La Terrible Sinceridad

Descargar como doc, pdf o txt
Descargar como doc, pdf o txt
Está en la página 1de 11

La terrible sinceridad

Roberto Arlt
de Aguafuertes porteñas.

Me escribe un lector: "Le ruego me conteste, muy


seriamente, de qué forma debe uno vivir para ser
feliz".

Estimado señor: Si yo pudiera contestarle, seria o


humorísticamente, de qué modo debe vivirse para
ser feliz, en vez de estar pergueñando notas,
sería, quizá, el hombre más rico de la tierra,
vendiendo, únicamente a diez centavos, la fórmula
para vivir dichoso. Ya ve qué disparate me
pregunta.

Creo que hay una forma de vivir en relación con


los semejantes y consigo mismo, que si no
concede la felicidad, le proporciona al individuo
que la practica una especie de poder mágico de
dominio sobre sus semejantes: es la sinceridad.

Ser sincero con todos , y más todavía consigo


mismo, aunque se perjudique. Aunque se rompa
el alma contra el obstáculo. Aunque se quede sólo,
aislado y sangrando. Esta no es una fórmula para
vivir feliz; creo que no pero sí lo es para tener
fuerzas y examinar el contenido de la vida, cuyas
apariencias nos marean y engañan de continuo.

No mire lo que hacen los demás. No se le importe


un pepino de lo que opine el prójimo. Sea usted,
usted mismo sobre todas las cosas, sobre el bien y
el mal, sobre el placer y sobre el dolor, sobre la
vida y la muerte. Usted y usted. Nada más. Y será
fuerte como un demonio entonces. Fuerte a pesar
de todos y contra todos. No importe que la pena lo
haga dar de cabeza contra la pared. Interróguese
siempre, en el peor minuto de su vida, lo
siguiente:

-¿Soy sincero conmigo mismo?

Y si el corazón le dice que sí, y tiene que tirarse a


un pozo, tírese con confianza. Siendo sincero no
se va a matar. Esté segurísimo de eso. No se va a
matar, porque no se puede matar. La vida, la
misteriosa vida que rige nuestra existencia,
impedirá que usted se mate tirándose al pozo. La
vida, providencialmente, colocará, un metro antes
de que usted llegue al fondo, un clavo donde se
engancharán sus ropas, y ... usted se salvará.

Me dirá usted: "¿Y si los otros no comprenden que


soy sincero?" ¡Qué se le importa a usted de los
otros! La tierra y la vida tienen tantos caminos con
alturas distintas, que nadie puede ver a más
distancia de la que dan sus ojos. Aunque se suba
a una montaña, no verá un centímetro más lejos
de lo que le permita su vista. Pero, escúcheme
bien: el día que los que lo rodean se den cuenta
de que usted va por un camino no trillado, pero
que marcha guiado por la sinceridad, ese día lo
mirarán con asombro, luego con curiosidad. Y ese
día en que usted, con la fuerza de su sinceridad,
les demuestre cuántos poderes tiene entre sus
manos, ese día serán sus esclavos
espiritualmente, créalo.

Me dirá usted: "¿Y si me equivoco?". No tiene


importancia. Uno se equivoca cuando tiene que
equivocarse. Ni un minuto antes ni un minuto
después. ¿Por qué? Porque así lo ha dispuesta la
vida, que es esa fuerza misteriosa. Si usted se ha
equivocado sinceramente, lo perdonarán. O no lo
perdonarán. Interesa poco. Usted sigue su
camino. Contra viento y marea. Contra todos, si
es necesario ir contra todos. Y créame llegará un
momento en que usted se sentirá más fuerte, que
la vida y la muerte se convertirán en dos juguetes
entre sus manos. Así, como suena. Vida. Muerte.
Usted va a mirar esa taba que tiene tal reverso, y
de una patada la va a tirar lejos de usted. ¿Qué se
le importan los nombres, si usted, con su fuerza,
está más allá de los nombres?

La sinceridad tiene un doble fondo curioso. No


modifica la naturaleza intrínseca del que la
practica, y sí le concede una especie de doble
vista, sensibilidad curiosa, y que le permite
percibir la mentira, y no sólo la mentira, sino los
sentimientos del que está a su lado.

Hay una frase de Goethe, respecto de este estado,


que vale un Perú. Dice:

"Tú que me has metido en este dédalo, tú me


sacarás de él"

Es lo que anteriormente le decía.

La sinceridad provoca en el que la practica


`lealmente, una serie de fuerzas violentas. estas
fuerzas sólo se muestran cuando tiene que
producirse eso de: "Tú que me has metido en este
dédalo, tú me sacarás". Y si usted es sincero, va a
percibir la voz de estas fuerzas. Ellas lo
arrastrarán, quizá, a ejecutar actos absurdos. No
importa. Usted los realiza. ¿Que se quedará
sangrando? ¡Y es claro! Todo cuesta en esta
tierra. La vida no regala nada, absolutamente.
Todo hay que comprarlo con libras de carne y
sangre.

Y de pronto, descubrirá algo que no es la felicidad,


sino un equivalente a ella. La emoción. La terrible
emoción de jugarse la piel y la felicidad. No en el
naipe, sino convirtiéndose usted en una especie de
emocionado naipe humano que busca la felicidad,
desesperadamente, mediante las combinaciones
más extraordinarias, más inesperadas. ¿O qué se
cree usted? ¿Que es uno de esos multimillonarios
norteamericanos, ayer vendedores de diarios, más
tarde carboneros, luego dueños de circo, y
sucesivamente periodistas, vendedores de
automóviles, hasta que un golpe de fortuna los
sitúa en el lugar en que inevitablemente debía
estar?

Esos hombres se convirtieron en multimillonarios


porque querían ser eso. Con eso sabían que
realizaban la felicidad de su vida. Pero piense
usted en todo lo que se jugaron para ser felices. Y
mientras no se producía lo efectivo, la emoción,
que derivaba de cada jugada, los hacía más
fuertes. ¿Se da cuenta?

Vea amigo: hágase una base de sinceridad, y


sobre esa cuerda floja o tensa, cruce el abismo de
la vida, con su verdad en la mano, y va a triunfar.
No hay nadie, absolutamente nadie, que pueda
hacerlo caer. Y hasta los que hoy le tiran piedras,
se acercarán mañana a usted para sonreírle
tímidamente. Créalo, amigo: un hombre sincero
es tan fuerte que sólo él puede reírse y apiadarse
de todo.

Roberto Arlt
El origen de algunas palabras de nuestro
léxico popular

de Aguafuertes porteñas.

Ensalzaré con esmero al benemérito "fiacún".


Yo, cronista meditabundo y aburrido, dedicaré
todas mis energías a hacer el elogio del "fiacún", a
establecer el origen de la "fiaca", y a dejar
determinados de modo matemático y preciso los
alcances del término. Los futuros académicos
argentinos me lo agradecerán, y yo habré tenido
el placer de haberme muerto sabiendo que
trescientos setenta y un años después me
levantarán una estatua.
No hay porteño, desde la Boca a Núñez, y desde
Núñez a Corrales, que no haya dicho alguna vez:
-¡Hoy estoy con "fiaca"!.
De ello deducirán seguramente mis asiduos y
entusiastas lectores que la "fiaca" expresa la
intención de "tirarse a muerto", pero ello es un
grave error.
Confundir la "fiaca" con el acto de tirarse a muerto
es lo mismo que confundir un asno con una cebra
o un burro con un caballo.
Exactamente lo mismo.
Y sin embargo a primera vista parece que no. Pero
es así. Sí, señores, es así. Y lo probaré amplia y
rotundamente, de tal modo que no quedará duda
alguna respecto a mis profundos conocimientos de
filología lunfarda.
Y no quedarán, porque esta palabra es
auténticamente genovesa, es decir, una expresión
corriente en el dialecto de la ciudad que tanto
detestó el señor Dante Alighieri.
La "fiaca" en el dialecto genovés expresa esto:
"Desgarro físico originado por la falta de
alimentación momentánea". Deseo de no hacer
nada. Languidez. Sopor. Ganas de acostarse en
una hamaca paraguaya durante un siglo. Deseos
de dormir como los durmientes de Efeso durante
ciento y pico de años.
Sí, todas estas tentaciones son las que expresa la
palabra mencionada. Y algunas más.
Comunicábame un distinguido erudito en estas
materias, que los genoveses de la Boca cuando
observaban que un párvulo bostezaba, decían:
"Tiene la "fiaca" encima, tiene". Y de inmediato le
recomendaban que comiera, que se alimentara.
En la actualidad el gremio de almaceneros está
compuesto en su mayoría por comerciantes
ibéricos, pero hace quince y veinte años, la
profesión del almacenero en Corrales, la Boca,
Barracas, era desempeñada por italianos y casi
todos ellos oriundos de Génova. En los mercados
se observaba el mismo fenómeno. Todos los
puesteros, carniceros, verduleros y otros
mercaderes provenían de la "bella Italia" y sus
dependientes eran muchachos argentinos, pero
hijos de italianos. Y el término trascendió. Cruzó la
tierra nativa, es decir, la Boca, y fue
desparramándose con los repartos por todos los
barrios. Lo mismo sucedió con la palabra
"manyar" que es la derivación de la perfectamente
italiana "mangiar la follia", o sea "darse cuenta".
Curioso es el fenómeno, pero auténtico. Tan
auténtico que más tarde prosperó este otro
término que vale un Perú, y es el siguiente:
"Hacer el rostro".
¿A qué no se imaginan ustedes lo que quiere decir
"hacer el rostro"? Pues hacer el rostro, en
genovés, expresa preparar la salsa con que se
condimentarán los tallarines. Nuestros ladrones la
han adoptado, y la aplican cuando después de
cometer un robo hablan de algo que quedó afuera
de la venta por sus condiciones inmejorables. Eso,
lo que no pueden vender o utilizar
momentáneamente, se llama el "rostro", es decir,
la salsa, que equivale a manifestar: lo mejor para
después, para cuando haya pasado el peligro.
Volvamos con esmero al benemérito "fiacún".
Establecido el valor del término, pasaremos a
estudiar el sujeto a quien se aplica. Ustedes
recordarán haber visto, y sobre todo cuando eran
muchachos, a esos robustos ganapanes de quince
años, de dos metros de altura, cara colorada como
una manzana reineta, pantalones que dejaban
descubierta una media tricolor, y medio zonzos y
brutos.
Esos muchachos era los que en todo juego
intervenían para amargar la fiesta, hasta que un
"chico", algún pibe bravo, los sopapeaba de lo
lindo eliminándolos de la función. Bueno, estos
grandotes que no hacían nada, que siempre
cruzaban la calle mordiendo un pan y con gesto
huido, estos "largos" que se pasaban la mañana
sentados en una esquina o en el umbral del
despacho de bebidas de un almacén, fueron los
primitivos "fiacunes". A ellos se aplicó con singular
acierto el término.
Pero la fuerza de la costumbre lo hizo correr, y en
pocos años el "fiacún" dejó de ser el muchacho
grandote que termina por trabajar de carrero,
para entrar como calificativo de la situación de
todo individuo que se siente con pereza.
Y, hoy, el "fiacún" es el hombre que
momentáneamente no tiene ganas de trabajar. La
palabra no encuadra una actitud definitiva como la
de "squenún", sino que tiene una proyección
transitoria, y relacionada con este otro acto. En
toda oficina pública y privada, donde hay gente
respetuosa de nuestro idioma y un empleado ve
que su compañero bosteza, inmediatamente le
pregunta:
-¿Estás con "fiaca"?
Aclaración. No debe confundirse este término con
el de "tirarse a muerto", pues tirarse a muerto
supone premeditación de no hacer algo, mientras
que la "fiaca" excluye toda premeditación,
elemento constituyente de la alevosía según los
juristas. De modo que el "fiacún" al negarse a
trabajar no obra con premeditación, sino
instintivamente, lo cual lo hace digno de todo
respeto.

Roberto Arlt

Rosmarín busca la verdad

Como homenaje al centenario del nacimiento del


escritor y periodista argentino Roberto Arlt,
rescatamos aquí una de sus aguafuertes, con
consejos para jóvenes escritores (o simplemente,
jóvenes).

Arlt nació en Buenos Aires el 2 de abril de 1900 y


murió en la misma ciudad el 26 de julio de 1942.
Autor de cuentos (la mayoría de corte realista,
varios de tipo policial, algunos fantásticos,
recogidos en El jorobadito, El gorila y otros
relatos, Cuentos completos), novelas (El juguete
Rabioso, Los siete locos, Los lanzallamas, El amor
brujo) y numerosas obras de teatro. Como
periodista alcanzó el éxito con sus "aguafuertes",
más de mil crónicas precisas y breves de la vida
ciudadana de Buenos Aires, publicadas
diariamente desde 1928 en el diario porteño El
Mundo y recogidas posteriormente -si bien nunca
en forma completa- en libro: Aguafuertes
porteñas, Nuevas aguafuertes porteñas y
Aguafuertes españolas.

------

Heme nuevamente entre mis papeles de trabajo.


Varias cartas. Las leo. Las agradezco. Contestaré
una. Es la que me ha enviado la fábula del León y
del Hombre. Usted quiere escribir. Y tiene dieciséis
años. Lo que me envía está bastante bien. Sobre
todo en lo que atañe al diálogo. Pero en esta
sección no podría interesar. Tiene condiciones. La
forma de desarrollarlas es escribir todos los días. Y
leer. Leer mucho. Pensar más. Vivir. Tratar de
escribir como se habla. Analizarse de continuo en
todos los sentimientos. Y escribir todos los días.
Se tenga ganas o no. Eso sirve para hacerse la
herramienta de expresión que, cuando algún día
necesite, sobre todo para decir algo (porque ahora
no tiene nada que decir), podrá utilizar.

Rosmarín

Yo les hablé en mis aguafuertes silvestres de


Rosmarín. Rosmarín tiene la cabeza redonda, el
cabello negro y rizoso, los ojos de un duro matiz
de acero azul; nacido en Inglaterra, es hijo de
polacos, fue traído a los cinco, años de edad a
América y ha charlado muchas horas conmigo,
recostado a la orilla del río, o en la cama, bajo la
carpa, encendiendo infatigablemente cigarrillos
amarillos. Tiene diecinueve años y me dice, o
mejor dicho, recuerdo que me decía:

-Hay que encontrar la verdad, el camino de la


verdad. ¿Qué verdad se puede encontrar para
vivir satisfecho? Vos comprendés que yo no puedo
poner ilusiones en el amor. Soy feo para interesar
a las mujeres. Otros, a determinada edad, pueden
hacerse la ilusión de que podrán enamorar a una
millonaria; pero yo sé que eso no ocurre ni en el
cinematógrafo, y en cambio sé que hace cinco
años que trabajo como un burro, que gano un
sueldo reducido y que, frente a mí, no se abre
ningún horizonte, ninguna posibilidad de dicha.

Diecinueve años. Bajo la carpa, Rosmarín tiene


facha de revolucionario ruso. Yo le digo:

-Querido amigo: una de dos. O vos terminás


millonario o en la silla eléctrica de Sing-Sing.

Rosmarín arruga la frente; los ojos de acero se


iluminan de vida interior y contesta:

-Tenés razón, todo puede suceder. Por eso estudio


estenografía. Con el conocimiento que tengo del
inglés, más la estenografía, puedo mantenerme y
ganar el puchero en cualquier país.

Rosmarín piensa irse a Estados Unidos. Rosmarín


tiene cinco mil pesos. Cinco mil pesos que ganó en
la lotería. Sacude la ceniza del cigarrillo y agrega:
-Yo no puedo resignarme a vivir del modo absurdo como vive la gente
de este país. La gente pobre, entendámonos. Yo no puedo resignarme
a vivir sin una verdad definitiva. La verdad definitiva serviría para
esto: Saber cuál es el fin de los sacrificios que uno realiza. Para qué
sufre uno. Para qué se dobla horas y horas en el trabajo. Hay países
donde se puede vivir de otro modo.

Estas conversaciones siempre en la carpa o a orillas del río. Diecinueve


años. Rosmarín termina sus diálogos con estas palabras:

-Porque si no existe objeto de trabajar, si no hay una verdad, una


posibilidad de dicha, lo mejor que puede hacer uno es pegarse un tiro.

Diecinueve años. Y yo he tenido la impresión de que éste es un


hombrecito capaz de matarse con toda tranquilidad.
Voluntad

¡Cuántos muchachos hay en esta ciudad como Rosmarín! Colocados


frente al problema de Rosmarín.

-Yo buscaré la felicidad -dice Rosmarín- hasta cansarme, y si no la


encuentro, algo sucederá. Posiblemente lo que suceda es que me
resigne a ser una bestia de carga, pero...

Yo no puedo menos que dejar de sonreír. Insisto:

-Querido amigo, has entrado en un terreno prohibido. El del


pensamiento. Y estás embromado para toda la cosecha. No podrás
dejar de pensar ya nunca más. El pensamiento es como un veneno
sutil: en cuanto se gustó, no se le puede abandonar y cada vez va uno
más adentro. Mi pronóstico, insisto, es: o te hacés millonario, pero con
indiferencia, o. ..

-La silla eléctrica en Sing-Sing. Tenés razón, Roberto Arlt. Pero ¿y si la


felicidad se encuentra en el camino a la silla eléctrica?

Bajo el ángulo de la tela tensa, la cabeza de Rosmarín, con sus ojos de


acero agrio taladran el futuro. Enciende otro cigarrillo rubio. Sonríe,
me mira y luego:

-¿No te gusta el póker, Arlt?

-Sí; me gusta todo juego, siempre que el naipe sea una figura de
carne y hueso. El juego con cartoncitos me parece estúpido.

Rosmarín frunce el ceño, sacude la ceniza sobre el pasto o sobre la


manta, y ...

-Mirá, Roberto Arlt ... dentro de unos meses me iré a Norteamérica...


Y de vos no me voy a olvidar nunca.

-Rosmarín: tené cuidado... y, si podés, hacete millonario, aunque sea


vendiendo chorizos. Has tomado la vida demasiado en serio. La
felicidad no existe ni existirá nunca para los que piensan. Rosmarín:
hacete millonario.

malacandra, Número 8, enero-diciembre 2000

También podría gustarte