Hampe, T. Carlos Montúfar
Hampe, T. Carlos Montúfar
Hampe, T. Carlos Montúfar
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Págs. 711-720, ISSN: 0034-8341
POR
Ese «tercer hombre» fue Carlos Montúfar y Larrea, criollo quiteño nacido
hacia 1780 en el seno de una familia aristocrática y acomodada, como segundo-
génito de los marqueses de Selva Alegre. Montúfar, quien había seguido cursos
de filosofía y humanidades en la Universidad de Santo Tomás de Aquino, de su
ciudad natal (graduándose como maestro en artes en 1800)1, acompañó volunta-
riamente a Humboldt y Bonpland en diversas exploraciones que hicieron por las
montañas y volcanes de los alrededores de Quito. Pertenecía él a lo más rancio y
mejor instruido de la nobleza criolla, como hijo de don Juan Pío Montúfar y La-
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* Una versión preliminar de este artículo se publicó en El Comercio (Lima), 10 de julio de
2002.
1 Cf. Ekkehart KEEDING, Das Zeitalter der Aufklärung in der Provinz Quito, Köln/Wien,
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2 Sobre los entronques matrimoniales de este linaje, sus bienes raíces y su decisiva participa-
ción en la lucha por la emancipación política de Quito, véase Christian BÜSCHGES, Familie, Ehre und
Macht. Konzept und soziale Wirklichkeit des Adels in der Stadt Quito während der späten Kolonialzeit
(1765-1822), Stuttgart, Franz Steiner, 1996, pp. 228-235, 267-269 y 281-283.
3 Cf. Christiana BORCHART de MORENO, «Alexander von Humboldt y la familia Montúfar»,
diálogos inesperados», en Diálogo Científico (Tübingen), vol. 8, 2, 1999, pp. 28-32, explica que
más allá de las iniciales muestras de simpatía hubo una discrepancia de fondo entre ambos
científicos respecto al método de relacionar altitudes con temperaturas.
5 El 21 de abril de 1802 escribe Caldas: «¡Qué diferente es la conducta que el señor barón ha
llevado en Santafé y Popayán de la que lleva en Quito! [...] Entra el barón en esta Babilonia, con-
trae por su desgracia amistad con unos jóvenes obscenos disolutos, le arrastran a las casas donde
reina el amor impuro, se apodera esta pasión vergonzosa de su corazón y ciega a este joven sabio
hasta un punto que no se puede creer». Dos meses después, el 21 de junio, escribe de nuevo a Mutis
y le dice: «El señor barón de Humboldt partió de aquí el ocho del corriente con Mr. Bonpland y su
adonis, que no le estorba para viajar como Caldas [...] Yo le amo, pero he sentido este desaire, que
no curará con nada este sabio». Véase al respecto Santiago DÍAZ PIEDRAHITA, Nueva aproximación
por haber sido desplazado y atribuía el cambio de planes a una presunta relación
sentimental entre Humboldt y Montúfar... Mucha tinta han gastado desde hace
tiempo biógrafos e historiadores, examinando ese ácido contrapunteo entre el
viajero berlinés y el naturalista criollo; pero es posible que nunca sepamos con
certeza los factores que primaron en aquella compleja tesitura.
El hecho evidente es que los expedicionarios tomaron el camino de la sierra
hacia el sur de Quito, por el callejón interandino, emprendiendo a su paso la as-
censión del Chimborazo —considerado por entonces el punto montañoso más
elevado del globo— y registrando diversos usos y costumbres y algunos vestigios
de la civilización incaica en las provincias de Latacunga, Ambato, Riobamba,
Cuenca y Loja6. El 1 de agosto de 1802, por el pequeño caserío de Lucarque, a
orillas del río Calvas, en la sierra del actual departamento de Piura, entraron al
territorio del virreinato del Perú. Posteriormente residieron por un lapso de dos
meses (octubre a diciembre de 1802) en la ciudad de Lima.
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a Francisco José de Caldas: episodios de su vida y de su actividad científica, Bogotá, Academia
Colombiana de Historia, 1997.
6 Cf. Segundo E. MORENO YÁNEZ, «Humboldt y su comprensión de los pueblos indios andi-
Bompland», Boletín de la Sociedad Geográfica de Madrid, vol. XXV, 1889, pp. 1-19. Las referencias
a páginas entre corchetes que se ofrecen de aquí adelante, corresponden a esta fuente.
8 Cf. Margot FAAK, ed., Alexander von Humboldt. Reise auf dem Río Magdalena, durch die
Anden und Mexiko, 2 vols., Berlin, Akademie-Verlag, 1986-90, (Beiträge zur Alexander-von-
Humboldt-Forschung, 8/9).
Las costumbres de sus gentes son ásperas y groseras; las mujeres usan aún el
traje peruano antiguo, como las más provincias internas, que como faltan o care-
cen de comunicación con forasteros (y principalmente europeos) conservan siem-
pre las antigüedades, el poco trato y trajes que llevaban sus mayores... [p. 11]
Estudios Peruanos & CONCYTEC, 1988, p. 96-98. Véase también Raúl PORRAS BARRENECHEA, El
nombre del Perú, Lima, Tall. Gráfs. P.L. Villanueva, 1968, y Miguel MATICORENA, «El vasco Pascual
de Andagoya, inventor del nombre de Perú», Cielo Abierto (Lima), n° 5, oct. 1979, pp. 38-42.
las cercanías de una casa de descanso para la alta nobleza, llamada en el texto
Inga Chungana [p. 10-11]. Por otra parte, se esmera igualmente el autor en repre-
sentar las cualidades del aposento conocido como los baños del Inca en el valle
de Chulucanas (o más propiamente Caxas), cerca de Huancabamba, en la sierra
del actual departamento de Piura10.
Por último, quisiera reparar en el firme y profundo interés que manifiesta nues-
tro cronista por el negocio y las virtudes curativas de la cascarilla u hoja del árbol
de la quina. Las observaciones sobre este recurso medicinal hecho famoso a
principios del siglo XVII, como sabemos, al curar las calenturas de la virreina con-
desa de Chinchón11 se repiten en una serie de pasajes: al tratar sobre la provincia
de Loja, «donde se extraen las mejores quinas que se conocen» y al exponer las
cualidades de la flora en los pueblos de San Felipe y Jaén, de la región de selva alta
de Bracamoros [p. 13, 16, 17]. Queda bien remarcado el hecho de que el comercio
libre de este producto había sido prohibido en el marco de la política reformista de
los Borbones, lo cual determinó un drástico recorte en los volúmenes de extracción
y una baja en los precios del mercado, habiéndose pasado de 3 pesos por libra a
sólo 20 reales (2,5 pesos) la arroba12. Veremos enseguida las implicaciones que
tendría esta frecuente y detallada observación de Montúfar.
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10 Puede verse la extensa y entusiasta descripción que realiza de este mismo asentamiento
Humboldt, Manuel VEGAS VÉLEZ, ed. Humboldt en el Perú. Diario de Alejandro de Humboldt
durante su permanencia en el Perú (agosto a diciembre de 1802), Piura, Centro de Investigación y
Promoción del Campesinado, 1991, pp. 20-24.
Modernamente, la ciudadela inca de Chulucanas o Caxas, una especie de cabeza provincial en
el esquema administrativo del Tahuantinsuyu, ha concitado la atención de etnohistoriadores, antro-
pólogos y arqueólogos. Cf. Anne Marie HOCQUENGHEM, Los guayacundos de Caxas y la sierra
piurana (siglos XV y XVI). Piura: Centro de Investigación y Promoción del Campesinado & Institu-
to Francés de Estudios Andinos, 1989, p. 24-25 y ss., y César ASTUHUAMÁN GONZALES, «Hum-
boldt y la arquitectura inca», en Runamanta (Lima), n° 1, dic. 1999, p. 134.
11 Eduardo ESTRELLA, «Ciencia ilustrada y saber popular en el conocimiento de la quina en el
siglo XVIII», Saberes andinos. Ciencia y tecnología en Bolivia, Ecuador y Perú, ed. Marcos CUE-
TO. Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 1995, pp. 37-38.
12 Dificultades propias de la naturaleza montañosa imponían constantes obstáculos a la comuni-
cación de la provincia de Jaén con los centros administrativos del ámbito quiteño. Es por ello que la
mayoría de sus recursos económicos, como la cascarilla, el tabaco, el cacao y el ganado vacuno, se
destinaban a los mercados del espacio norperuano, formado en torno a Piura, Lambayeque, Trujillo y
Cajamarca. Esta dinámica comercial sirvió como «levadura y fermento para que entre los habitantes
criollos y mestizos se desarrollara un arraigado e imborrable sentimiento de peruanidad», según
afirma Waldemar ESPINOZA SORIANO, La fuerza de la verdad: historia de la peruanidad de Jaén de
Bracamoros, Lima, Banco Central de Reserva del Perú, 1994, p. 338.
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13 Cf. Angel Isaac CHIRIBOGA NAVARRO, «El coronel don Carlos Montúfar y Larrea: el héroe más
auténtico y venerado de la patria ecuatoriana», Museo Histórico (Quito), nº 35/36, 1960, pp. 71-72.
14 Staatsbibliothek zu Berlin, Handschriften-Abteilung, Nachlass Alexander von Humboldt
[en adelante: SB Nachlass Humboldt], Gr. Kasten 2, Mappe 3, Nr. 94 (carta del 8 de mayo de 1806)
y Nr. 95 (posdata del 12 de mayo).
por su rango y linaje15. Ahora, más bien, se puede conjeturar que el verdadero
móvil de su estancia madrileña era conseguir una licencia especial para que su
padre, don Juan Pío Montúfar, alcanzara el privilegio de comercializar en exclu-
siva las quinas de los Andes ecuatoriales.
Así lo parece indicar el detallado párrafo en que se habla sobre el proyecto
que abrigaba el marqués de Selva Alegre de mudar su residencia a España. Lo
que deseaba la familia, pues, era quebrar el monopolio estatal en el beneficio de
la cascarilla (subsistente desde 1790, más o menos) y ganar para los Montúfar la
posibilidad de obtener «utilidades grandísimas», dando explotación a las quinas
de la región de Loja, cuyas bondades ya hemos comentado16.
De cualquier forma, la mayor parte de la carta de 1806 está destinada a resal-
tar las penurias económicas que pasaba el joven hispanoamericano en la Penínsu-
la. Dado que no llegaban las tan ansiadas remesas que su padre y su tío don Pe-
dro Montúfar le habían prometido por la suma de 5.000 pesos, nuestro per-
sonaje debía resignarse a vivir modestamente a expensas del favor y del bolsillo
de Alexander von Humboldt. Tan clamorosas como sus apelaciones al patrocinio
del gran científico-mecenas, quien le había dejado 8.000 pesetas un año antes, al
despedirse ambos en la ciudad de París, son sus declaraciones lisonjeras hacia el
«amado amigo». Buscando quebrar su silencio y doblar a su favor las talegas del
rico prusiano, no duda Carlos Montúfar en llamarle «mi padre, mi amigo y mi
única esperanza»17...
EPÍLOGO MORTAL
un sobrino de nuestro personaje, Carlos Aguirre y Montúfar (hijo de su hermana Rosa, prócer de la
Independencia quiteña). Hemos ubicado por lo menos un escrito de Aguirre, Rapport sur les obser-
vations météorologiques faites à Antisana (impreso en 1851), dentro del legado personal del barón:
SB Nachlass Humboldt, Gr. Kasten 12, Nr. 25.
deseado Fernando VII), distinguiéndose a tal punto que fue nombrado teniente
coronel de los reales ejércitos e integrado al regimiento de Húsares de la Guardia.
Finalmente, en marzo de 1810, se embarcó en Cádiz para su regreso definiti-
vo a América, llevando del Consejo de la Regencia el encargo de promover la
formación de una junta de gobierno provincial adicta al rey en su natal ciu-
dad de Quito. Pero al llegar a las costas del Caribe y tomar noticia de las revuel-
tas y novedades que habían ocurrido con la primera junta tuitiva durante su au-
sencia, Montúfar decidió quebrar su compromiso de fidelidad con los Borbones,
haciéndose un ardiente defensor de la causa emancipadora. Integrado al bando
militar de su familia (bajo la cabeza del marqués de Selva Alegre, su padre, que
tomó la presidencia de la junta de Quito)18, luchó en varios campos de batalla y
llegó a ocupar por las armas la ciudad de Cuenca, en abril de 1812.
Eventualmente delatado por el bando de los «sanchistas» representantes de
otro clan de la nobleza quiteña, los Sánchez de Orellana19, fue tomado prisio-
nero y enviado al destierro a Panamá (1814). Carlos Montúfar logró escapar de la
cárcel y se unió enseguida al ejército de Bolívar, acompañándolo en su triunfal
ingreso a Santafé de Bogotá. En la continuación de su lucha, tuvo la mala fortuna
de caer preso tras la derrota en Cuchilla del Tambo (a seis leguas de Popayán),
siendo condenado a muerte y fusilado por los realistas en Buga, el 31 de julio de
1816. La agitada y heroica existencia de este personaje terminó así, a los 36 años
de edad20.
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18 Cf. Eric BEERMAN, «El marqués de Selva Alegre, héroe de la Independencia ecuatoriana»,
Revista del Archivo Histórico del Guayas (Guayaquil), nº 18, dic. 1980, pp. 25-37.
19 Los Sánchez de Orellana, marqueses de Villa Orellana, representaban el sector más radical
dentro del patriciado criollo, al postular la inmediata separación política de España y la instauración
de una república. Así lo manifiesta BÜSCHGES, Familie, Ehre und Macht [3], pp. 231-232.
20 Noticias detalladas sobre la intervención militar de nuestro personaje y del bando «montu-
farista», en general, se pueden hallar en el trabajo de Neptalí ZÚÑIGA, Juan Pío Montúfar y Larrea,
primer presidente de América revolucionaria, 2 vols., Quito, Tall. Gráfs. Nacionales, 1945.
APÉNDICE
¡Qué largo silencio! Cuánto tiempo hace que no tengo el gusto de ver letra de V. ni
saber de su salud hasta este correo que me ha escrito en fin Bonpland, y me dice no tiene
V. novedad, pues aquí se dijo que hubiera estado V. malo. Tanto en esta época como en
mil otras he escrito a V. y siempre sin tener contestación: no sé a qué atribuir el silencio
que V. guarda.
En una que escribí a V. hace muchos meses le incluí una de mi padre (que es la últi-
ma que aquí he recibido de América) en la que le hablaba a V. sobre su proyecto de
venir a establecerse en España después de dejar entablado su comercio de quinas. No se
lo repito a V. porque si las cartas han llegado a su poder, como lo creo, estará enterado
de sus proyectos. Yo he respondido diciéndole mi parecer, y le anuncié el de V., pero
como en tanto // tiempo nada he sabido de V. ni aun sé si ha recibido las cartas... El
proyecto de las quinas dejaría utilidades grandísimas, pues no teniendo sino mi padre la
permisión, y siendo las de Loja las mejores quinas (como V. sabe), serían las que tendrí-
an más pronta salida aquí. Pero la guerra nos arruina y nos impide el ejecutar este cál-
culo, pues para ahora creo tendrá mucha parte encajonada y si la guerra (como es pro-
bable) dura mucho, se perderá todo. Espero me haga V. el favor de contestarme sobre
este particular, para hacerlo yo a mi padre.
Por lo que hace a mí y mis asuntos, todos los días van peor. V. sabe que yo no traje
aquí más que la libranza de los cinco mil duros contra Montoya. A éste no se le puede
cobrar ni un real porque lo primero lo niega, y yo no tengo documentos para acreditarle
la deuda; lo segundo, que aunque se le pruebe que debe, no tiene una peseta, y por con-
siguiente no puede pagar. Esta es, pues, mi amado amigo, la triste situación mía.
Un año y dos meses hace que estoy en Madrid, y si no hubiese sido por V. ya habría
perecido. Cuando salí de París me dio V. ocho mil pesetas, de las que se gastaron dos
mil en el camino. Por consiguiente quedaron seis mil, y en el estado de escasez y // cares-
tía que está creo apenas alcanzará para subsistir un año pobremente. Del mayorazgo
que daba trescientos duros ha venido una data y ha costado el quitar la ruina y pagar
perjuicios a los arrendatarios lo que importa el arriendo de tres años. Así, lejos de co-
brar, ha sido preciso pagar. Estas son mis rentas y con lo que mi padre hacía castillos en
el aire.
¿Qué arbitrio he de tomar para existir sino recurro a la única persona que aquí es
mi padre, mi amigo y mi única esperanza, cerrados todos los conductos de nuestra co-
————
21 En la transcripción de este documento se ha optado por modernizar la ortografía y puntua-
municación con la América? ¿Qué esperanza me queda sino en V.? Mi padre, como lo
habrá visto en su carta, dice que mandaba tres mil duros en una libranza, pero aún no ha
llegado. Juanito me dice que tío Pedro le había pedido una libranza contra su casa aquí
y a mi favor de dos mil pesos, de modo que si llegasen serían cinco mil; pero, ¿cómo he
de existir entretanto? Así pues, confiado en la libranza que me dio V. sobre Barcelona, di
a Hervás para que me diese aquí el dinero y lo tomase allá. Lo hizo y ahora me devolvió
la libranza diciéndome que no ha tenido aviso en Barcelona y que no pueden pagarle.
Hervás me ha dicho que lo mismo da que sea en Berlín, pero cómo me ha de ... [ilegible]
sin saber el estado de sus asuntos.
Está mi situación infeliz // de modo que si en todo este año no tengo auxilios de Amé-
rica, me voy a Cádiz y me embarco en el primer buque que salga para Cartagena, pues
aquí nadie quiere libranzas contra América ni nadie tiene un real. Las tropas están sin
pagar, los empleados del rey sin sueldos, todo aquí es miseria. Pongo a V. una cuentita
de lo que se gasta viviendo con la mayor economía. En fin, no conociendo otra persona
que aquí pueda dirigirme, espero me diga V. lo que yo debo hacer, pues aunque el Padre
me dice siempre que no me olvida, todo es palabras y nada más. Aquí sin favor no se
consigue nada, y con dinero hasta el virreinato de México, porque aquí todo se vende.
Adiós, mi más amado amigo. No olvide V. a quien es su verdadero amigo (y lo será).
Carlos Montúfar [rubricado].
P.D. – Remito a V. la libranza de Gil.22 Si por casualidad hubiese allá alguno que
quisiese libranzas contra Cartagena o Lima, V. podría darlas contra mi padre, tomando
el dinero aunque fuese con un veinte por ciento de pérdida, pues aquí no se halla ni con
un treinta.
————
22 «Madrid, 12 de mayo de 806. Sr. Barón de Humboldt. Mi amado amigo: En este co-
rreo y el pasado dije a V. como había tomado mil pesos del Sr. Dn. José Hervás y los había librado
a Barcelona al Sr. Gil, contra quien me había V. librado dicha cantidad; también incluí los docu-
mentos de la falta de pagamento de este señor. Así pues, mi estimado amigo, espero de su favor que
pues no se ha verificado la letra contra Mr. Gil, entregue V. dicha cantidad al Sr. Dn. José Hervás,
que ha tenido la bondad de allanarse a tomar allá en Berlín dicho dinero. Este nuevo favor espe-
ra de V., para abonar o agregar a nuestra cuenta esta cantidad, su más atento amigo y servidor,
Carlos Montúfar.» (SB Nachlass Humboldt, Gr. Kasten 2, Mappe 3, Nr. 95).