Le Breton David - Cuerpo Sensible
Le Breton David - Cuerpo Sensible
Le Breton David - Cuerpo Sensible
C u e r p o s e n s ib le
E d i c i ó n y t r a d u c c ió n : A l e ja n d r o M a d r i d Z a n
e d ic io n e s I m e t a l e s p e s a d o s
ISBN: 978-956-8415-36-5
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L o re n a H u r ta d o
In tr o d u c c ió n
V ivían F r itz
1Cf. David Le Breton, Adiós al cuerpo. Una teoría del cuerpo en el extremo contemporáneo,
México, La Cifra, 2007.
O b e rtu ra
' L’usage du monde (1963), París, Payot, 1992. Editado en español, Los caminos del
mundo, Madrid, Península, 2001.
tencia adecuada para pulir el espíritu y devolverlo siem pre a la hu
m ildad y a la soberanía de su cam ino. Es una ocasión para educarse,
deshacerse de los esquemas convencionales de apropiación del m u n
do, para perm anecer m ás bien al acecho de lo inesperado, decons-
truir sus certezas m ás que echar raíces en ellas. El viaje es un estado
de alerta perm anente para los sentidos y la inteligencia.
Presentam os a continuación, com o para retom ar el viaje a tra
vés de la escritura, los textos surgidos del sem inario en Chile.
C a p ítu lo 1
A p r e n d e r a tra v é s d e l c u e rp o : la e n se ñ a n z a
d e la s a c tiv id a d e s c o r p o r a le s
A p r e n d e r a VIVIr
“Véase, sobre esto, mi capítulo sobre los niños salvajes, en David Le Breton, Las pasiones
ordinarias, op. cit.
su grupo. T odo es virtualidad en el hom bre, y sólo la relación con
el otro, sea bajo la form a que sea, sirve de m ediación en la entrada
del niño al m undo a título de p a r te n a ir e social integral. La educa
ción puede asum ir m odalidades suaves o agresivas según los con
textos culturales. A lo largo de su desarrollo, el niño se apropia de
registros culturales diferentes. Las m odalidades de transm isión del
saber se encuentran a veces asociadas a los trabajos de los adultos de
su m ism o sexo. M ezclado con la vida cotidiana, los realiza a su vez,
y haciéndose corregir por los adultos que lo rodean, aprenderá a
identificar el estatus de sus interlocutores y a com portarse delante
de ellos de m anera apropiada.
La educación form al se ejerce sobre él-de mtmera deliberada, a
veces incluso directiva. Se le enseñan maneras de conducirse que se
juzgan indispensables para su desenvolvimiento en el m undo. El adul
to tom a muchas veces una actitud conminatoria: “no hagas eso”, “ha
zlo así”, fórm ulas necesarias en ese tipo de educación. El niño actúa,
se equivoca, se le “corrige”, se le muestra cóm o hacer y por qué. La
educación formal remite a un sentimiento íntimo: hay una naturale
za de las cosas que respetar. Aparece sobre todo si el niño comete una
falta o vacila ante la actitud que debe adoptar: aprendizaje de la higie
ne, de la cortesía, del pudor, de las maneras de mesa, etc. A través de
la imitación e identificación inconsciente, a través de la experimenta
ción im aginaria de lo que cree que debe hacer, el niño se apropia de
com portam ientos enraizados en la evidencia de su com unidad. De
esa manera, actividades y valores de una gran complejidad pasan de
una generación a otra, sin que uno se percate que ellas también son
aprendidas, interiorizadas. Esta educación m enos formal está dirigida
a com portam ientos que escapan a la conciencia: proxemia, percep
ciones sensoriales, sexualidad, expresión de emociones, etc.
D e hecho, esos tipos de aprendizaje se entremezclan. El indi
vidu o m ism o, por supuesto, es activo en ese proceso, no es cera
blanda para modelar, sino un actor que responde a las solicitaciones
de que es objeto a través de su historia, su sensibilidad, sus gustos,
etc. La educación es un proceso m últiple en que intervienen num e
rosos factores. Pero esa diversidad no es nunca aleatoria; está coor
dinada y form a un todo según un esquem a organizador. Aun si las
intervenciones parecen aparentem ente heterogéneas, son función
de un m ism o m edio y portadoras de la m ism a afirm ación cultural,
pues apuntan a la m ism a finalidad, que es form ar a un hom bre
capaz de una triple integración: integración personal, es decir, capa
cidad para reunir en sí de m anera coherente las m últiples influen
cias que llegan del exterior; integración social, que perm ite al indi
viduo participar activam ente en la vida del grupo al que pertenece,
reconocerlo com o suyo y ser reconocido; e integración cultural,
que hace de él la expresión viva de una m anera de vivir, de pensar y
de sentir propia a un sistem a de sentido y de valores. Los elementos
sim bólicos de la sociedad devienen partes integrantes de la persona
lidad. El individuo hace cuerpo con su cultura. El peso del control
social, de los im perativos y de las exigencias del m edio social se
siente poco. La contingencia de su condición se convierte para él en
una evidencia; no se im agina que habría podido nacer y desarrollar
se en otro lugar. La fuente de su conform idad parece surgir de él
m ism o. La educación recibida ajusta creativamente al hom bre a su
medio, haciéndole com partir con los otros una relativa com unidad
de pensam iento, de acciones y valores, singularizada por su propia
historia.
Sin em bargo, el proceso de aprendizaje no se interrum pe ja
más. El hom bre no se encuentra nunca encerrado por su educación.
Siem pre le es posible ir más allá, abrirse a nuevas experiencias, acce
der a otros aprendizajes, si lo desea, encontrándose perm anente
m ente en la apertura. A lo largo de su existencia y de su vida perso
nal, el individuo olvida antiguas prácticas para adquirir otras. Siem
pre “en alguna parte en m edio de lo inacabado”, según la frase de
Rilke, pone en juego sin cesar su existencia, aprende y desaprende.
N u n ca cesa de encontrarse en actitud reflexiva hacia lo que lo ro
dea7, sobre todo en nuestras sociedades, fundadas en la obsolescen
cia de objetos y saberes. El reciclaje de la m em oria y de las técnicas
del cuerpo prosigue a lo largo de la vida. Se acentúa, incluso, a
través de la creciente oferta de disciplinas corporales. La iniciación
al yoga o a la danza, a las artes marciales u otras disciplinas corpora
les, por ejem plo, no tiene edad. T anto así, que las m ás de las veces
no se trata para nada de convertirse en artista, sino sim plem ente de
participar en una actividad que nos abra hacia los otros y hacia di
versos m undos, y procure, sobre todo, relajación, técnicas del cuer
po para conjurar ciertos males o que sea m ás eficaz para alejar las
tensiones de lo cotidiano.
Pero, lo mismo que para el registro de las emociones o de las
percepciones sensoriales, cada cultura realiza una selección de lo que
le pertenece com o propio en la inmensidad de las técnicas del cuerpo
posibles, el caudal de gestos o de movimientos eficaces no es nunca
fijo. Se encuentra perm eado constantemente por las relaciones socia
les, el progreso de las tecnologías, la evolución de las profesiones, etc.
Y, sobre todo en el ám bito de la creación, estas técnicas del cuerpo
son permanentemente reconsideradas por los artistas, que m odifican
a m enudo su ordenamiento incorporando sus propios ajustes. La
M a e s tr o d e se n tid o y m a e str o d e v e rd a d
E n s e ñ a r l o in d e c ib le
" E. Herrigel, Le zen dans l ’art chevaleresque du tira l'arc, París, Dervy-Livres, 1981, p.
18.
trabajo del cuerpo apoyado sobre una perm anente reflexividad, por
lo m enos durante el tiem po de aprendizaje. Se trata de adquirir
gestos, posturas, kinestesias, cenestesias, maneras de respirar, o téc
nicas diferentes al empleo del cuerpo en la vida cotidiana. La tarea
consiste en apropiarse de un universo sensorial y físico desconocido
al com ienzo de la iniciación. La evolución hacia ese saber infracor-
poral im plica la adquisición, por parte del alum no, de una inteli
gencia, práctica y sensitiva a la ve.z, que no deja nada al azar en las
diferentes posturas. El paso desde la torpeza inicial hasta una pro
gresiva fam iliaridad se realiza lentamente, a través de tanteos, ojea
das dirigidas a los dem ás alum nos o al profesor. El principio del
aprendizaje traduce el hecho de que es posible deshacerse de nues
tros hábitos m otrices y respiratorios, de los “bloqueos”, o del “olvi
do del cuerpo” que impera a m enudo en el curso de la existencia'^
E n la prim era etapa, la reflexividad prevalece am pliam ente sobre el
gesto. El alum no busca fijarse en lo que im agina respecto a la fina
lidad de la postura. Reencuentra sensaciones olvidadas, casi im per
ceptibles, pero que un paciente trabajo de atención y exploración
hacen renacer: m ovim ientos de respiración, sensaciones térmicas,
circulatorias, viscerales. El aprendizaje de técnicas constituye una
lenta exploración de una interioridad, m uchas veces abandonada en
germ en, en tanto percibida com o insignificante e inaccesible. Se
induce una desestabilización, una ruptura con las familiaridades,
un extrañam iento de la relación sensible con el m undo. El cuerpo
es la m ateria prim a que hay que transm utar para generar un conoci
m iento sobre sí m ism o capaz de cam biar la vida. C o n el correr del
tiem po se opera el desplazam iento, y las posturas se hacen eviden
12David Le Breton, Antropología del cuerpo y modemiedad, Buenos Aires, Nueva Visión,
2008.
tes: la reflexividad se confunde con el acto, sin que se pueda perci
bir ninguna distancia, y la danza, por ejem plo, entra ahora en m e
dio de la vida cotidiana com o una herramienta que alim enta una
conciencia de sí y una distancia propicia con el m undo.
C a p ítu lo 2
D e lo s s e n tid o s a l se n tid o :
u n a a n tr o p o lo g ía d e lo s se n tid o s
L a se n so ria lid a d d el m u n d o
13David Le Breton, Elsabor del mundo. Una antropología de los sentidos, Buenos Aires,
Nueva Visión, 2007. .
14Henri Maldiney, Regard, parolo, espace, Lausana, L'Age d’homme, 1973, p. 17.
m iento de su caballo, que Cézanne no percibe. N adie ve de manera
similar un objeto cualquiera, pues lo captam os cada vez a través de
un prism a de significaciones y valores. El m ism o sendero, recorri
do a la m ism a hora y el m ism o día, no suscita nunca las m ism as
percepciones por parte de los caminantes, según las diferentes sensi
bilidades que caracterizan a unos y a otros: existe el sendero de los
paseantes, que se tom an su tiem po y contem plan el paisaje; otro de
los enam orados, que sólo se m iran el uno al otro o buscan un lugar
m ás discreto en su recorrido; el sendero del fugitivo, que intenta
borrar sus huellas; el del cam pesino o del pastor, atento a las difi
cultades del cam ino para su piño, o a la calidad de los pastos veci
nos; el del hom bre apurado, el del extraviado, que ve con angustia
cóm o, poco a poco, cae la noche sobre él. M ás aún, el cam ino de la
m ujer no es el del hom bre, ni el del niño o el del viejo que lo ha
recorrido toda su vida. N o existe un sendero verdadero, sino otros
tantos puntos de vista, otras tantas percepciones según los ángulos
de aproxim ación, las expectativas, las pertenencias sociales, de cul
tura, de género, etc. en que el sendero se declina com o un inago
table test proyectivo. Cualquier escena es una m ultiplicación infi
nita de percepciones posibles, incluso si en el centro de una m ism a
colectividad las sensibilidades y el lenguaje son suficientemente cer
canos para llegar a entenderse. N o hay un m undo que un observa
dor indiferente, situado en un punto ideal, pueda describir con toda
objetividad. Sólo hay m undo de carne y significaciones. Y no hay
nada que penetre el espíritu y que no posea un anclaje físico y, por
lo tanto, sensorial. Es im posible no cam biar y transform arse per
m anentem ente. El m undo es la emanación de un cuerpo que lo
22W. Clark, S. Clark, “Pain responses in Nepalese porters”, Science, vol. 209, N° 18,
1980.
23Michel Pastoureau, Bleu. Histoire d'une couleur, París, Seuil, 2002.
prosigue, justam ente, en la indiferencia ante lo que no ha sido per
cibido, a m enos que la curiosidad conduzca a una m ayor atención.
Las necesidades d e la existencia individual conducen a descui
dar una serie de datos sensibles con el fin de volver m ás fácil la vida.
La dim ensión de sentido evita el caos. Las percepciones son justa
m ente la consecuencia de una selección realizada sobre el flujo sen
sorial que baña al hom bre. Resbalan sobre las cosas familiares sin
que se les preste atención, mientras no desdibujen el cuadro: se
absorben en lo evidente, pues incluso cuando el individuo tiene
dificultades para nom brarlas con precisión, sabe que hay otros que
son capaces de discurrir a propósito de ellas. Se puede estar confor
m e con contem plar un “pájaro”, o con sentir un “buen olor”, pero
el aficionado podría identificar al colibrí y su época de reproduc
ción, o el jardinero al eucaliptus. La categorización es m ás o m enos
im precisa; reúne m ás o m enos bien las cosas o los acontecim ientos,
a lo cual el individuo se conform a si no desea producir esfuerzos de
com prensión suplem entaria.
Tal com o el pastor conoce a cad a una de sus ovejas y sabe
nom brarlas, su vecino el carpintero no hace menos, pues en su caso
conoce la calidad de la m adera y sus usos, com petencia que escapa
al pastor. Pero para adquirir los códigos de percepción propios de
su oficio, esos hom bres han necesitado un aprendizaje m eticuloso
de la m irada. Según W H udson, “cada uno habita su pequeño
m undo, que es personal, y que para los otros no es sino una parte
del halo azulino que difum ina todo, pero en el cual, para este indi
viduo en particular, cada objeto se destaca con una nitidez sorpren
dente y cuenta claram ente su historia ( ...) El secreto de la diferen
cia es que su ojo está adiestrado para ver ciertas cosas que busca y
espera encontrar. Instálenlo en un lugar en que las condiciones sean
nuevas para él y se encontrará inerm e”2^ Evocando regiones de di
fícil acceso en Argentina, H u dson nos cuenta cóm o un europeo
“que tratara cazar o explorar, con los pies y las piernas desnudos,
sufriría picaduras y desgarros casi a cada paso, y probablem ente an
tes que term inase el día sería m ordido por una serpiente. El indio,
sin em bargo, pasa su v id a en esos lugares, desnudo, o casi. Recorre
el inexplorado desierto cubierto de zarzas, sin otra cosa que sus
flechas para procurarse su com ida, la de su m ujer y sus hijos. N o
sufre con las espinas ni lo m uerden las serpientes, porque su m irada
está perfectam ente entrenada para descubrirlos a tiem po. M archa
rápido, pero conoce todos los tonos de verde, todas las hojas, lisas
u onduladas, en m edio del denso tejido, lleno de tram pas y de
supercherías, en el que está obligado a marchar, y aunque una hoja
se parece a la otra, posa el pie donde puede hacerlo sin peligro;
escogiendo rápidam ente entre dos males, pone el pie donde las
puntas y las espinas son m enos agudos, o donde, por una razón que
conoce, éstas hacen m enos m al”^ Para protegerse sabe descubrir
inm ediatam ente a la serpiente, casi invisible bajo la vegetación. En
una palabra, se hace uno con su entorno y sabe descifrar los datos
sensoriales al instante, tanto por el aprendizaje recibido desde la
infancia com o por la costum bre.
Visualm ente, toda percepción es u n a m oral o, en otros térm i
nos, una visión de m undo. El paisaje está en el hom bre antes que el
hombre esté en él, pues el paisaje hace sentido solamente a través de
lo que ve. Los ojos no son solam ente receptores de luz y de las cosas
del m undo, son sus creadores, en tanto la vista no es el calco de un
afuera, sino la proyección fuera de sí de una visión del m undo. Un
24W. H. Hudson, Unjlaneur en Patagonie, París, Payot, 1994, p. 165 (tr. fr.).
21 lbíd., pp. 171-2.
objeto no se expresa a través de una significación unívoca, como lo
recuerda irónicam ente la percepción de la botella de coca-cola en
un villorrio africano que se describe en L os dioses deben estar locos
(T h e G ods M u s t B e Crazy, Jam ie Uys, 1980), pues todo depende
26Ibíd., p. 163.
m uchas veces atenciones perceptivas distintas al interior de la m is
m a sociedad, la diferenciación de los sentidos puede conocer, de
una época a otra, variaciones considerables.
La m irada del hom bre de la E dad M edia no tiene casi ninguna
relación con la que proyectam os hoy sobre el m undo. Aquél no
veía el m undo con los m ism os ojos. La naturaleza de los contem
poráneos de Rabelais no se encuentra aún “desencantada”, reducida
a fuerza de producción o entretenim iento. “Fluidez de un m undo
en que n ada está estrictam ente delim itado, en el que los seres m is
m os, perdiendo sus fronteras, cam bian en un abrir y cerrar de ojos,
sin provocar, por tanto, objeción de form a, de aspecto - d e “reino”,
com o diríam os. D e ahí todas esas historias de piedras que se ani
m an, que cobran vida, se mueven y evolucionan; los árboles cobran
vida, sin asom brar a los lectores de O vidio ( ...) , los anim ales se
com portan com o hom bres y los hom bres se transform an, a volun
tad, en anim ales. Un caso paradigm ático es el del hom bre-lobo, el
ser hum ano que tiene el don de la ubicuidad, sin que parezca sor
prender a nadie: en un lugar es hom bre; en el otro, bestia” 27^H abrá
que esperar el transcurso del siglo ^XVII para que aparezca, en algu
nos letrados, transidos de aquello que Lucien Febvre llam a “el sen
tido de lo posible” , una m irada racionalista, despojada de todo sen
tim iento de trascendencia; hom bres preocupados de convertirse en
“am os y señores de la naturaleza” . L a m irada de los hom bres del
siglo no se encuentra anim ada por la certeza de que lo non
posse engendra el non esse, que lo im posible no puede ser. C o m o lo
27Lucien Febvre, Rabelais et leprobleme de l'incroyance au XV'/e sücle, París, Albin Michel,
1968, p. 404.
propios ojos, por hom bres que no dudan de su realidad. El bestia
rio del Renacim iento adm ite al temible basilisco, anim al híbrido
proveniente de un huevo de gallo incubado por un sapo. D e una
sola m irada m ata a los hom bres que se atraviesan en su cam ino si
los descubre antes de ser visto por ellos; si no lo hace, se vuelve
vulnerable a su vez. Algunos anim ales tienen fam a de poseer pode
res maléficos parecidos, com o el lobo, el gato, el león, la hiena, la
lechuza. Lo que llam am os hoy en día “sobrenatural” no es otra cosa
que lo que fue “natural” en esa época. Las fronteras de lo visible no
son com prensibles sino en función de aquello que los hom bres
esperan ver; no de una realidad objetiva que precisam ente nadie
verá jam ás, ya que no existe.
Frente a su entorno, el hom bre no es nunca un ojo, una oreja,
una m ano, una boca o una nariz, sino una m irada, una escucha, un
tacto, un gusto o un olfato; es decir, una actividad, una postura de
descifram iento. A cada instante transform a el m undo sensorial en
el que está inm erso en un m undo con sentido y valor. L a percep
ción no es la huella de un objeto sobre un órgano sensorial, sino un
cam ino de conocim iento diluido en la evidencia o fruto de una
reflexión, un pensam iento a través de los cuerpos sobre el flujo
sensorial q u e baña al individuo en perm anencia. L a percepción no
es coincidencia con las cosas, sin o interpretación. L o qu e los hom
bres perciben no es lo real, sino, desde ya, un m undo de significa
ciones. C ada hom bre cam ina en un universo sensorial relacionado
con lo que su historia personal hace de su educación.
L o s sentidos no son “ventanas” ante el m undo, o “espejos”
disponibles para registrar cosas perfectamente indiferentes a las cul
turas o a las sensibilidades, sino filtros que retienen en su tam iz lo
que el individuo ha aprendido a poner, o lo que justam ente él in-
tem a identificar activando sus recursos. N o hay una objetividad del
m undo. Las cosas no existen en sí, sino que se encuentran siempre
atravesadas por alguna intención o un valor que hace posible que
sean percibidas. La configuración y el límite del despliegue de los
sentidos pertenecen al trazado de la sim bología social. N o s encon
tram os inm ersos en un entorno que no es otra cosa que lo que
percibim os. N u n ca hay ilusiones de los sentidos, pues el m undo
no es otra cosa que aquello que es percibido, incluso si las exigen
cias de la existencia cotidiana im ponen a m enudo cierta corrección
de los m ensajes en función de lo posible.
Es im probable que los hom bres que ven la luna brillar duran
te la noche tengan la intención de cogerla com o a una manzana. Si
el pedazo de cera, tan preciado por D escartes para descalificar a los
sentidos, se funde con la llam a de la vela, sabem os que no som os
víctim as de los sentidos, sino del archiconocido cam bio en la natu
raleza de un elemento. D e igual manera, la belleza de un fruto plas-
tificado, que im ita asom brosam ente al verdadero, no nos incita a
com erlo. El hom bre ve, escucha, siente, gusta, toca, prueba la tem
peratura am biente, percibe el rum or interior de su cuerpo, y al ha
cerlo hace del m undo la m edida de su experiencia, lo hace com uni
cable a los otros, sum ergidos com o él en el seno del m ism o sistem a
de referencias sociales y culturales. La percepción es acontecim iento
de sentido. A unque no sea m ás que para declarar su turbación ante
el gusto indefinible de un plato o la naturaleza singular de un color.
Frente a la infinidad de percepciones posibles en todo m o
m ento, cada sociedad define maneras particulares de establecer se
lecciones, interponiendo entre ella y el m undo un filtro de signifi
caciones y valores, que procura a cada uno orientaciones para existir
en el m undo y com unicarse con los que lo rodean. Eso no significa
que las diferencias no distingan a los individuos entre sí, incluso al
interior de un grupo social del m ism o estatus. Y el m ism o indivi
duo, de un m om ento a otro o según su hum or o su disponibilidad
o el público que lo rodea, no percibe los estím ulos sensoriales de su
entorno de la m ism a manera. Inquieto o apurado por una cita, no
saborea su plato preferido com o lo hiciera la sem ana anterior, cuan
do tenía tiem po disponible. Las significaciones que se asocian a las
percepciones se encuentran teñidas de subjetividad: encontrar azu
carado el café o m ás bien fría la tem peratura del mar, por ejem plo,
suscita a veces un debate que m uestra que las sensibilidades de unos
y otros no son exactam ente hom ologables sin m atices, incluso si
los intérpretes com parten la m ism a cultura.
P e r c e p c ió n d e lo s c o l o r e s
33Georg Simmel, Essai sur la socíologie des sens, Sociologie et épistémologie, París, PUF,
1981, p. 230.
34Ibid, p. 227.
de los rostros, y se ofrecen a la vista y la interpretación los índices
significativos que confluyen en el desarrollo del encuentro. En efecto,
en una discusión frente a frente los actores de las sociedades occi
dentales raram ente desvían la m irada, sus rostros se encuentran en
estrecha correspondencia, en espejo. D e la m ism a m anera, cuando
marchan lado a lado, sobre la acera, por ejem plo, vuelven frecuen
tem ente la m irada el uno hacia el otro, signo de un com prom iso
com partido, com o tam bién de la necesaria atención a los gestos del
rostro de sus acom pañantes. R egulando el intercam bio, los gestos
orientan el desarrollo de la conversación. Se trate de apoyar una
reflexión, buscando un reconocim iento en la m irada del otro, de
acechar el m om ento propicio para tom ar la palabra a su vez, de
m ostrar a su interlocutor que hay aún cosas que decir o de buscar
signos de sinceridad, etc.
A través de la m irada se considera el rostro del otro, y con ello,
sim bólicam ente, su sentim iento de identidad. En el tratam iento
social de los sujetos que interactúan, la m irada del otro sobre sí se
encuentra cargada de significado. “ É ste no me mira” , “te m ira ape
nas cuando te habla”, son clichés que indican la decepción de no
haber sido reconocido, de ni siquiera suscitar la m odesta atención
de una m irada que ofrece por un instante la seguridad de existir.
N o ser visto, cuando uno se dirigía al otro, nos im pide incluso
enarbolar cierta “apariencia” . N i siquiera se la ha perdido, pues no
ha sido sancionada por la legitim idad que le confiere la m irada.
Son reveladoras, por ejemplo, las primeras frases de la obra de Ralph
Elisson sobre la condición negra en E stados U nidos: “Soy un h om
bre que nadie v e ... Soy un hom bre real, de carne y hueso, de fibras
y líquidos; se podría decir incluso que poseo un espíritu. Soy invi
sible, com préndanm e bien, sim plem ente porque la gente se niega a
verme ... M i invisibilidad no es tam poco una cuestión de accidente
bioquím ico acaecido a una epiderm is. La invisibilidad de la que
hablo es debida a una disposición particular de los ojos de la gente
con que m e topo”^
La penetración del ojo no ha cesado de acentuarse. H asta los
años sesenta, la im agen era una simple ilustración del texto; el dis
curso prevalecía, la im agen era un com plem ento. En los años sesen
ta germ inaba ya la idea según la cual “una im agen vale m ás que mil
palabras”. Vem os m enos el m undo ante nuestros ojos que las innu
merables im ágenes que dan cuenta de él a través de pantallas de
todos tipos: televisión, cine, com putador o periódicos. Las im áge
nes ganan terreno sobre lo real y evocan el tem ible problem a del
original. Si lo real no es m ás que la im agen, esta últim a se convierte
en el original, incluso cuando son sin cesar m anipuladas para servir
fines interesados. Los objetos m ism os son producidos com o im á
genes, a través de la im portancia creciente del diseño. A sim ism o, el
cuerpo ya no escapa a la necesidad de devenir im agen, logo, para
que el individuo cuide su apariencia y se deje ver3l\ La apariencia se
convierte en una form a de reconocim iento tiránico para el que casi
no se reconoce en sus normas.
L a vista ejerce dom inio sobre los otros sentidos en nuestras
sociedades; es la prim era referencia. Pero en otras sociedades, m ás
que de visión, hablarían de “degustación” , de “tacto” , de “audición”
o de “olfato” del m undo para dar cuenta de su m anera de pensar o
de sentir su relación con los otros y el entorno. O tro uso de los
35Ralph Ellison, Homme invisible, pour qui chantes-tu?, París, Grasset, 1969, p. 20 (tr.
fr.).
36David Le Breton, Signes d'identité. Tatouage, piercing et aums marques corporelles, París,
Métailié, 2002, y Antropofagia del cuerpo y mot^mi^dad, Buenos Aires, Nueva Visión,
2004.
sentidos se pone en ejecución. Los Tzolil, por ejem plo, piensan su
universo según un ordenam iento térm ico. Las variaciones sim bóli
cas entre lo caliente y lo frío m odulan su m edio am biente37^ Los
^Kaluli, de Papúa-N ueva G uinea, que viven en una espesa selva tro
pical, privilegian una cosm ología acústica38^ Los antiguos habitan
tes de los Andes descifran su universo en térm inos sonoros39^ Para
los O ngee, de las islas A ndam án, la textura y los m ovim ientos del
m undo, incluidos los hom bres que los com ponen, se tram an en un
sim bolism o olfativo4^ Estas concepciones sensoriales del m undo
son cosm ogonías com plejas, im posibles de resum ir en pocas pala
bras, pues ellas integran, por otro lado, diferentes m odalidades sen
soriales que no tienen nada en com ún con las que se encuentran en
nuestras sociedades occidentales; socavan, incluso, los fundam en
tos de éstas, arrancando el sustento de todas nuestras representacio
nes y nuestros usos a causa de su radical alteridad, que fuerza una
traducción y suscita inevitablemente algún tipo de reducción (cuan
do no de traición).
C ada sociedad elabora así una econom ía de los sentidos, una
jerarquía, con límites de desarrollo que le son propios; una cultura
sensorial particularizada, por supuesto, por las pertenencias de cla
se, de grupo, de generación, de género, y sobre todo de la historia
personal de cada individuo y su sensibilidad particular. Venir al
m undo es adquirir una sensibilidad, un estilo de visión, de tacto,
37Constance Classen, “McLuhan in the rain forest: the sensory worlds of oral cultures",
en David Howes (ed.), Empire of the senses. The sensual culture re^Ur, Berg Publishers
Ltd., 2005, pp. 148 y ss.
38 S. Feld, Sound and sentíment. Birds, weeping, poetics and song in Kulali expression,
Filadelfia, University of Pennsylvania Press, 1982.
3’ Constance Classen C., Worlds ofsense: exploring the senses in history andacross cultures,
Londres, Routledge, 1993.
40Constance Classen, “McLuhan in the rain forest", op. cit., pp. 153 y ss.
de oído, de gusto, una sensibilidad singular frente a la com unidad
de pertenencia. Los hom bres habitan universos sensoriales diferen
tes. L as percepciones sensoriales son relaciones sim bólicas con el
m undo. Si bien el conjunto de los hom bres del planeta disponen
del m ism o aparato fónico, no hablan la m ism a lengua. Igualm en
te, si la estructura m uscular y nerviosa o la estructura sensorial son
idénticas, eso no condiciona en nada los usos culturales a los que
dan lugar. D e una sociedad hum ana a otra, los hom bres experi
mentan sensorialm ente los acontecim ientos por m edio de reperto
rios culturales diferenciados, a veces similares pero no idénticos.
L a c o n j u g a c i ó n d e l o s s e n t id o s
L a e x p r e s ió n s o c ia l d e l a s e m o c i o n e s
42David Le Breton, Las pasiones ordinarias. Antropología de las emociones, Buenos Aires,
Nueva Visión, 1999.
manifestaciones, frente a un trasfondo biológico que no es nunca
un fin, sino siem pre la materia prima sobre la que se tejen incansa
blem ente las so cied a d e s^ Así, el etnólogo, confrontado a hom bres
o mujeres tributarias de una cultura afectiva diferente de la suya, se
encuentra a veces en la im posibilidad de identificar em ociones o
sentim ientos sin equivalente en nuestras sociedades occidentales.
Está obligado a retom ar el térm ino vernáculo que designa a esa
em oción y recurrir a una explicación o a una perífrasis para hacerla
inteligible.
La vida afectiva apenas se dom ina, y a veces va contra la volun
tad, incluso si responde siem pre a una actividad de conocim iento
ligada a una interpretación, por parte del individuo, de la situación
donde se encuentra inm erso. Es un pensam iento en m ovim iento
que no agota la conciencia que el individuo tiene de ella. Procesos
inconscientes lo acom pañan. Autoriza a veces un control, por lo
m enos un juego posible con su expresión para un ajuste m ás favo
rable a las circunstancias. Se puede eventualmente racionalizarlas o
utilizarlas, exacerbarlas o m oderarlas, según el público y lo que se
juega en las interacciones. Las em ociones no son turbulencias m o
rales que choquen con las conductas razonables, pues siguen lógicas
personales y sociales, tienen su razón. U n hom bre que piensa es un
hom bre afectado, que restablece el hilo de su m em oria, im pregna
do de cierta m irada sobre el m undo y sobre los otros. Los m ovi
m ientos afectivos que parecen rom per con sus maneras habituales,
o que lo em pujan a actuar en un m undo nocivo para él, remiten a
ciertas lógicas del inconsciente enraizadas en tipos de relaciones es
tablecidas en la infancia y cuya significación puede recuperarse a
4Í David Le Breton, El sabor el mundo. Una antropología de los sentidos, Buenos Aires,
Nueva Visión, 2007.
través de la anam nesis. N o hay proceso cognitivo sin una inversión
afectiva, y viceversa.
El individuo interpreta las situaciones a través de su sistem a de
conocim iento y de valores. L a afectividad desplegada es su conse
cuencia. Aristóteles, antes que nadie, subraya la participación activa
del individuo en las em ociones que lo atraviesan. “ D ebem os distin
guir tres puntos de vista en lo que concierne a las pasiones -escribe.
Así, por ejem plo, respecto a la cólera, observar en qué estado de
ánim o se encuentran las personas que m ontan en cólera, contra
quiénes la descargan habitualm ente y por qué m otivo”44. La signi
ficación que se confiere al acontecim iento funda la em oción que se
siente. Por el contrario, una perspectiva naturalista, m u y alejada de
las sutilezas del lazo social, tiende a postular una equivalencia inge
nua entre una situación y una em oción, y a fundar la últim a en la
naturaleza. Pero, claro está, la em oción no surge nunca de la biolo
gía, sino de una significación. En las m anifestaciones de violencia,
individual o colectiva, en el odio racista, por ejem plo, no hay un
triunfo de la “ irracionalidad” o de la “naturaleza’’, sino el em pleo de
un razonam iento, quizás tortuoso, de una lógica mental, incluso
delirante, de un am biente social y de fenóm enos grupales. La em o
ción es siem pre un conocim iento en acto. N o nos em ocionam os
por un proceso biológico gatillado inadvertidam ente en la oscuri
d ad del cuerpo, sino ante a un efecto particular, según una historia
personal, en una situación determ inada que m oviliza ahí, com o
reacción, un estado fisiológico reconocible. D o s individuos entran
en conflicto por una razón cualquiera: su cólera aum enta o dism i
nuye según sus reacciones mutuas. Y desaparece, m uchas veces com
47Emile Durkheim, Les formes élémentaires de la vie religieuse, París, PUF, 1968.
tim ientos del individuo y del grupo, son m ás que sim ples m anifes
taciones, son signos de expresiones com prendidas; en resumidas
cuentas, son un lenguaje. Esos gritos son com o frases y palabras.
H ay que decirlas, pero si hay que decirlas es porque todo el grupo
las com prende. Se hace algo más que m anifestar sus sentim ientos,
se los m anifiesta a los demás porque es necesario m anifestárselos.
Se los hace m anifiestos para sí m ism o al manifestarlos a los otros y
a cuenta de otros. Es, esencialmente, un sim bolism o”48^
L a afectividad de los m iem bros de u n a m ism a sociedad se ins
cribe en un sistem a abierto de significaciones, de valores, de ritua
les, de lenguaje, etc. La emoción arranca al interior de esta tram a
proporcionando a los actores una estructura de interpretación so
bre lo que sienten y perciben de la actitud de los otros. Bateson
designa com o ethos “el sistem a culturalm ente organizado de em o
ciones” . Ju n to a M argaret M ead, em plea este concepto en B alin ese
C h aracter49^ Al interior del m ism o grupo, un repertorio de senti
P a r a d o ja s d e l c o m e d i a n t e
59Konstantin Stanislavski, Ma vie dans l'art, París, Librairie Théatrale, 1950, p. 188.
sobre la escena para com unicarle al público las angustias que ha
atravesado, pero en términos claros, sobrecogedores, profundamente
sentidos, inteligibles y elocuentes. En ese m om ento, el público está
más afectado que el actor, éste conserva todas sus fuerzas para diri
girlas donde m ás las necesite, para reproducir la vida interior del
personaje que representa”6^ La interpretación del actor es un traba
jo de depuración de los signos para una m ayor fuerza de expresión.
A lgunas veces, la escena lo m etam orfosea y lo sum erge en los
sentim ientos de su personaje, al punto de olvidar su propia contin
gencia. L os problem as de elocución de Roger Blin desaparecían
cuando entraba en su personaje. Henri Rollan, aquejado de una
ciática dolorosa, debía ser portado en andas sobre el escenario, pero
no sentía nada durante la actuación, incluso podía subir una escale
ra sin dificultad, pero volvía a sentir dolor una vez term inado el
espectáculo. M adeleine Renaud, presa de la em oción, repitió re
pentinam ente veinte líneas de C lau del en plena representación de
A h les b e a u x jo u rs, de Beckett, y sólo el esfuerzo de la apuntadora la
"' Konstantin Stanislavski, Laformation de lacteur, Petite Bibliotheque Payot, 1979, p. 75.
61 Isadora Duncan, M a vie, París, Folio, 1932, p. 117.
en su entorno cuando interpretaba un drama, y permanecía jovial y
apacible cuando se trataba de una comedia. El fantasma del rol no
siempre puede ser reprimido sobre la escena, aun si la emoción com
prometida no es la del personaje, sino la del actor en su interpretación.
Para fabricar su personaje, Stanislavski pide al actor que se su
m erja com pletam ente en una situación afectiva análoga y reencon
trar las sensaciones a través de la m em oria, refrescada por los acon
tecim ientos vividos, con el fin de darles form a sobre el escenario
con una sinceridad, de alguna manera, “desfasada’’. Lee Strasberg,
en el A ctors Stu d io , radicaliza el m ism o principio: “ La m em oria
afectiva no es la simple m em oria, es una m em oria que com prom e
te al actor personalm ente hasta el punto en que experiencias pro
fundamente enraizadas en él comienzan a reaccionar. Su instrumento
se despierta y deviene capaz, sobre la escena, de recrear esa manera
de vivir que es esencialmente ‘revivir’ . L a experiencia em ocional
original puede estar relacionada con los celos, el odio o el am or;
puede ser una enferm edad o un acciden te... Si m entalm ente no se
recuerda de inm ediato ese tipo de experiencia, generalmente es un
indicio de que esta experiencia existió, pero que ha sido sepultada
en el inconsciente y no quiere ser arrancada de ahí”62^ Se trata de
suprim ir la distancia respecto a la interpretación, que no se altere las
fuentes de la em oción ni por un pelo, aunque haya que alim entar
las con una matriz personal sin relación alguna con la intriga. U n
trabajo de im aginación dram ática y de reminiscencias crea la fuerza
de expresión del actor. La prueba consiste en hacer aflorar una em o
ción personal a través de una sim bólica corporal en la acción de un
personaje im aginario, conservando el control de las dos partes de sí.
E l c o n ta g io d e e m o c io n e s d e la sa la
a la e sc e n a y d e la e sc e n a a la sa la
E l te s tig o e n c a n d ila d o
L a e m e r g e n c ia d e l a d a n z a m o d e r n a
N ace r d e la d an za
L a d a n z a c o m o r e s is t e n c ia
86 Respecto a la invención del cuerpo moderno, véase, por ejemplo, David Le Breton,
Antropologíadelcuerpoy modernidad, Buenos Aires, Nueva Visión, 2004, o Lachaira vif
De la lefon d'anatomie aux grefs d ’organes, París, Métailié, 2008.
una barca con un remero. Las sem anas pasan y la hora de su muerte
se acerca. El viejo artista se dedica ahora a pintar la barca con la
m ayor precisión. La víspera de su muerte, el rem ero aparece, por
obra de su pincel, con los rasgos de su discípulo Ling. Y, repentina
mente, la barca atraca sobre la orilla. Ling descienHe sobre la arena y
toma la mano de su anciano maestro, y los dos suben a la barca,
que se aleja en el azul del mar. La celda está vacía. Pero ese es tam
bién el encanto de la danza, que proporciona a quienes creen en ella
los m edios para una evasión siem pre exitosa. Ella es siem pre una
evasión, una m anera de rom per el tiem po circular y tom ar la barca
del anciano m aestro para escapar de la im potencia. Permite desli
zarse en otra dim ensión de lo real.
La danza contem poránea, antes que repetición de lo m ism o,
es la inducción de un sujeto en suspenso, creador del espacio y el
tiem po en que se produce. M atriz eternamente renovada de senti
do; invención de form as y de contenidos. Inventando nuevos len
guajes o nuevas m aneras de ser, es una exploración sin fin del conti
nente corporal. Si bien es cierto que el sentido se transparenta en las
citas gestuales, m ovim ientos, actitudes, m ím icas, y que en el curso
de una obra pueden aparecer es.cenas m uy evocadoras, la dan za no
posee nunca la claridad de un relato, y esa es precisamente su fuerza.
Sitúa al espectador en un engaño propicio: la tentación de sentido
es grande, pero transform ar la danza en relato equivale a destituir su
dim ensión m ás propia.
C iertam ente, la danza no deja de ser una construcción mental
que se interpreta a través del cuerpo, una inteligencia física del cuer
po, com o una obra escrita a través de una serie coherente de m ovi
m ientos. Precediendo a la facilidad del gesto y la transparencia del
m ovim iento hay un aprendizaje, la enseñanza de un m aestro y la
apropiación de las técnicas corporales por parte del estudiante. Hay,
por supuesto, una construcción de la gracia o bien del desatino (si
es intencional). L a evidencia es adquirida: por una parte, es el pro
ducto de la interiorización de las m aneras elementales de jugar con
el espacio; por otra, reside en el talento, en la capacidad de inven
ción. La danza es un arte, no un desorden m ás o m enos controlado.
Tal com o las artes plásticas (y especialm ente el body a r t ) o el
teatro, la danza participa intensam ente en la interrogación de nues
tras sociedades sobre el estatus del cuerpo y, por tanto, m ás allá de
eso, sobre el estatus del sujeto, en un m undo en el que se encuentra
am enazado por todas partes. En el prólogo de A s í h a b la b a Z a r a tu s-
tra , Nietzsche anuncia su propósito: “O s digo, es necesario tam
bién portar en sí al caos para ser capaz de dar a luz una estrella que
danza. O s digo, ustedes portan consigo el caos” . El intérprete corre
hacia el m ar y se detiene al límite entre la arena y el mar. Asaltan a la
m em oria las últim as frases de M ichel Foucault en L a s p a la b r a s y las
cosas: “ El hom bre es una invención que la arqueología de nuestro
87 Michel Foucault, Las palabras y las cosas, París, Gallimard, 1966, p. 398.
límite del mar y la arena hay siem pre quien danza para renovar el
paso del hom bre y salvaguardar su rostro. La im agen es una im agen
de eternidad del hom bre, una de las form as fundadoras de resisten
cia, crítica y jubilatoria a la vez, frente a la crisis de sentido y de
valores de nuestras sociedades. Incluso cuando in te rr o ^ duram en
te la condición corporal del hombre, lo hace siem pre a través del
cuerpo. Ella “da a luz una estrella que danza” , opuesta a esa corrien
te que desprecia los cuerpos que m arca profundam ente nuestra so
ciedad. “Yo danzo, luego existo” , tal es, contra Descartes, el cogito
contem poráneo de aquellos que no aceptan los im perativos del
“horror económ ico” y de la todopoderosa técnica que vuelve al
m undo cada vez m enos hospitalario. D anzo, entonces, y m i cuer
po está siem pre en m edio del goce del m u n d o88.
112
D avid Le Breton es profesor de Sociología en la Facultad de
C iencias Sociales de la Universidad de Estrasburgo. M iem bro del
Instituto Universitario de Francia. A utor de num erosas obras en
torno a la antropología del cuerpo.
O bras en francés:
E n soujfran ce. A dolescence et entrée d a n s Úl vie (M étailié).
(2 0 0 7 ).
A dolescencia b a jo riesgo, M ontevideo, Trilce, 2003.
A rtaud A., L e théátre et son d o u b le, Paris, G allim ard, col. Idées,
1964.
Vaysse J., L a dan se-th érap ie. H isto ire, techniques, théories, Paris,
L’H arm attan, 2006.
Presentación 5
Introducción 9
O bertura 17
C ap ítu lo 1
A prender a través del cuerpo: la enseñanza
de las actividades corporales 21
A prender a vivir 21
M aestro de sentido y m aestro de verdad 28
Enseñar lo indecible 33
C ap ítu lo 2
D e los sen tidos al sentido: u n a an tro pología
de los sentidos 37
L a sensorialidad del m undo 37
A prendizaje de los sentidos 41
Percepción de los colores 52
La hegem onía de la vista 57
La conjugación de los sentidos 62
C ap ítu lo 3
F en om en ología del com ediante
en el teatro con tem porán eo 65
L a expresión social de las em ociones 65
El teatro com o laboratorio de laspasiones 72
Paradojas del com ediante 76
El arte del actor 86
El contagio de em ociones de la
sala a la escena y de la escena a la sala 91
C ap ítu lo 4
L a dan za o la celebración del m u n d o 97
El testigo encandilado 97
La em ergencia de la danza m oderna 103
N acer de la danza 107
L a danza com o resistencia 109
Bibliografía 115