Cuadernillo Literatura
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Cuadernillo Literatura
2° Año Página 1
Eje de la Literatura
2° Año Página 2
Eje de la Literatura
Para pensar:
“...les quiero pedir a los chicos y a los jóvenes, con la autoridad que
me dan los años, que lean. Yo también he leído de chico, y fueron los
libros quienes me ayudaron a comprender y a querer la grandeza de
la vida. Quienes sembraron en mi alma lo que luego los años
pudieron expandir. (...)
Leer les dará una mirada más abierta sobre los hombres y sobre el
mundo, y los ayudará a rechazar la realidad como un hecho
irrevocable. Esa negación, esa sagrada rebeldía, es la grieta que
abrimos sobre la opacidad del mundo. A través de ella puede filtrarse
una novedad que aliente nuestro compromiso.”
Ernesto Sábato
2° Año Página 3
Eje de la Literatura
Género lírico
Para entrar en tema:
Dicen que la poesía es un trabajo estéril y no sirve para nada. Es una pérdida de tiempo en este m un do
globalizado y amorfo, un desperdicio del intelecto una invención espiritual mal retribuida.
La poesía se emplea para aplacar las tormentas del alma redimir a una mujer o un hombre o llen ar
el corazón de ese sentimiento llamado “amor”. Puede, en dosis bien servidas, alimentar el espíritu,
asustar una soledad y alejar una tristeza. Sirve también para reflexionar acerca de si las piedras hablan o
si la luna es medicina para el mal de amores.
Por medio de la poesía podemos hacer hablar a las flores y voltear el cielo de cabeza, cam biar la
tarde de lugar. (...)
En fin, la poesía es útil de muchas maneras, pero sobre todo es instrumento p ara o bser varn os a
nosotros mismos. Porque cuando se concentra la atención intensamente, surge la p o esía y emp ieza la
aventura emocional de la palabra.
1. Según Hernández Oropeza, la poesía sirve para muchas cosas. Explicá con tus palabras los
siguientes enunciados:
“Aplaca las tormentas del alma”.
“Asusta una soledad y aleja una tristeza”.
“La luna es medicina para el mal de amores”.
2. Completá con otras expresiones como las anteriores para qué más puede servir la poesía.
3. Investigá un poco y escribí la poesía o la canción que más te guste.
2° Año Página 4
Eje de la Literatura
Calle solitaria
Lejos, en el andén
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Eje de la Literatura
Para interpretar
2° Año Página 6
Eje de la Literatura
1. Reemplazá con los dibujos correspondientes las palabras del caligrama “Paisaje”.
2. Inventá todas las respuestas que se te ocurran para las siguientes preguntas:
Si la luna del caligrama es “la luna donde te miras”, ¿qué otra cosa es la luna, además
de luna?
¿Por qué el árbol es más alto que la montaña y la montaña más ancha que la tierra?
¿Qué lleva el río cuando no lleva peces?
¿Qué pasaría con el pasto sino lo pintaran todos los años?
Si el paisaje se pudiera leer de derecha a izquierda, ¿adónde conducirían las ovejas a
la canción?
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Eje de la Literatura
3. Agregale un verso a este caligrama. Ubicalo dentro del paisaje donde te parezca
conveniente.
4. Ahora producí tu propio caligrama.
5. Muchas palabras se pueden formar a partir de luna, con solo cambiar las consonantes: cuba,
cuna, dura, duna, etc. Con las nuevas palabras se podría decir:
Ahora reemplazá las vocales de la palabra “peces”. Podés usar S o Z en lugar de C. ¿Cuántas
palabras podés formar? Armá una historia breve con esas palabras, como se hizo con luna,
en dos versos.
Características de la poesía
La rima
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Eje de la Literatura
La métrica
Licencias poéticas:
Sinalefa: Enlace de vocales situadas una al final de la palabra y otra al
comienzo de la siguiente.
Ejemplo: suspiros se escapan (6)
͝
Hiato: separación de las vocales de palabras continuas.
Ejemplo: el que / a mí cantaba la Misa cada día. (14)
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Eje de la Literatura
Comprender e interpretar
Estados de ánimo
A veces me siento
como un águila en el aire.
(Pablo Milanés)
A veces uno es
manantial entre rocas
y otras veces un árbol
con las últimas hojas.
Pero hoy me siento apenas
como laguna insomne
con un embarcadero
ya sin embarcaciones
una laguna verde
inmóvil y paciente
conforme con sus algas
sus musgos y sus peces,
sereno en mi confianza
confiando en que una tarde
te acerques y te mires,
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Eje de la Literatura
te mires al mirarte.
Mario Benedetti
El lenguaje poético
En los textos donde predomina la función poética del lenguaje, la intención del
emisor es provocar una experiencia estética en su receptor. Para eso, recurre a un
lenguaje más elaborado que el habitual, sugerente y rico en asociaciones provocativas.
Esta calidad artística de la expresión se logra por medio de los recursos literarios, los
sonoros y los gráficos.
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Eje de la Literatura
La metáfora: Equivale a definir una cosa, evocando a otra, con la que tiene
alguna relación de similitud. La metáfora se diferencia de la comparación en que
el elemento real y el elemento evocado se dan por equivalentes, por lo que no se
usa nexo comparativo. Es metáfora impura cuando están presentes los dos
elementos (Tus ojos son dos luceros). Es metáfora pura cuando aparece sólo el
elemento evocado. (Los luceros de tu rostro me enamoran.)
Hipérbaton: Alteración del orden normal de la frase. (De la ausencia teñiste tus
poemas)
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Eje de la Literatura
Unicornio
Añil: pasta de color azul oscuro que se obtiene del arbusto llamado añil.
El yo lírico
En las canciones y en los poemas se manifiesta el sentir de un yo lírico a través
de un lenguaje que prioriza el mensaje en sí (cómo se dice) antes que la vida íntima del
autor, aunque él tome referencias, temas, situaciones de ella, para hacer la poesía o la
canción.
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Eje de la Literatura
Esto sucede porque la voz que se expresa en el poema es la de un ser creado por
el autor, que también podría ser la voz de cualquier lector que se sienta identificado
con algo de lo expresado en el poema.
La niña de Guatemala
Callado, al oscurecer,
me llamó el enterrador:
¡nunca más he vuelto a ver
a la que murió de amor!
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Eje de la Literatura
José Martí
1. Marcá la métrica.
2. Marcá la rima.
3. Transcribí los versos que manifiestan la presencia del yo poético. ¿Qué sentimientos
manifiesta ese yo lírico?
4. ¿Cuál es la causa de la muerte de la niña?
5. ¿Qué diferencias hay entre las estrofas que se inician con puntos suspensivos y las que no
comienza así? ¿Qué se cuenta en unas y qué en otras?
6. Caracterizá a la niña. Justificá con citas textuales.
7. Marcá todos los recursos poéticos.
8. Este poema nos cuenta una historia de amor. Reescribilo como si fuera un cuento. Agregá
todo lo que consideres necesario.
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Eje de la Literatura
El romance
El romance es una clase de composición que surge, aproximadamente, en el siglo
XV, hacia el año 1400. Tiene una gran variedad temática, según el gusto popular del
momento y de cada lugar. Esos temas abarcan desde guerras entre valientes caballeros
hasta apasionantes historias de amor. Tampoco dejan de desfilar impensadas
traiciones, injusticias y crueles asesinatos. Asimismo, otros se destacan, no por la
historia que narran, sino por su gran lirismo y por lo refinado de los sentimientos que
expresan.
En cuanto a su aspecto formal, el romance es una serie indefinida de versos,
normalmente sin división estrófica, de versos octosílabos con rima asonante en los
versos pares.
Para escribir:
1. En este romance faltan algunos versos. Completalos, siguiendo el hilo de la historia, y
recordá que todos los romances tienen versos de ocho sílabas, y la rima es asonante
entre los versos pares.
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Eje de la Literatura
Romance de Rosalinda
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Eje de la Literatura
Género narrativo
La secuencia narrativa
Todas las narraciones tienen una estructura básica que comprende tres grandes
partes: una situación inicial, una complicación y una resolución. En la situación inicial
se presenta el marco de las acciones, a través de tres elementos: personajes, espacio
y tiempo. En la complicación se presenta un cambio respecto de la situación inicial, que
dificulta que el protagonista pueda lograr sus propósitos. El conflicto se resuelve en el
desenlace, a favor o en contra del protagonista. Algunas narraciones tienen final
abierto.
Las acciones de los personajes aparecen unidas por relaciones de tiempo: una
acción sucede antes, al mismo tiempo o después de otra. Decimos que esta es una
sucesión cronológica de los hechos.
Las palabras que se usan para expresar las relaciones de tiempo se llaman
conectores temporales y pueden ser de tres tipos:
De anterioridad: antes que, al principio, primero...
De simultaneidad: mientras tanto, al mismo tiempo...
De posterioridad: después que, posteriormente, más tarde...
Por otro lado, las acciones también guardan entre ellas una relación de causa y
efecto: una acción se origina en una causa y determina una consecuencia. Decimos que
esta es una sucesión lógica de los hechos.
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Eje de la Literatura
Narrador:
Para que una historia sea contada, es necesario que exista alguien que la narre. A
esa voz de ficción, que no existe fuera de la historia, y que es creada por el autor, es
decir, por el escritor, se la llama narrador. El narrador se manifiesta de distintas
formas, por ejemplo, con comentarios que hace sobre los personajes y su manera de
actuar, y sobre opiniones que va dando acerca de los sucesos narrados. Veamos cómo
puede clasificarse el narrador de una historia:
Según la persona gramatical:
En primera persona: “Yo lo había conocido cuando apenas teníamos
tres años...”
En tercera persona: “Ulises apuraba a sus amigos para que
embarcaran...”
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Eje de la Literatura
El retrato oval
Edgar Allan Poe
El castillo en el cual mi criado penetró a la fuerza para no permitirme pasar la noche al aire libre
estando yo gravemente herido, era uno de esos, mezcla de grandeza y de melancolía que durante tanto
tiempo levantaron sus soberbios muros en medio de los Apeninos, tanto en la realidad como en la
imaginación de la señora Radcliffe. Según toda apariencia, el castillo había sido recientemente abandonado,
aunque temporariamente. Nos instalamos en una de las habitaciones más pequeñas y menos
suntuosamente amuebladas. Estaba situada en una torre aislada del resto del edificio. Su decorado era ri co,
pero antiguo y sumamente deteriorado. Los muros estaban cubiertos de tapicerías y adornados con
numerosos trofeos heráldicos de toda clase. También había un número verdaderamente prodigioso de
pinturas modernas, ricas de estilo, colocadas en marcos dorados, de gusto arabesco. Me produjeron
profundo interés, quizá debido a mi incipiente delirio, aquellos cuadros colgados no solamente en las
paredes principales, sino también en muchos rincones que la arquitectura caprichosa del castillo hacía
inevitables. Le pedí a Pedro que cerrara los pesados postigos del salón, pues ya era de noche, que
encendiera un gran candelabro de muchos brazos colocado al lado de mi cabecera, y que abriera
completamente las cortinas de negro terciopelo, guarnecidas de festones, que rodeaban el lecho. De se aba
que se hiciese esto para poder entregarme si no al sueño por lo menos alternativamente a la contemplaci ón
de estas pinturas y la lectura de un pequeño volumen, que había encontrado sobre la almohada, y que
contenía la crítica y la descripción de ellas.
Leí largo tiempo y contemplé las pinturas religiosas devotamente. Las horas huyeron, rápidas y
silenciosas, y llegó la medianoche. La posición del candelabro me molestaba, por eso e xte ndí l a mano con
dificultad, para no turbar el sueño de mi criado, y lo coloqué de modo que arrojase la luz de l l e no sobre e l
libro.
Pero este movimiento produjo un efecto completamente inesperado. La luz de sus numerosas ve l as
dio de pleno en un nicho del salón que una de las columnas del lecho había cubierto hasta entonces con una
sombra profunda. Vi, envuelto en viva luz, un cuadro que no había visto antes. Era el retrato de una joven ya
próxima a ser mujer. Lo contemplé rápidamente y cerré los ojos. ¿Por qué hice esto? No me lo pude explicar
al principio. Pero, mientras que mis ojos permanecieron cerrados, analicé rápidamente el motivo que me los
hacía cerrar. Era un movimiento involuntario para ganar tiempo y recapacitar, para asegurarme de que mi
vista no me había engañado, para calmar y preparar mi espíritu a una contemplación más fría y más se re na.
Al cabo de algunos momentos, volví a contemplar fijamente el cuadro.
No era posible dudar, aun cuando lo hubiese querido, porque el primer rayo de luz sobre e l l i e nzo,
había desvanecido el estupor delirante que había poseído mis sentidos, y me había regresado
repentinamente a la realidad de la vida.
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Eje de la Literatura
profunda agitación, me apoderé ansiosamente del libro que contenía la historia y descripción de los cuadros.
Busqué inmediatamente el número correspondiente al que marcaba el retrato oval, y leí la extraña y singular
historia siguiente:
"Era una joven de extraordinaria belleza, tan amable como llena de alegría. Pero maldita fue l a hora
en que vio, amó y se casó con el pintor. Él tenía un carácter apasionado, era estudioso y austero, y ya se
había casado con su arte; ella, joven, de rarísima belleza, toda luz y sonrisas, con la alegría de un ce rvati l l o,
todo lo amaba, nada odiaba salvo el arte, que era su rival. No temía más que a la paleta, los pinceles y demás
instrumentos inoportunos que le arrebataban el amor de su adorado. Fue, pues algo terrible para esta dama
oír al pintor expresar su deseo de retratarla. Pero ella era humilde y obediente, y se sentó paci e ntemente,
durante largas semanas, en la sombría y alta habitación de la torre, donde la luz se filtraba sobre el pálido
lienzo solamente por el cielo raso. El artista ponía su gloria en su obra, que avanzaba de hora en hora, de día
en día. Y era un hombre vehemente, extraño, pensativo y que se perdía en mil ensueños; tanto que quiso ver
que la luz que penetraba tan lúgubremente en esta torre aislada secaba la salud y los encantos de su muje r,
que se consumía para todos excepto para él. Ella, no obstante, sonreía más y más, porque veía que el
pintor, que tenía gran fama, experimentaba un vivo y ardiente placer en su tarea, y trabajaba noche y día
para trasladar al lienzo la imagen de la mujer que tanto amaba, la cual cada día se volvía más débil y
desanimada. Y, en verdad, los que contemplaban el retrato, comentaban en voz baja su semejanza
maravillosa, prueba palpable de la habilidad del pintor, y del profundo amor que su modelo le inspiraba.
Pero, al fin, cuando el trabajo tocaba a su término, no se permitió a nadie entrar en la torre, porque el pintor
había llegado a enloquecer por el ardor con que tomaba su trabajo, y rara vez levantaba los ojos de l l i e nzo,
ni aun para mirar el rostro de su esposa.
Y no quiso ver que los colores que esparcía sobre el lienzo se borraban de las mejillas de la que tenía
sentada frente a él. Y cuando muchas semanas hubieron transcurrido, y muy poco quedaba por hacer sólo
una pincelada sobre los labios y algún retoque en los ojos, el alma de la dama tembló aún, como la l l ama de
una lámpara que está a punto de extinguirse. Y entonces el pintor dio la última pincelada. Durante un
instante quedó en éxtasis ante el trabajo que había realizado. Pero un minuto después, mientras aún
contemplaba su cuadro, se estremeció, se puso pálido de terror y gritó horrorizado:
Radcliff: Ann Radcliff (176 – 1823), novelista inglesa. Sus relatos, antecedentes de la novela gótica, se caracterizan por sus argumentos misterioso s y
sus atmósferas de terror.
Heráldico: relacionado con los escudos de nobleza, sobre todo los de origen familiar.
Arabesco: dibujos de adorno, compuestos por figuras geométricas, follajes y cintas.
Viñeta: dibujo o estampita que se pone de adorno en el principio o el fin de los libros o capítulos.
Sully: Thomas Sully (1783 – 1872), retratista inglés. Retrató a algunos de los presidentes estadounidenses de su época.
Morisco: relativo a los moros, habitantes de África, que invadieron España.
Vehemente: lleno de pasión, ardiente.
2° Año Página 21
Eje de la Literatura
2. Hacé dos listas de palabras del cuento: las que se relacionan por su significado con la luz y
las que se relacionan con la oscuridad. (Campo semántico de luz y de oscuridad).
3. Reescribí estas frases, con palabras que utilices habitualmente:
“Las horas huyeron, rápidas y silenciosas...”
“...la arquitectura caprichosa del castillo...”
“Abismado en estas reflexiones...”
“...la luz se filtraba sobre el pálido lienzo”
4. Resaltá en el texto las palabras y expresiones que se refieren al castillo y su decoración.
5. Escribí siete adjetivos que te parecen adecuados para caracterizar al castillo.
6. Subrayá con dos colores distintos las palabras de los últimos párrafos del cuento que se
relacionen, por su significado, con la muerte y la vida.
Lleno de alegría – sombría – pálido lienzo – lúgubremente – luz – secaba la salud – se
consumía – vivo y ardiente placer – noche – día – débil – desanimada – el alma vaciló –
extinguirse – última pincelada – éxtasis – se puso pálido
7. Subrayá con tres colores diferentes los conectores de causa, consecuencia y temporales:
Por eso – primero – entonces – al mismo tiempo – porque – después – en ese momento –
más tarde – así que – pues – por lo que – antes – ya que – como – mientras – tiempo atrás –
entretanto – por lo cual
8. Completá con las acciones del cuento que funcionan como causas o consecuencias:
La luz de las velas iluminó inesperadamente un rincón de la sala, por eso _______________
__________________________________________________________________________
9. Subrayá con rojo las causas y con azul las consecuencias de las siguientes oraciones:
“La posición del candelabro me molestaba, por eso extendí la mano con dificultad, para no
turbar el sueño de mi criado...”
“Le pedí a Pedro que cerrara los pesados postigos del salón, pues ya era de noche.”
“... no se permitió a nadie entrar en la torre, porque el pintor había llegado a enloquecer por
el ardor con que tomaba su trabajo...”
10. Si cambio el conector de causa por uno de consecuencia se altera el orden de la oración.
Mirá el ejemplo. En cada oración subrayá con rojo la causa y con azul la consecuencia.
Ella sonreía más y más, porque veía que el pintor experimentaba un vivo placer en su tarea.
conector de causa
Veía que el pintor experimentaba un vivo placer en su tarea por lo tanto ella sonreía más y más.
conector de consecuencia
11. Reescribí las oraciones del punto 9 cambiando los conectores de causa por los de
consecuencia y viceversa. Hacé los cambios necesarios en las oraciones.
2° Año Página 22
Eje de la Literatura
12. ¿Qué tipo de narrador tiene la historia del hombre herido? ¿Y en la del pintor y la joven?
Justificá transcribiendo citas textuales.
13. Completá el siguiente cuadro con la información del cuento.
Historia del
pintor y la joven
Pobres gentes
León Tolstoi
En una choza, Juana, la mujer del pescador, se halla sentada junto a la ventana, remendando una
vela vieja. Afuera aúlla el viento y las olas rugen, rompiéndose en la costa... La noche es fría y oscura, y el
mar está tempestuoso; pero en la choza de los pescadores el ambiente es templado y acogedor. El sue l o de
tierra apisonada está cuidadosamente barrido; la estufa sigue encendida todavía; y l os cacharros relucen, e n
el estante. En la cama, tras de una cortina blanca, duermen cinco niños, arrullados por el bramido del mar
agitado. El marido de Juana ha salido por la mañana, en su barca; y no ha vuelto todavía. La mujer oye el
rugido de las olas y el aullar del viento, y tiene miedo.
Con un ronco sonido, el viejo reloj de madera ha dado las diez, las once... Juana se sume en
reflexiones. Su marido no se preocupa de sí mismo, sale a pescar con frío y tempestad. Ella trabaja de sde l a
mañana a la noche. ¿Y cuál es el resultado? Apenas les llega para comer... Los niños no tienen qué pone rse
en los pies: tanto en invierno como en verano, corren descalzos; no les alcanza para comer pan de trigo; y
aún tienen que dar gracias a Dios de que no les falte el de centeno. La base de su alimentación es el pescado.
"Gracias a Dios, los niños están sanos. No puedo quejarme", piensa Juana, y vuelve a prestar atención a la
tempestad. "¿Dónde estará ahora? ¡Dios mío! Protégelo y ten piedad de él", dice, persignándose.
2° Año Página 23
Eje de la Literatura
Aún es temprano para acostarse. Juana se pone en pie; se echa un grueso pañuelo por la cab eza,
enciende una linterna y sale. Quiere ver si ha amainado el mar, si se despeja el cielo, si hay luz en el faro y si
aparece la barca de su marido. Pero no se ve nada. El viento le arranca el pañuelo y lanza un objeto contra l a
puerta de la choza de al lado; Juana recuerda que la víspera había querido visitar a la vecina enferma. "No
tiene quien la cuide", piensa, mientras llama a la puerta. Escucha... Nadie contesta.
"A lo mejor le ha pasado algo", piensa Juana; y empuja la puerta, que se abre de par e n par. Juana
entra.
En la choza reinan el frío y la humedad. Juana alza la linterna para ver dónde está la enferma. Lo
primero que aparece ante su vista es la cama, que está frente a la puerta. La vecina yace boca arriba, con l a
inmovilidad de los muertos. Juana acerca la linterna. Sí, es ella. Tiene la cabeza echada hacia atrás; su rostro
lívido muestra la inmovilidad de la muerte. Su pálida mano, sin vida, como si la hubiese extendido para
buscar algo, se ha resbalado del colchón de paja, y cuelga en el vacío. Un poco más lejos, al lado de la
difunta, dos niños, de caritas regordetas y rubios cabellos rizados, duermen en una camita acurrucados y
cubiertos con un vestido viejo.
Se ve que la madre, al morir, les ha envuelto las piernecitas en su mantón y les ha echado por
encima su vestido. La respiración de los niños es tranquila, uniforme; duermen con un sueño dulce y
profundo.
Juana toma la cuna con los niños; y, cubriéndolos con su mantón, se los lleva a su casa. El corazón l e
late con violencia; ni ella misma sabe por qué hace esto; lo único que le consta es que no puede proceder de
otra manera.
Una vez en su choza, instala a los niños dormidos en la cama, junto a los suyos; y echa la cortina. Está
pálida e inquieta. Es como si le remordiera la conciencia. "¿Qué me dirá? Como si le dieran pocos de sve los
nuestros cinco niños... ¿Es él? No, no... ¿Para qué los habré traído? Se enojará... Ahí viene... ¡No! Menos
mal..."
“No. No es nadie. ¡Señor! ¿Por qué habré hecho eso? ¿Cómo lo voy a mirar a la cara ahora?" Y Juana
permanece largo rato sentada junto a la cama, sumida en reflexiones.
La lluvia ha cesado; el cielo se ha despejado; pero el viento sigue azotando y el mar ru ge , l o mi smo
que antes.
De pronto, la puerta se abre de par en par. Irrumpe en la choza una ráfaga de frío aire marino; y un
hombre, alto y moreno, entra, arrastrando tras de sí unas redes rotas, empapadas de agua.
-¡Ah! ¿Eres tú? -replica la mujer; y se interrumpe, sin atreverse a levantar la vista.
-¡Vaya nochecita!
-Es verdad. ¡Qué tiempo tan espantoso! ¿Qué tal se te ha dado la pesca?
2° Año Página 24
Eje de la Literatura
-Es horrible, no he pescado nada. Lo único que he sacado en limpio ha sido destrozar las redes. Esto
es horrible, horrible... No puedes imaginarte el tiempo que ha hecho. No recuerdo una noche igual en toda
mi vida. No hablemos de pescar; doy gracias a Dios por haber podido volver a casa. Y tú, ¿qué has hecho sin
mí?
Después de decir esto, el pescador arrastra las redes tras de sí por la habitación; y se sienta junto a la
estufa.
-¿Yo? -exclama Juana, palideciendo-. Pues nada de particular. Ha hecho un viento tan fuerte que me
daba miedo. Estaba preocupada por ti.
-Sí, sí -masculla el hombre-. Hace un tiempo de mil demonios, pero... ¿qué podemos hacer?
-¿Qué me dices?
-No sé cuándo; me figuro que ayer. Su muerte ha debido ser triste. Seguramente se le desgarraba el
corazón al ver a sus hijos. Tiene dos niños muy pequeños... Uno ni siquiera sabe hablar y el otro empieza a
andar a gatas...
Juana calla. El pescador frunce el ceño; su rostro adquiere una expresión seria y preocupada.
-¡Vaya situación! -exclama, rascándose la nuca-. Pero, ¡qué le hemos de hacer! No tenemos más
remedio que traerlos aquí. Porque si no, ¿qué van a hacer solos con la difunta? Ya saldremos ade lante como
sea. Anda, corre a traerlos.
Juana no se mueve.
Juana, la mujer del ______________, vivía en una ________________ cerca del _____________. Ella
tenía ___________ hijos. Su marido había salido ____________________. Era una noche de
_____________ y no se podía dormir, por eso decidió _________________. Cuando entró a la casa
encontró _______________ y a sus ________________ cubiertos con una _________________. La
mujer decidió que _____________________ pero temía que su marido se enojara porque
______________________.
2° Año Página 25
Eje de la Literatura
2. Busquen en el cuento expresiones referidas a actitudes de seres inanimados que el narrador emplea
para caracterizar el lugar de la tormenta. Por ejemplo, aúlla el viento y las olas rugen.
3. Reescribí esas frases con otras palabras. Por ejemplo, El viento soplaba muy fuerte.
4. Ubicá la palabra lívido en el texto. Buscá y copiá el significado que corresponde al texto. Buscá e n e l
texto un sinónimo de esa palabra.
Todos los cuentos son creaciones imaginarias, o lo que también llamamos ficción
literaria. Sin embargo, algunos se clasifican como realistas, porque la forma en que
están narrados los hechos crea en el lector la “ilusión” de que todo lo que está leyendo
podría formar parte de la realidad, aunque sea en otro lugar, o en otro tiempo.
Por otro lado, los cuentos fantásticos presentan hechos sobrenaturales que
irrumpen en un mundo aparentemente normal y crean la incertidumbre en el lector,
hacen que el lector se pregunte si es realmente posible que “eso” que se narra, y que
escapa a lo que es “natural”, o “normal”, pueda llegar a ocurrir, lo cual significaría que
las cosas no son exactamente como las conocemos...
Para pensar:
5. ¿Por qué el cuento se titula “Pobres gentes”? ¿Y por qué pensás que la palabra gente se usa en
plural?
6. Marcá las opciones correctas. Justificalas con fragmentos tomados del cuento.
2° Año Página 26
Eje de la Literatura
1. Marcá en el texto los fragmentos en los que el narrador cuenta lo que piensa Juana.
2. Buscá y copiá los diminutivos que emplea el narrador de este cuento.
3. ¿Por qué pensás que usa diminutivos?
Para indicar su tamaño pequeño.
Porque le dan al narrador un tono afectuoso.
Para darle ternura a la escena.
Porque lo acercan al punto de vista de Juana.
El argumento
La salvación
Esta es una historia de tiempos y de reinos pretéritos. El escultor paseaba con el tirano por los
jardines del palacio. Más allá del laberinto para los extranjeros ilustres, en el extremo de la al ame da de l os
filósofos decapitados, el escultor presentó su última obra: una náyade que era una fuente. Mientras
abundaba en explicaciones técnicas y disfrutaba de la embriaguez de l triunfo, el artista advirtió en el
hermoso rostro de su protector una sombra amenazadora. Comprendió la causa. "¿Cómo un ser tan ínfi mo"
-sin duda estaba pensando el tirano- "es capaz de lo que yo, pastor de pueblos, soy incapaz?" Entonce s un
pájaro, que bebía en la fuente, huyó alborozado por el aire y el escultor discurrió la idea que lo salvaría. "Por
humildes que sean" -dijo indicando al pájaro- "hay que reconocer que vuelan mejor que nosotros".
Adolfo Bioy Casares
Náyade: cualquiera de las ninfas que, según la mitología clásica, residían en los ríos y en las fuentes.
1. Generalmente, el título expresa el contenido global de un texto, lo que ayuda a determinar cuál es la
información principal que no deberá faltar en el resumen argumental. Explicá el significado del título
de este cuento.
2. ¿A qué información hacen referencia las partes subrayadas del texto? ¿Es información principal o
secundaria?
2° Año Página 27
Eje de la Literatura
3. ¿Las partes no subrayadas qué información brindan? ¿Son descripciones, comentarios del narrador,
palabras de los personajes, etc.?
El rey de la cumbre
Inició el ascenso, la mirada clavada en la cima. Había estudiado las rutas posibles: la normal, que no
ofrecía nuevos desafíos; y la que por fin tomó – la lateral -, debido a que su ladera de hierros y maderas
cruzadas era la más exigente. Poco a poco, las cumbres cercanas se empequeñecían, empujadas por él haci a
abajo. El panorama se desplegó: un amanecer en abanico. Desde allí controlaba todo lo que su vista podía
abarcar. En ese instante dejó de ser niño, dejó de ser hombre: contemplaba la libertad desde sus ojos.
Estaba en la cima, había encontrado el lugar elegido. Se preguntó – y supo que la incógnita se repetiría
muchas veces en su historia -: “¿Siempre es mejor estar más arriba?”
Y llegó el momento del descenso, de volver al plano acostumbrado, a los pasos seguros, al paisaje conoci do.
Sólo debía decidir cómo provocar a la ladera en el declive final. Optó por acostarse y sentir al ras esa brisa
constante en la cara.
Y su inspiración perduró hasta que aterrizó de panza en el arenero.
Se levantó, se sacudió. Como un exitoso escalador se despidió de esa montaña. No veía en ella hierros y
madera. Sí rocas, sí nieve, el vértigo de las alturas.
2° Año Página 28
Eje de la Literatura
Mientras se alejaba, sonreía con orgullo. Invitaba al resto de los juegos a que lo reverenciaran como a qui e n
era: el Rey de la Cumbre de la Plaza.
Fabián Zaionz
1. Escribí el resumen de “El rey de la cumbre”.
El monte de las ánimas
La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas; su tañido monótono y e te rno
me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.
Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca y al
que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato me decidí a escribirla, como en efecto lo hice.
Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo
cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche.
-Atad los perros; haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores, y demos la vuelta a la
ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Ánimas.
-¡Tan pronto!
-A ser otro día, no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de
sus madrigueras; pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, y las ánimas de
los difuntos comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte.
-No, hermosa prima; tú ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no hace un año que has ve ni do a é l
desde muy lejos. Refrena tu yegua, yo también pondré la mía al paso, y mientras dure el camino te contaré
esa historia.
Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos; los condes de Borges y de Alcudiel montaron e n sus
magníficos caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían la comitiva a
bastante distancia.
-Ese monte que hoy llaman de las Ánimas, pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves all í, a l a marge n
del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo
venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notabl e agravi o a
sus nobles de Castilla; que así hubieran solos sabido defenderla como solos la conquistaron.
Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por al gunos años, y
estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde
reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres; los segundos
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Eje de la Literatura
determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con
espuelas, como llamaban a sus enemigos.
Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño
de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras; antes la te ndrían
presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería, fue una
batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres, los lobos a quienes se quiso exterminar tuvieron
un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey: el monte, maldita ocasión de tantas
desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte y e n cuyo atri o
se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse.
Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y
que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantásti ca
por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las cu lebras dan
horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pi es de l os
esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él ante s que
cierre la noche.
La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo de l pue nte que da
paso a la ciudad por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, la cual, después de incorporárseles l os
dos jinetes, se perdió por entre las estrechas y oscuras calles de Soria.
II
Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta chimenea gótica del palacio de los condes de
Alcudiel despedía un vivo resplandor iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de l a
lumbre conversaban familiarmente, y el viento azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del salón.
Solas dos personas parecían ajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso: Beatriz seguía con los ojos,
absorta en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba el reflejo de la hogue ra chi spe ar
en las azules pupilas de Beatriz.
Las dueñas referían, a propósito de la noche de difuntos, cuentos tenebrosos en que los espectros y los
aparecidos representaban el principal papel; y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a l o l e jos con
un tañido monótono y triste.
-Hermosa prima -exclamó al fin Alonso rompiendo el largo silencio en que se encontraban-; pronto vamos a
separarnos tal vez para siempre; las áridas llanuras de Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus
hábitos sencillos y patriarcales sé que no te gustan; te he oído suspirar varias veces, acaso por algún galán de
tu lejano señorío.
Beatriz hizo un gesto de fría indiferencia; todo un carácter de mujer se reveló en aquella desdeñosa
contracción de sus delgados labios.
-Tal vez por la pompa de la corte francesa; donde hasta aquí has vivido -se apresuró a añadir el joven-. De un
modo o de otro, presiento que no tardaré en perderte... Al separarnos, quisiera que llevase s una me moria
mía... ¿Te acuerdas cuando fuimos al templo a dar gracias a Dios por haberte devuelto la salud que viniste a
buscar a esta tierra? El joyel que sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atención. ¡Qué hermoso estaría
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sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha prendido el de una desposada; mi padre se lo re gal ó a l a
que me dio el ser, y ella lo llevó al altar... ¿Lo quieres?
-No sé en el tuyo -contestó la hermosa-, pero en mi país una prenda recibida compromete una voluntad.
Sólo en un día de ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un deudo... que aún puede ir a Roma
sin volver con las manos vacías.
El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó un momento al joven, que después de
serenarse dijo con tristeza:
-Lo sé prima; pero hoy se celebran Todos los Santos, y el tuyo ante todos; hoy es día de ceremonias y
presentes. ¿Quieres aceptar el mío?
Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.
Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y se volvió a oír la cascada voz de las viejas que habl aban
de brujas y de trasgos y el zumbido del aire que hacía crujir los vidrios de las ojivas, y el triste monótono
doblar de las campanas.
-Y antes de que concluya el día de Todos los Santos, en que, así como el tuyo se celebra el mío, y puedes, si n
atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? -dijo él clavando una mirada en la de su prima, que
brilló como un relámpago, iluminada por un pensamiento diabólico.
-¿Por qué no? -exclamó ésta llevándose la mano al hombro derecho como para buscar alguna cosa entre l os
pliegues de su ancha manga de terciopelo bordado de oro... Después, con una infantil expresión de
sentimiento, añadió:
-¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que por no sé qué emblema de su color me dijiste
que era la divisa de tu alma?
-Sí.
-¡Se ha perdido!, ¿y dónde? -preguntó Alonso incorporándose de su asiento y con una indescriptible
expresión de temor y esperanza.
-¡En el Monte de las Ánimas -murmuró palideciendo y dejándose caer sobre el sitial-; en el Monte de las
Ánimas!
-Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces; en la ciudad, en toda Castilla, me llaman el rey de los
cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ascendentes, he l l evado
a esta diversión, imagen de la guerra, todos los bríos de mi juventud, todo el ardor, hereditario en mi raza. La
alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco s us guari das y
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Eje de la Literatura
sus costumbres; y he combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadi e di rá
que me ha visto huir del peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso
como a una fiesta; y, sin embargo, esta noche... esta noche. ¿A qué ocultártelo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las
campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a
levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas... ¡las ánimas!, cuya sol a vi sta
puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarle en e l torbe l li no
de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento sin que se sepa adónde.
Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que cuando hubo
concluido exclamó con un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la
leña, arrojando chispas de mil colores:
-¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura,
noche de difuntos, y cuajado el camino de lobos!
Al decir esta última frase, la recargó de un modo tan especial, que Alonso no pudo menos de comprender
toda su amarga ironía, movido como por un resorte se puso de pie, se pasó la mano por la frente, como para
arrancarse el miedo que estaba en su cabeza y no en su corazón, y con voz firme exclamó, dirigi éndose a l a
hermosa, que estaba aún inclinada sobre el hogar entreteniéndose en revolver el fuego:
-¡Alonso! ¡Alonso! -dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso o aparentó que re r de te ne rle, e l
joven había desaparecido.
A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba al galope. La hermosa, con una radiante
expresión de orgullo satisfecho que coloreó sus mejillas, prestó atento oído a aquel rumor que se debilitaba,
que se perdía, que se desvaneció, por último.
Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del
balcón y las campanas de la ciudad doblaban a lo lejos.
III
Había pasado una hora, dos, tres; la media noche estaba a punto de sonar, y Beatriz se retiró a su oratorio.
Alonso no volvía, no volvía, cuando en menos de una hora pudiera haberlo hecho.
- ¡Habrá tenido miedo! -exclamó la joven cerrando su libro de oraciones y encaminándose a su lecho,
después de haber intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la iglesia consagra e n e l día de
difuntos a los que ya no existen.
Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles cortinas de seda, se durmió; se durmió con un
sueño inquieto, ligero, nervioso.
Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de la campan a, lentas,
sordas, tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído a par de ellas pronunciar su nombre; pero lejos,
muy lejos, y por una voz ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana.
-Será el viento -dijo; y poniéndose la mano sobre el corazón, procuró tranquilizarse. Pero su corazón latía
cada vez con más violencia. Las puertas de alerce del oratorio habían crujido sobre sus goznes, con un
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Eje de la Literatura
Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando
por su orden, éstas con un ruido sordo y grave, aquéllas con un lamento largo y crispador. Después silenci o,
un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la media noche, con un murmul l o mon ótono de agua
distante; lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que van y vi e ne n,
crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi se sienten,
estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y cuya aproximación se nota
no obstante en la oscuridad.
Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinillas y escuchó un momento. Oía mil
ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar: nada, silencio.
Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían en todas
direcciones; y cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada, oscuridad, las sombras impenetrables.
-¡Bah! -exclamó, volviendo a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada de raso azul del lecho -; ¿soy yo
tan miedosa como esas pobres gentes, cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura, al oír una conse ja
de aparecidos?
Y cerrando los ojos intentó dormir...; pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto vol vi ó a
incorporarse más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras de brocado de l a
puerta habían rozado al separarse, y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas
pisadas era sordo, casi imperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa como made ra o
hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio que estaba a la orilla de su lecho. Beatriz
lanzó un grito agudo, y arrebujándose en la ropa que la cubría, escondió la cabeza y contuvo el aliento.
El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y
monótono; los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas del aire, y las campanas de la ciudad de
Soria, unas cerca, otras distantes, doblan tristemente por las ánimas de los difuntos.
Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin de spuntó
la aurora: vuelta de su temor, entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de
insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del l e cho, y
ya se disponía a reírse de sus temores pasados, cuando de repente un sudor frío cubrió su cue rpo, sus ojos
se desencajaron y una palidez mortal descoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto sangrienta y
desgarrada la banda azul que perdiera en el monte, la banda azul que fue a buscar Alonso.
Cuando sus servidores llegaron despavoridos a noticiarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que a la
mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las Ánimas, la encontraron
inmóvil, crispada, asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos,
entreabierta la boca; blancos los labios, rígidos los miembros, muerta; ¡muerta de horror!
IV
Dicen que después de acaecido este suceso, un cazador extraviado que pasó la noche de difuntos si n pode r
salir del Monte de las Ánimas, y que, al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas
horribles. Entre otras, asegura que vio a los esqueletos de los antiguos templarios y de l os nobl e s de Sori a
enterrados en el atrio de la capilla levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y, cabal l e ros
sobre osamentas de corceles, perseguir como a una fiera a una mujer hermosa, pálida y desmele nada, que
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Eje de la Literatura
con los pies desnudos y sangrientos, y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de
Alonso.
Gustavo Adolfo Bécquer
1. ¿Creés en los fantasmas? Escribí un texto que tenga entre 80 y 100 palabras, explicando tus
motivos para creer, o no creer.
2. Narrá, en 3ª persona, la aventura trágica de Alonso en El Monte de las Ánimas cuando va a
buscar el pañuelo de su enamorada.
Descubrió
Ellos llegaron
Dio un salto al vacío
Se enamoró
Murió
Eran honrados
Se pusieron alegres
Reconocieron su culpa
Se casaron
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Eje de la Literatura
Pidieron ayuda
La mujer apareció de golpe sobre la ruta y le hizo señas para que se detuviera. El hombre frenó en la
banquina unos metros más adelante. Ella se acercó y asomándose hacia adentro por la ventanilla, le dijo:
El hombre miró y descubrió un cartel arrancado y la huella profunda de unas ruedas que terminaban en el
vacío.
- Suba – le ofreció.
El hombre la siguió hasta la curva. La vio parada en el borde del barranco, con el brazo extendido, inmóvil
por unos segundos.
Bajó de la camioneta y cerró con llave. En el fondo del monte divisó un automóvil rojo atorado en la male za.
Era un atardecer nublado y el verde de las plantas resplandecía.
- Señora - llamó.
Comenzó a descender lentamente porque la barranca era casi vertical. Resbaló dos veces antes de llegar y se
rompió el pantalón. Pensó en la mujer. Se preguntó cómo se las había arreglado en una pared tan escarpada.
Escuchó un llanto de niño que provenía desde el interior del auto. Se aproximó y a través de los vidrios
astillados distinguió en el asiento de atrás un bebé de mese s.
El hombre tanteó las puertas pero estaban trabadas. Con cuidado, terminó de romper el parabrisas. Se
retorció hacia adentro, llegó hasta el niño y lo sacó. Lo apoyó en el pasto, envuelto en su campera.
Luego volvió por el conductor. Era la mujer que lo había detenido en la ruta. Empujó su cuerpo suave me nte
hacia el respaldo. En el peso comprendió que estaba muerta. Una muerta serena, sin muecas de dolor ni de
miedo. Sólo en los suaves labios morados se alargaba un suspiro de cansancio, porque su instinto de hembra
la había forzado a trabajar más allá de las jornadas humanas.
Jorge Accame
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Eje de la Literatura
Manos
Montones de veces —y a mi pedido— mi inolvidable tío Tomás me contó esta historia "de miedo" cuando yo
era chica y lo acompañaba a pescar ciertas noches de verano.
Me aseguraba que había sucedido en un pueblo de la provincia de Buenos Aires. En Pergamino o Junín o
Santa Lucía... No recuerdo con exactitud este dato ni la fecha cuando ocurrió tal acontecimiento y —
lamentablemente— hace años que él ya no está para aclararme las dudas. Lo que sí recuerdo es que —de
entre todos los que el tío solía narrarme mientras sostenía la caña sobre el río y yo me echaba a su lado, cara
a las estrellas— este relato era uno de mis preferidos.
—¡Te pone los pelos de punta y —sin embargo— encantada de escucharlo! ¿Quién entiende a esta sobri na?
—me decía el tío—. Ah, pero después no quiero quejas de tu mamá, ¿eh? Te lo cuento otra vez a cambi o de
tu promesa...
Y entonces yo volvía a prometerle que guardaría el secreto, que mi madre no iba a enterarse de que él había
vuelto a narrármelo, que iba a aguantarme sin llamarla si no podía dormir más tarde cuando —de re gre so a
casa— me fuera a la cama y a la soledad de mi cuarto.
Siempre cumplí con mis promesas. Por eso, esta historia de manos —como tantas otras que sospe cho e ran
inventadas por el tío o recordadas desde su propia infancia— me fue contada una y otra vez.
Y una y otra vez la conté yo misma —años después— a mis propios "sobrinhijos" así como —ahora— me
dispongo a contártela: como si —también— fueras mi sobrina o mi sobrino, mi hija o mi hijo y me pidieras:
No sólo concurrían a la misma escuela, sino que —también— se encontraban fuera de los horarios de las
clases. Unas veces, para preparar tareas escolares y otras, simplemente para estar juntas.
De otoño a primavera, las tres solían pasar algunos fines de semana en la casa de campo que la familia de
Martina tenía en las afueras de la ciudad.
¡Cómo se divertían entonces! Tantos juegos al aire libre, paseos en bicicleta, cabalgatas, fogones al
anochecer...
Aquel sábado de pleno invierno —por ejemplo—lo habían disfrutado por completo, y la al e gría de l as tre s
nenas se prolongaba —aún— durante la cena en el comedor de la casa de campo porque la abuela Odilia les
reservaba una sorpresa: antes de ir a dormir les iba a enseñar unos pasos de zapateo americano, al compás
de viejos discos que había traído especialmente para esa ocasión.
Adorable la abuela de Martina. No aparentaba la edad que tenía. Siempre dinámica, coqueta, de buen
humor, conversadora. Había sido una excelente bailarina de "tap". Las chicas lo sabían y por eso le habían
insistido para que bailara con ellas.
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Eje de la Literatura
—¿Por qué no lo dejan para mañana a la tardecita, ¿eh? Ya es hora de ir a descansar. Además, la abue l a no
paró un minuto en todo el día. Debe de estar agotada.
La mamá de Martina trató —en vano— de convencerlas para que se fueran a dormir a las cuatro y no sól o a
las niñas, porque la abuela tampoco estaba dispuesta a concluir aquella jornada sin la anunci ada se si ón de
baile. Así fue como —al rato y mientras los padres, los perros y la gata se ubicaban en la sala de estar a
manera de público— la abuela y las tres nenas se preparaban para la función casera de zapateo americano.
Afuera, el viento parecía querer sumarse con su propia melodía: silbaba con intensidad entre los árboles.
Arriba —bien arriba— el cielo, con las estrellas escondidas tras espesos nubarrones.
La improvisada clase de baile se prolongó cerca de una hora. El tiempo suficiente como para que Martina,
Camila y Oriana aprendieran —entre risas— algunos pasos de "tap" y la abuela se quedara e xhausta y muy
acalorada.
Alrededor de la casa, la noche, tan negra como el sombrero de copa que habían usado para la función. Las
tres nenas ya se habían acostado. Ocupaban el cuarto de huéspedes, como en cada oportunidad que
pasaban en esa casa.
Era un dormitorio amplio, ubicado en el primer piso. Tenía ventanas que se abrían sobre el parque trasero
del edificio y a través de las cuales solía filtrarse el resplandor de la luna (aunque no en noches como
aquella, claro, en la que la oscuridad era un enorme poncho cubriéndolo todo).
En el cuarto había tres camas de una plaza, colocadas en forma paralela, en hilera y separadas por sólidas
mesas de luz.
En la cama de la izquierda, Martina, porque prefería el lugar junto a la puerta. En la cama de la derecha,
Camila, porque le gustaba el sitio al lado de la ventana.
En la cama del medio, Oriana, porque era miedosa y decía que así se sentía protegida por sus amigas.
Las chicas acababan de dormirse cuando las despertó —de repente— la voz del padre. Terminaba de vestirse
—nuevamente y de prisa— a la par que les decía:
—La abuela se descompuso. Nada grave —creemos—, pero vamos a llevarla hasta el hospital del pueblo
para que la revisen, así nos quedamos tranquilos. Enseguida volvemos. Ah, dice mamá que no vayan a
levantarse, que traten de dormir hasta que regresemos. Hasta luego.
¿Dormir? ¿Quién podía dormir después de esa mala noticia? Las chicas no, al menos, preocupadas como se
quedaban por la salud de la querida abuela. Y menos pudieron dormir minutos después de que oyeron el
ruido del auto del padre, saliendo de la casa, ya que a la angustia de la espera se agregó el miedo por los
tremendos ruidos de la tormenta que —finalmente— había decidido desmelenarse sobre la noche.
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Eje de la Literatura
Las otras dos también lo tenían, pero permanecían calladas, tragándose la inquietud.
Martina trató de calmar a su amiguita (y de calmarse, por qué negarlo) encendiendo su velador. Camila hi zo
lo mismo.
La cama de Oriana fue —entonces— la más iluminada de las tres ya que —al estar en el medio de las otras—
recibía la luz directa de dos veladores.
—No pasa nada. La tormenta empeora la situación, eso es todo —decía Martina, dándose ánimo ella
también con sus propios argumentos.
Y así —entre las lamentaciones de Oriana y las palabras de consuelo de las amigas más corajudas —
transcurrió alrededor de un cuarto de hora en todos los relojes.
Cuando el de la sala —grande y de péndulo— marcó las doce con sus ahuecados talanes, las jovencitas ya
habían logrado tranquilizarse bastante, a pesar de que la tormenta amenazaba con tornarse inacabable.
—¡No me hagan bromas pesadas! —chilló Oriana—¡Enciendan los veladores otra vez, malditas! —y
asustada, ella misma tanteó sobre las mesitas para encontrar las perillas.
Y así era nomás. Demasiada electricidad haciendo travesuras en el cielo y nada allí —en la casa— donde
tanto se la necesitaba en esos momentos...
—¡Tengo miedo! ¡Hay que ir a buscar las velas a la cocina! ¡Hay que bajar a buscar fósforos y velas! ¡O una
linterna!
—"¡Hay que!" "¡Hay que!" ¡Qué viva la señorita! ¿Y quién baja, ¿eh? ¿Quién? —se enojó Camila—. Yo, ¡ni
loca!
—¡Yo tampoco! —agregó Martina—. Esta Oriana se cree que soy la Superniña, pero no. Yo también tengo
miedo, ¡qué tanto! Además, mi mamá nos recomendó que no nos levantáramos, ¿recuerdan?
—Buaaaah... ¿Qué hacemos entonces? ¡Me muero de miedo! Por favor, bajen a buscar velas... Sean
buenitas... Buaaah...
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Martina sintió pena por su amiga. Si bien eran de la misma edad, Oriana parecía más chiquita y se
comportaba como tal. Se compadeció y actuó —entonces— cual si fuera una hermana mayor.
—Bueno, bueno; no llores más, Ori. Tranquila... Se me ocurrió una idea. Vamos a hacer una cosa para no
tener más miedo, ¿sí?
—¿Qué cosa? —Camila también se mostró interesada, lógico (aunque seguía sin quejarse, el temor l a hacía
temblar). Martina continuó con su explicación:
—Nos tapamos bien —cada una en su cama— y estiramos los brazos, bien estirados hacia afuera, hasta
darnos las manos.
Enseguida, lo hicieron.
Obviamente, Oriana fue la que se sintió más amparada: al estar en el medio de sus dos amigas y abrir los
brazos en cruz, pudo sentir un apretoncito en ambas manos.
Gracias a Dios, la abuela ya se siente bien —les contó la madre al amanecer del día siguiente, en cuanto
retornaron a la casa con su marido y su suegra y dispararon al primer piso para ver cómo estaban las
chicas—. Fue sólo un susto. Como —a su regreso— las niñas dormían plácidamente, la abuela mi sma había
sido la encargada de despertarlas para avisarles que todo estaba en orden. ¡Qué alegría!
—Así me gusta. ¡Son muy valientes! Las felicito —y la abuela las besó y les prometió servirles el desayuno en
la cama, para mimarlas un poco, después de la noche de nervios que habían pasado.
—No tan valientes, señora... Al menos, yo no... —susurró Oriana, algo avergonzada por su comportami e nto
de la víspera—. Fue su nieta la que consiguió que nos calmáramos...
Tras esta confesión de la nena, padres y abuela quisieron saber qué habían hecho para no asustarse
demasiado.
Entonces, las tres amiguitas les contaron:
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Eje de la Literatura
¡Qué impresión les causó lo que comprobaron en ese instante, María Santísima! Y de la misma no se libraron
ni los padres ni la abuela.
Resulta que por más que se esforzaron —estirando los brazos a más no poder— sus manos infantiles no
llegaban a rozarse siquiera.
¡Y había que correr las camas laterales unos diez centímetros hacia la del medio para que las chicas pudieran
tocarse —apenas— las puntas de los dedos!
Sin embargo, las tres habían —realmente— sentido que sus manos les eran estrechadas por otras, no bi e n
llevaron a la acción la propuesta de Martina.
—¿Las manos de quién??? —exclamaron entonces, mientras los adultos trataban de disimular sus propi os
sentimientos de horror.
—¿¿¿De quiénes??? —corrigió Oriana, con una mueca de espanto. ¡Ella había sido tomada de ambas manos!
Manos.
Cuatro manos más aparte de las seis de las niñas, moviéndose en la oscuridad de aquella noche al encuentro
de otras, en busca de aferrarse entre sí.
Manos humanas.
Manos espectrales.
(Acaso —a veces, de tanto en tanto— los fantasmas también tengan miedo... y nos necesiten...)
Elsa Bornemann
1. Algunos cuentos fantásticos comienzan con una introducción en la que el narrador afirma que los
hechos que va a contar –sucesos extraordinarios o sobrenaturales- ocurrieron realmente. Este
recurso refuerza la supuesta veracidad de la historia que va a narrar. Transcribí una cita que muestre
esta situación.
2. Para producir una atmósfera de suspenso –en una historia que al comienzo parece realista- se
emplean palabras que contribuyen a crear ese clima y a provocar un efecto de incertidumbre e n e l
lector. En “Manos”, esto se logra, por ejemplo, mediante el empleo de la palabra miedo, y de sus
sinónimos. Subrayá los sinónimos que encuentres, y las palabras que formen el campo semántico de
miedo.
3. El uso de los antónimos (palabras de significado contrario), también contribuye a crear el clima de l o
fantástico. ¿Cuáles encontramos en este cuento?
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Eje de la Literatura
6. Con tu compañero de banco, escriban un marco adecuado para una historia fantástica de miedo y
caractericen a los personajes. Incluyan palabras de significados opuestos a los de las que apare ce n
abajo. Pueden realizar los cambios que necesiten.
Valiente sonriente habitada cuerdo luminoso acompañado día soleado susurrar
felicidad común blanco
Historias y narradores
1. En “Manos” se relata una historia –la de Martina y sus amigas- enmarcada dentro de otra
historia –la del tío Tomás y su sobrina-. Señalá con una X quién cuenta los hechos narrados.
En la historia –marco:
___ el tío Tomás
___ la sobrina
___ alguien que no es un personaje
En la historia enmarcada:
___ las amigas
___ la abuela
___ los padres
___ alguien que no es un personaje
Las chicas acababan de dormirse cuando las despertó —de repente— la voz del padre. Terminaba de vestirse
—nuevamente y de prisa— a la par que les decía:
—La abuela se descompuso.
4. Continuá la lista con otros verbos que también suelen emplearse para introducir las voces de l os
personajes:
Responder, preguntar, exclamar...
5. Imaginá otro relato-marco que permita introducir la historia de Martina y sus amigas. Mante né
el mismo tipo de narrador. Incluí las voces de los personajes empleando algunos de l os ve rbos
de la actividad anterior.
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Eje de la Literatura
MIL GRULLAS
Naomi Watanabe y Toshiro Ueda creían que el mundo era nuevo. Como todos los chicos. Porque
ellos eran nuevos en el mundo. También, como todos los chicos. Pero el mundo era ya muy viejo e ntonce s,
en el año 1945, y otra vez estaba en guerra. Naomi y Toshiro no entendían muy bien qué era lo que estaba
pasando.
Desde que ambos recordaban, sus pequeñas vidas en la ciudad japonesa de Hiroshima se habían
desarrollado del mismo modo: en un clima de sobresaltos, entre adultos callados y tristes, compartiendo con
ellos los escasos granos de arroz que flotaban en la sopa diaria y el miedo que apretaba las reuniones
familiares de cada anochecer en torno a las noticias de la radio, que hablaban de luchas y muerte por todas
partes.
Sin embargo, creían que el mundo era nuevo y esperaban ansiosos cada día para descubrirlo.
¡Ah... y también se estaban descubriendo uno al otro! Se contemplaban de reojo durante la cami nata haci a
la escuela, cuando suponían que sus miradas levantaban murallas y nadie más que ellos podían transitar e se
imaginario senderito de ojos a ojos.
Apenas si habían intercambiado algunas frases. El afecto de los dos no buscaba las palabras. Estaban
tan acostumbrados al silencio...
Pero Naomi sabía que quería a ese muchachito delgado, que más de una vez se quedaba sin
almorzar por darle a ella la ración de batatas que había traído de su casa.
–No tengo hambre –le mentía Toshiro, cuando veía que la niña apenas si tenía dos o tres galletitas
para pasar el mediodía–. Te dejo mi vianda –y se iba a corretear con sus compañeros hasta la hora de
regreso a las aulas, para que Naomi no tuviera vergüenza de devorar la ración. Naomi... Poblaba e l corazón
de Toshiro. Se le anudaba en los sueños con sus largas trenzas negras. Le h acía tener ganas de crecer de
golpe para poder casarse con ella. Pero ese futuro quedaba tan lejos aún...
El futuro inmediato de aquella primavera de 1945 fue el verano, que llegó puntualmente el 21 de
junio y anunció las vacaciones escolares.
Y con la misma intensidad con que otras veces habían esperado sus soleadas mañanas, ese año los
ensombreció a los dos: ni Naomi ni Toshiro deseaban que empezara. Su comienzo significaba que te ndrían
que dejar de verse durante un mes y medio inacabable.
A pesar de que sus casas no quedaban demasiado lejos una de la otra, sus familias no se conocían. Ni
siquiera tenían entonces la posibilidad de encontrarse en alguna visita. Había que esperar pacientemente l a
reanudación de las clases.
Acabó junio, y Toshiro arrancó contento la hoja del almanaque...
Se fue julio, y Naomi arrancó contenta la hoja del almanaque...
Y aunque no lo supieran: “¡Por fin llegó agosto!”, pensaron los dos al mismo tiempo.
Fue justamente el primero de ese mes cuando Toshiro viajó, junto a sus padres, hacia la aldea de
Miyashima. Iban a pasar una semana. Allí vivían los abuelos, dos ceramistas que veían apilarse vasijas en
todos los rincones de su local.
Ya no vendían nada. No obstante, sus manos viejas seguían modelando la arcilla con la misma
dedicación de otras épocas. –Para cuando termine la guerra... –decía el abuelo. –Todo acaba algún día... –
comentaba la abuela por lo bajo. Y Toshiro sentía que la paz debía de ser algo muy hermoso, porque los ojos
de su madre parecían aclararse fugazmente cada vez que se referían al fin de la guerra, tal como a él se le
aclaraban los suyos cuando recordaba a Naomi.
¿Y Naomi?
El primero de agosto se despertó inquieta; acababa de soñar que caminaba sobre la nieve. Sola.
Descalza. Ni casas ni árboles a su alrededor. Un desierto helado y ella atravesándolo. Abandonó el tatami, se
deslizó de puntillas entre sus dormidos hermanos y abrió la ventana de la habitación. ¡Qué alivio! Una cáli da
madrugada le rozó las mejillas. Ella le devolvió un suspiro.
El dos y el tres de agosto escribió, trabajosamente, sus primeros haikus:
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Eje de la Literatura
Lento se apaga
el verano.
Enciendo lámpara y sonrisas.
Pronto florecerán
los crisantemos.
Espera, corazón.
Después, achicó en rollitos ambos papeles y los guardó dentro de una cajita de laca en la que
escondía sus pequeños tesoros de la curiosidad de sus hermanos.
El cuatro y el cinco de agosto se lo pasó ayudando a su madre y a las tías ¡Era tanta la ropa para
remendar!
Sin embargo, esa tarea no le disgustaba. Naomi siempre sabía hallar el modo de convertir en un
juego entretenido lo que acaso resultaba aburridísimo para otras chicas. Cuando cosía, por ejemplo,
imaginaba que cada doscientas veintidós puntadas podía sujetar un deseo para que se cumpliese.
La aguja iba y venía, laboriosa. Así, quedó en el pantalón de su hermano menor el ruego de que
finalizara enseguida esa espantosa guerra, y en los puños de la camisa de su papá, el pedido de que Toshi ro
no la olvidara nunca...
Y los dos deseos se cumplieron.
Pero el mundo tenía sus propios planes...
***
Ocho de la mañana del seis de agosto en el cielo de Hiroshima.
Naomi se ajusta el obi de su kimono y recuerda a su amigo: “¿Qué estará haciendo ahora?”.
“Ahora”, Toshiro Pesca en la isla mientras se pregunta: “¿Qué estará haciendo Naomi?”.
En el mismo momento, un avión enemigo sobrevuela el cielo de Hiroshima.
En el avión, hombres blancos que pulsan botones y la bomba atómica surca por primera vez un cie lo.
El cielo de Hiroshima.
Un repentino resplandor ilumina extrañamente la ciudad.
En ella, una mamá amamanta a su hijo por última vez.
Dos viejos trenzan bambúes por última vez.
Una docena de chicos canturrea: “Donguri-Koro Koro- Donguri Ko...” por última vez.
Cientos de mujeres repiten sus gestos habituales por última vez.
Miles de hombres piensan en mañana por última vez.
Naomi sale para hacer unos mandados.
Silenciosa explota la bomba. Hierven, de repente, las aguas del río.
Y medio millón de japoneses, medio millón de seres humanos, se desintegran esa mañana. Y con
ellos desaparecen edificios, árboles, calles, animales, puentes y el pasado de Hiroshima.
Ya ninguno de los sobrevivientes podrá volver a reflejarse en el mismo espejo, ni abrir nue vamente
la puerta de su casa, ni retomar ningún camino querido.
Nadie será ya quien era.
Hiroshima arrasada por un hongo atómico.
Hiroshima es el sol, ese seis de agosto de 1945. Un sol estallando.
***
Recién en diciembre logró Toshiro averiguar dónde estaba Naomi. ¡Y que aún estaba viva, Dios!
Ella y su familia, internados en el hospital ubicado en una localidad próxima a Hiroshima, como
tantos otros cientos de miles que también habían sobrevivido al horror, aunque el horror estuviera ahora
instalado dentro de ellos, en su misma sangre.
Y hacia ese hospital marchó Toshiro una mañana.
El invierno se insinuaba ya en el aire y el muchacho no sabía si era frío exterior o su pensami e nto l o
que le hacía tiritar.
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Naomi se hallaba en una cama situada junto a la ventana. De cara al techo. Ya no tenía sus trenzas.
Apenas una tenue pelusita oscura.
Sobre su mesa de luz, unas cuantas grullas de papel desparramadas.
–Voy a morirme, Toshiro... –susurró, no bien su amigo se paró, en silencio, al lado de su cama–.
Nunca llegaré a plegar las mil grullas que me hacen falta...
Mil grullas... o “Semba-Tsuru”, como se dice en japonés.
Con el corazón encogido, Toshiro contó las que se hallaban dispersas sobre la mesita. Sólo veinte.
Después, las juntó cuidadosamente antes de guardarlas en un bolsillo de su chaqueta.
–Te vas a curar, Naomi –le dijo entonces, pero su amiga no lo oía ya: se había quedado dormida.
El muchachito salió del hospital, bebiéndose las lágrimas.
***
Ni la madre, ni el padre, ni los tíos de Toshiro (en cuya casa se encontraban temporariamente
alojados) entendieron aquella noche el porqué de la misteriosa desaparición de casi todos los pape l e s que,
hasta ese día, había habido allí.
Hojas de diario, pedazos de papel para envolver, viejos cuadernos y hasta algunos libros parecían
haberse esfumado mágicamente. Pero ya era tarde para preguntar. Todos los mayores se durmieron,
sorprendidos.
En la habitación que compartía con sus primos, Toshiro velaba entre las sombras. Esperó hasta que
tuvo la certeza de que nadie más que él continuaba despierto. Entonces, se incorporó con sigilo y abrió el
armario donde se solían acomodar las mantas.
Mordiéndose la punta de la lengua, extrajo la pila de papeles que había recolectado en secreto y volvi ó a su
lecho.
La tijera, la llevaba oculta entre sus ropas.
Y así, en el silencio y la oscuridad de aquellas horas, Toshiro recortó primero novecientos ochenta
cuadraditos y luego los plegó, uno por uno hasta completar las mil grullas que ansiaba Naomi, tras sumarl e s
las que ella misma había hecho. Ya amanecía, el muchacho se encontraba pasando hilos a través de las
siluetas de papel. Separó en grupos de diez las frágiles grullas del milagro y las aprestó para que imi taran e l
vuelo, suspendidas como estaban de un leve hilo de coser, una encima de la otra.
Con los dedos paspados y el corazón temblando, Toshiro colocó las cien tiras dentro de su furoshiki y
partió rumbo al hospital antes de que su familia se despertara. Por esa única vez, tomó sin pedir pe rmi so l a
bicicleta de sus primos.
No había tiempo que perder. Imposible recorrer a pie, como el día anterior, los kilómetros que lo
separaban del hospital. La vida de Naomi dependía de esas grullas.
***
–Prohibidas las visitas a esta hora –le dijo una enfermera, impidiéndole el acceso a la enorme sala en
uno de cuyos extremos estaba la cama de su querida amiga.
Toshiro insistió: –Sólo quiero colgar estas grullas sobre su lecho, por favor...
Ningún gesto denunció la emoción de la enfermera cuando el chico le mostró las avecitas de pape l .
Con la misma aparentemente impasibilidad con que momentos antes le había cerrado el paso, se hi zo a un
lado y le permitió que entrara: –Pero cinco minutos, ¿eh?
Naomi dormía.
Tratando de no hacer el mínimo ruidito, Toshiro puso una silla sobre la mesa de luz y luego se subió.
Tuvo que estirarse a más no poder para alcanzar el cielorraso. Pero lo alcanzó. Y en un rato e staban
las mil grullas pendiendo del techo; los cien hilos entrelazados, f irmemente sujetos con alfileres.
Fue al bajarse de su improvisada escalera cuando advirtió que Naomi lo estaba observando. Tenía l a
cabecita echada hacia un lado y una sonrisa en los ojos.
–Son hermosas, Tosí-can... Gracias...
–Hay un millar. Son tuyas, Naomi. Tuyas –y el muchacho abandonó la sala sin darse vuelta.
En la luminosidad del mediodía que ahora ocupaba todo el recinto, mil grullas empezaron a
balancearse impulsadas por el viento que la enfermera también dejó colar, al entreabrir por unos i nst ante s
la ventana.
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Miyashima: pequeña isla situada en las proximidades de la “El día de los dos soles”
ciudad de Hiroshima Hiroshima, 6 de agosto de 1945.
Tatami: estera que se coloca sobre el piso, en las casas El día en que explotó la bomba atómica.
japonesas tradicionales. Los sobrevivientes lo recuerdan como el día
Haiku: breve poema de diecisiete sílabas, típico de la poesía en que hubo dos soles.
japonesa. La guerra mundial había terminado en
Obi: faja que acompaña al kimono. Europa. Sin embargo, el mando
Kimono: vestimenta tradicional japonesa, de amplias mangas, estadounidense decidió descargar la
bomba atómica para acelerar la rendición
largas hasta los pies y que se cruza por delante, sujetándose
de Japón. La primera bomba atómica
con una especie de faja llamada obi.
utilizada en un conflicto bélico contra una
Donguri-Koro Koro: Verso de una popular canción infantil población civil.
japonesa. “La bomba” detonó a 500 metros de altura.
Una nube roja se tragó a Hiroshima, la
bomba se transformó en una bola de
fuego, mientras se formó un gigantesco
hongo que tomó altura.
1. ¿Cuál es la situación inicial y el marco de este cuento? ¿Quiénes son los protagonistas? ¿Qué
relación los une? ¿Dónde viven? ¿En qué época ocurren los hechos?
2. En el primer párrafo dice que “...el mundo era ya muy viejo”. ¿Por qué, entonces, Naomi y Toshi ro
“...creían que el mundo era nuevo”?
3. ¿En qué se oponen, además, el mundo y los dos chicos enamorados?
4. El cuento no está constituido por un solo episodio sino por varios. El comienzo del pri me r e pi sodio
está marcado por la separación de los chicos enamorados. ¿Por qué se produce?
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Eje de la Literatura
5. ¿Cómo se resuelve?
6. ¿Qué cambios hay en relación con el tiempo y es espacio?
7. El cuento también presenta una división gráfica señalada por *** ¿Qué te parece que indica esta
marca?
8. Para reconocer el siguiente episodio es preciso ubicar un nuevo suceso y su marco. Ubicá en el
cuento un nuevo episodio. Explicá: qué sucede, cómo se resuelve, cuándo sucede y en qué lugar.
9. ¿Qué función cumple el siguiente fragmento en el cuento?
La aguja iba y venía, laboriosa. Así, quedó en el pantalón de su hermano menor el ruego de que
finalizara enseguida esa espantosa guerra, y en los puños de la camisa de su papá, el pedido de que
Toshiro no la olvidara nunca...
Y los dos deseos se cumplieron.
Pero el mundo tenía sus propios planes...
10. ¿Qué pensás, termina bien o mal el cuento? Justificá tu opinión.
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