Lo Nacional Popular Ipola Portantiero
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El problema
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Es decir de la forma tradicional con que el marxismo de la Comitern planteó este problema
desde mediados de la década del 30.
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la Torre y Mariátegui a finales de los 20), colocándolo en un nivel dentro del cual
muchas contradicciones - y concretamente la que enfrentó al nacionalismo con el
socialismo como alternativas de masas - pueden ser reflexionadas de otra manera.
Si ese desencuentro es una clave central de la crisis secular en las políticas
populares en América Latina, en la medida en que su presencia bloqueó la
consolidación de fuerzas contrahegemónicas (y los casos del castrismo y del
sandinismo, experiencias revolucionarias triunfantes, operan aquí como
contrastes ejemplares frente a otras como la de la unidad de las izquierdas en
Chile y el peronismo en Argentina), su superación, como construcción de "lo
socialista" en el interior de "lo nacional popular" conlleva una tarea histórica y
teórica de reconocimiento particular en la producción de acción hegemónica en la
que cada situación supone un irrepetible hecho de cultura.
Pero, como es obvio, esta "solución" trae muchos más problemas que los que
resuelve, aunque coloque la indagación y la posibilidad de práctica política en un
nivel superior de la espiral del conocimiento, como estímulo para la introducción
de una voluntad política transformadora.
Conocemos algunas objeciones que pueden oponerse a esta tesis: que no ha sido
la convocatoria socialista sino populista la que más frecuentemente ha
recuperado lo "nacional-popular"; que en general, estos procesos populistas han
sido indudablemente progresivos como movilización de antagonismos populares
frente a específicos bloques dominantes3; sabemos, por fin, que el socialismo a
que aspiramos sólo existe como proyecto.
Pero también estamos ciertos que aquello que los socialistas asumimos como
problema no será el populismo quien nos lo suministre como solución.
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La eficacia de esta apariencia deriva del hecho que, para la vida cotidiana, ella es
no sólo descriptiva sino también prescriptiva. Cualquiera sea la teoría del
mandato político que esté detrás, el Estado es la idea racional: el "dios mortal" de
Hobbes, el "juez imparcial" de Locke o el "yo común" de Rousseau, para no
mencionar la culminación hegeliana sobre la cuestión.
Pero, por supuesto que esa unidad no es eterna: estos dioses también mueren. Si
la Nación-Estado se muestra incapaz de seguir corporativizando lo político,
manteniéndolo como choques de intereses en el interior de un orden hegemónico
dotado de legitimidad porque recompone esa fragmentación, estamos en
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Pero - sigamos con Gramsci - esa moral expresa, a la vez, estratos "fosilizados que
reflejan condiciones de vida pasadas y que son, por lo tanto, conservadores y
reaccionarios y estratos que constituyen una serie de innovaciones
frecuentemente progresivas, determinadas espontáneamente por formas y
condiciones de vida en proceso de desarrollo y que están en contradicción o en
relación diversa con la moral de los estratos dirigentes".
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Reconocido lo anterior, cabe sin embargo añadir que esos rasgos positivos del
fenómeno peronista se vieron acompañados, y en el fondo encuadrados, por
limitaciones insuperables (en el sentido de que fueran aspectos no azarosos, sino
constitutivos, de ese mismo fenómeno). Para decirlo sin retaceos, las modalidades
bajo las cuales el peronismo constituyó al sujeto político "pueblo" fueron tales que
conllevaron necesariamente la subordinación/sometimiento de ese sujeto al
sistema político instituido - al "principio general de dominación", si se quiere -,
encarnado para el caso en la figura que se erigía como su máxima autoridad: el
líder. Podríamos decir, parafraseando la conocida fórmula de Althusser, que el
peronismo constituyó a las masas populares en sujeto (el pueblo), en el mismo
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Fue asimismo el propio caudillo quien acuñó y reiteró - aún en los momentos más
críticos: octubre de 1955, junio de 1955 - aquella bien conocida consigna dirigida a
su pueblo, que rezaba: "de casa al trabajo y del trabajo a casa". Fue, en fin, el
propio caudillo quien atribuyó siempre - incluido su último retorno al país - un
carácter disociador, negativo y a veces casi mefistofélico a la política 8 - y
recomendó sistemáticamente a las masas populares y a las organizaciones
sindicales el desterrarla de su accionar y de sus estructuras.
Dicho esto, sabemos bien que no sería en absoluto pertinente agotar la riqueza y
la complejidad del fenómeno peronista en la personalidad, los actos, y menos aún
la palabra de su líder. La movilización popular del 17 de octubre de 1945 - y otros
hechos menos relevantes que pusieron de manifiesto su grado real (el alcance y
los límites) de la autonomía del pueblo - no habrían tenido lugar si este último se
hubiera atenido a esas prudentes consignas de Perón. En este sentido coincidimos
con Oscar Landi cuando señala que "todo discurso del dirigente es retrabajado,
metabolizado, transformado por el saber popular, que funciona como un
universo de descifre, condicionado directamente por la circunstancias y las
prácticas económico-sociales de los actores"9
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En su trabajo "Hacia una teoría del populismo" 10, E. Laclau parte del análisis de lo
que antes llamamos "populismos realmente existentes". Punto de partida, en
nuestra opinión saludable, dado que tiende a evitar que el esbozo de teoría del
populismo que propone no se transforme insensiblemente en una nueva
definición del término. Así pues, luego de examen de fenómenos dispares que
tienen sin embargo en común el hecho de haber sido calificados aún de manera
intuitiva como populistas, Laclau se pregunta qué es aquello que justificaría tal
denominación común. Su respuesta, que aquí exponemos esquemáticamente, es
que la característica invariante de todo populismo reside en que se trata de un
fenómeno ideológico en el cual las ya mencionadas interpelaciones popular-
democráticas se articulan y presentan bajo forma del planteamiento de un
antagonismo irreductible respecto a la ideología dominante y, consiguientemente,
al bloque de poder que la sustenta.
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Ahora bien, se nos escapa que al hacer esta última afirmación debemos
prepararnos para afrontar una dificultad que, si no es encarada seriamente,
prestaría el flanco para una objeción casi idéntica a la que acabamos de formular
al planteo antes expuesto. En efecto, postulando que a diferencia del populismo,
el planteamiento de un antagonismo fundamental con respecto a todo principio
de dominación forma parte constitutiva de la ideología socialista ¿acaso no
estamos nosotros mismos cayendo en el vicio de ignorar la historia real y sobre
todo la historia de los socialismos "reales"?
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Nos atrevemos sin embargo a sostener que dicha objeción no es pertinente, y ello
por razones que de algún modo han sido ya expresadas. En el apartado anterior
hemos señalado la inadecuación entre el proyecto ideológico-político socialista y
lo que ya no es posible considerar como su efectuación histórica real. Al contrario,
es en nombre de ese mismo proyecto que podemos - y debemos - denunciar los
elementos autoritarios en los socialismos realmente existentes.
Pensamos, sin embargo, que esta reconversión, por sincera y ferviente que haya
sido, se efectuó manteniendo intactos los supuestos básicos de los que,
justamente, pretendía renegar. Con ello queremos decir lo siguiente: tanto la
"conciencia exterior" vanguardista como la "conciencia populista" constituyen
opciones simétricas e inversas respecto de una temática ideológica que les es
común. Esa temática ideológica aparenta hacerse cargo de un hecho real, a saber,
lo que hemos llamado el problema de la "alteridad" entre intelectuales y masas
populares. Sucede, sin embargo, que ese problema no es reconocido sino para ser,
inmediatamente, anulado. En otros términos, aquello que se presenta efectiva y
recurrentemente como dificultad a afrontar es, lisa y llanamente, reprimido y
borrado. Reprimido y borrado en aras de una "solución" que consiste en negar la
tensión inherente a esa relación de alteridad mediante el privilegiamiento
absoluto de uno solo de sus términos (la "ciencia" de la vanguardia "esclarecida" o
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Pero la ideo-lógica del populismo no sólo hace suya esa estructura: tiene además
el defecto de ignorar el quehacer real de los intelectuales populistas mismos. Ya
que, en efecto, en sus representantes más lúcidos y consecuentes, la producción
de dichos intelectuales no abdica del derecho de autocuestionarse ni de
cuestionar los "errores" del líder o incluso la "inmadurez de tal o cual sector de las
masas populares; no se priva en todo caso (y con justa razón) de hacer valer el
papel positivo y movilizador de su intervención crítica.
Por el contrario, una opción política que asuma y afronte consecuentemente, con
modestia pero también sin culpabilidad, el difícil problema de esa alteridad entre
intelectuales y pueblo; que reivindique el derecho a enunciar su palabra sin hacer
oídos sordos ni silenciar a la de otros; que no presente su discurso como
depositario absoluto de una Verdad que sólo a él le pertenecería, ni como
justificación de sus privilegios; que escuche al otro sin someterse a él y sin
someterlo: tal es la única alternativa que, al menos en nuestra opinión, aparece
como válida para la construcción de un proyecto democrático y socialista.
Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad Nº 54,
Mayo- Junio de 1981, ISSN: 0251-3552, <www.nuso.org>