Dinero Correcto
Dinero Correcto
Dinero Correcto
Y en todos y cada uno de estos casos, sin excepción, la civilización en la que estos
maestros surgieron era una cultura agraria.
Hortícola significa simple siembra (algo que se hacía normalmente con una azada o
un palo excavador) y se introdujo alrededor del 10000 a. C. En las sociedades
hortícolas las mujeres producían la mayor parte de los alimentos (incluso las mujeres
embarazadas podían usar un palo excavador, y la vivienda estaba al lado del trabajo,
por lo que la maternidad no impedía trabajar a las mujeres, que producían alrededor
del 80% de los alimentos de estas sociedades; los hombres, naturalmente,
continuaban deambulando, creando vínculos entre ellos y cazando, siguiendo los
impulsos principales de la testosterona: follar o matar). Dada la importancia de las
mujeres en la producción de subsistencia, las deidades de alrededor de un tercio de
estas sociedades eran todas femeninas (el «matriarcado», la «gran madre»); las de
aproximadamente otro tercio eran deidades mixtas masculinas y femeninas. La
esperanza media de vida era de unos 25 años. El ritual religioso principal: el sacrificio
humano (mientras a los ecomasculinistas les encantan las sociedades recolectoras, a
las ecofeministas les encantan las sociedades hortícolas: su idea del paraíso; esos
palos excavadores molan).
En primer lugar, ahora prácticamente todos los alimentos los producían solo los
hombres (los hombres no querían esto y no «arrebataron» ni «oprimieron» a la
mano de obra femenina para ello: hombres y mujeres decidieron que la pesada labor
de arar era trabajo masculino; para los hombres, es evidente que no era un día de
playa, y desde luego no era ni mucho menos igual de divertido que, caramba, la caza
mayor, a la que tuvieron que renunciar en gran medida).
Pero cuando los hombres empezaron a ser prácticamente los únicos productores de
alimentos, no es de extrañar que las figuras de las deidades de estas culturas pasaran
de estar orientadas a lo femenino a estar orientadas casi en exclusiva a lo masculino.
Un sorprendente 97% de las sociedades agrarias, dondequiera que aparezcan, tienen
solo deidades masculinas (el «patriarcado»). Los hombres empezaron a dominar la
esfera pública (el gobierno, la educación, la religión, la política) y las mujeres
dominaban la esfera privada (la familia, el hogar, la casa; esta división se suele
denominar «producción masculina y reproducción femenina»). Las sociedades
agrarias empezaron a aparecer en torno al 4000-2000 a. C., tanto en Oriente como
en Occidente, y fue el modo de producción dominante hasta la revolución industrial.
Y así surgieron los grandes sabios axiales, cuyo mensaje fue prácticamente idéntico
en todas partes: «El Reino de los Cielos está en el interior». Esto era total y
radicalmente, radicalmente nuevo…
Y esto significaba, sin excepción, que los grandes pecados eran el oro (el dinero) y el
sexo (las mujeres). La comida acababa a menudo incluida en esta nefasta trinidad:
la idea era que si alguien estaba realmente obsesionado con la comida o hambriento
de ella, estaba hambriento de samsara y de su sufrimiento.
El dinero no era menos problemático. Cristo expulsando a los cambistas del Templo
fue probablemente una buena idea en sí, pero más allá de eso, era representativo de
todo el tono ascendente de los primeros grandes sistemas del Dharma: la
manifestación es sucia, la manifestación es mala y el varón ascendente simplemente
no debería traficar con dinero, comida, sexo. Todo eso, ejem, le roba sus jugos vitales
y su poder: el poder de salir de la rueda, del juego, y de reposar en extinción en lo no
manifestado, no creado, no nacido.
Y por encima de todo, el Dharma no cobraría dinero por su difusión. Esto sería, en
efecto, traficar con el Diablo, con Mara, con la manifestación.
Que es precisamente el demoledor ataque que lanza Nagarjuna contra los budistas
teravadas. Su «nirvana», señala, es dualista hasta la médula —el nirvana frente al
samsara, el Uno frente a los muchos, el infinito frente a lo finito, lo no manifestado
frente a lo manifestado— y esto no lleva a la liberación, sino a una esclavitud sutil.
La revolución del Madhyamika de Nagarjuna daría paso directamente a todas las
formas del budismo mahayana, al budismo vajrayana, a diversas formas de tantra
y—a través de su influencia en Gaudapa y Shankara— al hinduísmo vedanta: todo
esto, a partir del minucioso no dualismo de Nagarjuna.
La esencia de la tradición no dualista (tanto en Plotino como en Nagarjuna) es que
los caminos ascendentes son correctos, pero sumamente parciales. Además de un
ascenso puro al Vacío y al Uno, está el descenso perfecto del Uno a los muchos. No
solo trascendencia pura, sino también inmanencia perfecta. Todo el mundo
manifestado es una expresión perfecta del resplandor del terreno vacío. Y el ascenso
al Uno no manifestado, no nacido, no creado ha de ir unido a, y estar integrado con,
el descenso del Uno a los muchos.
El nirvana y el samsara no son dos; y por tanto, nunca se podría encontrar el nirvana
huyendo del samsara: sería como buscar la parte delantera huyendo de la espalda.
Este camino no dual, naturalmente, está expuesto a sus propios escollos (que son
legión), pero la reorientación básica es evidente: ya no se trata, por ejemplo, de
abstinencia sexual, sino de una sexualidad apropiada como expresión espiritual. Y la
mujer deja de ser el mal para ser una manifestación coigual de lo Divino. Y ya no hay
una postura en contra de la comida o, en general, deja de haber una cruzada religiosa
contra la comida: hasta la carne y el alcohol, y otras sustancias «intocables», eran
totalmente adecuadas si se entraba con consciencia vacía (y se usaban ritualmente
justo de ese modo, como indicación de que todos los aspectos del samsara eran una
expresión de lo Divino y, por tanto, no había que despreciarlos). Y, como veremos,
esto implicó en última instancia no una actitud contra el dinero, sino sobre el dinero
apropiado (del mismo modo que la actitud contra la comida dio paso a la comida
apropiada y la actitud contra el sexo dio paso al sexo apropiado). La repugnancia
hacia el dinero era, principal y profundamente, una repugnancia hacia la
manifestación, un odio al samsara y el deseo de no «ensuciarse» con el ámbito
burdo; la orientación no dual encontraba todo eso completa y profundamente
confuso.
Ahora bien, a pesar de que las tradiciones no duales trajeron una revolución en la
relación con el samsara (con el sexo, la comida, el dinero, el cuerpo, la tierra y las
mujeres), estas tradiciones aún partían de una base agraria y seguían, en muchos
aspectos, imbuidas de la ética y la moral de lo que todavía equivalía, de muchas
formas, a un club de caballeros. La revolución decisiva para la mujer se produciría,
no en Oriente, sino en Occidente, y dependería, no de cierto idealismo, sino de la
máquina de vapor.
Por tanto, unir Oriente y Occidente en este punto de la historia significa, más que
ninguna otra cosa, unir el extraordinario avance que representa la orientación no
dual —que valora por igual lo ascendente y lo descendente, la sabiduría y la
compasión, el Vacío y la forma, Eros y Ágape, lo masculino y lo femenino, el cielo y
la tierra—, significa unir esta orientación con una base tecnoeconómica (industrial
benigna y especialmente posindustrial), que es la única base que puede permitir la
manifestación de esta orientación no dual.
Y todo esto significa una amistad profunda con el dinero, la comida, el sexo y las
mujeres, ninguno de los cuales está significativamente presente en los caminos
meramente ascendentes. (Al mismo tiempo, no queremos ir al otro extremo;
demasiados movimientos de espiritualidad de la mujer terminan siendo un camino
meramente descendente, subrayando nada más que el cuerpo y la biosfera y Ágape
y la compasión —sin ninguna indicación sobre el auténtico Eros y la trascendencia y
el Vacío— y, así, terminan exteriorizando y exhibiendo una y otra vez una serie
personalista y egoica de sensaciones sin fin, preferiblemente las noches de luna llena,
como si eso fuera la liberación.)
En esta difícil ecuación podemos errar en cualquiera de los dos extremos. Uno,
naturalmente, es el error ascendente típico: todos los aspectos del samsara son malos
y hay que desinfectarlos con repugnancia (¡no toques!: dinero, comida, sexo, tierra,
cuerpo, mujeres). Pero el otro extremo (el meramente descendente) es igualmente
seductor: una especie de exceso de tolerancia hacia deseos e impulsos personales
bajo el disfraz de que «todo es Espíritu»: una especie de Dharma hippie, zen beat,
autocomplacencia sucedánea que confunde el jolgorio egoico con la trascendencia
egoica.
Dejaré a los individuos el modo en que individuos (y maestros) decidan manejar esa
delicada ecuación (integrar lo ascendente y lo descendente en el corazón no dual),
(en realidad, ese es otro tema totalmente distinto). Lo que quiero decir aquí es que
seguimos viendo una extraordinaria ambivalencia, y culpa, y repugnancia ante la
idea de que el Dharma y el dinero deban encontrarse.
Pero eso no es lo que molesta a tanta gente (y a tantos maestros de Dharma), que
más bien tienden a considerar que incluso si la gente puede pagar, no debería tener
que hacerlo. Que el Dharma está «por encima de todo eso», que el Dharma no
debería mancillarse con dinero sucio. En otras palabras, que el Dharma debería
presentarse algo como completamente asqueado del ámbito burdo, para que su
«pureza» esté más allá de todo eso.
El vil metal. No toquen el ámbito burdo. Con la mirada vuelta siempre hacia arriba,
trascendamos solamente: no entremos, con cuidado y compasión, en los
intercambios relacionales que definen este mundo: relaciones de comida y de sexo y
de dinero.
Y peor aún: el mensaje que sale del Dharma no es cómo ser responsable del dinero
apropiado, sino cómo evitar esa responsabilidad. El Dharma puro no toca los
billetes: por tanto, los practicantes puros no deberían preocuparse por el dinero. Lo
que significa que un buen practicante debería estar minuciosa, total y ferozmente
desconectado de la realidad.
A nadie le gusta ver la espiritualidad maltratada por una codicia y una avaricia
monetarias exorbitantes, a los Jimmy Swaggart y Oral Roberts[1] (o
Rajneesh,[2] etc.) sacándoles los dólares a los incautos. Pero lo contrario de la
codicia de dinero no es nada de dinero, sino dinero apropiado. Hay que corregir y
completar la lista ascendente: comida correcta, sexo correcto, dinero correcto.
Mi propia opinión, de hecho, es personalmente aún más enérgica. Creo que este
Dharma hippie (vil metal) en realidad rebaja el Dharma. Transmite el mensaje de
que el Dharma no tiene ni idea de cómo tener éxito en el mundo real. Transmite el
antiguo disparate ascendente de que el Dharma es igual a puritano, muerto del cuello
para abajo. Transmite el mensaje de que el Dharma no puede tocar el dinero sin
mancillarse. Y eso es lo más rebajado de lo rebajado.
Como ya he dicho, creo que debería hacerse todo el esfuerzo pragmático posible para
poner el Dharma al alcance de cualquier persona, con independencia de su
capacidad para pagar (volveré a esto en un momento). Pero eso es totalmente
diferente de la postura que dice que nunca se debe compensar al Dharma por sus
esfuerzos.
Este tipo de escala móvil, naturalmente, se usa a menudo en los bufetes de abogados,
en centros médicos, en psicoterapia y en servicios sociales, y personalmente me
encanta. Por desgracia, es bastante difícil aplicarlo a seminarios y retiros y actos
similares del Dharma debido a la complejidad de la contabilidad, pero puede haber
diversas áreas de la enseñanza del Dharma en las que podría aplicarse de forma
creativa.
Del mismo modo, hay diversos tipos de actividades que se pueden organizar y que
tienen un diferencial monetario. Por ejemplo, algunos maestros pueden dar
conferencias gratuitas, abiertas a cualquier persona, y luego los estudiantes
interesados pueden inscribirse en sesiones individuales especiales o retiros de grupo,
con un precio monetario (esto también se puede organizar con una escala móvil o
no, dependiendo de las circunstancias; y siempre se pueden ofrecer becas para
practicantes sinceros y desfavorecidos, no porque el Dharma no deba tocar el dinero,
sino porque está dispuesto a hacer concesiones a los menos afortunados).
Hay maestros de Dharma dotados con más de veinte años de experiencia y sabiduría
—y que enseñando ahorrarán a sus alumnos una enorme cantidad de tiempo y dinero
(y sufrimiento)— que aun así rechinan los dientes, se autoflagelan y hacen muecas
cuando piden cinco dólares para cubrir gastos.
Esto no es trascendencia, sino un puritanismo lamentable y corroído de culpa. El
Vacío no te va a librar ni a ti ni a mí ni a nadie de la necesidad de un intercambio
relacional apropiado en el mundo manifestado. Tener menos apego al dinero no
significa ingenuamente tener menos dinero: menos apego no significa no tocar, sino
tocar con elegancia y no apretuja; significa tocar con las manos abiertas, no
amputarse las manos.
Y en cuanto al punto de vista despectivo —vil metal—, les garantizo que, por razones
estructurales, ese punto de vista está inextricablemente ligado a las posturas
anticuerpo, antitierra, antiecológica, antisexo y antimujer: a todos los efectos, un
solo paquete (surgieron históricamente a la vez y solo caerán a la vez: están unidas
por estructuras ocultas de intercambio relacional).
Ya es hora de acabar con este Dharma rebajado; ya es hora de dejar de anunciar que
el Dharma no tiene valor, de dejar de dar a entender que un buen practicante no
tiene ni un duro ni tiene ni idea, de cesar este maltrato infantil espiritual. Es hora,
más bien, de entrar en el ámbito manifestado del intercambio relacional apropiado
y funcional —de dinero, comida, sexo, cuerpo, tierra— y encontrar, como dijo
Plotino, que esta tierra y todos sus bienes devienen en un ser bendito, y santifica
todos y cada uno de los acontecimientos tocándolos con gracia, no desinfectándolos
con repugnancia.
Texto original en inglés: Ken Wilber, Rights Bucks (en la página web del autor).
[1] N. de la T.: Conocidos telepredicadores estadounidenses.
[2] N. de la T.: Conocido también como Osho.