Nancy J L Las Musas PDF
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Ala escucha
El intruso
La mirada del retrato
La representacin prohibida
Seguido de La Shoah, un soplo
Tumba de sueo
Las Musas
Jean-Luc Nancy
Amorrortu editores
Buenos Aires - Madrid
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Coleccin Mutaciones
Les Muses! Jean-Luc Nancy
ditions Galile, 1994; edicin revisada y aumentada, 2001
Traduccin: Horacio Pons
Todos los derechos de la edicin en castellano reservados por
Amorrortu editores Espaa S.L., C/SanAndrs, 28- 28004 Madrid
Amorrortu editores S.A., Paraguay 1225, 7" piso (C1057AAS) Buenos Aires
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chos reservados.
Queda hecho el depsito que previene la ley n" 11.723
Industria argentina. Made in Argentina
ISBN 978-84-610-9018-1
ISBN 2-7186-0574-X, Pars, edicin original
Nancy, Jean-Luc
Las Musas.- 1" ed. -Buenos Aires : A:morrortu, 2008.
160 p.; 23x14 cm.- (Coleccin Mutaciones)
ISBN 978-84-610-9018-1
Impreso en los Talleres Grficos Color Efe, Paso 192, Avellaneda, provin-
cia de Buenos Aires, en mayo de 2008.
10
Las Musas deben su nombre a una raz que se refiere al
ardor, la tensin viva que se consume en la impaciencia, el
deseo o la ira, y se abrasa por llegar a saber y hacer. En una
versin mitigada, se dice: los movimientos del espritu>>
(mens es de la misma familia). La Musa anima, levanta,
excita, pone en marcha. Vela menos sobre la forma que so-
bre la fuerza. O, ms exactamente: vela con filerza sobre la
forma.
Pero esa fuerza mana en plural. Se da, de entrada, en
formas mltiples. Son las Musas, no la Musa. Aunque su
nombre haya podido variar, al igual que sus atributos, las
Musas siempre habran de ser varias. Lo que tiene que in-
teresarnos es este origen mltiple, razn, tambin, por la
cual las Musas, como tales, no son nuestro tema: no hacen
sino prestar su nombre, ese nombre multiplicado desde el
inicio, para titular esta pregunta: por qu hay varias artes
y no una sola?
De suponer, al menos, y como es debido, que esa misma
pregunta pueda mm1tenerse en su unicidad y su unidad de
pregunta. De suponer, por tanto, que sea posible llegar al
principio de una razn suficiente para pensar esta plura-
lidad, y que la plmalidad misma no deba terminar por apa-
recer, aqu, en m1lugar y un papel de principio. Qu puede
significar un principio (o una razn, o una esencia) que no
sea un principio de plmalidad, sino el plural mismo como
principio? Y en qu sentido debera esto corr-esponder en
propiedad a la esencia del arte?
Pero, ante todo: debe plantearse la pregunta Por qu
hay varias artes? Es justo plantearla?
Hay dos maneras, muy simples y muy conocidas, de re-
cusarla, de evitarla e incluso, sencillmnente, de no identi-
ficarla como una pregunta.
11
La primera: conformarse con afirmar que la pluralidad
es un dato de las artes. A decir verdad, ni siquiera es una
afumacin, sino una constatacin; y quin no estar obli-
gado a hacerla? Por eso, casi nunca nos cuestionamos esa
pluralidad; nos basta con someterla a la prueba de una
clasificacin>> o (antao) de una <<jerarqua de las artes.
Pero no sabemos muy bien cmo ordenar esa misma clasi-
ficacin, y por eso, adems, esta conoce tantas variantes en
el transcurso de la historia, no slo en cuanto a su distri-
bucin interna (cmo ordenar las artes reconocidas?), sino
tambin en cuanto a la extensin de su jurisdiccin (qu
actividades deben reconocerse como artes?). Tantas, y a tal
punto, que habra que proceder a una clasificacin de las
clasificaciones, y evaluar el espectro de dispersin de las
artes segn las teoras artsticas. Habr de imaginarse la
magnitud de la tarea, sobre todo si fuera preciso exten-
derla a hi dispersin de las atribuciones de las artes (por
ejemplo: la msica como arte de los sonidos, del tiempo o
del espacio; la pintura como arte de la visin o de lo visible,
de la luz o del color, etc.). Empero, la cuestin -<<ontolgica,
digamos- de la unidad de esa pluralidad no se plantea.
O bien esa unidad se presupone como una vaga unidad de
subsuncin, el aJ:te en general, o bien se admite la plura-
lidad sin examinar su rgimen propio, lo singular plural
del arte, de las artes. Dicha cuestin es incluso, de mane-
ra muy notoria en la mayor parte de los casos, la cuestin
salteada por la enorme maymia, si no por la totalidad, de
aquellas teoras, ya sean toscas o elaboradas, empricas o
trascendentales. (Pod1ia agregarse que, en ese mbito, no
hay nada equivalente al principio que rige, al menos a ttu-
lo de regulacin, en el dominio de las ciencia,s: el de la ma-
tematizacin. Pero esto no significa que la pluralidad de
las ciencias no deba, asimismo, someterse a examen.)
Adorno llega a declarar: Las obras de arte demuestran
que un concepto universal de arte difcilmente baste para
explicarlas (. .. ) el arte no sera el concepto supremo que
engloba los gneros particulares, y pretende afirmar, al
contrario, <<el movimiento de los momentos discretamente
separados unos de otros en que consiste el arte. 1 Sin em-
1 Theodor W. Adorno, Thorie esthtique, traduccin de Marc Jime-
12
bargo, no se adentra en el anlisis de esa discrecin consi-
derada por s misma. Y por lo dems, como puede verse, en
realidad apenas evoca la diversidad de los gneros del ar-
te, que deja ms bien recubierta por la multiplicidad de las
<<obras>> y, por consiguiente, no somete como tal al rgimen
de la cuestin. No obstante, Ad01no es sin lugar a dudas
uno de los que est ms cerca de realizar ese gesto, cuando
tambin escribe: Las artes, en cuanto tales, di:ffcilmente
desaparezcan en el arte sin dejar huellas. 2
13
Con la reserva, entonces, del caso de Adorno, hemos de
sospechar, de manera general, que si la cuestin ontolgica
de lo singular plural de las Musas se elude, es porque se
entiende, a priori, que no nos situamos precisamente en el
registro de la ontologa, sino en el de una tecnologa. Si la
tecnologa puede constituir una ontologa, o implicarla: tal
es la cuestin que no se plantea.
14
no residir esencialmente en la diversidad de sus modali-
dades>> ni de sus obras, el arte ya ni siquiera reside en el
arte. Su singularidad se sita an ms atrs, tanto ms
realzada en dignidad cuanto que es menos perceptible co-
mo arte>> y mucho menos an como multiplicidad de prc-
ticas artsticas.
15
frecuencia de las bellas letras>> (aunque, en ese mismo
momento, una tendencia dominante ya quera clasificar
bajo el acpite de poesa el orden y la esencia de todas
esas prcticas; habr que volver a ello). Al"m antes, las ar-
tes, mecnicas o liberales (otra diversidad), tenan poco que
ver con nuestro arte (cuando mucho, se puede sealar la
distincin del grupo de las artes de imitacin, de acuerdo
con una tradicin que se remonta a Aristteles y Platn,
pero que no coincide claramente con la particin de lo .me-
cfuco y lo liberal).
Para terminar, y como es sabido, esta anamnesis lin-
gstica nos traslada del arte a la tcnica. El elemento
en virtud del cual el nombre de las Musas ya se haba sin-
gularizado en un uso de la pars pro tato (pero, haba en
verdad un totwn del coro de las Musas?; esa es toda la cues-
tin), la msica, entonces, era la 'rXVIl ~toumKJ. Y como
tambin se sabe, lo que nosotros, modernos, entendemos
por arte tiene, a nuestro juicio, poco que ver con la tcnica
(el reconocimiento o la bsqueda de w1a esttica tecnol-
gica, sea cual fuere su forma, no modifica en nada ese jui-
cio, y confirma, ru1tes bien, la distancia que se pretendera
salvar o suprimir). El arte y la tcnica son incluso tan dis-
tintos para nosotros, que el ttulo arte y tcnica, que ya
ha sido el tema de ms de una ponencia y ms de una expo-
sicin, se comprende por fuerza como el enunciado de un
problema, y no como una tautologa. Y un examen atento
lograra mostrru, sin duda, que tma frmula del tipo arte
y/o tc1ca bien pod1ia condensar a su manera el enigma
de nuestro tiempo, un tiempo que se reconocera pertrecha-
do, hasta el exceso, de una idea del rute sin invencin de
arte, y de una profusin de tcnica sin idea de la tc1ca.
Pero uno y otra, sealmoslo, reunidos en su oposicin por
su comn oposicin a lo que a veces a(m se da en llru11ru la
naturaleza. Tales son, al menos, las apariencias, nuestras
apru"i.encias, y hay sin duda otra cosa que pensar.
De modo que nuestra pregunta, con ese trasfondo de
ru1anmesis lingstica, tan1bin podra significar: por qu,
pues, hay en lo sucesivo dos sentidos de la palabra arte?
Por qu hay arte y tcnica, de tal manera que uno no es
otra y, en muchos aspectos, la excluye, y que el can1ino de
uno hacia otra dista mucho de estar garantizado?
16
Por qu se dividi el arte? Y por qu se dividi de ma-
nera tal que de un lado, el del arte, la unidad del gnero
presunto parece al menos indiferente y a lo sumo rebelde a
la pluralidad de las especies supuestas, mientras que del
otro lado, el de la tcnica, la unidad del gnero -hace
falta mostrarlo------ se concibe de inmediato efectuada en una
pluralidad de especies indefinidamente multiplicadas?
17
m a <<no deja de conservar tm lugar insigne en el conjunto de
las arteS>>. 5 Poesa y/o tcnica>>, es indudable que en mu-
chos aspectos se trata del emmciado heideggeriano del pro-
blema moderno. Y tambin es indudable que en l la plura-
lidad de las artes se desvanece, y otro tanto ocune con la de
las tcnicas).
La divisin separa, entonces, el nombre del producto,
rtoT]m<;, del nombre del proceso o el modo de produccin,
'tXVll. As queda dividida desde el origen la accin produc-
tora, la Epyaaa o la Epy~oftat, el acto del cual es sujeto el
OllllWUpyx;, el que obra, el que pone en prctica. La obra se
dividi, no justamente segn la multiplicidad de sus pues-
tas en prctica, sino ele acuerdo con dos polos, cada uno de
los cuales tiende a la unidad: el producto y la produccin, e
incluso la operacin finita y la operacin infinita. Entre
ambos, sin que nada la interrogue, la diversidad ele las
obras y ele los modos ele obra.
Entre ambos, tambin, una manera de no querer saber
nada un polo del otro, y por eso no es sorprendente que, pa-
ra terminar, smja la extrema tensin entre el arte y la tc-
nica: tma tensin cuyo neoc; mismo oscila entre la repul-
sin y la atraccin.
Habra que reconer todos los momentos ele la historia
que culmina en lo siguiente: cmo se determinan ele mane-
ra sucesiva los conjuntos ele las artes y las tcnicas; qu
prcticas pasan ele uno a otro y por qu motivos; cmo se
lleva a cabo la nueva divisin entre el nombre griego y el
nombre latino de la produccin, entre lo artificial y lo arts-
tico, entre la ingeniera y la genialidad; a qu artes, en fin,
se considera bellas, y por qu las tcnicas se ponen ante
todo bajo la ensea ele una fealdad indita; cmo, por l-
timo, esa tensin se exacerba y se altera a la vez, cuando
las bellas artes exhiben sus procesos y materiales ele pro-
duccin, mientras que las tcnicas se aureolan con el de-
sign, y cn~o esa alteracin, esa inquietud, hace posible y
necesaria la cuestin que tratamos ele plantear.
18
sin tendencia al plmal (lo cual contraviene, hay que recor-
darlo, la significacin primera de singuli, <<uno por uno).
Lo haremos de manera muy esquemtica, porque estos
episodios tambin son conocidos. El establecimiento Ilen-
cionado es fliosfico, tal como lo es toda su historia desde
Platn. Sabemos bien que el espritu de la poca induce a
reprochar a la filosofa su explotacin o su interpretacin
del arte. Pero el <<arte>> mismo, su cara a cara con la <<tcni-
ca, al igual que el estatus dudoso, mal examinado, de la
pluralidad de las artes, son determinaciones filosficas. Lo
que se trata de aportar a la cuestin es, precisamente, un
aspecto de lo que el gesto filosfico habra de manifestar y
de lo que habra de dejar en la sombra. La cuestin de la
pluralidad de las artes, contra el teln de fondo ele la cues-
tin <<arte y tcnica, es la cuestin misma ele los usos y abu-
sos de la filosofa en lo concerniente a la demiurgia en ge-
neral, o de los lmites que ella se traza por la propia cons-
truccin de sus conceptos del arte y de la tcnica. (Aclamo
llama a esto <<el arte y la miseria de la filosofa>>. 6 )
Podemos presentar un argumento en tres tiempos:
Kant, Schelling, Hegel.
Para Kant, la divisin de las bellas artes es obvia. Su di-
versidad es tm hecho dado, y slo se trata de distribuirla.
La distribucin se hace por medio de la <<analoga con la
forma de la expresin que utilizan los hombres al hablar-
se, a saber, la triparticin <<ele la palabra, el gesto y el to-
1107 (arte de la palabra, arte figurativo, arte del juego de
las sensaciones). Sea como fuere, esta particin contiene
el germen de su propia reabsorcin, porque Kant afirma:
<<Slo la unin de estas tres formas ele la expresin consti-
tuye la ms perfecta comunicacin en el discurso, sin inte-
rrogarse, por lo dems, sobre el privilegio que se otorga as
al lenguaje. En buena lgica, Kant debera entonces asom-
brarse de la ausencia ele un arte nico, que respondiera a la
comunicacin perfecta. A falta ele un arte semejante, del
19
que no hay siquiera una mencin, al menos podemos en-
contrar una unin de las bellas artes en un solo y el mismo
producto>>,8 y resultaria as que tres especies de esa unin
(tragedia en verso, poema didctico, oratorio) convienen a
la presentacin de lo sublime, en la medida de su perte-
nencia a las bellas artes>>. 'Ibdo vuelve a representarse, en-
tonces, una vez ms: el privilegio del lenguaje, una tripar-
ticin sin explicacin (por qu habria varias artes para un
solo sublime?) y, por ltimo, la presentacin>> que se hace
cargo de algo que, de derecho, supera el orden propio de las
artes y constituye, sin duda, el germen del Arte>> consi-
derado de manera absoluta. Algo de lo sublime>> elude la
pluralidad de las artes, la desdea o la disuelve y ya est
incluso ms all del arte.
Segundo tiempo, Schelling: no ms de doce aos des-
pus de la Crtica del juicio, en su curso dedicado a la filo-
sofia del arte explica que este lleva a cabo la presentacin
de lo absoluto en lo particular con completa indiferencia
por lo universal y lo particular>>, lo cual define el smbo-
lo>>,9 cuya forma suprema es el lenguaje. Por eso la diferen-
cia de los dominios del arte es expuesta, por ejemplo, del si-
guiente modo: El arte plstica no es ms que el verbo
muerto, pero, no obstante, an verbo (. .. ) mientras que en
la msica [es] el verbo pronunciado al infinito>>. 10 El arte
ha encontrado o producido su unidad. La diversidad de las
artes no slo ya no es obvia, sino que, por principio (en el
sentido ms fuerte de la expresin), es subsumida en una
unidad esencial e infinita.
Tercer tiempo, Hegel. Esta vez, la unidad indivisa>> del
arte11 y la diferenciacin>> ele sus formaS>> histricas exi-
20
gen asimismo, como su tercer momento dialctico, <da rea-
lidad puramente exterior, que ha de ser la de las artes
particulares. En ese aspecto, el ideal se disocia en sus
momentos constitutivos, dejando que cada uno subsista de
manera independiente (. .. ) ya que las formas de arte deben
su existencia a las artes pmticulares>>. Esta independencia
es, en cierto sentido, absoluta, pues responde a la ley funda-
mental del arte, que es la manifestacin de la Idea como tal
en la exterioridad como tal. Por eso, aunque Hegel se sienta
obligado a agregar que dicha independencia no priva a las
artes de la posibilidad de vinculmse, entablm relaciones y
completarse unas a otraS>> -lo cual supone que la indepen-
dencia de las artes deje an en suspenso la completitud del
arte--, lo cierto es que el momento de la exterioridad sepa-
rada es esencial a la esencia misma del arte.
En cierto modo, la tensin moderna est desde el inicio
en su punto culminante. La plmalidael ele las artes es tm1
fundmnentalmente irreductible como absoluta es la uni-
dad del mte. Lo que hace posible esta tensin -a cuyo res-
pecto podra mostrarse cunto afecta toda la Esttica de
Hegel- es, sin lugm a eludas, el hecho ele suponer que el ar-
te se disuelve y hace notar su propio fin en el elemento del
pensamiento. No mostraremos aqu cmo esta operacin
queda bloqueada y no puede concluir.l 2 Slo retendremos
que la autosuperacin del arte tiene por corolario y simtri-
co absolutos lo que podramos llmnar el endurecimiento ele
las mtes en una diferencia material ineeluctible.
mard, 1992 [El arte de la edad moderna: la esttica y la filosofa del arte
desde el siglo A."YIII hasta nuestros das, Caracas: Monte vila, 1999],
aunque la orientacin general de su exposicin sea, por no decir n1s,
muy diferente.
12 Vase Jean-Luc Nancy, Portrait de l'art en jeune filie, en Le
Poids d'une pense, Montreal y Grenoble: Le GriTon d'Argile/Presses
Universitaires de Grenoble, 1991, y una segunda versin en Jean-Jac-
ques Nilles (ed.), L'Art moderne et la question du sacr. Actes du colla-
que de Strasb01ug, 18-19 mai 1990, Pars: ditions du Cerf/CERIT,
1993, cuyo principio se indica en Le Sens dn monde, Pars: Galile,
1993, pgs. 199-200 [El sentido del mundo, Buenos Aires: La Marca,
2003]. Agreguemos aqu que todo ese esquema de anlisis podra tener
una versi11; rigurosamente congruente en el plano de la historia del
productor de la obra, en la sucesin de figuras que podemos designar co-
nlo las del artesano))' el genio)) y el <<artista)),
21
Esta diferencia parece proponerse enseguida con el
carcter de diferencia de los sentidos. N a da, en apariencia,
es ms evidente que esto: la diferencia de las artes obedece a
la diferencia de los sentidos. Y tal es, en efecto, la proposicin
de Hegel: 13 <<El arte mismo est presente para los sentidos,
de modo que lo que debe tomarse como base para la clasifi-
cacin de las artes (. .. ) es la precisin de esos sentidos y de
la materialidad que les corresponde>>.14
En este punto, la cuestin de la diferencia de las artes
debera transformarse en la cuestin de la diferencia de los
sentidos. Y tal vez sea, en efecto, la misma. Pero, cmo
hay que comprender esa identidad?
La versin implcita ms corriente -la que todos ha-
cemos nuestra de manera ms o menos consciente-- equi-
vale a decir que la divisin de los sentidos, en s misma te-
ruda por adquirida, restringe, recorta y limita la expresin
artstica. Segn ese criterio, el arte, de derecho, sigue sien-
do nico y permanece ms all ele los sentidos, aunque ese
estatus sea vago. Si, por el contrario, se concibe que el arte
debe ser para los sentidos, es decir, si tiene en estos el
momento o el sentido de su verdad y su activicla:cl, no se de-
ja ele sobrentender que no est al1 con el mero firi ele pro-
porcionar excitaciones sensoriales ele ms (dicho sea ele pa-
so, toda: la cuestin del arte podra plantearse as: por qu
sensaciones supuestamente complementarias?, adems
ele qu y en lugar ele qu?).
La relacin ele las dos diferencias, la ele las artes y la ele
los sentidos, no se deja, por lo tanto, tratar a la ligera. Su
identidad y su diferencia no contienen menos que la estruc-
tura y la meta del sentido y/o de los sentidos ele lo que lla-
mamos, acaso demasiado apresuradamente, el arte>>.
Y tanto menos se deja tratar a la ligera la relacin ele
esas dos diferencias o esos dos espaciamientos, cuanto que
muy pronto nos vemos en la necesidad ele hacer otro tipo ele
consideracin: la: diferencia ele los sentidos, es decir, la ele
13 Que no hace, por otra parte, sino retomar una prolongada tradici6n
sobre la correspondencia de las artes y los sentidos, bien atestiguada y
desarrollada, en particular, desde el neoplatonismo del Renacimiento
italiano. Cf. Louise Vinge, The Five Senses: Studies in a Litera1y Tradi-
tion, Lund (Suecia): CWK Gleerup, 1975.
14 G. W. F. Hegel, Esthtique, vol. 3, op. cit., pg. 13.
22
los cinco sentidos y la o las diferencias complementarias
que siempre introduce en ellos un deseo de agrupamiento
y/o de jerarquizacin, esa misma diferencia plural y atesti-
guada desde hace mucho tiempo como un -rno; (vase la
nota 12 de este captulo), tal vez no sea, a fin de cuentas,
sino el resultado de una operacin artstica, o el artefacto
producido por una puest en perspectiva <<tcnica de la
percepcin. En una palabra, los productos del <<arte>> no
seran la sensibilidad como tal, sino la o las distribuciones
mismas de los sentidos. No nos embarcaremos en el anli-
sis de esta produccin. Por otra parte, quiz no pueda lle-
vrselo a buen puerto si no es posible encontrar algo se-
mejante a un principio nico del <<arte>> al margen de una
diversidad intrnseca, cuyo propio <<sentido>> sea un nombre
o un ndice. En otras palabras, estaramos en un crculo vi-
cioso. Pero acaso se trate, en efecto, de un crculo, lo que
probablemente habr que consiclerm~ de un modo anlogo
al <<crculo hermenutico>>, como tm crculo aisttico.
23
se suprimen, sin embargo, los aspectos de la escultura que
lo desbordan.) En cambio, se advertir que el arte en gene-
ral no puede no tocar, en todos los sentidos de la palabra (y
esta misma finalidad, el para los sentidos>> de Hegel, hace
a un lado cualquier finalidad moral o intelectual; es ella la
que exige que, al menos en cierto sentido, no haya sino ar-
te por el arte>>).
25
Para superar esta antinomia, slo puede apuntarse a
una sinestesia de naturaleza diferente, otra integracin
sensible, un sentido propio del arte (o de los sentidos en el
arte). Ese sentido>> habra de nacer (o, por lo menos, ha-
bra de ser bautizado) con la esttica del siglo XVIII, here-
dada por el romanticismo. El autor annimo del poema De
los sentidos>>, publicado en1766, escribe as:
26
diera ser la reduccin extrema del espacio, o bien como si,
en el caso contrario, la reduccin no supusiera la extensin
reducida por ella...
27
As, ni los sentidos como tales ni su integracin son con-
diciones o modelos de las artes. Sucede aqu ms o menos lo
mismo que con Freud y su anlisis del placer preliminar,
un anlisis que, debe recordrselo, aquel relaciona, por
quiasmo o paralelo, con el examen de ese otro Vorlust que
es para l la prima de placer esttico. 20 El Vorlust tiene
dos particularidades conjuntas: su carcter de tensin, de
inacabamiento, por 1.ma parte, y su carcter de diversidad
zonal, por otra. Y as como, en el orden sexual, la des-
carga>> final anula la excitacin ertica, en el orden esttico,
la satisfaccin dada a las pulsiones ya no es de este orden.
Por lo dems, una misma palabra, Reiz, sirve a Freud para
designar la excitacin y el encanto. Las sensualidades er-
tica y esttica tienen lugar en una misma diversidad en
retirada con respecto a la integracin o la unidad.
(Podramos aadir lo siguiente, y aqu estara el verda-
dero quiasmo de los dos registros: en la medida en que esa
diversidad es la misma, por ser la del orden de lo sensible o
de la forma, no se puede subordinar la esttica a la erti-
ca, como tampoco la ertica a la esttica. Pero su heteroge-
neidad recproca constituira m1 quiasmo que dara lugar a
una singular relacin consigo de la heterogeneidad en ge-
neral. El erotismo del arte o en el arte por un lado, las artes
o tcnicas de amar por otro, no podran pensarse en otro
contexto. Ese contexto tambin abarca, sin duda, el para-
lelo que Platn pone en juego entre el uso de la palabra
nohm<; para una sola clase de producciones tcnicas y el
uso del trmino i!pcx; para una sola clase de deseos. Si el i!pcx;
se concibe como nob1m<; -en especial, como noirm<; ele la
belleza>>, y de una belleza que va continuamente de los
cuerpos>> a la ciencia-, la notrm<; bien podra concebirse
como i!pcx;, y Freucl sera a su manera, tras algunos otros, el
legatario de ese quiasmo o ese enlace.)
Las zonas ergenas no valen por s mismas, y su desti-
nacin no las define. Freud escribe: Segn toda probabili-
dad, pueden hacer las veces de zonas ergenas todas las re-
giones de la epidermis, todo rgano sensorial y quiz cual-
20 Vase Sigmund Freud, Trois essais sur la thorie de la sexualit,
28
quier rgano. 21 La funcin ergena, por su parte, no se
define de otra manera que por el aumento de la excitacin
con vistas a la descarga: El papel que corresponde a las
zonas ergenas es claro. Lo que es verdad para una de ellas
es verdad para las restantes. Todas sirven para generar,
como consecuencia de una excitacin apropiada, cierta can-
tidad de placer, a partir del cual la tensin crece, a fin de
suministrar a su turno toda la energa motriz necesaria pa-
ra la consumacin del acto sexuah>. 22 De manera paradji-
ca, contra un teln de fondo de indiferencia cualitativa, las
zonas tienen, pues, una funcin cuantitativa. Es menester
comprender que su carcter de zonas, su discrecin (en el
sentido matemtico) y su heterogeneidad provienen de esa
funcin: quien dice cantidad dice crecimiento aditivo y dis-
continuidad. Y quien dice deseo dice solicitacin ele un ma-
yor placer>>. El deseo (la tensin del Vorlust) es la discrecin
del placer.
Por otra parte, clgase lo que se dijere del modelo ener-
gtico, este tiene aqu la funcin, al menos, ele dar cabida a
w1a discontinuidad y una dislocacin del placer, o ele la
ata011cn~ en general, 23 lo cual significara a la vez: ele la
atara~ en cuanto no tiene generalidad alguna o, mejor, en
cwmto no tiene ins que tma generalidad dislocada, partes
extra partes, no slo res extensa a la manera cartesiana,
sino ser fuera ele s general y genrico, un ser zonificado ele
la llamada condicin <<sensible>>. 24
21 Ibid., pg. 48. Freud se limita a agregar: Pero existen tambin al-
29
La indiferencia cualitativa de las zonas se expone a tra-
vs de la primaca del tacto: es este el que culmina el pro-
ceso de excitacin (como continuacin inmediata de la ex-
citacin visual, Freud sita la del tocamiento, y aun antes
ha sostenido que la primera se reduce, en ltima instan-
cia,25 a la segunda, como todas las dems, sin duda).Aho-
ra bien, ya hemos mencionado que, para toda la tradicin,
el tacto no es otra cosa que <<el sentido del cuerpo entero,
como dice Lucrecio. 26 El tacto no es sino el toque del sen-
tido en su totalidad, y de todos los sentidos. Es su sensuali-
dad como tal, sentida y sintiente. Pero el tacto mismo, en
cuanto sentido y, por consiguiente, en cuanto se siente sen-
tir y, ms an, se siente sentirse, puesto que slo toca alto-
carse, tocado por lo que toca y porque lo toca, presenta el
momento propio de la exterioridad sensible, y lo presenta
como tal y en su carcter sensible. Lo que produce el tacto es
<<esa interTupcin que constituye el tocar del tocarse, el to-
car como tocarse>>. 27 El tacto es el intervalo y la heteroge-
neidad del tocar. Es la distancia prxima. Hace sentir lo
que hace sentir (lo que es sentir): la proximidad de lo dis-
tante, la aproximacin de lo rtimo.
El tacto -tal vez sera mejor hablar del toque, o desta-
car el valor verbal de la palabra, como cuando se dice <<el
sentir>-* slo tiene una <<primaca>> o un <<privilegio>>, por
30
lo tanto, en la medida en que no subordina nada: no es o no
constituye sino la extensin general y la extraposicin par-
ticular del sentir. El tacto forma cuerpo con el sentir o hace
de este -de su pluralidad- Ull cuerpo; no es ms que el
corpus de los sentidos.
El sentir y el sentirse-sentir que constituye el sentir
mismo es siempre sentir a la vez que existe lo otro (lo que
uno siente) y que hay otras zonas del sentir, ignoradas por
la que siente en este momento, o bien tocadas por doquier
por esta, pero slo a travs del lmite en que ella deja de ser
la zona que es. Cada sentir toca el resto del sentir como
aquello que el primero no puede sentir. La vista no ve el
sonido ni lo escucha, aunque sea tambin en s misma, o
ella misma, sin ms, la que toca ese no ver y es tocada por
este ...
La indiferencia o la sinergia sinestsica no consisten en
otra cosa que en la autoheterologa del tacto. El toque de
los sentidos podr, pues, repartirse y clasificarse de tantas
maneras como se desee: lo que lo hace ser el toque que es,
es rn1a dislocacin, una heterogeneizacin de principio.
31
menos un mundo, acaso, que un meclio, un Umwelt (el del
uno por ciento de informaciones>>). El arte recorta o fuerza
en l el momento del mundo como tal, el ser mundo del
mundo, no como un meclio donde se mueve un sujeto, sino
como exterioridad y exposicin de w1 ser en el mundo, exte-
rioridad y exposicin fundamentalmente aprehendidas,
aisladas y presentadas como tales.
Con ello, el mw1do se disloca en mundos plurales o, pa-
ra decirlo con ms exactitud, en pluralidad ineductible de
la unidad mundo>>: es el a priori y lo trascendental del ar-
te. Este pone de manifiesto que la aparicin de un mw1do
siempre es, ante todo, la de fenmenos que son, cada tmo,
fenmenos-de-mundo. 28 Y destaca que un sentido-de-
mundo y, por ende, el sentido delmw1do slo se da al dislo-
car desde el origen su sentido mico y unitario de sentido>>
en la zonificacin general que se indica bajo tal o cual dis-
tribucin diferencial de los sentidos.
Pero lo que el arte hace ver -es decir, lo que toca, que es
al mismo tiempo lo que pone en accin por -ffixvr- es que no
se trata precisamente de tma diferenciacin sobrevenida a
una wuclacl orgnica, ni ele un diferencial como variacin
continua: se trata ele que la unidad y la unicidad ele un
munqo son, y slo son, la diferencia singular de un toque, y
ele una zona ele toque. N o habra mundo si no hubiera una
discrecin ele zonas (una extensin ms antigua que cual-
quier origen): slo esa cliscrecin, en efecto, permite a la
cosa ser lo que es, vale decir, cosa en s, lo cual no significa
32
cosa aprehendida en una esencia retirada en lo ms re-
cndito, detrs de la apariencia, sino cosa misma, esto es,
directamente ella misma o junto a s misma. Para que una
cosa pueda tener, eventualmente, algo a lo que sea posi-
ble dar el nombre de <<interioridad>> o <<intindad, es me-
nester adems que sea ante todo ella misma, y por lo tanto
est dispuesta sin mediacin en s misma, con toda exacti-
tud (poddamos decir: superpuesta a s misma y, as, tocn-
dose, cercana y distante, distanciada en s). 2 9
Esta disposicin implica una dis-posicin; se implica co-
mo dis-posicin, discrecin, pluralidad y heterogeneidad
ele las zonas. Estas no slo son localizaciones diversas en
un espacio homogneo. Son al mismo tiempo, en virtud de
un espacian1iento que no es en primer lugar espacial, sino ,
ontolgico (<<espacio es aqu el nombre del <<sen>), las dife-
rencias absolutas del aparecer o del ser en el mtmdo como
tal. Es por ello que Heidegger poda escribir: Debeliamos
aprender a reconocer que las cosas mismas son los lugares,
y no se limitan a estar en su sitio en un lugar. 30
cin ele Fran9ois Fdier y Jean Beaufret, Pars: Gallimarcl, 197G, pg.
103 [El arte y el espacio, Eco (Bogot), 122, junio de 1970]. No hay
azar alguno, desde luego, en el hecho de que ese texto esboce un anlisis
del espacio y el espaciarniento, es decir, del motivo reconocido con1o
irreductible a los anlisis de Temps et iltre (cf. ibid., pg. 4G [Tiempo
y ser, en Tiempo y ser, Madrid, Tecnos, 2000]) acerca del arte, y del arte
segn se lo reconoce en dicho texto, implcitamente, como irreductible a
33
El ser en el mundo (que es el ser del mtmclo) no tiene lu-
gar, y no puede tenerlo segn la generalidad (que en s mis-
ma es tm 'tmx; especfico, por ejemplo el de m1 discurso so-
bre el arte en general), ni segn la universalidad entendida
como el recurso ele tma unicidad y una unidad ele origen. O,
ms exactamente, el punto ele vista>> de tm intuitus origi-
narius no es el de m1 ser en el mundo; por eso, adems, no
es una <<vista. Si es tm <<punto, (carente, por lo tanto, de di-
mensin), es el de una <<creacin, del mtmclo. La creacin
delm1.mclo no est en el munclo. 31 Pero si la creacin tuvie-
ra lugar, no habra para el creador, como tal, ningfu1 espa-
ciamiento, ninguna <<zonificacin,: ni lugares, ni colores, ni
sonidos, ni olores. Habra que decir, al contrario, que la
creacin misma (y por consiguiente el creador, que no es
otro que su acto) es el espaciamiento y la diferencia de las
zonas. Lo cual llevara a decir que la creacin es el tocar o el
toque del ser en el mcmdo.
As, el intuitus derivativus, para mantener por un ins-
tante la analoga kantiana, se da segn el toque ele la exte-
rioridad y la disparidad de los toques. Empero, contraria-
mente esta vez a Kant, no se contenta con las formas del
espacio y el tiempo: tambin necesita la multiplicidad de
las <<cualidades sensibles, que constituyen el <<en s>> o el <<en
el mismo s, de la cosa. Lo emprico es aqu trascendental.
Pero ese <<emprico>> no es nada que se pueda fijar sim-
plemente en categoras como <<el colon>, <<el sonido>>, etc.
<<Eh> color no existe, y ni siquiera existe eh> rojo. Segfu1 dice
Wittgenstein: <<El hecho de poder nombrar en general 1.m
color no significa an que se pueda copiarlo con exactitud.
35
l. Esa operacin descompone la unidad viviente de la
percepcin o la accin, pero lo hace a contrapelo de la des-
composicin abstracta en sensaciones (esta nunca es otra
cosa que un subterfugio cmodo, que est sometido a la co-
municacin corriente y se mantiene retirado con respecto a
la doble descomposicin tcnica ele las ciencias, por un la-
do, y las artes, por otro, cada una de las cuales toca a la
otra, quiz, ms ele lo que parece). Asla lo que llamamos
un sentido>>, o tma parte o un aspecto ele este, y lo hace pa-
ra obligarlo a no ser sino lo que es, al margen de la percep-
cin significante y til. El arte fuerza a un sentido a to-
carse, a ser el sentido que es. Pero as no se convierte sim-
plemente en aquello que denominamos un sentido, tal co-
mo la vista o el odo; al abandonar la integracin de la vi-
vencia, se vuelve adems otra cosa, otra instancia ele uni-
dad, que expone otro modo, no visual o sonoro, sino,
justarnente, pictrico o musical. Por ejemplo, de la re-
gin sonora o auditiva hace tm mundo compuesto de
valores, alturas, gamas, relaciones armnicas, sucesiones
meldicas, tonalidades, ritmos, timbres, etc., un mtmclo en
que una de sus caras, escrita y calculada, ya no tiene nada
ele sonoro, mientras que otra cabe en la cualidad, siempre
imprevisible, ele una interpretacin o una ejecucin
singular.
El mtmclo que estaramos tentados de designar como el
mtmclo de ru1 sentido no es una limitacin delmru1clo ele la
sinestesia.,Es otro mundo, u otra mnada. Tal es la fuerza
ele las Musas: fuerza, a la vez, de separacin, aislamiento,
intensificacin y metam01fosis. De algo que formaba parte
ele una unidad de significacin y representacin, hace otra
cosa, que no es mm parte separada, sino el toque ele otra
unidad, y esta ya no tiene significacin. Es un suspenso de
la significacin, toca sus extremos.
Valry lo dice as: La precisin de las cosas que exige el
dibujo demanda, a su turno, la colaboracin ele aparatos
que no piden sino dis-traerse una vez que han significado.
El ojo abandona el objeto una vez nombrado y juzgado este,
tan rpido como nna mosca que se ha posado y alimentado
en un rincn de la pared. Luego de describir un gesto, la
mano tiende a volver por un camino ms corto, convocada
por el nervio(. .. ). Para dejar la mano libre en el sentido del
36
ojo, hay que quitarle su libertad en el sentido de los mscu-
los>>.34
El arte separa los sentidos de la significacin o, mejor,
separa el mlmdo de la significacin, y es eso lo que llama-
mos los sentidos cuando damos a estos (sensibles, sen-
suales) el sentido de ser exteriores a aquella. Aunque po-
dramos llamarlo con igual justeza el sentido del mlmdo.
El sentido del mundo como suspenso de la significacin;
pero de ahora en ms comprendemos que ese suspenso es
el tocar mismo. Aqu, el ser en el mundo toca su sentido, es
tocado por l, se toca como sentido.
34 Paul Valry, Cahiers, vol. 2, Pars: Gallimard, 1974, pg. 945; cf.,
asimismo, pgs. 967-8: Cmo es que el odo es por s solo preguntas y
respuestas? Hay "adorno" cuando hay organizacin propia de los valo-
res sensoriales en tal o cual dominio de los sentidos que contiene ex-
citantes y respondientes, mientras que las percepciones corrientes tie-
nen respuestas nulas o significativas y son, de lo accidental a lo signifi-
cativo, pasajes y expedientes''. Que un arte consiste en <<privarse de las
otras, y que esta (<privacin)' n1utua ocasiona su <<ronda)) o su hiprba-
ton musaico, es lo que propone Michel Deguy en La Posie n'est pas
seu/e, Pars: Seuil, 1990 .
. 35 Theia moira, en Platn, In, 534c y otros pasajes. Sobre ese n1otivo,
vase Jean-Luc Nancy, Le Partagc des voix, Pmis: Galile, 1982, pgs.
61 y sigs. En In, el poeta es acusado, por medio del rapsoda, de carecer
37
3. Pero al hacerlo, tambin, la sinestesia dislocada, ver-
dadera y tcnicamente analizada, induce asimismo, no
otra sntesis, sino una remisin o, de acuerdo con las pa-
labras de Baudelaire, una respuesta 36 de toque a toque que
no es ni una relacin de homologa externa ni una smosis
interna, sino lo que podramos describir, de conformidad
con la etimologa de re-spondere, como un compromiso, una
promesa dada en respuesta a m1a demanda, a un llan1ado:
los tactos se comprometen a comunicarse sus inteiTupcio-
nes y cada uno hace tocar la diferencia del otro (de otro o
varios otros, y virtualmente de todos, pero de una totalidad
sin totalizacin). Tambin esta co-respondencia>> se sepa-
ra de la significacin. Podemos decir con Deleuze:
38
sacin de tal o cual dominio (. .. ) est en contacto directo
con un poder vital que desborda todos los dominios y los
atraviesa. Ese poder es el Ritmo, ms proflmdo que la vi-
sin, la audicin, etc. (. .. ) Es una distole y una sstole: el
mundo que me toma al cerrarse sobre m, el yo que se abre
al mundo y, l mismo, lo abre.37
39
artes. El ritmo general de lo sensible o del sentido es el mo-
vimiento de esa JlJl1lcrt<;/Jl8E~t<; entre formas o presen-
cias que, en definitiva, no le son preexistentes, pero que
surgen de l como tales. Ese ritmo es, directamente en las
formas o las presencias, la movilidad que las arranca en
cuanto tales, y que las aiTanca mucho menos con respecto a
un fondo (tal vez esas figuras no tienen ningn fondo,
ningn otro ,<fondo que sus diferencias) que.unas con
respecto a otras, todas, as, fondos o figuras cada una de las
otras. 38 El <<fondo>> no es, acaso, ms que la JlJlrcrt<;/tB&';tc;
segn la cual las artes o los sentidos se meta-forizan sin fm
unos a otros. Contagio y transporte de las Musas.
40
consumacin artstica. Las Musas no sobrevienen en una
operacin artesanal: la instauran, as como sabemos, por
ejemplo, que los homnidos del Paleoltico hacan un uso
especfican1ente simblico de colorantes, con las tcnicas
correspondientes de extraccin, mezcla, coccin, trans-
porte, almacenamiento, impregnacin o exposicin.3 9 Las
artes son tcnicas en w1 sentido segn el cual bien podran
ser indisociables de lo que es posible. llamar, al menos de
manera provisional, <<esencia de la tcnica; en virtud de
ese sentido, el par arte y tcnica constituira a la vez,
para nuestro tiempo, la divisin interna y el enunciado
problemtico de los que hemos hablado en el comienzo.
La tcnica consiste en saber cmo hacer para producir
lo que no se produce por s solo. La tcnica es una distancia
y una demora, quizs infinitas, del productor con respecto
al producto y, as, con respecto a s mismo. Es la produccin
en la exterioridad a s y la discrecin de sus operaciones y
sus objetos. En ese aspecto, lo singular plural del arte se
extiende igualmente a la incesante multiplicacin de la
decisin tcnica del artista: Hacer arte es juzgar el arte,
zanjar, elegir. "Hacer algo -dice Ducha:mp-- es escoger un
tubo de azul, m1 tubo de rojo, poner un poco de esos colores
en la paleta, elegir siempre la cualidad del azul, la cualidad
del rojo, y elegir siempre el lugar en el cual vamos a ponerlo
sobre la tela; siempre es elegir ",.4
En comparacin con una representacin del natural,
entendida como tma eclosin de s mismo, la tcnica es-
t con seguridad en falta. 41 Pero esa representacin del
41
natural, o de la <p<n~, no es otra cosa que la representa-
cin sublimada o compensatoria de s de la que se ha dota-
do una tcnica en falta de s misma (por qu en falta: no nos
detenemos aqu en ello, pero se trata tal vez de toda la
cuestin de Occidente). Tambin es, de manera conexa, la
representacin en virtud de la cual el arte mismo, en suma,
fue sospechoso en toda nuestra tradicin, una sospecha
testimoniada, en particular, por la negligencia o el fastidio
con respecto a la pluralidad de las artes.
Con referencia a una naturaleza>>, el arte est en falta
de origen y de fin. Tambin es por eso que la ideajudeocris-
tiana de creacin>> viene en el momento oportuno a salvar
liD abismo abierto entre el arte>> (o la tcnica>>) y la natu-
raleza, al tomar elementos de ambos y, asimismo, recha-
zarlos. No es una casualidad que la Creacin>> se haya in-
cOlporadci al vocabulmio y la representacin del arte ge-
nial. Pero con esa representacin se cielTa igualmente so-
bre el arte la apora de un autismo divino. El arte-tcnica
expone, en cambio, una exterio1idad ele la obra a su pro-
duccin o su sujeto, as como expone una exteri01idacl de su
fin: pues su obra terminada est siempre en el inacaba-
miento de lo que posterga para ms aclelmlte la presenta-
cin ele su fin, su esencia o su sujeto; la obra tcnica se en-
cadena sin cesar con oh'as tcnicas y vuelve a demandar
sin fin, como su fin ms propio, una tcnica ms y, por con-
siguiente, su fin, que se le aparece a la manera de un per-
petuo ,medio para un fin sin fin.
Seg(m ese c1iterio, la tcnica es la clesherencia del Oli-
gen y el fin: la exposicin a una falta de suelo y nmclamen-
to, o bien lo que termina por presentarse comQ su nica ra-
zn suficiente>>, al experimentarse, en efecto, como ra-
dicahnente insuficiente y como lrna devastacin del suelo,
de lo <<natural y del 01igen. La tcnica despliega una reti-
rada del <<fondo>>, y ese despliegue constituye lo ms visible
de nuestra hist01ia. La tcnica como tal, en el sentido co-
rriente del trmino, expone y recubre a la vez esa Grund-
r losigheit o esa Abgrndigheit. Tambin es por eso que no
existe <<la tcnica sino <<las tcnicas, y por eso el plural
expresa aqu la esencia>> misma. Podra ser que el arte, las
artes, no fueran otra cosa que la exposicin en segundo
grado ele la propia tcnica, e incluso la tcnica del fondo
42
mismo. Cmo producir el fondo, que no se produce por s
solo: tal sera la pregcmta del arte, y tal, su pluralidad de
origen.
(Despus de todo, la significacin primitiva de la pala-
bra ars, ese trmino latino que tradujo 'tXVTI, es la de la
articulacin -del ap8pov griego-, y toda articulacin
tiene la estructura de 1.m singcllar plural, un reparto y un
juego. No es una fiactura sino, a su manera, su simtrico
fractal. Tan1poco es imposible, por el rodeo de armus -la
coyuntura del hombro-, cotejar <<arte>> con el alemn die
Art, que significa el modo, el tipo, la manera particular. El
arte es siempre lllla cuestin de manera.)
Cmo producir el fondo [fond], de qu modo, si este no
es uno y no es 1.m fondo [fonds] del cual extraer recursos? O
bien sus recursos son los de una heterognesis. El fondo no
se autoproduce y no es producido de manera alguna. El
fondo es la evidencia o la patencia del ser: la existencia, con
la cual no se puede terminar, toda vez, al menos, que no se
la manipula con alg(m fin, la existencia en cuanto <<infinita
multiplicidad del munclo.4 2 Empero la multiplicidad del
mundo no es siquiera la multiplicidad ele un mundo: califi-
ca el mundo como heterogeneidad ele mundos, y en esta
consiste la unidad del mundo.
43
locacin sensible de este. Es sin duda de esta manera como
Hegel somete la poesa a la doble determinacin contradic-
toria de tener como propio, por una parte, el momento de
agotamiento de lo sensible (aquella reduce el sonido al
rango de simple signo inerte>>)4 3 y, por otra, el momento de
una finalidad en s del elemento sensible que es la so-
noridad verbal. 44 Hegel no seala esta contradiccin, que
se mantiene en tensin entre dos verdades de la poesa,
una de las cuales es su pasaje y su superacin imperiosa en
la verdad filosfica (por eso la poesa es el arte que pone en
marcha la disolucin del arte), mientras que la otra es, al
contrario, la particularizacin propia de la poesa, en una
medida mucho ms elevada que en las otras artes, 45 es
decir, la multiplicidad y la exterioridad de sus formas, g-
neros, recursos prosdicos y trpicos, a las cuales la poesa
posterior a Hegel permitira agregar una variedad sobre-
abundante de variaciones formales y contaminaciones ma-
teriales.
De conformidad con la historia de la palabra, <<poesa
nombra una divisin, una disensin de la produccin tc-
nica, y la produccin paradjica (o inhallable) de esa mis-
ma disensin en cuanto esencia, pero <<esencia sensible,
44.
por as decirlo, de la produccin. La produccin, en singu-
lar y en trminos absolutos, no es otra cosa que la produc-
cin del sentido. Pero se revela con ello como pro-duccin,
tensin literalmente insostenible hacia un adelante (o un
atrs) del sentido, toda vez que aquello que lo produce
como tal es, ante todo, el hecho de ser recibido, experimen-
tado y, en resumen, sentido como sentido (podramos decir:
el sentido se siente, y la verdad, el toque de la verdad, es la
interrupcin del sentirse). Esa tensin es insostenible, y
por eso es que no hay poesa que no se lleve al extremo de
su propia interrupcin y no tenga ese movimiento por ley y
por tcnica. En este ptmto, Rimbaud resulta forzosamente
ejemplar.
La poesa se presenta simultneamente como pars pro
tato del arte y como totum pro parte ele la tcnica. Ese
quiasmo es, asimismo, el del sentido inteligible (arte del
verbo, pars pro tato) y del sentido sensible (nol11m<;, produc-
cin, si no material en el sentido habitual, s al menos regu-
lada por la exterioridad ele su fin). 46 Pero un quiasmo se-
mejante no es otro que la doble intrusin necesaria ele un
sentido en otro, mucho ms radical y constitutiva ele lo que
lo hace suponer aquello que parece participar de mm contin-
gencia lingstica (ese doble sentido ele sentido que Hegel
:no dej de sealar). El sentido (sensible) slo siente si se
orienta hacia un objeto y lo hace valer en un contexto signi-
ficativo, informativo u operativo; recprocamente, el sen-
tido (inteligible) slo tiene sentido si es, como suele decir-
se, percibido; por lo dems, la relacin intuitiva o per-
ceptiva con el sentido inteligible siempre entrai'i, en el ser
finito en general, una in:eductible receptividad. 47 El sen-
tido (sensible) tiene sentido (inteligible), e incluso no es
ri1s que eso, la inteleccin ele su receptividad como tal; el
sentido (inteligible) se siente, e incluso no es ms que eso,
la receptividad ele su inteligibilidad. Pero la receptividad
consiste ea ipsa en un singular plmal.
45
De al dos preguntas indefinidamente cruzadas o, ms,
incrustadas una en otra: cul es la ata811cnc; ele la signi-
ficancia, cul es su rgano receptor y cul es su sensacin,
qu gusto tiene el sentido, y para qu lengua?4 8 Cul es la
significacin ele lo sensible, a travs ele qu camino lleva
este hacia su inteligibilidad? Doble intenogante tcnico en
que el sentido se pregnnta a s mismo acerca ele su propia
condicin ele produccin, pero ele este modo se pregunta a s
mismo, tendido hacia su propia actividad como hacia la
recepcin ele su propia receptividad, hacia un Ayoc; que
sera el n8oc; del n8oc;.
La subsuncin permanente ele las artes en la poesa, y
el no menos permanente e irreductible cara a cara ele la
poesa y la filosofia>>, son los efectos ele esa demanda ele
sentir al sentido sentir(se). As, la subsuncin potica no es
vana, e indica a las claras el lugar llico y w1itario del ar-
te. Pero no llena ese lugar ele mm sustancia o un sujeto (va-
le decir, ele una relacin consigo infinita, un sentir-se ab-
soluto), ms que en la medida en que interpreta el arte al
modo filosfico, es decir, como una rew1in sin exterioridad
ele lo inteligible y lo sensible. En otras palabras: como un
tocar-se que reabsorbiera en s el momento ele la interrup-
cin. Pero esa exigencia es contradictoria, si la relacin
consigo del sentido Iilismo se da a entender como exterio-
ridad. Adems, el propio Hegel declara: El pensamiento
no es sino lllla conciliacin ele lo verdadero y lo real en el
pensamiento; pero la creacin potica es una conciliacin
que se efecta bajo la forma ele rma representacin espiri-
tual, aunque en el seno mismo ele la fenomenaliclaclreal.4 9
A lo cual debe agregarse que la conciliacin potica tiene
lugar, en efecto, pero lo tiene ele un modo inconciliable,
segllla exterioridad, y segn w1a exterioridad doblemen-
te calificada, porque es a la vez la exterioridad del fenme-
no como tal, o ele lo sensible como el ser fuera ele s, y la ex-
terioridad ele la conciliacin potica con respecto a la conci-
48
'
Podemos multiplicar de inmediato los interrogantes: qu aspecto
para qu ojos, qu perfurne para qu nariz, qu sonido pa~a qu odos,
qu consistencia para qu tacto, qu rnovin1iento para qu receptor ci-
ntico, etc. La tradicin filosfica y potica habra de agotar todas estas
posibilidades.
49 G. W. F. Hegel, Esthtique, op. cit., vol. 4, pg. 27.
46
liacin pensada en cuanto es slo pensamiento>>: en cuan-
to el pensamiento nicamente puede pensarse (tocarse, en
verdad) como slo pensamiento, o como pensamiento fi-
nito cuya finitud lo separa de la cosa, de su cosa ms pro-
pia, y hace as sensible, precisamente, el objetivo del pensa-
miento. Por eso mismo, el pensamiento se siente (experi-
menta su peso, su gravedad) dos veces fuera de s: una pri-
mera vez en la cosa misma (esto es, la misma que el pen-
sanuento en cuanto este se hace sentir cosa afuera, impe-
netrable, tocable como impenetrable), y una segunda vez
en la poesa (habida cuenta de que la astmcin sensible del
sentido igual al pensamiento no hace sino pensar o, de al-
gn modo, pre-sentir; pero todo el rigor hegeliano estriba
en no dejar que se infiltre aqu un presentimiento ro-
mntico o una efusin artstica del pensamiento).
A su turno, por ende, la cosa y la poesa, que conforman
juntas la ex-posicin del pensamiento, abren entre ellas
tma extensin y tma tensin que son propiamente las de la
creacin como rcoh1crt<; de la cosa. Pero si esa creacin no
est secretamente gobernada por un modelo mstico y ro-
mntico (y, de alguna manera, heideggeriano en este as-
pecto), debe entonces revelarse como tcnica del mundo.
Ahora bien, tcnica del mundo slo se entiende en el plu-
ral ele las tc1ucas que no tienen ni el punto ele migen ele m1
fat ni el punto final ele un sentido. Al deshacerse como con-
cepto sui generis (es, en efecto, tm concepto autoclestruc-
tivo), la <<creacin abre el singular plural del arte. O bien el
<<arte es el nombre, sin eluda todava provisorio, ele su sin-
gular plural.
Se siguen ele ello dos consecuencias.
La primera es que la filosofa misma no ha de reabsor-
ber jams la diferencia del arte -como no sea al modo ele
una reabsorcin Solamente pensada-, y que, en esas
condiciones, el fin del arte como su relevo filosfico es un
fin que puede calificarse indistintamente ele infinito o ele ya
siempre terminado en cuanto fin, es decir, condenado a
repetirse. El fin del arte siempre ha sido ayer.
La segunda es que lo que se resiste as a la dialctica, lo
que se resiste en la mediacin del sentido, no es slo la
poesa sino, con ella, y ele inmediato, una irreductible
plialiclacl de las artes. La subsm1cin potica o poetizante
47
se revela heterognea en s. El lugar o la forma en que el
arte llegada a tocar su esencia no puede sino ser el partes
extra partes de los mundos artsticos. La poesa nombra su
propio afuera, o el afuera como lo propio: los sentidos del
sentido.
Eso es lo que podemos entender en estas palabras de un
poeta: Siempre, cuando dialogamos as con las cosas, nos
situamos igualmente en una cuestin que se refiere a su
origen y su destino: una cuestin "que no termina", "que
sigue abierta", que seala lo abierto, lo vaco, lo libre; es-
tamos lejos y afuera. 50
O bien, con otro poeta:
48
ni siquiera de los elementos o los estados materiales), tam-
poco puede haber multiplicidad simple que ocupe el lugar
del Uno.
Habra que decir, mejor, que la multiplicidad expone en
forma mltiple la unidad. No, empero, como sus figuras
diversas, que en ese caso no seran ms que sus represen-
taciones, lo cual no permitira dar cabida a la pluralidad de
las artes. (En ese sentido, adems, es justo decir que el arte
des-figura siempre, deshace las consistencias ele presencia
presentada.) La pluralidad expone o expresa la unidad en
el sentido ele que la pone fuera ele s desde el origen, y en el
sentido, por consiguiente, ele que el Uno ele la unidad no es
Uno ele u11a vez por todas>>, sino que, al contrario, se pro-
duce todas las veces por una, por decirlo ele algn modo.
Cada tma ele las artes expone a su manera la unidad ele
arte que no tiene ni lugar ni consistencia al margen ele
ese cada w1a; y ms an, la unidad ele unl"mico arte slo
se ex-pone, en ese sentido, en sus obras una a una. Cada
obra es, a su manera, tma sinestesia, y la apertura ele un
mundo. Pero lo es en cuanto que el mundo como tal, en su
ser mundo (el ser de aquello a lo que se abre tm ser en el mtm-
do), es pluralidad de mundos.
As, el a su manera ele cada arte, de cada estilo y ele
cada obra, la manera o la tcnica incomunicable, no es una
variacin expresiva contra el fondo de un tema idntico. Es
la necesmia discrecin 1itmada ele un corte o un recorte del
aparecer. No el recorte que destaca una figura contra un
fondo, sino el corte de una forma, en cuanto una forma es
un fondo que se retira, se retrae o se ex-pone ele s mismo,
diferente de s como fondo. Por eso Hubert Dmnisch puede
decir que las figuras de Dubuffet no se dejan distraer del
fondo, nn fondo tratado a su vez como figura, y cuyas lagu-
nas aquellas vienen a llenar, cuyas fallas habitan hasta no
ser ya, ellas mismas, sino fallas y lagunas. 52 Una forma es
la fuerza de un fondo que se aparta y se disloca, su 1itmo
sincopado.
Ahora bien, tal vez en esto consista la forma o el modo
de la aparicin misma: Lo que aparece, en sueos y talll-
49
bin en el teatro, procede siempre del espacio como una de
sus metamorfosis. Para un espacio, una aparicin es una
manera provisoria de aparecer. Esta nunca se separa
claramente de aquel. Una figura jams est enteramente
separada del fondo. En mayor o menor medida, es siempre
el fondo el que avanza como figura, y el que retroceder
enseguida para volver a ser simple espacio. 53
(Por lo dems, a la pluralidad de las figuras en ese sen-
tido, a la pluralidad, en consecuencia, de las maneras que
constituyen las artes y sus tcnicas, habra que aadir la
de sus <<lllagnitudes relativas o absolutas, la que distingue
las artes mayores y las artes menores>>, y hasta los usos
inciertos de las artes de la conversacin, el amor, la vesti-
menta, etc., as como la que discien1e estilos ms o menos
grandes, obras n1aestras y Operetas. Mas, para ternli-
nar, para no terminar, y si la verdad del singnlar plural de
las artes radicara en lo innumerable de estas mismas, y de
sus formas, registros, calibres, toques, intercambios por
f.Lf.L'Ilcrt<; \jf flSE~t<; ... ?)
Aqu est el lmite de tma fenomenologa: a la discrecin
tajante -y cortante-- de un fondo que se retira y vuelve a
trazarse en formas, no puede responder el solo tema ele m1
aparecer>>. O bien debe tratarse de m1 aparecer del apare-
cer mismo -pero ya no es justamente un aparecer-, de
una venida a la presencia ms antigua que toda salida a la
luz, de una venida del mundo, ms que de una venida al
mundo, y de una significancia ms antigua que cualquier
intencionalidad dadora ele sentido. En verdad, no se trata
ni ele una clonacin, ni ele una intencin, y ni siquiera ele
una significancia. La venida al mundo no es siquiera una
venida. El mundo es simplemente patente, si con ello se
puede dar a entender m1a aparicin que no aparece, en
que ninguna inmanencia de sujeto haya precedido a su
trascendencia, y ningn fondo oscuro a su luminosidad. Es
una patencia infinita, como la ele la verdad ele Spinoza, qui
se ipsam patefacit y nullo egeat signo. Verdad, en efecto, o
sentido del sentido, la patencia delmtmdo; es decir, por un
lado, el aparecer de lo inaparente o el inaparecer ele toda
50
<<apariencia y, por otro, esto: que no hay ms que el mun-
do. Pero esto no equivale a decir que el arte toma a su cargo
la verdad o la hace aparecer y brillar. Antes bien, quiere de-
cir que la verdad hara arte o, ms exactamente, que sera
su propio arte: sus propias artes.
Las cosas del arte no competen a una fenomenologa -o
bien son ellas mismas la fenomenologa, seg(m una lgica
muy distinta de esta <<-loga>>-, porque son anteriores al
propio fenmeno. Son algo de la patencia del mundo. O
bien ese es el fenmeno, pero no en el sentido de lo que apa-
rece en la luz: ms que el qxxvEv, el propio <po<;, la luz, y no
la luz que aparece (lwnen) adhirindose a las superficies,
sino la luz que brota (lux) y hace aparecer, ella misma, co-
mo tal, inaparente. Lux sin fiat, sin sujeto creador ni fuen-
te, lux que es la fuente, pero difractada en s misma, en s
misma resplandeciente, lux que explota y se rompe.
Husserl escribe: <<El absurdo comienza cuando nos po-
nemos a filosofar y, en busca de una ltima informacin
sobre el sentido del mtmdo, nos olviclanros de sealar que
el ser mismo del mundo se da ntegro en la forma ele cierto
"sentido". 54 Y es preciso coincidir, si se quiere decir que el
mundo en el sentido de <<sentido es idntico al mundo co-
mo circunscripcin entera ele la finitud, que es su circuns-
cripcin infinita. Lo cual tambin puede decirse as: la fini-
tud es el sentir-se del infinito en acto, su toque forzosamen-
te discreto.
Pero no seguiremos a Husserl cuando agrega de inme-
diato: cierto "sentido" que presupone la conciencia absolu-
ta a ttulo de campo para la donacin de sentido. Pues el
sentido infinito que se toca finito (que se interrumpe sensi-
blemente) no est <<dado, por nada ni nadie y a nada ni na-
die. No est <<dado, slo es patente y est suspendido en su
patencia misma, patente-inaparente. Si se precede infini-
tamente, no lo hace como el sujeto de una intencionalidad,
sino como la patencia de ese suspenso y de su inmediata
<<particularizacin. Por eso tampoco hay <<modos de una
nica <<clonacin, sino que la <<donacin misma, si se quie-
54 Edmuncl Husserl, Ides directrices pottr ttne phnomnologie, vol.
1, traduccin de Paul Ricceur, Pars: Gallimard, 1950, pg. 184 [Ideas re-
lativas a ttna fenomenologa pura y rtna filosofa fenomenolgica, J\!Ia-
ddd: Fondo de Cultura Econmica, 1993].
51
re mantener este vocabulario, se fragmenta en sus modos
discretos. Esos modos son mundos.
Eso es lo que expone el arte. Lo cual no significa que es-
te represente la patencia originaria (esto supondra pen-
sarlo bajo vigilancia filosfica). Pero hay arte y hay varias
artes: eso es lo que se expone como patencia. E incluso: eso
es lo patente de la patencia. En otro lxico, pod1iamos de-
cir: es la presentacin de la presentacin. O, con mayor
exactitud, tal vez: eso es lo que hace patente el hecho de
que hay patencia, en general. Eso es lo que presenta el he-
cho de que hay presentacin, en general. Y como, justa-
mente, no hay presentacin ni patencia en general, no
hay sino presentacin plural de lo singular plural de la pre-
sentacin.
La presentacin de la presentacin no es una represen-
tacin: no relaciona la presentacin con un sujeto para o en
el cual ella tendra lugar. La presentacin de la presenta-
cin la relaciona consigo misma. La patencia se relaciona
consigo misma, como si nos limitramos a enunciar: patet,
es manifiesto [il est manifeste>>l, es evidente [il est
vident], no para poner en marcha la reflexividad infinita
es evidente que es evidente, sino ms bien para hacer
aparecer, entender, distinguir, sentir y tocar el il sujeto
de la evidencia. Ese il se enuncia, por una parte, como un
hay [ily a] evidencia, poniendo el acento en el y, hay al1,
segn la multiplicidad ele los lugares, los sitios, las zonas,
los instantes, y, por otra parte, como un l, lo evidente es
l, un h> que no es nadie ni nada, ni un principio, ni un
fondo, sino lo singular plural ele las ocunencias ele existen-
cia, ele presencia o ele pasaje. Que la presentacin se toca,
es decir, igualmente, que queda suspendida en su pasaje,
en su ida-venida.
Se puede adems decirlo as: el arte es la trascendencia
ele la inmanencia como tal, la trascendencia ele una inma-
nencia que no sale ele s misma al trascender, que no es ex-
ttica, sino ek-sistente. Una transinmanencia. El arte
expone eso. Digmoslo de nuevo: no lo representa. Es su
ex-posicin. La transinmanencia o la patencia del mundo
tiene lugar como arte, como las obras de las artes. Y por ello
esas obras mismas efectan una torsin definitiva del par
trascendencia/inmanencia. Adorno escribe: [las obras] to-
52
maron su rigor y su estructuracin interna de la domi-
nacin del espritu sobre la realidad. En esa medida, lo que
hace de ellas una coherencia inmanente les es trascen-
dente y les viene de afuera. Pero esas categoras se modi-
fican a tal punto que slo subsiste la sombra de un carcter
obligatorio. La esttica supone decididamente la inmersin
en la obra particular. Y agrega al punto: La constitucin
monadolgica de las obras ele arte es obvia ms all de s
misma>>, pero para aadir tambin: Sin embargo, slo por
su hermetismo monadolgico el elemento definido esttica-
mente puede relacionarse con el momento ele su universali-
dacl.55
En otras palabras, y como todos sabemos, como todos lo
experimentamos un da u otro, no es posible tocar (por el
discurso del sentido) la obra de arte. N o es posible incorpo-
rar esa obra al elemento del sentido, y ante todo al elemen-
to ele un eventual sentido del arte como tal (y ele un sen-
tido ele la palabra arte), salvo que se inteiTumpa la au-
toridad del discurso (de conformidad con la ley del tocar)
mediante ese hermetismo en que la obra nicamente se
toca a s misma o e's para s su propia transinmanencia. Y
esto no es vlido tan slo para la obra singular, sino para la
obra ele tm artista, para un estilo, para un gnero, para ca-
da una de las artes y para las nuevas artes que puedan
aparecer: es vlido para lo singular plural de la esencia ele
las artes.
53
nacido con los hombres y las tcnicas. Y por eso, asimismo,
son los dioses, en plural, esto es, nada de lo que llamamos
divino. Las artes son ms viejas que la religin: la tesis,
sin duda, es imposible de demostrar, pero tiene una riguro-
sa evidencia. 57 Las Musas son hijas de Mnemosine -no en
una nica concepcin, sino despus de nueve noches pasa-
das con Zeus-, y poseen la memoria de antes del orden di-
vino.
En algn sentido, hay en ello tm privilegio del arte. Pero
es el privilegio de un ndice, que muestra y que toca, que
muestra al tocar. No es el privilegio de una revelacin su-
perior. Para hablar del arte, lo ms dificil es, indudable-
mente, sustraer el discurso de una reverencia sagrada o
una efusin mstica. Ahora bien, es eso lo que debe comen-
zar por un retorno obstinado del discurso sobre el arte al
discurso ele su singular plural. Pues la pluralidad ele las ar-
tes debe, para terminar, hacer sensible una doble ley fun-
damental.
54
2. Una vez que tiene lugar, el arte se desvanece; es un
arte, este es una obra, que es un estilo, una manera, un mo-
do de resonancia de otros registros sensibles, una remisin
ritmada en redes indefinidas. En cierto sentido muy pre-
ciso, el arte mismo es por esencia inaparente, y/o desapa-
reciente. Desaparece incluso dos veces: su unidad se sinco-
pa en pluralidad material y su esencia se disuelve ms all
de s misma (el momento de lo sublime kantiano o el ele la
disolucin hegeliana siempre estn presentes, en accin en
la propia inmanencia esttica).
55
pluralidad. Podra ser tambin el comienzo de otro sentido
de y para la tcnica en general. 58
Tcnica>> es una regla para un fin. Cuando el fin es in-
finito, la regla debe adecuarse a ello. En cierto sentido, en
eso se resume el pensamiento del arte desde el romanti-
cismo: desde la infinitizacin de los fines del hombre. El ro-
manticismo del Arte>> -del arte absoluto o total- consis-
te en hipostasiar el Fin Infinito (la Poesa, el Fragmento o
el Gesamthunstwerk). De resultas, la tcnica se disuelve en
la forma del genio>>. Superar el romanticismo es pensar
con rigurosidad lo in-finito, vale decir, su constitucin fini-
ta, plural, heterognea. La finitud no es la privacin, sino
la afirmacin in-finita de lo que toca sin cesar a su fin: otro
sentido de la existencia y, debido a ello, otro sentido de la
tcnica>>.
56
timiento y m1 juicio estticos, toda una delectacin subli-
me. N o se trata de un :fin, sino de nna exigencia renovada
de dar cabida a la presentacin desnuda de lo singular plu-
ral de la evidencia, o de la existencia, que es lo mismo. Esto
es equivalente a decir que se.trata de m1 deber. Para el arte
es nn deber poner :fin al <<arte>>. Pero ese deber no levanta,
de un modo puritano, una <<tica contra una <<esttica.
Tampoco participa de lo que nos sentiramos tentados de
llamar una <<tica de la esttica. Ese deber ennncia el sen-
tido como eSo;.
Un deber semejante impone el arte, o <<algo del arte>>
-pero no el .Arte-, como in1perativo categrico de la pos-
creacin-divina (lo que es ya, mmque cueste advertirlo, la
verdadera situacin del imperativo kantiano). Slo ese
deber cla nn contenido al formalismo del imperativo cate-
grico: slo l, en efecto, lo colma de nn :fin que no es la for-
ma ele la ley, sino el fondo-:figma de la presentacin o lapa-
tencia. As como el arte es anterior a la religin (annque no
. haya en esto m1 sentido diacrnico), tambin viene despus
de ella: hoy. Pero lo que viene no es el Arte, es la 'rXVIl de la
existencia, pues esta no es <p1<nc;. Su patencia, evidente, no
es la eclosin de nna rosa.
La tica est al1, en el sentido preciso de que las nor-
mas morales, o las virtudes, o los valores, no nos faltan
-est claro-, no nos faltan hoy ms que ayer (que los
ignoremos o los desobedezcamos es harina de otro costal).
Pero lo que falta en este momento es el ars que les cla sen-
tido, el ars del existir, en absoluto un arte de vivir>>, sino la
tcnica en cuanto relacin con :fines sin :fin.
Podemos intentar descifrar algo ele nn tal ESo; en el si-
guiente poema del pintor Kandinsky, 59 del que todo lo pre-
cedente no habr sido, tal vez -e involuntariamente-,
ms que nn comentario.
57
ver ,,
58
2. La doncella que sucede a las Musas
(El nacimiento hegeliano de las artes)
La doncella que sucede a las Musas.
Portadora de ofrendas de Pompeya. (Vase la nota 21.)
61
l. Hoy est bien establecido1 qu.l3.1Q que se atribuye a
Hegel como pronunciamiento de~ no es sino
la declaracin de un fin de lo que l denominaba religin
esttica, es decir, del arte en cuanto lugar de aparicin de '
lo divino. La religin as superada es, sin duda, la griega, y 1
la que la sucede (por intermedio del episodio romano, al
que volveremos), la religin revelada>>o cristiana, est por
derecho propio ms all del arte. Segn ese criterio, tam-
bin de derecho, el arte queda superado de todas las mane-
ras. Sin embargo, las cosas distan de ser tan simples en el
propio Hegel. En efecto, si este calla la existencia del arte
cristiano en la Ferwmerwloga del espritu (donde, en cam-
bio, encontramos el episodio de la doncella del que nos
ocuparemos), es bien conocida la importancia de este arte
en la Esttica, en la que constituye incluso el momento cen-
tral (a su turno, el centro de ese centro es la pintura). Ahora
bien, en la Esttica la superacin del arte no se sita en la
religin revelada, sino en la filosofia o el elemento del puro
pensamiento. Puede llegarse a afirmar que, en ese concep-
to, la religin cristiana sigue siendo aqu indisociable de su
arte, y que debe superar junto con l el momento represen-
tativo que an le es propio, y, por lo tanto, se~rada Q
relevada, tambin.ella, en el pensamiento.
Mas -para ir de inmediato al resultado- esa supera-
ci!!. demuestra ser imposible: algo, no propiamente de la
religin sino del arte, opone una resistencia absoluta a la
1
Retomamos y prolongamos en este artculo el anlisis propuesto en
Portrait de l'art en jeune filie, publicado en Le Poids d'une pense, op.
cit., y luego, un poco modificado, en J.-J. Nilles (ed.), L'Art moderne et la
questwn du sacr, op. cit.; vanse asimismo los complementos presen
tados en Fran~is Martn y Jean-Luc Nancy, Nium -in diesem Sinne-
point final, Valence: Erba, 1993, pgs. 48 y sigs.
63
absorci n por la espiral dialctic a. En efecto, la ltima
torsin de esa espiral debera producir se en la disolucin
final del arte por la poesla, en cuanto se presume que esta
agota en s la ley de la exteriorizacin ~ensible, que es la ley
del arte. As, la poesa destruye la unin de la interiori dad
espiritua l y la exterior idad real, a punto tal que deja de es-
tar conforme al concepto primitiv o del arte y corre el riesgo
de separars e por completo de la regin de lo sensible , para
perderse definitiv amente en lo espiritual>. 2 La poesa, en
consecuencia, es el <fin>> del arte como su puesta en peligro.
Y su puesta en peligro pone en peligro una necesida d de la
c... , presen tacin sensible que es a su vez una necesida d
absoluta de la Idea o de la verdad, en cuanto una y otra,
una u otra, deben esencia l3mepa recer, o hacerse sentir.
Cuando el arte est en peligro lo que lo est es su desti-
nacin para los sentidos, mola recordam os en el ca-
ptulo anterior. Adems , para el propio Hegel la poesa de-
be, pese a todo, persistir en la lgica de esa destinac in y
tratar como un materia l sensible el mismo lenguaje que,
sin embargo , ella tiende a reducir al rango de mero signo
inerte de una pura interiori dad: ese ser su element o rt-
mico y sonoro. Pero hay ms: al mismo tiempo, la poesa
dar as cabida al conjunto de las artes, mantend r su exi-
gencia o aguzar su resistenc ia, al extremo de indicar por y
en s misma la persisten cia de las diferencias de las artes,
que son las diferenc ias propias de la comn destinacin
para los sentidos. Por eso Hegel prosigue: La escultur a,
la pintura y la msica ocupan el mismsim o centro entre
esos dos extremo s [la interiori dad espiritua l y la exteriori-
1 dad real). Podemo s decir, por lo tanto, que el arte, al alcan-
zar su lmite extremo en la poesa, y precisam ente porque
l
t toca entonces su lmite, aquel en el cual el Sentido vendra
1a disolver todos los sentidos , y no ser ya sensible, toca su
propia esencia y la recuerda con vigor segn el mismsimo
1centro, triple, de su efectividad sensible o sensual. Por lo
dems, tambin es por eso que la poesa, en el movimie nto
a travs del cual busca lo concreto para la pura espiritua -
lidad cuyo lmite expone (o bien: en cuyo lmite se expone),
y, por ende, Cuando se consagra a provocar una impresi n
64
sensible reforzada, no la obtiene sino con la ayuda de
medios tomados de la msica y la pintura.
El punto de disolucin del arte es entonces esencialmen-
te idntico al punto de reafirmacin de su independencia
plstica, y de la afirmacin correlativa e igualmente esen-
cial de la pluralidad intrnseca de los momentos de esa
plasticidad sensible.
Hay ms: en cuanto presentacin de la interioridad es-
piritual, la poesa se enfrenta con la prosa del pensamien-
to. En consecuencia, esta prosa sera, de derecho, el ele-
mento en el cual aquella llegara por fin a disolverse, y con
ella todo el arte, y las artes. En Hegel, la prosa es en to-
dos lados sinnimo de no arte. Pero ese no arte revela as
una muy singular ambigedad: es a la vez el indicio de la
pura interioridad retirada en s, del puro elemento del
pensamiento que recogera en s la exterioridad relevada
de parte a parte, y tambin un modo de presentacin de ese
puro espritu; pero ese mismo modo es, entonces, slo par-
ticular, y la prosa del pensamiento es deficiente por el he-
cho de ser slo pensamiento: El pensamiento no puede
producir ms que pensamientos; disipa la forma de la rea-
lidad en la forma del puro concepto, y aun cuando aprehen-
de las cosas reales en su particularidad esencial y su exis-
tencia real, no por ello deja de elevar esa particularidad al
elemento general e ideal, el nico donde se siente en su ca-
sa. (. ..) El pensamiento no es sino una conciliacin de lo
verdadero y lo real en pensamiento, pero la creacin y la
t
formacin poticas son una conciliacin en la forma de la
manifestacin real misma, incluso si slo se representa de
manera espiritual.3 Por eso puede ser tarea de la poesa
3 G. W. F. Hegel, Esthtique, vol. 4, op. cit., pgs. 26-7. En lo que se
refiere a la cita siguiente, sealaremos, sin poder extendernos aqu,
que sera vano buscar en el propio Hegel ese paradjico relevo inverti-
do de lo especulativo por lo potico: a no ser que encontremos un testi-
monio ejemplar de ello en el hecho de que la Fenomenologa del espritu
concluye con unos versos de Schiller. Ahora bien, esta coda de la Ferw
merwloga est en plena conformidad con la exigencia de la proposi-
cin especulativa" tal como la presenta ya el Prefacio: Este conflicto
entre la forma de una proposicin en general y la unidad del concepto
que la destruye es anlogo al que media en el ritmo entre el metro y el
acento. El ritmo es la resultante del equilibrio y la conjuncin de ambos.
Tambin en la proposicin filosfica vemos que la identidad del sujeto y
65
reencamar, por as decirlo, el pensamiento especulativo
en el seno mismo del espritu, llevndolo a la imaginacin.
66
la interioridad como interioridad desvanecida u obnubila-
da en la exterioridad en la que ella misma se habr conver-
tido... Y uno de los aspectos de esa exterioridad como tal
ser, por fuerza, la pluralidad de sus instancias plsticaS
(sensibles). Pero esto pone tanto ms de relieve que hay un
momento propio del arte, absolutamente irreductible y,
como tal, sin duda tambin, por necesidad, puesto en equi-
librio.sob.te su mismsimo centro y el centro de ese centro,
l"pinturaJ>unto de equilibrio de la multiplicidad exterior
-y la-un:iaad espiritual.4
Hay un momento que conjuga necesaria y esencialmen-
te la disolucin del arte como elemento slo exterior de la
verdadera presentacin de la Idea y la presentacin del
arte como destinacin sensible de la verdad. En trminos
religiosos, el ms ac de ese momento es la religin de lo
divino nicamente presente en la bella forma, mientras
que su ms all es la religin de lo divino encarnado hasta
la muerte de la manifestacin sensible. Pero, en trminos
de arte, ese ms ac y ese ms all aparecen, y slo apare-
cen, como la esfera propia y autnoma de aquel, que es a la
vez, y en el mismo movimiento, la esfera de las diversas ar-
tes en su necesaria particularizacin. El ms ac es el mo-
mento artstico (tcnico) de la forma; el ms all es el mo-
mento no menos artstico y tcnico de la forma de la des-
composicin de la presencia meramente formal.
El paso de una a otra, en s mismo, a decir verdad, tan
evanescente como apareciente, se representa de manera
muy precisa cuando, en la Fenomenologa del espritu, He-
gel nos hace asistir a la transmisin hasta nuestro tiempo
de las obras de arte antiguas desvinculadas de la vida
espiritual que les era propia. Esta transmisin acompaa
el movimiento con el cual la religin esttica, por conducto
de su negacin en el mundo romano, inicia su relevo como
religin revelada. Pero considerada por s misma, como el
67
texto lo exige, la transmisin se mantiene apartada de ese
proceso: se suma a l o se retrae, como se prefiera, pero ins-
tala verdaderamente en ese lugar la instancia irreductible
e imposible de relevar del arte.
El texto es el siguiente:
68
que los presentaba de un modo inmediato, la naturaleza
desplegada en sus condiciones y en sus elementos, el rbol,
el aire, la luz, etc., al reunir bajo una forma superior todas
estas condiciones en el resplandor de la mirada autocons-
ciente y en el gesto de ofrenda, as tambin el espritu del
destino que nos brinda estas obras de arte es ms que la
vida tica y la realidad de este pueblo, pues es el recuerdo y
la interiorizacin del espritu todava externado en ellas;
es el espritu del destino trgico que rene todos aquellos
dioses individuales y todos aquellos atributos de la sustan-
cia en el panten nico, en el espritu consciente de s co-
mo espritu. 5
Est claro, pues, que las obras del arte -slo as con-
vertidas en dichas obras en cuanto tales, y conservadas
en nuestro recuerdo como en el museo, ese nuevo lugar de
las Musas- se de ahora en ms nicamente por
su aspecto d <<cadveres, rivadas para siempre de la
vida divina que a. De tal modo, su interioridad
est vaca, pero en la medida en que no era an ms que
una interioridad externada (puramente exteriorizada)
en ellas, en sus formas, se ve a Svezinteriorizada por la
<<concienCla>;- d lo que exige esa oE-sma interiorlgad, aj} i.
preparada para eT nacimiento del Espritu en la exterio:rj-
a~interionzante de fa persona humana del hijo del Dios
nico.
En este aspecto, la doncella tiene la apariencia de una
suerte de ngel que conduce a las figuras reunidas de la
5 G. W. F. Hegel, Phnomnologie de l'esprt, op. cit., pgs. 489-90.
Hay que recordar aqu que el panten, ese lugar propiamente romano
de la religin (es decir, y volveremos a ello, el templo de una disolucin
tendencia! de la religin), tiene para Hegel una doble figura: por un lado,
es, como en este caso, el lugar de la unidad conservada de los dioses grie-
gos desaparecidos; por otro, ser en la Esttica el gran panten del arte
como efectuacin exterior> de las artes particulares y las Obras de ar-
te singulares (G. W. F. Hegel, Esthtique, vol. 1, op. cit., pg. 131). La
unidad de ese doble panten es, precisamente, la pluralidad y la exterio-
ridad: por una parte, la de los dioses griegos; por la otra, la de las artes
particulares, y entre ambas, la exterioridad como tal (de la cual siem-
pre se deber decir que, justamente, no puede ser como tal, habida
cuenta de que ya no tiene que remitrsela a una interioridad que la pre-
ceda o la siga).
69
Antigedad hacia el nacimiento divino en el pesebre. Pero
ese movimiento de la interioridad no se limita a absorber el
cariz de la exterioridad: las obras son al mismo tiempo
presentadas y ofrendadas como tales. En este otro as-
pecto, entonces, la doncella es la fundadora y la guardiana
del museo. Al ingresar a este, las obras se convierten as,
verdaderamente, en <<las obras de las Musas. Separadas
del rbol, del suelo y del clima, son propiamente esos be-
llos frutos>> que, por s mismos, ya no hacen valer ~
su belleza. La ofrenda de esa belleza es obra deJ!!l,_de~
<<amigable, es decir, un destino que no ha dejado pasar lo
que estaba superado sin recoger de ello, tambin, el ele-
mento o el aspecto en virtud del cual todava gozamos de
ella o, mejor, en virtud del cual gozamos ahora verdadera-
mente de esa belleza sensible como tal. Los frutos estn
muertos porque han sido separados, pero esa muerte guar-
da en ellos sensu i ad i terable. Ms an, como la
Conciencia de s y el gesto de ofrenda componen juntos
la postura de la doncella, no es ilegtimo afirmar que la
interiorizacin espiritual va a la par con una exterioriza-
cin unilateral segn la cual las obras de las Musas pare-
cen, en suma, el reverso de la memoria espiritual, una1!@-
cinin~~~m~~~. queyano
~ada de lo que antao presentaba y que, al ser presen-
tada ella misma, exhibe inmvil la necesidad pura y oscura
para s de la exterioridad sensible.
70
aqu nada que le sea verdaderamente propio, y tiende a no
ser otra cosa que la lnea de clivaje insostenible, indecidi-
ble, entre el arte y la filosofia.6
Es as como, en un texto tardo, Hegel pudo llegar inclu-
so a situar el arte y la filosofia juntos en una misma rela-
cin con la religin, una relacin que es, sin ningn lugar a
dudas, la de una libertad verdadera con una relativa sumi-
sin. Segn veremos, Hegel presenta como un Secreto es- ~
ta tesis, de conformidad con la cual el fm del arte (religio-
so) es idntico a la liberacin del arte (artstico):
71
respecto a esta es, secretamente, igual a la de la filosofia.
Su meta consiste en que el hombre produzca, extrayndo-
} las de su propio fondo, otras formaciones que la religin,
1 que sean ms satisfactorias para el espritu humano que
las ofrecidas por la religiosidad>.7
72
en todos los aspectos que su origen es interior. (...) Pero el
momento esencial radica en que esa existencia es una in-
tuicin sensible. lO
Como esa intuicin sensible no es an el ser mismo del
dios situado afuera, sino nicamente la postulacin de un
ser por una subjetividad separada, debe ser la obra de ar-
te producida por la mano del hombre ,U y aqu el arte vale
ante todo en cuanto tcnica. Pero esta tcnica contiene en
s un momento determinante del arte: antes de la belleza
propiamente dicha, el no sometimiento a la naturalidad, la
libertad de la produccin.
Esta caracterstica de la produccin artificial es tam-
bin el primer rasgo determinante de la religin esttica
(entre ambas habr el momento, judo, de la religin de la
sublimidad, en el que Dios se convierte en el dios de hom-
bres libres que existen para s, a su imagen). 12 Enton-
ces, la existencia del espritu es una obra de arle>>,13 vale
decir, una realidad exterior, natural, pero a la cual se da el
aspecto de la libertad. Aqu, sin embargo, la tcnica se ha
convertido en la 1t0~, y los propios dioses griegos, en su
carcter de bellas apariciones sensibles, son los productos
de esta ltima. El progreso en la expresin de la expe-
riencia divina se mediatiza necesariamen te con el progreso
de la libre subjetividad humana o de la conciencia de s, y si
en principio era el dios quien suscitaba el deseo del arte,
ahora es el hombre artista quien Se hace su dios, lo modela
para s>>. 14 <<Por eso los dioses griegos son construidos por la
imaginacin humana o bien son divinidades plsticas, for-
madas por manos humanas; su origen es finito, son produ-
cidos por el poeta, por la Musa, y son siempre los artistas
quienes crean las imgenes de los dioses. 15 As, los dioses
griegos deben su origen a la poesa fgedichtet]; sin embar-
go, no son el producto de una invencin [erdichtet] (. .. ) su
73
fuente est, a no dudar, en la imaginacin humana, pero
son formas csenciales)>.l6
La religin de la belleza, puede considerarse, pues, de
dos maneras. Por un lado, es la religin en la cual lo divino
se presenta segn la idealidad de su presencia, en cuanto
forma esencial, y en este aspecto sigue presa de la ideali-
dad, o bien ignora la idealidad verdadera, es decir, aque-
lla para la cual la manifestacin debe ir hasta la realidad
inmediata, presente bajo la forma de este, este hombre
(Cristo), esta conciencia de s.l7 Por eso la estatua con-
vertida en cadver ha perdido lisa y llanamente la divini-
dad slo ideal o esencial que presentaba , y no podra re-
sucitar como Cristo, en quien la idealidad atraviesa la
negatividad. Pero, por otro lado, la belleza subsiste como el
momento propio del genio del arte que exterioriza la reve-
lacin del contenido divino, l8 visto que ese momento no es
precisamen te una exteriorizacin tal que el espritu pueda
perderse en ella hasta reencontrar se resucitado, esto es,
reinteriorizado; en cambio, el espritu (lo divino) mora en l
fuera de s, no siendo un dios que es para s, sino, otra vez,
un en s del ser para s, un ser para otra cosa que contiene
tanto el en s como el para s, pero sin mediacin, en cuanto
resultado abstracto cuya mediacin es exterior. El aspecto
del ser-ah no se extiende al extremo de que el dios como
obra de arte tenga el conocimiento de s mismo. El saber le
es exterior, est en el espritu humano subjetivo. 19
La exteriorida d in-consciente e in-animada de la obra
de arte, que constituye efectivamente el elemento de la be-
lleza, es en consecuencia lo que queda cuando los dioses
han desaparecido bajo esa forma, y ese resto, como tal, es
adems el momento mantenido, subsistente por s mismo,
del en s que tiene su propia mediacin por completo fue-
ra de s. Cosa que tambin podra traducirse del siguiente
modo: el arte es la verdad de la religin por el lado de la ex-
terioridad como exterioridad no relevada en la interioridad
(y la filosofa es la verdad simtrica por el lado de la in-
74
terioridad). Podemos, por lo tanto, concluir que la religin
no tiene verdad absolutamente propia, pero tambin que el
arte como su verdad <<exterior)) no es el arte <<al servicio de
la religin, sino el arte que slo es arte, que tiene su verdad
en cuanto tal.
Sin duda es por eso que, en el mismo contexto, cuando
Hegel quiere mostrar que la religin cristiana superar el
momento de la bella idealidad, se ve paradjicamente obli-
gado a conceder sin dilacin alguna al arte cristiano una
belleza que en principio no necesita en absoluto (o, para
ser ms precisos, se ve obligado a recordar el arte cristiano,
aun cuando hubiera podido, como en la Fenomenologa, no
mencionarlo): <<Los griegos no conocieron la idealidad ver-
dadera y, por consiguiente, esta no pudo presentarse. El
arte de la religin cristiana es bello, es verdadero; pero la
idealidad no es su principio supremo>>. 20 Ese <<es verdade-
ro dice todo: pues o bien ese arte es bello, y la idealidad
-en este caso, en el sentido de la independencia de la for-
ma- tambin es su principio, o bien no es bello, y no es
arte y se disuelve por s mismo.
En consecuencia, el momento del arte en la religin no
puede seguir siendo un momento. Se autonomiza en forma
irresistible, y ello, quiz, porque es precisamente el mo-
mento de la completa autonoma de la manifestacin: de
una autonoma tal que ya no retiene nada de la interiori-
dad o de la espiritualidad como tal. El arte se comportara
as como una suerte de relevo en exterioridad de la re-
ligin, pero, como la verdad de esta slo est en el retorno a
s del espritu, el arte tambin es la alienacin definitiva de
lo religioso, cosa que, adems, podra decirse as: la tcnica
de lo bello o, mejor, lo bello como tcnica en lugar de la
presencia divina.
Eso mismo es lo que se ofrecera con la doncella. Esta
es romana. En efecto, la nica posibilidad de atribuir una
referencia a ese personaje tan enigmtico es ver en l una
de las figuras de Pompeya, que Hegel conoca.21 Esas figu-
75
ras de muchachas son portadora s de ofrendas en los cultos.
Sin embargo, en el dispositivo hegeliano no significan un
retorno de lo religioso. Hay que considerar, antes bien, que
la religin romana es la religin .. de la finalidad, en que
los dioses no valen por su presencia , sino por las pro-
tecciones y servicios que pueden esperarse de ellos. El es-
pritu romano est ntegram ente encerrado en lo finito,
limitado a la utilidad inmediata en cuyo nombre invoca
potencias divinas reducidas a una condicin prosaica y
en la que desaparece toda determin acin de la divini-
dad.22 Prosasmo y conciencia de s son el doble elemento
romano en que tiende a desvanecerse toda la espirituali-
dad divina, y en cierto sentido el arte mismo, salvo que se
mantenga en l, a pesar de todo, el momento de la forma
pura, tan purament e formal que se sita por completo en
la exterioridad de la gracia y el encanto: la doncella, cuya
ofrenda ya no es interpreta da por Hegel como de carcter
cultual, sino precisamente como la ofrenda de las obras de
las Musas en su mera exterioridad separada. La doncella
es, en suma, la conciencia de s del arte a la vez como con-
ciencia reunida de la interioridad divina que va a conver-
76
tirse en el espritu consciente de s en cuanto espritu, o el
hombre-Dios, y como conciencia del arte en cuanto arte.
77
de la bella escultur a estn afectadas por esa falta, en el
sentido de que su interioridad no se trasluce como tal y en
ese estado de concentracin espiritu al que slo el ojo es
capaz de revelar. Pero el Dios del arte romntico es un Dios
queve ....30
As, la doncella de la Fenomenologa, transpor tada a la
esttica, constituye la figura infinitamente compleja en la
que el arte antiguo se inmoviliza y, a la vez, se traslada al
elemento del arte cristiano, donde la mirada se aclara en la
presentacin de las formas sin mirada y la interioridad bri-
lla y se ofrece con gracia,31 sin brindar, empero, otra cosa
( que esta. Una figura que no parece ser ms que una figura
de retrica para ilustrar un destino amigable revela ser
secretam ente (sin revelar nada) la nica figura plstica
aqu conservada de un arte apenas digno de ese nombre,
pero esta forma posee en secreto la fuerza de mantener, a
despecho de toda religin pasada o venidera, una irreducti-
L-ble e irrecusable exigencia de la forma sensible.
No se dice, se guarda en secreto, que la doncella provie-
ne del arte: se comporta como la individualidad concreta y
contingente de un hijo del hombre que fuera dios, el puro
espritu, pero todo atestigu a que su silueta, en suma, est
copiada de un lbum, es un grabado cuyo trazo pronto difu-
minado atravies a o traspasa durante un instante la pgina
de escritura. Ella misma es una tcnica de escritura para
permitir tocar frutos que ningn discurso toca.
Una forma demues tra no represen tar nada, no poner
nada en forma, como no sea la consistencia grcil de la for-
ma misma. Una forma demues tra ser en S>>, sin media-
cin, el <para s del espritu que le falta. Pero si el esp-
ritu le falta, su conciencia y su certeza no estn en otra
78
parte que en los frutos presentados por ella, en el gesto de
su presentacin y en el brillo de unos ojos que, por su parte,
no son sino uno de los frutos, o el resplandor de la belleza
de estos. Pues en la medida en que el arte tiene por tarea
procurar que en todos los puntos de su superficie lo feno-
mnico se convierta en el ojo, sede del alma que hace visi-
ble el espritu,32 la pintura misma del ojo es la quinta-
esencia de la pintura, pintura de la pintura y pintura del
propio arte en general. De hecho, la pintura no busca(. ..)
hacer los objetos concretamente visibles, sino obtener una
visibilidad, por as decirlo, particulariz ante, una visibili-
dad interior. (. ..) en la pintura, la materia (. .. ) se ilumina
por s misma y lleva en s su propia oscuridad.33 Pero, de
tal modo, la materia no es en la pintura sino la subjetividad
misma, que es la luz que se ilumina por s misma.34
Los ojos de la doncella -y el gesto que iluminan, pero
que a su vez los ilumina-, esos ojos presentados de la pre-
sentacin, son nada menos que la interioridad ntegramen-
te expuesta, pero a punto tal que esta ya no se refiere si-
quiera a s misma como a algn contenido o alguna presen-
cia latente, convertida, al contrario, en la patencia de su la-
tencia misma y, as, irreconciliable con toda interioridad
(con toda divinidad).
79
igualmente, la multiplicacin de su identidad inconsis-
tente en la pluralidad, la nica consistente y conservada,
de las obras de las Musas.
No es ni una unidad ni una identidad negativa. Es mu-
cho ms, y mucho ms inmvil, y mucho ms abierto, que
un proceso dialctico. En el movimiento infinito del gesto
de presentacin, lo que se interrumpe es justamente la l-
gica dialctica: el espritu, ahondando su negatividad, ya
no va a reengendrarse de acuerdo con su pura espirituali-
dad, sino que suspende ese movimiento. Al suspenderlo,
interrumpe su sentido y presenta su forma: el Prdsentieren
que es la nica tarea de la doncella. Al interrumpir el sen-
tido, interrumpe la religin y, de esa manera, interrumpe
el arte concebido como la expresin derivada, exterior y sin
mirada de la mirada interior de la presencia pura. Empe-
ro, al presentar la forma, al presentarse como un gesto de
presentacin sin interioridad, sin otro secreto que la diver-
sidad misma de las obras, con la gracia nfima de una figu-
ra fugitiva, deja ver ese solo gesto: una vida que acepta la
suspensin .del sentido y, por consiguiente, la diversidad in-
finita de las puestas en obra, cada una de las cuales es ese
gesto msmo, sin revelar, ninguna, su sentido, porque todo
lo revelado, la verdad, es el propio gesto. 35
As, la doncella expone el arte que acepta su propia de-
saparicin: no para resucitar, sino precisamente porque no
80
3. Sobre el umbral
82
La muerte <k la Virgen, de Caravaggio, 1605-1606
(Museo del Louvre, Pars).
83
As, hemos entrado donde nunca entraremos, esa esce-
na pintada sobre una tela. De improviso, nos encontramos
en ella. N o se podra decir que hemos penetrado, pero
tampoco que estamos afuera. Nos encontramos en ella de ~
una manera ms antigua y ms simple que la posibilitada .,
por movimiento alguno, desplazamiento o penetracin. Es- "1
tamos en ella sin dejar el umbral, sobre el umbral, ni aden- ~
tro ni afuera, y acaso nosotros mismos somos el umbral, as ~ ('-
85
congregadas alrededor de aquella que descansa y pena.
Comparecemos con esas presencias.
86
pande e impregna, hincha y perfuma, la ablucin, la diso-
lucin, la suspensin y la flotacin. Sin embargo, el cuerpo
est firme, ntegro, intacto en su abandono.
Esta mujer no ha muerto aqu, pero aqu no est exac-
tamente muerta. Dirase, adems, que descansa, como si
an estuviera ms ac de la muerte, o bien, ya, ms all de
esta. Pero, acaso la muerte misma no est siempre ms
ac y ms all de la muerte?
Y no es por esa razn que no hay, que jams hay, la
muerte misma?
Y si el tema de este cuadro fuera que no existe la muer-
te misma>? Si ese fuera su tema, su relacin, su sus-
tancia, su estofa y su secreto? Que no existe la muerte,
sino un muerto, una muerta, muertos numerosos, firmes,
ntegros, presentes entre nosotros, tejidos con nosotros en
la vida, en su estofa y su secreto?
87
Una y otra se sostienen, se responden, inclinada una ha-
cia atrs, otra hacia adelante, una de frente, otra de espalda,
ligadas por una blancura de tela, de la sbana a la blusa, del
sudario a la camisa. 'lbdo est aqu tejido de tejidos.
La una parece sostener a la otra, doblada como una ca-
ritide bajo el busto y el vientre hinchado de la muerta. La
otra parece rodear a la primera con su brazo extendido, ha-
cerla entrar en su luz. Una a otra se responden desde am-
bas orillas de la muerte, y entre ellas no existe la muerte
misma, no hay nada ms que la luz y la delgada lnea de
sombra que bordea los cuerpos y los pliegues de la ropa
blanca y los vestidos.
Una y otra mujer, ms ac y ms all de la muerte. No
la vida, ni otra vida, sino la claridad de sus presencias al-
ternadas, del pecho de una al hombro de otra, del adentro
de una al afuera de otra.
88
Si aqu se trata de muerte, es ms bien por el lado de
esos hombres. Los ms visibles son muy ancianos. La luz
destaca con dureza tres crneos calvos. El grupo apenas
sale de la sombra; permanece inmvil, ajeno al ritmo de las
dos mujeres, de sus cuerpos y de sus telas rojas. El grupo
masculino sostiene la sombra, es su forma numerosa, en
vez de sustraerse a ella. Los hombres constituyen el otro
umbral, son adentro lo que nosotros somos afuera. Pero
entre las vestimentas y las colgaduras aparece algo as
como una mandbula monstruosa abierta sobre ese pueblo
de sombras, para vomitado o para devorarlo.
Con sus largas tnicas que caen rectas en el plano de la
tela, todos ellos, los once, son la muerte <misma, vale decir
que no son. No son en conjunto como no son uno por uno,
aunque sean todos iguales, como lo somos nosotros y como
iguales a nosotros son ellos, figuras y colores rpidamente
ahogados en fondos indistintos, nuestros semejantes, nues-
tros prjimos, excepto, tal vez, el que piensa en postura
perpendicular al rostro luminoso. l, singular, ms joven,
parece recordar otra cosa, y no el dolor seo y coagulado de
los otros.
Quin es, pues? Por qu no comenzar con l el inter-
medio necesario de la representacin, o de la significacin?
Se trata del apstol Juan, el discpulo amado, el que
tantos pintores habran de pintar con la gracia de una mu-
jer. Esos hombres son los apstoles y la muerta es la
Virgen; la otra mujer, Maria Magdalena. El cuadro fue en-
cargado para destinarlo a una iglesia de los carmelitas
descalzos de Roma, donde deba representar la dormicin
de la Vrrgen o su transito,* su pasaje al cielo. Pero fue re-
chazado -fu leuata uia, dice la crnica-, y el duque de
Mantua lo compr a instancias del pintor Rubens. En par-
te, los motivos del rechazo han permanecido en las som-
bras. Los historiadores y comentaristas los explican ms o
menos de la siguiente manera.
En esta pintura, mucho ms que en otras, el Caravag-
gio haba desechado la consagracin, la gloria y la realeza
de la Virgen en la inminencia de su asuncin. Nada de
apertura hacia el cielo y su trono, nada de ngeles listos pa-
En italiano en el original. (N. del T.)
89
La figura derrumbada ofrece los labios, an ms sub-
rayados por las fosas nasales muy visibles y por el hoyuelo
un poco pesado del mentn. Lo que se ha modelado con
tanta meticulosidad es una pesadez, un abandono, una
espera.
Esos labios no hablan. Responden a las inmensas col-
gaduras recogidas. Les responden a la manera como, en
trminos pictricos clsicos, las carnaciones -es decir,
las partes visibles de los cuerpos- responden a las esto-
fas. Estofas y carnaciones: en eso consiste toda esta pin-
tura, que, en ese sentido, no tiene nada que ver ni con la
cuestin del velo ni con la de la encarnacin. No hay aqu
misterio -el misterio ha pasado-, sino la textura y la
tintura de las evidencias, naturaleza muerta y cuadro vivo,
y sin embargo ni una cosa ni la otra.
El modelo de Maria habra sido, pues, una mujer p-
blica -meretrice, cortigiane, insiste la crnica-, presunta
compaera de lecho del pintor. Pero si este dato no es segu-
ro, es indudable, en oam~ue la otra Mara era una
prostituta. Es la puta mode~ro, en qu sentido habr
que tomar aqu el modelo?
Cualesquiera que hayan sido las verdaderas circuns-
tancias, el modelo del pintor no habra de ser la Madre de
Dios, Soberana de los Cielos, y si no fue tampoco una mujer
de placer, fue al menos el placer de una mujer.
Pero no es menos cierto que Maria la Vrrgen es el mo-
delo de Mara la Pecadora y la Penitente, la que le lava los
pies a Cristo con perfume y luego los seca con sus cabellos,
esos mismos cabellos aqu cuidadosamente trenzados. Ese
peinado galante reluce suavemente entre los reflejos cobri-
zos del primer plano, tan cerca de nosotros que parece to-
carnos. En lugar de la diadema real que habra debido
llevar la otra mujer, esa trenza es todo el ornamento de la
tela.
Mru:fa ~ mod$1Q...de M.ru:ill, y la reversibilidad, en este
caso, no termina. Cada una es algo as como el afuera de la
otra, o como su adentro, de manera simultnea y alterna-
tiva. Cada una la estofa o la carnacin de la otra. Ya no es
posible saber dnde est la Madre de Dios y dnde la mujer
pblica. Dnde est la santidad, dnde el placer. Pero no es
un juego especular. Una no se ve en otra. Antes bien, nter-
92
cambian sus ausencias de mirada. Y as como se adivinan
las lgrimas de una, se adivina una alegria de otra. Esa
alegra imperceptible es todo lo que pasa al lado y a lo largo
de la muerte, ni adentro ni afuera.
93
convertir su cono en imagen luminosa, y transf ormar la
image n en estofa y carnacin. Con un mismo gesto, esta
pintu ra practica la iconoclastia y el presente de la imagen,
la <Xcpvt~ y el fenmeno. Deshace los sembl antes, hace
apare cer y comparecer a los semejantes: Mara-Eva y Eva-
Mara , y nosotros, y nosotros otra vez, los morta les, los
vivientes.
No es el Salve Regina que esperaban los carmelitas,
sino la conocida salutacin: Aue, Eua. Saludo y salvacin
por la reversibilidad del nombre de la mujer, por su despro-
piacin, su puest a adentro/afuera. Saludo/salvacin rever-
sible en s mismo: aue graba da sobre una tumba signifi-
caba adis, as como quera decir hola en la lengua co-
rriente.
Aqu, ahora , una nueva Eva llora junto a otra, que se
ausen ta y goza. Pero los labios de la otra besan esa super-
ficie cuyo umbra l formamos nosotros. Una pintu ra posa su
boca sobre la nuest ra, y dice hola, adis a la luz, a la
presencia.
1
La luz, la presencia: lo que en otro lenguaje podemos
llama r lo abierto. Y es a lo abiert o a lo que no tenem os
\ acceso, porque lo abierto mismo es el acceso a todo lo que
es. La presencia no es una forma ni una consistencia del
ser: es el acceso. La luz no es un fenmeno, sino la velo-
1 cidad lmite del mundo, la de toda aparicin y toda expo-
sicin.
La luz es el hola, adis, el saludo/salvacin al que no
accedemos, porque es el acceso. El acceso no es un desfila-
dero, no es un orificio; es una extensin, una zona, un pla-
no. Es la boca cerrada como la concentracin, el foco, el tac-
to de toda la tela. La boca como el gusto de la tela entera.
Si accedemos, estamos en el gusto, el placer o el displa-
cer. El gusto se halag a o se contrara. Esta pintu ra con-
trari el gusto espiri tual de los carmelitas. Sin embargo,
tampoco halag a un gusto por la muerte. Se sita en otra
parte, halag a y contra ra de otra manera. Halag ar [/latte r]
es alisar y aplan ar una superficie, disponer la extensin: el
flat germnico y el TtAa't"c; griego. Esta pintu ra dispone y
expone su plano. Lo aplana. Contr ariar es golpear con la
cabeza, como un jabal. Varias cabezas, aqu, golpean el
94
plano de la tela, o bien son el golpe de la tela misma. Pero la
boca de Mara halaga y contraria a la vez. Los labios de una
y las trenzas de otra, las inmensas colgaduras y el pobre
lienzo al borde de la bacinilla.
95
4. Pintura en la gruta
Una primera versin de este artculo, con el ttulo de Peinture dans
la grotte (sur les parois de G. B.), apareci en La Part de l'reil (Bruse-
las), 10, 1994, Georges Bataille et l'esthtique, pgs. 161-S.Al margen
de las diferencias del propio texto, lo que se public entonces fue suma-
nuscrito, atravesado por dibujos originales del pintor Fran'<ois Martin.
Se reproduce aqu el facsmil de una de esas pginas.
98
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1
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!!1
El hombre comenz por la extraeza de su propia hu-
manidad. O por la humanidad de su propia extraeza. Se
present en ella: se la present o figur. Tal fue el saber de
s del hombre: que su presencia era la de un extrao, mons-
truosamente semejante. El semejante tena precedencia
sobre el s mismo, y eso era este. Tal fue su primer saber, su
habilidad, el pase de manos con que arrancaba el secreto a
la extraeza misma de su naturaleza, sin penetrar, empe-
ro, ese secreto, sino penetrado por l, y l mismo expuesto
como el secreto. El esquema del hombre es la mostracin de
ese prodigio: s fuera de s -el fuera vale para s-, y l
sorprendido frente a s. La pintura pinta esa sorpresa. Esa
sorpresa es pintura.
En esa mostracin, todo se da de una vez: la sociedad de
los semejantes, la inquietante familiaridad del animal, el
sujeto surgido de su muerte, el sentido suspendido, la evi-
dencia oscura. Todo se da con ese pase de manos que traza
.el contorno de una presencia extraa, directamente sobre
una pared, una cortza o una piel (con l, casi con el mismo
gesto, podra haberla aplastado, sofocado). Tambin fue,
tal vez, un canto. Es preciso escuchar al primer cantante
acompaar al primer pintor.
El placer que los hombres encuentran en la .tJl'Tlffi.(; es- (
t hecho de la perturbacin que los embarga frente a la (
extraeza reconocible, o en la excitacin debida a un re- )
conocimiento que habra que llamar extraado.
Reconozco en ello que soy irreconocible para m mismo,
y sin eso ~o habr~E}@ alguno. Reconozco que
eso const1tuye tanto un ser como un no-ser, y que yo soy
-
uno en otro. Soy el ser-uno-en-oti=O:lEl mismo es el mismo
sin volver jams a s;y de es~ 1nooo s identifica. El mismo
es el mismo de un~ue se ra esde el nac-
101
miento,.s.,_edienta de s que an nunca ha sido s, y cuyo~
cimientoya es alteracin y se apropia como es~ alteracin
~a. '
La figura trazada presenta todo eso. Es la huella de la
extraeza que viene como una intimidad abierta, expe-
riencia ms interior que cualquier intindad, hundida co-
mo la gruta, abierta como la aperturidad y como la apa-
riencia de su pared. La figura trazada es esa misma aper-
tura, el espaciamiento mediante el cual el hombre llega al
( mundo y este mismo es un mundo: ~l acontecimiento de to-
r{. da la presencia~n_su extraeza absoluta.
As, laptura que comienza en laSg'rutas (pero, tam-
bin, las grutas inventadas por la pintura) es en primer
lugar la mostracin del comienzo del ser, antes de ser el
inicio de la pintura. _
~ El hombre comenz por el saber de esa m~raci~l
Horno sapiens slo es tal en concepto de f:lottro-mmrst'rans.
De improviso, y con un mismo primer gesto, hace apro-
ximadamente veinticinco mil aos, el animal monstrans se
muestra. No mostrara nada si no se mostrara a s mismo
al mostrar. Muestra con un trazo el extrao que l es, mues-
tra la extraeza del mundo al propio mundo, y muestra
adems su saber de la mostracin y de su extraamiento.
Pues mostrar>> no es otra cosa que poner aparte, poner a
distancia de presentacin, salir de la pura presencia, au-
sentar y, as, absolutizar.
~
Lo que los hombres, a continuacin, llamarn con una
palabra que querr decir el saber y el saber hacer, la 'tX.VIl
o el ars, en trminos absolutos, es al comienzo del hombre
11toda su ciencia y toda su conciencia
(pero, habr dejado l
de recomenzar alguna vez?). Ciencia y conciencia de la fas-
cinacin del monstruo de la presencia, salido de la presen-
cia. TXVTI o ars de una fascinacin que no paraliza, sino
que entrega al no saber el abandono ligero y grave. Esa fas-
cinacin no se transforma en imagen detenida, como no sea
para suscitar la apariencia sin fondo, la aperturidad, la se-
mejanza sin original, e incluso el origen mismo en cuanto
monstruo y mostracin sin fin. El pase de manos del arte es
el cariz de ese gesto.
En ese sentido, el arte est presente en su totalidad
desde el comienzo. Incluso consiste en eso: estar presente
102
_j";),VV"-' , . ,
As, las manos pintadas, sin duda por medio de una tc-
nica de plantilla de estarcir (se las llama manos en nega-
tivo), que son hoy la primera pintura conocida (gruta de
Cosquer, adems de centenares de manos un poco ms re-
cientes), al lado de animales y signos diversos, no presen-
tan otra cosa que la presentacin misma, su gesto abierto,
su exhibicin, su aperturidad, su patefaccin y su estupe-
faccin. La mano puesta sobre la pared, pegada a ella, no
agarra nada. Ya no es una mano prensil; se la ofrece como
la forma de una prensin imposible o abandonada. Una
prensin que, en_ ~al medida, suelta. La prensin de un
abrir: el abrir de la forro~
103
Apartada de toda prensin y de toda empresa que no
sea la de exponer, en una quiromancia sin nada para des-
cifrar, la mano del primer pintor, el primer autorretrato, se
muestra desnuda y silenciosa, y hace suya una insignifi-
cancia que todo desmiente cuando ella aferra un instru-
mento, un objeto o una presa.
Esas grutas no dejan ver huella alguna de habitacin, y
ni siquiera (o muy poco) de uso. De ello se cree lcito deducir
que fueron santuarios. Pero sera muy temerario asociar
forzosamente a ellas la representacin de un culto y el
encuentro exaltado o pavoroso con una divinidad, un nu-
men al que las imgenes pintadas habran proporcionado
una funcin propiciatoria o de evocacin. No hay razn
alguna, en efecto, para atribuir a esas formas y esas figu-
ras otro sentido que el sentido sin significacin de la expo-
sicin a travs de la cual la presencia se hace extraa, al
poner el mundo y al sujeto frente a s mismos, como frente
a un sentido ausente: no un sentido perdido, ni alejado o
postergado, sino un sentido dado en la ausencia como en la
\
ms simple simplicidad extraada de la presencia, ente sin
ser o sin esencia que lo funde, lo cause, lo justifique o lo san-
tifique. Ente slo existente. Ente, incluso, soberanamente
existente, por no ajustarse sino a esa existencia misma.
Y que muestra en ello su soberana.
Pero esa soberana no se ejerce sobre nada; no es una
dominacin. En realidad, no se ejerce, se excede: todo su
ejercicio consiste en excederse, al no ser ella misma otra
cosa que la desvinculacin o el apartamiento absoluto de lo
que no tiene fundamento en la propiedad de una presencia,
ni inmanente, ni trascendente, y que, de tal modo, es en s
misma el defecto, la falla de una presencia que se muestra
ajena a s: en s ajena a s, soberanamente alienada. No
muestra ms que eso, y tiene su nico acto en esa mostra-
cin. Su falla expuesta es su toque propio, su honor, su
gracia y su acorde, en lo ms ntimo del desgarramiento y
la estridencia muda que lo atraviesa: acorde y ritmo de la
forma, msica en la pintura misma.
La imagen, aqu, no es el doble cmodo o incmodo de
una cosa del mundo: es la gloria de esa cosa, su epifana, su
distincin con respecto a su propia masa y su propia apa-
riencia. La imagen es el elogio de la cosa en cuanto est se-
104
parada del universo de las cosas, y se la muestra separada
as como lo est el todo del mundo. (El todo del mundo est
separado de s: es la separacin.)
105
El hombre comenz en el silencio sosegadamente vio-
lento de un gesto: aqu, sobre una pared, la continuidad del
ser era interrumpida por el nacimiento de una forma, y esa
forma separada de todo, y que incluso separaba a la pared
de su espesor opaco, dejaba ver la extraeza del ser, sus-
tancia o animal, que la trazaba, y de todo el ser en l.
Esto hizo temblar al hombre: y ese temblor era l.
Si las imgenes de las cavernas de nuestra prehistoria
(que es tan poco nuestra a la vez que es la nuestra, que es
nuestro destierro en nuestra propia tierra) nos emocionan,
nos fascinan y nos tocan el alma, no slo es en razn de su
perturbadora antigedad, sino, ms bien, porque pre-
1 sentimos la emocin que naca con ellas, esa emocin que
106
Lo ignora, o es de inmediato eso mismo: levantamiento de
la forma, figuracin.
Por primera vez, toca la pared no como un soporte, o co-
mo un obstculo o un apoyo, sino como un lugar, si un lugar
puede tocarse. Pero como un lugar donde dejar acaecer
algo del ser interrumpido, de su extraamiento. La pared
de roca slo se hace espaciosa: acontecimiento de la dimen-
sin y el trazo, del apartamiento y el aislamiento de una
zona que no es ni un territorio de vida, ni una regin del
universo, sino un espaciamiento para dejar llegar, proce-
dente de ninguna parte y vuelta hacia ninguna parte, toda
la presencia del mundo.
Del pintor a la pared, la mano abre una distancia que
suspende la continuidad y la cohesin del universo, para
abrir un mundo. La superficie de piedra se convierte en ese
mismo suspenso, su relieve, su matiz y su grano. El mundo
parece quedar cortado, cercenado de s, y cobra figura en su
corte: aplanado, liberado del espesor inerte, forma sin fondo,
abismo y playa de la aparicin.
El trazo divide y dispone la forma: l la forma. Descarta
al mismo tiempo -con el mismo tino, con el mismo trazo
atinado- al animal trazador y su gesto: en el extremo del
pedernal o del dedo surge lo real separado, lo real re-
pentino dibujado y destinado segn su lisa y llana rea-
lidad, ofrecida como tal sobre la pared inclinada, sin sus-
tancia, sin peso, sin resistencia a su despliegue. La reali-
dad misma de lo real, desconectada de cualquier uso, invia-
ble, intratable y hasta intocable, densa y porosa, opaca y
difana directamente sobre la pared, pelcula impalpable e
impasible en la superficie de la roca: la roca misma transfi-
gurada, pura superficie, pero siempre slida.
No una presencia: su vestigio o su nacimiento, su ves-
tigio naciente, su huella, su monstruo.
107
del ser en su existencia (como suele o sola decirse: largar a
un preso).
Pero lo que no tiene lugar alguno en el mundo es la veni-
da misma del mundo, su acontecer. En cierto sentido, no es
otra cosa que el mundo mismo o su acto puro, el hecho de
que haya mundo. Esto es para siempre ajeno al mundo, no
hay parte ni lugar en que este lo contenga, pero, al mismo
tiempo, se difunde por doquier en la superficie del mundo,
como su tener lugar ms inmediato, su Creacin conti-
nua: una inmediatez tal que brota al instante fuera de s,
extravasarl a toda en manifestacin de las formas.
Por lo dems, el mundo slo es superficies sobre super-
ficies: por mucho que se penetre detrs de la pared, no se
encontrar n sino otras paredes, otros cortes, y estratos ba-
jo estratos o caras sobre caras, laminado indefinido de ca-
pas de evidencia. Al peinar la pared, el animal rrwn.stran.s
no pone una figura sobre un soporte, levanta el espesor de
' este, la multiplica al infinito, y la figura misma ya no est
sostenida por nada. Ya no hay fondo, o bien el fondo no es
' ms que el advenimien to de las formas, la aparicin del
mundo.
(La prohibicin de la representacin es la prohibicin de
reproducir el gesto divino de la creacin. Pero en este caso
no hay nada de eso para reproducir, y por lo tanto tampoco
prohibicin. Es el hombre el que queda prohibido ante el
surgir de su extraeza, y siente la necesidad absoluta de
recuperar ese surgimiento. Debe reproducir la aparicin,
es un imperativo: la imitacin es una intimacin. De todas
maneras, no hay que olvidar que la extraeza slo surge en
ese gesto de la imitacin. M..rpu;, monstruosi dad y mos-
tracin giran en crculos.)
Eso es el acontecimiento que se manifiesta en la punta
del pedernal o el carbn del pintor en la gruta: helo aqu re-
medando el origen del mundo. No copia ese origen, adopta
la postura que jams tuvo lugar ni lo tendr, porque no hay
afuera del mundo. (Slo hay el adentro del mundo, como el
interior de una gruta.) Adopta la postura o el aspecto del
gesto que da lugar al mundo (que le da lugar sin tener lu-
gar con anteriorida d a l). La gruta es el mundo, donde el
dibujo hace surgir lo imposible fuera del mundo, y lo hace
surgir en su imposibilidad misma.
108
Atrapado en esa postura, en medio de ese gesto, el pri-
mer pintor se ve, y el mundo con l, llegar a s como aquel
que l nunca fue ni ser, como el extranjero llegado de nin-
guna parte y destinado a ninguna parte, sin ir, entonces, ni
venir: nicamente puesto, separado, aislado en un trazo
frente a s. S mismo, se sorprende ausente, tal cual est
ausente el autor del mundo. Sorprende, por consiguiente,
al mundo en su desnudez de ser o ente sin autor. Se asom-
bra, se preocupa y se re de esa postura y de lo que esta le
muestra: la forma del animal, su propia forma y la del ser
mismo, recortada frente a l, dejada como una huella que
no lleva a otro lado que a la pared de la gruta y las sober-
bias imgenes.
109
natural eza excelente del mundo, el mundo o el hombre, el
ser o el extrao.
Entonc es, el ojo que hasta aqu no ha hecho ms que
percibi r las cosas se descubre viendo. Ve esto: que ve. Ve
j que ve ah: ve donde hay algo del mundo que se muestr a. Y
siempr e es ver tambi n en la noche de la gruta, la mirada
~ recta tendida hacia la profundidad negra. Y el ojo ve ah la
Idea, la extranj era, la figura: el Monstruo que es l mismo
es abierto por ella y en ella, es ritmado a su son, y es ella. Ve
lo invisible, y el desvanecimiento del sentido de su propia
presenc ia en el mundo.
110
5. El vestigio del arte
Esta conferencia, Le vestige de )'arto, fue dictada en el Museo del
Jeu de Paume, y publicada por primera vez en JeanLuc Nancy et al.,
L'Art contemporain en question, Pars: Jeu de Paume, 1994.
112
Qu queda del arte? Acaso slo un vestigio. Eso es, al
menos, lo que se dice en nuestros das, una vez ms. Al pro-
poner como ttulo de esta conferencia El vestigio del arte,
simplemente tengo en vista lo siguiente: de suponer que,
en efecto, no queda ms que un vestigio -a la vez una
huella evanescente y un fragmento casi inasible-, esto
mismo podra ser apto para ponernos sobre la pista del
propio arte o, cuando menos, de algo que le fuera esencial,
si podemos plantear la hiptesis de que lo que queda es
tambin lo que ms resiste. A continuacin: tendre~
preguntarnos s1 ese algo esencial no ser tambin del or-
den del vestigio, y si el arte en su totalidad no manifiesta
mejor su naturaleza o su meta cuando se convierte en ves-
tigio de s mismo: cuando, apartado de la grandeza de las
obras que crean mundos, parece pasado y ya no muestra
ms que su pasaje. Volveremos a ello en su momento, al
examinar con detenimiento qu es un vestigio.
Por lo tanto, hay debate en torno al arte contempor-
neo, y ha sido en relacin con ese debate que me han pedido
que hable hoy en el Jeu de Paume, un museo, es decir, ese
extrao lugar donde el arte TW hace ms que pasar: per-
manece en l en cuanto pasado y est como de paso, entre
lugares de vida y de presencia a los que, quizs, y sin duda
las ms de las veces, ya no volver. (Pero tal vez el museo
no es un lugar, sino una historia,., como dice Jean-Louis
Dotte,1 un ordenamiento que da lugar al pasaje como tal,
ms al pasar que al pasado, lo cual es asunto de vestigio.)
Con ansiedad, con agresividad, en todas partes se plan-
tea la misma pregunta: si el arte, hoy, sigue siendo arte.
113
Situacin prometedora, al contrario de lo que creen las
mentalidades tristes, porque demuestra que hay inquietud
por lo que es el arte. Para decirlo en otras palabras, con un
tnnino de mucho peso: por su esencia. La palabra pesa, en
efecto, y sin duda despertar en algunos ciertas sospechas
en cuanto a la influencia o la captacin filosfica que anun-
cia. Pero por nuestra parte nos afanaremos en aliviar el
trmino, hasta su propio vestigio. Por el momento, respon-
damos a lo que tiene de prometedor. Este debate nos per-
mite saber un poco ms sobre la esencia del arte?
Ante todo, es preciso aclarar las cosas, pues hay varios
debates que se entrelazan. Dichos debates tienen, a no
dudar, un lugar o un punto de fuga comn, justamente en
el ser del arte, pero hay que distinguir varios planos. Voy a
avanzar de manera gradual, y distribuir mi exposicin en
simples nmeros sucesivos (diez, para ser exacto).
114
da en el arte o a sus espaldas, aprovecho la oportunidad pa-
ra afirmar, al contrario, que el trabajo mismo de pensar y
decir el arte, o su vestigio, est contenido, tejido -y de ma-
nera muy singular-, en el propio trabajo del arte. Y ello,
desde que este es arte (cualquiera que sea el momento en
que se prefiera datar ese nacimiento, Lascaux o los griegos,
o esa separacin, esa distincin, en suma, que denomina-
mos fin del arte). En cada uno de sus gestos, el arte tam-
bin empea la cuestin de su Ser: busca su propia hue-
lla. Tal vez siempre tiene consigo mismo una relacin de
vestigio y de investigacin.
(A la recproca, muchas obras de arte de nuestros das,
quiz demasiadas, no son en ltima instancia ms que su
propia teora o, al menos, parecen no ser ms que eso: una
forma ms de vestigio. Pero ese mismo hecho es un snto-
ma de la exigencia sorda que asedia a los artistas, y que no
tiene nada de terica: la d~esentar el arte mismo, la
exigencia de su pro~ia t~e<ppamc;])
Con referencia al mercado, agregar, no obstante, lo si-
guiente: indudablemente no basta con estigmatizar la su-
bordinacin de las obras al capitalismo financiero para dar
razn de lo que pone al arte en situacin de valor exorbi-
tante, o de lo que le hace, por decirlo as, desorbitar el valor
mismo (el de uso, el de cambio y el valor moral, y tambin
el semntico).
No se trata de excusar y menos an de legitimar cual-
quier cosa. No se trata de ignorar que el mercado afecta no
slo el comercio de las obras, sino las obras mismas. La
cuestin consiste nicamente en decir: una condena de mo-
ral esttica no es suficiente para salir bien parado. Y esto
no tiene nada de nuevo en la historia del arte, que no debi
esperar a nuestro tiempo para ser tambin una historia
comercial. (Lo novedoso no es ms que un estado de la eco-
noma o del capital; en otras palabras, la cuestin es polti-
ca en el sentido ms intenso, escabroso y dificil del trmino.)
Sin duda, el arte nunca tuvo precio, por exceso o por defecto.
Esa desorbitacin tiene que ver -a travs de muchas me-
diaciones, desviaciones y captaciones- con uno de los de-
safios ms arduos y delicados de la tarea de pensar el arte:
pensar, ponderar, evaluar lo que este tiene de archiQrecio-
so, sin precio, invalorable. A la manera de un vestigio.
115
2. En ~o concern~ al debate que calificaremos de
(propi~ente esttico, stingamos dos planos.
Pmer p ano: la1ncomprensin y la hostilidad que sus-
cita el arte contemporneo son asuntos de._gust9- En ese
caso, toda discusin es buena. No en virtudae un libera-
lismo subjetivista de los gustos y los colores (a cuyo respec-
to no hay discusin), sino porque el gusto (si no se lo con-
funde, en el otro extremo, con la pulsin normativa o la
discriminacin manaca), en el debate de las aficiones y las
aversiones, no es, en suma, ms que el trabao de la forma
~usca. del estilo que an se i~raen el pr~so de
~ formarse, y que se siente cuando todava no puede recono-
cer su sentido. El gusto, el debate del gusto, es la promesa o
la proposicin del arte, simtrica de su vestigio. Es la pro-
posicin de una forma, de un esbozo para una poca o para
un mundo. Desde ese punto de vista, querra que hubiera
mucho ms debate de lo que hay. . . Para decirlo de otro
modo, que volviera a haber batallas de Hernani o de da-
d. . . No me adentrar ms en este camino, que, como se
sabe, proviene de Kant. (Con la salvedad de hacer notar
que, si bien no es posible proponer en este momento un
<<Inundo, esta supuesta falla, en todo caso, no debe impu-
tarse al arte y los artistas, como hacen algunos, sino al
mundo, o a su ausencia. ..)
Segundo plano (que no excluye el primero, aunque aqu
ya no se trata del gusto): la incomprensin y la hostilidad
mismas, as como la aprobacin furiosa, tienen sus races,
sin saberlo o sin querer saberlo, en el hecho de que el arte
ya no puede comprenderse ni recibirse de acuerdo con los
esquemas que le fueron...P..t~.Eios~s~y probable que
cualquier utilizacin d~aQra~~ retenga inevi-
tablemente algo de esos esquemas: cuandO decimos arte,
estamos connotando al menos el gran arte, esto es, algo
semejante a la idea de una gran forma que <<confinara in-
tencionalmente con la cosmologa de SU tiempO Ua frase
a El cuarteto de Alejandra, de Lawrence Du-
Jpertenece
l rrell). Al decir arte, evocamos una cosmtica de alcance u
objetivo csmico, cosmolgico y hasta cosmognico. Pero si
' no hay Kcrw<;, cmo habr arte en ese sentido? Ahora
bien, el hecho de que no haya KOJ.to<; es sin duda la marca
--------
decisiva de nuestro mundo: mundo, hoy, no quiere decir
/ --
116
KO}.loc;. Por consiguiente, arte no puede significar arte
en ese sentido. (Fue por eso que, en un primer momento,
propuse como ttulo para esta conferencia el de El arte sin
arte>>.)
117
desde el horizonte supuesto de un lCO}.lcx; y una nA.u;, a los
que habra motivos para responder> o confinar intencio-
nalmente, son vanos, porque esa suposicin, a nuestro cri-
terio, no est sostenida por nada. Debido a ello, tampoco es
posible suponer una regin o una instancia del arte a la
que uno pueda dirigirse, y dirigir pedidos, rdenes o s-
plicas.
En esa medida -medida inmensa, en verdad incon-
mensurable-, el arte se impone en nuestro tiempo unges-
to severo, un rumbo penoso hacia su propia esencia con-
vertida en enigma, enigma manifiesto de su propio vesti-
gio. No es la primera vez: acaso toda la historia del arte es-
t constituida por sus tensiones y torsiones encaminadas a
su propio enigma. Tensin y torsin parecen hoy haber lle-
gado a su punto culminante. Tal vez sea una apariencia y
tal vez, tambin, la concentracin de un acontecimiento en
marcha desde hace al menos dos siglos, o bien desde los co-
mienzos de Occidente. Sea como fuere, <<arte vacila con
respecto a su sentido tanto como <<mundo lo hace en lo que
concierne a su ordenamiento o su destino. En ese aspecto,
no hay querella que pueda sostenerse: debemos acompaar
~ ese rumbo, debemos saber hacerlo. Es, con toda exactitud,
algo del orden del ~y ~r ms rigurosos, y no del
orden de los arrebatos, las execraciones o las celebraciones
ciegas.
118
del pasado. Y Duchamp proclam: El arte ha sido pensa-
do hasta el final>.4
El mero comentario de esas cuatro frases y su sucesin
exigira un trabajo enorme. Me limitar a anticipar aqu
una conclusin: el arte tiene una historia y acaso es radi-
calmente historia, es decir, no progreso, sino pasaje, suce-
sin, aparicin, desaparicin, acontecimiento. 5 Pero lo que
ofrece en cada oportunidad es la perfeccin, la consuma-
cin. No la perfeccin como meta y punto final hacia el cual
se avanza, sino la que obedece a la venida y la presentacin
de una sola cosa en cuanto est formada, en cuanto est
completamente conformada a su ser, en su entelequia, si re-
currimos a esa palabra de Aristteles que significa un ser
consumado en su fin, perfecto. As, es una perfeccin siem-
pre in progress, pero que no admite progresin de una en-
telequia a otra.
La historia del arte es, entonces, una historia que se
sustrae, desde el inicio y siempre, una y otra vez, a la histo-
ria o la historicidad representada como proceso y como
progreso. Podramos decir: en cada momento, el arte es ra-
1
dicalmente otro arte (no slo otra forma, otro estilo, sino otra L
esencia del <<arte>>), segn responda a otro mundo, a otra
1t6A.~, pero es al mismo tiempo, en cada oportunidad, todo lo
que es, todo el arte tal como en s mismo, al fin ...
Mas esa consumacin sin fin -o bien esa finalizacin
finita, si se procura entender con ello una consumacin que
se limita a lo que es, aun cuando, por eso mismo, abre lapo-
sibilidad de otra consumacin, y que tambin es, por lo
119
tanto, finalizaci6n infinita-, ese modo paradjico de la
per-feccin, es sin duda lo que toda nuestra tradicin exige
y evita a la vez pensar. Este gesto ambiguo tiene razones
muy profundas, a las que nos referiremos ms adelante.
As, la tradicin mencionada designa como un lmite, como
1 un/in en el sentido trivial, y muy pronto como una muerte,
lo que bien podra ser en verdad el suspenso de una forma,
1
lo instantneo de un gesto, la sncopa de una aparicin, y
por ende tambin, cada vez, de una desaparicin. Somos
capaces de pensar esto? Es decir, como habrn adivinado,
de pensar el vestigio.
Ser preciso hacerlo, en efecto. Pues si el acontecimien-
to del arte que se consuma y se desvanece se repite en su
historia, si constituye incluso esa historia como el ritmo de
su repeticin (y ello, vuelvo a decirlo, tal vez en silencio
desde Lascaux), es porque le corresponde cierto carcter de
~sidad. No saldremos de ello co exorcismo~n ben-
diciones. En consecuencia, as como no busco aqu un juicio
del gusto, tampoco propongo un juicio final sobre el arte
contemporneo, un juicio que lo mida, para bien o para
mal, con la vara de ~finalizacin teleolg!ca (que tam-
bin sera, por fuerza, teolgica, y con ello cosmolgica y
antropolgica). Propongo, al contrario, ver de qu tipo de
per-feccin o de finalizacin finita/infinita es capaz lo
11 que queda cuando una consumacin se exhibe e insiste en
exhibirse. Mi propuesta es, entonces, esta: de una per-fec-
cin finita o uestigial.
120
public en 1987, pero no puedo entrar aqu en el anlisis
que sera necesario). Ms all, estamos nosotros: nos deba-
timos, y debatimos, en torno a un adentro/afuera de esa de-
finicin; nos atae debatir con ella, inevitable y sin embar-
go ya excedida, como me gustara mostrarlo.
Esta defmicin no slo recorre la filosofa, sino que
impone definiciones que pareceran alejadas del discurso
filosfico. Para mencionar algunos ejemplos, la frmula de
Durrell antes citada no dice nada distinto; ni esta, de Jo-
seph Conrad: <<El arte mismo podra definirse como la ten-
tativa de un espritu individual de hacer justicia, lo mejor
que se pueda, al universo visible, sacando a la luz la verdad
diversa y una que oculta cada uno de sus aspectos;6 ni
esta otra -con la sola salvedad de que su proximidad est
ms disimulada-, que Norman Mailer retoma de Martn
Johnson: el arte es la comunicacin de la emocin;7 ni,
por ltimo, esta de Dubuffet: No hay arte sin embriaguez.
Pero en ese caso: embriaguez loca! Que la razn se de-
rrumbe! Delirio! (. .. ) El arte es la ms apasionante orga
al alcance del hombre....8
Para captar, no la identidad simple, sino la profunda
homogeneidad de esas frmulas, basta con no olvidar que
la Idea h~liana no es en modo algl,!!lo la Idea intelectual.
No es ni~~m de una nocin ni el ideal de una pro-
yeccin.~s, en cambio, la reunin en s y para s de
1
121
Segn ese criterio, el arte es la visibilidad se~ de
esta visibilidad inteligible, es decir, invisible, La forma }n-
I visible -el ei&x; de Platn- vuelve a s y se apropia cmo
l visible. De ese modo, saca a la luz y manifiesta su ser de
Forma y su forma de Ser. Las grandes ideas de la imita-
cin nunca fueron sino ideas de la imitacin o la imagen
de la Idea (que, como comprendern, no es en s misma
otra cosa que la autoimitacin del ser, su remedo trascen-
dente o trascendental), y, recprocamente, todas las ideas
de la Idea son ideas de la imagen o de la imitacin. Incluso,
y en particular, cuando se apartan de la imitacin de las
formas exteriores o de la naturaleza>> as entendida. Todas
esas ideas son, entonces, teolgicas, y giran obstinada-
mente alrededor del gran motivo de la imagen visible del
[ Dios invisible>>, que constituye la definicin de Cristo para
Orgenes.
De ese modo, toda la modernidad que habla de lo invi-
sible o lo impresentable siempre est, por lo menos, en
t rance de prolongar ese motivo. Es este -otro ejemplo- el
que gobierna las palabras de Klee grabadas sobre su tum-
ba y citadas por Merleau-Ponty: Soy invisible en la inma-
nencia.9
Lo que cuenta, entonces, es lo siguiente: una visibilidad
de lo invisible como tal, o la idealidad hecha presente, aun-
que sea en la presencia paradjica de su abismo, su noche o
su ausencia. Esto mismo es lo que constituye lo bello, desde
Platn y ms an, quiz, desde Plotino, para quien, en el
acceso a la belleza, se tr ata de convertirse, en la propia
intimidad, en luz y visin pura y, as, en <<el nico ojo capaz
de ver la suprema belleza. 10 La suprema belleza, o el
resplandor de la verdad, o el sentido del ser. El arte, o el
sentido sensible del sentido absoluto. Y esto, adems, cons-
tituye lo bello al ir ms all de s en lo Sublime y luego en
lo <<terrible, as como en lo grotesco, en la implosin de la
irona, en una entropa general de las formas o en la
posicin pura y simple de un objeto ready -made.
122
5. Algunos, tal vez, se apresurarn a concluir: por eso el
arte est en peligro, porque ya no hay Idea para presentar
o porque el artista ya no quiere hacerlo (o bien ha perdido
el sentido de la Idea). Ya no hay sentido o ya no lo quere-
mos, estamos envisc_ados en~rechazo del sentido y en la ~
<<Voluntad del fin a la que Nietzsche apela para caracteri-
Zar eT nihiliSmo. Pedimos entonces al artista, de manera
ms o menos explcita, que recupere la Idea, el Bien, lo Ver-
dadero, lo Bello...
Tal es el discurso, tan dbil aqu como en otra parte, de
quienes creen que basta con agitar la bandera de los valo-
res y lanzar exhortaciones morales. Aun cuando sea me-
nester admitir que hay nihilismo en tal o cual artista (en
aquel que, como dice Nietzsche, destaca la naturaleza
cnica y la historia cnica),ll habr que analizar de muy
otro modo su proveniencia y, por consiguiente, tambin
extraer otras consecuencias. En efecto, en cuanto toca un
extremo donde alcanza un momento de consumacin o de
suspenso, pero queda al mismo tiempo bajo la definicin y
la prescripcin de la presentacin sensible de la Idea, el
arte viene a detenerse y coagularse como si lo hiciera en el
ltimo fulgor de la Idea, su residuo puro y oscuro. En el
lmite, ya no queda ms que la Idea del arte mismo, como
un puro gesto de presentacin replegado sobre s. Pero ese
residuo funciona an como la Idea, e incluso como Idea
pura del sentido puro, o como una visibilidad ideal sin otro
contenido que la luz misma: como el puro ncleo de ti-
nieblas de una autoimitacin absoluta.
Nada ms platnico, o ms hegeliano, que ciertas for-
mas en las cuales prevalece una pureza o una depuracin,
ora material, ora conceptual, minimalista, performativa o
acontecimental. Podra decirse que es el arte de la Idea re-
sidual. Pese a ser residual, esa Idea no deja de desencade-
nar -al contrario- un deseo infinito de sentido, y de pre-
sentacin del sentido. Y ese carcter residual no es el
carcter vestigial del que hablar. Es su reverso.
En verdad, el rasgo notable de muchas obras de la ac-
tualidad no est en lo informe o en la deformidad, en lo
11
Friedrich Nietzsche, Werke in drei Banden, vol. 3, compilacin de
Karl Schlechta, Munich Hanser, 1956, pg. 617.
123
repugnante o en lo Cualquiera, sino en la bs_queda, el
deseo o la voluntad de sentido. Se quiere sgnificar:eimun-
do y lo inmundo, la tcnica y el silencio, el sujeto y su
ausencia, el cuerpo, el espectculo, la insignificancia o la
pura voluntad de significar. Una bsqueda de sentido es
el leitmotiv (ms o menos consciente) de quienes olvidan,
como el Wagner de Parsifal, que la estructura de la bs-
queda es una estructura de huida y prdida, en la que el
sentido deseado pierde poco a poco toda su sangre.
As, la demanda o la postulacin de una Idea se dejan
captar al desnudo, al natural. Tanto ms al desnudo y al
natural cuanto que estn ms desprovistas a la vez de re-
ferentes y de cdigos para estos referentes (que fueron an-
tao los de la religin, los mitos, la historia, el herosmo, la
naturaleza y el sentimiento, antes de llegar a ser los de la
visin o la sensacin misma, la textura o la materia y hasta
la forma autorreferencial). All donde esta demanda de
Idea se despliega, con encarnizamiento e ingenuidad, el ar-
te se agota y se consume: no queda de l sino su deseo me-
tafisico. Ya no es ms que hiancia tendida hacia su fin,
hacia un TV..ocjftW; vaco cuya imagen an presenta. Nihi-
lismo, pues, pero en cuanto simple inversin del idealismo.
Si para Hegel el arte est terminado porque la Idea viene a
presentarse en su propio elemento, el concepto filosfico,
para el nihilista, en cambio, el arte se termina al presen-
tarse en su propio concepto, un concepto vaco.
124
luta de esta ltima. En otras palabras, la Idea slo puede
ser lo que es - presentacin de la cosa en su verdad- por,
en y como ese orden sensible que es al mismo tiempo su
exterioridad y, ms an, que es la exterioridad misma en
cuanto aquello que est sustrado al retorno a s y para s
de la Idea. Esta debe salir de s para $e_r...s...misJlla. NeeJt_si-
dad dialctica: tal es elombre de esa situacin. Como po-
drn ver, su implicacin es equvoca: po;:- ~parte, el arte
es, pues, siempre necesario -;y cmo podra terminar?-,
pero, por la otra, lo que se presenta para terminar es la
Idea. Ya no insistir aqu en ese equvoco, aun cuando haya
mucho que aprender de la manera muy especfica en que
este asedia la Esttica de Hegel y complica y hasta sub-
vierte, secretamente, su esquema del fin del arte>>.
Pero paso al segundo momento, el momento que Hegel
no alcanza, no puede alcanzar, y que queda, en resumidas
cuentas, como el residuo del equvoco (y al que este equ-
voco, entonces, tambin da acceso, a su modo). De manera
lapidaria, ese segundo momento puede enunciarse a~: 1_~
Idea, al presentarse~ se retira en cuanto Idea. Ese es el
-- ---
enunciado que hay que exami._nar con detenimiento. ...
La presentacin deJa Idea no es la visualizacin afuera
de lo que estaba adentro, si el adentro slo es lo que es
-<<adentro>>- afuera y en cuanto afuera. (Se trata, en el
fondo, de la estricta lgica de una autoimitacin.) As, en --~
lugar de reencontrarse y volver como la idealidad invisible
de lo visihle, la Idea borra su idealidad para ser lo que es;
----
pero, de resultas, lo que <<es, no lo es y ya no puede serlo.
En otras palabras: que el sentido sea su propia retirada,
.....=.--- - - - - - --._T
125
7. En este punto, el resto es vestigio. Si no hay invisibi-
lidad, no hay imagen visible de lo invisible. Con la retirada
de la Idea, es decir, con el acontecimiento que pone en
marcha nuestra historia desde hace dos siglos (o bien des-
de hace dos mil quinientos aos ...), la imagen tambin se
retira. Y, como veremos, lo otro de la imagen es el vestigio.
La imagen se retira en cuanto espectro o fantasma de la
Idea, destinada a desvanecerse en la misma presencia
ideal. Se retira as en cuanto imagen de, imagen de algo o
de alguien que no sea, ello o l, una imagen. Se borra como
simulacro o como rostro del ser, como sudario o como gloria
de Dios, como impronta de una matriz o como expresin de
un inimaginable. (Advirtase de paso, pues volveremos a
ello, que lo que se borra tal vez sea ante todo una imagen
bien precisa: el hombre como~gen de Dio.:)
En tal sentido, lejos de ser esa civilizacin de la ima-
gen a la que se acusa -tambin a ella- de crmenes co-
metidos contra el arte, somos ms bien una civilizacin sin
imagen, porque somos una civilizacin sin Idea. El arte,
hoy, tiene la misin de responder a ese mundo, o de respon-
der de l. No se trata de hacer imagen de esa ausencia de
Idea, pues en ese caso el arte queda prisionero del esquema
ontoteolgico de la imagen de lo invisible, de ese dios a
quien, segn Montaigne, haba que <imaginar inimagina-
ble>>. Se trata, por tanto, de otra misin, cuyos datos hay
que procurar esbozar.
Como mnimo, est claro que si el arte queda definido
como una relacin de la imagen con la Idea, o de la imagen
con lo inimaginable (doble relacin que, poco ms o menos,
determina la divisin, en la tradicin, de lo bello y lo su-
blime en las determinaciones filosficas del arte), ~que s~
~tir~ EOn la imagen es.J pu~art~en su totalidad. Y es
~ eso, en efecto, lo que Hegel vio venir. Si su frmula conoci
~ tanta fortuna, e incluso experiment ampliaciones y tergi-
s versaciones, fue slo porque era verdadera y porque el arte
3 comenzaba a terminar con su funcin de imagen. O sea,
con su funcin ontoteolgica: el arte hegeliano se convierte
en cosa del pasado en la religin o como religin. Pero, de
tal forma, era acaso el arte el que comenzaba o recomenza-
ba de otro modo; comenzaba a ser visible ya no como ima-
gen, y llegaba a hacerse sentir de otra manera.
126
En un mundo sin imagen en ese sentido, se despliega
una abundancia , un remolino de imagineras en el que ya
no nos orientamos , en el que ~ arte Yll no se orienta. Es
una proliferacin de vistas, lo visible o lo sensible mismos
en mltiples fragmentos que no remiten a nada Vistas que $
no hacen ver nada, o que no ven nada: vistas sin visin. ~
(Pinsese en la desaparicin de la figura romntica del ar-
tista visionario.) O bien, y de manera simtrica, ese mundo
est atravesado por una prohibici n de las imgenes
<<radicalizada~. segn dice Adorno,T2'Y,as, COnvertida de
por s en sospechosa de supersticin>>, a menos que no sea
ms que angustia frente a la nada>) de la que se sostendra
toda imagen. Esa <<remisin a nada se abre, en consecuen-
cia, a una gran ambigedad: o bien la <<nada, en forma per-
tinaz y, si me atrevo a decirlo, obsesiva, se comprende to-
dava como negativo de la Idea, Idea negativa o abismo de
la Idea (como el vaco en el centro de su autoimitacin), o
bien puede comprenderse de otro modo. Es eso lo que que-
rra proponer con el nombre de ese casi nada que es el ve~
tigio.-
128
mos otra cosa: el arte indica otra cosa. Incluso una atencin
demasiado sostenida a esa palabra, vestigio, como a cual- '1")
quier otra, podra esconder una tendencia a hacer de ella
un nombre ms o menos sagrado,..!!:!!!. e~cie de reliquia
(otra fQrma del <restO). Es necesario manejarse aqu con
una semntica que en s misma es vestigial: no dejar que el
sentido se pose ms que el pie de un transente.
En tales condiciones, lo que postulo aqu -y que, a mi
entender, se propone en forma expresa desde Hegel- es
que el arte es humo sin fuego, vestigio sin Dios, y no pre- ! t.
sentacin de la Idea. Fin del arte-imagen, nacimiento del
arte-vestigio; o bien, advenimiento de lo siguiente: que el
arte siempre fue vestigio (y que, por consiguiente, siempre
estuvo sustrado al principio ontoteolgico). Pero, cmo
entender esto?
129
As, por poco que pasemos aqu sobre el lmite de la on-
toteologa, por poco que demos el paso que sucede a Hegel
desde Hegel pero en definitiva fuera de l, el paso en el ex-
tremo del fin del arte, y que pone fin a ese fin en otro acon-
tecimiento, ya no tendremos que vmosla con el par de lo
sensible presentante y el ideal presentado. Estaremos
frente a esto: la forma-idea se retira, y la forma vestigial de
esa retirada es lo que nuestro lxico platonizante nos hace
denominar sensible. La esttica, en cuanto dominio y en
cuanto reflexin sobre lo sensible, no quiere decir otra cosa.
En este caso, la huella no es la traza sensible de un ele-
f mento insensible, y que nos ponga sobre su rastro o sobre
, " su pista (que nos indique el sentido hacia un Sentido): es el
':J trazado o el trazamiento (de lo) sensible, como su sentido
mismo. El propio atesmo (y esto es lo que Hegel, sin lugar
1 a dudas, ya haba comprendido).
Qu puede significar esto? Tratemos de avanzar un
poco ms en la comprensin del vestigium. Esta palabra
designa la planta del pie y su impronta o su huella. De esa
definicin extraeremos, por decirlo de alguna manera, dos
caractersticas no icnicas. En primer trmino,~
J.o _gontrari~ r9stro, es la f~a~perjjcie ms disimu-
lada del cuew. Se podr pensar aqu en la presentacin
=-ateolgic'; en suma- del Cristo muerto de Mantegna,
con las plantas de los pies expuestas ante nuestra mi-
rada.14 Tambin se podr recordar que la palabr a faz pro-
cede de una raz cuyo significado es poner: poner, presen-
tar, exponer, sin remisin a nada. Aqu, sin relacin con nin-
guna otra cosa que un suelo que sostiene, pero que no consti-
tuye sustrato o tema inteligible: tan slo espacio, extensin y
lugar de paso. La planta del pie nos introduce en el orden de
lo llano y lo de plano, la extensin horizontal sin referencia
a la vertical tendida.
El pasaje constituye el segundo rasgo: el vestigio da tes-
timonio de un paso, una marcha, una danza o un salto, una
sucesin, un impulso, una recada, un ir o venir, un tran-
sire. No es una ruina, que es el resto arrugado de una pre-
sencia, sino apenas un toque en el mismo suelo.
130
E!_yes.!jg!o es el resto de ~_paso. 15 No es su imagen,
pues elyaso mismo no consiste en otra cosa que en su pro-
po v estigio. Ni bien lo damos, ya es pasado. O, mejor, en
Canto paso, nunca se da y se deja simplemente en algn
lado. Por decirlo as, el vestigi_g es su toque o su._~racin,
sin ser su obra. O bien -tercera opcin, en los trminos
que utilic hace un momento- sera su finalizacin in-
finita (o su infinalizacin), y no la perfeccin finita. No hay
presencia del paso, pero en s mismo este no es ms que
venida a la presencia. Es imposible decir literalmente que
elJLasq_tie_ne lugar: en cambio, un lugar en elsentido fuerte
de la palabra es siempre el vestigio de un paso. El paso, que
es su propio vestigio, no es una invisibilidad -no es Dios,
ni el paso de Dios-, y tampoco la mera superficie quieta de
lo visible. El paso ritma lo visible con lo invisible o a la in-
versa, si es menester hablar ese lenguaje. Ese ritmo com-
porta secuencia y sncopa, recorrido e interrupcin, rasgo y
agujero, frase y espasmo. De tal manera, hace figura, pero
esa figural6 no es imagen en el sentido del que he hablado
aqu. El paso de la figura, o el vestigio, es su trazado, su
espaciamiento.
Por eso es preciso renunciar a nombrar y consignar el
ser del vestigio. Lo vestigial no es una esencia, y sin duda
es eso mismo lo que nos pone, en lo sucesivo, sobre la pista
de la esencia del arte. Que el arte sea hoy su propio vesti-
gio: tal el aspecto que nos abre a l. N o es una presentacin ~
degradada de la Idea ni la presentacin de una Idea degra- J:
dada; el arte presenta lo que no es Idea, la mocin, la
llegada, el pasaje, lo ido de toda venida a la presencia. As, 1
en el Infierno de Dante, un hundimiento adicional de la
barca o el rodar de algunas piedras sealan a los condena-
dos -pero sin hacrselo ver- el pasaje invisible de un vi-
viente.l7
131
10. Para desviar la cuestin del ser, aparecera la del
agente. Quedara por preguntar: de quin es el paso? De
quin el vestigio?
No es el paso de los dioses; podra ser, a lo sumo, el de su
partida. Pero esa partida es tan antigua como el arte de
Lascaux. Si Lascau.x significa en verdad arte, es decir,
si el arte no sali progresivamente de una ganga de ma-
gia y luego de religin, e indica en cambio, y desde el inicio,
otra postura, no la impronta de las rodillas, sino la huella
del paso, entonces la cuestin de la imagen no ocup jams
al arte. La idolatra y la iconoclastia slo tienen vigencia en
la relacin con la Idea. Esto no impide en modo alguno que
el arte haya sido homogneo con las religiones (habra que
considerar, por aadidura, muchas diferencias entre es-
tas). Pero, en la religin misma, el arte no es religioso (He-
gel lo habra comprendido).
Habra mucho que decir del paso de los animales, de sus
ritmos y sus andares, de la multiplicidad de sus huellas,
vestigios de patas u olores, y de lo que en el hombre cons-
tituye vestigio animal. Aqu, adems, sera preciso vol-
verse hacia lo que Bataille llam la bestia de Lascaux>>.
(De suponer que puedan ignorarse, ms ac del animal,
todos los otros tipos de pasos o pasajes, las presiones, los
roces, los contactos, todos los toques, estras, rayaduras,
jaspeados, araazos .. .)
Mas correr el riesgo de decir que el vestigio es del
hombre. No del hombre-imagen, no del hombre sometido a
la ley de ser imagen de su propia Idea, o de la Idea de su
cosecha [de son propre]. Con ello, de un hombre a quien el
nombre de hombre dificilmente convenga, si es arduo pri-
var de l a la Idea, a la teologa humanista. Pero digamos,
tratemos de decir, no ms que como intento, el que pasa.
Alguien que pasa, cada vez, y cada vez quienquiera, no
porque sea annimo, sino porque su vestigio no lo identi-
fica.18 Cada vez, pues, tambin comn.
Pasa, es en el pasaje: cosa que tambin se llama existir.
Existir: el ser pasante del ser mismo. Venida, partida, su-
cesin, paso de los lmites, apartamiento, ritmo y sncopa
132
del ser. As, no la demanda de sentido, sino el pasaje como J
todo el tener lugar del sentido, como toda su presencia. Ha- ~
bra dos modos del estar presente o el prae-esse: el ser-al-
encuentro-de, presentado, la Idea, y el ser-delante-de, que 1
precede (no presenta), que pasa y, por ende, siempre ya 1
pasado. (En latn, uestigium temporis pudo significar el
lapso muy breve, el momento o el instante. Ex vestigio =de
inmediato.)
Sin embargo, el nombre del hombre sigue siendo en de-
masa un nombre, una Idea y una: imagen, y su desapa-
ricin no se enunci en vano. Sin duda, el hecho de pro-
nunciarla de nuevo, en muy otro tono, tambin es rechazar
el interdicto angustiado de las imgenes, sin prolongar
necesariamente el hombre del humanismo, es decir, de la
autoimitacin de su Idea. Pero se podra adems, para
terminar y de pasat:hi,prob~ un instante otra palabra,
y hablar de gent~s gent~palabra-vestigio si las hay, ~
nombre sin nombre delOanrmo y lo confuso, nombre ge- ..y
nrico por excelencia, pero cuyo plural evitara la genera-
lidad e indicara ms bien el singular en cuanto es siempre
plural, y tambin el singular de los gneros, los sexos, las
tribus (gentes), los pueblos, los gneros de vida, las formas
(cuntos gneros hay en el arte, cuntos gneros de gne-
ros?; pero nunca hay arte que no tenga gnero alguno ... ), y
el singular/plural de las generaciones y los engendramien-
tos, vale decir, de las sucesiones y lo~sajes,~-llegadas y
las partidas, los saltos, los ritmos.cm-ane y las ~~os
dejo con este ttulo adecuado a otra intencin. - ---
133
6. Las artes se hacen unas contra otras
Este ensayo, Les arts se font les uns contre les autres, se public
por primera vez en Batrice Bloch, Vronique Campan et al., Art, re-
gard, coute: la perception a l'reuure, Pars: Presses Universitaires de
Vmcennes, 2000.
136
El ideal del contenido puro del arte slo es presenta-
do por la pluralidad de las Musas. 1
137
Esa caracterstica se pone de relieve mediante un con-
traste con la ciencia, cuya idea misma implica una defini-
cin de la cientificidaa--a la cual tienen que ajustarse las
ciencias particular es, y, ms an, segn un movimiento
que entraa al menos a ttulo asinttico o regulador, toda-
va hoy, el horizonte unitario de una sica matemti ca,
aun cuando se acente un movimiento de dispersin de las
regiones o los tipos de cientificidad. Si es legtimo, al con-
trario, hablar del <<arte en singular, slo lo es, con todo, en
razn de una unidad conceptual en la que la diversidad de
las prcticas no es el registro subordinado o aplicado, si-
no que forma parte integrante de la esencia o de la forma
138
Sin embargo, habr que profundizar proximidad y
lejara hasta el grado extremo de estas nociones: hasta
los lmites donde una se convierte en penetracin y otra en
destierro. Las artes, en efecto, entran unas en otras, y ello
no tanto en las prcticas de mezcla o de sntesis como, por
decirlo asi, cada una para s (hay msica en la pintura). De
manera simtrica, se ignoran o se rechazan entre s, son
impermeables unas a otras, y as ocurre en el seno mismo
de su comunicacin incesante (siempre hay un abism en-
tre un color sobre la tela y el color de una sonoridad. ..).
Las correspondencias de Baudelaire existen, es indu- ~
dable, pero las artes se responden en lenguajes estricta- G..-
mente intraducibles.
139
duda de que esta sistematicidad negativa comporta una
unidad>> y una <<Vida propias, acerca de las cuales no hay
vacilacin alguna. Comoquiera que se lo comprenda, y
sean cuales fueren los objetos en los que se lo reconoce, no
es posible engaarse con respecto a lo que es el arte, cuya
identidad sigue estando siempre necesitada de identifica-
cin. Tal vez nada sea incluso ms ntimamente consustan-
cial que ese sistema en la multiplicidad de sus efectivida-
des (que no son, empero, ni <<manifestaciones ni ramas).
Nada, para decirlo de una vez, que sea en mayor medida
un cuerpo: esto es, una singularidad absoluta de sentido,
en t9dos los sentidos de la palabra (y as, cuerpo sin rga-
nos: sin funciones y sin fines). Singularidad de una estruc-
tura de componentes a la vez coordinados y expuestos por
todos lados a una exterioridad y una disparidad irreducti-
bles, hasta la exclusin recproca. Nada que sea ms un
cuerpo que el cuerpo del arte en cuanto cuerpo extendido,
estirado e intensificado, llevado a sus extremos: una vez
ms, el cuerpo como unidad de sentido en todos los senti-
dos, y productor de su sentido al ser expuesto (ex-puesto y
expellejado);* el cuerpo como la diferencia fuera de s de la
unidad en s de un <<alma (de un sujeto).
140
terminar la caducidad de los mitos, pero el arte permanece
como una infancia cuya verdad no se marchita. Marx pien-
sa a la sazn en el arte de los griegos: hoy, pensamos en los
primeros hombres.
La infancia que no pasa es una seguridad y un gusto por
ir a la vez en todas las direcciones que se abren, tomando
cada una por s misma y por s sola, y yendo lo ms lejos 1
posible: tocar, olfatear, saborear, palpar, fijar la mirada o el
odo, embargarse de lo que los penetra, formar, modelar, t
proyectar, sacudir, y las cien maneras de decir <<jugar>) ...
Esta idea est a contrapelo de un motivo de la infancia del
arte: aqu, es el arte el que es o constituye infancia, y esta
no es la que debe criarse y educarse, sino la que ya nos sale
al encuentro, hasta la vejez y la muerte: hay arte que no
est, por s mismo, abierto y tendido por la muerte y la
inmortalidad, una en otra o una como otra (as, Baudelaire
desea morir de deseo de pintan))?
141
La infancia que es el arte es tambin la infantia que no
habla. Pero, as como esta infancia nos precede, su falta de
habla es en verdad un exceso con respecto al habla, incluso
dentro de esta cuando el arte toca el lenguaje. Aunque, en
cierto modo, acaso siempre lo toca, si queremos llegar a un
acuerdo en torno a tocar, que no es tratar ni <<Illovilizar
en el sentido en que quiz p~n~ decir que el arte po-
tica moviliza el lenguaje: tocar, erl cambio, es pasar lo
1 ms cerca posible y, al mismo tietnpo, mantenerse a una
\. ~ distancia nfima e ntima a la vez; es pasar a los confines y
compartir su indeterminacin, as como tambin entrar en
contagio.
Exceso con respecto al lenguaje no significa declaracin
de incompetencia o insuficiencia de este ltimo. Significa
que ~E;mtido que el lenguaje no cesa de articul~~raza por
1 s mismo, com'Oef1>0re o la
nervaauraa e esa articulacin,
ell~ del que se excede: se precede o se excribe, indica el
ultrasentid o al que se abre toc;lo sentido y sin el cual el
sentido mismo no sera, pues no sera la remisin que es
en esencia e infinitamente.
El lenguaje no alcanza ese lmite de s en la sofocacin y
la extincin de la voz. La significacin, sin duda, se disper-
sa o se supera en l, pero es ah donde el aliento y la voz
\ llegan a ser ellos mismos: aliento y uoz, ms ac y ms all
-. , de la significacin, pero como el desborde propio de esta.
Aliento y voz o color y timbre, pisada, paso, salto, grano,
toque, intervalo, suspenso, etctera.
Sobre ese borde -q_ue constituye tal vez el otro borde de
la incisin que permite compartir las lenguas-, el sentido
lenguajero (sensato) no tropieza con otro sentido (sensato
en exceso o insensato). Encuentra una heterogeneidad y
una he~a de sentido: el ultrasentido est ante todo
en~gnen~ es as, tambin, como el sentido sensato
toca el(los) sentido(s) sensible(s). (Ese mismo encuentro es
mltiple: choque, vuelco, desvanecim iento, transporte ,
contaminacin, smosis...)
142
familia en otras lenguas -Sinn4 o sense-, y esa polisemia
no slo procede de un trabajo preciso de la lengua en el
latn sentire,5 sino que sens no permite discernir el plural y
el singular.) Un cuerpo, un mismo cuerpo que ve, escu-
cha, aspira, gusta, toca, siente movimiento, calor, encierro,
expansin, vaco, horripilacin, vrtigo, tensin, escansin,
desequilibrio, velocidad, variedad, confusin, expectativa,
transporte, impulso, abatimiento, retraimiento, asco, etc.,
sin ir ms lejos en la multiplicacin de esas categoras an
toscas (como habra que hacerlo [de]tallando la vista en
vista de los colores, los matices, los rasgos, las formas, los
volmenes, las profundidades, los movimientos, las com-
pacidades, las luces, las transparencias, los brillos, las tex-
turas, las invisibilidades...).
El mis ce todo eso, o todo eso le pasa:
quin es h e funcionamiento? Ese l es a la
vez tan puntual y evanescente como un yO (ie] kantiano
acompaante de mis representaciones,y tan amplio y va-
riado (diramos de buena gana: polimorfo, polidrico y po-
litcnico) como la totalidad -ella misma abierta, indefi-
nida- de las posibilidades ofrecidas. "<IU ' >hace al ca-
pricho de esas posibilidades se llama senf . Sentir es
siempre sentirse sentir. El cuerpo se siente (en su carcter
de sintiente es sentido por s mismo, y esto lo hace el mis-
mo y S mismo): ese se que l siente, idntico a su alma o
a su s mismo, est envuelto en cada sentir sin estar en par-
te algunaS donde podamos encontrarlo a l mismo. El
143
cuerpo se siente sentir a la vez como una unidad (yo veo, yo
me quemo) y como una pluralidad -por su parte, a la vez
dispersa (tacto del teclado, visin de la pantalla, audicin
de la radio) y reunida-, pero tambin como el sistema de
sus diferencias (no toco lo que veo, no escucho lo que toco).
La integracin en una percepcin orientada por una accin
definida borra esas diferencias, as como la diferencia de st
y sus sentidos (por lo tanto, del s y de l mismo): escribo
con el teclado mientras miro mi texto, escucho la radio, en-
derezo la espalda encorvada. Si suprimo el fin integrador,
si dejo de trabajar y acecho la luz de la pantalla, las pala-
bras de la cancin, el timbre de la guitarra, el hormigueo
en la espalda, hay desorganizacin o reorganizacin sobre
otro tema: un sentir se intensifica, se hipertrofia o se multi-
1 plica, comienza a valer para s (es decir, precisamente, que
mi yO se pierde en l). Es aqu donde las artes son po-
sibles.
El mundo exterior se apretuja por todos lados en el inte-
rior o como el interior, y enturbia as la ntida divisin del
sujeto y su dominio de percepcin y accin: el mundo de los
otros cuerpos (cuerpos de otros Sujetos y de todas las
clases de otros, naturales o tcnicos, sujetos u Ob-
jetos: todas estas distinciones se desdibujan, en beneficio
de la in~i.Qcacin sensible_diferencial). Entre todos los
cuerpos -sensibles o insensibles, si es posible delimitar
con precisin lo que esto pretende separar- circula una
abundancia de contactos, reflejos, presiones, recalenta-
mientos, desplazamientos, desgastes, vibraciones: una
sensibilidad que deberamos calificar de pnica, expandida
por doquier, en todos los sentidos, y por doquier estreme-
cida, tensa, de acuerdo con ritmos y modulaciones diver-
sas, que no dejan de remitir de todo a todo, de lo prximo a
lo prximo (contigidad de los colores, despliegue de los
matices, los brillos, los tornasoles, de sus proximidades con
las texturas, las superficies, los pliegues, etc.) y de lo lejano
a lo lejano (separacin entre color y sonido, entre distancia
y perfume, entre lnea y tinte, etc.), as como desde el
mundo inmediato, al alcance de la vista, la nariz, el odo,
144
hasta el universo cuya comunicacin comenzamos a pre-
sentir Ouz de las estrellas, deriva de los continentes, alas
de la mariposa de las islas de la Sonda...), mientras que el
intercambio, la divisin y la particin se juegan as de sen-
tido en sentido y forman un sentido nuevo, en exceso con
respecto a la significancia, sin otra subsuncin ni otra reso-
lucin que las que puede llevar a cabo, provisoria y suspen-
dida, una forma ordenada por uno de esos fragmentos (o
estados), o bien para l o como l. (Mmesis? Metexis? r
Expresin? Impresin? Creacin? Extraccin? Cmo
produce el pintor tal color, y tal sonido el msico?)
7
Paul Valry, Cahiers, vol. 1, Pars: Gallimard, 1973, pg. 359.
8 Paul Valry, Cahiers, vol. 2, Pars: Gallimard, 1974, pg. 1125.
145
el registro que ha extrado, que lo levanta contra los otros
para aislarlo, exacerbado, excedido, expresado hasta la
esencia (un rasgo, una astilla, el monstruo de una forma
por nacer), y que, al mismo tiempo, lo apretuja contra ellos:
para descartarlos mejor (visin, nada ms que visin, se-
pultada toda sonoridad, o bien tacto, nada ms que tacto de
ciego, aun cuando de este modo no defino ningn arte de-
terminado, y la pintura tambin escucha a su manera;
aunque, cuando escucha, no ve ni brilla), pero, simultnea-
mente, para hacerles sentir, unos a otros, su proximidad
perturbadora (el rojo intenso se pone a gritar o a pregonar,
el grano de un mrmol llega al ojo antes que a la mano). As
se delimitan las artes: mediante una intensificacin que
separa registros y, a la vez, los irrita o los agita al contacto
recproco.9Y as se embarcan en una metaforicidad indefi-
nida de unas a otras, por la que ninguna puede decirse sin
recurso a las dems (color sordo, voz colorida, curva blan-
da, perfume spero... ): mas esta metafrica no se mide por
ninguna propiedad comn o dominante, y por consiguiente
tampoco llega a extinguirse en ella. La metfora de arte en
arte constituye, mucho ms, una metamorfosis siempre
incoativa, jams cumplida sino, al contrario, impedida por
el privilegio otorgado en cada oportunidad a un registro, un
registro constituido, en s mismo, por un gesto de activa-
cin y recorte.
Las artes se sienten unas a otras; no pueden no sentir-
se: tocan as en todos los aspectos, sensiblemente, el orden
sensato del sentido, que abren desmesurada, insensata, in-
sensiblemente. Pues la diferencia de los sentidos sensibles
no es otra que la diferencia en s del sentido sensato: la no
tot~lizacin de la ~erie~, sin la cual no habra ex-
penencza.
146
7. Praesens
Este ensayo, ..Praesens~, se public por primera vez en itali~o e in-
gls en Gianfranco Maraniello, Sergio Risaliti y Antonio Somaini, eds.,
Il dono: offerta, ospitalita, insidia, Miln: Charta, 2001. (Las obras
plsticas mencionadas en el texto se exponan en la muestra a la que
est consagrado ese libro y que se realiz en el Palazzo delle Papessc de
Siena.)
148
Tener un don: as se dice en varias lenguas, con el sen-
tido de poseer un talento, una facultad, una destreza o una
gracia particular para la ejecucin de un arte, una tcnica o
un sauoir-faire determinado. Alguien tiene un don de baila-
rn o bailarina, el don de lenguas o el de entablar contacto
con desconocidos.
Quien tiene un don est, en francs, dou. Este trmino
tiene el mismo sentido y el mismo origen que dotado, que
significa poseer una dote, es decir, un haber econmico
otorgado por los padres con vistas al matrimonio (se recor-
dar el papel desempeado por la dote en los clculos de
alianzas del mundo de Balzac, por ejemplo). Dotado o dou,
se dispone de un don recibido. Si tenemos a bien olvidar,
por el momento, los clculos llenos de codicia que rodean a
la dote burguesa, y que no tienen nada de gratuitos, podre-
mos tratar de considerar la posesin del don como tal.
Quien est dotado no ha hecho nada para estarlo y no
da nada a cambio del don recibido. Ha recibido algo que no
se le deba. Por eso el don aparece con frecuencia como in-
debido, injusto o al menos insolente [insolent], tal cual se
dice de buena gana en francs acerca de l, o con referencia
a la suerte. De alguna manera, hay en el don una brav~~
una afrenta a la~p~i!l.; Curiosamente, en francs vulgar
se dice con facilidad: j'I'iene un don, el muy cochino! [Le
salaud, il a un don!], como si ese don>> revelara de parte
del dotado>> una deshonestidad que, al parecer, le habra
servido para procurrselo.
La persona dotada deja ver una paradoja: no haber he-
cho nada para obtener el don, no estar por consiguiente
obligada con nadie, y, sin embargo, no deberlo a s misma,
pero estar a la vez, de cierto modo, en deuda con todos por
su ejercicio: pues de ella se espera que lo utilice. Estar do-
tado(a) sin hacer nada con ello es una manera de traicio-
149
nar: uno se traiciona a s mismo y, en primer lugar, a los
otros.
Hay en esto algo que describe con la mayor precisin la
esencia del don: este no slo no es proporcionado en la eco-
noma de un intercambio, no slo supone que el donante se
eclipse detrs de su don (o en l), sino que, una vez recibido,
este no se posee en propiedad. El don del dotado no es un
regalo del que este pueda servirse. Es ante todo, y en lo
fundamental, una capacidad que debe producirse para estar
conforme a su esencia. Quien est dotado(a) debe ejecutar su
don: cantar, dibujar, cocinar o seducir. El don no es nada si
no se da a conocer en su ejecucin: al margen de ella, no es
un don, no es nada. Difiere en este aspecto de una facultad,
consistente tanto en la potencia como en el acto. Si conside-
ro que alguien tiene la facultad de permanecer mucho
tiempo en un estado de apnea, presiento algo con respecto a
las condiciones orgnicas y psquicas y al entrenamiento
que sostienen esa facultad. Pero en quien tiene el don del
dibujo, o de la fotografia, no presiento nada parecido. Me
parece, antes bien, que su mano o su ojo estn modelados
por el don, en vez de ser su soporte o su motor.
El don, entonces, se impone y se expone: uno lo recibe
como cado del cielo (musa, genio, talento, chic, estilo) y s-
lo lo tiene en tanto y en cuanto aquel acta y se muestra.
Ese don revela de tal modo una propiedad fundamental del
don en general: as como el donante no puede considerarlo
salido de s mismo, de su propiedad (so pena de apropirse-
lo en la medida misma en que lo da), el donatario no puede
considerar que lo ha hecho suyo.
Un don no se transmite ni se comunica. Es eso lo que
comprendemos del don en el sentido corriente cuando nos
prohibimos en forma espontnea dar a otra persona algo
que nosotros mismos ya hemos recibido en carcter de re-
galo. Un don es inalienable, porque tampoco ha sido enaje-
nado de una primera propiedad.
El don slo se pertenece a s mismo, y, con ello, no perte-
nece a nada. El dotado no posee su don: este lo posee a l.
Un(a) artista es alguien que se impone y se expone como
dotado(a). No en el sentido de dar muestras de una des-
treza especfica, una tecnicidad elaborada (aunque a me-
nudo, y a justo ttulo, esas caractersticas tambin formen
150
parte de la imagen), sino en el sentido de que lo que hace
existe en esa independencia con respecto a l(ella), en esa
sustraccin a su dominio que todo este debe hacer valer,
pero con la precaucin muy especial de no reemplazarla ni
ocultarla.
El reconocimiento de esa autonoma del don exige a su
vez el don de un juicio del gusto que, en s mismo, est dota-
do de manera simtrica. No todo el mundo est en condi-
ciones de apreciar de igual modo en el orden de todas las
artes, y tampoco en este caso se trata nicamente de una
cuestin de competencia tcnica. Es una cuestin de olfato
o feeling, como suele decirse. Esto es, de algo que, por su
cuenta, es tan independiente del sujeto como, en el artista,
lo es el golpe de genio de la mano o el ojo.
Nuestra modernidad positiva y analtica se niega a los
encantos demasiado vaporosos de la inspiracin o los Se-
cretos. De ese modo, contribuye a agudizar an ms la
sorpresa en que siempre consiste el don. Si considero con la
mayor frialdad del mundo a un artista que pinta, sin ro-
dearlo de ninguna aureola ni suponerle ningn inspirador
divino, ms me arrojo al encuentro del gesto de su mano, de
esa seguridad que slo es en parte la del oficio, y que slo
existe verdaderamente debido a que, en lo esencial, no deja
de estar desnuda, expuesta, aventurada, jams segura de
s misma.
El don es la seguridad desasegurada, la certidumbre
imprevisible, la precisin no calculada.
151
mensiones: siempre y en cada oportunidad, la exactitud del
don de la obra. -
(Sin lugar a dud~ uno de los aspectos de la idea du-
champiana del ready-made es el de ese don de la obra: con
un gesto, en un instante, la cosa aprehendida como encon-
trada -n la interseccin de lo fortuito y la cita- queda
provista, dotada de lo que la hace obra, de lo que la obra
ms ac o ms all de toda obra. Suceda de otra manera
cuando Caravaggio o Delacroix captaban una sombra fur-
tiva, un resplandor en la masa, su propia cuchillada?)
Es el don del artista, por el hecho de que este (o esta) es
la autoridad absoluta, la instancia suprema que decide so-
bre el golpe de genio: de la mano, del ojo, el golpe que afecta
la pieza tal como esta debe ser en ausencia de todo deber
ser, de toda finalidad preestablecida, de todo uso predeter-
minado, como no sean la finalidad y el uso de hacer obra, es
decir, de dar a uer ese don que ella es. Pero una decisin se-
mejante debe, ante todo, decidir remitirse al don del golpe
de genio tal como este ha de preceder o seguir siempre to-
dos los clculos, todos los preparativos.
Una obra es el don de su don y, estrictamente , nada
ms. El don del artista no es ms que la decisin de hacer y
de dejar darse ese don. El(la) artista est dotado(a) en el
sentido de que est decidido(a).
Es como el sexo;; mi sexo me es dado en cuanto me de-
cido a ello. Decidirse a ello es dejrselo dar, es hacerse de-
cidir por el don. Desde luego, no se trata de <<hombre o
mujen>, sino de muy otra cosa: la exactitud de un golpe, de
una emocin, de una tensin, de un estremecimiento y de
un salto a lo desconocido. La cosa debe salpicar. La exacti-
tud no est en la descarga, en la reduccin de la excitacin:
est en la salpicadura misma, en su carga irritada, vida de
irritarse ms an. Hacer una obra o gustar una obra (gozar
de ella) debe ser como hacer el amor: absolutamente exacto
y sobrecogedor.\
Dar y tomar: lxico elemental del furor amoroso.
Esta-comparacin de la obra y el sexo es adecuada para
sugerir que se trata de manar. O, si se quiere, que la cosa
pasa por un chorro [iet]: as como en francs se habla de
premier jet para referirse al bosquejo, a condicin de recor-
dar con claridad que no hay obra que pueda dejarlo por
152
completo atrs. La obra consumada es aquella en que el
bosquejo insiste hasta el final. (El amor consumado es
aquel que no est saturado, saciado~o que vuelve a ser
deseo y eterno retomo del dese~Deseo que goza al dese~
El primer esbozo, el bosquejo a mano alzada, ef status
nascendi, es el elemento en el cual el don se hace conocer.
Un buen ejecutante privado de don puede hacer todo, salvo
esa alzada, ese apunte, ese borrador o ese boceto al natu-
ral. La gracia del comienzo es lo que hace efectivamente
que un comienzo comience: que no tenga nada tras de s,
que no sea ya una etapa en un recorrido, en la realizacin
de un plan. El bosquejo debe exceder todo plan posible,
todo proyecto ya formado.
El don que mana as -por poco que se lo deje manar-
est desde el inicio ms all del don mismo. Pues en lugar
de ofrecerse bajo la categora econmica y afectiva del
don, inscribe otra categora muy prxima, la del presente.
El presente> es un don: es el don en cuanto presenta algo,
en cuanto tiende un regalo al donatario. Todo se concentra
entonces en esa presencia: aqu y ahora, esto, esta cosa
(aun cuando no se la vea, aun cuando est envuelta en un
papel destinado a presentarla como regalo), se convierte en
la presencia del presente vivo que se inmoviliza y se ordena
en torno a ella. Esto, mira, te lo doy, y en consecuencia me
lo doy tambin como ese presente que trastorna y reordena
toda la presencia entre nosotros y a nuestro alrededor.
El presente que mana: que no puede sino manar. No
hay que preguntarse si a continuacin vuelve a caer, pues
no hay nada que venga a continuacin. La obra de arte est
plenamente ocupada en retener en s, sobre s, como su for-
ma misma, ese rasgo de un presente que surge. .
El presente del tiempo -el ahora- como el presente
del don: las manos sosteniendo el regalo que presentan (no
se puede traducir ese don de lengua, ahora [maintenant] y
manos sosteniendo [mains tenant] .. .: todo es dado a cada
lengua, pero no todo de la misma manera). El arte retiene
el presente que se presenta: retiene el impulso de una
presentacin. Retiene, es decir: suelta.
'Ibma y recibe, date a lo que tomas, djate tomar, eso es
tu propio presente. Eso es el presente de tu propio don: este
te presenta a ti mismo.
153
Pero el presente es prae(s)ens: es ser-delante-de-s. Ser
que se precede. Ser que se anticipa. Como el don del artista
ha precedido al artista en el hombre o la mujer, y como el
artista, as, se precedi a s mismo, y como el arte, as, lo ha
precedido, de tal modo que, para terminar o, mejor, para
empezar, no habr habido ni hombre ni mujer, y ni siquiera
artista, sino nicamente esa precedencia del arte. O bien,
ya que no hay que detenerse en tan buen camino, el arte
mismo (el arte mismo?; pero si no tiene identidad!) habr
sido precedido por otra cosa, que lo habra de relegar de
antemano en la sombra incierta de estas palabras dudosas
(arte y belleza, Sublime y esttica).
Qu es, entonces, lo que precede al arte? Cul es la
prae(s)en tia del arte, o la prae(s)en tia sobre el arte? Por
hoy, la llamar trazo: la lnea tirada, el tractus. El trazo
que la mano tira y que, sin embargo, se tira a s mismo, so-
lo, con anteriorid ad a todo dominio manual, pero gober-
nndolo: el trazo que da a s misma esa mano y su manera
(su manejo, su tcnica y su traza). El trazo sacado de la au-
sencia de trazo, extrado de la extensin virgen. El plegado
o la sangra, el sealamiento, la signatura , la lnea com-
puesta por una infinidad de puntos infinitam ente mul-
tiplicables.
El trazo de la prae(s)en tia surca la presencia inerte, la
vida que se alimenta de s. No es vida, sino chorro y golpe
de la mano, tensin, estremecimiento, dao irreparab le he-
cho a la simple presencia, recorte irreversible del ser ah.
Es ser-en-otra-parte, ser-delante, ser-afuera. De eso est
dotado: del golpe que pone afuera. (Est dotado: quin
es ese l que lo est? El artista? El arte? El trazo? La
obra? Vaya uno a saber!)
Es un golpe, una traccin, una atraccin: una tirada, un
estirn de la cosa misma que se irrita por su situacin de
cosa y se desea an ms real. Es el estiramiento del ser que
no cabe en su dimensin de ser: que comienza a devenir, a
aparecer y desaparecer. Un golpe, un choque, un paso, un
conducto, una estela como detrs de un cometa, el pasaje
mismo atrado en su ser estirado de pasaje: sin ser, sin
sustancia , transent e fugaz que se lanza al encuentro de s
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mismo, ms all de s, sin tener ningn s y, por consi-
guiente, ms all de nada, solamente delante de todo lo
que podra ser alguna vez, de todo lo que podra aparecer
un solo instante como una presencia. Pero presente en to-
das las cosas, trazando el surco de s misma y su propio ras-
tro, su estela de absoluto.
La obra de arte: una presencia dotada de presencia.
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Coleccin Mutaciones
Obras en preparacin
Obras en preparacin
Obras en preparacin