Cuadernillo Lectura y Contenidos 2016 IV° Medio
Cuadernillo Lectura y Contenidos 2016 IV° Medio
Cuadernillo Lectura y Contenidos 2016 IV° Medio
Padres Dominicos
Cuadernillo de lecturas,
contenidos y ejercitación
Lenguaje y Comunicación
Índice
UNIDAD I: TRADICIÓN Y CAMBIO: p. 01
Literatura y ensayo
I.-Lecturas:
II.-Contenidos
III.- Actividades
I.-Lecturas:
III.- Actividades
I.- Lecturas:
II.-Contenidos
III.- Actividades
I.- Lecturas
II.-Contenidos
III.- Actividades
Tradición y cambio.
Literatura y Ensayo
1
Unidad I. Tradición y cambio
I. LECTURAS
2
identidad cultural. La pregunta por la identidad cultural no emerge normalmente en
situaciones de relativo aislamiento, prosperidad y estabilidad. Para que la identidad
llegue a ser una pregunta importante, parece requerirse un período de crisis e
inestabilidad, una amenaza al modo de vida tradicional, especialmente si esto sucede
en presencia de otras formas culturales. Tal como Kobena Mercer ha escrito, "la
identidad sólo llega a ser un asunto importante cuando está en crisis, cuando algo que
se ha asumido como fijo, coherente y estable es desplazado por la experiencia de la
duda y la incertidumbre".
En mi opinión hay al menos cuatro períodos de crisis en la historia
latinoamericana en los cuales la pregunta por la identidad adquiere importancia. Los
primeros cuestionamientos acerca de la identidad ocurrieron durante los años críticos
de la conquista y colonización. Ante el empuje español, los indios pierden su libertad y
su sentido de identidad original y una nueva matriz cultural empieza a formarse en la
que las construcciones del indio como un "otro" inferior por parte de los españoles
juegan un papel importante. Un segundo momento importante en que re-emergen las
preguntas sobre la identidad es la crisis de la independencia y el período de
constitución de los estados nacionales a comienzos del siglo XIX. El impacto de la
Ilustración y el pensamiento racionalista adquieren una enorme importancia en las
nuevas definiciones.
Un tercer período crítico aparece en América Latina entre 1914 y 1930: en el
contexto de la Primera Guerra Mundial y de la gran depresión del sistema capitalista
mundial a fines de los años 20, la dominación oligárquica de los terratenientes
latinoamericanos empieza a deteriorarse, y las clases medias y obreras recientemente
movilizadas comienzan a desafiar el orden establecido. Nuevas preguntas acerca de
nuestra verdadera identidad emergen de este contexto. Un cuarto período de
importancia puede detectarse alrededor de los años 70: el fracaso de los regímenes
populistas, el progresivo estancamiento industrial y la creciente radicalización de las
clases populares condujeron a una serie de golpes militares en varios países del cono
sur. Esto suscita una vez más nuevas preguntas sobre nuestra identidad.
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cambio debían entregar su oro y sus tierras, así como estar dispuestos a trabajar para
los conquistadores.
A medida que la conquista avanzaba y los indios presentaban algunas formas
de resistencia, se recurrió a la fuerza de las armas para dominarlos, y en medio de este
proceso las primeras impresiones sobre los indios cambiaron muy luego. Las
descripciones de los primeros cronistas son muy distintas a la de Colón: los indios
aparecían como caníbales, inclinados a la homosexualidad, deseosos de mantener su
desnudez, comedores de piojos, rebeldes contra la fe católica y, al menos en el caso de
los aztecas, dados a los sacrificios humanos. Todo esto los hacía inferiores a los ojos de
los españoles.
Las culturas indígenas eran variadas y más bien aisladas unas de otras, lo que
explica el hecho de que fueran derrotadas separada y fácilmente una tras otra. La
resistencia indígena contra un puñado de soldados españoles fue sorprendentemente
débil y limitada. En el caso de México se conocen bien las dudas y falta de decisión del
emperador Moctezuma. Pero más importante que su incapacidad para enfrentar a los
españoles fue la habilidad de Hernán Cortés para explotar las luchas y diferencias
internas entre los varios pueblos indígenas mexicanos. De este modo derrotó a
Moctezuma con la ayuda de otros pueblos indígenas que los aztecas habían dominado
y esclavizado. Otra razón de la derrota indígena fue la superioridad tecnológica y
militar española. Los indios no sabían cómo trabajar los metales y no eran muy
avanzados en el sentido material. No conocían la rueda, ni animales como las vacas,
caballos y burros, ni poseían una técnica avanzada de navegación.
Sin embargo la razón cultural más importante de la fácil derrota de los indios
debe encontrarse en otro lugar. A través de sus poemas y mitologías es posible
concluir que los indios miraban la historia como destino y catástrofe. Todo estaba
predeterminado y preordenado. Las categorías de la cultura oral que les era propia no
les permitieron entender a los españoles. Inicialmente pensaron que eran dioses y esto
no podía sino desarmarlos. En especial el antiguo mito del retorno de Quetzalcóatl6
parece haber sido aplicado por Moctezuma a Cortés y esto explicaría en parte su falta
de resistencia al avance español. La concepción fatalista de la historia paraliza toda
respuesta efectiva, porque da la impresión de que las cosas no pueden ser de otra
manera, que el curso de los eventos está fijado y no puede ser alterado por ninguna
acción. Esto dio a los españoles una tremenda ventaja inicial.
La idea del progreso era totalmente ajena a las culturas indígenas. Su mundo se
volvía hacia el pasado y estaba controlado desde el pasado. La vida era guerra continua
y sacrificio, lo que se expresaba en poemas y canciones de gran tristeza y melancolía,
pero no se proyectaba hacia un futuro abierto y desconocido, era dominada por la
tradición. El sentimiento poderoso de un destino inexorable ayudaba a las culturas
nativas a aceptar el dolor con estoicismo y resignación. La concepción del tiempo era
cíclica y repetitiva. Todo había sido preordenado y cualquier cosa que sucediera era la
realización de un destino prefijado. De allí que la invasión española haya sorprendido
totalmente a los indígenas y que no pudieran responder adecuadamente a ella como
un hecho nuevo.
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Su mundo era un mundo ritual y por lo tanto buscaron desesperadamente
reducir el acontecimiento sobrecogedor de la conquista a las viejas categorías y
profecías del pasado. No supieron lidiar con este hecho como algo nuevo frente al cual
se debía improvisar. Su cultura no se los permitía. Todorov ha destacado el hecho de
que en último término la superioridad española consistió en que los conquistadores
españoles entendieron el mundo indígena mucho mejor que lo que los indios
entendieron del mundo español. Esta comprensión superior fue el instrumento que
permitió a los españoles destruir las civilizaciones indígenas.
Los conquistadores presentaban una dualidad: eran ambiciosos y querían oro,
plata, tierra, sirvientes y esclavos, pero además eran auténticamente creyentes. Por
eso tenían que presentar sus intenciones de poder y riqueza de otra manera.
Justificaciones religiosas eran frecuentemente invocadas para dominar y esclavizar a
los indios. Por otro lado, la mala conciencia y los escrúpulos llevaron a los españoles a
legalizar incluso sus acciones por medio de procedimientos formales: escribieron un
documento, el así llamado "requerimiento", que afirmaba una serie de principios
cristianos y el hecho que América había sido entregada a los monarcas españoles por
el Papa.
Los conquistadores debían leer el requerimiento a los indios, y esto se hacía
frecuentemente en castellano, idioma que no podían entender. El famoso
requerimiento concluía así: "Si no reconocéis esto y obedecéis prontamente al Papa y
a su majestad el rey de Castilla, aceptando ser sus vasallos, o si maliciosamente
tardaseis en reconocer esto, os declaro que con la ayuda de Dios avanzaré sobre
vosotros con fuego y espada y que os haré la guerra en todas partes y por todos los
medios que yo pueda". Está de más decir que después de leer este requerimiento los
indios eran hechos prisioneros o masacrados si resistían.
Estos procedimientos sumados al trabajo forzado, los malos tratos y las
enfermedades contagiosas traídas de Europa contra las cuales los indios no tenían
defensa, provocaron una mortandad que diezmó la población indígena original. La
verdad es que la mayoría de las muertes se produjo por enfermedades, una minoría
indígena fue muerta directamente por medio de las armas y unos pocos más
perecieron como consecuencia de los malos tratos y el trabajo forzado. A la alta tasa
de mortalidad hay que agregar el hecho de que las horribles condiciones de vida de los
sobrevivientes afectaron los normales procesos reproductivos. La total desarticulación
del tejido social producida por las matanzas, la esclavitud, el cansancio debido a los
trabajos forzados y la mala alimentación produjeron una caída drástica de la tasa de
nacimientos.
Todorov tiene razón cuando argumenta que estas atrocidades no pueden ser
explicadas sólo por la codicia y el poder; y que su lógica presupone una construcción
de los indios por los españoles como seres inferiores, a medio camino entre seres
humanos y animales.9 ¿Existe una contradicción entre esta construcción de los indios
como subhumanos y la idea de Todorov de que la superioridad española se basaba en
que ellos entendieron mejor el mundo indígena que lo que los indios entendieron a los
españoles? ¿Cómo puede una "mejor comprensión" del otro reconciliarse con la
construcción de ese mismo otro como un ser inferior que puede ser exterminado sin
5
mayor problema? La paradoja existe sólo si se identifica "conocer" o "entender" con el
reconocimiento del otro como sujeto. El conocimiento que los españoles adquieren
acerca de los indios, su superior comprensión, es instrumental; se utiliza para engañar,
dividir y derrotar a los indios. No supone su reconocimiento como seres humanos
iguales. Poniendo esto en el marco de la comunicación, Todorov argumenta que:
[E]n el mejor de los casos, los autores españoles hablan bien de los indios; pero
aparte de casos excepcionales, nunca hablan a los indios. Sólo cuando yo hablo
al otro (no dándole órdenes sino comenzando un diálogo) lo reconozco como
sujeto, comparable con el sujeto que soy yo (...) Si entender no se acompaña de
un reconocimiento total
Me parece que la última frase de esta cita expresa el meollo del problema de la
mejor manera. El problema de las primeras dos frases es que comenzar un diálogo,
hablar "al" otro en vez de hablar "del" otro, no implica necesariamente un
reconocimiento del otro como sujeto con iguales derechos. De hecho, se puede entrar
en un diálogo y hablar al otro precisamente para manipularlo. Esto es lo que muchos
españoles hicieron a los indios. Esto significa que, en la comunicación, la orientación a
comprender no es necesariamente una orientación a la reciprocidad. Por supuesto, se
puede argüir que si no se reconoce al otro como un sujeto igual es muy difícil que
exista comunicación genuina, diálogo genuino. Pero difícilmente se puede esperar en
situaciones histórico-concretas como la que estamos examinando, el que exista una
"situación ideal de discurso" como la propuesta por Habermas. En este sentido es
también necesario reconocer que alcanzar un terreno común en el encuentro entre la
moral católica y las formas culturales indígenas, era del todo imposible. Pero, por
supuesto, esto no explica por qué los españoles se sintieron compelidos a imponer su
religión y su moral. Se sabe que es costumbre en los sectores teológicos más
tradicionales de la Iglesia Católica creer que el error no puede tener los mismos
derechos que la verdad y que, por lo tanto, los errores paganos deben ser
desarraigados firmemente y la verdad cristiana impuesta a toda costa. Es cierto que
hubo numerosos teólogos, especialmente el obispo Las Casas, que fueron muy críticos
de la conversión forzada de los indios, y que sólo aceptaron la persuasión como el
único medio legítimo de evangelización. Pero en último término nadie reconoció en
esa época el derecho de los indios a mantener su propia religión y sus normas morales.
Volvemos así al problema básico que los españoles no reconocieron a los indios como
sujetos iguales con derecho a ser diferentes. En el mejor de los casos, cuando los indios
fueron considerados como seres humanos y no como medio animales, se suponía que
debían ser asimilados a la religión verdadera. A los indios se les pedía que aceptaran
sin discusión la autoridad de la Iglesia y del rey. Si no aceptaban, o si su productividad
era baja, se les aplicaba el castigo corporal. […]
6
Texto 2:El tipo del indio americano. La vergüenza del mestizo
Gabriela Mistral (chilena 1889-1957)
Cuando los profesores de ciencias naturales enseñan los órdenes o las familias,
y cuando los de dibujo hacen copiar las bestiecitas a los niños, parten del concepto
racional de la diferencia, que viene a ser el mismo aplicable a las razas humanas: el
molusco no tiene la manera de belleza del pez; el pez luce una sacada de otros
elementos que el reptil-y el reptil señorea una hermosura radicalmente opuesta a la
del ave, etc., etc.
En cada atributo de la hermosura que los maestros nos enseñan, nos dan
exactamente el repudio de un rasgo nuestro; en cada sumando de la gracia que nos
hacen alabar nos sugieren la vergüenza de una condición de nuestros huesos o de
nuestra piel. Así se forman hombres y mujeres con asco de su propia envoltura
corporal; así se suministra la sensación de inferioridad de la cual se envenena
invisiblemente nuestra raza, y así se vuelve viles a nuestras gentes sugiriéndoles que la
huida hacia el otro tipo es la única salvación.
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contra mejilla con él a los hombres de la meseta de Anahuac. Cumplamos prueba
idéntica con el Apolo del Belbedere del Louvre y alleguémosles a los franceses actuales
que se creen sus herederos legítimos. Las cifras de los sub-Apolos y las de los sub-
caballeros águilas serán iguales; tan poco frecuente en la belleza cabal en cualquier
raza.
Se sabe cómo trabajaba Fidias: cogió unos cuantos rasgos, los mejores éxitos de
la carne griega -aquí una frente ejemplar, allá un mentón sólido y fino, más allá un aire
noble, atribuible al dios- unió estas líneas realistas con líneas enteramente
intelectuales, y como lo inventado fue más que lo copiado de veras, el llamado tipo
griego que aceptamos fue en su origen una especie de modelo del género humano, de
súper-Adán posible dentro de la raza caucásica, pero en ningún caso realizado ni por
griego ni por romano.
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El indio piel roja nos prestaría su gran talla, su cuerpo magníficamente lanzado
de rey cazador o de rey soldado sin ningún atolladero de grasa en vientre ni espaldas,
musculado dentro de una gran esbeltez del pie a la frente. Los mayas proporcionarían
su cráneo extraño, no hallado en otra parte, que es ancho contenedor de una frente
desatada en una banda pálida y casi blanca que va de la sien a la sien; entregarían unos
maxilares fortísimos y sin brutalidad que lo mismo pudiesen ser los de Mussolini -
"quijadas de mascador de hierro"-. El indio quechua ofrecería para templar la
acometividad del cráneo sus ojos dulces por excelencia, salidos de una raza cuya
historia de mil años da más regusto de leche que de sangre. Esos ojos miran a través
de una especie de óleo negro, de espejo embetunado con siete óleos de bondad y de
paciencia humana, y muestran unas timideces conmovidas y conmovedoras de venado
criollo, advirtiendo que la dulzura de este ojo negro no es banal como la del ojo azul de
caucásico, sino profunda, como cavada del seno a la cuenca. Corre de la nariz a la sien
este ojo quechua, parecido a una gruesa gota vertida en lámina inclinada, y lo festonea
una ceja bella como la árabe, más larga aún y que engaña aumentando mañosamente
la longitud de la pupila.
9
Texto 3: Los hijos de la Malinche
Octavio Paz (mexicano. 1914-1998)
10
un novelista contemporáneo introduce un personaje que simboliza la salud o la
destrucción, la fertilidad o la muerte, no escoge, como podría esperarse, a un obrero
—que encierra en su figura la muerte de la vieja sociedad y el nacimiento de otra—. D.
H. Lawrence, que es uno de los críticos más violentos y profundos del mundo
moderno, describe en casi todas sus obras las virtudes que harían del hombre
fragmentario de nuestros días un hombre de verdad, dueño de una visión total del
mundo. Para encarnar esas virtudes crea personajes 27 de razas antiguas y no-
europeas. O inventa la figura de Mellors, un guardabosque, un hijo de la tierra. Es
posible que la infancia de Lawrence, transcurrida entre las minas de carbón inglesas,
explique esta deliberada ausencia. Es sabido que detestaba a los obreros tanto como a
los burgueses. Pero ¿cómo explicar que en todas las grandes novelas revolucionarias
tampoco aparezcan los proletarios como héroes, sino como fondo? En todas ellas el
héroe es siempre el aventurero, el intelectual o el revolucionario profesional. El
hombre aparte, que ha renunciado a su clase, a su origen o a su patria. Herencia
dekromanticismo, sin duda, que hace del héroe un ser antisocial. Además, el obrero es
demasiado reciente. Y se parece a sus señores: todos son hijos de la máquina.
El obrero moderno carece de individualidad. La clase es más fuerte que el
individuo y la persona se disuelve en lo genérico. Porque ésa es la primera y más grave
mutilación que sufre el hombre al convertirse en asalariado industrial. El capitalismo lo
despoja de su naturaleza humana —lo que no ocurrió con el siervo— puesto que
reduce todo su ser a fuerza de trabajo, transformándolo por este solo hecho en objeto.
Y como a todos los objetos, en mercancía, en cosa susceptible de compra y venta. El
obrero pierde, bruscamente y por razón misma de su estado social, toda relación
humana y concreta con el mundo: ni son suyos los útiles que emplea, ni es suyo el
fruto de su esfuerzo. Ni siquiera lo ve. En realidad no es un obrero, puesto que no hace
obras o no tiene conciencia de las que hace, perdido en un aspecto de la producción.
Es un trabajador, nombre abstracto, que no designa una tarea determinada, sino una
función. Así, no lo distingue de los otros hombres su obra, como acontece con el
médico, el ingeniero o el carpintero. La abstracción que lo califica —el trabajo medido
en tiempo— no lo separa, sino lo liga a otras abstracciones. De ahí su ausencia de
misterio, de problematicidad, su transparencia, que no es diversa a la de cualquier
instrumento.
La complejidad de la sociedad contemporánea y la especialización que requiere
el trabajo extienden la condición abstracta del obrero a otros grupos sociales. Vivimos
en un mundo de técnicos, se dice. A pesar de las diferencias de salarios y de nivel de
vida, la situación de estos técnicos no difiere esencialmente de la de los obreros:
también son asalariados y tampoco tienen conciencia de la obra que realizan. El
gobierno de los técnicos, ideal de la sociedad contemporánea, sería así el gobierno de
los instrumentos. La función sustituiría al fin; el medio, al creador. La sociedad
marcharía con eficacia, pero sin rumbo. Y la repetición del mismo gesto, distintiva de la
máquina, llevaría a una forma desconocida de la inmovilidad: la del mecanismo que
avanza de ninguna parte hacia ningún lado.
Los regímenes totalitarios no han hecho sino extender y generalizar, por medio
de la fuerza o de la propaganda, esta condición. Todos los hombres sometidos a su
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imperio la padecen. En cierto sentido se trata de una transposición a la esfera social y
política de los sistemas económicos del capitalismo. La producción en masa se logra a
través de la confección de piezas sueltas que luego se unen en talleres especiales. La
propaganda y la acción política totalitaria —así como el terror y la represión—
obedecen al mismo sistema. La propaganda difunde verdades incompletas, en serie y
por piezas sueltas. Más tarde esos fragmentos se organizan y se convierten en teorías
políticas, verdades absolutas para las masas. El terror obedece al mismo principio. La
persecución comienza contra grupos aislados —razas, clases, disidentes,
sospechosos—, hasta que gradualmente alcanza a todos. Al iniciarse, una parte del
pueblo contempla con indiferencia el exterminio de otros grupos sociales o contribuye
a su persecución, pues se exasperan los odios internos. Todos se vuelven cómplices y
el sentimiento de culpa se extiende a toda la sociedad. El terror se generaliza: ya no
hay sino persecutores y perseguidos. El persecutor, por otra parte, se transforma muy
fácilmente en perseguido. Basta una vuelta de la máquina política. Y nadie escapa a
esta dialéctica feroz, ni los dirigentes.
El mundo del terror, como el de la producción en serie, es un mundo de cosas,
de útiles. (De ahí la vanidad de la disputa sobre la validez histórica del terror
moderno.) Y los útiles nunca son misteriosos o enigmáticos, pues el misterio proviene
de la indeterminación del ser o del objeto que lo contiene. Un anillo misterioso se
desprende inmediatamente del género anillo; adquiere vida propia, deja de ser un
objeto. En su forma yace, escondida, presta a saltar, la sorpresa. El misterio es 28 una
fuerza o una virtud oculta, que no nos obedece y que no sabemos a qué hora y cómo
va a manifestarse. Pero los útiles no esconden nada, no nos preguntan nada y nada
nos responden. Son inequívocos y transparentes. Meras prolongaciones de nuestras
manos, no poseen más vida que la que nuestra voluntad les otorga. Nos sirven; luego,
gastados, viejos, los arrojamos sin pesar al cesto de la basura, al cementerio de
automóviles, al campo de concentración. O los cambiamos a nuestros aliados o
enemigos por otros objetos.
Todas nuestras facultades, y también todos nuestros defectos, se oponen a esta
concepción del trabajo como esfuerzo impersonal, repetido en iguales y vacías
porciones de tiempo: la lentitud y cuidado en la tarea, el amor por la obra y por cada
uno de los detalles que la componen, el buen gusto, innato ya, a fuerza de ser herencia
milenaria. Si no fabricamos productos en serie, sobresalimos en el arte difícil, exquisito
e inútil de vestir pulgas. Lo que no quiere decir que el mexicano sea incapaz de
convertirse en lo que se llama un buen obrero. Todo es cuestión de tiempo. Y nada,
excepto un cambio histórico cada vez más remoto e impensable, impedirá que el
mexicano deje de ser un problema, un ser enigmático, y se convierta en una
abstracción más.
Mientras llega ese momento, que resolverá —aniquilándolas— todas nuestras
contradicciones, debo señalar que lo extraordinario de nuestra situación reside en que
no solamente somos enigmáticos ante los extraños, sino ante nosotros mismos. Un
mexicano es un problema siempre, para otro mexicano y para sí mismo. Ahora bien,
nada más simple que reducir todo el complejo grupo de actitudes que nos caracteriza
—y en especial la que consiste en ser un problema para nosotros mismos— a lo que se
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podría llamar "moral de siervo", por oposición no solamente a la "moral de señor",
sino a la moral moderna, proletaria o burguesa.
La desconfianza, el disimulo, la reserva cortés que cierra el paso al extraño, la
ironía, todas, en fin, las oscilaciones psíquicas con que al eludir la mirada ajena nos
eludimos a nosotros mismos, son rasgos de gente dominada, que teme y que finge
frente al señor. Es revelador que nuestra intimidad jamás aflore de manera natural, sin
el acicate de la fiesta, el alcohol o la muerte. Esclavos, siervos y razas sometidas se
presentan siempre recubiertos por una máscara, sonriente o adusta. Y únicamente a
solas, en los grandes momentos, se atreven a manifestarse tal como son. Todas sus
relaciones están envenenadas por el miedo y el recelo. Miedo al señor, recelo ante sus
iguales. Cada uno observa al otro, porque cada compañero puede ser también un
traidor. Para salir de sí mismo el siervo necesita saltar barreras, embriagarse, olvidar su
condición. Vivir a solas, sin testigos. Solamente en la soledad se atreve a ser.
La indudable analogía que se observa entre ciertas de nuestras actitudes y las
de los grupos sometidos al poder de un amo, una casta o un Estado extraño, podría
resolverse en esta afirmación; el carácter de los mexicanos es un producto de las
circunstancias sociales imperantes en nuestro país; la historia de México, que es la
historia de esas circunstancias, contiene la respuesta a todas las preguntas. La
situación del pueblo durante el período colonial sería así la raíz de nuestra actitud
cerrada e inestable. Nuestra historia como nación independiente contribuiría también
a perpetuar y hacer más neta esta psicología servil, puesto que no hemos logrado
suprimir la miseria popular ni las exasperantes diferencias sociales, a pesar de siglo y
medio de luchas y experiencias constitucionales. El empleo de la violencia como
recurso dialéctico, los abusos de autoridad de los poderosos —vicio que no ha
desaparecido todavía—y finalmente el escepticismo y la resignación del pueblo, hoy
más visibles que nunca debido a las sucesivas desilusiones posrevolucionarias,
completarían esta explicación histórica.
El defecto de interpretaciones como la que acabo de bosquejar reside,
precisamente, en su simplicidad. Nuestra actitud ante la vida no está condicionada por
los hechos históricos, al menos de la manera rigurosa con que en el mundo de la
mecánica la velocidad o la trayectoria de un proyectil se encuentra determinada por
un conjunto de factores conocidos. Nuestra actitud vital — que es un factor que nunca
acabaremos de conocer totalmente, pues cambio e indeterminación son las únicas
constantes de su ser— también es historia. Quiero decir, los hechos históricos no son
nada más hechos, sino que están teñidos de humanidad, esto es, de problematicidad.
Tampoco son 29 el mero resultado de otros hechos, que los causan, sino de una
voluntad singular, capaz de regir dentro de ciertos límites su fatalidad. La historia no es
un mecanismo y las influencias entre los diversos componentes de un hecho histórico
son recíprocas, como tantas veces se ha dicho. Lo que distingue a un hecho histórico
de los otros hechos es su carácter histórico. O sea, que es por sí mismo y en sí mismo
una unidad irreductible a otras. Irreductible e inseparable. Un hecho histórico no es la
suma de los llamados factores de la historia, sino una realidad indisoluble. Las
circunstancias históricas explican nuestro carácter en la medida que nuestro carácter
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también las explica a ellas. Ambas son lo mismo. Por eso toda explicación puramente
histórica es insuficiente —lo que no equivale a decir que sea falsa.
Basta una observación para reducir a sus verdaderas proporciones la analogía
entre la moral de los siervos y la nuestra: las reacciones habituales del mexicano no
son privativas de una clase, raza o grupo aislado, en situación de inferioridad. Las
clases ricas también se cierran al mundo exterior y también se desgarran cada vez que
intentan abrirse. Se trata de una actitud que rebasa las circunstancias históricas,
aunque se sirve de ellas para manifestarse y se modifica a su contacto. El mexicano,
como todos los hombres, al servirse de las circunstancias las convierte en materia
plástica y se funde a ellas. Al esculpirlas, se esculpe.
Si no es posible identificar nuestro carácter con el de los grupos sometidos,
tampoco lo es negar su parentesco. En ambas situaciones el individuo y el grupo
luchan, simultánea y contradictoriamente, por ocultarse y revelarse. Mas una
diferencia nos separa. Siervos, criados o razas víctimas de un poder extraño cualquiera
(los negros norteamericanos, por ejemplo), entablan un combate con una realidad
concreta. Nosotros, en cambio, luchamos con entidades imaginarias, vestigios del
pasado o fantasmas engendrados por nosotros mismos. Esos fantasmas y vestigios son
reales, al menos para nosotros. Su realidad es de un orden sutil y atroz, porque es una
realidad fantasmagórica. Son intocables e invencibles, ya que no están fuera de
nosotros, sino en nosotros mismos. En la lucha que sostiene contra ellos nuestra
voluntad de ser, cuentan con un aliado secreto y poderoso: nuestro miedo a ser.
Porque todo lo que es el mexicano actual, como se ha visto, puede reducirse a esto: el
mexicano no quiere o no se atreve a ser él mismo.
En muchos casos estos fantasmas son vestigios de realidades pasadas. Se
originaron en la Conquista, en la Colonia, en la Independencia o en las guerras
sostenidas contra yanquis y franceses. Otros reflejan nuestros problemas actuales,
pero de una manera indirecta, escondiendo o disfrazando su verdadera naturaleza. ¿Y
no es extraordinario que, desaparecidas las causas, persistan los efectos? ¿Y que los
efectos oculten a las causas? En esta esfera es imposible escindir causas y efectos. En
realidad, no hay causas y efectos, sino un complejo de reacciones y tendencias que se
penetran mutuamente. La persistencia de ciertas actitudes y la libertad e
independencia que asumen frente a las causas que las originaron, conduce a
estudiarlas en la carne viva del presente y no en los textos históricos. En suma, la
historia podrá esclarecer el origen de muchos de nuestros fantasmas, pero no los
disipará. Sólo nosotros podemos enfrentarnos a ellos. O dicho de otro modo: la
historia nos ayuda a comprender ciertos rasgos de nuestro carácter, a condición de
que seamos capaces de aislarlos y denunciarlos previamente. Nosotros somos los
únicos que podemos contestar a las preguntas que nos hacen la realidad y nuestro
propio ser.
EN NUESTRO lenguaje diario hay un grupo de palabras prohibidas, secretas, sin
contenido claro, y a cuya mágica ambigüedad confiamos la expresión de las más
brutales o sutiles de nuestras emociones y reacciones. Palabras malditas, que sólo
pronunciamos en voz alta cuando no somos dueños de nosotros mismos.
Confusamente reflejan nuestra intimidad: las explosiones de nuestra vitalidad las
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iluminan y las depresiones de nuestro ánimo las oscurecen. Lenguaje sagrado, como el
de los niños, la poesía y las sectas. Cada letra y cada sílaba están animadas de una vida
doble, al mismo tiempo luminosa y oscura, que nos revela y oculta. Palabras que no
dicen nada y dicen todo. Los adolescentes, cuando quieren presumir de hombres, las
pronuncian con voz ronca. Las repiten 30 las señoras, ya para significar su libertad de
espíritu, ya para mostrar la verdad de sus sentimientos. Pues estas palabras son
definitivas, categóricas, a pesar de su ambigüedad y de la facilidad con que varía su
significado. Son las malas palabras, único lenguaje vivo en un mundo de vocablos
anémicos. La poesía al alcance de todos.
Cada país tiene la suya. En la nuestra, en sus breves y desgarradas, agresivas,
chispeantes sílabas, parecidas a la momentánea luz que arroja el cuchillo cuando se le
descarga contra un cuerpo opaco y duro, se condensan todos nuestros apetitos,
nuestras iras, nuestros entusiasmos y los anhelos que pelean en nuestro fondo,
inexpresados. Esa palabra es nuestro santo y seña. Por ella y en ella nos reconocemos
entre extraños y a ella acudimos cada vez que aflora a nuestros labios la condición de
nuestro ser. Conocerla, usarla, arrojándola al aire como un juguete vistoso o
haciéndola vibrar como un arma afilada, es una manera de afirmar nuestra
mexicanidad.
Toda la angustiosa tensión que nos habita se expresa en una frase que nos
viene a la boca cuando la cólera, la alegría o el entusiasmo nos llevan a exaltar nuestra
condición de mexicanos: ¡Viva México, hijos de la Chingada! Verdadero grito de guerra,
cargado de una electricidad particular, esta frase es un reto y una afirmación, un
disparo, dirigido contra un enemigo imaginario, y una explosión en el aire.
Nuevamente, con cierta patética y plástica fatalidad, se presenta la imagen del cohete
que sube al cielo, se dispersa en chispas y cae oscuramente. O la del aullido en que
terminan nuestras canciones, y que posee la misma ambigua resonancia: alegría
rencorosa, desgarrada afirmación que se abre el pecho y se consume a sí misma.
Con ese grito, que es de rigor gritar cada 15 de septiembre, aniversario de la
Independencia, nos afirmamos y afirmamos a nuestra patria, frente, contra y a pesar
de los demás. ¿Y quiénes son los demás? Los demás son los "hijos de la chingada': los
extranjeros, los malos mexicanos, nuestros enemigos, nuestros rivales. En todo caso,
los "otros". Esto es, todos aquellos que no son lo que nosotros somos. Y esos otros no
se definen sino en cuanto hijos de una madre tan indeterminada y vaga como ellos
mismos.
¿Quién es la Chingada? Ante todo, es la Madre. No una Madre de carne y
hueso, sino una figura mítica. La Chingada es una de las representaciones mexicanas
de la Maternidad, como la Llorona o la "sufrida madre mexicana" que festejamos el
diez de mayo. La Chingada es la madre que ha sufrido, metafórica o realmente, la
acción corrosiva e infamante implícita en el verbo que le da nombre. Vale la pena
detenerse en el significado de esta voz.
En la Anarquía del lenguaje en la América Española, Darío Rubio examina el
origen de esta palabra y enumera las significaciones que le prestan casi todos los
pueblos hispanoamericanos. Es probable su procedencia azteca: chingaste es xinachtli
(semilla de hortaliza) o xinaxtli (aguamiel fermentado). La voz y sus derivados se usan,
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en casi toda América y en algunas regiones de España, asociados a las bebidas,
alcohólicas o no: chingaste son los residuos o heces que quedan en el vaso, en
Guatemala y El Salvador; en Oaxaca llaman chingaditos a los restos del café; en todo
México se llama chínguere —o, significativamente, piquete— al alcohol; en Chile, Perú
y Ecuador la chingana es la taberna; en España chingar equivale a beber mucho, a
embriagarse; y en Cuba, un chinguirito es un trago de alcohol.
Chingar también implica la idea de fracaso. En Chile y Argentina se chinga un
petardo, "cuando no revienta, se frustra o sale fallido". Y las empresas que fracasan,
las fiestas que se aguan, las acciones que no llegan a su término, se chingan. En
Colombia, chingarse es llevarse un chasco. En el Plata un vestido desgarrado en un
vestido chingado. En casi todas partes chingarse es salir burlado, fracasar. Chingar,
asimismo, se emplea en algunas partes de Sudamérica como sinónimo de molestar,
zaherir, burlar. Es un verbo agresivo, como puede verse por todas estas significaciones:
descolar a los animales, incitar o hurgar a los gallos, chunguear, chasquear, perjudicar,
echar a perder, frustrar.
En México los significados de la palabra son innumerables. Es una voz mágica.
Basta un cambio de tono, una inflexión apenas, para que el sentido varíe. Hay tantos
matices como entonaciones: tantos significados como sentimientos. Se puede ser un
chingón, un Gran Chingón (en los negocios, 31 en la política, en el crimen, con las
mujeres), un chingaquedito (silencioso, disimulado, urdiendo tramas en la sombra,
avanzando cauto para dar el mazazo), un chingoncito. Pero la pluralidad de
significaciones no impide que la idea de agresión —en todos sus grados, desde el
simple de incomodar, picar, zaherir, hasta el de violar, desgarrar y matar— se presente
siempre como significado último. El verbo denota violencia, salir de sí mismo y
penetrar por la fuerza en otro. Y también, herir, rasgar, violar —cuerpos, almas,
objetos—, destruir. Cuando algo se rompe, decimos: "se chingó".
Cuando alguien ejecuta un acto desmesurado y contra las reglas, comentamos:
"hizo una chingadera".
La idea de romper y de abrir reaparece en casi todas las expresiones. La voz
está teñida de sexualidad, pero no es sinónimo del acto sexual; se puede chingar a una
mujer sin poseerla. Y cuando se alude al acto sexual, la violación o el engaño le prestan
un matiz particular. El que chinga jamás lo hace con el consentimiento de la chingada.
En suma, chingar es hacer violencia sobre otro. Es un verbo masculino, activo, cruel:
pica, hiere, desgarra, mancha. Y provoca una amarga, resentida satisfacción en el que
lo ejecuta.
Lo chingado es lo pasivo, lo inerte y abierto, por oposición a lo que chinga, que
es activo, agresivo y cerrado. El chingón es el macho, el que abre. La chingada, la
hembra, la pasividad, pura, inerme ante el exterior. La relación entre ambos es
violenta, determinada por el poder cínico del primero y la impotencia de la otra. La
idea de violación rige oscuramente todos los significados. La dialéctica de "lo cerrado"
y "lo abierto" se cumple así con precisión casi feroz.
El poder mágico de la palabra se intensifica por su carácter prohibido. Nadie la
dice en público. Solamente un exceso de cólera, una emoción o el entusiasmo
delirante, justifican su expresión franca. Es una voz que sólo se oye entre hombres, o
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en las grandes fiestas. Al gritarla, rompemos un velo de pudor, de silencio o de
hipocresía. Nos manifestamos tales como somos de verdad. Las malas palabras hierven
en nuestro interior, como hierven nuestros sentimientos. Cuando salen, lo hacen
brusca, brutalmente, en forma de alarido, de reto, de ofensa. Son proyectiles o
cuchillos. Desgarran.
Los españoles también abusan de las expresiones fuertes. Frente a ellos el
mexicano es singularmente pulcro. Pero mientras los españoles se complacen en la
blasfemia y la escatología, nosotros nos especializamos en la crueldad y el sadismo. El
español es simple: insulta a Dios porque cree en él. La blasfemia, dice Machado, es una
oración al revés. El placer que experimentan muchos españoles, incluso algunos de sus
más altos poetas, al aludir a los detritus y mezclar la mierda con lo sagrado se parece
un poco al de los niños que juegan con lodo. Hay, además del resentimiento, el gusto
por los contrastes, que ha engendrado el estilo barroco y el dramatismo de la gran
pintura española. Sólo un español puede hablar con autoridad de Onán y Donjuán. En
las expresiones mexicanas, por el contrario, no se advierte la dualidad española
simbolizada por la oposición de lo real y lo ideal, los místicos y los picaros, el Quevedo
fúnebre y el escatológico, sino la dicotomía entre lo cerrado y lo abierto. El verbo
chingar indica el triunfo de lo cerrado, del macho, del fuerte, sobre lo abierto.
La palabra chingar, con todas estas múltiples significaciones, define gran parte
de nuestra vida y califica nuestras relaciones con el resto de nuestros amigos y
compatriotas. Para el mexicano la vida es una posibilidad de chingar o de ser chingado.
Es decir, de humillar, castigar y ofender. O a la inversa. Esta concepción de la vida
social como combate engendra fatalmente la división de la sociedad en fuertes y
débiles. Los fuertes —los chingones sin escrúpulos, duros e inexorables— se rodean de
fidelidades ardientes e interesadas. El servilismo ante los poderosos —especialmente
entre la casta de los "políticos", esto es, de los profesionales de los negocios públicos—
es una de las deplorables consecuencias de esta situación. Otra, no menos degradante,
es la adhesión a las personas y no a los principios. Con frecuencia nuestros políticos
confunden los negocios públicos con los privados. No importa. Su riqueza o su
influencia en la administración les permite sostener una mesnada que el pueblo llama,
muy atinadamente, de "lambiscones" (de lamer).
El verbo chingar —maligno, ágil y juguetón como un animal de presa—
engendra muchas 32 expresiones que hacen de nuestro mundo una selva: hay tigres
en los negocios, águilas en las escuelas o en los presidios, leones con los amigos. El
soborno se llama "morder". Los burócratas roen sus huesos (los empleos públicos). Y
en un mundo de chingones, de relaciones duras, presididas por la violencia y el recelo,
en el que nadie se abre ni se raja y todos quieren chingar, las ideas y el trabajo cuentan
poco. Lo único que vale es la hombría el valor personal, capaz de imponerse.
La voz tiene además otro significado, más restringido. Cuando decimos "vete a
la Chingada", enviamos a nuestro interlocutor a un espacio lejano, vago e
indeterminado. Al país de las cosas rotas, gastadas. País gris, que no está en ninguna
parte, inmenso y vacío. Y no sólo por simple asociación fonética lo comparamos a la
China, que es también inmensa y remota. La Chingada, a fuerza de uso, de
significaciones contrarias y del roce de labios coléricos o entusiasmados, acaba por
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gastarse, agotar sus contenidos y desaparecer. Es una palabra hueca. No quiere decir
nada. Es la Nada.
Después de esta disgresión sí se puede contestar a la pregunta ¿qué es la
Chingada? La Chingada es la Madre abierta, violada o burlada por la fuerza. El "hijo de
la Chingada" es el engendro de la violación, del rapto o de la burla. Si se compara esta
expresión con la española, "hijo de puta", se advierte inmediatamente la diferencia.
Para el español la deshonra consiste en ser hijo de una mujer que voluntariamente se
entrega, una prostituta; para el mexicano, en ser fruto de una violación.
Manuel Cabrera me hace observar que la actitud española refleja una
concepción histórica y moral del pecado original, en tanto que la del mexicano, más
honda y genuina, trasciende anécdota y ética. En efecto, toda mujer, aun la que se da
voluntariamente, es desgarrada, chingada por el hombre. En cierto sentido todos
somos, por el solo hecho de nacer de mujer, hijos de la Chingada, hijos de Eva. Mas lo
característico del mexicano reside, a mi juicio, en la violenta, sarcástica humillación de
la Madre y en la no menos violenta afirmación del Padre. Una amiga —las mujeres son
más sensibles a la extrañeza de la situación— me hacía ver que la admiración por el
Padre, símbolo de lo cerrado y agresivo, capaz de chingar y abrir, se transparenta en
una expresión que empleamos cuando queremos imponer a otro nuestra superioridad:
"Yo soy tu padre". En suma, la cuestión del origen es el centro secreto de nuestra
ansiedad y angustia. Vale la pena detenerse un poco en el sentido que todo esto tiene
para nosotros.
Estamos solos. La soledad, fondo de donde brota la angustia, empezó el día en
que nos desprendimos del ámbito materno y caímos en un mundo extraño y hostil.
Hemos caído; y esta caída, este sabernos caídos, nos vuelve culpables. ¿De qué? De un
delito sin nombre: el haber nacido. Estos sentimientos son comunes a todos los
hombres y no hay en ellos nada que sea específicamente mexicano, así pues, no se
trata de repetir una descripción que ya ha sido hecha muchas veces, sino de aislar
algunos rasgos y emociones que iluminan con una luz particular la condición universal
del hombre.
En todas las civilizaciones la imagen del Dios Padre —apenas destrona a las
divinidades femeninas— se presenta como una figura ambivalente. Por una parte, ya
sea Jehová, Dios Creador, o Zeus, rey de la creación, regulador cósmico, el Padre
encarna el poder genérico, origen de la vida; por la otra es el principio anterior, el Uno,
de donde todo nace y adonde todo desemboca. Pero, además, es el dueño del rayo y
del látigo, el tirano y el ogro devorador de la vida. Este aspecto — Jehová colérico, Dios
de ira, Saturno, Zeus violador de mujeres—es el que aparece casi exclusivamente en
las representaciones populares que se hace el mexicano del poder viril.
El "macho" representa el polo masculino de la vida. La frase "yo soy tu padre"
no tiene ningún sabor paternal, ni se dice para proteger, resguardar o conducir, sino
para imponer una superioridad, esto es, para humillar. Su significado real no es distinto
al del verbo chingar y algunos de sus derivados. El "Macho" es el Gran Chingón. Una
palabra resume la agresividad, impasibilidad, invulnerabilidad, uso descarnado de la
violencia, y demás atributos del "macho": poder. La fuerza, pero desligada de toda
noción de orden: el poder arbitrario, la voluntad sin freno y sin cauce.
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La arbitrariedad añade un elemento imprevisto a la figura del "macho". Es un
humorista. Sus 33 bromas son enormes, descomunales y desembocan siempre en el
absurdo. Es conocida la anécdota de aquel que, para "curar" el dolor de cabeza de un
compañero de juerga, le vació la pistola en el cráneo. Cierto o no, el sucedido revela
con qué inexorable rigor la lógica de lo absurdo se introduce en la vida. El "macho"
hace "chingaderas", es decir, actos imprevistos y que producen la confusión, al horror,
la destrucción. Abre al mundo; al abrirlo, lo desgarra. El desgarramiento provoca una
gran risa siniestra. A su manera es justo: restablece el equilibrio, pone las cosas en su
sitio, esto es, las reduce a polvo, miseria, nada. El humorismo del "macho" es un acto
de venganza.
Un psicólogo diría que el resentimiento es el fondo de su carácter. No sería
difícil percibir también ciertas inclinaciones homosexuales, como el uso y abuso de la
pistola, símbolo fálico portador de la muerte y no de la vida, el gusto por las cofradías
cerradamente masculinas, etc. Pero cualquiera que sea el origen de estas actitudes, el
hecho es que el atributo esencial del "macho", la fuerza, se manifiesta casi siempre
como capacidad de herir, rajar, aniquilar, humillar. Nada más natural, por tanto, que su
indiferencia frente a la prole que engendra. No es el fundador de un pueblo; no es el
patriarca que ejerce la patria potestas; no es el rey, juez, jefe de clan. Es el poder,
aislado en su misma potencia, sin relación ni compromiso con el mundo exterior. Es la
incomunicación pura, la soledad que se devora a sí misma y devora lo que toca. No
pertenece a nuestro mundo; no es de nuestra ciudad; no vive en nuestro barrio. Viene
de lejos, está lejos siempre. Es el Extraño. Es imposible no advertir la semejanza que
guarda la figura del "macho" con la del conquistador español. Ése es el modelo —más
mítico que real— que rige las representaciones que el pueblo mexicano se ha hecho de
los poderosos: caciques, señores feudales, hacendados, políticos, generales, capitanes
de industria. Todos ellos son "machos", "chingones".
El "macho" no tiene contrapartida heroica o divina. Hidalgo, el "padre de la
patria", como es costumbre llamarlo en la jerga ritual de la República, es un anciano
inerme, más encarnación del pueblo desvalido frente a la fuerza que imagen del poder
y la cólera del padre terrible. Entre los numerosos santos patronos de los mexicanos
tampoco aparece alguno que ofrezca semejanza con las grandes divinidades
masculinas. Finalmente, no existe una veneración especial por el Dios padre de la
Trinidad, figura más bien borrosa. En cambio, es muy frecuente y constante la
devoción a Cristo, el Dios hijo, el Dios joven, sobre todo como víctima redentora. En las
iglesias de los pueblos abundan las esculturas de Jesús —en cruz o cubiertas de llagas y
heridas— en las que el realismo desollado de los españoles se alía al simbolismo
trágico de los indios: las heridas son flores, prendas de resurrección, por una parte y,
asimismo, reiteración de que la vida es la máscara dolorosa de la muerte.
El fervor del culto al Dios hijo podría explicarse, a primera vista, como herencia
de las religiones prehispánicas. En efecto, a la llegada de los españoles casi todas las
grandes divinidades masculinas —con la excepción de Tláloc, niño y viejo
simultáneamente, deidad de mayor antigüedad— eran dioses hijos, como Xipe, dios
del maíz joven, y Huitzilopochtli, el "guerrero del Sur". Quizá no sea ocioso recordar
que el nacimiento de Huitzilopochtli ofrece más de una analogía con el de Cristo:
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también él es concebido sin contacto carnal; el mensajero divino también es un pájaro
(que deja caer una pluma en el regazo de Coatlicue); y, en fin, también el niño
Huitzilopochtli debe escapar de la persecución de un Herodes mítico. Sin embargo, es
abusivo utilizar estas analogías para explicar la devoción a Cristo, como lo sería
atribuirla a una mera supervivencia del culto a los dioses hijos. El mexicano venera al
Cristo sangrante y humillado, golpeado por los soldados, condenado por los jueces,
porque ve en él la imagen transfigurada de su propio destino. Y esto mismo lo lleva a
reconocerse en Cuauhtémoc, el joven Emperador azteca destronado, torturado y
asesinado por Cortés.
Cuauhtémoc quiere decir "águila que cae". El jefe mexica asciende al poder al
iniciarse el sitio de México-Tenochtitlán, cuando los aztecas han sido abandonados
sucesivamente por sus dioses, sus vasallos y sus aliados. Asciende sólo para caer, como
un héroe mítico. Inclusive su relación con la mujer se ajusta al arquetipo de héroe
joven, a un tiempo amante e hijo de la Diosa. Así, López Velarde dice que Cuauhtémoc
sale al encuentro de Cortés, es decir, al sacrificio final, "desprendido 34 del pecho
curvo de la Emperatriz". Es un guerrero pero también un niño. Sólo que el ciclo heroico
no se cierra: héroe caído, aún espera su resurrección. No es sorprendente que, para la
mayoría de los mexicanos, Cuauhtémoc sea el "joven abuelo", el origen de México: la
tumba del héroe es la cuna del pueblo. Tal es la dialéctica de los mitos y Cuauhtémoc,
antes que una figura histórica, es un mito. Y aquí interviene otro elemento decisivo,
analogía que hace de esta historia un verdadero poema en busca de un desenlace: se
ignora el lugar de la tumba de Cuauhtémoc. El misterio del paradero de sus restos es
una de nuestras obsesiones. Encontrarlo significa nada menos que volver a nuestro
origen, reanudar nuestra filiación, romper la soledad. Resucitar.
Si se interroga a la tercera figura de la tríada, la Madre, escucharemos una
respuesta doble. No es un secreto para nadie que el catolicismo mexicano se
concentra en el culto a la Virgen de Guadalupe. En primer término: se trata de una
Virgen india; enseguida: el lugar de su aparición (ante el indio Juan Diego) es una colina
que fue antes santuario dedicado a Tonantzin, "nuestra madre", diosa de la fertilidad
entre los aztecas. Como es sabido, la Conquista coincide con el apogeo del culto a dos
divinidades masculinas: Quetzalcóatl, el dios del autosacrificio (crea el mundo, según el
mito, arrojándose a la hoguera, en Teotihuacán) y Huitzilopochtli, el joven dios
guerrero que sacrifica. La derrota de estos dioses —pues eso fue la Conquista para el
mundo indio: el fin de un ciclo cósmico y la instauración de un nuevo reinado divino—
produjo entre los fieles una suerte de regreso hacia las antiguas divinidades
femeninas. Este fenómeno de vuelta a la entraña materna, bien conocido de los
psicólogos, es sin duda una de las causas determinantes de la rápida popularidad del
culto a la Virgen. Ahora bien, las deidades indias eran diosas de fecundidad, ligadas a
los ritmos cósmicos, los procesos de vegetación y los ritos agrarios. La Virgen católica
es también una Madre (Guadalupe-Tonantzin la llaman aún algunos peregrinos indios)
pero su atributo principal no es velar por la fertilidad de la tierra sino ser el refugio de
los desamparados. La situación ha cambiado: no se trata ya de asegurar las cosechas
sino de encontrar un regazo. La Virgen es el consuelo de los pobres, el escudo de los
débiles, el amparo de los oprimidos. En suma, es la Madre de los huérfanos. Todos los
20
hombres nacimos desheredados y nuestra condición verdadera es la orfandad, pero
esto es particularmente cierto para los indios y los pobres de México. El culto a la
Virgen no sólo refleja la condición general de los hombres sino una situación histórica
concreta, tanto en lo espiritual como en lo material. Y hay más: Madre universal, la
Virgen es también la intermediaria, la mensajera entre el hombre desheredado y el
poder desconocido, sin rostro: el Extraño.
Por contraposición a Guadalupe, que es la Madre virgen, la Chingada es la
Madre violada. Ni en ella ni en la Virgen se encuentran rastros de los atributos negros
de la Gran Diosa: lascivia de Amaterasu y Afrodita, crueldad de Artemisa y Astarté,
magia funesta de Circe, amor por la sangre de Kali. Se trata de figuras pasivas.
Guadalupe es la receptividad pura y los beneficios que produce son del mismo orden:
consuela, serena, aquieta, enjuga las lágrimas, calma las pasiones. La Chingada es aún
más pasiva. Su pasividad es abyecta: no ofrece resistencia a la violencia, es un montón
inerte de sangre, huesos y polvo. Su mancha es constitucional y reside, según se ha
dicho más arriba, en su sexo. Esta pasividad abierta al exterior la lleva a perder su
identidad: es la Chingada. Pierde su nombre, no es nadie ya, se confunde con la nada,
es la Nada. Y sin embargo, es la atroz encarnación de la condición femenina.
Si la Chingada es una representación de la Madre violada, no me parece
forzado asociarla a la Conquista, que fue también una violación, no solamente en el
sentido histórico, sino en la carne misma de las indias. El símbolo de la entrega es doña
Malinche, la amante de Cortés. Es verdad que ella se da voluntariamente al
Conquistador, pero éste, apenas deja de serle útil, la olvida. Doña Marina se ha
convertido en una figura que representa a las indias, fascinadas, violadas o seducidas
por los españoles. Y del mismo modo que el niño no perdona a su madre que lo
abandone para ir en busca de su padre, el pueblo mexicano no perdona su traición a la
Malinche. Ella encarna lo abierto, lo chingado, frente a nuestros indios, estoicos,
impasibles y cerrados. Cuauhtémoc y doña Marina son así dos símbolos antagónicos y
complementarios. Y si no es sorprendente el culto que todos 35 profesamos al joven
emperador —"único héroe a la altura del arte", imagen del hijo sacrificado— tampoco
es extraña la maldición que pesa contra la Malinche. De ahí el éxito del adjetivo
despectivo "malinchista", recientemente puesto en circulación por los periódicos para
denunciar a todos los contagiados por tendencias extranjerizantes. Los malinchistas
son los partidarios de que México se abra al exterior: los verdaderos hijos de la
Malinche, que es la Chingada en persona. De nuevo aparece lo cerrado por oposición a
lo abierto.
Nuestro grito es una expresión de la voluntad mexicana de vivir cerrados al
exterior, sí, pero sobre todo, cerrados frente al pasado. En ese grito condenamos
nuestro origen y renegamos de nuestro hibridismo. La extraña permanencia de Cortés
y de la Malinche en la imaginación y en la sensibilidad de los mexicanos actuales revela
que son algo más que figuras históricas: son símbolos de un conflicto secreto, que aún
no hemos resuelto. Al repudiar a la Malinche —Eva mexicana, según la representa José
Clemente Orozco en su mural de la Escuela Nacional Preparatoria— el mexicano
rompe sus ligas con el pasado, reniega de su origen y se adentra solo en la vida
histórica.
21
El mexicano condena en bloque toda su tradición, que es un conjunto de
gestos, actitudes y tendencias en el que ya es difícil distinguir lo español de lo indio.
Por eso la tesis hispanista, que nos hace descender de Cortés con exclusión de la
Malinche, es el patrimonio de unos cuantos extravagantes —que ni siquiera son
blancos puros—. Y otro tanto se puede decir de la propaganda indigenista, que
también está sostenida por criollos y mestizos maniáticos, sin que jamás los indios le
hayan prestado atención. El mexicano no quiere ser ni indio, ni español. Tampoco
quiere descender de ellos. Los niega. Y no se afirma en tanto que mestizo, sino como
abstracción: es un hombre. Se vuelve hijo de la nada. Él empieza en sí mismo.
Esta actitud no se manifiesta nada más en nuestra vida diaria, sino en el curso
de nuestra historia, que en ciertos momentos ha sido encarnizada voluntad de
desarraigo. Es pasmoso que un país con un pasado tan vivo, profundamente
tradicional, atado a sus raíces, rico en antigüedad legendaria si pobre en historia
moderna, sólo se conciba como negación de su origen.
Nuestro grito popular nos desnuda y revela cuál es esa llaga que
alternativamente mostramos o escondemos, pero no nos indica cuáles fueron las
causas de esa separación y negación de la Madre, ni cuándo se realizó la ruptura. A
reserva de examinar más detenidamente el problema, puede adelantarse que la
Reforma liberal de mediados del siglo pasado parece ser el momento en que el
mexicano se decide a romper con su tradición, que es una manera de romper con uno
mismo. Si la Independencia corta los lazos políticos que nos unían a España, la Reforma
niega que la nación mexicana en tanto que proyecto histórico, continúe la tradición
colonial. Juárez y su generación fundan un Estado cuyos ideales son distintos a los que
animaban a Nueva España o a las sociedades precortesianas. El Estado mexicano
proclama una concepción universal y abstracta del hombre: la República no está
compuesta por criollos, indios y mestizos, como con gran amor por los matices y
respeto por la naturaleza heteróclita del mundo colonial especificaban las Leyes de
Indias, sino por hombres, a secas. Y a solas.
La Reforma es la gran Ruptura con la Madre. Esta separación era un acto fatal y
necesario, porque toda vida verdaderamente autónoma se inicia como ruptura con la
familia y el pasado. Pero nos duele todavía esa separación. Aún respiramos por la
herida. De ahí que el sentimiento de orfandad sea el fondo constante de nuestras
tentativas políticas y de nuestros conflictos íntimos. México está tan solo como cada
uno de sus hijos.
El mexicano y la mexicanidad se definen como ruptura y negación. Y, asimismo,
como búsqueda, como voluntad por trascender ese estado de exilio. En suma, como
viva conciencia de la soledad, histórica y personal.
La historia, que no nos podía decir nada sobre la naturaleza de nuestros
sentimientos y de nuestros conflictos, sí nos puede mostrar ahora cómo se realizó la
ruptura y cuáles han sido nuestras tentativas para trascender la soledad.
22
Texto 4: Un puerto a Bolivia
Vicente Huidobro (chileno. 1893-1948) [Diario La opinión. 1938]
Es curioso cómo los hombres se alarman por cualquier cosa. Bolivia pide un
puerto. ¿Hay algo más lógico? Cualquier país de grandes dimensiones territoriales
haría lo mismo puesto en el mismo caso. Nosotros los chilenos, en el caso de los
bolivianos, ¿no querríamos tener salida al mar?
Una vieja ley moral del Oriente enseña que debemos obrar con nuestro prójimo
como desearíamos que él obrara con nosotros. De esta ley nació seguramente la
nuestra que dice: Ama a tu prójimo como a ti mismo.
Esa vieja ley moral tiene que contener una gran verdad puesto que perdura a
través de los siglos en el corazón de los hombres. Ahora bien, ¿por qué razón no se
impone entre los pueblos algo que es tan necesario en las relaciones entre los
hombres? ¿Es acaso porque el hombre siente diluido en lo colectivo el sentido de su
responsabilidad individual? ¿Y esta dilución le agrada porque en ella oculta y libera a la
vez las bajas pasiones?
Es posible que así sea, pero esta actitud es errónea, es torpe y es peligrosa. La
historia nos enseña que esos errores se pagan tarde o temprano. Es nuestro deber
aprender de la historia y adelantarnos a la hora de las catástrofes.
¿Y por qué razón convertir en enemigos a aquellos que pueden ser nuestros
amigos?
En esta enorme América de tan vastos horizontes debe imperar la generosidad
y el espíritu de conciliación como una ley, como la más hermosa de las leyes. En
nuestros grandes países despoblados las almas no pueden empequeñecer, tienen que
ensancharse o abrir las alas inmensas bajo el sol. Entre nosotros, americanos, no hay
odios seculares que nos separen, ni siquiera diferencia de idioma que dificulte la
comprensión de nuestros espíritus. Entre nosotros debe reinar la fraternidad, debe
nacer de una vez por todas la verdadera fraternidad humana y dar ese ejemplo al
mundo. Ése sería nuestro más alto honor en la historia del hombre.
Hemos visto y estamos viendo a lo que conduce el odio y el egoísmo en otras
partes de la tierra. La vida se hace imposible, se vegeta en la angustia, peligra la
civilización, se desmorona la cultura.
Creo y afirmo como chileno y como ser humano que debemos entrar cuanto
antes en conversación con Bolivia y que ambos países deben y pueden resolver
generosamente, fraternalmente este gran problema de la salida al mar de la nación
boliviana.
No es posible ahogar a una nación y sería inhumano hacerlo si fuera posible.
La generosidad debe ser igual por ambas partes para que así no existan
sacrificios que puedan crear resquemores y el germen de futuros resentimientos.
Interpretaría mal mis palabras quien creyera que yo pretendo que se debe
entregar sin más un pedazo de nuestro territorio nacional. Lo que yo quiero decir es
que se debe abordar este problema cuanto antes y resolverlo de un modo que sea
ventajoso para ambos países.
23
Una opinión corriente en Chile sostiene que si entregamos algo de nuestro
territorio a Bolivia, ésta nos reclamaría mañana otros territorios y sólo despertaremos
su apetito. Esto es falso. No ha sucedido así con el Perú y no hay razón para que
suceda con Bolivia, Además, esto depende de la solución que se de al problema y de la
forma del acuerdo que debe ser definitivo.
La salida al mar de Bolivia está en manos de Chile. Sería triste que Chile
desoyera la voz de su vecino. Bolivia necesita un puerto, para ella es cuestión vital, lo
pide sin amenazas, sin apelar a alianzas ocultas y maniobrar tenebrosas, lo pide en
juego limpio, caballerosamente, por medio de su Ministro de RREE en el Congreso
Panamericano de Lima, a la luz del día. Es necesario estudiar una fórmula de
compensaciones que nos permita dar satisfacción a ese país hermano.
No deseamos que nuestros amigos bolivianos sean un día nuestros enemigos,
deseamos que sean cada vez más nuestros amigos.
(1938. Diario La Opinión)
Hoy es lunes 21 de septiembre y por tanto este columnista no sabe lo que dirá
el tribunal de La Haya respecto de su competencia ni cómo reaccionará nuestra
Cancillería si se considera competente. Hemos preferido escribirla así, de “antemano”.
Pretendemos que nuestros juicios sean evaluados de acuerdo a su mérito o desmérito
“ex tempore”, no por haberse visto el final de la película. No queremos imitar a esos
generales de sobremesa que despliegan tropas -peras y manzanas- arriba del mantel
para ganar batallas largo rato después que terminó la guerra.
24
No debió incumbirnos…
Hay más; sea cual sea el resultado de La Haya seguirá habiendo quienes
quisieran restarle importancia al asunto hablando livianamente de los “pocos
kilómetros” que podríamos ceder sin daño patrimonial para Chile. Ya oímos eso con
ocasión de la pérdida de Laguna del Desierto. En este caso el candidato ME-O e incluso
el ministro de Defensa -en ese cargo la suya resulta ser una postura digna de Ripley-
están en esa línea. Craso error. Lo que se juega no es un pedazo de suelo, sino el
futuro de la proyección oceánica de Chile en el Pacífico Sur. Ceder territorio para la
constitución de un puerto soberano extranjero es entregar ese futuro a quienes,
detrás de Bolivia, desean ese acceso precisamente para imponernos gradualmente su
superioridad poblacional y material. Ya es suficiente competir con Perú y tal vez
25
Ecuador en esa materia; ¿deseamos además incorporar a una nación del Atlántico que
hace tiempo manifiesta una irrefrenable vocación por jugar a la Gran Potencia?
“Baluarte”
Arguyen los defensores de las posturas jurídicas que siendo como somos nación
pequeña y no muy fuerte, el “apego al derecho internacional” es nuestro único
baluarte. Baluarte, esto es, defensa, fortaleza, roca a la cual asirnos. Pero, ¿en qué
juicio ese “baluarte” nos ha favorecido? Con dicho “baluarte” hemos ido a una derrota
tras otra. Hasta Morales se dio el lujo de recordarlo y decírnoslo. Es más, la única vez
que un laudo arbitral nos ha dado la razón, la contraparte simplemente se negó de
plano a acatarlo y estuvimos a minutos de una guerra, la cual se evitó no por acción de
otro “baluarte” o por los buenos oficios de un sacerdote, sino porque al menos esa vez
el país estaba decidido a ir hasta el último extremo y la parte ofensora se lo pensó
mejor.
En la obra de ese título, escrita a fines del siglo IV d.C., su autor, el romano
Publius Flavius Vegetius Renatus, entre otras frases contundentes se mandó la
siguiente: “Si realmente deseas la paz, entonces prepárate para la guerra”. Hoy suena
feo y brutal decirlo aunque en estos mismos momentos se libran no menos de 26
conflictos de todos los tipos. Una y otra vez la evidencia es de que los pueblos ni son
hermanos ni solidarios; una y otra vez la fortaleza y no la buena onda defiende a los
Estados; una y otra vez las ligas de naciones, los organismos piadosos, los conciertos
rock por la paz o el enarbolamiento de legalismos se demuestran incapaces de
defender a nadie. Ni la jurisprudencia ni los sermones evitan los choques, sino al
contrario, lo hacen el valor y entereza. El derecho vale, sí, pero sólo si lo garantiza la
fuerza y la decisión de usarla. Eso, no la debilidad, es lo que conserva la paz. El
entreguismo disfrazado de legalismo o pacifismo o progresismo no suscita respeto ni
amistad; de hecho sólo inspira desprecio y más codicia. ¿Quién ha podido mantener a
raya a un cocodrilo arrojándole carne?
26
Pero si pese a toda la evidencia insistimos en que el solo apego al impotente
derecho internacional es nuestro “baluarte”, entonces ahorremos dinero y
reemplacemos nuestros medios de defensa con rifles de corcho y abramos una
ventanilla de reclamos territoriales. Se solicita a los interesados hacer cola por orden
de llegada.
Los españoles, vencidos y echados, han debido reírse de buena gana muchas
veces de cómo el criollo americano, en todas partes, continuó el aniquilamiento del
aborigen con una felonía redonda que toma el contorno del perfecto matricidio.
Mucho se ha asegurado que el alcoholismo es la causa más fuerte de la
destrucción indígena o la única de sus causas. La que escribe vivió en una ciudad
chilena rodeada de una “reducción”, y puede decir alguna cosa de lo que entendió
mirándoles vivir un tiempo.
Creo que estas indiadas, como todas las demás, fueron aventadas,
enloquecidas y barbarizadas en primer lugar por el despojo de su tierra: los famosos
“lanzamientos” fuera de su suelo, la rapiña de una región que les pertenecía por el
derecho más natural entre los derechos naturales.
Hay que saber para aceptar esta afirmación, lo que significa la tierra para el
hombre indio; hay que entender que la que para nosotros es una parte de nuestros
bienes, una lonja de nuestros numerosos disfrutes, es para el indio su alfa y su omega,
el asiento de los hombres y de los dioses, la madre aprendida como tal desde el gateo
27
del niño, algo como una esposa por el amor sensual con que se regodea en ella y la hija
suya por siembras y riegos. Estas emociones se trenzan en la pasión profunda del indio
por la tierra. Nosotros, gentes perturbadas y corrompidas por la industria; nosotros,
descendientes de españoles apáticos por el cultivo, insensibles de toda insensibilidad
para el paisaje, y cristianos espectadores en vez de paganos convividores con ella, no
llegaremos nunca al fondo del amor indígena por el suelo, que hay que estudiar
especialmente en el indio quechua, maestro agrario en cualquier tiempo.
Perdiendo, pues, la propiedad de su Ceres reconfortante y nutridora, estas
gentes perdieron cuantas virtudes tenían en cuanto a clan, en cuanto a hombres y en
cuanto a simples criaturas vivas. Dejaron caer el gusto del cultivo, abandonaron la
lealtad a la tribu, que derivaba de la comunidad agrícola, olvidaron el amor de la
familia, que es, como dicen los tradicionalistas, una especie de exhalación del suelo, y
una vez acabados en ellos el cultivador, el jefe de familia y el sacerdote o el creyente
fueron reentrando lentamente en la barbarie, -entrando, diría yo, porque no eran la
barbarie pura que nos han pintado sus expoliadores-. Después de rematar nuestra
rapiña, nos hemos puesto a lavar a lejía la expoliación, hasta dejarlo de un blanco de
harina. Robar a salvajes es servir la voluntad de un dios que tendría una voluntad
caucásica…
El anexo de mi Liceo de Niñas de Temuco funcionaba vecino al juzgado: la
mayor parte de la clientela de aquella sucia casa de pleitos, resolvedora de riñas
domingueras, la daba, naturalmente, la indiada de los contornos.
Cada día pasaba yo delante de ese montón de indios querellosos o querellados,
que esperaba su turno en la acera, por conversar con las mujeres que habían venido a
saber la suerte que corría el marido o el hijo.
Sus caras viriles, cansadas del mayor cansancio que puede verse en este
mundo, me irritaban acaso por un resabio de la apología ercillana, acaso por simple
sentimiento de mujer que no querría nunca mirar expresión envilecida hasta ese punto
en cara de varón. Pero una cosa me clavaba siempre en la puerta del colegio,
expectante y removida: la lengua hablada por las mujeres, una lengua en gemido de
tórtola sobre la extensión de los trigos, unas parrafadas de santas Antígonas sufridas
que ellas dirigían a sus hombres, y cuando quedaban solas, una cantinela de rezongo
piadoso o quién sabe si de oración antigua, mientras el blanco juzgador, el blanco de
todos los climas, ferozmente legal, decía su fallo sin saber la lengua del reo, allá
adentro.
Dejé aquella ciudad de amarga memoria para mí, y no volvió a caer en mis
oídos acento araucano en quince años, hasta este año de 1932, cuando mis discos me
la han traído a Europa a conmoverme de una emoción que tiene un dejo de
remordimiento.
Digo sin ningún reparo “remordimiento”. Creo a pies juntillas en los pecados
colectivos de los que somos tan responsables como de los otros, y es el dogma de la
comunión de los santos el que me ha traído en su espalda el dogma mellizo. Nos valen,
dice el primero, los méritos de los mejores, y se comunican desde el primero al último
de nosotros como el ritmo de las manos en la ronda de los niños; nos manchan y nos
llagan, creo yo, los delitos del matón rural que roba predios de indios, vapulea
28
hombres y estupra mujeres sin defensa a un kilómetro de nuestros juzgados
indiferentes y de nuestras iglesias consentidoras.
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favorecidos, pero perdimos el resto de los chilenos, cuya plata fue derrochada en un
negocio absurdo.)
Cuando les den libertad a los indígenas y se les considere iguales y plenamente
capaces de disponer de lo suyo, muchos van a vender todas sus tierras; otros una parte
y van a trabajar el resto, y todos van a estar mejor, porque tendrán un capital del cual
hoy carecen. Y esas tierras van a pasar a estar bien trabajadas por quienes las compren
o exploten, de modo que saldrá ganando el país.
De paso, se terminará solo "el problema indígena", porque los que hoy son
"siervos de la gleba" van a convertirse en profesionales, empleados, obreros,
empresarios o artistas, según sus aptitudes y van a vivir, como el resto de los chilenos,
en el lugar que elijan y no en el que han sido obligados por una legislación absurda que
el actual gobierno está tramando tornar más absurda aún.
“Prueba de sonido” indaga en los inicios del rock nacional, desde los primeros acordes
rocanroleros, en 1956, hasta la irrupción de Los Prisioneros, en 1984. El libro del
periodista David Ponce es reflejo de un género que no ha sabido posicionarse a lo largo
de su historia en el país, siempre relegado a un segundo plano: por la Nueva Ola en los
60, por la Nueva Canción Chilena en los 70 y en los 80 por el pop. Repasamos junto a
Ponce esa historia casi oculta, y dimos con datos desoladores –como que sólo el 5% del
rock chileno del período está editado–, y con anécdotas sabrosas –como la de Pinochet
escuchando a rockeros chilenos en un regimiento de conscriptos aburridos.
-¿Cómo y por qué surge la idea de escribir un libro sobre las primeras historias del rock
en Chile?
-Antes de hacerlo, me devoré muchos libros –una pequeña biblioteca del rock chileno–
, en particular el de Favio Salas, “Un grito en el amor”, libro que viene con un apéndice
de entrevistas a músicos chilenos. ¡Una weá que nunca vi en los diarios! Esos libros
fueron una especie de motivación para averiguar más. También fue por una necesidad
personal.
-¿Cuál?
-Tenía ganas de reportear sobre esta música chilena que a nivel masivo no se conoce
tanto. No es mucho lo que la gente sabe del rock en Chile antes de Los Prisioneros,
salvo por Los Jaivas, Congreso, Los Ramblers, Los Blops, grupos súper famosos.
-Hartas. Por ejemplo, los músicos chilenos en el exterior. Les dediqué un capítulo
entero, para contar por qué se habían ido del país.
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-¿Y?
-No se fueron sólo por razones políticas, en condición de exiliados. El grupo Santiago
hizo carrera en el extranjero. Hay varios casos importantes.
-¿Sí?
-Carlos Narea, por ejemplo, es un productor que triunfa en España, produjo el disco“El
amor después del amor”, de Fito Páez. Narea trabaja allá con la industria musical a
gran escala. Otro es Tato Gómez, un productor que se ha dedicado a difundir la música
latina en Alemania. Y está la leyenda de Carlos Eduardo de los Reyes, un tecladista
chileno que tocó con Boney M, un grupo de música disco en los 70: fue el quien
escribió el éxito Rasputín. Ese tipo de revelaciones me parecen súper atractivas, pero
tampoco trabajé buscando eso. Este libro no tiene nada de freak, y menos de bizarro.
Es más, es súper neutral.
-En tomar cierta distancia y dejar que los protagonistas hablen. Tampoco trato de decir
que estos músicos fueron unos grandes extravagantes. Son músicos y su trabajo es de
lo más normal.
VALPARAÍSO, LA CUNA
-¿Qué es lo que caracteriza a las primeras bandas de rock, a mediados de los cincuenta
y la década de los sesenta?
-La precariedad y las influencias. Para mí, la imitación que los caracteriza no es una
falta de identidad. Para nada. Siempre lo hecho va a ser algo propio, aunque sea
copiado. Es súper interesante el caso de Lucho Córdova, el baterista de Huambaly, una
orquesta de cumbia, mambo y cha-cha-cha que grabó un rock and roll muy raro. Lo
mismo Los Ramblers, una orquesta que venía del jazz y termina grabando rock and roll.
En general, la Nueva Ola se apropió de las canciones que venían de afuera y las grabó
en castellano. En ese tiempo, Cucho Fernández, un discjockey de la época, hablaba de
que el rock chileno no parecía tal, sino cueca.
-¿En serio?
-Por más que hubiera imitación, había una cuestión chilena en esa música. Lo que
define esta época, y las que vienen, es que el rock siempre ha estado en contra de
algo. Pasó mucho tiempo antes que se pudiera escuchar rock en las radios porque era
bastante censurado, les daba miedo a los tipos de los sellos sacar estos discos.
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-¿Dónde surgen los primeros indicios del rock en Chile?
-En Valparaíso. Ahí desembarca el rock, con los marinos y sus discos, sus instrumentos
musicales e influencias. Estaban un poco más adelantados que el resto, incluso que
Santiago. Los Mac’s eran de allá, y en el año 62 ya estaban haciendo rock. Si vas más
atrás, a mediados de los 50, te encuentras con William Reb y Harry Shaw, los primeros
rocanroleros de Chile, y son de Valparaíso. Sin embargo, algunos siguen creyendo que
los precursores del rock en Chile son Los Prisioneros. Pero ellos son más nuevos. En el
fondo, este libro era para averiguar qué había antes de Los Prisioneros.
-Antes del 73, da la impresión que el rock estaba en todos lados, en el aire, en el
Forestal, en la parroquia, aunque los rockeros eran criticados por la UP, que no los veía
con buenos ojos.
-¿Por qué?
-Se criticaba al rock su falta de compromiso político, por cantar en inglés y usar
guitarra eléctrica, elementos considerados “imperialistas”. Una paradoja, porque el
rock nunca ha tenido un compromiso ni con la derecha ni con la izquierda. Cada grupo
tenía sus propios postulados y los defendían a ultranza, como Los Jaivas y los Blops,
que defendían la vida en comunidad. En todo caso, en el sello Dicap hubo espacio para
que se colara este tipo de música no militante. Había grupos, como Congo Xingú o
Tiempo Nuevo, cuya forma de tocar no tenía nada que ver con la Nueva Canción
Chilena.
-El rock es desplazado hacia las poblaciones. Hubo una serie de restricciones con la
llegada de Pinochet, muy perjudiciales para toda la música chilena: no se hacían
tocatas por el toque de queda, no se podía cantar en castellano porque era peligroso,
no podías andar con el pelo largo porque te lo cortaban, si eras mina no debías andar
con pantalones.
-Sin embargo, después de la UP surge otra paradoja: aumenta en las radios la cantidad
de música en inglés, como una forma de aplacar la nueva canción chilena. La dictadura
se vale de esta paradoja como agente distractor y alienante y se empieza a escuchar
rock chileno.
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-Cierto; si bien los rockeros tienen el apoyo oficial para hacer conciertos, al mismo
tiempo muchos músicos se acuerdan de cómo le censuraban sus obras. Era –la de la
dictadura– una ayuda demente.
-Una de las anécdotas insólitas que describes en el libro es cuando Tumulto y Los
Trapos, en plena dictadura, comienzan a tocar a beneficio en regimientos, con Pinochet
en el palco.
-Sí, pasan cosas como esas. Los Trapos recordaban que recién dado el golpe, con toda
la desorientación que había, muchos grupos de rock tocaban en los regimientos para
distraer a los milicos rasos. Uno de los músicos contaba que los milicos estaban tan
aburridos en los regimientos que escuchar música rock era su diversión. De repente
llegaba Pinochet a ver tocar estos chascones de pelo largo. Me imagino que no
entendía nada. LosTrapos contaban que no sabían de los fusilamientos. Uno podría
querer ajusticiar a estos grupos por no estar al tanto de lo que estaba pasando, pero
igual es entendible. Hay que ponerse en el contexto de la época, ellos necesitaban
seguir trabajando, habían decidido aperrar acá y no irse al extranjero. Fue un trabajo
más para ellos…
-Sin embargo, son criticados por los que se van, que los tratan de vendidos.
-No creo que haya sido tan así. En todo caso, por su parte alegan que se quedaron aquí
en Chile, mientras los otros estaban en el exilio. Son los falsos enfrentamientos entre la
gente que se quedó y la que se fue… El rock es una forma de asomarse a todas las
cosas que sucedían en Chile en ese tiempo. Al final, todos sufrieron.
1984: MOVIMIENTO
-Dices que en los 80 el rock se caracteriza por irse a sectores periféricos, a comunas
como San Miguel o Maipú. ¿Por qué se produce este fenómeno?
-Porque después del 73, no queda otra que hacer rock de barrio. Como dicen unos
músicos en el libro, el toque de queda les impedía moverse de sus comunas, por lo que
había que tocar cerca de la casa. Así surge una escena mucho más arraigada en las
comunas, asociada a las discotecas, donde se hacían tocatas y quedaba la cagada.
Llegaban los pacos y allanaban todo. Se tiraban con todo contra los chascones.
-Sí, se da un retroceso total. Habían grupos, como Turbamulta, que cantaban en inglés
y ni siquiera sabían qué decían las letras. Tocaban el rock por tocarlo.
33
-¿Por qué decides finalizar el libro en el año 84? ¿Qué marca ese año?
-Surge Fulano, que hace algo diferente, y Los Prisioneros empiezan a hacer ruido con
su disco “La voz de los 80”. Son dos hitos fundamentales en la historia del rock chileno.
También el new wave releva al jazz rock, el trash sucede al heavy metal y el punk
chileno descubre el instinto salvaje olvidado por la canción protesta. Es un año con
mucho movimiento.
-Leyendo tu libro, uno queda con la impresión de que la historia del rock chileno aún no
se ha posicionado en este país. El rock en los sesenta es desplazado por la nueva ola, en
los setenta por la nueva canción chilena, en los ochenta por el pop… ¿He ahí un
pequeño fracaso?
-Es verdad eso. Nunca ha tenido el rock el rol que se merece, como lo ha tenido en
todo el mundo. El rock chileno toma cierto protagonismo en la década de los sesenta y
lo retoma en los ochenta. Son pocos los grupos que logran ser masivos, como Los
Jaivas, Congreso o Los Blops. Ni siquiera es tan importante si es un fracaso o no.
-¿Sino…?
-Lo bueno es poder conocer parte de esa historia –que puede no ser trascendente para
muchos– y poder encontrarte con estos grupos en internet y escucharlos. En Chile, el
rock no fue popular no por culpa de los músicos, sino de los medios. Eran canciones
absolutamente pop, que tenían todo para sonar en las radios… En muchos casos, como
no existía una industria musical, todo se radicó en la televisión. Y cuando el rock llega a
la televisión pierde su naturaleza. Los grupos tienen que hacer otras cosas para tocar
en la tele. Millantún es un gran ejemplo: tuvo que tocar covers para salir en la tele. Y
era un grupo brígido de rock.
-Como cuando Necrosis, la banda de trash, fue a Sábado Gigante y don Francisco los
agarró pal hueveo.
-Sí. Los grupos de rock tienen que prestarse para estupideces si quieren salir en la tele.
Ese tipo de cosas conspiró para que el rock no fuera popular. Cuando Los Blops
tocaron en el Festival de Viña fue un show impactante del que ellos salen pifiados,
dañados por la experiencia. Fueron destruidos por el monstruo de la Quinta. La tele
nunca fue un aporte para el rock chileno.
TODO CUENTA
-Me dices que recopilaste todos los grupos que pillaste y todo eso lo incorporaste a tu
libro. ¿Dónde queda tu lado crítico? ¿cuál es el filtro que ocupaste?
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-No me importó la calidad de los grupos. Puse todos los grupos que encontré, de
manera que en algunos capítulos está involucrada la Nueva Ola, la música de raíz
folclórica o el jazz rock. Mi tarea es de periodista y no de crítico. Lo que más odio es
hacer críticas de música. No me atrae para nada eso.
-¿Cuál es el valor más allá de un mero documento musical? ¿Qué queda de esto?
-Tiene el mismo valor de los libros que leí antes de hacer el mío. Ojalá pueda ser capaz
de acicatear la curiosidad de los lectores, para que cachen la música y generen la
demanda y así alguna vez estos discos sean reeditados y estén disponibles, como en
cualquier país civilizado. ¡No es posible que el 5% de esta música se pueda escuchar de
manera formal! ¡No estoy ni ahí con la popularidad! ¡No me interesan los grupos
populares! Si es por eso, me doy vuelta en los cuatro o cinco lugares comunes.
Mientras más información, mejor. Por eso es que puedo decir que Los Prisioneros no
son los pioneros del rock en Chile.
-¿Cuál es el verdadero aporte del rock chileno? ¿Qué lo diferencia de lo que se hace en
Argentina o Brasil?
-No sé cuál sea el verdadero aporte. Es difícil generalizar y meter a todos los grupos en
el mismo saco. Yo creo que el aporte es siempre individual… Si algo tiene el rock
chileno es que se agarra de muchas influencias, desde Elvis Presley hasta Los Beatles.
Sin embargo, nunca es como Los Beatles, nunca es como Elvis. En Argentina, uno
puede tener alguna creencia, aunque sea errónea, de lo que es el rock nacional. Hay
una sucesión desde Spinetta a Charly García, de Calamaro a Fito Páez. Eso no pasa en
Chile. Por eso el rock chileno no ha trascendido hacia otros países. Se quedó estancado
después del 73.
-Hay muchos porque, como te decía, no más del 5% está editado. La única manera de
escucharlos es de manera artesanal, consiguiéndolos en ferias libres o con amigos.
Últimamente, han surgido blogs que son una bendición, porque están haciendo una
pega que le corresponde a los sellos. Imagínate que en Holanda acaban de reeditar a
un grupo de éstos, Los Sacros. Sacaron una edición de lujo, en vinilo, un sello
especializado en música psicodélica americana. ¡Y lo tiene que hacer un tipo en
Holanda y no un chileno!
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de Londres, y, en un escudo, la divisa del Estado Mundial: Comunidad, Identidad,
Estabilidad.
La enorme sala de la planta baja se hallaba orientada hacia el Norte. Fría a
pesar del verano que reinaba en el exterior y del calor tropical de la sala, una luz cruda
y pálida brillaba a través de las ventanas buscando ávidamente alguna figura yacente
amortajada, alguna pálida forma de académica carne de gallina, sin encontrar más que
el cristal, el níquel y la brillante porcelana de un laboratorio. La invernada respondía a
la invernada. Las batas de los trabajadores eran blancas, y éstos llevaban las manos
embutidas en guantes de goma de un color pálido, como de cadáver. La luz era helada,
muerta, fantasmal. Sólo de los amarillos tambores de los microscopios lograba
arrancar
cierta calidad de vida, deslizándose a lo largo de los tubos y formando una dilatada
procesión de trazos luminosos que seguían la larga perspectiva de las mesas de
trabajo.
—Y ésta —dijo el director, abriendo la puerta— es la Sala de Fecundación.
Inclinados sobre sus instrumentos, trescientos Fecundadores se hallaban
entregados a su trabajo, cuando el director de Incubación y Condicionamiento entró
en
la sala, sumidos en un absoluto silencio, sólo interrumpido por el distraído canturreo o
silboteo solitario de quien se halla concentrado y abstraído en su labor. Un grupo de
estudiantes recién ingresados, muy jóvenes, rubicundos e imberbes, seguía con
excitación, casi abyectamente, al director, pisándole los talones. Cada uno de ellos
llevaba un bloc de notas en el cual, cada vez que el gran hombre hablaba,
garrapateaba
desesperadamente. Directamente de labios de la ciencia personificada. Era un raro
privilegio. El D.I.C. de la central de Londres tenía siempre un gran interés en
acompañar
personalmente a los nuevos alumnos a visitar los diversos departamentos.
—Sólo para darles una idea general —les explicaba.
Porque, desde luego, alguna especie de idea general debían tener si habían de
llevar a cabo su tarea inteligentemente; pero no demasiado grande si habían de ser
buenos y felices miembros de la sociedad, a ser posible. Porque los detalles, como
todos sabemos, conducen a la virtud y la felicidad, en tanto que las generalidades son
intelectualmente males necesarios. No son los filósofos sino los que se dedican a la
marquetería y los coleccionistas de sellos los que constituyen la columna vertebral de
la sociedad.
—Mañana —añadió, sonriéndoles con campechanía un tanto amenazadora—
empezarán ustedes a trabajar en serio. Y entonces no tendrán tiempo para
generalidades.
Mientras tanto...
Mientras tanto, era un privilegio. Directamente de los labios de la ciencia
personificada al bloc de notas. Los muchachos garrapateaban como locos. Alto y más
bien delgado, muy erguido, el director se adentró por la sala. Tenía el mentón largo y
saliente, y dientes más bien prominentes, apenas cubiertos, cuando no hablaba, por
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sus labios regordetes, de curvas floreadas. ¿Viejo? ¿Joven? ¿Treinta? ¿Cincuenta?
¿Cincuenta y cinco? Hubiese sido difícil decirlo. En todo caso la cuestión no llegaba
siquiera a plantearse; en aquel año de estabilidad, el 632 después de Ford, a nadie se
le hubiese ocurrido preguntarlo.
—Empezaré por el principio —dijo el director.
Y los más celosos estudiantes anotaron la intención de director en sus blocs de
notas: Empieza por el principio.
—Esto —siguió el director, con un movimiento de la mano— son las
incubadoras. —Y abriendo una puerta aislante les enseñó hileras y más hileras de
tubos de ensayo numerados—. La provisión semanal de óvulos —explicó—.
Conservados a la temperatura de la sangre; en tanto que los gametos masculinos —y
al decir esto abrió otra puerta— deben ser conservados a treinta y cinco grados de
temperatura en lugar de treinta y siete.
La temperatura de la sangre esteriliza.
Los moruecos envueltos en termógeno no engendran corderillos.
Sin dejar de apoyarse en las incubadoras, el director ofreció a los nuevos
alumnos, mientras los lápices corrían ilegiblemente por las páginas, una breve
descripción del moderno proceso de fecundación. Primero habló, naturalmente, de sus
prolegómenos quirúrgicos, la operación voluntariamente sufrida para el bien de la
Sociedad, aparte el hecho de que entraña una prima equivalente al salario de seis
meses; prosiguió con unas notas sobre la técnica de conservación de los ovarios
extirpados de forma que se conserven en vida y se desarrollen activamente; pasó a
hacer algunas consideraciones sobre la temperatura, salinidad y viscosidad óptimas;
prendidos y maduros; y, acompañando a sus alumnos a las mesas de trabajo, les
enseñó en la práctica cómo se retiraba aquel licor de los tubos de ensayo; cómo se
vertía, gota a gota, sobre placas de microscopio especialmente caldeadas; cómo los
óvulos que contenía eran inspeccionados en busca de posibles anormalidades,
contados y trasladados a un recipiente poroso; cómo (y para ello los llevó al sitio
donde se realizaba la operación) este recipiente era sumergido en un caldo caliente
que contenía espermatozoos en libertad, a una concentración mínima de cien mil por
centímetro cúbico, como hizo constar con insistencia; y cómo, al cabo de diez minutos,
el recipiente era extraído del caldo y su contenido volvía a ser examinado; cómo, si
algunos de los óvulos seguían sin fertilizar, era sumergido de nuevo, y, en caso
necesario, una tercera vez; cómo los óvulos fecundados volvían a las incubadoras,
donde los Alfas y los Betas permanecían hasta que eran definitivamente embotellados,
en tanto que los Gammas, Deltas y Epsilones eran retirados al cabo de sólo treinta y
seis horas, para ser sometidos al método de Bokanowsky.
—El método de Bokanowsky —repitió el director.
Y los estudiantes subrayaron estas palabras.
Un óvulo, un embrión, un adulto: la normalidad. Pero un óvulo
boklanovskificado
prolifera, se subdivide. De ocho a noventa y seis brotes, y cada brote llegará a formar
un embrión perfectamente constituido y cada embrión se convertirá en un adulto
37
normal. Una producción de noventa y seis seres humanos donde antes sólo se
conseguía uno. Progreso.
—En esencia —concluyó el D. I. C.—, la bokanowskiflcación consiste en una
serie de paros del desarrollo. Controlamos el crecimiento normal, y paradójicamente,
el óvulo
reacciona echando brotes.
Reacciona echando brotes. Los lápices corrían.
El director señaló a un lado. En una ancha cinta que se movía con gran lentitud,
uno porta tubos enteramente cargado se introducía en una vasta caja de metal, de
cuyo
extremo emergía otro porta tubos igualmente repleto. El mecanismo producía un débil
zumbido. El director explicó que los tubos de ensayo tardaban ocho minutos en
atravesar aquella cámara metálica. Ocho minutos de rayos X era lo máximo que los
óvulos podían soportar. Unos pocos morían; de los restantes, los menos aptos se
dividían en dos; después a las incubadoras, donde los nuevos brotes empezaban a
desarrollarse; luego, al cabo de dos días, se les sometía a un proceso de congelación y
se detenía su crecimiento. Dos, cuatro, ocho, los brotes, a su vez, echaban nuevos
brotes; después se les administraba una dosis casi letal de alcohol; como consecuencia
de ello, volvían a subdividirse —brotes de brotes de brotes— y después se les dejaba
desarrollar en paz, puesto que una nueva detención en su crecimiento solía resultar
fatal. Pero, a aquellas alturas, el óvulo original se había convertido en un número de
embriones que oscilaba entre ocho y noventa y seis, un prodigioso adelanto, hay que
reconocerlo, con respecto a la Naturaleza. Mellizos idénticos, pero no en ridículas
parejas, o de tres en tres, como en los viejos tiempos vivíparos, cuando un óvulo se
escindía de vez en cuando, accidentalmente; mellizos por docenas, por veintenas a un
tiempo.
—Veintenas —repitió el director; y abrió los brazos como distribuyendo
generosas dádivas—. Veintenas. Pero uno de los estudiantes fue lo bastante estúpido
para preguntar en qué consistía la ventaja, —¡Pero, hijo mío! —exclamó el director,
volviéndose bruscamente hacia él—. ¿De veras no lo comprende? ¿No puede
comprenderlo? —Levantó una mano, con expresión solemne—. El Método
Bokanowsky es uno de los mayores instrumentos de la estabilidad social.
Uno de los mayores instrumentos de la estabilidad social.
Hombres y mujeres estandardizados, en grupos uniformes. Todo el personal de
una fábrica podía ser el producto de un solo óvulo bokanowskificado.
—¡Noventa y seis mellizos trabajando en noventa y seis máquinas idénticas! —
La voz del director casi temblaba de entusiasmo—. Sabemos muy bien adónde vamos.
Por primera vez en la historia. —Citó la divisa planetaria: Comunidad, Identidad,
Estabilidad. —Grandes palabras—. Si pudiéramos bokanowskificar indefinidamente, el
problema estaría resuelto.
Resuelto por Gammas en serie, Deltas invariables, Epsilones uniformes.
Millones de mellizos idénticos. El principio de la producción en masa aplicado, por fin,
a la biología.
38
—Pero, por desgracia —añadió el director—, no podemos bokanowskificar
indefinidamente.
Al parecer, noventa y seis era el límite, y setenta y dos un buen promedio. Lo
más
que podían hacer, a falta de poder realizar aquel ideal, era manufacturar tantos grupos
de mellizos idénticos como fuese posible a partir del mismo ovario y con gametos del
mismo macho. Y aun esto era difícil.
—Porque, por vías naturales, se necesitan treinta años para que doscientos
óvulos alcancen la madurez. Pero nuestra tarea consiste en estabilizar la población en
este momento, aquí y ahora. ¿De qué nos serviría producir mellizos con cuentagotas a
lo largo de un cuarto de siglo?
Evidentemente, de nada. Pero la técnica de Podsnap había acelerado
inmensamente el proceso de la maduración. Ahora cabía tener la seguridad de
conseguir como mínimo ciento cincuenta óvulos maduros en dos años. Fecundación y
bokanowskiflcación —es decir, multiplicación por setenta y dos—, aseguraban una
producción media de casi once mil hermanos y hermanas en ciento cincuenta grupos
de mellizos idénticos; y todo ello en el plazo de dos años.
—Y, en casos excepcionales, podemos lograr que un solo ovario produzca más
de quince mil individuos adultos. Volviéndose hacia un joven rubio y coloradote que en
aquel momento pasaba por allá, lo llamó:
—Mr. Foster. ¿Puede decimos cuál es la marca de un solo ovario, Mr. Foster?
—Dieciséis mil doce en este Centro —contestó Mr. Foster sin vacilar. Hablaba
con gran rapidez, tenía unos ojos azules muy vivos, y era evidente que le producía un
intenso placer citar cifras—. Dieciséis mil doce, en ciento ochenta y nueve grupos de
mellizos idénticos. Pero, desde luego, se ha conseguido mucho más —prosiguió
atropelladamente— en algunos centros tropicales. Singapur ha producido a menudo
más de dieciséis mil quinientos; y Mombasa ha alcanzado la marca de los diecisiete
mil.
Claro que tienen muchas ventajas sobre nosotros. ¡Deberían ustedes ver cómo
reacciona un ovario de negra a la pituitarial Es algo asombroso, cuando uno está
acostumbrado a trabajar con material europeo! Sin embargo —agregó, riendo (aunque
en sus ojos brillaba el fulgor del combate y avanzaba la barbilla retadoramente)—, sin
embargo, nos proponemos batirles, si podemos. Actualmente estoy trabajando en un
maravilloso ovario Delta-menos. Sólo cuenta dieciocho meses de antigüedad. Ya ha
producido doce mil setecientos hijos, decantados o en embrión. Y sigue fuerte. Todavía
les ganaremos.
—¡Éste es el espíritu que me gusta! —exclamó el director; y dio unas palmadas
en el hombro de Mr. Foster—. Venga con nosotros y permita a estos muchachos gozar
de los beneficios de sus conocimientos de experto.
Mr. Foster sonrió modestamente.
—Con mucho gusto —dijo.
Y siguieron la visita. En la Sala de Envasado reinaba una animación armoniosa y
una actividad ordenada. Trozos de peritoneo de cerda, cortados ya a la medida
adecuada, subían disparados en pequeños ascensores, procedentes del Almacén de
39
órganos de los sótanos. Un zumbido, después un chasquido, y las puertas del ascensor
se abrían de golpe; el Forrador de Envases sólo tenía que alargar la mano, coger el
trozo,
introducirlo en el frasco, alisarlo, y antes de que el envase debidamente forrado por el
interior se hallara fuera de su alcance, transportado por la cinta sin fin, un zumbido, un
chasquido, y otro trozo de peritoneo era disparado desde las profundidades, a punto
para ser deslizado en el interior de otro frasco, el siguiente de aquella lenta procesión
que la cinta transportaba.
Después de los Forradores había los Matriculadores. La procesión avanzaba;
uno a uno, los óvulos pasaban de sus tubos de ensayo a unos recipientes más grandes;
diestramente, el forro de peritoneo era cortado, la morula situada en su lugar, vertida
la solución salina... y ya el frasco había pasado y les llegaba la vez a los etiquetadores.
Herencia fecha de fertilización, grupo de Bokanowsky al que pertenecía, todos estos
detalles pasaban del tubo de ensayo al frasco. Sin anonimato ya, con sus nombres a
través de una abertura de la pared, hacia la Sala de Predestinación Social. […]
Era un día luminoso y frío de abril y los relojes daban las trece. Winston Smith,
con la barbilla clavada en el pecho en su esfuerzo por burlar el molestísimo viento, se
deslizó rápidamente por entre las puertas de cristal de las Casas de la Victoria, aunque
no con la suficiente rapidez para evitar que una ráfaga polvorienta se colara con él.
Dentro del piso una voz llena leía una lista de números que tenían algo que ver
con la producción de lingotes de hierro. La voz salía de una placa oblonga de metal,
una especie de espejo empeñado, que formaba parte de la superficie de la pared
situada a la derecha. Winston hizo funcionar su regulador y la voz disminuyó de
volumen aunque las palabras seguían distinguiéndose. El instrumento (llamado
teidoatítalia) podía ser amortiguado, pero no había manera de cerrarlo del todo.
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Winston fue hacia la ventana: una figura pequeña y frágil cuya delgadez resultaba
realzada por el «mono» azul, uniforme del Partido. Tenía el cabello muy rubio, una
cara sanguínea y la piel embastecida por un jabón malo, las romas hojas de afeitar y el
frío de un invierno que acababa de terminar.
Afuera, incluso a través de los ventanales cerrados, el mundo parecía frío. Calle
abajo se formaban pequeños torbellinos de viento y polvo; los papeles rotos subían en
espirales y, aunque el sol lucía y el cielo estaba intensamente azul, nada parecía tener
color a no ser los carteles pegados por todas partes. La cara de los bigotes negros
miraba desde todas las esquinas que dominaban la circulación. En la casa de enfrente
había uno de estos cartelones. EL GRAN HERMANO TE VIGILA, decían las grandes
letras, mientras los sombríos ojos miraban fijamente a los de Winston. En la calle, en
línea vertical con aquél, había otro cartel roto por un pico, que flameaba
espasmódicamente azotado por el viento, descubriendo y cubriendo alternativamente
una sola palabra: INGSOC. A lo lejos, un autogiro pasaba entre los tejados, se quedaba
un instante colgado en el aire y luego se lanzaba otra vez en un vuelo curvo. Era de la
patrulla de policía encargada de vigilar a la gente a través de los balcones y ventanas.
Sin embargo, las patrullas eran lo de menos. Lo que importaba verdaderamente era la
Policía del Pensamiento.
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amontonado, y los lugares donde las bombas habían abierto claros de mayor extensión
y habían surgido en ellos sórdidas colonias de chozas de madera que parecían
gallineros? Pero era inútil, no podía recordar: nada le quedaba de su infancia excepto
una serie de cuadros brillantemente iluminados y sin fondo, que en su mayoría le
resultaban ininteligibles.
LA GUERRA ES LA PAZ
LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD
LA IGNORANCIA ES LA FUERZA
Se decía que el Ministerio de la Verdad tenía tres mil habitaciones sobre el nivel
del suelo y las correspondientes ramificaciones en el subsuelo. En Londres sólo había
otros tres edificios del mismo aspecto y tamaño. Éstos aplastaban de tal manera la
arquitectura de los alrededores que desde el techo de las Casas de la Victoria se
podían distinguir, a la vez, los cuatro edificios. En ellos estaban instalados los cuatro
Ministerios entre los cuales se dividía todo el sistema gubernamental. El Ministerio de
la Verdad, que se dedicaba a las noticias, a los espectáculos, la educación y las bellas
artes. El Ministerio de la Paz, para los asuntos de guerra. El Ministerio del Amor,
encargado de mantener la ley y el orden. Y el Ministerio de la Abundancia, al que
correspondían los asuntos económicos. Sus nombres, en neolengua: Miniver, Minipax,
Minimor y Minindantia.
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Victoria. Aquello olía a medicina, algo así como el espíritu de arroz chino. Winston se
sirvió una tacita, se preparó los nervios para el choque, y se lo tragó de un golpe como
si se lo hubieran recetado.
Pero también se lo había sugerido el libro que acababa de sacar del cajón. Era
un libro excepcionalmente bello. Su papel, suave y cremoso, un poco amarillento por
el paso del tiempo, por lo menos hacía cuarenta años que no se fabricaba. Sin
embargo, Winston suponía que el libro tenía muchos años más. Lo había visto en el
escaparate de un establecimiento de compraventa en un barrio miserable de la ciudad
(no recordaba exactamente en qué barrio había sido) y en el mismísimo instante en
que lo vio, sintió un irreprimible deseo de poseerlo. Los miembros del Partido no
deben entrar en las tiendas corrientes (a esto se le llamaba, en tono de severa censura,
«traficar en el mercado libre»), pero no se acataba rigurosamente esta prohibición
porque había varios objetos como cordones para los zapatos y hojas de afeitar— que
era imposible adquirir de otra manera. Winston, antes de entrar en la tienda, había
mirado en ambas direcciones de la calle para asegurarse de que no venía nadie y, en
pocos minutos, adquirió el libro por dos dólares cincuenta. En aquel momento no sabía
exactamente para qué deseaba el libro. Sintiéndose culpable se lo había llevado a su
casa, guardado en su cartera de mano. Aunque estuviera en blanco, era comprometido
guardar aquel libro.
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Lo que ahora se disponía Winston a hacer era abrir su Diario. Esto no se
consideraba ilegal (en realidad, nada era ilegal, ya que no existían leyes), pero si lo
detenían podía estar seguro de que lo condenarían a muerte, o por lo menos a
veinticinco años de trabajos forzados. Winston puso un plumín en el portaplumas y lo
chupó primero para quitarle la grasa. La pluma era ya un instrumento arcaico. Se usaba
rarísimas veces, ni siquiera para firmar, pero él se había procurado una, furtivamente y
con mucha dificultad, simplemente porque tenía la sensación de que el bello papel
cremoso merecía una pluma de verdad en vez de ser rascado con un lápiz tinta. Pero lo
malo era que no estaba acostumbrado a escribir a mano. Aparte de las notas muy
breves, lo corriente era dictárselo todo al hablescribe, totalmente inadecuado para las
circunstancias actuales. Mojó la pluma en la tinta y luego dudó unos instantes. En los
intestinos se le había producido un ruido que podía delatarle. El acto trascendental,
decisivo, era marcar el papel. En una letra pequeña e inhábil escribió:
4 de abril de 1984
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piel sobre el tobillo, el estruendo de la música militar, y una leve sensación de
atontamiento producido por la ginebra.
4 de abril de 1984.
Anoche estuve en los flicks. Todas las películas eras de guerra Había una muy
buena de su barrio lleno de refugiados que lo bombardeaban no sé dónde del
Mediterráneo. Al público lo divirtieron mucho los planos de un hombre muy muy gordo
que intentaba escaparse nadando de un helicóptero que lo perseguía, primero se le
veía en el agua chapoteando como una tortuga, luego lo veías por los visores de las
ametralladoras del helicóptero, luego se veía cómo lo iban agujereando a tiros y el
agua a su alrededor que se ponía toda roja y el gordo se hundía como si el agua le
entrara por los agujeros que le habían hecho las balas. La gente se moría de risa
cuando el gordo se iba hundiendo en el agua, y también una lancha salvavidas llena de
niños con un helicóptero que venía dando vueltas y más vueltas había una mujer de
edad madura que bien podía ser una judía y estaba sentada la proa con un niño en los
brazos que quizás tuviera unos tres años, el niño chillaba con mucho pánico, metía la
cabeza entre los pechos de la mujer y parecía que se quería esconder así y la mujer lo
rodeaba con los brazos y lo consolaba como si ella no estuviese también aterrada y
como sí por tenerlo así en los brazos fuera a evitar que le mataran al niño las balas.
Entonces va el helicóptero y tira una bomba de veinte kilos sobre el barco y no queda ni
una astilla de él, que fue una explosión pero que magnífica, y luego salía su primer
plano maravilloso del brazo del niño subiendo por el aire yo creo que un helicóptero
con su cámara debe haberlo seguido así por el aire y la gente aplaudió muchísimo pero
una mujer que estaba entro los proletarios empezó a armar un escándalo terrible
chillando que no debían echar eso, no debían echarlo delante de los críos, que no
debían, hasta que la policía la sacó de allí a rastras no creo que le pasara nada, a nadie
le importa lo que dicen los proletarios, la reacción típica de los proletarios y no se hace
caso nunca...
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Cerca de las once y ciento en el Departamento de Registro, donde trabajaba
Winston, sacaban las sillas de las cabinas y las agrupaban en el centro del vestíbulo,
frente a la gran telepantalla, preparándose para los Dos Minutos de Odio. Winston
acababa de sentarse en su sitio, en una de las filas de en medio, cuando entraron dos
personas a quienes él conocía de vista, pero a las cuales nunca había hablado. Una de
estas personas era una muchacha con la que se había encontrado frecuentemente en
los pasillos. No sabía su nombre, pero sí que trabajaba en el Departamento de Novela.
Probablemente —ya que la había visto algunas veces con las manos grasientas y
llevando paquetes de composición de imprenta— tendría alguna labor mecánica en
una de las máquinas de escribir novelas. Era una joven de aspecto audaz, de unos
veintisiete años, con espeso cabello negro, cara pecosa y movimientos rápidos y
atléticos. Llevaba el «mono» cedido por una estrecha faja roja que le daba varias veces
la vuelta a la cintura realzando así la atractiva forma de sus caderas; y ese cinturón era
el emblema de la Liga juvenil AntiSex. A Winston le produjo una sensación
desagradable desde el primer momento en que la vio. Y sabía la razón de este mal
efecto: la atmósfera de los campos de hockey y duchas frías, de excursiones colectivas
y el aire general de higiene mental que trascendía de ella. En realidad, a Winston le
molestaban casi todas las mujeres y especialmente las jóvenes y bonitas porque eran
siempre las mujeres, y sobre todo las jóvenes, lo más fanático del Partido, las que se
tragaban todos los slogans de propaganda y abundaban entre ellas las espías
aficionadas y las que mostraban demasiada curiosidad por lo heterodoxo de los
demás. Pero esta muchacha determinada le había dado la impresión de ser más
peligrosa que la mayoría. Una vez que se cruzaron en el corredor, la joven le dirigió
una rápida mirada oblicua que por unos momentos dejó aterrado a Winston. Incluso se
le había ocurrido que podía ser una agente de la Policía del Pensamiento. No era,
desde luego, muy probable. Sin embargo, Winston siguió sintiendo una intranquilidad
muy especial cada vez que la muchacha se hallaba cerca de él, una mezcla de miedo y
hostilidad. La otra persona era un hombre llamado O'Brien, miembro del Partido
Interior y titular de un cargo tan remoto e importante, que Winston tenía una idea
muy confusa de qué se trataba. Un rápido murmullo pasó por el grupo ya instalado en
las sillas cuando vieron acercarse el «mono» negro de un miembro del Partido Interior.
O'Brien era un hombre corpulento con un ancho cuello y un rostro basto, brutal, y sin
embargo rebosante de buen humor. A pesar de su formidable aspecto, sus modales
eran bastante agradables. Solía ajustarse las gafas con un gesto que tranquilizaba a sus
interlocutores, un gesto que tenía algo de civilizado, y esto era sorprendente
tratándose de algo tan leve. Ese gesto —si alguien hubiera sido capaz de pensar así
todavía— podía haber recordado a un aristócrata del siglo XVI ofreciendo rapé en su
cajita. Winston había visto a O'Brien quizás sólo una docena de veces en otros tantos
años. Sentíase fuertemente atraído por él y no sólo porque le intrigaba el contraste
entre los delicados modales de O'Brien y su aspecto de campeón de lucha libre, sino
mucho más por una convicción secreta que quizás ni siquiera fuera una convicción,
sino sólo una esperanza— de que la ortodoxia política de O'Brien no era perfecta. Algo
había en su cara que le impulsaba a uno a sospecharlo irresistiblemente. Y quizás no
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fuera ni siquiera heterodoxia lo que estaba escrito en su rostro, sino, sencillamente,
inteligencia. Pero de todos modos su aspecto era el de una persona a la cual se le
podría hablar si, de algún modo, se pudiera eludir la telepantalla y llevarlo aparte.
Winston no había hecho nunca el menor esfuerzo para comprobar su sospecha y es
que, en verdad, no había manera de hacerlo. En este momento, O'Brien miró su reloj
de pulsera y, al ver que eran las once y ciento, seguramente decidió quedarse en el
Departamento de Registro hasta que pasaran los Dos Minutos de Odio. Tomó asiento
en la misma fila que Winston, separado de él por dos sillas., Una mujer bajita y de
cabello color arena, que trabajaba en la cabina vecina a la de Winston, se instaló entre
ellos. La muchacha del cabello negro se sentó detrás de Winston.
Cada cierto tiempo circula por las redacciones de los diarios una noticia según
la cual muchos jóvenes ingleses no creen que Winston Churchill haya existido, y
muchos jóvenes norteamericanos piensan que Beethoven es simplemente el nombre
de un perro o Miguel Angel el de un virus informático. Hace poco tuve una larga
conversación con un joven de veinte años que no sabía que los humanos habían
llegado a la luna, y creyó que yo lo estaba engañando con esa noticia.
Estos hechos llaman la atención por sí mismos, pero sobre todo por la
circunstancia de que pensamos que nunca en la historia hubo una humanidad mejor
informada. En nuestro tiempo recibimos día y noche altas y sofisticadas dosis de
información y de conocimiento: ver la televisión es asistir a una suerte de aula
luminosa donde se nos trasmiten sin cesar toda suerte de datos sobre historia y
geografía, ciencias naturales y tradiciones culturales; continuamente se nos enseña, se
nos adiestra y se nos divierte; nunca fue, se dice, tan entretenido aprender, tan
detallada la información, tan cuidadosa la explicación. Pero ¿será que ocurre con la
sociedad de la información lo que decía Estanislao Zuleta de la sociedad industrial, que
la caracteriza la mayor racionalidad en el detalle y la mayor irracionalidad en el
conjunto?
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tan pasivamente sujetas a las manipulaciones de la información, que pocas veces
hemos sabido menos del mundo?
Nada es más omnipresente que la información, pero hay que decir que los
medios tejen cotidianamente sobre el mundo algo que tendríamos que llamar “la
telaraña de lo infausto”. El periodismo está hecho sobre todo para contarnos lo malo
que ocurre, de manera que si un hombre sale de su casa, recorre la ciudad, cumple
todos sus deberes, y vuelve apaciblemente a los suyos al atardecer, eso no producirá
ninguna noticia. El cubrimiento periodístico suele tender, sobre el planeta, la red
fosforescente de las desdichas, y lo que menos se cuenta es lo que sale bien. Nada
tendrá tanta publicidad como el crimen, tanta difusión como lo accidental, nada será
más imperceptible que lo normal. En otros tiempos, la humanidad no contaba con el
millón de ojos de mosca de los medios zumbando desvelados sobre las cosas, y es
posible que ninguna época de la historia haya vivido tan asfixiada como esta por la
acumulación de evidencias atroces sobre la condición humana. Ahora todo quiere ser
espectáculo, la arquitectura quiere ser espectáculo, la caridad quiere ser espectáculo,
la intimidad quiere ser espectáculo, y una parte inquietante de ese espectáculo es la
caravana de las desgracias planetarias.
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con Claudio subió la pusilanimidad, con Nerón subió el narcismo criminal, con Galba la
avaricia, con Otón la vanidad, y así se sucedían en el trono de Roma los vicios, hasta
que llegó Vitelio y con él se extendió sobre Roma la enfermedad de la gula. Pero
curiosamente un día llegó al trono Nerva, y con él se impuso la moderación, lo sucedió
Trajano y con él ascendió la justicia, lo sucedió Adriano y con él reinó la tolerancia,
llegó Antonino Pío y con él la bondad, y finalmente con Marco Aurelio gobernó la
sabiduría, de modo que así como se habían sucedido los vicios, durante un siglo se
sucedieron las virtudes en el trono de Roma. Tal era en aquellos tiempos, al parecer, el
poder del ejemplo, el peso pedagógico de la política sobre la sociedad.
Quiero recordar ahora unos versos de T. S. Eliot: “¿Dónde está la vida que
hemos perdido en vivir? ¿Dónde la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información? Veinte siglos de historia
humana nos alejan de Dios y nos aproximan al polvo”. Es verdad que vivimos en una
época que aceleradamente cambia costumbres por modas, conocimiento por
información, y saberes por rumores, a tal punto que las cosas ya no existen para ser
sabidas sino para ser consumidas. Hasta la información se ha convertido en un dato
que se tiene y se abandona, que se consume y se deja. No sólo hay una estrategia de la
provisión sino una estrategia del desgaste, pues ya se sabe que no sólo hay que usar el
vaso, hay que destruirlo inmediatamente. La publicidad tiene previsto que veremos los
anuncios comerciales pero también que los olvidaremos: por eso las pautas son tan
abundantes. Por la lógica misma de los medios modernos, bastaría que un gran
producto dejara de anunciarse, aunque tenga una tradición de medio siglo, y las ventas
bajarían considerablemente.
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propósito principal de la programación de televisión, por mucho contenido pedagógico
que tenga, no es pedagógico sino comercial, y lo mismo ocurre ahora con la industria
editorial: así los bienes que comercialicen sean bienes culturales, su lógica es la lógica
del consumo, y por ello les interesan por igual los malos libros que los buenos, no
siempre hay un criterio educativo en su trabajo. Un pésimo libro que se venda bien, a
lo sumo puede ser justificado como un momento que ayudará a atenuar las pérdidas
de los buenos libros que se venden mal.
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capacidad de aliarse con los demás. ¿Por qué tiene que ser necesariamente un error o
una transgresión que el que no sabe una respuesta busque alguien que la sepa?
Conozco bien la respuesta que nos daría el profesor: en ciertos casos específicos
estamos evaluando lo que el alumno ha aprendido, no lo que ha aprendido su vecino, y
no podemos estimular la pereza ni la utilización oportunista del saber del otro. Todo
eso está muy bien, pero no sé si se desaprovecha para fines educativos la capacidad de
ser amigos, de ser compañeros e incluso de ser cómplices. Y dado que todo lo que se
memoriza finalmente se olvida, más vale enseñar procedimientos y maneras de
razonar que respuestas que puedan ser copiadas.
A veces la educación no está hecha para que colaboremos con los otros sino
para que siempre compitamos con ellos, y nadie ignora que hay en el modelo
educativo una suerte de lógica del derby, a la que sólo le interesa quién llegó primero,
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quién lo hizo mejor, y casi nos obliga a sentir orgullo de haber dejado atrás a los
demás.
Cuando yo iba al colegio, se nos formaba en el propósito de ser los mejores del curso.
Yo casi nunca lo conseguí, y tal vez hoy me sentiría avergonzado de haber hecho sentir
mal a mis compañeros, ya que por cada alumno que es el primero varias decenas
quedan relegados a cierta condición de inferioridad. ¿Sí será la lógica deportiva del
primer lugar la más conveniente en términos sociales? Lo pregunto sobre todo porque
no toda formación tiene que buscar individuos superiores, hay por lo menos un
costado de la educación cuyo énfasis debería ser la convivencia y la solidaridad antes
que la rivalidad y la competencia.
No digo que esté mal: a lo mejor los seres humanos sólo avanzamos a través de
la rivalidad. Pero estoy seguro, viendo sobre todo la pésima pedagogía de las
sociedades excluyentes, que la fórmula de que uno triunfe al precio de que los demás
fracasen, puede ser muy reconfortante para los triunfadores pero suele ser muy
deprimente para todos los demás. No estoy muy seguro de que no sea un semillero de
resentimientos. ¿No estaremos excesivamente contagiados de esa lógica
norteamericana que considera que los seres humanos nos dividimos sólo en ganadores
y perdedores? Hasta en el arte, reino por excelencia de lo cualitativo sobre lo
cuantitativo, suele aceptarse ahora esa superstición del primer lugar, del número uno,
del triunfador, y nada lo estimula tanto como los concursos y los premios. Recuerdo,
ya que estamos en Buenos Aires, una anécdota de Jorge Luis Borges. Alguna vez le
preguntaron cuál era el mejor poeta de Francia: Verlaine, contestó. Pero, ¿y
Baudelaire? le dijeron. Ah sí, Baudelaire también es el mejor poeta de Francia. ¿Y
Victor Hugo?, también es el mejor. Y Ronsard, añadió, por supuesto que Ronsard es el
mejor poeta de Francia. ¿Por qué sólo uno tiene que ser el mejor?
Por otra parte, hay una separación demasiado marcada entre los medios y los
fines, entre el aprendizaje y la práctica, entre los procesos y los resultados. Pero
aprender debería ser algo en sí mismo, no apenas un camino para llegar a otra cosa.
Diez años de estudio no se pueden justificar por un cartón de grado: deberían valer por
sí mismos, darnos no sólo el orgullo de ser mejores sino la felicidad de una época de
nuestra vida. Así como a medida que dejemos de vivir para el cielo aprenderemos a
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hacer nuestra morada en la tierra, a medida que dejemos de estudiar para el grado
aprenderemos que la rama del conocimiento y el oficio que escojamos deben ser
nuestro goce en la tierra.
Y ello tal vez nos ayude a avanzar en la interrogación de las claves del
aprendizaje. ¿Quién dice que el aprender es algo cuantitativo, que consiste en la
cantidad de información que recibamos? ¿Quién nos dice que el conocimiento es
necesariamente algo que se adquiere, que se recibe? ¿Qué pasaría si el aprender fuera
perder y no ganar? Tal parece que así es realmente, si pensamos en las enseñanzas de
Platón, para quien aprender de verdad no es tanto recibir una carga de saber nuevo
sino renunciar o poner en duda un saber previo posiblemente falso. Platón decía que la
ignorancia no es un vacío sino una llenura. El que no sabe es el que más cree saber.
Cuando en un momento de nuestro aprendizaje alguien nos pregunta, por ejemplo,
por qué las cosas caen hacia el suelo, es frecuente que respondamos, porque es lógico,
porque tiene que ser así. Alguien socráticamente nos demostrará que no es lógico, que
no tiene que ser así, y nos mostrará que hay cosas que no caen, como las nubes, o los
globos, o la luna, y que por lo tanto el caer no es una necesidad sino algo que obedece
a una ley que merece ser interrogada. Nos demostrarán que lo que parecía ser
evidente no era más que nuestra falta de interrogación, y que muchas certezas que
tenemos podrían derrumbarse. Todo está comprendido en otro famoso aforismo de
Wilde: “No soy lo suficientemente joven para saberlo todo”.
No somos cántaros vacíos que hay que llenar de saber, somos más bien
cántaros llenos que habría que vaciar un poco, para que vayamos reemplazando tantas
vanas certezas por algunas preguntas provechosas. Y tal vez lo mejor que podría hacer
la educación formal por nosotros es ayudarnos a desconfiar de lo que sabemos, darnos
instrumentos para avanzar en la sustitución de conocimientos. Pero ¿estará dispuesto
un joven a pagar por un modelo educativo que en vez de convencerlo de que sabe lo
convenza de que no sabe? Posiblemente no, pero entonces llegamos a uno de los
secretos del asunto. Claro que la escuela puede darnos conocimientos y destrezas,
pero a ello no lo llamaremos en sentido estricto educación sino adiestramiento. Y claro
que es necesario que nos adiestren. Pero mientras la educación siga siendo sólo
búsqueda del saber personal o de la destreza personal, todavía no habremos
encontrado el secreto de la armonía social, porque para ello no necesitamos técnicos
ni operarios sino ciudadanos.
¿Dónde se nos forma como ciudadanos? Y ¿dónde se nos forma como seres
satisfechos del oficio que realizan? El tema de la felicidad no suele considerarse
demasiado en la definición de la educación, y sin embargo yo creo que es prioritario.
Creo que necesitamos profesionales si no felices por lo menos altamente satisfechos
de la profesión que han escogido, del oficio que cumplen, y para ello es necesario que
la educación no nos dé solamente un recurso para el trabajo, una fuente de ingresos,
sino un ejercicio que permita la valoración de nosotros mismos. Pienso en la felicidad
que suele dar a quienes las practican las artes de los músicos, de los actores, de los
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pintores, de los escritores, de los inventores, de los jardineros, de los decoradores, de
los cocineros, y de incontables apasionados maestros, y lo comparo con la tristeza que
suele acompañar a cierto tipo de trabajos en los que ningún operario siente que se
esté engrandeciendo humanamente al realizarlo. Nuestra época, que convierte a los
obreros en apéndices de los grandes mecanismos, en seres cuya individualidad no
cuenta a la hora de ejercitar sus destrezas, es especialmente cruel con millones de
seres humanos.
Es más, nadie supo ayudarme a ver que buena parte de las angustias, los
miedos y las obsesiones que gobernaron el final de mi adolescencia eran lujosas
puertas de entrada a algunos de los temas más importantes de la psicología, de la
filosofía y de la metafísica. Si uno sale del colegio para entrar en la ciudad, en el campo
o en la noche estrellada, eso equivale a decir que uno a menudo sale de las aulas para
entrar en la sociología, en la botánica o en la astronomía.
¿Por qué asumir pasivamente los esquemas? ¿Por qué las enfermeras no
pueden ser médicos? ¿Por qué aceptar un tipo de parámetro profesional que convierte
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un oficio en una limitación insuperable? Nada debería ser definitivo, todo debería
estar en discusión.
Solemos ver, por ejemplo, la educación como el gran remedio para los
problemas del mundo; solemos ver el aprendizaje como la más grande de las virtudes
humanas. Y lo es. Pero precisamente por ello hay que decir que ese aprendizaje es
también una grave responsabilidad de la especie. Para aproximarnos un poco a este
tema hay que pensar en el resto de las criaturas. Se diría que el saber instintivo de las
especies es una suerte de seguro natural contra los accidentes y los imprevistos. Nada
nos permite tanto confiar en una abeja, como la certeza de que siempre sabrá hacer
miel y nunca se le ocurrirá destilar otra cosa. Si un día las abejas optaran por producir
vinagre o ácido sulfúrico, el caos se apoderaría del mundo. Un perro o un oso pueden
ser adiestrados para que repitan ciertas conductas, pero el ser humano es el único
capaz de aprender y sobre todo el único capaz de inventar cosas distintas. La
conclusión necesaria de esta reflexión es que los seres humanos aprendemos, y
porque aprendemos somos peligrosos. No somos una inocente abeja destilando para
siempre su cera y su miel, sino criaturas admirables y terribles capaces de inventar
hachas y espadas, libros y palacios, sinfonías y bombas atómicas. Nuestras virtudes son
también nuestras amenazas; el privilegio de pensar, el privilegio de inventar y el
privilegio de aprender comportan también aterradoras responsabilidades, y un filósofo
se atrevió ya a decirle a la humanidad algo que no esperaba oír: “perecerás por tus
virtudes”.
Cada vez que nos preguntamos qué educación queremos, lo que nos estamos
preguntando es qué tipo de mundo queremos fortalecer y perpetuar. Llamamos
educación a la manera como trasmitimos a las siguientes generaciones el modelo de
vida que hemos asumido. Pero si bien la educación se puede entender como
trasmisión de conocimientos, también podríamos entenderla como búsqueda y
transformación del mundo en que vivimos.
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¿Cómo superar una época en que la educación corre el riesgo de ser sólo un
negocio, donde la excelencia de la educación está concebida para perpetuar la
desigualdad, donde la formación tiene un fin puramente laboral y además no lo
cumple, donde los que estudian no necesariamente terminan siendo los más capaces
de sobrevivir? ¿Cómo convertir la educación en un camino hacia la plenitud de los
individuos y de las comunidades?
Para ello también hay que hablar del modelo de desarrollo, que suele ser el que
define el modelo educativo. Durante mucho tiempo los modelos de Occidente han sido
la productividad, la rentabilidad y la transformación del mundo. Pero hay un tipo de
productividad que ni siquiera nos da empleo, un tipo de rentabilidad que ni siquiera
elimina la miseria, una transformación del mundo que nos hace vivir en la sordidez,
más lejos de la naturaleza que en los infiernos de la Edad Media. ¿Y qué pasaría si de
pronto se nos demostrara que el modelo de desarrollo tiene que empezar a ser el
equilibrio y la conservación del mundo? ¿Qué pasaría si el saber cuantitativo que
transforma es reemplazado por el saber previsivo que equilibra, si el poder
transformador de la ciencia y la tecnología se convierte en un saber que ayude a
conservar, que no piense sólo en la rentabilidad inmediata y en la transformación
irrestricta sino en la duración del mundo?
Con ello lo que quiero decir es que nosotros podemos dictar las pautas de
nuestro presente, pero son las generaciones que vienen las que se encargarán del
futuro, y tienen todo el derecho de dudar de la excelencia del modelo que hemos
creado o perpetuado, y pueden tomar otro tipo de decisiones con respecto al mundo
que quieren legarles a sus hijos. A lo mejor los grandes paradigmas al cabo de
cincuenta años no serán como para nosotros el consumo, la opulencia, la novedad, la
moda, el derroche, sino la creación, el afecto, la conservación, las tradiciones, la
austeridad. Y a lo mejor ello no corresponderá ni siquiera a un modelo filosófico o
ético sino a unas limitaciones materiales. A lo mejor lo que volverá vegetarianos a los
seres humanos no serán la religión o la filosofía sino la física escasez de proteína
animal. A lo mejor lo que los volverá austeros no será la moral sino la estrechez. A lo
mejor lo que los volverá prudentes en su relación con la tecnología no será la previsión
sino la evidencia de que también hay en ella un poder destructor. A lo mejor lo que
hará que aprendan a mirar con reverencia los tesoros naturales no será la reflexión
sino el miedo, la inminencia del desastre, o lo que es aún más grave, el recuerdo del
desastre.
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Majestades, distinguidos miembros del Comité Nobel noruego, queridos
hermanos y hermanas, hoy es un día de gran felicidad para mí. Me siento muy honrada
de que el Comité Nobel me ha elegido para este preciado galardón.
Gracias a todos por su continuo apoyo y amor. Estoy agradecida por las cartas y
tarjetas que aún me llegan de todas partes del mundo. Leer sus palabras amables y
alentadoras fortalece y me inspira.
Me gustaría dar las gracias a mis padres por su amor incondicional. Gracias a mi
padre por no recortar mis alas y por dejarme volar. ¡Gracias a mi madre por inspirarme
a ser paciente y hablar siempre la verdad: que creemos firmemente es el verdadero
mensaje del Islam.
Este premio no es sólo para mí. Es por esos niños olvidados que quieren
educación. Es para aquellos niños asustados que quieren la paz. Es para aquellos niños
sin voz que quieren un cambio.
Yo estoy aquí para defender sus derechos, elevar su voz ... no es tiempo para
tenerles piedad. Es hora de tomar medidas por lo que se convierte en la última vez que
vemos a un niño privado de la educación.
Algunas personas me llaman la chica que fue baleado por los talibanes
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Algunas personas, ahora me llaman el "Premio Nobel."
Por lo que yo sé, yo sólo soy una persona comprometida y testaruda que quiere
ver a todos los niños cómo obtienen una educación de calidad, que quieren la igualdad
de derechos para las mujeres y que quiere la paz en todos los rincones del mundo.
Tuvimos una sed de educación, porque nuestro futuro estaba allí en ese salón
de clases. Nos sentábamos y leer y aprender juntos. Nos encantába usar uniformes
escolares limpios y ordenados y nos sentábamos allí con grandes sueños en nuestros
ojos. Queríamos que nuestros padres se sientan orgullosos y probar que podríamos
sobresalir en nuestros estudios y lograr cosas, que algunas personas piensan que sólo
los niños pueden.
Las cosas no son las mismas. Cuando tenía diez años, Swat, que era un lugar de
belleza y el turismo, cambió de repente en un lugar de terrorismo. Más de 400
escuelas fueron destruidas. Las niñas no podían ir a la escuela. Las mujeres fueron
azotadas. Personas inocentes fueron asesinadas. Todos sufrimos. Y nuestros hermosos
sueños convertidos en pesadillas.
Pero cuando mi mundo cambió de repente, mis prioridades cambiaron con él.
Sobrevivimos. Y desde ese día, nuestras voces sólo han crecido más fuertes.
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Hoy, me cuentan sus historias también. He traído conmigo a Oslo, algunos de
mis hermanas, que comparten esta historia, los amigos de Pakistán, Nigeria y Siria. Mis
valientes hermanas Shazia y Kainat Riaz que también fueron fusiladas ese día en Swat
conmigo. Pasaron por un trauma trágico. También mi hermana Kainat Somro de
Pakistán que sufrió extrema violencia y el abuso, incluso su hermano fue asesinado,
pero no sucumbió.
Y hay chicas con yo, que he conocido durante mi campaña del Fondo de Malala,
que ahora son como mis hermanas, mi valiente 16 años de edad hermana Mezon de
Siria, que ahora vive en Jordania en un campo de refugiados y se va de tienda en
tienda para ayudar niñas y niños aprendan. Y mi hermana Amina, desde el norte de
Nigeria, donde Boko Haram amenaza y secuestra a niñas, simplemente por querer ir a
la escuela.
Aunque yo simplemente soy una niña, una persona, que mide 5 pies 2 pulgadas
de alto, si se incluyen mis tacones altos, no soy una voz solitaria, soy muchas.
Soy Shazia.
Soy Mezon.
Y por tanto, como dije el año pasado en las Naciones Unidas, "Un niño, un
profesor, un lápiz y un libro pueden cambiar el mundo."
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Todavía hay conflictos en los que cientos de miles de personas inocentes han
perdido la vida. Muchas familias se han convertido en refugiados en Siria, Gaza e Irak.
Todavía hay chicas que no tienen la libertad de ir a la escuela en el norte de Nigeria. En
Pakistán y Afganistán vemos a personas inocentes murieron en ataques suicidas y
explosiones de bombas.
Uno de mis muy buenas amigas de la escuela, que tiene la misma edad que yo,
había sido siempre una chica audaz y confiada y soñaba con ser médico. Pero su sueño
sigue siendo un sueño. A la edad de 12 años, se vio obligada a casarse y entonces
pronto tuvo un hijo a una edad cuando ella misma era un niño - sólo 14. Yo sé que mi
amiga hubiera sido un muy buen médico.
Su historia es por eso que dedico el dinero del Premio Nobel al Fondo Malala,
para ayudar a dar a las niñas de todo el mundo una educación de calidad y un
llamamiento a los líderes para ayudar a las niñas como yo, Mezon y Amina. El primer
lugarb dónde ira el dinero será dónde está mi corazón, para construir escuelas en
Pakistán - especialmente en mi casa de Swat y Shangla.
En mi propio pueblo, aún no existe una escuela secundaria para niñas. Quiero
construir una, así que mis amigos puedan recibir una educación - y la oportunidad que
trae a cumplir sus sueños.
Ahí es donde voy a empezar, pero no es donde voy a parar. Voy a seguir esta
lucha hasta que vea todos los niños en la escuela. Me siento mucho más fuerte
después del ataque que he sufrido, porque sé que nadie me puede detener, ni nos
detendrá, porque ahora somos millones que estamos de pie juntos.
60
Mi gran esperanza es que esta será la última vez que hay que luchar por la
educación de nuestros hijos. Queremos que todos se unan para que nos apoyen en
nuestra campaña para que podamos resolver esto de una vez por todas.
Hace quince años, los dirigentes mundiales decidieron una serie de objetivos
globales, los Objetivos de Desarrollo del Milenio. En los años que han seguido, hemos
visto algunos avances. El número de niños sin escolarizar se ha reducido a la mitad. Sin
embargo, el mundo se centró sólo en la expansión de la educación primaria, y el
progreso no llegó a todos.
Así que vamos a traer la igualdad, la justicia y la paz para todos. No sólo los
políticos y los líderes del mundo, todos tenemos que contribuir. Yo y usted. Es nuestro
deber.
61
Así que tenemos que trabajar ... y no esperar.
Las aulas vacías, las infancias perdidas, el potencial perdido - deje que estas
cosas terminan con nosotros.
Que esta sea la última vez que un niño o una niña pase su infancia en una
fábrica.
Que esta sea la última vez que una chica se vea obligada a contraer matrimonio
en la primera infancia.
Que esta sea la última vez que un niño inocente pierda su vida en la guerra.
Que esta sea la última vez que una chica se le dice que la educación es un
crimen y no un derecho.
Que esta sea la última vez que un niño se mantiene fuera de la escuela.
Gracias.
Lo siento.
62
las armas, ha levantado barreras de odio, nos ha empujado hacia las miserias y las
matanzas.
Más que máquinas necesitamos más humanidad. Más que inteligencia, tener
bondad y dulzura.
Sin estas cualidades la vida será violenta, se perderá todo. Los aviones y la radio
nos hacen sentirnos más cercanos. La verdadera naturaleza de estos inventos exige
bondad humana, exige la hermandad universal que nos una a todos nosotros.
Soldados:
Soldados:
63
En nombre de la democracia, utilicemos ese poder actuando todos unidos.
Luchemos por un mundo nuevo, digno y noble que garantice a los hombres un trabajo,
a la juventud un futuro y a la vejez seguridad. Pero bajo la promesa de esas cosas, las
fieras subieron al poder. Pero mintieron; nunca han cumplido sus promesas ni nunca
las cumplirán. Los dictadores son libres sólo ellos, pero esclavizan al pueblo. Luchemos
ahora para hacer realidad lo prometido. Todos a luchar para liberar al mundo. Para
derribar barreras nacionales, para eliminar la ambición, el odio y la intolerancia.
Soldados:
64
2) las inferencias sobre las que se apoya la opinión defendida; y
3) la conclusión o tesis que se sostiene.
Por otra parte, autores como Plantin (1990) apunta que a veces tampoco se
explicita la conclusión o tesis que da sentido a los textos. El receptor deberá
reconstruir esa conclusión a través de un proceso inferencial. Por lo tanto, desde un
punto de vista lógico, como señala Cuenca (1996), sería posible reconstruir la
estructura completa de una argumentación, pero en el discurso no siempre se
manifiesta en su totalidad.
65
Entre otras características, estos textos se reconocen por la presencia de
verbos y frases que expresen opinión (como, por ejemplo: yo opino, yo creo, yo
pienso; desde mi perspectiva, bajo mi punto de vista, según mi postura, para mí, etc.)
2.-Los conectores:
En esa línea, no hay que perder de vista que existen distintos tipos de
conectores, empleados para finalidades diversas, como las que se consignan en el
siguiente cuadro:
(***Nota: existen otros múltiples conectores que no se encuentran presentes en dicho
cuadro, pero que pueden tener las mismas finalidades que los que allí aparecen. Así,
para poder identificar a cuál de esas categorías pertenecen, es necesario intentar
determinar la intención comunicativa del emisor del texto***).
66
3.-Tipos de textos argumentativos
3.1.-Cartas al director: La mayoría de los diarios y revistas tiene una sección en la que
los lectores expresan su opinión libremente. Esta sección incluye los textos que
denominamos “Cartas al director” o "Cartas de lectores". Si bien en el encabezamiento
estas cartas se dirigen al Director o Directora de la publicación, no son ellos quienes las
leen y deciden cuál se publicará sino el encargado responsable de esa sección.
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3.3.-El editorial: Es un tipo de texto argumentativo de publicación periódica, en diarios
y revistas. Se caracteriza por no llevar firma, ya que no representa la opinión de un
individuo en particular, sino la del medio de comunicación frente un determinado
tema. Dicho tema, generalmente reviste especial interés para la comunidad.
3.5.-El ensayo: Se denomina ensayo al texto escrito, en general por un solo autor, en el
cual se exponen de manera argumentativa, el punto de vista, opiniones o posiciones
del escritor ante un tema determinado. El género de ensayo puede ser tanto de
carácter académico como así también literario, por lo cual es en esta característica
donde radica de manera más notable su esencia de “género libre”. Pese a la libertad
de la que dispone quien lo elabora, generalmente se trata de textos documentados, en
los cuales su autor recurre a citas de otros textos, estudios, ejemplos de la realidad, y
referencias de diversa índole para justificar su posición.
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5.- Formas básicas del discurso expositivo:
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6.2.-Relación Causal: la información se organiza sobre la base de relaciones causales,
es decir, algunos elementos funcionan como causa y otros como efecto o consecuencia
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Distopía o cacotopía son términos antónimos de utopía significando una 'utopía
negativa', donde la realidad transcurre en términos antitéticos a los de una sociedad
ideal, representando una sociedad hipotética indeseable.
El relato distópico nos presenta una hipotética sociedad futura donde, ya sea
por la deshumanización de la misma, un gobierno totalitario o el control intrusivo que
la tecnología ejerce sobre el día al día, el individualismo se degrada en términos
absolutos en favor del pensamiento único y de una sociedad unitaria.
Las primeras historias de este tipo aparecieron a finales del XIX; sin embargo,
son dos los títulos de referencia que han inspirado a la mayoría de los que han venido
después: Un mundo feliz, de Aldous Huxley, y 1984, de George Orwell.
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Unidad I. Tradición y cambio
III. ACTIVIDADES
I.- Vuelva a leer “Un Puerto a Bolivia”, de Vicente Huidobro (texto 4 de la sección
“Lecturas”, p. 22) y “Ventanilla de reclamos”, de Fernando Villegas (texto 5 de la
sección “Lecturas”, p. 23), y desarrolle las siguientes actividades.
1.-Sintetice brevemente la postura que, según Vicente Huidobro, debiese tener Chile
para con Bolivia.
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2.- Mencione cuáles son los principales argumentos utilizados por Huidobro para
sostener esa posición.
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3.- Sintetice brevemente la postura que, según Fernando Villegas, debiese tener Chile
para con sus países vecinos del norte.
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4.- Mencione cuáles son los principales argumentos utilizados por Villegas para
sostener esa posición.
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6.- Forme grupos de cuatro personas con los compañeros más cercanos a su puesto, y
discutan acerca de los distintos puntos de vista expresados por los autores de los
textos. Luego de 10 de minutos de intercambiar ideas, anoten las conclusiones del
grupo en el siguiente recuadro.
7.- Con los mismos compañeros de grupo, diseñen la que en su opinión constituiría la
mejor solución para los conflictos territoriales de la frontera norte de Chile. Luego,
compartan su opinión en un debate con el resto del curso. Recuerden expresar su
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opinión respetuosamente, y tener la misma actitud para con sus compañeros,
especialmente cuando sus puntos de vista no sean coincidentes.
II.- Vuelva a leer “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley (texto 9 de la sección
“Lecturas”, p. 35) y “1984”, de George Orwell (texto 10 de la sección “Lecturas”, p.
39), y desarrolle las siguientes actividades.
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3.-Tras leer los dos textos, ¿considera que existe alguna relación entre la conducta de
los personajes y las sociedades que habitan? Mencione ejemplos en los que la forma
de actuar de los personajes quede condicionada por los rasgos del entorno en el que
viven.
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4.-Tras la lectura de ambos fragmentos, ¿considera que puede existir alguna crítica de
carácter político que los autores hayan tenido en cuenta al momento de elaborar sus
textos? Comente su respuesta con su compañero de banco.
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5.-En su opinión, ¿existe alguna similitud entre las sociedades descritas en estos textos
con la sociedad actual? Comparta su respuesta con en puesta en común.
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III.- Vuelva a leer “El pueblo araucano”, de Gabriela Mistral (texto 6 de la sección
“Lecturas”, p. 26) y “Desperdicio de tierras y de sus gentes”, de Hermógenes Pérez de
Arce (texto 7 de la sección “Lecturas”, p. 28), y desarrolle la siguiente actividad.
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de argumentos y contraargumentos, y evitando caer en descalificaciones u ofensas.
IV.- Tome en consideración el significado e intención comunicativa de los conectores
destacados en cada texto, y encierre en un círculo la alternativa correcta para cada
caso.
“En relación con esto, un maestro de letras hispánicas en Estados Unidos ha dicho que
sus horas de clase se le van en servir de intérprete entre latinoamericanos de distintos
países”.
1.- El conector destacado implica que
A) lo que viene es consecuencia de lo dicho anteriormente.
B) se ha hablado de un tema en general y ahora se tratará particularmente.
C) se agrega información diferente a la anterior.
“El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: «¿Ya vio lo que es el
poder de la palabra?» Ese día lo supe. Ahora sabemos, además, que los mayas lo
sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor, que tenían un dios especial para
las palabras”.
2.-. El conector destacado indica que
A) lo que sigue es una información nueva respecto de lo dicho antes.
B) se repite la misma información desarrollando ampliamente su sentido.
C) lo que sigue es una contraposición de ideas incompatibles.
3.- “En ese sentido me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que
simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a
nosotros”
El conector destacado establece un(a)
A) dificultad o un problema.
B) criterio distinto frente al tema planteado.
C) continuidad agregando una información nueva.
“Por otra parte, a un joven periodista francés lo deslumbran los hallazgos poéticos que
encuentra a cada paso en nuestra vida doméstica”.
4.- El conector destacado ayuda a
A) definir la perspectiva del periodista francés.
B) organizar el discurso para iniciar una nueva información.
C) explicar un concepto previamente expresado.
“Como se puede apreciar, la lengua española tiene que prepararse para un oficio
grande en ese porvenir sin fronteras. En otras palabras, debe cumplir un deber
histórico”.
5.- La expresión “En otras palabras...” indica que la lengua española
A) debe ejercer un papel histórico en el futuro.
B) debe realizar un oficio particular.
C) no tiene significación histórica.
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“Jubilemos la ortografía porque es el terror del ser humano desde la cuna...”
6.- La primera parte de este enunciado es
A) causa de la segunda.
B) consecuencia de la segunda.
C) explicación de la segunda.
“La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras. No es cierto
que la imagen esté desplazándolas ni que pueda extinguirlas. Al contrario, está
potenciándolas: nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad
y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual.”
7.- La expresión ”al contrario“ establece que
A) las palabras no tendrán poder en el futuro.
B) la lengua española tiene preponderancia.
C) el poder de las palabras se incrementa.
“No por su prepotencia económica, como otras lenguas hasta hoy, sino por su
vitalidad, su dinámica creativa, su vasta experiencia cultural, su rapidez y su fuerza de
expansión...”
8.- La correlación “no..... sino” establece
A) negación de la primera parte y énfasis de la segunda.
B) negación de la primera oración y afirmación de la segunda.
C) negación de la prepotencia económica de las lenguas de hoy.
“Son preguntas al azar, por supuesto, como botellas arrojadas a la mar con la
esperanza de que le lleguen al dios de las palabras. A no ser que por estas osadías y
desatinos, tanto él como todos nosotros terminemos por lamentar, con razón y
derecho, que no me hubiera atropellado a tiempo aquella bicicleta providencial de mis
12 años”.
10.- La expresión “por supuesto” permite
A) explicar lo que sigue.
B) enfatizar el carácter espontáneo de las propuestas.
C) definir las preguntas planteadas por el autor.
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Unidad 2:
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Unidad 2. Realidad, deseo y libertad
I. LECTURAS
No entiendo por qué no me dejan pasar la noche en la clínica con el nene, al fin
y al cabo soy su madre y el doctor De Luisi nos recomendó personalmente al director.
Podrían traer un sofá cama y yo lo acompañaría para que se vaya acostumbrando,
entró tan pálido el pobrecito como si fueran a operarlo en seguida, yo creo que es ese
olor de las clínicas, su padre también estaba nervioso y no veía la hora de irse, pero yo
estaba segura de que me dejarían con el nene. Después de todo tiene apenas quince
años y nadie se los daría, siempre pegado a mí aunque ahora con los pantalones largos
quiere disimular y hacerse el hombre grande. La impresión que le habrá hecho cuando
se dio cuenta de que no me dejaban quedarme, menos mal que su padre le dio charla,
le hizo poner el piyama y meterse en la cama. Y todo por esa mocosa de enfermera, yo
me pregunto si verdaderamente tiene órdenes de los médicos o si lo hace por pura
maldad. Pero bien que se lo dije, bien que le pregunté si estaba segura de que tenía
que irme. No hay más que mirarla para darse cuenta de quién es, con esos aires de
vampiresa y ese delantal ajustado, una chiquilina de porquería que se cree la directora
de la clínica. Pero eso sí, no se la llevó de arriba, le dije lo que pensaba y eso que el
nene no sabía donde meterse de vergüenza y su padre se hacía el desentendido y de
paso seguro que le miraba las piernas como de costumbre. Lo único que me consuela
es que el ambiente es bueno, se nota que es una clínica para personas pudientes; el
nene tiene un velador de lo más lindo para leer sus revistas, y por suerte su padre se
acordó de traerle caramelos de menta que son los que más le gustan. Pero mañana
por la mañana, eso sí, lo primero que hago es hablar con el doctor De Luisi para que la
ponga en su lugar a esa mocosa presumida. Habrá que ver si la frazada lo abriga bien al
nene, voy a pedir que por las dudas le dejen otra a mano. Pero sí, claro que me abriga,
menos mal que se fueron de una vez, mamá cree que soy un chico y me hace hacer
cada papelón. Seguro que la enfermera va a pensar que no soy capaz de pedir lo que
necesito, me miró de una manera cuando mamá le estaba protestando... Está bien, si
no la dejaban quedarse qué le vamos a hacer, ya soy bastante grande para dormir solo
de noche, me parece. Y en esta cama se dormirá bien, a esta hora ya no se oye ningún
ruido, a veces de lejos el zumbido del ascensor que me hace acordar a esa película de
miedo que también pasaba en una clínica, cuando a medianoche se abría poco a poco
la puerta y la mujer paralítica en la cama veía entrar al hombre de la máscara blanca...
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La enfermera es bastante simpática, volvió a las seis y media con unos papeles
y me empezó a preguntar mi nombre completo, la edad y esas cosas. Yo guardé la
revista en seguida porque hubiera quedado mejor estar leyendo un libro de veras y no
una fotonovela, y creo que ella se dio cuenta pero no dijo nada, seguro que todavía
estaba enojada por lo que le había dicho mamá y pensaba que yo era igual que ella y
que le iba a dar órdenes o algo así. Me preguntó si me dolía el apéndice y le dije que
no, que esa noche estaba muy bien. "A ver el pulso", me dijo, y después de tomármelo
anotó algo más en la planilla y la colgó a los pies de la cama. "¿Tenés hambre?", me
preguntó, y yo creo que me puse colorado porque me tomó de sorpresa que me
tuteara, es tan joven que me hizo impresión. Le dije que no, aunque era mentira
porque a esa hora siempre tengo hambre. "Esta noche vas a cenar muy liviano", dijo
ella, y cuando quise darme cuenta ya me había quitado el paquete de caramelos de
menta y se iba. No sé si empecé a decirle algo, creo que no. Me daba una rabia que me
hiciera eso como a un chico, bien podía haberme dicho que no tenía que comer
caramelos, pero llevárselos... Seguro que estaba furiosa por lo de mamá y se
desquitaba conmigo, de puro resentida; qué sé yo, después que se fue se me pasó de
golpe el fastidio, quería seguir enojado con ella pero no podía. Qué joven es, clavado
que no tiene ni diecinueve años, debe haberse recibido de enfermera hace muy poco.
A lo mejor viene para traerme la cena; le voy a preguntar cómo se llama, si va a ser mi
enfermera tengo que darle un nombre. Pero en cambio vino otra, una señora muy
amable vestida de azul que me trajo un caldo y bizcochos y me hizo tomar unas
pastillas verdes. También ella me preguntó cómo me llamaba y si me sentía bien, y me
dijo que en esta pieza dormiría tranquilo porque era una de las mejores de la clínica, y
es verdad porque dormí hasta casi las ocho en que me despertó una enfermera
chiquita y arrugada como un mono pero muy amable, que me dijo que podía
levantarme y lavarme pero antes me dio un termómetro y me dijo que me lo pusiera
como se hace en estas clínicas, y yo no entendí porque en casa se pone debajo del
brazo, y entonces me explicó y se fue. Al rato vino mamá y qué alegría verlo tan bien,
yo que me temía que hubiera pasado la noche en blanco el pobre querido, pero los
chicos son así, en la casa tanto trabajo y después duermen a pierna suelta aunque
estén lejos de su mamá que no ha cerrado los ojos la pobre. El doctor De Luisi entró
para revisar al nene y yo me fui un momento afuera porque ya está grandecito, y me
hubiera gustado encontrármela a la enfermera de ayer para verle bien la cara y
ponerla en su sitio nada más que mirándola de arriba a abajo, pero no había nadie en
el pasillo. Casi en seguida salió el doctor De Luisi y me dijo que al nene iban a operarlo
a la mañana siguiente, que estaba muy bien y en las mejores condiciones para la
operación, a su edad una apendicitis es una tontería. Le agradecí mucho y aproveché
para decirle que me había llamado la atención la impertinencia de la enfermera de la
tarde, se lo decía porque no era cosa de que a mi hijo fuera a faltarle la atención
necesaria. Después entré en la pieza para acompañar al nene que estaba leyendo sus
revistas y ya sabía que lo iban a operar al otro día. Como si fuera el fin del mundo, me
mira de un modo la pobre, pero si no me voy a morir, mamá, haceme un poco el favor.
Al Cacho le sacaron el apéndice en el hospital y a los seis días ya estaba queriendo
jugar al fútbol. Andate tranquila que estoy muy bien y no me falta nada. Sí, mamá, sí,
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diez minutos queriendo saber si me duele aquí o mas allá, menos mal que se tiene que
ocupar de mi hermana en casa, al final se fue y yo pude terminar la fotonovela que
había empezado anoche.
Volvió a eso de las seis y media con una mesita de esas de ruedas llena de
frascos y algodones, y no sé por qué de golpe me dio un poco de miedo, en realidad no
era miedo pero empecé a mirar lo que había en la mesita, toda clase de frascos azules
o rojos, tambores de gasa y también pinzas y tubos de goma, el pobre debía estar
empezando a asustarse sin la mamá que parece un papagayo endomingado, le
agradeceré que atienda bien al nene, mire que he hablado con el doctor De Luisi, pero
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sí, señora, se lo vamos a atender como a un príncipe. Es bonito su nene, señora, con
esas mejillas que se le arrebolan apenas me ve entrar. Cuando le retiré las frazadas
hizo un gesto como para volver a taparse, y creo que se dio cuenta de que me hacía
gracia verlo tan pudoroso. "A ver, bajate el pantalón del piyama", le dije sin mirarlo en
la cara. "¿El pantalón?", preguntó con una voz que se le quebró en un gallo. "Si, claro,
el pantalón", repetí, y empezó a soltar el cordón y a desabotonarse con unos dedos
que no le obedecían. Le tuve que bajar yo misma el pantalón hasta la mitad de los
muslos, y era como me lo había imaginado. "Ya sos un chico crecidito", le dije,
preparando la brocha y el jabón aunque la verdad es que poco tenía para afeitar.
"¿Cómo te llaman en tu casa?", le pregunté mientras lo enjabonaba. "Me llamo Pablo",
me contestó con una voz que me dio lástima, tanta era la vergüenza. "Pero te darán
algún sobrenombre", insistí, y fue todavía peor porque me pareció que se iba a poner a
llorar mientras yo le afeitaba los pocos pelitos que andaban por ahí. "¿Así que no tenés
ningún sobrenombre? Sos el nene solamente, claro." Terminé de afeitarlo y le hice una
seña para que se tapara, pero él se adelantó y en un segundo estuvo cubierto hasta el
pescuezo. "Pablo es un bonito nombre", le dije para consolarlo un poco; casi me daba
pena verlo tan avergonzado, era la primera vez que me tocaba atender a un
muchachito tan joven y tan tímido, pero me seguía fastidiando algo en él que a lo
mejor le venía de la madre, algo más fuerte que su edad y que no me gustaba, y hasta
me molestaba que fuera tan bonito y tan bien hecho para sus años, un mocoso que ya
debía creerse un hombre y que a la primera de cambio sería capaz de soltarme un
piropo.
Me quedé con los ojos cerrados, era la única manera de escapar un poco de
todo eso, pero no servía de nada porque justamente en ese momento agregó: "¿Así
que no tenés ningún sobrenombre. Sos el nene solamente, claro", y yo hubiera
querido morirme, o agarrarla por la garganta y ahogarla, y cuando abrí los ojos le vi el
pelo castaño casi pegado a mi cara porque se había agachado para sacarme un resto
de jabón, y olía a shampoo de almendra como el que se pone la profesora de dibujo, o
algún perfume de esos, y no supe qué decir y lo único que se me ocurrió fue
preguntarle: "¿Usted se llama Cora, verdad?" Me miró con aire burlón, con esos ojos
que ya me conocían y que me habían visto por todos lados, y dijo: "La señorita Cora."
Lo dijo para castigarme, lo sé, igual que antes había dicho: "Ya sos un chico crecidito",
nada más que para burlarse. Aunque me daba rabia tener la cara colorada, eso no lo
puedo disimular nunca y es lo peor que me puede ocurrir, lo mismo me animé a
decirle: "Usted es tan joven que... Bueno, Cora es un nombre muy lindo." No era eso,
lo que yo había querido decirle era otra cosa y me parece que se dio cuenta y le
molestó, ahora estoy seguro de que está resentida por culpa de mamá, yo solamente
quería decirle que era tan joven que me hubiera gustado poder llamarla Cora a secas,
pero cómo se lo iba a decir en ese momento cuando se había enojado y ya se iba con la
mesita de ruedas y yo tenía unas ganas de llorar, esa es otra cosa que no puedo
impedir, de golpe se me quiebra la voz y veo todo nublado, justo cuando necesitaría
estar más tranquilo para decir lo que pienso. Ella iba a salir pero al llegar a la puerta se
quedó un momento como para ver si no se olvidaba de alguna cosa, y yo quería decirle
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lo que estaba pensando pero no encontraba las palabras y lo único que se me ocurrió
fue mostrarle la taza con el jabón, se había sentado en la cama y después de aclararse
la voz dijo: "Se le olvida la taza con el jabón", muy seriamente y con un tono de
hombre grande. Volví a buscar la taza y un poco para que se calmara le pasé la mano
por la mejilla. "No te aflijas, Pablito", le dije. "Todo irá bien, es una operación de nada."
Cuando lo toqué echó la cabeza atrás como ofendido, y después resbaló hasta
esconder la boca en el borde de las frazadas. Desde ahí, ahogadamente, dijo: "Puedo
llamarla Cora, ¿verdad?" Soy demasiado buena, casi me dio lástima tanta vergüenza
que buscaba desquitarse por otro lado, pero sabía que no era el caso de ceder porque
después me resultaría difícil dominarlo, y a un enfermo hay que dominarlo o es lo de
siempre, los líos de María Luisa en la pieza catorce o los retos del doctor De Luisi que
tiene un olfato de perro para esas cosas. "Señorita Cora", me dijo tomando la taza y
yéndose. Me dio una rabia, unas ganas de pegarle, de saltar de la cama y echarla a
empujones, o de... Ni siquiera comprendo cómo pude decirle: "Si yo estuviera sano a lo
mejor me trataría de otra manera." Se hizo la que no oía, ni siquiera dio vuelta la
cabeza, y me quedé solo y sin ganas de leer, sin ganas de nada, en el fondo hubiera
querido que me contestara enojada para poder pedirle disculpas porque en realidad
no era lo que yo había pensado decirle, tenía la garganta tan cerrada que no sé cómo
me habían salido las palabras, se lo había dicho de pura rabia pero no era eso, o a lo
mejor sí pero de otra manera.
Y sí, son siempre lo mismo, una los acaricia, les dice una frase amable, y ahí
nomás asoma el machito, no quieren convencerse de que todavía son unos mocosos.
Esto tengo que contárselo a Marcial, se va a divertir y cuando mañana lo vea en la
mesa de operaciones le va a hacer todavía más gracia, tan tiernito el pobre con esa
carucha arrebolada, maldito calor que me sube por la piel, cómo podría hacer para que
no me pase eso, a lo mejor respirando hondo antes de hablar, que sé yo. Se debe
haber ido furiosa, estoy seguro de que escuchó perfectamente, no sé cómo le dije eso,
yo creo que cuando le pregunté si podía llamarla Cora no se enojó, me dijo lo de
señorita porque es su obligación pero no estaba enojada, la prueba es que vino y me
acarició la cara; pero no, eso fue antes, primero me acarició y entonces yo le dije lo de
Cora y lo eché todo a perder. Ahora estamos peor que antes y no voy a poder dormir
aunque me den un tubo de pastillas. La barriga me duele de a ratos, es raro pasarse la
mano y sentirse tan liso, lo malo es que me vuelvo a acordar de todo y del perfume de
almendras, la voz de Cora, tiene una voz muy grave para una chica tan joven y linda,
una voz como de cantante de boleros, algo que acaricia aunque esté enojada. Cuando
oí pasos en el corredor me acosté del todo y cerré los ojos, no quería verla, no me
importaba verla, mejor que me dejara en paz, sentí que entraba y que encendía la luz
del cielo raso, se hacía el dormido como un angelito, con una mano tapándose la cara,
y no abrió los ojos hasta que llegué al lado de la cama. Cuando vio lo que traía se puso
tan colorado que me volvió a dar lástima y un poco de risa, era demasiado idiota
realmente. "A ver, m'hijito, bájese el pantalón y dese vuelta para el otro lado", y el
pobre a punto de patalear como haría con la mamá cuando tenía cinco años, me
imagino, a decir que no y a llorar y a meterse debajo de las cobijas y a chillar, pero el
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pobre no podía hacer nada de eso ahora, solamente se había quedado mirando el
irrigador y después a mí que esperaba, y de golpe se dio vuelta y empezó a mover las
manos debajo de las frazadas pero no atinaba a nada mientras yo colgaba el irrigador
en la cabecera, tuve que bajarle las frazadas y ordenarle que levantara un poco el
trasero para correrle mejor el pantalón y deslizarle una toalla. "A ver, subí un poco las
piernas, así está bien, echate más de boca, te digo que te eches más de boca, así." Tan
callado que era casi como si gritara, por una parte me hacía gracia estarle viendo el
culito a mi joven admirador, pero de nuevo me daba un poco de lástima por él, era
realmente como si lo estuviera castigando por lo que me había dicho. "Avisá si está
muy caliente", le previne, pero no contestó nada, debía estar mordiéndose un puño y
yo no quería verle la cara y por eso me senté al borde de la cama y esperé a que dijera
algo, pero aunque era mucho líquido lo aguantó sin una palabra hasta el final, y
cuando terminó le dije, y eso sí se lo dije para cobrarme lo de antes: "Así me gusta,
todo un hombrecito", y lo tapé mientras le recomendaba que aguantase lo más posible
antes de ir al baño. "¿Querés que te apague la luz o te la dejo hasta que te levantes?",
me preguntó desde la puerta. No sé cómo alcancé a decirle que era lo mismo, algo así,
y escuché el ruido de la puerta al cerrarse y entonces me tapé la cabeza con las
frazadas y qué le iba a hacer, a pesar de los cólicos me mordí las dos manos y lloré
tanto que nadie, nadie puede imaginarse lo que lloré mientras la maldecía y la
insultaba y le clavaba un cuchillo en el pecho cinco, diez, veinte veces, maldiciéndola
cada vez y gozando de lo que sufría y de cómo me suplicaba que la perdonase por lo
que me había hecho.
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moretones, sí, sí, llorá si tenés ganas, llorá, Pablito, eso alivia, llorá y quejate, total
estás tan dormido y creés que soy tu mamá. Sos bien bonito, sabés, con esa nariz un
poco respingada y esas pestañas como cortinas, parecés mayor ahora que estás tan
pálido. Ya no te pondrías colorado por nada, verdad, mi pobrecito. Me duele, mamá,
me duele aquí, dejame que me saque ese peso que me han puesto, tengo algo en la
barriga que pesa tanto y me duele, mamá, decile a la enfermera que me saque eso. Sí,
m'hijito, ya se le va a pasar, quédese un poco quieto, por qué tendrás tanta fuerza, voy
a tener que llamar a María Luisa para que me ayude. Vamos, Pablo, me enojo si no te
estás quieto, te va a doler mucho más si seguís moviéndote tanto. Ah, parece que
empezás a darte cuenta, me duele aquí, señorita Cora, me duele tanto aquí, hágame
algo por favor, me duele tanto aquí, suélteme las manos, no puedo más, señorita Cora,
no puedo más.
Está muy oscuro pero es mejor, no tengo ni ganas de abrir los ojos. Casi no me
duele, qué bueno estar así respirando despacio, sin esas náuseas. Todo está tan
callado, ahora me acuerdo que vi a mamá, me dijo no sé qué, yo me sentía tan mal. Al
viejo lo miré apenas, estaba a los pies de la cama y me guiñaba un ojo, el pobre
siempre el mismo. Tengo un poco de frío, me gustaría otra frazada. Señorita Cora, me
gustaría otra frazada. Pero sí estaba ahí, apenas abrí los ojos la vi sentada al lado de la
ventana leyendo un revista. Vino en seguida y me arropó, casi no tuve que decirle nada
porque se dio cuenta en seguida. Ahora me acuerdo, yo creo que esta tarde la
confundía con mamá y que ella me calmaba, o a lo mejor estuve soñando. ¿Estuve
soñando, señorita Cora? Usted me sujetaba las manos, ¿verdad? Yo decía tantas
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pavadas, pero es que me dolía mucho, y las náuseas... Discúlpeme, no debe ser nada
lindo ser enfermera. Sí, usted se ríe pero yo sé, a lo mejor la manché y todo. Bueno, no
hablaré más. Estoy tan bien así, ya no tengo frío. No, no me duele mucho, un poquito
solamente. ¿Es tarde, señorita Cora? Sh, usted se queda calladito ahora, ya le he dicho
que no puede hablar mucho, alégrese de que no le duela y quédese bien quieto. No,
no es tarde, apenas las siete. Cierre los ojos y duerma. Así. Duérmase ahora.
Sí, yo querría pero no es tan fácil. Por momentos me parece que me voy a
dormir, pero de golpe la herida me pega un tirón o todo me da vueltas en la cabeza, y
tengo que abrir los ojos y mirarla, está sentada al lado de la ventana y ha puesto la
pantalla para leer sin que me moleste la luz. ¿Por qué se quedará aquí todo el tiempo?
Tiene un pelo precioso, le brilla cuando mueve la cabeza. Y es tan joven, pensar que
hoy la confundí con mamá, es increíble. Vaya a saber qué cosas le dije, se debe haber
reído otra vez de mí. Pero me pasaba hielo por la boca, eso me aliviaba tanto, ahora
me acuerdo, me puso agua colonia en la frente y en el pelo, y me sujetaba las manos
para que no me arrancara el vendaje. Ya no está enojada conmigo, a lo mejor mamá le
pidió disculpas o algo así, me miraba de otra manera cuando me dijo: "Cierre los ojos y
duérmase." Me gusta que me mire así, parece mentira lo del primer día cuando me
quitó los caramelos. Me gustaría decirle que es tan linda, que no tengo nada contra
ella, al contrario, que me gusta que sea ella la que me cuida de noche y no la
enfermera chiquita. Me gustaría que me pusiera otra vez agua colonia en el pelo. Me
gustaría que me pidiera perdón, que me dijera que la puedo llamar Cora.
Se quedó dormido un buen rato, a las ocho calculé que el doctor De Luisi no
tardaría y lo desperté para tomarle la temperatura. Tenía mejor cara y le había hecho
bien dormir. Apenas vio el termómetro sacó una mano fuera de las cobijas, pero le dije
que se estuviera quieto. No quería mirarlo en los ojos para que no sufriera pero lo
mismo se puso colorado y empezó a decir que él podía muy bien solo. No le hice caso,
claro, pero estaba tan tenso el pobre que no me quedó más remedio que decirle:
"Vamos, Pablo, ya sos un hombrecito, no te vas a poner así cada vez, verdad?" Es lo de
siempre, con esa debilidad no pudo contener las lágrimas; haciéndome la que no me
daba cuenta anoté la temperatura y me fui a prepararle la inyección. Cuando volvió yo
me había secado los ojos con la sábana y tenía tanta rabia contra mí mismo que
hubiera dado cualquier cosa por poder hablar, decirle que no me importaba, que en
realidad no me importaba pero que no lo podía impedir. "Esto no duele nada", me dijo
con la jeringa en la mano. "Es para que duermas bien toda la noche." Me destapó y
otra vez sentí que me subía la sangre a la cara, pero ella se sonrió un poco y empezó a
frotarme el muslo con un algodón mojado. "No duele nada", le dije porque algo tenía
que decirle, no podía ser que me quedara así mientras ella me estaba mirando. "Ya
ves", me dijo sacando la aguja y frotándome con el algodón. "Ya ves que no duele
nada. Nada te tiene que doler, Pablito." Me tapó y me pasó la mano por la cara. Yo
cerré los ojos y hubiera querido estar muerto, estar muerto y que ella me pasara la
mano por la cara, llorando.
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Nunca entendí mucho a Cora pero esta vez se fue a la otra banda. La verdad
que no me importa si no entiendo a las mujeres, lo único que vale la pena es que lo
quieran a uno. Si están nerviosas, si se hacen problema por cualquier macana, bueno
nena, ya está, deme un beso y se acabó. Se ve que todavía es tiernita, va a pasar un
buen rato antes de que aprenda a vivir en este oficio maldito, la pobre apareció esta
noche con una cara rara y me costó media hora hacerle olvidar esas tonterías. Todavía
no ha encontrado la manera de buscarle la vuelta a algunos enfermos, ya le pasó con la
vieja del veintidós pero yo creía que desde entonces habría aprendido un poco, y
ahora este pibe le vuelve a dar dolores de cabeza. Estuvimos tomando mate en mi
cuarto a eso de las dos de la mañana, después fue a darle la inyección y cuando volvió
estaba de mal humor, no quería saber nada conmigo. Le queda bien esa carucha de
enojada, de tristona, de a poco se la fui cambiando, y al final se puso a reír y me contó,
a esa hora me gusta tanto desvestirla y sentir que tiembla un poco como si tuviera frío.
Debe ser muy tarde, Marcial. Ah, entonces puedo quedarme un rato todavía, la otra
inyección le toca a las cinco y media, la galleguita no llega hasta las seis. Perdoname,
Marcial, soy una boba, mirá que preocuparme tanto por ese mocoso, al fin y al cabo lo
tengo dominado pero de a ratos me da lástima, a esa edad son tan tontos, tan
orgullosos, si pudiera le pediría al doctor Suárez que me cambiara, hay dos operados
en el segundo piso, gente grande, uno les pregunta tranquilamente si han ido de
cuerpo, les alcanza la chata, los limpia si hace falta, todo eso charlando del tiempo o de
la política, es un ir y venir de cosas naturales, cada uno está en lo suyo, Marcial, no
como aquí, comprendés. Sí, claro que hay que hacerse a todo, cuántas veces me van a
tocar chicos de esa edad, es una cuestión de técnica como decís vos. Sí, querido, claro.
Pero es que todo empezó mal por culpa de la madre, eso no se ha borrado, sabés,
desde el primer minuto hubo como un malentendido, y el chico tiene su orgullo y le
duele, sobre todo que al principio no se daba cuenta de todo lo que iba a venir y quiso
hacerse el grande, mirarme como si fueras vos, como un hombre. Ahora ya ni le puedo
preguntar si quiere hacer pis, lo malo es que sería capaz de aguantarse toda la noche si
yo me quedara en la pieza. Me da risa cuando me acuerdo, quería decir que sí y no se
animaba, entonces me fastidió tanta tontería y lo obligué para que aprendiera a hacer
pis sin moverse, bien tendido de espaldas. Siempre cierra los ojos en esos momentos
pero es casi peor, está a punto de llorar o de insultarme, está entre las dos cosas y no
puede, es tan chico, Marcial, y esa buena señora que lo ha de haber criado como un
tilinguito, el nene de aquí y el nene de allí, mucho sombrero y saco entallado pero en
el fondo el bebé de siempre, el tesorito de mamá. Ah, y justamente le vengo a tocar
yo, el alto voltaje como decís vos, cuando hubiera estado tan bien con María Luisa que
es idéntica a su tía y que lo hubiera limpiado por todos lados sin que se le subieran los
colores a la cara. No, la verdad, no tengo suerte, Marcial.
Estaba soñando con la clase de francés cuando encendió la luz del velador, lo
primero que le veo es siempre el pelo, será porque se tiene que agachar para las
inyecciones o lo que sea, el pelo cerca de mi cara, una vez me hizo cosquillas en la boca
y huele tan bien, y siempre se sonríe un poco cuando me está frotando con el algodón,
me frotó un rato largo antes de pincharme y yo le miraba la mano tan segura que iba
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apretando de a poco la jeringa, el líquido amarillo que entraba despacio, haciéndome
doler. "No, no me duele nada." Nunca le podré decir: "No me duele nada, Cora." Y no
le voy a decir señorita Cora, no se lo voy a decir nunca. Le hablaré lo menos que pueda
y no la pienso llamar señorita Cora aunque me lo pida de rodillas. No, no me duele
nada. No, gracias, me siento bien, voy a seguir durmiendo. Gracias.
Por suerte ya tiene de nuevo sus colores pero todavía está muy decaído,
apenas si pudo darme un beso, y a tía Esther casi no la miró y eso que le había traído
las revistas y una corbata preciosa para el día en que lo llevemos a casa. La enfermera
de la mañana es un amor de mujer, tan humilde, con ella sí da gusto hablar, dice que el
nene durmió hasta las ocho y que bebió un poco de leche, parece que ahora van a
empezar a alimentarlo, tengo que decirle al doctor Suárez que el cacao le hace mal, o a
lo mejor su padre ya se lo dijo porque estuvieron hablando un rato. Si quiere salir un
momento, señora, vamos a ver cómo anda este hombre. Usted quédese, señor Morán,
es que a la mamá le puede hacer impresión tanto vendaje. Vamos a ver un poco,
compañero. ¿Ahí duele? Claro, es natural. Y ahí, decime si ahí te duele o solamente
está sensible. Bueno, vamos muy bien, amiguito. Y así cinco minutos, si me duele aquí,
si estoy sensible más acá, y el viejo mirándome la barriga como si me la viera por
primera vez. Es raro pero no me siento tranquilo hasta que se van, pobres viejos tan
afligidos pero qué le voy a hacer, me molestan, dicen siempre lo que no hay que decir,
sobre todo mamá, y menos mal que la enfermera chiquita parece sorda y le aguanta
todo con esa cara de esperar propina que tiene la pobre. Mirá que venir a jorobar con
lo del cacao, ni que yo fuese un niño de pecho. Me dan unas ganas de dormir cinco
días seguidos sin ver a nadie, sobre todo sin ver a Cora, y despertarme justo cuando
me vengan a buscar para ir a casa. A lo mejor habrá que esperar unos días más, señor
Morán, ya sabrá por De Luisi que la operación fue más complicada de lo previsto, a
veces hay pequeñas sorpresas. Claro que con la constitución de ese chico yo creo que
no habrá problema, pero mejor dígale a su señora que no va a ser cosa de una semana
como se pensó al principio. Ah, claro, bueno, de eso usted hablará con el
administrador, son cosas internas. Ahora vos fijate si no es mala suerte, Marcial,
anoche te lo anuncié, esto va a durar mucho más de lo que pensábamos. Sí, ya sé que
no importa pero podrías ser un poco más comprensivo, sabés muy bien que no me
hace feliz atender a ese chico, y a él todavía menos, pobrecito. No me mirés así, por
qué no le voy a tener lástima. No me mirés así.
Nadie me prohibió que leyera pero se me caen las revistas de la mano, y eso
que tengo dos episodios por terminar y todo lo que me trajo tía Esther. Me arde la
cara, debo de tener fiebre o es que hace mucho calor en esta pieza, le voy a pedir a
Cora que entorne un poco la ventana o que me saque una frazada. Quisiera dormir, es
lo que más me gustaría, que ella estuviese allí sentada leyendo una revista y yo
durmiendo sin verla, sin saber que esta allí, pero ahora no se va a quedar más de
noche, ya pasó lo peor y me dejarán solo. De tres a cuatro creo que dormí un rato, a
las cinco justas vino con un remedio nuevo, unas gotas muy amargas. Siempre parece
que se acaba de bañar y cambiar, está tan fresca y huele a talco perfumado, a lavanda.
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"Este remedio es muy feo, ya sé", me dijo, y se sonreía para animarme. "No, es un
poco amargo, nada más", le dije. "¿Cómo pasaste el día?", me preguntó, sacudiendo el
termómetro. Le dije que bien, que durmiendo, que el doctor Suárez me había
encontrado mejor, que no me dolía mucho. "Bueno, entonces podés trabajar un poco",
me dijo dándome el termómetro. Yo no supe qué contestarle y ella se fue a cerrar las
persianas y arregló los frascos en la mesita mientras yo me tomaba la temperatura.
Hasta tuve tiempo de echarle un vistazo al termómetro antes de que viniera a
buscarlo. "Pero tengo muchísima fiebre", me dijo como asustado. Era fatal, siempre
seré la misma estúpida, por evitarle el mal momento le doy el termómetro y
naturalmente el muy chiquilín no pierde tiempo en enterarse de que está volando de
fiebre. "Siempre es así los primeros cuatro días, y además nadie te mandó que
miraras", le dije, más furiosa contra mí que contra él. Le pregunté si había movido el
vientre y me dijo que no. Le sudaba la cara, se la sequé y le puse un poco de agua
colonia; había cerrado los ojos antes de contestarme y no los abrió mientras yo lo
peinaba un poco para que no le molestara el pelo en la frente. Treinta y nueve nueve
era mucha fiebre, realmente. "Tratá de dormir un rato", le dije, calculando a qué hora
podría avisarle al doctor Suárez. Sin abrir los ojos hizo un gesto como de fastidio, y
articulando cada palabra me dijo: "Usted es mala conmigo, Cora." No atiné a
contestarle nada, me quedé a su lado hasta que abrió los ojos y me miró con toda su
fiebre y toda su tristeza. Casi sin darme cuenta estiré la mano y quise hacerle una
caricia en la frente, pero me rechazó de un manotón y algo debió tironearle en la
herida porque se crispó de dolor. Antes de que pudiera reaccionar me dijo en voz muy
baja: "Usted no sería así conmigo si me hubiera conocido en otra parte." Estuve al
borde de soltar una carcajada, pero era tan ridículo que me dijera eso mientras se le
llenaban los ojos de lágrimas que me pasó lo de siempre, me dio rabia y casi miedo,
me sentí de golpe como desamparada delante de ese chiquilín pretencioso. Conseguí
dominarme (eso se lo debo a Marcial, me ha enseñado a controlarme y cada vez lo
hago mejor), y me enderecé como si no hubiera sucedido nada, puse la toalla en la
percha y tapé el frasco de agua colonia. En fin, ahora sabíamos a qué atenernos, en el
fondo era mucho mejor así. Enfermera, enfermo, y pare de contar. Que el agua colonia
se la pusiera la madre, yo tenía otras cosas que hacerle y se las haría sin más
contemplaciones. No sé por qué me quedé más de lo necesario. Marcial me dijo
cuando se lo conté que había querido darle la oportunidad de disculparse, de pedir
perdón. No sé, a lo mejor fue eso o algo distinto, a lo mejor me quedé para que
siguiera insultándome, para ver hasta dónde era capaz de llegar. Pero seguía con los
ojos cerrados y el sudor le empapaba la frente y las mejillas, era como si me hubiera
metido en agua hirviendo, veía manchas violeta y rojas cuando apretaba los ojos para
no mirarla sabiendo que todavía estaba allí, y hubiera dado cualquier cosa para que se
agachara y volviera a secarme la frente como si yo no le hubiera dicho eso, pero ya era
imposible, se iba a ir sin hacer nada, sin decirme nada, y yo abriría los ojos y
encontraría la noche, el velador, la pieza vacía, un poco de perfume todavía, y me
repetiría diez veces, cien veces, que había hecho bien en decirle lo que le había dicho,
para que aprendiera, para que no me tratara como a un chico, para que me dejara en
paz, para que no se fuera.
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Empiezan siempre a la misma hora, entre seis y siete de la mañana, debe ser
una pareja que anida en las cornisas del patio, un palomo que arrulla y la paloma que
le contesta, al rato se cansan, se lo dije a la enfermera chiquita que viene a lavarme y a
darme el desayuno, se encogió de hombros y dijo que ya otros enfermos se habían
quejado de las palomas pero que el director no quería que las echaran. Ya ni sé cuánto
hace que las oigo, las primeras mañanas estaba demasiado dormido o dolorido para
fijarme, pero desde hace tres días escucho a las palomas y me entristecen, quisiera
estar en casa oyendo ladrar a Milord, oyendo a tía Esther que a esta hora se levanta
para ir a misa. Maldita fiebre que no quiere bajar, me van a tener aquí hasta quién
sabe cuándo, se lo voy a preguntar al doctor Suárez esta misma mañana, al fin y al
cabo podría estar lo más bien en casa. Mire, señor Morán, quiero ser franco con usted,
el cuadro no es nada sencillo. No, señorita Cora, prefiero que usted siga atendiendo a
ese enfermo, y le voy a decir por qué. Pero entonces. Marcial... Vení, te voy a hacer un
café bien fuerte, mirá que sos potrilla todavía, parece mentira. Escuchá, vieja, he
estado hablando con el doctor Suárez, y parece que el pibe...
Por suerte después se callan, a lo mejor se van volando por ahí, por toda la
ciudad, tienen suerte las palomas. Qué mañana interminable, me alegré cuando se
fueron los viejos, ahora les da por venir más seguido desde que tengo tanta fiebre.
Bueno, si me tengo que quedar cuatro o cinco días más aquí, qué importa. En casa
sería mejor, claro, pero lo mismo tendría fiebre y me sentiría tan mal de a ratos.
Pensar que no puedo ni mirar una revista, es una debilidad como si no me quedara
sangre. Pero todo es por la fiebre, me lo dijo anoche el doctor De Luisi y el doctor
Suárez me lo repitió esta mañana, ellos saben. Duermo mucho pero lo mismo es como
si no pasara el tiempo, siempre es antes de las tres como si a mí me importaran las tres
o las cinco. Al contrario, a las tres se va la enfermera chiquita y es una lástima porque
con ella estoy tan bien. Si me pudiera dormir de un tirón hasta la medianoche sería
mucho mejor. Pablo, soy yo, la señorita Cora. Tu enfermera de la noche que te hace
doler con las inyecciones. Ya sé que no te duele, tonto, es una broma. Seguí durmiendo
si querés, ya está. Me dijo: "Gracias" sin abrir los ojos, pero hubiera podido abrirlos, sé
que con la galleguita estuvo charlando a mediodía aunque le han prohibido que hable
mucho. Antes de salir me di vuelta de golpe y me estaba mirando, sentí que todo el
tiempo me había estado mirando de espaldas. Volví y me senté al lado de la cama, le
tomé el pulso, le arreglé las sábanas que arrugaba con sus manos de fiebre. Me miraba
el pelo, después bajaba la vista y evitaba mis ojos. Fui a buscar lo necesario para
prepararlo y me dejó hacer sin una palabra, con los ojos fijos en la ventana,
ignorándome. Vendrían a buscarlo a las cinco y media en punto, todavía le quedaba un
rato para dormir, los padres esperaban en la planta baja porque le hubiera hecho
impresión verlos a esa hora. El doctor Suárez iba a venir un rato antes para explicarle
que tenían que completar la operación, cualquier cosa que no lo inquietara
demasiado. Pero en cambio mandaron a Marcial, me tomó de sorpresa verlo entrar así
pero me hizo una seña para que no me moviera y se quedó a los pies de la cama
leyendo la hoja de temperatura hasta que Pablo se acostumbrara a su presencia. Le
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empezó a hablar un poco en broma, armó la conversación como él sabe hacerlo, el frío
en la calle, lo bien que se estaba en ese cuarto, él lo miraba sin decir nada, como
esperando, mientras yo me sentía tan rara, hubiera querido que Marcial se fuera y me
dejara sola con él, yo hubiera podido decírselo mejor que nadie, aunque quizá no,
probablemente no. Pero si ya lo sé, doctor, me van a operar de nuevo, usted es el que
me dio la anestesia la otra vez, y bueno, mejor eso que seguir en esta cama y con esta
fiebre. Yo sabía que al final tendrían que hacer algo, por qué me duele tanto desde
ayer, un dolor diferente, desde más adentro. Y usted, ahí sentada, no ponga esa cara,
no se sonría como si me viniera a invitar al cine. Váyase con él y béselo en el pasillo,
tan dormido no estaba la otra tarde cuando usted se enojó con él porque la había
besado aquí. Váyanse los dos, déjenme dormir, durmiendo no me duele tanto.
Y bueno, pibe, ahora vamos a liquidar este asunto de una vez por todas, hasta
cuándo nos vas a estar ocupando una cama, che. Contá despacito, uno, dos, tres. Así
va bien, vos seguí contando y dentro de una semana estás comiendo un bife jugoso en
casa. Un cuarto de hora a gatas, nena, y vuelta a coser. Había que verle la cara a De
Luisi, uno no se acostumbra nunca del todo a estas cosas. Mirá, aproveché para pedirle
a Suárez que te relevaran como vos querías, le dije que estás muy cansada con un caso
tan grave; a lo mejor te pasan al segundo piso si vos también le hablás. Está bien, hacé
como quieras, tanto quejarte la otra noche y ahora te sale la samaritana. No te enojés
conmigo, lo hice por vos. Sí, claro que lo hizo por mí pero perdió el tiempo, me voy a
quedar con él esta noche y todas las noches. Empezó a despertarse a las ocho y medía,
los padres se fueron en seguida porque era mejor que no los viera con la cara que
tenían los pobres, y cuando llegó el doctor Suárez me preguntó en voz baja si quería
que me relevara María Luisa, pero le hice una seña de que me quedaba y se fue. María
Luisa me acompañó un rato porque tuvimos que sujetarlo y calmarlo, después se
tranquilizó de golpe y casi no tuvo vómitos; está tan débil que se volvió a dormir sin
quejarse mucho hasta las diez. Son las palomas, vas a ver, mamá, ya están arrullando
como todas las mañanas, no sé por qué no las echan, que se vuelen a otro árbol. Dame
la mano, mamá, tengo tanto frío. Ah, entonces estuve soñando, me parecía que ya era
de mañana y que estaban las palomas. Perdóneme, la confundí con mamá. Otra vez
desviaba la mirada, se volvía a su encono, otra vez me echaba a mí toda la culpa. Lo
atendí como si no me diera cuenta de que seguía enojado, me senté junto a él y le
mojé los labios con hielo. Cuando me miró, después que le puse agua colonia en las
manos y la frente, me acerqué más y le sonreí. "Llamame Cora", le dije. "Yo sé que no
nos entendimos al principio, pero vamos a ser tan buenos amigos, Pablo." Me miraba
callado. "Decime: Sí, Cora." Me miraba, siempre. "Señorita Cora", dijo después, y cerró
los ojos. "No, Pablo, no", le pedí, besándolo en la mejilla, muy cerca de la boca. "Yo voy
a ser Cora para vos, solamente para vos." Tuve que echarme atrás, pero lo mismo me
salpicó la cara. Lo sequé, le sostuve la cabeza para que se enjuagara la boca, lo volví a
besar hablándole al oído. "Discúlpeme", dijo con un hilo de voz, "no lo pude contener".
Le dije que no fuera tonto, que para eso estaba yo cuidándolo, que vomitara todo lo
que quisiera para aliviarse. "Me gustaría que viniera mamá", me dijo, mirando a otro
lado con los ojos vacíos. Todavía le acaricié un poco el pelo, le arreglé las frazadas
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esperando que me dijera algo, pero estaba muy lejos y sentí que lo hacía sufrir todavía
más si me quedaba. En la puerta me volví y esperé; tenía los ojos muy abiertos, fijos en
el cielo raso. "Pablito", le dije. "Por favor, Pablito. Por favor, querido." Volví hasta la
cama, me agaché para besarlo; olía a frío, detrás del agua colonia estaba el vómito, la
anestesia. Si me quedo un segundo más me pongo a llorar delante de él, por él. Lo
besé otra vez y salí corriendo, bajé a buscar a la madre y a María Luisa; no quería
volver mientras la madre estuviera allí, por lo menos esa noche no quería volver y
después sabía demasiado bien que no tendría ninguna necesidad de volver a ese
cuarto, que Marcial y María Luisa se ocuparían de todo hasta que el cuarto quedara
otra vez libre.
Texto 2: El cerdito
Juan Carlos Onetti (uruguayo. 1909-1994)
Pasó sin prisa a la cocina para preparar los tres tazones de café con leche y los
panques que envolvían dulce de membrillo.
Aquella tarde los chicos no hicieron sonar la campanilla de la verja sino que
golpearon con los nudillos el cristal de la puerta de entrada, la anciana demoró en
oírlos pero los golpes continuaron insistentes y sin aumentar su fuerza. Por fin, porque
había pasado a la sala para acomodar la mesa, la anciana percibió el ruido y divisó las
tres siluetas que habían trepados los escalones.
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Mientras lavaba la loza en la cocina oyó el coro de risas, las apagadas voces del
secreteo y luego el silencio. Alguno caminó furtivo y ella no pudo oír el ruido sordo del
hierro en la cabeza. Ya no oyó nada más, bamboleó el cuerpo y luego quedó quieta en
el suelo de su cocina.
Revolvieron en todos los muebles del dormitorio, buscaron debajo del colchón.
Se repartieron billetes y monedas y Juan le propuso a Emilio:
Caminaron despacio bajo el sol y al llegar al tablón de la zanja cada uno regresó
separado, al barrio miserable. Cada uno a su choza y Guido, cuando estuvo en la suya,
vacía como siempre en la tarde, levantó ropas, chatarra y desperdicios del cajón que
tenía junto al catre y extrajo la alcancía blanca y manchada para guardar su dinero; una
alcancía de yeso en forma de cerdito con una ranura en el lomo.
A decir verdad, las gracias de la mujer no eran cosa del otro mundo. Pero
acusaban una paciencia infinita, francamente anormal, por parte del hombre. Y el
público sabe agradecer siempre tales esfuerzos. Paga por ver una pulga vestida; y no
tanto por la belleza del traje, sino por el trabajo que ha costado ponérselo. Yo mismo
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he quedado largo rato viendo con admiración a un inválido que hacía con los pies lo
que muy pocos podrían hacer con las manos.
Lo único que yo puedo decir con certeza es que el saltimbanqui, a juzgar por
sus reacciones, se sentía orgulloso y culpable. Evidentemente, nadie podría negarle el
mérito de haber amaestrado a la mujer; pero nadie tampoco podría atenuar la idea de
su propia vileza. (En este punto de mi meditación, la mujer daba vueltas de carnero en
una angosta alfombra de terciopelo desvaído.)
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di cuenta del error que yo estaba cometiendo. Puse mis ojos en ella, sencillamente,
como todos los demás. Dejé de mirarlo a él, cualquiera que fuese su tragedia. (En ese
momento, las lágrimas surcaban su rostro enharinado.)
Azuzado por su padre, el enano del tamboril dio rienda suelta a su instrumento,
en un crescendo de percusiones increíbles. Alentada por tan espontánea compañía, la
mujer se superó a sí misma y obtuvo un éxito estruendoso. Yo acompasé mi ritmo con
el suyo y no perdí pie ni pisada de aquel improvisado movimiento perpetuo, hasta que
el niño dejó de tocar.
Como actitud final, nada me pareció más adecuado que caer bruscamente de
rodillas.
Texto 4: El árbol
María Luisa Bombal (chilena. 1910-1980)
A Nina Anguita, gran artista, mágica amiga que supo dar vida y
realidad a mi árbol imaginado; dedico el cuento que, sin saber,
escribí para ella mucho antes de conocerla.
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cocina, oyendo cuentos de ánimas, allá ella. Si le gustan las muñecas a los dieciséis
años, que juegue". Y Brígida había conservado sus muñecas y permanecido totalmente
ignorante.
¡Qué agradable es ser ignorante! ¡No saber exactamente quién fue Mozart;
desconocer sus orígenes, sus influencias, las particularidades de su técnica! Dejarse
solamente llevar por él de la mano, como ahora.
Y Mozart la lleva, en efecto. La lleva por un puente suspendido sobre un agua
cristalina que corre en un lecho de arena rosada. Ella está vestida de blanco, con un
quitasol de encaje, complicado y fino como una telaraña, abierto sobre el hombro.
—Estás cada día más joven, Brígida. Ayer encontré a tu marido, a tu ex marido,
quiero decir. Tiene todo el pelo blanco.
96
el mar contraído allá lejos, refulgente y manso, pero entonces el mar se levanta, crece
tranquilo, viene a su encuentro, la envuelve, y con suaves olas la va empujando,
empujando por la espalda hasta hacerle recostar la mejilla sobre el cuerpo de un
hombre. Y se aleja, dejándola olvidada sobre el pecho de Luis.
—No tienes corazón, no tienes corazón —solía decirle a Luis. Latía tan adentro
el corazón de su marido que no pudo oírlo sino rara vez y de modo inesperado—.
Nunca estás conmigo cuando estás a mi lado —protestaba en la alcoba, cuando antes
de dormirse él abría ritualmente los periódicos de la tarde—. ¿Por qué te has casado
conmigo?
—Porque tienes ojos de venadito asustado —contestaba él y la besaba. Y ella,
súbitamente alegre, recibía orgullosa sobre su hombro el peso de su cabeza cana. ¡Oh,
ese pelo plateado y brillante de Luis!
—Luis, nunca me has contado de qué color era exactamente tu pelo cuando
eras chico, y nunca me has contado tampoco lo que dijo tu madre cuando te
empezaron a salir canas a los quince años. ¿Qué dijo? ¿Se rió? ¿Lloró? ¿Y tú estabas
orgulloso o tenías vergüenza? Y en el colegio, tus compañeros, ¿qué decían?
Cuéntame, Luis, cuéntame. . .
—Mañana te contaré. Tengo sueño, Brígida, estoy muy cansado. Apaga la luz.
97
—Estoy ocupado. No puedo acompañarte... Tengo mucho que hacer, no
alcanzo a llegar para el almuerzo... Hola, sí estoy en el club. Un compromiso. Come y
acuéstate... No. No sé. Más vale que no me esperes, Brígida.
—¡Si tuviera amigas! —suspiraba ella. Pero todo el mundo se aburría con ella.
¡Si tratara de ser un poco menos tonta! ¿Pero cómo ganar de un tirón tanto terreno
perdido? Para ser inteligente hay que empezar desde chica, ¿no es verdad?
A sus hermanas, sin embargo, los maridos las llevaban a todas partes, pero Luis
—¿por qué no había de confesárselo a sí misma?— se avergonzaba de ella, de su
ignorancia, de su timidez y hasta de sus dieciocho años. ¿No le había pedido acaso que
dijera que tenía por lo menos veintiuno, como si su extrema juventud fuera en ellos
una tara secreta?
Y de noche ¡qué cansado se acostaba siempre! Nunca la escuchaba del todo. Le
sonreía, eso sí, le sonreía con una sonrisa que ella sabía maquinal. La colmaba de
caricias de las que él estaba ausente. ¿Por qué se había casado con ella? Para
continuar una costumbre, tal vez para estrechar la vieja relación de amistad con su
padre.
Tal vez la vida consistía para los hombres en una serie de costumbres
consentidas y continuas. Si alguna llegaba a quebrarse, probablemente se producía el
desbarajuste, el fracaso. Y los hombres empezaban entonces a errar por las calles de la
ciudad, a sentarse en los bancos de las plazas, cada día peor vestidos y con la barba
más crecida. La vida de Luis, por lo tanto, consistía en llenar con una ocupación cada
minuto del día. ¡Cómo no haberlo comprendido antes! Su padre tenía razón al
declararla retardada.
A veces, como para despertarlo al arrebato del verdadero amor, ella se echaba
sobre su marido y lo cubría de besos, llorando, llamándolo: Luis, Luis, Luis...
—Brígida, el calor va a ser tremendo este verano en Buenos Aires. ¿Por qué no
te vas a la estancia con tu padre?
98
—¿Sola?
—Yo iría a verte todas las semanas, de sábado a lunes.
Por primera vez Luis había vuelto sobre sus pasos y se inclinaba sobre ella,
inquieto, dejando pasar la hora de llegada a su despacho.
Por primera vez él la había llamado desde el club a la hora del almuerzo. Pero
ella había rehusado salir al teléfono, esgrimiendo rabiosamente el arma aquella que
había encontrado sin pensarlo: el silencio.
Esa misma noche comía frente a su marido sin levantar la vista, contraídos
todos sus nervios.
—Bien sabes que te quiero, collar de pájaros. Pero no puedo estar contigo a
toda hora. Soy un hombre muy ocupado. Se llega a mi edad hecho un esclavo de mil
compromisos.
...
—¿Quieres que salgamos esta noche?...
...
—¿No quieres? Paciencia. Dime, ¿llamó Roberto desde Montevideo?
...
—¡Qué lindo traje! ¿Es nuevo?
...
—¿Es nuevo, Brígida? Contesta, contéstame...
99
noche! No volveré a pisar nunca más esta casa..." Y abría con furia los armarios de su
cuarto de vestir, tiraba desatinadamente la ropa al suelo.
Fue entonces cuando alguien o algo golpeó en los cristales de la ventana.
Había corrido, no supo cómo ni con qué insólita valentía, hacia la ventana. La
había abierto. Era el árbol, el gomero que un gran soplo de viento agitaba, el que
golpeaba con sus ramas los vidrios, el que la requería desde afuera como para que lo
viera retorcerse hecho una impetuosa llamarada negra bajo el cielo encendido de
aquella noche de verano.
Un pesado aguacero no tardaría en rebotar contra sus frías hojas. ¡Qué delicia!
Durante toda la noche, ella podría oír la lluvia azotar, escurrirse por las hojas del
gomero como por los canales de mil goteras fantasiosas. Durante toda la noche oiría
crujir y gemir el viejo tronco del gomero contándole de la intemperie, mientras ella se
acurrucaría, voluntariamente friolenta, entre las sábanas del amplio lecho, muy cerca
de Luis.
Puñados de perlas que llueven a chorros sobre un techo de plata. Chopin.
Estudios de Federico Chopin.
¿Durante cuántas semanas se despertó de pronto, muy temprano, apenas
sentía que su marido, ahora también él obstinadamente callado, se había escurrido del
lecho?
El cuarto de vestir: la ventana abierta de par en par, un olor a río y a pasto
flotando en aquel cuarto bienhechor, y los espejos velados por un halo de neblina.
Chopin y la lluvia que resbala por las hojas del gomero con ruido de cascada
secreta, y parece empapar hasta las rosas de las cretonas, se entremezclan en su
agitada nostalgia.
¿Qué hacer en verano cuando llueve tanto? ¿Quedarse el día entero en el
cuarto fingiendo una convalecencia o una tristeza? Luis había entrado tímidamente
una tarde. Se había sentado muy tieso. Hubo un silencio.
—En todo caso, no creo que nos convenga separarnos, Brígida. Hay que
pensarlo mucho.
100
Mientras del fondo de las cosas parecía brotar y subir una melodía de palabras graves
y lentas que ella se quedó escuchando: "Siempre". "Nunca"...
Y así pasan las horas, los días y los años. ¡Siempre! ¡Nunca! ¡La vida, la vida!
Al recobrarse cayó en cuenta que su marido se había escurrido del cuarto.
¡Siempre! ¡Nunca!... Y la lluvia, secreta e igual, aún continuaba susurrando en
Chopin.
El verano deshojaba su ardiente calendario. Caían páginas luminosas y
enceguecedoras como espadas de oro, y páginas de una humedad malsana como el
aliento de los pantanos; caían páginas de furiosa y breve tormenta, y páginas de viento
caluroso, del viento que trae el "clavel del aire" y lo cuelga del inmenso gomero.
Algunos niños solían jugar al escondite entre las enormes raíces convulsas que
levantaban las baldosas de la acera, y el árbol se llenaba de risas y de cuchicheos.
Entonces ella se asomaba a la ventana y golpeaba las manos; los niños se dispersaban
asustados, sin reparar en su sonrisa de niña que a su vez desea participar en el juego.
Solitaria, permanecía largo rato acodada en la ventana mirando el oscilar del
follaje —siempre corría alguna brisa en aquella calle que se despeñaba directamente
hasta el río— y era como hundir la mirada en un agua movediza o en el fuego inquieto
de una chimenea. Una podía pasarse así las horas muertas, vacía de todo
pensamiento, atontada de bienestar.
Apenas el cuarto empezaba a llenarse del humo del crepúsculo ella encendía la
primera lámpara, y la primera lámpara resplandecía en los espejos, se multiplicaba
como una luciérnaga deseosa de precipitar la noche.
Y noche a noche dormitaba junto a su marido, sufriendo por rachas. Pero
cuando su dolor se condensaba hasta herirla como un puntazo, cuando la asediaba un
deseo demasiado imperioso de despertar a Luis para pegarle o acariciarlo, se escurría
de puntillas hacia el cuarto de vestir y abría la ventana. El cuarto se llenaba
instantáneamente de discretos ruidos y discretas presencias, de pisadas misteriosas,
de aleteos, de sutiles chasquidos vegetales, del dulce gemido de un grillo escondido
bajo la corteza del gomero sumido en las estrellas de una calurosa noche estival.
Su fiebre decaía a medida que sus pies desnudos se iban helando poco a poco
sobre la estera. No sabía por qué le era tan fácil sufrir en aquel cuarto.
Melancolía de Chopin engranando un estudio tras otro, engranando una
melancolía tras otra, imperturbable.
Y vino el otoño. Las hojas secas revoloteaban un instante antes de rodar sobre
el césped del estrecho jardín, sobre la acera de la calle en pendiente. Las hojas se
desprendían y caían... La cima del gomero permanecía verde, pero por debajo el árbol
enrojecía, se ensombrecía como el forro gastado de una suntuosa capa de baile. Y el
cuarto parecía ahora sumido en una copa de oro triste.
Echada sobre el diván, ella esperaba pacientemente la hora de la cena, la
llegada improbable de Luis. Había vuelto a hablarle, había vuelto a ser su mujer, sin
entusiasmo y sin ira. Ya no lo quería. Pero ya no sufría. Por el contrario, se había
apoderado de ella una inesperada sensación de plenitud, de placidez. Ya nadie ni nada
podría herirla. Puede que la verdadera felicidad esté en la convicción de que se ha
perdido irremediablemente la felicidad. Entonces empezamos a movernos por la vida
101
sin esperanzas ni miedos, capaces de gozar por fin todos los pequeños goces, que son
los más perdurables.
Un estruendo feroz, luego una llamarada blanca que la echa hacia atrás toda
temblorosa.
¿Es el entreacto? No. Es el gomero, ella lo sabe.
Lo habían abatido de un solo hachazo. Ella no pudo oír los trabajos que
empezaron muy de mañana.
"Las raíces levantaban las baldosas de la acera y entonces, naturalmente, la
comisión de vecinos..."
Encandilada se ha llevado las manos a los ojos. Cuando recobra la vista se
incorpora y mira a su alrededor. ¿Qué mira?
¿La sala de concierto bruscamente iluminada, la gente que se dispersa?
No. Ha quedado aprisionada en las redes de su pasado, no puede salir del
cuarto de vestir. De su cuarto de vestir invadido por una luz blanca aterradora. Era
como si hubieran arrancado el techo de cuajo; una luz cruda entraba por todos lados,
se le metía por los poros, la quemaba de frío. Y todo lo veía a la luz de esa fría luz: Luis,
su cara arrugada, sus manos que surcan gruesas venas desteñidas, y las cretonas de
colores chillones.
Despavorida ha corrido hacia la ventana. La ventana abre ahora directamente
sobre una calle estrecha, tan estrecha que su cuarto se estrella, casi contra la fachada
de un rascacielos deslumbrante. En la planta baja, vidrieras y más vidrieras llenas de
frascos. En la esquina de la calle, una hilera de automóviles alineados frente a una
estación de servicio pintada de rojo. Algunos muchachos, en mangas de camisa,
patean una pelota en medio de la calzada.
Y toda aquella fealdad había entrado en sus espejos. Dentro de sus espejos
había ahora balcones de níquel y trapos colgados y jaulas con canarios.
Le habían quitado su intimidad, su secreto; se encontraba desnuda en medio de
la calle, desnuda junto a un marido viejo que le volvía la espalda para dormir, que no le
había dado hijos. No comprende cómo hasta entonces no había deseado tener hijos,
cómo había llegado a conformarse a la idea de que iba a vivir sin hijos toda su vida. No
comprende cómo pudo soportar durante un año esa risa de Luis, esa risa demasiado
jovial, esa risa postiza de hombre que se ha adiestrado en la risa porque es necesario
reír en determinadas ocasiones.
¡Mentira! Eran mentiras su resignación y su serenidad; quería amor, sí, amor, y
viajes y locuras, y amor, amor. . .
—Pero, Brígida, ¿por qué te vas?, ¿por qué te quedabas? —había preguntado
Luis.
102
Texto 5: La olvidada
Juan José Saer (argentino. 1937-2005)
a Jean-Luc Pidoux-Payot
Yo había bajado del Talgo Montpellier-Valencia, a eso de las seis de una tarde
caliente de verano, y estaba esperando en la vereda de la estación a unos amigos que
tenían que pasarme a buscar en auto para ir a un pueblito de la Costa Brava, cuando
unas voces rugosas de catalanes que discutían en español me hizo volver la cabeza. La
violencia desesperada del tono me turbó, y la agitación del grupo que discutía, más
parecida al pánico que a la amenaza, me indujo a acercarme con discreción para tratar
de entender lo que pasaba. Tan concentrados estaban en el debate, que ni siquiera se
enteraron de mi presencia. (Mi objetivo en la vida es pasar desapercibido en tanto que
individuo, puesto que soy editor de obras clásicas de filosofía, que otros han escrito, o
traducido, o anotado, y que yo me limito, en el más riguroso anonimato, a sacar a luz
en la ciudad de Lausana.)
103
compartimentos diferentes para guardar dinero, llaves, documentos, pasajes,
cigarrillos, etcétera) y a pesar también del antagonismo obstinado que los oponía en la
discusión que iba haciéndose cada vez más exaltada y violenta, un innegable parecido
físico, no exento de comicidad, con las variantes propias de la edad de cada uno,
delataba su parentesco.
En pocas palabras, el problema era el siguiente: el chico, que debía tener unos quince
o dieciséis años, y que venía desde Francia a pasar las vacaciones en lo de sus abuelos,
se había olvidado a la hermanita dormida en el tren. Así como suena: se había olvidado
en el tren a una nena de cinco años, la hermanita que, diez años después de su
nacimiento y de su reinado absoluto de hijo único, sus padres, por accidente o con
premeditación, habían decidido traer al mundo. La criatura gordinflona y rosada, de
lindo pelo cobrizo a causa de sus antepasados catalanes, atiborrada de masitas,
gaseosas y chocolate, se había dormido hecha como se dice un ovillo en el fondo de su
asiento y el chico, al darse cuenta de que el tren llegaba a Figueras, con la cabeza
perdida en un archipiélago imaginario de conciertos monstruo de salsa, y en proyectos
de aprendizaje acelerado de planche á voile, poco habituado a viajar con otra
compañía que la de sus padres o la de los profesores del secundario, los cuales
tomaban por él todas las decisiones, había cargado su mochila y, atravesando el pasillo
a toda velocidad, había saltado a tierra encaminándose hacia la salida. Cuando el
abuelo, después de saludarlo, le había preguntado por la hermana, el Talgo
Montpellier-Valencia, que el chico se había dado vuelta para mirar un poco aterrado,
ya había salido de la estación y, con la previsibilidad estúpida de las cosas mecánicas
inventadas por los hombres, rodaba despreocupado hacia el sur. Y en medio de la
discusión recia y amarga que siguió, entré yo en escena.
104
a la acción, desabrochó el teléfono portátil que llevaba en la cintura y, elevándolo
hasta la oreja derecha, salió corriendo hacia las oficinas de la estación, justo en el
mismo momento en que el coche de mis amigos estacionaba a mi lado, sacándome de
mi ensimismamiento con un bocinazo discreto.
-¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad.
Así diles. Diles que lo hagan por caridad.
-No puedo. Hay allí un sargento que no quiere oír hablar nada de ti.
-Haz que te oiga. Date tus mañas y dile que para sustos ya ha estado bueno.
Dile que lo haga por caridad de Dios.
-No se trata de sustos. Parece que te van a matar de a de veras. Y yo ya no
quiero volver allá.
-Anda otra vez. Solamente otra vez, a ver qué consigues.
-No. No tengo ganas de eso, yo soy tu hijo. Y si voy mucho con ellos, acabarán
por saber quién soy y les dará por afusilarme a mí también. Es mejor dejar las cosas de
este tamaño.
-Anda, Justino. Diles que tengan tantita lástima de mí. Nomás eso diles.
Justino apretó los dientes y movió la cabeza diciendo:
-No.
Y siguió sacudiendo la cabeza durante mucho rato.
105
Justino se levantó de la pila de piedras en que estaba sentado y caminó hasta la
puerta del corral. Luego se dio vuelta para decir:
-Voy, pues. Pero si de perdida me afusilan a mí también, ¿quién cuidará de mi
mujer y de los hijos?
-La Providencia, Justino. Ella se encargará de ellos. Ocúpate de ir allá y ver qué
cosas haces por mí. Eso es lo que urge.
Lo habían traído de madrugada. Y ahora era ya entrada la mañana y él seguía
todavía allí, amarrado a un horcón, esperando. No se podía estar quieto. Había hecho
el intento de dormir un rato para apaciguarse, pero el sueño se le había ido. También
se le había ido el hambre. No tenía ganas de nada. Sólo de vivir. Ahora que sabía bien a
bien que lo iban a matar, le habían entrado unas ganas tan grandes de vivir como sólo
las puede sentir un recién resucitado. Quién le iba a decir que volvería aquel asunto
tan viejo, tan rancio, tan enterrado como creía que estaba. Aquel asunto de cuando
tuvo que matar a don Lupe. No nada más por nomás, como quisieron hacerle ver los
de Alima, sino porque tuvo sus razones. Él se acordaba:
Don Lupe Terreros, el dueño de la Puerta de Piedra, por más señas su
compadre. Al que él, Juvencio Nava, tuvo que matar por eso; por ser el dueño de la
Puerta de Piedra y que, siendo también su compadre, le negó el pasto para sus
animales.
Primero se aguantó por puro compromiso. Pero después, cuando la sequía, en
que vio cómo se le morían uno tras otro sus animales hostigados por el hambre y que
su compadre don Lupe seguía negándole la yerba de sus potreros, entonces fue
cuando se puso a romper la cerca y a arrear la bola de animales flacos hasta las
paraneras para que se hartaran de comer. Y eso no le había gustado a don Lupe, que
mandó tapar otra vez la cerca para que él, Juvencio Nava, le volviera a abrir otra vez el
agujero. Así, de día se tapaba el agujero y de noche se volvía a abrir, mientras el
ganado estaba allí, siempre pegado a la cerca, siempre esperando; aquel ganado suyo
que antes nomás se vivía oliendo el pasto sin poder probarlo.
Y él y don Lupe alegaban y volvían a alegar sin llegar a ponerse de acuerdo.
Hasta que una vez don Lupe le dijo:
-Mira, Juvencio, otro animal más que metas al potrero y te lo mato.
Y él contestó:
-Mire, don Lupe, yo no tengo la culpa de que los animales busquen su
acomodo. Ellos son inocentes. Ahí se lo haiga si me los mata.
"Y me mató un novillo.
"Esto pasó hace treinta y cinco años, por marzo, porque ya en abril andaba yo
en el monte, corriendo del exhorto. No me valieron ni las diez vacas que le di al juez, ni
el embargo de mi casa para pagarle la salida de la cárcel. Todavía después, se pagaron
con lo que quedaba nomás por no perseguirme, aunque de todos modos me
perseguían. Por eso me vine a vivir junto con mi hijo a este otro terrenito que yo tenía
y que se nombra Palo de Venado. Y mi hijo creció y se casó con la nuera Ignacia y tuvo
ya ocho hijos. Así que la cosa ya va para viejo, y según eso debería estar olvidada. Pero,
según eso, no lo está.
106
"Yo entonces calculé que con unos cien pesos quedaba arreglado todo. El
difunto don Lupe era solo, solamente con su mujer y los dos muchachitos todavía de a
gatas. Y la viuda pronto murió también dizque de pena. Y a los muchachitos se los
llevaron lejos, donde unos parientes. Así que, por parte de ellos, no había que tener
miedo.
"Pero los demás se atuvieron a que yo andaba exhortado y enjuiciado para
asustarme y seguir robándome. Cada vez que llegaba alguien al pueblo me avisaban:
"-Por ahí andan unos fureños, Juvencio.
"Y yo echaba pal monte, entreverándome entre los madroños y pasándome los
días comiendo verdolagas. A veces tenía que salir a la media noche, como si me fueran
correteando los perros. Eso duró toda la vida. No fue un año ni dos. Fue toda la vida."
Y ahora habían ido por él, cuando no esperaba ya a nadie, confiado en el olvido
en que lo tenía la gente; creyendo que al menos sus últimos días los pasaría tranquilos.
"Al menos esto -pensó- conseguiré con estar viejo. Me dejarán en paz".
Se había dado a esta esperanza por entero. Por eso era que le costaba trabajo
imaginar morir así, de repente, a estas alturas de su vida, después de tanto pelear para
librarse de la muerte; de haberse pasado su mejor tiempo tirando de un lado para otro
arrastrado por los sobresaltos y cuando su cuerpo había acabado por ser un puro
pellejo correoso curtido por los malos días en que tuvo que andar escondiéndose de
todos.
Por si acaso, ¿no había dejado hasta que se le fuera su mujer? Aquel día en que
amaneció con la nueva de que su mujer se le había ido, ni siquiera le pasó por la
cabeza la intención de salir a buscarla. Dejó que se fuera sin indagar para nada ni con
quién ni para dónde, con tal de no bajar al pueblo. Dejó que se le fuera como se le
había ido todo lo demás, sin meter las manos. Ya lo único que le quedaba para cuidar
era la vida, y ésta la conservaría a como diera lugar. No podía dejar que lo mataran. No
podía. Mucho menos ahora.
Pero para eso lo habían traído de allá, de Palo de Venado. No necesitaron
amarrarlo para que los siguiera. Él anduvo solo, únicamente maniatado por el miedo.
Ellos se dieron cuenta de que no podía correr con aquel cuerpo viejo, con aquellas
piernas flacas como sicuas secas, acalambradas por el miedo de morir. Porque a eso
iba. A morir. Se lo dijeron.
Desde entonces lo supo. Comenzó a sentir esa comezón en el estómago que le
llegaba de pronto siempre que veía de cerca la muerte y que le sacaba el ansia por los
ojos, y que le hinchaba la boca con aquellos buches de agua agria que tenía que
tragarse sin querer. Y esa cosa que le hacía los pies pesados mientras su cabeza se le
ablandaba y el corazón le pegaba con todas sus fuerzas en las costillas. No, no podía
acostumbrarse a la idea de que lo mataran.
Tenía que haber alguna esperanza. En algún lugar podría aún quedar alguna
esperanza. Tal vez ellos se hubieran equivocado. Quizá buscaban a otro Juvencio Nava
y no al Juvencio Nava que era él.
Caminó entre aquellos hombres en silencio, con los brazos caídos. La
madrugada era oscura, sin estrellas. El viento soplaba despacio, se llevaba la tierra
seca y traía más, llena de ese olor como de orines que tiene el polvo de los caminos.
107
Sus ojos, que se habían apenuscado con los años, venían viendo la tierra, aquí,
debajo de sus pies, a pesar de la oscuridad. Allí en la tierra estaba toda su vida. Sesenta
años de vivir sobre de ella, de encerrarla entre sus manos, de haberla probado como
se prueba el sabor de la carne. Se vino largo rato desmenuzándola con los ojos,
saboreando cada pedazo como si fuera el último, sabiendo casi que sería el último.
Luego, como queriendo decir algo, miraba a los hombres que iban junto a él.
Iba a decirles que lo soltaran, que lo dejaran que se fuera: "Yo no le he hecho daño a
nadie, muchachos", iba a decirles, pero se quedaba callado. "Más adelantito se los
diré", pensaba. Y sólo los veía. Podía hasta imaginar que eran sus amigos; pero no
quería hacerlo. No lo eran. No sabía quiénes eran. Los veía a su lado ladeándose y
agachándose de vez en cuando para ver por dónde seguía el camino.
Los había visto por primera vez al pardear de la tarde, en esa hora desteñida en
que todo parece chamuscado. Habían atravesado los surcos pisando la milpa tierna. Y
él había bajado a eso: a decirles que allí estaba comenzando a crecer la milpa. Pero
ellos no se detuvieron.
Los había visto con tiempo. Siempre tuvo la suerte de ver con tiempo todo.
Pudo haberse escondido, caminar unas cuantas horas por el cerro mientras ellos se
iban y después volver a bajar. Al fin y al cabo la milpa no se lograría de ningún modo.
Ya era tiempo de que hubieran venido las aguas y las aguas no aparecían y la milpa
comenzaba a marchitarse. No tardaría en estar seca del todo.
Así que ni valía la pena de haber bajado; haberse metido entre aquellos
hombres como en un agujero, para ya no volver a salir.
Y ahora seguía junto a ellos, aguantándose las ganas de decirles que lo soltaran.
No les veía la cara; sólo veía los bultos que se repegaban o se separaban de él. De
manera que cuando se puso a hablar, no supo si lo habían oído. Dijo:
-Yo nunca le he hecho daño a nadie -eso dijo. Pero nada cambió. Ninguno de los
bultos pareció darse cuenta. Las caras no se volvieron a verlo. Siguieron igual, como si
hubieran venido dormidos.
Entonces pensó que no tenía nada más que decir, que tendría que buscar la
esperanza en algún otro lado. Dejó caer otra vez los brazos y entró en las primeras
casas del pueblo en medio de aquellos cuatro hombres oscurecidos por el color negro
de la noche.
-Mi coronel, aquí está el hombre.
Se habían detenido delante del boquete de la puerta. Él, con el sombrero en la
mano, por respeto, esperando ver salir a alguien. Pero sólo salió la voz:
-¿Cuál hombre? -preguntaron.
-El de Palo de Venado, mi coronel. El que usted nos mandó a traer.
-Pregúntale que si ha vivido alguna vez en Alima -volvió a decir la voz de allá
adentro.
-¡Ey, tú! ¿Que si has habitado en Alima? -repitió la pregunta el sargento que
estaba frente a él.
-Sí. Dile al coronel que de allá mismo soy. Y que allí he vivido hasta hace poco.
-Pregúntale que si conoció a Guadalupe Terreros.
-Que dizque si conociste a Guadalupe Terreros.
108
-¿A don Lupe? Sí. Dile que sí lo conocí. Ya murió.
Entonces la voz de allá adentro cambió de tono:
-Ya sé que murió -dijo-. Y siguió hablando como si platicara con alguien allá, al
otro lado de la pared de carrizos:
-Guadalupe Terreros era mi padre. Cuando crecí y lo busqué me dijeron que
estaba muerto. Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos
agarrarnos para enraizar está muerta. Con nosotros, eso pasó.
"Luego supe que lo habían matado a machetazos, clavándole después una pica
de buey en el estómago. Me contaron que duró más de dos días perdido y que, cuando
lo encontraron tirado en un arroyo, todavía estaba agonizando y pidiendo el encargo
de que le cuidaran a su familia.
"Esto, con el tiempo, parece olvidarse. Uno trata de olvidarlo. Lo que no se
olvida es llegar a saber que el que hizo aquello está aún vivo, alimentando su alma
podrida con la ilusión de la vida eterna. No podría perdonar a ése, aunque no lo
conozco; pero el hecho de que se haya puesto en el lugar donde yo sé que está, me da
ánimos para acabar con él. No puedo perdonarle que siga viviendo. No debía haber
nacido nunca".
Desde acá, desde fuera, se oyó bien claro cuando dijo. Después ordenó:
-¡Llévenselo y amárrenlo un rato, para que padezca, y luego fusílenlo!
-¡Mírame, coronel! -pidió él-. Ya no valgo nada. No tardaré en morirme solito,
derrengado de viejo. ¡No me mates...!
-¡Llévenselo! -volvió a decir la voz de adentro.
-...Ya he pagado, coronel. He pagado muchas veces. Todo me lo quitaron. Me
castigaron de muchos modos. Me he pasado cosa de cuarenta años escondido como
un apestado, siempre con el pálpito de que en cualquier rato me matarían. No
merezco morir así, coronel. Déjame que, al menos, el Señor me perdone. ¡No me
mates! ¡Diles que no me maten!
Estaba allí, como si lo hubieran golpeado, sacudiendo su sombrero contra la
tierra. Gritando.
En seguida la voz de allá adentro dijo:
-Amárrenlo y denle algo de beber hasta que se emborrache para que no le
duelan los tiros.
Ahora, por fin, se había apaciguado. Estaba allí arrinconado al pie del horcón.
Había venido su hijo Justino y su hijo Justino se había ido y había vuelto y ahora otra
vez venía.
Lo echó encima del burro. Lo apretaló bien apretado al aparejo para que no se
fuese a caer por el camino. Le metió su cabeza dentro de un costal para que no diera
mala impresión. Y luego le hizo pelos al burro y se fueron, arrebiatados, de prisa, para
llegar a Palo de Venado todavía con tiempo para arreglar el velorio del difunto.
-Tu nuera y los nietos te extrañarán -iba diciéndole-. Te mirarán a la cara y
creerán que no eres tú. Se les afigurará que te ha comido el coyote cuando te vean con
esa cara tan llena de boquetes por tanto tiro de gracia como te dieron.
109
Texto 7: Tres tristes tigres (fragmento)
Guillermo Cabrera Infante (cubano. 1929-2005)
GCI
NOTICIA
110
resueltos finalmentecomo imaginarios. Cualquier semejanzaentre la literatura y la
historia esaccidental.
ADVERTENCIA
«Hago estas explicaciones por la simple razón de que sin ellas muchos lectores
supondrían que todos los personajes tratan de hablar igual sin conseguirlo.»
PRÓLOGO
111
que visitan la tierra de las gay senyoritaes and brave caballerros... For your exclusive
pleasure, ladies and gentlemen our Good Neighbours, you that are now in Cuba, the
most beautiful land human eyes have ever seen, as Christofry Columbus, The
Discoverer, said once, you, happy visitors, are once and for all, welcome. WelCOME to
Cuba! All of you... be WELLcome! Bienvenidos, as we say in our romantic language, the
language of colonizadors and toreros (bullfighters) and very, very, but very (I know
what I say) beautiful duennas. I know that you are here to sunbathe and seabathe and
sweatbathe Jo jo jo... My excuses, thousand of apologies for You-There that are
freezing in this cold of the rich, that sometimes is the chill of our coollness and the
sneeze of our colds: the Air Conditioned I mean. For you as for every-one here, its time
to get warm and that will be with our coming show. In fact, to many of you it will mean
heat! And I mean, with my apologies to the very, very oldfashioned ladies in the
audience, I mean, Heat. And when, ladies and gentlemen, I mean heat is
HEAT! Estimable, muy estimado, estimadísimo público, ahora para ustedes una
traducción literaria. Decía yo a mis amigos americanos, a los buenos vecinos del Norte
que nos visitan, le decía, damas y caballeros, caballeros y damas, señoras y señoritas
y... señoritos, que de todo tenemos esta noche... Le decía a la amable concurrencia
norteña que pronto, muy pronto, en unos segundos, esa cortina de plata y lame
dorado que distingue el escenario prestigioso de Tropicana, ¡el cabaret más lujoso del
mundo!, le decía que el frío invernal bajo techo de esta noche de verano tropical, hielo
del trópico bajo los arcos de cristal de Tropicana... (Me quedó bonito, ¿eh? ¡Di-vi-no!),
este frío de los ricos de nuestro clima acondicionado, se derretirá muy pronto con el
calor y la pimienta de nuestro primer gran show de la noche, al descubrirse esa cortina
de plata y oro. Pero antes, con la excusa de la amable concurrencia, quiero saludar a
algunos viejos amigos de este palacio de la alegría…Ladies and gentlemen tonight we
are honored by one famous and lovely and talented guest... The gorgeous, beautious
famous film-star, madmuasel Martin Carol! Lights, Lights! Miss Carol, will you
please?... Thank you, thank you so much Miss Carol! As they say in your language,
Mercsí
bocú!(Comoustedesvieronamableconcurrenciaeslavisitadelagranestrelladelapantallala
bella-hermosa Martin Carol!) Less beautiful but as rich and as famous is our very good
friend and frequent guest of Tropicana, the wealthy and healthy (he is an early-riser)
Mr William Campbell the notorious soup-fortune heir and World champion of indoor
golf and indoor tennis (and other not so mentionable indoor sports-Jojojojó), William
Campbell, our favorite play-boy! Lights (Thank-you, Mr Campbell), Lights, Lights!
Thanks so much, Mr Campbell, Thank-you very much!(Amableypacientepúblicocubano
es Mister Campbellelfamosomillonarioherederodeunafortunaensopas.) Is also to-night
with us the Great Emperor of the Shriners, His Excellency Mr Lincoln Jefferson Bruga.
Mr Lincoln Jefferson? Mr. Jefferson? (Es mister Lincoln Bruga, emperador de los
Shriners, público paciente.) Thank-YOU, Mr Bruga. Ladies and Gentlemen, with your
kind permission... Damas y Caballeros, cubanos todos, nos tocaahora hacer las
presentaciones de nuestros favorecedores del patio, quehan sabido acoger con la
generosidad proverbial y la típica caballerosidadcriolla, tan nuestra, tan cubana como
esas palmas que se ven al fondo yesas guayaberas (con su lacito, ¿eh?) que visten los
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elegantes habaneros,con esa misma hospitalidad de siempre, han permitido ustedes
que presentáramos primero a nuestros parroquianos internacionales. Ahora, comoes
debido, les toca a los espectadores más connotados de nuestra vidasocial, política y
cultural. ¡Paso a la juventud triunfante y seria y a la invictavejez juvenil! ¡Paso a la
concurrencia más alegre y encantadora delUniverso-MUNDO! Las luces, ¿por favor?
Así, así. Saludamos a laencantadora jeune-fille, como dicen nuestros cronistas sociales,
señoritaVivian Smith Corona Álvarez del Real, que celebra esta noche sus quince yha
escogido para festejarlos el marco siempre glorioso del cabaret bajo lasestrellas, esta
noche en su arcada de cristales por el mal tiempo y la lluvia.Vivian cumple sus
anheladas, doradas quince primaveras, ay, que paranosotros ya pasaron hace rato.
Pero podemos consolarnos diciendo quetenemos quince años dos veces. Vivian,
felicidades. Happy, happy birthday!Vamos a cantarle el happy-birthday a Vivian.
¡Vamos! Happy-birthday to you, happy birthday to you, happy birthday dear Vivian,
happy-birthday to you! Ahora, un esfuercito y lo cantamos todos, toditos, sin quedar
uno, conjuntamente con los padres de Vivian, los esposos Smith Corona Álvarez
delReal, que se encuentran junto a su retoño adorado. ¡Arriba, corazones!Happy
birthday to you, happy-birthday to you, happy-birthday dear Vivian, happyyy-
birthdaaayyy - tooo-yyyoouuuuu! ¡Así se hace! Bueno, ahora acosas más serias.
También tenemos el honor de tener entre nuestraselectísima concurrencia al coronel
Cipriano Suárez Dámera, M.M., M.N. yP., pundonoroso militar y correcto caballero,
acompañado, como siempre,por su bella y gentil y elegante esposa, Arabella Longoria
de SuárezDámera. ¡Una buena noche feliz para usted coronel, en compañía de
suesposa! Veo por allí, en esa mesa, sí ahí mismo, junto a la pista, al senador
ypublicista doctor Viriato Solaún, concurrencia frecuente en este domo delplacer,
Tropicana! El senador bien acompañado, como siempre. Del mundode la cultura viene
a engalanar nuestras noches de Tropicana la bella,elegante y culta poetisa Minerva
Eros, recitadora de altos quilatesdramáticos y acendrada y fina voz: los versos se hacen
rimas de terciopeloen su decir suave y acariciador. ¡MINERVA! ¡luz! ¡luz! ¡LUZ! (coño).
Unminuto, amigo, por favor, que ahora le toca a las bellas. Pero ¡un momento!que es
nuestro gran fotógrafo de las estrellas. Yes, the Photographer of the Stars. Not a great
astronomer but our friend, the Official Photographer of Cuban Beauties. Lees greet him
as he deserves! ¡Un aplauso para el GranCódac! Así y aquí sí está por fin Minerva,
Minerva Eros para ustedespúblico gentil. Un aplauso. Eso es. Quiero anunciarles que
desde elpróximo día primero, Minerva engalanará con sus ademanes clásicos y
sufigura escultural y su voz que es la voz de la cultura, el último show en cadanoche de
Tropicana. ¡Hasta entonces, Minerva! ¡Y éxitos! No, Minerva,gracias a ti que eres la
musa de nuestras mesas. Y ahora... and now... señoras y señores... Ladies and
gentlemen... público que sabe lo que es bueno… Discriminatory public… Sintraducción.
Without translation… Sin más palabras que vuestras exclamaciones y sin másruido que
vuestros calurosos aplausos... Without words but with your admiration and your
applause... Sin palabras pero con música y sana alegría y esparcimiento… Without
words but with music and happiness and joy... ¡Para ustedes!... To you all! Nuestro
primer gran show de la noche... ¡en Tropicana! Our first great show of the evening... in
Tropicana! ¡Arriba el telón!... Curtains up!
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Texto 8: Rosaura a las diez (fragmento)
Marco Denevi (argentino. 1922-1998)
Todo esto comenzó, señor mío, hará unos seis meses, aquella mañana en que el
cartero trajo un sobre rosa con un detestable perfume a violetas.
O quizá no, quizá será mejor que diga que empezó hace doce años, cuando vino
a vivir a mi honrada casa un nuevo huésped que confesó ser pintor y estar solo en el
mundo.
Aquéllos eran otros tiempos, ¿sabe usted? Tiempos difíciles, sobre todo para
mí, viuda y con tres hijas pequeñas. Los pensionistas escaseaban, y los pocos que
habían eran, hablando mal y pronto, de culo mal asentado, quiero decir, que hoy
estaban en una pensión y mañana en otra y en todas dejaban un clavo, o, apenas
usted se descuidaba, le convertían su honrada casa en un garito o alguna cosa peor, de
modo que a los dueños de hospederías decentes nos era necesario, si queríamos
conservar la decencia y la hospedería, un arte nada fácil, ahora desconocido y creo que
perdido para siempre: el arte de atraer, seleccionar y afincar, mediante cierta fórmula
secreta, hecha a base de familiaridad y rigor, una clientela más o menos honorable.
Había que estar en guardia con los estudiantes de provincias, gente amiga de
trapisondas, muy alegre, sí, muy simpática, pero que después de comerle el grano y
alborotarle el gallinero, se le iba una noche por la ventana y la dejaban a una, como
dicen, cacareando y sin plumas; y también con esas damiselas que, vamos, usted me
entiende, que se acuestan al alba y se levantan a la hora del almuerzo, y usted se
pregunta de qué viven, porque trabajar no las ve; y aun con ciertos caballeros solos y
distinguidos, como ellos mismos se llaman, de los que prefiero no hablar. Y todavía me
dejo en el buche otros peligros más frecuentes, aunque menos disimulados, como,
pongamos por caso, los artistas de teatro, y líbreme Dios si andaban de gira, peligros,
sin embargo, que a la fin resultaban menos temibles que los otros que le dije, porque
llevaban la luz roja encendida al frente y era posible esquivarlos a tiempo y desde lejos.
Pero el hombre que aquella mañana vino a llamar a la puerta de mi honrada
casa me pareció, a primera vista, completamente inofensivo. Era el mismo hombrecito
pequeñín y rubicundo que usted conoce, porque, ahora que caigo en ello, le diré que
los años no han pasado para él. La misma cara, el mismo bigotito rubio, las mismas
arrugas alrededor de los ojos. Tal cual usted lo ve ahora, tal cual era en aquel
entonces. Y eso que entonces era poco más que un muchacho, pues andaría por los
veintiocho años.
La primera impresión que me produjo fue buena. Lo tomé por procurador, o
escribano, o cosa así, siempre dentro de lo leguleyo. No supe en un primer momento
de dónde sacaba yo esa idea. Quizá de aquel enorme sobretodo negro que le caía, sin
mentirle, como un cajón de muerto. O del anticuado sombrerito en forma de galera
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que, cuando salí a atenderlo, se quitó respetuosamente, descubriendo un cráneo en
forma de huevo de Pascua, rosado y lustroso y adornado con una pelusilla rubia. Otra
idea mía: se me antojó que el hombrecito estaba subido a algo. Después hallé la
explicación. Calzaba unos tremendos zapatos, los zapatos más estrambóticos que he
visto yo en mi vida, color ladrillo, con aplicaciones de gamuza negra, y unas suelas de
goma tan altas, que parecía que el hombrecito había andado sobre cemento fresco y
que el cemento se le había quedado pegado a los zapatones. Así querría él aumentarse
la estatura, pero lo que conseguía era tomar ese aspecto ridículo del hombre calzado
con tacos altos, como dicen que iban los duques y los marqueses en otros tiempos,
cuando entre tanto lazo y tanta peluca y tanta media de seda y encajes y plumas,
todos parecían mujeres, y, como yo digo, para saber quién era hombre, harían como
hacían en mipueblo con los chiquillos que por los carnavales se disfrazaban de mujer.
Además se veía que el hombrecito andaba como un obispo in partibus, quiero
decir, sin casa y sin comida. En efecto, traía consigo una valija de tamaño descomunal,
toda llena de correas, de broches, de manijas, y tan enorme, pero tan enorme, que en
un primer momento sospeché que algún otro se la había traído hasta allí, dejándolo
solo con ella, como a un enano junto a una catedral. Una persona que anda por la calle
con semejante armatoste a cuestas se mete en cualquier parte, de modo que deduje
que mi candidato no sería hombre difícil.
Con una vocecita aguda, quebrada de gallos, me preguntó: —¿Aquí, este, aquí
alquilarían un cuarto con pensión?
Y esto me lo preguntaba debajo de un gran letrero rojo que decía: Se alquilan
cuartos con pensión.
—Sí, señor —le contesté.
—¡Ah! —dijo, y se quedó callado, dando vueltas al sombrerete entre las manos
y mirando para todos lados, como si buscase quién viniera a proseguir la conversación
por él.
Como no estábamos más que él y yo, al cabo de unos minutos opté por ser yo
la que continuase hablando:
—¿Usted quiere alquilar una pieza?
—Este, sí, señora.
—¿Toda la pieza para usted? —Este, sí, señora.
—Quiero significarle, ¿sin compañero? ―esto por pura fórmula, ya que en
aquel entonces tenía varios cuartos desocupados.
—Este, sí, señora.
—¡Ah! —dije, y aquí me pareció oportuno quedarme a mi vez callada y mirarlo
fijamente.
Él puso cara de intenso sufrimiento e hizo como que miraba a una y otra
esquina de la calle. Pero a mí con ésas. El revoleo de ojos a izquierdas y derechas era
sólo un pretexto para poder pasarme rápidamente la vista por la cara y espiar qué es lo
que yo haría. Pero yo no hacía nada, sino mirarlo. Así nos estuvimos un buen rato, los
dos de pie, él en la vereda, yo en el umbral de la puerta, sin hablar y estudiándonos
mutuamente. “Vamos a ver quién gana”, pensaba yo. Pero el hombrecito seguía mudo
y vigilando las esquinas, como si deseara irse y yo no lo dejase. La galera giraba entre
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sus manos. Y aunque la mañana era fría, el sudor comenzó a correrle por la frente.
Cuando su cara fue ya la cara de un San Lorenzo que empieza a sentir el fuego de la
parrilla donde lo asan, tuve piedad.
―¿Su profesión? ―le pregunté.
Dio un larguísimo suspiro, como si durante todo aquel tiempo hubiera estado
conteniendo el aliento, y:
—Pintor —contestó.
Vea usted, jamás habría sospechado yo que un hombrecito vestido con aquel
sobretodo negro pudiese ser pintor.
—Pero —dije—, ¿pintor de cuadros o de paredes?
―Este, ah, de cuadros —y lanzó una risita nerviosa, como si hubiera confesado
una picardía. Su respuesta no me gustó nada. Un pintor de paredes es un pintor, y éste
es un honrado oficio.Pero un pintor de cuadros se piensa que, además de pintor, es
artista y, lo que es más grave, se piensa que ha de vivir de su arte. Y usted ya sabe el
mucho daño que han causado a las hospederías el arte y los artistas.
Él debió de leer en mi cara, porque no soy persona que disimule sus
sentimientos, la poca gracia que me había producido conocer su profesión, pues la
risita se le cortó como por ensalmo y se puso más rojo que una grana.
—¿Es usted solo? —continué, a ver si por ese lado le hallaba alguna cosa
buena.
—Sí, señora.
—Soltero, claro está.
—Sí, señora —y otra vez enrojeció.
—¿No tiene parientes?
—No, señora, no.
—¡Cómo! ¿Ni un pariente?
—Oh, no, señora.
—Vamos, vamos, alguna tía vieja, ¿eh? Algún primo lejano, ¿no es cierto?
—No, no, nadie. Estoy —se miró las uñas—… estoy solo en el mundo.
Y otra vez puso cara de sufrimiento. Vamos, saberlo solo en el mundo algo
mitigaba el mal efecto que me había causado su malhadada profesión. Y él debió de
comprenderlo así, porque se puso a negar que tenía familia, amigos, hasta simples
conocidos, con tanta vehemencia, como si negase haberme robado la cartera o
asesinado a mis hijas. El pobre, evidentemente, deseaba conquistarse mi simpatía, y
una dueña de casa de huéspedes tenía en aquellos tiempos tan pocas ocasiones de
sentirse objeto de ninguna conquista, que su actitud me conmovió.
—Y dígame una cosa —le pregunté, para tirarle un poquito de la lengua—, ¿por
qué dejó la otra hospedería?
Abrió tamaños ojos.
—¿Cuál otra?
—Hombre, la hospedería donde ha estado usted viviendo hasta ahora.
—¡Oh, no! —y meneó la cabeza y pestañeó repetidamente, como una
solterona a la que le han preguntado si sale de noche—. Jamás he vivido en
hospederías.
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¡De modo que era primerizo! Tanto mejor. Aunque usted no lo crea, yo prefiero
estos primerizos a los otros, a los que se han pasado la vida de pensión en pensión y
conocen todas las triquiñuelas y las trampas y las mañas del oficio de huésped, y le
juegan a una unos ajedreces, que llámese contento el que les hace tablas. En cambio
éstos, los inocentes, los virginales, aunque en los primeros tiempos fastidien un poco
con la idea de que siguen viviendo en una casa, son muy fáciles de manejar, y tan
educados, tan sin picardía que, como le dije antes, se termina por preferirlos.
—¿Y dónde ha vivido usted hasta ahora, si puede saberse? —continué.
—Este, en mi casa.
—¿Vivía solo?
—No, no, con mi padre.
—¡Pero por las llagas de Cristo! ¿No acaba de decirme que estaba solo en el
mundo? Y ahora resulta que tiene padre.
—Acaba de fallecer —murmuró.
—¡Ay, perdóneme usted! —entonces caí en la cuenta de que llevaba corbata
negra y un brazal de luto en la manga del sobretodo. Claro, eran estos crespones los
que habían hecho que lo tomase por procurador—. Lo acompaño en el sentimiento —
y le di la mano.
—Muchas gracias.
—¿Y cuánto hace que murió su padre?
—Un mes.
—Dios mío, está todavía caliente el cadáver, como dicen. ¿Y de qué murió?
—De apoplejía.
—¡Ah! ¿Tomaba mucho?
—¡Oh, no!
—Dígamelo a mí. Mi marido murió de lo mismo, y había que ver cómo le
gustaba empinar el codo.
—Pero, este, pero mi padre…
—Está bien, a usted le costará confesarlo ahora, por el luto reciente. Y dígame,
¿fue una cosa repentina?
—Sí, señora.
—Como a mi marido. Seguro que ocurrió después de una mona.
—¡Oh, no, le juro!
—Bah, aunque usted no lo diga. Habrá empezado a gritar, a hacer escándalo, y
de golpe, ¡paf!, se pone amoratado, los ojos le dan vueltas, tambalea, cae al suelo…
Como vi que se llevaba el pañuelo a los ojos, me pareció prudente cambiar de
conversación.
—Bien, bien —dije, para distraerlo—. Si usted está dispuesto a alquilar la pieza,
le diré las condiciones.
—Sí, señora. […]
117
─¿Quiere usted la salvación de México?
¿Quiere que Cristo sea nuestro rey?
─No.
Malcolm Lowry
2 de noviembre
3 de noviembre
118
principio pensé que la sonrisa que me dedicó era de admiración. Luego me di cuenta
que más bien era de desprecio. Los poetas mexicanos (supongo que los poetas en
general) detestan que se les recuerde su ignorancia. Pero yo no me arredré y después
de que me destrozara un par de poemas en la segunda sesión a la que asistía, le
pregunté si sabía qué era un rispetto. Álamo pensó que yo le exigía respeto para mis
poesías y se largó a hablar de la crítica objetiva (para variar), que es un campo de
minas por donde debe transitar todo joven poeta, etcétera, pero no lo dejé proseguir y
tras aclararle que nunca en mi corta vida había solicitado respeto para mis pobres
creaciones volví a formularle la pregunta, esta vez intentando vocalizar con la mayor
claridad posible.
– No me vengas con chingaderas, García Madero -dijo Álamo.
– Un rispetto, querido maestro, es un tipo de poesía lírica, amorosa para ser
más exactos, semejante al strambotto, que tiene seis u ocho endecasílabos, los cuatro
primeros con forma de serventesio y los siguientes construidos en pareados. Por
ejemplo… -y ya me disponía a darle uno o dos ejemplos cuando Álamo se levantó de
un salto y dio por terminada la discusión. Lo que ocurrió después es brumoso (aunque
yo tengo buena memoria): recuerdo la risa de Álamo y las risas de los cuatro o cinco
compañeros de taller, posiblemente celebrando un chiste a costa mía.
Otro, en mi lugar, no hubiera vuelto a poner los pies en el taller, pero pese a
mis infaustos recuerdos (o a la ausencia de recuerdos, para el caso tan infausta o más
que la retención mnemotécnica dede recuerdos, para el caso tan infausta o más que la
retención mnemotécnica de éstos) a la semana siguiente estaba allí, puntual como siempre.
Creo que fue el destino el que me hizo volver. Era mi quinta sesión en el taller
de Álamo (pero bien pudo ser la octava o la novena, últimamente he notado que el
tiempo se pliega o se estira a su arbitrio) y la tensión, la corriente alterna de la tragedia
se mascaba en el aire sin que nadie acertara a explicar a qué era debido. Para empezar,
estábamos todos, los siete aprendices de poetas inscritos inicialmente, algo que no
había sucedido en las sesiones precedentes. También: estábamos nerviosos. El mismo
Álamo, de común tan tranquilo, no las tenía todas consigo. Por un momento pensé que
tal vez había ocurrido algo en la universidad, una balacera en el campus de la que yo
no me hubiera enterado, una huelga sorpresa, el asesinato del decano de la facultad,
el secuestro de algún profesor de Filosofía o algo por el estilo. Pero nada de esto había
sucedido y la verdad era que nadie tenía motivos para estar nervioso. Al menos,
objetivamente nadie tenía motivos. Pero la poesía (la verdadera poesía) es así: se deja
presentir, se anuncia en el aire, como los terremotos que según dicen presienten
algunos animales especialmente aptos para tal propósito. (Estos animales son las
serpientes, los gusanos, las ratas y algunos pájaros.) Lo que sucedió a continuación fue
atropellado pero dotado de algo que a riesgo de ser cursi me atrevería a llamar
maravilloso. Llegaron dos poetas real visceralistas y Álamo, a regañadientes, nos los
presentó aunque sólo a uno de ellos conocía personalmente, al otro lo conocía de
oídas o le sonaba su nombre o alguien le había hablado de él, pero igual nos lo
presentó.
No sé qué buscaban ellos allí. La visita parecía de naturaleza claramente
beligerante, aunque no exenta de un matiz propagandístico y proselitista. Al principio
119
los real visceralistas se mantuvieron callados o discretos. Álamo, a su vez, adoptó una
postura diplomática, levemente irónica, de esperar los acontecimientos, pero poco a
poco, ante la timidez de los extraños, se fue envalentonando y al cabo de media hora
el taller ya era el mismo de siempre. Entonces comenzó la batalla. Los real visceralistas
pusieron en entredicho el sistema crítico que manejaba Álamo; éste, a su vez, trató a
los real visceralistas de surrealistas de pacotilla y de falsos marxistas, siendo apoyado
en el embate por cinco miembros del taller, es decir todos menos un chavo muy
delgado que siempre iba con un libro de Lewis Carroll y que casi nunca hablaba, y yo,
actitud que con toda franqueza me dejó sorprendido, pues los que apoyaban con tanto
ardimiento a Álamo eran los mismos que recibían en actitud estoica sus críticas
implacables y que ahora se revelaban (algo que me pareció sorprendente) como sus
más fieles defensores. En ese momento decidí poner mi grano de arena y acusé a
Álamo de no tener idea de lo que era un rispetto; paladinamente los real visceralistas
reconocieron que ellos tampoco sabían lo que era pero mi observación les pareció
pertinente y así lo expresaron; uno de ellos me preguntó qué edad tenía, yo dije que
diecisiete años e intenté explicar una vez más lo que era un rispetto; Álamo estaba rojo
de rabia; los miembros del taller me acusaron de pedante (uno dijo que yo era un
academicista); los real visceralistas me defendieron; ya lanzado, le pregunté a Álamo y
al taller en general si por lo menos se acordaban de lo que era un nicárqueo o un
tetrástico. Y nadie supo responderme.
La discusión no acabó, contra lo que yo esperaba, en una madriza general.
Tengo que reconocer que me hubiera encantado. Y aunque uno de los miembros del
taller le prometió a Ulises Lima que algún día le iba a romper la cara, al final no pasó
nada, quiero decir nada violento, aunque yo reaccioné a la amenaza (que, repito, no
iba dirigida contra mí) asegurándole al amenazador que me tenía a su entera
disposición en cualquier rincón del campus, en el día y a la hora que quisiera.
El cierre de la velada fue sorprendente. Álamo desafió a Ulises Lima a que
leyera uno de sus poemas. Éste no se hizo de rogar y sacó de un bolsillo de la chamarra
unos papeles sucios y arrugados. Qué horror, pensé, este pendejo se ha metido él solo
en la boca del lobo. Creo que cerré los ojos de pura vergüenza ajena. Hay momentos
para recitar poesías y hay momentos para boxear. Para mí aquél era uno de estos
últimos. Cerré los ojos, como ya dije, y oí carraspear a Lima. Oí el silencio (si eso es
posible, aunque lo dudo) algo incómodo que se fue haciendo a su alrededor. Y
finalmente oí su voz que leía el mejor poema que yo jamás había escuchado. Después
Arturo Belano se levantó y dijo que andaban buscando poetas que quisieran participar
en la revista quelos real visceralistas pensaban sacar. A todos les hubiera gustado apuntarse,
pero después de la discusión se sentían algo corridos y nadie abrió la boca. Cuando el taller
terminó (más tarde de lo usual) me fui con ellos hasta la parada de camiones. Era demasiado
tarde. Ya no pasaba ninguno, así que decidimos tomar juntos un pesero hasta Reforma y de allí
nos fuimos caminando hasta un bar de la calle Bucareli en donde estuvimos hasta muy tarde
hablando de poesía.
En claro no saqué muchas cosas. El nombre del grupo de alguna manera es una
broma y de alguna manera es algo completamente en serio. Creo que hace muchos
años hubo un grupo vanguardista mexicano llamado los real visceralistas, pero no sé si
120
fueron escritores o pintores o periodistas o revolucionarios. Estuvieron activos,
tampoco lo tengo muy claro, en la década de los veinte o de los treinta. Por
descontado, nunca había oído hablar de ese grupo, pero esto es achacable a mi
ignorancia en asuntos literarios (todos los libros del mundo están esperando a que los
lea). Según Arturo Belano, los real visceralistas se perdieron en el desierto de Sonora.
Después mencionaron a una tal Cesárea Tinajero o Tinaja, no lo recuerdo, creo que por
entonces yo discutía a gritos con un mesero por unas botellas de cerveza, y hablaron
de las Poesías del Conde de Lautréamont, algo en las Poesías relacionado con la tal
Tinajero, y después Lima hizo una aseveración misteriosa. Según él, los actuales real
visceralistas caminaban hacia atrás. ¿Cómo hacia atrás?, pregunté.
– De espaldas, mirando un punto pero alejándonos de él, en línea recta hacia lo
desconocido.
Dije que me parecía perfecto caminar de esa manera, aunque en realidad no
entendí nada. Bien pensado, es la peor forma de caminar.
Más tarde llegaron otros poetas, algunos real visceralistas, otros no, y la
barahúnda se hizo imposible. Por un momento pensé que Belano y Lima se habían
olvidado de mí, ocupados en platicar con cuanto personaje estrafalario se acercaba a
nuestra mesa, pero cuando empezaba a amanecer me dijeron si quería pertenecer a la
pandilla. No dijeron «grupo» o «movimiento», dijeron pandilla y eso me gustó. Por
supuesto, dije que sí. Fue muy sencillo. Uno de ellos, Belano, me estrechó la mano, dijo
que ya era uno de los suyos y después cantamos una canción ranchera. Eso fue todo.
La letra de la canción hablaba de los pueblos perdidos del norte y de los ojos de una
mujer. Antes de ponerme a vomitar en la calle les pregunté si ésos eran los ojos de
Cesárea Tinajero. Belano y Lima me miraron y dijeron que sin duda yo ya era un real
visceralista y que juntos íbamos a cambiar la poesía latinoamericana. A las seis de la
mañana tomé otro pesero, esta vez solo, que me trajo hasta la colonia Lindavista,
donde vivo. Hoy no fui a la universidad. He pasado todo el día encerrado en mi
habitación escribiendo poemas.
4 de noviembre
Volví al bar de la calle Bucareli pero los real visceralistas no han aparecido.
Mientras los esperaba me dediqué a leer y a escribir. Los habituales del bar, un grupo
de borrachos silenciosos y más bien patibularios, no me quitaron la vista de encima.
Resultado de cinco horas de espera: cuatro cervezas, cuatro tequilas, un plato
de sopes que dejé a medias (estaban semipodridos), lectura completa del último libro
de poemas de Álamo (que llevé expresamente para burlarme de él con mis nuevos
amigos), siete textos escritos a la manera de Ulises Lima (el primero sobre los sopes
que olían a ataúd, el segundo sobre la universidad: la veía destruida, el tercero sobre la
universidad: yo corría desnudo en medio de una multitud de zombis, el cuarto sobre la
luna del DF, el quinto sobre un cantante muerto, el sexto sobre una sociedad secreta
que vivía bajo las cloacas de Chapultepec, y el séptimo sobre un libro perdido y sobre
la amistad) o más exactamente a la manera del único poema que conozco de Ulises
Lima y que no leí sino que escuché, y una sensación física y espiritual de soledad.
121
Un par de borrachos intentaron meterse conmigo pero pese a mi edad tengo
suficiente carácter como para plantarle cara a cualquiera. Una mesera (se llama
Brígida, según supe, y decía recordarme de la noche que pasé allí con Belano y Lima)
me acarició el pelo. Fue una caricia como al descuido, mientras iba a atender otra
mesa. Después se sentó un rato conmigo e insinuó que tenía el pelo demasiado largo.
Era simpática pero preferí no contestarle. A las tres de la mañana volví a casa. Los real
visceralistas no aparecieron. ¿No los volveré a ver más? […]
Es la noche, hacia la medianoche tal vez, en medio del campo, está despierto,
completamente despierto y seguro de sí mismo, tiene una larga vida por delante, le
extraña que hayan venido tantos y piensa que eso mismo es de buen augurio. Cuando
unjan para matarme, vendrá uno solo, algún amigo traicionero, un pariente de la rosa.
Sangüesa tal vez, el feroz y cobarde Sangüesa me buscara cuando yo esté dormido. Se
sonreía a solas acocándose, sentado en el suelo, atisbando la noche húmeda luminosa
y acariciando su carabina. La tenía sobre las piernas cruzadas y pasaba la mano
despaciosamente por el cañón, acariciaba con suavidad, con una firme y casi hiriente
suavidad el cuerpo, la madera, la dura y tensa y firme y suave y salvaje madera de la
carabina, como un pescuezo de caballo siempre apegado a sus manos, listo para ir a
posarse bajo su brazo, como aquella vez, después que había saltado por la ventana y
adentro, muy adentro, más allá de los innumerables pasadizos y de los rincones
solitarios y extensos y de las arboledas lúgubres y húmedas, impregnadas de viento y
del agua de la laguna, en la que flotaba ahogado un pantalón de niño y a él se le
apegaba el llanto, los gritos, esas lágrimas ribeteadas de sangre que él adivinaba,
aunque no había visto, pero es que hay gritos llenos de sangre, horrorosos,
desagradables que dan miedo, pensaba mientras había saltado por la ventana y sentía
el sudor frío y la carabina agarrada en su mano izquierda le daba miedo, al mismo
tiempo un poco de seguridad y miedo, porque siempre se enredaba en alguna parte,
en el postigo, en los zapatos del viejo, viejo desgraciado tan cobarde, se afligía
corriendo despacio bajo los árboles, lloriqueaba como un niño, tenía la cara asustada
de un huaina cualquiera, del Toño si estuviera conmigo ahora, del hijo de la Rosa,
cuando él en las madrugadas estaba limpiando, precisamente, la carabina y se bajaba
de la cama y se metía bajo ella y arrastraba el cajón trajinando encontraba el bolsón
con las balas y bostezando, bostezando de sueño el pobrecito desparramaba las balas
en el suelo y con el ruido que hacían se despertaba la Rosa y encendía la vela y la
levantaba en la mano paseando la palmatoria por el aire para buscarlas. Toño, Toño,
gritaba asustada y el Toño, asustado también, no contestaba y tenía entre las piernas
un montón de balas y él cargaba la carabina en silencio y sonaban como huesitos los
fuelles y. entonces, como la Rosa estaba siempre sentada en la cama y había dejado
encendida la vela en el suelo miraba llena de horror de cansancio y miedo y presagios
al Toño y lo miraba sobre todo a él, me estás mirando lleno de hoyitos lleno de sangre,
Rosa, Rosa, no mires así, le gritaba y alzaba la carabina para asustarla y se reía en lo
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oscuro y el Toño le pasaba un montón de balas y se reía con miedo y él gritaba llenos
de risa, los gritos, Rosa, Rosa, te voy a matar la garganta, y ella se quedaba tiesa
sentada en la cama y como muerta, me estás mirando lleno de sangre, crees que los
agentes me van a matar, eso crees tú, Rosa, le decía, y el Toño se arrastraba hacia la
cama y cogía la palmatoria del suelo y levantaba, él comprendía y se lo agradecía, la
levantaba bastante como para que él pudiera tener toda la luz que le iluminara los
pechos de la Rosa, su bonita cara tostada, sus ojos hundidos en las ojeras que te he
hecho pacientemente noche a noche de tanto quererte y llamarte y meterte miedo
labrando mi amor como una tablita. Te voy a matar, le gritaba, y entonces el tono le
decía, riendo de pie en la oscuridad: Mátala, mátala, bonito, Eloy, y él disparaba justo
para que la bala se llevara por delante un trozo iluminado de la vela y el Toño lloraba
asustado en la oscuridad y la Rosa gritaba verdaderamente temerosa, no grites por
Dios, chillaba él desilusionado ahora, lleno de desencanto y de tristeza y se sentía
nervioso y nadie sabría nunca cuánto los quería a los dos, al mocoso y a la Rosa,
porque ahora mismo se hubiera sentido más seguro si los hubiera tenido a su lado,
durmiendo ahí en la cama, tal vez llorando de miedo y mirándolo a él sentado en el
suelo, fumando en las tinieblas, atisbando la noche por la ventana abierta.
Cuando se quedó solo había arrojado con furia la carabina al suelo y el cinturón
con las balas y el bolso de cuero, estaba cansando y amargado y desconfiado debí
matarlos, pensaba, pensaba rápidamente en ello porque comprendía y no quería
asustarse que había cometido un error al dejarlos ir. Tenían tanto miedo, se decía para
disculparse y aún se reprochaba que les hubiera tenido lástima. Al viejo sobre todo. El
viejo lloraba sin pudor y con escándalo, sin mirarlo siquiera, lloraba para él solo,
revolcado en su horror, lo había mirado con desprecio cuando recogía temblando la
ropa, los zapatos, el sombrero y el canastito con las cosas. Cuando él miró el canasto y
le dijo: «Déjalo en el suelo, el viejo soltó un sollozo horrible, un sollozo que ya tenía
que ya tenía preparado y dejó todo en el suelo, los pantalones, el sombrero, los
zapatos, todo encima del canasto y cuando él se le acercó el viejo se cubrió la cara con
las manos y lo atisbaba con miedo, viejo mariconazo. pensaba, viejo indigno,
tiroteándolo con asco, y con el cañón de la carabina» había ido sacado de ahí los
pantalones, el sombrero, los zapatos y con un golpe más firme había destapado el
canasto, ¡qué llevas, mierda aquí! El viejo lloró con bríos para contestarle y fue la
mujer la que lo miraba hosca, asustada tal vez, pero sin llorar, sin llorar en absoluto,
sólo agarrando al chiquillo y apretándolo contra el pecho, fue la mujer la que le había
dicho: son cositas para llevar al hospital, don, cositas para la Juana. Había alcanzado a
ver unas manzanas bonitas y pequeñitas, unas naranjas tísicas, descoloridas, una
botella de leche, un paquete de galletas y una fea muñeca de trapo, grandota y
esmirriada, que le daba lástima. La botellita para el viejo, pensó con piedad y burla.
Déle leche al viejo, vieja, había dicho y cogiendo del suelo el sombrero se lo había
incrustado al viejo mirándolo con sarcasmo y viendo que lloraba más y que su camisa
era pobre y rota y descolorida y que por entre ella asomaban unos pelos blancos sobre
el cuerpo rojizo y pálido, le había aconsejado: Ponte corbata para que te veas
estupendo, viejo, y como el viejo lloraba siempre, le dio vuelta de una manotón,
empujándolo hacia la puerta y ya en ella de un puntapié lo envió rodando hacia lo
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oscuro. Lo sentía sollozar y correr por el campo, entre el viento. Eso lo había puesto
rabiosos y pensativo y deseoso de beber un poco de vino. No tenemos licor, le había
dicho la mujer, somos pobres, el viejo no bebe. Debiera beber para criar coraje,
contestó él para sí, sin mirarla, y la verdad era que tener a un tal cobarde junto a él era
ya ponerlo un poco cobarde también, te salpican y carcomen sus llantos y sus gritos y
se te olvida quién eres, lo que has hecho, cómo has vivido, si olvidas quién eres, cómo
te llamas, verás qué fácil resulta ser cobarde. Podían haber tenido vino, es bueno el
vino, agregó él, mirando con reproche a la mujer. Nadie bebe aquí, contesto ella con
miedo y rabia y dando explicaciones que eran también un reproche. El vino es una
buena compañía, agregó, Mirando pensativo su carabina. Yo no necesito compañía, yo
nunca estoy sola, dijo la mujer llena de reminiscencias, y otro poco que te acercas,
Eloy, otro poquito, te suelta el llanto también y te cuenta su historia.
La historia de la mujer era simple, a Eloy le hubiera gustado, pero ya nunca
tendría ocasión de conocerla y esto él aun no lo sabía. Ella tampoco lo sabía, ignoraba
quién era él, pero presentía que era un perseguido y un solitario por ese olor ,i viento
de las sierra que traía su ropa gastada, su miserable sombrero humilde e insolente, las
alas humedad de su manta, ahí donde soplaba el viento neblinoso, pero luego volará
tranquilo y un poco perfumado, ya huele bonito la tierra, pensaba y se imaginaba el
olor de la manta colgada en el patio, entre la neblina ahora y después bajo la luna y
ese olor de sangre esos sudores los dejó alguien que pasó por ella por esa manta lo
recogieron en ella sólo para ir a mostrársela al capitán o al mayor o al coronel o para
ponerle un radiograma al general ya lo encontramos ya lo leñemos amarrado sí claro
que sí mi general y sonaban las botas entre cada sílaba sonaban apretándose cada vez
más entre sus pulmones entre sus dientes sonaban entre cada letra apretándose sobre
sus sesos cómo no mi general lo tenemos aquí mismo en el suelo estirando los pies
podemos tocarlo podría verlo mi general en el suelo como un paquete de ropa junto al
canasto y el escupitín y entre bota y bota y brillo y golpear de botas iban todas
sonando por el aire el telegrama estaba llenos de botas, las botas estaban llenas de un
agradable silencio se sonreían con media sonrisa marcial y disciplinada cómo no mi
general esta misma noche parte el furgón. Suspiró, mirando sus ojos cansados y
enormes, vivos, hirientes y codiciosos. Lo había odiado desde un principio, porque él la
miraba con descaro y con cinismo, la miraba con una mirada para mucho tiempo,
sobre lodo desentendiéndose del niño que dormía entre sus brazos, apretado a su
pecho, y que él, con uno de esos agarrones torpemente expresivos, había despertado
con esa mano brusca y suave insolente, nada de temerosa que surgió de lo hondo de
sus bolsillos no sabía si para despertar más bien su furia o sus sonrojos y ella abría los
labios y mostraba los dientes su odio y su fortaleza y donde había odio y fuerza él
podía luchar y por lo tanto esperar. El niño sollozaba dormido y ella estaba ahí
plantada en medio de la pieza, como esperando que la lluvia escurriera por las tablas
del techo y que pasaran las semanas o como esperando que el viejo se moviera un
poco que trajera hacia la lu/su pobre cuerpo asustado. ¡Viejo, viejo!, dijo ella y su voz
había sido casi cariñosa, lejanamente sexual, pues el miedo, aunque para ella no era
mucho, loa hacía ensoñarse un poco y refugiarse en sus antiguos recuerdos. ¿Diez,
quince años?, suspiró para sí y acarició con su mano libre la cabecita del niño, pero
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ahora el Eloy le estaba sonriendo desde la oscuridad, veía sus dientes y sus pupilas
destacarse nítidas en la penumbra y permanecer casi bondadosas y familiares
mirándola, mirando lo poco de ella que se podía mirar, una guagua, un paquete de
ropas de niño, un viejo tembloroso remecido por la terciana que se apegaba al rincón
de la puerta, un atado de pobre ropa, de pobre miedo.
Vio cómo se sentaba él en la cama y eso era expresarle abiertamente sus
deseos, por lo menos un deseo, o para significarle que eso, todo eso era el mundo y
que había que aceptarlo o que pelear con él; él había tendido los dos brazos en un
gesto de paz, para acoger al niño dormido o para acogerla a ella o para indicarle que le
pasara todas las cosas que le estorbaban y no la dejaban caminar ni vivir, que la
tapaban a ella, a su corazón a sus piernas, a sus pechos los tenía tan adentro, tan
cubiertos por la vieja ropa y el viejo tiempo estaban diez años lejos por lo menos y por
eso no le decía nada y el horrible viento frío adormecido olor de los pinos venía hacia
ellos y los separaba, los dejaba hostiles apartados por un tajo de silencio. Vicio, viejo
dijo ella otra vez, y se quería mover hacia la puerta, pero no se movía, no se atrevía a
hacerlo, porque, ¿a quién llamaba realmente?, ¿al viejo, viejo o al viejo Eloy al viejo
corazón al antiguo recuerdo recién destapado a los antiguos ensueños y sollozos?Le
tuvo lástima mirándola, mirando esas ojeras socavadas por el sufrimiento, deseoso
sólo ahora de que tuvieran tiempo de conocerse, pero furioso también porque no
estaba sola, porque no le entregaba el niño al viejo y los empujaba por la espalda con
un gesto hostil, duro y maternal. Encendió un cigarrillo y demoró la llama junto a su
boca para que ella se la mirara y borrara, con esa breve luz, los anticipados lúgubres
pensamientos que se estaban formando en su mente, allá adentro de su pelo, de sus
peinetas y de sus horquillas.
El niño empezó a llorar con suavidad y el viejo a toser desordenadamente, a
moverse y remover su tos. a acercarse desde la oscuridad hacia la mujer, a protegerse
y refugiarse siempre. El aspiraba con ansias el cigarrillo, miraba los pobres muebles y
deseaba estar solo para trajinar un poco por esa triste y estrecha vida, abriendo los
íntimos cajones, la vieja aira demasiado señorial y cuidada, demasiado donosa y
espléndida para esa miseria, los vestidos de antiguos veranos colgados en clavos, las
imágenes de calendarios ya desvanecidos, cuando cumplía condena en Casablanca o
estaba fugado en la frontera por el lado argentino, cuando estuvo tan enfermo y
echaba sangre por la orina. Perdida su mirada en las paredes se tendió un poco en la
cama y entonces se sonrojó, se sonrojó porque la mujer se había acercado a él, tal vez
para alejarse del viejo, tal vez para estar sola con su odio, con su propio miedo y con el
temor de otro, sólo con el niño que era una poquita cosa, como otro brazode ella u
otro hermoso pecho que está creciendo de un modo bárbaro unos gritos de amor en la
alta noche de invierno y que luego se concretaron en esa carita sucia y esas manilos
que podrían ser las del Toño. Se puso de pie y tenía el cigarro en la boca, apretado
entre los dientes, no tanto para parecer fiero sino simplemente mundano, no tanto
bandolero como aventurero, un hombre que vive entre las ropas de las mujeres, en los
calzones y las enaguas y las camisas de dormir y las zapatillas de levantarse y de
acostarse y las medias de seda imperceptible y los encajes y los perfumes y los polvos y
coloretes y pinturas al aceite o al petróleo un hombre que ha estado toda su vida
125
barajando revolviendo unos muslos algunos pechos de mujer unas copas vacías de
champagne entre sus manos nerviosas y de vez en cuando monedad muchas monedas
billetes enormes que huelen como las axilas de las hembras; eso es todo, eso era todo,
nada más habría ocurrido si no estuvieran los agentes ahí fuera y este viejito desolado
junto a ella, prendido a ella, cogido a su pollera, pero yo me quiero coger a su blusa,
eso habría querido, eso habría podido suceder si hubieran tenido tiempo y
tranquilidad. Debió esperarme, debió esperarme antes de ahora, se dijo, y como el
viejo estaba agarrado a la hoja de la puerta y vio lo ridículo y lo insolentemente triste
que era, lleno de lágrimas y sollozos que lo llenaban hasta arriba y le escurrían por
pescuezo, por ese cuerpo delgado, por ese traje que le quedaba ancho y enorme y que
parecía una bolsa llena y atravesada de suspiros y quejidos, quejas bajas humildes
insignificantes tampoco gritos, gritos salvajes o desesperados no sabes gritar no sabes
crecer un poco más grande de lo que eres, se dijo y vio que los ojos verdes de la mujer
se cruzaban con los suyos y se ennegrecían y vio el odio elevado en esa luz espectral
oscura, sólo el odio, nunca el amor, la amistad, el deseo, los deseos de descansar,
olvidar o sonreírse, y por eso, echando la manta sobre la cama, había empujado
donosamente al viejo hacia fuera, donde sintió el frío duro y tangible como un mueble,
y vio que la noche estaba luminosa y el viejo se había quedado callado, súbitamente
callado y tenso, como si fuera a estallar en un atroz interminable sollozo, el viento
estaba tirante y frío y como expectante, como esperando que el viejo sollozara o
huyera y lo vio correr como un ratón o un perro hambriento y enfermo, ridículo,
feamente ridículo, sus ropas se le volaban con descaro, con verdadera maldad, y tuvo
lástima, lástima de él y de sí mismo, él era también un perseguido, sólo que comía un
poco más, sólo que su miedo era más robusto y nutría su coraje y su memoria, se
repartía por toda su alma y por su cuerpo, lo hacía erguirse y ser audaz y actuar
enloquecido y lúcido, fríamente loco y atrevido, imaginando tramas y formidables
mentiras y salvaciones, hasta maldiciones; el viejo no, su miedo viscoso, muy usado,
escurría por las mangas enormes de su vestón y goteaba en sus pantalones, alzaba la
bufanda en su cuello delgado, un poco largo, y se quedaba flotando flojamente con
ella en el aire de la noche. […]
126
¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer
ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura, en particular fugaces
de eternidad visible?
127
Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".
128
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.
129
de alguna voz oculta y sin sentido.
130
Texto 17: Al perderte yo a ti
Ernesto Cardenal (nicaragüense. 1925-)
Si tú estás en
Nueva York
En Nueva York
no hay nadie más
Y si no estás
en Nueva York
en Nueva York
no hay nadie
131
ahora que me miraste y que viniste,
me encontré pobre y me palpé desnuda.
132
Así pasan el lagarto moroso, la araña, el saltamontes,
Y hasta el viento del páramo marino sobre ellas se encalma
Como un gran espejo tendido sobre la soledad.
133
MUERTA EL 11 DE MAYO DE 1857.
134
Tanta vena febril, tanta impetuosa lágrima, ¡más que
existieron! ¡existen! SON: huellas en el mármol, inmóviles,
como se ve el mar desde la altura: un epitafio.
Todo ello rescatado para nosotros, que nada hemos sufrido,
a quienes se nos da la lejanía del viento.
135
la amable gracia de encargo de un escultor
que solo pretendía contribuir a que pervivieran
los nombres en latín que hay en la base.
136
propias (género, edad, ocupación, nacionalidad, etc.), las cuales a veces se revelan, a
veces debemos intuirlas y a veces simplemente desconocemos.
Estos narradores hablan en 3º persona. (Ej. “Él dijo…”; “Lo siguió…”; “Los vieron
irse…”; “Cuando llegaron…”; etc.).
2.1.-Narrador omnisciente: es aquel que conoce todo sobre los hechos y personajes.
Conoce los acontecimientos pasados presentes y futuros, así como lo que sucede al
mismo tiempo en lugares diferentes. Sabe todo sobre los personajes, incluyendo
elementos de su interioridad, como pensamientos, sensaciones y emociones.
Omnia, palabra en latín que significa: “todo” scire, verbo en latín que significa:
“conocer”.
Ejemplo:
2.2-Narrador objetivo o narrador observador: es aquel que sólo puede dar a conocer
lo que ve, es decir, el aspecto y las acciones de los personajes, pero no sus
pensamientos ni emociones, así como los hechos que suceden en un lugar a la vez. Su
punto de vista asemeja el lente de una cámara fotográfica o cinematográfica.
137
Ejemplo:
“El hombre aquel que hablaba se quedó callado un rato, mirando hacia afuera.
Hasta ellos llegaba el sonido del río pasando sus crecidas aguas por las ramas
de los camichines, el rumor del aire moviendo suavemente las hojas de los almendros,
y los gritos de los niños jugando en el pequeño espacio iluminado por la luz que salía
de la tienda.
Los comejenes entraban y rebotaban contra la lámpara de petróleo, cayendo al
suelo con las alas chamuscadas.
Y afuera seguía avanzando la noche.
!Oye, Camilo, mándanos otras dos cervezas más! -volvió a decir el hombre.
Después añadió: Otra cosa, señor. Nunca verá usted un cielo azul en Luvina. Allí todo el
horizonte está desteñido…”
Fragmento del cuento “Luvina”, de Juan Rulfo, mexicano.
Ejemplo:
“¿Cómo y por qué llegué hasta allí? Por los mismos motivos por los que he
llegado a tantas partes. Es una historia larga y, lo que es peor, confusa. La culpa es mía:
nunca he podido pensar como pudiera hacerlo un metro, línea tras línea, centímetro
tras centímetro, hasta llegar a ciento o a mil; y mi memoria no es mucho mejor…”
Fragmento de la novela “Hijo de ladrón”, de Manuel Rojas, chileno.
Ejemplo:
“El caso del Ojo es paradigmático y ejemplar y tal vez no sea ocioso volver a
recordarlo, sobre todo cuando ya han pasado tantos años.
En enero de 1974, cuatro meses después del golpe de Estado, el Ojo Silva se
marchó de Chile. Primero estuvo en Buenos Aires, luego los malos vientos que
soplaban en la vecina república lo llevaron a México en donde vivió un par de años y
en donde lo conocí.”
138
Fragmento del cuento “El Ojo Silva”, de Roberto Bolaño, chileno.
Ejemplo 1:
“Lees ese anuncio (…) Recojes tu portafolio y dejas la propina. Piensas que otro
historiador joven, en condiciones semejantes a las tuyas, ya ha leído ese mismo aviso,
tomando la delantera, ocupando el puesto. Tratas de olvidar mientras caminas a la
esquina.”
Fragmento de la novela “Aura”, de Carlos Fuentes, mexicano.
Ejemplo 2:
“Usted sabe por qué vine a su casa, a su quieto salón solicitado de mediodía.
Todo parece tan natural, como siempre que no se sabe la verdad. Usted se ha ido a
París, yo me quedé con el departamento de la calle Suipacha, elaboramos un simple y
satisfactorio plan de mutua convivencia hasta que septiembre la traiga de nuevo a
Buenos Aires y me lance a mí a alguna otra casa donde quizá... Pero no le escribo por
eso, esta carta se la envío a causa de los conejitos, me parece justo enterarla; y porque
me gusta escribir cartas, y tal vez porque llueve.”
Fragmento del cuento “Carta a una señorita en París”, de Julio Cortázar, argentino.
4.-La focalización
4.1.-Focalización cero:
El texto no precede de un foco preciso, sino de todas partes sin orientación
restrictiva alguna: es la visión de Dios presente en los textos del siglo XIX, donde el
narrador sabía todo de la mayoría de los personajes.
139
Es la ausencia de una focalización determinada. No se ubica desde ningún
personaje, pero al mismo tiempo está por sobre todos ellos, lo que le permite tener
una visualización completa, panorámica, de la totalidad de la información.
Así, el narrador conoce no sólo los acontecimientos, sino que puede entrar en
los pensamientos y los sentimientos más íntimos de los personajes que elija. Su
información procede de un nivel que se ubica por encima de la conciencia de los
personajes, por lo que sabe más que los mismos personajes. El foco está situado en un
punto tan indeterminado, que tiene un alcance panorámico.
4.2.-Focalización interna:
En la focalización interna, el narrador está situado al mismo nivel que los
personajes, por lo que el narrador puede saber lo que la conciencia del o los
personajes sabe.
El texto cuenta las cosas tal como las ve o las experimenta un actor o un testigo
más o menos implicado. El narrador percibe la realidad a través de un personaje
determinado. El narrador “filtra” su relato a través de uno de los personajes, cuya
óptica se convierte en un punto de vista de referencia, o sea, que el narrador tiene
tanta información como el personaje desde el que se sitúa el foco. La focalización
interna coincide, pues, con la conciencia de ese personaje.
4.3.-Focalización externa:
El narrador percibe desde algún lugar externo al mundo narrado, fuera de
todo personaje y excluye, por lo tanto, toda información sobre los pensamientos de
cualquiera, o sea el narrador sabe menos que el personaje o, mejor dicho, no puede
entregar información del mundo interno de los personajes (sentimientos o
pensamientos, por ejemplo). Esta focalización está fuera de un personaje capaz de
interpretar los fenómenos percibidos; estos fenómenos serán, por consiguiente,
descritos en sus aspectos exteriores (acontecimientos, espacios físicos, entre otros).
Cuando percibe las cosas desde fuera, el narrador es <<objetivo>>, pero
limitado por las apariencias y el momento en el que realiza la percepción. No puede
dar cuenta de las causas, las consecuencias, las motivaciones que llevaron a realizar las
acciones. Sólo puede entregar acerca de esos hechos el relato de lo que presenció un
espectador, que no sabe nada de los personajes ni de lo que ocurrió antes o después
de las acciones acontecidas.
5.-Textos líricos
140
En los textos poéticos predomina el lenguaje connotativo en desmedro del
denotativo, lo cual distingue a estas obras de las de carácter científico o informativo,
cuyo principal interés se centra en el traspaso de la información al receptor, y la
alusión directa a los diversos elementos presentes en la realidad.
De esta manera, en el género lírico predomina la búsqueda de una identidad
formal, tendiente a la experimentación y a la belleza del lenguaje, que se constituye la
materia prima del autor para elaborar a través de ella una obra de arte: el poema.
El hablante lírico elude el nombre cotidiano de las cosas y trata de mostrar un
enfoque insólito, nuevo, personal, que admire y sorprenda al receptor, obligándolo a
penetrar en la nueva realidad que crea con la palabra. De este modo, la realidad
cotidiana se transfigura a través del lenguaje literario.
Un poema puede estar escrito tanto en verso como en prosa. En esa línea, es
importante considerar que, aunque sean los más comunes o conocidos, no todos los
textos líricos están escritos con la estructura de versos y estrofas. Por el contrario,
existen diversos poemas que están escritos en prosa, entre cuyos cultores se
encuentran destacados autores como, por ejemplo, el portugués Fernando Pessoa y el
chileno Pablo de Rokha.
El verso implica una distribución relativamente regular de sílabas, acentos,
sonidos que crean un ritmo que se percibe oralmente en la lectura y visualmente en la
escritura.
La prosa tiene su ritmo interno, pero por regla general no es constante en todo
el texto: las pausas, la cantidad de sílabas, y los acentos (entre otros elementos
utilizados por los poetas), se distribuyen de modo irregular y sin reiteraciones.
En este aspecto, resulta insoslayable tener en cuenta que la estructura concreta
que adquiera un poema dependerá, en última instancia, de la intención comunicativa y
estética que determine cada autor al momento de su elaboración
7.1.-El verso: Es la unidad más pequeña del poema. Está constituido por una serie de
palabras cuya disposición produce un determinado efecto rítmico y estético. La línea
que separa el verso de la prosa se funda en la mayor o menor regularidad de los
apoyos acentuales. El lenguaje adquiere forma versificada tan pronto como tales
apoyos se organizan bajo proporciones semejantes de duración y sucesión.
141
7.4.-La rima: es la repetición de una secuencia de fonemas a partir de la sílaba tónica al
final de dos o más versos. La repetición de estos sonidos pretende logar un efecto
estético. La rima se establece a partir de la última vocal acentuada, incluida ésta.
Ejemplos:
- "Tus ojos son como dos luceros".
- "Hay algunos que son como los olivos, que sólo a palos dan fruto".
- "Tenía el cuello largo como un avestruz".
- "Sus muslos como ríos, sus brazos como ramas, sus ojos como un camino en paz bajo
la noche".
8.2.- Personificación
Consiste en atribuir una cualidad humana a un objetivo inanimado.
Ejemplos:
- “Lloran las rosas porque no estás aquí”.
- “El lápiz corrió rápido sobre la hoja, embargado de una irrenunciable prisa”.
8.3.- Hipérbaton
Figura que consiste en la alteración del orden lógico de la oración.
Ejemplos:
- “Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar”.
- “Se descompone, en ocasiones, el alma cuando menos se piensa”.
8.4.-Hipérbole
Consiste en exagerar de forma desmesurada lo que se está interpretando, tanto
aumentando como disminuyendo los atributos de algo.
Ejemplos:
- “Eres lo más grande del cosmos”.
- “Me retó tanto tanto, que me dejó chica como una hormiga”.
142
8.5- Metáfora
Esta figura designa una realidad con el nombre de otra con la que mantiene
alguna relación de semejanza, sin utilizar un nexo comparativo entre ellas.
Ejemplos:
- “Nuestras vidas son los ríos que van a dar al mar que es el morir”.
- "Las perlas de tu boca".
8.6- Anáfora
Consiste en repetir una palabra o conjunto de palabras al comienzo de una
frase o verso.
Ejemplo:
“Oh Luna, que me guiaste,
Oh Luna, amable compañera,
Oh Luna, mi eterna viajera”.
8.7.- Onomatopeya
Consiste en la transcripción imitativa de un sonido que no es propio del
lenguaje humano.
Ejemplos:
- “El tic-tac del reloj despierta a todos alrededor”.
- “Su lengua resonó cual revólver en el fondo de la sala: bum bum”.
8.8.- Aliteración
Repetición de sonidos en un verso o un enunciado con fines expresivos, como en
Ejemplos:
- “Un no sé qué que queda balbuciendo”.
- “En el silencio solo se escucha un susurro de abejas que sonaba”.
8.9.- Antítesis
Oposición de una palabra o una frase a otra de significación contraria, como en.
Ejemplos:
- “Te amo porque me odias”
- “Que muero porque no muero”.
8.10- Epíteto
Adjetivo calificativo obvio, que no es necesario para el conocimiento del objeto
al que califica, sino que refleja una de sus características más reconocibles.
Ejemplo:
- “El pasto verde del estadio”.
- “Caía blanca la nieve a través de la ventana”
143
8.11.- Ironía
Es un procedimiento ingenioso por el que se afirma o se sugiere lo contrario de
lo que se dice con las palabras. Así puede quedar claro el verdadero sentido de lo que
pensamos o sentimos.
Ejemplos:
- “Yo no sé porque mi díos le regalo con largueza, sombrero con tanta cinta a quien no
tiene cabeza”.
- “Qué bueno fue encontrarte de la mano de otro y con la cara llena de risa, sin que te
importara en lo más mínimo todo lo que habíamos vivido, y la miseria que yo aún
pasaba por tu partida”.
8.12.- Perífrasis
Expresión, por medio de un rodeo verbal, de algo que se habría podido decir
con menos palabras o con una sola.
Ejemplos:
- “Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa por lo que pasa en la calle”.
- “Me duele ahí donde la espalda pierde su honesto nombre”.
8.13.- Pleonasmo
Empleo en la oración de uno o más vocablos, innecesarios para que tenga
sentido completo, pero con los cuales se añade expresividad a lo dicho.
Ejemplos:
- “En fuga irrevocable huye la hora”
- “Yo lo he visto con estos ojos que se han de comer la tierra”.
8.14.- Sinestesia
Unión de dos imágenes o sensaciones procedentes de diferentes dominios
sensoriales, como en soledad sonora o en verde chillón.
Ejemplos:
- "Oyen los ojos, miran los oídos".
- "Los colores ácidos de tu vestido".
8.15.- Sinécdoque
Consiste en expresar la parte de un objetivo por el todo, o el todo por la parte.
Ejemplos:
- "Once camisetas rojas saltan al campo de juego”.
- "Veinte mil almas repletan el estadio San Carlos de Apoquindo".
8.16.-Metonimia
Tropo que consiste en designar algo con el nombre de otra cosa tomando el
efecto por la causa o viceversa, el autor por sus obras, el signo por la cosa significada.
144
Ejemplos:
- “Las canas por la vejez; leer a Virgilio, por leer las obras de Virgilio; el laurel por la
gloria”.
Metáfora Sustituye
Utilizan significados como recurso expresivo
Hipérbole Exagera
Comparación Compara
(establece semejanza explícita)
Personificación Atribuye
Antítesis Contrapone
Emplean las
ideas como
expresivo
recurso
145
Elipsis Suprime (verbo)
9.-El ensayo:
10.2.-Introducción: es el 10% del ensayo y abarca más o menos media hoja. Está
compuesta de tres partes, un párrafo para cada una de ellas. La justificación de por
qué se escogió el tema del ensayo y por qué se elaboró el mismo. El contenido del
ensayo, o sea, de qué trata. Y finalmente las limitaciones que se tuvieron para
realizarlo.
146
Unidad II. Realidad, deseo y libertad
III. ACTIVIDADES
I.- Vuelva a leer “La señorita Cora” de Julio Cortázar, (texto 1 de la sección “Lecturas”,
p. 77) y en parejas, analice la obra, focalizándose en la secuencia cronológica de los
acontecimientos, la presencia de múltiples narradores y la relación entre Pablo y Cora.
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Tras ello, discuten el sentido que puede tener en la obra la alternancia de narradores.
Finalmente, exponga los resultados de su trabajo ante el resto del curso.
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II.- En grupos de cuatro personas, vuelvan a leer “El Cerdito”, de Juan Carlos Onetti
(texto 2 de la sección “Lecturas”, p. 90), y reconstruyan el texto narrando el mismo
hecho desde cuatro perspectivas diferentes, construyendo un relato en collage. Al
finalizar, lean su producción al resto del curso, tomando cada integrante un tipo de
narrador.
III.- Vuelva a leer “Los detectives salvajes”, de Roberto Bolaño (texto 9 de la sección
“Lecturas”, p. 115), y luego escriba un texto en el que exprese sus opiniones o
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impresiones personales acerca de la obra. NO DEBE ENTREGAR UN ANÁLISIS NI
INTERPRETACIÓN DEL SENTIDO GENERAL del texto, sino las impresiones que éste le
generó.
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IV.- Vuelva a leer “Eloy”, de Carlos Droguett (texto 10 de la sección “Lecturas”, p. 119)
y analice qué tipo de focalización utiliza el narrador, señalando con ejemplos qué
marcas textuales le permiten identificar ese tipo de focalización.
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IV.-Vuelva a leer el “Poema XX”, de Pablo Neruda ¿texto 13 de la sección “Lecturas”, p.
125), y responda: ¿Qué sentido tienen los versos: “Ya no la quiero, es cierto, pero tal
vez la quiero? /Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido”?
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V.-Vuelva a leer “Al perderte yo a ti”, “Cuando los dorados corteses florecieron” y “Si
tú no estás en Nueva York”, de Ernesto Cardenal (textos 17, 18 y 19 de la sección
“Lecturas”, p. 128), y escriba un texto de ficción en el que proponga una
caracterización del autor de estos poemas.
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conclusiones que obtengan en el espacio disponible, e intercambie sus opiniones en
puesta en común.
Amor Mujer
VII.- Vuelva a leer los textos “La visita”, de Eduardo Anguita (texto 22 de la sección
“Lecturas”, p. 130) y “Una tumba para los Arundel”, de Philip Larkin (texto 23 de la
sección “Lecturas”, p. 132). Compare ambos poemas, considerando el modo en que
relacionan el amor con la muerte y la eternidad.
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VII.- Acerca de los mismos textos recién trabajados, escriba un breve comentario,
contrastando el verso “lo que sobrevivirá de nosotros es el amor”, de Larkin, y el verso
“¡Juntos aquí dos labios de tiempo formando un solo beso Viejo y nupcial!”, de Anguita.
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Unidad 3:
Individuo y sociedad.
Argumentación pública en situación
pública
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Unidad III. Individuo y sociedad
I. LECTURAS
Porque cuando él fue finalmente crucificado por los esbirros y dejado solo, su
martirio no había sido único y exclusivo, se advertirá que, incrustado allá, en el vértice
del cerro calavera, formaba él el punto más alto del espantoso triángulo, cuyos lados
visibles y más tangibles eran el ladrón bueno y el ladrón malo, triángulo que se
prolongaba hacia la urbe y alcanzaba y golpeaba también al pueblo, al miserable, al
cojo, al paralítico, al que, como él, nunca había tenido una piedra donde reclinar la
cabeza.
Fueron dos los cristos del Gólgota, ha dicho alguien que observaba muy de
cerca el sufrimiento humano, y ha dicho bien eso, uno estaba en la cruz y el otro entre
la multitud, contemplándolo. Contemplándolo como un espejo, mirándose él mismo,
el miserable, el cojo, el ciego, el paralítico, el perseguido, el pueblo, en el rostro del
crucificado, en los rostros de cada crucificado de todo tiempo y de toda edad. Este
lugar común de la muerte infamante, este mueble inobjetable de la muerte que
fabrican los otros cada temporada clama por su escasa dosis de cristo. Un cristo, dos
cristos fueron los del Gólgota. Pero eso era sólo el comienzo.
Esta cruz, estos tijerales del sufrimiento, estas vigas cruzadas que han
soportado tantos cristos, miles de cristos, centenares de miles de cristos anónimos,
millones de cristos no tan notorios ni tan pacientes, pero por eso mismo más
desgraciados y más humillados, y sobre todo, con menos esperanzas, estos maderos
fundacionales fueron, en todo ese tiempo interminable, la garantía de su muerte, de
todas las muertes, de cada cristo, sin faltar ninguno, sin faltar ninguna muerte, sino
también la tranquilidad de un mundo que se había cerrado sobre el sufrimiento y la
injusticia para dormir una buena siesta.
Ellos, el sufrimiento y la injusticia, habían sido, por fin, después de tanto tiempo
y tanto esfuerzo, después de tanto grito y tanta sangre más bien inútil, terminados,
entregados al uso regular y necesario. Sí, ese silencio promisorio, esa tranquilidad
deshabitada, esa tranquilidad sin nadie, sin nosotros, sin vosotros, sin ellos, sin ti,
cristo de allá arriba, sin ti, cristo de aquí abajo, ahí en el arroyo, en el conventillo, en la
celda, en el tugurio, lo indican, lo están indicando desde hace un minuto, un milenio,
que el sufrimiento y la injusticia han quedado terminados y barnizados perfectamente,
154
listos para durar. Y los cristos se iban amontonando en lo alto del Gólgota, en sus
arrabales y sus epidemias, sólo para eso, para garantizar esa seguridad y ese término y
se producía el silencio.
Eso creían, eso dormían, eso comían. Pero el gordo Juan llegó rodando callado y
lleno de risa optimista y de coraje milenario, agarró las puertas y las remecía hasta
abrirlas y echaba a volar las palomas y las campanas y contaba sueños y anécdotas, se
reía iluminado y contaba anécdotas, cuando era niño en la campana, cuando era
estudiante pobre en la urbe, cuando era capellán en Verdún y en las Ardenas el año
14, empujó las puertas y se reía y las echaba a volar y se acordaba primero de la
mamma y después de sus hermanos, de todos los colores, de todos los sufrimientos,
de todas las esperanzas y paciencias, escuchó las risas, sus propias risas, y se acordaba
de su padre hundido en el sol, ¿y quién reía ahora, quién se reía ahora en las ventanas
abiertas, en las puertas descerrajadas de par en par?, sí, él conocía esa cautelosa risa y
esos cuidados sueños, empujó más las puertas, con entusiasmada furia, y tornó otra
vez a rajar el velo del templo. Para matarlo otra vez, para crucificarlo otra vez, para
decirle que se apurar, señor, raja otra vez el velo del templo, ¿te acuerdas?, ¿te
acuerdas de las palabras exactas?, se asomó en su risa, mientras arreglaba esas ropas
pontificales que sobraban, tienes que apurarte para que entre la luz, toda la luz, toda
la arrebatadora y peligrosa luz. También la del oriente, ¿te acuerdas de esas estepas,
de esas playas, de esos sollozos? Eras tú el que lloraba y ya estabas solo.
Y después de ti, cristo de allá arriba, los otros colegas, los cristos de aquí abajo,
tus secretarios y tus cómplices, el de Nicaragua, el de Cuba y de Bolivia, el de
Colombia. Ellos empezaron a decir pausado, después no tan pausado ni tan adentro,
que él no había muerto gratis y por nada, y que ya era hora de que viniera a cobrar el
exacto precio, todo el precio. Y con él los otros cristos, los millones de cristos. Ya era
tanta la injusticia, que en el mundo no quedaban sino cristos tapando el sol hasta el
invierno. No, no ascendió nunca, eso son puras y santas mentiras. Sólo descendió todo
el tiempo, hacia los otros cristos, hacia los otros sufrimientos. En Chile bajó ahora
mismo, bajó en setiembre, hace un año, el mes comprometido que siempre no está
155
echando una brisa de libertad en la memoria. Así tenía que ser. Porque él siempre dijo
que, además, no traía paz sino guerra y a veces cogía los huascazos de su rabia para
pronunciar su oración, su acción que era su oración.
(Praga, abril de 1971)
-Yo lo vi muchas veces: era un personaje de la década del 30 que andaba en Quinta
Normal, en Santiago y en todo Chile. Era un hablador callejero, analfabeto y medio
loco, naturalmente. Siempre andaba con toga. Publicaba lo que llamaba sus folletos.
Me llamaba la atención por ser un tipo que andaba vestido de esa manera: un cura
francotirador de una iglesia inexistente, pero que al mismo tiempo es Cristo pero no es
la iglesia oficial. Alguna vez yo le he definido como un teósofo de la liberación, pero
jugando con él. Poseía lo que Kafka llama una gran fuerza animal. Su mirada era muy
fuerte y era difícil librarse de ella.
-Para nada. Este es el lenguaje de mi mamá, al extremo que cuando leí esos poemas,
de repente ella empezó, como te dijera yo, a inquietarse, a darme unas miradas muy
particulares y finalmente trató de castigarme como cuando yo era niño -pero en
broma-, diciéndome que se daba perfecta cuenta de lo que yo estaba haciendo. ¿De
dónde saco este lenguaje, que es nuevo con respecto a la antipoesía? Simplemente lo
que yo hacía era ponerme en el caso de la mamá: le cedía a ella la palabra, pensando
qué diría sobre tal tema. Quizás por eso el autoritarismo del Cristo es el autoritarismo
materno, también. Hay un desequilibrio muy grande en él: se comporta como un loco,
realmente. Es un Edipo a la legua. Declara que hizo una manda, además, cuando se le
murió su madre: ésa es una fuerza motriz.
-Es un autoritarismo en estado límite, porque habla con las mandíbulas cerradas. No
aguanta pelos en el lomo: es siempre muy desafiante. Ante cada afirmación que hace,
él espera que alguien lo contradiga para martillarlo y pulverizarlo, al extremo que
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cuando yo lo leo en público, en forma automática miro a la gente desafiantemente,
para ver si no está de acuerdo con la filosofía del Cristo. El actor Raúl Palma lo
representó y se vio en duros aprietos, porque la gente lo trató de agredir: uno se
queda completamente incapacitado para meter baza y se produce un estado de
agotamiento o enervamiento en el auditor. Lo que hace este personaje es jugarse
entero en cada una de sus afirmaciones.
-Se ha dicho que este Cristo es una voz que asume el autor para poder hablar de cosas
que de otra manera habría sido imposible hacerlo. ¿Estás de acuerdo con eso?
-Puede ser. En último término, lo que yo me proponía con el Cristo era poner en
manifiesto lo siguiente: que no es posible predicar. Toda prédica cae en el Cristo de
Elqui, y ahí se vienen abajo los discursos ideológicos, políticos o religiosos. Lo que hay
en acción es una fuerza neurótica, con momentos de lucidez voluntaria, y a ratos
involuntaria. De alguna manera aquí se recupera el tono del interlocutor chileno, que
es ordinariamente desafiante, y también el tono de los profesores primarios, por lo
menos en la época en la que yo fui estudiante. No sé cómo serán los maestros
actuales, pero en aquel momento se trataba de inmovilizar al alumno.
-Hay un poema tuyo justamente titulado <<Los profesores>>, donde se parodia este
discurso de la escuela.
-Lo escribí en Columbia, el año 69 ó 70. Hay ahí una crítica a la educación, pero en
último término me interesa la coherencia poética del lenguaje en cada una de las
materias que el profesor examina en sus alumnos. Por ejemplo: <<Teoría
electromagnética de la luz>>; <<Sistema periódico de los elementos>>; <<Nombre
cinco poetas finlandeses>>; <<Cómo se dice pizarrón en francés>>; <<Mínimo común
múltiplo entre dos y tres>>… Cada pregunta que aparece es en sí un texto poético, un
artefacto poético. Así se matan dos pájaros de un tiro. Por una parte se denuncia el
autoritarismo académico, y por otra quedan vibrando los resplandores de las palabras
y de las construcciones lingüísticas y culturales: <<Dibuje una garrucha diferencial/ y
determine la condición de equilibrio>>. Fíjate tú… Se produce algo con este lenguaje
estereotipado, porque las expresiones pasan a tener vida propia, actúan como objetos
157
autónomos. También se muestra, cómo te dijera yo, esta especie de mercado persa de
la cultura, este memorizar datos de la escuela chilena. […].
Texto 3: Entrevista a Jorge Teillier (fragmento)
Hernán Ortega Parada (chileno. 1932). Jorge Teillier (chileno. 1935-1996)
¿Cree en Dios?
No sé si creo o no creo en Dios pero el hecho de pensar en Dios quiere decir que
existe. Ahora, simpatías por alguna religión determinada: no. Por tradición debería ser
católico y por un momento sentí que el movimiento Carismático, en Chile, tenía un
tercer mundo espiritual que me gustaba en el sentido que la gente se elevara, fuera
más allá de sí misma. También me parece interesante el papel de la caridad, que es
como la clave de todo –como decía Rimbaud-. La Iglesia es madre de la caridad, de la
fe y de la esperanza. Krishnamurti dice que “la esperanza es lo peor que le puede
ocurrir a un hombre”. Ningún ser humano debe tener esperanzas... porque ya es
desdichado teniéndola. Mejor es ser caritativo. Y la fe también puede ser destruida. En
cambio, la caridad no. Tú puedes dar y recibir. Creo en esa permanencia. Soy una
molécula en el Universo y nada más. No soy una caña pensante porque pienso muy
pocas veces. En eso no soy pascaliano.
Fui profesor de Historia, de liceo, por dos años, lo que también está relacionado con un
trabajo creativo, está relacionado con la literatura. Después, veinte años en la
Universidad de Chile, siempre con escritores o científicos, que son creadores porque
escriben sus artículos; entonces, gente ligada a la creación literaria en cierto modo.
Algo extra-literario sería lo que me pasa ahora, en que realmente vivo más en el
campo que en la ciudad. Pero que no me disgusta porque también hay un trabajo
creativo, como injertar cosas, hacer jardines, preocuparse de cómo viene el río, el
agua, formar una cooperativa con la gente de los pueblos. Creo que nunca he hecho un
trabajo extra-literario, fundamentalmente. La literatura vive de las vidas de literaturas.
158
Yo creo que ha habido varias etapas, en cuanto a escribir un poema, para mí. De
pronto me nace de una sola frase, incluso al azar. Que “dos personas se conocen y se
miran al espejo, una va a morir si se aman”: a partir de eso hay una idea poética muy
curiosa. Eso lo escuché en una micro, en un viaje de La Ligua a Cabildo. Los amores
siempre son como rayos pero no hay que mirarse en un espejo al mismo tiempo. Eso
me pareció como un tema poético. A veces son palabras, a veces son situaciones
poéticas, a veces quiero resucitar algo, evocar algo, contar la vida de un personaje.
Tengo un poema dedicado a un viejo boxeador, sobre el que Braulio Arenas me dijo
que le gustaba mucho porque había un distanciamiento respecto del “objeto” al
“sujeto”, de quien crea a quien es descrito Creo en el trabajo últimamente, creo que
uno debe estar escribiendo siempre, tomando notas. Ahora, que la lectura es para mí
un vicio, entonces me estimula mucho y me dan deseos de escribir. Pero como han
escrito lo mismo que yo, a veces digo para qué intentarlo. Pero, pienso que un poeta
debe leer mucha poesía. Porque hay una creencia muy extraña –la que he escuchado
muchas veces- “Yo no quiero leer o no quiero escribir, para no imitar a nadie y porque
no quiero repetir”. Al contrario, uno tiene que desarrollar una sola cosa. Todos los
temas están hechos, todos los árboles crecen si tú los plantas. Entonces, el tuyo va a
crecer de otra manera que el que plantó el vecino.
¿Cómo y en qué momento califica los méritos de su obra? ¿Sus juicios autocríticos son
siempre seguros o le provocan dudas y cambios constantes?
De los méritos de mi obra creo que puedo hablar como de los méritos míos. No estoy
conforme conmigo mismo; por lo tanto, no lo puedo estar con lo que he escrito. Y no
he escrito lo que debiera, así como en cantidad como en calidad: he sido muy flojo. Me
gustan varios poemas míos, los creo bien logrados. En general, estoy disconforme
cuando escribo un poema y, a veces, tan conforme que lo leo a los amigos, lo que es
una especie de perversidad, “infligir un poema” a alguien es un castigo. Lo que pasa es
que escribir me produce un exceso de concentración: no puedo dedicarme a otras
faenas. La autocrítica es muy fuerte. Escribo diez o quince veces cada poema. No los
corrijo sino que escribo otros poemas. Después, leo los diez poemas y elijo el que me
gusta más; sólo entonces ése lo paso a máquina. ¿Y las contraversiones? Al tacho,
como dicen los jugadores de poker.
No, porque sería como dejar de respirar. Me sentiría muy molesto, estaría muerto.
Puedo dejar de escribir pero siempre tengo el remordimiento de no escribir; entonces,
tendría que encontrar –y no he encontrado- algo que reemplazara no diré esa vocación
sino esa forma de vida. Ganar mucho dinero en algo, hacer una empresa de
colonizador, o sea una cosa creativa, o si no retirarse sencillamente a la meditación.
Pero eso no es gratis, no tengo vocación de ermitaño.
159
Sobre lo que llaman “ego”, ¿el suyo lo estima normal, menor o mayúsculo? ¿Y cómo lo
definiría?
Creo que todo el mundo tiene un ego mayúsculo. Yo no lo demuestro pero creo que
soy más bien orgulloso que vanidoso. Me gustaría tener un ego normal. No tengo la
capacidad de introspección para decirlo pero hay momentos en que me siento
demasiado por sobre los demás, por circunstancias parciales, por haber escrito un
buen poema. Pero no es mirar con desprecio a los demás, sino decir que he hecho algo
que pocos pueden hacer. Y otras veces me siento muy disminuido por el caso de no
poder alcanzar un mayor bienestar para los míos. Ahí siento disminuido mi ego. Pero,
son situaciones muy contingentes, muy oscilantes. Tan oscilantes como la vida.
Creo que sí. Aunque pienso que es bastante bueno que todos salieran una vez en su
vida para que no estuvieran soñando con el Viejo Mundo, con Tenochtitlán, con los
Estados Unidos, con Nueva York y otras ciudades estimulantes. Claro, si hubiera una
república ideal se debería dar un viaje a un escritor para que viera realmente como es
otro mundo. Nuestro querido Chico Molina vivió en París durante diez años...
mentalmente, o toda su vida. Cierta vez le llegó una beca de una señora
norteamericana, que le regaló cinco mil dólares y el pasaje de ida y vuelta en primera
clase de barco. Porque él escuchó hablar de París, sabía más de París que ella y
entonces lo premió con ese viaje.
Yo creo que un escritor puede desarrollarse en Chile. Ahí está Pezoa Véliz, que nunca
salió de Chile. Yo he leído su diario de vida y no demuestra mayor interés por viajar. Un
González Vera viajó pero también no era hombre de viajes. Creo que estamos en un
universo planetario en el cual ya no es tan necesario viajar como antes. Lo que pasa es
que en Chile (de 1988) estamos aislados culturalmente. Eso me parece peligroso. Por
ejemplo, a la Universidad, cuando yo estaba allá, llegaban setecientas revistas en
canje, de todo el mundo. Ahora, como la Universidad no tiene revistas no llegan
revistas. Entonces, hay un aislamiento que apenas puede ayudar a mejorar. Los
institutos de cultura no lo hacen tan bien como antes, tampoco. Yo creo que es
conveniente para un escritor que viaje a lo menos una vez en su vida, que esté un año
afuera... para que eche de menos a Chile, por último. Para la Mistral fue más
fundamental que para Neruda: vivía recordando a Chile pero odiaba, según entiendo
yo, vivir en Chile. Ella misma dice, creo que en una de sus cartas, que “en Chile sería
una jubilada y me llamaría la Gaby”. En cambio, en el extranjero le dieron el Premio
Nobel antes que el Premio Nacional de Literatura en Chile. Neruda tuvo su gran
experiencia de soledad en el extranjero, donde escribió su mejor libro, tal vez,
“Residencia en la Tierra”. Huidobro también era un cosmopolita. De Rokha, siendo un
hombre esencialmente chileno, también estuvo tres años en el extranjero, viajando
como pícaro, o sea, explotando un poquito su fama y su prestancia. Viajó hasta
México, estuvo en China. Todos nuestros grandes poetas han vivido en el extranjero y
yo creo que les ayudó mucho eso para su divulgación internacional y para que aquí los
160
respetaran; porque el chileno tiene la curiosa costumbre de descalificar al que no ha
viajado al extranjero y creer que en el extranjero es un punto más. […]
Dentro de la cultura mapuche, el azul es un color sagrado que tiene que ver con
el origen de la vida. Y esa palabra, azul, está en todos los títulos de los libros de Elicura
Chihuailaf, poeta y oralitor, como se dice a sí mismo, escritor en residencia en la
Universidad de la Frontera de Temuco e integrante de la Academia Chilena de la
Lengua. A orillas de un sueño azul; De sueños azules y contrasueños; Tierra azul; Relato
de mi sueño azul, están entre sus libros fundamentales, y próximamente la
Universidad de Talca publicará Ruegos y Nubes en el azul.
-¿Qué significó que estuvieras nominado como candidato al último Premio Nacional de
Literatura por varias universidades chilenas y que ello se pueda repetir en un futuro
cercano?
Para mí fue la posibilidad de percibir que existían personas adelantadas que, más allá
del discurso, reconocían la existencia de una diversidad en la que estaba yo, como un
mapuche que ha estado en el quehacer escritural y conversacional desde los años
161
ochenta. Quienes me propusieron al premio, entre una larga lista de personas que lo
merecerían, abrieron una puerta para un oralitor mapuche y una posibilidad que nos
haría parte, desde lo mejor del ser humano, la palabra, como habitantes visibles en
este territorio. Me llegó como un cambio significativo desde la sociedad chilena,
multiplicando lo que me venía ocurriendo con tantas invitaciones a recorrer el país
para conversar, principalmente con los estudiantes.
ZONA DE CONFLICTO
-Los hechos de violencia persisten en la región que habitas. A los crímenes de los
jóvenes comuneros Matías Catrileo y Juan Mendoza Collío, se agregó el que afectó a la
familia Luchsinger durante el verano. ¿Cuál es tu lectura sobre este último suceso?
Me parece lamentable e injustificable. Creo que los autores de tan horrible crimen no
son mapuches y que el tan demorado resultado de dicha investigación así lo
demostrará.
-En el marco de anuncios de diálogo por parte del gobierno y de una campaña
presidencial que ya comienza, ¿cuáles son las expectativas que tienen las
comunidades?
Encuentro lamentable que siga tan vigente. Es incomprensible que los avances sean
tan mínimos y que haya recrudecido ese clima de confrontación que, cuando escribí
ese recado a los chilenos, se producía en Alto Biobío producto de las represas. Luego
en Lonquimay, con el intento de usurpación de territorios donde están los milenarios
pehuén, o en Temulemu, zona que lideró el lonko Pascual Pichún, recientemente
162
fallecido, con quien conversé mucho cuando allí operaba una represión policial que se
asemejaba a un Estado de sitio. En este último tiempo lo mismo se ha continuado
extendiendo a Temucuicui y otras zonas. El Estado chileno ha continuado optando por
favorecer a las grandes forestales y sus proyectos en nuestras zonas. Aquí mismo en
Kechurewe vemos aparecer los efectos de la depredación: en el verano estuvimos
varios días sin agua, producto de ello.
A fin de cuentas nada cambiará mientras se mantenga esa postura, que viene de
tiempos de la celebración del centenario, cuando se afirmó que este era un país de
blancos. Chile sigue marcado por la incapacidad de asumir una propia identidad que
valore su hermosa morenidad y se sigue mirando en un espejo obnubilado. Los
chilenos nos mantienen en la invisibilidad y así, mientras no exista un intento serio por
aceptar la diversidad cultural y una cosmovisión que no se puede asimilar o integrar a
la fuerza al molde occidental dominante, el diálogo efectivo seguirá siendo una ilusión.
Yo nací mapuche en la comunidad de Kechurewe, donde crecí y hoy vivo. Sigo amando
esta pertenencia, pero asumo también que cuando invadieron nuestro país el Estado
nos regaló la nacionalidad chilena y me ha tocado vivir esa chilenidad con cercanía y
también con privilegios. Entonces personalmente amo esa chilenidad que me habita
como mapuche. Así como amo lo que he conocido de la diversa cultura indígena
mexicana; o la de Francia, cuando pienso en Bretaña; o la de Suecia, con el pueblo
sami. Porque nos une lo fundamental que estamos haciendo en este momento:
cultivar la palabra para llegar a tocar aquello insondable y misterioso que es el espíritu
de quien conversamos. Y eso, yo lo hago desde la visión de mundo que me tocó.
Sí, lo hago desde las cuatro ramas fundamentales del árbol de la identidad: la memoria
de un territorio histórico, un idioma, una historia y una visión de mundo. Por eso me
parece urgente que la sociedad chilena asuma también su chilenidad para que
comprenda el valor de nuestra mapuchidad. No pienso que la cultura mapuche sea la
mejor, pero sí en el derecho de nuestros hijos para que siga existiendo, con los
cambios propios de toda cultura. Siento que hablamos desde un país invisible, pero
que existe y sigue pensando que el mundo es un jardín. Si bien nuestro color predilecto
es el azul, nuestra gente se pregunta qué sería de un jardín con flores de ese solo
color. Necesitamos cuidar todos los colores y su diversidad para la maravilla del jardín.
Si alguna de ellas se pierde o se marchita, perdemos todos. […]
163
Texto 5: El verbo pelar (fragmento)
Teófilo Cid (chileno. 1914-1964)
164
Pero hay que ponerse de acuerdo en un aspecto que de intención dejaba yo
para el último. La gente superior no pela inferior, solamente lo tritura en las tenazas de
su crítica. Es el inferior el que, para ser justos, pela al superior. Cuando un hombre ha
llegado a singularizarse por un quehacer, por su talento, por su nombre o simplemente
por la originalidad de su carácter, es siempre víctima propicia de lenguas arteras. Yo
acostumbro siempre a pedir “por abajo”, es decir, a pensar al revés, cuando se me
viene muy seguido diciendo de alguien que es un bribón o un canalla, o un retrasado
mental. Tiendo, por naturaleza, a creer que el individuo que así recibe ataques tan
repetidos debe ser forzosamente un hombre superior al ambiente en que vive. ¿Qué
ocurre con él? Pues… que es pasto de las fieras.
La larga búsqueda del vilipendiado rey Inglés Ricardo tercero, que murió en batalla en
1485 y cuya imagen de tirano repugnante fue inmortalizada por William Shakespeare,
parece haber terminado.
King tomó muestras de ADN de los dos descendientes y los comparó con una muestra
de ADN obtenido del esqueleto del convento. "Hay una coincidencia de ADN", dijo
King a los periodistas, "por lo que las pruebas de ADN apuntan a que son los restos de
Ricardo Tercero".
El monarca murió a los 32 años por las lesiones sufridas en la batalla de Bosworth en
agosto de 1485, y las nuevas pruebas se ajustan estrechamente con estos registros.
165
El osteólogo de la Universidad de Leicester Jo Appleby mostró dos lesiones en la
cabeza que Ricardo recibió en su último momento, una probablemente causada por la
espalda de mano de un asaltante que lleva una alabarda (un arma medieval que
consiste en una hoja de hacha adosada a una lanza). Además, Appleby encontrado
varias heridas más que describió como "lesiones vejatorias", probablemente infligidas
al cuerpo muerto de Ricardo.
Los estudios del osteólogo también revelaron que Ricardo era un hombre de
constitución delgada que sufría escoliosis, una curvatura de la columna vertebral que
se desarrolló a partir de los diez años de edad y que pudo haber traído el dolor de
espalda que asolarían al futuro rey.
Esta fotografía científica emergente de Ricardo encaja con la descripción del rey escrita
por John Rous, un historiador medieval Inglés del siglo XV. Según Rous, Ricardo Tercero
"fue leve de cuerpo y débil de fuerza".
La imagen del Rey como un déspota cruel fue cimentada por Shakespeare, quien lo
retrató como un monstruo ceñudo repugnante.
Un estudio afirma que el rey inglés era un hombre activo y posiblemente bien parecido
Ricardo III no cojeaba y, lejos de ese físico deformado por la joroba que han
venido replicando en escena los más ilustres actores shakesperianos, en realidad era
un hombre de atractiva planta. Más de cinco siglos después su muerte en el fragor de
la batalla, las nuevas tecnologías han permitido reconstruir en tres dimensiones la
osamenta del rey inglés a partir del sorprendente hallazgo de sus restos, hace dos
años, en un aparcamiento de la ciudad de Leicester. En otras palabras, la descripción
física del monarca que el Bardo brindó a la literatura universal fue pura invención.
166
Los expertos recuerdan ahora que los relatos sobre la apariencia de Ricardo III
que se escribieron durante su vida lo presentaban –a diferencia de la imagen
proyectada en la célebre obra de Shakespeare- como un personaje bien parecido. Esa
descripción se ajusta al retrato de un hombre “inusualmente esbelto, casi femenino”
que se desprendía de los primeros análisis científicos practicados a sus restos unos
meses después de ser localizados en el aparcamiento de una ciudad inglesa de
provincias. Desde entonces, la figura de ese rey no ha dejado de acaparar titulares
como protagonista de una historia casi increíble.
Acto primero
Escena primera
(Entra Gloster)
167
feroces enemigos, hace ágilescabriolas en las habitaciones de las damasentregándose
al deleite de un lascivo laúd. Peroyo, que no he sido formado para estos traviesos
deportes ni para cortejar a un amorosoespejo…; yo, groseramente construido y sin
lamajestuosa gentileza para pavonearme anteuna ninfa de libertina desenvoltura; yo,
privadode esta bella proporción, desprovisto de todoencanto por la pérfida
Naturaleza; deforme, sinacabar, enviado antes de tiempo a este latentemundo;
terminado a medias, y eso tanimperfectamente y fuera de la moda, que losperros me
ladran cuando ante ellos meparo…¡Vaya, yo, en estos tiempos afeminadosde paz
muelle, no hallo delicia en que pasar eltiempo, a no ser espiar mi sombra al sol, y
hagoglosas sobre mi propia deformidad! Y así yaque no pueda mostrarme como un
amante,para entretener estos bellos días de galantería,he determinado portarme
como un villano yodiar los frívolos placeres de estos tiempos. Heurdido complots,
inducciones peligrosas, válidode absurdas profecías, libelos y sueños, paracrear un
odio mortal entre mi hermano Clarencey el monarca. Y si el rey Eduardo es tan leal
yjusto como yo sutil, falso y traicionero, Clarencedeberá ser hoy estrechamente
aprisionado, acausa de una profecía que dice que J. será elasesino de los hijos de
Eduardo. ¡Descended,pensamientos, al fondo de mi alma! ¡Aquí vieneClarence!
¡Buenos días, hermano! ¿Qué significa estatropa armada que sigue a Vuestra Gracia?
168
habéisoído las humildes súplicas que ha tenido quedirigirle lord Hastings para obtener
suliberación?
-GLOSTER.- Implorando humildemente a sudiosa, ha conseguido milord chambelán su
libertad. Os diré lo que…, según creo, esnuestro camino si queremos conservar el favor
del rey: servirla y llevar su librea. ¡Ella y larecalcitrante y celosa viuda, desde
quenuestro hermano las ha hecho damas son laspoderosas comadres de esta
monarquía!
-BRAKENBURY.- Suplico a Vuestras Graciasque uno y otro me perdonen. Su Majestad
meha encargado expresamente que nadie, seacual fuere su linaje, tenga con vuestro
hermanouna conversación privada.
-GLOSTER.- ¿De veras? Pues si place avuestra señoría, Brakenbury, podéis
escucharcuanto decimos. ¡No concertamos traiciónalguna, hombre!... Decimos que el
rey esprudente y virtuoso, y su noble reina, algoentrada en años bella y nada
celosa…¡Decimos que la mujer de Shore posee un piebonito, labios de cereza, ojos
encantadores yuna voz sumamente agradable, y que losparientes de la reina son unos
perfectoshidalgos! ¿Qué decís, señor mío? ¿Podéisnegar todo esto?
-BRAKENBURY.- Nada tengo que ver con eso,milord.
-GLOSTER.- ¿Nada que ver con mistressShore? Te aseguro, camarada, que el quetenga
algo que ver con ella, exceptuando uno,hará mejor en realizarlo secretamente, a solas.
-BRAKENBURY.- ¿Quién es ese uno, milord?
-GLOSTER.- ¡Su marido, imbécil!... ¿Medescubrirás?
-BRAKENBURY.- Suplico a Vuestra Gracia meperdone y acabe a la par su coloquio con
el
noble duque.
-CLARENCE.- Sabemos cuál es tu deberBrakenbury, y te obedecemos.
-GLOSTER.- ¡Somos los siervos de la reina ydebemos obedecer! ¡Adiós hermano! Veré
alrey, y cualquiera comisión en que queráisemplearme…, así sea la de llamar hermana
a laviuda del rey Eduardo, la haré gustoso paramejorar vuestra situación. Entre tanto,
estaprofunda desgracia en la fraternidad me afectamás profundamente de lo que
podéisimaginaros.
-CLARENCE.- Sé que no agrada a ninguno devosotros.
-GLOSTER.- ¡Bueno, vuestra prisión no serálarga! ¡Yo os libertaré, o, de lo
contrario,quedaré con vos! Entre tanto, tened paciencia.
-CLARENCE.- Forzoso me es. ¡Adiós! (Salen CLARENCE, BRAKENBURY y la guardia.)
-GLOSTER.- ¡Ve, sigue el camino que novolverás a recorrer, simple crédulo Clarence!
¡Te amo tanto, que inmediatamente quisieraenviar tu alma al cielo, si el cielo
consintiese enrecibir el presente de nuestras manos! ¿Pero
quién se acerca? ¿El recién libertado Hastings?
(Entra Hastings)
169
-HASTINGS.- Con paciencia, noble lord, cualcumple a un preso; pero espero vivir,
milord,
para dar las gracias a los causantes de miprisión.
-GLOSTER.- Sin duda, sin duda; y tambiénespera igual Clarence, pues vuestros
enemigos
son los suyos, y han triunfado contra él comotriunfaron contra vos.
-HASTINGS.- ¡Es muy lamentable que seenjaule a las águilas mientras buitres y milanos
rapiñan en libertad!
-GLOSTER.- ¿Qué noticias de afuera?
-HASTINGS.- No tan malas como las de casa.El rey está enfermo, débil y melancólico, y
susmédicos temen mucho por él.
-GLOSTER.- ¡Pues, por San Pablo, que esmala, en verdad, esa noticia! ¡Oh! ¡El rey ha
seguido durante un largo tiempo un mal régimen y ha abusado demasiado de su real
persona! ¡Triste es pensar en ello! ¿Dóndeestá? ¿En cama?
-HASTINGS.- Sí.
-GLOSTER.- Id vos delante, y yo os seguiré.(Sale HASTINGS.) ¡Espero que no pueda vivir,
y nodebe vivir hasta que Jorge sea despachado alcielo por la posta! Lo veré, para
excitarle mástodavía su rencor contra Clarence, con sutilesmentiras apoyadas en
argumentos de peso; y sino fracaso en mi intento sagaz a Clarence no leresta ni un día
más de vida. ¡Hecho lo cual,Dios acoja en su gracia al rey Eduardo y medeje a mí en el
mundo para moverme! ¡Porqueentonces me casaré con la más joven de lashijas de
Warwick! Que aunque asesiné a suesposo y a su padre, el camino más cortopara
satisfacer a la muchacha es servirle depadre y marido. Lo que haré, no tanto por amor,
como por otro secreto fin que guardo, el cualdebo alcanzar desposándome con ella.
¡Peroaún corro al mercado antes que mi caballo! Clarence respira todavía. Eduardo
todavía vivey reina. ¡Cuando haya desaparecido, entonces debo contar mis ganancias.
(Sale)
Escena II
Otra calle Entran el cadáver del REY ENRIQUE VI, conducido en un ataúd descubierto.
Caballeros con alabardas le custodian, y LADY ANA figura como doliente
-ANA.- ¡A tierra, a tierra vuestra honorable carga (si el honor puede ser amortajado en
un féretro), mientras prodigo un instante mis fúnebres lamentos por la caída
prematura del virtuoso Lancaster! ¡Pobre imagen helada de un santo rey! ¡Pálidas
cenizas de la casa de Lancaster! ¡Restos sin sangre de esta sangre real! ¡Séame
permitido evocar tu espectro, para que escuche los gemidos de la pobre Ana, esposa
de Eduardo, de tu hijo asesinado, muerto a puñaladas por la misma mano que te ha
inferido estas heridas! ¡Mira! ¡En esas ventanas, por donde se escapó tu existencia,
vierte el bálsamo sin esperanzas de mis tristes ojos! ¡Oh! ¡Maldita sea la mano que te
hizo estas aberturas! ¡Maldito el corazón que tuvo corazón para realizarlo!¡Maldita la
170
sangre que aquí dejó esta sangre! ¡Caigan sobre el odioso miserable que con tu muerte
causa nuestra miseria más horrendas desgracias que pueda yo desear a las serpientes,
arañas, sapos y todos los reptiles venenosos que se arrastran por el mundo! ¡Que si
tuviese un hijo, sea abortivo, monstruoso y dado a luz antes de tiempo, cuyo aspecto
contranatural y horrible espante las esperanzas de su madre, y sea ésa la herencia de
su poder malhechor! ¡Que si tuviera esposa, sea más desgraciada por su muerte que lo
soy yo por la de mi joven señor y la tuya!... Venid ahora a Chertsey con vuestra sagrada
carga, tomada en San Pablo, para ser inhumada allí, y a medida que os fatiguéis del
peso, descansad, en tanto sigo llorando sobre el cuerpo del rey Enrique. (Los
conductores levantan el cadáver y prosiguen su marcha)
(Entra GLOSTER)
171
-GLOSTER.- ¡Todavía es más asombroso ver ángeles tan coléricos! Permitid, divina
perfección de mujer, que me justifique en esta ocasión de tantos supuestos crímenes.
-ANA.- ¡Permite, monstruo infecto de hombre, que te maldiga en esta ocasión por
tantos crímenes comprobados!
-GLOSTER.- ¡Mujer bellísima, cuya hermosura no es posible expresar, concédeme
pacientemente algunos instantes para expresarme!
-ANA.- ¡Infame asesino, cuyo odio no puede concebirse, para ti no hay otra excusa sino
que te ahorques!
-GLOSTER.- ¡Por semejante desesperación me acusaría!
-ANA.- ¡Y por la desesperación podrías excusarte haciendo contigo mismo una justa
venganza de la injusta carnicería que has hecho en los demás!
-GLOSTER.- ¿Y si yo no los hubiera matado?
-ANA.- ¡Entonces no habrían muerto; pero lo están por ti, diabólico miserable!
-GLOSTER.- Yo no he asesinado a vuestro marido.
-ANA.- Pues qué, ¿vive entonces?
-GLOSTER.- ¡No, ha muerto, y lo ha sido a manos de Eduardo!
-ANA.- ¡Mientes por tu infame boca! ¡La reina Margarita ha visto tu corva espada
asesina, humeante de sangre, que ya dirigías contra ella misma, de no haber desviado
tus hermanos la punta!
-GLOSTER.- ¡Fui provocado por su lengua calumniadora, que cargaba los crímenes de
ellos sobre mis hombros inocentes!
-ANA.- ¡Lo fuiste por tu alma sanguinaria, que nunca ha soñado más que en sangre y
carnicería! Conque ¿no mataste al rey?
-GLOSTER.- Os lo concedo.
-ANA.- ¿Me lo concedes, puercoespín? ¡Entonces, que Dios te conceda también que
seas condenado por esta acción maldita! ¡Oh! Era gentil, dulce y virtuoso.
-GLOSTER.- ¡El elegido para el Rey del cielo que lo conserve!
-ANA.- ¡Está en el cielo adonde tú no iras nunca!
-GLOSTER.- ¡Que me agradezca, pues, el haberle enviado! ¡Había nacido para esa
mansión más que para la tierra!
-ANA.- ¡Y tú no has nacido para otra sino para el infierno!
-GLOSTER.- O para un lugar bien distinto, si queréis que os lo diga.
-ANA.- ¡Algún calabozo!
-GLOSTER.- Para el lecho de vuestra alcoba.
-ANA.- ¡Que el insomnio habite la alcoba donde reposes!
-GLOSTER.- Así será, señora, hasta que repose con vos.
-ANA.- Lo creo.
-GLOSTER.- Y yo lo tengo por seguro… Pero, gentil lady Ana, acabemos este agudo
asalto de nuestras inteligencias y discutamos de una manera más reposada. El
causante de la prematura muerte de esos Plantagentes, Enrique y Eduardo, ¿no es tan
censurable como su ejecutor?
-ANA.- Tú has sido la causa y el efecto maldito.
172
-GLOSTER.- ¡Vuestra belleza fue la causa y el efecto! ¡Vuestra belleza que me incitó en
el sueño a emprender la destrucción del género humano con tal de poder vivir una
hora en vuestro seno encantador!
-ANA.- ¡Si creyera eso, homicida, te juro que estas uñas desgarrarían la belleza de mi
mejillas!
-GLOSTER.- ¡Jamás soportarían mis ojos ese atentado a la hermosura! ¡No la ultrajéis
mientras yo esté presente! ¡Me ilumina, como el sol ilumina el mundo entero! ¡Es mi
vida, mi vida!
-ANA.- ¡Que una negra noche entenebrezca tu día, y la muerte tu vida!
-GLOSTER.- ¡No blasfemes contra ti misma, bella criatura! ¡Tú eres mi día y mi vida!
-ANA.- ¡Quisiera serlo para vengarme de ti!
-GLOSTER.- ¡Es una injusta contienda el querer vengarte de quien te adora!
-ANA.- ¡Es contienda justa y razonable quererme vengar de quien mató a mi esposo!
-GLOSTER.- ¡El que te privó de tu esposo quiere procurarte otro mejor, señora!
-ANA.- ¡Otro mejor no respira sobre la tierra!
-GLOSTER.- ¡Vive y te ama con exceso!
-ANA.- ¡Su nombre!
-GLOSTER.- ¡Plantagenet!
-ANA.- ¡Claro, ése era él!
-GLOSTER.- ¡Uno del mismo nombre pero preferible por naturaleza!
-ANA.- ¿Dónde está?
-GLOSTER.- ¡Aquí! (Lady Ana le escupe el rostro.) ¿Por qué me escupes?
-ANA.- ¡Ojalá fuera para ti mortal veneno!
-GLOSTER.- ¡Jamás saldría veneno de sitio tal encantador!
-ANA.- ¡Jamás caería sobre más inmundo sapo! ¡Fuera de mi vista! ¡Inficionas mis ojos!
-GLOSTER.- ¡Tus ojos, dulce señora, han inficionado los míos!
-ANA.- ¡Así fueran basiliscos, para darte la muerte! […]
173
encuentre que lo que se dice está por debajo de lo que él desea y de lo que él conoce;
y si, por el contrario, está mal informado, lo más probable es que, por envidia, cuando
oiga hablar de algo que esté por encima de sus propias posibilidades, piense que se
está cayendo en una exageración. Porque los elogios que se formulan a los demás se
toleran sólo en tanto quien los oye se considera a sí mismo capaz también, en alguna
medida, de realizar los actos elogiados; cuando, en cambio, los que escuchan
comienzan a sentir envidia de las excelencias de que está siendo alabado, al punto
prende en ellos también la incredulidad.
Pero, puesto que a los antiguos les pareció que sí estaba bien, debo ahora yo,
siguiendo la costumbre establecida, intentar ganarme la voluntad y la aprobación de
cada uno de vosotros tanto como me sea posible.
II
III
Disfrutamos de un régimen político que no imita las leyes de los vecinos2; más
que imitadores de otros, en efecto, nosotros mismos servimos de modelo para
algunos3. En cuanto al nombre, puesto que la administración se ejerce en favor de la
mayoría, y no de unos pocos, a este régimen se lo ha llamado democracia4; respecto a
las leyes, todos gozan de iguales derechos en la defensa de sus intereses particulares;
en lo relativo a los honores, cualquiera que se distinga en algún aspecto puede acceder
174
a los cargos públicos, pues se lo elige más por sus méritos que por su categoría social; y
tampoco al que es pobre, por su parte, su oscura posición le impide prestar sus
servicios a la patria, si es que tiene la posibilidad de hacerlo.
Tenemos por norma respetar la libertad, tanto en los asuntos públicos como en
las rivalidades diarias de unos con otros, sin enojarnos con nuestro vecino cuando él
actúa espontáneamente, ni exteriorizar nuestra molestia, pues ésta, aunque innocua,
es ingrata de presenciar. Si bien en los asuntos privados somos indulgentes, en los
públicos, en cambio, ante todo por un respetuoso temor, jamás obramos ilegalmente,
sino que obedecemos a quienes les toca el turno de mandar, y acatamos las leyes, en
particular las dictadas en favor de los que son víctimas de una injusticia, y las que,
aunque no estén escritas, todos consideran vergonzoso infringir.
IV
175
que lo fueron ante todos nosotros juntos. Pero lo cierto es que, ya que preferimos
afrontar los peligros de la guerra con serenidad antes que habiéndonos preparado con
arduos ejercicios, ayudados más por la valentía de los caracteres que por la prescrita
en ordenanzas, les llevamos la ventaja de que no nos angustiamos de antemano por
las penurias futuras, y, cuando nos toca enfrentarlas, no demostramos menos valor
que ellos viven en permanente fatiga.
Pero no sólo por éstas, sino también por otras cualidades nuestra ciudad
merece ser admirada.
VI
Tengo el honor de estar hoy aquí con ustedes en su comienzo en una de las
mejores universidades del mundo. La verdad sea dicha, yo nunca me gradué. En
realidad, esto es lo más cerca que jamás he estado de una graduación universitaria.
Hoy les quiero contar tres historias de mi vida. Nada especial. Sólo tres historias.
176
La primera historia versa sobre "conectar los puntos".
Dejé la Universidad de Reed tras los seis primeros meses, pero después seguí
vagando por allí otros 18 meses, más o menos, antes de dejarlo del todo. Entonces,
¿por qué lo dejé?
Comenzó antes de que yo naciera. Mi madre biológica era una estudiante joven
y soltera, y decidió darme en adopción. Ella tenía muy claro que quienes me adoptaran
tendrían que ser titulados universitarios, de modo que se preparó todo para que al
nacer fuese adoptado por un abogado y su mujer. Solo que cuando yo nací decidieron
a último momento que lo que de verdad querían era una niña. Así que mis padres, que
estaban en lista de espera, recibieron una llamada a medianoche preguntando:
177
para aprender cómo se hacía. Aprendí cosas sobre el serif y tipografías sans serif, sobre
los espacios variables entre letras, sobre qué hace realmente grande a una gran
tipografía. Era sutilmente bello, histórica y artísticamente, de una forma que la ciencia
no puede capturar, y lo encontré fascinante. Nada de esto tenía ni la más mínima
esperanza de aplicación práctica en mi vida. Pero diez años más tarde, cuando
estábamos diseñando el primer computador Macintosh, recordé todo eso. Y
diseñamos el Mac con eso en su esencia. Fue el primer computador con tipografías
bellas. Si nunca me hubiera dejado caer por aquél curso concreto en la universidad, el
Mac jamás habría tenido múltiples tipografías, ni caracteres con espaciado
proporcional. Y como Windows no hizo más que copiar el Mac, es probable que ningún
computador personal los tuviera ahora. Si nunca hubiera decidido dejarlo, no habría
entrado en esa clase de caligrafía y los computadores personales no tendrían la
maravillosa tipografía que poseen.
Por supuesto, era imposible conectar los puntos mirando hacia el futuro
cuando estaba en clase, pero fue muy, muy claro al mirar atrás diez años más tarde. Lo
diré otra vez: no puedes conectar los puntos hacia adelante, sólo puedes hacerlo hacia
atrás. Así que tienen que confiar en que los puntos se conectarán alguna vez en el
futuro. Tienes que confiar en algo, tu instinto, el destino, la vida, el karma, lo que sea.
Tuve suerte, supe pronto en mi vida qué era lo que más deseaba hacer. Woz y
yo creamos Apple en el garaje de mis padres cuando tenía 20 años. Trabajamos
mucho, y en diez años Apple creció de ser sólo nosotros dos a ser una compañía
valorada en dos mil millones de dólares y 4.000 empleados. Hacía justo un año que
habíamos lanzado nuestra mejor creación —el Macintosh— un año antes, y hacía poco
que había cumplido los 30. Y me despidieron. ¿Cómo te pueden echar de la empresa
que tú has creado? Bueno, mientras Apple crecía, contratamos a alguien que yo creía
muy capacitado para llevar la compañía junto conmigo, y durante el primer año, más o
menos, las cosas fueron bien. Pero luego nuestra perspectiva del futuro comenzó a ser
distinta y finalmente nos apartamos completamente. Cuando eso pasó, nuestra Junta
Directiva se puso de su parte. Así que a los 30 estaba fuera. Y de forma muy notoria. Lo
que había sido el centro de toda mi vida adulta se había ido y fue devastador.
Realmente no supe qué hacer durante algunos meses. Sentía que había dado de lado a
la anterior generación de emprendedores, que había soltado el testigo en el momento
en que me lo pasaban. Me reuní con David Packard [de HP] y Bob Noyce [Intel], e
intenté disculparme por haberlo fastidiado tanto. Fue un fracaso muy notorio, e
incluso pensé en huir del valle [Silicon Valley]. Pero algo comenzó a abrirse paso en mí,
aún amaba lo que hacía.
178
El resultado de los acontecimientos en Apple no había cambiado eso ni un
ápice. Había sido rechazado, pero aún estaba enamorado. Así que decidí comenzar de
nuevo. No lo vi así entonces, pero resultó ser que el que me echaran de Apple fue lo
mejor que jamás me pudo haber pasado. Había cambiado el peso del éxito por la
ligereza de ser de nuevo un principiante, menos seguro de las cosas. Me liberó para
entrar en uno de los periodos más creativos de mi vida.
Durante los siguientes cinco años, creé una empresa llamada NeXT, otra
llamada Pixar, y me enamoré de una mujer asombrosa que se convertiría después en
mi esposa. Pixar llegó a crear el primer largometraje animado por ordenador, Toy
Story, y es ahora el estudio de animación más exitoso del mundo. En un notable giro
de los acontecimientos, Apple compró NeXT, yo regresé a Apple y la tecnología que
desarrollamos en NeXT es el corazón del actual renacimiento de Apple. Y Laurene y yo
tenemos una maravillosa familia.
Como en todo lo que tiene que ver con el corazón, lo sabrán cuando lo hayan
encontrado. Y como en todas las relaciones geniales, las cosas mejoran y mejoran
según pasan los años. Así que sigan buscando hasta que lo encuentren. No se
conformen.
Cuando tenía 17 años, leí una cita que decía algo como: “Si vives cada día como
si fuera el último, algún día tendrás razón”. Me marcó, y desde entonces, durante los
últimos 33 años, cada mañana me he mirado en el espejo y me he preguntado: “Si hoy
fuese el último día de mi vida, ¿querría hacer lo que voy a hacer hoy?” Y si la respuesta
era “No” durante demasiados días seguidos, sabía que necesitaba cambiar algo.
Recordar que voy a morir pronto es la herramienta más importante que haya
encontrado para ayudarme a tomar las grandes decisiones de mi vida. Porque
prácticamente todo, las expectativas de los demás, el orgullo, el miedo al ridículo o al
fracaso se desvanece frente a la muerte, dejando sólo lo que es verdaderamente
importante.
179
Recordar que vas a morir es la mejor forma que conozco de evitar la trampa de
pensar que tienes algo que perder. Ya estás desnudo. No hay razón para no seguir tu
corazón. Hace casi un año me diagnosticaron cáncer. Me hicieron un escaneo a las
7:30 de la mañana, y mostraba claramente un tumor en el páncreas. Ni siquiera sabía
qué era el páncreas. Los médicos me dijeron que era prácticamente seguro un tipo de
cáncer incurable y que mi esperanza de vida sería de tres a seis meses. Mi médico me
aconsejó que me fuese a casa y dejara zanjados mis asuntos, forma médica de decir:
prepárate a morir. Significa intentar decirles a tus hijos en unos pocos meses lo que
ibas a decirles en diez años. Significa asegurarte de que todo queda atado y bien atado,
para que sea tan fácil como sea posible para tu familia. Significa decir adiós. Viví todo
un día con ese diagnóstico. Luego, a última hora de la tarde, me hicieron una biopsia,
metiéndome un endoscopio por la garganta, a través del estómago y el duodeno,
pincharon el páncreas con una aguja para obtener algunas células del tumor. Yo estaba
sedado, pero mi esposa, que estaba allí, me dijo que cuando vio las células al
microscopio el médico comenzó a llorar porque resultó ser una forma muy rara de
cáncer pancreático que se puede curar con cirugía.
Cuando era joven, había una publicación asombrosa llamada "The Whole Earth
Catalog" [Catálogo de toda la Tierra], una de las biblias de mi generación. La creó un
tipo llamado Stewart Brand no lejos de aquí, en Menlo Park y la trajo a la vida con su
toque poético. Eran los últimos años 60, antes de los computadores personales y la
autoedición, así que se hacía con máquinas de escribir, tijeras, y cámaras Polaroid. Era
como Google con tapas de cartulina, 35 años de que llegara Google, era idealista, y
rebosaba de herramientas claras y grandes conceptos. Stewart y su equipo sacaron
varios números del The Whole Earth Catalog, y cuando llegó su momento, sacaron un
último número. Fue a mediados de los 70, y yo tenía la edad de ustedes. En la
contraportada de su último número había una fotografía de una carretera por el
180
campo a primera hora de la mañana, la clase de carretera en la que podrías
encontrarte “haciendo dedo” si son aventureros. Bajo ella estaban las palabras: “Sigue
hambriento. Sigue alocado”.
Pero largos
El mío será malo qué duda cabe
Pero corto
181
Tendría unos 12 ó 13 años
Estaba en el 2º o 3º Año de Humanidades
En el Liceo de Chillán...
England
my Dictionary!
T.S. Eliot el tema x excelencia
Después de esta viuda no hay otra
De doctores
Que lo digan los Padres de la Inglesia
Santo Tomás Doctor Angélico
San Agustín Doctor de la Gracia
San Buenaventura Doctor Seráfico
San Bernardo Doctor Melifluo
Raimundo Lulio Doctor Iluminado
Guillermo de Occam Doctor Invencible
Gregorio de Rimini Doctor Auténtico
Juan Gerson Doctor Cristianísimo
182
El Dr. Lenz
Iniciador de los estudios antropológicos en este país
El Dr. Oroz
El Dr. Salas
Candidato a la Presidencia de la República
Salas Sale Solo
El Dr. Nicolai & el Dr. Liptchuz
Enemigos políticos irreconciliables
Se garabateaban en latín
En el Salón de Honor de la U
Década del '40
Parecían 2 energúmenos del siglo XIV
Tiempos aquellos
& el Dr. Salvador Allende Gossens
El + caro de todos los Doctores
A LA PALABRA DOCTOR
DOS PUNTOS:
Personaje grotesco
Caricatura de universitario pedante
Se le reconoce x sus discursos retóricos interminables
Plagados de citas greco-latinas
En Chile quiere decir matasano
Comúnmente se usa como sinónimo de Jefe
En sentido burlesco:
183
Hola Doctor
Hola Maestro Hola Jefe
Tratar a alguien de Dr. en Chile
Es casi tan grave como sacarle la madre
Que la verdad no quede sin ser dicha
Tengo la sensación
De que en estos precisos momentos
Estoy emergiendo del vientre materno
Música maestro!
BROMAS APARTE
184
Todos tenemos un poco
Según reza la lira popular
NO COMETERÉ LA TORPEZA
¿Lagunas mentales?
No se preocupe
Péguese un viajecito a la Argentina
Se las quitarán de inmediato
& la Dedicatoria:
A Dios
exista o no exista
185
¿FIN DE LA HISTORIA?
Me desayuno
Cómo va a terminar
Algo que no comienza todavía ...
Qué pasa!
Veo que están bostezando:
No importa
Bienaventurados los que tienen sueño
Porque no tardarán en quedarse dormidos
después de todo
Como para creer que gracias a este birrete
Se me abrirán las puertas del celebro
Ya lo dijo la tía de mi tía:
Lo que natura non da
Salamanca non convida
186
Van a tener que pensarlo 2 veces
Antes de avergonzarse del abuelo
Conviene recordarlo:
No tengo nada contra las sandías
Son los melones los que yo no soporto
UN HETEROSEXUAL INTRANSIGENTE
PROYECTOS?
187
No como poeta ni como antipoeta
Pasaron esos tiempos calamitosos
Uf!
Después del escándalo del Rey Lear
¡114 funciones consecutivas a tablero vuelto!
Me considero con derecho a todo
1
Escriban lo menos posible
Preferible sentir a verbalizar
& solamente en el Idioma Patrio
2
Orinen de pie
de espaldas a la cordillera
3
Vivienda
A una altura mínima de 50 mts
Sobre el nivel del marx
4
Megadosis de ácido ascórbico
Natural
El artificial es cancerígeno
5
Precaución en caso de maremoto
Pedir auxilio al Puesto de Policía Más Próximo
Salvo indicación en contrario
6
Cristianismo claro que sí
Pero lúdico
En oposición amistosa al cristianismo autoritario de derecha
y al anticristianismo militante de izquierda
Cero Problema
La Economía para la Derecha
188
La Política para la D.C.
Léase Divina Comedia
& la Kurtura para la Clase Trabajadora
Arte Poética
1% de inspiración
2 de traspiración
& el resto suerte
Yo es Yo
Yo es Otro
Yo es Nadie
Yo es un muñeco
Yo es la Internet Society
Cuya dirección en el cyberespacio es W.W.W. ISOC. Org.
LA PÁGINA DEPORTIVA
La vejez ...
una edad como cualquier otra
Para luchar x una causa justa
Y soltó el llanto como un niño de pecho
Economicismos decimónonicos
189
Anteriores al Principio de Finitud
Ni socialista ni capitalista
Sino todo lo contrario
ecologista
Intransigente
Entendemos x ecologismo
un movimiento socio-económico
Basado en la idea de armonía
De la especie humana con su medio
Que lucha x una vida lúdica
Creativa
igualitaria
pluralista
libre de explotación
Y basada en la comunicación
Y colaboración de grandes & chicos
CONSEJOS A SU EXCELENCIA
Ninguno
Quién soy yo para andar en esos trotes
Sólo recordaré
Que La Moneda se hizo para perder el tiempo
Ni –
190
Falta de información:
A la distancia me veo mejor que de cerca
Tengo buen lejos
La Universidad de Chile
No pisará jamás ese palito
Quien no te conozca que te compre
Solía decirle
La pragmática Clara Sandoval
(Dios la tenga en su santo reino)
Al ingenioso Nicanor Parra Parra
BUENO...
Mi palabra de honor
Que no cobraré nunca x anticipado
191
Cheques en blanco muy de tarde en tarde
Guerra a muerte al Negocio de la Salud
Amén
Depredadores
manga de langostas
Un poquitito de sentido común
Llévense el cobre
llévense el cochayuyo
Llévense los mariscos + deliciosos
La albacora
los locos
la centolla
Prácticamente ya no queda nada
Pero cuidado con el bosque nativo carajo
Se tendrán que batir con los mapuches!
CANCIÓN PROTESTA
192
Les da la comida
Y les presta abrigo
Todos!
Bajo sus 2 alas
Acurrucaditos
Hasta el otro día
Duermen los pollitos
ANTES DE DESPEDIRME
A CONTINUACIÓN
NO SÉ SI ME EXPLICO
193
Se pasó la comunidad académica
Como se ve que estamos en familia
¿No don Augusto? (1)
Gracias Departamento de Español
Amigos míos incondicionales
Esta no es la primera vez que nos vemos
Nuestro idilio se remonta a la década del 50
Si la memoria no me es infiel:
Los recuerdos se anulan unos a otros
Pero el rumor del río permanece
UN MILLÓN DE GRACIAS
A los oradores
Que me han precedido en el uso de la palabra
A todos los presentes
Y con mayor razón a los ausentes
Sus razones tendrán para no estar aquí
Nada en el mundo ocurre porque sí
194
Madre
Hijo
& Espíritu Santo
A la Mistral
En tenida de monje franciscano
A Neruda
De corbata de rosa y de sombrero alón
A Huidobro
Disfrazado de Cid Campeador
A Magallanes a Pezoa Véliz
Al heroico Domingo Gómez Rojas
1896-1920
Está de centenario
A Enrique Lihn a Eduardo Anguita
Doctores todos x derecho propio
Por + que abro los ojos no los veo
EN RESUMEN
en síntesis
en buen romance:
Muchos los problemas
Una la solución:
Y PARA TERMINAR...
195
Ya les dije que estoy emocionado
196
El hecho de que no exista acuerdo sobre un tema requiere que los
interlocutores establezcan un diálogo, esto es, tanto el emisor como el receptor son
activos, pues, por un lado, el hablante debe desarrollar una serie de estrategias
discursivas que demuestren y apoyen sus puntos de vista (una estrategia fundamental
es que los argumentos seleccionados sean adecuados para el receptor) y, por otro, el
oyente decide si acepta o no las ideas defendidas por el emisor.
Es importante destacar que el poder de decisión por parte del oyente y la
necesidad del hablante de elaborar estrategias para convencerlo o persuadirlo
evidencian que la relación establecida entre ellos es simétrica. Si, por el contrario,
fuera una relación asimétrica, el emisor solo impondría su punto de vista, revelando su
jerarquía frente al receptor.
Ejemplo de hecho: La tesis la contaminación daña la salud puede ser apoyada con el
hecho de que en las ciudades contaminadas han aumentado las enfermedades
respiratorias.
Ejemplo de dato: La tesis existe una relación entre el aumento de la concentración de
partículas contaminantes y el número de enfermedades respiratorias y muertes es
apoyada con los siguientes datos: Cada vez que la concentración de partículas
197
aumenta en diez microgramos por metro cúbico de aire, el número de muertes por
ataques cardiacos aumenta en un 1,4% y los casos de enfermedades respiratorias,
como la bronquitis, en un 3,4%. Los casos de ataques de asma se elevan en un 3%.
198
tratamientos, sino que la enfermedad se convierte en el enemigo contra el que la
sociedad entera habrá de alzarse en pie de guerra
6.-Cohesión y coherencia
199
6.1.-Coherencia:
Es la propiedad que da cuenta de la relación interna de los significados que
propone un texto escrito, para otorgarle unidad y sentido global. La coherencia de un
texto se logra a través de la correcta organización y distribución de la información
sobre un determinado tema, haciendo posible su comprensión.
Corresponde a la unidad semántica (de significado o de sentido) de los textos,
la cual se traduce en su adecuada progresión temática.
6.2.-Cohesión:
Es la propiedad que establece los mecanismos de relaciones léxicas y
gramaticales entre palabras, los procedimientos que ligan palabras, frases y oraciones,
es decir, la cohesión está constituida por el conjunto de todos aquellos procedimientos
lingüísticos que indican relaciones entre los elementos de un texto (anáforas, elipsis,
relaciones semánticas, conectores, etc.). En otras palabras, el texto posee elementos
que encadenan sus oraciones, los cuales las conectan entre sí haciendo posible su
comprensión.
Corresponde a la unidad sintáctica (de estructura) de los textos, la cual se
traduce en su adecuada progresión de la organización interna.
7.-Telerrealidad
200
temáticas que abordan, las épocas históricas y espacios físicos en los que se sitúan, y el
tipo de participantes que forma parte de ellos.
No obstante, esta misma multiplicidad de formatos ha sido objeto de un
importante número de críticas ya que, más allá de la buena o mala calidad de cada
programa en específico, se ha puesto en duda la capacidad (o voluntad) de este género
por exhibir situaciones verdaderamente reales. Lo anterior, dada la presunción de que,
en los hechos, estos programas se encontrarían tanto o más prediseñados que
cualquier otro espacio televisivo regular. Así, las situaciones presentadas a la audiencia
estarían supeditadas a una pauta o guion diseñado concienzudamente antes de la
emisión del programa, y en el que juega un rol preponderante el trabajo de edición
llevado a cabo por el equipo a cargo del programa.
201
Así también, el punto de vista ideológico, religioso, político, y el perfil general
del medio (si es de carácter cultural, deportivo, noticioso, etc.), influirá en la manera
en la cual se hace entrega de la información.
1.- ¿A quién se hace referencia en el texto con la expresión los “otros cristos” ?, ¿qué
relación establece el autor entre aquellos que designa bajo esa denominación, y la
figura de Cristo?
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202
2.- Investigue brevemente acerca de las características de la época histórica en la que
se produjo este texto (relacionándolo con lo que sucedía en Latinoamérica), y formule
una hipótesis acerca de qué elementos son los que se aluden en los últimos párrafos,
con los nombres de los países que se mencionan.
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203
4.- ¿Qué le desea Lady Ana al asesino del rey Enrique VI y al príncipe Eduardo (su
suegro y esposo, respectivamente)?
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IV.-Vuelva a leer “El verbo pelar”, de Teófilo Cid (Texto 5 de la sección “Lecturas”, p.
160), y a la luz del análisis surgido de las preguntas anteriores, responda:
1.- ¿Considera que Shakespeare estaba “pelando” a Ricardo III (al menos en el sentido
en el que lo entiende Teófilo Cid)? Justifique su respuesta.
204
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2.- ¿Concuerda con Cid, en cuanto a siempre aquel que es “descuerado” es objeto de
esos comentarios porque se trata de una “persona superior”?
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3.- ¿Cree que existen personas dentro de su curso o colegio que son frecuentemente
hostigadas por comentarios maliciosos de otros compañeros?, ¿a qué factores le
atribuye esa situación, y qué efectos estima que pueden conllevar para esa persona?
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205
ciudadanos, la democracia? ¿Qué relación hay entre democracia y libertad? Luego,
sintetice los aspectos más importantes del fragmento en el siguiente recuadro
VI.-Vuelva a leer “Discurso del Bío Bío”, de Nicanor Parra (texto 11 de la sección
“Lecturas”, p. 177) y luego identifique y explicite las estrategias literarias que usa el
poeta para mantener el interés del público. Relacione el estilo literario de Nicanor
Parra con el estilo del discurso.
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VII.- Vuelva a leer “La mapuchidad según Elicura Chihuailaf”, de Fernando Villagrán
(texto 4 de la sección Lecturas, p. 158), y luego desarrolle las siguientes actividades.
1.- A su juicio, ¿cuáles son las ideas más polémicas de las enunciadas por Elicura
Chihuailaf? Justifique adecuadamente su respuesta.
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2.-En líneas generales, concuerda o discrepa con la visión de Chihuailaf acerca del
pueblo mapuche. Comparta su respuesta con el resto del curso en puesta en común.
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VIII.-Junto a la profesora o profesor del curso, vea la película “The Truman Show”
(1998; dirigida por Peter Weir y protagonizada por Jim Carrey), y en grupos de cuatro
personas, reflexione acerca de los siguientes puntos, para luego intercambiar las
opiniones surgidas en el grupo con el resto del curso, en una puesta en común:
206
1.- En su opinión, ¿cuáles son los efectos más perjudiciales que la situación que
atraviesa le producen a TrumanBurbank?
2.- A su juicio, al margen de Sylvia, ¿hay alguno de los personajes que participe del
programa que tenga verdadera estima y afecto por Truman?
3.- Desde su perspectiva, ¿cuáles son los sentimientos que experimenta Christof (el
director del programa) por Truman?, ¿cómo quedan en evidencia?
4.- ¿Cree que una vez que el protagonista de la película logra salir del espacio en el que
estaba recluido, podría reconstruir una vida normal fuera de la pantalla?
5.- Desde su punto de vista, ¿cree que se han dado situaciones similares a las descritas
en la cinta con algunas de las personas que han participado de los programas chilenos
de telerrealidad?
6.- ¿Considera que los telespectadores tienen algún grado de responsabilidad en las
situaciones perjudiciales que puedan afectar a los participantes de un reality show?
7.- Desde su mirada, ¿cuáles son las motivaciones que inducen a las personas a formar
parte voluntariamente de este tipo de programas de telerrealidad?
8.- ¿Estima que deben imponerse restricciones a los medios de comunicación en su
intrusión en la vida de las personas, o considera que esos límites podrían atentar en
contra de la libertad de expresión de los medios y de la comunidad toda?
Unidad 4:
207
Globalización y diversidad
cultural.
Investigación y escritura
“La cantante calva” fue representada por primera vez en el Théâtre des Noctambules
el 11 de mayo de 1950, por lacompañía Nicolás Bataille.
PERSONAJES
ESCENA I
Interior burgués inglés, con sillones ingleses. Velada inglesa. El señor SMITH,
inglés, en su sillón y con sus zapatillas inglesas, fuma su pipa inglesa y lee un diario
inglés, junto a una chimenea inglesa. Tieneanteojos ingleses y un bigotito gris inglés. A
su lado, en otro sillóninglés, la señora SMITH, inglesa, remienda unos calcetines
ingleses.
208
Un largo momento de silencio inglés. El reloj de chimenea inglés haceoír
diecisiete toques ingleses.
SRA. SMITH:
– ¡Vaya, son las nueve! Hemos comido sopa, pescado, patatas con tocino, yensalada
inglesa. Los niños han bebido agua inglesa. Hemos comido bienesta noche. Eso es
porque vivimos en los suburbios de Londres y nosapellidamos Smith.
SRA. SMITH:
– Las patatas están muy bien con tocino, y el aceite de la ensalada noestaba rancio. El
aceite del almacenero de la esquina es de mucho mejorcalidad que el aceite del
almacenero de enfrente, y también mejor que elaceite del almacenero del final de la
cuesta. Pero con ello no quiero decirque el aceite de aquéllos sea malo.
SRA. SMITH:
– Sin embargo, el aceite del almacenero de la esquina sigue siendo elmejor.
SRA. SMITH:
– Esta vez Mary ha cocido bien las patatas. La vez anterior no las habíacocido bien. A
mí no me gustan sino cuando están bien cocidas.
SRA. SMITH:
– El pescado era fresco. Me he chupado los dedos. Lo he repetido dosveces. No, tres
veces. Eso me hace ir al retrete. Tú también has comido tresraciones. Sin embargo, la
tercera vez has tomado menos que las dosprimeras, en tanto que yo he tomado
mucho más. Esta noche he comidomejor que tú. ¿Cómo es eso? Ordinariamente eres
tú quien come más. Noes el apetito lo que te falta.
SRA. SMITH:
– No obstante, la sopa estaba quizás un poco demasiado salada. Tenía mással que tú.
¡Ja, ja! Tenía también demasiados puerros y no las cebollassuficientes. Lamento no
haberle aconsejado a Mary que le añadiera unpoco de anís estrellado. La próxima vez
me ocuparé de ello.
209
SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua).
SRA. SMITH:
– Nuestro rapazuelo habría querido beber cerveza, le gustaría beberla agrandes tragos,
pues se te parece. ¿Has visto cómo en la mesa tenía la vistafija en la botella? Pero yo
vertí en su vaso agua de la garrafa. Tenía sed y labebió. Elena se parece a mí: es buena
mujer de su casa, económica, y tocael piano. Nunca pide de beber cerveza inglesa. Es
como nuestra hijita, quesólo bebe leche y no come más que gachas. Se ve que sólo
tiene dos años.Se llama Peggy. La tarta de membrillo y de fríjoles estaba formidable.
Talvez habría estado bien beber, en el postre, un vasito de vino de Borgoñaaustraliano,
pero no he llevado el vino a la mesa para no dar a los niños unmal ejemplo de gula.
Hay que enseñarles a ser sobrios y mesurados en lavida.
SRA. SMITH:
– La señora Parker conoce un almacenero rumano, llamado PopescoRosenfeld, que
acaba de llegar de Constantinopla. Es un gran especialistaen yogurt. Posee diploma de
la escuela de fabricantes de yogurt deAndrianópolis. Mañana iré a comprarle una gran
olla de yogurt rumanofolklórico. No hay con frecuencia cosas como ésa aquí, en los
alrededoresde Londres.
SRA. SMITH:
– El yogurt es excelente para el estómago, los riñones, el apéndice y laapoteosis. Eso es
lo que me dijo el doctor Mackenzie-King, que atiende alos niños de nuestros vecinos,
los Johns. Es un buen médico. Se puedetener confianza en él. Nunca recomienda más
medicamentos que los queha experimentado él mismo. Antes de operar a Parker se
hizo operar elhígado sin estar enfermo.
SR. SMITH:
– Pero, entonces, ¿cómo es posible que el doctor saliera bien de laoperación y Parker
muriera a consecuencia de ella?
SRA. SMITH:
– Porque la operación dio buen resultado en el caso del doctor y no en elde Parker.
SR. SMITH:
– Entonces Mackenzie no es un buen médico. La operación habría debidodar buen
resultado en los dos o los dos habrían debido morir.
SRA. SMITH:
– ¿Por qué?
210
SR. SMITH:
– Un médico concienzudo debe morir con el enfermo si no pueden curarsejuntos. El
capitán de un barco perece con el barco, en el agua. No lesobrevive.
SRA. SMITH:
– No se puede comparar a un enfermo con un barco.
SR. SMITH:
– ¿Por qué no? El barco tiene también sus enfermedades; además tudoctor es tan sano
como un barco; también por eso debía perecer al mismotiempo que el enfermo, como
el doctor y su barco.
SRA. SMITH:
– ¡Ah! ¡No había pensado en eso!... Tal vez sea justo... Entonces, ¿cuál estu
conclusión?
SR. SMITH:
– Que todos los doctores no son más que charlatanes. Y también todos losenfermos.
Sólo la marina es honrada en Inglaterra.
SRA. SMITH:
– Pero no los marinos.
SR. SMITH:
– Naturalmente.
(Pausa.)
SRA. SMITH:
– ¡Nunca me lo había preguntado!Otro momento de silencio. El reloj suena siete veces.
Silencio. El relojsuena tres veces. Silencio. El reloj no suena ninguna vez.
SRA. SMITH:
– ¡Oh, Dios mío! ¡Pobre! ¿Cuándo ha muerto?
211
SR. SMITH:
– ¿Por qué pones esa cara de asombro? Lo sabías muy bien. Murió hacedos años.
Recuerda que asistimos a su entierro hace año y medio.
SRA. SMITH:
– Claro está que lo recuerdo. Lo recordé en seguida, pero no comprendopor qué te has
mostrado tan sorprendido al ver eso en el diario.
SR. SMITH:
– Eso no estaba en el diario. Hace ya tres años que hablaron de su muerte.¡Lo he
recordado por asociación de ideas!
SRA. SMITH:
– ¡Qué lástima! Se conservaba tan bien.
SR. SMITH:
– Era el cadáver más lindo de Gran Bretaña. No representaba la edad quetenía. Pobre
Bobby, llevaba cuatro años muerto y estaba todavía caliente.Era un verdadero cadáver
viviente. ¡Y qué alegre era!
SRA. SMITH:
– La pobre Bobby.
SR. SMITH:
– Querrás decir "el" pobre Bobby.
SRA. SMITH:
– No, me refiero a su mujer. Se llama Bobby como él, Bobby Watson.Como tenían el
mismo nombre no se les podía distinguir cuando se les veíajuntos. Sólo después de la
muerte de él se pudo saber con seguridad quiénera el uno y quién la otra. Sin
embargo, todavía al presente hay personasque la confunden con el muerto y le dan el
pésame. ¿La conoces?
SR. SMITH:
– Sólo la he visto una vez, por casualidad, en el entierro de Bobby.
SRA. SMITH:
– Yo no la he visto nunca. ¿Es bella?
SR. SMITH:
– Tiene facciones regulares, pero no se puede decir que sea bella. Esdemasiado grande
y demasiado fuerte. Sus facciones no son regulares,pero se puede decir que es muy
bella. Es un poco excesivamente pequeña ydelgada y profesora de canto.
212
(El reloj suena cinco veces. Pausa larga.)
SRA. SMITH:
– ¿Y cuándo van a casarse los dos?
SR. SMITH:
– En la primavera próxima lo más tarde.
SRA. SMITH:
– Sin duda habrá que ir a su casamiento.
SR. SMITH:
– Habrá que hacerles un regalo de boda. Me pregunto cuál.
SRA. SMITH:
– ¿Por qué no hemos de regalarles una de las siete bandejas de plata quenos regalaron
cuando nos casamos y nunca nos han servido para nada?...Es triste para ella haberse
quedado viuda tan joven.
SR. SMITH:
– Por suerte no han tenido hijos.
SRA. SMITH:
– ¡Sólo les falta eso! ¡Hijos! ¡Pobre mujer, qué habría hecho con ellos!
SR. SMITH:
– Es todavía joven. Muy bien puede volver a casarse. El luto le sienta bien.
SRA. SMITH:
– ¿Pero quién cuidará de sus hijos? Sabes muy bien que tienen unmuchacho y una
muchacha. ¿Cómo se llaman?
SR. SMITH:
– Bobby y Bobby, como sus padres. El tío de Bobby Watson, el viejo BobbyWatson, es
rico y quiere al muchacho. Muy bien podría encargarse de laeducación de Bobby.
SRA. SMITH:
– Sería natural. Y la tía de Bobby Watson, la vieja Bobby Watson, podríamuy bien, a su
vez, encargarse de la educación de Bobby Watson, la hija deBobby Watson. Así la
mamá de Bobby Watson, Bobby, podría volver acasarse. ¿Tiene a alguien en vista?
SR. SMITH:
– Sí, a un primo de Bobby Watson.
213
SRA. SMITH:
– ¿Quién? ¿Bobby Watson?
SR. SMITH:
– ¿De qué Bobby Watson hablas?
SRA. SMITH:
– De Bobby Watson, el hijo del viejo Bobby Watson, el otro tío de BobbyWatson, el
muerto.
SR. SMITH:
– No, no es ése, es otro. Es Bobby Watson, el hijo de la vieja BobbyWatson, la tía de
Bobby Watson, el muerto.
SRA. SMITH:
– ¿Te refieres a Bobby Watson el viajante de comercio?
SR. SMITH:
– Todos los Bobby Watson son viajantes de comercio.
SRA. SMITH:
– ¡Qué oficio duro! Sin embargo, se hacen buenos negocios.
SR. SMITH:
– Sí, cuando no hay competencia.
SRA. SMITH:
– ¿Y cuándo no hay competencia?
SR. SMITH:
– Los martes, jueves y martes.
SRA. SMITH:
– ¿Tres días por semana? ¿Y qué hace Bobby Watson durante ese tiempo?
SR. SMITH:
– Descansa, duerme.
SRA. SMITH:
– ¿Pero por qué no trabaja durante esos tres días si no hay competencia?
SR. SMITH:
– No puedo saberlo todo. ¡No puedo responder a todas tus preguntasidiotas!
214
SRA. SMITH (ofendida):
– ¿Dices eso para humillarme?
SRA. SMITH:
– ¡Todos los hombres son iguales! Os quedáis ahí durante todo el día, conel cigarrillo
en la boca, o bien armáis un escándalo y ponéis morroscincuenta veces al día, si no os
dedicáis a beber sin interrupción.
SR. SMITH:
– ¿Pero qué dirías si vieses a los hombres hacer como las mujeres, fumardurante todo
el día, empolvarse, ponerse rouge en los labios, beberwhisky?
SRA. SMITH:
– Yo me río de todo eso. Pero si lo dices para molestarme, entonces...¡sabes bien que
no me gustan las bromas de esa clase!
PERSONAJES
PRIMER ACTO
ESCENA PRIMERA
Al levantarse el telón, la escena está en la oscuridad. Se oye la música que ejecuta una
pequeña orquesta de jazz. La escena se ilumina lentamente, mostrando las dos
habitaciones del apartamento de los Kowalski en el barrio francés de Nueva Orleáns.
215
En el dormitorio, a la izquierda, Stella Kowalski está arrellanada perezosamente en una
desvencijada butaca, dándose aire con un abanico de hojas de palma y comiendo
chocolates que saca de una bolsita de papel. Lee una revista de estrellas de cine. A su
izquierda, una escalinata de dos peldaños lleva a la puerta cerrada del cuarto de baño.
Más allá de éste, se ve el vano de una puerta cubierta por una cortina que conduce a
un armario de pared.
En la sala, al centro derecho, no hay nadie. Entre ambas habitaciones existe una pared
imaginaria y al foro, cerca del centro, pende una cortina corrediza bajo un montante
roto, en el «arco» que está sobre el vano de la puerta que une las habitaciones.
Al foro derecha, en la sala, una puerta baja da a un porche sin techo. A la derecha de la
puerta, una escalera de caracol lleva al apartamento de arriba. En la escalera están
sentadas dos personas: una lánguida negra, que se da aire con un abanico de hojas de
palma, y Eunice Hubbel, la ocupante del apartamento de arriba, que come cacahuetes
y lee una revista de «confesiones».
Al levantarse el telón, una mujer, con una bolsa de compras llena de paquetes, cruza
con aire fatigado el escenario de derecha a izquierda y sale.
Stanley Kowalski entra por el foro izquierdo, seguido por Harold Mitchell (Mitch), su
amigo, y se dirige presurosamente por la calle hacia la puerta de su apartamento.
Mitch avanza a saltos detrás de Stanley, tratando de mantener el mismo ritmo en el
andar.
STANLEY (abriendo la puerta y gritando hacia la sala): -¡Eh, Stella! ¡Eh, Stella,
nena!Gran sonrisa de la Negra. Mitch espera a la derecha a Stanley.
216
STANLEY: -¡Carne!
STELLA (corriendo hacia la puerta de calle con el paquete): -¡Stanley! ¿Adónde vas?
STELLA: -¡Iré pronto! (Dándole una palmada en el hombro a Eunice.) Hola, Eunice.
¿Cómoestás?
EUNICE: -Muy bien. (Stella pone el paquete con carne sobre la mesa de la sala y se mira
fugazmente en un espejo sujeto con tachuelas sobre el lado interno de la puerta de un
armario de poca altura, colocado en el foro entre un refrigerador y un sofá, junto a la
pared posterior de la sala. Eunice se inclina hacia adelante y agrega:) Dile a Steve que
le lleve unsándwich, porque aquí no queda nada. (Stella pasa sobre una escoba caída
junto a la puerta de calle, sale al porche, cierra la puerta y se va por la derecha, en
primer término. Eunice y la Negra ríen.)
NEGRA (dándole un codazo a Eunice): -¿Qué había en ese paquete que le ha aventado?
Un Marinero, de traje blanco, entra por el foro derecha y se acerca a Blanche. Le hace
una pregunta, que no se oye a causa de la música. Blanche parece perpleja y,
aparentemente, no sabe qué contestarle. El Marinero sigue de largo y sale por foro
izquierda.
217
EUNICE (mira a Blanche, luego a la Negra y de nuevo a Blanche, y le dice a ésta): -¿Qué
pasa,querida? ¿Se ha extraviado?
BLANCHE (aludiendo con aire extenuado al trocito de papel que tiene en la mano): -El
seistreinta y dos.
EUNICE (señalando el número «632» que está junto a la puerta del apartamento): -No
necesita seguir buscando.
BLANCHE (yendo hacia la izquierda, primer término, con aire de incomprensión): -Busco
a mihermana, Stella du Bois..., quiero decir, la esposa de Stanley Kowalski.
La Negra le da un codazo a Eunice y bosteza ostensiblemente.
EUNICE (señalando la derecha): -¿Se fijó en esa pista de boliche que hay a la vuelta de
laesquina?
218
BLANCHE: -Yo... No estoy segura de haberla visto.
EUNICE: -Pues es allí donde está Stella... mirando jugar a su marido. (La Negra ríe.)
¿Quieredejar aquí su maleta e ir a buscarla?
EUNICE (guardándose una bolsita con pasas de uva en el bolsillo del vestido): -Vamos...
¿Porqué no entra y se pone cómoda hasta que regresen?
EUNICE (bajando de la escalinata): -Nosotros somos los dueños de esta casa, de modo
quepuedo dejarla entrar. (Golpea la puerta de la calle con el dorso de la mano derecha
y aquélla se abre de par en par. Blanche entra en la sala y se detiene, algo azorada.
Abarca con la mirada la habitación. Eunice mira a Blanche y luego a su maleta, toma
ésta, entra en la sala, deja la maleta junto al armario y levanta la escoba, poniéndola a
la derecha del refrigerador. Entonces, advierte la expresión de Blanche. Se adelanta,
recoge dos vestidos de Stella tirados sobre el sofá y se encamina hacia el dormitorio
con ellos. Ha cerrado la puerta de la calle, y dice, tomando la escoba:) Esto está un
poco revuelto, pero da gusto verlo cuando está limpio.
EUNICE: -Hum... Así lo creo. ¿De modo que usted es la hermana de Stella?
EUNICE (en el dormitorio, retocando un poco la cama): -De nada, como dicen los
mexicanos...¡De nada! Stella habló de usted.
219
(Deja los vestidos sobre la cama y al volver toma de paso una manzana de un platito
que está sobre la mesa de la radio junto a la puerta.)
BLANCHE:-Sí.
BLANCHE:-Sí.
(Muerde la manzana.)
BLANCHE: -Sí...
(Come la manzana.)
EUNICE (con la manzana en la boca, deja de comer, se frota el pie, se levanta y va con
aire ofendido hacia la puerta de la calle): -Bueno... ¡No necesito que me lo digan dos
veces!
220
EUNICE (dándole una palmada en el brazo): -Me daré una escapada a la pista de bolos
paradecirle a Stella que se apresure.
(Por un momento, las hermanas se miran fijamente, Stella se lanza hacia un interruptor
que está en el rincón del foro derecha de la sala, debajo de la escalera de caracol, lo
oprime y la habitación se inunda de luz. Luego, se arroja en brazos de su hermana.)[…]
PERSONAJES
Visitantes:
221
Los otros:
Los meticones:
-REPORTERO I -REPORTERO II
-LOCUTOR -CAMERAMAN
ACTO PRIMERO
222
-EL CUARTO.—O de la cocina de caridad.
-EL PRIMERO.—¿A eso llamas vivir?
-EL SEGUNDO.—O vegetar.
-EL TERCERO.—Consumirse de asco.
-EL CUARTO.—Y así toda la ciudad. (Toque de campanilla.)
-EL SEGUNDO.—Ya era hora de que llegase la multimillonaria. Dicen queha regalado un
hospital a Kalberstadt.
-EL TERCERO.—Sí, y una Casa-Cuna a Kaffigen, y una iglesia a la capital.
-PINTOR.—Y ha encargado un retrato a ese pintamonas naturalista de Zimt.
-EL PRIMERO.—¿Qué es eso para su dinero? Solo con la Compañía Petrolífera Armenia,
los Ferrocarriles del Pacífico, las minas de plata panamericanas y el barrio chino de
Saigón, por no citar más de lo que tiene... (Se oye pasar otro tren. El JEFE DE ESTACIÓN
saluda. Los cuatro del banco siguen con la cabeza la dirección del convoy, de izquierda
a derecha.)
-EL CUARTO.—El "Diplomático".
-EL PRIMERO.—Nadie puede negar que Gula era un centro cultural.
-EL SEGUNDO.—De los primeros.
-EL TERCERO.—De rango europeo.
-EL CUARTO.—Goethe pasó una noche aquí, en el Hostal de los Apóstoles.
-EL TERCERO.—Brahms compuso un cuarteto en Gula. (Toque de campanilla.)
-EL SEGUNDO.—¿Y quién inventó la pólvora sino nuestro Schwarz?
-PINTOR.—Yo mismo. Terminar brillantemente los estudios en Bellas Artes para verme
ahora pintando pancartas... (Ruido de un tren que frena. Por la izquierda aparece el
JEFE DE TREN, que se supone acabado de descender.)
-JEFE DE TREN.—¡Guuula!
-EL PRIMERO.—El correo de Kaffigen. (Ha descendido sólo un viajero, que pasa ante el
banco y desaparece por la puerta de "Caballeros".)
-EL SEGUNDO.—Es el recaudador de impuestos.
-EL TERCERO.—Creo que viene a embargar el Ayuntamiento.
-EL CUARTO.—Eso pasa porque en política tampoco pintamos ya nada.
-JEFE DE ESTACIÓN.—¡Señores viajeros, al tren! (El tren parte. Procedentes de la ciudad
aparecen el ALCALDE, el MAESTRO, el PÁRROCO y ELÍAS, un hombre de unos sesenta y
cinco años. Todos van vestidos pobremente.)
-ALCALDE.—Nuestro ilustre huésped llegará a la una y trece en el correo de
Kalberstadt.
-MAESTRO.—El coro mixto del Círculo Juvenil cantará un himno.
-PÁRROCO.—Y la única campana que aún no fue empeñada será echada al vuelo en su
honor. -
ALCALDE.—La Banda Municipal dará un concierto en la plaza Mayor, y el Club de
Atletismo formará una pirámide dedicada a la multimillonaria. Después habrá un
banquete en el Hostal de los Apóstoles. Lástima que los fondos no den para iluminar la
catedral y el Ayuntamiento por la noche. (El RECAUDADOR sale de los lavabos.)
-RECAUDADOR.—Buenos días, señor alcalde.
-ALCALDE.—¿Qué se le ha perdido por la ciudad?
223
-RECAUDADOR.—¡Bien lo sabe usted, señor alcalde! Me ha tocado en suerte una
penosa labor. Embargar toda una ciudad.
-ALCALDE.—Lo único que podrá llevarse del Ayuntamiento es una máquina de escribir
que no vale dos reales.
-RECAUDADOR.—Olvida el Museo.
-ALCALDE.—¿El Museo? Hace ya tres años que se lo vendimos a un norteamericano. La
caja está vacía. Aquí no hay quien pague impuestos.
-RECAUDADOR.—Me permitirá que haga mis averiguaciones. Es incomprensible. Toda
la nación prospera y es precisamente Gula, con sus magníficas fundiciones, la que se
arruina.
-ALCALDE.—Crea que también para nosotros resulta un misterio. Pero es así. EL
PRIMERO.—La culpa es de los francmasones.
-EL SEGUNDO.—Una maquinación judía.
-EL TERCERO.—Ahí se esconde la mano de los capitalistas.
-EL CUARTO.—Es el comunismo internacional, que tiende sus redes. (Toque de
campanilla.)
-RECAUDADOR.—Algo habrá. Eso es cosa mía. Tengo ojos de lince. Echaré un vistazo a
las arcas municipales, por si acaso. (Mutis.)
-ALCALDE.—Mejor que lo haga ahora que no después de la visita de la multimillonaria.
(El PINTOR enseña su pancarta.)
-ELÍAS.—¡Por Dios, alcalde! Me parece muy confianzudo eso de Clarita. Que lo
cambien por "Bien venida, Clara Zajanassian".
-EL PRIMERO.—¡Pero si es Clarita!
-EL SEGUNDO.—Clarita Waescher.
-EL TERCERO.—Nacida en Gula.
-EL CUARTO.—Su padre era albañil.
-PINTOR.—Lo mejor es que escriba: "Bien venida, Clara Zajanassian", al otro lado. Si la
multimillonaria se conmueve, podemos dar la vuelta al cartel.
-EL SEGUNDO.—El "Rolando" Zurich-Hamburgo. (Un nuevo tren expreso atraviesa Gula
sin detenerse.)
-EL TERCERO.—Exacto como siempre. Con este tren puede regularse el reloj.
-EL CUARTO.—Sí; ¿pero quién tiene reloj en Gula?
-ALCALDE.—¡Señores! La multimillonaria es nuestra última esperanza.
-PÁRROCO.—¡Después de Dios!
-ALCALDE.—Claro. MAESTRO.—Pero Dios no paga deudas.
-ALCALDE.—Todo está en sus manos, don Elías. Usted era muy amigo de Clara.
-PÁRROCO.—Después que se separaron, he oído contar ciertas cosas. ¿Tiene usted
algo que confesarme?
-ELÍAS.—Éramos los mejores amigos del mundo. Los dos jóvenes y fogosos. No hay que
olvidar que yo, entonces, era muy apasionado. Ya han pasado cuarenta y cinco años y
aún me parece ver cómo Clara venía por la noche al granero de Peter, alumbrando
todo con su presencia. O cómo corría descalza sobre el musgo y las hojasmuertas del
bosque de Weiler, con el pelo rojo suelto al aire, ágil, esbelta, delicada y
condenadamente hermosa. Luego, la vida nos separó... como tan a menudo.
224
-ALCALDE.—Necesito algunos detalles biográficos sobre la vida de la señora
Zajanassian para el discurso después del banquete. (Saca una agenda y se dispone a
escribir.)
-MAESTRO.—He repasado las calificaciones escolares de la época. Desgraciadamente,
las notas de Clara Waescher dejaban mucho que desear. Lo mismo puede decirse de su
comportamiento. El único aprobado, en Zoología y Botánica.
-ALCALDE.—Estupendo. Un aprobado en ambas materias está pero que muy bien.
-ELÍAS.—Una cosa importante: Clarita tenía un amor muy arraigado por la justicia.
Recuerdo que una vez dos guardas llevaban detenido a un vagabundo y Clarita,
indignada, apedreó a los policías.
-ALCALDE.—Perfecto. Amor a la justicia. Eso es siempre de mucho efecto. Sin embargo,
acaso fuera mejor que no mencionásemos la anécdota del vagabundo.
-ELÍAS.—También era muy caritativa. Todo lo que tenía lo repartía. Recuerdo que
robaba patatas para una pobre viuda.
-ALCALDE.—Amor a la beneficencia. Esto es algo que he de resaltar sin falta. Una cosa:
¿Recuerda alguien un edificio en la ciudad construido por su padre? Sería un detalle
conmovedor.
-TODOS.—No recuerdo.
-ALCALDE.—Bien. Por mi parte, tengo bastante. El resto es cosa de don Elías.
-ELÍAS.—¡Lo sé! ¡Lo sé! Clara debía soltar algunos millones.
-ALCALDE.—Eso es. Millones.
-MAESTRO.—Pero en metálico. Una Casa-Cuna, por ejemplo, no nos sacaría de
miserias.
-ALCALDE.—Querido don Elías... Ya hace tiempo que usted es la persona más querida
de Gula. Como usted sabe, en primavera termina mi mandato municipal. He hablado
con la oposición, y todos estamos de acuerdo en que usted sea mi sucesor en la
alcaldía.
-ELÍAS.—Es demasiado honor...
-MAESTRO.—Puedo confirmarle la noticia.
-ELÍAS.—Por favor, señores míos... Ante todo, tendré que hablar con Clara sobre el
miserable estado de nuestra ciudad.
-PÁRROCO.—Pero con mucho cuidado. Con mucha delicadeza.
-ELÍAS.—Hemos de obrar con pies de plomo, lo sé. Cuestión de psicología. Con que el
recibimiento falle, puede irse todo al diablo. La banda municipal y el coro mixto me
parecen poco.
-ALCALDE.—Don Elías tiene razón. No olvidemos que se trata de un momento de la
mayor trascendencia. La señora Zajanassian vuelve a pisar el suelo bendito de su
ciudad natal. La vuelta al hogar... Emoción reprimida, lágrimas en los ojos, Clarita
hundida en la contemplación de lo que nos es tan caro. Nosotros no podemosrecibirla
en mangas de camisa, como estamos ahora. Yo me pondré mi levita de ceremonia y el
sombrero de copa. A mi lado, mi señora hará los honores. Delante, mis dos nietos,
vestidos de blanco, la recibirán con flores. ¡Dios mío! Espero que todo marche bien.
(Toque de campanilla.)
-EL PRIMERO.—"La Flecha Azul."
225
-EL SEGUNDO.—Rápido Roma-Estocolmo. Las once y veintisiete.
-PÁRROCO.—Las once y veintisiete. Aún tenemos dos horas para vestirnos de gala.
-ALCALDE.—Concretemos: La pancarta "Bien venida, Clara Zajanassian" se alzará,
como expresión sincera de nuestro amor. (A los cuatro.) Los otros agitarán los
sombreros. Pero, por favor, nada de gritar como cuando vino la comisión
gubernamental el año pasado. La impresión fue tan contraproducente, que hasta hoy
no hemos recibido ni un céntimo. La alegría desbordante no cuaja en esta ocasión. Es
más bien un gozo íntimo..., sollozos ahogados, la alegría por el hijo pródigo que
vuelve... En fin, sean naturales y dejen traslucir la cordialidad que nos llena; sobre
todo, mucha cordialidad. No lo olviden. Otra cosa: que todo funcione como está
previsto. Nada más terminar el himno del coro mixto, ha de comenzar la campana.
Ante todo, he de hacer hincapié en que... (El tronar del tren hace incomprensibles sus
siguientes palabras. El tren se para con un terrible chirriar de frenos. En todos los
semblantes se pinta el asombro. Los cuatro del banco se levantan de un salto.)
-PINTOR.—¡Se ha parado!
-EL PRIMERO.—¿En Gula?
-EL SEGUNDO.—¡Increíble!
-EL TERCERO.—¡En la miserable...
-EL CUARTO.—...en la mezquina...
-EL PRIMERO.—...en la más pobretona estación de la línea Roma-Estocolmo
-JEFE DE ESTACIÓN.—El mundo se ha desquiciado. "La Flecha Azul" tiene que aparecer
en la curva como es su obligación, pasar como un rayo y convertirse en un punto, hasta
desaparecer en dirección opuesta. […]
En un bosque tan frondoso que aún de día estaba oscuro, el rey Clodoveo
cabalgaba a la cabeza de su ejército, de retorno de la guerra. El rey estaba
preocupado: sabía que a un cierto punto el bosque debía terminar y entonces él habría
llegado a la vista de la capital de su reino, Arbolburgo. A cada vuelta del sendero
esperaba descubrir las torres de la ciudad. Nada, todo lo contrario. Hacía mucho
tiempo que avanzaban en el bosque y éste, sin embargo, no daba señales de terminar.
-No se ve -dice el rey a su viejo escudero Amalberto-, no se ve todavía...
Y el escudero:
-A la vista sólo tenemos troncos, ramas retorcidas, frondas, matas y zarzales.
Majestad, ¿cómo podemos esperar ver la ciudad a través de un bosque tan denso?
-No recordaba que el bosque fuera así de extenso e intrincado -refunfuñaba el
rey. Se hubiera dicho que mientras él estaba lejos la vegetación hubiese crecido
desmesuradamente, enroscándose e invadiendo los senderos.
El escudero Amalberto tuvo un sobresalto.
-¡Allá está la ciudad!
-¿Dónde?
226
-He visto aparecer a través de las ramas la cúpula del palacio real. Pero no logro
divisarla ahora.
Y el rey:
-Estás soñando. No se ve más que palos.
Pero en la vuelta siguiente fue el rey quien exclamara:
-¡Eh! ¡Es allí! ¡La he visto! ¡Las verjas del jardín real! Las garitas de los
centinelas!
Y el escudero:
-¿Dónde, dónde, Majestad? No veo nada...
Ya la mirada del rey Clodoveo giraba desorientada alrededor.
-Allí... No... Sin embargo, la había visto... ¿Dónde ha ido a parar?
La sombra se adensaba entre los árboles. El aire se volvía siempre más oscuro.
Y entre las ramas más altas se oyó un batir de alas, acompañado de un extraño canto:
-Coac... Coac... -Un pájaro de colores y formas jamás vistos revoloteaba en el
bosque. Tenía plumas tornasoladas como un faisán, grandes alas que se agitaban en el
aire como las de un cuervo, un pico largo como el de un pájaro carpintero y una cresta
de plumaje blanco y negro como el de una abubilla.
-¡Eh, atrápenlo! -gritó el rey-. ¡Eh, se nos escapa! ¡Sigámoslo!
El ejército, en filas compactas, dirigió su marcha de modo de seguir el vuelo del
pájaro, giró a la izquierda, giró a la derecha, retrocedió. Pero el pájaro ya había
desaparecido. Se oyó todavía el "Coac... Coac...", alejándose después el silencio.
El camino se les hacía penoso. Dijo el rey:
-Las ramas nos obstaculizan la marcha. No nos queda más que descabalgar o
rasguñarnos con ellas.
Y el escudero:
-¿Ramas? Estas son raíces, Majestad.
-Si estas son raíces -replicó el rey- entonces nos estamos adentrando en la
tierra.
-Y si éstas fueran ramas, -insistió el viejo Amalberto-, entonces hubiéramos
perdido de vista el suelo y estaríamos suspendidos en el aire.
Reapareció el pájaro. O mejor dicho, se vio volar su sombra y se sintió una
"Coac...Coac..."
-Este extraño pájaro nos guía -dijo el rey-. ¿Pero adónde?
-Tanto vale seguirlo, señor -dijo el escudero-. Desde hace rato hemos perdido el
camino. Todo está oscuro.
-¡Enciendan las linternas! -ordenó el rey, y la fila de soldados se desanudó por
el bosque como una bandada de luciérnagas.
Todo aquel día la princesa Verbena había mirado con catalejo el horizonte
desde el balcón del palacio real de Arbolburgo, esperando el retorno de la guerra del
rey Clodoveo, su padre. Pero fuera de los muros de la ciudad el bosque era tan espeso
como para esconder a un ejército en marcha. En ese momento a Verbena le había
parecido ver una fila de alabardas y de lanzas despuntando entre las ramas, pero debía
estar equivocada. Allí, ahora le parecía que algunos yelmos se asomaban entre las
hojas.... No, era un engaño de sus ojos.
227
Durante la ausencia del rey Clodoveo, el bosque allí abajo se había vuelto cada
vez más espeso y amenazador, como si el reino vegetal quisiera asediar los muros de
Arbolburgo. Y al mismo tiempo, en el interior de la ciudad, todas las plantas se habían
marchitado, habían perdido las hojas y se habían muerto. La ciudad no era la misma
desde que la reina Ferdibunda, segunda mujer del rey Clodoveo y madrastra de
Verbena, en ausencia del marido, había tomado el mandó asistida por su primer
ministro Curvaldo.
Verbena pensaba: "Querría fugarme de aquí, salir al encuentro de mi padre".
Pero, ¿cómo hacerlo en ese bosque impenetrable?
La reina Ferdibunda, que espiaba a Verbena detrás de una cortina, murmuró al
primer ministro:
-Comienza a perder las esperanzas nuestra princesita. Los días pasan, los
súbditos están cansados de esperar a un rey que no vuelve. Y yo también estoy
cansada, Curvaldo. Es tiempo de dar vía libre a nuestra conjura.
Curvaldo sonrió maliciosamente.
-Los conjurados están prestos a reunirse en los lugares convenidos, reina mía,
para después marchar sobre el palacio real y...
-...y proclamarte rey, Curvaldo -terminó Ferdibunda la frase.
-Si así lo quiere mi reina... -y Curvaldo, siempre sonriendo maliciosamente,
inclinó la cabeza.
-Entonces -dijo la reina- arma tu trampa, Curvaldo, y advierte a tus hombres, es
la hora.
Pero Curvaldo prefería proceder con cautela. En Arbolburgo loa fieles del rey
eran todavía numerosos, y vigilaban. Las calles de la ciudad eran rectas y estaban
expuestas a las miradas de todos: las idas y venidas de los conjurados serían
rápidamente vistas por mucha gente.
La reina estaba impaciente.
-¿Qué piensas hacer, Curvaldo?
El primer ministro tenía un plan.
-Nuestros movimientos deben desenvolverse fuera de los muros de la ciudad -
decidió-. Nos desplazaremos de una puerta a la otra por los caminos exteriores que
pasan por el bosque. Sin ser vistos, los conjurados circundarán la ciudad.
Saliendo de la puerta norte, Ferdibunda y Curvaldo dieron órdenes a sus secuaces:
-Divídanse en dos grupos: uno rodeará la ciudad por el este y el otro por el
oeste. A las nueve y cuarto precisamente penetrarán en Arbolburgo por las puertas
laterales. Nosotros dos, entretanto, con un rodeo más largo, iremos hasta la puerta sur
y desde allí haremos nuestra entrada triunfal a la ciudad, a las nueve y media en punto.
Habiendo dicho esto, la reina y el ministro se alejaron por un sendero trazado
en forma de anillo en torno a Arbolburgo, apenas afuera de los muros. A decir verdad,
mientras más avanzaban ellos, más parecía el sendero desprenderse de la ciudad. La
reina comenzó a preguntarse si acaso no habían equivocado el sendero.
-No temas, -dijo Curvaldo- más allá de aquella vuelta, doblada la colina,
estaremos cerca de los muros.
Y continuaron por el sendero.
228
-Eso, hay todavía un desvío, pero seguramente más allá volveremos al camino
principal.
El sendero ya subía, ya bajaba.
-Apenas superados estos desniveles, nos encontraremos en la dirección
correcta -decía Curvaldo, pero entretanto oscuros presentimientos invadían el ánimo
de la reina. Veía la maraña de la vegetación adentrándose como la trama de su
traición, como si sus pensamientos fueran a embrollar la ciudad en un enredo
inextricable.
Mientras tanto un pájaro de una especie jamás vista voló entre las ramas emitiendo un
reclamo estridente:
-"Coac... Coac..."
-Qué extraño pájaro -dijo Ferdibunda-. Parece que nos esperara, que deseara
hacerse atrapar.
No, el pájaro volaba de rama en mata, se escondía, volvía a aparecer.
Siguiéndolo la reina y Curvaldo se encontraron en un sendero más espacioso, aunque
más oscuro y todo curvas.
-Está cayendo la noche... ¿Dónde estamos?
El pájaro se dejó oír aún:
-"Coac... Coac..."
-Sigamos el canto del pájaro -dijo Curvaldo-, por aquí, ven.
Mientras tanto, en otra parte del bosque, también al rey Clodoveo le parecía oír
el canto del pájaro. En aquella noche sin estrellas, en aquel laberinto de áspera corteza
nudosa, el "Coac... Coac..." era el único signo hacia el cual dirigir los propios pasos. El
aceite de las linternas se había acabado, pero los ojos de los soldados se habían vuelto
luminosos como los de los búhos y su resplandor constelaba la oscuridad. El ejército en
marcha no emitía más un sonido metálico sino un frufrú como si entre las armas y las
corazas y los escudos hubiese crecido follaje. El viejo escudero Amalberto ya sentía
crecer el musgo sobre su espalda.
-¿Dónde estará mi ciudad? -se preguntaba el rey Clodoveo-. ¿Y mi trono? ¿Y mi
hija Verbena?
Verbena estaba en aquel momento bajo la morera de su patio. Esta vieja
morera era el único árbol que había quedado con vida en toda la ciudad. Los pájaros,
desde tanto desaparecidos de los árboles de Arbolburgo, venían todavía a visitar las
ramas de la morera en la estación de las moras. He aquí que entonces un pájaro de
formas y colores jamás vistos viene agitando las alas, a posarse cerca de Verbena.
Graznó:
-"Coac... Coac..."
-Pájaro, si pudiera volar contigo fuera de esta jaula... -suspiraba Verbena-. Si
pudiera seguirte en tu vuelo... Pero, ¿dónde estás ahora? ¿Te has escondido?
¡Espérame! ¡No me dejes aquí!
El tronco de la vieja morera estaba todo retorcido, lleno de sinuosidades,
excavado por los siglos. Girar en torno a su tronco parecía cuestión de un instante,
pero en cambio Verbena tuvo que salvar raíces que sobresalían, inclinarse bajo ramas
229
bajas. Parecía que el árbol quisiera tomarla bajo su protección, atraerla hacía el río de
savia que a través de corrientes subterráneas se ligaba con el bosque.
-"Coac... Coac.."
-Ah, has volado hasta allá abajo -dijo Verbena-. Pero, ¿en dónde estoy? Quería
sencillamente rodear el tronco y me he perdido entre sus raíces. Hay un bosque
subterráneo que levanta los fundamentos de la ciudad... ¿Adónde he ido a parar?
Verbena no lograba comprender si había quedado prisionera dentro del tronco de la
morera o entre las raíces enterradas o bien si había salido completamente afuera de la
ciudad, al bosque amenazador que tanto la atemorizaba... al bosque libre que tanto la
atraía.
Un joven llamado Arándano se acercaba a los muros de Arbolburgo y gritaba un
llamado:
-¡Eh, los de la ciudad! ¡Centinelas de guardia en los muros! ¿Me oyen?
Pero ninguno asomaba la cara.
Arándano estaba acostumbrado a llegar a la ciudad desde el bosque y a ver
aparecer en lo alto y sobre los árboles las torres, los balcones, las pérgolas, los
miradores, las verandas. Pero esta vez se encontraba el bosque tan crecido que sobre
su cabeza no veía más que ramas retorcidas que parecían raíces.
-¡Respóndanme! -gritaba Arándano-. ¡Digan algo! ¡Hagan una señal! ¿Cómo
puedo llevarles nuevamente los cestos de frutillas silvestres, de rodellones, de bayas?
¡Eh, los de la ciudad! ¿Cómo haré para volver a ver a la bella muchacha que un día se
asomó a un balcón y aceptó en regalo un ramo de madreselvas?
Buscando ver más lejos, Arándano subió sobre ramas más altas pero la maraña parecía
espesarse más bien que dejar espacio a la luz.
-¡Oh! ¡Qué extraño pájaro! -exclamó de repente Arándano.
Y el pájaro:
-"Coac... Coac..."
El bosque era aquella mañana un serpentear de senderos y de pensamientos de
personas perdidas. El rey Clodoveo pensaba: "¡Oh, ciudad inalcanzable! Me enseñaste
a caminar por tus caminos rectos y luminosos y, ¿de qué me sirve eso? Ahora debo
abrirme paso por senderos serpenteantes y enmarañados y me he perdido..."
Y los pensamientos de Curvaldo eran éstos: "Más tortuoso el camino, más
conviene a nuestros planes. Todo consiste en encontrar el punto en el cual las curvas, a
fuerza de curvarse, coinciden con los caminos rectos. Entre todo el nudo de senderos
que se enredan en el bosque, éste es el nudo del cual no encuentro el cabo".
En cambio Verbena pensaba: "¡Huir, huir! ¿Pero, por qué mientras más me
interno en el bosque más me parece estar prisionera? La ciudad de piedra escuadrada
y el bosque enmarañado siempre me parecieron enemigos y separados, sin
comunicación posible. Pero ahora que he encontrado el pasaje me parece que se
transforman en una sola cosa. Querría que la savia del bosque atravesase la ciudad y
llevase la vida entre sus piedras, querría que en el medio del bosque se pudiese ir y
venir y encontrarse y estar juntos como en una ciudad..."
Los pensamientos de Arándano eran como en un sueño: "Querría llevar a la
ciudad las frutillas del bosque, pero no en un cesto: querría que las mismas frutillas se
230
movieran, como un ejército bajo mi mando, que marchasen sobre sus propias raíces
hasta las puertas de la ciudad. Querría que los ramos cargados de moras se
encaramaran por los muros, querría que el romero y la salvia y la albahaca y la menta
invadiesen las calles y las plazas. Aquí en el bosque la vegetación sofoca de tan densa,
mientras que la ciudad permanece cerrada e inalcanzable como una árida urna de
piedra".
Curvaldo aguzó el oído.
-Oigo pasos como de un ejército en marcha.
Ferdibunda aguzó la vista.
-¡Cielos! ¡Es mi marido, el rey, a la cabeza de sus tropas! ¡Escondámonos!
El escudero Amalberto había percibido algo raro.
-Majestad, siento que alguien se esconde entre los árboles y espía nuestros
pasos.
Y el rey Clodoveo:
-Estamos en guardia.
Súbitamente Arándano fue interrumpido en sus ensoñaciones.
-¡Oh! ¡Qué veo! -se le había aparecido la muchacha que había visto una vez en
el balcón. La llamó:
-¡Eh, muchacha!
Verbena se volvió.
-¿Quién me llama?
-Yo, Arándamo. Llevaba los frutos del bosque a la ciudad, pero me he perdido
siguiendo a un pájaro que hace coac.
-Yo soy Verbena. Vengo de la ciudad, o más bien me escapo de ella y también
me he perdido siguiendo a un pájaro que hace coac... Ah, pero tú eres aquel joven que
un día me regaló un ramo de madreselvas y me parecía que era el bosque mismo que
llegaba hasta mí para darme un mensaje... Escucha, ¿sabes decirme dónde estamos?
Había descendido por las raíces y ahora me encuentro como suspendida.
-No lo sé. Me había trepado por las ramas y ahora me encuentro como
engullido en un laberinto...
Quería decirle, además: "Pero estando tú aquí, Verbena, lo mejor de la ciudad y
del bosque están finalmente reunidos" pero le parecía un poco atrevido y no lo dijo.
Verbena quería decirle: "Tu sonrisa, Arándano, me hace pensar que donde tú
estás el bosque pierde su aspecto selvático y la ciudad es más árida y despiadada".
Pero no sabía si la habría entendido y dijo solamente:
-Pero, ¿cómo haces para estar abajo, si dices que estás sobre las ramas?
En efecto, Verbena veía a Arándano como hundido en un pozo... pero en el
fondo de aquel pozo estaba el cielo.
-Y tú, ¿cómo haces para haber llegado tan alto, siempre descendiendo,
mientras que yo no he hecho otra cosa que subir?
Arándano se puso a reflexionar, y agregó después:
-Pensándolo bien la solución no puede ser más que una.
-¿Cuál?
-Este bosque tiene las raíces arriba y las ramas abajo.
231
Y Verbena y Arándano comenzaron juntos a dar vueltas y contra-vueltas entre
las ramas.
-Este es el arriba y aquél es el abajo... No, éste es el abajo y aquél es el arriba...
-Tienes razón -admitió Verbena-. Pero yo he descubierto otro secreto.
-Dímelo.
-¿Ves este árbol todo retorcido? Si giras alrededor de él en este sentido verás el
bosque al revés, si giras en sentido contrario, el arriba y el abajo se trastornarán de
nuevo.
Los dos jóvenes hablaban, hablaban, comunicándose sus descubrimientos, y no
se daban cuenta de ser espiados por los ojos gélidos de la reina madrastra.
Ferdibunda fue rápidamente a advertirle a Curvaldo.
-La princesita ha escapado de la ciudad. Hay que impedirle que descubra
nuestra conjura y que vaya al encuentro de su padre para advertirlo. Aquel joven
guardabosque debe ser su cómplice. Debemos capturarlos.
Curvaldo mostró los dientes en una sonrisa que no prometía nada bueno.
-A ella la sepultaremos bajo las raíces. A él lo colgaremos de la rama más alta.
La reina estuvo inmediatamente de acuerdo.
-Mientras tanto yo me presentaré al rey para intentar detenerlo un poco.
Súbitamente Ferdibunda corrió al encuentro de Clodoveo.
-¡Mi real consorte, bienvenido!
-¿A quién veo? -exclamó el rey-. ¿Mi mujer, la reina Ferdibunda? ¿Qué haces
aquí?
-¿Y adónde querrías que estuviese sino aquí, esperándote? ¿No es éste quizás
nuestro palacio?
-¿Nuestro palacio? No veo más que un bosque todo espinas de las que no logro
desenredarme... ¿Acaso tengo alucinaciones?
Y se dirigió al escudero para confirmar sus impresiones. El viejo Amalberto
extendió los brazos y dobló hacia afuera el labio inferior, como alguien que no
comprende nada.
-¿Cómo? -insistía Ferdibunda-. ¿No ves los pórticos, los escalones, los salones,
los lampadarios, los cortinajes, los tapices, los terciopelos, los damasquinados, tu trono
con almohadón de plumas sobre el que reposarás de las fatigas de la guerra?
El rey meneaba la cabeza.
-Yo no toco más que corteza húmeda, matas, musgo, palos... ¿Habré perdido la
razón? Pero si este es el palacio, ¿dónde está mi hija Verbena?
-Ay de mí -dijo la reina- debo darte una noticia muy triste... Verbena...
-¿Qué dices? ¿Verbena...?
-Al pie de uno de estos árboles encontrarás su tumba. Busca entre las raíces.
- ¡No! ¡No puede ser! ¡Verbena! ¿Dónde estás? -y el rey se puso a buscarla,
desesperado.
-¡Padre mío... estoy aquí! -gritó Verbena apareciendo en el extremo de una
rama alta-. ¡Finalmente te he encontrado!
-¡Hija mía! ¡Entonces no estás muerta!... ¿Dónde estoy, dónde estamos?
232
-No hay tiempo que perder -le explicó Verbena- hay un pasaje secreto a través
del cual las ramas más altas del bosque comunican con las raíces de la morera que
crece en nuestro patio, bien al centro de la ciudad. ¡Sube! ¡Rápido! ¡Te salvarás de la
conjura de la madrastra traidora y recuperarás el trono!
Y el rey, siguiendo a su hija, después de algunas vueltas hacia arriba y hacia
abajo, desapareció detrás de ella en lo alto de las ramas, seguido de sus soldados.
Curvaldo, cuando vio al rey y su ejército treparse sobre los árboles, se quedó
sorprendido; después se refregó las manos de alegría.
-¡Bien, se metieron en la trampa ellos mismos! Ahora no tienen más vía de
escape! -y súbitamente se puso a dar órdenes a sus secuaces-. ¡Rodeen los árboles!
¡Los atraparemos como gatos! ¡O abatiremos los árboles para hacerlos caer! Pero ¿qué
sucede?
Sobre las ramas no había ninguno. El rey y los soldados habían desaparecido
todos, como si hubieran volado.
Curvaldo sintió que le tiraban de la manga. Era Arándano.
-¡Señor ministro, puedo enseñarle un pasaje secreto para llegar a la ciudad!
Para Curvaldo fue como si hubiese visto un fantasma.
-¿Qué haces tú aquí? ¿No te había colgado de la rama más alta?
-La rama más alta era en realidad la raíz más baja. Y un pájaro me liberó de las
cuerdas a golpes de pico.
-No entiendo más nada. ¿Dónde está ese pasaje secreto? ¡Debo ocupar la
ciudad lo más rápidamente posible, antes que el rey...! ¡Fieles míos, síganme! ¡Y tú
también, reina!
Y Arándano:
-Sigan las raíces hasta el final, donde más se adelgazan...
Creyendo seguir una raíz hasta sus extremos, Curvaldo y Ferdibunda se
encontraron sobre la punta de una rama.
-Pero esto no es un pasaje subterráneo... Estamos en el vacío... ¡La rama cede,
me caigo, ayúdenme!
Cayéndose, tuvieron tiempo de ver el pájaro que revoloteaba en torno.
-Coac... Coac...
Mientras tanto, en la sala del palacio, el rey Clodoveo festejaba su propio
retorno al trono.
-Hija mía, tú y este bravo joven me han salvado.
Pero Arándano tenía un semblante triste.
-No sabía que eras la hija del rey. ¡Ahora deberé dejarte!
-Padre mío -dijo Verbena al rey- ¿quieres que el encantamiento que aprisiona la
ciudad y el bosque termine?
-Claro: estoy viejo y he sufrido mucho.
-Arándano y yo queremos casarnos y unir ciudad y bosque en un solo reino.
-La corona me pesa -dijo el rey- y estaba pensando precisamente en abdicar.
Verbena dio un salto de alegría.
-¡De ahora en adelante la ciudad y el bosque no serán más enemigos!
Arándano saltó todavía mas alto.
233
-¡Pongamos banderas y festones por la gran fiesta sobre todas las ramas!
-¡Pero si ésta es una raíz!
-¡Es una rama!
-¡Es una raíz!
-¡Es una rama...!
234
No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas
las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un
aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce (son infinitos) los pesebres,
abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el
mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de
piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo
entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce (son
infinitos) los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos
cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol; abajo,
Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me
acuerdo.
Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de
todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro
alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que
yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a
distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos
profetizó, en la hora de su muerte, que, alguna vez llegaría mi redentor. Desde
entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará
sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus
pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi
redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de
hombre? ¿O será como yo?
El Sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un
vestigio de sangre.
-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.
Yo estaba del lado de afuera del balcón. Del lado de adentro, estaban abiertas
las dos hojas de la ventana y coincidían muy enfrente una de otra. Marisa estaba
parada con la espalda casi tocando una de las hojas. Pero quedó poco en esta posición
porque la llamaron de adentro. Al poco Marisa salía, no sentí el vacío de ella en la
ventana. Al contrario. Sentí como que las hojas se habían estado mirando frente a
frente y que ella había estado de más. Ella había interrumpido ese espacio simétrico
llena de una cosa fija que resultaba de mirarse las dos hojas.
II
235
estaban enfrentadas simétricamente y se miraban fijo, y cuando estaban totalmente
cerradas y estaban juntas. Si algunas veces Marisa echaba las hojas para atrás y
pasaban el límite de enfrentarse, yo no podía dejar de tener los músculos en tensión.
En ese momento creía contribuir con mi fuerza a que se cerraran lo suficiente hasta
quedar en una de las posiciones de placer: una frente a la otra. De lo contrario me
parecía que con el tiempo se les sumaría un odio silencioso y fijo del cual nuestra
conciencia no sospechaba el resultado.
III
IV
Una noche estaba contentísimo porque entré a visitar a Marisa. Ella me invitó a
ir al balcón. Pero tuvimos que pasar por el espacio entre esos lacayos de ventanas. Y
no sabía qué pensar de esa insistente etiqueta escuálida. Parecía que pensarían algo
antes de nosotros pasar y algo después de pasar. Pasamos. Al rato de estar
conversando y que se me había distraído el asunto de las ventanas, sentí que me
tocaban en la espalda muy despacito y como si me quisieran hipnotizar. Y al darme
vuelta me encontré con las ventanas en la cara. Sentí que nos habían sepultado entre
el balcón y ellas. Pensé en saltar el bacón y sacar a Marisa de allí.
Una mañana estaba contentísimo porque nos habíamos casado. Pero cuando
Marisa fue a abrir un roperito de dos hojas sentí el mismo problema de las ventanas,
de la abertura que sobraba. Una noche Marisa estaba fuera de la casa. Fui a sacar algo
del roperito y en el momento de abrirlo me sentí horriblemente actor en el asunto de
las hojas. Pero lo abrí. Sin querer me quedé quieto un rato. La cabeza también se me
quedó quieta igual que las cosas que habían en el ropero, y que un vestido blanco de
Marisa que parecía Marisa sin cabeza, ni brazos, ni piernas.
236
Italo Calvino (italiano. 1923-1985)
237
Lo sacude un escalofrío. Se allega a la chimenea y mientras se empeña en avivar
la llama azulada que ahuma unos leños empapados, prosigue con mucha calma:
—Hasta los ocho años, nos bañaron a un tiempo en la misma bañadera. Luego,
verano tras verano, ocultos de bruces en la maleza, Felipe y yo te hemos acechado y
visto zambullirse en el río a todas las muchachas de la familia. No necesito ni siquiera
desnudarte. De ti conozco hasta la cicatriz de tu operación de apendicitis.
Mi cansancio es tan grande que en lugar de contestar prefiero dejarme caer en
un sillón. A mi vez, miro este cuerpo de hombre que se mueve delante de mí. Este
cuerpo grande y un poco torpe yo también lo conozco de memoria; yo también lo he
visto crecer y desarrollarse. Desde hace años, no me canso de repetir que si Daniel no
procura mantenerse derecho terminará por ser jorobado. Y como a menudo enredé en
ellos dedos temblorosos de rabia, conozco la resistencia de sus cabellos rubios,
ásperos y crespos. En él, sin embargo, esa especie de inquietud en los movimientos,
esa mirada angustiada, son algo nuevo para mí.
Cuando era niño, Daniel no temía a los fantasmas ni a los muebles que crujen
en la oscuridad durante la noche. Desde la muerte de su mujer, diríase que tiene
siempre miedo de estar solo.
Pasamos a una segunda habitación más fría aún que la primera. Comemos sin
hablar.
—¿Te aburres? —interroga de improviso mi marido.
—Estoy extenuada —contesto.
Apoyados los codos en la mesa, me mira fijamente largo rato y vuelve a
interrogarme:
—¿Para qué nos casamos?
—Por casarnos —respondo.
Daniel deja escapar una pequeña risa.
—¿Sabes que has tenido una gran suerte al casarte conmigo?
—Sí, lo sé —replico, cayéndome de sueño.
—¿Te hubiera gustado ser una solterona arrugada, que teje para los pobres de
la hacienda?
Me encojo de hombros.
—Ese es el porvenir que aguarda a tus hermanas...
Permanezco muda. No me hacen ya el menor efecto las frases cáusticas con
que me turbaba no hace aún quince días.
Una nueva y violenta racha de lluvia se descarga contra los vidrios. Allá, en el
fondo del parque, oigo acercarse y alejarse el incesante ladrido de los perros. Daniel se
levanta y toma la lámpara. Echa a andar. Mientras lo sigo, arrebujada en la vieja manta
de vicuña, que me echara compasivamente sobre los hombros la buena mujer que nos
sirviera una comida improvisada, compruebo con sorpresa que sus sarcasmos no
hacen sino revolverse contra él mismo. Está lívido y parece sufrir.
Al entrar en el dormitorio, suelta la lámpara y vuelve rápidamente la cabeza, a
la par que una especie de ronquido que no alcanza a reprimir le desgarra la garganta.
Le miro extrañada. Tardo un segundo en comprender que está llorando.
238
Me aparto de él, tratando de persuadirme de que la actitud más discreta está
en fingir una absoluta ignorancia de su dolor. Pero en mi fuero interno algo me dice
que ésta es también la actitud más cómoda.
Y entonces, más que el llanto de mi marido, me molesta la idea de mi propio
egoísmo. Lo dejo pasar al cuarto contiguo sin esbozar un gesto hacia él, sin balbucir
una palabra de consuelo. Me desvisto, me acuesto y, sin saber cómo, me deslizo
instantáneamente en el sueño.
A la mañana siguiente, cuando me despierto, hay a mi lado un surco vacío en el
lecho; me informan que, al rayar el alba, Daniel salió camino del pueblo.
***
La muchacha que yace en ese ataúd blanco, no hace dos días coloreaba tarjetas
postales, sentada bajo el emparrado. Y ahora hela aquí aprisionada, inmóvil, en ese
largo estuche de madera, en cuya tapa han encajado un vidrio para que sus conocidos
puedan contemplar su postrera expresión.
Me acerco y miro, por primera vez, la cara de un muerto.
Veo un rostro descolorido, sin ni un toque de sombra en los anchos párpados
cerrados. Un rostro vacío de todo sentimiento.
Está muerta, sobre la cual no se me ocurriría inclinarme para llamarla porque
parece que no hubiera vivido nunca, me sugiere de pronto la palabra silencio.
Silencio, un gran silencio, un silencio de años, de siglos, un silencio aterrador
que empieza a crecer en el cuarto y dentro de mi cabeza. Retrocedo y, abriéndome
paso con nerviosa precipitación entre mudos enlutados, alcanzo la puerta, después de
haber tropezado con horribles coronas de flores artificiales.
Atravieso casi corriendo el jardín, abro la verja. Pero, afuera, una sutil neblina
ha diluido el paisaje y el silencio es aún más inmenso.
Desciendo la pequeña colina sobre la cual la casa está aislada entre cipreses,
como una tumba, y me voy, a bosque traviesa, pisando firme y fuerte, para despertar
un eco. Sin embargo, todo continúa mudo y mi pie arrastra hojas caídas que no crujen
porque están húmedas y como en descomposición.
Esquivo siluetas de árboles, a tal punto estáticas, borrosas, que de pronto
alargo la mano para convencerme de que existen realmente.
Tengo miedo. En aquella inmovilidad y también en la de esa muerta estirada
allá arriba, hay como un peligro oculto.
Y porque me ataca por vez primera, reacciono violentamente contra el asalto
de la niebla.
¡Yo existo, yo existo —digo en voz alta— y soy bella y feliz! Sí, ¡feliz!; la felicidad
no es más que tener un cuerpo joven y esbelto y ágil.
No obstante, desde hace mucho, flota en mí una turbia inquietud. Cierta noche,
mientras dormía, vislumbré algo, algo que- era tal vez su causa. Una vez despierta,
traté en vano de recordarlo. Noche a noche he tratado, también en vano, de volver a
encontrar el mismo sueño.
239
Un soplo frío me azota la frente. Sin ruido, tocándome casi, ha pasado sobre mí
un pájaro de alas rojizas, de alas de color de otoño. Tengo miedo nuevamente.
Emprendo una carrera desesperada hacia mi casa.
Diviso a mi marido, que apacigua el trote de su caballo para gritarme que su
hermano Felipe, con su mujer y un amigo, han venido a visitarnos de paso para la
ciudad.
Entro al salón por la puerta que abre sobre el macizo de rododendros. En la
penumbra, dos sombras se apartan bruscamente una de otra, con tan poca destreza,
que la cabellera medio desatada de Regina queda prendida a los botones de la
chaqueta de un desconocido. Sobrecogida, los miro.
La mujer de Felipe opone a mi mirada otra mirada llena de cólera. El, un
muchacho alto y muy moreno, se inclina, con mucha calma desenmaraña las guedejas
negras, y aparta de su pecho la cabeza de su amante.
Pienso en la trenza demasiado apretada que corona sin gracia mi cabeza. Me
voy sin haber despegado los labios.
Ante el espejo de mi cuarto, desato mis cabellos, mis cabellos también
sombríos. Hubo un tiempo en que los llevé sueltos, casi hasta tocar el hombro. Muy
lacios y apegados a las sienes, brillaban como una seda fulgurante. Mi peinado se me
antojaba, entonces, un casco guerrero que, estoy segura, hubiera gustado al amante
de Regina. Mi marido me ha obligado después a recoger mis extravagantes cabellos;
porque en todo debo esforzarme en imitar a su primera mujer, a su primera mujer
que, según él, era una mujer perfecta. […]
Uno
Tía Malva se enfurecía cuando su marido, don pedro Bugeaut, físico francés,
derramaba vino sobre la mesa, distraído, al explicarnos lo de la tensión superficial. Ella
tiraba entonces el mantel con todo lo que venía arriba, y hablaba hasta por los codos
acerca del martirio de convivir diariamente con la torpeza humana.
Pero el tío Pedro Bugeaut era encantador. No se arreglaba la corbata ni
carraspeaba como los demás mortales. Me enseñó a hacer la mantis religiosa en papel
plegado y volantines en volumen. Se metía con nosotros bajo el arreglo floral de
gigantescas calas y gladiolos, el de la salita de los paraguas, doblado en cuatro, porque
el tío Pedro Bugeaut tenía la estatura de un cargador de muelle, decía Tía Malva
cuando estaba furiosa, y casi siempre lo estaba. Era tan distraído, que una vez se le
quedó un huevo duro en el bolsillo de la bata de levantarse. Tía Malva gastó dinerales
en raticidas, jabones para las empleadas y desinfectantes ambientales antes de
descubrirlo.
Nos gustaban las manos del tío Pedro Bugeaut, con una dimensión como para
ahorcar a una encina, y con las yemas de pétalo, de grueso pétalo.
240
Al parecer de Carmen y mío, era el tío Pedro el que soportaba, paulatino, la
tortura de amanecer con Tía Malva. Esta lo martirizaba con unas comidas mínimas, sin
sal, y lo obligaba a que revisar todas las noches las luces, pasara lo que pasara: no
estamos para derrochar electricidad por la comodidad de un cargador de muelles,
decía.
Un día, el tío Pedro Bugeaut se fue caminando por el Parque Forestal y no
volvió nunca más.
Entonces, para mal de nuestros pecados, Tía Malva se quedó a vivir en los altos
de la casa de mi abuela, bajo la claraboya principal.
Se demoró una semana en llegar. la veíamos penetrar, como aciaga tormenta
de baúles negros y paquetes de estraza, amarrados por fuertes cordeles, nudos ciegos
desencadenándose sobre nuestras coronillas. Todas sus cajas y guardaderos eran
oscuros, más oscuros que sus mismas cejas.
Nosotros también vivíamos ahí. papá se acababa de separar de mamá, su
segunda esposa, después de vagos episodios que cruzan por mis pesadillas sin
concretarse jamás: discusiones a gritos, mucho arrodillarse con los brazos abiertos,
jurando cosas; papá enjabonado, blandiendo el hisopo como puñal, y fotos pisoteadas
en las baldosas de la cocina; mamá diciendo el que me la hace una vez las pierde para
siempre.
Destinaron a papá a la guarnición de Chena. El ejército n concebía que seres tan
inestables emocionalmente perdurasen en la capital.
Yo no era totalmente hermano de Carmen, máxime cuando existía su madre,
que decían que vivía en el patio de más atrás, en una pieza vidriada, para vigilarla
desde lejos, haciendo algunas costuritas, porque de balde no íbamos a tenerla,
emparedada de por vida, decía Carmen, rodeada de puntos suspensivos cuando se
hablaba de ella. Se decía también que era muy morena, de malos instintos y que no
sabía pronunciar “ocho” correctamente.
Carmen me dijo, me afirmó que su madre había sido bailarina y espía y que
esas eran dos profesiones que los mayores no podían soportar que se dieran fuera del
cine. Yo le alcancé a ver sólo el ojo de la cabellera, que era tan brillante como una
carcajada, negra, sin una vacilación rojiza.
-¿Y espiaba bien? -le pregunté a Carmen. Ella respondió afirmativamente con la
cabeza, como ida, pensando ya en otra cosa.
En cambio, mi madre era otra cosa, afirmaba mi abuela: reina vitalicia de las
fiestas de caridad, kermeses del Colegio Inglés, beneficiaria caprichosa del club
deportivo Lord Cochrane y otros eventos e instituciones importantes de Punta Arenas.
Poseía conocimientos asombrosos acerca del rouge y de la tintura que le venían bien a
cada tipo de alma y premoniciones inconcebibles sobre el futuro de sus amigas,
cercado frecuentemente por hombres morenos, apasionados, lo que no era muy difícil
de encontrar, sobre todo apasionados comedores. Mi madre llegaba última a las
fiestas y se la esperaba con impaciencia. Supo desde que nació el tipo y la cantidad de
copas de los almuerzos de gala y quién debía sentarse con quién, aunque a veces
transgredía ella misma sus reglas guiñando uno de sus maravillosos ojos castaños.
241
Texto 10: Sonatina
Rubén Darío (nicaragüense. 1867-1916)
242
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.
A Fernando Vela
Debajo de las multiplicaciones
hay una gota de sangre de pato;
debajo de las divisiones
hay una gota de sangre de marinero;
debajo de las sumas, un río de sangre tierna.
Un río que viene cantando
por los dormitorios de los arrabales,
y es plata, cemento o brisa
en el alba mentida de New York.
Existen las montañas. Lo sé.
Y los anteojos para la sabiduría.
Lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo.
He venido para ver la turbia sangre,
la sangre que lleva las máquinas a las cataratas
y el espíritu a la lengua de la cobra.
Todos los días se matan en New York
cuatro millones de patos,
cinco millones de cerdos,
dos mil palomas para el gusto de los agonizantes,
un millón de vacas,
un millón de corderos
y dos millones de gallos,
243
que dejan los cielos hechos añicos.
Más vale sollozar afilando la navaja
o asesinar a los perros en las alucinantes cacerías,
que resistir en la madrugada
los interminables trenes de leche,
los interminables trenes de sangre
y los trenes de rosas maniatadas
por los comerciantes de perfumes.
Los patos y las palomas
y los cerdos y los corderos
ponen sus gotas de sangre
debajo de las multiplicaciones,
y los terribles alaridos de las vacas estrujadas
llenan de dolor el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.
244
asesinó un pequeño conejo
y todavía sus labios gimen
por las torres de las iglesias.
No, no; yo denuncio.
Yo denuncio la conjura
de estas desiertas oficinas
que no radian las agonías,
que borran los programas de la selva,
y me ofrezco a ser comido por las vacas estrujadas
cuando sus gritos llenan el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.
245
Texto 12: Le Mariee
Marc Chagall (ruso. 1887-1985)
246
Texto 13: La source du calme
Roberto Matta (chileno. 1911-2002)
247
Texto 14: Los amantes
Renè Magritte (belga. 1898-1967)
248
Unidad IV. Globalización y diversidad cultural
II. CONTENIDOS
249
Este modelo, que ciertamente permite explicar la estructura de muchos relatos
y muchos dramas, se vuelve inoperante desde el momento en el que se rechazan los
principios en los que se basa. Así, si se considera que la conducta humana no sólo no
obedece a la lógica, sino que va en contra de la misma lógica, entonces ya no es
posible aceptar el modelo aristotélico: eso es lo que sucede con el teatro del absurdo.
En la conformación de las premisas que caracterizan a este tipo de obras,
inciden el anticonvencionalismo, y la percepción de la vida humana en sí misma como
un hecho absurdo.
No obstante, aunque a la acción teatral le quiten las motivaciones, no por ello
deja de existir. Fuera del orden lógico, la acción se convierte en movimiento, en
progresión o evolución inmotivada.
En palabras de Eugène Ionesco, uno de los principales autores de esta corriente
teatral, “una obra de teatro es una construcción constituida por una serie de estados
de conciencia, o de situaciones, que se intensifican, se densifican, luego se enlazan, ya
sea para desenlazarse, o para acabar en una confusión insostenible”. Lo anterior,
quedaría plasmado en rasgos como los siguientes:
2.- La intertextualidad
250
De esta manera, al momento de producir un texto, éste entraría en diálogo con
todos los anteriores. Por lo mismo,en un discurso no se deja oír únicamente la voz del
emisor, sino que convive una pluralidad de voces superpuestas que entablan un
diálogo entre sí, de tal forma que los enunciados dependen unos de otros.
Como ejemplos de esta dependencia mutua entre enunciados trae a colación
fenómenos como la cita, el diálogo interior, la parodia o la ironía, que suponen que en
el discurso aparezca una voz distinta de la del emisor. Esta teoría del discurso dialógico
fue objeto de reflexión por parte de un círculo de pensadores franceses a principios de
los años 70, que difundieron el concepto fuera de las fronteras de la Unión Soviética;
entre ellos se cuenta J. Kristeva, una estudiosa búlgara afincada en París, que fue quien
acuñó el término de intertextualidad en el año 1969.
Desde que se difundió, el concepto ha tenido una gran influencia en los
estudios tanto de teoría de la literatura como de análisis del discurso, pues permite
comprender el modo en que los textos influyen unos en otros.
El diálogo intertextual que un texto establece con otro precedente, o con una
tradición literaria anterior, no siempre se manifiesta de manera idéntica. En algunos
casos, ese vínculo puede ser más explícito que en otros, y en ocasiones, también
puede presentarse de forma más o menos directa. Por lo mismo, es posible distinguir
251
distintos tipos de relaciones intertextuales que, por sus diferencias, reciben
denominaciones disímiles.
3.1.-Cita: es una referencia explícita y literal a un texto anterior, la cual queda marcada
por la reproducción exacta de las palabras originales del texto fuente, acto mediante lo
cual se indica su procedencia.
“La poesía es la síntesis de todas las potencias creadoras del hombre. La poesía es la
suprema construcción del espíritu humano y algo así como el símbolo de todas sus
facultades, de todos sus anhelos y de todas sus energías. Sólo por medio de la poesía el
hombre resuelve sus desequilibrios, creando un equilibrio mágico o tal vez un mayor
desequilibrio. Aplastado por el cosmos, el hombre se yergue y lo desafía, el poeta
desafía al universo. Por la poesía se iguala o supera el cosmos… La poesía es la
conquista del universo”. (Huidobro, Textos inéditos y dispersos. p. 65).
Ejemplo: En el soneto “Ir y quedarse, y con quedar partirse” de Lope de Vega, los
versos “oír la dulce voz de una sirena/ y no poder del árbol desasirse” aluden a las
sirenas de La Odisea, de Homero, que hipnotizan a los tripulantes con su canto.
3.3.-Plagio: copia literal que no declara la fuente. Este se considera un acto intelectual
deshonesto y, en muchos casos, una falta grave o delito.
¿Ante quién o ante qué cosa, sin embargo, debe rendir cuentas la
interpretación: ante el artista, ante el espectador, ante la obra de arte, ante el asunto,
o acaso... ante Dios?
Primero que nada, deberíamos abandonar la idea de que interpretar es
traducir. Traducir, en el sentido literal del término, es algo que sólo puede hacerse
desde una lengua a otra; en el resto de casos, cabe hablar de “traducir” a lo sumo en
un sentido metafórico (como cuando se vierten textos a imágenes o imágenes a
textos). No se niega, con todo, que traducir implica interpretar y que la línea divisoria
entre ambos tipos de actividad es difusa.
En segundo lugar, también deberíamos abandonar la idea de que todo describir
o representar es interpretación. Cuando yo, por ejemplo, le revelo a mi interlocutor mi
edad o le describo el camino que va de A hasta B, no estoy interpretando nada. Lo
mismo vale para la especificación de las medidas de un cuadro o la mención del
número de estrofas de un poema. Interpretar consiste en elaborar hipótesis, o al
menos proponer una lectura respecto de la cual el intérprete o el lector en general son
conscientes de que no es la única posible, de que frente a ella hay otras alternativas,
aunque no todas sean igualmente apropiadas. La interpretación es, en este sentido,
algo (siempre) inconcluso.
En cambio, no sucede necesariamente lo mismo con la mediación en el arte.
Nada me impide mencionar los datos incontrovertibles de una obra de arte. Es más,
toda interpretación aceptable debería estar hasta cierto punto basada en ellos, o, por
lo menos, debería evitar contradecirlos. Lo que no impide, por supuesto, que la
frontera entre la mera especificación de datos y la interpretación no sea a menudo
difícil de trazar. Así, aunque es posible en muchas ocasiones establecer con certeza en
qué año fue creada una obra de arte, en otras la datación supone ya una
interpretación.
253
En este punto existe una diferencia fundamental entre el estudioso de la
literatura y el estudioso del arte. Mientras que el primero puede citar obras o al menos
fragmentos de ellas, convirtiendo así a éstas en parte material de su interpretación, el
segundo no puede hacer lo mismo. El estudioso del arte podrá quizá referirse a
determinadas obras (por medio de textos e imágenes), pero no puede –literalmente
hablando– proporcionar muestras de las cualidades de las obras (citas originales): el
cuadro interpretado no puede ser parte física de su interpretación, de su comentario o
de su crítica.
A pesar de esta dificultad, la tarea de la mediación en el arte o de la
interpretación del mismo es la de resaltar, de entre los innumerables rasgos materiales
de una obra, aquellos que tienen relevancia para su carácter simbólico. Y,
naturalmente, para lograrlo es indispensable –como ya se mencionó arriba– tomar en
cuenta las referencias contextuales.
Dado, como hemos visto, que una interpretación, para ser lograda, tiene
necesariamente que hacer referencia a los rasgos materiales de una obra y ponerlos
en conexión con las funciones simbólicas de ésta, queda entonces por responder la
pregunta de si eso es algo que también puedan hacer las imágenes. Nadie discutiría
quizá que podemos resaltar justamente los rasgos materiales con ayuda de pinturas,
dibujos, diagramas, etc. En este sentido, es obvio que las imágenes sí pueden formar
parte de las interpretaciones.
Así también, es indudable que con ayuda de ciertas obras podemos obtener
información sobre otras. De este modo, algunas obras pueden ayudarnos a
comprender otras obras.
Tal forma de mediación respecto del arte tiene naturalmente –al igual que el
arte en general– todo el derecho del mundo a ser parcial y a estar llena de prejuicios.
En cambio, la mediación en el arte e interpretación del mismo en sentido estricto
debería siempre, pese a todas las objeciones imaginables, tratar de evaluar su objeto
desprejuiciadamente.
254
Unidad IV. Globalización y diversidad cultural
III. ACTIVIDADES
Ambiente
Conflicto
Visión de
mundo
Representación
de la realidad
255
II.-Explique argumentativamente cuál de las dos obras recién analizadas le gustó más.
Formule su respuesta desde su opinión personal, expresando juicios estéticos acerca
de la obra leída, y evitando elaborar un mero resumen de estas ora dramáticas.
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256
3.- Comenta y analiza la siguiente cita: “Sólo es honrado quien paga..., y yo pago. Las
condiciones siguen en pie: Mil millones. Güllen por un asesinato. Confort por un
cadáver”.
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4.- En grupo, reflexione y debata sobre el poder del dinero en el mundo globalizado.
Otros temas para abordar la obra son: la venganza, el rencor, el precio del progreso, el
valor de la justicia, la corrupción, ventajas y desventajas de la globalización. Luego,
compartan sus impresiones con el resto del curso en puesta en común.
IV.- Vuelva a leer “El bosque raíz-laberinto”, de Italo Calvino (texto 4 de la sección
“Lecturas”, p. 222) y “La casa de Asterión”, de Jorge Luis Borges (texto 5 de la sección
“Lecturas”, p. 230) y compara ambas obras, completando el siguiente recuadro:
257
Las
referencias
históricas
Objetivos con
los que el
autor
construye el
mundo
fantástico
Cómo se
resuelve el
tema del
laberinto en
ambos
cuentos
Interpretación
personal del
texto
V.- Una vez identificados los elementos anteriores, sugiera un nuevo espacio
coherente para ambos laberintos: uno para el libro y otro para el bosque. Luego,
comparta su trabajo con el resto del curso.
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258
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VI.-Vuelva a leer “La última niebla”, de María Luisa Bombal, (texto 8 de la sección
“Lecturas”, p. 233) y “Óxido de Carmen”, de Ana María del Río (texto 9 de la sección
“Lecturas”, p. 236), y compare ambos textos, considerando los siguientes aspectos: A)
ambientes; b) presentación de las clases sociales; C) estilo de vida; D) relación afectiva.
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259
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VII.-Sobre el mismo texto de Rubén Darío, reflexiones acerca de la jaula de oro a la que
se ve sometida la princesa, y la libertad que la imaginación le otorga.
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1.-Observe detenidamente las obras “Le Mariee”, de Marc Chagall (texto 12, de
la sección “Lecturas”, P. 242), “La source du calme”, de Roberto Matta (texto
13 de la sección “Lecturas”, p. 243) y “Los amantes”, de Rene Magritte (texto
14 de la sección “Lecturas”, p. 244).
2.-Luego, cada uno de los integrantes del grupo se asigna sólo una de las
siguientes actividades. El estudiante “A”, le cuenta un sueño al estudiante “B”.
5.-Una vez finalizadas esas etapas, los tres miembros del grupo las comentan y
definen el grado de acierto de la actividad, comparando lo escrito por el
estudiante “C”, con el sueño relatado originalmente por el estudiante “A”.
260
resto del curso en puesta en común.
261