Muerte Y Ritual Funerario en La Grecia Antigua: Una Introduccion A Los Aspectos Arqueologicos

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MUERTE Y RITUAL FUNERARIO EN LA

GRECIA ANTIGUA: UNA INTRODUCCION A


LOS ASPECTOS ARQUEOLOGICOS (*)

Fernando QUESADA SANZ


Dpto. Prehistoria y Arqueolog(a
Universidad Autónoma de Madrid

Herodoto (I, 30, 3-5) nos narra una supuesta entrevista entre
Solón el legislador ateniense (fl. 594) y el rey de Lidia Creso (fl.
560), conversación imposible porque ambos personajes vivie-
ron en momentos distintos. Pese a ello, este texto nos dice en
pocas líneas muchas cosas sobre la concepción que los griegos
ilustrados tenían de la muerte: Creso interroga a Solón acerca
del hombre más feliz del mundo, pensando que el ateniense le
citaría a él debido a sus ingentes riquezas. Sin embargoo Solón
responde que el hombre más dichoso fue el ateniense Telo, por
las razones que siguen:
"Ante todo Telo tuvo, en una ciudad próspera, hijos que eran
hermosos y buenos y llegó a ver que a todos les nacían hijos y
que en su totalidad llegaban a mayores; además, después de
haber gozado en la medida de nuestras posibilidades de una
vida afortunada, tuvo para ella el fin más brillante. En efecto,
prestó su servicio en una batalla librada en Eleusis entre los
atenienses y sus vecinos, puso en fuga al enemigo y murió
gloriosamente; y los atenienses, por su parte, le dieron pública

(*)Agradecemos al Dr. Vaquerizo Gil su invitación para participar en estos


Cursos de Verano y al Dr. A. Domínguez Monedero sus atinadas observaciones
sobre una versión del manuscrito onginal.

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sepultura en el mismo lugar en que había caído y le tributaron
grandes honores".
Estas líneas resumen algunos de los aspectos esenciales
sobre la concepción de la vida y la muerte entre los griegos, y
es por tanto un digno comienzo para las páginas que siguen:
nos habla del ciudadano que no sufre la desdicha de enterrar
a sus hijos, sino que por el contrario les ve crecer y prosperar,
que goza de una vida afortunada sin excesos, y muere de la
manera más noble posible, en combate, honrado y veneradoo
por familiares y conciudadanos que le tributan honores fúne-
bres.
La otra cara de la moneda nos la puede mostrar la Iliada
(XXII, 334 ss.) cuando sin ahorrarnos detalles nos describe la
salvaje humillación a la que es sometido Héctor por su vencedor
Aquiles, quien le amenaza en su agonía, para luego maltratar
el cadáver:
"Nadie podrá apartar de tu cabeza a los perros, aunque me
den diez o veinte veces el debido rescate... ni aun así la
venerada madre que te dio a luz te pondrá en un lecho para
llorarte, sino que los perros y las aves de rapiña destrozarán tu
cuerpoo y devorarán tus entrañas ... ".
"Para tratar ignominiosamente al divino Héctor, le horadó
los tendones de ambos pies desde el tobillo hasta el talón,
introdujo correas de piel de buey, y le ató a su carro de modo que
la cabeza fuese arrastrando; luego... subió y espoleó a los
caballos, y éstos volaron gozosos. Gran polvareda levantaba el
cadáver mientras era arrastrado: la negra cabellera se esparcía
por el polvo, y la cabeza, antes tan hermosa, se hundía en el
polvo ... ".
La crueldad de Aquiles es tal que los mismos dioses se
irritan, protegen el cuerpo de Héctor de los carroñeros y
deciden que pueda por fin ser rescatado por su padre Príamo.
No deja de ser significativo que la Iliada concluya así con una
descripción de honras fúnebres (XXIV, 780 ss.).

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"Pronto la gente del pueblo, unciendo a los carros bueyes y
mulos, se reunió fuera de la ciudad. Por espacio de nueve días
acarrearon abundante leña, y cuando por décima vez apuntó la
Aurora, que trae la luz a los mortales, sacaron, con los ojos
preñados de lágrimas, el cadáver del audaz Héctor, lo pusieron
en lo alto de la pira, y le prendieron fuego.
Mas, así que se descubrió la hija de la mañana, la Aurora de
rosados dedos, congregóse el pueblo en torno de la pira del
ilustre Héctor. Y cuando todos se hubieron reunido, apagaron
con negro vino la parte que la llama había alcanzado; y
seguidamente hermanos y amigos, gimiendo y corriéndoles las
lágrimas por las mejillas, recogieron los blancos huesos y los
colocaron en una urna de oro, envueltos en fino velo de púrpura.
Depositaron la urna en el hoyo, que cubrieron con muchas y
grandes piedras, amontonaron tierra y erigieron el túmulo ...
levantado el túmuloooo se volvieron, y reunidos después en el
palacio del rey Príamo, de divina alcurnia, celebraron el es-
pléndido banquete fúnebre.
Así celebraron las honras fúnebres de Héctor, domador de
caballos.
Estas citas nos sirven a la vez como indispensable homenaje
a Homero y Herodoto y como adecuada introducción a nuestro
tema. En efecto, la importancia del mundo funerario en la
Antigüedad dificilmente puede ser sobreestimada desde el
punto de vista ideológico, mientras que desde la óptica del
arqueólogo -la que nos ocupa ahora- conviene recordar que
la información extraída del ámbito funerario supone una parte
enorme del total de nuestros datos incluso desproporciona-
damente elevada si se quiere, pero en cualquier caso esencial
para aspectos que van desde la pura tipología y seriación
cronológica hasta la reconstrucción social.

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CONTENIDO
l. Advertencias preliminares
11. Consideraciones sobre las fuentes disponibles
11.A Consideraciones generales
11. B. Fuentes literarias
11. C. Fuentes arqueológicas
111. Las fases del ritual funerario
Ill. A Aspectos generales
·· Ill. B. Ritos pre-deposicionales
III. B. l. Prothesis
Ill. B. 2. Ekphora
~ Ill. C. Ritos deposicionales
• Ill. D. Ritos post-deposicionales inmediatos
Ill. D. l. En el cementerio
Ill. D. 2. En la ciudad de los vivo~
, Ill. E. La visita de la tumba
IV. La expresión arqueológica del ritual funerario: pe-
ríodos
IV. A Micénico
IV. B. Submicénico
IV. C. Protogeométrico
IV. D. Geométrico
IV. E. Arcaico
IV. F. Clásico
IV. G. Helenístico
V. El ''paisaje funerario" ateniense en época arcaica y
clásica.
V.A El aspecto general de un cementerio ateniense
V.B. Algunos tipos específicos de monumento
V.B. l. Demosi6n Serna
V.B.2. Cenotafios
V.B.3. Periboloi
V.C. Las estelas

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VI. Consideraciones sobre las ofrendas y ajuares
VI.A La función de los ajuares
VI.B. Categorías de objetos
VI.B.1. Posesiones personales del difunto
VI.B.2. Objetos de uso cotidiano con valor fune-
rario.
VI.B.3. Objetos de caracter específicamente fune-
rario.
VII. Tipos particulares de muerte y su expresión
arqueologica
VII.A Niños
VII.B. Jovénes solteros
VII.C. Héroes
VII.O. Muertos en combate
VIII. Aspectos sociales de la 'i\rqueología de la muerte"
en Grecia
VIII.A Ostentación y riqueza: leyes suntuarias
VIII.B.¿Quienes se enterraban en las necrópolis?
VIII.e. Estatuas y emulación

l. ADVERTENCIAS PRELIMINARES
Antes de entrar en detalles conviene realizar tres adver-
tencias de carácter general:
a) El predominio de la información sobre Atenas y Atica es
abrumador: hay muchos más datos, que abarcan de forma
continuada un periodo mayor que en ningún otro lugar del
mundo helénico, y además están mucho mejor estudiadas y
publicadas. Toda la bibliograña general utiliza el Atica como
base y eje de la discusción, incluyendo las variantes regionales
cuando añaden información de interés o cuando se apartan
significativamente del patrón ateniense. Por ejemplo, en todo
el Geómetrico las únicas representaciones de prothesis fuera

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del Atica se hallan sobre una cerámica beocia y otra samia,
ambas inspiradas en modelos atenienses, y además no aportan
ninguna información nueva (KURTZy BOARDMAN, 1971:203).
El intento de síntesis que presentamos aquí recoge esta
situación, al admitir que hoy por hoy no es posible realizar una
panóramica general de ninguna otra región basada en infor-
mación arqueológica detallada. Dos circunstancias atenúan
sim embargo las dificultades que esta limitación plantea: por
otro lado, el gran conservadurismo de los ritos funerales
griegos, y su amplia extensión; por otro, el hecho de que
Atenas ejerció una gran influencia sobre otras zonas desde el
punto de vista de las "modas" estilísticas y de la exportación de
materiales. En general, sin embargo, hay una tendencia a que
los patrones funerarios se alejen del modelo ateniense cuanto
más periférica es la región ( Macedonia por ejemplo ). En
cuanto al mundo colonial, tendrá sus peculiaridades derivadas
del contacto con los núcleos indígenas y del alejamiento de la
tierra de origen, pero en general las colonias tienden a seguir
los modelos de sus respectivas metrópolis.
b) De todo modos, la riqueza de la información disponible
sobre la Muerte en Grecia hace que toda síntesis de la brevedad
de ésta resulte apenas una pálida imagen de una reconstruc-
ción penosamente realizada por los especialistas, que de por sí
ya está distorsionada por ser en sí misma apenas una muestra
de lo que fue la realidad.
c) Como enseguida veremos (Apdo. III), el ritual funerario
griego supone una serie de actividades complejas, incluyendo
muchas pre- y postdeposicionales. De todas· ellas, sólo unas
pocas-y no las más importantes desde el punto de vista social-
tienen algún reflejo directo en el registro arqueológico, mien-
tras que la mayoría han de ser reconstruidas en la medida de
lo posible a partir de representaciones iconográficas y referen-
cias literarias. Si sólo contáramos con la información arqueo-
lógica estricta, nuestra visión del ritual funerario griego se

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empobrecería enormemente. Eso nos lleva a pensar en la
situación inversa de muchas zonas y periodos en los que el
carácter exclusivamente arqueológico de la inforamción nos
proporciona con seguridad una visión empobrecida de lo que
realmente ocurría en el ceremonial funerario.

11. CONSIDERACIONES SOBRE LAS FUENTES DISPO-


NIBLES.
11.A.- Consideraciones generales.
Ya hemos aludido al sesgo de nuestra información derivado
del fuerte predominio de los datos arqueológicos e incluso
literarios referidos a Atenas. Conviene aquí insistir además en
que esos datos son ya de por sí fragmentarios -incluso más de
lo que en principio pudiera suponers~, a menudo procedentes
de excavaciones antiguas y mal documentadas o de textos
interpolados de cuyos autores -por no hablar de sus intencio-
nes- apenas sabemos nada. Sin embargo, y como ha señalado
MORRIS (1989:298) las grandes limitaciones existentes no
deben llevarnos a la desesperación, sino que el reconocimiento
de su existencia nos obliga a adoptar procedimientos de trabajo
y una Metodología adecuados a la fuente de información.
11.B. Fuentes literarias
Cada género literario plantea dificultades específicas. Todos
los autores, y en particular los historiadores tienden a dar por
supuestos, por obvios, muchos detalles de ritos funerarios y de
estructuras sepulcrales, y dan referencias de pasada--0 ningu-
na en absoluta- en momentos en que necesitariamos una
descripción detallada. Las tragedias nos proporcionan a me-
nudo detalles y noticias que no podemos conseguir por ninguna
otra fuente, pero como en general se refieren a personajes no
comunes -héroes por ejemplo- y a situaciones excepcionales,
siempre queda la duda de si se trata de ritos normativos,
usuales, o de si se nos están presentando actuaciones, ritos y
estructuras excepcionales o incluso imaginarios.

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Un caso especial es el de Homero, casi la única fuente lite-
raria para los períodos más antiguos. Aquí se añade a las
dificultades ya citada un problema suplementario: los rituales
descritos pueden muy bien ser, como en otros aspectos de la
!liada y la Odisea, una mezcla indisociable de costumbres de
períodos distintos (desde época Micénica hasta el período
Geométrico). Sin embargo, una mayoría de los investigadores
considera que, extremando la prudencia, Homero es una fuen-
te perfectamente útil, debido entre otras cosas a la profunda
influencia que los poemas homéricos ejercieron sobre los
griegos de períodos posteriores (por ejemplo, el ritual de las
tumbas reales de Salamina de Chipre del s. VII probablemente
está muy influido por la épica más que al revés (MORRIS,
1987:45), como ocurre también en la necrópolis de Eretria
(Domínguez Mondedero, com. pers.). En cualquier caso, casi
todos los elementos importantes del ritual que veremos en
períodos avanzados aparecen ya en Homero.
Conviene por último citar los epitafios y otros epígrafes de
carácter funerario. Normalmente muy lacónicos por su breve-
dad, nos dan información sobre el nombre del muerto, el del
familiar que le honra, etc., pero en ocasiones aluden a temas
emotivos (sensación de ausencia entre los vivos, alabanzas de
las virtudes del muerto ... ), llegando a entablar un verdadero
diálogo con el lector. Más adelante aludiremos (Apdo. VII.C.) a
las llamadas "listas de bajas" que recogían cada año a los
atenienses caídos en combate.
11.C. Fuentes arqueológicas
Como han recordado Kurtz y Boardman (1971:17), la Ar-
queología no nos puede ayudar apenas para saber qué pensa-
ban los griegos sobre la muerte, pero nos dice mucho sobre lo
que hadan. Es superfluo insistir sobre todas las dificultades y
problemas que sufre la llamada "Arqueología de la Muerte",
que ya han sido detalladas en numerosos trabajos, incluído
alguno publicado en este mismo volumen. Lo importante es

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seguir la postura mental ya citada de Morris en el sentido de
calibrar siempre qué es seguro, probable, posible, hipotético o
sencillamente delirante en la interpretación de los restos.En el
caso del mundo griego es especialmente fácil creer que la
cornpa~ativa abundancia de restos nos facilita un cuadro com-
pleto. Ya hemos visto que este no es el caso: la concentración de
investigaciones en regiones muy concretas y la antigüedad de
muchas de las excavaciones más importantes obligan a mati-
zar cualquier posible entusiasmo inicial. Los análisis basados
en la iconografía (cerámica, escultórica) tienen una problemá-
tica especial y compleja, con matizaciones según los períodos,
en la que no podernos entrar aquí. En general, nos da numero-
sas informaciones útiles (escenas de visita a la tumba, etc.)
pero a menudo imprecisas (ausencia de iconografía específica
para representar a los muertos en las estelas clásicas, interpre-
tación de los grupos ... ).

III. LAS FASES DEL RITUAL FUNERARIO


III.A. Aspectos gerierales
Para los griegos era de la mayor importancia recibir un
funeral digno (MORRIS, 1987:47), y para los atenienses lo era
además ser enterrados en su tierra (uno de los mayores casti-
gos que el estado podía imponer era negar el enterramiento en
el Atica). Del mismo modo era esencial que se celebraran los
ritos tradicionales en el modo establecido por la costumbre
ancestral, y que estos fueran efectuados por las personas
apropiadas, -la familia o los amigos más cercanos-. Una
característica del mundo funerario griego es el carácter amateur
del ritual, en el que no participan sacerdotes "profesionales".
Una excepción es la intervención ocasional en circunstancias
especiales (suicidios, crímenes y otros casos en que se produce
una miasma especial) de los exegetai o intérpretes expertos de
la ley sagrada. También se contrataban a veces plañideras

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profesionales, pero en general el ritual funerario griego es un
asunto familiar. La muerte, en tanto que afecta a un grupo
unido por lazos de sangre, es un asunto largo y complejo, que
comienza con los preparativos para la muerte y termina ge-
neraciones después, cuando el muerto es olvidado y el cuidado
de su tumba abandonado (HUMPHREYS, 1980:98); por tanto
es un tema familiar más que personal. Sólo en fases avanzadas
el Estado tenderá a intervenir cada vez más, asumiendo el
protagonismo del funeral de los caídos en combate, buscando
primar los lazos de tipo político sobre los de consanguinidad.
La concepción actual de la muerte como un suceso instantá-
neo no coincide con la griega antigua. En ésta, la muerte
conlleva un período de tránsito en el que, simplificando, la
psyché ya no está en el cuerpo pero tampoco en el Hades. Ese
es el período que abarcan las distintas fases del ritual clásico,
aunque en épocas anteriores puede haber correspondido-en el
caso de inhumaciones- al espacio temporal comprendido entre
la muerte y la descomposición del cadáver. Esa podría ser la
explicación de la aparente contradicción entre el cuidado puesto
por los micénicos en la deposición primitiva del cadáver y el
aparente desprecio con que eran apartados a un rincón los
restos cuando se reabrían las tumbas colectivas y se inhumaban
nuevos cuerpos, objeto a su vez de un cuidado esmerado.
(MYLONAS, 1948:69-70).
Tras el fallecimiento -que en el mundo griego, y en general
en Occidente hasta el siglo XIX, era toda una ceremonia en la
que el agonizante no moría solo sino rodeado de familiares,
amigos y personas dependientes, comenzaba el proceso de
actividades pre-deposicionales, muy precisas y normativas y al
parecer establecidas ya desde tiempos de Hornero.

111.B. Ritos pre-deposicionales


111.B.1. Prothesis (Fig. 1).
La Prothesis o exposición del cadáver cumplía una triple

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\
función. En primer lugar, asegurarse de que el individuo
estaba realmente muerto; en segundo, esta ceremonia ofrecía
la oportunidad para el duelo y lamentaciones de los deudos; por
último, permitía honrar al difunto y de algún modo dirigirse a
quien, en el fondo, todavía estaba a caballo entre el Hades y el
mundo de los vivos.
La importancia de este ritual igualaba o incluso superaba a
la del enterramiento propiamente dicho, especialmente durante
· el Geométrico, período del que se conservan más de 50 re-
presentaciones de prothesis (GARLAND, 1985:32).
La preparación del cadáver para la prothesis se encargaba a
mujeres familiares cercanas al difunto. En esencia, consistía
en bañar el cuerpo (aunque si alguien sabía que iba a morir
podía bañarse y así purificarse antes de la muerte, caso de
Sócrates antes de apurar la cicuta).
A continuación se vestía el cadáver con un conjunto de
ropajes especiales (kosmos), cuyo coste máximo era a veces
determinado en dracmas por las leyes suntuarias (ver Apdo.
VIII.A); ocasionalmente categorías especiales de muertos se
vestían de modo especial (por ejemplo, los muertos en combate
se exponían con su panoplia hasta c. 700 a.C. aunque luego esto
fue excepcional). En Esparta, una legislación atribuída a
Liturgio especificaba que el ritual se redujera al mínimo,
siendo el cadáver vestido con el capote militar rojo. A menudo
se tocaba el cadáver con una diadema (ocasionalmente de hojas
de oro) o una corona vegetal.
Por razones cosméticas se cerraban los ojos y la boca del
cadáver mediante una barbillera que mantenía sujeta la man-
díbula inferior y que aparece representada ocasionalmente en
pintura cerámica. Acto seguido el difunto era tendido sobre un
lecho alto (kliné) dentro de la casa, con los pies hacia la puerta.
Al exterior de la casa se colocaban señales indicativas de la
presencia de miasma (polución) en el interior. Lo más frecuen-
te era disponer un recipiente con agua para que los visitantes

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se purificaran, aunque en época tardía se colocabn también
mechones de pelo o ramas de ciprés.
Conviene aquí recalcar la importancia del agua como ele-
mento purificatorio en los ritos funerarios, reflejada en el baño
del difunto -preferiblemente con agua salada, menos suscepti-
ble de contaminación-, o en la colocación de agua en la puerta
de la vivienda del difunto. Incluso algunos vasos destiandos a
contener agua-como el lutróforo o el lebes gámico-jugaron un
papel importante no sólo en las ceremonias de matrimonio,
sino también en las funerarias.
Durante la prothesis se realizaba la manifestación de dolor
por la defunción, expresada mediante cantos fúnebres y gestos
de lamento ritualizados. A veces estos cantos se realizaban con
acompañamiento musical, y podían ir unidos a movimientos
alrededor del lecho fúnebre, con cánticos y gestos ritualizados,
a veces reforzados con la actuación de plañideras profesiona-
les.
La duración de laprothesis era variable. Si Homero es fiable
en este punto, podía durar desde dos días (Patroclo) hasta 17
(Aquiles). Desde época arcaica duraba entre uno y trs días. La
duración de la prothesis en Homero ha hecho pensar en algún
tipo de embalsamamiento elemental del cadáver, aunque esto
no puede probarse (MYLONAS: 1948, 57).
111.B.2. Ekphora (transporte del cadáver).
Concluída laprothesis, el cadáver era trasladado al cemen-
terio (ekphora), bien en andas (por los necroforos oklimakoforos)
bien sobre un carro de cuatro ruedas (elementos de los cuales
se han hallado en dos sepulturas geométricas del Cerámico). El
traslado se realizaba de noche (en los períodos más antiguos es
posible que fuera diurno), con acompañamiento musical y
frecuentes detenciones, actividades ostentosas que las leyes
trataron de limitar siempre. Los hombres marchaban delante
del cadáver y las mujeres detrás. La ekphora se representa
menos frecuentemente en la iconografía que la prothesis.

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III.C. Ritos deposicionales
Curiosamente, sabemos muy poco sobre la ceremonia que
debía acompañar el enterramiento del cadáver. La escena de la
deposición (ya sea cremación o inhumación) fue representada
muy rara vez. No parece que hubiera sacerdotes presentes en
el momento de la deposición. Es probable que en el momento de
echar la tierra se efectuaran libaciones (choai) sobre el ataúd
o la urna. En el caso de las cremaciones, para apagar los
últimos rescoldos de la pira se utilizaba vino (ya mencionado
por Homero), tras lo cual el pariente más cercano recogía las
cenizas y las depositaba en la urna. Junto con el cadáver o las
cenizas se depositaba un ajuar de composición variable según
el período, la zona geográfica, el sexo y edad del difunto y otras
variables (ver Apdo. VI).

III.D. Ritos post-deposicionales inmediatos


Toda la amplia serie de ritos realizados tras el enterramiento
era tan importante para la sociedad de los vivos como para el
muerto.
III.D.l. En el cementerio
Desde fines del s. VIII a.C. en adelante aparece en el
Cerámico una serie de "depósitos de ofrendas" y "zanjas de
ofrendas" (ver Apdo. IV.E) con abundante material cerámico
quemado, así como restos de animales pequeños (comestibles
y domésticos) y otros objetos. Los asistentes al funeral debían
alinearse a lo largo de la zanja mientras ardían las ofrendas.
Los alimentos eran quemados y no cocinados, y los vivos no
participaban del banquete (GARLAND, 1985: 39-40; KURTZy
BOARDMAN, 1971:146; opinión opuesta en BURKERT,
1983:51). Quizá en relación con esto estaba la aponimma, rito
frecuente en Atenas, que se celebraba probablemente tras el
entierro y que incluía la libación de agua y el recitado de una

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fórmula de purificación.
111.D.2. Fuera del cementerio
El banquete fúnebre o perideipnon es casi una constante
universal en los rituales fúnebres del hombre antiguo, debido
entre otras cosas a que actua como una forma de lazo o ligazón
de los miembros de la comunidad (BURKERT, 1983:51). Se
celebraba en la casa familiar -y no en el cementerio- inme-
diatamente tras el funeral. Se consideraba que el difunto
estaba de alguna manera presente en calidad de anfitrión,
aunque era el pariente más cercano quien dirigía el banquete,
portaba guirnaldas y recitaba elegías en honor del muerto.
Este banquete cierra un período del funeral que duraba tres
días en total. En el mismo día los asistentes al funeral se
bañaban, en un acto que tenía carácter purificatorio.
Sabemos poco de los ritos del tercer y noveno día (trita y
ennata), banquetes fúnebres en que los vivos no participaban.
Para algunos autores (KURTZ y BOARDMAN, 1971:145) los
trita se celebraban inmediatamente después de la deposición,
mientras que otros (Garland, 1985:40) tienden a colocarlo
después del perideipnon, quizá tres días después del
enterramiento, no del fallecimiento. No sabemos qué actos se
desarrollaban, pero suele suponerse que eran similares a los
habituales en la visita a las tumbas (ver Apdo. 111.E).
A los treinta días de la muerte se celebraba otro rito (triakostia)
poco conocido, que entre otras cosas implicaba colocar parte de
la basura barrida del suelo de la casa sobre la tumba, quizá con
carácter purificatorio (GARLAND, 1985:44). Este rito, junto
con un último banquete (quizá de origen tardío) en el que los
comensales se sentaban en lugar de reclinarse(de ahí su
nombre de kathedra), marcaba el fin del duelo y la reanudacxión
de la vida normal, aunque las fechas exactas en que esto se
producía variaban según la zona de Grecia y el período.
Durante todo el duelo una polución o contaminación (miasma)
afectaba a quienes habían estado en reciente contacto con los

52

/
muertos. De ahí la necesidad de ritos purificatorios, así como
algunas disposiciones que prohiben el acceso a recintos sagra-
dos de personas en duelo o la participación de sacerdotes en
actividades funerales.

III.E. Ritos posteriores: la visita a la tumba


Con los ritos que hemos mencionado se completaba una fase,
pero la atención a los difuntos no concluía. En adelante, y de
forma regular aunque variable (HUMPHREYS, 1980:100-101;
GARLAND, 1985:104 ss.), los deudos realizaban visitas a la
sepultura del difunto, al menos durante una generación y en
ocasiones durante varias, aunque normalmente no más de
tres, según se desprende de la agrupación de tumbas en
periboloi o recintos funerarios de carácter familiar (ver Apdo.
V.B.3., GARLAND, 1985:106). Este cuidado y mantenimiento
de la tumba acompañdo de determinados ritos (ta nomizomena)
era legalmente obligatorio, hasta el punto de que quien deseara
ocupar un cargo público debía entre otras cosas probar que
cumplía con sus deberes religiosos para con sus familiares
muertos. De la misma manera, los derechos de herencia esta-
ban muy relacionados con el adecuado mantenimiento de la
tumba (HUMPHREYS, 1980:98-100).
Como en casi todo, varias razones no excluyentes entre sí
justifican la continuidad de los ritos todos los meses a lo largo
de años. En primer lugar, las demostraciones de piedad, -y la
ostentación de riqueza-por parte de una familia son fuentes de
prestigio social y por tanto de status para dicha familia. Esto
no excluye los sentimientos de afecto o amistad hacia el
difunto, que pueden hacerse más intensos si se es consciente de
que los muertos pueden incluso ayudar o aconsejar a los vivos
(GARLAND, 1985:106). Por otro lado, los rituales funerarios
están entre las actividades más conservadoras del ser humano,
anclados como están en un pasado del que puede quedar sólo el
recuerdo.

53
Aunque no sabemos si hay una secuencia constante de
actividades, del estudio de las fuentes de información disponi-
bles -sobre todo imágenes sobre lécitos blancos- se desprende
que en las visitas a las tumbas se desarrollaba la siguiente
secuencia:
1.- Decoración de la estela funeraria (ver Apdo. IV) con
cintas de tela (taeniai) de diferentes colores y con flores (Esq.
Pers., 618). (FIG. 2, FIG. 3).
2.- Colocación sobre la estructura de la tumba de ofrendas
no alimenticias Oécitos con aceite perfumado, otros vasos
cerámicos, incluso mechones de pelo) (FIG. 3).
3.- El pariente más cercano debía tomar la palabra. Entre
las ideas que se nos han transmitido están la invitación al
difunto para que se presente al rito celebrado en su honor, la
petición de ayuda a Hermes psicopompos en la búsqueda del
muerto, ruego al difunto para que mantenga su buena dispo-
sición hacia la familia, y ocasionalmente una petición concreta.
4.- A continuación se efectuaban libaciones (choai) de vino,
agua, leche, miel o aceite, a veces mezclados, sobre las gradas
o sobre la misma estela. Ocasionalmente se han hallado unos
tubos de cerámica hincados en el suelo que ayudaban a llevar
el líquido al interior de la tierra. Los tipos de vasos utilizados
para las libaciones eran variados, incluyendo lecitos, enocoes,
fiales, vasos de beber, etc. Este rito iba acompañado por cantos
fúnebres entonados por los acompañantes.
5.- Los vasos de libación eran destruídos estrellándolos
contra el suelo en la vecindad de la tumba.
6.- Aunque en época clásica las principales ofrendas pare-
cen haber sido líquidos, tras las libaciones podían efectuarse
también ofrendas de alimentos sólidos, que tampoco probaban
los vivos. Entre los animales sacrificados se han hallado bueyes
(al parecer prohibidos en la legislación soloniana del principios
del s. VI), vacas, cerdos, cabras, liebres ... El color de pelaje
preferido era el negro, y se elegían hembras o machos castra-

54
dos. Al animal se le mataba colgando cabeza abajo, de manera
que la sangre cayera directamente en una zanja excavada al
efecto, entrando en la tierra, luego se le desollaba y quemaba
más que cocinaba. Parece que los sacrificios de animales
comestibles disminuyen desde el 600 a.C., aunque siguen
apareciendo restos de numerosos animales domésticos y pája-
ro s. En cualquier caso, el ritual sacrificial se une
indisolublemente al funerario (BURKERT, 1983:54), en tanto
que mediante los sacrificios el acto funeral, circunstancial y
aleatorio, se convierte en repetido y regular, esto es, ritual.
Desde el punto de vista arqueológico todo lo que venimos
diciendo implica que alrededor de una tumba griega puede
haber una variedad de estructuras secundarias y gran canti-
dad de material, hasta el punto de que el ajuar propiamente
dicho depositado junto al cuerpo o la urna pasa a ser lo de
menos cuantitativamente. De hecho, muy a menudo los ajua-
res son paupérrimos en comparación con el material hallado en
el exterior de la tumba. Cada tumba no puede entenderse si no
se examina cuidadosamente la evidencia arqueológica de las
proximidades, que normalmente refleja un rito más complejo
de lo que pudiera parecer. La moraleja para el estudio de
necrópolis de otras culturas mediterráneas más o menos con-
temporáneas es evidente.
111.F. Ritos excepcionales
En casos especiales sabemos de la celebración de ritos poco
comunes. Los más conocidos son los juegos atléticos en honor
del difunto, que se celebraban en honor del conjunto de los
caídos en combate y muy excepcionalmente en honor de personas
individuales, caso de los juegos organizados por Aquiles en
honor del caído Patroclo o de muertos heroizados (Timo león en
Siracusa, Leónidas en Esparta, etc.). MYLONAS, (1948:77)
consideró que las escenas representadas en las estelas del
Círculo A de Micenas representaban carreras de carros y no
escenas de batallas, aunque esto es dudoso (FIG. 4).

55
Más infrecuentes aún eran los sacrificios humanos, practi-
cados en circunstancias excepcionales desde época micénica
hasta el período Clásico. Caso paradigmático en la literatura es
el sacrificio de 12 jóvenes troyanos junto con 4 caballos y 2
perros en el funeral de Patroclo (II. XXIII, 170 ss.) y otros casos
han sido documentados arqueológicamente, como en una tum-
ba del s. Xa.C. en Lefkandi (Eubea) en la que junto a las cenizas
de un guerrero se halló el esqueleto de una mujer, y en un pozo
adyacente restos de 3 caballos. Entre las motivaciones destaca
la de venganza en el caso de un amigo muerto en combate al que
sacrifican enemigos (MYLONAS, 1948:60).

IV. LA EXPRESION ARQUEOLOGICA DEL RITUAL


FUNERARIO
En primer lugar conviene señalar que en el mundo griego, y
desde el período micénico, cremación e inhumación se combi-
nan, aunque la importancia relativa de cada una varía según
el período y el lugar. Por otro lado, no hay diferencia visible
entre los ritos, ajuares y ofrendas asociados a cada modalidad.
No parece que la razón sea económica (supuestamente la
cremación exigiría mayor dispendio por la acumulación de
madera adecuada para la pira) porque, por ejemplo, algunos de
los ajuares más ricos del período Arcaico se asocian a
inhumaciones.
A continuación presentaremos un panorama extremada-
mente sintético de los ritos y su expresión arqueológica en cada
período. Hay una brecha clara y a la vez una cierta continuidad
entre los ritos micénicos y los posteriores. A partir del Geométrico
hay dos posturas principales resumidas recientemente
(MORRIS, 1989): la de la continuidad esencial de la actitud
griega ante la muerte (Morris) y la de la ruptura al final del
Geométrico en tomo al 700 a.C. (Sourvinou-Inwood).
IV.A. Periodo micénico
Desde el punto de vista de lo funerario, el mundo micénico es

56
a la vez opuesto en lo esencial y precedente en muchos aspectos
formales del griego. La parte mejor conocida de los ritos
funerarios del mundo griego en la Edad del Bronce se refiere a
los grandes príncipes que se hicieron enterrar en las tumbas
colectivas de pozo de los Círculos Ay B de Micenas, en tumbas
de cámara excavadas en la roca, o en las impresionantes
tumbas de cámara circular y falsa bóveda (tholoi) como los de
Micenas o Dendra. Dichos monumentos pertenecen a una élite
social de escasas familias que detentan una extraordinaria
concentración de poder. Estas tumbas se distinguen de todo lo
que seguirá en el mundo griego en varios aspectos fundamen-
tales. Por un lado, asombra todavía la grandeza de la estructu-
ra arquitectónica de las principales sepulturas sin parangón ni
siquiera en las más espectaculares tumbas de períodos
posterioresn salvo en la Grecia del Este. Por otro lado, los
riquísimos ajuares -incluyendo numeroso armamento- docu-
mentados en muchas de estas tumbas son un testimonio
espléndido de la riqueza acumulada por estas familias de
guerreros que controlaban desde sus palacios el comercio y las
formas de producción de riqueza. Ni el poder que reflejan estos
monumentos y ajuares tiene paralelo en el mundo que se abre
tras el submicénico, ni la tendencia a la expresión del mismo
mediante la acumulación de objetos valiosos es el sistema
usado por los griegos posteriores, más dados a la ostentación en
otros ritos menos visibles arqueoló-gicamente.
Tanto en las tumbas de pozo como en las tholoi es caracte-
rística común -y por el contrario inusitada en el mundo griego
postmicénico-- la utilización de las tumbas a lo largo de un
período de tiempo prolongado, reabriendo las sepulturas pe-
riódicamente para introducir nuevos difuntos, presumiblemente
miembros del mismo grupo de sangre. Ya hemos visto (ver
Apdo. IIl.A) cómo en estos casos es común que los restos
anteriores sean apartados a un lado sin ningún miramiento,
dañando o incluso saqueando los ajuares más antiguos. Sin

57
embargo, los conjuntos globales de tumbas siguen siendo
respetados, como revela la construcción de un recinto y la
conservación del llamado "Círculo A" de Micenas cuando hacia
el s. XIII a.C. se amplió la ciudadela englobando la necrópolis.
El rito empleado casi universalmente es la inhumación,
colocando el cadáver sobre un lecho bajo. No parece que se
utilizaran ataudes (MYLONAS, 1948:69). Tras cada
inhumación se cerraba la tumba y debía realizarse un rito de
libación o consumición de líquido, por la abundancia de copas
que se encuentran rotas junto al acceso de las tumbas. Es
probable que cuando se reabría una tumba para efectuar un
nuevo enterramiento se realizaran ritos que incluian la acción
del fuego. La señalización de tumbas mediante stele es fre-
cuente, aunque posiblemente las elaboradas estelas del Círculo
A (FIG. 4) fueron la excepción más que la regla, y las estelas
habituales fueran simplemente grandes piedras hincadas.
Aunque lo más conocido del mundo funerario micénico son
esas grandes tumbas, un somero. vistazo a las tumbas más
pobres nos hace ver que se dan con frecuencia las sepulturas
individuales en fosas forradas de lajas ("cistas"), e incluso que
ocasionalmente aparecen algunas cremaciones, como por
ejemplo en Perati (KURTZ y BOARDMAN, 1971:25-26: contra
MYLONAS, 1948:68). Desde otro punto de vista, algunos
autores han considerado que el concepto del tránsito de la
psyché desde el cuerpo al Hades es similar en Micenas y
Homero (MYLONAS, 1948:78).
IV.B. Submicénico (c. 1125-1050)
Tras el colapso de la estructura palacial micénica, el breve y
transicional período subsiguiente que conocemos como
"submicénico" nos muestra una radical disminución de la
información disponible, que sin embargo es suficiente para
apreciar el empobrecimiento general de la sociedad y la
desaparición de los antiguos grupos dirigentes. En el Cerámico
de Atenas (Pompeion) y en Salamina se conocen dos cemente-

58
rios en los que han desaparecido las tholoi y las tumbas de
cámara así como los adornos de tipo micénico. En su lugar
aparecen pobres inhumaciones individuales en fosa o cista,
unas pocas de las cuales presentan algún ajuar de tipo "norteño".
Estas tumbas y sus ajuares han sido utilizadas para hablar de
invasores procedentes del norte, pero también del surgimiento
de una antigua clase servil, en esencia dos de las principales
explicaciones para el derrumbamiento del sistema palacial.
Incluso la presencia de alfileres rectos colocados sobre las
clavículas de algunas inhumaciones femeninas han permitido
hablar de la aparición de un nuevo tipo de vestimenta asociada
a los invasores dorios, el peplos.
En éstos y otros cementerios submicénicos aparece la crema-
ción en proporción escasa (sólo 3 en el Cerámico). Son siempre
secundarias -esto es, la pira se encendió en otro lugar y las
cenizas fueron trasladadas luego a la tumba, depositadas
dentro de un ánfora-. Por la asociación con algún elemento de
ajuar se ha querido ver en estas cremaciones una influencia
oriental. En cualquier caso estos ejemplos prueban que el
posterior auge de este rito en el Protogeométrico no surge de la
nada.
Los cementerios submicénicos atenienses muestran cierta
ordenación en hileras, lo que implica que pudo haber algún tipo
de señalización, pero no sabemos cual.
IV.C. Protogeométrico (c. 1050-900 a.C.)
Durante este período, caracterizado por una tipología cerá-
mica que va perdiendo sus elementos micénicos para anunciar
la nueva "arquitectura cerámica" griega con su peculiar
antropomorfización de perfiles, asistimos a la gradual genera-
lización del rito de cremación secundaria (ver Apdo. IC.B.) en
Argos, Lefkandi (Eubea), Salamina y Atenas, más que en otros
lugares de Grecia. La señalización de las sepulturas es muy
modesta, consistiendo en un pequeño amontonamiento de
tierra a modo de túmulo.

59
En Atenas los hallazgos más numerosos proceden del
Cerámico, (FIG. 5) aunque también aparecen en otros puntos.
La cremación llega a ser el rito predominante, y lo será durante
tres siglos (MORRIS, 1987:18), mientras que en las tumbas
infantiles se practica sistemáticamente la inhumación. Las
tumbas consisten en una fosa cuadrada o rectangular pequeña
en cuyo fondo se practica un pequeño hoyo circular para
introducir la urna (FIG. 6.A-C). Ocasionalmente se rellena
parte de la fosa -en la esquina más alejada de la urna- con los
restos de la pira, traidos del lugar de cremación, mezclados con
restos quemados de animales (¿ofrenda?) y finalmente se
rellena el resto disponiendo un pequeño túmulo, que hacia el
final del Protogeométrico comienza a ser señalado con una
piedra caliza apenas desbastada hincada a modo de estela. Los
dos casos conocidos con estela, de c. 900 a.C., son los primeros
desde época micénica. Los prototipos de distintos lugares de
Grecia sugeridos por JEFFERY (1962:149) son algo más tar-
díos. Hay también evidencia-restos de copas-de libaciones en
el exterior de la tumba.
Una regla seguida normalmente aunque en modo alguno
absoluta es que se utilicen ánforas con asa del hombro al cuello
para los hombres, y del borde al hombro o·en los hombros para
las mujeres (FIG. 7). Las urnas se tapan con distintos objetos,
como lajas de piedra, tiestos de cerámica platos o piezas de
metal, quizá umbos de escudo. Los ajuares, siguen siendo
pobres, con tipos similares a los anteriores, pero su aparición
es más regular (KURTZ y BOARDMAN, 1971:38). También
por primera vez desde la Edad del Bronce aparecen armas,
incluyendo puntas de lanza de bronce y de hierro-Grecia ~ntra
en la Edad del Hierro-y espadas, a menudo con la hoja doblada
y enrollada en tomo al cuello del ánfora mientras que el pomo
se coloca en la urna.
IV. D. Período Geométrico (c. 900-700 a.C.)
Durante este período se observa una creciente complejidad

60
del fenómeno funerario. En Atenas, de nuevo el caso mejor
conocido, se ha podido documentar la existencia de un ya
elaborado sistema de caminos, reconocibles precisamente por
la dispersión radial de los hallazgos funerarios de] período, que
tienden a alejarse de] núcleo habitado (FIG. 8). De todos modos,
y pese a Ja especial concentración de sepulturas en e] Cerámico,
se halJan también restos en la zona de] Agora y Aeropago.
La inhumación reaparece con fuerza en Atenas a fines del
~ométrico (MORRIS, 1987: 20): parece que Ja utiJización de
cremación o inhumación depende de preferencias personales y/
o familiares, sin diferencias de ritual, puesto que se mezclan en
los mismos cementerios y períodos. Las cremaciones siguen
siendo secundarias, y los tipos de tumbas similares a Jos
anteriores aunque con variaciones: Jos hoyos para la urna ya no
dan cabida a toda la pieza, que sobresale de] fondo. Las
señalizaciones exteriores son similares para ambos ritos (FIG.
6.C-F).
Parece que en las cremaciones continúa Ja distinción de
tiipos de urnas según el sexo del difunto. A veces se usan como
urnas grandes recipientes de bronce, y muy rara vez no existe
urna alguna. Las inhumaciones continúan Jos modelos ante-
riores, con formas que recuerdan a ]as submicenicas aunque
las cistas están quizá menos cuidadas. En raras ocasiones se
producen inhumaciones en pithoi. Los infantes siguen siendo
inhumados en cementerios pero sobre todo bajo ]as casas (p.ej.
el Agora).
También este periodo comienzan a aparecer estructuras más
complejas que serán características de] periodo Arcaico como la
lJamada "zanja de ofrendas" (ver Apdo.IV.E.).
A lo largo del Geómetrico Jos túmulos y Ja señalización
exterior de las tumbas se hacen más ostentosos, aumentando
de tamaño las estelas de piedra y apareciendo desde c.800 a.C.
un nuevo método: la colocación de grandes recipientes (crateras

61
de pie y ánforas) de cerámica decorada con estilo geómetrico.
Estos vasos de señalización -que no debe confundirse con las
urnas enterradas debajo-no son excluyentes con las estelas,
sino que ambos métodos pueden y suelen combinarse sobre
una misma tumba ( FIG. 6 E-F). En las inhumaciones la
señalización se coloca en la vertical de la cabeza y en las
cremaciones en la de la urna. Parece que hay una preferencia
por la utilización de crateras para hombres y de ánforas para
mujeres. Resulta algo sorprendente ese tipo de señalización
tan cara y a la vez tan frágil. A veces los vasos tienen la base
perforada (pre- o postcocción), agujeros que se han interpre-
tado de tres modos diferentes: como medio de evitar que el vaso
se llene de agua de lluvia, como orificio para transmitir a la
tumba hipotéticas libaciones realizadas sobre el vaso, y como
orificios para pasar postes de madera hincados en el suelo que
asegurarían la estabilidad del mismo. Con el paso del tiempo
estas grandes vasijas quedarán semihundidas en el suelo en
lugar de sobre él, con la intención de protegerlas. Es en estos
vasos donde han aparecido algunas de las escenas más famo-
sas del arte geométrico griego, incluyendo escenas de prothesis
y ekphora esenciales para entender esas partes de los funera-
les (FIG. 1).
Por lo que se refiere a los ajuares del periodo geométrico,
cabe indicar algunos aspectos de interés. Las joyas y otros
ornamentos no son frecuentes, pero por primera vez desde
época micenica hay joyería de calidad, incluyendo unas lámi-
nas de oro que aparecen en todo tipo de tumbas, enrolladas en
las urnas o sobre la cabeza y brazos del esqueleto, repujados
sobre matrices con motivos orientalizantes de animales o con
figuras geométricas como las de los vasos. Las fíbulas y alfile-
res quemados indican que los cadáveres se quemaban con sus
ropas, mientras que en el caso de las inhumaciones su posición
sobre el esqueleto prueba que también se inhumaban vestidos.
Al igual que en el Protogeométrico, siguen apareciendo armas,

62
dobladas a menudo (FIG. 9). Las tumbas "ricas" son escasas
pero ya aparecen; entre ellas cabría destacar una tumba
femenina del Geométrico Medio (s.IX a.C.) hallada en el
Areopago de Atenas, que además de una urna -ánfora de
cuello-, joyas, piezas de marfil, etc., contenía una representa-
ción en miniatura de un conjunto de graneros (FIG.10) que no
puede menos que recordarnos la división soloniana -todavía
lejana en el futuro- de la sociedad en grupos de riqueza, de los
que el primero sería el formado por los pentacosiomedimnoi,
esto es, aquellos poseedores de más de 500 medimnos de trigo
(1 medimno equivale a 52 litros). En las tumbas geométricas se
van haciendo más frecuentes los objetos levantinos, como el
cuenco de bronce con escenas de caracter neohitita-egiptizante
de la Sep. 42 del Cerámico.
Conviene recordar, por otro lado, que también fuera de
Atenas asistimos a una recuperación de la ostentación funera-
ria. Buen ejemplo de ello es por ejemplo la famosa cista de
Argos, datada a fines del s.VIII que, aunque parcialmente
saqueada, conservaba todavía 9 vasos, 12 asadores, 3 anillos de
oro, 2 hachas de hierro y un espléndido conjunto de casco y
coraza en bronce.
En general, el Geométrico supone un salto adelante en la
complejidad del ritual funerario en Grecia, y a ello no es ajeno
el interés que el "renacimiento" del s.VIII a.C. tiene en los
restos del remoto pasado, en especial en antiguas tumbas
micénicas a cuyos ocupantes heroizados se rinde culto, como ha
recalcadoMORRISenunrefrescantetrabajo(MORRIS, 1988).
IV.E. Periodo Arcaico (c. 700-490 a.C.)
El periodo Arcaico comienza en el Atica a fines del s.VIII
a.C.con una clara recesión en el número de tumbas, acompa-
ñadas del abandono de algunos cementerios y la aparición de
nuevos tipos de tumba y rito (cremación primaria); todo ello
está acompañado de cambios significativos en otros aspectos de

63
la cultura material y aparentemente de la estructura social
(Osbome, 1989:313). Desde nuestro enfoque,lo más notable es
la disminución del número de tumbas frente a la aparente
explosión demográfica del s. VIII, tema sobre el que volveremos
más adelante (ver Apdo. VIII.B).
De nuevo el cementerio mejor conocido en el Atica es el
Cerámico. La ya evidente disposición de las sepulturas a lo
largo de las carreteras (FIG. 8.) ha permitido reconstruir su
disposición mejor que en periodos anteriores, e incluso ha dado
lugar a debate sobre la posible existencia de una muralla en
Atenas anterior a la de Temístocles (478 a.C.), sobre todo
debido a que distintos autores (Herodoto IX.13, Tucídides
I.89.3 y VI.57) aluden a ella. En cualquier caso, se siguen
produciendo enterramientos de adultos en zona habitada al
menos hasta el 500 a.C. (por ejemplo en la zona del Agora), por
lo que puede desecharse la posibilidad de una prohibición
expresa de realizar enterramientos "intramuros" en época
arcaica. Lo que sí es evidente es una acusada tendencia a se-
parar el espacio de los vivos del de los muertos (MORRIS,
1989:317).Cicerón (Ad Fam., IV, 12.e) alude a una prohibición
de realizar enterramientos intramuros en Atenas en época
helenística, pero este dato no es necesariamente aplicable a
periodos anteriores. Por otro lado, la disposición de la tumbas
a lo largo de los caminos responde a la necesidad práctica de
facilitar el acceso tanto durante la ekphora como en las visitas
posteriores. Además, la evidente función social de los monu-
mentos funerarios como expresiones de estatus aconsejaba
ubicarlos en zonas visibles. Por último, la escasez de buena
tierra cultivable llevó a los atenienses a teorizar (Platón,
Leyes) sobre la necesidad de evitar que los cementerios se
sitúen en tierras fértiles.
En este periodo coexisten los dos grandes ritos, predominan-
do en Atenas la cremación, que presenta una variación frente
a periodos anteriores: ahora es primaria en lugar de secunda-

64
ria. La fosa excavada es mayor, a menudo con unos canales
en el fondo (FIG.11) que permitirán la circulación de aire y por
tanto una mejor combustión cuando se coloque encima la pira.
Al excavar, sobre los restos de carbón de esta pira pueden
hallarse restos del lecho sobre el que se colocaba el cadáver y
una fina capa de cenizas blancas, restos del difunto.
Las inhumaciones se realizan en fosa o pozos cortados en la
roca, con dimensiones determinadas por el tamaño del
muerto. El ajuar está normalmente colocado a los lados del
cuerpo o agrupado junto a pies y cabeza, sin orden aparente.
Las inhumaciones más frecuentes -y en general más pobres-
son las infantiles, que a veces se colocan en tinajas o dentro de
dos bañeras de arcilla, una volcada sobre otra a modo de
sarcófago.
Sobre la fosa o la cremación se suelen colocar túmulos,
circulares o cuadrangulares, que van creciendo en tamaño-por
ejemplos de más de 10 m. de diámetro-hasta el punto de que
llegan a agotar el espacio disponible en el Cerámico, y
también la tierra, que ha de ser traída de fuera (HUMPHREYS,
1980:106). De apariencia más o menos cónica, los túmulos se
recubrían con un enlucido de arcilla o yeso para mantener su
forma. En torno al 600 a.C. los túmulos de tierra suelta
comenzaron a ser sustituidos gradualmente por tumbas rec-
tangulares con paredes verticales de adobe, más recogidas y
más altas, que tienden a agruparse en calles, permitiendo una
mayor monumentalidad y al tiempo un considerable ahorro de
espacio. El paso siguiente fue la utilización de paredes de
mampostería, especialmente en las fachadas más visible. Pese
a todo, los elementos básicos de la tumba bajo la estructura
continuaron siendo los mismos.
Los grandes vasos utilizados como señalización entran en
decadencia, siendo sustituidos gradualmente por grandes
estelas pétreas decoradas con relieves y esculturas, que han
sido profusamente estudiadas ( JOHANSEN, 1951: RICHTER:

65
1961; JEFFERY, 1962, etc.), o excepcionalmente por estatuas
humanas de bulto redondo, kuroi (KURTZ y BOARDMAN,
1971:88; JEFFERY (1962:150). La primera serie de estelas
arcaicas (Tipo 1 de Richter) (FIG. 12) dura aproximadamente
desde el 600 hasta el 530 a.C., y su remate con gola y estatua
de esfinge sentada resulta de particular interés para el
arqueólogo de la protohistoria hispana, en tanto que monu-
mentos de aspecto similar decoraban las más ricas sepulturas
ibéricas arcaicas. El tipo 11 de Richter (FIG.12) es en cierto
modo una simplificación del primero, desapareciendo el remate
escultórico, que es sustituido por el tallado del extremo supe-
rior del fuste con palmetass y voluntas. En ambos tipos suele
representarse la figura del muerto en el fuste, bien en relieve,
incisión o pintura, normalmente en otros lugares; a veces se
inscribe también la firma del escultor. En algunos casos con-
servamos también esculturas analíticas, incluyendo leones y
toros, con paralelos también en la P. Ibérica (FIG. 13).
Casi ninguna de las estelas (unas 80 en el catálogo de
Richter) ha sido hallada in situ, sino fuera de su contexto, por
ejemplo embebidas en los paramentos de la muralla ordenada
construir precipitadamente por Temístocles alrededor del 480
a. C. y que pasa por el Cerámico (FIG.5). El proceso evolutivo de
estas estelas arcaicas es de simplificación y disminución de
tamaño, hasta su desaparición en torno al 500 a.C., quizá en
relación con una nueva legislación suntuaria (ver Adpo. VIII.A).
Curiosamente, es en este momento cuando comienza una
floración de las estelas en Grecia del Este, que quizá pueda
ponerse en relación con la liberación de mano de obra espe-
cializada en Atenas (KURTZ y BOARDMAN, 1971:221).
Es notable que, mientras que las estructuras visibles se
enriquecen y monumentalizan, los ajuares colocados en el
interior suelen ser muy modestos: una copa, un vaso de verter,
ocasionalmente un ungüentario. Las joyas y armas práctica-
mente desaparecen en ép9ca Arcaica. En cambio, se desarro-

66
Han mucho los depósitos de ofrenda colocados en el exterior de
la tumba y junto a ella. En realidad, pueden distinguirse dos
tipos específicos (FIG. 11): los "Lugares de Ofrendas" (Offering
places, Opferplattz) y las "Zanjas de Ofrendas" (Offering ditches,
Opferrinne). Ambos contienen sobre todo cerámica destruída y
quemada en cantidad variable pero en general abundante. Los
primeros son irregulares en su forma y de composición variada,
aunque habitualmente contienen capas alternas de tierra
limpia y quemada; pueden aparecer bajo el túmulo-y por tanto
el rito se realizó antes de su construcción- o sobre él o junto a
él. Las segundas aparecen antes, ya a fines del geométrico,
aunque los casos más espectaculares son arcaicos. Se trata de
depósitos sin duda costosos, opcionales al rito funerario estándar
(KURTZ y BOARDMAN, 1971:75), y se asocian a tumbas
especialmente elaboradas. Toman la forma de zanjas poco
profundas, forradas con adobes, de hasta 12 m. de largo por 20-
30 cm. de ancho, utilizadas una sóla vez para quemar y destruir
gran cantidad de ofrendas -incluyendo animales-, tras lo cual
el conjunto se cubría para no volver a ser usado.
Para los períodos geométrico y arcaico son también impor-
tantes y bien documentados arqueológicamente los rituales
funerarios en cementerios de ambiente euboico (Eretria, Cumas,
Pitecusa) sobre los que no podemos detenernos.

IV.F. Período Clásico (c. 490-338 a.C.)


Durante este período es más aceptable que antes la aplica-
ción del modelo ático al resto de Grecia -excluyendo las áreas
realmente periféricas- porque desde el s. V a.C. se da una
uniformidad de ritos y estructuras mucho mayor que antes
(KURTZyBOARDMAN, 1971:188). Pese a ello, lamayorparte
de las excavaciones bien publicadas son delAtica, y el Cerámico
de Atenas sigue siendo el mejor conocido, además de ser
representativo, no sólo de las tumbas privadas sino también de
las estatales (FIG. 5, FIG. 8).

67
Los dos ritos básicos de cremación e inhumación siguen
coexistiendo, al igual que el tipo básico de tumba individual
(salvo en casos especiales como epidemias y guerras, donde
aparecen polyandria). En cuanto a los monumentos, continúan
los tipos anteriores aunque introduciendo variantes, y apare-
cen algunos modelos nuevos. En cambio, la desaparición de las
estelas arcaicas hacia el 510-490 marca el inicio de un largo
periodo en el que, al parecer, las señalizaciones exteriores y
monumentales desaparecen de las tumbas privadas aunque
no de las públicas (CLAIRMONT, )..983:75), quizá por prohi-
bición expresa (CLAIRMONT, 1983:4); este periodo dura hasta
c.430 en que aparecen las estelas "clásicas" en tumbas priva-
das.
Por lo que se refiere a las inhumaciones, aparecen sarcófagos
monolíticos y compuestos, de caliza o mármol. Los niños siguen
siendo inhumados por lo general, en recipientes o en bañeras.Las
cremaciones siguen siendo sobre todo primarias, aunque
también las hay secundarias. Las urnas son de tipos variados,
incluyendo vasos metálicos.
Los monumentos siguen siendo túmulos circulares más
cuidados que antes, aunque abundan sobre todo las tumbas
cuadrangulares edificadas, a veces con trabajo de sillería de
gran calidad. Ocasionalmente se conservan mojones u horoi
que delimitan los recintos funerarios. A fines del s. V a.C.
aparece un nuevo tipo de tumba, el peribolos o recinto que
contiene varias tumbas, señaladas al exterior por varias este-
las (FIG.14). También se desarrollan ahora las tumbas erigi-
das por el estado en la Demosión Serna o "Tumba del Pueblo"
para los caidos en combate. Más adelante hablaremos de estos
dos tipos especiales (ver Apdo.V).
Las estelas, que a finales del periodo Arcaico habían
desparecido, resurgirán poco a poco, primero en forma de lajas
simples sin decorar, sólo con el nombre del difunto (FIG.2).
Poco a poco la ornamentación pictórica va creciendo, y hacia el

68
430 a.C. resurgen las estelas con una nueva tipología
(JOHANSEN, 1951) y espléndidos relieves, coincidiendo en el
tiempo con la finalización del Partenón. A veces se esculpen en
relieve formas de grandes vasos cerámicos, pero sobre todo
figuras humanas de variada tipología: individuos o parejas, de
pie o sentados, de frente o perfil, etc.Conviene de todos modos
recordar que la mayoría de las estelas clásicas son de calidad
mediocre, y muchas francamente malas, lo que tiende a
olvidarse ante la calidad de un número proporcionalmente
reducido de piezas espléndidas publicadas una y otra vez
(JOHANSEN, 1951:13). El sistema iconográfico ático es imita-
do en muchos lugares del mundo heleno, incluso en Creta,
aunque muchas veces sin entender las sutilezas técnicas e
iconográficas de los originales (KURTZ y BOARDMAN,
1971:136). Durante este período también aparece cierto número
de esculturas zoomorfas exentas.
Por lo que se refiere a los depósitos de ofrendas y ajuares,
cabe indicar que continúan los tipos citados en el período
anterior, con variaciones menores. Entre los objetos destacan
los lecitos de fondo blanco a los que nos referiremos luego (ver
Apdo. VI).

IV.G. Período Helenístico


El período que comienza con la derrota de Queronea y la
pérdida de la independencia política de las ciudades griegas
supone un gran cambio en tantos sentidos que es inútil tratar
de resumirlos aquí, y del mismo modo la ampliación del mundo
funerario es tal que sólo podremos anotar algunos aspectos
especialmente sobresalientes.
En Atenas las excavaciones publicadas de este período son
escasas, y en general nuestro conocimiento es menor. La
coexistencia de ritos continúa, aunque ahora predominará la
inhumación, con tumbas de tejas, en bañeras (sobre todo para
niños) y ataúdes de madera.

69
En su De Legibus, Cicerón nos informa de que el pensador
y estadista ateniense Demetrio de Faleron consiguió imponer
una legislación funeraria extremadamente restrictiva con los
gastos, reduciendo los monumentos a tres tipos simples, el más
frecuente de las cuales es la pequeña columna (kioniskos). Las
leyes parecen haber sido respetadas, porque hasta el s. II a.C.
no resurgirán las estelas con relieves y los monumentos rica-
mente ornamentados. De la misma manera, los ajuares de la
Atenas helenística disminuyen en cantidad y calidad: siguen
apareciendo estrígiles y espejos (utilizados como indicador de
sexo), pero los esbeltos lecitos son sustituidos por ungüentarios
fusiformes sin decorar, de factura mucho más basta. Por vez
primera aparecen monedas destinadas a la paga del barquero
Caronte, rito que por tanto es en extremo tardío.
En zonas periféricas, como Macedonia, el proceso es por
completo distinto; buena prueba de ello es la monumentalidad
y los espectaculares ajuares de las tumbas reales de Vergina,
donde la tradición de grandes túmulos y de deposición de
armas se remonta al menos a principios de la Edad del Hierro.
La Grecia del Este será ahora la que producirá los monumen-
tos funerarios más espectaculares, siguiendo una tradición en
la que participan elementos orientales junto a los puramente
griegos, y que se remonta a época arcaica. Abundarán las
tumbas de cámara excavadas de gran volumen, las fachadas
arquitectónicas, y sobre todo los grandes mausoleos construi-
dos (Fig. 15). Estos últimos tienen sus prototipos en época
Persa, por ejemplo en Licia, donde los dinastas locales emplea-
ron artistas griegos para edificar y decorar sus tumbas. La
serie comienza en el s. VI (tumba del León) y continúa a lo largo
del s. V a.C. (tumba de las Arpías). A fines del s. V las partes
altas de estos grandiosos monumentos comienzan a adoptar
formas de templo griego (monumento de las Nereidas). El
clímax se alcanza a mediados del s. IV a.C. con la tumba de
Mausolo de Caria en Halicarnaso, edificada por su viuda

70
Artemisia, en la que participaron los mayores artistas griegos
del momento. También constituye una novedad del período
helenístico la edificación de heroa para muertos recientes (ver
Apdo. VII. C.).

V.EL ''PAISAJE FUNERARIO"

V .A. El aspecto general de un cementerio ateniense


En este apartado hemos de referirnos fundamentalmente al
conjunto mejor conocido: el ateniense del período clásico (para
el período arcaico sólo podemos intuir dado que, como se ha
dicho, muchos de los monumentos fueron utilizados para alzar
las murallas de Temístocles).
La impresión global que el Cerámicoo podría causar en este
período es muy distinta de la que pudiera parecer. La primera
impresión sería de abigarramiento, amontonamiento, colorido
y desorden, provocada por la variedad de tipos de tumbas
(túmulos circulares y monumentos cuadrangulares, tumbas
individuales y periboloi); por los remates y señalizaciones de
los tipos variados (esculturas exentas zoomorfas, vasos de
piedra, estelas con relieves, estelas pintadas con vivos colores);
y por la acumulación de gran número de monumentos en un
espacio reducido.
Muchos de los monumentos competían entre sí en su función
de ostentación de riqueza y prestigio social. Esto se manifiesta
con claridad en las tumbas edificadas, en la que los adobes son
sustituidos por mampostería irregular y luego por sillares
perfectamente escuadrados al menos en la fachada principal.
El mismo fenómeno se produce en las estelas. La competencia
entre las familias llevó a tales derroches económicos que hubo
que limitar el gasto mediante leyes específicas (ver Apdo.
VIII.A).

71
V .B. Algunos tipos especiales de monumentos

V.B.1. Demosion Serna (Fig. 5)


Según Tucídides (11.34) era costumbre ancestral (patrios
nomos) enterrar a los caídos en combate no en el campo de
batalla, sino en la propia Atenas, y con un ritual especial
basado en el ceremonial público y no privado (ver Apdo. VII.C.)
y que comportaba la existencia de unas tumbas especiales en
el Demosion Serna o "Tumba del Pueblo", camino ceremonial de
39 metros de ancho flanqueado por las sepulturas de los caídos
en batalla. Mientras Tucídides nos detalla el ceremonial,
Pausanias (Per. 1, 29,3-16) nos describe los restos conservados
en época helenística (JACO BY, 1944 y CLAIRMONT, 1983:29
ss. tienen opiniones opuestas sobre la fuente de Pausanias).
Entre estas tumbas especiales más por su función que por su
apariencia externa -aunque hay tipos arquitectónicamente
peculiares- encontramos sepulturas individuales, colectivas
y cenotafios. Paradójicamente, la tumba conocida más antigua
de este grupo es la de los lacedemonios que cayeron en Atenas
durante la revuelta que en 403 a.C. derribó a los 30 tiranos,
según nos cuenta Jenofonte, y restableció la democracia en
Atenas. Se han excavado bajo el monumento 13 tumbas, 3 de
ellas separadas en una cámara especial. Veamos a este respec-
to lo quenos dice Jenofonte (Helénicas, 11.33):
"Los lacedemonios, como muchos estaban heridos, se retira-
ron paso a paso muy acosados; los enemigos entretanto carga-
ban con más ímpetu aún. Entonces murieron QuerónyTnbaco,
ambos polemarcos,, y Lácrates el vencedor olímpico, y otros
lacedemonios que están sepultados delante de la puerta del
Cerámico".

V.B.2. Los Cenotafios


Puesto que en la mentalidad ateniense era importantes
enterrar en el Atica a sus muertos, entre otras cosas para poder

72
honrarlos adecuadamente, es natural que se construyeran
cenotafios en aquellos casos en que por la razón que fuese no se
podía recuperar el cadáver. No existe diferencia estructural
entre un cenotafio y una tumba normal, salvo la ausencia del
difunto, aunque hay dos signos distintivos. A veces se coloca en
la tumba una piedra aislada que simboliza al difunto (fenómeno
que, por ejemplo, también se da en la Protohistoria hispana) y
en otras ocasiones se alude en la estela al carácter de cenotafio
de la tumba, como ocurre en la conocida estela de Democleides
(Fig. 16), en la que el difunto se sienta pensativo junto a sus
armas sobre la proa de un trirreme, aludiendo a su muerte en
el mar. Además de los cenotafios privados, hay otros estatales
que entran en la categoría anterior.

V.B.3. Periboloi (Fi,g. 14)


Desde fines del s. V aparecen en Grecia unos recintos que
agrupan varias tumbas, posiblemente de miembros de la
misma familia (GARLAND, 1985:106; HUMPHREYS, 1980:
115-121) aunque otros autores duden de este último extremo
(KURTZ y BOARDMAN, 1971:106). En realidad la idea de
recinto se conoce ya desde el Heládico Medio/Reciente (Círculos
A y B de Micenas), y continúa ocasionalmente durante el
Geométrico (recinto con 13 tumbas de c. 740 a. C. en el Cerámico,
HUMPHREYS, 1980: 105) pero sólo es desde el s. V que el
sistema se convierte en moda. Durante el s. IV el número de
periiboloi asciende a centenares en las carreteras que salen
hacia el Pireo, Eleusis, etc. Normalmente albergan sólo a 3
individuos mientras que son muy raros los que tienen más de
seis (en algún caso un recinto llega a tener 18 tumbas
abarcando cinco generaciones, (HUMPHREYS, 1980: 115). Su
construcción tiene el efectoo práctico de facilitar la visita a los
familiares, pero el peribolos es a la vez un símbolo de estatus
pensado para hacer ostentación de riqueza y poder con el
mayor efecto posible (GARLAND, 1985:107), aunque muchas

73
veces tanto los monumentos completos como las estelas tengan
algo de efectismo teatral, hallándose incompletas por detrás,
donde no son visibles (Fig. 17).

V.C. La estelas: tipos y significado (Figs. 2, 4, 6, 12,


13, 16, 17)
Las estelas constituyen desde época micénica un elemento
esencial de los monumentos funerarios griegos, en Atenas y
fuera de ella, pese a momentáneos eclipses debido a la
promulgación de leyes funerarias. La filiación de las estelas del
Geométrico en adelante es debatida; cabría remitirse a las
estelas micénicas decoradas, pero esta posibilidad es expresa-
mente rechazada por algunos especialistas (p. ej .. JOHANSEN,
1951:65), quienes prefieren comenzar la línea directamente en
el Geométrico, sin precedentes anteriores reconocibles.
Su función es múltiple, y como en otros casos ya analizados,
las distintas posibilidades no son excluyentes entre sí.
a) Señalizar la tumba para evitar que sea destruida por otras
posteriores. La primera señalización fue en época submicénica
el montón de tierra suelta extraída del hoyo o fosa: luego
vinieron el túmulo intencional y el objeto rematando el túmulo
(stele).
b) La estela propiamente dicha llegará a ser un símbolo del
difunto, que se adorna y ante el que se realizan los ritos
mensuales y anuales (Figs. 2, 3).
c) Para MORRIS (1989:308) el monumento, sin ser un
símbolo del difunto, perpetúa su memoria, permitiéndole ser
recordado ante y entre los vivos: el monumento habla al
caminante diciéndole "recuérdame, rescátame del olvido, hazme
vivir de nuevo en las mentes de los hombres. La idea es en el
fondo la misma del tymbos en Homero (MYLONAS, 1948:65).
Para un ateniense, la estela no es sólo un memorial: ungida,
coronada y alimentada, "era un foco de devoción y un objeto de
adoración ... Que era un lugar al que el muerto acudía no sólo

74
para beneficio material sino también intelectual lo prueban las
representaciones de liras en lecitos, a veces colocados sobre la
tumba y otras utilizados en sus cercanías. La sensibilidad de
los muertos griegos, concebidos como retentores de sus faculta-
des al menos en la vecindad de la tumba, es característica de la
escatología griega" (GARLAND, 1985:119-120).
Conviene recordar que, además de las estelas pétreas, debía
haber otras de materiales perecederos como madera. Recorde-
mos a este efecto que en la Odisea los compañeros de Elpenor
clavan un remo sobre su tumba (Odisea, XII.13).
Dos de los elementos más característicos de las estelas son
los remates en forma de escultura zoomorfa y los relieves
pintados con figuras humanas. Entre las esculturas hay tanto
animales fantásticos como reales. Las esfinges, elemento ca-
racterístico de las estelas griegas arcaicas -y presentes tam-
bién en la escultura ibérica, figs. 12, 13- pertenecen en la
iconografía griega tanto al ámbito de lo sagrado como al de lo
funerario, apareciendo representadas en ambos contextos. Su
función no es bien entendida: (RICHTER, 1961: 6) considera
que se trata de un protector del difunto, recogiendo un epígrafe
bien explícito procedente de Tesalia: "Oh, esfinge, perro del
Hades, ¿a quién proteges, sentada sobre los muertos?".
Entre los animales representados destaca el toro (un buen
ejemplar se conserva todavía en el Cerámico), pero sobre todo
el león, que en algún caso adopta varios significados simultá-
neos como protector del difunto, como metáfora de las cualida-
des del difunto enterrado bajo él, e incluso como verdadero
símbolo parlante de un individuo llamado León.
En los relieves de las estelas arcaicas la representación
habitual es una figura de pie caracterizada como guerrero (Fig.
18), atleta o anciano entre otras iconografías más infrecuen-
tes (JEFFERY, 1962: 149), pero durante el período clásico
aparecen verdaderas escenas, incluso con varias figuras en
posturas diferentes, algunas de tipo bélico (como el famoso

75
cenotafio del jinete Dexileo) y otras con el tema de la despedida
o con escenas de dexiosis (acto de estrechar las manos),
iconografía esta última cuyo significado exacto se debate
todavía (¿despedida de los vivos?, ¿reencuentro con los muer-
tos?). En general, la interpretación de los diversos tipos de
relieves en las estelas áticas es discutida (JOHANSEN, 1951:
53-64).
Un tipo muy peculiar de señalización son los grandes vasos
de piedra, imitación de otros cerámicos, representando sobre
todo lutróforos, vasos para agua utilizados en el ceremonial del
matrimonio y que según algunos textos se colocaban sobre las
tumbas de aoroi muertos solteros (Ver Apdo. VII.A).
En muchos monumentos se inscribieron textos, que van
desde simples menciones del nombre del difunto o del dedican te
a epitafios en verso de contenido emocional, moral o abierta-
mente irónico. Un tipo bastante característico del pensamiento
griego es el epígrafe en el que la tumba habla al lector, como el
texto del kouros funerario de Kroisos, que dice al paseante:
"Párate y llora ante la tumba de Creso muerto, a quien el
furioso Ares destruyó cuando combatía en primera fila".
Idea similar expresa el famoso epigrama de Simónides de
Ceos sobre los espartanos caídos en las Termópilas, u otros
epígrafes privados (p. ej. HUMPHREYS, 1980:104).
En cambio, los epígrafes rara vez nos indican la forma o tipo
de muerte, a la que sin embargoo se alude a veces por la escena
representada (caso de la estela de Democleides ya citada).

VI. LAS OFRENDAS Y LOS AJUARES

VI.A. La función de los ajuares


Ninguna fuente griega nos ofrece una idea explícita de la
función exacta que cumplían los ajuares depositados en el
interior de las tumbas. Como señalan KURTZ y BOARDMAN

76
(1971:206), es más que probable que no hubiera una doctrina
coherente y cerrada en este sentido, sino que más bien se
combinarían factores como la pertenencia de las piezas al
difunto, el afecto especial que en vida tuvo a determinados
objetos, la posible necesidad que el muerto tendría de algunos
utensilios en el Más Allá, y por último la obligación de amorti-
zar piezas utilizadas en el ritual funerario y por tanto inuti-
lizables en el mundo de los vivos.
En las fuentes literarias pueden espigarse algunas alusiones
referidas sobre todo a la utilización por parte de los muertos de
objetos específicos. Así, Herodoto 01, 92) nos cuenta que la
mujer del tirano Periandro de Corinto se queja desde el otro
mundo:
"Melisa se negó a darle una pista y a revelarle en qué lugar
se hallaba la suma de dinero, pues tenía frío -dijo-y estaba
desnuda, ya que los vestidos que su marido había enterrado con
ella no le servían para nada por no haber sido incinerados".
Algo parecido a lo que venimos diciendo opina Dodds sobre
las ofrendas alimenticias:
"... actos tales como el de alimentar a los muertos parecen
una respuesta directa a impulsos emocionales, sin que medie
necesariamente ninguna teoría. El hombre, entiendo yo, da de
comer a sus muertos por la misma razón que una niña da de
comer a su muñeca; y como la niña, se abstiene de matar su
fantasía aplicándole criterios de realidad" (DODDS, 1981: 134).

VI.B. Categorías de objetos


Una clasificación conveniente de los distintos tipos de obje-
tos es la propuesta por KURTZ y BOARDMAN (1971:207) en
tres categorías:
VI.B.1. Posesiones personales del difunto
Desde época micénica los griegos se enterraron vestidos con
el kosmos, con las fíbulas que sostenían las telas en posición y

77
con joyas y broches, algunos de los cuales se han utilizado para
detectar influencias culturales e incluso penetraciones de
pueblos. En ocasiones los objetos aluden al sexo o la actividad
del difunto, mezclando a menudo lo estrictamente utilitario
con connotaciones más complejas. Así, la correlación estrígile-
varón y espejo-mujer no tiene por qué ser absolutamente
automática. Entre los objetos más cargados de significado se
encuentran las armas. Como era de esperar, son muy frecuen-
tes en época micénica y su propia calidad y rica decoración
dicen mucho sobre la ideología de poder de sus posesores;
ausentes durante el Submicénico -lo que es lógico sólo hasta
cierto punto-, reaparecen con fuerza durante el
Protogeométrico y Geométrico (Fig. 9). Sin embargo, a partir de
época Arcaica las armas están virtualmente ausentes en los
cementerios atenienses y en general griegos (aunque KURTZ
y BOARDMAN, 1971:207 insistan en que no son tan escasas).
Desde el s. VII las armas griegas se encuentran sólo en
necrópolis de zonas periféricas (Epiro, Macedonia) y en san-
tuarios (Olimpia, por ejemplo). Sin embargo, las estelas siguen
aludiendo muy a menudo al carácter guerrero del difunto
enterrado debajo.
Muy frecuentemente las armas -y ocasionalmente otros
objetos como los estrígiles como en una pieza de Gela- son
inutilizados doblándolos o atravesándolos con un clavo. Frente
a la opinión de otros autores, KURTZy BOARDMAN (1970:217)
arguyen que la intención no era impedir la reutilización,
puesto que las armas podrían enderezarse con facilidad en una
forja, sino "matar" o "cancelar" el objeto, quizá por su íntima
asociación con el difunto.

VI.B.2. Objetos de uso cotidiano con valor funerarw


Entre los objetos de uso cotidiano que en un contexto funera-
rio adquieren un valor añadido específico relacionado con dicho
contexto se pueden citar algunos ejemplos significativos. Por

78
ejemplo, en las tumbas infantiles es común hallar biberones de
barniz negro con trazas de haber sido utilizados, y junto a ellos
unas jarritas (chous) que, utilizadas en fiestas de tránsito
durante la infancia, adquieren aquí una connotación especial
(ver Apdo. VII.A.). Entre los adultos se encuentran ocasional-
mente lucernas, que pueden aludir al carácter nocturno de los
sepelios pero también pueden haber sido depositadas para
facilitar el viaje del difunto al oscuro Hades.
No es raro hallar vasos cerámicos destinados a contener o
beber agua. Los muertos aparecen frecuentemente sedientos
en la literatura, y en el caso de los Orficos el agua adquiere una
connotación especial: en una hidria-urna cineraria hallada en
Farsalia, un texto sobre una lámina de oro dá instrucciones al
muerto sobre dónde debe y dónde no debe beber en el Hades,
hasta encontrar el agua del lago de la Memoria. A lo largo del
s. V a.C., en Corinto, aparecen a veces jarras de agua cuyo borde
está situado junto a la mandíbula de los cráneos.
Ya hemos aludido a la práctica tardía de colocar un óbolo en
la tumba para que el difunto pague el transporte al Barquero.
Esta idea aparece documentada por vez primera en Aristófanes
(Las Ranas, 140 ss) pero las monedas no aparecen en tumbas
atenienses hasta el período helenístico (GARLAND, 1985:23),
y a veces en lugar de monedas se usan sustitutos de varios tipos
(KURTZ y BOARDMAN, 1971:211). Pueden aparecer en la
boca del muerto, pero también en varios lugares de la tumba,
y en distinto número, aunque lo normal es una única pieza.

Vl.B.3. Objetos de carácter específicamente funerario


Hay numerosos tipos de objeto que entran en esta categoría,
por lo general copias en miniatura de vasos de cerámica, vasos
de piedra macizos, más sencillos de fabricar, y sin otro posible
uso que el funerario (KURTZ y BOARDMAN, 1971:213), y
también a veces copias en piedra o arcilla de alimentos (huevos,
modelos de animales), que acompañan o sustituyen a huesos de

79
animales quemados.
Otros tipos de objetos destinados a uso funerario son las
barbilleras a veces de oro usadas para sujetar la mandíbula del
difunto en laprothesis, las figurillas de arcilla en actitudes de
duelo o incluso grupos que forman escenas, por ejemplo de
ekphora.
Atenas es el lugar donde hay mayor cantidad y variedad de
vasos destinados a uso funerario. Como ejemplo, citaremos el
caso mejor conocido, el de los lecitos de fondo blanco (Figs. 2,3).
Los vasos contenedores de aceite son extremadamente fre-
cuentes en Grecia, por tratarse de un líquido utilizado en
muchas funciones, desde el baño a la cocina pasando por el
ritual funerario. Es pues natural que con el tiempo llegarán a
fabricarse vasos específicamente diseñados para uso funerario
por su decoración y su técnica de fabricación. Las dos variantes
pricipales son el squat lekythos, bajo, de base ancha y sin hom-
bro, decorado a menudo con una simple palmeta en rojo; y el
lécito de fondo blanco, decorado con escenas de tema funerario.
Esta última variante se convirtió desde c. 470 a.C. en una
ofrenda favorita durante las visitas a las tumbas; con el tiem-
po se produjo un deterioro progresivo de su calidad, y hacia
finales del s. V fue gradualmente sustituido por un tipo de
calidad muy inferior y sin decorar, el ungüentario fusiforme.
Antes citábamos las peculiaridades iconográficas y técnicas
que distinguen a los lecitos funerarios. Entre las primeras,
cabe señalar dos grandes grupos de motivos predominantes en
las escenas representadas: por un lado, imágenes de divinidades
relacionadas con el Hades (Caro'nte remando en su barca,
Hermes Psicopompo esperando o guiando el alma, etc.); por
otro, escenas de visita a la tumba (ver Apdo. 111.E.), con
predominio de mujeres que decoran las estelas, hacen gestos de
saludo o de dolor, etc. A veces aparecen figuras que según
algunos autores podrían representar al propio difunto, pero la
ausencia de rasgos iconográficos distintivos hace difícil asegu-

80
rarlo. En cuanto a la fabricación, un rasgo frecuente es la
presencia de un doble fondo en el vaso, invisible cuando está
completo, que reduce enormemente la capacidad efectiva para
contener el costoso aceite perfumado, lo que debía suponer un
considerable ahorro (Fig. 19).

VII. TIPOS ESPECIALES DE MUERTE Y


SU EXPRESION ARQUEOLOGICA

Hay una serie de muertes ajenas al ciclo biológico normal,


que en el mundo funerario griego pueden reflejarse en el
registro arqueológico o en las fuentes literarias. Algunos de
estos tipos podrían consider arse casi como curiosidades desde
un punto de vista estrictamente arqueológico, aunque no desde
el enfoque de la historia de las ideas. De todos modos, incluso
casos muy peculiares, como el de los diobletoi ("golpeados por
Zeus") o muertos por un rayo, pueden tener expresión arqueo-
lógica particular y reconocible, como parece desprenderse del
estudio de un túmulo excavado en el s. XIX en Turios (Magna
Grecia) que contenía varios restos de personas muertas por
rayos (GARLAND, 1985:99-100). Del mismo modo, el trata-
miento dado a los Deuteropotmoi, ("los que tienen dos Desti-
nos") o muertos aparentes que "resucitan" durante laprothesis
muestra que casos muy especiales e infrecuentes pueden decir
mucho sobre la concepción griega de la vida y la muerte. En este
caso, los "resucitados" habían de pasar por una serie de ritos
que en esencia le obligaban a repetir de manera abreviada todo
el ciclo de la vida, desde el nacimiento a la madurez, incluyendo
el baño del recién nacido y el amamantamiento en pecho de
mujer.
Otros casos especiales (suicidas, criminales ejecutados, ase-
sinados, etc.) tienen tratamientos peculiares, pero aquí nos
concentraremos en los casos más frecuentes y relevantes.

81
VII.A. Niños
Los niños forman parte, junto con los jóvenes solteros (salvo
los caídos en combate) del grupo de losAo roí, aquellos muertos
antes de tiempo. Los textos griegos aluden con especial emo-
ción al suceso antinatural de que el padre tenga que enterrar
al hijo y no al revés, aunque esta pena no se aprecia en el caso
de recién nacidos o de niños muy pequeños, por razones que
deben ser de tipo psicológico: dada la alta mortalidad infantil
de la Antigüedad, el niño no pasaba a integrarse en la sociedad
antes de una determinada edad, marcada por un rito; si fallecía
antes, la pena era amortiguada por el hecho de que el bebé no
se había integrado formalmente en la famlia y el cuerpo social,
y los ritos funerarios reducidos a la mínima expresión reflejan
esto arqueológicamente. Quizá también por ello encontramos
enterramientos infantiles en zonas de hábitat en períodos en
que los cementerios se colocan extramuros sistemáticamente.
En el caso de los infantes, en la inmensa mayoría de los casos
los enterramientos son mucho menos cuidados y ricos que los
de adultos. Predominan con mucho las inhumaciones sobre las
cremaciones, y quizá sea conveniente recordar aquí el texto de
Plinio (Nat. Hist. 7. 72) según el cual "es una costumbre univer-
sal no incinerar a una persona antes de que le salgan los
dientes". En Atenas las cremaciones infantiles son raras;
aparecen en el área Suroeste del Agora en los siglos IV-111 a.C.,
en un período en el que ya no hay en Atenas otro tipo de
enterramientos intramuros. En cuanto a las inhumaciones, es
común que el pequeño cadáver se deposite en pithoi, ánforas
toscas, e incluso en recipientes de cualquier tipo, como panales
o bañeras de arcilla.
En cambio, si un niño pasaba su amphidromia (o ceremonia
en que se le daba un nombre) en torno a los 5-10 días de su
nacimiento, pero moría antes de la Anthesteria (o festival de
primavera en el que a los niños de 3 años se les regalaba una
serie de objetos), parece observarse un sentimiento de pena

82
(GARLAND, 1985:82), y se encuentran tumbas con biberones
usados e incluso una versión funeraria del chous o jarrita que
se hubiera regalado al niño en la Anthesteria si hubiera so-
brevivido.

VII.B. Jóvenes solteros


La muerte de un joven soltero es quizá el caso de aoros que
más entristece a un griego, según se deduce del tono de los
epitafios conservados (por ejemplo, en el Atica, de 20 inscripcio-
nes en que se cita la relación entre muerto y dedicante, 13 son
de padres a hijos, (HUMPHREYS, 1980:104). Según
Demostenes (44.18 y 44.30) la señalización de un soltero es un
gran lutróforo (vaso nupcial) de piedra colocado encima de la
tumba. De todos modos hay problemas en la determinación
precisa de la forma del lutróforo (quizá se utilizaran varios
tipos), y en cualquier caso la abundancia de la forma común-
mente identificada con el lutróforo en los cementerios atenien-
ses ha bastado para que algunos duden de la identificación y
hayan preferido creer que el vaso en cuestión correspondería a
la forma comúnmente definida como lebes gámico, otro vaso
usado en los ritos de matrimonio.

VII.e. Héroes
No es lo mismo Héroe que caído en combate, aunque el
segundo pueda ser heroizado (los an<lres genomenoi agathoi);
del mismo modo, no es lo mismo el" culto" a los antepasados que
el culto a los héroes. Según FARNELL (1921:343), un héroe es
"una persona cuya virtud, influencia o personalidad fueron tan
poderosas durante su vida o por las circunstancias peculiares
de su muerte que su espíritu llegó a ser considerado como un
poder sobrenatural, que exigía ser reverenciado y propiciado".
Pueden ser benefactores (como los Tiranicidas Harmodios y
Aristogitón), estadistas, fundadores, soldados... (MORRIS,
1988:752). Las tumbas de los héroes, en general personajes

83
antiguos e incluso semilegendarios, solían estar acompañadas
deHeroa, capillas erigidas sobre o junto al lugar supuesto de la
tumba del héroe, y destinadas a su culto, conteniendo a veces
material votivo. A menudo estaban dentro de las ciudades (en
el ágora, junto a las puertas ... ) o incluso en un gran santuario
religioso (Heroon de Pelops en el Altis de Olimpia). Incluso
podían darse cenotafios dedicados a héroes, como en el caso de
Posidonia (según KURTZ y BOARD MAN, 1971:299). Como se
ha dicho ya (ver Apdo. IV.G) una característica del período
Helenístico es que la heroización se extiende a muertos recien-
tes, con lo que los heroa se multiplican.

VII.D. Muerte en combate


Ya se han ido viendo diversos ejemplos que muestran la
concepción griega de la muerte en combate no sólo como digna
y honrosa, sino incluso como deseable si llega en la edad
madura. La dureza y crueldad de la muerte no se oculta, ni
siquiera en Homero, pero aun así se contabilizan en la !liada
318 héroes muertos en combate, cualitativamente distintos de
la masa anónima de combatientes (MORRIS, 1989:303). El
caído en batalla vive en la memoria de sus conciudadanos y de
los helenos en general, y a través de su sepultura bien señali-
zada. A partir de c. 700 a.C., a la muerte del héroe individual,
cabeza de un grupo de sangre, sigue la del hoplita ciudadano de
la polis: el cambio social es radical, pero las actitudes ante la
muerte sobreviven, esencial continuidad en general que Morris
viene defendiendo con éxito frente a otras posiciones (MORRIS,
1987, 1989; OSBORNE, 1989).
La grandeza y dignidad de la muerte en combate tenía su
reflejo en los ritos funerarios y formas de enterramiento. En
Homero los muertos se incineran y entierran donde murieron
(aunque no siempre, cf. CLAIRMONT, 1983:7;/l., VII.334 ss);
en cambio, los griegos posteriores suelen enterrar a sus caídos
en fosas comunes en el propio campo de batalla (JACOBY,

84
1944:43; GARLAND, 1985:89; KURTZ y BOARDMAN, 1971:
108) salvo quizá en el caso de los atenienses, cuya costumbre
ancestral (patrios nomos) era enterrar a sus caídos en Atenas
en ceremonia pública según nos cuenta Tucídides, costumbre
mantenida excepto en algunos casos excepcionales como el de
Maratón en que se erigió un túmulo in situ. Varios autores sin
embargo (JACOBY, 1944:47; CLAIRMONT, 1983:7 ss) han
discutido este texto, manteniendo que el funeral público en
Atenas se introdujo sólo hacia el 465 y que por tanto el túmulo
de Maratón fue normal, como lo sería el de Platea o el de
Salamina. En distintos lugares de Grecia se han excavado
polyandria o fosas comunes de caídos en batallas, identificadas
(Maratón, Queronea, Platea), o no.
Tucídides (II.34) nos habla de los funerales de estado
atenienses, siguiendo una costumbre ancestral de fecha inde-
terminada. Según las descripciones, la prothesis duraba tres
días en lugar de uno, la ekphora se realizaba en carros en lugar
de en andas, y cualquier mujer podía participar en el cortejo. El
lugar de enterramiento de estos muertos atenienses estaba en
el Cerámico, "en la mejor zona de Atenas", conocido desde el
s. IV como Demosion Serna (ver Apdo. V.B.1). El funeral to-
maba un carácter no familiar sino cívico y por tribus (JACO BY,
1944:38), lo que quizá respondió a una política consciente de
arrebatar al mundo de los lazos de sangre el derecho de
enterrar a los muertos en favor del ámbito de lo político
(GARLAND, 1985:90). De hecho, este carácter estatal era
enfatizado por un discurso fúnebre o epitaphios logos; el mismo
Tucídides (II,34,6) nos facilita una emotiva reconstrucción del
pronunciado por Pericles en 438 a.C. por los muertos contra los
Samios (la otra cara de la moneda, descaradamente irónica, es
la que ofrece Platón en su Menéxeno (235b). Tras el sepelio, se
celebraban juegos funerarios anuales en honor de los muer-
tos, bajo la supervisión del Polemarco (Aristóteles, Pol. 58.1;
CLAIRMONT, 1983:22 ss.). Además, cada año se inscribía en

85
diez estelas, una por cada tribu, el nombre de los caídos en
combate; se han identificado restos de al menos 30 de estas
listas (CLAIRMONT, 1983), casi todas incompletas, la más
antigua de las cuales data del 465 a .C. (lo que ha sido utilizado
por autores como Jacoby (1944:41) para datar en fecha tardía
el comienzo del patrios nomos. Las listas de bajas parecen
desaparecer en el s. IV a.C. (CLAIRMONT, 1983:21).
Si los muertos caen lejos de su patria, se procuraba cremarles
en el campo de batalla y traer sus cenizas a Atenas. En caso de
que incluso esto fuera imposible, se erigía un cenotafio.
A lo largo del tiempo, los rituales de sacrificio asociados al
recuerdo de los caídos en combate adquirieron una grandeza
especial, como en el caso del sacrificio por los caídos en Platea
que nos narra Plutarco (Aristides, 21 ; ver BURKERT, 1983:56).

VIII. ASPECTOS SOCIALES DE LA "ARQUEOLOGIA


DE LA MUERTE'' EN GRECIA
VIII.A. Ostentación y riqueza: leyes suntuarias
Lo que hasta ahora hemos venido diciendo prueba que la
dimensión social del enterramiento es básica en el ritual
funerario griego, y que las tumbas reflejan el orgullo de quienes
las edificaron en honor de sus muertos y de ellos mismos; este
fenómeno se produce porque un funeral reune a toda la familia
y proporciona una gran oportunidad para la ostentación de
riqueza y la expresión del orgullo familiar y solidaridad de
sangre.
G. RICHTER (1961 :1) decía que "La bien conocidad reveren-
cia de los griegos hacia sus muertos llevó de manera natural a
la erección de importantes monumentos funerarios" lo que es
cierto pero sólo parcialmente; junto a los aspectos emocionales
hay otros menos "elevados'', a los que la moderna "Arqueología
de la Muerte" ha prestado especial atención en las dos últimas
décadas: la ostentación de poder y riqueza por parte de los
grupos sociales.

86
En las páginas anteriores hemos visto que los mayores
gastos y las manifestaciones más espectaculares del ritual
funerario griego no se producen en los ajuares -que le suelen
ser modestos salvo en zonas periféricas- sino en los ritos que
eran visibles para los vivos, y -dínicamente a lo largo del
tiempo- en la estructura de la tumba, aunque ocasionalmente
surge la picardía de las estelas inacabadas por detrás y los
lecitos con doble fondo. Sin embargo, la mejor expresión de los
excesos a que podía llegar la ostentación funeraria es la
existencia de distintas legislaciones que a lo largo del tiempo
hubieron de poner coto periodicamente al exceso en las mani-
festaciones externas de dolor y en los gastos funerarios
privados.
En la tradición griega-recogida por Cicerón en De Legibus,
II,26) las primeras leyes suntuarias fueron dictadas por Solón
a principios del s. VI a.C. (Plutarcio, Solon,21). A estas le si-
guieron otras algo despues, quizá c.530 a.C., coincidiendo con
el declive de las estelas arcaicas; la última legislación de este
tipo fue promulgada por Demetrio de Faleron, y según el
Marmor Parium data del 217 a.C.Además, Platón (en Leyes,
XII,958) alude a una legislación de este tipo. Otras disposicio-
nes legales se han conservado fuera de Atenas, como en una
inscripción de Iulis (isla de Ceos, frente al Atica), datada en el
s.V a.C.; y algunas alusiones en fuentes literarias se refieren
a legislación de otras ciudades (Herodo, VI,58 sobre Esparta ,
por ejemplo).
La repetición periódica de la legislación es prueba en sí
misma de que la tendencia era a no respetarla, y la evidencia
arqueológica apunta en este sentido: tras 530 y tras c.325 hay
una marcada disminución en la ostentación de los monumen-
tos funerarios (desaparición de las estelas arcaicas y de las
estelas clásicas sustituidas por kyniskoi mucho más sencillos).
Por otra parte, la disminución en el lujo permitido a las tumbas
privadas es inversamente proporcional al gasto en los funera-

87
les estatales de los caídos en combate, fenómeno que se aprecia
con claridad en el s.V a.C.; la tendencia a la ostentación fue sin
embargo difícil de contener, como se observa en la aparición y
evolución arquitectónica de los periboloi.
Es curioso que el principal sistema de limitación previsto por
las leyes reales o ficticias corresponda a uno de los medios
utilizado por la moderna "Arqueología de la Muerte" para
calcular objetivamente el gasto efectuado en una tumba: nos
referimos a la aplicación por parte de los griegos, mucho antes
que Renfrew y otros investigadores modernos, del "effort
expenditure principle". En efecto, Cicerón explica (De Leg.
11,26,64) que en la legislación posterior a Solón se decretó que
nadie edificara una tumba que requiriese el trabajo de más de
diez hombres durante tres días; Platón aplicó el mismo princi-
pio (Leyes, XIl,958D) al proponer un periodo de cino días para
cinco personas. Dicha prescripción debe limitarse, suponemos,
al trabajo de construcción del túmulo, más que a la señalización
(estela ... ) (HUMPHREYS, 1980:102).
Otras restricciones propuestas en la legislación fueron pro-
hibir determinado tipo de material constructivo (opus
tectorium), o de remate/señalización. El filósofo y estadista
helenístico Demetrio de Faleron fue el que llegó más lejos al
prohibir todo tipo de estela salvo tres tipos extremadamente
sencillos.
Las limitaciones propuestas por Platón indican también las
lineas básicas utilizadas por otra legislación existente: limitar
la duración de la prothesis al tiempo imprescindible para ase-
gurarse de la defunción, limitar la duración, limitar la ekphora
a las horas nocturnas, limitar los epitafios a 4 lineas de texto,
etc. La ya citada inscripción de Iulis sigue esta tendencia y la
de la supuesta legislación soloniana: se especifica el coste (no
mayor de 100 dracmas) del kosmo del difunto, se ordena que el
lecho ha de ser sencillo y no debe quemarse con el muerto, que
la ekphora se realice en silencio, etc.

88
Lo que sabemos de las leyes espartanas nos habla de un
ritual en extremo austero -salvo en el caso de los reyes-: el
ajuar se reduce al mínimo o desaparece, los epitafios se prohi-
ben salvo para los caidos en combate -y en ese caso sólo se
inscribe el nombre-, los cadáveres se envuelven en el rojo
manto militar.

Vlll.B. ¿Quienes se enterraban en las necrópolis?


Ya hemos ido viendo dónde se enterraban los atenienses
desde el periodo Geómetrico, con una marcada tendencia a
separar el espacio de los vivos del de los muertos, hasta el
punto de que a partir del 500 a.C. se ha especulado con la
posible existencia de una ley que prohibía enterrar intramuros,
salvo a los niños pequeños (FIG.8). Es también una tendencia
asumida por los griegos evitar disponer las necrópolis en zonas
cultivables -habida cuenta de la escasez de terreno fértil-. El
otro problema es saber quiénes tenían derecho a enterramiento
formal en necrópolis a lo largo del tiempo, problema que es más
espinoso de lo que pudiera parecer.
Uno de los problemas básicos a la hora de intentar recons-
trucciones paleodemográficas a partir de las necrópolis es el de
definir qué grupos sociales tenían derecho a enterrarse, y el de
determinar si ese derecho varía con el tiempo. Frente a las
opiniones más tradicionales que explicaban los cambios en el
número de tumbas en función de crecimiento demográfico,
MORRIS (1987) ha propuesto un modelo por completo distinto.
Si tomamos por ejemplo el periodo entre el s. IX y el VII a.C. en
Atica, se observa un gran crecimiento de las necrópolis a fines
del VIII en comparación con periodos anteriores, y un fuerte
bajón en el s. VII (FIG.20). Lo que para la interpretación clásica
(MORRIS, 1987:72) debía explicarse en función de "boom"
demográfico y hambrunas, para Morris se explica -y su pro-
puestas está siendo generalmente aceptada- en función de que
durante la segunda mitad del s. VIII recibe sepultura formal

89
un porcentaje mayor de la población, representando además
una pirámide de edad más completa que en los momentos
anteriores y posteriores. Más aún, MORRIS propone que en el
s. VIII se proporciona enterramiento formal a personas ajenas
a la aristocracia, mientras que el declive del s. VII es interpre-
tado como una victoria de la nobleza ateniense sobre la nueva
ideología política (aparición de la polis) y una regresión al sis-
tema anterior, si bien sólo temporal.
MORRIS (1987 passim) ha probado que hay cambios signi-
ficativos en la estructura demográfica de los cementerios c.
900, 725, 700 y 500 a.C., y sostiene (1987:5~1) que los
periodos de cementerios reducidos de adultos con exclu!:¡ión de
los menores de 10 años y de una parte de los adultos, entre
1050-750 y 700-510 a.C. corresponden a fases en que sólo un
subgrupo de la sociedad, el de estatus elevado, recibía
enterramiento formal, mientras que en los demás periodos la
estructura de edad es completa, correspondiendo a una exten-
sión del derecho de enterramiento (FIG. 21). La razón para
determinar el rango social como criterio de exclusión se basa
sobre todo en el análisis de la actitud refleja~a en las fuentes
literarias (p. 93), pero también en medios arqueológicos de
contrastación como la mayor variabilidad funeraria en perio-
dos de no-exclusión (MORRIS, 1987:110 ss.). Para Morris, los
agathoi enterrados siempre supondrían entre un 25 y un 50%
de la población total (p.94), corresponda no sólo a la nobleza
eupátrida sino también a campesinos acomodados. La ausen-
cia de grupos enteros de población en los cementerios formales
no implica necesariamente que fueran abandonados sin más
(p.105), sino que el rito no es arqueologicamente visible o
recuperable hoy en día.
La reconstrucción histórica que Morris hace de este fenómeno
es la siguiente: el enterramiento formal restringido a un grupo
de agathoi hasta mediados del s. VIII corresponde a una
estructura social basada en la relación servo-señor. Hacia el

90
750 el cambio radical producido en la estructura funeraria
ateniense correspondería al nacimiento de la idea de polis y la
aparición de la ciudadanía. La derrota de este concepto hacia
el 700 a.C. se relacionaría con el resurgimiento de los grupos
aristocráticos y por tanto una vuelta a los antiguos patrones
funerarios; sólo hacia fines del s. VI volvería a surgir el ideal
político que finalmente cristalizaría en las reformas de Clístenes,
y que se reflejaría en un nuevo cambio en la estructura de las
necrópolis atenienses (MORRIS,1987:216).

VIII.e. Estatus y emulaci6n


Algún autor (CANNON,1989) ha enfatizado recientemente
el carácter cíclico de muchos aspectos del rito funerario
ateniense, debido en el caso de los monumentos a las cortapisas
introducidas por leyes cuando los gastos comenzaban a amena-
zar la economia de los vivos, en una carrera irrefrenable de
ostentación de piedad y de riqueza. Este fenómeno se observa
también con claridad en los ajuares y ofrendas funerarias,
como por ejemplo ha señalado Morris en relación con la canti-
dad de objetos de metal en las tumbas (1987:147 ss.). Durante
el Submicénico, el metal aparece en un porcentaje reducido de
tumbas; durante el Protogeométrico -cuando el acceso a
enterramiento formal es más reducido- la proporción de tum-
bas con metal es mayor (agathoi), proceso que continúa du-
rante el Geométrico Antiguo aunque crecen las diferencias en
cantidad. Durante la ruptura del Geométrico tardío, en la
segunda mitad del s. VIII a.C., cuando se extiende el acceso a
enterramiento formal, el porcentaje de tumbas con metal
desciende en picado, lo que nos parece razonable (los kakoi
tendrían ajuares más modestos). La cadena se rompe aquí
porque desde el comienzo del período arcaico los ajuares metá-
licos están virtualmente ausentes.
Sin embargo, CANNON (1989:445) presenta una explica-

91
ción diferente que tiene en cuenta un importante fenómeno, el
de emulación (BRADLEY, 1988:328; MORRIS, 1987:16). Se-
gún su modelo, el porcentaje en descenso de tumbas con metal
en el Geométrico Tardío, se debe a que los grupos de estatus
elevado dejan de incluir metal en sus ajuares por reacción ante
el mayor acceso al metal por parte del conjunto de la sociedad;
dicho de otra forma, paradójicamente deberíamos esperar que
sean las tumbas de individuos de estatus inferior las que
tengan metal en sus ajuares, mientras que los individuos de
estatus elevados rechazan la ostentación de riqueza y vuelven
a distinguirse de los inferiores mediante otro símbolo de
estatus. Según el mismo modelo de emulación, la legislación
funeraria ateniense que siempre tendió a limitar el tamaño de
los monumentos funerarios pudo ser en realidad la expresión
legal de una tendencia ya preexistente por parte de los indivi-
duos de estatus superior-y detentadores del poder-a limitar
la ostentación de sus monumentos, precisamente porque la
tendencia a la emulación de los grupos de estatus inferior
estaba haciendo que estos grupos imitaran los monumentos de
aquéllos incluso más allá de su capacidad económica (por
ejemplo las estelas, RICHTER, 1971:i). De hecho, así se expli-
caría la aparente contradicción de que lo's grupos gobernantes
limiten su propia ostentación, porque lo que se estaría limitan-
do sería en realidad la de los grupos inferiores (CANNON,
1989:445). MORRIS (en CANNON, 1989:452) ha matizado
esta opinión, ya que sostiene que la autolimitación del s. VII es
un fenómeno aristocrático, mientras que la del s. V sería un
"elemento de una cultura democrática radical", con un Estado
monopolizador del poder, que se apropia de las tumbas monu-
mentales para los muertos de guerra enterrados en ceremonia
cívica y no familiar. Así se explicaría que hacia 425 los podero-
sos retomaran para uso privado símbolos que habían sido
democráticos y estatales durante tres siglos. El mismo Morris
propone esta útil secuencia de ostentación-limi-tación (en
CANNON, 1989:452):

92
OSTENTACION LIMITACION
1100 1050-925
850 825-750
725 700-600 (fenómeno aristocrático)
550 500-425 (democracia)
325 300-200
Cabe señalar que este mismo fenómeno cíclico ha sido inser-
tado por CANNON en un contexto antropológico e histórico
más amplio al analizar fenómenos comparables de ciclos de
ostentación-limitación en culturas tan dispares como la de los
indios iroqueses en Norteamérica o la de la Inglaterra victoriana.

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VERMEULE, E. (1984, ed. or. 1979): "La muerte en la poesía
y el arte de Grecia", Méjico.

94
RESUMEN CRONOLOGICO DE LA EVOLUCION DE LOS RITOS FUNERARIOS

PERIODO FECHAS SUCESOS Y RITOS

HM (1900-1600) c. 2000 Primer enterr. Agora Atena


c. 1.650 Círculo B Micenas
HRI (1600-1500) c.1 600 Círculo A erigido
c.1500 Ultima tumba Círculo A
HRll (1500-1400) C. 1520-
1300 Tumbas de Tholos

HRlllA (1400-1300) c. 1400 Cistas en lugar de camaras en


Agora Atenas
C. 1330 "Tesoro de Atreo"
1350-1200 Sigue inhumación. Aparece ere-
mación, rara

HRlllB (1300-1200) s. XIII Vallado Círculo A Micenas


Tholos "de Clitemnestra"
lnhumac. individuales
HRlllC (1200-1125) c.1 220 Caída de Troya

SUBMICENiCO (1125-1050) Cremación secundaria extendida


por Grecia ¿nuevas gentes? Pre-
domina inhum. individual.

PROTOGEOMETRICO (1050- 900) Cremación predomina Atenas y


Creta Inhumación predomina
resto Grecia

GEOMETRICO (900-700) c. 900 Vuelve el rito de inhumación en


fosa a Atenas. Coexisten los dos.
¿Gusto personal?
775-725 Anforas del Dypilon. Cremaciones
C. 725 Recinto funerario en el Agora

ARCAICO (700-490) C. 700 Cramación primaria predomina en


Atica
700-650 Túmulos señalados por grandes
vasos. Los túmulos crecen en ta-
maño-se trae tierra al cerámico
c. 640 Se limita el tamaño de los túmulos
c. 610 Primeras tumbas adobe sustitu-
yen túmulos

95
PERIODO FECHAS SUCESOS Y RITOS

c. 600 Primeras estelas sustituyen vasos


cerámicos. Remates en gola y es-
finge. Primeros lecitos como
ofrenda funeraria
594 legislación funeraria de Solon
c. 570 Primeras estelas con figs. hum.
c. 530 Remates palmetas sustituyen a
esfinges
C. 510 Declive estelas arcaicas
c. 510 Estela de Aristión
500-430 Escasas estelas en Atenas de
este período
c. 500 Ultimes enterramientos en el
Agora-Atenas. Posible prohibición
tumbas intramuros. Cremación
menos frecuente

CLASICO (500-3030) c. 480 Primer ejemplo de dexio.sis


(estrech. mano) en una est. clás.
479 Murallas de Temistocles. Se uti-
lizan tumbas para levantar mura-
lla en el Cerámico
c. 470 Primeros lecitos con iconografía
funeraria
470-410 El lecilo, ofrenda funer. favorita
465-464 Primera "Lista de Bajas" conser-
vada
439 G. PElOPONESO. Epithaphios
logos de Pericias
430-417 Estelas clásicas atenienses
c.400 Monum. de las nereidas. Jnatos
394 Peribolas de Dexileo en el Cerá-
mico. Extensión de los "family-
plo1S"
c.350 Tumba de Mausolo, sátrapa de
Caria (Halicar.)
338 Ouerooea. Reutilización estelas
en murallas

HELENISTICO 317 Abandono sistema Peribolos en


el Cerámico
317 legislación funeraria de Demetrio
de Faleron

96
_r _
,
Figura 3 - Ofrendas ante una estela funeraria.
'\g T11adi1
Ceme1er\

Mnt1nd (~

1
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• Tumbas Lacedemonios
Sou1h emba¡ador !'

Mound .'. ·, -., . Run1to,11J


º- Muund

%¡¡\~'' [)f•mnsum Serna


• G.s G98.
G'5 . A6212 ~'
Rb 1 5A-C G 73-Q 1

• G'5. VDAk 1.

C1tyWa~

Figura 5 - Plano del cementerio del Cerámico en Atenas (según KURTZ y


BOARDMAN (1971) modificado con MORRIS (1987)
A B C O E

ocr~eey
A - Ptgeom inicial

D RELLENO B- Ptgeom medio-final


C- Geom inicial

D-
E - / Geom Inicial-medio

11 RESTOS DE
LA PIRA F-

Figura 6 - Evolución de las sepulturas de cremación del Protogeométrico al


Geométrico Medio (según SNODGRASS).

·~), A ~

~
/

7:7
Figura 7 - Tipos de urnas cinerarias protogeométricas (de BIERS).
N

1 í ~\
Á_' .
\,,\"..: ~\
\

l
.
s. ~s/'. • ·..

...:

~~~
o 500
~

o 500
MEi-AES

Figura 8 - Evolución de la dispersión de las necrópolis en Atenas (MORRIS,


1987). Los puntos negros indican cementerios o tumbas; las "S", indicios de asen-
tamiento. Datos a partir de la cerámica hallada: A.- Protogeométrico B.- Geo-
métrico Inicial-Medio C.- Protoático D.- Figuras Rojas, fase inicial.
"(WV3:HJ,SG'IO:::> upl!as)
s1ma,y ap 0811dooiy 'otú!nuv ooµwwQaD yap s11w.111 uoo U9!:>11WaJ:) - 6 11itú!~..i:
Figura 10 - Modelos reducidos de graneros en una tumba geométrica ateniense
(según SNODGRASS).

~
;;~-~:\;:_
~ ' .. ..
;.~
o·tcnng . ·. ···--· .. .
'.·,.;·;'...." : ;·.;·
~
..
Off. .
. PJ::::ng
........

Üffering
Ditch

Figura 11 - Elementos de una sepultura arcaica de creamaión (Según KURTZ


y BOARDMAN, 1971)
'(I96I
'H3.LH8IH u~as) o:>!'lr.>Jll opoµad IªP s11:>n 11 Sll[<J1Sa ap SOd!J, - (';l llln.8!..r
Figura 13- Monumentos funerarios ibéricos (ss. VI-V a .C.) (Según ALMAGRO
GORBEA).
~
.

:
'
s
~-~-~-""---~-~"' M .

Figura 15 - Mausoleos de Grecia Oriental. A.· Mausoleo de Halicarnaso B.-


Tumba del Leon de Cnido C.- Tumba de Antioco ll en Belevi (según KURT'l y
BOARDMAN).
Figura 17 - Estelas inacabadas en el reverso. Cementerio del Cerámico.
Figura 18 - Estela arcaica con representación de guerrero (Aristión) y recons-
trucción de su apariencia polícroma original.
Figura 19 - Lécito funerario con doble fondo para reducir el contenido.
10

2 //
------ Adults /

O · ··· .... ·-·--.. f0~1dren


1100 1000 900 800 700 600 500 J.50
Yf,l,RS B C

Figura 20 - Evolución del número de tumbas de adultos y niños en Atenas de


1100-450 a .C. (Según MORRIS, 1987).

·~·~·~~A AAA 'O'


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IUCO:flGUR[ ! A \

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\ ·

...... ...
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' .
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..
.'.

Figura 21 - Cambios hipotéticos en la composición de las necrópolis atenienses


desde el Submicénico al periodo Clásico (según MORRIS, 1987).

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