Marques de Sade 1

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FRANCINE DU PLESSIX GRAY

Marqués de Sade
Título: Marqués de Sade. Una vida
Título original: At Home witb tbe Marquis de Sade
Edición original: Simon & Schuster
Traducción: Abel Debritto y Merce Diago
@ 1998 Francine du Plessix Gray
@ Ediciones B Argentina, SA
para el sello de Javier Vergara Editor
@ De esta edición: abril 2002, Suma de Letras, S.L. Barquillo,
21. 28004 Madrid (España) www.puntodelectura.com

ISBN: 84-663-0590-4
Depósito legal: M-7.451-2002 Impreso
en España - Printed in Spain

Diseño de colección: Ignacio Ballesteros

Impreso por Mateu Cromo, S.A.

2
FRANCINE DU PLESSIX GRAY

Marqués de Sade
Una
vida
Índice

Agradecimientos.......... ... ................................11


Prólogo . ......................................... ................17

PRIMERA PARTE

1. Primeros años ............................................25


2 El padre...................................................45
3. Correrías de juventud ................................61
4. Sentar la cabeza .........................................79
5. El primer escándalo .................................106
6. Un intervalo tranquilo .............................120
7. La Coste.......................... .....................................131
8. Domingo de Pascua.................................160
9. Un invierno en Provenza .........................190
10. La orgía ...................................................213
11. El prisionero ............................................236
12. A la fuga ..................................................253
13. La última correría en libertad ..................279
14. La trampa.................................................301

... j
SEGUNDA PARTE

15. El hijo del gobierno....... ............... 315


16. Libertad, casi................. ............... 333
17. Un idilio totalmente casto.............. 347
18. "Monsieur le 6", 1778-1784........... 360
19. El esposo celoso ............ ................ 411
20. La torre de la libertad: 1784-1789.. 433
21. Leer y escribir:
el novelista en ciernes................. 449
22. Los hijos, el futuro........... .................... 466
23. Un escándalo real y
sus repercusiones .......................... 477
24. La revolución.según madame de Sade 493
25. ¡Liberación!......................... 513
26. El ciudadano activo ............. 534
27.. Una carta al rey .................. 560
28. Presidente por un día ........... 575
29. "Sade, que no carece de talento" 599
30. La sociedad ....................... 652
31. Última llamada a escena...... 692
Epílogo ...................................... 714
Bibliografía ............................... 738

Índice onomástica .................... 749

..
Para Alex y Melinda
siempre con gratitud y amor
Agradecimientos

Estoy profundamente agradecida a Maurice y


Evelyne Lever, brillantes eruditos y excelentes amigos,
que han sido mi principal fuente de inspiración y
orientación. Ningún estudio sobre Sade puede abordarse
sin tener en cuenta la extraordinaria labor del profesor
Lever, que incluye la investigación de archivos más
exhaustiva realizada desde la generación de Maurice
Reine y Gilbert Lely. Su trabajo, así como su detallada
documentación sobre la familia Sade, permitieron la
elaboración de la presente obra. Evelyne Lever, la
talentosa biógrafa de María Antonieta y Felipe
Igualdad, también me ha resultado de gran ayuda. Sus
conocimientos sobre la historia social de la Francia del
siglo XVIII, sobre todo con respecto a la vida de las
mujeres, han sido inestimables para mí. Agradezco
tanto a Evelyne como a Maurice el ánimo inicial que
me infundaron para la materialización de este proyecto,
y los sabios consejos que me proporcionaron en el
transcurso del mismo.
También estoy en deuda, una vez más, con mi que-
rida mentora y amiga Ethel Woodward de Croisset, mi
eterna anfitriona parisina, quien durante más de dos dé-
cadas me ha alojado, alimentado y cuidado en los viajes
de investigación que he realizado a Francia.. Ethel,
cuyo difunto esposo, Philippe de Croisset, era
descendiente

11
directo del marqués. de Sade, mostró una ferviente cu-
riosidad por este proyecto en concreto e incluso me
acompañó en mis excursiones a Provenza. Su profundo
conocimiento de la sociedad francesa, pasada y
presente, fue siempre una fuente de inspiración para mí.
No estoy segura de que hubiese podido llevar este
libro a buen término, o sobrevivido a los últimos cuatro
años, sin la ayuda de mi talentuosa amiga e
investigadora, Sari Goodfriend, cuya paciente alegría y
eficiencia se combinan con un talento especial para
componer unas notas perfectas y para desempeñar las
tareas de archivo más minuciosas a una velocidad sin
igual. Mi profunda gratitud también para Amy Larocca,
que me ayudó durante mis últimas rondas de
investigación en París. La sagacidad y astucia que
desplegó para ayudarme a dominar las complejidades
bizantinas del sistema informático de los Archives
Nationales y de las fichas de la Bibliothèque Nationale
fueron del todo asombrosas, y la dedicación con la que
se entregó a nuestra colaboración conjunta resulta
memorable.
La misma gratitud para mi amigo George Lechner,
cuya ayuda para completar mis indagaciones resultó
inestimable; para Jonathan Fasman, cuyo perfecto oído
para la prosa me ayudó en gran medida durante los
últimos días de retoques de la versión final de la obra; y
para Oliver Benier por su maravillosa amabilidad.
Doy las gracias a los habitantes de Provenza que
me ayudaron en la investigación de la historia de La
Coste y su relación con Sade: Gilbert Grégoire, su
alcalde; Jacques Pialat, Crystal Woodward y Georges
Adrien y Caryn Merveille, quienes me proporcionaron
información histórica y sociológica sobre la región;
Nora Bouer, la propietaria del château de La Coste, que
compartió conmigo muchos documentos relacionados
con la historia de

12
la propiedad del marqués; Elise Severat cuyas interpre-
taciones de la comunidad me fueron de gran ayuda;
Liliane Ségura, que en numerosas ocasiones me sirvió
el delicioso coq au vin en su establecimiento, el Café de
Sade; Ruth Middleton Murry, mi anfitriona en
Vénasque, quien me prestó un gran apoyo con su
hospitalidad y sabiduría; y Antoine de Gebbelin, el
indefectiblemente atento propietario de Le Relais du
Procureur, mi segundo hogar durante mis largas
estancias en La Coste.
De las personas en Francia que me ayudaron a do-
cumentar este libro, estoy especialmente agradecida al
conde de Sade, el descendiente directo del marqués, por
la gentileza con la que me recibió en su hogar y por la
generosidad con la que compartió conmigo la historia
de los archivos de la familia Sade.
Asimismo, deseo hacer extensiva mi profunda grati-
tud a aquellos estudiosos y amigos que tuvieron la gene-
rosidad de leer mi libro en forma manuscrita: mi ange-
lical lectora residente, Claire Bloom; mi severo y
escrupuloso crítico residente, Luke Gray; Sarah Plimp-
ton y Robert O. Paxton, estimados compañeros de pa-
seos y mis mentores en muchos aspectos de la historia
de Francia; Lynn Hunt de la Universidad de Pensilva-
nia, Lucienne Frappier-Mazur, también de Pensilvania,
y Marie- Hélene Huet de la Universidad de Michigan en
Ann Arbor, porque cada una de ellas hizo de mi manus-
crito el tipo de lectura rigurosa con la que sueña todo
estudioso independiente; el doctor Sheldon Bach de la
ciudad de Nueva York, cuyos conocimientos sobre la
psique poco común del marqués me resultaron de gran
utilidad; Hendon Chubb, cuyo conocimiento de la
historia del siglo XVIII francés y dedicación al arte de
la precisión son una perpetua fuente de admiración; y
mi amigo y vecino Michael Pollan, cuya formidable
perspicacia editorial

13
me ayudó a detectar y, espero que a corregir, varias de-
ficiencias temáticas.
Cuando se aborda una figura tan problemática como
la de Sade, el biógrafo debe una gratitud especial a
aquellos escritores y estudiosos, pasados o presentes,
cuyos estudios pioneros sentaron las bases de toda
investigación posterior. Guillaume Apollinaire, Gilbert
Lely, Maurice Heine y ahora Maurice Lever, pertenecen
a esta categoría. Aparte de sus escritos, los textos que
me han proporcionado la información más valiosa sobre
la psicología y obra de Sade son Un más allá erótico:
Sade de Octavio Paz; Sade et Restif de la Bretonne de
Maurice Blanchot; Sade, Fourier, Loyola de Roland
Barthes; La Philosophie dans le pressoir de Philippe
Roger; los escritos de Philippe Sollers, Chantal Thomas
y Michel Delon sobre el marqués; y el estudio reciente
de Hughes Jallon sobre el marqués: Sade: Le corps
constituant. En la tradición angloamericana quisiera
expresar mi gratitud a La mujer sadiana de Angela
Carter, que argumenta, sin temor aunque no siempre de
forma convincente, que Sade resulta útil para las
mujeres porque pone de manifiesto la profundamente
arraigada misoginia de nuestra sociedad; a las
destacadas reflexiones de Stuart Hampshire sobre el
marqués; al capítulo dedicado a Sade de Camille Paglia
en Sexual Personae; y también a Roger Shattuck por
Forbidden Knowledge, cuyas opiniones pertinaces e
individualistas deben tenerse en consideración.
A continuación, ofrezco varias reflexiones sobre el
proceso que seguí para documentarme: aparte del mate-
rial citado en la reciente traducción de Arthur Gold-
hammer de la obra Sade, de Maurice Lever, y dos exi-
guas selecciones de cartas publicadas en Gran .Bretaña
en la década de los sesenta, que yo sepa muy poca co-
rrespondencia del marqués, y prácticamente nada de la

. 14
de su familia se ha publicado en inglés. Con mayor fre-
cuencia de la deseada, trabajé en territorio virgen, y el
lector puede dar por supuesto que todas las
traducciones en prosa al inglés de los documentos y
cartas son, obra mía (mi esposo, Cleve Gray, asumió
con valentía la traducción de los a menudo enrevesados
versos de Sade, que incluyo en su versión original
francesa en las notas). Los pasajes de los ensayos y
obras de ficción de Sade que se citan en este libro
también son traducción mía al inglés, con una
excepción: por cuestiones prácticas, utilicé la versión
en inglés de Idées sur les romans (Reflections on the
Novel) publicada hace treinta y cinco años por Richard
Seaver y Austryn Wainhouse en su bonita edición de
Grave Press.
Un comentario sobre las ediciones francesas de Sa-
de con las que trabajé: recurrí a los volúmenes recientes
de las novelas de Sade aparecidos en Pléiade para las ci-
tas de Aline y Valcour, Los ciento veinte días de
Sodoma y La nouvelle Justine. Por razones de
continuidad y comodidad en general (el segundo
volumen de Pléiade no apareció hasta 1995, dos años
después de que iniciara la investigación) utilicé varias
ediciones contemporáneas de bolsillo para otras novelas
importantes: La filosofía en el tocador, Justine, Juliette.
Y acudí a la edición compuesta de dieciséis volúmenes
del Cácle du Livre Précieux (1966) para los polémicas
panfletos de Sade y otros muchos escritos menores.
Considero las notas una especie de servicio
comunitario. Para beneficio de futuros cronistas de Sade
y de mi propia conciencia he intentado indicar, siempre
que me ha sido posible, las fuentes primarias así como
las secundarias de mis citas. Puesto que soy una gran
creyente en el poder talismánico de la palabra escrita,
también examiné muchos manuscritos originales de las
cartas y documentos de Sade

15
que se encuentran en las colecciones de la Bibliotheque
Nationale y los Archives Nationales. La visión directa de las
palabras "horreur, horreur" garabateadas de manera im-
pulsiva por madame de Sade en el margen de una lista
de la lavandería en La Coste o una ojeada a la letra
irregular y maniática en extremo con la que su
enigmática hermana escribía sus insinuantes notas al
abad de Sade, resultan mucho más reveladoras del
drama familiar de los Sade que cualquier texto crítico.
Los números de folio de estos manuscritos no siempre
están indicados con claridad; los he documentado lo
mejor que he podido.
Como siempre, mi más profundo agradecimiento
para mi editora de los últimos veinticuatro años, Alice
Mayhew, cuyo entusiasmo y aliento hicieron posible es-
te libro; y para Elizabeth Stein, que aportó su formida-
ble precisión y solicitud al proceso de creado. También
en Simon & Schuster, doy las gracias a Lydia Buechler
y Marge Horvitz, cuya amable paciencia e increíbles ha-
bilidades para corregir vencieron muchos de los fasti-
diosos problemas que planteaban los modismos france-
ses del siglo XVIII; y para Natalie Goldstein y Kate
Lewin por su magnífica labor al recopilar el material
fotográfico. Por último, agradezco a mis queridos
amigos y agentes, Anne y Georges Borchardt, el aliento
y apoyo que me han dispensado a través de los años; y a
mi esposo, Cleve Gray, por ofrecerme en forma
constante durante las pasadas décadas el don de la vida.
Y por supuesto a Alex, el querido mentor de mi ju-
ventud y padrino de este libro, por haberme permitido
leer a Sade a una edad desmesuradamente temprana,
cuando muchos de nosotros lo leemos por las razones
equivocadas.
Agosto de 1998
Warren, Connecticut

16
Prólogo

Dado que el conocimiento y el estudio del vicio son en


este mundo tan necesarios para la constitución de la
virtud humana, y el análisis del error para la
confirmación de la verdad, ¿cómo podemos explorar,
con mayor seguridad y menos peligro, las regiones del
pecado y la falsedad sino leyendo toda clase de tratados y
escuchando toda clase de discursos? Y éste es el beneficio
que extraerse puede de las lecturas más diversas.

MILTON, Aeropagitica

Donatien Alphonse François, marqués de Sade


(1740-1814), es uno de los pocos personajes históricos
cuyo nombre ha generado un adjetivo (al igual que
otros que vienen rápidamente a la mente como. Platón;
Maquiavelo y Masoch). Es probable que sea el único
escritor que jamás pierda la capacidad de
escandalizarnos. Además, en el último siglo se le han
aplicado epítetos más dispares que a ningún otro
escritor: "el espíritu más libre que ha existido jamás", 1
"un profesor emérito del. crimen",2"el héroe más lúcido
del pensamiento occidental",3 "una colección frenética y
abominable de todos los crímenes y obscenidades", 4" el
único revolucionario totalmente coherente y convencido
de la historia".5

17

..
Aun así, cuando me sumergí en la inmoral corres-
pondencia del marqués, quedé embelesada por los
temas más modestos y familiares de su epopeya.
Enseguida advertí que existen pocos escritores cuyo
destino haya estado/marcado de manera tan clara por las
mujeres y que pocas vidas ofrecen una alegoría más
elocuente sobre la capacidad de las mujeres para
dominar la energía sexual errática de los hombres, para
hacer predominar los valores de la civilización y
superar los descontentos que ésta conlleva.
Este conflicto milenario queda ejemplificado en la
compleja relación triádica que Sade entabló con las dos
figuras femeninas más importantes de su vida: su fiel
esposa, Renée-Pélagie de Sade, y su vengativa e
inteligente suegra, madame de Montreuil, cada una de
las cuales, a su modo, se enfrentó a los tabúes que
aprisionaron al Sade hombre y liberaron al Sade
escritor.
Porque la suegra sumamente correcta de Sade fue la
culpable de sus años en prisión y, en consecuencia, se
convirtió en musa (¡si ella supiera!) de sus textos salva-
jes; porque la esposa sumisa de Sade fue quien fomentó
su talento durante sus años de reclusión y quien conser-
vó su escabrosa correspondencia, quizá la parte más ex-
cepcional de su obra. ¿Cómo habría sido, empecé a pre-
guntarme mientras leía la vida familiar del marqués de
Sade? ¿Qué suponía ser la marquesa de Sade, una mujer
devota y muy decorosa, casada durante las décadas
anteriores a la Revolución francesa con uno de los
inconformistas más depravados de la era moderna?
¿Qué suponía ser la suegra de Sade, una mujer burguesa
y ambiciosa en extremo que luchaba para proteger la
estructura de una familia que el renegado de su yerno
amenazaba constantemente con destruir? Y, al margen
de sus orgías en la vida real y delirantes bacanales
ficticias, ¿qué tipo de

18
esposo debía de ser Sade para escribir la siguiente carta,
desde su celda de la prisión de la Bastilla, a su formal y
confiada esposa?

Ten por seguro, alma de mi alma, que el primer recado que


haré no bien salga de la cárcel, mi primera acción como
hombre libre, después de besar tus ojos, pezones y nalgas,
será comprar [...] las obras completas de Montaigne,
Voltaire,].]. Rousseau [...] [Y] ¿por qué rechazar el licor de
melocotón? ¿Acaso una o dos botellas de licor de
melocotón, mi pichoncita, quebrantan la ley sálica o
amenazan el código de Justiniano? Escúchame, favorita de
Minerva, sólo un beodo merecería sufrir semejante
privación: ¡mas a mí, que únicamente me embriago con tus
encantos y nunca quedo saciado de ellos, oh, ambrosía del
Olimpo, no se me debería negar un poco de licor de
melocotón! Hechizo de mis ojos, te agradezco el hermoso
grabado de Rousseau que me enviaste. Llama de mi vida,
¿cuándo vendrán tus dedos de alabastro a cambiar los
grilletes de [mi carcelero] por las rosas de tu pecho? Adieu,
la beso y a dormir voy. Este 24 [de noviembre de 1783] a la
una de la madrugada.6

En parte, la ironía, la furia y la ternura que destila la


correspondencia entre el marqués y la marquesa de Sa-
de fue lo que me incitó a escribir este libro. La misión
del escritor consiste en investigar el misterio de la per-
sonalidad, el misterio de la naturaleza incompleta del
ser humano y, sobre todo, el misterio del amor y la
maldad. Sin embargo, no se puede pretender explorar
los huecos más recónditos de la cueva mortal sin
dedicar el mismo tiempo a yoguis ya comisarios
políticos, a héroes y a cobardes, a reyes y a truhanes, a
demonios y a santos. En este retrato de familia, he
intentado arrojar luz sobre los

19
enigmas de la culpa y el perdón que el destino de Sade
evoca y recuperar las vidas de las extraordinarias muje-
res que lo forjaron.

20
Notas

1 Guillaume Apollinaire, Les diables amoureux, vol. 2 de


Oeuvres completes, Ballant et Lecat, París, 1966, p. 231.
(En adelante llamado Apollinaire.)
2 Jules Michelet, Histoire de la révolution française,
2 vols., Gallimard, edición Pléiade, París, 1952, vol. 2,
p. 847. (En adelante llamado Michelet, vol. 1, Michelet,
vol. 2.)
3 Gilbert Lely, Morceaux choisis de DAF de Sade,
Pierre Seghers, sin fechar, París, XXXIV.
4 Frederic Soulié, Les mémoires du diable, Michel
Lévy hermanos, 1858, París, vol. 1, pp. 88-90.
5 Aldous Huxley, Ends and Means, Greenwood
Press, Nueva York, 1937, p. 314.
6 Sade a su esposa, 24 de noviembre de 1783. Sade,
Oeuvres completes, ed. Gilbert Lely, 16 vols. Cercle du
livre précieux, París, 1966-1967, vol. 12, pp. 415-417.
(En adelante.llamado oe.)

21
PRIMERA PARTE
1

Primeros años

Di por sentado que todo debe ceder ante mí, que el


Universo entero tenía que estar al servicio de mis
caprichos, y que yo poseía el derecho de satisfacer/os
a voluntad.
ALINE Y VALCOUR 1

El niño estaba en el patio del palacio, gritando.


Donatien Alphonse François, marqués de Sade, un encan- .
tador niño de cuatro años daba su primera muestra en
público de su espantoso carácter.
"¡Es mío!", le gritó a su compañero de juegos, el joven
Condé, de ocho años, príncipe de sangre. Donatien quizás
estuviera reclamando su caballito de juguete, la espada en
miniatura, la cuerda para jugar a la comba. Podía tratarse
de cualquier objeto entre tantos, pero era precisamente el
que estaba en la mano de su amigo, y Donatien, temeroso
de que el pequeño príncipe decidiera quedarse con él,
exigía su devolución en el acto.
En vista de que se le negaba el juguete, el niño de
cuatro años se abalanzó con fiereza sobre su mejor amigo,
el querido compañero en cuya casa había sido criado desde
su nacimiento, y empezó a aporrear el pecho del joven
príncipe de Condé con sus pequeños puños, abofeteándolo
en el rostro, a más de un palmo por encima

25
del suyo, y siguió exteriorizando su rabia y berreando
de forma apremiante para reclamar su posesión. El
pequeño Condé, quien como primera figura de la rama
más joven de la familia de Borbón era un príncipe de
sangre real, consciente de su condición elevada, exigió a
su amigo que se detuviese. Poco después la pareja de
contrincantes se vería rodeada de un buen número de
miembros del personal de palacio: gentilhombres de
manga, tutores. e institutrices, secretarios privados,
mozos de cuadra y ayudas de cámara, todos ellos
gritando al pequeño marqués que desistiera. Hizo falta
la fuerza de varios adultos para separar a los niños
enzarzados. La voracidad del joven Sade, su necesidad
de satisfacer al instante todos sus apetitos, algo que la
mayoría de las personas empiezan a refrenar a los siete
u ocho años, era una característica que este muchacho
en concreto rara vez querría controlar en su vida.
La pelea se produjo en 1744 en el palacio de los
Condé, la residencia privada más grande de París, cuyos
cientos de hectáreas de parques y numerosas
habitaciones de decoración exquisita dominaban toda la
extensión de los hoy llamados Jardines de Luxemburgo.
Nacido en 1740, el pequeño marqués de Sade creció en
este palacio en compañía del joven príncipe de Condé,
ya que su madre era pariente del padre del príncipe y
hacía las veces de institutriz y dama de honor del
príncipe.
Desconocemos si los golpes de Donatien causaron
magulladuras o hicieron sangrar al joven noble o si sólo
hirieron sus sentimientos. Únicamente hay un hecho del
que estamos seguros: poco después de este enfrenta-
miento, el marqués de Sade, a sus cuatro años de edad,
sufrió el primero de sus numerosos destierros. En las se-
manas que siguieron, lo alejaron de París y lo enviaron a
la casa de su abuela paterna en Aviñón, la región de

26
Provenza donde sus antepasados habían ejercido sus de-
rechos feudales con una arrogancia legendaria.
El incipiente orgullo desmedido del joven marqués
no disminuyó tras el recibimiento que le dispensaron
cuando llegó a Aviñón. Lo recibió una delegación de
los habitantes más distinguidos de Saumane, uno de
varios pueblos vecinos que pertenecían a su padre.
Acudieron, según las palabras de dicha delegación, "a
rendir honores al marqués de Sade, hijo de monsieur el
conde, señor de este lugar, a su feliz llegada a Aviñón,
y a desearle muchos y felices años como su próximo
heredero".2 Se trataba de una comitiva de una veintena
de adultos que le hacían reverencias, rozando el suelo
con sus sombreros para homenajear a Donatien, que por
aquel entonces no se alzaba ni un metro sobre el suelo:
debió de encantarle.
En su primera novela, la más auto biográfica de to-
das, Aline y Valcour, escrita décadas después en la
Bastilla; Sade describiría esta pelea infantil, que
consideraba su primera deshonra, y la posterior
expulsión del patio de los Condé:

Relacionado, gracias a mi madre, con todos los grandes


poderes del reino y, por mi padre, con las familias más
distinguidas de la provincia de Languedoc; nacido en París
en un entorno de lujo y abundancia, creí, desde mis
primeros instantes de raciocinio, que la naturaleza y la
fortuna se habían aliado para prodigarme sus dones; lo creí
porque la gente era lo bastante insensata como para
decírmelo, y ese prejuicio ridículo me convirtió en un ser
altivo, despótico y colérico. [...] Me limitaré a relatar un
episodio de mi niñez para convenceros de cuán peligrosos
eran los principios que con tal ineptitud dejaron florecer en
mi interior.

27

...
Como nací y me crié en el palacio del ilustre príncipe con
quien mi madre tenía el honor de guardar parentesco, y que
tenía una edad similar a la mía, fui alentado a estar siempre
en su compañía [...] pero durante uno de nuestros juegos
infantiles, mi vanidad [...] resultó herida en una disputa por
un objeto; y como [el príncipe] parecía ser de la opinión de
que tenía derecho al mismo por su rango superior, me
vengué de su resistencia con repetidos golpes que
escaparon a mi control, de manera que sólo pudieron
separarme de mi adversario por la fuerza.)

Hay orgullo desmedido en este pasaje y mucha


vanagloria acerca de sus orígenes. El joven Donatien
procedía del tipo de nobleza provenzal que se alimenta
de leyendas que la favorecen. Teniendo en cuenta que
los nombres de Gaspar y Baltasar se repetían con cierta
frecuencia en la familia (eran muy comunes en la
región), los Sade incluso fomentaron el mito de que
descendían directamente de uno de los tres Reyes
Magos. Mucho más verídico que esa estrafalaria y
delirante idea es el hecho de que la familia estaba
arraigada en la región de Aviñón desde, como mínimo,
el siglo X y compró un título nobiliario tras enri-
quecerse en el comercio textil, en el ramo del tratamien-
to del cáñamo. Desde entonces, su progenie abundó en
funcionarios de alto rango y clérigos: numerosos
obispos, ocho caballeros de Malta, una veintena de
magistrados y altos dignatarios de la corte papal de
Aviñón, así como un buen número de sacerdotes y
monjas, quienes más tarde nutrirían la imaginación
erótica de Donatien de Sade.
La genealogía del marqués empieza a registrarse
con precisión con un tal Louis de Sade, magnate textil
que en 1177 ayudó a financiar la construcción del Pont
Bénézet, el puente más antiguo de Aviñón y motivo de
la popular

28
cancioncilla infantil francesa Sur le Pont d'Avignon.4
Hughes, el tataranieto de Louis, fue quien dio origen a
la leyenda más romántica relacionada con el clan Sade:
contrajo matrimonio con una mujer llamada Laure de
Noves, quien pasaría a la historia como la musa de
Petrarca. La eterna obsesión que el poeta sentiría por
ella se inició al verla un domingo en misa en Aviñón,
cuando Laure de Sade era una joven esposa de veintitrés
años. Fue la dama oscura de sus sonetos hasta que
murió víctima de la peste, veinte años después de su
encuentro. Hay variedad de opiniones acerca de si
Laure llegó a corresponder al amor de Petrarca. Los
argumentos a favor de su castidad hacen hincapié en los
varios hijos que ya le había dado a su esposo, las
muchas quejas del bardo relativas a la frialdad de su
musa, sus repetidas alabanzas de sus virtudes morales y
los temas de la "inaccesibilidad" y la "distancia", funda-
mentales en la obra de Petrarca y en la tradición general
del amor cortés en el siglo XIV. Quienes sostienen que
se entregó arguyen que habría sido difícil para una
mujer resistirse, durante veinte años, al amor del poeta
más famoso de la cristiandad, sobre todo en una
sociedad con unas costumbres tan relajadas: el Aviñón
medieval era una ciudad de libertinaje, en cuyos
conventos se celebraban algunas de las orgías más
lascivas de la región.
Con independencia de que Laure se rindiera o no al
poeta -los estudiosos contemporáneos se inclinan a
negar que lo hiciera-5 esta dama cautivó en gran medida
la imaginación familiar de los Sade. Durante siglos, casi
cada generación de Sade ha bautizado con ese nombre a
alguna de sus hijas. Su descendiente más ilustre, el mar-
qués, doce generaciones después, vivió obsesionado por
su leyenda. Además, la fascinación que ejerce sigue in-
tacta hasta la actualidad; en el siglo XX, un célebre des-
cendiente directo del marqués, Philippe de Montebello,

29
director del Museo Metropolitano de Nueva York, ha
puesto Laure a su hija, al igual que todos los miembros
de su generación de la familia Sade.
La familia enfiló la recta final del siglo XVII de la
mano de Gaspard-François de Sade, el abuelo paterno
de Donatien. Él fue el primero de la familia en instar a
sus hijos a que centrasen sus ambiciones en París.
Aquél fue un paso significativo ya que, hasta entonces,
los Sade, como la gran mayoría de los nobles
provenzales, habían contemplado la capital con una
mezcla de envidia y desconfianza y nunca habían
probado fortuna fuera de los confines de su provincia.
Gaspard-François fue también el primer Sade que se
denominó marqués. Hacía poco tiempo que el título se
había generalizado y a los nobles de Provenza les
gustaba su extravagancia. (La alternancia de títulos en
la familia Sade ha sido motivo de gran confusión. El
hijo mayor del primer marqués, ]ean-Baptiste de Sade,
padre de Donatien, adoptó de nuevo la categoría menos
ostentosa de conde. Cuando nació Donatien, poco
después de la muerte del primer marqués, sus padres
decidieron que debía llevar el título de su abuelo; sin
embargo, las autoridades gubernamentales francesas
daban con frecuencia el tratamiento de conde al joven
Sade.)
El conde de Sade, diplomático y padre de Donatien,
fue uno de los vividores más ilustres del reinado de Luis
XV: Entabló una relación excepcionalmente compleja e
íntima con su único hijo aunque vio poco a Donatien
durante sus primeros diez años de vida, ya que a
menudo lo enviaban en misión diplomática a tierras
extranjeras. La indolente madre de Donatien, quien
vivió casi toda su vida a costa de sus familiares y de las
órdenes religiosas, estuvo igual de ausente de la esfera
doméstica de Donatien. Acompañaba a su esposo en sus

30
misiones al extranjero, no por devoción conyugal (el
conde y la condesa de Sade eran abiertamente hostiles
el uno con el otro) sino para sacar a su marido de sus
muchos apuros. Así pues, cuando el pequeño Donatien
fue exiliado a Provenza tras su pelea con el príncipe de
Condé, se fue a vivir con su abuela paterna. Esta amable
matriarca, que adoraba a su único nieto, residía en el
palaciego y céntrico Hotel de Sade, que hoy en día
alberga la prefectura de Aviñón.
La abuela de Sade solía recibir la visita de sus cinco
hijas. La más joven, la tía de Donatien, Henriette-Vic-
toire, era una famosa beldad promiscua, profesaba un
afecto especial a su turbulento sobrinito y le encantaba
mimarlo. Había contraído matrimonio con un gran no-
ble de Provenza, el marqués de Villeneuve-Martignan,
quien le construyó un palacio espléndido, a poca distan-
cia de la casa de su madre, la sede actual del Musée
Calveto Las otras cuatro hijas de la marquesa viuda eran
monjas. Puesto. que en la época prerrevolucionaria los
conventos eran centros relativamente mundanos, estas
damas, durante sus frecuentes incursiones en el mundo
secular, consentían a Donatien con la misma generosi-
dad que sus otras parientes. La tía Gabrielle Laure, la
hermana mayor de su padre, mujer de mucho carácter
aficionada a la caza de animales salvajes y a las trufas,
era la abadesa del convento de Saint-Laurent de
Aviñón. La tía Gabrielle Éléonore era abadesa de un
noviciado cercano a Cavaillon, localidad famosa por los
suculentos melones que en ella se cultivan. Las tías
Anne-Marie Lucrece y Marguerite-Félicité también
pertenecían a comunidades monásticas de la región de
Aviñón. Además, uno de los tíos paternos de Donatien,
Richard-Jean-Louis de Sade, era caballero de la Orden
de Malta y gran prior en la ciudad de Toulouse; el otro
tío del muchacho,

31
Jacques-François-Paul-Aldonse de Sade, era un clérigo
de mucho mundo cuya influencia sobre Donatien sería
tan importante como la que ejerció su padre.
La vocación religiosa que imperaba en esa genera-
ción de la familia Sade obró un efecto crucial en el ca-
rácter del joven Donatien. Con la excepción de la mar-
quesa de Villeneuve, que tenía varias hijas, ninguno de
sus tíos o tías tuvo progenie. Por consiguiente, el irasci-
ble muchacho era el único descendiente varón de una
familia que se tomaba su distinguido linaje muy en
serio. Su posición quedó todavía más realzada por sus
contactos con la alta sociedad parisina. Su padre fue el
primer Sade que participó en la vida de la corte de
Versalles; su madre, debido a su parentesco con los
grandes Condé, podía jactarse de descender del monarca
más santificado de la historia de la nación, el rey San
Luis del siglo XIII. Por otro lado, se decía que Donatien,
un niño de cara redonda, ojos azules y cabello rubio y
rizado, dotado de una inolvidable voz melodiosa, era tan
hermoso que las mujeres se detenían en la calle a
admirado. La abuela, que lo adoraba, y las tías, que lo
mimaban, le prodigaban todo tipo de atenciones. Le
regalaban juguetes, dulces y caricias y satisfacían todos
sus caprichos, por lo que el aprendiz de tirano, como él
sería el primero en reconocer, se tornó más rebelde que
nunca. "Puesto que mi padre estaba ocupado con las
negociaciones diplomáticas y mi madre lo había
acompañado -escribiría posteriormente-, me enviaron a
la casa de una abuela [...] cuyo excesivo cariño ciego
fomentó todos los defectos que he reconocido."6 .
El conde de Sade debió de enterarse de que sus pa-
rientes estaban malcriando a su hijo y decidió que el ca-
rácter de Donatien necesitaba que una autoridad mas-
culina lo puliese. Así pues, el pequeño marqués fue

32
exiliado por segunda vez, en esta ocasión a casa de su
tío paterno, el abad Jacques-François de Sade, clérigo y
erudito. Las funciones oficiales del abad lo mantenían
ocupado sólo durante unos meses al año en su pequeña
abadía de Auvernia. Pasaba el resto del tiempo en el
castillo familiar de Saumane, a unos treinta y cinco
kilómetros de Aviñón y equidistante, a unos seis
kilómetros, de los municipios de Fontaine-de-Vaucluse
y de L'Isle-sur-laSorgue. Saumane, que uno de los
papas de Aviñón había otorgado a los Sade siglos atrás
como recompensa por sus servicios, pertenecía
oficialmente al padre de Donatien, quien había cedido a
su hermano menor la localidad en usufructo vitalicio. El
pequeño marqués, que por aquel entonces contaba unos
seis años,7 nada sabía de la desagradable sorpresa que
le esperaba.
El château de Saumane se conserva todavía hoy co-
mo Donatien entró en él por primera vez. Como sinies-
tra fortaleza que había sido, cuyos cimientos datan del
siglo XII, mantiene el aspecto tétrico de un bastión
militar. Se alza en un peñasco rocoso y empinado que
domina el pequeño pueblo, Y oculto entre densos
árboles de hoja perenne y robledales. Sus elevadas
murallas almenadas de piedra gris oscura, del gris de
una tumba descuidada, siguen tachonadas de aberturas
para las piezas de artillería y con pequeñas ventanas,
orientadas a un tenebroso foso de seis metros de
profundidad excavado en la roca. Es imposible
contemplar esta opresiva residencia sin recordar la
fortaleza de Silling, la imponente ciudadela ficticia
donde se celebraron las morbosas orgías de Los ciento
veinte días de Sodoma de Sade: “Una escalera de
caracol, muy estrecha y muy empinada, de trescientos
escalones [...] descendía por las entrañas de la tierra
hacia una especie de mazmorra abovedada cerrada por
tres puertas de hierro que contenía todas las atroci-

33

.
dades que el arte más cruel y la barbarie más refinada
pudieran inventar."8
Por fortuna para Donatien, el señor de esta sombría
propiedad poseía un temperamento y unas costumbres
diametralmente opuestas al entorno. Jacques:"Francois
de Sade era un afable sacerdote y erudito de cuarenta
años con una apasionada vida amorosa, un hombre muy
admirado por su gallardía y talento literario. Al igual
que su hermano el conde de Sade, era bien conocido en
los círculos parisinos y cultivaba la amistad de Voltaire
y de la compañera del filósofo, la ilustre madame du
Chatelet. "Os estimo con todo mi corazón -había escrito
Voltaire al abad pocos años antes de la llegada de
Donatien a Saumane-. Me sentiré unido a vos el resto de
mi corta vida."9 A Voltaire y a Chatelet les preocupaba
que los ideales ilustrados del abad acabaran por
debilitarse debido a su vocación religiosa: "[El abad de
Sade] es uno de los hombres que más me agradan -
escribió Chatelet a un amigo que también lo era del tío
de Donatien-. A no ser que cuatro o cinco años de vida
sacerdotal lo hayan echado a perder, estoy convencida
de que su ingenio y carácter os han agradado".l0
Voltaire, deseoso también de que el abad conserva-
ra su inclinación hedonista, le dedicó los siguientes ver-
sos: "Por muy sacerdote que seáis, / oh señor, seguiréis
amando; / ése es vuestro verdadero ministerio, / ya seáis
obispo o el Santo Padre. / Amaréis, seduciréis / con
igual éxito / en la Iglesia que en Citeres" y las
predicciones de Voltaire resultaron ciertas. Parte del
encanto del abad, para su generación de libertinos,
radicaba en que, sin dejar de llevar una vida disoluta,
adquirió un prestigio considerable como lingüista y
erudito. Se mostró fiel a la fascinación que los Sade
sentían por su antepasada Laure de Sade escribiendo
una bio-

34
grafía de Petrarca compuesta de tres volúmenes. La
obra, cuya composición le llevaría veinte años, se
publicó en 1763, el año de la boda de Donatien, y llegó
a considerarse una crónica cultural sin precedentes de la
Italia del siglo XIV. También escribió un libro sobre
los poetas y trovadores franceses de la Edad Media y
tradujo numerosos textos latinos. .
Para relajarse "el sacerdote de Epicuro", como se lo
llamaba a menudo, tenía aventuras con mujeres de cla-
ses sociales muy distintas (también era conocido como
"el sibarita de Saumane"). Su gran amor fue madame de .
La Popeliniere, mujer noble y amante oficial del pode-
roso mariscal de Richelieu. No obstante, el abad tam-
bién frecuentaba los burdeles más indecentes de París,
afición que lo llevó a ser arrestado por lo menos en una
ocasión. Temeroso de que se reabriera su ficha policial,
intentó mantenerse alejado de la capital y dar rienda
suelta a su lujuria en Provenza. Durante los años en que
acogió al joven marqués de Sade en Saumane, el abad
disfrutaba a la vez de la compañía de dos mujeres,
madre e hija, que residían en su casa; de una sirvienta
llamada Marie, para quien había concertado una boda
con un joven de la localidad; y de una famosa prostituta
del pueblo cercano de Bonnieux, cuyos servicios
recompensaba con generosidad.
No obstante, estos detalles aparentemente escabro-
sos quedan atenuados si se contextualizan en' el entorno
del abad. La moral del clero y de la nobleza de Proven-
za era incluso más relajada que en el resto de Francia.
La corona francesa había cedido al papado una amplia
extensión de tierra en la zona de Aviñón: en el siglo
XIII, cuando el Papa buscó refugio de la agitación
política imperante en Roma; y hasta la revolución,
Aviñón permaneció bajo la jurisdicción sumamente
laxa de la policía

35
papal. Hacía tiempo que la región era célebre por la di-
sipación de sus burdeles y tabernas. También servía de
refugio para innumerables delincuentes ("una cloaca
donde se reúne todo el estiércol del universo", 12 co-
mentario de Petrarca sobre Aviñón en el siglo XII). Asi-
mismo, durante los setenta años que los papas pasaron
en Provenza, su miseria les incitó a crear un sistema de
indulgencias de lo más corrupto. A modo de ejemplo,
éstas son algunas estipulaciones legales promulgadas
por el papado de Aviñón, cuyo objetivo era recaudar
fondos absolviendo a los pecadores de los peores
crímenes del cristianismo:

Una monja que se haya entregado a varios hombres, si-


multánea o sucesivamente, dentro o fuera del monasterio, y
desee alcanzar el rango de abadesa, pagará ciento treinta y
una libras, quince céntimos.
De todos los pecados de fornicación cometidos por un
hombre laico, se concederá la absolución por veintisiete
libras. Añádanse cuatro libras adicionales por incesto.
Las mujeres adúlteras pueden recibir la absolución, librarse
de persecución y recibir la bendición para continuar
relaciones ilícitas, por ochenta y siete libras, cinco
13
céntimos.

El ambiente de libertinaje que rodeó la infancia del


marqués de Sade le suministraría su excusa moral
preferida: a menudo justificó su propia depravación
alardeando del libertinaje de varios parientes y
coetáneos varones. "Aunque es sacerdote, mantiene a
un par de mujerzuelas en su casa", escribió Donatien a
su tía Gabrielle Éléonore sobre Cavaillon a los
veinticinco años, al hablarle del hogar del hermano de
ella. "¿Acaso su château es un serrallo? No, mejor aún,
es un burdel-añadió en respuesta

36
a una, de sus regañinas-.Perdonad mi travesura [...] re-
cupero el espíritu familiar y, si hay algo que deba
reprocharme, es tener la desventura de haber nacido en
su seno. Que Dios me libre de toda la insensatez y vicio
que en ella abundan."14

Establecido en esta curiosa familia adoptiva, un


"burdel" cuyos ocupantes parecen haber tratado a
Donatien con gran amabilidad, el niño le tomó mucho
cariño a su tío. El abad de Sade estaba a todas luces
intrigado por ese niño colérico, autoritario pero
emocionalmente frágil que, al mismo tiempo, era capaz
de mostrar una gran ternura, y lo llevaba en calidad de
pupilo a casi todos sus paseos. A menudo visitaban uno
de los dominios de los Sade, La Coste, que los
posteriores desmanes del marqués harían famoso.
Realizaron juntos muchas excursiones al pueblo de
Fontaine-de-Vaucluse, a seis kilómetros escasos de
Saumane, donde el río Sorgue inicia su embravecido
curso. Fue precisamente en Fontaine-de-Vaucluse, a
orillas del Sorgue, donde Petrarca residió durante.
diecisiete años mientras abrazaba su imposible pasión
por la hermosa Laure de Sade. El emplazamiento de la
pequeña casa en la ribera donde vivió y compuso
cientos de sonetos a su musa se ha conservado práctica-
mente intacta hasta hoy. Como biógrafo de Petrarca, el
abad de Sade solía embelesar a su sobrino con historias
sobre el amor del poeta por su antepasada común. Gra-
cias a estas excursiones a lugares relacionados con su
familia desde hacía siglos, Donatien aprendió. a amar
aquella región de Provenza: las suaves colinas verdean-
tes que se extienden entre los picos de las cordilleras de
Lubéron y Ventoux; los olivos, higueras, cerezos, pera-
les y membrillos que crecen en sus valles; los pueblos

37
encaramados a la cumbre de las colinas, colgados en sus
pendientes. .
Una vez cada varios meses, los residentes de la ca-
sa del abad se tomaban un día para recorrer, en coche de
caballos, los poco más de treinta kilómetros que los
separaban de Aviñón, a la que denominaban "la ciudad".
El correo de "la ciudad" llegaba a Saumane sólo una vez
por semana; las noticias procedentes de París eran
mucho menos frecuentes y parecían provenir de otro
planeta.
Al igual que la mayoría de los muchachos de su
edad, Donatien disfrutaba colaborando en las tareas
domésticas más sencillas: ordeñar las vacas y las
cabras, ayudar a arrear los rebaños y aprender a pescar
deliciosas truchas -uno de los manjares preferidos de su
tío- en las aguas rápidas del Sorgue. También fue en la
finca del abad donde nació el amor de Donatien por los
perros; seguiría cultivándolo como adulto y a menudo
pediría permiso, décadas después, para tener perros en
las celdas de la prisión para aliviar su soledad.
Disfrutaba con frecuencia de la compañía de los niños
de la zona, los hijos de campesinos o de los pocos
burgueses del lugar, médicos, abogados, que vivían en
los pueblos cercanos y le proporcionarían un buen
conocimiento del dialecto provenzal.
Los días, los años transcurrieron sin novedad. De
vez en cuando el abad dejaba su serrallo de Saumane
para supervisar una ruinosa abadía cisterciense en la
zona de Auvernia, cuya administración constituía su
fuente de ingresos principal. La comunidad estaba
formada por cuatro monjes en distintas fases de
senilidad. Donatien, que acompañaba a su tío en casi
todos estos viajes, quizá convirtiera después este
recuerdo concreto de prioratos destartalados y frailes
siniestros en material para sus obras. De vuelta en
Saumane, las concubinas del abad, la pare

38
ja formada por la madre y la hija, y la criada Marie
acariciaban a Donatien como a un corderito y alababan
su belleza, como todas las mujeres. Cuando su tío se
encontraba en la casa, es muy probable que Donatien
escuchara gemidos y risas procedentes del "serrallo" en
el que el tío Jacques-François retozaba con sus amantes.
Sin embargo, el abad de Sade observaba el protocolo
más estricto: en las ocasiones en que un obispo o, un
sacerdote amigo iban a almorzar -monseñor obispo de
Montélimar o el párroco del pueblo vecino de Apt o
Mazan-, las damas se retiraban a sus aposentos y el
abad de Sade se colocaba el alzacuello blanco en la
sotana negra.
Aparte de su posición social más elevada, había una
circunstancia particular que el joven marqués de Sade
sabía que lo diferenciaba de los niños con quienes
jugaba. Cabe dar prácticamente por supuesto que la
gran mayoría de sus compañeros de juegos del tranquilo
pueblo de Saumane tenía madre. Por consiguiente,
quizá fuera más difícil para Donatien que para otros
jóvenes aristócratas explicar por qué apenas veía a su
mamá, por qué, de hecho, la había visto tan poco que ni
siquiera era capaz de describirla. Es muy poco probable
que supiera gran cosa de la condesa de Sade aparte del
hecho de que pasaba mucho tiempo emperifollándose
para presentar una buena imagen en la corte de la gran
familia Condé y de que acompañaba a su padre en sus
importantes viajes diplomáticos. Las preguntas sobre su
padre resultaban mucho más fáciles de responder
porque, aunque papá era un diplomático muy atareado,
a veces, entre los viajes oficiales, tenía tiempo para ir a
Provenza a ver a su hijo, enseñarle a manejar la espada
y contarle sus viajes a Alemania y Rusia.
No obstante, los pensamientos íntimos de Donatien
acerca de su madre eran tal vez más amargos que los que

39
expresaba a sus compañeros de juego. Es poco probable
que un odio hacia la maternidad tan virulento como el
que destila toda la obra de Sade -una aversión por la
procreación y por todas las manifestaciones del
principio maternal- surgiera en toda su amplitud en su
edad adulta. Quizás albergara ya cierto resentimiento, a
los diez años, hacia la madre glacial y egoísta que
parecía demasiado perezosa para visitarlo en Provenza,
demasiado perezosa, tal vez, para amar a alguien. Al ver
a los niños de Saumane abrazados por sus madres, es
harto probable, que lo asaltara una oleada de angustia al
pensar en la posibilidad de que nunca lo despeinasen,
estrechasen o acariciasen con la pasión propia de una
madre.
Por fortuna, además del afecto que su tío sentía por
él, el joven Donatien encontró consuelo en otra fuente
de cariño, incluso de pureza. Preocupado, como es na-
tural, por la limitada educación que su único hijo recibía
en los corrales y tocadores de Provenza, el conde de Sa-
de pidió a su hermano que buscara un preceptor para su
hijo. En algún momento entre los nueve y diez años de
Donatien, el abad contrató a un afable soltero de veinti-
séis años a quien también denominaban "abad" porque
estaba estudiando para el sacerdocio y, si bien no se ha-
bía ordenado todavía, iba tonsurado como un clérigo. El
"abad" Amblet, natural de Annecy, enseñó a Donatien,
armándose de paciencia, los rudimentos de la lectura y la
aritmética, de geograña y de la historia de Francia. Este
"hombre sumamente inteligente y firme, un supervisor
de mi educación de lo más adecuado", 15 tal como Sade
lo describió más tarde, fue el único miembro del entorno
masculino del niño que no mostraba el menor interés por
las mujeres. Cabe mencionar que Sade sintió una
profunda devoción por su mentor durante el resto de su
vida y que hizo todo lo posible, incluso en sus

40
momentos de mayor penuria, para que no pasara apuros
económicos.

En cuanto aprendió a leer, Donatien dispuso de mu-


cho tiempo libre, durante los momentos que el abad
Amblet dedicaba al estudio personal, para hojear los
volúmenes de la biblioteca de su tío, tan extensa y
progresista como la de cualquier otro noble liberal de
Francia. Junto con los clásicos de siglos anteriores -
Cervantes, Boileau, Racine, Moliere-, la colección del
abad incluía todas las obras importantes del
pensamiento ilustrado: el Ensayo sobre el
entendimiento humano de Locke, los escritos de
Thomas Hobbes y de Montesquieu; las obras completas
de Rousseau, Voltaire y Diderot; y los numerosos
tratados de antropología y religión comparada de la
época, prohibidos por la Iglesia, que eran el último grito
de la intelectualidad francesa. La biblioteca del abad,
como la de cualquier caballero del siglo XVIII que se
preciara, también abundaba en literatura erótica.
Comprendía el famoso Libro de las posturas de Aretino y
multitud de volúmenes coetáneos obscenos corno Venus en
el claustro, o la monja en camisón y El burdel, o John el
cabrón libertino. A veces, tales obras mencionaban una
dirección de la editorial igual de subida de tono: "En
Encoño, en casa de la viuda Gran Montículo" ("Á Anconne,
16
chez la veuve Grosse-Motte"). .
Incluso de niño, Sade fue un lector ávido y nos cuenta
que a los diez años conocía los volúmenes de la biblioteca de
Saumane tan bien que era capaz de localizar cualquiera de
las obras casi con los ojos cerrados. El abad habría sido el
último hombre del mundo en poner fuera del alcance de su
sobrino algunas de las obras, Así pues, es imposible que
Donatien no reparara en esa clase de

41
libros destinados, como decían los franceses de modo
eufemístico, "a ser leídos con una sola mano". Dudo
que pasara por alto las ilustraciones que contenían,
muchas de las cuales mostraban a personas con
vestiduras religiosas realizando actos curiosos entre sí:
monjes flagelando el trasero descubierto de unas monjas
arrodilladas en el reclinatorio, ataviadas con las mismas
túnicas y tocas blancas flotantes que llevaba la tía
Gabrielle Laure de Aviñón y la tía Gabrielle Éléonore
de Cavaillon. Tales libros, tales imágenes, formaron
parte importante de la educación que Donatien recibió
durante los últimos años que paso con su tío "el sibarita
de Saumane".

42
Notas

1 Todas las citas de los epígrafes que aparecen a lo


largo del texto, con excepción de los que encabezan el
prólogo y el epílogo, proceden de las obras de Sade.
2 Archivos de la Comuna de Saumane, Registro BB
6, copia en la colección de Maurice Lever, París. Citada
en Maurice Lever, Donatien Alphonse François,
Marquis de Sade, Librairie Artheme Fayard, París,
1991, p. 61. (En adelante llamado Lever.)
3 J Sade, Aline et Valcour, en Sade, Oeuvres, ed.
Michel DelIon, 2 vols., Gallimard, edición Pléiade,
París, 1990, 1995, vol. 1, p. 403. (En adelante llamado
Pléiade.)
4 Mazan: Histoire et vie quotidienne d'un village
comtadin, Editions "Le Nombre d'Or", 1979, p. 131.
5 Acerca de la controversia con respecto a la
relación entre Petrarca y Laure de Sade, véase Lever, p.
18.
6 Sade, Aline et Valcour, Pléiade, vol, 1, p. 403.
7 Es imposible precisar en qué momento Donatien
dejó la casa de su abuela en Aviñón para vivir con su
tío. Se estima que fue entre los cuatro y los siete años.
8 Sade, Les cent-vingt journées de Sodome, Pléiade,
vol. 1, p. 58.
9Voltaire, Correspondance, ed. Théodore
Besterman, 12 vols., Gallimard, edición Pléiade, París,
1977, vol. 1, p. 443.
10 Madame du Chatelet a Francesco Algarotti, 27
de agosto de 1738. Lettres de la Marquise du Chatelet,
ed. Théodore Besterman, en vol. 1, Institut et Musée
Voltaire, Ginebra, p. 250. Citada en Lever, p. 64.
11Voltaire, Correspondance, vol.1,
443.

Ah tout prêtre que vous serez,


.. .
seigneur seigneur, vous aimerez;

43
11

fussiez vous Eveque ou Saint-Pere,


vous aimerez et vousplairez: voila
votre vrai ministere.
Vous aimerez et vous plairez
et toujours vous réussirez
et dans l'Eglise et dans Cythère.

12 Encyc/opaedia Britannica, ed. 1976, entrada


sobre Aviñón en la "Micropedia". .
13 Citado en Gilbert Lely, Vie du marquis de Sade,
Editions Jean-Jacques Pauvert y Editions Gallimard,
París, 1965, p. 16. (En adelante llamado Lely, Vie.) ,
14 Sade a la abadesa Gabrielle-Eléonore de
Cavaillon, julio de 1765. oc, -vol. 12, p. 24.
15 Sade, Aline et Valcour, Pléiade, vol 1, p. 403.
16 Libros e ilustraciones analizados en The lnvention
o[ Pornography, ed. Lynn Hunt, Zone Books, Nueva
York, 1993, pp.15, 17, 21, 31, 37. (Véase también, The
Forbidden Best Sellers of Pre-Revolutionary France, W
W Norton, Londres y Nueva York, 1995.)

44
2

El padre

-¡Cuántos crímenes ha instigado mi verga! -exclamó


Noirceuil-. ¡Qué atrocidades cometo a fin. de liberar
su esperma con un poco de pasión! No existe objeto en
el mundo que no esté dispuesto a sacrificar por ella. Es
un dios para mí, Juliette, dejad que sea también el
vuestro: adorad este falo despótico, ofreced incienso a
esta deidad suprema. Me gustaría que lo
homenajease... todo el planeta.
JULIETTE

Donatien pertenecía a una familia en la que el com-


portamiento licencioso constituía una pauta común.
Una apacible noche de otoño de la década de 1730,
unos años antes de que naciera su hijo Donatien, el con-
de Jean-Baptiste de Sade paseaba por el jardín de las
Tullerías, deseoso de pasar un buen rato. Al ver a un
joven digno de su admiración, entabló conversación con
él y lo invitó a acompañado detrás de un macizo de
arbustos. Por desgracia para el conde, su presa resultó
ser una mouche, o "mosca", uno de los miles de agentes
secretos contratados por la policía de Luis XV para
controlar las costumbres de sus súbditos. Al cabo de
pocos minutos, el conde de Sade se vio rodeado por una
brigada policial, que lo detuvo. El informe policial
decía lo siguiente:

45
Cuando el joven pasó junto a él, éste [el conde de Sade] [...]
le hizo varias proposiciones deshonestas. [...] Lo invitó a
cenar y a acostarse con él. [...] Y lo habría poseído al
momento detrás de los árboles, pero el joven no quería
acompañarlo y le propuso a cambio que fueran a su
domicilio, que no se hallaba lejos. [...] Sieur de Sade
aceptó. Cuando se levantaron y se pusieron en camino [...]
el agente que estaba de vigilancia, los había observado y
sabía, por la señal del joven, que un réprobo lo había
abordado abiertamente. Intentó detener al hombre pero, a la
luz de su posición, lo dejó en libertad tras tomar nota de su
nombre y dirección.'

Al igual que muchos de sus coetáneos donjuanes, el


conde de Sade era bisexual y necesitaba a chicos de la
calle para satisfacer por completo sus impulsos. Sus
hazañas eróticas con hombres, una parte diminuta de
sus tendencias sexuales, eran las únicas en las que no
atendía a clases sociales. En realidad, solía buscar
placer con mujeres de. alcurnia; mujeres, de hecho,
poseedoras de los títulos más distinguidos y muy bien
relacionadas en el remo.
A su llegada a París procedente de Provenza en
1721, el conde de Sade trabó amistad, gracias a
conocidos de la familia, con el muy impopular pero
poderoso príncipe de Condé, padre del joven noble a
quien apalearía el pequeño Donatien. Consiguió una
capitanía en el regimiento de Condé y pronto inició una
relación con la hermana del príncipe, mademoiselle de
Charolais, la más hermosa de las princesas borbónicas y
una de las mujeres más disolutas de la corte francesa.
Ordenó a sus retratistas que la representaran vestida
como una monja franciscana, no por fervor religioso
sino como una forma

46
de despertar el deseo de los amantes a quienes regalaba
tales imágenes. "La singularidad de la aventura me
atrae tanto como a vos -escribió en una ocasión
mademoiselle de Charolais al padre de Donatien cuando
aquél la invitó a alguna orgía particularmente exótica-,.
y la curiosidad de saber si esta bacanal me agradará me
lleva a aceptar vuestra propuesta."2
Las actividades eróticas del conde de Sade, al igual
que las de su hermano en Provenza, deben interpretarse
en el contexto de una etapa de la cultura francesa es-
pecialmente libertina. El padre de Donatien llegó a Pa-
rís en los últimos años de la Regencia, el lapso de ocho
años que se inició en 1715 con la muerte de Luis XIV y
terminó cuando su único descendiente legítimo, su bis-
nieto de trece años Louis, fue coronado rey Luis XV:
La Regencia fue el período más licencioso de la historia
francesa y podría competir con el Bajo Imperio romano
en ser la época más libertina de la civilización
occidental. Sin duda, las travesuras de mademoiselle de
Charolais parecen bastante inofensivas comparadas con
los excesos de sus coetáneos.
En parte, la permisividad de la alta sociedad de la
Regencia era una rebelión contra el rígido decoro de la
corte de Luis XIV y el protocolo austero impuesto por
su última consorte, su morganática esposa, madame de
Maintenon. Por otro lado, el tono moral se inspiró en
las tendencias del propio regente, el duque de Orleans,
sobrino de Luis XIV; que gobernó Francia entre el
quinto y decimotercer cumpleaños de Luis XV: El
regente, estadista talentoso y diligente, también era un
donjuán y un voyeur infatigable que renovaba su lote de
amantes casi cada dos semanas y gustaba de participar,
o por lo menos de estar presente, en algunas de las
bacanales más extravagantes de la época.

47
En su frenética búsqueda del placer, los componen-
tes del círculo del regente celebraban "cenas" en las
que, tras pasar horas trasegando cantidades ingentes de
alcohol, los nobles de mayor alcurnia del país
escenificaban las ilustraciones de varios clásicos de la
literatura erótica. Como alternativa, contemplaban al
príncipe de Soubise tomar a su amante, madame de
Gacé, completamente ebrio y ordenar a un grupo de
ayudas de cámara que disfrutaran de sus favores.
"Nuestro estado de perversión generalizada es terrible -
comentó la madre del regente acerca de la conducta del
séquito de su hijo-. Jóvenes de ambos sexos [...] se
comportan como cerdos. [...] Las mujeres [...], sobre
todo las de nuestras mejores familias [...], son peores
que las de las casas de mala fama. [...] Me sorprende
que Francia no haya sido arrasada, como Sodoma y
Gomorra."3 La mojigata madame de Maintenon no
vaciló en darle la razón. "Prefiero no pintaros una ima-
gen de nuestra conducta actual; pecaría contra el amor
que uno debe sentir hacia su propio país",4 escribió
sobre la época que siguió al reinado de su consorte.
El período de la historia francesa en que el conde
de Sade nació queda plasmado de manera elocuente por
el hedonismo refinado de los cuadros de Watteau y
Boucher y se considera ante todo una era caracterizada
por la búsqueda de placer. Sin embargo, también cabe
interpretarlo como un período de crueldad. El conde de
Charolais, hermano del príncipe de Condé y de la
amante del conde de Sade, es un ejemplo perfecto del
aristócrata francés vicioso del siglo XVIII. Se lo
detestaba especialmente por la ferocidad de sus
placeres. "Su corazón era cruel y sus actos sanguinarios.
[...] Le gustaban las orgías de todo tipo", dijo de él uno
de sus coetáneos. 5
Charolais, que estaba ebrio la mayor parte del tiempo,
.

mataba a campesinos por pura diversión, del mismo mo-

48
do que otros hombres iban de cacería, y disparaba con-
tra los trabajadores que reparaban tejados en el pueblo
cercano al castillo. En un intento de evitar que lo juzga-
ran, imploró el perdón a Luis XV por tales asesinatos.
El monarca respondió: "Os concedo el perdón que de-
seáis [...] pero más me placerá perdonar al hombre que
os mate".
"¡Sublime respuesta!"6 comentaría después el mar-
qués de Sade acerca de esta muestra de clemencia real.
Durante su infancia, Donatien había mantenido una es
trecha relación con Charolais, ya que éste era el tutor
legal de su compañero de juegos, el príncipe de Condé,
y más adelante se inspiraría en él para describir a los
protagonistas más depravados de sus novelas.
En lo que sería una jugarreta despiadada, Charolais
emborrachó a la marquesa de Sairit-Sulpice para luego
colocarle dos cuerdas con explosivos bajo la falda y les
prendió fuego. Su víctima tuvo que ser trasladada a su
casa envuelta en un mantel, con graves quemaduras en
el estómago y en los muslos. Esta afrenta se celebró con
una cancioncilla que no tardó en difundirse por las ca-
lles de París: "Le grand portail de Saint-Sulpice / Où
l'on a tant fait le service/ est brulé jusqu 'aux
fondements"7. ("El gran portal de Saint-Sulpice [una de
las iglesias más célebres de Francia], / que fue
escenario de-tantos servicios, / se ha quemado hasta los
cimientos.")
Éste era el entorno que el conde de Sade escogió
como centro de poder con la intención de medrar en la
alta sociedad francesa. Tales eran los ejemplos que
daría a su hijo.

Al igual que su hermano el abad, el conde de Sade


tenía aspiraciones literarias que expresaba en poemas
heroicos, novelas cortas, comedias y tragedias. No obs-
tante, a diferencia de su hermano, quien convirtió su
biografía de Petrarca en una gran obra académica
perdurable, el conde nunca publicó sus escritos. El
padre de Donatien ejemplifica al tipo de hombre
descrito por la expresión francesa petit maitre, el joven
gallardo dotado de un talento de escritorzuelo que
consigue progresar en la vida gracias a sus buenas dosis
de encanto superficial. De su vasta producción literaria,
sólo las cartas del conde, repletas de referencias subidas
de tono a las costumbres parisinas de mediados del
siglo XVIII, son de interés para la posteridad. .
Como observador de la sociedad desde los hogares
de los aristócratas más distinguidos de la capital -los
Condé, los Rochefoucauld, su prima lejana la duquesa
de La Roche-Guyon- el conde actuó como confidente
de las viudas de los nobles más alegres: "Me dice que
su amor es tan intenso que es la primera pasión de su
vida",8 comentó sobre una duquesa de sesenta años que
tenía un amante de veintidós. "Madame de Clermont no
podía resistir el placer de ponerle los cuernos a dos
hombres a la vez” escribió acerca de otra gran dama de
París. La correspondencia que mantuvo con sus
amantes está llena de inversiones irónicas de. la moral
convencional. "¿Cómo podría alguien no ser infiel,
reina mía?” -escribió a una de sus amantes más
queridas, madame de Raimond, a quien el joven
Donatien consideraría a veces una madre adoptiva-.
Sólo los idiotas son constantes. [...] Uno debe rendirse a
toda tentación que se le presente. [...] He conocido a
algunos amantes fieles. [...] Su tristeza y taciturnidad os
harían estremecer. Si mi hijo fuera fiel, me sentiría
ultrajado."l0
La final decadencia social del conde de Sade no se
debió sólo a su falta de escrúpulos sino también a una

50
sorprendente falta de criterio. Sin duda cometió un gra-
ve error de cálculo, por ejemplo, al escoger a la familia
Condé-Charolais como núcleo de influencia, ya que la
despreciaban el resto de la nobleza y el público en
general, como a todos los aristócratas de Francia. La
caída en desgracia del conde también podría atribuirse
al hecho de que sus impulsos sensuales le impedían
demasiado a menudo actuar con sentido común.
Cuando hubo recibido todos los favores necesarios
de mademoiselle de Charolais, se dedicó a mantener re-
laciones con docenas de mujeres de alcurnia, incluida la
segunda esposa de su principal protector, el príncipe de
Condé. Era una hermosa princesa alemana de quince
años, veinticinco años más joven que Condé, y resultó
más difícil de seducir que la mayoría de las mujeres pa-
risinas porque su esposo la vigilaba con singular celo.
Sin embargo, no existían escrúpulos morales capaces de
interponerse en el camino de los apetitos del conde de
Sade, a quien ningún medio para alcanzar sus objetivos
le parecía excesivo. A fin de "estar más cerca de ella y
obtener el permiso para veda a todas horas", 11 tal como
escribió en sus memorias, decidió cortejar y tomar por
esposa a una de las damas de compañía de la princesa
de Condé, mademoiselle Maillé de Carman. Se trataba
de una prima lejana de los Condé, una aristócrata
venida a menos que acabaría por convertirse en la
madre del marqués de Sade.
El conde de Sade no tuvo reparos en reconocer el
cinismo que entrañaba su matrimonio. Como primera
fase de su estrategia, se ganó el beneplácito del príncipe
de Condé para la unión asegurándole que se casaba con
ella para estar cerca de su protector. Emocionado por la
devoción de su cortesano, el príncipe pagó los trajes de
boda de la pareja y corrió con el resto de los gastos de
sus

51
nupcias, celebradas en 1734. Mientras la tímida y joven
condesa de Sade se preparaba para la noche de bodas,
imploró a su propia protectora, la princesa de Condé,
que permaneciera junto a su cabecera. Una imagen pro-
caz: la princesa contempló la desfloración de su dama
de honor por parte del hombre que en realidad la
deseaba a ella, la testigo. Así describió el conde de
Sade la escena en unas memorias escritas algunos años
después:

La presencia de la princesa aumentó mi arrobamiento y me


hizo desear con mayor impaciencia permanecer en su
compañía. [...] Todo el mundo parecía complacido. [...] A
pesar de su escasez de bienes, mi esposa había encontrado
un marido [...], [la princesa] tenía a una dama de honor en
quien confiar [...] y yo... yo tenía a una esposa atractiva, la
perspectiva de un regimiento que el [príncipe de Condé] me
había prometido y la esperanza de ser amado por una joven
y encantadora princesa. Le indiqué que había sacrificado mi
seguridad material al casarme con una joven sin dote [...]
con la única intención de estar cerca de ella y obtener el
permiso para veda a todas horas. Mi matrimonio me
proporcionó una familiaridad considerable [con la
princesa]. Podía entrar en sus aposentos en cualquier
momento.12

Estas tácticas propias de un Casanova resultaron


contraproducentes. El conde de Sade enseguida tuvo
que hacer frente a los celos que su amante sentía por su
esposa y se vio obligado a prometer a la princesa de
Condé que dormirían en camas separadas. La condesa
de Sade se enteró de las citas de los amantes y amenazó
con contárselo todo al poderoso príncipe. La llamada
del deber militar salvó al conde de Sade de la ira de su
protector pues se le ordenó que se incorporase a su
regimien-

52
to tres meses después de su boda. Los acontecimientos
que siguieron parecen extraídos de una comedia de Ma-
rivaux: poco después de la marcha de Sade al ejército,
la princesa de Condé se hizo con otro amante. Tras
regresar de su misión militar, el conde de Sade, con su
característica falta de escrúpulos, se vengó de dicha
infidelidad contándole al príncipe que su esposa tenía
un amante. En consecuencia, el enfurecido príncipe
reforzó la vigilancia de su esposa y despidió a todas las
damas de honor con excepción de la condesa de Sade,
la única del grupo, pensó, cuya conducta sería
intachable.
A continuación, las dos parejas se entregaron a la
tarea de procurarse descendencia. En 1736 los Condé
tuvieron un hijo, Louis-Joseph, el compañero de juegos
a quien maltrataría el pequeño marqués de Sade. En
1740, un año después de que su primera hija, Caroline-
Laure, muriera a los dos años de edad (podría
conjeturarse que la profunda pena que provocó esta
pérdida la hizo distanciarse emocionalmente de su
siguiente hijo), la condesa de Sade dio a luz al futuro
marqués. En el bautismo del niño se produjo un
incidente curioso: desatendido por sus padres y
familiares, lo llevaron a la iglesia dos sirvientas des-
pistadas que olvidaron el nombre que sus padres
deseaban ponerle, Donatien Aldonse Louis, y lo
bautizaron con el de Donatien Alphonse François.
Durante toda su vida, el marqués se sintió ofendido por
no tener el privilegio de llamarse Louis, el nombre de
pila de todos los reyes borbónicos. En su edad adulta
recuperaría aquel signo de distinción firmando gran
parte de los documentos oficiales como "Louis Aldonse
Donatien de Sade". Esta costumbre tendría graves
repercusiones para él durante la revolución de 1789,
cuando lo obligaron a deshacerse de su título nobiliario,
si bien continuó dando a entender su parentesco con la
realeza haciéndose llamar Louis Sade.

53
¿Qué consiguió el padre del marqués con sus ma-
quinaciones? La joven con quien se casó el conde de
Sade debido a su deseo por otra no sólo era pobre sino
también indolente y ensimismada, aunque de linaje lo
bastante noble para las aspiraciones de un vividor. Co-
mo prima lejana del príncipe de Condé, ofrecía a Sade
el parentesco con la rama más joven de la familia real
francesa. En 1741, un año después del nacimiento de
Donatien, la mejorada posición social de Sade le
permitió ocupar el cargo de embajador en la corte del
príncipe de Bavaria. Vivía a lo grande, contrayendo
enormes deudas por el hecho de mantener la sede más
lujosa del cuerpo diplomático de Bavaria.
Las siguientes etapas de su carrera no gozaron de
tanto éxito. Pronto se enemistó con el príncipe alemán y
en 1745, durante una de las frecuentes escaramuzas
fronterizas entre Bavaria y Austria que se entablaron
tras la guerra de Sucesión austríaca, lo encarceló 1a
tropa leal a la emperatriz María Teresa de Austria, la
enemiga de Francia en ese conflicto particular. Ninguna
de las facciones enfrentadas se mostró interesada. en
liberarlo. Permaneció en prisión durante siete meses,
escribiendo poesía y ficción en prosa, con el único
consuelo que le proporcionaba la correspondencia de
sus amigos de París, entre los que figuraba Voltaire, que
le enviaba sus últimas obras de teatro.
A media condena, el conde de Sade protagonizó
otra aventura picaresca que pone de manifiesto su
esporádico sentido del honor: una ciudadana austríaca,
la condesa de Metternich, al parecer otra de sus
conquistas, decidió planear su fuga vistiéndolo con ropa
de mujer. En el último minuto, el conde se echó atrás
porque temió comprometerla. ("Me sentí avergonzado
al ver el riesgo que estaba dispuesta a correr por mí -
contó en sus me-

54
morias-. Me quité la ropa de mujer y se la devolví.")13
Sólo los esfuerzos de la condesa de Sade, quien en uno
de sus escasos momentos de energía recurrió a los más
altos poderes de Europa para que ayudasen a su esposo,
le devolvieron la libertad.
Poco después de su regreso a París, el conde de
Sade fue acusado de cometer varias irregularidades
durante su época de embajador, como cobrar
estipendios excesivos. Este hecho marcaría el inicio de
su declive social. Hacía tiempo que el ministro de
Asuntos Exteriores de Luis XV; el poderoso marqués
d'Argenson, consideraba al conde un mero subalterno y
un títere de la familia Condé, "un petimetre con algo de
inteligencia pero carente de sustancia" .14 Ésta era la
opinión que compartían numerosos grandes de Francia,
que odiaban a los arrogantes Condé pero no osaban
atacarlos abiertamente. Tras la muerte del príncipe de
Condé en 1740, cuando la reputación de su subalterno,
el conde de Sade, quedó manchada de forma oficial, el
padre de Donatien fue perseguido sin clemencia.
La suerte del conde empeoró todavía más cuando se
ganó la desaprobación del rey Luis XV al criticar a una
de sus amantes, madame de Chateauroux. Pagaría esta
imprudencia el resto de su vida. A partir de entonces só-
lo se le asignaron las misiones diplomáticas más
triviales y se lo apartó de todos los centros de poder.
Obligado a vivir con gran modestia, se mantuvo
básicamente gracias a los ingresos que le procuraban
sus propiedades de Provenza y a los estipendios por su
cargo de gobernador honorario de cuatro pequeñas
provincias de la región de Saboya. (Por lo general los
descendientes de familias nobles tardaban varias
generaciones en arruinarse, pero el conde de Sade lo
consiguió en una.) Cuando el marqués de Sade alcanzó
su edad adulta, su propia posición social

55
estaba comprometida por la mala reputación de su pa-
dre, y su decadencia social puede relacionarse en parte
con la desgracia de su progenitor.
A los ojos de sus coetáneos, el conde de Sade se ha-
bía equivocado en gran parte de sus actos. Tan inmerso
. estaba en la vida calculadora de un cortesano, escogiendo a

sus amantes con una mezcla de lujuria y esnobismo y


casándose con una mujer debido a su pasión por otra,
que dio salida a su temeridad innata a través de las
experiencias más desenfrenadas e impulsivas. En 1726,
cuando el conde tenía veinticuatro años, se publicó en
París una colección de ripios que narraban las correrías
de varios homosexuales de París. Estaban concebidos
para cantarse con la melodía de una famosa cancioncilla
titulada
J'ai du Mirliton que podría traducirse como "Tengo una
flauta de caña". ("Vosotros, los peores de Sodoma [...] -
reza uno de los pareados-, os emplazo a traer/ vuestros
bonitos traseros a la cita.") La balada identificaba a
varios nobles parisinos, entre ellos el duque de La Vri-
lliere, miembro del círculo del regente, como sodomitas
conocidos. (" ¿Se retira uno a vuestra edad, / del hermo-
so La Vrilliere? / ¡Levantad el culo!") Otro de los parea-
dos de la canción, que siempre terminaban con el estri-
billo "Tengo una flauta de caña", hablaba en concreto
del conde de Sade:

Parecéis bastante pálido / con vuestro aire señorial,


/ pero, conde de Sade, / para demostrar mi vigor
/ tengo una flauta de caña. [...]15

Algunos de los escritos del conde poseen un tono


bisexual. Estos son dos poemas en los que expresó la
complejidad de sus gustos eróticos:

56
Cuando os presento mis respetos satisfago varios
apetitos, / en vuestra compañía, retozo con mujer y
muchacho. / Adoro la mujer veleidosa que hay en vos,
/ el amigo sabio, el encantador sodomita.

Estos versos también surgieron de la pluma del con-


de: "Como los ciudadanos de Sodoma / represento el
papel de la mujer con un hombre... / Eso es lo que os
enfurece. / Pero, ¿por qué enfadarse, señoras mías? /
Vosotras solas me hacéis feliz: / con las mujeres soy
todo un hombre" .16 .
¿Acaso cabe afirmar que la androginia picaresca del
conde de Sade es uno de los rasgos que le impidieron
convertirse en un cortesano presuntuoso más? ¿Que era
demasiado imprudente, demasiado insensato para ser un
mero petimetre? Ésa es la impresión que deseaba causar
cuando, hacia el final de sus días, escribió unas
memorias muy teñidas de la renacida religiosidad de su
vejez. Así explicó el hundimiento de su carrera: "No
alcancé el éxito porque siempre fui demasiado libertino
para esperar pacientemente en una antecámara,
demasiado pobre para sobornar a mis sirvientes a fin de
que velasen por mis intereses y demasiado orgulloso
para adular a los favoritos, a los ministros, y a las
amantes. Lo he dicho cientos de veces: yo soy un
hombre libre" .17 ,

El autorretrato resulta un tanto insincero. El padre


de Sade aduló con vehemencia a los favoritos, a los mi-
nistros y a las amantes. Y no era un hombre tan libre co-
mo imaginaba, por la sencilla razón de que mentía con
frecuencia a los demás y a sí mismo.
Éste es el padre enigmático con quien Donatien em-
pezó a intimar a los diez años, cuando el conde lo llamó
a París. Puesto que abrigaba ambiciosos proyectos para

57
su único hijo, había decidido, con razón, que su retoño
necesitaba una educación más seria que la que recibía
en el serrallo del abad de la soleada Provenza.

58
Notas

1 Bibliotheque de l'Arsenal, París (manuscrito de los


archivos de la Bastilla, 10265). Citado en Lever, p. 35.
2 Bibliotheque Sade (I) Papiers de Famille, 1721-
1760, ed. Maurice Lever, Fayard, París, 1993, p. 22. (En
adelante llamado Bibliotheque Sade 1.) .
3 Charles Kunstler, La vie quotidienne sous la
Régence, Hachette,Paris,1960,p.87.
4 Ibíd.
5 Mémoires du Maréchal-Duc de Richelieu, vol.I,
Firmin-Didot, París, 1889, p. 278. Citado en Lever, p.
47.
6 Sade, La philosophie dans le boudoir, ed. Gilbert
Lely, Christian Bourgois, París, 1972, p. 264.
7 Kunstler, La vie quotidienne,p. 90.
8 Conde de Sade (destinatario desconocido), octubre
de 1754. Bibliotheque Sade 1, p. 650.
9 Conde de Sade (destinatario desconocido), 24
febrero de 1754. Ibíd., p. 635.
10 Conde de Sade a madame de Raimond, 31 de
diciembre de 1758. Ibíd., p. 816. .
11 Archivos de la familia Sade. Citado en Lever, pp.
39-42.
12Ibíd.
13 Conde de Sade (destinatario desconocido), 10 de
febrerode 1745. Bibliotheque Sade 1, p. 305.
14 Marqués d' Argenson, Journal et mémoires, 9
vols., E.-J.B. Rathery, París, 1859-1867, vol. 3, p. 260.
Citado en Lever, p.49. ,
15 Pauvert,Jean-Jacques, Sade vivant, 3 vols.,
Editions Robert Laffont, París, 1986, vol. 1, Une
innocence sauvage, 17401777, p. 21. (De aquí en
adelante Pauvert, vol. 1,2,3.)

59
16 Archivos de la familia Sade. Citado en
Lever, p. 36.
J'ai tous les gouts quand je vous rend hommage,
J'y trouve en meme temps la femme et le garçon,
J'adore en vous une femme volage,
Un ami sage, un aimable giton.

Comme un habitant de Sodome


Je fais la femme avee un homme,
C' est ce qui vous met en fureur. Mais
pourquoi vous fâcher, Mesdames?
Vóus seules faites mon bonheur:
Je suis tres homme avece les femmes.

17 Ibíd., p. 23

60
3

Correrías de juventud
/

Más de trescientas personas ya estaban congregadas,


desnudas todas ellas. Se dedicaban a sodomizarse,
apalearse, asestarse latigazos entre sí, practicar
felaciones, a alcanzar el orgasmo: todo ello en un
mar de calma; sólo se oía el ruido propio de las
circunstancias.
JULIETTE

Cuando el marqués de Sade llegó a París, a los diez


años de edad, su habla todavía estaba marcada por el
acento provenzal adquirido durante los años pasados en
Aviñón y Saumane. Al parecer, este jovencito de campo
no se adaptó demasiado bien a los estudios formales. Su
nombre no aparece en las listas de premiados
publicadas cada año en la escuela que su padre escogió
para él, el colegio de jesuitas Louis-le-Grand. No
obstante, el desafío había sido formidable: se trataba de
la institución académica más prestigiosa y estricta de la
época, y entre sus tres mil estudiantes se encontraban
los descendientes de las familias más poderosas de
Francia.
El joven Donatien no tuvo que enfrentarse a París
en solitario. Su tutor, el abad Amblet, contratado para
supervisar su evolución académica, lo acompañó a la
capital. Contar con un tutor privado era un requisito
esen-

61
cial para todas las familias de la nobleza, incluso en un
hogar tan empobrecido como el del conde de Sade. Los
internos más ricos del Louis-le-Grand residían en lujo-
sas suites privadas de la escuela con sus mentores y
ayudas de cámara particulares. Debido a las estrecheces
que pasaba su padre, Donatien no era interno y con toda
probabilidad se alojaba cerca de la escuela, en el
modesto apartamento del abad Amblet en la Rue des
Fossés-Monsieur-le- Prince.
Pese a la falta de distinción académica de Donatien,
sus tres años y medio de educación jesuita influyeron
profundamente en su carácter, la naturaleza de su se-
xualidad y las fantasías eróticas que plasmaría en sus
obras. Al fin y al cabo, entre los rasgos más caracterís-
ticos de las escuelas jesuitas de la Francia del siglo XVIII
se destacan su insistencia en el castigo corporal, la fama
de sodomitas y su tradición de representar obras teatrales
fastuosas.
La costumbre de fustigar a los alumnos no era ex-
clusiva de los jesuitas en la época de Sade. El libro de
texto pedagógico más importante del siglo, Manual de
instrucciones para maestros cristianos, especificaba
que, aunque debían evitarse los golpes en la cabeza y en
el estómago, "la vara [en las nalgas] es necesaria. [...]
Fomenta el buen comportamiento y debe utilizarse".l Tal
y como la empleaban los jesuitas, quienes llevaban a
cabo las azotainas delante de toda la comunidad
estudiantil con una mano dura considerable, la
experiencia resultaba especialmente humillante.
Además, la flagelación puede provocar deseo sexual y
suele generar lo que se dio en llamar . "comportamiento
masoquista". En su edad adulta, Sade rara vez quedaba
satisfecho con el sexo "normal" y, en muchos aspectos,
sus preferencias carnales parecen haberse estancado en
un nivel anal infantil.

62

,..
La afición de los jesuitas por las flagelaciones seve-
ras se torna más gravosa debido a las inclinaciones so-
domíticas que se atribuían a la orden. Un eufemismo
popular francés para referirse a la pederastia era
molinisme, en honor del eminente teólogo jesuita del
siglo XVI Luis de Molina. La cancioncilla que
menciona las tendencias sexuales del conde de Sade
incluye un pareado explícito referente a los jesuitas: "Y
vosotros, señores jesuitas, / venid uno tras otro, venid
con prontitud...! No retraséis la degustación de mi flauta
de caña".2
El objetivo de los sutiles maestros del joven Sade,
que eran los mejores educadores de su época e
imponían una rutina mucho menos piadosa que otras
escuelas religiosas -sólo tres breves sesiones de oración
diarias-, era formar a dirigentes de categoría dotándolos
de una vasta cultura. Las obras de teatro, las óperas y
los oratorios que se montaban cinco veces al año en el
lycée de los jesuitas de París estaban destinados a
fomentar "la audacia y el criterio necesarios para hablar
en público" y a "instruidos para [vocaciones] en la
Iglesia y el Derecho".3 Las representaciones de los
jesuitas, en el siglo XVIII, tendían a una magnitud y
esplendor físicos sin precedentes en Francia: algunos
escenarios medían más de ciento cincuenta metros de
profundidad; las representaciones llegaban a durar ocho
horas y podían requerir. hasta veinticinco cambios de
decorado. El almacén teatral del lycée Louis-le-Grand
era más grande que el de la prestigiosa Comédie
Française;4 y el esplendor generalizado de las produc-
ciones, repletas de parafernalia de oro y mármol,
mansiones y paisajes majestuosos, no tenía parangón
con ninguna compañía de teatro de París. A menudo,
los bailarines y cantantes profesionales de la Ópera de
París actuaban junto a los estudiantes. Las obras atraían
a un buen número de personas ajenas a la escuela, a no

63
bles de la corte y a burgueses de la capital, así como a
las familias de los alumnos.
Sólo a los estudiantes que obtenían mejores notas
se les permitía participar en las producciones, por lo
que es probable que Donatien nunca tuviera la
oportunidad de hacerlo. Su eterno encaprichamiento
con el escenario quizá fuera más apasionado por el
hecho de que le hubiera estado vetado en su juventud.
Todos los biógrafos de Sade han hecho hincapié en que
la teatralidad de la ficción de Sade, con sus cuadros
vivos, complejas coreografías sexuales y poses propias
del ballet, estuvo influida por las aparatosas
representaciones a las que asistió durante sus años de
estudiante.
La actitud de los jesuitas con respecto al sacramen-
to de la confesión también lo afectaron en lo más hon-
do. Los jesuitas, más que cualquier otra orden católica,
recalcan sobremanera la importancia de determinar las
raíces de nuestro comportamiento pecaminoso. En su
opinión, la disección diligente de los pecados se
encuentra en el núcleo de la vida espiritual. Incluso
podría aventurarse que la confesión al estilo jesuita
tiende a ser benévola para con el pecado porque otorga
más valor al proceso de analizado. A lo largo de su
vida, Sade recurriría a una forma de casuística
típicamente jesuita para justificar la abundancia de
delitos y libertinajes descritos en sus obras: los defendía
como indispensables para profundizar en el
conocimiento del corazón humano. Como escribió en
un ensayo sobre el proceso novelístico:

"Sólo el estudio profundo del corazón humano, el laberinto


de la naturaleza, puede inspirar al novelista, cuya obra debe
mostramos al hombre no sólo como es, o como pretende
ser, que es la labor del historiador, sino como es capaz de
ser cuando se ve sujeto a las influen-

64
cias modificadoras del vicio y al pleno impacto de la pa-
sión. Por consiguiente [...], debemos conocerlos todos,
debemos valernos de todas las pasiones y vicios, si nos
adentramos en este campo".5

La rutina de Donatien durante los meses escolares


era peor que espartana. Según algunos supervivientes
del régimen jesuita, la comida que se ofrecía a los jóve-
nes nobles del Lyceé Louis-le-Grand era nauseabunda y
las camas solían estar infestadas de chinches. Además,
durante los años escolares Donatien careció de toda
atención materna; la condesa de Sade permaneció tan
distante como siempre. Al cabo de unos años de su
regreso a París, se trasladó a un convento carmelita en
la Rue d' Enfer en París ya que el alojamiento que
ofrecían los conventos disfrutaba de enorme
popularidad entre la nobleza indigente. Sin embargo, la
soledad de Donatien fue de nuevo aliviada, como
durante su estancia en Aviñón, por la presencia de
mujeres que lo adoraban.
El joven pasó las primeras vacaciones de verano del
lycée en el Cháteau de Longeville, unos ochenta kiló-
metros al este de París, con una antigua amante de su
padre, madame de Raimond. Sólo tenía una hija y se en-
cariñó tan rápidamente de Donatien que en sus cartas al
conde de Sade siempre se refería a él como "nuestro
hijo". o "nuestro niño", mientras que Donatien la lla-
maba "mamá". Madame de Raimond estaba rodeada de
señoras igual de cariñosas, dos de las cuales, madame
de Saint-Germain y madame de Vernouillet,
desempeñarían un papel central en la vida emocional de
Donatien entre los diez y los catorce años. La hermosa
madame de Vernouillet (que también había sido amante
del padre de Donatien) se deleitaba haciéndolo perder la
ca-

65
beza, y a los trece años Donatien se enamoró perdida-
mente de ella, para regocijo de su anfitriona.
"De verdad está enamorado de ella -escribió mada-
me de Raimond al conde de Sade-. Me hizo reír tanto
que se me saltaron las lágrimas [...] Evidentemente
experimentó sensaciones que no sabía expresar, lo cual
le sorprendió y le enloqueció. Su confusión resultaba
encantadora. Estaba enfadado, luego se quedó quieto, y
después dio muestras de celos y otros signos del amor
más tierno y cariñoso. Y su "amante" sin duda estaba
emocionada y enternecida. Dijo: 'Este niño es de lo más
insólito'."6

Así pues, durante las vacaciones de su pubertad,


Donatien estuvo una vez más rodeado de mujeres
coquetas y afectuosas que no hacían más que mimarlo y
que despertaron sus primeros impulsos sensuales. Al
final de unas vacaciones escolares, rompió a llorar
cuando llegó el momento de despedirse de su "mamá",
madame de Raimond. "Ay, nuestro niño se ha
marchado y nos ha dejado entristecidas -escribió ella al
conde-. Tiene corazón, este encantador muchachito. [...]
Decidle cuánto lo quiero y que estoy conmovida por su
consideración. [...] Yo también lo quiero como a un
hijo. Espero que él me quiera como a una madre."7 .
El joven Donatien debía de resultar tan irresistible
para las mujeres como lo había sido su padre. Durante
sus años escolares también lo invitaron a pasar algunas
temporadas en la casa solariega de madame de Saint-
Germain, cuyos sentimientos maternales eran tan
profundos como los de madame de Raimond. Se
encariñó tanto con él que a menudo se negaba a
devolvérselo a su tío o a su padre y les rogaba que le
permitieran gozar de su compañía durante un poco más
de tiempo.

66
"Sí, disfruto queriendo a vuestro hijo -escribió al
conde de Sade, quien parecía muy halagado por los pri-
meros éxitos sociales de su hijo-. El tiempo, que todo lo
consume, no hace más que incrementar mi pasión por
él. [...] Vuestro hermano [el abad de Sade] ha intentado
apartarlo de mí durante las dos últimas semanas. Me
apena tanto que estoy desconsolada [...] ¿Seréis tan
cruel como para privarme de mi niño y negarme el
único placer que os pido de rodillas?"8
Las relaciones que Donatien forjó en su juventud
con estas mujeres continuaron siendo profundas y obs-
tinadamente leales. Idolatraría a madame de Saint-Ger-
main durante el resto de su vida. En una carta que envió
a su esposa desde la cárcel décadas después, describió a
madame de Saint-Germain como "la única mujer del
mundo a quien amo después de ti, a quien sin duda de-
bo todo lo que un hijo puede deber a una madre".9 "Si
ha muerto -escribió en otra ocasión-, no me lo digas,
porque la amo, siempre la he amado en gran medida y
nunca lo superaría."10

A lo largo del último año de estudios de Donatien


con los jesuitas, el conde de Sade tocó todos los
resortes para encaminar a su hijo hacia una carrera
militar. A finales de 1754, cuando Donatien acababa de
cumplir catorce años, el conde lo sacó del lycée y lo
inscribió en una prestigiosa academia militar, donde
recibiría formación para servir en el regimiento de la
Caballería Ligera de la Guardia del Rey, una de las
unidades más elitistas del país. Con un prestigio similar
al de los mosqueteros de Dumas, se componía de sólo
doscientos guardias y diecinueve oficiales, procedentes
de la más alta nobleza del país. Este cambio de
enseñanza tan abrupto era habitual entre los

67
estudiantes del Louis-le-Grand, que en su mayoría esta-
ban destinados a carreras militares (no era raro que los
muchachos se alistaran en los regimientos a los doce
años y que acudiesen al campo de batalla acompañados
de sus tutores. Algunos oficiales honorarios eran tan
jóvenes que tenían que ir a hombros de sus mentores).
.
El joven Sade entró en el regimiento de la caballe-
ría ligera del rey a finales de 1755, tras veinte meses de
instrucción, con el rango de subteniente. Poco después
entró en batalla. La guerra de los Siete Años, en la que,
debido a una reorganización radical de alineamientos
políticos, Francia, Rusia y Austria se aliaron contra
Prusia e Inglaterra, no había hecho más que comenzar.
Donatien recibió su bautismo de fuego a los quince
años, cuando los franceses tomaron el puerto británico
de Mahón, la fortaleza más inexpugnable de Europa
después de Gibraltar. El teniente de Sade, al frente de
cuatro compañías de granaderos, se distinguió en un
asalto especialmente peligroso, en el que las tropas
francesas perdieron a más de cuatrocientos hombres. "A
las diez en punto de la noche, después de que todas las
baterías hicieran un alto el fuego ─informó la Gazette
de Paris-, [...] el marqués de Briqueville y sieur de Sade
asaltaron con energía el reducto de la reina y tras un
acalorado y mortífero intercambio de fuego,
consiguieron, mediante ataques frontales [...], tomar el
objetivo y establecer una posición en el lugar."ll
Cuando Donatien empezó el servicio militar, su pa-
dre parecía tener un único objetivo en la vida: después
de arruinar su propia carrera y dilapidar la mayor parte
de su herencia, deseaba que su hijo obtuviera toda la
gloria y estabilidad que él nunca había alcanzado. El
conde de Sade comenzó a aprovechar la poca influencia
que tenía en la corte para procurar que su hijo entrara en
una

68
unidad incluso más prestigiosa que la caballería ligera
del. rey. Los Carabineros de Monsieur estaban
comandados por un miembro de la familia real, por lo
general el hermano del rey, a quien se denominaba
"Monsieur".
Sólo se permitía a los hombres que los franceses
consideraban muy altos, por lo menos de un metro
sesenta y dos, incorporarse al cuerpo de carabineros, y
Donatien medía alrededor de un metro cincuenta y
siete, pero su padre persuadió a un amigo de madame
de Pompadour, a la sazón la amante "oficial" de Luis
XV; para que consiguiese su ingreso. Así pues, a los
dieciséis años, Donatien se convirtió en el abanderado
de toda una compañía de caballería.
Alarmado por los rumores de que las costumbres de
los carabineros eran, decididamente libertinas, el conde
de Sade siguió a su hijo de guarnición en guarnición co-
rno una carabina y visitaba a los superiores de Donatien
para rogarles que vigilaran de cerca el comportamiento
de su tropa. Expresó esta preocupación a madame de
Raimond. "Lo que quiero decir con educadas súplicas
es: “¡Caballeros, no seduzcáis a este niño! ¿En qué os
beneficiaría convertido en un libertino? ¿Acaso no hay
suficientes libertinos entre vosotros? Respetad su
ingenuidad'."12 Así pues, el disoluto conde de Sade, al
intentar limpiar la reputación familiar que sus
desventuras habían empañado, se volvió muy puritano
respecto del comportamiento de su querido hijo.
Madame de Raimond alabó a su amigo por tal devoción
paternal.

[...] Al leer vuestras cartas siento que no hay padre más


afectuoso o más preocupado por lograr que su hijo sea
virtuoso. Un libertino no se tomaría esas molestias. ¿Dónde
se puede encontrar a un padre que siga a su hijo al
regimiento, que se someta al aburrimiento de ga-

69
narse la simpatía de los oficiales, viejos y jóvenes, que le
busque compañía, que sea lo bastante sensible para temer
que las pasiones superen a la razón y que le dé tal
ejemplo?13

En 1758, cuando Donatien cumplió dieciocho años,


la satisfacción de sus superiores militares con él permi-
tió que el conde de Sade relajara su vigilancia. Aparte
de su valentía, el rasgo de su carácter que se
mencionaba con más frecuencia en los informes
militares era "su extrema amabilidad". Al conde le
consolaba este halago. Su capital se había reducido
todavía más desde que lo habían despedido del cuerpo
diplomático. Además, aquel año lo había dejado aún
más necesitado tras la muerte de mademoiselle de
Charolais, con quien había mantenido una amistad
platónica y cuya casa, por razones económicas, había
compartido durante más de una década. A fin de pagar
las deudas contraídas para costear la educación de su
hijo, se había llegado a plantear reducir sus gastos
retirándose a un monasterio.
Sin embargo, el conde de Sade, reconfortado por
los buenos informes sobre su hijo, decidió ir a vivir
durante un tiempo a Aviñón, con su madre de ochenta y
tres años. Madame de Raimond advirtió al conde que
quizás haría peligrar el futuro de Donatien si se
marchara de París, pero no logró disuadirlo. Él le
escribió una carta en la que expresaba su profunda
desilusión por la ciudad que, en otros tiempos, había
considerado la puerta de entrada a toda clase de
esplendor.
"Fui a ver a la reina -relató al describir su última vi-
sita a la reina María Leszczynska, esposa de Luis XV-.
Me dijo: 'Monsieur de Sade, ha pasado mucho tiempo
desde la última vez que os vi', Y yo pensé en decirle:
'Ay, pues no vais a verme más...'. ¡Qué diferencia, mi
querida con-

70
desa, contemplar la corte pensando en marcharse en vez
de aferrarse a ella! ¡Qué locura haber acudido allí en
busca de felicidad! Lo único que se encuentra es
esclavitud."14
Mientras tanto, Donatien ascendió al rango de ca-
pitán. Más encantador que nunca, se pavoneaba enton-
ces con un flamante uniforme azul de caballería con fo-
rro, puños y cuello carmesíes. Cuando estuvo destacado
en Alemania, decidió aprender el idioma.

Me dijeron que aprender bien un idioma es necesario para


acostarse con regularidad [...] con una mujer del país.
Convencido de la verdad de esta máxima, me equipé, en
mis cuarteles de invierno de Cleves, con una agradable
baronesa gorda que triplicaba o cuadriplicaba mi edad y
tuvo la amabilidad de educarme. Al cabo de seis meses yo
hablaba alemán como Cicerón.15

Sin embargo, la relación de Donatien con una


"agradable baronesa gorda" era la última de las
preocupaciones de su padre. Tal como madame de
Raimond había temido, el retiro del conde a Provenza y
el cese de su vigilancia constante causaron que
Donatien se entregara a disipaciones más graves. Las
primeras malas noticias llegaron cuando Donatien tenía
diecinueve años, de un oficial que había entablado
amistad con él: "Vuestro querido hijo está de maravilla
-escribió el joven al conde de Sade-. Es amable, de trato
fácil y divertido. [...] Nos ocupamos de él [...] Su
pequeño corazón o, mejor dicho, cuerpo, es ferozmente
inflamable. Muchachas alemanas, ¡cuidado! Haré todo
lo posible para impedir que cometa una estupidez. Me
ha dado su palabra de que no jugará más de un luis al
día."16
El conde envió una copia de la carta a su hermano
el abad, con la siguiente anotación: "¡Como si ese
bribón

71
tuviera un luis al día, que perder! Me prometió que no
arriesgaría ni un céntimo. Pero no se puede esperar que
siempre cumpla su palabra". El conde adjuntó al escrito
una "carta de revelaciones íntimas" que Donatien había
enviado al abad Amblet pidiéndole que se la hiciera lle-
gar a su padre. Esta misiva, que responde a la severa
crítica paterna a la conducta cada vez más promiscua de
Donatien, es la primera que se conserva del libertino en
ciernes y su primer autorretrato.

La cantidad de errores que cometí durante mi estancia en


París, mi querido abad, y mi conducta para con el padre
más afectuoso del mundo, hacen que él lamente haberme
llevado allí. Pero quedo castigado de sobra por el
arrepentimiento que siento por haberlo contrariado y por mi
temor a perder su amistad para siempre. De aquellos
placeres que consideré tan reales, nada permanece sino el
dolor por haber irritado al más afectuoso de los padres y al
mejor de los amigos.
Me levantaba cada mañana buscando placer. Esa única idea
hacía que me olvidara de todo lo demás, [y] era feliz en
cuanto encontraba lo que buscaba. Pero esa supuesta
felicidad se desvanecía con la misma rapidez con que mis
deseos se convertían en remordimientos. Por la noche me
desesperaba. Reconocía mis fechorías, pero sólo por la
noche, y al día siguiente mis deseos volvían y me lanzaban
de nuevo a la búsqueda del placer. [...]

Vale la pena observar la frecuencia con que aparece


la palabra clave de ese siglo: "placer". Asimismo, sor-
prende la reiteración de expresiones de cariño relativas
a un padre que era cada vez más crítico y censurista, así
como el deseo del joven Sade de hacer una "confesión
general" al estilo jesuita para apaciguar a su progenitor.

72
Hace un momento recibí una carta de mi padre en la que
me pide que haga una confesión general. La haré, y os
aseguro que será sincera. Ya no puedo emplear más
subterfugios con un padre tan cariñoso y dispuesto a per-
donarme si reconozco mis pecados.17

Al año siguiente, a los veinte años, y cuando al pa-


recer su comportamiento era todavía más libertino, Do-
natien intentó de nuevo recuperar el afecto de su padre
mediante otra "confesión" al estilo jesuita. Esta vez la
escribió directamente al conde de Sade.

Me pedís que os informe de mi vida y ocupaciones. Os daré


un informe detallado con toda sinceridad. La gente me
reprocha mi afición a dormir. Cierto es que, en pequeña
medida, sufro de este defecto, me acuesto temprano y me
levanto tarde. [...] Actúo de conformidad con mis
pensamientos, buenos o malos. Comunico mis ideas a la
gente y me alaban o censuran según la proporción de
sentido común que hay en ellas. A veces hago visitas, pero
sólo a monsieur de Pouyanne [general del regimiento de
Sade] o a mis anteriores compañeros del cuerpo de
carabineros o del regimiento del rey. [...] Sé que no estoy
haciéndome ningún bien. Hay que rendir homenajes para
triunfar, pero a mí no me gusta. [...]

"Ser cortés, honesto, digno pero no orgulloso, ser-


vicial sin resultar frío -así continúa el credo del joven-,
hacer con frecuencia las pequeñas cosas que nos
agradan cuando no nos dañan ni a nosotros ni a los
demás. Vivir bien y pasarlo bien sin hacernos daño ni
perder la cabeza [...]."
Las siguientes líneas son esenciales para
comprender el desafecto que el joven Sade sentía por
sus coetáneos,

73

....
su creciente desconfianza hacia la humanidad en
general y su máximo temor: perder el amor del único
progenitor que conoce.

[Tengo] pocos amigos, quizá ninguno, porque no conozco a


nadie que sea verdaderamente sincero y que no nos
sacrificaría veinte veces si con ello obtuviese el menor de
los beneficios. [...] De todos modos, ¿en quién podemos
confiar? Los amigos son como las mujeres: cuando se las
pone a prueba, las buenas demuestran ser defectuosas. Ésta
es mi plena confesión. Os abro mi corazón, no como a un
padre a quien uno teme y no ama, sino como al más sincero
de los amigos, al amigo más cariñoso .que tendré en el
mundo. Dejad a un lado vuestras razones para fingir que me
odiáis, devolvedme vuestro amor y nunca me lo neguéis de
nuevo y creed que haré todo cuanto esté en mi mano para
conservarlo.18

Se trataba de otro llamamiento desesperado al amor


de un padre a quien quizás amargaran más los defectos
de su hijo porque se asemejaban sobremanera a los su-
yos. A lo largo de su juventud, Sade intentó una y otra
vez, pero en vano, recuperar el afecto de su padre.
Mientras tanto, permaneció totalmente ajeno a una
madre que seguía viviendo en París. Como muy bien
entendieron sus madres adoptivas madame de Saint-
Germain y madame de Raimond, la ligereza y el
libertinaje de Donatien ocultaban un carácter
hipersensible sediento de ternura. En 1762, su abuela, la
viuda marquesa de Sade, murió en su casa de Aviñón.
La pérdida parece haber dejado otro vacío en la vida del
joven: "La adoraba y ella me crió", escribió Sade
tiempo después.19

74
L

En febrero de 1763, cuando Donatien tenía


veintidós años, la guerra de los Siete Años llegó a su
fin. Francia, que sufrió una derrota rotunda, salió del
conflicto debilitada y humillada, desprovista de sus
colonias más lucrativas, entre ellas Canadá y la mayor
parte de las posesiones de las Antillas. Gran Bretaña
pasó a dominar los mares. Federico II de Prusia fue el
verdadero vencedor de la guerra y estaba reorganizando
su nación a partir de principios racionales y eficaces
derivados de los filósofos de la ilustración francesa,
pensadores que, por otro lado, ejercían poca influencia
en sus propios gobernantes.
La conducta de la aristocracia quizá fuera
ligeramente más decorosa bajo el reinado de Luis XV
que durante la Regencia, pero los excesos todavía
estaban muy extendidos. El monarca, después de que
madame de Pompadour, mujer inteligente que nunca
había mostrado demasiado interés por el sexo, le negara
sus favores sexuales, creó el legendario burdel privado
llamado Parc aux Cerfs, mansión cercana a Versalles
donde se alojaba un grupo selecto de bellezas
adolescentes para disfrute del rey. Hacia 1763, los ciu-
dadanos franceses habían empezado a manifestar el des-
contento que al final desataría la furia de la Revolución
francesa. Luis XV, el monarca "bien amado" de décadas
anteriores, empezaba a recibir en la cada vez más
poderosa prensa clandestina los calificativos de
"autómata vil y estúpido" y "el padre de ladrones y
prostitutas". 20 Las tensiones entre la corona y las cada
vez más poderosas clases de comerciantes y
magistrados iban en aumento. Se consideró un mal
presagio que un hombre desequilibrado que estaba al
servicio de una familia de magistrados, un ayuda de cá-
mara llamado Damiens, hiciera un rasguño al rey con
un cuchillo y muriese en una ejecución pública
espectacular.

75
No obstante, Donatien, que fue desmovilizado ha-
cia el final de la guerra, apenas pensaba más que en sus
"placeres". Tras servir en el ejército desde los catorce
años, durante toda la guerra de los Siete Años, se lanzó
a la vida social de París sin otras preocupaciones en el
mundo. El documento que da fe de su honorable baja
del ejército ofrece una evaluación lacónica de su
carácter: "Desquiciado pero sumamente valeroso".21 Y
las actividades a las que se dedicó tras su período de
servicio hacen patente que la palabra "desquiciado" se
refería a su disipación. Frecuentaba locales de
prostitución, acumulaba cuantiosas deudas de juego y
era especialmente conocido por no rendir homenaje al
rey. El conde de Sade, que intentaba por todos los
medios poner freno a los excesos de su hijo, regresó a
París desde Provenza en el invierno de 1762 Y se alojó
en una modesta habitación de la sede del Ministerio de
Asuntos Exteriores, en la Rue du Bac. El conde estaba
cada vez más enfurecido con su único vástago y se
quejó en una carta: "Mi hijo nunca se pierde. un baile o
espectáculo; todo el mundo está indignado".22 Describió
a Donatien como "chusma [...] carente de una sola
virtud",23 con la cabeza "llena de pájaros" y un apetito
insaciable de placer. "Nunca he conocido a nadie como
él-concluyó el conde-. Me obligará a dejar París para no
volver a oír hablar de él".24
En resumen, al conde de Sade le mortificaba ver
que su tan querido hijo no sólo había seguido su
ejemplo de libertino sino que amenazaba con superarlo.
Sólo había una solución para el conde ya enfermo y
cada vez más desposeído, que todavía albergaba la
esperanza de que su hijo acabara por redimirlo de su
caída en desgracia: debía casar a Donatien lo antes
posible y a cambio de una cuantiosa suma de dinero.

76
Notas

1 Citado en Lever, p. 71.


2 Pauvert, vol. 1, p. 47, nota 1.
3 Petits et grands théatres du Marquis de Sade, ed.
Atmie Le Brun, París Art Center, París, 1989, p. 016.
(En adelante llamado Petits et Grands Théatres.)
4 Ibíd., p. 017. '
5 Sade, Reflections on the Novel, en The 120 Days of
Sodom and Other Writings, compilada y traducida
por Richard Seaver y Austryn Wainbouse, Grove
Weidenfeld, Nueva York, 1966, p. 106.
6 Madame de Raimond al conde de Sade, 8 de
septiembre de 1753. Bibliotheque Sade 1, p. 613.
7 Madame de Raimond al conde de Sade, 8 de
septiembre de 1753 y 22 de septiembre de 1753. Ibíd.,
pp. 612-614
8 Madame de Saint-Germain al conde de Sade, sin
fechar, Archivos de la familia Sade, Lever, p. 79.
9 Sade a su esposa, 3 de febrero de 1784, en Sade,
Lettres et mélanges littéraires écrits a Vincennes et a la
Bastille, avec des lettres de Madame du Sade, de Marie-
Dorothée de Rousset et de diverses personnes, 3 vols.,
ed. Gilbert Lely y Georges Daumas, Editions Borderie,
París, 1980, vol. 3, p. 71. (En adelante llamado LML,
vols. 1,2, 3.)
10 22 de enero de 1781, ibíd.
11 Extraordinaire de la Gazette, 27 y 28 de junio de
1756. Citado en Lever, p. 83.
12 Conde de Sade a madame de Raimond, abril de
1757. Bibliotheque Sade 1, p. 738.
13 Madame de Raimond al conde de Sade, abril de
1757.Archivos de la familia Sáde. Citado en Lever, p.
85.

77
14 Conde de Sade a madame de Raimond, 27 de
abril de 1758. Bibliotheque Sade 1, p. 757.
15 Sade a mademoiselle de Rousset, 12 de mayo de
1779. LML, vol. 1, p. 69. .
16 Monsieur de Castéja al conde de Sade, 1759,
Bibliotheque Nationale, París, Manuscrits Nouvelles
acquisitions francaises 24384, fo. 305. (En adelante
llamado BNnaf.) Citado en oc,vol. 12, pp. 8-9 (donde
este hombre aparece como "Castéra").
17 Sade al abad Amblet, abril de 1759. OC, vol. 12,
p. 7.
18 Sade a su padre. Ibíd., pp. 9-13. .
19 Sade, Journal inédit, deux cahiers retrouvés du
journal inédit du Marquis de Sade (1807, 1808,
1814) suivis en appendice d'une notice sur l'hospice
de Charenton par Hippolyte de Colins, Gallimard,
París,. 19.70, p. 43 (21 de agosto de 1807). (En
adelante llamado Journal inédit.)
20 Pauvert, vol. 1, p. 66.
21 16 de marzo de 1763. Archives de I'Armée.
Citado en Pauvert, vol. 1, p. 53.
22 Conde de Sade al abad de Sade, 2 de febrero de
1763. Bibliotheque Sade (11) Papiers de Famille, 1761-
1815, Fayard, París, 1995, p. 39. (En adelante llamado
Bibliotheque Sade 11.)Fuente original BNnaf24384,
fos. 287-288. .
23 Conde de Sade al abad de Sade, 6 de [¿abril?] de
1763, BNnaf 24384, fos. 310-II. También en
Bibliotheque Sade Il, p.47.
24 Conde de Sade a Gabrielle-Laure de Sade, 15 de
mayo de 1763. BNnaf24384, fos. 262-263. También en
Bibliotheque Sade 11, p. 56.

78
4
Sentar la cabeza

Resulta tan delicioso que los movimientos del corazón


propio concuerden con las leyes de la sociedad y con
sus compromisos sagrados... Nuestra esposa es a la
vez nuestra amante, nuestra hermana, nuestro Dios.
.
ALINE y VALCOUR

"Siempre pensé que debía casarlo pronto -escribió


el conde de Sade a una de sus hermanas sobre Donatien
en 1762-. Nadie me creyó, me decían que no era ur-
gente, pero ahora sé que ha llegado el momento."l El
conde llevaba dos años negociando con varias familias.
La primera candidata, una noble del norte de Francia,
quedó descartada por su edad madura, treinta años, y
por su modesta dote. Una damisela de Aviñón de linaje
igual de distinguido no ofrecía la fortuna que el conde
esperaba. En los últimos meses de 1762, dio por fin con
la candidata perfecta; un amigo, el director de los
Inválidos, le habló de su sobrina Renée-Pélagie de
Montreuil, de edad similar a la de Donatien, la mayor
de seis hijos de un destacado juez de París. A diferencia
de las anteriores candidatas, los Montreuil pertenecían a
la recientemente ennoblecida burguesía en vez de a la
"verdadera" aristocracia, pero contaban con unos
ingresos muy

79
prometedores y gozaban de unas espléndidas relaciones
en la corte. El conde inició su asedio y al cabo de unas
semanas consiguió que se redactara el contrato de ma-
trimonio.
Una familia de origen burgués quizá parezca una
elección un tanto extraña para patricios tan arrogantes
como los Sade, quienes se jactaban de su parentesco
con la familia real francesa. Sin embargo, los
matrimonios entre la antigua noblesse d'épeé y la más
inexperta noblesse de robe, que descendía de
magistrados y comerciantes de clase media, empezaron
a popularizarse en el siglo XVIII. Tales alianzas tenían
su origen en el creciente empobrecimiento de la nobleza
más antigua, de la.que el conde de Sade era un ejemplo
perfecto. La estrategia de Luis XIV había consistido en
debilitar el poder de la aristocracia atrayéndola a
Versalles y creando una corte en la que el prestigio
dependía de la ostentación. Desde su reinado, muchos
aristócratas habían perdido parte de su riqueza viviendo
muy por encima de sus posibilidades.
¿Cuán deseable como novio era el marqués de Sa-
de? Lo cierto es que no carecía de ventajas. Aparte de
su majestuoso nombre, era conocido por su porte
atractivo, alegre ingenio y conversación vivaz; por su ya
vasta cultura literaria y por su encantadora voz
melodiosa. Su renta era modesta pero no del todo
desdeñable. Recibía unas diez mil libras al año por su
cargo de gobernador honorario de cuatro provincias de
Saboya, cargo que el conde de Sade había cedido hacía
poco tiempo a su hijo con la intención de que fuera
mejor partido. Asimismo, era el único heredero de las
propiedades de los Sade en los pueblos provenzales de
La Coste, Saumane y Mazan y de una finca grande y
próspera cerca de Arles llamada Mas de Cabannes. Sin
embargo, estos recursos aceptables estaban mancillados
por la fama de licencioso que

80
tenía el marqués a sus veintidós años. "Todas las pers-
pectivas de matrimonio anteriores se han ido a pique de-
bido a su mala reputación",3 reconoció el mismo conde.
Los Montreuil, por el contrario, eran una familia de
una estabilidad y rectitud perfectas, cualidades más fáci-
les de encontrar en la burguesía que en la relativamente
libertina aristocracia. La mayor parte de su riqueza era
de reciente adquisición, y la había amasado el padre de
monsieur de Montreuil, Jacques-René Cordier de
Launay, quien trabajaba de tesorero para varios pueblos
prósperos del norte. El año de la boda de su hijo con
Marie Madeleine du Plissay, hija de un secretario de la
casa real, monsieur Cordier adquirió una baronía en
Normandía, llamada Montreuil-Largillé. Fue entonces
cuando el nombre de la familia cambió a "de
Montreuil". Los futuros suegros de Donatien
ejemplificaban el poder y el prestigio crecientes de la
clase media francesa: la mayoría de sus hermanas
también se habían casado con personas de una clase
superior. Las hermanas de madame de Montreuil habían
contraído matrimonio con un barón y un marqués
respectivamente, y las hermanas de monsieur de
Montreuil habían hecho otro tanto con un conde y dos
marqueses.
Sin embargo, para el conde de Sade los excelentes
recursos económicos de la familia eran mucho más im-
portantes que su posición social. Mientras que su propia
situación financiera lo obligaba a vivir en habitaciones
decoradas con muebles baratos y a utilizar transporte
público ("Deberíamos poseer un carruaje para parecer
aceptables a su lado",4 se quejó a su hermano), la
fortuna de los Montreuil les permitía residir en una casa
grande con un buen número de criados en una de las
zonas más de moda de París, la Rue Neuve-du-
Luxembourg, cerca de la Madeleine. Además, habían
conseguido para la hija.

81
pequeña, Anne- Prospère, que años después desempeña-
ría un papel crucial en la vida de Sade, el rango de ca-
nonesa de la Sociedad de las Damas de Malta, orden re-
ligiosa reservada para miembros de la nobleza.
Poco después del cambio de nombre de la familia,
monsieur de Montreuil fue nombrado presidente de sala
de uno de los tribunales de justicia más importantes de
París, el Cours des Aides, que supervisaba el manejo de
los fondos gubernamentales. Tras retirarse a edad tem-
prana, siguió siendo presidente honorario durante el res-
to de su vida. De ahí que su esposa fuese conocida en la
alta sociedad de París como "la Présidente de
Montreuil", título más que apropiado para su carácter
dinámico y autoritario. A su esposo, un hombre tímido
y modesto como pocos de su generación, lo llamaban
"Monsieur de Montreuil" .
El conde de Sade no tardó en advertir las ventajas
de esta unión para la oveja negra en la que se había
convertido su hijo: "Cuanto más pienso en este
matrimonio, más me gusta -escribió en abril de 1763 a
su hermano el abad, quien seguía con interés la
trayectoria de Donatien-. Monsieur de Montreuil tendrá
por lo menos ochenta mil libras [adicionales] cuando
muera [su madre]. [...] Los hijos de monsieur de
Montreuil podrían tener una renta de veinticinco mil
libras [al año]. [...] No se trata de una propiedad efímera
sujeta a los altibajos como las de los hombres de
negocios. [...] La madre [es] una mujer alegre, devota,
una mujer respetable de gran inteligencia. [...] En todo
sentido [...], personas excelentes con quien mi hijo sería
feliz".
Termina esta valoración con un comentario acerca
de su hijo de veintidós años: "Por lo que a mí respecta,
lo mejor [de la boda] es que me libraré de ese
muchacho, que no posee una sola virtud y sí, en cambio,
todos los

82
defectos".5 "Para librarme de él hice cosas que nunca
habría hecho si lo hubiera querido de verdad -añadió al
cabo de unas semanas. Nada me habría parecido exce-
sivo a cambio del placer de no volver a oír hablar de
él."6
En una carta a su hermana Gabrielle-Laure, la aba-
desa de Cavaillon, el conde fingió sentirse culpable ante
la perspectiva de defraudar a personas tan respetables
como los Montreuil dándoles gato por liebre. "Son las
personas mejores y más honestas del mundo. [...] Los \
compadezco por realizar tan mala adquisición, capaz de
causarles todo tipo de problemas."7

A lo largo de la primavera de 1763, al conde no de-


jó de alarmarlo la posibilidad de que su hijo estropeara
esta alianza tan bien planificada. Sus recelos resultaron
proféticos. Los primeros meses de ese año, hasta pocos
días antes de la boda, Donatien, que ni siquiera conocía
a mademoiselle de Montreuil, hizo todo lo posible para
evitar ese matrimonio. Estaba profundamente enamora-
do de una joven que pertenecía a una de las familias
más ilustres de Provenza. Su padre era, el marqués de
Lauris, noble soberano de Vacqueyras, localidad
conocida todavía hoy por producir uno de los mejores
vinos de la región del Ródano y, al igual que los Sade,
poseía un linaje que se remontaba al principio de la
época medieval.8 La damisela se llamaba Laure-
Victoire de Lauris, y es inevitable preguntarse si la
repetición del sonido "Laure", que recordaba a la
antepasada más querida de la familia Sade, no constituía
un encanto adicional a los ojos de Donatien.
Parece ser que Laure-Victoire inició su relación con
Donatien a finales de 1762, durante una de sus estancias
en París. En una carta que Donatien escribió a su padre

83
una de las últimas semanas de ese año le comunicó la
intención de no casarse con otra mujer que no fuera ma-
demoiselle de Lauris. "Con respecto al matrimonio, si-
go decidido a no casarme sino con [la.persona] que he
tenido el honor de mencionaros [...] Pido disculpas si he
resuelto no aceptar nunca un consejo que no me dicte el
corazón. [...] Habéis tenido la delicadeza de asegurarme
que jamás os entrometeríais en mis sentimientos;"9
En marzo de 1763, mientras su padre ultimaba los
detalles del contrato matrimonial con los Montreuil,
Donatien se dirigió a Provenza porque, aparentemente,
Laure le había prometido que se reuniría con él allí. Sin
embargo, ella no cumplió su promesa y permaneció en
la capital. Convencido de que lo traicionaba con otro
pretendiente, el joven marqués se mostró agresivo. La
supuesta perfidia de Laure incitó a Donatien a escribir
una carta de ocho páginas, que es precursora, en cuanto
a la ira que destilan sus invectivas y al torrente de
emociones encontradas, de las misivas frenéticas que
más tarde escribió desde las distintas prisiones en las
que estuvo recluido.

\ ¡Mentirosa! ¡Infeliz desagradecida! ¿Qué ha sido de vuestra


promesa de amarme mientras vivierais? ¿Quién os obliga a
serme infiel? ¿Quién os convence de romper los lazos que
iban a unimos para siempre? [...] Sin duda vuestra familia
ha influido en vuestra decisión. [...] Teméis reuniros con
quien os adora. Los vínculos de un lazo eterno pesaban
sobre vos, y vuestro corazón, cautivado únicamente por la
falsedad y la frivolidad, carecía de la sutileza suficiente
para apreciar todos sus encantos. [...] Mi amor no era
suficiente para vos. [...] ¡Monstruo, nacida para hacerme
infeliz, adelante, no dejéis nunca la ciudad! ¡Ojalá las
traiciones del granuja que me sustituirá en vues

84
tro corazón hagan que París os resulte tan odioso como
vuestros engaños lo han hecho para mí!

Siguiendo la tradición claramente romántica, a con-


tinuación el amante se retracta de sus airadas palabras e
intenta persuadirla.

[...] Pero, ¿qué estoy diciendo? ¡Oh, mi amada querida! ¡Mi


amiga divina! El sustento de mi corazón, el único deleite de
mi vida, mi querido amor, ¿adónde me lleva esta
desesperación? Perdonád los arrebatos de un desdichado
que ya no se conoce, a quien, tras perder a su amada, sólo le
queda esperar la muerte [...] ¿Quién podría devolverme la
vida en la que erais mi único deleite? Si os pierdo, pierdo
mi existencia, mi vida, muero la más cruel de las muertes.

Acto seguido, plantea una cuestión menos románti-


ca: Donatien, quien acaba de descubrir que padece la
enfermedad más temida del siglo, acusa a su amante de
haberlo contagiado y alterna las amenazas con más
declaraciones de amor:

La historia de la [gonorrea] debería moveros a tratarme con


delicadeza. Reconozco que no se la ocultaré a mi rival y
que no será la única confidencia que compartiré con él. Os
juro que sería capaz de cometer cualquier iniquidad. [...]
Pero me sonrojo al pensar que habría de recurrir a tales
artimañas para no perderos. Sólo debo hablaros de vuestro
amor. [...]
Amadme siempre. Sedme fiel o moriré de dolor. Adiós,
hermosa mía, os adoro y amo mil veces más que a mi
propia vida. Aunque me pidáis que os deje, os juro que
siempre permaneceremos juntos. 10

85
Es improbable que tales amenazas de chantaje con-
venciesen a cualquier amante; y es posible que fuera
Donatien quien contagiara a la dama. Para entonces; su
padre había descubierto lo de la enfermedad y exigía al
joven que regresara a París para asistir a las
celebraciones previas a su enlace con mademoiselle de
Montreuil. No obstante, Donatien permaneció en
Provenza, siguiendo desanimado la cura con mercurio,
el remedio más popular entonces para dicha dolencia,
mientras efectuaba sus últimos intentos desesperados de
reconquistar el amor de mademoiselle de Lauris. '

"Por favor, mencionad sólo sus estados febriles; eso


es lo que yo digo por aquí -escribió desesperado el con-
de de Sade a su hermana la abadesa a comienzos de ma-
yo, quince días antes de la fecha prevista para el casa-
miento-. No hay nada más importante, ni sencillo, que
ocultar la naturaleza de su enfermedad. [...] Si la verdad
saliese a la luz, podríamos decir que no son más que ha-
bladurías malévolas de los provincianos."11
El tiempo empezaba a agotarse. A mediados de ma-
yo, cuatro días antes de la boda, Donatien todavía no
había regresado a París. Aterrorizado por la amenaza
que las noticias del romance provenzal de Donatien
suponían para la seguridad que tanto había luchado por
conseguir, el conde comenzó a hacer la corte a los
Montreuil con más fervor. "Contribuyo a que la
situación no se desmorone con mi interés, cortesía y
atención -escribió a su hermana-. La familia parece
estar encantada conmigo, ceno con ellos y los visito
cada día. No veo a nadie más y su consideración para
conmigo es inconmensurable."12 "Él todavía es capaz de
echarlo todo a perder ,-caviló también-. No estaré
seguro hasta que lo vea en el altar. [..;] [Los Montreuil]
suspenderían la boda si se atrevieran. [...] No soy lo
bastante fuerte para sopor-

86
tar todos estos contratiempos."13 "No confiéis platos a
mi hijo -le indicó a su hermano el abad ante el inmi-
nente regreso de Donatien a París-. Los vendería por el
camino. Para él nada es sagrado."14 Estaba claro que
Donatien "carecía de sentimientos o de sentido del ho-
nor", escribió a su hermana la abadesa respecto de este
enfant terrible. .
Mientras tanto, al tiempo que se ultimaban los pre-
parativos de la boda, la condesa de Sade hizo una de sus
escasas apariciones, lo que ocasionó infinidad de com-
plicaciones a la familia. Tan mezquina y desconfiada
como egoísta, y al corriente de los despilfarros de su
hijo, se negó a que Donatien se alojara con ella cuando
se desplazó a París con motivo de las festividades
prenupciales. ("Mi hijo tendrá que quedarse conmigo -
se lamentó el conde-. Su madre ya no lo quiere.")15
Mucho más graves resultaban la categórica negativa de
la condesa a aportar un solo céntimo a los bienes
maritales de su hijo y su especial oposición a ofrecerle
siquiera uno de sus diamantes, un tradicional regalo de
boda de los padres. "Madame de Sade ha estado
entorpeciéndonos durante tres días, complicando la
situación cada vez más -se quejó el conde a su hermano
en mayo-. Es una mujer terrible. Su hijo se parecerá a
ella."16
Según el conde de Sade, la condesa hablaba con
tanto desdén de su hijo que los futuros suegros de
Donatien salieron en su defensa. "¡Ah, madame, que
impresión tan terrible estáis dándome de vuestro hijo! -
se dice que exclamó la Présidente de Montreuil a la
madre de Donatien-. Si lo consideráis capaz de tales
cosas, no me agrada en absoluto entregarle a mi hija:
Pero yo lo tengo en mejor concepto que vos."17 De
hecho, es interesante observar la vehemencia con la que
la Présidente defendió a Donatien frente sus
progenitores durante el compromiso

87
de la joven pareja y en la primera etapa de su
matrimonio. El conde de Sade tomó debida nota de su
apoyo. "¡Nunca he conocido a nadie como él! -clamó de
nuevo a su hermano-. [pero cuando me quejé de él] la
madre de la joven [se puso de su lado]: '¿Acaso alguna
vez ha existido un joven incapaz de cometer
insensateces? -dijo-, Adelantémonos siempre al
futuro'."18
Las últimas instrucciones que el conde dio a su hijo
cuando éste por fin accedió a regresar a París guardaban
relación con una antigua costumbre provenzal: el novio
debía llevar un paté de tomillo de Aviñón y varias doce-
nas de alcachofas, alimentos típicos en las bodas que no
siempre se encontraban en la capital. En este caso Do-
natien sí cumplió la tradición: llegó a París veinticuatro
horas antes de la fecha señalada para la boda, provisto
de las exquisiteces de rigor. La estrategia del conde
quedaba por fin asegurada. Además, los Montreuil iban
a ver realizado su deseo más ardiente: casar a su hija
con un miembro de la alta aristocracia. El contrato de
boda, firmado en Versalles dos semanas antes de la
ceremonia religiosa, en ausencia del novio, estaba
suscrito por Su Majestad el rey Luis XV; honor que
confería sólo a unas cuantas familias de Francia. Entre
el resto de los testigos figuraban algunos de los
miembros más distinguidos de la familia real: el delfín y
la delfina; el conde de Provenza (el futuro Luis XVIII)
y sus hermanas, mesdames de Francia; así como Su
Alteza Serenísima, el príncipe de Condé, compañero de
juegos de la infancia de Donatien. La ceremonia
religiosa se celebró el 17 de mayo, en la iglesia de
Saint-Roch.

¿Cómo era la nueva esposa de Donatien? Renée-


Pélagie de Sade, a quien él no conoció hasta la víspera
de

88
la boda, no estaba dotada de los atributos que entonces
se denominaban "gracias físicas". Sólo se conserva un
retrato de ella: un perfil torpemente dibujado de origen
muy dudoso. La documentación oficial entregada a Re-
née-Pélagie durante la revolución especifica que medía
un metro cuarenta y siete, diez centímetros menos que
su esposo, y que tenía el rostro redondo, ojos grises y
cabello castaño. Su fealdad, aunque nunca se
mencionara directamente, fue insinuada varias veces
por sus familiares. "La joven no me pareció fea -el
conde de Sade escribió a comienzos de esa primavera-.
Es de bonita complexión, con un pecho hermoso y
brazos y manos muy blancas. Nada ofensivo, un
carácter encantador."19 Esta Qpinión, emitida por un
libertino hastiado, denotaba mayor entusiasmo que la
expresada en varias ocasiones por la propia madre de la
novia. "La dulzura de su carácter -escribió al abad de
Sade la semana siguiente a su boda-, el apego que
siente por su esposo [...] y por la casa a la que ahora
tiene el honor de pertenecer compensarán su falta de
gracias naturales."20 También escribió al abad: "Cuando
tenga el honor de conoceros, espero que despierte
vuestro interés más sincero, aunque sólo sea por su
sensatez y dulzura; la belleza y la gracilidad son dones
de la naturaleza sobre los que no ejercemos control
alguno".21
La fealdad de Renée-Pélagie no estaba compensada
por sus cualidades intelectuales. Parecía que sus padres
habían descuidado su educación; el estilo literario de la
propia Présidente, la sintaxis, la ortografía y la elocuen-
cia de sus. cartas estaban notablemente más depuradas
que las de su hija. Sin embargo, lo que a Renée-Pélagie
le faltaba en cuanto a belleza y refinamiento quedaba
contrapesado por la fortaleza de su carácter y excepcio-
nal independencia. Era una joven resuelta y sencilla, a

89
quien las maquinaciones de la vida social no
interesaban en absoluto. En una carta a su esposo
describió la alta sociedad francesa como "un puñado de
gentuza, entre la que los que más triunfan son los más
fraudulentos".22 A pesar de la desmesurada coquetería
propia de su época, una era en la que el culto al
"encanto y las gracias" femeninos alcanzó cotas sin
precedentes, ella parecía no preocuparse por su físico y
carecía de afectación o vanidad. De hecho, Renée-
Pélagie (a quien en adelante denominaré Pélagie) poseía
unos gustos particularmente frugales e incluso prefería
ropa vieja y calzado con medias suelas. Era poco
femenina y, más adelante, cuando pasaba temporadas en
la propiedad de la familia de su esposo en La Coste,
siempre se mostraba deseosa de realizar trabajos
rústicos en el exterior, como podar árboles frutales y
cortar leña. El rasgo más sorprendente del carácter de
Pélagie era su capacidad para resistirse a la fuerte
personalidad de su madre. En una cultura de mujeres
poderosas e inteligentes, la Présidente de Montreuil era
dueña de un carácter tan dominante y seductor como el
de cualquier otra dama del reino.
Mientras que la marquesa de Sade, tranquila y
retraída, parecía surgida de un cuadro de Millet, vestía
de tonos sobrios pardos y terrosos, su madre se asemeja
a un cuadro de Greuze, una virago insinuante ataviada
en rosa y violeta pálido, con una conversación briosa y
refinada y una gran astucia respecto de sus tácticas
sociales. La Présidente, que contaba cuarenta años
cuando se casó su hija, aparentaba muchos menos y
conservaba una alegre coquetería. La descripción que
hizo de ella una buena amiga de la familia al cabo de
unos quince años la presenta como "una mujer
encantadora, una buena conversadora con una tez muy
lozana, baja más que alta, con una figura agradable, una
sonrisa y una mirada seducto-

90

.
.J

ras, un ingenio malicioso [...], astuta como un zorro, pe-


ro eminentemente agradable y atractiva". 23 Y uno de
los primeros cronistas de la familia Sade, que escribía
en la década de 1920, completó de este modo el retrato
de la Présidente:

Es una criatura de fuerza y acción bien adaptadas a su


entorno y a su generación. Es resuelta, de lo más serena,
prudente al máximo, pero dotada de más corazón y audacia
que la mayoría de sus coetáneas. Su línea de pensamiento
es rápida, precisa y metódica. Ella es quien lo dirige todo y
es a ella a quien todo el mundo, incluido el marqués,
recurre.24

La Présidente de Montreuil ejemplificaba el fenó-


meno propio del siglo XVIII francés: la formidable
autoridad de las mujeres; peculiaridad que realzaba más
el carácter dócil y sumiso de monsieur de Montreuil.
Bondadoso pero anodino, totalmente dominado por su
esposa, parecía haber desistido hacía tiempo de tomar
decisiones o de hacerse oír siquiera en su propia casa.
Ya fuera por la capitulación voluntaria de su esposo o
por el mero poder de su personalidad, todos los asuntos.
de la familia Montreuil (hasta el último detalle de los
ingresos, las hipotecas de las casas, los préstamos y los
contratos matrimoniales y los testamentos) estaban en
manos de la Présidente. Era ella quien dictaba las
condiciones de tales transacciones, redactaba y firmaba
los documentos correspondientes y, en general,
gobernaba la familia como si se tratara del pequeño
reino más disciplinado e importante del mundo.
La Présidente rebosaba de júbilo por la perspectiva
de casar a su poco agraciada hija con una de las
familias más distinguidas de Francia. "No podría
haberme emo-

91
cionado más todas las garantías que tenéis la bondad de
ofrecerme con respecto a la alianza que tenemos el ho-
nor de celebrar con vos -escribió al abad de Sade tras
conocer a Donatien la noche anterior al enlace-. La
sensatez, caballerosidad y buena educación que parecéis
haber fomentado en vuestro sobrino lo convierten en el
yerno más adorable y deseable. Mi hija está agradecida
en sumo grado por la amabilidad con que la habéis tra-
tado; os envía sus respetos y os exhorta a que os con-
venzáis del enorme deseo que tiene de agradaros y de
ganarse vuestra amistad y la de toda la familia de la que
tendrá el honor de formar parte". 25 "Me siento enorme-
mente agradecida para con vos por haberme mandado
un yerno tan merecedor de su linaje y educación", es-
cribió al abad unos días después de la boda.26
A pesar del entusiasmo mostrado ante el enlace, el
contrato de matrimonio que redactó esta dama de hierro
fue fruto de astutos cálculos. Ella estaba al corriente del
libertinaje de los Sade. Así pues, a fin de que el trato
resultara irresistible para el conde de Sade, prometía a
los novios una suma generosa en el futuro un tanto
lejano -unas suculentas trescientas mil libras-27 mientras
que les asignaba una renta muy modesta para "las
primeras décadas. Según las condiciones del acuerdo,
los Montreuil se comprometían a ofrecer a los jóvenes
Sade alojamiento y comida durante los cinco primeros
años de su matrimonio, así como los servicios de una
doncella y un ayuda de cámara, en el hotel particulier
de los Montreuil en París o bien en su chateau de
Echauffour, Normandía, donde solían pasar largas
temporadas. Transcurridos cinco años, el marqués y la
marquesa recibirían diez mil libras con las que
amueblarse una casa propia.
Este acuerdo garantizaba a madame de Montreuil la
posibilidad de vigilar muy de cerca a Donatien. Sin em-

92
bargo, por mucho que esto lo irritara, durante los pri-
meros meses se comportó como un esposo y yerno
ejemplar. Se mostraba atento con la Présidente,
desplegando su enorme talento para el engatusamiento,
la conversación ingeniosa y el arte de la adulación.
Debido en parte a su desdén por la corte y a su
complejo de superioridad con respecto al resto de los
aristócratas, Sade era, a su modo, un hombre hogareño
y se sentía mucho más a gusto con su esposa y un grupo
variado de parientes que con cualquier otro miembro de
la "alta sociedad" parisiense. Le encantaban los juegos
y ritos familiares; las charadas, los naipes, el ajedrez y
las damas, la gallina ciega, el escondite; y todos ellos se
le daban de maravilla, lo que lo convertía en el centro
de atención.
Así pues, a pesar de los rumores acerca de su ante-
rior conducta libertina, madame de Montreuil enseguida
quedó hechizada por su vital yerno. Sin duda no se
había divertido en exceso durante las últimas dos déca-
das junto a su prosaico esposo, y el cautivador joven
constituía una fuente de diversión y emoción sin
precedentes en una vida marcada por las obligaciones.
"¡Ah, el joven divertido! Así es como llamo a mi yerno
-escribió a su fiel corresponsal, el abad, unos meses
después de la boda-. A veces me tomo la libertad de
regañarlo. Nos peleamos pero hacemos las paces
inmediatamente; nunca es demasiado serio. [...] Quizá
me equivoque, pero creo que ha mejorado mucho."28
Durante ese primer verano, ella acompañó en nu-
merosas ocasiones a la pareja de recién casados al
teatro, a conciertos, a bailes, a la zona periférica
nororiental de París llamada entonces los Remparts o el
Boulevard. Provista de grandes árboles y cruzada por
avenidas amplias, flanqueada por tiendas elegantes,
cafeterías y pequeños teatros que ofrecían las
producciones menos convencio-

93
nales, esta animada calle también albergaba un buen nú-
mero de espectáculos callejeros: bailes españoles,
mimos, acróbatas, malabaristas, artistas de circo y
adiestradores de animales exóticos. Era un lugar muy
propicio para dar paseos y para el esparcimiento
general.
"Gastan al menos un luis al día para espectáculos,
van a los bulevares día y noche -escribió el conde de
Sade, impresionado y contrariado a la vez por este des-
pilfarro, a mediados de verano, refiriéndose al alegre e
inseparable trío-. Madame de Montreuil consiente todas
las fantasías de mi hijo -añadió-. Está loca por él; su
familia nola reconoce."29
Donatien también congeniaba bastante con su dócil
suegro. En agosto, cuando toda la familia se retiró a su
finca solariega, Donatien y monsieur de Montreuil dis-
frutaron al parecer de un visita nocturna conjunta a la
abadía cercana de La Trappe, centro fundador de la or-
den trapense ("Espero que [a Donatien] la visita le re-
sulte edificante", comentó con intención la Présidente
en una carta al abad). También mataban el tiempo ca-
zando ciervos en el bosque, montando a caballo y dando
largas caminatas. Y lo que era más importante para
Donatien, había un teatro. Capaz por fin de satisfacer la
pasión por el teatro que le inspiraron los años pasados
en el lycée de los jesuitas, ese año empezó a montar
obras de aficionados en el chateau de sus suegros. Casi
todos los miembros de la familia numerosa de los
Montreuil y los invitados presentes participaban en sus
producciones, y Donatien demostró su perspicacia
ofreciendo a la Présidente todos los papeles
protagonistas femeninos.
Mientras tanto, la astuta Présidente seguía obser-
vando de cerca a su yerno. "La tranquilidad del campo
es beneficiosa para su salud; está engordando -escribió
al abad de Sade-, pero no sé si eso le satisface. Su espí-

94
ritu y sus gustos son alegres y necesitan alimento. Por
fortuna siempre hay dos remedios: dormir y leer. Sin
duda conocéis el agrado que siente por ambos."30 (Es
interesante apuntar que debido a que el abad rehuía
París, él y la Présidente se cartearon fielmente durante
unos quince años sin llegar siquiera a conocerse en
persona.)
Esos primeros meses, la Présidente mostró su apego
por Donatien apoyándolo en la pelea más amarga que
sostuvo con su padre. Se debió a que el conde había
gastado unas veinte mil libras, renta procedente de las
cuatro provincias del sureste cuyo gobierno había
cedido a Donatien. Lo que nadie supo hasta la boda del
marqués es que el conde no había transferido los
ingresos derivados del mismo a su hijo sino que
continuaba recibiéndolos. En la acalorada
correspondencia que mantuvieron después de que el
asunto saliera a la luz, el conde intentó justificarse
afirmando que había empleado el dinero para pagar el
mantenimiento de Donatien; pero ese argumento sólo
consiguió hacerlo parecer más hipócrita a los ojos de los
Montreuil y sin duda a los de su hijo.
"No considero que mi yerno se haya comportado
mal, ni en lo esencial ni en la forma --':"'escribió la
Présidente al abad. Luego insinuó que Donatien era
objeto de calumnias injustas lanzadas por su propio
padre-. Cierta persona se queja de él a la familia con la
que acaba de emparentar [...] y quizás incluso [se queja]
en público, como si fuera un hijo ingrato y
desnaturalizado."31
Enfurecida por la duplicidad, madame de Montreuil
intentó convencer al conde de que su hijo valía mucho
más de lo que él pensaba. "Tal vez os hable con
excesiva franqueza, monsieur -escribió al conde de Sade
después de exponer el derecho de Donatien a las rentas
en litigio-. Pero si alguna vez tengo el honor de
conoceros bien, entenderéis mis sentimientos: el
corazón [de vues-

95
tro hijo] es en esencia mejor de [...] lo que sóis capaz de
imaginar. Sólo su exceso de vivacidad podría considerarse
una imperfección de su carácter. [...] Respondo de . su
corazón. Me alegraría sobremanera que os reconci-
liaseis con confianza y serenidad."32
El conde no se conmovió. "Le ha calentado tanto la
cabeza a madame de Montreuil que ella le da la razón -
se quejó a su hermano el abad-. Así es como me re-
compensan por todo lo que he hecho por él. [...] No me
ha proporcionado un solo momento de satisfacción.
[...]Por favor, escribid a madame para que entre en
razón."33 La ira del conde se avivó todavía más debido
a la obstinada negligencia de su hijo para con la vida
cortesana. "¡Ay! Vine aquí [a la corte de Fontainebleau]
y me ocupé de que formara parte del grupo de cacería
del rey -escribió a Provenza el verano siguiente a la
boda de su hijo-. Aseguró que acudiría y después de
todas las molestias que me tomé, no se presentó."34
("No pienso hacer de petimetre", ya había advertido
Donatien a su padre el año anterior.)
Las relaciones entre los dos hombres se tornaron tan
tensas que Donatien se negó a visitar a su padre, quien
entonces vivía en una residencia modesta muy cerca del
hogar de los Montreuil."Me he pasado una semana a la
puerta de su casa y ni siquiera se ha dignado verme una
sola vez", escribió el conde a uno de sus hermanos. En
otoño, las relaciones entre padre e hijo estaban tan
deterioradas que el conde, a su regreso de un viaje a
Provenza, acusó a su hijo de echarlo de la casa de sus
suegros; "Al llegar a París --escribió a su hermana-,
quería dormir [...] en casa de los Montreuil. Mi ayuda de
cámara se adelantó para prepararme la cama. El portero
le dijo que había recibido la orden de que se me
prohibiera dormir allí. Posteriormente descubrí que

96
monsieur el marqués era [el responsable]; ya que era
imposible que semejante orden, ¡ay! procediese de los
señores de la casa."35
Poco después, los Montreuil, con gran aprensión,
concertaron un encuentro entre ambos hombres en su
casa solariega de Normandía. La reunión resultó tan
violenta como se había temido. Según madame de Mon-
treuil, el conde trató a su hijo "de un modo horrible",
despreciándolo ante sus suegros y tachándolo de "mala
persona". En una carta al abad, tras explicar de nuevo
por qué su yerno tenía razón y su padre no, la Présiden-
te informó de que incluso su propia madre había inter-
venido en la refriega en defensa de Donatien. "[La esce-
na] hizo que mi madre dijera 'Considero, señor, que un
exceso de furia os lleva a decir todo esto. Si él fuera to-
do lo que vos lo acusáis de ser, nosotros seríamos quie-
nes deberíamos quejarnos a vos de habérnoslo entrega-
do, y nosotros lo aceptamos por su buena fama'."36
En esa misma carta, la Présidente reprende al abad
por no manifestar su apoyo a Donatien con la suficiente
vehemencia. "Vuestro sobrino [....] os ama y respeta y
lo que más teme es desagradaros. Ocupáis el segundo
lugar en su corazón y no soy celosa; me conformaría
con ocupar el tercero."
Este segundo lugar que el abad ocupaba en el cora-
zón de Donatien parece indicar que el joven marqués le
había tomado cariño a su esposa.

A pesar de la relajación de las costumbres sexuales


en la Francia del siglo XVIII, las libertades de las que
gozaba el sexo femenino estaban reservadas para las
mujeres casadas de la alta aristocracia. Se trataba de
una doble moral estricta adoptada por las mujeres de
orígenes

97
burgueses que se habían ennoblecido recientemente, co-
mo la joven marquesa de Sade y las nobles que frecuen-
taban la corte. Tal como la madre del regente de Francia
apuntó en una ocasión, amar a la propia esposa se
consideraba de lo más vulgar en las capas más altas de
la nobleza francesa. "Todavía se encuentran parejas
fieles entre las clases inferiores, pero entre personas de
calidad, no conozco un solo ejemplo de afecto recíproco
o de fidelidad."37
Sin embargo, las jóvenes burguesas y de la alta no-
bleza compartían un destino común: empujadas al lecho
matrimonial con absolutos desconocidos (en ocasiones
sin haberlos visto siquiera, como en el caso de Pélagie,
hasta la noche anterior a la boda), eran meros instru-
mentos para el ascenso social de sus padres y sus ambi-
ciones económicas. Tras dar a luz a unos pocos hijos
para garantizar la supervivencia del apellido, la mayor
parte de los matrimonios desembocaban en una especie
de tranquilidad endeble. Llegadas a ese punto surgía
otra diferencia de clase: mientras que en la vieja
aristocracia, sobre todo en la corte, ambos cónyuges
eran libres para disfrutar de relaciones adúlteras, la
mayoría de las mujeres de origen burgués tenía que
resignarse a sufrir en casa. Las menos afortunadas de
esas esposas, sobre todo las que carecían de "gracias
naturales", solían sumirse en una depresión o buscar
consuelo en su fe religiosa. No obstante, Pélagie de
Sade, aunque no fuera hermosa y procediera de una
familia burguesa y puritana, demostró una entereza sin
igual.
Algunas mujeres se entregan al sacrificio personal
con el mismo entusiasmo con el que los sacerdotes o
monjas más inspirados se comprometen con Dios; y Pé-
lagie era una de ellas. A pesar de los escándalos de su
esposo, conservó su fe en él sin caer en la taciturnidad o
el

98

...
cinismo de otras esposas engañadas y aceptó sus trans-
gresiones con un estoicismo y una tranquilidad extraor-
dinarios. Sin duda el gran misterio del matrimonio Sade
radica en que esta joven puritana adoraba tanto a su
esposo que era capaz de evitar todo juicio moral sobre
él: los escrúpulos morales que habrían distanciado a una
mujer de su clase de un libertino como Sade parecieron
unir a los esposos todavía más.
No obstante, la aquiescencia de Pélagie no era fruto
de la falta de carácter. Sólo puede atribuirse a su lealtad
y a la profundidad de su pasión por un hombre cuyo
magnetismo aparentemente sobrenatural no quedaba
deslucido por la rareza de sus prácticas sexuales. La jo-
ven marquesa no disfrutó necesariamente de sus prime-
ras experiencias de sodomía, que resultaron ser la prác-
tica sexual preferida de su esposo. Aun así, es obvio
que experimentó un proceso de erotización gradual,
porque la clase de fervor marital que demostraba resulta
inconcebible sin la participación de la carne. Sin duda,
la devoción que profesaba a su esposo poseía una
especie de fuerza mística: "Todavía te adoro con la
misma violencia",38 escribiría al marqués en uno de los
muchos períodos de abatimiento que lo embargaban
durante las épocas que pasó en prisión. "No he hecho
otro juramento que el de adorarte"39 "Sólo tengo una
ilusión en la vida, reunirme contigo y verte feliz y
contento. [...] Viviremos y moriremos juntos."40
Debido en parte a la complejidad extrema del ca-
rácter del marqués de Sade y en parte porque no se con-
serva ninguna de las primeras cartas de la pareja, los
sentimientos del joven Sade por su esposa son mucho
más difíciles de desentrañar. Cuando se leen sus últimas
cartas, sorprende una y otra vez su rabia por la forma en
que lo "vendieron" a una familia con un linaje tan poco
dis-

99
tinguido como el de los Montreuil; ridiculizando sin ce-
sar el origen mercantil de sus suegros, solía decir con
sorna que "Cordier", el verdadero apellido del padre de
monsieur de Montreuil, ponía de manifiesto el pasado
de la familia en el negocio cordelero. Su desdén elitista
hacia estos orígenes sencillos quizá lo incitara todavía
más a arrastrar su honor por el barro.
Por otro lado, el excepcional temple de las mujeres
, con quienes Sade, disfrutó de amistades platónicas

leales, madame de Saint-Germain y, más tarde,


mademoiselle de Rousset, evidencian que juzgaba con
sagacidad el carácter de las mujeres. Era astuto y lo
bastante decente, a su modo, para apreciar la entereza y
la inteligencia de Pélagie, y siempre lo aterrorizó perder
su estima: su primer ruego, cuando se veía involucrado
en algún escándalo, era "No permitáis que se entere mi
esposa". Aunque no podríamos describir sus
sentimientos hacia ella como apasionados, sus cartas
expresan a menudo sentimientos de admiración,
gratitud y devoción. Quince años después de haberse
casado, en su correspondencia desde la cárcel, Donatien
llamaba a Pélagie "alma querida", "amiga querida y
divina" y "tú a quien amaré siempre como la mejor y
más querida amiga que podría existir para mí en el
mundo". Y quizá debido a esta gran estima por su
mujer, Sade desarrolló una visión sumamente idealista
del matrimonio. Con una sola excepción, todas las
relaciones que mantuvo fueron con cortesanas, pros-
titutas y jóvenes sirvientas, y se jactaba de nunca ofen-
der "la santidad del matrimonio" cometiendo adulterio
con una mujer casada.
La concordia marital de los jóvenes Sade presenta
otra faceta interesante: ambos habían sido niños solita-
rios y faltos de cariño. A lo largo de su adolescencia,
Pélagie sufrió la actitud distante de su padre ("Sabes
bien

100
que mi padre no es un hombre carifj.oso", escribiría a
su esposo).41 La predilección manifi~sta de madame de
Montreuil por su otra hija menor, la deslumbrante
AnneProspere, a quien Pélagie denominaba "la querida
Dulcinea de mi madre",42 le resultaba incluso más
dolorosa. Por lo visto, se percató de que en el interior
de Donatien vivía un niño hipersensible que había
padecido como ella la falta del amor de los padres. Así
pues, durante la mayor parte de su vida de casados,
estos cónyuges se aferrarían el uno al otro como dos
huérfanos abandonados enfrentándose juntos, de
manera un tanto anárquica, al detestable mundo adulto
de la adulación, el oportunismo social y los beneficios
materiales. Sin duda, una muestra del estrecho lazo que
los unía era el uso directo. del tratamiento familiar tú:
se trataba de una costumbre de los campesinos y la
clase obrera, muy poco habitual entre cónyugues de la
aristocracia.
"Su tierna amistad parece verdaderamente
recíproca -informó la Présidente al abad sobre la
relación entre el joven marqués y la marquesa de Sade
cuatro meses después de la ceremonia de boda-. Hasta
el momento su unión no adolece más que de un defecto;
su incapacidad de garantizamos, a vos y a mí, el
atributo de "abuelo" [se refiere a abuela y tío abuelo]
[...] pero espero sin impaciencia, porque ninguno de
ellos procede de un linaje estéril. "43 El mes siguiente,
tras mencionar la "vivacidad" del carácter de Donatien,
ella hizo gala de su perspicacia y advirtió la intensidad
de la pasión de Pélagie por su esposo: "[Vuestra
sobrina] [...] nunca lo reprenderá. Lo amará por encima
de las expectativas más desbordantes. No le será difícil,
pues él es adorable. Por el momento la ama con todas
sus fuerzas, y nadie podría tratarla mejor".44 Incluso el
polémico padre de Donatien tuvo que reconocer que el
matrimonio parecía funcionar a la perfección: "Se

101
lleva de maravilla con su esposa. Mientras esta
situación dure le perdonaré todo lo demás".45
Sin embargo, cinco meses después del inicio de
esta apacible vida familiar, mientras los recién casados
seguían mostrando un grado insólito de afecto mutuo,
el marqués de Sade se vio envuelto en su primer
escándalo.

102
Notas

1 Conde de Sade a Gabrielle-Laure de Sade, finales


de 1762. BNnaf 24384, fos. 279-280. También en
Bibliotheque Sade lI, p.36.
2 El término francés específico del nombramiento
del con de de Sade era "lieutenant general".J Pauvert,
vol. 1, p. 75.
4 Conde de Sade al abad de Sade, marzo-abril de
1763. BNnaf 24384, fa. 286. También en Bibliotheque
Sade lI, p. 44.
5 Conde de Sade al abad de Sade, primavera de
1763. Ibíd., fos. 310-311. También en Bibliotheque Sade
II, p. 47.
6 Conde de Sade al abad de Sade, 15 de mayo de
1763. Ibíd., fos. 302-303. También en Bibliotheque Sade
II, p. 55.
7 Conde de Sade a Gabrielle-Laure de Sade, 15 de
mayo de 1763. Ibíd., fos. 262-263. También en
Bibliotheque Sade II, p. 56.
8 Lely, Vie, p. 51. Lely lo identifica como "syndic
des nobles du Comtat Venaissin".
9 Citado en una carta del conde de Sade a Gabrielle-
Laure de Sade, finales de 1762, Bibliotheque Sade II, p.
36. (Por cuanto sé, el original de esta carta del joven
marqués no se ha identificado; su padre la cita en una
misiva enviada a su hermano a finales de 1762.) .
10 Sade a mademoiselle de Lauris, 6 de abril de
1763. OC, vol. 12, p. 13. .
11 Conde de Sade a Gabrielle-Laure de Sade, 2 de
mayo de 1763. BNnaf 24384, fa. 267. También en
Bibliotheque Sade II, p.53.
12 Conde de Sade a la abadesa. de Saint-Laurent, 15
de mayo de 1763. Ibíd, fos. 262-263. También en
Bibliotheque Sade II,. p.56.

10
3
13 Conde de Sade al abad de Sade, 15 de mayo de
1763. Ibíd., fos. 302-303. También en Bibliotheque Sade
II, p. 55.
14 Conde de Sade al abad de Sade, 19-20 de abril de
1763. Ibíd., fos. 306-307. También en Bibliotheque Sade
II, p. 52.
15 Conde de Sade a Gabrielle-Laure de Sade, 19 de
abril de 1763. BNnaf24384, fos. 277-287. También en
BibliothequeSadeII, p. 51.
16 Conde de Sade al abad de Sade, 15 de mayo de
1763. Ibíd., fos. 302-303. También en Bibliotheque Sade
II, p. 55.
17 Conde de Sade a Gabrielle-Laurede Sade, mayo
de 1763.Ibíd., fos. 262-263. También en Bibliotheque
Sade II, p. 56.
18 Conde de Sade al abad de Sade, 17 de marzo de
1763. Ibíd., fa. 281. También en Bibliotheque Sade II, p.
43.
19 Conde de Sade a Gabrielle-Laure de Sade, 19 de
abril de 1763. Ibíd., fos. 277-278. También en
Bibliotheque Sade II, p.51. .
20 Madame de Montreuil al abad de Sade, 26 de
mayo de 1763. Ibíd., fos. 448-449. También en
Bibliotheque Sade II, p. 60.
21 Ibíd.
22 Madame de Sade a su esposo, 3 de octubre de
1778. IML , vol. 2, p. 149. .
23 Mademoiselle de Rousset a Gaufridy, 27 de
noviembre de 1778, en Correspondence inédite du
Marquis de Sade, de ses proches et de ses famitiers, ed.
Paul Bourdin, Librairie de France, París, 1929, p. 129.
(En adelante llamado Bourdin.) .
24 Bourdin, XXX. .
25 Madame de Montreuil al abad de Sade, 16 de
mayo de 1763. BNnaf24384, fos. 406-407. También
en Bibliotheque Sade II, p. 57.
26 Madame de Montreuil al abad de Sade, 26 de
mayo de 1763. Ibíd., fos. 408-409. También en
Bibliotheque Sade II, p.60
27 La unidad básica de moneda francesa en el siglo
XVIII era la libra, que puede multiplicarse por cuatro
para conseguir una suma aproximada similar (con
respecto al poder adquisitivo) en dólares actuales. .
28 Madame de Montreuil al abad de Sade, 20 de
octubre de 1763. BNnaf24384, fos. 410-412. También
en Bibliotheque Sade II, p. 75. . .
29 Conde de Sade al abad de Sade, 2 de junio de
1763. Ibíd., fos. 308-309. También en Bibliotheque
Sade II, p. 61.

104
30 Madame de Montreuil al abad de Sade, 14 de
septiembre de 1763. Ibíd., fos. 414-415. También en
Bibliotheque Sade II, pp. 70-71.
31 Ibíd.
32 Madame de Montreuil al conde de Sade, 24 de
septiembre de 1763. Bibliotheque SadeI1, p. 73.
33 Conde de Sade al abad de Salle, 21 de septiembre
de 1763. BNnaf 24384, fa. 318. También en
Bibliotheque Sade II, p. 72.
34 Conde de Sade a Gabrielle-Laure de Sade, junio-
julio de 1763. Citado en Pauvert, vol. 1, p. 90. .
35 Conde de Sade a Gabrielle-Laure de Sade, 8 de
octubre de 1763. BNnaf24384, fa. 269. También en
Bibliotheque Sade II, p.74. . .
36 Madame de Montreuil al abad de Sa,de, 20 de
octubre de 1763. Ibíd., fos. 410-412. También en
Bibliotheque Sade II, p.76. .
37 Kunsder; La vie quotidienne, p. 146.
38 16 de febrero de 1778. LML, vol. 2, p. 127.
39 24 de julio de 1781. Ibíd., p. 292..
40 30 de julio de 1785. Ibíd. p. 368.
41 Madame de Sade a su esposo, 4 de enero de
1778. Ibíd., p.123. .
42 Madame de Sade a Gaufridy, 9 de mayo ,de 1777.
Bibliotheque Sade II, p. 189.
43 Madame de Montreuil al abad de Sade, 14 de
septiembre de 1763. BNnaf 24384, fos. 414-415.
También en Bibliotheque Sade II, p. 71.
44 Madame de Montreuil al abad de Sade, 20 de
octubre de 1763. Ibíd. Fos. 410-412. También en
Bibliotheque Sade II, p.77.
45 Conde de Sade al abad de Sade, 2 de junio de
1763. Ibíd.,fos. 308-309. También en Bibliotheque Sade
II, p. 61.

105

..
5

El primer escándalo

¿ Qué son /as religiones sino /as limitaciones que evitan que
el fuerte arrolle al débil? [...] ¿Existe alguna no
marcada por la impostura y la estupidez? ¿ Qué veo
en todas ellas? Misterios que son un insulto para la
razón, dogmas que atentan contra las leyes de /a
naturaleza, ceremonias grotescas que no inspiran más
que escarnio y repugnancia. Sin embargo, si existe
una que en particular merece nuestro desdén y nuestro
odio... ¿no es la bárbara cristiandad en la que ambos
nacimos? ¿Existe alguna que sea más odiosa? ¿Existe
alguna que cause mayor ofensa al corazón y al
espíritu?
JUSTINE

A mediados de octubre de 1763, tras los apacibles


meses pasados en Normandía, Sade dejó la casa de sus
suegros en dicha zona para dirigirse a la región de
París, en un supuesto viaje de negocios. Como prueba
de reconciliación parcial con su padre, tenía la
intención, o al menos eso aseguró a su familia política,
de desplazarse a la corte de Luis XV; en Fontainebleau,
y visitar al duque de Choiseul, el todopoderoso ministro
de Asuntos Exteriores de Francia, para solicitarle un
cargo. A continuación se dirigiría a Dijon a fin de ser
nombrado of-

106
cialmente lugarteniente del gobernador de las cuatro
provincias -Bresse, Bugey, Valromey y Gex- que había
heredado de su padre. Su esposa y sus suegros se despi-
dieron de él dispensándole todas las muestras de afecto
posibles.
Sin embargo, a su llegada a la capital, Donatien no
se encaminó a la corte del rey en Fontainebleau sino a
una de las muchas petites maisons, "casitas" (entonces
la expresión aludía a las casas de citas para los
miembros de la aristocracia) que había alquilado en
secreto en la zona de París pocas semanas después de
contraer matrimonio. Había adquirido una en la ciudad,
cerca de la Place Saint-Marceau, otra en Versalles, y
otra en Arcueil, un pueblo de las afueras. Los libertinos
seguían la tradición de celebrar sus encuentros en varias
residencias alquiladas. Esto les permitía no dejar rastro
y ahorrarse los reproches de las mujeres que habían
reclutado; y si realizaban actos sexuales muy perversos,
eso los protegía de la ira de las alcahuetas.
Primer aviso del escándalo: dos semanas después
de la partida de Donatien del nido familiar de los
Montreuil en Normandía, el conde de Sade escribió a su
hermano la siguiente carta acerca de las verdaderas
actividades de su hijo en el supuesto viaje de negocios:

Una pequeña casa alquilada, los muebles comprados a


crédito, una orgía escandalosa que organizó con todo des-
caro, él solo. Terribles maldades, cuyos detalles la mu-
chacha se vio obligada a testificar. El culpable fue arres-
tado, llevado ante monsieur de Saint-Florentin [ministro de
la casa real de Luis XV; cargo parecido al de ministro de
Interior], quien, alegando la declaración de la muchacha,
recomendó al rey que castigara [al culpable] con el.máximo
rigor. [...]

107
Cada tres meses parezco destinado a recibir algún golpe
terrible. Guardé cama el jueves y el viernes porque estaba
con fiebre. ¡Ay! ¿Por qué sobreviví a mi última
enfermedad?

A continuación el conde exhibe una fervorosa reli-


giosidad recién abrazada:

Mis contratiempos son un castigo de mis delitos. Beso la


mano que me golpea y me someto a ella. [...] Todo esto
ocurrió hace dos semanas [...] Temía sobremanera
contároslo. [...] No habléis de esto a nuestras hermanas. Me
siento profundamente desdichado: 1

Hasta hace algunas décadas nadie conocía la


naturaleza exacta de las fecharías cometidas por Sade
aquel día de octubre de 1763. Pero en la década de
1960, un bibliófilo francés descubrió el documento más
importante relacionado con este episodio: la declaración
hecha por una prostituta a un inspector de alto rango del
cuerpo de policía parisiense. La testigo acusa a Sade de
las transgresiones siguientes:
El 18 de octubre, Sade ofreció a una abaniquera de
veinte años sin trabajo y ex prostituta, llamada Jeanne
Testard, la suma de cuarenta y ocho libras, cantidad
considerable para una meretriz en aquella época, para
que lo acompañara a una de sus residencias alquiladas
en París. El marqués, deslumbrante con una chaqueta de
paño de color azul brillante, puños y cuellos rojos
adornados con botones de plata, condujo a
mademoiselle Testard en coche de caballos a una
pequeña casa con una verja para carruajes de color
amarillo intenso en la Rue Mouffetard, cerca de la Place
Saint-Marceau. Sade llevó a la joven a una habitación
del segundo piso y cerró la puer-

108
ta con llave. Le preguntó si profesaba alguna religión y
ella respondió que creía en Dios, en Jesús y en la
Virgen María y que observaba todas las prácticas de la
religión cristiana. Acto seguido, el marqués profirió una
serie de insultos y blasfemias atroces. Después de
decirle que había demostrado que Dios no existía, se
masturbó y eyaculó en un cáliz, se refirió al Señor
como "un hijo de puta" y a la Virgen María como "una
puta" y afirmó que recientemente había introducido dos
hostias consagradas en la vagina de una mujer y la
había penetrado al tiempo que exclamaba: "¡Si eres
Dios, véngate!".2
A continuación, Sade empujó a Testard, que se que-
jó de que estaba embarazada y no quería ver nada que
la asustase, a otra habitación. Al entrar, la joven atisbó
una curiosa colección de objetos que colgaban de la
pared: cuatro azotes de caña y cinco juegos de gatos de
las siete colas: tres de cáñamo, dos de hierro y latón.
Junto a ellos colgaban varios artículos religiosos:
crucifijos de marfil, grabados de Cristo y la Virgen que,
a su vez, estaban mezclados con varias imágenes y
dibujos que mademoiselle Testard calificó en su
testimonio de ser "obscenos en sumo grado".3
"Tras hacerle examinar los distintos artículos -pro-
seguía la declaración de la joven, registrada en tercera
persona por un agente de policía-, [el marqués de Sade]
le dijo que debía flagelarlo con el gato de las siete colas
después de calentarlo al fuego hasta que estuviera ar-
diendo y que luego él la golpearía con el azote que ella
quisiera; por más que él insistió, ella rehusó dejarse
azotar. [...] A continuación él tomó dos de los crucifijos
de la pared y pisoteó uno de ellos mientras se
masturbaba con el otro, tras lo cual le ordenó a ella que
hiciera lo mismo. [...] Mientras le enseñaba dos pistolas
que estaban sobre la mesa y con la mano en la espada,
amena-

109
zándola con atravesarla con ella, le pidió que blasfema-
ra contra Dios profiriendo los siguientes juramentos:
"Hijo de p[uta], no vales una m[ierda]".4
Tras negarse a obedecer las órdenes del marqués
de cometer otros actos sacrílegos, mademoiselle
Testard, quien, al igual que muchas prostitutas parecía
ser muy devota, pasó la noche con su torturador, que se
dedicó a leerle poemas "llenos de impiedades y
totalmente contrarios a la religión".5 Al amanecer, el
marqués anunció que tenía la intención de sodomizar a
mademoiselle Testard, práctica sexual que ella rechazó
con firmeza. Acto seguido, le hizo prometer que
regresaría el siguiente domingo por la mañana, para ir
con él a una iglesia cercana y, una vez allí, robar dos
hostias, quemar una y utilizar la otra como instrumento
de placer sexual. También le hizo jurar que nunca
revelaría a nadie los detalles de su primer encuentro.
Al término de aquella intensa noche, a las nueve de
la mañana, la alcahueta que había presentado a Sade a
mademoiselle Testard la recogió. Las dos mujeres acu-
dieron enseguida a un alto comisario de policía, ante
quien la prostituta prestó declaración. Como conse-
cuencia de la rapidez de la acción, el inspector Louis
Marais, destacado agente del cuerpo de policía de París,
detuvo al marqués de Sade al cabo de diez días por
orden del rey y lo trasladó al calabozo de Vincennes.
Esta fortaleza histórica situada al este de París, en las
afueras, construida en el siglo XIV como residencia
real, se había convertido dos siglos después en prisión
real.

Durante la siguiente década y media, Marais, la au-


toridad policial francesa en libertinaje, sería el encarga-
do de vigilar constantemente al marqués de Sade, acti-

110
vidad que legó para la posteridad una crónica pormeno-
rizada de las correrías del marqués durante la mayor
parte de su vida como hombre libre. El cargo oficial de
Marais era inspector jefe del Palais-Royal (lugar
famoso por sus prostitutas desde comienzos de siglo);
pero entre la alta sociedad francesa era conocido como
"el vigilante de Citeres".6 Había accedido al puesto en
1757. Unos años antes, el duque de Gesvres, primer
caballero de la Cámara del Rey, cuya percepción de los
gustos de Luis XV era muy aguda, había ordenado que
los excesos sexuales de los ciudadanos de París se
registrasen con más detalle y que las crónicas se
entregaran de primera mano al envejecido monarca.
Tales informes tenían un objetivo muy concreto. El
rey y su amante oficial, madame de Pompadour, habían
dejado de mantener relaciones carnales hacía diez años;
al alcanzar la madurez, Pompadour confesó al monarca.
que el sexo nunca le había gustado demasiado. Así
pues, la pareja gozaba leyendo con detenimiento los
informes de las proezas sexuales de sus súbditos, que
Marais documentaba siguiendo a sacerdotes libertinos,
visitando casas de prostitución y persuadiendo a los
proxenetas y alcahuetas para que revelaran los secretos
de las redes de burdeles de París. Las prostitutas y
cortesanas también se sinceraban con Marais y es
probable que recibiesen recompensas generosas a
cambio de esa información. Basándose en los relatos de
todos ellos, redactó resúmenes puntuales de las
peticiones más extrañas y de los actos más depravados
de sus clientes.
A continuación, Marais entregaba los partes a su
superior, uno de los hombres más poderosos del país:
Antoine de Sartine, teniente general del cuerpo de
policía de París. Los eficacísimos métodos de vigilancia
de Sartine se tenían en tan alta estima que monarcas de
toda

111
Europa, María Teresa de Austria y Catalina II de Rusia,
entre otros, solicitaban copias de sus documentos. Tras
corregir los informes de Marais, Sartine los pasaba di-
rectamente a Luis XV: Según el biógrafo de Sartine:
"Tales chismorreos constituían la mayor fuente de
placer para el rey madame de Pompadour".7

En cuanto a las motivaciones psicológicas por las


que Sade cometió aquellas estrafalarias transgresiones
que provocaron su primera comparecencia ante la
justicia, hay tres aspectos del incidente que resultan
especialmente sorprendentes:
En primer lugar, las prácticas sexuales masoquistas
como la de pedir que lo azotaran -él ordenó a la joven
que lo golpease con un instrumento de hierro candente
pero no se empeñó en azotaRLa a ella- eran triviales en
el siglo XVIII. Tal vez inspirada por los frecuentes
azotes que, como Sade, soportaban los muchachos en la
escuela, la flagelación de clientes varones era una
práctica más que habitual en los burdeles. El inspector
Marais ofrece el siguiente comentario sobre la
actividad: "Hoy día no existe una casa pública en la que
no se encuentren látigos en grandes cantidades. [...]
Además, aunque parezca mentira, esta pasión es muy
frecuente entre los sacerdotes. [...] En este tipo de
locales he topado con muchos hombres que acudían en
busca de una buena paliza [...], entre ellos [un] librero
[...] contra cuyo cuerpo dos mujeres astillaron dos
escobas, tras lo cual, y después de quedarse sin vara, se
vieron obligadas a emplear la paja de un felpudo.
Cuando entré, le sangraba todo el cuerpo".8
En segundo lugar, aunque Sade aterrorizó a la
joven y al parecer le causó un dolor psíquico
considerable, no le infligió daños físicos. De hecho, las
únicas acusacio-

112
nes "oficiales" contra Sade eran las de "blasfemia e
incitación al sacrilegio", delitos por los que, pese a la
considerable secularización de la sociedad de la
Ilustración, se condenaba automáticamente a muerte a
las personas que no pertenecían a la alta sociedad
(pocos años antes del escándalo de Sade con
mademoiselle Testard, un vástago de diecinueve años
de la nobleza menor llamado Jean - François de La
Barre fue decapitado y quemado en la hoguera con el
único cargo de cometer "impiedades y blasfemias”). En
realidad, las manifestaciones externas de la piedad
católica continuaban siendo tan de rigor que incluso los
miembros menos devotos de la aristocracia francesa se
esforzaban por cumplir con los ritos y sacramentos más
importantes de la Iglesia, con el fin de guardarse las
espaldas. Salta a la vista que Sade era por naturaleza
incapaz de actuar de un modo tan prudente ya. menudo
hipócrita.
En tercer lugar, aunque como demostrarían años
después sus escritos, el marqués albergaba un odio
rayano en la paranoia hacia la religión
institucionalizada, uno se maravilla ante la ingenuidad
de las blasfemias que le acusaron de haber cometido
con mademoiselle Testard ¿Por qué un hombre que
negaba la existencia de Dios con tal firmeza
despotricaba en forma tan infantil contra el Señor? La
respuesta no reside tanto en la naturaleza del ateísmo de
Sade como en el funcionamiento de su extraña
sexualidad. En un libro escrito tres décadas después del
incidente Testard, La filosofía en el tocador, Sade
revela alguno de los motivos que una y otra vez lo inci-
taban a la apostasía. Después de señalar que la profana-
ción de los símbolos cristianos no es peor que "la degra-
dación de una estatua pagana", asevera que la blasfemia
queda de sobra justificada cuando supone un estímulo
para el placer erótico. Más adelante hace hincapié en la

113
importancia sexual de lo que hoy podríamos denominar
"el valor del escándalo puro".
"En la embriaguez del placer, es esencial
pronunciar palabras sucias o fuertes, y las blasfemias
resultan particularmente convenientes. [...] No hay que
escatimar nada sino adornar estas palabras con el mayor
lujo de expresión; deben escandalizar lo máximo
posible; porque escandalizar es tan agradable. [...] Es
uno de mis deleites secretos: existen pocos placeres
morales que estimulen más mi imaginación."9 Esta
sincera confesión es clave para entender la psique de
Sade: un exhibicionismo innato, combinado con una
necesidad subconsciente de buscar el castigo, impulsaba
casi todas sus acciones. Las rabietas de Donatien contra
Dios no eran tanto el fruto de su deseo de negar su
existencia como de su afán por aumentar su placer
sexual profiriendo blasfemias; en un nivel más
subliminal, quizá también se debieran al impulso. de
llamar la atención hiriendo la sensibilidad de sus
coetáneos.
La reacción del conde de Sade ante el primer escán-
dalo oficial de su hijo también merece un análisis: "Una
orgía escandalosa que organizó con todo descaro, él
solo" y el énfasis es del propio conde. Los aspectos más
sorprendentes del episodio Testard, a los ojos del conde,
.eran su planificación fría y meticulosa, y su "soledad".
"Él solo" quizá fuera para el viejo libertino la caracterís-
tica menos comprensible del escándalo, la más contraria
a las costumbres de su generación. Cuando el conde era
joven, el príncipe de Soubise tenía a un grupo de com-
pinches a mano cuando ofrecía a la beoda madame de
Gacé para una violación en grupo; el conde de Charo-
lais estaba rodeado de numerosos camaradas cuando
prendió fuego al. vello púbico (y público) de madame
de Saint-Sulpice. ¡Qué extraño celebrar una orgía en
solitario!

114
Aparte de sus encuentros muy esporádicos con prostitu-
tos, el conde de Sade circunscribía su actividad sobre
todo a mujeres "de clase"; y había compartido la mayor
parte de las bacanales más aberrantes en las que había
participado con sus iguales. Su hijo, por el contrario,
celebró inusitadamente solo sus numerosas orgías y
sólo en contadas ocasiones buscó la compañía de un
inferior en la escala social, su ayuda de cámara.
Existe otra característica sorprendente de la
conducta del marqués, también recalcada en la
angustiosa carta del conde: su descaro. Hasta el
despertar religioso que experimentó en sus últimos diez
años de vida, la existencia del conde de Sade se había
regido sólo por la ambición, la lujuria y la frivolidad
más absolutas. Había ejemplificado la búsqueda de
placer dionisíaca que alcanzó su apogeo en la Francia
del siglo XVIII. Sin embargo, el episodio Testard era lo
contrario de frívolo. De hecho, era calculadamente
metódico. ¿Cómo iba el conde a comprender el ataque a
la sensibilidad nacional planeado con todo cuidado por
su hijo? Al igual que sus futuros personajes de ficción,
el joven Sade no se entregaba al placer con
despreocupación sino que estudiaba con frialdad el
método más eficaz de conseguirlo. El estilo sexual del
padre difiere tanto del de su hijo como el abandono vo-
luptuoso de Embarque para la isla de Citerea de
Watteau de las frías orgías de Los ciento veinte días de
Sodoma.

Al principio de su primera condena en la prisión de


Vincennes, Sade, sorprendido y confundido por el.
alboroto que había provocado, se dedicó a escribir
cartas para salir del apuro. En la primera de ellas,
enviada al célebre teniente general de Sartine, pide
perdón con humildad por sus "errores" al agente de
policía y le suplica

115
por encima de todo que permita que su esposa lo visite .
en prisión.
"Oso pediros este favor de rodillas, con lágrimas en
los ojos. Tened la gentileza de reconciliarme con una
persona amada a quien he tenido la debilidad de ofender
tan gravemente. [...] Os ruego, monsieur, que no me
neguéis el privilegio de ver a la persona que más quiero
en el mundo. Si ella tuviera el honor de conoceros,
advertiríais que su conversación [...] tiene el poder de
devolver al buen camino a un desdichado que siente una
desesperación sin par por haberse apartado del
mismo."10
Poco después, Sade solicitó de nuevo a monsieur de
Sartine que permitiera que Pélagie lo visitase (aunque
estaba informada de que su esposo se hallaba en prisión
por mala conducta, ella nada sabía de la naturaleza de
sus actos, ya que su madre se encargó de ocultársela
con mucho tiento). En esta segunda misiva, el marqués
añade una petición sorprendente: ¡desea ver a un
sacerdote!
"Pese a mi infelicidad, señor, no deploro mi suerte;
merecía la venganza de Dios y estoy padeciéndola. Llorar
por mis pecados, aborrecer mis errores, ésas son mis .
únicas ocupaciones. ¡Ay! Dios bien podría acabar con-
migo sin darme tiempo para reconocer mis fechorías y
arrepentirme por ellas."
El joven Sade procede, con gran astucia, a simular un
"examen de conciencia" típicamente jesuita.

"¡Cuántos actos redentores debo llevar a cabo para que se


me permita ver mi interior! Proporcionadme los medios
para hacerla, os lo ruego, monsieur, permitiéndome recibir
la visita de un sacerdote. Gracias a sus buenos consejos y
de mi arrepentimiento sincero, espero que pronto me sea
posible compartir las emociones sagradas cuya negligencia
fue el motivo principal de mi petición."

116
La carta termina con esta petición quejumbrosa y
un tanto infantil: "No permitáis que nadie cuente a mis
familiares los detalles de mi comportamiento, ya que
los harían muy desgraciados". 11
Gracias a las diligentes súplicas de su familia a los
máximos poderes del país, el primer encarcelamiento de
Sade sólo duró tres semanas. El 13 de noviembre, el
director de Vincennes recibió de sus superiores la orden
de que pusiera en libertad al marqués:
"Os escribo esta carta para pediros que [liberéis] al
noble conde [sic] de Sade, a quien retenéis en mi
castillo de Vincennes." La carta estaba firmada por
"Luis". La decisión del rey se comunicó de inmediato a
la Présidente de Montreuil, quien durante los años
siguientes recibiría (y controlaría en solitario), todos los
comunicados legales relativos a las correrías de su
yerno. .
Lo que liberó a Sade fue una interesante confluen-
cia de presiones: por un lado, el conde de Sade viajó a
la corte de Fontainebleau para pedir clemencia a
LuisXV; y al monarca le conmovieron los ruegos de su
antiguo embajador. Por otro lado, los suegros de
Donatien presionaron a monsieur de Sartine y a varios
magistrados con quienes mantenían una relación
afectuosa debido a la destacada carrera judicial de
monsieur de Montreuil.
Durante los meses siguientes (no se fijó. un período
concreto), el marqués recibió la orden real de vivir
exclusivamente en la casa solariega de sus suegros en
Echauffour, donde permanecería bajo la vigilancia del
astuto inspector Marais:
"Está en manos de vuestro sobrino sustituir su com-
portamiento pasado por una conducta futura irrepro-
chable -escribió madame. de Montreuil al abad a me-
diados de enero de 1764, dos meses después de la
excarcelación de Donatien-. Desde que nos lo han

117
restituido estamos satisfechos. Monsieur de Montreuil y
yo hicimos lo que habríamos hecho por nuestro propio
hijo [...] considerando que tal procedimiento obraría
buen efecto en un alma tan. bien nacida. Con respecto a
mi hija, podéis imaginar cuán afligida ha estado. Ha
decidido desempeñar el papel de una mujer virtuosa.
No me corresponde alabarla por ello; dejaré que la
juzgue por la familia a la que tiene el honor de
pertenecer [...]"12
A pesar de los detalles escabrosos del episodio Tes-
tard, la Présidente se sentía más orgullosa que nunca de
la distinguida familia con la que había emparentado su
hija. Siguió comportándose con la certeza de que el ma-
trimonio haría que su yerno "sentarara la cabeza" y de
que sus consejos y vigilancia serían beneficiosos para
él. Además, continuó insinuando a Pélagie que lo
habían condenado por deudas. Informó al abad de otro
motivo de alegría: Pélagie estaba embarazada de tres
meses.

118
Notas

1 Conde de Sade al abad de Sade, 15 de noviembre


de 1763. BNnaf24384, fo. 312. También en Bibliotheque
Sade II, p. 78.
2 El relato más completo de este episodio aparece en
Lely, Vie, p. 79. .
3 Ibíd.
4 Ibíd.
5 Ibíd. .
6 Lever, p. 130.
7 Jacques Michel, Du Paris de Louis XV a la marine
de Louis XVI: L'oeuvre de Monsieur de Sartine, Les
Editions de l'Erudit, París, 1983, p. 63. .
8 Lever,p. 127.
9 Sade, La philosophie dans le boudoir, p. 119. .
10 Sade a monsieur de Sartine, 29 de octubre de
1763. Lely, Vie, pp. 83-40. . .
11 Sade a monsieur de Sartine, 2 de noviembre de
1763. ae, vol. 12, p. 17.
12 Madame de Montreuil al abad de Sade, 21 de
enero de 1764. BNnaf24383, fos. 416-417. También en
Bibliotheque Sade II, p. 83.

119
6

Un intervalo tranquilo

Nunca, repito, nunca representaré el crimen si no es


ataviado con los colores del infierno. Deseo que la
gente vea el crimen en toda su crudeza, quiero que lo
teman y lo detesten y no conozco otra manera de
conseguirlo sino pintándolo con todos sus hórrores.
¡Pobres de quienes lo rodean de rosas! Sus opiniones
son mucho menos puras y nunca los emularé.

REFLEXIONES SOBRE LA NOVELA

El embarazo de la marquesa de Sade fue muy opor-


tuno ya que coincidió con el confinamiento legal en
Normandía impuesto a su esposo. Si alguien preguntaba
a la Présidente por qué la familia rompía con la
tradición y permanecía en Normandía en invierno, no
tenía por qué mencionar a su yerno; le bastaba con
responder que el aire del campo era el más saludable
para una futura madre. Mientras tanto, Donatien se
consolaba en su exilio temporal consagrándose a su
primer amor, el teatro.
El teatro de aficionados estaba en boga desde
finales del siglo XVII y casi todos los caballeros
acaudalados de Francia poseían una sala en propiedad.
El joven marqués se hizo cargo del teatro anexo al
chàteau de la hermana de monsieur de Montreuil, la
marquesa d'Évry,

120
cercano a la casa solariega de sus suegros. Allí escribió
y actuó en un buen número de obras populares que ya
se habían representado en el prestigioso Théatre
Français, como Nanine de Voltaire. Aparte del
marqués, en el reparto figuraban su esposa, madame de
Montreuil, para quien Donatien reservaba el papel
principal; su anfitriona, madame d'Évry; madame de
Plissay, madre de la Présidente; y otros muchos
familiares e invitados de la casa.
A diferencia del teatro del siglo XVII, dominado
por el arte de la tragedia, el siglo XVIII francés fue
testigo del triunfo de la comedia y de obras alegres y
sutiles cuyo autor más característico sería Marivaux.
Estaban llenas de intrigas maritales y extramaritales,
dobles sentidos eróticos, diálogos ingeniosos y rápidos
y hábiles juegos de palabras que acabaron por
denominarse marivaudage. En las representaciones
caseras se improvisaban tradicionalmente versos al
concluir cada obra. Para la comedie L'Avocat Patelin,
montada en mayo de 1764, seis meses después de su
encarcelación en Vincennes, Sade compuso un poema
lírico que expresaba su intención de reformarse:
.
"La felicidad estaba lejos de nosotros / Ahora go-
bierna mi corazón -canta el protagonista de la obra,
Valère, interpretado por Sade, a la ingenua Henriette-
Segura podéis estar de mi fidelidad [...] / Sólo un paso
separa la maldad de la virtud."
"Querido Valère, es peligroso / sentir el poder del
amor -Henriette, interpretada por Pélagie, responde a su
esposo-. Pero ya no temo más: / pronto pasaremos de la
maldad a la virtud." .
Tres pareados más adelante (Donatien había escrito
ocho, el último de los cuales asignó a la Présidente), se
recitaban los versos siguientes, cuya intención era mos-
trar la dicha de una familia unida:

121
"Este lugar es el vivo retrato del placer; / el señor
de la casa así lo consigue. / Todo cuanto lo rodea es
felicidad / y es modelo de virtud. ¡Ah! Con qué dulzura
se prueban con él/los dulces lazos de la amistad." l
En efecto, todo apuntaba a que la serenidad y el or-
den volvían a reinar en el clan de los Sade-Montreuil.
En abril de 1764, Donatien recibió autorización de
LuisXV para visitar París y alrededores: de nuevo, fue
el momento oportuno teniendo en cuenta el estado de
Pélagie, que debía regresar a la capital hacia finales de
la gestación por cuestiones médicas. El mes siguiente,
Su Majestad permitió de mala gana que el joven Sade
viajara a Dijon a fin de presentarse en el parlamento de
Borgoña y recibir oficialmente el título de lugarteniente
del gobernador que le había cedido su padre. El discurso
que el marqués pronunció en esa ocasión destilaba un
notorio servilismo:

Elogiar a cada una de vuestras mercedes, messieurs, escapa


a mi capacidad y a mi edad. Pero encontrarme en vuestra
compañía, messieurs, me transporta al súmmum de la f
felicidad. [...] Vuestra aprobación, vuestra estima, vuestra
amabilidad, resultan más valiosas para mí que todo lo
demás. [...] Ser digno de vuestras mercedes, ésa es mi
ambición; que un día me juzguéis digno de vuestras
mercedes, ése es mi deseo más profundo.2

A pesar de estas honorables declaraciones, Sade, a


su regreso a París, se zambulló en una nueva etapa de
actividad sexual, pero se cuidó de procurarse sólo la
compañía más segura de actrices y bailarinas de
renombre. En el verano de 1764, bebía los vientos por
una de las artistas más solicitadas de París, la alta y
esbelta mademoiselle Colet.3 Su destreza sexual era tan
conocida que un

122
miembro destacado de la aristocracia británica, lord
Elgin, quien residía en París en aquella época de su
juventud, le pagó la friolera de setecientas veinte libras
(el equivalente aproximado a dos mil ochocientos
dólares actuales) por una sola noche.
Sade conoció a mademoiselle Colet cuando ésta
contaba dieciocho años, tras verla actuar en el Théatre
des Italiens. Ella le permitió que la acompañara a casa.
Pocas horas después de abandonar su lecho, él le envió
un mensaje que contenía las siguientes frases cariñosas:

Es difícil veros y no amaros, e incluso más difícil amaros sin


expresároslo. He permanecido en silencio durante largo
tiempo pero ya no puedo callar más. [...] Por favor, enviadme
una palabra de respuesta, os lo ruego. Si yo, el más sincero
de los hombres, tengo la fortuna de no ser rechazado por vos,
concededme una cita para que hagamos algunos planes; mas
os advierto que deseo hacerlos de por vida. [...] Tenéis mi
felicidad en vuestras manos, ya no puedo vivir más sin vos.4

Sin embargo, mademoiselle Colet, que había


empezado a ejercer su oficio en la adolescencia y que
en aquella época recibía generosas cantidades de dinero
de, por lo menos, dos hombres despilfarradores en
extremo, no pensaba dispensar sus favores a un recién
llegado hasta que él hubiese aumentado al máximo el
precio ofrecido por sus servicios. Empleó la táctica
preferida por las mujeres de la vida más
experimentadas: tras leer con detenimiento la carta del
marqués, envió de regreso al ayuda de cámara de éste
con una respuesta mordaz en la que fingía un ataque de
ira y virtud ultrajada. Pocas horas después, Sade
suplicaba su perdón.

123
¡Oh, Dios mío! ¡Me tenéis a vuestros pies, mademoiselle,
intentando reparar la ofensa de la que me acusáis! ¡Yo,
capaz de ofenderos! ¡Antes preferiría morir mil veces! [...]
¿Acaso creísteis que os ofrecía mi fortuna para comprar
vuestros favores? Como sois delicada y sensible, sin duda
tendríais todo el derecho a odiarme si hubiera intentado
obtenerlos de ese modo. Mis lágrimas, mis suspiros, mi
fidelidad, mi obediencia, mi remordimiento y mi respeto:
he aquí los únicos pagos de un corazón como el vuestro, del
único corazón capaz de hacerme feliz.5

No obstante, mademoiselle Colet tuvo a Sade espe-


rando varios meses antes de concederle otra cita.
Mientras tanto, Pélagie salió de cuentas pero la niña que
alumbró no vivió más de dos días. Por lo visto,
Donatien lamentó sinceramente su muerte ("No estaba
destinado a ser padre durante mucho tiempo", escribió a
su tío de Provenza). No obstante, su dedicación a
mademoiselle Colet y a otros placeres parisinos no se
vio afectada en absoluto. A comienzos del invierno, el
inspector Marais informó de que Donatien pagaba a
mademoiselle Colet unas seiscientas libras al mes,6
aunque al mismo tiempo ella coqueteaba con el joven
marqués de Lignerac. Sade también se veía con muchas
prostitutas humildes, ya que no podía pedir a cortesanas
prominentes como mademoiselle Colet que satisficieran
sus impulsos más perversos, pues le habrían dado con la
puerta en las narices. Además, Marais había advertido a
todas las madamas importantes de París que no
aceptaran a Sade como cliente si "ejercitaba su
temperamento"7 de forma indecente. Como
consecuencia de ello, sólo le quedaba recurrir a las
muchachas más desdichadas y desprotegidas para sus
necesidades más estrafalarias. En aquella época Sade
era

124
perfectamente consciente de la vigilancia policial a la
que estaba sometido, y es fácil imaginar hasta qué
punto odiaba a su enemigo, Marais, y al superior de
éste, el teniente general de Sartine, a quien más adelante
describiría como "descendiente del lado izquierdo de
Torquemada [...] [que] sacrifica a hombres como
caníbales [...] el desdichado más políticamente corrupto
y consumadamente depravado que haya iluminado el
cielo". 8
Entrado el invierno, Sade se encontró en una situa-
ción complicada en relación con la talentosa
mademoiselle Colet. La precisión del informe de
Marais al respecto pone de manifiesto la entrega con la
que seguía los pasos del marqués, quien parecía ser su
presa favorita. "Monsieur el marqués de Lignerac, por
orden de su familia, se ha visto obligado a abandonar a
mademoiselle Colet -escribió- [...] ya abandonada en
manos de monsieur el conde [sic) de Sade, quien está
muy apurado con este suceso porque no es lo bastante
rico para asumir él solo la carga de una dama del
teatro."9
La vigilancia ininterrumpida de Marais se prolongó
a lo largo de las vacaciones de Navidad. Observó que
Sade "se había acostado con [mademoiselle Colet] tres
veces más" entre el 21 y el 28 de diciembre. También
informó de que mademoiselle Colet había seducido
hacía poco a uno de los hombres más ricos del reino, el
duque de Fronsac, hijo de un famoso héroe militar, el
mariscal de Richelieu, quien le había regalado unos
pendientes para Navidad que le costaron tres mil
libras.10 El joven Lignerac, por su parte, no permanecía
totalmente al margen: aunque lo hubiesen relegado a la
modesta función de greluchon (palabra francesa antigua
de significado equivalente a "gigoló"), continuaba
visitándola entre bastidores, "escondiéndose bajo el
tocador", según declaró el inspector, cada vez que
alguien llamaba a la puerta.

125
Entonces la Présidente entró en escena. Al parecer
Marais la mantenía informada de los avatares de la rela-
ción de su yerno con mademoiselle Colet. Con el don
de la oportunidad que la caracterizaba, escogió el
momento correcto para intervenir. Le tendió una
emboscada a Donatien precisamente durante los días en
que, enfurecido por la creciente ventaja del nuevo y
acaudalado admirador de mademoiselle Colet, pero al
mismo tiempo no muy convencido de tener que costear
solo los gastos de Colet, se encontraba, por primera vez,
confuso. "Convenciéndolo de las infidelidades de esa
mujer [...] conseguí [...] separarlo de Colet y hacerlo
entrar en razón -escribió ella al abad al cabo de unos
meses-. Lo aparté [...] con éxito de la puerta de esa
joven"11 añadió, dando a entender que había entrado en
la residencia de la mujer, sin previo aviso, y había
demostrado a Sade el alcance de las aventuras amorosas
de mademoiselle Colet.
Cuando la relación terminó, al igual que muchas
otras en aquella época, el amante traicionado exigió que
le fueran devueltas sus cartas. Estimulada por tener a
uno de los nobles más ilustres de Francia, el
descendiente del gran Richelieu, a sus pies, Colet
parece haber respondido a las misivas de Sade con gran
insolencia, ya que la última carta de éste dice así:
"'¿Qué he hecho para merecer semejante trato? ¿Y por
qué sois tan despiadada que humilláis a un hombre cuyo
único error fue haberos amado demasiado? [...] ¿Quién
sois vos? Lo estáis dejando bien claro. ¿Quién soy yo?
Vuestro bufón. ¿Quién de nosotros desempeña el papel
más humillante? [...] ¡Ojalá este incidente me libre para
siempre de tan mortífera pasión!" .12
Según los informes de Marais, mademoiselle Colet
fue abandonada pocos meses después por el rico
Fronsac. Aunque continuó permitiendo al joven
Lignerac, "su

126

...
único amor verdadero", que se escondiera bajo su toca-
dor, aceptó de nuevo los favores de lord Elgin a fin de
saldar sus grandes deudas. Murió un año después, a los
veinte años, por causas desconocidas.

El hechizo que Donatien ejercía sobre su suegra era


tan grande que la aventura con Colet no disminuyó el
afecto que ella le profesaba. Dotada de inteligencia más
que suficiente para percatarse de la disparidad entre las
costumbres de los aristócratas y las de su entorno bur-
gués, quizá contemplara tales episodios como el precio
que debía pagar por haber casado a su hija con un noble
de alta cuna. La Présidente de Montreuil sabía con cre-
ces cuán común era ese comportamiento en un patricio
de la época, pues las aventuras con actrices, cantantes
de ópera y bailarinas resultaban de lo más frecuentes en
la vida de todo aristócrata que se preciara. Además,
teniendo en cuenta la monotonía de su propia vida
amorosa, ¿no sería posible que los relatos
pormenorizados que el inspector Marais hacía de las
travesuras de Donatien despertaran su sexualidad
aletargada y le procurasen la misma emoción voyeurista
que al monarca francés?
Donatien, por su parte, tomó al parecer la decisión
serena de hacer el juego a su suegra, por lo menos de
manera temporal. Durante los años siguientes, la
complicidad que unía a Donatien y a la Présidente fue el
centro dinámico del clan Sade-Montreuil.
El objetivo principal de su alianza consistía en
proteger a la inocente y pura Pélagie de las duras
realidades del mundo exterior. Sade había entablado
una relación muy afectuosa con su esposa y creado un
entorno íntimo en el que podía entrar y salir a
discreción, pero deseaba mantenerlo al margen de toda
verdad cruel. Cuando

127
salía a la luz alguna de sus correrías, la primera reacción
de Donatien siempre era preguntar cuánto sabía su
esposa y suplicar a quienes estaban al corriente de los
hechos que no se lo contaran. La táctica funcionó.
Gracias a los esfuerzos conjuntos de su esposo y de su
madre, durante unos cuantos años Pélagie continuó
pensando que a Sade lo encarcelaban por motivos
económicos.
De este modo la relación de la Présidente con
Donatien se mantenía firme. Ella acudía a su esposo en
los momentos críticos en los que necesitaba que éste
hiciese uso de sus influencias en las altas esferas de
poder para solucionar una crisis familiar, pero parecía
tratar con mucha más confianza a Donatien que a su
marido. Por lo general era su yerno y no su esposo
quien la consolaba en sus momentos de máximo pesar,
como cuando falleció su padre, a mediados de la década
de 1760. "¿Acaso no os enjugué las lágrimas cuando
perdisteis a vuestro amado padre -le escribiría Donatien
diez años más tarde-, y no descubristeis que mi corazón
era tan sensible a vuestro pesar como al mÍo?"13. Por
mucho que le molestaran las limitaciones que ella le
imponía, Donatien contaba por lo visto con la
Présidente siempre que la necesitaba. Quizá fuera ella
la única persona del mundo, en esos primeros años de
matrimonio, a quien se abría de verdad; de hecho, ella
representaba la mayor fuente de afecto materno
incondicional que había conocido en su vida. ("¡Oh, vos
a quien solía llamar madre -le escribió-, vos, a quien
consideré como tal [...]”)14 Así pues, se estableció un
modus vivendi. La Présidente se conformaba con paliar
al máximo el daño provocado por las aventuras de
Donatien; podía esperar que pasara la turbulencia de su
juventud, convencida aún de que la institución del
matrimonio hacía que los hombres "sentaran la cabeza".
Además, siguió sintiéndose muy orgullosa,

128
por irónico que parezca, de que los jóvenes marqueses
de Sade ofrecieran una imagen pública mucho más ínti-
ma y armoniosa que la mayoría de los aristócratas de la
época.
El siguiente escándalo de Donatien se produciría en
Provenza, fuera del dominio de la Présidente, en la
ancestral finca familiar de La Coste, que quedaría más
asociada a su nombre que cualquier otro lugar de
Francia.

129

"
"'
"
Notas

1 OC, vol. 14, pp. 23-25.


2 Lely, Vie,.p. 87.
3 El nombre aparece escrito también como Collet y
Colette. Yo cito la versión "Colet" utilizada por Lely
y Lever.
4 Sade a mademoiselle Colet, 16 de julio de 1764. oc,
vol. 12, p. 19.
5 Ibíd., p. 20.
6 La suma mencionada es de veinticinco luises al mes.
A lo largo de esta obra utilizo los equivalentes que ofrece
el diccionario Petit Larousse, que estima que el luis vale
unas veinticuatro libras (esta moneda francesa, como ya
he mencionado anteriormente, puede multiplicarse por
cuatro para obtener el equivalente aproximado en
dólares actuales).
7 Lely, Vie, p. 92.
8 Sade a su esposa, 21 de mayo de 1781. oc, vol. 12, p.
324.
9 Lely Vie, p. 93.
10 La suma aquí citada son mil escudos, otra fracción
monetaria, que según el Larousse equivale a tres
libras.
11 Madame de Montreuil al abad de Sade, 26 de
agosto de 1765. BNnaf 24383, fos. 459-460. También en
Bibliotheque Sade II, p. 109.
12 Sade a mademoiselle Colet, principios de enero de
1765. oc, vol. 12, p. 22.
13 Sade a madame de Montreuil, febrero de 1777.
Ibíd., ill.
14 Ibíd.

130
7
La Coste

¡Oh, dulces criaturas, divinas obras creadas para el


placer del hombre! ¡Dejad de creer que fuisteis hechas
para el placer de un sólo hombre; romped sin miedo esas
absurdas cadenas que os atan a los brazos de un sólo
cónyuge y os impiden gozar de un hermoso amante! [...]
¿Acaso la naturaleza os ordenó que permanecieseis
cautivas de un solo hombre cuando os dio la fuerza
para agotar a cuatro o cinco seguidos?
]ULIETTE

La Coste, una pequeña población que en la época


de Sade apenas contaba con unos cientos de habitantes,
se encuentra en las inclinadas colinas del Lubéron,
cuarenta minutos en coche al este de Aviñón y a veinte
minutos de Cavaillon. Se trata de uno de los parajes
más románticos de Francia, una cima con caminos
empinados de piedras de color gris claro dominada por
el ancestral castillo de los Sade, desde donde se disfruta
de una panorámica de trescientos sesenta grados de los
verdes valles del Vaucluse. Como muchas otras
construcciones similares de la región provenzal, el
château de los Sade data de antes del siglo X, y en un
principio se empleó como refugio y bastión contra los
invasores sarracenos. Hacia el año 1000, poco después
de que los sarracenos fueran expulsados del sur de
Francia, la ciudadela de La Coste pasó a ser propiedad
de los Simiane, poderosos nobles provenzales que
poseían muchas otras fortalezas en la

131
zona. En el siglo XVII, cuando el único descendiente
varón de la familia falleció sin progenie, uno de sus
sobrinos, el marqués Gaspard-François de Sade, abuelo
de Donatien, heredó el castillo.'

Dos rasgos distinguían La Coste de las


comunidades adyacentes. A diferencia de los pueblos
más cercanos, Ménerbes y Bonnieux, se encontraba
dentro de los límites de la parte francesa de Provenza,
junto a la frontera del Comtat Venaissain, el vasto
territorio que, desde el siglo XIII hasta la época de la
revolución, perteneció al papado. Por lo tanto, La
Coste rendía cuentas al rey de Francia y no, como las
poblaciones más cercanas, al Papa. Este detalle incidiría
en los frecuentes encontronazos de Donatien de Sade
con la justicia. Por otro lado, a diferencia de la mayor
parte de los pueblos provenzales, la población de La
Coste había sido predominantemente protestante1 desde
las guerras de religión del siglo XVI. Durante el siglo
siguiente, esta creencia incitó a la corona francesa a
imponer severas sanciones económicas a los Costains,
que es como los habitantes del pueblo se hacen llamar,
y a llevar a cabo varias campañas brutales en las que al
menos tres cuartas partes de los habitantes murieron. La
filiación protestante de La Coste quizá también afectase
a las convicciones del marqués. Cabe conjeturar que su
odio hacia la Iglesia católica se exacerbó debido al
vehemente antipapismo que predominaba en las
poblaciones protestantes francesas. En muchos de sus
pasajes, el marqués censura con virulencia a las
autoridades religiosas o estatales que colaboraron en la
persecución y, de manera ocasional, en la matanza de '

las comunidades protestantes de Provenza.


El castillo de La Coste sufrió un notable deterioro
entre mediados del siglo XVII y mediados del XVIII
porque el abuelo de Donatien decidió construir su casa
en

132
Mazan, a unos cuarenta kilómetros de distancia. El
conde de Sade heredó el castillo en 1740 tras la muerte
de su padre y comenzó a renovar La Coste. Realizó
mejoras mínimas, como agrandar las estrechas ventanas
medievales del castillo, reconstruir el patio interior o
instalar una cocina, pero, al cabo de unos años,
arruinado por su falta de previsión, no era capaz de
mantener ni vivir en ninguna de sus propiedades
provenzales. Así pues, durante las primeras décadas de
la vida de Donatien, La Coste permaneció deshabitado
casi todo el tiempo; sólo lo ocupaban algunos fines de
semana del verano su abuela, la marquesa viuda de
Sade, y su tía, la marquesa de Villeneuve, como un
refugio plácido y veraniego de su Aviñón natal.
Sade había visitado La Coste en su infancia, cuando
vivía con su tío el abad, pero al parecer no volvió allí
hasta la primavera de 1763. Durante los meses previos a
su matrimonio, mientras suspiraba en Aviñón por el
regreso de mademoiselle de Lauris, hizo una breve vi-
sita a La Coste y se enamoró perdidamente de la
propiedad y de los terrenos que la circundaban; aquel
enamoramiento duraría casi toda su vida. El carácter
romántico y feudal del lugar -la cónica colina coronada
por el fantasmagórico castillo parecía una visión de un
cuadro de El Bosco- caló hondo en la imaginación de
Sade. En los años siguientes, llegó a pensar que en La
Coste se hallaban sus auténticas raíces, el único y
verdadero hogar de su vida.
Poco después de casarse con Pélagie, Donatien
pidió permiso a su padre para ocuparse de la finca y
residir en la misma cuando le apeteciera. El conde
accedió de buena gana. "Mi hijo acaba de pedirme que
se le permita vivir en La Coste con el mobiliario que
hay allí y me ha asegurado que costeará el
mantenimiento

133
-escribió a una de sus hermanas con el mismo tono
hosco que marcaba la mayor parte de las relaciones con
su hijo-. Y se lo he concedido. [...] Si quiere puede
vender los muebles o estropearlo todo. [...] Que lo eche
a perder tarde o temprano; es asunto suyo -y añadió-:
Dentro de poco vivirá en La Coste. Allí no podrá
meterse en líos."2 Con estas palabras, el conde daba a
entender que se alegraba de que el pícaro marqués se
mantuviera alejado de las múltiples tentaciones de la
capital. Sin embargo, durante el inicio de su
matrimonio Donatien estuvo demasiado absorto en las
bacanales parisienses o demasiado confinado por los
castigos reales como para acudir a Provenza. No
regresó a La Coste hasta la primavera de 1765.

Un radiante día de mayo de 1765 unos aldeanos se


congregaron a la puerta del château de La Coste para
saludar a su señor, a quien llamaban Moussu lou
Marquis de Sade en el dialecto provenzal, que llegaba
para disfrutar de su primera estancia oficial en sus
propiedades. Unos jóvenes vestidos de pastores, las
muchachas con tocados y cintas de colores brillantes y
los mozos con estandartes coloridos, se habían reunido,
a pie o montados en mulas, detrás del alcalde del
pueblo, quien llevaba un cordero adornado con cintas y
flores. Mientras los aldeanos entonaban una
cancioncilla compuesta especialmente para este rito
feudal de bienvenida, su señor, el joven marqués,
permanecía frente a la puerta del castillo del brazo de
una dama vestida con elegancia, que se suponía que era
su esposa. La canción celebraba en concreto la boda del
marqués, por la que los Costains no habían podido
felicitarlo debido a su prolongada ausencia. Basada en
las formas bucólicas tradicionales y cantada con la
melodía

134
de una antigua composición folclórica provenzal,
Couci-Couca, el recibimiento musical decía así:
"O la nouvelo huruoso / que venoun d'announssa...
/ derida! / Nouoste marquis espouso / uno jouino
beouto./ Couci-couca! / Veleissa veleissa!"3 ("Oh, las
buenas nuevas / acaban de anunciarse / ¡Alegría! /
Nuestro marqués se ha desposado / con una hermosa
joven.! ¡Ahí llega! ¡Ahí llega!")
Mientras el marqués saludaba a sus vasallos bajo el
resplandeciente sol provenzal, era imposible que
supieran que la hermosa joven que llevaba del brazo no
era su esposa sino una eminente mujer de los bajos
fondos parisinos con quien el marqués coqueteaba
desde hacía varios meses. ¿Presentó Sade a su amante
como si fuera su esposa, tal y como apuntaban los
rumores más malévolos de la zona? ¿O, con su típica
despreocupación, olvidó advertir a los aldeanos que
llegaría a La Coste con "una amiga"? ¿O incluso, como
afirmaron otros observadores, presentó a mademoiselle
Beauvoisin como una "pariente" de la marquesa, quien
no podría desplazarse hasta La Coste ese verano porque
todavía padecía las consecuencias del doloroso parto
del año anterior?
Con independencia de cómo haya presentado
Donatien a su compañera, actuó como si se tratase de la
relación más normal del mundo; durante el mes
siguiente organizó en sus dominios fête tras fête, en las
que escenificaba obras de teatro de aficionados en el ala
norte del castillo y a las que invitaba a decenas de
nobles de las comunidades vecinas. Uno de sus
visitantes más asiduos era el abad de Sade, quien se
alojaba en La Coste durante una semana y nunca hacía
preguntas indiscretas sobre la hermosa huésped con
quien su sobrino compartía su primer verano en sus
propiedades.
La mejor fuente para conocer la procedencia de
mademoiselle Beauvoisin son los informes del
inspector

135
Marais. Esta "afable joven", explica el inspector, había
sido la criada de un cirujano de París. La inició en el
mundo de la prostitución uno de los proxenetas más
famosos de París, el "conde" du Barry, cuñado y
maestro de la prostituta que, tres años después, llegaría
a ser la amante oficial de Luis XV: "Está muy bien
provista; pocas mujeres poseen un vestuario como el de
[mademoiselle Beauvoisin] o tan ingente colección de
encajes -escribe Marais-, uno la encuentra en casa [...]
con escasas y seductoras prendas, y resulta difícil
imaginar cómo podría realzar aún más su figura. Se la
considera una de las mujeres más hermosas del país."4
Como la mayoría de las mujeres de su profesión,
mademoiselle Beauvoisin no se limitaba a tener un solo
amante. En el primer informe de Marais sobre la rela-
ción de Sade con ella, se explicaba que en parte la man-
tenían un tal monsieur de la Boulay, "quien le
prodigaba todo tipo de favores" y en parte el marqués
de Sade, quien desembolsaba unas quinientas libras de
plata mensuales para cubrir el coste de sus "gastos
teatrales y de vestuario". Al mismo tiempo, ella también
disfrutaba de un caballero más joven, que hacía de
guerluchon. Cuando llegó a La Coste, estaba
embarazada de tres o cuatro meses, y con seguridad
Sade nada tenía que ver con ello. Sin embargo, esto no
pareció aplacar en lo absoluto la lujuria del marqués.
De hecho, durante toda su vida se sintió atraído por las
mujeres embarazadas.
La presencia de mademoiselle Beauvoisin en las
fiestas que ofrecía junto con el marqués colocó al abad
en una situación comprometedora. Durante la semana
que pasó en La Coste había acudido a todas las fiestas y
no había dejado escapar un momento de diversión. Al
regresar a Saumane, escuchó los escandalosos
chismorreos sobre la supuesta suplantación de la:
marquesa por parte

136
de mademoiselle de Beauvoisin. Fue entonces cuando
el abad se percató de que su presencia en las fiestas de
su sobrino implicaba que las aprobaba. Al principio,
fingió que no había acudido a ninguna de las fiestas de
Donatien y que ni siquiera le dirigía la palabra. "Nunca
veo a mi sobrino -aseguró a sus amigos de Provenza-.
Me avergonzaría ver a alguien que se comporta de
modo tan indecente."5 Cuando varios testigos
declararon que sí lo habían visto en La Coste, el abad
cambió de estrategia y escribió acto seguido una carta. a
la persona cuya crítica más temía: su hermana mayor, la
abadesa de Cavaillon. En ella denunciaba con acritud el
comportamiento de Donatien. La abadesa, imbuida de
la devoción monástica más tradicional, escribió a su vez
una carta hiriente a Donatien en la que lo acusaba de
hacer pasar a "una mujerzuela" por su esposa.
La misiva no suscitó la contrición que había espera-
do. Al responder a su tía, el marqués negó que hubiera
hecho pasar a mujer alguna por su esposa y, con delibe-
rada insolencia, puso en duda el comportamiento de va-
rios miembros de la familia Sade, centrando su
sarcasmo en el abad y su tía la marquesa de Villeneuve.

Vuestros reproches están fuera de lugar, mi querida tía. A


decir verdad, no esperaba escuchar palabras tan fuertes de
boca de una santa. No permito, tolero o autorizo que nadie
identifique a la persona que vive en mi casa con mi esposa;
les he dicho a todos lo contrario. [...] "Que la gente diga lo
que quiera, aunque les estéis diciendo justo lo contrario",
me sugirió el abad. [...] Me limito a seguir su consejo.
Cuando una de vuestras hermanas casadas [madame de
Villeneuve] vivió aquí con su amante, ¿acaso pensasteis
que La Coste era un lugar maldito? Mi comportamiento no
es peor que el suyo, y

137
ni ella ni yo merecemos que se nos culpe. En cuanto a la
persona que os proporcionó la información [el abad de
Sade], quizá sea sacerdote, pero siempre vive con un par de
fulanas... Perdonadme que emplee vuestro mismo lenguaje.
¿Acaso su cháteau es un serrallo? No, mejor aún, es un
burdel.

La carta finalizaba así: "Estoy adoptando el espíritu


de la familia y, si algo tengo que reprocharme, es la
desgracia de haber nacido en la misma. [...] Que Dios
me libre de los vicios y locuras que la infestan.
Aceptad, querida tía, mis más profundos respetos."6
La abadesa mostró la carta al abad y, como conse-
cuencia, Donatien se distanció durante varios meses del
que fuera su apreciado mentor.

Mientras tanto, en Normandía, la Présidente de


Montreuil se sentía cada vez más inquieta. En un prin-
cipio, el plan de Donatien de viajar a Provenza le había
parecido formidable, ya que consideraba que a Donatien
le vendrían bien los consejos del abad, a quien ella ve-
neraba, pero a los quince días de su marcha, comenzó a
preocuparle la falta de noticias de su yerno. Tal vez el
conde de Sade avivara su intranquilidad, ya que éste no
aprobaba el viaje de su hijo a La Coste, quizá porque te-
miera que lo engañara para quitarle las propiedades que
le quedaban. Ella comenzó a sospechar que algo iba mal
y, a finales de mayo, expresó sus temores al abad.

Vuestro sobrino se marchó el 9 de este mes; ni mi hija ni yo


hemos recibido noticias suyas desde entonces. Creo que se
ha ido a Aviñón. [...] Me preocupa mucho el hecho de que
no tengamos noticias suyas, por lo que os es-

138
taría infinitamente agradecida, señor, si me avisarais de su
llegada. Necesita vuestro consejo para reformar su frívola
conducta. [...] No debéis ser duro con un espíritu como el
suyo porque sus primeros impulsos son violentos y, por lo
tanto, peligrosos. Sin embargo, es posible hacerle entrar en
razón. [...] No soy la persona más indicadá para deciros
cómo es vuestro sobrino [...] sin duda lo conocéis mejor que
yo y no precisáis consejo alguno. [...] De él dependía que
yo continuara alabando su personalidad, pero no cumplió su
promesa. Sé que hay que ser indulgente con las personas de
su edad, pero también es necesario exigir un
comportamiento decente.?

Furioso por los comentarios desdeñosos que su so-


brino había escrito a la abadesa sobre su persona, el
abad se vengó informando a la Présidente de lo que en
realidad ocurría en La Coste. Ella le respondió el mes
siguiente con una carta de diez páginas que evidenciaba
cuán traicionada se sentía por la actitud de su yerno.
Muy consciente de la fascinación que el marqués ejer-
cía sobre ella, exteriorizó una ira propia de una amante
despechada.

Me asombra sobremanera lo que me contáis, monsieur.


Estaba dispuesta a aceptar cualquier cosa de monsieur de
S., pero no creía posible que sus estrambóticas pasiones
alcanzaran tal nivel de indecencia. [...] Sus infidelidades
encubiertas constituyen una afrenta para su esposa y para
mí, pero esta ofensa pública es un insulto a los vecinos y a
la provincia y le causará un daño irreparable si llega a
difundirse aquí, cosa harto probable. Aunque me he
esforzado al máximo por ayudarlo a prosperar en su carrera
y su fortuna, aunque está en deuda con su esposa y con
nosotros por callar fecharías que podrían arrui-

139
narlo para siempre y obligarlo a pasar varios años en pri-
sión, ¡he aquí sus muestras de agradecimiento!

¡Con qué agudeza descubre la Présidente al actor


que se oculta detrás de Sade!:

Más adelante, en tono grave, se lamentará de su destino, de


la violencia y desenfreno de sus pasiones, de cuánto se
arrepiente de la infelicidad que causa a quienes lo aman. No
somos siempre dueños de nuestros corazones, pero sí que
podemos controlar nuestro comportamiento, y lo cierto es
"que se nos juzga por nuestra conducta.

La Présidente reprende después al abad, tal y como


hará en repetidas ocasiones durante el transcurso de ese
mismo verano, por haber deshonrado a su familia al
asistir a las fiestas celebradas en La Coste y por lo tanto
aprobadas tácitamente.

Me desconcierta, señor, que hayáis tenido la paciencia para


presenciar tan extravagante espectáculo y nunca hayáis
desmentido la errónea impresión, sin duda propagada a
ciegas por los criados, de que [Mademoiselle Beauvoisin]
era madame de Sade. Este engaño resulta demasiado
humillante para ella. [...] Es algo que lamento de veras y
espero que todavía lo apreciéis lo bastante para ayudarlo a
refrenar sus pasiones. [...] Durante los seis años que estuvo
en el ejército o bajo la tutela de su padre nunca se comportó
de forma extravagante ni derrochó el dinero, por lo que la
severidad lo ha beneficiado más que nuestra amabilidad.

A continuación la Présidente amenaza a Donatien


con lo que más teme, la posibilidad de que Pélagie se
en-

140
tere de la verdad sobre sus escarceos amorosos en La
Coste.

Puede tener por seguro que, si bien he ocultado sus locuras


a su esposa [...] para evitarles un distanciamiento de por
vida, si se arriesga a cometer errores de mayor envergadura
informaré sin vacilación a su esposa y la convenceré de su
infeliz destino.8

De hecho, Pélagie no sabía prácticamente nada so-


bre lo que ocurría en Provenza. Pasaba el verano con
sus padres en Normandía y la complicidad entre su
madre y su esposo la protegía más que nunca de la
realidad. La Présidente le había dicho que Donatien
estaba demasiado embebido dirigiendo e interpretando
obras de teatro para la pequeña nobleza de la zona para
escribirle desde La Coste, y ella se lo había creído.
En cuanto al abad de Sade, al parecer realizó una
segunda y breve visita a La Coste y proporcionó a
madame de Montreuil detalles incluso más escabrosos
acerca de lo que allí sucedía. La ira de la Présidente
aumentaba a medida que le escribía la carta más larga
hasta la fecha: veinticinco páginas repletas de
reproches.

¡Una maravilla, señor! Sólo lamento que estando en tan


buena forma tuvierais que marcharos de la fiesta con tanta
presteza. Durante vuestra ausencia, esa muchacha habrá
recuperado su ascendiente sobre él. [...] No cabe duda de
que, tarde o temprano, vendrá a verme; me hará hermosas
promesas sobre su buena conducta y moderación [...1 sé
enorgullecerá de haberme convencido y se comportará más
o menos bien durante dos o tres meses; luego regresará a
París, comenzará de nuevo y todo irá de mal en peor.

141
A continuación muestra la recurrente preocupación
maternal por que su hija permanezca del todo ajena a la
verdad.

Por el momento [madame de Sade] está persuadida de que


el marqués está en camino. [...] No le dije que había
recibido noticias vuestras. [...] Ésa es la razón por la que
siempre pido que me remitan vuestras cartas desde París en
sobres dobles, de manera que nadie sepa su procedencia.
[...] El destino de mi hija depende por completo de vos.

Es fácil imaginarse a la Présidente sentada al escri-


torio, rellenando páginas y más páginas con la pluma y
tramando todas las sutiles trampas con las que se propo-
nía atrapar a su díscolo yerno y llevarlo de vuelta al le-
cho conyugal.
"¿Acaso hay que forzar [a Donatien y su
Beauvoisin] a separarse?", cavila la Présidente en una
posdata.

No me costaría hacerlo si recurriese a los conductos


adecuados, pero causaría un gran revuelo y lo pondría en
una situación más bien delicada. [...] El único modo de
tratar con él es nunca perderlo de vista, no dejarlo solo ni
por un instante. Así es como logré separarlo el año pasado
de Colette [sic] y hacerlo entrar en razón, tras convencerlo
de que ella le había sido infiel. [...] Os ruego que regreséis a
La Coste con el pretexto de algún negocio, relacionado con
los bienes raíces por ejemplo, para averiguar que sucede allí
y comprobar si continúa tan encaprichado. Gritadle,
habladle con firmeza y, al final, lo persuadiréis [...] para
que se comporte con más decencia, derroche menos y lleve
una vida más sosegada. [...]

142
Además, su presencia aquí me preocuparía [...]; si perdiese
el interés por esta amante, entonces se interesaría por otra.
Prefiero que la encuentre en Provenza. Quizá tenga la
suerte de encariñarse con una mujer casada. Siempre son
menos peligrosas que las cortesanas.9

Sin embargo, el abad no acudió de nuevo a La


Coste ni reprendió a su sobrino; el destino del joven
apenas parecía interesarle. El abad era, en el fondo, un
cortesano y detestaba los enfrentamientos. Como la
mayoría de los parientes de Donatien -su indolente y
frívola madre, su distante tío el caballero de Malta, sus
beatas y escandalizadas tías- el abad era un egoísta
consumado que no movería un dedo para ayudar al
único heredero varón de su familia. A finales del
verano, la Présidente, al ver que el abad se negaba a
actuar, le llamó la atención:

Vuestra carta [...] me consterna más de lo que podáis


imaginar. Contaba con vuestra ayuda. [...] Dado que
vuestro sobrino ha decido no pediros consejo (sin duda se
lo ha impedido esa muchacha, temerosa de que influyáis en
él), en vuestro lugar yo habría tenido el valor de ir a La
Coste para hacerle frente [...] y hablarle con firmeza y
claridad. [...] En cambio, lo habéis honrado al asistir a sus
fiestas, dando a entender que las aprobáis. 10

En septiembre, la Présidente se enteró, a través de


Marais, por supuesto, de que Donatien había regresado
a París. "Sé que su ayuda de cámara ha llegado con su
equipaje -escribió ella al abad-. Dice que su señor lo ha
enviado primero y que él llegará dentro de pocos días,
pero estoy segura de que ya ha llegado y se aloja con su
damisela. [...] Si yo estuviera en París iría en persona

143
a sacarlo de la casa de esa muchacha, como ya lo saqué
una vez de la de otra."11
Por fin, a mediados de septiembre, el carruaje de
Donatien cruzó las puertas del château de Echauffour.
Parecía alegre, tranquilo, afectuoso, como si regresara
de un respetable viaje de negocios. En una conversación
con la abuela paterna de Pélagie, juró que deseaba
"borrar el pasado con un comportamiento correcto y
atento" ("¡Así sea!", comentaría la Présidente al abad al
comunicarle las intenciones del marqués de Sade).12 En
cuanto a Pélagie, que todavía desconocía las
infidelidades de su esposo, lo recibió con dicha y,
durante las semanas siguientes, se quedó encinta.
En el clan Montreuil-Sade se restableció un poco el
orden. Resultaba obvio que la Présidente poco podía ha-
cer excepto jugar un firme y prudente juego de espera
con su rebelde yerno. "Responde a mis duras cartas con
honestidad, incluso con dulzura, con una confianza que
sólo puede surgir de la amistad -informaría al abad poco
después de que Donatien regresara de La Coste-, pero
¿es sincero o finge serlo?"13
Dos meses después de su regreso de Provenza,
Donatien se marchó presuroso a París para ocuparse de
mademoiselle Beauvoisin, quien sufría un malestar
relacionado con su inminente parto, pero la Présidente
no parecía muy preocupada al respecto. "Dado su
estado, dudo que le ofrecezca muchas fuentes de
placer"14 comentó irónicamente al abad.
Un mes después de que Donatien se hubiese reuni-
do de nuevo con Beauvoisin en París, ésta, que estaba a
punto de dar a luz, volvió a aparecer en el Théatre des
Italiens y, según el inspector Marais, estaba más hermo-
sa que nunca. "La maternidad la ha embellecido", ob-
servó Marais, y nombró a cinco nobles diferentes que se

144
disputaban sus favores. Al final, Donatien salió derrota-
do de esta competición contra los vástagos de familias
ilustres. Maldiciendo a quien había sido su amante du-
rante los últimos seis meses, el marqués buscó el placer
en "una muchacha alta y afable", 15 a quien, una vez
más, compartió con lord Elgin; y también con una tal
mademoiselle Le Clair, una bailarina de la Ópera que
gozaba de la particular reputación de ser la flageladora
oficial del conde de Bintheim, conocido por su afición a
recibir azotes hasta quedar hecho una masa
sanguinolenta. Mademoiselle Le Clair lo hacía; según
Marais, con "tanta gracia y talento teatral"l6 que su
cliente satisfacía todos y cada uno de sus descabellados
caprichos.
Fuera cuales fuesen los retazos que quedaban de la
relación entre Donatien y Beauvoisin, ésta era, sin
duda, de lo más tormentosa ya que, a mediados de
enero de 1766, él le escribió una carta furiosa:

¡OS he desenmascarado, monstruo! Vuestra vileza no tiene


parangón. [...] Os odiaré el resto de mi vida, a vos y a
vuestros iguales. No me vengaré, no os lo merecéis. No os
preocupéis, lo único que siento por vos es un soberano
desdén. Adieu, aprovechaos de vuestra última conquista y
deshaceos de él con los mismos viles ardides que
utilizasteis conmigo [...], monstruo desagradecido y falso.
[...] ¡Con qué placer pienso que, mañana a esta misma hora,
estaré a cincuenta leguas de vos! 17

Aunque el marqués de Sade tendría un breve en-


cuentro con Beauvoisin dos años después y no cesaría
de retozar con docenas de actrices, cantantes, bailarinas
y prostitutas, durante varios años no mantuvo otra rela-
ción seria. Pasó el verano de 1766 solo en La Coste, por
lo visto en castidad. Su esposa había deseado ir a su en-

145
cuentro durante su primera visita a Provenza, pero esta-
ba recuperándose de su segundo e infructuoso embara-
zo; en aquella ocasión, el niño había nacido muerto.
Ese verano, Donatien se entregó de lleno a su pasión
por las propiedades de su familia en La Coste.

El castillo de La Coste se encuentra en una meseta


plana y rocosa de poco menos de una hectárea que, co-
mo si de un águila inmóvil en el aire se tratase, corona
el pueblo situado junto al acantilado. Saqueado por
campesinos insurgentes durante la revolución y
desvalijado en varias ocasiones más durante el siglo
siguiente, el castillo sólo conserva el foso, parte de las
paredes y murallas y varios aposentos medios
derruidos. A lo lejos, la estructura recuerda el rostro
desdentado de un coloso desfigurado. No obstante, este
lugar árido y desprovisto de árboles, donde en verano
hace un calor abrasador y en invierno soplan fuertes
vientos helados, es una de las ruinas más evocadoras de
Europa. Junto con Saumane, fue una musa para las
fortalezas imponentes, los monjes sanguinarios, los
nobles infames y las vírgenes desfloradas y acosadas
que saturaban las novelas de Sade con más
extravagancia que cualquier otra obra de ficción fran-
cesa de ese siglo. Al igual que las pautas dominantes
del destino de Sade, La Coste constituye el paraje del
forajido arquetípico: irradia desobediencia y desdén
hacia las convenciones del mundo terrenal, una rebelión
contra la mayor parte de las leyes de gravedad moral. .
La aldea de La Coste era similar a muchas pobla-
ciones del mismo tamaño en esa región rocosa y árida
del Vaucluse; en la época de Sade era muy pobre, en
gran parte debido a las persecuciones que la corona
francesa había llevado a cabo contra los protestantes. La
razón de

146
su atraso era su arquetípico carácter feudal. Durante
muchos siglos, había pertenecido a dos familias de
absentistas, los Simiane y los Sade, por lo que sus
habitantes pagaban rigurosos tributos a señores que
probablemente no habían acudido al pueblo más que en
un par de ocasiones a lo largo de una década. El señor
de La Coste era, el único que poseía la llave de la
prisión del pueblo, que, durante más de siete siglos,
había estado emplazada en las entrañas de su castillo.
A Sade también le atraían estos aspectos de la
aldea. A diferencia de otros patricios de la época,
quienes solían considerar que sus dominios eran meras
fuentes de ingresos, Sade mantenía una relación mucho
más romántica con La Coste, entroncada tanto con sus
arcaicos ideales políticos como con sus manías
personales. Esa ideología, una combinación muy
extraña del elitismo del señor feudal y el libertarismo
más extremo, despertó en él una gran nostalgia por las
épocas más anárquicas de la alta Edad Media, anteriores
al desarrollo del estado nación, cuando todos los
señores de la guerra ejercían un control absoluto sobre
sus vasallos y no se hallaban sometidos a los edictos de
ningún otro gobernante. En La Coste, Sade podía
conservar esa ilusión de la autonomía arcaica y sentirse
como un señor feudal cuyos caprichos más aberrantes
se aceptaban sin discusión. A medida que sus
transgresiones aumentaban, el retiro provenzal de Sade
se convertía cada vez más en una especie de talismán.
Era el único lugar donde se sentía seguro del todo, un
refugio utópico que lo mantenía alejado de las repri-
mendas familiares o sociales y el entrometimiento de la
corona.
En el verano de 1766, Sade, durante su primera es-
tancia solitaria en La Coste, inició la importante y
meticulosamente programada reforma que había planeado

147
. realizar en las propiedades. En el extremo norte de la
meseta, con vistas a la árida extensión de la cadena
montañosa del Ventoux, Sade ideó un laberinto de
árboles de hoja perenne copiado de los motivos en
blanco y negro del suelo de la catedral de Chartres. En
el extremo occidental de la cresta plantó árboles
frutales, membrillos,. cerezos, almendros y perales. Sus
instrucciones para la disposición del paisaje eran
precisas y exigentes. Ordenó que el huerto se plantase
de acuerdo con el modelo del quincunce medieval, en
grupos de cinco árboles, cuatro en las esquinas y uno en
el centro. Apreciaba sobre todo los árboles frutales y,
años después, mostraría continuamente su preocupación
por los mismos en las cartas que escribía a su esposa
desde prisión. (" ¿Cómo está mi pobre cerezal? -solía
preguntar-. Asegúrate de que los jardines estén bien
cuidados [...], diles que vuelvan a plantar el pequeño
seto de avellanos.")18
Sade tampoco escatimó gastos al renovar la decora-
ción de los cuarenta y dos aposentos del castillo. Uno
de sus primeros proyectos, ideado allí el verano anterior
en compañía de Beauvoisin, había consistido en instalar
un teatro particular. Durante el siguiente y casto verano,
lo amplió construyendo un escenario de unos veintiocho
metros cuadrados y una sala con capacidad para unas
sesenta personas. Asimismo, continuó trabajando en su
propio aposento, situado en. el ala más cálida y
meridional del château, desde donde se disfrutaba de
una panorámica de ondulantes colinas y de la hermosa
aldea de Bonnieux. Prestó especial atención a la
construcción y decoración de aposentos nuevos para su
esposa: un dormitorio de invierno, uno de verano, un
tocador y un estudio.
El marqués, que era bastante maniático en cuanto a
la higiene personal, no se privó de uno solo de los lujos
que su época le ofrecía y se mostró particularmente aten

148
to a las necesidades de Pélagie. A mediados de la
década de 1770, cuando se efectuó el primer inventario
de La Coste, en su cuarto de baño, cuyas paredes
estaban revestidas de algodón indio floreado, había una
bañera y un calentador de agua de cobre, y el château
contaba con quince inodoros portátiles, o chaises
percées, y seis bidés.. El tocador de la marquesa estaba
decorado con un diseño de toile de Jouy gris verdoso
que representaba paisajes normandos; las paredes de su
dormitorio estaban recubiertas de muaré azul con
ribetes dorados y cubrecamas y dosel es a juego. Las
paredes del salón principal, amueblado con numerosos
sofás, poltronas y mesas de juego, estaban recubiertas
con tapices. Los cuadros de las otras estancias del
castillo presentaban motivos populares del siglo XVIII -
la escuela de Atenas, la muerte de Alejandro, Josué
deteniendo el sol, María Magdalena- e incluían un
retrato, heredado del conde de Sade, de la lasciva
mademoiselle de Charolais ataviada como una monja
franciscana. Durante el verano de 1767, Sade comenzó
a acondicionar un "aposento secreto" en La Coste, en el
que había enseres vagamente pornográficos; el único
objeto de este tipo descrito con precisión en el
inventario es una enorme colección de jeringas para
enema, decoradas con dibujos de personas arrodilladas
frente a traseros descubiertos, rindiéndoles homenaje.
Por supuesto, como cualquier caballero de la Ilus-
tración que se preciara, Sade se puso a reunir tomos
eróticos y anticlericales para formar su propia
biblioteca. Había clásicos pornográficos de mediados de
siglo que tal vez Sade hubiera leído con detenimiento
cuando niño en la colección de su tío, como La
voluptuosa vida de los capuchinos, Cuentos de las
fornicaciones de sacerdotes y monjes y Thérese la
filósofa. 19 Se rumoreaba que el autor de la última obra
era un noble provenzal, el marqués d' Argens.

149
En las dos décadas siguientes, otro noble de la región y
futuro dirigente revolucionario, el conde de Mirabeau,
primo lejano de los Sade, escribiría algunas de las
mejores obras eróticas del siglo. La afición a escribir
pornografía que más tarde adquirió Sade no era un
fenómeno aislado; se trataba de una práctica bastante
extendida entre los miembros de la aristocracia
provenzal.
Durante su tranquila y monástica estancia en La
Coste, Donatien solía charlar con su tío, con quien se
había reconciliado. Al escribir a la Présidente, el abad
de Sade se explayaba sobre la inusitada apacibilidad del
verano de su sobrino y luego cavilaba sobre los
problemas que Donatien podría ocasionar en el futuro:
.

Sólo vos y yo, madame, somos capaces de influir en él.


Pero, ¿qué podemos hacer? Por el momento, no mucho.
Todavía es joven y es natural que se entregue al de-
senfreno. Tenéis razón al decir que hay que tratarlo con
comedimiento. Sería peligroso hacerle frente sin tacto,
como suele hacer su padre. Sólo la delicadeza y la per-
suasión nos servirán para ganarnos su voluntad. Vuestra
propuesta es inmejorable, madame.

El siguiente párrafo de la carta del abad, en el cual


insinúa que existe un grave problema entre Donatien y
Pélagie, sin duda le resultó doloroso a la Présidente.

Como imaginaréis, le hablé largo y tendido acerca de su


esposa. Admite que posee grandes cualidades; la ha col-
mado de elogios; lo unen a ella una gran amistad y respeto,
y el mero hecho de contrariarla le parece impensable, pero
considera que es demasiado fría y devota para. su gusto; de
ahí su impulso a buscar diversión en otros lugares.20

150
Al invierno siguiente, unos meses después de que
hubiera regresado a París, Donatien sufrió su primera
pérdida dolorosa. En enero de 1767, su padre falleció a
la edad de sesenta y cinco años. Como la mayoría de los
libertinos de su época, el conde de Sade había encontra-
do, durante los últimos años de su vida, su principal
consuelo en la religión. Su última voluntad y
testamento estaban repletos de las tradicionales
expresiones de la Iglesia católica: "Por la intercesión de
nuestro señor Jesucristo y de la gloriosa Virgen María y
todos los santos, cuya comunión recibí por gracia del
bautismo, ruego humildemente la misericordia divina
para el perdón de mis pecados y también espero que se
me conceda la gracia de ser un verdadero hijo de la
Iglesia católica apostólica y romana. hasta el final de
mis días. Entrego mi alma a Dios mi creador y mi
cuerpo a la tierra con la que fue creado [...]".21
Casi todas las antiguas amantes del conde de Sade
habían fallecido y él vivió sus últimos años de la
caridad de los Montreuil, en una propiedad que poseían
en Versalles. Durante la última década había intentado
saldar sus deudas y consagrarse a su vocación favorita,
la literatura. Revisó sus escritos de juventud, compuso
unas memorias sobre la corte del "bienamado" Luis
XV; compiló una antología de "anécdotas inglesas" y
escribió ensayos sobre historia, moral y filosofía.
Aunque su relación con Donatien había sido más bien
tensa, casi todos sus escritos estaban dedicados a su
hijo.
Desde hacía algún tiempo, el conde había padecido
una enfermedad que le obligaba a guardar cama durante
varias semanas seguidas, probablemente alguna clase
de hidropesía. Sus últimas semanas de vida, su estado
mejoró. Donatien lo visitó poco antes de que falleciera
y lo encontró en condiciones bastante buenas; se
levantaba

151
cada día y paseaba por sus aposentos. Sin embargo,
cuatro días después de la visita de su hijo, sufrió un
colapso y murió al cabo de unas horas.
En una anotación de su diario, monsieur de Mon-
treuil describe con su estilo prosaico el entierro de uno
de los vividores más ilustres del reino de Luis XV:

Mi yerno y yo velamos su cuerpo durante cuarenta y ocho


horas. Seguimos la procesión hasta la iglesia de Le Grand-
Montreuil, donde lo enterraron a las diez y media de la
mañana. La procesión y el entierro fueron de lo más
solemnes. La iglesia estaba tapizada de negro. Doce
indigentes asistieron al entierro provistos de antorchas. En
su casa encontramos veinticuatro o veinticinco páginas de
su puño y letra [la del conde] en las que relataba anécdotas
sobre la corte y hacía reflexiones de carácter ético; merecen
publicarse. Fue enterrado en la iglesia de Le Grand-
Montreuil, frente al púlpito de la izquierda.21

La mayor parte de la correspondencia y las obras li-


terarias del conde de Sade se encontró hace sólo unas
décadas en el desván de uno de sus descendientes, con
meticulosas notas escritas en el margen por su hijo. A
pesar de sus múltiples disputas y distanciamientos, a
ambos hombres los habían unido unos vínculos muy
fuertes que se habían visto reforzados por la actitud
distante de la madre de Donatien. Años después, en una
de las misivas que escribió en prisión, Donatien se
referiría a su padre como "el único asomo de familia"
que había tenido. El fallecimiento del conde supuso un
duro golpe para Donatien. Madame de Montreuil dejó a
un lado cualquier animosidad que hubiese albergado
hacia Donatien desde el episodio de Beauvoisin, pues el
innegable dolor del

152
hijo del conde la conmovió sobremanera. "La pérdida
de su padre lo ha afectado de tal modo que me ha
reconciliado con él -escribió al abad-. Sed como un
padre para él, señor, no podría encontrar a uno mejor
que vos."23
La muerte del conde de Sade puso de manifiesto
otra curiosa pauta de comportamiento de Donatien.
Desde el siglo XVII, la tradición de la familia Sade
había establecido que los títulos de conde y marqués
pasaran de padre a hijo, de modo que, mientras su padre
vivía, Donatien era conocido como el marqués de Sade,
pero debía asumir el título de conde tras la muerte de
aquél. No obstante, por razones desconocidas, pues su
comportamiento resulta aún más extraño dado su fuerte
sentido del protocolo feudal, Donatien desafió dicha
convención y hasta la revolución continuó utilizando el
título de marqués. Por el contrario, las autoridades
gubernamentales le aplicaban el título de conde en los
múltiples tratos de carácter oficial que tenían con él,
como en los informes policiales o en las órdenes de
arresto judicial. El empleo más bien poco ortodoxo que
Donatien hacía del título de marqués tras la muerte de
su padre y el hecho de que llamara marquesa a su
esposa continúan siendo un misterio. Podría aventurarse
que el tormentoso amor que sentía por su padre lo incitó
a retener el título de marqués para mantener la ilusión
de que su padre aún vivía. Asimismo, cabría conjeturar
que el afecto que sentía hacia su autoritario y rígido
padre estaba teñido de resentimiento y que su negativa a
utilizar el título de su padre era otra manera de
distanciarse de él. Esta idiosincrasia quizá también
estuviese relacionada con el caprichoso modo en que
alternaba sus diferentes nombres de pila -Aldonse (o su
variante provenzal, Aldonze); Alphonse; François y el
inventado Louis-, aunque muchas veces lo hacía para
eludir a la policía.

153

..
Asimismo, debido a la terrible reputación que el
marqués de Sade se labró durante su vida, el protocolo
familiar consistente en alternar los títulos cesó de
inmediato tras la muerte de Donatien. A fin de paliar el
estigma con el que el Sade escritor había manchado el
nombre de la familia, toda su progenie emplearía el
título de conde hasta bien entrado el siglo XX. El
tataranieto de Sade, Xavier de Sade, reconsideró la
tradición de integrar ambos títulos hace apenas unas
décadas.

El dolor que le produjo la pérdida de su padre no


refrenó durante mucho tiempo la ardiente búsqueda de
placer que lo había obsesionado desde su temprana ju-
ventud. Una vez concluido el mes de luto oficial, Dona-
tien se lanzó de lleno a otra serie de bacanales y conti-
nuó alquilando pequeños aposentos y casas en distintos
lugares de París para su esparcimiento. No se ha identi-
ficado a ninguna de las amantes con las que mantuvo
relaciones durante ese invierno. Al parecer, deseaba
llevar a cabo experimentos sexuales tan desagradables
como aquellos a los que había sometido a mademoiselle
Testard; gaudeamus para los que debía acudir a las
prostitutas más humildes y menos protegidas, las que
escapaban a la vigilancia de Marais. La elite de las
damas que podían comprarse con dinero, como Colet y
Beauvoisin, o incluso las rameras de los burdeles más
prósperos, por lo general se hallaban a salvo de los
latigazos, los insultos y las formas más duras de
vejaciones físicas o mentales. Ante la mera mención de
semejantes malos tratos, estas mujeres denunciarían al
marqués a sus madamas y a la red de Marais.
A finales de abril de 1767, Donatien reanudó breve-
mente su relación con Beauvoisin y se marchó con ella
a

154
Lyon, donde pasaron dos semanas juntos. Esto puso de
nuevo a prueba la paciencia de madame de Montreuil,
sobre todo porque Pélagie estaba en el quinto mes de su
tercer embarazo y su familia estimaba que su esposo no
era lo bastante atento con ella. "El padre no parece muy
preocupado, le ocupan asuntos que le resultan
infinitamente más interesantes -escribió al abad-, pero
me temo que la madre no soportará tanto dolor."24
Sin embargo, el desenlace del viaje de Donatien a
Lyon le deparó a la Présidente una gran e inesperada
alegría: supuso el final definitivo de la relación entre el
marqués y Beauvoisin. Aunque ella no fallecería hasta
1784, dejando una considerable fortuna, Donatien, que
se sepa, no volvió a verla. Tras la última confrontación
con ella, el marqués se fue directamente a La Coste. Allí
pasó otro casto verano, disfrutando de sus dominios y
de los derechos feudales que tenía sobre sus habitantes,
a quienes consideraba sus siervos.
Durante dicha estancia veraniega, Sade impuso un
arcaico ejercicio a los habitantes de La Coste. Ordenó a
su secretario personal, monsieur Fage, un notario del
pueblo vecino de Apt, que tomase las medidas pertinen-
tes para que la comunidad de La Coste celebrase un ri-
tual oficial de "homenaje". Unas semanas después de la
llegada de Sade, los alcaldes y "cónsules"25 de La Coste,
con la ayuda de cuatro delegados elegidos para la oca-
sión, montaron la siguiente farsa de acuerdo con una
costumbre que databa del siglo XII:

Homenajearon al altivo señor Louis Aldonse Donatien,


marqués de Sade, sentado en un sillón; [los cónsules] se
arrodillaban ante él, con la cabeza descubierta, sin fajas ni
armas, con las manos entrelazadas con las del señor
marqués, quien, como señal del homenaje recibido,

155
soltaba las manos de dichos alcaldes y cónsules y recibía de
cada uno de ellos y de cada uno de los ayudantes el
tradicional beso. [...] A continuación, los alcaldes, cónsules
y ayudantes [..] prometieron y juraron, así en el futuro
como en el pasado, que serían buenos, leales y fieles
vasallos de su señor el marqués así como de sus
descendientes, que guardarían sus secretos, que no le in-
ferirían daño alguno [...] y que no repudiarían ni se sus-
traerían a su jurisdicción.26

Durante está ceremonia, se aludió a homenajes si-


milares recibidos en 1551 por el hermano del tatarabue-
lo del marqués, Balthasar de Simiane, en 1668 por su
tío abuelo Octavien de Simiane y en 1732 por su padre.
Salvo por esta peculiar festividad, el marqués pasó un
verano más bien sosegado en su hogar provenzal, lugar
por el que sentía un aprecio cada vez más intenso,
supervisando la evolución de las obras que había
iniciado el verano anterior y charlando con frecuencia
con el abad. Madame de Montreuil informó de que el
marqués incluso escribía a su esposa religiosamente.
A mediados de verano, Pélagie salió de cuentas.
Donatien regresó a París a tiempo de asistir al parto, el
27 de agosto de 1767, de su hijo Louis-Marie, el
primero de sus descendientes que llegaría a la edad
adulta. Poco después, se celebraron las ceremonias del
bautismo en la capilla del Hotel de Condé. Varios
miembros de la ilustre familia sostuvieron al bebé sobre
la pila bautismal de la iglesia, entre ellos Louis-Joseph
de Condé, el compañero de juegos a quien Donatien
había agredido con violencia en la infancia.
La Présidente había confiado en que la paternidad
ayudaría al marqués a sentar la cabeza, pero no tuvo tan-
ta fortuna. A mediados de octubre, el inspector Marais

156
le seguía la pista de nuevo y dio la noticia de que Sade
estaba "valiéndose de todos sus recursos" para conven-
cer a una tal mademoiselle Riviere, de la Opera de Pa-
rís, de que viviera con él, ofreciéndole varios cientos de
libras mensuales para que se quedase en una "casita" en
Arcueil, los días que no tenía actuación. La actriz se
mostraba reacia a comprometerse, tanto más cuanto que
tenía un gran círculo de adeptos entre los que elegir,
pero los denodados esfuerzos del marqués por
convencerla duraron varios meses. Mientras tanto,
Donatien también intentaba persuadir a madame
Brissault, una de las madamas más conocidas de la
capital, para que le facilitara algunas de sus muchachas.
"Pronto volveremos a saber de las fechorías del
marqués de Sade -finalizaba el informe del inspector
Marais-. Sin duda alguna, muy pronto volveremos a
saber de él."27 Las predicciones del inspector sólo
tardarían seis meses en cumplirse.

157
Notas

1 Según un historiador de la región, Henri Fauville,


autor de La Coste: Sade en Provence, Aix-en-Provence:
Edisud, 1984, el ochenta por ciento de la población de
La Coste era protestante. (En adelante llamado
Fauville.)
2 Conde de Sade a Gabrielle-Laure de Sade, 24 de
julio de 1763. BNnaf 24383, fo. 273. También en
Bibliotheque Sade 1I, p.66.
3 Fauville, p. 51.
4 Lely, Vie, p. 97.
5 Ibíd., p. 99.
6 Sade a la abadesa Gabrielle-Eléonore de Cavaillon,
julio de 1765. oc, vol. 12, p. 24.
7 Madame de Montreuil al abad de Sade, 20 de
mayo de 1765. BNnaf24384, fos. 442-443. También en
Bibliotheque Sade II, p. 100.
8 Madame de Montreuil al abad de Sade, 17 de julio
de 1765. Ibíd., fos. 452-453. También en Bibliotheque
Sade II, p. 104.
9 Madame de Montreuil al abad de Sade, 8 de agosto
de 1765. Ibíd., fos. 454-456. También en Bibliotheque
Sade II, p. 110. .
10 Madame de Montreuil al abad de Sade, 26 de agosto
de 1765. Ibíd., fos. 459-460. También en Bibliotheque
Sade II, p. 109.
11 Madame de Montreuil al abad de Sade, 16 de
septiembre de 1765. Ibíd., fos. 463-464. También en
Bibliotheque Sade II, p. 110.
12 Ibíd.
13 Madame de Montreuil al abad de Sade, 7 de
noviembre de 1765. BNnaf 24384, fos. 457-58.
También en Bibliotheque Sade II, p. 113.

158
14 Ibíd.
15 Lely, Vie, p. 104.
16 Ibíd.
17 Sade a mademoiselle de Beauvoisin, enero de
1766. oc. ,vol. 12, p. 25.
18 Sade a su esposa, 21 de abril de 1777. Ibíd., p129.
19 La relación del contenido de la biblioteca de Sade
en La Coste se encuentra en Fauville, p. 68.
20 Abad de Sade a madame de Montreuil, 1 de junio
de 1776. Lely, Vie, p. 106.
21 Archivos de la familia Sade. Citado en Lever,
p.55.
22 Ibíd.
23 Madame de Montreuil al abad de Sade, 30 de
enero de 1767. BNnaf24384, fos. 418-419. También
en Bibliotheque S de 1I, p. 122.
24 Madáme de Montreuil al abad de Sade. Lely, Vie,
p. 109. 25 "Cónsul" era el término empleado antes
de la revolución para referirse al ayudante del
alcalde de una comunidad.
26 Fauville, p. 72.
27 Lely, Vie, p. 109.

159
8

Domingo de Pascua

-¿Sois un flagelador, querido?


-Ah, hasta que aparece la sangre, mi querida mu-
chacha [...] y también gozo cuando me flagelan.
Es la pasión más. deliciosa que conozco; la
flagelación es, sin lugar a dudas, el mejor remedio
para recuperar el vigor perdido con excesivos
orgasmos [...] es el remedio supremo para el
agotamiento.
]ULIETTE

Nueve de la mañana del 3 de abril de 1768, Domin-


go de Pascua, en la Place des Victoires de París, junto a
la entrada de la iglesia de los Petits-Peres, o" padreci-
tos". El marqués de Sade, vestido con una levita de co-
lor gris y con un manguito de piel de lince blanca en
una mano y un bastón en la otra, está apoyado en el
enrejado que rodea la estatua ecuestre de Luis XIV.
Mientras las campanas tañen indicando el final de la
misa, una mujer sale de la iglesia, se detiene a escasos
metros del marqués y extiende la mano a los
transeúntes para pedir limosna. Se llama Rose Keller.
Es natural de Estrasburgo y habla francés con un
marcado acento alemán. La hilandera de treinta y seis
años, viuda de un pastelero, no tiene trabajo en la
actualidad. Un hombre pasa junto a ella y le ofrece una
moneda.

160
El marqués, apoyado junto a la estatua, hace señas
a la mendiga y le promete dos libras si lo sigue. "¡Pero
yo no soy de ésas!", protesta la mujer. El marqués le
asegura que se equivoca, que desea sus servicios para
tareas domésticas. Bajo esa premisa, ella decide
acompañado. Poco después, el marqués y Rose Keller
suben a un carruaje que los traslada a la casa de campo
de Donatien en Arcueil, a una hora de París, una de las
"casitas" que ha alquilado para sus citas secretas. "No
os preocupéis -le dice el marqués a la mujer al inicio
del trayecto-, en vuestro nuevo trabajo se os alimentará
y se os cuidará bien." Luego cierra las ventanillas de
madera del carruaje, cierra los ojos y duerme, o finge
dormir.1
Poco después del mediodía, el carruaje se detiene
en las afueras de Arcueil y el marqués abre la puerta.
Guía a Rose Keller a través de una pequeña puerta
verde, atraviesan un pequeño patio y llegan a la casita.
A continuación lleva luego a la visitante a un oscuro
dormitorio del primer piso, amueblado con dos camas
con dosel, y le dice que se ponga cómoda y que él le
traerá comida y bebida. Sale de la habitación, cierra la
puerta y no regresa hasta al cabo de una hora. (Aquel
mismo día, el ayuda de cámara de Sade había llevado a
la casa a dos prostitutas, que esperaban a su cliente en
la planta baja.)
Cuando el marqués regresa a buscar a Rose Keller,
lleva una vela encendida en la mano.
-Acompañadme, querida -dice. La conduce
escaleras abajo y luego a otra habitación pequeña y
oscura.
Una vez dentro, ordena a la mujer que se desvista.
-¿Para qué? -pregunta ella.
-Para divertimos -responde el marqués. La mujer
objeta de nuevo que no ha venido con esa intención. El
marqués le advierte que si se niega a acatar sus órdenes
la matará y la enterrará en el jardín y acto seguido

161
abandona la habitación por unos instantes. Keller,
aterrorizada, comienza a desvestirse pero no se quita el
chemisier. El marqués regresa enseguida, con un
pañuelo blanco anudado alrededor de la cabeza y el
torso desnudo bajo un chaleco. Brama que quiere que
Keller se desnude por completo; ella replica que
prefiere morir a obedecer sus órdenes. El marqués le
arranca el chemisier y le hunde la cara en una cama
tapizada con cretona roja y blanca. Luego le cubre la
cabeza con una almohada de forma cilíndrica y el
manguito de piel para .ahogar los gritos; sosteniendo la
vela con la mano izquierda, comienza a flagelarla,
alternando un haz de cañas con el azote.
El marqués interrumpe la flagelación en dos o tres
ocasiones para frotar las heridas de la víctima con lo
que a Keller le parece cera derretida; como está boca
abajo, no ve los instrumentos que utiliza el marqués.
Keller le suplica que se detenga porque teme morir sin
haber cumplido con sus obligaciones de Pascua. Él le
contesta que le trae sin cuidado, que él mismo puede
hacer de confesor. A medida que Keller chilla con más
fuerza, los latigazos se aceleran, y de repente el
flagelador, según la víctima, comienza a emitir
"alaridos muy agudos y espeluznantes". El marqués de
Sade ha tenido un orgasmo y el sufrimiento de Keller
llega a su fin.
Sade libera a su víctima, va a buscar una jarra de
agua y una palangana y le indica que se lave y se vista.
Sale de la estancia y, al poco, regresa con la cena -pan,
carne de vaca hervida y una garrafa de vino- y la
conduce de nuevo a la habitación del primer piso. La
vuelve a encerrar y le pide que no haga ruido ni se
acerque a la ventana. Le asegura que esa misma noche
podrá regresar a París.
Una vez sola, la prisionera arranca las sábanas de
las dos camas y las anuda. Luego, tras sujetarlas al
marco de

162
la ventana y hacerlas pasar por el agujero que abre en
los postigos con un cuchillo que encuentra en la
habitación (el marqués lo había olvidado allí con toda
tranquilidad), las deja caer hasta el jardín. Keller trepa
rápidamente a un pequeño muro de piedra y salta al
patio que está al otro lado, con lo que. se lastima un
brazo y una mano. Mientras Rose Keller corre por la
calle del pueblo, Langlois, el ayuda de cámara del
marqués, la persigue con una cartera llena de dinero. Le
da alcance y le asegura que recibirá una buena suma si
regresa a la casa del marqués, pero Keller lo aparta de
un empujón y continúa corriendo.
Tres mujeres del lugar la detienen al percatarse de
que está despeinada y manchada de sangre. La víctima
de Sade rompe a sollozar mientras les cuenta sus des-
gracias: "¡Ese hombre debe de ser un demonio!", gritan
las mujeres. La llevan hasta un patio, examinan las heri-
das y luego la acompañan a la casa de un abogado,
quien, a su vez, la envía al château del alguacil mayor
de Arcueil, un tal monsieur Lambert. Puesto que el
alguacil no se encuentra allí en esos momentos, Rose
Keller repite su triste historia a madame Lambert,
quien, afligida, se ve obligada a retirarse a su
habitación. Pocas horas más tarde, Keller narra de
nuevo sus penurias al policía del pueblo, que toma nota
de su declaración y pide a un médico que la examine.
Esa misma noche, un amable vecino le ofrece
alojamiento. Al día siguiente, madame Lambert, tras
haberse recuperado del choque emocional causado por
el relato de Keller, ofrece a la víctima una habitación en
el château de su familia.
Unas horas después de ver a Rose Keller por última
vez, cerca de las seis de la tarde de aquel Domingo de
Pascua, Donatien de Sade regresa a París, al lado de su
esposa y su familia política.

163
El 4 de abril, Lunes de Pascua, el juez de Arcueil
escucha la declaración de Rose Keller. El miércoles
6 de abril, cuatro testigos del episodio Keller
presentan el testimonio al juez. El mismo día, algún
miembro de la casa Montreuil recibe el aviso de
que se están tomando medidas legales contra el
marqués. El marqués rompe la costumbre de
ocultar a su esposa los detalles de sus aventuras y le
refiere todo lo ocurrido el domingo. Al día si-
guiente, la joven marquesa de Sade emerge de
repente de las sombras y comienza a desempeñar
un papel destacado en la defensa de su esposo,
asumiendo la tarea de protectora que antes ejercía
su madre.
Al amanecer del 7 de abril, la marquesa se reúne
con el abad Amblet, amigo y antiguo tutor de
Donatien, y con otro conocido de la familia, un
abogado. Llama luego a su madre, y las dos
mujeres informan a sus amigos de las acusaciones
que una prostituta ha lanzado contra Donatien.
Piden a los dos hombres que se dirijan de inmediato
a Arcueil y convenzan a Rose Keller de que retire
los cargos.
El abad Amblet y el abogado visitan a Keller en
el château del alguacil del pueblo, monsieur
Lambert. Ella guarda cama y alega que no se
encuentra lo bastante bien para levantarse y que
durante largo tiempo se hallará "incapacitada para
cumplir con sus obligaciones". Cuando los
visitantes le preguntan si estaría dispuesta a retirar
los cargos, responde que lo haría a cambio de tres
mil libras (unos doce mil dólares actuales). La
suma, replica la delegación Sade-Montreuil, es
excesiva. Keller sabe perfectamente que su
situación puede beneficiarla en gran medida, por lo
que ambas partes negocian con vigor y tenacidad.
El abad y el abogado ofrecen mil quinientas

164
libras. Keller contesta que no piensa aceptar menos de
dos mil cuatrocientas libras. Los negociadores conside-
ran que la cifra sigue siendo desmedida, por lo que re-
gresan a París para consultar el trato propuesto con la
marquesa de Sade y su madre. Ambas les ordenan de
inmediato que acepten la cantidad solicitada.
Al regresar a Arcueil, los dos hombres encuentran a
la víctima sentada en la cama, charlando entusiasmada
con varias mujeres. "No parecéis tan enferma como
asegurabais", comenta el abogado. Le entrega un
documento legal. Rose Keller lo firma. Recibe las dos
mil cuatrocientas libras que había pedido más otras
doscientas "para gastos de vendajes y medicamentos".
Con tal suma en su poder, Rose Keller no tardará en
contraer matrimonio con un hombre agradable.

El caso Sade- Keller pone de relieve varios de los


mecanismos del sistema jurídico francés del siglo
XVIII, que se regía por dos estructuras judiciales
independientes que con frecuencia se enfrentaban entre
sí. Por un lado existía la justicia "real", que el rey y sus
ministros decretaban a su antojo; por otro lado estaba el
segundo sistema, que había adquirido gran fuerza
durante el reinado de Luis XV y era regulado por los
trece parlamentos del país, cada uno de los cuales
controlaba una región específica de la nación. La
naturaleza de los parlamentos franceses nada tenía que
ver con el conocido parlamento de estilo británico, en el
que se basa en parte el sistema político estadounidense.
Los parlamentos eran, más bien, asambleas de juristas
que funcionaban como tribunal de última instancia para
juicios civiles o para los casos criminales más
importantes. Asimismo, se requería su consentimiento
para cualquier modificación económica o legal que el
rey

165
quisiese poner en práctica. Conforme los parlamentos
obtenían más poder y prestigio a lo largo del siglo
XVIII, la corona se mostraba cada vez más reacia a
ejercer su prerrogativa de vetar cualquiera de sus
resoluciones, sobre todo cuando se trataba de los fallos
dictados por la más poderosa de las asambleas, el
parlamento de París. Los parlamentarios franceses no
eran elegidos o nombrados por el rey, sino que
compraban sus cargos al Gobierno. Tras veinte años de
servicio, estos magistrados se ennóblecían
automáticamente (de ahí la denominación noblesse de
robe). Por lo tanto, constituían una poderosa red de
intereses personales y a menudo entraban en desacuerdo
con la corona y con la antigua noblesse d'épée,nobleza
de la espada, a la que Sade pertenecía.
El rey Luis XV era bastante más indulgente con el
problema de la indecente conducta sexual de los nobles
que los parlamentos predominantemente burgueses. Por
lo tanto, la estrategia pertinente para cualquier familia
bien relacionada que tuviese que resolver un escándalo,
como el episodio de Sade en Arcueil, consistía en con-
vencer al rey y a sus ministros de que circunscribiesen
el caso a su jurisdicción e impidiesen que un parlamento
lo juzgase. La táctica más eficaz era obtener una lettre
de cachet, o "carta sellada", una arbitraria orden de
detención empleada desde la Edad Media que sólo el
rey podía emitir y firmar y que se consideraba el
símbolo supremo del derecho divino del monarca. Se
trataba de una de las características más abusivas y
detestadas del Antiguo Régimen ya que permitía
encarcelar de por vida a cualquier ciudadano sin que
éste tuviese derecho siquiera a una vista legal, y la
duración de la reclusión dependía única y
exclusivamente de la voluntad y capricho del monarca.
Aparte de servir como armas para las venganzas
personales del rey, las lettres de cachet, que
desempeñarían un

166
papel.crucial en la vida de Sade, solían emplearse
contra disidentes políticos o autores que la corona
juzgase sediciosos o indecentes; Luis XVI emitió una
de estas cartas contra Beaumarchais con la intención de
detener la producción de su obra teatral Las bodas de
Fígaro.
Las familias poderosas también utilizaban la lettre
de cachet para deshacerse de parientes díscolos. Tal fue
el caso del futuro dirigente revolucionario Mirabeau,
primo lejano de Sade, quien permaneció encerrado
varios años gracias a una lettre de cachet que su padre
había obtenido alegando insubordinación filial. Sin
embargo, irónicamente, las lettres de cachet también
podían emplearse en ciertos casos como una medida de
protección para la alta nobleza. Durante el reino del
relativamente permisivo Luis XV; las lettres de cachet
emitidas a raíz de escándalos sexuales cometidos por
aristócratas como el marqués de Sade aseguraban con
frecuencia un encarcelamiento mucho más breve y
cómodo que el de las órdenes judiciales de arresto
cursadas por el parlamento. Al evitar un proceso legal,
estas órdenes judiciales arbitrarias acallaban la mayor
parte de los escándalos y conservaban intacta la
reputación del inculpado.

La Présidente de Montreuil, dotada de una gran as-


tucia legal, actuó de inmediato para mantener a
Donatien dentro del sistema de justicia del rey. Logró
que su esposo saliera de su habitual letargo y le pidió
que presionara a sus amigos más influyentes del
gobierno para obtener una lettre de cachet. La rapidez
con la que se atendió la petición pone de manifiesto la
enorme capacidad de persuasión de madame de
Montreuil: la orden judicial se emitió menos de
veinticuatro horas después. El domingo 10 de abril, una
semana después del episodio

167
Keller, monsieur de Sartine, jefe de la policía francesa,
ya había recibido la orden del rey de detener al marqués
de Sade y llevarlo a la prisión real de Saumur. Esa mis-
ma tarde, el marqués viajaba de nuevo en un carruaje
hacia la cárcel, una bastante más lejana que la de
Vincennes; Saumur se halla unos trescientos veinte
kilómetros al suroeste de París, a mitad de camino entre
Tours y Nantes. El abad Amblet acompañaba al
marqués. Se trataba de otro favor real que los Montreuil
habían obtenido para salvaguardar. el honor de la
familia: el hecho de desplazarse a una institución penal
en compañía de un amigo resultaba más discreto que
llevar escolta policial.

Lo que llama más la atención de la conducta del


marqués durante todo episodio es su imprudencia y su
absoluta incapacidad para prever las consecuencias
legales de sus fechorías. En Arcueil, dejó a su víctima
en una habitación que no estaba vigilada, sin
preocuparse siquiera de asegurar las ventanas. Además,
a Sade le asombraba que todo aquello hubiera causado
tanto revuelo. Su falta de contacto con la realidad sólo
se entiende si se tiene en cuenta la grandiosa imagen
que tenía de sí mismo y la desmesurada importancia
que concedía al hecho de pertenecer a la aristocracia.
Desde la infancia, había creído que era el seigneur más
elevado de Francia y que sólo lo superaban en rango los
príncipes de sangre real, por lo que consideraba que
estaba por encima de la justicia. El libertinaje siempre
había sido un privilegio de la alta aristocracia, de modo
que ¿a qué venía tanto escándalo por flagelar a una
puta?
Luego llegaría el inevitable choque con la realidad:
la detención. Siempre que tenía que pasar una tempora-
da en prisión, lo primero que Sade hacía era protegerse

168
de la censura de su familia. Al llegar a Saumur, escribió
de inmediato una carta a su tío para informarle sobre su
mala suerte. Consciente del decoro externo que le exi-
gía su libertino tío, le ofreció, con dudosa franqueza, el
siguiente acto de contrición:

Espero que, mientras dure la calamidad que me aflige y


persigue, os dignéis perdonarme que haya sido injusto con
vos y sobrellevéis esta adversidad, querido tío, con un
espíritu de paz más que con el de venganza que bien me
merezco. Si el episodio se menciona donde vivís, podéis
desmentirlo y explicar que me he incorporado al re-
gimiento.2

Una vez encerrado en la prisión de Su Majestad,


la marquesa de Sade y su familia se sintieron
sumamente satisfechos, ya que el encarcelamiento
de Donatien, cuya duración nunca se sabía con
antelación, evitaría los comentarios maliciosos de
los chismosos. Sin embargo, la tranquilidad resultó
más bien breve: por desgracia la marquesa y su
madre desconocían la fuerza de la opinión pública,
que se volvía cada vez más receptiva a los nuevos
medios de comunicación y a una amplia oferta de
literatura clandestina antimonárquica y
antiaristocrática. Desde mediados de siglo, la clase
media francesa, cuyos intereses representaban los
parlamentos, se había mostrado cada vez más
indignada por los castigos poco severos que se
imponían a los aristócratas libertinos. Éste fue uno
de los motivos por los que el parlamento de París
decidió intervenir en el caso Sade una semana des-
pués de su encarcelamiento en Saumur. El 15 de
abril un miembro de la cámara penal del
parlamento denunció que en Arcueil se había
cometido "un horrible crimen" y ofreció a sus
colegas algunos detalles exquisitos. Los

169
siguientes días, la cámara inició una rigurosa investiga-
ción del caso Sade- Keller y, a pesar de que el
inculpado ya se encontraba en una prisión real, emitió la
orden judicial de arresto contra Sade. Pocos días
después, las noticias del escándalo de Arcueil ya se
habían extendido por todo el país.
Existían varias razones por las que el parlamento
decidió castigar a Donatien en lugar de a cualquiera de
los incontables vividores patricios que practicaban la
popular aberración de flagelar a quienes compartían sus
juegos sexuales. El motivo más obvio fue la influencia
del presidente del parlamento de París, el conocido
magistrado Charles-Augustin de Maupeou. Maupeou,
acérrimo antagonista de los Montreuil, era uno de los
dos o tres personajes más influyentes del reinado de
Luis XV ese mismo año ocuparía el cargo de canciller
de Francia. Incluso un hombre tan anodino como el
Président de Montreuil había cosechado varias
enemistades durante las décadas que había ejercido
como juez, y Maupeou encontró una oportunidad ideal
para vengarse intentando procesar al disoluto yerno de
su adversario. .
La Vulnerabilidad de Donatien se debía en parte a
la historia de su propia familia. Todavía sufría las con-
secuencias de la deshonra que había originado la más
bien desafortunada trayectoria de su padre. El descré-
dito del conde de Sade como diplomático, sus indiscre-
ciones y fiascos económicos eran bastante recientes y
habían empañado la reputación de su hijo. El
aislamiento social de Donatien también contribuyó a su
situación. En una época en que las buenas relaciones y
las influencias adecuadas eran los principales recursos
para triunfar en la vida, Donatien no había querido
protegerse. No sólo se enorgullecía de haberse negado a
acudir a la corte del rey, lo que suponía un grave
descuido

170
social, sino que, desde la adolescencia, no había enta-
blado amistad alguna con sus iguales. Como
consecuencia, se había convertido, al igual que su
padre, en un miembro de la nobleza marginal y
desprovisto de poder. El episodio de Arcueil puso de
manifiesto la peligrosa soledad del marqués: carecía de
amarras sociales aparte de sus raíces feudales en
Provenza; los únicos aliados con los que contaba eran
sus suegros, a quienes no tardaría en guardar un
profundo rencor.
En un contexto político más amplio, Donatien tam-
bién era la víctima de la lucha por el poder entre
LuisXV y el sistema parlamentario francés. Estas
asambleas, frustradas por el fracaso de su intento de
mellar el poder regio, aprovecharon con singular alegría
la ocasión de arremeter contra miembros vulnerables de
la aristocracia más antigua y mucho menos purítana.
Sade era, sin duda, un chivo expiatorio muy adecuado,
el cabeza de turco idóneo para los juristas burgueses
que intentaban sentar precedentes de casos contra el
libertinaje patricio: esto es precisamente lo que más
ofendía a madame de Saint-Germain, íntima amiga de
Donatien, por lo que escribió al abad de Sade poco
después de que hubieran encarcelado a su sobrino:

El odio público hacia el marqués ha alcanzado límites


inconcebibles. Han comenzado a decir que flageló a esa
mujer para burlarse de la Pasión [de Cristo]! [...]. Todos
han pasado los últimos quince días háblando de ese ridículo
incidente, inventando y mezclando toda suerte.de detalles.
Cuando se evitó el juicio civil, di por sentado que todo se
había acabado, pero luego aquel abogado traidor comenzó a
acusarlo, presionando al fiscal jefe para que tomase una
decisión. [...] El marqués es víctima de la ferocidad pública.

171
Madame de Saint-Germain mencionó a continua-
ción a tres conocidos libertinos de la generación de
Donatien cuyas aventuras, mucho más violentas y
abyectas que las suyas, habían quedado impunes y no se
habían divulgado porque dichos nobles habían
permanecido dentro de los límites de la jurisdicción del
rey. También es posible que sus fiestas resultaran más
tolerables porque las compartían con sus
contemporáneos, lo que constituía un estilo más
"aceptable" de depravación que las orgías solitarias del
marqués. "Las fechorías de monsieur de Fronsac, como
las de tantos otros, son idénticas a las de vuestro
sobrino -se lamentaba madame de SaintGermain-.
D'Olonne y Montbossier están mejor vistos por el
público que vuestro pequeño libertino. [...] Las
barbaridades cometidas durante los últimos diez años
en los círculos legales resultan de todo punto
increíbles."4

Diez días después de que el marqués de Sade fuera


encarcelado en Saumur, el parlamento escuchó docenas
de declaraciones relativas al episodio Keller. Entre los
testigos figuraban el jardinero de la pequeña casa de
Sade en Arcueil, las mujeres del pueblo que habían
topado con Rose Keller cuando ésta huía del marqués,
el notario monsieur Lambert, quien la había alojado en
su château y el abad Amblet. Este último no era un
testigo del todo creíble ya que continuaba recibiendo
una modesta pensión anual del marqués. Amblet
testificó que conocía a monsieur de Sade "desde la
infancia [...] y que siempre había notado en él un
temperamento apasionado que lo inducía a buscar
placer, aunque sabía que siempre había tenido un buen
corazón que jamás había albergado los horrores de los
que lo acusaban; que en la escuela sus compañeros lo
adoraban, al igual que en los regimien-

172
tos en los que había servido; y que lo había visto realizar
un sinfín de acciones benévolas".5
Donatien apenas permaneció quince días en
Saumur. Con la intención de protegerlo del escándalo
de los tribunales públicos, su familia rogó que lo
trasladaran a un lugar más seguro. El rey ordenó que lo
transfiriesen a la prisión real de Pierre-Encize, cerca de
Lyon, donde no debía salir de su celda ni hablar con los
otros prisioneros. En esta ocasión, se permitió que el
ayuda de cámara acompañase al marqués; se trataba de
un favor especial que se le había concedido porque
padecía de un grave caso de hemorroides (esta
enfermedad lo acosaría durante gran parte de su vida) y
su valet estaba "acostumbrado a cambiarle las gasas dos
veces al día". 6 .
El funcionario encargado de vigilar el traslado de
Donatien a la zona de Lyon no fue otro que el inspector
Marais, el elocuente cronista de los anteriores excesos
del marqués. Marais había acudido a Saumur a finales
de abril para ver al marqués y se había quedado perplejo
al descubrir que, en el interior de la fortaleza, el
prisionero disfrutaba de un estado de libertad casi
absoluta. Lo encontró cenando a la mesa del alcaide, a
quien, al parecer, el marqués había cautivado de
inmediato. Según los informes de Marais, Donatien, una
vez que le hubieron asegurado que recibiría el mismo
trato en la nueva prisión, .se mostró de lo más
complaciente durante los largos cuatrocientos
kilómetros que separaban Saumur de la región de Lyon,
en el este de Francia. Sade charló afablemente durante
todo el viaje y le aseguró a Marais que sólo había
flagelado a madame Keller y que si el parlamento
solicitara una investigación por parte de médicos
competentes, éstos no encontrarían "indicios o señales
de cicatrices".
"En las provincias de Saumur, Lyon, Moulins y
Dijon todos están al tanto de lo ocurrido -añadió Marais

173
para poner de relieve cuán célebre se había tornado el
episodio de Arcueil desde que el parlamento decidiera
investigarlo-. Es la bomba del día [l'histoire du jour]
[…] pero, en el fondo, [el prisionero] sigue siendo el
mismo."7
Pocos días después de que Donatien llegara a
Pierre-Encize, la marquesa de Sade escribió a los
principales ministros del rey, rogándoles que
dispusieran lo necesario para que su esposo disfrutara
de una mayor libertad en la nueva prisión. Madame de
Montreuil, mientras tanto, intentaba rehabilitar la
imagen de Donatien a los ojos de su propia familia. "La
aventura de vuestro sobrino constituye un acto
imperdonable de temeridad o libertinaje, pero carece de
todos los horrores que se le achacan -escribió al abad,
quien, a pesar de los ruegos de toda la familia, no se
había molestado en ir a París para ayudar a Donatien-.
Este asunto requiere mucha prudencia y una
planificación cuidadosa. [...] No hablemos siquiera de
madame de Sade. Es fácil comprender su aflicción. Su
hijo se encuentra bien; están a punto de salirle los
primeros dientes."8
A principios de junio, Sade, en compañía del ins-
pector Marais, fue trasladado a la prisión de La
Conciergerie, en París, para declarar ante el órgano
parlamentario que investigaba sus presuntos delitos. El
humillante procedimiento exigía que el marqués
compareciera "arrodillado y con la cabeza descubierta"
para responder a las preguntas del fiscal. En tan servil
postura, prestó su declaración, que difería de la de su
víctima en los siguientes puntos: 1) Donatien negó
categóricamente las acusaciones de la víctima relativas
a que la había lacerado con "un pequeño cuchillo o
navaja" (la declaración del médico corroboraría la de
Sade). 2) Negó haber aplicado un ungüento con la
intención de aumentar el dolor de Keller y aseguró que,
por el contrario, le untó "una

174
pomada de cera blanca [...] para curar las heridas".9
3) Insistió en que Rose Keller era una puta y en que
había aceptado participar en actividades de carácter
sexual. (Debe hacerse hincapié en el hecho de que la
Place des Victoires y la parroquia de los Petits-Pères
eran lugares conocidos donde se trataba con prostitutas
los domingos.)
Tras su declaración, el inspector Marais trasladó de
nuevo al prisionero a Pierre-Encize. Pocas semanas
después, el parlamento aprobó una "carta de anulación"
real que rebajaba su condena en gran medida. Aparte de
pasar algunos meses más en prisión a discreción del
rey, el único castigo que se le impuso a Sade fue que
donase cien libras para "comprar pan para los
prisioneros de la Conciergerie". Madame de Montreuil
expresó su alegría a su fiel corresponsal provenzal:
"Una acción tan vergonzosa e imperdonable no podía
haber tenido consecuencias más honrosas". 10

Hasta la puesta en libertad de Donatien en otoño de


1768, Pélagie sería la principal intercesora para
conseguir la libertad del marqués y una mayor
comodidad para él en la cárcel. Este período de su vida
no aparece reflejado en sus cartas, pero algunas misivas
de cargos del gobierno dirigidas a la marquesa dan fe de
los numnerosos ruegos que ésta había realizado durante
esos meses: que su esposo pudiera disfrutar de más aire
fresco, de más paseos, de una mejor atención médica y,
sobre todo, que le permitiesen visitarlo con más
frecuencia y durante más tiempo. A finales de julio, la
marquesa llegó a Lyon a petición de Donatien, que
deseaba que permaneciese en la ciudad durante su
cautividad. La marquesa vendió sus diamantes para
costearse el viaje y el alojamiento, un detalle que,
juiciosamente, ocultó a su madre.

175
En principio, Pélagie sólo tenía derecho a visitar a
su marido en dos o tres ocasiones durante todo su en-
carcelamiento, pero la joven pareja logró convencer al
oficial al mando de la fortaleza de Pierre- Encize de que
permitiese al prisionero disfrutar de varias diversiones
no autorizadas. Sade pudo dar paseos vigilados y ver a
su esposa con mucha más frecuencia y en
circunstancias más íntimas que las especificadas en el
decreto real. Los últimos meses de prisión de Donatien,
los Sade engendraron otro hijo.

El episodio de Arcueil supuso para la vida de Sade


mucho más que una temporal pérdida de libertad; lo
convirtió, de la noche a la mañana, en una celebridad de
los medios de comunicación. Hasta entonces sólo había
sido otro donjuán patricio. El caso de Arcueil le confirió
una nueva y legendaria imagen: el arquetipo del
aristócrata libertino, una reencarnación del asesino
Gilles de Rais, el noble del siglo XV condenado a
muerte por asesinar a decenas de niños y que originó la
leyenda de Barba Azul en Occidente. Puesto que
durante el reinado de Luis XV la prensa tenía prohibido
mencionar los delitos cometidos por miembros de la
aristocracia, sobre todo si se trataba de un oficial del
ejército del rey, en la prensa francesa oficial no se
publicaron detalles del caso Sade. Este vacío
informativo se subsanó merced a publicaciones
periódicas en francés editadas en otros países así como a
los grandes periódicos clandestinos, a menudo
sensacionalistas, que comenzaban a proliferar en
Francia. Esta cobertura irregular recalcó dos temas
interesantes: las drogas experimentales y la supuesta
locura de Sade.
Se ocupó de ambos asuntos la prensa foránea
escrita en francés, que, dirigida principalmente a la
nobleza,

176
se mostraba más bien indulgente con sus miembros más
depravados. La más conocida de estas publicaciones,
Gazette d'Utrecht, adujo que se sabía que Sade estaba
"desquiciado" e hizo especial hincapié en el hecho de
que la víctima había retirado los cargos. Aprovechó que
las ciencias naturales estaban de moda para alegar que
el origen de las fechorías de Sade residía en su interés
por los experimentos científicos, y declaró que, tras
aplicar la pomada, la víctima "estaba tan restablecida
[...] que no quedaba rastro de las heridas".11 Esta
interpretación médica fue, al parecer, bastante popular
entre los círculos aristocráticos franceses. Fue la que
abrazó la marquesa du Deffand, anfitriona del salón
más importante de París, nueve días después del
episodio de Arcueil. Deffand, en una carta a su íntimo
amigo Horace Walpole, admitió que Sade había
cometido "un acto deplorable", pero a continuación
afirma que el marqués "alegó que había hecho algo útil
y que había prestado un gran servicio a la sociedad al
descubrir un bálsamo capaz de curar heridas al
momento. [...] Ése fue el efecto que produjo en aquella
mujer"12
Estas cordiales reacciones fueron las que expresó la
mayoría de los patricios. ¿Cómo acogió la cada vez más
poderosa clase media francesa las aventuras de Sade?
Mucho peor. Tras describir el caso de Arcueil en su
revista, un librero de París -profesión que por aquel
entonces empezaba a ser la más influyente en la opinión
pública- realizó los siguientes comentarios: "Si los
tribunales no juzgan el comportamiento [de Sade], que
es, cuando menos, abyecto y repugnante, ni le imponen
un castigo ejemplar, el caso ofrecerá a la posteridad otro
ejemplo de que en nuestro siglo incluso los crímenes
más abominables quedan impunes si quienes los
cometen tienen la suerte de ser nobles, ricos o estar bien
relacionados" 13 Era justo

177
esta clase de furia, previa a la revolución, hacia la
impunidad de la antigua "nobleza de espada" la que
había motivado la rápida venganza del parlamento.

A medida que el succès de scandale de Sade tocaba a


su fin, una protagonista más bien insólita se unió a la
lucha por la libertad y reputación del marqués: su
propia madre. En mayo, la condesa de Sade había
salido de su habitual letargo y escrito apresuradamente
una airada carta al ministro de Interior, de Saint-
Florentin, en la que se quejaba de que su hijo no
recibiese un buen trato en prisión. Dos semanas
después, la condesa atacó al teniente general de Sartine,
en esta ocasión para expresar su indignación por un
artículo poco favorable que había aparecido en una
conocida publicación periódica foránea.

No puedo pasar por alto las innobles calumnias dirigidas


contra mi hijo. [...] Sé que todo este lamentable asunto se
ha tratado en la Gazette de Hollande en los términos más
crudos. Un ataque difamatorio de este tipo basta para
deshonrar a una persona en el mundo entero. Los
sinvergüenzas responsables de esta vil ofensa deberían
pudrirse en prisión durante el resto de sus vidas.

"Nadie que haya deshonrado a una persona tan


cercana a mí quedará impune"14 concluía la carta. Las
intercesiones de la condesa de Sade en defensa de su
hijo debieron de ser tan insistentes como feroces. Por
una vez, parece que Donatien queda en libertad gracias
a la mediación de la condesa. El primer documento
oficial en el que se menciona su libertad, tras siete
meses de cautiverio, es una carta del ministro de Saint-
Florentin a la condesa en la que le anuncia que
Donatien será puesto en li-

178
bertad condicional. De acuerdo con la orden de Luis
XV que debía considerarse “tan vinculante como la que
lo había retenido en Pierre-Encise”, 15 se liberaba a
Donatien con la condición de que se retirara a sus
propiedades provenzales y no las abandonara hasta
nuevo aviso.
Mientras el marqués y la marquesa disfrutaban
juntos varios días de absoluta tranquilidad en Lyon,
Donatien se preparó para regresar a su querida LaCoste.
Pélagie, que nunca había visitado el castillo, pensaba
pasar allí el invierno con su esposo. Sin embargo,
varios factores hicieron que volviera a París y que el
marqués se desplazase solo a Provenza. Dado su
historial médico, la marquesa tenía que pasar su cuarto
embarazo en las condiciones más seguras posibles.
Hacía cinco meses que no veía a su hijo, Louis-Marie,
cuya educación, a medida que Pélagie se había visto
cada vez más inmersa en la titánica empresa de rescatar
a su esposo, había quedado en manos de madame de
Montreuil. “espero que vuestro sobrino haya
reflexionado lo bastante sobre su destino para no causar
más dolor o preocupaciones a su esposa o a su familia –
escribió madame de Montreuil al abad tras la puesta en
libertad de Donatien-, Vuestro sobrino nieto está muy
bien y ya camina solo.[…]El cuidado que le dispenso
deriva del cariño que siento por sus padres.”16
Sin embargo, existía otro motivo por el que
Pélagie no deseaba separarse de su esposo: debía
ocuparse de las cuantiosas deudas contraídas por él.
Hasta el momento el marqués había logrado
ocultárselas a su esposa y a sus suegros, fingiendo que
había pagado en metálico todas sus extravagancias,
pero su reciente arresto había permitido que los
Montreuil inspeccionaran con detenimiento su situación
económica. Descubrieron que había hipotecado la
mayor parte de sus propiedades para saldar

179
las múltiples deudas de su padre y que debía otras siete
mil cuatrocientas libras al regimiento. Además de dila-
pidar sus modestos fondos, Donatien también había
agotado casi toda la dote de su esposa, sesenta y seis
mil libras, para sufragar los gastos de las "casitas", las
alcahuetas, las muchachas de la ópera y las actrices. Por
otro lado, también debía una gran suma a su madre; la
venta de los diamantes que Pélagie había ocultado a
madame de Montreuil no sólo sirvió para costear su
estancia en Lyon sino también para reembolsar la
cantidad que Sade debía a la condesa. En la exhaustiva
carta que madame de Montreuil escribió al abad a
principios de 1769, de unas cinco mil palabras,
menciona dichas deudas así corno otras penurias. En
esta ocasión, su crítica a los continuos despilfarros del
marqués se halla teñida de una desilusión más que
amarga.

Está al borde de la ruina. [...] Su gratitud debería haberlo


unido más que nunca a su esposa y a mí, pero las
innumerables fechorías de vuestro sobrino me obligan a dar
por concluida mi relación con él, tanto epistolar como
emotiva, aunque espero que regrese al camino de la
rectitud, que es el que me ha guiado para ayudarlo a superar
sus desgracias. [...] Vuestro comportamiento con vuestro
sobrino quedará ahora a vuestro criterio. Por lo que a mí
respecta, me lavo las manos. A partir de ahora me
preocuparé única y exclusivamente de mi hija y de sus
desafortunados hijos. [...]
Dejaré que el torrente corra. Quiero que el segundo [hijo]
llegue sano y salvo a pesar del dolor que ha sufrido la
madre, por no hablar de las terribles sorpresas que su
esposo todavía puede depararle. La salud del pequeño es
excelente y, dejando a un lado la parcialidad de la abuela,
es muy hermoso. Besa mucho el retrato de su padre

180
que está en el dormitorio de su madre. He de admitir que,
cuando lo veo hacerlo, se me parte el corazón. 17

Consciente de que se había salvado por muy poco,


Donatien pasó un tranquilo invierno en La Coste. Sin
embargo, a medida que se aproximaba la primavera,
tras languidecer varios meses en el castillo, Donatien
organizó varias fiestas y representaciones teatrales, a las
que, una vez más, invitó a la nobleza del lugar. Muchos
nobles no quisieron asistir porque el episodio de
Arcueil había sido la noticia más sonada del año
Donatien, desairado, se tragó su orgullo e invitó a la
burguesía local, que acudió con su mejor traje de
domingo al castillo del Moussu lou Marquis; y, por
supuesto, Sade contaba con el siempre presente abad de
Sade, que nunca se perdía una buena fiesta. .
Madame de Montreuil consideró vergonzoso que un
hombre tan endeudado celebrara numerosas veladas
teatrales, y la participación del abad en las reuniones
sociales de Sade provocó una vez más su cólera. El
libertino de sesenta y cuatro años, confinado a una
tranquila y tediosa vida rural por el imperecedero pavor
que le inspiraba la policía de París, prefería divertirse
con Donatien que ofrecerle consejo moral. Salta a la
vista que la Présidente todavía no había calibrado las
verdaderas propensiones del abad. Al final del invierno
le escribió una carta especialmente feroz que resume el
contraste entre los valores y las actitudes de los
Montreuil y los de los Sade, entre la postura puritana y
frugal de la burguesía respecto del placer y el
hedonismo indiferente de la nobleza con la que su hija
se había desposado.
Estoy de lo más sorprendida, señor. [...] En lugar de de-
dicarse a ocupaciones propias de [su] situación, he oí-

181
do decir que celebró una fiesta, un baile y una comedia con
todas las florituras pertinentes ¡Y con qué actrices! [...]
Según tengo entendido, vos honrasteis estos acon-
tecimientos sociales con vuestra presencia [...] ¿Le parece
correcto que un hombre que lleva en libertad poco tiempo,
cuyo indulto no se ha formalizado por completo, cuyas
desgracias son tan recientes, en lugar de intentar restablecer
su reputación se divierta celebrando fiestas? [...] Tales
gastos, que no sólo nos impiden saldar nuestras deudas sino
que las aumentan, son, cuando menos, detestables.

La Présidente hurga en la herida: "Yo no habría si-


do tan indulgente como vos. Habría prendido fuego a la
habitación para detener semejantes actos" .18 "¿Es cierto
-pregunta en la posdata- que [el marqués] no se en-
cuentra muy bien, que las hemorroides le molestan tan-
to que no puede montar a caballo?"
Gracias a la presión conjunta de la madre del mar-
qués y de su esposa, al final de la primavera el rey per-
mitió que Donatien regresase a la casa de campo de sus
suegros. Se trataba, sin embargo, de una libertad res-
tringida: Sade no debía ir a París ni visitar a todas las
personas que deseaba y, además, tenía que curarse las
hemorroides. De hecho, la familia de Donatien había
exagerado en gran medida la necesidad de encontrar un
tratamiento médico especializado para esta dolencia, ya
que le habrían aplicado un remedio igual de eficaz en
los centros médicos de Montpellier, a pocas horas de La
Coste. Sin embargo, en aquella época las hemorroides
constituían un pretexto perfecto: era una enfermedad
muy común de la que se hablaba sin reservas y que
afectaba más a los "oficiales de carrera" como Sade ya
que les impedía montar a caballo. La Présidente

182
escribió al abad y elogió la oportunidad de esta excusa:
"Va a regresar para ver a su esposa y familia y a fin de
recibir tratamiento para una peligrosa dolencia que ha
empeorado y requiere la ayuda de cirujanos competen-
tes y una pronta terapia. Esto es todo lo que hay que
decir en Provenza, al igual que aquí, cuando se conozca
su regreso".19
Una vez más, la ira de madame de Montreuil hacia
Donatien se aplacó de momento. Le entusiasmaba el
hecho de poder asistir al parto del siguiente hijo del
marqués, previsto para junio. Durante los meses
siguientes, Donatien se acostumbró de nuevo a la rutina
familiar y el inminente parto de Pélagie pareció
aumentar en gran medida sus atenciones para con ella.
"Desde que ha vuelto -informó la Présidente al abad-,
su diligencia hacia madame de Sade es propia de un
esposo ejemplar [...] Sólo el tiempo dirá si su actitud
responde a motivos políticos, amistosos o de
gratitud."20
El segundo hijo del marqués de Sade, Donatien-
Claude-Armand, nació el 27 de junio de 1769. La es-
partana intimidad en la que la familia bautizó al bebé
reflejaba los estigmas sociales que recaían sobre su
padre por aquel entonces. En lugar de la magnificencia
que había rodeado al bautismo de su hermano,
celebrado en el Hotel de Condé y presenciado por los
príncipes de la realeza, el bebé fue bautizado en una
iglesia rural cerca de la finca normanda de los
Montreuil. Sus padrinos fueron su abuelo materno,
monsieur de Montreuil, y su abuela paterna, la condesa
de Sade. "La madre os transmite sus respetos -escribió
la Présidente al abad al terminar de describir la
ceremonia-. El hermano mayor asistió al bautismo del
niño. Goza de una salud excelente y es realmente
hermoso. Su padre parece ocuparse de él con suma
alegría."21

183
A los pocos meses de su regreso, Sade, para
saborear su libertad, efectuó un viaje a Holanda que
documentó en sus cartas a casa: "En general, parecen
buenas personas, son muy dadas al negocio y la idea de
incrementar su patrimonio los absorbe por completo.
[...] Las mujeres […] no son particularmente agradables
[...], apenas se ven talles esbeltos. [...] Toman tanto té y
café caliente que tienen los dientes en muy mal estado,
hasta tal punto que resulta del todo imposible encontrar
cuatro mujeres en Holanda con" una buena
dentadura".22
Cuando el marqués hubo regresado a la capital, los
jóvenes Sade pasaron la mayor parte del invierno de
1769-1770 intentando recuperar el poco prestigio que
les quedaba en París. Asistían a recepciones
prácticamente cada día. Fueron a ver a viejos amigos
como Madame de SaintGermain y el príncipe de Condé.
Otras visitas eran más comprometidas, como una de
cortesía al ministro de Interior de Saint-Florentin, el
funcionario que había firmado la orden de arresto de
Donatien. La visita, al parecer, fue de lo más cordial y
satisfactoria por lo que, unas semanas después, madame
de Montreuil escribió una carta a de Saint Florentin en
la que le preguntaba si su yerno sería recibido en
Versalles; tras librarse por poco, Donatien se sentía
dispuesto a "rendir pleitesía" a su monarca. Sin
embargo, el ministro decidió que tal ambición era aún
prematura.

"Las impresiones desfavorables que [el marqués de Sade]


pudo haber causado en Su Majestad son todavía demasiado
recientes como para que las haya olvidado; [...] Por lo
tanto, no estimo conveniente insistir al respecto porque [...]
si se viera rechazado, lo cual es más que probable, sufriría
un daño tal vez irreparable."23

184
En agosto de 1770, tras una temporada dedicada a
lavar su nombre, Sade quiso retomar su carrera militar y
partió para Poitou con la intención de reincorporarse al
regimiento. La experiencia no resultó agradable. El
comandante del regimiento, predispuesto contra Sade
debido a su terrible reputación, no permitió que el capi-
tán de Sade ejerciese sus funciones y prohibió que los
subalternos acatasen sus órdenes. El marqués,
resentido, se marchó. Poco se sabe sobre sus
actividades durante los siguientes meses, excepto que la
marquesa y él engendraron otro hijo. En la primavera
de 1771, con el apoyo de su amigo de la infancia el
príncipe de Condé, Donatien solicitó al ministro de
Defensa un cargo de oficial de caballería. Su petición
fue concedida; según el ministro, el consentimiento se
debió al "testimonio favorable" acerca de su servicio
militar en el pasado. El rey de Francia en persona tenía
que aprobar esta clase de nombramientos. Había sido la
prueba de fuego y Donatien la había superado: Luis
XV; de modo simbólico, le había perdonado sus errores
pasados.
El tercer hijo, y primera niña, de los Sade, Madelei-
ne-Laure, nació en abril. "Conferidle vuestra sabiduría,
señor -escribió. su abuela materna al abad de Sade- y yo
le ofreceré mi paciencia, la virtud más importante de las
mujeres." Madame de Montreuil explicó al abad que el
hijo mayor, Louis-Marie, estaba convirtiéndose en "la
criatura más hermosa jamás vista". "El más pequeño no
me interesa tanto -admitió-. Es hermoso pero todavía
no se puede juzgar su inteligencia o carácter [...] apenas
sabe hablar. Por otro lado, en los momentos más di-
fíciles el mayor ha estado a buen recaudo, en mis
brazos. [...] Inspira un cariño ilimitado."24
Aunque su vida familiar parecía muy tranquila,
Sade todavía tenía serios problemas económicos. Las
cartas

185
que escribió a finales de esa primavera a su agente
comercial, Maître Fage, destilaban desesperación.
Necesitaba sesenta mil libras, unos doscientos cuarenta
mil dólares actuales, para saldar sus deudas. Sus cartas
traslucían el miedo que sentía por la desaprobación de
su esposa: "Estos [préstamos] deben conseguirse de
inmediato pues, de lo contrario, estaré perdido a los
ojos de mi esposa."25 .
Sin embargo, los créditos no se hallaban
disponibles con tal celeridad, y ese verano Sade tuvo
que vender el cargo de caballería que había adquirido
con tanto orgullo ese mismo año, poniendo así fin a la,
en ocasiones distinguida, carrera militar que había
comenzado a los catorce años. Debido a las deudas,
Donatien permaneció varias semanas encarcelado en
Fort l'Éveque, cerca de París; aunque no se trataba de la
manera más vergonzosa de pasar el verano ya que ahí
era de donde los aristócratas franceses solían aguardar
el momento oportuno cuando se veían en apuros
económicos. Una vez puesto en libertad, Sade centró
sus intereses en un único objetivo: establecerse en La
Coste durante el mayor período posible.
"Quisiera disfrutar de las frutas del jardín el próxi-
mo verano, pero no podré hacerlo si os. negáis a seguir
mis indicaciones relativas a las plantaciones -reprendió
al administrador de sus propiedades, monsieur Fage-.Os
apremio para que remediéis de inmediato vuestra
negligencia." .
Sade insinuó que estaba realizando los preparativos
necesarios para pasar su primera temporada larga en La
Coste. "Os ruego que no paséis por alto nada de lo que
os he pedido que dispongáis para mi estancia en La
Coste, que parece ser más inminente y larga de lo que
os imagináis: jardín, corral, quesos, leña, etcétera.
Poned todo en marcha, para que cuando llegue en otoño
pueda vivir

186
de la manera más económica posible. Apruebo los pla-
nes para reformar el jardín, etcétera."26
En septiembre de 1771, el marqués partía hacia su
querido refugio provenzal en compañía de, por primera
vez, su esposa, sus hijos, Louis-Marie y Claude-
Armand, su hija de cinco meses, Madeleine-Laure, y la
institutriz de los niños, mademoiselle Langevin.

187
Notas

1 Esta versión del episodio Keller se basa en las


actas del tribunal criminal de 1768 publicadas en
Maurice Heine, Le Marquis de Sade, París: Gallimard,
1950, pp. 153-202 (en adelante llamado Heine); y
también en la versión de Gilbert Lely de la transcripción
del juicio, Lely, Vie, pp. 122-126.
2 Sade al abad de Sade, 12 de abril de 1768. oc,
vol.12, p. 28.
3 Madame de Saint-Germain se refiere al hecho de
que el episodio de Arcueil tuvo lugar el Domingo de
Pascua.
4 Madame de Saint-Germain al abad de Sade, 18 de
abril de 1768. Lely, Vie, p. 131.
5 Lely, Vie, p. 138.
6 lbíd., p. 139.
7 El inspector Marais al conde de Saint-Florentin,
ministro de la casa real, 30 de abril de 1768.
Biblioteca municipal de Reims, colección Tarbié.
Citado en Lever, p. 173.
8 Madame de Montreuil al abad de Sade, 26 de abril
de 1768. Citado en Lely, Vie, p. 139, Y con más detalle
en Pauvert, vol. l, p. 197.
9 Lever, p. 172. .
10 Madame de Montreuil al abad de Sade, 13 de
junio de 1768. BNnaf24384, fos. 420-421. También
en Bibliotheque Sade II, p. 128.
11 Gazette d'Utrecht, 3 de mayo de 1768. Citado en
Pauvert, vol. l, p. 181, nota 1.
12 Benedetta Craveri, Madame du Deffand and Her
World , David Godine, Boston, 1994, p. 335.
13 Simeon Prosper Hardy, Mes loisirs, ou Journal
d'évenements tels qu'ils parviennent a ma connaissance.
BNnaf 6680. Citado en Lever, p. 179.

18
8
14 Condesa de Sade a monsieur de Sartine, 24 de
mayo de 1768. Lever, p. 177.
15 Monsieur de Saint-Florentin a la condesa de
Sade, 16 de noviembre de 1768. Pauvert, vol. 1, p. 199.
16 Madame de Montreuil al abad de Sade, 19 de
noviembre de 1768. BNnaf 24384, fos. 402-403.
También en Bibliotheque Sade II, p. 129.
17 Madame de Montreuil al abad de Sade, 2 de
marzo de 1769. Ibíd., fos. 424-427. También en
Bibliotheque Sade II, p. 134.
18 Madame de Montreuil al abad de Sade, 4 de
marzo de 1769. Ibíd., fos. 440-441. También en
Bibliotheque Sade II, pp. 134-135. .
19 Madame de Montreuil al abad de Sade, 17 de
abril de 1769. Ibíd., fos. 446-448. También en
Bibliotheque Sade II, p. 136.
20 Madame de Montreuil al abad de Sade, 29 de
junio de 1769. Ibíd., fos. 422-423.También en
Bibliotheque Sade II, p. 137.
21 Ibíd.
22 Sade, Voyage de Hollande en forme de lettres. oc,
vol. 16, pp. 87-108.
23 Monsieur de Saint-Florentin a madame de
Montreuil, 24 de marzo de 1770. Lely, Vie, p. 149.
24 Madame de Montreuil al abad de Sade, 27 de
abril de 1771, Bibliotheque Sade II, p. 136.
25 Sade al Maitre Fage, notario en Apt, comienzos
de 1771. Jean Desbordes, Le vrai visage du Marquis de
Sade, Editions de la Nouvelle Revue Critique, París,
1939, p. 90. (En adelante llamado Desbordes.)
26 Sade al Maitre Fage, mayo de 1771.
BNnaf24384. Citado en Pauvert, vol. 1, p. 236.

189
9

Un invierno en Provenza

Estoy solo, aquí, en el final del mundo, protegido


de la mirada de los demás, donde nadie puede
atraparme; ya no hay barreras, ya no hay limi-
taciones.
LOS CIENTO VEINTE DÍAS DE SODOMA

Durante la década de 1760, Luis XV sufrió nume-


rosos percances y, de manera gradual, perdió el afecto
del pueblo. En 1764, lloró la muerte del amor de su
vida, madame de Pompadour, que falleció a
consecuencia de una complicación cardiaca tras un
reinado de veinte años en la corte de Versalles. Durante
los cuatro años siguientes, el rey lloraría las muertes de
su hermano mayor y su nuera, el delfín y la delfina,
quienes dejaron a su cargo a sus cinco hijos, uno de los
cuales llegaría a ser Luis XVI. Durante ese período,
Luis también perdería a la esposa que lo había
acompañado durante las cuatro últimas décadas, Marie
Leszczynska, a quien profesaba el mismo cariño que
habría sentido por una querida y desvalida tía que
representase el último vínculo que le quedaba con su
juventud.
Sin embargo, el país estaba en paz. El rey había lo-
grado controlar los parlamentos rebeldes. Había elegido
como consejero mayor a Charles-Augustin de Mau-

190
peou, el magistrado que desempeñó un papel decisivo al
airear la depravación del marqués de Sade. En 1770,
Luis disfrutó de una breve renovación de su popularidad
ya que su nieto mayor, el delfín de diecisiete años, se
casó con María Antonieta, la deslumbrante archidu-
quesa de Austria, el país aliado más preciado de
Francia. Esa primavera, varios cientos de miles de
ciudadanos joviales se congregaron en la Place LuisXV;
en la actualidad llamada plaza de la Concordia, para
contemplar los fuegos artificiales lanzados en honor de
los recién casados. Sin embargo, un mal augurio
desbarató las festividades: los artefactos se prendieron y
salieron disparados hacia la multitud apiñada, cundió el
pánico y ciento treinta y dos personas murieron
pisoteadas o aplastadas.
La popularidad de Luis XV sufrió de nuevo grave
menoscabo a causa del creciente poder de su nueva
amante oficial, madame du Barry, cuyo nombre de
soltera era Jeanne Bécu, hija ilegítima de una costurera
y un monje. A comienzos de la década de 1770, un gran
número de cancioncillas populares describían al rey
como un libertino impotente atrapado en manos de una
ramera. En 1771, en la corte sólo se hablaba de la
pensión anual de Du Barry, unos seis millones de
dólares actuales, y de la desdeñosa conducta de la
delfina María Antonieta hacia la derrochadora amante
real, a quien nunca había dirigido la palabra. La
emperatriz María Teresa hubo de escribir decenas de
cartas repletas de. reprimendas para convencer a su hija
de que el núcleo del equilibrio político de Europa, la
alianza francoaustríaca, era mucho más importante que
su orgullo personal. La paz de la familia real, y tal vez
la de Europa, quedó restablecida el día de Año Nuevo
de 1772, cuando madame du Barry, al pasar. delante de
la delfina con el resto de la corte, escuchó que,

191
no sin esfuerzo, María Antonieta le susurraba: "Hoy hay
mucha gente en Versalles, madame".l

Sin embargo, en el transcurso de ese invierno, el


marqués de Sade, refugiado con todas las comodidades
en La Coste con su familia, permanecía ajeno a todo
cuanto ocurría fuera de su ancestral Edén. Era su
primera estancia en La Coste con su familia, y una
amplia variedad de personajes nuevos comenzó a
desfilar por su vida. Entre ellos, se encontraban los
ayudas de cámara favoritos del marqués; un pintoresco
bufón de nombre Carteron y otro llamado d'Anglade,
conocido como "Latour", un hombre robusto de quien
se decía que era de ascendencia noble, tal vez un hijo
ilegítimo del duque de Bavaria.
Asimismo, el ama de llaves tenía una gran
importancia en la casa; se llamaba Gothon y era una
bonita nativa de Ginebra que, según el marqués, poseía
"el trasero más hermoso jamás salido de Suiza", y que
mantenía una tórrida relación con Carteron. Desde
aquel momento, otros tres residentes provenzales se
verían constantemente envueltos en los terribles apuros
del marqués: el administrador de sus propiedades y
negocios, monsieur Fage; Ripert, el guardián del
castillo de Mazan, otra propiedad ancestral de la familia
Sade, que el marqués estaba a punto de visitar por vez
primera; y el jurista Gaufridy, el compañero de juegos
favorito de Donatien durante los años de infancia que
pasó con su tío en Saumane y quien más tarde se
convertiría en abogado de Sade y, a la vez, en su mayor
crítico.
Un nuevo personaje, que resultaría más trascenden-
tal que cualquier otro, hizo acto de presencia ese otoño
en La Coste: la cuñada del marqués, la hermana más
joven de Pélagie, Anne-Prospere de Launay. Llegó
como
192
un ángel en una de las Anunciaciones de Botticelli:
risueña, de una etérea hermosura e impredecible.
Tendría una gran repercusión en el destino de Sade ya
que, debido en parte a su idilio con el marqués, la
Présidente acabaría por privar de libertad a Donatien
durante trece años.
Anne-Prospère, nueve años más joven que su
hermana, nació en 1751. Sus padres le habían dado uno
de los apellidos del padre de monsieur de Montreuil,
Jacques- René Cordier de Launay, una costumbre muy
extendida entre la "nueva" nobleza del siglo XVIII. La
hija más querida y encantadora de los Montreuil
contaba con veinte años el otoño que llegó a La Coste.
Procedía del convento donde había vivido durante
varios años, un priorato benedictino de la zona de
Beaujolais, al este de Auvernia. Se trataba de una
comunidad semimonástica reservada para las hijas de la
aristocracia. Sus novicias no hacían votos, por lo que
eran libres de casarse y regresar al mundo. Quienes
solicitaban su ingreso en el convento debían demostrar
que al menos tres cuartas partes de su sangre eran
nobles. Puesto que Anne-Prospère no mostró
inclinación alguna hacia la vida monástica, los
Montreuil la enclaustraron en aquella abadía con el
único propósito de aumentar su prestigio social y
ampliar sus perspectivas maritales. En cuanto a la
imprevista aparición de la joven en La Coste en octubre
de 1771, apenas unas semanas después de que hubieran
llegado los Sade, tal vez se debiera a una reciente
dolencia que necesitaba tratar con el curativo aire
campestre. "Os ruego que no olvidéis la bañera, pues se
me ha indicado que me bañe por el bien de mi salud.
[...] Si deseo recuperarla necesito bañarme con frecuencia",2
escribió a Fage unas semanas después de haberse
establecido en La Coste.

193
Debido a los largos períodos sin documentar de la
correspondencia de la familia Sade, los estudiosos de la
vida del marqués han optado por deducir muchos
detalles biográficos de sus escritos. No se conserva re-
trato alguno de Anne-Prospère, y el siguiente
fragmento, encontrado entre los documentos del
marqués tras su muerte, quien lo definió como un
retrato de "mademoiselle Delaunay, tía del conde de
Sade más joven", es al que se ha recurrido más a
menudo para describir a su atractiva cuñada:

Julie está en esa feliz edad en la que el corazón comienza a


estar preparado para el amor. Sus encantadores ojos así lo
anuncian con la más tierna expresión de sensualidad; su
interesante palidez provoca deseo [...], el dulce olor del
céfiro es menos puro que su aliento; su sonrisa es como una
rosa que florece bajo los rayos del sol. Julie es alta. Su talle
es esbelto y elegante, su porte noble, su andar natural y
grácil, como todo lo que hace. ¡Cuánta gracia! ¡Y cuán
especial es!

Este tierno y apasionado retrato continua elogiando


el carácter de Julie y se centra sobre todo en su don
para "la filosofía", un eufemismo que se empleaba en la
Francia del siglo XVIII para referirse al "pensamiento
liberado" de las limitaciones de la intolerancia religiosa.

Julie combina el delicioso espíritu natural de su edad con la


dulzura y el refinamiento de la mujer más afable.
[...] Ha aprendido desde muy joven a recurrir al sentido
común y, valiéndose de la filosofía para deshacerse de las
ataduras de [su] educación, ha aprendido a comprender y a
juzgar a una edad en la que sus iguales apenas saben
pensar.3

194
He aquí la vida emocional de Sade al descubierto.
¿Es posible que el marqués y la atractiva semimonja se
enamoraran durante aquel otoño en La Coste? ¿O acaso
Sade y Anne-Prospère habían iniciado su relación años
atrás, cuando la joven salía del convento para
visitarlos? Si, como algunos biógrafos han conjeturado,
la última hipótesis es acertada, su madre y hermana tal
vez promoviesen la reunión en Provenza para preservar
el honor del clan de modo que el escándalo quedase "en
familia". Lo que sí se sabe es que, al cabo de muy poco,
la marquesa se enteró de la aventura. Algunos meses
después, en una de las múltiples peticiones que formuló
en defensa de la libertad de su esposo, la marquesa
dictó las siguientes impresiones a su abogado (en los
documentos legales siempre se empleaba la tercera
persona):

Ella [madame de Sade] estaba con el marqués de Sade, su


esposo, en las propiedades de La Coste en Provenza. [...]
Allí acudió a su encuentro su hermana, mademoiselle de
Launay, con el pretexto de estar en su compañía y de
disfrutar de un ambiente más reposado. [...] Las atenciones
de su esposo impidieron que ella sospechara que una pasión
fatal pronto desencadenaría una serie de pesares y
calamidades.4

Puesto que no se conserva la correspondencia entre


Sade y su cuñada -con seguridad sus cartas fueron-los
primeros documentos que madame de Montreuil destruyó-,
no ha sido posible precisar con certeza la cronología del
romance. Sin embargo, se han conservado varias misivas de
Anne-Prospère a otros miembros de su familia, algunas de
las cuales se pueden consultar en la Bibliothèque Nationale,
que desvelan en parte su educación y carácter. Las cartas
presentan una caligrafía sorpren-

195
dentemente pulcra, unas expresiones muy elegantes y
una buena ortografía; estas aptitudes; poco comunes
entre las mujeres de la época, demuestran que los
Montreuil habían velado mucho más por la educación
de la hermana pequeña que por la de Pélagie, cuyas
cartas expresivas pero terriblemente mal escritas podían
haber sido redactadas por un campesirio instruido. Las
que exponen con mayor claridad el temperamento de
Anne-Prospère son las que escribió al abad de Sade. A
los sesenta y cinco años, el avezado libertino se había
encaprichado a todas luces de su encantadora pariente.
Dos semanas después de su llegada a La Coste, el abad
envió a Anne-Prospère un pequeño caballo corso a
modo de regalo; como el resto de la correspondencia
que se ha conservado, la nota de agradecimiento de
Anne-Prospère evidencia una personalidad alegre y de
una coquetería innegable. .

Os ruego que creáis que mis sentimientos por vos son


mucho más intensos que los que siento por el pequeño
caballo corso. [...] Los dictados de mi corazón fueron los
que me impulsaron a convencer a mi tío del cariño que
siento por él. [...] Vuestra joven sobrina se entristece de no
poder trataros en persona; deseaba tanto hacerlo que
ahora se encuentra muy afligida.5 .

Estas dos personas tan encantadoras, el abad y An-


ne-Prospère, charlaban largo y tendido. Ella solía tocar
el laúd para él y, en algún momento de su relación, el
viejo vividor, impertérrito ante los cuarenta y seis años
que los separaban, debió de declararle su amor porque
la joven lo reprendió por poner en peligro su "honor,
reputación y, quizá [su] propia vida".6 En los siguientes
fragmentos de la larga contestación, el escarmentado
abad intenta recuperar la estima de Anne-Prospère:

196
.
"No hay nada en este mundo que aprecie más que vuestro
honor y vuestra vida. [...] Lleguemos a un acuerdo y, de
una vez por todas, establezcamos límites entre nosotros [---]"

El abad, ahondando en el efecto que produce el en-


torno en las emociones humanas -un razonamiento re-
duccionista del pensamiento dieciochesco-, alude al ri-
guroso clima de Auvernia, una zona que no estaba muy
lejos del convento donde Anne-Prospère había perma-
necido. .
No conozco a nadie tan encantador como vos y yo nací en
un clima cálido; estos dos factores sólo pueden originar una
amistad vivaz, que es la que siento por vos. Deseáis que
reprima ese sentimiento y que lo sustituya por una emoción
más sosegada. [...] Deseáis que un provenzal ame como un
auvemés, yeso es del todo imposible. […] El sol quema el
rostro de un provenzal mientras la nieve enfría las
emociones de los auvemeses. De ahí la diferencia entre los
distintos modos de amar; no es de sorprender que una
mujer que ha pasado toda su vida en Auvernia interprete
como amor la amistad de un provenzal. [...]
Quisiera pasar el resto de mi vida con vos; no podré
hacerlo. [...] No iré. Si siguiera los impulsos de mi corazón,
os escribiría a diario, mis cartas estarían llenas de dulzura y
ardor, pero, para complaceros, os escribiré de cuando en
cuando misivas glaciales en las que intentaré emular el
estilo de Auvernia.

El abad, citando una frase que la burlona colegiala


le había escrito en una de sus. primeras cartas ("Ah,
querido tío, desde que os conozco no he dejado de
pensar

197
en vos"), reprocha entonces a Anne-Prospère que le ha-
ya hecho concebir esperanzas infundadas.

Sobrina mía, ¿es una frase de amistad o de amor? [...] Si


seguís escribiéndome así perderé el dominio de mí mismo;
liberaré mi más ardiente pasión, derretiré todos vuestros
glaciares y los convertiré en un torrente que os ahogará.
¿No os parece divertido, querida sobrina, que sea yo quien
considere que vuestras expresiones son demasiado intensas
y se lamente de vuestra excesiva ternura?7

Hasta aquí los devaneos del abad con Anne-


Prospère. ¿Cómo es posible que una belleza tan
juguetona no despertara la misma lujuria en el marqués?
Sabemos que Donatien y la risueña beldad se hacían
bromas cariñosas. Anne-Prospère solía fingir que era la
secretaria de Donatien. Al final de una carta que el
marqués le dictó, Anne-Prospère escribió la siguiente
posdata al destinatario, monsieur Fage: "Acabo de hacer
de escribiente para el marqués de Sade (y de mandarlo a
paseo porque estoy cansada). Ahora hablo por mí
misma y ruego a nuestro querido abogado que no
olvide, como ha hecho hasta ahora, los cuatro cuadernos
que le he pedido que me enviase. [...] Mi cuñado me ha
dicho que os habéis preocupado por mi salud, y os lo
agradezco".8
En el limitado espacio de La Coste habría sido fácil
que naciesen relaciones de carácter íntimo y, además,
existían muchos otros aspectos de mademoiselle de
Launay capaces de excitar la extravagante lujuria del
marqués. Anne-Prospère, una virgen imbuida de
principios religiosos que todavía vestía como una monja
y que, por ser la hermana de la esposa de Sade, era
como una fruta prohibida, representaba ciertos temas y
tabúes que el marqués ensalzaría en sus ficciones
futuras: la desfloración, la apos-

198
tasía o el incesto. Tanto si su pasión por Anne-Prospère
era incipiente o ya muy fuerte cuando ella llegó a La
Coste, lo cierto es que existe otro indicio de la
fascinación del marqués por su cuñada: le asignó los
papeles principales en todas las obras que escenificó
durante esa temporada en La Coste. Durante el invierno
de 1771-1772, instalado en sus dominios favoritos Sade
pudo, por fin, entregarse de lleno a su pasión por el
teatro.

El teatro de La Coste, que el marqués había


construido hacía algunos veranos, tenía capacidad para
sesenta personas sentadas y otras tantas de pie. El telón
azul del escenario corría gracias a un complejo
mecanismo que se accionaba desde el vestíbulo; la sala
estaba iluminada por sesenta y cinco palmatorias
metálicas y veinticuatro luces de colores. El decorado
permanente representaba un salón, costumbre muy
extendida durante el siglo XVIII, pero en ocasiones se
añadían telones de fondo pintados (los otros dos
decorados empleados en La Coste .eran una plaza de
pueblo y, como un mal augurio, una prisión).
Obviamente, la temporada teatral que Sade progra-
mó en Provenza aquel invierno rebosaba delirios de
grandeza. No satisfecho con los límites de La Coste,
Sade también representó las obras en otra antigua finca
familiar de los Sade, el château de Mazan, propiedad
por la que el marqués se interesó por primera vez aquel
invierno.
Los Sade habían adquirido Mazan, situado unos
cincuenta y cinco kilómetros al norte de La Coste, en el
siglo XV a través de una tataranieta de Hughes de Sade,
viudo de la legendaria antepasada del marqués, Laure.
Mazan, una espaciosa vivienda que se alzaba en el cen-
tro de un pueblo bastante más grande y próspero que La
Coste, había sido la cuna de más antepasados de Dona

199
tien que cualquier otra, de sus propiedades, Saumane o
La Coste. Allí había nacido el abuelo paterno de
Donatien, Gaspard-François, que se hacía llamar el
marqués de Mazan; allí también habían visto la luz su
padre y todos sus tíos y tías, incluido el abad de Sade.
Si Donatien se hubiese dejado arrastrar sólo por el
linaje familiar, lo más probable es que se hubiera senti-
do más atraído por Mazan que por La Coste. Sin em-
bargo, el château de Mazan es una convencional casa
solariega situada en medio de'un próspero pueblo que
se extiende en un valle tranquilo, y Sade prefería el
escarpado y fantasmagórico paisaje de La Coste. No
obstante, en el invierno de 1771-1772, mientras
comenzaba a plantearse la posibilidad de dirigir una
compañía teatral itinerante que alternara entre dos
comunidades provenzales, pensó que Mazan era un
lugar adecuado para ganarse una buena reputación
como empresario teatral (hasta el día de hoy, el alcalde
de Mazan asegura que gracias al marqués de Sade, en
La Coste y Mazan se organizó "uno de los primeros
festivales de teatro del mundo").
Debido a la imprevisión del conde de Sade, las pro-
piedades de Mazan habían caído en el abandono duran-
te varias décadas. Donatien reunió a una gran parte de
la población trabajadora de Mazan -los contratistas, car-
pinteros e ingenieros más capacitados del pueblo- para
que lo ayudaran a restaurar la vivienda y a construir el
teatro. Sade tuvo la suerte de que un empleado muy
competente supervisase las reformas, monsieur Ripert,
un hombre servicial cuyo padre había sido el
administrador. de Mazan. Para alguien que siempre
estaba al borde de la quiebra, las ambiciones teatrales
de Sade eran, cuando menos, descabelladas. Aparte del
caro atrezzo, una sola producción teatral requería
peluqueros para los actores, tramoyistas que cambiasen
los decorados y apaga

200
sen las velas entre los actos, varios jinetes que
ofreciesen protección policial al público, gran cantidad
de velas, mesas, calentadores de agua, garrafas y vasos
para docenas de huéspedes. El festival, que, según el
programa, debía durar desde marzo hasta noviembre de
1772, incluiría un ciclo de veinticuatro obras.
En la década de 1770, la "teatromania" que se había
apoderado de Europa a lo largo del siglo se encontraba
en su apogeo. La ambición suprema de Sade consistía
en crear una compañía teatral que superase el "teatro de
sociedad" y llegase a ser profesional En otro de sus
delirios, el marqués invitó a ocho importantes actores
de la Comédie Française a que se unieran a su
compañía teatral y actuaran junto a un grupo de
aficionados entre los que figurarían el propio marqués,
su esposa y su cuñada. Los actores rechazaron la
propuesta y en febrero de 1772 Sade contrató a doce
actores y actrices -mediocres pero experimentados
profesionales-, quienes aceptaron actuar a cambio de
alojamiento, comida y un salario de ochocientas libras.
(Las finanzas de los Sade estaban tan mal admi.
nistradas que, después de la revolución de 1789 todavía
debían dinero a dos actores, una pareja llamada
Bourdais.)
Sade satisfizo su sed de grandeza elaborando el
programa: todas y cada una de las diecinueve obras que
programó para 1772 (Diderot y Voltaire son los únicos
autores de la lista que dejaron su impronta en la poste-
ridad) estaban representándose esa misma temporada en
la Comédie Française. La única excepción a su lista de
éxitos de taquilla parisiense fue una de sus propias
obras, un melodrama "al gusto inglés" llamado La boda
del siglo, obra en la que mademoiselle de Launay
interpretaba a la heroína, el marqués a su esposo y
madame de Sade a su confidente, y varios sirvientes
hacían de doncellas y ayudas de cámara...

201
Durante los meses de mayo y junio, el programa del
repertorio fue el siguiente: .
3 de mayo, La Coste: Le Glorieux, de Destouches y
Les Moeurs du Temps, de Saurin.
10 de mayo, Mazan : mismo programa. .
17 de mayo, La Coste: Beverly, de Saurin y Le
Retour Imprévu, de Regnand.
24 de mayo a 7 de junio: intermedio primaveral.
12 de junio, La Coste: Le Déserteur, de Mercier y
Le Somnambule, de Pont de Veyle.
15 de junio, Mazan: mismo programa.
22 de junio, La Coste: Le Philosophe Marié, de Des
touches y Heureusement, de Rochon de Chabannes (la
última obra se había representado con gran éxito ocho
años antes en el château de los suegros de Sade en
Normandia).
¡Vaya itinerario! Pocos aspectos de la vida de Sade
resultan tan extraños y frenéticos como el calendario de
viajes que impuso a su familia y séquito durante la
primera mitad de 1772 para satisfacer sus ambiciones
teatrales. Las comunidades de La Coste y Mazan dis-
taban entre sí unos cincuenta y seis kilómetros y esta-
ban separadas por uno de los terrenos más escarpados
de Provenza. En la actualidad, el recorrido en coche
entre La Coste y Mazan, por unas carreteras sinuosas y
empinadas, dura unos cincuenta minutos, por lo que el
séquito de Sade debería de tardar al menos doce horas
en mula o en coche de caballos. Imaginemos el cortejo
barroco: el marqués en su doble papel de señor feudal y
director de un teatro itinerante, viajando cada pocos
días de un pueblo a otro a la cabeza de una procesión
integrada por su esposa e hijos, su cuñada, su ama de
llaves, Gothon, sus ayudas de cámara, su mayordomo,
sus cocineros y todos los técnicos y actores contratados
para su repertorio.

202
El recorrido de la procesión se puede intuir, porque
lo más probable es que siguieran los pocos tramos de
terreno llano que había en los valles que separaban La
Coste de Mazan; también es posible que pasaran junto
al pequeño río, el Calavon, que discurre entre los
pueblos de Goult y Gordes y que en la actualidad corre
paralelo a la Route 100, y lo cruzaran por el Pont Julien,
un puente romano del siglo m que todavía está en uso, o
por el puente cercano a la población de Les Beaumettes.
Luego, el cortejo enfilaría hacia el nor-nordeste en
dirección a L'Isle-sur-la-Sorgue y seguiría, durante
varios kilómetros, las turbulentas aguas verdes del río.
Es posible que se desviaran un tanto para detenerse en
Saumane, a fin de que los miembros de la comitiva
descansaran y tomasen algún refrigerio con el abad de
Sade, para luego continuar hacia el norte, a través de la
gran ciudad medieval de Carpentras y de los viñedos y
los huertos de árboles frutales de una fértil llanura
donde, en primavera, los cerezos y los manzanos
resplandecen contra los picos nevados de los montes
Ventoux..
Sin embargo, las expediciones tampoco
encontraban todas las comodidades deseadas cuando
llegaban a Mazan. Aunque la nueva salle de spectacles
estaba bien equipada, las habitaciones del château
dejaban mucho que desear; la familia Sade y algunos
criados se quedaban en la casa del pueblo del supervisor
Ripert, mientras que los miembros de menor categoría
de la comitiva dormían en docenas de camas que se
habían dispuesto en el salón del château. Tras el arduo
viaje, Sade apenas disponía de dos o tres días para
montar la nueva obra; tenía que ensayar con los actores,
supervisar los decorados, indicar a los técnicos cuándo
tenían que alzar el telón y encender las velas, buscar
notarios y prestamistas para obtener fondos adicionales,
al tiempo que asumía un papel principal

203
en cada obra. La energía necesaria para todas estas fun-
ciones es inconcebible, al igual que el placer que Sade
experimentaba al fundir la ficción con la fantasía y asig-
nar papeles semificticios a su cuñada (la heroína); a su
esposa (la confidente de la heroína) y a sus verdaderos
sirvientes (doncellas y ayudas de cámara histriónicos).
Aunque el esfuerzo del marqués parezca extraordinario,
no hay que olvidar que el arte del teatro era el
paradigma central de su vida. Sade había elegido a sus
amantes entre una amplia gama de actrices, bailarinas y
cantantes, costumbre muy corriente entre los
aristócratas. Una prueba más concluyente es la puesta
en escena de sus proezas sexuales: la meticulosa
coreografía de las escenas de la apostasía programadas
para mademoiselle Testard, la cuidadosa premeditación
de la flagelación del episodio de Arcueil, incluso la
elección del vestuario planeado para el acto (desnudo
hasta la cintura y con un pañuelo blanco sobre la
cabeza), sugieren que Sade estaba siempre "en escena",
aunque sólo fuera para satisfacer su placer voyeurista.
No obstante, el marqués tuvo que afanarse bastante
para lograr que acudiera público a sus espectáculos más
castos. La sociedad provenzal estaba acostumbrada al
libertinaje clásico del abad de Sade, pero las correrías
de Donatien los habían dejado estupefactos. Las
serviles misivas que el orgulloso señor envió a uno de
sus vecinos, monsieur Girard, del pueblo vecino de
Lourmarin, daban a entender que la alta burguesía del
lugar no parecía muy entusiasmada ante la idea de
asociarse con el tunante que se había hecho famoso en
toda Francia tras el episodio de Arcueil.

Aún no he disfrutado del privilegio de vuestra visita, que


espero con impaciencia; ¿me concederéis el honor de

204
asistir a una comedia que he montado y que se representará
el día 20, para satisfacer el tan ansiado placer de conoceros
y de que oír vuestra opinión sobre la obra? Los
espectadores y críticos tan ilustrados como vos, señor,
escasean, y os engañaría si no os dijera que me produciría
un dolor irreparable que no aceptarais la invitación para
asistir a la obra. Si no hiciera tan mal tiempo, habría ido en
persona a vuestra casa para invitaros a la función,
etcétera.10

Al final, acudieron tan pocos invitados "ilustrados"


que Sade permitió el acceso a cualquier lugareño que
deseara asistir a las representaciones; asimismo,
contrató a varios agentes de policía adicionales para
asegurarse de que la muchedumbre no provocase
"tumulto" alguno.
Además, siempre estaba presente, tanto en el esce-
nario como en la vida real, el factor que acabaría por
convertirse en otra obsesión para Sade: dinero, dinero,
dinero. El train de vie de La Coste era, al margen de los
espectáculos teatrales, desmesurado. Contando la fami-
lia del marqués, la institutriz de sus hijos, las doncellas
personales de Pélagie y su hermana, su secretaria, los
ayudas de cámara particulares, los actores residentes, su
maître d' y varios sirvientes, cocineros y jardineros, el
séquito de Sade constaba de más de treinta personas, a
quienes había que alimentar, vestir y calzar. Los
archivos revelan que durante el invierno de 1771-1772,
un tal monsieur Silvestre, zapatero de Ménerbes,
confeccionó decenas de pares de zapatos que le habían
encargado el marqués para sí, su secretaria, sus ayudas
de cámara, su mayordomo (quien recibió dos pares de
zapatos para el día y un par de zapatillas para la noche)
y Pélagie y su hermana, que habían pedido un par de
chinelas de seda rosa para las representaciones.
Además, tanto el marqués

205
como la marquesa eran, si no glotones, grandes
gourmets. A principios de 1772, un tal monsieur Légier,
pastelero, llevó a La Coste "almendras y mazapán,
azúcar moreno y refinado, pralinés, confitura de
membrillo, gelatinas y mermeladas, naranjas de
Portugal, azahar, mostaza y pimienta blanca, agua de
lavanda y jabones [...].11 El séquito de Sade, tal vez
demasiado voraz, también necesitaba servicios médicos.
El doctor Terris, del pueblo vecino de Bonnieux, acudió
a La Coste en sesenta y tres ocasiones durante los dos
primeros meses de 1772 para atender a varios de los
habitantes del castillo: la marquesa y su hermana, sus
doncellas, el mayordomo, la institutriz, el ayudante de
cocina y los actores contratados.

Durante los meses anteriores, Pélagie había llegado


a enamorarse de La Coste casi con la misma intensidad
que su esposo, pero su entrega era mucho más altruista
que la de Sade. Se interesaba por el bienestar de los lu-
gareños y de todas las personas al servicio de su esposo
y asumía tareas como la de enseñar a leer y a escribir a
algunos niños del pueblo. Su frenético ritmo de vida
aparece reflejado en su letra de trazos grandes e
irregulares, llena de supresiones, intentos caóticos de
expresar las ideas de otra manera y mayúsculos errores
gramaticales. Como muchas de las mujeres que intentan
realizar más actividades de las que son capaces de
ocuparse, Pélagie era una administradora despistada y
ajetreada y se mostraba tan benévola con los sirvientes
que éstos. se aprovechaban de ella, le robaban y la
engañaban, provocándole ataques de indignación tan
leves que le impedían imponerse a los criados. No
obstante, puesto que Pélagie desdeñaba la alta sociedad,
se había pasado la mayor parte de la vida en compañía
de los sirvientes. Del mis-

206
mo modo que su esposo escandalizaba a sus contempo-
ráneos al compartir sus proezas sexuales con sus ayudas
de cámara, Pélagie se sentía más cómoda con sus sir-
vientes que con cualquier otro grupo social. De hecho,
una de las claves de la sorprendente armonía marital
delos Sade quizás haya sido la sensación compartida de
aislamiento de su entorno aristocrático, que acabaría
por convertirlos en marginados sociales. Por muy
teñido de desdén señorial que estuviese su trato con "el
pueblo", la costumbre que tenían de dirigirse el uno al
otro con el informal tuteo -tratamiento que por aquel
entonces sólo se empleaba entre cónyuges
pertenecientes al campesinado y al artesanado humilde-
demuestra su carácter campechano, su familiaridad con
las costumbres de las clases más modestas.
Ocasionalmente, algunos discretos detalles de ar-
chivo como las Visitas médicas o las listas de la ropa
sucia dejan entrever la vida sentimental de los Sade.
Considérese la siguiente anotación en el diario que el
doctor Terris escribió en mayo de 1772, poco después
de redactar el informe sobre dos visitas efectuadas el
mismo día a la hermana de la marquesa: "Mientras me
dirigía al castillo para ver [a mademoiselle de Launay],
tal y como se lo había prometido me topé con ella [...];
iba a caballo hacia Bonnieux con monsieur el marqués
y parecía encontrarse muy bien".l2.
Asimismo, cabe tener en cuenta una curiosa anota-
ción que la marquesa hizo en el margen de un
inventario del ajuar familiar compilado por la institutriz
de los hijos de Sade, mademoiselle de Langevin, y por
mademoiselle de Launay poco después de llegar a La
Coste: los garabatos de Pélagie son tan inconexos que
parece haberlos trazado mientras probaba una pluma
nueva: "Yo nosotros / matamos / un proyecto malo /
horrible / horrible [...]".13

207
Resulta revelador yuxtaponer la impresión del mé-
dico sobre Anne-Prospère a la cotidiana realidad de la
marquesa: la coqueta canonesa, vestida con el hábito de
monja, retoza en su pequeño caballo corso junto al
marqués a lo largo de los tres kilómetros de campo que
separan La Coste de Bonnieux. Del cuello le cuelga la
dorada cruz octogonal (casualmente, una réplica exacta
del escudo de armas de los Sade) que Luis XV otorgó a
los miembros de su convento. Cabalgan por los campos
iluminados por el violeta de los ciclamores y el
resplandor de las amapolas carmesíes, envueltos por el
aroma del tomillo, la lavanda y el romero.
En la escarpada cima bañada por el sol sobre la que
se yergue el castillo, madame de Sade, tranquila pero
resuelta, vestida con zapatos cómodos y prendas de
color pardo zurcidas, camina con brío de la cocina al
lavadero, del huerto a la despensa, con un manojo de
llaves que le cuelgan de la cintura mientras se ocupa de
las necesidades de los niños y huéspedes y organiza las
tareas de la casa con obsesiva diligencia.
Es infatigable, rebosa casi tanta energía como
Sade. En La Coste, la marquesa disfruta encargándose
de las más insignificantes tareas rurales, y aunque
podría contratar a decenas de lugareños para realizadas,
se pone gruesos y hombrunos guantes de cuero para
cortar la leña, podar los árboles frutales y ayudar en el
huerto. Su amiga Milli de Rousset, quien desempeñaría
un papel importante en la: vida futura de los Sade, al
describirla asegura que trajinaba sin descanso de un
lado para otro a gran velocidad y dando “pasos de
gigante”14 En efecto, la musculosa y obstinada
marquesa posee ciertos rasgos varoniles y casi nunca
revela sus sentimientos más íntimos ni, en el transcurso
de las aventuras eróticas más escabrosas de su esposos,
admitirá que ocupa otro lugar que el primero en el
corazón del marqués, por muchos paseos que él
disfrute bajo el sol con su hermosa hermana.

Incluso en las épocas en que la mano de obra era


económica, montar una compañía teatral resultaba una
empresa cara y, en la primavera de 1772, los miembros
de mayor edad de la familia de Sade comenzaron a
hablar de nuevo del despilfarro que implicaba su
ambición teatral: "Mi sobrino lleva su pasión por la
comedia [...] hasta extremos insólitos -escribió por
aquel entonces el abad de Sade al agente comercial de
su sobrino, Maître Fage- y, si continúa así, es bien
posible que se arruine. [...] Observo con placer que las
complicaciones a las que se enfrenta para que los
actores se reconcilien entre sí y para lidiar con su
perpetua fraudulencia, lo mucho que le cuesta encontrar
dinero para financiar todos [estos espectáculos], los
obstáculos que surgen constantemente [...] comienzan a
desanimarla; es más que probable que hubiera desistido
si su esposa hubiera cooperado conmigo y no se
mostrase tan complaciente con todos y cada uno de sus
caprichos" .15
¿Cuál era el estado de ánimo de madame de Mon-
treuil durante los largos meses que sus dos hijas pasaron
encerradas con el marqués? Las cartas que escribió esa
temporada demuestran que estaba preocupada, perpleja,
sin saber muy bien qué hacer ni qué tácticas emplear.
Apenas había tenido noticias de sus hijas desde su
llegada a La Coste, y las cartas que envió a Provenza
durante la primavera de 1772 carecían de su habitual
claridad y transparencia; más bien, eran esquivas, llenas
de divagaciones y, por una vez, confusas, como si le
costara elegir la estrategia más, adecuada para desafiar
la cada vez más imprevisible vida de los Sade.

209
"Hace tiempo que no sé nada de mis hijas, y su
salud me preocupa -escribió al abad de Sade en mayo-.
He oído decir que las representaciones las obligan a ir
de un sitio para otro, por lo que ni siquiera sé dónde re-
siden en estos momentos. [...] Esos espectáculos resul-
tan adecuados cuando están dirigidos a la clase social
de uno pero tienden a convertirse en algo ridículo [...]
cuando se representan sin restricción alguna. [...] La
provincia entera [...] está escandalizada."
A continuación, madame de Montreuil aborda el
asunto de la repercusión que el estilo de vida de Sade
ha tenido en. sus hijas y, por supuesto" en la economía
familiar.

"[El teatro] siempre ha sido su mayor pasión, o tal vez


debería decir locura, pero sería triste que [esta obsesión]
comprometiese aún más a su esposa ya su cuñada. [...] Sería
una humillación que me vería obligada a subsanar de
inmediato si el marqués no decidiera entrar en razón por
voluntad propia. ¿Cuál es el objetivo de todos estos
espectáculos y fiestas? ¿Es que quiere dilapidar toda su
fortuna, que ya ha reducido en buena medida con toda clase
de despilfarros imaginables? [...] Estoy cansada de que me
tomen el pelo; estoy dispuesta a sacrificarme por causas
razonables y honestas, pero [me niego] a fomentar los
excesos.".

La Présidente, acto seguido, expresa cuán honda es


la desilusión que le ha causado Donatien..

"Cuando haya derrochado todo cuanto tiene, me de-


volverá.a su esposa ya sus hijos, por quienes apenas se
preocupa, para que me haga cargo de ellos [...] y tendrá que
afrontar un destino más bien aciago y mísero."16

210
Donatien también era consciente de los descalabros
económicos que le acarreaban sus montajes teatrales.
En pleno transcurso de su festival, el 22 de junio de
1772, partió de La Coste con su ayuda de cámara para
recabar dinero en la próspera metrópolis de Marsella.
Sin embargo, en el siglo XVIII, al igual que en el XX,
Marsella era una ciudad conocida por sus costumbres
relajadas, por lo que los dos hombres no tardaron en
distraerse de sus intenciones iniciales.

211
Notas
[ Olivier Bemier, Louis the Beloved: TheLife ofLouis
XV, Nueva York: Doubleday, 1984, p. 245.
2 Archivos de la familia Sade. Lever, p. 193. J Lely,
Vie, pp. 169-170.
. 4 Ibíd., p. 167.
5 Mademoiselle de Launay al abad de Sade, 7 de
noviembre de 1771. BNnaf 24384, fos. 473-474.
También en Bibliotheque Sade ,II pp. 138-139.
6 Frase de una carta sin identificar de mademoiselle
de Launay, citada en una carta del abad de Sade, nota 7.
7 Abad de Sade a mademoiselle de Launay, invierno
de 17711772. BNnaf 24384, fos. 324-325. Citado
también en Lever, p.194.
8 Colección de Maurice Lever. Lever, p. 193.
9 Véase Petits et grands théatres, p. 047. Aparecen
los nombres de los actores que Sade intentó contratar;
tres de ellos eran los más conocidos de la Comédie
Française.
10 Sade a monsieur Girard de Lourmarin, 1771-
1772. Citado en Guillaume Apollinaire, L'oeuvre du
Marquis de Sade, Collection des Classiques Gallants,
París, 1909, p. 33. J.J. Pauvert, vol. 1, p. 245.
12 Ibíd., p. 246.
13 "Inventaire du linge de M. de Sade", 1 de
diciembre de 1771. BNnaf 24384, fos. 475-476.
14 Bourdin, XXII.
15 Fauville, p. 89.
16 Madame de Montreuil a Gaufridy, 29 de mayo de
1772. BNnaf 24384, fos. 428-429. También en
Bibliotheque Sade II, p.140.

212
10

La orgía

Débiles y voluptuosas criaturas empujadas por el li-


bertinaje, la pereza o la adversidad hacia la deliciosa
y lucrativa vocación de la prostitución, seguid el
siguiente consejo, fruto de la experiencia y la sabi-
duría: practicad la sodomía, amigas mías, es la única
manera que existe de ganar dinero y divertirse a la
vez. [...] Mojigatas y delicadas esposas, haced lo
propio; sed proteicas con vuestros esposos para que se
encariñen con vosotras. [...] Arriesgaréis así muchí-
simo menos, tanto vuestra salud como vuestra feli-
cidad: nada de hijos, casi ninguna enfermedad y un
placer mil veces más intenso.
JULIETTE

Marsella, doce del mediodía del domingo 27 de


julio de 1772: un pequeño apartamento en el segundo
piso de la Rue d'Aubagne, 15 bis, esquina con la Rue
des Capucins. Entra un caballero, de "altura media",
"cabello rubio", "rostro hermoso y redondo", 1 vestido
con un abrigo gris con un forro azul, un chaleco de seda
de color amarillo caléndula y unos pantalones a juego;
lleva una pluma en el sombrero, una espada al costado
y un bastón con puño de oro. El visitante va
acompañado por su ayuda de cámara, que es un poco
más alto que su se-

213
ñor, tiene el pelo largo y la cara picada por la viruela;
lleva un traje de marinero a rayas azules y amarillas.
Cuando hablan entre sí, los dos hombres intercambian
su posición social: Sade llama a su sirviente monsieur
le Marquis y Latour se dirige a su patrón con el nombre
de Lafleur, el nombre plebeyo con el que Sade
designará a un ayuda de cámara ficticio en su novela La
filosofía en el tocador.
El apartamento al que los dos hombres han llegado
pertenece a la prostituta Mariette Borelly, una de las
cuatro muchachas a quienes el marqués ha contratado
para esta fiesta. Sade había comenzado la búsqueda de
placer en la gran ciudad cuatro días antes, no bien llegó
a Marsella. Tras dejar el equipaje en el hotel, fue varias
veces a un burdel de la Rue Saint-Ferréol-le-Vieux para
ver a Jeanne Nicou, una prostituta de diecinueve años.
Mientras tanto, Latour recorría los callejones del barrio
portuario para, de acuerdo con las indicaciones de su
señor, contratar a varias "jovencitas" para una orgía
especial.
La compañía por fin se encuentra reunida y, aparte
de la anfitriona de la fiesta, Mariette, de veintitrés años,
está formada por Marianne Laveme, de dieciocho, y
otras dos profesionales, ambas de veinte años,
Mariannette Laugier y Rosette Coste. .

Las cuatro jóvenes aguardan en una habitación al


marqués. En cuanto llega, Sade extrae un puñado de
monedas del bolsillo, alarga la mano cerrada y anuncia:
"¡Habrá dinero de sobra para todas!.". Acto seguido
añade que quien adivine o se acerque más al número de
monedas que tiene en la mano, recibirá el honor de ser
la primera. Las jóvenes dicen un número y Marianne
Laveme "gana". .
En la primera escena, el marqués de Sade cierra las
puertas y ordena a Latour y a Marianne que se tumben

214
en la cama. Flagela a la prostituta con una mano
mientras masturba a su sirviente con la otra, llamándolo
"Monsieur el Marqués". Luego pide a Latour que se
retire, y éste se marcha un tanto contrariado. A solas con
Marianne, el marqués le ofrece una caja de cristal con
montura de oro que contiene pastillas de moscas de
España -el nombre químico de la sustancia es
"cantárida" - cubiertas de azúcar con sabor a anís. Sade
le indica que coma muchas para provocar la flatulencia
deseada: el marqués le ha especificado que desea que
suelte ventosidades y le permita "aspirar el aire por la
boca"; pero ella se niega a ingerir más de siete u ocho
pastillas. Entonces, el marqués le dice que, a cambio de
una moneda extra, debe dejar que él o su ayuda de
cámara, quien ella elija, la sodomicen. Como Marianne
descarta ambas opciones (o eso asegurará en su
declaración a la policía; la sodomía era un delito tanto
para los hombres como para las mujeres), Sade le
entrega un rollo de pergamino cubierto de clavos
torcidos y le pide que lo azote con él. Marianne no atina
a propinarle más de dos golpes. El marqués le ordena
que continúe pero ella le dice que está a punto de
desmayarse. Entonces Sade le pide que vaya a buscar
una "escoba de brezo que está en la cocina. Marianne,
menos temerosa de este utensilio doméstico que del
azote metálico, golpea al marqués varias veces, al
tiempo que éste le grita que lo haga con más brío. De
repente, Marianne gime que le duele el estómago. Corre
a la cocina y bebe un vaso de agua, pero se siente peor y
le pide a la doncella que le prepare una taza de café.
Otro grupo de artistas se reúne para hacer realidad las
fantasías del marqués.
En la segunda escena, mientras Marianne se recu-
pera en la cocina, Sade permite que Latour regrese, en
compañía de Mariette. Sade le pide que se desvista y que

215
se acuclille a los pies de la cama. La golpea con la escoba y
le ordena que le haga otro tanto. Mientras Mariette lo castiga
sin cesar, el marqués graba en la repisa de la chimenea, con
su cortaplumas, el número de azotes que recibe: 179,
215, 225, 240. Tras un total de setecientos cincuenta y
ocho golpes, arroja a la joven a la cama, boca arriba.
Satisface su placer de modo convencional con ella al
tiempo que masturba a su ayuda de cámara, quien luego
lo sodomÍza. A continuación sale Mariette y entra
Rosette.
Las "travesuras" de la tríada durante la tercera
escena duplican las de la primera, con algunas
pequeñas variantes: el marqués pide a Rosette que se
desvista y observa a su ayuda de cámara tomarla en la
postura del misionero. Después, Sade y Latour se
masturban mutuamente mientras Rosette azota al
marqués con la escoba. Sade luego le ofrece más dinero
para que permita que su ayuda de cámara la sodomice.
Ella se niega (o eso declarará), sale de la habitación y
cede el paso a Mariannette.
Durante la siguiente escena, Sade acaricia a la
prostituta y luego le anuncia que la flagelará porque
todavía tiene que "dar veinticinco golpes más".
Mariannette, al ver la sangre en el azote de clavos que
el marqués sostiene (se trata de su propia sangre), se
asusta e intenta salir de la habitación. Sade se lo impide
a la fuerza y pide a la primera puta, Marianne, que se
una a ellos. Les ofrece caramelos a las dos. Mariannette
prueba algunos y los escupe. Marianne se niega en
redondo y le dice que ya ha comido demasiados. Tras
flagelar a las jóvenes, según declaró una de las
prostitutas a la policía: "el hombre nos golpeó a 1as dos
con la escoba que había pedido, luego arrojó a la testigo
boca abajo sobre la cama [...], colocó la nariz entre sus
nalgas para inhalar la flatulencia y pi-

216
dió a la víctima que masturbase de nuevo a su sirviente.
Ella se negó".
Después, tras ordenar a Mariannette que contemple
el espectáculo, Sade sodomiza a Marianne al tiempo
que su ayuda de cámara lo sodomiza a él. Mariannette
se vuelve, comienza a llorar junto a la ventana (o eso
declarará) y dice que no desea presenciar ese tipo de
espectáculos. El marqués le ordena que masturbe de
nuevo a Latour, pero ella se niega e intenta marcharse.
Marianne, todavía tumbada boca abajo sobre la cama,
también llora. Las dos jóvenes suplican al marqués que
les permita marcharse. Al principio Sade las amenaza,
luego deja que se vayan, le da seis libras a cada una y
les promete otras diez si lo acompañan esa misma
noche en un paseo en barca a la luz de la luna por el
puerto de Marsella.
Así acabó un entreacto que el entusiasta primer
biógrafo del marqués, Gilbert Lely, calificó de
"citereo". Sade regresó a la habitación del hotel para
echar una siesta y durmió, como de costumbre, como un
niño. Sin embargo, lo que había ocurrido hasta el
momento había sido un mero entremés. Sade había
planeado regresar a La Coste al día siguiente y le
resultaba impensable pasar una tarde desprovista de
emociones. Tras la siesta, envió a su lacayo al burdel de
Marianne y Mariannette para invitarlas a la fiesta
marítima, pero se negaron de plano. Entonces, Latour
recorrió las calles de Marsella en busca de carne fresca
(es imposible no pensar, a lo largo de este picaresco
episodio, en Don Juan y en su sirviente, Leporello).
Encontró a una prostituta a la puerta de su casa,
Marguerite Coste, de veinticinco años, natural de
Montpellier, que estaba dispuesta a recibir al marqués
en su habitación. Latour le entregó un pequeño anticipo,
fue a buscar a Sade, que estaba cenando en el hotel con
un actor y le susurró al oído las nuevas sobre

217
el gran hallazgo. La cena y el invitado fueron
despachados en seguida y los dos hombres partieron
hacia la habitación de la quinta prostituta.
En la escena final, Sade y su ayuda de cámara
suben los dos tramos de escalera que llevan a la
habitación de Marguerite Coste. Cuando llegan, el
marqués ordena a Latour que se retire, y éste vuelve a
marcharse visiblemente contrariado. Sade deja a un lado
el bastón y la espada y tiende la caja de cristal con
caramelos a la joven, quien ingiere varias moscas de
España cubiertas de azúcar. Sade intenta convencerla de
que coma más, pero ella rehúsa hacerlo. El marqués
insiste y le asegura que todas las mujeres con quienes
tiene trato comen muchos caramelos; ella accede e
ingiere todos los que quedan en la caja. A continuación,
Sade le propone "gozar de ella por detrás y de una
manera todavía más horrible", pero ella se niega y le
pide que la tome sólo "como Dios manda".2 Sade le
paga seis francos y se marcha.
El día siguiente, al alba, el marqués y su ayuda de
cámara parten en un carruaje de tres caballos para Aix-
en-Provence, la primera parada de postas de camino a
casa. Ignoraban por completo que su última víctima,
Marguerite Coste, que había caído enferma por una
sobredosis de los caramelos que Sade le había
proporcionado, estaba poniendo en marcha el sistema
judicial de toda la región de Marsella, que se hallaba
bajo la jurisdicción del parlamento de Aix-en-Provence.
Después de que Sade se marchase, Marguerite había
vomitado una "sustancia negra y fétida" y la habían
acometido la fiebre y un dolor intenso en los intestinos.
Los vecinos compasivos llamaron a la policía y
mademoiselle Coste recibió el diagnóstico de médicos y
farmacéuticos. Junto con las otras cuatro prostitutas que
habían participado en la anterior orgía del marqués, una
de las cuales había sufrido sínto-

218
mas similares a los de mademoiselle Coste, aunque
más leves, Marguerite sería interrogada por la policía y
los abogados de la acusación una y otra vez en el
transcurso de la semana. El sábado 4 de julio, una
semana después de la "citerea" aventura del marqués,
el fiscal del rey expediría una orden judicial de arresto
contra el marqués de Sade y su ayuda de cámara,
monsieur Latour.

La mosca de España, una sustancia extraída del


cuerpo de un insecto verde del Mediterráneo, ha tenido
desde la antigüedad la fama de poseer propiedades
afrodisíacas. Durante el Renacimiento volvió a ponerse
de moda en Europa y disfrutó de una especial
popularidad en la Francia de mediados del siglo XVIII,
sobre todo gracias a uno de los héroes militares más
célebres de esas décadas, el Mariscal de Richelieu (los
caramelos elaborados con este ingrediente pronto
recibieron el nombre de pastilles a la Richelieu).
Es poco probable que Sade empleara esta
venerable sustancia con el ánimo de hacer daño a sus
compañeras sexuales. Incluso madame de Montreuil,
que por aquel entonces se había convertido en la más
implacable enemiga de su yerno, negó rotundamente
que las intenciones del marqués fueran malévolas.
"¿Por qué demonios . --comentó-, querría un hombre
envenenar a unas jóvenes a quienes nunca antes había
visto y cuya profesión no da ocasión para el amor o los
celos ni reporta beneficio alguno?"3 No obstante, Sade
era muy descuidado a la hora de preparar estas
pociones y las dosis que obligaba a tomar a las jóvenes
eran excesivas, ya que la cantidad habitual era de dos
pastillas cada veinticuatro horas. Sade abusaba de la
droga porque su propósito iba más allá de la mera
excitación sexual. Impulsado por lo que los

219
psiquiatras denominan "perversión coprofílica", un
placer neurótico que se origina al oler las heces, Sade
deseaba más que nada estimular las funciones
intestinales de las prostitutas para que produjeran la
mayor cantidad de gases posible. De ahí que les
administrara grandes dosis de la mosca de España
cubierta de anís, también conocida por su capacidad
para aumentar la flatulencia.
La indiferencia de Sade para con las posibles conse-
cuencias mortales de este experimento farmacéutico
pone sobre el tapete la cuestión de su cruel elitismo y el
de toda su casta: a la mayoría de los miembros de la alta
sociedad le traía sin cuidado la suerte de las prostitutas.
El hecho de que un hombre de su rango fuese
condenado por la enfermedad de una prostituta -el
marqués consideraba a las mujeres de esa clase "viles
criaturas" - constituía una humillación que Sade nunca
llegaría a comprender por completo. Como afrenta al
sistema judicial que lo condenaba (más adelante
describiría a los miembros del parlamento de Aix como
"un hatajo de mercaderes de atún y marineros
mezquinos, una gentuza con la que la nobleza no
debería relacionarse"), incluso se negó a reconocer que
había ofrecido caramelos a las prostitutas. Sade insistió
en que las mujeres habían enfermado por comer
demasiado durante la cena. El desdén que sentía por los
procedimientos legales entablados contra él aparece
reflejado en una carta que escribiría cinco años después.
Tras asegurar que la gula había sido la única causa del
malestar de las jóvenes, afirmó que "una leve alteración
de las entrañas es una dolencia muy común en
Provenza" y ridiculizó a los fiscales de su caso en la no-
vela corta El presidente mistificado, tachándolos de
"sinvergüenzas [...] que emiten un veredicto de
'envenenamiento en un caso en el que sólo hay unas
pocas meretrices con cólicos".4

220
Sin embargo, el sistema judicial francés jamás
llegó a examinar la naturaleza de las intenciones de
Sade. Una vez más, Sade no sólo se veía discriminado
por sus propias locuras psicopáticas y su terrible
reputación, sino que también era víctima de los
conflictos sociales que continuaban azotando Francia.
En 1772, el sistema político francés estaba más que
nunca bajo el poder de monsieur Maupeou, el
implacable enemigo de los Montreuil. Luis XV moriría
en 1774 y, durante los dos últimos años de su reinado,
Maupeou, su canciller, ejerció una influencia con-
siderable. Aunque había obtenido el poder gracias a su
popularidad como uno de los principales miembros de
los parlamentos franceses, hacia 1772 el perspicaz
canciller se hallaba enfrascado en una fiera batalla
contra estas instituciones cada vez más ingobernables.
Había exiliado a miles de magistrados a lo largo y
ancho del país y los había sustituido por hombres que le
eran leales. Por lo tanto, las acusaciones de
envenenamiento y sodomía que el tribunal de Marsella
había lanzado contra Sade y Latour habían sido obra de
los magistrados nombrados por Maupeou, quien se
había salido con la suya. Además, el juicio promovido
por el incidente de Marsella era el más grave jamás
celebrado contra el marqués; la sodomía, en teoría, se
castigaba con la pena de muerte. Así pues, la brigada
policial que llegó a La Coste el 9 de julio para arrestar a
Sade formaba parte de una maniobra de desquite. Se
llevaron una buena desilusión cuando el notario de
Sade, monsieur Fage, les explicó en la puerta del
château que el marqués y su ayuda de cámara se habían
marchado hacía una semana y que no había tenido
noticia de ellos desde su partida. Tras un minucioso
registro del castillo, la policía interrogó a los .sirvientes
y a los lugareños, quienes, por lealtad, también
declararon que no habían visto a los dos hombres desde
hacía varios días.

221
Sade se había escapado por bien poco. Dos días an-
tes, durante los ensayos de dos obras de teatro que
debían representarse en La Coste el 9 de julio (una de
las cuales era la comedia de Voltaire Adélaide du
Guesclin), uno de los actores de la compañía de Sade se
había presentado para advertirle que lo habían acusado
de envenenar a varias prostitutas y que pronto
expedirían una orden judicial de arresto. Debido a su
desprotegida topografía, la aldea de La Coste es un
lugar peligroso para alguien que busque un lugar donde
esconderse; cada una de las laderas de la cumbre yerma
es perfectamente visible desde las llanuras que la
rodean. No obstante, los territorios colindantes, la zona
llamada Vaucluse en la actualidad, resulta idónea para
los fugitivos. (La palabra maquis, empleada para
referirse a los combatientes clandestinos durante la
segunda guerra mundial en Francia, tiene su origen en
los bajos y frondosos arbustos que cubren la mayor
parte de la región y son ideales para los forajidos.) El
marqués y su ayuda de cámara habían huido de La Cos-
te para ocultarse en lugares más seguros de la misma
provincia. Sin embargo, no se habían escapado solos;
los acompañaba la cuñada del marqués, la canonesa
Anne-Prospère de Launay.
Los fugitivos debieron de encontrar algún refugio
no muy lejos de casa: en Saumane, con el abad de Sade,
quien habría estado encantado de alegrarse la vista con
la deslumbrante Anne-Prospere, o en Mazan, con el leal
supervisor de las propiedades de Sade, monsieur Ripert.
Fuera cual fuese el lugar donde el marqués y sus
compañeros se habían ocultado, el tribunal de Marsella,
poco después del infructuoso intento de arresto, dictó
un fallo de culpabilidad contra ellos. Los agentes de po-
licía regresaron a La Coste en varias ocasiones y confis-
caron, según lo estipulado por la ley, todos los bienes y

222
fuentes de ingresos del marqués; el château, las fincas y
las propiedades de la región, así como los beneficios de
los mismos.
Tres semanas después, Anne- Prospere, tan miste-
riosamente como se había marchado, regresó sola a La
Coste, para estar con su hermana. ¿Acaso la marquesa
le había "pedido" que acompañara al marqués para que
éste estuviera más seguro y sus correrías pareciesen un
tranquilo viaje familiar? ¿O quizá la impulsiva y
confundida colegiala decidió por sí misma ir con él?
¿Regresó Anne- Prospere por escrúpulos religiosos, por
ambivalencia hacia las peticiones sexuales del marqués
o tal vez por lealtad a su hermana? Fueran cuales fuesen
sus intenciones, cuando la enigmática canonesa regresó
a La Coste no se encontraba muy bien. Su estado de
turbación emocional aparece reflejado en una petición
que la marquesa formuló a las autoridades legales algún
tiempo después y que describe los acontecimientos del
verano de 1772 (se trata de la misma crónica en la que la
marquesa insinúa que su esposo ha concebido una
"pasión fatal" por su cuñada). Tras retratar el estado de
conmoción que la había invadido las semanas
posteriores a la acusación realizada contra su esposo,
Pélagie afirma lo que sigue:

Ella [madame de Saqe] pugna por calmar su angustia, la


preocupación que la embarga; se dirige á su hermana, pero
la confusión que presencia en el alma [de ésta], la
vacilación de sus respuestas, sólo sirven para acentuar su
propia inquietud. [...] El abatimiento de su hermana merma
su propia fuerza.5

A pesar de la angustia que compartían, poco


después del regreso de Anne-Prospere a Provenza las
hermanas se marcharon juntas a Marsella, dispuestas a
sobornar a

223
las prostitutas para que retiraran las acusaciones antes
de que el caso de Sade llegara al tribunal de apelaciones
de Aix-en-Provence. Llevaban consigo cuatro mil libras
que Pélagie,.sumida en una situación económica más
desesperada que nunca desde que la policía confiscara
todas las propiedades de su esposo, había recabado con
la ayuda de monsieur Ripert, el abad de Sade e incluso
el empobrecido abad Amblet, quien aportó mil libras.
Pélagie había buscado el dinero con desesperación.
Primero había acudido a su madre, quien, por aquel
entonces, estaba bien informada de la aventura de su
hija más joven con Donatien, y se negó a ayudarla. No
se conserva carta alguna de madame de Montreuil de
ese verano, pero su estado de ánimo se pone de
manifiesto en la antedicha solicitud de Pélagie:

La solicitante [...] imaginó que sus padres la consolarían.


Acudió a madarne de Montreuil, su madre; hizo todo lo
posible por conmoverla pero no encontró la amabilidad que
esperaba; [la madre le aseguró que] darle dinero para su
esposo equivaldría a ser cómplice de sus transgresiones.6

En el verano de 1772, por lo tanto, Pélagie, con su


esposo fugitivo y su madre remisa a cooperar con ella,
se quedó desamparada del todo. El estado de ánimo de
la Présidente puede explicarse fácilmente: ¿cómo iba a
continuar ayudando al parásito que había desflorado a
su más preciada hija, la deslumbrante beldad a quien
había preparado para mejorar la posición social de los
Montreuil con un brillante matrimonio? Como es
natural, madame de Montreuil se había negado a ayudar
a su hija mayor y, desde ese momento, la enemistad
entre las dos mujeres aumentaría a pasos agigantados. .

224
El distanciamiento entre ambas benefició, en
cierta medida, a Pélagie. Una vez que se hubo
percatado de que sólo contaba consigo misma, actuó
con la misma imaginación y dinamismo que su madre;
su misión en Marsella fue un éxito absoluto. A cambio
de una generosa suma (probablemente más de mil
libras para cada una), las dos prostitutas que habían
denunciado a Sade, Marguerite Coste y Marianne
Laverne, firmaron los documentos necesarios para
retirar los cargos.
Sin embargo, se trataba de una victoria
insignificante a la luz de los múltiples mitos y de los
extravagantes y perjudiciales chismorreos acerca del
marqués que se difundieron apenas seis semanas
después del incidente de Marsella. Los autores del
boletín informativo Bachaumont, uno de los más
conocidos en Francia, publicaron la siguiente fábula:

Nos informan desde Marsella de que


monsieur el conde de Sade, quien causó un
gran revuelo en 1768 [...], organizó una
fiesta. […] En el postre introdujo unas
pastillas de chocolate que estaban tan buenas
que varias personas las devoraron. [...] Había
añadido algunas moscas de España a la
mezcla. El efecto de este preparado es bien
conocido.
Era tan fuerte que quienes habían ingerido
las pastillas cayeron presos de una pasión
muy poco decorosa y, como posesos, se
entregaron a un desenfreno absoluto. La
fiesta degeneró en una de esas licenciosas
orgías por las que los romanos se hicieron
tan famosos. Ni siquiera las mujeres más
respetables pudieron resistirse al furor
uterino que se había apoderado de ellas. Así
fue como monsieur de Sade disfrutó de los
favores de su cuñada, con quien había huido
para evitar el castigo que se merece. Varias
personas fallecieron a causa de los terribles
excesos derivados de su . priapismo y otras
aún se encuentran bastante enfermas.7

225
Las noticias sobre la última orgía de Sade no tarda-
Iron en propagarse hasta los círculos más altos de
París.Tres semanas después del episodio de Marsella,
monsieur de Saint-Florentin, el ministro de Interior,
escribió al gobernador de Provenza: "Ha llegado hasta
mis oídos, señor, un incidente muy serio protagonizado
en Marsella por monsieur de Sade y del que el
parlamento ha sido informado. Me sorprende
sobremanera que todavía no me hayáis notificado
directamente del mismo. Tengo la obligación de
mantener al rey al corriente de todos los sucesos
importantes que acaecen en las provincias".8
Monsieur Hardy, un conocido librero que también
publicaba un famoso boletín de noticias, lanzó
acusaciones aún peores. Sade, alegó, era culpable de
"haber conspirado con sus sirvientes para envenenar a
su esposa, incitado por la turbulenta pasión que sentía
por su cuñada".9
Pélagie se enteraba de semejantes noticias con
demasiada frecuencia. Resulta fácil imaginarse su
angustia mientras pasaba el verano sentada en La Coste.
¿Cómo podría convencer a la opinión pública de que la
última correría de su esposo no era más que uno de
tantos casos de exceso licencioso, la mayor parte de los
cuales quedaba impune? ¿Cómo podría hacer llegar esta
verdad a un público sediento de sensaciones fuertes? Y
sobre todo, ¿cómo iba a superar aquella dura crisis sin la
ayuda de su madre? De algún modo, no se dejaba
amilanar por su propio pesimismo.

El acontecimiento más inesperado de aquel


agitado verano fue la llegada de monsieur de
Montreuil a La Coste. Era la primera vez que visitaba
el castillo. A pesar de su avanzada edad y de su
propensión a la pasividad, había recorrido cerca de
setecientos kilómetros bajo el sol abra-

226
sador de Provenza para hacer todo lo posible para
salvaguardar la reputación de su familia y, tal vez, para
ofrecer consuelo a su hija mayor. "La Coste no es una
finca muy grande, pero sí muy señorial", anotó en su
diario. 10
¿Acaso el apático jurista había acudido a Provenza
para brindar a Pélagie la ayuda que su madre le había
negado o se limitaba a ejecutar las órdenes de la
Présidente? Con independencia de su propósito, tras
diez días en La Coste, monsieur de Montreuil visitó a
todos los parientes y conocidos que pudieran ayudar a
la familia. Viajó a Saumane para entrevistarse con el
abad y a Mazan para cenar con monsieur Ripert,
hombre de muchos recursos. Se reunió con el mayor de
los tíos del marqués, Richard-Jean-Louis de Sade,
comendador de la Orden de Malta, quien acababa de
regresar a Provenza tras haber pasado varios años en el
extranjero. El comendador era el miembro más
poderoso y respetado de la familia y, en su compañía,
monsieur de Montreuil fue a ver a varios influyentes
magistrados de Aix-en-Provence, cuyo parlamento se
disponía a examinar el fallo emitido por el tribunal de
Marsella. Aunque no tenía la intención de publicar su
diario, el prudente monsieur de Montreuil se mostraba
tan hermético respecto de su misión que en las
anotaciones de su diario no menciona a sus dos hijas;
sólo en una ocasión nombra a su yerno, en. el contexto
de su visita a la casa de Ripert, en Mazan (es posible
que allí se reuniera en secreto con Donatien).
Mientras tanto, el sistema judicial actuaba, tal y co-
mo siempre hacía con los casos de Donatien, a una
velocidad asombrosa. Durante los primeros días de
septiembre, el parlamento de Aix ratificó el fallo del
tribunal de Marsella, declarando a Sade y a Latour
culpables, "monsieur de Sade del crimen de
envenenamiento y tanto monsieur de Sade como Latour
del de sodomía" .

227
Se les impuso una severa pena: los dos hombres fueron
condenados

a confesarse en público en el atrio de la catedral de [Aix] y,


allí, arrodillados, sin sombrero y descalzos, con la cuerda
en tomo al cuello [...] implorar perdón a Dios, al rey y a la
justicia; luego serán conducidos al patíbulo erigido en la
Place des Prêcheurs y allí el señor Sade será decapitado y
Latour, ahorcado hasta morir; los cuerpos del señor Sade y
Latour serán incinerados y sus cenizas esparcidas al
viento.1l

Así, se sentenció a Sade a una doble ejecución:


sería decapitado por el crimen de envenenamiento y
quemado por el de sodomía. El día después de que el
tribunal emitiera el veredicto, se representó en la Place
des Prêcheurs de Aix una de las escenas de vergüenza
pública más pintorescas del siglo XVIII: ambos reos
fueron ejecutados en efigie; toscos maniquíes
semejantes a los dos hombres fueron quemados tras la
decapitación y la horca, tal y como se detallaba en la
condena. Estas penas de muerte alegóricas, bastante
comunes durante el siglo XVIII, estaban concebidas
para provocar un efecto edificante en el público. Se
preparaba una hoguera con mucha antelación, y la
enorme multitud, confundida por las densas nubes de
humo que envolvían a los maniquíes, solía creer que
estaba presenciando una ejecución auténtica. Puesto que
se trataba del ajusticiamiento de Sade, era puramente
simbólico; excepto quizá en el caso de traición política,
bajo el antiguo régimen era bastante improbable que se
impusiera tortura física o pena de muerte a alguien de
tan alta jerarquía. Sin embargo, el castigo implicaba
otra clase de defunción: la muerte civil de Sade. Puesto
que el marqués no había comparecido en el

228
.
juicio y había sido condenado in absentia, de acuerdo
con las leyes de prescripción de Francia, Sade quedaba
desposeído de todos sus derechos civiles durante los
siguientes treinta años; su esposa heredó todas sus
propiedades, y sus cada vez más aborrecidos suegros,
los Montreuil, se convirtieron en los tutores legales de
sus hijos.
Muchos, incluso los más implacables y mojigatos
enemigos de Sade, han comentado en numerosas
ocasiones las inequidades cometidas contra él en los
juicios. Los documentos relativos a la acusación contra
Sade y la pena redactada cuatro años después por los
consejeros de Luis XVI señalarían "varias
irregularidades absolutas e incluso extremas". El
eminente y joven magistrado Josseph Siméon, quien
cuatro décadas después llegaría a ser ministro de
Interior en el gabinete del ultraconservador monarca
Carlos X, estaba particularmente indignado ante la
falta de equidad del juicio contra Sade. Siméon,
cuando le pidieron que redactase un informe sobre las
consecuencias legales del episodio de Marsella, criticó
con dureza la acusación inicial porque "carecía de fun-
damentos factuales" y apuntó que todo el
procedimiento estaba marcado por "una precipitación
tal que sólo puede llegarse a la conclusión de que era
intencionada". Todos los detractores del juicio a Sade
convinieron en que la imputación de envenenamiento
era, por lo menos, indignante. Los tribunales de Aix ni
siquiera tuvieron en cuenta el hecho de que las dos
prostitutas, que se habían recuperado por completo del
banquete de caramelos antes de quince días, habían
retirado los cargos al respecto. Asimismo, los
tribunales tampoco tomaron nota del informe del
farmacéutico, que, por muy arcaica que fuera su
metodología, exculpó al marqués de todo intento de
envenenamiento.

229
El cargo de sodomía resultaba más complejo ya
que se hallaba envuelto en incontables capas de
hipocresía judicial y social. En el siglo XVIII, las leyes
francesas especificaban que tanto los hombres como
las mujeres que se entregaran a tal práctica debían
morir en la hoguera. No obstante, todos los ciudadanos
sabían que se trataba de una costumbre muy extendida
en los burdeles desde hacía siglos y que jamás
prostituta o mujer alguna había sido castigada por ello.
Además, de las decenas de miles de hombres que la
policía había catalogado como homosexuales a lo largo
del siglo XVIII sólo siete fueron condenados a muerte,
y todos ellos eran indefensos miembros de la clase
media-baja. Varios años después de la muerte civil
impuesta a Sade a consecuencia del episodio de
Marsella, un agente de policía francés hizo el siguiente
comentario acerca de la descarada hipocresía de sus
coetáneos hacia la homosexualidad: "El castigo [...] no
recae [...] en el peor criminal sino en el inculpado que
cuenta con menos protección. [...] La sodomía, en
última instancia, es un vicio que sólo está permitido a
los grandes señores" .12
La frase clave es "el inculpado que cuenta con
menos protección". Debido a la creciente influencia del
canciller de Maupeou, hacia 1772 ésta era la categoría
en la que Sade se encontraba. En esta ocasión,
Maupeou, que controlaba por completo la rama judicial
del gobierno, estaba decidido a vengarse de Sade; la
condición de fugitivo del marqués, que frustraba
cualquier posible estrategia de defensa, constituía una
baza a favor de los adláteres del canciller.
¿Cuál fue la reacción del marqués ante su simbólica
ejecución? Muchos estudiosos han recurrido a un
fragmento de Los ciento veinte días de Sodoma en el que
un libertino aristócrata se entera de que lo han
condenado a

230
morir en la hoguera en forma de muñeco: "Cuando
escuchó las noticias de que lo quemarían en efigie, el
marqués de ... sacó la polla de los pantalones y chilló
“¡Me cago en Dios! ¡He conseguido lo que quería,
escándalo e infamia! ¡Un momento, debo hacerme una
paja!” Y, acto seguido, eso fue lo que hizo".13 Al
comparar hechos reales con las ficciones de Sade, los
biógrafos insinúan que el marqués, al ser informado de
que lo quemarían en público, actuó como su ficticio
libertino y se masturbó alegremente. Muchos otros
estudios sobre Sade se han visto contaminados por
tácticas igual de cuestionables.
Fuera cual fuese su reacción, Sade huyó a Italia en
cuanto supo que lo habían condenado. Su esposa
dispuso todo lo necesario para eludir a la policía y el
marqués volvió a viajar en compañía de su ayuda de
cámara y de su cuñada. En esta ocasión, había
escogido otro seudónimo de su repertorio de nombres:
conde de Mazan.

¿Qué sucedió con Pélagie que, de nuevo, se


quedaba sola en La Coste con el objetivo de pedir la
clemencia que su esposo tanto necesitaba? ¿Cómo
debió de haberse sentido al enterarse de quiénes eran
los compañeros de viaje de Donatien? Tales
especulaciones no deben pasar por alto la
extraordinaria actitud que madame de Sade mantenía
para con su matrimonio. Resulta del todo imposible
llegar a comprender sus sentimientos a partir de los
tradicionales conceptos del amor de esposa, ya que su
fijación por Sade trascendía tales compromisos. Su
obsesión por su esposo era análoga a la más intachable
devoción monástica, a la entrega total del propio ser
que sólo logran las monjas más íntegras. Como una
ejemplar cristiana cuyo amor por un pecador debe ser
tan intenso como la enormidad de las transgresiones
del mismo,

231
Pélagie parece haber sentido que si Sade se convertía
en un monstruo de la inmoralidad su misión consistía
en llegar a ser un dechado de virtudes. La mayoría de
las personas que conocían bien a Donatien, madame
de Saint-Germain, sus superiores militares, incluso, al
principio, su suegra, percibían cierta dulzura en. su
interior, sin duda la base de su terrible encanto.
Pélagie debió de ser consciente de este rasgo ya que,
durante los años que pasaron juntos, no dejó de
actuar como si los excesos de Donatien estuvieran
motivados por un impulso de experimentación del
todo inocente, por la misma ingenua curiosidad que
incita a un niño a arrancarle las alas a una mariposa.
Nunca hemos tenido acceso al dormitorio de los
Sade. Quizá, cuando regresaba junto a su esposa tras
haber celebrado alguna de sus fiestas, pletórico por la
satisfacción que obtenía en las orgías, Donatien
expresaba el amor que sentía por Pélagie con más
pasión que nunca. Quizá, cuando la tomaba en sus
brazos, Pélagie sentía que el vínculo que los unía era
lo bastante poderoso para resistir todas sus
transgresiones. Con independencia de cuál fuese la
retórica interna con la que Pélagie se consolaba, su
esposo constituía su principal misión sobre la faz de
la tierra y se había subyugado tanto que era incapaz
de juzgarlo. Su pasión marital, de hecho, tal vez haya
sido única en su generación de mujeres; posee una
especie de fondo mítico y legendario. Es análoga a la
lealtad que mostraban las mujeres de los ogros de los
cuentos de hadas europeos: amas de casa que siempre
estaban preparando deliciosos estofados, limpiando la
casa a fondo, haciendo las camas y cerrando los ojos
ante los asesinatos más truculentos de sus esposos.
Aunque el mundo se apiadara de ella por el hecho de
que su esposo se marchara una y otra vez con fulanas
y fuera el noble más

232
vilipendiado del reino, Pélagie parecía sentirse tan feliz
ayudando a Donatien de Sade que jamás se consideró
una mujer desdichada.
Así pues, el amor de Pélagie era una especie de
locura sublime y presentaba las peculiaridades de los
idilios más elevados: una serena capacidad para el
sacrificio personal; una apasionada admiración por el
amado; una servidumbre voluntaria para con él
combinada con el mayor de los desprecios hacia
aquellos que no comprendiesen la magnificencia del
alma de su amado. Existía un único rasgo "amoroso"
convencional que no obsesionaba a Pélagie: el deseo de
poseer al ser que nos posee. Profesaba un amor
demasiado noble y desinteresado como para abrigar una
aspiración tan común. Tal vez ésa sea la razón por la
que Pélagie se sintió capaz de quedarse sola en La
Coste, luchando con denuedo por la libertad de su
esposo, mientras éste mantenía, en Italia, una
incestuosa aventura con su hermana pequeña. .

233
Notas

1 Esta versión del episodio marsellés se basa en la


publicación, a cargo de Maurice Heine, de las
declaraciones del juicio de junio de 1772, Heine, pp.
127-150, y en la versión de los hechos de Gilbert Lely
descrita en la transcripción, Lely, pp. 181-185.
2 Lely, Vie, p. 185.
3 Madame de Montreuil a Gaufridy, 12 de marzo de
1776. Archivos de la familia Sade. Lever, p. 209.
4 Sade, Le Président mystifié [El presidente
mistificado], en Historiettes, contes et fabliaux, París,
ed. de 1927, pp. 166-167. También en Lely, Vie, p. 189.
5 Demanda autentificada, 1774, dictada a Gaufridy,
en la que se esboza el dolor de madame de Sade por
madame de Montreuil. BNnaf24384, fos. 595.
Parcialmente publicada en Bourdin, p. 9.
6 Ibíd.
7 Louis de Bachaumont, Mémoires secrets pour
servir a !'histoire, 36 vols. Londres, 1771-1787. Vol.
6,25 de julio de 1772. Este conocido memorialista
fue el fundador del "Journal de Bachaumont", que se
compilaba gracias a grandes equipos de
corresponsales diseminados por toda Francia y que
se publicaba de forma clandestina. Bachaumont
falleció en 1771 y no pudo haber cotejado esta nota
sobre Sade en persona, tal y como aseguran algunas
fuentes. Citado en Lever, pp. 212-213.
8 Monsieur de Saint- Florentin a monsieur de
Montyon, 15 de julio de 1772. Pauvert, vol. 1, p. 263.
(Este autor casi nunca se molesta en citar sus fuentes
bibliográficas.)
9 Lever, p. 197.
10 Diario de monsieur de Montreuil, colección
privada. Citado en Lever, p. 198.

234
~
~

11 Pauvert, vol. l, p. 261.


12 Maurice Lever, Les bûchers de Sodome, Fayard,
París, 1985, pp. 335-381.
13 Sade, Les cents vingt journées de Sodome,
Pléiade, vol. 1, p.254.

235
11

El prisionero

¿Debemos permitir que alguien castigue


nuestros pensamientos? Sólo Dios, que es el
único que los conoce de verdad, tiene tal
derecho.
CARTA A GAUFRIDY, 1774

En ocasiones, existen personas tan volubles que


entorpecen el trabajo de muchos biógrafos y
convierten la investigación sobre su identidad en algo
parecido a la búsqueda de una mariposa poco común.
La escurridiza Anne-Prospere de Launay encaja
perfectamente en esta descripción. Su madre,
embarcada en una eterna cruzada para salvaguardar el
prestigio de la familia, destruyó con suma eficacia, al
parecer, toda la correspondencia que Anne-Prospere
mantuvo con su cuñado así como la mayor parte de los
indicios relativos a esta ilícita relación. Los cronistas,
por lo tanto, tienen que limitarse a informar sobre sus
propios pasos mientras se tambalean, red en mano,
intentando atrapar cualquier vestigio de la presencia
de esta desconcertante doncella en Provenza, París o
Italia.

Lo que sí se sabe con bastante certeza es que el


segundo encuentro de Anne-Prospere con su cuñado
no duró mucho más que el primero. Acompañó al
marqués a Venecia a comienzos de septiembre pero
mademoise-

236
lle de Launay disfrutó de las delicias de la ciudad
durante sólo unas semanas. Hacia el 2 de octubre ya
estaba de vuelta en La Coste con su hermana, de
n~evo tan resentida con el marqués que lo había
abandonado con gran presteza dejando tras de sí todo
su equipaje.

Una vez más, cabe plantearse la siguiente


posibilidad: si bien es cierto que Anne-Prospere no era
un modelo de recato, ¿acaso se rebeló contra la
naturaleza de las peticiones sexuales de su cuñado? ¿O
se cansó Sade rápidamente de ella y discutieron
después de que el marqués disfrutara de otra mujer?
La segunda alternativa parece bastante probable. En
un documento que Pelágie redactó sobre lo acaecido
durante ese año, describe así el estado de ánimo de su
hermana pequeña después de que regresara de Italia:
"Incluso mademoiselle de Launay se une [a los
acusadores], expresa su resentimiento y habla del
marqués en los peores términos".l

En cualquier caso, las dos hermanas pasan el


maravilloso otoño en La Coste sin otra ayuda que la
obstinada fortaleza de Pélagie para mantener la moral.
En cuanto al marqués, poco después de que Anne-
Prospere lo abandonara, regresó de Italia en barco vía
Niza. Permaneció en territorio francés sólo el tiempo
necesario para dejar el equipaje de su cuñada y
obtener, a través de su agente comercial de Marsella,
el dinero que tanto necesitaba. Luego, por su propia
seguridad, se marchó al extranjero. Chambéry, en la
actualidad parte de Francia, pertenecía entonces al
ducado de Saboya que, a su vez, estaba bajo la
jurisdicción del reino de Cerdeña y Piamonte.
Viajando de incógnito, como había hecho desde la
aventura de Marsella, Sade llegó a Chambéry en com-
pañía de tres personas: su fiel primer ayuda de cámara,
Latour; el nuevo y pícaro segundo ayuda de cámara,
Carteron, también llamado La Jeunesse ("Juventud") o

237
Martin Quiros, y una mujer que había
acompañado a los tres hombres desde Italia y cuya
identidad sigue sin conocerse: se sabe que no era
mademoiselle de Launay porque, a finales de octubre,
Anne-Prospere iba camino de París con su hermana.

En Chambéry, el marqués se alojó durante varias


semanas en un hostal llamado Auberge de la Pomme
d'Or; a principios de noviembre, su acompañante
femenina regresó a Italia en compañía de Latour. Días
después de la marcha de la mujer, Sade se trasladó a
una apartada casa de campo cerca de Chambéry que
había alquilado a un noble de la zona. Sade, que
todavía utilizaba el nom de guerre de conde de Mazan,
vivió prácticamente recluido en la casa junto a
Carteron y encargaba todas las comidas a la taberna
del lugar. Hacia finales de noviembre, Latour regresó
tras llevar a cabo la misión de acompañar a Italia a la
misteriosa mujer. Los ayudas de cámara
intercambiaron entonces sus funciones. Latour pasó a
ocuparse de la modesta casa de Donatien y Carteron se
dirigió a París para entregar una importante carta a
madame de Montreuil. Enviar la misiva constituyó
otro acto de imprudencia y extravagancia por parte de
Sade.

La carta que Donatien escribió a su suegra


revelaba en forma bastante imprudente dónde vivía.
La dama de hierro debió de dar un respingo de alegría:
¡el bribón de Sade le había indicado su paradero! Su
presa estaba a su alcance. Se puso en contacto de
inmediato con el ministro de Asuntos Exteriores de
Francia, el duque d'Aiguillon. Al cabo de pocos días,
Aiguillon había solicitado al gobierno de Cerdeña la
detención de Sade. El rey de Cerdeña y Piamonte,
Carlos Manuel III, respondió que estaría "encantado"
de ayudar a la corona francesa, y el 8 de diciembre, a
las nueve de la noche, se aprobó la or-

238
den real. Mientras una brigada de policía rodeaba en
silencio la casa de campo de Sade, un oficial sardo
llamó a la puerta y le informó de que llevaba una
orden de arresto del rey. El oficial pidió a Donatien,
quien, como de costumbre, estaba pasando la tarde
solo en la casa con Latour, que le diera sus armas y el
marqués le entregó un par de pistolas y una espada de
Damasco. Donatien, "tan sorprendido como enfadado"
pasó la noche bajo la atenta mirada de dos oficiales.
Al alba del día siguiente, lo llevaron hasta un coche de
caballos en el que lo trasladaron hasta su nueva
prisión, la fortaleza de Miolans, a unos cuarenta
kilómetros de Chambéry. Latour siguió a su señor a
caballo.

Al cabo de unas horas, Donatien de Sade vio por


primera vez Miolans, conocida en toda Europa como
la "Bastilla de los duques de Saboya". Se trataba de
una majestuosa ciudadela del siglo XVI encaramada
en un promontorio de doscientos treinta y cuatro
metros de altura con vistas al valle del Isère, rodeada
por tres gruesas murallas y un foso doble. Bajo el
puente levadizo, en la base de una torre con almenas
que se elevaba setenta y cinco metros por encima de
las murallas de la ciudadela, había un laberinto de
oscuras y gélidas celdas llamadas "el Infierno". Sobre
éstas se encontraba "el Purgatorio" y "el Erario",
cámaras más "acogedoras" destinadas a los prisioneros
menos peligrosos. En el piso más alto, reservado para
la crème de la crème de los presos, había dos suites,
"Petite Espérance", al norte, y "Grande Espérance", al
sur, desde cuyas ventanas cubiertas de barrotes se
divisaba un inmejorable panorama de los Alpes. Ésta
fue la estancia asignada al marqués de Sade, a quien
siempre parecían alojar en lugares con nombres más
bien irónicos (diez años después, su celda en la
Bastilla estaría en la zona de la prisión llamada "La
Liberté").

239
El director de la fortaleza de Miolans, monsieur
de Launay (quien no guardaba parentesco alguno con
el abuelo paterno de Anne-Prospere), era un oficial del
ejército saboyano que había estado al cargo de
Miolans durante los últimos quince años. Se le había
ordenado que tratase a su nuevo huésped con todos los
honores propios de los de su condición, pero que
tomara las precauciones necesarias para evitar su fuga.
Como la mayoría de los nobles cautivos de su época,
Sade tenía derecho a decorar las habitaciones con sus
propios cuadros y muebles, y su primer ayuda de
cámara estaba autorizado para dormir en su suite. El
marqués podía pasear durante el día dentro de los
muros de la mazmorra bajo la vigilancia de los
guardias. También permitieron a Donatien tener dos
perros de compañía (de hecho, ésta había sido una de
sus primeras peticiones); sin embargo, le prohibieron
recibir visitas, excepto la de Carteron, y censuraban su
correspondencia en gran medida. Esta proscripción era
la que más le costaba soportar: monsieur de Launay
debía examinar todas las cartas dirigidas al marqués,
entregar sólo las que aprobara y retener las otras hasta
que pusieran en libertad al cautivo.

Éstos son algunos de los momentos más


destacados de los siguientes meses del
encarcelamiento de Sade en Chambéry:

16 de diciembre: Sade recibe la visita de su


segundo ayuda de cámara, quien le trae noticias de su
familia. El marqués ordena a Carteron que vaya a Niza
a recoger el. equipaje de su cuñada, que él había
dejado allí al regresar de Italia. (Durante los siguientes
meses se produciría un constante tira y afloja entre
madame de Montreuil y Donatien por las pertenencias
de Anne-Prospere; la Présidente deseaba apoderarse
de ellas para destruir toda la correspondencia
comprometedora de su hija, y Dona-

240
tien intentaba por todos los medios de impedir que lle-
gase a manos de madame de Montreuil.)

27 de diciembre: irritado por la vigilancia


continua -por deseo explícito de su suegra, que teme
que Donatien se escape, la custodia es cada vez más
estricta-, Sade envía una de sus numerosas cartas de
protesta al gobernador del ducado de Saboya,
monsieur de la Tour. El marqués se queja de que el
director de la prisión, monsieur de Launay, se dirige a
él "en un tono y con unos modales que mi origen y
rango militar no me permiten tolerar".3

31 de diciembre: tras enterarse de que Sade ha


intentado sobornar a algunos de sus funcionarios con
vino, café y chocolate, monsieur de Launay suplica al
gobernador de Saboya que lo exima de cualquier
responsabilidad relativa a su "peligroso" prisionero:
"Este señor [ ... ] es tan caprichoso como irascible y de
poco fiar, y me perjudicaría sobremanera si sobornase
a alguien para que le ayudara a escapar; debo añadir
que incluso me ha hecho algunas proposiciones
frívolas de esta índole. Por lo tanto, considero que
sería una decisión acertada para sus parientes que lo
trasladasen a alguna fortaleza francesa. Es imposible
fiarse de alguien con una mente tan imprevisible".4

15 de enero: madame de Montreuil manda al


embajador sardo un memorando acerca del equipaje
enviado desde Niza al prisionero y solicita que se
requisen y se expidan a París los siguientes artículos:
todos los manuscritos y la correspondencia junto con
cualquier "libro perjudicial para las buenas
costumbres", así como toda la porcelana de buena
calidad, de la que el prisionero podría "hacer un uso
peligroso".5

17 de enero: el cautivo, que detesta comer solo,


sin conversar con nadie, se ha aficionado a cenar con
otro

241
prisionero, el barón Songy de L'Allée, un gourmet
descrito en los informes de la policía como "un
hombre que se torna muy violento cuando bebe;
representa un peligro para el orden público y a
menudo amenaza con matar a otras personas". La
relación entre Sade y L'Allée pronto se vuelve tensa ya
que los dos hombres discuten acaloradamente al jugar
a las cartas, sobre todo porque el barón gana
demasiadas veces para el gusto del marqués. Durante
varias semanas los dos hombres no se dirigen la
palabra.

5 de febrero: el alcalde solicita de nuevo al


gobernador que lo exonere de la terrible tarea de
custodiar a Sade. Si Sade fuera transferido a una cárcel
francesa, añade De Launay, le estaría "eternamente
agradecido. [ ... ] Siempre resulta peligroso vigilar a
un excéntrico como el marqués de Sade quien, en
modo alguno se comporta como un hombre de su
rango",6 comenta De Launay.

14 de febrero: Sade pide al gobernador que


transmita al rey de Cerdeña un documento que acaba
de redactar para el monarca relativo a madame de
Montreuil: "Una suegra movida por puro interés
personal, que aspira a arruinarme por completo y se
aprovecha de mis tribulaciones al imponerme unas
restricciones de lo más rigurosas [ ... ] y al obligarme a
permanecer en el exilio para siempre". Sade expresa
su esperanza de que "el más justo y sensato de los
monarcas" deje de colaborar "en esta persecución e
injusticia", cuyo único propósito es "proteger la
avaricia y el interés personal". Si Su Majestad se
enterase de las mentiras con las que lo han em-
baucado, añade Sade, no dudaría en ponerlo en
libertad y sacar a la luz "las monstruosidades de las
que [madame de Montreuil) me ha acusado y continúa
lanzándome con la intención de sepultarme para
siempre".7

242
Durante varias décadas, los observadores
extranjeros más conservadores habían catalogado a las
mujeres francesas como las más peligrosas de su
especie y habían condenado su pasmosa influencia
social y política. Según David Hume, la nación
francesa "exalta con gravedad a quienes la naturaleza
ha sometido y cuya inferioridad y dolencias son del
todo incurables"." Joseph Addison apuntó que los
franceses tienden "a permitir que el sexo [femenino]
[... ] esté más despierto de lo que corresponde a la
virtud o discreción".9 Como sabemos, madame de
Montreuil era una de las mujeres más "despiertas" y
dominantes del reino. Resulta asombrosa la eficacia de
la vigilancia que mantenía, a casi quinientos
kilómetros de distancia, sobre Donatien durante su
encarcelamiento, así como la extraordinaria autoridad
que ejercía sobre sus captores. La dama de hierro,
informada de todos los movimientos y conversaciones
de Sade, toleraba ciertas libertades que se le otorgaban
y prohibía otras, reprendiendo, amenazando e
intimidando a las autoridades de la prisión y a varios
funcionarios importantes de distintos reinos; de este
modo, logró que todas y cada de una de sus órdenes se
cumplieran a rajatabla. Ni los guardianes de la prisión
ni el gobernante de Saboya o.los secretarios de Estado
del rey de Sicilia actuaban con la suficiente diligencia
para satisfacer los deseos de madame de Montreuil.

Esta capacidad para imponerse a los demás


resulta mucho más sorprendente si se tiene en cuenta
que, aunque la Présidente era bastante rica, procedía
de una cuna humilde. Si lograba doblegar la justicia
con tanta rapidez era, en parte, porque tenía la suerte
de vivir en una sociedad que recompensaba con un
considerable grado

243
de movilidad social a las mujeres dotadas de una gran
inteligencia; en parte porque poseía, tal y como señaló
su yerno, "un encanto diabólico", y en mayor medida
porque sus cartas despedían un brillo admirable.

El hechizo con el que madame de Montreuil


dominaba a hombres prominentes iba más allá de las
características propias de su sociedad. También ilustra
la fuerza seductora de la retórica a lo largo de la
historia, una aptitud que ella desplegaba en sus cartas
al igual que la mayoría de las mujeres de su época.
Aparte de su energía y claridad, sus misivas
amalgamaban elementos estilísticos muy valorados en
el siglo XVIII: una franqueza simulada con gran
habilidad, un indefectible sentido del mot juste y
tentadoras estrategias femeninas para adular y
manipular las emociones. A continuación citamos un
breve ejemplo de su autoritaria voz, en el que
especifica el grado de libertad que debe concederse a
Donatien durante su estancia en Miolans:

Hay que tratarlo con todo el respeto y ofrecerle todas las


comodidades propias de su noble rango; asimismo, se le
deben permitir los placeres que mitiguen la angustia de su
situación. [ ... ] Si [sus misivas] sólo suplican misericordia
y comprensión [ ... ] e intentan justificar su delito más
reciente, no deben ser censuradas, pero si contienen
afirmaciones falsas y perjudiciales para la familia de su
esposa ... entonces sería cruel permitir que esos insolentes
textos divulgaran más mentiras entre la opinión pública y
los tribunales. 10

En 1774, la obsesión de madame de Montreuil


por los contactos de Sade con el mundo exterior estaba
motivada por una prioridad cada vez más acuciante.
Anne-Prospere, a punto de cumplir veintitrés años,
tenía que

244
desposarse lo antes posible. Aquella temporada, los
Montreuil se toparon con un partido espléndido, el
vizconde de Beaumont. Pertenecía a una familia
importante y ultraconservadora; el tío del joven era el
arzobispo de París, Christophe de Beaumont, uno de
los prelados franceses más poderosos del siglo. El
arzobispo, acérrimo detractor de las ideas de la
Ilustración, se hallaba inmerso en una constante
cruzada contra los philosophes y los librepensadores y
había condenado una novela de Rousseau, Emilio, por
considerada la obra más peligrosa de su época. ¡Qué
escándalo estallaría si el sobrino del venerable clérigo
se casara con la amante de un libertino condenado a
muerte por sodomía!

Resulta comprensible que los Beaumont


accedieran al matrimonio con la condición de que
Sade permaneciera encarcelado de por vida. La
Présidente, preocupada por la amenaza que suponía
que Donatien desbaratase la boda al escaparse de la
cárcel o al publicar algún texto escabroso, puso todos
los medios para evitar semejante desastre. Durante
varios años había dejado que "el torrente fluyera", tal
y como ella lo expresó, pero había llegado el momento
de comenzar a construir su muro de contención.

Mientras tanto, regresemos a la crónica de la


reclusión del marqués de Sade en la "Bastilla de los
duques de Saboya".

26 de febrero: el embajador sardo en Francia


comunica a monsieur de Launay que la marquesa de
Sade acaba de salir de París. Ella asegura que se dirige
a Provenza, informa el embajador, pero es más que
probable que desee ir a Saboya para intentar ver a su
esposo. Se advierte a monsieur de Launay que tal
encuentro implicaría un

245
riesgo demasiado grande -estas advertencias provienen
de madame de Montreuil- y se le ordena que tome las
medidas necesarias para impedir la visita de la
marquesa.

5 de marzo: Pélagie, que se aloja en un pequeño


hostal situado a unos veinte kilómetros de la prisión en
la que se encuentra su esposo, escribe otra carta al
gobernador de Saboya, una de las primeras misivas
fechadas de Pélagie que se conservan, en la que le
suplica que le permita visitar a su esposo: "Me dirigí a
Grenoble con la intención de ver a mi esposo -se
lamenta-. El deber decretó esta decisión y los dictados
de mi corazón la han convertido en una necesidad.
Estoy segura de que vuestra Excelencia no
desaprobaría tales motivaciones" 11

De pueblo en pueblo, cambiando de destino


como una fugitiva, Pélagie envía la siguiente y muy
emotiva carta al propio rey de Cerdeña.
No, Señor, mi esposo no debe confundirse con los
numerosos sinvergüenzas que merecen
desaparecer de este planeta. Su imaginación
desmesurada lo impulsó a cometer un delito
menor, Señor; nuestro sistema judicial, haciendo
gala de todo su poderío, lo convirtió en un cri-
men. ¿Y de qué clase de delito se trataba? De una
simple desventura de juventud que no empañó el
honor ni la reputación de persona alguna ni
tampoco hizo daño a nadie. Se lo ha recluido en
Miolans para apaciguar una imaginación
demasiado tempestuosa; y esta medida sólo
agrava una proclividad perjudicial que necesita
cura. Por todos estos motivos, Señor, ruego a
Vuestra Majestad que devuelva la libertad a mi
esposo y que le permita quedarse en vuestro
país.12

10-17 de marzo: tras habérsele negado en


repetidas ocasiones el derecho de visitar a su esposo,
Pélagie re-

246
curre a tácticas de capa y espada. El 10 de marzo, se
da parte a las autoridades saboyanas de que dos
ciudadanos franceses, quienes viajan con el
seudónimo de "frères Dumont", se han registrado en
un hostal situado a unos diez kilómetros de la
fortaleza y que uno de los viajeros no es otra que la
marquesa de Sade, disfrazada de hombre. El
verdadero hombre de la pareja, un tal monsieur
Albaret, a quien la marquesa ha contratado como
secretario y mensajero particular, ha partido a
Miolans por orden de Pélagie con el fin de entregar
una carta al prisionero.
17 -24 de marzo: la misión de Pélagie fracasa.
Albaret Dumont consigue por fin entrevistarse con
monsieur de Launay y le pide que le permita ver al
marqués durante quince minutos para ofrecer a su
esposa un informe de primera mano sobre su estado.
Sin embargo, en vista de las constantes advertencias
de madame de Montreuil sobre el hecho de que
cualquier clase de contacto entre Pélagie y su marido
tendría "consecuencias fatales", el director de la
prisión deniega incluso aquella modesta solicitud.
No obstante, Pélagie no pierde la esperanza.
Se traslada a Chambéry y envía a su compañero de
viaje directamente a monsieur de La Tour, el
gobernador de Saboya, con la misma petición. Con
la excusa de que ha recibido órdenes directas del rey
de Cerdeña, el gobernador también le niega la
posibilidad de ver a su esposo. Sin embargo, le
asegura que el marqués está en forma, accede a en-
tregarle la carta y le aconseja que cuide de su salud y
abandone el "inmundo hostal" donde se aloja.
Pélagie entonces acaricia la idea de solicitar
audiencia al rey de Cerdeña en persona, en Turín, a
fin de pedirle permiso para ver a su marido pero, al
final, se descorazona, regresa a Lyon y luego a La
Coste.
Esa misma semana, el embajador sardo en la
corte francesa, el conde Ferrero de La Marmora,
formula lo

247
que puede considerarse el primer reconocimiento del
talento literario de Sade. Escribe un memorando al
gobernador de Saboya en el que le recuerda que,
bajo ningún concepto, los escritos del marqués de
Sade deben circular fuera de la fortaleza, ya que el
prisionero "nos inunda con rapsodias y memorias en
las que los hechos son enteramente falsos aunque,
desde el punto de vista artístico, están bien
escritos".13
26 de marzo: el conde Ferrero de La Marmora
transmite al gobernador de Saboya el sincero
agradecimiento de madame de Montreuil por el
"modo firme y cortés" con el que frustró todos los
intentos por parte de la marquesa de Sade de ver a su
esposo. El embajador insta al gobernador a que evite
que Sade "inunde la opinión pública con sus terribles
escritos y memorias, que sólo agravan su
culpabilidad ante los ojos de las personas ra-
zonables".14
Sin embargo, esa misma semana, monsieur de
Launay asegura al gobernador que "el marqués de
Sade comienza a entrar en razón" y que "sólo su
tendencia a escribir demasiado en lugar de someterse
a la voluntad de sus padres ha retrasado su proceso
de maduración".15
15 de abril: el marqués de Sade envía un
mensaje al alcalde de Miolans en el que le anuncia
que se ha reconciliado con su ex compañero, el
barón de L'Allée, y le solicita autorización para
comer con él, "deseando con todo su corazón
convencerlo de la sinceridad de su reconciliación"16

Resulta evidente que hacia mediados de marzo


Sade había decidido cambiar de estrategia con
respecto a sus carceleros y fingir una actitud más
razonable. A medida que se aproximaba la Semana
Santa, el consumado actor

248
que había en Sade decidió sacarle el máximo partido
posible. En plena cuaresma, escribió una carta al
gobernador de Saboya en la que expresaba su deseo
de seguir el camino de la "sumisión" que le había
recomendado el director de la prisión. Al referirse a
la decisión de sus suegros de confinarlo en la cárcel,
Donatien explica que lo hicieron con el único
propósito de poner fin a su relación con la hermana
de su esposa, que describió coMo "una aventura
desacertada e impropia".

Su excesivo rencor es injusto porque he declarado


con absoluta sinceridad que he renunciado [a esta
relación] [ ... ]. Rompo todos los lazos, me
ofrezco a devolver todas las cartas, juro que
jamás me acercaré a París mientras así lo deseen
y prometo suprimir cualquier memorando,
demanda o afirmación perjudicial que pudiera
afectar o dañar una empresa [ ... ] que ansío tal
vez más que ellos.l7

La primera fase de la nueva estrategia de Sade


funcionó a la perfección. El alcaide comenzó a
jactarse ante sus iguales de la metamorfosis de
Donatien. Lo que más complacía a monsieur de
Launay de la regeneración del marqués era que
"cumplía con sus obligaciones de Pascua como un
buen cristiano", una alusión a la voluntad
manifestada por Sade de confesarse y comulgar en la
época más sagrada del año. Pocos días después, el
gobernador de Saboya se esmeró en informar que
Sade, tras observar "sus obligaciones de Pascua",
había cambiado "repentinamente de comportamiento
y temperamento". Esta feliz mejora, concluyó el
gobernador, "parece haber ocurrido por obra y gracia
del sacramento".l8
Hacia mediados de abril, el director de la
prisión notificó que tanto Sade corno el tempestuoso
barón de

249
L'Allée se habían "edificado en gran medida" al
cumplir con sus obligaciones religiosas y se habían
calmado por igual tras tomar la decisión de beber
sólo agua. A los dos cautivos se les permitió de
nuevo cenar y caminar juntos durante varias horas al
día por el interior de la fortaleza.
Gracias a esta renovada solidaridad con un
hábil compañero de prisión, Sade logró llevar a cabo
su triunfal evasión de la "Bastilla de los Duques de
Saboya".

250
Notas

1 Madame de Sade, demanda autentificada


de 1774, citada anteriormente. Bourdin, p.
9. 2 Lever, p. 220.
3 Lely, Vie, p. 205.
4 Monsieur de Launay al gobernador de
La Tour, 1 de enero de 1773. Lely, Vie,
p.206.
5 Madame de Montreuil al conde Ferrero de
La Marmora. Ibíd., p. 208.
6 Monsieur de Launay al conde de La
Tour, 5 de febrero de 1773. Ibíd., pp. 211-
212.
7 Sade al conde de La Tour, 14 de febrero
de 1773. Ibíd., p.213.
8 Samia 1. Spencer, ed., French Women
and the Age of Enlightenment, Indiana
University Press, Bloomington; 1984, 1.
9 Ibíd., p. 363.
10 Madame de Montreuil al conde de La
Marmora, 10 de enero de 1773. Lely, Vie, p.
207.
11 Madame de Sade al conde de La Tour,
5 de marzo de 1773. Pauvert, vol. 1, p. 307.
12 Madame de Sade al rey Víctor Amadeo
III de Cerdeña, 18 de marzo de 1773. Ibíd., p.
308, nota 1. (El rey Carlos Emmanuel III había
fallecido e1 20 de febrero de 1773, y lo había
sucedido Víctor Amadeo III.)
13 Conde de La Marmora al conde de La
Tour, 8 de marzo de 1773. Lely, Vie, p. 219.
14 Conde de La Marmora al conde de La
Tour, 26 de marzo de 1773. Ibíd., p. 223.
15 Monsieur de Launay al conde de La
Tour, 26 de marzo de 1773. Ibíd., p. 224 ..
251
16 Sade a De Launay, 15 de abril de 1773.
Ibíd., p. 225.
17 Sade al conde de La Tour, 19 de marzo
de 1773. Ibíd. p.222.
18 Conde de La Tour a Chevalier de
Mouroux (de La Tour cita el comunicado de
monsieur de Launay relativo a Sade), 17 de
abril de 1773. Ibíd., p. 226.

252
12

A la fuga

Estaba en casa ... en un país seguro, en las


profundidades de un bosque habitable, en el corazón
de un bosque al que sólo llegaban los pájaros; era
como si estuviera en las mismísimas entrañas de la
Tierra.
LOS CIENTO VEINTE DÍAS DE SODOMA

Las habitaciones del marqués de Sade se


encontraban en el extremo opuesto a la cocina en la
fortaleza de Miolans. Durante la última semana de
abril de 1773, Donatien se quejó de que las comidas
que les servían a él y a su compañero, el barón de
L'Allée, siempre llegaban frías. Solicitó al director
de la prisión que les permitiera cenar lo más cerca
posible del comedor, en la planta baja. Monsieur de
Launay, que por aquel entonces se mostraba mucho
más conciliador con los dos hombres, les asignó un
cuarto contiguo a la cocina para que comiesen. En
esta zona de la prisión había una despensa, cuya
ventana, la única de la fortaleza desprovista de
barrotes, se alzaba apenas unos cuatro metros por
encima del suelo.
El 30 de abril a las siete de la tarde, el
marqués y el barón llegan a las dependencias de la
cocina para cenar y el ayuda de cámara de Sade les
sirve sus respectivos platos. Latour aguarda a que el
cocinero y el personal co-

253
miencen a cenar, entonces se dirige hacia la
despensa, cuyas llaves ya se había agenciado. A los
pocos minutos, los tres hombres ya han salido de la
fortaleza por la ventana sin barrotes de la despensa.
Debajo los espera un cómplice, un guía de montaña
saboyano de dieciocho años con quien el marqués ha
mantenido una comunicación clandestina. Los tres
hombres llegan abajo y son libres. Guiados por el
joven, los tres fugitivos se encaminan a toda prisa
hacia la frontera francesa, situada a sólo quince
kilómetros de distancia.
Hacia las nueve de la noche, el guarda
nocturno asignado al marqués ocupa su puesto junto
a la puerta del cautivo. Mira por el ojo de la
cerradura, ve una luz encendida y concluye que el
marqués, como de costumbre, está jugando a las
damas con el barón de L'Allée. No se atreve a
molestar a los nobles, ya que la última noche que
entró en sus aposentos montaron en cólera. El
guarda se acomoda y se queda dormido en la espera
de que el barón decida regresar a su habitación. Se
despierta a las tres de la madrugada, ve que la luz
sigue encendida, sospecha que ha ocurrido algo y
corre a los aposentos del alcaide para avisarle.
Monsieur de Launay, escoltado por los guardias,
abre la puerta de la celda de Sade. Está vacía. Hay
varias velas encendidas, prácticamente derretidas,
sobre la mesa. Junto a las mismas descansan dos
cartas, una de cada uno de los fugitivos. En la suya,
el marqués de Sade exhibe su habitual jactancia.
"Señor -comienza la misiva-, si existe algo
capaz de estropear el júbilo que siento al librarme de
mis grilletes es el temor de que os responsabilicen de
mi fuga. Puesto que habéis sido tan bondadoso
conmigo, no puedo ocultaros que este hecho me
preocupa sobremanera."
Sade intenta convencer al director de la
prisión de que es inocente de su evasión. "Vuestra
vigilancia me ha

254
retrasado varios días. [ ... ] Debo [mi éxito] [ ... ]
únicamente a mis propias estratagemas." Tras varias
expresiones corteses de consuelo más, Sade,
intentando hacerle creer que cuenta con la ayuda de
una red de temibles mercenarios, advierte al director
de la prisión que no trate de perseguirlo. "Quince
hombres bien armados y montados me esperan en la
base del castillo. [ ... ] Han jurado que sacrificarían
sus vidas antes que verme preso de nuevo." Si el
alcaide por ventura enviase a la guarnición tras su
pista, lo previene Sade, correría el peligro de que
"muchas personas fueran masacradas" y, en
cualquier caso, no lograrían atrapar al marqués con
vida porque "defenderé mi libertad aunque me
cueste la vida". Tras varios avisos amedrentadores
similares, Sade amenaza con que toda su familia se
vengará: "Si me hicierais daño, mi esposa e hijos os
perseguirían hasta daros muerte". (¡El mayor de sus
hijos, que había vivido con su abuela en París
durante el último año, todavía no había cumplido
seis años!)
"Lo único que deseo es mi libertad, liberarme
del intolerable cautiverio al que mi suegra, mediante
sus artimañas, me ha confinado -concluye Sade-.
Llegará el día, espero, en el que se me permitirá
expresar los sentimientos de sincero agradecimiento
[ ... ] por los que, mi querido director, me siento muy
honrado de ser vuestro más humilde y obediente
servidor."
El marqués se había esmerado en elaborar un
meticuloso inventario de todos los efectos
personales que había dejado en la celda. Además de
la cama, el colchón, las sábanas, los escudos de
armas plateados y los seis mapas antiguos que
habían decorado las paredes de la celda, en la lista,
redactada con evidente sarcasmo, Sade incluía el
bidé, el orinal y la correspondiente silla perforada.
Asimismo, mencionó a los dos preciados
compañeros que

255
había tenido que dejar en la prisión: "dos perros, uno
negro, y otro blanco y negro, por los que siento un
gran cariño".1

El destacamento que el alcaide envió llegó a


la frontera francesa varias horas tarde. Para
entonces, los tres fugitivos iban camino de Grenoble.
Poco se sabe del paradero y actividades del marqués
durante los meses siguientes, excepto que estuvo en
Burdeos a finales de julio, desde donde escribió a su
suegra para que le enviara el dinero que necesitaba
para huir a España. A la vista de la enemistad que
existía entonces entre ellos, la Présidente había
recibido las noticias de su evasión "con el mayor de
los disgustos",2 esta poco realista petición
probablemente fuera una pista falsa ideada para
borrar sus huellas. Nada se sabe del marqués hasta
otoño; de regreso en Provenza, vivió de nuevo como
un maquis, puesto que nunca permanecía más de dos
o tres días en el mismo lugar. Al principio, se
desplazó por varias localidades de Mazan, zona que
contaba con la ventaja de ser un territorio papal que,
por lo tanto, resultaba menos accesible a la policía
francesa. A finales de otoño, se estableció con suma
cautela en La Coste, la más peligrosa de sus
propiedades, y prácticamente nunca se aventuró a
salir. Pasaba largas horas paseando por los jardines
en compañía de sus queridos perros, Dragon,
Thisbée y Gros-Dodu. Se trataba de igual a igual con
algunos de los trabajadores contratados en el castillo
y solía retirarse a su estudio para leer. Durante esta
época, mejoró de manera ostensible su relación con
su esposa, que, según el testimonio de varios
amigos, nunca había sido tan tierna y afectuosa.

256
A pesar de sus enormes diferencias en cuanto
a temperamento sexual, los Sade compartían muchos
rasgos, sobre todo la prodigalidad. Desde muy
joven, Sade se había permitido servicios y bienes
materiales que resultaban quiméricamente
inadecuados para su modesta economía. Su frenético
impulso de "gastar" demasiado era, al parecer, tan
compulsivo como su necesidad de romper tabúes
sexuales. Pélagie era igual de derrochadora y, por
añadidura, siempre estaba dispuesta a satisfacer cada
uno de los imprudentes caprichos de su esposo.
Durante los años siguientes, los Sade buscarían
préstamos y pagarés con un afán bastante insensato.
Ese mismo invierno empeñaron toda la plata de la
familia y se endeudaron tanto con uno de los muchos
financieros judíos asentados en la zona de
Carpentras y Mazan, en Provenza, un tal monsieur
Beaucaire, que éste tuvo que ir hasta La Coste y
"montar un número". Durante los meses que
siguieron a la evasión de Donatien de Miolans,
Pélagie llegó incluso a pedir dinero prestado al
párroco de La Coste. Al no obtener respuesta a las
notas que había enviado a la marquesa, al cabo de
varios meses el pobre hombre se quejó a madame de
Montreuil del préstamo que no le había sido
devuelto.
"Madame -escribió el padre Testanière-, el
interés que demostráis por los asuntos de monsieur y
madame de Sade me permite suponer que no
consideraréis desacertado que apele a vuestra
caridad con el fin de que se me reembolsen los ocho
luises de oro [ciento sesenta francos de oro, unos
seiscientos dólares actuales] que tuve el honor de
prestarles el año pasado. [ ... ] Esta pequeña suma
me [es] de todo punto necesaria para sobrevivir: un
párroco con una pensión modesta precisa cada uno
de los céntimos que gana para sostenerse."3

257
Teniendo en cuenta que los Sade no tenían dinero y
que la condición de fugitivo del marqués debería
haberlos incitado a vivir de un modo frugal y
discreto, la calidad de los alimentos y muebles
suministrados a La Coste durante el otoño y el
invierno de 1773-1774 resulta pasmosa. Solicitaron
la ayuda de un grupo de tapiceros y carpinteros para
cambiar la decoración del castillo. Los pedidos que
hizo la marquesa de carne, verduras, frutas, manteca
y "esas salchichas especialmente deliciosas" habrían
bastado para alimentar a un regimiento. La marquesa
contrató los servicios de una doncella adicional, un
guardabosque, un guardia y otro jardinero (es
posible que Pélagie hubiera decidido sustituir a
algunos miembros del personal por sirvientes que no
supieran nada sobre el escándalo de Marsella).
Tal era la suntuosa vida que se disfrutaba en
La Coste hasta la noche del 6 de enero de 1774,
cuando un aldeano leal al marqués llegó corriendo al
castillo para advertir a su señor feudal que una gran
partida de soldados se encontraba en camino para
arrestarlo y que llegaría al castillo al cabo de media
hora. El marqués huyó de inmediato.

Pélagie describió con toda suerte de detalles


la redada llevada a cabo esa noche en La Coste, de la
cual era responsable madame de Montreuil. Escrita
de nuevo, por motivos judiciales, en tercera persona,
comienza con una invocación contra la traición de su
madre y continúa describiendo los acontecimientos
acaecidos esa noche.

Una brigada de la policía parisiense se aproxima a La


Coste, en el corazón de Provenza, escoltada por cuatro
arqueros y un destacamento adicional de oficiales de
jus-

258
ticia locales. […] La partida llega la noche del 6 de
enero de 1774. Colocan las escaleras y escalan las
murallas del castillo; entran, con una pistola en una
mano y una espada en la otra. De esta manera se
presenta el jefe del destacamento a la demandante: con
toda la ferocidad del incidente reflejada en su rostro,
profiriendo las más atroces obscenidades y blasfemias,
le pregunta dónde se encuentra el marqués de Sade y
le asegura que debe capturado, vivo o muerto.

De hecho, la Présidente se había reunido en


diez ocasiones con el teniente Goupil de la policía de
París, a quien le había encargado que efectuase la
redada en La Coste. Habían planeado juntos cada
detalle de la incursión, incluidos los dos atuendos de
campesino -la ingeniosa idea había sido de madame
de Montreuil- que los oficiales llevaban puestos
durante las expediciones de reconocimiento previas
al ataque.

Ella [pélagie] responde que su esposo no se encuentra


en casa [continúa el informe de la marquesa]. Esta
afirmación provoca terribles arrebatos de ira. El grupo
se separa para registrar la finca. Un destacamento de
hombres vigila los accesos al castillo; los otros, armas
en mano, recorren la casa de arriba abajo. […] Lo
infructuoso de la búsqueda no hace más que avivar el
furor de los hombres; en el estudio del marqués de
Sade, el capitán de la brigada rasga y rompe los
retratos familiares; registra todos los escritorios y
armarios, confisca todos los documentos y cartas;
quema algunos, selecciona otros, que se guarda, sin
informar a la demandante del contenido de los
mismos. [ ... ] Este hombre en concreto tiene la
insolencia de arrancar de las manos de la demandante
[...] una tabaquera de

259
carey con bordes de oro adornada con una miniatura
[probablemente del marqués]. [ ... ] Lanzan contra el
marqués todo tipo de insultos e improperios infames.

Una vez más, Pélagie responsabiliza a su


madre del ataque (es posible que el marqués le
dictara parte de la carta):

Si el capitán hubiera sentido remordimientos por lo


ocurrido, éstos se habrían disipado de inmediato,
como una chispa efímera, por la fuerza de las órdenes
de madame de Montreuil; él mismo reconoció que se
limitaba a ejecutarlas. Lo que resulta verdaderamente
inconcebible es que alguno de los hombres cometiese
la brutalidad de revelar que tenían órdenes de abrir
fuego contra el marqués y llevar el cadáver a madame
de Montreuil 4

"Hace todo lo necesario para materializar sus


propósitos -comentó sobre la Présidente uno de los
primeros biógrafos de la familia de Sade-. Los
medios de los que se vale para alcanzar sus metas
son tan variados y flexibles como la claridad de su
objetivo. [ ... ] Sabe seducir, intimidar y sobornar a
la vez. [ ... ] Cuenta con la habilidad de recurrir a los
procedimientos más ingeniosos y traicioneros y
siempre emplea los mejores medios para superar
cualquier obstáculo. [ ... ] Consigue la información
que necesita en el momento adecuado y jamás ha
tenido que lamentar un error. [ ... ] No sabe qué son
los remordimientos ni el arrepentimiento. [ ... ] Todo
cede ante su voluntad o su mera influencia."5

La sospecha de la marquesa sobre la


posibilidad de que su madre estuviera detrás de la
redada policial concuerda perfectamente con esta
descripción. No hay subestimar el frenesí de la ira de
la Présidente contra su

260
yerno. Se había convertido en un odio tan intenso y
obsesivo como la devoción de Pélagie por su esposo.
En el interior de cada mujer existe un
potencial para la destrucción y la venganza que
forma parte de una energía femenina común mucho
más intensa. Estalla cada vez que los hombres
amenazan la estructura de los hogares que las
mujeres han construido con toda paciencia en el
transcurso de los milenios y ponen en peligro la
tranquila y tradicional armonía de la vida familiar.
Pocas se ven empujadas a desatar esta fuerza, pero
cuando lo hacen, la apoteósica cólera de las mujeres,
su "marea teñida de sangre", como la llamaba
Esquilo, irradia un poder terrible ya que se halla
enraizada por completo en el lecho en el que se da a
luz, en el arcaico impulso de proteger el futuro de
sus descendientes, y por eso suele rendir frutos.
Desde que Donatien de Sade sedujo a su hija
predilecta, la batalla que madame de Montreuil
entabló contra el marqués ejemplifica esta primaria
furia femenina, una ira que, convencida de su propia
rectitud, ciega a quien la padece. Como las
Euménides al clamar venganza contra Orestes por
haber asesinado a su madre, como Deméter al
pugnar por liberar a su hija del raptor original del
Averno, la Présidente había desatado su ira contra
Donatien de Sade, ¡Y ay de aquel que se interpusiera
en su camino! Al observar la desmedida furia con la
que tejía su red alrededor de Donatien, con tácticas
del todo despiadadas porque los ardides de los que
se había valido con anterioridad habían fracasado,
resulta inevitable pensar en los últimos versos de
Los portadores de la libación de Esquilo: "¿Dónde
se detendrá para dormir y reposar / este letal odio,
esta Furia?".6
La redada que la Présidente había planificado
en La Coste también tenía un pragmático propósito
maternal:

261
se trataba de un último y desesperado intento por
desposar a su hija más pequeña. En 1774, los
posibles suegros de Anne-Prospere, los Beaumont,
comenzaron a fijar condiciones cada vez más
rigurosas para la alianza. No sólo querían que el
marqués de Sade permaneciese encarcelado de por
vida, sino que también exigían que se destruyeran
todas las cartas comprometedoras relativas a la
relación sentimental entre la joven y su infame
cuñado. La Présidente había procurado satisfacer
ambas peticiones al ordenar la redada de La Coste.
Sin embargo, lo cierto es que ella no había pedido
necesariamente al jefe de la brigada que actuase con
violencia, tal y como había afirmado su hija; el
destacamento policial se había comportado del
mismo modo que lo ha hecho la policía desde
tiempos inmemoriales: causando estragos.
El infructuoso asalto le costó a madame de
Montreuil una enorme suma. Habían tardado meses
en planearlo; los desplazamientos de los policías -de
París a La Coste y de La Coste a París- habían
alargado el asunto otros veinte días. El teniente
Goupil recibió por sus servicios unas ocho mil
libras, el equivalente a treinta y dos mil dólares
actuales. Haciendo hincapié en el hecho de que
corría con los gastos de manutención de sus nietos,
la Présidente aseguró que estos honorarios habían
descalabrado sus finanzas: "Mi situación económica
es [ ... ] desesperante -escribió a su amiga madame
Necker, esposa del futuro ministro de Economía y
madre de la escritora Germaine de Stael-. Tengo que
mantener [ .. ;] a toda la familia. He hecho todo lo
que he podido, pero estoy en la ruina".7
Varias personas clave en Provenza habían
intentado ayudar a madame de Montreuil y al
teniente Goupil en su malograda misión. Entre ellas
se encontraba el cínico abad de Sade, que estaba
harto de la imposible tarea

262
de domar a su sobrino. También estaba el hasta
entonces leal notario del marqués, Maître Fage, a
quien la Présidente había presionado para que diese
algunos consejos a la brigada cuando se reunieron
antes de la redada en el pueblo vecino de Bonnieux.
A madame de Montreuil le había costado
bastante poner a Fage de su parte. El notario conocía
de sobra el terreno local y la sagacidad de la presa de
la Présidente: "Dudo mucho que logréis atrapado -le
escribió pocos días antes del ataque-. En estos
momentos bien podría estar en el mismísimo centro
de la Tierra; a no ser que destruyáis el castillo hasta
los cimientos y lo enterréis en las ruinas, será harto
improbable que cumpláis con tal misión". La
Présidente continuó solicitando su ayuda y Fage
intentó disuadirla de nuevo aduciendo que la misión
acarrearía consecuencias nefastas para la familia:
"¡Ah, cuán cruel encargo me imponéis! [ ... ] ¿Qué le
ocurrirá a la respetable [madame de Sade]? ¡Preveo
un caos espantoso! [ ... ] Os repito, ¡cuán triste tarea
me asignáis! ¡Me hace desear no haber conocido
jamás a esta familia! [ ... ] Insisto, ¡qué golpe tan
duro para la noble señora, que escándalo en toda la
provincia!".8
Pese a la vehemencia con la que Fage
desaprobaba la iniciativa, la Présidente al final logró
persuadirlo para que ayudase a la policía. El día
después del infructuoso intento, Fage, furioso por el
hecho de que lo hubieran coaccionado para que
participase en el desastre, acusó en una severa carta
a madame de Montreuil de "haberme comprometido
seriamente al implicarme en una operación [ ... ] que
me repugnaba".9 La Présidente, enojada, replicó que
su única opción era encarcelar a Sade y,
manifestando su profundo distanciamiento de
Pélagie, realizó varias afirmaciones notablemente
desdeñosas sobre su hija: "La forma en que madame
de S[ade] explotaba a

263
los demás [...] envenenó sus relaciones con otras
personas y demostró que su manera de actuar y de
pensar seguía siendo la misma".10
Fage, tal y como averiguaron el marqués y la
marquesa poco después de la redada, los había
traicionado en más de un sentido. Se percataron de
que había malversado los fondos del marqués
durante el último año; esto le había resultado más
bien fácil ya que Pélagie, que era quien se ocupaba
de la economía de la familia, era completamente
inepta para los negocios. Por lo tanto, la incursión
policial redundó en un beneficio para los Sade:
despidieron a Fage y contrataron a Gaspard
Gaufridy, "de profesión abogado y notario real de la
ciudad de Apt". 11 El padre de Gaufridy había
administrado las propiedades del conde de Sade y el
joven Gaufridy había sido el compañero favorito de
Donatien durante los años de infancia que el
marqués había pasado en Provenza. Gaufridy se
haría cargo de las propiedades y fondos del marqués
durante los siguientes veinticinco años; y, a pesar de
su excesiva indolencia, permanecería fiel al marqués
y a la marquesa durante esas décadas.
La noche de la redada policial, Sade se
convirtió de verdad en un hombre perseguido. Al
comprender que su suegra lo acosaría sin cesar, se
vio obligado a encontrar un refugio distinto cada
noche. Al cabo de unas semanas, Pélagie y Donatien
decidieron que la única posibilidad de conservar la
libertad residía en abandonar Francia y regresar a
Italia.
El 11 de marzo, tras solicitar varios
préstamos más, el marqués subió a bordo de un
barco en el Ródano, con destino a Marsella.
Donatien se disfrazó de sacerdote con una sotana
que había pedido prestada al hermano de monsieur
Ripert, su administrador en Mazan. Durante el viaje
se produjo un incidente que deleitó a Donatien:
mien-

264
tras el transbordador cruzaba el río Durance, cuyas
aguas se habían tornado turbulentas debido al
deshielo reciente de la nieve de los Alpes, se rompió
el cabo y el barco quedó a la deriva durante varias
horas. Los pasajeros, convencidos de que aquello era
el fin, se percataron del atuendo clerical de
Donatien, se congregaron junto a él y le pidieron que
escuchara sus últimas confesiones.

El 10 de mayo de 1774, a las tres y cuarto de


la tarde, el rey Luis XV falleció a consecuencia de la
viruela. Con cincuenta y nueve años en el trono,
había disfrutado del segundo reinado más largo de la
historia de Francia. Cientos de cortesanos se
reunieron en torno a él en Versalles para verlo
exhalar su último suspiro. Su nieto el delfín, con su
esposa, María Antonieta, esperaron solos en sus
aposentos, al otro lado del patio de la estancia real.
Observaban la vela en la ventana del rey que, como
dictaba la tradición, debía apagarse cuando
falleciera. Pocos segundos después de que la llama
se extinguiera, el delfín y la delfina escucharon "un
terrible ruido semejante al de un trueno". Se trataba
de toda la corte, que corría por los pasillos para
rendirles homenaje. La jadeante multitud se detuvo,
asombrada, en el umbral de la habitación de los
jóvenes. El nuevo rey, Luis XVI, y su reina,
arrodillados en el suelo, con el rostro bañado en
lágrimas, clamaron: "¡Protégenos, oh, Señor. Somos
demasiado jóvenes para reinar!".12
En un principio, la marquesa de Sade estaba
pletórica de alegría por los posibles beneficios que el
nuevo régimen podría traer a la situación legal de su
esposo. Las lettres de cachet que hubiera emitido
Luis XV para arrestar a Sade no tendrían validez
bajo el reinado de su sucesor. Además, Luis XVI no
tardó en expulsar del

265
gobierno al perseguidor más implacable del
marqués, Maupeou, y rehabilitó a los miembros de
los parlamentos regionales de Francia a quienes
Maupeou había despedido dos años antes. Era
probable, o al menos posible, que tras una apelación
se anulase el veredicto que los subalternos de
Maupeou habían dictado contra el marqués en el
juicio de Marsella.
Sin embargo, la marquesa había subestimado
la rápida diligencia de su madre. Madame de
Montreuil solicitó de inmediato a Luis XVI nuevas
órdenes de arresto judiciales. Para ello, recurrió a su
amigo el duque d'Aiguillon, el ministro de Asuntos
Exteriores y el único funcionario importante que el
joven rey había conservado del gobierno de su
abuelo. La nueva baza de la Présidente estribaba en
que Luis XVI, mucho más devoto y mojigato que su
abuelo, estaría encantado en encarcelar a libertinos
de la ralea de Sade.
Durante los meses que se tardó en procesar la
nueva orden de detención, y mientras Donatien
iniciaba su segundo viaje a Italia, Pélagie actuó con
audacia por su cuenta para ayudar a su esposo.
Impaciente por sacar partido de los cambios
introducidos por el nuevo régimen, Pélagie se
marchó de La Coste en dirección a París el 14 de
julio con el propósito de tomar dos medidas legales
distintas. Quería preparar el terreno para la apelación
de Donatien contra el fallo de Marsella (el clan
Sade-Montreuil denominaba a esta cuestión judicial
"el gran asunto", la grande affaire, para diferenciarlo
de los otros múltiples problemas del marqués).
Pélagie también deseaba citar a su madre ante el
tribunal de justicia más importante del país, el
Chatelet de París, y demandarla por maquinar y
organizar la redada de La Coste. Para llevar a cabo
tan quimérica misión, Pélagie contaba una vez más
con la ayuda de Anne-Prospere, cuya inclinación a
ha-

266
cerle compañía a su hermana resulta tan misteriosa
como los otros aspectos de la relación entre ambas.
A la marquesa no le entusiasmaban las tácticas de
capa y espada que la condición de fugitivo de su
esposo la obligaban a adoptar. Viajaba de incógnito,
sin que su madre lo supiera, y, aunque se alojó en un
pequeño hotel cerca de Saint-Germain-des-Prés,
pidió a su administrador, Gaufridy, que enviara su
correspondencia a través de un sastre que vivía en el
otro extremo de París, ya que consideraba que todos
los hoteles eran poco fiables, "cómplices de la
policía" .13
Pélagie permaneció en París más tiempo del
que había proyectado en un principio, dos tediosos
meses, ya que los asuntos legales se prolongaban
interminablemente. El fiscal real, poco
acostumbrado a que las mujeres jóvenes intentaran
llevar a sus propias madres a los tribunales, pensó
que Pélagie era una demente y no quiso ayudarla.
"Está haciendo lo imposible para anunciar a todos
que estoy loca. No es la primera vez que me dirigen
este cumplido, y estoy segura de que no será la
última."14 A finales de su estancia en París, Pélagie
oyó algunos rumores del todo inesperados: en la
capital se decía que la Présidente estaba
perdidamente enamorada del marqués y que se
mostraba mucho más hostil con su hija que con él.
"Es lo que me faltaba",15 bromeó Pélagie al enterarse
del rumor.
Mientras tanto, el marqués, que seguía en
Italia, estaba al corriente de todos los movimientos
de su esposa gracias al leal Gaufridy. "¡Por Dios -
escribió a su agente-, dad ánimos a madame,
aconsejadla bien y animadla a que haga todo lo
posible para despachar este asunto antes de cuatro
meses! [ ... ] ¡Por el amor de Dios, que ponga fin a la
vida de nómada que llevo! Me he dado cuenta de
que no estoy hecho para ser un aventurero y

267
la necesidad que tengo de representar tal papel es
uno de mis mayores tormentos."16 Por otro lado,
Sade continuó alimentando la incesante polémica
contra su suegra (durante las dos décadas siguientes
su cólera iría en aumento). "¿No consideráis que la
manía de madame de Montreuil de negarme su
ayuda es de lo más extraordinaria? -escribió a
Gaufridy-. ¿Qué es lo que gana con esta constante
enemistad? Perpetúa la deshonra [ ... ] de su hija y
nietos, nos causa graves problemas económicos y
me obliga a vivir del modo más triste y mísero."17
Pélagie regresó a Provenza a finales del
verano, una vez que hubo comprendido que el
proceso contra su madre no tenía posibilidades de
prosperar ya que el tribunal de Chatelet, en el que
madame de Montreuil todavía contaba con
numerosas amistades, era la alta esfera que la
Présidente conocía mejor. No sólo había logrado
bloquear todas las disposiciones legales que su hija
había tomado, sino que también había recibido
informes detallados de las actividades de Pélagie en
París. Lejos de desdeñarlas, la Présidente se sintió
más bien perpleja por la valentía de su hija, cuya
férrea voluntad igualaba a la suya mientras que su
capacidad para amar las diferenciaba en gran
medida. Quizás experimentara una fugaz sensación
de admiración hacia aquella franca mujer, que era
capaz de luchar sola y sin armas contra la sociedad
entera por el amor que profesaba a un hombre cuyo
hechizo parecía inquebrantable.
A medida que se aproximaba el otoño,
Pélagie comenzó a presionar a su esposo para que
regresara a Provenza. "Todos creen que todavía está
aquí [en La Coste], oigo continuamente la misma
especulación, lo que demuestra que estaría igual de
seguro si se encontrara aquí en realidad -arguyó en
una carta escrita a Gaufridy-. Su regreso supondría
un gran ahorro económi-

268
co y me resultaría más fácil transmitir cualquier
noticia que recibiese."18 El marqués accedió a los
deseos de su mujer y regresó a Francia ese mismo
otoño. Los cónyuges disfrutaron de un cariñoso
encuentro en la ciudad de Lyon y, una vez más,
comenzaron a abandonar toda precaución.

Éste es el momento en el que la búsqueda de


placer de Donatien de Sade cruza la línea que separa
la obsesión de alguna clase de demencia. Sade, más
arruinado que nunca, más perseguido que nunca por
la policía, tras haber sufrido su encarcelamiento más
largo y duro, decide organizar la más extravagante y
escandalosa de las bacanales celebradas hasta la
fecha. Después de reunirse en Lyon, el marqués y la
marquesa de Sade dedicaron varias semanas a
contratar a una larga lista de sirvientes adicionales
que llevarían a La Coste; todos eran núbiles y
resultaba obvio que los habían elegido con fines
sexuales. En vista de los castigos cada vez más
severos que se imponía a los Sade, la imprudencia y
los delirios de grandeza que demostraron rayan en el
límite de lo comprensible. Es más que obvio que el
marqués había desechado, en un grado mayor que
sus coetáneos, todo indicio de las doctrinas
cristianas que inculcan culpabilidad o
remordimiento. Sin embargo, dados los formidables
dones intelectuales de Sade, ¿qué clase de
imperfecciones de carácter privan a un hombre de
todo sentido de la causalidad? El biógrafo, ante el
enigma cada vez más complicado de la conducta de
Sade, en esta ocasión se ve impelido a recurrir a
ciertos aspectos propios de la vertiente
psicoanalítica.19
El síntoma neurótico más famoso del
marqués, el "sadismo", término que el psiquiatra
pionero Krafft-

269
Ebing acuñó en 1888, ha dado lugar a mucha
controversia. Sin embargo, el "sadismo" constituye
sólo un pequeño rasgo de las anomalías de Sade;
sorprendentemente, muy pocos psicoanalistas han
estudiado a fondo la patología completa de la
personalidad del marqués, tan pocos que, de hecho,
resulta muy fácil redactar un resumen de sus
hallazgos.20 Estos estudios destacan media docena
de detalles biográficos que conformaron las pautas
de las neurosis de Sade.

La infancia de Sade transcurrió a la sombra


del joven príncipe de Condé, a quien Donatien
parece haber considerado tanto un "yo idealizado"
como un rival; un rival porque la madre de
Donatien, la condesa de Sade, había servido de dama
de honor e institutriz de! príncipe.
El ataque de cólera asesina de Donatien a los
cuatro años contra el joven Condé originó su
traumático alejamiento de la vida cortesana y de la
presencia de su madre, quien apenas volvería a
entrar en su órbita.
El niño sufrió durante varios años el exilio
iniciado a la crucíal edad de cuatro años, con su
abuela, que lo adoraba. La matriarca, que le
consentía todo a Donatien, lo alentó a conservar el
"yo grandioso y arcaico" de sus primeros años; se
trata de una etapa necesaria en el desarrollo humano
que se convierte en megalomanía si se mantiene en
la edad adulta y que el joven marqués había
desarrollado con particular altanería para compensar
sus primeros traumas.
Durante la larga ausencia de sus progenitores
en el extranjero, Donatien pasó varios años con dos
cariñosos abades, su tío y su tutor, quienes no
lograron rebajar el hinchado ego que el niño había
desarrollado como mecanismo de defensa.

270
El joven marqués sufrió una continua falta de
afecto maternal durante los años que estudió en
París, que también estuvieron marcados por las
experiencias masoquistas, muchas veces eróticas, de
que sus preceptores lo azotaran.
Durante la adolescencia, surgió lo que
algunos biógrafos de Sade han denominado "un
complejo de Edipo negativo": un desmedido
resentimiento hacia la fría y negligente madre y un
amor igual de intenso aunque frustrado hacia su
padre. Al llegar a la edad adulta experimentó el
dolor que le causaba el rechazo de su padre.

Desde el punto de vista de los psiquiatras, la


consecuencia de estas aberrantes etapas del
desarrollo se tradujo en una personalidad que se
negaba a aceptar las renuncias propias del principio
de la realidad: una persona que, para evitar una
psicosis total, necesitaba conservar en la edad adulta
los delirios de grandeza de su infancia. Durante su
vida como hombre libre, la excéntrica conducta de
Sade respondía al modelo de los individuos que
luchan contra la amenaza de una desintegración
psíquica valiéndose del mecanismo de la neurosis
regresiva. Las etapas regresivas señaladas por los
psicoanalistas también comprenden los siguientes
síntomas (esta lista no es, ni mucho menos,
exhaustiva):
Narcisismo: desde muy joven, Sade tuvo la
impresión, que él mismo admitió con sinceridad en
sus escritos, de que "todo el universo debía aplaudir
[sus] caprichos y que tenía derecho a satisfacerlos
cuando quisiera". Ya fuera flagelar a las mujeres con
su azote de tiras, formar una cadena sodomítica con
varias prostitutas y su ayuda de cámara o escenificar
orgías en su castillo en compañía de jóvenes núbiles,
ninguna amenaza o censura pública podían
persuadirlo para que refrenara sus deseos

271
más ofensivos. Cada una de las transgresiones
sexuales de Sade también reforzaba lo que algunos
psiquiatras denominan "aglutinante narcisista",
provocándole una sensación ilusoria pero
estimulante de dominio sobre los demás.
Identidades ilusorias: la ilusoria inmunidad
legal de Sade, la fantasía que no le permitía ver la
inevitable causalidad del crimen y el castigo,
afianzaba sus quimeras narcisistas. Al conservar el
"yo idealizado" basado en la elevada posición del
joven Condé, Sade se consideraba un familiar de la
corona francesa a quien se le permitía, como a la
realeza, satisfacer sus caprichos más descabellados
con absoluta impunidad. "El único amo que
reconozco es el rey -escribiría años después a su
esposa-, [ ... ] Soy subordinado de nadie más; entre
el rey y los príncipes de sangre real y yo sólo veo
inferiores."2l (Las transgresiones motivadas por los
delirios de grandeza de Sade quizá parezcan
demasiado reiterativas, pero no hay que olvidar que
cualquier ser delirante siempre se considera
amenazado y tiene que reafirmarse sin cesar.)
Analidad infantil: flagelar las nalgas y pedir
que lo golpearan, las proezas sodomíticas bisexuales
de la orgía de Marsella o el placer que le producía
inhalar las ventosidades de las prostitutas; todos
estos actos se centran en la zona anal, el lugar donde
los niños sienten mayor placer, y mantienen el
carácter pregenital del auténtico pervertido. En los
escritos de Sade, los genitales femeninos, descritos
como "esa parte indigna" o "esa detestable raja",
siempre son inferiores al "otro templo"; ese "otro
templo" resulta más estimable todavía si es el
masculino. Un ejemplo extraído de Los ciento veinte
días de Sodoma: "El Presidente penetró
indiscriminadamente todos los agujeros, aunque
prefería con diferencia el trasero del jovencito".22

272
Exhibicionismo: cuando era un hombre libre,
Sade siempre practicaba sus perversiones
sadomasoquistas con tal grado de indiscreción que el
castigo era casi inevitable. Para el individuo cuya
identidad se ve amenazada, el hecho de conmocionar
a la comunidad y llamar la atención mediante actos
sádicos constituye otro medio para obtener una
sensación de mayor poder y control. La única
constante en las transgresiones del marqués es que le
servían para asegurarse de que no pasaba
inadvertido, que causaba un impacto en el público,
que pronto se convertiría en la totalidad de la nación
francesa.
Este resumen psicoanalítico tal vez ayude a
explicar la siguiente secuencia de acontecimientos.

Los Sade habían contratado a los sirvientes


para su nueva fantasía a unos doscientos cuarenta
kilómetros de La Coste, en Lyon y en la ciudad
vecina de Vienne, donde las noticias del escándalo
de Marsella debieron de tener menos repercusión
que en Provenza. Entre el nuevo personal figuraba
un secretario de quince años, André, y cinco
jovencitas de edad similar. La composición del
séquito ha hecho que varios biógrafos denominen
esta aventura "el episodio de las niñas". Asimismo,
los Sade habían contratado a una doncella de
veinticuatro años llamada Nanon, quien, según
alegaría el marqués en el futuro, era "una madama
oficial" y le había procurado a las chicas. Varias
semanas después se unieron al grupo dos jóvenes no
mucho mayores, una bailarina de Marsella,
mademoiselle du Plan, "cuya edad y condición sus
padres no han querido desvelar", y una doncella de
nombre Rosette, contratada oficialmente como
"institutriz" de los hijos de Sade. Todas las recién
llegadas quedaron bajo la custodia de Gothon, la
encargada de la casa "de culo bo-

273
nito", quien todavía mantenía relaciones con el
primer ayuda de cámara de Sade, Carteron/La
Jeunesse.
Resulta obvio que madame de Sade sabía
cuál era el propósito de contratar al "secretario"
adolescente y a las otras ninfas, y que había
desempeñado un papel fundamental al elegirlas.
Durante las semanas precedentes, Pélagie había
incluso preparado el terreno con una duplicidad de
lo más sagaz. Por si los padres de las jóvenes
preguntaban a Gaufridy, el abogado de Pélagie, qué
rama de la familia deseaba contratar a sus hijas, ella
le había ordenado que, bajo ningún concepto,
revelase que se trataba de "los Sade de La Coste".
Gaufridy podía mencionar cualquier otra de las
ramas que había en Provenza, los Sade de Eyguieres,
de Tarascón, y demás primos lejanos del marqués.
Además, Pélagie engañó a Gaufridy al decirle que
por motivos de "orden y economía" había despedido
a todos sus antiguos sirvientes menos a uno, por lo
que contratar al nuevo personal parecía
perfectamente razonable. Estas tácticas eran del todo
intencionadas, y Pélagie no las llevó a efecto bajo
coacción, pues había heredado la actitud realista de
su madre. Aparte del hechizo sobrenatural que
ejercía sobre ella su esposo, existía una razón
práctica para que Pélagie colaborase con tanta
diligencia con el marqués: deseaba que el escándalo
se produjera sólo en el interior de la casa y que no se
desatase en el exterior.
En diciembre, cuando los cónyuges
regresaron a La Coste acompañados del nuevo
séquito de jovencitas, Pélagie comenzó a tramar con
su esposo, de manera afable y eficaz, la fechoría más
escandalosa efectuada hasta la fecha. Las posteriores
cartas de Sade a su esposa evidencian que Pélagie
participó, o al menos estuvo presente, en las orgías
que se celebraron ese invierno en el más absoluto de
los secretos. Algunos años después, al referirse,
como

274
en la mayor parte de las cartas, al carácter casi
epiléptico de sus orgasmos, Sade escribió a Pé1agie:
"Viste varios ejemplos en La Coste. [ ... ] Lo viste
todo".23 (Algunos de los comentaristas de Sade,
entre ellos Simone de Beauvoir, han achacado su
extravagante apetito sexual a la naturaleza turbulenta
y convu1siva de sus orgasmos y al hecho de que a
menudo le costaba mucho alcanzarlos.)
Muchas personas formularían preguntas más
bien comprometidas a Pé1agie: ¿cómo logró dejar a
un lado su criterio moral, sus escrúpulos éticos, toda
su conciencia? ¿Acaso olvidó el sacramento de la
confesión y el consuelo que solía proporcionar a las
mujeres oprimidas? (Incluso en una época en la que
el clero se entregaba a1 1ibertinaje es bastante
improbable que un sacerdote hubiera escuchado
impertérrito los detalles de las correrías de Sade.)
¿Había sido capaz de trascender su difícil situación y
maravillarse ante las atrocidades que las mujeres
llegan a cometer, o a permitir que se les inflijan, con
el único propósito de no perder el amor de sus
hombres?
Creo que la respuesta reside en el hecho de
que Pé1agie, tímida y recatada al principio, se había
sentido excitada en gran medida por los métodos de
su esposo y aún más al presenciar las orgías.
Durante sus escasas relaciones duraderas, el marqués
había logrado cautivar a sus amantes con una mezcla
de erotismo, ternura y despotismo que las impulsaba
a profesarle una devoción ilimitada. Las aventuras
de ese invierno tampoco parecieron afectar la
sexualidad conyugal de los Sade, y es posible que la
primavera siguiente Pé1agie sé haya quedado
embarazada de nuevo, aunque por poco tiempo. No
obstante, la ciega insensatez de su ardor marital
suscita otras dos preguntas: ¿qué sucedía con la
profunda entrega con la que se ocupaba de sus hijos,
dos niños y una niña, que ya contaban

275
con siete, cinco y tres años respectivamente?
Estaban en París, al cuidado de su madre, su
enemigo más implacable, con quien había roto toda
comunicación. ¿Cómo soportaba tal angustia?
Muchas mujeres, en distintas etapas de sus vidas,
deben tomar la dura decisión de elegir entre sus
deberes como esposa o como madre y pasar varios
años descuidando a sus hijos en pro de sus esposos.
La renuncia a la maternidad por parte de Pélagie
durante la década de 1770 ayuda a explicar el ataque
de culpabilidad y dedicación maternal que la
acometió diez años después.
Mientras los Sade se establecían en La Coste
con el nuevo personal, no tomaron, al parecer,
medidas preventivas contra el estallido de un nuevo
escándalo. Durante ese invierno, el marqués sólo
actuó con cierta precaución en dos aspectos: se
ocupó de la ampliación y refuerzo de los reductos
del castillo y especificó que las murallas debían
alcanzar un grosor de medio metro; y en una carta
que escribió a Gaufridy poco después de llegar con
los núbiles sirvientes expresó un mayor recelo:

Esperamos vuestra llegada el martes, querido


abogado. [ . .,] Os ruego que lleguéis temprano o, en
último caso, a la hora de la comida, que es a las tres
del mediodía. Me complaceréis si respetáis el mismo
horario cada vez que nos visitéis este invierno. [ . .,]
Hemos decidido, por razones varias, ver a muy pocas
personas durante esta época. [ . .,] Por la tarde, me
retiro al estudio mientras que madame se queda en
compañía de las mujeres. [.,.] Por lo tanto, el château
queda incomunicado por completo al anochecer, las
luces se apagan y la cocina se cierra.24

276
Notas

1 Inventario de los efectos personales que Sade dejó


en la fortaleza de Miolans. OC, vol. 15, pp. 57-59.
2 Conde de La Marmora al conde de La Tour
(Citando una carta que le había enviado madame de
Montreuil), 14 de mayo de 1773. Lely, Vie, p. 230.
3 Padre Testaniere a madame de Montreuil, 30 de
junio de 177 5. Bibliotheque Sade II, p. 176.
4 Declaración de madame de Sade, 1774. Bourdin,
pp. 9-12. 5 Bourdin, XXX.
6 Esquilo, The Oresteia, traducido por Robert
Fagles, Penguin, Nueva York, 1984, 226. La
expresión que emplea el traductor "marea teñida de
sangre" (citada anteriormente) aparece en el poema
de Yeats "The Second Coming" ["El segundo
advenimiento"].
7 Madame de Montreuil a madame Necker, febrero-
marzo de 1774. Bibliotheque Sade II, p. 165.
8 Maítre Fage a madame de Montreuil, 3 de enero de
1774. Bibliotheque Sade II, pp. 159-162.
9 Maítre Fage a madame de Montreuil, 7 y 8 de
enero de 1774. Ibíd., pp. 162-163.
10 Madame de Montreuil a Maítre Fage, 12 de enero
de 1774. Ibíd., pp. 163-164.
11 Lever, p. 252.
12 Bernier, Louis the Beloved, p. 249.
13 Madame de Sade a Gaufridy, 29 de julio de 1774.
Bourdin, p. 14.
14 Ibíd.
15 Lely, Vie, p. 238.
16 Sade a Gaufridy, sin fechar (probablemente
verano de 1774). Bourdin, p. 13.

277
17 Ibíd.
18 Madame de Sade a Gaufridy, 3 de septiembre de
1774. Ibíd., p. 15.
19 Deseo expresar mi más sincero agradecimiento a
las espléndidas contribuciones del doctor Sheldon
Bach, especialmente a su ensayo A Dream of the
Marquis de Sade, escrito conjuntamente con Lester
Schwartz, doctor. En Sheldon Bach, Narcissistic
States and the Therapeutic Process, N. J.: J asan
Aronson, Northvale, 1985, pp. 129-150.
20 También deseo expresar mi agradecimiento a la
obra de Janine Chasseguet-Smirgel "The Narcissistic
Function of Masochism (and Sadism)", International
Journal of Psychoanalysis, London congress Papers
56, parte 1 (1975), publicado por Bailliere- Tindall
para el Instituto de Psicoanálisis, Londres.
21 Sade a su esposa, 10 de mayo de 1782. LML, vol.
3, "148 Lettres Inédites du Marquis de Sade", p. 112.
22 Sade, Les cent vingt journées de Sodome,
Pléiade, vol. 1, p. 28.
23 Sade a su esposa, finales de 1784. De, vol. 12, pp.
449451.
24 Sade a Gaufridy, diciembre de 1774. Ge, vol. 12,
p. 67.

278
13

La última correría en libertad

El placer no es más que la conmoción de átomos


voluptuosos o la emanación de objetos voluptuosos
que encienden las partículas eléctricas que circulan
por los recovecos de nuestras venas. Por lo tanto, el
placer óptimo se obtiene con la conmoción más
violenta posible.
]ULIETTE

Diciembre de 1774. Las murallas de la


fortaleza se han reforzado recientemente, lo que
proporciona el tan ansiado aislamiento. El
dormitorio de Sade, con hermosas vistas al pueblo
montañés de Bonnieux, colindaba con el del ama de
llaves, Gothon, y se encontraba justo debajo de las
habitaciones donde se alojaban las cinco jóvenes
sirvientas. Algunos biógrafos, al especular sobre los
acontecimientos de las seis semanas de invierno que
sellarían el destino de Sade, han explotado estos
detalles domésticos y se han referido a esa ala del
castillo como "laboratorio de sadismo". Un
"sadólogo" describe las puestas en escena eróticas de
Sade como sigue:

Se trata de un aquelarre desatado en el que participan


los sirvientes. [ ... ] Gothon probablemente montaba a
horcajadas sobre su escoba sin intervenir en la danza,

279
pero Nanon bailaba tanto que luego le dolía todo el
cuerpo; las jóvenes costureras de la marquesa ofrecían
sus costados para que se practicaran unos cortes con
ellos, y el joven secretario debía interpretar el papel
del flautista. 1

La mayoría de nosotros se resistiría a entrar


en conjeturas tan detalladas. Al hacer cábalas sobre
las bacanales celebradas en La Coste durante esas
semanas de invierno, sólo cabe remitirse a las
coreografías ejecutadas en las primeras fiestas del
marqués, así como a las proezas realizadas en los
burdeles y preferidas por los nobles de su época:
flagelación con látigos y azotes de tiras; una buena
dosis de sodomía, tanto homosexual como
heterosexual; unas cuantas penetraciones en cadena
(por primera vez, había muchas participantes lo
bastante jóvenes para obedecer sin oponer mucha
resistencia). Hay que añadir otro elemento
fundamental del erotismo que todavía no había
quedado registrado en el repertorio sexual de Sade:
el desfloramiento de cinco vírgenes. Se podría
conjeturar que este incentivo en particular fue
fundamental en la puesta en escena de ese invierno.
Sin embargo, el estilo general de las nuevas
orgías de Sade también puede deducirse de la
maniática "teatralidad" de sus correrías anteriores.
Las fantasías basadas en el control absoluto se
hallarían siempre en el corazón de su vida real y de
sus orgías de ficción. Las indicaciones escénicas que
había dado a sus compañeras en Marsella, la
meticulosa regulación de las posturas y gestos de
cada personaje, instrucciones tales como "ahora
haced esto con él/ella", aparecen reflejadas a gran
escala en sus novelas, en muchas ocasiones con un
divertido sentido de la parodia: "Tal vez se necesiten
dos o tres pollas más." "Por favor, pongamos un
poco de or-

280
den en estas orgías." Así, dada la relativa
indefensión de sus jóvenes compañeras, es probable
que en La Coste se representaran las mismas
fantasías de poder absoluto. Prescribía las parejas,
asignaba la distribución del placer sobre varias
partes de los cuerpos de los participantes, controlaba
sus emisiones; en definitiva, dictaba el protocolo de
cada rito sexual. "El orden -escribió uno de los
comentaristas más aventajados de Sade, Roland
Barthes- es esencial para la transgresión."
Las orgías de Sade presentan otro rasgo que
tal vez llame la atención del lector contemporáneo
por su carácter arcano: el empleo de la literatura para
pervertir a los jóvenes. En el siglo XVIII era común
mostrar, sobre todo a los adolescentes, volúmenes
con ilustraciones escabrosas, como los que el
pequeño Donatien había leído con detenimiento en
la biblioteca de su tío, Vénus en el claustro o Juan el
follador, y luego se les decía que hicieran lo mismo.
Para los libertinos de la generación de Sade, la
emoción que suponía desflorar a los niños o niñas
pubescentes trascendía lo meramente físico. El
proceso general de corromper a los menores e
instruirlos en el arte de la disipación había sido una
forma de libertinaje muy extendida desde el
Renacimiento. Los ciento veinte días de Sodoma se
subtitula "La escuela de libertinaje". "Los
preceptores inmorales" es el subtítulo de La filosofía
en el tocador. "¡Cuán delicioso resulta corromper,
ahogar cualquier apariencia de virtud y religión en
ese joven corazón!",2 exclama el caballero, uno de
los depravados protagonistas de La filosofía en el
tocador, al referirse a su casto acólito de quince
años.
También existía la emoción propia del
terrorismo psíquico: muchas veces el sadismo de
Sade era más mental que corporal. Durante sus
anteriores saturnales, el marqués disfrutó asustando
a sus compañeros del mismo

281
modo que disfrutaba de cualquier acto físico de
control (basta con recordar las ocasiones en que
amenazó con matar a mademoiselle Testard y a
madame Coste). Así pues, ese invierno el marqués
disponía de su nuevo elenco, seis menores y algunos
adultos resueltos como Gothon, La Jeunesse y tal
vez su propia esposa, que lo ayudarían a disciplinar
a las jóvenes presas. Puesto que la cárcel del pueblo
había estado en los sótanos de La Coste desde hacía
siglos y sólo Sade tenía su llave, es probable que una
de sus tácticas consistiera en amenazar a las
adolescentes y asegurarles que las encerraría si no
satisfacían sus peticiones.
¿Cuál fue la postura de Pélagie en relación
con estas innobles actividades? Al parecer su actitud
hacia las jóvenes contratadas era delicada, incluso
reconfortante. Todas ellas la elogiaron.

¡Cuánta calma, cuánta afable serenidad


mostró el marqués durante esas agitadas semanas!
Mientras las jóvenes cautivas lloraban y su esposa
sublimaba, ocultaba o reprimía su aflicción, Sade
pasaba los días entregado a las ocupaciones
arquetípicas de los caballeros rurales de la
Ilustración. Se informó acerca de la posibilidad de
obtener un clavicémbalo para La Coste; leía y
estudiaba con gran empeño; cavilaba sobre qué
ediciones bilingües de Virgilio debía encargar; y, en
general, solía ocuparse de su enorme biblioteca que,
aparte de la obligada literatura erótica, contenía una
gran cantidad de volúmenes "serios": los
Pensamientos, de Pascal, las Cartas persas, de
Montesquieu y muchas obras de otros philosophes
de la Ilustración. A Sade le gustaban sobre todo La
Mettrie y el barón d'Holbach, defensores del
materialismo más radical profesado por cualquier
pensador del siglo XVIII.

282
Asimismo, era aficionado a las obras religiosas, y su
colección incluía el Tratado sobre la existencia de
Dios y Vida y misterios de la Santísima Virgen.
Durante esa temporada, Sade también se
ocupó de sus propiedades y dedicó especial atención
a planificar las abundantes comidas que se servían
en La Coste. Un pedido de alimentos encargado a
Gaufridy especificaba que el marqués deseaba que
se le enviasen de inmediato los siguientes productos:
"cardos, coliflores, espárragos, judías, guisantes,
zanahorias, chirivías, alcachofas, trufas, patatas,
espinacas, rábanos, nabos, endibias, lechugas, apios,
perifollo, berros, remolachas y otras verduras".3 En
cuanto a la compañía, Sade continuó rehuyendo el
contacto con los miembros de su misma clase.
Prefería codearse con los trabajadores de sus
propiedades y la burguesía local, el alcalde de La
Coste, "amigo Paulet", y los leales Ripert y
Gaufridy, a quienes les gustaba hablar de religión.
Ese invierno, el marqués llegó incluso a fingir que le
preocupaba la moralidad de los lugareños. Cuando
un grupo de actores ambulantes llegó a La Coste y
presentó un programa doble de obras, tituladas El
marido cornudo, maltrecho y contento y El canalla
castigado, Sade ordenó que se arrancasen los
carteles de las paredes del pueblo porque eran
"escandalosos y perniciosos para la autonomía de la
Iglesia".4 ¿Estaba interpretando el papel del virtuoso
gobernante con ánimo burlesco? No del todo. Por
aquellos años, el protocolo aristocrático establecía
que la literatura erótica.debía ser privativa de las
educadas clases altas ya que, de 1o contrario, podría
plantear problemas en la psique de la plebe e
incitarla a la mala conducta.

El "episodio de las niñas" sólo duró seis


semanas.
Cabe preguntarse cuánto habría durado la bacanal,
cuán-

283
to habría tardado en cansarse Sade, si las noticias no
se hubieran filtrado. Como era de esperar, los
habitantes de La Coste y de los pueblos vecinos
comenzaron a hablar. La primera señal de alarma se
produjo cuando los padres de cuatro de las jóvenes
presentaron en Lyon una demanda, en la que se
quejaban de que sus hijas habían sido "secuestradas
contra su voluntad y mediante un proceso de
seducción".
Con ayuda del ama de llaves, Gothon,
Pélagie trazó de inmediato las líneas de estrategia
necesarias para refutar dichas acusaciones: en primer
lugar, fuera cual fuese el alcance de su hostilidad, el
abad de Sade y madame de Montreuil debían unirse
en un esfuerzo común para acallar los cargos,
aunque sólo fuera por el bien del "honor de la
familia". En segundo lugar, debían iniciarse de
inmediato negociaciones con los padres de las
jóvenes, con la esperanza de que aceptaran unas
buenas sumas y retiraran las acusaciones. En tercer
lugar, y por encima de todo, como no convenía que
las "muchachitas", que era como madame de Sade
llamaba a las jóvenes sirvientas, regresaran a sus
casas porque todavía presentaban marcas en el
cuerpo a consecuencia de los malos tratos del
marqués, había que enviarlas a distintos lugares
donde no pudieran irse de la lengua.
Una de las jóvenes decidió quedarse con la
marquesa en calidad de fregona; la elección más
segura para las otras cuatro eran los conventos.
Enviaron a tres de las ninfas a los conventos de los
pueblos de Caderousse y Jumiège, en Provenza,
cuyas monjas recibieron órdenes de no prestar
atención a los desvaríos de las jóvenes. La más
"dañada" ocasionó problemas de mayor
envergadura. La llevaron, con gran sigilo, a
Saumane, a la casa del abad de Sade, a quien la
joven relató de inmediato los sufrimientos que el
marqués le había infligido. El abad

284
escribió a los Sade y les informó de que no podría
ocultar a la muchacha durante más tiempo y que la
enviaría de vuelta a casa de sus padres, en Vienne.
La violenta respuesta de la marquesa, con un
marcado tono recriminatorio, indica que la ética del
abad no había mejorado con el paso de los años.

Cuando, esta pasada temporada, se decía por toda


Provenza que escondíais en vuestro château a una
joven que habíais raptado a sus padres y que vuestro
secretario, bajo órdenes vuestras y pistola en mano, se
negaba a entregársela; cuando dos mujeres
procedentes de Lyon me visitaron recientemente para
quejarse del severo trato que aseguraban haber
recibido en Saumane, acallé los rumores, guardé todo
en secreto e hice cuanto estaba en mi mano para
desmentir tan terribles difamaciones. Espero que, en
mi caso, tengáis la amabilidad de obrar de manera
similar, que neguéis las afirmaciones de la joven y,
sobre todo, que hagáis lo posible para que no regrese a
Vienne [ ... ] lo que sería peligroso, porque ella no
hace más que contar invenciones aterradoras.5

Pélagie escribió a continuación mentiras


igual de flagrantes, como que "su esposo no había
puesto un pie en La Coste desde hacía un año".6 No
obstante, su crítica del abad parece haberse basado
en hechos reales, ya que éste aceptó esconder a la
adolescente maltratada durante un tiempo. Algunas
semanas después, comenzó a preocuparse de nuevo
y en esta ocasión suplicó a Gaufridy que le ayudara
a deshacerse de ella. La había escondido en
Saumane, afirmó, "por el bien de ciertas personas
que no merecen mi consideración y con quienes no
deseo mantener trato alguno".7

285
En una vorágine de parientes avariciosos,
cautivos rebeldes, sirvientes conspiradores,
acusaciones verdaderas y falsas y amenazas de
chantaje desde todos los flancos, el caos se apoderó
de la vida de los Sade durante los siguientes meses.
Las tres jóvenes que habían enviado a los conventos
lograron escapar, pero miembros mayores del
personal de los Sade las secuestraron de nuevo y las
destinaron a otras instituciones religiosas. La madre
de la adolescente que había decidido quedarse al
servicio de la marquesa llegó a La Coste para
llevarse a su hija, pero mediante "varios sobornos y
baratijas"8 Gaufridy la convenció de que la dejase en
La Coste.
Sin embargo, en marzo de 1775 surgió otro
problema. Nanon, la voluptuosa doncella de
veinticuatro años contratada el otoño anterior, dio a
luz a un niño y aseguró que Sade era el padre. (La
acusación no es forzosamente cierta ya que, por lo
que se sabe, ella entró a formar parte del servicio de
los Sade en octubre.) Los Sade la amenazaron y le
aseguraron que la arrestarían; Nanon abandonó La
Coste, profiriendo "un millón de impertinencias", y
se refugió en un pueblecito vecino. A la marquesa le
preocupaba que Nanon se uniera al grupo de padres
que ya habían presentado cargos contra Sade y
propagase nuevos y peligrosos rumores por toda la
provincia.
Para acallar a Nanon, Pélagie tuvo que pedir
ayuda, por primera vez en varios años, a su madre.
La Présidente, movida por su anhelo de conservar
una imagen decorosa, reaccionó con eficiencia y
solicitó una orden judicial gubernamental para
apresar a Nanon, pero la joven causó un gran daño
durante las semanas que se tardó en procesar la
orden de arresto. Pélagie, presa del pánico y
dispuesta a cometer cualquier imprudencia por el
bien de su esposo, acusó a Nanon de robar tres
bande-

286
jas de plata. Nanon, consciente del peligro que
corría, pidió ayuda al prior del convento de Jumiege.
Cuando los Sade enviaron a tres sirvientes a la
abadía para atrapar a la joven, el prior no sólo la
protegió sino que además expresó su ira al abad de
Sade y le aconsejó que se las arreglase para
encarcelar a su sobrino durante el resto de su vida.
Saltaba a la vista, añadió el prior, que la marquesa
de Sade era tan indigna como el marqués ya que "en
su casa nadie recibió la [comunión] de Pascua, y
porque ella permite que sus jóvenes sirvientes
masculinos mantengan relaciones con una mujer
casada luterana"9 (la absurda alusión hace referencia
a Gothon, el ama de llaves protestante, y a su
amante, La Jeunesse).
La situación se complicó aún más cuando la
madre del joven André también acudió a La Coste
con la intención de llevarse a su hijo, aunque hasta
aquel entonces ella le había aconsejado que se
dedicase en cuerpo y alma a servir a sus señores.
Durante el resto del año, el "episodio de las niñas", o
el lado oscuro de la vida de Sade, continuó
envolviéndose en capas y más capas de mentiras,
silencios cobardes, silencios engañosos, traiciones y
amenazas. Los acontecimientos acaecidos durante
esos meses pueden interpretarse gracias a varios
documentos legales y a la majestuosa reaparición de
madame de Montreuil en los sombríos asuntos de
sus hijas.

Los biógrafos de Sade han difamado en gran


medida a la Présidente de Montreuil. El lector debe
tener en consideración el estrecho margen de sus
opciones: ¿cuál era, de hecho, su alternativa? Ya se
le había acabado la paciencia. Durante la primera
década del matrimonio de los Sade, su paciencia y
devoción habían excedido la llamada del deber. No
sólo había rescatado a Donatien de

287
todos sus apuros, le había devuelto la libertad y lo
había salvado de la ruina y otras modalidades de la
deshonra, sino que también había sido el único ser
humano, aparte de su esposa, que le había mostrado
un cariño verdadero y le había brindado un amor
maternal constante. La Présidente era severa con el
marqués, pero se trataba de una severidad
apasionada, conducta que superaba con creces el
trato indiferente y egoísta de los parientes de
Donatien.
Aun así, sus cartas ponen de manifiesto que,
aunque hubiera perseguido implacablemente a
Donatien durante los últimos años, al enterarse del
"episodio de las niñas", su odio hacia él se
intensificó. Había descubierto que su yerno era
capaz de alcanzar grados de corrupción que ni
siquiera había imaginado; aparte de la amargura de
la traición, la Présidente sin duda experimentó el
sinsabor propio del desengaño.
La Présidente entró de nuevo en la órbita de
los Sade a principios de 1775, algunas semanas
después de que los padres de las jóvenes maltratadas
lanzaran las acusaciones contra el marqués. Al
escribir al abogado Gaufridy, con quien había
comenzado a cartearse hacía poco tiempo, la
Présidente abordó temas como el procedimiento que
había que seguir respecto de las jóvenes "dañadas";
cómo acelerar el proceso de curación y la fecha de
su regreso a casa de sus padres. Sin embargo, le
inquietaba aún más la terrible influencia que el
marqués ejercía sobre su esposa: "¿Acaso puede una
madre estar tranquila cuando sabe que su hija
comparte el techo con semejante hombre y ni
siquiera está segura de que las noticias relativas al
destino de su hija son ciertas o falsas? -escribió a
Gaufridy-. Si no estuvieran juntos, estaría más
tranquila. Pero, dadas las circunstancias, cada vez
que recibo una carta me estremezco". A la Pré-

288
sidente le preocupaba más que nada la ciega
sumisión de Pélagie: "Nunca se quejará. Ella
preferiría que la torturaran a admitir que su esposo le
ha hecho daño". Madame de Montreuil incluso
insinuó que Pélagie, debido a su constante
conformidad, podría ejercer un influjo negativo
sobre el marqués: "Cuando está en el castillo con
ella, se cree demasiado poderoso y seguro y se
permite todo tipo de excesos. En otros lugares, se
controla mucho más".
En esta larga y consternada carta, la
Présidente alega que su hija es prisionera del
marqués. "¿No podríais encontrar junto con
Saumane [el abad de Sade] un modo de que esta
prisionera disfrute de cierta seguridad y consuelo,
porque se dice que está encerrada [en el castillo] y
que no se le permite salir? Todos temen al marqués,
y esta capacidad para infundir miedo, que tan bien
ha cultivado, forma parte de su poder y vileza." 10
No es de extrañar que madame de Montreuil
comenzara a escribir a Gaufridy, ya que, durante los
meses anteriores, enfurecida por la pereza y el
cinismo del abad de Sade, había interrumpido los
intentos de hacerle entrar en razón que había
efectuado durante una década. Una de las últimas
cartas que le había escrito decía así:

La indolencia filosófica que vos y monsieur el


comandante [el tío mayor de Donatien] mostrasteis en
esos momentos críticos en que era preciso tomar
acciones enérgicas, me hacen pensar que no debo
esperar que me ayudéis jamás [ ... ] ¿Es posible que en
una familia numerosa de nombre tan distinguido [ ... ]
nadie haya tenido la resolución de discutir de manera
convincente con él y ayudarle a seguir un camino
recto? [ ... ] Su familia [ ... ] renunció por completo a
tal empresa, y sus acusaciones y furia recayeron única
y exclusivamente sobre

289
mí: calumnias, libelos, no me libré de nada. [
... ] Mantiene cautiva a su desdichada esposa
y la obliga a ejecutar sus infames maniobras.
[ ... ] ¡VOS estáis tan sólo a veinte kilómetros
de distancia! ¡Y no sois capaz de realizar el
viaje en compañía de una persona de
confianza para imponer un poco de orden y
hablar con firmeza!1l

Unos meses después, madame de Montreuil


reanudó sus esfuerzos por enmendar "el gran asunto"
y obtener la revocación del veredicto de Marsella
contra el marqués. Su tentativa de convencer al abad
de que se desplazara a Aix y hablara con el fiscal lo
incitó a rebelarse contra ella. "No, no iré a Aix para
formular tan absurda petición al fiscal-escribió a
Gaufridy-. No haré el viaje hasta que se haya
obtenido un decreto que asigne de nuevo
jurisdicción en este caso. [...] Ésta es la postura de
mi familia y la respetaré, aunque siento que no
coincida con las ideas de esa mujer [madame de
Montreuil], que cree que somos autómatas diseñados
para materializar su voluntad y que siempre
despotrica contra mí y lo que ella considera mis
iniquidades". 12
El principal objetivo de madame de
Montreuil era asegurar el futuro de sus nietos
salvaguardando la reputación de la familia. Se
conformaba con que Donatien se marchara a otro
país, siempre y cuando no se hablase él. El abad de
Sade, que no tenía que proteger a hijo alguno,
sostenía opiniones mucho más implacables. Hacia la
primavera de 1775, su único deseo era
desembarazarse de su sobrino y verlo encarcelado de
por vida. Sugirió que, dado que el marqués había
"mancillado la reputación de toda la familia", la
única manera de resolver el dilema consistía en que
el marqués estuviera bajo "la custodia del rey"13
En medio del revuelo producido en La Coste,
la angustia invadió a madame de Montreuil cuando
algunos

290
conocidos de Provenza le anunciaron que su hija
estaba embarazada, una posibilidad que "constituiría
una enorme desgracia para ella y una fuente de
problemas para mí". Quizá Pélagie tuvo un aborto y
quizá no; en cualquier caso, pronto se demostró que
los temores de su madre eran infundados.
En cuanto al otro embarazo que atañó al clan
Sade Montreuil esa temporada, el de Nanon, se
resolvió de un modo que pone de manifiesto la
faceta más desagradable de ambas familias. Gracias
a la diligente presión de la Présidente en los
tribunales de París, finalmente se emitió una orden
de arresto contra Nanon. Es muy posible que fuese
ella quien facilitara al marqués su presa núbil y que,
al igual que quienes habían participado en las orgías
celebradas en La Coste ese invierno, se valiese de
estratagemas basadas en el chantaje y se ofreciese a
retirar los cargos contra Sade a cambio de cierta
suma. No obstante, el destino que le impusieron los
Sade y los Montreuil fue, cuando menos, deplorable.
Hacia mediados del verano, la encerraron en un
correccional en Arles que la Présidente había
escogido en persona, y tuvieron que transcurrir
varios meses antes de que le informaran de que su
bebé había fallecido en brazos de su nodriza.
Madame de Montreuil consideraba que la institución
de Arles era el lugar idóneo para la joven ya que le
ofrecía "todo lo necesario: humanidad pero también
discreción y seguridad". Nanon tardó tres años en
salir de esa prisión.

Durante los primeros meses del éscandalo, el


marqués permaneció impertérrito. Perplejo pero
complacido, escribió a Gaufridy sobre su creciente
reputación como el Gilles de Rais, el Barba Azul, de
Provenza. "Por

291
aquí me toman por un hombre lobo. Esas pobres
pollitas con sus aterrorizados comentarios."14 Sin
embargo, a mediados de verano, comenzó a sentirse
amenazado. La madre del joven secretario todavía
acosaba a la familia, y la marquesa tuvo que llevarse
al muchacho a Aix y pagar a su madre.
A finales de julio, se efectuó otra redada
infructuosa en La Coste. El marqués, que se ocultó
durante varias horas bajo el alero del tejado, se salvó
del arresto por muy poco. Acusó de nuevo a su
suegra de haber planeado esta incursión, pero ella
replicó que no había tenido nada que ver y se
lamentó de la catastrófica influencia que los Sade se
ejercían entre sí: "Si continúan juntos [...] la
arrastrará al abismo -escribió a Gaufridy-. Habría
que darle la vuelta al mundo para protegerla de sus
propias debilidades. [...] Sus infelices hijos, a
quienes tengo adelante en estos momentos, me
rompen el corazón, pero no puedo hacer milagros,
sobre todo teniendo en cuenta que los padres
desbaratan mi trabajo cada vez que estoy a punto de
acabarlo". 15
La última redada de la policía pareció afectar
a Sade. La sensación de seguridad de la que siempre
había disfrutado en La Coste se había desvanecido
de repente. Tal vez Gaufridy lo convenció de que
abandonara el país durante un tiempo. A finales de
julio, volvió a huir a Italia junto con La Jeunesse Y
otro compañero de viaje, el jefe de la oficina de
correos del pueblo vecino de Courthézon. El
marqués empleó de nuevo el nombre de "conde de
Mazan, coronel del ejército francés".

Apenas existe documentación sobre los dos


primeros viajes del marqués a Italia. Aparte del
hecho de que permaneció al menos diez días en
Venecia, no se sabe,

292
por ejemplo, qué ciudades visitó en 1772, durante el
breve y tormentoso viaje que compartió con su
cuñada o en el transcurso de su corta huida dos años
después. Sin embargo, el viaje de 1775 se halla
descrito con todo lujo de detalles en un diario, que
no se publicó hasta 1995, con el largo título que el
propio marqués le puso: Voyage d'Italie, ou
Dissertations critiques, historiques et
philosophiques sur les villes de Florence, Rome et
Naples, 1775-1776.16 Por lo visto, la vocación de
escritor estuvo rondando a Sade, ya que ésta es la
primera de sus obras literarias que probablemente
tuvo la intención de publicar. Se tomó tan en serio su
trabajo que, cuando el viaje tocaba a su fin, contrató
a un artista de cierto renombre, Jean-Baptiste Tierce,
para que lo ilustrara.
Durante el siglo XVIII, numerosos
aristócratas europeos publicaron sus memorias de
viaje. En ellas, la mayoría reflexionaba largo y
tendido sobre el principio que estaba más de moda
en la ilustración, la relatividad de las costumbres y
las convenciones humanas. Es la característica
principal que compartían con el Voyage d'Italie, de
Sade, que se destaca de otras obras por la insólita
variedad de temas que aborda el autor y su
insaciable necesidad de juzgar, admirar y criticar un
sinfín de cuestiones estéticas y sociales. Los pintores
favoritos de Sade eran Tiziano y el Veronés, y las
obras de arte que más admiraba eran la
Transfiguración, de Rafael, y, en lo que a
antigüedades se refiere, el Hermafrodita de los
Uffizi y la Venus de los Medici. "A uno lo embarga
una especie de emoción sagrada y dulce al admirarla
-escribe respecto de esta última-. Las proporciones
de esa estatua sublime, la gracia de su rostro, el
divino contorno de cada extremidad y el armonioso
modelado de la garganta y las nalgas resultan
ejemplares y podrían competir con la naturaleza."17

293
El marqués, al explicar los usos y tradiciones
de los florentinos, ofrece una visión
sorprendentemente sacramental e igualitaria del
matrimonio y de las mujeres. Observa una "terrible
frialdad en el vinculo marital", que aparta a las
mujeres del espíritu de dicha institución, un espíritu
sagrado que aumenta la delicadeza de cualquier alma
sensible". Las convenciones maritales de los
florentinos, de hecho, le recuerdan "a los antiguos
matrimonios romanos, en los cuales, una vez que la
mujer ha dado a su esposo varios hijos, queda
encarcelada en sus aposentos y, desde el punto de
vista social, deviene inútil".18 Sade, durante su
estancia en Florencia, presenció una ejecución
pública, por lo que también se explayó en
consideraciones sobre su apasionada oposición a la
pena de muerte, postura poco común en el siglo
XVIII, incluso entre los pensadores progresistas de
la ilustración.
Sade permaneció en Florencia desde
principios de agosto hasta finales de octubre y luego
se dirigió a Roma, desde donde escribió a su esposa
para que le enviara un nuevo trousseau de diez trajes
y veinticuatro camisas. En la Ciudad Santa, Sade
visitó a un conocido y libertino clérigo, el cardenal
de Bernis. Bernis, el embajador de Francia en Roma,
se reunía en los sótanos del Vaticano con numerosas
mujeres de la alta sociedad y era buen amigo de
Casanova, con quien había compartido los favores
de dos monjas venecianas. El cardenal ofreció a
Sade el primer boceto de carne y hueso de un
importante personaje de su novela Juliette, en la que
aparece con su nombre verdadero. Aunque sin éxito,
el marqués parece haber pedido al cardenal una
audiencia privada con el papa Pío VI, a quien
también describiría en la novela, aunque de manera
completamente ficticia y escabrosa. En Provenza, la
marquesa pregonó a los cuatro vientos la presencia
de Sade en la coronación del San-

294
to Padre con la intención de beneficiar a su marido.
¡Puesto que había visto al Santo Padre en persona,
anunció Pélagie, el marqués estaba a punto de
reconvertirse a la Iglesia! "Las noticias sobre la
devoción del marqués están extendiéndose por toda
la provincia -escribió a Gaufridy-. Os advierto, para
que después no os sorprendáis, que estoy contando a
todos que el marqués ha visto al Papa."
A pesar de su entusiasta interés por la Santa
Sede y sus frecuentes censuras de la depravación de
los italianos, Sade prosiguió su viaje con la intención
de satisfacer sus propios intereses amorosos. Una de
sus conquistas fue una hermosa matrona florentina,
Chiara Moldetti, esposa de un agente de aduanas.
Madre de cinco hijos y embarazada, cayó presa de
una violenta pasión por el marqués. Él le
correspondió con idéntico ardor, pero se cansó de
ella al cabo de varias semanas, y el poder de su
hechizo sobre las mujeres volvió a reflejarse, con
mayor intensidad aún, en las docenas de desoladas
cartas que la abandonada dama le escribió una vez
que hubo concluido su aventura. "Perdonadme por
amaros con los sentimientos más apasionados de un
corazón sincero -se lamenta en una de sus misivas-.
¡Cómo me hacéis temblar de ira y dolor al recibir
una carta tan fría e inmerecida cuando esperaba justo
lo contrario! [ ... ] Ah, tesoro mío, si me abandonáis
[ ... ] sabré entonces que vuestro corazón es uno de
los más deshonestos e insensibles jamás habidos. [ ...
]"19 A pesar de su resentimiento inicial, Sade fue
padrino del hijo de Chiara, que nació pocas semanas
después de su último encuentro.
Desde Roma, Sade se dirigió a Nápoles, a
cuyos habitantes tenía en menor estima que a los de
Roma y Florencia, lo que lo indujo a escribir varios
pasajes moralizadores más: "Resulta doloroso [ ... ]
constatar que el país

295
más hermoso del mundo está habitado por su especie
más salvaje".20 "Esas deliciosas emociones, [...] que
bastan para pulir y civilizar la conducta moral, son
del todo desconocidas en Nápoles, y es probable que
se fomente durante mucho tiempo ese
comportamiento indecente y grosero que escandaliza
a las sociedades más distinguidas."21 "¡En qué se han
transformado la virtud y la salud en un pueblo cuya
moralidad está tan degradada, donde la menor
tentación de percibir beneficios económicos basta
para provocar el crimen y derrocar cualquier noción
de probidad, honor y virtud!"22 Con todo, la aversión
del marqués hacia Nápoles no era infundada. Fue en
esta ciudad donde "el conde de Mazan, coronel del
ejército francés" tuvo su percance más desagradable.
Debido a un caso de identidad falsa originado por su
seudónimo -sus noms de guerre siempre le
acarrearían problemas-, el marqués fue confundido
con otro francés que en aquellos momentos también
viajaba por Italia, un recaudador de impuestos sobre
la sal que había malversado el equivalente a varios
cientos de miles de dólares de su gobierno y que se
refugiaba en Nápoles con un nombre falso. El
encargado de negocios de Francia en Nápoles inició
las investigaciones y los funcionarios del ejército
francés le comunicaron que en sus filas no figuraba
oficial alguno que respondiese al nombre de Mazan.
Por lo tanto, para evitar el arresto Donatien reveló su
verdadero nombre. Las autoridades no se fiaban de
su documentación por lo que la policía napolitana
vigiló de cerca los movimientos del marqués y
censuró su correspondencia. Al no haberse
presentado ante el rey de Nápoles, tal y como
dictaba la costumbre, por su desdén hacia la vida
cortesana, Donatien no pudo recurrir a los círculos
de la realeza en busca de ayuda. El problema era tan
grave que Pélagie calibró la posibilidad de despla-

296
zarse hasta Nápoles con el fin de rescatar a su
esposo, pero la falta de fondos se lo impidió.
El enredo se resolvió por fin cuando un
importante funcionario de la corte de Fernando IV,
que había trabado amistad con Donatien, aseguró a
las autoridades francesas que el marqués nada tenía
que ver con el desfalcador al que deseaban
aprehender. Sade acabó por comparecer ante el rey,
que quedó tan cautivado que le ofreció un cargo en
la corte. Sin embargo, el incidente había asustado a
Sade, quien, además, echaba de menos a su esposa.
Al percatarse de que corría el riesgo de que lo
desenmascarasen en cualquier momento, abandonó
Nápoles en mayo de 1776 y regresó a Francia
pasando por Bolonia y Milán.
Durante todos estos meses, Sade continuaba
lanzando invectivas contra su suegra en sus cartas.
"Poneos en mi lugar y sentid todo el horror de mi
situación", rogó a Gaufridy.

[ ... ] En verdad, madame de Montreuil desea mi ruina


y la de mis hijos. [ ... ] Esa abominable criatura, con
un encanto (que recibió del demonio, a quien sin duda
vendió el alma) que ejerce un poderoso hechizo sobre
los demás, domina todo cuanto toca. [ ... ] En cuanto
sus mágicos atributos ciegan a alguien, estoy perdido
y sólo valgo para que me lancen a los perros. Todos
los implicados [ ... ] se quejan de que me trata
injustamente [ ... ] pero nadie se atreve a ponerse de
parte de los oprimidos, los indefensos. [ ... ] Mientras
no se me rehabilite, cada vez que aparezca una arpía
flagelada todos dirán: "Es obra del marqués de
Sade".23

Lo que el marqués no sabía era que la


seguridad y libertad de que había gozado durante el
año que había

297
pasado en Italia eran ilusorias. Gracias a la perpetua
vigilancia de su suegra, el inspector Marais, su
antagonista durante la década anterior, había seguido
la pista de cada uno de sus movimientos en la
península.

298
Notas

1 Bourdin, introducción a las entradas de 1775, p.


19.
2 Sade, La Philosophie dans le boudoir, p. 24.
3 Fauville, p. 105.
4 Ibíd., p. 104.
5 Madame de Sade al abad de Sade, febrero de 177
5. Lely, Vie, p. 244.
6 Ibíd.
7 Abad de Sade a Gaufridy, 28 de marzo de 1775.
Bourdin, p.29.
8 Fauville, p. 108. 9 Lely, Vie, p. 251.
10 Madame de Montreuil a Gaufridy, 8 de abril de
1775. Bourdin, pp. 30-32.
11 Madame de Montreuil al abad de Sade, 22 de
noviembre de 1774. Pauvert, vol. 1, pp. 355-357.
12 Abad de Sade a Gaufridy, Bourdin, p. 32.
13 Abad de Sade (destinatario desconocido), 13 de
diciembre de 1775. Bourdin, p. 47.
14 Sade a Gaufridy, sin fechar (probablemente
primavera de 1775). Ibíd., p. 33.
15 Madame de Montreuil a Gaufridy, 26 de julio de
1775. Ibíd., p. 39.
16 Sade, Voyage d'Italie, ou Dissertations critiques,
historiques et philosophiques sur les villes de
Florence, Rome et Naples, 1775-1776, ed. Maurice
Lever, Librairie Artheme Fayard, París, 1995.
17 Ibíd., p. 64.
18 Ibíd., p. 72.
19 Todas las cartas de Chiara Moldetti a Sade están
publicadas en Lever, apéndice 8, pp. 837-847.

299
20 Sade, Voyage d'Italie, p. 177.
21 Ibíd., p. 186.
22 Ibíd.
23 Sade a Gaufridy, sin fechar (probablemente otoño
de 177 5). Bourdin, p. 44.

300
14

La trampa

Cuatro hileras de huellas rodeaban la mesa. Allí, las


cincuenta cortesanas más hermosas de Roma, ocultas
bajo montículos de flores, sólo permitían que
asomasen sus traseros, de tal modo que sus culos,
rodeados de lilas, claveles y rosas, presentaban los
aspectos más deliciosos de la naturaleza y la
sensualidad.
]ULIETTE

Durante la ausencia de su esposo, la


marquesa de Sade pasó el invierno más duro de su
vida. A pesar de la eficaz intervención de su madre
en el "episodio de las niñas", ésta todavía la trataba
con hostilidad. Tres de las adolescentes se habían
escapado de los conventos y se encontraban en
diferentes rincones de Provenza, lo que suponía una
grave amenaza, pues podían hablar con las
autoridades. La joven a quien el abad de Sade había
alojado había sido trasladada al hospital de L'Isle-
sur-la-Sorgue y luego a la casa de Ripert, en Mazan,
de donde había huido para regresar a la casa de sus
padres, en Vienne. La joven se puso a "gañir", según
Pélagie, ante el juez local. La adolescente que se
había quedado al servicio de la marquesa contrajo el
sarampión. A pesar de que el médico de los Sade, el
doctor Terris, la visitó a diario, la

301
joven falleció, lo que no benefició en absoluto la
reputación cada vez más empañada de los Sade.
Pélagie también tuvo que hacer frente a las
penurias económicas. En otoño informó a su madre
de que ni siquiera tenía dinero para reparar los
cristales rotos de las ventanas de La Coste antes de
que llegara el invierno. Al margen de los problemas
de índole doméstica, madame de Sade no
congeniaba con el pastor del pueblo, "ese tipejo de
párroco",1que era como lo llamaba, ya que usurpaba
a menudo sus derechos como señora del pueblo.
Además, el "gran asunto" judicial, la apelación del
fallo de Marsella, se alargaba interminablemente.
Sólo un decreto real podría garantizar que lo
llevarían a los tribunales, pero nadie estaba
dispuesto a hablar con Luis XVI sobre el asunto de
Sade por temor a conmocionar al joven y puritano
monarca ("No conviene mancillar la imaginación del
joven rey con los escabrosos detalles de semejantes
episodios",2 declaró madame de Montreuil, quien
estaba haciendo todo lo posible por revocar el
veredicto de Aix, aunque sólo fuera por el bien de
sus nietos). Por añadidura, el abad de Sade
continuaba haciendo campaña a favor del
encarcelamiento de Donatien, y el esfuerzo de
Pélagie en Aix sólo había servido para suscitar su
desdén. "Esa señora causará una impresión muy
pobre en esa ciudad, donde todos saben que ha sido
cómplice de su esposo en las últimas orgías. Sé que
los acontecimientos de La Coste enfriaron la buena
voluntad de abogados y fiscales."3 Al corriente de lo
sucedido en su casa gracias a sus corresponsales, el
marqués montó en cólera por la hostilidad mostrada
a su esposa: "¿Es que estoy destinado a que, cada
vez que me doy vuelta, se lancen sobre mi pobre
esposa y le aconsejen que cometa toda clase de
tonterías?",4 escribió a Gaufridy desde Italia.

302
Sade regresó a Provenza en el verano de 1776
después de pasar varias semanas en Grenoble, donde
contrató a un joven "secretario" para sustituir al que
se había marchado tras el escándalo del invierno
anterior (al cabo de unas semanas lo despediría para
contratar a otro aún más joven). De vuelta en La
Coste, Sade reanudó sus actividades favoritas:
atender su propiedad, leer, estudiar y preocuparse de
los diversos libros que necesitaba encargar, como
historias adicionales de la iglesia. Sade se entregó de
lleno a una ocupación practicada por un gran
número de nobles del siglo XVIII: organizar la
colección de "antigüedades y curiosidades" que
había comprado durante su viaje a Italia. Aunque su
abogado en Aix, monsieur Reinaud, un viejo
conocido, considerara "una auténtica insensatez"
que, teniendo en cuenta sus problemas legales,
Donatien se remitiese por correo ordinario aquellas
extravagancias, Sade adoraba los doscientos setenta
kilos de objetos que había enviado a La Coste:
ánforas griegas, lámparas y mármoles antiguos,
urnas funerarias, trozos de lava del Vesubio, vasijas
etruscas, esponjas marinas, cientos de conchas de
mar, dos cómodas de mármol vesubiano e
innumerables libros, entre ellos tratados sobre la
existencia de Dios, diccionarios de rima y
manuscritos originales de las cartas de madame de
Pompadour.
Sade pasaba las horas de la tarde en su
estudio, escribiendo el Voyage d'Italie con la
esperanza de que la literatura le proporcionase una
nueva carrera, una nueva fuente de ingresos. Su
esposa, no sin orgullo, lo llamaba "el autor". Sade
mantuvo correspondencia con varios amigos de
Italia a quienes había contratado como ayudantes de
investigación para su proyecto literario y que le
enviaban la documentación que encontraban en los
archivos y bibliotecas. Durante varios meses,
pareció

303
experimentar la dicha que sólo La Coste le brindaba,
la sensación primigenia de que, mientras
permaneciese entre las murallas de su castillo,
estaría a salvo. Era justo esa ilusión de
invulnerabilidad la que siempre originaba su
perdición. Impelido una vez más por una
megalomanía que, por aquel entonces, había cobrado
dimensiones míticas, Sade, tras dos meses de
aislamiento rural, mandó ensillar sus caballos y se
dirigió hacia Montpellier con la única intención de
contratar a más sirvientes jóvenes.
La conducta del marqués se torna cada vez
más incomprensible. ¿Acaso sus delirios eran tan
desproporcionados y los deseos alimentados por su
"yo grandioso y arcaico" tan desesperados que era
incapaz de controlarlos incluso cuando saltaba a la
vista que ponían en peligro la poca libertad que le
quedaba? ¿Era Sade uno de aquellos jugadores cuyo
placer se intensifica al correr los riesgos más
grandes? Donatien eligió el momento más frágil de
su vida, un momento de respiro de los escándalos
cada vez más violentos que marcaban su vida, para
meterse en otro lío.
Al llegar a Montpellier, convenció a una
joven mujer llamada Adelaide de que lo acompañara
a La Coste, asegurándole que de lo único que se
podría quejar en el castillo sería de su "soledad".
Luego consiguió la ayuda de un fraile de
Montpellier para reclutar a otra joven. Tras afirmar
al padre de la muchacha que la casa de los Sade era
"casi como un convento" en lo que a su rigor moral
se refería, el padre Durand ofreció a Sade a
Catherine Trillet, la hermosa hija de veintidós años
de un tejedor de la zona. Pocos días después, el
fraile acompañó a mademoiselle Trillet a La Coste,
donde el marqués le dio un nuevo nombre: Justine.
Sin embargo, dos meras adquisiciones para
su harén no satisfacían a Sade, que deseaba recrear
la orgía en gru-

304
po que había celebrado el año anterior en La Coste.
Algunas semanas después de regresar a casa de su
viaje a Montpellier, Donatien pidió al padre Durand
que le facilitase otras cuatro sirvientas jóvenes: una
doncella, una fregona, una peluquera y otra
secretaria. Aparte de la preocupación que le
causaban los gastos que el marqués realizaba al
contratar "personal doméstico" adicional, a la
marquesa no parecían desconcertarle los caprichos
de su esposo. ¿Acaso empezaba a hastiarse de los
excesos de Donatien? ¿Estaba más resuelta que
nunca a colaborar en sus bacanales para conservar a
su amor? Lo único que revelan las cartas de Pélagie
de ese período es que había poca comida en La
Coste y que quedaban pocas provisiones de leña y
ropa. Asimismo, como muchos de los cristales de las
ventanas estaban rotos y durante esos días el brutal
viento de Provenza, el mistral, ululaba por toda La
Coste, Pélagie tenía que quedarse con frecuencia en
la cama para no pasar frío.
En el invierno de 1776, madame de
Montreuil envió al fin un poco de dinero a su hija, a
través de Gaufridy, aunque le impuso severas
restricciones con respecto a su uso. Sólo podría
gastarlo en alimentos y en las reparaciones más
necesarias del château, y el notario tendría que
extender a la Présidente un informe que detallara en
qué se empleaba cada céntimo. A la marquesa le
afligía lo que ella interpretaba como otro ejemplo
del despotismo de madame de Montreuil. Si su
madre deseaba ayudarla, ¿por qué no le enviaba el
dinero directamente? "Sus enrevesados planes
carecen de sentido y os ocasionarán muchos
problemas -escribió a Gaufridy-. No tengo un
céntimo [...] y necesito unos mil escudos [tres mil
libras] para pasar el invierno."5
A finales de diciembre llegó a La Coste, en
compañía del padre Durand, el grupo adicional de
jóvenes que

305
el marqués había contratado. No se quedaron
durante mucho tiempo. La noche de su llegada,
después de retirarse a las dependencias de los
sirvientes, situadas en el piso más alto del château,
cada una de las adolescentes oyó que alguien
llamaba a la puerta. Era el marqués que, con un
monedero lleno en las manos, les prometió una
recompensa si accedían a sus deseos. Todas se
negaron (o eso aseguraron después) y se consultaron
entre sí en cuanto el marqués se hubo marchado.
Con la excepción de CatherinelJustine, la primera
joven contratada para el nuevo ciclo de orgías, que
decidió quedarse, al amanecer del día siguiente las
adolescentes habían huido del castillo y se
encontraban camino de Montpellier.
Durante cierto tiempo, el drama representado
en La Coste degeneró en una farsa. Las cinco
fugitivas fueron derecho a la casa del padre de
Catherine. Monsieur Trillet, iracundo, se dirigió a la
abadía e informó al superior del padre Durand de lo
ocurrido en La Coste. El padre Durand,
escarmentado, alegó que había oído hablar del
carácter morboso del marqués pero que le habían
dicho que se había arrepentido y que incluso se
había reconvertido a la Santa Madre Iglesia. Aún así,
el padre Durand fue expulsado del monasterio y el
furioso padre de CatherinelJustine se encaminó a La
Coste con la intención de reclamar justicia. Irrumpió
en el castillo un viernes por la noche y exigió ver al
marqués. A continuación se desató una violenta
discusión y los dos hombres llegaron a las manos.
Mientras el marqués intentaba expulsar a Trillet del
castillo, el intruso disparó su pistola, que resultó
estar cargada con balas de fogueo, a pocos
centímetros del pecho del marqués. Acto seguido,
Trillet huyó al pueblo y, una vez allí, difundió todo
tipo de habladurías sobre los Sade. Su hija, que
durante el altercado se mostró partidaria de su señor
y

306
se negó a regresar a su casa, intentó "calmar a su
alterado [padre]".
El agresor de Sade no parece haber sido un
hombre muy equilibrado. Se rumoreó que, durante
los siguientes dos días, Trillet consumió grandes
cantidades de vino mientras deambulaba por La
Coste," intentando negociar con varios
representantes del marqués, como el alcalde, con la
esperanza de recibir un soborno. Después que le
ofrecieran un luis de oro para cubrir sus gastos de
desplazamiento, Trillet regresó a su casa el lunes
siguiente, aunque anunció que presentaría cargos
contra el marqués. Esa misma semana, el marqués
visitó a su notario con la intención de entablar a su
vez una demanda contra su agresor.

Por primera vez en su vida, Sade había


superado un episodio que lo había inducido a un
doloroso proceso de introspección. Su más apreciado
y viejo amigo, Gaufridy, le advirtió de los peligros
que correría si llevaba a juicio a Trillet. Sade se
había vuelto demasiado célebre, arguyó el abogado,
y otra racha de publicidad acabaría con él por
completo. Lo más aconsejable era tratar de pasar
inadvertido y no emprender acción alguna. Puesto
que Sade insistía en querellarse contra Trillet,
Gaufridy consultó al prominente abogado de Aix,
monsieur Reinaud, quien se mostró de acuerdo con
Gaufridy. El fiscal del rey en Aix veía con malos
ojos a Sade, afirmó Reinaud, y un caso así constituía
una buena oportunidad para cargar contra él. En su
opinión, todo el episodio, que los Sade habían
deseado mantener en secreto, ya había levantado un
gran revuelo y las consecuencias, según Reinaud,
podían ser nefastas.
Sade comenzó a percatarse de la precariedad
de su situación. Aunque no lo habían procesado
debidamente,

307
la sociedad francesa en general lo consideraba
culpable. Ni siquiera sus propios abogados estaban
lo bastante convencidos de su inocencia para
defenderlo en público. ¿Acaso él, Donatien
Alphonse François de Sade, pariente de la reinante
familia borbónica, descendiente del rey san Luis,
había caído tan bajo que podían disparar contra él en
su propia casa con toda impunidad? No sólo su
seguridad personal estaba amenazada sino también
su sentido de la casta, su visión general de una
sociedad jerárquica. "No podía humillarme ante un
hombre que me había insultado -escribió a Gaufridy
en su tono más altanero-, porque eso habría sentado
un precedente inadmisible, sobre todo en mis
dominios [ ... ] donde resulta de todo punto esencial
que los vasallos me muestren respeto". Las
siguientes frases destilan el desdén que el futuro
revolucionario manifestaría hacia la mayoría de los
habitantes de La Coste, un desdén que contrasta con
el profundo amor que sentía por su finca y las tierras
circundantes: "He llegado a la conclusión de que los
habitantes de La Coste son mendigos aptos para la
rueda de la tortura y llegará el día en que les
demuestre mi desprecio. [ ... ] Os aseguro que si
tuvieran que morir quemados uno tras otro, yo
aportaría la leña sin inmutarme".7 A continuación
sigue un lastimero cri de coeur, que pone de relieve
que Sade era cada vez más consciente de que el
mundo estaba en contra de él: "Estoy convencido de
que si ese hombre me hubiera matado, la gente me
habría echado la culpa".8
Aparte de la creciente sensación de
vulnerabilidad legal, a Sade también lo había
aterrado el disparo a bocajarro. Existen muchos
sádicos pacíficos, y Sade era uno de ellos; durante
toda su vida renegó de los derramamientos de
sangre. Aunque se decía que había sido un soldado
valiente como el que más, Sade, a diferencia de la

308
mayoría de los miemhros de la aristocracia, nunca
había participado en un duelo y es probable que
jamás hubiera ido de cacería. Además, sus quimeras
sobre su invencibilidad señorial se habían disipado.
Le parecía que cualquier hombre podía matarlo "en
su propia casa, en sus dominios feudales" y quedar
absuelto, tanto por la justicia como por la opinión
pública. Sade tenía que afrontar el doloroso hecho de
que, a los ojos de los demás, había degenerado tanto
que se lo considera ha un proscrito. Los delirios de
grandeza que había desarrollado desde su infancia se
vinieron abajo como un castillo de naipes. Sólo esta
profunda sensación de crisis, de brusca pérdida de ]a
identidad, explica el hecho de que Sade, de buenas a
primeras, pidiera ayuda a madame de Montreuil,
aunque no hacía mucho le había escrito una carta de
diez páginas que la había llevado a decidir que
nunca volvería a tratar con él o con su hija. Madame
de Montreuil describió la misiva como una serie de
"amenazas […], improperios [...] e infamias". Desde
entonces, la correspondencia de la Présidente
también estaría repleta de intimidaciones veladas
contra los Sade. "Si me atacan, tal y como amenazan
con hacer -anunció en tono avieso en una nota a
Gaufridy-, cuento con los medios para defenderme,
y no le temo a nada ni a nadie en este mundo."')
Donatien estaba tan desesperado y su
contacto con la realidad era tan débil que, haciendo
oídos sordos de las bravatas de la Présidente, apeló
de nuevo a ella como si se tratara de su último
recurso. Si en Provenza no le hacían justicia, iría a
buscada a París, escribió a Gaufridy en relación con
el episodio Trillet, ya que todavía estaba resuelto a
llevarlo a los tribunales. Sin duda alguna, añadió,
madame de Montreuil podría encargarse de que
arrestaran a "ese hombre". Con la intención de
demostrar que aún contaba con algún apoyo en la
sociedad,

309
realizó los preparativos necesarios para marcharse a
París en febrero de 1777, con la idea de reconciliarse
con su suegra. Hacia mediados de enero, Sade había
recibido la noticia de que su madre, la condesa de
Sade, había caído enferma de gravedad y era
probable que falleciera en un futuro cercano:
Así pues, los Sade partieron hacia París,
aunque la mayoría de los miembros de su séquito les
advirtió que no lo hicieran. "El marqués está
cometiendo la tontería de meter la cabeza en la boca
del lobo -predijo el abogado Reinaud en una carta
que escribió a Gaufridy poco después de la marcha
de los Sade-. Su suegra [ ... ] planea una maniobra
sutil para lograr con la astucia lo que no fue capaz de
lograr por la fuerza. Os aseguro que él volverá a
estar en la cárcel antes de que se acabe el mes."10
La pareja viajó en carruajes separados.
Donatien iba con La Jeunesse y Pélagie con una
compañera inesperada, la joven Catherine/Justine
Trillet, quien había suplicado a los Sade que la
llevaran a París consigo.
El viaje fue agotador; los caminos estaban en
mal estado y los carruajes se estropeaban
constantemente. Al llegar a París, Donatien se enteró
de que su madre había muerto hacía tres semanas.
"El impacto de la noticia] fue aún mayor porque el
marqués había abrigado esperanzas sobre el estado
de su madre",11 informó Pélagie a Gaufridy por
carta. La noche de su llegada, el marqués se alojó en
la casa de su antiguo preceptor, el abad Amblet. La
marquesa durmió en el apartamento de su difunta
suegra en el convento carmelita de la Rue d'Enfer y
al día siguiente se trasladó al Hotel de Danemark, en
la Rue Jacob.
Fueran cuales fuesen los sentimientos del
marqués con respecto al fallecimiento de su
enigmática madre, lo cierto es que no dudó en
buscar "placer" en la capital.

310
Pocos días después de llegar a París, escribió una
carta a un antiguo conocido, nada menos que otro
abad; Donatien insinuó que se había desplazado a
París con la esperanza de aplacar la cólera de sus
suegros, con quienes todavía no se había
"reconciliado por completo", y le pidió que
organizara una buena fiesta. Tras rogar a su amigo
del alma que no diese cuenta a nadie de su regreso a
la capital, escribió: "Tengo muchas ganas de veros,
para hablaros de mis correrías, saber de las vuestras
y compartir varias juntos. […] Quedemos en un
lugar no muy frecuentado, o en vuestra casa, y
acudiré puntual, sea la hora que sea de la noche.
Entonces podremos ir de caza". 12
Sin embargo, es probable que el marqués no
tuviera tiempo de disfrutar de otra bacanal en París.
A las nueve de la noche del 13 de febrero de 1777,
se hallaba con su esposa en su dormitorio del Hotel
de Danemark cuando alguien llamó a la puerta. Era
el inspector Marais, el enemigo de Sade, a quien no
había visto desde hacía seis años y medio. Marais
traía consigo una orden de arresto judicial, una lettre
de cachet, firmada por el rey Luis XVI.
Esa misma noche, el marqués de Sade fue
trasladado a la fortaleza real de Vmcennes, lugar
donde permanecería encarcelado hasta el estallido de
la Revolución francesa, trece años después.
Se le asignó la celda número once, llamada
"una habitación con vistas" porque las ventanas eran
un poco más altas que las murallas de la antigua
fortaleza.
Dos reflexiones, escritas una semana después
del encarcelamiento de Donatien:
Madame de Montreui1: "Las cosas no
podrían ser más seguras; ¡ya era hora! [...] Ahora
todo está en orden".13 Abad de Sade: "El hombre ha
sido aprehendido y encarcelado en una fortaleza
cerca de París. Así que ahora estoy tranquilo y creo
que todos estarán contentos".14

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Notas

1 Fauville, 116.
2 Madame de Montreuil a Gaufridy, 29 de abril de
1775. Bourdin, p. 33.
3 Abad de Sade a monsieur Ripert, 10 de noviembre
de 177 5 . Ibíd., p. 46.
4 Sade a Gaufridy, 29 de septiembre de 1775. Ibíd.,
p. 43.
5 Madame de Sade a Gaufridy, 27 de noviembre de
1776. Ibíd., pp. 59-60.
6 Fauville, p. 122. Sólo este fiel cronista de la
historia de La Coste menciona el detalle de que
Trillet bebiera, que es lo que declararon varios de los
testigos.
7 Sade a Gaufridy, sin fechar (probablemente finales
del otoño de 1776). Bourdin, pp. 66-68.
8 Ibíd.
9 Madame de Montreuil a Gaufridy, 21 de enero de
1777. Ibíd., p. 77.
10 Reinaud a Gaufridy, 8 de enero de 1777. Ibíd.,
pp. 7980.
L1 Madame de Sade a Gaufridy, 10 de enero de
1777.Ibíd., p.80.
12 Sade a un abad, entre el 8 y el13 de febrero de
1777. GC, vol. 12, p. 107.
13 Madame de Montreuil a Gaufridy, 4 de marzo de
1777. Bourdin, p. 82 ..
14 Abad de Sade a Gaufridy, 23 de febrero de 1777.
Ibíd., p.80.

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