Democracia y Participación de Fals Borda
Democracia y Participación de Fals Borda
Democracia y Participación de Fals Borda
DEMOCRACIA Y PARTICIPACIÓN:
ALGUNAS REFLEXIONES*
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Cuan racional ha sido esta evolución en la realidad, y cuan cuerda ha sido la propuesta
democrática burguesa de la elección y representación social, son preguntas que se han
planteado periódicamente de manera crítica desde finales del siglo pasado. Recordemos,
por ejemplo, las demoledoras observaciones de Nietzche sobre el estado absoluto, el pe-
simismo de Spengler, las arremetidas sindicalistas de Sorel, las propuestas biparlamen-
tarias de los italianos y, por supuesto, las críticas de los marxistas decimonónicos. Hasta
ahí la carga iba sobre la praxis burguesa. Desgraciadamente la praxis revolucionaria, de-
formada por Stalin, no resultó tampoco satisfactoria desde el punto de vista democrático
clásico, y la realidad del "socialismo en un solo país" fue llevando a sus forjadores a un mi-
metismo de las instituciones políticas burguesas contra las cuales habían luchado. En fin,
también la carga negativa de la historia quedó sobre sus heroicos hombros.
Toda esta polémica ideológica-pol ítica se trajo a la América Latina como un reflejo has-
ta cierto punto artificial, porque aquí no ocurrieron las experiencias originales que inspira-
ron la acción revolucionaria europea. En uno u otro sentido aquellas experiencias fueron
extrapoladas a nosotros por grupos elitistas europeizantes que no tomaron en cuenta sufi-
cientemente nuestra propia y diferente raigambre cultural. Queda así la duda de cómo hu-
biera sido realmente una democracia socialista no autocrática en América Latina, como
una invención sociopol ítica nuestra y no como una copia, problema al que muy pocos diri-
gieron entonces su atención, excepción hecha de los marxistas peruanos Castro Pozo y
Mariátegui.
De todos modos, cabe observar la crisis política a que se ven abocados hoy todos los
países llamados democráticos, sin excepción y de todas las vertientes, cuando se descu-
bren sus defectos a través de la letra muerta de las leyes, expresados en la falta de auten-
ticidad de las elecciones y de la representación popular; en la manipulación política, la re-
presión y el clientelismo; en la burocracia inmanejable e inútil; en naciones inviables o im-
perialistas; en estados leviatanes y marciales construidos mediante la violencia estructu-
ral; en el monopolio y control centralizado de las comunicaciones; y en la tendencia a im-
poner pol íticas de fomento y planeación desde arriba y desde los centro sin consultar a las
bases populares y regionales afectadas por tales políticas. En general, se observa una
tendencia formalista contraria a los contenidos democráticos genuinos. Se siente que la
racionalidad y el matematicismo cartesianos en los cuales se basaron los teóricos libera-
les para diseñar la sociedad moderna nos están llevando en cambio a sociedades de de-
mocracia restringida o limitada, disimuladamente autocráticas, que se acercan abierta o
veladamente al estilo contrautópico de George OrweII y el Gran Hermano. De allí las nue-
vas protestas y advertencias de filósofos críticos contemporáneos (incluyendo marxistas)
como Marcuse, Gorz, Capra, Habermas y Bahro.
Naturalmente, por la vertiente occidental que nos interesa escudriñar, la crisis y los críti-
cos han llevado a articular otra vez propuestas dirigidas a reforzar o modificar tácticamen-
te el modelo democrático burgués representativo que ven amenazado, especialmente en
el Tercer Mundo y, por el efecto de los vasos comunicantes internacionales, también en el
Primero. Ha habido fórmulas coercitivas como la de la seguridad nacional para llegar al
estado terrorista. Otros críticos importantes; entre ellos sociólogos como Lenner y Ogburn
y economistas como Rostow empezaron a ofrecer ideas sobre "modernización" y "desa-
rrollo" que, en efecto, fueron reproducidas por organismos de las Naciones Unidas como
metas de superación democrática.
Pero las teorías sobre "modernización" entraron en picada una vez que quedó demos-
trada su estructura valorativa de origen capitalista y etnocéntrico como modelo que debía
ser seguido por las sociedades "atrasadas", lo cual era discutible. Las ideas relativas al
"desarrollo" van hoy por el mismo camino del deterioro, porque no es defendible que per-
mita a los ricos enriquecerse mientras empobrece más a los pobres, como se ha observa-
do tajantemente en las "revoluciones verdes". De modo que estas teorías no han resulta-
do auténticamente democráticas y la crisis sigue.
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Sin embargo, uno de los conceptos subalternos de la ideología del "desarrollo" ha veni-
do emergiendo de la literatura occidental poco a poco como su reemplazo: es el de la "par-
ticipación política de los pueblos", muy parecido a lo que quiero proponer ahora. Por eso
vale la pena enfocarlo sin pérdida de tiempo, no sólo por los peligros antidemocráticos que
ofrece si se deja manipular por los teóricos del "desarrollo" -quienes ya empiezan a hablar
de "desarrollo participativo"- sino porque puede referirse en verdad a un elemento poten-
cialmente movilizador de las masas populares, especialmente las explotadas y oprimidas
de nuestro países, si no permitimos que se deforme el verdadero sentido democrático im-
plícito en la idea original de "participación", como lo analizaremos más adelante. Esta idea
puede extenderse al socialismo moderno sin temor a herejías, como se ha visto en la
práctica en Nicaragua y otros países socialistas, y puede asimilarse a los regímenes con-
temporáneos de democracia popular con el fin de mantener la adhesión activa de las ba-
ses del pueblo y la defensa conciente y continua de las revoluciones que les dieron origen
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Para lograr esa estratégica desconexión debemos apelar a la ontolog ía. En estos térmi-
nos, la "participación" implica una relación entre individuos que son conscientes de sus
actos y que comparten determinadas metas de conducta y de acción. Para que sea eficaz
y auténtica, esta relación necesita plantearse como entre iguales, sin admitir diferencias
de preparación formal o académica, prestigio, antigüedad o jerarquía, porque quedan
equilibradas por el ya mencionado factor de propósito común o teleológico. No puede ser
ésta la relación hegeliana de sujeto/objeto que implica el reconocimiento diferencial del
Yo y el No Yo ante los fenómenos del universo, sino una relación directa entre seres hu-
manos igualmente pensantes y actuantes ante la misma realidad, es decir, de sujeto a su-
jeto. Esto significa mutuo respeto, tolerancia, entendimiento, pluralismo, comunicación e
identidad de propósitos, aún con las diferencias implícitas por la experiencia vital en los in-
dividuos en cuanto tales.
En esencia, la participación así concebida es una filosofía de la vida, una actitud viven-
cial que satura todos los aspectos importantes de la personalidad y la cultura. Le da senti-
do a la existencia y, por lo tanto, tiende a producir o condicionar todas las estructuras de la
sociedad. De allí que una sociedad participativa, como puediera ser, en principio, un gru-
po de pares en el deporte, sea radicalmente diferente de una sociedad jerarquizada como
sería un bataHón militar o un partido político centralizado. Por lo mismo, el tipo de socie-
dad abierta, tolerante y pluralista que asi resulta, da campo para concebir también una
"democracia participativa" con todas las libertades convencionales, y avances tecnológi-
cos que provienen de la era liberal, que pueda reemplazar a la representativa en sus ver-
siones de Occidente y de Oriente. Así permitiría articular una acción política más eficaz
al tomar en cuenta las urgencias y necesidades de la generalidad de la población, y no las
de las oligarquías que se han perpetuado egoistamente en el mando hasta ahora. En esta
sociedad diferente se entra, pues, a discutir los actuales mecanismos del estado, y a plan-
tear de frente la lucha por el control del poder estatal.
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mérica y en las agencias de la Naciones Unidas. (Consúltese sobre ello el libro colectivo,
Conocimiento y poder popular: Lecciones con campesinos de Nicaragua, Colom-
bia y México, Bogotá, México y Madrid, Siglo XXI editores, 1986).
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canismos de consulta directa con el pueblo en sus bases, comunidades y regiones (por
consensos o mayorías). Estos organismos ejercerían funciones permanentes de control y
vigilancia sobre las estructuras estatales y sus representantes a todo nivel, para evitar las
malversaciones de fondos públicos y el ejercicio despótico del poder.
Además, se siente la urgencia de contar con otro tipo de estado que no sea ni tan cen-
tralista ni tan poderoso. Hay una necesidad de difuminar el poder político para evitar su
excesiva acumulación en minorías oligárquicas en los centros. Una democratización real
y pluralista de índole participativa no encaja en las actuales estructuras estatales, espe-
cialmente en las centralizadas. Los pueblos y los sectores civiles de las sociedades bus-
can en cambio mayor autonomía para su progreso cotidiano, en las dimensiones maneja-
bles, en sitios conocidos, en las propias regiones de donde son oriundos, de donde deri-
van su identidad cultural y su razón de ser histórica. Por eso piden en muchas partes el "re-
torno a la tierra" como vía alterna de desarrollo, y están autogenerando nuevos espacios
de acción socio-política que hacen recordar antiguos preceptos federalistas, autonomis-
tas y anarquistas del siglo pasado.
Las utopías pluralistas y participativas sin opresión, explotación y monopolios que se di-
bujan hoy con estos pactos sociales en ciernes, se inspiran más en Kropotkin, Proudhon y
Elíseo Reclus en sus recusaciones al despotismo, que en More, Campanella o Louis
Blanc. Hasta los Cartistas ingleses, tan afines al poder popular en el Siglo XIX quedaron
atrás. De allí que lo diferente y retador haya venido estallando en sitios marginales inespe-
rados, además de en Cuba y Nicaragua, como en la Baja California con Ricardo Flores
Magón (1912); en Yucatán con la República Maya (1920); en la República Incaica sin la
autocracia del Hijo del Sol, según Gutiérrez Cuevas (el fRumimaqui). González Prada y
Luis Valcárcel (1924); en las huelgas de Raúl Mahecha en el río Magdalena en Colombia
(1926). Y más tarde en los primeros momentos de la Revolución Boliviana (1952). Ade-
más, no nos sorprendamos porque José Vasconcelos haya hablado de una nueva civiliza-
ción entre nosotros con la raza cósmica que nos va caracterizando.
¿Será que nos debemos acercar con nuestras propias piernas por estas vías heterodo-
xas al viejo sueño de Marx y su "reino de la liberatad", cuando el estado alienante, represi-
vo y centralista se marchita y queda sin elementos de poder para ejercer la violencia que
Max Weber llamó "legítima"? Parece posible.
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