El Paisaje - Memoria de Los Territorios
El Paisaje - Memoria de Los Territorios
El Paisaje - Memoria de Los Territorios
INTRODUCCIN
- Definir el paisaje como memoria de los territorios requiere comenzar esta ponencia con
una explicacin, aunque sea sucinta, de qu se
quiere decir con esta expresin. El paisaje puede ser entendido como la memoria de los
territorios en dos sentidos estrechamente asociados entre s:
Por un lado, est constituido por el conjunto de interacciones y dilogos con el medio que
dan continuidad y estabilidad, dentro de los cambios, a un determinado territorio. Es memoria en la
medida en que no se trata de una mera sucesin de hechos, sino de significado construido a lo largo
de tiempo, por muchas generaciones, y que puede ser objeto de interpretacin. Esto implica que
cada territorio es portador de un universo de significado, el cual puede descomponerse en los hilos
conductores o grandes tendencias que han marcado la interaccin entre el ser humano y un medio
determinado. El hoy desusado (y mal comprendido) concepto de solar expresa bien esta idea.
Por otro, el paisaje es memoria del territorio porque puede entenderse como el orden
simblico y visual, accesible a la experiencia actual y cotidiana, que expresa las claves biogrficas o
hilos conductores antes mencionados. Si adoptamos un punto de vista hermenutico puede decirse
que el paisaje es un sistema de signos que puede ser interpretado. Si, en cambio, adoptamos una
perspectiva kantiana, y se asume la distincin neta entre tica y esttica, puede decirse que existe
una dimensin tica de la esttica del paisaje (Zimmer, J., 2008).
A pesar de sus diferencias, ambas perspectivas apoyan la idea de que el paisaje puede
constituirse en indicador del desarrollo de cualquier comunidad humana, si por desarrollo se
entiende la inteligencia compartida que permite humanizar sin envilecer la superficie terrestre.
- Pero, por qu la sociedad cosmopolita occidental que, en estos momentos, admira, ama,
teoriza y piensa sobre sus paisajes ms que en ningn otro momento de su historia, destroza y
devora sus paisajes ms que nunca? La progresiva simplificacin segregadora y homogeneizadora
pero tambin complicadora (Morin, E., 2000) de las complejas realidades paisajsticas por parte
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- En el mundo rural, hasta la modernizacin del campo y sus consecuentes cambios sociales
contemporneos, el pensamiento paisajero consigue de forma natural y sin necesidad de
reflexiones academicistas ir configurando unos territorios que, adems de estar muy integrados
paisajsticamente, resultan equilibrados, porque resuelven funcionalmente bien las necesidades de
la vida cotidiana tanto en relacin con las producciones, como con la vivienda, la sociabilidad y el
confort, al tiempo que le dotan de unas fenomenologas paisajstica y arquitectnica forjadas con
diferentes compases y en periodos de tiempos largos que iran cargando de carcter afectivo a
unos espacios que no slo miran hacia dentro (el espacio privado) sino tambin hacia fuera. As
iran apareciendo y reconocindose como tales los paisajes fundantes, los escenarios simblicos, los
espacios comunes y todos los marcos referenciales a los que atenerse en la vida cotidiana. En
definitiva, espacios histricos, relacionales e identitarios o lugares (Aug, M., 2001) que son frutas
maduras de la inteligencia compartida y que mantienen su anonimato y su silencio, porque no
necesitan ser explicitados como signos de identidad ni en su carcter de entorno, ni de paisaje, ni de
arquitectura, pero que van adquiriendo consistencia existencial y creando lazos cada da ms fuertes
porque anan, sin pretenderlo, la coherencia de un hacer con la emocin de saberse inmerso en
sitios con identidad y fisonoma propia, pero, sobre todo, conocidos, familiares y arraigados.
El desarrollo pausado, lento y silencioso, con unos compases medidos y sin alharacas, al
dictado de unas necesidades sociales cotidianas, cercanas y no especuladoras, demuestra ser
inteligente en cuestiones formales y organizativas. Al margen del conocimiento legal y experto, pues
no sabe de normas subsidiarias ni de planes parciales ni generales ni de leyes sino de costumbres, ni
de ttulos acadmicos sino de saber acumulado, el pensamiento paisajero da muestras de un sentido
comn y de una inteligencia compartida que se revelan como frmulas eficientes de adaptacin al
medio por el mtodo de prueba y error, y la acumulacin de habilidades, destrezas y experiencias.
Los compases de aquel natural pensamiento paisajero compusieron equilibrio, personalidad e
identidad; las atolondradas prisas del urbanismo especulativo y prolptico que alarga el futuro y
encoge el presente (Sousa Santos, B., 2005) producen caos, banalidad y desarraigo. Pero la
diferencia entre ambas formas de hacer locus no se encuentra slo en la velocidad y en la dimensin
de los cambios, sino en el reconocimiento previo de sus compases y de sus escalas pertinentes, de
manera que dichos cambios no sern mejores porque sean ms lentos o ms rpidos o porque sean
ms grandes o ms pequeos, sino porque sepan adaptarse o romper el comps pertinente en
decisiones conservadoras o arriesgadas, pero rigurosas y coherentes sin producir zozobra,
desconocimiento y banalidad.
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La paradoja es que la ciudad no slo expande sus bordes y periferias, sino que hace
proliferar sus centros que compiten entre s, al tiempo que sus caracteres seminales de urbs, civitas
y polis se ven mermados en una promiscuidad territorial tal que no hay lugar para su delimitacin
clara: frente al conocido modelo christalleriano de crecimiento en mancha de aceite (centro urbano
y periferias urbanas, suburbanas y rururbanas) la ciudad hoy explosiona y salta hacia espacios
alejados, dando lugar a metforas explicativas y sugerentes como las de metstasis (Naredo,
J.M.,2000), segunda piel (Fernndez Durn, R., 2004) magma city, pantpolis, edge city, ciudad
canbal, heterpolis, ciudad difusa, ciudad dispersa, ciudad hojaldre (Gaja, F., 2004; Garca
Vzquez, C., 2004; Capel, H., 2003; Benavides, J., 1999) y a dos conceptos, con distintos orgenes
epistemolgicos pero bastante aceptados como definidores de aquellas nuevas realidades:
Postmetrpolis (del gegrafo E. Soja, 2000) y Metpolis ( del socilogo Ascher, F., 1995).
1. Las que hacen referencia a paisajes concretos y alejados entre s, pero en los que
coincide su carcter de ecotnicos o fronterizos fsica, histrica o
culturalmente, generando en ellos connotaciones identitarias especialmente ricas
y dinmicas:
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Jos Antonio Perales presenta al Pirineo Occidental como escenario de fiestas y rituales
transfronterizos que contradicen y, a su vez enriquecen, la divisin histrica del Estado
moderno. Por otro lado, lo examina a travs de las estrategias desarrolladas por las
comunidades del valle frente a la modernizacin y redistribucin del espacio por parte del
Estado central en un contexto de despoblacin y abandono, analizando qu es lo que unas
generaciones recuerdan y olvidan y transmiten a otras en lo que denomina lecciones de
supervivencia. En estos escenarios y estrategias los paisajes se narran y representan de una
determinada manera, que va variando a lo largo del tiempo. Las guerras, las ocupaciones
militares, los embalses o la incorporacin a la Unin Europea de Francia y Espaa son hechos
histricos que van dando forma al sentido de lugar de la frontera y que provocan variaciones en
las narraciones y en las representaciones visuales de esos paisajes.
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para analizar e integrar las percepciones locales de los Paisajes de Inters Patrimonial de
Andaluca, ejemplificando diferentes casos del territorio andaluz.
Martn Lopo da cuenta de las tensiones en la representacin del desierto verde (fruto de la
tecnificacin agrcola de la globalizacin) como paisaje articulador de la identidad de la
Pampa argentina. En tal representacin el autor lee una manipulacin del patrimonio
histrico-cultural y natural, pues polticamente se apela a un imaginario paisajstico que en
realidad no da cuenta de las particularidades histricas locales sino que legitima los intereses de
la produccin agrotecnificada manejando a su inters las representaciones del paisaje y de la
historia para generar aparentes consensos sociales. En funcin de todo ello, algunos grupos
sociales y paisajes han logrado alzarse como originarios y otros han quedado relegados de la
memoria en un proceso que tiene ms que ver con la globalizacin econmico-productiva que
con la pluralidad identitaria originaria y real.
Karina Borja entiende que el paisaje es un concepto complejo pero, sobre todo, vivo, que
pertenece a los que lo habitan, trabajan, descansan en l o simplemente lo atraviesan. A partir
de esta premisa analiza el barrio de San Isidro del Inca en Quito como un lugar habitado por
poblacin indgena originaria, campesinos migrantes y por mestizos netamente urbanos en el
que pueden leerse tensiones socio econmicas entre lo rural y lo urbano, lo marginal y lo
cntrico. Para la autora un rito como la yumbada, transmitido de generacin en generacin,
pone de manifiesto que las culturas originarias andinas todava existen y resisten en el paisaje
intercultural del barrio. A travs de este rito, y su correspondiente mito, la autora defiende
cmo la historia es reconstruida, redefinida y reactualizada mediante una forma especial de
significar el espacio que le rodea pues rememora la relacin entre los pobladores de tierras altas
y bajas de ese territorio.
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Isusko Vivas, Ana Arniz, Javier Elorriaga, Teresa del Valle, Xabier Laka y Javier Moreno son
miembros de un grupo de investigacin multidisciplinar que entiende la escultura como tcnica
que eleva a valor antropolgico determinadas experiencias estticas. Desde esa premisa
proponen recuperar la experiencia sensible del paisaje urbano a partir de la creacin artstica
invitando a la reflexin sobre el potencial de la escultura, la monumentalidad de insercin
lenta y el concepto de espacio intersticial. No es una nocin nueva, pues autores como Robert
Smithson, Richard Serra o Gordon Matta-Clarck ya lo han ensayado exitosamente, pero ante
una arquitectura y urbanismo postmodernos, repletos de urgencia y propaganda, los autores
piensan que se hace necesario recuperar el papel de la lentitud y la reflexin de la forma y los
espacios de transicin urbanos, ya que dotan a su hbitat de gran intensidad espacial. Para los
autores, en un mundo regido por las redes de comunicacin e informacin, la banalidad y el
consumo, es imprescindible la investigacin urbanstica para trabajar el arte desde sus
dimensiones educadoras de tal manera que aumente la intensidad de la experiencia espacial a
travs de una intervencin escultrica pausada y sensible, creadora de paisaje urbano.
Eneko Lorente interpreta la mirada flmica sobre la ciudad como una forma de representacin
que ha contribuido sustancialmente a construir su imaginario. Las imgenes del cine no son
unidireccionales sino que interpelan a la ciudad de manera compleja pues muestran y exhiben
unas realidades icnicas mientras que otros espacios y escenas urbanas son ocultos, olvidados o
reinventados en una lectura interpretativa de lo que es la ciudad y sus prcticas sociales. En la
bsqueda de su mirada particular, el cine ha dado testimonio de la arquitectura moderna (los
rascacielos, la fbrica, el ferrocarril) y de los procesos de destruccin y reconstruccin urbanos
posteriores indagando en sus tensiones y desgarros a travs de la imagen. Para el autor, la
mirada flmica supone un campo privilegiado para plantear interrogantes sobre los procesos
contemporneos producidos por una revitalizacin urbana posmoderna que entiende la ciudad
como espacio de oportunidad en un mercado global. En suma, el cine lee la ciudad y la convierte
en paisajes con memoria transformados en iconos, siendo capaz de revitalizar unos espacios
pero tambin de ocultar u olvidar otros, ofreciendo claves a su vez al espectador para que vuelva
a interpretarlos la ciudad.
Imanol Iraola piensa sobre cmo y cundo los ciudadanos van haciendo suya la ciudad,
convirtiendo los lugares en sitios particulares de cada persona. En especial pretende analizar los
espacios urbanos que denomina destruidos, es decir, aquellos que estn sin remodelar en las
ciudades post-industriales: instalaciones portuarias abandonadas, entornos industriales,
chimeneas, gras, bloques de viviendas obsoletos de hormign y ladrillo cara vista. La ciudad
industrial para l tena la fuerza de generar lugares, topoflias y topofobias. Poniendo como
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ejemplo la Baha de Pasajes (Gipuzkoa) el autor reflexiona sobre los conceptos de lugar y
espacio y sobre las gentes que se mueven alrededor del paisaje de la Baha. Para l la ciudad
industrial desaparece velozmente y sus lugares vividos se apagan y se desvanecen. El autor
reivindica volver los ojos a aquella ciudad industrial para, sin necesidad de caer en un
conservacionismo extremo, ser respetuosos con aquel patrimonio.
Al finalizar la sesin se aprueban entre todos los presentes las siguientes conclusiones:
1) El paisaje no es una realidad ambigua sino compleja y paradjica que necesita de lecturas
complejas que muestren sus dialcticas (objetivo/subjetivo, amado/devorado,
natural/cultural, disfrute comn/apropiacin privada).
2) El paisajismo moderno es una aproximacin eurocntrica y elitista. Hay que caminar hacia
una comprensin de las miradas al paisaje desde otras culturas como la original china o las
precolombinas.
5) En los paisajes urbanos es fundamental hoy el papel del arte como creador de valores
aadidos y segn algunas de nuestras comunicaciones:
El cine es un medio muy dotado para comprender la ciudad como realidad compleja y en
proceso pero necesita de apertura y compromiso para no opacar o edulcorar ciertas realidades
sociales, difcil pero necesariamente, formalizables por imgenes cinematogrficas.
6) Aunque decadentes, los paisajes post-industriales son patrimonios de las personas que los
configuraron y los habitan. Por ello, los procesos de remozamiento o rehabilitacin de los
mismos deben respetar las historias, las vidas, los intereses y las afectividades de dichas
personas.
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Estos paisajes urbanos y rurales se pueden leer de adelante hacia atrs o de atrs hacia
adelante: memorias que dan sentido al paisaje o lo ponen en cuestin, o paisajes que fundan
memorias o que ponen en cuestin las memorias. En cualquier caso, nuestros objetos de trabajo son
los territorios, las ciudades y los pueblos con sus paisajes. Independientemente de qu leamos antes
si el paisaje o la memoria, el sugerente tndem ha de ser coherente, respetuoso, cohesionador y,
sobre todo, esperanzador. Desde aqu apostamos por un territorio y unos paisajes rurales y urbanos
dinmicos, pero cuyos cambios se basen en el necesario reconocimiento de compases y escalas
que consciente y sabiamente pueden conservarse o superarse pero nunca en la indolente
inmediatez y en la torpe irreflexin y mucho menos en la devoradora especulacin. En definitiva,
estamos preconizando el uso correcto de la inteligencia compartida que el natural y genuino
pensamiento paisajero ha ido legando a cada comunidad como memoria que es fruto de procesos
de consenso y de diferentes compases propios y meditados. Para terminar concretando, planteamos
cuatro perspectivas desde las que puedan ser recobradas o revitalizadas las propias memorias de los
territorios, de sus ncleos, de sus ciudades y de sus paisajes:
2. El territorio y el tiempo.
Como cualquier ser vivo, el territorio y sus paisajes tanto rurales como urbanos-
envejecen. Una gestin inteligente de territorios y paisajes ser aquella que reconoce y sabe aplicar
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sus propios compases que, en su necesario y continuo proceso de remozamiento, a veces respeta y
otras veces rompe consciente y arriesgadamente. Por otro lado, un territorio inteligente en la
gestin del tiempo ser tambin aquel que, desde su propia morfologa, sepa responder
adecuadamente a los diferentes tiempos de su ciudadana: tiempo de los nios, tiempo de los
paseantes, tiempo de los ejecutivos y productores, tiempo de los mayores, tiempo de los cuidados.
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