Massimo Cacciari El Dios Que Baila PDF
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PAIDÓS
Índice
Prólogo
El espejo de Platón
Narciso, o de la pintura
De Hegel a Duchamp
Prólogo
Ídem.
unentbehrlichen Funktion der Seele..."47 [el simple
resultado de la imaginación, una función del alma
ciega aunque indispensable...]. Ahora bien, de manera
general, sin la intervención de esta síntesis, no
podríamos acceder a ningún conocimiento. La más
mínima percepción no puede ser "imaginada" más que
como siendo ya una imagen, una puesta-en-imagen.
Atención: toda síntesis ulterior no es sino un efecto,
un simple efecto, de este "tätiges Vermögen" al que
nos resulta imposible atribuir cualquier fundamento.
La perspectiva empirista se ve así totalmente
invertida: la percepción elemental no es el punto de
partida de la imaginación, sino lo contrario.48El ojo en
sí mismo produce ya imágenes, "crea" fenómenos, y
estos fenómenos constituyen el contenido mismo de la
percepción. Solo a partir de la enseñanza platónica
podemos comprender el alcance de esta
reconstrucción del mundo del conocimiento sobre la
base de una "Einbildungskraft" ciega.
Así como en Platón la imagen en el espejo no
presupone nada verdadero, en Kant, la imaginación
funda síntesis ulteriores, incluso cuando ella misma es
totalmente infundada. Es ciega, así como es ciego el
espejo de Platón. Este, en efecto, no mira la idea
(ahora bien, es esa mirada la que funda la mímesis),
47 Kant, Crítica de la razón pura (1781), primera parte, tercera
sección.
48 El hecho de "que la capacidad de imaginación sea un
elemento necesario de la percepción misma es algo que ningún
psicólogo pensó hasta hoy" (Kant, Crítica [1781], p. 89).
ofrece imágenes. El espejo no mira, sobre el espejo se
reflejan apariencias, eso es todo. El espejo es ciego: no
ve lo que es. Parece ver: tal es su suprema apariencia.
Ver algo en el espejo no es más que una pura imagen
para el espejo. En realidad, el espejo imagina lo que
no es. Para Platón el espejo constituye una pantalla en
relación con lo que es. Ahora bien, esta pantalla no
podría ser atravesada. Para Kant también el espejo es
ciego -pero es precisamente en virtud de su capacidad
ciega de poner-en-imagen que es posible conocer algo:
solo los phainómena del espejo son cognoscibles-.
Ahora, lo que el ojo percibe no es sino lo que reflejaba
el espejo platónico. Y, si el espejo platónico estaba
ciego, ahora es nuestro ojo el que está ciego. No ve,
imagina. E imagina así corno ve. Sueña que ve. Crea,
inventa imágenes de la vista misma, sin ver nada
verdadero. He aquí sus mundos, sus lunas, sus soles,
he aquí él-mismo.
El ojo platónico veía porque algo se daba a la
vista, algo que trascendía la visión era aprehendido: la
idea, que demiurgo alguno jamás produjo, jamás
imaginó. Solo podemos ver si eso que vemos no es
más que una imagen, un producto de la imaginación.
De otro modo, afirmar que algo se ve, o de una
manera general que lo vemos, no tendría ningún
sentido; solo podemos afirmar que unimos imágenes
que surgen de nuestra imaginación: en suma, que
imaginamos imágenes. Y el mundo entero no es otra
cosa que su teatro. El hecho de que la idea se da
constituye, en términos platónicos, la única salvación
posible de la visión. La posibilidad de ver está
suspendida de la trascendencia de la idea. Esta
trascendencia perdida inaugura la edad del espejo; las
imágenes inmanentes que emergen a la superficie del
espejo constituyen en lo sucesivo el único contenido
de nuestro conocimiento. El Narciso kantiano percibe
imágenes; ahora bien, en cuanto percibe, imagina, no
ve lo que está conforme a la verdad, no ve más en
general. Produce él mismo un fantasma inalcanzable,
dicho de otro modo: un fantasma que no puede jamás
ser aprehendido directamente, o perfectamente; un
fantasma frente al cual somos siempre ciegos. Lo que
se le aparece como perceptum es en realidad un
fictum. Inventa una imagen, que se convierte en el
fundamento de lo que cree percibir. En realidad,
conocer significa únicamente descubrir esta ficción:
conocer significa descubrir el carácter imaginativo de
la percepción, o más bien descubrir que imaginamos
percibir algo como "exterior" a la imagen. Tal es el
verdadero límite del conocimiento, el verdadero
contenido de la crítica de la razón.
Ficción suprema de los espejos. Lo que ponen-
en-imagen no puede ser captado como perceptum. En
los espejos toda percepción se "realiza", se
"transforma" en fictum y, por lo tanto, ya no puede ser
captada. Lo que los ojos hacen aparecer como
largamente Escher.
imagen de todos los seres. El mundo no es más que su
imagen especular. El espejo aparece como demiúrgico
—sin duda, su demiurgia se opone a la demiurgia
platónica que es una mímesis de la idea trascendente
—.
Miseria del espejo, vanitas del espejo que
"quema" sobre su superficie toda presencia real. Y, sin
embargo, fuerza demiúrgica del espejo, en tanto
poietés, creador extraordinario de imágenes. Lo único
que nos es posible es crear imágenes, puesto que tocar
la verdad en sí de la cosa nos está negado. De hecho
hasta sería necesario decir que todo lo que podemos es
crear, y que la fuerza misma de nuestra imaginación,
de nuestra capacidad de invención, es proporcional a
nuestra miseria, y viceversa.
Melancolía de no poder percibir-comprender; impulso
"libre" e irreprimible de la inventio. Tales son los dos
"acordes" de los cuales se hace eco el espejo. Ambos,
en efecto, crean la melancolía del poeta, del inventor,
del hombre de "genio", impotente y alado, esa imagen
misma que, desde el humanismo, atraviesa el conjunto
de nuestra cultura y alcanza su conocimiento más
desesperado y más profundo precisamente en el
manierismo. Durante este período, en efecto, la
Cf. "El hacer del canto" en este mismo libro.
¡Creador de imágenes y, como si fuera poco, armoniosas! Tal
es el milagro del Parmigianino: a la vez que deforma, el espejo
crea armonías. La potencia del espejo es tal que lo que aparece
como "raro" puede también revelarse como perfectamente
armonioso.
melancolía de la inventio, la melancolía constitutiva
de toda Einbildungskraft, se convierte en un aliento
tan impetuoso que tira abajo el espejo mismo, que
quiebra definitivamente en mil pedazos esos mismos
espejos que ya no son sino los fragmentos, los
residuos, en lo sucesivo casi desentendidos de aquel
antiguo órgano de la vista que era el ojo del demiurgo
platónico.
49
Narciso, o de la pintura
EDMOND JABÈS
Ídem.
ningún valor extático. De hecho, la música puede ser
concebida como "eine ganz allgemeine Sprache",
precisamente porque su lengua no tiende hacia nada,
porque no está habitada por ninguna intención y no
admite ningún horizonte de trascendencia.58 Este
movimiento de emancipación respecto de la
representación implica un inmanentismo radical. La
música no expresa ningún deseo de absoluto (como en
numerosas concepciones románticas), al contrario, trae
de vuelta toda tensión a su centro de gravedad, a la
fuerza que le es inmanente y que estructura todo
lenguaje.59La música es el mundo, no es una
representación del mundo, no es la imagen de un "yo"
que reconoce el mundo como su propia idea, sino que
constituye una objetividad directa del mundo como
voluntad, del mundo dicho de otra manera, en su
necesidad indefectible. Por eso no solo la música es
totalmente independiente del mundo fenoménico
("ganz unabhängig von der erscheinenden Welt"), sino
que, en tanto objetivación de la voluntad, se sitúa más
58 Sería sin duda interesante comparar esta concepción de la
música con la de Hanslick que, en el plano filosófico, es de lo
más opuesta a la de Schopenhauer. Cf. F. Serpa, ob. cit., p.
xxix.
59 En Schopenhauer, ese movimiento hacia su "centro"
inmanente que persigue la música, parece haber escapado
totalmente a Nietzsche que, en su crítica contra todo ascetismo
místico, asimila a Schopenhauer con Wagner.
Ídem.
60Totalmente sorprendente es la "simpatía" de Schopenhauer
por la tradición clásica de la estética hindú, según la cual la
esencia de la palabra poética no se resume en su sentido, así
como no está sometida al tiempo cotidiano en su
"tridimensionalidad", en tanto ella misma constituye en sí el
perfecto análogon del Mundo en sus movimientos esenciales.
representación".61Entre la música y la voluntad no
puede existir más que una relación analógica, fundada
precisamente sobre su irreductíbilidad a la dimensión
representativa. La música es la "imagen de la
voluntad" únicamente en el sentido en que, así como
sucede con la voluntad, ninguna imagen puede
expresarla, representarla. A fin de ser la "imagen" de
la voluntad, la música debe constituirse como una
imagen que no reenvía a nada. Pero esta afirmación
engendra necesariamente una serie de paradojas y
antinomias, que forman la "sal" de la estética
schopenhaueriana. De aquí en más, no obstante,
podemos mostrar cómo este trasfondo metafísico
constituye el origen de la polémica contra toda
música-con-palabras y contra la utilización de las
seductoras teatralidades en la obra musical.62De hecho,
63 Ídem, p. 475.
extraordinariamente interior de la música".64 En la
música de ópera esta barbarie alcanza su colmo,
"hacemos presión sobre el espíritu" por medio del ojo;
"ocupamos" el espíritu distrayéndolo con ballets, una
intriga, escenarios imaginarios, juegos de luces. Lo
que no debería ser más que accesorio, deviene la
finalidad misma de la ejecución de la obra: un
esfuerzo bárbaro y espectacular para transponer en el
lenguaje cotidiano de la intuición sensible la voz
"extraordinariamente interior" de la música y de su
escucha, su simplicidad ("Einfachheit"). "En rigor,
podríamos llamar a la ópera un invento no musical,
para favor de espíritus no musicales, y para los cuales
la música debería ser introducida de contrabando",65a
través de medios exteriores, de historias insípidas y de
"charlas poéticas". En el sistema general de las artes,
el "demasiado humano" de la representación y de sus
"órganos" prevalece sobre esta excepción paradójica
que representa la música.
Pero el "indolente desprecio" ("die höhnende
Verachtung") con el que el gran maestro trata estos
medios, no podría ocultar el carácter profundamente
aporético de esta vía interior que decidió seguir, de
este "mundo" que quiere crear a partir de nada. La
"vía interior",66en efecto, conduce, a la "única cosa"
64 Ídem.
65 Ídem, p. 477.
Ídem, p. 478. "Rossini llevó todo esto al extremo, al punto de
burlarse de la palabra", Colloqui, ob. cit., pp. 210-211.
66 A. Schopenhauer, Die Welt, ob. cit., vol. III, p. 228.
que nos sea "inmediatamente conocida", si bien
escapa a la esfera de la representación y que no nos
sea dada como los fenómenos: lejos de estar vacío, el
conocimiento que cada uno tiene de su propia
voluntad "es más real que cualquier otro conocimien-
to". El hecho de que seamos nosotros mismos la cosa
en sí, el hecho de que la Voluntad constituya la esencia
de todas las cosas, y por lo tanto del sujeto que se
conoce a sí mismo, es el resultado de "un recorrido
subterráneo, de un lazo secreto que, de repente, nos
introduce a pesar nuestro en la fortaleza", hacia esa
"puerta estrecha que conduce a la verdad". Desde
entonces, la música, por así decir, no debería
representar más que el sonido de la meditación que
nos conduce hacia esa "única puerta estrecha"; mejor
aún: el sonido de ese instante en que el sujeto que
conoce decide afrontar el extremo periculosum de ese
umbral, de ese instante crítico, mientras que al
desviarse del fenómeno, de la representación, la fuerza
de la meditación se dirige al ser más secreto, al núcleo
de cada individuo. Y esto precisamente porque
aceptamos reconocer que "no somos solo el sujeto que
conoce, sino que pertenecemos nosotros mismos al ser
que se trata de conocer".67Pero, este ser íntimo, este
núcleo ineluctable y necesario, cuya música, bastante
más que una imagen, sería un perfecto análogon, ¿no
Ídem, p. 229.
67 Ídem, p. 228.
se expresa como "pulsión insensata" ("ein
unvernüftiger Trieb"), como un dispositivo autómaton
sin fin e incansable, como dira cupido en relación con
la vida, como conatus, o deseo de existir? ¿Qué
significa la creación musical como objetivación
directa de la Voluntad, sino un conocimiento más
exigente y más desencantado, o mejor aún: una teoría
trágica de la necesidad del en sí de todas las cosas, que
impone saecula saeculorum el tormento de vivir? Tal
es, parece, la conclusión inevitable: en la música se
trata de una teoría que conmueve (pathos) al auditor,
sin ofrecerle refugio ni consuelo; no obstante, es
solamente a través de este sufrimiento que el
individuo se purifica (cátharsis). La tragedia, "en el
espíritu de la música", no podría comprenderse de otro
modo (encontramos un eco de esta idea en la
concepción nietzscheana del drama como dran).
Desde entonces, lejos de ser redentora (Erlösung), la
música aparece como una teoría trágica de la
Voluntad. Ahora bien, la distancia en relación con las
diferentes versiones que asume en Wagner una
concepción "redentora" de la música, se revelaría así
precisamente abisal. No obstante, tales no son para
nada las últimas palabras de Schopenhauer al respecto.
El sistema de las artes, y la música en el seno de
este sistema, corresponden igualmente a la primera
dimensión de la Verneigung, en suma, constituyen
igualmente la primera manifestación de esta
Ídem, p. 419.
posibilidad o facultad que sería dada al hombre, de
negar toda voluntad a la vida. Esta "trasscendentale
Veränderung",68 esta metánoia [cambio de opinión],
que constituye el único acto de libertad del que el
fenómeno (la única creación libre del mundo) es
capaz, inaugura su propio movimiento en el dominio
de las artes, y, en particular, como veremos, en el de la
música: es aquí donde el misterio de la libertad se
revela por primera vez. La Verneinung
schopenhaueriana debe ser comprendida como esa
difícil metamorfosis del conocimiento que, a partir de
su sujeción absoluta e incondicional a la Voluntad,
tiende hacia "jener Friede", "jene tiefe Ruhe", los
cuales se sitúan bastante más alto que la
razón:69"Aufgeben des Willens", vuelco de la Voluntad
contra sí misma que, por fin libre, plantea "nuestro tan
real universo con todos sus terrenos y sus vías lácteas
como-nada". Lo que fue dicho hasta aquí, a propósito
de la extraordinaria instancia anti-rrepresentativa que
invade la estética schopenhaueriana, debe ser
reconsiderado, pues, a la luz de la conclusión a la cual
llega el sistema, o de su epifilosofía: en tanto
Verneinung de esa "sujeción" de su lengua al "qué es",
la música constituye un momento decisivo de esta vía
Ídem, p. 508.
paradójica, de esta vía excepcional70(en el sentido
propio del término Ausnahme), que se llama
redención, o liberación del sujeto del conocimiento de
todo lazo con la Voluntad.
Schopenhauer confunde, en una misma
perspectiva, el puro conocimiento de la Voluntad
concebida como fuente de toda manifestación y la
capacidad (Kraft) de liberarse de todo lazo con la
Voluntad misma. Por un lado, parece que, a partir de la
teoría según la cual el conocimiento en general no
sería más que un fenómeno, a partir del lazo
inextricable entre conocimiento y representación, el
sujeto que conoce no podría alcanzar más que el puro
reconocimiento trágico del carácter insuperable del
horizonte de la Voluntad; en suma, que no podría
constituir más que el espejo límpido de esa Voluntad o
mejor aún: que no podría ser más que la resonancia
musical. Por otro lado, sin embargo, esta misma
"ruhige Kontemplation" parece expresar una fuerza o
un potencia del espíritu ("Kraft des Geistes") que sería
capaz de liberarnos de la voluntad misma y de
transformar-metamorfosear el sujeto en "willenlose
Subjekt". El pasaje del § 34 del libro III, donde este
tema es por primera vez ampliamente desarrollado,
contiene numerosas referencias a la tradición mística
eckhartiana (de la cual sabemos hasta qué punto
70 Solo los hombres pueden no subordinar el conocimiento a la
voluntad, y, como si fuera poco, únicamente en "casos
excepcionales" (Die Welt..., vol. I, p. 231).
A. Schopenhauer, Die Welt..., vol. I, p. 231 y sigs.
influyó a Schopenhauer) y oriental: este párrafo, en
efecto, está completamente dominado por la idea de la
Gelassenheit, o de una pérdida del sujeto en la
contemplación, llegando hasta el olvido total de su
propia individualidad y voluntad, hasta la renuncia
absoluta de todo objetivo o interés (el hombre noble,
según Eckhart, es aquel que se desvía de todas las
cosas, aquel que no es retenido por ninguna voluntad).
Así es igualmente caracterizado el Genio que crea la
obra de arte, en tanto libera el conocimiento-
contemplación de toda Voluntad, de toda
intencionalidad, de toda finalidad, de todo proyecto
determinado; la nobleza del Genio consiste
esencialmente en el desinterés soberano o en la
inutilidad de su creación.
Pero, lejos de aclararse, la paradoja se oscurece
cada vez más. La "vía" mística de la Gelassenheit, en
efecto, se revela incompatible con la de la creación
genial. Sin duda, en este último caso, el intelecto se
La cuestión del Genio está ampliamente tratada en el capítulo
31 de los Suplementos (vol. IV, p. 445 y sigs.). Schopenhauer
radicaliza la noción de "desinterés" schilleriano, interpretándolo
en un sentido místico-contemplativo. Esta noción
schopenhaueriana de una "generosidad" (Edelmut) de la
inteligencia que, contrariamente al hombre común (este
"Fabrikwaare der Natur"), no está más sometida a la tentación
de espiar, de escrutar (spähen), aparece más o menos en los
mismos términos en Heidegger, a propósito de la oposición
entre "rechnende Denken", pensamiento calculador, y
"Besinnung", meditación.
libera de todo objetivo "útil" y determinado; actúa,
ciertamente, como si no tuviera nada que ver con los
"proyectos" de todos los chapuceros (Pfuscher)71 de la
tierra, pero únicamente en tanto el intelecto devino un
puro análogon de un mundo donde la voluntad
renueva sin cesar su velo de Maya. El desinterés de la
creación genial es pro-ductivo, de una manera mucho
más radical, esencial y trágica que la del desinterés de
los chapuceros ordinarios. Gelassenheit significa, al
contrario, abandono de toda intención productiva, a fin
de que el llamado, imprevisible Kairós, pueda tener
lugar y ser oído. No obstante, es en la dimensión de la
Gelassenheit donde se derrumba toda subjetividad, y
no en el sistema schopenhaueriano: aquí, en efecto, el
Genio es todavía definido como sujeto del
conocimiento. Aquí, el sujeto del conocimiento
debería manifestarse como "reines, willenloses,
schmerzloses, zeitloses";72 el sujeto del conocimiento
(el conocimiento) se queda, solo la Voluntad
supuestamente se desvanece. ¿Pero cómo considerar el
hecho de que el sujeto y la voluntad no se pertenezcan
indisolublemente? ¿La Voluntad no expresa
precisamente el fundamentum inconcussum
[fundamento inquebrantable] de toda manifestación, o,
dicho de otra manera, la subjetividad, el Subjectum-
Substratum? ¿Cómo el sujeto del conocimiento puede
superar la iluminación-reconocimiento de la miseria
75Ídem, p. 547.
Ídem, p. 709.
hablar, a la manera eckhartiana, de una disolución de
la subjetividad, ni siquiera de la negación, Verneinung,
de lo que fue reconocido como una terrible condena.
Una vez planteado que lo Inmutable reside
exclusivamente en la Voluntad, que solo la Voluntad es
determinante y que el intelecto no es más que un
fenómeno secundario, entonces se vuelve posible
"deducir" una infinita nostalgia por la Nada, una lucha
encarnecida contra la Voluntad pero, al mismo tiempo,
su impotencia absoluta. El triunfo del conocimiento
sobre la Voluntad jamás podrá ser celebrado. 76Lo que
se renueva sin cesar es más bien el naufragio de esta
nostalgia.
Sin embargo, la Heilsordnung, la salvación que
Schopenhauer intenta "extraer" de los fundamentos
trágicos de su teoría del conocimiento choca contra
"los muros de nuestra prisión".77La salvación es
concebida como aquel poder del espíritu de
"eventualmente querer de otro modo" ("anders
wollen": tales son las últimas palabras de los
Suplementos de El mundo como voluntad y
representación); pero esta expresión es de lo más
76 Ídem, p. 546.
77 Ídem, pp. 751-752. Cómo no evocar ese lector atento y ator-
mentado de Schopenhauer que será Wittgenstein: "Hay en el
hombre la tendencia a darse la frente contra los límites del
lenguaje". Esta manera de "darse la frente" contra los barrotes
de nuestra jaula es un acto absoluta y perfectamente
desesperado. Leçons et conversations, París, Gallimard, 1971,
p. 155.
equívoca, ya que si es perfectamente concebible que el
intelecto pueda querer "de otro modo" e
independientemente de todo esquema de objetivo, el
hecho de que la voluntad, en tanto tal, pueda querer su
propia negación, que sea posible querer el no-querer,
constituye una paradoja absoluta. Ahora bien, tal es
precisamente la paradoja a la que se confronta el
sujeto cuando, desesperado, comprende que el delirio
insensato de la vida no es más que una manifestación
de la Voluntad. Tal es su extremo tormento: renegar de
esta manifestación equivale a querer borrar la sombra
de un sueño. Sin embargo, reconociéndolas como
tales, nuestra voluntad puede desviarse de esas
sombras, si bien no tiene ningún poder sobre la fuerza
que las recrea continuamente: para disolver esta
fuerza, haría falta encarar la autodisolución de la
Voluntad misma.
Desde que el sujeto del conocimiento decide (y
se decide) realizar el "Aufgeben des Willens", el
discurso se vuelve contradictorio. Es lo que subraya
Schopenhauer en una página central de El mundo
como voluntad y representación, donde trata de
resolver la antinomia concibiendo este Aufgeben
independientemente de toda intención, de toda
actividad o espera (la cual se afirmaría necesariamente
en el marco de la representación). Esa libertad, que
solo la negación de la voluntad parece prometer, no
80 Ídem, p. 513.
desvanece para dejar lugar a un canto que vibra del
deseo ardiente de una muerte verdadera, "contenta" de
sí y que el mundo como representación permite apenas
imaginar.
Esta voz, que no dejaba presagiar nada de la
angustia, del tormento, del deseo ardiente de amor y
de venganza que dominaban hasta aquí, avanza
realmente hacia nosotros volando. De manera
imprevisible, en un relámpago, se vio separada para
siempre del mundo precedente. Está sola, sin
embargo, incluso en el entrelazamiento del duetto:
sigue la línea de su meditación, ya siquiera la rozan las
pasiones que gravitan todavía alrededor de ella.
Renegó de todas para siempre. Su dolor, ahora, se
transformó en nostalgia —en nostalgia de la nada—.
Solamente así puede aparecer como una negación de
la Voluntad: no "triunfalmente", no en tanto obra, sino
negativamente, como naufragio, como renuncia y
"liberación" de todo interés finito; como impotencia
frente a la renovación incansable del juego de la
manifestación. Es cierto que esta excepción —que se
da un "entretiempo" inesperado, un vacío instantáneo
donde se abisma el movimentum de la vida— rara vez
fue comprendida y escuchada tan intensamente como
en ese pasaje de Norma.
La obra de Wagner está obsesionada por la
"búsqueda" de esta excepción. En esto —y
"solamente" en esto— Wagner es auténticamente
schopenhaueriano. Nietzsche tiene razón en el resto,
pero se trata tal vez, en verdad, de los "restos" de
Wagner, del "wagnerismo" de Wagner, por más
violentamente que esos restos hayan podido impo-
nerse sobre la escucha de su léxico más profundo, o
de sus "miniaturas" musicales.81Lo que es
esencialmente antischopenhaueriano en Wagner es la
relación entre la música y el mito, la idea de un
Mythein, o de un decir mítico, de la forma musical. La
crítica adorniana contra la gestualidad grandilocuente
y el histrionismo wagnerianos82(que retoma los temas
característicos de la polémica nietzscheana, pero sin el
oído de Nietzsche para el otro Wagner) simplifica de
manera reduccionista la verdadera idea conductora de
la concepción wagneriana del drama musical: que la
universalidad original del lenguaje musical pueda
De Hegel a Duchamp
¿Después de décadas de hermenéuticas
heideggerianas sobre el origen de la obra de arte, por
un lado, y de formalismos semiológicos sofisticados
por el otro, una fenomenología concreta del arte
contemporáneo no debería incitarnos a una relectura
inteligente de Hegel? Tal es nuestra convicción, y en
estas pocas páginas, quisiéramos limitarnos a indicar
un programa de investigación en vista de la
demostración de esta tesis.
Las dos principales concepciones filosóficas
sobre el arte que produjo Occidente, la concepción
platónica y la concepción hegeliana, son precisamente
las que dieron lugar a un gran número de
malentendidos. La primera, reduciendo la mímesis a la
imitación y estableciendo sobre esta base las razones
de su crítica contra esta parte de la póiesis "que es
relativa a la música y a los metros" (Banquete, 205 c).
La segunda, concibiendo la dialéctica como un
proceso histórico que distingue rigurosamente el arte,
la religión y la filosofía, y que por este mismo hecho
las reúne. Si consideramos el lugar del arte en el
sistema hegeliano, comprendemos que no se trata de
su "muerte", sino de su necesidad. En tanto constituye
esta forma particular bajo la que el espíritu se
manifiesta (deviniendo así más accesible a los sentidos
183
Pero la reflexión que disuelve todo lazo causal, toda
relación denotativa entre la palabra y la cosa, la
voluntad que se destruye a sí misma, no permite por
ello hablar de forma cómica. Hace falta todavía que,
en el Gran Juego ("espiritual" que penetra cada
aspecto, pero que permanece en él absolutamente
inmanente), la risa pueda resonar ruidosamente,
serena, sin la más mínima maldad o burla. La sátira no
ríe, juzga. La ironía no ríe, disuelve. Cómica, en
cambio, es la situación misma, esa red irreductible de
máscaras y de roles que deben continuamente fingir,
en el sentido etimológico del término, es decir dar for-
ma, inventar proyectos y fines, que sin cesar
naufragan y sin cesar resurgen. Aquel que actúa, y que
reflejando actúa perfectamente, perfectamente
educado a todos los medios y a todos los artificios de
la reflexión, como un perfecto "geómetra", como el
Monsieur Teste, y que, al mismo tiempo, es consciente
de la contradicción que lo habita, "libre" de las
consecuencias de su acción, esta es la verdadera
"persona" cómica.
Los profetas de esa Risa son sin duda el Momus
albertiano (no la Locura de Erasmo, que es la
"marioneta" del alma noble, del hombre virtuoso), el
bufón de Shakespeare, El Geographo de Velázquez o
el Arquímedes de Ribera —pero es cierto que las
posibilidades del cómico, en tanto cumplimiento del
arte imaginativo-reflexivo, del arte de la época de la
mediación universal no están verdaderamente
Massi??io Cacciari
185
sabe participar en él con toda su alma, jamás podrá
comprenderlo, y menos aún amarlo (amor
intellectualis).
No es sino en el colmo de la Reflexionsbildung
que tal risa es posible. Y, por lo tanto, en el colmo del
infortunio, cuando el intelecto disolvió toda
inmediatez, toda ilusión de un origen. "De hecho,
cuanto más conocen la vanidad de esos bienes y el
infortunio de la vida, menos esperan, menos aún son
aptos para gozar, y más generalmente los individuos
son proclives a la risa" (Leopardi, Elogio de los
pájaros). "Más crece el hombre (sobre todo en
experiencia y en sabiduría, ya que muchos siguen
siendo niños) y, como creciendo cada día se vuelve
menos aptos para la felicidad, más es proclive a la
risa, que se le vuelve así familiar, y más ajenas le son
las lágrimas" (Zibaldone, 4138). Sófocles ya nos decía
esto en Ayax ("cuando no pensamos la vida es dulce")
o lo que nos mostraba en Edipo. Y es lo que nos dice
aquí Leopardi, subrayando esta dimensión de lo có-
mico y de la Risa que pasó desapercibida a Hegel, y
donde, a través del sufrimiento, lo cómico auténtico se
asocia precisamente al conocimiento que resulta de la
forma trágica. En un sentido, cómica es la acción
trágica misma, mientras que su desarrollo no produce
más ninguna techne capaz de aliviar el dolor (techne
alypias). Tal es precisamente la situación del
Trauerspiel del juego de duelo de la alegoría
indecidible -en el espacio del cual, reflexionando, el
Massi??io Cacciari
187
nuestro tiempo es imposible quedarse rezando. Pero
tal vez es posible realizar una acción más profunda
todavía: reflexionar riendo
Massi??io Cacciari
189
mismo tiempo extremadamente lúcido de lo místico.
En esos lazos implícitos no solo en la "gran
abstracción" de un Malevitch o de un Mondrian, sino
en aquellos que aparecen como evidentes también en
Duchamp, comprendemos con J. Clair, que el Gran
Vidrio es también la "sombra reflejada de una realidad
superior", "un pasaje hacia la comunicación". La in-
diferencia de las significaciones, la irreligio respecto
de ellas, no es para nada una iconoclasia abstracta,
sino lo que permite hacer-el-vacío, imaginar el vacío
como una com-posibilidad acogedora. La Risa podría
entonces resonar como Caos, como lo Abierto. Desde
entonces, a diferencia de la forma irónica, la forma de
la Risa no debería en absoluto aparecer como un
nihilismo acabado, sino como una intuición
constructiva del Vacío, dicho de otra manera, como
una intuición susceptible de ser definida
analíticamente y que no pertenece por lo tanto al orden
del sentimiento, de la improvisación, de la decisión:
producción, póiesis del Vacío lejos de la "riqueza" de
las significaciones. "Muerte" de las significaciones,
pero para "resurgir" como imágenes realmente
desnudas. Kenosis que sin embargo aspira a una
pobreza auténtica. Pero, una muerte y una kenosis que
no son posibles más que a través de la más rigurosa
Se trata de lazos filológicamente demostrables, y no vagos
ecos teosóficos -exactamente como en el caso de la relación
entre "gran abstracción" y pensamiento físico-matemático
contemporáneo-. Analicé esta cuestión en mi libro Icônes de la
Loi, París, C. Bourgois, 1991.
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como mímesis: la imitación de un "hacer" concebido
en general como un hacer-aparecer la luz.
El gesto heroico de la "gran abstracción"
consiste en el asalto contra esta idea de mímesis
radical y original, y no en la disolución de la
intencionalidad imitativa en relación con los objetos,
los caracteres, los sentimientos determinados, que
constituyen una realidad totalmente secundaria, por no
decir insignificante. La "gran abstracción", en suma,
busca liberarnos de la imitación de la forma universal
del hacer que, al ser considerado en sí mismo como
evidente, constituye siempre un presupuesto dog-
mático. Asistimos aquí a una verdadera fractura en la
historia de la representación: esta, en efecto, no recibe
más la metamorfosis, ya que la cuestión, la pregunta,
la duda conciernen a la pro-ducción, la representación,
la ex-presión en tanto tal. La idea de Malevitch de la
"muerte del sol" expresa esta metánoia. Pero
igualmente la "cosa" de Duchamp: en adelante, no es
la forma de su representación lo que cuenta, sino el
hecho de que, dándose en su desnudez, la cosa suscita
la pregunta: "¿por qué no Nada?". Ciertamente, esta
"inversión" del producir, esta vía de la decreatio se
ofrecerá todavía en una forma sensible. Tal es la
aporía de toda vía "interior", al menos en el marco de
nuestra Reflexionsbildung: la voluntad que se niega a
sí misma sigue siendo voluntad. Y es precisamente lo
que funda el carácter esencial de la forma cómica.
Cómica parece precisamente la situación-límite; dicho
Massi??io Cacciari
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implosiona. El artista lucha contra esta "necesidad"
pero, al final, está obligado a plegarse (y se espanta).
Es como si la figura se resistiera a manifestarse, y esta
resistencia se expresa, en el artista, por el borramiento
mismo de la presencia. Su hacer, en efecto, no consiste
en el pasaje de la no presencia a la presencia, en el
pasaje a lo Abierto o en el pasaje de lo Vacío a lo
pleno, sino en la reducción de lo pleno, en su esfuerzo
por borrarlo lenta y pacientemente. Es de alguna
manera como la figura misma que invoca: "Yo no
construyo sino destruyendo, no avanzo sino dando la
espalda a mi destinación" (Giacomettí); así, la
situación cómica inicial deja aparecer la de-creatio
como una creación paradójica del arte. Y puesto que el
fin de la de-creatio no puede de ninguna manera ser
representado, lo que interesa a este arte no es sino su
propio fracaso: este arte puede solamente acercarse a
su propia "visión", una visión de la cual es imposible
dar cuenta, mejor aún, que es lo Imposible. En el
colmo de la "gran abstracción", el drama cezaniano se
impone en toda su verdad: la imposibilidad de
representar verdaderamente esta manzana sobre la
mesa, la cosa en toda la "profundidad" de su puro ser-
ahí.
Ciertamente, la fenomenología bosquejada
hasta aquí no agota en absoluto el conjunto de las
formas del arte contemporáneo. Creo, sin embargo,
que indica su fondo, su impasse, si preferimos, o
mejor dicho, la aporía a la que llegan, mientras
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de la representación, desde el momento en que, en el
juego de lo cómico o en la comunicación entre lo
cómico y el Trauerspiel, esta historia percibe la
emergencia ineluctable del problema místico por
excelencia: la decreatio, noluntas. Formulado en otros
términos, tal era el problema de la reflexión hegeliana:
lejos de decretar abstractamente la desaparición del
arte, es precisamente su necesidad que se ve afirmada
a la luz de la lógica misma del sistema, y por eso se
trata de comprender la "fiebre de lo negativo" que nos
condujo a la crisis, no de ciertas modalidades
determinadas de la creación, o de ciertos momentos
específicos de la producción, sino de la representación
en tanto tal y como inmanente a la forma artística.
Si el discurso hegeliano se pareciera al menos un poco
a esas "múltiples voces" que F. Schlegel pretende que
constituyan la poesía, ésta no siendo más que una
Vorübung der Wissenschaft, Hülle der Erkenntnis [una
preparación para la ciencia, un velo sobre el
conocimiento] (Ûber das Studium der griechischen
Poesie, en Kritische Schriften, Munich, 1964, p. 158),
algo precisamente "superfluo", que "la clara tarde de
la Aufklärung" habría disipado, como la bruma
disipada por el sol; entonces la reflexión
schellinghiana que invoca las razones de la "libre
apariencia del juego de la imaginación" (p. 160)
podría todavía oponerse a ella. Pero precisamente
Hegel nos habla de esta potencia de la
Einbildungskraft —y es precisamente esta potencia
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una coincidentia oppositorum. En el primer caso, la
forma analógica se quiebra precisamente en la ironía;
en el segundo, se pierde en una filosofía de la iden-
tidad, o de la superación vacía y formal de lo negativo,
de la escisión —en una superación impotente, y que
concibe lo negativo como siéndole inmediatamente
opuesto—. De ahí la necesidad, de nuevo, de la forma
irónica, en tanto matriz (siempre fecunda) de la
fenomenología del arte contemporáneo
.El bello arte, pero también la magia analógica
romántica y la forma irónica, que constituyen la crítica
inmanente, pertenecen realmente a una época pasada.
Están verdaderamente comprendidas en el horizonte
que describe Hegel. Pero el horizonte, el meridiano
que tratamos de indicar a partir de Hegel, o a partir de
lo impensado de su discurso, comprende igualmente el
itinerario que se aparta de la forma irónica. En efecto,
se trata del meridiano del nihilismo realizado, pero en
virtud de lo que en él pasa desapercibido a la
Reflexionsbildung y que lo relaciona, más allá de toda
doxa historicista, a la de-creatio mística. A partir de
este meridiano tenemos que volver a pensar la
afirmación hegeliana según la cual "el arte sigue
siendo para nosotros, por el lado de su más alta
destinación (Bestimmung) algo del pasado (ein
vergangenes)" (Vorlesungen, I, p. 25). Si, en efecto, su
destinación, la destinación que se fija él mismo, se
expresa en la inversión de la representación, o en su
agotamiento, en tanto representación, dicho arte sin
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Giacometti, el arte no puede avanzar sino dando la
espalda a su destinación (puesto que sabe que ella es
lo Imposible). Puede avanzar como pasado, o no avan-
zar del todo; callarse "triunfalmente" sobre su propio
fracaso, o bien reflejarse siempre de nuevo. Es
imposible decir cuál de esas dos vías es preferible;
ambas son perfectamente coherentes, incluso
perfectamente compatibles, hasta en la obra del
"poeta" mismo.
Pero el arte es una cosa del pasado en el sentido
en que no puede ser comprendido sino en el meridiano
de la de- creatio, y no solo a partir de él.
Disolviéndose, el arte se vuelve hacia el Comienzo,
hacia lo Abierto, que no es el pasado de tal o cual
forma, que no es un pasado "destinado a morir" en la
apariencia del devenir, sino un Eterno Pasado. Es
imposible hablar de de-creatio si su finalidad es
concebida como posibilidad de alcanzar el origen de
la creación: este origen, en efecto, anuda relaciones
inextricables con sus efectos, no es concebible sino a
partir de lo que produce. Tal es la diferencia metafísica
entre Klee, por un lado, Malevitch y tal vez Duchamp,
por otro: para Klee el final es precisamente el Origen,
el principio del nacimiento, es physis; para Malevitch
el fin es el Comienzo, el Vacío o lo Abierto, "donde"
nada nos conduce hacia el origen, o, dicho de otra
manera, hacia la creación. Este Comienzo es un eterno
Pasado. Y el arte que se sitúa en el meridiano de la
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depura, afina, hace el vacío. Deja el espíritu soplar
donde quiere.
(Contraportada)
ISBN 950-12-6517-X
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