43 Historias Ocultas

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Una publicacin de Seleccin de artculos de

MONDE MONDE
LE LE

diplomatique diplomatique

HISTORIAS OCULTAS DE LA 2DA GUERRA MUNDIAL


Lecciones de historia
por Ignacio Ramonet

HISTORIAS OCULTAS
Cmo Hitler compr a los alemanes
por Gtz Aly

El papel "olvidado" de la Unin Sovitica


por Annie Lacroix-Riz

Exterminio de enfermos y ancianos en el Tercer Reich DE LA

2 GUERRA MUNDIAL
por Susanne Heim
da
Las mujeres de la Rosenstrasse
por Dominique Vidal

El conflicto visto desde Asia


por Christopher Bayly y Tim Harper

En Stif, el 8 de mayo de 1945


por Mohammed Harbi

www.lemondediplomatique.cl 43 Editorial an CrEEmos En los suEos


Seleccin de artculos de

HISTORIAS OCULTAS
DE LA
2 GUERRA MUNDIAL
da

E ditorial a n C rEEmos E n l os s uEos


2005, Editorial AN CREEMOS EN LOS SUEOS

La editorial AN CREEMOS EN LOS SUEOS


publica la edicin chilena de Le Monde Diplomatique.
Director: Vctor Hugo de la Fuente

Suscripciones y venta de ejemplares:


San Antonio 434 Local 14 - Santiago.
Telfono: (56 2) 664 20 50
Fax: (56 2) 638 17 23
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Diseo: Carlos Muoz Baeza


Copyright 2005 Editorial AN CREEMOS EN LOS SUEOS.
ISBN: 956-8134-43-3
Registro Propiedad Intelectual N 148.539
INDICE

Lecciones de historia
por Ignacio Ramonet 7

Cmo Hitler compr a los alemanes


por Gtz Aly 15

El papel "olvidado" de la Unin Sovitica


por Annie Lacroix-Riz 27

Exterminio de enfermos y ancianos en el Tercer Reich


por Susanne Heim 41

Las mujeres de la Rosenstrasse


por Dominique Vidal 47

El conflicto visto desde Asia


por Christopher Bayly y Tim Harper 53

En Stif, el 8 de mayo de 1945


por Mohammed Harbi 65
8 de mayo de 1945

Lecciones de historia
por Ignacio Ramonet*

Hace sesenta aos, el 8 de mayo de 1945, con el derrumbe


del Tercer Reich alemn, ter minaba la Segunda Guerra
Mun dial en Eu ro pa. Pro segui ra en Asia has ta el 2 de
septiembre de 1945, cuando, sobre el puente del acorazado
estadounidense Missouri, los representantes de Japn,
abrumados por las primeras bombas atmicas, firmaran la
rendicin de su pas.
Es necesario seguir hablando de este conflicto, en un
momento en que el gran coro de los medios nos asesta, en
ocasin de las mltiples ceremonias conmemorativas (1)
por el desembarco de Normanda, la liberacin de Pars,
la entrega de Auschwitz y luego la de Buchenwald, la ca-
da de Berln, imgenes pletricas y comentarios intermi-
nables sobre sus principales episodios? La respuesta es s.
Por una razn simple: el propio ceremonial de las conme-
moraciones entierra y ahoga el sentido del acontecimiento.

*Director De Le Monde dipLoMatique Francia. artculo publicaDo en el nmero 52 De


la eDicin chilena De Le Monde dipLoMatique, mayo 2005. traduccin: luca Vera

7
La paradoja es que los medios recuerdan... para hacer
olvidar mejor.
El historiador Eric Hobsbawn nos ha puesto en guar-
dia: "Hoy afirma la historia es ms que nunca revisada o
incluso inventada por personas que no desean conocer el
verdadero pasado, sino solamente un pasado que est de
acuerdo con sus intereses. Nuestra poca es la poca de la
gran mitologa histrica" (2).
A medida que el tiempo nos aleja de los hechos, los
testigos directos desaparecen y las enseanzas obtenidas
en ca lien te de los acon te ci mien tos se des di bu jan y se
confunden. Y los grandes medios, que no tienen el rigor de
los his to ria do res, re cons tru yen, segn las mo das, un
pasado que muchas veces est determinado, corregido, rec-
tificado... por el presente. Un pasado expurgado, depura-
do, lavado de todo lo que podra, hoy, generar desorden.
En es te sen ti do, y es ta es otra pa ra do ja hay po cas
diferencias entre esta nueva "historia oficial" y la censura
del Es ta do en los pa ses no de mo cr ti cos. En am bos
casos, lo que reciben las jvenes generaciones es ese pasa-
do revisado. Debemos rebelarnos contra tal distorsin de
la historia.
La Segunda Guerra Mundial fue el momento central
del siglo XX. Uno de los acontecimientos ms violentos y
ms destacados de la historia de la humanidad. En primer
lu gar por su des me su ra, su am pli tud sin igual. Con la
extensin y la intensificacin progresiva del conflicto, el
campo de batalla se extendi a todo el planeta y afect a
todos los continentes, salvo la Antrtida. En 1945, casi to-
dos los Estados independientes se encontraban implicados
en la guerra. Las grandes potencias imperiales haban arras-
trado al enfrentamiento, por las buenas o por las mala, a sus
colonias de frica y Asia. Y todos los pases de Amrica

8
Latina se haban comprometido en favor de la causa aliada
(3); Brasil lleg incluso a constituir un cuerpo expediciona-
rio que combati en Italia. En el momento de la cada del
Reich hitlerista, slo nueve Estados del mundo (Afganistn,
Dinamarca, Espaa, Irlanda, Mongolia, Nepal, Portugal,
Suecia y Suiza) seguan siendo oficialmente neutrales.
La cantidad de soldados movilizados super todo lo que
se haba conocido anterior mente. Mientras en Asia los
japoneses proseguan una guerra sin fin para aduearse de
China, Alemania moviliz en 1939 a 3 millones de solda-
dos de la Wehrmacht para ocupar Polonia. Y pronto iba a
alistar a 6 millones para emprender una "guerra preventiva"
contra la Unin Sovitica, que a su vez iba a oponer fuerzas
que superaban los 11,5 millones de hombres... Y, cuando
Estados Unidos entr en la guerra, despus de haber sido
vctima de un "ataque preventivo" de los japoneses en Pearl
Harbour el 7 de diciembre de 1941, moviliz no menos de 12
millones de soldados...
Esta guerra planetaria fue tambin una "guerra total",
que se caracteriz por la extensin de la "zona de destruc-
cin" mucho ms all del campo de batalla propiamente
dicho. Las poblaciones civiles de toda Europa, de Rusia
occidental y de Asia oriental debieron sufrir operaciones
militares, la proximidad con los diversos frentes, operacio-
nes de rastrillaje, y represiones o bombardeos sistemticos.
Sin hablar de las persecuciones y masacres por motivos
ideolgicos o a causa de polticas raciales de las que fueron
vc ti mas mi llo nes de civi les (en par ti cu lar los ju dos
europeos, los gitanos, los chinos y los coreanos) por parte
de los Estados del Eje (Alemania, Italia, Japn), sobre todo
en Europa oriental y en China.
El cos to en vi das hu ma nas fue el ms eleva do
de la historia. Se estima la cantidad total de muer tos en

9
alrededor de 50 millones. El balance fue ms desfavorable
en Europa que en Asia, y mucho ms en el este europeo que
en el oeste. El ejrcito sovitico el Ejrcito Rojo perdi por
s solo unos 14 millones de hombres: 11 millones en los
cam pos de ba ta lla (de los cua les 2 mi llo nes en los
frentes de Extremo Oriente) y 3 millones en los campos
alemanes de prisioneros... Algunas grandes batallas como
Sta lin gra do (sep tiem bre de 1942-fe bre ro de 1943), el
desembarco de Nor manda (junio de 1944) o la toma de
Berln (20 de abril-8 de mayo de 1945) resultaron ser ms
mortferas que los peores enfrentamientos de la Primera
Guerra Mundial.
Entre los Aliados, el total de muertos en combate fue de
300.000 estadounidenses, 250.000 britnicos y 200.000
franceses. Japn perdi un milln y medio de combatien-
tes. Pero una de las principales causas de prdidas de vidas
humanas fue el enfrentamiento, en el Este de Europa, entre
la Wehrmacht y el Ejrcito Rojo, que termin con la muerte
de por lo menos 11 millones de soldados de ambos campos
y produjo ms de 25 millones de heridos...
Por primera vez en el curso de una guerra, la cantidad
de vctimas civiles super por lejos la de los militares
muertos en combate. Adems, los civiles fueron frecuen-
temente vctimas de atrocidades cometidas para aterrori-
zar al adversario. De esta manera, en Asia, Japn, que
haba invadido el nor te de China desde 1937 y ocupado
Pekn, lanz su ejrcito sobre Nankn, donde tena su se-
de el gobierno chino, que decidi resistir. Una vez tomada
Nankn, el ejrcito japons se entreg a una verdadera ma-
sacre. Los 200.000 chinos que se encontraban todava en
la ciudad fueron todos ejecutados en condiciones atroces.
Las mujeres fueron salvajemente violadas, los hombres y
nios enterrados vivos o torturados segn directivas preci-

10
sas. La ciu dad fue saqueada y luego quemada de cabo
a cabo.
El prn ci pe Asa ka sa, pri mer res pon sa ble de es ta
car nicera, nunca fue molestado despus de la guerra.
Todava hoy algunos manuales escolares japoneses minimi-
zan este crimen. Lo que con razn pone furiosos a los
chinos y coreanos, como pudo verse en abril ltimo en
Pekn, durante las grandes manifestaciones antijaponesas.
Contrariamente a Alemania, Japn no reconoci nunca de
manera convincente sus abominables crmenes de guerra
contra los civiles chinos y coreanos.
En todas partes, el hambre diezm a las poblaciones ase-
diadas. As, en Leningrado (hoy San Petersburgo), ms de
500.000 civiles perecieron por las privaciones entre noviem-
bre de 1941 y enero de 1944. Y tambin hubo bombardeos in-
tensivos de las ciudades. Todos los beligerantes abandonaron
cualquier escrpulo en relacin con las grandes aglomeracio-
nes indefensas. Comenzando por las fuerzas hitleristas que,
desde el 10 de septiembre de 1940 hasta el 15 de mayo de 1941,
multiplicaron las incursiones areas contra las ciudades ingle-
sas (entre las cuales estaba Coventry) provocando ms de
500.000 muer tes civiles. Como muchas otras ciudades,
Varsovia fue enteramente destruida de noviembre a diciembre
de 1944 por las tropas alemanas en retirada. Los Aliados
replicaron el 13 de febrero de 1945 con la destruccin de
Dresde, generando decenas de miles de vctimas civiles, mu-
chas de ellas refugiados. Luego, el 8 y 11 de agosto de 1945,
las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki fueron
eliminadas del mapa por los primeros bombardeos atmicos
de la historia.
Tambin hubo xodos o marchas forzadas que produ-
jeron innumerables vctimas entre los prisioneros de guerra,
los deportados y las poblaciones desplazadas; slo en el ao

11
1945, por ejemplo, ms de dos millones de alemanes encon-
traron la muerte mientras huan a pie, hacia el oeste, ante el
avance de las fuerzas soviticas. Y hubo tambin, y sobre to-
do, el crimen de los crmenes, la exterminacin sistemtica
por par te de los na zis, por ra zo nes de odio
antisemita, de seis de los doce millones de judos europeos.
Por sus dimensiones apocalpticas, y por los huraca-
nes de violencia, de crueldad y de muerte que desat sobre
el mundo, la Segunda Guerra Mundial cambi profundamen-
te no slo la geopoltica internacional sino, muy simplemen-
te, las mentalidades. Para las generaciones que vivieron esa
guerra y sobrevivieron a sus violencias, ya nada poda ser co-
mo antes. Durante este conflicto el hombre se sumergi en
una suerte de abismo del mal y, de alguna manera, lleg a
deshumanizarse. Muy particularmente en Auschwitz. Por
eso era necesario proceder, una vez terminada la guerra, a una
regeneracin, una reconstruccin del espritu humano.
Una rehumanizacin del hombre.
Tal como lo conocemos hoy, el mundo sigue estando
fuertemente modelado por el traumatismo causado por esta
guerra. Se han obtenido algunas enseanzas, dos especialmente:
- en primer lugar, que es necesario evitar a cualquier
precio un conflicto de la misma naturaleza; lo que llev a la
comunidad inter nacional a constituir, a par tir de 1945,
un instrumento indito: la Organizacin de las Naciones
Unidas (ONU), cuyo primer objetivo sigue siendo impedir
las guerras;
- en segundo lugar, que las teoras fascista y nacional-
socialista, as como el militarismo imperial japons, siguen
siendo culpables de haber arrojado al mundo al abismo de
una guerra tan abominable; y que los regmenes polticos
ba sa dos en el an ti se mi tis mo, en el odio ra cial o en la
dis cri mi na cin cons ti tu yen pe li gros no s lo pa ra su

12
propio pueblo sino tambin para toda la humanidad. Esta
es la ra zn por la que, muy na tu ral men te, la Segun da
Guerra Mundial fue seguida del nacimiento de Israel y del
gran despertar de los pueblos colonizados de frica y Asia.
Pero los propios vencedores parecen haber olvidado las
enseanzas de esta guerra. As, por ejemplo, la Rusia del pre-
sidente Vladimir Putin se deshonra con su represin ciega y
su abuso de la fuerza en Chechenia. Y en Estados Unidos,
la administracin del presidente George W. Bush utiliz los
odiosos atentados del 11 de septiembre como pretexto para
cuestionar el estado de derecho. Washington ha restableci-
do el principio de la "guerra preventiva" para invadir Irak, ha
creado "campos de detencin" para prisioneros despojados
de sus derechos y tolera la prctica de la tortura.
Estas gravsimas desviaciones no impedirn de ningu-
na manera a Putin y Bush ocupar el 8 de mayo el primer lu-
gar en el centro de las ceremonias en recuerdo de la derrota
del Tercer Reich. Pocos medios se atrevern a recordarles que
estn usurpando ese lugar, por haber traicionado los grandes
ideales de la victoria de 1945. u

1 Vase Dominique Vidal, "Abandonar la tribu", Le Monde diplomatique, edi-


cin chilena, marzo de 2005.
2 Hobsbawm Eric, Aos Interesantes. Una vida en el siglo XX, Editorial Crtica,
Barcelona, 2003.
3 La Segunda Guerra Mundial enfrent a los "Aliados" (los Estados
democrticos reunidos en torno a Estados Unidos y el Reino Unido), as como
la Unin Sovitica, con los pases del Eje (Alemania, Italia, Japn).

I.R.

13
Demagogia para acallar la resistencia interna

Cmo Hitler compr a los alemanes


por Gtz Aly*

Cmo un rgimen como el nazismo pudo gozar de un con-


senso poltico tan fuerte? La respuesta no se halla en el na-
cionalismo exacerbado y racista que se respiraba en la Ale-
mania de 1930, sino en los esfuerzos del rgimen por propi-
ciar un estado de confort material a costa de los pases
ocupados y de la expoliacin de los prisioneros judos.
Es te li bro tra ta so bre una pregun ta sim ple, que
no siempre ha encontrado respuesta: cmo pudo ocu-
rrir? C mo pu die ron los ale ma nes, ca da uno en su
nivel, per mi tir y co me ter cr me nes ma sivos sin pre -
ce den tes, en par ti cu lar el ge no ci dio de los ju dos de
Europa? Aunque el odio, fomentado por el Estado, ha-
cia todas las poblaciones "inferiores" (los polacos, los
bolcheviques, y los judos) for maba sin duda par te de
*historiaDor, berln. este texto es un aDelanto Del libro HitLers V oLkstaat. raub,
rassenkrieg und nationaLer soziaLisMus (eL estado deL puebLo de HitLer. saqueo,
guerra raciaL y nacionaLsociaLisMo), publicaDo en marzo De 2005 por la eDito-
rial s. Fischer (FrankFurt), y que ser publicaDo en Francs por Flammarion (pars),
en octubre De 2005. artculo publicaDo en el nmero 52 De la eDicin chilena
De L e Monde dipLoMatique, mayo 2005. traduccin: luca Vera

15
las condiciones necesarias, eso no constituye una res-
pues ta su fi cien te.
En los aos anteriores al rgimen hitlerista no haba
ms resentimiento entre los alemanes que entre los dems
europeos; su nacionalismo no era ms racista que el de otras
naciones. No hubo una Sonderweg (excepcin alemana) que
permitiera establecer una relacin lgica con Auschwitz. La
idea de que una xenofobia especfica y un antisemitismo
exterminador se habran desarrollado desde muy temprano
en Alemania no se apoya en ninguna base emprica. Supo-
ner que un error de consecuencias especialmente funestas
tiene necesariamente causas especficas y lejanas es un error.
El Partido Nacional Socialista Alemn de los Trabajado-
res (NSDAP) debe la conquista y la consolidacin de su
poder a un conjunto de circunstancias, y los factores ms
importantes se ubican despus de 1914, no antes.
La re la cin en tre pue blo y eli te po l ti ca ba jo el
nacionalsocialismo est en el centro de este estudio. Est
establecido que el edificio del poder hitleriano fue, desde
el pri mer da, ex tre ma da men te fr gil, y hay que
preguntarse cmo se estabiliz, de manera aproximada
pero suficiente como para durar doce aos excitantes y des-
tructivos. Por eso conviene precisar la pregunta planteada
al principio de manera general ("cmo pudo ocurrir eso?"):
Cmo una empresa que de manera retrospectiva aparece
tan abiertamente mistificadora, megalmana y criminal
como el nazismo pudo ser objeto de un consenso poltico
de una amplitud que hoy nos resulta difcil explicar?
Para intentar aportar una respuesta convincente, con-
sidero al rgimen nazi desde un ngulo que lo presenta
como una dictadura al servicio del pueblo. El perodo de la
guerra, que tambin hizo surgir muy claramente las otras
caractersticas del nazismo, permite responder de la mejor

16
ma ne ra a esas pre gun tas tan im por tan tes. Hi tler, los
Gauleiter (jefes regionales) del NSDAP, una buena parte de
los ministros, secretarios de Estado y consejeros actuaron
como demagogos clsicos, preguntndose sistemticamen-
te cmo asegurar y consolidar la satisfaccin general,
comprando cada da la aprobacin de la opinin o, por lo
menos, su indiferencia. Dar y recibir fue la base sobre la
cual erigieron una dictadura consensual, siempre mayorita-
ria en la opinin; el anlisis del derrumbe interno al final
de la primera guerra mundial hizo aparecer los escollos que
deba evitar su poltica de beneficencia popular.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los responsables
nazis trataron, por un lado, de distribuir los vveres de
manera que su reparto fuera sentido como justo, sobre to-
do por los ms pobres; por otro, hicieron de todo para man-
tener la estabilidad, al menos aparente, del Reichsmark (RM)
con el fin de cor tar decididamente cualquier recuerdo
in quie tan te de la in fla cin de la gue rra de 1914 o del
de rrum be de la mo ne da ale ma na en 1923; fi nal men te
procuraron lo que no haba ocurrido durante la Primera
Guerra Mundial retribuir de manera suficiente a las fami-
lias, que reciban cerca del 85% del salario neto anterior de
los soldados movilizados (contra menos de la mitad para las
fa mi lias bri t ni cas y es ta dou ni den ses en la mis ma
situacin). No era raro que las esposas y las familias de
los sol da dos ale ma nes tu vie ran ms di ne ro que an tes
de la gue rra; tam bin se be ne fi cia ban con los rega los
trados masivamente por los soldados con licencia y con los
paquetes enviados al ejrcito por correo desde los pases
ocupados.
Para reforzar esta ilusin de adquisiciones garantiza-
das, e incluso susceptibles de crecer, Hitler logr que los
campesinos, los obreros, y tambin los empleados y los

17
pequeos y medianos funcionarios no fueran afectados de
manera significativa por los impuestos de guerra, lo cual
tambin representaba una diferencia importante en relacin
con Gran Bretaa y Estados Unidos. Pero este beneficio
otorgado a la gran mayora de los contribuyentes alemanes
estuvo acompaado de un aumento considerable en la carga
fiscal de las capas sociales con altos o muy altos ingresos. El
impuesto excepcional de 8.000 millones de Reichsmarks que
debieron pagar los propietarios inmobiliarios hacia fines de
1942 constituye un ejemplo sorprendente de la poltica de
justicia social practicada ostensiblemente por el Tercer Reich.
Lo mismo ocurri con la exencin fiscal de las primas por el
trabajo noctur no, en domingo y das feriados, acordada
despus de la victoria sobre Francia, y considerada hasta
hace poco por los alemanes como un logro social.
As como el rgimen nazi fue implacable en el caso de los
judos y de las poblaciones que consideraba, desde un punto de
vista racial, como inferiores o extranjeras (fremdvlkisch),
tambin su conciencia de clase lo impuls a repartir las cargas
de manera que los ms dbiles salieran beneficiados.
Pero es evidente que slo las clases ms ricas (el 4% de
los contribuyentes alemanes ganaba entonces ms de 6.000
RM anuales) no podan aportar con sus impuestos los fondos
necesarios para el financiamiento de la Segunda Guerra.
Entonces, cmo se financi la guerra ms costosa de la his-
toria mundial para que la mayora de la poblacin se encon-
trara lo menos afectada posible? La respuesta es evidente:
Hitler hizo que los arios ahorraran recursos a expensas del
mnimo vital de otras categoras de poblacin.
Para conservar el favor de su propio pueblo, el gobierno
del Reich tambin arruin las dems monedas de Europa, al
exigir gastos de ocupacin cada vez ms elevados. Para
asegurar el nivel de vida de su poblacin, hizo robar millones

18
de toneladas de productos alimenticios para dar de comer a
sus soldados y enviar lo que quedaba a Alemania. De la
misma manera que se supona que el ejrcito alemn se
alimentaba a expensas de los pases ocupados, tambin deba
pagar los gastos corrientes con el dinero de esos pases, lo que
logr ampliamente.
Los soldados alemanes desplegados en el extranjero es
decir, casi todos y el conjunto de las prestaciones brindadas
a la Wehrmacht por los pases ocupados, las materias primas,
los productos industriales y artculos alimenticios compra-
dos en el lu gar y des ti na dos a la Wehr macht o a ser
envia dos a Ale ma nia, to do era pa ga do con mo ne das
distintas a los Reichsmarks. Los responsables aplicaban
expresamente los siguientes principios: si alguien debe
morir de hambre, que sean los otros; si la inflacin de
guerra es inevitable, que afecte a todos los pases salvo
a Alemania.

"Bienestar" del pueblo

La segunda parte del libro trata sobre las estrategias elabora-


das para lograr esos fines. Las arcas alemanas estuvieron as
alimentadas por los miles de millones provenientes de la
expoliacin de los judos de Europa, lo que constituye el
objeto de la tercera parte. Mostrar de qu manera fueron
expoliados los judos, primero en Alemania y luego en los
pases aliados y en aquellos ocupados por la Wehrmacht. (...)
Apoyndose en una guerra predadora y racial de gran
envergadura, el nacionalsocialismo fue el principio de una
verdadera igualdad, especialmente por una poltica de pro-
mocin social de una amplitud sin precedentes en Alemania,
que lo haca al mismo tiempo popular y criminal. El confort
material y las ventajas obtenidas del crimen en gran escala,

19
cier tamente de manera indirecta y sin comprometer la
res pon sa bi li dad per so nal, eran acep ta das con bue na
voluntad, alimentando la conciencia, en la mayora de los
alemanes, de la solicitud del rgimen. Y, recprocamente, de
all obtena su energa la poltica de exterminacin, ya que
adoptaba el criterio del bienestar del pueblo. La ausencia de
resistencia interna digna de ese nombre y, posteriormente, la
falta de sentimiento de culpabilidad, se deben a esta conste-
lacin histrica. Esto es objeto de la cuarta parte del libro.
Respondiendo as a la pregunta "cmo pudo suceder
lo que sucedi?", se nos hace imposible cualquier reduccin
pedaggica a simples frmulas antifascistas; sta es una res-
puesta difcil de mostrar pblicamente, y casi imposible de
separar de las historias nacionales de la posguerra, la de
los alemanes en la Repblica Democrtica Alemana (RDA),
en la Repblica Federal de Alemania (RFA) y en Austria. Sin
embargo, parece necesario aprehender el rgimen nazi co-
mo un socialismo nacional para, por lo menos, poner en du-
da la proyeccin recurrente de la culpa sobre individuos y
grupos claramente circunscriptos, que son tanto el dictador
delirante, enfermo y "carismtico" y su entorno inmediato,
como los idelogos del racismo (segn una moda pasajera,
pro pia de una ge ne ra cin que ha co no ci do la mis ma
socializacin) que estn estigmatizados; para otros son (de
ma ne ra ex clu siva o no) los ban que ros, los gran des
empresarios, los generales o los comandos asesinos, pre-
sos de una locura homicida. En la RDA, en Austria y en la
RFA se adoptaron las estrategias de defensa ms diversas,
pero todas iban en el mismo sentido y garantizaban a la
poblacin mayoritaria una existencia apacible y una concien-
cia tranquila. (...)
Se asocia en general un poco rpidamente a los que
se aprovecharon de la arianizacin con los grandes industria-

20
les y los banqueros. Las comisiones de investigacin sobre
el perodo nazi, establecidas durante los aos 1990 en mu-
chos Estados europeos y en grandes empresas, y constituidas
por historiadores especializados, reforzaron esta impresin,
que es falsa si se mira la situacin de conjunto. La historio-
grafa, un poco ms matizada, agrega de buena gana a
algunos funcionarios nazis de rango ms o menos elevado al
grupo de los que se aprovecharon de la arianizacin. Desde
hace algunos aos aparecen tambin en la mira vecinos
comunes alemanes, y tambin polacos, checos o hngaros,
personas cuyos dudosos servicios a la potencia ocupante eran
con frecuencia retribuidos con bienes "desjudaizados".
Pero toda teora que se centre nicamente en los aprovecha-
dores privados tomara un camino equivocado y pasara al
costado de la cuestin central: en qu se transformaron los
bienes de los judos de Europa expropiados y asesinados? (...)
Esta tcnica de financiamiento de la guerra, aplicada
en Ale ma nia des de 1938, que con sis ta en im po ner la
conversin del patrimonio privado en prstamos al Estado,
fue ignorada por quienes trataron la arianizacin con una
perspectiva jurdica, moral o historiogrfica. Esta posicin
corresponda a la voluntad de los dirigentes alemanes de
acallar la utilidad material del saqueo. Como la mencin
de la conversin forzada de los valores judos en prstamos
al Estado era un tab, las cifras concretas de los ingresos si-
guie ron sien do se cre tas. La per se cu cin de los ju dos
de ba pre sen tar se y con si de rar se co mo una cues tin
puramente ideolgica, y las vctimas sin defensa de un
gigantesco asesinato predador aparecer como enemigos
despreciables.
En 1943, una lista establecida por el Alto Comando de
la Wehrmacht, que detallaba diecinueve problemas polticos
y militares que eran fuente de perturbaciones entre los sol-

21
dados, perturbaciones que los oficiales deban evitar con res-
puestas tan homogneas como fuera posible, inclua esta pre-
gunta: "No fuimos demasiado lejos con la cuestin juda?"
La respuesta era: "Mala pregunta! Es un principio nacio-
nalsocialista, tiene que ver con nuestra Weltanschauung (con-
cepcin del mundo); no hay discusin sobre ello!" (1). Aho-
ra bien, no hay ninguna razn para confundir la argumen-
tacin puesta a disposicin de los adoctrinadores nazis con
los hechos histricos. (...)
En Alemania hubo, innegablemente, una gran canti-
dad de escpticos. La mayora de los que se dejaron llevar por
el nazismo lo hicieron sobre la base de puntos imprecisos del
programa. Algunos siguieron al NSDAP porque la empren-
da contra Francia, enemigo hereditario; otros, porque ese Es-
tado joven rompa fuer temente con las representaciones
morales tradicionales. Algunos eclesisticos catlicos bendi-
jeron las armas comprometidas en la cruzada contra el bol-
chevismo pagano y se opusieron a la confiscacin de los bie-
nes de la Iglesia, as como tambin a los crmenes de la eu-
tanasia; a la inversa, los Volksgenossen (literalmente "cama-
radas del pueblo", es decir ciudadanos arios) de sensibilidad
fundamentalmente socialista se entusiasmaron con las dimen-
siones anticlericales y antielitistas del nacionalsocialismo.
Precisamente porque se apoyaba en afinidades parciales di-
versas, el seguimiento ciego de millones de alemanes, cada
uno con motivaciones puntuales aunque de consecuencias fu-
nestas, pudo ser reformulado a posteriori sin dificultad como
una "resistencia" desprovista de eficacia histrica.
El actor Wolf Goette, mencionado en el captulo sobre
los saqueadores (satisfechos) de Hitler, estaba tan alejado de
la ideologa nazi como Heinrich Bll. Siempre encontr la
poltica alemana "vomitiva", y experimentaba un "sentimien-
to de vergenza espantoso" cuando se cruzaba con una

22
persona que llevaba la "insignia amarilla". Sin embargo, a
diferencia de Bll, en un primer momento consider la pe-
lcula Ich klage an ("Yo acuso"), que haca la apologa de
la eutanasia, como un documento de "orientacin limpia y
conveniente", como una obra de arte impactante que "de-
mostraba con una calidad cinematogrfica notable" la "ne-
cesidad" de la eutanasia "en algunos casos de enfermedades
incurables", aun cuando luego expres discretas dudas "so-
bre la hiptesis de que un Estado arbitrario reivindicara es-
ta idea". Pero, independientemente de su posicin en cuan-
to a las diversas medidas polticas, Goette segua valoran-
do las posibilidades para su carrera y de consumo que le pro-
curaba la dictadura alemana en Praga, una ciudad pletrica
de riquezas. Estaba preocupado por sus pequeos intereses
personales, y eso lo neutralizaba polticamente. (2)
Por otra parte, slo el ritmo desenfrenado de la accin
le permita a Hitler mantener en equilibrio la mezcla siem-
pre inestable de los intereses y de las posiciones polticas
ms diversas. Es aqu donde resida la alquimia poltica de
su rgimen. Impeda el derrumbe por el encadenamiento
casi ininterrumpido de las decisiones y de los aconteci-
mientos. Valorizaba al NSDAP y sostena a los militantes
de la primera hora, los Gauleiter y los Reichsleiter, de ma-
nera mucho ms comprometida que los ministros. Su ha-
bilidad para estructurar el poder se manifest despus de
1933 en el hecho de que no dej que el Partido todopode-
roso se redujera a un simple apndice del Estado. Supo, por
el contrario a diferencia del Partido Socialista Unifica-
do de Alemania del Este (SED) tiempo despus movili-
zar el aparato del Estado con un xito sin precedentes, per-
mitindole desarrollar una creatividad concurrente a los
objetivos de "agitacin nacional" y utilizar las fuerzas del
pas hasta el extremo.

23
En su mayora, los alemanes sucumbieron al vrtigo en
un primer momento, a la embriaguez de la aceleracin de la
historia despus, y finalmente con Stalingrado, cuyo
impacto fue acentuado internamente por los bombardeos "de
saturacin" y el terror ahora manifiesto a un estado de con-
mocin que provoc el mismo entorpecimiento. Los ataques
areos suscitaron ms indiferencia que miedo y llevaron a
un cierto "no me importa"; los muertos cados en el frente
oriental reforzaron la tendencia a centrarse en las preocupa-
ciones de lo cotidiano y en la espera de los prximos signos
de vida del hijo, del marido o del novio (3).
Los alemanes vivieron los doce aos del nazismo
como un estado de urgencia permanente. En el torbellino
de los acontecimientos, perdieron toda nocin de equilibrio
y de medida. "Todo esto me hace sentir el efecto de una pe-
lcula" (4) observaba en 1938, plena crisis de los Sudetes,
Vogel, el almacenero mencionado por Vctor Klemperer.
Un ao ms tarde, nueve das despus del comienzo de la
campaa contra Polonia, Herman Gring les aseguraba a
los obreros de las fbricas Rheinmetall-Borsig, en Berln,
que pronto podran contar con dirigentes "a los que la ener-
ga empuja hacia adelante" (5). En la primavera de 1941,
Joseph Goebbels confirmaba esta idea en su diario: "Toda
la jornada, un ritmo loco"; "la vida ofensiva y fulgurante
co mien za de nuevo aho ra", o bien, en la em bria guez
an ti bri t ni ca de la vic to ria: "Pa so to do el da con un
sentimiento de felicidad febril" (6).
Hitler mencionaba con frecuencia, en su crculo ms
restringido, la posibilidad de su muerte cercana, con el fin de
mantener el ritmo insensato necesario para el equilibrio
poltico de su rgimen. Se mova como un equilibrista
diletante que slo logra conservar el equilibrio gracias a mo-
vimiento de oscilacin cada vez ms amplios, cada vez ms

24
rpidos, luego precipitados y vanos, y que termina, inevita-
blemente, por caer. Por eso el anlisis de las decisiones
polticas y militares de Hitler gana en pertinencia cuando
ha ce abs trac cin de la pro pa gan da a ul tran za so bre el
fu tu ro, y vuel ve a si tuar esas ini cia tivas con re la cin
a sus motivaciones inmediatas y a los efectos buscados
a corto plazo. u

1 Servicios administrativos de la Wehrmacht, Puntos discutidos (mayo de 1943),


NA, RG 238, box 26 (Reinecke Files).
2 Wolf Goette (1909-1995) a su familia y a A., Archives Wolk Goette, Praga,
1939/1942, WOGOs Briefe.
3 Birthe Kundrus, Kriegerfrauen. Familienpolitik und Geschlechterverhltnisse
im Ersten und Zweiten Weltkrieg, Hamburgo, 1995, p. 315.
4 Victor Klemperer, Mes soldats de papier: Journal 1933-1941, Pars, 2000, p.
397.
5 Vlkischer Beobachter, 11 de setiembre de 1939.
6 Elke Frhlich (ed.), Die Tagebcher von Joseph Goebbels, Munich 1997, parte
I, vol. 9, p. 171 (5 de marzo de 1941), p. 229 (6 de abril 1941), p. 247 (14 de
abril 1941

G.A.

25
El papel "olvidado"
de la Unin Sovitica
por Annie Lacroix-Riz *

Dos aos despus de su victoria sobre el nazismo, el Ejrcito


Rojo se volvi, a causa de la guerra fra, una amenaza (1) para
los pueblos del Oeste. Seis dcadas ms tarde la historiografa
francesa, una vez terminada la mutacin pro-estadounidense,
puso a la Unin Sovitica en la picota tanto por la fase del
pacto germano-sovitico como, luego, por la de su "gran
guerra patritica". En Francia, los manuales, asimilando
nazismo y comunismo, apostaron a los historiadores de Europa
Oriental (2). Pero las investigaciones originales que alimen-
tan esta puesta a punto esbozan un cuadro de la URSS en la
Segunda Guerra Mundial totalmente distinto.
El principal acto de acusacin contra Mosc est referido
al pacto germano-sovitico del 23 de agosto de 1939 y, sobre
todo, a sus protocolos secretos. En realidad, la fulgurante y

*proFesora De historia contempornea en la uniVersiDaD De pars-Vii, autora De


los ensayos L e V atican, L europe et Le reicH 1914-1944, armanD colin, pars,
1996; y L e cHoix de La dfaite: Les Lites franaises dans Les annes 1930, en Vas
De publicacin por el mismo eDitor. artculo publicaDo en el nmero 52 De la eDi-
cin chilena De L e Monde dipLoMatique, mayo 2005.traduccin: luca Vera

27
aplastante victoria lograda en Polonia por la Wehrmacht fue
la seal para que la URSS ocupara la Galicia Oriental (a) y
los pases blticos (3). Voluntad de expansin, realpolitik
o estrategia defensiva?
Retomando la tesis de los prestigiosos historiadores
Lewis B. Namier y Alan John Percivale Taylor, as como del
periodista Alexander Werth, los nuevos trabajos de los his-
toriadores angloparlantes esclarecen las condiciones en las
cuales la URSS lleg a esa decisin. Muestran cmo la
terquedad de Francia y Gran Bretaa, en su poltica de
"apaciguamiento" que tambin podra llamarse de capitu-
lacin ante las potencias fascistas, alentada por Estados
Unidos, arruin el proyecto sovitico de "seguridad colec-
tiva" para los pases amenazados por el Reich. se es el ori-
gen de los acuerdos de Munich (29 de septiembre de 1938)
por los cuales Pars, Londres y Roma le permitieron a Berln
anexar, dos das despus, los Sudetes (b). Aislada frente a un
Tercer Reich que desde ese momento tena "las manos libres
en el Este", Mosc firm con Berln el pacto de no agresin,
que le dio un respiro momentneo.
As termin la misin franco-britnica enviada a Mosc
(11-24 de agosto) para calmar las opiniones que reclamaban
despus de la anexin alemana de Bohemia y Moravia, y
la satelizacin de Eslovaquia un frente comn con la URSS.
Mosc exiga una alianza automtica y recproca, como la
de 1914, que deba asociar a Polonia y Rumania, feudos del
"cordn sanitario" antibolchevique de 1919, y a los pases
blticos, vitales para la "Rusia Europea" (4). El almirante
britnico Drax y el general francs Doumenc deban hacer
que slo Mosc cargara con la responsabilidad del fiasco:
simplemente haba que "dejar a Alemania bajo la amenaza
de un pacto militar anglo-franco-sovitico y ganar as el otoo
y el invierno, retardando la guerra".

28
Cuando el 12 de agosto el jefe del Ejrcito Rojo
Klement Vorochilov les propuso, "preciso y directo (), un
examen concreto de los planes de operaciones contra el
bloque de los Estados agresores", ellos dijeron no tener poder
para eso. Pars y Londres, resueltos a no brindar ninguna
ayuda a sus aliados del Este, haban delegado la tarea en la
URSS, al mismo tiempo que la hacan imposible, ya que
Varsovia (sobre todo) y Bucarest siempre le haban negado
el derecho de paso al Ejrcito Rojo. Habiendo "garantizado"
a Polonia sin consultarla, Pars y Londres dijeron estar
maniatados por el veto (alentado secretamente) del
germanfilo coronel polaco Josef Beck, que invocaba el
"testamento" de su predecesor Josef Pilsudski: "Con los ale-
manes corremos el riesgo de perder nuestra libertad, pero
con los rusos perdemos nuestra alma".
Pero el asunto era ms simple. En 1920-1921, Polo-
nia les haba arrancado a los soviets, con ayuda militar
francesa, la Galicia Oriental. Ciega desde 1934 al apetito
alemn, Polonia temblaba ante la idea de que el Ejrcito
Rojo se adueara fcilmente de esos territorios. Rumania,
por su parte, tema perder la Besarabia (d), tomada a los
rusos en 1918 y conservada gracias a la ayuda de Francia.
La URSS tampoco obtuvo garanta alguna de los pases
blticos, cuya independencia en 1919-1920 y el manten-
imiento de la influencia alemana se deba totalmente al
"cordn sanitario".
Desde marzo, y sobre todo desde mayo de 1939, Mosc
fue cortejada por Berln, que, como por su experiencia prefera
una guerra en un solo frente, le prometi, antes de
arrojarse sobre Polonia, respetar su esfera de influencia en
Galicia Oriental, en el Bltico y en Besarabia. Mosc
cedi a ltimo momento, pero no al fantasma de "revolucin
mundial" o de Drang nach Westen (ese impulso hacia el oeste

29
tan caro al publicista alemn de extrema derecha Ernst Nolte).
Con Londres y Pars siempre mimando a Berln, Mosc se
neg a "quedar implicada sola en un conflicto con
Alemania", segn los trminos del secretario de Relaciones
Exteriores britnico Charles Lindsley Halifax, el 6 de mayo
de 1939. Occidente imit el estupor ante "la siniestra
noticia que explotaba sobre el mundo como una bomba" (5)
y denunci una traicin. En realidad, los franceses y britni-
cos apostados en Mosc jugaban a Casandra desde 1933: a
falta de una Triple Alianza, la URSS deba contemporizar
con Berln para ganar el "respiro" necesario que le
permitiera poner en pie de guerra su economa y su ejrcito.
El 29 de agosto de 1939, el teniente coronel Luguet,
agregado areo francs en Mosc (y futuro hroe gaullista
de la escuadrilla Normanda-Niemen), certific la buena
fe de Vorochilov y describi a Stalin como "glorioso suce-
sor (...) de Alejandro Nevsky y de Pedro I": "El tratado que
se public fue completado con un convenio secreto que
defina, lejos de las fronteras soviticas, una lnea que
las tropas alemanas no deberan pasar y que, de alguna
manera, sera considerada por la URSS como su posicin de
cobertura" (6).
Alemania inici el conflicto general el 1 de septiembre
de 1939, en ausencia de la alianza que, en septiembre de
1914, haba salvado a Francia de la invasin. Michael
Carley incrimina la poltica de apaciguamiento nacida del
"temor de la victoria contra el fascismo" de los gobiernos
britnico y francs, espantados de que el papel directivo
prometido a la URSS en una guerra contra Alemania
extendiera su sistema a todos los beligerantes: as, el
anticomunismo, decisivo en cada fase clave desde
1934-1935, fue "una causa importante de la Segunda Guerra
Mundial" (7).

30
El 17 de septiembre la URSS, inquieta por el avance
alemn en Polonia, proclam su neutralidad en el
conflicto, pero ocupando al mismo tiempo la Galicia
Oriental. En septiembre-octubre exigi garantas de los pases
blticos, una "ocupacin disfrazada, recibida con
resignacin" (8) por Londres, a quien el Reich inquietaba
ahora tanto como "el empuje ruso en Europa". Y habiendo
pedido en vano a Helsinki, aliada de Berln, una rectificacin
de fronteras (contra una compensacin), la URSS entr en
guerra contra Finlandia dando lugar a una seria resistencia.
La propaganda occidental se condola de la pequea
vctima y exaltaba su valenta. Weygand y Daladier (c)
planificaron "sueo" primero, y luego "delirio", segn el
historiador Jean-Baptiste Duroselle una guerra contra la
URSS en el Norte Grande, y luego en el Cucaso. Pero Lon-
dres aplaudi el compromiso finlands-sovitico del 12 de
marzo de 1940, as como el nuevo avance del Ejrcito
Rojo que sigui al derrumbe francs (ocupacin a mediados
de junio de 1940 de los pases blticos, y a fin de junio
de la Besarabia-Norte Bucovine). Despus de lo cual envi
a Mosc a Stafford Cripps, nico sovietlogo del
establishment. En ese momento, Londres prefera el avance
sovitico en el Bltico al alemn.
Despus de dcadas de polmicas, los archivos
soviticos confirmaron que alrededor de 5.000 oficiales pola-
cos, cuyos cadveres fueron descubiertos por los alemanes
en 1943 en Katyn (cerca de Smolensk, en Rusia), haban sido
ejecutados en abril de 1940 por una orden de Mosc.
Feroces con los polacos, los soviticos salvaron a ms de un
milln de judos de las zonas reanexadas y organizaron la
evacuacin prioritaria en junio de 1941 (9).
Este perodo, que va del 23 de agosto de 1939 al 22
de junio de 1941, fue objeto de otro debate, relativo a la

31
implementacin por Stalin del pacto germano-sovitico.
Algunos especialistas sealan, por ejemplo, el suministro
de materias primas soviticas a la Alemania nazi, el cam-
bio de estrategia impuesta en el verano de 1940 al Kom-
intern y a los partidos comunistas invitados a denunciar
la "guerra imperialista", etc. Los historiadores aqu men-
cionados le quitan importancia, e incluso cuestionan esta
interpretacin (10). Observemos que Estados Unidos
incluso despus de entrar en guerra contra Hitler en diciem-
bre de 1941 y Francia, oficialmente beligerante desde el
3 de septiembre de 1939, le brindaron al Reich abundantes
suministros industriales (11).
Las relaciones ger mano-soviticas, en crisis desde
junio de 1940, rozaron la ruptura en noviembre. "Entre 1939
y 1941, la URSS de sa rro ll con si de ra ble men te su
ar mamento terrestre y areo y concentr de 100 a 300
divisiones (es decir, de 2 a 5 millones de hombres) a lo
largo o cerca de sus fronteras occidentales" (12). El 22 de
junio de 1941, el Reich lanz el asalto anunciado por la
acumulacin de sus tropas en Rumania. Nicols Werth
habla del "derrumbe militar de 1941", que habra sido se-
guido (en 1942-1943) por "un sobresalto para el rgimen
y la sociedad".
Pe ro el 16 de ju lio el ge ne ral Doyen le anun ci a
Ptain, en Vichy, la muerte de la "Blitzkrieg" (e): "Aunque
era cierto que el Tercer Reich obtena en Rusia xitos es-
tratgicos, el giro tomado por las operaciones no responda
a la idea que se haban hecho sus dirigentes. stos no haban
previsto una resistencia tan feroz del soldado ruso, un
fanatismo tan apasionado de la poblacin, una guerrilla tan
agotadora en las retaguardias, prdidas tan importantes, un
vaco completo ante el invasor, dificultades tan considera-
bles de abas te ci mien to y de co mu ni ca cio nes (...) Sin

32
preocuparse por su alimento de maana, el ruso incendia sus
co se chas, que ma sus pue blos, des tru ye su ma te rial
rodante, sabotea sus explotaciones productivas?" (13).
El Vaticano, que tiene la mejor red mundial de infor-
maciones, a comienzos de septiembre de 1941 se alarm por
las dificultades "de los alemanes" y por la posibilidad de un
resultado "que hiciera que Stalin fuera llamado a organizar
la paz de comn acuerdo con Churchill y Roosevelt". Situ
entonces "el giro de la guerra" antes de la detencin de la
Wehr macht en Mos c (ha cia fin de oc tu bre) y mu cho
antes de Stalingrado. As se confirm el juicio que tena
desde 1938 el agregado militar francs en Mosc, Auguste-
Antoine Palasse, sobre el hecho de que la potencia militar
sovitica no hubiera sufrido mellas, segn l, con las purgas
que siguieron al proceso de ejecucin del mariscal Mikhail
Toukhatchesvski y del alto Estado Mayor del Ejrcito Rojo,
en junio de 1937 (14).
El Ejrcito Rojo escriba se reforzaba y desarro-
llaba un "patriotismo" inaudito: la posicin del ejrcito, la
formacin militar y una propaganda eficaz "mantenan en
tensin las energas del pas y le brindaban el orgullo de
las hazaas realizadas por los suyos (...) y la confianza
inquebrantable en su fuerza defensiva". Palasse haba re-
gistrado, desde agosto de 1938, las derrotas japonesas en
los enfrentamientos de la frontera URSS-China-Corea. La
calidad del Ejrcito Rojo as atestiguada sirvi de leccin:
ante el furor de Hitler, Japn fir m en Mosc, el 13 de
abril de 1941, un "pac to de neu tra li dad" que li be ra ba
a la URSS de su ob se sin des de el ata que con tra
Manchuria (1931) y despus de toda la China (1937) de
tener que sopor tar una guerra en dos frentes. Despus
de ha ber se re ple ga do, du ran te lar gos me ses, ba jo
el asal to de la for mi da ble m qui na de gue rra na zi,

33
el Ejrcito Rojo iba a estar en condiciones de pasar nueva-
mente a la ofensiva.
As como en 1917-1918 el Reich fue derrotado en el
Oeste, sobre todo por el ejrcito francs, de 1943 a 1945 lo
fue en el Este y por el Ejrcito Rojo. Para darle un alivio a su
ejrcito Stalin reclam, desde agosto-septiembre de 1941, un
"segundo frente" (envo de divisiones aliadas a la URSS o de-
sembarco en las costas francesas). Pero debi contentarse con
las ala ban zas del pri mer mi nis tro bri t ni co Wins ton
Churchill, seguido prontamente por el presidente estadou-
nidense Franklin D. Roosevelt, sobre "el herosmo de las
fuerzas combatientes soviticas", y con un "prstamo garan-
tizado" estadounidense (reembolsable despus de la guerra),
que un historiador sovitico evalu en 5.000 millones de
rublos, o sea el 4% del ingreso nacional de 1941 a 1945. El
rechazo de este segundo frente y el apartar a la URSS de las
re la cio nes in te ra lia das (a pe sar de su pre sen cia en la
cumbre de Tehern, en noviembre de 1943) reavivaron su
obsesin por el retorno del "cordn sanitario" y las "manos
libres en el Este".
La cuestin de las relaciones de fuerzas en Europa se
agudiz cuando la capitulacin del general Friedrich von
Paulus en Stalingrado, el 2 de febrero de 1943, puso en el or-
den del da la paz futura. Como Washington contaba con su
hegemona financiera para escapar a las normas militares de
la solucin de conflictos, Franklin D. Roosevelt se rehus a
negociar sobre los "objetivos de guerra" presentados a
Winston Churchill por Jos Stalin en julio de 1941 (retorno
a las fronteras europeas del antiguo imperio alcanzadas en
1939-1940) porque una "esfera de influencia" sovitica limi-
tara la estadounidense; el financista Averell Harriman, em-
bajador en Mosc, pensaba en 1944 que el atractivo de una
"ayu da eco n mi ca" pa ra la arrui na da URSS "evi ta ra

34
el desarrollo de una esfera de influencia (...) sovitica en
Europa Oriental y los Balcanes".
Pe ro ha ba que con tar con Sta lin gra do, don de se
enfrentaban desde julio de 1942 "dos ejrcitos de ms de un
mi lln de hom bres". El sovi ti co ga n esa "ba ta lla
encarnizada" seguida da a da en la Europa ocupada "que
su pe r en vio len cia a to das las ba ta llas de la Pri me ra
Guerra Mundial (...) en cada casa, cada fuente de agua, ca-
da stano, cada pedazo de ruina". Su victoria "puso a la URSS
en el camino de ser una potencia mundial", como la "de
Poltava en 1709 (contra Suecia) haba transformado a Rusia
en potencia europea".
La verdadera apertura del "segundo frente" se demor
hasta junio de 1944, cuando el avance del Ejrcito Rojo
ms all de las fronteras soviticas de julio de 1940
exigi el reparto de las "esferas de influencia". La conferen-
cia de Yalta, en febrero de 1945, cumbre de los logros de la
URSS, que haba sido un beligerante decisivo, no result de
la astucia de Stalin despojando a la Polonia mrtir contra un
Churchill impotente y un Roosevelt cerca de la muer te,
sino de una relacin de fuerzas militares.
Roosevelt se inclin entonces a proseguir con una ca-
rrera negociada de reedicin de la Wehrmacht "con armas
anglo-estadounidenses y el envo de las fuerzas al Este": a
fines de marzo, "26 divisiones alemanas seguan en el
frente occidental (...) contra 170 divisiones en el frente del
Este" (15), donde los combates hicieron furor hasta el final.
En marzo-abril de 1945, la operacin Sunrise ulcer a Mos-
c: el jefe de la Office of Strategic Services (ancestro de la
CIA) en Berna, el financista Allen Dulles, negoci con el
general SS Karl Wolff, jefe del estado mayor personal de
Himmler, responsable del asesinato de 300.000 judos, la
capitulacin del ejrcito Kesselring en Italia. Pero quedaba

35
polticamente excluida la posibilidad de que Berln se
volviera hacia Occidente: del 25 de abril al 3 de mayo, las
batallas del frente oriental mataron a otros 300.000 soldados
sovi ti cos. Es de cir, el equiva len te de las pr di das
estadounidenses totales (292.000), nicamente militares, de
los frentes europeo y japons de diciembre de 1941 a agosto
de 1945 (16).
Segn Jean-Jacques Becker, "dejando a un lado que se
despleg en espacios mucho ms vastos, y dejando tambin
a un lado el costo extravagante de los mtodos de combate
caducos del ejrcito sovitico, en un plano estrictamente mi-
litar, la segunda guerra fue menos violenta que la primera"
(17). Esto equivale a olvidar que slo la URSS perdi la
mitad de las vctimas de todo el conflicto de 1939-1945,
especialmente a consecuencia de la guerra de exterminacin
que el Tercer Reich planific para liquidar, adems de la
totalidad de los judos, de 30 a 50 millones de eslavos (18).
La Wehrmacht, feudo pangermanista fcilmente nazificado,
al con si de rar a "los ru sos co mo asi ti cos dig nos del
desprecio ms absoluto", fue el artesano principal de esa
masacre: su salvajismo antieslavo, antisemita y antibolche-
vique, descripto en el proceso de Nremberg (1945-1946),
pero durante mucho tiempo callado en Occidente y recien-
temente recordado en Alemania por exposiciones itineran-
tes (19), priv a la URSS de las "le yes de la gue rra"
(convenios de La Haya de 1907).
Dan testimonio de ello sus rdenes: el decreto llama-
do "del comisario" del 8 de junio de 1941, que prescriba
la ejecucin de los comisarios polticos comunistas integra-
dos al Ejrcito Rojo; la orden de "no hacer prisioneros", que
caus la ejecucin en el campo de batalla, una vez termi-
nados los combates, de 600.000 prisioneros de guerra,
orden extendida en julio a los "civiles enemigos"; la orden

36
de Reichenau de "exterminacin definitiva del sistema ju-
deo-bolchevique", etc. (20). As 3,3 millones de prisioneros
de guerra, es decir, ms de dos tercios del total, sufrieron en
1941-1942 una "muerte programada" por el hambre y la sed
(80%), el ti fus y el tra ba jo es clavo. Los pri sio ne ros
"co mu nis tas fa n ti cos" en trega dos a la SS fue ron los
conejillos de indias del primer gaseado con Zyklon B en
Auschwitz, en diciembre de 1941.
La Wehr macht fue, jun to con la SS y la po li ca
alemana, un agente activo de la destruccin de los civiles,
judos y no judos. Ayud a los Einsatzgruppen SS encarga-
dos de las "operaciones mviles de matanza" (Ral Hilberg),
como la per petrada por el grupo C en la hondonada de
Babi Yar, a fines de septiembre de 1941, diez das despus
de la en tra da de sus tro pas en Kiev (cer ca de 34.000
muertos): una de las innumerables masacres perpetradas,
con "auxiliares" polacos, blticos (letones y lituanos) y
ucra nia nos, des crip tas por el pun zan te Liv re noir de
Ilya Ehrenburg y Vassili Grossman (21).
Eslavos y judos (1,1 milln sobre 3,3) perecieron
de a miles en Oradour-sur-Glane (ciudad mrtir) as como en
los campos de concentracin. Los 900 das del sitio de
Leningrado (julio de 1941-enero de 1943) mataron un milln
de habitantes sobre los dos y medio existentes, de los cuales
"ms de 600.000" durante la hambruna del invier no de
1941-1942. En total, "1.700 ciudades, 70.000 pueblos y 32.000
empresas industriales fueron arrasadas". Un milln de
Ostarbeiter ("trabajadores del Este"), deportados hacia el oes-
te, fueron agotados o aniquilados por el trabajo y las sevicias
de las SS y de los "ka pos" en los "kom man dos" de los
campos de concentracin, minas y fbricas de los Konzerne
y de las filiales de grupos extranjeros, como Ford, fabricante
de los camiones de 3 toneladas del frente del Este.

37
El 8 de marzo de 1945 la URSS, exange, ya haba per-
dido el beneficio de la "Gran Alianza" que impuso a los an-
glo-estadounidenses la enorme contribucin de su pueblo,
bajo las armas o no, para su victoria. El containment (conten-
cin) de la "guerra fra", bajo la gida de Washington, poda
restablecer el "cordn sanitario", la "primera guerra fra" que
Londres y Pars haban dirigido de 1919 a 1939. u

1 "1947-1948. Du Ko min form au coup de Pra gue, l'Oc ci dent eut-il


peur des Soviets et du com mu nis me?", His to riens et gograp hes
(HG), Pa rs, n 324, agos to-sep tiem bre de 1989, pp. 219-243.
2 Dia na Pin to, "L'A m ri que dans les liv res d'his toi re et de gograp hie
des clas ses ter mi na les fran ai ses", HG, n 303, mar zo de 1985, pp.
611-620; Geof frey Ro berts, The Soviet Union and the ori gins of the
Se cond World War, 1933-1941, Saint Mar tins Press, Nueva York,
1995, in tro duc cin.
3 Va se tam bin Geof frey Ro berts, op. cit., p. 95-105, y Gabriel Go ro -
detsky, "Les des sous du pac te ger ma no-sovi ti que", Le Mon de di plo -
ma ti que, ju lio de 1997.
4 Sal vo otra in di ca cin, las fuen tes aqu ci ta das se en cuen tran en los
archivos del Mi nis te rio Fran cs de Re la cio nes Ex te rio res o del Ejr-
ci to de tie rra (SHAT) y en los archivos pu bli ca dos de Ale ma nia, Rei -
no Uni do y Es ta dos Uni dos. En cuan to a los nu me ro sos li bros, en ge -
ne ral po co co no ci dos, so bre los que se apoya es te ar t cu lo, se en -
cuen tran reu ni dos en una larga bi bliogra fa que el lec tor en con tra r
en el si tio de in ternet de Le Mon de di plo ma ti que, www.mon de-di plo -
ma ti que.fr.
5 Wins ton Churchill, Me mo rias, vol. I, "La Se gun da Gue rra Mun dial:
Se cierne la tor men ta ", Edi cio nes Peu ser, Bue nos Ai res, 1961.
6 Car ta a Guy de la Cham bre, mi nis tro de avia cin, Mos c, 29 de
agos to de 1939 (SHAT).
7 Mi chael J. Carley, 1939, The allian ce that ne ver was and the co ming
of World War 2, Ivan R. Dee, Chi ca go, 2000, pp. 256-257.
8 Car ta 771 de Charles Cor bin, Lon dres, 28 de oc tu bre de 1939, archi-
vos del Quai dOrsay (MAE).
9 Dov Levin, The les ser of two evils: Eas tern Eu ro pean Jewry un der So-
viet ru le, 1939-1941, The Jewish Pu bli ca tions So ciety, Fi la del fia-Je -
ru sa lem, 1995.

38
10 Van se es pe cial men te las obras ya ci ta das de Geof frey Ro berts y
Gabriel Go ro detscky, y tam bin Bern hard H. Bayerlin y otros, Mos -
cou, Pa ris-Berlin (...) 1939-1941, Tai llan dier, Pa rs, 2003. La co mu -
nis ta li ber ta ria Marga re te Bu ber-Neu mann acu s en sus Me mo rias
al r gi men sovi ti co de haber en tre ga do an ti fas cis tas ale ma nes a la
Ges ta po.
11 Charles Hig ham, Tra ding with the enemy 1933-1949, De la cor te
Press, Nueva York, 1983; y In dus triels et ban quiers fran ais sous
lOc cu pa tion, Ar mand Co lin, Pa rs, 1999.
12 Geof frey Ro berts, op. cit., pp. 122-134 y 139.
13 La D l ga tion fran ai se au prs de la Com mis sion alle man de d'Ar mis -
ti ce de Wies ba den, 1940-1941, Im pri me rie na tio na le, Pa rs, vol. 4, pp.
648-649.
14 NDLR: Se con si de ra que es tas purgas de bi li ta ron con si de rable men -
te al Ejrci to Ro jo.
15 Gabriel Kol ko, The Po li tics of War, Ran dom Hou se, Nueva York,
1969, cap. 13-14.
16 Pie ter La grou, en Stp ha ne Au doin-Rou zeau y otros, La vio len ce de
gue rre 1914-1945, Com plexe, Bru se las, 2002, p. 322.
17 Ibid., p. 333.
18 Gtz Aly y Su san ne Heim, Vorden ker der Ver nich tung, Hoff mann und
Cam pe, Ham burgo, 1991, re su mi do por Do mi ni que Vi dal, Les his to -
riens alle mands re li sent la Shoah, Com plexe, Bru se las, 2002, pp. 63-
100.
19 Edouard Hus son, Com pren dre Hi tler et la Shoah, PUF, Pa rs, 2000,
pp. 239-253.
20 Omer Bar tov, Ger man Troops, Mac Mi llan, Lon dres, 1985; Lar me
dHi tler, Ha chet te Plu riel, Pa rs, 1999; y Tom Bower, Blind eye to
murder, An dr Deutsch, Lon dres, 1981.
21 Ac tes Sud, Arles, 1995.
(a) Ac tual men te, Ucra nia oc ci den tal. Co mo mu chas de las "marcas"
(provin cias de fron te ra), Ga li cia haba es ta do, a travs de la his to -
ria, en ma nos de los ru sos, mogo les, po la cos y li tua nos. For m par te
del Im pe rio aus tro-hn ga ro has ta 1919, ao en que fue in corpo ra da
otra vez a Po lo nia.
(b) Su de tes: nom bre ge ne ral que de sig na una re gin li m tro fe de la Re -
p bli ca Che ca, al nor te de Bo he mia, que com pren de la fron te ra oc -
ci den tal y par te de la fron te ra sep ten trio nal y me ri dio nal

39
(c) Je fe de la mi sin mi li tar fran ce sa en Po lo nia y je fe del go bierno
fran cs, res pec tiva men te.
(d) An ti gua re gin de Eu ro pa orien tal que abarca gran par te de la ac -
tual Mol davia y al gu nos dis tri tos de Ucra nia.
(e) La Blitzkrieg o "guerra relmpago" fue un nuevo tipo de estrategia puesto
en prctica por primera vez por las tropas alemanas en la invasin de Polo-
nia el 1 de septiembre de 1939. Este nuevo sistema de hacer la guerra consis-
ta en aplicar la mxima movilidad posible a las tropas en contraposicin
con las estrategias de posiciones vigentes en Europa.

A.L-R

40
De la eutanasia a la solucin final

Exterminio de enfermos
y ancianos en el Tercer Reich
por Susanne Heim *

Desde los primeros aos del rgimen nazi


circularon en Alemania rumores que afirmaban
la existencia de planes de exterminio sistemtico de la
poblacin poco productiva. La eutanasia
se constituy as en entrenamiento y ensayo
del que sera uno de los rasgos ms atroces de la
II Guerra Mundial: las matanzas de prisioneros
en las cmaras de gas.

En la primavera de 1944, la direccin de los Servicios de


Seguridad (SD) nazis, en Berln, solicit a sus informantes
que le proveyeran informes sobre el estado de la opinin
pblica acerca de una cuestin muy especial: el rumor que
circulaba por toda Alemania sobre la prematura ejecucin
de las personas de edad (1). Los resultados revelaron una
*inVestigaDora. autora, en colaboracin con gtz aly, De VorkenDer Der
Vernichtung. auschwitz unD Die Deutschen plne Fr neue europische orD-
nung (los precursores Del exterminio. auschwitz y los planes alemanes para un
nueVo orDen europeo), hoFFmann unD campe, hamburgo, 1991.artculo publi-
caDo en el nmero 52 De la eDicin chilena De Le Monde dipLoMatique, mayo 2005.
traduccin: patricia minarrieta
41
pro fun da des con fian za res pec to del sis te ma de sa lud
nacionalsocialista. Gran par te de la poblacin estimaba
que a causa de su menor productividad, los ancianos eran
considerados indeseables y superfluos por el Estado, y
reciban por ende una asistencia insuficiente.
Se gn cier tas ver sio nes, al gu nos m di cos se
deshacan de personas de edad enfermas con mtodos
apro pia dos a fin de re du cir los cos tos y aho rrar los
medicamentos escasos. Muchos alemanes pensaban que las
mismas autoridades haban invitado a los funcionarios de la
salud a interrumpir los tratamientos de los pacientes de edad
ms avanzada, y a no prescribirles ms prtesis ni medica-
mentos de circulacin limitada como la insulina. En cier-
tos distritos, las personas mayores evitaban ir al mdico y
preferan dirigirse a su farmacutico o a un curandero ; otros
no tomaban lo que les recetaba su mdico, temiendo ser en-
venenados. Estos rumores iban a la par con las quejas: en la
distribucin de alimentos de alto valor nutricio -como las
frutas, verduras o leche- y en las evacuaciones para huir de
los bombardeos aliados, los jvenes y especialmente las
mujeres fecundas se habran visto privilegiados.
En muchas regiones, estas versiones persistan obsti-
nadamente desde haca aos por una razn sencilla : el re-
cuerdo, muy vvido, de las ltimas experiencias de elimina-
cin clnica de los intiles a pedido del Estado. En rela-
cin con los nuevos rumores, se evocaba con indignacin el
asesinato de los pacientes de los asilos y hospitales en for-
ma casi abierta. La gente pensaba que, despus de los disca-
pacitados, llegara a los viejos el turno de ser sometidos a las
inyecciones de la Ascensin, que los enviaran al ms all.
Pero el conocimiento de la poltica de eutanasia de
los nazis suscit ms resignacin que rebelda. Entre enero
de 1940 y agosto de 1941, alrededor de 70.000 internos de

42
es ta ble ci mien tos psi qui tri cos ale ma nes ha ban si do
sis te m ti ca men te ase si na dos. Obra de una ins ti tu cin
disimulada bajo el nombre T4, este asesinato masivo fue en-
cu bier to ad mi nis tra tiva men te y de cre ta do se cre to de
Estado. A comienzos de la guerra, el mismo Hitler haba
re dac ta do una au to ri za cin en tal sen ti do, for mu la da
voluntariamente de modo vago, para dejar en manos de los
expertos mdicos y administrativos la organizacin del pro-
grama criminal y la definicin de los grupos de vctimas.
Aunque los mdicos implicados exigieron una garanta le-
gal, el mandatario se neg, so pretexto de confidenciali-
dad, a recurrir a una ley de eutanasia. Muchos indicios
confirman sin embargo que las fugas de informacin no se
debieron a un error: fueron voluntarias.

Un test para el judeocidio

La liquidacin de los enfermos mentales ense al rgi-


men algo esencial: ese genocidio no haba quebrantado
esencialmente la lealtad de la poblacin (experiencia
decisiva para la aplicacin del programa de exterminio
de los prisioneros de los campos, judos y gitanos romas
y sintis). Por otra parte, las estructuras y el personal que
haba pasado la prueba del asesinato de los minusvli-
dos participaron acto seguido en el judeocidio.
Los preparativos del test que represent la eutanasia
vienen de muy lejos. El director de un asilo psiquitrico lo
atestigu retrospectivamente en 1947: incluso antes de la
guerra, el ministerio del interior pensaba, en caso de conflic-
to, reducir drsticamente las raciones de los ocupantes de los
asilos y hospitales psiquitricos.
Frente a la objecin segn la cual eso conducira a
hacerlos morir de hambre, se haba prudentemente, por

43
primera vez, tanteado el terreno, preguntando qu posicin
adoptara la Misin Interior (2) si el Estado planificaba el
exter minio de cier tas categoras de enfer mos durante la
gue rra, en ca so de que los ali men tos dis po ni bles no
alcanzaran para alimentar al total de la poblacin (3).
Durante el verano de 1939, el mdico personal de
Hitler, Theo Morell, haba redactado un infor me en el
mismo sentido. Basndose en una encuesta realizada a
principios de los aos 20 entre los padres de nios con
discapacidades importantes, conclua que la mayora de ellos
aceptaban que la vida de su hijo se abreviara sin sufrimien-
to. Algunos decan incluso preferir no decidir ellos mismos
la suerte de su hijo: ms vala que un mdico tomara las
decisiones necesarias. A partir de lo cual Morell preconi-
z, en caso de eutanasia, la renuncia al consentimiento
ex pl ci to de la fa mi lia, el mayor di si mu lo po si ble del
asesinato del enfermo y, en trminos ms generales, la uti-
lizacin del prefiero-no-saberlo (4). Las vctimas fueron
pues rpidamente transferidas de un establecimiento al otro,
a fin de hacer ms difciles las bsquedas de allegados in-
quietos, y luego asesinadas en los centros de ejecucin (5).
Las fa mi lias re ci ban en ton ces el anun cio del de ce so,
imputado a una causa inventada, as como la incineracin
del difunto.
Pese a estas precauciones, el secreto del asesinato de
los enfermos se divulg, en especial entre el personal de los
asilos y en los alrededores de los lugares de ejecucin.
El frgil tab qued pblicamente expuesto en agosto
de 1941, cuando el obispo de Munster, conde Clemens
August von Galen, repudi abiertamente el crimen en un ser-
mn. Las protestas procedan ms que nada de los medios
catlicos. Semanas antes del escndalo pblico de von
Ga len, Hi tler ha ba or de na do de te ner el progra ma de

44
eutanasia. Pero eso no significaba de ningn modo el cese
de actividades de los centros de matanza. El nmero de vc-
timas corresponda aproximadamente, en ese momento, al
objetivo fijado por los organizadores en 1939 : uno de ca-
da diez pacientes de hospital psiquitrico deba ser tomado
por la accin, es decir entre 65.000 y 70.000 personas en
total. Y los exper tos en estadstica calcularon incluso el
ahorro realizado as en materia de alojamiento, vestimenta
y alimentacin hasta 1951! Sin contar el personal mdico
liberado para otras tareas, los lugares disponibles para
enfermos curables, los asilos transformados en hospitales.
Ya durante la Primera Guerra Mundial, la divisin de
la poblacin en distintas categoras destinadas a ser mejor
o peor aprovisionadas en funcin de su valor haba
conducido a una subalimentacin drstica de los pacientes
de los hospitales psiquitricos. De all un fuerte aumento de
la cifra de su mortalidad (6). Pero con la Segunda Guerra
Mundial, la seleccin sistemtica, combinada con medidas
estatales coercitivas, se convirti en la base de la poltica
social. Y no cambi nada la interrupcin, en 1941, del
progra ma de eu ta na sia: el ase si na to de los en fer mos
prosigui, de forma descentralizada y con otras tcnicas. Las
autoridades locales ya no deportaban a los condenados a las
cmaras de gas de los centros de exterminio: los mataban en
distintos hospitales y asilos mediante inyecciones letales. Al
mismo tiempo, el crculo de los participantes directos en el
asesinato y el de las personas infor madas se ampliaron
considerablemente.
Los expertos en eutanasia, que antes elegan los pacien-
tes a ser eliminados, desplazaron su actividad hacia otros
grupos de vctimas. A partir de la primavera de 1941, selec-
cionaron prisioneros de los campos de concentracin -sobre
todo minusvlidos y judos- para ser llevados a la cmara de

45
gas. Ms adelante, los asesinos del Aktion T4 operaron en
los centros de exterminio de Belzec, Sobibor y Treblinka,
cuyos comandantes sacaron provecho de su experiencia
en materia de utilizacin de las cmaras de gas para la
destruccin de los judos.
Aparte de sus conocimientos prcticos y organizativos,
los T4 transfirieron de la eutanasia a la solucin final
su experiencia en el manejo de la opinin pblica. Tan es as
que en abril de 1941, el consenso en torno al asesinato de los
enfermos se confirm favorable: En el 80% de los casos
los allegados estn de acuerdo, el 10% protesta y el 10% es
indiferente (7). Los informes de los SS de la primavera de
1944 pueden leerse entonces como signos de una prudente
moderacin: sondean la atmsfera general, dan indicacio-
nes sobre las posibles causas de los rumores y aconsejan a
las autoridades en cuanto a su reaccin. En todo caso, se
trataba menos de manipular a la opinin pblica que de
medir las fronteras de lo realizable. u

1 Antiguos archivos especiales, Mosc, 500/4/330.


2 Organizacin de asistencia protestante, cuya direccin se haba pronunci-
ado, desde 1931, a favor de una esterilizacin eugensica. Cf. Ernst Klee,
Euthanasie im NS-Staat, Fischer Verlag, Frankfurt, 1985.
3 Ludwig Schaich, Lebensunwert ?, citado por Gtz Aly y Susanne Heim en
Vordenker, op. cit.
4 Idem.
5 Grafeneck, Brandenburg, Bernburg, Hadamar, Harteheim, Pirna.
6 Heinz Faulstich, Hungersterben in der Psychiatrie 1914-1949, Lambertus
Verlag, Friburgo, 1997.
7 Susanne Heim y Gtz Aly, op. cit.

S.H.

46
Una leccin de coraje

Las mujeres de la Rosenstrasse


por Dominique Vidal*

Siempre se dijo que en la Alemania nazi


"no haba nada que hacer". Un grupo de mujeres que en 1943
exigi y obtuvo la liberacin
de sus maridos judos recientemente detenidos demostr lo
contrario. Una prueba de que
la dictadura tema las reacciones del pueblo ms
de lo que la historiografa tradicional sostiene.

Ese 27 de febrero de 1943, al alba, los SS de la Leibstan-


dar te Hi tler, en carga dos de la segu ri dad per so nal del
Fhrer, ocupan sus lugares en camiones cubier tos con
lonas que parten hacia los cuatro confines de Berln (1).
Su misin: detener en su casa o en su trabajo, con ayuda
de la Gestapo y de la polica municipal, a los ltimos ju-
dos de la capital del III Reich. Unos trabajan en fbricas
vitales para la Wehrmacht; otros, casados con cnyuge ale-
mn, no caen por efecto de las leyes de Nuremberg de 1935.
*JEFE DE REDACCIN ADJUNTO DE LE MONDE DIPLOMATIQUE, PARS. ARTCULO PUBLICADO
EN EL NMERO 52 DE LA EDICIN CHILENA DE LE MONDE DIPLOMATIQUE, MAYO 2005.Tra-
duccin: Patricia Minarrieta

47
El ministro de propaganda y gauleiter (jefe regional) del
Par tido Nacionalsocialista, Joseph Goebbels, que hace
diez aos suea con limpiar de judos su ciudad, puede
finalmente poner trmino a esas excepciones.
Por la noche, cerca de 5.000 personas han sido
secuestradas, entre ellas 1.700 maridos de alemanas.
Algunos van ya rumbo a los campos de la muerte. Otros
esperan su deportacin, hacinados en dos crceles im-
provisadas. Una de ellas se encuentra en los nmeros 2-
4 de la Rosenstrasse, en el local de una oficina de asis-
tencia social de la comunidad juda. Desde el medioda,
decenas de mujeres, preocupadas por no ver volver a su
marido, se apian en la calle: pronto son 200. Algunas
pasan la noche all...
Al da siguiente, se duplica su nmero... y su deci-
sin. El hecho de que el servicio de asuntos judos de la
Gestapo tenga su sede a dos pasos, en la Burgstrasse, no
les impide gritar a coro: "Devulvannos a nuestros mari-
dos!". Ni la presencia de los SS, ni el cierre de la estacin
de subterrneo cercana de Brse, ni siquiera los terribles
bombardeos areos britnicos de la tarde les impiden de-
safiar al rgimen. El historiador David Bankier relata (2),
basndose en un testigo, cmo varias mujeres enfrentan a
los agentes de la Gestapo y "se atreven a decirles que
deberan ir ellos mismos al frente del Este y dejar en paz
a los viejos judos", pero "la mayora de los peatones
agrega miran la escena con total indiferencia".
En su Diario, con fecha 2 de marzo, Goebbels escri-
be: "Estamos echando definitivamente a los judos fuera
de Berln. Los prendimos a todos en una redada el
pasado domingo y vamos a embarcarlos hacia el Este de
inmediato." No tiene en cuenta la multitud que crece en
la Rosenstrasse. Cuando los SS amenazan disparar, las

48
mujeres van a refugiarse en las entradas de las casas o
bajo un viaducto cercano, luego regresan: "Queremos a
nuestros maridos", exigen al unsono.

Victoria contra la pasividad

El 5 de marzo, el rgimen intenta unas ltimas maniobras


intimidatorias. La Gestapo desplaza por la fuerza a dece-
nas de manifestantes. Luego un jeep ocupado por cuatro SS
con uniforme y casco de acero, blandiendo metralletas, arre-
mete contra la multitud lanzando disparos. Las mujeres se
dispersan corriendo, para regresar nuevamente frente a la
prisin. Algunas de ellas, estimuladas por el poder de su mo-
vi mien to, se ani man in clu so a ir a pe dir a la Ges ta po
noticias de sus esposos. Otras consiguen introducirse en el
edificio de la Rosenstrasse. "Conservbamos la esperanza
de que nues tros ma ri dos vol ve ran a ca sa y no se ran
deportados", testimonia una manifestante.
Lo ms increble es que no se equivocan. El 6 de
marzo, la dictadura no slo pone fin a los arrestos y
deportaciones que continuaban hasta ese momento, sino
que ordena la liberacin de todos los judos casados con
alemanas har incluso buscar en Auschwitz a veinticin-
co de ellos, que podrn volver a su hogar. Por lo dems,
casi todos sobrevivirn a la guerra. Oficialmente, la
Gestapo de Berln cometi simplemente un abuso de po-
der secuestrando y deportando a judos casados con
alemanas, y el poder haba puesto, naturalmente, las
cosas en orden.
La realidad nada tiene que ver con esa fbula del
"error" burocrtico rectificado. Fue el mismo Goebbels
quien orden la redada y quien, luego de una reunin con
Adolf Hitler, el 3 de marzo, en su Wolfschanze (guarida

49
de lobo), la suspendi. Por qu? La respuesta procede
sin duda del perodo durante el cual se desarrolla este ca-
so: justo despus de la derrota de Estalingrado. El nimo
de los alemanes est en su punto ms bajo. Los dirigen-
tes nazis tienen entonces una nica obsesin:
que el "frente interior" se quiebre, como en 1917, bajo el
ataque sorpresivo del Ejrcito Rojo y los bombardeos
anglo-estadounidenses. La resistencia corajuda, pero re-
lativamente apoltica, de las mujeres de la Rosenstrasse
amenaza transfor marse en una mancha de aceite:
y si otros manifestantes vinieran a perturbar las depor-
taciones masivas de judos, que tienen lugar entonces en
numerosas ciudades de Alemania?
"En Berln especifica el historiador Peter Longe-
rich (3) se intern temporalmente a cientos de judos
casados con no judas en dos edificios de la comunidad
juda, con el fin manifiesto de poder intercambiarlos
por aquellos empleados de la comunidad que deban ser
deportados. Por destacable que sea esta accin, la
protesta pblica espontnea de miembros de ese grupo
reunidos frente al edificio de la Rosenstrasse, no fue
sin embargo la causa de la liberacin de los hombres
encarcelados, ya que una deportacin de los judos
que vivan en pareja mixta no estaba prevista en
esa poca."
El colaborador del ministro de Propaganda, Leopold
Gutterer, contradice esa apreciacin: "Goebbels liber a
los judos para eliminar para siempre toda protesta. (...)
Para evitar que otros saquen una enseanza o sigan el
ejemplo de esa protesta, haba que eliminar toda razn de
protestar" (4). En su obra maestra, La Destruction
des juifs dEurope (5) (La destruccin de los judos de
Europa), Raul Hilberg sigue la misma lnea, cuando

50
escribe que los maridos judos de mujeres alemanas
"fueron finalmente exceptuados, dado que se percibi, en
el fondo, que su deportacin poda llegar a comprometer
todo el proceso de destruccin".
A la distancia, la victoria de las mujeres de la
Rosenstrasse interroga al historiador. sta constituye en
primer lugar una dura respuesta a todos aquellos que ex-
plicaron su pasividad asegurando que "no haba nada que
hacer" contra el rgimen nazi. Ms aun: prueba que la
accin, lejos de ser un testimonio meramente simblico,
poda hacerlo retroceder. Ms all del muy particular
contexto del invierno de 1943, esta victoria incita
incluso a revisar los vnculos que la dictadura mantena
con su pueblo: no tema la primera las reacciones del
segundo mucho ms de lo que afirma la historiografa
tradicional?
Eso explicara, entre otras cosas, el secreto en
que los dirigentes nazis procuraron envolver el
genocidio, pero tambin los esfuerzos considerables que
desplegaron como lo demuestra en este mismo dossier
Gtz Aly para "comprar" a los alemanes. Pero lamenta-
blemente, no hubo ms que una sola Rosenstrasse... u

1 Slo un libro en francs trata exhaustivamente este caso: Nathan Stotlzfus,


La Rsistance des coeurs. La rvolte des femmes allemandes maries des
juifs, Phbus, Pars, 2002. Este artculo se basa en gran medida en informa-
cin incluida en ese libro.
2 Die ffentliche Meinung im Hitlerstaat, Berlin Verlag, Berln, 1995.
3 Politik der Vernichtung, Piper, Munich, 1998.
4 Nathan Stoltzfus, op. cit.
5 Fayard, Pars, 1988.

D.V.

51
8 de mayo de 1945

El conflicto visto desde Asia


Por Christopher Bayly y Tim Harper *

En diciembre de 1941, das despus del ataque a Pearl


Harbor (1), las tropas japonesas se instalaron en Kelantan, al
noreste de la Malasia britnica. En menos de seis semanas,
lograron vencer a los defensores britnicos desmoralizados,
apoderarse de Singapur y tomar el control de los recursos de
la rica pennsula malaya. Apostando a una brillante victoria
que ha bra eli mi na do de f i ni tiva men te de la gue rra al
ejrcito britnico y llevado a Estados Unidos a sentarse en la
mesa de negociaciones, el Estado Mayor japons decidi
atacar la Birmania britnica.
Al pasar por Tailandia, los japoneses hicieron caer
una vez ms en la trampa a los soldados ingleses y, hacia
fines de febrero de 1942, se acercaron a Rangn, la
capital birmana. Tres meses ms tarde, enfrentndose a
un prematuro monzn, se apostaron en la frontera del
Imperio britnico de las Indias, por entonces en plena

*autores De forgotten arMies. tHe faLL of britisH asia 1941-1945, penguin, allen
lane (2004). artculo publicaDo en el nmero 52 De la eDicin chilena De Le Mon-
de dipLoMatique, mayo 2005. traduccin: gustavo recalde.

53
efervescencia anticolonial. El viejo imperio de doscientos
aos pareca a punto de derrumbarse. Alan Brooke, jefe
del Estado Mayor imperial, escribi en su diario: "Lejos
estaba de imaginar que nos haran pedazos tan pronto y
que en menos de tres meses perderamos Singapur y Hong
Kong" (2).
Durante los tres aos que siguieron, el ejrcito
britnico retom progresivamente la ofensiva, construyen-
do un fuerza eficaz con tropas inglesas, indias y africanas,
apoyadas por la aviacin estadounidense. Durante los
primeros meses de 1944, bajo el mando de lord Louis
Mountbatten y del general William Slim -uno de los solda-
dos britnicos ms respetados de la guerra-, este ejrcito
enfrent primero un nuevo intento de invasin japonesa a
India en Imphal y Kohima, en Assam. Luego el 14 bata-
lln de Slim entr en Birmania y recuper Rangn casi
tres aos despus del mismo da en que la haba perdido.
El ejrcito japons sufri una de las derrotas terrestres ms
sangrientas de su historia, que caus la prdida de ms de
100.000 hombres (3). Poco despus del bombardeo atmi-
co a Hiroshima y Nagasaki, el 6 y el 9 de agosto de 1945,
las tropas inglesas e indias ocuparon Malasia, e incluso,
durante un tiempo, en el otoo de 1945, Indonesia y el sur
de la Indochina francesa.
Despus del da de la victoria, el 8 de mayo de 1945,
las tropas britnicas apostadas en Oriente, "ejrcitos olvi-
dados", no dejaron sin embargo de combatir durante tres
meses tras la cada de Berln, pero su tenacidad y sus ha-
zaas fueron injustamente eclipsadas por la guerra contra
Alemania. Las protestas se hicieron or con mayor fuerza
cuando estas tropas se vieron arrastradas a combates san-
grientos e intiles contra la guerrilla del Vietminh en Indo-
china y contra los nacionalistas de Sukarno en Indonesia.

54
A pesar de todo, proliferaron leyendas heroicas en
torno a los memorables acontecimientos de la guerra bri-
tnica en Oriente. Como la historia de Orde Wingate, ese
comandante de las fuerzas especiales que combati, con
sus brigadas indias Chindits, detrs de las lneas japonesas
en 1943-1944. O la Fuerza 136, la unidad de combate que
apoy a las guerrillas chinas contra los japoneses en las
junglas malayas durante la guerra. Sin olvidar el formida-
ble combate del 14 batalln del general Slim contra las
fuerzas japonesas en los pasos ms altos de Assam y del
norte de Birmania. Ms sombro es el relato de los sufri-
mientos padecidos por los Aliados en la vas de ferrocarril
construidas por los japoneses entre Tailandia y Birmania:
esta historia se convirti en una parbola de la firmeza del
espritu cristiano enfrentando la crueldad brbara de los
orientales. Aproximadamente diez aos despus del fin de
la guerra, el francs Pierre Boulle decidi escribir una no-
vela a partir de estos acontecimientos. Su libro destacaba
la rigidez de espritu de los militares ingleses. Ms tarde,
el clima de celebracin patritica comenz a cambiar con
la pelcula de David Lean, El puente sobre el ro Kwai.
Sesenta aos despus, cuando ingresamos en el siglo
de Asia, es un buen momento para reconsiderar estos
acontecimientos desde el punto de vista asitico. Las
conquistas de los nazis y las de los japoneses tuvieron con-
secuencias muy diferentes en los pueblos ocupados. En
1941, durante su primera incursin al sudeste asitico, los
japoneses no eran vistos por estos pueblos como invasores
feroces, excepto por los chinos, muy informados sobre he-
chos como la "violacin de Nanjing", en 1937 (nota). Por
el contrario, se perciba generalmente a los japoneses co-
mo liberadores capaces de acabar con los colonialismos
europeos corruptos y decadentes y de iniciar la era de

55
"Asia para los asiticos". Ms aun cuando los reinados
britnico, francs y holands parecan cada vez ms
opresores a medida que la Gran Depresin de los aos
1930 aplastaba al campesinado bajo el peso de la deuda y
los regmenes coloniales repriman los levantamientos que
se originaban. La juventud asitica admiraba al imperio
del Sol Naciente por la gran modernizacin del siglo XIX
y por su victoria sobre Rusia en 1904-1905. Luego de la
Primera Guerra Mundial, hombres de negocios y especia-
listas japoneses se dispersaron discretamente por todo el
sudeste asitico. Durante la invasin a Malasia, en 1941,
un simpatizante malayo, al referirse a un ex residente que
trabajaba como espa japons, deca: "Era un simple
peluquero que saba jugar al tenis... Por qu los britnicos
no desconfiaron de gente como l?" (4).
En 1941, durante la invasin japonesa, informes de
los servicios secretos britnicos estimaban que un 10 %
de la poblacin -esencialmente en el seno de las minoras
karens y shans- apoyaba a Gran Bretaa y un 10 % a
Japn, el resto esperara el giro de los acontecimientos.
Pero, al hacerlo, subestimaron la determinacin de los gru-
pos radicales malayos, birmanos e indios, que colaboraron
activamente con las fuerzas japonesas con la esperanza de
lograr as la independencia.
En Birmania, por ejemplo, un sector del joven
partido nacionalista, el movimiento Thakin, ya haba sido
empujado por las fuerzas japonesas a la isla de Hainan.
Cuando comenz la invasin, el Ejrcito para la Indepen-
dencia de Birmania (BIA) recuper su tierra natal siguien-
do el ejemplo del ejrcito japons, con la esperanza de ser
tratado como aliado y no como vasallo. Suzuki Keiji,
comandante japons de la operacin comn, era un fer-
viente partidario de la liberacin de Asia. Pero el ms

56
clebre lder del BIA fue Aung San, padre de la actual
jefa de la oposicin birmana Aung San Suu Kyi, quien an
permanece bajo arresto domiciliario por orden de la junta
militar. El padre, estudiante desprolijo pero nacionalista
apasionado, comenz en esta poca a dudar de la intencin
de Japn de otorgar la independencia a su pas. Ni la for-
macin, durante el verano de 1943, del gobierno birmano
supuestamente independiente del Dr. Ba Maw modific
sus convicciones. Aung San se dispuso a organizar secre-
tamente un levantamiento contra los japoneses; algunos de
sus colegas comunistas ya se haban puesto en contacto
con las autoridades britnicas en India (5).
En Malasia, jvenes radicales musulmanes haban
apoyado a los japoneses con la esperanza de lograr una r-
pida transicin hacia la independencia. Muy pronto fueron
decepcionados: cuando cay Malasia, su lder natural,
Mustapha Hussain, seal a sus partidarios: "Esta victo-
ria no es la nuestra!". Cabe sealar que la larga historia
chino-japonesa se haba ensombrecido. A partir de 1937,
los chinos de ultramar haban combatido a Japn con su
billetera: segn se estima, habran financiado un tercio de
los gastos de guerra del rgimen nacionalista de Chiang
Kai-shek (6). La revancha de los japoneses fue terrible.
Decenas de miles de chinos que vivan en Malasia y Sin-
gapur fueron diezmados en febrero-marzo de 1942 por el
Ejrcito imperial durante las llamadas masacres sook
ching (7). Quienes lograron huir a la jungla se embarcaron
en una larga guerrilla contra el ocupante, con la ayuda de
agentes de las fuerzas especiales britnicas de la Fuerza
136 (8). La dominacin japonesa en Malasia continu
siendo muy firme hasta las ltimas semanas de la guerra.
Su fuerza resida especialmente en el sentimiento
antibritnico de la mayora de los indios, hombres de

57
negocios, trabajadores profesionales y obreros agrcolas
instalados en la regin. Estaban enardecidos por la presen-
cia -entre ellos- del Ejrcito Nacional Indio (INA),
compuesto en 1943 por alrededor de 40.000 hombres,
principalmente soldados indios del Ejrcito britnico
de las Indias, capturados por los japoneses durante la toma
de Singapur en 1942. Incluso antes de la invasin, muchos
de ellos, al igual que el general Mohan Singh, su primer
lder, haban sido vctimas del racismo de la sociedad
colonial britnica. Estaban horrorizados por la suerte de
decenas de miles de pobres trabajadores indios, muertos al
comienzo de la invasin tratando de llegar a pie a la India.
Muchos soldados indios, nacionalistas de corazn, se
sintieron liberados de sus obligaciones con respecto al
rey-emperador britnico. Otros fueron simplemente
obligados a sumarse al INA.
La cada del rgimen britnico y la huida ignominio-
sa de sus antiguos amos blancos convencieron a la
mayora de ellos de que el imperio haba llegado a su fin.
La represin por parte de las autoridades britnicas del
movimiento "Abandonen la India!", lanzado por Gandhi
en el otoo de 1942, no hizo ms que acentuar su despre-
cio del orden colonial. Luego vino la terrible hambruna de
Bengala, en 1943, que le cost la vida a aproximadamen-
te 3,5 millones de indios: haba sido causada directamente
por la suspensin de la importacin de arroz birmano por
parte India, luego de la invasin japonesa, pero sus races
se encontraban en el quiebra de la economa colonial. Tan-
to las autoridades coloniales en India como el Gabinete de
guerra en Londres ignoraban esta tragedia, y la tornaron
en consecuencia ms horrible aun.
En 1943, Subhas Chandra Bose asumi el mando del
INA. Formado en Cambridge, este radical rechazaba los

58
llamados a la resistencia no violenta lanzados por Gandhi,
puesto que consideraba que India deba luchar para
obtener su libertad. Tras fugarse de una prisin britnica
de Calcuta, estableci primero contacto con los dirigentes
nazis y fue conducido entonces en submarino al frente del
Este. Bose asumi la direccin del gobierno Aza Hind
("India libre" en urdu), un equivalente al gobierno birma-
no "independiente" de Ba Maw, pero sin otro territorio que
las islas Andaman y Nicobar. En 1944, Bose dirigi el INA
en el combate contra el ejrcito britnico, el ejrcito impe-
rial de las Indias y el ejrcito estadounidense que se con-
centraban en Assam. Antes de partir, llev como amuleto,
a la manera de los sufs, un pequeo cofre de plata con
tierra recogida de la tumba del ltimo emperador mogol de
las Indias, muerto en el exilio en Rangn luego de la
rebelin india de 1857. El ejrcito de Bose retom el
grito de las tropas rebeldes indias del siglo anterior:
"Chalo Delhi!" ("Hacia Delhi!" (9)).
En definitiva, los japoneses y sus aliados, pese a su
apasionado nacionalismo, fueron vencidos por los aliados.
El INA y el BIA estaban muy mal equipados y alimenta-
dos para poder ms que la India britnica en 1944. Las tro-
pas japonesas, por su parte, se vieron desbordadas en todo
Asia, por las fuerzas navales masivas de los estadouniden-
ses y de los australianos. An deban librar una guerra san-
grienta contra las fuerzas chinas al norte de Chungking,
haciendo frente a la invasin aliada desde Assam hacia el
norte de Birmania, bajo la direccin de Mountbatten y de
Slim, con el apoyo de la aviacin estadounidense (10).
En un ltimo esfuerzo en India, el Imperio britnico
haba logrado movilizar a sus tropas de todo el subconti-
nente. Pero esta movilizacin fue india, y no britnica. Los
verdaderos artfices de la victoria en el frente birmano

59
fueron soldados indios, campesinos, mdicos, enfermeros,
y hombres de negocios. Saban que se trataba de un
esfuerzo nacional y que la dominacin britnica llegaba a
su fin. Muchos, al igual que Gandhi, consideraron que el
INA era un ejrcito de "patriotas perdidos", pero no
aceptaban ver a los ingleses desquitarse con ellos una vez
terminada la guerra.
En 1945, cuando las fuerzas britnicas regresaron a
Birmania, y, tras el lanzamiento de las bombas atmicas
sobre Japn, a Malasia, la Indochina francesa e Indone-
sia, algunos consideraron que el reinado del Imperio bri-
tnico de las Indias perdurara, al menos una generacin
ms. Los estadounidenses tambin lo pensaban. Tradu-
can las iniciales de South East Asia Command (SEAC)
por "Save Englands Asian Colonies" ("Salven a las co-
lonias britnicas en Asia"). Pero, de hecho, se anunciaba
el fin del imperio. En toda la regin, ejrcitos de jve-
nes militantes haban tomado la iniciativa y pretendan
expulsar a todas las potencias europeas en un lapso de
diez aos.
En Bir ma nia, la par ti da de Gran Bre ta a se
pro du jo en 1948. El ejr ci to de Aung San se su ble-
v con tra los ja po ne ses a co mien zos de 1945: las
fuer zas in gle sas que si tia ban la cam pi a bir ma na
en con tra ron all un pue blo ar ma do y hos til (11). En
1946, cuan do, al apro xi mar se la in de pen den cia del
sub con ti nen te los bri t ni cos ce die ron progre siva -
men te el con trol del ejr ci to in dio a los res pon sa -
bles po l ti cos, s tos fue ron in ca pa ces de uti li zar lo
pa ra de rro tar a los bir ma nos. El nuevo go bier no la -
bo ris ta de Cle ment At tlee, ele gi do en ju nio de
1945, de ci di r pi da men te que era im po si ble con -
du cir al mis mo tiem po la re cons truc cin de Gran

60
Bre ta a y una gue rra de im por tan cia en Asia. Las
fuer zas bri t ni cas tam po co logra ron aca bar con la
revuel ta na cio na lis ta en las an ti guas In dias orien ta -
les ho lan de sas.
Durante el invierno de 1945, el general Douglas
Gracey, comandante de las fuerzas britnicas, autoriz a
las Fuerzas Francesas Libres a retomar el control de Indo-
china. Pero la tutela francesa tena sus lmites (12). En In-
dia, el INA, ese otro "ejrcito olvidado", contribuy en
gran medida a transformar el fin del imperio en derrota.
El clima general de hostilidad fue indudablemente refor-
zado por los procesos contra los oficiales del INA, que tu-
vieron lugar en el clebre "Fuerte Rojo" del Imperio mo-
gol en Delhi. La suspensin de dichos procesos represen-
t el acto simblico que marcaba el fin de la dominacin
britnica: incluso la "rebelin contra el emperador-rey" ya
no poda ser sancionada. India sera libre, aunque tuviera
que dividirse.
Slo Malasia iba a permanecer an ms de diez aos
bajo control britnico. El estao y el caucho malayos eran
decisivos para una economa britnica empobrecida por la
guerra. Pero, sobre todo, los hombres de negocios chinos y
los conservadores malayos brindaron su apoyo al rgimen
colonial cuando el Partido Comunista Malayo desat una
revuelta, en 1948. Dirigidos por Ching Peng, un ex aliado
de las fuerzas especiales britnicas, llamadas Fuerza 136,
los comunistas malayos constituyeron efectivamente el
ltimo de los "ejrcitos olvidados". Aunque la "amenaza
comunista" haya sido eliminada en 1955, Ching Peng
recin firm el armisticio con el gobierno de Malasia en
1989, y contina luchando adems para tener el derecho
de regresar a su pas y rezar en las tumbas de sus
ancestros (13).

61
Pero los "ejrcitos olvidados" de este conflicto no
agrupaban nicamente soldados. Incluan tambin a los
grandes "ejrcitos" de trabajadores asiticos, que trabaja-
ron y murieron en las condiciones terribles de la guerra a
travs de todo el Asia britnica. En 1942, gigantescas olas
de refugiados indios abandonaron Birmania para llegar a
India. Miles de ellos murieron en el barro y el "infierno
verde" de los pasos arbolados de Manipur y de Assam. El
nmero de trabajadores asiticos -hombres, mujeres y ni-
os- muertos durante la construccin del ferrocarril entre
Birmania y Siam es probablemente diez veces mayor que
el nmero de soldados tomados como prisioneros por los
aliados (14). Ellos tambin han sido totalmente olvidados.
Cientos de miles de culs indios, obreros de la industria del
t, miembros de tribus debieron -obligados o con la
esperanza de obtener una recompensa- sumarse al ejrcito
britnico, a las fuerzas japonesas o a las guerrillas. En
toda la regin, alrededor de 100.000 mujeres, adultas y
adolescentes, fueron reclutadas como esclavas sexuales, al
igual que las "mujeres para el placer" japonesas (15). Las
sobrevivientes an luchan para que se reconozcan y
reparen estos crmenes.
Es sin duda el recuerdo de estos "ejrcitos olvidados"
el que ms perdura en una regin donde el recuerdo de la
guerra sigue siendo muy diferente. En India, representa un
perodo heroico de la lucha nacional: Subhas Chandra
Bose es el personaje principal de una nueva pelcula del ci-
neasta indio Shyam Benegal. En Birmania, el recuerdo de
Aung San molesta an a la junta militar en el poder, en la
persona de su hija Aung San Suu Kyi. En Malasia y en
Singapur, la guerra sigue siendo un perodo negro del que
los pueblos de la regin emergieron con un sentido
renovado de la autodeterminacin. En Singapur, polticos

62
como el ex primer Ministro Lee Kuan Yew ven en las difi-
cultades y los sufrimientos compartidos el crisol de una
nueva conciencia nacional. Pero, en Malasia, la guerra
evoca ms bien los desrdenes y los conflictos tnicos
(16). Los acontecimientos de 1941-1945 desaparecen
poco a poco de la memoria de los vivos. Su recuerdo
permanece omnipresente, pero puede hablar de un modo
diferente a las jvenes generaciones. u

1 El sorpre sivo ata que ja po ns con tra es ta ba se naval es ta dou ni den se


cerca na a Hawai se efec tu el 7 de di ciem bre de 1941.
2 19 de fe bre ro de 1942, ci ta do en Field Mars hall Alan broo ke, War
Dia ries 1939-45, Alex Dan chev y Da niel Tod man, Lon dres, 2001.
3 Louis Allen, Bur ma. The lon gest war, Phoe nix Press, Lon dres, 1984.
4 Mus tap ha Hus sain, "Ma lay Na tio na lism Be fo re Un mo", 1910-1957,
Jo mo K.S, Kua la Lum pur, de pr xi ma apa ri cin, Ca p tu los 21-22.
5 Ba Maw, Breakth rough in to Bur ma: Me moirs of a re vo lu tion 1939-
1946, Ya le UP, New Haven, 1968.
6 C.F. Yong, Tan Hah-Kee: the ma king of an Over seas Chi ne se le gend,
Sin ga pur, Ox ford University Press, Ox ford, 1989, pgs. 229-279.
7 Ex pre sin chi na que sig ni fi ca lim pie za me dian te la purga.
8 Cheah Boon Kheng, Red star over Ma laya: re sis tan ce and so cial con -
flict du ring and af ter oc cu pa tion of Ma laya, 1941-1946, U.P., Sin ga -
pur, 1983.
9 Leo nard A. Gordon, Brot hers against the Raj: a biography of In dian
na tio na lists Sa rat and Sub has Chan dra Bo se, Co lum bia University
Press, Nueva York, 1990.
10 Sir Wi lliam Slim, De feat in to vic tory, Leo Coo per, Lon dres, 1955.
11 An ge le ne Naw, Aung San and the strug gle for Bur me se in de pen dan ce,
Silk worm Books, Co pen ha gue, 2001; Mary P. Ca lla han, Ma king
Ene mies. War and sta te buil ding in Bur ma, Cornell University Press,
It ha ca, N. Y. 2004.
12 John Spring hall, "Kic king out the Viet minh. How Bri tain allowed
Fran ce to reoc cupy south In do chi na", Jour nal of Con tem po rary His -
tory, 40.1 (2005), pgs. 115-130.
13 Chin Peng, My si de of His tory, Me dia Mas ters, Sin ga pur, 2004.
14 Mi chi ko, Na ka ha ra, "Labour re cruit ment in Ma laya un der the Ja -

63
pa ne se oc cu pa tion: the ca se of the Bur ma Siam railway", Ret hin king
Ma lay sia, Jo mo K.S., Kua la Lum pur, 1997, pgs. 215-245.
15 Yu ki Ta na ka, Ja pans com fort wo men: se xual slavery and pros ti tu tion
du ring World War II and the US oc cu pa tion, Rou tled ge, Lon dres,
2002.
16 Pa tri cia Lim Pui Huen & Dia na Wong, (eds), War and Me mory in
Ma lay sia and Sin ga po re, Ins ti tu te of Sout heast Asian Stu dies, Sin ga -
pur, 2000.

C.B y T.H.

64
Argelia: una leccin de coraje

En Stif, el 8 de mayo de 1945


Por Mohammed Harbi*

D esignados de manera eufemstica con el nombre de


"acontecimientos" o "disturbios del Norte en Constantina",
las ma sa cres del 8 de mayo de 1945 en las regio nes de
Stif y Guelma son consideradas retrospectivamente como
el inicio de la guerra por la independencia de Argelia. Este
episodio de la tragedia argelina pertenece a las lneas diver-
gentes vinculadas a la conquista colonial.
Toda la vida poltica de Argelia, que a medida que
se afirma un movimiento nacional se va diferenciando
ms de la de Francia, estuvo dominada por los desgarra-
mientos provocados por esa situacin. Cada vez que
Pars se vio envuelta en una guerra, ya sea en 1871, en
1914 y en 1940, los militantes esperaron poder aprove-
char la coyuntura para reformar el sistema colonial o
liberar Argelia. Pero as como se haba programado la

*historiaDor, autor De la guerre D'algrie, 1954-2004, la Fin De l'amnsie (en


colaboracin con benjamin stora), robert laFFont, pars, 2004. artculo pu-
blicaDo en el nmero 52 De la eDicin chilena De L e Monde dipLoMatique, mayo
2005.traduccin: teresa garufi.
65
insurreccin en 1871 en Kabilia y en el Este argelino, y
en 1916 en los Aurs, no suceda lo mismo en mayo de
1945. Quizs esta idea haya agitado muchos espritus,
pero a pesar de algunas acusaciones nada pudo probar-
se. En verdad, la derrota de Francia y su capitulacin
en junio de 1940 frente a Alemania modificaron los
elementos del conflicto entre la colonizacin y los
nacionalistas argelinos.
El mundo colonial, que se haba sentido amenaza-
do por el Frente Popular el que sin embargo debido a su
presin haba renunciado a sus proyectos sobre Argelia,
recibi con entusiasmo al gobierno de Ptain y con l el
destino reservado a judos, francomasones y comunistas.
El clima se modific con el desembarco estadouni-
dense. Los nacionalistas tomaron al pie de la letra la
ideologa democrtica y anticolonialista de la Carta del
Atlntico (12 de agosto de 1942) y sintieron que su de-
ber era superar sus divergencias y unirse. La corriente
asimilacionista se desintegra. A los partidarios de un
apoyo incondicional al esfuerzo de guerra de los Alia-
dos, reunidos en torno al Partido Comunista Argelino y
a la agrupacin "Amigos de la democracia" se le opusie-
ron todos los que no estaban dispuestos a sacrificar los
intereses de la Argelia colonizada en el altar de la lucha
antifascista, encabezados por Messali Hadj, el carism-
tico lder del Partido del Pueblo Argelino (PPA).
A ellos se le une uno de los representantes ms
prestigiosos de la escena poltica: Ferhat Abbas. Este
hombre, que en 1936 consideraba a la patria argelina un
mito, se pronuncia por "una Repblica autnoma federa-
da a una Repblica Francesa renovada, anticolonial y an-
tiimperialista", afirmando al mismo tiempo no renegar
en absoluto de su cultura francesa y occidental. Con

66
anterioridad, en momentos en que Ptain estaba en el
poder, Ferhat Abbas haba enviado varios memorndum
a las autoridades francesas, los que quedaron sin res-
puesta. Como ltimo recurso transmiti a los estadouni-
denses un escrito firmado por 28 funcionarios electos y
dirigentes financieros que, con el apoyo del PPA y de los
ulemas, el 10 de febrero de 1943 devino en el Manifies-
to del Pueblo Argelino.
Entonces la historia se acelera. Los gobernantes
franceses siguen equivocndose acerca de su capacidad
para dominar la evolucin en curso. De Gaulle no
comprendi la autenticidad de las manifestaciones na-
cionalistas en las antiguas colonias. Contrariamente a lo
que se dijo con frecuencia, su discurso de Brazzaville
del 30 de enero de 1944 no anunci ninguna poltica de
emancipacin, de autonoma (ni siquiera limitada a la
autonoma interna). "Esta incomprensin se hace mani-
fiesta con la ordenanza del 7 de marzo de 1947 que, al
retomar el proyecto Blum-Violette de 1936, concede la
ciudadana francesa a unas 65.000 personas y lleva a
dos quintos la proporcin de argelinos en las asambleas
locales", escribe Pierre Mends France a Andr Nourchi
(1). Demasiado poco y demasiado tarde: esas minirre-
formas no modifican ni la dominacin francesa ni la
preponderancia colonial, y sigue reinando el rgimen de
la concesin.
Los verdaderos desafos polticos exigan ms bien
la apertura hacia discusiones reales con los nacionalistas
argelinos. Pero Pars no los consideraba como interlocu-
tores. Su rplica a la ordenanza del 7 de marzo se
produce el 14 de ese mismo mes: despus del intercam-
bio de puntos de vista entre Messali Hadj por los inde-
pendentistas del PPA, el sheik Bachir El Ibrahimi por los

67
ulemas y Ferhat Abbas por los autonomistas, se logra la
unin de los nacionalistas en el seno de un nuevo
movimiento llamado los Amigos del Manifiesto y de la
Libertad (AML).
Aun integrndose, el PPA conserva su autonoma.
Ms avezados en las tcnicas de la poltica moderna y la
instrumentacin del imaginario islmico, sus militantes
orientan su accin hacia una deslegitimacin del poder
colonial. La juventud urbana, "ms activista y ms
poltica" sigue sus pasos. Los signos de desobediencia
civil se multiplican a travs de todo el territorio. Los an-
tagonismos se agudizan. Tanto la colonia europea como
los judos autctonos se asustan e inquietan.
En mayo de 1945, en ocasin del congreso de los
AML, las elites populares del PPA afirmarn su supre-
maca. El programa inicial convenido entre los lderes
del nacionalismo, que era la reivindicacin de un Estado
autnomo federado a Francia, ser archivado en el guar-
darropas. La mayora de los congresistas optar por un
Estado separado de Francia y unido a los otros pases del
Magreb y proclamar a Messali Hadj "incuestionable l-
der del pueblo argelino". La administracin enloquecer
y presionar a Ferhat Abbas para que se separe de
sus aliados.
Esta confrontacin se vena preparando desde el
mes de abril. En el campo nacionalista, los dirigentes del
PPA en especial los activistas del partido, dirigidos por
el Dr. Mohamed Lamine Debaghine fueron seducidos
por la perspectiva de una insurreccin, y esperaban que
el despertar del milenarismo y el llamamiento a la jihad
favorecieran el xito de su empresa. Pero un proyecto
tan irrealista aborta y no tiene futuro. En el campo colo-
nial, en el que se tema que los argelinos arrojasen a los

68
europeos al mar, da tras da adquiere ms consistencia
el complot tramado por la Alta Administracin instiga-
do por Pierre Ren Gazagne, alto funcionario del Go-
bierno General destinado a decapitar al AML y al PPA.
El arresto de Messali Hadj y su deportacin a
Brazzaville donde se lo confina el 25 de abril de 1945,
despus de los incidentes de Reibell, preparan el
incendio. El temor a una intervencin extranjera esta-
dounidense en favor de demostraciones de fuerza nacio-
nalistas obsesionaba algunas mentes, entre ellas la del
islamlogo Augustin Berque (2). El PPA, exasperado
por el golpe contra su lder, hace de la liberacin de
Messali Hadj un objetivo mayor y el 1 de mayo, fiesta
del Trabajo, decide desfilar en forma separada y con sus
propias consignas, dado que la CGT y los Partidos
Comunista Francs y Argelino silencian la cuestin
nacional. Tanto en Orn como en Argel, molestos por los
eslganes, la polica e incluso algunos europeos
disparan contra la comitiva nacionalista. Hay muertos,
heridos y muchas detenciones. Sin embargo, la movili-
zacin contina.
Y es as que el da de la conmemoracin del
armisticio la regin de la Constantina, delimitada por las
ciudades de Buga, Stif, Bone y Suk Ahrs y dividida en
zonas por el ejrcito , convocada por el ALM y el PPA, se
apresta a celebrar la victoria aliada. Las consignas son
claras: antes que nada se trata de recordarle a Francia y a
sus aliados las reivindicaciones de los nacionalistas arge-
linos mediante manifestaciones pacficas. No se haba da-
do ninguna orden en previsin de una insurreccin. Sino,
sera incomprensible que los acontecimientos se hubieran
limitado a las regiones de Stif y Guelma. Entonces, por
qu las revueltas y por qu las masacres?

69
Indudablemente la guerra suscit la esperanza de
derrocar el orden colonial. La evolucin internacional
los conforta. Los nacionalistas, en especial el PPA,
buscan forzar el curso de la historia y precipitar los acon-
tecimientos. Con el fin de movilizar a la poblacin se
emplean todos los recursos polticos disponibles: la de-
nuncia de la miseria, la corrupcin, la defensa del islam.
"El nico mbito en comn de todas las capas sociales si-
gue siendo el remanso de la religin junto con el jihad,
entendido ms como arma de guerra civil que religiosa.
Ese grito provoca un terror pnico que se transforma en
energa guerrera", escribe muy oportunamente Annie
Rey-Goldzaiguer (3). El mundo rural careca de madurez
poltica y slo segua sus impulsos.
Del lado europeo, un miedo real sucede a una angus-
tia difusa. A pesar de todos los cambios la idea de igual-
dad con los argelinos les es insoportable. Hay que eliminar
esa inimaginable alternativa cueste lo que cueste. Incluso
la mnima amenaza de la ordenanza del 7 de marzo de
1944 los asusta. La nica respuesta a las reivindicaciones
argelinas es el llamado a constituir milicias y a la repre-
sin. Pierre-Ren Gazagne, el prefecto de Constantina,
Lestrade Carbonnel y el subprefecto de Guelma, Andr
Achiary les prestan odos y toman la decisin de "reventar
el abceso".
En Stif la violencia comienza cuando los policas
intentan apoderarse de la bandera del PPA hoy en da la
bandera argelina y de las banderolas que reclaman la li-
beracin de Messali Hadj y la independencia de Argelia.
Luego se extiende al mundo rural, donde se asiste a un
levantamiento en masa de las tribus. En Guelma las deten-
ciones y el accionar de las milicias disparan los aconteci-
mientos, incitando a las tribus a vengarse en los colonos de

70
los alrededores. Los civiles europeos y la polica efectan
ejecuciones masivas y represalias colectivas. Para borrar la
huella de sus crmenes e impedir cualquier investigacin,
reabren las sepulturas e incineran los cadveres en los
hornos de cal de Helipolis.
En cuanto al ejrcito, su actuacin hizo que Jean-
Charles Jauffret, especialista en historia militar, declarase
que su intervencin "tiene ms de operaciones de guerra
en Europa que de guerras coloniales tradicionales (4). En
la regin de Buga, 15.000 mujeres y nios fueron obliga-
dos a arrodillarse antes de asistir a un desfile de militares
armados.
El balance de los "acontecimientos" dio tantos moti-
vos de cuestionamiento que el gobierno francs decidi
poner un punto final a la comisin investigadora presidi-
da por el general Tubert y acordar la impunidad a los
asesinos. Si bien se conoce en detalle la extensin de la
represin judicial y el nmero de vctimas europeas, el de
las vctimas argelinas tiene muchos puntos oscuros. Los
historiadores argelinos (5) siguen pues polemizando leg-
timamente sobre esa cantidad. Los datos que proveen las
autoridades francesas no generan aprobacin. A la espera
de investigaciones imparciales (6), convengamos con
Annie Rey-Goldzeiguer que por los 102 europeos muer-
tos hubo miles de muertos argelinos.
Las consecuencias del sismo son mltiples. El tan
buscado compromiso entre el pueblo argelino y la colonia
europea aparece hoy en da como un piadoso deseo.
En Francia, las fuerzas polticas surgidas de la Resis-
tencia fallan en su anlisis de la cuestin de la descoloni-
zacin y se dejan cercar por el partido colonial. "Les di la
paz por diez aos; si Francia no hace nada, todo se
tornar peor y probablemente de manera irremediable",

71
haba advertido el general Duval, artfice de la represin.
El Partido Comunista Francs que calific a los lderes
nacionalistas de "provocadores pagados por Hitler" y pidi
que "los cabecillas fueran fusilados" a pesar de su
posterior retractacin y su lucha por el armistico ser
considerado como favorable a la colonizacin.
En Argelia, despus de la disolucin del AML el 14
de mayo, los autonomistas y ulemas acusan al PPA de ac-
tuar como aprendices de brujos y acaban con la unin del
campo nacionalista. Los activistas del PPA se comprome-
ten a encontrar "una nueva forma de cuestionamiento" e
imponen a sus dirigentes la creacin de una organizacin
paramilitar a escala nacional. El 1 de noviembre de 1954
lo encontrar a la cabeza del Frente de Liberacin Nacio-
nal. Indudablemente, la guerra de Argelia comenz en
Stif el 8 de mayo de 1945. u

1 Andr Nouschi, "Notes de lectures sur la guerre d'Algrie", en Relations


Internationales, n 114, 2003.
2 Es el padre del gran islamlogo Jacques Berque.
3 Jean-Charles Jauffret (1990), La guerre d'Algrie par les documents. Tomo 1,
L'avertissement (1943-1946), Servicios Histricos del Ejrcito (SHAT), Pars.
4 Annie Rey-Goldzeiguer (1990), Aux origines de la guerre d'Algrie 1940-
1945. De Mers El Kbir aux massacres du Nord constantinois, La Dcouverte,
Pars, 2002.
5 Redouane Ainad Tabet, Le 8 mai 1945 en Algrie, OPU, Argel, 1987, y Boucif
Mekhaled, Chronique d'un massacre. 8 mai 1945, Stif, Guelma, Kherrata,
Syros, Pars, 1995.
6 Tuvimos un primer adelanto en los trabajos en curso de Jean-Pierre Pey-
rouloux. Ver tambin "Rtablir l'ordre colonial", Mohammed Harbi y Ben-
jamin Stora, op. cit.

M.H.

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Libros publicados por la Editorial
An Creemos en los Sueos
Un mundo sin petrleo?
El Vaticano
China
El genoma y la divisin de clases
La Publicidad
El poder de los sueos por luis seplveda
La revolucin Venezolana
Quines son los terroristas?
Deportes
La prostitucin
Qu es la globalizacin?
Foros Sociales altermundialistas
La Diversidad Cultural...
Mujeres
Conversaciones con Chomsky
El conflicto Israel-Palestina
Los dueos del mundo
La Educacin no es una mercanca
a treinta aos... an Creemos en los Sueos
Salvar el Planeta
aTTaC: el Movimiento de la Esperanza.
Transgnicos: Progreso o peligro?
La Prensa refleja la realidad?
Porto alegre: la ciudadana en marcha
El Imperio Contra Irak
El mundo en la nueva era imperial.
La identidad Juda
El Islam, ms que una religin
EE.UU: Un Estado Ilegal por noam chomsky
El Mito Internet
Conversaciones con Saramago
El Nuevo Rostro del Mundo
La Locura de Pinochet por luis seplveda
Pierre Bourdieu
El Poder del Opus Dei

Disponibles en libreras y en Le Monde Diplomatique.


San antonio 434 - local 14 - Santiago
www.lemondediplomatique.cl
Se termin de imprimir en el mes de agosto de 2005
en LOM Ediciones,
Concha y Toro 23 - Santiago centro - Chile

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