Presocráticos
Presocráticos
Presocráticos
De cosmogonía a cosmología
Si en tiempos anteriores (Homero, Hesiodo) el conocimiento consistió o
tuvo el sentido de una teogonía y cosmogonía, es decir, de una narración del
origen de los dioses y del cosmos, el periodo filosófico inauguró un saber
cosmológico y teológico, y, por tanto una explicación racional que consagró
una cosmovisión organicista.
En esta actitud “cosmocéntrica”, tendió a centrar su atención en el estudio
de la naturaleza, entendida como un todo ordenado, según un modelo
organicista. En ello se distinguiría de la cultura medieval, teocéntrica, y de
la cultura moderna, antropocéntrica. Así, para Aristóteles el ideal de vida
humana es la contemplación de la verdad, una verdad que se exterioriza en
un orden de las cosas presidido por el Primer motor. Para Tomás de Aquino,
es Dios el principal objeto de meditación filosófica, hasta el punto de ser el
mundo objeto de la filosofía en la medida en que refleja la sabiduría y
bondad de su creador. Para Kant, es el sujeto trascendental quien impone
sus formas a priori a la realidad, que sólo así pasa de ser caos a mundo
ordenado e inteligible.
El hombre en el cosmos
El hombre se integra en esta naturaleza o cosmos y tiende a
autointerpretarse a partir de él, construyendo así su propia imagen e
incluso su ideal de vida. Si su metafísica fue, en lo esencial, realista, su
concepción de la vida humana se orientó en el sentido de reflejar el
“cosmos”, el orden y la armonía inalterables que reinan en el cielo y que,
pese a las apariencias, gobiernan la Tierra. El hombre forma parte de esta
naturaleza, ocupa en ella un lugar definido. Si el propósito de los cristianos
fue el de vencer al mundo o huir de él, los griegos tratarán de adaptarse a
él, aprender de él, imitar su armonía. Si los modernos insisten en la
dualidad de naturaleza y espíritu, haciendo de la naturaleza un objeto de
representación, de conocimiento, de dominio técnico, los griegos tendieron
a pensar que la naturaleza como tal es en sí misma el reino de lo perfecto.
Las proporciones justas, más allá de las apariencias, dominan los
movimientos de los planetas. El cosmos, como totalidad sometida a leyes
inmutables, es armonioso, finito y perfecto y posee el orden de lo que
siempre vuelve. La cosmoidad (cosmoiotés), la asimilación al orden cósmico,
es meta apropiada de la vida humana: hacer de la ley del universo la propia
ley del alma, asimilar el orden interno al orden interno. Éste es el sentido de
la ataraxia, ideal propiamente estoico, pero compartido de un modo u otro
por todos los filósofos griegos: la imperturbabilidad del ánimo, la vida
armoniosa. De ahí que Borges haya podido afirmar que los griegos pudieron
conocer la zozobra, pero nunca la incertidumbre. La vida buena es la vida
contemplativa, la vida según la razón, mediante la cual el hombre se asimila
a los propios dioses: en el Timeo, pide Platón que quien contempla se haga
semejante al objeto de la contemplación; de este modo el alma adquiere la
armonía interior, fruto de la colaboración de las diferentes facultades del
alma y del conocimiento de las armonías presentes en el universo.
Asimismo, en el Fedro, esta armonía interior de las tres partes del alma
recuerda a la sinfonía de las tres cuerdas de la lira, en perfecta armonía.
Así como la sabiduría práctica se subordina naturalmente al saber
teórico, el arte se propone plasmar la eternidad: fysis es eternidad y
permanencia a través de los cambios particulares, autosuficiencia: el mundo
sublunar posee su orden, un orden que se rompe con el cambio, pero se
recompone siempre. Las esferas celestes, móviles, imitan la vida perfecta
de lo divino en el movimiento circular, único movimiento perfecto y eterno.
Y el mundo es eterno, aunque en él se hallan presentes el movimiento, la
corrupción, la materia y la imperfección, que afectan a los entes
particulares, pero no a la totalidad cósmica. El movimiento circular, propio
1
Filosofía de la Historia. Síntesis, Madrid.
2
R. Mondolfo, Historia de la filosofía antigua. Buenos Aires, Losada, 1979.
3
R. Mondolfo, El pensamiento antiguo, Vol. I. Buenos Aires, Losada, 1969.
4
A. J. Cappelletti, La Filosofía de Heráclito de Éfeso. Monte Ávila, Caracas, 1969.
5
W. Nestle, Del mito al Logos e Historia del Espíritu griego, Ariel, Barcelona, 1961.
También Francis M. Cornford, De la religión a la filosofía, Ariel, Barcelona, 1984.
También R. Martin y H. Metzger, La religión griega. Edaf, Madrid, 1977.
6
Jean Pierre Vernant, Mito y pensamiento en la Grecia antigua. Ariel, Barcelona,
1973. El universo, los dioses, los hombres. Anagrama, Barcelona, 2009.
7
Robert Graves, Los mitos griegos, Ariel, Barcelona, 1984; también Antonio Ruiz
de Elvira, Mitología clásica. Gredos, Madrid, 1975; J. García López, La Religión
griega, Istmo, Madrid, 1975; Walter F. Otto, Los dioses de Grecia, Eudeba, Buenos
Aires, 1973.
8
Sobre la relación entre filosofía y la escultura griega, es muy interesante la obra
de J. Camón Aznar, Teoría del arte griego, Salvat, Barcelona, 1975.
E. Lledó
No hubo propiamente paso del mito al logos, sino un pensamiento que
se expresa en dos géneros literarios diferentes, orientados por intereses
distintos (Emilio Lledó). Al proceder al análisis interno del mito, aparece no
sólo como un relato arcaico particular sino como un lugar en el que se
piensa toda una cultura. Contra la supuesta ruptura de mito y logos,
mantenida desde hace tanto tiempo, puede sostenerse, además de la
distinción marcada por tratarse de dos géneros literarios diferentes, la
profunda afinidad que los vincula en el punto de partida. De hecho, el
pensamiento griego se desprende con suma lentitud del mito. El mito, como
discurso totalizador sobre el universo natural, social y divino, no desaparece
con el logos. El mito fue un monumento colectivo en que la cultura griega
dejó constancia, en casi doscientos personajes, de los problemas en que se
debatía y de las soluciones por las que luchaba. En esa cultura convivieron
mito, poesía y filosofía, como géneros literarios. La pregunta por la
existencia y la consistencia de las cosas y el hombre sólo pudo darse desde
la instalación en una nueva situación intelectual en la que las posibilidades
racionales parecieron más capaces de sustituir a la tradición religiosa y a
las creencias ancestrales. Sin que se produjera ningún momento de
discontinuidad, se dio, realmente, un paso del mito al logos, de la religión a
la filosofía, de la fe a la razón10.
10
Se suele caracterizar el mito como una actitud mental en la que a) se
personifican las fuerzas naturales , b) se hacen depender los fenómenos naturales
F.M. Cornford
Para F. M Cornford, en el fondo aún mantenemos la contraposición
decimonónica entre ciencia y religión y, por consiguiente, su poder de
confusión sobre el entendimiento de la filosofía griega.
La figura del “profeta-poeta-sabio” no desaparece en la Grecia
antigua: es la sucesora del antiguo chamán y resulta fácilmente reconocible
en los grandes iniciadores de la filosofía entendida como actitud
plenamente racional.
Un ejemplo de ello es Pitágoras, figura a quien se atribuyen milagros
y que da origen a leyendas en las que están presentes atributos divinos, la
defensa de la transmigración de las almas, la inmortalidad, etc. Pitágoras es
un vidente-poeta cuya mirada accede al otro mundo y en quien religión y
filosofía se dan en una visión unitaria: la matemática posee en Pitágoras
una índole científica, pero también y sobre todo, metafísica y religiosa, que
sólo desaparecerá cuando Demócrito interprete los elementos últimos de la
realidad en términos de átomos puramente materiales. Por lo demás,
Pitágoras es el fundador de una escuela y una orden religiosa en la que los
“iniciados” mantienen en secreto su saber, buscan la purificación, creen en
el dualismo y esperan la reencarnación.
El caso de Heráclito posee también esos caracteres: su rechazo de la
polymatía, su afirmación: “me investigué a mí mismo”; el estilo oracular; la
reivindicación de absoluta originalidad, que sin embargo no es sino plena
coincidencia con el logos universal, la afirmación de la unidad del cosmos
más allá de su ocultación y desvelamiento, revelados al “sabio” y que sólo él
puede revelar.
Si nos referimos a Parménides, la inspiración, tantas veces
contrapuesta, es idéntica: Heráclito fue profeta de un logos; Parménides, lo
fue de una lógica; uno y otro han sido receptores de una inspiración divina;
la razón, la lógica, el método geométrico, el nacimiento de la metafísica que
afirma el ser inmóvil y uno, más allá de lo perceptible por los sentidos
corporales; en el proemio asistimos a un proceso y un itinerario iniciáticos,
y el poema nos adentra en la vía de la verdad y en la metafísica,
contrapuestas a la vía de la apariencia, estableciendo la incomunicabilidad
de las vías; es el “sabio” el que habla de su revelación, en un estilo literario
solemne, hierático.
Empédocles, quizá más que ningún otro filósofo de este periodo,
encarna esta figura de transición. En su obra asistimos a una vinculación de
religión, poesía y filosofía, a la visión iniciática de la conexión entre
microcosmos y macrocosmos: el parentesco entre nacimiento y muerte, y el
G. Gusdorf
Puede interpretarse el mito como prehistoria de la filosofía (Gusdorf). Hay
una prehistoria de la filosofía y su herencia pre-racional permanece de una
u otra manera en la razón madura. La conciencia filosófica ha nacido de la
conciencia mítica, de la que se ha separado lentamente por la ruptura del
equilibrio que había logrado y la conciencia de una armonía perdida. La
filosofía conservará la nostalgia de esos orígenes y apunta a la restauración
del orden originario. “La conciencia mítica, aunque rechazada, no ha
muerto”11. Por tanto, en la cuestión de mito y metafísica, no se trata tan solo de una
arqueología de la razón. El interés por el pasado es una forma de la preocupación por lo actual.
El mito es susceptible de muchas interpretaciones: puede ser
entendido como poesía, expresión del genio creador en la esfera del arte,
mensaje dotado de una significación religiosa, que diviniza la naturaleza, o
como revelación primitiva, deformación de la verdad revelada; también
como alegoría moral, física, social, filosófica; igualmente, se ha asignado su
origen a la función fabuladora y otras veces a una función de conocimiento.
Como sabemos, para Comte (que inspira los análisis de Lévy-Bruhl y
Leon Brunschvicg) todo queda explicado en la ley de los tres estados: los
estados sucesivos, ficticio, metafísico y científico sitúan a cada tendencia en
un momento irrepetible de una historia sin retorno. Para Gusdorf tal
sucesividad no es real: hay una interpenetración de los estilos de pensar.
“...en lugar de la lectura en discontinuidad, una lectura en continuidad del
progreso del pensamiento humano” (loc. cit., p. 11).
Para Gusdorf, originariamente es una forma de instalarse en la
realidad y muestra una forma de comportamiento humano. Toma partido
por la interpretación existencial y señala que la conciencia mítica exhibe
una unidad originaria de hombre y mundo, previa a un divorcio que habría
11
Mito y metafísica. Editorial Nova, Buenos Aires, 1960, p. 10.
12
Loc. cit., p. 14.
Para Luc Ferry13 “La filosofía siempre ha sido (…) la secularización de una
religión” (43). ¿Qué enseña el mito al naciente espíritu filosófico? La
filosofía estoica, que retoma bajo forma racional la enseñanza de la
Teogonía y la Odisea, da buenas muestras de ello.
13
Luc Ferry y Lucien Jerphagnon, La tentación del cristianismo. Paidós, Madrid,
2010. Luc Ferry, La sabiduría de los mitos. Taurus, Madrid, 2009.
14
Hay un precedente: Aurora se había enamorado de Titono y para gozar de su
amor le ofreció la inmortalidad, pero Titono envejeció hasta transformarse en
cigarra.
Physis y arjé
16
R. Panniker, El concepto de Naturaleza. Ed. Cit., pp. 82 y ss. Ana Rioja y Javier
Ordóñez, Teorías del universo (2 vols). Síntesis, Madrid, 1999; Giorgio Colli, La
naturaleza ama esconderse. Siruela, Madrid, 2008. F. M. Cornford, Principium
sapientiae. Visor, Madrid, 1988. José Mª Gª Gómez-Heras, En armonía con la
naturaleza. Reconstrucción medioambiental de la filosofía. Biblioteca Nueva,
Madrid, 2010.
17
Así fiton: árbol; fima: brote; fillon: hoja; fitu: planta; filon: raza; filé: tribu.
La causa del cambio: En todas las lenguas parecen que los vocablos más
primitivos se refieren a los procesos naturales. Las cosas se caracterizan
por el nacimiento que les proporciona la naturaleza, causante de su
sucesiva generación y de sus manifestaciones. Igual que en el mundo
humano importa la genealogía (Vg., Eneas, hijo de Anquises).
Cuando los presocráticos se preguntan por la causa del cambio, el
sujeto inmóvil de la variación -sujeto que caracteriza y da unidad a las
cosas- formula su problema preguntando qué es la naturaleza, la fuerza
engendrante de las cosas. La naturaleza aparece con un doble sentido:
a) principio germinal de las cosas, lo que el engendrante da al
engendrado, o
b) el mismo ser engendrado en su totalidad.
c) Una cosa posee naturaleza si posee la capacidad de hacer nacer, y,
análogamente, el resultado de esta producción es también
naturaleza.
d) Aparece un nuevo término, arjé, que designa más precisamente la
naturaleza como principio.
18
R.G. Collingwood, Idea de Naturaleza. F.C.E., Méjico, 2006.
19
Para toda esta sección, F. Martínez Marzoa, Historia de la Filosofía, Vol. I, Istmo,
Madrid, 1973. La obra de consulta básica es G. S. Kirk y J.E. Raven, Los filósofos
presocráticos, Gredos, Madrid, 1974. Recomendamos vivamente la lectura de la
obra de Erwin Schrödinger, La naturaleza y los griegos, Aguilar, Madrid, 1961;
también Benjamin Farrington, Ciencia y filosofía en la Antigüedad, Ariel,
Barcelona, 1972; sobre todo, David C. Lindberg, Los inicios de la ciencia
occidental, Paidós, Barcelona, 2002, y S. Sambursky, El mundo físico de los
griegos, Alianza Ed., Madrid, 1990; Clarence J. Glacken, Huellas en la playa de
Rodas. Ediciones de Serbal, Barcelona, 1996. Edward Grant, A History of natural
philosophy. Cambridge University Press, New York, 2007.
Heráclito
La obra
Descendiente de la antigua familia real, hermano de un basileus, este
Physis y arjé
Se ha dicho que "la filosofía griega nació cuando los grandes problemas
salieron del santuario”. En efecto, los "grandes problemas, la 'naturaleza, el
destino, el ser del hombre, la existencia de los dioses, el bien y el mal,
recibían respuesta desde una religión ancestral cuyos orígenes se pierden
20
El dios concede la presencia; tras la presencia queda siempre el enigma; por eso
la presencia es «signo».
21
Me he buscado a mí mismo.
22
El rayo es el fuego. Zeus es el que envía el rayo.
23
«Carencia» es la extinción del fuego, la solidez de las determinaciones.
«Saciedad» es el incendio.
El devenir
Heráclito ha pasado a la historia como el gran defensor del Devenir, de la
tesis según la cual todo cambia y nada permanece (Todo fluye24).
Pero al mismo tiempo que afirma el devenir, Heráclito afirma el ser y
la unidad. Así, “(El sol) es nuevo cada día”. El sol nace y perece cada día; el
sol es fuego, y su nacer y perecer, la sucesión día-noche, es una de las
múltiples manifestaciones del «encenderse y extinguirse», del “camino
arriba abajo”. Pero ciertamente “El sol no sobrepasará la medida; si lo
hiciese, las Erinias, guardias al servicio de la Justicia (Diké), lo descu-
brirían”25.
En efecto, todas las cosas cambian -dice Heráclito-, nada permanece.
Pero más allá de las cosas, siempre múltiples, el Ser, la Unidad, es
inmutable. El Ser Uno es la unidad viviente que se manifiesta en la
multiplicidad de las cosas (El salir a la luz ama el ocultamiento) sin por ello
dejar de ser una. Los entes cambian, pero el ser permanece el ser es la
unidad que se manifiesta en lo múltiple. En la Escuela de Elea el
planteamiento había sido distinto: Jen6fanes, contra el antropomorfismo;
negó todo tipo de movimiento a lo divino. Parménides, siguiéndole, afirmó
que la multiplicidad y el cambio son incompatibles con la unidad del ser. En
Heráclito, por el contrario, lo Uno es compatible con lo múltiple y el ser es
compatible con el devenir.
26
“Para los despiertos, el cosmos es uno y común.” “Este cosmos, de todo ( = para
todas las cosas) el mismo, ni alguno de los dioses ni de los hombres lo hizo, sino
que era y es y será, fuego siempre viviente, encendiéndose según medida y
apagándose según medida”. “Para el dios todo (es) hermoso y bueno y justo; los
hombres, en cambio, toman lo uno como injusto, lo otro como justo.” “Lo
contrapuesto con-viene, y de lo diferente armonía supremamente bella”. “Armonía
inaparente más fuerte que la aparente”.
27
Según la tradición, hijo del dios Apolo y una virgen. J.B. Bergua, Pitágoras.
Ediciones ibéricas, Madrid, 1958. Sobre el pitagorismo en general, J.A. García
Junceda, De la mística del número al rigor de la idea.Fragua, Madrid, 1975.
28
En 494 a Xto Mileto fue destruida por los persas.
29
Escuela filosófica, partido político y orden religiosa, es el poder espiritual más
extraño y paradójico de Grecia.
30
En las antiguas tumbas órficas, se lee: “De hombre, te has convertido en dios”.
31
Fue considerado un legendario semidiós, sobre el que todavía se escribirán
biografias ochocientos años después de su muerte. Esta suerte de veneración es,
como subraya Olof Gigon, ajena a la mentalidad griega (Los orígenes de la
filosofía griega. Gredos, Madrid, 1971, p. 146.)
32
Las leyendas aseguraban que había matado a una serpiente venenosa que le
había atacado, mordiéndola a su vez; fue visto el mismo día en Crotona y en
Metaponto, fue uno de los siete sabios de Grecia, le fue visto cierto día en el
estadio un muslo de oro...
33
Un precepto sagrado fue para ellos el riguroso secreto que era preciso
mantener en torno a las verdades halladas y custodiadas por la secta. Según la
tradición, Hipaso de Metaponto fue arrojado al mar por haber revelado el
tratado sobre la esfera de los doce pentágonos. Según Cornford, la razón de ello
era que para los componentes de la secta los descubrimientos sólo pertenecían a
“él”.
34
Pitágoras predicaba a los animales, como antes Orfeo y después los carmelitas
españoles.
35
Estaban divididos en “acusmáticos” y “matemáticos”.
36
Otras prohibiciones fueron las de no recoger lo que se ha caído, no tocar un
gallo blanco, no romper el pan, no pasar sobre un travesaño, no remover la
lumbre con hierro, no comer de una hogazade pan entera, no coger una
guirnalda, no andar por las carreteras, no dejar que las golondrinas aniden en el
tejado de la propia casa, no beber vino, no tratarse con carniceros o cazadores...
Parménides
Vivió en la segunda mitad del siglo VI y primera del V. Era de Elea, ciudad
griega en el sur de Italia. Escribió un poema en hexámetros dactílicos
(como los poemas homéricos), del que se conservan fragmentos. En primer
lugar reproduciremos los textos, para comentarlos después.
El Poema (fragmentos)
Allí son las puertas de los caminos de la noche y el día 45, y las
44
“Saber” es “haber visto”.
45
El camino es la propia cuestión ser/no-ser, desocultamiento / ocultamiento. La
“puerta” es lo que se “abre”.
Pues he aquí lo que nunca será domado: no-ente ser. Tú, aparta
46
La «justicia» (cf Anaximandro) es el estatuto, la finitud. Las llaves son «de doble
sentido», porque tanto abren como cierran.
47
A «la diosa» no se le da en el poema otro nombre que éste. A partir de aquí todo
el poema es el discurso de la diosa.
48
Tanto lo presente como lo ausente es eonta, seres.
Queda un solo decir del camino: que es; sobre ese camino hay
múltiples señales: que, siendo no nacido, es también no
perecedero, pues es de miembros intactos, y sin temblor y sin
final; nunca era ni será, puesto que es ahora todo a la vez, uno,
continuo; pues ¿qué nacimiento de él buscarás?, ¿cómo y de
dónde ha crecido?; no te permitiré decir ni pensar que de no-
ser; pues ni decir se puede ni pensar que no es. Y ¿qué
necesidad lo habría empujado, antes o después, partiendo de la
nada, a ser? Así, es preciso que o sea de todas todas o no sea.
Nunca la fortaleza de la convicción dejará que de no-ser llegue
a ser algo aparte de ello mismo; por ello ni que nazca ni que
perezca deja la justicia, soltando sus lazos, sino que mantiene; y
el juicio acerca de ello está en esto: es o no es; y está desde
luego decidido, según necesidad, dejar sin pensar y sin nombre
el uno (de los dos caminos) -pues no es camino verdadero- y que
el otro es y es verdadero. ¿C6mo, siendo, podría perecer luego?,
¿cómo podría haber nacido?; si nació, no es, ni si en algún
momento va a ser. Así queda extinguido el nacimiento e
ignorado el perecer.
Pero puesto que (hay) límite (el cual es lo) último, está
terminado de todas partes, semejante al volumen de una esfera
bien redondeada; de igual peso en todas direcciones a partir del
centro; pues ni mayor en nada ni en nada menor es preciso
49
Ya que el pensar tiene lugar, es, es pensar, por cuanto el ser es.
Los pluralistas
Empédocles de Agrigento
Los pluralistas han sido considerados con frecuencia como intentos de
conciliación de las posturas de Parménides y Heráclito. Si defienden por un
lado la unidad de la fysis, aceptan la pluralidad de entidades y principios de
la misma, así como su movilidad
Respecto a Empédocles (circa 492-432), fue natural de Acragas (la actual
Agrigento), en Sicilia. Fue un gran personaje, sacerdote de ritos de
purificación, vidente, místico, taumaturgo y predicador ambulante, médico,
poeta, científico... Llegó a ser considerado un semidiós. Se nos han
transmitido sus Himnos purificadores y Sobre la naturaleza.
Los elementos
Se plantea nuevamente el problema de la arjé. Si los milesios admitieron
una única materia primigenia, él afirma la existencia de cuatro substancias
fundamentales: fuego, aire, agua y tierra, las cuatro raíces (spérmata) del
ser. Todo cuanto hay en el ser se origina en ellas, por mezcla y separación.
Son algo último e irreductible: no nacen ni perecen. Sólo se desprenden de
ellas fragmentos que juntándose dan origen a combinaciones siempre
nuevas. Lo que los mortales entienden como nacer y morir, hacerse y
desaparecer, no es más que mexcla y separación.
Mecanicismo.
Pero lo que no tenemos aquí es un antropomorfismo acrítico como el de la
mitología, donde los dioses intervienen según su capricho en el acontecer
mundano. El incesante proceso de mezcla y disociación se realiza
«alternativamente», «en la rotación del circulo», «en la rotación del
tiempo» (frags. 26, 1 ; 17, 29). Acaece según el principio de que el ser es el
mismo; es, pues, un proceso interno, automático.
Conocimiento
Notable es su teoría del conocimiento. El punto central lo ocupa la idea de
que conocemos siempre lo semejante por lo semejante; «Con nuestra tierra
conocemos la tierra, con nuestra agua el agua, con nuestro aire el aire, con
nuestro fuego el aniquilador fuego, con nuestro amor el amor del mundo, y
su odio con nuestro sombrío odio» (frag. 109). Lo que con ello quiera
significar Empédocles lo entenderemos en seguida observando que a través
de nuestra propia alma conocemos las ajenas y teniendo presente una vez
más que la filosofía exige que traduzcamos de alguna manera las categorías
del ser con categorías de la mente. También aquí late en el fondo el
problema de las relaciones entre el pensar y el ser.
El pensamiento de Empédocles constituye, como se ve, una original
síntesis de Heraclito y de los eléatas. En la línea de los eléatas hay que
poner su doctrina de que se da un ser ingenerado, indestructible, cuali-
tativamente invariable, a saber, los elementos. El primer período del mundo
está c1aratnente concebido de un modo eleático. Pero hay que colocar en la
dirección de Heráclito el incesante mezclarse y disociarse de los elementos,
que explica el devenir y domina los otros períodos cósmicos. Aunque se da
en Empédocles un ser constante, se da también devenir y movimiento.
Como cosa nueva hay que registrar en Empédocles el haberse representado
el devenir como un acontecer regular y automático..
Leucipo y Demócrito
Las referencias antiguas señalan generalmente a los dos como
representantes del atomismo y materialismo. Pero la fama y la obra de
Demócrito (circa. 4601-370) han oscurecido por completo a Leucipo, de
forma que apenas si sabemos de él algo más que el nombre. Tanto más
destacada queda así ante nosotros la figura de Demócrito de Abdera, genio
universal, no inferior, se ha dicho, a Aristóteles 53. Demócrito fue el primer
materialista teórico54,
53
Bastará para convencerse de ello recorrer la lista de sus escritos sobre el orden
del mundo, la naturaleza, los planetas, los hombres, el espíritu, las sensaciones,
los colores, las diferentes formas de átomos, leyes del pensar, contacto circular y
esférico, líneas irracionales y átomos, números, ritmo y armonía, arte poética,
conocimientos médicos, agricultura, pintura, táctica, concepción del alma del
sabio, vida tras la muerte, etc., etc. Sólo este elenco temático revela ya un
espíritu investigador de gran capacidad. Empero, salvo una serie de cortos
fragmentos, todos sus escritos se han perdido. Cf Paul Nizan, Los materialistas
de la Antigüedad. Fundamentos, Madrid, 1971; Benjamín Farrington, Ciencia y
Filosofía en la Antigüedad. Ariel, Barcelona, 1972.
El Espacio
Del concepto de átomo es inseparable el concepto de espacio vacío. Era
forzoso aceptarlo desde el momento que se abandona la idea del ser como
un todo compacto. Así pues, hay que admitir junto al ser desmenuzado un
54
Aunque en el orden práctico resulta uno de los mayores idealistas de todos los
tiempos. Más afortunado estimaba él descubrir la causa secreta de un
complicado proceso natural que sentarse en el trono del imperio persa. Por esta
vía llegó a conseguir una imperturbable paz en su alma que le valió el apodo de
filósofo risueño.
El Movimiento
Crítica de Aristóteles.
La idea de explicar todo el proceso cósmico con un par de conceptos
(Naturaleza = átomos que se arremolinan en el vacío), se dice con clásica
concisión en el frag. 168, es grandiosa. El lado débil lo toca Aristóteles al
notar que los atomistas, de un modo muy expeditivo y ligero han
escamoteado el problema del origen del movimiento. Por el hecho de poner
un movimiento eterno no se ha ahorrado uno el deber de señalar
concretamente cuál es la razón y principio de ese movimiento eterno, pues
no todo lo que es eterno carece ya por ello de fundamento (Phys. 8, 1).
Además surge en seguida la pregunta de si con la causalidad mecánica
tenemos ya toda la causalidad y no habrá por el contrario que echar mano
de otras clases de causalidad para explicar adecuadamente el ser. Y
finalmente se verá sin gran trabajo que Demócrito ha señalado bien con su
teoría las partes en que se descompone el ser, pero se le han pasado por
alto los factores de unidad que reúnen aquellas partes en conjuntos armóni-
cos. Goethe diría: «Tienes ya en tu mano las partes; ¡ay falta ahora el lazo
del espíritu.»
Anaxágoras de Clazomene
Homeomerias
En Anaxágoras pueden apreciarse bien los esfuerzos de la filosofía
presocrática por resolver el problema del ser y el devenir. Encontramos en
este singular filósofo una nueva solución. El punto de partida será como
otras veces la imposibilidad de que algo provenga de la nada o de que algo
se convierta en nada. Nuevamente se apunta la solución genérica de que no
hay que hablar de un nacer o hacerse de las cosas sino de una nueva
mezcla; ni tampoco de un morir o desaparecer, sino de una separación o
disociación. Pero, ¿qué es lo que persiste en el fondo de todo devenir? ¿Cuál
es la substancia primigenia y básica del mundo? La idea le vino de una
sencilla observación de los fenómenos naturales. Todas las grandes
Anaxágoras y Demócrito
Anaxágoras toma una posición diametralmente opuesta a Demócrito. En
este último tenemos un espíritu analítico; en aquél brilla una clara
orientación a la síntesis. En Anaxágoras ocupa el primer plano lo formado y
determinado, como ocurrirá luego en Aristóteles; por ello las mismas
homeomerías deben tener también su propia estructura o forma. En
Demócrito lo formado está desplazado en gracia de lo indeterminado y
genérico, indiferenciado y común; exactamente como en los milesios y en
Parménides. La cuestión gira una vez más en torno al problema de fijar
dónde hay que poner lo esencial, en lo particular o en lo universal, y si en
esto último, en qué nivel de universalidad.
Nous
Este modo de pensar orientado hacia las totalidades formadas, hacia las
substancias, se manifiesta igualmente en la segunda idea fundamental de
Anaxágoras, en su teoría del espíritu y en la función que le asigna respecto
del ser y de sus formas. Con ello quedará esencialmente completada la
doctrina de Demócrito. Aristóteles ha perfilado puntualmente el estado de
la cuestión. Tenemos en el mundo lo bueno y lo bello como una auténtica
realidad. ¿Acaso podremos alcanzar estas realidades -se pregunta él- si no
contamos más que con aquellos principios de las cosas tomados en
consideración en la especulación anterior a Anaxágoras, es decir, con
principios materiales, causalidad mecánica y el azar?55
Más concretamente expresó Platón este pensamiento de Anaxágoras,
cuando hace decir a Sócrates en la cárcel momentos antes de beber la
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«Cuando llegó por fin uno (Anaxágoras) que afirmó que se da una mente, lo mismo en los seres vivos,
que en la naturaleza, autora del cosmos y de todo su orden, hubo de aparecer frente a sus predecesores
como un hombre sensato entre desatinados» (Met. A, 3, 984b 15).