La Mirada Mítica
La Mirada Mítica
La Mirada Mítica
Carl Jung
Algunos de estos pueblos americanos tenían sistemas propios de escritura. Los mayas,
por ejemplo, quienes desarrollaron una brillante cultura en el sur de México y en el
actual territorio de Guatemala, mediante una escritura jeroglífica registraban los datos
del comercio, las noticias, e información histórica y geográfica. Además, existían
cuarenta y cuatro lenguas mayas diferentes.
Historiadores y cronistas de la época han dejado testimonio de que estos pueblos tenían
libros de papel hecho de corteza de árbol donde escribían sus historias, la genealogía y
la sucesión de sus reyes, los acontecimientos destacados de cada año, la demarcación de
las tierras, las ceremonias y las fiestas, sus leyes y sus ritos religiosos. Los misioneros
españoles que se encargaron de su instrucción religiosa también les enseñaron a hablar,
leer y escribir en lengua castellana; esto permitió que se conservaran por escrito las
noticias de su historia y el tesoro literario que solo ellos conocían y que se habían estado
transmitiendo probablemente en forma oral, de generación en generación. También se
conservan hasta la actualidad variados testimonios de las culturas prehispánicas, a través
de una gran cantidad de textos escritos en jeroglíficos sobre madera, piedra, cerámica u
otros elementos.
El náhuatl, de origen azteca, fue la lengua de mayor difusión en la zona de México y
aún hoy es hablada por cerca de un millón de personas. La literatura conservada en esta
lengua demuestra su riqueza en la gran variedad temática que presenta: narraciones
acerca del origen del mundo, de los dioses y del hombre; cantos a la alegría, la belleza y
la amistad; poemas heroicos y guerreros, como así también composiciones que expresan
el dolor y la reflexión ante la muerte.
En la cultura de estos pueblos, los mitos cumplían una función central. A través de los
relatos mitológicos, las sociedades indígenas construían y transmitían su religión, sus
valores y sus formas de ver el mundo. Los mayores leían y relataban a los más chicos
los distintos mitos que difundían las creencias en torno a la creación del mundo, a los
dioses, al rol de los hombres y la naturaleza. Las sociedades prehispánicas eran
politeístas, es decir, le rendían culto a una gran cantidad de deidades.
Las distintas mitologías precolombinas eran transmitidas tanto oralmente como a través
del lenguaje escrito. Los relatos orales eran muy importantes, ya que de esa manera las
creencias religiosas y las historias de los dioses y los antepasados llegaban a
conocimiento de los más jóvenes. La oralidad, desde los tiempos de los indígenas y
hasta nuestros días, es una de las formas más comunes de transmisión de la cultura
popular.
El pensamiento mítico
Hasta principios del siglo XX, se consideraba mito como una ficción o invención con
finalidad explicativa, que tenía como base la ignorancia y la superstición. Pero a partir
del primer cuarto del siglo, las investigaciones antropológicas dieron al mito el sentido
que le daban las sociedades arcaicas: una historia verdadera, sagrada, ejemplar y
significativa, como una dimensión sustancial de la experiencia humana. Ambos
enfoques se superponen y la palabra mito se emplea tanto para referirse a ficciones de
ubicación temporal imprecisa y con características fabulosas, como a verdad sagrada; el
pensamiento mítico se refiere a esta segunda acepción.
Los mitos son considerados hechos verdaderos por los pueblos a los cuales pertenecen,
pero no porque estos no distingan realidad de ficción, sino porque lo sagrado es para
ellos la verdad, mientras que consideran falsas las historias profanas. El carácter sagrado
del mito en estas culturas condiciona también su difusión; por ejemplo, hay mitos que
no pueden ser escuchados por mujeres o por niños y cuyo conocimiento convierte a los
jóvenes en iniciados.
Las narraciones míticas están pobladas de seres que no pertenecen al mundo cotidiano,
pero su accionar afectó directamente a los hombres, y relatan todos los acontecimientos
primordiales que provocaron que el hombre y el mundo sean hoy como son.
Para el pensamiento mítico, estas historias primordiales son las que explican la
existencia de la humanidad: así como el hombre moderno se considera el resultado de
todo un proceso histórico, el hombre de pensamiento mítico cree ser el resultado de los
acontecimientos míticos que le han contado durante toda su vida, y esto es lo que le da
sentido a su existencia.
Las prácticas rituales consisten en “vivir” los mitos y constituyen una experiencia
verdaderamente religiosa, ya que se consideran la reactualización del acontecimiento
vivido por los seres sobrenaturales. Durante estas prácticas se abandona el mundo
cotidiano para entrar en el mundo mítico, dominado por la potencia sagrada.
Para esta cosmovisión, el conocimiento del mito confiere el conocimiento del origen de
las cosas y de su sentido, y otorga, por lo tanto, la posibilidad de manipularlas. Mircea
Eliade cita como ejemplo el mito polinesio que explica el origen del mundo diciendo
que el dios separó el cielo de la tierra mediante la palabra. Estas palabras cosmogónicas
de Io, gracias a las cuales el mundo comienza a existir, son palabras creadoras, cargadas
de poder sagrado, y por eso los hombres las pronuncian en todas las circunstancias en
que haya un hecho de creación, como en la fecundación de una mujer, o en el rito de la
curación del cuerpo y del espíritu. Del mismo modo, las palabras con las que el dios
hizo brillar la luz en las tinieblas se utilizan en los ritos destinados a alegrar un espíritu
sombrío y abatido, a esparcir la claridad sobre cosas y lugares escondidos, a inspirar a
los que componen cantos y en muchas otras circunstancias en las que es necesario sacar
al hombre de la desesperación o el desánimo.
El mito
El mito cuenta una historia sagrada; relata un acontecimiento que ha tenido lugar en el
tiempo primordial, el tiempo fabuloso de los comienzos. Dicho de otro modo: el mito
cuenta cómo, gracias a los seres sobrenaturales, una realidad ha venido a la existencia,
sea esta la vida, el cosmos, o solamente unas cataratas, una montaña, un árbol o una
determinada práctica cultural, como un rito el modo de hacer un determinado trabajo.
Por este motivo, los mitos resultan ser siempre el referente y el modelo de cada acto
humano significativo.
Constituyen la religión de los pueblos que los crean porque cuentan la irrupción de lo
sagrado en el mundo material y humano. Por ese motivo, sus personajes son seres
sobrenaturales, más poderosos que los hombres. Tienen el valor de lo originario y lo
eterno, explican en forma indiscutible lo que da motivo y justifica la existencia y el
modo de existir de todo lo que se relaciona con la vida del hombre, y del hombre
mismo.
Los mitos tienen la cualidad de ser historias sagradas, y por lo tanto verdaderas para el
pueblo al que pertenecen, debido a que se refieren a realidades concretas: se cree en los
mitos que cuentan el origen del mundo porque el mundo existe, y eso los hace
verdaderos; se cree en los mitos que hablan del origen de los hombres, porque los
hombres están ahí para probarlo.
Mitos urbanos
Además de las religiones, que tienen un fundamento mítico, en cada ciudad existen
historias remotas e inexplicables, llamadas mitos urbanos, que se relacionan o bien con
algún antiguo habitante de la ciudad, o bien con algún edificio, plaza, cementerio o
cualquier otro espacio de interés para la comunidad.
La mitología griega
Lo que hoy se conoce como mitología griega involucra mucho más que los mitos
propiamente dichos que cuentan cómo los poderes sobrenaturales crearon el cosmos, el
hombre y los dioses. Incluye gran cantidad de ciclos heroicos y también cuentos
populares, pero todas estas narraciones tienen como personajes a dioses que, si bien
podían dominar las fuerzas de la naturaleza y eran inmortales, se parecían mucho a los
humanos en cuanto a que experimentaban las mismas pasiones: celos, ira, amor, rencor,
y también tenían defectos y virtudes, se equivocaban, se arrepentían y se enojaban.
Los griegos no tuvieron un libro sagrado como el Popol Vuh de los indios quiché o la
Biblia del pueblo hebreo, sino que todas estas historias circulaban oralmente, y algunas
fueron tomadas por los poetas para componer epopeyas o tragedias; de ese modo es
como llegaron hasta la actualidad.
Grecia está compuesta por una parte continental y una gran cantidad de islas entre las
que se destaca Creta. Allí surgió, aproximadamente en el año 2500 a.C., una civilización
llamada minoica (así bautizada por el arqueólogo inglés Evans quien en el año 1900
descubrió un palacio que asoció con el del legendario rey Minos, el mismo que encerró
en un laberinto al monstruoso Minotauro) y que puede considerarse en muchos aspectos
antecesora de la griega. Finalizado el esplendor cretense hacia el año 1500 a.C., fue la
civilización micénica (cuyo centro estaba en la ciudad de Micenas) la que ocupó el lugar
preponderante en la región hasta el año 1000 a.C. Si bien es cierto que durante los
últimos ciento cincuenta años se han producido numerosos hallazgos arqueológicos en
la zona –en especial desde 1873, cuando el alemán Heinrich Schliemann encontró un
objeto de oro en la zona donde se había alzado Troya–, las evidencias son tan remotas
que no echan luz suficiente para iluminar con claridad ese período. En la misma zona,
por ejemplo, se han hallado restos de once “Troyas” que indican el sucesivo paso de
pueblos similares pero diferentes.
Algo parecido ocurrió con la religión: los nuevos pueblos que hacían su aparición en el
Egeo superponían a los ya existentes sus propios dioses, aunque sin eliminar a los
anteriores. Se dio así un lento proceso de evolución y acumulación de divinidades que,
según sostiene el escritor inglés Robert Graves en Los mitos griegos, comenzó en la
“[…] Europa neolítica [que], a juzgar por los artefactos y mitos sobrevivientes, poseía
un sistema de ideas religiosas notablemente homogéneo, basado en la adoración de la
diosa Madre de muchos títulos […]”. Con el tiempo, las sociedades comprendieron la
relación entre el hombre, la mujer y los partos, y el rol masculino comenzó a ser más
valorado. Surgieron entonces los dioses masculinos, ese primitivo monoteísmo se
fragmentó y se dio el primer impulso para la proliferación de divinidades. Además,
algunas sociedades que practicaban el animismo –es decir, creían en la existencia de
espíritus que animaban todas las cosas– empezaron a interactuar con las civilizaciones
más antiguas y, finalmente, esos espíritus tan imprecisos fueron imbuidos de una forma
y un carácter humanos.
(Las musas de la Teogonía de Hesíodo)
(Patroclo y Aquiles)
Para la época en la que se compusieron la Ilíada y la Odisea, los dioses principales eran
doce y se los conocía como los Olímpicos, ya que se creía que tenían su residencia en la
cima del Monte Olimpo, la máxima elevación de Grecia. El más importante y poderoso
de ellos era Zeus, que presidía las asambleas divinas de las que participaban su esposa
(y hermana) Hera, la diosa de la fecundidad; Apolo, el dios de la medicina, la música y
los oráculos; Poseidón, el dios del mar; Deméter, la diosa de la agricultura; Ártemis, la
diosa de la caza y la virginidad; Ares, el dios de la guerra; Atenea, la diosa de la
inteligencia y la sabiduría; Afrodita, la diosa del amor; Hefesto, el dios del fuego;
Hestia, la diosa del hogar; y Hermes, el dios del comercio y mensajero de las deidades.
Pero estos dioses solían abandonar el Monte Olimpo para inmiscuirse en los asuntos
humanos y, dado que no podían presentarse ante los mortales con su verdadera
apariencia porque la energía que emanaban resultaba mortal, resolvían esta cuestión
adoptando la forma de algún humano. Las relaciones entre dioses y hombres eran muy
frecuentes y heterogéneas. De Zeus, por ejemplo, existen al menos una decena de
historias en las que se cuenta cómo descendió de su morada sagrada para disfrutar de la
compañía de distintas mujeres adoptando formas tan curiosas como las de toro blanco,
lluvia de oro, cisne, o esposo; Atenea en la Odisea ayuda permanentemente a Odiseo y a
su hijo Telémaco ya sea con la apariencia de anciano o de muchacha. Es el mortal Paris
quien tiene que actuar como juez en una contienda que consistía en determinar cuál era
la más hermosa de las diosas, y puesto que eligió a Afrodita por sobre Hera y Atenea, la
triunfadora le otorgó como recompensa a Helena, la más bella de las mortales, mientras
las otras planeaban la venganza. Este es el episodio mítico que da origen a la célebre
Guerra de Troya y en la que algunas deidades participan activamente. Aquiles, uno de
los héroes de Troya, era hijo de una ninfa y de un mortal.
Sin embargo, no debe pensarse que los humanos podían rivalizar con los dioses. Para
los griegos, los habitantes del Olimpo eran los jugadores de una partida en la que los
hombres eran solo las piezas. Eran los dioses quienes decidían si soplaba o no el viento,
si oscurecía o amanecía, si en una batalla obtenía la victoria uno u otro bando. Por eso
los hombres realizaban sacrificios en su honor, para demostrar el respeto que se les tenía
y lograr, así, que quedaran complacidos y les fueran favorables.
Todos los héroes siguen un camino de pruebas y superación, que es lo que los convierte
en héroes: el héroe no nace, sino que se construye a partir de la experiencia. Este
proceso, llamado camino del héroe, comienza siempre con el abandono del lugar natal,
a raíz de una necesidad o de un llamado. En el caso de Odiseo, es llamado para
participar en la Guerra de Troya.
La Odisea narra el viaje de regreso de Odiseo a su hogar, desde Troya. Antes de la
guerra, Odiseo reinaba en una isla llamada Ítaca, en el Mar Egeo. Cuando se desató la
Guerra de Troya, se unió al ejército de Agamenón; se despidió de su amada Penélope y
de su hijo Telémaco sin saber que pasarían veinte años hasta su retorno. Con el tiempo,
la ausencia del rey se hizo notable: algunos hombres comenzaron a cortejar a Penélope,
y fueron consumiendo la hacienda de Odiseo en un banquete casi continuo. En algún
momento, se lo supuso muerto, pero Odiseo era uno de los favoritos de la poderosa
Atenea, que no lo abandonaría.
En Troya, los griegos no podían franquear los muros y los troyanos no podían
expulsarlos. Odiseo tuvo la idea de construir un enorme caballo de madera que fue
dejado en las puertas de la ciudad como tributo a los dioses. Los griegos simularon una
retirada y los troyanos introdujeron el regalo en la ciudad, sin saber que en su interior
estaban escondidos los mejores guerreros enemigos. Esa fue la última noche de Troya.
Finalizada la guerra, cada uno debía regresar a su patria y entonces Odiseo comenzó un
camino que le demandaría diez años.
Salió de Troya al mando de una flota, saqueó la ciudad de los ciconianos, llegó a la isla
de los lotófagos donde debió salvar a sus hombres enajenados por comer una planta
narcótica, llegó a la isla de los cíclopes –rústicos gigantes de un solo ojo e hijos de
Poseidón, dios del mar–. Uno de los cíclopes, Polifemo, encerró a Odiseo y otros
compañeros en su gruta, y devoró a algunos de ellos. El ingenioso héroe pudo huir
después de cegar a Polifemo con una estaca pero se ganó el odio de Poseidón por haber
maltratado a uno de sus hijos. Llegar a Ítaca sería una verdadera proeza: nada menos
que el dios del mar haría todo lo posible por evitarlo. Odiseo y los compañeros
sobrevivientes llegaron hasta Eolia, donde Eolo –el rey de los vientos– le regaló al
héroe una bolsa con vientos. De vuelta en el mar, y mientras Odiseo descansaba, la
tripulación sintió curiosidad por el contenido de la bolsa, la abrió, todos los vientos
contenidos se soltaron y se desató una tormenta que les hizo perder el rumbo; Eolo,
enojado porque habían desobedecido la orden de no abrir la bolsa, prometió no volver a
ayudarlo. Llegaron a la isla de los lestrigones, gigantes caníbales de los que solo pudo
escapar la nave de Odiseo. La siguiente escala fue en Ea, la isla de la poderosa Circe,
que convirtió en cerdos a todos los otros tripulantes menos a Odiseo, ya que Hermes le
había facilitado un antídoto contra los poderes de la hechicera. Luego de un año de
permanecer allí, el héroe le pidió ayuda a Tiresias, un famoso adivino ciego que ya
había muerto. Entonces debió descender al mundo de los muertos, donde también debió
valerse de su astucia para poder regresar al de los vivos. La ruta que debían navegar
pasaba por los dominios de las Sirenas, seres mitad ave y mitad mujer que atraían a los
navegantes con su canto y ya no los dejaban ir. Prevenido del riesgo, Odiseo tapó con
cera los oídos de sus compañeros para que no escucharan el irresistible y enloquecedor
canto de las sirenas. Él, en cambio, se hizo atar al mástil y así pudo oír el canto sin caer
en el encantamiento. Debieron atravesar después un riesgoso estrecho custodiado por
dos horribles monstruos: Escila y Caribdis, que provocaron más bajas en la ya escasa
tripulación. Los sobrevivientes llegaron a la isla de Hiperión, el Sol. Allí hicieron, a
pesar de la clara orden de Odiseo, lo único que tenían prohibido: comer las vacas
sagradas. Como castigo, Zeus envió una tormenta de la que sólo se salvó el héroe, y así
llegó a la isla Ogigia, donde fue tomado como rehén por la ninfa Calipso, que se
enamoró de él.
Atenea le pidió a Zeus que ayudara a Odiseo, el dios accedió y envió a Hermes para
comunicarle a Calipso la decisión divina; la ninfa no pudo más que resignarse a ayudar
a su rehén a llegar a Ítaca. Partió Odiseo en una barca rumbo a la isla de los feacios,
pero una tormenta lo demoró y llegó a Feacia. Odiseo impresionó a los feacios
narrándoles todos sus padecimientos y estos, conmovidos, lo colmaron de regalos y lo
llevaron hasta Ítaca. Una vez en su patria, el héroe se reunió con su ya maduro hijo
Telémaco y, con la ayuda de Atenea, mataron a todos los pretendientes de Penélope,
quien había aguardado fielmente el regreso de su esposo; se reencontró con su padre, y
volvió a reinar en su isla.
Todas las historias míticas tienen una estructura básica en común. Según el mitógrafo
Joseph Campbell, el camino del héroe mitológico es la magnificación de la fórmula
representada en los ritos de iniciación de las culturas primitivas y consta de tres etapas:
separación-iniciación-retorno.
***
La mirada épica
La épica es un género literario que surge en la Antigüedad clásica y se encarga de narrar
los hechos protagonizados por un héroe famoso, histórico o legendario. Solía tener
como tema principal la guerra, relacionada con cierta idea de nacionalidad o de
pertenencia a un pueblo.
Dentro de la poesía épica está la epopeya y, como subgénero de esta, el cantar de gesta
en general y el cantar de gesta español, en particular.
“Epopeya” deriva de la palabra griega epopoiesis, que quiere decir ‘creación de un
epos’, que significa a su vez ‘palabra’ o ‘relato’.
Aristóteles, en su Poética, establece cuáles deben ser las características de este género y
pone como máximo exponente a Homero. Se puede definir la epopeya “como una
fábula narratoria que cuenta las travesías de un héroe; que tiene principio, medio y fin”.
Este género era considerado en la Antigüedad un relato de carácter elevado y serio.
Es oral y se transmite de boca en boca, hasta que logra asentarse por escrito.
Tiene como protagonista a un héroe, el que funciona como exponente de los
valores morales a seguir por esa sociedad. El protagonista tiene un antagonista o
personaje del bando contrario.
Está compuesta en versos y dividida en cantos, y posee una considerable
extensión.
Puede basarse en hechos reales o inventados; pero debe ser verosímil, es decir,
al momento de presentarse ante los ojos del escucha o lector, este debe tomar
por cierto lo que está escuchando o leyendo.
Suele tener cierto carácter objetivo, si se la confronta con la subjetividad de la
lírica, ya que el poeta cuenta e informa acerca de una serie de acontecimientos
que no le atañen a él personalmente. Sin embargo, el juglar toma partido
idealizando al protagonista.
Se centra en la acción, es decir, en aquello que realiza el héroe-protagonista.
Aparecen epítetos que caracterizan al héroe. Los epítetos son frases hechas que
toman alguna característica a resaltar del héroe.
El héroe épico
Este héroe, para consolidarse como tal, debía realizar un viaje, el llamado viaje heroico,
que llevaba a cabo para conseguir determinado deseo y en el que debía enfrentar
múltiples obstáculos. Su punto de partida era su lugar de origen, su casa; durante este
viaje se enfrentaba a una serie de pruebas, físicas y espirituales, que lo hacían regresar
al punto de partida con su imagen y su posición de héroe consolidada.
Beowulf, la epopeya germánica
Las tribus germánicas eran numerosas y diversas, y también lo eran sus lenguas. En este
sentido, puede decirse que las lenguas germánicas occidentales dieron origen al
anglosajón o antiguo inglés, lengua en la que está escrito Beowulf.
Inglaterra era una provincia romana, por lo que la crisis del Imperio favoreció que,
desde las fronteras septentrionales, los bárbaros germánicos penetrasen poco a poco en
este territorio. Por este motivo, si bien el poema está escrito en Inglaterra, debe
entenderse como una epopeya de la antigua nación germánica en su conjunto, como
queda evidenciado en el hecho de que el héroe es gauta (o geata), es decir, habitante del
sur de Suecia, y la acción se desarrolla en Dinamarca.
Contrariamente a lo que sucedía con la épica española, de corte más realista, los
elementos maravillosos y fantásticos y las fuerzas sobrehumanas eran habituales en la
épica francesa o germana.
En relación con los aspectos culturales y sociales que pone de manifiesto el poema,
estos son también germánicos: la cultura germánica se fundamentaba en los principios
de la monarquía electiva, según los cuales un consejo superior de guerreros elegía a su
dirigente, que ejercía de gobernante de la tribu y que contaba con el apoyo de un
Consejo de sabios, tal como aparece en esta obra. A lo largo del poema pueden
apreciarse también ciertos cultos paganos de los antiguos germanos en convivencia con
diversas referencias al cristianismo: es muy probable que, siendo originalmente oral,
como toda la literatura épica de la Alta Edad Media, fuese transcripto por un clérigo
inglés en el año 1000 aproximadamente, y que corresponda a la fusión de dos antiguas
composiciones independientes con un protagonista común. La fecha de origen del
poema puede situarse alrededor del siglo VIII de la era cristiana y está dividido en dos
partes: la primera parte, correspondiente en su integridad al primero de aquellos dos
antiguos poemas, ocupa aproximadamente mil novecientos versos y narra las gestas del
héroe frente a Gréndel y su madre, dos seres demoníacos de quienes se dice en el poema
que eran descendientes de Caín; la segunda parte corresponde a un relato oral
independiente del anterior, que transcurre en el sur de la actual Suecia, años después de
la aventura en el Heorot, siendo ya Beowulf el rey del pueblo gauta, y narra cómo el
héroe enfrenta a un dragón que amenaza el reino. Como consecuencia de esta pelea,
Beowulf muere. La muerte de Beowulf tiene dos consecuencias: el final de su linaje real
y la conquista por parte de una nación extranjera que los absorberá como pueblo.
(Beowulf colgando la garra de Gréndel en el Heorot)
(Beowulf y Gréndel)
La mirada trágica
Hay algo que, a falta de otro nombre, llamaremos
sentimiento trágico de la vida, que lleva tras sí
toda una concepción de la vida misma y del universo,
toda una filosofía más o menos formulada, más o menos consciente.
Y ese sentimiento pueden tenerlo, y lo tienen,
no solo hombres individuales, sino pueblos enteros.
Miguel de Unamuno
Algunos filósofos piensan que el hombre tiene diferentes formas de ver la vida: por un
lado, está la visión religiosa, basada en la certeza de que esta vida es solo un puente y
una prueba para acceder a otro mundo, al paraíso; y, por otro lado, la visión materialista,
basada en la certeza de un mundo sin dioses, que considera al mundo material como el
único en el que se pueden alcanzar las aspiraciones individuales y colectivas. Pero
existe otra alternativa, la visión del hombre trágico, que creer que es en este mundo
donde realizará esos valores esenciales que le darán sentido a su vida, pero es un mundo
caótico, pequeño, confuso, dominado por la injusticia, el miedo, la brutalidad, el
egoísmo. Entonces el hombre trágico siente que está inmerso en una sociedad insegura e
inestable, donde, teniendo plena conciencia de su circunstancia, debe enfrentar,
angustiado y ansioso, los problemas de su existencia, el peso del pasado, la fuerza del
destino, el fatalismo, la conciencia de la muerte y el deseo de inmortalidad. La visión
trágica está cargada de un sentimiento de angustia, pesimismo, escepticismo y fatalidad.
A diferencia de los textos narrativos o poéticos, las obras teatrales están destinadas a ser
representadas en un escenario y frente a un público. Para llevar a cabo esa
representación, se necesitan dos textos de naturaleza diferente:
La acción es el rasgo más característico de toda obra teatral, y los hechos que se
representan forman la acción dramática. Cuando el protagonista de una obra de teatro
encuentra un obstáculo que le impide lograr el objetivo que persigue y debe enfrentarlo,
se está ante la presencia de un conflicto. Toda la acción se organiza en torno al
conflicto, que es el que otorga sentido a las relaciones que se establecen entre los
personajes.
El texto dramático clásico está dividido en partes menores o segmentos llamados actos,
cuadros y escenas. Estas divisiones obedecen a cambios de escenografía y a la entrada y
salida de los personajes.
Los actos, a su vez, pueden dividirse internamente en partes menores, que son los
cuadros y las escenas.
Las escenas son las unidades menores que se establecen en relación con la entrada y
salida o mutis de los personajes, sin que esto implique un cambio de escenografía.
La tragedia griega
La tragedia es una obra que representa una acción humana funesta que suele terminar
con una muerte. En general tiene como tema el castigo de la soberbia o el exceso que
conduce al hombre a equivocarse, es decir, a cometer actos no permitidos por el destino
o las leyes humanas, creyendo que sí puede realizarlos sin recibir el castigo de la
justicia.
Toda la tragedia griega lleva implícita una intención didáctica, enseñaba al ciudadano
que la ley es inviolable y que si alguien lograba escapar de la ley humana o de la ciudad,
no podía escapar nunca de la ley divina.
En la tragedia griega, el destino trágico de los personajes era un ejemplo moral para el
público. Ante los hechos representados, los espectadores sentían temor y compasión por
el destino del protagonista, ya que su desgracia no tenía que ver con un acto perverso,
sino con un error que lo conducía a la tragedia. A través de la catarsis el público
experimentaba una purificación psicológica y emocional que lo liberaba de toda
inclinación corrupta, permitiéndole comprender la significación moral de la tragedia.
El teatro griego trataba historias que eran conocidas por el público, todos conocían los
mitos griegos en los que se basaba la tragedia. El interés radicaba en el camino que
hacía el héroe trágico hacia el descubrimiento de la verdad.
Según el filósofo griego Aristóteles, las comedias y las tragedias debían respetar y
seguir la regla de las tres unidades: unidad de tiempo, es decir, la acción debía
desarrollarse durante el transcurso de un día, entre la salida y la puesta del sol; la unidad
de acción indicaba que las acciones debían limitarse a un solo conflicto, centrado en un
personaje; y la unidad de lugar, referida a que las acciones debían ocurrir en un único
espacio.
(Teatro de Dionisio, Atenas)
A diferencia de las obras de teatro modernas, las tragedias y las comedias griegas no se
dividían en actos, escenas y cuadros. Estaban escritas en verso y se componían de cinco
partes:
El coro
En Grecia, para la tragedia, el coro estaba formado por quince integrantes denominados
coreutas, y una figura solista, llamada corifeo, que solía dialogar con los personajes,
muchas veces llamándolos a la reflexión.