Carcopino
Carcopino
Carcopino
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Un estudio
~.
Jasclnante,
an clsico
que desvela
los misterios
de una
civilizacin
esplendorosa
NDICE
PREFACIO...........
PRLOGO..............
Este libro no podr ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del
editor. Todos los derechos reservados.
Coleccin: BOLSITEMAS
@) Librairie Hachette, 1939
it) EDICIONES TEMAS DE HOY, S. A. (T.H.), 1993
Paseo de la Castellana, 93. 28046 Madrid
Autor: Jrme Carcopino
Ttulo original: La vie guotidienne en Rome l'apoge de ['Empire
Traduccin: Mercedes Fernndez Cuesta
Diseo de coleccin: Rudesindo de la Fuente
Fotograf~'a de cubierta: detalle del mosaico del centauro merino,
Museo de Conimbriga, Portugal
Primera edicin: junio de 1993
ISBN (edicin francesa): 2.01005920-1
ISBN (edicin espaola): 84-7880-280-0
Depsito legal: M. 15.334-1993
Compuesto en EFCA, S. A.
Impreso en Grafiris Impresores, S. A.
Printed in Spain - Impreso en Espaa
PRIMERA PARTE
EL MARCO DE LA VIDA ROMANA
:~
11
13
SECCIN PRIMERA
CAPITULO I
ESPLENDOR, SUPERFICIE Y POBLACIN DE LA URBS.. 21
na, 36.
CAPITULO 11
LAS CASAS Y LAS CALLES; GRANDEZAS Y MISERIAS DE
LA ANTIGUEDAD 43
SECCIN SEGUNDA
EL MEDIO MORAL
CAPITULO 111
y plutocracia, 96.
CAPITULO IV
EL MATRIMONIO, LA MUJER Y LA FAMILIA: VIRTUDES
Y VICIOS 109
SEGUNDA PARTE
Indice Indice
CAPITULO Vl
LAS DIVISIONES DE LA JORNADA, EL AMANECER Y EL
ASEO 187
Los das y ias horas del calendario romano, 187.El amanecer, 196.El aseo del romano: el
tonsor, 203.El aseo de la matrona romana: la ornatrix, 211.
CAPITULO V11
LAS OCUPACIONES 22 ~
CAPITULO VIII
LOS ESPECTCULOS 257
Panem et circenses, 257.El rgimen del ocio, 261.Las carreras, 268.El teatro, 279.
El anfiteatro y sus matanzas, 292.Timidas reacciones y supresin tardia, 309.
CAPITULO IX
EL PASEO, EL BAO Y LA CENA 313
NOTAS 347
BIBLIOGRAFA 379
BIBLIOGRAFA COMPLEMENTARIA 381
PREFACIO
Fue en 1939, un poco antes de la ltima guerra, cuando apareci La vida cotidiana en Roma
en el apogeo del Imperio. Personalmente, guardo un preciso recuerdo de aquel hecho.
Jrme Carcopino era entonces director de la Escuela Francesa en Roma, y yo acababa de
llegar al Palacio Farnesio junto con los otros miembros de la Escuela. Los especialistas de
la Antigedad, de la Edad Media y del Renacimiento solamos reunirnos en una de las salas
ms pequeas de la biblioteca, en el estudio, cuyas ventanas se abran al majestuoso patio
del palacio. A Jrome Carcopino le gustaba salir de su despacho de director para hacernos
frecuentes y amistosas visitas. Un da, sin decirnos nada, dej sobre nuestra mesa de trabajo
un nuevo volumen, su Vida cotidiana en Roma. Entonces no sabamos que acabbamos de
recibir uno de nuestros ms fieles compaeros de estudios.
La edicin que ahora ve la luz y que reproduce ntegramente el texto inicial, al que slo se
ha aadido una bibliografia complementaria, nos muestra una obra en la que el tiempo no
ha logrado dejar seal alguna de envejecimiento y en la que las nuevas generaciones de
estudiantes encontrarn un instrumento de trabajo indispensable. Merece la pena que nos
detengamos a reflexionar sobre las razones de un hecho tan poco usual.
12
Raymond BLOCH
PRLOGO
..
miento, m en e . mo ~i iario:
y puesto que hay que elegir un perodo concreto, optar por la generacin que, nacida a
finales del principado de Claudio o a comienzos del reinado de Nern, hacia la mitad del
siglo I d. C., lleg a vivir bajo el mandato de Trajano (98-l7) y de Adriano (117-138). Esta
generacin conoci el apogeo del poder y la prosperidad romanas. Fue testigo de las ltimas
conquistas logradas por los Csares: la de la Dacia (106), que represent para el Imperio una
extraordinaria fuente de riquezas gracias a las minas de oro transilvanas; y la de Arabia (106),
que culminada con el xito de la campaa contra los partos (115), hizo que pudieran llegar a
Roma, protegidas por los legionarios de Siria y de sus aliados del desierto, las riquezas de la
India y del Extremo Oriente. En el orden material estuvo muy por encima de las antiguas
civilizaciones. Al mismo tiempo, y por una feliz coincidencia, ya que la literatura latina se
agotara algunos aos despus, esta generacin es aquella cuyos documentos nos ofrecen el
retrato ms detallado. Contamos con un intenso material arqueolgico que nos llega del foro
de Trajano, en la misma Roma, de las ruinas de Pompeya y Herculano, las dos ciudades de
recreo sepultadas por la erupcin del ao 79, y de las de Ostia, descubiertas recientemente,
que nos muestran en su conjunto la realizacin de los planes urbansticos del emperador
Adriano en esta gran ciudad mercantil. Para mayor informacin, tambin contamos con los
testimonios, vivos y pintorescos, precisos y jugosos, que nos ofrecen la novela de Petronio,
las Silvas de Estacio, los Epigramas de Marcial, las Cartas de Plinio el Joven y las Stiras de
Juvenal. En esta ocasin la suerte ha favorecido al pintor, ya que le ha ofrecido el ambiente
general y los ms pequeos detalles para la realizacin de su cuadro.
Prlogo
15
diarios, la electrificacin de las ms pequeas ciudades o la instalacin del telfono en las
ms humildes aldeas, lleva hasta las granjas ms aisladas un poco del bullicio, el pensamiento
y los placeres de las capitales, no obstante subsiste una enorme distancia entre la montona
existencia de los campesinos y la deslumbrante agitacin de los centros urbanos. Pues bien,
an mayor era el abismo entre los ciudadanos y los campesinos de la antigedad. Y tanto era
as que, segn criterio del eminente historiador Rostovtseff, la desigualdad fue lo que les
empuj a luchar entre s en una guerra sorda y encarnizada en la que los campesinos,
apoyados por los cindadanos ms desposedos, lograron romper el dique que una clase
privilegiada haba levantado para contener la marea de los brbaros. Para algunos, en efecto,
eran todos los bienes de la tierra y todas las facilidades. Para los dems, un duro trabajo sin
fin ni provecho y la constante privacin de las diversiones que, al menos en la cindad, ale-
graban el corazn de los miserables: la animacin de la palestra, la tibieza de las termas, el
alborozo de los banquetes de corporaciones, la abundancia de las sportulae o el brillo de los
espectculos. Una vez ms debemos renunciar a la mezcla de colores tan dispares y optar por
uno de ellos: los das del romano, sbdito de los primeros Antoninos, cuyo sucesivo discurrir
nos proponemos estudiar, transcurrieron exclusivamente en la ciudad, o mejor, en la Cindad
por excelenciala Urbs, en Roma, centro y cumbre del Universo, reina orgullosa y
colmada por un mundo que entonces crea haber pacificado definitivamente.
Pero no podramos captar esta existencia en toda su realidad si, previamente y sin los
convencionalismos que con frecuencia la desfiguran, no hubiramos intentado formarnos un
concepto somero pero adecuado de los distintos medios en los que se desarroll y de los que,
por fuerza, tom sus colores: el medio fsico de la inmensa aglomeracin en la que estuvo
sumergida; el medio social de las distintas clases que su jerarqua impona, y el medio moral
de unos sentimientos e ideas que explican tanto su gloria como sus fl~aquezas. Tampoco
podramos abordar el estudio del empleo
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del tiempo de este romano de Roma sin antes trazar las grandes lneas del marco en el que
vivi y fuera de las cuales su vida cotidiana nos resultara poco menos que ininteligible.
PRIMERA PARTE
EL MARCO DE LA VIDA
ROMANA
SECCIN PRIMERA
CAPTULO I
22
cin, por la flexible complejidad y la generosa utilizacin de los materiales, por la audacia y
el perfil de sus lneas, por la disposicin y multiplicidad de su decoracin, este conjunto
monumental, tal y como se nos muestra tras las recientes excavaciones de Corrado Ricci,
podra rivalizar con la ms ambiciosa creacin de los arquitectos modernos, y aun en su
deterioro, seguir proporcionndoles lecciones y modelos. Expresin brillante y fiel de su
tiempo, no obstante lo podra haber sido del nuestro.
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a oeste y una anchura de 55 metros de norte a sur, construida sobre un altado de un metro por
encima del nivel del foro, no slo lo superaba en altura, sino tambin en opulencia. Era un
inmenso vestbulo hipstilo de estilo oriental al que se acceda por el lateral orientado al este.
Estaba dividido por cuatro columnatas interiores, con un total de 96columnas, en cinco naves
de 130 metros de longitud, de las cuales la nave central meda 25 metros de ancho y estaba
pavimentada con mrmol de Luna y cubierta con tejas de bronce. Este vestbulo estaba
circunscrito por un prtico cuyos vanos estaban ocupados por esculturas, y el tico estaba de-
corado con bajorrelieves notables tanto por la suavidad de su modelo como por la intensidad
de su movimiento. Por ltimo, el entablamento superior, en cuyos frentes estaba inscrita la
breve y orgullosa inscripcin: e manubiis, edificado con el botn (arrebatado a los dacios de
Decbalo). Ms all, dominando el nivel inferior de la baslica al igual que sta dominaba el
foro, y paralelamente a ella, se alzaban los rectngulos de las dos bibliotecas Ulpianas: una
para los volmenes griegos y otra para los volmenes latinos y los archivos imperiales;
ambas exhiban sobre los plutei, o armarios con estantes donde se guardaban los manuscritos,
los bustos de los escritores que haban alcanzado mayor renombre en las dos lenguas del
Imperio.
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drico monumental coronado, en un principio, por un guila de bronce con las alas
desplegadas; despus, tras la muerte de Trajano, se coloc una estatua de este emperador,
tambin fundida en bronce, probablemente robada en alguna de
las mltiples invasiones, y reemplazada en 1588 por la de San Pedro, que se conserve en la
actualidad. Su altura total era de 38 metros, que corresponden a los 128 pies y medio
indicados en los documentos antiguos. Pero, a pesar de lo grandiosas que en s mismas seen
las proporciones de la columna Trajana, su efecto est acrecentado por la disposicin externa
de los bloques que la component En efecto, sobre sus 17 tambores colosales de mrmol
desarrolla los 23 paneles de una espiral que, colocada en lnea recta, medira cerca de 200
metros, y a lo largo de la cual se suceden, desde la base al capitel, tal como se sucedieron
histricamente, escenas que van desde el comienzo de la primera campaa hasta el final de la
segunda en la guerra contra los dacios. Por otra parse, estos bajorrelieves se realizaron con la
habilidad suficiente como para disimular las 43 ventanas abiertas en la columna con objeto de
iluminar la escalera interior; esto y las 2.500 figueas que se hen podido contar, que antao
brillaban con vivos colores troy reducidos al slido pero uniforme tono del mrmol de Paros
en el que fueron esculpidas, proclaman la maestra de los escultores romanos y su dominio en
el arte del relieve histrico.
Tras la muerte de Trajano, acaecida de modo imprevisto en los primeros das de agosto del
ao 117 cuando, dejando el mando del ejrcito que habra de luchar contra los partos a
Adriano, l se diriga de vuelta a Italia, su cadver fue incinerado y sus cenizas trasladadas
desde Asia a Roma en una urna de oro, ms tarde depositada en la cmara del pedestal de la
columna. Como las leyes prohiban enterer a los simples mortales dentro de los lmites del
pomerium, Adriano y el Senado decretaron de comn acuerdo que el difunto emperador
escapara a la condicin mortal, con lo que tomaron una iniciativa no prevista ni deseada por
Trajano. As, la columna Trajana se convirti finalmente en la tumba de su autor, cuando ste
haba decretado su construccin con dos fi
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nes conmemorativos: inmortalizar las victories que haba logrado sobre sus enemigos con las
representaciones en ella esculpidas, y dejar constancia, a travs de sus inslitas dimensiones,
del esfuerzo sobrehumano con el cual se haba vencido a la naturaleza para embellecimiento
y prosperidad de Roma. Las dos ltimas lneas de la inscripcin, de las que troy no quedan
ms que algunas letras sueltas pero que, en el siglo Vll, un visitante desconocido al que se ha
llamado el Annimo de Einsiedeln pudo copier ntegramente, den fe de la intencin del
emperador en una frmula cuyo sentido ahora nos es ntido: ad declarandum quantue
altitudinis mons et locus tantis operibus sit egestus. Puesto que en latn el verbo egerere
posee las acepciones contradictorias de vaciar y de elevar, queda claro que, de
interpreter literalmente esta orgullosa frase, la columna con sus proporciones quera
demostrar haste qu altura y a costa de cuntos trabajos el promontorio (mons), que desde la
colina del Quirinal llegaba haste la del Capitolio, haba sido nivelado, para que sobre su
terreno (locus) se edificaran las construcciones magnficas que completaran, en el lado este,
la obra que podemos admirer gracias a la fe cientfica de Corrado Ricci y a sus excavaciones
de 1932. Evidentemente, hablamos del majestuoso hemiciclo de ladrillo que enmarca, por el
lado del Quirinal y de Suburra, el foro de Trajano, y que levanta con magnfica facilidad los
cinco pisos entre los que se repartan las 150 tiendas o tabernae de un mercado. En la
planta baja, situada al mismo nivel que el foro, probablemente se vendan las frutas y las
flores. En el primer piso, rodeadas por una logia de amplias arcades, estaban situadas las
largas sales abovedadas donde se almacenaba el vino y el aceite. En el segundo y tercero se
despachaban los productos menos habituales, especialmente la pimienta y las especias
llegadas del lejano Orientepipera, palabra cuyo recuerdo se transmiti a la Edad Media y
que dio nombre a la calle en pendiente y sinuosa donde se instalaban los comerciantes antes
de que la tomaran los sbditos de los Papas: la via Biberatica. En el cuarto piso estaba
instalada la sale de ceremonias donde se hacan las donaciones de con
giarios, y en la cual se instalaron, de modo permanente a partir de finales del siglo 11, las
dependencias de los administradores imperiales: stationes arcariorum Caesarianorum. En el
quinto y ltimo piso estaban los viveros de pescado; unos reciban agua dulce a travs de las
canalizaciones que llegaban desde los acueductos, y otros agua de mar que llegaba de Ostia.
Desde all se abarca la totalidad de la obra de Trajano y se ve del mismo modo que la ve San
Pedro desde lo alto de la columna Trajana. Y mientras penetramos en el significado de una
inscripcin que ya nadie podr discutir, descubrimos la grandeza incomparable de los
trabajos realizados por el arquitecto Apolodoro de Damasco bajo las rdenes del mejor de los
csares. El conjunto de sus edificios trepa y enmascara las laderas del Quirinal, que antao, y
sin la ayuda de los explosivos de que hoy disponen nuestros ingenieros, fueron niveladas para
alojarlos. Sus proporciones fueron tan admirablemente combinadas que es fcil olvidarse del
peso de los materiales y no sentir ms que su equilibrio. Es una autntica obra maestra que ha
soportado el paso de los aos y ha sido admirada por todas las pocas. Los mismos romanos
eran conscientes de que ni su ciudad ni el mundo podan ofrecer nada ms bello al hombre.
Ammianus Marcellinus cuenta que, cuando el emperador Constancio pis por vez primera las
losas del foro Trajano, al hacer en el ao 356 su entrada triunfal en Roma junto al embajador
persa Hormisdas, no pudo contener ni el grito de admiracin ni su ms hondo pesar ante el
pensamiento de que jams habra estatua ecuestre que se pudiera comparar a aqulla de su
predecesor. Guarda tus lamentosrespondi el emisario del Rey de Reyes, ya que nunca
podrs darle a tu caballo una cuadra como la suya. Las gentes del Bajo Imperio se sentan
impotentes ante la grandeza monumental y el talento de sus antepasados, aun conociendo la
importancia de su propio destino. Y a pesar de la satisfaccin que podamos sentir ante otras
obras, tambin nosotros pensamos que no existe nada ms admirable en Roma. En el Coliseo,
a pesar de la perfeccin de su prodigiosa elipse, nos embarga un inevitable malestar ante el
recuerdo de las matanzas
de que fue testigo. Las Termas de Caracalla tienen algo de excesivo y vertiginoso que
presagia la decadencia. Por el contrario, ante el foro y el mercado de Trajano no hay nada que
enturbie la nobleza de nuestras sensaciones. Se nos imponen sin abrumarnos; la sola flexin
de sus lneas alivia el peso de las proporciones. Toda la obra marca una de esas cimas del arte
donde se dan cita los artistas de las ms grandes pocas histricas y que dan lugar a los ms
fervientes discpulos o a los ms sumisos imitadores. Desde Miguel ngel, quien puso algo
de su sobrio y vigoroso orden en la fachada del Palacio Farnesio, hasta los arquitectos de
Napolen I, que realizaron la columna Vendme con el bronce fundido de los caones de
Austerlitz. Es el espejo sublime donde se refleja la ms gloriosa imagen de Roma; se nos
brinda en l como una ciudad universal, hermana de las nuestras, con unas necesidades
anlogas a las nuestras y un orgullo similar al de las ms selectas ciudades contemporneas.
En efecto, es sorprendente que Trajano buscara con su obra no slo inmortalizar las victorias
que dieron mayor auge a las finanzas del Imperio y con las que se sufragaban todos sus
gastos, sino tambin que quisiera justificarlas con la excelencia de la cultura que sus soldados
llevaban a los vencidos. Es un hecho constante que las esculturas de los prticos
representaran tanto la gloria militar como la de su cultura. Al pie del mercado donde el
pueblo hallaba lo necesario para su subsistencia, en los flancos del foro, donde los cnsules
concedan sus audiencias y los emperadores pronunciaban sus arengas, bien como lo hiciera
Adriano para anunciar una reduccin de impuestos, o como Marco Aurelio para entregar al
Tesoro pblico sus bienes personales, se alzaba el hemiciclo donde, como ha demostrado el
seor Marrou, los maestros de literatura en el siglo IV an reunan a los estudiantes para
ensearles su disciplina
La misma baslica, con su deslumbrante lujo, estaba subordinada a las bibliotecas por una
altura de tres escalones la columna historiada que se interpona entre ellas, cuyas escenas ha
podido conocer la posteridad, o la columna Aure
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liana en Roma y las de Teodoro y Arcadio en Constantinopla, por citar slo los
ejemplos ms antiguos de un monumento hasta entonces sin precedentes, sin duda deben ser
entendidas, segn la reciente interpretacin de Paribeni, como una realizacin original de
Apolodoro de Damasco sobre una concepcin del emperador: erigindola en el centro de la
ciudad de los libros, Trajano posiblemente quera plasmar, en las dos espirales que la
revisten, los dos volumina que describan sus hazaas blicas, y elevar al cielo su fuerza y su
clemencia. Por otra parte, un relieve tres veces mayor que los otros separa las dos series de
secuencias y nos desvela su significacin. Representa una Victoria escribiendo sobre su
escudo. Ense et stylo: por la espada y la pluma, podramos interpretar. Es el smbolo lcido
del afn pacificador y civilizador con que Trajano llevaba a cabo sus conquistas. Esclarece el
pensamiento que rega sus propsitos y por el cual, el imperialismo romano, luch con todas
sus fuerzas para desterrar injusticia y violencia y conseguir de este modo su legitimacin
espiritual.
Por ello, all donde resplandece el ideal del nuevo imperio, sentimos latir el
corazn de una capital cuyo crecimiento estaba en consonancia con su inmensa extensin, y
que acab por igualar en importancia numrica a las ms poderosas de nuestras ciudades. En
efecto, con la inauguracin del foro, Trajano llevaba a cabo la renovacin con la que pre-
tenda hacer de Roma una ciudad digna de su papel hegemnico y aliviar a una poblacin
agobiada por el creciente nmero de sus habitantes. Con esta misma intencin ampli el
circo, construy una naumaquia, canaliz el Tber, cre nuevos acueductos, edific unas
termas de una magnitud hasta entonces desconocida en Roma y someti a una precavida y
rigurosa reglamentacln cualquier lmciativa privada de edificacin. Coron su obra
excavando el Quirinal, abriendo nuevas vas de trnsito, aadiendo una gran plaza pblica a
aqullas con las que sus predecesores, Csar, Augusto, los Flavios y Nerva, uno tras otro,
quisieron remediar la aglomeracin del foro, descongestionando as el centro de la
metrpolis; rode la plaza de exedras, construy
una baslica, bibliotecas, ennobleciendo con ello el tiempo de ocio de las gentes que acudan
all diariamente; ampli los mercados, cuyas dimensiones e instalaciones superaban a las
que Pars tuvo hasta el siglo xlx, facilitando as el abastecim~ento de su numeroso pueblo.
Pero todos los trabajos que realiz no tendran sentido si no hubieran estado destinados a
mejorar las condiciones de vida de una enorme poblacin. Es esta presencia la que
adivinamos en el vaco de sus ruinas despobladas, ruinas que la explican y que bastaran para
demostrarla, aunque tiempo despus no hubiramos hallado pruebas irrefutables de su
existencia.
ner la ciudad de los csares. Pero Dureau de la Malle, o Juste Lipse, antes de iniciar su
estudio ya estaban, por decirlo de algn modo, decantados; por tanto, es lcito adopter una
posture crtica sin prejuicios que nos lleve a una verdad suficientemente aproximativa.
Los defensores de lo que yo llamara la pequea Roma habitualmente son estadsticos que
den prioridad a los datos numricos sobre el examen de los testimonios. Descartan a priori
los datos, por lo dems bastante explcitos, de los autores antiguos y basan sus conclusones
en las dimensiones del terreno. Se remiten a una frmula de clculo: la que resulta de la
relacin entre la superficie conocida y la poblacin que poda albergar. En consecuencia
establecen que ia Roma imperial, cuya superficie les parece perfectamente delimitada por la
muralla de Aureliano y coincide ms o menos con la que se conserve en Roma y ellos hen
podido visitar, no puede haber albergado una poblacin superior a la que corresponde a su
superficie. Si reflexionamos un poco nos daremos cuenta de que esta teora repose en la
ilusin de creer que poseemos el conocimiento exacto de la superficie territorial de la antigua
Roma, y sobre la hiptesis errnea por la que se transfiere, con toda seguridad, el ndice de-
mogrfico obtenido en las ltimas estadsticas a esa superficie.
Para comenzar, este mtodo parece no tener en cuenta la elasticidad del terreno, o mejor
dicho, la compresibilidad del elemento humano. Dureau de la Malle obtuvo sus datos
relacionando el permetro interior de la muralla de Aureliano con la densidad de poblacin
del Pars del rey Luis Felipe, es decir, 150 habitantes por hectrea. Si hubiera realizado este
clculo setenta y cinco aos ms tarde, es decir, en 1914, cuando la densidad de poblacin se
haba elevado a 400 habitantes por hectrea, hubiera llegado a resultados tres veces
superiores. Ferdinand Lot cometi el mismo error al conceder a priori a la Roma de
Aureliano la misma densidad de poblacin que tena la Roma de 1901, es decir, 538.000
almas. Roma no duplic su territorio en la postguerra y, sin embargo, el censo de enero de
1939 indicaba que
la poblacin se haba duplicado: Roma tena entonces 1.284.600 habitantes. En ambos casos,
el terreno asignado a la Roma antigua mantiene una relacin, no como se podra imaginar,
con la poblacin que alberg en la antigedad, sino con la que posiblemente tena en la fecha
de los documentos, por lo que una solucin aritmtica del problema es puramente arbitraria.
Incluso sobre una superficie inmutable, las condiciones de vida cambian de una poca a otra;
est claro que la relacin que intentemos plantear entre una superficie que creemos conocer y
una poblacin que ignoramos no podra resultar en s misma ms que una incgnita.
Es mas, anadira que ser una incgnita cuya resolucin estara de antemano empaada por un
error si, como creo, la antigua Roma no se limitaba en absoluto al permetro que, segn
mantienen algunos, la circunscriba. La muralla de Aureliano, que cea la ciudad, no
abarcaba toda la Roma imperial, al igual que el pomerium o muralla cuya construccin se
atribuye errneamente a Servius Tullius, no abarc tampoco toda la Roma republicana. Pero
este aspecto requiere algunas explicaciones retrospectives.
La Roma antigua, como sodas las ciudades de la antigedad griega y latina, cont desde los
inicios de su leyenda hasta el final de su historia con dos elementos inseparables: una
aglomeracin urbane estrictamente definidaUrbs Roma y las zones rurales a ella
adscritasAger Romanus. stas se extendan haste la frontera con las ciudades limtrofes,
anexionadas polticamente a Roma pero con independencia municipal: Lavinium, Ostia,
Fregenae, Veii, Fidena, Ficulea, Gabii, Tibur y Bovillae. Si nos detenemos un momento a
estudiar los datos que nos transmiti el bizantino Zacharias, veremos que la superficie
territorial de Roma formaba una elipse cuyos ejes, de 17 kilmetros 650 metros y 19 ki-
lometros 100 metros respectivamente, determinaban una extensin aproximada de 57
kilmetros alrededor de la ciudad, o lo que es lo mismo, aproximadamente 25.000 hectreas.
Naturalmente, carecemos de medios para precisar sus contornoS o afar una cifra de la
poblacin diseminada. Sus ciudadanos eran romanos de Roma al igual que los cives que
residan en medio de la aglomeracin de la Urbs. Pero stos eran los que constituan la plebe
urbane en el interior de la lnea que oficialmente demarcaba el emplazamiento de la ciudad
propiamente dicha.
En ella residan los dioses en sus santuarios, el rey, ms tarde los magistrados herederos de su
desmembrado'poder, y el Senado y los Comicios que, primero con l y despus con aqullos,
gobernaron el Estado que representaba la ciudad. As, en sus orgenes, la ciudad era algo ms
que una suma ms o menos hacinada de viviendas: era un templo dedicado a servir a las
reglas de la discipline de los augures, estrictamente delimitado por el surco que el fundador
latino, fiel al mandato de un ritual llegado de Etruria, haba labrado con un arado tirado por
un toro y una vaca de inmaculada blancura, levantando el arado sobre el luger donde quiz
despus se alzaran las puertas, poniendo cuidado en dejar en el interior de la lnea formada
por el surco la sierra que el arado haba desprendido. De este orbe sagrado, proyecto primero
de futuros bastiones y muros, esbozo de una imagen que se hara realidad incluso en su
nombre de pomerium (pone muros), la Urbs obtuvo su nombre, su definicin primitive y su
sagrada defense, garantizada por las prohibiciones que evitaban la profanacin de su suelo;
sus muros contuvieron la corrupcin de los cultos extranjeros, la amenaza de las
sublevaciones armadas y la profanacin de las sepulturas de sus muertos. Pero, si bien en la
poca clsica el pomerium, que por otra parse iba desplazndose a medida que se sucedan los
conflictos de los que surgira la historia de Roma, guard su significacin religiosa y sigui
protegiendo la libertad poltica de sus ciudadanos dejando fuera a sus legiones, sin embargo
ya no constitua el lmite de la cindad. Relegada a un piano meramente simblico, su funcin
haba sido suplantada por una realidad concrete: la muralla que una false tradicin atribuye a
Servius Tullius, construida por orden del Senado republicano entre el ao 378 y el 352 a. C.
en bloques de toba tan slidarnente unidos que an troy quedan en pie paneles enteros,
especialmente en la Via delle Finanze, en los jardines del palacio Colonna o en
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la Piazza del Cinquecento, frente a la estacin, que hen permitido llevar a cabo su
reconstruccin. A partir del siglo ~ antes de nuestra era ya no era el pomerium lo que
determinaba el rea urbane de Roma, sino la muralla cuyos poderosos sillares evitaron la
incursin de Anbal, que no debemos confundir con la anterior. Si, como el pomerium, esta
muralla deja fuera de sus lmites el trazado de la explanada que recibi el nombre de Campo
de Marte, situada entre el Tber y las colinas, y destinada a los ejercicios militares y al
servicio de los dioses, sta es, sin embargo, ms extensa que el pomerium y abarca territorios
que la primitive muralla no inclua: el arx y el monte Capitolino, el extremo nordeste del
Esquilino, el Velabro y, especialmente, los dos cerros del Aventino, el del norte desde su
fundacin y el del sur cuando los cnsules del ao 87 prolongaron la muralla haste aquel
luger para resistir mejor el ataque de Cinna. Por ello se calcula que abarcaba 426 hectreas.
Es poco en relacin a las 7.000 hectreas con que cuenta Pars; pero es mucho si las
comparamos con las 120 de la antigua Capua, con las 117 de Ceres o las 32 de Prenesta.
Pero, pare qu tantas comparaciones? El clculo de la superficie de la Urbs no nos va a
indicar el nmero de su poblacin. En efecto, despus de que los romanos conquistaran el
Universo dejaron de temer a sus enemigos; los muros con los que se haban protegido para
defenderse de ellos perdieron su finalidad blica, y los habitantes de la Urbs comenzaron a
desbordar su muralla del mismo modo que su muralla haba desbordado el pomerium. En el
ao 81 a. C., Sulla, aprovechando las prerrogativas concedidas a los imperatores que haban
engrandecido las fronteras del Imperio, y para apaciguar los nimos de la plebe urbane,
autoriz que una parse del Campo de Marte, cuyas dimensiones desgraciadamente
desconocemos, se destinara a la construccin de viviendas. Es evidente que en esta zone la
Urbs iba ms all de los lmites de la muralla, y prcticamente seguro que ocurriera lo mismo
en muchos otros lugares. Csar no hizo sino legalizar un estado de hecho que, sin dude, se
remonta al siglo II antes de nuestra era, al establecer en una milla ms lejos (1.478 m.) los
lmites de Roma,
Augusto, por su parse, no hizo ms que reanudar y mejorar la iniciativa de su padre adoptivo
cuando emprendi la tarea, en el ao 8 a. C., de dividir la Urbs en las catorce regiones que
abarcaban tanto los barrios antiguos como los nuevos; trece regiones se hallaban en la villa
izquierda del Tber; la decimocuarta estaba en la villa derecha del ro, la regio Transtiberina,
cuyo recuerdo troy pervive en el actual Trastevere.
Este emperador, orgulloso de haber pacificado el mundo y de haber llevado a cabo el acto
solemne de cerrar las puertas del templo de Jano ', no tema en modo alguno desacralizar la
vieja fortificacin republicana. Una vez liberado de la preocupacin de su seguridad merced a
sus conquistas y sus anexiones, permiti que Roma creciera por todas parses. Si bien cinco de
las catorce regiones de Augusto quedaron en el interior de la ciudad, otras cinco superaron en
parse el lmite de la muralla y cuatro quedaron completamente fuera de su trazado: la V
regin (el Esquilino), la VII (la Via Lata), la IX (el Circo Flaminio) y la XIV (la
Transtiberina). Y para dejar mayor constancia de las intenciones del emperador, la tradicin
popular pronto dio a la primera de ellas el nombre de Puerta Capena, que despus de marcar
durante algn tiempo la periferia, posteriormente lleg a constituir el centro de la cindad 3.
Las catorce regiones de Augusto se mantuvieron durante todo el Imperio; es en su marco
donde debemos situar la Roma de los primeros Antoninos, y fueron sus mismos lmites los
que sealaron los confines de la cindad. No obstante, no podemos saber su extensin exacta;
en cualquier caso, constituira un acto de voluntaria ignorancia querer limitarla a la superficie
que encerraba la muralla que Aureliano, ante la proximidad de los brbaros, levantara para
proteger a la capital del Imperio y que, a partir del ao 274 d. C.,
~ El templo de Jano abria sus puertas en periodos de guerra y las cerraba en perodos de paz.
(N. de la T.)
Aunque sus rondas se extendan sobre 18 kilmetros 837 metros y abarcaba una superficie de
1.386 hectreas, 67 reas y 50 centireas, la muralla de Aureliano se edific del mismo modo
que otras fortificaciones posteriores con las que la Galia se protegi de las incursiones de las
tribus germnicas, y que fueron objeto de riguroso estudio por Adrien Blanchet. Al igual que
stas, no defendan toda la ciudad, sino solamente sus puntos vitales, como una coraza
protege el corazn del guerrero. La muralla de Aureliano no cubra las catorce regiones
romanas; en luger de adaptarse a la configuracin de la ciudad, los ingenieros de Aureliano
buscaron comunicar los principales puntos estratgicos; por ello, utilizaron construcciones ya
existentes, como los acueductos, para integrarlas con mayor o menor facilidad a su sistema.
Desde el Pincio haste la puerta Salaria, en la sptima regin, se hen hallado pilastras
municipales que indicaban los lmites un centenar de metros ms all de la muralla, ya que el
obelisco de Antinoo, erigido segn los trminos de su inscripcin jeroglfica en el lmite de
la ciudad, as lo seala. Lo mismo ocurra con la primera regin, que abarcaba desde la
puerta Metrovia a la Ardeatina, y llegaba 600 metros ms all del recinto fortificado, ya que
la cortina se extiende en esta zone a una milla (1.478 m.) al sur de la puerta Capena. La
primera regin comprenda el aedes Martis, que comenzaba a una milla de dicha puerta y
llegaba haste el ro Almo (en la actualidad Acquataccio), que fluye 800 metros extramuros.
Finalmente, sera fcil demostrar que la decimocuarta regin, cuyo permetro total duplica el
de la zone Junto al Tber, la sobrepasaba en 1.800 metros por el norte y en 1.300 por el sun
Con estos datos es un grave
:~:
error confiear las catorce regiones que formaban la Roma imperial en la superficie que
abarcaba la muralla de Aureliano; y no lo sera menos limiter su capacidad a las apro-
ximadamente 2.000 hectreas sealadas por las pilastras municipales mviles: pues, desde la
poca de Augusto, los juristas haban establecido que la Roma de las catorce regiones no
estaba ceida por unos lmites invariables, sino que tanto en su legislacin como en la
prctica se haba constituido como una creacin constante, como una ciudad que se
extendera a medida que surgiera la necesidad de construir nuevas viviendas, en cualquiera de
las regiones, que vinieran a sumarse a los edificios ya construidos; y siempre haste el lmite
de una milla del ltimo de ellos: Roma continentibus aedificiis finitur, mille passus a
continentibus aedificiis numerandi sunt 4; pero esta nocin jurdica, esencialmente realista,
no slo demuestra la inutilidad de todo intento de establecer una cifra de la poblacin
romana, basada en algo tan incierto y mvil como la superficie territorial de las catorce
regiones, sino que prueba la fe de l,os que la concibieron en el progresivo crecimiento de la
ciudad imperial.
Por lo dems, este crecimiento se nos impone con una gran fuerza de conviccin al reviser los
documentos de que disponemos. Ya progresivo desde los tiempos de Sila haste los del
principado, despus se hizo mucho ms rpido bajo el feliz mandato de los Antoninos. Para
convencernos de ello no tenemos ms que comparer las dos estadsticas de los vici romanos,
separadas entre s por tres siglos, que el azar ha hecho llegar haste nosotros. Los vici eran los
barrios romanos en los que se divida cada una de las catorce regiones y que, desde la poca
de Augusto, gozaban de administracin propia en la persona de sus alcaldes>>, los
vicomagistri, y estaban tutelados por sus propios Lares. Plinio el Viejo nos dice que, durante
el lustro que comenz en el ao 73
37
d. C., perodo en el que fueron censores Vespasiano y Tito, Roma estaba dividida en 165 vici.
Por su parse, los Regionarios, la inestimable recopilacin del siglo IV que Lanciani llamara el
Gotha de la antigedad, nos hablan de 307 vici. As pues, entre el ao 73 d. C. y el 345,
fecha intermedia entre el ao 334, a partir del cual fue recopilado el ms antiguo de los
Regionarios, la Notitia, y el ao 357, fecha en la que se realiz el ltimo, el Curiosum, el
nmero de vici aument en 46 unidades, lo que supone un crecimiento territorial en Roma del
15,4 por ciento. Al mismo tiempo observamos, desde la poca de Csar haste la de Septimio
Severo, un crecimiento demogrfico que seguramente corresponde, aunque no hay
testimonios de ello, al hecho de que la asistencia pblica se hiciera cargo de gran parse de la
plebe romana. En tiempos de Csar y de Augusto, la Annona tena a su cargo a 150.000
indigentes entre los que reparta gratuitamente el trigo. A comienzos del reinado de Septimio
Severo, cuando la distribucin de congiarios del ao 203, que Dion Cassius ensalzara por su
generosidad, el nmero de personas acogidas a la asistencia pblica era de 175.000, lo que
supone un aumento del 16,6 por ciento. El paralelismo de estos porcentajes es doblemente
instructivo. En primer luger prueba la hiptesis segn la cual la extensin real de la Roma de
las catorce regiones experiment con el tiempo un desarrollo demogrfico. En segundo luger,
indica, tal como lo testimonian los Regionarios y los ya aludidos congiarios del ao 203, que
el mayor crecimiento demogrfico se debi a la consolidacin de la paz romana durante la
primera mitad del siglo II.
Ahora bien, desde comienzos del siglo I antes de nuestra era haste mediados del siglo I d. C.,
podemos observer un movimiento continuo y creciente que aumenta la poblacin de la Urbs y
que, con el tiempo, fue la cause de que su cohesin se quebrantara y se viera comprometido
su abastecimiento. Como he demostrado en otras ocasiones, la declaracin de guerra de los
aliados en el ao 91 a. C. y, como consecuencia, la afluencia torrencial de gentes de toda
Italia, que se negaban a marcher con los sublevados y buscaban un
luger donde ester a salvo de sus represalias, provoc un aumento demogrfico semejante al
que padeci Atenas cuando, a principios de siglo, hubo de refugiar a los griegos de Asia
Menor y convertirse as en una gran capital europea. Frente a una Italia y unas provincial
desmembradas por el gobierno demcrata de Roma y los ejrcitos que la nobleza senatorial
haba movilizado contra l, los censores del ao 86 hubieron de renunciar a tracer un censo
general de los ciudadanos del Imperio y procedieron a enumerar sodas las categoras de
habitantes que haba en la Urbs: describtione Romae facta inventa sunt hominum
CCCCLXlll.milia. Treinta aos despus, la cifra haba aumentado sensiblemente si, como
afirma Lucano, Pompeyo, que haba asumido en septiembre del ao 57 a. C. Ia
responsabilidad de la Annona, hubo de almacenar trigo suficiente para alimentar al menos
486.000 bocas. Tras el triunfo de Julio Csar, en el ao 45 a. C., la poblacin volvi a
aumentar, aunque no tenemos datos para establecerla de modo exacto; pero es evidente ya
que, en luger de las 40 o 50.000 personas acogidas a la ley frumentaria, segn sealaba
Cicern en el ao 17 a. C. en sus Verrinas, por una orden de Csar se estableci en 150.000
el nmero de almas que deberan contar con trigo gratuito. Adems, aprovechando su
posicin de prefecto de las costumbres, generaliz la prctica ocasional de los censores del
ao 86 a. C. y orden duplicar el album tradicional de los ciudadanos del Imperio por medio
de un censo que abarcase a todos los habitantes de la Urbs y que en adelante habra de
establecerse case por case y edificio por edificio, por indicacin y bajo responsabilidad de los
propietarios.
por el resto de frica, segn seala Ioseph. En total 60 millones de modii (5.250.000 hl.) que,
a razn de un consumo medio de 60 modii (5,25 hl.) por persona y ao, nos da un milln de
personas asistidas por la Annona. Tambin contamos con la declaracin de Augusto en sus
Res Gestae segn la cual, habiendo sido nombrado tribuno por vigesimasegunda vez y por
duodcima vez cnsul, es decir, en el ao 5 a. C., entreg 60 denarios a cada uno de los
320.000 habitantes que constituan la plebe urbane. Ahora bien, si nos atenemos a los
trminos que el emperador emple, deducimos que este dinero slo se distribuy entre los
adultos varones: viritim, especifica el texto latino; yaT'ao~6pa traduce el ejemplar griego. Por
tanto, exclua a las mujeres y a los nios menores de once aos, censados sin embargo como
individuos de la plebe de la Urbs. Por todo ello, y atenindonos a los mtodos que en la
actualidad utilizan los especialistas en demografa, podemos establecer un clculo aproxi-
mado de la poblacin romana en el ao 5 a: C. de 675.000 cives; sin embargo, hay que decir
que no hemos tenido en cuenta ni a las tropas, compuestas por unos 10.000 hombres que
residan en Roma pero que no reciban congiario, ni a la multitud de extranjeros que vivan en
Roma, ni por supuesto a los esclavos. Todo lo cual nos trace estimar la poblacin total de
Roma bajo el reinado de Augusto en un nmero cercano al milln, si no superior.
Finalmente, el censo de los Regionarios del siglo IV de nuestra era 5 induce a pensar que, en
el siglo ll, momento histrico de gran desarrollo, la poblacin de Roma seguramente era an
mayor de lo que nuestra estimacin supone. Mientras que, sumando regin por regin, las
viviendas de la Urbs censadas por el Curiosum den un total de 1.782 domus y 46.290 insulae,
el resumen del breviarium de la Notitia da una cifra definitive de 1.797 domus y 46.602
insulae. La diferencia entre estos documentos seguramente procede de un descuido del
copista del Curiosum, posiblemente aburrido por las largas enumeraciones que deba
transcribir; no es difcil que omitiera ciertos datos, cuando no que repitiera otros como hizo al
atribuir el mismo nmero de domus a la
1i
dcima y la undcima regin, o el mismo nmero de nsulas tanto en la tercera y cuarta como
en la duodcima y decimotercera. Sera intil buscar una perfecta identidad entre el Curiosum
y la Notitia. Lo mejor es elegir de entre los dos Regionarios aqul cuyo enunciado indique
menor margen de error. En otros terminos: hay motivos para afar mayor crdito al resumen
de la Notitia; en cuanto al nmero que cite de viviendas romanas debemos olvidarlo y
deducirlo de los habitantes que poblaban las 1.797 domus y las 46.602 insulae censadas.
Evidentemente, el resultado slo sera aproximado, adems de que los crticos mtodos
contemporneos haran muy complicados los clculos. En Francia, sin ir ms lejos, Edouard
Cuq y Ferdinand Lot, al consultar la Notitia interpretaron que el plural de domus englobaba a
todos los edificios de la Urbs y el plural insulae lo entendieron como sinnimo de cenacula,
es decir, como pisos habitados. De este modo consideraron que ambos significados se
ajustaban al mismo concepto y, adoptando una media de cinco habitantes por piso, hicieron
sin ms prembulos los clculos sobre las 46.602 insulae registradas en la Notitia; as
obtuvieron una cifra total de 233.010 habitantes. Pero sus operaciones desde el comienzo
estaban viciadas por el error de su interpretacin lxica. Para un latinista, la domus, vocablo
que etimolgicamente evoca la idea de una propiedad hereditaria, es una case particular en la
que slo vive la familia del propietario; la insula, edificio aislado como su propio nombre
indica, es un edificio de alquiler, un bloque dividido en determinado nmero de pisos o
cenacula, cada uno de los cuales alberga a un solo inquilino o a una familia. Podramos citar
infinitos ejemplos que esclarecen esta realidad: Suetonio cite una orden de Csar por la que
se oblige a los propietarios de la insula a confeccionar los pliegos de empadronamiento de
sus inquilinos: per dominos insularum. Tcito se queja de la dificultad que supone llevar la
cuenta exacta de los templos, domus e insulae destruidos por el incendio del ao 64 d. C.; el
bigrafo de la Historia Augusta relate que, en un solo da del reinado de Antonino Po, las
42
bi oscilar entre 1.165.050 y 1.677.672, diseminados por las viviendas de sus 46.602
edificios de alquiler. Incluso quedndonos con la ms baja de estas dos estimaciones, o esta-
bleciendo la poblacin de la Urbs en 1.200.000 habitantes bajo el mandato de los Antoninos
6, es evidente que la Urbs se asemejaba bastante a cualquiera de las cindades modernas, pero
no contaba con los avances tcnicos ni con los medios de comunicacin que en la actualidad
facilitan la vida de nuestras grandes ciudades.
Por tanto, es inevitable pensar que la capital del Imperio debi sufrir los problemas de una
superpoblacin ms acuciante que la actual, aunque tambin es cierto que alcanz un
desarrollo similar, guardando las debidas distancias, al de la actual Nueva York; si bien es
cierto que Roma, reina del Universo antiguo,
CAPiTULO I]
44
1:
no pasar jams de ciertos lmites territoriales, sin dude aquellos marcados por Augusto y sus
sucesores y ms all de los cuales su vida quedaba fragmentada y su unidad rota. Incapaces
de ampliar su territorio al mismo ritmo que aumentaba su poblacin, los romanos hubieron de
resignarse a vivir en un espacio fsico limitado por el corto desarrollo de sus tcnicas y a
recuperar el espacio perdido por medio de unos recursos contradictorios: el
empequeecimiento de sus calies y la progresiva altura de sus cases. En realidad, la Roma
imperial yuxtapuso a lo largo de toda su historia una esplndida monumentalidad y la
incoherencia de unos edificios a la vez incmodos y fastuosos, desproporcionados y frgiles,
comunicados entre s por un cordn de estrechas y sombras callejuelas; por eve, cuando
intentamos reveler los rasgos de su verdadero rostro, quedamos desconcertados ante unos
contrastes que dejan en nosotros la impresin de una ciudad con la grandeza de las urbes
modernas y la falta de recursos de la Edad Media, donde lo mismo vemos la lcida
anticipacin de la arquitectura americana como la confuse imagen de los laberintos
orientales.
En primer luger, nos llama poderosamente la atencin el aspecto aactual del que antao fue
el modelo ms comn de edificio romano. Mi trabajo publicado en 1910 sobre el barrio de los
almacenes en Ostia; las excavaciones reanudadas en 1907 en el luger donde estaba ubicada
esta colonia, suburbio y, en sntesis, espejo fiel de Roma, cuyas plausibles conclusiones
expuso diez aos despus Guido Calza; el descubrimiento en Roma de las construcciones que
bordeaban la calle de la Pimienta, via Biberatica, en el mercado de Trajano; los trabajos que
dejaron al descubierto los restos hallados bajo la escalera del Ara Coeli y el estudio de los
edficios que existan en las laderas del Palatino, en la via dei Cerchi, y bajo la galera de la
plaza Colonna, nos hen reve
lado las dimensiones, el trazado y la verdadera estructura de sus edificaciones '. Cuando trace
treinta aos intentbamos representarlas, nos imaginbamos las villas del Tber pobladas por
construcciones similares a las halladas bajo la lava o los lapilli del Vesubio, y nos sentamos
satisfechos imaginando la Urbs a imagen y semejanza de Herculano y Pompeya. Sin
embargo, en la actualidad no hay ningn arquelogo experlmentado que aplique esas
nociones tan superficiales e ilusorias. Es cierto que la case de Livia, en el Palatino, o la de
Gamala en Ostia, luego propiedad de un hombre llamado Apuleius, se asemejan a los
edificios de Campania, e incluso podemos admitir que los chalets particulares de los ricos,
las cases o domus que mencionan los Regionarios, la mayora de las veces tenan su estilo.
Pero los Regionarios no den cuenta ms que de 1.797 domus en Roma frente a las 46.602
insulae registradas en la ciudad, es decir, que exista una proporcin de una domus por cada
veintisis insulae; y de acuerdo con los testimonios escritos y la interpretacin objetiva de los
restos de catastro de la Urbs que Septimio Severo expuso en el Foro de la Paz, debemos
concluir que la mayora de las insulae estaban tan lejos de la domus de Pompeya como lo est
un palacio romano de un villino de la costa, o las cases de la calle Rivoli y de los grandes
bulevares parisinos de las cases de campo de la Costa Esmeralda. En realidad, y por
paradjica que en principiO pueda parecer esta afirmacin, hay muchas ms analogas entre
la insula de la Roma imperial y las case populares de la Roma contempornea que entre la
insula y la domus de Pompeya.
La domus, que a la calle muestra un muro ciego y macizo, abre todos sus
vanos hacia patios interiores. La insula, en cambio, tiene ventanas a la calle y, a veces,
cuando est edificada alrededor de un patio cuadrado, tambin abre a su interior puertas,
ventanas y escaleras.
La domus est formada por sales de proporciones fijas, previstas para un uso
determinado, alineadas una tras otra siguiendo un orden invariable: fauces, atrium, alae,
triclinium, tablinum y peristilum. La insula est compuesta por
46
La vida cotidiana en Roma en el apogeo del Impeno
cenacula, es decir, viviendas independientes como las nuestras, con habitaciones para
distintos usos segn las necesidades de sus inquilinos, que se disponen siguiendo un orden
riguroso desde la ltima planta haste la planta baja. La domus, influida por la arquitectura
helenstica, se conceba en sentido horizontal. La insula, por el contrario, nacida en el siglo
IV antes de nuestra era de la necesidad de alojar, tras los llamados muros Servianos, a una
poblacin en continuo crecimiento, se desarrolla en sentido vertical. Al contrario que la
domus de Pompeya, la insula romana fue teniendo cada vez mayor altura, hasta alcanzar
enormes dimensiones en el Imperio. sta es una caracterstica predominante, que ya
maravill a la poblacin de entonces y que troy nos asombra a nosotros por la similitud que
presenta con nuestras ms atrevidas y modernas viviendas. En el siglo III a. C., las insulae de
tres pisos ftabulata, contabulationes, contignationes) se haban hecho tan numerosas que
haban dejado de llamar la atencin; Tito Livio 2, al enumerar los hechos prodigiosos que, en
el invierno del ao 217 al 218 a. C., anunciaron la incursin de Anbal, menciona de pasada
una insula, prxima al forum boarium, por cuyas escaleras subi un buey que se haba
escapado del mercado y que cay desde el tercer piso entre los gritos de espanto de los
habitantes. A finales de la Repblica, la existencia de estas insulae no supone ms que una
mere ancdota. La Roma de Cicern vive prcticamente suspendida en el aire: Roman cena-
culis sublatum atque suspensam 3; la de Augusto an alcanza mayor altura. Segn Vitruvio,
en aquel tiempo la magnitud de la ciudad y el importante crecimiento de su poblacin
exlglan que las vlviendas tuvieran grandes dimensiones, y estas circunstancias obligaron a
buscar la solucin en la elevacin de los edificios 4. Sin embargo, fue una solucin tan
peligrosa que el emperador, inquieto por los riesgos que amenazaban la seguridad de los
ciudadanos y ante la *ecuencia de los derrumbamientos, redact un reglamento para los
constructores y prohibi a los particulares la edificacin de insulae que superasen los 70 pies
de altura (20 metros) 5. Esta circunstancia hizo que propietarios y contratistas, a cual
ms avaro y temerario, llegaran haste el lmite de lo establecido por la fey. Hay testimonios
que prueban esta inverosmil elevacin de los edificios durante todo el Imperio. Estrabn, al
describir la ciudad de Tiro de comienzos de nuestra era, seala sorprendido que las cases de
este puerto ilustre de Oriente eran casi ms altas que las de la Roma imperial 6, Cien aos
despus, Juvenal se burla de esta Roma area, que slo repose en vigas largas y delgadas
como flautas 7. Cincuenta aos ms tarde, Aulus Gellius critica las cases empinadas con
mltiples pisos: multis arduisque tabulatis 8; y el retrico Aelius Aristides dice,
absolutamente en serio, que si las viviendas de la Urbs hubieran podido colocarse una tras
otra a lo largo de toda la calzada, se habran extendido haste Adria, en el mar Superum 9
(Adritico). En vano intent Trajano poner de nuevo en vigor t las prohibiciones de Augusto,
o incluso limitarlas, ya que estableci en 60 pies (18 metros) la altura mxima de los edificios
construidos por particulares; la necesidad fue ms fuerte que la fey. En el siglo IV, entre las
curiosidades de la ciudad, junto al Panten y la columna Aureliana, apareca una case gigante
cuyas proporciones llamaban la atencin de cualquier visitante: se trata de la insula Felicles.
Haba sido construida doscientos aos antes, a comienzos del principado de Septimio Severo
(193-211), y su fame haba llegado allende los mares, ya que Tertuliano, afanado en
convencer a sus compatriotas africanos de lo absurdo de las invenciones con las que los
Valentinianos intentaban llenar la distancia infiniea que separa al Creador de su creacin, no
encontr ejemplo ms instructivo que el de la insula Felicles: Tertuliano denosta sin piedad a
eves herejes, rodeados de mandatarios y mediadores divinos creados por su propio delirio, y
los acusa de haber transformado el Universo en una inmensa case de alquiler amueblada en
cuyo desvn instalaban a Dios ad summas tegulas, un edificio que alzaba tantos pisos
hacia el cielo que se poda decir que el dios de los romanos viva en la insula Felicles ". Lo
ms probable es que, a pesar de los edictos de Augusto y de Trajano, los constructores cada
vez fueran ms audaces y la insula Felicles se alzara
48
La vida cotidiana en Roma en el apogeo del Imperio
sobre la Roma de los Antoninos como un rascacielos. Y aunque nos hallamos ante un caso
extraordinario, una excepcin casi monstruosa, lo cierto es que los edificios de cinco o seis
pisos eran corrientes en Roma. Marcial, por ejemplo, viva en el tercer piso de un edificio de
la calle del Peral, en el Quirinal; sin embargo, no era de los ms desafortunados, ya que tanto
en su propia insula como en otras prximas haba inquilinos que habitaban en pisos ms altos
que el suyo. Juvenal trace una cruel descripcin de uno de los incendios de Roma; en un
momento de su narracin se dirige al desgraciado que, como el dios de los Valentinianos,
viva en el desvn y le dice: Arde ya en llamas el tercer piso y t sin enterarte. En la planta
bajo todo son atropellos. El ltimo en asarse, sin embargo, ser el miserable al que slo
protege de la lluvia el tejado al que llegan las lnguidas palomas a poner sus huevos. 12
Estas enormes e interminables construcciones, de las que el transente deba alejarse para
poder ver su techumbre, se dividan en dos categoras: una ms suntuosa cuya planta baja,
concebida como un todo puesto a disposicin de un nico propietario, gozaba del prestigio y
las ventajas de una case aislada, de aqu que a menudo recibiera el nombre de domus en
oposicin a los cenacula de los pisos superiores; y una segunda categora ms humilde, cuya
planta baja estaba dividida en locales donde se instalaban tiendas y almacenes, las tabernae
que citan los textos y que podemos imaginar fcilmente gracias a los restos de ellas hallados
en la via Biberatica y en Ostia. Slo las personas importantes podan permitirse el lu)o de
vivir en la domus de la primera categora; sabemos que en tiempos de Csar un hombre lla-
mado Caelius pagaba por la suya un alquiler anual de 30.000 sestercios 13, Por el contrario,
bajo el techo abovedado de las tabernae pululaba una humilde poblacin. Cada una de ellas
se abra a la calle por una gran puerta cimbrada, que normalmente ocupaba toda la fachada,
con dos batientes de madera que se quitaban por el da, se volvan a colocar al anochecer y se
cerraban con un cerrojo; generalmente tenan el espacio justo para alojar el almacn de un
comercian
te, el taller de un artesano o el mostrador o puesto de cualquier vendedor. Pero, en uno de sus
ngulos, casi siempre haba una escalera con cuatro o cinco peldaos de ladrillo o piedra que
se prolongaba con otro tramo de madera; por ella se suba a un sobradillo iluminado por una
ventana oblonga, situada sobre la puerta de entrada, que serva de vivienda a los inquilinos de
la tienda, los guardas del almacn o los obreros del taller. En cualquier caso, ya fueran traba-
jadores libres o esclavos domsticos, los inquilinos de una taberna nunca tenan ms de una
habitacin para ellos y los suyos: all trabajaban, cocinaban o dorman, en una situacin tan
confusa como la que, segn veremos ms adelante, padecan los arrendatarios de los ltimos
pisos de la insula, cuando no mayor. Y a pesar de vivir en estas condiciones, al parecer tenan
verdaderas dificultades para poder pager el alquiler. El propietario, para apremiar a sus
deudores, mandaba quitar la escalera que suba a la vivienda, y de este modo les dejaba sin
vveres y les llamaba al orden. La expresin jurdica percludere inquilinum, bloquear a un
inquilino, de clara significacin terica, segn los jurisconsultos de la poca no deba de ser
muy efectiva en la prctica ya que, al parecer, no poda aplicarse ms que en el humilde
marco de las tabernae; por ello no fue una sancin muy comn en la Roma imperial.
As pues, haba diferencias esenciales entre los dos tipos de edificios de alquiler a los que se
daba el nombre de insula, y la mayor de ellas era la disparidad entre una domus situada en la
planta baja de un edificio y las tabernae ubicadas en otros. Pero esto no impide que en la
realidad de su poca sodas las insulae obedecieran a las mismas reglas tanto en su disposicin
interna como en su aspecto externo.
Consideremos la Roma actual: es cierto que en el curve de los ltimos decenios, sobre todo a
partir de la parcelacin de la villa Ludovisi, ha tenido luger en ella un proceso de aislamiento
de los barrios aristocrticos. Pero antes de que esto ocurriera, su carcter igualitario haca
que las ms nobles moradas convivieran con las casas ms vulgares; an en nuestros das, el
visitante queda sorprendido al ver surgir
50
r~
52
cidencias, cuando no aspectos realmente idnticos, en unos planos tan alejados en el tiempo
~s. Pensamos que si los sbditos de Trajano y de Adriano resucitasen, creeran entrar de
nuevo en sus casas al traspasar el umbral de los casoni contemporneos; y tendran todo el
derecho a quejarse de que, al menos en su aspecto externo, las casas hubieran perdido ms
que ganado con el paso de los aos.
ya que la verosmil reproduccin que de ella publicaron Calza y Gismondi nos muestra una
autntica ciudad-jardn, semejante en todo a aquellas que en la actualidad construyen, para
los obreros y los pequeoburgueses de las grandes ciudades, las empresas inmobiliarias ms
oportunistas o las generosas asociaciones filantrpicas. Al observar esta imagen singular,
mero esbozo de lo que debi ser. uno siente la tentacin de negar el progreso y experimenta
autnticos deseos de haber sido uno de los hombres que, en los tiempos de Trajano, Adriano
o Antonino Po, gozaron con la realidad que esta reproduccin nos muestra.
Sin embargo, las comodidades de esta insula, la ms lujosa de las que hasta el presente ha
descubierto la arqueologa, no respondan en absoluto a lo que su apariencia externa sugiere
en un primer momento. Es cierto que sus arquitectos no escatimaron detalle alguno para
embellecerla. Sus suelos estaban revestidos con baldosas y mosaicos cuya complicada
disposicin nos transmiti Vitruvio; los muros estaban cubiertos por pinturas de unos colores
logrados con largos y costosos procedimientos, segn el anlisis del mismo autor, hoy
borrados pero en su da tan frescos y vistosos como los de las casas de Pompeya (de aqu el
nombre con que la bautizaron los especialistas italianos, la Casa dei Dipinti o Casa de las
Pinturas). Yo no me atrevera a amueblarla con los laquearia o techos de cuarterones,
divididos en paneles mviles de madera o marfil labrado, que los advenedizos como
Trimalcin instalaban en el comedor con un dispositivo que serva para hacer descender,
sobre los satisfechos y maravillados invitados, una lluvia de flores, perfumes, exquisitos
alimentos o valiosos regalos. Pero es muy posible que las habitaciones tuvieran esos techos
de estuco dorado que tanto complacan a los extravagantes contemporneos de Plinio el Viejo
y, sin embargo, pecaran de falta de solidez en su construccin, de escasez en el mobiliario y
de deficienceas en la iluminacin, la calefaccin y la higiene.
54
Aquellas altivas moradas resultaban demasiado endebles. Mientras que la domus de Pompeya
se construa sobre la superficie de 800 y 900 m2, insulae como las de Ostia, que no obstante
fueron edificadas segn los planes urbansticos que Adriano impuso a sus arquitectos,
raramente cubran una superficie similar. En cuanto a las insulae romanas, segn los
fragmentos del catastro de Septimio Severo, se construan sobre una superficie de 300 y 400
m2 la mayora de las veces. Incluso suponiendo, lo que sera menos razonable, que las
limitaciones del terreno dieran al baste con las restricciones impuestas, los datos que nos
llegan son decepcionantes: por lo general la superficie horizontal de una insula era de 300 m2
frente a un desarrollo vertical de 18 y 20 metros; teniendo en cuenta el grosor de los suelos
que separaban los distintos pisos, es evidente que las desproporciones de las insulae las
hacan realmente peligrosas para los habitantes de la Urbs. Los edificios romanos no
mantenan en absoluto un equilibrio entre su base y su altura, por lo que los derrumbamientos
estaban a la orden del da; a su fragilidad inicial se sumaba el hecho de que los constructores,
por afn de lucro, economizaban cuanto podan reduciendo la resistencia de la obra y
rebajando la calidad de los materiales. Ya la fey, segn nos cuenta Vitruvio, slo autorizaba
un pie y medio (45 cm.) de grosor en los muros exteriores, y en los dems un menor grosor
para economizer espacio. Este autor aade que, al menos desde los tiempos de Augusto, los
constructores reducan el grosor obligatorio mediante tirantes de ladrillo que sostenan la
argamasa, y mantiene, con curiosa filosofa, que esta mezcla de hiladas de piedra, tirantes de
ladrillo y mesa de cascotes permiti que los edificios tuvieran mayor altura y, por tanto, que
los romanos tuvieran un lugar para vivir sin dificultadespopulus romanus egregias habet
sine impeditione habitationes 17,
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el siglo II, durante el cual se impuso la costumbre de revestir los paramentos de ladrillo, el
derrumbamiento o la demolicin preventive eran hechos comunes en la ciudad; los inquilinos
de las insulae vivan con el constante temor de que la case se les viniera encima. Recordemos
la consternada y furiosa perorate deJuvenal: Quin de aquellos que viven en la fresca
Prenesta o en las arboladas costas de Volsinios teme, o ha temido alguna vez, el
derrumbamiento de su casa... Pero nosotros, nosotros habitamos en una ciudad construida
sobre delgadas viguetas; y cuando la fisura de una vieja grieta se trace muy alarmante, el
administrador la tape o invite a las gentes a dormir tranquilamente bajo una ruina suspendida
sobre sus cabezas. Al parecer el satrico no exageraba en absoluto, ya que la previsin que
de estos casos trace el Digesta demuestra lo precario de la situacin que tanta ire despertaba
en Juvenal: Si se diere el caso de que el propietario de una insula la arrendare complete a un
inquilino titular por un total de 30.000 sestercios, y a su vez ste arrendare sodas sus
viviendas, obteniendo con ello unos ingresos de 40.000 sestercios, despus de lo cual el
propietario quisiera demolerla so pretexto de peligro de derrumbamiento, el inquilino titular
tendr derecho a una indemnizacin por daos y perjuicios. Si el edificio precisare realmente
de su demolicin, el demandante tendr derecho a la devolucin de la renta, pero no tendr
derecho a indemnizacin. En cambio, si el edificio fuera demolido para facilitar al propietario
una construccin me)or y, consecuentemente, ms remuneradora, el arrendador deber
indemnizar, adems, al arrendatario que se hubiere visto perindicado por el desalojo de sus
subarrendados, la suma de la que se hubiere visto privado por tal circunstancia. '8
Este texto, ya de por s interesante, lo es tambin por todo lo que sugiere. La sencillez de los
trminos en los que se expresa no deja dude alguna sobre la frecuencia de las practicas que
cite; y esto nos trace suponer que las cases de la Roma imperial, tanto o ms ligeras que las
antiguas cases americanas, se derrumbaban o se demolan como, no trace mucho, las de
Nueva York.
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Por otra parse, las cases de la Urbs ardan como las de Estambul en la poca de los Sultanes:
por su falta de consistencia, porque la pesada contextura de sus suelos requera gruesas vigas
de madera, por el trasiego de infiernillos porttiles para caldear la case, de velas, de lmparas
de aceite o de antorchas con las que se iluminaban por la noche y, finalmente porque, como
veremos, el ague estaba muy racionada. De aqu el nmero tan elevado de incendios y su r-
pida propagacin. Recordemos cmo, en el ltimo siglo de la Repblica, el plutcrata
Crassus ingeni un mtodo para acrecentar su fortune gracias a los estragos de los incendios
y a los derrumbamientos. Cuando le llegaba la noticia de un siniestro, corra al luger donde se
hubiera producido y prodigaba sus atenciones al propietario desesperado por la repentina
destruccin de su insula; acto seguido, le compraba el terreno, sobre el que no haba ya ms
que un amasijo de escombros, a un precio muy por debajo de su valor real. Ms tarde pona a
trabajar a una cuadrilla de albailes adiestrados por l, y se levantaba una insula
completamente nueva cuyas rentas no tardaban en superar con mucho el capital
desembolsado. Aos ms tarde, en la poca del Imperio, despus de que Augusto creara un
cuerpo de bomberos y vigilantes, la tctica de Crassus segua dando resultado. Incluso con
Trajano, tan pendiente de la vigilancia de la Urbs, el incendio era un suceso cotidiano en la
vida de los romanos. El ciudadano rico tema por su case y, en su angustia, obligaba a un
ejrcito de esclavos a vigilar su mbar, su bronce, sus columnas de mrmol frigio o sus
incrustaciones de carey. Al pobre le despertaba la obsesin de ver arder su buhardilla y
asarse vivo. Era tal la obsesin en todos los ciudadanos que Juvenal soaba con poder dejar
Roma. `Cundo podr vivir en un luger donde no est presente el fuego, donde en las noches
no tenga sobresaltos! 19 Y no se excede mucho en sus deseos. Como nos muestra Ulpiano,
los juristas tambin sealaban que no haba un solo da en Roma sin que se produjera un
incendio: Plurimis uno die incendiis exortis 20,
tud de sodas estas catstrofes. Las veces que conseguan darse cuenta a tiempo, los pobres
diablos de los cenacula, como el Ucalegon al que la satrica imaginacin de Juvenal puso
nombre de un troyano de la Eneida, enseguida recogan sus pertrechos 2~. Los ricos, sin
embargo, tenan mucho ms que perder, ya que no podan, como aqul, recoger todos sus bie-
nes en un fardo. Pero a pesar de sus estatuas de mrmol o de bronce, tampoco posean ms
que un escaso mobiliario cuya opulencia se manifestaba menos en la cantidad o tamao de las
piezas que lo componan como en los preciosos materiales y las extraas formas en que
estaban realizados.
En el texto antes citado de Juvenal, el millonario al que elude tome muchas precauciones
contra el fuego, no para preserver lo que troy llamamos mobiliario, sino para salver sus
objetos de arte y de decoracin. Para los romanos el mobiliario consista esencialmente en un
lecho donde dorman por la noche y a la hora de la siesta, y en el que hacan muchas de sus
actividades diaries, desde comer o recibir visitas haste leer y escribir. La gente ms humilde
se tena que contentar con unos camastros de obra adosados a la pared y cubiertos por un
jergn. Los dems tenan tantos y tan variados lechos como su posicin les permita. La
mayora eran individuales: lectuli; los haba de dos plazas o lechos conyugales: lectus
genialis; de tres plazas para el comedor: triclinia; y aquellos que queran tracer alarde de su
fortune y asombrar a sus conocidos, los tenan de seis plazas. Unos eran de bronce; otros, la
mayora, se realizaban de madera tallada, bien de encina o arce, bien de terebinto, tuya o una
de esas exticas maderas de superficie rugosa y tornasolada que muestran mil tongs, como el
plumaje de un pavo real: lecti pavonini. Las haba con el bastidor de madera y las pates de
bronce, cuando no con el bastidor de bronce y las pates de marfil. Tambin las haba de
madera con incrustaciones de carey, o de bronce con incrustaciones de oro y plate 22. Podan
ser, incluso, de plate maciza, como las de Trimalcin. Sea como fuere, el lecho era el mueble
por excelencia tanto en la domus seorial como en la insula plebeya. Los romanos apenas
utilizaban otros. Sus mesas no tenan nada
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de comn con las nuestras; no eran mesas macizas de cuatro pates, que se empezaron a
utilizer ms tarde por influencia del culto cristiano. En el Alto Imperio, las mensae eran
consoles de mrmol apoyadas sobre un pie, cuya funcin era la de exporter objetos de valor
para admiracin de los visitantes (cartibula); o bien veladores de madera o bronce soportados
por trapezophores mviles o por sencillos trpodes, cuyas pates metlicas y plegadas
generalmente estaban rematadas por garras de len. En cuanto a los asientos, los restos
hallados en las excavaciones son an ms escasos que los de las mesas. Creemos que la razn
estriba en que, puesto que los romanos coman y trabajaban recostados, su existencia no tena
razn de ser. De hecho, el silln o thronus, con brazos y respaldo, estaba reservado a la
divinidad; la silla con respaldo inclinado, o cathedra, no era de uso cotidiano: slo algunas
grandes dames, cuya molicie censuraJuvenal, tenan por costumbre retreparse en ellas
lnguidamente. Los textos as lo confirman, ya que slo mencionan dos cases donde las
hubiera: en el vestbulo del palacio de Augustola frase tome una silla, Cinna, de
Corneille, est inspirada en un relato de Sneca, y en la habitacin o cubiculum de Plinio el
Joven, donde se sentaban sus amigos para converser con l. En ningn otro momento aparece
ms que como un objeto propio del maestro de schola o de los sacerdotes: los fratres arvalis
de la religin oficial, o sacerdotes del culto de Ceres, el jefe de algunas sectas esotricas
paganas y, ms tarde, el sacerdote cristiano. De aqu el significado actual de la palabra
ctedra. Los romanos se sentaban habitualmente en bancos (scamna), taburetes (subsellia) o
en sellae plegables que llevaban consigo a sodas parses, como la silla curul de los
magistrados, realizada en marfil, o la de Julio Csar, de oro. El resto del mobiliario consista
en fundas para los asientos y camas, alfombras, cubrecamas y cojines que se colocaban sobre
el [echo, y los bancos o taburetes a los pies de las mesas o bajo la rope y la vajilla. La vajilla
de plate era tan comn que Marcial ridiculiza a los tacaos amos que, con motivo de las
Saturnales, no regalaban a la clientele al menos cinco libras (algo ms de kilo y me
dio) de plate 23, Slo la vajilla de los pobres era de arcilla. Las de los ricos estaban realizadas
por verdaderos artistes y podan tener incrustaciones de oro y piedras preciosas 24, Al leer
algunas descripciones de la antigedad, se tiene la sensacin de ester en un cuento de las Mily
una noches, en un ambiente semejante al del Islam; nos describer amplias habitaciones cuya
opulencia se meda por la profusin y hondura de los divanes, por el colorido de los tejidos
adamascados, por el brillo de la orfebrera y del cobre damasquinado, al tiempo que carecan
de todo aquello que en la actualidad se considera imprescindible en Occidente para llevar una
existencia confortable.
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todo, o cerrada. Sin embargo, en la insula romana habra hecho falta que las ventanas
hubieran podido entornarse ya que, a pesar de su nmero y sus dimensiones, no le prestaron
los servicios ni le brindaron el atractivo que hoy nos brindan las ventanas de nuestras
viviendas.
edificios de varios pisos. En la Roma antigua ningn edificio poda gozar de un sistema
parecido ms que si se trataba de una reconstruccin nica y aislada, como la latrina des-
cubierta en Roma en 1929 entre el Foro Principal y el de Csar. Por otra parte, est claro que
nunca ha ocupado ms que una pequea zona de los edificios en los que subsisten restos de
este sistema: en el bao de las casas ms notables de Pompeya o en el caldarium de las
termas pblicas; por supuesto, en ninguna de las insulae que conocemos se han hallado
restos.
. Por otra parte, la insula romana no tena ni chimeneas ni estufas. Slo en el horno de
algunas panaderas de Pompeya se han hallado tubos de conduccin semejantes a los que
tienen nuestras chimeneas; sin embargo, su funcin es un enigma, ya que, de los dos casos
que conocemos, uno est truncado de tal modo que ignoramos dnde poda desembocar, y el
otro no iba a parar al tejado, sino a un hornillo situado en la primera planta. Ni en las villas de
Herculano, ni en las de Pompeya, ni con mayor motivo en las casas de Ostia, ya que
reproducen rasgo por rasgo el tipo de insula romana, se han hallado restos de tomas de aire o
conducciones. Por fuerza hemos de concluir que, si bien el pan y los dulces se hacan en el
horno, los dems alimentos se cocinaban a fuego lento en infiernillos, y que los romanos slo
disponan de rescoldos para luchar contra el fro. Muchos de estos utensilios eran porttiles.
Alqunos estaban realizados en cobre o bronce y dan pruebas de una gran habilidad y fantasa.
Pero la airosa nobleza de este arte no es bice para que reconozcamos lo rudimentario de su
tcnica y su corta utilidad. Hasta las ms lujosas moradas de la ciudad se vieron privadas del
tibio calor que los radiadores dan a nuestras habitaciones, as como del agradable crepitar de
las llamas en el hogar. A esto debemos aadir la amenaza continua de fugas de gases
venenosos provocados por la combustin de algunos materiales (ligna coctilia, acapna), y la
continua sequedad del ambiente. Por ello, los habitantes de la antigua Roma deban afrontar
los rigores de las estaciones fras calentndose los pies en las ascuas de los braseros 27,
~:
62
Finalmente, a pesar de una creencia muy extendida, la insula romana tampoco estaba dotada
de ague corriente. A menudo olvidamos que la conduccin de ague en Roma se limitaba
estrictamente a los servicios pblicos. Desde el principio de su historia la canalizacin se
haba concebido ad usum populi, como dice Frontino, nunca para uso particular, y as sigui
siendo en la poca imperial. Sin embargo, sabemos que existan catorce acueductos que
llevaban a Roma el frescor de los manantiales de los Apeninos y que, segn clculos de
Lanciani, suministraban mil millones de litros diarios que se almacenaban en las 247 areas de
ague, o castella, desde donde se distribua a las fuentes que, tanto entonces como troy,
inundan Roma con la meloda de sus chapoteos y sus destellos de luz, o a los gruesos
conductos de promo que llevaban el ague sustrada de las fuentes haste algunas cases
privadas. Por todo ello nos gusta pensar que las cases romanas gozaban, como las nuestras, de
las ventajas del ague corriente. Sin embargo, no es cierto. En primer lugar, hubo que esperar
al principado de Trajano para que, con la inauguracin del acueducto que lleva su nombre
aqua Traiana, el 24 de junio del ao 109 28, el ague de manantial llegara a los barrios de la
villa derecha del Tber, que haste entonces haba cubierto sus necesidades con el ague de los
pozos. Incluso en la villa izquierda, las canalizaciones desde los castella haste algunas
viviendas particulares slo se llevaron a cabo con el permiso expreso del prncipe y previo
pago de un canon. Y al menos haste el siglo II, estas concesiones eran revocables y podan
ser suprimidas por la administracin la misma noche de la muerte del titular de la propiedad.
Por ltimo, es casi seguro que estas conducciones estuvieron limitadas exclusivamente a las
casas de la planta baja, alquiladas por personas acomodadas. En Ostia, por ejemplo, ciudad
que posea un acueducto, canalizaciones municipales y privadas, los edificios carecan de
conductos generales que pudieran llevar el ague a los pisos de las insulae; textos de las ms
diversas pocas as lo aseguran. Ya en las comedies de Plauto, el amo de la case vigila que
sus esclavos llenen todos los das ocho o nueve vasijas
(dolia) de bronce o de arcilla para poder tener ague todo el die . En el Imperio, el poeta
Marcial sigue, a su pesar, utilizando la bomba de mano que adorna el patio de su case 30 En
las stiras de Juvenal, los aguadores (aquarii) estn con siderados como el desecho de la
esclavitud 3~. Segn testimonios regales de la primera mitad del siglo nl, estos esclavos eran
tan necesarios para el desarrollo de la vida colectiva de cada edificio que formaban parse de
l, y al igual que sus porteros (ostiarii) y sus barrenderos (zetarli), pasaban como parse de la
propiedad en una transaccin de alquiler o yenta 32, El prefecto del Pretorio, Pablo, en sus
instrucciones al prefecto de los Vigiles, encargado del cuerpo romano de bomberos, le dice
que advierta a los inquilinos sobre la necesidad de tener siempre ague en sus cases al objeto
de poder reducir un posible incendio: ut aquam unusquisque inquilinus in cenaculo habeas
iul7etur admonere 33
Est claro que, si los romanos de la poca imperial no hubieran tenido mas que abrir el grifo
para tener ague abundante, la recomendacin del prefecto hubiera sido vane. El solo hecho de
que la expresara nos demuestra que, salvo en algunas excepciones, el ague de los acueductos
no llegaba ms que a la planta baja. Los habitantes de los cenacula estaban obligados a ir a
buscarla a la fuente ms prxima; y esta circunstancia, mucho ms penosa segn se ascenda
a los pisos superiores, haca que la limpieza de las viviendas popuares de las ltimas
consignationes dejara mucho que desear. Es preciso sealar que, por falta de medios para la
higiene necesaria, muchas viviendas de las insulae romanas estaban condenadas
irremediablemente a llenarse de mugre, ya que los sistemas de evacuacin a las cloacas slo
hen existido en las hiptesis arqueolgicas demasiado optimistas.
Sin embargo, no es mi intencin poner en tela de juicio el sistema de cloacas por el que se
vertan al Tber las inmundicias de la cindad. Esta obra se inici en el siglo Vl antes de
nuestra era y fue ampliada y mejorada en los tiempos de la Repblica y el Imperio. Fue
concebida, realizada y mantenida a una escala tan grandiose que, en algunas de las zones,
podan circular cmodamente carros cargados de
64
heno; Agripa, quiz uno de los que ms contribuy a mejorar el rendimiento y las
condiciones de salubridad, mediante la construccin de siete canalizaciones que llevaban el
ague sobrante de los acueductos, pudo recorrerlas por entero en barca. Fue tan slidamente
construida que, an troy, la ms antigua de sus cloacas, la cloaca maxima o colector central,
que se extenda desde el foro haste el pie del Aventino y desembocaba en el ro a la altura del
Ponte rotto, sigue funcionando al igual que lo hiciera en la poca de los reyes que la
construyeron. Su arco de medio punto, de cinco metros de dimetro, todava resiste despus
de dos mil quinientos aos. Es una obra maestra que honra al pueblo romano, construida con
la audacia y la paciencia heredada de los etruscos, quienes en su momento llevaron a cabo el
drenaje de la marisma. Pero lo que es includable es que los romanos, suficientemente
valientes para emprenderla y pacientes para realizarla, no tuvieron la habilidad necesaria para
utilizarla como troy lo hubiramos hecho nosotros; no agotaron las posibilidades que les
brindaba para mejorar la limpieza de la ciudad y la propia salud de sus habitantes.
Este sistema fue eficaz para evacuar la inmundicia de las cases bajas de las insulae, al igual
que las letrinas pblicas instaladas en su recorrido, pero no para mantener limpias las letrinas
de los cenacula. En Pompeya son muy pocas las villas cuyas letrinas, instaladas en el piso
superior, estuvieran comunicadas con las cloacas, bien por un conducto al piso inferior, bien
por medio de una tubera instalada para este fin. En 1910, me pareci ver en Ostia, en dos o
tres sales del barrio de los almacenes, canalones de bajada 34. Pero nada ms improbable que
la interpretacin que entonces hice de aquellos cilindros, por otra parse demasiado groseros
para dater de aquella poca, en un ngulo de las tabernae y unidos al suelo por medio de una
base de albailera de construccin bastante mediocre. Al no haberse excavado el subsuelo,
no podemos afirmar si se prolongaban o no; por otra parse, los pisos superiores del edificio al
que pertenece ya no existen, por lo que tampoco estamos seguros de que se prolongaran ms
all del sobrado de la taberna. En ltimo
luger, tanto las insulae ms importantes de Ostia como las ruinas haste ahora halladas de
cases romanas carecan de conducciones, por lo que debemos aceptar las teoras del abate
Thdenat y, como l dijo trace treinta y cinco aos, afirmar que las cloacas de la Urbs nunca
estuvieron comunicadas con las viviendas superiores de las insulae. El sistema de conduc-
ciones de la case romana no es ms que un mito creado por la imaginacin moderna a la que,
de sodas las carencias de la Urbs, quiz este aspecto es el que ms le repugne.
Seguramente los ms ricos no tenan este problema. Los ciudadanos que vivan en una domus
no tenan dificultades para instalarse unas letrinas propias de su rango. Generalmente el ague
de los acueductos llegaba haste sus cases; pero en el caso de que el ramal de la cloaca
quedara lejos, podan llevar sus desages haste unas fosas subterrneas que por lo general
pecaban de falta de profundidad y de estancamiento, como la descubierta en 1892 en San
Pietro in Vincoli, motivo por el cual los comerciantes de abono solicitaron de Vespasiano el
permiso para efectuar su drenaje. Cuando un hombre acaudalado tena que vivir en una
insula, se las ingeniaba para alquilar la planta baja, tambin llamada domus lo que haca que
gozara prcticamente de las mismas ventaJas que los propietarios de las domi propiamente
dichas. Para los pobres la cuestin era muy diferente, ya que estaban obligados a salir de sus
cases. Los que podan permitirse un pequeo gasto acudan a las letrinas pblicas, de cuya
recaudacin se encargaban los conductores foricarum. La multiplicidad de estos
establecimientos pblicos, registrados en los Reg~onarios, da cuenta de su importancia. En la
Roma de Tra)ano, lo mismo que en nuestros pueblos menos desarrollados, la mayora de la
poblacin slo dispona de letrinas pblicas. Pero esta similitud no va ms all. A poco que
recordemos e)emplos como los de Pompeya, Timgad, Ostia, o la fonca descubierta en Roma
en la interseccin del foro y del forum lulium, de la que ya hemos dicho que estaba caldeada
en invierno por un hipocausto, habremos de reconocer que las letrinas romanas nos resultan
desconcertantes. Eran pblicas en toda la acepcin del trmino, como
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las letrinas de campaa de los soldados. Eran lugares donde los ciudadanos se citaban,
charlaban o acudan para ver si alguien les invitaba a comer 35. Al mismo tiempo gozaban de
unas comodidades para nosotros superfluas y estaban decoradas con una prodigalidad que nos
sorprende. Alrededor del elegante hemiciclo o del rectngulo de su trazado, el agua corra sin
cesar por unos regueros situados ante una veintena de asientos. Estos eran de mrmol, con
una tabla enmarcada por consolas esculpidas en forma de delfn que servan de apoyo y
separacin. Era frecuente que sobre las consolas hubiera hornacinas con esculturas de hroes
o divinidades, como en el Palatino, o un altar a Fortuna, la diosa de la salud y la felicidad,
como el hallado en Ostia 36, Tambin era frecuente que la sala estuviera amenizada por el
sonido del agua de un surtidor, como en las letrinas de Timgad. Confesmoslo: estamos
desconcertados ante esta mezcla de delicadeza y grosera, extraados por la solemnidad y el
encanto de la decoracin, por el sorprendente impudor de los que all acudan. Es la misma
sensacin que se experimenta en las medersas del siglo xv en Fez, cuyas letrinas, tambin
creadas para recibir a toda una multitud, estn revestidas de exquisitos estucos y cubiertas por
un techo de madera de cedro tallada. Y. de repente, sentimos la sensacin de que aquella
Roma, donde incluso las letrinas del palacio imperial, decoradas con una magnificencia
propia del santuario de una catedral, tenan tres asientos a cada lado, aquella Roma mstica y
prosaica, artista y vulgar, se aleja sin miramientos ni pudores de nosotros y se acerca a los
lugares ms remotos del Maghreb en los tiempos de la dinasta de los benimerines.
Pero a las letrinas pblicas no acudan ni los avaros ni los miserables, que no entendan por
qu haban de dar un as a los encargados de las foricae. Preferan utilizar las tinajas
desportilladas de los talleres de los bataneros, quienes pagando un impuesto por el permiso
solicitado a Vespasiano, las ponan a disposicin del pblico para que se las llenasen de la
orina que precisaban para su industria. O bien corran escaleras abajo para vaciar sus vasijas
(lasana) o sus sillas
retrete (sellae pertusue) en la tina o dolium situada bajo la caja de la escalera 37. Pero a veces
el propietario de la insula les negaba este recurso y, entonces, acudan a un estercolero
prximo. Y es que en la Roma de los Csares, como si de una aldea de mala muerte se tratara,
ms de una calle desembocaba en una fosa o lacus como la: que Catn el Viejo, durante su
mandato de censor, mand tapar, suplindolas con una ampliacin de las cloacas hasta el
Aventino. En el siglo de Csar y de Cicern an no haban desaparecido: Lucrecio las
menciona en su poema De natura rerum. Doscientos aos ms tarde, bajo el mandato de
Trajano, todava existan, ya que era el lugar donde muchas mujeres, amparadas por una
brbara ley, abandonaban a sus hijos recin nacidos, y donde las matronas estriles acudan
para llevarse a escondidas a estos nios, satisfaciendo con engaos las ansias de paternidad
de sus crdulos esposos 38. Pero haba desgraciados para los que estos vertederos quedaban
demasiado lejos, o vivan en pisos muy altos. Para ahorrarse la fatiga del desplazamiento,
tiraban por la ventana el contenido de sus orinales. Por supuesto, esto supona una autntica
amenaza para los transentes que acertaran a pasar en ese momento. Aquellos que tenan
mala suerte lo nico que podan hacer, como sucede en la stira de Juvenal 39, era intentar
denunciar a quienes ni siquiera haban logrado ver. En muchos pasajes del Digesta se
contemplan estos delitos y se recomienda que se clenuncien para as descubrir a los delin-
cuentes y poder determinar el baremo de las indemnizaciones a las vctimas. Ulpiano
enumera distintas soluciones para poder identificar, segn los casos, a los culpables. Si la vi-
vienda (cenaculum) estuviere dividida entre varios ocupantes, el recurso ser contra aquel
que viviere en la zona de la casa desde la cual se hubiere vertido el contenido del recipiente.
Si el inquilino dijere tenerla subarrendada (cenacularium exercens) pero, no obstante,
habitare la mayor parte de la casa, slo l ser el responsable. Si, por el contrario, la tuviere
subarrendada y conservare para uso propio un espacio modesto, tanto l como sus
subarrendados sern los responsables. Tambin ser responsable si el golpe o el vertido se
tiene precio.
Este ltimo rasgo, de extraa calidad moral, surge como una flor en mitad de un estercolero y
aumenta el desconcierto que nos provoca la intuicin de una realidad que se deduce de los
sutiles y numerosos anlisis de los juristas. Nuestras ciudades tambin se ven ensombrecidas
por la miseria, mancilladas por la existencia de sus tugurios, deshonradas por los vicios que
engendran. La lepra que los corroe, sin embargo, est localizada y no excede de algunos
barrios malditos; mientras que tenemos la impresin de que sodas las regiones de la Roma
imperial tenan su Soho y su Babitt. Casi sodas las insulae de la Urbs estaban en manos de
unos propietarios que, vidos de escaper a los engorros de una molesta administracin,
arrendaban por cinco aos las viviendas del edificio, con unas rentas casi iguales a las esta-
blecidas para la domus cenacula. Este arrendatario principal
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no tena, lo que se dice, un oficio descansado; deba mantener los locales, reclutar y distribuir
a sus inquilinos, mantener la paz entre ellos y, como recaudador, cobrar los alquileres
trimestrales. Naturalmente sus desvelos y preocupaciones estaban compensados por la
cuanta de los beneficios. As, el precio de los alquileres fue un tema de continua queja en la
literature romana. En el ao 153 a. C., ya eran tan exorbitantes que un rey en el exilio tuvo
que compartir su alo)amiento con un artiste para poder pagarlo. En los tiempos de Csar, los
ms asequibles ascendan a 2.000 sestercios. En los tiempos de Domiciano y de Trajano, con
lo que costaba un alquiler se poda adquirir en propiedad una fresca y aireada vivienda en
Sora o en Frosinona 41, De modo que, abrumados por la cuanta del alquiler, los inquilinos
del inquilino principal se vean obligados a subarrendar las habitaciones de sus cenacula que
no les eran absolutamente necesarias si queran salir adelante; y la realidad era que, segn se
ascenda en el edificio, el hacinamiento cada vez era ms intolerable y ms innoble la
promiscuidad. Lo mismo ocurra en la planta baja cuando estaba dividida en varies tabernae;
en ellas se hacinaban artesanos, vendedores o figoneros, como el deversitor de la insula
descrita por Petronio 42, Slo en los casos en que la planta baja estaba alquilada como domus
vivan nicamente el dueo de la case y los suyos. Sobre la domus estaban las viviendas cada
vez ms invadidas por el pulular de gentes de la ms baja condicin, donde se amontonaban
familias enteras, donde progresivamente se iban acumulando el polvo, los detritus y la basura,
lugares plagados de chinches, como los que uno de los haraplentos muchachos del Satiricn,
escondido bajo su camastro, se ve obligado a lamer en su pared llena de inmundicia. Y. en
general, ya se tratase de elegantes domus o de las insulae descritaslugares donde habitaban
gentes de sodas parses, donde para mantener el orden era necesario un ejrCltO de esclavos y
de porteros a las rdenes de un intendente, los alo)amientos de la Urbs, rare vez alineados
a lo largo de una avenida, se amontonaban en un laberinto de rampas, calles y callejuelas ms
o menos estrechas, tortuosas y
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oscuras, en las que el mrmol de los apalacios contrastaba con la oscuridad de los tugurios.
Si, por arte de magia, hubiramos podido desenredar y poner una tras otra sodas las viae de
Roma 43, que Vespasiano y Tito censaron y midieron en el ao 73 d. C. durante su mandato
como censores, seguramente hubieran cubierto una distancia aproximada de 60.000 pasos, o
lo que es igual, unos 85 kilmetros; Plinio el Viejo, mudo de asombro ante la contemplacin
de este progresivo desarrollo, se enorgullece de ello y de la altura de los edificios levantados
a lo largo de sodas estas calles, y termina proclamando que no hay en el mundo antiguo una
ciudad cuya grandeza pueda compararse a la de Roma 44. Pero lo cierto es que slo se trata
de una grandeza cuantitativa. La red vial romana surge de unos elementos desproporcionados
entre s, que en luger de ordenarse sobre la perspective de la lnea imaginaria trazada por
Plinio sobre un pergamino, se pierce en una inextricable y estrecha red, sembrada de edificios
cuya magnitud no trace sino agravar los problemas. De hecho, Tcito base la facilidad y
rapidez con que se propag el incendio del ao 64 d. C. en Roma 45, en la anarqua de unas
calles angostas, sinuosas y torcidas como si hubieran sido trazadas sin regla; y, a pesar de que
Nern, por este motivo, quiso reedificar las zones destruidas por el incendio sobre un plan ur-
banstico ms racional, es evidente que no logr su propsito. En trminos generales, y haste
el final del Imperio, las calles de Roma constituyeron un amasijo informe antes que un
sistema racional de comunicaciones. Durante toda su historia se resintieron de la concepcin
primitive y campesina en que estuvo basada su realizacin; desde un principio se dividieron
en tres categoras: los itinera, o caminos para peatones; los actus, o caminos por donde slo
poda pasar un carro, y las viae propiamente dichas, en las que podan cru
zarse dos carros o ir a la par. Entre las innumerables calles de Roma slo dos merecan el
nombre de via dentro de los lmites de la muralla republicana, la via Sacra y la via Nova, que
atravesaban y recorran el foro y cuya insignificancia todava nos sorprende. Entre las puertas
de la muralla y los lmites de las catorce regiones, slo una veintena merecan tal apelacion;
eran rutas que partan de Roma hacia las distintas regiones de Italia: la via Appia, la via
Latina, la via de Ostia, la via Labicana, etc. Oscilan entre los 4,80 y los 6,50 metros de ancho,
lo que prueba que no haban mejorado mucho desde la poca de las Doce Tablas, donde se
estableca una anchura mxima de 16 pies, o lo que es igual, 4,80 metros. El resto de las
calles de la ciudad, o vici no alcanzaban siquiera esta anchura mnima; muchas de elias eran
en realidad simples pasajesangiportus0 senderossemitue, para los que se estableca
una anchura de 10 pies (2,90 m.) a fin de que sus habitantes pudieran construir balcones 46.
Al inconveniente de su estrechez se sumaba su dis
. .. .
posicion zigzagueante, ya que suban y bajaban a lo largo de las marcadas pendientes de las
siete colinasde aqu el nombre de rampas o clivi que reciben muchas de ellas: clivus
Capitolinus, clivus Argentarius, etc. Por ltimo, las calles romanas eran generalmente
lodazales sembrados de desperdicios que los vecinos arrojaban desde las insulae 47, de modo
que no estaban ni lo limpias que Csar haba ordenado segn la ley pstuma ni, como l
deseara, provistas de aceras y pavimentadas.
T
72
tiva y la sancin despiadada; pero, por ingenioso que nos parezca este mecanismo jurdico, el
procedimiento entraaba demorasde al menos diez dasque la mayora de las veces lo
hacan ineficaz. Creemos que hubiera sido ms prctico encargar directamente las tareas de
limpieza a un edil, a su vez encargado de reclutar las cuadrillas de barrenderos y basureros
necesarias. Pero no creemos que fuese as, ya que la sola idea de que el Estado, en
determinadas circunstancias, asumiera las responsabilidades de los particulares, era
impensable en un romano, aunque estuviera dotado de talento como Julio Csar. Por todo
ello, al carecer de los servicios apropiados, los magistrados nunca fueron capaces de
garantizar, a pesar de su vigilancia y su celo, las mismas condiciones de higiene en las calles
de la Roma imperial que troy vemos en las nuestras.
A mi juicio, tampoco supieron doter a sodas las calles de la cindad de aceras (margines,
crepidines) y empedrado (sternendae viae), tal como Csar haba dispuesto.
Los arquelogos que opinan lo contrario se remiten al empedrado de sodas las calzadas
romanas; sin embargo, olvidan que el adoquinado de la via Appia se llev a cabo en el ao
312 a. C., sesenta y cinco aos antes de que, sobre el antiguo Clivus Publicius, quedara
dentro de los lmites de la muralla republicana 48, 0 bien se apoyan una vez ms en el
ejemplo de Pompeya, olvidando que no podemos comparer a la Urbs con una ciudad de
recreo; ni sus vici ni sus insulae tenan las mismas caractersticas. Si las calles de la Roma
imperial hubieran estado empedradas, el pretor de los Flavios que cite Marcial no se hubiera
llenado de fango al recorrerlas 49; y Juvenal tampoco se hubiera quedado pegado. En
cuanto a las aceras, es imposible que aquellas calles invadidas por la marea creciente de
puestos y tenderetes las tuvieran antes del edicto de Domiciano al que se elude en un
epigrama: Gracias a l, ya no se ven pilares rodeados de botellas atadas. Ya no hay
figoneros rodando por la va pblica. Los barberos, taberneros, asadores o carniceros ahora se
instalan en su propio umbral. Por fin existe Roma donde antes slo exista una inmensa
tienda. so
Cuando los ciudadanos ricos se vean obligados a salir, iban acompaados por esclavos que
llevaban antorchas para iluminar y proteger su camino. Los dems slo cantaban con las
rondas de los sebaciaria, o cuadrillas de vigilantes nocturnos provistos de antorchas, que
recorran el sector, por otra parse demasiado extenso, correspondiente a las dos regiones cuya
organizacin territorial dependa de las siete cohortes. Por ello siempre que se aventuraban a
salir lo hacan con una vaga aprensin y cierto recelo. Segn Juvenal, era exponerse a ser
tachado de negligente por salir sin haber hecho previamente testamento. Y si creemos que el
satrico se excede al decir que la Roma de su tiempo era menos segura que el bosque
Gallinaria y las Marismas Pontinas 53, no tenemos ms que hojear el Digesta y subrayar los
prrafos en los que el prefecto de los Vigiles promete vengarse de los asesinos (sicarii),
atracadores (effractores) y agresores de toda ndole (raptores) que abundan en la ciudad, para
terminar di
74 La vida cotidiana en Roma en el apogeo del Imperio
ciendo que en sus tenebrosos vici, donde, en la poca de Sila, Roscius de Ameria fue
asesinado al salir de una cena, muchas desventuras haba que temer. Pero sin llegar a trgi-
cos desenlaces, haba otros peligros que acechaban al transente, ya que poda resultar
infectado cuando se abra una ventana tras la que la gente an no dorma. Lo mnimo que
poda ocurrir era lo que les sucede a los personajes de la novela de Petronio que, tras dejar la
mesa de Trimalcin bebidos y a altas horas de la noche, se ponen en camino sin antorcha por
un laberinto de calles sin indicaciones ni iluminacin y no logran encontrar su case haste que
amanece s4.
E1 trnsito se rega por la misma oposicin de da y noche. Durante el da haba una intense
animacin, un bullicio desenfrenado, un estrpito infernal. Las tabernae se pueblan nada ms
abrirse y sacan sus puestos a la calle. Los barberos afeitan a sus clientes en mitad de la
calzada. Los buhoneros del Trastevere intercambian sus cajas de pajuelas por abalorios. Ms
all, los figoneros, enronquecidos a fuerza de gritar a una clientele que les ignore, preparan
sus humeantes salchichas a la vista del pblico. Los maestros de escuela y sus alumnos se
desgaitan. De pronto un coleccionista deja caer sobre una table mugrienta unas monedas con
la efigie de Nern; ms all, un batidor de polvo de oro golpea violentamente con un martillo
la piedra desgastada; en un cruce, un crculo de curiosos observe asombrado a un encantador
de serpientes. Por sodas parses resuenan los martillos de los caldereros; las temblorosas voces
de los mendigos, invocando a la diosa Bellona 0 relatando sus azarosos infortunios, tratan de
ganar la compasin de los transentes. stos fluyen por las calles como una marea creciente
que arrasa los obstculos encontrados a su paso. Por indignas callejuelas como las de un
pueblucho todo el mundo va y viene, por la sombra o a pleno sol, grita, se comprime, se
empuja s5; quince siglos antes de que Boileau agudizara su verbo para satirizer sobre los
colapsos de Pars, Juvenal ya satirizaba sobre los que se producan en la vieja Roma.
I ii
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1
1
clones cesaban para afar paso a un silencio miedoso y a una paz sepulcral; sin embargo, se
sustituan por un trasiego distinto. Una vez refugiados los ciudadanos en sus cases, em-
pezaban a desfilar, siguiendo las disposiciones de Csar, las bestias de carga, los carreteros y
los convoyes de provisiones. El dictador haba comprendido que la circulacin diurna de
estos vehculos por unos vici accidentados, estrechos y muy transitados, si bien era
imprescindible para atender las necesidades de la poblacin, constitua un peligro permanente
para los ciudadanos y un engorro para la ciudad. De aqu las medidas radicales que tom y
que conocemos como su ley pstuma. Desde la salida del sol haste el anochecer, no se
permita el trnsito de carros por las calles de la Urbs. Los vehculos que no hubieran podido
retirarse antes del alba, deban permanecer vacos y estacionados. Slo haba cuatro
excepciones a esta regla inflexible. Las tres primeras hacan referencia a ocasiones
excepcionales: en los das de ceremonias solemnes, se permita el trnsito de los carros de las
Vestales, del Sumo Oficiante y de los Flamines; los das en que se celebraba un triunfo, a los
carros necesarios para conmemorar la victoria; y los das de juegos pblicos, a los vehculos
que requera esta celebracin oficial. La cuarta es una excepcin a perpetuidad, y elude a los
carros de los constructores encargados de demoler una vivienda en mal estado para
reconstruirla ms habitable y belle. Fuera de estos casos, claramente especificados, durante el
da slo circulaban por la Roma antigua los peatones, los jinetes y los ciudadanos que posean
literas o sillas porttiles; de modo que, ya se tratase de la celebracin de un humilde funeral
nocturno, o de un funeral a plena luz del da, precedido por el sonar de flautas y trompas y
seguido de una larga fila de parientes, amigos y plaideras (praeficae), el difunto, en unos
casos dentro de un lujoso atad (capulum) y en otros en una caja alquilada (sandapila), era
trasladado para su entierro o incineracin en unas parihuelas que llevaban los vespillones 56,
Sin embargo, al llegar la noche comenzaba un incesante trasiego de carros que llenaba la
ciudad con su estruendo.
Sera un error creer que la legislacin de Csar no le sobrevivi, que los ciudadanos, ms
tarde o ms temprano, infringieron las draconianas disposiciones a su antojo y conveniencia.
La frrea mano del dictador proyect su sombra sobre los siglos venideros; los emperadores
que le sucedieron no libraron a los romanos de las auras reglas a las que se les haba sometido
en inters de la colectividad. Al contrario, a fuerza de imponerlas, las consagraron y las refor-
zaron. Claudio extendi estas normas a todos los municipios italianos; Marco Aurelio, a
sodas las ciudades del imperio, fuera cual fuere su estatuto municipal; y, entretanto, Adriano
limit el nmero de vehculos de tiro y regul el peso de la carga de las carretas que entraban
en la ciudad 57. Quiz por esto, los escritores tanto de finales del siglo
como del siglo ~ de nuestra era, nos describer la imagen de una Roma siempre custodiada por
la sombra de Julio Csar.
En los textos de Marcial, es durante la noche cuando los vehculos estremecen las insulae con
el traqueteo de sus ruedas; o cuando en el Tber se oye el jadear de los cargadores y los
sirgadores 58, Juvenal nos dice que el incesante trnsito y el murmullo continuo de las voces
condenan a los romanos a un insomnio sin remisin. En qu case alquilada es posible
dormir? El paso de los carros al girar por las callejuelas y los juramentos de los carreteros
cuando se quedan atascados quitaran el sueo al mismsimo emperador Claudio y los
becerros marinos. Y en la insoportable prisa cotidiana, contra la cual clama el poeta, lo que
percibimos por encima del ruidoso tropel ciudadano es el balanceo de una litera liburniana.
Juvenal, al andar, se ve empujado por una barahnda que va cobrando fuerzas. La multitud
que le precede obstaculiza su marcha. La que le sigue viene empujando. Uno le da con el
codo; otro con una vigueta; un tercero le da en la cabeza con una metretauna vasija con una
capacidad de treinta y nueve litros. Ms tarde, un ancho zapato le aplasta el pie; un clavo de
soldado se le hinca en un deco, y su tnica, zurcida recientemente, queda hecha jirones. De
repente cunde el pnico. Aparece una carreta, sobre la que oscila una viga large; a
continuacin otra que trans
porta un abeto, y otra ms con mrmol de Liguria. Si se rompiera el eje y esta mesa perdiera
el equilibrio y se derrumbara sobre los transentes, qu es lo que quedara de sus pobres
cuerpos triturados? 59
En conclusin, podemos decir que, bajo el poder de los emperadores Flavios y de Trajano,
aproximadamente un siglo y medio despus de la publicacin de las leyes de Julio Csar, los
nicos vehculos que de da circulaban por Roma eran los de los constructores. La ley del
emperador muerto segua viva, y esta persistencia en sus normas marca la originalidad que
trace de la Roma imperial una ciudad nica entre sodas las ciudades de la historia. La Urbs
logra armonizar los aspectos ms contradictorios; se adapta de manera natural a las ms
diversas formas del pasado y del presente, y esta perfecta conjuncin de elementos tan
dispares es lo que trace de ella una ciudad incomparable. Por otra parse, sus fragiles y
arrogantes cases carecan tanto del lujo extravagante de las viviendas de la modernidad como
de la ridcula y ordinaria incomodidad medieval. Pero lo que ms nos desconcierta en ellas
son sus calles. Parece que tomaran prestadas las escenas habituales en los zocos de cualquier
bazar oriental. Son multitudinarias, bulliciosas, hormigueantes y abigarradas, semejantes en
todo a las callejuelas prximas a la plaza Djemaa Elfna de Marrakech, sumidas en una con-
fusin incompatible con nuestra idea de civilizacin. Y. sin embargo, de pronto se impone en
ellas, para transformarlas como si las mirsemos a travs de un filtro, un orden imperioso y
lgico decretado por un dictador y mantenido durante generaciones, como una seal de la
discipline con la que el pueblo romano supli las carencias de su tcnica; un orden que el
mundo occidental de troy, oprimido por la multiplicacin de sus hallazgos y la complejidad
de su desarrollo, pretende importer de nuevo en pro de su bienestar.
SECCION SEGUNDA
:
:
EL MEDIO MORAL
A L igual que la ciudad, la sociedad que la puebla en el siglo ii est plagada de
asombrosos contrastes. Su estructura es, a la vez, rigurosamente jerrquica y fran-
camente igualitaria, quiz debido a que, entre una aristocracia acaudalada y las mesas
plebeyas, se fue interponiendo una neutra clase media. La evolucin de la familia
romana fue desde el ms estricto formalismo haste el liberalismo ms extremo. Su
conciencia, imbuida por la dignidad de la cultura, pero sin una base moral slida,
oscila entre los imperativos de las doctrinas ascticas y el libertinaje de una injuriosa
falta de moralidad; desde la actitud negative de un escepticismo egosta haste la
vehemencia y los anhelos msticos. Sus personajes ms relevantes muestran las ms
nobles virtudes y los vicios ms abyectos. As como el dios Jano exhibe sus dos
cares, la Roma de Trajano nos ofrece tanto la imagen de una sucia sentina por donde
la antigedad comienza a hundirse como la de un sublime refugio de los ms nobles
ideales, aquellos que habran de regenerar a la civilizacin.
1
:
~: ~
CAPiTULO IlT
ta toda clase de barreras y compartimentos. En principio, los hombres nacidos libres, los
ingenui, bien fueran ciudadanos de Roma 0 de cualquier otro luger del Imperio, eran
radicalmente superiores por su origen a la gran multitud de esclavos, ganado con rostro
humano carente de derechos y personalidad, custodiado como un rebao por el amo y, como
un rebao, entendido ms como un conjunto de cosas que como un grupo de seres humanos:
res mancipi. Pero tambin en los hombres libres debemos distinguir entre los ciudadanos
protegidos por la ley y los que estn sometidos a ella. Por ltimo, la ciudadana romana se
jerarquiza segn una escala de valves determinada por el nivel de su fortune.
En la base de la escala se sitan los humildes (humiliores), la plebe, gente sencilla que no
tiene capital y a la que, en ciudades como Bithynia y en los tiempos en que Plinio el Joven
era legado de Trajano en aquella ciudad, se le negaba cualquier cargo municipal. En la Urbs,
a la menor infraccin, se exponan a ser enviados a las mines (ad metalla), a los leones del
anfiteatro o a la crucifixin. Por encima de ellos estaban los cindadanos de bien, los
honestiores o
82
burgueses de aquel tiempo, para los que poseer al menos 5.000 sestercios significaba
asegurarse un luger respetable en la escala social y, en caso de delito grave, un castigo ms
suave y menos humillante: destierro, confinamiento o confiscacin. stos, a su vez, se
subdividan en varies categoras. En primer luger la nfima y ms numerosa, que al parecer no
mereca el rango de ordo y no tena posibilidad alguna de servir al Estado, es decir, de ejercer
la menor parcela de poder pblico. A continuacin, y dentro ya del concepto de ordo, la clase
ecuestre, cuyos miembros posean como mnimo 400.000 sestercios y que, despus de
ganarse la confianza del emperador, reciban el mando de sus tropas auxiliares y un
determinado nmero de funciones civiles que les estaban reservadas: el cargo de procurador
territorial y fiscal; el de gobernador de provincial de segunda categora, como las de los Alpes
y Mauritania; desde Adriano, la direccin de distintos puestos del gabinete imperial; y desde
Augusto, sodas las prefecturas, exceptuando la de la Urbs. Y ya en lo ms alto de la escala se
situaba el ordo senatorial, cuyos miembros, con una fortune superior al milln de sestercios,
se convertan, cuando el emperador as lo estipulaba, en los jefes de sus legiones, en los
legados y procnsules de las provincial ms relevantes, en administradores de los principales
servicios de Roma o en sumos sacerdotes de los cultos oficiales. Entre los privilegiados haba
diferentes niveles, determinados por una estricta jerarqua; y para que las diferencias
resultaran ms notorias, Adriano establecer para cada uno de ellos un ttulo nobiliario propio
de cada funcin: el ttulo de hombre distinguido (vir egregius) para los procuradores; hombre
perfectsimo (vir perfectissimus) para los prefectos; a los pretores les concede el ttulo de
eminentes (vir eminentissimus), ms tarde utilizado por la Iglesia para designer a los
cardenales; y, por fin, el de ilustrsimo (vir clarissimus) para los senadores y sus hijos.
:!
83
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siendo legado en Germania, lo fue tambin por el temor que inspiraba en su ejrcito y la
confianza y respeto que destilaba su persona. Ambos lograron la dignidad de divinos
despus de ganarse el mando del Imperio; sin embargo, Calgula, Claudio o Nern llegaron a
emperadores gracias al divino carcter de su dinasta. Los legionarios que proclamaron a
Vespasiano, o los senadores que obligaron a Nerva a conceder a Trajano el ttulo de general
de las fronteras de Renania, llevaron a cabo una verdadera revolucin, despus de la cual
cualquier jefe del ejrcito, lo mismo que ms tarde un humilde cabo francs escondera en la
funda de su espada un bastn de mariscal, poda aspirer a llevar un da la corona si daba
pruebas de ser el mejor militar romano.
As pues, no debe sorprendernos que las nociones de mrito y ascenso, por primera vez
aplicadas a la soberana imperial, se extendieran y circularan por toda la sociedad romana
para revitalizarla y rejuvenecerla. Gracias a ellas se estableci la comunicacin entre el poder
y las distintas clases sociales; estas, a su vez, se acercaron entre s y, en algunos casos,
llegaron a fundirse. A medida que el ius gentium, es decir, el derecho de los extranjeros, se va
moldeando segn el ius civile (derecho de los ciudadanos romanos) y a su vez el ius civile,
influido por la filosofa, tiende a fundamentarse en el derecho natural, ius naturale, se acorta
la distancia entre el romano y el extranjero, entre los ciudadanos nacidos en la Urbs y los
emigrantes de sodas las provincial del Imperio. De un modo casi constante, se producer
manumisiones individuales y naturalizaciones masivas que se extienden lo mismo a las tropas
auxiliares desmovilizadas, que a una colectividad ciudadana extranjera que de este modo se
transforma en colonia honoraria. Nunca antes la Urbs haba tenido un carcter tan
cosmopolita. Sea cual fuere el piano social en el que estuvieran integrados, los romanos se
ven invadidos, no slo por la marea de inmigracin peninsular, sino por una continua
afluencia de sbditos llegados de todos los rincones del Imperio, con su propio idioma, sus
costumbres y sus supersticiones.
8S
que, por el ro Orontes, viene a desembocar al Tber. Pero los sirios, a los que l despreciaba,
tomaban en cuanto podan el estado civil y los hbitos de los ciudadanos romanos; por otra
parse, los mismos que expresaban abiertamente su xenofobia, en mayor o menor grado
tambin eran extranjeros que queran defenderse de los nuevos intrusos. Sin ir ms lejos,
Juvenal no era ms que un emigrante de Campania, un hrnico naturalizado. En su case de la
calle del Peral, Marcial suspira por Bilbilis, su patria chica. Plinio el Joven, ya estuviera en
Roma, en su villa laurentina o en su propiedad de la Toscana, segua sindole fiel a su
Cisalpina natal, a aquella Como lejana, presente en su corazn, que describi y embelleci
con prodigalidad. En la Curia de aquel tiempo haba senadores llegados de la Galia, de His-
pania, de Africa y de Asia; los emperadores romanos procedan de ciudades o aldeas situadas
ms all de montes y mares, eran antiguos extranjeros en su da naturalizados. Trajano y
Adriano procedan de Itlica, en la Btica. Su sucesor, Antonino Po, haba nacido en el seno
de una familia acomodada de Nmes, en la Galia narbonesa. Y. a finales del siglo lI, veremos
repartirse el mando del Imperio entre el Csar Clodius Albinus, nacido en Adrumetum
(Susa), y el augusto Septimio Severo, originario de Leptis Magna, en Tripolitania, quien,
segn cuenta su bigrafo, no logr nunca disimular su acento pnico. As pues, la Roma de
los Antoninos es la encrucijada en la que se encontraron el pueblo romano y los pueblos a los
que las antiguas leyes y los prejuicios tnicos hacan inferiores; es el crisol donde, a pesar de
sus [eyes, estos pueblos se fundan y se completaban entre s. O podemos decir que Roma fue
la Babel de su poca, pero una Babel en la que todos los individuos, mejor que peor,
aprendieron a hablar y a pensar en latn i
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La progresiva clemencia de la legislacin romana lleg haste tal punto que, en el siglo II,
todos los ciudadanos, incluidos los esclavos, alcanzaron el rango de ingenui. Su sentido
prctico de la vida y el poso humanitario de sus almas campesinas, nunca les permitieron
tratar con crueldad a sus esclavos, los servi. Los cuidaban como Catn cuidaba a sus animales
de tiro. Por lejos que nos remontemos en su historia observamos que, para estimular sus
esfuerzos, les recompensaban con primes o salarios que, de ordinario, el mismo amo
guardaba en concepto de peculio para comprar su libertad. Salvo algunas excepciones, la
esclavitud en Roma nunca fue intolerable ni eterna; pero fue quiz bajo el mandato de los
Antoninos cuando ms fcil fue de romper.
Ya en el ltimo siglo de la Repblica, el esclavo empez a ser tratado como un ser dotado de
alma; por lo general, eran admitidos entre los ciudadanos libres en las ceremonias de sus
cultos. En Minturnas, por ejemplo, a partir del ao 70 a. C. las ceremonias en el santuario de
Spes, la diosa de la Esperanza, estaban oficiadas tanto por magistri esclavos como por
magistri libres e ingenui. Ms tarde, debido al enriquecimiento espiritual de la culture y a la
influencia de las filosofas altruistas, los esclavos fueron ganando terreno en el hogar de los
dioses. En el primer siglo de nuestra era, los epitafios de los esclavos muestran abiertamente
la invocacin de stos a sus manes; en el siglo II, los colegios funerarios y msticos, como el
que se cre en el ao 133 de nuestra era en Lanuvium, consagrado a Diana y Antinoo, renen
en fraternal asociacin a hombres libres, libertos y esclavos, quienes se comprometen, en
caso de ser liberados, a regalar un nfora de vino a los miembros de la cofrada. Es de
suponer que la ley segua un desarrollo paralelo. A comienzos del Imperio, una ley bautizada
como lex Petronia prohiba que el amo enviara a un esclavo a las fieras sin antes someter el
caso a juicio. Hacia la mitad del siglo I, un edicto del emperador Claudio ordenaba la
liberacin legal y de hecho de los esclavos que, por enfermedad o invalidez,
;
`:
como el pedagogo, el mdico o el rector posean una profunda formacin, el esclavo era
tratado como un hombre libre. Con qu buen criterio Plinio el Joven se niega a que su primo
Paternus eli)a a sus esclavos en el mercado! Con qu solicitud vela por su salud, haste el
punto de pager los gastos de largos y costosos viajes, ya sea a Egipto o a la llanura provenzal
de Fr)us, a fin de que se restablezcan! Con qu devocin se somete a sus deseos y obedece
sus consejos y sus rdenes! Qu seguro est de su lealtad cuando no necesita de la fuerza
para mantener su celo, cuando est convencido de que, por agradar ms a su amo, atendern
con toda atencin al pariente que sin avisar entra en la case! En la case de los amigos de
Plinio observamos la misma actitud confiada, casi podramos decir familiar. Cuando el viejo
senador Corellius Rufus guarda reposo por enfermedad, le gusta que sus esclavos favoritos le
hagan compaa; y si un recado urgente le oblige a verse privado de cualquiera de ellos,
ruega a su mujer que salga con l. Plinio el Joven an iba mas le)os en su benevolencia, ya
que sola converser con sus esclavos o, cuando viva en el campo, invitaba a los ms
instruidos a mantener doctas discusiones durante el paseo que daban despus de la cena. Los
esclavos, por su parse, tambin mostraban una gran deferencia para con los buenos amos. El
estupor que muestra Plinio al enterarse de que el senador Larcius Macedo haba sido atacado
por algunos de sus esclavos, demuestra lo inaudito de estas acciones criminales;
desgraciadamente, los cuidados que le prodigaron los esclavos ms fieles resultaron intiles.
Esto demuestra que, en las cases donde se trataba duramente a los esclavos, stos pagaban a
su amo con la misma moneda. Un griego que vivi en Roma a mediados del siglo II se
asombraba del acercamiento que se haba producido entre esclavos y hombres libres, un
acercamiento que incluso se traduca en la similitud de sus vestimentas; pues en Roma, segn
observe Apiano en la poca de Antonino Po, el esclavo y el hombre libre ya no se distinguen
por su aspecto externo, salvo en el caso en que un amo deba vestir la toga pretexta de los ma-
gistrados. Apiano subraya esta afirmacin con otra observa
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La sociedad: sus castas y el poder del dinero
89
cin que parece sorprenderle: una vez liberado un esclavo, vive en un piano de absolute
igualdad con los ciudadanos s.
En efecto, de todo el mundo antiguo slo la Urbs se puede honrar de haber abierto sus puertas
a los parias. Es cierto que el liberto no poda aspirer en principio a realizer un oficio u ocupar
una magistrature; an segua ligado a su antiguo amo, al que ahora llamaba protector
(patronus), bien porque le segua prestando algn servicio, porque tena con l alguna deuda
y, sobre todo, por el deber de un respeto casi filial: el obsequium. No obstante, a partir de que
su liberacin o manumissio haba sido legalmente establecida, bien ante el pretor en un
proceso simulado de reivindicacin, per vindictam, bien por llevar un lustro inscritos en los
registros de los censores (nsu), o bien, como ocurra generalmente, en virtud de una
clusula testamentaria (testamento), el esclavo obtena, por la gracia de su amo vivo o
muerto, el nombre y la dignidad de ciudadano romano. A la tercera generacin su
descendencia ya poda ejercer plenamente todos los derechos polticos de cualquier hombre
libre. Por otra parse, el formalismo de las manumisiones se hizo ms relajado con el tiempo;
la prctica hizo que, a pesar de las [eyes, se sustituyeran los antiguos procedimientos de
liberacin por otros ms simples y expeditivos: el esclavo poda conseguir la manumisin por
medio de una simple carte del amo o por su declaracin verbal ante un grupo de invitados en
el curve de un festn. Esto dio luger a una mode que termin por imponerse: al parecer, los
amos, para alardear de su benevolencia, empezaron a multiplicar las liberaciones. El ejemplo
cundi de tal modo que Augusto, preocupado ante tanta prodigalidad, tuvo que establecer un
sistema que frenara los abusos. Fij una edad mnima y mxima, dieciocho y treinta aos, por
debajo y sobre la cual ningn individuo poda ser liberado. Regul las manumisiones
testamentariascon mucho las ms numerosas desde el punto de vista legalsegn un
baremo que, dependiendo del nmero de esclavos que el amo poseyera, estableca cuntos
podan ser liberados, y pona el lmite mximo en cien.
que llam Latini Juniani, protegidos nicamente por los derechos expresados en el ius Latii.
Con este sistema, los esclavos a los que el amo haba liberado violando las leyes vigentes o
apartndose de las modalidades estrictamente legales, quedaron relegados a la categora de
individuos con naturalizacin parcial y se vieron gravados por una incapacidad testamentaria
active y pasiva. Pero la costumbre, ms fuerte que la voluntad de Augusto, fue minando su
propia legislacin. Para paliar el progresivo descenso de la natalidad, no tuvo ms remedio
que conceder la ciudadana de pleno derecho a los Latini Juniani cabeza de familia. Ms
tarde Tiberio, para estimular al alistamiento en sus cohortes, hubo de tracer la misma
concesin a los antiguos vigiles. Tiempo despus, Claudio la hizo extensive a los libertos de
ambos sexos que empleaban su capital en la construccin de barcos cargueros; Nern, a los
que invertan en la construccin de edificios, y Trajano, a aquellos que con su dinero ponan
panaderas. Finalmente, todos los emperadores, por indulgencia para con sus propios liberti y
los de sus amigos, consintieron en borrar los ltimos vestigios de su condicin servil y en
aceptarlos como ciudadanos integrados en un ordo, bien otorgndoles la categora de ingenui
por medio de la natalium restitutio, bien ponindoles en el deco el anillo de oro del ordo
ecuestre. De este modo, en la poca en que nos situamos, las numerossimas manumisiones
pusieron a los esclavos en una situacin de plena igualdad de derechos con los dems
ciudadanos; les proporcionaron la oportunidad de alcanzar un puesto digno en la sociedad y
de tracer fortune, y les permitieron, tal como nos muestra la historia de Trimalcin, llegar a
ser dueos a su vez de numerosos esclavos.
As pues, es lgico que la primera impresin del epigrafista que recorre las ruinas romanas
sea la del predominio de una cindadana de esclavos y libertos, tanto en la vida de la Roma
imperial como en las inscripciones de aquel tiempo, que tres de cada cuatro veces slo les
mencionan a ellos. En un artculo notable por la abundancia y precisin de los datos
estadsticos, Tenney Frank no tiene problemas en demostrar que, si bien la mayora de los
nombres escritos trai
91
cionan por sus consonantes los orgenes greco-orientales de los esclavos de la Urbs, al menos
el ochenta por ciento de la poblacin romana estuvo constituida por antiguos esclavos
liberados en fechas ms o menos recientes 6 A primera vista quedamos seducidos ante el
proceso de constante integracion de la esclavitud, tanto en una sociedad romana a la que
continuamente alimenta con ingredientes nuevos como, en general, al universo romano, en
cuyos ltimos rincones se integra aportando savia nueva. Todo ello trace que veamos en la
Roma de los Antoninos a una sociedad juste y libre, es decir, un ejemplo de perfecta
democracia.
En efecto, para que una poblacin humilde fuera capaz de subsanar el debilitamiento de las
clases superiores, era necesano que, a su vez, ella tambin fuera renovada con nuevos aportes
sanguneos. Sin embargo, las conquistas de Traano, especialmente la segunda campaa contra
los dacios en la que, segn testimonio de su mdico Critn, el ejrcito romano obtuvo 50.000
prisioneros despus vendidos en subas
ta 7, fueron las ltimas victories del Imperio saldadas sin importantes prdidas humanas.
Despus de los dos principados, gloriosamente pacficos, de Adriano y Antonino Po, con
Marco Aurelio llegara una poca marcada por unas victorias logradas a muy alto precio, una
resistencia a costa de la extenuacin y, finalmente, unas invasiones y den t~s que agotaran la
fuente de aprovisionamiento de esclavos. 1` partir de este momento, la esclavitud, condenada
a replegarse sobre s misma ante la ausencia de nuevas conquistas y, por tanto, de la llegada
de nuevos esclavos, no estar en disposicin de mantener el sistema vertebrado sobre el cual
reposaba, en generaciones precedentes, la economa romana. En consecuencia, Roma se ver
obligada, para seguir dominando el mundo, a ceirse desesperadamente esa camisa de fuerza
que fue el rgido sistema hereditario que impuso a sus clases sociales.
Los Csares detentaban un poder absoluto sobre la base de una ficticia divinidad que ya no
engaaba a nadie, por lo que su creciente multitud de esclavos y libertos fue controlando
poco a poco toda la ciudad. En teora no eran ms que objetos o, en el mejor de los casos,
ciudadanos a medias; pero en la prctica, y ante el hecho de que de da en da estaban ms
prximos a sus sagrados amos, empezaron a ganarse su confianza y lograron que les
entregaran ciegamente parse de sus enormes atribuciones, condenando de este modo a
plebeyos y nobles romanos. El gabinete im
93
perial, buzn de sodas las splicas del Universo, de donde salan las instrucciones tanto para
los gobiernos de provincia como para los magistrados de la Urbs y donde se elaboraba la
jurisprudencia de todos los tribunales, incluida la Cmare Alta Senatorial, nunca haba estado
integrado por esclavos haste el principado de Claudio. Sin embargo, a partir de Claudio y
haste la muerte de Trajano, el gabinete estuvo compuesto tambin por libertos que, al igual
que la vii burguesa del siglo XVII hizo con sus nobles, lograron que los ministros
romanos y sus comisionados, los senadores del Alto Imperio, sintieran el freno y se
inclinaran, crispados y en silencio, ante el poder de antiguos esclavos. Encaramados por fin a
los escalones del bono, colmados de bienes y honoree, como Narciso o Palas, por su oculta y
magnfica labor, gozaban de sodas las ventajas y honoree que el prncipe les haba concedido
y disponan de la vida de sus sbditos. Y esto no es todo: en las ocasiones en que el empera-
dor constitua las dos grandes cmaras del Estado sin contar con ellos y otorgaba los puestos
a sus propios confidentes y amigos, como stos a su vez posean esclavos y libertos a los que
solan confiar sus secretos y en los que delegaban sus negocios, suceda que al final tanto el
emperador como la aristocracia en realidad no gobernaban si no era a travs de su
servidumbre. Fue as como a los esclavos y los libertos del prncipe se sumaron, para regir la
Urbs y el mundo, los esclavos y libertos de su nobleza. Es evidente haste dnde alcanzaban
sus pactos y su poder cuando, aquellos que vivan en la Curia bajo el despotismo sombro y el
insaciable poder de Domiciano, decidieron librarse de l para salver la pier. El asesinato del
tirano, deseado e instigado por los senadores, se prepar en la antecmara de sus habitaciones
y fue llevado a cabo por su gente y las gentes de su entorno: un monaguillo de su
larario (puer a sacrario), su ayndante de cmara (praepositus a cubiculo), el griego Part-
henius, y uno de los intendentes de su hermana Domitila, el griego Stephanus. No cabe duda
de que, tras el magnicidio, la palabra libertad (Libertas restituta) se volva a acuar en las
monedas, y que los Padres conscriptos soaban con
1~
1
l
.
;:
95
riales, los romanos hubieron de sufrir continuamente la degradacin cvica producida por
estas arbitrarias transfusiones, por esas bruscas inversiones de las funciones y las clases.
Tanto la sociedad urbane como la rural se sentan desmoralizadas; ya a principios de siglo,
antes de que, bajo el mandato de Cmodo, los ciudadanos libres y los colonos voluntarios del
territorio africano de Souk-el-Khmis elevaran su queja al emperador por el arbitrario trato
que reciban del siervo que administraba el llamado Saltus Burunitanus 8, Juvenal expresaba
su indignacin al ver que, en la Roma de Trajano, los hijos de hombres libres se dejaban lle-
var por el inters y adulaban de manera denigrante a los esclavos de los hombres ricos:
En efecto, al parecer en los tiempos de Juvenal era ms ventajoso ser esclavo de un hombre
rico que un ciudadano libre y pobre, lo que indica de qu manera se haba alterado el orden
imperial. Por otra parse, este peligroso desequilibrio se agravara con el tiempo ya que, en
una sociedad cuya jerarqua estaba marcada por el dinero, ste, en luger de circular por las
familias laboriosas y de fructificar con el trabajo y la economa, se concentraba en un nmero
cada vez ms restringido de grandes privilegiados favorecidos por el prncipe y por la
habilidad de sus especulaciones. Mientras que en las provincial extranjeras y en el resto de
Italia an subsista una fuerte y numerosa ciudadana media que ocupaba los cargos
municipales, los grandes puestos de la Urbs se repartan entre los plutcratas que gravitaban
sobre la Corte y sobre una mesa plebeya con insuficientes recursos para poder subsistir sin las
generosas asignaciones imperiales y los aguinaldos de los nobles, y demasiado ociosa
como para poder vivir sin los espectculos que, en los tiem
r pOS de Tra)ano, les proporcionaban su mayor divertimento uno de cada dos das.
96
Es cierto que carecemos de cifras exactas, pero una cierta aproximacin nos permitir
suplirlas mal que bien. En el primer captulo hemos visto que el nmero de personas am-
paradas por la asistencia pblica se elev de 150.000 a 175.000 en el transcurso del siglo II.
Podemos deducir, sin temor a errar, que alrededor de 130.000 familias, representadas por su
responsable, estaban mantenidas por el Estado. Si calculamos, como Marcial, cinco bocas y
media por familia io, el total que obtendremos oscilar ente 600.000 y 700.000 personas
asistidas por la administracin. Bien directa o indirectamente, al menos un tercio, si no la
mitad, de la poblacin de la Urbs viva de la caridad pblica. Pero no debiramos cometer el
error de pensar que los otros dos tercios o la mitad de la poblacin se resignaba a vivir por su
cuenta ya que, dejando a un lado otros modos de distribucin, en la cifra total de la poblacin
romana tambin se incluan las tropas auxiliaresunos 10.000 hombres como mnimo, los
extranjeros de paso por Roma, cuyo nmero desconocemos pero que no deba ser muy
importante, debido a la frecuencia de las naturalizaciones que producan las manumisiones, y
finalmente los esclavos, cuyo porcentaje en relacin a la poblacin libre era de un tercio
cuando no de la mitad, como suceda en la Prgamo de la poca 1' Si atribuimos, pues,
1.200.000 almas a la Roma de Trajano, de esta cifra habremos de deducir 400.000 esclavos,
lo que nos dar un total aproximado de 100.000 familias romanas cuyos ingresos se
97
beyo para convertirse en un honestior no eran suficientes para sacar de apuros a nadie. El
mnimo vital, no de capital sino de renta, para un romano de la poca era de 20.000 ses-
tercios; es la cantidad con la que suea el vividor arruinado de una de las stiras de Juvenal i2
En otra, el poeta expone su propia opinin y pone en 400.000 sestercios la discrete fortune
que ambiciona un hombre prudente: Si esta cifra no te satisface, le dice a su imaginario
interlocutor, hazte entonces con dos fortunes de orden ecuestre; y si todava no tienes
bastante, es que ni la riqueza de Creso ni los tesoros de los reyes persas lograrn satisfacer tus
ansias. i5 As pues, para Juvenal el hombre prudente debe conformarse con aspirer a una
vida holgada, pero conseguirlo depende de los 400.000 sestercios que necesita un romano
para pertenecer al ordo ecuestre. No cabe dude de que estos dos testimonios se confirman y
complementan entre s ya que, tras examiner los estudios realizados por Billeter, queda claro
que en los tiempos en que escriba el poeta el tipo de inters medio era del cinco por ciento.
En consecuencia, las clases medias en los tiempos de Trajano comenzaban a partir del orden
ecuestre y, para mantener el ms modesto tren de vida, un ciudadano necesitaba al menos
20.000 sestercios, si no quera verse inmerso en la indigencia de las mesas plebeyas y dejar
de pertenecer a esa categora de pequeoburgueses, ms ficcin legal que realidad, a la que
el ciudadano medio se aferraba con ms fuerza que los grandes capitalistas a su rango.
En realidad, eves 400.000 sestercios eran una insignificancia comparados con los millones y
decenas de millones que manejaban los autnticos magnates de la Urbs: los senadores
venidos de provincial lejanas, cuyos negocios les haban proporcionado una fortune suficiente
para integrarse en el orden esplndido de los ilustrsimos y, posteriormente, un escao en la
Curia, logrando de este modo, no slo ocupar altos cargos que les permitan velar por sus
fincas rsticas diseminadas por toda Italia, sino lograr que su nombre y su pas de origen se
hicieran ilustres gracias a la suntuosidad de su mansin romana y al brillo del rango que osten
98
taban en la Urbs. Al fin y al cabo, qu eran sino arribistas encaramados en los ms altos
cargos de su rango, obesos por las sucesivas estancias en la comodidad de las administracio-
nes pblicas y en los puestos de avituallamiento; libertos que haban amasado fortunes
administrando las del prncipe y sus nobles! Roma, concubine del mundo, reclamaba parse de
sus riquezas. Por eso pienso que, a pesar de las distintas pocas y los diferentes entornos, la
concentracin de capitales en la Roma de Trajano no fue menor que la que troy tiene la City
londinense o la banca en Wall Street. Como los lores en Londres, los romanos ricos posean
entonces barrios enteros de la ciudad, como Maximus, al que Juvenal dedica este epigrama:
Tienes una case en Esquilias, otra en la colina de Diana, y en la calle de los Patricios tienes
un techo que te cobija. Desde aqu puedes ver el santuario de Cibeles; desde all, el de Vesta;
por un lado mires el nuevo templo de Jpiter (en el Capitolio), por el otro, su antigua morada
(en el Quirinal). Dime, pues, dnde puedo hallarte, dnde puedo buscarte. Quien habita en
sodas parses, Maximus, no habita en ningn luger. Como los financieros de Nueva York, los
romanos multiplicaban sus capitales por medio de grandes e innumerables crditos; as lo
trace Afer en otro epigrama, quien repite con deleite los nombres de sus acreedores y el
importe de sus deudas: Coranus me debe 100.000 sstercios y Mancius 200.000; Titius,
300.000; Albinus, el doble; Sabinus, un milln y Serranus, otro... Y aunque tanto Afer como
Maximus no son ms que personajes imaginarios, sin embargo representan el prototipo del
plutcrata que en aquella poca haca estragos en Roma. En su estrecho y rutilante crculo de
oro, seguramente abundaban los que, como el Africanus apuntado por Marcial, posean 100
millones de sestercios 14; por ello, nadie se atreva a proclamarse rico si no tena ms de 20
millones. El ex cnsul y quiz ms grande abogado de su tiempo, Plinio el Joven, en cuyo
testamento figuraba una cifra no muy lejana a la citada is, pretende de un modo
absolutamente sincero hacernos creer que no es rico; y vemos con asombro cmo escribe con
la mayor seriedad a Calvina, cuyo padre le deba
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',
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.
:
99
100.000 sestercios, para anunciarle que le perdona la deuda aunque sus posibilidades son
modestasmodicae facultates, sus ingresos tan poco importantes como caprichosos,
debido a la precaria rentabilidad de sus modestas sierras, y aade verse obligado a compensar
su mediocridad llevando una frugal existencia '6 y es que un liberto como Trimalcin, cuya
herencia estima Petronio en 30 millones, era ms rico que l 17; y lo mismo sucede con el
desconocido Afer caricaturizado por Marcial, quien tena unas rentas inmobiliarias de
3.600.000 sestercios. Y mientras que la fortune de estos ricos libertos tena el mismo rango de
nobleza que la de Plinio, no haba rasero comn para medir la de ste, estimada en cincuenta
veces la cantidad necesaria para pertenecer al ordo ecuestre, y la de las clases medias. La
pequea burguesa estaba literalmente aplastada por la clase privilegiada, y el nico
consuelo que le quedaba en su situacin de vasallaje era pensar que las ms grandes fortunes
tambin estaban sometidas al incalculable podero del prncipe.
clases medias, y estas dos disparidades se acusaron a la hora del reparto de la mano de obra
servil entre los distintos amos.
A comienzos del siglo II antes de nuestra era, an eran pocas las cases romanas que contaban
con ms de un esclavo, tal como lo confirma la lista familiar onomstica, en la que figure el
nombre del esclavo formado por la palabra puer y el genitivo del nombre del amo: Lucipor,
Marcipor, esclavo de Lucius o esclavo de Marcus. Por el contrario, en el siglo II d. C. es rare
la case en la que hubiera un solo esclavo; entonces haba que contarlos con los dedos, ya que
se les sealaba con el deco, segn cuenta Marcial cuando se burla del desharrapado Cotta 20
Juvenal nos dice que, o bien los amos no queran comprar esclavos por lo costoso que resul-
taba llenarles la barriga, o mantenan a varios al mismo tiempo, razn por la cual el poeta, en
el verve que sigue, emplea la palabra barriga en plural:
... magno
servorum ventres! 2i
101
(servi atrienses) y servidores para tareas fuera del hogar (cursores, viatores); finalmente,
dividan estos dos grupos en otros tantos elementos de diez esclavos o decurias, que luego
numeraban. Pero todo esto no eran ms que intiles precauciones. Amos y esclavos slo
conseguan ignorarse mutuamente. Trimalcin, en mitad de un banquete, no puede precisar
quin es el esclavo al que est dando rdenes:
De la cuadragsimaresponde el esclavo.
Eres comprado o nacido en la case?
Al leer semejante dilogo nos demos cuenta de que, ante esta multitud de esclavos,
Trimalcin probablemente no conoca ms que a uno de cada diez. El texto nos indica que
este amo posea al menos 400 esclavos; pero como la novela de Petronio no trace ninguna
otra alusin al tema, nada nos impide suponer que la cuadragsima decuria fuera la ltima,
as que poda tener muchos ms. Sea como fuere, sabemos que Plinio el Joven, al que le
faltaban alrededor de 10 millones de sestercios para igualar la fortune de Trimalcin, posea
al menos 500 esclavos, ya que liber a 100 por testamento. La ley Fufia Caninia, puesta en
vigor en el ao 8 a. C. y an vigente en el siglo II d. C. 2s, conceda expresamente a los amos
que poseyeran de 100 a 500 esclavos la posibilidad de liberar a la quinta parse e,
implcitamente, prohiba liberar a ms de 100. No podemos por menos que asombrarnos ante
lo exorbitante de las cifras, y, no obstante, en el siglo II generalmente se superaban. La
sorpresa que se lleva el jurisconsulto Gaius al comprobar que, siglo y medio despus de que
se pusiera en vigor la ley Fufia Caninia, el nmero de manumisiones testamentarias
autorizadas segua siendo de 1001iberaciones por cada 500 esclavos, es un fiel indicio de que
la ley haba dejado de adaptarse a las nuevas realidades; porque, a pesar de que la cifra de
4.116 esclavos que a finales del siglo I a. C. haba posedo el liberto
C. Caelius Isidorus segua siendo una excepcin lo suficientemente rara como para que Plinio
el Viejo la juzgar digna de mencin 26, los grandes capitalistas romanos solan tener hasta
1.000 esclavos, y el emperador, infinitamente ms rico que el romano ms rico, es posible
que llegara a tener 20.000 esclavos en su familia servilis.
La magnitud de este ltimo dato, que encontramos en la obra de Ateneo 27, nos hace pensar
que efectivamente se refiere al prncipe. Sin duda habra que restar el nmero de esclavos que
la domus divina tena dispersos por el mundo, encargados de recaudar los impuestos, de
vigilar el arrendamiento de sus fincas, de llevar la gestin de sus inmensos dominios rurales,
de las minas o de las canteras de mrmol y prfido; pero, de las huellas halladas en el
Palatino en los graffiti del paedagogium, es decir, la escuela de los esclavos destinados a altas
funciones, se deduce que los esclavos imperiales eran una legin, aunque no fuera ms que
por la gran variedad de tareas que se les encomendaban, tal como ha revelado la epigrafa de
los epitafios.
Una lectura sin prejuicios de estos epitafios hace que nos sorprendamos ante la eminente
especializacin de las tareas, el desatinado lujo que indican y la minuciosa etiqueta con que
parecan desarrollarse todas sus actividades. Para colocar y cuidar su guardarropa, el
emperador dispuso tantas categoras de esclavos como clases de vestimenta tena: para las
tnicas de palacio, los a veste privata, y para las togas de calle, los a veste forensi; para los
pequeos desfiles militares, los a veste castrensi, y para los desfiles victoriosos, los a veste
triumphali; para el atuendo con que acuda al teatro, los a veste scaenica, y para los que luca
en el anfiteatro, los a veste gladiatoria. Su vajilla era bruida por tantos equipos de esclavos
como clases distintas de piezas posea: la vajilla en la que coma, aqulla en la que beba, la
de plata, la de oro, la de cristal de roca o la de incrustaciones de piedras preciosas. Sus joyas
estaban confiadas a un ejrcito de servi o liberti ab ornamentis, entre los cuales destacan los
encargados de los broches (a fibulis) y de las perlas (a margaritis). En los cuidados de su aseo
intervenan los baeros (bal
103
neatores), los masajistas (aliptae), los peluqueros (ornatores) y los barberos (tonsores). El
ceremonial de sus recepciones estaba encomendado a distintos tipos de ujieres: los velarii,
que suban las cortinas cuando entraban los visitantes; los ab admissione, que los hacan
pasar una vez hubiera entrado el emperador; los nomenclatores, que los nombraban en alto.
Para cocinar los alimentos, poner la mesa y servir, haba una tropa heterclita y muy bien
elegida que iba, desde los calentadores de hornos (fornicarii) y los simples cocineros (coci),
hasta los panaderos (pistores), reposteros (libarii) y confiteros (dulciarii); luego estaban los
jefes de cocina, responsables del orden de las comidas (structorea) y los esclavos del
comedor (triclinarii): los que llevaban los platos (ministratores) y los que se encargaban de
retirarlos (analectae); los escanciadores, que variaban en importancia segn sujetaran el
recipiente con el lquido (a lagona) o le ofrecieran la copa (a cyatho) y, finalmente, los
degustadores (praegustatores), quienes deban comprobar en s mismos, normalmente con
mayor fidelidad que los que sirvieran a Claudio y a Britnico, la perfecta inocuidad de sus
bebidas y de su alimento. Por ltimo, cuando queran distraerse no tenan ms que tomarse la
molestia de elegir entre la msica de sus esclavos concertistas (symphoniaci), los trenzados
de sus bailarinas (saltatrices) o las gracias de sus enanos (nanni), charlatanes (fatui) y
bufones (moriones).
Incluso si, como Trajano, el emperador era de gustos sencillos, eluda la pompa y hua del
ceremonial, a los ojos de sus sbditos no poda evitar que el cumplimiento de sus funciones
sagradas estuviera adornado con el esplendor que su presencia requera. Las funciones
oficiales se desarrollaban en un ambiente casi mitolgico, en el que el ms fastuoso de los
reyes se hubiera sentido colmado; un ambiente, segn mi opinin y para recurrir a
comparaciones lcidas aunque algo distintas, en el que podra haberse deleitado la corte de
los Valois y cuya pomposa grandeza y fasto solemne hubiera envidiado la de Versalles. El
nec pluribus impar del Rey Sl hubiera podido ser la divisa del Csar de Roma. Sin duda, las
casas de los magnates romanos imita
104
ban la del emperador. Pero, por mucho que se le acercaran, por amplias que fueran, por
compleja que adivinemos su organizacin al leer entre lneas los panegricos de sus esclavos
y libertos, nunca llegaron a ser ms que un plido calco, una imagen lejana y empequeecida.
El Csar abrumaba hasta al ms grande de sus sbditos, y el sentimiento que todos ellos
experimentaban ante su inigualable superioridad ayudaba a los ms humildes a aceptar lo
endeble de su limitada condicin frente al lujo de las clases dominantes.
105
cesitaban para pertenecer al orden ecuestre; los segundos tenan lo suficiente para ingresar en
esta categora, tal como sealan muchas inscripciones del siglo II. El hombre que mejor
encarna el espritu de aquella clase media, el poeta Juvenal, precisamente era un ex oficial
cuya renta engord lo suficiente como para proporcionarle una jubilacin decente en el seno
de la pequea burguesa romana.
Es cierto que Juvenal aora la dichosa vida que su mediocre renta le hubiera permitido llevar
en el campo, mientras que para vivir en Roma le es insuficiente; pero tambin esta
circunstancia le trace ser un claro representante de su tiempo. En efecto, la clase a la que l
pertenece encuentra su verdadero entorno en las provincial. En la Roma de entonces la
burguesa media se encontraba desbordada, hundida bajo una sobreabundancia de riquezas
que no estaban a su alcance; y a pesar de que un mismo hilo pareca unir a la plebe, fuente de
la que se nutra la clase media, y a los grandes magnates, burgueses medios venidos a ms, lo
cierto es que tan difcil le resultaba al romano salir de su humilde condicin como llegar a
alcanzar un puesto en la clase privilegiada. Las grandes fortunes, situadas en un piano
absolutamente ajeno al suyo, crecan aprovechando la inercia de su propio desarrollo o
gracias a determinadas circunstancias que slo ellas podan aprovechar: los romanos ricos
monopolizaban los altos cargos, algunos, como el de procnsul, retribuido con un milln de
sestercios anuales; tambin contaban con el arbitrario favor del prncipe, quien poda delegar
indefinidamente sus poderes en unos cuantos privilegiados; y, finalmente, tenan a su favor el
crecimiento desenfrenado de una especulacin urbanstica que en Roma, banco del Universo,
constitua la columna vertebral de una economa que da a da se apoyaba en el mercanti-
lismo y dejaba de lado la produccin. El trabajo, todava generador de bienestar, ya no era
suficiente si se quera aspirer a poseer una de las fortunes que proporcionaban los favores
imperiales o los golpes de suerte en los negocios. Los intermediarios y los embaucadores, las
dos plagas que se alimentaban de la inmensa clase media, eran los que se llevaban los
Leamos ahora el elocuente epigrama donde el poeta expresa los primeros rasgos de lo que me
atrevera a llamar el soneto de Plantino de la literature latina, al que seguramente sirvi de
modelo 31:
He aqu, Marcial, lo que trace una vida feliz: una fortuna obtenida, no con el trabajo, sino
por herencia; una hacienda que no sea ingrate, un fuego que nunca se apague, ningn proceso
judicial, pocas visitas, un espritu reposado, un distinguido vigor, un cuerpo sang, una
prudente franqueza, amigos de tu misma clase, invitados indulgentes, una mesa sin
pretensiones, veladas sobrias y desprcoc upadas, una mujer caste pero no austere, un sueo
que ali\ic de las tinieblas, la satisfaccin de que no se desea nada ms y vivir sin deseos y sin
temor al da supremo.
~: ,
.,.
``',
ptrea. La savia nueva, que deba servir para rejuvenecerla, cede la mayoria de las veces a
impulsos incoherentes y obstaculos imprevistos. Las corrientes igualitarias, desviadas, in-
terceptadas o provocadas, den vueltas en torno a unas desigualdades esenciales cada vez ms
pronunciadas. El orden democratico, apoyado por una clase media an mvil, se quiebra baio
el peso de unas mesas a las que una economa in)usta niega el progreso natural, y de una
burocracia abusiva que sirve de soporte al absolutismo del monarca, cuyos fabulosos tesoros
manipula y cuya omnipotente voluntad traduce en actas. De este modo, el fulgor del estallido
que se produce en la Urbs en el siglo II de nuestra era, se ver envuelto en sombras que el
Bajo Imperio extender haste sus ltimos rincones; Roma nunca tendr ya el valor de con-
vertirse en nueva luz que ilumine la oscuridad del Imperio. Para luchar con xito contra los
males de su tiempo, los romanos tenan que demostrar su fe en el futuro. Sin embargo, la
sociedad romana, decepcionada en sus esperanzas de igualdad y cada vez ms inquieta ante
su inestabilidad y su confusin, comienza a dudar de s misma en el preciso momento en que
la solidez de las familias patricias comienza a resquebraiarse y la nobleza romana tradicional
empieza a perder su conciencia de clase.
CAPTULO IV
EL MATRIMONIO, LA MUJER Y LA
FAMILIA:
VIRTUDES Y VICIOS
Es cierto que an posea el terrible derecho, del que gozar hasta el ao 374 de
nuestra era, momento en que quedara abolido gracias a la influencia del cristianismo, de
abandonar a sus recin nacidos en los vertederos pblicos, donde perecan de hambre y de
fro 3 si la piedad de un transente, mensajero e instrumento de la bondad divina, no los
salvaba a tiempo. Es de suponer que, cuando se trataba de alguien pobre, era fcil que
recurriera ms o menos gustosamente a esta forma de infanticidio legal. Por ello, a pesar de
las aisladas protestas de algunos predicadores estoicos como Musonius Rufus, el
paterfamilias sigui abandonando sin remordimientos a sus hijos, sobre todo a los bastardos
y a las hijas, ya que las inscripciones del reinado de Trajano indican que la ayuda para
manutencin en el primer ao de vida slo se concedi a dos hijos bastardos o spurii de una
misma ciudad y en el mismo ao, frente a los 179 hijos legtimos, repartidos entre 34
hembras y 145 varones, a los que se concedi. Evidentemente, esta desigualdad explica por
qu la mayora de las criaturas abandonadas eran hembras o hijos ilegtimos 4. Pero, desde el
momento en que los tomaba bajo su proteccin, el paterfamilias ya no poda desembarazarse
de ellos; no poda decidir su venta, o mancipatio, situacin que en otros tiempos les
condenaba sin remedio a la esclavitud, ya que slo estaba tolerada con fines de adopcin o de
emancipacin; ni su ejecucin capital, que tolerada an en el siglo I a. C., tal como lo
demuestra la suerte de un cmplice de Catilina, Aulus Fulvius, en el siglo II estaba
considerada como un crimen. Antes de que Constantino calificara de parricidio el asesinato
de un hijo por su padre, Adriano ya haba deportado a una isla a un paterfamilias que, en el
transcurso de una cacera haba matado a su hijo por haber deshonrado sus segundas nupcias
5. El emperador Trajano oblig a otro, que simplemente haba maltratado al suyo, a emanci-
parlo enseguida y a renunciar a cualquier posible herencia que pudiera recibir en el futuro 6
112
Para renovar el ambiente de la familia romana y anudar las relaciones entre padre e
hijo, era preciso que se diera una atmsfera afectiva absolutamente contraria a la aridez y al
rigor disciplinario del que Catn el Viejo haba hecho gala en su hogar, es decir, semejante a
la que en la actualidad se respira en nuestras familias. Cuando examinamos la literatura
contempornea vemos que est plagada de ejemplos de padres de familia cuya autoridad se
traduce en indulgencia, y de hijos que, en vida de sus padres, actan como absolutos dueos
de s mismos. Plinio el Joven, cuyos matrimonios fueron estriles, pide para los hijos de sus
amigos la independencia de conducta y de decisiones que con seguridad no hubiera negado a
los suyos, ya que la idea de independencia haba arraigado en las costumbres y, para las
gentes de bien hacer, formaba parte del decoro social.
113
Plinio tena razn al aconsejar la mansedumbre o, si se prefiere, ese liberalismo que
tanto nos agrada. Pero los romanos no supieron encontrar la medida. No contentos con
atenuar su severidad, cedieron ante una corriente de excesiva complacencia. Al no querer
dirigir a sus hijos, se dejaron gobernar por ellos y se deleitaron cumpliendo con su deber de
dejarse la piel para satisfacer sus caprichos. Pero lo nico que consiguieron fue crear una
clase de ociosos y derrochadores parecidos al Philomusus cuyas desventuras nos cuenta
Marcial; este personaje, tras derrochar toda la herencia paterna, se encuentra con menos
medios que cuando su padre le administrara el dinero por mensualidades:
ste fue el caso del gran abogado Regulus, rival y enemigo de Plinio el Joven. Haba
consentido a su hijo todos los caprichos. Le construy una pajarera cantarina y parlanchina de
mirlos, ruiseores y papagayos. Le compr perros de todas las razas. Le consigui ponies
galos para tiro y para mortar. Pero, en cuanto hubo muerto su mujer, cuya inmensa riqueza
haba pagado todos sus regalos, se apresur a emanciparle a fin de que el joven pudiera
disponer de la fortuna materna, se diera al goce indiscriminado y se la dejara a su padre
despus de una vida que los excesos hicieron muy breve 10. Seguramente, ste no es ms que
un caso aislado cuya monstruosidad escandaliza a Plinio. Sin embargo, es suficiente con que
se produjera; y esto no habra sido posible si las mujeres no hubieran estado liberadas, tanto o
ms que los hijos, del sometimiento que antao haba padecido la familia romana con el
ejercicio de la patria potestas, sometimiento que desapareci al mismo tiempo que sta
perda todo su poder.
114
Al parecer, estaba precedido por los esponsales que, si bien no implicaban una
autntica obligacin, se celebraban tan a menudo en Roma que Plinio el Joven los cuenta
entre las mil y una naderas que llenaban los das de sus contemporneos t~ Consistan en un
compromiso recproco de los novios, con el consentimiento de los respectivos padres, y se
realizaban ante un determinado nmero de parientes y amigos; unos intervenan en la
ceremonia como testigos y otros se limitaban a ser invitados en el banquete con que la fiesta
terminaba. Los esponsales se concretaban con la entrega a la novia por el novio de regalos
ms o menos costosos i2 y un anillo simblico, probablemente vestigio de las antiguas arras
13 que se entregaban en la coemptio primitive. Ya se tratara de un anillo de hierro baado en
oro o de un anillo de oro autntico semejante a nuestras alianzas, la novia deba ponrselo
acto seguido en el dedo en el que nosotros acostumbramos a llevar alianzas, es decir, en el
deco prximo al meique de la mano derecha 14, por esta cause llamado anular
(annularius), vocablo derivado del latn vulgar. La razn por la que los romanos haban
elegido este dedo para llevar sus anillos nos la explica Aulus Gellius con un laborioso
circunloquio:
115
Numerosas alusiones literarias nos hen transmitido hasta los menores detalles de estas
ceremonias. En el da de sus esponsales, la novia, cuyo cabello haba sido recogido la noche
anterior en una redecilla rota, se vesta con las ropas que requera la costumbre: en primer
lugar, se pona una tnica lisa tunica recta ceida por un cinturn de lana con doble
nudo, el cingulum herculeum, sobre la que luego se colocaba un manto o palla de color
azafrn, a juego con las sandalias. En el cuello llevaba un collar de metal; el tocado estaba
formado por seis rodetes trenzados y postizos que se colocaban sobre el cabello y estaban
separados por cintas o sex crines; era el mismo tocado que llevaban las Vestales durante todo
su ministerio. Un flamante velo naranja, de aqu su nombre de flammeum, esconda
pdicamente la parte superior del rostro y cubra el tocado; finalmente se colocaba una
corona trenzada con mejorana y verbena, en tiempos de Csar y de Augusto, y con mirto y
flor de naranjo en pocas posteriores
Una vez preparada y en compaa de los suyos, reciba al novio, a su familia y a sus
amigos. Entonces acudan todos juntos a un santuario cercano o al atrium de la casa, para
ofrecer un sacrificio a los dioses. Cuando la inmolacin del animal elegido para la ocasin,
algunas veces un cordero, ocasionalmente un buey y casi siempre un cerdo, haba sido
consumada, intervenan los auspex y los testigos. Estos, unas diez personas elegidas
normalmente de ambos grupos, se limitaban a poner sus sellos sobre el contrato de
matrimonio, cuando lo haba, como simples comparsas sin voz. El auspex, vocablo
intraducible que designa una funcin de augur familiar y privado, era indispensable en la
ceremonia a pesar de no tener investidura sacerdotal ni peso oficial. Tras examinar las
entraas del animal, transmita los buenos auspicios a la pareja, ya que de no ser as era seal
de que los dioses rechazaban la unin y, por tanto, el matrimonio no poda ser vlido. Si los
augurios eran favorables, los novios se intercambiaban ante su presencia su mutuo
consentimiento con una frmula en la que parecan fundirse tanto sus vidas como sus
voluntades: Ubi tu Gaius ego Gaia.
117
Olvidemos por un momento el sacrificio sangriento y el arrebatado desgarro del velo
nupcial: No es cierto que este ceremonial ha sobrevivido al Imperio y, salvo algunos cam-
bios, sigue regulando la ceremonia de la mayora de los matrimonios contemporneos? Como
observaba Duchesne no trace mucho tiempo, con una rara lucidez: Salvo la intervencin del
arspice, todo el ritual nupcial romano se conserv en el ceremonial cristiano. Hasta las
coronas encontraron su funcin... Esencialmente conservadora, la Iglesia no modificaba nada
que no fuera incompatible con sus creencias.
La nobleza que se desprende de este mutuo acuerdo era suficiente para unir en
matrimonio a dos almas; y es muy posible que el auge de la filosofa, especialmente del
estoicismo, ya presente en las voces de Catn y de Porcia, contribuyera a imponer en el
derecho romano una concepcin ms moderna que, con el tiempo y ajena a su primitivo
desarrollo, termin por cambiar de arriba abajo un sistema econmico basado en la familia.
Para los antiguos romanos, de los que Gaius habla como si fueran personajes legendarios, la
mujer deba estar condenada por su futilidad natural a vivir en perpetua inferioridad 19. En el
matrimonio cum manu estaba sometida tanto a la manus de sus ascendientes o sus agnados,
como posteriormente a la de su marido. Con el matrimonio sine manu estaba sometida a la
autoridad del tutor llamado legtimo 20, que forzosamente le era asignado de entre sus
agnados a la muerte del ltimo de sus descendientes. Solamente cuando el matrimonio sine
manu excluy otras formas de tutela, la tutela legtima perdi toda su importancia. A finales
de la Repblica, bastaba que una pupila se quejara de la ausencia de un tutor por breve que
hubiera sido, para que el pretor le asignara otro; y cuando, a principios del Imperio, se
dictaron las leyes demogrficas de Augusto, los tutores legtimos fueron sacrificados para
facilitar los matrimonios prolficos: estas leyes eximan de la tutela a las esposas con ms de
tres hijos y prescriban el cese del tutor que vacilara en aprobar el proyecto matrimonial de su
pupila o que no quisiera entregarle su dote. Con Adriano, las mujeres casadas ya no
necesitaban el consentimiento de su tutor para redactar su testamento; y los padres ya no
podan obligar a sus hijas a casarse contra su voluntad, ni impedir que un matrimonio se
realizara si no haba algn motivo plausible para ello. Como testimonia el gran juriscsulto
imperial, Salvio Juliano, las nupcias se celebraban, no por obligacin, sino con el
consentimiento de ambos esposos y la libre conformidad de la mujer: nuptiae consensu
contrahentium fiunt; nuptiis filiam familias consentire oportet 21.
Por supuesto, esta nueva definicin del matrimonio romano acab por transformar su
naturaleza, lo que obviamente tuvo sus consecuencias. En la sociedad actual, hemos visto
cmo la justicia allanaba y retiraba todos los obstculos que entorpecan la voluntad de los
esposos; y lo que an quedaba de la autoridad de los padres, ha ido desapareciendo al mismo
tiempo que su derecho a oponerse a las uniones deseadas por sus hijos. Lo mismo sucedi en
el Imperio romano. Con la institucin casi exclusiva de los matrimonios sine manu, la
matrona romana se vio liberada de sus tutelas y pudo ser duea de sus decisiones. Y al
hacerse duea de s misma, consigui una situacin de igualdad en el matrimonio.
121
En los tiempos de Tiberio, ni Sextia quiso sobrevivir a Aemilius Scaurus, ni Paxea a
Pomponius Labeo 23, Cuando Nern notific a Sneca la orden de su muerte, la joven esposa
del filsofo, Paulina, se abri las venas con su marido; y si no muri desangrada fue porque
Nern, informado de su sacrificio, orden impedirlo a cualquier precio, por lo que no tuvo
ms remedio que dejarse vender las muecas y curar sus heridas. El relato que nos ofrecen
los Annales de esta pattica escena, la imagen descrita del rostro exange y doliente en el que
la viuda de Sneca llev las huellas de la tragedia haste el final de sus das 24, expresan la
profunda emocion que inspiraba a los romanos de la poca de Trajano el recuerdo ya antiguo,
tras medio siglo, de este drama de amor conyugal. Tcito sinti por la lealtad de Paulina la
misma admiracin que su amigo Plinio el Joven por el valor que, en tiempos de Claudio,
haba demostrado Arria, a quien dedico la mas bella de las cartas que componen su
correspondencia
121
Una vez ms pido disculpas por mis amplias referencias a unas pginas clebres.
Arria se haba casado con el senador Caecina Paetus. En una circunstancia dolorosa, demos-
tr el grado de estoica devocin del que era capaz por amor a l. Paetus estaba enfermo y
tambin lo estaba su hijo; al parecer, los dos estaban deshauciados. Un da el joven muri.
Estaba dotado de una gran belleza y una pureza espiritual no comn, por lo que sus padres le
queran mucho ms por sus virtudes que por el simple hecho de ser su hijo. Arria prepar las
exequias de su hijo y condujo el cortejo fnebre de modo que su marido no se diera cuenta de
nada. A1 entrar en la habitacin de Paetus, finga que su hijo an viva, que se encontraba
mejor; y como el padre le pidiera frecuentemente noticias, ella le responda: Ha descansado
bien y ha comido con apetito. Y dicho esto, luchando por contener el llanto tanto tiempo
ahogado, sala de la habitacin y se abandonaba a su dolor. Una vez se hartaba de llorar, se
secaba los ojos, se recompona el rostro y volva a entrar, dejando, por decirlo de algn modo,
su dolor en la puerta. Con este esfuerzo sobrehumano, Arria pudo salvar a su marido de la
enfermedad que le haba arrebatado a su hijo. Sin embargo, ms tarde no pudo evitarle el
castigo imperial cuando, en el ao 42 d. C., se vio implicado en el levantamiento de
Scribonianus y fue arrestado ante los ojos de su mujer en Illyricum, lugar haste donde ella lo
haba acompaado. Suplic a los soldados que se la llevaran a ella tambin. Es ley deca
que a un senador se le permita tener esclavos que le sirvan la mesa, le vistan y le calcen;
dejad, pues, que lo haga yo. A1 ver que sus splicas no obtenan respuesta, alquil una
barca de pesca y sigui por toda Italia a la nave en la que haba sido embarcado Paetus. Pero
todo fue en vano. Ya en Roma, Claudio se mostr despiadado. Entonces Arria prometi que
morira con su marido. En un principio, su yerno Thrasea puso todo su empeo en
disuadirla. Consentiras tdecaque si yo un da me hallara en la misma situacin tu
hija quisiera perecer conmigo? Arria no dud un momento en su drstica respuesta: Si mi
hija hubiera vivido contigo tanto tiempo y con la mis ma armona que Paetus y yo,
consentira. Y para evitar nuevos intentos de disuasin, se lanz de un salto contra el muro,
se golpe la cabeza y cay sin conocimiento. Cuando volvi en s le dijo: Te haba
prevenido que encontrara un camino, por duro que fuera, que me llevara a la muerte si t
no me dejas elegir el ms fcil. Y cuando a Paetus le lleg la hora fatdica, sac un pual de
su tnica, se abri el pecho y, despus de arrancar el arma de su seno, la tendi a su marido
con una frase inmortal y casi divina: Paetus, esto no hace dao.
Plinio el Joven nos cuenta numerosos casos de su entorno en los que las mujeres
estaban tan unidas a sus maridos que, cuando stos iban a morir, ellas decidan desaparecer
con ellos. Un da que recorra en barca el lago Comoescribe Plinio, un amigo mayor
que yo llam mi atencin sobre una villa... que dominaba el lago.
Sin duda, se trata de casos excepcionales o, si se prefiere, casos lmite en los que el
valor se llevaba hasta las ltimas consecuencias y la virtud comenzaba a confundirse con un
exceso de rigor. Pero eran muchos los matrimonios unidos por un verdadero amor, muchas
las esposas sencillamente nobles y puras. En la obra de Marcial tambin aparece una galera
de mujeres abnegadas. Claudia Rufina, aunque descenda de bretones tatuados, tena un
alma realmente latina. Nigrina, ms feliz que Evadne o Alceste, hubiera merecido no tener
que morir para probar su amor. El lmpido espritu de Sulpicia se trasluca en sus
composiciones literarias: en ellas no mostraba el frenes de la adivina de la Clquida, no
relataba los horrores del festn de Thyestes; slo deleitaba con castos amores. Jams mujer
alguna fue ms rebelde; pero jams mujer alguna fue ms pdica; nunca hubiera aceptado
convertirse en la esposa de Jpiter o en la concubina de Apolo si su Calenus le hubiese sido
arrebatado. 28
124
Del mismo modo, la sociedad femenina que gravitaba en el mundo de Plinio el Joven
respiraba abnegacin, distincin y honestidad. La esposa de su viejo amigo Macrinus
hubiera podido ser un digno ejemplo si hubiese vivido tiempo atrs: vivi
con l treinta y nueve aos sin tener una disputa ni un enfado, en una armona
sin sombras y en respeto mutuo 29,
El mismo Plinio parece que goz de una perfecta felicidad en su unin con su tercera
mujer, Calpurnia. Qu elogios le dedica cuando pondera su delicadeza, su moderacin y su
amor, prueba absoluta de su fidelidad, o cuando comenta su gusto por las letras por amor a l!
Al leer este relato amoroso y lleno de ternura, estamos tentados a rebelarnos contra el
pesimismo de La Rochefoucauld y a negar su mxima segn la cual no existan matrimonios
romanos felices. Pero cuando reflexionamos, nos damos cuenta de la parte de
convencionalismo que entraan estas efusivas declaraciones, algo afectadas y novelescas. En
el mundo en que vivi Plinio, los matrimonios se unan ms por conveniencia que por la
fuerza de los sentimientos. Seguramente l eligi a su mujer del mismo modo que eligi la de
su amigo Minucios Acilianus, sopesando tanto sus virtudes fsicas y morales como sus lazos
familiares y su situacin econmica; pues, segn confesaba, no haba por qu descuidar este
ltimo aspecto ne id quidem praetereundum esse videtur 32, Lo que posiblemente ms
amara en Calpurnia, era la admiracin que ella demostraba por sus escritos. Tenemos la
impresin, por ms que l pretenda hacernos creer lo contrario, de que no le costaba mucho
consolarse de las ausencias de su mujer, ocasiones que utilizaba para escribir hermosas
pginas en las que se deleitaba llorando su ausencia, ms por hacer literatura que por aoran-
za. Pues sabemos que, cuando estaban juntos, tampoco se vean mucho; al parecer hacan
vida en habitaciones separadas. Hasta en la paz de su villa de Toscana Plinio buscaba, antes
que nada, la soledad que necesitaba para sus continuas meditaciones. Es su secretario
(notarius), y no Calpurnia, quien acude al alba junto al lecho de Plinio 33. Su amor conyugal,
regulado por el cdigo de las buenas costumbres, para Plinio era ante todo un asunto de
cortesa social; y bien mirado, esta cortesa estaba exenta de calor y de intimidad.
125
Recordemos, por ejemplo, las confusas cartas que envi al abuelo y a la ta de
Calpurnia para anunciarles sus frustradas esperanzas de paternidad 34. A Calpurnius Fabatus
le dice:
126
Feminismo y amoralidad
Seguramente Plinio el Joven se dej llevar por su encanto, ya que recordamos los
elogios que trace a Calpurnia y la admiracin que demuestra por su cultura y el buen gusto de
la compaera de Pompeius Saturninus, cuyas cartes le parecen de tan belle construccin que
podan haberse tomado por escritos de Plauto o de Terencio en prose 36, Por el contrario
Juvenal, cuya filosofa adopt ms tarde Crisalo, no poda soportar a estas mujeres
omniscientes. Compara sus ruidosas charlas con un ruido de calderos y campanillas,
aborrece a esas preciosistas que recitan el mtodo de Palaemon y no faltan nunca a las
reglas del lenguaje, y critica por su poca vergenza a la mujer que no tiene estilo propio,
ignore todo dato de la historia y no comprende en absoluto nada de lo que lee 37.
129
Desde haca tres siglos, las matronas romanas eran comensales que se sentaban junto
a sus esposos en los banquetes. Pero, desde que se convirtieron en sus competidoras en la
palestra, empezaron a alimentarse como los atletas y a disputar al marido tanto su puesto en
la mesa como la palma en la arena. Las mujeres que no tenan la excusa del deporte,
adquirieron la costumbre de comer y beber como si dedicaran su vida a ello. Petronio nos
describe a Fortunata, la gruesa esposa de Trimalcin, ahta de comida y vino, con la lengua
pastosa, la mente confusa y la vista anegada por la embriaguez. Las grandes damas, o
consideradas como tales por su fortuna, que poblaban las stiras de Juvenal, hacan alarde de
una desvergonzada glotonera. Una de ellas prolonga sus borracheras hasta altas horas de la
madrugada y engulle enormes ostras mientras destila el perfume del vino puro de Falerno y
siente que el techo gira sobre su cabeza y se duplica el nmero de antorchas de la
habitacin. Otra, an ms abyecta, llega tarde a la cena, con el rostro encendido como el
fuego. Tanta es su sed, que se beber toda el nfora que tiene a los pies. Antes de cenar,
saca su segundo sextario, al que tambin dar fin y tirar por el suelo; una vez bien lavado
su estmago, su apetito se har voraz. Como una larga serpiente enroscada en el fondo de
un tonel, ella bebe y vomita, provocando las nuseas de su marido, quien tiene que hacer un
enorme esfuerzo para retener sus bilis. 39
No cabe duda de que nos hallamos ante unas repulsivas excepciones. Pero el hecho de
que el satrico encontrara entre las damas romanas a estos personajes y que sus lectores las
reconocieran inmediatamente, es ms que suficiente. Es evidente que la independencia de la
que entonces gozaban las mujeres romanas las llev a adquirir unas licenciosas costumbres; y
el libertinaje en el que se movan, a la disolucin de los lazos familiares. Empezaban a vivir
como simples vecinas de sus maridos:
El siguiente paso ser faltarles en la fidelidad que les haban prometido, cuando no
negrsela desde el mismo momento en que contraan matrimonio. Vivir la propia vida era
una frmula que ya estaba de moda en el siglo II de nuestra era. Una de estas mujeres dice a
su esposo: Entonces convinimos que t haras lo que quisieras y yo todo lo que se me
antojara. Puedes gritar y remover cielo y tierra, soy humana! :
131
En vano Augusto, cien aos atrs, haba intentado castigar con rigor los amores
adlteros, promulgando una ley que condenaba al exilio a los culpables, les privaba de la mi-
tad de su fortuna y les prohiba de por vida el matrimonio entre ambos. Y es de suponer que
esta ley marcaba un incuestionable progreso respecto a las leyes del antiguo derecho romano.
En tiempos de Catn el Censor, por ejemplo, los romanos consideraban un crimen el
adulterio de la mujer; el marido ultrajado estaba autorizado a castigar con la muerte a su
esposa, mientras que si l cometa adulterio, la falta careca de importancia y el marido sala
indemne del asunto. La legislacin imperial era ms humana, ya que prohiba que el marido
hiciera un uso cruel de su propia justicia, y al mismo tiempo era ms igualitaria, pues
sancionaba a ambos. Pero el hecho de que esta legislacin penalizara, como diramos en la
actualidad, el adulterio, es un indicio de la frecuencia con que se cometa, si bien no sirvi
para erradicarlo 44. A finales del siglo I de nuestra era, la lex lulia de adulteriis
prcticamente no tena vigor. Para poder aplicarla, Domiciano tuvo que hacer una solemne
revisin de sus disposiciones. Marcial dedica todo tipo de halagos cortesanos al edicto
sagrado del ms grande de los jefes, un edicto ms importante para Roma que sus victories,
ya que haba devuelto el pudor a la ciudad:
Pero, una vez desaparecido Domiciano, el sistema releg a la lex lulia al polvo de los
archivos ante la indiferencia de los jucces. Algunos aos ms tarde, Juvenal se atreva a
mofarse de su autor, ese amante deshonrado por un incesto de tragedia que pretendi poner
en vigor unas normas amargas para todos y terribles incluso para Marte y Venus 46 Dos
generaciones ms tarde haba cado en tal descrdito que Septimio Severo tuvo que revisar el
trabajo de Domiciano 47, al igual que Domiciano hizo con el de Augusto. A decir verdad, si
el nmero de adulterios disminuy en el siglo II no fue en absoluto por las severas sanciones
con que lo penaba una intermitente legislacin, sino ms que nada por el divorcio, que de
alguna manera lo legitimaba.
132
Pero estos casos pronto dejaron de asombrar a los romanos, ya que en posteriores
generaciones los maridos abandonaban a sus mujeres sin que nadie se indignara por ello ni la
justicia hiciera nada para impedirlo: unos se justificaban diciendo que haba salido sin
cubrirse el rostro; otros que se haba parado en la calle a charlar con una liberta de mala
reputacin, o que haba acudido sin permiso a una representacin de los juegos pblicos 51.
Hubiera sido mucho ms noble carecer de pretextos que alegar unos tan mezquinos.
Pero a finales de la Repblica, cuando los maridos haban usurpado a la justicia el
derecho de anular las uniones establecidas, ocurri que el matrimonio sine manu concedi
las mismas prerrogativas a la mujer. Cuando la mujer llegaba al matrimonio tutelada por
sus parientes o agnados, efectivamente eran los maridos quienes tenan la ltima palabra para
cortar los lazos y devolver a la mujerabducere uxorem. Pero si sta haba perdido a sus
padres, si no dependa ms que de s misma y se gobernaba segn su propia ley sui iuris,
la ruptura dependa de ella 52, As, en la poca de Cicern, el divorcio de mutuo acuerdo o
por la voluntad de uno de los cnyuges era algo absolutamente comn. Sila, siendo ya viejo,
se volvi a casar en quintas nupcias con una joven divorciada llamada Valeria, hermanastra
del orador Hortensius 53. Pompeyo, viudo de Aemilia y de Julia, se haba divorciado otras
dos veces: una de Antistia, con quien se haba casado para ganarse la simpata del pretor que
administraba su inmensa fortuna, por lo que divorciarse de ella casi le costo su carrera
poltica, y otra de Mucia, de quien se separ por la dudosa conducta que haba llevado
durante su larga ausencia en las campaas de ultramar 54. Csar, viudo de Cornelia, ms
tarde repudi a Pompeia, con quien se haba casado al morir la hija de Cinna, por el solo
motivo de que la esposa del emperador, adems de ser inocente, tena que ester limpia de toda
sospecha 55. El virtuoso Catn el Joven, despus de separarse de Marcia, no tuvo reparo al-
guno en unirse a ella de nuevo, cuando sta sum a la fortuna que ya posea la del difunto
Hortensius, con quien se haba casado al separarse de Catn 56, y, sin ms falsos pudores,
Cicern no dud en casarse a los cincuenta y siete aos con la joven y rica Publibia para
sanear sus finanzas, despus de abandoner a Terencia, con quien haba estado casado durante
treinta aos y tena tres hijos; por su parte, tampoco parece que Terencia lo lamentara mucho,
ya que luego se casara dos veces ms, primero con Sallustius y luego con Messala Corvinus,
y morira siendo centenaria 57.
134
Segn el testimonio de los documentos que han llegado haste nosotros, a partir de
entonces, y al menos en la aristocracia, se produce una epidemia de separaciones conyugales
que, a pesar de las leyes de Augusto (si no a causa de ellas), tiende a hacerse endmica en los
tiempos del Imperio. Y es que Augusto, con su lex de ordinibus maritandis slo pretenda
frenar el descenso de la natalidad en las clases altas; mediante la regulacin de las
separaciones lo nico que quiso fue presionar a los divorciados para que se volvieran a casar,
ya que de ningn modo intent impedir el divorcio, sino favorecer nuevas uniones ajustadas y
ms fecundas. Tambin prohibi la ruptura del compromiso establecido en los esponsales
porque observ que la ruptura reiterativa de los noviazgos era el sistema utilizado por los
solteros empedernidos para aplazar indefinidamente unas nupcias que nunca llegaban a
celebrarse, eludiendo de este modo tanto las leyes como las sanciones que pesaban sobre la
separacin 58.
Sin duda no habra podido, aunque tampoco lo deseaba, impedir los divorcios; slo se
limit a regularlos. En primer lugar admiti que la voluntad de uno de los cnyuges era
suficiente para que se hiciera efectivo; lo nico que exigi fue que este deseo fuese expresado
en presencia de siete testigos y fuese notificado con un mensaje enviado a travs de un liberto
de la casa que tuviese la funcin de mensajero. Ms tarde permiti que la mujer repudiada, a
travs de una demanda civil llamada actio rei uxoriae, reivindicara su dote, incluso en el
hipottico caso de que, por falta de precaucin o abuso de confianza, ella o sus parientes no
hubieran previsto en el contrato la reclamacin de sus bienes en caso de ruptura. Ms tarde, la
restitucin de los bienes a la mujer fue algo obligado tras la ruptura, excepto la parte
correspondiente a la dote, cuya retencion el Juez otorgaba al marido, en concepto de ayuda
para el mantenimiento de los hijos que hubieran quedado a su cargo (propter liberos), o a
ttulo de indemnizacin por los daos que la esposa le hubiera causado, ya fuera por su
derroche (propter impensas), por sus hurtos (propter res amotas) o su mala conducta (propter
mores) 59. Legislando de este modo, Augusto haba obedecido al mismo mvil que le haba
hecho negar al marido la administracin de la parte de la dote correspondiente a las
inversiones en tierra itlica. A1 defender la dote de la esposa, punto de mira de continuos
pretendientes, lo que Augusto defenda era la posibilidad de un nuevo matrimonio. Pero se
encontr con que sus disposiciones, coherentes con la poltica demogrfica y socialmente
ineludibles, consiguieron arruinar el espritu de la familia romana, consecuencia que l habra
debido prever. Pues si el temor de perder una dote obligaba al marido a vivir con una mujer
con quien se haba casado para obtener su dote, nada bueno poda salir de sentimiento tan
ruin. Esta avaricia aument la servidumbre del marido frente a esa mujer opulenta de la que
habla Horacio:
Pues envilecer el matrimonio no poda tener otro resultado que mantener la unin
hasta el momento en que el hombre, harto de su mujer, empezara a buscar otra mejor dotada;
y es que esta legislacin, ponderada en exceso, en gran medida fue responsable de la ruptura
familiar. Por ello, no debe sorprendernos que los textos de los dos primeros siglos del
Imperio no nos muestren ms que matrimonios cimentados en el dinero, por tanto
provisionales, o uniones disueltas por su causa.
As, duea y seora por su matrimonio sine manu de sus bienes personales, segura
gracias a las leyes julianas de poder recuperar buena parse de ellos, cuando no su totalidad
merced a la prohibicin de que el marido pudiera administrar sus propiedades en Italia o
pudiera hipotecar siquiera cualquier propiedad fuera de este mbito, la mujer romana vivi
como una americana de la Quinta Avenida que impone a su esposo la tirana de sus dlares
61, Debidamente asesorada por un administrador que la colma de deferencia ese mezquino
procurator que, en tiempos de Domiciano, no se despegaba de la esposa de Marianus 62_ la
romana trace y deshace, acta y ordena. Como dice Juvenal, el marido no puede afar nada
sin su consentimiento, no puede vender nada si ella se opone, no puede comprar si ella no
quiere 63. y mientras el satrico dude que haya en el mundo alguien ms insoportable que
una mujer rice
Marcial escribe a su vez que nunca podra ser el esposo de una de ellas, ya que no
comprende cmo los hombres permiten que les asfixien bajo el velo nupcial:
136
Uxorem quare locupletem ducere nolim
quaeritis? Uxori nubere nolo meae 65.
Pero prisioneros de la dote, que no del amor, los hombres tarde o temprano permitan
que la mujer les abandonase para salir en busca de otro matrimonio dorado. Tanto en la Urbs
como en la Corte, los inconscientes matrimonios de la poca imperial se dedicaban a
desmembrarse, o si se prefiere, a desatarse para volverse a atar, y as sucesivamente hasta la
vejez o la muerte. El liberto al que la ley de Augusto encomendaba la funcin de mensajero
del divorcio, no conoci el paro en esta poca. Juvenal nos menciona a este atareado
personaje en sus stiras: En el momento en que tres arrugas surquen el rostro de Bibula,
Sertorius, su marido, volar hacia otros amores. Entonces, un liberto de la casa le
notificar: Sertorius, haz tu hatillo y vete! 66 Si la repudiada era la mujer, tampoco ella
tena otro remedio que obedecer la orden, cuya frmula el poeta modifica ligeramente,
transmitida por Gaius en un texto jurdico: tuas res tibi agito, coge tus cosas; pero, eso s,
poniendo cuidado en no llevarse nada del marido, cuya propiedad reconoca antes de partir:
Dejo tus cosas contigo, tuas res tibi habeto 67.
Pero no debemos creer que la iniciativa del divorcio parta siempre del hombre.
Tambin las mujeres repudiaban a sus maridos, y despus de imponerles su ley sin piedad,
les abandonaban sin ningn escrpulo, como hace la voluble esposa que Juvenal nos describe
y que en el breve espacio de cinco otoos tuvo ocho maridos 68; o como la Telesilla de
Marcial, que treinta das despus de que Domiciano pusiera en vigor las leyes julianas, se
cas con su dcimo marido 69. En vano los Csares quisieron imponer el modelo de su
monogamia. Sus subditos, antes que imitar a Trajano y Plotina, a Adriano y Sabina, o a
Antonino y Faustina, unidos de por vida, preferan imitar a los emperadores precedentes, ya
que todos, incluido Augusto, se haban divorciado una o varias veces. Segn los
jurisconsultos de aquella poca, eran tantos los divorcios y tantas las sorpresas que, tras
varios matrimonios intermedios, eran muchas las ocasiones en que una mujer y su dote
acababan en el primer lecho conyugal 70. Incluso las razones que en la actualidad haran que
una mujer con corazn permaneciera junto a su esposo, la vejez, la enfermedad, la partida a la
guerra, entonces eran motivos alegados para abandonar el hogar 71; y el peor sntoma de la
grave inmoralidad de la poca era que la opinin pblica ya no se levantaba airada contra
estos hechos. As, en la Roma de los Antoninos, o podramos decir en el Reno de la
antigedad, las palabras de Sneca seguan estando tristemente vigentes:
No hay mujer que se ruborice por haber roto su matrimonio, ya que las
damas ms ilustres han tomado por costumbre llevar la cuenta de los aos, ya
no por los nombres de los cnsules, sino por los de sus maridos. Se divorcian
para casarse; se casan para divorciarse: exeunt matri-monii causa, nubunt
repudii. 72
Qu lejos del edificante retrato que nos brinda la familia romana de los heroicos
tiempos de la Repblica! Aquel edificio sin fisuras se resquebraj por todas partes. Entonces
la mujer estaba sometida a la estricta autoridad de su amo y seor; ahora es su igual, compite
con l o lo domina73. En aquel tiempo viva bajo un rgimen legal de bienes comunes; ahora
vive casi exclusivamente bajo el rgimen de una completa separacin de bienes. Antes se
enorgulleca de su fecundidad; ahora la rechaza. Era fiel; ahora es voluble y depravada74. Los
divorcios eran muy escasos; ahora se suceden con tanta frecuencia que, segn Marcial, se
haban convertido en el mejor modo de practicar el adulterio legal:
LA +EDUCACION, LA CULTURA Y
LAS CREENCIAS:
LUCES Y SOMBRAS
Sntomas de descomposicin
A DEMS de las leyes, existen otras causas que precipitaron la decadencia romana,
o al menos determinaron la degradacin de los valores familiares.
Haba motivos econmicos, derivados del pernicioso poder de unas riquezas mal
adquiridas y peor repartidas, como hemos visto anteriormente. Tambin haba motivos
sociales, entre ellos la propagacin del virus que inocul en la poblacin libre el contacto con
los esclavos. Finalmente, y sobre todo, existan motivos morales, que llevaban el desorden a
los espritus en una Cosmopolis donde, la ms llana indiferencia y las supersticiones ms
groseras, frenaban los anhelos de pureza de las nuevas msticas.
En el primer cuarto del siglo II, perodo ilustrado por las victorias de Trajano, los
cautivos y cautivas, que por millares llegaban desde la Dacia, Arabia o las lejanas orillas del
ufrates y del Tigris, inundaron los mercados y las casas de la Urbs. A1 mismo tiempo, en
Roma se agravaban los problemas derivados del desmesurado aumento de la esclavitud. La
sociedad imperial verific en propia carne la ley natural segn la cual, en cualquier tiempo o
pas donde la esclavitud existe, el matrimonio se empobrece o se mancilla, cuan
gritando y aullando de dolor: concubinae cum ululatu et clamore concurrunt 3. Por ltimo, la
presencia de los esclavos tambin creaba graves problemas entre los matrimonios legtimos.
Son numerosas las crticas de Marcial contra los adulterios domiciliarios. Este autor se burla
del amo que vuelve a comprar a la sirvienta sin cuyos favores no puede pasar; perfila con
palabras insinuantes a la gran dame perdidamente enamorada de un peluquero, al que libera
tras entregarle la cantidad de dinero necesaria para entrar en el orden ecuestre; o a la Marulla,
madre de numerosos hijos cuya paternidad no se le atribuye a Cinna, su marido, sino al co-
cinero, al administrador, al pastelero, al flautista o, incluso, a su boxeador o su bufn. Sin
dude, Marcial relate en sus epigramas los casos ms escandalosos de la ciudad. Pero el tema
habra sido menos tratado si estos hechos no hubieran sucedido con tanta frecuencia; y lo
cierto es que los poetas de aquel tiempo nos dejan la impresin de que en muchos hogares
romanos se podan or a menudo los reproches expresados en este dstico:
Su mujer le llama corruptor de criadas, cuando ella va detrs de los mozos de litera... 4
Es evidente que el abuso de los esclavos condujo a la degeneracin moral, incluso en las
familias aristocrticas, donde los amores con la servidumbre estaban prohibidos. Ms que la
prostitucin de las lobes que, al anochecer, corran por los caminos de los suburbios tras su
propia ruina 5, lo que degrad el matrimonio y lo convirti en una experiencia anodina y
pasajera fue la atmsfera de permisividad y desvergenza que crearon a su alrededor las
relaciones de concubinato con la servidumbre. Para haber podido resistirse a su envilecedor
contagio, los romanos hubieran necesitado creer en algn ideal; sin embargo, exceptuando
algunos casos individuales o ciertas escuelas filosficas y sectas de verdaderos creyentes, la
conciencia romana estaba debi
litada por una culture demasiado elemental, superficial y demaggica, condiciones que slo
sirvieron para alentar una fe desfalleciente acorde con la realidad.
La escuela primaria
El cuidado de los hijos dejaba de ser patrimonio de la mujer cuando acababa el perodo de la
infancia. Cornelia, madre de los Gracos, es la nica excepcin gloriosa. En los austeros siglos
de la Repblica, Catn el Viejo reivindicaba para s solo la formacin de su hijo, a quien
deca con orgullo haber enseado a leer, escribir, combatir y nadar. Ya en el Imperio, fue
preciso esperar al mandato de Antonino Po para que los jueces, una vez presentadas las
pruebas de la indignidad de un padre, confiaran a la madre la custodia de sus hijos, sin por
ello despojar al padre de su autoridad 6, Pero en la mayora de los casos, desde el momento
en que dejaban de ser nios, la madre se inhiba de manera natural del proceso de su
educacin. La mujer rice los dejaba en manos del notable pedagogo, al que compraba a
precio de oro, no sin antes tomar sodas las precauciones posibles al tracer su eleccin y afar
toda clase de consejos; con ello crea haber satisfecho sus obligaciones 7. En cuanto a los
pobres, lo ms que podan tracer era envier a sus hijos a una de las numerosas escuelas
primaries que los profesionales de la educacin abnan en la ciudad a finales del siglo II.
Sin embargo, estas costumbres fueron muy perjudiciales para los romanos. Como deca Plinio
el Joven, la mujer caa en una ociosidad fatal desde todo punto de vista. Las menos dignas,
encontraban en su falta de ocupacin una incitacin o una excuse a sus extravos. Las
honestas, cuanto ms intentaban huir del ocio aferrndose a esas vanes ocupaciones sin
sentido, ms se dejaban llevar por el bullicio y el parloteo de los clubs en los que
terminaban reunindose 8, cuando no se resignaban a vegetar en un estado de torpe placidez
de gineceo, como la vieja Ummidia Quadratilla, quien,
haste su muerte a los ochenta aos, haba gastado su vida en acudir a los juegos pblicos,
mover peones sobre un tablero o llenar la case de representaciones de pantomime 9. Como
consecuencia de ello, los hijos se desarrollaban en una situacin de grave abandono materno.
En realidad eran gentes de ms baja condicin social, esclavos o en el mejor de los casos
libertos, quienes se encargaban de educarlos, y esta flagrante paradoja llev a desastrosas
consecuencias. Cuando el alumno perteneca a una familia privilegiada, habitualmente trataba
al maestro como corresponda a una persona de rango inferior, es decir, como a un sirviente,
aunque en este caso se tratara de su preceptor. Ya Plauto, en sus Bacchides, cre el personaje
de un precoz adolescente, Pistoclero, que, para obliger a su pedagogo Lydus a acompaarle
a case de su amante, no tiene ms que recordarle su condicin servil. Pues, a fin de
cuentas, le deca, soy yo tu esclavo o t el mo? 10 La cuestin no tena vuelta de hoja,
por lo que ms de un magister de Roma tuvo que or, como delicadamente seala Gaston
Boissier, la misma frase que Pistoclero dedica a Lydus. En el caso de que los adolescentes
fueran de origen modesto, tampoco tenan consideracin alguna hacia el instructor de baja
condicin social que tenan en la escuela y que, retribuido con un irrisorio salario de ocho
ases, estaba obligado a desempear otras tareas, como la de escribano pblico "; los maestros
no tenan otra autoridad sobre sus alumnos que la que les confera la badana o la frula que
con tanto rigor aplicaban en los tiempos de Marcial y Juvenal, como dignos sucesores del
Orbilius, que haba hecho temblar a Horacio 12,
E1 descrdito de esta profesin era notorio. Era tal la antipata que mostraban ante su
figure los analistas del siglo I a. C., que hicieron del magister de Faleria el primer maestro de
escuela de toda la historia romana, un personaje de teatro que representaba a un ingrato
traidor ]3. En los tiempos del Imperio, los pedagogos no gozaban de mejor reputacion; las
buenas almas les miraban como se mire a la escoria de la sociedad 14, Es fcil, sin embargo,
enumerar las razones de su desprestigio: en primer luger, la indiferencia del
144
,:
cas que Quintiliano condenaba, enseaba a sus oyentes el orden y los nombres de las letras
antes de mostrarles su grafa, y cuando a auras penes lograban distinguir los caracteres, les
haca agruparlos en slabas y palabras a costa de un nuevo esfuerzo i7. As, retrasaba el
aprendizaje a placer. Cuando los alumnos ya pasaban a la escritura, se vala de los mismos
mtodos irracionales para hacerles avanzar. De buenas a primeras, les colocaba delante de un
modelo; pero, como nadie les haba preparado para poder reproducirlo, necesitaban que el
maestro les guiase la mano para dibujar las lneas del boceto, de modo que se requeran
innumerables sesiones antes de que los alumnos pudieran realizer por s solos la copia que se
les exiga 18, Finalmente, el estudio de la aritmtica no les proporcionaba mayor inters ni les
enseaba a reflexionar. Durante horas contaban con los dedos las unidades, uno y dos con la
mano derecha, tres y cuatro con la izquierda, despus de lo cual se aplicaban en el clculo de
las decenas, centenas y millares, pasando pequeos guijarros o calculi por las
correspondientes lneas de los ba
COS 19,
Sin dude hay indicios, aunque no fuera ms que por la inSCFipCin de Aliustrel, de que los
prncipes del siglo II de nuestra era, y en particular Adriano, se preocuparon de que las
escuelas primaries se expandieran a las provincial ms lejanas del Imperio, y que alentaron,
prometindoles inmunidad fiscal, a los pedagogos interesados en la educacin a instalarse en
pueblos recnditos, lugares como el distrito minero de Vipasca, en Lusitania 2, Tambin es
probable que las crticas de Quintiliano tuvieran eco y que cundiera el ejemplo de algunas
familias ilustres, como la de Herodes Atticus, quien puso a su hijo un pedagogo que, para
divertir a su alumno y tracer ms rpido su desarrollo, no dud en proporcionarle alfabetos de
marfil o de repostera, ni en hacer desfilar delante del nio a unos esclavos que llevaban en la
espalda un inmenso cartel con cada una de las letras del alfabeto latino 21, Pero para un
maestro que se esforzara en salirse del sistema, cuntos haba que se aferraban a su ptrea
rutina! La mayora de los ludi litterarii que prolifera
Si nos dejamos llevar por los adeptos, henchidos de su saber y su facundia, a travs de la
gramtica se lleg a la perfeccin, se alcanz el bien supremo. Durante una comida,
escribi Apuleyo de Madaura, uno de estos brillantes oradores, la primera cope es para la
sea, la segunda para la alegra, la tercera para la voluptuosidad y la cuarta para la locura. Por
el contrario, en los festines de las Musas, cuanto ms bebemos ms gana nuestra alma en
sabidura y razn. La primera cope nos la sirve el instructor (litterator), con la
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que comenzamos a pulir la rudeza de nuestro espritu. La segunda nos la brinda el gramtico
(grammaticus), engalanndonos con variados conocimientos. Finalmente, le toca el turno al
retrico (rhetor), quien pone en nuestras manos el arma de la elocuencia 23 Es evidente lo
satisfecho que estaba de s mismo. Pero, por desgracia, haba muchos romanos que no podan
llevarse esas copes a los labios. Lo cierto es que la realidad no justificaba en absoluto el
lirismo de Apuleyo.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que gramticos y retricos slo se dirigan a un
pblico minoritario; incluso en el siglo II de nuestra era, su enseanza conservaba el carcter
selectivo que en sus comienzos le haba conferido el recelo de una oligarqua dirigente.
Cuando, en el curve del siglo II, los Padres Conscriptos, cuya diplomacia y tctica militar
estaban impregnadas del espritu griego, vieron la necesidad de educar a sus hijos por encima
de unos sbditos y unos vasallos que en el futuro habran de gobernar, empezaron a favorecer
la creacin de escuelas de influencia helenstica en Roma, nacidas para competir con las que
florecan en Oriente, en Atenas, en Prgamo o en Rodas, y preparadas para ensear segn el
mtodo griego los conocimientos que posean los griegos ms instruidos. Pero, al mismo
tiempo, se dieron cuenta del poder que virtualmente posea esta instruccin superior. As,
resueltos a no ceder un pice de su monopolio poltico, se las compusieron para reservar las
ventaJas de esta ensenanza a su clase. Los primeros profesores de gramtica y de retrica
que, con su autorizacin, se instalaron en Roma, fueron refugiados de Asia o de Egipto,
vctimas de Aristonicos y de Ptolomeo Physcn, a quienes la Urbs sirvi de refugio y de
exilio. Unos y otros ensearon en griego. Cuando, tiempo despus, los gramticos y retricos
italianos les sucedieron, continuaron con sus hbitos de afar las clases de gramtica en griego
y latn y de retrica exclusivamente en griego. Hubo algunos intentos aislados de quebrantar
esta norma. Cuando surgi la revolucin democrtica a la que va unido el nombre de Marius,
uno de sus protegidos, el retrico Plotius Ga
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flus, hizo pblica su intencin de hablar en latn a sus alumnos; algunos aos ms tarde se
publicaba la retrica de Herennius, obra plagada de ejemplos extrados de la historia ms
reciente, llena de referencias a los temas debatidos en los comicios, lo que indica que procede
de la misma corriente liberal, pragmtica y vulgarizadora. Pero la oligarqua se mantena
alerta. Saba que no deba dejarse arrebatar sus prerrogativas de clase; y puesto que la
elocuencia era el arma principal en las asambleas donde, todos los aos, renovaban sus
poderes, lucharon porque sus hijos fueran los nicos en poseer sus secretos y lucharon contra
los innovadores. La retrica de Herennius no se divulg, de modo que troy no conocemos a
su verdadero autor. En cuanto a L. Plotius Gallus, se vio obligado a suspender sus lecciones
ante la orden de los censores, que, en el ao 93 a. C., juzgaron que < haba contravenido las
normas de los sabios antepasados y era culpable de adopter innovaciones contraries a las cos-
tumbres 24. Para que las escuelas de elocuencia latina volvieran a abrirse en Roma fue
preciso esperar a la dictadura de Csar, poca en la que se utilizaron los tratados de Cicern
25, y al reinado imperial de los Flavios, quienes subvencionaron generosamente estas
escuelas en la persona de Quintiliano, el ms ilustre de los maestros. Pero, entonces, la baza
ya estaba jugada y no haba vuelta atrs: la enseanza de la retrica, aunque en esta poca se
imparta tanto en latn como en griego, continuaba siendo privilegio de unos cuantos; y para
seleccionar an ms el alumnado, la clase de gramtica, primer grado de la retrica, seguir
siendo bilinge haste el final del Alto Imperio.
Con el tiempo, la elocuencia, a la que apuntaban tanto gramtica como retrica, qued vaca
de todo contenido sustancial. La poltica ya no se serva de ella y en el foro se dej de utilizer
cuando llegaron los pretorianos. De igual modo, dej de alimentar las controversias regales,
cada vez ms limitadas a pequeos grupos de especialistas desde que, a partir del principado
de Augusto y haste el de Adriano, la jurisprudencia quedara absorbida por los consejos de
Estado. Finalmente, la filosofa y las ciencias matemticas y natura
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pre que las circunstancias econmicas se lo permitieran, o exiliarse a uno de aquellos pueblos
lejanos donde los filsofos estaban autorizados a exporter pblicamente sus reflexiones. Ya
fueran fsicos o metafsicos, las nicas material que podan ensear en lecciones pblicas eran
la poltica y la historia; as, la elocuencia, privada de la discipline del pensamiento y de las
ciencias, y antes apartada de la practice, giraba incesantemente en torno a eJercicios literarios
y virtuosismos verbales. Por esta razn, a pesar de la inclinacin que hacia estas disciplines
mostraba la juventud de las clases acomodadas, de la proteccin de los emperadores y del lu-
gar de honor que ocupaban, en una ciudad en la que Csar haba destinado para su uso las
tabernae de su foro y Trajano un hemiciclo del suyo 29, los estudios preparatorios de
gramtica y de retrica resultaron estriles por el incurable formalismo en el que haba cado
la elocuencia.
Los jvenes iniciaban las lecciones de gramtica a una edad que, naturalmente, variaba segn
sus aptitudes y la condicin familiar, pero que, segn algunas inscripciones funerarias de los
primeros siglos de nuestra era, se remita a la precoz edad de los nios prodigio 30. Los
jvenes acudan a
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les que, en la antigua Grecia, estaban relacionadas con la elocuencia, slo en su pas de
origen, especialmente en el Museo de Alejandra y de Atenas, gozaban de la magnanimidad
de Trajano y Adriano. En Roma, donde los filsofos se vieron privados por Vespasiano de los
privilegios con los que este emperador recompens a retricos y gramticos 26, los estudios
filosficos nunca lograron librarse del veto impuesto por el Senado en el ao 161 a. C. y
puesto de nuevo en vigor en el 153 a. C., cuando, haciendo caso omiso de la inmunidad
diplomtica de la que gozaban, decret la expulsin del acadmico Carneades, el estoico
Digenes y el peripattico Critolaos 27, Estas disciplinas seguan levantando sospechas y
recelos 28; por tanto, cuando alguien quera dedicarse a ellas de otro modo que no fuera en
amistosas conversaciones, conferencias episdicas y minoritarias o meditaciones solitarias
dentro de una torre de marfil, slo tena dos alternativas: 0 mantener en su casa a un maestro,
siem
50
las clases del gramtico para iniciarse en la literature, o mejor dicho, en las dos literatures, ya
que el grammaticus ensenaba tanto la griega como la latina, y esto en el caso de que no diera
prioridad a la griega. En un libro reciente, y por otra parse notable, sobre San Agustn y
elfinal de la cultura antigua, el profesor Marrou cree observer, a partir de Quintiliano, un
debilitamiento de lo helenstico en la cultura romana 3~; sin embargo, estoy convencido de
que esta visin subjetiva se debe al hecho de haberse centrado en la individualidad de su
personaje, y me temo que ha extendido a Italia unas conclusiones vlidas para el frica de
San Agustn, de quien sabemos que naci en Tagaste, fue educado en Madaura y en Cartago
y muri siendo obispo de Hipona. Es fcil senalar los mltiples hechos de la Roma del siglo I
que desmienten su opinin: la afectada admiracin que sienten por todo lo griego las
dames que Juvenal y Marcial ridiculizan 32; el xito que, durante todo el siglo 11, tuvieron
tanto en la Galia como en Italia los retricos griegos itinerantes, de los que Luciano nos
describe un original prototipo 33; la publicacin en griego de los tratados de los filsofos,
desde Musonius Rufus haste Favorinus de Arles; los epigramas griegos del emperador
Adriano y los Pensamientos, tambin en griego, de Marco Aurelio y, sobre todo, la
persistencia del griego en la liturgia y en la apologtica de los cristianos en Roma, ya que la
Iglesia no adopt el latn como su lengua haste la gran conmocin que, hacia mediados del
siglo iIt, dividi al Imperio e hizo temblar los pilares de la civilizacin antigua 34. Sera
extrao que el griego hubiera cedido en Roma en una poca en la que, abrindose paso en
todos los gneros, logr desplazar a la literature latina. Son muchas las inscripciones que
testimonian su predominio en la enseanza, entre ellas la que reza en la sepultura de un joven,
Q. Sulpicius Maximus, que muri a los once aos despus de ganar el premio de poesa
griega en los Jtiegos Capitolinos del ao 94 a. C., no sin antes derrotar a cincuenta y dos
competidores 35; 0 el epitafio del hijo de Delmatius, en el que podemos leer que, muerto a la
edad dc siete aos y no habiendo tenido tiempo de recibir leccio
La educacin, la cukura y las creencias: luces y sombras 151
nes de griego, slo conoca las letras latinas 36. As pues, parece que los gramticos romanos
siempre se apoyaron en la literature griega para ensear la latina, del mismo modo que, en los
colegios de trace algunos aos, la enseanza de nuestro idioma se apoyaba en el latn.
En el ltimo cuarto del siglo I a. C., un liberto de Atticus, Q. Caecilius Epirota, decidi llevar
a cabo una doble revolucin en la clase de gramtica que entonces imparta: tuvo la osada de
hablar en latn y concedi a la culture latina el honor de explicar en sus clases la obra de dos
autores autctonos, uno an vivo y otro recientemente fallecido, Virgilio y Cicern 38, SU
audacia fue tmidamente secundada. En los dos primeros siglos del Imperio, vemos cmo las
obras de autores ilustres, fallecidos una o dos generaciones antes, empiezan a former parse
del programa del gramtico; unas veces son obras en prose, como los tratados de Sneca,
otras en verve, como las Epistolas de Horacio, los Fastos de Ovidio, la Farsalia de Lucano y
la Tebaida de Estacio. Pero estos discontinuos intentos de revitalizer la literature latina no
bastaron para modificar el carcter de una enseanza fundamentalmente clsica, ya que
ante todo se plegaba a la
fuente tradicional de los textos ya consagrados. Incluso es probable que con todo ello el gusto
por lo clsico renaciera, sobre todo en tiempos de Adriano, ya que numerosas estatuas y
bajorrelieves de fra elegancia nos confirman un renovado aticismo y una pasin por toda la
literature arcaica en este emperador, ms seducido por Catn el Viejo y por Ennio que por
Virgilio y Cicern. Exceptuando algunos perodos, la escuela de gramtica en Roma siempre
mir hacia el pasado; a decir verdad, el latn que en ella se enseaba nunca fue una lengua
viva, sino al igual que el griego, la lengua de la que los clsicos se haban servido,
esculpindola con su talento en unos moldes que ya no abandonara. De modo que, en la
orientacin estrictamente libresca de la enseanza de los grammatici, ya apareca el primer
signo de una esclerosis que la vane complejidad de sus mtodos habra de tracer an ms
grave.
En primer luger, el mtodo constaba de unos ejercicios de lecture en voz alta y recitaciones
de memoria. Orientada a former al futuro orador, la clase de gramtica comenzaba con un
curve de diccin que, si bien refinaba el gusto de los alumnos y aumentaba su capacidad de
comprensin, al mismo tiempo desarrollaba en ellos, en detrimento de una sensibilidad ms
profunda, una tendencia a adopter aires de galanura y ademanes teatrales. A continuacin, el
profesor abordaba la exgesis de los textos con los alumnos. Se trataba de interpreter y
comparer las distintas obras que manejaban, ya que los caprichos de su transmisin
manuscrita hacan que surgieran muchas divergencies sobre un mismo texto, hecho que en
nuestros das no suele ocurrir. Tras la exgesis procedan a la emendatio, o crtica verbal, lo
que les obligaba a realizer un acto de reflexin; pero lo que podra haber constituido un
saludable entrenamiento para la inteligencia, un modo de aclarar los conceptos, se converta
en un juicio falseado por las eternas discusiones sobre las cualidades y los defectos de los
pasajes elegidos y por los prejuicios estticos a que se vea sometida. Todo esto terminaba
generosamente con un comentario de conjunto 0 enarratio, pero esta conclusin resultaba tan
viciada que, aos ms
I~
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tarde, dio luger a que se falsearan las obras de muchos autores, entre ellas las de Servius.
Juba, educado en la case de Octavia, cuyos estados mauritanos estaban plagados de rebaos
de elefantes, antes que verlos con sus propios ojos prefiri documentarse en los mediocres
cuentos que constituan sus lectures, para luego ofrecer una visin vulgar de estos animales
en sus escritos. Cincuenta aos despus, Salustio, nombrado por Csar gobernador de la
nueva provincia africana, mostr tan poco inters sobre las provincial que quedaban fuera de
su autoridad que, cuando tuvo que situar a Cirta, actual Constantina y antigua capital de
Numidia, en su obra De bello lugurthino, lo hizo diciendo con toda tranquilidad que quedaba
no lejos del mar 39. Si tal era en Roma la apata de sus ms eminentes espritus, es
comprensible que la gran mayora de ciudadanos medios no reaccionara contra un sistema de
educacin que relegaba la ciencia al paper de esclava de la literatura, del mismo modo que en
la Edad Media la filosofa se convirti en la humilde ciencia auxiliar de la teologa. Sin dude,
nada contribuy tanto a secar la fuente de la enseanza de los romanos como esta insensate
subordinacin, de no ser la vanidad del fin ltimo que persegua su conocimiento de la
literature, orientado a former oradores en un tiempo en que el arte de la oratoria no tena
razn de ser.
r. . .
La oratorza j~ct~c~a
maestro de Alejandra, Aristteles, distingua tres clases de elocuencia: aquella que persegua
mover a una decisin, la que pretenda justificar resoluciones anteriormente tomadas y la que
se limitaba a tracer un relato o elogio de algn hecho, independientemente de sus resultados o
de la conducta de los hombres que hubieran intervenido. Este filsofo reconoca la
superioridad de la primera sobre la segunda y de la segunda sobre la tercera. Sin embargo, en
el ao 150 a. C., el retrico Hermgoras invierte el orden de valves y da prioridad a la
elocuencia que l llamaba epidctica, es decir, a la elocuencia puramente ornamental,
mucho ms meritoria, a su emender, por cuanto se mova en un piano autnomo y ficticio e
implicaba una bsqueda del arte por el arte, lo que por otra parse es insostenible en esta
doctrine 4~. Conscientemente o no, Hermgoras haba sacado las conclusiones de lo que
supuso la revolucin en los reinos helensticos; y los romanos adoptaron de buen grado su
paradoja al acomodarse a un rgimen poltico, semejante al de los Basileis, donde la
soberana del imperator se impuso sobre toda la Repblica. Menos de una generacin
despus de que Catn el Viejo definiera al orador como un hombre con habilidad para tracer
prevalecer el bien ~ir bonus et dicendi peritus, subordinando de este modo la elocuencia a
la realidad, los romanos aceptaban sin protester los tratados de retrica griega que separaban
ambos conceptos. Cuando, ms tarde, Csar adapt la retrica a su monarqua, es evidente
que consum un divorcio que condenaba a la elocuencia de las escuelas a devanarse en el
vaco, entre frmulas estereotipadas y sonoras voces sin eco.
156
Por ltimo, cuando el profesor de retrica juzgaba que sus alumnos ya estaban
suficientemente familiarizados con las idas y venidas de este psitacismo, les haca probar su
talento declamando en una arenga pblica. Hasta los tiempos del Imperio, estos eJercicios
reciban el ttulo de causue, palabra de la que deriva el vocablo francs chose. Ya se tratara
de suasor~ae, en las que se discutan casos de conciencia ms o menos espinosos, o de
controversiae, bien alegatos o falsas requisitorias, lo cierto es que nunca lograban ser otra
cosa que declamat~ones, trmino ya entonces peyorativo. Si los maestros hubiesen sabido
desprenderse de sus manas, esta clase de pruebas podra haber establecido de nuevo el
contacto entre la teora y la realidad. Pero, por el contrario,
Por ejemplo, los temas de las suasoriae que propona Sneca padre, lejos de
estudiar los problemas de la actualidad, hacan referencia a un pasado extrao y lejano. Las
ms recientes que conocemos se remiten a episodios imaginarios de las ltimas semanas de
Cicern: en una de ellas, Cicern vacila en solicitar o no el perdn de Antonino; en otra se
estudia la posibilidad de que acepte quemar sus obras para obtenerlo. Pero, generalmente,
casi todas aludan a episodios de la historia griega: Alejandro Magno no sabe si navegar por
el Ocano ndico o si entrar en Babilonia a pesar de los orculos; los atenienses deliberan si
aceptarn el ultimtum de Jerjes, y los trescientos espartanos de Lenidas deciden si lucharn
hasta el final para retrasar el paso de los persas por las Termpilas. Sin embargo, a veces
estos hechos les resultaban demasiado recientes o comunes. Entonces, el retrico busca en las
brumas legendarias de un remoto pasado y propone a sus alumnos un discurso en el que
Agamenn relate cmo logr que su flota navegara con vientos favorables y cmo obedeci a
las exhortaciones profticas de Calchas y sacrific a su hija Ifigenia.
158
~,
En esta ocasin Sneca padre consiente en enmarcar su tema en un decorado romano, lo que
no ocurra siempre. De ordinario, prefiere teirlo de exotismo y desorientar a su auditorio, y
as recurre a la Grecia antigua para obtener unas ancdotas que l mismo se encarga de
sazonar. En un caso supone que una ley de Elide prescriba que se cortaran las manos a los
sacrlegos, y con ello crea la siguiente controversia absolutamente imaginaria: las gentes de
Elide rogaron a Atenas que les enviase a Fidias para que esculpiera una estatua dedicada a
Jpiter Olmpico. Atenas les mand al artiste con la condicin de que se lo devolvieran o le
pagaran cien talentos. Cuando Fidias hubo terminado su obra, le acusaron de haberse
quedado con parse del oro destinado a la estatua divine y le mandaron a Atenas, despus de
haberle cortado las manos como a un sacrlego. El abogado de Atenas reclama los cien
talentos, pero el de Elide se niega a pagarlos. En otro caso, el retrico trastoca con sus
descabelladas fantasas la historia de Ificrates y la de Cimn, hijo de Milcades; y para mejor
exciter el espanto y la piedad, inventa, alterando la cronologa, una increble requisitoria
contra Parrasio, transformndolo en un infame verdugo que torture a su modelo, un
prisionero de Olinto, a fin de que
160
los sufrimientos de Prometeo, figure del cuadro destinado al templo de Atenea, parecieran
ms reales. Las nicas ocasiones en que el profesor de retrica no alteraba la historia eran
aquellas en las que se dedicaba a componer pequeas novelas policacas, con unos personajes
desproporcionados y unas peripecias estrafalarias. En sus clases no se escuchaban ms que
hechos tirnicos y relatos de conspiraciones, levantamientos y muestras de reconocimiento,
obscenidades y horrores. Se deja or la queja de un marido que acusa a su mujer de adulterio
cuando un rico comerciante del vecindario la nombra su heredera en honor a su virtud; la de
un padre que desea desheredar a un hijo porque ste se niega a consentir en un matrimonio de
conveniencia, y ha elegido como muter a la hija de un bandido, gracias a la cual ha salvado la
vida y recobrado la libertad; la de un soldado valiente e impo que, para asegurarse la
victoria, saquea una tumba situada en las proximidades del campo de batalla y robe las armas
que guardaba la sepultura; o la de una virgen que sus raptores haban obligado a prostituirse
por la fuerza pero que, luchando por recobrar su dignidad, mate a un soldado que se le
aproxima y huye del lupanar, haste que una vez libre alcanza la dignidad de sacerdotisa en un
santuario.
Los maestros de retrica estaban orgullosos de sus mtodos. Obsesionados por la bsqueda
del efecto, creern lograrlo tanto ms cuanto se imaginaban las situaciones menos probables y
ms embrolladas, cuanto los personajes resultaban menos reales. Consideraban que el valor
de un discurso estaba en el nmero y el grado de las dificultades que lograban superar y, ante
todo, ponderaban aquella elocuencia que consegua desarrollar lo inconcebiblematerial
inopinabileso, por decirlo de otro modo, que lograba obtener algo de nada, como el caso de
Favorinus de Arles, quien, en tiempos de Adriano, logr entusiasmar a la concurrencia con un
elogio de Thersites ~ y con una accin de gracias a las fiebres cuartanas. En resumen, los
retricos confundan
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continuamente el arte con el artificio y la originalidad con la inverosimilitud, lo que trace que
entendamos por qu no fueron capaces de former ms que comicastros y papagayos. Es cierto
que hen existido, y todava existen entre nosotros, crticos que de algn modo pretender
defenderlos con el argumento de que su pedagoga estaba orientada en un sentido distinto del
nuestro y que, al intentar nicamente desarrollar la facultad de inventive de sus alumnos,
tenan todo el derecho a pensar. como dice Aulus Gellius, que, cuanto ms absurdo fuera el
tema, mayor era el mrito del alumno al tratarlo 48, Pero este concepto es en s mismo
absurdo 49, y as lo juzgaron los ltimos grandes escritores latinos.
Sneca condenaba una enseanza que no preparaba a hombres para la vida, sino a alumnos
para la escuela: non vitne sed scholae discimus so. Petronio, en la primera pgina de su
novela, se burla del ronroneo de las ampulosas frases que llenaban las clases de su poca si.
Tcito observe con tristeza que los tiranicidios, los remedios para la peste o los incestos de
las madres que se debater con frases grandilocuentes en las escuelas no tienen nada que ver
con la realidad del foro y que estas enfatizaciones constituyen un desafo a la verdad 52.
Juvenal criticaba a eves oradores bajo cuya tetilla izquierda no late nada, esas acmilas,
eves asnos que nos llenan la cabeza con las proezas de su terrible Anbal y con las arengas
que pronuncian a diario, eves desgraciados maestros que mueren ahtos de mediocridades
repetidas cien veces 53. No seamos, pues, ms romanos que los romanos queriendo
rehabilitar un mtodo cuya delirante pedantera fue motivo de vergenza para los ms sabios
de sus hombres.
7~
.~
qu, hacia la mitad del siglo 11 de nuestra era, las letras latinas comenzaron a morir.
Temblamos ante la suerte de una civilizacin cuyas laboriosas excentricidades presagian su
decrepitud; nos asusta pensar en la inanicin a la que se ver condenada una juventud que no
tendra otro alimento intelectual que la podrida y seca pitanza que le proporcionaba el
desatino de sus maestros. Por temor a parecer ignorantes, por afn de asombrar y deslumbrar,
prefirieron recurrir a las cites antes que a su propia reflexin, a las voces lejanas, cuyo tono
ya estaba modulado, antes que a su propia voz, a la afectacin antes que a la sinceridad, y a
las muecas grotescas y contorsiones antes que a intentar hallar algo autnticamente
innovador. Por una pasin enfermiza hacia lo inslito y lo extraordinario, consideraban el
sentido comn como una tare, las experiencias de la vida como meres debilidades y su
espectculo casi como la encarnacin de la fealdad. Pero la vida comenz a cobrarse su
venganza con estos renegados y la mayora de los romanos empezaron a cansarse de las
sandeces de escuela. Los ms desenfadados confundieron el drama con la parodia, de la que
acabaron hastiados, y resueltos a dudar y a rerse de todo, como le ocurri a Luciano, o a
desinteresarse de cualquier forma de culture, limitaron su horizonte a la inmediata
satisfaccin de sus placeres y sus necesidades 54. Los ms curiosos y ms no
No cabe dude de que las festividades religiosas, subvencionadas por las finanzas pblicas,
gozaban del clamor popular; pero Gaston Boissier peca de excesivo optimismo cuando
ensalza la piedad de los romanos. Entre los festejos que ms gustaban a las gentes sencillas,
es evidente que estaban las fiestas religiosas, porque Bran alegres, bulliciosas y parecan
pertenecerles 56, Pero no deberamos hacernos ilusiones sobre los sentimientos que les
despertaban tales festividades. Por su aficin a las borracheras y a los bailes que, con motivo
de la fiesta de Anna Perenna, se realizaban todos los aos en la villa del Tber, no debemos
deducir que sentan una sincere e iluminada adoracin por esta antigua diosa latina; sera tan
imprudente como medir el alcance y la profundidad del catolicismo de Pars por la afluencia
de parisinos al Rveillon. Sin embargo, no faltan indicios de la constancia con la que la
burguesa romana sigui cumpliendo en los tiempos del Imperio sus deberes hacia las divini
164
dades reconocidas por el Estado. Por ejemplo, un conservador como Juvenal, que dice
despreciar las supersticiones extranjeras, en un primer momento aparece profundamente
unido a la religin nacional y, con el tiempo, parece seguir amndola de una forma sincera,
ya que su stira XII comienza con la bella descripcin de uno de sus sacrificios en la Triada
Capitolina. Ms dulce que el aniversario de mi nacimiento me es, Corvinus, este da en que
el altar de hierba espera con aire de fiesta a los animales prometidos a los dioses. Llevo a la
Reina un cordero blanco como la nieve; otro, de velln semejante, le ofrecer a la diosa que
en los combates se cubre con la mscara de la Gorgona lbica. Ms all, reservada a Jpiter
Tarpeyo, una vctima impetuosa tiende y sacude su cuerda y agita su testuz amenazante,
becerro ya bravo, maduro para los templos y para el altar, al que habr de regar un vino puro,
criatura que ya se avergenza de mamar de la ubre materna y con su cornamenta incipiente
hostiga el tronco de los rboles. Si gozara de una fortuna tan grande como mi amor, traera al
sacrificio un toro ms grande que Hispulla, pues quiero festejar el regreso de un amigo que
an tiembla por los terribles peligros que ha debido correr y est asombrado de permanecer
con vida... 57
Pero releamos atentamente estos exquisitos versos. No es a los dioses a quienes dirige su
profundo fervor: los dedica a ensalzar el paisaje campestre donde se prepara la ofrenda, a los
animales domsticos que va a inmolar y cuya belleza aprecia como propietario y poeta y,
sobre todo, al amigo cuyo inesperado regreso quiere festejar, ofrecindole en esta clara y
apetecible descripcin el humo del festn al que ha sido invitado en seal de jbilo. Sin
embargo, las divinidades que ocupan el fondo oscuro de este retrato quedan relegadas a
segundo plano, bien por medio de una mediocre perfrasis, como Minerva, bien a travs de
una cualificacin ritual, como Juno Reina, o utilizando un epteto puramente geogrfico,
como en el caso de Jpiter, cuyo templo sobre el Capitolio dominaba, como todo el mundo
sabe, la Roca Tarpeya. Es posible, incluso, que Juvenal tuviera dificultades para describir a
sus dioses; puede que sus rasgos
Juvenal no era el nico en mostrar escepticismo. ste se haba apoderado de la gente sencilla
hasta tal punto que aquellos que an tenan fe deploraban la indiferencia que mostraban la
mayora de los ciudadanos hacia unos dioses que, por falta de trabajo, se haban convertido
en holgazanespedes lanatos. Las grandes damasstolatneya no se preocupan ms de
Jpiter que de un mal espritu 59; los ms importantes y ms conformistas contemporneos
de Juvenal tampoco les prestan mayor atencin. Si bien practicaban tanto como l, grandes
hombres como Tcito o Plinio el Joven no crean mucho ms. Tcito, pretor con Do-
miciano y cnsul y procnsul de Asia con Trajano, hubo de oficiar muchas ceremonias del
politesmo oficial; por otra parte, su aversin por los judos no era menor que la que mostraba
Juvenal. Pero esto slo pone de manifiesto su terica ortodoxia, ya que no es la creencia juda
en un Dios eterno y supremo, irrepresentable e inmortal lo que parece abominar. Y en su
Germania deja traslucir su admiracin por esa tribu brbara que se niega a encarcelar a sus
dioses en el interior de unas murallas y a representarlos bajo forma humana por temor a
ultrajar su grandeza, que prefiere consagrar su culto en los bosques y montes de su territorio,
identificando esas misteriosas soledades donde acuden a adorarlos sin verles con la idea
misma de la divinidad. Esta simpata inconfesada por las creencias de ambos pueblos es lo
que nos revela en Tcito a un pagano descredo 60,
Su amigo Plinio el Joven no muestra menor desapego hacia unas formas religiosas a cuyas
costumbres y gestos se somete por consideracin a la antigedad de su tradicin y por la
autoridad del Estado que las ha consagrado, pero a las que niega la ntima entrega de su
espritu. Gaston 33oissier
166
Por lo dems, hay otros modos de demostrar la profunda indiferencia de Plinio hacia unos
cultos que slo respetaba externamente. Repasemos la carte en la que anuncia su reciente
incorporacin honorfica al colegio de los augures. La alegra que le produce es
absolutamente terrenal. Slo de
pasada elude al poder sagrado que este cargo le confiere sacerdotium plane sacrum;
apenas menciona el incomparable privilegio de poder interpreter los signos de la voluntad
divine, de poder instruir a los magistrados o al mismo emperador, o de poder reveler los
auspicios. Al contrario, lo que le parece encomiable de su nueva dignidad, cuya
responsabilidad sobrenatural hubiera sido acogida por un hombre devoto en medio del xtasis
y del jbilo, es que se le ha concedido de forma vitaliciainsigne est quod non adimitur
viventi, que le ha sido confiado por recomendacin de Trajano, que lo ha ocupado en
sustitucin de Frontino y que el orador por excelencia, M. Tulio Cicern, antao haba sido
investido con el mismo honor 64. La satisfaccin de Plinio no tiene nada de religiosa. Es la
de un cortesano, un hombre mundano, un letrado y un descredo. Plinio est exultante por
haber sido nombrado augur, casi del mismo modo que un escritor lo est en la actualidad
cuando ingresa en la Academia; y es que, bien mirado, los sacerdocios oficiales romanos
eran para sus dignatarios un puesto de acadmico.
El ardor que el culto imperial haba suscitado en sus comienzos se haba enfriado, y ya no era
ms que la pieza mejor y la ms engrasada de la gran mquina oficial, que segua
funcionando por inercia. El alma ya no tena luger en ella. La cada de Nern, con quien
desapareca la familia de Augusto, le haba asestado un golpe irreversible al privarle del
soporte dinstico al que estaba vinculada, en las monarquas de los Diadocos, la divinizacin
de los basileis. El advenedizo Vespasiano, que soaba con fundar una nueva dinasta, poda
simular poderes de taumaturgo en Egipto, pero en Roma no se atreva a alardear de su
carcter diving. Ya conocemos la broma que sobre su prxima apoteosis tuvo el valor de
tracer cuando agonizaba: Siento, dijo riendo, que me estoy convirtiendo en digs 65, El
asesinato de su hijo Domiciano, quien, olvidando sus orgenes, se haba atribuido incluso en
Italia el ttulo de Seor y Dios, dominus et deus, muestra hasta qu punto estaba justificado
el escepticismo paterno. La religin imperial habra podido sobre
168
vivir a las fechoras del Nern calvo ~ si hubiera dispuesto de suficiente fortune como para
enriquecer a sus pretorianos y colmar al populacho de la Urbs. Pero la religin de Vespasiano
fue despreciada cuando el pueblo se dio cuenta de que, si unas sublevaciones militares haban
logrado tracer emperadores, tambin bastaba con una conspiracin de palacio para derrocar al
emperador que pretenda ser digs. Con los primeros Antoninos la religin ya no es sino un
pretexto para las comilonas, un smbolo de lealtad y un deber constitucional. Al da siguiente
de su nombramiento, Trajano proclam divingdivusal difunto Nerva, su padre adoptivo,
pero tuvo la precaucin de situar el acontecimiento en un piano de humane credibilidad.
Reserv para los muertos los honoree de la apoteosis, ofreciendo con ello una recompensa
supreme del Estado a sus fieles servidores; y, dejando a su panegirista la tarea de precisar en
esta formalidad su visin laica de la administracin del Estado, consigui que Plinio el Joven
declarara a los Patres que la prueba definitive de la divinidad de un Csar difunto resida en
la excelencia de su sucesorcertissima divinitatis fides est bonus successor. Trajano tambin
modificar la frmula de las oraciones pblicas dirigidas a los dioses para rogar por su vida y
su salud, precisando que las oraciones slo seran escuchadas mientras el emperador fuera un
buen gobernante para la Repblica y actuara en beneficio de todos: si bene rem publicam et
ex utilitate omnium rexerit 66,
Sera un error no reconocer la generosa inspiracin de una poltica semejante. Pero, al mismo
tiempo, tambin lo sera pensar que el pueblo la acoga en medio del entusiasmo general. Los
tiempos ya no eran aquellos en que el vencedor de la batalla de Actium, que haba puesto fin
a las guerras civiles y haba logrado para Roma la paz y un imperio universal, reciba como
homenaje el ttulo de Augusto y el reconocimiento de su condicin divine, ante el entusiasmo
de las mesas y el canto de los poetas. No eran los tiempos en que la credulidad popular
aseguraba ver, en la estela de
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un cometa, la marcha del dios Csar, padre del Imperio, por el lirmamenro. 1~i tampoco
aqullos en que, desde el ms humilde cindadano haste el prncipe heredero, todos atribuan a
los divinos auspicios de Tiberio el xito de la estrategia de los generales, del mismo modo
que en nuestra poca un almirante japons atribuira al espritu del mikado la victoria de
Tsoushima. En la poca en la que nos situamos, la persona y la historia del prncipe vuelven a
ester en un piano humano. Aunque, quiz por tradicin y por exigencias del ceremonial, los
humildes sbditos seguan invocando la divine case 67 y las celestes decisiones del C-
sar, la mayora de los romanos comprendan que ya no se poda hablar de case imperial en
su sentido estricto. Los ms realistas, movidos por la gratitud, alababan en el emperador su
infatigable solicitud por los intereses de la humanidad 68, Pero los mismos prncipes,
soberanos al servicio del Estado, saban que su rango era el mximo honor al que podan
aspirer.
Trajano tena tan poco inters en rodear sus actos de un halo sobrenatural que, ya proclamado
emperador, se vanagloriaba de haber vencido a los germanos antes de llegar al poder, cuando
nadie poda an llamarle hijo de digs: necdum dei filius (erat) 69, No hay ms que leer su
panegrico para darnos cuenta: la monarqua que l inaugur se describe en cada pgina como
la mejor de las repblicas. Con ella se instaurar, respetando la terminologa de los reinados
precedentes, un rgimen nuevo en el que por vez primera, segn palabras de Tcito,
armonizan principado y libertad, pero en el que, por una fatal consecuencia, la religin impe-
rial acabar por perder, al menos para Roma y su Senado, su primitive transcendencia y
terminar secularizndose. Y a pesar de la posterior ofensiva del despotismo ilustrado, ni la
socarrona familiaridad de Adriano, ni la devocin de Antonino Po, ni el estoico abandono de
Marco Aurelio a los designios de la Providencia, lograrn despertar en los corazones la
emocin que el culto de Augusto despertara.
170
peculacin oriental. Joseph Bidez demostr todo lo que el estoicismo.debe, no slo a los
semitas que lo propagaron, sino a las creencias semticas 7~; y el neopitagorismo profesado
en la Urbs por Nigidius Figulus estaba profundamente influido por el pensamiento
alejandrino 72 Por otra parse, las semejanzas que Franz Cumont seal entre cultos de tan
distinto origen como el de Cibeles y Attis, el de Mithra, el de Baal y la Dea Syria o el de Isis
y Serapis, son demasiado numerosas y precisas como para no ver en ellas una misma
influencia comn. Ya vinieran de Anatolia o de Persia, de Siria o de Egipto, ya fueran
masculines o femeninas, tuvieran ritos sangrientos o incruentos, las divinidades orientales
que nos encontramos en el Imperio romano ofrecen rasgos idnticos y se basan en conceptos
que se complementan y parecen intercambiables. Son dioses que, lejos de permanecer
impasibles, sufren, mueren y resucitan; dioses cuyos mitos abarcan el Cosmos y encierran en
ellos su secreto; dioses cuya patria astral domina sodas las patrias del mundo y que prometen
slo a sus iniciados, pero sin distincin de nacionalidad o condicin, una proteccin
proporcional al grado de pureza de cada uno de ellos.
Pero en vano nos esforzamos en buscar las analogas que prueban la preestablecida armona
entre quienes las adoraban y las mentalidades orientales que las haban creado. Lo cierto es
que ninguna de estas religiones pis suelo italiano sin antes pasar una large estancia en suelo
griego o con cultura helnica. Importadas con los dems elementos helensticos tras la
conquista de Alejandra, llegaron a Roma una vez aligeradas de su bagaje ms grosero y en
cambio cargadas de filosofa cosmopolita 73. De ah procede su tono uniforme, la
acomodacin a un simbolismo que apenas vara de una a otra y la reduccin de sus mitos a la
idea de una divinidad universal. De aqu tambin su subordinacin a la astrologa,
manifestada claramente en la radiada corona de Attis en Ostia, en la mayora de las mithraea
o en el techo del santuario de Bel en Palmira, donde el guila de Zeus despliega sus alas en
un crculo de constelaciones zodiacales. Tambin es esa la razn de que los romanos se
co.nvirtieran
a las religiones orientales, no slo porque el Oriente tena una gran riqueza mstica y estaba
poblado de dioses, sino porque la civilizacin helenstica de la que Roma estaba imbuida
haba moldeado todos los nuevos cultos segn la propia imagen y la propia inclinacin
espiritual.
En el siglo II d. C. estos cultos proliferaban en la Urbs. Los de Anatolia se haban integrado
con la reforma de la liturgia a Cibeles y Attis decretada por el emperador Claudio. Proscritos
con Tiberio, los cultos egipcios tuvieron su lugar oficial en tiempos de Calgula. El templo de
Isis, destruido por un incendio en el ao 80 d. C., fue reconstruido por Domiciano sin
escatimar lujo alguno, tal como lo testimonian los obeliscos que an se conservan en el lugar
destinado a Minerva o en sus inmediatos alrededores, delante del Panten, y las colosales
esculturas del Nilo y del Tber que se repartieron los museos del Vaticano y del Louvre. A
mediados del siglo I, Hadad y su paredrus Artagatis, la divinidad siria a la que Nern, que
negaba todas las dems, consinti en rendir culto, tuvieron su templo, hallado por Paul
Gauckler en 1907 en la orilla derecha del Tber, bajo el Lucus Furinae, en el monte Janculo.
Finalmente, en la poca flavia se construyeron santuarios en honor de Mithra tanto en Roma
como en Capua 74. La multitud de escuelas que entonces rendan culto a estas dispares
divinidades no slo coexistan sin problemas, sino que se asociaban para conseguir nuevos
adeptos. Al parecer, los fieles de Attis y de Mithra en Ostia pagaron con fondos comunes el
terreno en donde se erigieron los edificios de sus respectivos cultos. En el templo del
Janculo, convivan los dolos sirios con las estatuas de dioses griegos y egipcios 75. Eran
muchas menos las rivalidades que las afinidades entre estas religiones. Unas y otras estaban
oficiadas por sacerdotes cuidadosamente elegidos de entre la multitud de adeptos, cuya
doctrina se apoyaba en la revelacin y en el prestigio que les otorgaba su modo de vida y su
singular atuendo. Casi todas imponan a sus fieles una ceremonia de iniciacin y la
obligacin peridica de un rgimen ms o menos asctico. Y todas traducan, cada cual a su
manera, las mismas seales astra
~,;
Aquellos que no se dejaban seducir por estas nuevas doctrinas las metan a todas en el mismo
saco de sospechoso rencor. Por ejemplo, Juvenal, furioso al ver cmo desembocaba en el
Tber el caudal de supersticiones del Orontes sirio, brama contra todas ellas sin distincin.
Aprovechando que Tiberio haba expulsado a los devotos de Isis por el escndalo que supuso
un caso de adulterio preparado por las intrigas de algunos de ellos, Juvenal vapulea
indiscriminadamente a todos los sacerdotes orientales y los tacha de charlatanes y
estafadores, caldeos, comagenos, frigios o isacos vestidos de lino y con el crneo rapado,
que recorren las calles cubiertos por la mscara de Anubis y rindose solapadamente de la
compuncin popular 76, No se cansa de denunciar la desvergonzada estafa que supone su
oficio; por un pringoso ganso o un rancio pastel, conceden la indulgencia de sus dioses a
los crdulos pecadores; en nombre de sus dones profticos y de sus facultades adivinatorias,
prometen a aqulla un amante buen mozo y a sta el magnfico testamento de un rico
hacendado sin hijos 77. Prorrumpe en amenazas contra su obscenidad, ya sea injuriando al
siniestro cortejo de la Madre de los Dioses, de la que- nace un inmenso eunuco de venerable
rostro para sus infames subordinados 78, o denunciando lo que ocurre en sus misterios
cuando la flauta hace latir las entraas y, bajo la influencia de la trompeta y del vino, fuera de
s, las Mnades de Prapo mesan sus cabellos y lanzan alaridos 79. Tiene que contener la
risa cuando ve las penitencias y las mortificaciones a las que beatos y beatas se someten con
sombro arrebato: aquella que al amanecer, en pleno invierno, rompe el hielo del Tber
para sumergirse en el agua tres veces... y, desnuda y tiritando se arrastra despus por
todo el campo de Tarquino el Soberbio sobre sus ensangrentadas rodillas; o esa otra que, a
las rdenes de Io, viaja haste los confines de Egipto para buscar en la trrida Meroe el ague
que habr de llevar para rociar el templo de Isis 80,
174
,. .
Juvenal traduce, con la fuerza que le permite su talento, la reaccin natural de los viejos
romanos, misonestas y xenfobos, que repudiaban toda exuberancia como si se tratara de
algo degradante y que hubieran querido regular los movimientos de la fe segn la prudente
ordenanza de un desfile cvico o militar. Pero, desde nuestra actual perspective, sus prejuicios
nos parecen terriblemente injustos. En primer luger, reprochan slo a las religiones orientales
unas supersticiones que se remontan mucho ms atrs de la intrusin del Oriente en la
historia romana y que se desarrollaron, en muchas ocasiones, fuera de ellas. Adems, cegados
por su encarnizamiento contra estos cultos, no tuvieron en cuenta el progreso moral que, a
pesar de sus excesos y sus errores, constituyeron para la sociedad romana.
As, la ciencia de la adivinacin, que desde siempre se haba practicado en Roma, recibi un
nuevo impulso gracias a los conocimientos de astrologa de los cultos orientales.
Consecuencia de un politesmo que, desde Homero, encadenaba al mismsimo Jpiter al
capricho del Destino, las ceremonias auspiciadoras y los vaticinios eran indispensables en la
ciudad. Los romanos, indiferentes cuando no hostiles a las religiones extranjeras, recurran
sin pudor ni desconfianza a estos mtodos, haste tal punto que los poderes pblicos no
dudaban en castigar a los adivinos que ejercan sin autorizacin. Por ello, cuando Juvenal se
burla de los fieles caldeos que tiemblan de pavor ante el anuncio de las conjunciones de
Saturno, o de la necia que, enferma y postrada, no quiere tomar alimento ms que a la hora
establecida por Petosiris 8t, lo nico que trace es ponerse orejeras para no ver que, en
cualquiera de las capes de la sociedad romana, los indiferentes y los impos eran presa de la
misma credulidad y las mismas manas que l censure en los devotos religiosos. E1
advenedizo Trimalcin oblige a sus invitados a cenar delante de un centro de mesa que
representa el zodaco y se jacta ante ellos de haber nacido bajo el signo del cangrejo, ese
signo eminentemente favorable al que le debe el seguir mantenindose firme y poseer bienes
tanto en tierra como en la mar; ms tarde escucha boquiabierto histo
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Pues sera intil negar la superioridad de las religiones orientales sobre la inerte teologa
romana. No cabe dude de que ritos como el taurobolium a la Gran Madre, o el cortejo del
pino arrancado, evocacin de la mutilacin de Attis, te
176
En la lengua del siglo II, la palabra latina salus, que antano haba designado el concepto
unvoco de salud fsica, empez a adquirir una significacin moral y escatolgica que
abarcaba los conceptos de liberacin del alma en la sierra y salvacin en la vida eterna. Este
significado trascendente de salud se extiende desde los cultos orientales a sodas las escuelas
religiosas de la antigedad romana. Es la idea que late en la religin que Adriano instaur en
honor de Antinoo, el bello esclavo bitinio que sacrific su vida en Egipto para salver la del
emperador 90. Es el lazo que une a las cofradas formadas por los dendrophori ~ de Cibeles y
de Attis 9i, especialmente en Bovilas, en los tiempos de Antonino Po. Y tambin la idea que
suLyace en los colegios funerarios que, en el reinado de Adriano, se convirtieron en una gran
familie que aglutinaba a los plebeyos y esclavos de Lanuvium 92
~ Colegio de sacerdotes dedicado al culto de Cibeles que en las fiestas en honor de la diosa
llevaban arbustos y ramas. (N. de la T.)
178
y renda culto a dos divinidades: Diana, protectora de los muertos, y Antinoo. El trmino
adquiere tanto prestigio que son muchas las escuelas que lo utilizan en su denominacin para
ofrecer una imagen de esperanza: collegium salutare. Es tal su fuerza que ni los prncipes
pueden sustraerse a ella. A pesar de que en las monedas y monumentos aparecen con la
dignidad de los dioses Olmpicos, el Augusto como Marte, de quien descienden los
fundadores de la Urbs, y la Augusta como Venus, madre de los Csares y del pueblo romano
93, y que su santidad se ve fortalecida por las numerosas y antiguas leyendas latinas, los
prncipes ya no estn seguros de que la protocolaria apoteosis concedida por el Senado sea
suficiente para lograr la salud sobrenatural a la que, no obstante, aspiran como cualquier
mortal. Despus de que Adriano erigiera estatuas, templos y ciudades en honor de Antinoo, y
antes de que Cmodo entrara a former parse de la congregacin de Mithra 94, Antonino Po
testimoniaba, con el transparente lenguaje de las leyendas de sus monedas, que Faustina, la
esposa que haba perdido al comienzo de su reinado, cuyo templo en el foro an conserve su
simblico friso, haba subido al cielo en el carro de Cibeles, bajo la proteccin de la Madre de
los Dioses, la Seora de la Salud: Mater deum salutatis 95. Es evidente que, de la confluencia
de las msticas orientales y la sabidura romana, nacieron y crecieron sobre las ruinas del
Panten nuevas y fecundas creencias. Observamos cmo comienza a surgir en el seno del
deteriorado paganismo una incipiente economa por la que el hombre recibe su salvacin a
cambio de sus mritos y la ayuda divine. De este modo, por unos hechos casuales que los
agnsticos califican de determinismo histrico y en los que los creyentes, como Bossuet, ven
la divine intervencin de la Providencia, en Roma empez a crearse el clime propicio para la
expansin de un cristianismo cuya Iglesia era ya lo suficientemente slida como para que en
Roma se cavaran los primeros cementerios colectivos y para que llegaran haste el bono, en la
voz de sus apologistas, el ejemplo y las orientaciones de sus fieles.
::~:
Pues, a pesar de que ni Estacio, Marcial o Juvenal lo sospecharan; a pesar de que Plinio el
Joven no hiciera en sus Cartas alusin alguna a los problemas que haba tenido en Bitinia 96;
a pesar de que Tcito y Suetonio hablaran de ello de odas, el primero utilizando injuriosos
calificativos que excluan cualquier signo de objetividad, y el segundo de un modo tan
confuso que resultan evidentes las lagunas de su informacin y su falta de perspicacia 97, lo
cierto es que la cristiandad romana se remonta al reinado de Claudio (41-54) 98, y que en
los tiempos de Nern es ya lo bastante importante como para que este emperador instigara al
pueblo contra ellos al culparles del incendio de la Urbs en el ao 64, y como consecuencia
llevara a cabo la primera persecucin y acabara sometindoles a atroces y refinados suplicios.
Pero el cristianismo sigui creciendo en la sombra con una asombrosa rapidez. Este hecho
quiz se explique no tanto por la importancia de la Urbs en el mundo, sino por el desarrollo
de la colonia juda, asentada con el beneplcito de Julio Csar, en la ciudad. Ya en los
primeros tiempos del Imperio se mostraba tan inquieta y era tan numerosa que Tiberio se vio
obligado a actuar contra ella y a exiliar a Cerdea a 4.000 de sus miembros. Con ella, el cris-
tianismo que sali de Jerusaln penetr en Roma, quebrantando su unidad y enfrentando a los
defensores de la antigua ley con los adeptos a la fe nueva. La religin de los judos atraa a
numerosos romanos, seducidos por la grandeza de su monotesmo y la belleza del Declogo.
La religin de los cristianos resplandeca con la misma intensidad que otras religiones, pero
adems divulgaba un esplndido mensaje de redencin y de fraternidad, y este hecho hizo
que se impusiera su proselitismo. Visto desde la distancia que nos otorga el tiempo, es
posible que en un principio los romanos la confundieran entre tantas nuevas msticas y que
los exabruptos lanzados por Juvenal contra todos los judos cayeran tambin sobre los
cristianos, ya que unos y otros estaban obligados por los mandamientos de Dios y seguan las
mis
En efecto, ninguno de estos textos indica expresamente que hubiera alguno de los grandes
personajes romanos entre los cristianos de Roma. Pero es lcito que, como mile Mle, nos
preguntemos si Flavius Sabinus, obsesionado y moderado al final de su vida, no se habra
convertido a la nueva religin ante el valor de los primeros mrtires roma
Es cierto que los romanos convertidos de la Urbs an eran una minora que atraa las
reticencias de la mayora y la hostilidad del poder. En efecto, los seguidores de Jesucristo ya
no cumplan con las prcticas religiosas tradicionales; adems, colmados por la idea de una
patria celestial, olvidaban su origen romano y se consideraban exclusivamente cristianos, lo
que haca que les tildaran de desertores y enemigos pblicos 106. Pero los castigos a los que
su intransigencia les expona, si no la muerte, como en el caso del papa Telesforo en los
tiempos de Adriano, eran demasiado incoherentes como para lograr su exterminio; por otra
parte, el valor con que lo soportaron termin despertando la admiracin de sus adversarios.
Ms que la serie de Apologas que inaugurara Quadratus bajo el principado de Adriano, lo
182
que en realidad ayud a su progreso fue el herosmo de sus mrtires, la fuerza de su Credo y
la palidez evanglica en que discurran sus vidas. Incluso aquellos que lograron darse cuenta
de las analogies existentes entre el cristianismo y los misterios paganos, tuvieron que aceptar
que para poder sobrevivir, el cristianismo se haba visto obligado a superarlos i07 en
cualquiera de sus aspectos. Los cristianos oponan su doctrine de un Dios nico, soberano y
paternal frente al politesmo de los dioses greco-romanos o al monotesmo difuso de las
religiones orientales. Frente a las distintas idolatras, ya estuvieran o no atenuadas por la
metafsica del ter diving y la eternidad de los planetas, la nueva religin practicaba un culto
espiritual, despojado de aberraciones astrolgicas, sacrificios sangrientos y dudosas
iniciaciones, y ofreca un bautismo de ague pure, la bonded de las oraciones y la hermandad
de una cena celebrada en comunidad. Como los misterios paganos, recurra a los libros
sagrados para afar respuesta al origen de las cosas y al destino de los hombres; pero el
redentor cuya buena nueva predicaba, en luger de perderse, inasible y ambiguo, en el
laberinto de la mitologa, se haba encarnado milagrosamente en la figure de Jess, el hijo de
Dios. Al igual que cualquiera de los otros cultos, garantizaba la vida despus de la muerte;
pero, en vez de prometer el abismo silencioso de la eternidad sideral, prometa la resurreccin
individual ya vivida por Cristo. Por ltimo, igual que sodas las religiones obligaba a los
creyentes al cumplimiento de unas normas; pero, sin excluir la contemplacin, el ascetismo y
el xtasis, los relegaba a un segundo piano y fundamentaba su norma en la caridad y el
amor al prjimo, como ordenaban los evangelios. ~ ::
cualquier congregacin pagana. Debieron ser muchos los que pensaran: Qu simple y pure
es su religin! Cun grande es su confianza en Dios y en sus promesas! Cmo se amen
entre s y qu felices parecen juntos! io8
Es probable que en el siglo I de nuestra era este gozo evanglico an no alcanzara ms que a
algunos grupos aislados entre el enorme gento de la ciudad; pero, sin dude, era ya contagioso
y haba comenzado a transformer la existencia de miles de personas. ste es un aspecto que
no debemos olvidar si queremos comprender la vida romana de aquella poca. La Iglesia an
no era visible, pero es evidente que su presencia se haca notar, que ya daba resultados. Poco
a poco y en un sordo proceso, fue adquiriendo grandes propiedades curatives. En secreto
elabor los remedios que podan acabar con la enfermedad que minaba a la civilizacin de la
Urbs. En nombre de un nuevo idealj restaur antiguas virtudes olvidadas o perdidas: la
dignidad y el valor del hombre, la unidad familiar y la importancia de una verdadera moral en
la conducta de los adultos y en la educacin de sus hijos. Adems, impregn las relaciones
entre los hombres de una humanidad que nunca las auras sociedades antiguas haban
conocido. En esta Roma de los Antoninos, cuya aparente grandeza ya no puede ocultar los
sntomas de descomposicin interna que acabar arruinando su poder y dilapidando sus
riquezas, lo que primero nos llama la atencin es el hormigueo de las multitudes a los pies de
la majestad imperial, la fiebre del dinero, el lujoso escaparate tras el que se esconden sus
miseries, la prodigalidad de los espectculos donde la poblacin se despereza y atiza sus
malos instintos, la futilidad de unos divertimentos intelectuales que hacan de una parse de la
juventud seres anmicos y el frenes de los goces carnales con que se embrutecan los dems.
Pero ni el excesivo fulgor ni las sombras siniestras habran de ocultar la trmula claridad que
iba iluminando a las almas elegidas como el alba incipiente de un mundo nuevo.
11
~:
SEGUNDA PARTE
EL EMPLEO DEL TIEMPO
CAPTULO VI
LAS DIVISIONES DE LA JORNADA,
EL AMANECER Y EL ASEO
A partir de la reforma Juliana del ao 46 a. C., el calendario romano se regira, al igual que el
nuestro, por el mo
188
vimiento de traslacin de la Tierra alrededor del Sol. Los doce meses de nuestro ao guardan
el orden, la extensin y los nombres que les otorgaron el talento de Csar y la sabidura de
Augusto. A comienzos de la poca imperial, todos los meses, incluido febrero en los aos
ordinarios y en los bisiestos, tuvieron el mismo nmero de das que los meses actuales; pero,
adems, la influencia de una ciencia astrolgica, debilitada a lo largo de su paso por distintas
religiones y sistemas, an sirvi para introducir en el calendario, junto a la vieja divisin
oficial de las calendas (primer da de cada mes), las nones (los das 5 o 7 de cada mes) y
los idus (das 13 o 15 de cada mes) I, el uso de las semanas de siete das, subordinados a
los siete planetas cuyo movimiento, se crea, rega el Universo. Esta costumbre iba a arraigar
tan profundamente en la conciencia popular que, a comienzos del siglo ill de nuestra era,
Dion Cassius la considerar especficamente romana 2; como asimismo arraig la sustitucin
del da del Seordies Dominicapor el da del Soldies Solis, costumbre que
sobrevivi a la decadencia de la astrologa y al triunfo del cristianismo en muchas lenguas
europeas (Sonntag-Sunday). Por ltimo, cada uno de los siete das se divida en veinticuatro
horas cuyo punto de partida no era el amanecer, segn costumbre en los babilonios, o el
anochecer, segn los griegos, sino a medianoche, como sucede en la actualidad 3. Las
analogas entre el calendario de la antigedad romana y el de nuestra era terminan aqu;
aparecidas muy tardamente en la jornada del romano, las horas latinas, si bien llevaban el
mismo nombre y eran veinticuatro como las nuestras, representaban una realidad
absolutamente diferente.
La palabra y el concepto era una invencin de los griegos derivada de la medida que, hacia
finales del siglo v a. C., haban aprendido a tracer de las etapas del sol en su marcha por el
firmamento. El cuadrante solar de Meton utilizado por los atenienses consista en una esfera
de piedrapolos (~ko;: en cuyo centro se colocaba un estilete o gnomon (yvmptov). En el
momento en que el sol se elevaba sobre el horizonte, la sombra del estilete se proyectaba en
la
.,
~.
189
A finales del siglo IV a. C., an dividan el da en dos partes: antes de medioda y despus de
medioda. Naturalmente, el gran problema estaba en sealar con exactitud el paso del sol por
el meridiano. Un ordenanza del consulado se encargaba de mantenerse atento para, tan pronto
como lo perciba, anunciarlo al pueblo. ste estaba obligado a interrumpir sus quehaceres en
el foro ante la seal del ordenanza y los litigantes a acudir al tribunal antes de la hora
convenida
190
si queran que sus causes fuesen admitidas. Como el heraldo deba cumplir su tarea cuando
el astro derramaba sus rayos entre los rostra y la graecostasis, no cabe dude de que sus
funciones venan de antiguo; pues no podan hablar de rostra o espolones de los navos
capturados antes de que stos adornaran la tribune de las arengas como trofeo de la victoria
naval lograda por C. Duilius en el ao 338 a. C. Tampoco se poda hablar de graecostasis,
pabelln destinado a recibir a los embajadores griegos, antes de que apareciera la primera
delegacin, enviada al Senado por Demetrios Poliorcetes hacia el ao 306 a. C. 6 Ya en
tiempos de la guerra contra Pirro, se haba hecho un ligero progreso en la subdivisin de cada
una de las mitades del da en otras dos partes: la maana y el premedioda (mane y ante
meridiem) y la tarde y la noche (de meridie y suprema) 7. Pero no ser haste comienzos de la
primera guerra pnica, en el ao 263 a. C., cuando el horologium y sus horasel uno
comprenda las otrasllegaron a la Urbs 8. Un cnsul de entonces, M. Valerius Messalla,
hall entre el botn que se haba llevado de Sicilia el cuadrante solar de Catania y lo hizo
montar tal como estaba en el Comitium: de este modo, durante ms de tres generaciones, los
romanos tuvieron el horario disparatado que las lneas trazadas sobre unos polos de otra
latitud les marcaban. A pesar de la afirmacin de Plinio el Viejo, segn la cual los romanos se
dejaron guiar ciegamente por su horario durante noventa y nueve aos 9, es ms sensato creer
que, durante este largo perodo, estuvieron menos obstinados en su error que en su desprecio.
Debieron tracer caso omiso del reloj de sol de Messalla y continuer guindose, como si nunca
hubiera existido, por la proyeccin del sol sobre los monumentos de sus plazas pblicas.
Sin embargo, en el ao 164 a. C., tres aos despus que la ciudad macedonia de Pydna, la
inteligente generosidad del censor Q. Marcius Philippus hizo que por primera vez tuvieran un
reloj expresamente realizado para ellos y, por tanto, casi exacto, lo que al parecer tomaron
como un gran acontecimiento '. A partir de que sus legiones combatieran en territorio griego,
primero contra Filipo V, despus con
:1
1
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191
tra los partidarios de Antoco en Siria y finalmente contra Perseo, se fueron familiarizando
con las adquisiciones arrebaeadas a sus enemigos y, sin dude, comenzaron a emender las
ventajas de un horario menos incierto del que haste entonces haban tenido. Los romanos se
sintieron felices cuando se instal en su patria; as que, para ser merecedores de igual gratitud
que la demostrada a Q. Marcius Philippus, sus sucesores en la censure, P. Cornelius Scipio
Nasica y M. Popilius Laenas, en el ao 159 a. C. completaron su iniciativa instalando junto al
reloj de sol uno de ague destinado a suplir el servicio de aqul durante la noche y en los das
de bruma ".
Haca ms de cien aos que los alejandrinos utilizaban el vaprov copoaxo~cav que, para
prevenir los inevitables fallos del horologium, Ctesibios haba inventado basndose en la
antigua clepsidra, y que los romanos denominaron horologium ex aqua. El mecanismo de
este instrumento no poda ser ms simple. Imaginemos en primer luger la clepsidra, es decir,
una vasija transparente colocada en la esfera solar a la que con regularidad llegaba siempre el
mismo caudal de ague. Cuando el gnomon proyectaba su sombra sobre una curve del polos,
slo haba que marcar el nivel que en ese momento tena el ague en la clepsidra mediante un
trazo en la pared externa del recipiente. Cuando la sombra llegaba a la siguiente curve del
polos, se haca una nueva seal, y as continuamente haste que los doce niveles sealados
indicaban las doce horas del da elegido para la experiencia. Una vez hecho esto, slo hubo
que afar a la clepsidra una forma cilndrica y luego marcar, de enero a diciembre, doce
verticales que se correspondan con los doce meses del ao. Despus se anotaba en cada una
de ellas los doce niveles horarios sealados en un mismo da de cada mes. Finalmente, se
procedi a unir con una curve las seales horarias puntuadas en las verticales mensuales para
saber en cada instante, segn el nivel de ague sealado en la vertical del mes en curso, la hora
del da que, por poco que el sol hubiera asomado, la aguia haba proyectado sobre la esfera
del reloj.
El reloj de ague, basado en el de sol, permita prescindir de ste cuando era necesario y,
mediante una sencilla inver
192
Durante la segunda mitad del siglo ~ y todo el siglo i~ d. C., su fame no hizo ms que
aumentar. Como en la actualidad sucede con el piano, el reloj de ague en los tiempos de
Trajano era un signo evidente de la posicin y distincin de sus propietarios. En la novela de
Petronio, donde se nos presenta a Trimalcin como un hombre absolutamente chic
lautissimus homo, los personajes ponen de manifiesto la admiracin que les cause verlo en
su case: No tiene en el comedor un reloj que trace sonar el corno con la expresa intencin
de que, al escucharlo, todos sepan el pedazo de vida que hen perdido? Trimalcin est tan
profundamente encaprichado de su reloj que pretende llevrselo al otro mundo; as, en su
testamento expresa la voluntad de que sus herederos le construyan un suntuoso mausoleo, de
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193
cien pies (30 m.) de fachada y el doble de profundidad, con un reloj en el centro, a fin de
que nadie pueda mirar la hora sin verse obligado a leer su nombre 14. No podramos en-
tender este singular deseo de posteridad si los contemporneos de Trimalcin no hubieran
estado habituados a consultar con frecuencia la hora; evidentemente, la divisin horaria ya
formaba parse de sus costumbres. Sin embargo, sera un error creer que los romanos vivan
pendientes de los gnomon, de sus esferas o de las alarmas de las clepsidras del mismo modo
que nosotros lo estamos de nuestros relojes, ya que sus mecanismos no tenan ni la precisin
ni la constancia de los nuestros.
En primer luger, debemos decir que el ajuste entre el gnomon y el relo, de ague no era en
absoluto exacto. La fidelidad del primero estaba en funcin de su adaptacin a la latitud del
luger. En cuanto al segundo, est claro que las mediciones confundan los distintos das del
mes, ya que el sol no los iluminaba a todos por igual y los fabricantes no podan impedir
ciertas oscilaciones falsas al intentar ajustar ambos mecanismos. Por tanto, es lgico que,
cuando alguien preguntara la hora, recibiera varies respuestas distintas, pues, como dice
Sneca, en Roma era imposible saber la hora con exactitud. Parece ser que resultaba mucho
ms fcil ajustar las distintas filosofas que los relojes: horam non possum certam tibi dicere;
facilius inter philosophos quam inter horologia convenit 15. As pues, la hora romana no
logr ser ms que una mere aproximacin.
195
ponen de sesenta minutos, cada uno de los cuales se divide - En cambio, en el
solsticio de verano las horas discurran
en sesenta segundos que se definen por el fugitivo instante del siguiente modo:
del minuto en que se cumplen, la ausencia de divisin en las
El amanecer
Comenzaremos diciendo que la Roma imperial despertaba a la hora que despierta un pueblo:
al despuntar el alba. Antes de seguir, volvamos sobre el epigrama de Marcial ya citado en el
que el poeta enumera las causas del insomnio que, en su poca, padecan los desafortunados
romanos. Desde el momento en que amaneca, los ciudadanos tenan que soportar el ruido
ensordecedor de las calles y plazas, donde se mezclaban los martillazos de los caldereros y el
gritero de los alumnos de las escuelas t7. Los romanos ricos, para protegerse del alboroto, se
retiraban al fondo de ss viviendas, aisladas del ruido por gruesos muros y por jardines
circundantes. Sin embargo, tampoco all lograban encontrar la tranquilidad, ya que los grupos
de esclavos que realizaban las tareas de limpieza se lo impedan. Nada ms amanecer, a un
toque de campana, un enjambre de sirvientes, con los ojos an abotargados por el sueo,
empezaban a revolotear por la casa armados con un arsenal de cubos, bayetas, escaleras para
limpiar los techos, palos (perticae) en cuyo extremo se ataba una esponga (spongia),
plumeros y escobas (scopae), unas veces confeccionadas con palmas verdes y otras con
ramitas entrelazadas de tamarisco, brezo o mirto silvestre. Unos esparcan por el suelo el
serrn que despus barran junto con la basura; otros iban con sus esponjas al asalto de
pilastras y cornisas, limpiaban, frotaban o sacudan el polvo con ardor vivo. Las ocasiones en
que el amo esperaba una visita importante, sola levantarse con ellos para espabilarlos, y su
voz, imperiosa o arisca, se dejaba or sobre el inmenso guirigay: T, barre el suelo; t, saca
brillo a las columnas; qutame esa telaraa de aqu; ven, brue la plata y las vasijas! t8 Pero
aunque el dueo de la casa delegara su autoridad en un vigilante, con el ruido de las faenas
cotidianas tampoco le era posible dormir. A no ser como en el caso de Plinio el Joven, quien
en su villa laurentina haba tomado la precaucin de interponer un corredor entre sus
habitaciones y aqullas donde cotidianamente se haca el zafarrancho matutino 9.
Por otra parte, hay que sealar que generalmente los romanos eran muy madrugadores. Les
resultaba tan deplorable la luz artificial que, tanto ricos como pobres, tendan a aprovechar lo
ms posible la luz diurna. Al parecer, todos haban hecho suya la mxima de Plinio el Viejo:
vivir es velar (profecto enim vita vigilia est) 20; por tanto, a los nicos que haba que sacar de
la cama era a los jvenes juerguistas de los que nos habla Aulus Gellius o los borrachos que
dorman la mona de la noche anterior 2~. Incluso stos deban de levantarse antes del
medioda, ya que la quinta hora, momento del da en que, segn cuenta Persio, solan salir,
normalmente terminaba antes de las once de la maana 22. En cuanto a lo que Horacio
llamaba quedarse pegado a las sbanas cuando se retiraba a descansar a Mandela 23, o la
reposada vida que Marcial deca poder llevar slo en su lejana Bilbilis 24, parece que se
refiere al hecho de levantarse durante la hora tertia, es decir, antes de las ocho de la maana
en verano.
Tan arraigada estaba la costumbre de levantarse al alba que, incluso aquellos que por
cualquier razn permanecan acostados hasta ms tarde, se despertaban en cuanto amaneca y
resolvan sus asuntos en la cama, a la dbil y vacilante luz de la mecha de estopa y cera que
llamaban lucubrum, de donde posteriormente derivaron las palabras lucubratio y lucubrare
(elucubracin y elucubrar) 25. Desde Cicern hasta Horacio, desde Plinio hasta Marco
Aurelio, todos los romanos distinguidos pasaban el invierno elucubrando 26; hasta tal
punto que, fuera cual fuere la estacin, Plinio el Viejo, despus de haber pasado las ltimas
horas de la noche sumido en elucubraciones 27, se presentaba antes del amanecer ante
Vespasiano, ya que sta era la hora en que el emperador reciba sus informes y despachaba el
correo 28.
Podemos decir que, desde el salto de la cama hasta la salida de la casa, apenas transcurra un
brevsimo espacio de tiempo. Levantarse era una operacin sencilla, rpida y momentnea.
No obstante, es cierto que la alcoba o cubiculum, de reducidas dimensiones y protegida por
gruesas contraventanas que, cerradas, la sumergan en la ms complete os
198
curidad y, abiertas, la exponan a la lluvia, al sol y a las corrientes de aire, no era exactamente
un luger acogedor para sus huspedes. Rara vez adornada con obras de arte u objetos
decorativosTiberio lleg a escandalizar por la decoracin de su cubiculum_ 29, por lo
general no albergaba otro mobiliario que el cubile, o [echo, que la defina; no siempre, un
arcn donde se guardaban la rope y los denarios (arca); la silla que Plinio el Joven ofrece a
los secretarios y amigos que le visitan y en la que Marcial deja su manto y, por ltimo, el
orinal (lasanum) 30 y el vaso (scaphium) 3l, CUyOS distintos modelos, segn nos describer
los textos literarios, se realizaban tanto en la ms vulgar arcilla (matella fictilis) 32 como en
la ms esplndida plate con incrustaciones de piedras preciosas 33. En cuanto al [echo, por
suntuosos que queramos imaginar los travesaos y el bastidor, su comodidad dejaba mucho
que desear 34. Sobre una base de corrects entrelazadas se colocaba el colchn (torus) y la
almohada (culcita, cervical), cuyo relleno (tomentum) era de heno o caas en las cases
humildes, y de lane trada de los poblados Leucos y del valle del Mosa, o de plumn de cisne
35, entre la gente acomodada. El colchn estaba cubierto por dos mantes o cubiertas
(tapetia); la primera serva para proteger el colchn (stragulum) y la segunda para abrigar al
durmiente (operimentum) 36 Finalmente, el lecho se adornaba con una colcha (lodices) o un
cubrecama policromo y adamascado (polymita) 37 y sobre el suelo se colocaba una
alfombrilla ("oral), generalmente tan lujosa como los lodices 38
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199
acostarse 39. Porque, segn parece, al igual que en la actualidad acostumbran a tracer los
orientales, los romanos no se desnudaban para meterse en la came, o mejor dicho, slo lo
hacan a medias. Adems de los zapatos, lo nico que se quitaban era el manto, que echaban
sobre el operimentum como una manta ms 40 o dejaban descuidadamente en la silla 4~.
En realidad, los romanos distinguan dos tipos de atuendo: el que cubra el cuerpo y el que lo
envolva; tal era en griego la diferencia entre endumata y epi61emata, diferencia que se
conserv en latn en los trminos indumenta, prendas que se llevaban noche y da, y amictus,
prendas que slo se usaban durante parse de la jornada.
As pues, no era precisamente la prenda preferida por los romanos en vida. Ponerse la toga, o
ms tarde el amictus, fue la nica operacin que al levantarse les llev un tiempo similar al
que hen necesitado los arquelogos para intentar reconstruirla. Cuando, como los ediles
municipales, la evitaban o dejaban su uso para el momento del da en que se tuviera ms
tiempo, los romanos estaban listos para salir de case en un abrir y cerrar de ojos. El
emperador Vespasiano, por ejemplo, despus de ponerse los calcei sobre el toral y ceirse
una tnica sin aynda de nadie, comenzaba a recibir a sus auditores y a cumplir con sus
deberes imperiales 65. Apenas unos minutos despus de levantarse, los romanos de
202
esta poca estaban preparados para iniciar las funciones diarias de su vida pblica.
Por todo desayuno los romanos beban un vaso de ague 66, En cuanto al aseo, el hecho de
saber que a medioda acudiran bien a su propio balneum, cuando eran lo suficientemente
ricos como para haber instalado uno en su case, bien a las termas pblicas, les ahorraba
cualquier prdida de tiempo.
En Pompeya slo se ha encontrado una villa, la de Diomedes, donde en la habitacin del amo
hubiera una zoheca o recmara provista de una mesa y una palangana. En el texto de
Suetonio, en el que se nos relate cmo Vespasiano inicia la jornada, no hay alusin alguna al
aseo; y a pesar de que, en el relato donde el mismo autor nos cuenta las ltimas horas de la
vida de Domiciano, encontramos alguna mencin al aseo, el modo tan elptico que tiene de
hacerlo le resta importancia 67, Horrorizado ante la prediccin de que la hora quinta del
da 18 de septiembre del ao 96 d. C. quedara para siempre manchada con su sangre, el
emperador se haba encerrado a cal y canto en su habitacin, y durante toda la maana haba
permanecido en el lecho con una espada oculta bajo la almohada. Pero, ante el falso anuncio
de que la hora sexta haba comenzado, cuando en realidad era la hora quinta la que
acababa de iniciarse, decidi levantarse y proceder a sus cuidados corporalesad corporis
curamen la habitacion contigua. Sin embargo, su ayudante Parthenius, implicado en la
conspiracin, consigui retenerle en la habitacin so pretexto de que alguien insista en
comunicarle personalmente importantes noticias. Por desgracia, Suetonio no describi los
cuidados (cura) que Domiciano se dispona a tracer cuando la artimaa de los conspiradores
se lo impidi. Pero la brevedad de la alusin y la facilidad con que Domiciano renuncia a su
intencin demuestran su poca importancia; y, puesto que la palabra sapo entonces no
designaba ms que una tintura, ya que el jabn an no se conoca 68, sin dude estos cuidados
se limitaban a refrescarse la cabeza y las manos con ague limpia. En esto consista la cura
corporis a la que, en el siglo IV, elude Au
203
sonio en la entraable ode corta de su Ephemeris: Vamos, esclavo, en pie! Dame los
zapatos y el manto de muselina. Treme el amictus que me habas preparado, pues voy a
salir. Y dispn ague limpia para lavarme las manos, la boca y
los ojos:
Despus de esto, el poeta entra en su oratorio y, una >` . hechas sus plegarias, sale al
encuentro de sus amigos.
En el siglo II de nuestra era, el autntico aseo de los ciudadanos elegantes de Roma era el
realizado por el tonsor, al que confiaban el corte de barba y el arreglo del cabello. Suetonio
nos seala que los cura corporis esenciales para Csar eran los ya mencionados, aspectos en
los que, al parecer, tena exigencies de dandy 70. Este hbito se convirti en una tirana
durante todo el siglo II. Los romanos que podan permitirse el lujo de tener dos tonsores entre
su servidumbre delegaban en ellos su aseo matinal y, si llegaba el caso, requeran sus
servicios varies veces al da. Los que no podan permitrselo entraban, cuantas veces lo
consideraran necesario, en una de las innumerables tonstrinae establecidas en las tabernae de
la Urbs; y para la clientele ms vulgar, haba tonsores instalados en la va pblica 7~. Los
ociosos hacan mltiples y prolongadas parades en las tonstrinae; pero, teniendo en cuenta el
tiempo que les llevaba esta tarea y los cuidados que les prodigaba el tonsor, cmo
atrevernos a tachar de ociosos a aquellos que prodigaban su tiempo entre peines y espejos?
(Hos tu otiosos vocas inter pectinem speculumque occupatos?) 72 Era tal el desfile de
romanos por la tonstrina desde el alba haste la hora octave 73 que este
El local del barbero o tonstrina estaba rodeado de bancos en los que esperaban su turno los
clientes. En sus muros colgaban espejos ante los cuales los paseantes que no deseaban
utilizar sus servicios, se detenan para atusarse un poco si era preciso 77. En el centro de la
tonstrina, protegido por una servilleta ms o menos grande, el mappa o el sudarium, o a
veces por un peinador (involucre) de batista (linteum) o muselina (sindon) 78, estaba el
tranquilo cliente sentado sobre un taburete; dando vueltas a su alrededor, el tonsor, envuelto
en una nube de apremiados ayudantes, los circitores, iba cortndole el cabello o, si no le
haba crecido mucho desde la ltima vez, arreglndoselo segn la moda del momento. sta
vena determinada por el gusto del emperador. Excepto Nern, a quien gustaba llevar el pelo
largo y peinado de un modo artstico 79, los emperadores romanos, segn el testimonio que
nos han dejado sus monedas y sus bustos, al menos hasta Trajano, siguieron, o el ejemplo de
Augusto, quien jams conceda a sus tonsores ms de unos apresurados momentos 80, o la
esttica de Quintiliano y Marcial, tambin enemigos de los cabellos largos y los rizos
escalonados 8i. A comienzos del siglo II de nuestra era, la mayora de los romanos llevaban
un corte de pelo sencillo, rematado por un peinado, tanto o ms importante que el corte,
realizado con unas tijeras de hierro (forfex) de hojas separadas, con unos anillos de presin en
su base; este instrumento dejaba mucho que desear y daba lugar a eso que nosotros llamamos
trasquilones y que fue motivo de bur
205
:`4
.I
ste fue el motivo de que los romanos ms elegantes empezaran a preferir los rizos. Adriano,
su hijo Lucius Csar y el hijo de ste, Lucius Verus, aparecen con el cabello rizado
artificialmente, unas veces gracias a la habilidad del peluquero para manejar el peine (flexo
ad pectinem capillo) 83 y otras con la ayuda del calamistrum, o varilla de hierro que los
ciniflones ponan a calentar en los rescoldos dentro de una funda de metal para que, una vez
preparada, las expertas manos del tonsor lograran con ella los rizos que deseaba el cliente.
Esta operacin era muy comn a comienzos del siglo 11, no slo entre los jvenes, para
quienes todo estaba permitido, sino entre los hombres maduros en los que su escaso cabello
haca difcil el procedimiento, lo que hizo que en ms de una ocasin el resultado fuera
excesivamente pretencioso, cuando no ridculo. Intentas recogertedice Marcial
burlonamente a Marinustu escaso cabello a derecha e izquierda, cubres tu crneo reluciente
con los bucles que marca la moda; pero he aqu que, agitados por el viento, huyen de su sitio
y pasan a orlar tu cabeza dos enormes volutas. Marinus, por qu no afrontas tu edad con
franqueza y tratas de ser por fin slo uno? No hay nada ms feo a los ojos de la gente que un
calvo con rizos... 84
Pero el tonsor tena la tarea de satisfacer las ilusiones de juventud de sus clientes. Para ello
derramaba en los laboriosos bucles tintes 85 y perfumes, extenda sobre sus mejillas la pasta
del rubor o pegaba en el rostro esos pequeos redondelitos de tela que servan para
disimular los defectos de una piel poco agraciada o para realzar el brillo de una tez marchita y
que se llamaban splenia lunata, es decir, lo que nosotros llamaramos lunares. Estos
groseros refinamientos fueron el punto de mira de las stiras ms despiadadas, desde los
aforismos de Cicern sobre los hmedos flequi
206
llos de algunos de sus presuntuosos enemigos 86, haste los epigramas que dedica Marcial a
sus mulos: de Carocinus dice que liba todos los tarros de esencia que vende Niceros, un
clebre perfumista de la poca 87; Postumus le es sospechoso porque siempre huele bien, y
oler siempre bien es tanto como oler mal 88, y Rufus le parece un individuo cuya reluciente
cabellera derrama sus efluvios sobre el teatro de Marcellus, mientras que en su frente brillan
las estrellas como moscas en una constelacin 89,
Pero en la poca en que nosotros nos situamos, la tarea cotidiana del tonsor era la de recortar
o afeitar las barbas Estas otras funciones, sin dude, fue adquirindolas con el tiempo. Los
romanos, lo mismo que los griegos, llevaron barba durante mucho tiempo; tuvo que ordenarlo
Alejandro para que se la afeitaran. Ciento cincuenta aos ms tarde los romanos hicieron lo
mismo. A comienzos del siglo Ii a. C., Titus Quinctius Flaminus aparece en sus monedas
proconsulares con barba, as como Catn el Viejo se nos describe con ella en las alusiones
que trace a su persona al relater su etapa como censor 90. Una generacin ms tarde eran
muchos menos los que la llevaban. Escipin Emiliano se haca afeitar todos los das; tan
arraigada estaba en l esta costumbre que cuando, en seal de protesta por las injustas
acusaciones que se le hicieron, renunci a los cura corporis, fue el afeitado lo nico que no
abandon 9h Cuarenta aos despus, su hbito se haba extendido en tiempos de la dictadura
de tal modo que pareca como si el espritu de la civilizacin helenstica en el que a su pesar
estaba inspirado este rgimen poltico, se hubiera colado haste en los ms mnimos detalles
de la rutina cotidiana. As, Sila fue barbilampio; Csar, su autntico sucesor, siempre se
mostr en pblico perfectamente afeitado 92; y sabemos que Augusto, siendo emperador, te-
ma cada vez que tena que pasar por la hoja del tonsor 93. As pues, en el siglo I a. C. era
necesario que se dieran unas circunstancias graves o dolorosas para que los poderosos dejaran
de cumplir con una formalidad que se haba convertido casi en un deber de estado; Csar no
se afeit el da en que los eburones 94 masacraron a sus lugartenientes; Catn
207
A decir verdad, los romanos se sometan a este hbito como si de un rito se tratara. La
primera vez que un joven se pona en manos del tonsor se celebraba una ceremonia religiosa:
la depositio barbae. Conocemos las fechas en las que los emperadores y sus familiares
cumplieron con esta ceremonia: Augusto en septiembre del ao 39 a. C. 98; Marcellus,
cuando participaba en la expedicin contra los cntabros, en el 25 a. C. 99; Calgula y Nern
en la misma fecha en que vistieron por vez primera la toga viril '. Los ciudadanos se cean a
los gestos de los emperadores con una escrupulosa exactitud. As, unos padres desconsolados
puntualizan en el epitafio de su difunto hijo que ste haba muerto poco despus de afeitarse
por vez primera, a los veintitrs aos, a la misma edad que Augusto ''; y del mismo modo que
Nern guarda el vello de su depositio en un pxide de oro ofrecido a Jpiter Capitolino ]02,
Trimalcin muestra a sus invitados otro pxide de oro, expuesto en su oratorio privado entre
las estatuas de plate de sus fares y una estatuilla de Venus en mrmol, donde guarda su
lanugo 103. Los pobres haban de conformarse con guarder el recuerdo de su depositio
barbae en un cofrecillo de vidrio, como el hallado en 1832 en unas fortuitas excavaciones, en
una antigua case de la via Salaria 104. Durante los tiempos de Juvenal, ricos y pobres
festejaban esta fecha solemne segn sus medios, cuando no por encima de ellos, preparando
una gran fiesta a la que se invitaba a todos los amigos de la familia ~s.
El de de la depositio barbae el tonsor cortaba con unas tijeras la barba primera que
posteriormente se ofrendaba a los dioses. Los adolescentes cuyo mentn an no estaba cu-
bierto ms que por una incipiente pelusa, esperaban a madurar un poco ms antes de acudir
por primera vez al ton
208 La vida cotidiana en Roma en el apogeo del Imperio Las divisiones de la jornada, el
amanecery el aseo 209
sor 106, Pero pasada cierta edad, y a menos que se tratara de un soldado 107 O un filsofo
108, empezaba a estar mal visto retrasar la ceremonia. Marcial compara a los que eluden esta
obligacin con los chivos africanos que pacan en la hondonada de las Sirtes, en las orillas del
Cinyps 09. Incluso los esclavos acudan a los tonsores que trabajaban en la va pblica ", a
no ser que, por economizar, el amo los pusiera en manos de su propio barbero, quien para
adquirir una mayor habilidad se entrenaba afeitando su tosca piel; as obraban, entre otros, los
procuradores de Adriano que dirigan el territorio de las minas de Vipasca 't~ y es que ningn
romano se afeitaba solo, ya que el defectuoso material y la grosera tcnica de que disponan
les condenaban a ponerse en manos del experto tonsor. Es cierto que los arquelogos han
hallado multitud de navajas barberas en las ruinas prehistricas y etruscas, mientras que son
muy pocas las descubiertas en las excavaciones romanas; pero esto se explicara debido a que
las navajas de los terramares y de los etruscos eran de bronce, mientras que las de los
romanos, ya fueran navajas barberas propiamente dichas (novaculae) o cuchillos, que
tambin usaban para afeitarse y cortarse las uas (cultri o cultelli), eran de hierro y, por tanto,
habran sido corrodas por la herrumbre. Estos ferramenta, nombre genrico aplicado a todas
sus variedades, eran unos instrumentos frgiles y perecederos, si bien stos eran sus menores
defectos. El tonsor tena por costumbre afilarlos en una piedra que tena para tal uso, una
laminitana t]2 generalmente trada de Hispania, que humedeca con su saliva lt3, hbito tan
dudoso como ineficaz, para despus pasarlo por una piel que no haba sido lubrificada ni con
espuma de jabn ni con locin alguna. El nico texto que, a mi juicio, aporta algn escla-
recimiento sobre estos detalles indica sin ningn gnero de dudas que la nica locin
preliminar que aplicaba el tonsor sobre el rostro de su cliente era simplemente el agua. Re-
cordemos la bonita ancdota con la que Plutarco nos revela la generosidad de M. Antonius
Creticus, el padre de Antonio el triunviro. Un da lleg a casa de Antonius Creticus un amigo
que quera pedirle un prstamo. Pero la mujer de
Antonius, que desconfiaba de su despilfarrador marido, tena bien atados los cordones de la
bolsa y no daba ni un denario. Contrariado ante esto, urdi una estratagema para salir de la
situacin y satisfacer a su amigo. As pues, orden a uno de sus esclavos que le trajera agua
en una bacina de plata. Cuando la tuvo delante, comenz a mojarse la barba como si fuera a
afeitarse y mand retirarse al esclavo. En cuanto ste se fue, entreg el recipiente de plata a
su amigo, y de este modo resolvi el problema. Es evidente que la astucia de Antonius
Creticus slo fue posible porque era un hecho rutinario mojarse la barba con agua antes de
comenzar el afeitado l,4.
En tales circunstancias era imprescindible que el tonsor estuviera dotado de una destreza
poco comn. Por tanto, slo despus de un largo aprendizaje y tras manejar muchas navajas
de principiante, obtena permiso para abrir su propia tonstrina i,s Pero su oficio estaba
plagado de riesgos y dificultades. Los virtuosos que lograban destacar adquiran una fama
cantada por los poetas, tal y como lo demuestra el epitafio dedicado por Marcial a
Pantagathus: En esta tumba yace, desaparecido en la flor de la vida, Pantagathus, querido y
llorado por su amo; tan hbil en cortar los cabellos huidizos ante el hierro, que apenas los
rozaba, como en pulir hirsutas mejillas. Oh tierra!, s con l grata y ligera, porque se lo
merece; pero nunca podrs ser ms ligera y grata que su mano de artista. 1~6 Sin embargo,
hemos de decir que Pantagathus perteneca a lo ms selecto de la profesin y que la mayora
de sus colegas estaban lejos de poseer la misma habilidad. En particular, los tonsores
callejeros exponan a su clientela a los ms desagradables accidentes; bastaba un momento de
distraccin, que hubiera un incidente en la calle, recibiera un empujn o cayera algn objeto,
para que el cliente acabara con unas cortaduras de tal magnitud que hizo preciso que la
legislacin de Augusto previera unas sanciones pecuniarias para estos casos ll7.
:~- .....
~eleglr entre soportar un tratamlento preventlvo pero mter
210
El suplicio que hacan padecer la gran mayora de los tonsores era ms breve, pero tambin
ms doloroso: Aquel que no sienta deseos de descender a las tinieblas de Estigia, lo que ha
de hacer, si an le queda un poco de sentido comn, es huir del barbero Antiochus. Menos
cruelmente cortan los brazos de los fanticos de Cibeles los cuchillos, cuando deliran al son
de las notas de la msica frigia. Con ms suavidad reduce los huesos fracturados la quirrgica
mano de Alco. Todas las cicatrices que podis contar en mi mentn, semejantes a las que
muestra la frente de un antiguo pugilista, no se deben a mi mujer, a pesar de ser temible
cuando enfurecida muestra sus uas; son fruto del hierro de Antiochus y de su mano perversa.
El nico ser inteligente es el chivo: vive con su barba para escapar al verdugo... ]2t Estas
cuchilladas eran, al parecer, lo bastante frecuentes como para que Plinio el Viejo nos
transmitiera la frmula, por cierto, repugnante, del emplasto que se utilizaba para detener las
hemorragias: un puado de telaraas empapadas en aceite y
vinagre
Efectivamente, haca falta un gran valor para ponerse en manos del tonsor; puestos a sufrir
incomodidades y padecimientos, los romanos como el Gargilianus de Marcial, que temblaba
ante el barbero t23 preferan someterse todas las
Las divisiones de la jornada, el amanecer y el aseo
211
maanas t24 a las maas del dropacista, quien les embadurnaba con dropax 125 un ungento
depilatorio compuesto de resina y de pez; les frotaba con psilothrum, un ingrediente extrado
de la vid blanca t26 o les untaba cualquiera de aquellas pastas de resina de hiedra, grasa de
asno, hiel de cabra, sangre de murcilago o polvos de vbora, segn nos cuenta Plinio el Viejo
sin omitir deealle 127. Incluso a veces, siguiendo el consejo del Naturalista, combinaban el
empleo de estos ungentos y la depilacin directa ]28 es decir, igual que ahora las mujeres y
en su momento Julio Csar, se hacan depilar con las pinzas o volsella '29. Algunos su*idos
amos llevaban su aguante hasta el extremo de pedir a su tonsor que utilizara, segn la zona,
las tijeras, la navaja o las pinzas de depilar, aunque a la salida de la tonstrina tuvieran que es-
cuchar una frase como sta: Una parte de tu cara est esquilada, otra afeitada y otra
depilada. Dime pues, quin podra imaginarse al verte que tienes slo un rostro? 130
A principios del siglo II la mayora de los romanos comenzaban a no soportar los suplicios
del tonsor. Por eso, cuando el emperador Adriano decidi dejarse crecer la barba rizada con
que le vemos en las monedas, los bustos y las estatuas, bien porque deseara ocultar una
desagradable cicatoz, como cuenta su bigrafo, bien porque sencillamente quisiera
desprenderse de un yugo intolerable, sus sbditos y sucesores siguieron gustosos su ejemplo.
Desde entonces, el kbito que desde haca dos siglos y medio haba constituido la parte
esencial de la cura corporis de los romanos, desapareci durante ciento cincuenta aos de su
vida cotidiana sin que nadie se lamentara por ello.
Hasta ahora slo hemos hablado del aseo del romano; pero es obvio que nos queda la otra
mitad. Para tratar este otro aspecto del tema y conocer cmo era el comienzo de la jornada de
una romana es preciso que entremos en su casa
212
Slo en el primer piso de una de las cases recientemente halladas en Herculano se hen
encontrado cubicula con dos camas. Pero lo ms probable es que fueran habitaciones de una
posada; en cualquier caso, no est demostrado que estuvieran destinadas a un matrimonio.
Por otra parse, los textos no hablan de camas gemelas ms que cuando describer los
hacinados cenacula. En todos ellos el matrimonio aparece, bien compartiendo el lecho
conyugal (lectus genialis), bien separados en distintas habitaciones. Generalmente, la
eleccin estaba relacionada con las caractersticas de la vivienda, es decir, dependa del rango
social. La gente humilde y los ciudadanos de la clase media, en cuyos hogares no sobraba
precisamente el espacio, no conceban el matrimonio si no compartan el [echo; Marcial,
quien en uno de sus epigramas simula aceptar la mano de una rice anciana a condicin de no
compartir nunca el [echo,
mostrar, no obstante, en otro, su ternura ante el amor que se demostraran Calenus y Sulpicia
durante los quince aos que haba durado su unin, y relate sin pudor alguno los cariosos
retozos de que haba sido testigo su [echo nupcial y la lmpara siempre rociada con los
perfumes de Niceros 132. Por el contrario, los grandes personajes romanos
~,
~,
:
: ~::
:~::
~:- ~
~:
~.':
; ~
213
organizaban su existencia de tal modo que cada uno de los cnyuges pudiera gozar de
absolute independencia dentro de la misma case. As, nunca vemos a Plinio el Joven de otro
modo que no sea solo en la habitacin donde despierta con los albores de la hora prima, casi
nunca antes y casi nunca despus, y en la que, aprovechando el silencio, la soledad y la
oscuridad que reinan alrededor del [echo, abrigado por los postigos de la ventana, se siente
libre y devuelto a s mismo para pensar con comodidad y recomponer sus ideas 133. Del
mismo modo nos imaginamos que su querida Calpurnia dorma o se levantaba en otra
habitacin, aquella a la que Plinio acuda amorosamente cuando ella estaba en case, y hacia la
cual sus pasos continuaban guindole cuando su muter estaba ausente, como si en su
habitacin la sintiera ms cerca ]34.
214
Fueron los juristas los que, al realizar la lista cronolgica de las emperatrices, nos brindaron
los detalles de los distintos pasos que segua la coquetera femenina para culminar su aseo.
Los objetos personales se dividan en tres categoras: los objetos de aseo (mundus muliebris),
los objetos de adorno (ornamenta) y el ropero (vestis). En el trmino vestis se incluyen las
diferentes piezas de tela con las que se confeccionaban los vestidos. Entre los objetos de aseo,
gracias a los que la mujer se hace ms limpia (mundus muliebris est quo mulier mundior
fit), se encuentran palanganas, recipientes (matellae) y espejos (specula) de cobre, plata y, a
veces, vidrio laminado no con mercurio, sino con plomo; y cuando era una romana lo
suficientemente rica como para desdear la hospitalidad de los baos pblicos, la baera par-
ticular (lavatio). En los ornamenta se incluan los instrumentos y productos necesarios para
su embellecimiento, desde peines y broches o fibulae, hasta los ungentos que se untaban o
las joyas que lucan. Slo a la hora del bao era posible armonizar el mundus y los
ornamenta, ya que por la manana tenan el tiempo justo para arreglarse: ex somno stattm
ornata non commundata 138.
Lo primero que haca la romana era ordenarse el cabello. En el perodo que estamos
estudiando, esta tarea no resultaba sencilla. Haca mucho tiempo que las matronas haban
abandonado la simplicidad de los peinados republicanos, exceptuando el breve perodo del
reinado de Claudio,
peinado que consista en hacerse raya en medio y recogerse el cabello en un moo. En esta
poca parecan simples incluso las trenzas colocadas en rodetes sobre la frente que muestran
los bustos de Livia y Octavia. Con Mesalina aparecen los peinados rizados cuya
complicacin y pomposidad caracterizan la iconografa femenina de la poca flavia. En los
aos siguientes, las damas que marcaban la moda, como Marciana, hermana de Trajano, o
Matidia, su sobrina, dejaron de peinarse segn la moda flavia. Pero esto no signific
abandonar la costumbre de hacerse con las trenzas diademas tan altas como torres.
Observadice Estacio en una de sus Silvasla gloria de esta frente sublime y las tribunas
que forman su cabellera. 139 Juvenal tambin se divierte ante el contraste entre la corta
estatura de cierta mujer elegante y la pretensin de un peinado que pareca no acabar nunca:
Cuntos pisos superpuestos! Cuntas estructuras en el edificio que soporta su cabeza! De
frente se la podra tomar por Andrmaca; de espaldas merma como si la observramos a vista
de pjaro: es como si se tratara de otra mujer! 140
Del mismo modo que sus esposos no podan prescindir del tonsor, las romanas no hubieran
podido pasar, para componerse estas obras monumentales, sin la habilidad de sus peluqueras,
las ornatrices. Son muchos los epitafios que nos indican las fechas y las casas en que
estuvieron empleadas al servicio de una matrona. stas debieron dedicarles tanto tiempo
como los hombres al barbero; y, como ellos, debieron sufrir mucho con estas sesiones, sobre
todo si, como la Julia a la que alude Macrobius, se hacan arrancar los cabellos que
encanecan 14h El trabajo de la ornatrix no era ni mucho menos una prebenda; era muy
comn que, aunque consideradas verdugos, se convirtieran en mrtires cuando la exagerada
actitud de la seora la hiciera pensar que el resultado final no era el deseado. Epigramas y
stiras estn llenas de gritos de matronas encolerizadas y gemidos de sufridas ornatrices. La
seoradice Juvenalhoy tiene una cita y quiere estar ms bella que de ordinario. La
pobre Psecas (esclava peinadora), desgreada, con los hombros des
216
nudos y el pecho descubierto, est peinndola. Pero de repente la seora cree que ese bucle
est muy alto. Por qu! Zas! El vergajo castiga sin piedad el crimen de haber malogrado un
rizo. 142 Tambin Marcial nos habla de la ornatrix: Un rizo, slo uno, haba salido
defectuoso. Una horquilla mal puesta se haba soltado. Lalage estamp en su esclava el
espejo que le haba revelado la fechora, y Plecousa (la trenzadora) se desplom, inmolada a
esta terrible cabellera. ]43 Vistas las circunstancias, la ms feliz era la ornatrix a quien la
calvicie de su seora le permita colocarle unas trenzas postizas (crines, galeri, corym~oia)
con el menor riesgo, o alguna de aquellas pelucas, bien teidas de rubio con el sapo de
Maguncia o mediante una mezcla de sebo de cabra y ceniza de haya ]44 bien de negro bano,
como las que se importaban de la India en tales cantidades que el gobierno imperial tuvo que
incluir los capilli Indici entre las mercancas que haban de pagar impuesto de aduana t45.
Pero la tarea de las ornatrices no acababa aqu. Tambin estaban encargadas de depilar 146 y,
sobre todo, de pintar a la seora: de blanco la frente y los brazos, con creta y albayalde
(cerusa) 147; de rojo, con ocre delfucus o con poso del vino 148 los pmulos y los labios; de
negro, con ceniza (fuligo) o polvo de antimonio '49 las pestaas y el contorno de ojos ~so.
Las paletas de estas artistas eran numerosos tarros y frascos, alabastros, gutti y pxedes de
donde salan todo tipo de pomadas y afeites. La matrona sola tener su arsenal guardado bajo
llave en el armario de la habitacin nupcial (thalamus) ~s'. Por la maana lo extenda sobre la
mesa, junto al cuerno molido que, imitando a Mesalina, utilizaba para esmaltarse los dientes
t52, y una vez que llamaba a la ornatrix, cerraba la puerta con mucho cuidado pues saba, por
haberlo dicho Ovidio, que el arte slo embellece el rostro de las muJeres si nadie ve sus
secretos ]53. Cuando ms tarde acuda al bao, llevaba consigo sus trastos colocados en los
compartimentos de un cofre destinado a este uso exclusivo, a veces de plata maciza, y que se
designaba con el nombre genrico de capsa o con el trmino ms restringido de
alabastroteca. As, en estos frascos estaba con
217
tenida la mscara que la romana se poma al levantarse, se rehaca tras el bao y slo se
quitaba en el momento de acostarse: Tu rostro, Galla, reside en un centenar de pxides; la
cara que nos muestras no duerme contigo. ]54
Una vez maquillada y siempre con la ayuda de sus ornatrices, la matrona revisaba sus
joyas con incrustaciones de piedras preciosas y se las colocaba de un modo ritual: la diadema
sobre el cabello y los pendientes en las orejas; el collar (monile) o los dijes (catellae)
alrededor del cuello; el colgante (pectoral) sobre el pecho; a continuacin, los brazaletes y las
sortijas, sin olvidar los aros que llevaba en los brazos y en los tobillos, los periscelides,
parecidos a los khalkals de oro que llevan las mujeres rabes distinguidas ss. Finalmente, las
esclavas a veste acudan para ayudarla a vestirse. Lo primero que se ponan era una tnica
larga, que cubra la indumenta, llamada stola, signo de su elevada condicin, adornada con un
galn (instita) bordado en oro y ceida con un cinturn denominado zona. Para terminar, se
ponan un chal largo que les cubra los hombros y caa hasta los pies, el supparum 156 o, en
su defecto, la palla, o pallium femenino, gran manto cuadrado de pliegues cadenciosos y
tintura brillante.
218 219
Acicaladas de este modo, las mujeres estaban listas para afrontar las miradas de sus
conciudadanos y suscitar la admiracin de los transentes. Pero lo cierto es que la com-
plejidad de su atavo combinada con la eterna coquetera femenina seguramente hizo que la
romana necesitara mucho ms tiempo para su aseo personal que sus maridos. Sin embargo,
esto carece de importancia, ya que las mujeres en Roma no estaban, ni mucho menos, tan
atareadas como los hombres; pues, a decir verdad, ellas slo compartan con el hombre el
tiempo de ocio.
CAPiTULO VIT
LAS OCUPACIONES
Deberes de la clientele
E N la Roma de Trajano las mujeres pasaban la mayor parse del tiempo en sus cases.
Las ms humildes se ocupaban de las tareas domsticas ', al menos haste la hora en
que acudan a las termas; las romanas acomodadas dejaban el trabajo de la case a sus
numerosos esclavos y de vez en cuando salan a visitar a una amiga, a pasear, a ver
algn espectculo o a una de las cenas a las que solan ester invitadas. El romano, por
el contrario, apenas haca vida domstica. Aquellos que estaban obligados a trabajar,
desde la primera hora de la maana salan de case para ir al taller, al foro o al Senado;
pero aunque se tratara de romanos ociosos, del mismo modo tenan que salir para
atender sus deberes de clientele. Y es que no slo los libertos tenan un amo del que
seguan dependiendo. Desde el ms humilde al ms importante, todos los romanos
estaban ligados a otro que era superior a ellos por las mismas obligaciones de respeto,
o para emplear el trmino exacto, de obsequium, que ligaban al antiguo esclavo con el
amo que le haba dado la libertad.
222 La vida cotidiana en Roma en el apogeo del Imperio Las ocupunoneS 223
vos y regalos. Cuando stos carecan incluso de lo necesario para comer, preparaba una cesta
con vituallas (sportula) o, para evitarse estos engorros, les obsequiaba con un donativo el da
de su visita. El donativo en dinero se haba extendido de tal modo en los tiempos de Trajano,
que la cantidad apenas variaba de una case a otra; as que termin por establecerse una tarifa
esportularia: seis sestercios por cabeza y da 2. Cuntos abogados sin causes, profesores
sin alumnos o artistes sin encargos no reciban otros ingresos que esta mnima asignacin! 3
Los que tenan ms suerte y trabajaban, acudan antes del amanecer 4 a la case del amo
para recibir la esportularia y sumarla al salario que perciban en el taller o en la taberna.
As que el romano rico tena que levantarse a la misma hora que los dems para atender sus
ruidosas recepciones si no quera ver en entredicho su reputacin, ya que el poder de un
romano se meda por la magnitud de su clientele. En lugares como Blibilis el amo poda
zafarse de sus obligaciones; pero en Roma nunca se hubiera atrevido a desestimar las quejas
del uno, las exigencias del otro o los saludos de todos ellos 5. Este ceremonial estaba
regulado segn un minucioso y severo protocolo. En primer luger, si bien los clientes estaban
autorizados a acudir en litera o a pie a la case del amo, no obstante era necesario que
vistieran la toga. Esta obligacin resultaba tan onerosa que, de no haber sido por la costumbre
de regalarles, con ocasin de una fiesta solemne, una toga adems de las cinco o seis libras en
objetos de plate que reciban como aguinaldo 6, la asportula~ no hubiera tenido sentido
alguno. El reglamento tambin prescriba aguardar pacientemente el turno, no establecido
segn el orden de llegada, sino de acuerdo al luger que cada uno ocupaba en la sociedad: los
pretores antes que los tribunos, los ciudadanos ecuestres antes que los ingenui y stos antes
que los libertos 7. Finalmente, deban cuidar mucho el modo de dirigirse al amo, ya que, si no
queran volver con las manos vacas, haban de llamarle, no por su nombre, sino seor
(dominus) 8.
As pues, Roma despertaba cada maana con el ir y venir de estas cortesas de rigor. Los ms
humildes multiplicaban las visitas para lograr nuevas asignaciones. Y los ms ricos estaban
obligados a realizer una visita cada vez que la reciban. Ya que, por alto que se estuviera en la
jerarqua romana, siempre haba alguien en mejor posicin al que haba que rendir
obsequium; a decir verdad, en Roma el emperador era el nico que no tena que rendir
cuentas a nadie. Al menos las muieres gozaban del privilegio de ester excluidas de este
torbellino de zalemas; normalmente se abstenan tanto de recibir como de ser recibidas. En el
siglo II de nuestra era, slo transgredan esta regla las vindas deseosas de mostrar su dolor
ante el amo de su difunto esposo y las mujeres de algunos descarados pedigeos que, para
lograr alguna remuneracin suplementaria, se hacan acompaar pomposamente en su
recorrido por sus esposas, a quienes llevaban ocultas en la litera. Juvenal cuenta con sarcasmo
alguno de estos casos: He aqu uno que arrastra tras de s a su muter enferma 0 encinta.
Aquel otro pide para la inexistente mujer que lleva en la cerrada litera: "Es Galla! No me
creel... ? Galla, asoma la cabeza!Ah, pobre! Est durmiendo, no la molestes... 9 La
mentira es tan burda que nos preguntamos si Juvenal no lo habr inventado para burlarse de
estas gentes. Pero, real o imaginario, nos permite intuir el reparo de las matronas a acompaar
a sus maridos en el circuito matinal de sus visitas de clientela.
Comerciantes y artesanos
Una vez terminaban estos quehaceres, cada cual se afanaba en sus ocupaciones. Es probable
que la Roma Imperial, luger donde resida la Corte, los senadores y los funcionarios de una
administracin tentacular, fuera la ciudad de rentistas descrita por Rostovtseff '. Eran
rentistas los grandes terratenientes cuyas posesiones de provincial les haban permitido
obtener un cargo en la Curia y residir en la Urbs ~ los escribas que dependan de los
diferentes magis
trados, cuyos cargos se compraban como se compraban los de la antigua monarqua ]2; los
administradores y los accionistas de aquellas sociedades pblicas garantizadas con sus
capitales y generadoras de beneficios que aumentaban sus ingresos; los innumerables
funcionarios que, retribuidos puntualmente por el fisco, impriman en todos los sectores del
gobierno del imperio el sello del amo, y eran tambin rentistas, por fin, los 150.000
plebeyos que la Annona alimentaba con el presupuesto del Estado y que, como eternos y
satisfechos parados, el nico esfuerzo que realizaban era el de acudir un da al mes a las
ventanillas oficiales para recibir la asignacin que se les haba concedido de por vida. Pero, al
mismo tiempo, haba otro aspecto absolutamente distinto de Roma. La presencia de estos
rentistas, ya fueran asalariados o vivieran del subsidio estatal, no le haba quitado a la Urbs su
carcter de metrpolis econmica. Su supremaca poltica y su gigantesco desarrollo urbano
la condenaban a mantener sin tregua una intensa actividad, no slo especulativa y comercial,
sino artesanal y tcnica. No olvidemos que hasta Roma llegaban todas las rutas terrestres de
Italia y todas las rutas martimas del Mediterrneo, y que Roma, reina del Universo, no poda
resignarse a renunciar a lo mejor de todo este desarrollo. Por ello, se arrog el derecho de
financiarlo y dirigirlo y se reserv el de gozar antes que nadie de las riquezas que creaba. Es
evidente que para mantener este dominio hubo de soportar graves problemas.
La desesperante y sistemtica explotacin que padeci Roma se manifest ya en los textos de
sus escritores y se hace evidente en las ruinas de sus conjuntos monumentales. Petronio nos
lo describe en el poema que da paso a su novela: El mundo entero estaba en manos de los
victoriosos romanos. Posean el mar, la tierra y el infinito campo de las estrellas, pero no
estaban saciados. Las sobrecargadas carenas de sus barcos surcaban las olas. Si lejos, en un
oculto golfo o en un desconocido continente se intentaba exportar oro bruto, aqul era el
enemigo, y los destinos se preparaban para nuevas guerras sangrientas en las que se
conquistaran nuevos tesoros. Ya no les seducan las joyas vulgares, ni los
Las oaspaciones
225
placeres que hacan el gozo de la plebe. El soldado raso acariciaba los bronces de Corinto...
Aqu los nmidas y all los seres tejan para el romano velln nuevo, y por l las tribus rabes
hab~an esquilmado sus estepas. '3 Todas estas imgenes flotan sobre lo que an queda del
foro donde estaban ubicadas las corporaciones en Ostia.
Este conjunto monumental ocupa una amplia explanada de ms de 100 metros de largo por
80 de ancho. En su mitad se levantaba un templo que pude identificar como el de la Annona
Augusta, es decir, el edificio de la Asistencia Pblica imperial sacralizado 14. En el costado
situado frente a la entrada del santuario haba un prtico sustentado por columnas de mrmol
micceo, adosado a la escena del teatro y a la sombra del cual se paseaban en su da los
espectadores. A lo largo de los otros tres laterales, cerrados por un muro, se alzaba
majestuosa una doble columnata, realizada en ladrillo y revestida de estuco, a la que salan 61
cmaras separadas entre s por un zcalo de mampostera que sujetaba un tabique de madera;
por su aspecto uniforme y sus similares dimensiones (4 x 4 metros, aproximadamente) parece
que todas estaban destinadas a la misma funcin. sta nos ha sido revelada por la larga serie
de mosaicos, realizados en negro sobre fondo blanco, que revestan el umbral de cada una de
ellas. Los mosaicos, figurativos y expresivos, nos introducen en las salas correspondientes y
nos explican tambin las diferentes asociaciones profesionales all instaladas con el
reconocimiento de las autoridades romanas. En el extremo oriental se hallaba la statio de los
calafates y de los cordeleros; en la habitacin contgua, la de los peleteros; a continuacin, la
de los madereros, cuyo nombre est insertado en una ensambladura de col~ - - milano, ms
adelante, la de los mensores frumentarii o mensllradores de trigo, representados por un
mensor cumpliendo su funcin, con una rodilla en el suelo, entregado a su tarea con el rasero
o rutellum en la mano, intentando establecer el contenido exacto de un modius o celemn
reglamentario. En el extremo opuesto estaba ubicada la statio de los sacomarii o pesadores,
cuya funcin era complementaria de la de los men
rln~l~ll
sores; el hecho de haber descubierto en ella el exquisito altar labrado que troy est expuesto
en el Museo de las Termas y que al parecer los romanos haban dedicado al genius que
protega su oficio, nos trace pensar que, con toda probabilidad, esta sale, lo mismo que las
dems, estaba destinada al culto. Las otras pertenecan a las distintas corporaciones de
armadores (navicularii), ya que slo se distinguan entre s por la mencin de su ciudad de
origen: armadores de Alejandra; de las provincial galas de Narbona y Arles; de Cagliari y
Porto-Torres en Cerdea; de puertos clebres u olvidados de frica del Norte; de Cartago, de
la que un artista hizo en mosaico un dibujo esquemtico de su flota; de Hippo-Diarrhytus, en
la actualidad Bizerta; de Curbis, ahora Curba, al norte del golfo de Hammamet; de Missua, o
Sidi-Daoud, al sudeste del cabo Bon; de Gummi, o Bordj-Cedria, en el golfo de Cartago; de
Musluvium, troy en da Sidi-Rekane, en Argelia, cuyo complicado e instructivo emblema nos
muestra peces diversos, un amorcillo a lomos de un delfn y dos cabezas de mujer, una de las
cuales est prcticamente borrada y la otra parece llevar una corona de espigas y est apoyada
en la hoz de los segadores; y, finalmente, de Sabratha, el puerto de las Sirtes, desde el que se
exportaba el marfil de Fezzan, cuyo smbolo es un elefante bajo el que se puede leer el
nombre de estos navicularii. (Espero que se me perdone esta molesta enumeracin de ciu-
dades, por otra parse incomplete.) Pero, si en luger de leer los nombres de estos puertos,
intentamos descifrarlos en los restos de Ostia, observamos los ingenuos cuadros en los que
cada una de las corporaciones quiso definir, con un trazo furtivo, su tarea y materializer el
recuerdo de su lejana patria, no es difcil que nos empiece a embargar una sensacin de
admiracin y temor ante la temible y grandiose realidad que traducer en su modestia. Estos
emblemas nos explican la funcin que desempeaban las sales a las que sirven de in-
troduccin; nos muestran la utilidad de unas pequeas capillas, o si se quiere, lugares de
recogimiento, en las que podemos imaginarnos la continua procesin de las asociaciones ante
su diosa y vemos la llama de su pagana religir..
Pero, adems, nos encontramos con que la explanada, que en otro tiempo adornaron,
encerraba en sus lmites el amplio espacio de mares y sierras comprendidas entre el Istmo de
Suez y las Columnas de Hrcules. Es fcil imaginarse el afn con que aquella mezcolanza de
pueblos, ajenos y distantes unos de otros, forzaban remos para responder a las exigencies de
Roma; da la impresin de que an gravitan sobre este recinto inolvidable, como antao lo
hacan la abundancia y el bienestar sobre Roma gracias al continuo cortejo de naciones
sometidas y dedicadas a colmarla ~s.
En efecto, eran innumerables los productos que se almacenaban en los tres puertos francos
del Portus, de Ostia y del Emporium, a los pies del Aventino: tejas y ladrillos, verduras, frutas
y vinos de Italia; trigo de Egipto y de frica; aceite de Hispania; came de caza, madera y lane
de la Galia; salazones de la Btica; dtiles de los oasis; mrmoles de Toscana, Grecia y
Numidia; prfiros del desierto de Arabia; promo, plate y cobre de la Pennsula Ibrica; marfil
de las Sirtes y Mauritania; oro de Dalmacia y de Dacia; estao de las isles Cassiterides;
mbar del Bltico; papyri del valle del Nilo; cristales de Fenicia y de Siria; tejidos de Oriente;
incienso de Arabia; especial, corales y gemas de la India y sedas del Lejano Oriente 16.
Eran infinitos los almacenes u horrea instalados en la Urbs y sus afueras, lugares dedicados a
guarder los alimentos necesarios para colmar a toda la poblacin, as como todos los enseres
que satisfacan el ansia de lujo y de bienestar de unos pocos. Que nosotros conozcamos,
Roma tena los ,orrea del Portus de Trajano, cuya magnitud e importancia qued demostrada
en las excavaciones que en 1923 llev a cabo el prncipe Giovanni Torlonia; tambin estaban
los de Ostia, que en los tiempos de Adriano cubran una superficie de diez hectreas, aunque
apenas se ha desenterrado un tercio de su extensin, y los de la propia Roma, que segn los
textos eran numerosos y muy amplios, aunque las excavaciones slo nos han revelado parte
de ellos. Algunos estaban destinados a almacenar productos de un mismo gnero, como los
horrea candelaria, repletos de anto,rchas, velas
228 La vida cotidiana en Roma en el apogeo del Imperio Las ocupanones 229
y sebo; los horrea chartaria, en el Esquilino, donde se guardaban los rollos de papiro y los
pergaminos, o los horrea piperatarla, Junto al foro, donde se almacenaban los envos de
. . . ...
pimlenta, JenJIbre y especial rabes. Pero la mayora de ellos eran almacenes generales que
albergaban los productos ms heterogneos, y no se diferenciaban entre s ms que por su
emplazamlento y por el nombre, seguramente heredado de sus pomeros propietarios, que
conservaban, aunque posteriormente pasaran a ser patrimonio de los Csares: los horrea
Nervae, en la Via Latina; los horrea Ummidiana, en el Aventino; los horrea Agrippiniana,
entre el Clivus Victoriae y el Vicus Tuscus, en los lmites del foro, y todos los construidos
entre el Aventino y el Tber: los horrea Seiana, los horrea Lolliana, y los ms importantes de
todos, los horrea Galbae, cuya construccin se remonta a finales del siglo
a. C., y que, ampliados en la poca del Imperio en una superficie de ms de tres hectreas,
estaban divididos a lo largo de tres anchos paseos en tabernae donde se almacenaba no slo
trigo, vino y aceite, sino toda clase de materiales y productos, a juzgar por los epgrafes que
nos hen transmitido los comerciantes que guardaban all su gnero, como la tabernae de la
psicatrix o vendedora de pescado, del marmolista o marmorarius o del comerciante de sayos
y mantos, sagarius 17.
As pues, queda claro que con tal abundancia de almacenes, a los que en los primeros aos
del siglo 11 d. C. se sumaron los puestos del Mercado Central de Trajano 18, la Roma de los
Antoninos, sede de la banca y la bolsa de la Antigedad, era tambin la plaza comercial ms
importante de su tiempo. Y si bien no conoci el desarrollo industrial del que goza en nuestro
tiempo, sin embargo la plane mayor de sus financieros y sus grandes intermediarios tuvo a su
disposicin todo un ercito de empleados y burcratas en las oficinas de la administracin,
de detallistas en sus tabernae y de obreros en las cameras dedicadas al mantenimiento de sus
monumentos y su ciudad, en los almacenes donde se descargaban, se guardaban y se
despachaban sus colosales importaciones y en los talleres donde, por ltimo,
.]
se transformaban las material primes antes de quedar listas para su yenta; ya se tratara de
burdos materiales o delicadas mercancas, sodas ellas servan para satisfacer a los sbditos de
Roma, aunque se tratara de aquellos que vivan en los rincones ms recnditos, y para
enriquecer a los que con ellas traficaban.
230 La vida cotidiana en Roma en el apogeo del Imperio Las ocupucones 231
Pero lo que ms abundaba en Roma eran los oficios en que el vendedor era al mismo tiempo
el fabricante y aquellos en que el romano ofreca sus servicios manuales (operae). Entre los
primeros encontramos a los curtidores (corarii), los artesanos de la piel (pelliones), los
cordeleros (restiones), los calafates (stuppatores), los carpinteros y ebanistas (citrarii) y los
artesanos del hierro y del bronce (fabri ae
rarii, ferrarii). En la segunda categora se incluyen todos los of icios relacionados con la
construccin: empresarios de demolicin (subrutores), albailes (structores), carpinteros (fa-
bri tignarii); aquellos que se dedicaban al transporte terrestre: muleros (muliones), arrieros
(iumentarii), carreteros (catabolenses), cocheros (vecturarii), y conductores de carruajes
ligeros (cisiarli); los que se ocupaban del transporte fluvial o martimo: bateleros
(lenuncularii), barqueros (lintrarii), gobernadores de barcos de cabotaje (scapharli),
almadieros (caudicarii), sirgadores (helciarii) y obreros encargados de lastrar las
embarcaciones (saburrarii); y para terminar, las corporaciones encargadas de la vigilancia y
el mantenimiento de los almacenes: vigilantes (custodiarii), porteros (bainli), mozos de
cuerda (geruli) y descargadores (saccarii). Evidentemente, al volver la ltima pgina de esta
interminable relacin de oficios no nos parece cierta la afirmacin de que en la Roma de los
Antoninos hubiera ms rentistas que trabajadores ]9. El estrpito del que tanto se quejan las
stiras de aquel tiempo y que cotidianamente ensordeca a la Urbs, al parecer estaba
producido por el trajn de las herramientas de trabajo, por el bullicio de la frentica actividad
y por los juramentos de los afanados romanos 20.
Sin embargo, los trabajadores de la Urbs tenan tres rasgos fundamentales que les diferencian
de los trabajadores de las grandes metrpolis contemporneas. En primer lugar, y
exceptuando la zona de los almacenes en las inmediaciones del Tber y del Aventino, no
haba en Roma ningn barrio donde la poblacin estuviera aglutinada de un modo especial;
los romanos estaban repartidos a lo largo y ancho de toda la cindad, de modo que ninguna
zona constitua una ciudad dentro de otra. En lugar de estar concentrados en un gigantesco
bazar o en una fbrica monstruosa, estaban diseminados en una serie infinita de pequeos
almacenes y talleres, de modo que haba una curiosa alternancia de zocos, casas particulares y
edificios de alquiler 2~.
giado, un artculo de consumo extraordinario y aristocrtico. Por ms que las grandes dames,
emulando a sus maridos, quisieron tracer cundir su ejemplo en la mayora de las mujeres
romanas, stas por lo general tenan bastante con dedicarse a pelear todos los das por su
subsistencia. Aquellas dames se dedicaron a la msica, a las letras, a las ciencias, al derecho o
a la filosofa como se dedicaron al deporte: por ocupar su tiempo de ocio 22, ya que dedicarse
a un oficio hubiera sido descender a un rango social ms bajo. En la relacin que el Corpus
Inscriptionum Latinarum de la Urbs trace de los distintos oficios y de las gentes por quien
estaban desempeados, slo he podido encontrar una mujer que ocupara una secretara
(libraria) 23, una copista (amanuensis) 24, una estengrafa (notaria) 25, dos pedagogas 26
(frente a dieciocho pedagogos) 27 y cuatro mdicas 28 (frente a cincuenta y un mdicos) 29.
As que en el apartado correspondiente a la profesin, para la mayora de las romanas deba
constar sus labores, mencin que en la actualidad tiende a ser menos frecuente, ya que en
la mayora de los epgrafes imperiales aparecen, o bien desarrollando actividades impropias
de la naturaleza del hombre, es decir, costurera (sarcinatrix) 30, peluquera (tonstrix 3l,
ornatrix 32), comadrona (obstetrix) 33 y nodriza (nutrix) 34, 0 bien realizando resignadas las
tareas para las que estaban cualificadas y en las que eran ms expertas que l. De hecho slo
he encontrado una vendedora de arenques (piscatrix) 35, una verdulera ambulante
(negotiatrix leguminaria) 36, una modiste (vestifica) 37 frente a veinte sastres o vestifici_
38, dos mujeres comerciantes en lanes (lanipendae) 39 y dos en sedas (sericariae) 40. No
debe asombrarnos tampoco el hecho de que en Roma no hubiera muieres dedicadas a la
joyera, ya que el lmite entre los argentarii que vendan joyas y los argentarii que se
dedicaban a la banca y a operaciones de cambio era imperceptible, y sabemos que la
jurisprudencia pretoriana haba prohibido a la mujer realizer operaciones bancarias en su
propio provecho o en beneficio de otros 4h Tambin resulta chocante que no encontremos
mujeres en las corporaciones cuando los emperadores hicieron verdaderos esfuer
:}
zos para lograr su integracin en algunas de ellas: por ejemplo, Claudio foment la inversin
de la mujer en la industria naval 42 y Trajano hizo todo lo posible para que ingresara en las
corporaciones de panaderos 43. Sin embargo, no he encontrado una sola pistrix entre los
mltiples pistores de la Urbs 44 y tampoco figuea un solo nombre de mujer en la relacin de
armadores que ha llegado haste nosotros. Las pocas ocasiones en que las matronas cedieron
al deseo de Claudio, quien lleg a prometer a la mujer soltera o casada sin hijos el ius tnum
liberorum, slo otorgado a las mujeres con tres hijos, lo hicieron indirectamente, a travs de
un hombre de paja, ya fuera un procurator libre o un institor esclavo; lo que prueba que, a
pesar de la emancipacin moral y civil de la que la romana goz en la poca imperial, lo que
ms complaca a la matrona era permanecer arrellanada en el cobijo de su case, lejos de la
agitacin del foro y de las ruidosas ocupaciones.
En realidad estaba tan profundamente cmoda en su dolce far niente que comprendemos que
no tuviera deseos de acudir a las tiendas ni como clienta ni como empleada. Sin dude era el
romano y no su esposa quien en el da sealado llamaba a la puerta de Minucius pate que le
entregara su tarjeta, o para hablar con propiedad, la tablillafrumentaria que le conceda la
Annona. En un bajorrelieve histrico del Museo de los Conservadores, que conmemora la
generosidad de los congiarios de Adriano, ste, de pie sobre una tribune, anuncia sus
generosas medidas al pueblo romano, simbolizado por tres ciudadanos de diferentes edades:
un nio, un joven y un hombre maduro; al igual que ocurra en la realidad, no haba presencia
femenina alguna en estos actos 45. Del mismo modo, las mujeres estn ausentes de la
mayora de las pinturas de Herculano y Pompeya, as como de los bajorrelieves funerarios en
los que los escultores retrataron escenas cotidianas tomadas de los animados escaparates y
mostradores.
En las pinturas romanas slo figuran las muieres cuya presencia de algn modo es obligada:
la matrona que acude con la rope a case del batanero 46; la viuda que va al taller
234
del marmolista (marmorarius) a encargar la lpida de su difunto esposo 47. La mujer que va
a case del zapatero para que la provea de sandalias para sus pies 48, o la romana que en
tiempos de Trajano acuda al taller de costurera y a los almacenes de novedades, al parecer,
con la misma solicitud y asiduidad con que la mujer actual acude a los grandes almacenes.
Igual que la mujer de troy, la matrona romana realizaba sus compras acompaada de su
marido, quien se sentaba en un banco haste que ella terminaba, o se haca acompaar por una
persona de confianza cuando no con todo un cortejo de amigas, tal como nos muestran los
frescos de Campania 49.
Por el contrario, en los Saepta Iulia, transformados ante la ausencia de comicios en una
avenida donde los artesanos del bronce, los joyeros y los anticuarios se las ingeniaban para
engatusar a los ingenuos aficionados, slo paseaban y vendan los hombres: el coleccionista
Eros, el manitico Mamurra, el viejo Euctus so. Es ms, en la panadera s~, la pastelera 52 o
el fign 53, no haba ms que hombres vendiendo o comprando. En las imgenes que
Pompeya nos ha dejado de sus plazas pblicas, las mujeres estn representadas con su
atuendo de gala siempre solitaries; y en la famosa pintura de la llamada case de Livia en el
Palatino, la mujer lleva un nio con ella 54. Continuamente nos transmite una sensacin de
mujeres ociosas, paseando libres de toda obligacin. As que debemos resignarnos: en la
Roma imperial las matronas no intervenan en los asuntos ajenos a la case, del mismo modo
que en la actualidad tampoco participan en ellos las mujeres del Islam, ya que entonces les
corresponda a los romanos, como ahora a los burgueses musulmanes, la tarea de salir de
compras y aprovisionar la case s5.
Pero si esta ociosa presencia de las romanas envuelve a la ciudad en una atmsfera de
exotismo oriental, sin embargo las condiciones en que trabajaban los romanos nos los acercan
extraordinariamente a los pases ms desarrollados del Occidente actual. Como nosotros, eran
conscientes de su labor y estaban organizados, de modo que sus tareas no les agobiaban ni les
absorban ms que a nosotros. Haban
Las ocupaciones
235
aprendido a ganarse el salario respetando el lmite estricto marcado, ya que el sistema de sus
corporaciones, regulado por la legislacin de Augusto y por los edictos de sus predecesores,
permita que cada oficio estableciera sus propias reglas. Por causes naturales debidas al
calendario solar, estaba estipulado que el horario de invierno no durara ms de ocho horas de
las actuales 56. A mi juicio, lo ms probahle es que se agruparan para lograr que la jornada
no se alargara en el verano, ya que a comienzos del siglo 1I de nuestra era pretendan
reducirla an ms. Por tanto, hubiera sido injusto que los trabajadores de los transportes, a los
que la ley obligaba a tener disponibles los carros durante la noche, soportasen una jornada
nocturne ms pesada que la de sus compaeros del da. As, no haba an despuntado el alba
cuando los invitados de Trimalcin, despus de cenar copiosamente en su case e incapaces de
hallar el camino de vuelta en una oscuridad agudizada por las sombras de su embriaguez,
lograban enderezar sus pasos gracias a los carreteros del anfitrin que regresaban a la case
una vez cumplida su tarea 57. Adems, poseemos numerosos testimonios de la poca que
indican que las oficinas, los puestos y las tiendas, si bien es cierto que abran al alba, no
obstante cerraban mucho antes de anochecer. Cuando un famlico romano se presenta en case
de Marcial a mendigar una invitacin justo antes de la cena, an no se haba cumplido la
hora quinta, y sin embargo los esclavos ya haban dejado sus quehaceres y estaban de
camino a los baos 58.
In quitam varios extendit Roma labores Sexta quies lassis, septima finis erit 60.
236 La vida cotidiana en Roma en el apogeo del Imperio Las ocupuaiones 237
Si, como creemos, la hora romana en el solsticio de invierno corresponda a cuarenta y cinco
minutos, segn nuestra medida, y en el solsticio de verano a setenta y cinco minutos 6l, la
jornada laboral del romano tena en verano una duracin aproximada de siete horas y en
invierno no llegaba a sels.
Pero ya fuera verano o invierno, el romano gozaba de libertad la mayor parte de la tarde; por
ello, nuestra semana de cuarenta horas, con sus distintos repartos, ms que beneficiarles es
posible que les hubiese resultado periudicial. Sus costumbres provincianas y la certeza de su
incomparable superioridad quiz les pusieran en guardia contra el agotamiento de un trabaio
incesante y la servidumbre de unas tareas demasiado abrumadoras. As, en la poca de
Marcial, los comerciantes y los tenderos, los artesanos y los obreros del pueblo-rey,
secundados por la fuerza de sus asociaciones profesionales, haban alcanzado tal grado de
organizacin en su trabajo que cotidianamente gozaban de diecisiete o dieciocho horas de
libertad, lo que les permita vivir con un ritmo ms que tranquilo e, incluso, gozar del mismo
tiempo de OCIO que los romanos que vivan de las rentas.
La justicia y la poltica
Al parecer, los intelectuales no gozaban de las mismas ventajas en su horario que los
empresarios y los obreros. Pero no me estoy refiriendo a aquellas fieras del trabajo, hroes y
vctimas de su hambre de erudicin, cuyo exponente mximo es Plinio el Viejo. Sabemos que
este hombre se pasaba las veinticuatro horas del da volcado sobre sus libros, que iniciaba su
jornada de trabajo a la luz de la vela incluso en el mes de agosto, cuando no comenzaba en la
hora prima. Una vez que volva de presentar sus respetuosos saludos al emperador, prosegua
ininterrumpidamente su tarea, sin concederse ms respiro que una corta tregua a medioda,
justo el tiempo para hacer una frugal comida, tumbarse al
sol mientras un secretario continuaba leyendo a su lado en voz alta el texto que estaba
estudiando y de tomar un bao apresurado y fro, seguido de una corta siesta y de una rpida
colacin. Una vez terminado el descanso, Plinio, infatigable y apasionado, volva al trabajo
hasta la hora de la cena, realizando as una segunda jornada de estudio, tenaz, intensa e
ininterrumpida 62. Pero sta es una excepcin nica, el caso del enciclopedista de los
romanos, posedo por el demonio del saber hasta sacrificar voluntariamente su vida, hasta
volcarse en cuerpo y alma en su afn de imperiosa bsqueda de un modo absolutamente libre
y desinteresado. Esta actividad reciba en latn el hermoso nombre de ocio.
As pues, no podramos tomar a Plinio como ejemplo de la medida de actividad normal en sus
contemporneos. Ni por asomo podran compararse con Plinio los burgueses instruidos que
en la Roma imperial ejercan lo que hoy llamaramos profesiones liberales, actividades
generalmente dedicadas por entero a las obligaciones de su vida pblica. No tenemos
suficiente informacin para saber la asiduidad con que los officiales acudan a los despachos
de la administracin, del mismo modo que somos incapaces de evaluar el rendimiento de los
scrinia, es decir, de los ministerios imperiales. Sin embargo, en la literatura hallamos
bastantes detalles dispersos que nos sugieren las obligaciones a las que, en particular, estaba
sujeto el mundo de la jurisprudencia, y la carga, an ms pesada, que en ciertos perodos del
ao deban soportar los senadores deseosos de cumplir honorablemente con su ilustre
mandato.
Una valiosa indicacin de Marcial nos seala que en los das fastos los tribunales ordinarios
celebraban sesin desde el amanecer hasta el final de la hora cuarta 63, lo que, a simple
vista, en invierno limitaba las audiencias a tres horas y en verano a cinco horas
ininterrumpidas. Pero, si lo miramos ms detenidamente, este texto no indica que la inte-
rrupcin fuera definitiva hasta el da siguiente; otros testimonios nos obligan a pensar que se
trataba de una suspensin de la actividad seguida de sucesivas reanudaciones. Ya
238
en las Doce Tablas, la causa que comenzaba antes del medioda poda prolongarse, si ambas
partes estaban presentes, hasta el crepsculo 64. En los tiempos de Marcial, era corriente que
el abogado de una de las partes reclamara y obtuviera de los jueces al menos seis clepsidras
para exponer su alegato 65. Por un pasaje de Plinio el Joven hemos sabido que las
clepsidras, cuya duracin estaba relacionada con los equinoccios 66, deban de abarcar
unos veinte minutos; as, un solo alegato en invierno es fcil que se llevara el tiempo de una
causa completa, y como para la conclusin del proceso era indispensable la rplica del otro
abogado y el desfile de los testigos, las causas podran hacerse interminables. Adems, haba
abogados que eran incapaces de limitarse al tiempo de las seis clepsidras, como por
ejemplo el charlatn Caecilianus, a quien Marcial dedica uno de sus epigramas:
Las ocupacones
239
entonces, la marea de litigantes fue hacindose cada vez ms creciente, de modo que la
justicia pblica empez a tener ms procesos de los que poda resolver. Para solucionar el
progresivo colapso de los litigios, Augusto, en el ao 2 a. C., decidi que las causas se
instruyeran en el foro por l construido que llevaba su nombre 68. Setenta y cinco aos ms
tarde, el problema se haba reproducido, ya que Vespasiano se preguntaba cmo luchar contra
el colapso de unas causas cuya resolucin llevaba al ciudadano toda una vida 69. En la
Roma de comienzos del siglo 11 el eco de los procesos resonaba en el foro, en el tribunal del
pretor de la ciudad, en el recinto situado entre el puteal de Curtius y la estatua de Marsyas 70,
en la baslica Iulia y en el edificio destinado a los centumviros. Por otra parte, la justicia
criminal se despachaba en el foro de Augusto, jurisdiccin del prefecto de la ciudad 71; en la
caserna de los Castra praetoria, donde los pretores pronunciaban los fallos; en la Curia, don-
de los senadores dictaban sentencia contra aquellos de sus colegas que haban incurrido en
falta o haban sido acusados de prevaricacin, y en el Palatino, donde el prncipe atenda las
quejas del Imperio en la baslica que ha llegado intacta hasta nosotros.
240 La vida cotidiana en Roma en el apogeo del Imperio Las ocupacones 241
la amplia sale dividida en tres naves por treinta y seis pilastras de ladrillo revestido de
mrmol, de las cuales la principal meda dieciocho metros de ancho por ochenta y dos de
largo. En las tribunas de las naves laterales, en el primer piso, se colocaban aquellos
asistentes, hombres y mujeres, que no haban logrado encontrar un sitio en las proximidades
del estrado. El tribunal de los centumviros no estaba formado por cien hombres, como su
nombre podra dar a entender, sino por ciento ochenta miembros que se repartan en cuatro
tribunales distintos . Segn las causes a instruir, ocupaban diferentes secciones o se reunan
en una misma sale. En el caso de que se diera esta ltima situacin, el tribunal estaba pre-
sidido por el pretor hastarius en persona y se improvisaban un estrado en el que se colocaba
la silla curul y a ambos lados los asientos de sus ciento ochenta asesores. A los pies del
estrado, sentados en bancos, se situaban los demandantes, sus testigos, sus defensores y sus
amigos, luger de la audiencia que los romanos denominaban corona. Un poco mas atras y
de pie estaba la concurrencia. Los das en que las cuatro secciones actuaban por separado,
cada una estaba presidida por un decemviro acompaado de cuarenta y cinco asesores, y cada
seccin estaba separada de la anterior por cortinas o biombos. En uno u otro caso,
magistrados y pblico se agolpaban en la sala, de modo que los procesos se desarrollaban en
una atmsfera sofocante. Para colmo, la acstica era deplorable, lo que obligaba a los
abogados a elevar el tono de voz, a los jueces a tracer un gran esfuerzo de atencion y al
publico a eiercitar su paciencia. A veces la voz atronadora de uno de los defensores llenaba el
amplio vestibulo, interrumpiendo los procesos de las otras secciones. As que no era extrao
que a algunos abogados les ocurriera lo que a Galerius Tracalus, cnsul en el ao 68 d. C.,
quien, merced a su poderosa garganta, sola recibir los aplausos de los asistentes a las otras
audiencias 76, a pesar de que no podian verle y seguramente tampoco emender lo que deca.
Y para aumentar la cacofona, algunos abogados sin escrpulos, como Larcius Licinius,
desatendiendo los consejos de Plinio el Joven, solan llevarse a los procesos una legin de
aplaudidores comprados con el fin de impresionar al jurado y mejorar su reputacin. Un
da que Domitius Afer defenda una cause en presencia de Quintiliano elevando a los
centumviros su discurso con una moderada alocucin, de pronto se sorprendi ante los
inmoderados clamores que llegaban de una de las secciones. Sorprendido, call. Una vez
restablecida la calma retom el hilo de su discurso. Pero, de nuevo gritos. As que nueva
interrupcin de Domitius; y lo mismo ocurri por tercera vez. Al final pregunt quin litigaba
en la seccion contigua; entonces le respondieron que Licinius. Domitius, renunciando a su
palabra, dijo: Centumviros, nuestro arte ha muerto. Pero evidentemente no era as, al
menos para los que gritaban los bravo, los ao~OXiEt;, como se les llamaba en griego a los
laudiceni 77, aquellos que coman gracias a los halagos, nombre que reciba la claque en
latn. Y es que, ya fuera bueno o malo, el alegato les daba de comer sin tener que realizer
grandes esfuerzos, ya que, una vez terminado, nada les impeda abstraerse de los dems
procesos y dedicarse a una de sus aficiones favorites, el juego del damero hallado en los
graffiti de algunas loses de mrmol del suelo de la baslica Iulia 78. Sin embargo, los
laudiceni seguramente fueron los nicos que se divirtieron en los procesos, pues es fcil
imaginar la torture que representaba para jueces y concienzudos abogados seguir una cause
en medio de una permanente barahnda y unos intermitentes pero ineludibles bravos.
Plinio el Joven afirma, en algn luger de su obra, haber logrado su fame en los tribunales de
los centumviros, ya que, segun escribe, pronuncio en ellos sus ms largos y meJores alegatos
. Sin embargo, nosotros pensamos que tuvo que pager el precio de una gran tensin mental y
fsica, aunque al final de su carrera slo recordara los mejores momentos de sus comienzos en
la baslica Iulia 80; creemos que es ms real aplicar a este perodo de Plinio lo mismo que
dijo de su estancia en Centumcellae, en el tribunal que Trajano haba instalado en Civit-
Vecchia: Cuntos das gloriosos, pero tambin qu duros!Vides quam honesti, quam se-
veri dies!
242 La vida cotidiana en Roma en el apogeo del Impeno Las ocupaaones 243
Pero, t sabes a quin ests hablando?, le dijo Cmodo. Por supuesto que
s, a un tirano. Nointerrumpi Cmodo, al Emperador! De ninguna
manerareplic Appianos tu padre, el divino Marco Aurelio Antonio, s
poda llamarse emperador con justicia, porque cultivaba la sabidura,
despreciaba el dinero y amaba el bien. Pero t, t no tienes el menor derecho
a otorgarte ese ttulo, pues representas todo lo que l despreciaba: tirana, vicio
y brutalidad! 83
Pero, por absorbentes y fastidiosas que nos resulten las funciones de los
abogados y jueces romanos, la tensin a la que, en determinados perodos, se vean sometidos
los senadores no tiene ni punto de comparacin. Es cierto que, a partir del reinado de
Augusto, las sesiones ordinaries (dies legitimi) del Senado se haban reducido
considerablemente. Normalmente se convocaba dos veces al ao, en las calen
das y en los idus 84, y gozaba de vacaciones obligatorias en septiembre y octubre. Adems, la
creciente actividad legislativa de los Csares haca que la suya se hubiera ido aletargando
progresivamente. Pero, de vez en cuando, surga la necesidad de convocar sesiones
extraordlnarias, cuya escasa frecuencia haca que los senadores se volcaran completamente en
ellas, sobre todo cuando eran sesiones destinadas a castiger con terribles sanciones los
crmenes polticos, responsabilidad que los prncipes preferan decliner. Entonces comenzaba
para los Patres un perodo de autnticos trabajos forzados, y el nico recurso que les quedaba
para escaper a estas convocatorias extraordinarias era justificar su ausencia con un motivo
realmente legtimo.
Las ocupacones
245
nos es inconcebible es que los romanos toleraran aquel agotador sistema de trabajo sin
intentar modificarlo o aliviarlo. Habremos de creer que tenan la mente y los nervios ms
templados que nosotros? O es que, habindose acostumbrado a lo largo de un siglo a las
lecturas pblicas, por fin se haban hecho inmunes a la exasperacin, el cansancio y el
aburrimiento?
.,
El hbito de las lecturas pblicas, preocupacin obsesiva y eterna labor de los romanos
cultivados, es tan ajeno a nuestras costumbres que requiere una breve explicacin.
Los sabios y hombres de letras romanos ignoraron durante dos siglos el significado de lo que
nosotros llamamos publicar. Hasta finales de la Repblica, ellos mismos o algn protector
realizaban las copias que luego eran distribuidas entre sus amistades. Atticus, a quien Cicern
confiaba sus discursos y sus tratados, debi de darse cuenta de que con el taller que tena
poda llegar a crear una autntica industria. Csar, emperador revolucionario tanto en cuestio-
nes espirituales como materiales, tambin debi ver sus posibilidades, as que facilit a
Atticus la clientela necesaria para formar la primera biblioteca estatal de Romaa semejanza
de la que exista en el Museo de Alejandra, biblioteca que termin de organizar Asinius
Pollion 89 y que luego se imit en las provincias 90. La multiplicacin de bibliotecas pblicas
y municipales trajo consigo un aumento considerable de libertos-editores (bibliopolae,
librarii), hasta tal punto que pronto la profesin tuvo sus celebridades: los Sosii, que cita
Horacio y que haban abierto una tienda de volumina en la interseccin del Vicus Tuscus con
el foro, cerca de la estatua del dios Vertumnus, tras el templo de Cstor9l; Dorus, librero
habitual de Tito-Livio y Sneca92; Tryphon, editor de De institutione Oratoria de
Quintiliano y los Epigramas de Marcial 93, y los competidores de
d
3
Las ocupaciones
247
Tryphon, C. Pollius Valerianus y Secundus, ubicados en las proximidades del Foro de la Paz,
y Atrectus, cuyo taller estaba en el Argiletum 94. Estos empresarios, ayndados por grupos de
esclavos especializados, vendan sus copias a un precio bastante elevadodos o cuatro
sestercios por un texto que tena unas veinte pginas de nuestro formato Din A-3 y cinco
dinares o veinte sestercios por un liber que a lo sumo tendra cuarenta pginas de dimensin
anloga 9s_ y guardaban para s todas las ganancias. Si bien es cierto que pagaban algo al
autor por la obra, tambin lo es que se limitaban a reproducirla, ya que nunca compraban el
original 96; y, sobre todo, estaban exentos de la obligacin de pagar derechos de autor, ya
que los juristas haban aplicado el viejo principio legal segn el cual en los papyri y pergami-
nos solo cedit superficies, es decir, toda adicin posterior ser propiedad de la entidad que la
aadiera 97. De este modo, los libreros se enriquccan distribuyendo por todo el Imperio,
desde el ltimo rincn de Bretaa hasta la nevada Cetium unos versos que los centuriones
canturreaban en sus lejanas guarniciones sin que el poeta, sumido en la ms absoluta
miseria, viera un ochavo 98.
Dadas las circunstancias, es natural que los principiantes y los escritores pobres intentaran dar
a conocer su prosa o sus poemas en una lectura pblica, lo que les permita escapar de la
tirana del librarius, quien como mucho sacaba una edicin de su obra sin beneficio alguno
para el autor. Por otro lado, el gobierno imperial, que pretenda controlar la produccin
literaria pero no deseaba lograrlo con autos de fe como los realizados en la poca de Tiberio
99 0 con condenas a muerte como las impuestas a Hermgenes de Tarso y sus librarii loo por
Domiciano, es natural que empleara procedimientos indirectos y ms eficaces, como los
utilizados en el Valle del Nilo con excelentes resultados. Los prefectos y procuradores
responsables de las bibliotecas pblicas fueron condenando, de un modo lento pero
inexorable, todos los volmenes sospechosos o peligrosos; lo nico que tuvieron que hacer
fue guardarlos bajo llave en los armarios de las bibliotecas ''. Por supuesto, al mismo tiempo
se arro
248
gaban el derecho de recomendar a bombo y platillos los escritos que favorecan al rgimen, es
decir, sodas las obras tiles para su propaganda poltica. As pues, no debe sorprendernos que
Asinius Pollion, director de la primera biblioteca romana, con sus invitaciones para asistir a
las lectures de las Guerras civiles 102, instituyera una costumbre demasiado apoyada en la
condicin de los escritores y en los deseos del gobierno, para no triunfar con una rapidez
asombrosa. Por tanto, de la omnipotencia de los editores y las bibliotecas que el Estado puso
a su disposicin naci aquel monstruo que enseguida empez a desarrollarse y se convirti en
el azote de la literature: la lecture pblica. Los intereses de la poltica y la vanidad de las
letras dieron luger a una mode que ya nada pudo frenar.
Desde el comienzo de su reinado Augusto secund esta iniciativa con su asistencia a las
lectures, ya que al parecer escuchaba con tan buena voluntad como paciencia a cuan-~ tos
escritores leyeran versos, historia, discursos o dilogos t03. Algunos aos ms tarde, el
asunto se hizo ms grave: Claudio, quien alentado por Tito Livio decidi escribir textos
histricos, empez a declamar los captulos a medida que los escriba. Como era de sangre
real, no tena problemas para llenar la sale. Sin embargo, su carcter tmido y su clebre
tartamudeo fueron los responsables de un incidente grotesco que le hizo no volver ms a leer
en pblico. Un obeso asistente rompi el banco sobre el que estaba sentado y cay al suelo, lo
que provoc las rises de la sale y el desconcierto de Claudio, quien crey que iban dirigidas a
l. No obstante, un liberto de adiestrada voz sigui leyendo sus elucubraciones en pblico
t04; y, cuando ms tarde subi al poder, dio cobijo en su palacio a las lectures de los dems,
feliz con la posibilidad de asistir a ellas como un simple oyente y de llegar de improviso,
como sucedi en la lecture del cnsul Nonianus, y hallar un auditorio turbado ante el
inesperado honor ~s. Tambin Domiciano, quien tena verdadera pasin por la poesa, ley en
ms de una ocasin sus versos en pblico io, y es muy probable que Adriano hiciera otro
tanto. En cualquier caso, lo que es seguro es que
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Las ocupanones
249
este emperador consagr definitivamente la lecture pblica de los textos, ya que construy un
edificio para uso exclusivo de esta actividad: el Athenaeum, o pequeo teatro financiado con
sus denarios y construido en un luger desgraciadamente olvidado, pero por el que sus
sbditos le estuvieron muy reconocidos, ya que por fin las artes liberales pudieron
agruparse en un luger digno de ellas: luaus ingenuarum artium 107.
En realidad, la construccin del Athenaeum no fue ms que otro signo de la importancia que
las lectures pblicas haban adquirido en la Urbs, en aquellos tiempos invadida por
numerosos talentos. No constitua una innovacin arquitectnica; era un monumento
oficial que vena a sumarse a las numerosas sales atestadas desde haca aos, donde se oa el
elocuente ronroneo de las lectures. Y es que, por poco talento que un escritor tuviera,
enseguida habilitaba en su case una habitacin para tales menesteres: el auditorium 108. Ms
de un amigo de Plinio el Joven se embarc en esta aventura sin reparar en gastos: por
ejemplo, Calpurnius Piso 0 Titinius Capito 109. El decorado apenas variaba de una a otra do-
mus: instalaban una tarima donde se sentaba el autor-lector, quien, para la ocasin, cuidaba
esmeradamente su aseo, se alisaba el cabello, vesta toga nueva, se pona en los dedos sodas
las sortijas que tuviera y sala dispuesto a seducir a los oyentes, no slo por la excelencia de
sus escritos, sino por la prestancia de su aspecto, la oportunidad de sus miradas, la modestia
de su acento y la suavidad de sus modulaciones ". Tras l colgaban unas cortinas que
ocultaban a todos aquellos invitados, entre ellos la seora de la case, que no queran dejarse
ver en la sale "'. Delante de la tarima se colocaba el pblico al que el anfitrin haba hecho
llegar sus invitaciones (codicilli); los ms importantes se sentaban en las butacas con
respaldo (cathedrae) de las primeras files y el resto en los taburetes de las files posteriores.
La organizacin y el reparto del programa estaban a cargo de los libelli ]~2. La puesta en
escena de estos espectculos no estaba al alcance de cualquier bolsillo. Los autores pobres
dependan de la buena voluntad de los mecenas; los grandes
`:
251
dran ms tiempo para honrar el auditorio con su presencia t~7. La mayor parse de las
lectures tenan luger despus del mend~es, momento en que los romanos ms atareados
empezaban a gozar de su tiempo libre li8; sin embargo, existian autores insaciables a quienes
la tarde les resultaba insuficiente para exporter sus obras maestras y se vanagloriaban de
retener a! publico durante toda una jornada (totum diem ~mpendere) , cuando no de
convocarlos para el da siguiente y posteriores t20. Evidentemente, no ha de extraarnos el
agotamiento al que obligatoriamente se sometan los tribunales y el Senado si consideramos
con qu docilidad los ociosos se doblegaban al tedio optativo de los auditoria.
Es cierto que los asistentes se sentan como en su case en el auditorium de su anfitrin y que
sus modos corteges encubran la mayora de las veces su aburrimiento y la falta de atencin.
Plinio el Joven desgrana en sus cartes unas instructivas ancdotas acerca de la excesiva
confianza que se tomaba el pblico en estas lectures. As, en el curve de un mes de abril en el
que no haba habido un solo da sin recitatio la audiencia estaba extenuada. Si bien es cierto
que continuaba asistiendo a las convocatorias, tambin lo es que pasaban el tiempo de las
lectures en animadas charlas privadas y que, una vez que se haban dejado ver, se retiraban
antes de que la sesin finalizara, unos de un modo cauto y casi a escondidas y otros
francamente y sin reparos, prcticamente dando un portazo i2i. En otra ocasin Plinio
relate cmo un da que llegaba tarde a un auditorium abarrotado pudo darse cuenta, con una
mezcla de orgullo y de confusin, de que su aparicin hizo que los asistentes, que se in-
tercambiaban bromas entre s, recobraran la compostura y en la sale volviera a reinar el
silencio como por arte de magia t22. Pero que la audiencia guardara silencio slo indica que a
los romanos les importaban mucho las apariencias, ya que la gran mayora no daba por ello
menos pruebas de una frialdad que rayaba en la insolencia, cuando no continuaban en la sale
porque muchos eran oyentes a sueldo. La falta de atencin en las lectures pblicas era un
hecho general. Un da en que se encontraba en la recitatio el clebre juris
consulto Javolenus Priscus, el autor, siguiendo el protocolo habitual, antes de comenzar a leer
quiso pedirle permiso por ser la autoridad ms notable de la sale: Prisce iubes? (Quieres
que comience, Priscus?) ste, sobresaltado y con la mente perdida en algn luger lejos del
auditorium, contest de modo atropellado: No, no, en realidad no quiero nadaEgo vero
non iubeo, lo que hizo que se escaparan las rises en la sale y que el pobre rector perdiera su
serenidad 123.
En otras sesiones los asistentes simulaban escuchar, pero sus actitudes los delataban; ya fuera
el ms hermoso pasaje de un libro dotado de mil y una perfecciones, la mayora permanecan
inmviles como estatuas, abandonados en una actitud distante y desdenosa, sin que nadie
manifestara el menor signo de comprensin, nadie alzara una mano, moviera los labios o se
levantara, aunque no hubiese sido ms que por el tiempo que llevaban sentados ]24. Plinio
el Joven, quien nos describe esta imagen muda, se indigna al pensar que estos traidores
utilizaban todo el da para herir al escritor cuya invitacin haban aceptado, para cambiar por
mortal enemigo al amigo del que se consideraban ntimo al llegar. Pero la capacidad de
atencin tiene su lmite, incluso para los romanos, y lo cierto es que an troy la elocuencia
sigue aburriendo sea cual sea la lengua utilizada. Seguramente, era poco razonable por parse
del autor castigar durante todo el da a un auditorio con las florituras de unas obras que se
iban marchitando a medida que cunda el cansancio y el aburrimiento; el hasto que
provocaba la recitatio slo pudo combatirse con una actitud indiferente. En luger de estimular
la aficin por las letras, las lectures pblicas slo lograron indigestar y desalentar a aquellos
cuya paciencia se pona a prueba, as que no es extrao que aquellas pesa:las sesiones
terminaran provocando los bostezos de un pblico al que prcticamente se le haba obligado a
asistir a ellas. Pero el factor determinante en la corrupcin de las letras latinas fue la
incoherencia de unos programas que pretendan paliar la monotona que provocaba la
reiteracin. No haba gnero ni tema que no fuera bueno. Georges Duhamel es au
tor de unas pginas de amarga y fulminante irona sobre las colecciones de discos americanos
que, sin un pice de respiro ni piedad, ofrecen al pblico una seleccin de arias abso-
lutamente discordantes, una sonata de Beethoven junto a una pieza de jazz o un fragmento de
opereta tras La muerte de Sigfrido. Pues bien, esta escena futurista ya se haba in-
terpretado en Roma bajo la atenta mirada de Trajano y Adriano. Reemplacemos el aparato
por la voz, la msica por la literature: las lectures pblicas romanas se escuchaban con el
mismo caos sonoro como msica de fondo. Los abogados expusieron de nuevo sus alegatos
i25 y los polticos sus discursos 126. Gentes que en su vida haban escrito ms para cumplir
con sus deberes profesionales o familiares o para mantener sus relaciones sociales, no
vacilaban en leer pblicamente las oraciones fnebres que haban recitado ante los restos
mortales de un pariente difunto ]27. En cuanto a los hombres de letras, lean sus
composiciones menores como si fueran inagotables y expertos en todos los gneros. Dentro
de la prose se lean desde los alegatos y las arengas haste los libros de historia, muy bien
acogidos por el pblico por cuanto se referan a hechos de un pasado suficientemente lejano
como para que nadie en la sale pudiera turbarse con ellos t28. Pero en lo relativo a la poesa
no haba lmite alguno; se podan leer desde las chanzas en verve de Plinio el Joven t29 haste
los escritos astrolgicos de Calpurnius Piso ]30 las elegas de Passennus Paulus t3t la
Tebaida de Estacio ]32 o la eterna letana de triviales epopeyas nacidas del plagio de las
obras virgilianas, como Sobre la razz muerta y El campo retoa, de Heraclides y Diomedes, o
las que cuentan los rugidos del Laberinto y la cada al mar de caro cuando *acasa su
mquina voladora 133. A todo esto se aada un largo desfilar de tragedies sin decorado t34
y COmedias sin actores 135. As pues, los distintos gneros literarios se sucedan en las
tribunas de los auditoria del mismo modo que los gneros musicales en la actualidad se
suceden en los discos.
En vano intenta Plinio hacerse ilusiones sobre la utilidad de unos ejercicios literarios que al
parecer le obligaban a re
254
tocar y perfeccionar los alegatos expuestos ya en el estrado, o quererse convencer de que las
crticas a las que se somete una obra en el curve de una recitatio ayudaba a corregir los
defectos 136. Esto no son ms que pretextossincerosy arguciasingeniosasde un nio
mimado que no se resigna a perder o a que le quiten su juguete favorito. Frente a esta dudosa
utilidad o esas aleatorias ventajas, las lectures pblicas tenan muchos ms inconvenientes,
peligros y males, tal como en un principio intuyera Horacio ]37. Cul no hubiera sido el
espanto del poeta si cien aos despus de su muerte hubiera podido ver la desolacin que las
lectures pblicas haban sembrado en la literature? Este mtodo consumaba los vicios y
defectos de una educacin puramente formal. La costumbre de escribir y luego leer los
volumina, costumbre que no permita ver la obra en su conjunto, ya que ni la anticipacin ni
la vuelta atrs era posible, logr fragmentar y diseminar la mayor parse de las obras romanas,
haste el punto que, para nuestras actuales exigencies, quedaron reducidas a aquello que segn
Calgula fueron las obras de Sneca 138: arena sin argamasa, arena sine calce. Aquellas
lectures en que el autor tena que despertar y mantener el inters del pblico, no tanto por la
belleza del estilo, sino por el brillo de los detalles, agravaron los defectos del volumen y
fueron responsables de la nefasta evolucin de los gustos literarios, ya que lo romanos
terminaron no apreciando ms que las perorates efectistas y los brillantes y afectados
conceptos de las sententiae. Adems, separando las obras de su marco natural, el alegato del
tribunal, el discurso poltico de la curia, y la tragedia y la comedia del teatro, acabaron
desconectando la literature de la vida y la vaciaron de la humane realidad sin la cual ninguna
obra perdura. Finalmente, la esencial nocividad de estos mtodos, tan ignorada por los
eruditos de entonces como por muchos de los actuales, lograron acabar con la literature en s
misma. Por una parse, el afn de autosatisfaccin de los autores les desviaba de cualquier
aspiracin que no fuera el xito inmediato, grosero y, por supuesto, embriagador que les brin-
daba el falso entusiasmo de un auditorium formado por ami
Las ocupaciones
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255
gos que queran complacer y colegas que esperaban reciprocidad. En la actualidad es posible
que an no sepamos exactamente los perJuicios que el desarrollo de la radiotelegrafa - sin
hilos puede llegar a causer en la literature. Pero lo que a estas alturas es includable es el dao
que la mode de las lectures pblicas caus al mundo editorial romano. Como tambin es
innegable la terrible enfermedad que, como un cncer, se empez a extender creando falsas
vocaciones. Cuando la lecture pblica arraig en las costumbres romanas y pas a ser la
principal ocupacin y el objeto casi exclusivo de las letras, stas abdicaron de su dignidad y
perdieron su razn de ser. La trivialidad se convirti en la moneda corriente de uso y su valor
fue oscilando a medida que ensanchaba el crculo de aficionados. Los invitados quisieron
subir al estrado y convertirse en anfitriones, de modo que los espectadores acabaron siendo
autores. Pero, en realidad, esta victoria prrica, festejada con un nfasis insensato, fue el
principio del fin. Desde el momento en que la literatura tuvo tantos escritores como pblico,
troy diramos tantos autores como lectores, que unos y otros empezaron a confundirse, las
letras romanas se vieron condenadas a perecer asfixiadas por la maligna progresin de su
tumor.
Hemos querido respetar la poca en que escribi su obra Jrme Carcopino. En la actualidad
hablariamos de medios audiovisuales. (N. de la T.)
CAPTULO VIII
LOS +ESPECTCULOS
Panem et circenses
Desde que no puede vender sus votos, l, que antao llevaba por el mundo
su poder, su emblema y sus legiones, se ha convertido en un pueblo
degenerado que ya slo desea, con una ansiedad codiciosa, dos cosas: pan y
juegos.
Sin embargo, por clebres que estos versos sean, nos es preciso reproducirlos para
ilustrar el inicio de nuestro captulo. Y es que, salvando la vehemencia de su diatriba, que
quema como el hierro al rojo vivo pero resuena como el ms hermoso grito republicano
proferido en tiempos del Imperio, estos versos expresan una realidad incuestionable, una
verdad histrica que cuarenta aos despus formulara Fronto con la plcida tranquilidad con
que se expresa un hecho evidente:
258
Los espectculos
259
Finalmente, hay que destacar los ciclos de juegos unas veces ecuestres, otras
escnicos, y en ocasiones ambas cosas al mismo tiempo, que la Repblica, en los momentos
ms graves de su historia, haba instituido en honor de los dioses para que colmaran la
ambicin de los dictadores y apoyaran la poltica de los Csares:
los ludi Romani, fundados en el 366 a. C., en los tiempos del Imperio ampliados
desde el 4 al 19 de septiembre;
los ludi plebei, que hicieron su aparicin entre el 220 y el 216 a. C. y que ms tarde se
celebraban desde el 4 al 17 de noviembre;
los ludi Apollinares, que datan del 208 a. C. e iban desde el 6 al 13 de julio;
los ludi Ceriales que, consagrados a Ceres en el 202 a. C., se celebraban entre el 12 y
el 18 de abril;
los ludi Megalenses, consagrados a la Gran Madre Cibeles en el ao 191 a. C., cuyo
culto se celebraba en el santuario palatino construido en el mismo ao y que desde entonces
se celebraron ininterrumpidamente entre el 4 y el 10 de abril;
los ludi Florales, dedicados a la diosa Flora, celebrados del 28 de abril al 3 de mayo;
regularmente a partir del ao 173 a. C.,
los ludi Victoriae Sullanae, creados para celebrar la pretendida divinidad de Sila,
pero que, doscientos aos despus de su muerte, an se seguan organizando desde el 27 de
octubre al 1 de noviembre;
los ludi Victoriae Caesaris, que, desde el 20 al 30 de julio, servan para recordar a los
romanos las proozas del conquistador de la Galia, juegos que en el ao 45 a. C. se completa-
ron con las celebraciones de las victorias de Farsalia, Zelia, Thapsus y Munda y, finalmente,
los ludi Fortunae reducis que Augusto inaugur a su regreso victorioso en el ao 11
a. C. y que duraban diez das, del 3 al 12 de octubre.
260
As pues, recapitulemos: veintids das sueltos oficialmente sagrados; doce das de
ludi que comenzaban y terminaban en la jornada, y ciento tres das de ludi agrupados en
perodos ms o menos largos. Sin tener en cuenta las fechas en las que a veces coincidan dos
fiestas, como el 8 de junio, da en que se celebraban los Vestalia y los ludi piscatorii,
llegamos a la conclusin de que los das festivos en la Roma imperial ocupaban ms de la
mitad del ao. El cmputo final de ciento ochenta y dos das al que nosotros hemos llegado
es, sin embargo, una mere aproximacin seguramente superada por la realidad.
Los espectculos
261
Los espectculos
263
Todo esto podra hacernos creer que la terrible concepcin heredada del sombrio
espritu etrusco atraves los siglos sin cambiar ni debilitarse. Sin embargo, es mera
apariencia. En la poca imperial las afirmaciones de estos eruditos no hacan mella en el
pblico que, por su cuenta y para su placer, haba secularizado los juegos sagrados. Sin duda
an iban al circo como a un oficio religioso, vestidos con la toga de los grandes das, tal como
ordenaba un edicto de Augusto. Adems respetaban la Orden de Claudio de no cubrirse con
un manto salvo en los das de mal tiempo, y solamente despus que el prncipe hubiera hecho
la seal para que se sentaran io. Sin dude guardaban la compustura, bajo pena de expulsin, y
no coman ni beban durante las carreras 1~. Pero los romanos de aquella poca eran
conscientes, no de seguir una liturgia, sino de plegarse a unas normas convencionales; por
ello, cuando segn la norma se levantaban para aclamar el desfile inaugural en el que las
estatuas de los Divi iban junto a las de las divinidades oficiales, sin dude no manifestaban su
devocin a los dioses, sino su fidelidad a la dinasta imperial, su pertenencia a una
corporacin profesional bajo la proteccin de uno de aquellos dioses o su admiracin ante
desfile tan bello. Si por casualidad entre los asistentes se encontraba un beato lo
suficientemente ingenuo como para pensar que su querida divinidad le haba hecho una seal
o le haba enviado sus favores, adems de constituir un suceso bastante raro y desusado, era
motivo suficiente para que los vecinos tuvieran durante algn tiempo de qu hablar y los
narradores pusieran en accin su verbo i2.
264
La antigua religin romana an poda prestar sus sagradas tradiciones al esplndido
despliegue de los espectculos de la poca imperial. Pero sta era toda la importancia que se
le conceda, y si se la respetaba era de un modo inconsciente. Lo mismo en los actos
solemnes que en cualquiera de las actividades romanas, la religin haba quedado relegada a
segundo piano, cuando no totalmente excluida. Si haba una fe viva que haca latir el corazn
de los espectadores, esa era la fe en la astrologa. Por este motivo vean embelesados en la
arena la imagen de la Tierra; en el foso del Euripus que la delimitaba, el smbolo de los
mares; en el obelisco erigido en la spina central, el del sol naciente en la cima de los cielos;
en las doce puertas de las doce cocheras o carceres, los signos del Zodaco; en las siete
columnas de la pista que marcaba cada uno de los recorridos, el eterno errar de los siete
planetas y la sucesin de los siete das de la semana; y en el circo mismo una proyeccin del
Universo y la resumida expresin de su destino t3. Y si algo provocaba su entusiasmo, eso era
el solemne desfile preliminar con las estatuas de sus grandes emperadores difuntos y la
aparicin en el palco del magnfico emperador en came y hueso, a cuya providencia se deban
las numerosas y brillantes representaciones.
265
Pero hay algo ms: resultado evidente de una poltica autocrtica, supusieron un fuerte
obstculo para cualquier intento de revolucin. En una cindad donde 150.000 personas sin
trabajo estaban bajo la proteccin de la asistencia pblica y donde quiz un nmero semejante
de trabajadores no tena otra cosa que tracer tras la meridio que cruzarse de brazos durante
todo el resto del da, y al no haber posibilidad de desarrollar actividad poltica alguna, los
espectculos fueron el modo idneo de ocupar su tiempo, acaparar sus pasiones, desviar sus
instintos y canalizar su actividad. Los Csares no queran que la plebe romana bostezara ni de
hambre ni de aburrimiento. Los espectculos fueron la gran diversin en la ociosa vida de sus
sbditos y, por consiguiente, el firme instrumento de su absolutismo. Prodigndoles sus
atenciones e invirtiendo en ellos sumas fabulosas, afianzaron de un modo consciente la
seguridad de su poder.
266
Dion Cassius cuenta que, cuando Augusto acusaba al pantomimo Pylades de
ensordecer a Roma con el alboroto de sus rivalidades y de sus disputas, ste os responderle:
Csar, te conviene que el pueblo se interese por nosotros... Con esta rplica, el ingenioso
artista haba traducido el ntimo pensamiento de Augusto y haba adivinado uno de los
mayores secretos de su gobierno. Los juegos fueron el gran apoyo de su poltica interior, por
ello no dudaba en acudir a las representaciones con un ostentoso inters y una estudiada
seriedad. Se sentaba en el centro de su pulvinar acompaado de su mujer y sus hijos. Cuando
se vea obligado a retirarse antes de que finalizaran, en seguida se excusaba y designaba a
alguien para que cumpliera con las funciones de la presidencia. Pero en todas las ocasiones en
que se qued hasta el final, jams nadie le vio abandonar su actitud de continua atencin, bien
porque en realidad fuera aficionado a las representaciones, bien porque quisiera evitar las
murmuraciones que haba provocado su padre, Csar, quien en los espectculos se dedicaba a
leer informes y responderlos.
As pues, quera divertirse con el pueblo y no reparaba en gastos para lograrlo. Los
espectculos de su reinado superaron en variedad y esplendor cualquiera de los organizados
hasta el momento ig; el mismo Augusto, en sus Res Gestae, recuerda complacido que haba
organizado cuatro veces juegos en su honor y veintitrs en honor de los magistrados que
haban financiado los juegos pero que, o bien haban estado ausentes, o no haban podido
presidirlos 20. Los cnsules y los pretores estaban abrumados por esta obligacin derivada
de su dignidad. ste fue el motivo de que Marcial imaginara una divertida historia en la que
una joven mujer, Proculeia, le notifica a su marido la decisin de divorciarse y le ruega que
se quede con todos los bienes cuando ste sea nombrado pretor.
21
Los espectculos
267
Cada vez ms frecuentemente el prncipe tena que ayudar a los magistrados o incluso
reemplazarles en la financiacin de los espectculos. As, emperador tras emperador, todos
trataron de seguir el ejemplo de Augusto para que nadie pudiera decir que los espectculos de
su principado haban sido menos brillantes que los de otros reinados precedentes.
Exceptuando a Tiberio, aquel republicano coronado cuya incurable misantropa le haca
recelar de plebeyos y nobles, todos los emperadores intentaron superar en prodigalidad los
juegos tradicionales de sus predecesores y, o bien los alargaron hasta bien entrada la noche, o
aadieron infinidad de nmeros inditos. Ni siquiera los que tenan fama de avaros repararon
en gastos. En el reinado de Claudio, emperador cuyas dotes de administrador eran de sobra
conocidas, los juegos romanos costaron 760.000 sestercios y los Apolinares, a cuyo fundador
le supusieron 3.000 sestercios, ascendieron a 350.000 22. Con Vespasiano, aquel advenedi-
zo, hijo de un escribano forense, con una slida reputacin de avaro, comenzaron a levantarse
los muros del anfiteatro Flavio, ms tarde llamado Coliseo no tanto por su proximidad con
el colosal monumento al sol, sino por sus enormes proporciones. Pero en esta competicin
por ver quin derrochaba ms lujo y dinero, en la que los emperadores ms prudentes
quedaron en entredicho, fue quiz el ms fastuoso y, aparentemente, el ms loco de ellos,
Trajano, quien qued como modelo de emperadores, optimus princeps y recibi entre otros
ttulos el de prncipe cuya perfeccin era digna de Jpiter. Segn la opinin de Dion
Cassius, su gran sabidura le llev a prestar atencin a las figuras de la escena, del circo y de
la arena, porque pensaba que la excelencia de un gobernante se manifestaba tanto en su
preocupacin por divertir al pueblo como en la de atender a cuestiones ms series, y que si
bien las distribuciones de trigo y dinero satisfacan el hambre de los individuos, los espect-
culos servan para alimentar el tiempo de ocio de una gran mesa plebeya 23.
Esto ltimo nos da la crave del asunto. Un gobierno de mesas como era el de los
Csares requera la bsqueda de actividades que las mantuviera entretenidas. En la casi re-
ciente actualidad muchos pases trataron de tracer lo mismo, entre ellos Alemania con la
Kraft durch Freude, Italia con las actividades de Dopo Lavoro y en Francia con los servicios
del Ministerio del Ocio. Pero por mucho que podamos admirer los resultados de los mtodos
contemporneos, tenemos que reconocer que en absoluto se acercan a los del Imperio
romano. Con los espectculos asegur su continuidad, garantiz el orden en una capital
superpoblada y consigui mantener tranquilas a ms de un milln de personas. En el siglo 11
de nuestra era, su bien afianzado poder alcanzaba unos lmites slo comprensibles por su
munificencia para con los ludi, las representaciones en los teatros, los combates reales en la
arena, las luchas simuladas y los concursos literarios y musicales de sus agones.
Las carreras
Los juegos romanos por excelencia eran los circenses. Estas actividades no se
conceban fuera de los edificios a los que haban dado nombre y que, construidos
expresamente para ellas, tomaron con alguna que otra variacin unas dimensiones basadas en
el plano de un rectngulo con las esquinas en hemiciclo. El circo Flaminio, construido en el
ao 221 a. C. por el censor Flaminius Nepos en el emplazamiento que ahora ocupa el palacio
Caetani, estaba construido sobre dos ejes de 400 y 260 metros; el circo de Gaius, construido
en tiempos de Calgula en la colina Vaticana, tena unas dimensiones de l80 metros de
longitud y 90 metros de ancho, y estaba adornado por un obelisco central situado actualmente
en la plaza de San Pedro y, para terminar, el ms antiguo y de mayores proporciones, el Gran
Circo o Circus Maximus, cuyo plano sirvi de base para la construccin de los mencionados
con anterioridad. Ya la naturaleza de algn modo lo haba diseado en la depresin del valle
de Murtia, limitado por el Palatino al norte y por el Aventino al surf y del mismo modo que
en la actualidad alberga las modernas exposiciones de la Roma contempornea, antao sirvi
para marcar el progreso que supona la creciente pasin por las carreras en la Roma antigua.
269
270 La vida cotidiana en Roma en el apogeo del Impeno Los espectculos 271
Desde entonces, el Circo Mximo, con una longitud de 600 metros y un ancho de 200
metros, tuvo las colosales dimensiones y el estilo ornamental que le caracterizaron hasta su
destruccin 35. En su aspecto externo, el Circo Mximo se caracterizaba por los hemiciclos
de sus extremos, sobre los que se levantaban tres pisos de arcades superpuestas revestidas de
mrmol, cuya disposicin nos recuerda el estilo arquitectnico que podemos admirar en el
Coliseo, bajo las que se alojaban los locales ocupados por taberneros, pasteleros, asadores de
carne, astrlogos y prostitutes. En su interior, adems de la pista ahora cubierta de arena en la
que a veces brillan las laminillas de crisocalco, lo que ante todo nos llama la atencin es la
inmensidad de la cavea escalonada a lo largo del Palatino, bajo el pulvinar imperial, y frente
a l, en el Aventino, las tres files de gradas. La primera y ms baja est formada por asientos
de piedra; la segunda por asientos de madera; y la tercera, al parecer, estaba destinada a las
localidades de pie. Los Regionarios del siglo IV indican un total de 385.000 localidades,
pero es muy posible que se trate de una afirmacin desproporcionada y que slo tuviera las
225.000 plazas que cita Plinio el Viejo en la poca flavia y aqullas que segn Plinio el Joven
aadiera despus Trajano. No obstante, aunque nos quedramos con esta segunda cifra, su
magnitud sera desconcertante.
Lo mismo que sucede en el estadio Olmpico de Berln, el Circo Mximo en los das
de mayor afluencia deba de ser una ciudad efmera y monstruosa instalada provisionalmente
dentro de la Ciudad Eternal Sin embargo, lo ms sorprendente de este conjunto monumental
es la funcin que cumplan sus menores detalles. Los dos costados circulares estaban remata-
dos armoniosamente por dos vallas cimbradas. La del Este, orientada hacia el Caelius,
estaba interrumpida por un arco de triunfo de tres vanos que Domiciano haba consagrado en
el ao Yl d. C. en honor de la victoria de su dinasta sobre los judos y bajo el cual desfilaba
la Pompa Circensis. La del Oeste, orientada hacia el Velabro, cubra en la planta baja las
doce carceres donde los caballos y los carros aguardaban haste el momento de alinearse en la
salida, sealada por una cuerda tendida entre dos hermas de mrmol, cada cual situado ante
su puerta; tambin protega la tribune reservada al magistrado curul que presida los juegos y
a su gran squito, instalada en el piso primero sobre las carceres. La spina, de 214 metros de
longitud, determinaba la longitud del circuito, mientras que la anchura de la arena era distinta
en cada mete87 metros en la prima meta y 84 metros en la secunda meta, lo que haca
ms difcil e incierta una carrera con un recorrido total de 568 metros.
Y es que la multitud romana disfrutaba con las dificultades y enloqueca ante unos
espectculos en los que todo estaba dispuesto para atraer su atencin y suscitar su arrebato: el
hormigueo de una concurrencia donde el individuo se dejaba llevar por la mesa, la
inverosmil grandeza de un decorado en el que flotaban los perfumes y brillaban los abi-
garrados atuendos, la atraccin de las viejas ceremonias religiosas, la presencia del augusto
emperador, los obstculos que haban de superarse, los peligros que tena que evitar, las
proezas a las que se haba visto obligado el vencedor, las vicisitudes imprevistas de cada una
de las pruebas, subrayadas por la poderosa belleza de los caballos, la riqueza de sus arneses,
la perfeccin de su adiestramiento y, sobre todo, la habilidad y valenta de los conductores de
carros y jinetes.
Los espectculos
273
na, una novena o una quincena, cada uno de los juegos se fue haciendo ms sofisticado. La
carrera constaba obligatoriamente de siete vueltas alrededor de la pista 36, pero el nmero de
carreras diaries fue aumentando a medida que se sucedan los distintos reinados. Con
Augusto an no se celebraban ms de doce carreras diaries; con Cahqula se elev a 34 37 y
con los Flavios a 100. Domiciano, preocupado porque llegara a resultar imposible finalizar
antes del anochecer, estableci que las carreras constaran de cinco y no de siete vueltas 38.
Si hacemos el clculo teniendo en cuenta cinco vueltas o spatia por carrera o missus,
obtendremos un resultado de cinco veces 568 metros, es decir, 2.840 metros en total. As
pues, cien missus suponan un recorrido de 284 kilmetros! Descontando la pause realizada a
medioda y los intervalos que necesariamente transcurran entre carrera y carrera, estaremos
de acuerdo en que, desde el alba haste el crepsculo, los espectadores no tenan un minuto de
tregua.
Pero los romanos jams se saciaban, y de no haber sido as, la variedad de los ludi
tampoco lo hubieran permitido. Al inters de las simples carreras de caballos se le sumaba el
que despertaban las acrobacias de los concursantes. Haba jinetes que llevaban dos caballos y
saltaban continuamente del uno al otro, desultores, otros que sobre el caballo hacan
exhibiciones con armas o simulacros de combate; otros que se ponan sucesivamente a
horcajadas, arrodillados y tumbados sobre el caballo al galope; los haba que tenan que
recoger un pauelo de la pista sin desmontar, o que deban salter prodigiosamente un carro
tirado por cuatro caballos.
En cuanto a las carreras de carros, diferan segn los distintos tipos de tiro: los haba
de dos caballos o biga, de tres o triga, de cuatro o quadriga y a veces de sets, ocho o diez
caballos (decemiuges); al ya magnfico espectculo del carro, adems se le aada la
solemnidad de su entrada y el despliegue de un autntico ceremonial. Al sonido de la
trompeta, el cnsul, pretor o edil que presida los juegos daba la salida dejando caer a la arena
un pauelo blanco. El gesto era definitivo y el personaje que lo haca constitua ya de por s
un espectculo. Sobre una tnica escarlata
274 La vida cotidiana en Roma en el apogeo del Imperio
como la de Jpiter se colocaba una toga bordada de prpura amplia como una cortina.
Como una estatua viviente, sujetaba en la mano un bastn de marfil coronado por un guila
en vuelo, y sobre la cabeza se pona una corona de hojas de oro tan pesada que necesitaba a
su lado un esclavo o un msico para que le ayudara a sostenerla 39 y tan voluminosa que el
pretor Paulus no tuvo ms que soltar un florn de la suya para que le hicieran a Marcial un
preciado trofeo.
A sus pies se situaban los carros, dispuestos segn el orden de salida que la suerte les
hubiera deparado, organizados de un modo impecable y deslumbrante. Cada uno de ellos
representaba una cuadra o factio, creadas para poder cubrir los enormes gastos que supona la
seleccin y el entrenamiento de concursantes, animales u hombres. Estas factiones
participaban de las primas, ms o menos elevadas, con que premiaban a los vencedores los
magistrados, a menudo acrecentadas por la generosidad del prncipe. Es bastante improbable
que las proporciones de la pista permitieran hacer un despliegue de ms de cuatro cuadrigas
simultneamente, razn por la que habitualmente slo haba cuatro factiones que, a partir del
siglo II de nuestra era, adems se asociaban de dos en dos. Por una parte estaba la cuadra
blanca (factio albata) y la verde (factio prasina), por otra la azul (factio veneta) y la roja
(factio russata), cuyas pistas de adiestramiento debieron de estar situadas bajo el actual
palacio Farnesio 4~. Cada una de estas factiones mantenan, adems de los aurigas pagados a
precio de oro, un numeroso equipo compuesto por mozos de cuadra, adiestradores (doctores
et magistri), veterinarios (medici), reparadores (sarcinatores) guarnicioneros (sellarii),
guardas de cuadra (conditores), palafraneros (succonditores), almohazadores y abrevadores
(spartores), todos ellos trabajadores de la cuadra, y los iubilatores, quienes tenan como
misin estimular con sus gritos de nimo la agresividad de sus participantes.
Mientras los animales piafabancon las plumes en la cabeza, la cola realzada por un
apretado nudo, las crines consteladas de perlas, el pecho moteado con brillantes amuletos
Los espectculos
275
y el cuello adornado con un flexible collarn y un bridn con los colores de la cuadra, el
auriga miraba orgulloso a los espectadores puesto en pie sobre el carro, rodeado de ser-
vidores, con el casco puesto y el ltigo en la mano, las vendas de pao enrolladas en las
piernas, vestido con una tnica corta con el color de su factio y, atadas alrededor del cuerpo,
las riendas que en caso de accidente cortara el cuchillo que llevaba a un lado.
El pblico miraba embelesado incluso antes de que la prueba diera comienzo. Todos
observaban con ansiosa admiracin el carro por el que haban apostado. En la abarrotada
cavea, unos y otros charlaban animadamente y confrontaban sus pronsticos. La mezcolanza
de gentes muy diversas era muy atractivo ingrediente para las mujeres que buscaban marido o
los libertinos que iban tras una aventura. Fue durante unos juegos cuando, en tiempos de la
Repblica, una belle divorciada, Valeria, hermana del orador Hortensius, cautiv el amor del
dictador Sila al intentar arrancar un hilo de su toga con el deseo de compartir de este modo su
suerte. Y en tiempos del Imperio, Ovidio aconsejar a sus discpulos en el arte de amar que
acudan al circo, ya que son muchas las ocasiones para la galantera que brindan los
encuentros tras las carreras y proclive a enardecerles la fiebre que ocasionan 42.
En efecto, un estado febril se apoderaba del pblico tan pronto como el polvo
comenzaba a revolotear bajo las ruedas de los carros; haste el final del ltimo recorrido los
espectadores no dejaban de vibrar de esperanza, de incertidumbre y de pasin. Qu fervor
ante el menor obstculo! Qu aburrimiento cuando todo discurra sin tropiezos! Como las
metas estaban situadas a la izquierda de los carros, el xito de la maniobra de giro de una
cuadriga dependa de la agilidad y la fuerza de los dos caballos llamados funales, que, en
lugar de estar unidos al yugo como los del centro, iban sujetos por una cuerda o funis, el de la
izquierda al eje, y el de la derecha al lateral en marcha. Si se acercaban mucho a la mete el
carro poda estrellarse contra ella, si, por el contrario, el giro se haca muy abierto, el carro
poda per
276
der su ventaja o chocar con el que le segua, con lo que le pod~a volcar. Los agitatores iban
tensos por el terrible y doble esfuerzo que tenan que hacer: por un lado mirar delante, alentar
y conducir a sus corceles, por otro evitar cualquier golpe con el carro que pretenda
adelantarles. Cul no sera la tranquilidad del auriga cuando por fin lograba alcanzar la meta,
tras evitar diez veces el escollo de las columnas e intentar mantener o conquistar su ventaia
mientras tena que luchar contra las argucias y traiciones de los adversarios! Las
inscripciones en las que se conmemoran estas victorias son absolutamente descriptivas:
mantuvo el primer luger y venci (occupavit et vicit); pas de la segunda a la primera
posicin y venci (successit et vicit), e incluso, no era el favorito y, cuando ya nadie lo
esperaba, venci en el ltimo segundo (erupit et vicit). Los vencedores eran aclamados por
una multitud cuyo entusiasmo iba dedicado tanto al auriga como a sus caballos.
Adquiridos en las remontas de Italia, Grecia, frica y sobre todo de Espaa, los
caballos corredores comenzaban a adiestrarse a los tres aos y estaban preparados para la
competicin a los cinco; las yeguas se destinaban al yugo y los pura sangre se empleaban
como funalis. Cada uno de ellos posea pedigree, cuadro de honor y una notoriedad tan ex-
tendida que llegaba hasta los rincones ms recnditos del Imperio, y tan perdurable que su
eco ha llegado haste nosotros. Los nombres ms famosos hen quedado grabados en el borde
de los velones fabricados por los alfareros (coraci nica) 43, sobre los mosaicos de algunas
cases de provincial y en las termas de Numidia, en las que Pompeianus, el propietario,
confesaba su debilidad por el caballo Polydoxus: Venzas o no venzas, te amaremos,
Polydoxus! vincas, non vincas, te amamus, Polydoxe!44 Hay tambin continuas
inscripciones grabadas en piedra en las que se inmortaliza el recuerdo del caballo Tascus,
vencedor en 386 ocasiones 45, 0 del caballo Victor 46, al que se le dio el sobrenombre de
buen augurio por sus 429 victories; pero tambin hay inscripciones en places de bronce,
halladas en el interior de las sepulturas, en las que los enemigos pedan su maldicin y
clamaban la venganza de las divinidades infernales 47.
Los espectculos
277
Sin embargo, tambin los aurigas conocan la gloria y otros honores. Para aqullos
que provenan de una baja extraccin social, incluso esclavos que por este medio reciban la
libertad, la gloria les permita salir de su humilde condicin y amasar unas considerables
fortunes gracias a las primas que reciban de los magistrados o del prncipe y de los
exorbitantes salarios que exigan a los dominifactionum bajo amenaza de abandoner sus
colores 48, A finales del siglo I y primera mitad del 11 d. C., Roma se enorgulleca con la
presencia de estos famosos aurigas a los que llamaba miliarii, no porque fueran millonarios,
sino porque haban vencido al menos en mil ocasiones: Scorpus se llev 1.042 veces el
primer premio, Pompeius Epaphroditus 1.467, Pompeius Musclosus 3.559 y Diocles venci
3.000 veces en las carreras de bigas y 1.462 en las de cudrigas o de tiro an mayor, tras lo
cual tom la sabia decisin de retirarse de la arena con 35 millones de sestercios 49.
Friedlnder compara estos resultados y estas ganancias con las de los jinetes de Epsom a
finales del siglo XIX: Wood muri a los veintinueve aos siendo multimillonario; Archer
consigui en seis aos de carreras 1.172 premios y 60.000 libras esterlinas. Pero, aunque
semejantes a los mencionados por el nmero de triunfos y por sus resultados econmicos, los
jinetes de la antigedad romana les superaron en prestigio y en honoree.
Toda Roma alababa sus extravagancies en luger de criticarlas. Si, por divertirse, se les
ocurra atacar o desvalijar a cualquier transente, la polica haca ojos ciegos so. En las
paredes de las calles y en los cenacula de las insulae eran innumerables las copies de sus
retratos, entre los que destacaba, segn Marcial, el que mostraba la nariz dorada de Scorpus:
Sus nombres estaban en boca de todo el mundo 52, y cuando alguno de aquellos
campeones mora, los poetas de la
278
G.
~ b~
279
El teatro
280
fcil de establecer 60; incluso admitiendo que en sus comienzos fuera as, es evidente que esta
proporcin se invirti en los tiempos del Imperio. En Roma, los juegos circenses de entonces
cobraban mucha mayor importancia que la representacin de tragedies, comedies y otros
sucedneos ms recientes. Plinio el Joven, que no nos menciona en ningn momento el
entusiasmo de sus contemporneos por el teatro, deplore la importancia que se otorga a una
miserable camisola no slo un populacho ms miserable que ella, sino personas a las que
tiene por distinguidas y que se dicen serias. Cuando piensoconfesabaen este
divertimento futil, tonto y montono, siento una cierta alegra por no experimentar tal
entusiasmo. 6t Si en su poca las carreras haban conquistado de tal modo a lo ms selecto
de la ciudad, nos es fcil imaginar la atraccin que ejercan sobre el hombre de la calle, cuya
ambicin se limitaba a tener las rentas suficientes como para comprarse dos fuertes esclavos
que le trasladaran en litera y le permitieran haste el fin de sus das coyer sitio sin apuros en
el tumultuoso circo 62. Seguramente Trajano tradujo el deseo de la gran mayora de sus
sbditos cuando en el ao 112 quiso obsequiarles con unos ludi extraordinarios y les pag el
circo treinta das ininterrumpidos, mientras que slo durante una quincena el teatro 63, Es
cierto que los Fastos de Ostia, a los que debemos la informacin, aaden que estas
representaciones se celebraron sobre tres escenarios simultneamente. Pero por amplios que
fuesen, los tres teatros de Roma juntos hubieran cabido cinco veces en la casoa del Circus
Maximus. El hemiciclo del teatro de Pompeyo, terminado en el ao 55 a. C. y situado al
nordeste del circo Flaminio, all donde las formas de la Piazza di Grotta Pinta an dejan
vislumbrar su contorno, tena aproximadamente 160 metros de dimetro y unos 40.000 loca,
lo que probablemente limita a 27.000 el nmero de asientos 64. El hemiciclo del teatro de
Balbus, construido en el ao 13 a. C. bajo el actual Monte dei Cenci, no tena ms que 11.510
loca, es decir, unos 7.700 asientos. Finalmente, concebido por los arquitectos de Julio Csar y
finalizado en el 11 a. C. por los de Augusto, el hemiciclo del
Los espectculos
281
teatro de Marcellus, construido donde troy est el Palacio Sermoneta y descubierto gracias a
los excelentes trabajos urbansticos de la Via del Mare, que dejaron al descubierto su
imponente mesa de travertino y la armona de su orden arquitectnico, tena 150 metros de
dimetro y slo contaba con 20.500 loca, es decir, 14.000 asientos. Por consiguiente, estos
tres teatros todo lo ms podan albergar a unos 60.000 espectadores, cifra nfima si se la
compare con las 255.000 plazas que sabemos con seguridad tena el Circus Maximus. Sin
embargo, es una ci*a prodigiosa si la comparamos con la capacidad de los mayores teatros
contemporneos del mundo, ya sea con las 2.156 localidades de la pera de Pars, las 2.900
del San Carlo de Npoles, las 3.600 de la Scala de Miln o las 5.000 del Coln de Buenos
Aires. El ms pequeo de los teatros de la Roma imperial era al menos dos veces mayor que
el ms espacioso de los teatros americanos, y la sola consideracin de estas dimensiones
testimonia que, aunque menos imperiosa que la pasin por las carreras, el entusiasmo por el
teatro no era por ello menor. Para satisfacer esta aficin los monarcas apoyaron y financiaron
la construccin de teatros excavados en roca, a pesar de resultar muy costosos, debido a que
la temporada>> de representaciones se reduca a cierto nmero de das del perodo com-
prendido entre los ludi Megalenses y los ludi Plebei, es decir, de abril a noviembre 65. Pero, a
pesar de su rpido declive, este estusiasmo se mantuvo an durante toda la poca imperial, ya
que el teatro de Pompeyo, restaurado posteriormente por Domiciano, Diocleciano y Honorio,
lo fue una vez ms en tiempos del rey ostrogodo Teodorico, entre el ao 507 y el 511 d. C.
Dadas las circunstancias, uno siente deseos de alabar la vocacin del pueblo romano por un
arte dramtico que hubiera honrado a la Grecia Antigua y que alentaban autores como Accius
y Pacuvius y obras como las de Plauto y Terencio. Pero, en realidad, lo que les ocurri a los
atenienses se repiti con los romanos; cuando Roma comenz a construir aquellos teatros
permanentes y su Imperio se llen de edificios semejantes a los suyos, cuya grandiose
amplitud y
282
Los espectculos
..
283
blico y sucumbi bajo las formas clsicas que no haban variado desde haca tres siglos y que
lo hizo intolerable. Su prolongada existencia slo se debe a los convencionalismos de
entonces, cada vez ms pesados, de los que no sali ms que a travs de unas radicales
transformaciones que apartaron al teatro de la literature.
A finales del siglo T de nuestra era, probablemente bajo influencia del teatro helenstico 66,
la evolucin de la tragedia se haba realizado en dos etapas, y al final de stas sus persona)es
se convirtieron en meres figures de ballet. En sus orgenes el texto de las tragedies romanas
se divida en dilogos (diverbia), recitativos y cantos (cantica) que suponan para el su*ido
pblico romano un alivio en la monotona de los dilogos y una oportunidad de poder seguir
el hilo de un argumento que en muchas ocasiones haba perdido. Los jefes de compaa de la
Repblica haban subido el coro de la orquesta a la escena con el fin de incorporarlo ms ac-
tivamente a la accin. En la poca imperial se integr plenamente, a pesar de que con ello
poda quedar diluido en la fantasmagora del decorado y el hechizo del lirismo musical. Del
mismo modo se dedicaron a arreglar sin piedad los manuscritos tradicionales que todos los
aos ponan en escena, restringiendo de tal modo los dilogos que despus de sus censures
una tragedia slo consista en una sucesin ms o menos diestramente dispuesta de pauses
lricas o cantica imaginemos el Poema del Mo Cid reducido a sus estancias o la tragedia de
Atala a sus coros y lograremos comprender la metamorfosis que sufri el teatro de la poca
imperial.
Recordemos que los cantica ms famosos, repetidos generacin tras generacin, eran
conocidos por todos los romanos de memoria. En los funerales de Csar la multitud cant los
del Armorum indicium de Pacuvius, composicin que pareca haber sido creada dos siglos
antes con el solo objeto de traducir el sentimiento de este emperador: Slo los he salvado
para perecer a sus manos?
;:
S`
::
::
Recordemos tambin cmo, en el curve de las Saturnales del ao 55 d. C., Britnico logr
salir airoso de la situacin en que le haba puesto Nern cuando, para burlarse de l, al final
de una fiesta a la que el emperador le haba invitado junto a todos sus compaeros de juerga,
le hizo avanzar haste el centro del triclinium y le orden que contara algo. El joven prncipe
no se dej intimidar; en luger de callar o canter cualquiera de las obscenidades que sin dude
los invitados esperaban or, enton un poema cuyo argumento aluda a su propia situacin, ya
que el hroe tambin haba sido desheredado de la sucesin al bono y privado de su rango
supremo. Se trataba al parecer de la Andromaca de Ennio, cuyos ms bellos acentos nos
transmiti Cicern en sus Tusculanas:
Los espectculos
285
No obstante, por una evolucin casi inevitable, la pera se despoj de cuanto le una a la
poesa. Las normas del gnero siempre exigieron que el protagonista de los cantica fuese un
solista 70. Pero, con el tiempo, los cantica fueron adaptndose cada vez ms a la personalidad
del cantor, personaje que llevaba todo el peso de la obra y que reciba los honoree del xito.
No soportaba ms gente a su alrededor que los comparsas: los danzarines prricos, que se
ponan en movimiento a una orden suya y siguiendo su cadencia; los symphoniarii, que le
daban la rplica y le hacan el coro, los instrumentistas de la orquesta, quienes le
acompaaban 0 tomaban su relevo con las ctaras, trompetas, cmbalos, flautas o acorden
(scabellarii). Eran meros satlites del astro. l era quien llenaba la escena con sus
movimientos y la teatralidad de su voz, quien llevaba toda la accin, ya cantara, hiciera
mmica o bailara. Para prolonger su juventud y conservar una silueta estilizada se someta a
un severo rgimen en el que estaban prohibidos los alimentos y las bebidas cidas, y en las
ocasiones en que cualquier ligero aumento de peso amenazaba su lnea, se vea obligado a
tomar purgantes y vomitivos. Fiel a la ms estricta de las disciplines, repeta sin descanso
unos ejercicios de flexibilidad destinados a mantener la fuerza de los msculos, la elasticidad
de las articulaciones y el alcance y encanto de su voz 7~. De este modo el pantomimo ya se
senta capaz de encarnar cualquier personaje humano, de representar cualquier situacin, de
imitar todo aquello que existiese en el mundo y de crear una segunda naturaleza con sus
fantasas. As, aunque la ley segua llamndole histrinico y declarndole infame, se
convirti en el hroe de sus das y en el favorito de las dames. En el reinado de Augusto el
pantomimo Pylades era clebre en la Urbs por su pretenciosa actitud y sus disputes. En
tiempos de Tiberio se produjo una tumultuosa ria entre seguidores rivales que acab con la
muerte de varios soldados, un centurin y un tribuno 72. Nern, quien no obstante admiraba
su fame, no tuvo ms remedio que actuar
286
Es innegable que entre los dolos del pueblo romano tambin hubo grandes artistes. Pylades I,
en los tiempos de Augusto, ennobleci el arte de la pantomime, un gnero que l haba
impuesto en Roma. Hay varies ancdotas que den testimonio de la gran conciencia e inters
que tena por su arte. Un da en que su alumno y mulo, Hylas, ensayaba ante l su paper de
Edipo con una gran suficiencia, se le acerc y para devolverle a la realidad le dijo:
aRecuerda, Hylas, que eres ciego. Otro da que este mismo pantomimo interpretaba en
pblico una obra cuya frase final era en griego, el gran Agamenn, TV ~yaV Ayallvava,
y que el actor pareca querer realizer literalmente la frase estirndose cuanto poda, Pylades
no pudo evitar gritarle desde la grade de la casoa donde se hallaba como simple espectador:
Lo ests haciendo largo, no grande! El pblico se dio cuenta de quin era y le hizo subir al
escenario e interpreter el paper criticado. Cuando Pylades lleg a la escena cuya interpreta-
cin haba impugnado, sin ms artificios tom la actitud de un hombre que medita, ya que lo
propio de un gran hombre es pensar mejor que los dems y hacerlo por todos 75. Al menos
Pylades tena el sentido de la belleza absolute, sa que florece para los espritus en el
trasfondo de lo real.
Pero sus sucesores no valoraron esta cualidad. La mayora renunciaron a dominar al mismo
tiempo canto y danza. Del mismo modo que en los orgenes de la tragedia romana Livius
Andronicus, intrprete de sus propias obras, tuvo que dejar de declamar porque las exigencies
del pblico haban quebrado su voz y limitarse a escenificar gestualmente su papel mientras
un cantor recitaba al son de las flautas 76, los pantomimos de la poca de Domiciano o
Trajano se limita
Los espectculos
287
ron a ser simples bailarines que dejaban al coro la tarea de entonar los cantica, traduciendo el
sentimiento por medio de sus actitudes, sus gestos y su danza. Al igual que el canto dominara
la tragedia, la msica qued sometida a la danza, y el talento de los pantomimos no volvi a
manifestarse ms que en el lenguaje mudo de sus movimientos. Excepto la voz, todo en ellos
hablaba: la cabeza, los hombros, las rodillas, las piernas y, sobre todo, las manos. Su
virtuosismo logr el testimonio de admiracin de Quintiliano: Sus manosdijopiden y
prometen, acercan y alejan, traducer el horror, el temor, la alegra, la tristeza, la vacilacin, la
confesin, el arrepentimiento, la mesura, el abandono, el nmero y el tiempo. Calman y
excitan, imploran y aprueban. Tienen el poder de reemplazar las palabras. Para evocar la en-
fermedad, remedan al mdico que tome el pulso; para significar la msica, colocan los dedos
como los del virtuoso de la lira (Iyricine). 77 En el siglo 11 de nuestra era, el pantomimo
haba alcanzado tal maestra que, sin acudir a la palabra, era capaz de encarnar
consecutivamente a todos los personajes, Atreus, Thyestes, Egisto o Aeropea, de una obra
como el Festn de Thyestes, representado ante la presencia de Luciano 78.
Despus de leer a Paul Valry, no podemos ignorer que Terpscore era una Musa de la danza
y que sta recibe de las muses su magia potica. Es cierto que la danza exalta el alma y
glorifica el cuerpo. Con el flujo y reflujo de sus caprichosas y acompasadas piruetas,
desencadena y apacigua el oleaJe de las pasiones humanas y, en instantes divinos, reproduce
con la flexibilidad de sus vibraciones la armona del Universo. Sin embargo, hemos de
confesar que las sorprendentes evoluciones escnicas de Fregoli no estaban inspiradas por
Terpscore, como tampoco cabe dude de que los pantomimos romanos acabaron matando el
arte con la exageracin de sus acrobacias.
288
1
'~i i
msicos y libretistas se convirtieron en sus peones. Los poetas saltaban de felicidad cuando
en la Urbs les encargaban una Agave 79, pero carecan de libertad creadora. Los pantomimos
hacan la fey, regulaban la puesta en escena, dictaban los versos, inspiraban la msica y
elegan los temas segn sus virtuosismos y sus deficiencies, de modo que quedaran bien de
manifiesto los primeros y los ltimos pasaran desapercibidos ante un pblico que perda su
exigencia segn aumentaba en nmero. Haban renunciado a llegar al corazn del pblico y
slo buscaban atraer las miradas y helar o exciter los sentidos. Sus obras preferidas eran los
dramas negros, con los que sembraban el espanto, y los dramas libidinosos, mediante los
cuales no les resultaba difcil despertar las sensaciones de un pblico dispuesto a convertirse
en cmplice de su premeditado erotismo. A la primera categora pertenecen las obras del
repertorio registrado por Luciano: el Festn de Thyestes y Agav, demente y asesina de su
hijo, como ya hemos citado; Niob, loca de dolor ante la masacre de sus hijos; la serie de
Furias o leyendas picas y mitolgicas, como la Furia de Ajux y la Furia de Hrcules, obras
en las que ya Pylades sobreactuaba 80. En cuanto a la segunda categora, la lista es
innumerable. Estaban los amores desgraciados o culpables de Dido y Eneo, de Venus y
Adonis o de Jasn y Medea; la equvoca presencia de Aquiles vestido de mujer entre las hijas
de Licomedes, en Scyros; incestos abominables como los de Cniras y Mirra, su hija, cuyo
estreno fue la vspera del asesinato de Calgula 8], segn cuenta Iosephus; Procne y Tereo, su
cuado, quien le corta la lengua para asegurarse de su silencio y del que ella se vengar
sirvindole a la mesa el cuerpo de Itis, el hijo que Tereo haba tenido en legtimas nupcias
con su hermana Filomela; Macareo y Cnace, su hermana, paper que no dud Nern
interpreter en una de sus escandalosas exhibiciones 82, aunque ella para en una escena y
Eolo echaba al recin nacido a los perros y, por ltimo, Pasfae y sus amores con el toro en el
Laberinto.
Argumentos semejantes slo servan para embrutecer o corromper a unos espectadores que, 0
se estremecan de es
Los espectculos
,
~'
" i~
289
panto, o sentan insinuarse en sus venas el fuego de estriles deseos. Las mmicas ms
espantosas extasiaban a las muieres, los gestos ms lascivos las emocionaban: Tuccia pierce
el control de sus sentidos; Apula deja escaper lastimeros suspiros como en el acto de amor;
Thymele, an novicia, enmudece, observe y se educa.~> 83 Ante semejante situacin, es
lgico que Trajano, quien, no obstante, segn las males lenguas haba sentido un amor
desmesurado por Pylades II, el gran pantomimo de su reinado 84, por respeto a su persona
intentase evitar que los histriones interrumpieran sus obscenas danzas para bailer a su modo
el panegrico del emperador 85. As pues, esta evolucin que se produjo de la tragedia a la
pera y de sta a la pantomime, termin reduciendo el teatro romano a un espectculo de
music-hall.
Aunque quiz menos vertiginosa, la decadencia de la comedia tambin fue un hecho real en
Roma. En el siglo 1I de nuestra era an se interpretaba a Plauto y Terencio, pero mucho ms
por respeto a la tradicin que por inters suscitado. Si, como elegantemente escribi Roberto
Paribeni, los romanos le haban vuelto la espalda a la tragedia porque, habituados a las
salsas fuertes y a las comidas picantes en sus palacios, obras como Edipo en Colona o
Ifigenia en Turide les producan el efecto de una tisana de manzanilla 86, es natural que el
moderado aderezo de las comedies les pareciera inspido. El intento de Bathyllus, en el siglo
de Augusto, por rejuvenecer la comedia a travs de la msica y la danza no le sobrevivi; es
ms, a partir de entonces se la arrincon y fue reemplazada por la mmica, ya escenificada en
las capitales de los Diadocos, introducida en Roma en el siglo I antes de nuestra era y en
seguida adaptada al gusto de las mesas.
El mimo, en griego ~llo; y en latn mimus, al mismo tiempo designa gnero y actor. Es una
farsa burlesca, a veces burlesca y dramtica, que trata de acercarse lo ms posible a la
realidad 87. Para hablar con exactitud, es una tajada de la vida an caliente y bien sazonada
que se lleva al escenario, cuyo xito vendr determinado por el grado de realismo, o si se
prefiere, de naturalismo.
290
En el mimo romano los signos convencionales se haban abolido. Los personajes no llevaban
mscaras. Los actores se vestan como el hombre de la calle. El nmero de mimos de una
compaa dependa de los personajes que requiriera la obra. Los papeles femeninos estaban
interpretados por actrices de dudosa reputacin en los tiempos de Cicern quien, tocado por
el talento de Arbuscula y el encanto de Cytheris, est absolutamente dispuesto a defender a
un burgus de Atina acusado del rapto de una mimula basndose en una ley consagrada por la
costumbre en los municipios 88. Los argumentos se nutran de la rutina cotidiana, en especial
de los hechos ms groseros y los personajes ms bajos: a diurna imitatione vilium rerum et
levium personarum 89. De ordinario estaban tratados con un matiz caricaturesco que alcan-
zar, como veremos, tintes de impudor y atrocidad. En ellos se permita tocar la poltica como
en las Revues francesas de fin de ao. En tiempos de la Repblica el mimo sola ser un
espectculo satrico; as, para Cicern las alusiones de estas obras constituan un modo de
abrir una brecha en el rgimen de Csar. En el Imperio evidentemente se puso del lado del
prncipe y slo serva para ridiculizar a los que haban cado en desgracia. El mimo Vitalis se
jactaba de su acertada puntera contra estos personajes: Aquel que vea en m a su doble se
estremeci de horror al sentir que yo era ms l que l mismo. 90 A mi juicio no es una
casualidad que la obra de mimo ms representada desde el ao 30 haste el 200 d. C., el
Laureolus de Catulo, montada en tiempos de Calgula y muy representada en los de
Tertuliano, probara mediante el fin reservado a su protagonista que, bajo la ley de los buenos
gobiernos, los malvados son castigados y que la ltima palabra siempre la tiene la justicia.
Los espectJculos
291
yor fue hacindose la aceptacin pblica del mimo, menos comprometido se haca el texto.
Los grandes mimos que he citado, al igual que Molire, eran autores de sus propias obras. Sin
embargo, los mimos imperiales fueron actores que acomodaron a su forma de interpreter las
obras y los escenarios, y que, segn la mode del momento y la actitud del pblico, hacan
imprevistas variaciones sobre el tema anunciado. El mimo pudo ser para la antigua comedia
lo que la Comedia Francesa para el teatro libre. Pero lo nico que hizo fue suplantarla con
espectculos cuya improvisacin se asemejaba a la de los payasos en nuestros circos y reducir
el texto al paper que cumplen los rtulos de la pantalla, aun cuando son bilinges, en el
desarrollo de nuestras pelculas.
292
Cuando pisamos el recinto de la arena, despus de casi dos mil aos de cristianismo, tenemos
la impresin de haber descendido a los infiernos de la Antigedad. Nos gustara, para salver
el honor del pueblo romano, arrancar del libro de su historia la pgina manchada con sangre
indeleble, borrar la imagen de una civilizacin que invent pala
Los espectculos
293
bras para nombrar sus crmenes y propag una sangrienta realidad. No es que lo condenemos,
es que no acertamos a comprender la aberracin en la que cay este pueblo al transformar el
munus, aquel sacrificio humano, en una fiesta celebrada con alegra por la ciudad entera, al
preferir, de entre todos los placeres que se le ofrecan, el degello de unos hombres que
haban sido armados para mater y ser matados ante su complacida vista. En el ao 164 a. C.
el pueblo romano abandon el teatro donde se representaba Hecyra de Terencio para asistir a
uno de aquellos combates de gladiadores. En el primer siglo a. C. se haban aficionado a ellos
de tal modo que los polticos que deseaban ganar sus votos les invitaban a estas carniceras
espectaculares. Concretamente, en el ao 63 a. C., el Senado tuvo que defender una ley en la
que se sancionaba a los magistrados que hubiesen financiado espectculos de este tipo dos
aos antes de las votaciones 95. Por supuesto, los aspirantes a la monarqua los utilizaron
para sus ambiciosos fines: Pompeyo se los ofreci a sus sbditos haste saciarlos 96; Csar
renov su atractivo revistindolos de un esplendoroso lujo 97. Los emperadores, deseando
fomenter en las multitudes esta aficin asesina, forjaron en la gladiatura el ms firme y
tambin el mas siniestro de sus instrumentos de poder.
Augusto fue el primero en utilizarlo. Fuera de Roma asegur la observancia de
las leyes pstumas de Julio Csar y continuo impomendo a los magistrados municipales una
tasa para el manus anual, tasa que a partir del ao 27 d. C., momento en el que Tiberio
dispuso que quedaran exentos los particulares cuyos ingresos fueran inferiores al capital
ecuestre de 400.000 sestercios 98, pagaron slo ellos. En Roma dispuso que fueran los
pretores los que costeasen, dos veces al aoms tarde, en el reinado de Claudio seran los
cuestores, ya que eran ms numerosos, 120 parejas de gladiadores por espectculo, cifra
que baj a 100 con Tiberio 99. Sin embargo, esta restriccin estaba menos orientada a
controlar la pasin del pueblo que a acrecentar su propio prestigio. Si bien Augusto regul de
este modo la editio de los munera ordinarios, sin embargo convoc munera ex
~r
294 295
Hasta el mandato de Csar, los promotores de los munera los organizaban en el circo o
levantaban para la ocasin en el foro unas empalizadas que al da siguiente derribaban. En el
ao 53 o 52 a. C., Curio el Joven, quien financiaba en secreto el rgimen de Csar con el oro
de la Galia y en contrapartida reciba el apoyo del emperador para su candidature de tribuno,
pens que poda ganar una baza importante si de algn modo se haca con los electores. As
pues, pretext la necesidad de rendir honoree a los manes de su recientemente fallecido padre
y convoc unos juegos escnicos a los que al final aadira un munus, y tuvo la genial idea de
construir no uno, sino dos teatros de madera, muy espaciosos, unidos por los vrtices de sus
hemiciclos y montados sobre una base. Durante los juegos escnicos, realizados antes del
medioda, los dos teatros permanecan separados a fin de que una y otra representacin no se
estorbasen. Pero despus del medioda, cuando comenzaba el munuslo que nos indica que
las gentes, ocupadas por la maana, podan asistir sin embargo a la gladiaturade repente
los dos teatros giraban sobre s mismos y se unan, de manera que sus dos hemiciclos
formaban un valo en cuyo interior, y limitada por las mamparas de madera, se situaba la
arena. La maniobra llamaba poderosamente la atencin de un pblico que, indiferente a los
peligros que entraaba, ha
ca lo que fuera por ester presente en esta mirfica transformacin. Un siglo ms tarde, Plinio
el Viejo an se exasperaba ante la loca imprudencia de estos curiosos: Miradlo ah, mired a
este pueblo vencedor de la sierra y conquistador del Universo, fascinado con una maquinaria
y aplaudiendo sin intuir el peligro que corre. t02 Ciertamente era una actitud de suicidas.
Pero, si reflexionamos, veremos que de ah saldran sodas las arenas del mundo.
En efecto, para el munus que ofreci a la plebe con motivo de su cudruple triunfo en el ao
46 a. C., Csar adopt de entrada y sin mecanismo alguno el doble dispositivo del teatro que
haba inventado su amigo Curio ]03. El genial dictador haba encontrado la frmula; pero
como no la haba aplicado ms que en una construccin provisional de madera, fue a Augusto
a quien le correspondi el honor de construir un edificio de piedra y a sus escribanos forJar la
palabra latina que en adelante designara este nuevo monumento: amphitheatrum ]04.
l~
1i
tosos trabajos llevados a cabo en la villa derecha del Tber, Augusto aadi al anfiteatro de
Taurus, slo preparado para combates terrestres, una naumaquia destinada a la representacin
de batallas navales cuya elipse, definida por dos ejes de 556 y 537 metros, circunscriba, en
luger de la arena, una cape de ague cortada por una isle artificial, que discurra por entre los
bosques y los jardines diseados a su alrededor. Aunque la naumaquia de Augusto abarcaba
una superficie casi triple a la del Coliseo y ste a su vez, al menos en sus comienzos, estuvo
preparado para tracer las veces de arena o naumaquia segn la necesidad, el pblico an no se
senta satisfecho, por lo que Trajano hubo de construir piedra a piedra un anfiteatro de
refuerzo, el amphitheatrum Castrense, no lejos de la iglesia actual de la Santa Cruz de
Jerusaln, y una naumaquia suplementaria situada al noroeste del actual castillo Sant'Angelo,
la naumachia Vaticana. De las dos naumaquias y del anfiteatro Castrense slo nos queda el
eco. Pero la visin de lo que an subsiste del Coliseo nos baste para explicarnos la
disposicin clsica de los anfiteatros romanos.
El Coliseo fue construido en toba calcrea compacta, cuyos bloques, extrados de las cameras
del Albula, cerca de Tibur, haban sido llevados a Roma a travs de una carretera de 6 metros
de ancho abierta para tal ocasin Sus ejes, de 188 y 156 metros, forman un valo de 527
metros de dimetro y sus muros miden 57 metros de altura y soportan cuatro plantas.
Evidente copia de la rotonda del teatro de Marcellus, los tres primeros pisos superponen tres
fieas de arcades, primitivamente adornadas con estatuas, que no difieren entre s ms que en
el orden de las columnas: drico, jnico y corintio. El cuarto piso est formado por un muro
macizo dividido en compartimentos por la alternancia de pilastras de molduras lisas, de tal
modo que se suceden los espacios, unos abiertos con ventanas y otros adornados con escudos
de bronce que hizo poner Domiciano y que, como es natural, desaparecieron. Sobre cada una
de las ventanas se colocaron tres mnsulas que se correspondan con otros tantos ojos abiertos
en la cornisa. Las mnsulas servan de apo
::
Los espectculos
297
yo a los mstiles en los que, cuando apretaba el calor, un destacamento de la flota de Misena
sujetaba el entoldado gigante que guarec~a a los gladiadores en la arena y a los espectadores
en la casoat Esta comenzaba a cuatro metros de la arena con la plataforma del podium,
protegida por una balaustrada de bronce, y sobre ella estaban colocados los asientos de
mrmol de los privilegiados, troy en da abonados, cuyos nombres hen llegado haste
nosotros. Por encima estaban las tres series de grades o maeniana. La primera estaba
separada del podium y de la segunda por el doble cinturn de pracinctiones, corredores
circulares dispuestos a la misma altura y bordeados por pequeos muros. Cada seccin de
grades estaba dividida por pasillos en rampa que vomitaban oleadas de espectadores, de ah
su nombre de vomitoria. La primera zone de grades tena veinte fieas y la segunda quince.
Entre la segunda y la tercera se interpona un muro de 5 metros de altura abierto por puertas y
ventanas. Bajo la terraza que lo una con la muralla exterior se sentaban las mujeres y sobre
ella se colocaban, de pie, los visitantes de paso por la ciudad y los esclavos, a los que no se
les entregaban tarjetas de entrada o tessera y por tanto no podan conseguir un asiento en
las grades.
A pesar de que los Regionarios estiman en 87.000 el nmero de loca del Coliseo, nosotros
calculamos que las loca de las grades seran unas 45.000 y 5.000 Ias localidades para el
pblico que permaneca de pie; y, sin embargo, an podemos distinguir en su arquitectura los
ingeniosos mtodos para favorecer la entrada y la salida de toda esta multitud. De las setenta
arcades que tena el anfiteatro, cuatro de ellas, situadas en la prolongacin de los ejes, estaban
prohibidas al pblico y carecan de seal alguna. Las otras estaban numeradas de la I a la
LXVI. En el momento de entrar, cada uno de los invitados del magistrado o del prncipe no
tena ms que dirigirse hacia la puerta cuyo nmero figuraba en su tessera y despus hacia
el maenianum, el pasillo cuya indicacin tambin se especificaba. Entre la casoa y el muro
exterior, dos muros concntricos situados en la planta baja separaban la doble columnata y en
los dems pisos haba una
:~:
.,1.
galera cuya utilidad era mltiple, ya que serva de soporte para la casoa, daban acceso a las
escaleras que conducan a los vomitoria, ofrecan a la multitud la posibilidad de pasear bajo
techado antes del espectculo y durante los entreactos servan de refugio contra el sol o la
lluvia. De todas las localidades las mejores eran, evidentemente, las situadas en el nivel del
podium en los dos extremos del eje menor: el palco del emperador y de la familia imperial al
norte y el del pretor y los magistrados al sur. Pero podemos afirmar que incluso los pullati, es
decir, la gente pobre, burdamente vestida con tejidos marrones, que se abra paso a codazos
hasta el gallinero situado en la terraza superior, podan seguir perfectamente las peripecias
de los dramas mortales que se desarrollaban en la arena
sta, con sus dos ejes de 86 por 54 metros, tena una superficie de 36 reas y estaba rodeada
por una alambrada metlica, situada a cuatro metros del basamento del podium que serva
para defender al pblico de las embestidas de los animales salvajes que saltaban a la arena.
stos estaban enjaulados en el subsuelo del anfiteatro mientras los gladiadores hacan su
entrada por una de las arcadas del eje mayor del edificio. En efecto, el subsuelo del anfiteatro
albergaba las conducciones que en el ao 80 permitieron inundar la arena en un abrir y cerrar
de ojos y transformarlo en una naumaquia, y adems en l se haba construido, seguramente
en los tiempos de la edificacin de la naumachia Vaticana por Trajano, no slo jaulas de obra
donde se guardaba a las fieras hasta que salan a la arena, sino todo un sistema de planos
inclinados y montacargas por los que podan salir con rapidez y ser elevados sin prdida de
tiempo. Ciertamente, tenemos que inclinarnos ante los arquitectos Flavios que, tras drenar el
stagnum Neronis, supieron levantar en su lugar un monumento colosal y perfecto, en el que
destacan tanto sus detalles como su orden arquitectnico o su ingeniosa tcnica, cuya solidez
ha desafiado a los siglos para hacer que sintamos la exaltacin o incluso la plenitud que sen-
timos en San Pedro de Roma, cuyo enorme poder parece aplastarnos, un arte seguro de s
mismo por las infalibles
Los espectculos
299
proporciones en que basa su equilibrio y su armona. Pero para que este sentimiento de
admiracin que experimentamos al contemplarlo no se diluya, no es preciso olvidar los fines
brutales a los que sirvi y los espectculos de inhumana crueldad para los que los arquitectos
imperiales de la antigedad crearon esta obra maestra.
las provincial sometidas, los reyes suLyugados y haste los potentados de la India, animales
que llenaban su zoolgico o vivarum situado a las afueras de la ciudad, cerca de la puerta
Prenestina; y por ltimo contaba con los efectivos humanos, un autntico ejrcito de
combatientes reclutados entre los prisioneros de guerra y los condenados a la pena capital.
Los gladiadores que componan este ejrcito se dividan en instructores y alumnos, y tras
observer sus distintas aptitudes fsicas, se destinaban a cualquiera de los diferentes
cuerpos: los samnitas, que llevaban escudo (scutum) y espada (spatha); los traeces,
protegidos por una rodela (parma) y armados con un pual (sica); los murmillones, provistos
de un casco que representaba un pez merino, y los retiarii, que solan enfrentarse a los
anteriores con la red y el tridente. A excepcin de los sportulae, inventados por el de-
sequilibrado cerebro de Claudio, que consistan en intensas peleas de grupo de una
escalofriante brevedad y en las que en varies horas moran numerosos combatientes, los
munera habitualmente duraban lo mismo que los juegos, es decir, comenzaban al alba y
terminaban con el crepsculo, exceptuando los munera de los tiempos de Domiciano, que so-
lan alargarse haste la noche. As pues, era importante que fueran variados y por ello los
gladiadores se vean obligados a luchar tanto en el ague de las naumaquias como sobre la
sierra firme de la arena; lo mismo tenan que medirse con fieras salvajes, espectculo que
llamaban caceras o venationes, que pelear entre s, o lo que es lo mismo, prestarse a los
duelos de la hoplomachia.
Los autores y los propios monumentos nos indican varias clases de venationes. Las haba
inofensivas, que consistan en representaciones de fieras amaestradas y de animales
domesticados, perfectas para romper la monotona de las
. . . . . .. . . .
Los espectculos
30
ban gravemente ante el palco imperial o que escriban en la arena con la trompa frases latinas.
Tambin haba duelos a muerte entre fieras salvajes: oso contra bfalo, bfalo contra elefante
o elefante contra rinoceronte. Las haba repugnantes, en las que los hombres, protegidos tras
unas rejas o a la altura del palco imperial, como ms tarde Cmodo, disparaban sus flechas
contra las fieras que rugan de furioso dolor y anegaban la arena con la sangre de su vil
matanza. Las haba emocionantes, a menudo embellecidas con un decorado silvestre
dispuesto en la arena que ennobleca el valor y la destreza de los gladiadores, en las que
realmente arriesgaban su vida luchando contra toros, osos, panteras, leones, leopardos y
tigres. Pero tambin los haba que salan rodeados por una jaura de perros y armados con
antorchas encendidas y venablos, arcos, lanzas y puales, de modo que no corran ms
peligro que el que corra el emperador, por ejemplo Adriano, en las pequeas batallas que
representaban sus caceras. Solamente ponan un grano de honor en su batalla cuando,
venciendo el peligro con audacia, sometan a un oso a puetazos, cuando cegaban a un len
con el manto, cuando, con un gesto que despus haran los toreros, llamaban a un toro
agitando una tela roja y prolongaban la emocin del peligro eludindolo con la habilidad de
sus fintas y la rapidez de su carrera, cuando para ponerse fuera del alcance de una fiera
escalaban un muro, saltaban con prtiga, se deslizaban por una de aquellas puertas de
molinete (cochleae) preparadas antes en la arena o se deslizaban a toda prisa en un cesto
redondo y provisto de pinchos que les haca parecer erizos (ericius). Esta venatio con la que
el prncipe gratificaba generosamente al pueblo a medioda, para rematar los munera 107, no
era ms que una imagen apenas aumentada de la aura realidad de la caza antigua; incluso a
veces la caballera del pretorado intervena haciendo aquellas elegantes y patticas corridas
como si se tratara de grandes maniobras. Lo que realmente nos indigna de ellas es la cantidad
de vctimas, el bao de sangre donde las fieras flotaban a puados: 5.000 en los munera del
ao 80 con los que Tito inaugur el Coliseo 108; 2.246 y 2.243 en slo dos mu
302
nera de Trajano i09. Pero estas carniceras que nos den nuseas y que a finales del siglo Ill de
nuestra era tambin repugnaban a los mismos romanos llo, respondan a una necesidad.
Gracias a estas matanzas los Csares purgaron a sus provincial del terror de los monstruos,
gracias a ellos en el siglo IV ya no quedaban hipoptamos en Nubia, leones en Mesopotamia,
tigres en Hyrcania ni elefantes en frica del Norte. Con las venationes del anfiteatro, el
Imperio romano realiz en todo su mbito los trabajos de Hrcules. Lo nico es que tambin
los deshonr con sodas las variedades de la hoplomachia y con una venatio que no sabramos
decir si era ms cruel que cobarde.
\
l
Los espectculos
303
tidos con clmides teidas de prpura y bordadas en oro. Marchaban con el paso desenvuelto
y las manos libres, seguidos por los esclavos que llevaban sus armas, y, cuando llegaban
frente al palco imperial, se volvan hacia el prncipe y, con el brazo alzado hacia l en seal
de homenaje, le dirigian la pattica y real exclamacin: Ave. Emperador, los que van a
morir te saludan! (Aye, Imperator, morituri te salutant./) Cuando el desfile terminaba,
entonces se procedia al examen de las armas, la probatio armorum, a fin de que fuesen
retiradas aqullas cuyo filo o punta no estuviesen suficientemente afilados y as la funesta
tarea pudiera llevarse a cabo haste el final. Cuando las armas haban sido seleccionadas y
repartidas, se haca el sorteo de las parejas de luchadores, despus de haberse decidido si se
enfrentaran g!adiadores de la misma categora o, por el contrario, de distmtos cuerpos, un
samnita y un traex, un murmillo y un retiarius, 0 para engrandecer el espectculo, se recurra
a extranas combinaciones o a selecciones contraries como negro contra negro, como en el
munus en el que Nern rindi honores al rey de Armenia, Tiridates, o enano contra mujer
como en el munus que en el ao 90 d. C. organiz Domiciano.
Una vez previsto todo esto, se elevaba la estridencia de la orquesta, o para ser exactos, una
msica de jazz donde las flautas sonaran Junto a trompetas estridentes y las trompas Junto
al rgano, y a una orden del presidente del munus, los combates comenzaban amenizados por
esta cacofona. Apenas la primera pareja de gladiadores comenzaba a probarse, una fiebre
semejante a la que se apoderaba de la multitud en las carreras llenaba el anfiteatro. Igual que
en el circo, los espectadores jadeaban de inquietud o de esperanza, unos a favor de los
azures y otros de los verdes, unos jaleaban a los parmularii, los favoritos de Tito, y otros
a los scutarii, por los que se inclinaba Domiciano. Las apuestas o sponsiones se hacan como
en los ludi, y para que el resultado no fuera falseado por un acuerdo previo entre los
luchadores, un instructor se mantena a su lado dispuesto a ordenar a los lorarii o fustigadores
a sus rdenes que exci
taran el ardor homicide de los gladiadores por medio de innobles gritos asesinos: golpea
(verbera), degolla (iugula), quema (ure), y, si haca falta avivar su agresividad, azotndoles
haste hacerles sangre con sus corrects de cuero. A cada herida que se hacan los gladiadores
el pblico, que temblaba por sus apuestas, reaccionaba con una enfermiza pasin. Cuando
aqul contra el que haban apostado vacilaba, manifestaban sin ningn pudor su degradante
alegra y, de modo salvaje, iban contando los golpes: lo tiene (habet), ya lo tiene (hoc habet),
y no expresaban la alegra por la victoria de su favorito haste que no vean a su adversario
derrumbarse por un golpe mortal.
Los espectculos
305
Al gladiador victorioso, al menos por esta ocasin, se le recompensaba una vez finalizado el
combate. Se le obsequiaba con platos de plate llenos de monedas de oro y preciados regalos,
y con los presentes en la mano, recorra la arena baJo la aclamacin de la casoat A partir de
ese momento se haca rico y se le colmaba de honoree. Por el poder que otorga la popularidad
y la riqueza, el gladiador esclavo, ciudadano desposedo o condenado a muerte, pasaba a
gozar del mismo prestigio que los pantomimos o los aurigas. Las muJeres caan rendidas a
sus pies, tal como nos muestran los graffiti de Roma y Pompeya; el verdugo de la arena de
pronto se converta en verdugo de corazones: decus, puellarum suspirium puellarum i15.
Pero ni su fortune ni su gloria le evitaban tener que exporter su vida de nuevo. Normalmente
tena que volver a la arena para defender su existencia y su continuidad con nuevas victories,
ya que ms que luchar por las palmas del triunfo lo haca por obtener la vara de madera o
rudis que se le conceda al final de su carrera y que significaba la libertad. Los emperadores
de la poca en que nos situamos tendan a acortar el tiempo de gladiatura de los mejores
luchadores. Marcial alaba la generosidad del poderoso Domiciano,
Estos rasgos de humanidad nos desconciertan tanto o ms que las indignas matanzas
colectivas. Pero, a pesar de stos, era frecuente que muchos gladiadores rechazaran la
magnanimidad del prncipe: estaban tan faltos de moral que preferan seguir con su oficio de
asesinos antes que renunciar a la comodidad de la vida que llevaban en las casernas, a la
exaltacin que les produca el riesgo o a la embriaguez de la victoria. Conocemos el epitafio
de un gladiador llamado Flamma que, despus de conseguir 21 palmas de la victoria, se
volvi a alistar en cuatro ocasiones ms 117. Por otra parse, los munera haban alcanzado tal
desarrollo que las liberaciones masivas se hicieron necesarias para renovar el espectculo. Me
limitar a citar datos referentes al reinado de Trajano. Sabemos por Dion Cassius que en el
ao 107 d. C. Trajano divirti a la plebe con los combates de 10.000 gladiadores. Tambin
hemos conocido por los Fastos de Ostia que en el ao 113 d. C. ofreci una sportula en la
que, durante tres das, desfilaron 1.202 parejas de gladiadores, y en el ao 109 d. C. un munus
celebrado desde el 7 de julio al 1 de noviembre, es decir, durante 117 das consecutivos, pe-
rodo en el que combatieron 4.912 parejas de gladiadores, o lo que es lo mismo, 9.824
individuos. Por cierto que sea el nmero de gladiadores a los que Trajano concedi en mesa
la libertad, no podemos por menos que pensar con una angustiosa desazn en la multitud de
cadveres que alfombraron la arena durante todo este derroche de enfrentamientos armados,
en todos aquellos vencidos a los que la muerte liber de su abominable oficio, cuyo nmero
seguramente no tuvo el valor de indicar el redactor de los Fastos de Ostia. Cicern afirm
que no hay nada que explique mejor el su
Los espectculos
307
premo desprecio por el dolor y la muerte que un munus y ms tarde Plinio el Joven escribir
que estas matanzas eran un medio esencial de conocer el poder enaltecedor del valor, ya que
muestran que el ansia por la victoria y los deseos de gloria tambin pueden anidar en el
cuerpo de un esclavo o un criminal 1~8. Nosotros nos negamos a aceptar estas frreas
apologas y pensamos con angustia en el grado de vileza de los espectadores y en los terribles
sufrimientos de las mutiladas o moribundas vctimas. Los miles de romanos que, durante das
y desde la maana a la noche, encontraban un modo de diversin en estos crueles sacrificios
y no tenan una lgrima para aquellos cuyo sacrificio multiplicaba sus ganancias mientras
ellos permanecan sentados sin riesgo alguno, lo nico que aprendieron en aquellos es-
pectculos fue a despreciar la dignidad y la vida humane.
En muchos municipios de provincial se conserv haste finales del siglo Ill la costumbre de
realizer munera sine missione, es decir, combates de gladiadores en los que ninguno de los
dos contrincantes quedaba con vida. Apenas caa uno de los luchadores sala otro en su luger,
el tertiarius o supposztlaus, se enfrentaba al vencedor y as sucesivamente hasta el total
exterminio l~9. En Roma haba espectculos que duraban todo el da, a cuyo programa se
aadan excepcionales atrocidades: la venatio de la maana y la hoplomachia de la primera
hora de la tarde, donde la muerte era inevitable y cualquier signo de valor intil. Los
gladiator) meridiani eran todos ladrones, asesinos o incendiarios a quienes sus crmenes les
estaban penados con la rnuerte en el anfiteatro: moni ad gladium ludi damnati. A todos ellos
se les ajustaban las cuentas en el descanso del medioda. Sneca nos describi esta ignominia:
Se lanzaba a la arena al lastimero pelotn de condenados. De entre todos ellos se elega una
primera pareja compuesta por un hombre armado y otro unicamente vestido con la tnica. El
primero deba mater al segundo, y no cabe dude de que lo consegua. Despus de esto, el
vencedor era desarmado y conducido ante otro hom
bre armado haste los dientes, de modo que la carnicera continuaba inexorablemente haste
que la ltima cabeza rodaba por la arena 120. La matanza matinal an era ms espantosa.
Cuando Augusto levant una picota en el foro para ejecutar al bandido Selouros y lanz sobre
ella panteras y leopardos hambrientos, quiz sin darse cuenta invent el espectacular suplicio
que luego se generalizara 121. Criminales de ambos sexos y de cualquier edad a los que el
juez, por su real o supuesta perversidad y su humilde condicin, haba condenado ad bestial,
al alba eran arrastrados a la arena en la que se soltaban las fieras enjauladas en el susbsuelo
del anfiteatro. En esta venatio, representada en un bajorrelieve de Oxford, una terracota
africana y un mosaico tripolitano, no haba cazadores o venatores, sino presas para las bestial,
bestiarii, personas desarmadas ante feroces animales t22. Es el tipo de sacrificio al que se
sometieron con herosmo la virgen Blandina en el anfiteatro de Lyon, Perpetua y Felicidad en
el de Cartago y tantos cristianos en el de Roma, gentes annimas o santificadas por la Iglesia.
En memoria de estos mrtires troy se levanta una cruz en el centro del Coliseo, como si-
lenciosa protesta contra la barbaric a la cual sucumbieron los cristianos antes de que el
espectculo quedara abolido. No podemos mirar este smbolo en la actualidad sin sentir un
estremecimiento de horror por las sombras invisibles que flotan a su alrededor. Sera intil
recorder, para aliviar estos asesinatos, que el momento elegido para llevarlos a cabo era en la
venatio matinal, cuando en el anfiteatro an haba muy pocos espectadores, o a medioda,
cuando estaba vaco en sus tres cuartas parses (cum vacabat arena) porque los trabajadores
an no haban tenido tiempo para acudir y los ociosos haban vuelto a sus cases a tomar un
bocado. Aunque este horario testimoniara una especie de pudor y manifestara el pesar de
algunos romanos por la organizacin de unos espectculos de pesadilla, lo cierto es que entre
ellos haba muchos aficionados que por nada del mundo se perdan un divertimento que a
nosotros nos subleva y a ellos deleitaba. Antes que perderse cualquiera de los nmeros pre-
feran, como hara el emperador Claudio, entrar en el anfi
a pesar de sodas las justificaciones que seamos capaces de Imaginar, la realidad es que el
pueblo romano es culpable de haber gozado pblicamente con aquellas ejecuciones capitales
y, por ello, de haber hecho con harta frecuencia del Coliseo un demencial escenario de
suplicios y un sangriento matadero.
T, . . .
imiaus reacctones y supresin tarda
Hay que reconocer que tambin hubo romanos que se horrorizaron ante el avance de esta
enfermedad contagiosa y se esforzaron por atajarla o atenuar su virulencia
Augusto, por ejemplo, quiso imitar el lejano precedente de los generales filhelnicos del siglo
11 a. C. y reemprender las episdicas tentativas de Sila, Pompeyo y Csar, intentando
aclimatar a Roma los juegos griegos, en los que la lucha, concebida como un deporte, serva
para fortalecer el cuerpo en luger de aniquilarlo y en cuyos programas haba espacio para las
artes espirituales. En el ao 28 a. C., para conmemorar su victoria sobre Antonio y Cleopatra
y afar gracias a Apolo, fund los Actiaca, juegos que cada cuatro aos deban celebrarse en
Actium y en Roma. Sin embargo los Actiaca de la Urbs ya haban desaparecido en el ao 16
d. C. , Neron se propuso resucitarlos con la institucin de los Neronia, juegos tambin
peridicos, que comprendan tanto pruebas de resistencia fsica como concursos de poesa y
canto. Los senadores se negaron a participar en los primeros; en los segundos nadie se atrevi
a disputarle la victoria al emperador, quien se crea un artiste sin rival. Pero, a pesar de la
augusta iniciativa, los Neronia pronto cayeron en desuso; hubo que esperar a Domiciano para
que los romanos tuvieran un ciclo duradero de juegos al estilo griego. En el ao 86 d. C. este
emperador instituy el Agon Capitolinus cuyos premios, concedidos por su real persona,
recompensaban tanto las carreras como la elocuencia, el cornbate
como la poesa latina, el lanzamiento de disco como la poesa griega y el arte de lanzar la
jabalina como el de la msica. Para los deportee construy un estadio especial, el Circus
agonalis, bajo el emplazamiento donde troy est ubicada la Piazza Navona, y para las
actividades artsticas cre el Oden, cuyas ruinas descansan bajo el palacio Taverna, en el
Monte Giordano. Los juegos griegos, gracias a la magnanimidad del emperador, conocieron
en este tiempo un auge efmero, auge que cant Marcial en sus composiciones. Pero, a pesar
de que sobrevivieron a Domiciano, ya que Juliano el Apstata, segn testimonio de los
juristas, tambin les concedi toda su atencin ]25, los juegos griegos no pudieron competir
seriamente con los munera. En primer luger, el Agon Capitolinus slo se celebraba cada
cuatro aos; adems, Domiciano los haba pensado para un pblico reducido, ya que el
Oden no contaba ms que con 10.600 loca y el Circus agonalis con 30.088, es decir, 5.000 y
15.000 butacas, cifra inferior evidentemente a la del amphitheatrum Flavium ]26
Por otra parse, no tenemos ms remedio que aceptar que nunca fueron demasiado populares.
Frente a un espectculo como el del Coliseo, la multitud los desdeaba como si se tratara de
un cuadro sin relieve ni color. Tampoco gozaban de una opinin favorable entre los romanos
privilegiados, quienes vean en ellos una degeneracin extranjera infectada de nudismo e
inmoralidad. No son slo Marcial o Juvenal, a pesar de tener fame de aduladores de
cortesanos, quienes ridiculizan a los hombres y dames que se entrenaban para competir en
ellos. Tambin Plinio el Joven los criticaba en tiempos de Trajano, ya que aplaudi la
decisin del Senado de prohibir los escandalosos juegos griegos en la Vienna lugdunesa y
cite complacido la indignada exclamacin de su colega Iunius Mauricius: Ojal se
prohibieran tambin en Roma! 127 Entre la armona de los juegos griegos y la brutalidad de
los combates de gladiadores debi de existir una irreductible incompatibilidad. De hecho,
mientras que imitando a Roma la mayora de las provincial romanas haban construido sus
anfiteatros, ya que se hen hallado en el sur
de Argelia, en el u*ates y, exceptuando Attica, en casi toda Grecia, lo que demuestra una
vez ms el entusiasmo general por estos espectculos, los juegos griegos tuvieron que re-
fugiarse en Npoles y Pozzuoli 128, ya que en Roma haban sido aplastados por los munera.
En realidad, el munus pareca tan imposible de erradicar que los mejores emperadores
tuvieron que limitarse a humanizarlos. Adriano prohibi incorporar un solo esclavo a las
familias gladiatoriae sin su consentimiento; Tito, Trajano y Marco Aurelio hicieron lo
posible para tracer cada vez ms extenso el tiempo de la lusio, es decir, del simulacro de
munus, quitndole de este modo tiempo al munus real. Tito, aficionado a estos combates
donde la sangre no se derramaba, no vacil en pager de sus areas las lusiones de Reata, su
patria. Segn los Fastos de Ostia, Trajano inaugur el 30 de marzo del ao 108 una lusio que
dur trece das consecutivos y cont con 350 parejas de gladiadores. Marco Aurelio, fiel a la
ideologa filantrpica que le dictaba su estoicismo, se las ingeni para reducir fuera de la
Urbs el presupuesto de los munera y con ello disminuir la frecuencia de las representaciones;
pero en las ocasiones en que se vio obligado a ofrecrselos a la plebe, sistemtica y
deliberadamente sustituy el munus por la lusio. Sin embargo, en esta aura batalla contra
unos espectculos donde, segn palabras de Sneca, el hombre se alimentaba de la sangre del
hombre (invat humano sanguine frui) 129, la filosofa fue la menos afortunada. Despus de la
muerte de Marco Aurelio, con su hijo Cmodo, quien ambicionaba la gloria de los
gladiadores, los romanos no slo abandonaron las lusiones, sino que desertaron de la escena y
se volcaron en el anfiteatro. A partir del siglo II de nuestra era vemos cmo en las provincial
del Imperio, especialmente en la Galia y en Macedonia, los arquitectos modificaban la
estructura de los teatros para que pudieran servir a los propsitos de la hoplomachia y las
venationes ]30. En Roma, la representacin de los dramas negros comenz a hacerse en la
arena; fue en el Coliseo donde se representaron los mimos ms terrorficos 13~: no slo el
Laureolus, cuyo protagonista se sacrificaba en la realidad para mayor diver
312
timento del pblico, sino el Mucius Scaevola, en el que el personaje deba meter la mano en
las brasas de una hoguera, o La muerte de Hrcules, cuyo hroe al final se retorca en las
llamas. Puesto que en el anfiteatro se podan ahora representar las obras dramticas, no haba
motivo alguno para preocuparse por la restauracin de los teatros ruinosos. As, en el reinado
de Alejandro Severo (235 d. C.), el teatro de Marcellus fue finalmente abandonado 132.
Se poda decir que los munera eran eternos y que nada lograra detener su invasora
expansin. Pero donde el estoicismo haba fracasado una nueva religin triunfara. Con-
quistados por la doctrine del Evangelio, los romanos se sintieron avergonzados por sus
abyectos espectculos y se negaron a consentirlos por ms tiempo. Si bien las carreras del
circo continuaron celebrndose, las matanzas de la arena cesaron por la voluntad de los
emperadores convertidos al cristianismo. E11 de octubre del ao 326, Constantino ordenaba
conmutar por trabajos forzados (ad metalla) las condenas ad bestial, logrando de este modo
agotar la principal fuente de la gladiatura. A finales del siglo IV en Oriente ya haban
desaparecido estos espectculos. En el ao 404, un edicto de Honorio suprima los combates
de gladiadores en Occidente. As fue como la cristiandad romana termin con los crmenes de
lesa humanidad con que los Csares del paganismo y sus anfiteatros haban mancillado el
Imperio.
CAPITU~O IX
mentaban de sangre de caballo, egipcios que se haban baado en las aguas del Nilo y
exticos habitantes de Cilicia que se rociaban con azafrn, rabes, sicambros y negros eto-
pes 4. Toda esta multitud, aunque no tuviera nada que vender, seduca con su labia y
llamaba la atencin, unos mediante su destreza para construir torres y otros, como los en-
cantadores de serpientes, mediante su habilidad s. Adems, al estar vigente la prohibicin del
trnsito de carros, el hecho de tener que caminar le brindaba la oportunidad de disfrutar sin
peligro con todo este maremgnum. No obstante, el romano poda pasear a lomos de su
propia mula o la que amablemente le haba prestado un amigo, o bien alquilar por unos
denarios una al mulero nmida que se encargaba de llevar las brides 6; tambin poda
arrellanarse cmodamente en el interior de una litera (lectica) cubierta con lmina espe-
cular, por la que poda ver y no ser visto, abrindose paso entre la multitud a hombros de
seis u ocho esclavos sirios; otro modo de pasear era salir en la silla porttil (sella) que las
matronas utilizaban para ir de visita y en la que era posible leer o escribir en marcha 7; y, por
ltimo, haba quienes se encontraban con un carretn de mano (chiramaxium) semejante al
que Trimalcin haba regalado a su favorito 8.
Pero para escapar del barullo callejero los romanos no tenan ms que dirigirse a las
zonas tranquilas o paseos de la ciudad: los foros y sus baslicas, a partir de que las au-
diencias judiciales desaparecieran de ellas; los jardines de los emperadores que stos ponan
a disposicin del pblico, si bien todos no llegaban a ceder su propiedad como hiciera Csar,
para que todos pudieran deleitarse cuando en primavera Flora perfumaba el aire y colgaba
en guirnaldas de roses la gloria prpura de los campos de Paestrum 9; la explanada del
Campo de Marte, con sus cercados de mrmol (Saepta Iulia), sus zonas sagradas y sus
prticos, abrigos contra el sol, asilos contra la lluvia y en toda estacin, como dijo Sneca,
delicia del ms inmundo de los desocupados: cum vilissimus quisque in campo otium snum
oblectet io.
Todos los romanos coincidan en su pasin por el juego. En todas las pocas haban
estado posedos por ella, si bien nunca de un modo tan tirnico. Juvenal escribe en el siglo II
de nuestra era: No es la bolsa lo que se pone sobre la mesa de juego, es la caja de caudales
lo que se arriesga. Qu batallas tienen lugar ante el crupier! l se pregunta con tristeza:
Es slo locura perder 100.000 sestercios (en una partida) y negar una tnica al esclavo
que tirita de fro? ]7 Para intentar frenar las consecuencias de esta pasin los Csares
intentaron mantener las prohibiciones de la poca republicana. Exceptuando el perodo de
las Saturnales, a juzgar por los textos de Marcial 18 y por la pregunta que ms arriba se hace
Juvenal, ya que suponemos que el fro del que habla se refiere al tiempo de bruma de finales
de diciembre, poca en que se celebraban estas fiestas, los juegos de azar estaban prohibidos
en Roma bajo multa fijada en el cudruple de la cantidad apostada 19. Adems, una ley del
Senado de fecha imprecisa, confirmando las leyes Titia, Publicia y Cornelia, pona de nuevo
en vigor la prohibicin que pesaba, exceptuando el perodo indicado, sobre las apuestas
(sponsiones), salvo aqullas a que daban lugar los ejercicios fsicos 20, En el captulo
precedente vimos la importancia que tuvieron las apuestas en el desarrollo de los juegos del
circo y de los espectculos del anfiteatro; pues bien, aprovechando la brecha que esto abra en
una legislacin aparentemente represiva, vamos a ver cmo triunfan numerosos juegos y
sponsiones en la vida cotidiana romana.
317
Sin duda, era una imprudencia organizar en un lugar pblico una partida de dados
(aleae) o de tabas (tali) 21, juego muy similar al nuestro en el que el azar, y no la habilidad
de los jugadores, determinaba la fortuna o la ruina, ambas agazapadas en el fondo del cubilete
(fritillus) o sobre la mesa de juego (alveus). Creemos que tampoco habra estado mejor visto
que bajo los prticos dos amigos tuviesen el descaro de jugar a navia aut capita, es decir, a
cara o cruz, o a par impar, el juego que a Augusto le gustaba compartir con los miembros de
su familia, entregndoles por ello 250 denarios a cada uno con el fin de que se volcaran en l
sin reservas ni pesar 22, y que consista en una montona sucesin de apuestas a un nmero
par o impar de tabas, guijarros 0 nueces que los jugadores escondan en la mano 23,
Pero haba un juego derivado del par impar en el que el azar poda corregirse
mediante una rpida mirada, unos buenos reflejos o un clculo de probabilidades y cierta
astucia: la micatio, o lo que nosotros llamamos la morra, en la que dos jugadores levantan
al mismo tiempo la mano derecha y muestran un nmero de dedos, mientras simultneamente
dicen en alto una cifra, hasta que cualquiera de ellos acierta con el nmero exacto de dedos
que han mostrado entre los dos 24, Pues bien, la micatio se poda jugar a plena luz en la
Roma de los Antoninos. Se hizo tan popular que la tradicin latina, para indicar el grado de
honradez de hombres como Cicern, San Agustn, Petronio o Frontn, utilizaban el refrn,
desgastado por el uso, de que con l se poda jugar a la micatio en plena oscuridad; quiz
por ello la prefectura no logr erradicarla del foro antes del siglo IV 25. Mientras que juegos
como los duodecim scripta, semejante a nuestras tablas reales, estaban prohibidos por la
ley porque el movimiento de las fichas (calculi) dependa de los nmeros que salieran en los
dados y las tabas, sin embargo el latrunculi o ajedrez romano estaba permitido, ya que el
movimiento de sus peones slo dependa de la capacidad de observacin y habilidad de cada
jugador. Al parecer, este jue
Pero esto no es todo. Si bien son numerosos los bajorrelieves que nos muestran a los
nios jugando a nueces, juego que corresponde al nuestro actual de las canicas y que era
patrimonio de la primera adolescencia romana, la costumbre de las Saturnales de entregar a
los mayores unos saquitos de nueces como regalo nos hace pensar que tambin ellos jugaban,
en las plazas y bajo los prticos, a los juegos de bolas en que se lanza una sobre un montn
de ellas tratando de no dispersarlas y de dejarla lo ms prxima posible, o bien hacer que
entrara en el agujero ocasional o hecho expresamente para jugar 29
stas eran las distracciones permitidas entonces, las inofensivas diversiones que hoy
nos recuerdan nuestros juegos de bolas y que antao permitieron que la febril atmsfera de
la ciudad imperial se renovara con una corriente de aire fresco que pareca llegar de los ms
remotos campos y de tiempos mucho ms antiguos. Desgraciadamente, es probable que con
el tiempo estos juegos perdieran gran parte de su inocencia y que, prestndose a apuestas
clandestinas, contribuyeran a transgredir las normas que preferentemente parecan respetar.
En cualquier caso, queda claro que a los ociosos les bastaba afar un pequeo rodeo en su
paseo para satisfacer la pasin por el juego que el emperador crea haber reducido al circo y
al anfiteatro.
319
Las posadas (cauponae) y las tabernas, popinae y thermopolia, a las que acudan los
paseantes para comprar o tomar en sus mostradores cualquier bebida fra o caliente, a
menudo ocultaban en la trastienda un garito donde todos los das del ao, y no slo en las
Saturnales, los romanos podan tracer sponsiones, tirar los dados o volver a escuchar el
sonido de las tabas. La legislacin imperial, que castigaba a los aleatores (jugadores) como si
se tratara de ladrones 30, no controlaba sin embargo al propietario de estos locales de juego;
se limitaba a negarle el derecho a demandar a cualquiera de los clientes que, en el ardor de
una partida o en la desesperacin de su mala suerte, la emprenda a golpes contra l o el
mobiliario de su establecimiento con una violencia llena de culpa 31 Por ello, antes que tener
prostitutas en su local, lo que les estaba autorizado pero les creaba mala fama 32, preferan
acogerse a esta relativa impunidad y montar seductoras partidas aunque estuvieran
prohibidas.
puertas abiertas para cualquier paseante ocioso. Segn testimonio de Sneca, fueron muchos
los libertinos que en lugar de tomar el camino de la palestra, se dirigan a la taberna y
consuman all sus improductivos das: cum illo tempore vilissimus quisque... in popina lateat
37.
Las termas
A mediados del siglo III a. C., los romanos haban copiado de los griegos la
costumbre de hacer un cuarto de bao en sus domus de la ciudad o en las villas del campo.
Pero este lujo slo se lo podan permitir los ms privilegiados. Por otra parte, la austeridad
republicana, que llev a Catn el censor a no baarse nunca en presencia de su hijo, era un
impedimento para la extensin de estos hbitos fuera del crculo familiar. Sin embargo, con el
tiempo el gusto por la higiene se hizo ms fuerte que el pudor. A lo largo del siglo II a. C. en
Roma fueron crendose algunos baos pblicos, naturalmente separando ambos sexos;
tambin entonces se
321
estableci la distincin entre balneae, palabra femenina que designa los baos pblicos, y
balnea, que designa los baos privados 39.
Hubo romanos generosos que construyeron baos pblicos en sus barrios. Otros,
autnticos negociantes, los edificaron para tener unos ingresos con lo que sacaban de las
entradas. En el 33 a. C. Agripa orden que se censaran los baos pblicos: haba 170; en
adelante esta cifra no dejara de aumentar. Plinio el Viejo cree que son demasiados para
contarlos 40. Algunos aos ms tarde se calculan en un millar 41. El canon impuesto por los
propietarios, o por los recaudadores encargados de cobrarlo, quienes se llevaban una
comisin, era nfimo y sigui sindolo: un quadrans o un cuarto de as 42, canon que los
nios no pagaban 43. En el 33 a. C., Agripa, a quien en su calidad de edil le corresponda la
vigilancia de los baos pblicos, el mantenimiento de su sistema, el control de la limpieza y
la supervisin de los vigilantes 44, quiso que su magistratura estuviera marcada por su
sensacional liberalismo. Se hizo cargo del pago de todas las entradas, lo que equivali a la
gratuidad de los baos pblicos en la Urbs durante todo el ao que dur su cargo edilicio 45,
y poco despus fund las terrnas que llevan su nombre y cuya gratuidad fue perpetua 46, ste
fue el comienzo de una revolucin que, basada en el carcter tutelar del estado imperial hacia
las masas, transform la historia de la arquitectura y la de las costumbres, revolucin que co-
brara todo su apogeo segn proliferaban estas construcciones en los sucesivos reinados ante
el aumento progresivo de la poblacin.
322
su acueducto, el 22 de junio del ao 109 48, A partir de entonces se construyeron otras: las
que conocemos como Termas de Caracalla, pero que deberan llamarse Termas de An-
tonino, ya que Septimio Severo puso sus cimientos en el 206 de nuestra era, en el 216 fueron
inauguradas prematuramente por su hijo Antonino Caracalla y se terminaron con el ltimo
Antonino de la dinasta, Alejandro Severo, entre los aos 222 y 235; las Termas de
Diocleciano, ubicadas en donde en la actualidad se halla el Museo Nacional romano, la
iglesia Santa Mara de los ngeles y el oratorio de San Bernardo, cuya gigante exedra an
puede adivinarse en la forma de la plaza que lleva su nombre; finalmente, las Termas de
Constantino, construidas en el Quirinal en el siglo IV de nuestra era. Las mejores
conservadas son las de Diocleciano, con trece hectreas, y sobre todo las de Caracalla, con
ms de once hectreas, una de las maravillas de la Roma antigua, cuyas desnudas y
grandiosas naves dejan en el alma del visitante ms insensible una impresin indeleble.
Ambas exceden el marco cronolgico en el que intentamos centrarnos, pero los restos
hallados de las termas de Trajano nos permiten conocer las lneas generales y comprobar que
coinciden con las de las termas de Caracalla 49. Entre stas y aqullas apenas encontramos
una diferencia de escala, es decir, las termas de Caracalla representan una imagen aumentada
de las de Trajano. De este modo podemos establecer con toda seguridad la disposicin tpica
de estos conjuntos monumentales que tanto entusiasmaban a Marcial y darnos cuenta de las
innovaciones que fueron realizndose en ellos.
En efecto, las termas no eran nicamente edificios donde haba mltiples variedades
de baos: el bao de vapor y el bao propiamente dicho, el fro y el caliente, las piscinas y
las baeras. Adems, en el enorme cuadriltero formado por los prticos siempre animados
por la clientele de sus innumerables tiendas, haba jardines y paseos, estadios y salones de
reposo, sale de gimnasia y de masaje e, incluso, bibliotecas y museos. Las termas ofrecan a
los romanos la posibilidad de tener al alcance todo lo que puede tracer la vida belle y feliz.
323
En el centro de estos conjuntos monumentales se levantaba el edificio de los baos.
Ningn balnea poda rivalizar con ellos, ni por el volumen de agua que les suministraban los
acueductos y que se almacenaba en unos depsitos que, en las termas de Caracalla, ocupaban
los dos tercios del ala sur, con 64 cmaras abovedadas; ni por la compleja precisin del
sistema de calderas, hipocausos e hipocaustos (rematados o no por tuberas que ascendan por
el interior de los muros huecos) mediante los cuales se distribua y se dosificaba el calor en
las salas segn fuera la necesidad de cada una de ellas.
Todo este edificio estaba flanqueado por palestras o scholae donde los romanos ya
desnudos, podan practicer sus deportes favoritos. A su vez, este conjunto arquitectnico
estaba rodeado por una explanada con multitud de sombras y fuentes que serva de terreno de
juegos y albergaba el xystum, o paseo plantado de rboles. Por detrs del xystum estaban las
exedras destinadas a gimnasio, salones de reunin, biblioteca y salas de exposiciones. En
realidad, en ellas radica la autntica originalidad de las termas. All los romanos aprendieron
a rendir culto al ejercicio fsico y a desarrollar su curiosidad intelectual, despus de vencer los
prejuicios que haban pesado sobre los deportes al estilo griego. Sin duda, la opinin pbli
ca conserv una recelosa actitud respecto al atletismo, ya que segn decan incitaba a la
inmoralidad con sus exhibiciones y apartaba a los jvenes del viril y serio aprendizaje del
oficio de la guerra, haciendo que se preocuparan mucho ms por cultivar su admirable belleza
que por adquirir las cualidades de un buen soldado de infantera. No obstante, ya no se
escandalizaban por el nudismo que naturalmente se practicaba en los baos y, casi sin darse
cuenta, fueron aceptando unos ejercicios fsicos que al igual que el atletismo, pero
practicados en recintos cerrados y no como espectculo, parecan subordinarse a los mismos
fines de salud y fortalecan el cuerpo. En el captulo anterior hablbamos de la relative
acogida del Agon Capitolinus; pues bien, la transformacin de costumbres que Augusto,
Nern y Domiciano intentaron llevar a cabo mediante unos juegos calcados de los juegos
olmpicos de Grecia, se logr en las termas imperiales cuando el pueblo romano acept como
una necesidad la costumbre de acudir a ellas todos los das y de pasar all la mayor parte de
su tiempo libre.
Si bien los textos expresan claramente que las termas cerraban sus puertas con el
crepsculo 50, sin embargo ofrecen informaciones contradictorias acerca de la hora en que
abran. Segn un verso de Juvenal, el pblico ya acuda a las termas en la hora quinta, es
decir, antes del medioda; este dato se ve confirmado en el epigrama de Marcial, cuando se-
ala que el mejor momento para dirigirse a los baos era durante la hora octava, ya que
tanto en la sexta como en la sptima an haca demasiado calor 52, Sin embargo, la Historia
Augusta cuenta, en el captulo dedicado a la Vida de Adriano, que una ordenanza del
emperador prohiba baarse en las termas pblicas antes de la hora octava 53, salvo,
naturalmente, en caso de enfermedad, mientras que en la Vida de Alejandro Severo se dice
que en el siglo anterior la hora prescrita para los baos era la nona 54. Finalmente, en otros
epigramas de Marcial se elude a la hora decima como el momento en que muchos hombres
acudan a los baos 55 y se cuenta que, fuera cual fuere la hora fijada para la apertura de las
termas, anunciada por el sonido del tintinnabu lum, el pblico al parecer entraba mucho antes
de que sonara la campana 56, A mi juicio, slo el estudio del plano de las termas y el
reglamento que organizaba la separacin de ambos sexos pueden sacarnos de dudas y aclarar
las diferencias de nuestros datos.
325
dispersas indicaciones que nos hacen los autores latinos para lograr una imagen bastante
acorde con la realidad de entonces.
Segn testimonio de Juvenal, las puertas de los anexos se abran al pblico, sin
distincin de sexo, a partir de la hora quinta del da. En la hora sexta se abra el edificio
central, pero exclusivamente a las mujeres. En la hora octava o nona, segn fuera invierno o
verano, la campana volva a sonar: era el momento en que entraban los hombres, quienes po-
dan permanecer en las termas haste la hora undecima o duodecima. Este reparto del tiempo
nos indica que el nudismo sin discriminacin de sexos slo se practicaba en las palestras, y
no en los lugares donde tanto romanos como romanas se dedicaban al atletismo, se
entretenan con sus juegos favoritos y se baaban.
Recordemos el encuentro de Trimalcin con los granujas a los que ms tarde invite a cenar.
ste tiene luger a la hora del bao, en las termas de una ciudad de Campania, al fin y al cabo
termas que imitaban seguramente a las de la Urbs. Encolpio y sus compaeros, sin
desnudarse, se integran en los distintos grupos formados en la palestra. De pronto, reparan en
un anciano calvo, vestido con una tnica del color de la aurora, que juega a la pelota con
unas esclavas jvenes de largos cabellos. El vejete est calzado con unas sandalias y lanza
unas pelotas verdes; cuando una cae al suelo no la recoge, ya que un esclavo tiene un saco
lleno y se las repone segn van cayendo 60, Se trata de un juego de pelota que los romanos
llamaban trigon, en el que tres jugadores, colocados cada uno en el vrtice de un tringulo,
hacan ejercicios de calentamiento lanzndolas con una mano y recogindolas con la otra
segn les llegaban por sorpresa 61, Pero los romanos conocan muchas otras maneras de
jugar a la pelota en las termas: el juego de pelota por excelencia, en el que la golpeaban con
la palma de la mano como en nuestra pelota vasca; el harpastum, segn el cual los
jugadores deban coyer la pelota o harpasta <<a pesar de los empujones de sus contrincantes,
las fintas y la rapidez del juego, lo que levantaba nubes de polvo y haca que aca
327
baran rendidos; y muchas otras variedades que iban desde salter la pelota haste cogerla al
vuelo, lanzarla contra un muro, etc... 62 A veces, reemplazaban la harpasta (rellena de arena)
o la paganica (rellena de plumes) por un baln de aire o foll~s que los jugadores se
disputaban como en el baloncesto, pero con mucha ms elegancia que agresividad 63,
Otras veces golpeaban un baln enorme relleno de sierra o harina como hacen los boxeadores
64, cuando no se entrenaban con las espadas frente a un posse de ejercicios de esgrima.
Marcial reuni los juegos que preludiaban el bao de los romanos en un epigrama dedicado a
uno de sus amigos filsofos que despreciaban estas actividades: Nunca se te ve ~ugando al
juego de la palma, ni al baln, ni a la pelota rstica antes de carte un bao caliente; tampoco
golpeas el tocn con la espada de esgrima, ni corres de izquierda a derecha para coyer al
vuel la polvorienta harpasta. 65 Sin embargo esta enumeracin es bastante incomplete;
habra que anadir la carrera, el arco de metal (trochus) que las mujeres solan guiar con la
vara ahorquillada llamada clavis 66 y los e)ercicios de pesas (halteras), que tambin ellas
realizaban, a pesar de que lo hacan con ms dificultad que los hombres 67, Pero es preciso
sealar que en todos estos juegos hombres y muJeres iban vestidos, bien con una tnica como
Trimalcin o con una malla como la que llevaba la lesbiana Philaenis cuando derrochaba sus
energas en el juego del harpastum, bien con un clido y sencillo manto especficamente
pensado para los deportee, la endromida que Marcial manda como broma a uno de sus
amigos: Te envo esta extica endrowtda para que, arropado con su tibio facto, juegues al
tr~gon, tus manos busquen la harpasta bajo el polvo levantado por tus pasos o vayas de un
lado a otro tras la ligera mesa de plumes del blanco folks. 69
Por el contrario, la competicin atltica, en la que era preciso untarse la piel con ceroma, un
ungento compuesto de aceite y de cera que la haca ms flexible, sobre la que se pona una
cape de polvos para que el cuerpo no se resbalara entre las manos del contrincante, requera
que los competidores estuviesen despojados de toda vestidura. Estos com
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bates se llevaban a cabo en las palestras del edificio central, junto a las sales que en las ruinas
de las termas de Caracalla los arquelogos identificaron como los oleoteria y los conisteria
70, habitaciones en las que, no slo los luchadores, sino tambin las luchadoras a las que
Juvenal recrimina su perversa complacencia en las caricias de los masajistas, se sometan a
las unciones y al maquillaje reglamentarios 71.
As pues, el atletismo estaba estrechamente relacionado con el bao que vena a continuacin.
ste se divida habitualmente en tres tiempos diferentes. En primer luger, el sudoroso baista
iba a desnudarse, cuando no lo estaba ye, a los vestuarios o apodyteria del edificio termal. A
continuacin entraba en uno de los sudatoria que rodeaban el caldarium para activar su
transpiracin en una atmsfera de bao turco: era lo que llamaramos el bao seco.
Despus pasaba al caldanum, tambin con una temperature muy elevada, donde poda
acercarse al labrum, rociarse la piel con ague hirviendo y rascarse con la strigilis. Una vez
limpio y seco volva sobre sus pasos, se detena en el tepidarium para habituarse al cambio de
temperature y despus se zambulla en la piscine de ague fra del frigidarium. Estas son las
tres fases del higinico bao recomendado por Plinio el Viejo 72, practicado por los
personajes de la novela de Petronio 73 y descrito en los epigramas de Marcial, aunque ste
deja a criterio de cada cual someterse o no al bao seco antes de realizer las abluciones del
caldarium 74.
El mayor inconveniente de esta operacin era frotarse con la strigilis frente al labrum.
Normalmente necesitaban la ayuda de alguien; as que, cuando no haban tomado la
precaucin de llevar consigo a algn esclavo, tenan que pagar los servicios de los de las
termas. Una ancdota de la Historia Augusta prueba que antes de tracer este gasto se lo pen-
saban dos veces.
Segn cuenta su bigrafo, Adriano sola frecuentar los baos pblicos y baarse con los
dems. Un da vio a un veterano del ejrcito, conocido suyo, frotndose la espalda contra el
mrmol que revestan las paredes de ladrillo del caldarium. El emperador se le acerc y le
pregunt por qu se
329
frotaba de aquel modo. El veterano le respondi que no tena dinero para pager a un esclavo,
por lo que el prncipe le procur uno y le dio algn dinero. Naturalmente, al da siguiente,
ante el anuncio de la llegada del emperador, varios ancianos comenzaron a frotarse tambin
contra el mrmol para llamar su atencin y despertar su generosidad. Sin embargo, en esta
ocasin se limit a aconsejarles que se frotaran unos a otros. El bigrafo aade que, a partir
de aquel dia. la friccion recproca se convirti en una mode ex quo ille iocus balnearis
innotuit 75. No obstante, es fcil que slo los pobres secundaran esta novedad, ya que los
ricos tenan recursos para tracer que les sirvieran, les frotaran, les dieran masajes o les
perfumaran a placer. Cuando los invitados de Trimalcin salen del frigidarium, encuentran a
su ocasional anfitrin, inundado de fragancias, secndose con toallas no de tela ordinaria,
sino de la ms suave lane, mientras que tres masajistas que se disputan el honor de hacerle la
limpieza lo enrollan en una manta escarlata y lo ponen sobre la litera 76, As, debidamente
seco por los dispuestos especialistas y a hombros de sus esclavos, Trimalcin se marcha hacia
su case donde le espera la cena.
Sin embargo, la mayora de los baistas, sobre todo aquellos cuya case no era tan lujosa ni su
mesa tan abundante permanecan en las termas haste que cesaban sus atracciones; o bien se
reunan con los amigos en los salones y en los Jardines habitados por las ninfas; o a veces se
quedaban leyendo un libro en las bibliotecas situadas, segn las de las termas de Caracalla, en
los dos extremos donde tambin se hallaban los aljibes, fcilmente reconocibles por los
nichos rectangulares cavados en los muros para cobijar los plutei, cofres de madera que
contenan los preciados volumina 77. Pero haba muchos otros que preferan pasear
tranquilamente por las alamedas del xystum, gozando de las obras de arte con que los
emperadores haban adornado las termas. Son innumerables las maravillas halladas en las
excavaciones de las termas de Caracalla; los suelos de mosaico, las bvedas artesonadas, los
muros de mrmol y las columnatas de capiteles decorados con figuras heroicas, que en otros
tiempos
330
tuvieron el honor de cobijar el Toro Farnesio, la Flora Farnesio, el Hrcules Farnesio, el torso
de Belvedere y las dos fuentes donde eternamente canta el ague en la plaza del Palacio
Farnesio 78, Las termas de Trajano tambin estuvieron esplendorosamente ornamentadas, ya
que en ellas se hallaba el famoso grupo de Laocoonte, actualmente en el Vaticano 79. Es
imposible que despus de los ejercicios y el bao, en un estado de bienestar fsico y placidez
intelectual, los romanos no quisieran dejarse seducir por la belleza que les rodeaba, como es
muy fcil que ms de uno saliera de aquel luger tocado por el genio del espritu y por la
gracia del arte.
A pesar de todo, no cabe dude de que los romanos tambin renegaron de sus termas y
condenaron las flores del mal que en ellas se abrieron. Bajo sus prticos exteriores se
cobijaron demasiados figoneros, taberneros y proxenetas 80, se dieron cite glotones,
borrachos y pendencieros; tambin fueron muchos los romanos que, slo por tener calor y
para volver a calmer su sea, se baaban repetidas veces y repetidas veces llenaban sus vasos,
arriesgndose a perecer de un exceso o de una fatal congestin 81; o hubo gentes que, como
Cmodo, tomaron por costumbre baarse ocho veces al da, lo que no haca ms que
reblandecer los msculos y trastornar los nervios, a los que sera lcito reprocharles su cnica
divisa: balnea, vina, Venus corrumpunt corpora nostra sed vitam facinnt! 82 Pero a pesar de
todo ello, estoy convencido de que las termas del Imperio representaron un gran desarrollo
para la vida romana. Con su majestuoso brillo de mrmol, no fueron nicamente el esplndi-
do palacio romano del ague 83; ante todo fueron el palacio del ague con el que an
siguen soando nuestras democracies. Al desarrollar colectivamente el placer por la higiene
fsica, los deportee tiles y la culture desinteresada, el pueblo romano detuvo su decadencia
durante varies generaciones, hacindose eco del viejo ideal que en el pasado haba inspirado
su grandeza y que entonces segua recomendndoles Juvenal: Mente sane en cuerpo sang.
84
La cer~a
33
Y despus del tonificante bao en las termas llegaba la cena. El sol ya decline en el horizonte
y an no hemos visto comer a los romanos. Sabemos que algunos hacan cuatro copiosas
comidas al da 85, aunque los textos por lo general fiJan su nmero en tres y nos indican que
cambiaron de nombre a travs de los siglos. Del mismo modo que en Francia trace algn
tiempo se haca la comida, la cena y le souper a medianoche, que ms tarde desapareci
dando lugar al desayuno, en Roma se haca el jentaculum, la cena y la vesperna, cena a
medianoche que desapareci en la poca clasica y dio luger al jentaculum, el prandium y la
cena 86, En la poca imperial algunos romanos conservaban la costumbre de realizer las tres
comidas, entre ellos Plinio el VieJo, quien, sin embargo, no pecaba precisamente de glotone-
ria , y los ancianos a quienes el mdico se lo haba prescrito . Pero la gran mayora, tras tomar
un vaso de ague al levantarse 89, solan suprimir una de las dos primeras 90 El mismo Galeno
slo tomaba un jentaculum hacia la cuarta hora y los soldados tenan que conformarse con el
prandium del medioda 91, Por otra parse, ni el jentaculum ni el prandzum eran muy
alimenticios. El jentaculum que nos describe Marcial se compone de pan y queso 92;
elprandium, que a veces solo consista en un pedazo de pan 93, por lo general iba
acompaado de came fra, verduras y frutas, todo ello regado con un poco de vino 94. El
jentaculum de Plinio el VieJo no era ms que una frugal colacin (c)bum levee etfacilem) y su
prandium un simple bocado (deinde gustabat) 95. Despachaba ambos con tanta rapidez que
no tena necesidad ni de sentarse a la mesa (sine mensa) ni de lavarse las manos despus (post
quad non sunt lavanda mantis) 96, Evidentemente, eran comidas fras, realizadas de pie y a
toda prisa. Por tanto, la nica comida diga de entenderse como tal era para todos la de la
noche: la cena. Es cierto que cuando evocamos a Vitellius y a quienes le rodeaban nos da la
impresin de que los romanos se pasaban la vida sentados a la mesa. Sin embargo, si
observamos la realidad de aquel
tiempo ms detenidamente, nos daremos cuenta de que la mayora slo lo hacan al terminar
su jornada, como trace un siglo lo practicara en la embajada de Francia en Londres alguien de
paladar tan exquisito como el prncipe de Bnvent 97. Siempre se representaba a los
romanos como insaciables glotones, pero es fcil comprobar que haste bien entrada la noche
prcticamente no probaban bocado.
Es cierto que cuando llegaba la hora de la cena eran capaces de comer como si quisieran
recuperar lo que se haban perdido durante el da; pero, aun as, debemos desconfiar de los
juicios errneos y estereotipados.
Si exceptuamos los monstruosos ejemplos histricos de gentes como Vitellius o Nern, para
quienes la cena comenzaba a partir del medioda 98, veremos que la costumbre era la misma
en casi todos los casos, es decir, se cenaba despus del bao, al trmino de la hora octava en
invierno y de la nona en verano. Este horario era el observado en el crculo social de Plinio el
Joven 99; y es tambin el adoptado por Marcial, ya que conocemos la ancdota que cuenta
que, cuando invite a cenar a su amigo Iulius Ceriales, lo cite a hora octava en los balnea de
Stephanus por ser los ms cercanos a su case, para as poder ester de vuelta a la hora de la
cena'.
Sin embargo, la hora en que terminaban de cenar difera segn se tratara de una cena sencilla
o de un banquete de gala, y segn se ofreciera a un husped de moderadas cos
333
tumbres o a un glotn. En principio una cena decente deba terminar antes de que se hubiera
hecho noche cerrada. Cuando Plinio el Viejo se levantaba de la mesa an era de da en verano
y en invierno no haba transcurrido la primera hora de la noche lol. Pero esta regla sufri
numerosas y variadas excepciones. Los casos ms extremos son las cenas de Nern,
prolongadas haste la medianoche 102, las de Trimalcin haste momentos antes de amanecer
]03, y las de los juerguistas cuyo mal ejemplo censure Marcial, ya que se prolongaban
haste el momento en que se levantaba la estrella del alba, en el mismo instante en que los
generales hacen avanzar las enseas y levantan el campamento 104.
Fuera cual fuere su duracin, cuando la cena era ofrecida por romanos acomodados se
celebraba en una habitacin especialmente dispuesta para esta ocasin: el triclinium, cuyas
medidas establecidas eran de una longitud doble a su anchura 105; el nombre vena dado por
los lechos (lectus) de tres plazas (triclinia) sobre los que se recostaban los invitados. Esto que
a nosotros nos puede parecer incmodo, sin embargo era algo fundamental en la cena
romana, un detalle que por nada del mundo los romanos hubieran omitido y que nos recuerda
a los banquetes orientales, en los que las sillas y sillones se sustituyen por divanes. Los
triclinia era un elemento indispensable del bienestar, as como un signo de elegancia y una
seal de superioridad social. Sentarse para comer antao slo haba estado bien visto en las
mujeres, quienes se colocaban a los pies de sus maridos 106. Pero, en una poca en que las
matronas tenan su luger junto al marido en los triclinia, comer sentado era algo que slo
hacan los nios, a los que se sentaba en unos taburetes colocados ante el tricltntum de sus
padres 107, los esclavos, que no estaban autorizados a tenderse como sus amos ms que en
los das de fiesta io8, los palurdos o provincianos de la Galia leJana o los clientes de paso en
posadas il y tabernas Itt Podan ir o no vestidos con la indumentaria de las grandes cenas, la
synthests de ligera muselina que se prestaba con su tibieza al calor comunicativo de los
banquetes y que algunas veces se cambiaban entre plato y plato ii2; pero habra
Alrededor de una mesa cuadrada, uno de cuyos extremos quedaba libre para el servicio, se
alineaban tres lecti inclinados, de modo que la cabecera quedara ms alta que el plato, y sobre
cada uno de ellos, segn las circunstancias ms o menos lujosos, se ponan colchones,
cubrecamas y cojines que marcaban la separacin de cada plaza. El tosco anfitrin, al que le
daba lo mismo que sus huspedes se pudieran molestar, sola ocupar el lecho central y no
compartirlo con nadie, o bien lo comparta con otra persona pero la colocaba en un nivel
inferior al suyo 114, Y es que las plazas de algn modo estaban superpuestas
jerrquicamente segn una minuciosa etiqueta. Otras veces se repartan siguiendo unos
criterios de elegancia social, de modo que el ms humilde de los presentes compensara su
inferioridad compartiendo el lecho del ms ilustre. El lecho de honor era aquel que no tena
nadie enfrente (lectus medius) y el mejor luger en l era el de la derecha, la plaza consular
(locus consularis). A continuacin le segua en importancia el situado a la izquierda del
anterior, el lectus summus; y en ltimo luger estaba el de la derecha (lectus imus). El luger de
honor en estos dos lechos era el de la izquierda, situado en un piano superior, y se
denominaba fulcrum 115 Despus se distribu~an sodas las dems. Los invitados se tendan
oblicuamente en el [echo, con el codo izquierdo apoyado sobre un cojn y con los pies
descalzos y lavados al entrar li6 En las ocasiones en que preferan una mesa redonda, en luger
de tres lechos ponan uno slo formando un semicrculo a su alrededor, o como decan los
romanos, en forma de sigma lunar. Este lecho se denominaba stibadium, tena capacidad para
nueve personas, aunque de ordinario slo se ponan siete u ocho 117, y en l los personajes
ms sobresalientes ocu
paban los extremos. Cuando haba ms de nueve invitados era preciso disponer otros stibadia
u otros triclinia (triclinia sternere), ya que el comedor romano habitualmente estaba
preparado para treinta y seis personas, es decir, tena cuatro mesas ~I8, o en otros casos para
veintisiete, y entonces slo tena tres 1~9,
Un esclavo que haca las funciones de ujier, el nomenclator, iba nombrndolos segn
entraban y les asignaba el lecho y la plaza. Numerosos sirvientes (ministratores) llevaban los
platos y las copes a las mesas, slo a partir de Domiciano cublertas por manteles (mappae)
120, y pasaban un pano por la madera o el mrmol despus de cada servicio ]21 Disponan de
cuchillos 122, mondadientes 123 y cucharas de diferentes formas: el cacillo o trulla, la
cuchara o ligula, con una capacidad ligeramente superior al centilitro (un cuarto de cyathus),
y la cucharilla puntiaguda o cochlea, con la que vaciaban los huevos y coman el marisco
124, Al igual que los rabes en la actualidad o los franceses de comienzos de la edad
moderna, los romanos no utilizaban tenedores Coman con los dedos y esto les llev a la
costumbre de tracer mltiples abluciones: se lavaban antes de comer, durante la comida y
despus de cada servicio. Haba esclavos con aguamaniles que circulaban alrededor de los
lechos; cuando los invitados lo requeran, vertan en sus manos ague fresca y perfumada, y
luego les secaban con una toalla que llevaban en la otra mano 125, Adems, cada invitado
tena su propia servilleta, dispuesta junto al plato para que no tuvieran que utilizer el
cubrecamas y para que pudieran llevarse todas aquellas buenas viandas que no hubiesen
tenido tiempo de comer: los apophoreta 126, consentidos por las normas sociales de
conducta.
Hubiera sido preciso un apetito como el de Garganta para acabar con los mens con que,
segn nos cuenta la literatura, el anfitrin romano obsequiaba a sus invitados, unos mens en
los que a la enorme variedad de manjares se le aada la riqueza de las vaJillas de plate. Una
cena romana se compona al menos de siete platos o ferculaquisfercula septem secreto
cenav* avus?_ 127: los entremeses o gus
tatio, tres entradas, dos asados y el postre o secundae mensne. Es la misma cena que, con un
asado ms, vemos en case de Trimalcin; y si bien la de este personaje les resultaba a los
romanos una cena ridcula, su sentido cmico no reside tanto en la sobreabundancia de
alimentos, apenas ms pavorosa que la de algunos banquetes oficiales descritos por Ma-
crobius 128 cuatro siglos despus, como en la satisfecha estupidez del seor de la case, en el
infantilismo delirante de sus invenciones y en la pretenciosa comicidad de su vajilla. La
bandeja en la que se sirven los entremeses de Trimalcin est adornada con un borriquillo de
bronce de Corinto en cuyas alforias hay aceitunas verdes y aceitunas negras. Cubriendo todo
esto, en forma de tejado, hay dos platos en los que se puede leer el nombre del anfitrin y su
peso en plata; unos arcos en forma de puente soportan unos lirones espolvoreados de miel y
adormidera; sobre una parrilla de plata humean ardientes salchichas debajo de las cuales, a
modo de carbones, hay ciruelas de Damasco con pepitas de granada ]29, Todava tienen la
boca llena los invitados cuando les sirven la primera entrada: una gallina de madera sobre un
lecho de paja de la que salen huevos de pato, de cada uno de los cuales sale un papafigo en
una yema de huevo a la pimienta 130, La segunda entrada se sirve sobre un centro de mesa de
una complicacin monumental y pueril: sobre un disco que representa los doce signos del
Zodaco se sirven doce platos llenos de manjares relacionados con cada uno de ellos: higos
africanos sobre Leo, riones en Gminis, came de buey en Tauro, vulvas de cochinilla en
Virgo, langosta en Capricornio; un plato de capones y tetillas de cerda acompaan a una
liebre adornada con alas como Pegaso, mientras que en los cuatro ngulos de la bandeja
cuatro estatuillas de Marsyas derramaban de sus pequeos odres una salsa picante sobre los
peces que simulan nadar en un Euripus en miniature '3l, Despus de esto, los tres asados se
suceden a tenor de lo anterior: en primer luger aparece una cerda de proporciones
considerables con una guarnicin de jabatos empanados y rellenos de tordos; a continuacin
un cerdo enorme del que salen innumerables salchichas y mor
337
cillas 132; por ltimo un ternero hervido, con un casco en la testuz, que un sirviente
disfrazado de Ajax, el scissor, trincha en pedazos que luego of rece en la punta de su espada
i33. Finalmente, llegan los postres en forma de plato combinado: un Prapo dulce
acompaado de pasteles, frutas y uvas . En el intervalo entre la cena y el postre, o secundae
mensue, se retiran las mesas y se cambian por otras; y mientras unos triclinarii realizan esta
operacin, otros echan sobre el suelo serrn teido de azafrn y bermelln 135. Podramos
pensar que los invitados, ahtos y ebrios, lo nico que desean entonces es irse a sus cases; sin
embargo, la fiesta comienza de nuevo. Trimalcin, despus de tracer tomar a sus invitados un
bao caliente, los conduce a un segundo triclinium, donde el vino comienza a correr a mares
para que, cansados de comer pero no de beber, IQS invitados puedan continuer el festn
segn los ritos de la commissatio modo habitual de culminar las cenae demasiado copiosas.
En cuanto a la bebida, la cena romana comenzaba con una primera libacin. Despus de los
entremeses se serva un vino melado, el mulsum. Entre los distintos platos los ministratores,
al tiempo que ofrecan panecillos calientes 136, llenaban las copes con los ms diversos
caldos, desde los del Vaticano y Marsella, bastante flojos 137, haste el inmortal vino de
Falerno 138, El vino se conservaba, con pez y resina, en unas nforas cuyo gollete se
obturaba con tapones de corcho o arcilla, y llevaban una etiqueta (pittacium) indicando el
origen y el ao de la cosecha 139. Estos recipientes se descorchaban durante la fiesta y su
contenido se verta a travs de un colador (colum) en la crtera con la que despus se serva.
Ningn romano consideraba normal beber puros estos caldos; los que lo hacan tenan
reputacin de viciosos y eran sealados con el deco 140. As pues, en la crtera se mezclaba
el vino con el ague que, o bien se haba puesto a enfriar en la nieve o haba sido previamente
calentada; la proporcin de ague en la mezcla era generalmente superior al tercio y poda
alcanzar los cuatro quintos. Una vez terminada la cena se comenzaba la commissatio 141, una
especie de borrachera protocolaria que consista en beber las suce
sivas copas de un trago 142 siguiendo las instrucciones de la persona que la presida, la nica
cualificada para sealar el nmero de copas que haban de beberse, el nmero de cyathus
(0,0456 litros) que haba que escanciar en cada copa, que variaba de I a 11 143 y, sobre todo,
el modo de beberlas: haciendo rondas que comenzaban por el invitado de honor (a summo),
bebiendo todos al tiempo y pasando llena la copa que cada cual acababa de vaciar con un
deseo de buen augurio o brindando a la salud de uno de ellos con tantas copas como letras
tena en sus tria nomina de ciudadano romano i44
No podemos por menos que preguntarnos cmo los estmagos ms slidos podan soportar
los excesos de las comilonas y cmo las cabezas mejor plantadas resistan los abusos de las
commissationes.
antes de las cenas de vinos aejos, panes de fina flor de trigo, trufas y championes, mjoles
de Taormina, cebados capones y deliciosas frutas dignas del jt~rdn de las Hesprides, para
despus ofrecer a sus invitados un rancio vino del ao, mendrugos de pan negruzcos y
mohosos, coles hervidas en aceite, championes sospechosos, rabadilla de ave vieJa y, para
terminar, una manzana picada como las que mordisquean los monos amaestrados que se
ejercitan en los muros 148. Por ms que Plinio el Joven criticara la incongruencia de
semejantes prcticas t49, los testimonios demuestran que estaban muy extendidas. Al menos
lograron limitar los estragos provocados por la glotonera de las cenae.
Pero, quiz, lo que ms contribua a evitar males mayores era la lentitud con que se
desarrollaban las cenas romanas. Igual que el de Trimalcin, numerosos banquetes se
prolongaban durante ocho y diez horas, ya que solan estar interrumpidos por pausas: despus
de las entradas un concierto acompaaba los movimientos de un esqueleto de plata; tras el
asado venan las piruetas de los equilibristas y la cordaco bailada por Fortunata; antes del
postre se jugaba a las adivinanzas, a la lotera o se abra el techo para dejar paso a un inmenso
arco del que colgaban frascos de perfume 150. En casi todas las casas se pensaba que la cena
no resultaba completa sin las payasadas de los bufones, los arrumacos de graciosas
muchachas 151 o las lascivas danzas ejecutadas al son de las castauelas, especialidad que en
la Roma imperial 152 tuvieron las jvenes de Cdiz como en la actualidad la tienen las Ouled
Nal en Argelia. De modo que Plinio el Joven, quien no disfrutaba con estas diversiones ni las
toleraba en su casa is3, se ve obligado a soportarlas en casa de los dems. Normalmente su
funcin era rematar el pantagrulico festn y ayudar a digerirlo con una orga cuya indecencia
creca ante el indescriptible descaro de los invitados.
Como entre los rabes, el eructo en la mesa era una cortesa justificada por los filsofos, para
los que respetar la naturaleza era la prueba ms clara de sabidura 154. Llevando haste el final
la doctrine de los filsofos, Claudio redact un
edicto autorizando la expulsin de otros ruidos gaseosos que los rabes se abstienen de soltar
155 Por su parse, los mdicos de la poca de Marcial recomendaban el ejercicio de las
libertades prescritas por un emperador bien intencionado pero ridculo 156, Los ruidosos
conciertos no faltan en la cena de Trimalcin, quien no prohiba a nadie aliviarse en su
mesa 157, Y an tena algo de decencia, puesto que para necesidades ms apremiantes se
levantaba del triclinium y sala del comedor. Todos los anfitriones romanos no compartan,
sin embargo, sus escrpulos; de ello da fe Marcial cuando relate que algunos anfitriones
chasqueaban los dedos para llamar al esclavo que al momento les traa el orinal y les ayudaba
a servirse de l 158, y, por supuesto, era frecuente ver al final de la cena vomitonas que
mancillaban los preciosos mosaicos del suelo 159; recordemos que el vmito provocado en
una habitacin contigua an segua siendo el medio ms seguro de poder llegar al final de
aquellas inverosmiles comilonas: vomunt ut edant, edunt ut vomant 160,
341
Pero no deberamos generalizar. Del mismo modo que no sera justo creer que, al igual que
en Montanus, en cada senador del Imperio habitaba un derrochador, no hay que confundir las
cenae romanas con las groseras comilonas cuyos repugnantes y grotescos ejemplos hemos
mencionado. En la misma poca en que stas tenan luger, muchos romanos estaban
habituados a terminar el da con una agradable y discrete cena donde tanto el espritu como
los sentidos estaban presentes, en la que el meticuloso protocolo no impeda la mesura y la
sencillez. Gracias a una carte de Plinio el Joven sabemos que las cenae de Trajano en su villa
de Centumcellae eran modestas (modicae), no incluan otras diversiones que la msica o las
representaciones de comedias (acromata) y las veladas discurran entre agradables con-
versaciones 167. El propio Plinio el Joven considera raros presentes los tordos que le enva
Flaccus '68 o el capn que le manda Cornutus 169. Acepta la invitacin para acudir a la cena
de Catilius Severus (cnsul en el ao 115) a condicin de que sea una reunin sin
pretensiones, modesta y nica
342 La vida cotidiana en Roma en el apogeo del Imperio
343
cogidos por una granjera que habr dejado su huso para ir ` " en
los aniversarios de la muerte de sus tres benefactores, los
a buscarlos y unos huevos gordos y an tibios por el calor
Caesennii, y de su benefactora, Cornelia Procula. El regla
del lecho de heno donde habrn estado. Tendremos uvas
mento indicaba que el presidente del banquete, el magister
344 La vida cotidiana en Roma en el apogeo del Imperio
cenae, debera entregar a cada invitado un pan de dos asses, cuatro sardines y un nfora de
vino caliente. Dispona el orden en que los colegiados se haban de colocar de acuerdo con
la lista jerrquica o album. Finalmente, dictaba sanciones contra aquellos que incurrieran
en falta: Si alguien, por armar jaleo, se levantare de su sitio y ocupare otro, habr de pager
una multa de cuatro sestercios; si alguien dijere necedades a un compaero o hiciere ruido,
habr de pager doce sestercios; si fuere el presidente de la reunin quien injuriare, la multa
ser de veinte sestercios. 175 Las virtudes de la antigua Roma parecen querer cobrar nueva
vida en esta asociacin humilde de las afueras de la Roma de Trajano: sobriedad, discipline y
urbanidad. Parece incluso que surge un nuevo sentimiento que honra a los colegiados de
Lanuvium: el de la fraternidad que les une en la vida y que seguir unindoles en la muerte,
razn por la cual se renen para sufragar los gastos de sus funerales y aspirer de este modo a
la comn recompense de la salvacin eterna.
Es tambin este sentimiento, alimentado por un alto ideal y por las verdades del Evangelio, el
que en el mismo tiempo agrupaba tras la jornada diaria a los cristianos de Roma en torno a la
cena, a la que ellos haban dado el nombre griego del amor: el gape. Ya en el siglo I,
tomaban su alimento con alegra y humildad dando por ello gracias a Dios i76 A finales del
siglo II, practicaban la caridad como si fueran hermanos, ya que los pobres compartan los
alimentos de los ricos sin soportar humillacin ni inmodestia. Como escribi Tertuliano,
los cristianos no se tienden para cenar sin antes haber dirigido a Dios una oracin. Comen
slo para saciar su hambre. Beben como corresponde a gentes decorosas. Se satisfacen como
corresponde a quien no olvida que, incluso durante la noche, deben adorer a Dios. Conversan
como quien sabe que Dios escucha 177.
345
NOTAS
PRLOGO
2 ll~id., Xl, 99
' Para la descripcin del Forum de Trajano, remitirse a la excelente monografia que CORRA-
Do Rlccl public en 1934 acerca de los Forums imperiales. Tambin es interesante el
excelente captulo que sobre el tema ROBERTO PARIBEN} insert en el tomo II de su
Optimus Princeps, anterior a las ltimas excavaciones.
complete bibliograha haste 1925. Me he permitido aadir las conclusiones de mis propias
investigaciones, publicadas en prensa en la Revista Roma (1938), en Miscelneas Martroye y
Miscelneas Dussand.
3 Para el tema de las catorce regiones, cf. Ios dos volmenes de CLEMENTI, Roma, 1933;
para ms informacin sobre el pomerium, la llamada muralla serviana, o muros aurelianos: cf.
Ios artculos del Dictionnaire topographique de PLATNER-SHsY; acerca del pomerium,
completer con el articulo de Michel Labrousse Mlanges d'Archologie et d'Histoi
CAPITULO 11
Notitia, publicados en Urlichs; cf. el estudio de ARVAST NORTH, Prolegomena till den
Romerska Regionskatalogen, Lund, 1937.
'~ Sobre la legislacin de Trajano, cf. AURELIUS VICTOR, Epitome, 13, 13. Statuens ne
domorum altitutudo exsuperaret pedes Ix. Cf. Dig. XXXIX, I, 1, 17, y Cdigo~st., VIII, 10, 1.
i2 JUVENAL, Sat., III, 197. Los edificios de la Bibertica y de la Scala del Ara Caeli tenian
cinco
plSOS.
VII 17.
'; Acerca de las belles villas de las aEueras, cf. MARCIAL, I, 108, 2-4; VII, 61, 1-. El
encantador epigrama de Marcial, X, 79, prueba que sus propietarios no siempre lograban
aislarse.
Notas
tre la poca antigua y la poca actual, consultar el interesante articulo de BOETHIUS en los
Scritti in onore di B. Nogara, Rotna, 1937.
21 En cuanto a los escasos enseres que poseian los pobres, cf. MARCIAL, XII, 32.
22 Acerca de este lujo, cf. CuMONT, Egypte des Astrologues, Bruselas, 1937, p. 100, n. 6.
24 Sobre la riqueza del mobiliario romano, cf. MARCIAL, VI 94; XI, 22; XI, 66 jJwENAL,
XI, 120, etc.
25 Las ventanas con cristales, moy escasas en Italia, eran habituales en las villae de la Galia
(cf. CUMONT, Comment la Belgique fut romanise, p. 44, n. 3). Sobre las copes de vidrio
pintado importadas a Roma de Siria en el primer siglo de nuestra era, cf. SILVESTRINI, La
coppa vitrae greco-alessandrina di Locarno, BulL d'Arte, 1938, pp. 490-493, obra que nos
remite a la bibliografia anterior y especialmente a la glosa fundamental de Et. Michon en el
Bulletin de la Socit des Antiquaires de 1913.
26 PLINIO EL JOVEN, Ep., II, 17, 16y22;cf.VII,21,2,yIX, 36, 1, y APULEYO, Met., II, 23.
349
de carbono era moy frecuente. Juliano est a punto de morir en Lutecia a cause de esto
(Misopogon, 341 D).
28 Acerca del aqua Traiana, consultar el texto sobre Ostia comentado por mi en los C. R. Ac.
Insc., 1932, p. 378; aquam suo nomine tota Urbe salientem dedicavit (Traianus).
30 MARCIAL, IX, 18 (hay que decir que Marcial slo tenia bomba de ague en su case de
campo). PLINIO ELJOVEN (EP., II, 17, 25) slo tenia pozo en su villa.
32 PABLO, en Dig., III, 6, 58; cf. PAPINIANUS, en Dig., XXXIII, 7, 12, 42.
34 Acerca de las conducciones de bajada, cf. mi articulo Le Quartier des docks Ostia, en
las Mlanges d'Archologie et d'Histoire de 1910. El sistema de evacuacin directa a la
cloaca es relativamente moderno en nuestras capitales. En tiempos del Segundo Imperio
francs, el vaciado de las fosas de residuos parisinas todavia era una operacin corriente.
[clavibus Consumit horas et die toto sedet Cenaturit Vacerra non cacaturit.
En el siglo XVIII, Felipe V e Isabel Farnesio tenian por costumbre ir juntos al retrete; y tengo
noticias de que estos cmodos dos plazas an existian en Ypres en 1914.
-~
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-
- .i
:
~:
~:
~,
37 Para ms informacin de las fosas situadas bajo las escaleras, especialmente las de la
insula Sertoriana, cf. C.l.L., VI, 29, 791.
38 Sobre el lacus, ver TITO LlVIO, XXXIV, 44, 5; LUCRECIO, VI, 1022; JuvENAL, VI,
602, y mi articulo publicado en Mmoires de la Socit des Antiquaires de 1928 (cf.
CuMoNT, Egypte des Astrologues, p. 187, n. 1).
41 Acerca de los alquileres, cf. Dig., XIX, 2, 30 y 58; DIODORO, XXXI, 18, 1; SUETONIO,
Caes., 38; JUVENAL, III, 223.
42 Para mayor informacin sobre la insula administrado por el procurator Bargates, cf.
PETRO
NIO, Sat., 95.
46 Sobre la anchura exigida para los maeniana, cf. Cd. Just., VIII, 10, 12.
47 La costumbre de tirar la basura en la puerta de los edificios ha subsistido en Roma haste
1870.
50 MARCIAL, ibid.
Notas
CAPTULO III
4 PLINIO EL JOVEN, I, 21, 2; VI11, 16; 1, 4, 3; VIII, 1, 2; V, 19; I, 12, 7; IX, 36, 4; 111, 14,
3.
s APIANO, B. C., II, 120.
6 Para consultar estas cifras, cf. TENNEY FRANK, Races mixtures in the Roman Empire.
en la American historical Reviev', XXI, 1916, pp. 689-708.
7 Sobre el valor del testimonio de Critn, ver mi escrito Points de vue sur l'imperialisme
romain, cap. II.
'' Un esclavo por cada dos hombres libres en Prgamo, segn testimonio de Galeno (V, 49
Kuhn), quien vivi del 136 al 202.
351
,8 Sobre el final de la segunda guerra contra los dacios, cf. el articulo de DEGRASSI, en los
Rendiconti dell'Accademia pontificia, 1937.
|9 Acerca de los tesoros de Decbalo, evaluados en 500 millones, cf. mi Points de vue sur
l'imperialisme romain, cap. II. Consultar, asimismo, la monografia publicada en la
recopilacin de textos de la Universidad de El Cairo, de P. GRAINDOR, bajo el titulo Un
milliardaire antique: Hrode Atticus.
24 PETRONIO, Sat., 47 Y 37
135.
28 Para ms informacin sobre sueldos y rangos, ver las memorias ya clsicas de VON
DOMASZEWSKI, Der Truppensold der Kaiserzeit, en los Neue Heildelberg lahrb., de 1900,
y por supuesto, Die Rangordmung im r
mischen Heere, en los Bonner lahrb., de 1908, especialmente las pginas 111, 118 y 139.
CAPTULO IV
~ GAIUS, Institutes, III, 17. Acerca de la patria potestas y la autoridad paterna, cf., en ltimo
trmino, las memorias de KASER, en la Zeitschrift der Savigy, Rm. Abt., 1938, pp.67-87 y
88-135.
3 O devorados por los perros vagabundos, cf. CUMONT, Egypte des Astrologues, 187, n. 2.
4 Acerca de estas estadisticas, cf. mi articulo en la R. E. A., 1921, sohre la diatribe de Muso-
NIUS RUFUS, qvla la ~tVIlEVa rxva 06Emov, cf. el Pap. Harr., I. Publicado por J.
ENOCH PoWELL, Archiv f. Papyrusforschung, 1937, pp.175-178.
7 MARCIANO, en tiempos de
ALEJANDRO SEVERO, en Dig.,
XLVIII, 9,5.
12,1.
2,3.
1 -2.
370-371.
GAIUS, I, 144: Veteres enim voluerunt feminas etiamsi perfeuae aetatis sint propter animi
levitatem in tutela esse. Ver tambin CICERN, Pro Mur., XII, 27: Mulieres omnes propter
infirmita
Notas
20 Acerca de los tutores legitimos, ms tarde sustituibles y con el tiempo eliminados, cf.
GAIUS, 1,173-174 y 115,145 y 157.
22 Cf. Ch. FVEZ, Un fministe romain: C Musonius Rufus", en el BulL Soc. Et. des
Lettres de Lausanne, octuhre 1933, pp.1-9.
24 Sobre Paulina, cf. TCITO, Ann., XV, 62, y J. CARCOPINO, Choses et yens du pays
d'Arles, en la Revue du Lyonnais, 1922, y Points de vue sur l'imprialisme romain, pp.247-
248.
24.
28 Cf. MARCIAL, XI, 53 (acerca de Claudia Rufina); IV, 75 (sobre Nigrina); X, 35, asi
como X, 38 (sohre Sulpicia).
29 Sobre la mujer de Macrinus cf. PLINIO ELJOVEN, Ep., VIII, 5. Elogio de Calpurnia, cf.
PLINIO ELJOVEN, Ep., IV, 19.
353
398-412; 434-456.
X, 23; cf. QUINTILIANO, V, 10, 104. Acerca de la lex lulia de adulteriis, cf. PABLO, Sent.,
II, 26, 4 y 14; MODESTINUS en el Dig., XXIII, 2, 26; ULPIANO en el Dig., XXV, 7, 1, 2;
Collatio, IV, 12, 3 y 7; MARCIAL, II, 39, y JUVENAL, II, 70.
47 Acerca de SEPTIMIO SEVE RO, cf. DION CASSIUS, LXXVI, 16, 4: EVEXX\I pV
TO_1t ~[, am~pov~alv m5 xa ~Epl T~
48 Sobre el texto de las Doce Tablas, cf. CICERN, PhiL, II, 28,69.
minado del album senatorial por los censores del ao 307, cf. VAL. MX., II,9,2.
so Acerca de Sp. Carvilius Ruga, cf. VALERIANO MXIMO II, 1, 4 Y AULUS GELLIUS,
X, 15.
53 Ver texto de VALERIANO MXIMO, VI, 3, 10-12. Entre los nombres que cite, uno de
ellos nos es completamente desconoci
do (Q. Antistius Vetus); los otros dos podrian corresponder a personajes de la segunda mitad
del siglo Ill a. C. (entre el ao 293 y el 218), si es cierto que los ejemplos tomados por
Valerio Mximo son de la segunda dcada de Tito Livio, texto que no ha llegado haste
nosotros.
52 En el matrimonio cum manu, la mujer alcanz con el tiempo los mismos derechos: Cf.
GAIUS, I, 137 A.
53 Sobre el quinto matrimonio de Sila, ver mi obra Sylla ou la monarchic manque, p. 217.
54 Acerca de los divorcios de Pompeyo, cf. Ibid., p. 190-191, y PLUTARCO, Pompeyo, IV,
X.
56 Sobre el divorcio de Catn de Utica, cf. PLUTARCO, Cato min., XXXVI, LII.
57 Sobre el divorcio de Cicern, cf. Ia antologia de textos de WEINsTocK P. W., Va, c. 714-
716.
58 Sobre la rupture de esponsales, cf. SUETONIO, Aug., 34; sobre las leyes de Augusto, cf.
PABLO en el Dig., XXIV, 29, y GAIUS, II, 62 y 63. En general, comparto el punto de vista
de EDouARD CuQ., en Institutions, p. 182, sobre las consecuencias de las <<[eyes Julianas.
59 Sobre las retenciones de la dote, cuyo uso se remonta a finales de la Repblica, cf. Dig.,
XX111, 3, 73; 1, 1, 8; XXIV, 3, 47; XXV, 2, 3, 3; 5, 18; ULPIANO, Reg., Vl, 9-12, y VII, I y
ss., etc. Para la aplicacin a nuestra poca, cf. PLINIO, N. H., XIV, 14.
6~ Para los obstculos de la gestin marital fuera de Italia, cf. PABLO, Sent., II, 21b, 2, y
JusTINIANO, Inst., II, 8 (comparer con el texto de GAIUS anteriormente citado).
63 JWENAL, V, 212.
69 MARCIAL, Vl, 7.
73 Acerca de la dominacin de la mujer, cf. JUVENAL, VI, 224; imperat ergo vire, y 341:
Vidua est locuples quae nupsit avaro.
75 MARCIAL, Vl, 7, 5.
Notas
.(
355
CAPtTULO V
2 Acerca del concubinato de Marco Aurelio, cf. CASS. Dlo., LXXI, 29, 1; H. Aug. M. Ant.
ph., 29, 10. Vespasiano se adelant al filsofo cuando, despus de quedarse viudo, tom
como concubine a la liberta Caenis, cf. SUETONIO, Vesp., 3.
4 MARCIAL, VIII, 71, 6; VII, 64, 1-2; Vl, 39, y Xll, 58.
s Acerca de las lobes, cf. JuVENAL, 111, 66; MARCIAL, 1, 35, 8, etc.
6 Sobre Catn, cf. PLUTARCO, Cato mai., XX, Dig., XL, 30, 3, 5: decretis divi Pii optinuit
mater ut sine deminutione patriae potestatis apud eam filius moraretur.
7 En cuanto a la eleccin del pedagogo de Corellia, cf. PLINIO ELJOVEN Ep., III, 3, 3, y ss.
Sobre la educacin de la primera infancia a cargo de los esclavos, cf. TCITO, Dial. de Or.,
29.
8 Sobre los clubs de mujeres frecuentados en Roma a partir del siglo I (SUETONIO,
Galba, V, 1) haste el siglo v (S. JERNIMO, Ep., 43, 3), cf. C.l.L., Vl, 997, y XIV, 2, 120.
'2 Sobre el plagosus Orbilius, cf. HORACIO, Ep., II, 1, 70; acerca de sus sucesores,
JUVENAL, 1, 15; MARCIAL, X, 62, 10.
t3 Sobre el maestro de Faleria, cf. LIV, V, 27, 1, historia evidentemente inventada (cf.
DIOD., XIV, 95, 6).
~s La primera escuela pblica fue fundada por TEODOSIO II, Cd. Teod., VI, 1,1.
i6 QUINTILIANO, I, 3, 1.
ludi magistros a proc (uratore) metallorum immures es (se placet). La importancia de los
privilegios a los maestros qued disminuida por el hecho de haberse publicado despus que
los de pregoneros, zapateros, barberos, etc.
2S Un buen ejemplo del ridiculo al que generalmente se exponian los filsofos nos lo ofrece
la parodia escatolgica de la enseanza de los Siete Sabios en las pinturas de las termas
recientemente descubiertas en Ostia (cf. supra, p. 323, n. 36).
29 Cf. mi obra Csar, pp. 974-975, y el artculo de M. MARROU en las Mlanges de Rome,
de 1933.
30 Sobre los nios prodigio de la Roma imperial, cf. MARROW, Movalx; v-rlE. Paris,
1937, pp. 196-207.
32 Acerca de la aficin por lo griego~ del siglo 11, cf. MARCIAL, X,68; JUVENAL, I,
185-196.
33 Acerca de Luciano y sus giras remuneradas, cf. Ia tests plenamente actual de MAURICE
CROISET.
36 Acerca del hijo de Delmatius, cf. C. 1. L., VI, 33, 929. Otro ejemplo: C. 1. L., XI, , 435.
Notas
44 QulNTILIAN, I, 9,3
46 SUETONIO, Rhet., I.
47 Acerca de esta pretendida actio de moribus, cf. MOMMSEN Droit Pnal, III, p.88.
49 Contra MARROW, Saint Augustin et la fin de la culture antique, pp. 53-54. DERATANI,
Rev. Phil., 1929, pp.184-189, advierte que para encontrar algo de realismo en estas
declamaciones habia que mirarlas con lupa.
si PETRONIO, Sat., 1.
54 Sobre el profundo materialismo que testimonian muchos de los epitafios, cf. Ios hallazgos
epigrficos de BRELICH, Aspetti della morte nelle inscrizioni sepoltrali dell'impero romano,
Budapest, 1937, pp.59 y ss.
sS Sobre este anlisis de la religin oficial romana, leer la admirable pgina de CUMONT,
Les religions orientales dans le paga
357
nisme romain 4, Paris 6, 1929, pp. 25-27.
56 BOISSIER, La religion ro
maine d'Auguste aux Antonins, II, pp.141-142.
59 Ver PETRONIO, 44. El equivalente pieds nickels para pedes lanatos es de ERNOUT.
Yo me he permitido buscar otro para nemo lovem pill faat en el mismo pasaie.
8.
8.
65 Los emperadores ya no gozaron de culto diving: cf. sobre las palabras de Vespasiano,
SUE TONIO, Vesp., 3; sobre las horribles palabras de Caracalla hacia su hermano, ver H. A.,
Geta, 2. (Geta sit divus dum non sit vi
vus.)
70 Sobre el carcter de thiasus de las escuelas filosficas griegas, ver el libro de BOYANCE
sobre Le culte des Muses, Paris, 1937. La hermandad epicrea de Atenas estuvo sufragada
por Adriano.
7' J. BIDEZ, La at du monde et du soleil chez les stoiaens, Paris, 1932.
72 Sobre el alejandrinismo de los neopitagricos de Roma, cf. el capitulo de mi obra
Basilique consacr a Nigidius Figulus.
73 La prueba de la frontera moral establecida en los Estados de los diadocos reside, en espe-
cial, en lo que conocemos sobre Timoteo, hierofante de Eleusis, reformador del culto de Attis
y fundador del culto a Serapis a finales del siglo ~v a. C.
74 Acerca de este culto en Capua, cf. Notizie degli Scavi, 1924, p. 361; en Roma, C. 1. L., VI,
732, aunque el culto a Mithra no resucit, continu representando a un dios mediador y
salvador.
75 Sobre la simbiosis de los cultos orientales, cf. CUMONT, op. cit., pp. 52 y 291, y, ms
recientemente, ALDA LEVI, La patera d'argento di Parabiago, Roma, 1936.
78 Ibid., 511-512.
79 Ibid., 314-317. Se trata de los misterios de Bona Dea, cuyas reglas estn evidentemente in-
fluenciadas por el carcter orgistico oriental.
87 JUVENAL, X, 350.
90 Sobre el culto de salvacin de Antinoo, cf. DIETRICHSON, Antinoos, Oslo, 1984, cuyas
conclusiones me parecen an ms satisfactorias que las de PIRRO MARCONI, Antinoo, en
los Monumenti dei Lincei, XXIX, 1923, pp.297-300. En el museo de Leptis Magna repar en
una estatua de Antinoo restaurada con la corona de hiedra de Baco y los atributos de Apolo.
91 Sobre el collegium salutare de los dendrophori de Bovillae, cf. mi articulo de los
Rendiconti dell'Accademia pontificia di ar
Notas 359
93 Esta politica imperial se desarrolla con Adriano, quien construy el doble santuario de Ve-
nus y de Roma, y contina haste Cmodo, representado en Marte con la emperatriz Crispina
como Venus; quien mejor la ha definido ha sido AYMARD, en las Mlanges de l'cole de
Rome, 1934, pp.194-198.
9s Sobre las monedas de Faustina, cf.. GRAIILOT, Le culte de Cyble, Paris, 1913, p.151.
98 Cf. SUETONIO, Claud., 25: ludaeos, impulsore Chresto, assidue tumultuantes Roma
expulit. Acerca de este famoso texto, ver DUCHESNE, Hist. anc. de l'Eglise, I, p. 55, y
JANNE, en las Mlanges Bidez, Bruselas, 1934, I, pp. 531-532. Los cristianos no formaron
una colonia aparte; cf. ABBE VIELLIARD, Bull. Soc. Antiqu., 1937, p.104.
~t Sobre Pomponia Graecina, cf. TCITO, Ann., XII, 32. Sobre M. Acilius Glabrio, cf.
SUETON10, Dom., 10, y DION CASSIUS., LXVII, 12. Sobre Clemens y Domitila, cf.
SUETONIO, Dom., 15, y DION CASSIUS., LXVII, 14.
t02 Sobre el extrao comportamiento observado por Flavius Sabinus, cf. TCITO, Hist., III,
65 y 75: miten virum, abhorrere a sanguine et caedibus...; in fine vitae alii segnem, multi
moderatum et civium sanguinis parcum credidere.
to3 Cf. HALE, Revue des Deux Mondes, 15 de enero de 1938, p. 347.
[04 Sobre la segunda Flavia Domitila, cf. DUCHESNE, op. cit., p. 217, n. 2 (cuando cite a
EUSEBIO, Chron. ad, ann. alr., 2, llO, e Hist. Eccle, III, 18).
~s En los ltimos aos, la tesis conocida y ya clebre de De Rossi ha sido rebatida especial-
mente por P. STYGER, Die rmischen Katakomben Berlin, 1933.
i06 Acerca de ia inicial desigualdad del cristianismo, ver mis observaciones en R. E. L., 1936,
pp. 230-231.
CAPTULO VI
' Los idus se celebraban el 15 de marzo, mayo, julio y octubre; el die 13 en los ocho meses
restantes; las nonas el die 5 en los meses en que los idus caan en 13, y los dies 7 en los otros
meses.
2 Acerca de la semana considerada especificamente romana, cf. D~o. CASS. XXXVII, 18,2.
3 Acerca del die civil de los romanos, griegos y babilonios, cf. VARRO, apt MACROBIO,
Sat., 1, 3,2; AULUS GELLIUS, III, 2,2.
4 Cf. Horologium en el D. A.
s Sobre la tardia introduccin de las horas en Roma, cf. CENSORINUS; De die eat.,
XX111, 8. Acerca de la primitive divisin de la jornada en dos parses, cf. PLINIO, VII, 212;
AULUS GELLIUS, XVII, 2,10.
6 Sobre la Graecostasis, cf. VARRo, L. L., V, 135. A pesar del edificio para embajadores,
probablemente inventado por el historiador de Alejandro el Grande, los griegos no mandaron
embajadores a Roma antes de las victorias de Demetrios Poliorcetes (ESTRABN, V, 2,5).
8 Sobre el primer cuadrante solar, que no data del ao 293, sino de 263 a. C., cf. PLINIO, N.
H., VII, 213-214.
Paulo fruit censor, diligentius ordinamentum iuxta posuit, idque munus inter censoria opera
gratissima acceptum est.
' Cf. PLINIO, ibid., 214: nec congruebant ad horas eius lineae... paruerunt tamen et annts
undecentum.
" Sobre el primer reloj de ague instalado en Roma, cf. PLINlo, N. H., VII, 215.
i2 Sobre el gran solarium situado entre el Ara Pacis y la columna Aureliana, cf. C. 1. L., VI,
702, y PLINIO, N. H., XXXVI, 73.
6 Sobre las diferencias del die civil y del die natural, cf. CENSOKINUS 19e die eat.,
XXIII, 2.
i8 JUVENAL, XIV, 59 y ss. So bre los diferentes tipos de scopae, cf. PLINIO, H. N., XVI,
108; XXIII, 166 HOR.; Sat., II, 4, 81-82; MARCIAL, XIV, 82. Sobre las escaleras, scalae
quae ad lacunaria admoveantur, cf. ULPIANO en el Dig., XXXIII, 7,16.
22 PERSIO, III, 3.
Notas
26 ClcERN, Ad. Qu. fr., III, 2,1; HORAXIO, Serm, II,1,102; Frontn, Ep., IV, 6, p.69
Naber.
3s Acerca del torus, cf. PETRONlo, 32 y 78; JuvENAL, VI, 88 y siguientes; MARCIAL,
XIV, 90 y 92. El prestigio de las lanes de Flandes parece remontarse a la antigedad.
36 Sobre los stragula y operimenta (u opertoria), cf. VARRO, L. L., V, 267; SNECA, Ep.,
87,2.
37 Sobre los tapetia, cf. MARCIAL, XIV, 147; Dig., XXXIII, 10,5. Sobre los lodices y la
polymita, cf. MARCIAL, XIV, 148 y 150.
361
40 Cuando la vestimenta se componia de lioum y de toga, los romanos slo se acostaban con
la toga (VARRO, apt Non., 13, p. 540). Tiempo despus, se ponia la toga sobre la came,
segn el rito de la noche de bodes (ARNOBE, adv. Nat., II, 68).
42 Asi Catn de Utica (AscoNIUS, p. 30 Or.) y los Cornelii Cethegi cinctuti, cf. HORACIO,
A. P., 50, y PORPHYRION, h. 1.
4` Ver ClcERN, De Off, I, 35, 129. Las mujeres luchadoras se exhibian con este ridiculo
aeavio. JUVENAL, Vl, 70; MARCIAL, Vll, 70; MARCIAL, VII, 67).
44 Salvo, quiz, los trabajadores del campo, de ahi el nombre de campestria que
habitualmente llevan los subligaria de los obreros (cf. PLINIO, N. H., XII, 59).
49 AULUS GELLIUS, VI, 12, I y 3; NONIUS, 536, 15. Contra, AGUSTIN, De Doctrina
Christi, III, 20.
50 PLINIO EL JOVEN, Ep., III, 5, 15.
gas reflexiones en las ltimas pginas del libro de MARG BIEBER, Entwcklung geschichte
der griechischen Trecht, Berlin, 1934. s3 ATENE, V, p. 213 B.
s4 TITO LlVlo, III, 26. s5 Ver emperadores que se envolvian en la toga con ms o menos
gracia (Caligula en el teatro, Claudio en el tribunal, Nern en el aedes Vestae, etc.). s6
TERTULIANO, De pall., 5:
....
guientes; MARCIAL, Ep., I, 103, 5; VII, 33, 1; X, 11, 5 y 96, 11; X11,14,4.
s8 Augusto se ponia el amictus desde por la maana, para poder tracer frente a cualquier
eventualidad (SUETONIO, Aug., 73).
6} H. A. Comm., 16.
63 La Hist. Aug., seala la reaccin que hubo bajo el mandato de Septiminio Severo.
que se limpia a fondo rascndose la frente con un cuchillo de plate, pero pasa horas en manos
de su peluquero. (Rev. de Paris, 15 de junio de 1938, p. 884).
7i Acerca de los inconvenien
tes de las tonstrinae en la via pblica, cf. infra, n. 116, la cite de Fabius Mela en el Dig., IX,
2,11. Sobre los tonsores de Suburra, cf. MARCIAL, II, 17; de las Carenas, HORACIO, Ep.,
I, 7, 45-51. Los habia tambin junto al Circo, al templo de Flora: ad Florae templum ad
tonsores.
73 A menudo se hacian afeitar despus del bao y antes de la cena. Cf. HORACIO, Sat., I,
7,45.
76 MARCIAL, VII, 64, 1-2; JuVENAL, X, 226. Con Diocleciano, la tarifa de las sesiones del
barbero ser de las ms bajas.
PLUTARCO, De aud., 8.
78 Acerca de estos trminos, cf. PLAUT., Capt., II,2, 16; MAR CIAL, Ep., XI, 3q.
92 Sobre Csar, adems del testimonio que nos hen dejado las monedas, que tambin
tenemos de Sfla, cf. SUETONIO, Caes., 46.
98 CASS. DIO, XLVIII, 39, 3. Cf. mi articulo en la Revue Historique, 1929, pp.228-229.
XII,8.
363
escasas navajas halladas en Pompeya nos recuerdan el cuchillo de Janot; cf. el catlogo de
la Mostra Augusta, p. 361.
'4 PLUTARCO, Ant., 1,2. Entre los ohietos de tonsor que aparecen en los bajorrelieves
funerarios que hen llegado haste nosotros, no hay rastro de brochas 0 escudfllas. En vano
he huscado la solucin al problema en la bibliografia moderna; ya traten de la vida privada de
los romanos 0 de los griegos, nuestros libros no se preocupan por mvestlgar este problema.
5 PETRONIO, 94.
1X,2,11.
36.
7-8: Fascia te tunicae obsa~raque pallia celani. At mihi nulla satis nuda puella facet.
211.
209-210.
XXVIII, 178-179. Otras recetas, Ibid., XXXI, 117; DIODORO, V, 33, 5; ESTRABN, III,
164, y APULEYO, Ap., 6: La orina se menciona en estos tres ltimos pasajes; en el ltimo se
dice que la mayora de los hombres, e incluso de las muieres, se limitaban a enjuagarse la
boca con ague. Otros, para perfumarse el aliento, chupaban pastillas aromticas (cf.
HORACIO, Sat., 1, 2, 27) y las inscripciones mencionan los pastillarii o vendedores de
pastillas (C. 1. L., Vl, 9, 765 y ss.).
109
~ss APULEYO, Met., XI, 3.
23.
XIV, 67-68.
63 Sobre las sombrillas, cf. JUVENAL, IX, 50; MARCIAL, XI, 73, 6, y XIV, 28. Hay una
somhrilla plegable en un bajorrelieve del Museo de Avezzano, cuyo vaciado est expuesto en
la sale 62 de la Mostra Augusta.
| Notas
365
CAPTULO VII
LAS OCUPACIONES
rl
~ ~` ~:
366
o vesticar).
39 Ibid., 9.497-9.498.
40 Ibid.,9.891-9.892.
41 Ver la obra ya antigua, pero no obstante admirable, de PAUL GIDE, tude sur la
condition prive de la femme, Paris, 1885, p. 152.
375.
46 HELBIG, Wandmalereien,
1.502.
1.503.
1.495.
57 PETRONIO, 79.
59 MARCIAL, 1X,59,21.
60 MARCIAL, IV, 8, 3-4, lo que corrige ibid., XII, 978. Las mismas conclusiones para los
mine
66 Tal como se deduce, sin lugar a dudes, de PLINIO EL JOVEN, Ep., II, II, 14: en un
proceso ocurndo en enero se menclonan 16 clepsidras equinocciales, de ahi su calificativo de
spationsissimas, para un alegato de al menos 250 minutos o quiz de 300 (cinco horas).
67 MARCIAL, VI, 35; sobre la fisionomia de los procesos, cf. HUMBERT, Les plaidoyers
de Cicron, Paris, 1925, pp.25 y ss.
69 SUETONIO, Vesp., 10
74 Cf. HUELSEN_CARCOPINO,
75 PLINIO EL JOVEN, Ep., VI, 33,3. Cf. Ibid., I,18,3; IV, 24, I;II,14yV,9.
76 QUINTILIANO, XI, 5, .
Notas
78 Cf. HUELSEN_CARCOPINO,
83 GRENFELL y HUNT, Pap. Ox., I, 33. Este papiro es la ms reciente de las Actas de los
mrtires alejandrinos. Estudiados por VON PREMERSTEIN (Philologus, Suplemento b.,
XVI, 1923), y por NEPPI-MODONA (Aegyptus, 1929 y 1932), estos documentos son
procesos verbales arti6ciales~ en los que, como en un relato hagiogrfico, se mezcla la
ficcin con una realidad, tanto menos cuestionable, cuanto que proceden de inscripciones de
Antioquia an inditas, coya publicacin acaha de ser confiada por M. Seyrig a M. Pierre
Roussel (abril 1939)
11.
9.
367
XIII,3,3.
96 A este respecto considero decisive la alusin de JUVENAL, VII, 86 y ss., sobre el caso de
Estacio, quien consigui vender su Agave al mimo Paris pero no su Thebaida a un editor.
109 PLINIO EL JOVEN, Ep., V, 122 Ibid., II 18, 2. GANIOL en sus Recerches
sur les cialmente CASSIOD., Var., III 51;
17 y VIII 12. 123 Ibid., VI, 15. jeux romaine, Pars-Estrasburgo, ISIDORO DE
SEVILLA, XVIII 36;
~ Cf. PERSIO, I 19; PLINIO 124 Ibid., VI, 17. 1923. .1nthol. Iat., I, 197.
EL JOVEN, V, 17 y IX 34 125 Ibid., VII 17. 7 Sobre el sentido de este pa- '4 Cf.
en especial PLINIO EL
~i~ PLINIO EL JOVEN, Ep., IV, ,26 Ibid., III 18, 4 y V, 5, 2 saje de FESTUS, p.
238, ver mi li- JOVEN, Ep., VI, 5: propitium
19, 3. ,27 Ibid., III 10 Y IV 7. bro Virgile et les Origines d'Os- Caesarem ut
in ludieron preca
"2 JUVENAL, VII 45-47, y 128 Ibid., IX, 27. tie, Pars, 1919, pp. 119-120.
bantur; TCITO, Ann., XVI, 4:
PLINIOELJOVEN, Ep., III 18,4 129 Ibid., VIII 21. 8 SobreelpapeldelEstadoen
plebs urbana personabat certi,
"3 PLINIO EL JOVEN, V, 17 130 Ibid., V, 17. Ios munera, cf. mi obra Csar,
p. modis plerumque plausuque com
D4 JWENAL, VII 39 y ss. '3' Ibid., VI, 15. 515. posito. Sobre los sudaria, Cf.
ifs PLINIO EL JOVEN, III 18, JUVENAL, VII 83-86. 9 FESTUS, p. 135:
munus do- Hist. Aug., Aur., 43.
4. [33 JUVENAL, I 52-54. numquodoficiicausadatur;TER- is
PLINIOELJOVEN, Pan.,51.
"6 PETRONIO, 90; HORACIO' '34 PLINIOELJOVEN, Ep, VII TULIANO,
Despect., 12; officium 16 PLINIO, N H.,XXXIV, 62.
Sat., IV, 75. 17. mortuorum; AUSONIO, De fen, '7 PLUTARCO, Galba, 17.
"7 PLINIOELJOVEN,VIII,21, '35 PLINIOELJOVEN, Ep., VI, 35: falcigerum
placant sanguine Otho sera legitimado de este
2. 21. caeligenam. modo (PLUTARCO, Otho, 3).
I18 PETRONIO, 90; PLINIOEL 136 Ibid.,V,3y VII 17. 10 SUETONIO, Aug., 40;
18 Enelao69,Titosedeshi
JOVEN, I, 13, 3; VIII 21. 137 HORACIO, Sat., I, 4, 76 y Claud., 6. zo de este
modo de los enemigos
II9 r- ~T() FL JoVEN, VI, 17, siguientes. i QUINTILIANO, VI, 3, 63, de
Vespasiano (SUETONIO, Tit.,
3 138 Ver a este respecto ALBER cuenta que Augusto expuls del 6). Sobre las
aversiones de Tibe
,20 PLINIO EL JovEN, VIII 21, TINI, La composition dans Sn- circo a un
caballero romano, que rio, Cf. SUETONO, Tib., 47.
4; III 18, 4. que, Paris, 1923, pp. 315 y ss. habia bebido ms de la cuenta, di- '9
CASS. DIO. LIV, 17.
~ JUVENAL, X, 75 y ss. (GSEI 1, Inscr. Iatines de l'Algrie, op. cit., pp. 61-62,
en la que ha- 26 PLINIO, N. H., VIII 20-21.
2 FRONTN, Princip. hiss., V. nm. 3.041) es sobradamente co- llamos que si
bien los extranjeros 27 SUETONIO, Caes., 39.
II. nocida; no obstante, slo ha sido de paso por la Urbs y Ios esda- 28 PLINIO,
N. H., XXXVI,
3 Para estas enumeraciones comprendida despus de que vos eran admitidos en los
espec- 102, indica 250.000. Pero sin
consultar el artculo calendarium Synder la comparara con el an tculos, sin
embargo siempre dude se trata de una cifra de su
del D. A., Ios manuales de MAR indito papiro de Dura, papiro ocupahan las
peores localidades. poca, despus de las ampliacio
QUARDT y de WISSOWA, as como que puhlicar junto a otros cola- ,2
OVIDIO A. Am., III 2, 43 nes de Nern. En los tiempos de
las reseas correspondientes a horadores y bajo la direccin de y ss.
Augusto, Denys d'Halicarnaso,
cada festividad de las enciclope- Rostovtseff. '3 Sohre estas supersticiones, III
68, slo cite 150.000 plazas.
dies de PAULYWISSOWA y de s Enunresumendelexcelente
cf.loscuriosostextosrecopilados 29 PLINIO,N. H.,XXXVI, 71.
ROSCHER. Acerca del controver- anlisis de JEAN GAG en sus Re- por P.
Wuilleumier en su artcu- 30 Ci. Ios R. G., IV 4, y el co
tido sentido de las Nundinae, cf. cherches sur les jeux sculaires, Io de las
Mlanges de l'cole de mentario de Jean Gag sobre el
P. W. XVII C. 1470. Pars, 1934. Rome, 1927, pp. 184-209, sobre pasaje de
Cassiodort,, Var., III,
4 La inscripcin de Tebessa 6 Este aspecto lo describi Pl Le Cirque et l'Astrologie, y
espe- 51, 4.
33 TERTULIANO, De specs., 8;
34 SUETONIO, Dom., 5, Y PLI N10 EL JOVEN, Pan., 51, 5; cf. edicin Durry, h. 1. e
introd., p. 14; cf. C. L L., VI, 955. LUGLI, Monumenti antichi di Roma, p. 391, llega por otro
camino al mismo resultado.
35 La descripcin que sigue est tomada de la excelente resea del Top. Diction. de PLAT
NER- ASHBY.
38 SUETONIO, Dom., 4.
39 JUVENAL, X, 36 Y SS.
41 Verosmil conclusin de los sondeos llevados a caho por G. Chdanne en 1886; a este
respecto ver el captulo I del libro de DE NAVENNE sobre Le palais Farnse et les
Farnses, y el artculo de LE BLANT en las Mlanges de Rome, 1886.
43 C. L L, XV, 6.240.
44 Sobre el mosaico de los baos de Pompeianus, troy destruido, Cf. Rec. de Constantine,
1880, III, Y D. A., figuea 1.535.
45 Ver la inscripcin de Dlo CLEUS, C. L L., VI, 10.048; DES SAU, 5.287.
46 WILMANNS, 2.600,2.
47 Ver la tests de A. AUDO
49 Ver el Anhang de FRIED LANDER y las inscripciones recapituladas por DESSAU, II,
PP. 322-345.
52 MARCIAL, XI,1.
53 MARCIAL, X, 50.
10.050,10.049.
59 TOUTAIN, en el D. A., III, P.1.372, seala diecisiete das en el circo frente a cincuenta y
cinco en el teatro.
6,3.
ASHBY, en LUGLI, I Monumenti antichi diRoma, I, PP.346 Y 391, quien est de acuerdo
con Ashby en que cada uno de los loca sealados en los Regionarios no tienen una medida de
un pie cuadrado, mientras que el espacio minimo requerido para un espectador sentado es de
un pie y medio cuadrado (44 X 44 cm.).
77 QUINTILIANO, X1,3,87.
86 ROBERTO PARIBENI, II
NECA, Controv., III, pr. Sobre el mimo en general, Cf. IOS artculos de G. DALMEYDA y
G. BOISSIER, enelD.A.,yeldeP. W.,XV,c. 1743-1760.
y ss.
teatro de Sabratha (Cf. Guidi, Africa Italiana, III, 1930, PP. I Y siguientes) representa una
obra de mimo, probablemente el juicio de Paris. A la derecha, Hermes trata de persuadir a
Paris de que elija a una de las tres diosas. En el centro, las diosas estn representadas
vestidas, excepto Venus, quien lleva un chal tras ella agitado por el viento. A la derecha est
representada la escena final, en la que las tres diosas estn nudaiae.
93 MARCIAL, III, 86. A ttulo excepcional, algunos mimos deban guarder, en los tiempos
del Imperio, la forma de una atellana. Es probable que uno de los bajorrelieves del teatro de
Sabratha, que representa a tres personajes, entre ellos el calvo stupidus, represente una de
estas obras y que haya que ver en ella el aexctTO\YOa, CUYO paper ha elucidado Louis
Robert (R. E. G., 1936, PP.235 Y 55~).
l
98 Lex lulia num. et Lex. colt Iuliae Genetivae, cap. LXX y LXXI; y Tac Ann., IV, 62-63.
i01 Los ltimos munera extraordinarios de magistrados sealados por nuestras fuentes son
los ofrecidos en el ao 70 en el natalis de Vitellius por los cnsules correspondientes
(TCITO, His., II, 95).
i02 PLINIO EL VEJO, N. H., XXXVI, 26. Sobre los Curio padre e hijos, consultar mi obra
Csar, p. 690. El anfiteatro de Pompeya (que yo mismo relacion con la poca de Sulla en mi
Histoire romaine, I, p. 474, n. 71) se tiene como el ms antiguo, pero, a mi juicio, hara falta
someter esta cronologa a revisin.
105 Acerca de estos monumentos, consultar las reseas del diccionario de PLATNER-AsHsY
y del D. A.; acerca del Coliseo, consultar adems las excelentes pginas de LUGLI (I
Monumenti antichi di Roma, I. pp. 186-200). Sobre el amphitheatrum castrense, me he
remitido a la opinin de
HUELSEN, en la actualidad severamente criticada (Cf. LUGLI, op. at., III, p. 490).
t~ Cf. H. A., Prob., XIX, 5-8. Acerca de los precios que debieron alcanzar las fieras salvajes
del anfiteatro a finales del siglo III, en la actualidad estamos informados por el fragmento
latino de la tarifa de Diocleciano, recientemente descubierto en los Abruzos, sin d da
procedente de Pescara, prximamente editado por la seorita Guarducci. La cifra de 100.000
dinares que figure en esta lista de precios seguramente era superada antes de que interviniera
la ley del maxtmum.
" ~ PLUTARCO, Non poss. suav., XVII, 6; cf. TERTULIANO, ApoL, 42.
1t
1~
~'
l
'is JUVENAL, VI, 78-113; MARCIAL, V, 24; DESSAU, Inscr. Sell . 5.142.
ii8 CICERN, Tusc., II, 20, 46; PLINIO EL JOVEN, Pan., 33. No obstante, son de subrayar
las reservas de CIcERN en Ad. Fam., VII, 1, 3.
i2} EsTRAsN, VI, 2, 6. Otro precedente sera el de Satyros y los otros esclavos sicilianos
sacrificados en los munus del 101 a. C. (Diod., XXXVI, 10-2).
~Z4 Sobre los Actiaca, cf. el artculo de JEAN GAG en las Mlanges de l'cole de Rome,
de 1935.
|26 Acerca de estos edificios, consultar las reseas del diccionario de Pl ATNER-AsusY.
|30 Hecho que hen puesto en evidencia las recientes polmicas sobre el anfiteatro de Lyon y
las excvaciones de Philippes (cf. COLLART, en el B. C. H., 1928, p 97)
|31 Sobre estos habituales cambios en los tiempos de Domiciano, cf. supra, p. 267, y
MARCIAL, Spect., 5, 7, 21, 25.
CAPTULO IX
2 Ibid.' X 5.
6 A veces a caballo, cf. MARCIAL, IX, 22, 14. Sobre las mulas, cf. ibid., VII, 61 Y XI, 79.
7 Sobre las lecticae y las sellae, cf. JUVENAL, III, 240-242, Y VI, 350-351, Y MARCIAL,
IX, 2.
i~ Cfr. acerca de estos prticos las reseas del diccionario de PLATNER-ASHBY, Y sobre el
prtico de Octavia consultar adems LUGLI, op. at., I, 334 Y SS.
is Cf. supra, 215. La ubicacin de los Saepta no est unnimemente aceptada, cf. LUGLI, op.
at., III, p. 99. 16 MARCIAL, IX, 35. |7 JUVENAL, I, 88-92. 18 MARCIAL, XI, 6.
20 Dig.,Xl,5,2Y3'
3t Dig, XI, 5, 1.
34 Notizie degli Scavi, 1911, pp. 431 y 457. Las borriquillas" del establecimientoel asno
era
un animal afamado entre los antiguos por su apetito sexualfiguran en los textos aunque, a
mi juicio, no est muy bien interpretado. Cf. MALLARDO, en la Rivista di Studi Pomp.,
1934, pp. 121-125, y 1935, pp. 224-228.
35 Las tabernas eran un elemento importante en la poca imperial ya que Nern, cuando se
trasladaba a Ostia, tena la costumhre de tracer varies parades en estos hospitalarios locales
(SUE
h. I.
" SNECA, De provid., V, 4. Por el contexto, el illo tempore se corresponde con la jornada
entera: totum diem.
39 VARRO, L. L., IX, 68. Sobre este dato histrico, consultar BLUMNER, Rom.
Privataltertumer, p. 421.
42 SNECA, Ep. Luc., 86, 9; MARCIAL, II, 52; III, 30, 4; VIII, 42, 1, 3. Cf. HORACIO,
Sat., I, 3, 133, y JUVENAL, VI, 447.
43 JUVENAL, II, 152. Las mujeres pagaban ms que los hombres; JUVENAL, VI, 447. En
Vipasca, la tarifa era de medio as para los hombres y de un as para las muieres (C. 1. L., II,
5.181, 19
y ss.)
Notas
46 CASS. DIO, LIV, 29, 4. Ver las salvedades que, segn BLUM
NER, se hen hecho en relacin a este texto, p. 422, n. 9, y el testimonio citado por el mismo
autor, p. 422, n. 7 de FRONTN, p. 247, Naber: (La propina en el vestuarlo).
so Haba balneae que permanecan ahiertos por la noche en Pompeya, cuyos haos estahan
iluminados por lmparas; en Vipasca (cfr. infra, p. 219, n. 59) y en Roma QUVENAL, VI,
419); pero en las termas romanas la aperture nocturne era una excepcin (H. A., Sev. Alex., 24
y Tc., 10).
VITRUVIO, V, II, 1.
153; QUINTILIANO, X, 9, 14; MARCIAL, III, 51 y 72; VII, 35; XI, 47; JUVENAL, VI,
421.
sB H. A., Adr., 18; cf. CASS. DIO., LXIX, 8, C. 1. L., VI, 579. Esta resea de la H. A. est
relacionada con la del captulo XXII de la Vita (Cf. supra, n. 53).
375
ss.: omnibus diebus calefacere et praestare debeto a prima luce in horam septimam died
mulienbus et ab hora octava in horam, secudam noctis viris.
60 PETRONIO, 27.
6Z Ibid, p. 476.
69 MARCIAL, IV, 18; sobre la endromida, cf. E. POTTIER en el D. A., II, 616.
XXXVIII 55.
76 PETRONIO, 28.
77 Sobre las bibliotecas de las termas de Caracalla, cf. LUGLI, op. cit., I, 420. Bibliotecas
semejantes en las termas de Diocleciano, cf. H. A., Prob., 2.
417-418.
80 Dig., III, 2, 4, 2
8' JUVENAL, 1, 143; cf. HORACIO, Ep., 1, 6, 61 Persio, 1, 3, 93; SNECA, Ep., 15, 3,
etc.
376
pore sang.
9} Acerca de la hora del prandium, ver SUETONIO, Claud., 34. En campaa la hora estaba
subordinada a las necesidades de las operaciones (TITO LIVID, XXVIII, 15, 7).
1,8-9.
5,13.
~s VITRUVIO, VI,5.
~o MARCIAL, V, 70.
n2 MARCIAL, V, 79.
~is Para todos estos detalles, consultar texto y figueas del artculo Caena del D. A. 116
PETRONIO, 31.
ii7 Sobre estos precedentes observados an en el siglo V, cf. SID. APOLL., Ep., I, II. Sobre
el nmero de plazas del sigma o stibadium, cf. MARCIAL, X, 41,5-; XIV, 87; H. A., Ver., 5.
Heliog., 29. Excepcionalmente, stibadium de 12 plazas, SUETONIO, Aug., 70.
|23 Sobre el dentiscalpium o mondadientes, cf. PETRONIO, 33, y MARCIAL, VII, 53, 3.
los utensilios que se enumeran, cf. Ias reseas del D. A. Ver, en particular, acerca de la
cochlea, PETRONIO, 32 Y 40, Y MARCIAL, XIV, 123.
125 PETRONIO 31.
:,
~.,
i
,
~,' i~'
Notas
JUVENAL, I, 94-95
128 MACROBIO, Sat., II, 9; mi
s.v. .
t34 Ibid., 60. Parece ser que haba dos postres, cf. 68.
6,3 Y 4.
60.
MARCIAL, X, 48, 10; JUVENAL, III, 107; PLINIO EL JOVEN, Pan., 49.
377
161 PETRONIO, 70
31 13.
rus, sin emhargo, hubiera preferido una cena en la que danzaran las muchachas de Gades.
MARCIAL, X, 48.
|74 Cf. DELLA CORTE, Notizie degli Scavi, 1927, 93-94. El primer dstico es
particularmente difcil en su construccin y en su interpretacin (cf. A. VOGLIANO, Rivista
di filologia classica, 1925, PP.220 Y 55.).
BIBLIOGRAFA
La vida privada de los romanos ha sido objeto de innumerables estudios. Me limitar a citar
los libros que, antiguos o recientes, considero esenciales.
Para la poca de Cicern: WARDE FOWLER, La vie sociale Rome au temps de Cicron,
Pars, 1917.
Para el perodo de Augusto: CH. DEZOBRY, Rome au sicle d'Auguste et pendant une partie
du rgne de Tibre, Pars, 1.8 edicin, 1875; y BECKER, Gallus oder rmische Scenen aus
der Zeit Augusts, 1.& edicin Leipzig, 1838, 2.8 edicin, Berln, 1882.
Para el Alto Imperio, en especial la poca de los Antoninos, disponemos de un valioso soro
de referencias y de acontecimientos en los Darstellungen aus der Sittengeschichte Roms in
der Zeit von August bis zum Ausgang derAntonine, de FRIEDLANDER, obra de probado
prestigio como demuestra su undcima edicin, aparecida en Leipzig en 1921.
Tambin nos pueden ser de gran utilidad estos tres manuales generales:
MARQuARDT, Das Privatleben der Rmer, 2.3 edicin, Leipzig, 1886, tra
ducido al francs con el t~tulo La vie prive des Romains, Pars, 1892. BLUMNER,
Rmische Privataltertmer, Munich, 1911.
go, 1932.
Finalmente, el valor documental de los artculos del Dictionnaire des Antiquits grecques et
romaines, iniciado por Daremberg y Saglio en 1878 y culminado en 1916 por Edmond
Pottier, es realmente incomparable. Son muchas las ocasiones en que he recurrido a esta obra
en la segunda parse de mi libro, y por ello le estoy moy reconocido.
En cuanto a las fuentes que he utilizado, generalmente hen sido ediciones de la coleccin
Guillaume Bud; en sodas las ocasiones en que he
380
:.
,, ;,
,!
:
~s
',:
L~
BIBLIOGRAFA
COMPLEMENTARIA
recopilada por Raymond Bloch
La obra de Jrme Carcopino incluye un gran nmero de notes en las que el rector hallar
precisas referencias a los textos, inscripciones y monumentos revisados, as como
indicaciones bibliogrficas. Al final de las notes el autor ofrece una bibliografa de conjunto
que, aunque racional, nos parece muy somera. Transcurridos treinta y cinco aos despus de
la pamera edicln, parece til adjuntar a estas indicaciones una relacin de las publicaciones
ms importantes aparecidas desde la fecha. Naturalmente, la eleccln va encaminada a
presenter al rector el panorama de las investigaciones ms recientes. Por ello, hemos
intentado afar a cada seccin del libro una nueva bibliografa.
OBRAS GENERALES
R. BLOCH y J. COUSIN: Rome et son destin, colt Destine du monde>>, dirigida por L.
Febvre y F. Braudel, Pars, 1960.
Aufstieg und Niedergang der antiken Wek = Mlanges Vogt, importante serie dirigida por
H. Temporini y editada a partir de 1972.
382
1. El medinfico
P. GRIMAL: Les jardins romaine la fin de la Rpublique et aux deux premiers sicles de
['Empire, B.F.A.R., 1943.
H. KHLER: Hadrian und seine villa bei Tivoli, Institut archologique allemand, Berln,
1950.
2. El medio moral
Bibliografia complementaria
383
H. BARDON: Les Empereurs et les lettres latines d'Auguste Hadrien, Pars, 1940.
Z.
1~
H.-G. PFLAUM: Essai sur le ~cursus publicus~ sous le haut Empire romain, M.A.I., XIV,
Pars, 1940.
P. MAZON: Dion de Pruse et la politique agraire de Trajan, Lettres d'Hu manit, 11,
1943, (pp. 46 y 59).
J. AYMARD: Essai sur les chasses romaines des origines la fin du sicle des Antonins,
B.F.A.R., fasc. 171, Pars, 1951.
R. MARTIN: Pline le Jeune et les problmes conomiques de son temps, en Revue des
tudes anciennes, LXIX, 1967.
R. B.