Este documento analiza la visión de Sarmiento sobre la civilización y la barbarie en la Argentina del siglo XIX. Sarmiento veía a la Argentina dividida entre estas dos fuerzas, representadas por las ciudades y las zonas rurales respectivamente. Aunque inicialmente parecía ver la barbarie solo de forma negativa, el autor argumenta que Sarmiento también sentía fascinación e intentó comprender los modos de vida asociados con la barbarie. Al mismo tiempo, Sarmiento permaneció leal a su visión de la civilización representada por su ciudad natal de
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Este documento analiza la visión de Sarmiento sobre la civilización y la barbarie en la Argentina del siglo XIX. Sarmiento veía a la Argentina dividida entre estas dos fuerzas, representadas por las ciudades y las zonas rurales respectivamente. Aunque inicialmente parecía ver la barbarie solo de forma negativa, el autor argumenta que Sarmiento también sentía fascinación e intentó comprender los modos de vida asociados con la barbarie. Al mismo tiempo, Sarmiento permaneció leal a su visión de la civilización representada por su ciudad natal de
Este documento analiza la visión de Sarmiento sobre la civilización y la barbarie en la Argentina del siglo XIX. Sarmiento veía a la Argentina dividida entre estas dos fuerzas, representadas por las ciudades y las zonas rurales respectivamente. Aunque inicialmente parecía ver la barbarie solo de forma negativa, el autor argumenta que Sarmiento también sentía fascinación e intentó comprender los modos de vida asociados con la barbarie. Al mismo tiempo, Sarmiento permaneció leal a su visión de la civilización representada por su ciudad natal de
Este documento analiza la visión de Sarmiento sobre la civilización y la barbarie en la Argentina del siglo XIX. Sarmiento veía a la Argentina dividida entre estas dos fuerzas, representadas por las ciudades y las zonas rurales respectivamente. Aunque inicialmente parecía ver la barbarie solo de forma negativa, el autor argumenta que Sarmiento también sentía fascinación e intentó comprender los modos de vida asociados con la barbarie. Al mismo tiempo, Sarmiento permaneció leal a su visión de la civilización representada por su ciudad natal de
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Sarmiento y el historicismo romntico.
I Civilizacin y barbarie Tulio Halpern Donghi
Media Argentina est colocada, para Sarmiento, bajo el signo de la barbarie. Se ha
mostrado ya cmo esta imagen que Sarmiento da de su patria es un aspecto de su romanticismo ideolgico y no el resabio iluminista por algunos denunciado. Con esta comprobacin no se quiere absolver a Sarmiento de la culpa (por qu culpa?) de iluminismo, s tan slo tratar de entender un poco mejor su actitud ante la barbarie. Actitud que no es de mera repulsa; para Sarmiento barbarie no es tan slo ignorancia de lo que el civilizado sabe; es tambin sabidura de lo que el civilizado ignora. Vico haba revelado en la barbarie todo un mundo, regido por leyes distintas de las que gobiernan el mundo moderno; un mundo en el cual pica, magia, mito, hacan las veces de historia, de ciencia, de filosofa. Ese descubrimiento no iba ya a perderse. Michelet, por ejemplo, sinti cierta atraccin vertiginosa ante episodios como las cazas de brujas; acusadas y perseguidores afirman con igual vigor la existencia de todo un orden diablico y nocturno, en el cual el hombre moderno no puede ya creer. Este inters tpicamente romntico por modos de vida y pensamiento irreductibles a la razn lo sinti tambin Sarmiento; de ello quedan huellas en un pasaje de Recuerdos. No, no hay tan slo repulsa en la actitud de Sarmiento ante la barbarie. Si evoca la vida de Facundo, cifra de barbarie, no es tan slo para injuriar al enemigo muerto, sino precisamente para entenderlo. Y si la imagen que Sarmiento dio de Facundo parece hoy a algunos en exceso tenebrosa, en su tiempo se le reproch ms bien una excesiva complacencia; se llam a su autor Plutarco de los bandidos. Pero tampoco esa censura era justa; Sarmiento no quiso, desde luego, reflejar el curso de una carrera de crmenes; mucho menos busc narrar una vida ejemplar. Todo juicio moral sobre la persona de Facundo Quiroga ha sido cuidadosamente dejado de lado. Si comparamos el Facundo con otra biografa que Sarmiento escribi unos meses antes, la del fraile Aldao, veremos mejor cul es la originalidad del punto de vista que domina en el primero. La biografa de Aldao, del monje que fund una familia y emprendi una riesgosa vida cuya felicidad misma estaba a los ojos de quien la gozaba irremediablemente contaminada por el pecado, del hombre as arrojado al crimen, acorralado en l por su propia conciencia turbada, esa biografa es sobre todo un examen escrupuloso y sagaz de la conciencia de un pecador. En Facundo no hay ya nada de eso. Facundo se salva o se pierde? Qu importa! Lo que se pide de l es un testimonio sobre los modos de sentir y de vivir que lo han hecho posible, que en l se reconocen. Para alcanzar este nuevo punto de vista deba Sarmiento realizar un intenso esfuerzo de adecuacin; un esfuerzo, por otra parte, muy felizmente logrado. Para advertir cuan felizmente sera preciso comparar el Facundo con toda la vasta literatura denigratoria, hoy olvidada, en que se complacan los emigrados. Con todo eso tiene Facundo muy poco en comn. Vase, por ejemplo, la actitud de Sarmiento ante el estilo de administrar la hacienda pblica que caracteriz a Quiroga. Sin duda, no calla que Facundo no fue precisamente un administrador escrupuloso. No oculta que su conducta, en otros mundos que no son el suyo, hubiese sido muy duramente juzgada. En otros mundos que no son el suyo... Aqu est, para Sarmiento, el punto crucial: en el mundo en que vive Facundo esa conducta es del todo normal. A travs de Facundo, del hroe de la barbarie, que tiene todas las perspicacias, pero tambin todas las cegueras de la barbarie, Sarmiento quiere conocer la secreta ley de la barbarie que con l triunfa. No, no hay slo repulsa en la actitud de Sarmiento ante la barbarie. Pero es innegable que hay tambin repulsa. Repulsa unida a tanta previa comprensin, afirmada a pesar de ella. Hay aqu una conclusin contradictoria con las premisas? As se ha supuesto a menudo y se ha explicado la contradiccin mediante la peculiar psicologa de Sarmiento, l mismo a medias brbaro. Ahora bien, no es falso que Sarmiento sintiese por la Argentina brbara una inclinacin que, por otra parte, l mismo no ocultaba. Pero precisamente si no la ocultaba era porque saba que le estaba permitida, que poda, que deba comprender a ese mundo del que, sin embargo, seguira siendo enemigo. He aqu, de nuevo, al historicismo romntico, y ahora no en sus limitaciones, sino en su conquista ms alta (ser necesario recordar aqu esa pgina poderosa, atravesada de grandeza pica, que resume cunto signific para el mundo la revolucin capitalista, en cuanto a posibilidades nuevas, a nuevas fuerzas creadoras puestas en libertad, esa pgina que abre muy adecuadamente el Manifiesto de 1848?). Para Sarmiento la comprensin prodigada ante la barbarie no exclua la lealtad ms apasionada por su propio mundo, su mundo destrozado por el triunfo brbaro. La lealtad que siempre mantuvo a la causa de la civilizacin. La civilizacin es el otro rostro de la Argentina del ochocientos. Una imagen ideal, hija de la ociosa fantasa de algunos seores de Buenos Aires? Tambin eso se nos suele decir a menudo. Era eso la civilizacin para Sarmiento? Juan Mara Gutirrez lo acus una vez de confundir la civilizacin argentina con la escuela elemental de San Juan; esta imagen injuriosamente deformada de las ideas de Sarmiento es, sin embargo, ms justa que la hoy tantas veces propuesta: para Sarmiento la civilizacin es algo tan preciso y terreno como la barbarie. No es primordialmente una idea ni un programa; es tambin ella un modo de vida (cuando Sarmiento quiera decir en una palabra sola por qu lucha, no invocar la libertad ni el progreso; evocar ms bien a las ciudades vencidas y humilladas). Las ciudades, s, pero, ante todo, la suya, su San Juan. Su infancia ha transcurrido en medio de una civilizacin moribunda, en una breve isla mediterrnea de huertas, viedos y olivares, gobernada por iglesias y conventos, a la que la libertad de comercio haba obligado a una lucha imposible contra todo el vasto mundo y sus recursos infinitos, contra los imperios industriales que surgan en Europa. Pero ese mundillo en agona no renuncia a renovarse: la revolucin encuentra en l un eco vivsimo; en esa aldea cerrada halla la nueva fe revolucionaria adeptos y adversarios, en todo caso quienes sepan entender su mensaje. As esa civilizacin ya agostada se divide sobre s misma y queda desguarnecida ante los asaltos de los brbaros, que encontrarn aliados en la plaza por ellos sitiada. Son los que permanecen apegados al viejo orden colonial, los que no aceptan que muchas cosas por ellos queridas tengan que morir. Brbaros tambin ellos? De ningn modo. Brbaros podra llamarlos un hijo de Buenos Aires, de la ciudad oprimida por el monopolio colonial, acrecida y enriquecida por la nueva libertad. Quien se ha formado en San Juan, entre monjes y futuros obispos que son sus tos, no puede ignorar que la revolucin es una simplificacin brutal, que termina con muchas cosas valiosas que no se resignan a morir. Y precisamente la primera actuacin de Sarmiento es en defensa de todo eso que agoniza, de todo eso sin lo cual cree que no puede haber vida civil. Slo que su partido triunfa al fin. Triunfa con las lanzas de Quiroga; un da entran en su ciudad natal los llaneros, envueltos en extraas, crujientes vestiduras de cuero, rodeados de un halo de polvo y sangre. En el triunfo de los llaneros sobre su ciudad Sarmiento se niega a reconocer su propio triunfo. Cambia de partido, mas no por ello entiende ser menos fiel a sus races en ese San Juan colonial en que se ha formado. Para subsistir, esa cultura urbana, ahogada por un mar de barbarie, debe regenerarse en una nueva fe, en nuevas creencias... Toda esa complejsima realidad, todas las fidelidades, todos los odios surgidos en treinta y cinco aos de vivir dentro de ella, todo eso se encierra en la contraposicin de civilizacin y barbarie, como gustaba de decir Sarmiento, entre el siglo XIX y el siglo XI. Es sta una imagen del todo errada de la realidad argentina? Un gran historiador de hoy, que conoce, adems, muy bien su Hispanoamrica, Lucien Febvre, ha retomado una vez ms la comparacin de Sarmiento: la Hispanoamrica del siglo XX no es acaso la Francia del siglo XII? Esa Francia que parte con confianza a probar sus fuerzas en hermosas aventuras y refleja sus nuevas certezas en un arte monumental a su medida; pero esa Francia de Vzelay, remontando el curso del tiempo, tocaba a cuatro o cinco siglos de distancia la Francia barbarizada de las invasiones. As las naciones sudamericanas, llena la cabeza de pensamientos occidentales, pero el cuerpo apresado ms que a medias en lo profundo de humanidades coloreadas de rojo y de negro, que no siempre han dicho su ltima palabra 1. S, aqu est, una vez ms, la comparacin que Sarmiento propuso; lo que falta es, en cambio, toda contraposicin entre dos principios cuya lucha sin cuartel bastara para dar cuenta de la realidad hispanoamericana. Y es precisamente esa contraposicin lo que hoy levanta ms resistencias a la imagen de la Argentina propuesta en Facundo. Esas resistencias se expresan en objeciones muy numerosas, no siempre fciles de justificar. La ms frecuentemente escuchada es la que sostiene que Sarmiento suele equivocarse en cuanto a los detalles. Y sin duda Facundo no puede ser ledo como un ensayo de historia erudita (pero alguna vez se lo ha ledo as?); en todo caso los errores no son demasiado frecuentes; son al revs, sorprendentemente escasos en un libro concebido lejos de toda fuente fidedigna, del teatro mismo de los hechos, sobre los testimonios de informadores no siempre bien informados. Slo que el reproche podra formularse de otra manera acaso ms exacta: en Facundo no hay en rigor detalles, todo se integra en vastas estructuras de sentido, enriquece en ellas su propio contenido. Falta as en Facundo todo lo que hallamos de ambiguo e indiferenciado en la historia que ante nuestros ojos se desarrolla; todo est orientado y polarizado, nada puede ser neutro ni indiferente en esa gran lucha que hiende la realidad histrica hasta en sus abismos. Todo un mundo, un mundo acabado y perfecto, se ha erigido as en torno de una idea nica: la realidad entera adquiere sentido a travs de esa nica clave. Pero he aqu que la historia pasa por encima de esos mundos, los socava, los derrumba, los aniquila, los somete a ms humillantes corrupciones y contaminaciones. Y en Facundo no hallaremos nada de la complejidad de esos procesos. En cambio de ellos una lucha cerrada entre dos mundos acabados y perfectos, cuyo nico contacto es la pelea. He aqu, sin duda, una limitacin de Facundo, y a la vez una limitacin de casi toda la historiografa romntica, tanto ms evidente cuanto ms viva y abierta a los nuevos problemas se muestra esa historiografa. Qu lea Sarmiento en Thierry, en Sismondi, en Fauriel? Que la historia de Francia es la de una lucha de razas: desde las invasiones germnicas se enfrentan los francos invasores y los sojuzgados galorromanos. Los primeros forman la nobleza feudal; sus humillados adversarios comienzan por salvar la cultura antigua en las ciudades del Medioda, forman luego las prsperas burguesas del Norte, se rebelan intilmente en las jacqueries, reciben el apoyo de los monarcas y avanzan cada vez ms decididamente hacia el poder. La revolucin parece ser el triunfo definitivo de los galorromanos, el desquite final de las invasiones; pero luego de 1815 los francos vuelven en la figura de los emigrados, empujan a Carlos X a una absurda poltica de reaccin y son barridos en la revolucin de julio. La monarqua de Luis Felipe es, ahora s, el triunfo de los galorromanos, bastante magnnimos o bastante hbiles como para permitir que sus antiguos dominadores gocen en paz de los restos de la pasada prosperidad. As Martignac, La Fayette y Casimir Prier vienen a ser personajes del quinto acto de un drama que en el primero tuvo por hroes a Clodoveo, Clotilde y San Remigio. Y en ese milenio y medio galorromanos y francos han permanecido sustancialmente idnticos a s mismos; las transformaciones no son sino apariencia. Y en Michelet? Sin duda la imagen de la historia es aqu ms rica y variada. Pero examnense ms de cerca esas sucesivas revelaciones de la libertad que -en la Introduccin a la Historia Universal, de 1831- nos son presentadas como el tejido mismo de la historia. Se advertir cmo entre un estadio y otro de ese proceso no hay en rigor transicin ni contacto (salvo en ciertos vastos juicios de Dios; y entonces el contacto es por fuerza hostil). Cada uno de esos momentos realiza sus posibilidades, luego se agosta y se extingue, y hasta su ltimo instante de agona permanece fiel a su principio informador; nace entonces, en otro rincn del planeta, un nuevo modo de vida, una experiencia nueva que conducir a una forma ms alta de libertad. He aqu, de nuevo, la ausencia de todo desarrollo interno, que cree formas nuevas por transformacin de las caducas. Pero esta imagen no ha surgido entera de la mente de Michelet; es sustancialmente la de Hegel. As la rigidez de rasgos que caracteriza a la imagen de la historia recogida en Facundo es algo ms que una flaqueza de Sarmiento, algo ms que una debilidad de los historiadores que Sarmiento ley: es tambin ella un rasgo de poca. Un rasgo -quin lo duda- negativo. Cmo pudieron representar as la historia los mismos que sintieron tan vivamente toda su riqueza, toda su complejidad? Es ste acaso el precio de la perfeccin: los mundos que ellos construyeron son tan difanamente acabados que estn libres de toda amenaza de interna disolucin. El cambio y la muerte no pueden introducirse en su slida trabazn, nada se gasta y muere en ellos cada da, de modo que de esa muerte nazca nueva vida. No, son esos grandes organismos histricos los que, inmutables en su estructura, avanzan y retroceden y agonizan en una lucha de titanes; la historia se llena as de mitos personificados: el sucederse de las naciones en la primaca, las luchas de razas, las luchas de clases, el trnsito de las pocas tras de un combate en el cual la ms joven asesina a la ms vieja... Slo de esa manera, que hoy parecera a la vez en exceso grandilocuente y algo burda, pueden los romnticos, salvando su recin adquirida sensibilidad para captar complejos culturales en toda su riqueza y en toda su secreta unidad, retener la nocin de devenir histrico. He aqu, pues, una flaqueza no casual del modo romntico de ver la historia; una flaqueza que es contrapartida acaso inevitable de cuanto de positivo trajo consigo el historicismo romntico. Es posible superarla conservando esas conquistas? En todo caso no parece ya interesar demasiado el hacerlo. Si nos fijamos en las crticas ms penetrantes, ms inteligentes, que hoy se formulan al Facundo, advertiremos que lo que se censura en l no es lo que hay de rgido en la contraposicin entre civilizacin y barbarie; es la contraposicin misma; a los ojos desencantados de muchos hombres de hoy entre civilizacin y barbarie no hay diferencias esenciales. Estn en la verdad? Eso no importa aqu; estn en todo caso en su verdad; esa conviccin refleja una experiencia no menos radical que la atravesada por Sarmiento, no menos hondamente sentida. Sencillamente, no saben ya hallar sentido a lo que ocurre en el mundo. Lleno de sentido, lleno hasta desbordar, est en cambio el mundo que ve Sarmiento, el mundo que vieron los historiadores romnticos, aquel en el cual se dispusieron a actuar con fe intacta en la eficacia de su accin. El historicismo de Sarmiento es entonces algo ms que un modo de ver la historia, acerca del cual pueda llevarse cuenta de los aciertos y los errores que trae consigo; es un trasunto de la fe, de la esperanza que no abandonaron nunca a Sarmiento; fe en s mismo y en su destino, fe en el destino nacional, fe -como gustaba decir frecuentemente, y acaso no metafricamente- en la Providencia divina y en sus leyes secretas y sabias. Es la fe que supo hacer nacer en sus hombres mejores -y no menos, y acaso ms que en los que aceptaban como bueno cuanto vean, en los revolucionarios negadores del presente en favor de un futuro en cuyas excelencias podan creer con la certidumbre de las cosas presentes-, que supo inspirar en sus hombres mejores el ochocientos, esa poca de prodigioso ascenso humano.
Sarmiento y el historicismo romntico. II
La estructura de Facundo Tulio Halpern Donghi
Qu es el Facundo? Ante este libro que a la lectura no aparece excesivamente
enigmtico, que parece decir exactamente lo que quiere, se ha planteado, una vez y otra, el problema. Y ms de una vez se ha intentado tambin resolverlo ubicando al Facundo en una vaga zona entre historia, novela y periodismo de actualidad. Sentimos enseguida que la ubicacin es injusta, que si no podemos clasificarlo con ms precisin ello no se debe a una intrnseca vaguedad de la obra examinada sino a insuficiencias de los clasificadores. El problema, as planteado, no surgi en el momento en que Facundo fue publicado. Sin duda, muchos encontraron en la obra algo de extrao: para Echeverra, por ejemplo, el lugar que se conceda a la mera ancdota era excesivo; Facundo era poco ms que una sucesin de cuentos al caso, ms o menos hbilmente narrados. Ese sentimiento de extraeza (que no fue tan slo el de Echeverra; Juan Mara Gutirrez lo comparti tambin, y acaso ms de uno de los que profesaban pblicamente su admiracin esconda algunos reparos inoportunos en ese momento de lucha contra Rosas), ese sentimiento apenas apuntado y no justificado de manera ninguna se resuelve aos ms tarde en el problema de ubicar aFacundo. Este problema surge, no por casualidad, en el momento en que el positivismo triunfa, y nace con l la exigencia de una especializacin en la vida intelectual argentina. La historia toca al historiador, la sociologa al socilogo, la psicologa al psiclogo; han pasado ya los tiempos ingenuos en que todo eso poda mezclarse confusamente. Frente a esa exigencia imperiosamente manifestada, Sarmiento mostr alguna timidez: saba muy bien que la haba ignorado a lo largo de toda su obra. Pero no por eso la rechazaba: su actitud era ms bien la del pecador contrito. Aduca disculpas en cada caso variables, desde las necesidades de la lucha poltica hasta las urgencias de la vida periodstica, que devora implacablemente los pensamientos apenas surgen, aun informes, de la mente. Esa modestia y como desconfianza de s mismo y de su bagaje cultural son caractersticas del ltimo Sarmiento, son propias, por ejemplo, del anciano que crey preciso construirse fatigosamente una cultura positivista para dar en Conflictos y armonas un Facundo puesto al fin a la altura de las nuevas ciencias humanas. Pero tampoco esa modestia nos parece justa: Facundo no es de ningn modo un deshilvanado sucederse de ancdotas ms o menos briosas. Plantear el problema de su ubicacin dentro de los gneros literarios no puede ser, entonces, preparar un reproche para el desordenado e improvisador Sarmiento; es ms bien intentar ver cul es el sentido de ese orden tan estricto que supo dar a la abigarrada coleccin de hechos por l recogida en el Facundo. Pero cabe preguntarse si el problema, tal como se lo plantea, puede llevar a una respuesta como la esperada. No nos preguntemos si la clasificacin en gneros literarios es o no legtima; es indudable en todo caso que los gneros se dan por lo menos como concretas posibilidades de expresin ante el escritor que emprende su tarea. Pero ocurre aqu que los gneros dentro de los cuales se quiere encerrar a Facundo son los vigentes cincuenta aos despus de que Facundo fue escrito. Si examinamos la situacin tal como se daba cuando se escribi la obra hallaremos un panorama mucho ms fluido e impreciso. El romanticismo haba creado vinculaciones nuevas entre literatura, historia, filosofa... Su dosis de filosofa no falta hoy ni a los dramas, observ alguna vez Alberdi, admitiendo desdeosamente que tambin Facundo pudiese tener la suya. Y entre historia y literatura de ficcin la intimidad era an mayor. Florece en las literaturas europeas la novela histrica, pero el influjo no se desarrolla en un solo sentido; un gran historiador romntico, Thierry, hall el primer estmulo para sus estudios acerca de la Galia merovingia en un pasaje de Chateaubriand. Y entre uno y otro haba algo ms que el vnculo de una inspiracin caprichosamente despertada al contacto de una pgina elocuente: Thierry elabora y revisa una imagen de la Francia brbara que estaba ya en el novelista. As temas que interesan particularmente a la conciencia europea vienen a colocarse a la vez en el centro de la investigacin erudita y de la representacin artstica (la lucha de nacionalidades nacientes o moribundas aparece en los estudios de Thierry, en los de Fauriel, en los de Sismondi; y de nuevo en el Ivanhoe o en el Adelchi de Manzoni). Pero la investigacin histrica se vincula, a la vez, con otras indagaciones que solan quedar separadas de ella. Vase -para citar un libro muy admirado por Sarmiento- laDemocracia en Amrica, de Tocqueville. He aqu un anlisis de la organizacin poltica de los Estados Unidos. Pero ese estudio no es ya juzgado suficiente: es preciso mostrar todava cmo los Estados Unidos han llegado a tener sa y no otra organizacin poltica. Es decir, es preciso revisar la historia de los Estados Unidos. Y eso hace Tocqueville, para concluir que el hecho determinante ha sido la formacin religiosa de los Padres Peregrinos, que ha producido un modo democrtico de gobierno y una actitud poco favorable a las disidencias, lo que hace posible el mantenimiento de la cohesin nacional bajo un rgimen republicano. Las conclusiones de Tocqueville podan ser o no acertadas: lo que en su tiempo se dudaba cada vez menos era que el mtodo por l seguido era el nico capaz de llevar a resultados. Pero es precisamente ese mtodo el que hace que el libro de Tocqueville parezca un poco extrao, si lo examinamos como si fuese un tratado de derecho constitucional. Ms extrao nos parecer si buscamos en l el libro de historia: no es ni lo uno ni lo otro. Tomemos un libro un cuarto de siglo anterior al de Tocqueville, De l'Allemagne de Mme. de Stal. Un relato de viaje? Un resumen crtico de la literatura alemana? Un estudio de psicologa nacional? O una condensadsima historia de las Alemanias? Todo eso, y todo eso junto. Lo que no quiere decir caticamente amontonado. Tambin este libro, aunque menos estrictamente ordenado que el de Tocqueville, se apoya en un orden, en una jerarqua de motivaciones en la que la seora de Stal cree firmemente. Si los largos inviernos y el temperamento flemtico y la gramtica de la lengua alemana y la curiosa organizacin del imperio son evocados sucesivamente es porque no se duda que entre todo eso hay en efecto un lazo. He aqu cmo, en algunos libros en que los tiempos romnticos podan reconocerse, hallamos planteado un problema anlogo al que nos propona Facundo. Tambin aqu aparecen rotas las estructuras de los gneros y de las disciplinas; sus limitaciones han comenzado a parecer insoportables estorbos en la indagacin de lo que realmente interesaba. Esos derrumbes han sido provocados por la irrupcin de un nuevo enfoque, del enfoque histrico. Tal como lo dijo excelentemente Sarmiento, en 1843, el estudio de la historia forma, por decirlo as, el fondo de la ciencia europea de nuestra poca. Filosofa, religin, poltica, derecho, todo lo que dice relacin con las instituciones, costumbres y creencias sociales, se ha convertido en historia, porque se ha pedido a la historia razn del desenvolvimiento del espritu humano, de su manera de proceder, de las huellas que ha dejado en los pueblos modernos y de los legados que las pasadas generaciones, las mezclas de razas, las revoluciones antiguas, han ido depositando sucesivamente. Pero para que la historia pueda dar todo lo que se ha comenzado a buscar en ella debe cambiar radicalmente su estructura (y eso mismo nos lo va a decir en seguida Sarmiento, en palabras en que hay un eco de otras muy hermosas de Michelet). El nuevo enfoque no se contenta con agregar a una teora de la constitucin una historia constitucional, con agregar al examen crtico de una literatura una historia de esa literatura. Esas historias slo adquieren sentido en una historia ms vasta, ambiciosa de universalidad. La clave de la organizacin poltica de los Estados Unidos no la hall Tocqueville en su historia poltica, que era todava preciso explicar, sino en ciertos caracteres de la religiosidad de los colonos. Estos rasgos decisivos venan a colocarse en el centro de todo un modo de sentir y de comportarse que trascenda los lmites de una abstracta historia de la religin, que requera una investigacin liberada de sus estrecheces. De este modo a los rasgos exteriores que hallamos en Facundo y en otros libros publicados en su tiempo y en los aos que le precedieron, y en unos pocos de los que siguieron, a esos rasgos que tenan algo de asombroso, corresponde una intencin muy precisa, un plan determinado. En cuanto a Facundo, Sarmiento ha expuesto en el prlogo cul era su intento. De haber dispuesto de tiempo y medios para emprender la composicin del libro con mayor reposo, hubiera buscado explicar el misterio de la lucha obstinada que despedaza a aquella repblica: hubiera clasificado distintamente los elementos contrarios, invencibles, que se chocan; hubirase asignado su parte a la configuracin del terreno, y a los hbitos que ella engendra; su parte a las tradiciones espaolas y a la conciencia nacional... su parte a las influencias de las ideas opuestas que han trastornado el mundo poltico, su parte a la civilizacin europea, su parte, en fin, a la democracia consagrada por la Revolucin de 1810, a la igualdad cuyo dogma ha penetrado hasta las capas inferiores de la sociedad. He aqu un plan de trabajo, muy claro y preciso. Demos vuelta unas cuantas pginas. Va a comenzar a tratarse, por fin, del hroe del libro, de Facundo. Y se comienza por contarnos cmo, cierto da, Facundo, fugitivo de San Luis, es perseguido por un tigre cebado y debe refugiarse en un algarrobo, de donde slo despus de horas lo rescatan sus amigos. Es decir que, en efecto, el plan fijado en el prlogo era el de un Facundo que pudo haber sido, y no vale para la obra escrita con prisa por el periodista? En el lugar de los anlisis anunciados encontramos algo que parece una digresin. Pero para Sarmiento eso no era una digresin: en la ancdota se revelaba el Facundo esencial, el que sera luego general don Facundo Quiroga, excelentsimo seor brigadier general... Cmo se acordaba esta seguridad con el plan de trabajo antes fijado? Aqu convendra no buscar en esas lneas del prlogo un sentido an desconocido en 1845. Parece exigirse en ellas una marcha anloga a la del qumico que analiza un compuesto, y lo descompone en sus simples, y determina cules son ellos. Sarmiento no se propone, sin embargo,analizar los hechos, no se propone descomponerlos y desintegrarlos; le interesa ante todo conservar y poner en descubierto sus secretas conexiones, integrarlos en unidades ms vastas. Sin duda da su lugar al marco geogrfico, a la tradicin hispnica, a la nueva fe revolucionaria, pero no ve a todo eso como factores que se combinan mecnicamente para dar un resultado a ellos ajeno. Sigue viendo en ellos las partes inescindibles de un todo, dentro del cual adquieren sentido. En otras palabras, conviene no ver en el Sarmiento que fija su programa al precursor de Buckle que descubri en l nuestro positivismo: lo que se oye en el prlogo a Facundo es, una vez ms, la voz del discpulo muy libre de Herder... Herder, en efecto, haba ya propuesto una imagen de la historia en que el medio se acordaba con lo que en l ocurra, con las tendencias y las inclinaciones de los protagonistas de la historia que en l hallaba lugar, pero no era de ningn modo su causa mecnica: era parte de una estructura ms vasta. Ahora bien, no hay duda de que Sarmiento conoci a Herder. A Herder citaba cuando, en lo ms encendido de la polmica literaria chilena, se proclam devoto de las cosas y no de las palabras. A Herder, a su filosofa de la historia todava cargada de trascendencia, achacaba Lastarria el fatalismo que dominaba en las ideas de los emigrados argentinos. Sin duda... Pero Sarmiento conoci a Herder a travs de Edgar Quinet, y si es fcil encontrar afinidades entre Sarmiento y Herder es menos fcil hallarlas con ese Herder que Quinet tradujo no slo a otro idioma sino a otra clave de ideas y aspiraciones. Herder, que a pesar de todas sus anticipaciones no era un romntico, en cuyo pensamiento luchaban y se acordaban tradicin cristiana e innovacin ilustrada, Herder contemplaba con serena maravilla el curso lento y majestuoso de la historia, las creaciones abigarradas de los hombres. En cuanto a la meta ltima estaba seguro como cristiano; como hombre de la ilustracin era slidamente optimista. Quinet, y con l lo ms vivo de la cultura francesa de la Restauracin, tiene una actitud distinta: se trata para l de encontrar nuevas seguridades, de hallar una nueva fe que colocar en el centro de una cultura renovada. Con todo eso tena Sarmiento muy poco en comn: todo un aspecto del romanticismo se le escapaba, el romanticismo de la desesperacin y de la duda. Duda y desesperacin se dieron en l como estados psicolgicos: se neg a darles lugar ninguno en su visin del mundo. As, a travs del Herder afrancesado, se aproxim Sarmiento al autntico. Se advierte cmo la relacin de Sarmiento y Herder no puede explicarse por un mero influjo; ese influjo es hecho posible y a veces suplido por una previa afinidad. Si Sarmiento comprendi tan bien la leccin de Herder es porque estaba preparado para recibirla. As el historicismo romntico no es en Sarmiento consecuencia de su formacin en aos en que ese modo de ver la historia dominaba. Es consecuencia de un acuerdo feliz entre influjos exteriores y la actitud ms honda del propio Sarmiento, discernible en l ya antes de la revelacin de la nueva cultura romntica. En su juventud haba ledo Sarmiento Las ruinas de Palmira. El hecho era inevitable: el libro de Volney, considerado manual de impiedades y denunciado infatigablemente en los pulpitos de San Juan como en los de todo el mundo cristiano, goz sin embargo de un prestigio y una difusin que hoy nos cuesta trabajo entender. Pero lo que interes a Sarmiento en el libro no fue su ostentada heterodoxia; tampoco sus conclusiones polticas. Lo atrajo algo al parecer ftil. En el prlogo, Volney describe brevemente la imagen de un beduino que fuma su pipa, en feliz indiferencia, acampado sobre las ruinas de la antes poderosa Palmira, reducida a unas cuantas columnas desmochadas. La evocacin quiere ser un smbolo de la caducidad de las cosas humanas, y en especial de los Imperios y los regmenes polticos, ya que de ellos va a ocuparse Volney. Y es precisamente esa imagen inicial lo que va a retener Sarmiento. Slo que para l no vale nicamente como smbolo; tiene un valor ms preciso y concreto. En el desdn del beduino ante los restos de una muerta civilizacin que no comprende se revela el conflicto irreductible entre dos modos de vida: el del sedentario, que gusta de perpetuar su recuerdo en monumentos de piedra; el del nmade, desdeoso del esfuerzo que agobia a su rival sobre el surco, desdeoso de sus glorias tan efmeras como esos esfuerzos. En el beduino que recuerda Volney se da todo eso. Pero no est simbolizado, se da de presencia, en el ms real, en el ms directo de los sentidos. La conducta del beduino slo se hace inteligible, slo se hace digna de nuestro examen, si referida a ese complejo que Sarmiento, en una bellsima pgina de sus Viajes, llamaba civilizacin, no de Mahoma, sino de Abrahn, a esa civilizacin ms vieja que el tiempo, que ignora al tiempo. As cada hecho puede adquirir sentido tan slo al incorporarse a un conjunto muy vasto. Slo que esa totalidad en que se integra no es algo que hayamos construido como un criterio interpretativo, como un esquema mental que es preciso yuxtaponer a la realidad para entenderla. La civilizacin de Abrahn es algo tan real, tan concreto y preciso como el gesto del beduino que fuma su pipa en el crepsculo, vive entera en ese gesto; le da sentido pero adquiere a su vez sentido a travs de esos mnimos modos de conducta en que su ley interior se manifiesta. De este modo para Sarmiento cada hecho, cada detalle, se integra sin residuos en una muy vasta unidad de sentido. Se entiende ahora por qu no crey inadecuado comenzar su vida de Facundo con una ancdota, cmo y por qu crey que en esa ancdota se daba ya, entero, el sentido de la vida que iba a narrar. Gracias a ella Facundo ha sido colocado en el centro de su mundo, un horizonte geogrfico, pero tambin y ante todo un horizonte espiritual, un haz de creencias y tendencias. Para resumir todo eso tena Sarmiento una palabra precisa: barbarie. El ubicar todo un sector de la vida argentina bajo el signo de la barbarie no es en Sarmiento, como se ha dicho a menudo, el residuo de una tradicin iluminista no del todo superada. Es, por el contrario, hazaa romntica; encierra todos los hallazgos, pero tambin las no siempre involuntarias limitaciones, que trajo consigo el modo romntico de ver la historia.