El Concepto de Razonabilidad y El Arbol Argumental
El Concepto de Razonabilidad y El Arbol Argumental
El Concepto de Razonabilidad y El Arbol Argumental
ARGUMENTAL
Ser razonable es, ciertamente, gozar de alguna propensin a tener razn, pero
tambin estar dispuesto a escuchar los argumentos ajenos y aun a negociar los propios
intereses para tener en cuenta las preferencias de los dems, ser moderado, no exigir
ms que lo que puede esperarse (por ejemplo, un precio razonable). El individuo
razonable no pretende invariablemente el triunfo de la razn, aunque l la tenga: es
tolerante y se conforma con aproximarse a ella con tal de no herir la susceptibilidad de
su prjimo o de no arriesgar sus propias condiciones de convivencia. As, si la razn es
un punto luminoso, la razonabilidad se aprecia como un crculo ms o menos iluminado
que lo contiene.
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Me he extendido en un arriesgado anlisis lexicogrfico para mostrar las
diferencias entre los distintos usos que se dan en la prctica a los derivados del vocablo
"razn", pero tambin para sugerir que todos aquellos usos pueden exhibir una
semejanza, un hilo conductor que permita no slo explicar la diversificacin
semntica (tema ajeno a mi estricto propsito), sino tambin reconstruir un sistema
inteligible de conceptos que tal vez subyace en la prctica lingstica pero, en todo
caso, es ms til que sta para sortear las trampas argumentales.
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La pragmtica examina la relacin entre el lenguaje y sus usuarios, lo que incluye el anlisis de las
funciones del lenguaje. Del mismo modo, la aceptacin de un argumento (o de un sistema de argumentos)
o la seleccin de una conducta (o de un conjunto de conductas) se juzgan, segn esta primera forma de
razonabilidad, segn su utilidad para el sujeto agente.
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La sintaxis estudia la relacin de los signos entre s, define las expresiones bien formadas de un lenguaje
determinado y establece los medios por los que unas expresiones pueden derivarse de otras. En forma
similar, este gnero de razonabilidad examina los argumentos o los criterios para la accin por su
consistencia con un mismo sistema de criterios ltimos, cualquiera sea ste.
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c) Razonabilidad semntica: es la compatibilidad de esos fines con otro sistema de
fines que se toma como patrn de referencia (el de una norma, grupo o comunidad)3.
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morales o polticos.
Tratar de clarificar esta tesis. Cada uno de nosotros experimenta una multitud
de estados mentales: sensaciones, percepciones, ideas, recuerdos, emociones, deseos,
decisiones. Generalmente, dichos estados mentales se relacionan entre s segn ciertos
criterios constantes o hbitos repetitivos: muchos sienten deseos de fumar despus de
tomar un caf, o admiten que un acontecimiento ha ocurrido cuando lo ven en la
televisin, o se unen a una organizacin ecologista porque han ledo acerca de los
peligros de la contaminacin y del agujero en la capa de ozono. O, ms sencillamente,
creen que los mosquitos son molestos porque han sido picados varias veces. Cuando
regresan a su casa despus del trabajo, confan ciegamente en que el edificio sigue en
el lugar donde lo dejaron. Pagan sus impuestos por una mezcla (muy variable) de
solidaridad social y de temor a las sanciones. Y no estn dispuestos a aprobar una
dictadura porque tienen principios democrticos. En cada ejemplo, se ponen en juego
criterios de aceptabilidad y mecanismos de traslacin de la aceptacin de una idea a
la aceptacin de otra. Cuando vemos una pared y nuestro tacto coincide con la
percepcin visual, aceptamos que la pared existe. Cuando pensamos que una norma
jurdica ser aplicada, la aceptamos como vigente. Al propugnar la democracia, la
admitimos como una regla vlida de tica poltica. Si vemos un acontecimiento por
televisin, tendemos a aceptarlo como real porque confiamos en el sistema de
transmisin de imgenes. Si combatimos los mosquitos, empleamos simultneamente
diversos criterios: admitimos que los mosquitos existen, porque los vemos; creemos que
son molestos, porque extrapolamos inductivamente nuestras experiencias anteriores;
confiamos en la eficacia del insecticida, acaso porque imaginamos que el fabricante no
vendera un producto intil, con el riesgo de perder el mercado; y a la vez no
concedemos un valor moral relevante a la vida de los mosquitos ni creemos que alguna
ley vlida nos prohiba quitrsela. Si apoyamos una campaa ecologista en la situacin
del ejemplo, ser porque damos crdito a lo que hemos ledo (tenemos criterios para
aceptar lo que otro dice, probablemente segn quin lo diga y cmo lo diga) y porque esa
aceptacin ha puesto en marcha en nosotros un mecanismo emotivo (dicho esto en un
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sentido estrictamente etimolgico: de emovere, poner en movimiento) que, de acuerdo
con sus propios criterios de aceptabilidad (no toda nueva informacin nos mueve a
actuar), suscita en nosotros la concepcin de un objetivo a cumplir y la decisin de
hacer algo para contribuir a su cumplimiento.
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Sera posible construir una lgica para cada uno de aquellos modelos de
aceptabilidad? O, dicho en trminos ms claros: qu condiciones se requieren para
construir una lgica aplicable a un esquema de aceptabilidad? Es preciso tener un alto
grado de conciencia de los criterios de aceptabilidad que empleamos en la prctica, a fin
de identificarlos y abstraer a partir de ellos una teora consistente y pragmticamente
completa (es decir, capaz de dar cuenta de todas las decisiones de aceptabilidad que
adoptamos). Pero, aun en ese caso, la lgica que construyramos sera escasamente
til si no sirviera tambin como modelo de los criterios usados por otras personas.
Como nuestro conocimiento acerca de los propios criterios es generalmente deficiente,
como los criterios ajenos no coinciden a menudo con los nuestros, se nos hace
tcnicamente imposible construir una lgica exhaustiva para cada esquema con
alcances semejantes a los desarrollados para la lgica formal. Sin embargo, mediante la
introspeccin y el debate con terceros podemos obtener avances tiles en la direccin
deseada, sin que se avizore un lmite definido para tales avances.
3. Aceptabilidad y aceptacin.
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abstrada y descripta a su vez por un sujeto o bien mediante procedimientos tambin
intersubjetivos (imputados a otra semejanza).
Cada uno puede tener, y de hecho tiene, una opinin propia acerca de la
aceptabilidad de cada enunciado; y en esa opinin es difmcil descartar la extrapolacin
de la propia aceptacin: como desconocemos la mayor parte de los sistemas de
pensamiento ajenos, tendemos a suponer que los dems aceptan aproximadamente los
mismos principios epistemolgicos y prcticos que nosotros y que, en consecuencia,
estn dispuestos a aceptar los enunciados que nosotros aceptamos. Si tal cosa no
ocurre de hecho, suponemos fcilmente que hay una dificultad en el razonamiento del
otro (inconsistencia, falacia o incluso locura) o bien que el otro acepta principios
incompatibles con los nuestros, de modo que cualquier dilogo con l se torna
intil (estupidez, perversidad). Pero, ms all de nuestras reacciones afectivas ante
el rechazo de las ideas que aceptamos, la aceptabilidad de un enunciado remite ante
todo al contenido de los sistemas de pensamiento ajenos y slo despus a las virtudes
del mismo enunciado, ya que tales virtudes se definen, se aprecian y se valoran por
referencia al contenido previo de los mismos sistemas de pensamiento en los que
pretende ingresar.
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que sea eficaz, es preciso que ocupe tambin un lugar en el sistema de pensamiento
del receptor (esto es, que sea susceptible de intrpretacin y adquisicin) y que ese
lugar guarde cierta correspondencia con el lugar ocupado en el sistema del emisor. Esto
ltimo depende de una relativa coincidencia de cdigos entre los participantes de la
comunicacin. Algunos de esos cdigos son lingsticos; pero hay tambin un cdigo
argumental: as como la combinacin de letras "sale" significa cosas
completamente distintas en castellano, ingls, italiano o francs, una misma
proposicin es comprendida de modo diverso, desde el punto de vista de su
aceptabilidad, en cada sistema de pensamiento o en cada grupo de sistemas de
pensamiento aproximadamente coincidentes en lo pertinente.
4. El rbol argumental.
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probable que haya que examinar ante todo el modelo econmico, poltico y social
dentro del cual la privatizacin haya de tener algn sentido. En cualquiera de estas
situaciones, es posible que alguno de los participantes en el debate se retire indignado,
diciendo que los argumentos del otro son absurdos o de mala fe y no merecen ser
considerados: quien hace tal cosa se niega a ponerse en el lugar del otro, porque ve
controvertidos ciertos principios que l considera inamovibles y, en algunos casos,
evidentes. Sus propios criterios de aceptabilidad no son tan abiertos que le permitan
examinar, crtica pero lealmente, los criterios de aceptabilidad demasiado divergentes.
No pretendo con esto sealar que unos desacuerdos son ms radicales que
otros: sa es una verdad trivial. El punto a destacar es que el hecho de que unos
desacuerdos sean ms radicales que otros no impide, en condiciones ideales, un debate
de buena fe sobre cualquier tema; pero s lo torna difcil cuando los interlocutores no
explicitan el mbito argumental en el que se mueven; y ms an si cada uno de ellos
da por supuesto que el sistema de pensamiento del otro es idntico al propio, salvo en
lo que ambos estn discutiendo. Aqu es donde el plano lgico, al interactuar con el
lingstico (esto es con las condiciones de la comunicacin), toma el lugar de un cdigo
adicional que, como los otros, facilita la comprensin de quienes lo comparten y traba la
de quienes, aun sin saberlo, no coinciden en l.
Ahora bien, es un hecho que algunas estructuras del rbol argumental (a saber,
las que ordenan nuestras sensaciones, las agrupan en percepciones, clasifican los
fenmenos y constituyen la epistemologa ms extendida) gozan de un amplio consenso.
Esto no las hace "verdaderas". En cierto sentido, hace ms que eso. Como el riesgo de
encontrar interlocutores disidentes en cuanto a aquellos grandes principios es mnimo,
aquel consenso permite dar por sentada la aceptabilidad de los enunciados compatibles
con ellos. Y, en caso de que alguien se negase a aceptar tales enunciados, es posible
demostrar su aceptabilidad a partir de las premisas comunes. Pues bien, en el contexto
de los principios dotados de mayor consenso, para denominar la aceptabilidad de los
enunciados hemos acuado una palabra venerable: "verdad". De modo que, en el nivel
intersubjetivo de los sistemas de pensamiento, se reproduce la estructura de los sistemas
formales: los axiomas no son verdaderos dentro del sistema sino aceptados por
razones extrasistemticas; pero dentro del sistema los teoremas se califican de
verdaderos por referencia a aquellos axiomas.
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"Verdad" es la ms prestigiosa de las palabras con que nombramos diversos
segmentos de la aceptabilidad, pero no es la nica: algunos objetos existen o son
reales y otros no; algunas normas son vlidas (en el sentido de que pertenecen a un
sistema normativo que juzgamos relevante, al menos en el momento de decirlo) y
otras no lo son; algunas conductas son justas (dignas de aprobacin en un sistema de
preferencias ms o menos compartido) y otras son indiferentes o injustas. El punto es
que la verdad, por hallarse construida sobre el segmento de mayor consenso, se ha
convertido en el paradigma de la aceptabilidad hasta el punto de que los enunciados
valorativos que aceptamos o juzgamos aceptables suelen recibir de nosotros el mismo
calificativo de verdades. Pero es sabido que no existen, de hecho, acuerdos
sustanciales acerca de los criterios para aceptar los juicios de valor, aunque pueda haber
coincidencias bastante amplias sobre ciertas valoraciones concretas.
Aquel uso del concepto de verdad es, pues, engaoso. No desde el punto de
vista cualitativo porque, despus de todo, el consenso es un continuo susceptible de
grados y es posible que cierto grupo de personas mantenga un acuerdo significativo
acerca de sus criterios para la aceptacin de enunciados con contenido axiolgico. Pero
s desde el punto de vista cuantitativo, porque el discurso que gira en torno a la idea
de verdad presupone un consenso mucho ms amplio. Frente a un interlocutor
desprevenido (y stos son la mayora), el uso del concepto de verdad para referirse a
valores es tan abusivo como afirmar "aquella noche, el calor llegaba a treinta grados
bajo cero".
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(esto es de expresiones lingsticas dirigidas a un auditorio), todas ellas contienen, con
mayor o menor nfasis, el propsito de persuadir al otro de compartir aquellas
preferencias, propsito que reconoce una amplia gama de motivaciones, desde el
amor a la verdad hasta el ms mezquino inters personal.
Si, ante estas semejanzas, buscamos hallar una diferencia, tal vez la
encontremos en las formas de argumentacin que consideramos admisibles. La forma
cannica del argumento no es otra que la demostracin, cuyo paradigma es la
deduccin lgica: si la persuasin depende de la inclusin de un enunciado en el sistema
de enunciados aceptados por el receptor, es claro que para satisfacer esa condicin lo
ideal es que la conclusin derive de las premisas y que stas lleven inexorablemente a
aqulla. En este aspecto, slo cabra apuntar que en la mayora de los casos
carecemos de todas las premisas necesarias, por lo que empleamos - a nuestro riesgo -
un razonamiento analgico que no es otra cosa que la sustitucin de las premisas
faltantes por otras supuestas o extrapoladas a partir de una experiencia menos
pertinente.
Claro est que toda esa exigencia se aplica de hecho con mayor rigor en la
argumentacin descriptiva. Un razonamiento valorativo tambin se supone en
principio sujeto a aquella forma; pero, como la adhesin buscada proviene menos
indirectamente del trasfondo afectivo del interlocutor, a veces se saltan etapas
(deliberada o accidentalmente) cuando un argumento - a veces un ejemplo, un
comentario colateral o una simple alusin - llega a pulsar una cuerda ntima del
auditorio y genera con ello un acuerdo de base afectiva. El slogan poltico o comercial
es un ejemplo acaso burdo de este fenmeno (por lo que tiene de deliberadamente
irracional). Sin embargo, aun este procedimiento podra idealmente reconstruirse
mediante la explicitacin de sus premisas ocultas y de sus pasos intermedios apenas
entrevistos. Claro est que el receptor podra no reconocer su propio sistema de
pensamiento en semejante reconstruccin; pero, si el argumento por elevacin ha dado
resultado, le ser preciso admitir que su sistema contiene los enunciados ocultos; y, si
stos entran en conflicto con otros, tendr que reformular su sistema de modo ms
consistente.
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valorado adecuadamente.
En los sectores que nos importen (y cuando nos importen) es posible procurar
una clarificacin reconstructiva de los cdigos argumentales y de los argumentos
mismos. Esta reconstruccin puede alimentarse por un lado con el libre debate y por el
otro con un riguroso control lingstico y lgico. El primero fijar los lmites del
disenso y nos permitir establecer cun cerca del tronco central debemos llegar para
hallar la coincidencia de cdigos y el acuerdo sobre las premisas necesarias. El
segundo proveer medios intersubjetivos (no exhaustivos pero s fundamentales)
para juzgar la aceptabilidad de los argumentos en debate. En este sentido, el xito del
debate exige que las personas en desacuerdo fijen un punto comn en el rbol (en el
tronco, si es preciso descender tanto), a fin de asegurarse de que se refieren al mismo
rbol. Y, a partir de all, puedan trepar juntos, manteniendo la comparabilidad de los
argumentos, hasta alcanzar - y compartir - el fruto apetecido. Ese fruto es el acuerdo
en el mejor de los casos. Pero puede ser tambin la conciencia de que se ha elegido
mal el punto de partida y que hay que volver a empezar. En este contexto, todo tema
puede discutirse. Toda opinin puede analizarse. Lo ms importante, a mi juicio, es no
confundir el razonamiento con la guerra, la razonabilidad con la participacin en un
mitin poltico ni la racionalidad con una alianza en la cruzada contra los infieles.
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