Escandalo - Shusaku Endo
Escandalo - Shusaku Endo
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Shusaku Endo
Escndalo
ePub r1.0
orhi & GONZALEZ 12.10.13
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Ttulo original: Scandal
Shusaku Endo, 1986
Traduccin del japons al ingls de Van C. Gessel
Traduccin al castellano de Hernn Sabat
Retoque de portada: orhi
Digitalizador: orhi
Maquetado ePub: GONZALEZ (r1.0)
ePub base r1.0
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Uno
La vieja silla pareca necesitar un engrase; cuando el doctor termin de revisar las
grficas y se inclin hacia su paciente, la madera cruji. El odo de Suguro se haba
acostumbrado a aquel sonido durante sus visitas al hospital. Tras el crujido de la silla,
el doctor iniciaba siempre su charla para animarle en tono ponderado, y esta vez no
fue una excepcin.
El nivel de GOT est en cuarenta y tres, y el de GPT en cincuenta y ocho. En
fin, son cifras ligeramente superiores a lo normal, as que debe tomarse las cosas con
calma. Recuerda la temporada en que trabaj en exceso? Las cifras subieron
entonces por encima de cuatrocientos, verdad?
S.
Tenga en cuenta que, si aparece una cirrosis, existe el riesgo de que se
transforme en cncer. Una vez ms, le aconsejo que no cometa excesos.
Una oleada de alivio recorri a Suguro como una rfaga de clida brisa. Durante
el mes transcurrido desde la anterior revisin, el trabajo haba sometido su cuerpo a
una considerable tensin y le preocupaban los resultados de la visita al mdico. Sin
embargo, mientras daba las gracias al doctor, Suguro pens: Ahora puedo asistir sin
preocupaciones a la entrega de premios.
Sin saber por qu, una sensacin de calma, de serenidad, invada a Suguro cada vez
que vea el Palacio Imperial alzndose en silencio bajo la lluvia. De los muchos
rincones de Tokio, ste le gustaba especialmente. El coche de alquiler circund el
foso del palacio mientras se diriga al saln del banquete.
Esa noche, Suguro se dispona a recibir un premio literario por una novela en la
que haba trabajado durante tres aos. A lo largo de su carrera como novelista, haba
obtenido muchos galardones. Ahora que ya haba cumplido los sesenta y cinco, no
poda reprimir del todo la sensacin de que el honor que le brindaran esta noche era
un poco excesivo. Sin embargo, las crticas elogiosas que haban llovido sobre la
novela le producan tambin cierto orgullo, aunque no era ste el nico sentimiento
que le embargaba. La armona que haba logrado finalmente, tanto en su vida como
en sus escritos, le llenaba de profunda satisfaccin. Suguro se acomod en el
apoyabrazos del vehculo y contempl las gotas de lluvia que se deslizaban por el
cristal de la ventanilla.
El coche se detuvo y un conserje abri la portezuela. Su uniforme ola a hmedo.
Al otro lado de la puerta automtica de entrada, el joven representante de la editorial
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que patrocinaba la reunin aguardaba a Suguro para darle la bienvenida.
Felicidades! sta es una ocasin muy feliz, tambin para m.
Kurimoto haba supervisado la edicin de la novela y adems haba colaborado en
la recopilacin de material de consulta y en la meticulosa organizacin de los viajes
de investigacin que haba realizado Suguro.
Todo se lo debo a usted.
No exagere. Pero es cierto que este premio significa mucho, pues se concede a
la novela que realmente cierra el crculo de todo lo que ha escrito hasta la fecha.
Pasamos al saln? Ya han llegado los miembros del jurado.
La ceremonia se inici a la hora exacta que indicaban las invitaciones. Los
asientos para el premiado y para el jurado estaban sobre una tarima, a ambos lados de
un micrfono elevado. Ante ellos, un centenar de invitados ocupaban la sala. A las
palabras de apertura, a cargo del presidente de la editorial, sigui una intervencin de
Kano, uno de los miembros del jurado.
Suguro y Kano eran amigos desde haca ms de treinta aos. Ambos haban
hecho su presentacin literaria casi simultneamente. En su poca de escritores
noveles, la relacin entre ellos se haba caracterizado por un mutuo temor a los
esfuerzos creativos del otro. En ocasiones, se repelan; en otras, vibraban en armona.
Al llegar a los cuarenta, ambos haban asumido por fin sus grandes diferencias como
escritores y haban seguido sus caminos, cada uno por su lado.
Kano expuso sus impresiones sobre la novela de Suguro y recorri con la mirada
al pblico invitado; estaba de pie sobre la tarima y con el hombro derecho encogido.
Tanto l como Suguro haban padecido tuberculosis en su juventud y ambos se haban
sometido a intervenciones quirrgicas. Cuando alguna preocupacin se adueaba de
ellos, el hombro que haba soportado el peso de las operaciones se disparaba hacia
arriba invariablemente. La avanzada edad de Kano quedaba condensada en la
inclinacin de su hombro. Al igual que su amigo Suguro, quien ahora tena problemas
hepticos, Kano haba padecido de un corazn dbil durante muchos aos y siempre
llevaba una cpsula de nitroglicerina en el bolsillo.
Suguro fue educado en el cristianismo aqu, en Japn. En cierto modo esto fue
una bendicin para l, aunque por otro lado fuera una desdicha.
Kano, conocido por su locuacidad, inici su intervencin con frases dirigidas a
atraer el inters y la curiosidad de sus oyentes hacia los motivos centrales de la
literatura de Suguro.
La desdicha de Suguro es que debe describir a su Dios, un ser escurridizo para
nosotros los japoneses, como si pudiera ser entendido en un marco cultural japons.
Esta fue la razn de que al principio nadie le prestara atencin. Desde el primer da,
Suguro pugn por encontrar el modo de transmitir lo que quera explicar, el tema de
su Dios, a los muchos japoneses que carecan de odo para escucharle. Yo le conoc
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hace ms de treinta aos, cuando an estbamos en guerra Por aquel entonces, su
aspecto era siempre sombro y melanclico.
Haca treinta y tantos aos Suguro reconstruy mentalmente la imagen del
segundo piso de un pequeo bar llamado Fukusuke, cerca de la estacin Meguro. El
local siempre estaba impregnado del olor a moho de las radas esteras de tatami. Una
tarde de verano, una persiana de bamb blanqueada por el sol colgaba oblicuamente
contra la ventana, y en la calle alguien tocaba una corneta. Cinco o seis jvenes
permanecan apoyados contra las paredes de la estancia, con las rodillas encogidas,
mientras diseccionaban a Suguro sin el menor miramiento. En una de las paredes, un
calendario mostraba la pose ufana de una muchacha en traje de bao y con gafas de
sol. Las gafas de sol eran una moda que las chicas de la poca haban copiado de las
mujeres que entregaban sus cuerpos a las fuerzas de ocupacin. Uno de los
componentes del grupo que criticaba a Suguro era Kano, un joven delgado de
pmulos prominentes.
No s por qu, pero no creo en lo que escribes, Suguro. Un hombre llamado
Shiba se hurg los odos con el dedo meique, mientras hablaba: Todava no tienes
una comprensin profunda de quin eres realmente. Sigues escribiendo a base de
razonamientos y no producen una sensacin de autenticidad.
Suguro no pudo refutar las afirmaciones de Shiba.
Algunos pasajes de tus relatos son, bueno, parece que no los hayas
experimentado t mismo. No tiene nada de malo hablar de Dios, pero resulta muy
sospechoso cuando da la impresin de que ests exponiendo unas ideas occidentales.
Shiba alz los ojos y observ a Suguro mientras hablaba. Pareca medir la
profundidad de las heridas que sus palabras estaban infligiendo a Suguro.
Escucha, la novela y el ensayo son dos cosas distintas. Te has preguntado
alguna vez si una imagen puede transmitir realmente la carga de los temas que t
intentas presentar? Yo soy muy escptico al respecto.
Suguro sinti en la garganta el impulso de defenderse, pero hacerlo servira slo
para ahondar an ms el abismo insalvable entre l y sus amigos.
Ninguno de vosotros tiene la menor idea de lo difcil que resulta para un
cristiano escribir novela en el Japn. Con una mueca, Suguro se trag esas palabras
y los pocos sorbos de cerveza que quedaban en su vaso. Pero al mismo tiempo, una
parte de s mismo no poda rechazar la afirmacin de Shiba de que su obra resultaba
sospechosa. Suguro senta como si siempre escondiera algo en un apartado rincn de
su corazn.
En aquella poca prosigui Kano, Suguro era una especie de nio
perseguido en nuestro grupo. Incluso llegamos a insistirle para que abandonara su
cristianismo. Para nosotros, los jvenes de la postguerra, la religin era lo que Freud
describi como una magnificacin de la figura del padre derivada de un complejo
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edpico, el opio de la doctrina de Marx, una supersticin irracional. Y los cristianos
eran unos hipcritas que haban ido contra sus orgenes japoneses. En resumen, no
podamos entender por qu Suguro no abandonaba aquel problemtico Dios
extranjero. Adems, no haba recibido el bautismo por su propia voluntad. Haba sido
bautizado cuando era nio, a instancias de su difunta madre, y por ello su fe nos
pareca mera consecuencia de la fuerza de la costumbre. Como ya sabrn, algunos
aos ms tarde Suguro public varias novelas histricas sobre los primeros cristianos
en Japn, en las que describa a unos patticos creyentes que eran obligados a
apostatar por unos brutales funcionarios imperiales. Muchas veces me ha asaltado la
sospecha de que Suguro pensaba en m cuando cre esos crueles personajes.
Los oyentes se echaron a rer. Suguro sonri con irona, apreciando lo cuidado del
discurso de su amigo. Todos los invitados presentes en la pequea sala tenan la
mirada fija en Kano.
En tales ocasiones, Suguro siempre se disculpaba afirmando que el hombre a
quien Dios ha escogido no podr escapar nunca a sus designios. Por supuesto, a
ninguno de nosotros nos convenci semejante palabrera. Pese a ello, Suguro ha
sustentado firmemente esa afirmacin a lo largo de ms de treinta aos de labor como
novelista. Ha adoptado como tema central de su literatura el modo de poner su
religin en armona con el entorno japons. Esta batalla desesperada se ha librado en
todos los relatos que ha escrito a lo largo de los aos. Y la novela que ahora
homenajeamos representa el fruto de su victoria.
Kano dio un buen ritmo a su discurso haciendo rer a los asistentes para luego
atraparles fuertemente en su red. Este ritmo provoc una respuesta inmediata en el
rostro de muchas de las mujeres presentes en la sala abarrotada. Kano supo captar
estas respuestas y pareca valorar constantemente la efectividad de sus palabras
dirigiendo miradas disimuladas a los rostros.
Pero la vala de Suguro como escritor se basa en el hecho de que nunca ha
sacrificado su literatura en favor de su religin. Jams ha relegado su arte al papel de
instrumento de una fe que jams podra aceptar una persona como yo. En otras
palabras, como novelista, Suguro ha sumergido sus manos en aspectos de la vida que
sin duda su Iglesia aborrece: los actos perversos, odiosos y obscenos. Ello se debe a
que su literatura jams se ha subordinado a su fe.
Kano saba muy bien cmo halagar el ego de Suguro. Tena mucha razn al
afirmar que tales problemas haban causado angustia a Suguro en cierto momento de
su vida. El homenajeado record las palabras de un anciano sacerdote extranjero que
haba ganado su confianza: Por qu no escribes historias ms hermosas, ms
agradables?. Suguro conoca a aquel sacerdote desde la infancia. Antes de la guerra,
haba sido trapero en los barrios pobres de Osaka y, al mismo tiempo, haba protegido
a numerosos nios hurfanos y ofrecido sus cuidados a los enfermos menesterosos.
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Los japoneses que le conocan consideraban al sacerdote una rplica extranjera de
Ryokan, el caritativo monje budista medieval. Siempre que Suguro hablaba cara a
cara con l, los ojos de color de vino del sacerdote y su sonrisa infantil aplacaban su
corazn testarudo. Cada vez que pona los ojos en el sacerdote, Suguro recordaba un
pasaje bblico: Bienaventurados los mansos.
Un da, el sacerdote murmur a Suguro con una expresin que dejaba entrever un
profundo pesar en su corazn:
He ledo tu novela durante las fiestas de Ao Nuevo. Est llena de palabras
difciles, pero de todos modos la he ledo. Puedo hacerte una pregunta?
S.
Por qu no escribes historias ms hermosas, ms agradables?
El comentario y la expresin de profundo pesar de su rostro continuaron
lacerando el corazn de Suguro cuando ste se sent en su pequeo estudio para
seguir garabateando palabras a mano.
Pero nunca fue capaz de escribir una sola novela hermosa, amable. Su pluma
continu describiendo el lado oscuro, desagradable y negativo de la vida en sus
personajes.
Como novelista, no poda obligarse a evitar o dejar de lado ninguno de los
componentes del ser humano.
Y sin embargo se daba cuenta de que, al describir los sombros sentimientos de
sus personajes, su propia mente perda tambin la alegra. Para pintar un corazn
repulsivo, su propio corazn deba volverse odioso. Para reproducir los celos, se
obligaba a degradarse, a sumirse en la envidia. Cuanto ms escriba, ms cuenta se
daba del tipo de hedor que despeda lo ms profundo de cada persona. En cierta etapa
de su vida, mientras escriba sobre tal hedor, Suguro tuvo presente en todo momento
el rostro del sacerdote y sus palabras: Por qu no escribes historias ms hermosas,
ms agradables?.
Con el tiempo, Suguro empez a pensar que haba encontrado su respuesta
personal a esta pregunta. Pensaba que una religin verdadera deba ser capaz de
responder a las melodas oscuras, a los sonidos falsos y repulsivos que surgen de los
corazones de los hombres. Conforme segua escribiendo, esa idea se transform en
algo ms cercano a la certeza y ello le permiti recuperarse de su inquietud.
La singularidad de la literatura de Suguro se basa en el descubrimiento de un
nuevo sentido y un nuevo valor para lo que la religin denomina pecado. Por
desgracia, al carecer yo de una religin, no tengo la menor idea de qu es el pecado
Kano hizo una pausa, dejando un irnico intervalo de silencio. Seducidos por el
silencio, varios asistentes empezaron a rer.
Tras una etapa en la que avanz a tientas en la oscuridad, durante la cual se
dedic a describir alegremente los pecados de la humanidad, Suguro empez a
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afirmar que tras cada acto pecaminoso se oculta un anhelo de renacimiento. En cada
pecado, apunta el autor, arde el deseo de los hombres de encontrar un modo de
escapar de la vida sofocante que hoy llevamos. Creo que en ello reside la originalidad
de la literatura de Suguro. Y estos conceptos nicos quedan expuestos con
considerable madurez en sta, su ltima novela.
La voz de Kano baj entonces de tono, como si estuviera recordando algo de un
pasado remoto.
Hace ms de treinta aos que conoc a Suguro. E intuyo que durante la ltima
dcada, ms o menos, mi amigo se habr sentido casi como el poeta Basho cuando
escribi:
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agudas y cantarnas y los ruidos de fondo se fundieron con las incontables pisadas
que se deslizaban por el duro suelo, produciendo un sonido como el del grano al ser
molido en el mortero. Otro grupo de invitados se haba congregado ante las mesas
donde se ofreca sushi y fideos; entre ellos destacaban las blancas facciones de las
camareras que se ocupaban de servir.
Gracias por tus amables palabras dijo Suguro mientras daba una palmadita
en el hombro derecho encogido de Kano, quien estaba entreteniendo con su pltica a
un grupo de tres o cuatro editores.
Ah!, te parece que ha estado bien? Para disimular su nerviosismo, Kano
cambi rpidamente de tema. Parece que has perdido peso. Te encuentras bien?
Perfectamente. Pero, a nuestra edad, ningn achaque fsico constituye ya una
sorpresa.
De eso estbamos hablando, precisamente. De cmo mi memoria ha
empeorado en los ltimos tiempos. No consigo recordar nada de un libro que acabo
de leer. A veces, en fiestas como sta, por mucho que me empee no logro recordar el
nombre de las personas con quienes hablo.
A m me sucede lo mismo.
Dicen que los ojos son lo primero que falla, luego los dientes y despus todo lo
dems. En mi caso, primero fue la vista, luego la memoria y luego la dentadura. Por
no hablar de mi corazn, que siempre ha estado mal.
Qu me dice de las dems facultades? pregunt un joven director literario.
Las dems facultades? Algo disminuidas, ltimamente. Qu me dices al
respecto, Suguro? Kano dirigi a ste una mirada cargada de malicia. Es cierto
que eres cristiano y que tienes una de esas esposas modelo, pero, no te corriste
ninguna juerga por ah antes de hacerte demasiado viejo para esas cosas? O acaso
tienes algn lo que no nos has contado nunca?
Por qu tendra que revelar aqu, en pblico, mis presuntos secretos cuando ni
siquiera mi mujer est enterada de ellos?
A diferencia de como haba reaccionado en el pasado, Suguro saba ya de qu
modo responder a las pullas inofensivas de su crculo de conocidos.
Tras permanecer unos instantes con un grupo, se alej de l para saludar a otros
invitados. Dos de los viejos mandamases del estamento literario, Segi e Iwashita,
estaban cambiando impresiones.
Suguro, esta ltima novela es lo mejor que ha escrito. El crtico Iwashita,
con el rostro enrojecido y un vaso de vino en la mano, ofreci sus empalagosos
elogios a Suguro. Dadas su mayor antigedad en el mundo literario y su calidad de
licenciado en la misma universidad, Iwashita siempre buscaba el modo de poner a
Suguro bajo sus alas. No ests de acuerdo? aadi, tratando de arrancar una
afirmacin similar a Segi Michio, otro crtico prestigioso.
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En realidad, tengo ciertas reservas replic el rollizo Segi con una sonrisa,
pero hoy es un da de felicitaciones, as que me reservar mis opiniones.
No le haga caso. Segi siempre es as de cruel.
Es propio de los crticos ser crueles.
Estos intercambios de sutilezas eran caractersticos del mundillo literario. A lo
largo de ms de treinta aos, Suguro haba escuchado tantos comentarios de ese estilo
en reuniones, bares y mesas redondas, que le hubiera sido imposible contarlos. Sin
embargo, mientras efectuaba los movimientos precisos para tomar un sorbo del vaso
de licor con agua que le haba trado una de las camareras, se pregunt qu aspecto de
su novela escogera Segi para atacar en sus crticas y crey adivinar cul sera.
De todos modos, no estaba en su mano hacer nada aunque las crticas le fueran
adversas, pens mientras segua sonriendo externamente. He llevado mi vida y mi
obra en armona con esta novela. No hay nada que pueda perturbar esa armona,
digan lo que digan. Suguro record con satisfaccin el comentario que haba hecho
Kurimoto de que este ltimo trabajo cerraba el crculo de cuanto haba escrito en su
vida. Cuando uno de los invitados se acerc a presentar sus respetos a los dos crticos,
Suguro aprovech la interrupcin y se separ de ellos para aproximarse a otro grupo.
Sensei!
Una mujer a la que Suguro no haba visto nunca, de unos veintisiete o veintiocho
aos, le dio un tirn de la chaqueta con gesto de familiaridad. Una mancha de lpiz
de labios apareci en sus dientes al dirigir una sonrisa al escritor. La mujer llevaba un
cigarrillo encendido en la mano derecha y un vaso de licor en la izquierda.
Te has olvidado de m, sensei?
Suguro parpade. Como haba dicho Kano, estaba en una edad en la que a
menudo olvidaba los nombres y rostros de las personas que slo haba conocido un
par de veces.
Qu desmemoriado te has vuelto! La mujer le habl de nuevo con
familiaridad y solt una carcajada. Nos conocimos en Shinjuku. Yo haca retratos
en una esquina de la calle
Dnde?
En la calle Sakura. Hiciste cosas muy atrevidas en esa calle, sensei.
Me confunde usted con otro. Yo no he estado ah.
No te hagas el inocente. Dijiste que vendras a ver la exposicin de nuestros
cuadros. Recuerdas que te dejaste retratar por mi amiga? Y despus
Probablemente, la mujer estaba bebida: agarrada todava a la chaqueta de Suguro,
dirigi a ste un guio muy explcito. La mancha de barra de labios en los dientes la
identificaba como espritu gemelo de los diseadores inexpertos y de las aspirantes a
actrices que merodeaban por las calles de Shinjuku y Roppongi.
Creo que me ha tomado usted por otra persona.
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Ah, ya entiendo! No quieres que nadie sepa que estuviste de fiesta con
nosotras en plena noche. Porque eres cristiano. Claro, claro, tenemos que guardar una
distancia entre las apariencias y la realidad
Suguro apart la chaqueta de las manos de la mujer e intent alejarse hacia otro
de los grupos. Un fotgrafo de prensa acababa de dirigir la cmara hacia Suguro,
quien instintivamente puso una sonrisa forzada en su tenso rostro.
Oh, qu pose tan encantadora! se burl la mujer, a su lado. Qu ha sido
eso, sensei, apariencia o realidad?
Los invitados ms prximos se volvieron hacia ellos. Todos observaban
abiertamente a Suguro, quien se encogi de hombros como diciendo no s qu
significa todo esto, pero tuvo que esforzarse para mantener la sonrisa.
Kurimoto se acerc, alejando fsicamente del escritor a la mujer. Cuando regres,
el joven dijo a Suguro:
Lo lamento mucho. No tengo idea de quin ha trado aqu a esa mujer. La he
llevado hasta el ascensor y la he obligado a irse.
No saba qu hacer. Se estaba poniendo tan pesada e insistente Suguro
tema ahora haber despertado tambin la suspicacia de Kurimoto. Deca que me
conoci una noche en la calle Sakura, en Shinjuku.
S, su voz era muy chillona.
Dnde est la calle Sakura?
En el Kabuki-cho Kurimoto titube por unos instantes. Est abarrotada
de locales porno y de espectculos para adultos.
Esa mujer ha dicho que yo estaba rondando por esa calle.
Lo mismo dijo ah, en el vestbulo. Yo me apresur a replicar, con toda energa,
que una persona como usted no ira nunca a un lugar como se.
Suguro asinti, aliviado. Kurimoto era un tipo de aspecto sombro que muy
probablemente se dedicara a rechazar con severidad las manifestaciones de la mujer
ante cualquiera que hubiese escuchado sus palabras en el vestbulo; a desmentir que
tales afirmaciones tuvieran algo de ciertas
La lluvia haba cesado pero la calle estaba llena de charcos. Los taxis, vacos,
circulaban uno tras otro a buena velocidad, levantando estelas de agua a su paso. La
mujer alz la mano para llamar un taxi pero pareci cambiar de idea y ech a andar
en direccin a la estacin de Tokio. Una repentina rfaga de viento hinch la capa
negra que cubra sus hombros. A Kobari, que segua sus pasos, le record un
murcilago extendiendo sus alas.
Cerca de la boca del metro, el hombre le dirigi la palabra.
Se lo han hecho pasar mal ah dentro, verdad?
La mujer se detuvo y su cuerpo se puso en tensin.
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Quin es usted?
Perdone. Soy corresponsal de un semanario. Naturalmente, la revista para la
que trabajo no es tan refinada como los editores que patrocinaban la reunin de esta
noche, pero eso es precisamente lo que nos da nuestra chispa. El hombre procedi
seguidamente a un tipo de interrogatorio que haba asimilado como parte de su
trabajo. Lo que ha dicho en la recepcin era falso, verdad? No he credo una sola
palabra de sus afirmaciones respecto a que el seor Suguro rondaba por esas callejas
dudosas de Shinjuku.
Puede tomarlo como una mentira, si lo prefiere. No tiene sentido
preguntrmelo si ya est seguro de que lo he inventado todo.
Si es cierto, cuntemelo todo. Le aseguro que le recompensar por ello.
No me gustan los trucos sucios. Usted pretende sacar una exclusiva para su
revista, no es as?
No, no se apresur a responder Kobari. No tengo intencin de escribir
sobre el tema. nicamente tengo un inters personal en saber si el seor Suguro
acudira a un lugar como se.
Qu razn tendra para mentir? Para empezar, el seor Suguro fue quien me
invit a la recepcin.
De veras? l la invit? Escuche, slo quiero asegurarme de lo que est
diciendo: Est segura de que se trataba del seor Suguro?
Desde luego.
En qu lugar de la calle Sakura lo conoci?
Frente a una tienda llamada Dulce Miel. Suguro sala de ella.
De veras es usted pintora?
Tiene algo de malo?
Ha hecho alguna exposicin?
Por qu me lo pregunta?
Podra describirla en nuestra revista como un nuevo valor en alza de nuestras
artes plsticas.
Kobari tendi una tarjeta a la mujer. Ella la acept, pero su voz tena todava un
tono de leve enfado cuando replic:
Pronto inaugurar una exposicin en Harajuku, cerca de la calle Takeshita. El
veintisiete de este mes.
Perfecto. Ahora, cunteme todo lo que sepa de Suguro.
Kobari lanz una mirada almibarada a la mujer al tiempo que posaba una mano
en su hombro. Ella se sacudi el contacto de la mano y se escabull escaleras abajo,
con la capa ondeando al viento.
Espere! Maldita sea! Al menos enveme un anuncio de la exposicin! grit
Kobari en direccin a las escaleras. Sin embargo, la mujer ya haba desaparecido de
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la vista.
De modo que era cierto. El hombre senta como si las difusas impresiones que
notaba cada vez que vea una foto de Suguro en peridicos o revistas hubieran
quedado confirmadas por fin.
Kobari no haba tenido mucho que ver con la literatura en los ltimos tiempos,
pero, en su poca de universitario, haba tenido la ardiente esperanza de convertirse
tambin l en novelista. Mas incluso entonces haba sido incapaz de soportar el
aroma a religiosidad que despedan los libros de Suguro. El muy canalla lo impregna
todo con ese olor, sola decirse en aquella poca.
En sus tiempos de estudiante, Kobari se haba inspirado en el materialismo
dialctico y le ponan enfermo aquellos que, como Suguro, engaaban a las masas
con su creencia en el opio de la religin.
Los recuerdos de la infancia se entremezclaban tambin con estos sentimientos.
De muchacho haba acudido en varias ocasiones a la iglesia protestante del barrio
para recibir clases de ingls. La predicadora, con gafas y de pechos lisos, haba
mostrado una especial animosidad contra Kobari y a menudo descargaba sobre l
burlas e insultos. Lo haca porque Kobari slo se quedaba a las lecciones de ingls y
volva corriendo a casa cuando la mujer se dispona a predicar. Sin embargo,
transcurridos los aos, cada vez que oa la palabra religin recordaba a la mujer
predicadora.
Descendi la escalera de la boca del metro, mas no encontr rastro de la mujer
junto a las mquinas expendedoras de billetes ni en el andn de la lnea Hibiya. Pero
Kobari estaba demasiado absorto en la sensacin de felicidad que rebosaba de su
corazn para preocuparse. La tarea de arrastrar por el fango el nombre de un escritor
que produca historias tan ampulosas era una misin que mereca el esfuerzo del
reportero. Haba sido un periodista importante, record Kobari, quien haba derribado
del poder a Tanaka, el primer ministro; mientras esperaba el metro, repiti para s una
y otra vez, casi murmurando, el nombre del local que la mujer haba mencionado:
Dulce Miel, Dulce Miel.
El vagn estaba impregnado del hastiado hedor de la vida. Kobari se agarr al
pasamanos frente a una muchacha que tena las piernas descuidadamente abiertas y
junto a un hombre de edad mediana que marcaba crculos rojos en un boleto de
apuestas hpicas. Kobari pens de nuevo en la recepcin. Se haba colado en la fiesta
buscando material para un reportaje y haba tenido la suerte de estar justo al lado de
Suguro cuando la mujer se haba agarrado a su chaqueta. Haba identificado en el
rostro de Suguro una alarma que era algo ms que simple desconcierto. Era una
demostracin de que la mujer no menta.
Fraude!
Tal vez haba descubierto el origen de su desagrado por las novelas de Suguro. Un
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hombre que lanzaba miradas furtivas a las bailarinas desnudas en los clubs y que
acosaba a las camareras de las barras americanas era el que, con esas mismas manos,
se dedicaba a redactar frases altisonantes de elevado contenido moral.
El traje de cuya manga haba tirado la mujer pareca confeccionado con tejido de
primera calidad. Cuando lo compar con su indumentaria, la animosidad volvi a
crecer en el fuero interno de Kobari y ste hundi la mirada en la oscuridad que se
extenda al otro lado de las ventanillas del metro. Al llegar a su piso, se sent junto a
la figura dormida y despeinada de la mujer con la que viva y apur los ltimos
sorbos de una botella de whisky.
Dos o tres das ms tarde, Kobari visit una parte del Kabuki-cho de Shinjuku que le
era muy familiar: la zona de los clubs y baos turcos. Le cost poco esfuerzo
localizar el Dulce Miel, que se encontraba en un edificio conocido como Emporio del
Porno, cuyas tres plantas estaban destinadas, respectivamente, a pases de pelculas,
tiendas de revistas y baos turcos. Cuando Kobari entr en el ascensor, era todava
primera hora de la tarde y el emporio no contaba an con muchos clientes. Pese a
ello, el ascensor heda con un rancio olor a hombre. Mostr al encargado de la
recepcin una fotografa de Suguro que haba recortado de una antologa literaria y
pregunt:
Viene a menudo por aqu este hombre?
El encargado movi la cabeza y resopl.
Aqu tenemos muchos clientes. No esperar que los recuerde a todos.
Incluso los traficantes de carne parecen sentir la obligacin de no divulgar el
secreto sobre su clientela salvo que la pregunta venga de la polica. De hecho, cuando
pregunt a otros dos o tres empleados del edificio, Kobari obtuvo la misma respuesta
y la misma sonrisa vaca.
No fueron estos hombres los nicos en dirigir a Kobari una mirada desdeosa.
Cuando relat el incidente de la recepcin a un viejo compaero de colegio que haba
trabajado con l en una revista literaria en la universidad, el rostro de su amigo
palideci de desagrado.
No tomars en serio lo que dijo esa mujer, verdad?
Kobari, que confiaba en que su amigo le respaldara, no pudo ocultar su disgusto
al replicar:
Qu pretendes decir con eso?
Al final te has convertido en un vil canalla, no es cierto? le espet su amigo
. Encuentras algn placer soando en organizar un escndalo sin fundamento e
intentando arrastrar por el fango a un escritor como Suguro? Aunque comprendo que
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ste es el periodismo de hoy
A Kobari no le gust lo que oa, pero la idea de que l solo pudiera lanzar una
bomba que sobresaltara al pblico lector le produca un cosquilleo de placer
indescriptible en el espinazo.
Siempre que tena una cita o sala a tomar copas con sus amigos periodistas, Kobari
trataba de concertar el encuentro en algn punto de la avenida Dorada de Shinjuku.
De vuelta a casa, deambulaba por el Kabuki-cho. Sin embargo, por muchas vueltas
que dio por sus calles, no tropez jams con Suguro ni con la mujer pintora.
Estaba a punto de abandonar cuando una noche, muy tarde, mientras sacaba un
billete en una mquina automtica de la estacin Shinjuku, alz la vista casualmente
y al instante se le cort el aliento. La silueta de un hombre muy parecido a Suguro se
encaminaba a la parada de taxis con una mujer que llevaba gafas. Kobari dej el
cambio en la mquina y corri tras ellos, pero la pareja ya se haba introducido en un
taxi. El detuvo otro y orden al conductor que siguiera al primero.
Por el cristal trasero del taxi que le preceda, Kobari observ que la mujer
apoyaba la cabeza en el hombro derecho del hombre. El vehculo tom por la
autopista Koshu y se dirigi hacia Yoyogi. Por fin, el taxista que llevaba a Kobari
dijo, incmodo:
Parece que se dirigen al distrito de las casas de citas. Continuamos tras ellos?
S. Detngase un poco ms all de donde lo hagan ellos.
Al llegar a Yoyogi, el primer taxi se detuvo ante una mansin con una verja de
entrada imponente. El taxi de Kobari pas junto a l sin despertar sospechas y aparc
setenta u ochenta metros ms adelante. Para entonces, el hombre y la mujer haban
desaparecido. Kobari se acerc a contemplar el hotel. En una placa poda leerse:
Yoyogi Swan Hotel.
Una fila de cedros del Himalaya se extenda, oscura, desde la verja hasta la
entrada de vehculos. Kobari pregunt en recepcin, pero recibi una seca respuesta
por parte del encargado, quien neg que se hubieran registrado dichas personas.
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bao; en la mayor de las salas era donde reciba las visitas. All se reuna con gente
de las editoriales y de la prensa. La habitacin mediana se convirti en dormitorio
para cuando se quedaba a trabajar hasta tarde. Al parecer, la estancia donde creaba
sus escritos haba sido utilizada como almacn por la desconocida familia que haba
ocupado el apartamento antes que l. Apenas llegaba a ella la luz solar y, debido a la
gruesa cortina que colgaba sobre la ventana, tena que encender la lmpara del
escritorio incluso a medioda. No obstante, dado que estas condiciones se adecuaban
perfectamente a las exigencias de su subconsciente, haba convertido aquella
habitacin en su estudio.
El ao anterior le haba visitado un fotgrafo con el propsito de retratar su
estudio para un artculo titulado El estudio de un escritor, que publicara una
revista. Cuando Suguro expuso sus razones para escoger aquella estancia como lugar
de trabajo, el fotgrafo se haba apresurado a comentar: Esta habitacin se parece
mucho a un tero materno. Usted debe tener un deseo muy fuerte de regresar al
tero. Luego haba aadido que ese deseo de volver al tero era un impulso
disimulado de regresar al estado en que la vida se desarrolla en el seno de la madre;
de regresar a un estado de sueo en el fluido amnitico. Dicho con otras palabras, no
era tanto un impulso de vida como un deseo de muerte, de descanso eterno.
Cada maana, cuando abra la puerta de su apartamento, Suguro iba a la pequea
estancia y se sentaba en la misma silla que haba utilizado tantos aos. Primero
diriga una mirada a la fotografa de su difunta madre que colgaba de la pared.
Despus contemplaba con cario la lmpara del escritorio, el reloj de pared que
emita su tictac con precisa regularidad, y el portaplumas chino. La expresin del
rostro de su madre en la fotografa cambiaba de un da a otro. Una maana pareca
muy feliz, y a la siguiente su aspecto era sombro. Suguro reconoca la profunda
impronta que la mujer haba dejado en su vida. Su bautizo haba sido consecuencia de
la influencia de su madre. En cualquier caso, las novelas que haba producido durante
la ltima dcada La voz del silencio, En tierras vrgenes y El emisario haban
sido terminadas gracias al esfuerzo diario, de modo muy parecido a como una
hormiga transporta su comida grano a grano.
Lo mismo suceda sin duda a otros escritores, pero para Suguro el proceso de
crear una obra de ficcin era comparable a entrar en un terreno desconocido sin
mapas. Suguro, con su carcter precavido, jams consenta en iniciar tal viaje hasta
que todos los preparativos para el mismo estuvieran ultimados, desde la cuidadosa
seleccin de los temas hasta el clculo del tiempo que necesitara para reunir el
material. Aun as, haba muchos momentos en los que no tena la menor idea de
adnde ira a parar y en los que lo nico que lograba discernir bajo la leve penumbra
eran los borrosos perfiles de su punto de partida. El camino por el que avanzaba
quedaba oculto tras densas sombras. A lo largo de quince aos, haba emprendido
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muchos de aquellos agotadores viajes, avanzando a tientas por lo desconocido sin
salir de los confines del pequeo estudio.
Una vez que qued atrs la entrega de premios, Suguro volvi a saborear la
misma amargura del viaje literario en la estancia. Para poder planificar un nuevo
relato corto, corri la cortina y se sent, encorvado como un relojero, ante el
escritorio apenas iluminado por la lmpara. Pero, aunque haba tomado algunas notas,
esta vez no le lleg la inspiracin habitual.
En condiciones normales, pasaba la mitad del da en aquella imitacin de los
trabajos manuales, sin escuchar otro sonido que el de su pluma al deslizarse sobre el
papel, y disfrutaba con su esfuerzo a pesar del dolor que le produca. Pero en los
ltimos das aquella alegra permaneca dormida en su pecho.
Dej la pluma en el escritorio e intent disipar la ansiedad que le impeda trabajar
a gusto. El rostro y las palabras de la mujer que le haba asaltado en la recepcin
haban quedado impresos en su recuerdo como una mancha de tinta en los dedos.
Nos conocimos en Shinjuku. Hiciste cosas muy atrevidas, sensei Ah, ya
entiendo! No quieres que nadie sepa que estuviste de fiesta con nosotras en plena
noche.
Un aire de intimidad y un patente hedor a alcohol envolvan cada una de las
palabras que haban salido de entre sus dientes manchados de lpiz de labios. Era
absurdo que alguien como l se dejara paralizar por los comentarios de una mujer
ebria.
Volvi cinco o seis veces la cabeza a un lado y a otro con gesto enrgico y reley
parte del manuscrito. Siempre garabateaba sus primeros borradores con letra menuda
en el reverso de las hojas manuscritas, los correga con lpiz o con tinta de color, y
luego contrataba una mecangrafa para que pasara en limpio la versin final.
Tal vez debido a su avanzada edad, tena ltimamente el sueo muy ligero y
viva varios sueos en el espacio de una noche. Todos los sueos eran
distintos y, cuando terminaba cada uno, el hombre despertaba de inmediato.
Una vez despierto, se quedaba mirando la oscuridad un rato, pensando
nicamente en la muerte que finalmente le alcanzara. Haba cumplido los
sesenta y cinco aquel ao.
Tom un bolgrafo rojo del escritorio y cambi Todos los sueos por Cada
sueo. Mientras correga el resto de la frase, percibi que el tema principal de aquel
relato sera la vejez.
Son el telfono. Levant el auricular, irritado por la interrupcin, y escuch la
voz sobria y familiar que identificaba automticamente a su propietario.
Soy Kurimoto. Quera saber qu tal va ese relato.
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Ya he conseguido perfilarlo a medias.
Qu ttulo le dar?
Estoy pensando en llamarlo Sus ltimos aos.
Kurimoto permaneci unos segundos en silencio. Luego, coment:
Lamento mucho lo sucedido. S, me refiero a esa mujer ebria. Haba tal caos
entre los organizadores de la recepcin, que todava no he logrado averiguar quin la
llev all.
Estoy seguro de que no fue usted. Me refiero a que jams en mi vida la haba
visto.
Suguro puso nfasis en sus palabras y aguard a la reaccin de Kurimoto.
Ahora nos ha llegado una postal dirigida a usted. Parece que la enva ella. El
nombre que viene en la postal es Ishiguro Hia. Al parecer no le engaaba cuando
dijo que era una artista callejera. Es una invitacin para una exposicin.
Qu le hace pensar que es la misma mujer?
En el reverso Kurimoto vacil ha escrito: Mentiroso. Eres un
mentiroso, sensei Qu quiere que haga con la postal?
Suguro empez a responder que no tena ningn inters por ella, pero luego
titube. No deseaba ver la postal, pero al mismo tiempo no quera dejar en manos de
Kurimoto un asunto de aquella naturaleza.
No s qu decir. En fin, por qu no me la hace llegar?
Acompa sus palabras de una risa despreocupada, esperando que el joven
director literario no se percatara de su nerviosismo.
Cuando hubo colgado, se sinti ms inquieto que antes.
La mujer era implacable.
Record la insistencia con la que se haba cogido a su manga en la recepcin y
percibi una difusa sensacin de peligro: no deba tomarse el asunto a la ligera, por si
se converta en un problema importante. Para disipar el nerviosismo, parpade varias
veces; era una costumbre arraigada en l.
Dos das ms tarde, la postal a que se haba referido Kurimoto le lleg con el
correo enviado a su estudio. En la invitacin, escrita a pincel, poda leerse Ishiguro
Hia, un nombre que sonaba adecuado para una artista. A Suguro le sorprendi
descubrir que la exposicin tendra lugar en la calle Takeshita, no lejos de su estudio.
Como haba dicho Kurimoto, en el reverso de la postal aparecan garabateadas a
bolgrafo las palabras Mentiroso. Eres un mentiroso, sensei. Suguro desvi la
mirada, como si acabara de ver algn mal agero; despus rompi la invitacin y la
arroj a la papelera.
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los brazos cruzados y la mirada baja. No dijo una sola palabra, pero de pronto
se puso en pie, descorri una cortina de bamb situada a su espalda y pas a la
habitacin contigua. Yo saba que esa habitacin era el mundo de los muertos.
Pero pronto volvi a abrirse la cortina y Akutagawa regres a la estancia
donde yo me encontraba.
Suguro escribi estas palabras encorvado sobre el escritorio y luego las ley en un
murmullo para comprobar el tono del pasaje. Aquella parte no era ficcin, sino una
experiencia real que haba tenido unos dos meses antes. Record que, al despertar de
ese sueo en plena noche, su esposa dorma apaciblemente junto a l.
Naturalmente, no le haba contado el sueo a su mujer. Desde que su hijo, que
trabajaba en una compaa comercial, se haba trasladado a Estados Unidos con su
familia, Suguro haba decidido no hablar con su esposa de nada que pudiera causarle
la menor preocupacin. En realidad, y al contrario que tantos escritores, desde su
boda se haba mostrado al mundo como un buen padre y esposo, no porque fuera
cristiano, sino porque saba que la tpica pose libertina de los novelistas no cuadraba
con su manera de ser. Fueran cuales fuesen sus temas en la novela, Suguro haba
decidido que deseaba pasar por un ciudadano normal en su vida diaria y en el rostro
que presentaba al mundo. De ah que en las relaciones con su esposa, rara vez haca
nada que pudiera perturbar el equilibrio que haban establecido en sus vidas.
Su esposa acuda a limpiar el apartamento dos veces por semana. En esas
ocasiones adoptaba su postura de hombre casero, diferente de la que mostraba cuando
escriba. No obstante, para Suguro poner una cara distinta no significaba hipocresa
alguna, ni implicaba artificiosidad ni comedia.
Su esposa, que padeca artritis, se dola de las rodillas y de las articulaciones de
las manos durante la estacin de las lluvias y en otoo. Sus afecciones eran
consecuencia de los agotadores cuidados que haba prodigado a su esposo y de tres
operaciones torcicas. Los das de fro, Suguro se senta profundamente en deuda con
ella mientras la observaba pasar el aspirador. Cuando sugera contratar a alguien para
hacer la limpieza, ella siempre se rea y negaba con la cabeza.
En las temporadas en que no le dolan las piernas, a veces almorzaban juntos y
luego daban un paseo. Siempre seguan la misma ruta: caminaban colina abajo hasta
el estudio; cruzaban el parque Yoyogi y seguan por Omote Sando antes de volver al
estudio. Se sentaban en un banco del parque para ver a los jvenes jugando al
badminton. Aunque no se dijeran nada, despus de ms de treinta aos de matrimonio
haba entre ellos una serenidad que Suguro casi poda palpar all, con la mujer
sentada junto a l. Cuando tena ante s una hoja de papel en blanco, era un novelista
que sondeaba en las profundidades de su espritu y volcaba en el folio lo que all
encontraba. En cambio, como esposo tena cuidado de no arriesgarse ms all de los
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lmites fundamentales. Aqul era su modo de mostrarse compasivo con su esposa,
nacida en un hogar cristiano y educada en una escuela religiosa.
El fin de semana siguiente a que Suguro destruyera la invitacin a la exposicin,
su esposa no pudo acudir al estudio por un contratiempo de uno de sus parientes, de
modo que Suguro pas el sbado y el domingo en su apartamento, efectuando
correcciones en la novela. Por las tardes, del otro lado de las cortinas corridas le
llegaron dbiles y lejanas las voces alegres de muchas personas.
Dej el estudio y baj por el camino estrecho y ondulado cuando el sol de la tarde
ya empezaba a desvanecerse. Como siempre, el paseo le condujo hacia el parque
Yoyogi. ltimamente, los accesos al parque se haban llenado de grupos de jvenes,
de moda ahora en Tokio, y conocidos por la generacin Brote de Bamb, en honor
de la boutique de Harajuku donde se haba iniciado la moda punk. Los grupos
formaban crculos aqu y all y bailaban extraos pasos al son de la msica estridente
de sus radiocasetes. Los jvenes de uno y otro sexo vestan largas tnicas rosas y
blancas como la indumentaria tpica coreana, e incluso los muchachos lucan carmn
en las mejillas. Los grupos variaban de un crculo a otro y cada uno bailaba al ritmo
de un lder distinto. Suguro se uni al grupo de espectadores y contempl la danza
junto a un extranjero que lo filmaba todo en ocho milmetros. Cuando l tena la edad
de aquellos jvenes, Japn estaba combatiendo en China en el prlogo de otra guerra
an mayor. Para su generacin, recordar tales acontecimientos era un acto reflejo: no
poda detener sus recuerdos aunque se lo propusiera.
Cuando se apart del grupo de espectadores, Suguro pis accidentalmente el pie
de una joven que se encontraba tras l.
Oh, lo siento!
La muchacha entrecerr los ojos con gesto amistoso y le dedic una dulce
sonrisa. Pero su rostro mostr pronto una mueca de dolor y levant el pie izquierdo.
Preocupado, Suguro le pregunt:
Te has hecho dao? Scate el zapato y veamos qu tienes.
Estoy bien. La muchacha intent una sonrisa forzada.
Sintate en ese banco de ah Le echar un vistazo a los dedos del pie.
La muchacha se sent como le deca y se quit los zapatos, enfangados en la
puntera, y los calcetines. La chica pareca azorada.
Estn bien.
Me parece que los tienes un poco rojos. Por qu no vamos a una farmacia?
No necesito nada.
Bueno, por lo menos deja que te invite a un refresco o algo. Suguro seal
hacia la fila de tenderetes que bordeaba el parque, en los cuales se poda encontrar
desde perritos calientes hasta rollitos de verduras. Qu prefieres?
Ya le he dicho que no quiero nada.
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Estara ms contento si pudiera invitarte a algo.
Bueno, tal vez una coca cola.
Cuando regres con la bebida en un vaso de papel, la muchacha estaba moviendo
el pie adelante y atrs
Le interesa este lugar, seor?
Vosotros, los jvenes, tenis mucha energa.
Por aqu rondan muchos viejos como usted. Hombres interesados por las nias.
De veras? No puede haber mucha gente as.
Pues la hay, desde luego. Nos dicen cosas mientras paseamos por Omote
Sando. Hombres maduros, incluso ancianos como usted.
Qu cosas os dicen?
La muchacha le dedic otra sonrisa, esta vez porque quiz le resultaba difcil
responder.
Y hay alguna chica que acepte?
Claro, pero las chicas de instituto slo llegan hasta B. Luego, piden dinero.
B?
No sabe qu son A, B y C?
Con la misma falta de pudor con que recitara los nombres de los cantantes pop
del momento, la muchacha le explic que A eran los besos, B eran las caricias y C era
el paso final.
La chica tena unas mejillas mofletudas. Suguro senta envidia por la larga vida
que se abra ante ellas, en contraste con l.
Cuntos aos tiene usted?
Soy un viejo.
Pero no lo parece.
T tambin llegas hasta B?
Yo? No, desde luego.
De veras las chicas de tu edad necesitan dinero hasta esos extremos?
Claro. Sus ojos se entrecerraron en otra sonrisa amistosa. Mi familia no
tiene dinero. Ni siquiera me dan una semanada.
Tu padre trabaja, no?
Hace cuatro aos una moto lo atropell en Miyamasuzaka. Por eso, mi madre
ahora se dedica a vender seguros. Me da demasiada pena para pedirle dinero.
Pero de verdad necesitas tanto?
Incluso alguien como yo tiene camaradas con los que relacionarse. Y,
adems, me gusta comprarle cosas a mi hermanito.
Suguro sonri al orle utilizar la palabra camaradas, poco frecuente entre los
jvenes.
Ests en secundaria?
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En segundo ciclo.
Vaya, todava en segundo ciclo y con ese cuerpo, pens Suguro mientras
contemplaba sus pechos generosos y los muslos que apenas caban en sus tjanos
descoloridos. No saba cmo deban ser los pechos de las chicas de su juventud, pero
desde luego no tenan los muslos rebosantes de aquella muchacha.
Dnde vives?
Por qu quiere saberlo?
No me interpretes mal. Slo estaba pensando que tal vez podra encontrarte un
trabajo por horas si necesitas dinero
Qu tipo de trabajo? Volvi a dirigirle una sonrisa afable. A las chicas de
segundo ciclo no nos dejan trabajar. Yo trabaj en McDonalds con una amiga. Les
dijimos que estbamos en secundaria, pero nos descubrieron enseguida y nos
despidieron.
De todos modos, no debes imitar a esas chicas malas. No hagas caso de las
proposiciones de esos hombres.
Cuando Suguro inici su sermn, ella baj la mirada y se puso a hacer dibujos en
el polvo con la puntera del zapato.
Creo que debo irme.
Cuando Suguro se levant del banco, advirti lo enlodadas que tena las zapatillas
la chica.
Un momento.
Sac el billetero del bolsillo. La muchacha le observ con atencin mientras
Suguro introduca los dedos en l, pero, cuando le vio sacar un billete de cinco mil
yenes y ofrecrselo, retrocedi con aire desconfiado.
Si me prometes no hacer nada indecoroso, te dar este dinero. Cmprate unos
zapatos nuevos o lo que te parezca. Intentar encontrar un trabajo que puedas hacer.
Si te interesa, llmame aqu.
Escribi su nmero de telfono en un pedazo de papel y seguidamente se alej sin
mirar atrs. Estaba disgustado consigo mismo por haber dado dinero impulsivamente
en un momento de sentimentalismo.
Por la noche, en casa, habl de la muchacha a su esposa mientras sta haca
punto.
Si todava est en segundo ciclo, podra limpiar el despacho, no crees?
Supongo que s, pero no s. Lo dices en serio, eso de darle empleo?
S. Le he prometido encontrarle trabajo. Adems, as te ayudara tambin a ti.
A Suguro le disgustaba ver a su esposa frotndose las articulaciones mientras
empujaba el aspirador en invierno.
A m no me importa hacer la limpieza.
Lo s, pero
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Por lo general, Suguro jams trataba de los asuntos domsticos con su mujer, pero
esta vez insisti obstinadamente. Sera matar dos pjaros de un tiro. Su esposa no
tendra que luchar con el aspirador durante la temporada de lluvia y fro, y la
muchacha no tendra que sucumbir a las proposiciones.
La muchacha se llamaba Morita Mitsu y, cuando hubo acudido dos o tres veces a
limpiar el despacho, la esposa de Suguro olvid su inicial escepticismo y pareci
satisfecha.
Es una buena chica. Por lo que explicaste, tena mis dudas respecto a qu clase
de muchacha sera, pero realmente es una chiquilla inocente.
Tiene un buen corazn asinti Suguro, aliviado. Cuando la vi sonrer por
primera vez, incluso me pregunt si no sera un poco dbil mental.
Dice que tiene dos hermanos y una hermana ms pequeos. Cuando le di un
pedazo de pastel, no se lo comi sino que quiso llevrselo a ellos. Lo encontr
conmovedor. Al parecer, la intervencin a que fue sometido su padre despus del
accidente result un fracaso y ahora tiene las entraas en un estado terrible. La
esposa de Suguro ya le haba sonsacado a Mitsu una gran cantidad de informacin
sobre su familia.
Tal como haba dicho la esposa de Suguro, Mitsu an result ms sencilla de lo
que Suguro haba imaginado. Ese primer sbado por la tarde, haba acudido al
despacho despus de la escuela y, bajo la direccin de su esposa, pas el aspirador y
limpi el cuarto de bao. Con su fsico precoz, ocup el lugar de la esposa artrtica de
Suguro y baj cajas de cartn llenas de revistas por las escaleras hasta la portera del
edificio, e incluso ayud a la mujer a hacer la compra. Al cabo de dos semanas, la
muchacha se haba adaptado a la rutina y era capaz de limpiar la sala de visitas y el
bao incluso sin la presencia de la esposa de Suguro, mientras tarareaba canciones
pop.
Durante un descanso en el trabajo, Suguro se sent en el sof y contempl a
Mitsu mientras haca la limpieza.
Qu cantas?
Jams haba conocido el nombre de los cantantes jvenes de moda, pero ahora,
gracias a Mitsu, saba de la existencia de intrpretes populares como Kyon-Kyon o
los Shibugaki-tai.
Sensei, yo pensaba que lo conocas todo, pero en realidad no sabes nada, no es
cierto?
La muchacha dej de empujar el aspirador y se burl de Suguro, que todava
confunda a cantantes tan distintos como Toshi-chan y Mattchi, por muchas veces que
les viera en televisin.
Tengo una ignorancia total sobre el mundo en el que vives.
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Sensei, te gustara que te enseara un poco del argot de los estudiantes de
segundo ciclo? Qu crees que significa hacer un aterrizaje?
No tengo la menor idea.
Le llamamos as a colarse en una cafetera a la salida del colegio, camino de
casa. Sabes qu es estar a tope?
Ni por casualidad.
Es lo que dices cuando te sucede algo bueno, cuando ests contenta. Resulta un
poco raro decir que ests contenta cuando te sientes as. A las madres las llamamos
viejas. Levantar es robar algo en una tienda. Fumarse una clase es hacer
novillos y un plato de pescado es una chica que se hace la inocente en asuntos
sexuales.
Suguro, fascinado por las frases que surgan de su boca una tras otra, tom nota
de todas ellas.
Cuando Mitsu se pona a trabajar, se sofocaba y le caan gotas de sudor por las
mejillas, el mentn y el cuello. La visin de aquellas jvenes gotas de ligero
resplandor haca que Suguro casi se sintiera embriagado, como si estuviera cerca de
una flor de penetrante fragancia. En las mejillas y el cuello hmedos de la muchacha
perciba algo que l haba perdido.
No puedo creer lo eficiente que se est volviendo dijo un da la esposa de
Suguro. l asinti.
Ahora ests contenta de haberla contratado?
Me pregunto si podramos llevarla a la iglesia.
All slo se aburrira Ya puedes olvidarte de eso. Pero cuando la chica est
ms acostumbrada a la tarea, nosotros dos tenemos que hacer ese viaje a Nagasaki del
que tanto hemos hablado.
Desde haca algn tiempo, Suguro tena previsto llevar a su esposa a Nagasaki
cuando el tiempo fuera ms favorable.
Nagasaki y sus alrededores haban aparecido en varias de sus novelas, pero su
esposa no haba visitado nunca la ciudad. Tambin ella deseaba realizar aquel viaje.
La misma noche en que mantuvo esa conversacin con su esposa, Suguro tuvo un
sueo. Estaba contemplando su propio rostro en el espejo del cuarto de bao de su
estudio. Le sorprenda lo viejo que estaba. Sus ojos estaban circundados de arrugas y
bolsas de carne y, en torno a la barbilla, haba manchas de minsculos puntitos
blancos que parecan haber sido colocados all con la punta de un mondadientes.
Cuando se acerc ms, comprob que eran canas. Haba envejecido mucho y la
muerte se acercaba. Despert del sueo con una sensacin de zozobra.
Le lleg a los odos la respiracin suave y regular de su esposa, dormida en la
cama contigua. Aquella respiracin le recordaba siempre el sonido del reloj de su
estudio. El tictac de aquel reloj le proporcionaba una sensacin de paz indescriptible
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mientras permaneca volcado sobre su trabajo. Tambin el rumor de la respiracin
nocturna de su esposa conjuraba imgenes de la apacible serenidad que haban
mantenido en su matrimonio. En aquel aliento, Suguro poda oler el mundo
inmaculado que la mujer haba llevado consigo desde su juventud. Era la respiracin
de una mujer educada en el amor irreductible a sus padres y hermanos, de una mujer
que jams haba albergado la menor duda sobre lo que le pasaba por la cabeza a su
esposo o por lo que haca en el trabajo. A veces, aquella seguridad despertaba en l la
envidia y le inspiraba una aversin que jams se habra atrevido ni siquiera a
expresar. En aquellas ocasiones, el mundo de su esposa pareca oler a pompas de
jabn.
Poco despus de despertar, volvi a caer dormido y tuvo otro sueo. Otra vez
surga el espejo del cuarto de bao (Suguro no entenda por qu ltimamente
aparecan siempre los espejos en sus sueos), pero en esta ocasin era Mitsu quien se
hallaba frente a l, apenas vestida con unas braguitas a flores, recin lavadas. La
chiquilla sonrea al espejo, sin advertir que l la estaba observando. Entre sus labios
entreabiertos se adivinaban sus dientes y un leve hilillo de saliva. La imagen
resultaba de una voluptuosidad algo excesiva para una chica tan joven. Luego pareci
como si supiera que Suguro estaba escondido tras la puerta y como si aquella sonrisa
fuera hecha a propsito. Tu mujer se va a enfadar, le advirti entonces.
Suguro despert de golpe. Todava poda ver ante l la sonrisa de aquel rostro. Su
esposa dorma pacficamente.
Envuelto en la oscuridad, Suguro se avergonz del sueo profano que acababa de
tener. Pero al mismo tiempo, por tratarse de un sueo, no se sinti responsable de l.
No era preciso sentirse incmodo o pudoroso por un sueo, pero comprendi que
probablemente recordara la imagen cada vez que Mitsu apareciera por el estudio, lo
cual le llen de un extrao sentimiento.
En su diario apunt ambiguamente he tenido un mal sueo, sin aadir nada
ms. En su fuero interno tema la posibilidad de que, despus de su muerte, algn
editor caprichoso decidiera publicar sus notas personales.
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Dos
Suguro se hallaba conversando de su prxima obra con Kurimoto, que vesta como
un banquero, con una elegante corbata. Aun cuando no hubiera proyectos de trabajo
que tratar, Kurimoto, que no beba ni fumaba, acuda invariablemente a visitar a
Suguro. Pareca considerarlo un deber ms de un director literario, y cada vez que
Suguro vea aquel rostro serio y honesto pensaba cunto mejor habra sido para
Kurimoto dedicarse a profesor de instituto.
De pronto, un aspirador se puso en marcha en la habitacin contigua.
Est aqu su esposa? Evidentemente, a Kurimoto le haba sobresaltado el
ruido, pues crea que l y Suguro estaban solos en el estudio.
No es mi esposa. Es una estudiante de instituto que hemos contratado. Est en
segundo grado.
Segundo grado?
Suguro le explic con pormenores las circunstancias por las que Mitsu haba
entrado a trabajar all, hablando en voz baja pese a que era imposible que Mitsu
pudiera escucharles desde la estancia de al lado con el estruendo del aspirador.
Es ms inocente de lo que parece. Dice que en Harajuku hay hombres que
seducen a sus compaeras de curso.
Kurimoto permaneci en silencio unos instantes. Despus, de pronto, pregunt:
Qu hizo usted con la postal?
La postal?
La que le envi Ya sabe, esa postal.
Ah! Me deshice de ella, naturalmente. Suguro haba dado por supuesto que
Kurimoto habra olvidado el incidente y, cuando el director literario le interrog al
respecto con aire solemne, la pregunta le pill desprevenido. No vi ninguna razn
para acudir a la exposicin.
Casualmente, yo estuve all. Kurimoto volvi la mirada hacia los ojos de
Suguro. Cre mi deber descubrir qu clase de mujer era. Por si intentaba crearle
ms problemas.
Y?
Era cierto que inauguraban una exposicin. Muy cerca de la calle Takeshita.
Kurimoto pareca haber visitado la galera de arte en un esfuerzo por proteger la
reputacin del escritor con el que trabajaba, pero Suguro no lo consider un favor.
Deseaba librarse del recuerdo del incidente en la recepcin lo antes posible, y no
tena el menor deseo de que el tema surgiera de nuevo.
Estaba all la mujer?
No. Haba otra mujer con gafas al cuidado de la galera. Segn dijo, ella
tambin era pintora.
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Qu tipo de cuadros eran?
Todos estaban cargados de sonido y de furia, y todos estimulaban al pblico.
Haba uno de un feto en el tero En realidad, los cuadros tenan un aire grotesco,
espectral. Algo inestables, indigestos
As los imaginaba asinti Suguro, a quien las descripciones de Kurimoto
resultaban fciles de concebir. No era muy difcil de imaginar, a la vista del tipo de
mujer que los ha pintado.
Haba un retrato de usted.
Mo?
Ella lo mencion en la recepcin, recuerda? Dijo que usted se haba dejado
retratar por ella y una amiga en Shinjuku.
Esto es absurdo! Nunca he hecho algo as.
Slo estoy repitiendo lo que ella dijo. Creo que debieron transformar un apunte
en un cuadro al leo.
Suguro no dijo nada y parpade varias veces. Mitsu deba haber terminado de
limpiar la habitacin contigua, pues acababa de desconectar el aspirador.
Ese cuadro se pareca realmente a m? pregunt en voz baja.
A primer golpe de vista, s. Y perdneme que lo diga, pero era un rostro vulgar.
Vulgar?
Las facciones se le parecan, pero no era usted en absoluto. Era de esperar,
naturalmente
Entonces, cree usted que otra persona est hacindose pasar por m?
Eso pienso. El cuadro se titulaba El rostro del seor S.
As que tambin han utilizado la inicial de mi apellido?*
Yo no me preocupara por ello dijo Kurimoto, tratando de consolarle.
Nadie creer que es usted. Yo quise presentar una enrgica protesta, pero la mujer no
estaba all, as que me march sin decir nada.
Incluso despus de que Kurimoto se marchara, Suguro permaneci hundido en el
sof, mirando por la ventana. Se abri el cielo gris plomizo de la tarde y asom un
plido sol.
Mitsu sali del bao y contempl a Suguro con preocupacin.
Te sientes bien, sensei?
Como bien haba dicho la esposa de Suguro, la muchacha era sensible a las
desdichas de los dems. Aquella cualidad coexista con su afabilidad y sus escasas
luces.
S, me encuentro bien. Suguro se coloc la mscara destinada al consumo
domstico y devolvi la sonrisa a Mitsu. Era la expresin que despertaba la confianza
de su esposa y, al mismo tiempo, la que sus lectores conocan y admiraban. Voy a
salir. Se incorpor del sof y pidi un favor a Mitsu: Mi esposa llegar pronto.
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Te importara quedarte hasta que venga?
Desde luego que no.
Sigui las instrucciones de Kurimoto. Era la primera vez que iba a la calle Takeshita.
Haba odo contar que era la calle de Harajuku ms concurrida por gente joven, y la
informacin pareca cierta: entre los viandantes haba nias de instituto con faldas
largas que les rozaban los dedos de los pies, hombres ancianos como Suguro, mujeres
jvenes cargadas de bolsas idnticas a las de los mendigos, y muchachos con el
cabello teido de colores pastel.
Tal como le haba indicado Kurimoto, recorri una calleja estrecha dedicada a
Brahms y lleg frente a un cartel que rezaba Galera Art Nouveau. En la planta baja
haba una tienda de bisutera; la galera quedaba en el primer piso.
Subi la escalera, que ola a cemento. Tras el mostrador de recepcin, una mujer
lea una revista, sentada con las piernas cruzadas. Al ver a Suguro, solt una pequea
exclamacin de sorpresa, reconocindole sin duda. Sin soltar la revista, le sigui
inquisitivamente con la vista mientras l deambulaba por la desierta galera.
Ms de veinte cuadros llenaban las cuatros paredes en una sola hilera, como una
banda continua de celofn. Un vistazo a tres o cuatro de ellos bast a Suguro para
llegar a la conclusin de que tras una serie de motivos excntricos, se camuflaba un
talento de mero aficionado. Tanto los cuadros realistas como los abstractos eran
flagrantes imitaciones de las obras de vanguardia europeas o americanas: dos mujeres
abrazadas; serpientes venenosas y mariposas con las alas muy abiertas, el dibujo de
un chico con una cabeza enorme; un beb asomando con miedo del interior del tero,
con los ojos abiertos como platos, aterrados. Mientras contemplaba las obras, que
slo eran notables por su triste ostentacin, Suguro busc con inters un cuadro en
concreto.
El retrato que Kurimoto haba identificado como El rostro del seor S. se
encontraba junto al rincn de la sala. Consciente de que la mujer tena los ojos
clavados en l, Suguro intent fingir desinters al aproximarse al cuadro. Apareca
mirando de frente con una sonrisa burlona en el rostro y produca el efecto de haber
salido de un reino de colores lgubres. Aunque sin duda el rostro era el suyo, en la
expresin del cuadro haba algo no exactamente la vulgaridad que Kurimoto haba
descrito, sino algo lascivo e inmoderado.
Mientras desviaba la mirada en una mezcla de clera y vergenza, Suguro
record haber visto aquel rostro con anterioridad. Exacto: era el rostro que le haba
estado mirando desde detrs de Kurimoto y la directora literaria en la entrega de
premios. Desalentado, permaneci inmvil ante el retrato. Recordaba otro rostro que
se pareca a aqul. Lo haba visto en su visita a la catedral medieval de la ciudad
francesa de Bourges. Haba ascendido la escalera de caracol detrs del sacerdote que
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le haba hecho de gua y haba salido a un balcn batido por el viento en lo alto del
campanario. Desde el balcn, una profusin de rostros humanos y de animales se
asomaba a los extensos campos que quedaban a sus pies. Uno de aquellos rostros de
piedra, el de una loca, posea la misma sonrisa burlona que el cuadro. Qu es ese
rostro?, haba preguntado Suguro, pero el sacerdote francs se haba limitado a
encogerse de hombros.
Al advertir que la recepcionista segua observndole, Suguro se acerc a ella.
Est la seorita Ishiguro? pregunt, haciendo lo posible por reprimir
cualquier emocin mientras formulaba la pregunta.
La mujer se apresur a aplastar la colilla de su cigarrillo.
La espero dentro de poco.
Es la autora de ese retrato?
No, ese cuadro es de la seorita Itoi.
Puede haber problemas si un artista hace un retrato sin pedir permiso
murmur. Al pronunciar la frase, la recepcionista hizo una mueca como si acabara de
recibir un bofetn. Si el pintor no tiene el permiso del retratado
Ella dijo que tena permiso.
Quin lo dijo?
La seorita Itoi, la pintora. Segn tengo entendido, usted le pidi a ella y a la
seorita Ishiguro que le hicieran un apunte en Shinjuku.
La recepcionista desvi la mirada. Suguro se dispona a contradecirla cuando
percibi una sombra que se mova a su espalda y advirti que los ojos de la
recepcionista se iluminaban de pronto.
Seora Naruse. La estaba esperando.
Cuando Suguro se volvi, una mujer con aire de matrona que luca una elegante
chaqueta de cuello ancho y un pauelo hizo un leve gesto de asentimiento y entr.
Suguro abandon la galera. La risa afectada y jocosa de la recepcionista reson
tras l. Fuera, el sol estaba un poco ms velado que antes. A su edad, estos cambios
en el firmamento llenaban de abatimiento a Suguro. Empuj la puerta de una
cafetera frente a la galera de arte. Encontr un asiento junto a la ventana, pero la
imagen que tena en los ojos segua siendo la del retrato. La imagen era ms vivida
ahora que cuando la haba visto en realidad. Reflejaba el rostro de un hombre cuya
fealdad no provena de sus facciones, sino de su alma.
No saba qu pensar. Por un instante, se sinti paralizado de miedo y se llev una
mano a la frente sudorosa.
Se tranquiliz e intent extraer algunas consecuencias de la experiencia. Tal vez
el retrato no era una representacin de aquella sonrisa burlona y spera que l haba
visto, sino un cuadro que en realidad haba captado una sonrisa inesperada o un gesto
afable del modelo. Posiblemente, l haba tomado por lasciva e inmoderada aquella
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sonrisa franca porque su subconsciente todava guardaba recuerdos grficos de la
aparicin que haba visto en la entrega de premios. Si era as, lo nico que l haba
hecho era aadir su propia interpretacin al despreocupado comentario de Kurimoto,
que haba tildado de sonrisa vulgar la expresin del retrato.
Aquel pensamiento le produjo un ligero alivio. La sonrisa del cuadro perdi la
capacidad de provocarle ms confusin mental una vez que Suguro consigui
considerar trivial aquel retrato trivial, de modo parecido a como haba logrado
devolver un sentido de orden a su vida y a su mente escribiendo en su diario las
palabras he tenido un mal sueo, la maana siguiente a su visin subconsciente de
Mitsu.
Cuando levant la cabeza y mir distradamente por la ventana, la mujer que
haba visto entrar en la galera de arte sala del edificio y se diriga hacia la cafetera
para gozar tambin, evidentemente, de unos momentos de descanso. Tras localizar un
asiento libre, la mujer dej el bolso y un libro sobre la silla contigua a Suguro y se
quit la chaqueta. Tena una frente despejada y unos ojos grandes, de expresin
resuelta, poco frecuentes entre las mujeres japonesas.
Dio un sorbo al caf que le pusieron delante y baj la mirada. Pareca sumida en
sus pensamientos, pues cuando alz la cabeza y reconoci a Suguro hizo un gesto de
sorpresa. Hasta aquel momento no se haba dado cuenta de que el hombre que estaba
sentado justo a su lado era el escritor.
Hola otra vez se aventur a decir la mujer.
No teniendo otra cosa que decir, o, mejor, para romper el hielo, Suguro le
pregunt:
Ha visto usted el cuadro titulado El rostro del seor S.?
Era imposible que no lo hubiese visto.
S.
Se parece a m?
La mujer lade levemente la cabeza y sonri, incmoda. Tena el cabello
ligeramente veteado de canas pero pareca algo ms joven que la esposa del escritor.
Qu clase de pintores han seleccionado para esa exposicin?
Se trata de un grupo de mujeres jvenes. Buscan la belleza en la fealdad. Una
esttica de la deformidad, sobre todo.
Y por eso escogieron mi rostro? Supongo que mis facciones son feas, pero
resulta mortificante que lo retraten a uno por esa razn. Y es desagradable que lo
muestren con un aspecto tan horrible aadi en tono humorstico.
Yo no creo que sea tan horrible. A m me parece un rostro de una gran
humanidad.
Su esposa le hablaba con aquel tono de voz y con aquellas frases cuando
intentaba apaciguarle. Deba ser una caracterstica de las mujeres de su edad.
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Cmo es que conoce a esas pintoras?
Una de ellas estuvo ingresada unos das en el hospital donde yo trabajo. As
trab contacto con el grupo.
Ninguno de los cuadros me ha impresionado. Le resulta interesante a una
persona como usted mezclarse con unas mujeres que pintan temas tan extraos?
A qu viene esa pregunta? le sonri ella. Yo podra muy bien ser como
ellas.
Aquella mujer que le recordaba a su esposa despert la curiosidad de Suguro.
Ha dicho que trabaja en un hospital. Es usted mdico?
No, no. Slo soy asistenta voluntaria. Perdn, me llamo Naruse.
Yo soy Suguro.
Conozco muy bien su apellido y sus obras.
La conversacin se cort en aquel punto y ambos volvieron a concentrarse en sus
respectivas tazas de caf. Suguro ley el ttulo del libro que la mujer haba colocado
debajo del bolso. Era la obra de un crtico que tena una amplia acogida entre los
jvenes.
De modo que incluso lee libros como se?
Me encanta leer replic ella, en tono defensivo. No entiendo gran cosa,
pero no puedo apartar las manos de un libro cuando lo cojo.
El autor de esa obra es muy crtico conmigo, en mi opinin. Dice que me asusta
el sexo Suguro sonri con deliberada irona. La mujer no dijo nada y, al
contemplar su expresin de desconcierto, Suguro lleg a la conclusin de que conoca
la obra. Ha ledo usted ese artculo, verdad? Ahora su tono era serio.
S.
Cada escritor tiene su universo particular. Los temas que yo he tocado no han
tenido que ver con el sexo, pero eso no significa que haya evitado el asunto. Creo
que lo he tratado, en cierta medida.
Pens que estaba insistiendo demasiado en el tema y call.
S, recuerdo que usted escribi una vez que la psicologa del sexo se parece al
estado mental en que una anhela a Dios asinti con gesto suave la mujer. No
recuerdo en qu obra lo escribi
En una recopilacin de ensayos, hace unos cinco aos.
Estaba asombrado de que aquella mujer conociera su obra hasta el punto de estar
familiarizada con sus ensayos. Por su manera de hablar, pareca saber mucho de
muchas cosas. Tal vez se dedicaba a algn trabajo intelectual.
Despus de haber ledo mis obras, est usted de acuerdo con ese crtico?
No s mucho de cuestiones difciles como sta, pero me he dado cuenta de que
siempre asocia sexo con pecado, tal vez por ser cristiano.
No soy ninguna cra recin entrada en la pubertad protest l. Pero se daba
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cuenta de que en lo ms profundo de su ser la influencia cristiana que le acompaaba
desde su juventud le haba llevado a crear una distincin entre sexo sano y nocivo. El
sexo sano era; pens en el rostro de su esposa y supo que una atmsfera de
obligacin haba envuelto constantemente sus relaciones conyugales. Con todo, l
haba encontrado una considerable satisfaccin en tales relaciones, y su esposa jams
haba expresado una palabra de protesta. Suguro no poda ni imaginarse a su esposa
expresando el menor disgusto en tales temas.
Bien, si me perdona la pregunta, cul es su opinin sobre el sexo?
Era una pregunta absolutamente impertinente que no debera haber dirigido a una
mujer casi tan vieja como su esposa, y mucho menos cuando era la primera vez que
hablaban. Sin embargo, Suguro tena necesidad de or alguna rplica perversa.
Para serle totalmente franca, el sexo me da miedo sonri ella.
Yaya! Si yo hablo como un cristiano, usted parece una virgen.
No, no es eso lo que quiero decir Creo que nuestra conducta ertica expresa
nuestros secretos ms profundos, aquellos que ni siquiera la propia persona conoce
conscientemente.
Los secretos que uno mismo desconoce?
S.
Cuando Suguro escuch estas palabras, su memoria revivi de pronto el sueo
que haba tenido aquella noche. Cuando haba robado una mirada furtiva a Mitsu,
semidesnuda en el bao
Apart rpidamente la mirada. Aqul era un encuentro inslito. Hasta unos
minutos antes, habra considerado inconcebible que l mantuviera una conversacin
franca y sincera con una mujer a quien nunca haba visto hasta entonces. Una
conversacin que nunca, ni remotamente, haba tenido con su propia esposa.
Ha escrito usted algo en alguna ocasin?
Oh, no! Claro que no. Hace mucho tiempo prob a componer unos versos
imitativos, pero eso es todo
Al volver la vista hacia la ventana, Suguro observ a un hombre joven en la acera.
Llevaba una cazadora azul con mangas blancas y escrutaba el interior de la cafetera.
Muy probablemente, al pasar por all, haba reconocido al hombre sentado a la mesa
como el famoso escritor Suguro y se haba detenido a contemplarle, llevado de la
curiosidad.
Cuando haba preguntado a un viandante dnde poda encontrar una galera de arte
cerca de la calle Takeshita el nombre que la mujer ebria haba citado en la
recepcin, el hombre le haba dicho que encontrara el edificio doblando a la
derecha, a la salida del estrecho callejn. El cielo quedaba materialmente oculto por
una hilera de edificios de color amarillo y la calle estaba orlada de luces diseadas al
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estilo de las antiguas farolas de gas. Incluso Kobari saba que se haba intentado
reproducir all las callejas de Montmartre.
Un hombre sali de un edificio y se detuvo en la calle. Kobari reprimi una
exclamacin. Era Suguro; precisamente, el hombre que Kobari andaba buscando. El
escritor mir tras de s como si estuviera esperando a alguien, y luego entr en una
cafetera al otro lado de la calle.
Kobari contempl la cafetera oculto tras un poste de telgrafos. Por fortuna,
Suguro no pareca haber advertido su presencia pues tom asiento en una mesa junto
a la ventana y pidi su consumicin al camarero. Despus se hundi en el asiento con
aire cansado y se sumergi en sus pensamientos. Kobari reconoci la postura: era la
que Suguro haba empleado recientemente en televisin. Su modo de sentarse
siempre le daba un aire abatido. Al aparecer Suguro en la pantalla, la amante de
Kobari haba estirado el brazo y haba cambiado de canal.
Poco despus, una mujer anciana con una elegante chaqueta beige y un pauelo al
cuello sali del mismo edificio por cuya puerta haba aparecido Suguro; como si se
hubieran puesto de acuerdo previamente, tambin ella entr en la cafetera. Al
parecer se conocan, pues se sentaron en lugares contiguos y pronto entablaron una
animada conversacin. La mujer no pareca ser la esposa del escritor. Aqul no era el
rostro de la esposa de Suguro que haba aparecido en una fotografa de portada de una
antologa literaria. En el curso de la charla, Suguro slo dirigi la mirada a la ventana
en una ocasin, pero no pareci advertir que le estaban espiando. Se limit a
descruzar las piernas.
Por fin, los dos se incorporaron a un tiempo. Kobari se ocult tras el poste de
telgrafos y les sigui mientras caminaban juntos calle Takeshita abajo. Entonces,
inesperadamente, se despidieron con un leve saludo, Suguro se desvi hacia la
estacin mientras la mujer tomaba en direccin opuesta, hacia el Palais France de la
calle principal.
Kobari titube un instante, tratando de decidir a quin de los dos seguira, y opt
finalmente por la mujer. sta avanz confiada y erguida por la calle, abrindose paso
entre los hombros de los muchachos y muchachas y dirigiendo despreocupadas
miradas a los escaparates. A Kobari le produjo la impresin de una mujer de carcter
fuerte. La vio cruzar por el paso de peatones en el amplio cruce y entrar en un
callejn de Omote Sando.
Kobari corra el riesgo de levantar las sospechas de la mujer si se adentraba en el
callejn casi desierto, pero decidi seguir adelante mantenindose a unos treinta
metros de distancia. Mientras avanzaba tras la mujer, se dio cuenta de lo absurdo de
su actuacin. Seguir los pasos de Suguro tena cierta lgica, pero pareca totalmente
intil desviarse de su camino para lanzarse en persecucin de una mujer por el mero
hecho de que hubiera mantenido una conversacin con Suguro en una cafetera.
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Por qu llegar hasta aquellos extremos para arrancar la mscara del escritor? La
sensacin de que su actuacin era despreciable coexista cmodamente con el placer
que estaba seguro que sentira al desenmascarar a Suguro. El rostro sonriente de
Suguro en la tribuna en la entrega de premios. La oleada de aplausos al recibir el
galardn y al pronunciar su discurso de aceptacin. Kobari an lo recordaba todo
vvidamente. Un escritor que pasaba toda su vida construyendo un nico
macrocosmos y luego se encerraba en l, a salvo de peligros. Aquel aire de relamida
autocomplacencia. Tras los muros slidos y seguros de su mundo, esparca las
palabras tan cargadas de nobleza que salan de su pluma. Kobari deseaba agitar
aquel rostro. En su poca de estudiante, haba asistido a manifestaciones para derribar
el sistema; en sus deseos de participar en el movimiento estudiantil, adems de un
cierto sentido de la justicia, haba tenido mucho que ver aquel impulso que le incitaba
a perturbar a aquellos que se sentan seguros con sus principios.
Pasaron por una zona residencial y salieron a una calle de poco trfico, repleta de
elegantes tiendas de ropa y de antigedades. Uno de los comercios slo tena
accesorios nuticos. Kobari advirti que la mujer recorra la calle sin la menor
vacilacin y lleg a la conclusin de que estaba familiarizada con el barrio. Al llegar
a un hospital, un edificio de seis plantas, la mujer se introdujo en l.
Cansado, Kobari decidi dar media vuelta. La mujer se haba detenido a la
entrada del hospital y estaba charlando con una enfermera de edad madura que luca
una cofia adornada con dos lneas negras. La enfermera ense sus dientes de conejo
y sonri con un gesto que mostraba plenamente su buen corazn. La mujer abandon
enseguida el hospital y se dirigi hacia la calle principal de Omote Sando.
Kobari pens que se encaminaba hacia el metro, pero no fue as. Se detuvo ante
una tienda de animales y contempl tras el escaparate las diversas camadas de perros
que agitaban la cola o dormitaban en sus pequeas perreras. Kobari se detuvo
tambin ante una tienda de ropa, a unos metros de distancia, y simul mirar el
escaparate; sin embargo, la curiosidad y el deseo de seguir a la mujer haban
desaparecido por completo de su mente. Pareca improbable que aquella mujer
amante de los animales resultara una figura clave para poner al descubierto el
verdadero rostro de Suguro.
No obstante, transcurrieron unos cinco o diez minutos y la mujer sigui sin
moverse. Kobari comprendi por fin que no contemplaba los cachorros porque fuera
una amante de los perros, sino porque estaba citada con alguien en aquel lugar. Por
suerte, la mujer no pareca albergar la menor sospecha de que la espiaran. De vez en
cuando volva la cabeza hacia la entrada del metro, esperando obviamente a que
apareciera alguien.
Una mujer de mejillas rollizas, con gafas redondas, la tpica solterona que suele
verse en las oficinas de cualquier empresa, asom por los peldaos de la boca del
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metro. Kobari observ, abatido, que las dos mujeres se ponan a hablar mientras
jugueteaban con un puado de collares y cadenas para perros a la entrada de la tienda.
La mujer que Kobari vena siguiendo compr un collar de color verde, luego
detuvo un taxi y subi en l con la mujer de las gafas redondas.
Kobari perdi todo inters en continuar la persecucin. Saba que no le llevara a
ninguna parte. Regres rpidamente a la galera de arte.
Nos tomaremos un descanso de diez minutos y luego hablaremos de los dos relatos
que todava tienen posibilidades.
El redactor jefe que presida el comit de seleccin estaba sentado en el centro de
la mesa. Cuando anunci el breve intermedio, las camareras que permanecan
inmviles en un rincn de la sala se pusieron en pie ruidosamente.
El premio Garakutagawa, que se disponan a conceder, no era ms que un
galardn para autores noveles pero gozaba de la suficiente popularidad como para
que su ganador apareciera en televisin. El premio se conceda dos veces al ao y el
comit de seleccin se reuna en cada ocasin en el mismo restaurante de Tsukiji,
junto con el comit que conceda el premio Naomoto de novela popular. Suguro, que
haba entrado a formar parte del jurado junto con Kano apenas tres aos antes,
todava era considerado un nefito en el seno del comit.
Imagino que Nozawa propondr que no se otorguen premios este ao susurr
Kano a Suguro, que estaba sentado a su izquierda.
Yo tambin votara por dejarlos desiertos. Los dos relatos me parecen
artificiosos.
No creo que haya nada malo en que lo sean.
Suguro no poda estar de acuerdo. Adems, consideraba que los mordaces ataques
de Kano contra una de las restantes obras finalistas haban sido bastante
malintencionados. Mientras escuchaba los despiadados latigazos verbales que surgan
de la boca de Kano como chasquidos, Suguro record los rostros de sus compaeros
de tantos aos atrs, sentados en el pequeo bar de Meguro, tachando sin piedad de
sospechosos sus escritos. Al ao siguiente, Kano hizo su entrada en el mundo
literario recibiendo el Garakutagawa y, un ao despus, Suguro tambin recibi el
premio. Haban transcurrido casi treinta y cinco aos desde entonces y muchos de sus
colegas de aquellos tiempos haban dejado de escribir novela.
Kano resopl al escuchar la muestra de desacuerdo de Suguro y tom un sorbo de
cerveza. Luego, todava con una mueca de disgusto en el rostro, coment:
El nivel de calidad del premio Garakutagawa ha descendido en los ltimos tres
o cuatro aos, no?
Es cierto asinti Suguro en esta ocasin. En eso estoy de acuerdo contigo.
Me temo que el prestigio del galardn se vendr abajo si no introducimos unas
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normas rgidas muy pronto. En mi opinin, el modo en que se describe el sexo en los
relatos finalistas es, sencillamente, pornogrfico. No hay en ellos verdadero erotismo,
no le parece, Yoshikawa?
Kano dirigi la palabra al hombre sentado al otro extremo de la mesa, que se
estaba poniendo unas gotas en los ojos. Yoshikawa era el miembro ms antiguo del
comit y todo el mundo le consideraba un maestro del relato corto.
Vamos, vamos, no hay razn para sulfurarse tanto sonri Yoshikawa con
la esperanza de aplacar parte de la clera que Kano estaba expresando casi a voz en
grito. Sin embargo, tienes razn: ninguno de ellos ha captado la esencia real del
erotismo.
Como un eco lejano, aquel comentario evoc en un rincn de la memoria de
Suguro el recuerdo de una frase sorprendentemente similar: Usted evita escribir
sobre las profundidades ms remotas de la relacin sexual. Acompaando a ese
recuerdo, apareci en su mente la imagen del rostro de la seora Naruse
devolvindole la mirada con aquellos ojos grandes, audaces.
Entonces, Suguro, vas a votar por ste? le preguntaba Kano. Antes le has
dado puntuaciones altas.
No. Voto por Un lugar para ver el arco iris.
Pero si es una chapuza! exclam Kano. Luego mir a Suguro como si
acabara de recordar algo. Tengo que hablar contigo cuando terminemos con esto.
No podemos hacerlo ahora?
No; luego, a solas insisti, apartando la mirada.
La reunin continu. Como en la primera ronda de opiniones, cada miembro del
jurado catalog las obras de buenas, justas y malas, exponiendo sus razones.
Se escrutaron los votos. En esta ronda, al contrario que en la primera, Un lugar para
ver el arco iris obtuvo mayora de votos. Yoshikawa hizo cuanto pudo para
apaciguar al malhumorado Kano.
Bueno, ceder por esta vez mascull Kano por fin. Pero me quedo con mal
sabor de boca.
Los periodistas aguardaban los resultados, de modo que Yoshikawa y el redactor
jefe abandonaron juntos la sala de banquetes.
Despus de cenar, podemos alquilar un coche juntos murmur Kano a
Suguro.
ste sonri y dijo:
No s por qu te muestras tan reservado.
No quisiera que nadie ms se enterara.
Kano guard un desagradable silencio que Suguro no supo interpretar.
Cuando el coche de alquiler que transportaba a ambos escritores se puso en
marcha, Kano dio una direccin al chfer, tras meditar un instante:
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Al hotel Imperial, por favor.
Kano no hizo la menor mencin de lo que deseaba tratar hasta que estuvieron
sentados en el vestbulo del hotel. Cuando al fin se acomodaron, Suguro pregunt con
voz tensa y cierta irritacin:
Bueno, de qu se trata?
Kano ech un vistazo al vestbulo para cerciorarse de que nadie les escuchaba.
Cuando habl, todava segua enfadado.
Vers, corre, corre un extrao rumor sobre ti.
Qu clase de extrao rumor?
Al parecer, eres un asiduo visitante de los locales porno de Kabuki-cho.
Suguro contempl fijamente a aquel hombre que era su amigo.
Y? Crees que es cierto el rumor?
Yo? No es mi problema respondi Kano con desdn. Slo quera que
supieras que existe. Y como siempre eres tan reservado
Reservado? Contina y llmame cobarde, si quieres.
En todo caso, no se sentiran traicionados tus lectores si escucharan un rumor
as? No tendra importancia si se tratara de m, pero t eres cristiano y todo eso. Te
veras en un buen lo si la Iglesia o los curas se enteraran, no crees? Y algo an
peor
Te refieres a mi esposa?
S.
Mi esposa cree lo que le digo y no hace caso de nada ms replic Suguro con
confianza. Quin te ha contado ese rumor?
La sala estaba casi desierta. Un botones uniformado sali a recibir a los pasajeros
de un gran autocar que acababa de llegar del aeropuerto.
Un periodista llamado Kobari. No le conoca, pero me llam por telfono hace
dos semanas. Dijo que quera hacerme algunas preguntas sobre ti en confianza.
Afirm haber conocido a una pintora que le revel tus actividades secretas.
Ah! Suguro sonri con aire abatido, comprendiendo por fin de qu iba el
asunto. De modo que se trata de eso. Vers, hace poco, en la entrega de ese premio
que me dieron, una mujer borracha se abri paso hasta m y empez a soltar una serie
de incoherencias a voz en grito. Si me queras hablar de eso, lo s todo al respecto.
Kurimoto, de Dokansha Press, tambin est al corriente. Solt un bostezo
deliberado y aadi: Lamento que te hayas preocupado por nada. El rumor es
totalmente infundado, de modo que puedes olvidarlo todo.
Suguro consider que este comentario tranquilizara a Kano, pero su amigo
mantuvo un hosco silencio.
Por qu no damos por terminada la jornada? propuso Suguro.
Estas reuniones del comit me dejan agotado. A veces, por la noche, me duele
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el corazn.
Ten cuidado. No lo tienes nada fuerte.
Suguro Dnde estuviste anteanoche?
Anteanoche? Suguro torci la cabeza. Estuve en casa, leyendo los relatos
del concurso. Por qu me lo preguntas?
No estuviste en Shinjuku?
No.
Kano apart la mirada y murmur:
Yo mismo te vi esa noche. En el andn de la estacin de Shinjuku.
En el andn? No seas ridculo. Estuve en casa toda la noche. Mi esposa puede
atestiguarlo.
Kano mir a Suguro en silencio. Luego, como si estuviera murmurando para s,
coment:
Hacia las once y media, yo estaba en el tren con Mitomo, de Dokansha Press.
Le haba entregado un original en un bar de Golden Avenue y tomamos una copa.
Llevbamos la misma direccin, de modo que subimos juntos al tren, que iba lleno.
Yo iba mirando por la ventanilla mientras hablaba con Mitomo y, en el andn del lado
opuesto, te vi sentado en un banco con una mujer que llevaba gafas.
Me viste?
S. Eras t.
Ests seguro de que no era alguien que se me pareca?
Kano respondi con rotundidad:
No, eras t. S que lo eras. Mitomo tambin se sorprendi
Estaba en mi casa, cuntas veces tendr que repetirlo para que me creas?
Te creo, pero tambin s que te vi en ese andn. Entonces lleg el tren de tu
lado y desapareciste.
Es absurdo. No soy dos personas a la vez, sabes? Suguro tuvo que
esforzarse para sonrer. Debe tratarse de un sosia. Ese impostor se hace pasar por
m, utiliza mi nombre y anda rondando por Shinjuku. Llama a mi esposa y
pregntale. Pregntale dnde estaba anteanoche.
No tengo que llamarla. Estoy seguro de que estabas en tu casa. Pero tambin s
lo que vi.
Qu clase de mujer era?
Llevaba uno de esos pauelos largos, de color marrn, enroscado al cuello con
vueltas y vueltas como los lucen hoy todas las jvenes. Tambin llevaba botas. Y
gafas.
No conozco a ninguna mujer as.
En cualquier caso, si el rumor se extiende, sers t quien sufra las
consecuencias. Si piensas hacer algo, ser mejor que te des prisa.
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Suguro comprendi que era intil seguir intentando convencer a Kano. Saba, por
su larga experiencia, que no haba modo de hacerle cambiar de idea una vez que
haba expresado su opinin. De palabra afirmaba confiar en Suguro, pero su voz casi
inaudible proclamaba sus dudas.
Si as iban las cosas con Kano, su viejo amigo, todava resultaran peores con los
extraos. Y, segn Kano, un periodista haba olfateado desde lejos el hedor de un
cuerpo descompuesto, como una hiena, y no haba tardado en empezar a investigarle.
Entiendo asinti Suguro, luchando por controlar su maraa de emociones:
miedo, confusin y clera.
Suguro aguard en la acera a que Kurimoto regresara. Detrs de una hilera de motos
haba una tienda porno por cuya puerta abierta sali un joven. Por la abertura, Suguro
pudo ver la silueta de un mueco de color carne, sin cuello, colocado junto a otros en
un estante. Era un Fukurokuju, el dios de la longevidad, con una sonrisa lasciva. La
tienda no tena clientes: seguramente deban haberse aburrido de la seleccin de
artilugios sexuales y revistas envueltas en celofn que exhiban fotografas de
mujeres desnudas con una rodilla recogida para ocultar la zona pbica.
Al otro lado de la calle haba una plaza con varios cines. El dibujo de una chica
desnuda envuelta en un abrigo de piel de leopardo adornaba la entrada de uno de
ellos.
Si no le fallaba la memoria, muchos aos atrs haba reinado en aquella parte de
la ciudad una atmsfera reservada, de susurros, incluso a la luz del da. Varios hoteles
del amor tenan las entradas ocultas tras setos de bamb agostado. Los cubos de
basura formaban una hilera en la calle, y a veces, inesperadamente, sala corriendo un
gato vagabundo de entre ellos. Haba sido un barrio misterioso, desagradablemente
hmedo. Sin embargo, debido al largo tiempo transcurrido, sus recuerdos podan no
ser muy fieles.
Ahora, la atmsfera haba cambiado por completo. Las calles que haban
atravesado para llegar hasta all estaban repletas de oficinistas que regresaban a casa,
y los chicos y chicas en edad escolar inundaban el barrio aunque no era domingo. Le
lleg de todas direcciones el estruendo de las mquinas automticas de pachinko y los
gritos de los voceros que resonaban junto con el sonido, amortiguado por el polvo, de
los timbres de los cines que anunciaban el comienzo de la sesin. El intento forzado
de crear una atmsfera artificial de placer se repeta en el sonido discordante y
carente de alegra de las bolas de pachinko. Los rostros de los peatones tambin
parecan insensibles a cualquier estmulo, carentes de respuesta a cualquier sonido o
color.
Suguro record de pronto lo que haba dicho la seora Naruse: Nuestra conducta
ertica expresa nuestros secretos ms profundos, aquellos que ni siquiera la propia
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persona conoce conscientemente.
Experiencias erticas que expresan lo que est profundamente enterrado dentro de
cada individuo Pero en aquel lugar el erotismo era tratado con demasiada ligereza,
con demasiada pobreza. Una podredumbre estremecedora pareca adherirse a todo
cuanto le rodeaba igual que los vmitos de los borrachos se pegan a las calles, a las
paredes y a los postes de telgrafo. All, el erotismo no tena nada que transmitir; la
sensualidad que se satisfaca all no era el erotismo que la seora Naruse haba
descrito.
Vio regresar a Kurimoto con aire malhumorado.
No hay ms que tiendas de sas por todas partes. Me he enterado de dnde est
la calle Sakura.
Kurimoto era joven, pero se haba graduado en estudios religiosos y su nico
pasatiempo era tocar el tambor de mano clsico; al parecer, era la primera vez que
recorra aquellas calles y tena la frente baada en sudor.
Vamos all respondi Suguro. Tal vez demos con el impostor.
Puso un nfasis especial en la palabra impostor, pero Kurimoto no coment
nada.
Cuando llegaron a la travesa que una las calles Yasukuni y Hanazogo, el ruido
aument de volumen aunque todava no se haba puesto el sol. Hombres anuncio y
promotores de ventas callejeros se apostaban ante cada tienda, distribuyendo folletos
o llamando a gritos la atencin de los transentes. No haba necesidad de leer los
folletos; en el lado derecho de la calle, una serie de rtulos anunciaba: Espectculo
Ertico y Masaje Privado. Otros locales lucan en las marquesinas otras leyendas
como Masaje Moderno, Estudio Privado o Boxeo Especial y Lucha Libre
Profesional Especial.
Qu hacen en esos antros? pregunt Suguro en un murmullo.
Uno mira mientras unas mujeres desnudas se pelean respondi Kurimoto
frunciendo el entrecejo. Resultaba difcil precisar si el malhumor se deba al
espectculo o a Suguro.
ste haba notado que Kurimoto se mostraba algo distante desde que Kano le
haba llamado aparte para charlar. Debido a su seriedad, Kurimoto sola creer a pies
juntillas en lo que decan los dems. Y dado que trabajaba en la misma editorial que
Mitomo, quien acompaaba a Kano en el tren de Shinjuku, era indudable que
Kurimoto haba escuchado los rumores. La primera vez era fcil no hacer caso de
ellos, pero cuando Kurimoto se enter del incidente que incluso haba sorprendido a
Kano, tambin empez a tener sus dudas. Ello se evidenciaba en el hecho de que
intentara evitar el tema en sus visitas al estudio de Suguro.
Cuando llegaron al centro de la calle Sakura, un hombre anuncio vestido de
Pequeo Vagabundo se les acerc con gesto de familiaridad y sonri, exhibiendo una
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dentadura en la que faltaba una pieza.
Haca tiempo que no te vea, sensei!
En los anuncios que luca poda leerse: Porno Palace-Palacio de los Placeres.
Era un hombrecillo de corta estatura y mejillas hundidas, tan flacucho como las
faldillas del frac que arrastraba tras l.
Has estado en el saln, sensei?
Suguro guard un tmido silencio por unos instantes; luego dio un leve tirn de la
manga de Kurimoto como seal y respondi con voz spera.
Saln? Qu saln?
Cul va a ser? El de Namiko, por supuesto.
Todava no.
El hombre anuncio continu sonriendo con candidez.
Si buscas a Namiko, est en el restaurante Ramen.
Qu restaurante Ramen?
Cul va a ser? El de ah delante, por supuesto.
Con un gesto de la barbilla, el hombre seal un local al otro lado de la calle.
Suguro sac de la cartera un billete de mil yenes y lo entreg al hombre anuncio.
Siempre es estupendo hacer negocios contigo. Hars llorar a Nami si no vienes
por aqu ms a menudo.
Suguro se alej del tipo y se defendi ante Kurimoto.
Ese impostor debe parecrseme muchsimo. Ese hombre no ha sido capaz de
ver la diferencia.
El joven director literario no replic.
An era temprano y bajo los fluorescentes del restaurante Ramen slo haba
cuatro o cinco clientes sorbiendo fideos. No les cost ningn esfuerzo localizar entre
ellos a una mujer de veintisiete o veintiocho aos, de facciones plidas y piel spera.
Cuando la muchacha alz los ojos de la revista que lea, mir a Suguro y dijo, en tono
de sorpresa:
Qu haces aqu tan temprano?
Su voz era un arrullo y arrastraba los finales de las palabras.
Eres Namiko? pregunt Suguro en voz baja, tratando de que nadie ms le
oyera.
T siempre con tus bromas! Namiko ya ha vuelto a la tienda, y sabes muy bien
que soy Hanae. La sombra de una duda cruz por sus ojos. Espera un momento.
T eres Suguro sensei, verdad?
S, pero
Entonces, por qu has credo que yo era Namiko?
Salgamos y vayamos a tomar un poco de sushi.
Sushi? Ya he pedido la comida aqu
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Yo pagar la cuenta.
La muchacha cogi el bolso pareca un Gucci de imitacin que haba dejado
en el asiento junto a ella.
Fueron a un restaurante sushi cercano y se acomodaron ante una mesa. Hanae
estudi en silencio los rostros de Suguro y Kurimoto, y luego dijo:
Sucede algo malo?
No. En realidad, no.
T eres realmente Suguro sensei, verdad?
Suguro no respondi.
Eres otra persona? No, no puede ser. Eres idntico a l. Eres l o no?
Yo soy el autntico Suguro. Ese individuo que has conocido es otra persona.
Tu hermano gemelo?
No tengo ningn parentesco con l. Y tampoco lo conozco. No lo he visto
nunca.
Esto no me gusta. Hanae observ a Suguro con una mirada realmente
atemorizada. No quiero sushi. Me voy.
Espera. No vamos a causarte ningn problema. Kurimoto impidi que se
levantara de la mesa.
Me gustara saber algo ms de ese hombre intervino Suguro.
Vosotros dos, trabajis para alguna revista?
No, pero es verdad que soy el escritor Suguro. Ese otro hombre es un impostor.
Qu queris saber?
Me veo en una situacin comprometida. Entiendes, verdad? Un hombre con
mi aspecto empieza a rondar por aqu hacindose pasar por m y soltando toda clase
de tonteras.
Hanae pareca haber bajado un poco la guardia. Kurimoto tuvo la serenidad de
pedir rpidamente unas copas de sake.
Entonces, todo lo que nos dijo era mentira? Pero es idntico a ti, sensei. Tu
vivo retrato. La muchacha continu mirando a Suguro con ojos inquietos.
Le ves a menudo?
Vena por el saln.
Qu saln?
Donde trabajamos. Donde jugamos a los bebs.
Jugar a los bebs?
No has odo hablar de ello? Ha salido en las revistas y en televisin. Hanae
pareca orgullosa de que su trabajo hubiera salido en la pantalla. Nuestros clientes
se visten de bebs Ests seguro de que no has visto nunca fotos, donde salen con
paales y chupetes?
Los bebs?
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No, no! Gente adulta y ancianos. Juegan con sonajeros y juguetes infantiles.
Por qu?
No lo s. Muchos hombres querran ser bebs otra vez. Al menos, eso dijo uno
de nuestros clientes. Son esos hombres los que acuden a nuestro saln.
Qu clase de gente frecuenta ese lugar?
Muchos hombres famosos. Doctores y diputados, caballeros de esa clase.
Cuando mencion a los diputados, Hanae frunci la nariz y solt una risita. Tal
vez haba pensado de pronto en alguno de sus clientes que era miembro del
Parlamento y le recordaba ataviado con chupete y paales. Solt una nueva risilla y
encendi un cigarrillo.
Kurimoto hizo una mueca de desagrado y apart la cabeza. Tal vez haba evocado
la imagen de un anciano idntico a Suguro engalanado de aquel modo absurdo, y el
mero pensamiento haba sido ms de lo que poda soportar. Suguro percibi la muda
repulsin y se sinti desdichado y avergonzado. Finalmente, rompi el silencio:
Ests diciendo entonces que ese impostor ha hecho todas esas cosas en ese
local?
Te refieres a Suguro sensei?
No! Suguro soy yo! En su voz haba una clera inconsciente.
l, entonces? Vena mucho. Le atenda Nami y ella deca que era un poco
molesto. Con dedos giles, encendi otro cigarrillo con un encendedor barato.
Molesto, en qu sentido?
Siempre estaba quejndose, diciendo que cuando l era pequeo no existan
paales de papel, o que no tenan determinado juguete en aquellos tiempos.
Entonces, realmente se converta en un nio?
Como la mayora de nuestros clientes Eso realmente les pone en marcha.
La muchacha baj los ojos y puso una expresin de xtasis. Tena el aire de una
nia apaciblemente dormida en brazos de su madre.
Suguro pens en su estudio. Una habitacin hmeda que permaneca a oscuras
incluso durante el da. Una estancia donde poda envolver su deseo de volver al tero
en un manto de seguridad. Qu diferencia poda existir entre aquella sensacin de
seguridad y los deseos de aquellos hombres de hacer de bebs? En lo ms hondo del
corazn del hombre existe una oscuridad de la que el propio hombre nada sabe.
Son unos pervertidos murmur Kurimoto desde la periferia de la
conversacin. Esos clientes, me refiero.
Todos los hombres son iguales. Incluso los hombres famosos se vuelven nios
en nuestro saln.
Cunto pagan esos hombres?
Treinta mil yenes por dos horas.
Treinta mil?
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Estamos en el barrio barato. En Roppongi cobran cincuenta.
Qu ms sabes de ese hombre?
No mucho. Una vez fui a un hotel con l Pero Nami era quien le atenda casi
siempre.
Qu ms? la presion Suguro, dispuesto a conseguir las pruebas suficientes
para demostrar a Kurimoto que aquel hombre y l eran dos individuos distintos.
Inesperadamente, Hanae repiti:
Seguro que no eres nuestro cliente?
Ya te he dicho que no.
Si de verdad eres otra persona, te dir que Ese hombre, el que se parece a ti,
hace algunas cosas extraas.
Extraas? Qu cosas?
La muchacha lanz una sonrisa de inteligencia.
Primero fuimos a una discoteca Dijo que le gustaba oler la traspiracin en
nuestros cuellos mientras Nami y yo bailbamos Luego fuimos a un hotel y,
despus de tomar un bao, me frot los hombros y los pechos y luego me lami,
slo en el cuello y en los hombros, como si se hubiera vuelto loco. Me dieron
nuseas. Entindelo, yo acababa de tomar un bao y entonces un viejo se pone a
babearme La saliva de un viejo es realmente vomitiva. Hanae advirti que
Suguro no haba dicho una sola palabra. No debera haberte contado esto.
No importa. Suguro dese que Kurimoto estuviera de acuerdo. Al fin y al
cabo, no era yo.
Pero resulta realmente misterioso lo mucho que te pareces a l. Cuando has
dicho que eras otra persona, me ha recorrido un escalofro por todo el cuerpo. Una
cosa ms: ese hombre intent estrangularme junto al espejo del bao.
Estrangularte? Suguro estaba alarmado. Te refieres a que trat de
matarte?
Ms tarde dijo que no era sa su intencin. Pero sus ojos me aterrorizaron.
Estaban totalmente inyectados en sangre. Nami me cont que a ella le haba hecho lo
mismo.
Qu diablos debe proponerse? Kurimoto sacudi la cabeza varias veces con
gesto de incredulidad. Debe de estar medio loco.
No te molesta tener que trabajar con clientes as?
Claro que me molesta. Por eso me largu de ah Pero Nami se burl y dijo
que slo estaba fingiendo. Si le dejas, te dar mucho dinero, me dijo. Pero los
escritores hacen cosas raras, verdad? Hanae mostr una sonrisa laberntica. Me
pregunto qu escribir. Nunca he ledo nada suyo.
Suguro no aguant ms y rompi el silencio.
Te doy las gracias por tu tiempo. Sac dos billetes de la cartera. Esto no es
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gran cosa.
Gracias. De pronto, el tono de voz de la muchacha se haba vuelto comercial
. Te vas?
S.
Por qu no te pasas por el saln? Nami est all y estoy segura de que te
atender. Por qu no le preguntas a Nami en persona por ese tipo? S, deberas
hacerlo.
No. Ya he odo suficiente por hoy.
Con expresin inflexible, Suguro anduvo con la mirada fija al frente y sin
reaccionar al parpadeo de las luces de nen ni a los gritos de los voceros. Cuando
alcanz la amplia avenida, como si ello fuera una especie de seal, se volvi hacia
Kurimoto y le dijo:
Ahora se habr convencido de que alguien se est haciendo pasar por m,
verdad?
S respondi Kurimoto, sorprendido por la fuerza con que haba formulado
la pregunta.
Con que usted me crea, tengo suficiente dijo Suguro.
S.
Si ese Mitomo de su editorial o cualquier otra persona empieza a propagar
rumores infundados sobre m, querr usted hablarle de ese individuo?
Desde luego, pero por qu est haciendo una montaa tan grande de todo
esto?
Porque pensaba que incluso usted haba empezado a sospechar de m.
Kurimoto respir profundamente y replic:
Sensei, tiene que echarle el guante a ese individuo.
Una mujer joven que se aproximaba en direccin contraria clav sus ojos en el
rostro de Suguro y luego dio un tirn de la manga del muchacho que la acompaaba,
al tiempo que le susurraba:
se es Suguro, el novelista.
Suguro oy el cuchicheo. Kurimoto, que tambin lo oy, repiti en voz baja:
Tiene que echar el guante a ese tipo, sensei. Por el bien de sus lectores,
tambin.
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Tres
Kobari deambul por la calle Sakura como haba hecho Suguro. Su olfato de
reportero le dijo que no andaba lejos de encontrar alguna pista. Tena confianza en su
capacidad para desentraar alguna clave que le permitiera poner a Suguro contra las
cuerdas.
Cuando sala a cubrir alguna noticia, si se hallaba cerca de Shinjuku, siempre
echaba un vistazo a la calle Sakura antes de volver a casa. No tardaba ms de diez
minutos en recorrer la calle, corta y estrecha. Cada vez que iba de punta a punta,
cruzaba su mente una esperanza: Quizs esta vez. Sin embargo, aquel quizs esta
vez pareca que nunca iba a convertirse en realidad. Cuando volva a casa sin la
menor pista, se senta agotado y deprimido, y reviva el recuerdo del rostro
autocomplaciente de Suguro durante la entrega de premios.
Pero el quizs esta vez se cumpli.
Hacia el atardecer, haba empezado a caer una lluvia invernal que incitaba a
Kobari a dar por finalizada su bsqueda por aquel da, pero el periodista cambi
finalmente de idea y avanz por la breve cuesta a la salida de la estacin de Shinjuku.
Entre la multitud que caminaba hacia l bajo los paraguas, capt un rostro que le
pareci que haba visto anteriormente. No logr recordar al instante de quin se
trataba, pero, cuando lleg a su altura, la reconoci. Era la mujer que haba salido del
metro en Harajuku para citarse con la otra mujer que Kobari haba seguido porque
pareca conocer a Suguro. La que ahora caminaba entre la muchedumbre era de baja
estatura y llevaba gafas de montura redonda; era una mujer ordinaria desde cualquier
punto de vista, pero indudablemente era la que haba visto en Harajuku.
Kobari volvi la cabeza. Con el paraguas ligeramente inclinado, la rechoncha
mujer avanzaba cuesta arriba arrastrando los pies. Las piernas que asomaban bajo la
falda tambin eran gruesas.
Kobari pas rpidamente junto a ella y continu adelante con aparente
indiferencia. Despus dio media vuelta. Mientras la mujer pasaba lentamente junto a
l, Kobari le dijo con una sonrisa:
Oiga! Por casualidad es usted amiga de Suguro sensei?
No tena idea de por qu haban brotado de su boca aquellas palabras. Si la mujer
negaba conocer a Suguro, tendra que afrontar la situacin desde aquel punto.
Es amiga de Suguro sensei, verdad?
Bueno, yo no dira que seamos amigos respondi ella con sorprendente
familiaridad. Algunas veces he tomado unas copas con l.
Kobari comprendi que quizs esta vez era ahora. Al contrario que la pintora a
quien haba interrogado tras la recepcin, esta mujer no pareca ponerse en guardia;
incluso mostraba una sonrisa en sus ojos tras las gafas de montura redonda.
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Ah, s? Entonces es la persona de que me habl el sensei.
A partir de all, el engranaje empez a funcionar con suavidad, como el de una
mquina recin engrasada.
Es usted amigo del sensei? Cmo sabe que yo lo conozco?
Me dijo que usted llevaba gafas y tena la cara rechoncha minti Kobari,
pero ella no mostr la menor muestra de suspicacia. Es pintora, verdad? Por qu
no vamos a algn sitio a tomar un t?
T? dijo la mujer con una risilla. As que es usted bebedor de t?
El sake tambin me va. Si lo prefiere
Tomar algo con usted, pero me conformar con un t.
En aquella calle, la manera en que los hombres abordaban a las mujeres y en que
stas aceptaban sus proposiciones tena siempre aquel cariz. Cuando tomaron asiento
en la barra de la cafetera, antes incluso de pedir el t, Kobari pregunt:
As pues, es a usted a quien el sensei permiti pintar su retrato?
S, seor dijo con una confiada sonrisa tras los cristales. Yo soy.
Y haba otra mujer con usted cuando lo hizo, no es cierto?
Se refiere a Hia? S, estaba all.
Es lo que me dijo el sensei. Dijo que estaba borracho.
De verdad? Eso dijo? Yo no pensaba que lo estuviera en absoluto.
Bien, en todo caso, l permiti que usted le hiciera un apunte, no es eso?
En realidad no vino directamente a pedrmelo. Le saqu una especie de apunte
mientras hablbamos en el hotel. Llevaba mi bloc de apuntes porque Hia y yo
habamos acudido esa noche a la calle Sakura para tratar de sacar algn dinero
haciendo retratos.
La palabra hotel no pas desapercibida a Kobari. As pues, Suguro haba ido a
un hotel con las dos mujeres.
Qu hizo el sensei en el hotel?
Al principio habl mucho. Despus de todo, es un escritor. Y tiene tanta
percepcin
Por qu dice eso?
Slo con mirarme supo que soy masoquista. Le importa si pido sake?
Hizo el comentario despreocupadamente, como si estuviera hablando de su gusto
por los volantes de encaje. Kobari le dirigi una mirada atrevida, pero ella mantuvo la
misma expresin amistosa tras las gafas, sin el menor asomo de la tendencia
morbosa, masoquista, que haba reconocido poseer.
No he entendido su nombre. Yo me llamo Kobari.
Soy Itoi Motoko. Estoy encantada de conocerle respondi ella alegremente,
como si fuera un famoso de televisin. Soy una pintora nueva y prometedora. Y
para ganarme el pan pinto retratos por las esquinas.
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Entonces el sensei supo detectar que era masoquista?
En efecto. Dijo que nos haba invitado al hotel por esa razn. Quera vernos a
Hia y a m haciendo el amor.
Y? Kobari trag saliva con dificultad. Lo hicieron?
Claro. No hay para tanto. Es slo una cuestin de preferencias. Y fue muy
esplndido al pagarnos.
Entonces, lo nico que hizo fue mirar?
Bueno, la segunda vez se uni a nosotras.
Se desnud?
Conoce a alguien que haga el amor vestido? replic ella con una nueva
risilla. Conserva usted la ropa cuando duerme con una mujer? Si lo hace, seguro
que tiene algn tipo de complejo.
De modo que Suguro se desnud Pero el cuerpo de un viejo debe ser
repulsivo.
Es cierto. No es como los jvenes. Tiene manchas en algunas partes, su piel
est reseca y el vientre le sobresale Y huele.
Huele mal?
Bueno, no huele mal, exactamente, pero tiene el olor de un viejo. Como el olor
de un crematorio. O como cuando se enciende incienso. Pero su feo cuerpo me excit
de verdad.
Mientras hablaba, sus ojos se cerraron hasta convertirse en dos finas lineas tras
las gafas. Era capaz de decir con total serenidad las cosas ms desconcertantes por
aquellos labios sonrientes.
Por qu? pregunt Kobari, incrdulo.
No s por qu. Cuando estaba en la escuela, so que me acostaba con un
hombre muy feo. Pero cuando despert del sueo no sent el menor desagrado. De
hecho, la idea me excit. Fue maravilloso cuando el sensei me sujet y me cubri con
su saliva y cuando finalmente me estrangul Fue tan maravilloso que cre morir de
felicidad all mismo. Y todo porque su cuerpo es tan feo.
No puedo entender esa manera de pensar.
Lo siento por usted. Es que slo utiliza la postura del misionero cuando se
acuesta con una mujer? El sexo es extraordinariamente profundo, seor. Entran en
ebullicin sensaciones de todo tipo procedentes de lo ms profundo del cuerpo. Es
como una rara msica nueva.
Mientras escuchaba, Kobari se sinti abrumado por la depravacin de la mujer.
En sus esquemas, un pervertido era asimilable a un loco o a un criminal, alguien con
una cara oscura y detestable que deba ocultar a los dems. Inexplicablemente, un
escritor cristiano haba entrado a formar parte de ese mundo y se haba entregado a
actos degenerados con aquellas mujeres.
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El sensei dijo eso mismo continu la mujer. Estbamos hablando los tres
despus de terminar y le pregunt por qu razn crea que me gusta lo feo. Dijo que
en el corazn de los hombres haba enterrado un misterio irracional. La razn dice
que la gente debe encontrar placer en las cosas hermosas, pero de hecho podemos
encontrar belleza en la fealdad y embriagarnos con ella. Eso fue lo que dijo el sensei.
No cree que tiene razn?
Kobari se resisti.
Debe de ser una sensacin que slo comparte un puado de gente.
Pero incluso usted posee ese instinto bsico. Segn Suguro sensei. Todas las
personas sienten placer en la depravacin, segn l. As de insondable es el corazn
humano. Hia y yo estuvimos totalmente de acuerdo con l. Le dijimos que era la
ltima moda en sensaciones y que entendamos perfectamente a qu se refera. Eso se
debe a que somos pintoras. Los artistas conocidos slo creen en los viejos clichs
sobre la belleza, pero ya hace mucho tiempo que Hia y yo hemos intentado retratar
la belleza que existe en objetos que cualquiera considera feos y repulsivos. Usted lo
entendera si hubiese visitado la exposicin. La inauguramos recientemente, pero ya
se ha clausurado.
Estuve. El retrato del sensei
Ah! Intent reflejar al sensei como lo vi esa noche.
Motoko volvi su cuerpo sudoroso hacia Kobari como si hiciera tiempo que lo
conociese. A l le costaba creer que aquella mujer tan sociable, tan robusta al lado de
su esbelta amiga Hia, fuera realmente una masoquista. Con aquel rostro redondo e
imperturbable y aquellas gafas se dijo, recordando pasadas experiencias pareca
una de esas mujeres que cuando le tienen a uno en la cama, le sofocan con su piel
pegajosa y sus respuestas lentas.
La vieja silla pareca necesitar un engrase; cuando el doctor termin de revisar las
grficas y se inclin hacia su paciente, la madera cruji. El odo de Suguro se haba
acostumbrado a aquel sonido durante sus visitas al hospital. Tras el crujido de la silla,
el doctor iniciaba siempre su charla para animarle en tono ponderado, y esta vez no
fue una excepcin.
La cifra de GOT est en ochenta y dos, y la de GPT en ciento seis. Son
considerablemente ms altas que la ltima vez que nos visit. Ha estado usted
trabajando hasta el agotamiento? Como tantas veces le he dicho, en su estado existe
un riesgo mucho mayor de que esta dolencia se transforme en cirrosis.
Comprendo.
Naturalmente, cuando regres a casa, Suguro confes a su esposa unas cifras
significativamente menores. Aunque ambos haban alcanzado una edad en que
estaban ya al borde de la muerte, la idea de hacerle probar la soledad y la ansiedad le
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resultaba insoportable.
Los pinos celebran un milenio de verde longevidad; aunque ataviados de musgo sus
colores nunca se
[marchitan.
Los castos brotes jvenes de bamb todava han de conocer el peso de la nieve.
El ciruelo que viaja a la regin ignota de Tsukushi fue plantado en das pasados en el
puerto de Naniwa
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Salieron al abarrotado vestbulo y se sentaron.
La mujer se coloc su bolso plateado en el regazo y se volvi hacia l con
expresin seria.
Quiero hablarte de una cosa.
De qu se trata?
Resulta difcil hablarte de eso aqu, pero he pensado en despedir a Mitsu.
Despedirla?
Saba que no te gustara la idea, y por eso no te he dicho nada hasta ahora
Pero ha robado dinero en dos ocasiones. La primera vez desaparecieron unos sobres
con dinero para los recibos del gas y del agua que tenas en tu despacho. Luego, ayer,
encontr un sobre certificado de la emisora de televisin en el suelo del recibidor. El
dinero que contena no estaba.
Suguro evoc en su mente el rostro de Mitsu y permaneci en silencio unos
instantes.
Pero qu te hace pensar que ha sido ella?
Ella misma me ha dicho que se lo llev, cuando le he preguntado.
Lo ha reconocido? Sin ms?
S. Me ha contado que la madre de una de sus mejores amigas se haba ido de
casa. Para acabar de arreglarlo, el padre, que gasta todo su dinero en las carreras de
bicicletas, est en el hospital y la chica tiene que ocuparse de sus hermanos y
hermanas.
De modo que Mitsu ha sentido lstima de su amiga y se ha llevado el dinero
para drselo?
S.
As es esa chiquilla. Tiene tan buen corazn como t decas.
Pero no podemos dejar que nos roben suspir su esposa. Despus de la
primera vez tuve una buena charla con ella, pero ahora ha vuelto a hacerlo. No me
volver a sentir tranquila tenindola cerca y me gustara terminar de una vez con todo
este asunto.
Comprendo. Suguro hizo una pausa. Haz lo que gustes. Al fin y al cabo,
no la contratamos por necesidad nuestra.
Suguro record el sueo. Su esposa no saba que Mitsu haba aparecido desnuda
en sus sueos. Naturalmente, no haba ninguna razn para decrselo. Sin embargo,
era posible que ella hubiera percibido algn peligro vago, instintivo, en el hecho de
tener a Mitsu en el estudio de su esposo? Suguro no haba credo nunca a su esposa
capaz de albergar tales sentimientos, y por ello le dirigi una dura mirada. Sin
embargo, ella aadi con tranquilidad:
Ayer fui al hospital donde est internado el padre de la amiga de Mitsu.
Por qu?
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Me preocupaba qu sera de l cuando despidiramos a Mitsu. El hospital est
cerca de la salida del metro en Omote Sando. Parece que el hombre tiene cncer. Le
dej unas cosas a la enfermera y le encargu que las entregara a los hijos del
hombre La enfermera conoca a Mitsu. Me dijo que los das que la hija del enfermo
no poda acudir, Mitsu acuda en su lugar a cuidarle. sa fue la razn que le impuls
a llevarse el dinero.
Son el primer timbre y varios de los espectadores que haban formado grupitos
para conversar empezaron a ocupar de nuevo sus lugares en el auditorio. Gran parte
del pblico pareca estar compuesta por mujeres vestidas con las galas profesionales
de gheisa y hombres de negocios con debilidad por la msica japonesa clsica.
Alguien reconoci a Suguro y le salud desde lejos con una inclinacin de cabeza,
pero, por mucho que lo intent, Suguro no logr recordar cmo se llamaba el hombre.
Sinti una profunda inquietud al comprobar lo desmemoriado que se haba vuelto.
As que Mitsu no volvera a aparecer por el despacho Esto estaba muy bien. Cada
vez que la vea empujando el aspirador y cantando, se senta deprimido al recordar el
sueo.
En el hospital trabajaban varias voluntarias. Se dividen las responsabilidades y
echan una mano donde hace falta. Cuando estuve all, haba una mujer realmente
elegante trabajando como voluntaria en la planta. Las enfermeras me dijeron que era
una viuda y que su esposo haba sido profesor universitario.
Suguro se puso en pie, escuchando slo a medias lo que comentaba su esposa.
Avanzaron juntos hacia la puerta del auditorio.
Esa tal seora Naruse trabaja all dos veces por semana como voluntaria. Ya
sabes que hace algn tiempo que vengo pensando en desarrollar algn trabajo
voluntario. Pues bien, esas enfermeras me ensearon una serie de cosas muy
interesantes.
Cmo has dicho? Cmo has dicho que se llama esa mujer?
Seora Naruse. Sucede algo?
No, no es nada. Cre que habas dicho otro nombre.
Disimul y mir de nuevo a los ojos a su esposa.
No poda tratarse de la misma mujer.
Su interlocutora de la cafetera se haba presentado como seora Naruse. Suguro
tambin tena la impresin de que haba mencionado algo sobre un trabajo voluntario,
pero no estaba seguro. A su edad, ya no tena un recuerdo claro de las cosas, por muy
recientes que fueran.
Me pregunto si tendra que estudiar para ser voluntaria. T qu opinas?
Puedes hacer lo que desees mientras no afecte a tu artritis. Ya no tienes a
ningn hijo que te cuide.
Estars en el estudio maana?
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Tengo una firma de libros en la librera Kinokuniya, en Shinjuku. Maana por
la tarde.
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Al contemplar el principio de la nueva cola de lectores, Suguro vio una
indumentaria que le result familiar. Era una cazadora con el cuerpo azul y las
mangas blancas. El hombre que la luca exigi con brusquedad:
Escriba tambin mi nombre ah.
Me temo que no tenemos tiempo para eso, de verdad intervino el empleado.
He visto que ha escrito el nombre de otras personas. Por favor, ponga: Para
Kobari Yoshio. Escriba bari con el carcter que significa aguja; Yoshi significa
rectitud.
Suguro escribi los cuatro caracteres que componan el nombre de Kobari Yoshio,
sintiendo la mirada del hombre fija en l. En el preciso instante en que termin de
escribir, se hizo la luz en su mente. Kobari era el apellido del periodista a quien Kano
haba mencionado en el vestbulo del hotel, despus de la reunin del comit. Sin
embargo, no poda estar seguro de que aquel hombre fuera el periodista slo por la
coincidencia de nombres. Mientras abra el siguiente libro para la firma, sigui al
individuo con la mirada. El hombre desapareci escaleras abajo. En aquel momento,
Suguro tuvo la sensacin de haber visto al joven en alguna parte, pero no pudo
recordar dnde.
Tal vez se equivocaba.
Hizo un esfuerzo por relajarse, pero fue intil. No pas mucho rato antes de que
se convenciera de que el hombre haba acudido con la intencin de sondearle. Sin
embargo, no haba nada de que preocuparse, se dijo mientras se daba un masaje en el
antebrazo derecho.
Cuando termin la sesin de firmas y se puso en pie, not que las piernas le
flaqueaban. Tena los brazos cansados y los hombros tensos y doloridos. Record la
expresin del rostro de su mdico al moverse en la silla chirriante y calcul que los
resultados de los anlisis daran unas cifras mucho ms altas en aquellos momentos.
Me gustara descansar un poco.
Desde luego, pero hay un individuo esperndole; dice que tiene que
agradecerle personalmente no s qu asunto dijo Kurimoto.
Suguro volvi la mirada en la direccin que indicaba Kurimoto. La sesin de
firmas de ejemplares haba terminado, la tienda estaba preparndose para el cierre y
la planta estaba casi desierta. Todas las estanteras parecan vueltas hacia l,
opresivamente. Ms all de los rimeros de libros, puesto en pie y ceremoniosamente
erguido, haba un joven de gruesas gafas. Tras una torpe reverencia que recordaba a
Pinocho, dijo con voz tensa:
Desde que estudiaba en la escuela, soy un gran admirador suyo. Prcticamente
no he ledo otra cosa que sus obras.
De veras?
Trabajo en una escuela para nios disminuidos. Al principio no me gustaba,
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pero ahora me siento muy feliz all. Y he de agradecrselo a sus libros.
Suguro prest atencin a las molestas palabras con una sonrisa en el rostro. El
joven, insensible a la incomodidad que provocaba en Suguro, se ajust las gafas y
sac un lbum de fotografas que llevaba bajo el brazo.
Quiere echar un vistazo a esto? Son fotos de la academia Komyo.
La academia Komyo?
Es la escuela de nios disminuidos donde trabajo.
En cada pgina del barato lbum haba cuatro o cinco fotos pegadas. Una de ellas
mostraba al joven vestido con ropas deportivas, jugando a los bolos con sus alumnos
en una competicin por equipos. En otra apareca empujando la silla de ruedas de un
nio parapljico. Una tercera le mostraba en un festival cultural, con la pierna
levantada mientras agarraba con ambas manos a un chiquillo vestido de conejito.
Las noches que estoy de guardia, despus de acostar a los nios suelo leer
alguna de sus novelas.
A Suguro no se le ocurri qu responder.
Tal vez sea una impertinencia por mi parte decirle esto, pero, en esas ocasiones,
siento que detrs de m hay unos ojos. Unos ojos protectores que velan a los nios.
Suguro apart la mirada. Las convicciones de aquel joven, que declaraba estar
inspirado por sus obras y encontrar alegra en su trabajo cotidiano, conmovan
profundamente el corazn al escritor. Sin embargo, incluso despus de apartar los
ojos conserv la sonrisa de plstico. La misma sonrisa que reservaba para su familia y
para los lectores que se cruzaban con l por la calle.
Es un pensamiento muy hermoso, pero una novela no tiene el poder de cambiar
el corazn de un lector murmur en un intento por mantener a flote sus propias
emociones. Al menos, mis novelas no
Oh, s, claro que s! El joven pareca interpretar el comentario de Suguro
como una muestra de modestia. Se ajust de nuevo las gafas y aadi: Si no fuera
as, no habra, no habra decidido bautizarme.
Bautizarse?
S. Voy a recibir el bautismo el mes que viene.
Suguro no sinti la menor alegra. De modo que sus libros haban proporcionado
una direccin a la vida de una persona. La idea le resultaba insoportable. Se sinti un
hipcrita y mantuvo los ojos fijos en el suelo. Jams haba escrito una lnea con la
intencin de orientar a nadie. No se haba hecho novelista para propagar el
cristianismo.
Me permite estrecharle la mano?
Haba suciedad bajo la ua del dedo ndice del joven. Suguro estrech dbilmente
aquella mano sudada.
Cuando alz la vista, alguien estaba observndoles desde la puerta de la tienda,
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detrs del joven. Era el tipo arrogante que haba exigido el autgrafo un rato antes. El
individuo contemplaba el apretn de manos con una visible mueca de burla en el
rostro.
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Quieres que conteste?
No, yo lo har.
Sali de la alcoba y encendi la luz del pasillo. Se llev el auricular al odo y, con
voz que l mismo reconoci irritada, rugi:
Hola! Hola?
Nadie respondi.
Fuera quien fuese, pareca estar pendiente de su reaccin. Finalmente, la lnea se
cort. Suguro tuvo la sensacin de que no se trataba de una mera broma, y durante
unos instantes permaneci inmvil en la oscuridad sin apenas atreverse a respirar.
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fuerzas y, cuando haca algn paseo prolongado, notaba agudos dolores en las
rodillas. En tales ocasiones, notaba la muerte acercndosele con idntica insidia.
Durante el breve tiempo que llevaba sin tomar ese camino, en la calle Aoyama
haban abierto un nuevo local, que ofreca calzado extranjero, y una tienda de discos.
Tras comprar los lpices, continu paseando por la calle; las farolas ya empezaban a
iluminar la tarde y las hojas caan de los rboles plantados a lo largo de la avenida.
Poco despus pas frente al hospital que su esposa haba mencionado. Las ventanas
daban directamente a la calle Aoyama, y en una de ellas alcanz a ver a una
muchacha con bata blanca que contemplaba lnguidamente el trfico.
La sala de espera estaba desierta. Frente a la farmacia, un paciente de edad
avanzada se encogi como si tuviera fro y dio unas chupadas a un cigarrillo. Suguro
vio pasar a una enfermera y le pregunt dnde estaba la sala de pediatra.
Ha venido a ver a algn paciente? Me temo que las visitas en la sala de
pediatra estn limitadas a los miembros de la familia.
No. Busco a una de las voluntarias que trabajan aqu.
Cmo se llama?
Seora Naruse
Tras una pausa, la enfermera alz el brazo como si le entregara la notificacin de
suspensin de su ejecucin y seal los ascensores, indicndole que estaba en la
cuarta planta. Mientras esperaba el ascensor, Suguro se pregunt por qu haba
acudido a ver a la seora Naruse, y de nuevo record el cuento del extranjero. Slo
haba visto una vez a la mujer; cul era, entonces, la causa de su inters por ella?
Haba cobrado conciencia de sus deseos de verla mientras estaba comprando los
lpices. Tal vez era porque crea poder hablar con ella de temas que jams tratara
con su esposa?
Un mdico joven ocupaba ya el ascensor que suba desde la planta baja. Cuando
se detuvo en el cuarto piso, tanto Suguro como el mdico salieron al vestbulo.
Tras los cristales traslcidos del cuarto de enfermeras, unas siluetas blancas se
mecan como algas marinas. Por su larga experiencia hospitalaria, Suguro saba que
aqulla era una hora de relativa tranquilidad para el personal de servicio.
Dnde puedo encontrar a una voluntaria llamada seora Naruse?
La seora Naruse? Ha venido hoy?
Oy conversar a las enfermeras.
Creo que est en la sala de fisioterapia dijo una voz.
Avanz por el pasillo en busca de la sala indicada. Al pasar junto a los aseos, vio
al mdico que haba salido con l del ascensor arreglndose el peinado.
Por dnde se va a la sala de fisioterapia?
Justo al fondo.
El doctor no mostr la menor suspicacia ante la presencia de Suguro. Incluso le
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dirigi una reverencia, reconocindole tal vez como un escritor que haba visto
alguna vez por televisin.
Al acercarse a la sala, escuch el llanto de un nio. Cuando se asom por la
puerta, vio a la seora Naruse, vestida con un chndal azul de deporte, y a una joven
enfermera que pareca recin salida del instituto. Entre ambas, ayudaban a un
chiquillo de unos diez aos a recuperar el uso de las piernas. Suguro decidi
contemplar la escena desde lejos y luego volver a casa. El nio, agarrado a los
pasamanos paralelos, se esforzaba por avanzar paso a paso segn las instrucciones de
la seora Naruse. Una nia de seis o siete aos se acerc corriendo y se le agarr del
chndal.
Cuntame el cuento de Boopie dijo la nia, tirando de la manga a la
voluntaria.
El nio de las andaderas se detuvo y repiti:
S, cuntanos el cuento de Boopie.
Est bien, Shige, lo contar si das dos pasos ms.
Tom las dos manitas de la nia entre las suyas y la atrajo hacia s con una
sonrisa.
Quin es Boopie? pregunt la enfermera.
Es un personaje de un cuento que he inventado. Trata de un lobo muy bravucn
que es excluido de la comunidad por todos los dems animales del bosque. Pero hay
un animal, un conejito llamado Boopie, que es el nico en tratarle con bondad, y el
lobo termina por corregirse.
Es un cuento precioso. Ha inventado muchos ms relatos de ese estilo, seora
Naruse?
Los nios me piden tantas veces que les explique cuentos, que finalmente he
agotado todos los que le y aprend en mi infancia. Por eso he empezado a inventar
otros de mi propia cosecha.
Tambin los contaba a sus hijos?
Ah! Yo no tengo ningn hijo.
Los pequeos daban insistentes tirones de la manga de la seora Naruse; la
enfermera les reprendi y Shige se ech a llorar. La voluntaria le tom en brazos para
calmarle y empez a narrar el cuento de Boopie. S, pens Suguro, ahora est en el
mbito de mi esposa; cuando est as es idntica a ella. Pero aquella misma mujer,
cuando haban intercambiado opiniones respecto a la novelstica del escritor, haba
tocado por propia voluntad temas como el sexo que su esposa no mencionara ni en
sueos.
El conejito trajo un poco de hielo para curar el ojo que el lobo se haba
lastimado.
Y qu pas con el gatito malo? pregunt Shige desde el regazo de la seora
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Naruse.
El gatito malo estaba agazapado junto al camino, esperando al conejito para
saltarle encima.
La mujer alz los ojos y mir hacia la puerta. Entonces advirti la presencia de
Suguro. Interrumpi la narracin, sorprendida, y baj los ojos hacia su indumentaria
deportiva.
Oh, mire cmo me ha pillado!
Mientras sonrea, sus grandes ojos lanzaban una mirada de azoramiento.
Suguro esper junto a la farmacia de la planta baja mientras ella se cambiaba de
ropa.
Lo siento mucho. Reapareci luciendo el mismo abrigo beige que llevaba la
primera vez que la haba visto. Lamento haberle hecho esperar tanto. Me ha pillado
desprevenida.
Suguro le explic que su esposa haba acudido al hospital das antes y que haba
odo mencionar el nombre de la seora Naruse.
Me ha dicho que es usted muy famosa entre las voluntarias de este hospital.
Oh, vaya! Slo se debe a que llevo mucho tiempo viniendo.
Adnde ir cuando salga?
A casa. Aunque yo no tengo que cuidar de ningn marido, por supuesto.
Su tono daba a entender que esperaba una invitacin de Suguro. El escritor
record un restaurante chino bastante prximo, especializado en alas de pollo. Las
palabras de invitacin fluyeron espontneamente de su boca.
Est seguro? No tiene que volver a casa? Su esposa le estar esperando,
verdad?
Esta noche iba a cenar sola, de todos modos. Tengo un montn de trabajo
acumulado. Ya est acostumbrada.
Lo siento por ella. Pero la demostracin de simpata se detuvo abruptamente.
Recordando de pronto la escena, aadi: Tiene que perdonarme por las cosas que
dije el otro da.
El restaurante chino estaba ms lleno de lo habitual a aquella hora temprana. El
encargado, que conoca a Suguro de anteriores visitas, les condujo a una mesa
apartada donde el escritor haba cenado en dos ocasiones anteriores con su esposa.
Suguro tom asiento frente a la seora Naruse, que se sent en el mismo lugar que
haba ocupado su esposa en tales ocasiones. Not otra punzada del dolor que antes
haba cruzado su pecho.
Tiene algn inconveniente en ingerir platos picantes? pregunt Suguro en
un intento por hacer desaparecer el dolor.
No, me gustan asinti ella. Es cocina de Sechuan, verdad?
S, de modo que puede ser bastante fuerte.
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Suguro pidi yn bi ro, un plato de cerdo y ajo, y y tu shaguo, un pescado
sazonado con mucho picante.
Bueno, bueno dijo en tono humorstico. Parece que realmente le encantan
los nios.
As es. Y a usted?
Supongo que me pavone de mi hijo tanto como cualquier padre, pero ahora ya
est casado y trabaja en el extranjero, de modo que hace tiempo que no lo veo. Por
qu se dedica a ese trabajo voluntario en el hospital?
Tal vez porque no he tenido hijos propios sonri ella, pero me encanta el
contacto de un nio contra mi cuerpo cuando lo sostengo. Son tan suaves y huelen tan
bien
Qu hace cuando no est en el hospital?
Un primo mo dirige un comercio de antigedades en Kyobashi. Luego
frunci los labios: Qu terrible! Esto empieza a parecer una investigacin de
antecedentes. Los escritores no se dejan nada por preguntar, verdad?
Perdneme De pronto hay muchas cosas que me gustara hablar con usted.
Cuando les sirvieron la cena, la seora Naruse utiliz con meticulosidad los dedos
y los palillos y comi con manifiesto deleite. Suguro estudi con atencin sus
grandes ojos, su frente despejada y los movimientos de su boca mientras coma. La
mujer tena algo que la diferenciaba totalmente de su esposa. Mientras daban cuenta
de los platos, hablaron de comida. Cuando Suguro empez a hablarle de un
esplndido restaurante de pescado que haba descubierto en Hong Kong, ella le
sorprendi diciendo que lo conoca muy bien.
Entonces, viaja a menudo al extranjero?
Por alguna razn, ella vacil.
S. Cada dos aos. Pero mis viajes son especiales.
A qu se refiere?
Me trazo un plan determinado y lo cumplo. Por cierto aadi, cambiando
rpidamente de tema, el otro da le su relato en la revista Shinryu de este mes.
Como dijo usted en cierta ocasin, es otra historia que evita el tema del sexo.
Lo lamento. Cuando se fue, dese de verdad no haber dicho nada. Era la
primera vez que hablbamos y me mostr tan brusca
En absoluto. Le agradezco mucho lo que me dijo. Eso fue lo primero que me
intrig de usted. Pero, cmo puede una persona como usted, una persona que
desarrolla una labor voluntaria en un hospital, estar interesada por el sexo?
Tiene eso algo de malo? replic ella, limpindose los labios con la servilleta
. No debe interesarle el sexo a una voluntaria de hospital? Lo realmente extrao es
que piense usted as. Perdone que se lo diga, pero tengo la sensacin de que jams
habla de esas cosas en su casa, me equivoco?
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No, mi esposa y yo apenas hemos mencionado nunca el tema Eso quiere
decir que usted lo haca con su difunto esposo?
No. La mujer movi la cabeza con gesto sobrio. Claro que no. Pero era
nuestra relacin sexual lo que creaba el vnculo profundo entre nosotros O, ms
bien, algo enterrado en el corazn de los dos se manifestaba en el sexo. Exista una
unidad entre nosotros en esta relacin.
Por fin haba tocado el tema que Suguro tena ms inters en tratar con ella.
Como escritor, senta la misma sensibilidad tctil y la misma emocin que el
pescador cuando el pez muerde el anzuelo.
No entiendo a qu se refiere, la verdad.
Suguro fingi ignorancia mientras llegaba a la mesa la especialidad de la casa, un
plato de arroz frito, y procedi a servir el arroz crujiente en un bol pequeo.
Supongo que no.
Sera desconsiderado por mi parte pedirle ms detalles?
S, sera desconsiderado sonri ella. Se trata de algo privado que slo
incumbe a mi esposo y a m.
Suguro qued cautivado por su franca negativa. Le pareci todava ms
misteriosa y en su interior se despert la curiosidad.
Es el tipo de asunto que despierta el inters de un escritor murmur, ms
para s que por responder a la mujer.
Ella aparent no haberle odo, mantuvo la mirada baja y sigui hurgando en la
comida con los palillos.
El otro da dijo que el sexo expresa nuestros secretos ms profundos.
No seguir hablando del tema la mujer sonri y abri los ojos con gesto
atrevido, aunque intente sonsacarme.
No lo entiende. No pretendo descubrir detalles de su vida privada. Responda
slo a las preguntas inocuas. De veras cree que el sexo expresa los secretos que
encierra nuestro corazn?
S.
As sucedi entre usted y su marido, no es eso? Ver, no le pregunto por los
secretos ntimos entre ustedes dos Lo que quiero saber, bae el arroz en la sopa
y luego cmaselo, lo que quiero preguntarle es cundo se dieron ustedes cuenta de
que tales secretos existan.
Mi marido, lo ignoro; en mi caso, hasta que estuve casada no, hasta un
tiempo despus de la boda no tuve idea de que haba esa clase de secretos oculta
dentro de m.
Lo advirti usted cuando ya llevaban un tiempo casados, no?
Exacto. Despus de que sucediera cierto asunto.
Y ese asunto fue? No se preocupe, no le pido detalles En un determinado
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momento, cobr usted conciencia de que en su interior haba algo que hasta entonces
ignoraba Lo he expresado bien?
No haba modo de hacerle callar una vez que su curiosidad de novelista empezaba
a funcionar como los pistones de un motor. Siempre haba sido as.
S, descubr secretos que no haba conocido hasta entonces repiti la seora
Naruse mientras bajaba con cuidado los palillos hasta el plato.
Secretos que no haba conocido hasta entonces
Suguro repiti tambin las palabras. Trat de imaginar diversas posibilidades,
pero el rostro de la mujer no le revel nada.
Con hbiles movimientos de los palillos, ella se llev a la boca una porcin de
arroz, llamado shjin guo ba. Un sonido seco surgi de su boca cuando mastic el
arroz crujiente. Mientras contemplaba los movimientos de su boca, Suguro not en el
gesto una manifiesta sensualidad. Era una sensacin ertica que recordaba el acto
sexual como jams se le haba pasado por la cabeza mientras cenaba con su esposa o
con cualquier otra mujer. Y en los movimientos de sus dedos al sujetar los palillos y
levantar el tazn hasta la boca, haba una fluidez que hizo pensar a Suguro en una
araa envolviendo a su presa en su red.
Parece que le gusta la comida suspir l instintivamente.
Eh? S, me gusta mucho comer.
Una pregunta sobre la exposicin de cuadros. Dijo usted que conoca a la mujer
que pint el retrato.
Es cierto.
Dijo ella algo sobre sobre m? Es decir, sobre el que se hace pasar por m.
Algo coment.
Por ejemplo?
Por ejemplo, dijo que haban tomado copas juntos y que haba dibujado el
apunte preliminar de su retrato.
Un momento. se no soy yo. Es el retrato del impostor. Suguro dej caer los
palillos en el plato y observ a la seora Naruse casi con desesperacin. A usted
le parece que mi rostro es tan repulsivo como el del cuadro?
Por qu se altera tanto por ese asunto? la seora Naruse alz los ojos y
estudi su rostro. Si usted es un hombre repulsivo, yo tambin lo soy
Ignorando qu entendera por una mujer repulsiva, Suguro guard silencio. La
seora Naruse extendi la mano y cogi algunas quisquillas del plato para llevrselas
a la boca. El escritor observ cmo se movan los dientes tras los labios suavemente
cerrados. La expresin de la mujer mientras saboreaba la comida le record algo. Ya
lo tena: el aspecto de un carnvoro devorando a su presa. La matrona que haba visto
en el hospital, rodeada de nios, pareca haberse transformado ahora en otra mujer
totalmente distinta.
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Parece usted otra persona coment con un jadeo.
En qu sentido?
Su aspecto mientras come No logr encajarlo con la imagen que da en el
hospital.
Bien, es perfectamente comprensible. Nadie tiene un solo rostro o una sola
expresin.
Por un instante, Suguro se pregunt si aqulla sera la expresin de la mujer
cuando haca el amor con su marido.
Entonces, tiene otros disfraces, otras personalidades?
Y usted?
Supongo que debo tenerlas. Sin ellas no podra escribir.
Exactamente as soy yo.
Un camarero vestido de blanco acompa a una joven pareja hasta la mesa
contigua. El hombre pareca recin salido de jugar al tenis en las pistas cubiertas del
gimnasio cercano. Dej la raqueta sobre una silla vaca.
Qu otros tipos de personalidades tiene usted?
Ella hizo caso omiso de la pregunta.
Oh, mire la nieve!
El cabello del joven tena puntitos brillantes, como si estuviera cubierto de roco.
La nieve empezaba a fundirse.
No puedo convencerla para que me lo cuente? insisti l. En cualquier
circunstancia?
Tal vez en alguna otra ocasin Algn da se lo dir murmur con una
sonrisa.
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de gran tamao estaba atestado de copias recin reveladas. Mientras su amigo
trabajaba en el cuarto oscuro, Kobari ech un vistazo a las fotografas y ley los pies,
escritos a bolgrafo en el reverso de cada una: Estudiante de enseanza media objeto
de abusos deshonestos y su agresor, que fue detenido en la estacin de Shinjuku.
Famosa actriz se rene con su padre, a quien no vea desde la infancia. Mientras
segua revolviendo fotos como si fueran naipes, su mano se detuvo de pronto, tensa y
helada.
Eh! grit a su amigo.
Qu? Se abri la puerta del cuarto oscuro y el fotgrafo, cubierto con una
bata de laboratorio, asom la cabeza con aire irritado.
Qu es esta fotografa?
Cul? El amigo de Kobari ech un vistazo a la foto que el periodista agitaba
frente a l. Eso fue una fiesta en un hotel especial de Roppongi, patrocinada por
una revista de intercambios de parejas. Veamos En sta haba sobre todo gente con
gustos rebuscados Actualmente en Tokio son bastante habituales fiestas de este
tipo. No s si las querr algn editor, pero de todos modos he pensado llevarlas a
Friday.
Conocas a esta mujer?
A quin? Djame ver.
Al hablar, el aliento formaba una nubecilla blanca ante su boca. Al extender la
mano hacia Kobari para coger la fotografa, su bata de laboratorio despidi un acre
olor a productos qumicos.
Hum, la verdad es que no la recuerdo en absoluto. Haba all doce o trece
personas, y al principio todos estaban contenidos y titubeantes, pero no pas mucho
rato antes de que el lugar bullera de actividad Ah, ahora recuerdo! Esa mujer
Los hombres que compartan sus gustos lo pasaron realmente bien con ella. La
llamaban Mot-chan.
Llevaba gafas?
No lo recuerdo. La conoces?
Ms o menos. Cmo se llama el hotel donde tomaste las fotos?
El Chteau Rouche, en Roppongi.
Kobari se llev a los labios un cigarrillo sin encender y observ otra fotografa.
En sta, la mujer no llevaba las gafas, pero era sin lugar a dudas la misma que en la
anterior. Kobari reconoci su cara de luna y su cuerpo rechoncho de cuando haba
hablado con ella en la cafetera de la calle Sakura. Tres o cuatro hombres desnudos
brindaban junto a ella con botellas y vasos de cerveza. Al fondo de la fotografa
apareca el perfil borroso de varios hombres y mujeres vueltos hacia otro lado. Kobari
trat de identificar a Suguro en el grupo. Haba dos hombres delgados que podan ser
l, pero uno de los dos no pareca corresponderse en la edad. El segundo hombre tal
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vez fuese el escritor, pero Kobari no poda tener seguridad de ello. Mayor inters
despert en l la espalda borrosa de una mujer que apartaba el rostro de la cmara: al
contemplar aquella espalda, algo le hizo recordar a la mujer mayor a quien haba
seguido no haca mucho.
Debes habrtelo pasado en grande participando en una fiesta as.
Estoy relacionado. Para un fotgrafo es difcil. Tienes que lanzar el cebo en
todo tipo de lugares.
Puedes prestarme esa foto slo por un da? pregunt Kobari. Te deber
un favor.
El Chteau Rouche, en Roppongi. Kobari comprendi casi inmediatamente que
su amigo, con su escasa facilidad para los idiomas, se refera al Chteau Rouge. Era
un afamado hotel sadomasoquista entre los hombres y mujeres con esos gustos.
Kobari se guard la foto y acudi en metro a Roppongi. Su amigo le haba
asegurado que la mujer de las gafas era muy conocida y que los adeptos a su
tendencia la denominaban Mot-chan. Una investigacin en el Chteau Rouge tal vez
le proporcionara una informacin ms detallada. Y con esa informacin caba la
posibilidad de alcanzar por fin la verdad sobre Suguro.
Lamentable.
Media hora ms tarde, Kobari haba atrado a la mujer que se encargaba del
Chteau Rouge hasta un bar al otro lado de la calle. La mujer tena el entrecejo
fruncido y sostena el cigarrillo mentolado entre unas uas largas pintadas de color
rojo vino.
Es lamentable que la gente como t siempre consiga tomar fotos en esas
reuniones. Periodista, verdad? Esa mujer no trabaja para m. Primero acudi como
cliente con un hombre, luego se hizo habitual, y ahora de vez en cuando la
contratamos como colaboradora a tiempo parcial. Y nada ms.
Qu clase de colaboradora?
No hay muchas mujeres que consientan ejercer el papel de masoquistas. Se
gana mucho ms dinero por sesin que en el de sdica, pero entre nuestra clientela
tenemos algunos hombres bastante violentos, y nadie se atreve En cambio, ella es
una autntica profesional.
Qu hace, exactamente?
No puedo explicarlo con palabras.
La encargada era una mujer de rostro alargado, en torno a los cuarenta, y llevaba
unas grandes gafas de sol con una cadenita en las varillas de la montura que se
agitaba y produca reflejos cada vez que la mujer exhalaba el humo del cigarrillo.
Qu es una autntica profesional del masoquismo?
Bueno la mujer expuls una nueva bocanada de humo y medit la
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respuesta. La raz del asunto est en que Motoko desea morir de verdad.
Ha tenido alguna tragedia en su vida?
Tragedia?
Algo muy doloroso, que la haya llevado a desear la muerte.
La mujer contempl a Kobari con perplejidad; despus, una sonrisa de
condescendencia cruz sus labios como una onda en la superficie de un lago.
Eres un ingenuo, desde luego. Esa mujer es masoquista. Los masoquistas son
gente a la que le gusta sufrir.
Me gustara saber con qu tipo de hombres acude al local.
Somos muy respetuosos con el anonimato de nuestra clientela. Despus de
todo, algunos de nuestros clientes son actores famosos, jugadores de bisbol y
comerciantes.
La mujer pronunci estas frases llena de orgullo, como si esta lista fuera la honra
del establecimiento. Luego dio un largo sorbo de la copa de vino rosado que haba
pedido.
Y escritores? Seguro que tambin frecuentan el local algunos escritores
famosos.
Su rostro permaneci imperturbable, pero la mano que sostena el cigarrillo se
agit en el aire.
Hum Supongo que s.
Vamos, dmelo. No te causar ningn problema la presion l.
Tengo que volver. No puedo dejar el negocio desatendido.
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de nuevo. Cuando surgen de manera distorsionada, acabamos por cometer actos que
yo he dado en denominar pecados.
Seor Suguro, ya que estamos en televisin, podra explicar esto en trminos
ms sencillos? El entrevistador lade la cabeza y le lanz una sonrisa de simpata.
Suguro estaba algo incmodo, pero continu:
Permtame poner un ejemplo. En nuestra vida en sociedad, muchas veces
nuestro orgullo se ve herido o somos incapaces de encontrar mecanismos adecuados
para satisfacer nuestros deseos o nuestro sentido de la superioridad. Est de acuerdo
con eso?
Desde luego. Cosas as le suceden a todo el mundo cada da.
En tales ocasiones, no podemos arrojar sin ms nuestro descontento a la cara de
quien nos ha humillado o irritado. As aparece una grieta en lo que antes era una
relacin perfectamente armoniosa. Da a da, vamos guardando nuestro descontento y
nuestro resentimiento en el fondo de nuestros corazones, pero, una vez all, no
desaparecen. Las pasiones reprimidas nunca se disuelven. En realidad, esas
emociones se acumulan en nuestros corazones y all mantienen latente su fuego como
las brasas de un hibachi.
Parece un punto de vista muy freudiano.
Ciertamente, podra considerarse as Y esas ascuas pueden encenderse en
llamas inesperadamente. Pueden prender fuego.
Muy cierto. De hecho, los hroes de todas sus novelas parecen ser personas que
se sienten ahogadas por la vida que llevan. Y se arrastran dolorosamente en ese
estado de asfixia hasta que terminan por pecar.
Exacto. Mis protagonistas gimen atormentados y acaban cayendo en el pecado.
Pestaeaba y pronunciaba las palabras con voz ronca, detalles nimios que eran
manifestaciones de su nerviosismo. Sin embargo, al contemplar a Suguro en primer
plano, Kobari advirti por primera vez que haba cierto desequilibrio en el rostro del
escritor. Un ojo era mayor que el otro. El derecho era ms grande que el izquierdo. A
Kobari, los dos ojos empezaron a parecerle uno de esos cuadros de Picasso en que los
ojos observan dos objetos distintos. Era como si de pronto se hubiera superpuesto un
rtulo de personalidades mltiples a la imagen de Suguro en la pantalla. Kobari
cay en la cuenta de haber ledo en algn libro reciente que las personas con ojos de
diferente tamao poseen doble personalidad.
Entonces, seor Suguro, est usted diciendo que en su obra el pecado es
generado no tanto por la mente consciente como por el subconsciente? pregunt el
entrevistador de cara de caballo.
Tras un instante de perplejidad, Suguro le corrigi:
No. Ms exactamente, creo que los pecados de todo tipo estn vinculados de un
modo u otro con el inconsciente.
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As pues, podemos considerar la mente inconsciente como el tero, el
semillero del pecado, dira usted? Es ste el concepto de pecado en el que cree,
seor Suguro?
Yo Suguro parpade. No soy telogo. Tendr que preguntarle a un
experto sobre estos temas. Yo slo he ido avanzando a trompicones en esa idea
mientras escriba mis novelas.
Comprendo. La mirada del interlocutor mostr por primera vez autntica
curiosidad. Por cierto, hace unos das plante esta misma pregunta al prestigioso
estudioso del budismo, reverendo Takemoto. Parece que la doctrina de la conciencia
nica del budismo Mahayana comparte las mismas opiniones que usted acaba de
expresar, seor Suguro.
El escritor asinti, pero no dijo nada.
Tenemos una grabacin de los comentarios del reverendo Takemoto que me
gustara contemplar con usted, seor Suguro. Por desgracia, el reverendo Takemoto
no ha podido estar hoy con nosotros. Ahora mismo vuela a Pars para participar en
una conferencia internacional de filsofos budistas.
Una red de lneas oblicuas en rojo llen la pantalla y apareci un hombre de
aspecto enrgico con la cabeza rapada y las manos unidas relajadamente en el regazo.
As pues, el budismo ha enseado durante muchos siglos que es la mente
inconsciente la que rige el corazn humano. Podemos resumirlo as?
El mismo entrevistador, sentado a uno de los lados, pareca tratar de provocar ms
comentarios sobre el tema.
Supongo que es acertado.
Qu nombre recibe este reino del inconsciente en las enseanzas del
Mahayana?
S. El reverendo respondi pausadamente, como si recitara un prrafo
previamente estudiado. Lo denominamos Conciencia-Manas y Conciencia-Alaya.
La Conciencia Manas puede describirse como algo parecido a la conciencia egosta.
Es el mbito donde nos colocamos en el centro de cada hecho, donde contemplamos
cada incidente a la luz de nuestros intereses personales y donde slo tenemos en
cuenta nuestro propio beneficio La Conciencia-Alaya, por otra parte, es el mbito
donde las semillas del deseo y del apetito carnal que producen todos nuestros
sufrimientos se agitan como un torbellino en nmero incontable.
Al decir semilla, creo que se refiere usted al trmino snscrito bija. Esos deseos
y apetitos en el budismo son considerados pecado, verdad?
S, puede decirse as.
Y las semillas que son fuente del pecado se arremolinan en nuestra mente
inconsciente?
Exacto. Nosotros las llamamos semillas de corrupcin.
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En la pantalla volvieron a parpadear las lneas rojas oblicuas y la cmara tom un
plano de Suguro en el estudio.
Seor Suguro, me da la impresin de que el punto de vista del budismo es muy
similar al suyo.
El escritor, un tanto perdido, hubo de aceptarlo.
Ha estudiado usted budismo Mahayana? Usted es cristiano, desde luego
No, no he estudiado budismo. Como ya he dicho antes, he perfilado esa idea en
el curso de mi trabajo de escritor.
Kobari se dio cuenta de que Suguro estaba cansado por la sombra de tristeza que
apareci en la frente del escritor. Extendi la mano hacia el receptor de televisin,
baj el volumen hasta eliminar las voces tediosas e irritantes de los dos hombres y
luego contempl atentamente el rostro de Suguro mientras ste mova la boca en
silencio.
Ojos de diferente tamao. Kobari no poda estar seguro de que aqul fuera un
signo de doble personalidad, pero detectaba una nube algo turbia sobre las facciones
de Suguro. No encontraba palabras para describir qu significaba, pero para Kobari
aquella sombra nebulosa era la parte secreta del escritor que nadie haba desvelado
todava.
Eres, eres un fraude, Suguro dijo Kobari al anciano escritor, cuya boca
segua movindose en silencio. Subi de nuevo el volumen.
Ah! Entonces, seor Suguro, sugiere usted que, mientras la mente
inconsciente es el semillero del pecado, lo es tambin de la salvacin?
El tema haba cambiado desde que quitara el sonido al televisor.
S, sa es mi impresin. Tal vez salvacin sea una palabra demasiado fuerte:
los pecados que cometen los hombres son una manifestacin de su deseo de
renacimiento.
Renacimiento? Los ojos del entrevistador brillaron de nuevo con abierto
inters.
Es cierto asinti Suguro que mis personajes se mueven dificultosamente
bajo unas circunstancias sofocantes y que cometen sus pecados, pero si se medita
sobre tales pecados, en la vida de los personajes, resultan ser Al tiempo que
buscaba las palabras adecuadas, Suguro tambin pareca estar sondeando la respuesta
del entrevistador. Sus pecados, en ltimo trmino, resultan ser una expresin de
su anhelo de un nuevo modo de vida.
Podra denominarse a eso salvacin? pregunt el confuso entrevistador.
Tal vez no pueda catalogarse de salvacin, pero la posibilidad de la salvacin
est contenida en el pecado.
La posibilidad de la salvacin est contenida en el pecado. Me parece que sta
es una opinin muy original. Es una creencia cristiana?
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Bueno En los ojos de Suguro brill de nuevo una mirada de impaciencia
. Supongo que no. Pero es la impresin que he tenido mientras escriba
Parece que estamos ante otra posicin muy similar a la del budismo. Est por
ejemplo el dicho el bien y el mal son una misma cosa, lo cual apunta a que no
existe diferencia entre ambos
Oh! Pero mi planteamiento de que la posibilidad de la salvacin existe en el
seno del pecado no se deriva del budismo
Comprendo. Ahora me gustara que escuchramos de nuevo al reverendo
Takemoto
Las imgenes de la pantalla dieron paso otra vez a la red de lneas rojas y
apareci el piadoso rostro de Takemoto.
Y las semillas de los deseos y apetitos forman un torbellino en el seno del
pecado, la Conciencia-Alaya. Sin embargo, no es cierto que el budismo Mahayana
ensea que las semillas de la salvacin estn presentes y activas tambin en esa
misma Conciencia-Alaya?
S. Takemoto consult a hurtadillas el guin que tena abierto sobre la mesa,
dando una imagen de su personalidad tmida, irremisiblemente seria. Se les llama
semillas de pureza. Igual que los glbulos blancos de la sangre devoran bacterias
en el cuerpo, estas semillas envuelven lentamente las semillas de corrupcin que
contienen la energa de los nocivos deseos y proceden a purificarlas.
Ah! Entonces, desde el punto de vista budista, el inconsciente es a la vez el
tero del pecado y la matriz de la salvacin en Buda?
sa sera la idea general.
La puerta delantera se abri de pronto y son la voz de la amante de Kobari,
cargada con las bolsas de la compra, preguntando:
Ests en casa? Qu fro hace ah fuera! Mientras pasaba junto al sof
donde Kobari estaba tendido ante el televisor, aadi: Me parece que se pondr a
nevar otra vez
Esta doctrina del budismo Mahayana tambin parece ser lo que expresa usted
en su obra, seor Suguro.
Qu doctrina es sa?
Est usted seguro de no haber sido influido por el budismo?
Creo que no me ha influido. Aunque quizs he heredado algo de esa influencia
a travs de la sangre de mis antepasados Al fin y al cabo soy un escritor japons,
no europeo ni americano.
Por qu diablos ests viendo ese rollazo? pregunt la chica con perplejidad
mientras dejaba caer sobre el sof una bolsa cargada de cebollas y bolsas de plstico.
Silencio. Estoy trabajando.
Kobari no prestaba atencin a aquel rollazo. Estaba concentrado en el rostro del
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escritor, tomado en primersimo plano. Aquel rostro de ojos desequilibrados y
sombras borrosas. An pareca el de un cincuentn si uno se fijaba en ciertas partes
de la carta, pero cuando volva el cuello las arrugas que se formaban en l ponan de
relieve que tena ms edad. Kobari poda apreciar que el escritor, no habituado a las
apariciones en televisin, estaba agotado tras aquel dilogo. Quiz fuese capaz de
contemporizar con la boca, pero a Kobari le pareca que la cmara haba captado las
sombras nebulosas en cuyo seno yacan los secretos que aquel hombre nunca haba
mostrado al mundo.
Estaba sonando el telfono. Escuch su agudo sonido mientras abra la puerta del
estudio al regreso de un paseo. El telfono haba sonado a altas horas de la noche sin
que nadie respondiera al otro lado. Ya haba sucedido ms de dos veces. El
comunicante guardaba silencio y pareca esperar alguna respuesta. Finalmente dej
que el aparato sonara y el pertinaz sonido termin por enmudecer, resignado.
Mir el buzn pero estaba vaco. Tal vez el reparto se haba retrasado. Pas al
estudio y encendi la lmpara del escritorio. La luz suave que tanto le complaca
iluminaba el portaplumas y el reloj de la mesa; las manecillas que marcaban el paso
de los segundos aumentaban el silencio de la estancia. Apoy la barbilla en las
manos, y en aquel vaco record la expresin del rostro de la seora Naruse al
paladear el plato de arroz frito. Aquella expresin se haca presente en su mente
varias veces al da, despertando su curiosidad por la mujer. Qu clase de mujer era
exactamente? Haba un aspecto de su manera de pensar, totalmente aparte de su
aspecto externo, que por alguna razn estimulaba los instintos de literato de Suguro.
Casi al final de su velada en el restaurante, l le haba pedido en broma que le
escribiera una carta, pero no poda imaginar que accediera a su solicitud.
El telfono volvi a sonar. No hizo caso, pero la llamada se prolong tercamente
durante ms de un minuto. Al fin se dio por vencido y levant el auricular.
Es usted Suguro sensei? pregunt una voz insistente. Me llamo Kobari,
soy periodista y
Kobari? Suguro permaneci en silencio un instante. Usted es la persona
que se puso en contacto con el seor Kano, no es as?
En efecto. Me gustara tener una charla con usted.
Qu desea? Es sobre ese rumor de que frecuento barrios de mala reputacin?
No puedo hablar de ello por telfono. Si pudiramos conversar cara a cara,
habra menos riesgo de malentendidos por ambas partes.
A qu se refiere con eso de malentendidos?
Resultara muy embarazoso para usted si me pusiera a escribir sobre su vida
basndome solamente en mis propias conclusiones ante las pruebas, no le parece?
A Suguro le irrit el tono intimidatorio de la voz.
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Est bien accedi, le ver. Pero no quiero que venga a mi estudio.
Entonces, le importara reunirse conmigo en Roppongi? Ahora mismo, si no
tiene inconveniente.
Resuelve este asunto enseguida, dijo una voz en la cabeza de Suguro. Contuvo
con dificultad su nerviosismo y tom nota del lugar de la cita. Al salir, recogi dos o
tres cartas que haban cado por la rendija del buzn y las guard en el bolsillo del
abrigo.
El taxi avanz por las bulliciosas calles nocturnas y Suguro se ape cerca del bar
donde haban quedado. Al cruzar la puerta, reconoci al hombre sentado con un vaso
de agua frente a s como uno de los que le haban acosado en la sesin de firmas de
ejemplares.
Ya nos hemos visto antes, verdad? En la firma de libros.
El hombre no respondi a su saludo y seal con un gesto de la barbilla una
fotografa que haba sobre la mesa.
Conoce a esta mujer?
Suguro contempl la foto y respondi, colrico:
No. No la conozco.
Oh! Mrela con ms atencin. Est seguro de que no la conoce?
No, nunca la he visto.
Est seguro?
Kobari tena una mirada implacable, como la de un detective interrogando a un
sospechoso.
Totalmente seguro.
Pero esa mujer me dijo que se haba corrido una buena juerga con usted,
sensei. Y luego pint su retrato. Es una artista que promete. Trabaja por horas en la
calle Sakura dibujando retratos.
No diga tonteras. A m no me ha ocurrido nada de todo eso.
Bueno, pero esta mujer es buena amiga de cierta dama que usted conoce.
Cierta dama? A quin se refiere?
Usted se reuni con cierta mujer en una cafetera de la calle Takeshita, no es
cierto?
As que era eso. Suguro comprendi por fin que el hombre al que haba visto
asomarse a la ventana de la cafetera el da que conoci a la seora Naruse era un
periodista.
Bueno Suguro estaba confundido. Qu hay de malo en ello?
Si esa dama y la mujer de la foto son ntimas amigas no me parece lgico
que insista en no haberla visto nunca.
Lo siento Suguro estaba rojo de indignacin, no tengo intencin de
quedarme aqu escuchando falsas acusaciones. Puede hacer lo que le plazca con ese
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rumor que ha escuchado, pero si publica una sola lnea al respecto yo tendr
preparada la oportuna respuesta.
Disclpeme. Kobari, que conoca la tctica correcta a emplear, se retract
sumisamente. Sin embargo, lo cierto es que corren ciertos rumores desagradables
sobre usted. Una mujer excntrica propag algunos en su recepcin, sabe?
Lo recuerdo. Pero esos rumores no tienen nada que ver conmigo.
En tal caso debera usted presentar algn tipo de prueba que demuestre su
inocencia. Kobari apur su vaso de agua. Cuando el camarero acudi a preguntar
qu quera, pidi con brusquedad un whisky con agua. Soy un periodista poco
importante, pero he venido reuniendo informacin de personas que afirman haberle
visto en diversos lugares.
Se trata de alguien que se hace pasar por m. Menudo fastidio!
Puede afirmar eso con absoluta confianza? Y si puede, sera tan amable de
acompaarme a ver a una mujer cerca de aqu? No tardaremos mucho. Entender la
razn cuando lleguemos. Slo sern diez minutos. Confa en usted mismo, verdad?
Naturalmente que confo replic Suguro. Sin embargo, al pronunciar las
palabras comprendi que haba cado en la trampa de aquel hombre. Cuando salieron
del bar, una rfaga de viento surgi de un callejn. Kobari haba bajado la voz hasta
adoptar un tono halagador.
Tengo varios amigos que son admiradores de su obra, sensei.
Suguro tens sus facciones y no respondi.
A primera vista, el Chteau Rouge pareca un edificio de tres pisos como tantos.
Para evitar que les vieran, los clientes llegaban en su coche, como si se tratase de un
motel.
No quiero causarle ningn problema, as que hgame el favor de esperar aqu.
Kobari dej a Suguro en medio de la calle y desapareci por la entrada. Suguro
apret la barbilla contra el cuello del abrigo. Al acercarse algunos peatones, baj los
ojos e intent parecer tan despreocupado y ajeno como un asceta.
Kobari reapareci seguido de una mujer de mediana edad. Con las gafas de sol,
pareca la propietaria de una tienda de ropa o de una boutique, la clase de mujer que
sola pasear por las calles de Roppongi, pero le fue presentada a Suguro como la
encargada del local.
Pase adentro, por favor. Debe tener fro aqu fuera dijo, dirigindose al
escritor en tono hospitalario. Este caballero no hace ms que preguntarme si
conoce usted a Motoko. Y si ha sido invitado en alguna ocasin a nuestro chteau
explic con una sonrisa.
Y es as? Suguro se esforz por convertir a la mujer en su aliada. Le
agradecera que manifestara ante l una rotunda negativa, igual que he hecho yo. Al
parecer, es reportero de prensa, pero su trabajo parece consistir en escribir
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revelaciones sucias y escandalosas Y quiere hacer de m una de sus vctimas.
Tengo intencin de querellarme si maquina algo contra m. Si llegamos a eso, le
llamar a usted a testificar, aunque la perjudique.
Sera un verdadero problema. Tenemos algunos clientes muy distinguidos y eso
daara gravemente la confianza que nos hemos ganado.
Entonces tendr que contestar clara y rotundamente declar Kobari,
exultante.
Bien Les mostrar una pelcula, si me promete no escribir nada.
Una pelcula?
S. Una filmacin de esa fiesta. Se la mostrar, y si el caballero no aparece en
ella deber usted prometer que no escribir nada sobre mi saln.
Kobari asinti con la mirada. Suguro no puso objeciones. La encargada les
condujo al interior del edificio vaco, que todava no haba iniciado la actividad. Todo
el edificio ola a cuero. Junto al pequeo despacho haba una salita de recepcin
provista de un televisor y un sof rado. Sobre el aparato haba una mueca Hakata de
porcelana.
Eso lo pint Motoko dijo la encargada volviendo los ojos hacia un cuadro
colgado de la pared. Sobre una tela salpicada de pintura marrn amarillenta, la artista
haba dibujado remolinos como la concha de un caracol. Las lneas de la espiral
estaban pintadas en rojo.
No soporto la pintura abstracta dijo Kobari echando apenas un vistazo al
cuadro.
La encargada se puso en cuclillas, introdujo una cinta de vdeo en el aparato y lo
puso en marcha. La pantalla del televisor se ilumin y aparecieron unas lneas
blancas. Despus apareci, de pronto, una gran pista de baile en la que bailaban
juntos hombres y mujeres desnudos. Sus movimientos no eran un baile, sino algo
parecido al suave mecer de los rboles bajo el viento. El perfil de sus pechos y
estmagos evidenciaba que algunas de las mujeres ya no eran jvenes. Algunos de
los hombres eran tambin notablemente gruesos y feos.
Esto se film aqu?
No, claro est. Alquilamos otro local. Para la fiesta de nuestro tercer
aniversario.
Es un hotel de Yoyogi, verdad?
Kobari record inesperadamente el nombre del hotel. La encargada simul no
haberle odo.
Aqu todo el mundo est todava en la fase de tanteo explic con aoranza.
Tanteo?
Todava no se conocen, y por eso se tientan unos a otros.
La escena cambi. Una mujer madura estaba tendida con los brazos y las piernas
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abiertos mientras tres hombres enmascarados la acariciaban por distintas partes. La
cmara no se movi en ningn instante mientras las cabezas de los hombres recorran
afanosamente su cuerpo como perros lamiendo el agua febrilmente. Vinieron a la
cabeza de Suguro los nombres de vinos que haba aprendido muchos aos atrs:
Mdoc, Saint milion, Entre-Deux-Mers. Tal vez se deba a la edad: al contrario que
en otros tiempos, cuando contemplaba las efusiones sexuales de otros, slo lograba
sentirse fro y abatido.
Esto es un aburrimiento. Kobari tambin se haba cansado de ver las mismas
acciones repetidas una y otra vez. Sac un cigarrillo pero le dio vueltas entre los
dedos sin encenderlo. No tiene la menor originalidad. Todos hacen exactamente lo
mismo. No puedo creer que no estn mortalmente aburridos.
Motoko fue la nica de todos ellos capaz de alcanzar el clmax murmur la
encargada. Despus de esto
Despus de esto?
S. Todava queda un poco de esa parte repetitiva.
En realidad, quedaban en la cinta varios minutos ms de los mismos torpes
movimientos sexuales. Aunque las posiciones de los cuerpos y las tcnicas
cambiaran, cada movimiento quedaba finalmente hueco y srdido.
La pantalla qued sbitamente a oscuras. Durante unos instantes brill en ella el
reflejo blanco lechoso, y luego, de pronto, apareci el rostro de una mujer con la boca
abierta. Aunque tambin tena los ojos abiertos, su rostro pareca el de una persona
ciega. Una manchas grisceas como hebras de algodn salpicaban el cabello. Kobari
no tard en reconocerla como la mujer de las fotografas, desprovista de las gafas.
La cmara realiz un picado. Alguien tena las manos en torno al cuello de
Motoko y proceda a apretar. En uno de los dedos haba un anillo; las manos eran las
de un hombre.
Qu es eso blanco que tiene en el cabello? pregunt Kobari con aspereza.
La voz dejaba traslucir su nerviosismo.
Aqu haba cuatro hombres torturando a Motoko. El primero dej caer sobre
ella la cera lquida de una vela Observen, se puede apreciar la cera en sus hombros.
Y tiene algunas gotas en el pelo. Luego ella empez a rogar que alguien la
estrangulara, y entonces otro de los hombres comenz a hacerlo
Motoko miraba hacia el techo con los ojos entrecerrados y los labios ligeramente
abiertos. Su lengua se agitaba hacia adentro y hacia afuera como si tuviera bloqueada
la garganta. Mientras las manos del hombre se cerraban gradualmente en torno a su
cuello, se hizo evidente que la mujer estaba experimentando sensaciones de xtasis y
placer, la sensacin de deslizarse por un tnel hacia la muerte. Parte de la cabeza
del hombre apareci en la pantalla del televisor, volcndose sobre la mujer.
La encargada manifest con orgullo:
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Se dan cuenta del cuidado que tenemos en evitar fotografiar el rostro de
nuestros clientes? A estas alturas, algunos de los hombres se haban quitado las
mscaras.
Esa guarra agita la lengua como si fuera un pez. Debe de estar sufriendo
mucho. Kobari se estremeci al hablar, mientras una mueca de asco cubra su
rostro. Para l, el mundo que presentaba la cinta de vdeo slo poda ser considerado
como una aberracin.
La encargada replic con voz seca, como si le hubieran insultado personalmente:
Debera usted haber odo lo que gritaba.
Gritaba? Qu deca?
Mtame!.
Oh! Lo mismo que Me muero, me muero!, no?
No, as no. Una verdadera masoquista desea que la maten, entiende? Lo desea
sinceramente. A veces, le he odo decir a Motoko, siempre tengo miedo a la muerte,
pero cuando llego a ese punto deseo ser maltratada y golpeada, y luego eliminada.
Deseo ser herida y torturada y despus, simplemente, morir all mismo. As es como
siento en lo ms hondo. Qu hermoso sera poder morir as.
Est loca. Desquiciada.
Locas o cuerdas, todas las personas son iguales, no es verdad, sensei?
Inesperadamente, la encargada solicitaba la opinin de Suguro. Pareca pensar
que, siendo un novelista, simpatizara con sus puntos de vista y con los de la gente
que apareca en la cinta.
Suguro se mantuvo en silencio y continu atento al televisor. La cinta haba
terminado y la pantalla slo emita el carraspeo hueco de la electricidad esttica.
La tensin del rostro del escritor no desapareci cuando hubo abandonado el
Chteau Rouge en compaa de Kobari, ni cuando se incorporaron al ensordecedor
bullicio nocturno de la avenida Roppongi. Despus de lo que haba visto en el vdeo,
las luces de nen, la procesin de automviles y vehculos, la iluminacin invernal en
el rosario de tiendas, las oleadas de peatones, todo, pareca un tanto superficial y
carente de sentido.
Quiere que nos sentemos en alguna parte? sugiri Kobari, algo resentido.
Lo que ms lamentaba era no haber conseguido localizar a Suguro o a la mujer con
aire de matrona entre los participantes de la sesin recogida en el vdeo.
No, gracias Suguro rechaz el ofrecimiento con indignacin. Despus de
esto, espero que dejar de husmear a mi alrededor como un perro de caza.
Alz la mano y llam a un taxi, al que subi sin volver la mirada. Tom asiento y
cerr los ojos, pero aquel rostro segua an impreso en sus prpados. Los ojos
entrecerrados, los labios ligeramente abiertos, la lengua asomando entre ellos y
desapareciendo de nuevo como una oruga. Gotas de cera fundida salpicndole el
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cabello. Aquella cara S, le recordaba otra que haba visto tiempo atrs. Aos antes,
en su subida al campanario de la catedral de Bourges, haba visto los rostros de los
locos a ambos lados del balcn. Su mente salt de pronto al cuadro de Motoko que
estaba colgado en la salita de recepcin. El dibujo de un remolino formando una
espiral como la concha de un caracol. Contemplando el remolino, haba sentido como
si le estuviera absorbiendo progresivamente hacia su centro escarlata. Aqulla era la
sensacin que haba querido reflejar Motoko, tal vez la que haba experimentado ella
misma al ser torturada y casi estrangulada por varios hombres. Deseo ser maltratada
y golpeada, y luego eliminada. Deseo ser herida y torturada y despus, simplemente,
morir all mismo. stas eran las palabras que la encargada haba utilizado para
describir la sensacin. Aquellas emociones despreciables y aquellos deseos horribles
latan dentro de Motoko y en lo ms hondo de todos los corazones humanos. Pero,
por qu? De dnde procedan?
Quiere que tome la calle que pasa frente a la estacin de Harajuku? La
pregunta del taxista interrumpi sus pensamientos.
S, por favor.
Se senta agotado. Abri los ojos y contempl las oscuras hileras de rboles
desnudos de los jardines exteriores del Templo Meiji. Cuando se llev la mano al
bolsillo para pagar la carrera del taxi, sus dedos palparon algo slido. Eran las tres
cartas que haba recogido al salir de su estudio. Con sus pensamientos ocupados en su
cita con Kobari, haba guardado los sobres en el bolsillo y se haba olvidado de ellos.
Uno era una carta de un editor, el segundo de un hombre cuyo nombre no le dijo
nada. El tercer sobre, bastante grueso, no llevaba remitente.
Le importara encender la luz un momento? pidi al taxista.
Al abrir la segunda carta, comprob que la remita el joven que le haba querido
estrechar la mano en la librera, despus de la sesin de firmas. El matasellos era de
la ciudad donde estaba situada la escuela para nios disminuidos que haba
mencionado.
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escritos Como si hubiese mentido, de hecho, a todos sus numerosos lectores. No
me sobrestimis, quiso decirles. Ya tengo bastante con mis propios problemas; no
puedo responsabilizarme tambin de vuestras vidas. En aquel apartado del bar de
Meguro, el de la persiana chirriante en la ventana, Kano y los dems colegas haban
ledo sus primeros escritos y los haban declarado sospechosos. Y tenan razn. El
sentimiento de culpa haba atenazado su corazn durante las tres dcadas siguientes y
no aflojara su presin por mucho tiempo que transcurriera.
No me sobrestimis. Sin querer, pronunci las palabras en voz alta.
Eh? El sorprendido conductor volvi la cabeza hacia l. Deca algo?
No, no era nada.
Se ruboriz y baj la vista al suelo. Despus, pausadamente, rompi la carta. La
rompi en dos. Luego, otra vez por la mitad. Como si estuviera rompiendo el rostro
del joven con sus manos hmedas y fras
Abri el sobre de la tercera carta. El papel blanco, con marcas al agua, estaba
lleno de lneas apretadas con los caracteres fluidos de una caligrafa de mujer. Tal vez
ella, como el joven de la misiva anterior, tambin haba tomado a Suguro por algo
ms que un novelista, por una especie de figura religiosa que
Las palabras volaron del papel a sus ojos. Era una carta de la seora Naruse.
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Cuatro
Cuando levant los ojos y le vi en la puerta, observando cmo jugaba yo con los
nios del hospital, me sent incmoda, como si alguien me hubiese estado
contemplando mientras dorma. Luego, cuando me invit a cenar, me pareci estar
soando. Debe haberme tomado por una mujer muy atrevida.
Despus de ciertas dudas, me he decidido a escribirle esta carta. Carecera de
sentido por mi parte tratar de embellecer o falsear las cosas al hablarle de m, y ms
an, creo que sera desconsiderado en el verdadero sentido de la palabra intentar
algo as al comunicarme con usted. La noche en que me invit a cenar, me dijo que
quera conocer mi otro yo. Como jams he hablado de ello con otra persona, no pude
reunir el valor suficiente para hacerlo con usted. Sin embargo, he terminado por
pensar que usted es el nico que podr entenderme. Que no malinterpretar lo que le
cuente.
Y algo an ms importante: que a la vista del profundo inters que ha demostrado
por esta cuestin de las personalidades divididas, usted mismo podra tener, igual que
yo, algo que esconder.
Por estas razones le envo esta carta confidencial. Como no deseo causarle
ningn problema, no he escrito mi nombre en el sobre, pero estoy segura de que sabr
quin lo remite.
Sin embargo, al enviarle esta carta pongo mi confianza en usted y, dado que me
dispongo a contarle secretos de mi propia vida y de mi difunto esposo, le pido que
despus de leerla se deshaga de ella de forma que no pueda ser leda por nadie ms.
Mi esposo y yo ramos parientes lejanos. l tena la misma edad que usted,
sensei. Tal vez haya odo su nombre: Era Naruse Toshio y fue profesor en la
universidad P. Yo s muy poco de esos asuntos, pero parece que hizo algunas
contribuciones interesantes en el campo de la economa moderna.
Durante su segundo curso en la universidad y tal vez usted pasara por la
misma experiencia, Naruse fue alistado en el ejrcito, formando parte de una
unidad movilizada de estudiantes. Sirvi en China hasta el final de la guerra.
Mientras estaba en la universidad vivi en una residencia de estudiantes
cristianos cerca de la estacin de Shinanomachi. En dos o tres ocasiones fui a visitarle
all con mi madre (yo todava estaba en la escuela elemental). Aunque nuestro
parentesco era lejano, mi madre le conoca muy bien desde la infancia y le haba
ayudado de diversos modos a su llegada de Okayama para que pudiera asistir a clases
en Tokio.
El director de la residencia era un tal profesor Yoshimatsu, que enseaba en el
departamento de Filosofa de la Universidad de Tokio. Mi esposo senta un
considerable respeto por l y se haba adscrito a su grupo de trabajo. Durante un
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tiempo, incluso pens en bautizarse por influencia del profesor. Tiempo despus me
dijo que haba conseguido una plaza en aquella residencia que estaba reservada a
estudiantes cristianos, por permiso especial del profesor Yoshimatsu.
Una de las veces que visitamos la residencia, mi madre le hizo una peticin.
Toschi-chan, dispondras de unos minutos diarios para ayudar a Mariko en sus
estudios?.
Desde luego. Si usted cree que ser capaz. Aquel da iba vestido con un
quimono azul con retazos de blanco; me mir y me sonri mostrando sus blancos
dientes. Estoy segura de que usted recordar que muchos estudiantes utilizaban
quimono en aquellos das.
Yo estaba todava en la escuela primaria, pero al contemplar su sonrisa y la
blancura de sus dientes, la imagen misma de la salud, pens que era muy agradable.
Ahora comprendo que fue el principio del vnculo que se estableci entre mi marido
y yo.
Me gustaba la escuela, de modo que siempre esperaba con inters sus visitas de
los mircoles. Y a l le encantaba venir, porque cuando terminbamos de repasar las
lecciones y de hacer los deberes, poda compartir una buena comida con nosotras.
Durante la comida nos contaba todo tipo de cosas. Aunque estaba en el
departamento de Econmicas, saba mucho de literatura. Ahora que se ha ido,
recuerdo con profunda ternura su versin de Los viajes de Gulliver y el cuento de
Ivn que aparece en uno de los relatos populares de Tolstoi.
Un da, Toshio me pregunt de improviso: Sabes cmo es el interior del
corazn humano?.
Era una pregunta difcil para una chica de mi edad.
En el corazn humano hay varias estancias aadi. La sala ms honda es
como la bodega que tenis aqu en la casa, Mari: se amontonan en ella cosas de todo
tipo. Sin embargo, por la noche, las cosas que tienes encerradas y olvidadas all
empiezan a moverse.
Yo pens en nuestra bodega. Junto a las cajas de madera y el gramfono cubierto
de polvo, haba varias muecas que mi hermana mayor haba abandonado al casarse.
Una de ellas era una mueca rubia que mi padre haba trado de Alemania. Sus
grandes ojos no me parecan bonitos; tenan algo que me daba miedo. Nunca lleg a
gustarme, de modo que la haba encerrado en la bodega. Intent imaginarla
movindose en mitad de la noche, cuando todos estbamos durmiendo.
De verdad que las muecas de nuestros corazones empiezan a moverse por la
noche?.
Las muecas de nuestros corazones? S, as es. Las muecas de nuestros
corazones empiezan a moverse y a bailar. Y aparecen en los sueos que tenemos por
la noche.
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Era una historia maravillosa, arrebatadora. Trat de imaginar a aquella mueca
con sus atemorizadores ojos muy abiertos, inmvil en mi corazn durante el da pero
bailando sola al caer la noche. Evidentemente, Toshio tambin estaba estudiando
religin por esa poca. Despus de casarnos, me contaba entre risas que haban sido
esos estudios de religin lo que le haba lanzado a aquel ardoroso discurso sobre las
profundidades del corazn humano, aunque el tema estaba lejos de mi comprensin.
Y yo le haba escuchado con enorme intensidad y gran concentracin, aada con una
risita irnica.
Estoy abusando de su paciencia al extenderme en estos recuerdos triviales,
sensei, pero existe una razn para ello. Naturalmente, en un exceso de
sentimentalismo, he reflexionado numerosas veces sobre mis recuerdos del pasado,
pero siempre llego al convencimiento de que la conversacin que Toshio y yo
sostuvimos ese da sobre el corazn humano se convirti en el punto de partida del
resto de mi vida. No creo que nada de lo que sucede en nuestra vida sea intil o
carezca de sentido. Enseguida comprender por qu digo que esa conversacin fue el
punto de partida de mi vida.
Aproximadamente un ao despus de que Toshio empezara a darme clases, se
organizaron los regimientos de estudiantes. Incluso siendo una nia, ya tena la vaga
sensacin de que la guerra estaba volvindose contra nosotros y da a da me senta
deprimida. Cuando empezaron a alistar incluso a estudiantes universitarios como
Toshio, comenc a preguntarme si el Japn iba a perder, e interrogaba a mi madre al
respecto. Ella se limitaba a suspirar y murmurar: Ahora, hasta los estudiantes.
Sensei, recuerda las ceremonias de despedida que se celebraban los das de
lluvia en los jardines exteriores del Templo? Esas procesiones bajo la lluvia que
todava hoy suelen pasar por televisin. He conseguido localizar a Toshio en esas
pelculas, entre los estudiantes cubiertos con sus gorros cuadrados que marchan entre
los charcos de agua con el fusil al hombro.
Toshio fue destinado a un regimiento de China. Tres meses despus, mi madre,
mi hermana y yo le visitamos en el cuartel con el padre de Toshio, que haba venido a
vivir a Tokio. Toshio iba vestido con un uniforme de soldado que no era de su talla y
tena las manos hinchadas y agrietadas por el fro. Con aquellas manos hinchadas
devor vorazmente el almuerzo que mi madre haba preparado y guardado para l en
una caja lacada. Cuando mi hermana le entreg el libro de poesa que haba pedido,
su rostro se ilumin de alegra como el sol que sale tras la tormenta. Estaba vido de
letra impresa.
Pudimos celebrar tres de estos encuentros antes de que su regimiento fuera
enviado a China. Para ser sincera, un escalofro de alegra recorri mi cuerpo cuando
recib la primera postal de China, con el sello de la censura gubernamental estampado
en ella. Lo que ms nos alegraba era que no le hubiesen enviado a las peligrosas islas
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del Pacfico Sur. Por aquel entonces era sabido de todos que el Japn sufra escasez
de hombres y que se haban iniciado feroces choques con las tropas norteamericanas
en las islas del Pacfico Sur. En cambio mi padre explicaba que probablemente no se
producira ninguna terrible batalla en China. Que Toshio volvera sano y salvo casi
con seguridad.
Tal como desebamos, Toshio permaneci en China.
Ascendi de cadete a alfrez y ms tarde supimos que haba llegado a participar
en algunas pequeas operaciones de limpieza contra las guerrillas, pero por fortuna
no haba tomado parte en grandes combates. Nos dbamos cuenta de que pareca
llevar una vida plcida por las postales que nos llegaban cada varios meses, como si
de repente se acordara de escribirlas. Por esa poca, Tokio sufra una serie de
bombardeos areos y haba escasez de vveres, y la vida de Toshio pareca ms segura
e incluso un sueo envidiable para nosotros.
Ayer le retorcimos el cuello a un pollo, y con algunos compaeros preparamos
un estofado junto al ro. Cuando nos llegaban estas postales tan desenfadadas,
tenamos que preguntarnos quin se hallaba en el autntico campo de batalla.
Afortunadamente, la casa de su familia en Okoyama no haba sufrido daos, pero la
nuestra fue destruida por las bombas incendiarias y tuvimos que refugiarnos en una
choza que nos dejaron unos parientes en un pueblo llamado Tsurukawa.
Probablemente se estar preguntando qu tiene que ver todo esto con la pregunta
inicial que me formul usted, sensei. Pero si no le explico un poco del pasado,
aunque sea en una rpida pincelada, no creo que pueda entender lo que le contar ms
adelante. Por favor, tenga un poquito ms de paciencia.
Medio ao despus de terminar la guerra, Toshio fue por fin repatriado. Aunque
pas algn tiempo recuperndose en su casa, cuando lleg a Tokio estaba todava
demacrado. Los pmulos le sobresalan y llevaba el mismo uniforme demasiado
grande de recluta. No podamos creer que un hombre en su estado hubiera sido
alfrez. El corazn se me encoga de miedo al pensar en cmo le habran cambiado
dos aos de vida militar. Nos dijo que haba tenido muchas dificultades para
localizarnos, transportando a la espalda una mochila que casi pareca del tamao de
nuestro refugio provisional.
No s deciros cuntas veces he ledo los libros que me mandasteis a China.
Pero algunos se perdieron cuando fui embarcado de vuelta, y otros fueron
confiscados, explic, en tono de disculpa. Yo guardaba un ntido recuerdo de la
mirada de alegra de su rostro cuando mi hermana le haba entregado el primer
volumen.
Volvi a clases y estudi como si estuviera hambriento de saber. Tal vez debido
a su personalidad, goz del favor de sus maestros y, despus de graduarse, fue
contratado por el departamento como ayudante de investigacin. Poco despus
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obtuvo una beca Fulbright y pudo estudiar en Estados Unidos. Para entonces, yo
asista a la universidad femenina.
Un tiempo despus de volver al Japn, Toshio obtuvo por fin un empleo de
profesor no numerario en el departamento de Econmicas y no tardamos en casarnos.
Al principio, con su sueldo no nos daba para cubrir los gastos, de modo que habl con
una amiga que trabajaba en la editorial Hayamizu y entr all para hacer traducciones
de escritores policacos franceses como Simenon. El francs fue el nico idioma por
el que me interes realmente en la escuela.
Alquilamos un piso de dos habitaciones en una casa de Meidai-mae que haba
sobrevivido al bombardeo. Por esa poca empezaban a levantarse nuevas casas sobre
la tierra chamuscada en torno a la estacin, pero el lugar donde vivamos nosotros era
una de las pocas casas viejas y oscuras de estilo japons que todava se sostena en
pie. Frente a la estacin se haba abierto un pequeo mercado, pero para una mujer no
era seguro volver sola a casa despus de anochecer en invierno, de modo que cuando
tena que enviar una traduccin al editor, mi esposo me acompaaba a la estacin. A
veces discutamos lo que nos gustara comprar para la cena, y luego volvamos a casa
paseando cogidos de la mano. Recuerdo un gran rbol, un zelkova plantado junto al
camino; en otoo se reunan bandadas de estorninos en sus ramas.
Es hora de pasar al tema central. Sin duda es una imprudencia por mi parte
escribir las cosas que me dispongo a revelar, pero tras mi primera conversacin con
usted he llegado a la conclusin de que es inevitable. No me siento en absoluto
incmoda en lo que respecta a temas sexuales. Sin embargo, debo pedirle una vez
ms, por favor, que cuando termine de leer esta carta se asegure de quemarla. Se lo
ruego.
De joven era un patito feo sin remedio y, aunque estaba segura de saber ms
sobre el sexo que la mayora de las chicas por las novelas y libros que lea, lo cierto
era que me senta como si estuviera mirando con un solo ojo fotografas de las calles
de ciudades extranjeras que nunca haba visitado. Lo cierto es que supe muy poco de
mi propio cuerpo hasta que me cas con Toshio.
Era un hombre considerado y, como antes he sealado, haba crecido consentido
y protegido del mundo. Se conjugaban en l la cortesa y la obstinacin, el
nerviosismo y la sinceridad. Haba algo muy egosta en su concepcin del sexo.
Pareca desearlo vehementemente. Por mi parte, el da de mi boda mi madre me haba
dicho: Debes hacer todo lo que l te pida. Segu su consejo y esa noche simul
gozar aunque, con toda sinceridad, cuando l me abraz me pregunt cmo poda tal
actividad alegrar la vida de nadie.
No me disgustaba que Toshio me hiciera el amor, pero a menudo me sorprenda
su insistencia. Me buscaba a diferentes horas y no slo por la noche. Algunos
domingos me agarraba por detrs mientras yo trabajaba en la cocina. En invierno,
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sentados bajo el cubrecama, me pona de pronto las manos en el cabello, me
empujaba contra el suelo y montaba sobre m. Al principio lo consider una
manifestacin de su ferviente amor por m. Sin embargo, al contemplar su rostro
encima del mo, vi algo que no haba apreciado nunca en l. Otro rostro que no haba
visto jams, totalmente distinto de sus facciones habituales, unas facciones tiernas
que an tenan huellas de pasadas penalidades en su perfil, unas facciones que se
volvan infantiles cuando sonrea. Aquel extrao rostro me produca cierta desazn
con sus ojos inyectados en sangre que despedan una mirada de crueldad. Incluso
grit: Quin eres? Quin quin eres t?. Estaba abrumada de preocupacin,
no: de temor. Pero su lujuria, aunque feroz, tambin era de corta vida. Cuando
quedaba satisfecho volva a sus labios la sonrisa infantil.
Sin duda, cabe considerar feliz la vida que pasamos juntos. La nica pena que
tenan mis padres era que no les dbamos nietos. Nos hicieron reconocimientos
mdicos, pero no encontraron una causa clara. Fue una lstima, pero entonces no
sent pena ni lo lament. A Toshio no le desagradaban los nios, pero una parte de l
tema el cambio drstico que un hijo traera a nuestras vidas, convirtindome en una
madre que dedicara cada hora de su vida al nio. Su excusa era que un hijo le
perjudicara para los estudios, y en ocasiones llegaba a afirmar con toda sinceridad
que sa era la autntica razn.
Conservo muchos recuerdos agradables de esa poca. Tal vez el ms placentero
sea el de la ocasin en que un libro escrito por mi esposo fue galardonado por los
mximos eruditos de su campo con el premio Sakitani, y el viaje que realizamos a
Tohoku.
El premio Sakitani se concede en dos campos, ciencia y literatura, y la
ceremonia de entrega y la recepcin se celebran simultneamente en el hotel de la
Estacin de Tokio. Toshio, con una brillante flor artificial roja en la solapa, se mostr
bastante aturdido durante la velada debido a la emocin y al alcohol que haba
tomado.
No vayas a mancharte el traje le dije, e insist en tono burln: Quiero que
puedas llevar la misma ropa cuando recibas el prximo premio.
Esa velada, mientras deambulaba ruborizada entre el gento de la recepcin,
recuerdo que vi a alguien. Era usted, sensei. Supongo que estaba all como amigo del
seor Kano, que haba recibido el premio literario. sa fue la primera vez que le vi, y
jams hubiera imaginado que un da le escribira una carta como la presente.
En plena recepcin, se me acerc un hombre de una revista que haca las
funciones de recepcionista.
Conoce usted a un hombre llamado Kawasaki? Dice que quiere entrar en la
recepcin. Supongo que es una impertinencia por mi parte comentarlo, pero
realmente no tiene un aspecto acorde con este acto.
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Toshio no me haba mencionado jams el nombre de Kawasaki, de modo que
acud al mostrador de recepcin para saber de qu se trataba. Tal como haba dicho el
recepcionista, un hombre de mediana edad, de aspecto e indumentaria dudosos,
aguardaba con aire hosco junto a la entrada.
Usted debe ser la esposa, verdad? Su tono de voz era informal;
probablemente el hombre estaba ebrio. Haga el favor de decirle a su marido que
est aqu Kawasaki, de sus tiempos en el ejrcito. Vi el anuncio en el peridico y he
venido corriendo. Realmente es un da muy feliz.
As pues, es usted uno de los camaradas de armas de mi esposo?.
Un camarada? No, yo ms bien dira que soy uno de sus viejos
compinches, respondi l, dirigindome una sonrisa mordaz.
Volv al saln y localic a mi esposo. Estaba rodeado de gente de la prensa, pero
llegu a su lado y le tir de la manga.
Cuando oy el nombre de Kawasaki, su rostro sonriente se endureci por un
instante. Tal vez nadie notara el cambio, pero yo era su esposa, al fin y al cabo. Con
voz despreocupada, se excus de la conversacin y me dijo: Hazme el favor de
presentar nuestros respetos a estas personas. Despus, abandon el saln.
Yo saba que suceda algo raro, y mientras recorra la estancia haciendo
reverencias y repitiendo palabras de agradecimiento, de vez en cuando me volva para
ver qu suceda. Mi marido no tard en volver, con el mismo aspecto de siempre.
Cualquiera que se fijase en l habra pensado que volva del cuarto de bao.
Esa noche volvimos bastante tarde a casa, tras una segunda ronda de
celebraciones en un bar. Mientras cepillaba su nico traje bueno, le pregunt:
Quin es ese seor Kawasaki?.
De nuevo su rostro se puso casi imperceptiblemente tenso. Su rigidez me hizo
pensar si existira algn secreto desconocido que mi esposo y Kawasaki compartan.
Me senta celosa.
Debido a mi amor por Toshio, a partir de esa noche me inquiet por su conducta,
y cada vez que Kawasaki llamaba, le pasaba el auricular y luego trataba de analizar
sus expresiones y las respuestas que daba por telfono.
Un da, mientras limpiaba, descubr algo extrao. En la estantera donde
guardbamos los tomos del diccionario Larousse slo haba las fundas
correspondientes a cada volumen, pero faltaban los libros. Cundo los haba sacado
de casa mi esposo? Y lo haba hecho de modo que yo no lo notara Ca entonces en
la cuenta de que un par de semanas antes, al marcharse de casa por la maana, le
haba visto llevar, adems de su cartera, un objeto cuadrado envuelto en un furoshiki.
Ah, los libros! Toshio fingi indiferencia ante mi pregunta. Los he
llevado a nuestro despacho en la facultad.
Pero en ningn departamento de investigacin digno de tal nombre era posible
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que faltara un diccionario Webster o Larousse. Aunque no los tuvieran a mano en el
momento en que los necesitaran, era seguro que podan acceder a ellos en la
biblioteca de la universidad.
Era la primera mentira que detectaba en mi esposo desde la boda. Me senta
dolida y triste.
Tuve la corazonada de que haba vendido los diccionarios para entregar el dinero
a Kawasaki. Incluso llegu a imaginar que se trataba de uno de esos sucesos que
suelen aparecer como noticia escandalosa en los peridicos, un incidente como tantos
en el cual Kawasaki saba algo que perjudicaba a mi esposo y estaba chantajendole.
Casi poda ver a mi marido, un hombre amante del saber pero ignorante de todo lo
dems, acorralado por las amenazas de Kawasaki, y quise protegerle. Sin embargo,
qu tipo de flaqueza habra manifestado un hombre como mi marido durante su
poca de soldado?
Era un sbado por la tarde. Estaba sola en casa cuando telefone Kawasaki.
Lo lamento, pero ha salido. Fue en ese mismo momento cuando me decid a
sonsacarle el secreto. Le dio el dinero mi esposo? En mis ojos brill dbilmente
una imagen del rostro ebrio de Kawasaki, con sus ojos muy enrojecidos.
l no dijo nada durante unos segundos.
Dinero? De qu est hablando? Se haca el inocente.
Reun el valor necesario y afirm con fingida seguridad: Eso significa que no
se lo ha dado?.
Prepar mentalmente una explicacin razonable por si l insista en no saber
nada. Por ejemplo, que mi esposo me haba dicho que le haba prestado cierta
cantidad. Sin embargo, la seguridad en m misma que acababa de demostrar hizo
titubear a Kawasaki y abandon todo disimulo.
S, me lo dio. Una nueva pausa. Entonces, lo sabe usted?.
S.
De verdad? Jams habra pensado que Toshio se lo contara, por muy bien que
les fuera juntos. De todos modos, eso me hace ms fcil hablar con usted. Cuando
vuelva a casa, podra decirle que quiz necesitemos un poco ms de dinero para la
Asociacin Conmemorativa?.
La Asociacin Conmemorativa, s.
Toshio jams me haba dicho una palabra acerca de una Asociacin
Conmemorativa. Y yo estaba intrigada por lo que Kawasaki acababa de decir: Jams
habra pensado que Toshio se lo contara, por muy bien que les fuera juntos.
Qu cantidad aproximada he de decirle que necesitar?.
Veamos. Dgale que se lo comunicar cuando lo tengamos todo calculado. Me
alegro sinceramente de que sea usted tan comprensiva en todo este asunto. Al fin y al
cabo, era la guerra y no tenamos otra opcin. Pero cuando volvimos al Japn y
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fueron pasando los aos, empec a sentirme verdaderamente culpable, sabe? Porque
all murieron decenas de mujeres y nios. Para ser franco, me gustara poder erigir
algn tipo de lpida conmemorativa, pero al ser japoneses todava no nos permiten
entrar en China.
Nuestra conversacin termin aqu. Trat de continuar trabajando en la
traduccin, pero las palabras que acababa de escuchar volvan caprichosamente a mi
mente, como piezas sueltas de un rompecabezas.
Cuando Toshio volvi a casa, no hice ningn comentario. Por algn motivo,
mientras estudiaba su rostro, record su quimono azul y blanco y la sonrisa de
blancos dientes que luca la primera vez que mi madre y yo le visitamos en su
residencia
Esa noche me hizo el amor. Yo hund mi rostro en su brazo y murmur de
pronto: Debe costar mucho dinero mantener una Asociacin Conmemorativa.
Mi voz son tan dulce e inocente que incluso yo me sorprend. Por un momento,
toda la fuerza de mi esposo pareci concentrarse en sus brazos.
Por qu no me lo contaste? Lo he sabido por el seor Kawasaki.
Toshio no respondi.
Con mi astucia intuitiva, segu hablando con ms ternura an: Pensabas que
me preocupara? Soy tu esposa. Si me lo hubieses contado Para m, las cosas no
cambian. Sucedi por culpa de la guerra.
Qu te cont Kawasaki?.
Toshio se apart de m y fij los ojos en el techo.
Todo. Incluso lo de las mujeres y los nios.
Consegu tomar las palabras sueltas del rompecabezas e introducirlas hbilmente
en el lugar adecuado del dilogo.
Para ser del todo sincera, en aquel momento no tena idea de qu aparecera una
vez estuvieran juntas todas aquellas piezas. Tena un vago presentimiento que pareca
advertirme de no preguntar lo que ms tema.
Entonces, no me odias por lo que hice?.
Bajo la luz de la mesilla de noche, vi una sonrisa en el rostro de Toshio. Era
aquel rostro, aquella otra expresin que haba visto de recin casada, cuando le
contempl encima de m despus de cogerme por el pelo y tenderme en el suelo.
Por qu iba a hacerlo? Ya te lo he dicho: estabas en guerra y no tenas otra
opcin. Sonre como una madre o una hermana mayor, luchando desesperadamente
por no dejarle ver las frenticas contorsiones de mi mente. Entonces, te sientes
culpable como el seor Kawasaki?.
No. Por alguna razn, no me sent especialmente culpable la primera vez, ni
tampoco la segunda. De hecho, estaba hipnotizado con la belleza de las llamas
mientras consuman las casas. Hablaba lentamente, con los ojos siempre fijos en el
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techo.
La primera vez y la segunda As pues, sucedi dos veces.
S.
Las casas ardieron Y las mujeres y los nios estaban dentro?.
S, dentro. Los metimos a todos dentro de sus propias casas.
Y luego prendisteis fuego a las casas y matasteis a todo el mundo Os dieron
esa orden?.
La primera vez nos lo ordenaron. Nos dijeron que en el pueblo se ocultaban
espas. Los soldados estaban excitados: un par de los nuestros haban sido asesinados.
Pero la segunda vez, nuestro pelotn decidi hacerlo por su cuenta.
Con la cabeza apoyada entre las manos, cerr los ojos. Pareca estar escuchando,
en lo ms profundo de sus odos, el sonido de las cabaas ardiendo, con las mujeres y
los nios encerrados en el interior. Yo conoca ese sonido. Era el que haba escuchado
cada noche durante las incursiones areas, como un tren que pasara silbando. Y
ahora, una vez ms, escuch aquel ruido junto a mi esposo, en nuestro dormitorio, a
medianoche.
Ni le odi ni le tem. Una sensacin de entumecimiento se adue sbitamente
de m. Por primera vez me haba dado cuenta de que en el interior de mi esposo, que
a veces se comportaba conmigo como un hermano menor, exista el perfil de un
hombre absolutamente distinto. Y cuando comprend que aquellos dos aspectos
contradictorios haban conformado al hombre con el cual me haba casado, reaccion
sobresaltada y conmovida.
De pronto rod encima de l, y por primera vez bes con ardor sus labios,
enterr el rostro en su pecho y busqu apasionadamente su cuerpo. Como si hubiera
estado esperando aquello, l me penetr con brusquedad.
Hblame grit. Cuntame, dime cmo prendisteis el fuego.
Rodeamos las casas para que no pudieran escapar Utilizamos aceite para
encender las casas.
Podas or sus voces? Dmelo! Cmo sonaban? Las oamos. Algunos
nios salieron corriendo de las chozas. Les disparamos.
Toshio y yo jadebamos y nos revolcbamos por la cama.
Cuntame. Qu pas con las mujeres cuando disparasteis?.
De pronto, todo termin. Toshio se estremeci, y sin decir una palabra ms se
levant de la cama y sali del dormitorio. Yo me qued all, boca abajo, baada en
sudor. Cuando volvi a la cama, cerr los ojos como si no acabara de suceder nada
entre nosotros.
Jams volvimos a hacer mencin de esa experiencia entre nosotros. l continu
siendo el mismo de siempre, el marido en quien se mezclaban la amabilidad y la
impertinencia, la pureza y el nerviosismo. A veces me preocupaba que los viejos
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crmenes de guerra pudieran ser resucitados, pero jams sucedi nada de ello.
Haban muerto todos los testigos en los incendios? Nadie haba presentado una
acusacin? Ese aspecto del asunto me parece extrao, incluso hoy.
Pero el ardiente recuerdo de aquella noche tampoco desapareci nunca de
nuestra relacin. De hecho, se convirti en un medio infalible de encender mis
sentimientos hacia l. Nunca tocamos el tema tab, pero para m ste se convirti en
el secreto sagrado de nuestro matrimonio.
Ser absolutamente sincera.
Desde esa noche, siempre que dorma con l imaginaba lo mismo al contemplar
su rostro iluminado por la luz de la mesilla de noche. Es un pueblecito que nunca he
visto. Aposta sus hombres a la entrada y la salida del pueblo. Las mujeres son
conducidas a una choza destartalada de techo de paja y paredes de adobe. Kawasaki
rodea la casa rocindola de aceite. Mientras, mi esposo aguarda, con la mirada en el
reloj. Cuando Kawasaki termina su trabajo, prenden fuego. Las llamas y el humo
surgen con un estallido y envuelven la casa. La paja ardiente del techo se eleva en
espiral hacia el cielo con un humo negruzco. Despus, del interior de la casa llegan
gritos y sollozos que se alzan al firmamento con las llamas. Unos nios envueltos en
llamas y unas mujeres con los pequeos apretados contra el pecho salen corriendo de
la casa. Mi esposo, junto con sus hombres, los abaten a tiros, uno por uno.
Lo haba hecho. Los haba matado. Mi esposo. El hombre que en aquel instante
estaba tendido en mi cama, saboreando su whisky y leyendo un libro: l haba abatido
a tiros a aquellas madres y a sus hijos De pronto, una indescriptible oleada de
excitacin me recorra de pies a cabeza y muchas veces estuve a punto de decirle
algo. Pero Toshio no pareca advertirlo y preguntaba: Te pasa algo? No puedes
dormir? Yo no puedo desengancharme de esta novela policaca ahora que la he
empezado.
Su sonrisa era la que conoca de todos aquellos aos. El rostro de un profesor
popular entre sus alumnos que acudan a visitarnos.
Cuando mi esposo me haca el amor, yo imaginaba aquella escena mentalmente.
As, aumentaba mi indescriptible placer y el amor que senta por l. La dualidad, la
complejidad que guardaba en su interior reforzaba mi vinculacin a l. No, ni una
sola vez tuve el ms pequeo impulso de criticarle o recriminarle. Jams le consider
repulsivo. Si yo hubiera sido un hombre y me hubiesen mandado a la guerra como a
l, estoy segura de que habra hecho lo mismo. Y habra seguido viviendo como l lo
haba hecho, intercambiando miradas de inocencia con sus compaeros. No tengo la
menor idea de si se senta torturado por el incidente en lo ms profundo de su
corazn, pero s que nunca se le escap el menor signo de angustia ante m, su
esposa.
Y yo tampoco sent nunca asco de m misma por utilizar su experiencia como
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afrodisaco, como estmulo de mis propias pasiones.
Estuvimos casados veintitrs aos. El llev una vida feliz hasta los cincuenta y
cinco, edad en que muri en un accidente de trfico cuando iba de la universidad a
casa. Nunca volvimos a hablar de sus experiencias en la guerra, pero stas ardan en
el interior de mi corazn, y cada vez que decida avivar las llamas stas surgan
impetuosas proporcionando una intensa estimulacin a nuestros cuerpos. Kawasaki
no volvi a ponerse en contacto con nosotros. Mi esposo obtuvo una gran fama como
erudito, y cuando muri, toda la universidad guard luto por l.
Fallecido mi esposo, luch contra una insondable sensacin de vaco. No puedo
expresarle cunto sent no haberle dado un hijo. Nunca como entonces sent los
instintos maternales de los que crea carecer.
En un intento por llenar el vaco, segu el consejo de una amiga y me inscrib en
un curso para voluntarios en hospitales. El curso tena por objetivo promover la
extensin del trabajo social voluntario en un pas donde la idea era relativamente
nueva, y tras un ao de preparacin empec a trabajar en un hospital de la ciudad.
El hospital al que fui destinada tras ese ao de instruccin es el mismo donde
usted me visit, sensei. Cuando me preguntaron en qu seccin me gustara trabajar,
ped la sala de pediatra. Todava hoy recuerdo la primera vez que la enfermera jefe
me llev all y le di un bibern a un beb prematuro que ocupaba una pequea
incubadora de cristal. Los pezones de mis pechos inexpertos me latan intensamente.
Nios con leucemia, que se haban agarrado a m y me haban pedido que les contara
cuentos, al cabo de unos meses empezaban a perder sus fuerzas. Cuando les vea
recibir transfusiones y medicamentos anticancerosos al entrar en coma, yo le rogaba a
Dios desde lo ms profundo de mi corazn que me permitiera morir en su lugar. Le
digo la pura verdad. Con toda sinceridad y convencimiento, suplicaba que mi peticin
fuera aceptada.
Pese a todo, no he olvidado lo que hizo mi esposo. Al terminar el trabajo en el
hospital y volver a casa, ceno y luego revivo estos recuerdos ante la foto de Toshio
que cuelga de la pared de mi alcoba. Un mar de llamas envuelve la cabaa, las
chispas de fuego y las nubes de humo negro forman volutas en el aire y los gritos de
agona surgen del interior, madres y nios salen corriendo, mi esposo mata a los
nios No, junto a mi esposo, rindome, yo les disparo tambin Este recuerdo
conjugado con el retrato de mi esposo, despierta en m un impulso que no puedo
refrenar. Quiero saber de qu parte de mi corazn surge este impulso. Adnde me
conduce? Esta parte negra de mi corazn que no puede ser reprimida por el sentido
comn o por la lgica.
Casualmente, he conocido a una joven que posea dentro de s ese mismo
elemento irreprimible, abominable. No me andar con rodeos: me estoy refiriendo a
Itoi Motoko, la muchacha que pint su retrato, sensei.
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Las obsesiones de Motoko toman una forma distinta, pero me han permitido
experimentar por otros medios el mismo tipo de placer que me ense mi marido.
Cuando alcanza el clmax de su violento xtasis, siempre grita quiero morir!;
Adelante, murete!, replico yo. Sensei, la gente puede morir por amor o por la
belleza, pero tambin puede hacerlo mediante el descenso a la fealdad y al vaco. sa
es la sensacin que tengo cuando miro a Motoko. Y eso es lo que quiero que usted
comprenda.
Cuando he pasado la noche con Motoko, por la maana acudo al hospital con
cara alegre, abrazo a los nios y ayudo a las enfermeras. En cambio, por la noche
Cuando era joven, mi esposo me habl de la bodega del corazn humano. En esa
bodega alguien ha colocado una mueca de ojos grandes que te mira, y por la noche
empieza a moverse y se pone a bailar. En mi corazn tambin baila esa mueca. Tal
vez se pregunte cul de las dos es la autntica Mariko. Lo nico que puedo decir es
que ambas son yo. Tal vez se pregunte si las contradicciones entre las dos me causan
algn tormento, alguna angustia. S; a veces, cuando pienso en esas contradicciones,
me horrorizo de m misma. Me causo repulsin. Pero tambin hay ocasiones en las
que no es as, y no puedo hacer nada al respecto. Despus de escribir tanto, yo.
Cuando Suguro volvi del estudio, la mesa del comedor estaba brillantemente
iluminada, adornada con flores y dispuesta con los boles de sopa que haban
comprado en Miln. Aquellos boles slo se utilizaban las noches en que tenan algo
especial que celebrar.
Qu da es hoy? pregunt.
Santo cielo, es nuestro aniversario! respondi la mujer con incredulidad.
Oh! De veras?
Tena la cabeza ocupada en la carta. Haban transcurrido tres das desde que la
recibiera, pero en su interior se agitaban un asombro y una curiosidad que crecan a
cada da que pasaba. En cierto sentido, la mujer pareca atemorizadora, pero el
escritor que haba en l no poda soportar la idea de despreciarla. Mientras se llevaba
la cuchara a la boca, pregunt mecnicamente a su mujer qu haba sucedido durante
el da y la escuch mientras ella contaba que haba ido al mdico a ponerse una
inyeccin de esteroides para sus hinchadas articulaciones de las rodillas, y que de
regreso a casa haba visitado una exposicin de estufas elctricas de un modelo
nuevo.
Estas conversaciones eran una especie de ritual, o tal vez de etiqueta entre ellos, y
Suguro siempre responda a los comentarios de su esposa con una sonrisa o un gesto
de asentimiento.
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Parece que cada ao salen aparatos nuevos y ms cmodos.
Con esa actitud, terminars por no comprar nunca nada.
El invierno terminar pronto.
Suguro no le haba contado nada de la visita de Kobari ni de sus experiencias en
el Chteau Rouge, y por supuesto no le haba dicho una sola palabra de la carta de la
seora Naruse. Aquellas cosas no tenan relacin con el mundo que haban creado
juntos, eran temas que no deba tratar con su esposa.
Le escrib una carta a Mitsu para saber cmo estaba, pero no me ha contestado.
Supongo que hoy en da a los jvenes no les gusta escribir.
Si por casualidad la vieras en alguno de tus paseos
No creo que suceda. Escucha, querrs comprarme un trasplantador pequeo,
por favor? Tengo que plantar esos bulbos muy pronto.
Desviando toda nueva alusin a Mitsu, Suguro llev de nuevo la conversacin a
su sendero habitual; al hacerlo se qued contemplando el rostro lleno de arrugas de su
esposa y los mechones de canas de su cabello. Mir a hurtadillas su boca al masticar
la comida. Su manera de comer era totalmente distinta a la de la seora Naruse y
careca por completo de su erotismo Suguro record el extrao relato y pens en lo
que la seora Naruse deca en la carta. Posea tambin su esposa aquellos mismos
impulsos en conflicto? Acechaban en su interior secretos que nadie habra
imaginado nunca al verla? Era posible que tambin su propia esposa hubiera
elaborado aquella imagen superficial para estar en sintona con l? El mero hecho de
pensarlo le pareca a Suguro una profanacin de su esposa. Sin embargo, un pasaje de
la carta de la seora Naruse se repeta en su mente causndole una permanente
inquietud: Tal vez se pregunte cul de los dos es mi autntico yo A veces me
horrorizo de m misma. Me causo repulsin.
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Cinco
Le despert el timbre del telfono en plena noche. El ruido resonaba desde el pasillo
al pie de las escaleras, con su penetrante tintineo. En el reloj iluminado de la mesilla
de noche eran las dos.
Es el telfono dijo su esposa revolvindose en la otra cama.
Djalo que suene.
Ests seguro? Supongo que ser una equivocacin.
Suguro prest atencin a los timbrazos del aparato. Su esposa tambin pareca
escuchar con nerviosismo en la oscuridad. El sonido le produjo al escritor la
impresin de un gemido procedente de lo ms hondo de un corazn humano. El pozo
insondable que bostezaba en el fondo de aquel corazn. El eco de un viento que
corra por ese pozo. Algo que todava no haba descrito en ninguna de sus novelas.
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Nada de t para m. He trado mis propios estimulantes. Entonces, como un
prestidigitador, hizo aparecer en sus manos un botelln. Tengo que darle un buen
trago a esto antes de iniciar una conferencia.
Una copa le proporciona energas?
S, una falsa sensacin de vitalidad. Hace que todo el pblico parezca una masa
de piedras.
Eso suena a alucinacin. Muy acorde con su tema de hoy apunt Suguro.
Tengo la sensacin de que las alucinaciones pueden ser tan tiles como la realidad.
Kurimoto volvi a entrar para comunicar que las seiscientas localidades del
auditorio estaban ya completamente ocupadas. Tal vez la seora Naruse, por
casualidad, ocupaba uno de los asientos. Suguro le haba enviado al hospital una
tarjeta sin firmar anunciando la conferencia. En su fuero interno, el escritor esperaba
verla aparecer.
Tono ech una mirada al reloj de la pared.
Todava nos quedan veinte minutos. Supongo que hoy he llegado un poco
pronto.
No respondi Suguro con un gesto de cabeza. Para un orador de segunda
fila como yo, es un gran alivio que la estrella del acto ya se encuentre aqu. Mientras
esperamos, le importa que le haga un par de preguntas?
Adelante. De qu se trata?
Mientras daba un sorbo a su whisky, Tono se movi en el asiento, como si se
sintiera entumecido. Prcticamente cualquier silla habra resultado pequea para su
corpulento fsico.
Los expertos que se dedican al psicoanlisis cmo explican las tendencias
sdicas y masoquistas?
Sdicas? Masoquistas?
Exacto.
No saba que le interesaran estos temas, seor Suguro respondi Tono con
una alegre sonrisa. Usted es cristiano, verdad?
S, pero tambin soy un escritor interesado en todos los aspectos de la
experiencia humana.
Por supuesto. Perdneme, no me refera a eso en absoluto. Lo que pretenda
decir era que yo le consideraba un escritor con tendencias bifilas bastante profundas.
Podra explicar eso en trminos ms sencillos? No domino la jerga mdica y
psicolgica.
Fromm, el psicoanalista, ha dividido la humanidad en dos tipos. Por ejemplo,
existen escritores que prefieren bsicamente la armona en sus vidas, una unidad
slidamente edificada. Es el caso de Mushanokoji, por ejemplo. Yamamoto Yuzo
tambin podra ser incluido en este grupo. Entre los extranjeros, tiene usted a alguien
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como Goethe. Fromm clasificaba a este tipo de escritor como bifilo, amante de la
vida. No dira usted que pertenece tambin a la categora de los bifilos, seor
Suguro?
Me temo que sera incapaz de juzgar una cosa as.
En cambio, existe otro tipo de escritor: el que posee tendencias suicidas y se
siente ms atrado por lo oscuro y por el pasado que por un futuro claro y ordenado.
Creo que Dazai Osamu encajara en ese tipo. Tales individuos son catalogados de
necrfilos.
En nuestro lxico literario les denominaramos escritores autodestructivos.
Pero, qu tiene que ver todo eso con el masoquismo?
Disclpeme. En efecto, la tipologa necrfila es lo que usted denomina
tendencia autodestructiva. Estas personas tienden al autosacrificio, a la
degeneracin y a la decadencia. A veces, cuando estas tendencias son especialmente
intensas, ponen de manifiesto un profundo deseo de volver a un estado inorgnico o
inanimado.
Qu significa eso de estado inanimado?
Freud tiene una interesante explicacin de este fenmeno. Afirma que toda la
historia del gnero humano, desde su origen hace millones de aos y durante su
desarrollo a lo largo de los siglos, se encuentra conservada en nuestras mentes
inconscientes. En otras palabras, antes de recibir la vida existimos en un estado
inanimado. La humanidad todava se siente arrastrada hacia esa existencia primordial
e incluso puede sentir nostalgia de ella. Como prueba de ello, cuando las tensiones de
nuestra vida diaria empiezan a aumentar, deseamos poder volver a un estado
inanimado. Algunas personas incluso llegan al intento de suicidio para conseguirlo.
Otras tratan de reprimir toda emocin. Como seres humanos, tenemos tendencia a
desear el regreso al estado previo al despertar de la vida prehistrica.
Y todos poseemos esas tendencias? pregunt Suguro mientras observaba el
reloj de pared. Todava dispona de diez minutos para seguir interrogando a Tono.
S, todos. Pero creo que resultan especialmente intensas en los masoquistas.
Tono expuso el asunto con tan maravillosa claridad que an sembr ms
desconcierto en la mente de Suguro. Aquella expresin de xtasis en el rostro de la
mujer de la cinta de vdeo, su cabello salpicado de cera Provena todo ello
nicamente de un deseo de regresar a sus orgenes inorgnicos? No haba algn otro
motivo ms concreto, ms terrible, oculto tras aquella expresin? El anlisis racional
que Tono haba hecho del fenmeno no poda aplicarse en absoluto a las personas
contradictorias que la seora Naruse haba descrito, en una paradoja que ella misma
consideraba misteriosa.
Al observar el gesto de insatisfaccin del rostro de Suguro, Tono solt un bufido
de descontento, y de nuevo su voz son chillona.
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Hay algo que no le guste de mi explicacin?
No, no es eso
Entonces, reflexione sobre lo siguiente: antes de nacer, dormimos en el tero
materno, no es as?
En efecto.
El feto vive inerte en el lquido amnitico, escuchando nicamente el sonido de
los latidos del corazn de la madre. El lquido amnitico tiene un color blanco
lechoso y proporciona la temperatura ambiental adecuada para el embrin. El feto
vive en ese lquido de forma espontnea, respirando por branquias como los peces;
pero entonces, de pronto, un da es expulsado de su jardn del Edn.
Expulsado?
S, es extrado del tero para salir al mundo exterior. Nosotros, los adultos, nos
referimos a ese momento llamndole nacimiento o parto, pero para el feto se trata de
una salida forzada a un mundo desconocido, atemorizador, donde debe aprender a
respirar en el aire en lugar de bajo el agua. Esta es la primera experiencia que los
humanos tenemos con la muerte y el renacimiento. As pues, el primer llanto que
surge de la boca de un recin nacido no es un grito de alegra por haber llegado al
mundo, como siempre hemos imaginado; se trata ms bien de un chillido de miedo.
Es la primera vez que oigo una teora as.
Estoy seguro de eso. En cualquier caso, el miedo que experimenta un beb
cuando deja el tero resulta extremo y queda grabado de forma indeleble en lo ms
profundo del corazn. Ese miedo nunca llega a extinguirse. Incluso cuando la persona
es ya adulta, sigue formando parte de su mente consciente. Ese miedo guarda relacin
con el temor a la muerte, y al propio tiempo tambin se transfiere a un profundo
anhelo por regresar al estado fetal, por volver a vivir en el seno del lquido amnitico.
El masoquismo sera slo una deformacin de esa ansia por regresar al tero.
Es una idea sacada de Freud?
Oh, no! Tono le dirigi una tmida mirada, pero seguidamente aadi con
cierto matiz de orgullo. Es mi teora personal.
Entonces, qu me dice del sadismo?
Tono se dispona a iniciar una nueva disertacin cuando se abri la puerta y
Kurimoto asom la cabeza para anunciar que era hora de empezar. Suguro dio las
gracias a Tono, sali al pasillo y subi los peldaos que conducan al escenario.
Cuando se acerc al estrado, la batera de focos se concentr sin piedad en su
cuerpo. Desde el atril, salud con la cabeza al pblico que se agolpaba en la sala. Dos
tercios de la audiencia que ocupaba los asientos en ligera pendiente del auditorio
eran, como Kurimoto haba dicho, amas de casa, mujeres jvenes y estudiantes, pero
no reconoci ningn rostro; lo nico que saba era que los reunidos estaban
inspeccionndole minuciosamente.
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Fingi colocar bien el micrfono mientras intentaba tranquilizarse. Se
consideraba bastante habituado a las conferencias pblicas, pero si estropeaba la
entrada no habra esperanza de enderezar la charla. Inspir profundamente, atrayendo
hacia s la atencin de los oyentes, y, poco a poco, se lanz a una explicacin de sus
propias obras.
Todo estaba saliendo bien.
No era nada patente a simple vista, pero perciba a travs de su cuerpo una
respuesta positiva por parte del pblico. Haba empezado a notar una sensacin tctil
del tipo de charla que aquellas amas de casa y mujeres jvenes y estudiantes
esperaban de l. De hecho, era probable que la mayora de sus admiradores ya tuviera
una idea aproximada de lo que dira antes incluso de llegar al auditorio.
Mientras estableca el ritmo adecuado para sus observaciones, los asistentes
empezaron a reaccionar con inters y a asentir con la cabeza. Por fin logr relajarse, y
al hacerlo empez a distinguir rostros individuales en lo que antes era una mancha
borrosa. Busc a la seora Naruse.
Una vez vino a verme un joven quejndose con amargura de ser un psimo
conversador; debido a ello, no era capaz de hacer amigos. Tiempo atrs, le habra
recomendado un libro sobre el arte de la conversacin o le habra sugerido algn otro
mtodo para mejorar su facilidad de palabra. Pero a estas alturas de mi vida, ahora
que he llegado a la conclusin de que todo tiene su lado positivo, le dira a ese joven
que aprovechara al mximo su dificultad para hablar. Y bien, a qu me refiero con
eso de aprovechar al mximo su tartamudez?
Suguro hizo una pausa y ech una ojeada general al auditorio abarrotado. Era
fundamental detenerse a tomar aliento en aquel punto para provocar cierto efecto
entre el pblico.
Me refiero a que el joven deba convertirse en un buen oyente. Si no serva
para conversar, lo nico que deba hacer era mantener los ojos fijos en el rostro de su
interlocutor y asentir con la cabeza. As el interlocutor se sentira a gusto. Tan a gusto
como me estn haciendo sentir ustedes ahora al prestarme atencin mientras les
hablo.
Una oleada de risas agit la sala. Suguro, exaltado, dirigi la mirada hacia la
puerta situada al fondo del pasillo central del auditorio. Entonces, de pronto, se puso
a parpadear aceleradamente.
El hombre estaba all. El rostro idntico al de Suguro estaba apostado cerca de la
puerta, contemplndolo con una sonrisa burlona. Era la misma experiencia que haba
tenido la noche de la entrega de premios.
La virtud de ser un buen oyente est contenida en el defecto de ser un mal
orador. Y esto no se limita slo al terreno de la conversacin. Ninguno de los defectos
que tenemos como seres humanos es absoluto. Cada debilidad contiene en s misma
El pasaje inicial de La divina comedia, que haba ledo muchos aos atrs. La
nica diferencia entre su protagonista y l eran sus respectivas edades; l ya haba
entrado definitivamente en el final del otoo de su vida. Y all haba perdido el
camino y ahora vagaba por un bosque oscuro, con el crujido de las hojas cadas bajo
sus pies
Despert al escuchar unos golpes en la puerta. Inspir profundamente, como si
acabara de salir del fondo del mar.
Qu tal se siente?
Cunto tiempo haba transcurrido? Tono, terminada la conferencia, asomaba la
cabeza por la puerta.
Me encuentro bien, gracias. Tengo que levantarme ahora mismo.
Se apresur a incorporarse. Cuando extendi el brazo para tomar la chaqueta que
se haba quitado, se not ligeramente mareado, aunque no pareca nada importante.
Es probable que haya sido un episodio de anemia cerebral. Tono estudi las
facciones de Suguro y coment con su voz chillona: Est seguro de que no se
siente agotado?
Creo que debe ser eso.
Le apetece probar un estimulante? Sac el frasco de whisky del maletn y lo
sostuvo en alto, pero Suguro lo rechaz con un gesto.
Ser mejor que vuelva a casa.
Kurimoto bajar dentro de un minuto, esprele aqu. Est buscando un coche.
Suguro permaneci sentado e inmvil durante unos momentos.
No querra abusar de su amabilidad, pero podra hacerle una pregunta? Tal vez
sea sta mi nica oportunidad de hablar con un psiclogo.
S, desde luego Pregnteme lo que usted quiera. De qu se trata?
Sabe de alguien que haya afirmado ver a otra persona que tiene su mismo
aspecto?
Que tiene su mismo aspecto? A eso se le llama doppelgnger o doble
fantasma. No es nada frecuente, pero se han presentado dos o tres informes sobre tal
fenmeno en diversos congresos mdicos. Un paciente que sufra de timpanitis cay
en un estado neurtico y empez a experimentar alucinaciones auditivas. Se vea a s
mismo tendido en el suelo ante sus ojos. Era su propio cadver cado ante l, segn
Volvi a su estudio, hundi la cabeza entre los brazos sobre el escritorio y reflexion
sobre cada uno de los comentarios de Tono. De las especulaciones de ste caba
extraer una conclusin. La figura que haba visto desde el atril poda haber sido una
alucinacin. Si no lo era, se trataba de una burda intriga perpetrada por el impostor.
Tena que ser una u otra de esas opciones. Si era una alucinacin, sera producto de
una depresin leve provocada por su edad avanzada? Suguro trat de convencerse de
ello, recordando las ocasiones en que en el pasado su estado fsico se haba
deteriorado cada vez que terminaba una obra importante. Sin embargo, tal
pensamiento le llen de insoportable tristeza.
Son el telfono. Su cuerpo dio un brinco de sorpresa. Escuch el timbre unos
instantes, e inmediatamente decidi acudir al saln.
Lo siento. Dorma?
La voz de la mujer, con su corts tono de disculpa, le llegaba sobre un fondo de
animadas voces.
Quin es?
Soy la seora Naruse. He estado en la conferencia que ha dado usted hoy.
Cuando se indispuso a la mitad pareca buscar las palabras apropiadas.
Lamento molestarle.
No, no, en absoluto Soy yo quien lamenta la escena que he organizado.
Suguro no quera que ella colgara. Dnde est usted?
En la estacin de Harajuku. Uno de los nios del hospital va a ser intervenido
pronto Tiene que hacerse las pruebas hoy. Tendr miedo si no estoy con l Se
tranquilizar con slo verme a su lado.
Suguro record la carta y se sinti desconcertado. Aquella mujer, tan preocupada
por un nio que iba a pasar por un quirfano, en otro momento poda convertirse en
una personificacin de la crueldad Su mente de escritor se puso en funcionamiento
y anhel asomarse a sus secretos, a sus rincones ms oscuros.
Podra llegarme a Harajuku para verla? Me gustara hablar con usted de la
carta
Las pruebas empiezan dentro de media hora. Le promet a Shige-chan, el nio,
que estara all sin falta.
La not impaciente. Slo pareca tener espacio en su mente para Shige-chan.
El viaje slo haba durado tres das, pero a Suguro le pareca que haba estado ausente
del estudio mucho tiempo. Cuando llegaron al aeropuerto de Haneda y vieron el cielo
invernal gris plomizo y el humo que se alzaba de las chimeneas de las fbricas, se
sinti como si le hubieran conducido de nuevo al dominio inmundo de la humanidad.
Una abundante correspondencia le aguardaba sobre el escritorio. Se mud de ropa
y fue abriendo los sobres con unas tijeras. Su esposa le miraba en silencio con una
sonrisa de gratitud por el viaje.
Te lo agradezco mucho.
Lo has pasado bien?
Desde luego. Voy a darme prisa y escribir a Tatsunosuke para contrselo todo.
Tenemos que hacer salidas como sta una vez al ao, por lo menos sugiri l
consideradamente.
Una sonrisa como un estallido de sol ilumin el rostro de su esposa. Suguro
separ la correspondencia y dej a un lado los ejemplares de cortesa de revistas y
libros; despus abri uno de los peridicos atrasados. Japn haba permanecido en
calma durante los tres das anteriores; no apareca un solo incidente importante en la
primera pgina ni en la seccin de sociedad. Ech un vistazo a la crtica mensual de
artes y a la columna de crtica de libros. Luego, pensando en escribir algunas notas de
agradecimiento por varios libros que le haban enviado, pregunt a su esposa:
Te importara traer las postales de las tallas en madera de boj que compramos
en Kyushu? Tengo que escribir unas notas de agradecimiento.
La mujer estaba pelando un caqui delante del televisor; por encima de sus
hombros, la pantalla parpadeaba, como anmica. El rostro cuadrado del maduro
presentador de las noticias de medioda ocupaba la imagen.
El cuerpo de una joven suicida ha sido encontrado hoy en Shinjuku Cuando
Haba oscurecido antes del crepsculo, tal vez debido a la contaminacin y la niebla.
Las tardes como aqulla eran tristes y solitarias incluso en las callejuelas del Kabuki-
cho; el nico sonido era la lastimera llamada del vendedor de boniatos asados. Las
luces de nen parecan borrosas y la manta que cubra las rodillas de la muchacha
estaba hmeda. Ishiguro Hia ech un vistazo al pequeo calentador metlico que se
haba colocado entre las piernas y lo gradu. En aquel momento, alguien se detuvo
No os burlis de m, os lo ruego:
soy un viejo estpido e ignorante,
ochenta aos y ms, ni una hora ms o menos;
y para ser sincero,
creo que no estoy del todo en mis cabales.
Despert. Era noche cerrada. Tras los prpados, la luz que haba aparecido en su
sueo segua presente como una vivida imagen. Nunca haba tenido un sueo igual.
Mientras se incorporaba hasta quedar sentado en el sof, se pregunt qu significara.
Haca fro, pues no se haba ocupado de conectar la estufa. Se traslad al dormitorio y
se acost vestido, sin preocuparse siquiera de ponerse el pijama que su esposa le
haba preparado.
Hacerse viejo significa ver acercarse la muerte: sa deba ser la razn de que
experimentara aquel sueo. Ser perseguido por alguien entre la niebla deba de ser
una manifestacin de su temor a verse perseguido por la muerte. Pero, y la luz? Era
acaso su deseo de como querra que fueran las cosas?
Se haba acurrucado por completo bajo la manta pero todava notaba un escalofro
que le helaba los huesos desde la base del espinazo. Lo nico cierto era que algo
haba cambiado dentro de l desde aquella entrega de premios. En alguna parte, una
mano intentaba hacerle aflojar el frreo control que mantena sobre el mundo que
haba construido para s. Esa mano pareca lanzarse a un mundo de pesadilla que
Suguro ley la nota una y otra vez, como un adolescente que hubiera recibido la
primera carta de una chica. Con el paso del tiempo, se haban confundido y
Suguro termin de leer el libro en dos das. Giles de Rais haba sido compaero
de armas de Juana de Arco, pero, segn explicaba la biografa, haba aspirado a
conseguir mediante actos de brutalidad las mismas cotas de xtasis que Juana haba
alcanzado a travs de los arrebatos msticos. Una persona slo poda alcanzar la cima
del xtasis convirtindose en santo o en vil pecador. Giles de Rais haba llegado a tal
conclusin al observar a Juana de Arco.
Poe entendi la Rabia, igual que Dostoyevski La Rabia es un arrebato que puede
apoderarse incluso de los nios Se apoderaba de los nios en el relato de T. F.
Powys La bestia cazada, que le arrancaban los ojos a un conejo que haban
capturado en las praderas inglesas; y se apoderaba tambin del seor Gidden, el
amable y pacfico prroco que les sorprenda, y, que al ver lo que haban hecho, se
volva loco de voluptuosa desesperacin. El prroco persegua a los nios, pero
los nios escaparon de sus manos y huyeron. Pero la nia no tuvo tanta suerte
El seor Gidden se arroj sobre ella. Desgarr sus vestidos La golpe, mont
encima de ella llevado por la furia, y la cogi por el cuello
Durante la lucha, el seor Gidden hubiera querido hacer lo peor que poda hacer
un hombre. Hubiera querido violarla.
Poe nos ha proporcionado un retrato muy aproximado de la Rabia en su cuento El
Est el ejemplo del joven mendigo que se encontraba en una de las dos colas
de muchachos pordioseros frente a las puertas del castillo de Machecoul.
Cuando le lleg el turno de recibir su limosna, fue invitado a entrar en el
castillo bajo la atractiva excusa de que no le haba alcanzado la carne en el
primer reparto de comida. Nunca se le volvi a ver. Tambin est el ejemplo
En otro tiempo, Suguro habra ledo un prrafo como ste con aversin; en
cambio ahora devor las frases con gran atencin, creyendo percibir entre lneas la
presencia y las palabras de la seora Naruse:
La tarde de la cita, Suguro abri la puerta acristalada que daba paso al restaurante
Shigeyoshi. Al parecer llegaba demasiado pronto: slo ocupaban el local dos
hombres con aspecto de ejecutivos, que sorban pausadamente su sake en la barra. Sin
embargo, el propietario, que estaba cortando ingredientes con un cuchillo, se apresur
a decirle que la seora Naruse le haba informado de que Suguro acudira a aquella
hora y acompa al escritor hasta una mesa del fondo del restaurante.
La mujer lleg a las seis y cinco aproximadamente, vestida con una gabardina de
color beige y lo que pareca un pauelo de cuello, italiano. Se sentaron frente a frente,
dieron unos sorbos al t que la camarera acababa de traer, estudiaron la carta e
intercambiaron unas frases triviales. No mencionaron el libro ni la muerte de Motoko.
Mientras conversaban, cuatro o cinco clientes habituales entraron en el local.
Saludaron a la seora Naruse con un gesto de cabeza, tal vez reconociendo su rostro,
y uno de ellos puso una expresin de sorpresa al identificar a Suguro.
Cuando el camarero hubo tomado nota de la cena, Suguro dijo:
Bueno
Bueno repiti ella con su habitual sonrisa.
Estas palabras fueron la seal de que era el momento de tocar el tema que ambos
saban que haban venido a tratar.
Suguro sirvi un poco de sake en la taza de la mujer.
Recib el libro y la carta.
S. La seora Naruse cerr los ojos como si fuera una paciente recibiendo
una inyeccin en el brazo.
Usted saba que Motoko ha muerto, verdad?
Kano pidi a Suguro que le esperara en la segunda planta del Tokyo Hall despus de
la reunin del comit ejecutivo del PEN Club. En una sala de esa planta servan t y
caf. Llova y, tras la ventana, quedaba a la vista el foso del Palacio Imperial.
Mientras contemplaba el foso, borroso bajo la lluvia, Suguro record el da, a
principios del invierno, en que haba recibido el premio literario. Aquel da, los
muros de piedra del Palacio tambin estaban mojados por la lluvia. Aquel da haba
aparecido por primera vez el impostor, y ahora por fin se acercaba el momento en
que podra encontrarse cara a cara con aquel hombre.
Kano dio por concluida una conversacin que haba estado manteniendo y se
aproxim a Suguro con un rostro cansado, abotargado. Vena frotndose el hombro
con la mano derecha.
Ah, maldita sea! Supongo que no hay manera de detener las olas de la
senilidad que llegan una tras otra. Pareca estar murmurando para s mismo.
Quera comentarte que el PEN Club tiene intencin de organizar algo para el funeral
de Yamagishi.
Discutieron los detalles del servicio fnebre que iba a celebrarse por el viejo
crtico, quien haba fallecido un par de das antes. Aunque ellos le consideraban
viejo, Yamagishi slo era cinco aos mayor que Kano y Suguro.
Nosotros somos el siguiente turno coment Kano de mal talante. Recuerdo
que Kobayashi Hideo me pregunt una vez si haba hecho mis preparativos para la
muerte Pero todava no he escrito nada que me permitiera morir en paz, sabiendo
que haba legado al mundo una obra satisfactoria.
As as es como nos sentimos todos. Una sola obra maestra Siempre
pienso que ser la prxima que escriba, y luego la siguiente y
Pero t eres diferente de m. T has construido una estructura literaria slida
que te es propia. En la editorial o decir a alguien que existe un grupo de diez mil
lectores que saldr a comprar cualquier novela que publiques.
No pueden ser tantos.
S, lo son. Por eso tienes que tener cuidado y proteger la imagen que tus
lectores tienen de ti. Si por alguna perversa razn decidieras echar por tierra esa
estructura Kano habl en voz baja, y de pronto volvi los ojos hacia la ventana
. Ests seguro de que no frecuentas lugares raros?
Suguro comprendi que se era el tema que deseaba tratar.
Otra vez con advertencias? No voy a ningn sitio de sos.
Ests seguro.
S.
Entonces, te creo. Pero tambin es cierto que corre el rumor de que te vieron
Intent no permitir que el asunto le inquietara, pero la cita con la seora Naruse
segua surgiendo en su mente como burbujas de gas metano. Podrs verte cara a cara
con tu doble. Slo faltaban tres das para la ocasin.
Con el transcurso de los das, su actitud ante la inminente confrontacin con el
impostor se convirti gradualmente en un sentimiento de repugnancia y un deseo de
evitar el encuentro. En el caso de que acosara al tipo exigindole explicaciones,
probablemente se limitara a poner su sonrisa burlona y murmurar alguna excusa o
dar una respuesta ambigua. Como mximo, poda arrancarle una promesa de que no
utilizara su nombre, pero no tena ningn poder para prohibirle su modo de actuar.
Entonces, cmo iba l a demostrar que no era la persona que se dedicaba a rondar
por aquellos barrios de mala reputacin?
Y por qu aquel individuo haba hecho acto de presencia precisamente este
invierno? Dnde haba estado oculto hasta entonces? Desde su llegada a escena,
haba aparecido una grieta en los cimientos que sostenan la literatura de Suguro. Y
haba afectado mucho ms que a sus escritos: tambin en su vida personal se haba
abierto una fisura. Era como si el hombre hubiera echado un mal de ojo sobre Suguro.
Record que el viejo de la obra de Thomas Mann, Muerte en Venecia, lo haba
perdido todo como resultado de su encuentro con un hermoso muchacho. Qu edad
El crujido de la silla mientras el doctor revisaba los resultados de los anlisis molest
a Suguro ms de lo habitual.
Tiene unas cifras de GPT de ciento cinco, y las de GOT han subido hasta ciento
ochenta y ocho. Yo le recomendara que ingresara en el hospital Si no toma una
medida de este tipo, puede sufrir un rpido empeoramiento.
Suguro observ la hoja de los resultados del anlisis, larga y estrecha, que el
doctor haba colocado sobre su mesa. Se senta extraamente insensible a las palabras
del doctor. Lo nico que le importaba y emocionaba era saber que cada da que
pasaba se aproximaba un poco ms al mundo en el que ahora se encontraba Kano.
se era el significado de la vejez.
Ingresar en el hospital en este momento me resultara difcil.
Pero
Har todo lo que pueda para tomarme las cosas con calma. Estudiar la
posibilidad de ingresar en el hospital despus del prximo examen.
No sentir usted ningn dolor ni molestia en el hgado hasta que ya no tenga
remedio. Cuando empiece a tener dropsia abdominal, ya estar en estado cirrtico.
Tenemos que controlar ese hgado antes de que llegue a ese punto.
Comprendo asinti el escritor, pero se mantuvo firme en su oposicin a
ingresar en el hospital.
De camino a su casa, se sent en un rincn del vagn de metro. Junt las manos
en el regazo y contempl distradamente los carteles de propaganda del vagn. Junto
a anuncios de capillas para bodas y revistas de actualidad, haba un cartel que ofreca
viviendas nicamente para personas de la tercera edad. El hombre y la mujer que
aparecan en la fotografa como pareja de ancianos eran dos actores a quienes Suguro
recordaba de su juventud. Sobre sus rostros sonrientes y felices apareca impresa en
caracteres destacados la frase Los hermosos aos de la madurez. Torpemente, trat
de pronunciar la frase entre dientes. Sin embargo, la vejez que Suguro estaba
conociendo desde la entrega de premios quedaba lejos de ser hermosa: despeda un
olor ptrido, repugnante. Era como un mal sueo oscuro y deprimente. La vejez era
algo que se ocultaba a la vista durante muchos aos y slo asomaba cuando era
avivada por los vientos que soplaban del abismo de la muerte. Suguro cerr los ojos.
Cuando regres al estudio, encontr a su esposa limpiando.
Cmo ha ido?
El examen? Me han dicho que todo est normal. Que no hay nada de qu
preocuparse.
Viernes.
La noche anterior, en las noticias de la televisin, el hombre del tiempo haba
anunciado la posibilidad de nieve, y aunque las predicciones meteorolgicas se
equivocaban invariablemente, se haba levantado un fro penetrante. Era un da tpico
para que a la esposa de Suguro le dolieran las articulaciones.
Por la maana, despus de dormir en el apartamento, se despert temprano. Cerr
los ojos e intent volverse a dormir, pero fue intil.
Impaciente, salt de la cama y, sin lavarse la cara, se refugi en su estudio. Sobre
el escritorio haba una hoja de papel en la que haba garabateado unas frases el da
anterior. Pues no hay nada oculto que no vaya a ser revelado; nada escondido que no
vaya a conocerse Si tu mano derecha te hace pecar, crtala y arrjala lejos de ti.
Pas a la cocina, verti agua caliente en la cafetera y la conect al enchufe. Luego
se ase, tom una taza de caf caliente y telefone a su esposa.
Te molesta mucho la artritis?
S, pero me he puesto unas compresas calientes en las articulaciones. Como
hoy es viernes, ms tarde me acercar por la iglesia.
No te preocupes por m. Voy a cenar con alguien de una revista.
Suguro dese que hubiera un flujo constante de visitantes aquel da. Sera
perfecto si los agentes de las editoriales desfilaban por el estudio uno tras otro; as no
tendra que pensar en lo que poda suceder al final de la jornada. Estudi la agenda y
vio que Kurimoto acudira a verle antes del medioda.
Cuando se ape del taxi, un copo de nieve roz su mejilla y fue a posarse en la manga
de su gabardina. Mientras titubeaba unos instantes frente al hotel, la nieve empez a
En el colgador del armario haba muchas perchas, y la mirilla redonda del fondo era
tan pequea que apenas poda distinguirse. Apart las perchas y aplic el ojo a la
mirilla. En esa postura, Suguro se sinti tanto el hombre que haba escrito Una vida
de Cristo y El emisario, como aquel otro hombre que se encorvaba con el mismo
gesto despreciable en los locales de strip-tease del Kabuki-cho.
En la abertura se haba instalado una lente especial, y cuando hizo girar la tapa
negra que cubra la mirilla pudo observar toda la alcoba. La cama pareca ms
prxima, como si hubiera asomado la cabeza al interior de la estancia. Incluso haba
un auricular para un aparato de escucha clandestina. Como no haba enfocado la
lente, al principio tuvo la impresin de que sobre la cama haba un objeto blanco,
pero cuando gradu el visor reconoci el cuerpo de Mitsu, tendido boca arriba. En
algn momento del lapso transcurrido, la haban despojado del sucio suter, de los
tjanos descoloridos y de la ropa interior, pero segua profundamente dormida. Se
haba quitado ella misma la ropa, o se haba encargado de ello la seora Naruse?
La plida luz de la lmpara sobre la mesilla de noche iluminaba su rostro infantil.
A Suguro le dio un vuelco el corazn al verla. El cuerpo de la muchacha era menos
atractivo de lo que haba imaginado en sus sueos. Sus muslos estaban bien
desarrollados, como en las dems chicas de su edad, pero tena unas pantorrillas
cortas, rechonchas y nada torneadas. La luz haca perfectamente visible el volumen
de sus pechos, todava no desarrollados del todo, y de los pezones de color castao
que los coronaban. Sus pechos no eran todava los de una mujer: pareca que les
faltaba madurar, con el centro todava duro. No haba exceso de carne en su
abdomen, y su ombligo era una lnea larga y fina como una ligera mella en el perfil,
como la cresta de una ola, de una duna. Mientras contemplaba sus pezones castaos y
sus firmes pechos, Suguro percibi en ellos los colores y aromas de una arboleda a
principios de primavera. Era el olor del matorral a punto de echar brotes, sin hojas
todava en las ramas. Era el aroma de la vida.
No detect ninguna sensacin de mujer o de sensualidad en el cuerpo desnudo
La seora Naruse apareci procedente del bao de la suite contigua. Suguro no supo
decir si la mujer era consciente de que la estaba viendo por la mirilla; en cualquier
caso, a ella no pareci preocuparle y se sent en la cama junto a Mitsu, acaricindole
los cabellos. Sus dedos se movan con perseverancia, como los de una madre
peinando a su hija Mitsu acab por despertarse y mir con ojos soolientos a la
seora Naruse, dirigindole una sonrisa al reconocerla. La sonrisa rebosaba de la
afabilidad y simplonera que le eran caractersticas. La seora Naruse movi los
labios, pero Suguro no escuch nada. Apresuradamente, se coloc el auricular y subi
El hielo enfangado que haba resistido en los rincones umbros hasta un par de das
antes, se haba fundido por fin bajo el brillante sol. En el saln del apartamento, con
el zumbido en los odos del aspirador que manejaba su esposa, Suguro clasific el
correo que acababa de recibir.
Desde luego soy una inconsciente. Los das de fro me deprimo hasta llegar a
pensar que el tiempo se quedar as para siempre. Pero cuando llega este calor, me
olvido completamente de los dolores en las rodillas.
T no tienes ningn problema interno de verdad como yo Vivirs muchos
aos.
Te quedars trabajando aqu todo el da?
Tengo una reunin del PEN Club por la tarde.
El PEN Club El rostro de la mujer se nubl. Cuando lo mencionas, no
puedo dejar de pensar en el pobre Kano.
Ya s a qu te refieres. La ltima vez que le vi fue a la salida de la reunin
ejecutiva
Las conversaciones con su esposa eran tan inmutables como siempre. Los
dilogos entre marido y mujer jams variaban. Suguro se pregunt cunto tiempo
continuara la farsa. Cmo le explicara las cosas a su esposa cuando Kobari
colocara su fotografa en alguna revista y todo el asunto fuera del dominio pblico?
Naturalmente, se haba resignado a aquella eventualidad. Y tena la idea
romntica de que finalmente su esposa le perdonara. Pero le dola en lo ms hondo
pensar en la conmocin, la dolorosa herida y el tormento que tendra que soportar la
mujer. Qu palabras podra susurrarle entonces?
El otro da, en la reunin de voluntarias, escuch una historia muy extraa.
Tiene que ver con los pacientes de cuidados terminales.
Suguro se puso en tensin pero fingi que segua repasando la correspondencia.
Le preocupaba la posibilidad de que su esposa hubiera hablado con la seora Naruse.
La enfermera jefe acudi a la reunin y nos cont que varios pacientes del
hospital haban empezado a morir y luego haban vuelto a la vida.
Eso es posible?
La enfermera jefe dijo que todas esas personas haban pasado por experiencias
muy similares. Justo antes de la muerte sufran fuertes dolores, y de pronto se sentan
claramente separados de sus cuerpos. Y podan ver a los miembros de su familia
reunidos alrededor del cuerpo, llorando, y al mdico en la habitacin buscando los
latidos del corazn.
No me lo puedo imaginar replic Suguro con una sonrisa, sintindose
bastante estpido. Ya haba odo aquellos relatos muchas veces. Lo ms probable era
Garabate unos instantes con su pluma, reley las frases y rompi el papel.
Escribir una carta no era modo de poner orden en el caos de su mente. Cogi otra
hoja y se sumergi de nuevo en meditaciones. Necesitaba dar salida a aquellos
pensamientos de una forma u otra.
Por la tarde acudi al Saln Tokio para asistir a la reunin ejecutiva del PEN
Club. A diferencia de Kano, l haba faltado a muchas de esas reuniones, pero ahora
que su amigo haba muerto se senta en la obligacin de asistir en honor del difunto.
La reunin ya haba empezado, y un escritor extranjero que haba asistido a la
conferencia internacional en Santiago estaba informando sobre los resultados de la
reunin. Resultaba difcil convencerse de que Kano ya no era uno de los directivos
que escuchaban el informe.
En la reunin regional se trat el tema de las matanzas de negros en
Su esposa dej de hacer punto. Alz los ojos, estudi su rostro, y finalmente dijo:
Puedo hacerte una pregunta?
Domingo.
durante la prohibicin del cristianismo en Japn, entre 1637 y 1873. (N. del t.) <<