Tihámer Tóth - El Joven de Porvenir
Tihámer Tóth - El Joven de Porvenir
Tihámer Tóth - El Joven de Porvenir
TIHAMÉR TÓTH
EL JOVEN
DE PORVENIR
New York–2013
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IVE Press
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IVE Press
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All rights reserved.
IVE Press
113 East 117th Street
New York, NY 10035
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ISBN 1-933871-99-7
ISBN-13 978-1-933871-99-8
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EL JOVEN DE PORVENIR
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CONTENIDOS
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PRÓLOGO AL LIBRO
«EL JOVEN DE PORVENIR»
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EL JOVEN DE PORVENIR
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CAPÍTULO PRIMERO
EL JOVEN EDUCADO
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1. Buenos modales
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EL JOVEN DE PORVENIR
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EL JOVEN EDUCADO
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2. Urbanidad y carácter
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3. El joven cortés
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EL JOVEN DE PORVENIR
cosas te gustan más en los otros, y ten por cierto que las mismas
cosas serán las que te hagan grado a los demás”.
La cortesía produce grandes provechos. Nada cuesta y, sin
embargo, todo se puede comprar con ella.
Parole douce et main au bonnet
Ne coûte rien et bon est,
dijo Enrique IV: “La palabra dulce y el saludo nada cuestan, y son
de gran utilidad”.
El joven cortés, dondequiera que se presente, cautiva los áni-
mos en seguida, porque la cortesía es una lengua universal que
todos entienden. Por muy extraña e incómoda que te parezca
alguna regla de urbanidad no la infrinjas. La sociedad culta tiene
un código especial; el que quisiere pertenecer a ella debe cumplir
todas sus prescripciones.
Hay hombres de inteligencia despejada, listos, instruidos, que
no pueden abrirse camino en la vida sencillamente por la ausencia
total de modales finos. Con tristeza tienen que resignarse a figurar
en segundo término mientras otros, que valen menos que ellos,
tanto si se considera el talento como si se atiende al carácter, por
sus finos modales se conquistan todos los ánimos.
Los buenos modales ejercen influencia decisiva en el destino
del hombre. Entiéndelo bien.
No te aconsejo que seas un petimetre untado de pomadas, un
currutaco en continuos paseos, figurín perfumado, un lacayo dis-
puesto siempre a besar los pies de los demás, una cabeza huera en
busca de continuas adulaciones. ¡No; por nada del mundo!
Pero tampoco has de ser un pillete salvaje y sucio, ni un perdo-
navidas fanfarrón. Entre los dos extremos está mi ideal: la juventud
amable, cortés, instruida, modesta, avispada, lista y religiosa.
Seas lo que fueres, en cualquier posición que la vida te colo-
que, tendrás que tratar con otros. Y no es tarea fácil aprender las
reglas del trato humano.
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EL JOVEN EDUCADO
Sin duda tiene gran ventaja la joven que puede aprender y asi-
milar en casa, en el hogar paterno, los finos modales. Nadie puede
renunciar a ellos, ni aun el joven de familia modesta. Si quiere
firmemente y posee un talento observador, agudo, le será fácil
aprovechar la amistad de otros jóvenes bien educados para su
propia formación.
Observa en sociedad a los hombres que aprecias; mira cómo
se portan; compara su proceder con el tuyo, y procura después
amoldarte al ejemplo que te ofrecen.
La nota más característica de las leyes de urbanidad es que mu-
chas fueron descubiertas por los más distinguidos entre los hom-
bre, desligados por completo los unos de los otros, sin mutua
dependencia y que además fueron consagrados por una práctica
muchas veces secular.
Dedícate a su estudio con tanto respeto como afán, teniendo
bien entendido que la misma delicadeza de alma, necesaria para
una verdadera distinción, depende del modelado espiritual de cada
joven y, por lo tanto, de su esfuerzo particular.
“Civilización”, “cultura”, no significan aún educación. La edu-
cación verdadera supone finura espiritual y carácter.
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4. El joven. “Señor” de veras
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5. En sociedad
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6. ¿De qué cosas
debes hablar?
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7. Entre muchachas
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8. Otros avisos
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9. Tu alimentación
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10. ¿Cómo has de comer?
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2
Jue 7,7-6.
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11. Cuando estás invitado
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12. Tu manera de vestir
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Edad Media, y, claro está que no puedes andar por la calle con un
traje a lo María Antonieta, con peluca empolvada del siglo XVIII.
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13. El “pollo bien”
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te del gr). Grupo de personas famosas, especialmente en las letras, que viven en
la misma época. Diccionario de RAE. (N. del Ed.).
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14. Respeta a tus padres
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15. ¡Mi viejo!
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16. La amistad
4 Sir 6, 7. 14-15.
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5 Laelius, XXII.
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17. ¿Cuál es el buen amigo?
6 Ib., XII.
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7 Pr 17, 17.
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18. “¡Cuidado! Frágil”
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con el justo medio de la propia dignidad, les caen mal todas las
amonestaciones, y si les niegan algo, se desesperan...
Hay jóvenes tan sensibles como un gusano; por muy suave-
mente que se le roce, en seguida le ves acurrucarse con enfado. Y
aun cuando quieres hacerle bien, y le levantas cuidadosamente del
camino para no pisarle, todavía se agita y se revuelve.
Si no luchas contra tal defecto, más tarde puedes acarrearte si-
tuaciones no poco desagradables. No veas, pues, ofensa en cual-
quier chiste sin malicia; no te enfades por cualquier broma o juego
que se hace con desparpajo y alegría.
Y si crees que alguien ha sido descortés contigo, tu com-
portamiento no debe ser retraerte y estar murmurando para tus
adentros durante un cuarto de hora, sino dirigirte a quien te ofen-
dió y pedir amistosamente una explicación de sus palabras. Mu-
chas veces verás con sorpresa cuánto te habías engañado creyendo
descubrir mala intención en el proceder de tu compañero.
Si todos pensáramos que nuestro juicio precipitado causa más
desavenencias que la mala intención de los demás habría más paz
y menos discordias en el mundo.
¿Has visto las grandes cajas de madera en que se transportan
objetos de vidrio por los camiones, barcos y otros medios? ¿Te
has fijado en la inscripción que llevan con caracteres llamativos?
“¡Cuidado! ¡Frágil!”. Pues bien, el joven tontamente quisquilloso,
que desbarata los partidos de juego, que promueve discordias,
debería ser colocado en una caja de madera con el mismo letrero,
o sobre una paenita, como si fuera uno soldadito de plomo, col-
gándole del cuello esta leyenda: El joven que se ofende y que ofende a
cada paso no puede vivir en sociedad; o también: A méchant chien, court
lien!, “al perro que muerde hay que atarlo con cadena corta”.
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19. “¡Él fue quien empezó!”
Vale más que te apartes del joven con quien no puedes enten-
derte que vivir con él a regañadientes y en continuas peleas.
“Pero ¡si él es tan insoportable!..”. No importa. ¿No se necesi-
tan, por lo menos, dos personas para una pelea? Por lo tanto, si tú
no eres la otra, ella sola no podrá reñir.
Al tratarse de discusiones, los jóvenes recurren en seguida a es-
ta explicación, que al parecer les sirve de excusa: “¡Yo no tengo la
culpa! ¡Él fue quien empezó!”. Aunque así fuera, a ninguno está per-
mitido perder el dominio de sí mismo; porque quien lo pierde baja
también al ardoroso campo de pasiones del ofensor.
Si a quien está enfadado le contestas enfadado también, cada
palabra que pronuncies será como el diente de dragón de la fábu-
la, del que saldrán otros y otros monstruos de discordia. Y tienes
que comprender que las diferencias de criterio y los roces entre las
gentes no pueden arreglarse mientras salgamos siempre con que
“él fue quien empezó” y “él es quien tiene la culpa”.
Por muy fuerte que haya sido el choque, por muy convencido
que estés de que “él empezó”, haz tú por tu parte un pequeño
examen: ¿No he sido también yo, por lo menos en algo, la causa
de la discordia, tal vez sin quererlo?; acaso no pensé siquiera que
llegáramos a tanto; no es prudente abrir resquicios al enfado; en
adelante seré más precavido en este punto.
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8 Jn 18, 20.
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21. “Animal…”
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22. “Batracomiomaquia”
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9 Con este símil alude el autor a la costumbre que hay en Hungría de hacer
regalos a los niños el día 6 de diciembre, fiesta de San Nicolás. En esta fecha, los
niños malos reciben un azote hecho de ramitas secas, sin ningún adorno, mien-
tras que los buenos lo reciben adornado y cargado de bombones (N. del T.).
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23. “Pero soy tan nervioso”
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Más vale que digas: he sido incorrecto y grosero que... soy ner-
vioso.
El tono sereno denota siempre nobleza. Y también verdad. “El
que se enfada no tiene razón”. Sé prudente, por lo tanto, en tus
palabras al empezar a discutir cualquier asunto.
Procede siempre con tranquilidad, serenamente. Hay amigos
íntimos que son capaces de disgustarse para toda la vida, debido al
hervor de una disputa, porque han querido suplir la falta de argu-
mentos con pulmón, mímica y ademanes. La grosería no es ner-
viosidad.
Por otra parte, podemos evitar muchos disgustos mediante
una respuesta tranquila. Tollitur ira gravis, si est responsio suavis, “se
evita la ira grave si la respuesta es suave”.
¡Qué bendición de Dios el saber callarse cuando bulle la ira! El
que está enfadado regularmente dice cosas de que se arrepiente a
los pocos momentos.
Se reían mucho de Xenócrates; pero él no contestaba. “Callo
–dijo–, porque ya me ha pesado muchas veces el haber contestado
a las burlas, mientras que nunca tuve que arrepentirme de haber-
me callado”.
Tampoco es nerviosidad, sino ligereza, el hablar de continuo
en superlativo. Y, sin embargo, los jóvenes tienen gran propen-
sión a ello. Para ellos no hay más que dos clases de hombres:
“Es un idiota de marca mayor”, tal es la primera clase. “¡Qué
genio es aquel hombre!” es la segunda clase.
Para las muchachas, los jóvenes o son “fantásticos” o “te-
rriblemente imposibles de aguantar”.
Observa, en cambio, cómo las gentes de peso hablan po-
quísimas veces en superlativo y nunca dicen: “Esto es enor-
memente hermoso”, “éste es terriblemente sabio”, “éste es horro-
rosamente necio”.
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24. El joven reposado
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“Eres una sandio. Ni siquiera tienes idea vaga del asunto. ¡Qué
tonterías dices!”. Estos juicios despectivos para el mundo entero
salen de labios de los jóvenes con tanta mayor facilidad cuanto es
más menguado su caudal de conocimientos.
Cuanto más aprende el hombre, advierte más claro que el
campo de la ciencia humana es inmensamente grande y que él no
puede conocer más que una parte muy reducida.
El que así juzga no publicará sus juicios con impaciencia y a
guisa de pregón, a los cuatro vientos, sino que hablará como Ben-
jamín Franklin, el gran inventor: “Creo que es así”, “parece que...,
si no me engaño..., ésta es la verdad”, o también: “Yo no me atre-
vo a juzgar en esa forma...”.
Te recomiendo de modo especial que, al frisar en los catorce o
dieciséis años, te examines con más minuciosidad acerca de tu
comportamiento.
Los jóvenes a esta edad suelen ser terriblemente desacertados e
insoportables. De muchos, antes de oírlos pronunciar una palabra
y hasta sin verlos, sabemos hasta qué punto son mal educados,
insolentes.
Al llegar a casa, todo retumba por el ruido con que empujan la
puerta, cruzan por las habitaciones como un torbellino y plantan
los libros con estrépito sobre la mesa, de suerte que las hojas van
volando por todas partes. ¡Y cuando se ponen a hablar! ¡Qué rui-
do! ¡Qué gritos para llamar al compañero a cien metros de distan-
cia! ¡Pobre familia! ¡Qué tormento, qué enfados!
Si no saben hace ruido de otra manera, empiezan a canturrear
con voz de gaita una melodía, acompañada a golpes de regla sobre
la mesa Y riñen... con los muebles de la casa; y la silla que cruje o
el jabón que se escurre de las manos son pretexto para decir un
sinfín de improperios.
Por las noches no son capaces de ordenar sus zapatos al mo-
mento de quitárselos. Y al acostarse dejan sus prendas de vestir,
en desorden, de tal modo que quedan en cualquier lado.
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25. Cómo has de tratar
a los sirvientes
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26. La risa
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27. “Queridos padres...”
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28. El sueño
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29. Cultura física
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12 Sobre este punto te aconsejo que leas otra de las obras de Mons. Tihamér
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30. Al aire libre
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31. El trabajo corporal
13 Gran político húngaro (1803-1876), que fue llamado “el sabio de la pa-
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32. El deporte
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33. El Hércules
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Juan: “No vengas con historias. Fue un ataque con todas las de
la ley”.
Pablo: “Pero ¿qué dices? ¿o es que estás ciego? El equipo X es-
taba furioso, y entonces el volante derecho empezó a atacar ruda-
mente y contra todo reglamento”.
Juan: “¡Ca, hombre! ¡Qué necesidades! Fue el Z el que jugó fue-
ra de reglamento. Y su último goal fue de off-side”.
Pablo: “¿Cómo? ¿Te atreves a sostener que hubo off-side? Se
necesita tener frescura”.
Juan: “Dirás lo que quieras. Era una off-side. Sobornaron el ár-
bitro”.
Y con esto comenzarán un partido suplementario e primera
clase si no entra a tiempo el profesor de álgebra.
Hay estudiantes que ni siquiera tienen una idea nebulosa de
quién fue San Francisco de Asís, o Alejandro Magno, o Velázquez;
que no saben ni con una aproximación de siglos cuando fue la vic-
toria de Lepanto o cuándo se inventó la primera máquina a vapor;
pero los despiertas del sueño y sin vacilar te dicen, de un tirón, a
cuántos centímetros está el record nacional de salto de altura, quién
hizo los goles en la final de hace tres años, el cuarto goal del equipo,
y hasta cuántos contó el árbitro cuando el campeón de boxeo estu-
vo a pique de quedarse k. o., lo que comió este para la cena, incluso
son capaces de decirte de qué color eran las medias que llevaba el
abuelo del que quedó campeón del salto de altura en la olimpiada
de hace veinte años.
Y no quiero hablar del abuso que es admitir a estos muchachos
grandes deportistas –a pesar de todas las prohibiciones ministeria-
les– en los clubs de deporte de los hombres adultos, y en los ban-
quetes que siguen a los partidos, en donde se divierten en compañía
de los atletas.
El deporte así entendido es una pendiente que conduce a la des-
gracia espiritual.
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34. ¿Joven sano o atleta?
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15 El mayor pintor húngaro. Sus cuadros bíblicos: Cristo ante Piloto, Ecce-
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35. El Juego
Por esto me parece cosa nociva que los jóvenes tengan el de-
porte por fin, que lo hagan por sobrepasar a los primeros y que por
amor al deporte omitan el otro medio excelente de promover la
salud: el juego.
En el juego el cuerpo se robustece lo mismo que en el deporte,
y el espíritu, en cambio, gana más para su descanso.
Me decís de seguro: «¿Jugar? ¡Oh! Ya lo creo que nos gusta jugar.
¿Qué le parece a usted el football?»—rae interrumpirían seguramen-
te muchos de mis lectores, a quienes intimaron más de una vez sus
padres y profesores la prohibición de jugar al football, por ser éste
un juego vulgar. Paréceme que me mira de reojo: «A ver, ¿qué nos
contesta? Si nos contesta que no debemos jugar al football, entonces
tiraremos a un rincón este libro y no lo volveremos a hojear; en
cambio, si nos lo permite, él verá cómo se las arregla para contentar
a padres y profesores.»
¡Oh queridos jóvenes, despuntáis de agudos! Procuraré contes-
tar bien a vuestra ambigua pregunta. El balompié—aunque no
llegue (como suele) a fracturar una pierna—es, a no dudarlo, un
juego muy poco fino que impulsa con facilidad a cometer grose-
rías. Los exploradores, por ejemplo, no ven con gusto el football, y
tienen razón. Puede ser ventajosamente sustituido con otros jue-
gos excelentes (por ejemplo, meta, «guerra de números», etcétera).
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37. Almas de luz
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CAPÍTULO SEGUNDO
EL JOVEN ESTUDIOSO
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1. Pieles Rojas en Europa
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tiempo.
No niego que haya muchachos para quienes “el mismo estu-
dio es un juego”. Pero el trabajo de provecho nunca puede to-
marse como broma y pasatiempo. El que con habilidad logra
despojar al trabajo de su carácter fatigoso, también le priva de
resultado.
Con vigoroso y tenaz esfuerzo hemos de someter nuestro
temperamento al estudio. De seguir nuestro instinto –quién lo
duda– preferiríamos estar echados en un sofá, en cómoda postura
después de comer, o jugar correteando por los campos, y se nece-
sita una fuerza no vulgar para vencer nuestra pereza y lograr sen-
tarnos con puntualidad constante ante la mesa de estudio.
Con puntualidad constante. No sólo con un fervor pasajero que
de vez en cuando lanza una llamarada, aunque se trate de jóvenes
con entendimiento indisciplinado, de voluntad en desorden.
Tiene razón por completo el pensador inglés Carlyle: “El ser
viviente más débil, si concentra sus facultades en un solo punto,
es capaz de lograr algo; mientras que por otro lado, el ser más
fuerte, si divide sus energías, adelantará muy poco”.
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2. El arte de aprender
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3. El ejercicio de la memoria
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4. “Lo tengo en la punta
de la lengua”
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5. “Lo sabía, pero
no me acuerdo”
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6. El arte de olvidar
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7. “Divide et impera”
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8. El maldito “memoriter”
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9. No aprendas
tan sólo con la cabeza
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dio. Por esto, resulta más fácil aprender leyendo en voz alta que
en voz baja, porque así no trabaja tan sólo tu entendimiento, sino
también tu oído.
Aún más: los movimientos musculares de tus labios influyen
para que arraiguen mejor en la mente los pensamientos que expre-
san. En este caso aprendes ya con tres instrumentos: con el en-
tendimiento, con el oído y con los labios.
Pero el estudiar en voz alta no puede hacerlo sino la escolar de
los primeros cursos, que tiene la lección corta. No hay bastante
tiempo de hacerlo, ni tampoco bastarían los pulmones, cuando la
lección es larga.
¿Qué hacer, pues? ¿O cómo se las arreglará el joven que vive
en un internado, en que tiene sus horas de trabajo con otros mu-
chachos en el mismo salón donde no está permitido hacerlo en
voz alta? Pues... también él puede aprovechar esta ley psicológica.
Estudie en voz muy baja, como susurrando, de suerte que no
estorbe a los vecinos; mas a medida que va estudiando pronuncie
las palabras, pero quedamente. Como si hablara, mas sin dejar
pasar de los pulmones aire suficiente para emitir sonido. Mientras
hacen los músculos tales movimientos la materia que estudia va
fijándose más y más.
Te recomiendo encarecidamente que prestes atención también
durante la clase, repitiendo para tus adentros, mudamente, las
preguntas, las respuestas y las explicaciones. Puedes hacerlo con
tal destreza, que no sólo no tendrás que murmurar palabras, sino
que nadie podrá darse cuenta por el movimiento de tus labios y,
con todo, lograrás, merced al movimiento de los nervios, hacer
más duradero tu saber.
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10. El estudio intuitivo
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11. El ritmo
“¡Con qué facilidad se aprenden las poesías! ¡Y qué cosa tan di-
fícil es meter en la cabeza el trozo de memoria de la clase de La-
tín!”, dicen muchos estudiantes desesperados. Pero serán muy
pocos las que sepan dar la razón de tal hecho.
¿Por qué resulta más fácil aprender un texto medido, la poesía,
que la prosa? Vale la pena de meditarlo un poco. Porque si logra-
mos descubrir el secreto, podremos aprender con más facilidad,
con menos gasto de fuerzas, diríamos con más economía.
Ahí va una cosa interesante. ¿Has visto trabajar a un herrero?
Habrás notado el ritmo magnífico que sigue al golpear con el
martillo en el yunque. Da golpes muy pesados sobre el hierro
incandescente; pero, mientras tanto, hace resonar con habilidad de
brujo largas cadencias de pequeños y rápidos golpecitos cerca del
hierro, y, de vez en cuando, deja caer de nuevo un golpe pesado.
“¿Por qué juega de esta suerte el herrero?”, te has preguntado más
de una vez, sin saber contestar. ¿Sabes por qué juega? ¿Por qué
hace todas estas cadencias rítmicas? Porque el ritmo hace más
fácil el trabajo.
¿Has visto buenos jinetes? ¿Sabes tú montar a caballo con ha-
bilidad? El buen jinete, cuando el caballo va al trote, no parece
sino que se mece acompasadamente de atrás hacia adelante. El
caballo le da este movimiento. ¿Por qué motivo? Porque el ritmo
le hace más fácil el trote. Por esto se balancea también el camello
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al andar; por esto mismo a las gentes les resulta más fácil la mar-
cha si van a compás, es decir, con ritmo, como los soldados, y no
de cualquier manera; por eso los que reman en una misma barca
tratar de hacerlo con ritmo, que facilita y multiplica el esfuerzo.
Ved ahí por qué resulta más fácil aprender los textos que tie-
nen ritmo. Los niños de la escuela suelen marcarlo mucho, y no
sólo al aprender el texto, sino también al recitarlo; declaman la
poesía rítmicamente, la “cantan”, aun en detrimento a veces del
sentido. Claro que lo último es un defecto que se debe corregir.
Y aún más. El ritmo no sólo proporciona descanso a nuestras
fuerzas, sino también una especie de alegría. En cualquier mani-
festación de la vida el ritmo causa gozo estético en el hombre.
Hasta en las actividades más insignificantes de la existencia pode-
mos sorprender ciertos ritmos completamente regulares que se-
guimos sin pensar. Tan metido está en nosotros el sentido del
ritmo.
He ahí, pues, cómo el ritmo es un auxiliar poderoso en todos
los trabajos, aun en el mismo estudio. Si lo aprovechamos con
habilidad, descubrimos el secreto de trabajar con gran rendimien-
to y ahorrando fuerzas.
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12. El ritmo de la prosa
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EL JOVEN DE PORVENIR
Siglo I
Augusto 30a.C.-14 d.C.
Tiberio 14-37
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EL JOVEN ESTUDIOSO
Calígula 37-41
Claudio 41-54
Nerón 54-68
Galba, Otón, Vitelio 68-69
Vespasiano 69-79
Tito 79-81
Domiciano 81-96
Nerva 96-98
Siglo II
Trajano 98-117
Adriano 117-138
Antonino 138-161
Marco Aurelio 161-180
Cómodo 180-192
Pértinax, Didio Juliano 192-193
Siglo III
Septimio Severo 193-211
Caracalla 211-217
Macrino 217
Heliogábalo 218-222
Alejando Severo 222-235
(Gordiano I y Gordiano II).
Máximo 235-238
Gordiano III 238-244
Filipo 244-249
177
EL JOVEN DE PORVENIR
Decio 249-251
Los treinta tiranos 251-268
Claudio 268-270
Aurelio 270-273
Tácito 273-275
Probo 275-282
Caro 282-285
Siglo IV
Diocleciano y Constancio I 285-305
Galerio y Constantino 305-311
Contantino I (solo) 311-337
Constancio II 337-340
Constancio III 340-361
Juliano 361-363
Joviano 363-364
Valentiniano I y Valente 364-378
Teodosio I 378-395
División del Imperio 395
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EL JOVEN ESTUDIOSO
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13. Otras futilezas
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14. Estudia con alegría
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que abuse de ellas tendrá que pagarlo muy caro. Pueden trastornar
todo el sistema nervioso.
La alegría es un excitante harto mejor que el café más cargado.
Algunas veces, al tener una gran alegría, nos parece sentir en nues-
tro cuerpo algo así como una sacudida eléctrica.
Un joven de alma pura, de nobles pensamientos, alimenta en
su propia vida una fuente tan rica de pequeñas y dulces alegrías,
que le basta tender la mano para beber a caño abierto las más
nobles y puras satisfacciones. Por esto te recomiendo con interés
que procures estar siempre de buen humor, que siempre vivas
alegre.
En primer lugar, porque ¿quién sino el joven, que tiene su al-
ma en orden ante Dios, puede mostrar en el semblante la flor de
la alegría? En segundo lugar, debes estar alegre para que sea más
llevadero tu estudio.
No te pares a cavilar durante un cuarto de hora: ¿qué hago?,
¿estudio o no?, sino, ¡adelante!, lánzate con alegría, valientemente
Dimidium facti, qui coepit, habet, “el que comenzó su trabajo lo tiene
ya medio hecho”.
Algún estudiante sólo se decide a emprender su tarea después
de mucho cavilar y de larga preparación.
Reniega de la clase durante media hora, dedica después otro
tanto tiempo a deliberar solemnemente consigo mismo sobre si ha
de estudiar o no, para preguntarse mil veces si la lección es difícil
o fácil (como si estuvieran para sacarle una muela) y para figurarse
de antemano cuánto tendrá que sudar; por fin, de muy mal talante,
después de gruñir como un oso malhumorado, abre su texto de
álgebra... Y aún dice de vez en cuando: “¡Ay! ¡Qué aburrimiento!
¡Mal va esto!...”.
No faltan, al revés, otros estudiantes que antes de comenzar el
estudio levantan su alma por un momento a Dios en oración fer-
viente y confiada y después meditan un instante: ¿Por qué debo
estudiar ahora? Debo estudiar porque me será necesaria esta ma-
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15. ¿Cuándo tienes
que estudiar?
Mucho se puede, discutir sobre este tema: ¿en qué horas del
día se estudia mejor? Un joven dice que lo que le queda más tiem-
po en la memoria es lo que estudia por la tarde o al anochecer.
Aquél, en cambio, manifiesta que por la mañana le resulta do-
blemente fácil el estudio. Ambos tienen razón: el estudio de la
tarde, aunque más difícil, es de resultados más duraderos; el de la
mañana es más fácil; pero el fruto también escapa más de prisa.
El que estudia por la tarde, estudia para el porvenir; el que lo
hace por la mañana, no logra más que decir bien la lección aquel
mismo día. Lo más acertado es aprender la lección por la tarde o
por la noche y repetirla por la mañana. Lo que aprendes por la
mañana, presto se te olvida, porque las muchas impresiones del
día sacuden y disipan esta nueva simiente, que no tiene tiempo de
arraigar; en cambio, el descanso que sigue al estudio de la noche
sirve admirablemente para dar tiempo a la materia estudiada para
infiltrarse hasta el fondo de tu alma.
No sabe más que deletrear el latín el estudiante de primer año
y ya sabe repetir un hermoso adagio. Lo despacha cada momento
con gran satisfacción: Plenus venter non studet libenter, “el estómago
lleno no gusta de estudiar”.
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16. “Aprendamos
para la vida”
“Fero, fers, ferre, tuli, latum...; fero, fers, ferre, tuli latum... Que se lo
coma quien lo inventó”. Así refunfuñan muchos estudiantes
cuando, con el diccionario en la mano, se pasean por el cuarto y
llenan la casa con la conjugación de los verbos irregulares.
“¡Qué estupidez hacer aprender estas cosas a las gentes mo-
dernas! Non scholae, sed vitae discimus. No aprendemos para el cole-
gio, el instituto, sino para la vida –dicen–. ¿Y para qué sirve el
latín en la vida moderna? ¿Y el griego? ¿Y la infinidad de teoremas
de álgebra? ¿Y las demostraciones interminables? Para mortificar-
nos, y ganar un ‘aplazo’ en menos de nada...”.
No sé, hijo mío, si has rumiado alguna vez semejantes pensa-
mientos. Pero, de todos modos, provechoso será que tengas ideas
claras sobre esta cuestión. Porque sólo aprendemos con gusto y
con facilidad aquello de cuya utilidad estamos convencidos.
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17. Gimnasia del
entendimiento
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18. ¿Latín? ¿Griego?
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18 Aunque al joven lector le parezca extraño, todos los años se realizan Jorna-
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das de Cultura Clásica, donde la lengua utilizada es el latín y el griego. Los expo-
nentes, el auditorio y los debates se sostienen en estas lenguas. Quien desee
puede encontrar información investigando tan solo un poco.
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19. “Nix doich”
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20. ¿Qué lengua
debes aprender?
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Monje benedictino (1800-1866). Poeta épico y lírico de Hungría. (N. del T.).
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21. ¿Cómo tienes
que estudiar los idiomas?
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22. Para recordar números
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23. Aprende música
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mejor al hombre son los gestos rotundos y firmes, los ideales su-
blimes una frente levantada al sol, ojos brillantes, llenos de fuego.
También de tal estudio puede sacar fruto la tenacidad. Estu-
diando música por necesidad practicas la constancia. Uno de los
grandes defectos de las jóvenes es justamente el de emprender
con entusiasmo un trabajo y abandonarlo después por cualquier
cosa.
Escuela magnífica de perseverancia y medio eficaz para conse-
guir una fuerza de voluntad incontrastable es el estudio metódico
de un instrumento músico.
Lo mismo puede decirse de las otras ramas del arte (pintura,
escultura, etc.). Ellas pueden modelar tu espíritu dándole armonía,
belleza.
Si llegas a descubrir y amar en el arte lo bello y armónico fá-
cilmente te librarás de aquella disonancia moral que tiene por
nombre “pecado”.
Eine Brust, wo Sang und Lieder hausen,
Schliesst immer treu sich vor dem Schlechten zu.
Körner.
“Un pecho que sirve de morada a cánticos y trovas, cierra
siempre las puertas a lo malo”.
No rehúyas el estudio de la taquigrafía. En la Universidad,
donde has de tomar muchas notas, podrás sacar gran partido de
ella. Y aun fuera de la Universidad, en un sinnúmero de ocasio-
nes, te será útil.
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24. El arte de leer
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25. ¿Cómo debes leer?
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26. La “Silva rerum”
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27. El habla castiza
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28. ¿Qué cosas debes leer?
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Épica.
–Alfonso de Ercilla: La Araucana.
–P. Ojeda: La Cristiana.
Dramática.
–Lope de Vega: La Dorotea; El villano en su rincón; La estrella de Sevilla; Del mal lo
menos; Corona trágica.
–Tirso de Molina: Los cigarrales de Toledo; Don Gil de las calzas verdes; La vengan-
za de Tomar; La prudencia en la mujer.
–Calderón: El alcalde de Zalamea; La vida es sueño; Casa con dos puertas mala es de
guardar.
Mística.
–Fray Luis de Granada: Guía de pecadores; Introducción al Símbolo de la Fe.
–Malón de Chaide: La Magdalena.
–Santa Teresa: Su vida; Cartas; Las Moradas.
–San Juan de la Cruz: Noche oscura del alma; Canciones espirituales; Subida al Monte
Carmelo.
Política e Historia.
–Saavedra Fajardo: El Príncipe Cristiano; La república literaria.
–Jerónimo Feijóo: Teatro crítico.
–Mariana: Historia general de España.
Novelas.
–El lazarillo de Tormes.
–Mateo Alemán: Guzmán de Alfarache.
–Cervantes: Don Quijote; Novelas ejemplares; Entremeses.
–Fernán Caballero: La gaviota; Clemencia.
–Trueba: Libro de los cantares.
–Pereda: Sotileza; Peñas arriba.
–Padre Coloma: Pequeñeces; La reina mártir; Jeromín; Fray Francisco.
–Ricardo León: El amor de los amores; Comedia sentimental.
–Tamayo: Locura de amor; Drama nuevo.
Poesía.
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29. ¿Conviene
que leas periódicos?
por otra parte, bien orientados en doctrinas sociales, a fin de que no te alimen-
tes del error y vicies tu formación y cultura.
Ponemos una pequeña lista de revistas escritas en castellano, de las que
puede el joven escoger:
Revistas generales de arte, ciencia Y literatura: Razón y fe, Religión y Cultura,
Archivo Ibero-Americano, Madrid; Ibérica, Barcelona; Contemporánea, Valencia; La
Ciudad de Dios. El Escorial; Javeriana, Bogotá; Criterio, Buenos Aires, Diálogo,
Mendoza-Arg; Revista Católica, Santiago de Chile.
Revistas religiosas: El Mensajero del Corazón de Jesús, Bilbao, Bogotá, Méjico,
Caracas y Buenos Aires; Hechos y Dichos, Bilbao; La Hormiga de Oro, Barcelona; El
Siglo de las Misiones, Bilbao; El Misionero, Barcelona; La Estrella del Mar, Madrid;
Las Misiones Católicas, Barcelona; La Lectura Dominical, Madrid; Catolicismo, Madrid;
El Santísimo Rosario, Vergara; El Adalid Seráfico, Sevilla; La voz de San Antonio,
Sevilla; El iris de Paz, Madrid; El perpetuo Socorro, Madrid; El Eco Franciscano, San-
tiago de Compostela. (N. del Ed.).
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30. Lo que no puedes leer
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31. “Pero la cultura...”
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32. “Pero la verdad...”
25 Mt 26, 41.
26 Mt 7, 15.
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do? Ni tres vidas humanas bastan para leer todas estas fantasma-
gorías.
Créeme, todas las objeciones y dificultades que pululan en tales
libros ya fueron resueltas cien y cien veces de un modo satisfactorio.
Y si realmente te interesa lo que dicen en el campo contrario, en-
tonces entérate por medio de libros en que a renglón seguido las
dificultades propuestas tienen solución.
Hay excelentes libros apologéticos por los cuales puedes ente-
rarte de las objeciones del bando de enfrente, sin que por ello perju-
diques en modo alguno el gran tesoro de tu fe.
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33. “Pero la vida...”
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34. El escritor y el ladrón
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cada; y lo ha expiado. Pero ¿tú? Mira: allí un estudiante, una joven, tragan
en secreto tus escritos desvergonzados, manchando de cieno su alma pura como
el cristal. ¿Aún te atreves a hablar?
Mira en cuántas almas, aun después de cien años, extinguen tus escritos
la luz brillante de la fe. ¿Aún te atreves a hablar?
El ladrón no mató más que a un solo hombre, pero ¿tú? Contempla los
millares de jóvenes que has embelesado con tu hablar dulzón, con tu hermoso
estilo, que han perdido su fe y se han vuelto inmorales, ¡pobres! perdieron su
alma con tus libros. Su número sigue aumentando. ¿Aún te atreves a hablar?
La hoguera que te tortura no ha de apagarse nunca, y el gusano que te roe
no morirá jamás, porque “¡ay de aquellos que escandalizan a uno sólo de los
que creen en Cristo!”.
Ya no podrá sorprenderte; al contrario, te parecerá muy puesto
en razón, que la Iglesia Católica –conociendo bien el terrible peli-
gro espiritual encerrado en los malos libros– haya compuesto
todo un catálogo de las obras que por eso mismo prohíbe a sus
fieles. El nombre de este catálogo es “Index librorum prohibitorum”
(Índice de libros prohibidos) o brevemente Índice (Index).
Del mismo modo que es digno de loa el proceder del Estado
cuando prohíbe la venta libre de los venenos y no permite que se
despachen sino en las farmacias, previa la receta firmada por un
médico, y sólo en casos de gravedad, legalmente calificados, así
también debemos guardar gratitud a la Iglesia si sobre los libros
que contienen veneno pone la etiqueta: “¡Cuidado! ¡Peligro de
muerte!”, y sólo a base de un permiso especial permite que los
toque la persona que por graves motivos los necesita.
No sólo la Iglesia Católica tiene un Índice. También los Esta-
dos prohíben los libros que hacen propaganda contra el orden del
país. Y obran muy bien.
Ejemplo interesante de cuánto más severa es la censura del Es-
tado que la de la Iglesia es el caso de Alemania, en donde el Go-
bierno ha prohibido más libros en doce años que los que puso en
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35. ¿Qué libros
has de comprar?
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36. Al presentarse
en público
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37. La declamación
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38. La voz del orador
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39. Ademanes
El buen orador no habla tan sólo con la voz, sino también con
los brazos, con las manos, con los dedos, con el gesto, con los mo-
vimientos de la cabeza, con la mirada. Tales actos tienen por objeto
hacer más claros, más interesantes, más vivos los conceptos.
Las principales reglas de mímica son las siguientes: No claves
tu mirada en un solo punto de la sala, sino paséala de un modo
natural por todo el auditorio.
Refleje tu semblante los sentimientos que corresponden a la
materia de tu exposición y que deseas suscitar en el auditorio.
No tengas la cabeza rígida, muévela un poco; si haces un gesto
con la mano, vuelve la cabeza en la misma dirección.
Regla importante, fundamental, es que te muevas con flexibili-
dad, con ademanes redondeados, y no con rigidez, ni con gestos
angulosos. Las manos no deben estar rígidas; sus movimientos
han de arrancar de la muñeca. Imita un poco el movimiento de la
serpiente, describe una línea ondulosa.
En tus ademanes no aprietes la parte superior del brazo contra
el cuerpo; es decir, el movimiento del brazo no arranque del codo,
sino del hombro. La mano derecha se mueve garbosamente si va
del lado izquierdo al derecho.
Si gesticulas con las dos manos, no hagas movimientos idénti-
cos con ambas. Es lo mismo que al cantar: si dos muchachas can-
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40. “Vive labeur!”
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CAPÍTULO TERCERO
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1. ¡Por fin!...
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2. Antes de elegir la carrera
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3. Todas las profesiones
son buenas
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4. ¿Cómo prepararse
para elegir una carrera?
29 He 9, 6.
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30 Mc 10, 17-22.
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5. Ministro de Dios
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31 Cfr. He 5, 29
32 Mt 10, 37
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6. La carrera de médico
Aunque yo también sea del parecer de Schiller: Das Leben ist der
Güter hochstes nicht33, “La vida no es el bien más excelso”, admito
sin regateos que entre los tesoros de la tierra la vida y la salud
ocupan el primer lugar. Y los médicos tienen por oficio conservar
este bien a todos los hombres.
Es una empresa sublime ayudar a los enfermos. El buen médi-
co puede librar a sus prójimos dolientes de una infinidad de dolo-
res, miserias, males físicos.
La misión del médico y del sacerdote coinciden en este punto:
ambos tienen por fin ayudar en los sufrimientos humanos; aquél
alivia los corporales; éste remedia los del espíritu.
Además, el médico de alma noble puede infundir gran abun-
dancia de consuelo espiritual en la vida del enfermo, porque así no
se contentará con auscultar aprisa al enfermo y escribir también a
vuelapluma la receta, sino que tendrá palabras de aliento y consue-
lo para el que sufre. Y al ver que la ciencia humana ya no es capaz
de ayudar al cuerpo, se cuidará de advertir al enfermo para que
ponga su pensamiento en la liquidación de cuentas que ya se acer-
ca, y trate de confortar su alma con los sacramentos de la Iglesia.
¡Cuántas almas quebrantadas, trituradas por las luchas de la vi-
da, tibias, heladas para con Dios, pueden salvarse por su palabra
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suave! ¡Cuántas pueden llegar por este medio a afirmar paces con
Dios en la última hora de la vida!
Por otra parte, la penuria, la miseria que a cada paso encuentre
influirán en él y lo ayudarán a levantar su mente a los pensamien-
tos de la eternidad. Cierto médico de Wiesbaden escribió a la en-
trada de su gabinete:
Gott ist der Arzt, ich bin sein Knecht,
Gefällt’s Ihm wohl, so mach’ ich’s recht.
“Dios es el médico, yo soy su criado; si a Él le place, trabajaré
con provecho”.
Pero no quiero pasar en silencio un hecho que me contrista: en
la carrera de medicina son muchos más los que no se preocupan
de la religión, y hasta son más abiertamente incrédulos que en
otras carreras.
¿Cuál es la causa de tal hecho? ¿Acaso la misma ciencia médi-
ca? ¿Es que los médicos tienen que perder forzosamente la fe? De
ninguna manera. Queda en pie también hoy lo que dijo Galeno,
príncipe de la ciencia médica en la antigüedad, después de obser-
var la estructura sublime del cuerpo humano: “Alaben otros a sus
dioses con incienso y con víctimas; yo alabo con mi admiración al
creador de una obra tan maravillosa. Con sólo describir el cuerpo
humano, me parece romper en cánticos, entonar himnos, prego-
nar alabanzas a la gloria de su hacedor”.
Entonces, ¿por qué hay tantos médicos incrédulos? La causa
estriba en que su preparación en la universidad no se hace con el
debido espíritu. Las numerosas prácticas de disección y anatomía
ya son de suyo prueba difícil para el empuje de idealismo en los
jóvenes.
Tal hecho podría ser compensado con facilidad por los moda-
les delicados del profesor, si éste apreciase a las almas jóvenes;
pero vemos, por desgracia, que la mayoría de los profesores ha-
blan con desprecio de la religión y de la moral en sus conferencias,
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EL JOVEN BACHILLER
tra de la vida, de aquellos que están a favor del aborto, de la eutanasia... que no
sólo van contra Dios sino contra el hombre mismo. (N. del Ed.).
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7. La carrera de ingeniero
¿Serás ingeniero?
¿Ingeniero industrial? Contemplarás día tras día las creaciones
maravillosas del espíritu humano, las máquinas perfectas, finas,
que parecen dotadas de sensibilidad.
¿Ingeniero de Caminos? Contribuirás al glorioso triunfo del
espíritu humano imponiendo el yugo a las fuerzas misteriosas de
la naturaleza, tendiendo puentes sobre los ríos, atravesando con
túneles las montañas...
¿Ingeniero constructor o arquitecto? Tú mismo contribuirás
con tu labor, con tus proyectos y planos a la belleza terrena, refle-
jo de la eterna belleza de Dios.
¿Ingeniero químico? En los momentos de indagar las fuerzas
de la naturaleza, brotará del fondo de tu alma el respeto al Crea-
dor.
El ingeniero patriota y creyente tiene además otra misión: ser-
vir de amable guía en los negocios del alma a los obreros de las
fábricas, tan descaminados, y atender con amor a los intereses aun
materiales de los mismos.
La clase obrera que trabaja en las fábricas está sometida en su
mayor parte al yugo de agitadores, sin otro afán que sembrar la
incredulidad y el descontento en las filas de los trabajadores.
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8. La carrera de profesor
¿Serás profesor?
Podrás, en este caso, sembrar a manos llenas la semilla del bien
en el alma de los jóvenes y te harás acreedor a la gratitud de toda
la sociedad, por instruir en las ciencias y educar para una vida sana
con tu abnegado trabajo a los pequeños bárbaros –muchachos y
adolescentes–, que amenazan exterminar toda la cultura humana.
El que la escuela sea un centro de mera instrucción o también
de educación, es decir, que solamente abra la inteligencia de los
jóvenes, o también forme su carácter, depende principalmente del
profesor.
Hoy reconocen todos que la escuela debería ser más solícita de
lo que suele en la formación del carácter. Porque para el porvenir
de un país, lo importante no es que los jóvenes estén muy entera-
dos de si Juno solía dar bofetones a Júpiter con las babuchas o
sólo con la mano, sino que conozcan la moral, sepan prepararse
para la vida y den a su carácter temple y rectitud bastantes para
salir airosos en la lucha por la existencia.
El buen profesor es el guardián del santuario más hermoso del
mundo, del corazón inocente de los jóvenes. Todo el oro, todos
los diamantes y toda la pompa del templo de Salomón son cosa
baladí en comparación de un alma pura. Y la misión del profesor
es cuidar este “templo vivo”.
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9. La carrera de derecho
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10. La carrera de Comercio
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11. Estudia también
en la universidad
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12. “Astra castra,
numen lumen”
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13. Ama a tu Patria en
verdad y no sólo de palabra
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14. La esperanza
de tu Patria
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15. Has de saber luchar
por la Patria
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