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Cuentos Jorge Bucay

Este documento contiene cuatro historias cortas. La primera historia trata sobre diferentes plantas que se marchitan porque se comparan entre sí en lugar de aceptarse a sí mismas. La segunda historia habla sobre un padre que anima a su hijo a volar aunque tenga miedo. La tercera historia describe a un buscador que descubre que un cementerio es en realidad un lugar para registrar los momentos felices vividos. La cuarta historia explica por qué un elefante de circo, aunque poderoso, permanece encadenado.
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Cuentos Jorge Bucay

Este documento contiene cuatro historias cortas. La primera historia trata sobre diferentes plantas que se marchitan porque se comparan entre sí en lugar de aceptarse a sí mismas. La segunda historia habla sobre un padre que anima a su hijo a volar aunque tenga miedo. La tercera historia describe a un buscador que descubre que un cementerio es en realidad un lugar para registrar los momentos felices vividos. La cuarta historia explica por qué un elefante de circo, aunque poderoso, permanece encadenado.
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A continuación algunas historias de Jorge Bucay

¿COMO CRECER?

Un rey fue hasta su jardín y descubrió que sus árboles, arbustos y flores se
estaban muriendo.
El Roble le dijo que se moría porque no podía ser tan alto como el Pino.
Volviéndose al Pino, lo halló caído porque no podía dar uvas como la Vid. Y la Vid
se moría porque no podía florecer como la Rosa.
La Rosa lloraba porque no podía ser alta y sólida como el Roble. Entonces
encontró una planta, una fresia, floreciendo y más fresca que nunca.
El rey le preguntó:
¿Cómo es que creces saludable en medio de este jardín mustio y sombrío?
No lo sé. Quizás sea porque siempre supuse que cuando me plantaste, querías
fresias. Si hubieras querido un Roble o una Rosa, los habrías plantado. En aquel
momento me dije: "Intentaré ser Fresia de la mejor manera que pueda".
Ahora es tu turno. Estás aquí para contribuir con tu fragancia. Simplemente
mírate a ti mismo.
No hay posibilidad de que seas otra persona.
Puedes disfrutarlo y florecer regado con tu propio amor por ti, o puedes
marchitarte en tu propia condena...

ANIMARSE A VOLAR

..Y cuando se hizo grande, su padre le dijo:


-Hijo mío, no todos nacen con alas. Y si bien es cierto que no tienes
obligación de volar, opino que sería penoso que te limitaras a caminar
teniendo las alas que el buen Dios te ha dado.
-Pero yo no sé volar – contestó el hijo.
-Ven – dijo el padre.
Lo tomó de la mano y caminando lo llevó al borde del abismo en la
montaña.
-Ves hijo, este es el vacío. Cuando quieras podrás volar. Sólo debes
pararte aquí, respirar profundo, y saltar al abismo. Una vez en el aire
extenderás las alas y volarás...
El hijo dudó.
-¿Y si me caigo?
-Aunque te caigas no morirás, sólo algunos machucones que te harán
más fuerte para el siguiente intento –contestó el padre.
El hijo volvió al pueblo, a sus amigos, a sus pares, a sus compañeros
con los que había caminado toda su vida.
Los más pequeños de mente dijeron:
-¿Estás loco?
-¿Para qué?
-Tu padre está delirando...
-¿Qué vas a buscar volando?
-¿Por qué no te dejas de tonterías?
-Y además, ¿quién lo necesita?
Los más lúcidos también sentían miedo:
-¿Será cierto?
-¿No será peligroso?
-¿Por qué no empiezas despacio?
-En todo caso, prueba tirarte desde una escalera.
-...O desde la copa de un árbol, pero... ¿desde la cima?
El joven escuchó el consejo de quienes lo querían.
Subió a la copa de un árbol y con coraje saltó...
Desplegó sus alas.
Las agitó en el aire con todas sus fuerzas... pero igual... se precipitó a
tierra...
Con un gran chichón en la frente se cruzó con su padre:
-¡Me mentiste! No puedo volar. Probé, y ¡ mira el golpe que me di !. No
soy como tú. Mis alas son de adorno... – lloriqueó.
-Hijo mío – dijo el padre – Para volar hay que crear el espacio de aire
libre necesario para que las alas se desplieguen.
Es como tirarse en un paracaídas... necesitas cierta altura antes de
saltar.
Para aprender a volar siempre hay que empezar corriendo un riesgo.
Si uno quiere correr riesgos, lo mejor será resignarse y seguir
caminando como siempre.
EL BUSCADOR

Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como buscador


Un buscador es alguien que busca. No necesariamente es alguien que
encuentra. Tampoco esa alguien que sabe lo que está buscando. Es
simplemente para quien su vida es una búsqueda.
Un día un buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Él
había aprendido a hacer caso riguroso a esas sensaciones que venían
de un lugar desconocido de sí mismo, así que dejó todo y partió.
Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos divisó
Kammir, a lo lejos. Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la
derecha del sendero le llamó la atención. Estaba tapizada de un verde
maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores
encantadoras. La rodeaba por completo una especie de valla pequeña
de madera lustrada… Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar.
De pronto sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación
de descansar por un momento en ese lugar. El buscador traspaso el
portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que
estaban distribuidas como al azar, entre los árboles. Dejó que sus
ojos eran los de un buscador, quizá por eso descubrió, sobre una de
las piedras, aquella inscripción … “Abedul Tare, vivió 8 años, 6 meses,
2 semanas y 3 días”. Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que
esa piedra no era simplemente una piedra. Era una lápida, sintió pena
al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese
lugar… Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la
piedra de al lado, también tenía una inscripción, se acercó a leerla
decía “Llamar Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas”. El buscador
se sintió terrible mente conmocionado. Este hermoso lugar, era un
cementerio y cada piedra una lápida. Todas tenían inscripciones
similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto, pero lo
que lo contactó con el espanto, fue comprobar que, el que más tiempo
había vivido, apenas sobrepasaba 11 años. Embargado por un dolor
terrible, se sentó y se puso a llorar. El cuidador del cementerio
pasaba por ahí y se acercó, lo miró llorar por un rato en silencio y
luego le preguntó si lloraba por algún familiar.
- No ningún familiar – dijo el buscador - ¿Qué pasa con este pueblo?,
¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños
muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que
pesa sobre esta gente, que lo ha obligado a construir un cementerio
de chicos?.
El anciano sonrió y dijo: -Puede usted serenarse, no hay tal maldición,
lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré:
cuando un joven cumple 15 años, sus padres le regalan una libreta,
como esta que tengo aquí, colgando del cuello, y es tradición entre
nosotros que, a partir de allí, cada vez que uno disfruta intensamente
de algo, abre la libreta y anota en ella: a la izquierda que fu lo
disfrutado…, a la derecha, cuanto tiempo duró ese gozo. ¿ Conoció a
su novia y se enamoró de ella? ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme
y el placer de conocerla?…¿Una semana?, dos?, ¿tres semanas y
media?… Y después… la emoción del primer beso, ¿cuánto duró?, ¿El
minuto y medio del beso?, ¿Dos días?, ¿Una semana? … ¿y el
embarazo o el nacimiento del primer hijo? …, ¿y el casamiento de los
amigos…?, ¿y el viaje más deseado…?, ¿y el encuentro con el hermano
que vuelve de un país lejano…?¿Cuánto duró el disfrutar de estas
situaciones?… ¿horas?, ¿días?… Así vamos anotando en la libreta cada
momento, cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su
libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su
tumba. Porque ese es, para nosotros, el único y verdadero tiempo
vivido.

EL ELEFANTE ENCADENADO

Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me


gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros,
después me enteré, me llamaba la atención el elefante. Durante la
función, la enrome bestia hacia despliegue de su tamaño, peso y
fuerza descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato
antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente
por una cadena que aprisionaba una de sus patas clavada a una
pequeña estaca clavada en el suelo. Sin embargo, la estaca era solo un
minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la
tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio
que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia
fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir. El misterio es
evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye? Cuando tenía
5 o 6 años yo todavía en la sabiduría de los grandes. Pregunté
entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio
del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se
escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia:
-Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan? No recuerdo haber
recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo me olvide del
misterio del elefante y la estaca... y sólo lo recordaba cuando me
encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.
Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido
lo bastante sabio como para encontrar la respuesta: El elefante del
circo no se escapa porque ha estado atado a una estaca parecida
desde muy, muy pequeño. Cerré los ojos y me imaginé al pequeño
recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel
momento el elefantito empujó, tiró, sudó, tratando de soltarse. Y a
pesar de todo su esfuerzo, no pudo. La estaca era ciertamente muy
fuerte para él. Juraría que se durmió agotado, y que al día siguiente
volvió a probar, y también al otro y al que le seguía... Hasta que un día,
un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se
resignó a su destino. Este elefante enorme y poderoso, que vemos en
el circo, no se escapa porque cree -pobre- que NO PUEDE. Él tiene
registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió
poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a
cuestionar seriamente ese registro. Jamás... jamás... intentó poner a
prueba su fuerza otra vez...

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