La Prosa Barroca
La Prosa Barroca
La Prosa Barroca
La prosa barroca refleja una preocupación por las circunstancias sociales; de ahí que se
intensifique la intención moralizante y crítica de las obras. Entre los principales
escritores del XVII se hallan Gracián y Quevedo.
Como en el siglo anterior, las dos grandes tendencias de este género son la prosa de
ficción o novela y la prosa didáctica. Sin embargo, los límites entre ambas no son
claros: muchas de las obras contienen a un tiempo elementos narrativos ficticios y
contenidos doctrinales.
La prosa de ficción abandona progresivamente algunos de los géneros que habían sido
cultivados notablemente en el Renacimiento, especialmente aquellos idealistas, como
la novela pastoril, la de caballerías o la bizantina. No obstante, en este siglo aún se
publican algunas obras importantes de este tipo: La Galatea de Cervantes y La Arcadia
de Lope de Vega son ejemplos de la pervivencia de lo pastoril en la novela. Asimismo,
Los trabajos de Persiles y Sigismunda de Cervantes y El peregrino de su patria de Lope
de Vega se ajustan más a los moldes bizantinos. Sin embargo, la prosa narrativa
barroca desarrolla de forma más intensa otros géneros, como la novela corta y,
especialmente, aquellos que se relacionaban con la tendencia realista, como la
picaresca, que sigue el modelo impuesto por el Lazarillo en el siglo XVI. Las Novelas
ejemplares de Cervantes y el Buscón de Quevedo son las obras más representativas de
estas tendencias en el siglo XVII. También se desarrollan en esta época los relatos
lucianescos y costumbristas.
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La prosa de ficción
La prosa didáctica
En el siglo XVII se desarrolla especialmente la prosa didáctica. Esta aborda temas muy
diversos: se escribieron normativas de la literatura, tratados morales, políticos,
religiosos, filosóficos, económicos, etc.
Pero las muestras más importantes de la prosa didáctica son obras de Baltasar Gracián
y de Francisco de Quevedo.
Además de la figura de Cervantes dos autores destacan en la prosa del XVII: Baltasar
Gracián y Francisco de Quevedo.
Baltasar Gracián
Baltasar Gracián (Belmonte de Calatayud 1601 – Tarazona 1658) fue jesuita. Estudió
Teología en Zaragoza, donde fue años más tarde catedrático de escritura en la
Universidad. Debido a su condición religiosa, sus libros fueron publicados a veces con
seudónimos.
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existencia, la fortuna la fama, etc. Todos estos motivos configuran una visión pesimista
del mundo y una concepción de desconfianza hacia la naturaleza humana.
Sus obras se orientan a un fin didáctico y práctico: pretenden prevenir al lector frente
a los engaños a los que inevitablemente está expuesto en su vida y aspiran a dotarle de
recursos para defenderse de ellos.
El estilo de Gracián es sintético y conciso, con oraciones cortas en las que muchas
veces suprime el verbo y en las que apenas hay adjetivos. Gracián defiende la
brevedad y la densidad conceptual de la prosa: “Lo breve, si bueno, dos veces bueno; y
aun lo malo, si poco, no tan malo”. Así pues, Gracián es el máximo representan del
conceptismo.
Francisco de Quevedo
Además de ser un gran poeta, Quevedo es uno de los mejores prosistas del Barroco.
Sus obras abarcan temas y enfoques muy variados: como el festivo, el satírico, el
ascético, el político. Su producción suele clasificarse de la siguiente forma:
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Los Sueños son un conjunto de piezas breves en las que el autor sueña que se
encuentra en diversos escenarios o con diversas compañías: en el infierno, en el
juicio final, con la muerte, con un diablo encarnado en un alguacil, etc. Este
procedimiento le permite realizar una sátira de tipos y caracteres que afecta a
todos los estamentos y oficios de la sociedad.
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La prosa de Quevedo es tan ácida y expresiva como su poesía: el autor maneja
vocabulario amplísimo con numerosos neologismos creados expresamente por
él. Con frecuencia juega con el significado de frases hechas, crea imágenes
llenas de originalidad al relacionar parecidos cómicos o sorprendentes entre
términos, se vale de la hipérboles para caricaturizar personajes y situaciones,
etc.
Guzmán de Alfarache es una obra que presenta una crítica social más profunda,
especialmente de la hipocresía, y que se enmarca en un propósito claramente
didáctico: se defiende un actitud vital mediante la presentación de lo que no debe
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hacerse. La degradación de su protagonista representa, asimismo, la degradación de la
sociedad. Esta crítica social se desarrolla a través de la sátira, un elemento común
también al Lazarillo y al Buscón de Quevedo. Sin embargo, en el Guzmán esta se
acompaña de un abierto rechazo, en el Lazarillo de una cierta resignación y en el
Buscón de un profundo escepticismo.
Asimismo, el personaje literario del pícaro adquiere interés en una época en la que la
pobreza y la mendicidad aumentan de manera considerable. De este modo, el auge de
la picaresca coincide con el agravamiento de la decadencia española.
Durante el siglo XVII se publicarán numerosas obras que se pueden incluir dentro de
este género. Además del Guzmán de Alfarache y del Buscón, las muestras más
importantes del siglo, destacan El guitón Onofre (1604) de Gregorio González, La
pícara Justina (1605) de Francisco López de Úbeda, La hija de la Celestina (1612) de
Salas Barbadillo, Marcos de Obregón (1618) de Vicente Espinel, La desordenada codicia
de los bienes ajenos (1619) de Carlos García, el Lazarillo de Manzanares (1620) de Juan
Cortés de Tolosa, la Segunda parte del Lazarillo de Tormes (1620) de Juan de Luna, La
vida de don Gregorio Guadaña (1644) de Antonio Enríquez Gómez, el Estebanillo
González (1646), anónimo, etc.
La picaresca evoluciona a lo largo del Barroco; partiendo del rasgo esencial de las dos
obras mencionadas (la narración retrospectiva de la vida de un pícaro), las obras se
permiten diversas variaciones e innovaciones. Por ejemplo, frente al carácter cerrado
del Lazarillo y del Guzmán, algunas de las obras incluidas en el género presentan una
estructura abierta. Este es, por ejemplo, el caso del Buscón. Tampoco se configura la
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acción entorno a un caso que debe explicarse en La segunda parte del Lazarillo de
Tormes de Juan de Luna, aunque su cohesión interna se sostiene mediante el uso de
algunos personajes que aparecen y desaparecen a lo largo del relato. Asimismo, frente
a estas dos obras de referencia, que configuran al pícaro como un personaje
individualizado, muchas de las novelas posteriores lo muestran más como un tipo
cómico. Casi todas las obras referidas presentan alguna particularidad: el protagonista
es femenino en La pícara Justina o en La hija de la Celestina, en la que tampoco se
respeta la forma autobiográfica propia del género; el carácter del pícaro esta suavizado
en el Marcos de Obregón; la narración corresponde en parte a una autobiografía real
en el Estebanillo González, etc.
Fecha de composición
La dificultad para datar el texto es consecuencia del silencio que su autor guardó sobre
ella. A pesar de su éxito, Quevedo no admitió haberla escrito; probablemente para
evitar problemas con la Inquisición.
La clasificación de la obra como novela picaresca se basa en una serie de rasgos como
el uso de la primera persona o la forma autobiográfica, la presencia de un pícaro como
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personaje principal, la aparición del viaje como elemento introductor de las diversas
aventuras o la función del hambre como circunstancias que motivan las acciones del
protagonista. Sin embargo, presenta una serie de variaciones:
El Buscón sigue el modelo marcado por el Lazarillo, que se presenta sin una
intención moralizante explícita. Sin embargo, acentúa y deforma algunos de sus
rasgos. Los orígenes de Pablos son más deshonestos, sus actuaciones
deshonradas no se justifican y el dinamismo se encuentra más marcado.
La obra es de estructura abierta. Sus episodios no están ordenados en torno a
una situación final que debe ser explicada y no tienen la misma cohesión entre
ellos que las aventuras del Lazarillo.
Así también, el pícaro presenta algunas diferencias con respecto a otras novelas
del género: sólo tiene un amo y no experimenta una evolución psicológica. El
carácter del personaje en las últimas páginas de la obra es esencialmente el
mismo que aparecía en las primeras. En la obra está ausente la evolución
interna que se apreciaba en la figura de Lázaro; su protagonista mantiene
inalterable su personalidad.
Además, la honda ambición de Pablos y su afán de apariencia contrastan con el
conformismo de Lázaro y con su despreocupación por la opinión ajena. En
general, sus rasgos se exageran hasta lo grotesco.
Frente a la ironía del Lazarillo, el autor adopta una perspectiva satírica que roza
la crueldad y la indiferencia hacia el sufrimiento. La tendencia a la deformación
de la obra contrasta con la fidelidad del Lazarillo a la realidad. En el Buscón
predomina la intención artificiosa sobre la realista.
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voluntad se ve siempre frustrada.
La estructura externa de la obra se compone de tres libros en los que se traza
una acción marcada por el viaje. En el libro I narra sus orígenes, el abandono de
sus padres y su estancia en Alcalá. El libro II se desarrolla esencialmente en el
tránsito a diversos lugares: se enmarca en el viaje de regreso a Segovia y en su
posterior marcha hacia Madrid.
Es en esta ciudad en la que se desarrolla gran parte de la acción narrada en el
libro III.
No obstante, el protagonista se traslada a Toledo y finalmente a Sevilla. Pese a
la variedad espacial, la obra no se centra en la descripción de estos lugares, sino
en la de los tipos sociales que los habitan. En el Buscón se retrata una
abundante cantidad de figuras relacionadas con la inmoralidad y la corrupción
de costumbres.
El carácter abierto de su estructura interna se ha asociado a una cierta
desorganización de la obra. Algunos rasgos parecen apoyar esta afirmación: por
ejemplo, el autor incorpora escritos que ya había compuesto previamente.
Asimismo, existen ciertas incoherencias en la trama y el punto de vista del
personaje se ve a menudo dominado por el del propio autor. Por ejemplo, la
posición crítica de Quevedo hacia lo que representa el protagonista de su
novela no permite que este justifique sus acciones. Esto contrasta con la propia
personalidad de Pablos, que se afana por ocultar la bajeza de sus orígenes y sus
actuaciones deshonestas.
Lenguaje
El lenguaje de la obra responde a su contenido; la deformación barroca la consigue a
través de una expresión conceptista que tiende a la hipérbole y a los juegos de ingenio
para sorprender al lector e intensificar la sátira, el elemento más destacado de la obra.
El lenguaje se emplea acentuar los defectos de los personajes y generar la caricatura.
Se ha observado que se produce una paradoja en la obra que afecta al estilo: cuanto
más grande es la degradación a la que se somete al personaje, más brilla la capacidad
creadora del escritor, que muestra con ello su enorme dominio de los recursos de la
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lengua. En este sentido, la obra de Quevedo destaca frente al resto de las novelas del
género o su prioridad estética.
La expresión del Buscón se caracteriza por la ruptura de la monotonía lingüística: el
autor crea nuevas palabras, incorpora imágenes inusuales e introduce términos
procedentes de las diversas jergas. Las figuras retóricas más presentes son el zeugma,
la dilogía, el calambur, la hipérbole y el diminutivo irónico. Todo ello implica un
esfuerzo interpretativo en el lector.
Interpretaciones
Por un lado se ha considerado que la obra tiene un significado moral y didáctico. El
Buscón supone, desde este punto de vista, el rechazo a la conducta de su protagonista,
como ocurría en el Guzmán, pero en este caso de una forma implícita. La frustración de
los intentos de ascender de su protagonista se ha interpretado como un ejemplo de la
inutilidad del engaño como medio de mejora y una censura de la ambición desmedida.
Asimismo, la novela se ha visto como una aceptación del sistema social establecido. El
pícaro no intenta justificarse a sí mismo, lo que apoya la teoría que sostiene que la obra
está planteada desde la perspectiva de las clases dominantes. De esta forma, el intento
de ascender de su protagonista se juzga inapropiado e imposible, pues cada tipo debe
mantenerse en el estamento en el que nace. La crítica de Quevedo se centra en
personajes que se rebelan contra el papel que les corresponde en la sociedad, pero no
se dirige hacia el orden social en su conjunto: critica a los nobles iletrados, pero no a la
nobleza; a los religiosos que se apartan de la espiritualidad, pero no al clero. Así, la
honra aparece como un valor deseable, pero se critica el afán por falsearla o por
alcanzarla a través de medios ilícitos. Detrás de la sátira de las clases bajas se pueden
encontrar los recelos de la clase dominante ante las amenazas de unos grupos sociales
que quieren gozar de privilegios que solo les corresponden a ellos.
Sin embargo, puesto que ninguna de estas intenciones aparece cifrada de forma
explícita en la obra, no existe una opinión consensuada por parte de la crítica, que ha
discrepado especialmente con respecto a la presencia de una intención moral. Lo que
parece claro es que el autor concibe la obra como medio de burla y como una forma de
dar rienda suelta a su dominio del lenguaje.
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