BIANCHI Burrito de Belén
BIANCHI Burrito de Belén
BIANCHI Burrito de Belén
“Os traigo una buena nueva, una gran alegría, que es para
todo el pueblo; pues os ha nacido hoy un Salvador, que es
el Mesías Señor, en la ciudad de David” (Lc. 2, 10-11). Con
estas jubilosas y sencillas palabras el ángel anunció a los
pastores la venida del Hijo de Dios a esta tierra: la Buena
Nueva, la Gran Noticia que sigue llenando de asombro a
los hombres y que nos convoca aquí en este día.
1
cae la baba. Los hermanos preparan una gran bienvenida
en casa y todos quieren coger en brazos al neófito. Y el
rebosante gozo de la familia se extiende alrededor,
haciendo partícipes del acontecimiento a los parientes,
amigos, compañeros, conocidos, como queriendo compartir
con todo el mundo el sentimiento íntimo de alborozo,
porque “cada criatura al nacer, conlleva la esperanza de
que Dios no pierde la confianza en los hombres”
(Rabindranath Tagore).
Todo esto tan normal hoy día, también lo sería hace dos mil
años, cuando nació Jesucristo. ¡Con qué esmero
organizarían María y José todo lo relativo a su futuro hijo! Y
no sólo en lo tocante a lo material, sino además cuidando
mucho lo espiritual, porque ese niño era muy especial.
María fue la primera en enterarse de la noticia, y dio su
aprobación, su fiat, para que el proyecto divino siguiera
adelante. José, que confiaba plenamente en su esposa,
pasó momentos muy difíciles hasta que, por fin, conoció los
detalles de su embarazo; y, además, se pedía su
colaboración en la tierra para una misión divina de alcance
universal: “Dará a luz un hijo a quien pondrás por nombre
Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt. 1,
20). Es de suponer la reacción de José: por una parte,
alivio y regocijo, y, por otra, cierto temor ante lo que este
encargo significaba. María y José tuvieron que desplazarse
a Belén para empadronarse; el viaje no sería muy cómodo,
y María debió pasarlo bastante mal, tan avanzada como iba
su gestación. Después de varias idas y venidas buscando
un lugar adecuado, la Virgen dio a luz a su Hijo. Podemos
imaginar su inmenso gozo: ¡con qué cuidado lo cogerían, lo
arroparían, lo acostarían en la improvisada cuna! María
miraría a su Hijo encantada y dichosa, guardando todo en
su corazón (cfr. Lc. 2, 51). José lo tomaría en brazos, se lo
comería a besos, lo dormiría; solícito, cuidaría de su
esposa, ocupándose de que tuviera todo lo necesario. Los
2
sentimientos de María y de José serían los mismos que los
de todos los padres, pero en este caso, además, el recién
nacido era Dios encarnado.
3
Dios Niño nace en un pesebre, pobre, humilde, inerme,
ignorado. Sólo María y José son conscientes de la
trascendencia del evento y desde el principio empiezan a
sentir en sus propias carnes el destino de la criatura: ser
signo de contradicción, como profetizaría Simeón más
tarde (cfr. Lc. 2, 34). El Señor de cielos y tierra “siendo rico
se hizo pobre para enriquecernos a nosotros con su
pobreza” (2 Co. 8,9). Parece una paradoja: Cristo no nos
ha enriquecido con su riqueza, sino con su pobreza, esto
es, con su amor que le empujó a darse totalmente a
nosotros. Podría haber hecho su aparición en el mundo de
muchas otras maneras, pero decidió hacerlo como un niño
nacido en el seno de una familia. Así quiso recalcar la
necesidad de vivir la infancia espiritual para acercarse a El
(“si no os volviéreis y os hiciéreis como niños, no entraréis
en el Reino de los cielos” [Mt. 18, 3]); y quiso dejar
constancia de la importancia de la familia (un padre, una
madre, unos hijos) en el desarrollo y educación de los
seres humanos.
4
“Esto tendréis por señal: encontraréis un niño envuelto en
pañales y reclinado en un pesebre” (Lc. 2, 12), añadió el
ángel para orientarlos en su búsqueda. ¿Dónde
pensábamos encontrar a Dios: en un palacio, en un lugar
lujoso e inaccesible, en alguna circunstancia
extraordinaria? A Dios lo encontramos, si queremos, en las
cosas sencillas de cada día: se ha hecho un niño y, como
tal, está envuelto en pañales, durmiendo. ¿No es
maravilloso que Dios Omnipotente se nos presente como
un Niño que se hace pis y caca, como todos los niños, que
llora, que duerme, que necesita tomar el pecho de su
Madre para alimentarse, que precisa de los cuidados de
sus padres para sobrevivir? ¿Quién puede resistirse ante
un niño?; ¿quién no prestaría su propio calor a un
indefenso niño pobre recién nacido?; ¿quién tiene miedo a
un niño? Su presencia inspira ternura, protección, cariño.
Dios ha tomado nuestra naturaleza como prueba de su
amor: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo
único, para que todos los que creen en él tengan vida
eterna” (Jn. 3, 16). Y se nos presenta como un niño para
que nos acerquemos a Él con total confianza.
5
imponerse; no quiere obligar a nadie, porque respeta
nuestra libertad: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si
alguno escucha mi voz y abre la puerta, yo entraré a él y
cenaré con él y él conmigo” (Apoc. 3, 20). Dios quiere hijos,
no esclavos. Y en el uso de esta libertad, podemos decir
rotundamente no a Dios, o bien ponerlo entre paréntesis en
nuestra vida, hasta arrumbarlo poco a poco en un rincón
olvidado. El hombre tiene la tentación de la arrogante
autosuficiencia con la que quiere erigirse en divinidad.
Nietzsche, por ejemplo, insistió en esta idea y exigía para el
hombre el reino de la tierra. Si, por el contrario, nos
decidimos a acoger a este Niño, hemos de ser
consecuentes y no regatear esfuerzos ni descafeinar
nuestra entrega, fabricando una imagen de Cristo
interesada, pero falsa. Nos podemos fijar en el ejemplo de
los Magos de Oriente: ven una estrella, reciben una
vocación; se ponen en camino; pero la señal desaparece,
surgen las dudas y se desorientan; preguntan y piden
consejo para recuperarla; insisten, hasta que, por fin, llenos
de alegría, encuentran lo que buscaban con
perseverancia2. Ellos son personas con una sensibilidad
interior que les permite oír y ver las señales sutiles que
Dios envía al mundo, y que así quebrantan la dictadura del
acostumbramiento3.
6
presuntamente más importantes”4. En otras palabras, como
apuntó Juan Pablo II con un cierto tono profético: “quitar a
Cristo de la vida del hombre, es un acto contra el hombre”.
7
tanto, todo lo que hace referencia a Dios debe estar
circunscrito al ámbito de lo subjetivo6. No parece prudente
que las creencias personales tengan una repercusión en la
esfera pública; la fe debe limitarse a lo estrictamente
privado, sin una proyección exterior. Esto es una falacia,
que incluso muchos cristianos, con buena intención por su
parte, se han creído. No se trata de caer en el fanatismo ni
en el fundamentalismo, pero sí hay que dejar claro que un
católico no lo es solamente cuando está en el templo; con
un mínimo de coherencia, debe tratar de actuar como tal en
su trabajo, en sus relaciones sociales, en su vida de familia,
en sus ratos de ocio y diversión, en sus actuaciones
públicas.
6
Cfr. Benedicto XVI, obra citada, pp. 60 y s.
7
Cfr. Benedicto XVI, obra citada, pp. 238-240.
8
Benedicto XVI: Carta Encíclica Deus caritas est, 3-6.
8
alzarlos nunca a esa bendita estrella que condujo a los
Reyes Magos hasta un humilde pesebre?”
9
siempre como en agonía. Pero la gloria de Cristo, la gloria
humilde y dispuesta a sufrir, la gloria de su amor, no ha
desaparecido ni desaparecerá”9.
10
¡Qué gran ejemplo de superación, de optimismo, de
capacidad de servicio, de entrega, de amor verdadero, nos
dan esas madres y esos padres! Pido al Niño Dios que les
dé fuerzas para seguir adelante en su duro caminar.
11
redención por medio de unas actividades cotidianas
normales, divinizando las realidades temporales que son,
para nosotros, el medio de santificación. Y todo ello, de una
forma tan natural, que, unos años más tarde, sus paisanos
se sorprenden de su sabiduría y de sus poderes: “¿no es
éste el hijo del carpintero?” (cfr. Mt. 13, 54-58; Mc. 6,1-6;
Lc. 4, 16-30).
12
villancicos; para participar en juegos de mesa; para pasar,
en fin, ratos agradables. Es razonable, en consecuencia,
que en estas fechas tan familiares echemos más en falta a
los seres queridos que ya no están con nosotros. La familia
es un refugio, un oasis, en el que el ser humano es
valorado por lo que es. En mi opinión, hemos de tomarnos
más en serio a la familia, que es, en palabras de Juan
Pablo II, "base de la sociedad y el lugar donde las personas
aprenden por vez primera los valores que les guían durante
toda su vida". No es cierto que el modelo de familia
tradicional sea algo pasado de moda; lo que ocurre es que
en estos tiempos se desbancan valores como la lealtad, la
fidelidad, el compromiso, que son la base de la
convivencia, y se prima la búsqueda del placer y del
beneficio personal a toda costa, sin reparar en otras
cuestiones. Urge, pues, defender la supervivencia y el
prestigio de la familia, siendo conscientes de su influencia
benéfica para todos.
13
este misterio? Uno puede querer ser un pastor que acude
al portal con requesón, manteca y vino. O bien,
transformarse en un rey mago montado en su caballo que
se acerca poco a poco hasta el establo y ofrece al Niño oro,
incienso o mirra. Puestos a elegir, uno puede quedarse
hasta con el burro, animal que simboliza la humildad, la
docilidad, el trabajo oscuro y silencioso, la perseverancia.
El, que tuvo la suerte de transportar a la Sagrada Familia y
ser casi como uno más de sus miembros, estando siempre
muy cerca del Niño, es uno de los protagonistas de nuestro
belén, como reza un villancico popular11:
14
portal. A lo mejor no tenemos muchas cosas para llevar al
Niño; no importa: lo único que se nos pide es un corazón
sencillo y generoso, capaz de percibir la grandeza de lo
pequeño y de descubrir las maravillas ocultas en los
hechos aparentemente insignificantes: “no se ve bien sino
con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos"12.
12
Antoine de Saint-Exupéry: El principito. Barcelona: Ediciones Salamandra. 2001, p. 72.
13
Benedicto XVI: Carta encíclica Spe Salvi, Sobre la esperanza cristiana, n. 31. Madrid:
Ediciones Palabra, 2007.
15