El Nino de La Confiteria - Erle Stanley Gardner
El Nino de La Confiteria - Erle Stanley Gardner
El Nino de La Confiteria - Erle Stanley Gardner
EL NIO DE LA CONFITERIA
Lester Leith, esbelto y de buen humor, se envolvi en su batn y se arrellan cmodamente.
Scuttle, los cigarrillos.
Su criado le alarg la caja de cigarrillos provistos de monogramas con un sinttico servilismo
que cuadraba muy mal con la maciza mole del hombre.
S, seor-dijo.
Y la crnica de sucesos, quiero leer algo sobre los delitos que se han cometido.
El criado, que en realidad no era tal criado, sino un agente de la polica infiltrado para vigilar a
Leith e informar sobre cada uno de sus movimientos, dej que sus gruesos labios se torcieran en una
sonrisa.
S, seor. Iba a hablarle a usted de eso. Su prediccin se ha cumplido.
Mi prediccin, Scuttle?
S, seor. Se acuerda usted de Carter Mills, el joyero?
Lester Leith frunci la frente.
Mills... el nombre me parece conocido, Scuttle... Ah, s, el que est trabajando en el collar
de rubes para no s qu raj! Insista en conseguir toda la publicidad periodstica posible. Recuerdo
los titulares: Lleva un milln de dlares al trabajo.
El criado asinti.
S, seor. Ese mismo. Recordar usted que se hizo fotografiar con una cartera de cuero en la
mano. El artculo del peridico deca que llevaba una fortuna en piedras preciosas de su tienda a su
casa y viceversa. Estaba haciendo un dibujo para los rubes, flanqueados por brillantes. Iba a ser
algo nico en el arte de piedras preciosas, seor...
S, s, Scuttle. No hay necesidad ninguna de repetirlo, pero usted recordar que dije que
estaba ni ms ni menos que invitando al peligro.
S, seor. Dijo usted que el seor Mills no se daba cuenta de lo mucho que se haba
comercializado el mundo del hampa. Coment usted que sera robado el da menos pensado y que su
cliente comprobara, con gran pesar, que no compensaba tener un diseador de joyas que paseaba
piedras preciosas por un valor de un milln de dlares en una simple cartera.
Leith asinti.
Supongo, Scuttle, que todo esto es meramente un prefacio para decirme que al seor Mills le
han robado, no?
S, seor. Ayer por la maana, seor. Fue al trabajo en un taxi. Llevaba la cartera atiborrada
de piedras preciosas y de bosquejos. Cuando abri la tienda, se encontr con un hombre que estaba
dentro con una pistola. El hombre le orden a Mills que entrase y que cerrase la puerta, y Mills tuvo
que obedecer. El hombre se apoder de la cartera y ech a correr hacia la puerta de atrs.
Pero Mills no haba sido tonto del todo. Haba instalado una alarma contra ladrones justamente
detrs de la puerta, y haba avisado a los ocupantes de los edificios contiguos de lo que significara
el sonido de aquella alarma contra ladrones.
Apret el botn de alarma y luego empu una escopeta que guardaba detrs del mostrador
para un caso as. Dispar, y dispar bajo. Algunos de los perdigones dieron en las piernas del
bandido.
El sonido de los disparos y el estrpito de la alarma contra ladrones causaron una conmocin
terrorfica. Ya ve usted, era por la maana temprano. El seor Mills tiene por costumbre ser el
primero que llega a su tienda todas las maanas. Creo que eran aproximadamente las ocho menos
diez, seor.
Pero haba dependientes en algunos de los establecimientos contiguos y un agente de trfico
que estaba de servicio en la esquina. Como es natural, todos esos hombres entraron en accin.
Cuando el bandido lleg a la calzada, haba dos dependientes aguardndolo. Corri hacia un
coche que estaba aparcado y lo puso en marcha. Pero los dependientes le gritaron al polica de
trfico y ste salt hacia la desembocadura de la calle.
El bandido lo vio acercarse, salt fuera del coche, todava llevando la cartera, y se precipit
por la puerta trasera de una confitera.
Lester Leith alz una mano.
Un momento, Scuttle. Dice usted que estaba herido ese bandido?
S, seor.
Sangrando, Scuttle?
S, seor.
Y dependientes detrs de l dando la alarma?
S, seor, y el seor Mills blandiendo tras l una escopeta de las de matar pjaros.
Una escopeta para pjaros, Scuttle?
S, seor, un tamao que llaman nmero ocho.
Lester Leith sopl un meditativo anillo de humo hacia el techo de vigas.
Ms bien un tamao inslito de escopeta para usarla un hombre que quiera repeler a un
bandido, Scuttle.
S, seor, as es. Pero, como el seor Mills explic a la polica, es ms difcil errar el tiro
con una escopeta de perdigones. Y l tena grandes deseos, como manifest, de dejar sus marcas en
el bandido.
Lester Leith onde una mano con descuidado ademn.
Perfectamente, Scuttle. El nmero ocho es una escopeta capaz de hacer un dibujo muy
uniforme, y es mortal si se dispara a corta distancia. Qu ocurri despus?
Pues, mire, seor, la puerta trasera de la confitera estaba abierta porque el propietario se
encontraba sacando algunas cajas y desperdicios. Pero la tienda an no se haba abierto para el
despacho, por lo cual la puerta delantera estaba cerrada con llave.
El propietario de la confitera escap fuera y cerr con llave la puerta de atrs. El bandido
qued atrapado. Haba una llave para abrir la puerta, pero el propietario se haba llevado aquella
llave consigo cuando escap por la puerta trasera.
La polica siti el lugar con gas lacrimgeno y ametralladoras. Mataron al bandido,
acribillndolo a balazos, seor.
Lester Leith asinti.
Recuperaron las piedras y qued concluso el caso, no es as, Scuttle?
No, seor. sa es la parte curiosa del asunto. El bandido estuvo de quince a veinte minutos en
la pastelera, y escondi las piedras tan astutamente, que la polica no ha podido encontrarlas.
Recuperaron la cartera, por supuesto, y los bosquejos a lpiz, y quiz hasta media docena de piedras
sueltas. Pero haba literalmente docenas y docenas de piedras tan astutamente escondidas, que la
polica ha quedado totalmente burlada.
Identificaron al bandido. Era un hombre llamado Griggy, conocido en el mundo del hampa con
el sobrenombre de Griggy Revlver, y tena una larga lista de antecedentes criminales.
Lester Leith sopl otro anillo de humo, extendi el pulgar de la mano derecha y molde el
permetro del giratorio humo.
Ya comprendo, Scuttle. Entonces Griggy Revlver debi de esconder las piedras en algn
sitio entre la tienda de Mills y la pastelera, o en algn lugar de la pastelera, cuando comprendi que
la captura era inevitable, no es as?
As es, seor.
Y dice usted que la polica no puede encontrarlas, Scuttle?
No, seor, no las encuentran. Han mirado en todas partes. Han registrado toda la pastelera,
centmetro a centmetro. Incluso han buscado en el coche donde Griggy Revlver intent escapar
de la tienda de Mills. Pura y simplemente, no pueden encontrar el menor rastro de las piedras.
Los ojos de Lester Leith se pusieron ahora brillantes, y el criado lo vigilaba como un gato vigila
el agujero de una guarida de ratones.
Scuttle, me est usted despertando el inters.
S, seor.
La pastelera era al por mayor o al por menor?
Ambas cosas. Tambin hay una pequea fbrica en la parte de atrs.
Y los rubes valan muchsimo dinero, Scuttle?
S, seor. Desde luego, el relato de los peridicos, valorndolos en un milln de dlares, era
exagerado. Pero el raj ha ofrecido una recompensa de veinte mil dlares por su recuperacin.
Leith se ensimism en pensamientos una vez ms. Finalmente, tir el cigarrillo a la chimenea de
un papirotazo y solt una risita.
Ha pensado usted algo, seor?
Lester Leith mir al criado framente.
Uno siempre est pensando algo, Scuttle.
La cara del criado se puso roja como un ladrillo.
S, seor. Haba pensado que quiz se le haba ocurrido a usted una solucin, seor.
Scuttle, est usted loco? Cmo se me va a ocurrir una solucin de dnde estn las piedras?
El criado se encogi de hombros.
Otras veces lo ha hecho usted, seor.
Hecho qu, Scuttle?
Ha resuelto intrincados problemas criminales con slo leer lo que los peridicos decan
sobre ellos.
Lester Leith se ech a rer.
Vamos, vamos, Scuttle, se est usted volviendo tan malo como el sargento Ackley! Muchas
veces se me han ocurrido posibles soluciones, pero no ms. Cierto que el sargento Ackley tiene la
teora de que debo ser culpable de algo simplemente porque me tomo un inters por los delitos que
ocurren. Me persigue con sus infernales actividades, sospechando de m ahora esto, ahora lo otro. Y
desfigura los hechos para acomodarlos a sus teoras. Sabe usted, Scuttle, que un observador
imparcial que oyera las teoras de Ackley podra llegar a la conclusin de que soy culpable de tal o
cual crimen?
Lester Leith, entornando los ojos, escrutaba a su criado. El criado, consciente de sus deberes
como tal criado, pero recordando al mismo tiempo que era un sabueso de la polica, y ansioso de
atrapar a Lester Leith en alguna confesin funesta, asinti prudentemente.
S, seor. Yo mismo lo he pensado a veces.
Pensado qu?
En lo convincentes que son las teoras del sargento, seor. Tiene usted que reconocer que hay
alguna mente magistral que da con la solucin de crmenes desconcertantes, adelantndose a la
polica. En el momento en que la polica resuelve el crimen, esa mente magistral se ha alzado con el
botn y ha desaparecido. A la polica slo le queda la vaca satisfaccin de aclarar el crimen. Nunca
recobra el botn.
Lester Leith bostez prodigiosamente.
Y por eso el sargento Ackley lo ha convencido a usted de que yo soy esa mente maestra, no?
El criado habl cautelosamente, comprendiendo que pisaba un terreno peligroso:
No dije eso, seor. Solamente mencion que a veces las teoras del sargento Ackley parecen
convincentes.
Lester Leith encendi otro cigarrillo.
Vamos, vamos, Scuttle. Debera usted estar mejor enterado. Si yo fuese ese misterioso
criminal del que el sargento tanto habla, lo razonable sera que me hubiesen atrapado hace ya mucho
tiempo. Debe usted recordar que el sargento ha tenido espas que me han seguido a donde quiera que
me diriga. Continuamente ha entrado en este apartamento con sus absurdas acusaciones y me ha
sometido a registro. Pero nunca ha descubierto ni la menor brizna de prueba. Seguramente a esta hora
ya tendra alguna prueba, si estuviera en lo cierto.
El criado volvi a encogerse de hombros.
Quiz, seor...
Quiz, Scuttle? No parece usted muy convencido por mi buen razonamiento.
Bueno, seor, debe usted recordar que es el tipo de delito ms difcil de probar: el robo a
ladrones. Naturalmente, el que es robado no se atreve a denunciarlo, ya que eso lo descubrira.
Tonteras, Scuttle. Est usted empezando a razonar como la polica. Adems, creo que el
sargento est cometiendo un error.
Cmo es eso, seor?
Se concentra tanto sobre el supuesto atracador de ladrones, que deja que los verdaderos
criminales escapen. Despus de todo, esa misteriosa mente magistral de la que habla el sargento, no
importa quin pueda ser, es un bienhechor pblico.
Un bienhechor, seor?
Indudablemente, Scuttle. Si admitimos que ese hombre existe fuera de la imaginacin del
sargento Ackley, debemos admitir que realiza su tarea de descubrir robos con tiempo suficiente para
despojar al criminal de sus mal adquiridas ganancias. Eso es todo lo que la sociedad hara con el
ladrn si el sargento Ackley lo detuviera. El tribunal le confiscara su botn, quiz lo encarcelara,
pero con demasiada frecuencia algn abogado listo conseguira ponerlo en libertad.
Tal vez, seor.
No lo dude, Scuttle.
No, seor, tal vez no. Pero debe reconocer que usted dispone de un misterioso fondo de
fideicomiso que va creciendo incesantemente, seor. Cierto que esa fundacin de usted se administra
para viudas y hurfanos necesitados, pero tengo entendido que el capital se ha ido haciendo tan
grande, que tiene usted que emplear toda una plantilla de escribientes y contables para ordenar los
desembolsos.
Oh, no hay mucha prisa, Scuttle! Incluso puede usted dejarse caer por all y preguntarle al
sargento su opinin. Vea si consigue que le escriba una nota en la cual se declare que no hay objecin
por parte de la polica respecto a mi compra de chocolatinas.
Despus va usted y me compra las chocolatinas, Scuttle, y tambin un soplete elctrico. Ah, s,
Scuttle, y ser mejor que adquiera tambin unas cuantas gotas de esa canela dura y roja!
El criado sac su enorme corpachn de la estancia, se encasquet un sombrero en la cabeza y
abri la puerta de la calle.
Muy bien, seor. Ejecutar sus rdenes al pie de la letra, seor.
El sargento Arthur Ackley pas, como si fuera una azada, la ua de su pulgar sobre el spero
brote de barba a lo largo del ngulo de su mandbula.
Al otro lado de la mesa estaba sentado Edward H. Beaver, agente especial asignado a investigar
a Lester Leith. El agente acababa de entregar su informe, y el sargento Ackley estaba reflexionando,
sus hbiles ojos empaados por la meditacin.
Beaver dijo por fin, voy a confiarle a usted algo. Hemos recobrado cuatro de los rubes.
Los han encontrado? pregunt el agente.
El sargento Ackley sacudi la cabeza. Sac una caja de cigarros habanos del cajn de su mesa y
eligi uno, sin ofrecer la caja al hombre que tena enfrente.
No, no los encontramos. Los recuperamos. Dos se los dieron a una muchacha, y los empe.
Uno le fue entregado a un hombre que estaba mendigando, y otro fue dejado caer en la escudilla de un
mendigo ciego.
Los labios de Beaver se abrieron en seal de asombro. El sargento continu:
Es un hecho. La muchacha, llamada Molly Manser, estaba mirando un escaparate. Dice que un
hombre fornido con un sombrero bajado sobre la frente y un parche sobre el ojo izquierdo la abord
y le pregunt si le gustara alguno de los vestidos del escaparate.
Ella dice que trat de alejarse, pero que l la agarr por el brazo y le puso un par de rubes en
la mano. Ella afirma que, asustada, ech a correr, pero el hombre no trat de seguirla.
Caramba! dijo. Qu hizo la muchacha con ellos?
Los llev a empear a casa de Gildersmith.
Sospech l la procedencia?
Claro. Los examin y retuvo a la muchacha hasta que uno de nuestros hombres fue all. Mills
los identific inmediatamente; dice que es imposible equivocarse.
Beaver suspir.
Entonces, ella era una de la banda y sus componentes han logrado descubrir dnde estn las
piedras y las han recogido.
Espere un momento dijo el sargento Ackley. Se apresura usted. Nos figuramos eso,
naturalmente, y pusimos a la muchacha en arresto preventivo. Media hora ms tarde telefoneaba el
encargado de otra casa de empeo diciendo que tena un rub que quera que mirsemos. Fuimos all
a toda prisa. Era del mismo tamao, del mismo color y de la misma talla.
Esta vez, quien lo haba entregado era una especie de vagabundo. Un buhonero que quera
sacarse una copa de balde. Abord a un tipo fornido de sombrero bien encasquetado y con un parche
en el ojo derecho. El individuo le dijo que tomase la piedra, que la empease y que se quedara con
lo que le diesen.
Luego mientras estbamos interrogando a ese vagabundo, el telfono nos dio otra pista: un
mendigo ciego en cuya escudilla dejaron caer otra piedra. Naturalmente, no pudo ver quin haca eso,
pero oy el sonido de los pasos del hombre en la acera. Dijo que era un hombre corpulento.
Eso hace desechar la idea de las chocolatinas, no le parece?
El agente asinti con lentitud.
Tal vez ser mejor que lo induzca a ocuparse de otro robo cualquiera.
El sargento Ackley sacudi la cabeza enfticamente al mirar al agente:
De un modo u otro, esos cuatro rubes se han filtrado. Hemos de descubrir cmo y cundo.
Ese tipo, Leith, hasta ahora no ha tenido ningn fracaso. Si pudiramos utilizarlo como sabueso para
olfatear el rastro, podramos matar dos pjaros de un tiro.
Adems, Mills est formando un verdadero jaleo. Es pariente de un poltico de altura y nos
est poniendo como trapos. Es su manera de ser. No se harta de hacerse publicidad en todos los
peridicos diciendo que lleva consigo un milln de dlares y luego pone el grito en el cielo cuando
le roban.
Beaver se balance en la butaca basculante. Tena la frente arrugada por el esfuerzo mental.
Sargento susurr de pronto.
El sargento Ackley le lanz una mirada furibunda.
Qu pasa?
Sargento repiti Beaver, lo tengo. Le digo a usted que lo tengo: Un plan para atrapar a
Lester Leith! Le llevaremos las chocolatinas, como l ha dicho. Usted tiene cuatro de los rubes que
fueron robados. Esos rubes no pueden distinguirse de los dems rubes robados. Los metemos en las
chocolatinas y se las damos a Leith. Al cabo de cierto tiempo, Leith encontrar esos rubes. Se
apoderar de ellos. Estaremos vigilndolo todo el rato y lo detendremos por posesin de bienes
robados, por ser encubridor y Beaver cerr y abri el puo de su mano derecha, que era como un
martillo-por resistirse a un agente de la autoridad.
El sargento Ackley tuvo una sonrisa burlona.
Diga que por resistirse a dos agentes, Beaver y abri y cerr su propio puo derecho.
Ser facilsimo dijo Beaver. Se ha equivocado en este caso y cree que los rubes estn
en las chocolatinas. Pero no nos importa que est equivocado o no; lo importante es que lo
atraparemos con bienes robados.
El sargento Ackley alarg su mano abierta por encima de la mesa.
Chquela, Beaver! Por Jpiter que me ocupar de que le den a usted un ascenso por esto! Es
una idea que le va a costar cara al seor Lester Leith.
Beaver le estrech la mano.
Claro que sera un delito provocado dijo.
El sargento Ackley resopl.
Qu importa, con tal de que lo atrapemos?
Beaver asinti solemnemente.
Muy bien. Comprar las chocolatinas y volver aqu. Meteremos los rubes. Ser mejor que
me escriba usted una nota que pueda llevarle para que crea que he conseguido resultados. Diga en la
nota que, por lo que a la polica se refiere, puede comprar todas las chocolatinas que quiera.
El sargento Ackley gui un ojo.
Ser una carta bastante estpida.
Lo s, pero as pensar que estoy a su altura. Ackley asinti.
Vaya y compre las chocolatinas. Trigalas aqu y meteremos los rubes.
Beaver tard una hora en comprar las chocolatinas y el soplete y volver al cuartel general. El
sargento Ackley estaba andando por el despacho como un len enjaulado.
chocolatinas se derritieran. Ahora Lester Leith est sentado all arriba con la calefaccin apagada y
las ventanas abiertas. La habitacin es un tmpano. Pero mire el efecto que eso causa en las
chocolatinas. Puede tener una entre los dedos minutos enteros y ni siquiera se pone pegajosa. Puede
meter una piedra caliente en esas chocolatinas y tapar el agujero acercando un soplete al chocolate, y
la obra queda perfecta. Y eso se puede hacer rpidamente!
La mandbula del agente se descolg.
Es verdad! Y todas las existencias de chocolatinas estaban fras cuando Griggy Revlver
estuvo all!
El sargento Ackley asinti.
Me alegra ver que no est usted completamente idiotizado, Beaver.
Ahora suba a ese apartamento y sgale la corriente a Lester Leith en esa idea suya de ganancia
de calor. Dle todo el carrete que quiera. Pngase un abrigo y deje que la habitacin est tan fra
como se le antoje. Y tenga buen cuidado de no perder de vista esas chocolatinas.
Qu hay de las chocolatinas que quedan todava en la pastelera? El sargento Ackley solt
una risita.
All es a donde voy ahora mismo. Har que la polica compre hasta la ltima onza de
bombones, todas las chocolatinas y toda la crema de relleno. Meter todo en una gran perola y lo
fundir. Luego filtrar el lquido y ver qu queda. No s por qu, me parece que encontraremos el
resto de las piedras.
Se refiere usted pregunt Beaver a las piedras que estn en las chocolatinas de all
arriba?
El sargento Ackley asinti. El agente tuvo una exclamacin:
Y pensar que hemos pasado toda la tarde metiendo piedras preciosas en esas cajas!
Eso dispar el sargento Ackley fue idea de usted, Beaver. Ahora suba y viglelo como un
halcn. Cuando llegue el momento de hacer funcionar la trampa, la haremos funcionar.
Cuando Beaver entr en el apartamento, Lester Leith estaba envuelto en un abrigo de pieles,
tapados sus tobillos con una manta de lana.
Ah, buenas tardes, Scuttle! Ya de vuelta. Mire usted, Scuttle, no puedo recordar haber visto
nunca un verano tan fro.
El criado mir el almanaque.
Es verdad; estamos ya en julio y hace fro. A veces junio es bastante fresco, pero en julio este
tiempo es inslito, seor.
Lester Leith sonri y asinti:
Muy bien hablado. Me ha trado todas las cosas?
El criado dijo que s con la cabeza. Lester Leith alarg lnguidamente una mano hacia una
chocolatina rellena. El criado lo vigilaba intensamente. La mano de Lester Leith se dirigi a la boca.
Se sac con la lengua un objeto rojo que puso en la palma de la mano, y su rostro brill con una
sonrisa de satisfaccin. El criado saba que no era ninguna de las piezas que l y el sargento Ackley
haban cargado con los cuatro rubes, por lo cual se inclin hacia delante ansiosamente.
Ha encontrado algo, seor? pregunt con voz temblorosa.
Lester Leith se guard el objeto rojo en el bolsillo.
S, Scuttle, una de las gotas de canela roja. Se me olvid que las haba puesto en la
chocolatina, y las gotas de canela no se mezclan muy bien con la crema.
Hubo una llamada a la puerta. El criado dirigi su corpachn hacia la puerta y la abri. Una
joven de cabello oscuro y boca muy roja estaba en el umbral. Sus ojos chispeaban por el aire
Maldita esa idea loca suya, Beaver! Baje corriendo y dgale a los agentes que se olviden de
Leith y que sigan las chocolatinas. Pronto, que no pierdan el rastro de esas chocolatinas.
Pero cuando Beaver lleg a la acera, no haba rastro de Leith ni de la muchacha ni de las
chocolatinas. Ni, por supuesto, de los sabuesos. De acuerdo con las instrucciones, se haban puesto
en seguimiento de Lester Leith.
Era ms de medianoche cuando Lester Leith regres. Reprendi a su criado.
Vaya, vaya, Scuttle, ha encendido usted la calefaccin! He aqu que hago un nuevo ajuste de
calendario que va a ser una bendicin para la humanidad y usted lo estropea todo. Estamos en julio,
Scuttle! Nadie tiene la calefaccin encendida en julio!
El criado slo pudo alzar sus cansados ojos. Leith se abland.
Scuttle, tengo varios encargos para usted. Me los har por la maana.
S, seor.
Llame por telfono al sargento Ackley y dgale que tengo una pista valiosa sobre el robo a
Mills. Luego quiero que se acuerde usted de nuestras obligaciones patriticas.
Obligaciones patriticas, seor?
Exactamente, Scuttle. Fjese en la fecha.
Es el dos... no, el tres de noviembre.
No, no, es el tres de julio! Y el cuatro celebramos el aniversario de la independencia de
nuestro pas. Necesitar algunos cohetes y alguna que otra traca. Encontrar usted ambas cosas en
uno de los establecimientos chinos. Disponen de estos artculos no como mercanca de temporada,
sino como producto constante.
Cielos, seor, de verdad va a celebrar usted el cuatro de julio en cuatro de noviembre?
Desde luego, Scuttle. Supongo que no ir usted a criticarme, verdad?
No, seor. Me ocupar de esas cosas por la maana.
Eso est bien, Scuttle, y deseo que me consiga una sirena.
Una qu?
Una de esas sirenas elctricas como las que usan en los coches de la polica, Scuttle.
Pero va contra la ley tener una en su coche.
Simplemente he dicho que necesito una.
El criado asinti, luego se march, su expresin era ms perpleja que nunca.
Durante ms de una hora, Leith permaneci sentado y fumando. De vez en cuando haca
inclinaciones de cabeza como si estuviese comprobando los movimientos en un juego complicado.
Al cabo de una hora solt una risita.
La maana era todava joven cuando Lester Leith fue despertado por su criado.
Lo siento, seor, pero es el sargento Ackley. Recordar que usted me dijo que le comunicase
que tena una pista sobre el robo de Mills. Bueno, seor, el sargento Ackley no ha querido esperar.
Est ya en el apartamento.
Leith se desperez y bostez.
Perfectamente, Scuttle. El sargento no hace ms que cumplir con su deber. Dgale que entre.
Bueno dijo el sargento, qu hay sobre Mills?
Leith se incorpor.
Usted sabe sin duda, sargento, que envi a mi criado a comprar cierta cantidad de
chocolatinas en la misma tienda donde Griggy Revlver result muerto despus del robo. Yo tena la
teora de que el ladrn poda haber metido algunas de las piedras en las chocolatinas y...
El sargento Ackley se frot los cansados ojos, que tenan un ribete rojizo.
Bueno, puede olvidarse de eso! Gracias a esa idea suya he tenido a mis hombres casi toda la
noche derritiendo chocolatinas y bombones en la confitera. Y no hemos encontrado nada,
absolutamente nada!
No? exclam Lester Leith. Eso es raro, porque anoche regal mis chocolatinas a una
seorita muy bella. Cuando me despeda, insisti en que comiese algunas chocolatinas, y encontr
tres sustancias extraas en el relleno.
El cigarro puro del sargento Ackley cay al suelo.
Tres! chill.
S, sargento, tres. Una de ellas era una gota de canela que yo mismo haba puesto por la tarde
cuando estaba haciendo experimentos, y las otras dos eran piedras rojas. Estoy casi seguro de que
son rubes. Y me pregunto, sargento, si quizs forman parte del lote robado.
Lester Leith se llev una mano al bolsillo de su pijama y sac un pauelo. En ese pauelo haba
un nudo que, al ser desatado, dej al descubierto dos grandes rubes, de tan profundo fuego y tan
perfectamente emparejados, que parecan dos gotas de sangre de paloma hechas joyas.
Ambas en la misma chocolatina? pregunt el sargento Ackley.
Ambas en la misma chocolatina, sargento.
El sargento Ackley hizo su siguiente pregunta con una negligencia que era demasiado artificiosa.
No sabe usted dnde est la muchacha? sa a la que regal las chocolatinas?
Lester Leith sacudi la cabeza. El sargento se volvi hacia la puerta.
Va a verla de nuevo?
Lester Leith se encogi de hombros. Luego dijo brillantemente:
Quiere usted ayudarme a celebrar el da cuatro, sargento?
El da cuatro?
De julio, ya sabe usted.
Qu demonios! Estamos en noviembre!
Oh, no, sargento, estamos en julio! Mi nuevo calendario dice...
Al cuerno! estall el sargento y sali dando un portazo.
Una vez en la calle, llam a los sabuesos de la polica y les dio instrucciones.
Seguid a Leith hasta que os lleve a donde estn las chocolatinas o la muchacha que tiene las
chocolatinas. Despus de eso, abandonad a Leith y seguid las chocolatinas. Comprendido?
Necesito esas chocolatinas!
Los sabuesos saludaron y volvieron a sus puestos. Aguardaron ms de una hora antes de que
apareciese Lester Leith.
Tampoco era ningn secreto para Lester Leith que los sabuesos de la polica lo estaban
aguardando. Se dirigi a ellos.
Caballeros, buenos das. No tienen ustedes que tomarse ninguna molestia para seguirme. Voy
a coger un taxi. Ir directamente a la joyera Mills, donde quiero hablar con el seor Mills, el
caballero al que robaron. Si me pierden de vista en algn cruce, pueden ir directamente all.
En la joyera Mills, Lester Leith se troc en puro hombre de negocios.
Seor Mills, qu dira usted de un procedimiento que produjera perlas maravillosas a
pequeo coste? Los mejores expertos juraran que eran legtimas.
El seor Carter Mills era un hombre fornido de avanzada mandbula y ojos astutos.
Tonteras dijo. Usted es otro de esos locos con otro proyecto de perlas sintticas.
Vyase!
Lester Leith sac una perla de un bolsillo y la ech a rodar por encima de la mesa.
Gurdela como recuerdo de mi visita-dijo.
El joyero recogi la perla entre el pulgar y el ndice y estaba a punto de tirarla cuando vio su
liso brillo. Abri un cajn, sac una lupa y la enfoc sobre la perla. Luego apret un botn al lado de
su mesa.
Lester Leith encendi un cigarrillo.
La puerta del despacho privado se abri y entr un hombre.
Markle dispar Mills, eche un vistazo a esto y dgame qu es.
El hombre salud a Lester Leith con una inclinacin de cabeza, se sac una lupa del bolsillo,
acept la perla de manos de Mills y la estudi atentamente. Casi al cabo de un minuto, Markle
pronunci su veredicto.
Es una perla autntica. El lustre es bueno y tiene una forma correcta.
Mills recogi la perla del hueco de la mano del hombre y apunt un pulgar autoritario hacia la
puerta. Markle salud una vez ms con la cabeza a Leith y se fue. Los ojos de Mills se volvieron
hacia Leith.
Si intenta pegrmela, se va a arrepentir.
Lester Leith se sac del bolsillo un pequeo glbulo de sustancia blanca de aspecto mortecino.
Era, en realidad, una combinacin de almidn y alumbre disuelta en cemento rpido y a prueba de
humedad.
Qu es eso? pregunt el joyero.
Otra perla... o lo ser cuando la someta a mi procedimiento especial.
Mills la examin con la lupa.
Hum dijo. No se gana dinero vendiendo perlas sintticas.
Ni yo tampoco tengo dinero para producirlas confes Leith.
El joyero sonri burlonamente.
Muy bien. Vamos a ver.
Usted anunciar dijo Lester Leith que ha encontrado un maravilloso depsito de perlas a
la altura de la costa mexicana. Ese depsito estar all, y los buceadores que usted contrate,
efectivamente sacarn las perlas. Pero primero yo habr colocado esas perlas en el sitio donde los
buceadores las encontrarn. Venderemos las perlas a precios ridculamente bajos y luego, en el
momento adecuado, venderemos el yacimiento de perlas.
Mills parpade.
Algo as como poner mineral en una mina para hacer creer que es productiva, no?
Y obtener por eso una ganancia de varios millones.
Mills mir astutamente a Leith.
Es ilegal dijo. Si nos pescan, nos encarcelarn por estafa.
Si nos pescan reconoci Leith.
El joyero se cruz las manos sobre el estmago.
Qu hara usted para que no lo pescaran?
Si yo fuera usted contest Lester Leith, me mantendra completamente en la sombra.
Usted se limitara a darme suficiente dinero para poner perlas en el supuesto yacimiento. Yo pondra
perlas en las ostras. Luego me pondra en comunicacin con usted y usted descubrira el yacimiento.
As no se coga los dedos.
Qu le ha inducido a dirigirse a m?
He ledo en el peridico lo de su prdida de las piedras preciosas del raj. Comprend que la
publicidad le resultar desfavorable y que su negocio legtimo sufrir durante algn tiempo. Se me
ocurri que podra usted estar interesado.
Sin embargo, despus de lo que usted me ha dicho, no puede atreverse a proponer lo mismo
en otra parte.
Por qu no?
S ya demasiado. Podra denunciar el trato.
Lester Leith sonri.
Eso suponiendo que usted rechazara mi propuesta. Supongo que no es tan tonto como para
renunciar a millones de dlares por el solo gusto de impedirme hacer un trato con cualquier otra
persona.
Mills suspir.
Ver el procedimiento y comprobar cmo funciona.
Lester Leith asinti.
Me reunir con usted maana por la maana en el sitio donde quiera y le har una
demostracin completa.
Mills se puso en pie.
Maana a las nueve de la maana en mi casa. No hago negocios importantes aqu. Hay
demasiados ojos y demasiados odos. Mi casa es mi castillo. Aqu est mi direccin.
Lester Leith tom la tarjeta.
Maana a las nueve.
Lester Leith carg su coche con un variado surtido de cosas que parecan no tener relacin
ninguna unas con otras. Haba una maleta que contena un soldador y el crisol. Haba un paquete de
almidn de maz, otro de alumbre en polvo y otro de cemento rpido a prueba de humedad. Otra
maleta contena cohetes y tracas. Haba una sirena, una batera y una conexin elctrica. Haba
alicates y cables. Haba, en resumen, un surtido tan heterogneo como para dar la impresin de que
Lester Leith se haba dedicado al negocio de la chatarra.
Pero la polica estaba enterada de los mtodos inslitos con los que en pasados tiempos Leith
haba conseguido resolver crmenes y acorralar a los criminales, y vigilaban a Leith con ojos
cautelosos.
Y los sabuesos no olvidaban las instrucciones recibidas: donde quiera que Leith se encontrase
con la muchacha, los sabuesos abandonaran a Leith e iran en pos de las chocolatinas.
Si Leith estaba enterado de aquellas instrucciones, no lo manifest lo ms mnimo. Condujo el
coche calle abajo, seguido por el de la polica.
Los sabuesos realizaban bien su tarea. Pero el sedn que se desliz entre ellos y Lester Leith
llevaba ya recorridas varias manzanas antes de que la polica comprendiera que las dos personas que
iban en el sedn tambin seguan a Lester Leith.
La polica se qued atrs.
Los tres coches fueron abrindose camino a travs de las abarrotadas calles y llegaron por fin a
un trozo mucho ms abierto de carretera ya en pleno campo. El coche aument la velocidad. El sedn
se mantuvo muy cerca detrs de l, y la polica se vio obligada a subir la aguja del velocmetro para
no perder de vista a su presa.
Lester Leith afloj la marcha de su coche en un sitio donde haba un pedazo de campo yermo, un
lindero de bosque y un muro de piedra.
El sedn tambin afloj la marcha hasta pararse.
La carretera estaba desierta. Para la polica, haberse detenido en aquel sitio especial habra
significado tener que revelar su identidad, por lo cual pasaron de largo junto a los coches aparcados.
Pero aflojaron su velocidad lo suficiente para poder ver con quin estaba hablando Leith.
Y lo que vieron hizo subir sonrisas a sus rostros. Porque Lester Leith estaba hablando con la
joven que haba ido a visitarlo a su apartamento, y el hombre que estaba con ella era indudablemente
el amiguito de la muchacha. Pero lo ms interesante fue que los dos hombres del coche de la polica
vislumbraron cajas de chocolatinas en la parte trasera del sedn.
Los detectives maniobraron su coche en una curva de la carretera, luego lo pusieron al abrigo de
un muro de piedra. Un par de poderosos prismticos les proporcionaron una buena visin de lo que
estaba ocurriendo.
Lester Leith pareca estar muy bien relacionado. El muchacho no se mostraba tan risueo como
la muchacha ni muchsimo menos, pero sta se comportaba de un modo efusivamente cordial.
Despus de un intervalo de conversacin, sali a relucir una botella; por tanto, un almuerzo
campestre. El tro tom el almuerzo mientras los detectives iban anotando exactamente lo que estaba
ocurriendo. Terminado el almuerzo, los detectives recibieron una sorpresa. Sus instrucciones haban
sido seguir a Leith hasta las chocolatinas y despus seguir a las chocolatinas hasta que les fuera
posible comunicarse con el sargento Ackley. Pero Ackley les haba advertido que las probabilidades
eran de un milln contra una a favor de que Leith nunca se separara de aquellas chocolatinas.
Sin embargo, Leith se mont en su coche y continu carretera adelante, directamente hacia los
detectives. La muchacha y su compaero entraron en su sedn y regresaron a la ciudad. Conforme a
las instrucciones recibidas, no caba duda de lo que los detectives tenan que hacer. Arrancaron
detrs del sedn.
El sedn entr en la calle a unos quince kilmetros de la ciudad y empez a recorrerla, viajando
a una velocidad bastante alta.
Parece como si fueran a llegar a su destino, Louille dijo el agente que iba al volante.
Ser mejor que te bajes en la esquina. Telefonea al cuartel general, luego para un coche y procura
alcanzarme.
El coche de la polica se detuvo delante de un bar, el sabueso se ape y desapareci.
Notific al sargento Ackley cmo Leith se haba separado de las chocolatinas.
El sargento obtuvo la situacin de los coches y su probable rumbo y orden al sabueso que
volviese junto a su compaero lo ms rpidamente posible.
Al cabo de seis kilmetros, despus de detener a un coche que pasaba, el detective se reuni
con su pareja.
Los coches continuaron su viaje. El primer cruce importante de calles los oblig a parar. Otro
coche de la polica se apart del bordillo y los dos sabuesos sealaron con los brazos el sedn que
iba en cabeza.
Lo que sigui fue corto y rpido. El segundo coche de la polica se adelant y se puso al
costado del sedn. Hubo el sonido de una sirena, el movimiento de brazos uniformados, y el sedn se
peg junto al bordillo. El conductor se ape para estallar en comentarios.
No tengo ms remedio dijo el agente de servicio. Han ido ustedes conduciendo
alocadamente. Tendrn que venir a la comisara y vrselas con el sargento. Bill, pasa t al sedn, y
cudate de que nos sigan.
Uno de los agentes ech a un lado las cajas de chocolatinas y se sent en el asiento trasero.
En el cuartel general, en el despacho del sargento Ackley, el sargento mir astutamente a los
Podemos hacer nuestra fortuna con eso dijo Mills, y volvi a bajar la mirada hacia el
crisol.
Con gran sorpresa por su parte, se encontr mirando la boca del can de una pistola que haba
aparecido en la mano de Leith mientras la atencin de Mills se haba concentrado en las perlas.
Leith sonri.
Tmelo con calma, Mills. Ahora est usted frente a un asunto serio.
Qu quiere decir?
Soy un gngster. Empleo mtodos de gangsters. Tengo una banda que no se para ante nada.
Griggy Revlver era uno de mis hombres.
Gotas de sudor brotaron de la frente del joyero. Mantena sus ojos clavados en la pistola.
Ya ve, usted decidi hace mucho tiempo robarle esas piedras preciosas al raj continu
Lester Leith con voz ominosamente tranquila. As, de modo deliberado, consigui muchsima
publicidad en los peridicos sobre cmo llevaba en su cartera piedras por valor de un milln de
dlares, tanto a su ida a la joyera como a su regreso desde sta a su casa.
Naturalmente, mord el cebo. Le dije a Griggy Revlver que entrase en su tienda, que lo
encaonase cuando usted llegara y que le arrebatase las piedras. Griggy realiz la faena, pero en su
mayor parte tal como usted se lo haba figurado. Usted saba que un ladrn listo probablemente dara
el golpe cuando usted entrase por la maana en la joyera.
Es usted muy astuto, Mills, y por eso llegaba siempre al trabajo unos cuantos minutos antes que
el personal. Usted haba montado aquella ratonera esperando que alguien cayese.
Sucedi lo que usted haba esperado: que el atacante resultara muerto en el tiroteo con la
polica.
A Griggy Revlver le toc las de perder, y usted gan. La polica mir por todas partes y no
pudo encontrar las piedras. Era lo ms lgico, porque nunca haban estado en la cartera.
Despus usted cometi un error. Temi que la polica llegase a la conclusin exacta despus de
buscar en todos los sitios imaginables y no encontrar las piedras. Usted quera convencerlos de que
las piedras haban sido robadas. Por eso empez a poner algunas en circulacin.
Era usted lo bastante listo para saber que la persona corriente nunca recuerda ms que un rasgo
distintivo, o dos como mximo. Se encasquet usted un sombrero hasta los ojos y se puso un parche
en un ojo. Esas dos cosas saltaban a la vista. La gente con que se puso en contacto las vio y no
record nada ms. Pero se equivoc usted al ponerse una vez el parche en el ojo izquierdo y otra vez
en el derecho. Pero consigui burlar a la polica.
Qu quiere usted de mi? pregunt Mills.
Una parte, desde luego.
Mills se humedeci los labios.
No puede usted probar lo ms mnimo. Nadie me va a detener. Lester Leith mir su reloj.
Tal vez le interese a usted saber dijo que la polica ha llegado por fin a la conclusin a
la que deba haber llegado antes. Habiendo decidido que las piedras no fueron escondidas por
Griggy Revlver y habindose convencido de que las piedras no las tena Griggy en el momento de
su muerte, han llegado a la conclusin de que usted lo planific. Por eso tomaron su foto, hicieron
una ampliacin de tamao natural, le pusieron un sombrero y un parche en un ojo, y los testigos han
identificado esa foto como la del hombre que dio tres de los rubes.
Mills trag con dificultad. Lester Leith blandi la pistola.
Despus de todo, no es mi funeral. He decidido que mi banda se lo lleve a usted a pasar unas
pequeas vacaciones. A una seal ma entrarn. Si usted no afloja las piedras, dar un paseto.
Mills se retorci.
Dice usted que la polica...
Leith mir de nuevo su reloj.
Estn en camino. Supongo que tendr que decirles a los muchachos que entren.
Mills hip.
Es la ltima oportunidad sonri Leith.
Mills sacudi la cabeza.
No. Est usted equivocado. No las tengo. Yo...
Se interrumpi. Desde el este sonaba el gemido de una sirena, un gemido que iba creciendo en
volumen.
Slveme, la polica! grit Mills.
Leith lo abofete.
Slvate t, cobarde bandido, slvame a m! Salva a mis muchachos! Estn fuera
cubrindome la retirada. Si la polica se detiene aqu, va a haber una buena matanza.
Mills corri hacia una ventana. El puo de Leith le dio en la mandbula y lo envi rodando por
el suelo.
Maldito idiota! Mantngase apartado de esa ventana. La polica va a caer en una emboscada.
Mis hombres los aniquilarn. Usted sabe lo que eso significa. Cuando se mata a un polica, se paga
siempre con la vida.
La sirena se iba haciendo cada vez ms ruidosa.
Parece que estn ya en mi garaje! grit Mills.
Bang! Bang! Bang! Poppety-pop-pop-pop-bang!
- Un buen tiroteo! exclam Leith.
Por espacio de algunos segundos, las explosiones continuaron y luego se hizo el silencio. Leith
suspir.
Bueno, ya lo ha hecho usted. Mis hombres han liquidado a los agentes, una buena matanza.
Como es natural, la polica le echar la culpa. Eso significa la silla elctrica para usted... a menos...
A menos qu?
A menos que me decida a admitirlo a usted en la banda. Nos puede hacer falta un buen joyero.
Mills se retorci convulsivamente.
No quiero. Me quedar aqu y explicar todo a los agentes.
Leith le lanz una risa ceuda.
Escuche, gordo dijo. Mis hombres acaban de liquidar a una escuadra de la pasma. Cree
que temblar mi mano por un asesinato ms o menos?
Enderez la pistola y apunt. Sus ojos brillaron con la furia que popularmente se supone que
posee un asesino en el momento de matar.
No, no! Le dar todo, espere!
Mills se puso en pie, corri al vestbulo y trajo un grueso bastn del perchero donde haba
estado colgado a la vista de todo el mundo.
Aqu estn dijo, poniendo el bastn en las manos de Leith. Vamos, rpido. Me ir con
ustedes! Lester Leith agit el bastn.
No, no. No basta con agitarlo. Est equilibrado con hojas de plomo, y las piedras embutidas
en algodn. Las podr sacar desatornillando la contera.
Muy bien, Mills dijo Leith. Ser mejor que vaya a su garaje y corte la corriente que
enciende los petardos. Y encontrar una sirena conectada de forma que suena cada vez que se quema
un fusible antes de que las tracas empiecen a petar. Simplemente celebraba el cuatro de julio.
Mills trat de hablar, pero los sonidos que le salieron no eran palabras.
Buenos das dijo Lester Leith.
La... la... polica! tartamude Mills.
Ah, s, la polica! Todava estn tanteando en la oscuridad. Pude resolver el caso porque la
polica confirm mis sospechas por un proceso de eliminacin. Mire, ese exagerado deseo de usted
de publicidad en los peridicos me hizo sospechar algo desde el principio. Luego, cuando la polica
mir en todos los sitios donde Griggy podra haber ocultado las piedras y no hall ni rastro, mis
sospechas se trocaron en certidumbre.
Y Lester Leith sali por la puerta principal con toda la desenvoltura de un hombre que est muy
seguro de s mismo.
El sargento Ackley estaba recorriendo el suelo del apartamento de Leith cuando Lester Leith
entr.
Vaya, vaya, sargento! Esperndome?
El sargento Ackley habl con la lenta articulacin de un hombre que est tratando de dominar su
furia.
Consigui las piedras? pregunt.
Lester Leith enarc las cejas.
Perdn, cmo dice?
El sargento Ackley hizo una profunda inspiracin.
Ayer se desembaraz usted de los sabuesos y desapareci!
Lester Leith encendi un cigarrillo.
Sintese, sargento. Est usted terriblemente nervioso. Exceso de trabajo, supongo. No,
sargento, la verdad es que fueron sus sabuesos los que se desembarazaron de m.
Bueno gru el agente, como quiera que sea, usted desapareci y no vino a casa anoche.
La sonrisa de Leith se convirti en una risita.
Un asunto puramente privado, sargento.
Despus fue a visitar a Mills y dispar toda una serie de cohetes.
Completamente exacto, sargento. Hoy es el cuatro de julio, ya sabe usted, de acuerdo con mi
calendario especial ganador de calor. Lo estuve celebrando. Mills no se habr quejado, verdad?
El sargento Ackley se traslad el cigarro puro desde la comisura izquierda de la boca, a la
derecha.
Eso dijo es lo ms curioso del asunto. Mills parece pensar que no hay motivo alguno
para presentar una queja. Y todava no estoy conforme con eso de las chocolatinas. Hay cosas en este
asunto que se me escapan. Esa muchacha y su amiguito, por ejemplo; ni siquiera puedo detenerlos, no
hay pruebas. No podran estar trabajando para usted, Leith?
Vamos, vamos, sargento, a usted no puede habrsele escapado nada.
El sargento Ackley se dirigi hacia la puerta.
Leith, creo que es usted un bribn. Una especie de superbribn, un bribn con suerte... pero
un bribn. Algn da voy a atraparlo. Ackley se detuvo en el umbral. La prxima vez, las
instrucciones sern las que deberan haber sido esta vez y todas las veces: seguid a Leith!
Y se fue, cerrando de un portazo.
Lester Leith se volvi resplandeciente hacia su criado, quien haba escuchado en pie durante la
entrevista.
Scuttle, me parece que este calendario gana calor no es tan simple como yo crea. Vuelva a
encender la calefaccin y luego vea si puede encontrar un nuevo almanaque en alguna parte. Voy a
volver a noviembre.
Ahora que han estallado las tracas? dijo el criado.
Lester Leith sonri de nuevo.
As es, Scuttle. No se imaginara usted que iba a comprar ms tracas, verdad?
El criado suspir resignadamente:
Si me permite decirlo, seor, me imagino que usted sera capaz de hacer cualquier cosa... y le
saldra bien.