Conquista Del Desierto.
Conquista Del Desierto.
Conquista Del Desierto.
En la historia construida por los “héroes” la conquista del desierto puso fin a los malones de
los indios bárbaros, los cuales robaban ganado, mujeres y niños, y asesinaban a los varones.
Aquellos aseguraban que las campañas militares de 1878-1885 habían sido necesarias para no
perder la Patagonia a manos de los chilenos. Ese era el relato legado por la generación de
1880.
Con el paso del tiempo tomo forma un profundo cambio historiográfico sobre estas
cuestiones, influido tanto por una renovación del pensamiento internacional acerca de las
relaciones entre las potencias colonizadoras y los pueblos nativos como por un mayor
reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas por parte de las Naciones Unidas y
de la Organización Internacional del Trabajo.
Se empezaron entonces a cuestionar los relatos que, aun con matices y leves renovaciones,
habían permanecido inalterados por un siglo y dado lugar a políticas estatales de
sometimiento de los pueblos indígenas basadas en dos conceptos: la guerra y la asimilación.
El discurso de la guerra ganada aparecía ya en los partes militares del general Julio A Roca.
El sometimiento indigena se consideraba en aquellos tiempos un capítulo más del avance de
la civilización sobre la barbarie. Se presentaban las campañas militares en la Pampa y el
norte de la Patagonia de 1878-1885 como continuación de la tarea inconclusa de la conquista
española.
El discurso del ministerio de Guerra y Marina fue reforzado por figuras de gravitación
política e intelectual, como Estanislao Zeballos (1854-1923) quien acusaba al cacique
Calfucurá de extranjero invasor que había sometido a los indígenas de la pampa.
En el ámbito parlamentario y en la prensa, sin embargo, se oyeron críticas a la campaña de
Roca en el mismo momento en el que esta tenía lugar.
A la vez que el roquismo y el Partido Autonomista Nacional se consolidaban como fuerza
nacional dominante, también comenzó a imponerse la idea de que la ‘conquista del desierto’
debía recordarse por siempre como una epopeya de la civilización argentina.
La otra justificación del proceso de sometimiento, la retórica de la asimilación, se
presentaba ya en la década de 1870 como una conversión de los pueblos originarios a la
civilización y como la eliminación de su condición indígena. Está visión apuntaba a la
eliminación del orden social y cultural de los pueblos indígenas.
Entre las formas de promover la asimilación estaba el empleo de los indígenas como mano de
obra, la distribución de menores y jóvenes entre familias criollas y la evangelización. La
eliminación del mundo indígena fue entendida como parte de una historia evolutiva.
Se observa a lo largo de un siglo, una doble interpretación del sometimiento indígena que
aseguraba la inminente extinción de sus sociedades: la guerra para mantener la integridad
del territorial nacional y la asimilación civilizadora como proceso evolutivo y natural y
como misión protagonizada por el Estado con la asistencia de iglesias, sociedades de
beneficencia y otras instituciones ocupadas de tutelar la inclusión de los indígenas en la
sociedad nacional.
Esta manera de concebir la cuestión indígena tuvo un efecto negativo sobre los reclamos
políticos y jurídicos de comunidades, organizaciones, familias y personas, ya que les impidió
invocar sus derechos y tradiciones como pueblos precolombinos. Si bien existieron voces
críticas que denunciaban la violencia del sometimiento y la incorporación indígena, estas no
cuestionaron los argumentos de fondo que hablaban de la conquista como un episodio
deseable e inevitable.
Frente a autoridades estatales e instituciones de la sociedad que entendían que las culturas y
organizaciones originarias deberían tarde o temprano desaparecer, las comunidades indígenas
tuvieron todo tipo de dificultades para preservar sus formas de vida.
El retorno al gobierno constitucional en 1983, que permitió el cuestionamiento legal de los
crímenes cometidos por la dictadura militar, condujo a que se creara una nueva conciencia de
los derechos civiles. En este nuevo marco, los pueblos indígenas, por la acción de sus
organizaciones, lograron incorporar por primera vez sus derechos en una agenda más amplia,
enmarcada en la categoría de derechos humanos. El contexto internacional también se volvió
favorable a este reclamo, a partir de similares tomas de conciencia del sometimiento de la
población indígena de muchos lugares del mundo y de la violencia ejercida contra ella.
La conmemoración de los 500 años del viaje de Colón de 1992 fue una instancia clave para
que estas denuncias llegaran a los medios y al gran público de toda América, y se
popularizaran los conceptos de genocidio y etnocidio.
Genocidio: Exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza,
etnia, religión, política o nacionalidad.
Etnocidio: El etnocidio significa que a un grupo étnico, colectiva o individualmente, se le
niega su derecho de disfrutar, desarrollar y transmitir su propia cultura y su propia lengua.
Epistemicidio: Destrucción sistemática del sistema de saberes y conocimientos de una etnia
o pueblo originario, especialmente para asimilar estas a una cosmovisión ajena.
El año 1983 marcó el inicio de cambios en la forma de analizar el sometimiento indígena en
el medio académico argentino y, más importante, en la construcción del conocimiento de la
cultura, la historia y el presente de esos pueblos.
Los enfoques arqueológicos y la etnohistoria también ayudaron a desentrañar el complejo
panorama de relaciones sociales, económicas y políticas de los diversos grupos indígenas
asentados en el extenso espacio entre el Pacífico y el Atlántico, en el que también habitaban
hispanocriollos. Se puso así de manifiesto que las fronteras entre las sociedades de estos y de
aquellos eran porosas y cambiantes, y que la cordillera de los Andes había sido atravesada de
modo continuo en una y otra dirección a lo largo de los siglos, mucho antes de la formación
de los Estados chileno y argentino.
Una importante novedad metodológica de las últimas décadas fue el uso de la memoria oral
como fuente histórica. Los relatos transmitidos de generación en generación permitieron
complementar los conocimientos obtenidos de la documentación de archivos históricos y
comprender mejor el funcionamiento de las redes sociales y los patrones de movilidad
espacial. Ello también abrió la posibilidad de conocer la perspectiva indígena sobre estas
cuestiones.
De lo anterior resultaron nuevas preguntas con las que volver a los repositorios documentales.
Hoy advertimos dos tendencias contrapuestas en los enfoques de las investigaciones sobre la
‘conquista del desierto’. Por un lado, algunos identifican más elementos de continuidad que
de cambio, conciben los sucesos de 1878-1885 como un capítulo de una guerra más larga. La
participación de indígenas en las filas de las fuerzas armadas nacionales sería una prueba de
esa continuidad.
Por otro lado, están quienes enfatizan que la conquista significó un cambio drástico de las
relaciones entre fuerzas estatales e indígenas, y enfatizan la política de exclusión y el
propósito de eliminar los pueblos a los que estos pertenecían. En otras palabras, para los
segundos las campañas de esos años no son vistas sólo como parte de conflicto armado sino
también como un genocidio.
Quienes adoptan la visión de la guerra argumentan que hablar de genocidio supone victimizar
a los indígenas e impide advertir que ellos resistieron y, en ocasiones, optaron por unirse a los
vencedores. Quienes defienden la interpretación del genocidio sostienen que el enfoque del
conflicto armado desconoce la importancia de la expropiación, deportación, división de
familias, ocultamiento de la identidad de menores y negación de las formas de organización
política, social y económica de los pueblos indígenas, lo cual configuró una política de
Estado destinada a eliminar la misma existencia de esos pueblos. Hablar de genocidio no
supone ignorar la resistencia de las personas y los grupos que fueron objeto de violencia, pero
la coloca en el marco de sus reales condiciones y posibilidades.
Existe consenso en la necesidad de superar el estereotipo del indígena como un
salvaje dedicado a robar ganado, mujeres y otros bienes para llevarlos a Chile, de donde
supuestamente provenían. No obstante, el estereotipo aún perdura con fuerza en la sociedad
argentina: no es raro que los medios de comunicación todavía se refieran a los mapuches
como chilenos que exterminaron a los tehuelches argentinos.
La vigencia de estos prejuicios indica la fuerza que todavía posee el discurso dominante
desde fines del siglo XIX, y el hondo arraigo en la sociedad de ciertas creencias.
Introducción.
Se proponen en este texto indagar en la (re)producción y circulación del relato hegemónico
de la Conquista del desierto.
Relato que logró naturalizar sus marcos conceptuales y contenidos a tal punto que su
narrativa se instaló como inevitable y capaz de borrar –o silenciar– toda huella de resistencia,
antagonismo o disputa.
Es necesario y urgente indagar en las narrativas constituyentes para entender por qué la
sociedad argentina se moviliza frente a recuperaciones territoriales mapuches.
La construcción de relatos nacionales o fundacionales busca construir sentidos de apego y de
solidaridad que produzcan una comunidad basada en la definición de un nosotros que siempre
se plantea desde la inclusión/exclusión de otros.
La Conquista del desierto fue para la historia argentina el evento que medió en la
incorporación de la Patagonia y el sometimiento de las “tribus” indígenas del sur. La
Conquista se convirtió en un evento central de construcción y legitimación de la matriz
estado-nación-territorio en Argentina y su relato histórico se consolidó por más de un siglo
como relato único y hegemónico que entendía el proceso como una guerra ganada
a la barbarie.
¿Cómo se incorpora una estructura afectiva encarnada en las prácticas materiales y las
experiencias vividas?
El estado marca sus fronteras, constituye lo que queda dentro –el pueblo nación–
homogeneizando el antes y después de su contenido en estos límites. A través de los
discursos épicos, la nación se centraliza y particulariza, se imagina como eterna y primordial
y ese amor se sacraliza. Paralelamente, este proceso conlleva exclusiones de otras historias
que son privatizadas y relegadas a los márgenes de lo nacional. Los efectos particularizadores
(las construcciones de etnicidad, género, clase y edad) producen diferenciaciones
jerarquizadas de la población, no solamente en el aspecto discursivo sino también material.
La autora destaca tres operaciones que se producen sobre la marcación diferenciada de las
naciones impuestas sobre territorios indígenas.
1. La fijación espacio temporal (dónde y cuándo vivieron los indígenas).
2. La cristalización de la identidad (determinación de rasgos discretamente definidos,
incapaces de cambio).
3. La acción discursiva de arrojarlos al pasado con relación a la marcación estatal. En
este proceso, la construcción de los “indios” en tanto otros internos garantiza la
identidad nacional –que permanece desmarcada e invisible– y se inscribe como norma
del deber ser nacional. La identidad étnica del grupo dominante es el núcleo de la
comunidad imaginada.
La historia que se escribió sobre la Conquista fue exitosa en construir un relato efectivo e
inevitable del devenir de la Patagonia. Así, perduró más de un siglo prácticamente sin
cambios y permitió naturalizar y volver auto-evidente las afirmaciones, los supuestos y
omisiones que el relato de la Conquista priorizó. El silencio más evidente de este relato es la
pregunta en torno a los indígenas, respecto a su extinción. La pregunta en torno a su
supervivencia vuelve evidente el silencio que el relato de la guerra selló.
La historia no es solamente la identificación del pasado en estructuras rastreables o en la
acumulación de experiencias que llegan al presente, sino que se mantiene un permanente
juego de poder en la relación pasado y presente en donde las proyecciones y visualizaciones
del futuro tienen un rol muchas veces implícito pero constante. Sin embargo, destaca la
autora, no todos los grupos tienen el mismo poder de instalar estos relatos o de disputar sus
sentidos.
La conquista del desierto: el relato hegemónico y sus alcances.
Los “indios chilenos” eran la principal amenaza sobre el territorio/ desierto, pretendidamente
en disputa. Se plantea la importancia de la “guerra contra el salvaje”, aunque como explica,
no para terminar con los indígenas -cuestión inevitable y ya concluida-, sino para construir
una nueva sociedad. Es este último el verdadero desafío, según Zeballos, para dominar social,
ideológica, económica y políticamente aquello que se funde en la imagen del desierto.