19 R.L Stine - Noche en La Torre Del Terror PDF
19 R.L Stine - Noche en La Torre Del Terror PDF
19 R.L Stine - Noche en La Torre Del Terror PDF
problema: han perdido a sus compaeros de viaje. De momento an no hay razn para
asustarse. El gua del grupo no puede haberse marchado tan tranquilo, dejndolos
abandonados. Pero ellos se ven completamente solos, en esa lgubre y vieja torre que es una
prisin. Habrn quedado encerrados, despus del anochecer, donde reinan esos inquietantes
ruidos y donde se mueve esa extraa y misteriosa figura que los quiere ver muertos?
R. L. Stine
ePUB v1.0
nalasss 14.08.12
Ttulo original: Goosebumps #27 A night in terror tower
R. L. Stine, enero de 1995.
Traduccin: Helena Martn
Al cabo de diez minutos lleg un taxi negro. El taxista era un hombre rubio con el pelo largo y
ondulado.
A qu hotel vais? nos pregunt, asomndose por la ventanilla.
Al Barclay respond.
Eddie y yo nos subimos a la parte trasera del taxi. Dentro se estaba muy calentito. Qu gusto daba
poder sentarse!
Al alejarnos de la Torre del Terror, no mir atrs. No quera volver a ver ese viejo castillo nunca
ms.
El coche se desliz suavemente por las calles oscuras. El taxmetro haca un tic-tac agradable y el
taxista tarareaba una meloda. Cerr los ojos y me hund en el asiento de piel. Intent no pensar en el
hombre terrorfico que nos haba perseguido por la Torre, pero no me lo poda quitar de la cabeza.
Pronto regresamos al centro de Londres, donde las calles rebosaban de coches y gente. Por todas
partes haba rtulos iluminados de restaurantes y teatros.
Al llegar delante del hotel Barclay, el taxi se detuvo. El taxista abri la mampara situada detrs de su
asiento y me dijo:
Son quince libras y sesenta peniques.
Eddie se incorpor, pero estaba medio dormido. Al descubrir que habamos llegado a nuestro
destino, parpade varias veces, asombrado.
Saqu las pesadas monedas del bolsillo y se las tend al taxista.
No s muy bien qu es qu confes. Podra cobrarse de aqu?
El taxista ech un vistazo a las monedas y arque una ceja.
Qu es eso? pregunt con frialdad.
Monedas respond. No saba qu decir. Tengo suficiente para pagarle?
El hombre me mir fijamente.
Tienes dinero de verdad? O es que me vas a pagar con dinero de juguete?
No, no lo entiendo tartamude. La mano me empez a temblar y casi se me cayeron las
monedas.
Yo tampoco contest con dureza el taxista. Lo que s s es que esto no son monedas de
verdad. Aqu utilizamos libras esterlinas, seorita.
El taxista pareca enfadado; me estaba mirando fijamente a travs de la mampara de cristal.
Bueno, me va a pagar en libras esterlinas o qu? Quiero mi dinero ya!
Retir las monedas y me las acerqu a los ojos. En la oscuridad del asiento trasero resultaba difcil
verlas bien, pero pude comprobar que eran grandes, redondas y pesadas, como si fueran de oro o plata de
verdad. Como estaba tan oscuro, no pude leer lo que pona.
Por qu iban a darme mis padres monedas de juguete? le pregunt al taxista.
l se encogi de hombros.
Ni idea. No conozco a tus padres.
Bueno, ellos le pagarn las quince libras le dije, mientras intentaba volver a meterme las
monedas en el bolsillo.
Quince libras y sesenta peniques ms propina me record el taxista, con el entrecejo fruncido.
Dnde estn tus padres? En el hotel?
Asent con la cabeza.
S. Estaban en un congreso aqu mismo, pero ahora deben de estar en la habitacin. Iremos a
buscarlos para que le paguen.
Con dinero de verdad, si puede ser dijo el taxista, levantando la vista al cielo. Si no estis
aqu dentro de cinco minutos, ir a buscaros.
Ahora mismo bajan, se lo prometo le asegur.
Abr la puerta y sal del taxi. Eddie me sigui hasta la acera, sacudiendo la cabeza.
Qu raro es todo esto murmur.
Un portero vestido con el uniforme rojo nos abri la puerta y nos apresuramos a entrar en el enorme y
lujoso vestbulo del hotel. La mayora de la gente pareca ir en direccin contraria; seguramente salan a
cenar. En ese momento mi estmago hizo un ruido y me di cuenta de que estaba muerta de hambre.
Eddie y yo pasamos a toda velocidad por delante de la recepcin. Caminbamos tan rpido que por
poco chocamos contra un botones que empujaba un carrito cargado hasta los topes de maletas.
A nuestra derecha omos ruido de platos en el restaurante del hotel y percibimos un aroma a pan
recin hecho.
Las puertas del ascensor se abrieron, dando paso a una mujer pelirroja con un abrigo de pieles y un
caniche de color blanco. Eddie se enred con la correa y tuve que ayudarlo para que no se nos escapara
el ascensor.
Entramos y en cuanto se cerraron las puertas apret el botn nmero 6.
Qu le pasaba a ese dinero? pregunt Eddie.
Yo me encog de hombros.
No lo s. Supongo que pap se equivoc.
Al llegar al sexto piso los dos echamos a caminar a toda prisa por el largo pasillo enmoquetado que
llevaba a nuestra habitacin. Por el camino, tuve que esquivar una bandeja del servicio de habitaciones
que haba en el suelo; todava quedaba medio bocadillo y varias piezas de fruta. Mi estmago me volvi
a recordar lo hambrienta que estaba.
Por fin. Eddie corri hasta la habitacin 626 y llam a la puerta. Eh, mam! Pap! Somos
nosotros!
Abrid! exclam con impaciencia.
Eddie volvi a llamar un poco ms fuerte.
Eh!
Acercamos la oreja a la puerta y escuchamos: silencio total. No se oan pasos ni voces.
Eh! Estis ah? pregunt Eddie mientras llamaba de nuevo. Daos prisa! Somos nosotros!
Se volvi hacia m. A estas horas tienen que haber acabado ya la reunin murmur.
Yo puse las manos en forma de altavoz y grit:
Mam? Pap? Estis ah?
No hubo respuesta.
Dndose por vencido, Eddie exhal un hondo suspiro.
Y ahora qu?
Tenis algn problema? pregunt una voz de mujer.
Al volverme vi a una doncella del hotel. Llevaba un uniforme gris y una pequea cofia blanca en la
cabeza. Empujaba un carrito lleno de toallas y se detuvo delante de nosotros.
Nuestros padres estn en una reunin le expliqu. Mi hermano y yo nos hemos quedado fuera.
La doncella nos examin durante un instante, solt el carrito y sac una cadena larga con muchas
llaves.
En teora no debera hacer esto dijo, mientras iba mirando todas las llaves. Pero supongo que
no pasar nada si os abro.
Finalmente meti una llave en la cerradura, la hizo girar y abri la puerta. Eddie y yo le dimos las
gracias y le dijimos que nos haba salvado la vida. Ella sonri y volvi a empujar el carrito por el
pasillo.
Como la habitacin estaba a oscuras, encend la luz.
Aqu no estn coment en voz baja. Ni rastro.
Habrn dejado una nota respondi Eddie. Quizs hayan tenido que salir con la gente del
congreso. O tal vez estn abajo, esperndonos en el restaurante.
Nuestra habitacin era una suite con un saln y dos dormitorios. A medida que la recorramos, yo iba
encendiendo las luces. Me dirig a un rincn donde haba una mesa con un bloc de notas y un bolgrafo,
pero el bloc estaba en blanco. No haban dejado ningn mensaje. Tampoco haba ninguno en nuestra
mesilla de noche.
Qu extrao musit Eddie.
Atraves nuestro dormitorio y entr en el de pap y mam. Puls el interruptor para echar un vistazo.
Dentro, la cama estaba hecha, con la colcha lisa y bien puesta, pero no encontr ningn mensaje. El
tocador estaba vaco y no haba ni ropa tirada en las sillas ni zapatos en el suelo. Tampoco estaban sus
maletines ni sus libretas de notas.
La verdad era que la habitacin ni siquiera pareca estar ocupada.
Al volverme vi a Eddie junto al armario, empujando la puerta corredera.
Sue, mira! grit. No hay ropa! La ropa de pap y mam, nuestra ropa, todo ha
desaparecido!
En ese momento sent un nudo en la garganta y me invadi una sensacin de pnico.
Qu est pasando?
No pueden haberse ido por las buenas! exclam. Me dirig al armario para asegurarme. No s
por qu lo hice, ya que desde el otro lado de la habitacin se vea claramente que estaba vaco.
Ests segura de que sta es nuestra habitacin? pregunt Eddie, al tiempo que abra el resto de
los cajones del tocador. Todos estaban vacos.
Aunque buscamos por todo el cuarto, no haba ni rastro de pap y mam.
Ser mejor que volvamos a recepcin suger, tras pensrmelo mucho. Averiguaremos en qu
sala es el congreso e iremos a buscarlos.
No puedo creer que todava estn en la reunin murmur Eddie, negando con la cabeza. Por
qu habran hecho las maletas y se las habran llevado consigo?
Seguro que hay una explicacin lgica respond. Venga, vamos abajo.
Salimos al pasillo y cogimos el ascensor hasta el vestbulo. Cuando llegamos a recepcin, nos
encontramos con un corrillo de gente arracimada alrededor del mostrador. Una mujer gorda vestida con
un mono verde se quejaba acaloradamente de la habitacin que le haban asignado.
Me prometieron una con vistas al ro le grit a un recepcionista con la cara muy colorada, y
quiero una con vistas al ro!
Pero seora le contest ste suavemente, este hotel no est situado cerca del ro, as que no
hay ninguna habitacin con vistas al ro.
Pues yo quiero ver el ro insisti ella. Mire, lo pone aqu!
La mujer plant una hoja de papel delante de la cara del hombre. La discusin dur unos minutos ms,
pero enseguida perd el inters. Estaba pensando en pap y mam; me preguntaba dnde estaran y por
qu no nos haban dejado una nota o un mensaje.
Tras unos diez minutos de espera, Eddie y yo nos dirigimos al recepcionista. Despus de meter unos
papeles en una carpeta, se volvi hacia nosotros y nos sonri de forma automtica.
Puedo ayudaros?
Estamos intentando encontrar a nuestros padres le dije, apoyando los codos sobre el mostrador
. Estn en el congreso, creo. Podra decirnos dnde es?
El recepcionista me mir un buen rato, como si no entendiera lo que le haba dicho.
Qu congreso es se? pregunt finalmente.
Intent pensar, pero por mucho que me esforzaba no recordaba el nombre del congreso ni de qu
trataba.
Es uno muy grande respond sin saberlo a ciencia cierta. Con gente que ha venido de todas
partes del mundo.
El recepcionista se qued pensativo.
Hummm
Es un congreso grandsimo! intervino Eddie.
Me parece que se trata de una confusin dijo el recepcionista con el entrecejo fruncido. Esta
semana no hay ningn congreso en el hotel.
Me qued mirndolo con la boca completamente abierta. Trat de decir algo, pero no me salan las
palabras.
Ninguno? insisti Eddie tmidamente.
El empleado del hotel sacudi la cabeza.
Ninguno.
En ese momento le llam una chica joven desde el interior de la recepcin y, tras indicarme con la
mano que enseguida volva, se march para averiguar qu ocurra.
Ests segura de que estamos en el hotel correcto? me susurr Eddie con gesto preocupado.
Pues claro le respond con dureza. Por qu no dejas de hacerme esas preguntas tan tontas?
No soy idiota, vale? Por qu no paras de preguntarme si es la habitacin correcta o el hotel
equivocado?
Porque no entiendo nada farfull.
Estaba a punto de responder cuando el recepcionista regres al mostrador.
En qu habitacin estis? pregunt, mientras se rascaba la oreja.
La seiscientos veintisis contest.
Despus de teclear en el ordenador, se qued mirando la pantalla verde.
Lo siento, pero esa habitacin est vaca.
Qu? exclam.
El recepcionista me examin detenidamente, entornando los ojos.
En estos momentos la habitacin 626 no est ocupada repiti.
Pero si estamos nosotros! protest Eddie.
El empleado esboz una sonrisa forzada y levant las dos manos como diciendo: Calma, calma.
Encontraremos a vuestros padres nos dijo con su sonrisa forzada., mientras tecleaba en el
ordenador. A ver, cul es vuestro apellido?
Abr la boca para responder, pero no me vino ninguna respuesta a la cabeza. Mir a Eddie, que
pareca muy concentrado.
Cul es vuestro apellido, nios? repiti el recepcionista. Si vuestros padres estn en el hotel,
podemos encontrarlos. Pero necesito saber vuestro apellido.
Lo mir fijamente sin decir nada. Entonces not una extraa sensacin que empez en la nuca y me
recorri todo el cuerpo; por un instante pens que no poda respirar, que el corazn se me haba parado.
Mi apellido, mi apellido Por qu no consegua recordarlo?
Not que empezaba a temblar y los ojos se me llenaban de lgrimas. Era horrible!
Me llamo Sue me dije. Sue, Sue, qu ms?
Temblando y llorando, agarr a Eddie por los hombros.
Eddie, cul es nuestro apellido? le pregunt.
No, no lo s solloz.
Oh, Eddie! exclam, al tiempo que abrazaba a mi hermano. Qu nos pasa? Qu nos pasa?
Tenemos que conservar la calma le dije a mi hermano. Si nos tranquilizamos, seguro que
podremos recordarlo.
Supongo que s respondi Eddie, aunque no pareca estar muy convencido. Permaneci con la
mirada perdida y los dientes apretados; luchaba por no llorar.
Eddie y yo estbamos en el restaurante del hotel, siguiendo la sugerencia del recepcionista, que haba
prometido localizar a nuestros padres mientras comamos. Por supuesto habamos aceptado encantados.
Nos moramos de hambre!
Nos sentamos en una mesa pequea al fondo del restaurante. Yo mir alrededor de aquella sala
amplia donde las araas de cristal brillaban sobre los elegantes comensales. En un pequeo palco un
cuarteto de cuerda tocaba msica clsica.
Eddie tamborileaba con nerviosismo sobre el mantel blanco, mientras yo jugueteaba con los pesados
cubiertos de plata. Mir a mi alrededor y vi que las otras mesas estaban llenas de gente feliz y alegre. En
la mesa de al lado tres nios cantaban una cancin en francs ante sus sonrientes padres.
Eddie se inclin sobre la mesa y me susurr:
Cmo vamos a pagar la comida? Nuestro dinero no sirve.
Podemos cargarlo en la cuenta de la habitacin respond. Cuando sepamos cul es.
Eddie asinti con la cabeza y se hundi en la silla. Acto seguido apareci un camarero sonriente
vestido de esmoquin.
Bienvenidos al Barclay dijo. Qu desean tomar?
Podramos ver el men? ped yo.
Ahora mismo no hay men contest el camarero sin alterar su expresin. Todava estamos
sirviendo el t.
T? exclam Eddie. No hay comida?
El camarero solt una risita.
Le llamamos t, pero de hecho es una merienda que incluye bocadillos, bollos, cruasanes y una
seleccin de pastas.
Muy bien. T para dos le dije.
El camarero hizo una reverencia rpida, dio media vuelta y se encamin hacia la cocina.
Al menos comeremos algo musit.
Creo que Eddie no me oy; segua mirando hacia la puerta de entrada del restaurante. Seguro que
buscaba a pap y mam.
Por qu no recordamos nuestro apellido? pregunt deprimido.
No lo s confes. Estoy muy confusa.
Cada vez que empezaba a pensar en ello, me mareaba. No haca ms que repetirme a m misma que la
culpa era del hambre.
Te acordars cuando hayas comido algo, me deca una y otra vez.
El camarero trajo una bandeja de canaps en forma de tringulo. Reconoc los de huevo duro y atn,
pero no supe de qu eran los dems. Sin embargo, a Eddie y a m no nos import, ya que empezamos a
devorarlos en cuanto el camarero los dej encima de la mesa.
Nos bebimos dos tazas de t y a continuacin lleg la siguiente bandeja llena de bollos y cruasanes.
Los untamos con mantequilla y mermelada de fresa y nos los zampamos con entusiasmo.
Quiz si le hiciramos al recepcionista una descripcin de pap y mam, eso le ayudara a
encontrarlos sugiri Eddie, mientras coga el ltimo cruasn antes de que yo pudiera hacerme con l.
Buena idea! exclam.
Pero entonces volvi a embargarme la misma sensacin de mareo.
Eddie dije. No me acuerdo de cmo son pap y mam!
Eddie dej caer el cruasn.
Yo tampoco murmur, bajando la cabeza. Esto es de locos, Sue!
Yo cerr los ojos.
Chist. Intenta imaginrtelos insist. Aparta otros pensamientos y concntrate en una imagen.
No, no puedo! tartamude Eddie, con voz asustada. Aqu est pasando algo muy raro. Algo
nos est afectando.
Tragu saliva y abr los ojos. Me resultaba imposible recordarlos. Intent pensar en mam: era rubia
o morena?, alta o baja?, gorda o delgada? Lo haba olvidado.
Dnde vivimos? se lament Eddie. Vivimos en una casa? No me acuerdo, no me acuerdo de
nada.
Not por su voz que Eddie estaba a punto de llorar. Yo sent un nudo en la garganta que me impeda
respirar. Me qued mirando a Eddie, incapaz de pronunciar una sola palabra.
Qu poda decir? El cerebro me daba vueltas como una peonza.
Hemos perdido la memoria dije finalmente. O al menos parte de ella.
Cmo? pregunt Eddie con voz trmula. Cmo puede habernos ocurrido lo mismo a los
dos?
Junt las manos sobre mi regazo y me di cuenta de que las tena completamente heladas.
Por lo menos nos acordamos de algunas cosas observ, intentando ser optimista.
An recordamos nuestros nombres replic Eddie, pero no nuestro apellido. Qu ms
recordamos?
Nos acordamos de nuestro nmero de habitacin contest. La seiscientos veintisis.
Pero el recepcionista dice que no puede ser! exclam Eddie.
Y recordamos por qu vinimos a Londres prosegu. Porque pap y mam venan a un
congreso.
Pero no hay ningn congreso en el hotel! exclam Eddie. Nuestros recuerdos son incorrectos,
Sue. Totalmente falsos!
Insist en averiguar lo que recordbamos. Tena la sensacin de que, si hacamos una lista, no nos
sentiramos tan mal. Era una idea absurda, pero no se me ocurra nada ms.
Recuerdo la excursin que hemos hecho hoy dije. Y recuerdo todos los sitios de Londres que
hemos visitado. Recuerdo al seor Starkes. Recuerdo
Y ayer? interrumpi Eddie. Qu hicimos ayer, Sue?
Iba a responder, pero de muevo me qued sin respiracin.
No recordaba el da de ayer! Ni anteayer! Ni el da anterior!
Oh, Eddie gem, cubrindome las mejillas con las manos. Esto es horrible.
Eddie no pareci orme; tena la vista fija en la puerta del restaurante. Yo segu su mirada y vi a un
hombre esbelto y rubio que entraba en la sala.
El taxista.
Nos habamos olvidado por completo de l!
Pegu un salto y la servilleta fue a parar a mi zapato, as que me deshice de ella dndole una patada.
A continuacin tir con fuerza del brazo de Eddie.
Venga, vmonos de aqu.
Con cara de duda, Eddie me mir a m y luego al taxista, que acababa de detenerse junto a la entrada
y estaba registrando el restaurante con la mirada.
Date prisa susurr. Todava no nos ha visto.
Quiz deberamos explicarle dijo Eddie.
Explicarle qu? le cort. Que no podemos pagarle porque hemos perdido la memoria y no
nos acordamos de nuestro propio nombre? Dudo mucho que se lo crea, y t?
Eddie frunci el entrecejo.
Tienes razn, pero cmo salimos de aqu?
El taxista bloqueaba la puerta de entrada, pero haba otra al fondo del restaurante, justo detrs de
nuestra mesa. Era una puerta de cristal con una cortina y un rtulo que deca NO PASAR, pero no
importaba. No haba eleccin; tenamos que escapar.
Agarr el picaporte y abr la puerta de un tirn. Eddie y yo nos escabullimos y cerramos la puerta
detrs de nosotros.
Creo que no nos ha visto susurr. Me parece que nos hemos salvado.
Ante nosotros haba un pasillo largo y oscuro. El suelo estaba sin enmoquetar, y las paredes, sucias y
sin pintar.
Debe de ser una zona reservada al personal del hotel, pens.
Antes de doblar un recodo, levant una mano para que Eddie se detuviera. Nos quedamos en silencio
un instante para comprobar si se oan pasos. Nos habra visto el taxista? Nos habra seguido hasta all?
Lo cierto es que me resultaba imposible or nada salvo los fuertes latidos de mi corazn.
Qu da tan horrible! me quej.
Pero entonces el da se volvi an ms horrible; el hombre de la capa negra apareci ante nosotros.
Creais que no iba a seguiros? pregunt. O acaso pensabais que podais escapar de m?
El hombre de la capa avanz hacia nosotros con la cara oculta entre las sombras.
Eddie y yo estbamos atrapados, de espaldas contra la puerta de cristal. Cuando el hombre de la capa
se acerc, pudimos verle las facciones y reconocimos los mismos ojos oscuros y fros y la misma mueca
amenazadora que habamos visto antes.
El hombre extendi la palma de la mano hacia Eddie.
Devulvemelos exigi.
Eddie se qued de piedra.
Que devuelva el qu? exclam.
El hombre de la capa mantuvo la palma abierta frente al rostro de Eddie.
Devulvemelos inmediatamente! grit. No juegues conmigo.
La expresin de Eddie empez a cambiar. Despus de mirarme un instante, se volvi hacia el hombre
de la capa.
Si se los devuelvo, nos dejar marchar?
Yo estaba totalmente confundida. Devolver qu? De qu estaba hablando Eddie?
El hombre de la capa solt una carcajada que pareca ms bien una tos seca.
Cmo te atreves a negociar conmigo? le pregunt a mi hermano.
Eddie, de qu est hablando?
En lugar de contestarme, Eddie mantuvo la mirada fija en el rostro sombro del hombre de la capa.
Nos dejar marchar si se los devuelvo?
Devulvemelos ahora mismo respondi el hombre con dureza, inclinndose sobre Eddie con
ademn amenazador.
Eddie exhal un suspiro y se meti la mano en el bolsillo del pantaln. Ante mi sorpresa, sac los
tres guijarros blancos. El carterista haba vuelto a atacar!
Eddie, cundo se los quitaste? le pregunt.
En la cloaca respondi. Cuando l me cogi.
Pero por qu? inquir.
Eddie se encogi de hombros.
No lo s. Parecan importantes para l, as que pens
No lo parecen, lo son! grit el hombre de la capa mientras le arrebataba los guijarros.
Ahora nos dejar marchar? llorique Eddie.
S. Ahora nos iremos respondi el hombre, distrado. Estaba concentrado en los guijarros.
Eso no es lo que he dicho! protest Eddie. Dejar que nos vayamos?
El hombre no le hizo caso. Apil los guijarros en la palma de su mano y, acto seguido, empez a
cantar una cancin que no entend. Deba de ser en un idioma extranjero.
Nada ms terminar de cantar, un enorme resplandor inund el pasillo y las puertas comenzaron a
curvarse como si fueran de goma. De repente sentimos que el suelo empezaba a ondularse bajo nuestros
pies. El hombre de la capa tambin brillaba y se ondulaba. Todo el pasillo resplandeca con una luz
blanca y cegadora.
De pronto not una punzada aguda en el estmago, como si me hubieran pegado un puetazo.
No poda respirar.
Finalmente todo se volvi negro.
Una luz intermitente de color naranja rompi la oscuridad.
Abr los ojos y parpade varias veces. A continuacin respir profundamente. El hombre de la capa
73 no estaba.
Eddie, ests bien? le pregunt con voz temblorosa.
Creo, creo que s tartamude Eddie.
Mir el largo pasillo y descubr asombrada que estaba lleno de puertas. Al lado de cada puerta haba
un candelabro con una vela.
Sue, cmo hemos llegado a este pasillo? pregunt Eddie en voz baja. Dnde est el hombre
de la capa?
No lo s respond. Estoy tan confusa como t.
Eddie y yo caminamos por el pasillo.
sta debe de ser la parte vieja del hotel supuse. Deben de haberlo decorado as para que
parezca antiguo.
Pasamos por delante de muchas puertas. Aparte del ruido de nuestras zapatillas deportivas sobre el
suelo de madera, todo estaba silencioso. No haba nadie ms a la vista. La luz de las velas, las puertas
oscuras, el silencio inquietante me daban escalofros. Me temblaba todo el cuerpo.
Eddie y yo seguimos andando bajo la dbil luz anaranjada.
Quie, quiero volver a la habitacin dijo Eddie cuando doblamos otro recodo. Quiz pap y
mam hayan vuelto y estn esperndonos arriba.
Quiz respond con escepticismo.
Entramos en otro pasillo igual de silencioso, baado por la luz ttrica y danzante de las velas.
Tiene que haber un ascensor por aqu cerca murmur.
Pero solamente pasbamos ante puertas cerradas.
Al doblar otra esquina, casi nos dimos de bruces contra un grupo de personas.
Ooohhh! exclam, sorprendida por el hecho de encontrar gente en aquellos pasillos tan
desiertos.
Cuando pasaron me qued mirndolos; llevaban unas tnicas largas y las caras ocultas bajo capuchas
oscuras. Era imposible decir si eran hombres o mujeres. Se movan silenciosamente, sin hacer el ms
mnimo ruido, y no nos prestaron ninguna atencin.
Oiga Podran decirnos dnde est el ascensor? pregunt Eddie.
No se volvieron ni contestaron.
Eh! grit Eddie, mientras corra detrs de ellos. Por favor! Han visto el ascensor?
Uno de ellos se detuvo y se volvi hacia Eddie. Los otros continuaron avanzando lentamente por el
pasillo, arrastrando sus largas tnicas. Al colocarme junto a mi hermano, vi la cara del encapuchado: era
un hombre viejo con las cejas pobladas y blancas.
El anciano mir primero a Eddie y luego a m. Sus ojos eran profundos, y su expresin, triste.
Percibo el Mal a vuestro alrededor nos anunci en voz baja.
Qu? exclam. Mi hermano y yo
No salgis de la abada nos aconsej el anciano. Percibo el Mal muy cerca. Vuestra hora est
prxima, muy prxima
Qu abada? pregunt. Por qu dice eso?
El anciano no respondi, simplemente asinti con gesto solemne mientras la luz de las velas se
reflejaba en sus ojos hmedos. Entonces se volvi para reunirse en silencio con los otros, arrastrando la
tnica por el suelo.
Qu quera decir? inquiri Eddie en cuanto el anciano encapuchado hubo desaparecido. Por
qu intentaba asustarnos?
Sacud la cabeza.
Debe de ser una broma deduje. Seguramente iban a alguna fiesta.
Eddie frunci el entrecejo, pensativo.
Eran bastante siniestros, Sue. No tenan pinta de ir de juerga.
Yo suspir.
Busquemos el ascensor y volvamos a la habitacin. Esta parte del hotel me da miedo; es
demasiado oscura y solitaria.
Eh, se supone que soy yo el que tiene miedo dijo Eddie, siguindome por el pasillo. T eres la
valiente, recuerdas?
Continuamos caminando por aquellos pasillos, sintindonos cada vez ms perdidos. No haba forma
de encontrar ni el ascensor ni un modo de salir.
Es que vamos a caminar eternamente? se lament Eddie. Tiene que haber una salida, no?
Volvamos atrs suger. El taxista ya debe de haberse ido. Regresemos hacia donde vinimos y
salgamos por el restaurante.
Eddie se apart el cabello de la frente.
Buena idea murmur.
Dimos media vuelta e iniciamos el largo camino de regreso al restaurante. Nos result fcil;
simplemente seguimos el pasillo y doblamos a la izquierda en lugar de a la derecha. Andbamos rpido y
sin hablar.
Mientras caminbamos, intent recordar nuestro apellido y a nuestros padres. Me esforc en recordar
sus caras o cualquier cosa sobre ellos, pero no hubo manera.
Perder la memoria es algo terrorfico; mucho peor que ser perseguido por alguien, puesto que la
culpa est en tu interior, en tu propia mente. Resulta imposible escapar o esconderse; es un problema que
no puedes resolver y te hace sentir completamente impotente.
Mi nica esperanza era que pap y mam estuvieran esperndonos en la habitacin y que pudiesen
explicarnos lo que nos haba ocurrido.
Oh, no! exclam Eddie, interrumpiendo mis pensamientos.
Habamos llegado al final del pasillo, donde deba estar la puerta de cristal. Pero no haba ninguna
puerta, ni que diera al restaurante ni a cualquier otra parte.
Eddie y yo estbamos delante de una pared de piedra.
Nooo! llor Eddie. Yo quiero salir! Quiero salir de aqu! repiti, golpeando
furiosamente la pared con los puos.
Yo lo apart con suavidad.
Debemos de habernos equivocado de direccin al doblar uno de los recodos le dije.
Ni hablar! protest. Es el mismo pasillo! Lo s!
Y entonces dnde est el restaurante? repliqu. No creers que han sellado la puerta
mientras caminbamos por los pasillos?
Eddie me mir con ojos asustados.
No podemos salir y dar la vuelta al hotel? pregunt desesperadamente.
Podramos hacerlo reflexion en voz alta, si encontrramos una puerta que diese al exterior.
Pero de momento
Me interrumpieron unas voces.
Al volverme descubr un estrecho pasadizo a nuestra derecha que no haba visto antes. De l parecan
proceder las voces, y tambin se oan risas.
El restaurante debe de estar por ah le dije a Eddie. Lo ves? Slo tenamos que seguir un
poco ms. Saldremos de aqu en unos segundos.
El rostro de Eddie se anim un poco.
A medida que avanzbamos por el pasadizo, las voces y risas se hacan ms audibles. Al fondo
vimos una brillante luz amarilla que sala de una puerta abierta. Cuando entramos, los dos lanzamos una
exclamacin de sorpresa. Aqul no era el hotel donde habamos merendado!
Me agarr a Eddie y contempl la enorme sala. Estaba completamente estupefacta. La nica luz
proceda del fuego de dos chimeneas enormes. La gente iba disfrazada y estaba sentada en bancos junto a
largas mesas de madera.
En el centro de la sala estaban asando un venado sobre una gran fogata. Las mesas rebosaban de
comida: carne, coles, verduras, frutas, patatas y otros alimentos que no pude reconocer. Curiosamente, no
vi ningn plato o bandeja; la comida estaba dispuesta directamente encima de las largas mesas y la gente
alargaba la mano y coga lo que quera.
Todos coman ruidosamente y hablaban a gritos, rean y cantaban. Beban a grandes tragos de unas
copas de metal, dejndolas con estrpito sobre las mesas y brindando alegremente.
Comen con las manos! observ Eddie.
Tena razn; en las mesas no haba cubiertos de ningn tipo.
Un gran perro marrn persegua a dos gallinas por la sala, y una mujer que sostena a dos bebs sobre
el regazo dedicaba toda su atencin a masticar un gran trozo de carne.
Es una fiesta de disfraces le susurr a Eddie, sin atreverme a moverme de la puerta. Aqu es
donde deban de venir los hombres encapuchados.
Contempl embobada los trajes de colores: tnicas largas, monos azules y verdes que parecan
pijamas y, sobre los hombros, muchas pieles. Las llevaban tanto hombres como mujeres, a pesar del
calor procedente de las chimeneas.
En un rincn, junto a un barril, un hombre con una gran piel de oso iba llenando las copas de un
espeso lquido color marrn.
Dos nios harapientos jugaban con una herradura debajo de una de las mesas, mientras otro nio
vestido que llevaba las piernas enfundadas en unas medias verdes persegua a una de las gallinas.
Menuda fiesta! susurr Eddie. Quin es esta gente?
Yo me encog de hombros.
No lo s. No entiendo muy bien lo que dicen. Y t?
Eddie neg con la cabeza.
Tienen un acento raro.
Pero quizs alguien de aqu pueda decirnos cmo salir suger.
Intentmoslo dijo Eddie.
Empec a caminar y, aunque avanzaba lentamente, por poco tropec con un perro que dorma en el
suelo. Me dirig hacia uno de los hombres que estaba asando el venado, mientras Eddie me segua a poca
distancia. El hombre slo llevaba unos pantalones cortos de arpillera, y la frente y el torso le brillaban a
causa del sudor.
Perdone le dije.
El hombre levant la vista y me mir con una expresin de completa sorpresa.
Perdone repet, podra decirnos cmo salir del hotel?
l continu mirndome sorprendido, sin responder a mi pregunta. Me miraba como si nunca hubiera
visto a una nia de doce aos vestida con una camiseta y tjanos.
Dos nias con vestidos de color gris, largos hasta el suelo, se acercaron a nosotros y nos miraron con
la misma expresin de asombro que el hombre. Tenan el pelo largo y rubio, pero totalmente enredado.
Pareca que no se lo hubieran peinado en toda su vida!
Ambas nos sealaron con el dedo y soltaron unas risitas. En ese momento me di cuenta de que toda la
sala se haba quedado en completo silencio, como si alguien hubiera accionado un botn para bajar el
volumen al mnimo.
Mi corazn empez a latir con fuerza y el intenso olor del asado me mare. Al volverme, vi que toda
la sala haba enmudecido y que todos nos estaban mirando boquiabiertos.
Sien, siento interrumpir la fiesta tartamude con voz asustada.
De pronto todos se pusieron en pie. Uno de los largos bancos de madera se volc y toda la comida se
desparram por el suelo. Unos nios nos sealaban y se rean en voz baja. Incluso las gallinas parecan
haber cesado de cloquear y de pasearse por la sala.
Fue entonces cuando un hombre enorme con la cara encendida y una tnica blanca levant la mano y
nos seal con el dedo a Eddie y a m.
Son ELLOS! grit. Son ELLOS!
Nos conocen? me pregunt Eddie en voz baja.
Nosotros tambin nos quedamos mirndolos. Todo el mundo pareca haberse quedado congelado en
su sitio. El cocinero dej de asar el venado y el nico sonido que se oa en todo el comedor era el
crepitar de las llamas en las dos chimeneas gemelas.
El hombre de la tnica blanca baj la mano lentamente y su cara se torn de un rojo escarlata.
Slo queremos encontrar la salida expliqu con timidez.
Nadie se movi ni respondi.
Yo respir hondo y volv a intentarlo.
Hay alguien que pueda ayudarnos?
Silencio.
Quin ser esta gente tan extraa? me pregunt. Por qu nos miran de este modo? Y por qu
no nos contestan?
Eddie y yo dimos un paso atrs cuando ellos empezaron a avanzar hacia nosotros. Algunos
murmuraban muy excitados, hablaban entre ellos en susurros y hacan aspavientos con las manos.
Eddie, ms vale que nos vayamos de aqu! murmur.
Aunque no poda or lo que decan, no me gustaba la expresin de sus caras. Tampoco me haca
ninguna gracia que vinieran hacia nosotros de todas direcciones, como intentando rodearnos.
Eddie, corre! grit.
Cuando dimos media vuelta y nos abalanzamos hacia la puerta abierta, omos un gritero enorme. Los
perros se pusieron a ladrar y los nios a llorar. Nosotros nos adentramos en el oscuro pasillo y seguimos
corriendo a toda velocidad.
Mientras corramos, todava poda notar el calor del fuego en la cara y el intenso aroma del asado.
Los gritos de ira de la gente resonaban por todo el pasillo. Cuando me volv, casi sin aliento, cre que los
vera detrs de nosotros, pero el pasillo estaba vaco.
Doblamos una esquina y continuamos corriendo. A ambos lados parpadeaban las velas, mientras el
suelo de madera cruja bajo nuestras zapatillas deportivas. Aquella luz tenue y tenebrosa, las distantes
voces detrs de nosotros, el pasillo en forma de tnel interminable, todo me daba la sensacin de estar en
un sueo.
Doblamos otro recodo sin dejar de correr. La borrosa luz de las velas empezaba a desenfocarse.
Estoy flotando en una nube de color naranja brillante pens. Cundo llegar al final de estos
pasillos vacos?
De repente apareci una puerta delante de nosotros, y Eddie y yo gritamos de alegra. Pareca una
salida.
Tiene que dar al exterior!, me dije.
Corrimos hasta la puerta sin frenar. Cuando llegamos a ella, extend las manos, la abr de un empujn
y salimos a la luz del da.
Estbamos fuera! Habamos escapado del oscuro laberinto del hotel!
Tard unos instantes en librarme del resplandor blanco que me haba cegado al salir. Parpade varias
veces y finalmente mir a mi alrededor.
Oh, no! grit, agarrando a mi hermano por el brazo. No! Eddie, qu ha pasado?
Es, es de da! tartamude Eddie.
Sin embargo, la luz del sol no era lo nico asombroso; todo haba cambiado.
Me sent como si estuviera viendo una pelcula y hubiese cambiado la escena. De pronto era de da, o
la semana siguiente, y yo estaba en un lugar totalmente distinto. Saba que slo haban pasado unos
segundos desde que Eddie y yo habamos abierto la puerta del hotel, pero en ese espacio de tiempo todo
haba cambiado.
Eddie y yo nos mantuvimos muy juntos y miramos a nuestro alrededor. No se vean coches ni
autobuses. La calle haba desaparecido para dejar paso a un camino lleno de piedras y polvo. Donde
antes haba edificios altos, aparecan ahora casitas blancas de techos bajos y cabaas de madera sin
puertas ni ventanas. Junto a una de las casitas haba un pajar, y unas cuantas gallinas cloqueaban y
picoteaban el polvo del camino. Una vaca asomaba la cabeza por detrs del pajar.
Qu pasa? pregunt Eddie. Dnde estamos?
Es como si hubiramos retrocedido en el tiempo dije en voz baja. Eddie, mira a la gente.
Pasaron dos hombres cargados con sartas de pescados. Llevaban el pelo largo y barba larga tambin,
y vestan unos sayos grises que les llegaban hasta el suelo.
Vimos a dos mujeres arrodilladas en un huerto, arrancando patatas con las manos, y a un hombre que
cabalgaba a lomos de un caballo tan flaco que se le marcaban todas las costillas. El hombre se par a
hablar con las mujeres, que lucan unos vestidos largos de color marrn.
Se parecen a la gente que vimos en el hotel le dije a Eddie.
Al recordar el hotel me di la vuelta.
Oh, no! Coga Eddie del brazo y lo obligu a volverse.
El hotel tambin haba desaparecido.
En su lugar se alzaba un edificio alargado y bajo de piedra parda. Por su aspecto pareca una posada
o un ayuntamiento.
No entiendo nada se quej Eddie, rascndose la cabeza. A la luz del da, me percat de que
estaba muy plido. Sue, tenemos que volver al hotel. Estoy, estoy muy confuso.
Yo tambin confes.
Camin unos pasos por el camino de tierra. Deba de haber llovido recientemente, porque el suelo
estaba blando y embarrado. En la lejana se oy el mugido de una vaca.
Es esto Londres? me pregunt. Cmo puede haber vacas en pleno centro? Dnde estn los
edificios de oficinas? Y los coches? Y los taxis y los autobuses de dos pisos?
De pronto o silbar a alguien y vi a un nio rubio que apareca por detrs del edificio alargado.
Vesta un traje hecho con harapos marrones y negros y llevaba un haz de lea en los brazos.
Pareca de mi edad, as que cruc el camino embarrado para hablar con l.
Hola! le grit. Hola!
El nio alz la vista por encima del haz de lea y sus ojos azules me miraron sorprendidos. La brisa
alborotaba su cabello largo y despeinado.
A los buenos das, seora dijo l. Tena un acento tan extrao que casi no poda entenderle.
Buenos das respond sorprendida.
Sois viajeros? pregunt el nio, al tiempo que se echaba el haz de lea al hombro.
S contest. Pero mi hermano y yo nos hemos perdido. No encontramos nuestro hotel.
l entorn sus ojos azules y me mir con aire pensativo.
Nuestro hotel repet. Sabes dnde est? Es el Barclay.
Barclay? repiti. Hotel?
S dije yo. Esper su respuesta, pero l se qued mirndome con el entrecejo fruncido.
No conozco esas palabras extranjeras dijo finalmente.
Un hotel! exclam con impaciencia. Ya sabes, un lugar donde se alojan los viajeros.
Muchos se alojan en la abada respondi. A continuacin seal el edificio alargado que
quedaba a nuestra espalda.
No, quiero decir empec a explicar, pero enseguida me di cuenta de que no me comprenda en
absoluto.
Bueno, tengo que llevar la lea a casa dijo el nio. Hizo un gesto de despedida con la cabeza, se
cambi el haz de hombro y reemprendi la marcha por el camino embarrado.
Eddie, has visto? coment. Ese nio no saba lo que era un hotel! Qu te ha?
Mir a mi alrededor.
Eddie?
Eddie no estaba.
Eddie? Eddie!
Cada vez que pronunciaba su nombre, mi voz sonaba ms aguda y aterrorizada. Dnde se haba
metido?
Eeee-ddie! grit.
Las dos mujeres que arrancaban patatas levantaron la vista.
Han visto adonde ha ido mi hermano? les pregunt.
Ellas negaron con la cabeza y volvieron a su trabajo.
Aahh! Tuve que pegar un salto para evitar que me atropellara un carro tirado por un buey
enorme. El conductor, un hombre gordo, sin camisa y cuyo cuerpo obeso estaba curtido por el sol, en
lugar de frenar, chasque las cuerdas que usaba como riendas y le grit al animal para que fuera ms
deprisa.
Cuando el carro pas por aquella parte del camino, las ruedas se hundieron en el barro y dejaron
unos surcos profundos en el suelo. Las gallinas cloquearon y se apartaron del camino rpidamente, pero
las mujeres ni siquiera levantaron la cabeza.
Yo me dirig a la entrada de la abada.
Eddie? Ests ah dentro?
Abr la puerta y ech una ojeada furtiva al interior. All volv a ver el largo pasillo iluminado con
velas y a varios hombres vestidos con hbitos que se congregaban alrededor de la entrada.
Acabamos de salir de ah me dije, y acto seguido cerr la puerta. Eddie no volvera a entrar.
Entonces dnde estaba? Por qu se haba ido y me haba dejado tirada? Cmo poda haber
desaparecido as?
Grit su nombre varias veces ms hasta que se me hizo un nudo en la garganta. Tena la boca
completamente seca.
Eddie? repet, desesperada.
De camino a una de las casitas, las piernas me empezaron a temblar.
No te asustes, Sue me dije. Lo encontrars. Sobre todo no te asustes.
Demasiado tarde; estaba muerta de miedo.
Dnde se habra metido?
Al asomarme por la puerta abierta de la casita, percib un olor desagradable, pero salvo una mesa de
madera rstica y un par de taburetes no haba nadie.
Me dirig a la parte trasera de la casa, desde la que se extenda un prado de hierba que haca un poco
de pendiente. Ms abajo, en medio de la colina, pastaban cuatro o cinco vacas.
Puse las manos en forma de altavoz y llam a mi hermano una vez ms. Por toda respuesta o el suave
mugido de una vaca. Con un suspiro de preocupacin, di media vuelta para regresar al camino.
Supongo que tendr que registrar todas las casitas decid. Eddie no puede haber ido muy
lejos.
Slo haba dado un par de pasos cuando una sombra se proyect sobre el camino. Totalmente
sorprendida, alc la vista y me qued mirando a la figura oscura que me cerraba el paso.
Su capa negra ondeaba al viento. Llevaba otro sombrero negro, pero bajo el ala asomaba la misma
cara plida.
Retroced un poco para evitar su sombra y me llev las manos a las mejillas, horrorizada.
Ya te dije que era hora de irnos me record, acercndose a m.
Dnde est Eddie? farfull. Sabe dnde est Eddie?
En su rostro blanquecino se dibuj una fina sonrisa.
Eddie? pregunt con sorna. Por algn motivo, mi pregunta le haba hecho gracia. No te
preocupes por Eddie respondi con una mueca burlona.
El hombre dio un paso hacia delante y su sombra volvi a engullirme. Yo estaba muerta de miedo.
Ech un vistazo a mi alrededor y vi que las dos mujeres del huerto se haban metido en sus casas.
Todo el mundo haba desaparecido. El camino estaba desierto; slo quedaban algunas gallinas y un
sabueso que dorma junto al pajar.
No, no lo comprendo tartamude. Quin es usted? Por qu nos persigue? Dnde
estamos?
Mis preguntas histricas tan slo le hicieron rer.
Ya me conoces dijo tranquilamente.
No! protest. No le conozco! Qu est pasando?
Tus preguntas no retrasarn tu destino respondi.
Lo mir fijamente e intent interpretar su expresin en busca de respuestas. Sin embargo, l se baj el
ala del sombrero para cubrirse los ojos.
Se ha equivocado! exclam. Se ha equivocado de nia! Yo no le conozco! No entiendo
nada!
El hombre dej de sonrer e hizo un gesto de impaciencia.
Vmonos ya dijo con firmeza.
No! chill. No me mover hasta que me diga quin es y dnde est mi hermano!
l se ech la capa hacia atrs y dio otro paso hacia m. A medida que se acercaba, sus botas se iban
hundiendo en el barro del camino.
No ir con usted! grit, histrica. Todava tena las manos en las mejillas, y las piernas me
temblaban tanto que crea que me iba a caer.
Mir a mi alrededor en busca de una escapatoria. Aguantaran mis piernas si echaba a correr?
Ni se te ocurra intentar escapar dijo el hombre como si me hubiera ledo el pensamiento.
Pero, pero balbuc.
Vas a venir conmigo ahora mismo. Es la hora insisti.
El hombre se abalanz sobre m, levant sus manos enguantadas y me agarr por los hombros. No
tuve tiempo de defenderme ni de intentar liberarme.
De pronto el suelo empez a retumbar; o un gemido y un fuerte chasquido. En ese momento apareci
otro carro y vi al conductor arreando al buey con una larga cuerda.
El hombre de la capa negra me solt y dio un salto atrs para evitar ser arrollado por el carro. Su
sombrero sali volando y l se tambale al poner el pie en una zanja que haba junto al camino.
Mientras el hombre intentaba mantener el equilibrio, yo tuve el tiempo justo para dar media vuelta y
huir. Corr agachada, escondindome detrs del buey. Despus me desvi y me met entre dos casitas.
Durante mi huida, alcanc a ver al hombre de la capa agachndose para recoger el sombrero.
Descubr que no tena nada de pelo; su cabeza calva brillaba como una bola de billar.
Yo jadeaba y respiraba con dificultad; me dola el pecho y las sienes estaban a punto de estallarme.
No obstante, segu corriendo agachada por detrs de las casitas. A mi izquierda se extenda el prado
verde, donde resultaba imposible esconderse.
Las casitas estaban cada vez ms juntas. O los llantos de unos nios. Una mujer estaba guisando una
especie de salsa roja en un fuego. Me grit cuando pas junto a ella, pero yo no le respond.
Dos sabuesos negros empezaron a perseguirme, ladrando y mordisquendome los tobillos.
Fuera! grit. Fuera! Dejadme en paz!
Ech un vistazo atrs y vi la gran silueta negra deslizndose rpidamente por la hierba. Saba que iba
a alcanzarme.
Tengo que encontrar un escondite me dije. Ya!
Me met entre dos pequeas cabaas y casi atropell a una mujer gorda y pelirroja que llevaba un
beb envuelto en una gruesa manta. La mujer, sobresaltada, apret al beb contra su pecho todava ms.
Tiene que esconderme! exclam, jadeante.
Fuera de aqu! replic la mujer. No pareca antiptica, sino asustada.
Por favor! le rogu. Me estn persiguiendo! Seal el espacio entre las casas y ambas
vimos al hombre de la capa que se acercaba a toda velocidad.
Por favor! No deje que me alcance! supliqu. Escndame! Escndame!
La mujer tena la vista fija en el hombre de la capa. Finalmente se volvi haca m y se encogi de
hombros.
No puedo asegur.
Suspir, totalmente derrotada. Saba que no poda ir mucho ms lejos y que el hombre de la capa me
capturara con facilidad.
La mujer apret al beb contra su vestido negro, mientras segua al hombre con la mirada.
Le, le pagar! se me ocurri decirle inesperadamente.
De pronto haba recordado las monedas que el taxista se haba negado a aceptar. Las aceptara ahora
la mujer?
Me met la mano en el bolsillo y saqu el dinero.
Aqu tiene! exclam. Tmelas! Qudeselas todas! Pero escndame, por favor!
Le puse todas las monedas en la mano. Al examinarlas, la mujer abri los ojos y la boca, totalmente
estupefacta.
Tampoco las aceptar pens. Me las va a devolver como hizo el taxista.
Pero me equivocaba.
Soberanos de oro! exclam en voz baja. Soberanos de oro. Solamente he visto uno en mi
vida, cuando era nia.
Los acepta? Me va a esconder? implor.
Ella se meti las monedas en el escote del vestido y luego me empuj hacia su casa. Dentro ola a
pescado y haba tres cunas en el suelo, junto a un pequeo fuego.
Rpido, mtete en el cesto de la lea me orden la mujer. Est vaco. Me empuj
suavemente hacia una gran cesta de mimbre con una tapa.
Con el corazn desbocado, destap la cesta y me introduje en su interior. Ella volvi a colocar la
tapa, dejndome en la ms completa oscuridad. Me encog y apoy las rodillas y las manos en el spero
fondo de la cesta. Aunque no se me oa, dese parar de jadear y que mi corazn no palpitara tan fuerte.
Entonces me di cuenta de que la mujer haba aceptado las monedas encantada, sin decir que eran
dinero de juguete, como el taxista.
Son monedas muy antiguas, pens.
Un escalofro me recorri todo el cuerpo. De pronto me di cuenta de por qu todo tena un aspecto tan
distinto, tan antiguo.
Hemos retrocedido en el tiempo de verdad me dije. Estamos en el Londres de hace varios
siglos. El hombre de la capa nos trajo aqu con ayuda de esos guijarros y cree que soy otra persona. Me
persigue porque me ha confundido con otra. Y cmo le har ver la verdad? me pregunt. Cmo
saldr del pasado y volver a mi poca?
Intent olvidar esas preguntas y escuchar atentamente. O voces fuera de la casita: primero la de la
mujer y luego el atronador vozarrn del hombre de la capa.
Contuve el aliento para poder or sus palabras a pesar de los fuertes latidos de mi corazn.
Est ah dentro, seor dijo la mujer.
Entonces o unos pasos y sus voces se hicieron cada vez ms fuertes. Se acercaron ms y ms, hasta
detenerse junto a la cesta.
Dnde est? exigi saber el hombre de la capa.
La he metido en ese cesto, seor respondi la mujer. Est empaquetada y lista para llevar.
Permanec en la oscuridad de la cesta con el corazn en un puo.
Menuda traicin! Esa mujer ha aceptado mi dinero pens indignada, y luego me ha delatado.
Cmo ha podido hacerme esto?
Todava estaba a gatas, completamente encogida y aterrorizada. Todo el cuerpo se me qued dormido
y pens que en cualquier momento me desvanecera.
No obstante, respir hondo y me incorpor un poco para intentar abrir la tapa. Cuando vi que no se
mova, emit un gemido de frustracin.
La habran cerrado con la correa? O la estara aguantando el hombre de la capa?
No importaba; estaba atrapada, y no tena escapatoria posible. Ahora era su prisionera.
De pronto la cesta se movi bruscamente y yo sal disparada contra uno de los lados. A continuacin
not que se deslizaba por el suelo de la casa.
Eh! exclam, pero el ruido amortiguaba mi voz. Me tend sobre el spero fondo de la cesta,
mientras mi corazn palpitaba con fuerza. Djenme salir!
Volvieron a zarandear la cesta y a arrastrarla por el suelo.
Nia! T, nia! La mujer intentaba susurrarme algo. Lo siento mucho dijo. Espero que
puedas perdonarme, pero no he osado enfrentarme al Verdugo del Remo.
Qu? exclam. Qu dice?
La cesta se deslizaba cada vez ms deprisa, dando tumbos.
Qu ha dicho?
Por toda respuesta hubo un silencio, y ya no volv a or la voz de la mujer.
Un instante ms tarde, o relinchar a unos caballos. Not que levantaban la cesta y la zarandeaban.
Poco despus, la cesta empez a saltar y agitarse al comps del trote del caballo.
Aunque no vea nada, saba que me llevaban en un carruaje o carro de algn tipo.
El Verdugo del Reino? Era eso lo que haba dicho la mujer? Sera el hombre de la capa el
Verdugo del Reino?
Empec a temblar dentro de aquella pequea y oscura celda. Al principio slo senta fro en la
espalda, pero poco a poco todo el cuerpo se me fue quedando dormido y helado.
El Verdugo del Reino.
Las palabras resonaban una y otra vez en mi cabeza como un canto terrorfico.
El Verdugo del Reino.
Entonces me pregunt: Qu querr de m?
El carro se par con una sacudida. Luego, aproximadamente un minuto ms tarde, se volvi a poner
en marcha. Dentro de la cesta, perd toda nocin del tiempo.
Adnde me lleva? me pregunt. Qu me tiene reservado? Y por qu yo precisamente?
Cuando volvimos a parar, me golpe la cabeza contra la parte frontal de la cesta. Estaba temblando y
tena el cuerpo cubierto de un sudor fro.
Dentro de la cesta el aire se haba enrarecido; not que necesitaba respirar aire puro. Sin embargo,
cuando la tapa se abri me invadi una sensacin de pnico. Me tap los ojos para protegerme del
resplandor del sol.
Sacadla! o decir al Verdugo.
Unos brazos musculosos me agarraron con rudeza y me sacaron de la cesta de mimbre. Cuando mis
ojos se acostumbraron a la luz, vi que me sujetaban dos soldados vestidos con uniformes grises. En el
momento en que me depositaron en el suelo, mis piernas cedieron y me derrumb sobre el polvo.
Levantadla orden el Verdugo. Alc la vista y vi su silueta recortada contra el sol. Su cara
segua oculta bajo la sombra del sombrero negro.
Los soldados se agacharon para cogerme. Se me haban dormido las dos piernas y me dola la
espalda por los golpes y sacudidas que haba recibido dentro de la cesta.
Soltadme! consegu exclamar. Por qu hacis esto?
El Verdugo no respondi.
Los soldados me sostuvieron hasta que fui capaz de tenerme en pie.
Se ha equivocado! le dije, con voz temblorosa por el miedo y la rabia. No s por qu estoy
aqu ni cmo he llegado hasta este lugar, pero s que se ha confundido de persona! No soy quien cree
que soy!
Tampoco esta vez hubo respuesta. El Verdugo hizo un ademn con una mano y los guardas me
agarraron por los brazos y me dieron la vuelta.
Cuando le di la espalda al Verdugo y al sol, apareci ante m el ttrico castillo: la muralla, el patio y
las estrechas torres que se alzaban amenazadoras a ambos lados del edificio de piedra.
Era la Torre del Terror! Me haban llevado a la Torre del Terror!
Aqul era el lugar donde Eddie y yo habamos visto al Verdugo por primera vez, donde nos haba
perseguido al principio. Aquello haba ocurrido en el siglo XX, en mi poca. Cientos de aos despus del
momento presente. De alguna manera, nos haban arrastrado a Eddie y a m al pasado, a una poca a la
que no pertenecamos. Y ahora Eddie se haba perdido y a m me llevaban a la Torre del Terror
El Verdugo encabezaba la comitiva. Detrs, los soldados me agarraban con fuerza por los brazos y
me empujaban a travs del patio en direccin a la entrada del castillo.
El patio estaba repleto de gente de aspecto triste, vestida con ropas sucias y harapientas. Cuando
pas, me miraron fijamente y en silencio. Algunos estaban de pie, como espantapjaros, con la mirada
perdida y el rostro inexpresivo, como si tuvieran la cabeza en otra parte. Otros permanecan sentados,
llorando o mirando al cielo.
Bajo un rbol, un anciano con el torso desnudo se rascaba frenticamente con ambas manos el
grasiento cabello blanco, y un joven se pona una venda sucsima sobre un profundo corte en un pe
igualmente sucio. Varios bebs lloraban y chillaban. Hombres y mujeres geman y hablaban en voz baja.
De pronto me di cuenta de que aquellas personas tristes y sucias eran prisioneros. Me acord de lo
que nos haba dicho nuestro gua, el seor Starkes; que despus de ser una fortaleza, el castillo se haba
convertido en una crcel.
Sacud la cabeza con nostalgia. Ojal pudiera estar de nuevo en aquella excursin! En el futuro, en
mi poca.
No tuve mucho tiempo para seguir pensando en los prisioneros, ya que enseguida me obligaron a
entrar en el oscuro castillo y a subir por la estrecha escalera de caracol.
A medida que suba, el aire se tornaba hmedo y fro. Me pareci que una corriente helada me segua
escaleras arriba.
Soltadme! les chill. Por favor, dejadme ir!
Cuando intent liberarme, los soldados me empujaron contra la pared de la escalera. Yo grit e
intent zafarme de nuevo, pero no pude; eran demasiado fuertes.
La escalera de piedra daba vueltas y ms vueltas. Cuando llegamos a la celda que haba en el primer
rellano, le dirig una mirada furtiva y descubr que estaba repleta de prisioneros. Estaban de pie junto a
los barrotes y sus rostros macilentos no expresaban emocin alguna. Muchos ni siquiera levantaron la
vista cuando pasamos.
Seguimos subiendo por la escalera empinada y resbaladiza hasta llegar a la puerta que haba en lo
alto de la torre.
No, por favor! implor. Todo esto es una equivocacin! Una confusin!
Sin hacer caso de mis splicas, los soldados corrieron la pesada aldaba de hierro y abrieron la
puerta. Luego me propinaron un violento empujn que me envi volando al centro de la minscula celda,
donde aterric sobre los codos y las rodillas.
Inmediatamente o un portazo y el ruido del cerrojo; estaba encerrada, prisionera en lo alto de la
Torre del Terror.
Sue! Una voz familiar grit mi nombre.
Me incorpor y alc la vista.
Eddie! exclam con alegra. Eddie, cmo has llegado hasta aqu?
Mi hermano pequeo estaba sentado en el suelo, apoyado contra la pared. Se acerc a m y me ayud
a ponerme en pie.
Ests bien? me pregunt.
Yo asent con la cabeza.
Y t, ests bien? le pregunt a mi vez.
Ms o menos respondi. Tena una mejilla sucia, el flequillo pegado a la frente, y los ojos rojos
y llorosos. El hombre de la capa me cogi en el pueblo. Ya sabes, en la calle. Cuando pas el carro de
bueyes.
Asent de nuevo.
Cuando me volv, habas desaparecido.
Quise avisarte dijo Eddie. Pero el hombre de la capa me tap la boca y me entreg a sus
soldados. Ellos me escondieron detrs de una de las casas.
Qu horror! exclam, intentando contener las lgrimas.
Uno de los soldados me mont en su caballo continu Eddie. Intent huir, pero no pude. l me
trajo al castillo y me condujo hasta la Torre.
El hombre de la capa es el Verdugo del Reino le dije. As le llam una mujer.
Aquellas palabras asustaron a mi hermano, que clav sus ojos oscuros en los mos.
Verdugo?
Asent con tristeza.
Pero por qu nos quiere a nosotros precisamente? pregunt Eddie. Por qu nos ha
perseguido? Por qu estamos encerrados en esta horrible torre?
Se me escap un sollozo.
No, no lo s contest.
Iba a decir algo ms, pero me call al or unos ruidos al otro lado de la puerta.
Eddie y yo no nos atrevimos a movernos del centro de la habitacin y nos abrazamos mientras
descorran la aldaba. A continuacin la puerta comenz a abrirse lentamente.
Venan a por nosotros.
Un hombre de cabello blanco, largo hasta los hombros y completamente enredado, entr en la celda.
Su barba, corta y puntiaguda, tambin era blanca, y vesta una tnica violeta que le llegaba hasta los pies.
Sus ojos eran del mismo color violeta que la tnica. Primero dirigi la mirada hacia Eddie y luego
hacia m.
Habis vuelto afirm solemnemente. Su voz era suave y baja, y sus ojos revelaban una gran
tristeza.
Quin es usted? exclam. Por qu nos ha encerrado en esta torre?
Djenos salir! exigi Eddie en tono enfadado. [Djenos salir de aqu ahora mismo!
El hombre del pelo blanco se acerc a nosotros, barriendo el suelo con la tnica. Sacudi la cabeza
con pesadumbre, pero no respondi.
A travs de la diminuta ventana que haba ms arriba de nuestras cabezas nos llegaron los gritos y
gemidos de los prisioneros que estaban encerrados ms abajo. El ventanuco tambin dejaba entrar la
tenue luz del atardecer.
No me recordis coment el hombre sin alzar la voz.
Pues claro que no! exclam Eddie. Nosotros no tenemos nada que ver con esto!
Se han equivocado le dije.
No me recordis repiti, mientras se rascaba la barba con una mano. Pero me recordaris.
Pareca dulce y amable, completamente distinto del Verdugo. Sin embargo, cuando su mirada se clav
en mis ojos sent un escalofro. Me di cuenta de que ese hombre tena poder y era peligroso.
Djenos marchar! suplic Eddie de nuevo.
El hombre suspir.
Ojal estuviera en mi poder soltarte, Edward dijo suavemente. Y ojal pudiese soltarte a ti
tambin, Susannah.
Espere un momento. Alc la mano para indicarle que parara. Slo un momento. Me llamo Sue,
no Susannah.
Las manos del anciano desaparecieron en los grandes bolsillos de su tnica.
Quiz debera presentarme dijo. Me llamo Morgred y soy el Mago del Reino.
Hace trucos de magia? pregunt Eddie.
Trucos? El anciano pareca confundido por la pregunta.
Fue usted el que dio la orden de que nos encerraran? le pregunt. Fue usted el que nos hizo
viajar al pasado? Por qu? Por qu lo ha hecho?
No es una historia fcil de contar, Susannah respondi Morgred. T y Edward tenis que
creer
Deje de llamarme Susannah! grit.
Y yo no soy Edward! insisti mi hermano. Me llamo Eddie. Todo el mundo me llama Eddie.
El anciano sac las manos de los bolsillos de la tnica. A continuacin apoy una mano en el hombro
de Eddie y la otra en el mo.
Ms vale que empiece por la mayor de todas las sorpresas anunci. Vosotros no sois Eddie y
Sue, y no vivs en el siglo veinte.
Qu? Qu quiere decir? exclam.
Que en realidad sois Edward y Susannah respondi Morgred. Sois el prncipe y la princesa
de York, y habis sido enviados a la Torre por vuestro to, el rey.
Se equivoca! exclam Eddie. Nosotros sabemos quines somos. Se equivoca
completamente!
Un escalofro me recorri todo el cuerpo. Las palabras de Morgred resonaban en mis odos: No sois
Eddie y Sue. En realidad sois Edward y Susannah.
Di un paso atrs para liberarme de su mano y examinar su rostro con detenimiento. Era una broma?
O estaba totalmente loco?
Sin embargo, lo nico que revelaban sus ojos era una enorme tristeza. Tena una expresin solemne,
demasiado seria para estar bromeando.
No espero que me creis prosigui Morgred, al tiempo que volva a meterse las manos en los
bolsillos. Pero mis palabras son ciertas. Os hechic para intentar ayudaros a escapar.
Escapar? exclam. Quiere decir escapar de esta torre?
Morgred asinti.
Intent ayudaros a escapar de vuestro destino.
Al decir esto, volv a or la voz del seor Starkes, nuestro gua, y record la historia que haba
contado. Me acord del destino del prncipe Edward y la princesa Susannah. El rey orden que los
asfixiaran con sendas almohadas.
Pero nosotros no somos ellos! gem. Se confunde. Es posible que Eddie y yo nos parezcamos
mucho, tal vez nos parezcamos muchsimo, pero no somos los prncipes. Somos dos nios del siglo
veinte.
Morgred neg con la cabeza.
Yo os hechic explic. Borr vuestros recuerdos. Vosotros estabais encerrados en esta torre y
yo quera que os escaparais, as que primero os envi a la abada y luego lo ms lejos posible a travs
del tiempo.
No es verdad! insisti Eddie, chillando. No es verdad! No es verdad! Soy Eddie, no
Edward. Me llamo Eddie!
Morgred suspir de nuevo.
Slo Eddie? pregunt sin alterar su tono suave. Cul es tu nombre completo, Eddie?
Yo, esto, bueno tartamude mi hermano.
Eddie y yo no recordamos nuestro apellido me dije, ni tampoco dnde vivimos.
Cuando os envi al futuro, os di nuevos recuerdos dijo Morgred. Los suficientes para que
pudierais sobrevivir en una poca nueva y distante. Pero los recuerdos no estaban completos.
Por eso no podemos recordar a nuestros padres! le dije a Eddie. Pero, entonces, nuestros
padres
Vuestros padres, el rey y la reina legtimos, estn muertos nos cont Morgred. Vuestro to se
ha proclamado rey y os ha enviado a la Torre para quitaros de en medio.
Nos, nos va a asesinar! tartamude.
Morgred asinti y cerr los ojos.
S, me temo que s. Sus hombres llegarn de un momento a otro y ahora no tengo forma de
detenerlos.
No me lo creo murmur Eddie. No es cierto.
Sin embargo, yo perciba la tristeza en los ojos de Morgred y en su voz clida y suave. El Mago
estaba diciendo la verdad.
Poco a poco empec a asimilar el horror de dicha verdad. Mi hermano y yo no ramos Eddie y Sue
del siglo XX, sino Edward y Susannah de York, dos nios pertenecientes a aquella poca oscura y
peligrosa.
Procur enviaros lo ms lejos posible de esta torre intent explicarnos Morgred. Os envi a
un futuro lejano para que pudierais empezar una nueva vida. Quera que fueseis all para no volver y no
tener que enfrentaros a vuestro fatdico destino.
Y qu pas? le pregunt. Por qu hemos vuelto aqu, Morgred?
El Verdugo del Reino me estaba espiando respondi Morgred, bajando la voz. Deba de saber
que yo quera ayudaros a escapar y entonces
Morgred se call e inclin la cabeza hacia la puerta. Habra odo pasos? Acaso haba alguien ah
fuera? Los tres escuchamos atentamente.
No se oa nada.
Morgred continu contando su historia en un susurro.
Cuando yo os hechic para enviaros al futuro, el Verdugo debi de esconderse muy cerca y ver que
haba utilizado tres guijarros blancos para hacer el conjuro. Ms tarde, me rob las piedras y repiti el
conjuro para enviarse a s mismo al siglo veinte y traeros de vuelta. Como ya sabis, os captur y os trajo
aqu.
Morgred dio un paso adelante, levant la mano y la puso sobre mi frente. Al principio la mano estaba
fra, pero se fue calentando con rapidez hasta que finalmente tuve que apartarme para que no me quemara.
Al hacerlo, recuper la memoria.
Me convert en la princesa Susannah de York, mi verdadera identidad. Record a mis padres, el rey y
la reina, y mi infancia en el castillo real.
Mi hermano mir a Morgred con furia.
Qu le has hecho a mi hermana? exclam, mientras retroceda hasta topar con el muro de
piedra.
Morgred puso la mano sobre la frente de mi hermano y vi que su expresin cambiaba a medida que
recuperaba la memoria y descubra que era el prncipe.
Cmo lo hiciste, Morgred? pregunt Edward, apartndose el moreno flequillo de la frente.
Cmo nos enviaste a Susannah y a m al futuro? Puedes repetir el conjuro?
S! exclam. Puedes volver a hacerlo? Puedes enviarnos al futuro ahora mismo, antes de
que lleguen los hombres del rey?
Morgred neg tristemente con la cabeza.
Por desgracia, no! musit. No tengo los tres guijarros. Como ya os he dicho, el Verdugo del
Reino me-los rob.
En ese momento una sonrisa cruz el rostro de mi hermano y a continuacin se meti la mano en el
bolsillo.
Aqu estn! anunci Eddie, guindome un ojo. Se los volv a robar al Verdugo cuando me
captur en el pueblo.
Edward le dio las piedras a Morgred.
Las manos ms rpidas de Gran Bretaa! declar orgulloso.
Morgred no sonri.
La verdad es que es un conjuro muy sencillo dijo el Mago. Primero se colocan las piedras una
encima de la otra, y slo hay que esperar a que brillen con un fulgor blanco y luego pronunciar las
palabras Movarum, Lovaris, Movarus. Despus se dice en voz alta el ao al que se quiere enviar al
viajero.
se es todo el conjuro? pregunt Edward, con la vista fija en los guijarros brillantes que
sostena Morgred.
Morgred asinti.
se es el conjuro, prncipe Edward.
Bueno, pues vuelve a hacerlo! Date prisa! le supliqu.
Su expresin se ensombreci todava ms.
No puedo dijo, totalmente embargado por la tristeza.
Tras guardarse los guijarros en un bolsillo de la tnica, Morgred exhal un largo suspiro.
Mi mayor deseo sera ayudaros, nios susurr. Pero si os ayudo a escapar de nuevo, el rey me
torturar y me matar lentamente. Y entonces no podr emplear mi magia para ayudar a toda la gente de
Gran Bretaa.
Sus ojos violeta se anegaron de lgrimas, que se deslizaron por sus arrugadas mejillas. Morgred nos
mir a mi hermano y a m con gran pesadumbre.
Tan slo espero que disfrutarais de vuestra breve estancia en el futuro murmur.
Yo sent un escalofro.
De, de verdad no puedes ayudarnos? implor.
No, no puedo respondi, bajando la mirada hacia el suelo.
Ni siquiera si te lo ordenamos? pregunt Edward.
Ni siquiera repiti Morgred. Con un gemido emocionado, le dio un abrazo a Edward y luego me
abraz a m tambin. No puedo hacer nada susurr. Os pido perdn, pero no tengo otro remedio.
Cunto tiempo nos queda de vida? pregunt con voz trmula.
Tal vez unas cuantas horas contest Morgred, evitando mi mirada. Finalmente se volvi, incapaz
de mirarnos a la cara.
Se hizo un largo silencio en la minscula celda, iluminada tan slo por la luz griscea que se filtraba
por el ventanuco. En aquel instante el aire me pareci ms fro y hmedo; no poda dejar de temblar.
De pronto Edward se acerc y me susurr al odo.
Susannah, mira! me dijo emocionado. La puerta. Morgred se ha dejado la puerta abierta al
entrar.
Me volv hacia la entrada. Edward tena razn; la pesada puerta de madera estaba entreabierta.
Todava nos queda una oportunidad pens, al tiempo que el corazn se me aceleraba. An
tenemos una pequea oportunidad.
Edward, corre! grit.
Di un paso para echar a correr, pero me qued helada, con un pie en el aire.
Al volverme, vi a Edward tambin paralizado, con los brazos extendidos hacia delante y las piernas
en posicin de correr. Intent moverme, pero no pude. Tena la sensacin de que mi cuerpo se haba
tornado de piedra.
Tard unos segundos en darme cuenta de que Morgred nos haba hechizado. Mientras permaneca
petrificada en el centro del pequeo cuarto, observ que el Mago se diriga hacia la puerta. Una vez
fuera, se volvi hacia nosotros.
Lo siento muchsimo nos dijo con voz temblorosa, pero no puedo dejaros huir. Tenis que
comprenderlo; he hecho lo que he podido, de verdad. Pero ahora no puedo hacer nada; nada de nada.
Las lgrimas se deslizaron por sus mejillas para ir a morir en su barba blanca. Morgred nos dirigi
una ltima mirada lnguida y cerr la puerta de golpe.
En cuanto corri la aldaba desde fuera, el hechizo se rompi y Edward y yo recuperamos la
movilidad.
Me dej caer al suelo. De pronto me senta dbil y cansada. Edward permaneci de pie junto a m,
tenso y con los ojos clavados en la puerta.
Qu vamos a hacer? le pregunt a mi hermano. Pobre Morgred, l quera volver a ayudarnos,
pero no poda. Si
Me call al or unos sonoros pasos. Al principio pens que se trataba de Morgred, que haba
decidido regresar, pero luego o hablar a gente en voz baja. Eran varios hombres, y estaban justo al otro
lado de la puerta.
Reconoc la voz atronadora de uno de ellos: el Verdugo del Reino.
Me puse en pie con nerviosismo y me volv hacia Edward.
Vienen a por nosotros susurr.
Ante mi sorpresa, Edward pareca mantener la calma. Entonces levant la mano y vi que guardaba
algo en el puo.
Al abrir la mano reconoc las tres piedras; eran los guijarros blancos de Morgred, que
inmediatamente empezaron a brillar.
Edward, otra vez? exclam.
Sus labios formaron una sonrisa y sus ojos oscuros se iluminaron.
Se los birl a Morgred cuando me abraz.
Te acuerdas del conjuro? le pregunt.
La sonrisa de Edward se desvaneci.
Creo, creo que s.
Fuera o la voz del Verdugo y el ruido de unos pasos que se acercaban por la escalera.
Edward, date prisa! le dije.
O que corran la aldaba y abran la pesada puerta lentamente. Entre tanto, Edward se apresur a
apilar las piedras brillantes una encima de otra, pero la de arriba no cesaba de resbalar.
Finalmente, consigui que los tres guijarros se aguantaran en forma de torre sobre la palma de su
mano.
La puerta se abri unos centmetros ms.
Edward sostuvo los guijarros resplandecientes en alto y grit: Movarum, Lovaris, Movarus!
Las piedras desprendieron un enorme resplandor de luz blanca que se desvaneci rpidamente. Ech
un vistazo a mi alrededor.
Oh, Edward! gem, decepcionada. No ha funcionado! Todava estamos en la Torre!
Antes de que mi hermano pudiera replicar, la puerta se abri del todo.
Y all estaban: un grupo de turistas.
No reconoc a la gua, una mujer joven que llevaba varias camisetas superpuestas de color rojo y
amarillo, falda corta y medias negras.
Mir a Edward y le sonre. Estaba tan contenta que no poda dejar de sonrer!
Lo has conseguido, Edward! exclam. Lo has conseguido! Tu conjuro ha funcionado!
Llmame Eddie respondi, riendo alegremente. Llmame Eddie, de acuerdo, Sue?
El conjuro haba funcionado a la perfeccin. Habamos vuelto al siglo XX. Habamos regresado a la
Torre del Terror, pero como turistas!
En esta pequea celda de la torre es donde encarcelaron al prncipe Edward y a la princesa
Susannah de York anunci la gua. Fueron encerrados aqu y sentenciados a muerte, pero no llegaron
a ser ejecutados.
No murieron aqu arriba? le pregunt a la gua. Qu pas?
La gua se encogi de hombros y mastic su chicle.
Nadie lo sabe. La noche en que iban a ser asesinados, el prncipe y la princesa desaparecieron. Se
esfumaron. Es un misterio sin resolver.
Los miembros del grupo hicieron comentarios en voz baja y contemplaron la habitacin.
Miren los gruesos muros de piedra prosigui la gua, masticando el chicle mientras hablaba.
Fjense en la ventana con barrotes que hay en el techo. Cmo lograron escapar? Nunca lo sabremos.
Nosotros s sabemos lo que pas me susurr alguien al odo.
Cuando Eddie y yo nos dimos la vuelta, vimos a Morgred, que nos sonrea y nos guiaba un ojo.
Llevaba una chaqueta deportiva de color violeta y pantalones gris oscuro.
Gracias por traerme con vosotros dijo alegremente.
Tenamos que traerte, Morgred respondi Eddie. Necesitamos un padre.
Morgred se llev un dedo a los labios.
Chist! No me llamis Morgred. Ahora soy el seor Morgan, vale?
Vale dije yo. Entonces yo soy Sue Morgan y ste es Eddie Morgan. Le di a mi hermano una
palmadita en la espalda.
El grupo empez a salir de la celda y nosotros les seguimos. A continuacin Eddie sac los tres
guijarros blancos del bolsillo de los tjanos y comenz a juguetear con ellos.
Si no hubiera tomado prestadas estas piedrecitas le dijo al seor Morgan, esa gua habra
contado una historia muy distinta, no?
S respondi el Mago con gesto pensativo. Una historia totalmente diferente.
Salgamos de aqu! propuse. No quiero volver a ver esta torre en toda mi vida!
Me muero de hambre! exclam Eddie inesperadamente.
De repente me di cuenta de que yo tambin estaba hambrienta.
Queris que haga aparecer comida con un conjuro? sugiri el seor Morgan.
Eddie y yo soltamos un gruido de protesta.
Creo que ya he tenido bastantes conjuros por hoy repuse. Y si nos vamos al Burger Palace y
nos zampamos unas buenas hamburguesas del siglo veinte con patatas fritas?