TP 11 Televisión Sirve para Pensar
TP 11 Televisión Sirve para Pensar
TP 11 Televisión Sirve para Pensar
1
Por Guillermo de Ockham, filósofo del siglo XIII (Nota del Profesor)
2
Por Giovanni Sartori, filósofo italiano contemporáneo (Nota del Profesor)
La TV también sirve para pensar. He aquí el motto de Johnson refrendado por análisis
astutos y detallados de la evolución de las formas televisivas.
Lo que pasa es que nuestra herencia aristotélica y nuestra familiaridad con la imprenta
han llevado a valorizar en forma extrema la linealidad del texto y la omnipotencia de una
narrativa única. Quienes alguna vez gozamos con El Show de Mary Tyler Moore o con
Murphy Brown nos encontrábamos con series inteligentes que venían preempaquetadas
en las palabras y acciones de personajes tan o mas inteligentes que nosotros mismos.
En estas series los protagonistas permanentemente se lanzaban unos a otros
comentarios y exabruptos uno mas brillante que el otro, y nosotros compartíamos
enternecidos y empáticamente un nivel de agudeza y rapidez mental e intelectual que
difícilmente encontramos en la vida real y en el mundo laboral de cada quien. Pero
suponiendo que entendiéramos los detalles y retruécanos no cabe duda de que en estas
series no hay que hacer esfuerzo intelectual alguno para gozar del show. No desafiamos
a nuestra mente viendo programas como estos, más de lo que lo hacemos mirando Fútbol
de primera los domingos a la noche. Porque en ambos casos. El juego intelectual tiene
lugar en la pantalla no en nuestra cabeza
La TV parasita a la lectura
La novedad -porque a veces hay novedad a Dios gracias- es que un nuevo tipo de
inteligencia televisiva afloró en el ambiente hace un rato pero necesitamos de un cool
hunter memético como Johnson para apercibirnos. Y este nuevo tipo de televisión parece
parasitar todos los componentes cognitivos nobles asociados beatíficamente a la
lectura: atención, paciencia, retención, paneo simultáneo de líneas narrativas.
Aunque no nos hayamos dado cuenta, hace ya mas de 50 años que la televisión en vez
de volver a la gente mas estúpida -como los Sartorianos se jactan de haber descubierto-
lo que ha hecho en cambio es poner una presión inmensa sobre estas capacidades
cognitivas que por algún motivo insondable creíamos inextricablemente asociadas a la
lectura.
La complejidad creciente esta asociada a tres elementos centrales: múltiples relatos,
señalamientos intermitentes y redes sociales. Lo que pasa es que estos rasgos no
nacieron hoy, ni en los años 90, aunque muy pocos lo advirtieron previamente sino en
1981/7 con la serie Hill Street Blues, un drama policial de Steve Bochco valorado (o
deplorado) por su realismo virulento.
A diferencia de las series canónicas previas como Starsky & Hutch o Dragnet que se
basaban en los avatares de un personaje o dos, que se centraban en un argumento
dominante y tenían un cierre en cada episodio. La única novedad en Starsky & Hutch
sobre esta formula lineal era introducir un subargumento cómico al final del episodio en un
formato sencillísimo.
En cambio un episodio de Hill Street Blues complica esta descripción de manera
sorprendente. La narrativa enlaza muchísimas hebras diferentes, a veces hasta
20 aunque muchos de ellos aparecen tan solo pocos segundos en la pantalla. El número
de personajes básicos aumenta también exponencialmente. Y sobretodo cada episodio
tiene bordes borrosos ya que retoma hechos de capítulos anteriores y los deja abiertos
para ser retomados en los posteriores.
Para Johnson y sin descartar sus rasgos idiosincráticos Hill Street Blues no rompe
estrictamente con las formas previas, ni invento los nuevos formatos, por cuanto sigue la
estructura de una serie tradicional. Lo que hizo de novedoso fue combinar la estructura
narrativa compleja (que ya la preexistía) con una temática en si misma compleja. ¿O
acaso Dallas no mostró que un episodio podía no resolverse y ser seguido (y esperado) a
lo largo de las semanas? Pero el contenido de Dallas era realmente estúpido. Y hubo
muchos otros programas como All in the family que revelaban que la TV podía ocuparse
de asuntos serios, pero en este caso lo hacían desde la comodidad del living.
La TV inteligente de hoy. Larga vida a The Sopranos
Pero Hill Street Blues ya cumplió casi un cuarto de siglo. Y fue a su vera que se genero la
televisión inteligente de hoy en la cual se destaca el canon de nuestro tiempo que son Los
Sopranos . Donde Tony reina, hay una docena de líneas narrativas con mas de 20
personajes entrando y saliendo permanentemente.
Si bien el número de líneas argumentales simultáneas es semejante a las de Hill Street
Blues, cada línea es mucho mas detallada y compleja. Aquí no hay argumentos mayores
y menores, todo importa y todo tiene su valor propio. Además en Los Sopranos hay un
tratamiento coral de las situaciones que nos remite a Bach o a Shakespeare, manteniendo
o no las distancias. Porque cada escena conecta generalmente con tres líneas
simultáneas, y además, cada hecho se conecta con episodios anteriores, arrastrado a
veces a lo largo de varias temporadas y proyectando el futuro abierto, lo que genera una
polifonía de situaciones que nos hacen maravillarnos y al mismo tiempo temer el
hiperrealismo, la densidad y la “humanización” propia de esta forma de narrar.
Johnson que ha dibujado estas secuencias nos muestra gráficamente no solo un mapa de
la evolución de los formatos televisivos sino también un mapa de los cambios cognitivos
en la mente popular. Contrariando todas nuestras expectativas el éxito de Los Sopranos
muestra que el público de TV de hoy quiere una complejidad inexistente e indeseada en
los 80. Cuando apareció en 1981 Hill Street Blues parte del público se quejaba de que era
casi imposible seguir tres tramas simultáneamente, hoy seguramente si a alguien se le
ocurriera simplificar a Los Soprano nadie la volvería a ver.
He aquí el corazón del monstruo. Mientras que nos llenamos la boca durante década y
media insistiendo en la necesidad de liberar a las narrativas textuales de la docencia
aristotélica, invocando multiseries narrativas hipertextuales que casi nadie logro dominar
aun, la TV nos clavaba un puñal en la espalda demostrándonos que el multi-
perspectivismo es el rasgo estructural mas celebrado de la televisión actual. Y aun así el
multi hilvanamiento solo es un rasgo entre otros de la naciente novedad.
Tomemos una serie o película de ciencia ficción cualquiera. Cada tanto un lego pregunta
inesperadamente que están haciendo con un acelerador de partículas, se trata de un
llamado de atención que le brinda al publico la información que necesita para poder
entender lo que sigue (”Ojo con tirarle agua encima porque se pudre todo”). Estos
señalamientos sirven como abreviaturas narrativas, no hace falta que se sepa mas del
asunto, pero si no sabe por lo menos esto no se va a entender lo que sigue.
Los señalamientos son atajos que permiten fijar la atención y no exigen diversificar
indefinidamente la energía comprensiva. Se trata de flechas que ayudan a ver en la
dirección de lo que importa.
Pero en la TV inteligente hay poco y nada de estas flechas cuando aparentemente mas se
las necesitaba debido al crecimiento exponencial de las historias y los argumentos. La
completitud informacional que existía en las series clásicas ha desaparecido por completo
en The Sopranos o The West Wing. En aquellas hay preguntas que se contestaban por si
o por no, hay dudas que la trama resolvía o disolvía.
En cambio en las series inteligentes -especialmente en The West Wing- lo que vemos es
la deliberada introducción de misterios y ambigüedades en el presente no en el futuro. Los
personajes actúan y deciden pero les falta una información que ni nosotros tenemos como
espectadores omniscientes. Por eso viendo algún episodio de The West Wing, y
constatando como una y otra vez se hace mención a situaciones o cuestiones que
ignoramos, nos dan ganas de repasar la cinta y ver qué nos perdimos. Pero de hacerlo
nos sentiríamos aun mas frustrados, porque esa información crucial nunca fue presentada
inicialmente. La idea de la serie es que nosotros sintamos la misma confusión que sienten
los personajes.
A diferencia de las series clásicas aquí la pregunta clave no es ¿Como terminara esto?
sino ¿Que esta pasando? y la mayoría de las veces no lo podemos saber, como muchas
veces no lo podemos saber en la vida real.
La falta de anclajes se extiende maliciosamente hasta el micronivel de los diálogos, y en
este sentido ER es una ejemplo maravilloso y exagerado, donde casi 3/4 de los diálogos
son incomprensibles para los legos -que somos todos los espectadores que nunca
estudiamos medicina – pero también para los médicos de la serie que en realidad son
actores. Por eso mas que insistir en la cantidad de sangre y de golpes bajos que retozan
entre los episodios de ER habría que prestar bastante mas atención a la sutileza y
discreción con que trata a sus personajes y sobretodo al espectador.
Cuando la excepción es la regla
A la objeción de que Johnson le ha dedicado demasiado tiempo y espacio a los shows
finos pero ha pasado totalmente por alto las toneladas de basura que han invadido a la TV
últimamente, y en especial a la infección virosica de la endemolmania3 que inventa reality
shows sin parar, su respuesta es cáustica y programática. La TV de todos los tiempos
siempre tuvo escasos buenos programas y siempre exhibió bazofia a granel. No tiene
sentido comparar a El Millonario con Mash, no mas que a Survivor con ER. En cada
categoría siempre hubo programas similares y la comparación esta vez vuelve a dar un
resultado sorprendente.
Porque comparar El Millonario con sus sosias de los años 80 muestra que no solo los
programes del prime time han aumentado en complejidad y exquisitez, sino que también
la programación basura lo ha hecho en no menor proporción.
Mientras que la televisión de los 60/70 tomaba sus claves del teatro, los reality shows de
hoy están calcados sobre los videojuegos. Se trata de una serie de juegos competitivos
que se vuelven cada vez más desafiantes. hasta el punto de que algunos reality toman
prestados de la cultura de los juegos un rasgo todavía mas llamativo: las reglas no están
dadas desde el principio, uno aprende a jugar, jugando.
Quien haya logrado ver por debajo de la superficie del “estas nominado” y del glamour
post-televisivo de las revistas reciclando ganadores, habrá podido comprobar como los
reality tomaron prestado otro elemento central de los videojuegos a saber el
descubrimiento de puntos flojos y de oportunidades escondidas en (la violación) de las
reglas. Como bien dice Johnson lo interesante de estos programas no es ver como se
humilla al participante (estúpido recurso de la cámara sorpresa tan ensalzado entre
nosotros) sino poner a la gente en un entorno complejo bajo presión, sin reglas
preestablecidas y ver como se las arreglan para desenvolverse en un “juego de la vida” a
escala social.
No se trata de una diferencia menor y las observaciones de Johnson muestra que si bien
absorbemos historias, cuando se trata de juegos lo que los humanos hacemos mejor que
3
Relativo a Endemol, la productora que creó Gran Hermano y otros realitys (Nota del Profesor)
nadie es adivinar. Lo que ha hecho la tecnología corporal del Reality Show es llevar estas
adivinanzas al prime time, solo que el juego en cuestión aquí no esta ligado a la destreza
física sino a la emocional y social.
Si hoy nos aburre la TV de hace 25 anos atrás es porque en ella -como nos lo recuerdan
permanentemente el canal Volver o TNT- no hay que pensar para entender que es lo que
esta pasando. Si The Simpsons o ER nos llaman la atención es porque al superponer
capas y capas argumentales tenemos que hacer un esfuerzo denodado para entender
que esta pasando, y al hacerlo estamos ejercitando esas partes del cerebro que mapean
redes sociales, que llevan información faltante y que conectan múltiples tramas narrativas.
El mercado y el cerebro unidos, jamás serán vencidos
Lo fantástico del enfoque de Johnson es como combina las necesidades de la economía
con las de las neurociencias.
La cosa es así, la industria de los contenidos no regala nada (al revés en el futuro tratará
de quedarse con todo), por lo que si la TV se vuelve mas inteligente ello se debe pura y
exclusivamente a que hay mucha plata en juego cuando de volver a la gente más
inteligente se trata. La economía de la sindicación de TV y la industria de los DVD
muestran la enorme presión financiera que hay para que los productos sean lo
suficientemente complejos o útiles como para poder pasar el test de una segunda, tercera
o enésima mirada.
Por otra parte la propia web gracias a los foros y a los fanáticos ha convertido a cada
show en un exquisitez digna de comentaristas del Talmud -que encima son otros
televidentes como nosotros y quieren desesperadamente compartir su conocimiento con
otros- permitiendo que la complejidad se acreciente exponencialmente y tener adonde
recurrir para entender de que se trata,
Tampoco debemos olvidarnos de la generación de los 19 a 35 años que con intensiva
inmersión en los videojuegos necesita desesperadamente que las narrativas respeten su
complejidad, su juego con las reglas y la noción de diseño abierto y participativo.
Contrariamente a la critica usual de que todo lleva y trae sexo la mente, mi mente,
nuestras mentes están fascinadas por los desafíos de resolver crucigramas, detectar
patrones y pautas que conectan, o de desandar sistemas narrativos complejos.
Johnson que es cuidadoso no insta anárquicamente a la liberación televisiva, y al final se
guarda un poco de reserva frente a lo que los padres deben o no dejar que los hijos
hagan. Es su tema y su problema. En lo que no podemos dejar de estar de acuerdo con el
es que la divisoria ya no debe pasar por el peligro potencial de las ciberculturas sino por
los procesos/productos de aumento de la inteligencia.
¿Se trata de programas que vienen empaquetados con risas frisadas cada 30 segundos o
de programas que mapean redes sociales complejas? Por eso recomienda en la misma
gama cosas distintas. Le dice que no a Quake y que si a Grand Theft Auto y aboga – lo
seguimos en esto- por un sistema de clasificación que use al esfuerzo mental y no a la
obscenidad y la violencia como determinantes de que vale la pena mirar o de que no.
Cuanta razón tenía Margaret Mead cuando nos hablaba del siglo XXI como del siglo de
las culturas post-figurativas en donde los grandes aprenderíamos de los chicos -y
viceversa- pero de modo novedoso e inesperado. Porque en este mundo hipercomplejo
los chicos están obligados a pensar como grandes: analizando redes sociales complejas,
administrando recursos, siguiendo narrativas entrelazadas sutiles, reconociendo patrones
de largo alcance.
Y al revés los adultos tenemos que aprender de los chicos, la decodificación de cada
nueva ola tecnológica, el parseo de interfases y el descubrimiento de las recompensas
intelectuales presentes en el juego.
Dejémonos de sermonear con la crisis y empecemos a vivir del lado de la oportunidad. La
cultura inteligente ya no es mas un suplemento vitamínico que se inyecta en los chicos.
Se trata de una invitación a compartir un mundo inmensamente más complejo y por lo
tanto más enriquecedor. En eso estamos.