Despues de 1945 La Latencia Como Origen Del Presente-2
Despues de 1945 La Latencia Como Origen Del Presente-2
Despues de 1945 La Latencia Como Origen Del Presente-2
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latencia como origen presente
UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA
Título original en alemán: Nach 1945. Latenz als Ursprung der Gegenwart
© 2012 Suhrkamp Verlag Berlin. Ali rights reserved by and controlled
through Suhrkamp Verlag Berlin. Traducido del inglés: Post-1945.
Latency.
Todos los derechos reservados. Cualquier reproducción hecha sin consentimiento del
editor se considerará ilícita. El infractor se hará acreedor a las sanciones establecidas en
las leyes sobre la materia. Si desea reproducir contenido de la presente obra escriba a:
publica@ibero.mx, en el asunto anote el ISBN que corresponda y deje el contenido en blanco.
Impreso por Oak Editorial, S. A. de C. V. Cerrada de Veracruz r ro, c-302. Col. Jesús del
Monte, Huixquilucan, Estado de México. Se terminó de imprimir el 30 de octubre de
wr 5. El tiraje fue de mil ejemplares.
CONTENIDO
Formas de latencia 35
No salir, no entrar 43
Bibliografía 211
Índice analítico 215
OBERTURA:
AUN AUTOMÓVIL DE DISTANCIA LA MUERTE
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HANS ULRICH GUMBRECHT
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¿EMERGE LA LATENCIA?
los INICIOS UNA GENERACIÓN
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HANS ULRICH GUMBRECHT
prensa en la que prometía que los Estados Unidos harían todos los esfuerzos
para asegurar una "representación de Alemania Oriental" en el nuevo estado.
Cuatro de estos cinco artículos estaban redactados en estilo neutro, típico
de las grandes agencias de noticias -por cierto, de AP Dena-Reuter y UP-;
la única colaboración escrita por personal del periódico, era acaso la más
desapasionada de todas, pese a que discutía la inminente reforma económica,
asunto de verdadera preocupación.
En otros lugares de la página, otras dos notas adoptaban un estilo un
poco más vivaz, ocasionalmente agresivo, a pesar de tratar temas que requerían
mayor tacto y reserva por parte de los editores alemanes. El primero era la
conocida columna a la izquierda de la página (que todavía se publica) titu-
lada "Contraluz". El 15 de junio de 1948, esa columna criticó la estrategia
geopolítica estadounidense; en particular, objetó el hecho de que los Estados
Unidos, a través de una legión extranjera aprobada por el senado, apoyara al
Estado de Israel, que había sido creado en el antiguo protectorado británico
un mes y un día anteriores. Con abierto antisemitismo, apenas cubierto de un
matiz pacifista, "Contraluz" se burló de los sesenta y cuatro alemanes no judíos
que se habían ofrecido como voluntarios para pelear por la causa y fueron
rechazados por las autoridades israelíes. "Nosotros, los alemanes, no podría-
mos haber imaginado una forma mejor de deshacernos de los elementos que
aún siguen dispuestos para la agresión militar dentro de nuestra sociedad".
La mayor parte del espacio, y del entusiasmo autosatisfecho, se dedicaba a la
"Manifestación de la Juventud de la Segunda Internacional" que tenía lugar
en Múnich, en las que se reunieron mil cuatrocientos participantes de vein-
tiún países. Los invitados de honor incluían a treinta prisioneros de guerra
alemanes que las autoridades francesas habían liberado para la ocasión. Carl
Zucbnayer recibió un aplauso atronador cuando declaró que la generación
más joven de alemanes no podía ser responsable del capítulo más reciente del
pasado de la nación. Al día siguiente, como parte de la reunión, la Universidad
de Múnich iba a otorgar, con toda pompa y ceremonia, un doctorado honoris
causa al novelista francés Jules Romains. Sorpresivamente, se anunció la lle-
gada de una delegación rezagada de España, es decir, de un país en donde el
gobierno militar (que había apoyado a Hitler) estaba completamente aislado
del orden político europeo entonces emergente. Esta delegación recibió una
bienvenida particularmente emotiva.
Los jóvenes reunidos en Múnich, reportaba el periódico, "hablaron
sobre sus amigos alemanes con gran respeto"; querían actuar como "buenos
vecinos" -y estaban "impresionados por la calidad de la comida racionada
que les fue ofrecida''-. Dónde y cómo obtener comida era una cuestión de
primer orden para el Süddeutsche Zeitungy sus lectores. En un largo artículo
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HANS ULRICH GUMBRECHT
cotidiana de paz que no podían apreciar sus propios logros, -aun menos, al
parecer, podían medir su propia ceguera-. Aquel día, ya avanzada la primavera,
en el cual los horrores del pasado quedaban de un lado y el éxito futuro del
otro, la vida se sentía plana y casi deliberadamente "normal" tal como la
música de la emisora de las tropas estadounidenses, por ejemplo "On a Slow
Boat to China" de Benny Goodman.
*
La circulación de la nueva moneda, llamada Deutsche Mark, comenzó bajo
cielos lluviosos en las zonas estadounidenses, inglesas y francesas, el domin-
go 20 de junio de I 948. Cada ciudadano tenía el derecho de cambiar hasta
cuarenta de los antiguos Reichsmark por la misma cantid;1d en nueva moneda,
con una nueva operación de cambio de hasta veinte marcos a esa misma tasa
en agosto. Se podía cambiar cantidades mayores de efectivo a razón de cien
(antiguos) por cinco (nuevos); para las cuentas de ahorros y cuentas corrien-
tes; para los pagos pendientes el tipo de cambio se mantuvo diez a uno. Se
levantaron las restricciones de alimentos para más de cuatrocientos productos
distintos. Aunque las medidas fueron recibidas por la población con un poco
de miedo y un aumento del desempleo, resultaron efectivas para cortar lazos
con una parte del pasado que resultaba debilitadora y prepararon el camino
para el "milagro económico" que marcaría el tono de los primeros años de la
República F'ederal Alemana.
La velocidad de la Wahrungsreform en la zona occidental tomó un
poco por sorpresa a la zona oriental. Tres días después, para proteger la zona
soviética de una inundación de viejos Reichmarks, ya sin valor, también allí
fue implantada la reforma monetaria. La transición económica en la zona
oriental fue distinta de la realizada en la zona occidental en la medida en que
las autoridades perseguían un objetivo de justicia social y permitieron mejo-
res tipos de cambio para la gente con menores cantidades de dinero. Al día
siguient-e, el jueves 24 de junio, la Unión Soviética interrumpió todo tráfico
por tierra o agua entre la zona occidental y Berlín, para prevenir la tendencia
a intervenir política y militarmente como respuesta a amenazas de la política
exterior. Pese a las dudas de naturaleza logística, técnica, y sobre todo estra-
tégica, el general Clay, con el apoyo de las autoridades británicas, ordenó un
puente aéreo a Berlín. En pocas semanas, doscientos sesenta y nueve aviones
británicos y trescientos catorce estadounidenses harían unos quinientos cin-
cuenta vuelos por día. Estas misiones, que partieron de f'ráncfort, Hannover y
Hamburgo hacia tres aeropuertos en la zona occidental de Berlín (Tempeihof,
Gatow, y, a partir de diciembre, Tegel), restablecieron el control sobre los
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*
Si en las pocas semanas que tomó que se evidenciaran los contornos de un
nuevo orden mundial la gente pareció estar extrañamente ajena a las tensiones
y secuencia de las acciones, en los meses finales de la guerra se atestiguaron
escenas de histeria y también de grotescas simultaneidades. Considérese, por
ejemplo, la escalofriante fotografía de abril de l 94 5 en la que Adolf Hitler,
luciendo frágil y mucho más viejo que los cincuenta y seis años que tenía,
estrecha la mano a jovencitos en uniforme formados en fila, como si fueran
soldados reales, como si él aún tuviese alguna autoridad militar (o paternal),
como si la guerra no estuviese perdida hacía tiempo, como si los jóvenes real-
mente creyesen que tenía algún sentido sacrificar sus vidas. Hoy este "como
si" tiene que ver con nuestra impresión de que algunos gestos parecen fuera
de lugar, inadecuados para el entorno en el que ocurren. ¿O es el "como sí"
una fórmula aproximada pero inadecuada para la combinación de desamparo
y cinismo que marcaba aquel momento y el modo en que se experimentaba?
¿Es posible que, para la primavera todavía Hitler creyera en su propia ima-
gen? ¿Es posible que aquellos jóvenes confiaran en él? ¿Eran sinceros aquellos
alemanes que unos pocos días después de la rendición incondicional fueron
forzados a caminar por los campos de concentración que su gobierno y sus
conciudadanos habían construido, al declarar que no tenían conocimiento
de estos ingenios masivos de muerte? ¿En qué estaban pensando mis padres
cuando enviaron a sus amigos y parientes participaciones de papel hecho
a mano (Büttenpapier), escritas en letra gótica, de su fiesta de compromiso
para el 20 de abril de 1945 (el cumpleaños de Hitler, aun si ellos no estaban
particularmente involucrados en el partido), en Dortmund, en donde recién
había terminado una de las más fieras batallas de la guerra? ¿No vieron ellos
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HANS ULRICH GUMBRECHT
problema en todo ello? ¿Cruzó por sus mentes que las dañadas casas en
donde dormirían, comerían y tendrían sexo no se ajustaban a esas tarjetas
de invitación demasiado formales? ¿O actuaban como si no pasara nada
porque el abismo era simplemente demasiado hondo y cercano como para
enfrentarlo? ¿Fue la ignorancia lo que les permitió sobrevivir? ¿Estaba Hitler,
o cualquiera de los otros en sus búnkers extraños y subterráneos, realmente
convenciidos "filosófica" o "religiosamente" (si tales adverbios son admisibles
en este contexto), de que la "raza" germánica debía "sucumbir", ser destruida
físicamente y borrada de la faz de la tierra, debido a que había probado ser
más débil que otras "razas", y por ende sin derecho a dominar?
***
I'..Jaturalmente, la grotesca estridencia del acto final de la guerra estaba des-
tinada a desaparecer luego de la rendición incondicional del 8 de mayo de
1945, sin embargo, el "como si", esa agresiva ignorancia, continuó entre los
sobrevivientes cuando las condiciones de vida empeoraron más allá de lo que
cualquiera hubiese podido anticipar. Tal fue la impresión que se llevó el perio-
dista sueco (Deutscher Herbst '46) Stig Dagerman, de veintitrés años, al visitar
Alemania. Dagerman llegó en el otoño de I 946 para reportar la situación,
a todas luces sin precedentes, histórica o existencialmente hablando, en una
serie de trece artículos que aparecieron en Estocolmo el año siguiente. Con
cruel detalle, Dagerman describió la vida cotidiana de una familia que vivía
en una planta baja que se inundaba permanentemente. Decir que vivían bajo
"condiciones prehistóricas" sería insuficiente; eran gente de una civilización
moderna empujada repentinamente a vivir la vida de las cavernas. Cada paso
era un problema; habían aprendido a dormir sin moverse, bajo la persistente
amenaza de enfermedades. En lugar de ir a la escuela o desempeñar una pro-
fosión, niños y adultos debían salir a cazar alimentos; recolectar cosas para
quemar y, ocasionalmente, intercambiar lo que habían conseguido por ropa.
Nadie tenía tiempo, energía, o deseo de considerar qué podría haber causado
su situación. La vida era simplemente cuestión de escapar de la muerte, día tras
día. Los pocos alemanes que podían darse el lujo de hacer una pausa ocasional
aceptaban, sin protestar, que los aliados mantuvieran control absoluto de lo
que había sido "su" país. Al mismo tiempo, debió haber sido natural para ellos
decirle a Dagerman cómo eran tratados injustamente. ¿Hablaban de buena
fe y con la verdad cuando le preguntaban al periodista si acaso eran ellos los
responsables de Hitler y los nueve años de dominio nazi? ¿Actuaban honesta-
mente cuando observaban que los alemanes, después de sus propias victorias
militares, nunca habían tratado a otras naciones con la misma severidad?
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Angesichts der wesenhaften Heimarlosigkeit des Menschen zeigt sich dem seins-
geschichtlichen Denken das künftige Geschick des Menschen darin, dass er in die
\Xlahrheit des Seins flndet und sich zu diesem flnden auf den Weg macht. Jeder Na-
ti.onalismus ist metaphysisch ein Anthropologismus und als solcher Subjektivismus.
Der Nationalísmus wird durch den blossen Inter- nationalismus nicht überwunden,
sondern nur enveitert und zum System gebracht. Der Nationalismus wird dadurch
sowenig zur Humanitas gebracht und auigehoben, wie der Individualismus durch
den geschichtslosen Kollektiv-ismus. Dieser ist die Subjektivitat des Menschen in
der Totalitat. Er vollzieht ihre unbedingte Selbstbehauptung. Diese lasst sich nicht
rueckgangig machen. Sie lasst sich durch ein halbseitig vermitteltes Denken nicht
einmal ausreichend erfahren. Überall kreist der Mensch ausgestossen aus der wahrheit
des Seins, um sich selbst als animal rationale (34rff.).
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¿EMERGE LA LATENCIA? los INICIOS DE UNA GENERACIÓN
Es ist an der Zeit, dass man sich dessen entwi.ihnt, die Philosophie zu über-schatzen und
sie deshalb zu überfordern. Notig ist in der jetzigen Weltnot: weniger Philosophie, aber
mehr Achtsamkeit des Denkens; weniger Literatur, aber mehr Pflege des Buchstabens.
Das künftige Denken ist nicht mehr Philosophie, weil es urspünglicher denkt
als die Metaphysik, welcher Name das gleiche sagt. Das künftige Denken kann aber
auch nicht mehr, wie Hegel verlangte, den Namen der "Liebe zur weisheit" ablegen
und die Weisheit selbst in der Gestalt des absoluten Wissens geworden sein. Das
Denken ist auf dem Abstieg in die Armut seines vorlaufigen Wesens. Das Denken
sammelt die Sprache in das einfache Sagen. Die Sprache ist so die Sprache des Seins,
wie die Wolken die Wolken des Himmels sind. Das Denken legt mit seinem Sagen
unscheinbare furchen in die Sprache. Sie sind noch unscheinbarer als die Furchen,
die der Landmann langsamen Schrittes durch das Feld zieht (364).
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***
A comienzos del verano de r 948 las cosas mejoraron, a pesar de que muy
pocos alemanes parecieron ver el gran cambio que se aproximaba. ¿Era que,
debido a que la situación había sido calamitosa durante tanto tiempo (desde
siempre, según pensaban), habían perdido la capacidad de imaginar o soñar
una vida diferente? ¿Les parecía imposible dejar atrás el estado prehistórico en
que estaban? En el número de mayo de 1948 de Die Wandlung, un influyente
periódico mensual de impresionante calidad intelectual y fuertes conviccio-
nes democráticas, editado por Dolf Stemberger, Karl Jaspers, Marie Luise
Kaschnitz y AlfreJ Weber, había tenues vislumbres de optimismo: "Con un
clima más normal y disponiendo de algo más de fertilizantes, uno espera que
la cosecha mejorará y rendirá entre mil doscientas y mil trescientas calorías
por día, en lugar de las ochocientas del año pasado". En las mismas páginas
los editores afirmaban, con el ojo puesto en el todo y en una perspectiva de
largo plazo, que Alemania debía reintegrarse a la comunid<Jd internacional
de comercio, lo que beneficiaría a todos los países. Dolf Sternberger observaba
que el rol del estado nación en la política internacional disminuía, para ser
reemplazado por una tensión entre "dos partidos" (así los llamaba): los bloques
estadounidense y soviético. Adolf Arndt, profesor de derecho y futuro dipu-
tado del Bundestag, aportaba la contribución más brillante y filosóficamente
compleja acerca de este asunto. Como Heidegger, Arndt argumentaba que
cierta tradicional "creencia en la humanidad" se había perdido en la crisis de
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entonces, junto con la convicción de que los humanos poseían los medios para
resolver los problemas que seguirían enfrentando. Mencionaba un ejemplo
que involucraba un proceso que aún no se había completado, que tenía que
ver con la doble transición del "estado sacro" [Sakralstaat] al "estado social",
y el cambio del "estado nación" a un orden universal. Arndt resaltaba que,
bajo tales condiciones, emergía un deseo intenso y comprensible de "valores"
religiosos o éticos esenciales, un deseo de posiciones firmes que orientaran
la vida. Él argumentaba, sin embargo, que sólo un marco legal que dejase de
lado tales cuestiones podría ser lo suficientemente flexible como para asegurar
paz duradera en un entorno extraordinariamente complejo. En otras palabras:
únicamente si uno renunciaba a las soluciones de corto plazo era posible no
sólo la supervivencia sino además un éxito de mediano plazo.
***
Menos de cinco años más tarde, los problemas que confrontaban los alemanes
de clase media como mis padres serían muy distintos. Nunca los escuché
hablar acerca de su fiesta de compromiso dieciocho días antes de la rendición
incondicional. Mi padre había sido un prisionero de guerra de los estadouni-
denses por más o menos un año en un campo llamado Oklahoma, cerca de
la ciudad francesa de Reims. Si uno le cree a las fotografías que trajo a casa,
pasó su tiempo bajo condiciones que casi se dirían confortables. Cuando fue
liberado (aunque alguna vez nos dijo que se había escapado), el comandante
del campo, de hecho, escribió una carta de recomendación en la cual lo elo-
giaba por haber dado atención médica a sus compañeros prisioneros, pues casi
había terminado la carrera de medicina para ese entonces. Mis padres se habían
casado en mayo de r947, pocos meses antes que la hambruna de posguerra
llegara a su pico y no es pues sorprendente que la mayoría de sus recuerdos
de aquel día tengan que ver con excesos de comida (lo cual tuvo incómodas
consecuencias para varios de los invitados). Tuvieron también la suerte de
encontrar empleo en el hospital universitario de la ciudad donde nací, la que
los bombardeos de los aliados habían dejado como la segunda área urbana
más devastada de Europa (no es coincidencia que su "ciudad hermana" en
Japón sea Nagasaki). Sus dos salarios de unos doscientos marcos permitieron
a mis padres pagarse el lujo de una niñera. Se llamaba Helgard y era la hija de
un trabajador ferroviario. Todavía recuerdo que era muy linda y mucho más
cariñosa que mi madre. Un día, sin embargo, se me informó que Helgard no
volvería. "Se volvió mala" (sie ist bose geworden), dijo mi madre, y se rehusó
a dar más detalles. El lugar de Helgard fue ocupado por una monja de velo
almidonado que me hacía arrodillar (para rezar a Dios, supongo) antes del
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¿EMERGE LA LATENCIA? LOS INICIOS DE UNA GENERACIÓN
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Sorprendentemente, acaso parece que este ambiente de satisfacción no era
exclusivo de los alemanes a mediados del siglo XX, ni tampoco era, como
podría pensarse, propio solamente de los países participantes en la guerra.
Tengo unas postales de r 948 que encontré en un mercado de pulgas en Lis-
boa; todas fotografías personales, en papel y tamaño postal, para enviarse a
amigos, parientes y amados. Muchachos cuidadosamente acicalados enviaban
sus retratos en blanco y negro a primas y amigas, siempre con "saludos" y a
menudo con un "para que recuerdes cómo me veía en" un día determinado.
Provistas de sueño y deseo que debían haber estado, el lenguaje de estas
tarjetas no contenía ambigüedades ni mucho menos bromas o cualquier
comentario atrevido.
Tengo también la fotografía de una joven familia portuguesa. La madre
es tan bonita como cualquier estrella de cine de su tiempo -al estilo de Rita
Hayworth, pero de complexión más oscura-. Pese a mostrar una estructura
ósea definida, su rostro, perfectamente simétrico, es blando; el arco de sus
labios le da a su boca una sonrisa distante. La ropa del padre es impecable
y seguramente costosa. Aunque tiene aproximadamente la misma edad que
ella, parece ansioso por parecer serio, de esa clase de hombres que se sienten
incómodos sin traje y corbata. Pese a ello, su cuerpo regordete parece perte-
necer más bien a un niño feo, o a un viejo demasiado gordo para moverse;
sus brazos son cortos, su complexión gruesa y sus labios apretados como
apretados en una palabra que no logra pronunciar. Es difícil imaginar a alguien
para quien ese hombre resulte atractivo "a primera vista''. ¿Se puede confiar
en él? O bien, para decirlo de otra manera: ¿es meramente demasiado débil
e infeliz para disfrutar de su estatus, o es potencialmente peligroso? Entre
la hermosa madre y el extraño padre, en una silla está parada la hija, que
debe tener unos tres años; lleva una linda falda a cuadros de las que llevaba
ShirleyTemple, o tal vez los niños de la aristocracia inglesa de entonces. Uno
no puede evitar pensar que, algún día, el rostro de la niña se parecerá al de
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HANS ULRICH GUMBRECHT
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¿Qué es lo que de aquel tiempo que ya se negaba a entregar mucho de sí
por entonces, hace sesenta anos, importa ahora? Es útil comparar los años
posteriores a I 94 5 con el periodo, menos de tres décadas antes, que había
sucedido a la Primera Guerra que mereció el título honorífico de "Mundial".
Por entonces se lo experimentó como un momento de profunda depresión,
y no sólo por parte de los intelectuales. Si la movilización que tuvo lugar en
toda Europa a comienzos de agosto de r 9 r 4 había sido una universal orgía de
confianza patriótica, aquello< que volvieron de las trincheras en noviembre de
1918, vencidos o vencedores, compartían una visión sombría. Las películas
noticiosas y las fotografías mostraban que el mundo parecía haber envejecido
décadas en sólo cuatro años. La enloquecida búsqueda de unos cimientos
sobre los cuales se pudiese construir una nueva vida, no ajena a los esbozos
de desesperación que encontramos en el texto de Heidegger de 1947, se
agitó en todos los grupos sociales después de r 9 I 8. La biografía de Ludwig
\:Vittgenstein proporciona un ejemplo particularmente dramático el cual,
al mismo tiempo, resulta típico. Wittgenstein, en sentido literal, quería
empezar una nueva vida después de la capitulación y el final del Imperio
austro-húngaro; regaló su vasta fortuna y cambió su interés intelectual de la
ingeniería a la filosoHa.
¿Cuál fue la clase de experiencia durante la Primera Guerra Mundial
que podría ser responsable por aquel sentimiento generalizado de que era
imposible vivir como antes? Durante los primeros meses de choque mili-
tar, ambos lados se vieron sorprendidos al descubrir que una victoria fácil,
obtenida por medios caballerescos (o al menos, napoleónicos), era algo im-
posible. Ahora, un combate paralítico de trincheras, en donde los avances
eran pequeños, era todo el horizonte de la guerra. El desarrollo acelerado de
la tecnología militar (ametralladoras, aviación, y ataques con gas) trajo una
profunda frustración existencial. La guerra a esta escala no ofrecía un marco
para la vida en el que el valor individual o el genio importasen. Ésta no era
la misma guerra en la que Ernst Jünger se las ingeniaba para experimentar
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¿Qué es lo que todavía no se ha dicho sobre aquel tiempo? ¿Por qué parece
urgente escribir otro libro sobre el periodo? Porque la impresión de destruc-
ción irreversible, cuya presencia se hizo sentir con tanta fuerza en los años
que siguieron inmediatamente a la guerra (y no sólo en las tierras en que las
batallas tuvieron lugar), desapareció muy rápido; o más precisamente, como
si el evento no hubiera dejado huellas comparables con aquellas que marcaron
al mundo después de 1918. AJ leer el ejemplar de Lije del 24 de diciembre
de I 94 5, me di cuenta de que la Navidad de aquel año podría haber sido el
momento en que los efectos de la destrucción irreversible fueron neutraliza--
dos, al menos en los Estados Unidos. La revista presenta, página tras página,
palabras e imágenes que anuncian cómo el mundo está en el proceso de
retornar a lo que se supone que siempre fue. Un largo artículo lleva el título
"Granjero japonés: vuelve de la guerra al viejo estilo de vida en su villa''. Las
leyendas que siguen dicen, por ejemplo: "Soldado encuentra los sembrados y
el aceite bastante buenos pese a Ja falla del arroz"; "Todavía observa los firmes
ritos Shinto"; y "La villa de Harada es frugal, trabajadora, y no está marcada
por la guerra''. Las catástrofes de Hiroshima y Nagasaki no se mencionan;
en cambio, hay anuncios de "las premiadas cámaras fotográficas Graílex'',
con una imagen del Vesubio en erupción tomada por un soldado de la fuerza
naval, en la cual se ve el humo en una nube con forma de hongo similar a la
que hemos asociado, desde Hiroshima, con las armas nucleares.
Otra imagen, que ocupa media página, muestra tres hermosas jóvenes
vestidas a la última moda, sentadas juntas en un sofá con sus bebés, como en
una escultura perfectamente simétrica. Las tres tienen las piernas cruzadas,
izquierda sobre derecha, y miran a su lado izquierdo. La leyenda dice:
Tres hijas mayores dan biberón a sus bebés. De izquierda a derecha, Jeanne, veintidós,
con su hijo Joe; Myrra Lee, veintitrés, con su hijo John; y Betty, veinticinco, con su
hija Julia. Los maridos de Jeanne y de Myrra Lee están libres del servicio y asistieron
a las fiestas de Navidad. El marido de Jeanne era un operador de radio de la Fuerza
Aérea, con veintisiete misiones. Myrra Lee era una empleada de la marina de segunda
clase con veintiséis meses de servicio en el mar. El marido de Betty está desaparecido
en combate.
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¿EMERGE LA LATENCIA? Los INICIOS DE UNA GENERACIÓN
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Me gustaría evitar la palabra "represión'' al describir el proceso que tenía
lugar. La revista Life podría no haber documentado (fácilmente podría haber
"evitado" mencionar) la suerte de Betty. Pero en lugar de "reprimirlos'', los
años de guerra se volvieron parte de un mundo nuevo-silencioso. Los hechos
y la memoria de los eventos no se desvanecieron sino que las sensaciones
de dolor y de triunfo, las resonancias de la guerra, se diluyeron. A medida
que desaparecían los sentimientos causados por la irresistible destrucción,
un ambiente de latencia rápidamente emergió (acaso la razón de la peculiar
impresión de paradoja que se asocia al periodo tiene su origen en esto: los
sentimientos personales se desvanecían, y comenzaba a esparcirse la latencia
como ambiente, como un estado de ánimo general). Cuando hablo de "la-
tencia'' en lugar de "represión'' u "olvido", me refiero a la clase de situación
que el historiador holandés Eelco Runia lla1!1<1__"p_resencia", y que ilustra con
la metáfora del polizón. (Runia ha explorado la nocl6n en profundidad en
su contribl1¿i6n a Latenz-blinde passagiere in den Geisteswissenschaften, un
volumen que he editado con Florian Klinger).
Cuando hay un polizón en alguna parte, sentimos que algo (o alguien)
está ahí pero que no podemos tocarlo o captarlo -y ese algo o alguien tiene
una articulación material, lo que significa que ocupa espacio-. Obviamente
no podemos decir de dónde, exactamente, viene nuestra certeza acerca de tal
presencia, ni sabemos dónde, precisamente, está localizado lo latente. Y puesto
que no conocemos la identidad del objeto o persona latente, no tenemos
garantía de que podríamos reconocer tal ser, incluso si alguna vez se revelase.
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HANS ULRICH GUMBRECHT
Más aun, lo que está latente puede sufrir cambios mientras permanece oculto;
por ejemplo, puede envejecer. Más importante todavía: no tenemos razón,
o al menos una razón sistemática, para creer que lo que está en un estado de
latencia se muestre jamás o, al contrario, que no será simplemente olvidado
algún día.
No hay "métodos", procedimientos, y ciertamente tampoco "interpre-
taciones" que nos permitan recuperar lo que ha entrado en estado de latencia.
A efectos de posibilitar la interpretación, es decir., de permitirnos identificar
un significado que parece yacer "bajo" una superficie, lo latente debería
emerger o asumir la forma de un "contenido proposicional"; esto puede ser
posible a veces, pero en general es poco probable. Entonces, ¿cómo podemos
estar tan seguros de que hay algo latente "realmente", si elude la percepción
misma? Para volver al ejemplo mencionado antes, cuando examino las revis-
tas de posguerra enfáticamente pacíficas y ordenadas, me golpea la violencia
que a menudo se desborda en los anuncios publicitarios; por ejemplo, en la
fotografía de la erupción volcánica tomada con una cámara Graflex. En una
vertiente similar,, la calidad de las navajas de afeitar se demuestra al deslizarse
suavemente sobre la delicada piel de la mejilla de un bebé; historietas de la vida
matrimonial bromean acerca de rnaridos que golpean a sus esposas porque
el café está demasiado ligero o porque la esposa olvidó despertar al hombre
proveedor que tiene que irse a trabajar; parece haber también una obsesión
con hombres mayores patológicamente agitados que precisan con urgencia
medicinas de una marca en particular.
***
Algo de una disposición de violento nerviosismo permea la aparente calma del
mundo de posguerra e identifica un estado de cosas latente. Me gustaría tomar
el concepto alemán de Stímmung1 para describir, en los capítulos centrales
de este libro, esta compleja composición. Asimismo, me gustaría subrayar
que, si bien los Stímmungen propician que asumamos que algo está latente,
raramente ofrecen modos de identificación -en general, los Stímmungen
emergen como efectos de condiciones latentes; pero no necesariamente se
originan con ellos-. La palabra Stímmung se traduce con frecuencia (yacer-
tadamente) como "estado de ánimo"; en un sentido metafórico el término
puede entenderse como "clima'' o "atmósfera''. Lo que las metáforas de cl.ima
y atmósfera comparten con la palabra Stimmung (cuya raíz etimológica es
1
N. del T. Se conservará el término alemán para rescatar las connotaciones originales,
explicadas enseguida por el propio autor.
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¿EMERGE LA LATENCIA? LOS INICIOS DE UNA GENERACIÓN
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Hace unos años le comenté a un amigo sobre la urgencia que experimentaba,
la cual, por entonces aún me impresionaba como casi extraña, de escribir
acerca de los años posteriores a r 94 5. Sin vacilación, duda o cuestionamiento,
respondió que la tragicomedia Esperando a Godot de Samuel Beckett (produ-
cida por primera vez en el Théatre de Babylone en París en r 9 52- r 9 5 3) tenía
que aparecer en el episodio central de cualquier libro que se escribiese acerca
de ese tema. Nunca se me había ocurrido semejante cosa, pero la observa-
ción de mi amigo se volvió instantáneamente una de esas certezas que, retros-
pectivamente, uno da por hecho. Esperando a Godot representa no solamente
las condiciones latentes del periodo que sucedió a la Segunda Guerra Mundial,
sino que positivamente condensa todo un mar de latencia en una Stimmung
común. Nunca se cruza por la mente de Vladimir o de Estragón que Godot,
a quien nunca han visto, podría ser un fantasma o no existir en absoluto.
Tal como el mundo se les presenta, la existencia de Godot es una certeza.
(A menudo, se lo dicen uno al otro, y consideran las consecuencias de ese
hecho.) Sobre todo, el latente Godot los obliga a permanecer donde están:
ESTRAGÓN: Bello punto. (Gira, avanza al ftente, para de ftente al auditorio). Vista
inspiradora. (Se vuelve hacia Vladimir). Vamos.
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HANS ULRICH GUMBRECHT
VLADIMIR: No podemos
ESTRAGÓN: ¿Por qué no?
VLADIMIR: Estamos esperando a Godot.
ESTRAGÓN: (Con desesperación]. ¡Ah! [Ptiusa]. ¿Estás seguro de que era aquí? (8).
Godot o "big God" (del inglés "god" con el sufijo francés "-ot')
tiene las cualidades del dios conocido en la Edad Media, cuya presencia
real nadie ponía en cuestionamiento pese a que nunca era seguro dónde, o
cómo, es que se manifestaría. Este estado de cosas no cambia hacia el final
de la obra:
ESTRAGÓN: Lo soñaste. (Pausa) Vamos. No podemos. ¡Ah! (Pausa) ¿Estás seguro que
no era él?
¿Quién?
VLADI.MlR'.
ESTRAGÓN: ¿Godot?
VLADIMIR: ¿Enrnnces quién?
ESTRAGÓN: Pozzo.
VLADIMJR: ¡Para nada! (J'vfenos seguro). ¡Para nada! (Aun menos seguro). ¡Para nada! ( 104).
30
¿EMERGE LA LATENCIA? Los INICIOS DE UNA GENERACIÓN
***
No precipitaré aquí a la conclusión, demasiado ge~eral, de que, en la medida
en que el impacto de la guerra se diluyó en una Stimmung de latencia, el tiempo
en la posguerra se "congeló" y así quieto se mantuvo. Todo lo que diré aquí
(antes de considerar de nuevo el asunto en el séptimo y último capítulo) es
que mi generación ha experimentado su tiempo con la expectativa y la es-
peranza, que se condensaron en una serie de momentos históricos en las seis
décadas y media que nos separan ahora de 1945, de que algo "latente" se
manifiestaría y se revelaría, lo cual nos permitiría por fin escapar de la larga
sombra de una Stimmung cuyo origen nunca fuimos capaces de identificar;
y agregaré que por esa expectativa y esa esperanza de que la latencia se des-
velaría, en consecuencia un sentimiento generacional de "redención" nunca
se ha cumplido. Nuestra situación es como la de Vladimir en la obra de Bec-
kett: "Bueno, supongo que al final me levantaré por mí mismo. (Lo intenta,
ftacasa). Cuando los tiempos se cumplan'''. Nosotros podemos aún esperar
que este "cumplimiento de los tiempos" llegue, pero al mismo tiempo, no
creemos que tal cosa ocurrirá.
Quienquiera haya visto el final de Die Ehe der María Braun, de Rainer
Werner Fassbinder, sabe que la primera ilusión del periodo de posguerra en
Alemania vinculada a tal "cumplimiento de los tiempos" tuvo que ver, iróni-
camente, con un partido de fútbol. Yo tenía seis años y tres semanas cuando,
el 4 de julio de 1943, escuché con mis padres y algunos de sus amigos la final
de la Copa Mundial en la radio. De modo espectacular, Alemania venció por
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iEMERGE LA LATENCIA? LOS INICIOS DE UNA GENERACIÓN
***
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FORMAS DE LATENCIA
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tales eventos eran recordados. "Parece ser que esta guerra, que fue mucho
más atroz que la anterior, ha dejado menor cantidad de malos recuerdos".
Comentando esta observación, Sartre dice que considera al segundo conflicto
"menos estúpido", porque ocurrió por un propósito razonable. Curiosamente,
sin embargo, pospone la explicación para después. El pasaje en cuestión es
como sigue:
Peut-etre parce qu'on a cru longtemps qu'elle (se. la Deuxieme Guerre Mon- diale)
était moins stupide. Il ne paraissait pas stupide de se battre contre l'impérialisme
allemand, de résister a l'armée de l'occupation. Aujourd'hui seulement on s'apen;:oit
que Mussolini, Hitler, Hiro-Hirn n' étaient que des roiteles. Ces puissances de rapine et
de sa11g qui se jetaient sur les démocraties, e' étaient de loin les nations les plus faibles.
Les roiteles sont morts et déchus, leur pecites principautés féodales, Allemagne, Italie,
Japon, sont a terre. Le monde est simpliflé: deux géants se dressent, seuls, et ne se
regardent pas d'un bon oeil. Mais il faudra quelque temps avant que cette guerre-ci
ne révele son vrai visage (Situations JI]).
Acaso fue porque creímos, durante mucho tiempo, que ella (la Segunda Guerra) era
menos estúpida. No parecía estúpido pelear contra el imperialismo alemán y resistir
al ejército de ocupación. Sólo ahora estamos empezando a darnos cuenta de que
Mussolini, Hitler, e Hirohito eran tiranuelos. Los estados sangrientos y saqueadores
que se draron contra las democracias eran por lejos las naciones más débiles. Los tira-
nuelos están muertos y se han llevado una paliza, y sus territorios feudales, Alemania,
Italia, Japón., yacen en el suelo. El mundo se ha vuelto más simple: dos gigantes están
emergiendo, solos, y no se miran con buenos ojos. Aun así, va a llevar un tiemp~
antes que esta guerra muestre su verdadero rostro.
Plus d'un Européen eút préféré que le Japon fút envahi, écrasé sous les bombar-
dements de la flotte: mais cette petite bombe qui peut tuer cent mille homes d'un
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FORMAS DE LATENCIA
coup et qui, demain, en tuera deux millions, elle nous met tout a coup en face de
nos responsabilités. A la prochaine, la terre peut sauter: cette fin absurde laisserait
en suspens pour toujours les problemes qui font depuis dix mille ans nos soucis [... ]
Nous voila pourtant revenus a l'An Mille, cha- que matin nous serons a la veille de
la fin des temps; ala veille du jour ou notre honneteté, notre courage, notre bonne
volonté n' auront plus de sens pour personne, s' ab!meront de pair avec la méchanceté,
la mauvaise volonté, la peur d'une indistinction radicale. Apres la mort de Dieu, voici
qu'on annonce la mort de l'homme (s2).
Más de un europeo habría preferido que Japón fuese invadido, aplastado bajo los
bombardeos de la flota: pero cierta pequeña bomba que pudo tumbar cien mil
hombres de un golpe y que, mañana, tumbará diez millones, nos enfrenta a nuestras
responsabilidades. La próxima vez, la Tierra podría estallar: este fin absurdo dejará
en suspenso por hoy los problemas que han sido los nuestros durante diez mil años
[... ] Hemos vuelto de algún modo al Año Mil, cada mañana esperaremos el fin de
los tiempos; el día que nuestra honestidad, nuestro coraje, nuestra buena voluntad,
ya no tengan sentido para nadie, y se hundan junto con la maldad, la mala volun-
tad, el miedo a una indistinción radical. Tras la muerte de Dios, es hora de que se
anuncie la muerte del ser humano.
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FORMAS DE LATENCIA
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NO SALIR, NO ENTRAR
El acorazado "de bolsillo" Graf Spee tocó el agua por primera vez el l de
octubre de 1932, a escasos cuatro meses de que el Partido Nacional Socialis-
ta de Adolf Hitler tomara oficialmente el poder, e inició servicio el 30 de
junio de 1934; su nombre provino en honor del almirante Graf Maximilian
von Spee, quien murió el 8 de diciembre de 1914, junto a dos de sus hijos,
en la primera de las batallas de las Islas Falkland. Después de cumplir con
tareas de supervisión internacional en la costa ibérica durante la Guerra Civil
Española, el buque fue enviado al Atlántico el 26 de septiembre de 1939,
casi al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, para realizar tareas hosti-
les al comercio, de modo que hundió nueve barcos mercantes aliados. El buque
se convirtió en una gran amenaza, en parte, gracias a su avanzada tecnología
porque el Graf Spee fue el primer buque de la Kríegsmaríne alemana equipado
con el radar Seetakt. Sin embargo, el mayor crédito debía ser para el capitán
Hans Langsdorff, un veterano de la Primera Guerra Mundial que asumió el
mando el r de noviembre de r 9 3 8. Langsdorff se apegó estrictamente a las
reglas de la guerra mercante al salvar las vidas de los trescientos tres marinos a
bordo de los navíos que hundió. (Más tarde, en aguas neutrales de Noruega,
un destructor británico liberó por la fuerza a los prisioneros que estaban en
el buque tanque alemán Altmark). Muchos de los prisioneros tenían gran
respeto por Langsdorff; quien hablaba perfecto inglés y les había dado libros
en ese idioma para pasar el tiempo.
Ocho grupos de búsqueda y caza, en total veinticinco buques en su
mayoría británicos, fueron enviados para encontrar al Graf Spee. El l 3 de
diciembre, en pleno verano en el hemisferio sur, la séptima de estas flotillas
lo divisó en la frontera marítima entre Uruguay y Argentina. Durante la
batalla que siguió, pronto un proyectil de 8 pulgadas penetró dos de sus
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44
NO SALIR, NO ENTRAR
***
La historia del Graf Spee, desde el comienzo de la guerra, narra una inca-
pacidad de irse pero no necesariamente por el hecho de querer quedarse;
anticipa y condensa, como una alegoría, una dimensión de la Stimmung
que emergió durante los años finales del conflicto, un estado de ánimo que
dominaría el mundo después del fin de las batallas. Huis clos, un drama de
Jean-Paul Sartre que escribió a los treinta y ocho años de edad, producido
por primera vez en el París ocupado, en Le Vieux Colombier en mayo de
1944, sólo unos días antes que los aliados desembarcasen en Normandía,
puso en escena la imposibilidad de abandonar un determinado espacio y una
situación existencial básica. Tres personas, Inés, Estelle, y un hombre que
responde al nombre de "Garcin" pese a que parece ser de edad mediana, se
encuentran en un salón decorado con pesados muebles de mediados del siglo
XIX. El cuarto no tiene ventanas ni espejos así que los personajes no puedan
mirar hacia afuera, pero tampoco pueden verse a sí mismos. Este estado de
cosas parece hacerlos más sensibles, vulnerables incluso, a la mirada de los
otros. Estelle, Garcin e Inés saben, desde el comienzo mismo que sus vidas
han terminado, y en consecuencia hablan libremente de ello. El cuarto y la
situación en que se encuentran es infernal, porque deben vivir para siempre
en presencia de los otros dos y de sus miradas. "El verdugo es cada uno de
nosotros para los otros dos", dice Inés. Ella, lesbiana, desea a Estelle, quien a
su vez quiere ser amada por Garcin, lo que pone celosa a Inés. Inés obtiene
su revancha del simple hecho de que Garcin y Estelle no pueden hacer el
amor sin quedar expuestos a su ojo vigilante. No hace falta que Inés decida
avergonzar y frustrar a Estelle y Garcin, pues, como descubre Inés antes que
los demás, les han quitado los párpados. El contacto visual con el mundo
circundante no puede interrumpirse, condición que es normal en la vida:
"Usted no sabe lo refrescante que era: cuatro mil reposos en una hora, cuatro
mil breves momentos de escape. Y cuando digo cuatro mil. .. O sea que ...
¿debo vivir sin párpados? No se haga el imbécil. Sin párpados, y sin sueño,
es lo mismo. Nunca volveré a dormir. .. ¿Cómo voy a hacer para soportar?"
(18). Sin párpados, los ojos no pueden llorar.
En este espacio, cerrado y sin ventanas, tampoco hay día y noche. Para
empeorarlo todo, Estelle, Garcin e Inés no pueden apagar la luz; todo está
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de los tres? El camino está abierto, ¿quién nos retiene? ¡Me muero de risa! Somos
inseparables (86f.).
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No SALIR, NO ENTRAR
ahí unos días, desconectados del mundo exterior y de sus rutinas cotidianas.
Con el tiempo, tanto los invitados como los anfitriones pierden toda traza
de decoro de modo que van dejando de lado la mayoría de los patrones de
conducta que llamamos "humanos". Las autoridades tratan de entrar en la
propiedad pero fallan en su intento. Como por arte de magia, un rebaño de
ovejas y corderos logra ingresar. En la fiesta se mata y se come parte de esos
animales. De pronto, todos pueden irse. Tampoco en este caso tiene sentido
preguntar cómo ocurrió el hechizo y qué lo hizo desaparecer. El film de Bu-
ñuel simplemente trata de tal sentimiento de estar confinado en un espacio
angosto y sin barreras físicas. En este respecto, El ángel exterminador presenta
una situación que no es distinta de la que enfrentan los personajes Estragón
y Vladimir, de Beckett, en Esperando a Godot. Aquí los personajes tampoco
consiguen salir del sitio donde se hallan:
ESTRAGÓN: Vámonos.
VLADIMIR: No podemos.
ESTRAGÓN: ¿Por qué no?
***
El único drama escrito por Wolfgang Borchert, Draussen vor der Tür (Afaera,
frente a la puerta) se estrenó en Hamburgo el 21 de noviembre de 1947, un
día después que el autor, a la edad de veintiséis años, muriese en un hospital
de Basilea. Nueve meses antes, cuando fue producida para radio, la obra
había causado una fuerte reacción en Alemania. Hasta los años sesenta, y
aun durante los setenta, Draussen von der Tür fue considerada un clásico
del teatro. En las clases de literatura se la consideraba un texto ejemplar del
periodo de posguerra. Hoy, Borchert y su trabajo están casi olvidados fuera
del mundo de los historiadores de la literatura. Borchert fue uno de los pocos
47
HANS ULRICH GUMBRECHT
Esto es exactamente lo que anoche le pregunté al hombre que estuvo con mi esposa.
Estaba ;i.hí vestido con mi propia camisa, en mi propia cama. ¿'Qué estás haciendo
aquí?, le pregunté. Se encogió de hombros y dijo: Bueno, lo que estoy haciendo aquí. ..
Ésa fue su respuesta. Así que cerré la puerta del dormitorio de nuevo; no, primero
apagué la luz. Y me quedé parado afuera (20).
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NO SALIR, NO ENTRAR
vuelva una estrella en potencia: "Todas las puertas están cerradas. Sólo están
abiertas para Shirley Temple o para el campeón de box Max Schmeling". Dios
es un viejo que sabe, porque no puede cambiar nada, que nadie confiará en
él de ahí en adelante. La muerte, por el otro lado, tiene tanto éxito que su
figura alegórica "ha engordado un poco". Aun así, la muerte también rechaza
a Beckmann. Cuando trata de ahogarse en el Elba, el río lo escupe a la orilla:
Búscate otra cama si la tuya está ocupada. No quiero la piltrafa miserable de tu vida.
Simplemente, no eres suficiente para mí, muchachito. Primero, haz una vida; patea
y déjate patear. Un día, cuando estés totalmente borracho, luchando por moverte y
tirado en el lodo, hablaremos de nuevo. Por ahora, ve a hacerte hombre, ¿de acuerdo?
Y ahora, desecha tus intenciones, querido. Tu pequeña vida es desgraciadamente poca
cosa; quédatela, no la quiero (12).
MUCHACHA: Oh, iremos a casa juntos, a mi casa. ¡Vuelve a la vida, mi pequeño pez
MUCHACHA: Todo el tiempo. ¡Tú! Todo el tiempo, sólo tú. ¿Por qué estár muerto,
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NO SALIR, NO ENTRAR
***
La desesperación por ser incapaz de salir, y la de ser incapaz de entrar, nos
dan el tema central para el análisis del Huis clos de Sartre y el Draussen vor der
Tür, de Borchert, omnipresentes textos de la década que siguió a la Segunda
Guerra Mundial, y no solamente en textos escritos en las tierras que vieron
acción militar. Comenzamos a entender pues, al menos en la constelación
particular de aquel tiempo, cómo es que los dos topoi (se usa topoi para de-
signar, al menos en parte, "espacios" y "formas de espacio" en sentido literal)
son difíciles de diferenciar de lo que uno imaginaría. Lo mismo es verdad,
como hemos visto, para las distinciones entre agente-agresión, por un lado,
y la condición de víctima, por el otro. Por supuesto, en tanto dimensiones de
experiencia, no son idénticas en absoluto, así como tampoco lo es su relación,
caracterizada por la oscilación o la inestabilidad. En cambio, y más en el es-
tilo de la distinción de Hegel de la dialéctica del amo y el esclavo, raramente
hay una condición de víctima que no muestre, en el largo plazo, agresión
(y viceversa). Aun así, pese a esta profunda conexión, me gustaría mostrar
cómo, primero para el caso del "no salir", y luego en el de "no entrar", tales
temas inundan toda clase de textos compuestos para realizar funciones muy
diferentes. En el proceso, obtendremos una conciencia más completa tanto
acerca de las asimetrías de los topoi, como de su inseparabilidad.
El deseo obsesivo de una salida imposible entra, a menudo, en conflicto
con la pesadilla de una apertura hacia el exterior que se aleja continuamente,
todo lo cual, de pronto, puede transformarse en un deseo de permanecer
dentro. La más drástica y devastadora escalada del tema del "no salir" ocurre
en una novela española de 1962 que no ha recibido el reconocimiento que
merece. La escena en cuestión, en Tiempo de silencio, de Luis Martín-Santos,
describe un aborto fallido que termina en muerte. La chica que muere queda
embarazada luego de haber sido violada regularmente, y en presencia de la
familia entera, por su padre. El padre, tanto de la madre como del niño por
nacer, trata sin ninguna vergüenza y con el apoyo del clan entero de forzar la
muerte y expulsión del feto, en un estado ya muy avanzado del embarazo:
Hizo sentar encima del vientre de su hija a la redonda consorte, considerando que
así se satisfacían al mismo tiempo las exigencias de una intensa gravitación y las del
pudor debido; comprimió con una cuerda el fino talle de la muchacha a partir de la
altura del ombligo rodeándola más fuertemente conforme las vueltas del cordel iban
descendiendo hacia las más opulentas caderas; masajeó con ambas manos, una vez
retirada la cuerda que había levantado la piel en la punta de los huesos coxales, la zona
interesada haciendo rápidos movimientos de descenso enérgicamente mantenidos
hasta conseguir la expulsión de toda materia fecal y de toda orina retenida; adminis-
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La cálida humedad de esta primavera hacía que la gente añorase el calor del verano.
En la dudad, edificada en la llanura como un caracol, sin aberturas hacia el mar,
prevalecía un gris parduzco. Dentro de las murallas, largas y frágiles, a lo largo de las
calles con vidrieras llenas de polvo, en los tranvías pintados de un amarillo sucio, se
sentían un poco como prisioneros del cielo. Sólo el viejo paciente de Rieux estaba
feliz por este clima, que había suavizado su asma (3 6).
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NO SALIR, NO ENTRAR
vuelto una carga para sus hijos. Golpeado por la debilidad insoportable del
padre, y perturbado además por ideas mal concebidas acerca de la "supervi-
vencia de los más aptos", Edmundo finalmente lo envenena con misteriosa
frialdad y decisión. Sin embargo, hay un precio a pagar por cruzar al padre
hacia la frontera de la muerte: la vida de Edmundo, quien en la escena final
del film se suicida.
***
La dinámica opuesta al estado de permanecer contenido está expresada con
fuerza semejante. Tanto en la literatura como en el mundo real, la gente hace
todo lo que puede para permanecer en espacios circunscritos, resistiéndose
a fuerzas que provienen de todas partes que los harían cruzar hacia afuera.
Como ardiente partidario del nazismo (cuyas motivaciones eran menos una
cuestión política que un desembozado, virulento antisemitismo), el novelista
francés Louis-Ferdinand Céline dejó París en junio de 1945; después de una
breve estadía en Dinamarca, pasó los restantes meses de la guerra en Alemania,
ofreciendo asistencia médica a miembros exilados del gobierno de Vichy. En
marzo de 1946, Céline volvió a Dinamarca, donde usó todos los recursos
legales a su alcance para evitar su extradición a Francia, donde había sido
acusado de traición y enfrentaba una posible condena de muerte. En una
carta (escrita en inglés) a su abogado danés, fechada el 12 de febrero de 1946,
Céline incluye una carta a su esposa, Lucette Destouches (Destouches era
el nombre legal de Céline). En ella declara que no se entregará bajo ningún
concepto a la justicia francesa:
Mi pequeña: He visto con gran preocupación que encuentras natural la idea de que
me vaya a Francia para dejarme sentenciar. ¡En ningún maldito caso! No consentiré
ninguna propuesta semejante. ¡Me aferraré al derecho de asilo como un demonio!
¡Como un judío! ¡Ni uno de los judíos que escapó a Dinamarca permite jamás que
se le hable en términos amigables acerca de ser juzgado por la Alemania de Hitler!
¡Maldita sea, no! ¡Y mi caso es exactamente el mismo! Por supuesto que los daneses
se deleitarían si me rindiese (799).
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HANS ULRICH GUMBRECHT
GOWAN: Bebe, de todos modos tengo que almorzar y empacar algunas cosas también.
¿Qué te parece?
STEVENS: ¿Qué me parece qué cosa? ¿Empacar, o beber? ¿Qué tal tú? Creía que ibas
a rnmar un trago.
GOWAN: Oh, sí, por supuesto.
(toma, un vaso lleno.)
Quizá sería mejor que te hubieras ido y nos dejases con nuestra venganza.
STEVENS: Ojalá eso pudiese hacerte sentir mejor.
GOWAN: Dios quisiera. Dios quisiera que fuese sólo deseo de venganza lo que tengo.
Ojo por ojo, ¿hubo alguna vez expresión más hueca? Lo que pasa es que uno tiene
primero que haber perdido un ojo para saberlo.
STEVENS: Y pese a eso, ella tiene que morir.
GOWAN: ¿Por qué no? Aunque ella fuese una perdida, una negra puta, una borracha,
una cruel drogadicta ...
STEVENS: Una mendiga, una vagabunda, sin esperanza hasta que un día el señor caro.
Y después, en pago a eso ...
GOWAN: A ver, tío Gavin. ¿Por qué, por el amor de Dios, no te vas a tu casa? ¿O al
infierno, o a algún otro sitio fuera de aquí?
STEVENS: En un minuto. Es eso lo que piensas, ¿por qué dirías que tiene que morir?
(518f).
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HANS ULRICH GUMBRECHT
¿Y qué significa esto para nuestra anticipación de un cruzar la línea? ¿Es la existencia
humana ya trans lineam, o estamos apenas llegando a la vasta llanura que se extiende
detrás de la línea? ¿O acaso sea esto un engaño inevitable? ¿Es acaso que la línea se
aparece frente a nosotros como la amenaza de una catástrofe planetaria? ¡Quién la
cruzaría en ese caso? ¿Y qué nos harían tales catástrofes? Las dos Guerras Mundiales
no han disminuido el avance del nihilismo ni han cambiado su dirección[ ... ] ¿Dón-
de es que está ahora la línea? Donde sea que esté, esta pregunta debería promover la
discusión acerca de si debemos atrevernos a pensar en cruzarla (rx/394).
Sentí una nota de amisrad y calidez en las voces de estos oficiales jóvenes. Con valor
y firmeza les dije en inglés: "¿Cómo están?". Por respuesta, uno de los oficiales me
ofreció un cigarrillo. Tímidamente, lo acepté, yél lo prendió para mí antes de encender
el suyo. El cigarrillo tenía un aroma placentero; me impresionó el gran círculo rojo
en la cajilla (rz5).
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NO SALIR, NO ENTRAR
Se subieron al camión con grandes sonrisas en sus rostros y movieron sus manos en
señal de saludo hasta que los perdí de vista. "Todo va a estar bien'', dijo alguno, y había
un cálido acuerdo en ello. Todo el mundo se sentía aliviado. Nos quedamos impre-
sionados con la apariencia de los soldados estadounidenses, los prácticos uniformes
que llevaban, cuán humanos parecían. El aroma del cigarrillo americano permaneció
mi nariz; era distinto de los que fumaban los oficiales japoneses. No había nada arbi-
trario o desprolijo en aquellos oficiales jóvenes; ellos eran, también, distintos de los
japoneses. Esos hombres me impresionaron como ciudadanos de un gran país (125).
El vagón estaba demasiado caluroso y atestado como para dormir en él. La almohada
del doctor estaba empapada de sudor. Con cuidado, sin despertar a los otros, se bajó
de su cucheta y empujó las puertas del vagón [... ] Era una estación grande, proba-
blemente un cruce de vías. Más allá de la bruma y la calma, había una sensación de
vacío, de descuido, como si el tren se hubiese perdido y olvidado. Tenía que estar
parado en el punto más lejano de la estación, y era tan grande el laberinto de vías
que lo separaban de los edificios que si. del otro lado del andén, la tierra se abriese y
tragase la estación, nadie en el tren se daría cuenta (242).
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HANS ULRICH GUMBRECHT
Mirábamos atrás. De ahí en adelante, el Sol no dejaba seguir rumbo ninguno. La luz
era cruel. Vimos un pájaro parecido a. una golondrina. Bajo el tapanco, algo raro se
deslizaba bajo nuestros pies. Era una tierra diferente, demente, un océano de arena.
¿Hasta dónde se extendía? El Sol caía por torrentes a la tierra, que como sal chispo-
rroteaba. Por tramos, macas muertas y mechones de hierbas, como de una cabellera
desprendida. Un vapor amarillo se esparcía a la distancia. Y las llamas comenzaron a
entrar en nuestros pechos que ardían con el aire (3 8).
Es imposible escapar del serta porque no hay otro lugar a dónde ir. El
pensamiento de un encantamiento extraño cuyo hechizo podría romperse
se vuelve una expresión de deseo. Sobre todo, cualquier idea o esperanza de
salir de ese espacio se vuelve una ilusión, una y otra vez: "El serta es así: usted
cree que lo ha dejado atrás, y de repente lo rodea a usted de nuevo por todos
lados. El serta está donde usted menos lo espera'' (238).
***
Rodeados por horizontes existenciales que son, o bien tan amenazadores que
nunca pueden ser cruzados, o tan elusivos que nunca pueden ser alcanzados,
mucha gente sintió, en los años de posguerra, el impulso de adentrarse. Ese
"adentro" puede referir también a un movimiento existencial, pero las metas
de estos movimientos tenían formas y cualidades muy distintas. Una meta
posible es la esfera interior del sujeto, o "interioridad". Otras, incluían el
"adentro" de un espacio protegido o el "adentro" de un mundo familiar que,
abandonado y olvidado, ahora esperaba ser redescubierto. En 1950, el autor
alemán Gottfried Benn escribió un breve poema con el lacónico título de "Rei-
sen" ("Viajando"). Este trabajo conjura el contraste entre la ilusión de un logro
experimentada lejos de casa, por un lado, y por otro la felicidad a encontrar
dentro del silencioso interior del "Yo":
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NO SALIR, NO ENTRAR
[... ]
Viajar es elusivo.
Solamente tarde en tu vida viajas al sí mismo:
Se trata de permanecer y de guardar quedamente
el yo que consigo mismo confina (384).
Decir "sobre la tierra'' siempre implica "bajo el cielo". Ambas expresiones quieren
incluir un "permanecer a la vista de los dioses", e implican un "pertenecer a lo junto
de la humanidad". A partir de una unión original, el cuatro, la Tierra y el cielo, los
inmortales y los mortales, se pertenecen en unidad (vn/r 51).
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***
El homhre rebelde de Albert Camus, publicado en r 9 5 r, señala la definitiva
ruptura del autor con el compromiso de su generación respecto al evangelio
de las ideas marxistas, y un movimiento de retorno al "yo" individual, la tierra
y lo culturalmente familiar. El gesto de Camus vale como abandono de todo
horizonte utópico en la tradición hegeliana de filosofía de la historia y debe
entenderse como una forma específicamente secular de trascendencia, un
apartarse de las promesas de un futuro que se supone espera más allá de la
muerte individual. El trabajo de Camus representa, además, un nuevo aleja-
miento de limites "más allá de los cuales", se había dicho, residían el logro y
la redención. La cruel crítica que el autor hace a las promesas abstractas, las
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NO SALIR, NO ENTRAR
Hemos elegido Ítaca, la tierra fiel, elegimos el pensamiento audaz y parco, la acción
lúcida, y la generosidad del hombre que conoce. En este preciso sentido, la Tierra sigue
siendo nuestro primer y último amor. Nuestros hermanos respiran bajo el mismo cielo
que nosotros, la justicia vive. Es aquí donde emerge la extraña alegría que nos ayuda
a vivir y a morir, la que nunca más consignaremos a un tiempo futuro. En la Tierra,
llenos de dolor y penuria, esta alegría es un problema sin fin, comida amarga, viento
caliente que viene del mar, el último y el próximo amanecer (}Sr).
***
La novela de Ralph Ellison Invisible Man, que se publicó por primera vez,
después de años de revisión y expansión, en la primavera de r 9 52, celebrada
por la crítica como uno de los mejores libros jamás escritos por un afroame-
ricano, parece comenzar con un retiro similar hacia un mundo interior. En
un sótano, el protagonista negro y narrador en primera persona habita un
espacio que él llama "el agujero":
61
HANS ULRICH GUMBRECHT
Vivo sin pagar en un edificio que se alquila exclusivamente a blancos, en una sección
del sótano que fue cerrada y olvidada durante el siglo XIX [ ... ] El punto ahora es
que he encontrado un hogar. .. o un agujero en la tierra, si usted quiere. Ahora bien,
no se apresure a sacar la conclusión de que, porque yo llamo "agujero" a mi hogar,
éste es húmedo y frío como una tumba; hay agujeros fríos y agujeros cálidos. El mío
es un agujero cálido. Recuerde que un oso se retira a su agujero para el invierno y
vive hasta la primavera; después sale paseándose como el pollo de Pascua que sale del
huevo (5f).
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NO SALIR, NO ENTRAR
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mediados del siglo xx. Una razón para ello es el hecho de que las situaciones
de exclusión social siempre ofrecen un placer agregado para aquellos que es-
tán en posiciones de poder, no importa qué tan bajo en la escala de hecho
estén. Desde la perspectiva de una discriminación universal, y con suprema
ironía, Martín-Santos describe a J\1uecas, el padre de la desgraciada chica
embarazada y también del hijo que ésta llevaba, quien vive en unas chabolas
y cría racas para el laboratorio de investigación de Pedro, a medida que in-
tenta distanciarse él mismo de aquellos para quienes su situación podría ser
objeto de deseo:
64
NO SALIR, NO ENTRAR
"Nuestra relación con aquello que nos es más cercano siempre ha sido obtusa
y turbia. Pues el camino a lo que es más cercano siempre ha sido tanto el más
largo como el más difícil para los hombres" (x/ 5).
***
Más allá del hecho obvio de no poder acceder a un cierto entorno social,
y más allá de otras situaciones en las que la experiencia del "no salir" afecta
estructuras de la existencia humana, existe finalmente la "sensación", acaso
específica de los años de posguerra, de que una vuelta a la historia, una reen-
trada en el tiempo histórico, es imposible. De modo sorprendente, consi-
derando su gusto para las cuestiones culturales, Carl Schmitt citó, en inglés,
el título de la famosa novela de Thomas Wolfe de r 940, You can 't go home
again, en una breve reflexión acerca de su situación que escribió el 2 de enero
de 1948. Después de más de una década en Berlín, en donde ejercía con-
siderable influencia (al menos dentro del sistema legal alemán), Schmitt se
retiró a su ciudad natal en Plettenberg, en el sur de Westfalia; nunca más
se le permitiría ocupar una posición universitaria o trabajar en la corte. En
cierto sentido, su experiencia es análoga a la de Beckmann en el drama de
Borchert. Schmitt, sin embargo, saca conclusiones mucho menos depresivas:
¡No puedes volver a tu casa! ¡No puedes volver al vientre materno! Mi actual estadía
en Plettenberg: una flecha que ya ha sido arrojada, vuelve a la cuerda y parece pedir
que la arrojen de nuevo. La presuposición, de algún modo ingenua, de tal imagen, es
que la cuerda aún está tan tensa y fuerte como hace cincuenta años; y, extrañamente,
no hay arquero que sostenga el arco (76).
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HANS ULRICH GUMBRECHT
***
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NO SALIR, NO ENTRAR
Todo nos lleva a asumir que el en-sí y el para-sí se presentan en un estado de des-
integración si se los compara con el ideal de una síntesis. No es que la integración
nunca haya tenido lugar. Al contrario, siempre se la ha prometido, y siempre ha sido
imposible. Tal falla permanente explica que ni el en sí ni el para sí puedan disolverse,
y también que son relativamente independientes uno del otro [... ] La misma falla
explica la brecha (hiatus) que encontramos en el concepto de Ser("!' étre") así como en
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HANS ULRICH GUMBRECHT
Otra brecha, una fisura que uno puede interpretar como sinónimo con
la brecha entre el en sí y el para sí (o como su razón misma) ha sido evocada
al comienzo del libro. Esta división tenía que ver con "lo infinito" y "lo fi-
nito" que, de acuerdo a Sartre, constituyen una nueva dimensión filosófica.
Por "infinito" el autor significa la estructura de experiencia del sujeto, que
siempre tendrá lugar desde un punto de vista en particular, incluso si existe
un rango potencialmente infinito de posibilidades. "Lo finito", por otro lado,
hace referencia a lo ideal; al deseo de un objeto que permanece idéntico a sí
mismo cuando se lo da a la experiencia. Puesto que el objeto ideal es (y debe
permanecer) inalcanzable, la filosofía debe contentarse con los fenómenos;
es decir, con la realidad y los eventos tal como se presentan a la perspectiva
siempre cambiante del sujeto. La distinción (que se desvanece) entre la apa-
riencia y el ser de un objeto es ahora reemplazada por la diferencia entre lo
"infinito" y lo "finito", separados por un inmenso golfo.
***
Mientras tanto, en los Estados Unidos, la atmósfera dominante del día a día
de posguerra parece haber estado caracterizada por cierta suave reintegración
y a.bsorción. Hemos visto ya el número de Navidad de r 94 5 de la revista
Lije, y el episodio acerca de la familia de Kansas cuya mitad masculina había
regresado de la guerra (al menos en parte). Hay múltiples repeticiones de
este esquema. '~!\. Japanese farmer", dice el título de otro cuento, "vuelve
de la guerra al viejo estilo de vida en su aldea". Luego de "doce semanas de
difíciles negociaciones", representantes del Reino Unido y de los Estados
Unidos firman un complejo acuerdo de crédito para restaurar la economía
británica. Un aviso de página entera del "nuevo, excitante Pontiac 1946"
insiste que "todo lo bueno de los modelos de antes de la guerra ha sido com-
pletamente preservado". Debajo del pacífico exterior de la primera Navidad
de posguerra, sin embargo, puede sentirse una sensación de peligro residual.
Pese a los esfuerzos del director del Instituto de Investigación Física y Química
de Tokio, profesor Nishina, los soldados estadounidenses han desmantelado
cinco ciclotrones. Parte de los ciclotrones "fueron cargados en dos cargueros
de la Armada, y arrojados en la bahía de Tokio". Habían surgido dudas,
aun dentro de los Estados Unidos, acerca de si estos dispositivos realmente
habrían tenido alguna finalidad militar. Una ambivalencia similar puede verse
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NO SALIR, NO ENTRAR
***
Mis recuerdos de infancia tienen espacio para árboles de esta clase. Durante
las fiestas de Navidad mis padres me llevaban a la casa de mis abuelos, una vie-
ja cabaña de caza en las montañas, a menudo cubiertas de nieve. Allí, mi
abuelo había decidido retirarse luego del fin de la guerra. Cada año, elegía-
mos el árbol con cuidado, y lo decorábamos con adornos guardados de los vie-
jos buenos tiempos. Cantábamos los clásicos villancicos, como si nada hubiese
pasado con las tradiciones alemanas. A veces íbamos incluso a la misa de gallo.
También disfrutaba hojeando los álbumes familiares, llenos de fotografías
de los tiempos de estudiante de mi madre y los grandes autos de mi abuelo
viajando por los Alpes durante las fiestas. Algunas páginas tenían las fotos
arrancadas. Cuando le pregunté a mi madre por qué, me dijo "tenían cosas
que uno no quiere ver más". Había algo en su respuesta que inmediatamente
entendí. Por lo menos, que no quería que le hiciese más preguntas al respecto.
Así que miré a otro lado, cajas llenas con objetos inútiles y valijas vacías. Pero
no encontré nada. Pronto un nuevo arreglo de fronteras había reemplazado las
líneas de batalla que habían trazado y vuelto a trazar el mundo alemán hasta
mayo de r 94 5. Incluía fronteras que absolutamente no podían ser cruzadas;
especialmente la que nos separaba de la "zona ocupada soviética''. En general,
la vida de posguerra no permitía a la gente ir a ninguna parte con facilidad;
incluso volver a casa de algún otro sitio, fuese que las fronteras pareciesen
ser de "acero" o no. El "otro mundo" de trascendencia religiosa no había aún
desaparecido completamente, pero tiene que haber parecido demasiado lejano
como para alcanzarlo, aun en la imaginación. El papa Pío xn, con su ascéti-
ca complexión y su aspecto ultramundano, parecía encarnar esta distancia,
la brecha entre lo cotidiano y la trascendencia. Ya que no se suponía que las
fronteras fuesen cruzadas, y puesto que a nadie se permitía entrar o salir, no
podía ocurrir nada. No se suponía que nada pudiese ocurrir en ese mundo. Y
aún así, la calma que se esparcía no era definitiva nunca; la vida aun se sentía
precaria. El mundo estaba en paz, pero cualquier chispa de emoción, el más
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Esta escena puede ser leída como punto de convergencia o como ale-
goría para las distintas situaciones en las cuales autores como Albert Camus.,
Ralph Ellison, y aun Carl Schmitt, se dieron cuenta de que la historia no
les permitiría avanzar en la dirección en que ellos querían, circunstancia que
hizo que todos ellos renunciasen a la historia.
Cuando las fronteras apenas pueden ser cruzadas, cuando el movi-
miento no produce eventos, cuando nada se deja nunca atrás, literal y meta-
fóricamente, el espacio no se traduce en tiempo, como ocurría todavía en los
dos siglos anteriores. El mundo de posguerra se convertirá en el mundo de la
Guerra Fría, donde el espacio domina porque los eventos "casi" ocurren -pero
en verdad no lo hacen-. La división entre el Este y el Oeste, corriendo a lo
largo de la Cortina de Hierro, se hará sólida, y será reproducida en Alemania,
China, y Corea. Allí donde tal línea de separación es amenazada, como ocurre
en Berlín (1953), Budapest (1956), Berlín de nuevo (1961), y Praga (1968),
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NO SALIR, NO ENTRAR
En 19 57, un objeto nacido en la Tierra fue lanzado al universo, donde por algunas
semanas viajó alrededor la Tierra de acuerdo con las mismas leyes de gravitación que
mantienen en movimiento los cuerpos celestes, el Sol, la Luna y los planetas [... J Este
evento, segundo en importancia a ningún otro, ni siquiera a la división del átomo,
habría sido saludado con una alegría sin límites, de no ser por las incómodas circuns-
tancias militares y políticas que lo rodearon. Pero, de modo curioso, tal alegría no fue
triunfal; no había orgullo o reverencia ante lo tremendo del poder y maestría humana
que llenó los corazones de los hombres que ahora, cuando miran el cielo, podrían
estar observando algo hecho por ellos mismos. La reacción inmediata, expresada al
calor del momento, fue de alivio acerca del "primer paso en el escape del hombre de
su prisión de la Tierra''. Y esta extraña declaración, lejos de ser una filtración acciden-
tal de un reportero estadounidense, fue el eco no deseado de la extraordinaria línea
que, más de veinte años antes, había sido grabada en el obelisco funerario de uno de
los más grandes científicos de Rusia: "La humanidad no quedará atada para siempre
a la Tierra''. Tales sentimientos han sido un lugar común durante algún tiempo.
Muestran que los hombres no son de ningún modo lentos para adaptarse y ajustar a
los descubrimientos científicos y los desarrollos técnicos, sino que, al contrario, han
sido décadas más rápidos que éstos (r).
Hay mucho en este pasaje que nos regresa al largo periodo de posgue-
rra y a su Stimmung. Por ejemplo: la poco sorprendente, y aun así, extraña,
comparación que hace Arendt entre el "reportero estadounidense", quien,
aunque realmente no exista, se las ingenia para representar todo lo que
Arendt resiente, y el "gran científico ruso" quien, se supone, había pronun-
ciado las palabras citadas. La clave, sin embargo, es el miedo de Arendt de
que el deseo de abandonar la Tierra y el cumplimiento parcial de tal deseo
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PREGUNTAS
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cesa. Quizá hayamos ido también a Mónaco, aunque puedo estar confundo
ese viaje con otras vacaciones familiares. Las pocas fotos de aquella semana
permanecieron en el álbum familiar. Todas ellas parecen ser de San Remo.
Durante aquel año, cuyo comienzo celebramos con él, Funk fue sentenciado
por una corte en Berlín a pagar ro 900 marcos "como compensación'', como
oficialmente lo dictó la sentencia, por el daño financiero que, como plenipo-
tenciario de la economía alemana de guerra, le había causado a millones de
judíos alemanes. Después de eso, parece que el gobierno no lo molestó más.
El 3 I de mayo de I 960 murió de diabetes en Düsseldorf, donde su amigo
Friedrich flick se había establecido poco antes.
***
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En otras palabras, si el candor (es decir, ser lo que uno es) parece, a
primera vista, representar lo opuesto a la mala fe, y si nuestro único modo
de escapar a la mala fe está en la estructura de la conciencia, es decir, los
inevitables efectos negativos de la autorreflexividad, entonces el candor se
transforma en la obligación permanente de que tratemos de convertirnos en
lo que "ya'' somos. La doble naturaleza de tal situación no admite estabilidad
alguna. Tenemos que convencernos a nosotros mismos, incesantemente,
de que quienes somos y lo que creemos que somos; al mismo tiempo que la
conciencia, en la medida en que opera a través de la negación, evita que
nos convenzamos por completo. Como resultado, ser nosotros mismos -dar
forma a nuestra propia existencia y convencernos a nosotros mismos de
que eso es lo que queremos ser-, conlleva la permanente necesidad de ocultar-
nos a nosotros mismos aquello que no encaja en lo que creemos que somos.
Al emplear el ejemplo de un mozo de café para ilustrar su punto, Sartre
observa que el ser uno mismo comparte con la mala fe un rasgo esencial: la
potencial necesidad de ocultarse algo a uno mismo. Es imposible vivir en un
estado perfecto de "autocongruencia''; el candor completo también es impo-
sible, por no decir nada de la sinceridad completa. Cuanto más duramente
intentamos actualizar la congruencia, el candor, y la sinceridad, más nos
vemos forzados a vernos como objetos de nuestra propia autoobservación y
control; tal autoobservación, sin embargo, trae la "desintegración interna de
nuestro ser" (116), lo cual significa que el ser desintegrado es, también, una
condición universal. Tal estado de desintegración nunca será reparado; en el
mejor de los casos, podemos mitigar el grado en que nos afecta. Llegamos a
tener la esperanza de que, cuanto menos intentemos imponernos a nosotros
mismos una sinceridad perfecta, mayores serán nuestras oportunidades de
mantener la desintegración bajo control.
El ejemplo más interesante, aparte del mozo ya mencionado, que em-
plea Sartre para ilustrar su argumento sobre la mala fe en el segundo capítulo
de El ser y la nada es el de un homosexual. (En este análisis, Sartre emplea
frecuentemente la palabra "pederasta'', que había entrado en uso ampliamente
en la Francia de mediados del siglo xx).
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lo vio introducirse en el pene "un cepillo de dientes, con las escobillas primero.
Para facilitar la entrada había tenido que cortarse la uretra para dilatarla al
máximo" (609).
A pesar de sus asombrosos avances en nunca o poco explorados terri-
torios de la liberación sexual, del impresionante cuestionario ("el orgullo de
Kinsey" (}61), para el que había creado un elaborado código de abreviaturas),
de haber conducido un número de entrevistas sin precedente, y de los muy rea-
les resultados que cambiarían para siempre los modos de percibir la sexualidad
(sobre todo, la escala de siete grados entre o "exclusivamente heterosexual" y 7
"exclusivamente homosexual", que rompió las ideas tradicionales bigenéricas),
pese a todo esto, quedaba un problema que complicó cada vez más al equipo
de investigación. Se trataba de la honestidad, o falta de ella, demostrada por
los entrevistados. Un capítulo introductorio de treinta páginas del Informe se
ocupaba del asunto, pero lo dejaba sin resolver, pues aun en los casos en los
que la honestidad del "sujeto" era completamente confiable, quedaban dudas
acerca de si habría recordado correctamente los detalles de su experiencia. Por
consiguiente, da la impresión de que la comprensión que el equipo tenía de
su propia metodología cambió, pasando de un empirismo estricto hacia un
estilo más hermenéutico. Como tantos humanistas que trabajaron con textos
antiguos, Kinsey insistía en el valor de verdad inherente a los momentos de
inmediata certidumbre autorreflexiva:
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Tales "propios y específicos problemas" que el investigador debe tener en
mente atañen tanto al entrevistador como al entrevistado. Son idénticos
(o al menos similares) a las consecuencias de la mala fe como condición uni-
versal e inescapable que había descrito Sartre cinco años antes. Obviamente,
las afirmaciones metodológicas del Informe Kinsey no se refieren directamente
al segundo capítulo de El ser y la nada de Sartre. En un nivel más general, sin
embargo, la potencial complementariedad, y la tensión existente entre niveles
más altos de conciencia de la mala fe como parte de la condición humana,
por un lado, y por otro los procedimientos de interrogación empírica, repre-
senta una característica central del clima psíquico e intelectual de la década
de posguerra. La relación entre estas dos dimensiones, como se manifiesta en
los problemas que enfrentó el equipo de Kinsey, forma un círculo vicioso.
Si las dudas prácticas y metodológicas acerca de la autotransparencia y la
transparencia de otras personas inciden en el interrogatorio como medio
de investigación empírica, las sesiones de entrevistas siempre confirmarán, en
última instancia, esa inicial autoconciencia de la mala fe como límite absoluto
de la autotransparencia. Tal confirmación, a su vez, afirma la necesidad de
buscar métodos empíricos de investigación, y así sucesivamente. La cultura
estadounidense, con su insistencia, religiosamente motivada, en la honestidad,
y con su confianza práctica en el conocimiento adquirido empíricamente,
hizo de tal círculo vicioso algo particularmente evidente. Hoy podemos es-
pecular si la actual fascinación con el autoengaño por parte de los científicos
sociales de mentes orientadas a lo empírico y los filósofos analíticos, en las
universidades estadounidenses, no es simplemente la última versión de una
configuración que tiene al menos medio siglo.
Sin embargo, los Estados Unidos no eran el único lugar en que se
experimentaba ese círculo vicioso entre la mala fe y las técnicas de cuestio-
namiento; el problema se estaba experimentando en todas partes por un
presente que ya no creía que las fronteras pudiesen ser cruzadas, fuese que el
cruce significara una conciencia más alta, o simplemente dejar atrás el pasa-
do. Ninguna frontera podía jamás ser cruzada, lo que hacía al mundo, y las
posibilidades existenciales que ofrecía, muy estrecho. No se podía alcanzar
ninguna certeza interior, lo que daba a la vida un sentimiento amorfo, fluido.
Sólo dos semanas antes de la publicación del Informe Kinsey, Carl Schmitt
observaba, en una nota rápida, que el foco cartesiano en la conciencia como
umbral histórico dentro de la filosofía occidental se ubicaba en el origen
genealógico del contemporáneo "terror del autoengaño":
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Cuando todos los demás impostores han sido desenmascarados, y nos encontramos en
una soledad que invita a encontrarse a uno mismo, es cuando la etapa del peor engaño
comienza y ésta es la etapa del autoengaño. Hoy, el periodo histórico inaugurado por
Descartes se encuentra exactamente allí. Descartes se había atormentado por la creencia
en la posibilidad de un profundo engaño que proviniese de un spiritus malignus. Ésta
es la razón por h cual se aferró al cogito. No estuvo mal; pero hoy nosotros estamos
atormentados precisamente por este ser interior del cogito (6 3).
Como reacción trato de conquistar mi espacio; pero ¿no es ésta una afirmación
pretenciosa? Una clase de ondas sonoras que son tan invisibles como reales permea
mi espacio. El hecho de que no las escuche no mejora mi situación. Es como si balas
invisibles estuvieran siendo disparadas en mi entorno inmediato, balas que no me
acertarán. ¿Estoy autorizado a decir "no me preocupo de lo que no conozco"? Desa-
fortunadamente, lo conozco (63f).
***
Si el autoengaño produce estados de terror existencial en los que no hay
posiciones externas disponibles desde las cuales pudiese identificarse la "ver-
dad" o alcanzarse la "autotransparencia" (o, más precisamente: en los que no
hay posiciones disponibles que faciliten tales impresiones), el autoengaño
puede también dar paso a un estado de ánimo de humor ligero, apenas se lo
representa en contextos que parecen dar posibilidad a la verdad y la autotrans-
parencia. En r 946 el periodista Giovannino Guareschi comenzó a publicar,
con gran éxito, historias que tenían precisamente tal escenario; los cuentos
referían a Don Camilo y Peppone, un cura católico y el alcalde comunista de
un pueblito del norte de Italia llamado Ponteratto. Don Camilo, el cura, tiene
que ocultar muchas urgencias y tramas personales detrás de la fachada de la
espiritualidad: los deseos de usar su considerable fuerza física en confronta-
ciones con el alcalde y sus seguidores, de ocupar el rol político dominante en
la aldea, y acaso incluso su simpatía por el alcalde (cuya compañía disfruta,
pese a que Peppone, un ateo convencido, debería ser lógicamente su adver-
sario, o al menos alguien a quien "ganar" para la fe cristiana). Don Camilo
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intenta, lo mejor que puede, convencerse de que sus planes personales y sus
ambiciones son cosas de estricto deber, e incluso virtudes que él debe vivir a
efecto de convertirse en un cura ejemplar. Su problema (y, desde el punto de
vista católico, su salvación) está representada por una escultura de madera
de Cristo crucifkado en la iglesia del pueblo. Esta figura vigila cada uno de
sus movimientos y le habla con una voz benigna y divina omnisciencia. Por
tanto, no ayuda a don Camilo que "le tire el pañuelo por la cabeza al Cristo
crucificado desde el altar mayor" (4) durante su sermón del domingo, cuan-
do no puede contener sus emociones y habla, agresivamente y con voz de
trueno, acerca de las tensiones que consumen a la parroquia. Jesús, él lo sabe,
va a mencionar momentos como ésos en alguna conversación posterior, y no
permitirá a don Camilo persistir en su creencia de que tal tono se justifica.
Peppone se encuentra a menudo en situaciones similares de mala fe, aun
cuando Guareschi (que era monárquico) no le da un observador trascendente
(es decir, algún otro Jesús) en los relatos. Por ejemplo, Peppone, y aun más
fuertemente su esposa, quiere que su hijo sea bautizado, pero quiere también
que no se enteren de ello otros miembros del Partido Comunista. Por suerte
para don Camilo, uno de los muchos nombres que Peppone propone para
su hijo es "Lenin", lo que da al cura la posibilidad de resistirse a administrar
el sacramento al hijo de su rival. En una conversación con Jesús, don Camilo
defiende esta reacción como asunto de obligación teológica y pastoral:
"Jesús", dijo don Camilo, "tienes que convencerte del hecho de que el bautismo no
es una broma. El bautismo es algo sagrado. El bautismo ... ".
"Don Camilo", lo interrumpió Jesús, "¿quieres explicarme a mí lo que es el bautis-
mo? ¿A mí, que lo he inventado? Te digo que hoy has cometido un acto de violencia,
porque, imagina, si el niño muere en este instante, es tu culpa si no tiene acceso libre
al cielo".
"Jesús, no seas tan dramático", respondió don Camilo, "¡el color de la piel del
niño es vivo como el de una rosa!".
"No digas eso", lo corrigió Cristo. "Puede caerle una teja sobre la cabeza, puede
tener un síncope. ¡Tienes que bautizarlo!" (12f).
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Jean-Paul Sartre, en contraste, y sorprendentemente, nunca logró (y quizá
nunca quiso) dejar atrás la guerra. Con más intensidad acaso que ningún
otro intelectual de su tiempo, había confrontado, de modo sistemático, una
serie de fenómenos del tiempo de guerra y del anterior a ella, en los meses
y años que siguieron a la liberación de Francia y la derrota de Alemania. Su
ensayo más famoso de ese entonces buscaba, desde el título, contestar la
pregunta: ¿Qué es un colaboracionista? Las resonancias del texto tienen que
haber venido de una urgente necesidad, en la sociedad francesa, de diferenciar
entre "verdaderos colaboracionistas" y los millones de otros ciudadanos que,
cuando su país fue ocupado, ni habían protestado contra los alemanes ni los
habían apoyado activamente (si uno pudiese, en realidad, trazar esta clase de
distinción). De modo muy poco sorprendente, Sartre contesta apuntando
en dirección a la mala fe. El colaboracionista, argumenta, es una persona que
tiene relaciones de mala fe consigo mismo. Es importante notar, sin embargo,
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acciones.
CNÉS: Todo el mundo muere demasiado pronto o demasiado tarde. Y entonces, tu
vida está terminada, la línea ha sido trazada, tienes que hacer el balance. No eres otra
cosa que tu vida.
GARCIN: ¡Eres una víbora, tienes una respuesta para todo!
INºÉS: ¡Vamos! No te desanimes. Tiene que ser fácil convencerme. Dame tus razones,
haz un esfuerzo. ( Garcin se encoge de hombros). ¿Entonces? ¿Qué? ¿No te dije que eras
vulnerable 1 Ahora, éste será el momento de la verdad. Eres un debilucho, Garcin, un
debilucho, sólo porque yo quiero que lo seas. Lo quiero, ¿entiendes? ¡Lo quiero! (9of).
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Los sentimientos se mueven constantemente dentro de la esfera de la concien-
cia; cuando las fronteras no pueden ser cruzadas, nada, ninguna preocupación,
ningún problema, puede solucionarse. De modo completamente obsesivo,
las novelas de los años de posguerra giran alrededor de los problemas de la
época, en particular de la cuestión acerca de si alguna vez aquel mundo con-
gestionado, aunque fluido, alcance definición y claridad. Una vez que nos
hemos hecho conscientes de él, el tema de la tensión entre formas inestables
de autopercepción y distintas formas de cuestionamiento aparece por todas
partes. Como ya lo hemos visto, el protagonista, y narrador en primera per-
sona, de El hombre invisible, constantemente debe contestar preguntas en
entornos jerárquicos e institucionalmente rígidos. En un evento organizado
para blancos, el protagonista es forzado a participar en un match de boxeo
contra otro joven negro, quien le da una paliza. Después de su derrota, recibe
una invitación para dar el discurso en una fiesta de graduación. La sugerencia,
bien intencionada (y modesta) de mejoría política hace reír a la audiencia:
Cada vez que pronunciaba una palabra de tres o más sílabas un grupo de voces gritaba
para que la repitiese. Empleé la frase "responsabilidad social", y gritaron:
"¿Cuál es la palabra que dijiste, muchacho?".
"Responsabilidad social", dije.
"¿Qué?''.
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"¿Qué tal un spiritual, hermano? ¿O una de esas viejas buenas canciones de trabajo
de negros? [... ]
"¡El hermano no canta!", gritó en staccato el hermano Jack.
"Eso no tiene sentido. Todos !os negros cantan".
"Éste es un brutal ejemplo de chauvinismo racial inconsciente", dijo Jack (3 n).
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Me di cuenta que la mayoría de las audiencias en el centro parecían esperar algo in-
nombrado cada vez que yo aparecía. Podía sentirlo en el momento en que me paraba
frente a ellos. Y no tenía que ver con nada que yo pudiese decir[ ... ]. Parecía ocurrir
algo que estaba escondido de mi propia conciencia. Actuaba como en una pantomima,
más elocuente que la más expresiva de mis palabras (420).
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en que ella es demasiado simple como para que nadie crea que puede estar
diciendo otra cosa que la cruda verdad, sus palabras alcanzan para sacar a
Pedro de la cárcel. En lo que concierne al inspector de policía, Pedro es un
caso típico. Sólo los acusados educados resisten tan poco a la presión del
interrogatorio: "Ustedes, los inteligentes, son siempre los más torpes. Nunca
puedo explicarme por qué precisamente ustedes, los hombres que tienen una
cultura y una educación, han de ser los que más se dejan enredar. Se defiende
mucho mejor un ratero cualquiera, un pobre hombre, un imbécil, la más
mínima piltrafa que ustedes. Si no es por esa mujer, lo hubiera pasado mal,
se lo digo yo" (r 86). Pero ¿es la inocencia de Pedro, realmente, la última
verdad? Es seguramente más agradable ver las cosas de esta manera para
cualquiera que lea la novela de Martín-Santos por su trama (y por tanto, y
en cierta medida, se identifique con el protagonista). Al final, sin embargo,
el texto no ofrece una respuesta definitiva a la cuestión médica de cuánto
contribuyó la intervención de Pedro a la muerte de la niña. El texto presenta
simplemente un campo de fuerzas que involucra tres diferentes dinámicas:
la presión institucional del interrogatorio, la urgencia individual de la ma-
dre de la víctima por decir su propia verdad a la policía, y los estados cam-
biantes de la conciencia de Pedro.
Las cosas parecen distintas en el interrogatorio informal que domina
Requiemfor a nun, de William Faulkner. Gavin Stevens, el abogado defensor
de Nancy, la niñera afroamericana, sabe perfectamente que, de acuerdo con
cualquier criterio legal. y a todo lo que consta de los hechos, Nancy es
responsable del asesinato de la hija bebé de Temple y Gowan Stevens. Sin
embargo, ella mató al niño porque creyó (y resultó que ella tenía razón) que
la muerte de la niña prevendría a Temple de huir con su amante clandestino,
Alabama Red, hecho que destruiría a la familia entera (incluyendo al otro hijo
de Temple). Al matar a la bebé, pieles, Nancy intentaba salvar a la familia. La
novela no deja dudas de que Temple, y no Nancy, tiene la responsabilidad
moral del asunto. Al mismo tiempo, la verdad, una vez revelada, no tendrá
consecuencias legales. Éste es un reconocimiento potencial que el texto de
Faulkner puede permitirse. Una vez que Gavin Stevens ha forzado a Temple
a admitir que ha estado mintiendo acerca de su propio rol en el caso (una
vez que él le ha eliminado de ella su mala fe) hacen una visita nocturna al
gobernador de l\1isisipi para pedir que Nancy sea perdonada. En el curso
de una larga conversación entre los tres,. se hace claro que el gobernador no
tiene interés en la verdad (la que, desde su punto de vista, es algo disfun-
cional). No sólo no habrá postergación de la pena para Nancy, sino que el
gobernador ni siquiera presta atención para entender qué es lo que Temple
realmente está buscando:
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Ni siquiera vinimos aquí a las dos de la mañana para salvar a Nancy Mannigoe. Nancy
Mannigoe no está siquiera involucrada en esto, porque el abogado de ella me dijo,
antes que dejásemos Jefferson, que usted no iba a salvarla. Hemos venido y lo hemos
despertado a las dos de la mañana solo para darle a Temple Drake una buena y ho-
nesta oportunidad de sufrir: meramente, sentir angustia por la angustia misma (562).
Y suce entonces que, justo al lado mío, enfrente, tomó asiento, volviendo de este bravo
Norte, un mozo llamado Jazevedao, un comisario de la policía. Venía con uno de sus
secuaces, un agente secreto. Bien los conocía a los dos; uno era tan ruin como el otro
[... ] Le digo: nunca vi cara de hombre dotada de más brutal maldad que en éste. Era
bajo y grueso, de mirada cruel en sus salvajes ojos. Su quijada sobresalía como una
roca. Su ceño se dibujaba pesadamente fruncido; nunca mostraba señales de saludo
[... ] Jazevedao, ¿es necesario un tipo así? Sí lo es. Al asno rudo, aguijón agudo. Y, en
este mundo o en el que sigue, cada Jazevedao, cuando ha terminado lo que le tocaba
hacer, le llega su tiempo de penitencia para pagar todo lo que debe (12f).
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estimado" (187)-. Más adelante, después que el padre Ponte haya muerto,
María Mutema se confiesa a dos misioneros extranjeros, "fuertes y de caras
coloradas, bramando sermones fuertes, con fuerte voz y con fe brava''. Al
final, la hacen admitir que estaba fingiendo, en sus confesiones ante el padre
Ponte, que había asesinado a su marido porque estaba locamente enamorada
del cura: "Era todo mentira, ella ni lo quería ni le gustaba; pero fue a ver
al padre en justo enojo y ella le tomó el gusto a eso" (r 89). La confesión,
elaborada, complicada, así como su "arrepentida humildad", hace que otros
personajes digan que "se estaba volviendo santa" (190). Es así que la historia
de l'v1aría Mutema se vuelve otra versión del interrogatorio como lucha de
poder, si bien menos en nivel de confrontación, y más hipócrita.
Pese a la preocupación del narrador por la autotransparencia y la ver-
dad, no hay modo fácil -no hay nada como un "método"-, para alcanzarlas:
"Uno está siempre en las sombras; la luz viene sólo en el último minuto. Digo,
la verdad no se llega al apurar o a la llegada : está en el camino" (52). A la
verdad simplemente no puede llegarse ni conquistarla por la fuerza. Se tiene
que mostrar, descubrir ella misma. La fascinante historia de amor de Riobaldo
con Diadorim, un hombre joven, lo hace evidente. La afección del hombre
mayor por el joven es, como lentamente él se va dando cuenta, "amor verda-
dero, mal disfrazado de amistad" (241). Es amor "más allá de toda razón, que
va del corazón a los pies, para ser pisoteado" ( I 99). Hacia el final del libro,
a medida que sus confesiones se cierran y describe una lucha que está por
ocurrir, Riobaldo experimenta un "sentido de libertad": deja que su cuerpo
"desee a Diadorim" (467). Diadorim lo rechaza y muere en la lucha. Cuando
una mujer, "rezando rezos de Bahía'' lava su cuerpo para el entierro, el narrador
descubre que "Diadorim era cuerpo de mujer, moza perfecta'' (48 5). Riobaldo,
que no tiene más voluntad de vivir, recuerda a su amado tanto como hombre
("hubo veces que pensar en él no me dejaba descansar") o como mujer ("ella
también se me había negado") (490). Los distintos niveles de verdad en este
amor se revelan casi siempre contra la voluntad del que ama. Una vez más
encontramos temas de deseo homosexual y de inestabilidad genérica. Una
vez más se conectan con el esfuerzo de ocultarse algo a uno mismo; tienen la
estructura de la mala fe. Sin embargo, el movimiento de autoreflexión es más
complicado aquí que en los demás casos que hemos examinado hasta ahora:
apenas Riobaldo se permite "estar presente" ante sus deseos homosexuales,
ellos se transforman, en términos "objetívos", en deseo heterosexual. Ningún
interrogatorio, presión o institución podría haber logrado tanto. Guimaráes
Rosa quería que la verdad, el ser verdadero, aparecieran, se desvelaran, ante
sus personajes, al final de la novela.
96
MALA FE, PREGUNTAS
***
Y aunque el cuestionamiento alcanzó el pico de su trayectoria histórica como
única esperanza empírica de vencer la mala fe y encontrar verdades sólidas, aun
así se devaluaba. El 22 de julio de 1948, siete meses después de la publicación
del Informe Kinsey, Carl Schmitt, en una nota de su Glossarium, denunciaba
los cuestionarios como una herramienta de poder empuñada por las autode-
nominadas élites: "Élites son aquellos que pueden imponer a otros la tarea
de llenar un cuestionario" (r 8). En el otro extremo del espectro político, es
decir, en el mundo de la izquierda comunista y socialista, la esperanza de la
llegada de una verdad absoluta, fuese ésta basada en el sujeto o la comunidad,
terminó ahogando la posibilidad misma de la verdad. Tardíamente, en r 970,
Hans Magnus Enzensberger publicó El juicio de La Habana (Das Verhdr von
Habana), en la cual ofrecía una recreación literaria, y una celebración, de los
juicios que tenían lugar en La Habana, donde exilados cubanos funcionaron
como testigos luego del fallido desembarco en Bahía de Cochinos. Mientras
que Enzensberger confiaba, para apoyar sus verdades, en lo que describía como
la justicia implícita de todo interrogatorio, no prestaba atención al hecho de
que una jerarquía en el poder había montado todo el procedimiento; tanto
en la realidad política, como en la obra que escribió motivado por ella: "La
clase dominante sólo puede ser forzada a hablar en tanto contrarrevolución
derrotada'' (22).
En la novela de Yuri Trifonov Estudiantes, formar parte del Ejército Rojo
garantiza a los personajes poder ver países extranjeros de modo "verdadero":
El ejército soviético completó su gran victoriosa marcha[ ... ] Él había aprendido mucho
de la guerra, mucho que le fue útil no sólo en la guerra sino en la vida cotidiana. En el
frente había llegado a conocer a su propio pueblo, sus luchas y su verdadero carácter,
y los reconoció como propios. Había visto países extranjeros y los había encontrado
muy diferentes a las descripciones de libros o imágenes en tarjetas postales; los había
visto cómo realmente eran, sentido su cualidad, respirado su aire. Y a menudo lo había
encontrado sofocante e impuro, a diferencia del aire al que estaban acostumbrados
sus pulmones (3 5).
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HANS ULRICH GUMBRECHT
Sin embargo, allí donde las pretensiones de verdad tenían que crearse o
sostenerse bajo circunstancias más honestas (y a menudo bajo mayor presión),
su carácter frágil y precario era evidente. Pocos días después de la detona-
ción de la bomba atómica, el 20 de agosto de r 94 5, el Dr. Michihiko Hachiya,
director del Hospital de Comunicaciones de Hiroshima firmó un "Informe
acerca de la enfermedad de radiación", cuyo objetivo era disminuir el pánico en
la población. Las palabras elegidas para la redacción del documento muestran
una cautela extrema y no pretenden exhibir ninguna verdad empírica: "No
parece haber ninguna relación entre la severidad de las quemaduras y una dis-
minución de los glóbulos blancos". "La pérdida del pelo no implica una
prognosis desfavorable". "De acuerdo con los reportes de las autoridades de la
Universidad de Tokio no parece existir ninguna radiación residual de uranio"
(125). Seis o siete años más tarde, el romanista Erich Auerbach, quien por
ser judío había sido exilado por el gobierno nacionalsocialista y había pasado
más de una década enseñando en Estambul, se convirtió en profesor en Yale.
Allí, escribió un ensayo llamado Filología de la literatura universal (Philology
of\-Vorld Literature), para una colección de homenaje de un colegio alemán.
Las pretensiones de verdad de la noticia presentada en I 94 5 en Hiroshima
eran tímidas debido a que involucraban fenómenos completamente nuevos,
y Auerbach describía sus propias observaciones acerca de la verdad de la ex-
periencia histórica con reserva similar. Auerbach creía que estaba situado al
final del único periodo de la historia de Occidente en el que había estado
justíficada la esperanza de que la verdad pudiese ser discernida de tal modo:
La. concepción presentada en este ensayo sobre la literatura universal, como tras-
fondo complejo para nuestro destino común, no intenta evitar algo que ocurrirá de
cualquier modo, aunque de una forma distinta de la que esperábamos; entiende que
la nivelación de las diferencias entre las distintas culturas nacionales es inevitable.
Por lo tanto, quiere dar a esas naciones, en el estadio final de su fructífera variedad,
un sentido acerca de cuán fatal resulta este movimiento convergente, y quiere que
este sentido se convierta en posesión mitológica. Así podrá, acaso, trabajar contra el
progresivo empobrecimiento de nuestros igualmente ricos y profundos movimientos
espirituales (304).
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MALA FE, PREGUNTAS
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HANS ULRICH GUMBRECHT
***
Fue en múltiples áreas de experiencia que el mundo de posguerra tomó forma
como un espacio que no permitía que los puntos de vista internos ni las posi-
ciones externas alcanzasen una comprensión profunda de la realidad. Dentro
de tal mundo, tanto desde perspectivas colectivas como individuales, los
interminables esfuerzos hechos para encontrar transparencia en la identidad
y la interacción humanas terminaron en desintegración. Hacia mediados de
los años cincuenta, los métodos de investigación e interrogación que habían
ofrecido esperanza estaban decayendo de un modo muy literal. Pese a ello,
no encuentro posiciones, dentro del presente de aquel tiempo, que puedan
dar cuenta del complejo y completo rango de dinámicas y desarrollos que se
entrecruzaban entonces. Uno encuentra, sin embargo, comentarios sueltos
e impresiones acerca de cierto cambio inaprensible, el cual hacía que ciertas
formas de sentir, actuar y reaccionar, ya no pareciesen posibles. Es un hecho
característico que tales comentarios se hiciesen de forma incidental, como si
uno se sintiese avergonzado por los sentimientos de impotencia que revelan.
El 28 de febrero de 1951, Carl Schmitt anotó que a menudo sentía "una
parálisis que se le imponía y le impedía escribir" (3 r 3). Tres años antes había
descrito esa impresión como un "aplanamiento" del mundo; una sensación de
superficialidad de la vida, de la cual él culpaba al existencialismo: "La nuestra
es la era del existencialismo. El espíritu encuentra oficiantes y ejecutores que
cargan con la tarea destechar y aplanar sin ninguna espiritualidad, acelerando,
contra su propia voluntad, movimientos que nunca quisieron iniciar" (147).
Bertolt Brecht, quien, luego de la guerra, quiso creer que la historia
se encontraba de nuevo en la vía del progreso marxista, encontró solamente
síntomas de parálisis, incluso en su discurso de inauguración del Congreso de
la Paz, en Viena en r 9 52.: "Es este carácter obtuso lo que debemos combatir.
Su grado más extremo es la muerte. Hay demasiada gente hoy que mira como
102
MALA FE, PREGUNTAS
Sí, entiendo y le agradezco. Estoy empezando a entender. Son los hechos, los que
nunca nos es permitido olvidar[ ... ] que nunca nos es permitido olvidar. Con la verdad
usted no va a ningún lado. Con la verdad, pierde amigos. Hoy, ¿quién quiere saber la
verdad? [... ] Sí, estoy empezando a entender, éstos son los hechos (J6).
Carl Schmitt había sentido durante mucho tiempo que la ironía su-
ponía una tentación constante para él, y que era incompatible con la acción
y la verdad. Así, quedó "profundamente golpeado por la verdadera ironía
de que hay un voluminoso libro sobre el concepto de ironía aquí sobre mi
escritorio. La ironía es una fuerza de destrucción tan eficiente que, de tan sólo
mencionarla, ya determina la atmósfera" (27). La "presencia'', creía Schmit,
sea lo que fuere que éste entendía por tal término (¿acaso algo cercano a
"sustancia''?), era el único antídoto imaginable para protegerse de la ironía,
la destrucción, y la desorientación: "De la presencia a la presentación, y de
ahí a la representación. ¿Y por qué es que no existe la re-presencia?; ¿por qué
sólo hay representación? En lugar de ello, lo que tenemos es reeducación". Es
doblemente irónico (por así decirlo) ver cómo, en este intento de defender
la sustancia del mundo contra la actitud de la ironía, Schmitt era incapaz de
sofrenar su propia ironía en el momento mismo en que habla de "reeducación"
-es decir, de una posición intelectual impuesta a Alemania por los aliados-.
***
¿Cómo fue posible vivir en un mundo donde la identidad y la agencia se
habían vuelto tan fluidas, donde la sustancia y la forma parecían inalcanzables?
Al leer Doctor Zhivago, de Boris Pasternak, tengo la impresión de que cada vez
que el autor se refiere o alude a conceptos de filosofía marxista de la historia,
algo más bien individual y existencialista se hace extrañamente presente: una
inclinación por el abandono de lo individual:
Todas estas personas estaban juntas, en un mismo sitio; pero nunca habían visto a las
demás, mientras que otras eran incapaces de reconocerse ahora. Y había cosas acerca
de ellas que nunca serían sabidas a ciencia cierta, mientras que otras no se revelarían
hasta que llegase un tiempo futuro, un encuentro posterior (u8).
103
HANS ULRICH GUMBRECHT
"Nada era ya sagrado" (127) en ese mundo; "sin fe en el futuro" (45 3),
no quedaba fe basada en las leyes de la historia. Al mismo tiempo, había un
deseo de dejar que las cosas pasasen, y hacerlo podría llevar a un final feliz. A
veces, los protagonistas de Pasternak sienten como si fueran llevados por una
fuerza que no pueden identificar, la cual les recuerda "todo aquel despertar"
(147) que ocurrió en los primeros días de la revolución. La sensación es
como "ser un pigmeo delante de la monstruosa máquina del futuro" (r 84):
ni garantías, ni saber, tan sólo esperanza, aunque vaga.
Solamente hay al alcance mínimas certezas y posibilidades. Acostum-
brados a certezas mucho más grandes, pesadamente ideológicas y desde extre-
mos opuestos del espectro político, tanto Bertolt Brecht como Carl Schmitt
atacaron a Gottfried Benn, quien en sus poemas de posguerra evocó y se
concentró en breves momentos de contacto con el mundo material, momentos
de satisfacción momentánea, en la medida en que escapaban del vacío y la
desorientación universal. Visto desde una perspectiva tanto comunista como
fascista, el verso de Benn parece carecer de sentido y profundidad. Schmitt
lo describe como "tatuando horrores nihilistas en su piel de buen pietista.
Así es cómo se hace irreconocible. Su método para producir tal efecto es la
caótica enumeración de un salpicado mundano de palabras altamente mo-
dernas, históricas, médicas, científicas" (317). En opinión de Brecht, Benn
era un "adicto a la muerte". En uno de sus propios poemas, Brecht imagina
con qué ironía reaccionarían Íos proletarios ante los versos de Benn: "Con
una expresión más preciosa que la sonrisa de la Mona Lisa" (1018). En cier-
to sentido, la caracterización (de algún modo, extrañamente ambigua) que
Schmitt hace de la obra lírica de Benn es ajustada. Pues lo que Benn conjura
son, por cierto, "salpicaduras", cuyo único valor reside en que son tocadas
por el mundo material y físico:
genes bloqueados,
cromosomas congelados,
restos en la cadera sudorosa
de boogie-woogie,
y cuando vuelvas a casa, cuelga tus pantalones (465).
Benn escrib.ió estas líneas en r 9 55, cuando tenía sesenta y nueve años
de edad y estaba a pocos meses de morir. Lo mejor que podemos derivar de la
104
MALA FE, PREGUNTAS
vida siempre será fugitivo, transitorio, superficial. Puesto que es superficial, sin
embargo, al menos afectará nuestros cuerpos y atrapará nuestra atención. Esta
cualidad efímera no está, en modo alguno, reservada a situaciones ligeramente
exóticas (para un viejo) como bailar boogie-woogie. Al contrario, Benn conjura
también la cualidad y la promesa de las formas de vida tradicionales de la clase
media baja, cuyo claustrofóbico confinamiento le ofrece cierta calidez:
105
HANS ULRICH GUMBRECHT
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MALA FE, PREGUNTAS
***
La premisa del existencialismo de Edith Piaf implica dejar que algo pase,
no importa qué, y abrazar lo que ocurre, cuando suceda. Esta orientación
está muy cerca de una forma específica de entender lo que podría significar
pensar que obsesionó a Martin Heidegger, en especial durante los años de
posguerra. En un documento de r 9 5 5, el filósofo lamenta la tendencia
contemporánea a "escaparle al pensar" (xvr/ 5 r 9); específicamente, lo que
cree Heidegger que se está intentando evitar es el pensar en tanto proceso,
en tanto movimiento. Pero ¿cómo podría comenzar el pensamiento y cómo
podría encauzarse? Antes que nada, no queriéndolo voluntariamente, afirma
Heidegger. El pensar no ocurrirá con base en el esfuerzo o asumiendo un
rol activo. Uno tiene que dejar que el acto de pensar tenga lugar. De ahí que
el concepto esté muy relacionado con el de Gelassenheit (es decir, la actitud
107
HANS ULRICH GUMBRECHT
de "dejar ocurrir"): "La esencia de la verdad es dejar que el ser sea como es"
(xvr/728). Otro texto de Heidegger, de 1945, conecta explícitamente la ac-
titud de "dejar ocurrir" con el "pensar": "Dejar que lo que encontramos sea,
sospechamos, es esa esencia del pensar que estan10s tratando de identificar".
"Cada vez que permitamos un dejar ocurrir en tales encuentros, querremos
también lo que es sin voluntad" (57).
Dejar que el pensar ocurra parece una respuesta plausible a un mundo
en que no se puede cruzar ninguna frontera, y donde la conciencia, la sub-
jetividad, la agencia, se han vuelto cifras inertes. Por otro lado, ¿tiene algo
que ver ese dejar ocurrir el pensar, con la calidad, la relevancia o el impacto
potencial de lo que emergerá? Imagino que Heidegger habría contestado a
la pregunta con un contundente "no"; es decir, no hay garantía de la calidad
filosófica del pensar si, como debemos, lo dejarnos ocurrir. Tenemos que
dejar que el pensar ocurra, parece sugerir Heidegger, puesto que no tenemos
alternativa; el pensamiento verdadero nunca resulta una iniciativa humana.
Al mismo tiempo sería erróneo asumir que dejar que el pensamiento ocurra
deba producir resultados sustantivos. Hay una asombrosa convergencia entre
la insistencia del Heidegger de posguerra en dejar que el pensar ocurra, y una
famosa escena del Godot de Beckett (que ya mencioné en el primer capítulo).
Es la escena en donde Pozzo hace que Lucky piense (44).
En determinado momento, Pozzo quiere que Lucky entretenga a
Estragón y Vladimir, de modo que Lucky interpreta una danza. Estragón
y \11adimir no se muestran mayormente impresionados: "ESTRAGÓN: Bah,
eso también puedo hacerlo yo. (Imita a Lucky y casi se cae). Con un poco de
práctica" (41). Se ponen a inventar nombres para la danza de Lucky: "Es-
TRAGÓN: La agonía del chivo expiatorio. VIADIMIR: La mierda dura. rozzo:
La red. Ella cree que está atrapada en una red" (42). (Estos comentarios me
recuerdan a los muchos espacios en dónde se prohíbe tanto la salida como la
entrada, que he estado analizando.) Entonces, Vladimir le dice a Pozzo: "Dile
que piense" (43). Pozzo sabe que Lucky sólo puede pensar cuando tiene un
sombrero puesto. Le ponen un sombrero, y Pozzo le grita "¡A pensar, cerdo!"
(44). Después de alguna vacilación -mientras Vladimir, Estragón y Pozzo
escuchan, alternando entre intensa atención y violenta desaprobación--, Lucky
comienza una tirada de pensamiento, que se extiende por tres páginas de texto
sin puntos ni comas. El "pensar" de Lucky consiste en palabras desnudas
pobremente conectadas y sin ningún significado consistente, palabras que
además no pueden frenarse internamente:
Dada la existencia tal como ha sido expresado en los trabajos públicos de Puncher y
Wattmann de un Dios personal quaquaquaqua de barba blanca quaquaquaqua fuera
108
MALA FE, PREGUNTAS
del tiempo sin extensión quien desde las cumbres de la divina apatía divina athambía
diverge afasia nos ama cariñosamente con algunas excepciones por causas que se
desconocen pero el tiempo dirá y sufre como la divina Miranda con aquellos que por
causas que se desconocen pero el tiempo dirá son arrojados al tormento en el fuego
cuyas llamas de fuego si eso continúa y quién puede dudar que lo hará incendiará el
firmamento es decir hará explotar el infierno al cielo de modo que el quieto azul y
calmo tan calmo con una calma que aunque intermitente es mejor que nada pero no
tan rápido y considerando lo que es más que como resultado de los trabajos dejados
sin terminar coronados por la Acacacacademia de Antropopopometría del Essy-in-
Possy del Testew y el Cubard ...
Y sigue así por dos páginas más, hasta que Vladimir "le saca el sombrero
a Lucky. Silencio de Lucky. Cae. Silencio" (47).
En 1947 la Radio Nacional de Francia propició un proceso semejan-
te cuando encargó un texto a Antonin Artaud, quien recién había estado
internado en instituciones psiquiátricas. Lo que Artaud produjo fue puesto
al aire el 2 de febrero de r 948 bajo el título Para terminar con el juicio de
Dios. Sin embargo, el programa fue cancelado en el último minuto y nunca
se emitió, para gran disgusto de Artaud, y protesta, durante los siguientes
meses que le quedaban de vida . Su texto fue censurado por obsceno y por
estruendosamente antiestadounidense; consideraciones plausibles, por cierto.
Pero aun así, llamar "antiestadounidense" al trabajo es asignarle cualidades
que probablemente no tenga. Igual que la tirada de Lucky, el texto de Artaud
consiste en palabras-como-pensamiento, pensamiento dejado libre y puesto
en escena como palabras danzantes, en la coreografía de una antigua religión
mexicana, sin fin, con imágenes en relación con el "esperma":
Ayer me enteré
de una de las prácticas oficiales más sensacionales en las escuelas públicas
estadounidenses,
la que debe ser la razón por la que ese país cree estar en la punta de lanza
del progreso.
Parece ser que, entre todos los tests de ingreso que se solicita a los niños que
realicen antes de volverse alumnos de primer grado, está el así llamado test
de líquido seminal, o test de esperma,
y éste consiste en pedirle a cada chico un poquito de su esperma e insertarlo
en un frasco
y tenerlo pronto para experimentos de inseminación artificial que podrían
tener lugar más adelante.
Pues los estadounidenses están más y más convencidos de que están cortos
de brazos y de niños
[... ]
soldados es lo que hace falta, ejércitos, aeroplanos, municiones,
109
HANS ULRICH GUMBRECHT
Éstas son las frases finales del libro que Arendt publicó en I 9 57. El
pensamiento sobre el que escribió estaba una vez más unido a, y conformado
por, un sujeto autotransparente. Éste era un ideal afirmado por Arendt, pero
no una realidad empírica en su tiempo.
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DESCARRILAMIENTOS YRECIPIENTES
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HANS ULRICH GUMBRECHT
112
DESCARRILAMIENTOS YRECIPIENTES
Jesús, si en este pueblo maldito las casas de los pocos justos pudiesen flotar como el
arca de Noé, te pediría que lo sumergieses por completo bajo una inundación. Pero
puesto que las casas de los justos están hechas del mismo material que las de los
muchos pecadores, y puesto que no sería justo que la buena gente sufra un castigo
dirigido a los que hacen el mal como el alcalde Peppone y sus impíos compañeros,
te pido que protejas el pueblo contra todas las inundaciones y le des prosperidad
(r/r/94).
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HANS ULRICH GUMBRECHT
"Qué lástima, Monseñor", exclamó don Camilo, con la fuerza suficiente como para
estar seguro de que Peppone no lo dejase de escuchar, "qué lástima que el señor
Peppone no le ha dejado ver su centro de municiones. Se supone que es el mejor
aprovisionado de toda la provincia''.
Peppone habría contestado, si no fuese que el obispo se le anticipó. "Pero no me
imagino que pueda estar mejor aprovisionado que el suyo", respondió con una sonrisa
(128).
Aun así la Guerra Fría, tal como lentamente empezó a tomar forma a
partir de I 94 '), nunca vio la siempre esperada chispa que desatase una nueva
Guerra Mundial, cuyo resultado habría de decidir, para el resto de los tiem-
pos, la victoria del comunismo o del capitalismo. La Guerra Fría, en cambio,
se convirtió en un laberinto de desvíos y llevó a resultados que nadie había
anticipado, laberinto en el que apariencias pacíficas a menudo ocultaban un
potencial explosivo.
***
No puedo recordar una sola Navidad de mi infancia que no haya pasado en
la casa de mis abuelos (una antigua cabaña de cazadores, confortable, aun-
que aislada, poco más de doscientas millas al noroeste de mi ciudad natal).
En el invierno, los altos árboles que rodeaban la casa creaban el escenario
para la perfecta fotografía de vacaciones. Sorprendentemente, mi abuelo
nos había comprado un automóvil, un flamante Opel Olympia. Por razones
adrninistrativas complicadas que nunca entendí, la matrícula decía "zona
ocupada británica", que es donde vivían mis abuelos. Puesto que vivíamos
en la zona ocupada por los estadounidenses, las palabras de la matrícula
irradiaban el aura casi exótica de algo extranjero. El trayecto hacia la cabaña
pasaba por las colinas de Spessart, al oeste de Fráncfort. Por ese tiempo, el
ejército estadounidense usaba constantemente de esa zona para entrenamiento
de campo -hecho documentado en G.1 Blues, una película de comienzos de
los sesenta protagonizada por Elvis Presley-. Especialmente para ese tramo
del viaje, donde la nieve y el hielo a menudo lo hacían peligroso, mis padres
habían mandado instalar un calefactor en el auto. Yo estaba orgulloso de ser
114
DESCARRILAMIENTOS YRECIPIENTES
115
HANS ULRICH GUMBRECHT
***
Naturalmente, el calor y la seguridad de un hogar eran algo esencial a la
imaginación de posguerra. En Alemania, al menos, una sensación de preca-
riedad, imposibilidad o peligro invadía siempre todos los deseos. En la obra
de 'ví!olfgang Borchert, el soldado Beckmann sólo puede referirse al té con
ron, la cocina, los sillones, o las persianas de la antigua casa de su coronel, de
modo sarcástico: "No había sangre. Siempre estábamos esperando las sábanas
blancas que nos esperaban en el dormitorio, suaves, blancas y cálidas" (23).
Más tarde, el soldado siente que estaría feliz de poder yacer en una fosa común
con sus padres (41). En 1949, Gottfried Benn escribió un poema acerca de la
116
DESCARRILAMIENTOS YRECIPIENTES
casa que parecía recordar del pasado; una casa que, tal vez, no estaba habitada,
cuyo "silencio" y "noche" la separaban del presente:
117
HANS ULRICH GUMBRECHT
***
"Fuga de muerte" es el poema que hizo famoso a Paul Celan; incluso hoy
es su obra más famosa. Sobreviviente de la guerra de una familia de judíos
rumano-alemanes, la mayoría de los cuales fue asesinada en los campos de
concentración nazis, Celan publicó originalmente el poema en La arena de
las urnas,. un volumen de versos que apareció en Viena en 1948. Lo incluyó
también en Amapola y memoria, el primero de sus libros de poesía que se
publicó en Alemania, en r 9 52. Las primeras líneas describen una inmersión
en el entorno que rodea a la voz en primera persona:
Una imagen que hoy será familiar para nosotros sigue a esas líneas:
la tumba, un espacio que rodea y contiene cuerpos; cuerpos muertos. Esta
tumba en particular, sin embargo, es "una tumba en la brisa''; una tumba en
el aire y en el cielo, aun cuando hayamos sido nosotros que la construimos:
"cavamos una tumba en la brisa donde uno no está confinado". Acaso esa
tumba en el aire también intentaba conjurar la idea de Luftmenschen ("gente
del aire"), una designación metafórica en la cultura alemana para los judíos,
quienes supuestamente llevaban una existencia "errante".
118
DESCARRILAMIENTOS YRECIPIENTES
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HANS ULRICH GUMBRECHT
Los vasos, las tazas y los cálices recogen los elementos del mundo na-
tural que nos rodea. Contienen el mar y el cielo, el agua y la tormenta. Casi
siempre evocan, dentro del espacio textual que abren los versos y las estrofas,
frnágenes de diferentes naves con diferentes formas, tales como los "ataúdes"
que la gente "rema hacia la costa". Sin embargo, cualquier recipiente puede
quebrarse y dejar escapar lo que una vez contuvo:
120
DESCARRILAMIENTOS Y RECIPIENTES
Las ánforas pueden beber en los ojos. Al mismo tiempo, puesto que
son recipientes, las ánforas son también pesadas y pueden romperse (m/14).
Las ánforas juntan, protegen, y ofrecen a las bocas humanas los elementos del
mundo material, aunque parecen tener vida propia. Como "cosas vivientes"
reciben a menudo la bendición divina o humana, y los ojos humanos pueden
contemplarlas (1/78).
Si las ánforas humanas se vuelven seres vivientes tan a menudo en los
poemas de Celan, los mejillones y las conchas pertenecen al mundo material;
el mundo del coral (m/128), las perlas, los guijarros, y la Luna. Nunca en-
tregan la dura materia que contienen. Incluso cáscaras repletas de líquidos y
tejidos, como las uvas, las nueces, las pústulas, raramente dejan salir algo de
lo que contienen; permanecen sin redención e inertes, sin la divina bendición.
"Corona'', uno de sus poemas tempranos más conocidos, es una excepción.
Aquí el tiempo es "descascarado de las nueces" por un momento, aunque
luego vuelve al lugar de donde vino:
m
HANS ULRICH GUMBRECHT
Quienquiera que se arranque el corazón del pecho por la noche, alcanza la rosa,
suyos son pétalo y espina,
para él se pondrá la luz en el plato,
para él se llenará la copa con aliento,
para él rugirán las sombras del amor.
Quienquiera que se arranque el corazón del pecho por la noche y lo tire bien alto,
llegará a la marca,
endurecerá la piedra,
122
DESCARRILAMIENTOS YRECIPIENTES
***
Existe una marcada afinidad entre la obra temprana de Celan y los poemas
escritos a mediados del siglo xx por Joáo Cabral de Melo Neto, considerado
entonces el mayor poeta de Brasil. Cuando uno lee los textos de estos autores
sinópticamente, tiene la impresión de que Cabral y Celan están en juegos
distintos (pero de algún modo vinculados) con las mismas cartas. También
es frecuente en los textos de Cabral la imagen de conchas como recipientes.
Aquí evocan, sobre todo, cadáveres y palabras:
Salgo de mi poema
como quien se lava las manos.
Las conchas marinas "perdidas en las mareas arenosas" son "como ca-
bellos" para Cabral, y difieren de la "forma obtenida'' en un poema "como la
punta de una madeja/ que la atención, lenta, I desenrolla'' (47). Los poemas
que son recipientes pueden explotar; pueden romper la madeja blanca y aun
los cimientos de que estén compuestos:
123
HANS ULRICH GUMBRECHT
Conchas, cadáveres, hilo y cabellos, son las cartas con que se maneja
Cabral en sus poemas; cristalización y explosión, el juego mismo.
Otro juego del poeta tiene que ver con cadáveres que ajustan, o no,
en sus tumbas. El juego tiene lugar en dos poemas acerca de cementerios en
Pernambuco, el estado al norte de Brasil donde nació Cabral. El campo
para las tumbas de los trabajadores de caña de azúcar es irregular, ondulado,
como la superficie de un cementerio en el mar; las lápidas "son menos cruces
que mástiles/ cuando a medio naufragar" (?I). Los que duermen en hamacas
durante la vida no descansan en ataúdes. Descansan en la tierra:
Vienen en hamacas
abiertas al Sol y la lluvia.
Traen sus propias moscas.
El suelo les va como un guante.
124
DESCARRILAMIENTOS YRECIPIENTES
Y nunca lo vi hervir
(como hierve
el pan que fermenta).
En silencio,
el río carga su fecundidad pobre,
grávido de tierra negra.
Cultivar el desierto
como un vergel al revés:
125
HANS ULRICH GUMBRECHT
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DESCARRILAMIENTOS YRECIPIENTES
su libro, un trabajo que llama la atención como registro del clima intelectual
de posguerra en Alemania, y también como monumental logro académico. El
libro de Curtius respira el aire de su tiempo, pero el autor no da argumentos
acerca del curso a seguir en el futuro.
En contraste, el italiano Pier Paolo Pasolini, poeta y luego director de
cine, estaba obsesionado con mantener, aunque de modo no ortodoxo, las
tesis y promesas de la filosofía marxista, contra las realidades económicas de
su país y aun de su propia vida. Alrededor de r 9 5o, cuando Pasolini llegaba
a sus treinta años, la tensión entre lo que creía que se le había prometido y
una sensación de inquietud interna, tensión que parecía al mismo tiempo
implicar el riesgo y la esperanza de un descarrilamiento existencial, se volvió
el tema dominante en sus poemas. Las descripciones que hacen de este estado
existencial resuenan, alegóricamente, con algunas condiciones históricas de
Italia:
Haciendo una lectura biográfica, uno tiene toda clase de razones para
conectar estrofas como estas de Pasolini con su notorio deseo de muchachos
jóvenes, en lo posible, adolescentes de los suburbios con alguna conexión con
el crimen y la violencia. Se justifica, entonces, la conexión de los versos de
Pasolini con un rasgo de carácter provocativo que molestaba aun a los mejores
amigos del poeta, hasta su sangrienta muerte en noviembre de I 97 5. En el
contexto de posguerra, sin embargo, puede ser más interesante ver cómo
el "feliz muchacho muy elogiado" no puede encontrar un sitio cómodo en el
127
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DESCARRILAMIENTOS VRECIPIENTES
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HANS ULRICH GUMBRECHT
Apenas fue claro, la mañana del r 7 de junio, que las manifestaciones de los trabajadores
fueron descarriladas con propósitos propios de la Guerra Fría, expresé mi solidaridad
con el Partido Unido Socialista Alemán. Ahora espero que los instigadores sean identi-
ficados y aislados, y sus redes destruidas, de modo que los trabajadores que protestaron
por justificada frustración no sean confundidos con los provocadores (xx/327).
'130
DESCARRILAMIENTOS Y RECIPIENTES
***
En Tiempo de silencio de Luis Martín-Santos, Pedro vive una existencia
complicada en el Madrid de los años cuarenta. En la primera de muchas
caminatas que hace por la capital de España, la ciudad se aparece, de modo
bastante literal, como un recipiente perfecto:
Según las más fidedignas estadísticas, que la gente nunca está perdida. Por esa razón
existe la ciudad (para que la gente nunca se pierda). La gente puede sufrir o morir pero
no perderse en Madrid, cuyos rincones son contenedores perfeccionados de extraviados,
donde las personas no puede perderse aunque lo quiera porque mil, diez mil, cien
mil pares de ojos lo clasifican y disponen, lo reconocen y abrazan, lo identifican y
salvan, le permiten encontrarse cuando más perdidas se creían en su lugar natural (r 5).
131
HANS ULRICH GUMBRECHT
Alguien le gritó desde arriba en el pozo: "Ey, negro, sal de ahí. Queremos saber lo
que hay en ese portafolio".
"Vengan y agárrenme", respondí.
"¿Qué hay en ese portafolio?".
"Tü', dije, riendo repentinamente. "¿Qué te parece?''.
((¿Yo?)).
"Tú, entero'', dije.
"Estás loco'', dijo.
"¡Pero igual te tengo en este portafolio!".
"¿Qué has robado?".
"¿No lo ves?", dije. "Enciende una cerilla" (565[).
132
DESCARRILAMIENTOS YRECIPIENTES
mayor, prolongué mi hibernación demasiado, puesto que hay una posibilidad de que
aun un hombre invisible tenga un rol socialmente responsable a jugar.
''Ah", los oigo decir, "de modo que todo fue un plan para aburrirnos con su buggy
jiving. 2 ¡Sólo quería que lo escuchásemos en su delirio!". Pero éso es sólo parcialmente
verdadero: ser invisible y sin sustancia, una voz descorporeizada, por así decirlo, ¿qué
más podría hacer yo? (581).
2 La expresión, que mezcla la noción de un insecto que insiste, o molesta (to bug, bugg_y,
etc.) y la del jive, un tipo de slang asociado con los músicos de jazz negros, y a la vez un tipo
de baile, unido al swing y al rock and roll, fue popular en las décadas de que se ocupa este
libro. Acuñada por Ellison precisamente en esta obra, refiere a una forma específica de humor
vinculado con situaciones raciales y al cambio social.
133
HANS ULRICH GUMBRECHT
criptiva que enmarcan los diálogos centrales en Réquiem por una monja,
de William Faulkner, están rodeados de una obsesión que sigue la misma
regla. En particular, la secuencia de inicio sobre La Corte (Un nombre para la
ciudad) abunda en muebles cerrados, cerraduras, y reglas arcanas que tratan
de preservar, asegurar y ordenar documentos y procedimientos legales. Pese
a ello, la justicia nunca es satisfecha en el mundo del Sur. Los documentos
desaparecen y los procedimientos formales demuestran ser coartadas para los
verdaderos culpables. En términos más alegóricos: los recipientes gotean;
los muebles y cerradmas no ayudan para nada. No pueden encerrar o retener
la energía sin ley de la vida en el Sur. Los personajes se han dado cuenta de
esto hace mucho: '"Ética', dijo. Sonaba casi estupefacto. Rápidamente agregó:
'Muy mal. ¿Cómo vamos a corromper a un hombre ético?"' (491).
***
Günther Anders, escritor e intelectual nacido en I 902, estudió filosofía con
Edmund Husserl en la Universidad de Friburgo; emigró a Francia, y luego a
los Estados Unidos, cu:J.ndo los nacionalsocialistas tomaron el poder. Anders
regresó a Europa al final de la guerra y atrajo la atención internacional cuando,
luego de una visita a Hiroshima en 19 58, entabló correspondencia con Claude
Eatherly, el piloto del avión que lanzó la primera bomba atómica, el 6 de
agosto de I 94 5. Eatherly estaba en tratamiento psiquiátrico en un hospital
de ve:teranos en Texas, trece años después del lanzamiento. Lo que domina-
ba el diario sobre Hiroshima de Anders y sus cartas al piloto era el miedo
de una Tercera Guerra Mundial, la cual describió como una conflagración
nuclear; algo que parece natural en el contexto de la época. Desde entonces,
hemos reemplazado esta imagen con la creencia, a veces dogmática, de que
las armas nucleares actúan como disuasores, pese a que la humanidad no
logrará nunca, por obvias razones, superar el peligro final que suponen. Des-
de la perspectiva actual es más interesante el modo en que Anders intenta
evaluar la significación histórica de Hiroshima, que las alertas que lanza. En
ese contexto, es interesante que el concepto de "azar" ocupe una posición
dominante al comienzo de su correspondencia con Eatherly. En la primera
carta, el 3 de junio de 1959, Anders afirma que entiende perfectamente si el
destinatario pone objeciones atendiendo a lo que podría ser una intromisión
en su vida privada; al mismo tiempo, sin embargo, destaca que el destino de
Eatherly se ha vuelto tema de interés para toda la humanidad, por tanto, no
puede quedar en la esfera privada:
134
DESCARRILAMIENTOS YRECIPIENTES
Si nuestros ancestros dieron por sentado que la imaginación humana era "excesiva",
significando por ello que siempre y necesariamente iría más allá de la realidad, hoy,
la capacidad de nuestra imaginación (o nuestro sentimiento y nuestra responsa-
bilidad) está derrotada por las posibilidades que conllevan nuestras acciones. Sin
duda, debemos aceptar que la imaginación no puede seguirle el paso a lo que somos
capaces de producir. No sólo nuestra razón posee sus (kantianos) "límites", no es la
única finita pues esto también aplica para nuestra imaginación y, sobre todo, para
nuestra capacidad de sentir (219).
135
HANS ULRICH GUMBRECHT
logo para lo que ella identificaba como una nueva relación entre la ciencia
(incluyendo sus aplicaciones técnicas) y las capacidades de "nuestro cerebro":
Sería como si nuestro cerebro, que constituye la condición material, física, de nues-
tros pensamientos, fuese incapaz de seguir lo que hacemos, de modo que de ahora
en adelante podríamos precisar máquinas artificiales para poder pensar y hablar. Si
fuera cierto que el conocimiento (en el sentido moderno de "saber hacer") y el pen-
samiento se han separado para siempre, entonces verdaderamente nos volveríamos los
esclavos sin remedio, no tanto de nuestras máquinas, como de nuestro conocimiento;
nos volveríamos criaturas sin pensamiento, a merced de cualquier aparato que sea
técnicamente posible, no importa cuán asesino éste fuese (3).
***
Martín Heidegger, entonces, no era el único creyente de que la era nuclear
(Atornzeitalter) había acarreado el desafío existencial más complejo y total
de su tiempo. En buena medida igual que Arendt y Anders, Heidegger vio
la bomba nuclear como la condensación más exigente, aunque, ciertamente,
no la única, de la nueva condición humana (1'c'VI/ 522). Con más claridad que
la mayoría de los pensadores de su tiempo, Heidegger identificaba la ciencia
moderna, y en particular su relación altamente abstracta (matemática) con
las cosas-del-mundo, como la razón profunda de las nuevas, incómodas y
siempre precarias actitudes hacia el mundo natural. El carácter de "sin hogar"
de muchos alemanes, que devino de la pérdida de territorios después de la
guerra, así como el hecho de que, aun antes (a fines del siglo XIX y comienzos
del xx) millones de personas hubieran tenido que abandonar la existencia rural
y mudarse al "baldío de la industrialización'', eran fenómenos de un valor
particularmente emblemático para Heidegger (xvr/ 521). Convergían, desde su
136
DESCARRILAMIENTOS YRECIPIENTES
Intente imaginar por un momento la casa de una granja en la Selva Negra, tal como
fue construida por campesinos centenares de años atrás. Aquí, la intensa capacidad de
reunir el cielo con la tierra, inmortales con mortales, dentro de la unidimensionalidad
de las cosas, dio forma a la casa. La colocó cerca de una montaña que la protege del
viento y próxima a un manantial que alimenta sus pasturas. El techo de tejas tiene
el ángulo justo, tanto para manejar la nieve, como para mantener cálidos los cuartos
ante los fríos vientos de las largas noches de invierno. No ha olvidado el nicho para el
crucifijo detrás de la mesa donde se toma la comida cotidiana, también tiene lugares
sagrados para la cuna y la madera de los muertos (pues ésta es su palabra para "ataúd");
así, ha dado a muchas generaciones bajo un mismo techo una forma para su viaje a
través del tiempo (vn/172).
137
HANS ULRICH GUMBRECHT
que las reúne" (XVI/ 5 5 5). El ensayo de Heidegger sobre "La cosa'' desarrolla
más completamente esta idea. Aquí, uno no puede evitar sorprenderse con
el objeto que elige para ilustrar qué es una "cosa''. Una vez más en el mundo
intelectual de 1945, el ejemplo resulta ser una jarra (Krug). Como lo resalta
Heidegger desde el comienzo, lo que da a la jarra la cualidad de una cosa es
su estatus como recipiente ( Gejass): "En tanto recipiente, la jarra es una cosa''
(vn/169). Lo que importa acerca de la jarra como recipiente, sin embargo,
es su vaciedad. Este aspecto es más importante que el material del que está
hecha o su valor de uso práctico: "La naturaleza de cosa del recipiente no
reside en el material del que consiste sino en su vaciedad, que recibe" ("Das
Ding.hafte des Gefasses beruht keineswegs im Stoff, daraus es besteht, sondern in
der Leere, die fasst') (vn/ 171). De modo característico, Heidegger sobre todo
"reflexiona sobre intuiciones" en lugar de "desarrollar argumentos", y trata
de mostrar cómo la jarra, en tanto recipiente, es capaz de reunir las varias
dimensiones de lo tetrádico: "El obsequio de lo vertido es obsequio en tanto
crea un quieto equilibrio (stasis) entre la tierra y el cielo, los inmortales y los
mortales. Pero un equilibrio no es el mero perseverar de algo presente a la
mano. El equilibrio es el evento de asignar a cada cosa lo que le es propio
(" Verwe.ílen ereignei'). Da a cada una de las cuatro dimensiones aquello que le
es propio" (vn/r75). Una vez más, lo que importa acerca de la naturaleza de
cosa de la jarra como recipiente no es el potencial de protección y refugio. Lo
que importa, en cambio, es su capacidad para traer a la atención las cualidades
ontológicas de los objetos que nos rodean. Por ejemplo, es la materialidad
terrena de la jarra, pero también la relación del agua que contiene con el cie-
lo, la conexión con el Dasein humano que presupone, así como la (distinta)
presencia de los inmortales. Una "simple" jarra trae a nuestra atención todas
estas dimensiones.
En la Car.ta sobre el humanismo, que escribió inmediatamente después
de la guerra, Heidegger había dicho con claridad que recuperar la dimen-
sión omológica del ser era, a sus ojos, la única manera de superar el carácter
de "sin hogar": "Dada la esencial condición sin hogar de la humanidad, se
revela su destino futuro como descansando en el encontrar al ser" (rx/ 341 ).
En el mismo impulso de pensamiento, y en referencia a Friedrich Holderlin,
Heidegger hace énfasis en que la dimensión decisiva para el desocultamiento
del ser es el lenguaje ("el lenguaje es la casa del ser"). En una reacción similar,
que parece haber ocurrido sin conexión con Heidegger, Carl Schmitt, en una
entrada de su diario del 24 de diciembre de 1947, afirmó que los aspectos
formales de la poesía lírica ofrecen una dimensión privilegiada en donde lo
noumenal puede conjurarse. En este contexto, Schmitt afirma que lo hueco,
el vado, es necesario; lo vacío puede existir como efecto de una forma lírica:
138
DESCARRILAMIENTOS YRECIPIENTES
El metro es práctica mágica. Pero debe haber una brecha entre metro y significado, en
el sentido de pensamientos y materias de referencia. Para decirlo del modo más banal:
hay un espacio vacío entre la forma y el contenido. En este intervalo, que permanece
vacío, lo noumenal se pone en movimiento[ ... ] La dimensión noumenal del poema no
está en su sonido sino que se pone en movimiento a través de este vacío; no que lo nou-
menal sea este vacío, sino que se pone en movimiento allí; el vacío es la condición
de este movimiento, de modo que existe una relación específica entre lo noumenal
y el vacío; cuanto más vacío, más puro el recipiente (Gefoss). El metro es el recipiente
vacío, no de los contenidos, sino de su mágico movimiento (68f.).
Me concentré, con empeño infantil [... ] en la magia del espacio. No quiero entenderla
realmente, mucho menos producirla; pero quiero conocerla y, por tanto, preservarla
para quienes vengan luego, un simple recipiente. Veo el espacio final, mi tumba; lo
veo disolverse; mi casa, el río y todas aquellas cosas se están destruyendo, y pese a
roda me aferro a ellas. Pereceré con ellas y ellas conmigo (88).
139
HANS ULRICH GUMBRECHT
jarra reúne distintas dimensiones ontológicas y las comunica entre sí. Como
en la reflexión de Schmitt sobre lo vacío y el lenguaje poético, el poema de
Ponge asocia la jarra con palabras: "¿Alguien puede no decir que todo lo que
he dicho sobre la jarra implica palabras?" (1/752).
Como Celan, Ponge está impresionado, sobre todo, con la fragilidad
de la jarra. Puede romperse. "La jarra va al agua tantas veces que al final se
rompe; perece por el uso prolongado. No porque su material se haya debilitado
por el uso; se rompe por accidente. Uno podría también decir que se rompe
debido al continuo gastar sus oportunidades de supervivencia''. Es seguro que
el juego de Ponge en prosa poética se desenvuelve dentro de la misma red
de preocupaciones y asociaciones ontológicas que hemos identificado en los
textos de Celan, Heidegger y Schmitt. Debido a la preocupación específica
del autor con la fragilidad, la jarra de Ponge también presenta alguna afinidad
con los cuencos y copas que Michihiko Hachiya contempla en una entrada
de su Diario de Hiroshirna:, fechada el 2 7 de agosto de I 94 5:
Solo, pienso en muchas cosas. Aquí estaban los techos negros, quemados, las paredes
despintadas, las ventanas sin vidrios. El konro, nuestro pequeño brasero para cocinar
al carbón, estuvo bajo la pileta soportando una tetera gastada y ennegrecida cuyo tope
estaba cubierto por un plato que funcionaba como tapa. Cuencos de arroz del ejército
y tazas de té ceremoniales se apilaban indiscriminadamente en un canasto de bambú.
Todas estas cosas recuerdan la miseria de la guerra (126).
***
Esperando a Godot comienza con "Estragón, sentado en una pila baja, tratan to
de sacarse una bota. Tira de ella con ambas manos, resoplando. Se da por
vencido, exhausto, descansa, lo intenta de nuevo" (2). Estragón ha dormido
"en una zanja'', pero la zanja no lo protegió:
VIADIMIR: (Herido, con frío): Puedo preguntar dónde pasó la noche su alteza.
ESTRAGÓN: En una zanja.
VLADIMIR: (Admirado) ¡Una zanja! ¿Dónde?
ESTRAGÓN: (Sin un gesto) Por ahí.
VLADIMIR: ¿Y no te pegaron?
ESTRAGÓN: Por cierto, me pegaron.
VLADIMIR: Cuando pienso en ello ... todos estos años -pero para mí ... dónde estarías
tú ... (Decisivamente). Serías nada más que un pequeño montón de huesos en este
instante, sin duda alguna (zf.).
'!40
DESCARRILAMIENTOS YRECIPIENTES
ESTRAGÓN: ¿Dónde?
VLADIMIR: Detrás del árbol (Estragón vacila). ¡Rápido! Detrás del árbol. (Estragón va
y se agacha detrás del árbol, se da cuenta de que no está oculto, sale de detrás del árbob.
Decididarnente, este árbol no nos servirá para nada (83f.).
VLADIMIR: ¡Al fin! (Estragón se levanta y va hacia Vladimir, una bota en cada mano. Las
pone al borde del escenario, se estira y contempla la luna.) ¿Qué estás haciendo?
ESTRAGÓN: Me pongo pálido de cansancio.
VLADIMIR: ¿Qué?
ESTRAGÓN: De subir a los cielos y mirar a los tipos como nosotros.
ESTRAGÓN: (Dándose vuelta a mirar las botas) Las estoy dejando ahí. (Pausa). Algún otro
vendrá después, como ... como yo, pero con los pies más pequeños, y ellas lo harán feliz.
VLADIMIR: ¡Pero no puedes ir descalzo!
VLADIMIR: ¡Cristo! ¿Qué tiene que ver Cristo con esto? ¡No te vas a comparar con Cristo!
141
HANS ULRICH GUMBRECHT
que los pies del otro tenían necesariamente que ser más pequeños que los
de Estragón, las nuevas botas tienen que ser aún más apretadas; le ajustarán
todavía más a Estragón de lo que lo hacían las suyas.
En un poema de r 9 53, tres años antes de su muerte, Bertolt Brecht
menciona "zapatos confortables" dentro de una lista de "Placeres (Vergnün-
gen)" que mejoran la vida; otros son "redescubrir un viejo libro", "el perió-
dico", "nieve", "el cambio de las estaciones", "nadar" y "tomar una ducha''
(x/ 1022). Todos estos placeres son modestos, que sólo no serían alcanzables
en un mundo como el de Estragón y Vladimir, y no se acercan siquiera a
producir la sensación de un hogar estable. Su valor parece estar, precisamente,
en el hecho de que tales placeres son posibles aun en la situación de ser un
"sin hogar". Y Brecht se siente sin hogar. Le parece tan imposible que cual-
quier nueva ciudad se convierta en su hogar tanto como un caracol usando
el caparazón de otro:
Las casas tienen aquí algo de caparazón de caracol para mí. Uno no piensa en ellas
separadamente, en tanto hogares para cualquier caracol indistintamente. Para mí el
problema no es una falta de ciudades con gente en ellas; la gente sin sus ciudades es
el problema [... ] Lugares con memorias de infancia, granjas donde los muchachos
construyeron cabañas con hojas, el muelle en concreto, al lado del río, bueno para
tomar baños de Sol (xx:i}u).
142
DESCARRILAMIENTOS YRECIPIENTES
***
El tren que lleva hacia el este a la familia del Dr. Zhivago no descarrila durante
su viaje hacia el vacío paisaje de los Urales, donde los contornos se diluyen y
las apuestas son más bajas, por mucho que en la Moscú posrevolucionaria. Sin
embargo, donde quiera que el nuevo estado establece su presencia, el tiempo
se siente "apocalíptico", como si se encaminase a un "juicio final". "Éste es
tiempo para ángeles con espadas flamígeras y bestias aladas del abismo", dice
Strelnikov, cuya tarea es imponer el orden del partido muy lejos del centro
político. Hablando con Yuri Zhivago, continúa: "No para simpatizantes
y doctores leales. Sin embargo, le dije que lo dejaba libre, y no retiraré mi
palabra. Sin embargo, por esta vez únicamente. Tengo la sensación de que
nos volveremos a encontrar, y entonces nuestra conversación será muy dis-
tinta'' (252). Con el poder del Partido desvaneciéndose a la distancia, vuelve
la certeza de que el "hombre ha nacido para vivir, no para prepararse para
vivir. La vida en sí misma, el fenómeno de la vida, el don de la vida, es así de
impresionantemente serio" (297). Una luz tenue de esperanza es posible: "En
alguna parte, la vida sigue aún; alguna gente es feliz. No todo el mundo es
infeliz. Esto justifica todo" (223). La perspectiva aquí, respecto de los años de
la Revolución de Octubre, vuelve a emerger en la última escena de la novela;
es decir, la escena que ocurre en un mundo histórico diferente. Desde un
rascacielos, dos de los descendientes del Dr. Zhivago miran hacia abajo, a la
capital de la Unión Soviética después de I 94 5, la capital del Estado que con-
tribuyó decisivamente a la victoria contra Hitler a cambio de una pérdida de
vidas humanas sin precedentes. Ambos protagonistas sienten que los eventos
de la década anterior no han sido completamente fieles a las promesas de la
filosofía marxista de la historia. Por otro lado, se dan cuenta de que la suerte
del mundo y de su país ha mejorado mucho:
143
HANS ULRICH GUMBRECHT
periodo de posguerra, y ellos solos definieron su significación histórica. Para los dos
amigos, sentados a la ventana, parecía que esta libertad del alma estaba ahí, que esa
noche el futuro se había movido tangiblemente hacia las calles allí debajo, que ellos
mismos habían entrado en él y ahora eran parte de él. Pensando en esta ciudad sagrada
y en la tierra entera, en los protagonistas aún vivos de esta historia, y en sus hijos, se
sintieron llenos de ternura y paz, y fueron envueltos por la inaudible música de la
felicidad que flotaba a su alrededor internándose en la distancia (519).
Si usted no cree en nada, si nada tiene sentido para usted y ninguna posición tiene
ningún valor, entonces todo se vuelve posible y nada importa. Entonces, no hay "a
favor" ni "en contra". Puede imaginar crematorios o dedicarse a cuidar leprosos.
La diferencia entre la malicia y la virtud se convierte en una elección arbitraria, al
azar (17).
144
DESCARRILAMIENTOS YRECIPIENTES
Cada uno de nosotros le dice al otro que no es Dios; aquí termina el Romanticismo. En
este momento en el tiempo debe tomar su arco y buscar evidencia de nuevo, debemos
conquistar una vez más, en nuestro interior y contra la historia, lo que ya poseemos:
la arriesgada cosecha de nuestros campos, el amor de esta tierra, el que se desvanece;
en este momento cuando el hombre ha finalmente nacido, tenemos que dejar atrás
nuestro siglo y sus iras adolescentes. El arco está tenso, su madera cerca del punto de
ruptura. A partir de esta tensión enorme, la energía de una flecha nueva, directa, vendrá,
de una aplicación de fuerza cuyo rigor y libertad no pueda ser sobrepasados (382).
***
Puesto que no se alcanzó nunca un equilibrio entre la experiencia de múl-
tiples descarrilamientos y la añoranza de estructuras que ofreciesen refugio
existencial, el mundo de los años cincuenta parecía estar lleno de eventos,
fenómenos aislados y restos que presentaban el resultado, a menudo irónico
y a veces trágico, de las pasadas situaciones de esperanza y desesperación.
El 3 de noviembre de 19 57, cuatro días antes del cuarenta aniversario de la
145
HANS ULRICH GUMBRECHT
Revolución de Octubre y tan sólo unos pocos meses después del Sputnik I,
la Unión Soviética lanzó, en órbita alrededor de la Tierra, un satélite que
contenía a Laika, la perra vagabunda encontrada en las calles de Moscú. Laika
probablemente murió sólo unas horas más tarde por exceso de calor y estrés y
su cadáver continuó orbitando alrededor del planeta hasta que, el 14 de abril
de r 9 58, el Sputnik n se desintegró e ingresó a la atmósfera cayendo en el mar
Caribe. El lanzamiento del satélite tuvo lugar un día antes que se cumpliese
el año de la invasión de Hungría por el Ejército Rojo. La operación, al final
exitosa, pero costosa en términos políticos e ideológicos, se había propuesto
destruir un movimiento de independencia nacional que, en su estadio inicial,
había forzado al gobierno pro soviético a renunciar. Aun más que en la Crisis
de los Misiles, algunos años después, parecía seguro que habría una respuesta
militar de los aliados occidentales. Esta perspectiva, quizá con más intensi-
dad que nunca antes o después, convocó los temores de una Tercera Guerra
.Mundial con armas nucleares. Por entonces mi única hermana tenía cuatro
meses. Recuerdo a mi madre diciendo, mientras la acunaba (y en un tono
de seriedad un poco forzada) que jamás habría traído otro niño a un mundo
tan incapaz de asegurar la paz.
En cuanto a otros modos de interpretar el pasado, las aproximaciones
hegelianas y marxistas parecían haber alcanzado su pico más bajo de popu-
laridad durante los años cincuenta, entre el existencialismo del periodo de
posguerra y la así llamada "revolución estudiantil" de fines de los años sesenta.
El romanista Werner Krauss, antiguo estudiante de Auerbach, sentenciado
a muerte durante el Tercer Reich pero que sobrevivió a la guerra, decidió, a
fines de los años cuarenta, vivir en la Alemania Oriental socialista. Más tarde,
como autor de obras académicas (sobre todo, acerca del Iluminismo francés)
como de dos extraordinarias novelas, ganó una serie de premios nacionales.
Aun así Krauss, en una entrada de su diario referida a un posible proyecto
literario, se sintió libre de tratar a la filosofía marxista de la historia de modo
irónico, en realidad, de invertirla por completo:
Tema para una novela: después del fin del mundo la gente se da cuenta de que, en lugar
de seguir hacia adelante, el tiempo ahora va irreversiblemente para atrás. Mientras que
la vejez se considera un periodo privilegiado en la vida, ser joven implica aproximarse
a la muerte. Un lento desvanecimiento de la civilización. Pero ¿quién guarda memoria
de las metas "pasadas"? Todo luce caótico (174).
Por cierto, ésta no era más que una idea para un trabajo de ficción
y sin embargo, parece comunicar cuánto habían perdido, las predicciones
"científicas" acerca de un progreso "necesario", el carácter autoevidente y la
autoridad de que una vez disfrutaran.
146
DESCARRILAMIENTOS YRECIPIENTES
147
HANS ULRICH GUMBRECHT
En esa pequeña cama, casi la cama de una niña, murió Annette Droste
(puede vérsela en su museo, en Meersburg),
Holderlin en su sofá, en su torre, en la casa de un carpintero,
Rilke, George, probablemente en las camas de un hospital de Suiza,
en Weimar los grandes ojos negros de Nietzsche
estaban descansando en una almohada
hasta su vistazo final,todos restos ahora, o ni siquiera eso,
indefinidos, sin sentido,
en desintegración eterna, libres de dolor (4 76).
148
DE LATENCIA
149
HANS ULRICH GUMBRECHT
red aparentemente "global". (Ni hace falta aclarar que tales desafíos conjuntos,
preocupaciones y soluciones tentativas, emergieron y fueron descubiertas de
modos propios a cada una de las distintas constelaciones culturales). Me gus-
taría hacer la afirmación empírica de que las tres configuraciones presentadas
en los tres últimos capítulos pueden ser vistas conformando una red cultural
global de contornos históricos específicos. Pese a todos los progresos y cambios
que puedan haber ocurrido en el interín, esta forma ha preservado su aspecto
básico hasta el presente, gris herencia de un pasado con el que uno se encuen-
tra constantemente, aunque nunca pueda apreciarlo claramente. En otras
palabras: esta herencia parece haber descendido sobre nuestro presente, y aun
así forma parte de este último; nos obsesiona aunque sólo podamos experi-
mentar vagamente la forma que ha asumido, y muy raramente de un modo
directo, o precisamente, debido a ello. El estatus y la dimensión de la "sub-
jetividad", por ejemplo, es decir, la naturaleza de la figura central de auto-
referencia para el "hombre" occidental, no se ha ubicado más al centro ahora
de lo que lo había hecho cuando la fenomenología intentó definirlo en los
años que siguieron a 1900. Al contrario, la noción se ha ido volviendo más
y más problemática con el tiempo.
En segundo lugar -y aquí hay una nueva diferencia entre los escenarios
que emergieron luego de las dos guerras mundiales-, los temas, las provoca-
ciones y las tareas articuladas luego de I 94 5 no eran, en general, experimen-
tadas como nada nuevo o sorprendente, sino como residuos de problemas
de riempos anteriores, cuya larga importancia se veía ahora simplemente rea-
firmada. Como lo he observado con anterioridad, esto es especialmente cierto
para los múltiples problemas epistemológicos que implicaban (entre muchas
otr:o,s cosas, obviamente) el estatus de la subjetividad, la cognición, y la acción.
Ocasionalmente, ocurrió algún avance, por ejemplo cuando Jean-Paul Sartre
preo:entó su argumento acerca de la centralidad existencial de la "mala fe" en
El ser y !a nada. Pero un creciente sentimiento de impaciencia y frustración
por ia escasez de soluciones a la vista resultaba algo más característico del
periodo en cuestión que cualquier real innovación cultural.
En tercer lugar, y aquí me gustaría evitar un malentendido que es
tipico del modo dominante de investigación humanística, las tres configura-
ciones culturales de fa posguerra que he descrito ("no salir-no entrar"; "mala
fe-interrogatorio" y "descarrilamientos-recipientes"), aunque encajan entre sí
y proporcionan un horizonte global de referencia, no eran suficientemente
complementarias o estaban mutuamente adaptadas como para ser llamadas un
"siste1na". Por supuesto, se superpusieron constantemente, e "interactuaron"
(por así decirlo). Tales contactos, sin embargo, fueron intermitentes e incluso
estuvieron marcados fuertemente por circunstancias locales, particulares;
EFECTOS DE LATENCIA
como consecuencia, su efecto conjunto (si es que hubo alguno) produjo algo
que fue más una suerte de congestión general, que la confluencia regular de
distintos movimientos. Nada surgió completo después de r 94 5. Otro modo
de caracterizar, pues, a los efectos combinados de estas tres configuraciones,
y acaso la imagen más cercana a los modos contemporáneos de expresión,
sería llamarles "laberinto", o "delirio". El laberinto produjo tanto un deseo de
salir de él, como el miedo de que tal salida implicase abandonar el mundo.
Así, nuestra mirada retrospectiva deja claro que el efecto más fuerte de
congestión resultó de la circularidad (en el sentido de círculo "vicioso") que
tuvo lugar, en la medida en que ninguna de las tres configuraciones ofrecía
"metas" claras que uno pudiese alcanzar, ni tampoco, siquiera, un tangible
punto de partida.
***
Ahora me gustaría describir el laberinto del ambiente de posguerra con más
detalle. Una experiencia central que se produjo debido a las varias articulacio-
nes del tema del "no salir-no entrar" daba la impresión de que se había vuelto
imposible dejar algo "atrás" en el tiempo, lo cual equivalía a la imposibilidad
de que ningún evento hubiese ocurrido. Parte de tal imposibilidad tomó forma
en la (repetida) sensación de que las fronteras se retiraban, es decir, que las
fronteras se "alejan" de cualquier dimensión externa respecto del presente.
Ahora, un mundo que no permitía eventos y que excluía la trascendencia (en
el sentido literal, es decir, espacial, de la palabra) dirigía la atención humana
de nuevo a la superficie del planeta, lo cual llevó a nueva conciencia acerca del
modo en que el espacio estaba estructurado aquí -una conciencia que hemos
cultivado, desde entonces, bajo diferentes premisas, mayormente ecológicas-.
En último término, sin embargo, se demostró muy difícil alcanzar acuerdos
convincentes o consensuados, ni hablar de "verdades", dentro de esta limitada
esfera. Éste fue el caso, en buena medida, debido a que nadie pudo reprimir,
poner entre paréntesis o eliminar el escepticismo acerca de la confiabilidad
de todo el conocimiento humano que la época había heredado del pasado.
Por lo tanto, la suma de los varios temas vinculados a la imposibilidad de
salir o entrar llevaron a la creencia, primero que nada, de que era necesario
revisar y refinar las capacidades cognitivas del sujeto occidental tradicional,
en especial en la medida en que se relacionaban con fenómenos accesibles
a la investigación empírica (es decir, fenómenos articulados en el espacio).
Yo no afirmaría que el descubrimiento filosófico de la estructura básica
de la "mala fe" y los argumentos concomitantes acerca de la imposibilidad de
una autotransparencia completa ocurrieron "como reacción" a la necesidad
151
HANS ULRICH GUMBRECHT
de aguzar las capacidades cognitivas del sujeto. Es verdad, sin embargo, que
la obsesión con la mala fe después de 1945 contribuyó dramáticamente al
escepticismo ya presente acerca del rango cognitivo de los sujetos. Cuanto
más exitosamente la humanidad controlaba el planeta, menos parecía creer en
el conocimiento que hada posible tal control. Diversas técnicas de interroga-
torio se desarrollaron entonces, y el "género" aumentó su popularidad, en un
intento histórico por fortalecer tanto la posición del sujeto frente al "mun-
do de los objetos" fuera de él, como en relación con su misma esfera interior.
Pero aquí, tasnbién, las altas esperanzas epistemológicas quedaron insatisfechas.
No sólo estos enfoques más empíricos fueron incapaces de brindar conoci-
miento estable; también llevaron a una devaluación del "pensar" en la tradición
de la "lógica". No había ideas definidas que se suponía debiesen emerger del
pensamiento de Antonin Artaud, o de Lucky, en Godot. La consecuencia,
doblemente negativa, de la constelación de "mala fe-interrogatorio" puede
que haya dado ímpetu al nuevo gesto epistemológico que se fortaleció a fines
los años cmirenta y en la década de r 9 50. Me refiero a la tendencia, nueva
para la época, de "dejar que los fenómenos se muestren por sí solos" (o, en
las palabras de Martín Heidegger, "dejar que el Ser se desoculte él mismo")
-una forma, eso se esperaba, de ir más allá del paradigma tradicional suje-
to-objeto.
Así como el sentimiento de que no era ya posible dejar nada "atrás"
(o "en el pasado'') contribuyó a la impresión de que la historia había "desca-
rrikdo" de su curso previsto, también fue acompañado por una experiencia
profonda de inseguridad existencial y de peligro. Tal sensación se hacía más
grave debido a los recuerdos individuales de eventos particulares durante los
año:; de la guerra (ninguno de los cuales, por supuesto, se comparaba, por su
alcance, con la detonación de la bomba atómica sobre Hiroshima). En los
capítulos ameriores he vinculado a cierta obsesión con recipientes y contene-
dores con esta inseguridad existencial intensificada. Para algunas posiciones
de compromiso intelectual, sobre todo las de Heidegger y Carl Schmitt, tal
añoranza de una seguridad existencial se mezclaba con el proyecto filosófico
de permitir que las cosas emergiesen y se descubrieran. Parece, sin embargo,
que ninguna de tales reacciones o soluciones propuestas alcanzase jamás un
nivel confortable de estabilidad. A efectos de reparar la temporalidad, se
volvió, del topos de "descarrilamiento-recipiente", a la estructura "no salir-no
entrar". lviás precisamente: el retorno tuvo lugar a efectos de superar la regla
de "no salir", en la medida en que uno sólo puede tener esperanzas de avan-
zar en el tiempo si le es posible dejar el pasado atrás; o, al revés, a efectos de
encontrar protección en alguna parte (superando, en ese caso, la regla de "no
entrar"). En este punto, en que la tercera de las configuraciones culturales
EFECTOS DE LATENCIA
***
El congestionado laberinto que emerge de la interacción entre las tres dife-
rentes configuraciones culturales es tan sólo una dimensión del Stimmung
que dominó la década que siguió a r 94 5. Una dimensión conectada con
esto, mencionada con anterioridad, es la facilidad con la que la humanidad
pareció capaz de tomar distancia de la experiencia de la guerra y sus traumas
(una actitud que, aun desde la perspectiva de hoy, parece resaltable). La Stim-
mung histórica que rodeó la vida de la mente y el cuerpo estaba constituida
por la tensión (si bien, a veces, fue simplemente un asunto de coexistencia)
entre la congestión que he estado tratando de describir, y una disposición,
aparentemente no problemática, para abrirse hacia el futuro. Es evidente
que tal disposición a abrirse era consecuencia de la energía cartesiana de la
Modernidad; en cuanto a la atmósfera de congestión, estoy de acuerdo con
un colega brasileño que la ha descrito como "una ontología sin teleología'', un
entorno plomizo, sin tracción ni vectores, en el cual todas las distinciones
tendían a colapsar, incluyendo la distinción entre prosa de "argumentos" y
trabajos de ficción.
¿Cómo podemos asociar la Stimmung de posguerra con la latencia?
Sobre todo, enfatizaría que existen múltiples "efectos de latencia'', en parte
debido a que me gustaría afirmar y desarrollar, con un detalle mayor, un
paradigma de latencia diferente del modelo freudiano de "represión". No
sé si alguna vez seremos capaces de decir qué es, exactamente, lo que quedó
latente en los años que siguieron a r 94 5, mientras que uno esperaría al menos
eso del esquema interpretativo de la represión. En cualquier caso, afirmaría
que uno no puede decir mucho acerca de lo que quedó latente a partir de la
posición histórica que toma este libro, es decir, los años que van de mediados
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HANS ULRICH GUMBRECHT
154
EFECTOS DE LATENCIA
lentamente. Nuestra renovada fascinación con los trabajos que Albert Camus
escribió después de r 9 50, por ejemplo, es síntoma del cambio. Más que nin-
guno de sus contemporáneos, Camus rechazó el cronotopo historizante como
algo antiguo, indolente, y en último término como un marco peligroso para
el pensar. Aquí, en un segundo nivel, la latencia se referiría al sentimiento
producido, a partir de los años cincuenta, por la emergencia de un nuevo
cronotopo (o, por la vaga percepción de su emergencia). Un cronotopo que
no podía ser entonces por completo aprehendido, porque estaba cubierto por
otras estructuras temporales, más familiares, que tanto el mundo capitalista
como el comunista reciclaban constantemente.
Los momentos históricos transcurridos entre mediados de los años
cincuenta y el presente, hacia los que me referiré ahora, conllevan la ilusión,
experimentada repetidamente, de que se ha desenterrado lo que quedaba
latente y se resistía a desvelarse. En secuencia histórica, tales momentos for-
man una genealogía de acuerdo con la cual la latencia constituye el origen
de nuestro presente. El ritmo que emerge de su muda sucesión no tiene nada
que ver con el tiempo vectorial del cronotopo historizante. En cambio, es una
forma de tiempo estructurada por la reiterada certidumbre de que "algo" ha
sido, finalmente, liberado por un fenómeno que nadie había experimentado
antes. Tal temporalidad de latencia se parece, al menos desde mi perspectiva,
a la "historia del ser" que Heidegger imaginó en un intento de crear un marco
para los "eventos de verdad" (o momentos de "desvelamiento del ser") que
desesperadamente aguardaba. Por tal razón, el título de mi capítulo final
plantea una pregunta: ¿desvelamiento o latencia?
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LA
MI TIEMPO
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HANS ULRICH GUMBRECHT
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¿El OESOCULTARSE DE LA LATENCIA? MI HISTORIA CON El TIEMPO
tan lejos como regular la elección del director), por lo que era ridiculizado
por la mayoría de los demás profesores. Más que nadie, fue el Dr. Kurt Fina
quien despertó mi deseo por imaginarme y por saber del pasado. En este
caso, tuvo que ver con la Antigüedad romana. Aunque no tenía el derecho
de obligarnos a seguir sus instrucciones, aún recuerdo su tono de voz cuando
recomendaba que los estudiantes "fuertes" comprasen, para la clase de latín,
un diccionario etimológico llamado Der kleine Stowasser (el volumen, hoy,
todavía está ahí en un estante atrás de mi escritorio), así como un libro de
textos primarios sobre la cultura romana cotidiana, llamado Res Romanae.
Los colegas del Dr. Fina, en cambio, invertían sus días cultivando los roles,
las afectaciones y los atuendos de tiempos idos, los tiempos de "antes de la
guerra", los cuales en sus palabras sonaban como los únicos tiempos que en
realidad hubieran existido alguna vez. El Dr. Herbert Wilhelm, profesor de
matemáticas, por ejemplo, disfrutaba orgullosamente de contar sus hazañas
como piloto (también había compuesto dos operetas); el profesor de biología,
Walter Menth, haría modestamente gala de sus tiempos como estrella local de
fútbol (no sabía mucho de biología). Nuestros profesores trataban también
de hacernos sentir que ellos no estaban autorizados, realmente, para decirnos
todo lo que querían. Por ejemplo, cuando mi instructor de geografía, Hans
Morgenroth, compartió con nosotros una pieza de sabiduría inolvidable:
"Todos sabemos, chicos -aun si los textos ya no lo dicen-, que una perso-
na asiática está contenta con un puñado de arroz por día''. Más que en las
descripciones directas, pues, el mundo "real" de "antes de la guerra'' se hacía
presente, en forma latente, a través de diversas formas de alusión, la mayoría
de las cuales pasaría desapercibida.
***
De modo que crecí con la expectativa de que, algún día, algo crucial se acla-
raría, aunque no sabía, o creía acaso que aún no lo sabía, que clase de cosa
sería eso. Vivir en la certeza de una presencia que no tiene identidad es vivir
en estado de latencia. Si no estoy completamente equivocado, muchos de mis
compañeros de clase, y muchos alemanes de mi generación, compartíamos
el sentimiento, vago, aunque al mismo tiempo muy cierto, de que el futuro
guardaba un momento decisivo de "desocultamiento" o desvelamiento. Para
mí todo había comenzado con la gloria que imaginé poseía mi abuelo, pero
que en realidad nunca se materializó ante mis ojos; continuó con el resenti-
miento, tal vez, incluso, la agenda oculta, que sentía en el modo de hablar
de mis profesores. Creo que fue un sentimiento de esta clase el que produjo
la tonalidad específica de la revuelta estudiantil de 1968 en Alemania: que-
159
HANS ULRICH GUMBRECHT
***
A Gnes de r 9 58, durante mis primeros meses en el Gymnasium, estaba pro-
bablemente situado entre mis sueños relativos al mundo de mi abuelo, que
se desleían, y el deseo de una imagen distinta del pasado que se volvería mi
futuro, una visión despertada, por entonces, por el Dr. Fina. Hoy puedo ver
que el final de los años cincuenta era un tiempo de finales aparentes, sobre todo
-un tiempo en el que puede haber aparecido por primera vez la impresión de
que h posguerra había terminado-. Cuando en 19 5 5 James Dean murió en un
accidente automovilístico, se desvaneció la cara de una generación que había
sido congelada en eterna adolescencia por el poco complejo optimismo de la
nueva clase media. Tres años después de recibir el Premio Nobel de literatura,
Albert Camus también moría en un accidente carretero. James Dean parecía
no haber superado nunca la indecisión sexual de su juventud temprana; Ca-
mus dejaba una esposa y dos hijos gemelos, y era, también, mucho más que
la figura intelectual de moda. Hoy, en los comienzos del siglo XXI, muchos
creen que la obra de Camus, un legado distinguido por su lúcida sobriedad
filosófica, podría haber protegido a generaciones enteras contra el fervor de
ideologías arrogantes y banales (pese a que los contemporáneos de Camus
enseguida comenzaron a fruncir el ceño ante su obra por considerarla no lo
suficientemente "progresista'').
160
¿El OESOCULTARSE DE LA LATENCIA? MI HISTORIA CON EL TIEMPO
Las que terminaron fueron las incertidumbres y los miedos que habían
sido testigos de los estadios tempranos de la Guerra Fría, incluso dejando la
impresión de que finalmente se estaba en camino al futuro. En principio,
el esquema del nuevo orden era visible por r 9 5o: los Estados Unidos y la
Unión Soviética se dividirían el mundo y lo "congelarían" en dos zonas de
influencia y control; en el proceso, no dudarían en partir en dos naciones o
viejos territorios coloniales, como ocurrió en Corea y en Alemania. (Basado
en su prehistoria colonial, Vietnam evolucionaría en el mismo sentido). Sin
embargo, quedó un miedo específico, el cual tenía el potencial de convertirse
en pánico; era el miedo de que uno de los dos lados, explotando alguna de-
bilidad interna del adversario, causase una confrontación militar directa, con
el lógico riesgo de una guerra nuclear, que por lo tanto sería terminal. En tal
atmósfera es que Günther Anders condujo su campaña en pro de mantener
viva la memoria de Hiroshima. Los eventos del levantamiento en Hungría,
en octubre y noviembre de 1956, pondrían fin a ese estado de ánimo.
Bajo el control del Partido de los Trabajadores, leal a la Unión Soviéti-
ca, Hungría había caído en una espiral de hiperinflación, deterioro económico
y hambruna . Ni hablar de la represión política y la agresiva transformación
de las estructuras sociales que el gobierno, informado por un imaginario
ideológico, había efectuado. Cuando las rápidamente generalizadas pro-
testas estudiantiles forzaron al gobierno a dimitir, en octubre de r 9 56, la
Unión Soviética pareció estar pronta para negociar. El 4 de noviembre, sin
embargo, el Ejército Rojo invadió Hungría, sin hacer intento alguno por
disimular la naturaleza de su misión, empleando una violencia extrema contra
la población civil. Las cicatrices de aquellos días aún están a la vista en las
paredes de las viejas casas del centro de Budapest, donde, de hecho, escribo
estas palabras. Para el IO de noviembre de 19 56, toda resistencia había sido
quebrantada. Dos mil quinientos húngaros y setecientos soldados soviéti-
cos habían muerto; más de doscientos mil húngaros tuvieron que dejar su
tierra y convertirse en refugiados. Como he mencionado, mis padres, por
aquellos días, estaban convencidos de que una nueva era de riqueza y esta-
tus social, sostenida por el boom de la economía alemana, había terminado
antes de empezar, y que había sido moralmente irresponsable para ellos traer
otro hijo (mi hermana, nacida en julio de r 9 56) a un mundo destinado
a hundirse.
Aunque la intervención soviética en Hungría produjo temor en toda
Europa, las fuerzas militares estadounidenses, a sólo unos cientos de millas de
distancia, no fueron desplegadas. Puesto que los problemas internos del bloque
comunista eran obvios, y puesto que la crueldad de las acciones soviéticas no
podía haber sido más brutal, sólo había una conclusión que extraer: dada la
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¿El DESOCULTARSE DE LA LATENCIA? MI HISTORIA CON El TIEMPO
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HANS ULRICH GUMBRECHT
***
Una vez que la Guerra Fría alcanzó su estatus de precaria "seguridad", tiene que
haber finalmente parecido posible dejar atrás un pasado del que nadie quería
hablar. Dejar atrás el pasado se confundía con la "historia como tal", y con
los movimientos hacia un horizonte abierto de posibilidades futuras entre las
cuales uno escogería, colectiva e individualmente. En la .rnedida en que ambos
lados, oriental y occidental, confiaban en los mismos básicos elementos para
esta construcción del tiempo cuando armaban sus imágenes e ideales para un
futuro mejor, tenía perfecto sentido que surgiese una fiera competencia entre
ambos (una competencia que a menudo fue llamada "carrera''). La compe-
tencia suponía ver cuál de los dos lados estaba avanzando más rápidamente
hacia el fumro -y, al hacerlo, haciendo las mejores elecciones; esta rivalidad
permeaba también a cada institución, desde las escuelas a la programación
televisiva-.. Durante unos pocos años, la congestión del tiempo que había
dominado la inmediata posguerra pareció haber desaparecido, permitiendo
que surgiese una impresión de progreso. En cuanto al punto de rivalidad más
conspicuo entre las superpotencias, la "carrera espacial", la Unión Soviética
estaba muy adelantada para 1960; había lanzado el primer satélite en 1957·
Acaso fue también en la Unión Soviética donde surgió primero un nuevo
sentimiento: la sensación de que el espacio exterior representaba un límite
en lugar de una salida completamente abierta.
El desequilibrio inicial entre las superpotencias en la carrera espacial
tiene que haber sido una de las razones por las cuales los Estados Unidos
estaban deseosos de mostrar internacionalmente, y en un nivel mucho más
grande que hoy día, el alto estándar de vida que un desarrollo tecnológico y
económico espectacular había puesto a disposición de sus ciudadanos después
de 1945. El ejemplo más exitoso tuvo lugar en 1958, en la Feria Mundial de
Bruselas. (El símbolo arquitectónico de ésta, el llamado Atomium, es aún
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¿EL DESOCULTARSE DE LA LATENCIA? MI HISTORIA CON El TIEMPO
parte de mi memoria visual de esos días, en buena medida porque nos re-
cuerda que, sólo medio siglo atrás, la energía atómica parecía prometer un
futuro más brillante.) Otro evento de esta clase, llamado Exposición Nacional
Americana, abrió en el Parque Sokolniki en Moscú, el 24 de julio de 1959·
Quizá como reacción ante el trauma del Sputnik, y también en compensa-
ción por ello, la muestra, que se concentraba en el ahorro de trabajo y en la
tecnología de entretenimiento, trataba de impresionar a los visitantes rusos
con una visión futurista de la vida cotidiana de una familia norteamericana.
Tanto el premier soviético Nikita Krushchev (cuyas maneras joviales le ha-
bían hecho la imagen de la esperanza en un "deshielo" postestalinista) como
el vicepresidente norteamericano Richard Nixon (quien quería publicidad
para su candidatura en las elecciones presidenciales que se aproximaban)
asistieron a la inauguración. En la cocina de una casa suburbana modelo,
muy al estilo de la de Papá sabe, conocida para millones de espectadores de
televisión, incluyéndome, pero cortada en mitades de modo que pudiese ser
empleada como escenario, Krushchev y Nixon entablaron una acalorada,
pero para nada hostil, polémica. Destaca el hecho de que los gobiernos de
ambas potencias encontraron que, lo que se conocería como "el debate de
la cocina", había sido lo suficientemcüre positivo, en términos de imagen
pública, como para repetir la conversación en la televisión nacional durante
los días siguientes. Nikita Krushchev abrió la conversación con el comenta-
rio de que, a diferencia de lo que ocurría en los Estados Unidos, la Unión
Soviética estaba concentrada en la producción de "cosas importantes", y no
en artículos suntuarios. Le preguntó luego al vicepresidente si tenía alguna
máquina en exhibición que "pusiese comida en la boca y la empujase".
Nixon, de modo elegante y crítico, respondió que la competencia era "sólo
económica y no militar".
Tal espíritu de rivalidad caballeresca y optimismo cauto acerca de la
posibilidad de convergencia entre las superpotencias se extendió durante
algunos años. En Occidente, fue asociado a menudo con la forma de ser
sorprendentemente relajada de Nikita Krushchev, quien había crecido como
niño pobre y trabajador fabril y, al otro lado de la proverbial mesa, el gla-
mour de un John E Kennedy educado en Harvard (quien derrotó a Richard
Nixon en la carrera presidencial de 1960). Otros escenarios y protagonistas
de los tempranos años sesenta tan sólo hacían más fuerte nuestra creencia,
tan inocente como maravillosa, de que un futuro brillante nos esperaba más
adelante. El amable y sereno cardenal de Venecia, el papa Juan XXIII, sucedió al
austero Pío XII, el papa de mi imaginación infantil (quien, en años anteriores
como embajador del Vaticano en Alemania, había negociado acuerdos
mutuamente favorables con el gobierno de Hitler). En 19 59, aparentemente
165
flANS ULRICH GUMBRECHT
sin mucha consulta previa, el nuevo papa siguió una intuición personal y
anunció el Concilio Vaticano Segundo; su agenda revisionista iba a abrir la
Iglesia católica al mundo moderno (el muy citado título del programa, que
ya no estaba escrito en latín, era aggiornamento). Mientras tanto, el servicio
de inteligencia israelí había capturado a Adolf Eichmann en Argentina y
lo había llevado a Jerusalén; Eichmann fue luego juzgado y ejecutado, el 3 r
de mayo de 1962, como uno de los principales responsables de la deportación
de millones de judíos a los campos de concentración. Pese a que el juicio, en
tanto procedimiento legal, llenó todos los requisitos formales, no podía evi-
tarse la impresión de que se trataba de algo hecho pensando para la exhibición
pública. La jaula de vidrio a prueba de balas donde se sentó a Eichmann en
la corte me fascinaba, pues parecía dar forma Hsica a su ambigüedad. Oficial-
mente, se suponía que protegía al acusado contra la ira de los familiares de las
víctimas. Inevitablemente, sin embargo, mostraba también aAdolf Eichmann
como el epítome del criminal. La reacción dominante, tanto en Alemania co-
mo en Israel y los Estados Unidos, fue de alivio. Liberar al mundo de uno
de los agentes principales del Holocausto parecía ser una forma de tomar
distancia del pasado -y, por tanto, dar un paso hacia un futuro mejor-. Los
comentarios de Hannah Arendt sobre "la banalidad del mal", una frase que
acuñó cuando cubría el juicio para The New Yorker, fueron una reacción a la
insistencia, por parte de Eichmann, de que él tan sólo "había cumplido con
su deber". La frase de Arendt contribuyó a la impresión de que el pasado se
estaba alejando. Porque mientras sus palabras fueron principalmente una
advertencia contra la ubicuidad del potencial de tales crímenes, también
atenuaron la mórbida fascinación que había mantenido viva la memoria de
las figuras principales del nacionalsocialismo.
Otros pasos en la dirección esperanzada ocurrieron en América del Sur.
El 22 de abril de 1960, el presidente Juscelino Kubitschek hizo de Brasilia
la nueva capital del país. Realizaba así un proyecto nacional concebido a co-
mienzos del siglo XIX, durante los primeros años de la independencia del Brasil
de Portugal, para abrir y desarrollar el interior del vasto territorio del país.
La concepción urbanística altamente modernista de la nueva ciudad, creada
por Lucio Costa, y el diseño arquitectónico de Osear Niemeyer, fueron ala-
bados como la expresión armoniosa de un viejo sueño del futuro que se había
convertido en presente. En Cuba, el año anterior, otro joven y carismático
líder, Fidel Castro, había terminado una larga guerra de guerrillas de seis
años, derrocando al presidente Fulgencio Batista, títere de la mafia y la CIA,
y asumía el poder político en la isla. Aun antes de que empezar a simpatizar
con la ideología socialista, sentíamos el carisma de figuras como Castro y el
Che Guevara. Aun en los Estados Unidos, donde la política exterior había
166
¿EL DESOCULTARSE DE LA LATENCIA? MI HISTORIA CON El TIEMPO
***
Pronto, sin embargo, Cuba vino a representar el primer revés en el escenario
apenas brillante de la temprana Guerra Fría. Inmediatamente antes de asumir
su cargo, en enero 1961, Kennedyvolvió a autorizar la invasión de Cuba por
parte de exilados (que estaba completamente planeada) con apoyo masivo del
ejército estadounidense. Tres meses más tarde la operación había fallado mise-
rablemente, lo cual le dio más credibilidad y confianza al régimen de Castro,
y agregó buenas razones para estrechar sus lazos con la Unión Soviética. En
consecuencia, la crisis de los misiles de Cuba, que ocurrió en l 962, hizo que el
mundo retuviese el aliento, en especial cuando los aviones de reconocimiento
estadounidenses detectaron sitios de construcción de misiles de rango medio
que serían instalados en la isla. A ese descubrimiento siguieron semanas de
tensión y amenazas entre ambos superpoderes, hasta que se acordó que la
Unión Soviética retiraría sus misiles de Cuba, y los Estados Unidos desar-
marían (secretamente) sus cabezas nucleares en la región del Mediterráneo.
La asimetría entre el retiro público de la Unión Soviética, por un lado, y las
concesiones invisibles hechas por los Estados Unidos, del otro, minaron la
autoridad de Krushchev dentro del Partido Comunista y el gobierno soviético,
y es posible que hayan marcado el comienzo de su declinación política. Sin
embargo, los resultados posteriores de la crisis se experimentarían también
en los Estados Unidos. Cuando, casi un año exacto más tarde, cuando John
F. Kennedy fue asesinado, y de inmediato se propagaron rumores que rela-
cionaban su muerte con la situación en Cuba.
Cuando John E Kennedy fue asesinado y Nikita Krushchev, un año
más tarde, desapareció en un exilio político que fue oficialmente presentado
como retiro, la Guerra Fría había perdido los rostros amigables que tanto nos
habían fascinado. Lyndon B. Johnson, el mucho menos glamoroso sucesor
de Kennedy, fue incapaz de evitar una serie de decisiones desafortunadas,
comenzadas durante la administración anterior, y que al final arrastraron a
los Estados Unidos a la guerra de Vietnam. Para mí, la dramática tensión
de la situación en los Estados Unidos estaba representada por el carismático
Cassius Clay, quien se convirtió en campeón del mundo de peso pesado en
1964 después de derrotar a Sonny Listonen seis rounds. De noche, en mi
radio de transistores, escuchaba secretamente cuando la Red de las Fuerzas
Americanas transmitía en vivo sus peleas. A través de Cassius Clay, que rápi-
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¿EL DESOCULTARSE DE LA LATENCIA? MI HISTORIA CON EL TIEMPO
sofía marxista se describía a sí misma como "científica''. Por tanto, sentí que
tenía prácticamente la obligación académica de afiliarme a la Asociación de
Estudiantes Socialistas de Alemania (sDs) un día después de anotarme para
mi primer semestre de estudios en la Universidad de Múnich, en octubre de
I 967. Siempre que me era posible, es decir, cada vez que el evento en cuestión
era lo suficientemente formal, me gustaba ponerme mi única chaqueta sport,
porque se veía seria y me permitía lucir un botón rojo blasonado con el perfil
del partido que me entusiasmaba llamar "presidente Mao" (Chairman Mao).
No perdíamos oportunidad de provocar a la generación de nuestros padres.
Sobre todo, queríamos confrontarlos acerca del pasado reciente de Alema-
nia, sobre el cual a la mayoría no le gustaba hablar. Al mismo tiempo, sentía la
urgencia de ser intelectualmente ortodoxo y de etiquetar todo prejuicio que
tuviese y todo juicio de valor que se me ocurriera hacer, como "científico".
Ser "científico" quería decir que uno sería capaz de controlar el futuro.
En tal sentido, era por "necesidad científica'' que protestábamos contra
la intervención estadounidense en Vietnam, y hacíamos todos los esfuerzos
necesarios para ignorar el apoyo soviético al Vietcong y las tropas de Ho Chi
Minh. La obligación de ser parte de "manifestaciones" periódicas frente al
consulado de los Estados Unidos en Múnich era consecuencia de la actitud
de mala fe que habíamos adoptado. Por lo tanto, pareció confirmación de
nuestras teorías conspiratorias favoritas que un día, frente al consulado, las
fuerzas policiales locales arrestaran a algunos de nosotros y nos encerrasen
en una sala de un Gymnasium cercano. Mientras esperábamos que nos in-
terrogasen, cantamos "Bandiera Rossa'', el himno del Partido Comunista
Italiano. (Presumiblemente, era esa nuestra elección porque la existencia de
un g~an partido comunista en Italia animaba nuestras esperanzas de un futuro
revolucionario dentro del mundo capitalista). Mi propia imaginación, que
por entonces era muy vívida, convocó inmediatamente coloridas imágenes
de autoinmolación al estilo de los cuadros del siglo XIX del tipo del Cinco
de mayo, de Goya, o La Liberté guidant le peuple, de Delacroix. Entonces se
abrió la puerta y un oficial de policía dijo mi nombre. En mi mente teatral,
"el momento fatal" parecía haber llegado, pero lo que en realidad vino fue
un momento de profunda humillación, con consecuencias de largo plazo.
Lacónicamente, el policía me dijo "el Dr. Riedl ha llamado, está usted libre". El
trasfondo de esta historia, que quizá sea típica, es completamente banal y casi
burocrática. Estudiaba en Múnich gracias a un estipendio que había recibido
de una organización estatal, la Stiftung Maximilianeum; el Dr. Riedl era el
director de esta prestigiosa institución. Al mismo tiempo, y algo mucho más
relevante, el Dr. Riedl trabajaba como ejecutivo de alto rango en el ministerio
que tenía a su cargo la policía bávara. Aunque nunca me atreví a preguntarle
169
HANS ULRICH GUMBRECHT
acerca de ello, estoy seguro que el Dr. Riedl, aquel día en particular, recorrió
la lista de estudiantes arrestados, vio mi nombre, y enseguida decidió que tal
carácter de "prisionero" no iba bien con la imagen y el aura que se suponía
estaba asociada con mi beca.
Aunque supe en aquel momento (y, desde entonces, nunca dejé de
creer) que lo que había pasado en este vergonzoso incidente era tan obvio
para mis "camaradas" como lo era para mí, fui a nuestra reunión de sns al
día siguiente con sentimientos encontrados, pero sin ninguna sensación de
culpa. Rápidamente, rnis peores expectativas se confirmaron. Fui acusado
de "traición" (acaso se me haya dicho incluso que era "traición de clase"),
e instruido para que me sometiese a un ejercicio de "autocrítica" marxista.
Luego de una larga discusión conducida según un protocolo burocrático, fui
condenado a imprimir quinientas copias de un cartel llamando a una huelga
general, en una imprenta que imprimía obras de arte. Por supuesto, acepté
mi castigo, y rápidamente tuve tiempo más que suficiente para dejar que lo
absurdo de la situación se asentase. La única razón por la que tenía que usar
aquel aparato de impresión en particular (Siebpresse) era que implicaba un
proceso increíblemente lento. Cuando le entregué a mi superior socialista los
quinientas carteles supe, con la sobriedad que viene en momentos de profundo
desengaño, que el marxismo revolucionario había terminado para mí, aunque
me llevó más de una década admitirlo. En parte, estaba asustado de tener
que sufrir una nueva humillación. Pero acaso también estaba preocupado
respecto a vivir sin un futuro que parecía claro y científicamente predecible.
Sobre todo, parecía difícil resignar la esperanza de abandonar el pasado de
Alemania a medida que hacíamos nuestro camino hacia el futuro socialista.
***
En m.i entorno cotidiano seguí con el rol del revolucionario socialista que
había elegido de manera tan entusiasta dos años antes. Acaso ahora mostraba
una flexibilidad ideológica un poco mayor -si fue así, esto debe haberme
hecho parecer aún menos convincente que antes-. Por ejemplo, cuando los
Estados Unidos tomaron la delantera en la carrera espacial, el 20 de julio
de 1969, día de la llegada del primer hombre a la Luna, le dije a mi novia
estadounidense de Lawrence, Kansas (quien era mucho mayor y mucho más
realista que yo) que lo importante era que la humanidad se mantuviese en
el camino del progreso. Mientras tanto, Willy Brandt era el primer canciller
socialdemócrata de la historia de Alemania Occidental, lo cual nos ponía ante
otro desafío: claramente, parecía mejor tener un canciller socialdemócrata
que otro demócrata cristiano, pero al mismo tiempo, el partido de Brandt
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¿El OESOCULTARSE DE LA LATENCIA? MI HISTORIA CON El TIEMPO
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El 26 de setiembre de 197 4 Martín Heidegger celebró, en Friburgo, su cum-
pleaños ochenta y cinco. Pocos días más tarde envió copias de un poema,
en letra gótica escrita con mano ligeramente temblorosa, a todos quienes
le habían saludado. El texto presentaba la gratitud que Heidegger debía a
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sus corresponsales como una virtud filosófica. En aquellos días, una clara
sensación de latencia había vuelto, y la conciencia de la "presencia de algo
inaccesible" parecía representar precisamente esto:
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¿El DESOCULTARSE DE LA LATENCIA? MI HISTORIA CON El TIEMPO
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del hombre de quien todos dependían. Para mí, otra vez un proyecto conce-
bido con la mejor de las intenciones y que aseguraría mi futuro profesional
terminó esa noche.
Una década más tarde, como joven profesor en la Universidad de
Bochum, no me sorprendió mucho, aunque me dio repulsión física, la reve-
lación de que Hans Robert, nuestro extremadamente progresista profesor y
campeón de la izquierda, había disfrutado una exitosa carrera como oficial
de las ss. (Nunca se sabría a qué nivel exactamente había ascendido, debido a
sus persistentes mentiras y estrategias de ocultamiento). Ninguno de nosotros
había anticipado tal revelación. Simplemente me di cuenta, una vez más,
cuánto me había acostumbrado a un pasado que, una y otra vez, me alcanza-
ba. Debido a la particularmente cercana relación, en la tradición académica
alemana, entre el estudiante y su Doktorvater, me sentí contaminado. Mientras
que la mayor parte de mis colegas en Constanza se involucraron en genero-
sas actividades de comprensión y perdón, las que se volvían más y más explícitas
a medida que se conocían detalles más y más escandalosos, yo me encontré
atrapado entre un pasado del que no podía escapar y un futuro que, pese a
mis mejores esfuerzos, nunca lograba alcanzar. Sobre todo, sentí entonces
que me habfa vuelto una parte de exactamente el mismo pasado del que tan
desesperadamente queríamos escapar -ahora más que antes, iba a tener que
llevarlo conmigo sin siquiera saber lo que era o dónde estaba-. Si, por un breve
momento, los Juegos Olímpicos de Múnich me habían permitido sentirme
cómodo en el lugar donde había nacido, mi experiencia con este académico
y su complejo de superioridad me hizo desear no encajar ahí.
No es raro pues que me empezase a fascinar con formas ah:ernativas
de relacionarme con el pasado (las que mi profesor había descalificado como
"ahistóricas" o, cuando usaba su sombrero marxista, como "no dialécticas").
Sobre todo, me enamoré de las imágenes épicamente pesadas y la paradójica
tristeza de los Estados Unidos de posguerra que Francis Ford Coppola plasmó
en la primera película de la trilogía El padrino, que vi por primera vez en r 97 3.
Darme cuenta de que el pasado de una familia es su destino es un hallazgo
que no ha perdido fascinación para mí, aun hoy. También sentí afinidad con
el tiempo mitológico congelado esperando una imposible redención que evoca
Gabriel García 1\1árquez en su obra maestra, Cien años de soledad. (Luego de
cierta tenue aprobación al principio, mi profesor había concluido que ese
libro era "trivial"). Como parte de una atmósfera intelectual muy diferente,
me iba famíliarizando con la original y por ello interesante comprensión del
tiempo de Niklas Luhmann, como algo definido por "complejidades cuya
reducción por parte de los sistemas sociales aún no ha ocurrido". Empecé a
preferir estas aproximaciones a las promesas, que se aparecían crecientemen-
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Tan sólo unos pocos meses después del Otoño Alemán, en las primeras horas
del 24 de mayo de 1978, Marco, el primero de mis hijos, nacía en un hospital
de Bochum-Langendreer. Volvernos padres nos había dado, a su madre y a mí,
la esperanza de que finalmente podríamos dar forma a nuestro presente -un
presente distinto de las herencias dejadas por nuestras familias en España y
Alemania, a quienes habíamos seguido estrechamente ligados--; no recuerdo
otro evento que cambiase el horizonte de mi existencia de modo tan abrupto
e irreversible como la llegada de mi primer hijo. Después de pasar minutos
interminables con el miedo de un padre joven por la salud de las vidas del
niño y la madre, y luego de tomar a mi hijo cuidadosamente en brazos por
primera vez, volví exhausto al apartamento. Cuando me desperté, horas más
tarde, me di cuenta en seguida que algo en mi existencia había cambiado
para siempre. Al principio, no supe qué era. Fumé un cigarrillo matinal, justo
ése que pone el cerebro en actividad, y me di cuenta en el acto de que los
años que seguían al 2000 habían empezado a importarme. Hasta entonces,
había asociado ese futuro con lo que imaginaba como vejez, y también con
preocupantes pero remotas predicciones respecto de las amenazas que se
cernían sobre la humanidad como un todo. Hasta el 24 de mayo de 1978
el tiempo que seguiría al año 2000 había sido un futuro sin importancia,
como una nube gris, un tiempo que mis acciones y ocupaciones cotidianas
no precisaban considerar. Ahora, para el padre de un hijo que alcanzaría la
edad adulta al cambiar el milenio, se había convertido en un futuro que im-
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HANS ULRICH GUMBRECHT
portaba, y por el cual, sin tener aún meta o plan específico alguno, me sentí
responsable. Era un futuro vacío, no llenado por una nube sin forma, sino
un vacío a ser llenado. Mis recuerdos de esa mañana aún son claros y fornes
hoy día; no tienen rasgos de latencia. El pasado siguió siendo tan pesado
como siempre lo había sido, pero ahora no era mi preocupación suprema y
exclusiva. No creo que haya tomado muchas buenas decisiones acerca del
futuro de mis hijos. Al mismo tiempo, desde el 24 de mayo de 1978, no ha
habido nada más importante para mí que la esperanza de que su futuro les
permitiese sentir diferente acerca del pasado que había heredado -el cual,
ahora, ellos han heredado de mí.
***
Antes de que Marco cumpliese dos aúos, recibí una invitación para enseñar
durante tres meses como profesor visitante en el departamento de francés de
la Universidad de Berkeley, California. Al principio me pregunté si estaría
traicionando mi (ya no tan seguro) compromiso con el izquierdismo ado-
lescente al pasar un tiempo en una universidad de los Estados Unidos. Era
como el sonido tenue de un eco "compulsivo" de 1968. Finalmente, el deseo
de aceptar (es decir: una combinación de ambición académica y curiosidad)
prevaleció. En parte, el deseo se basaba en recuerdos infantiles de soldados
amistosos (la mayoría de ellos negros), padres de algunos de mis compañeros
de escuela, quienes siempre nos habían tratado como familia cuando condu-
cían sus Jeeps durante sus tiempos de descanso. Me fui a California, pues, con
Marco y mi esposa -y sin mucha mala fe, pues estaba dispuesto a admitir ante
mí que había tomado la decisión correcta-. Desde el principio me golpeó la
espléndida luz de la costa del Pacífico. Casi inmediatamente sentí que había
encontrado un lugar que sentía como "mío". Quizá fue porque había elegido
ir allí contra lo que aún sentía como mis "más profundas convicciones" -y,
también, porque mi trabajo en Berkeley me producía más placer que ningún
otro anteriormente-. En Berkeley también me familiaricé con una sensibi-
lidad intelectual cuyo nombre parecía a la vez promisorio y amenazador. La
"deconstrucción" no dejó humanista estadounidense indiferente durante
aquellos años; uno tenía que aceptarla o rechazarla; no había profesional en la
academia que pudiera librarse de ello. En este sentido, cuando me di cuenta
por primera vez de que la deconstrucción rechazaba transformar el pasado
en "historia", me escandalicé; sin embargo en secreto, acaso estaba aliviado.
En la primavera de 1980 el impacto de una luz solar más brillante y
un entorno de trabajo muy diferente comenzó a cambiarme más de lo que
estaba dispuesto a admitir. Cuando tuve el honor de ser invitado a Berkeley
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¿El DESOCULTARSE DE LA LATENCIA? MI HISTORIA CON El TIEMPO
de nuevo durante los primeros meses de 1982, regresé solo porque mi mujer
estaba embarazada de nuestra hija Sara; además ella quería estar en Salamanca
con su familia y nuestro hijo. En el interín nuestra relación se había vuelto
crecientemente más complicada, lo cual hacía el sueño de un futuro en
California más atractivo para mí. Cuando se me pidió que diese una charla
para aspirar a una posición en el departamento de Literatura comparada,
hablé (con subyacente ironía) sobre "La burguesía siempre ascendente en
las historias marxistas de la literatura''. Aún recuerdo lo herido que me sentí
por la primera pregunta en la discusión que siguió a la charla, a la que por
supuesto asistió un colega adicto a la deconstrucción: "Esperábamos una
charla seria y nos hemos encontrado con una narrativa tonta". Las palabras
fueron así de agresivas. No recuerdo exactamente lo que respondí. De modo
milagroso, sin embargo, terminé obteniendo el trabajo. Si bien le aseguré a
todo el mundo allí que me quedaría en California (lo cual era absolutamente
cierto en lo que respecta a mi deseo y mis intenciones), también supe todo
el tiempo que tal decisión sería probablemente dañina para nuestra ya frágil
vida familiar, así que decidí quedarme en Alemania. Sentí que estaba recha-
zando la posibilidad de un futuro nuevo, abierto, el día que puse la carta en
el buzón, señalada como "correo aéreo" y cubierta de estampillas, en la cual
rechazaba el trabajo.
El rechazo de un futuro que tanto deseaba se superpuso con una oferta,
en Alemania, para mudarme a una universidad más pequeña la cual, debido
a que necesitaba profesores jóvenes para asegurar su propio futuro, ofrecía
condiciones de trabajo excepcionales. Ésta era una situación típica en la aca-
demia alemana de entonces. Luego de las oleadas de éxito y expansión tras
el "milagro económico" de los años cincuenta, se fundaron muchas nuevas
instituciones -daba la impresión, más gracias a la competencia entre los diez
estados federales que como parte de un plan de promoción de la educación
superior-. El futuro de las nuevas universidades estaba tan vacío como el mío,
aunque parecían tener recursos de sobra. Mi modesta contribución a gastar los
recursos de la Universidad de Siegen (justo en el centro de la vieja República
Federal) implicaba organizar cinco grandes y generosamente financiados
coloquios en el llamado Centro para la Investigación Interdisciplinaria, en la
hermosa ciudad adriática de Dubrovnik, entre r 98 r y I 989. Que Dubrovnik
quedase en Yugoslavia, el único país socialista con una política económica
y educativa relativamente liberal, era clave. Yugoslavia podía permitir que
académicos occidentales organizaran un evento con su propio dinero, y
otorgales completa libertad intelectual. Al mismo tiempo, los otros estados
socialistas, más totalitarios, no tenían razón coherente para negar a sus pro-
pios académicos ir a Yugoslavia. Teníamos el firme deseo de que tales colegas
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elegido; uno que, en la mayor medida posible, pudiese ser conformado por
mí. Mientras tanto, el pasado seguía sin ser tocado.
***
Contra aquel trasfondo de luchas personales y profesionales con el futuro, un
debate empezó a provocar y atraer atención de pronto a todos; por primera vez
se hicieron explícitas ciertas dudas acerca de la viabilidad de las formas de cons-
trucción del tiempo que nosotros habíamos heredado. En I 979, Jean-Frarn;:ois
Lyotard publicó un breve libro, La condición posrnoderna, que había escrito
originalmente como un análisis de la situación presente y como programa
por un sistema de educación potencialmente independiente en Quebec. La
atención de Lyotard recayó primero en las narrativas maestras de la historia
(grands récits) que habían dominado los modos occidentales de asimilación
del pasado desde comienzos del siglo XIX. Sin embargo, al cuestionar estas
formaciones discursivas, Lyotard arrojó serias dudas sobre las promesas que
todas las concepciones del tiempo basadas en conceptos como "modernidad"
o "progreso"; la noción de lo "posmoderno", por otro lado, guardaba espacio
epistemológico para formas alternativas de asimilación del pasado. Si bien
Lyotard nunca avanzó mucho en imaginarse, o describir siquiera, tales po-
sibilida.des alternativas, me sentí inmediatamente atraído por la perspectiva
que abrió -y por su elegante modo de presentar los argumentos-. (Al mismo
tiempo, me mantuve a distancia de los correspondientemente "posmodernos"
gestos estilísticos, los que presentan tradiciones históricamente distintas como
fenómenos simultáneos.)
Asimismo, tampoco logré interesarme tanto como creía que hubiese
debido hacerlo por ciertas preocupaciones y temas ecológicos que aparecían
como nuevos y provocativos alrededor de 19 8 5, y que hoy se han convertido
en materia de consenso para todos los partidos políticos. Creía, por cierto, en
las predicciones (muy populares en la Alemania de entonces) que decían que
todas las selvas y bosques habrían desaparecido para comienzos del siglo xxr,
y compartía la preocupación por los peligros que significaban las plantas
nucleares (confirmados por el desastre de Chernóbil en 1986). Pese a mi
disposición a creer, nunca logré integrar, dentro de mi existencia cotidiana,
ninguno de los nuevos hábitos que hoy serían llamados "ambientalmente
responsables". En su provocativa novedad, sin embargo, las preocupaciones
ecológicas y mi reacción ante ellas me hizo tomar conciencia, por primera
vez, por cuánto tiempo, pero de modo latente, por decirlo así, había sido
muy pesimista acerca del futuro en el cual, de todos modos, quería dejar una
huella. Parecía como si ese futuro fuese, lentamente, retirándose.
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¿EL DESOCULTARSE DE LA LATENCIA? MI HISTORIA CON EL TIEMPO
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***
Nuestra vida americana empezó, también, con acontecimientos que nunca
habíamos experimentado. Al atardecer del 17 de octubre de 1989, un mes y
dos semanas después de nuestra llegada, un gran terremoto golpeó el área de
la bahía de San Francisco. Aún recuerdo cómo, a través de la ventana de mi
nueva oficina, vi que dos de las torres que habitualmente uno encuentra en
los campus estadounidenses se tambaleaban, mientras sus campanas sonaban,
y cómo el suelo en el que estaba parado se sacudía en oleadas que duraban
segundos y parecían una eternidad. Me llevó semanas volver a confiar en
el suelo que pisaba. Desde entonces, vivimos en la casi certeza de durante
nuestras vidas, un terremoto de igual o superior magnitud golpeará de nuevo
al norte de California. Pese a este futuro, el cual casi matemáticamente se
aproxima cada día, esta parte del mundo atrae gente de todas partes (como
a mí y mi familia) que quieren vivir en ella.
Menos de un año y medio más tarde, a comienzos de r 99 r, los Estados
Unidos lideraron una coalición internacional que liberó Kuwait de la inva-
sión y ocupación que sufrió por parte de Iraq. Por primera vez en mi vida,
viví en un país que estaba oficialmente en guerra sin ver mayores signos de
desaprobación colectiva. Las banderas colgadas en las casas en apoyo a los
soldados estadounidenses me impresionaron pero, como ciudadano alemán
de la primera generación de posguerra, también sentí culpa por mi reacción.
El 7 de febrero de I 99 I, durante la primera Guerra del Golfo, Laura, la cuarta
y más pequeña de mis hijos, vino al mundo. Puesto que nació en un hospital
en los Estados Unidos y ni su madre ni yo solicitamos para ella la ciudadanía
alemana, se convirtió en la primera ciudadana estadounidense de la familia.
Este efecto de burocracia, "colateral", por cierto, me puso especialmente
orgulloso, porque me dio la impresión de que el futuro que había esperado
comenzaba a materializarse.
Durante esos primeros y muy felices años en California estaba menos
interesado de lo que nunca lo había estado en mi existencia adulta por an-
ticipar el futuro o por dejar atrás el pasado. Los tres de mis cuatro hijos que
vivían con nosotros estaban creciendo tan rápida, o tan lentamente, como
cualquier chico. Comencé, de modo bastante lento, a apreciar positivamente
los modos en que la universidad estadounidense en general, y las humanidades
en particular, diferían de las europeas, y lo hice mucho más de lo que había
anticipado. Cada día de trabajo se convertía en un presente disfrutable. El
modo en que aquel tiempo brillante y disfrutable fue tomando forma de a
poco puede haber sido la causa de que mi primer proyecto nuevo fue el intento
de hacer que un año del pasado se hiciese tan presente en mi propio mundo
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¿EL DESOCULTARSE DE LA LATENCIA? MI HISTORIA CON EL TIEMPO
como fuera posible. Tenía que ser un año al azar, uno que nunca nadie hu-
biese visto como importante. Mi idea no era "entender" el año en cuestión,
es decir, no explicar cómo había surgido de su propio pasado y, por ende,
constituido un legado y un agente de mediación para nuestro presente. En
cambio, mi objetivo era producir, por medio de ciertos efectos y estrategias
textuales, una impresión máxima de tangibilidad e inmediatez. El año que
elegí finalmente fue 1926. (Ni que hablar que numerosos colegas y lectores
me felicitaron por haber descubierto la verdadera y hasta el momento inad-
vertida importancia de 1926, lo que jamás fue mi intención). Dos aspectos
del libro, publicado en 1997, se revelaron importantes para mi compren-
sión de cómo había cambiado mi relación con el pasado. Mi director académi-
co en Constanza había planeado, originalmente, escribir una historia literaria
del siglo xrx a lo largo de "cuatro cortes sincrónicos". Aunque nunca llevó a
cabo el proyecto a ningún nivel avanzado, supe que, bajo las condiciones ins-
titucionales de Alemania, nunca habría adoptado un proyecto que estaba tan
cerca de ser una idea inconclusa de él. Ahora, sin embargo, era muy fácil ha-
cerlo. Era también posible para mí, finalmente, leer a Heidegger, cuyo trabajo
simplemente había evitado en mis años europeos debido a su involucramiento
con la ideología y con el partido nazi. En California, con una nueva distan-
cia espacial, cultural y política, pude permitir que la filosofía de Heidegger
creciera en mí y, por cierto, con el tiempo, se convirtiese en crucial. Esto no
fue sorpresivo. Dos elementos del pasado latente habían tomado formas con
las que me podía conectar, aun si mi historia con el tiempo estaba todavía
lejos de terminar.
Un día, mientras trabajaba en el capítulo final del libro sobre 1926,
tratando sobre todo de describir el contexto histórico para Ser y tiempo, de
Heidegger (manuscrito escrito por completo durante ese año), Marco, quien
tenía como dieciséis años, me preguntó durante la cena, directamente y sin
aviso, cómo podía yo dedicar tanto tiempo al libro de alguien que se parecía
tanto a Adolf Hitler. Me gustó de veras su pregunta, pese a toda su deliberada
ingenuidad, porque me reveló que mi hijo estaba él mismo tan lejos de la
historia de Alemania como yo siempre había querido estar. Por la misma razón
me sorprendí, y por cierto, me desanimé, cuando más o menos un año más
tarde Marco me informó que había enviado una solicitud para convertirse
en piloto militar de la Luftwaffe alemana. Éste no era exactamente el tipo
de futuro que había imaginado la mañana que nació. En largas discusiones,
que se volvieron a menudo más dolorosamente agresivas de lo que cualquiera
de ambos hubiese nunca anticipado, comencé a darme cuenta, y no sólo en
términos teóricos, de que mi pasado y mi futuro, así como los valores, miedos
y tabúes que de ellos dependían, habían sido incontrovertiblemente canfor-
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algo más importante, si bien menos frustrante, que nadie (excepto yo, acaso)
había jamás esperado que ocurriese. Nadie me presionó para que ocurriese. Lo
que no ocurrió luego de que acepté organizar las Charlas de la Presidencia de
Stanford fue la promoción a una visible responsabilidad administrativa que
yo había anticipado. (Lo esperé sin realmente intentar imaginarme lo que
implicaría, aparte de la oportunidad de dar forma a las humanidades, al me-
nos en Stanford, y no supe siquiera si realmente quería esa clase de posición).
Al no ofrecérseme el cargo, gané más foturo (más tiempo a mi disposición)
del que nunca antes había tenido. Hasta entonces, la mayor parte del pasado
no había aparecido con claridad suficiente como para ser "rescatado" de la
latencia-ni había ocurrido en 1968, ni en 1989, ni en ningún otro momento
histórico-. Los tiempos estaban cambiando profundamente, aunque cada vez
menos. Experimentaba una sensación de suspenso placentero, con menos
ansiedad o presión que nunca por descubrir lo que fuese que aún estuviera
oculto.
***
Cada vez que recuerdo lo que se ha mantenido conmigo de la larga década
que ha pasado desde el año :woo, es difícil verlo como parte de una secuen-
cia cronológica. No sé si esto es un efecto de mi propia edad que avanza,
o el resultado de una transformación en la construcción social del tiempo.
(Cuando en un seminario relaté a mis estudiantes esta impresión, me sorprendí
cuando dijeron que era algo por completo familiar para ellos). Aun el día que
marcó todos los demás profundamente, el único día que pareció producir
una distinción marcada entre un "antes" y un "después", l r de septiembre
de 2001, ha arrojado una luz amenazante, monocromática, sobre el periodo
que le siguió, en lugar de aparecer como un verdadero punto de inflexión.
Cuando ocurrió la suicida y asesina destrucción de las Torres Gemelas en
Nueva York, era temprano en la mañana en California. Por alguna razón
en especial, mi esposa se había levantado más temprano que de costumbre y
veía la televisión, e inmediatamente me llamó cuando estallaron las noticias
acerca de los dos edificios que habían sido impactados por aviones secuestra-
dos. Creo que la primera torre comenzó a derrumbarse justo cuando llegué
a ver la pantalla, y seguimos el resto en vivo; pero puedo estar equivocado
acerca de esto. Lo que recuerdo, gráficamente y en cámara lenta, es cómo había
tiempo suficiente para tener la esperanza de que esto finalmente no ocurriese.
Los segundos en que la primera torre finalmente comenzó a colapsar, lenta
y definitivamente, ejercieron una fuerte fascinación, tanto la que surge de
formas en movimiento como la que implica algo que no puede ser verdad
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y sin embargo está ocurriendo. Acaso ningún otro día en toda la historia ha
producido una impresión más fuerte o inmediata de que el mundo "nunca
será el mismo". Eso era claro desde el principio; sin embargo (y esto, si bien
sorprendente, es típico de un tiempo de latencia demorada), debatimos
todavía hoy qué es lo que hace un mundo "posterior al 9/ l r" diferente del
previo a esa fecha. Los años que siguieron al l r de septiembre han mostrado
que la acción militar no implica un despliegue de acciones estratégicamente
preparadas entre oponentes que, en principio, tienen fuerza comparable. La
mayor parte de las acciones militares se han vuelto asimétricas en múltiples
niveles; esto, sobre todo, explica por qué no es posible ganar una guerra de-
finitivamente. Creo que el r r de septiembre de 2001 "condensó" un aspecto
del cambio que es mucho más penetrante: fue la primera vez, y por ahora la
única, en que el territorio de los Estados Unidos fue violado por un poder
enemigo. También hizo único al ataque un conjunto de remas y formas de
resentimiento del pasado que convergieron allí. Fue como si los terroristas
del Otoño Alemán de 1977 hubieran regresado y se aparecieran a comien-
zos del siglo XXI con una locura más determinada, más atrevida, y más letal que
nunca antes. Detrás de ellos, congestionadas, explosivas, condensadas, había
múltiples olas históricas de antisemitismo (como el asesinato de los atletas
israelíes en 1972, o aun el Holocausto) y, como su consecuencia y reverso,
el antiamericanismo más cargado de desprecio. Eras de frustración y odio se
habían conjuntado de modo suficientemente poderoso como para marcar
para siempre a un continente que, por demasiado tiempo, se había creído
protegido por la distancia que lo separa del viejo mundo (y de la herencia
de éste). Desde el l r de septiembre sabemos que la globalización significa
que no hay lugar seguro en el planeta de la energía asesina y totalmente
destructiva que yace sedimentada en el pasado de la humanidad. Europa,
Sudamérica, África y Asia son tan inseguros como los Estados Unidos. Por
esto, el mundo nunca será verdaderamente el mismo, y, como un tono o un
color, los eventos del r l de septiembre han teñido cada día, cada hora, cada
minuto que le siguió.
Esa misma década, en septiembre de 200 5, un mes después de su
cumpleaiíos ochenta y cinco, mi padre murió. Hacia el final nuestra relación
había sido agradable aunque distante, y reaccioné a su muerte, primera vez
que experimentaba la pérdida de una relación cercana, con silenciosa tristeza.
Cuando se retiró, veinte años antes, mi padre era un cirujano popular en su
ciudad. Era también un hombre de su generación, en la medida en que la gue-
rra y los años de la inmediata posguerra eran un punto constante de referencia
para él. Puesto que disfrutaba siendo provocativo, y sabía bien cuánto podía
herirme con sentidos recuerdos del pasado nazi, yo estaba seguro, cuando
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Por lo tanto, ando con cuidado cuando paso tiempo con Clara o Diego; mi
propia vida habría sido mucho mejor si los lazos entre generaciones hubieran
sido menos intensos.
Puesto que he hablado largamente acerca de la "distancia'' que experi-
menté respecto a las familias de mis padres y la historia que encinra para mí,
debo explicar que nunca busqué tal distancia. Ésta se impuso a mí por razones
diferentes en cada caso. En el caso de mi padre, resultó de una oscilación
entre la simpatía y la auto protección. En el caso de mi hermana, ella y yo no
compartimos, simplemente, demasiados intereses, amigos o preocupaciones.
En cuanto a mi madre (como mencioné brevemente al comienzo de este
capítulo) existe con ella una distancia que no puedo atravesar debido a que
sufre de una constante pérdida de memoria y no puede, por tanto, distinguir
entre su último esposo, su nieto, y yo. La situación está establecida tan fir-
memente que hace poco fui, por razones académicas, a la ciudad donde mi
madre y mi hermana aún viven, sin pasar a verlas ni avisarles. Veo este estado
de cosas como el mejor final posible para una historia que es, por supuesto,
también interminable (nuestras vidas bien podrían enredarse nuevamente
en algún punto en el futuro). Por ahora, sobre todo me preocupa el futuro de
mis nietos; pero si es así, lo es por razones muy desconectadas del pasado que
han heredado de mí a través de su padre.
***
Ser capaz de volver, sin casi pensarlo dos veces, a la ciudad que me vio nacer
y pasar mis primeros diecinueve años, es un buen final para mi "historia'' con
el tiempo -puesto que no implica ningún drama y es positivamente banal-.
Pero, como lo he dicho, ahí está el futuro de mis nietos para preocuparme,
con independencia de mi propio pasado; la profesión que ejerzo me anima a
pensar sobre la conformación del tiempo. Clara y Diego disfrutarán, poten-
cialmente, vidas largas. (Al nacer, cada uno de ellos recibió un documento
que declara oficialmente una expectativa promedio de vida superior a los cien
años). Pienso que sus vidas se desenvolverán en un futuro que pertenece a
una construcción del tiempo diferente de aquella en la que nací yo. En este
nuevo cronotopo, el futuro no será experimentado como horizonte abierto
de posibilidades entre las cuales uno puede elegir, sino como una multiplici-
dad de amenazas que se aproximan. En lugar de una serie de elecciones a
hacer, la vida de mis nietos será una secuencia de desafíos a los que sobrevivir.
No discuto la certeza o méritos de pronósticos como los del "calentamiento
global" o el "agotamiento de los recursos naturales"; es suficiente destacar
cuánto nos impresionan, cuán inevitables parecen, y cómo aun los más arduos
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Comencé a escribir este capítulo final durante una corta estadía (otra más)
como profesor visitante en Budapest. Aquellas dos raras semanas en la capital
de Hungría estuvieron acompafiadas por la impresión (que es, por supues-
to, la de un escritor obsesionado con esta obra) que ninguna otra ciudad
muestra con mayor claridad y "para todos los tiempos" los trágicos rastros
del momento en que la temporalidad histórica comenzó a colapsar. Cuando
los tanques soviéticos entraron en Budapest en el otoño de r 9 56, cerraron,
violentamente, el futuro abierto que se suponía era a la vez una condición y
una promesa del socialismo. Desde ese momento, el cual, según lo veo yo,
inauguró oficialmente la Guerra Fría, se volvió claro que el socialismo no
guardaba un futuro abierto que se pudiera elegir y conformar, sino un futuro
que estaba predefinido y dirigido por un régimen crecientemente geriátrico y
su ortodoxia. No quiero decir con ello, sin embargo, que la Unión Soviética
haya destruido ella sola el socialismo y, con él, el cronotopo de la historia.
Creo, sin embargo, que los generales soviéticos y los secretarios del Partido
que dieron la orden fatal de invadir Hungría arrancaron la primera fase del
cambio de cronotopo. Fue más tarde, en las dos décadas que precedieron la
caída del socialismo de estado, cuando los ciudadanos soviéticos comenzaron
a describir su presente como un "tiempo de estancamiento", cuando se hizo
claro cuán cercanamente relacionado había estado el socialismo, en tanto
posibilidad y generosa promesa, con el tiempo y el cronotopo de la "historia''.
Hay sitios en el paisaje urbano de Budapest, sobre todo la plaza frente
al edificio del parlamento donde las casas aún exhiben los rastros de las balas
soviéticas, que son monumentos a un sueño hecho escombros. No puedo
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Sobre mi escritorio en casa cuelga un impreso de Número 28, la pintura de
Jackson Pollock de 1950. La copia reproduce las dimensiones del original.
Desde que, durante la misma semana, un profesor de secundaria y un pintor
local mencionaron su nombre, allá a mediados de los años sesenta, ningún
artista ha fascinado mis ojos tanto corno Pollock. Digo esto sin ninguna duda
o vacilación, y uso "fascinación" en su sentido literal: los lienzos de Jackson
Pollock me atraen de modo irresistible, a un nivel más alto o más bajo que
nada que conozca, y de modo tan fuerte que soy incapaz de quitarles los ojos.
Número 28 es un gran cuadrado en tonos predominantemente grises; tiras de
blanco cubren manchas verdes; y sus muchas capas muestran trazas negras
de la pintura que Pollock salpicó sobre la tela. En algunos puntos estas trazas se
engrosan en manchas -manchas que parecen extrañamente frágiles, algunas
de las cuales parecen islas alargadas-. Todo lo que veo parece moverse, como si
nunca pudiera parar. Cuando me dejo arrastrar hacia el espacio de la pintura,
que es al mismo tiempo plano y de alguna manera más que bidimensional,
como ocurre a menudo en horas de intensa lectura y escritura temprano
en la mañana, lo que veo es, siempre, demasiado, sobrecogedor o sublime.
Al mismo tiempo, lo que veo promete forma, ritmo, o alguna otra clase de
regularidad que, en último término, nunca puedo capturar. Mi problema
es el mismo que enfrentan todos los críticos de Pollock, pese a sus extraña-
mente desesperados esfuerzos por desarrollar interpretaciones psicoanalíticas
o ingeniosas de alguna otra manera. Las pinturas de Pollock no se traducen a
conceptos o algoritmos. Sin embargo, puedo sentir también que Número
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ESTE
La forma de este libro es más regular y simétrica, dividida como está en siete
capítulos, que la de ningún otro libro que yo haya escrito. No tenía ninguna
razón para esperar una definición tan nítida cuando empecé a pensar en
escribirlo, hace seis o siete años. De hecho, el libro no comenzó con un pen-
samiento, una idea o una intuición, ni hubo nunca nada como un "proyecto".
Sentí, más bien, una urgencia irresistible de mirar obras de arte y leer textos
de mediados del siglo xx, el tiempo de mi nacimiento. El último día de su
realización, que fue el último día de la primera semana de 2012, puedo ver
que aquel impulso original me empujó (y me arrastró) a un punto desde el
que puedo empezar a entender por qué escribirlo se volvió para mi asunto de
urgencia extrema. Entre mi deseo inicial de ser absorbido por un momento
específico del pasado, por un lado, y la posición retrospectiva que ocupo hoy,
por otro, el libro está completo, y su estructura ordenada miente la pasión
puesta en él. Puesto que no tenía una dirección pensada cuando comen-
cé ni tampoco nada parecido a una meta, discutí mi impulso inicial con
cada vez más frecuencia, con más y más amigos y colegas (tanto en persona
como electrónicamente), de lo que es habitual en mí. (Y eso que siempre he
pensado, con vergüenza considerable por mi falta de decoro académico, que
hablo de un modo demasiado abierto acerca de mis intereses intelectuales).
Desde el comienzo, esta apertura (que era también una solicitud de ayuda
de mi parte) causó muchas reacciones, a menudo fuertes. Asocio tal inten-
sidad con la limpia estructura que el libro ha tomado ahora, y también con
la impresión evidente en el capítulo final, de que éste tiene un argumento
único y coherente.
Espero que estas frases no suenen tan superficiales como la retórica
obligatoria de la academia. No estoy tratando de decir que mi libro "debe
205
HANS ULRICH GUMBRECHT
206
LA FORMA DE ESTE LIBRO
dando apoyo a un estilo de vida y trabajo del cual, me consta, sigue sin estar
convencido. (De este tiempo recuerdo con cariño, también, mis conversa-
ciones con Oliver Primavesi, Tatjana Michaelis, y Michael Krueger, conver-
saciones acompañadas por la impecable comida italiana de Pasquale, en la
trattoria Al Torquio, así como intensos intercambios con Ness en muchos
viajes en taxi, la mayoría de ellos al aeropuerto). Para emplear el lenguaje de
los comerciales estadounidenses, la Pontificia Universidad Católica en Río
de Janeiro y el Departamento de Historia de la Universidad Federal de Ouro
Preto y Mariana fueron dos "hogares" para mi libro; durante tres balsámicos
inviernos brasileños entre 2009y201 r, Valdei Araújo y Lua, Luiz Costa Lima,
Ricardo Benzaquem, Marcelo Jasmin, Maisa Mader, Karl Erik Schoellham-
mer, y sus estudiantes fueron pacientes, agudos, e inventivos interlocutores
ante mis a menudo divagantes borradores. Respecto a un entorno menos
exótico, pero igualmente importante, mi trabajo encontró otro "hogar" en
el campus de la Universidad en Stanford, especialmente el anónimo gabinete
en el tercer piso de la biblioteca Green (donde escribo estas palabras). Hace
hoy más de veintidos años que Margaret Tompkins ha sido la mejor mitad
de lo que ella llamó una vez nuestra "compañía internacional de dos perso-
nas con base en California"; ella es a su vez la más entusiasta y escrupulosa
lectora que jamás haya tenido. A su vez, la mejor mitad de mi oikos espiritual
es Robert Harrison, cuya radiante inteligencia impidió tempranamente que
mi libro se convirtiese en un kitsch intelectual. Acerca de las palabras clave
de mediados de siglo aquí discutidas, Ángela Becerra fue una lectora de vista
más clara y meticulosa de lo que yo habría podido ser; Noam Pines merece
crédito similar por diseñar la lista de literatura secundaria citada en el libro.
Finalmente, y con impacto más duradero, la calma determinación de Emily
Jane Cohen dio al libro un hogar editorial lejos de casa. Justo cuando pensaba
que casi todo estaba escrito y terminado, llegué a Budapest en cálidos días del
otoño de 20 I I, donde Kelemen Pál, Kerekes Amalia, Kallay Geza, y Contem-
platia, me mostraron las heridas en el rostro de su ciudad, visibles aun desde
aquellos tiempos. Entre cafés y tragos fríos en el patio del ELTE, me ayudaron
a compartir aquel dolor. Para que quede registro, y antes que lo olvide, debo
mencionar también la mala idea que tuve, acompañado por Perla Chinchilla,
Luis Vergara e Ilán Semo, de la Universidad Iberoamericana en la Ciudad
de México, de cantar durante una charla, por primera vez en mi vida. (La
performance tuvo lugar en noviembre de 20II con el tema "La vie en rose'',
de Edith Piaf).
En cuanto a mi directorio electrónico, me gustaría empezar por re-
cordar y rendir homenaje al fax de Karl Heinz Bohrer, un aparato a medias
electrónico, en el mejor de los casos. Transmitió muchas cartas hermosamente
207
HANS ULRICH GUMBRECHT
208
LA FORMA DE ESTE LIBRO
209
HANS ULRICH GUMBRECHT
escribo por ellos-. Dedico este libro a la memoria de Yasushi Ishii, quien,
desde el día que nos conocimos allá en 1989, hasta su muerte en 2011, fue
como un hermano menor. Lo quise por muchas razones. Una de ellas es que
él sabía lo que es heredar un pasado que uno no quiere.
210
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ÍNDICE ANALÍTICO
215
HANS ULRICH GUMBRECHT
California, rr, 180, 181, 182, 186, 187, Cuarto cerrado [Huis Clos], 38, 45, 46, 47,
190, 203, 207, 208, 50, 51, 52, 90,
campo de concentración, 1), 76, II8, 119, cuba/cubano,97, 101, 166, 167
166 cuestionario, 8 l, 8 2, 97
Camus, Albert, 52, 60, 61, 65, 70, 144, Curtius, Ernst Roben, 126
145, 154, 155, 160,
capitalismo/ capitalista, 32, 40, roo, l 14, Dagerman, Stig, 16, 17
142, 149, 155,, 169, 173, 202, 203, Dalí, Salvador, 68
carrera espacial, l 64, l 70 D,asein, 18, 59, 138,
Carta sobre el Humanismo, l 8, 76, l 3 8 Dean,James, 5), 64, 91, 160,
Casper, Gerhard, l 8 8 deconstrucción, l 8 5
Castro, Fidel, 101, 166 Delacroix, Eugene, 173
católico, 55, 84, 85, 95, 112, lIJ, 166, deznazificación, 10, 17, lI 5
177, Dinamarca, 53
Celan, Paul, 40, 118, u9, 10, 121, 122, descarrilamiemo, II2, ll}, 119, 127, 135,
123, 12\", 126, l}I, 140, 148 1}6, I4), r50, 152, 153, 188, 19),
Céline, Louis-Ferdinand, 53, Der kleine Stowasser, l 59
Cerdan, Marcel, 106 Derrida, Jacques, 189
Chernóbil, 184 Destouches, Lucette, 53
China, 14, 33, 70 Deutscher Herbst '46, 16
Cien años de soledad, 176 Dialéctica de la Ilustración, 2 5
cristiano, 5 5, 84, 170, 172, Diarios de Hiroshima (Hiroshima Diary),
Churchill, \Xlinston, 73 56, 140
claustrofilia, 48 diáspora, 112
claustrofobia, 32, 38, 44, 46, 52, 105, dictador/dictadura, 63, 73, 168, 171, 177
Clay, Cassius veáse Muhammad Ali Dirty Dancing, I 6 3
Clay, Lucius D., 11, IJ, 14, l l 1, Dr. Zhivago, 40, 57, 103, 143,
colaboracionista, 88-89 Dolabela, Pedro, 57, 208
Colonia, 15 Don Camilo, 84, 8), 86, 112, 113, 1I4
colonial/colonias, n1, 161 Doren, Charles Van, roo
Universidad de Columbia, roo Dortmund, r 5
Comportamiento sexual en el macho huma- Draussen vor der Tür, 39, 47, 48, 50, 51, 103,
no, So 198
comunisn10/comunista, 15, 25, 33, 40, 70, Droste-Hülshoff, Annette von . 147, 148
84, 85, 86, 97, 104, lII, 112, II3, Dubrovnik, 181, 182, 189,
l 14, l'.l9, I }O, 149, l 54, l 5 5, 161, El duelo no es posible [Kann keine Trauer-
162,, 167, 168, 169, 172 sein]. 147
La condición humana, 70, 71, IIO, l 3), Düsseldorf, 76, l 58
La condición posmoderna [La condition
postmoderne], 184 East ofEden, 64, 9 l
Copa Mundial, 3 l, l I 6, Eatherly, Claude, l 34, l 3 5
Coppola, Francis Ford, 176 Eichmann, Adolf, 166
Corea, 70, 164 Ejército Rojo, 97, 146, 161
cortina de hierro, 32, 70, 163 Ellison, Ralph, 61, 62, 6), 66, 70, q2,
La cosa [Das Ding], 138, 139, I 3 3,
216
ÍNDICE ANALÍTICO
217
HANS ULRICH GUMBRECHT
218
ÍNDICE ANALÍTICO
65, 68, 73, 74, 98, 115, 118, 126, r34, Portugal/portugués, 23, r66
142, r66, 174, 178, 187, 191, 192 Praga, 68
"Naturaleza muerta'' l 50 Pregunta de los 64 mil dólares, la. roo
Navidad, 9, 26, 68, 69, 114, 115, 172 pregunta I interrogación, 18, 39, 5 5, 56,
New Jersey, 80 8~ 83, 88,9~ 100, 10~ 108, 12~
Niemeyer, Osear, 166, 168 130, 135, 155, 171, 181, 187, 196,
Nietzsche, Friedrich, 98, 148 Presley, Elvis, 9, l 14
nihilismo/ nihilista, 55, 56, ro4, Primera Guerra Mundial, 24, 2 5, 4 3, 53,
Nixon, Richard, 165 74, 106, 126, 149,
No puedes volver a casa [You Can't Go Home Principios de &zón [Der Satz vom Grundj, 64
Again], 65 proletario/proletariado, ro4, II, 128,
Normandía, 45, ro6 prostituta, 64, ro7
nuclear, 25, 26, 56, 134, 135, 136, 146, protestante, 55
149, 154, 161, 162, 163, 167, 184
Núremberg, 17, 73, 75, lro Quebec, 189
Obama, Barack, 192 radio, 26, }I, 47, 84, 86, 105, 106, u6,
Juegos Olímpicos, 27, 173, 176, 178, 163, 167,
Opel, 9, 10, 22, l 14, l l 5 redimir/redención, 19, 31, 41, 50, 60, 91,
optimismo/optimista, 20, 82, 135, 136, 119, 121, 131, 171, 176,
160, 165, 167, 208 represión, 27, l 53, 161, 162, 19 5
Oswald, Lee Harvey, ro1, ro2 Réquiem por una monja [Requiem far a
Nun], 39, 53, 94, 134
Paisan, 54, 5 5 Res Romanae, l 59
El padrino, 176 Rice, Condoleezza, 193
Pakistán, l l 3 Riedl, Karl, 169
Palestina, l l 2 Rilke, Rainer Maria, 147, 148
Papá sabe [Father Knows Best], 86, roo, 165 Río de Janeiro, 177, 207
París, 25, 29, 33, 45, 53, 90, 106, Río de la Plata, 44
Partido Unido Socialista Alemán, 13 o Romains, Jules, 12
Pasolini, Pier Paolo, 40, 127, 128, 129, Rossellini, Roberto, 52, 5 5, 98
145, Ruby, Jack, ro1
Pasternak, Boris, 40, 57, 58, 103, 104, Runia, Eelco, 27
144, Rusia/ruso, 33, 71, 74, r ro, 165
La Peste, 52
Pfeiffer, Karl Ludwig, 182, 208 San Petersburgo, 208
Piaf, Édith, ro6, ro7, 142, 207 Salamanca, 171, 172, 181,
Pilinszky, János, 197, 200, 201, 202, 203 San Remo, 75, 76
Pío XII, 69, l 6 5 Sartre, Jean-Paul, 17, 3 5, 36, 37, 38, 39,
Placeres [Vergnügungen], 142 4~45,48, 50, 51, 5~ 6h7~77,78,
Poética y hermenéutica (Poetik und Herme- 79, 83, 88, 89, 90, l 50
neutik), 182 Schleyer, Hanns Martin, 178
polaco/Polonia, ro, u5, 171 Schmeling, Max, 49
Pollock, Jackson, 200, 201, 202, 203, 204 Schmidt, Helmut, 178
Pomeroy, Wardell B., 80, 81 Schmitt, Car!, 65, 66, 70, 74, 83, 84, 97,
Ponge, Francis, 140 102, 103, 104, 1}8, 139, 140, 152
Ponto, Jürgen, 177 Ser y tiempo [Sein und Zeit], 59, r87
219
HANS ULRICH GUMBRECHT
Segunda Guerra Mundial, 25, 29, 3 3, 34, Tercera Guerra Mundial, 134, 146, 149
35, 36, 38, 39, 40, 43, 44, 51, 149, Tiempo de silencio (Time ofSilence), 51, 63,
196, 93,131
Seel, Martin, 209-10, 215 Para terminar con el juicio de Dios, 109
Selva Negra, 75, 137 Tokio, 27, 68, 98
El ser y la nada [L'étre et le néant], 39, 67, Unión Soviética, II, 14, 15, 20, 25, 66,
76, 77, 78, 79, 83, 89, 1)0, 69,73,9~ 10~ 111, 13~ 143, 14~
Sertorius, Lilí, r l 7 161, 162, 163, 164, 165, 167, 169,
Seven Year Itch, 87 196
Universidad de Siegen, 186 "Viajando" C'Reisen"), 58
sin hogar/condición de sin hogar, 18, 19, juicio de La Habana [Das Verhor von
117, 136, 137, 138, 142, 199 Habana], 97
Sloterdijk, Peter, 27, 209 Trifonov, Yuri, 66, 97, 130
socialismo/socialista, 32, 40, 41, 66, 97, Truman . Harry, 1 l
111, 112, 146, 162, 163, 166, 170,
171, 181, 182, 185, 196, 202, 203, Ulises, 61
Some Like It Hot, 87, 88 utopía/utópico, 60, 81, 168, 203
Sudamérica, 168, 191
Spee, Maximilian von, 43 Vega, Lo pe de, 13
Spessart, l, l l 6 Visor nublado por las lágrimas [Viewfinder
Sputnik, 70, 71, 146, 165 Clouded with Tears], 37
Stalin,José, 66, 73, IIO, IIl, II2 Vita activa, 1 1
Stalingrado, 67 Volkswagen, 9, 10, 22, 23, 115,
Universidad de Stanford, 185, 188, 189,
190, 204 Wandlung, 20, 90, 117
StempeL Herbert, 100 Weber, Alfred, 20
Sternberger, Dolf, 20 Wilhelm, Herbert, 1 59
Stimmung, 28, 29, 31, 32, 34, 35, 38, 40, \Vittgenstein, Ludwig, 24
45, 71, 88, 149, 153, 154, 178, 198 Wolfe, Thomas, 6 5
220