Rolando Astarita - Estatismo Burgués y Socialismo
Rolando Astarita - Estatismo Burgués y Socialismo
Rolando Astarita - Estatismo Burgués y Socialismo
rolandoastarita.blog/2010/07/12/estatismo-burgues-y-socialismo
Por un lado, están los que piensan que las estatizaciones son siempre progresistas, y que
incluso nos acercan al socialismo. Así, en la mayoría de los partidos de izquierda se piensa
que, en sí misma, cualquier estatización es progresista. Por ejemplo, hace poco tiempo el
dirigente trotskista Jorge Altamira sostuvo, en la TV, que si se estatizara el sistema
financiero, nos acercaríamos al socialismo. Para esto bastaría, sostuvo Altamira, con
reemplazar en la dirección del Estado a Obama o Sarkozy por dirigentes obreros.
La otra posición, que defiendo, sostiene que las estatizaciones capitalistas en sí mismas
no tienen nada de progresivo; y que los trabajadores deberían mantener una postura de
independencia de clase. Este enfoque lo encontramos en la tradición del marxismo,
y hasta principios de siglo XX.
Es importante destacar que Marx y Engels jamás plantearon que la clase obrera debiera
exigir la estatización burguesa de los medios de producción. En El Manifiesto Comunista
propusieron un programa que planteaba la estatización, pero en el marco de una
revolución obrera triunfante. En otras palabras, se trata del programa de transición al
socialismo, que encararía un gobierno revolucionario, no un gobierno burgués. Luego,
cuando tuvieron oportunidad, ambos se pronunciaron en contra de que la clase trabajadora
se embanderara detrás del programa de las estatizaciones burguesas. Así, por ejemplo,
Marx no apoyó la demanda de estatización de la renta de la tierra en EUA, a pesar de que
la consigna era muy popular. Y explicó que esa consigna solo la había adoptado, en El
Manifiesto Comunista junto a otras medidas de transición (carta a Sorge, 30 junio
1881).
Pero más clara aún es la posición de Engels en el Anti-Dühring, un texto que fue revisado
enteramente por Marx. Después de plantear que la propiedad de los medios de producción
por parte del Estado, así como la sociedad por acciones, muestran que la burguesía ya no
es imprescindible, Engels agrega:
De la misma manera que la sociedad por acciones hasta cierto punto implica una
socialización de la producción dentro del propio capitalismo, la estatización apunta, en
opinión de Engels, a la posibilidad de superar al capital. Pero no por ello los marxistas
reivindican la sociedad por acciones o la estatización burguesa. Frente a las ilusiones que
genera la estatización, plantean que no solo no supera la relación capitalista, sino que la
exacerba.
Y todavía en 1891 Engels escribía que “en tanto las clases propietarias permanezcan al
mando, cualquier nacionalización no es una abolición, sino una alteración en la forma de
explotación; en las repúblicas de Francia, Suiza y América no menos que en la
monárquica y despótica Europa Central y del Este” (carta de Engels a Oppenheim, 24
marzo 1891; énfasis agregado).
Por último, digamos que la Tercera Internacional, en el período que tuvo una orientación
revolucionaria, también se opuso a que los trabajadores confiaran en las estatizaciones
burguesas:
Pero más en general, y saliendo de estos casos extremos, podemos decir que las
estatizaciones sirven a la burguesía en épocas de crisis, o de extrema debilidad, para
fortalecer las posiciones del capital. En los años treinta, en la Depresión, muchos
gobiernos, incluso conservadores, fueron estatistas. En la posguerra, la debilitada
Inglaterra apeló a extendidas nacionalizaciones de industrias y servicios públicos, que
fortalecieron el poder del capital. Algo similar ocurrió en otros países, como Austria o
Francia. Y hoy, con la crisis en curso, muchos gobiernos recurren, de nuevo, a la
estatización de empresas y bancos, para salvar al capital.
Pero las estatizaciones burguesas también pueden servir para desviar movimientos
revolucionarios, conciliar a las clases y fortalecer, en última instancia, las posiciones de la
burguesía. Un ejemplo es el caso de Bolivia luego de la revolución de 1952. El gobierno
nacionalista que surgió de esa revolución dirigió una vasta economía estatizada, que tenía
como columna vertebral las minas de estaño. Posiblemente nunca se dieron condiciones
tan favorables –de acuerdo a los criterios que se manejan en la izquierda nacionalista
radical– para que una estatización tuviera éxito. Los obreros y campesinos estaban
armados, había una fuerte movilización popular, se agitaban consignas a favor del control
de los trabajadores de la economía, y existía un alto nivel de conciencia revolucionaria. Sin
embargo, con todos estos elementos a favor, las fuerzas productivas no conocieron ningún
desarrollo importante –Bolivia no salió del atraso y la dependencia– y los obreros de
vanguardia terminaron siendo reprimidos por el propio gobierno nacionalista, en los años
sesenta.
Citemos también el caso de Egipto en los cincuenta, cuando bajo el régimen de Nasser se
estatizó gran parte de la economía. Egipto contó con la simpatía del tercer mundo, y la
ayuda de la URSS. A comienzos de la década de 1960 algunos marxistas llegaron a
pensar que Egipto se encaminaba hacia un socialismo sui generis. En cualquier caso, las
estatizaciones eran mucho más profundas y extendidas que cualquier cosa que pudo
haber hecho Chávez, u otro gobierno nacionalista contemporáneo. Sin embargo, ya en la
década de los setenta aparecía con claridad que Egipto era un país capitalista, con un
Estado capitalista. Y así lo sigue siendo al día de hoy.
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En segundo término, porque se inculcó la idea de que progresivamente una sociedad se
podía ir acercando al socialismo mediante nacionalizaciones burguesas; lo cual es utópico,
y lleva a un callejón sin salida. Y en tercer lugar, porque se alentó la colaboración de
clases, a través de la entronización del Estado. En este respecto es habitual que
se pregone la idea de que las empresas del Estado “son de todos”; que “pertenecen al
pueblo” e incluso que los trabajadores deben sacrificarse por ellas. Pero en la realidad, se
trata de empresas que extraen plusvalía, y favorecen la acumulación del capital. Y el
personal dirigente de las empresas del Estado pertenece a la clase capitalista.
Por eso la consigna de la estatización cumplió exactamente el rol que preveía la Tercera
Internacional: sirvió para debilitar al movimiento obrero, e hipotecar su independencia de
clase.
Si bien entre los años 1950 a 1970 las empresas estatales hasta cierto punto se abstraían
de la “dictadura” del mercado y de la ley del valor –con precios administrados y medidas
nacionalistas y proteccionistas–, progresivamente todas se vieron sometidas a la lógica de
la valorización. Es que a medida que se extienden y profundizan las relaciones mercantiles
y capitalistas, toda fracción de la economía se somete a la misma ley del mercado. La
exigencia general es que una empresa estatal debe dar rentabilidad, como cualquier otro
capital. Muchas cotizan en bolsa de valores (un caso típico es Petrobras), donde están
sometidas a la “sanción” de los inversores, que miran con lupa sus balances, y premian o
castigan sus perfomances en extraer plusvalìa. Pero aun si no cotizan en bolsa, las
empresas estatales deben recurrir a los mercados financieros; emitir títulos, competir con
otras empresas capitalistas. Y para esto, también son necesarias ganancias y “disciplina”
laboral. Por todos lados se impone entonces el imperio de la valorización. ¿Qué tiene esto
de cualitativamente distinto con respecto a lo que sucede con cualquier otra empresa
capitalista? Las empresas estatales hoy contratan trabajadores que están precarizados, o
a veces incluso “en negro”; imponen en su seno criterios de productividad como
si fueran empresas privadas; y favorecen por todos los medios las posiciones del capital, y
su Estado.
A modo de conclusión
Lo que explica esta lógica de las empresas estatales es el carácter de clase del Estado,
que no puede ser sino capitalista, dado que está inmerso en la sociedad capitalista. Por
eso no hay ninguna razón para pensar que las estatizaciones mejorarán la posición de la
clase obrera.
Más concretamente, lo que habría que preguntarse ante las estatizaciones es si éstas
ayudan a la organización de la clase obrera frente al capital; si favorecen el desarrollo de
las fuerzas productivas; o si impulsan una distribución más igualitaria del ingreso de
manera duradera. Así, cabe preguntarse si las estatizaciones de correos, del servicio de
aguas, o de la aerolínea de bandera, realizadas por el gobierno de los K, cambiaron, en
algún grado cualitativo, la relación de fuerzas entre las clases sociales, o la naturaleza del
capitalismo criollo.
A la vista de lo que ha sucedido con las estatizaciones burguesas, pensamos que hay
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muchas razones para sostener que, una vez más, se confirma la vieja tesis del marxismo
“de Marx”, y no la del “marxismo keynesiano.
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