La Muerte, La Lepra, La Locura... ¿Y La Peste
La Muerte, La Lepra, La Locura... ¿Y La Peste
La Muerte, La Lepra, La Locura... ¿Y La Peste
Las razones de esta extraa desaparicin (p. 16), apenas esbozadas por
Foucault, 1 no tienen en su exposicin la preponderancia que de hecho s
concede a las consecuencias de su retirada y al legado ella habra dejado
abandonado.
Lo que durar ms tiempo que la lepra, y que se mantendr en una poca en la cual,
desde muchos aos atrs, los leprosarios estn vacos, son los valores y las imgenes
que se haban unido al personaje del [16] leproso; permanecer el sentido de su
exclusin, la importancia en el grupo social de esta figura insistente y temible, a la
cual no se puede apartar sin haber trazado antes alrededor de ella un crculo
sagrado. (pp. 16-17)
1 Extraa desaparicin es sta, que no fue lograda, indudablemente, por las oscuras prcticas de los
mdicos: ms bien debe de ser resultado espontneo de la segregacin, as como consecuencia del fin
de las Cruzadas, de la ruptura de los lazos de Europa con Oriente, que era donde se hallaban los focos
de infeccin (p. 16).
2 Aun cuando su redaccin definitiva haya sido establecida entre los siglos VI y IV a. C.
1
Y el sacerdote mirar la llaga en la piel del cuerpo; si el pelo en la llaga se ha vuelto
blanco, y pareciere la llaga ms profunda que la piel de la carne, llaga de lepra es; y
el sacerdote le reconocer, y le declarar inmundo. (Levtico 13:1-3. Reina-Valera
1960).
3 Otras denominaciones de la patologa a lo largo de la historia han sido: leontiasis, lepra leonina,
lepra de la Edad Media, lacera, mal rojo de Cayena, enfermedad de Crimea, mal de San Lzaro, etc.
4 Y le respondi Jehov: Ciertamente cualquiera que matare a Can, siete veces ser castigado.
Entonces Jehov puso seal en Can, para que no lo matase cualquiera que le hallara (Gnesis 4:15.
Reina-Valera 1960). El destacado es mo.
2
Es en consideracin a esta ominosa condicin de la lepra, que tanto ella
como las medidas de control se encuentre altamente ritualizada en la Edad
Media.
3
de Lyon (583 d. C.), pero ser casi cinco siglos ms tarde que dichas
instituciones literalmente cubrirn todo el territorio de la cristiandad, llegando
a contabilizarse en el siglo XIII un total cercano a los 19.000 lazaretos (2.000
de los cuales funcionaban slo en Francia).
Al final de la Edad Media, la lepra desaparece del mundo occidental. En las mrgenes
de la comunidad, en las puertas de las ciudades, se abren terrenos, como grandes
playas, en los cuales ya no acecha la enfermedad, la cual, sin embargo, los ha dejado
estriles e inhabitables por mucho tiempo. Durante siglos, estas extensiones
pertenecern a lo inhumano. Del siglo XIV al XVII, van a esperar y a solicitar por
medio de extraos encantamientos una nueva encarnacin del mal, una mueca
distinta del miedo, una magia renovada de purificacin y de exclusin. (p. 13)
Pero si la lepra se retira de Europa -ms all de las razones bosquejadas por
Foucault-7 es porque otro mal, muchsimo ms violento y mortal, le arrebata
intempestivamente sus vctimas. Desde el siglo XIV es la muerte negra la que
asola ferozmente a la cristiandad.8
4
En prcticamente todos sus aspectos la peste difiere de forma radical de
la lepra: su sintomatologa es diferente, la velocidad con que se propaga en el
enfermo y entre la poblacin tambin es diametralmente distinta, al igual que
sus ndices de mortalidad. 9 Y lo mismo ocurre con sus representaciones
simblicas y percepciones sociales respectivas.
vaciado; un solo cementerio acogi once mil cadveres en seis semanas; la mitad de los habitantes, se
informa, falleci, entre ellos nueve cardenales un tercio del total, y setenta prelados de categora
inferior. La visin de la interminable procesin de carros fnebres atiz la normal exageracin de los
cronistas, quienes cifraron el censo de defunciones avionesas en sesenta y dos mil (hubo alguno que
anot ciento veinte mil), a pesar de que la poblacin total de Avin no llegara probablemente a
cincuenta mil almas.
Repletos los cementerios de la ciudad pontificia, hasta que se recurri a las fosas comunes, los
cadveres se lanzaron al Rdano. En Londres, las fosas sumaron tantas capas de cuerpos que
rebosaron. Los documentos de todas partes cuentan que los apestados fallecan demasiado aprisa
para que los vivos pudieran sepultarlos. (Tuchman, B.: Un espejo lejano. El calamitoso siglo XIV, pp.
?)
9 La peste negra que arras Europa durante los siglos XIII y XIV present tres variaciones o cuadros
clnicos claramente diferenciables: bubnica (cuya mortalidad oscilaba entre el 40 y el 90 por ciento de
los casos); pulmonar (que mataba a 9 de cada 10 enfermos); y la variante septicmica, la ms funesta
de las formas clnicas, que era mortal en el 100 por ciento de los casos). Ver Carreras Panchn, A.:
Aspectos mdicos, en La peste negra, VV. AA., Cuadernos de Historia 16, Espaa 1985, p. 7.
10 La lepra presenta un desarrollo sintomatolgico ms bien lento en comparacin a la peste aunque
millones (segn Bennet) y cincuenta y dos millones (segn Russell). Rondaran entre los setenta y
tres millones (para Bennet) y ochenta y cinco millones (para Russell) en vsperas de las grandes
epidemias. Hacia 1350, el nmero de habitantes, segn Bennet, haba disminuido a cincuenta y un
millones. El descenso, aunque de forma menos acusada, proseguira en los aos siguientes, hasta
alcanzar en 1400 los cuarenta y cinco millones. Para Russell serian cincuenta y dos millones en esta
5
La peste suscit entonces un pnico radical, universal y literalmente
apocalptico12. Las villas, comarcas y poblados se vaciaron y muchas de ellas
simplemente desaparecieron para siempre,13 fuera porque la enfermedad haba
arrasado con su poblacin14 o porque sus habitantes huyeron en desbandada a
ocultarse entre los bosques o dems reas desiertas, tal como hicieran los
acomodados jvenes del Decamern de Boccaccio.
ltima fecha. En cualquier caso se tratara de una cifra sensiblemente inferior a la de comienzos de la
centuria. (Mitre Fernndez, E.: La epidemia arrasa Europa, en La peste negra, op. cit., p. 15-ss).
12 [] el siglo XIV sufri, en palabras de un contemporneo, tantos extraos y grandes peligros y
adversidades []. Se encontraban las huellas de los cascos de jinetes que no eran cuatro, como en la
visin de san Juan, sino siete: plaga, guerra, impuestos, bandidaje, mal gobierno, insurreccin y cisma
en la Iglesia. (Tuchman, B., p. ?) El destacado es mo.
13 En territorio alemn, el gran nmero de despoblados habla por s solo de la gran cantidad de
localidades de las que, despus del siglo XIV, slo se conserv el nombre. El 40 por 100 de los pueblos
entre el Weser y el Elba desaparecieron. (En Turingia, de 179 lugares habitados en la Alta Edad Media,
146 haban desaparecido en 1600.) [] En algunas zonas como Alsacia, a la peste se uni la
emigracin a las ciudades como coadyuvante en el despoblamiento campesino. En el medio urbano,
[la poblacin] disminuy hacia 1350 hasta un 50 por 100 (Mitre, E. op. cit., p. 16).
14 En el caso de la poblacin francesa, esta era en torno a 1400 entre un tercio y la mitad inferior a la
20 de cada 100 habitantes; y en Escocia durante los aos 1349 a 1362 la poblacin habra muerto un
tercio de la poblacin. Ver (Mitre, E. op. cit., p. 14).
6
fracaso para la casta seorial que las emprendi y financi.
16 En la relacin campo-ciudad, esta ltima parece haber tenido tambin el dudoso privilegio de
verse ms afectada por la plaga. [] La mayor concentracin de poblacin favorecera, lgicamente,
el contagio. En funcin de ello, las comunidades monsticas fueron particularmente golpeadas. En
Inglaterra [] el nmero de monjes y cannigos regulares en la segunda mitad del siglo XIV haba
disminuido un tercio en relacin con la centuria anterior. Los centros religiosos femeninos no
sufrieron menos, como el convento de Wothorpe, en las cercanas de Stamford, casi arrasado por la
peste y cuya comunidad -reducida a una sola monja- hubo de ser disuelta (Mitre, E. op. cit., p. 14).
17 Vase supra, p. ?.
7
la sociedad de la poca, pero especialmente respecto de quienes reclamaban ser
sus legtimos representantes. De ah la rpida difusin y acogida que alcanzaron
las columnas de Flagelantes que atravesaban Europa a partir de la segunda
mitad del siglo XIV.
18 En 1315, despus de lluvias tan incesantes que se compararon al diluvio bblico, las cosechas
fallaron en Europa entera, y el hambre, el jinete negro del Apocalipsis, se hizo familiar a todos. La
anterior expansin de la poblacin haba sobrepasado la de los frutos del campo, y la gente estaba
desnutrida y ms expuesta al hambre y la enfermedad. Se habl de personas que haban comido a
sus hijos, de pobres polacos que devoraban cadveres arrebatados a los patbulos. En los mismos
aos hubo un contagio de disentera. Aparecieron intermitentes hambres locales despus de la gran
hambruna de 1315-1316.
Los actos humanos, no menos que el cambio de clima, indicaron que el siglo XIV haba nacido para
el dolor. (B. Tuchmann, p. ?).
Vase tambin Dante, Infierno, Canto XXXIII, donde se narra la terrible historia de Ugolino della
Gherardesca, quien, vctima del hambre, habra acabado por devorar a sus propios hijos, con quienes
haba sido encerrado.
19 El famoso Atentado de Anagni o Ultraje de Anagni (v. Dante, Purgatorio, Canto XX), tuvo
menoscabar su nobleza. Por ejemplo, podan vender el vino obtenido de sus viedos? [] Honor
Bonet, clrigo del siglo XIV, que intent en su rbol de batallas la hazaa de exponer los cdigos de
conducta militar existentes, aclar el quid del problema. El motivo de que se prohibiera la actividad
comercial, escribi, era asegurarse de que el caballero no se sentir impelido a renunciar al ejercicio
de las armas por el deseo de acopiar riquezas mundanales (Tuchman, p. ?).
8
cada vez ms dependiente de los prstamos que la comprometan con la
burguesa financiera21).
21Situacin que llegara a su paroxismo cuando dos siglos ms tarde el banquero alemn Jakob
Fugger, financiara directamente nada menos que la campaa que hizo de Carlos I, rey de Espaa,
Carlos V, emperador del Sacro Imperio Romano Germnico (1520).
9
subir los salarios (calculados en granos) de manera tan exagerada, que no hizo
ms que azuzar la llama de hedonismo en el que se consuman los frgiles restos
del orden feudal que an luchaba por mantenerse en pie mediante la
promulgacin de ciertas leyes de pobres y algunas reglas suntuarias, a efectos
de proteger de los nuevos advenedizos aquellos signos diferenciadores en los
que sostena su status.
As fue que se regul la clase de telas que la gente deba usar, cunto poda
gastar en ropas, la cantidad de trajes o vestidos que poda tener, y los bordados
que poda solicitar sin incumplir las leyes que progonaban por todos los reinos:
En Inglaterra, segn una ley de 1363, un mercader con mil libras esterlinas tena
derecho a la misma indumentaria que un caballero con quinientas, y uno con
doscientas a la misma que un noble con cien. En este caso, la riqueza doble
igualaba a la nobleza. Se efectuaron tambin intentos para reglamentar cuntos
platos deban servirse en las comidas, qu vestidos y lienzos formaran el ajuar
de una novia, y cuntos msicos intervendran en una boda. La pasin de precisar
y estabilizar la identidad social oblig a las prostitutas a llevar vestidos con
franjas o vueltos del revs. [] Haba tanto atrevimiento entre los plebeyos,
escribi el cronista ingls Henry Knighton, en rivalizar con su prjimo en
indumento y adornos, que a duras penas se distingua al pobre del rico, al criado
del amo, o al sacerdote de los restantes hombres. [] Los alguaciles florentinos
abordaron a las mujeres en la calle para examinar sus vestidos y entraron en las
casas para registrar los roperos, con resultados con frecuencia espectaculares:
tela de seda blanca jaspeada y bordada con pmpanos y uvas encarnadas, una
jaqueta con rosas blancas y rojas sobre fondo amarillo plido, y otra de pao
azul con lirios blancos, y estrellas y brjulas blancas y encarnadas, y con franjas
transversales blancas y amarillas, forradas de pao rojo con bandas, como si el
propietario tratara de comprobar hasta dnde poda llegar en su osada.
(Tuchman, p. ?)
10
finalmente se les unan los labriegos, en una danza universal que iguala a todos
los hombres en su mortalidad, independientemente de su estatus y de su
condicin. De ah, el carcter de profunda -y, al mismo tiempo, sofisticada-
crtica social de este gnero artstico.
Antes de que pase mucho tiempo, costar trabajo descubrir sus huellas; tan slo
algunas pginas de Sade y la obra de Goya ofrecen testimonio de que esta
desaparicin no es un hundimiento, sino que, oscuramente, esta experiencia
trgica subsiste en las noches del pensamiento y de los sueos, y que en el siglo
XVI no se trat de una destruccin radical sino tan slo de una ocultacin. []
Es esto lo que han revelado las ltimas palabras de Nietzsche, las ltimas visiones
de Van Gogh. Es ella, sin duda, la que, en el punto ms extremo de su camino, ha
empezado a presentir Freud; son esos grandes desgarramientos los que l ha
querido simbolizar por la lucha mitolgica de la libido y del instinto de muerte.
Es ella, en fin, esta conciencia, la que ha venido a expresarse en la obra de Artaud,
en esta obra que debera plantear al pensamiento del siglo XX, si ste le prestara
atencin, la ms urgente de las preguntas, y la que menos permite al investigador
escapar del vrtigo, en esta obra que no ha dejado de proclamar que nuestra
cultura haba perdido su medio trgico desde el da en que rechaz lejos de s a
la gran locura solar del mundo, los desgarramientos en que se consuma sin cesar
la vida y muerte de Satn el Fuego. (Buscar cita)
11
de experenciar y representar la muerte, debido principalmente al violente
influjo y arrebato producido por la peste negra en el siglo XIV.
12
atrapante, que Foucault cuidar que se convierta en caracterstica de sus
libros publicados (citar esos comienzos a pie de pgina).
Durante tanto tiempo convivi Occidente con la lepra, que tuvo tiempo
de construirle y asignarle sus propios espacios; pudo establecer cuerpos
legales al respecto; fijar formulas y ceremonias que ritualizaban el gesto
de la expulsin; etc. Incluso, tuvo el tiempo de poder levantar una ley de
13
nulidad del matrimonio en caso que uno de los cnyuges contrajera la
enfermedad, legislacin que estuvo vigente por ms de 500 aos.
Por lo pronto, est todo una red inmensa de lazaretos espacidos por
Europa, que en el siglo XIV habra alcanzado los 19.000 recintos. Esos
espacios se abandonarn, pero slo por un tiempo, ya que al poco tiempo,
la sociedad de la poca les encontrar una nueva funcin; que en realidad
sera la misma funcin de exclusin o, ms bien, de inclusin en la
comunidad mediante el rito que inviste a la exclusin, pero ahora ejercida
sobre nuevos sujetos:
14
ladrn, y veremos qu salvacin se espera de esta exclusin, tanto para
aquellos que la sufren como para quienes los excluyen. Con un sentido
completamente nuevo, y en una cultura muy distinta, las formas
subsistirn, esencialmente esta forma considerable de separacin
rigurosa, que es exclusin social, pero reintegracin espiritual. (p. 18)
15
y que bsicamente consistan en ponerla a una distancia segura para la
comunidad; la sfilis ingresar al mbito de lo mdico, ser reconocida
como una enfermedad que requiere, ya no de una ritualidad ni de dispensas
sacerdotales, sino de terapias mdicas. Independientemente de los juicios
morales que caen sobre los venreos, su enfermedad pasa a ser percibida
como un problema de carcter mdico.
16
del leproso. Sino que, luego de un brote de sfilis que provoc una enorme
mortalidad a finales del siglo XV, los veneros pasan a ubicarse en el mbito
de lo mdico y de la teraputica. Por eso, no es en la sfilis y en la
experiencia de los venreos donde debe buscarse la verdadera herencia
de la lepra, sino en un fenmeno bastante complejo, y que el mdico
tardar bastante en apropiarse (p. 20). Ese fenmeno, nos dice Foucault,
es la locura (p. 20)
17
o da cuenta de la permanencia en sordina de una determinada estructura,
cuya continuidad, que simplemente atraves un largo momento de latencia
(p. 20), es decir, sin haber nunca desaparecido realmente, vuelve o se
hace nuevamente evidente?
23Heidegger que tuvo como alumno a Uexkel y que conoci el trabajo del bilogo, dar el nombre
de das Enthemmendfe (el desinhibidor) a lo que Uexkel llamaba como portador de significado
[Citar Agamben].
18
Pero que la locura ocupe luego de casi dos siglos los espacios
abandonados por la lepra y pase a ser percibida, ritualizada y tratada a
partir de las mismas formas y frmulas, con que la lepra fue excluida
durante toda la Edad Media: implica acaso que la lepra y la locura jams
fueron contemporneas? Qu la locura testa de la lepra precisamente por
qu la sucede? Y, por lo tanto podramos establecer aproximativamente la
fecha de emergencia de la locura en occidente: casi dos siglos despus
de la desaparicin de la lepra? Continuidad relativa, latente, del
fenmeno de la lepra, por una parte, y nacimiento de la locura en Occidente,
por otra?
Dicho esto, Foucault pasar a referir las figuras esenciales (p. 20),
19
aquellas grandes experiencias del Renacimiento a las que la locura
haba estado aunada (p. 20); y de las que ser primero para ser
reubicada y convertida en legataria de la lepra en el nuevo orden de la
Razn que establece la poca clsica.
[Desarrollar idea]
Es esta presencia, con algunas de sus figuras esenciales, lo que ahora debemos recordar de manera
24
20
estas embarcaciones habran tenido una existencia real, y se habra surcado
los ros renanos a finales del siglo XV y comienzos del XVI, transportando
sus cargamentos de insensatos de ciudad en ciudad. Existencia real,
entonces, de estas naves, que, a la vez, simbolizaban a la perfeccin el
carcter errante de la existencia ordinario de los locos en aquella poca.
21
exterior, e inversamente. Posicin altamente simblica, que seguir
siendo suya hasta nuestros das, con slo que admitamos que la fortaleza
de antao se ha convertido en el castillo de nuestra conciencia. (p. 25)
22
condenatorios del orgullo o de la falta de caridad, ni tampoco al olvido
de las virtudes cristianas, sino a una especie de gran sinrazn, de la cual
nadie es precisamente culpable, pero que arrastra a todos los hombres,
secretamente complacientes. La denuncia de la locura llega a ser la forma
general de la crtica. (p. 28)
Pero, Si la locura arrastra a los hombres a una ceguera que los pierde,
el loco, al contrario, recuerda a cada uno su verdad (p. 29). Por lo tanto,
el carcter escatolgico de la locura, se reduce en el loco, personaje
principal de la comedia como gnero teatral, al engao individual y de los
otros, pero en una serie de ancdotas, que slo atae a los hombres y a los
enredos de sus asuntos, sus errores y engaos. [Citar La vida es sueo].
Desde ah hay slo un paso para que los humanistas hagan de la locura del
loco una herramienta de crtica moral y social, de denuncia de la sinrazn
de los hombres.
23
As, el loco retorna del exilio, de su existencia en los mrgenes, para
aparecer en el centro de una escena armada por y para la razn y la crtica
que a partir de ella se realiza. Pero este retorno del loco implica que las
verdades trgicas de la existencia que eran propias a la locura y sus
representaciones visuales, son despotenciadas, la crtica humanista se
encarga de excomulgar a la tragedia, de disolverla en la propia humanizacin
de la locura, en donde sta se ve convertida en mero error y engao, que
si bien puede engaar a los hombres, no engaa a la razn, que acabar
emplendola como uno de sus instrumentos para la crtica.
Pero aqu cabe hacernos una pregunta: son estos realmente imgenes de la
locura o corresponden a un imaginario relativo, ms bien, a la muerte?
24
traducido a un varias otras lenguas [ir a ver copia en Biblioteca Nacional.
Doc descargado]. Adems, en los ltimos aos del siglo, Bosco compone
su Nave de los locos El Elogio de la locura es de 1509. El orden de
sucesin es claro. (p. 30)
Pero no queda del todo claro en que es claro este orden efectivamente,
acaso, la locura toma el relevo de la muerte como tema central de las
representaciones? Qu tan fehaciente es el universo muestral del que toma
los casos que confirma la diacrona propuesta por Foucault? Qu nos dice
respecto de este asunto la historia del arte?
Es aqu que Foucault introduce una diacrona, e indica que a finales del
siglo XV, esta gran inquietud gira sobre s misma (p. 32): la muerte ya
no espanta ni horroriza, la muerte ya no es algo serio porque nada en el
mundo ni la propia existencia lo es: no es que las personas hayan olvidado
que han de morir (memento mori), sino que morir los tiene sin cuidado,
porque todo en el mundo se ha vuelto un sinsentido: el espritu de los
25
tiempos re con la risa de los locos y no con la solemnidad mrbida relativa
al cadver y sus exequias respectivas.25 La vida se disfruta (carpe diem)
porque se ha confundido con la muerte o, al menos, ha desaparecido su
distincin radical:
A partir del siglo XVI, e incluso a fines del xv, los temas de la
muerte se cargan de un sentido ertico. As, en las danzas macabras
ms antiguas la muerte apenas si rozaba lo vivo para sealarlo y
designarlo. En la nueva iconografa del siglo XVI, lo viola.26 Entre
los siglos XVI y XVIII, innumerables escenas o motivos en el arte y
la literatura asocian la muerte con el amor, Tnatos con Eros: temas
ertico-macabros o directamente mrbidos que dan fe de una complacencia
extrema en los espectculos de la muerte, del sufrimiento, de los
suplicios. Verdugos atlticos y desnudos arrancan la piel de San
Bartolom. Cuando Bernini representa la unin mstica de SantaTeresa
y Dios, relaciona inconscientemente las imgenes de la agona con las
del trance amoroso. El teatro barroco instala sus enamorados en tumbas,
como la de los Capuleto. El romanticismo negro del siglo XVIII une al
joven monje con la bella muerta a la que est velando.
25 Fue posteriormente, en el siglo XVII, cuando el esqueleto o los huesos, la morte secca y no ya el
cadver en descomposicin, ocuparon las tumbas e incluso ingresaron al interior de las casas, sobre
las chimeneas y los muebles. Pero la vulgarizacin de los objetos macabros, bajo la forma de crneos
y huesos, tiene a partir de fines del siglo XVI otra significacin que la del cadver putrefacto.
Los historiadores se sintieron impactados por la aparicin del cadver y la momia en la iconografa.
El gran Huizinga vio en esto una prueba de su tesis sobre la crisis moral del "otoo de la Edad Media''.
Hoy, en este horror ante la muerte, Tenenti reconoce ms bien la seal del amor a la vida ("la vida
plena'') y de la perturbacin del esquema cristiano. Mi interpretacin se ubicar en la direccin de
Tenenti.
Antes de ir ms lejos, debe observarse el silencio de los testamentos. Ocurre que los testadores del
siglo xv hablan de su carroa, y la palabra desaparece en el siglo XVI. (Aris, p. 44)
26 (Aris, p. 53, nota nm. 1): Vanse sobre todo los cuadros de Hans Baldung Grien (muerto en
26
vez ms como una transgresin que arranca al [54] hombre de su vida
cotidiana, de su sociedad razonable, de su trabajo montono, para
someterlo a un paroxismo y arrojarlo as a un mundo irracional,
violento y cruel. Como el acto sexual en el marqus de Sade, la muerte
es una ruptura. Sin embargo, observmoslo bien, esta idea de ruptura
es totalmente nueva. En nuestras exposiciones precedentes, por el
contrario, quisimos insistir en la familiaridad con la muerte y los
muertos. Esta familiaridad no haba sido afectada, incluso entre los
ricos y los poderosos, por el ascenso de la conciencia individual desde
el siglo XII. La muerte se haba convertido en un acontecimiento de
mayor consecuencia; convena pensarla de manera ms particular. Pero
no se haba vuelto ni espantosa ni obsesiva. Segua siendo familiar,
domesticada.
27 (Aris, p. 53, nota nm. 4): Georges Bataille, L 'Erotisme, Pars d. De Minuit, 1957.
27
risible; dndole una forma cotidiana y domesticada, renovndolo a
cada instante en el espectculo de la vida, diseminndolo en los
vicios, en los defectos y en los aspectos ridculos de cada uno. El
aniquilamiento de la muerte no es nada, puesto que ya era todo,
puesto que la vida misma no es ms que fatuidad, vanas palabras,
ruido de cascabeles. Ya est vaca la cabeza que se volver calavera.
En la locura se encuentra ya la muerte.28 (p. 31)
28Nota 52: En este sentido, la experiencia de la locura est en rigurosa continuidad con la de la lepra.
El ritual de exclusin del leproso mostraba que ste, vivo, era la presencia misma de la muerte.
28
mencin a la la presencia misma de la muerte en el siglo XV sin referirse
al terror y mortalidad de la peste bubnica?
29
La Edad Media tendr una gran aficin por las mscaras, como se demuestra
en la celebracin de la fiesta de los locos; as como en el Renacimiento
las mscaras se tomarn el escenario gracias a la comedia dellarte
italiana, en la que esos nuevos bufones que son los arlequines y
pierrots, emplearn una mscara para decir impune y descarnadamente la
verdad.
Y es esa sonrisa la que motiva por adelantado la risa del loco, que re
antes que los otros siquiera sospechen de la risa de la muerte (p. 31).
Pero el insensato no lo conoce y presagia la macabra verdad, sino que
incluso ha llegado a desarmarla, nos dice Foucault.
Pero esta saber acerca de la muerte que poseera el loco implica realmente
que los gritos de Margot la Folie vencen, en pleno Renacimiento, al
30
Triunfo de la Muerte, que se cantaba a fines de la Edad Media en los
muros de los cementerios (p. 32)? De verdad esta es la evidencia
suficiente para establecer esa diacrona, y un cambio de eje tan importante
entre la muerte y la locura? No se trata ms bien de un cambio que debe
ser entendido dentro del campo de experiencia de y relaciones con la muerte?
Acaso se le escapa a Foucault que ambos cuadros pertenecen al mismo pintor?
Asume l que esta transformacin en el eje de inters tambin est presente
en Brueghel, a quien toma de referencia?
Pero este saber del loco acerca de la locura no significa que la locura
haya tomado la posta respecto de la muerte, sino que, por el contrario, su
sabidura guarda algn valor precisamente porque es saber acerca de la
muerte. Luego, la locura es signo de la conquista de la muerte, de su
Triunfo, precisamente, no de su relevo; tal como queda expresado en la
31
profesa de Eustaquio Deschamps que el propio Foucault cita:
La locura, la insensatez que se aprecia por todos lados, el hecho que todo
est mal, es signo de otra cosa: que el fin se aproxima en verdad (cit.
p. 32). Y ese fin no es otro que la muerte, de cuyo triunfo es prueba el
ascenso de la locura, su sorda invasin (p. 32). As, la demencia humana
es indicativa -y torna necesaria, a la vez- el que el mundo est prximo
a su ltima catstrofe (p. 33).
32
muerte, sino prueba de su victoria.
Foucault desplaza ahora -tal como haba hecho antes con la peste negra- la
muerte, convirtindola o hacindola plenamente equivalente a la nada de la
existencia. De ah que la locura pueda ser leda como signo de los tiempos,
que se hace evidente en las relaciones entre La pintura y el texto [];
en ste comentario, en aqulla, ilustracin (p. 33).
Por eso, cuando Foucault diga que Entre el verbo y la imagen, entre aquello
que pinta el lenguaje y lo que dice la plstica, la bella unidad empieza a
separarse; una sola e igual significacin no les es inmediatamente
comn. (p. 34). Habr que pensar a qu unidad se refiere a la locura con
la muerte? o de aqulla con la nada? En tanto asoma una cuestin de manera
inmediata: Qu tan cierto es que el verbo y la imagen rompen su vnculo?
33
Qu ocurre con el arte funerario? Con las lpidas individuales?
Como deca, esta escisin entre la palabra y la imagen, cada una de las
cuales seguir direcciones opuestas que abrirn una hendidura que para
Foucault se constituye en una experiencia fundamental para explicar el
devenir de la locura en la poca clsica: una hendidura apenas
perceptible, lo que se convertir en la gran lnea de separacin en la
experiencia occidental de la locura (p. 34).
34
Paradjicamente, esta liberacin viene de la abundancia de
significaciones, de una multiplicacin del sentido, por s misma, que
crea entre las cosas relaciones tan numerosas, tan entretejidas, tan
ricas, que no pueden ya ser descifradas ms que en el esoterismo
del saber; las cosas, por su parte, estn sobrecargadas de atributos,
de indicios, de alusiones, y terminan por perder su propia faz. El
sentido no se lee ya en una percepcin inmediata, la figura cesa de
hablar de s misma; entre el saber que la anima y la forma a la cual
se traspone se ha creado un vaco. Aqulla queda libre para el
onirismo. (pp. 34-35)
Ese rostro, nos dice Foucault, es, en buena medida, el de las numerosas
grylles, cuya grotesca y monstruosa figura era ya familiar a la Edad Media,
pero cuyo sentido cambia en el siglo XV: ya no es la bestia de los deseos
que quieren apoderarse del alma del buen cristiano, sino que aparece en el
35
despunte del Renacimiento como una de las figuras de las Tentaciones de
Lisboa como imagen de la locura humana (p. 37), cuyo sinsetido y
monstruosidad es lo que realmente amenaza la tranquilidad de San Antonio.
36
es a la vez sujeto y objeto de la tentacin; es ella la que fascina la
mirada del asceta; ambos permanecen prisioneros de una especie de
interrogacin especular, indefinidamente sin respuesta, en un
silencio habitado solamente por el hormigueo inmundo que los
rodea. (p. 37)
37
As, si el bestiario medieval -derivado de manera directa de los mismos
seres de la Creacin a quien haba dado Adn nombre para siempre (p.
37)- estaba compuesto de animales que representaban simblicamente los
valores de la humanidad (p. 37), es decir: ordenados de acuerdo a
consideraciones morales, tal como era el caso del Livre des Tournois de
Ren d'Anjou (de mediados del siglo XV), que cita Foucault, y que
constituira todo un bestiario moral (p. 37).
Pero tal como ocurra con el grylle, la animalidad que forma parte de las
representaciones y del imaginario de la poca, y que arrastra y fascina al
hombre, al tiempo que asoman como las bestiales personificaciones del
38
apocalipsis que se cierne sobre el mundo, ha dejado ya de ser simple
representacin del pathos humano, su mera ejemplificacin, para convertirse
en la representacin accesible slo para un saber que es el saber de la
locura: saber acerca de sus verdades de la existencia y del carcter trgico
de las fuerzas que empujan al mundo. De ah que la locura se vea inserta
en el mbito del saber y de un conocimiento difcil, cerrado y esotrico
(p. 39), que es el que tienta a un San Antonio, ajeno a la violencia del
deseo, pero s vctima del aguijn, mucho ms insidioso, de la curiosidad;
es tentado por ese saber, tan prximo y tan lejano, que se le ofrece y lo
esquiva al mismo tiempo, por la sonrisa del grylle; el movimiento de
retroceso del santo no indica ms que su negativa de franquear los lmites
permitidos del saber; sabe ya y sa es su tentacin lo que Cardano
dir ms tarde: La Sabidura, como las otras materias preciosas, debe
ser arrancada a las entraas de la Tierra. Este saber, tan temible e
inaccesible, lo posee el Loco en su inocente bobera. (p. 39)
Ese saber del loco, lo hemos dicho, es un saber acerca de la verdad trgica
de la existencia. De ah su carcajada respecto de la muerte y de la vida,
y su burla acerca de la ignorancia de los hombres prudentes y razonables,
cuyo saber es necesariamente en relacin a la locura y al loco que lo
abarca todo en una esfera intacta (p. 39): mundanidad radical del loco,
que le permite ver la verdad profunda que se oculta de la mirada sensata.
Ese saber es la luz que gua a Margot la Folie, nos dice Foucault. Es ella
tambin la que aparece en el reverso del "Jardn de las Delicias". Otro
smbolo del saber, el rbol (el rbol prohibido, el rbol de la inmortalidad
prometida y del pecado), antao plantado en el corazn del Paraso
Terrenal, [39] ha sido arrancado y es ahora el mstil del navo de los
locos, como puede verse en el grabado que ilustra las Stultiferae naviculae
de Josse Bade; es l sin duda el que se balancea encima de la "Nave de
39
los locos" de Bosco. (pp. 39-40).
40
tradicional, mantenido a distancia por la Virgen, donde en una palabra
el orden de Dios y su prxima victoria son siempre visibles, es sustituida
por una visin del mundo donde toda sabidura est aniquilada. Es el gran
sabbat de la naturaleza; las montaas se derrumban y se vuelven
planicies, la tierra vomita los muertos, y los huesos asoman sobre las
tumbas; las estrellas caen, la tierra se incendia, toda vida se seca y
muere. El fin no tiene valor de trnsito o promesa; es la llegada de una
noche que devora la vieja razn del mundo. Es suficiente mirar a los
caballeros del Apocalipsis, [40] de Durero, enviado por Dios mismo: no
son los ngeles del Triunfo y de la reconciliacin, ni los heraldos de la
justicia serena; son los guerreros desmelenados de la loca venganza. El
mundo zozobra en el Furor universal. La victoria no es ni de Dios ni del
Diablo; es de la Locura. (pp. 40-41)
Por eso, bien puede ser la locura fascine al hombre, como dice Foucault; y
que sus visiones, Las imgenes fantsticas que hace nacer no son
apariencias fugitivas que desaparecen rpidamente de la superficie de las
cosas (p. 41). Foucault plantea, tal como se dijo en su poca respecto del
Bosco, que el delirio que toma forma en la imgenes de la locura, ms que
mera ensoacin o juego asociativo libre o delirante por parte del artista,
sino que en ella lo que aparece es aquella verdad inaccesible -excepto para
41
el saber profano y esotrico del loco-, aquel secreto [hacer el juego con
Hermes y la hermenutica] inaccesible, oculto en las entraas del
mundo (p. 41).
Ese saber acerca de los despiadados secretos del mundo y sus amenazas,
habra sido expresado en muchas imgenes del Renacimiento, y de ah aquella
gravedad [] que dota a su fantasa de coherencia tan grande (p. 41).
42
imagen, con su saber sobre la locura del mundo y la tragedia de la
existencia.
Pero este nuevo reino tiene poco en comn con el reino oscuro del
cual hablbamos hace poco, que ligaba a la locura a las grandes
potencias trgicas del mundo. (pp. 42-43)
43
sino que rige sobre todo lo que es fcil, alegre y ligero en el mundo (p.
43). Es la locura la que Hace que los hombres se diviertan y se
regocijen (p. 43). Mundana, ella no es ms que brillante superficie que
deja expuesta sus verdades, por mnimas que sean. Para el brillo de la
locura ya no hay enigmas reservados (p. 43).
44
culpas, errores, y de su vanidad. Es el apego a s mismo [ser] la
primera seal de la locura (p. 45); el hecho de que acepte como verdad
el error, como realidad la mentira, como belleza y justicia, la violencia y
la fealdad. [] De esta adhesin imaginaria a s mismo nace la locura,
igual que un espejismo. El smbolo de la locura ser en adelante el espejo
que, sin reflejar nada real, reflejar secretamente, para quien se mire en
l, el sueo de su presuncin. La locura no tiene tanto que ver con la
verdad y con el mundo, como con el hombre y con la verdad de s mismo,
que l sabe percibir (p. 45).
Vanidad, error, culpa individual, son ahora las lneas de demarcacin que
encierran la locura en un universo enteramente moral. El Mal no es castigo
o fin de los tiempos, sino solamente falta y defecto (p. 45).
45
La furia de la locura, su desmesura demnica, infernal, no est presente
en el Elogio que Erasmo le dirige. Por el contrario, l ha elogiado aquella
de una insensatez que ahora se tiene por una dulce ilusin capaz de
liberar el alma. El mundo de la locura, con sus figuras infernales y sus
verdades escatolgicas, es domesticado fcilmente por los humanistas como
Erasmo, gracias a que han restringido la locura a los asuntos humanos y ya
no a las verdades del mundo y de la existencia. La locura se ve entonces
restringida a la risa de la stira moral, pero el sabio puede, a su vez,
ponerse a resguardo de la locura burlndose de la propia locura, rindose
de ella y del loco.
46
durante algn tiempo la representacin literaria de la experiencia crtica
de la locura tendr presente El tema del fin del mundo, de la gran
violencia final (p. 47).
Pero, pese a las continuidades y vnculos visibles todava hacia fines del
siglo XVI, la separacin entre la experiencia csmica -y visual- respecto
de la crtica -y literaria- ya est hecha; [y] entre las dos formas de
experiencia de la locura no dejar de aumentar la distancia. Las figuras
de la visin csmica y los movimientos de la reflexin moral, el elemento
trgico [insisto si esto no debe inscribirse, como hara Aris, en el mbito
de las diacronas relativas a la muerte] y el elemento crtico [cursivas en
el original], en adelante irn separndose cada vez, abriendo en la unidad
profunda de la locura una brecha que nunca volver a colmarse. Por un
lado, habr una Nave de los locos, cargada de rostros gesticulantes, que
se hunde poco a poco en la noche del mundo, entre paisajes que hablan
de la extraa alquimia de los conocimientos, de las sordas amenazas de
la bestialidad, y del fin de los tiempos. Por el otro lado, habr una Nave
de los locos que forme para los sabios la Odisea ejemplar y didctica de
los defectos humanos (pp. ??????).
47
inversa pero no menos dolorosa, que toda la realidad del mundo ser
reabsorbida un da por la Imagen fantstica, en ese momento situado
entre el ser y la nada: el delirio de la destruccin pura; el mundo no existe
ya, pero el silencio y la noche an no acaban de cerrarse sobre l; vacila
en un ltimo resplandor, en el extremo del desorden que precede al orden
montono de lo consumado. En esta imagen inmediatamente suprimida
es donde viene a perderse la verdad del mundo. Toda esta trama de la
apariencia y del secreto, de la imagen inmediata y del enigma reservado
se despliega, en la pintura del siglo XV, como la trgica locura del mundo.
(pp. ??????) [Citar mi trabajo sobre Caldern y la positividad del
sueo] [Adems, desde aqu podra desarrollar el curso de Villarroel y
Abalos].
48
todo lo que ha podido ser conocido de la locura y formulado sobre ella a
principios del Renacimiento. Empero, se esfumar pronto, y esta gran
estructura, tan clara an, tan bien delineada a principios del siglo XVI
habr desaparecido, o casi, menos de cien aos despus. Desaparecer no
es precisamente el trmino que conviene para designar con toda precisin
lo que ha ocurrido. Se trata, antes bien, de un privilegio cada vez ms
marcado que el Renacimiento ha concedido a uno de los elementos del
sistema: el que haca de la locura una experiencia en el campo del idioma,
una experiencia en que el hombre afrontaba su verdad moral, las reglas
propias de su naturaleza y de su verdad. En suma, la conciencia crtica de
la locura se ha encontrado cada vez ms en relieve, mientras sus figuras
trgicas entraban progresivamente en la sombra. stas pronto sern
absolutamente esquivadas. Antes de que pase mucho tiempo, costar
trabajo descubrir sus huellas; tan slo algunas pginas de Sade y la obra
de Goya ofrecen testimonio de que esta desaparicin no es un
hundimiento, sino que, oscuramente, esta experiencia trgica subsiste en
las noches del pensamiento y de los sueos, y que en el siglo XVI no se
trat de una destruccin radical sino tan slo de una ocultacin. La
experiencia trgica y csmica de la locura se ha encontrado disfrazada
por los privilegios exclusivos de una conciencia crtica. Por ello la
experiencia clsica, y a travs de ella la experiencia moderna de la locura,
no puede ser considerada como una figura total, que as llegara
finalmente a su verdad positiva; es una figura fragmentaria la que
falazmente se presenta como exhaustiva; es un conjunto desequilibrado
por todo lo que le falta, es decir, por todo lo que oculta. Bajo la conciencia
crtica de la locura y sus formas filosficas o cientficas, morales o
mdicas, no ha dejado de velar una sorda conciencia trgica. (pp.
????)
49
Dejar de lado esa locura como acronia que propone aqu Foucault, y que
dar pbulo a la idea de que en Historia de la locura habra todava un
enfoque fenomenolgico relativo a objeto primordial y anahistricos,
abiertos a la experiencia primordial de un supuesto sujeto. Idea de la cual
Foucault aceptar la crtica en algunas entrevistas otorgadas durante la
segunda mitad de la dcada del setenta (Son estos descubrimientos
extremos, ellos solos, los que nos permiten en nuestra poca juzgar
finalmente que la experiencia de la locura que se extiende desde el siglo
XVI hasta hoy debe su figura particular y el origen de su sentido a esta
ausencia, a esta noche y a todo lo que la llena. Pp. ???). Por ello no me
referir a aquella afirmacin que sostiene que Bajo la conciencia crtica
de la locura y sus formas filosficas o cientficas, morales o mdicas, no
ha dejado de velar una sorda conciencia trgica. [...] Es esto lo que han
revelado las ltimas palabras de Nietzsche, las ltimas visiones de Van
Gogh. Es ella, sin duda, la que, en el punto ms extremo de su camino,
ha empezado a presentir Freud; son esos grandes desgarramientos los
que l ha querido simbolizar por la lucha mitolgica de la libido y del
instinto de muerte. Es ella, en fin, esta conciencia, la que ha venido a
expresarse en la obra de Artaud, en esta obra que debera plantear al
pensamiento del siglo xx, si ste le prestara atencin, la ms urgente de
las preguntas, y la que menos permite al investigador escapar del vrtigo,
en esta obra que no ha dejado de proclamar que nuestra cultura haba
perdido su medio trgico desde el da en que rechaz lejos de s a la gran
locura solar del mundo, los desgarramientos en que se consuma sin cesar
la "vida y muerte de Satn el Fuego". (pp. ??????)
50
preocupacin en la muerte antes que en la locura: o, si se quiere, tratan
de la locura en tanto saber acerca de la muerte y del inevitable fin de la
vida. Incluso en la Antigedad, el saber de la tragedia que se resiste a
entregar libremente Sileno, es que la vida ha de hundirse inevitablemente
en la muerte y que por ello habra sido mejor no haber nacido [falta la
otra parte del secreto].
Pero inmediatamente, Foucault plantea una idea del todo acertada en la que
desde la experiencia crtica, humanista y domesticadora de la locura, que
la subsume a la razn, se har posible que esta ltima quede abierta -sino
expuesta- al anlisis de la locura por parte del pensamiento racional, que
acabar por positivar y erigir el fenmeno de la enfermedad mental, cuya
sedimentacin vertical, enterrar aquella experiencia trgica de la locura,
a la que sin embargo no ha logrado reducir del todo (p. ?), como lo
atestiguara nada menos que Nietzsche [buscar texto del Pablo sobre
los nombres de Nietzsche] y la violencia que su pensamiento acomete en
contra de la razn.
51
la experiencia de la locura finalmente confiscada por ellos, de tal manera
que en el umbral de la poca clsica todas las imgenes trgicas evocadas
en la poca precedente se han disipado en la sombra? (pp. ???)
Pero esta ltima reversibilidad entre locura y razn, esta ltima simetra
y la dialctica cerrada de su reciprocidad entre ambos elementos, acabar
pronto, y la reiteracin de este tpico en el siglo XVI viene a ser poco
ms que el ltimo canto del cisne. Puede ser que el hombre vea claro y
tenga un conocimiento cada vez ms vasto del mundo; pero an guarda un
margen para el escepticismo; an cree totalmente factible que nuestra
comprensin de las cosas terrestres no [sea] ms que pura tardanza y
entorpecimiento (pp. ?). La razn an no se encuentra a resguardo del
abismo de nuestra propia sinrazn (pp. ?). [E]n la experiencia de
52
Calvino la locura es la medida propia del hombre cuando se la compara
con la desmesurada razn de Dios (pp. ?). Pero esa desmesurada razn
divina es inaccesible a la finitud del espritu del hombre, cuya luz no es
sino un fragmento de sombra, y cuya locura slo descubre el anverso
de las cosas, su lado nocturno, la contradiccin inmediata de su verdad
(pp. ?). Frente a Dios, el hombre descubre su flaqueza esencial y que su
saber no es un saber sobre la superficie de las cosas ni un reflejo de las
misma, sino el resultado de una cruel contradiccin: "Todas las cosas
tienen dos caras dice Sebastin Franck porque Dios ha resuelto
oponerse al mundo, dejar a ste la apariencia y tomar para s la verdad y
la esencia de las cosas... Por ello, cada cosa es lo contrario de lo que
parece ser en el mundo: un Sileno invertido. " El abismo de locura en que
han cado los hombres es tal que la apariencia de verdad que all se
encuentra dada es su rigurosa contradiccin. Pero hay ms an: esta
contradiccin entre apariencia y verdad ya se encuentra presente en el
interior mismo de la apariencia; pues si la apariencia fuera coherente
consigo misma, sera al menos una alusin a la verdad y como su forma
vaca (pp. ?).
53
inaccesible, no puede ser sino locura, locura que arrebata a los hombres y
su endeble saber: Medido en la grande escala, todo no es ms que Locura;
medido en la pequea escala, el Todo mismo es locura. Es decir, nunca
hay locura ms que por referencia a una razn, pero toda la verdad de
sta consiste en hacer brotar por un instante una locura que ella rechaza,
para perderse a su vez en una locura que la disipa. En un sentido la locura
no es nada: la locura de los hombres, nada ante la razn suprema, nica
que contiene al ser; y el abismo de la locura fundamental, nada puesto
que no es tal ms que para la frgil razn de los hombres. Pero la razn
no es nada, pues aquella en cuyo nombre se denuncia la locura humana
se revela, cuando finalmente se llega a ella, como un mero vestigio donde
debe callarse la razn (pp. ?).
54
la razn, que pierde la una por la otra, al salvar la una con la otra (pp.
?).
55
de la locura, es la estrategia mediante la cual, por una parte aqulla toma
conciencia de ella sta, al tiempo que la fija y embiste, haciendo como si
la invistiera. De ah que la locura acabe siendo situada finalmente en el
mbito de la razn misma: s ya era lapso o interrupcin entre la razn del
hombre y la sabidura divina, no poda sino quedar inserta en uno u otra
mbito, pero lo cierto es que bajo ninguna circunstancia los misterios
caminos por los que Dios obra no son accesibles a nuestra saber mortal y
falible, por lo que slo este mbito poda ser puesto en relacin con la
locura, y de ah que la razn haga de la locura una de sus formas y
quizs uno de sus recursos (p. ?). Por eso es que, independientemente de
las grandes similitudes entre las formas de una y otra,29 no debe perderse
de vista que la razn ha tomado a la razn como uno de sus instrumentos,
como uno de los elementos a los que ella puede echar mano al momento de
establecer su crtica. En definitiva, la razn ha instrumentalizado a la
29 Sin duda, entre formas de la razn y formas de la locura son grandes las similitudes. E
inquietantes: cmo distinguir, en una accin sabia que ha sido cometida por un loco, y en la ms
insensata de las locuras, que es obra de un hombre ordinariamente sabio y comedido? "La sabidura
y la locura dice Charron son vecinas cercanas. No hay ms que una media vuelta de la una a la
otra. Eso se ve en las acciones de los hombres insensatos. [] Pero este parecido, aun si ha de
confundir a las gentes razonables, sirve a la razn misma." (pp. ?)
Visitando a Tasso en su delirio, Montaigne siente an ms despecho que compasin; pero, en el
fondo, ms admiracin que todo. Despecho, sin duda, al ver que la razn, all donde puede alcanzar
sus cumbres, est infinitamente cerca de la locura ms profunda: "Quin no sabe cun imperceptible
es la vecindad entre la locura con las gallardas elevaciones de un espritu libre, y los efectos de una
virtud suprema y extraordinaria?" Pero hay all objeto de una admiracin paradjica. Un signo es
que, de esta misma locura, la razn obtuviera sus recursos ms extraos. Si Tasso, "uno de los poetas
italianos ms juiciosos, ingeniosos y formados al aire libre de esta poesa pura y antigua que jams
hayan sido", se encuentra ahora en "estado tan lamentable, sobrevivindose a s mismo", no lo debe
a "esta su vivacidad asesina, a esta claridad que lo ha cegado, a esta aprehensin exacta y tierna de la
razn que le ha hecho perder la razn? A la curiosa y laboriosa bsqueda de las ciencias que lo ha
llevado al embrutecimiento? A esta rara aptitud para los ejercicios del alma, que lo ha dejado sin
ejercicio y sin alma?" Si la locura viene a sancionar el esfuerzo de la razn, es porque ya formaba
parte de ese esfuerzo: la vivacidad de las imgenes, la violencia de la pasin, este gran retiro del
espritu en s mismo, tan caractersticos de la locura, son los instrumentos ms peligrosos de la razn,
por ser los ms agudos. No hay ninguna razn fuerte que no deba arriesgarse en la locura para llegar
al trmino de su obra, "no hay espritu grande sin mezcla de locura. En este sentido, los sabios y los
poetas ms audaces han aprobado la locura y el salirse de quicio de vez en cuando". La locura es un
momento duro pero esencial en la labor de la razn; a travs de ella, y aun en sus victorias aparentes,
la razn se manifiesta y triunfa. La locura slo era, para ella, su fuerza viva y secreta. (pp. ?)
56
locura, la que cada vez ms y de forma ms acelerada comenzar a perder los
privilegios que pudiera retener, los que son prcticamente inexistente,
debido al borramiento de la sinrazn, en la poca Clsica.
57
a esta locura propia de la razn y que, al rechazarla, la re-dobla, y
en este redoblamiento cae en la ms simple, la ms cerrada, la ms
inmediata de las locuras; por otra parte una locura sabia que recibe
a la locura de la razn, la escucha, reconoce sus derechos de
ciudadana, y se deja penetrar por sus fuerzas vivas; pero al hacerlo
se protege ms realmente de la locura que la obstinacin de un
rechazo siempre vencido de antemano. (pp. ?)
Barroquismo del tema, pero tal vez, ms aun, del propio expositor,31 quien
sentenciar, de manera algo ms clara, que, una vez consumado el triunfo
de la razn, la verdad de la locura no es ms que una y sola cosa con
[dicha] victoria de la razn (p. ?).
Pero aqu es que volvemos a reafirmar nuestra duda: no ser que Foucault,
tal como eufemiso a la nada qua muerte para establecer una continuidad que
desemboc en la diacrona que el permiti pasar del umbral de la muerte al
31 Tal vez est all el secreto de su presencia mltiple en la literatura de fines del siglo XVI y
principios del XVII, un arte que, en su esfuerzo por [62] dominar esta razn que se busca a s misma,
reconoce la presencia de la locura, de su locura, la rodea y le pone sitio, para finalmente triunfar sobre
ella. Juegos de una poca barroca. (p. 63)
58
de la locura; haya hecho con la nocin de tragedia, como un modo de seguir
refiriendo implcitamente a la muerte pero sin nombrarla? Lo que sera
entendible, si consideramos que no habra sido posible que Foucault
refieriera efectivamente a la experiencia de la muerte en los siglos XIV,
XV y XVI sin hacer mencin a la peste.
Y que sentido puede ser ese ms que la verdad trgica de la muerte que se
traga, tarde o temprano, toda existencia, sentido que acaba de desaparecer
con ambos a comienzos del siglo XVII.
59
plenitud de la muerte: una locura que no necesita mdico, sino la
misericordia divina solamente. El suave gozo, que al final encuentra
Ofelia, no es conciliable con ninguna felicidad; su canto insensato
est tan cerca de lo esencial como el "grito de mujer" que anuncia
por los corredores del castillo de Macbeth que "la reina ha muerto".
Sin duda, la muerte de Don Quijote sucede en paisaje apacible,
recobradas en el ltimo instante la razn y la verdad. De golpe, la
locura del caballero ha adquirido conciencia de s misma, y ante sus
propios ojos se convierte en tontera. Pero esta brusca sabidura de
su locura, no es una nueva locura que acaba de penetrarle en la
cabeza? Equvoco indefinidamente reversible que no puede ser
decidido definitivamente ms que por la muerte. La locura disipada
se tiene que confundir con la inminencia del fin; e inclusive una de
las seales por las cuales conjeturaron que el enfermo se mora, era
el que hubiese vuelto tan fcilmente de la locura a la razn. (pp. ?)
60
la muerte.
Pero ya deca Foucault que este estatuto que Shakespeare y Cervantes dan a
la locura, ser breve y constituir la victoria antes del derrumbe: en la
literatura de principios del siglo XVII, ocupa, de preferencia, un lugar
intermedio; es ms bien nudo que desenlace, ms la peripecia que la
inminencia ltima. Desalojada en la economa de las estructuras
novelescas y dramticas, permite la manifestacin de la verdad y el
regreso apacible de la razn. (pp. ?)
32Si Ariste, en la Folie du Sage, se vuelve loco ante la noticia de la muerte de su hija, es porque sta
realmente no ha muerto; cuando Erasto, en Mlite, se ve perseguido por las Eumnides y arrastrado
ante Minos, es por un doble crimen que hubiera podido cometer, que hubiera querido cometer, pero
en realidad no ha causado ninguna muerte real. (p. ?)
61
peripecias: En la locura, donde lo encierra su error, el personaje
comienza involuntariamente a desenredar la trama. Acusndose, dice, a
pesar suyo, la verdad. (p. 69) La locura es el gran engaabobos de las
estructuras tragicmicas de la literatura preclsica.33 (p. 70)
33Nota 107: Habra que hacer un estudio estructural de las relaciones entre el sueo y la locura en el
teatro del siglo XVII. Su parentesco desde haca tiempo era un tema filosfico y medico (cf. Segunda
Parte. cap. III); sin embargo, el sueo parece un poco ms tardo, como elemento esencial de la
estructura dramtica. En todo caso, su sentido es otro, puesto que la realidad que lo habita no es la
de la reconciliacin, sino de la consumacin trgica. Su engao no es a la perspectiva verdadera del
drama, y no induce al error, como la locura que, en la irona de su desorden aparente, indica una falsa
conclusin.
62
cada cabeza vaca, retenida y ordenada segn la verdadera razn de los
hombres, dice, con el ejemplo, la contradiccin y la irona, el lenguaje
desdoblado de la Sabidura: ... Hospital de los Locos incurables donde son
exhibidas todas las locuras y enfermedades del espritu, tanto de los
hombres como de las mujeres, obra tan til como recreativa, y necesaria
para la adquisicin de la verdadera sabidura. Cada forma de locura
encuentra all su lugar, sus insignias y su dios protector (p. 73?) Y
cada una de estas formas del desorden, que el Hospital torna ordenado,
hace por turno el Elogio de la razn. En este Hospital, el encierro ya ha
desplazado al embarco (p. 73).
Nota 91: Montaigne, Essais, lib. II, cap. XII, ed. Garnier, t. II, p. 18
64