unos 200 000
prisioneros) y Estados Unidos (unos 425 000) encontramos sistemas de campos
destinados a reeducar y utilizar como mano de obra a los prisioneros de guerra
alemanes, dentro de la tnica general de desnazificacin alemana y europea. Vase H.
Faulk (1977), Group captives. The Re-education of German Prisoners of War in
Britain, 1945-1948, Chatto Windus, Londres. <<

www.lectulandia.com - Pgina 929

[7] J. C. Farcy (1995), Les camps de concentration franais de la Premire Guerre

mondiale (1914-20), Anthropos, Pars; R. Alapuro (1988), State and Revolution in


Finland, University of California Press, Berkeley; P. Voglis (2002), Becoming a
subject: political prisoners in Greece in the Civil War, 1945-1950, Berghahn Books,
Nueva York-Oxford; C. di Sante, ed. (2001), I campi di concentramento in Italia.
Dallinternamento alla deportazione (1940-1945), Franco Angeli, Miln; D.
Peschanski (2002), La France des camps. Linternement, 1938-1946, Gallimard,
Pars. <<

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[8] One finding which is essential for understanding this entire study is that the POW

[Prisoners of War] experience characterized by starvation diet, poor quality or


nonexistent medical care, death marches, executions, and torture has historically
been an extremely harsh and brutal experience. Conclusin a la que llegaba la
Veterans Administration del Gobierno de Estados Unidos (1980), POW. Study of
former prisoners ofwar, Washington D. C., p. 4. <<

www.lectulandia.com - Pgina 931

[9]

Algo que ha tenido un fuerte impacto en la historiografa y la memoria del


siglo XX, como recuerda I. Peir (2004), La consagracin de la memoria: una mirada
panormica a la historiografa contempornea, en Ayer, n. 52, en prensa cuando se
termina este captulo. Agradezco a su autor el haberme facilitado una versin casi
definitiva. <<

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[10] Como queda sealado en el polmico libro de A. S. Rosembaum, ed. (1996), Is

the Holocaust unique? Perspectives on comparative genocide, Westview Press,


Oxford. Adems, como ha sealado un historiador italiano, la centralidad de los
campos de exterminio en la historia (y la identidad) europea no excluye el estudio de
otros sistemas que, por cierto, no siempre se limitaron a la rutina dictada por las
contingencias blicas. C. S. Capogreco (1998), Renucci. Un campo di
concentramento in riva al tenere (1942-1943), Fondazione Ferramonti, Cosenza, p.
10. <<

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[11]

cidamente explicados por N. G. Finkelstein (2002), La industria del


Holocausto. Reflexiones sobre la explotacin del sufrimiento judo, Siglo XXI,
Madrid [2000]; Tambin E. Traverso (2002c), La memoria de Auschwitz y el
comunismo. El uso pblico de la historia, en Memoria. Revista mensual de
poltica y cultura, n. 166, disponible en internet en la pgina web
www.memoria.com.mx/166/traverso.htm. Ambos sealan la explosin de los estudios
del Holocausto en relacin con la Guerra de los Seis Das, y plantean sugerentes
cuestiones en relacin con el uso pblico de la Historia y con la generalizacin del
concepto de memoria, de resarcimiento y de vctima. La primera frase, referida a los
campos franquistas, la pude leer escrita por el periodista Csar Vidal como respuesta
a una pregunta ma en un dilogo mltiple por internet, en la pgina
www.libertaddigital.com. <<

www.lectulandia.com - Pgina 934

[12]

H. W. Smith, ed. (2002), The Holocaust and other genocides. History,


representaron, ethics, Vanderbilt University Press, Nashville, pp. 94-97. <<

www.lectulandia.com - Pgina 935

[13] Muchos ejemplos lo ratifican. Por ejemplo, H. Kaplan (1994), Conscience and

memory. Meditations in a Museum of the Holocaust, University of Chicago Press,


Chicago y Londres, p. IX.; A. Milchman y A. Rosenberg (1996), Two kinds of
Uniqueness: the universal aspeets of Holocaust, en R. L. Millen, New perspectives
on the Holocaust, New York University Press, Nueva York y Londres, pp. 6-18; el
Holocausto es incomparable, para S. T. Katz (1994), The Holocaust in historical
context, vol. I, The Holocaust and mass death before the Modern Age, Oxford
University Press, Nueva York y Oxford, o para R. S. Wistrich (2002), Hitler y el
Holocausto, Mondadori, Barcelona [2001]. Poco ecunime es el trabajo de L. Weber,
ed. (2002), Crnica del Holocausto, Libsa, Madrid. Mejor contextualizado, el de O.
Bartov, ed. (2000), The Holocaust. Origins, implementation, aftermath, Routledge,
Londres y Nueva York. Para cuestiones como stas, una buena iniciacin es el trabajo
de Michael Marrus, del que he utilizado la traduccin italiana, M. R. Marrus (1994),
LOlocausto nella storia, Il Mulino, Bolonia. <<

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[14] A. J. Kaminsky (1998), op. cit., y sobre todo J. Kotek y P. Rigoulot (2001), Los

campos de la muerte. Cien aos de deportacin y exterminio, Salvat, Madrid [2000].


As lo reconoce M. del Toro (2003), El sistema de campos de concentracin
nacionalsocialista, 1933-1945: un modelo europeo, en C. Molinero et. al., eds. (a),
op. cit., pp. 84-100. Para Nolte, el Gulag habra sido fons et origo de Auschwitz. Cit.
en D. LaCapra (1998), History and memory after Auschwitz, Cornell University
Press, Ithaca y Londres, p. 55, en referencia a E. Nolte (1994), La guerra civil
europea, 1917-1945: nacionalismo y bolchevismo, Fondo de Cultura Econmica,
Mxico. <<

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[15]

E. Traverso (2002b), El totalitarisme: historia dun debat, Universidad de


Valencia, Valencia. Para las implicaciones de religiosidad laica, fundamentales a
mi juicio a la hora de entender qu signific histricamente el totalitarismo, el
excelente trabajo de E. Gentile (2001), Le religioni della poltica. Fra democrazie e
totalitarismi, Laterza, Roma-Bari. Desde el punto de vista de la filosofa, es
imprescindible H. Arendt (1974), Los orgenes del totalitarismo, Taurus, Madrid. <<

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[16] D. Rousset (1976), Lunivers concentrationnaire, Famot, Sevilla (1965). <<

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[17] A partir de 1916 se contaban centenares de ellos, no slo en Europa. En 1915

haba ya solamente en Alemania ms de 600 000 prisioneros. <<

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[18] A fuerza de resumir una bibliografa inmensa, para la violencia nazi vase J.

Noakes (1987), Orgenes, estructura y funciones del terror nazi, en N. OSullivan


ed., Terrorismo, ideologa y revolucin, Alianza, Madrid, pp. 91-114, y E. Traverso
(2002a), op. cit. Para la normalidad de la misma, una perspectiva amplia en M.
Mazower (2001), La Europa negra. Desde la Gran Guerra hasta la cada del
comunismo, Ediciones B, Barcelona [1998]. Sobre sus implicaciones morales T.
Todorov (1996), Facing the extreme. Moral life in the concentration camps,
Metropolitan Books, Nueva York e id. (2002), Memoria del mal, tentacin del bien.
Indagacin sobre el siglo XX, Pennsula, Barcelona (2000). <<

www.lectulandia.com - Pgina 941

[19] E. Kogon (1965), Sociologa de los campos de concentracin, Taurus, Madrid

[1946]. Vase tambin algunos de los trabajos recopilados en N. Levi y M. Rothberg,


eds. (2003), The Holocaust: theoretical readings, Edinburgh University Press,
Edimburgo. Asimismo, E. J. Hobsbawm (1995), Historia del siglo XX. 1914-1991,
Crtica, Barcelona, y G. L. Mosse (1996), Il fascismo. Verso una teora generale,
Laterza, Roma-Bari [1980]. <<

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[20]

Una perspectiva temprana al respecto la ofrecieron D. J. Dallin y B. I.


Nicolaevsky (1948), Forced labor un Soviet Russia, Hollis & Carter, Londres, en
particular pp. 157-158. Asimismo, E. Bacon (1994), The Gulag at usar. Stalins
forced labour system in the light of the archives, Macmillan, Londres, pp. 42-63. <<

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[21] Vanse, a modo de sucinto resumen de una problemtica amplsima, T. Todorov

(2000), Los abusos de la memoria, Paids, Barcelona [1994]; J. Le Goff (1991), El


orden de la memoria. El tiempo como imaginario, Paids, Barcelona [1977]; T.
Todorov (2002), Memoria del mal, tentacin del bien. Indagacin sobre el siglo XX,
Pennsula, Barcelona; J. Fentress y C. Wickham (1992), Social Memory, Blackwell
Publishers, Oxford; J. M. Ruiz-Vargas, comp. (1997), Claves de la memoria, Trotta,
Madrid; A. Alted, coord. (1995), Entre el pasado y el presente. Historia y memoria,
UNED, Madrid; P. Ricoeur (2003), La memoria, la historia, el olvido, Trotta, Madrid;
J. Winter y E. Sivan (1999), Setting the framework, en id., eds., War and
remembrance in the Twentieth Century, Cambridge University Press, pp. 6-39. Y, por
supuesto, la ltima y completa edicin de M. Halbwachs (1997), La mmoire
collective, Albin Michel, Pars. <<

www.lectulandia.com - Pgina 944

[22]

E. J. Hobsbawm y T. Ranger (1984), The invention of tradition, Cambridge


University Press. Las premisas tericas de este trabajo estaban ya, sin embargo, en
buena medida presentes en G. L. Mosse (1974), The nazionalitation of the masses.
Political symbolism and mass movements in Germany from the Napoleonic Wars
through the Third Reich, Howard Ferting, Nueva York. <<

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[23] P. Aguilar (1996), Memoria y olvido de la guerra civil espaola, Alianza, Madrid.

<<

www.lectulandia.com - Pgina 946

[24] P. Preston (1994), op. cit., passim: a lo largo de la obra, son puestas en evidencia

las valoraciones propagandsticas sobre la figura de Franco. <<

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[25] D. Sueiro (1989), El valle de los Cados, Argos-Vergara, Barcelona. <<

www.lectulandia.com - Pgina 948

[26] P. Yss (2004), Disidencia y subversin. La lucha del rgimen franquista por su

supervivencia, 1960-1975, Crtica, Barcelona. <<

www.lectulandia.com - Pgina 949

[27]

A. Barahona, P. Aguilar y C. Gonzlez, eds. (2002), Las polticas hacia el


pasado. Juicios, depuraciones, perdn y olvido en las nuevas democracias, Istmo,
Madrid, p. 44. Para los diferentes modelos de transicin democrtica, pp. 41-44. P.
Aguilar (2004), Presencia y ausencia de la guerra civil y del franquismo en la
democracia espaola. Reflexiones en torno a la articulacin y ruptura del pacto de
silencio, en J. Arstegui y F. Godicheau, eds., Memoria e Historiografa de la
guerra civil (1936-1939), Marcial Pons, Madrid. S. Juli (2003), Echar al olvido.
Memoria y amnista en la transicin, en Claves de razn prctica, n. 129, pp. 14-24
. <<

www.lectulandia.com - Pgina 950

[28] D. Pez, J. Valencia, N. Basab, K. Herranz y J. L. Gonzlez (2000), Identidad,

comunicacin y memoria colectiva, en A. Rosa, G. Bellelli y D. Bakhurst, eds.,


Memoria colectiva e identidad nacional, Biblioteca Nueva, Madrid, pp. 385-412. <<

www.lectulandia.com - Pgina 951

[29] Me refiero a V. Navarro, en su contribucin a E. Silva et. al, eds. (2004), La

memoria de los olvidados. Un debate sobre el silencio de la represin franquista,


mbito, Valladolid, donde resume parte de su obra: V. Navarro (2002), Bienestar
insuficiente, democracia incompleta. Sobre lo que no se habla en nuestro pas,
Anagrama, Barcelona. <<

www.lectulandia.com - Pgina 952

[30] T. Todorov (2002), op. cit., p. 147. <<

www.lectulandia.com - Pgina 953

[31] Con un ttulo tan llamativo como Salvar la memoria. Una reflexin sobre las

vctimas de la guerra civil, el padre ngel David Martn Rubio (1999, Fondo de
Estudios Sociales, Badajoz) pretende contribuir a evitar que con el silencio, la
marginacin y la manipulacin se cree una nueva versin de la propia vida y,
no lo dice, de lo aprendido en la escuela nacionalcatlica de muchos espaoles (p.
12). Es significativo que tras este ttulo se amparen las categoras analticas sobre la
violencia en la guerra civil espaola ya empleadas por la historiografa
reconocidamente alegrica del franquismo, puesto que a su juicio, una
contramemoria estara engullendo a la compartida por los vencedores. Se trata, por
tanto, del mejor ejemplo posible para demostrar la necesidad de seguir los pasos
sealados por Todorov: si el recuerdo compartido no tiene una base de realidad y se
fundamenta en estereotipos identitarios tiles para el presente, se estar delante de
una falsa memoria. <<

www.lectulandia.com - Pgina 954

[32] Un repaso, en P. Preston (1997), op. cit, en particular el captulo Venganza y

reconciliacin: la guerra civil espaola y la memoria histrica. <<

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[33] Lo cual ha planteado debates en la profesin historiogrfica que han trascendido

sus mismos lmites. Paul Ricoeur hablara, al respecto, del deber de la memoria y
sealara que cuando el historiador es confrontado con lo horrible, figura lmite de la
historia de las vctimas, la relacin de deuda se transforma en deber de no olvidar. P.
Ricoeur (2003), op. cit., pp. 118-124. <<

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[34]

En expresin de I. Saz (2004), El pasado que an no debe pasar, en id.,


Fascismo y franquismo, Universitat de Valncia, pp. 277-291. <<

www.lectulandia.com - Pgina 957

[35] L. Roldn (2000), Militares de la Repblica. Su segunda guerra civil, Vosa,

Madrid. <<

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[36]

P. Nora (1998), La aventura de les lieux de mmoire, en J. Cuesta, ed.,


Memoria e historia, dossier de Ayer, n. 32, pp. 17-34, para una explicacin del
propio creador del concepto. <<

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[37] Vase I. Engelhardt (2000), A topography of memory: Representations of the

Holocaust at Dachau and Buchenwald in comparision with Auschwitz, Yad Vashem


and Washington D. C., tesis doctoral dirigida por Luisa Passerini, Instituto
Universitario Europeo, San Domenico di Fiesole. En este trabajo Engelhardt
introduce una diferencia interesante: los memoriales no son memoria colectiva
(collective) sino colectada (collected); E. Traverso (2001), op. cit.; A. Huyssen
(1997), Monument and memory in a Postmodern age, en J. A. Young, ed., The art
of Memory: holocaust memorials in History, Prestel-Verlag, Munich-Nueva York; C.
Koonz (1994) Between memory and oblivion: concentration camps in German
memory, en J. R. Gillis, ed., Commemorations. The politics of national identity,
Princeton University Press, Nueva Jersey, pp. 258-280; D. LaCapra (1998), op. cit.;
L. Passerini, ed. (1992), Memory and Totalitarianism, Oxford University Press. <<

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[38] A. Blanco (1997), Los afluentes del recuerdo: la memoria colectiva, en J. M.

Ruiz-Vargas, comp., op. cit., pp. 83-105, cf. p. 95. <<

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[39] En este aspecto, vase el estimulante trabajo de A. Forty y S. Kchler, eds.

(1999), The Art of forgetting, Berg, Oxford-Nueva York. <<

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[40] A. Reig Tapia (2003), El recuerdo y el olvido. Los lugares de la memoria del

franquismo, en A. Bedmar, coord., Memoria y olvido sobre la guerra civil y la


represin franquista, Ayto. de Lucena, p. 73. <<

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[41]

E. Romero (2001), Itinerarios de la guerra civil. Gua del viajero curioso,


Alertes, Barcelona. Para compararlo con los memoriales del Holocausto, J. E. Young
(1993), The texture of memory. Holocaust memorials and meaning, Yale University
Press, New Haven y Londres, en particular pp. 2-15; G. H. Hartman, ed. (1994),
Holocaust remembrance: the shapes of memory, Oxford University Press o, para el
caso americano, A. Mintz (2001), Popular culture and the shaping of Holocaust
memory in America, University of Washington Press, Seattle y Londres. <<

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[42] La ms completa relacin de obras ejecutadas por mano de obra penada, en G.

Acosta, J. L. Gutirrez, L. Martnez y . del Ro (2004), op. cit., pp. 102-103. <<

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[43] Segn los han llamado Claude Lanzmann (non-lieux de mmoire) o Dominick

LaCapra (trauma sites). <<

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[*] Con mi agradecimiento a Enzo Traverso y a Jos Luis Ledesma, por la lectura y

crticas al captulo de mi tesis doctoral origen de esta, ahora, introduccin. <<

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[*] Para la realizacin de este captulo, donde tantas horas de entrevistas adquieren

forma y sentido, he contado con la ayuda inestimable de Pilar de Miguel en las


transcripciones. Un trabajo siempre duro y mal pagado que merece, como mnimo, mi
ms profundo agradecimiento. <<

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[*]

Abastec.: Abastecimiento. Ce.: Carreteras. Jef.: Jefatura. Lev.: Levante. M.:


Minero. S.: Servicio. <<

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