33 Razones para Leer
33 Razones para Leer
33 Razones para Leer
y más
Para vivir más
Para detener el tiempo
Para saber que estamos vivos
Para saber que no estamos solos
Para saber
Para aprender
Para aprender a pensar
Para descubrir el mundo
Para conocer otros mundos
Para conocer a los otros
Para conocernos a nosotros mismos
Para compartir un legado común
Para crear un mundo propio
Para reír
Para llorar
Para consolarnos
Para desterrar la melancolía
Para ser lo que no somos
Para no ser lo que somos
Para dudar
Para negar
Para afirmar
Para huir del ruido
Para combatir la fealdad
Para refugiarnos
Para evadirnos
Para imaginar
Para explorar
Para jugar
Para pasarlo bien
Para soñar
Para crecer
¿Se te ocurre alguna otra? Envíanosla y la incluiremos
Victoria Fernández
Directora de la revista CLIJ
Que buen idioma el mío..
Joaquín Leguina
“¡Lee para vivir!”
(G. Flaubert en carta a Louise Collet)
Leer, leer… pero ¿de dónde sacar tiempo para leer? El tiempo para leer,
como el tiempo para amar, siempre es tiempo robado. ¿Robado a qué?
Robado al deber de vivir, pero, dichosamente, el tiempo para leer, igual
que el tiempo para amar, dilata el tiempo de vivir. La lectura no
depende de la organización del tiempo social, es, al igual que el amor,
una manera de ser. Basta una condición para la reconciliación con la
lectura: no pedir nada a cambio.
Un elogio de la lectura exige dedicar algún tiempo, por muy corto que
sea, a El Quijote, la primera novela y, para muchos, la mejor. Un libro
placentero en el que pasa todo lo que puede pasar.
Sancho y Don Quijote son un dúo amalgamado por el afecto y las riñas,
pero existe entre ellos algo más que cariño y respeto mutuos. Son
compañeros de juego, y el juego es todo un mundo con sus propias
normas y su propia realidad. En efecto, lo cómico o ridículo guarda
estrecha relación con lo necio, pero el juego no es necio, está más allá
de la estupidez o de la necedad. Don Quijote no es un loco o un necio,
sino un jugador, alguien que juega a ser caballero andante. Él se ha
inventado un tiempo y un lugar ideales y en ellos se mantiene fiel a su
propia libertad. Al fin es derrotado, abandona el juego, regresa a la
“cordura” y muere.
El poema que les voy a leer lo escribió Cernuda a los pocos años de salir
de España y les “sonará” a ustedes, entre otras razones, porque Paco
Ibáñez lo usó en una hermosa canción. También yo estoy en deuda con
este poema, pues a sus versos se debe el título de una de mis novelas,
“Tu nombre envenena mis sueños”, novela que Pilar Miró llevó al cine en
la que fue su última película.
Un día, tú ya libre
De la mentira de ellos,
Me buscarás. Entonces
¿Qué ha de decir un muerto?
Quizá los versos de Luis Cernuda expliquen mejor que cualquier tratado
de Historia el profundísimo desgarro moral que significaron la
persecución y la matanza que comenzaron en España un luminoso día
de julio en 1936 y que el retorno de la democracia, con la deriva
amnésica que acompañó a la reconciliación, no ha conseguido restañar.
Recordar a Cernuda en su centenario no puede quedarse en la glosa de
sus hermosos versos, porque en ellos late en carne viva la tragedia de
España.
Para concluir les glosaré otro poema, que siempre me emociona y que
escribió el poeta de Alejandría, Constantino Cavafis. Un poeta que,
aparentemente, nos habla en tono menor, tratando oblicuamente los
grandes acontecimientos de la Historia. “Muchos poetas son
exclusivamente poetas –dijo en una ocasión Cavafis-. Yo soy un
historiador/poeta”. En efecto, muchos poemas de Cavafis están
construidos con el material de la Historia. Pero no con la brillante
cartulina de la evocación épico-histórica usual. Por el contrario, Cavafis
se ejercita una y otra vez en iluminar ese difícil punto de intersección en
el que por un momento coinciden, tantas veces en sentidos opuestos, el
destino personal y el de la Historia misma. Su mundo no es el de la
Historia heroica, no es el del triunfador Octavio, sino el del derrotado
Antonio, que, perdida la batalla de Anzio, está a punto de perderlo todo,
incluida su vida.