Cuando El Diagnostico Se Transforma en Sentencia
Cuando El Diagnostico Se Transforma en Sentencia
Cuando El Diagnostico Se Transforma en Sentencia
“La ética está en el hecho de que el encuentro con otro es de entrada, responsabilidad
hacia él, que su destino desconocido “es asunto mío” que me concierne. Conducta en
el fondo insensata y que es lo humano mismo y el origen del sentido”
Emmanuel Levinas.
Luego de la sentencia diagnóstica que condena a Pablo, un niño de dos años. La madre
angustiada y sufriendo se pregunta: “¿Con qué derecho determinan la vida de mi hijo?
¿Con qué derecho determinan que mi niño no entiende nada, y lo expresan delante de
él?”
El doctor, detrás del gran escritorio, casi ni los mira. Escribe sus notas en una ficha.
Dirigiéndose a ella, le pide que lo llame a Pablo. La voz materna responde, lo llama de
modo tenue, tembloroso, ansioso, “Pablo... Pablo...”. Desde ese lugar de inseguridad y
temor, Pablo no responde, no acude al llamado que no logra alcanzarlo, demandarlo
para que él se dirija a ella, y sentirse convocado. La fuerza de la voz no llega a llamarlo,
y se pierde en un sonido que no termina de ser escuchado.
El doctor acota, y anota: “No responde al nombre”, “No responde al llamado”, “No
responde al otro”, “No le interesa lo que se le dice”, “No hace lo que se le pide”. Vuelve
a escribir en la ficha e interroga a la mamá: “Señora, ¿A veces su hijo gira y da
vueltas?”. “No... No sé”, responde conmovida la madre.
El doctor levanta los ojos, mira el ventilador de techo y realiza un gesto circular con su
dedo, exclamando “¿Da vuelta así como el ventilador?”. La madre, muy angustiada, le
responde “No, no... eso no lo hace”.
El doctor anota, no para de escribir, afirma con voz imperiosa: “No habla, no”, “no
responde tampoco”, “No tiene intencionalidad”, y sin mediación afirma: “Su hijo –
concluye- es un niño TGD (Trastorno General de Desarrollo) grave con pautas
autísticas. Saque ya mismo el certificado de discapacidad para poder realizar los
estudios correspondientes y hacer todos los tratamientos que va a necesitar”.
Mientras tanto, Pablo sigue moviéndose al rededor del escritorio. Cabría preguntarse,
“¿Qué habrá escuchado Pablo de todo lo que pasaba y se decía de él?”. ¿Qué existencia
tiene un niño cuando se afirma semejante sentencia? ¿Es posible determinar el
desarrollo y la estructuración subjetiva de un pequeño de dos años en tan sólo veinte
minutos luego de casi cinco horas de espera? ¿Quién es capaz de juzgar a un niño sin
siquiera intentar relacionarse con él?
Ante éstos dichos del doctor, la madre no puede parar de llorar. Desbordada,
desesperada frente a semejante diagnóstico, se le ocurre preguntar por la escolaridad. El
doctor afirma que no cree que pueda hacer la primaria y no espere mucho de él, no va a
ser un niño inteligente. Acongojada, ella lo vuelve a interrogar: “Cuándo Pablo sea más
grande, ¿va a poder casarse, tener una familia como todos?”. Y él le responde con
certeza, “No, eso seguro que no”.
A continuación le entrega una receta con el diagnóstico, y le indica las terapias
correspondientes: Terapia cognitiva conductual, terapia ocupacional y neurolingüística.
La madre, desolada, se va con Pablo. No sin antes mirar todos esos niños y padres en la
sala de espera, que esperan el turno para entrar y conocer la sentencia diagnóstica.
Jorge Luis Borges afirmaba que la realidad es más terrible que la ficción, porque la
ficción se puede modificar, transformar, arreglar. En cambio, la realidad tiene ese peso
de lo inmodificable. ¿Podremos cambiar la realidad nefasta del diagnóstico sentencia en
otra escena posible para Pablo y para su familia?
La madre de Pablo (luego de una primera entrevista sólo con ella) llega con él unos
minutos antes del horario que habíamos previsto. Le pido que me espere en la puerta.
Cuando llega el momento, bajo con el niño que estaba atendiendo. Me despido de él y
su padre, y veo como Pablo de reojo me mira. El primer encuentro fue ese instante
fugaz con el cual nuestras miradas se cruzan, se miran, se interrogan, pero al mismo
tiempo se van, se dispersan. Pablo quiere entrar y mira hacia el pasillo. Aprovecho para
saludar y hablar con la mamá y la abuela, que venía a acompañarlos.
Pablo tiraba la pelota y la seguía. En el camino, veía otra, le pegaba con una mano y la
corría. Entusiasmado, iba y venía a través del movimiento de la pelota por todo el
consultorio. La sensación era que había mucho movimiento, tanto de pelotas como de
Pablo. Una posibilidad era observar allí una situación caótica y determinar ésta
conducta como autista. Todas las pelotas desordenadas por el suelo, yendo y viniendo
sin ninguna finalidad aparente. O también se podría pensar en un despliegue sensorio-
motor sin sentido, fragmentado. Tal vez, también, simplemente en un movimiento de
acción estereotipada.
Desde mi posición, en la procura de generar una relación con él, con Pablo, considero
esos movimientos con la pelota como un gesto. Gestualidad convocante. Cuando arroja
la pelota, entonces, corro tras ella igual que él. Llego antes y se la doy. Me mira, y
sonríe. Vuelvo a tirar la pelota, se agacha y va gateando a buscarla, lo imito, gateo, nos
miramos y llegamos juntos a la ansiada pelota, de tal modo que nos caemos y quedamos
desparramados por el suelo. Así comenzamos un juego donde él movía una pelota, los
dos salíamos a buscarla, corríamos y la agarrábamos. Durante un tiempo, compartimos
esa escena, ese espacio en el cual nos miramos, corriamos, rodabamos por el suelo en el
intento de agarrar la pelota. Pablo sonríe, distendido, se mueve y espera mi reacción
para correr detrás de la pelota o hacer otro gesto en relación a ella, y a mi para que lo
siga.
A continuación, empiezo a colocar las pelotas en una casita plegable, que tiene un
agujero grande donde pueden entrar sin problema. Voy metiéndolas una a una dentro de
ese hueco. Pablo mira y hace lo mismo. Poco a poco, la vamos llenando “Parece un
pelotero”, exclamo. Y Pablo entra y salta arriba de ellas. Las pelotas se desparraman, y
él corre a buscarlas. Al hacerlo, algunas van para el baño, otras salen al balcón, y
algunas a la cocina. Sin darse cuenta, a través de las pelotas se mueve por todo el
consultorio. A veces se detiene en un juguete, en un objeto que le llama la atención, y
luego sigue a la búsqueda de las pelotas. Acompaño el recorrido junto a él, le muestro el
consultorio, se lo presento hablando y jugando.
La experiencia infantil que analizamos no nos permite nunca concluir que Pablo es un
niño TGD severo, ni un, espectro autista, ni un autismo. Considerado de este modo
absoluto, es sin duda sentenciar a un niño a la perpetuidad de una cadena imposible de
desatar, de remediar, pues no solo reniega de la estructuración subjetiva sino también de
la posibilidad de la plasticidad neuronal y simbólica propias de cualquier infancia y del
universo infantil, al cual como mínimo invalida, descalifican y coagulan en una posición
sin salida, estática y sin perspectiva más que caer otra vez en la propia sentencia
diagnostica que lo determina como TGD severo.
Segundo Tiempo.
Esteban desea y procura relacionarse con él a través del movimiento que realiza Pablo,
quien a partir del encuentro, demanda mirada, gesto, palabra, sonidos, juegos posturales,
ya no con la necesidad del movimiento sino en la búsqueda del gesto ofrecido a la
gestualidad, la mirada, la musicalidad y la palabra deseante del otro.
Tercer Tiempo.
Entre la necesidad del puro despliegue motriz sensorial y corporal, y el escenario y la
escena deseante se introduce la complicidad de la experiencia que sucede entre Pablo y
Esteban, en el “entre dos” transferencial circula el afecto que produce un
acontecimiento diferente no solo difiere de la fijeza de lo sensorio motora sino que
origina la alteridad de una nueva experiencia generadora de plasticidad neuronal y
simbólica.
El jugar como experiencia infantil no repite lo mismo, siempre igual, no es nunca una
mímesis, sino un espejo creador de un espacio que le posibilita como a Pablo salir de
una posición fija y deslizarse por otra imposible de anticipar, planificar. Pues tiene que
acontecer en tanto realidad gestual, fantasiosa, imaginaria y simbólica que alude a las
presencias y las ausencias, a lo que está y no está, lo que se ve y se esconde. Escenario
que anuda lo corporal, lo postural, lo sensorio motor y cenestésico al don del deseo y al
deseo del don, donde se estructura la gestualidad corporal de un sujeto.
La mamá me comenta: “Ese día del diagnóstico llegué destrozada, lo abrace a Pablo. Él
me abrazo. No fui a trabajar y a partir de allí pedí licencia para estar mas tiempo con él”
finalmente termina rebelándose a la sentencia: “Estoy seguro que Pablo va a mejorar”
luego lanza las rebeldes preguntas: “¿Con qué derecho determinan la vida de mi hijo?
¿Con qué derecho determinan que mi niño no entiende nada, y lo expresan delante de
él?”
Esteban Levin
estebanlevin@lainfancia.net
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