03 - Taussig - Mi Museo de Cocaína
03 - Taussig - Mi Museo de Cocaína
03 - Taussig - Mi Museo de Cocaína
Michael Taussig
Lo puede encontrar cuando mira el cielo, cierra los ojos y ve danzar las lneas
de colores. Sgalas, siga el calor, y llegar hasta all como yo lo hice, hasta Mi Museo de
la Cocana. No es que no hubiese lo que podra llamar un prototipo, un prototipo ms
claro y preciso y hermoso, tambin escalofriante a su manera, el famoso,
mundialmente famoso, el extraordinario Museo del Oro. No es que necesite ese tipo de
publicidad. De ninguna manera. Porque esto no es una vulgar caseta de carnaval. Hay
ciencia involucrada y tambin mucha iluminacin suave, por no mencionar grandes
sumas de dinero y algo ms grande que el dinero: la imagen del dinero que, como se
sabe, estaba all en el oro todo el tiempo. Y todava est como puede ver cundo va al
centro de Bogot, Colombia, y sube al segundo piso del Banco de la Repblica de la
Carrera Sptima y entra en los residuos brillantes del tiempo antes del tiempo cuando
slo los indgenas estaban aqu, felices, por lo que parece, felices con su oro y tambin
felices con su coca. Slo despus se convirti en cocana.
** Tomado de: Michael Taussig, My Cocaine Museum (Chicago, The University Chicago Press,
2004), pp. ix-xix, 13-20. Los captulos que aqu incluimos provienen de la traduccin de Cristbal
Gnecco en Michael Taussig, Mi museo de la cocana, (Popayn, Editorial Universidad del Cauca,
2013), pp. 17-25, 39-45.
Caminar en el Museo del Oro es tomar una vaga consciencia de cmo, por milenios,
el misterio del oro ha sostenido las bases del dinero en todo el mundo a travs de mitos y
relatos. Pero falta un relato. El museo calla con respecto al hecho de que, por ms de tres
siglos de ocupacin espaola, lo que la colonia representaba y de lo que dependa era del
trabajo de esclavos de frica en las minas de oro. En efecto, este oro, junto con la plata de
Mxico y Per, fue lo que prepar la bomba del despegue capitalista en Europa, su
acumulacin originaria. Seguramente esto preocupa al banco, su patrimonio, despus de
todo?
Parece tan monstruosamente injusta esta negacin, tan limitada y mezquina una
visin incapaz de imaginar lo que era bucear en busca de oro en los salvajes ros de la
costa, moviendo rocas con sus manos desnudas, descalzo en el lodo y la lluvia da tras da,
tan incapaz, incluso, de quitarse el sombrero ante el trabajo brutal que hace la gente an
hoy junto a los espritus de sus padres y abuelos y de todas las generaciones que, antes de
ella, ha extrado la riqueza del pas. Tambin pareca una estafa a mi trabajo como
antroplogo, usar la antropologa y la arqueologa para dignificar al banco con el botn
agridulce del genocidio y el saqueo.
El Museo del Oro tambin calla el hecho de que si el oro determin la economa
poltica de la colonia, es la cocana o, mejor, su prohibicin impuesta por los Estados
Unidosla que da forma al pas en la actualidad. No hablar de la cocana, no exhibirla, es
continuar la misma negacin de la realidad que el museo practica con relacin a la
esclavitud. Como el oro, la cocana est imbuida de violencia y codicia, brillo que hiede
transgresin. Ms an, la cocana tambin tiene profundas races en la prehistoria.
Como el oro, la coca tuvo inters para los indgenas mucho antes de la llegada de
los europeos. De hecho, entre los objetos ms significativos del Museo del Oro estn los
poporos de oro, contenedores curvilneos con forma de botella de Coca Cola, usados por los
indgenas para guardar la cal hecha de conchas tostadas y molidas; aadida a las hojas
tostadas de coca, facilita la liberacin de la cocana en el intestino y el torrente sanguneo.
Usted mete un palillo en la boca del poporo y lo saca para poner trozos de cal en su boca
mientras masca hojas de coca. Digo su boca pero debera decir sus bocas, plural, como
los hombres sentados toda la noche alrededor de una hoguera, como los indgenas de la
Sierra Nevada de Santa Marta, como me cont apenas ayer Mara del Rosario Fierro.1
Reunidos de esta manera, discuten un problema de la comunidad como
dejarla estar con ellos o por qu diablos est ella all, de todos modos? Cuando sacan
el extremo del palillo de su boca y lo meten de nuevo en el poporo pasan varios
minutos rotndolo alrededor de los labios de la boca del recipiente, produciendo una
suave dispersin de sonido que se propaga como el viento que sopla en los bosques del
tiempo. En realidad no rotan el extremo del palillo alrededor de los labios de la boca
del poporo tanto como parecen escribir en curvas y rayas punteadas por pequeas
1 Mara del Rosario Ferro es una joven antroploga que, en la dcada de 1990, pas cinco aos
viviendo con los indgenas de la Sierra Nevada de Santa Marta, en la costa norte de Colombia. Pas
dos aos viviendo con los Arahuacos y otros tres con los Kogis. Ella fue quien me present al
sacerdote Kogi Mamo Luca y al lder religioso Wiwa Ramn Gil, y me dijo muchas de las cosas
que cuento aqu sobre coca y oro.
pualadas. Puede haber hasta cien hombres en esta actividad al mismo tiempo, cada
uno con su poporo y su mochila de algodn para las hojas de coca. Est oscuro. Es
ruidoso este sonido ms suave que lo suave, me dice ella, el sonido as ampliado, tal
vez como el sonido del mar Caribe del que provienen las conchas que se llevan tan
lejos como a esta alta montaa.
Me parece que la velocidad y el ritmo de este movimiento espasmdico rotante
alrededor de la boca del poporo y, por lo tanto, la suave dispersin de sonidos frotantes
corresponde al movimiento del habla y el pensamiento; la palabra Arahuaco para pensar es
la misma para respirar en el espritu (kun-samunu). Pero, desde luego, estos no son los
poporos de oro silenciosos que vemos resplandecer en el Museo del Oro en Bogot,
desnudos y expuestos, privados de cualquier signo de uso humano, por no decir de
cualquier signo de esta extrasima costra de saliva saturada de coca alrededor de la
boca del poporo. Con razn el museo est fijado en el objeto, poniendo fin al habla,
por no hablar de la relacin entre la respiracin y el pensamiento. Aqu el oro congela
la respiracin, no menos que el pensamiento, a medida que miramos el resplandor del
aura, distradamente, completamente ignorantes de las maravillas que estos poporos
pueden significar. Qu pena!
Pero podra la saliva seca durar en la atmsfera enrarecida de un museo? Un
museo aborrece el desorden. Puede haber poca compasin para el entusiasmo de
Walter Benjamin cuando desempacaba su biblioteca, para quien desde el comienzo el
gran coleccionista es sorprendido por la confusin, por el desorden, en que se
encuentran las cosas del mundo (Benjamin 1999: 211). Porque para l este desorden
implica su fantstico carcter sobrenatural, como cuando dice: Toda pasin bordea
lo catico pero la pasin del coleccionista bordea el caos de los recuerdos. Ms que
eso: el azar, el destino, que se difunde frente a mis ojos est conspicuamente presente
en la acostumbrada confusin de estos libros (Benjamin 1931 [1968]: 60). Imponer
orden en ese caos es rendir tributo al azar de manera tal que la disposicin final se
suma a lo que llama una enciclopedia mgica que, en s misma, sirve para
interpretar el destino. Esto corresponde bien con los indgenas de la Sierra Nevada
que escriben sus pensamientos en la costra de saliva seca alrededor de la boca de sus
poporos. Algo similar subyace en la actitud de William Burroughs ante el desorden
que llamamos orden, como cuando seala que los captulos que est escribiendo, de lo
que ser El almuerzo desnudo, forman un mosaico con el significado crptico de la
yuxtaposicin, como objetos abandonados en el cajn de un hotel, una forma de
naturaleza muerta (Burroughs 1955 [1993]: 289). Cul es su propsito? Hacer que
la gente tome consciencia de lo que ya saba pero que no saba que saba (Sobieszek
1996: 118).
A pesar de su repugnancia, el escupitajo es vulnerable al tiempo y al buen
gusto. Difcilmente el escupitajo es la clase de cosa si es una cosaque servira a las
necesidades de reivindicacin cultural de un banco. El escupitajo es el extremo opuesto del
oro en la economa Occidental, tanto que se presta para evacuar las ecuaciones de las que
muchos de nosotros vivimos, esas ecuaciones que conectan la belleza con la bondad y
la bondad con dar sentido encontrando o imponiendo formas en la confusin de la
experiencia que es el universo. El escupitajo es anrquico con respecto a la forma. Por
lo tanto qu otra filosofa puede estar en juego aqu, a la vuelta de la esquina? No
una filosofa de la forma sino de la substancia y de la fuerza como el oro, como la
cocana--, sustancias transgresoras, las llamo, llenas de todo tipo de peligro que no
puede proporcionar mucho al mundo en trminos de una forma estable pero mucho,
en realidad, en trminos de exuberancia y perturbacin. En efecto, el escupitajo
encontr su filsofo occidental en 1929 en Georges Bataille quien, para una de sus
irritables definiciones de diccionario en su revista Documents (que slo dur dos aos,
pero an se las ingenia para asombrar), escribi lo siguiente:
Un diccionario comienza cuando ya no da el significado de las palabras sino sus tareas. As,
informe no slo es un adjetivo con un significado dado sino un trmino que sirve para poner las
cosas en el mundo, generalmente necesitando que cada cosa tenga su forma. Lo que designa no
tiene derechos en ningn sentido y se aplasta en todas partes, como una araa o una lombriz.
De hecho, para que los acadmicos puedan estar felices el universo tendra que tomar forma.
Toda la filosofa no tiene otro propsito: se trata de dar a una levita lo que es, una levita
matemtica. Por otra parte, afirmar que el universo no se parece a nada y que es slo informe
es lo mismo que decir que el universo es como una araa o un escupitajo (Bataille 1985 [1929]:
31).
Este poporo Quimbaya, con el cual comenz la coleccin del Museo del Oro en
1939, identifica a los colombianos con su nacionalidad y su historia.
3 Las FARC, acrnimo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, tienen unos quince
mil combatientes y datan de mediados de la dcada del 1960, cuando campesinos que pertenecan al
Partido Liberal y que haban sido perseguidos por ms de una dcada por el gobierno nacional y por
el Partido Conservador establecieron repblicas rojas para protegerse, bajo la influencia o
liderazgo del Partido Comunista.
la pesadilla de un inminente bao de sangre paramilitar nunca, nunca puede ser
descartada. Es en este sentido que Mi Museo de la Cocana permanece con la puerta
entreabierta en el apocalipsis inminente.
Es el peligro proporcional al valor de estas esplndidas flores del mal; el oro
y la cocana? Con el oro quizs vemos irona ms que peligro, la irona de mineros
condenados a la pobreza en el fin del mundo, metidos hasta la cintura en el agua y el
barro buscando, a veces por aos, la materia de sueos y leyendas, antes de tirar la
toalla. De la misma manera que con la cocana, el drama es intenso, tan intenso que
este drama abre sus ojos y su corazn a un lugar extrao, pero estimulante, donde las
palabras y las fuerzas elementales de la naturaleza forman entidades hbridas, ni
naturales, ni humanas, ms parecidas al pie de un santo o a la pulsera de oro de un
estafador que brilla en la oscuridad. Es aqu, filosficamente hablando, donde
comienza Mi Museo de la Cocana, donde las sustancias transgresoras hacen que usted
quiera buscar un nuevo lenguaje de la naturaleza, perdido en los recuerdos del tiempo
prehistrico que reclama el actual estado de emergencia.
Se trata de lo siguiente: el oro y la cocana son fetiches, lo que quiere decir que
son sustancias que parecen ser mucho ms que materia mineral o vegetal. Aparecen
ms como personas que como cosas, entidades espirituales que no son ninguna de las
dos, y eso es lo que les otorga su extraa belleza. Como fetiches, el oro y la cocana
hacen trucos sutiles al entendimiento humano. Porque es, precisamente, como materia
mineral o vegetal como parecen hablar por s mismos y llevar el peso de la historia
humana como si fuese historia natural. Y es as como quiero que hable Mi Museo de la
Cocana como un fetiche.
Este es el lenguaje que quiero, un lenguaje sustancial, despertado por una
relacin prolongada con el oro y la cocana, hediendo en su intensidad tartamudeante
de delirio y fracaso. Por qu fracaso? Porque desenvolver el fetiche todava no es
posible en el horizonte de la posibilidad humana. Ojal pudiramos desnudar estos
fetiches de su mitologa y, as, exponer las sustancias verdaderas y reales, desnudas y
solas en su estado primigenio de ser natural. Pero incluso si pudiramos hacerlo
destruiramos lo que nos anima, aquellos trucos sutiles que hacen al entendimiento
humano las sustancias que parecen hablar por s mismas. El lenguaje que quiero es
solamente ese lenguaje que corre a lo largo de la sutura donde materia y mito
conectan y desconectan, continuamente. As, Mi Museo de la Cocana no trata repito,
no tratade separar naturaleza de cultura, cosas reales de cosas hechas, sino que,
ms bien, acepta el juego de vida y- muerte de la naturaleza con la segunda
naturaleza como una realidad irreductible para permitir que ese juego curioso se exprese
de la manera ms elocuente.
Como museo dedicado a la historia natural, Mi Museo de la Cocana sigue el
curso del ro desde el pueblo de Santa Mara, en las cabeceras y en la profundidad de
la selva, pasando por la capital provincial de Santa Brbara, localizada ro abajo,
justo antes del mar, a travs de las aguas inmviles de la bocana del ro, en los
pantanos que forman los bordes hinchados de la costa. Unos diecisis kilmetros mar
adentro, en su exhibicin terminal, Mi Museo de la Cocana desaparece en s mismo en
una isla ex-prisin que ahora es un parque nacional, una isla museo de historia
natural que, al comienzo de la conquista espaola del Nuevo Mundo, recibi el
nombre de Gorgona en honor de quien volva de piedra a quien la miraba. La
Gorgona acecha Mi Museo de la Cocana. Sin duda. Ella est antes de los dioses, antes
de que la naturaleza fuera separada de la cultura. Ella est antes del tiempo, dijeron;
vive al final del mundo conocido, cerca de la noche donde el tiempo es espacio. Ella
petrifica. Ella es la santa patrona de los museos. Pero mi sitio se mueve. Hay ms de la
gorgona de lo que parece inicialmente.
Pero no estoy interesado en museos. Me parecen lugares muertos, incluso
hostiles, creados para una burguesa aburrida y privada de vida y experiencia. En lo
que estoy interesado es en la vida del oro y en la vida de la cocana, uno muriendo y la
otra despegando, aunque la cocana tambin tiene ms que su parte justa de muerte.
Lo que me interesa, y espero que a usted tambin, sobre el final de la tierra donde la
lluvia nunca para y los rboles alcanzan el cielo, es una ambicin tan antigua como las
colinas, a saber, combinar una historia de las cosas con una historia de la gente
forzada por la esclavitud a encontrar su camino en medio de estas cosas. Qu clase de
cosas? Calor y lluvia, bosques y ros, piedras y pantanos, color e islas esas clases de
cosasy, especialmente, el miasma que emana del pantano. Y por qu? Para que,
junto con los fantasmas de la esclavitud que acechan al museo, la naturaleza sea
liberada con la prisa de la magia del oro y de la cocana, compactada por el tiempo.
Mi Museo de la Cocana
Referencias
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