La Lengua Degenerada - El Gato y La Caja
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04/06/2018
La lengua
degenerada
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SOL MINOLDO, JUAN CRUZ BALIÁN
¿Tiene sentido hablar con lenguaje inclusivo? ¿Afecta
nuestra percepción de la realidad?
Van dos peces jóvenes nadando juntos y sucede que se encuentran
con un pez más viejo que viene en sentido contrario. El pez viejo los
saluda con la cabeza y dice: “Buenos días, chicos, ¿cómo está el
agua?”. Los dos peces jóvenes nadan un poco más y entonces uno
mira al otro y dice: “¿Qué demonios es el agua?”
David Foster Wallace – This is Water
Las Glosas Emilianenses son uno de los registros más antiguos que tenemos del
castellano. Se trata de anotaciones al margen en un códice escrito en latín, hechas
por monjes del Siglo X u XI, para clarificar algún pasaje. Como se ve al costado,
gracias a la glosa ahora el pasaje quedó clarito clarito.
Por otro lado encontraron que, cuando los anuncios incluían más
términos masculinos que femeninos, les participantes tendían a
percibir más hombres dentro de esas ocupaciones que si se usaba un
vocabulario menos sesgado, independientemente del género de le
participante o de si esa ocupación era tradicionalmente dominada
por varones o por mujeres. Además, cuando esto ocurría, las mujeres
encontraban esos trabajos menos atractivos y se interesaban menos
en postularse para ellos.
El equipo de Dies Verveken realizó tres experimentos con 809
estudiantes de escuela primaria (de entre 6 y 12 años) en entornos de
habla de alemán y holandés. Indagaban si las percepciones de les
niñes, sobre trabajos estereotípicamente masculinos, pueden verse
influidas por la forma lingüística utilizada para nombrar la
ocupación. En algunas aulas presentaban las profesiones en forma de
pareja (es decir, con nombre femenino y masculino:
ingenieros/ingenieras, biólogos/biólogas, abogados/abogadas, etc.),
en otras en forma genérica masculina (ingenieros, biólogos,
abogados, etc.). Las ocupaciones presentadas eran en algunos casos
estereotipadamente „masculinas‟ o „femeninas‟ y en otros casos
neutrales. Los resultados sugirieron que las ocupaciones presentadas
en forma de pareja (es decir, con título femenino y masculino)
incrementaban el acceso mental a la imagen de mujeres trabajadoras
en esas profesiones y fortalecían el interés de las niñas en
ocupaciones estereotipadamente masculinas.
Estos son sólo algunos de los muchos estudios realizados. Si algune
se quedara con ganas de más, otros estudios
(como este, este, este o este) añaden evidencia sobre cómo les niñes
interpretan como excluyentes los títulos de oficios o profesiones
marcados por género y cómo, en general, el uso de un pronombre
masculino para referirse a todes favorece la evocación de imágenes
mentales desproporcionadamente masculinas. O incluso, cómo esos
genéricos no tan genéricos pueden tener efectos sobre el interés y las
preferencias por ciertas profesiones y puestos de trabajo entre las
personas del grupo que „no es nombrado‟, llevando a que puedan
autoexcluirse de entornos profesionales importantes.
¿Y entonces qué hacemos?
Es en esta línea que puede comprenderse mejor la relevancia de los
esfuerzos del feminismo por introducir usos más inclusivos de la
lengua. Muchos se han ensayado, empezando por la barrita para
hablar de los/as afectados/as, los/as profesores/as, los/as lectores/as.
Pero esta solución tiene algunos problemas. Primero, la lectura
se tropieza con esas barritas que saltan a los ojos como alfileres. Por
otro lado, supone que la multiplicidad de géneros del ser humano
puede reducirse a un sistema binario: o sos varón, o sos mujer.
Otras soluciones fueron incluir la x (todxs) o la arroba (tod@s) en
lugar de la vocal que demarca género, pero la arroba era demasiado
disruptiva ya que no pertenece al abecedario y además rompe el
renglón de una manera distinta al resto de los signos. La x, por otro
lado, sigue utilizándose, pero al igual que la arroba, plantea un
problema fonético importante ya que nadie sabe muy bien cómo
debe pronunciarla. Hay quienes (por ejemplo, la escritora Gabriela
Cabezón Cámara) ven en ello una ventaja: lo disruptivo, lo que
incomoda, es justamente lo que atrae las miradas sobre el problema
de género que ese uso de la lengua busca denunciar, es la huella de
una pelea, la marca de una puesta en cuestión.
Hasta ahora, la propuesta que parece tener mejor proyección a futuro
para ser incorporada sin pelearse demasiado con el sistema
lingüístico es el uso de la e como vocal para señalar género neutro.
Como el objetivo es dejar de referirnos a todes con palabras que sólo
nombran a algunes, no necesitamos usarla para referirnos a
absolutamente todo, es decir: no vamos a empezar a sentarnos en
silles ni a tomarnos le colective cada mañane. Pero si estamos
hablando de personas (u otres seres animades a les que les
percibimos una identidad de género), nos habilita una posibilidad
para hablar de manera verdaderamente inclusiva. De todos modos,
esta tampoco es una solución libre de problemas: implica entre otras
cosas la creación de un pronombre neutro („elle‟) y de un
determinante („une‟). Pero excepciones más raras se han hecho y
aquí estamos todavía, comiendo almóndigas entre los murciégalos.
Algunas voces que patalean indignadas contra estas iniciativas
señalan que esas propuestas „destruyen el lenguaje‟. Y no falta la
apelación a la autoridad: es incorrecto porque lo dice la Real
Academia Española. Pero, como le lecter ya sabe, lo que diga la
Real Academia Española sobre este tema nos tiene sin cuidado. Con
todo respeto. Muy lindo el diccionario.
Otra de las fuertísimas resistencias a este tipo de propuestas es la de
quienes sencillamente niegan que exista algún tipo de relación entre
la lengua y los mayores o menores niveles de equidad de género.
Aunque recién comentamos evidencias empíricas que sugieren que
esa relación sí existe, se suele hacer referencia a la cuestión, también
empírica, de que en aquellas regiones en las que se hablan lenguas
menos sexuadas, por ejemplo con un genérico verdaderamente
neutral, a menudo se verifica mayor inequidad de género que en
otros países.
Un aporte interesante en esa línea es el trabajo de Mo‟ámmer Al-
Muhayir, que compara el árabe clásico, islandés y japonés, y
muestra que el sexismo de la lengua no parece correlacionar con la
inequidad de género. El árabe clásico utiliza el género femenino
para los sustantivos en plural, sin importar el género de ese mismo
sustantivo en singular. Y sin embargo, se trata de una de las lenguas
más conservadoras del planeta, y en más de una de las sociedades en
las que se habla (como Arabia Saudí, Irán o Marruecos),
difícilmente podamos decir que hay igualdad de derechos entre
hombres y mujeres. El islandés, por otra parte, es uno de los idiomas
que menos cambios han sufrido a lo largo de los siglos,
manteniéndose casi intacto debido a políticas de lenguaje
sumamente conservadoras (no adquieren términos extranjeros sin
antes traducirlos de alguna manera con raíces de palabras
islandesas), y corresponde a una de las sociedades más avanzadas en
cuanto al lugar que ocupa la mujer. Y el japonés directamente no
tiene género gramatical, pero esta maravilla de la gramática
inclusiva tiene lugar en el seno de una de las sociedades más
estereotípicamente machistas que conocemos.
A partir de imagen de The economist, the glass ceiling index (o sea, el índice de
techo de cristal, que mide equidad de género en el mercado de trabajo).