La Crisis Del Siglo XIV. Robert López
La Crisis Del Siglo XIV. Robert López
La Crisis Del Siglo XIV. Robert López
“Libranos, Señor, del hambre, de la peste, de la guerra” Repetida cada año en todas
las iglesias de Oriente y de Occidente, pero menos apremiante en la época eufórica de
la expansión y la prosperidad, esta invocación asumió de nuevo en el siglo XIV una
impresionante actualidad”. (Robert López, 2005, p. 424)
Para Robert López “el problema de la alimentación, que nunca fue resuelto
completamente para los pobres, fue el primero que se despertó cuando la Gran
Hambre de 1315-1317. Las provincias más fértiles de Europa también sufrieron sus
estragos”. (ídem) La ciudad de Yprés, tan rica y cercana al mar, no pudo impedir que
murieran de inanición 3000 personas en seis meses (aproximadamente una quinta
parte de su población).
“La peste, casi olvidada desde la gran epidemia de 737-750, reapareció exactamente
al cabo de seiscientos años más tarde. Llevóse consigo por los menos un tercio de la
población europea, más en las ciudades que en el campo. Pero en el siglo XIV, en las
campañas de los turcos contra el Imperio Bizantino, en la lucha entre los Caballeros
teutónicos y lituanos, en el largo duelo franco-inglés, asumió una ferocidad y una
proporción insólitas” (Robert López, 2005, p. 424).
Retroceso demográfico:
Para Robert López “estas calamidades” no fueron desastres aislados, como los
producidos durante la época de expansión, sino que “se renovaban, se prolongaban,
se reforzaban mutuamente”. La guerra encendió otros focos de la Italia Meridional, en
los países ibéricos, alrededor del Báltico, en el seno de ese caos urbano y feudal que
seguían denominando Imperio. “Confiada a efectivos más numerosos que en el
pasado, sustrajo brazos al trabajo, tierras a la agricultura, capitales a inversiones
productivas. La peste reapareció a intervalos casi regulares (1348-1350, 1360-1363,
1371- 1374, 1381-1384), en tanto que un recrudecimiento de la malaria producía el
vacío alrededor de Siena, Pisa, Narbona, Aigues-Mortes, y que los establecimientos
escandinavos de Groenlandia sucumbían al frío y a la insuficiente alimentación.
“En la Península Ibérica, las Órdenes religiosas y militares a las que los reyes confían
en los sucesivo la utilización de los desiertos creados por la Reconqusita, no
consiguen ya repoblar sus dominios; los transforman en tierras de pastos. Incluso en
los países mejor cultivados, los más fértiles, la agricultura se encuentra en retroceso.
En Inglaterra, aunque el número de los cultivadores haya disminuido, los precios de
las cosechas bajan tanto, que los señores procurarán desprenderse de sus tierras y
los campesinos no obtendrán de ellas unos ingresos suficientes para pagar
contribuciones o para hacer sus modestas compras en los mercados de las ciudades.
Las ciudades se ven afectadas, doblemente, por las propias pérdidas y por las del
campo. Poseyendo el equipo necesario para hacer frente a crisis locales o pasajeras,
pero impotentes contra los grandes sobresaltos y las crisis prolongadas, tratan al
principio recuperarse. Como siempre, extraen del depósito de la población rural los
obreros que podrían convertirse en los aprendices de mañana, los ricos burgueses de
más tarde. Pero pronto llegará el momento en que el depósito, medio vacío, apenas
podrá suministrar más que miserables y bandoleros. Los negocios irán mal, y el
aumento de la demanda de artículos de lujo no podrá compensar el hundimiento de la
demanda en masa. Entonces, los “horizontes abiertos” volverán a cerrarse, y la vieja
burguesía, descorazonada, se replegará en sus posiciones. La inmigración y los
aprendizajes quedarán restringidos. No se fundarán nuevas ciudades, no se
aumentarán las que están circundadas por murallas, ni siquiera se logrará llenar las
superficies englobadas en el transcurso de los últimos años de optimismo”. (Robert
López, 2005, p. 425-426).
La Edad Media, iniciada con una crisis, termina con otra crisis. Una vez más se ve
afectado todo un hemisferio. “Aldeas abandonadas, ciudades en decadencia se
encuentran en gran número en el Imperio Bizantino, Egipto, Persia, Turquestán,
Mogolia, China. La guerra se propaga y encarniza, con diversos protagonistas, fines y
pretextos, de un extremo a otro de lo que había sido el Imperio mogólico, en Asia
Menor, en Siria, en África del Norte. La peste, surgida del Extremo Oriente, no
alcanzará Europa antes de haber trazado su surco a través del Asia; también causará
estragos en Egipto y África Occidental”. (Robert López, 2005, p. 426).
“La india (…) parece haber conocido la sequía más terrible de su historia. Se habla de
años enteros sin lluvia, de malas cosechas que se repiten hasta doce años seguidos; a
veces, se dice, ni siquiera los reyes tendrán lo suficiente para comer”.(ídem)
Los datos sobre el clima del siglo XIV parecen indicar a la vez la línea cumbre de una
“pulsación” (fluctuación lenta durante varios siglos) y saltos violentos. El clima no
cambia nunca de la misma manera en toda la superficie de la Tierra; pero en las
regiones que pertenecen a la misma zona climática, estos cambios suelen ser
uniformes. En la India, el siglo XIV trae la sequía. Por el contrario, más al norte los
inviernos se hacen más lluviosos y fríos.
Algunos hechos relativos a Europa:
“Las roturaciones, los pastos, los incendios, todo conspiraba contra los modestos
recursos forestales de las regiones mediterráneas. Seriamente afectados por la
explotación intensiva de la época grecorromana, luego parcialmente recuperados
durante la Alta Edad Media, estos recursos se manifestaron pronto como insuficientes
para el auge demográfico y la revolución comercial1 de la Baja Edad Media. Siendo el
hierro y el acero de un uso todavía limitado, la madera era el principal material
industrial; era casi el único combustible. Desde la época de las Cruzadas, la marina
musulmana sufría los escases de madera. En el siglo XIII, los Apeninos comenzaban a
perder sus bosques. (…) Si bien parece exagerado el ver en la falta de madera la
causa principal de la decadencia islámica y de la decadencia veneciana (…), los
efectos del desmonte en la agricultura son evidentes. Sin la capa protectora de los
bosques, el fluir de las aguas se hace problemático tan pronto como las
precipitaciones rebasan el nivel normal. En las alturas, la buena tierra es arrastrada en
los desmoronamientos. En las depresiones, el agua se estanca y forma pantanos
destructores”. (Robert López, 2005, p. 427).
“..la Europa de 1300, a pesar del inmenso progreso realizado en el transcurso de los
últimos cuatro siglos, era todavía lo que hoy llamaríamos un continente
subdesarrollado” (Robert López, 2005, p. 428).
1
Revolución Tecnológica para la profe.
Parece que la duración media de la vida, de unos veinticinco años, haya subido a unos
treinta y cinco años en Inglaterra del siglo XIII. El alcanzar la madurez constituía un
privilegio reservado a una minoría. En el siglo XIV, cuando el coeficiente volvió a bajar
al promedio de veinticinco años, esta minoría se redujo de un modo peligroso.
¿La banca? “Después de las grandes quiebras de los banqueros, que se remontan a
fines del siglo XIII, les toca el turno a las compañías florentinas. La quiebra (…) no
dejará en pie más que pequeñas compañías; será preciso aguardar al siglo XV”.
¿La expansión más allá de las fronteras? La China, el Asia Central, Persia, irán
cerrándose sucesivamente a los comerciantes occidentales. El Imperio Bizantino
agoniza; los turcos, que acabarán por recoger su legado, hacen pagar caro el privilegio
de vender y comprar en su país. Egipto aumenta los precios, sube tarifas aduaneras,
estafa a los extranjeros. El gran libro de las conquistas del catolicismo en Europa,
llegado, desde el siglo XIII, a sus dos últimos capítulos, se interrumpe de pronto:
Granada sigue siendo musulmana, y Lituania, pagana.
Podría decirse que el papel de los griegos y de los latinos se había invertido desde la
primera época bárbara, cuando Bizancio había servido de baluarte, mientras que el
occidente, sumergido, le servía de válvula.
Esta vez, la Europa católica no tiene más enemigos que temer que a sus propios hijos.
La Iglesia y el Imperio, enzarzados en sus problemas, decepcionan a sus fieles.
Reyes, príncipes, tiranos de ciudades y agitadores del pueblo, arrastrados por sus
ambiciones, explotan y oprimen a sus súbditos. (…) Al finalizar la Edad Media no se
advierten huellas de aquella triste resignación, de aquella disolución de la personalidad
que habían caracterizado a la Alta Edad Media. (…) Es verdad que en la Edad Media
no faltaron hombres extraordinarios, pero la crisis que acompañan a su fin, (…)
preparan a la Humanidad para el gran impacto que la precipitará de su concepción de
centro de la Creación en una situación insignificante sobre un planeta que, a su vez,
tampoco es el centro del Universo”.