Homo Sapiens Sapiens

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Homo sapiens sapiens

En el yacimiento de Herto (Etiopía, África) se han exhumado, en el 2004, dos cráneos muy
completos, y con claros rasgos anatómicos del hombre moderno, datados alrededor de
170.000 años, tales hallazgos parecen confirmar que la especie Homo sapiens sapiens había
evolucionado en África y se aprestaba a emprender la inmensa tarea de colonizar el planeta.

Hace 60.000 o 70.000 mil años (para algunos hace apenas 50.000 años) que se produjo la
tercera gran oleada migratoria desde África oriental. Grupos de la rama más reciente del árbol
genealógico del género humano denominado Homo sapiens sapiens habían llegado a orillas del
desierto viajando en grandes grupos familiares, pero, al contrario de lo que había sucedido a
sus predecesores Homo erectus y Neandertal, el desierto ya no avanzaba hacia el sur para
penetrar en el trópico, sino que disminuía cada vez más.

Al mismo tiempo, desde el sur, los bosques volvían a expandirse y avanzaban tierra adentro a
lo largo de las orillas de los ríos. Los grandes animales empezaron a retroceder, pues el
aumento de las lluvias había tornado verdes las zonas secas y el desierto, por su parte,
retrocedía también cada vez más. El período interglaciar del norte proporcionó a África una
época de profusas precipitaciones pluviales que alteraron el ecosistema..

Cabe destacar que cuanto más se expandían los bosques, mayor se hacía el ambiente natural
de la nueva forma humana, que se había adaptado a las condiciones de los linderos de los
bosques como experto cazador y recolector. El aspecto recolector de estos seres humanos
había adquirido cada vez mayor importancia, porque las nuevas técnicas de mejora de la
alimentación vegetal habían reducido su preferencia de las proteínas animales. La otra forma
humana de África que correspondía al Neandertal, el cual —como vimos— ya vivía en Europa y
desde allí había avanzado hasta los límites extremos del hielo en Europa, se veía obligada a
retroceder cada vez más a causa de la expansión de los bosques, en tanto que asomaba una
nueva forma especie humana, el Homo sapiens sapiens, fue él quien en la tercera oleada de
migración logró atravesar el desierto, ya menos abrasador y crudo, y se asentó primero en la
actual Palestina, en el Oriente medio, pronto arribó a la India y se proyectó hacia el sudeste
asiático.

El avance colonizador de los hombres modernos fue incontenible, hace 40.000 o 50.000 años
llegaron a Australia a través de la zanja de Sunda. Debieron aprender a construir balsas u otros
vehículos acuáticos, pues Australia y Nueva Guinea se hallaban separados, por mar, del
continente asiático. El registro geomorfológico indica que en ningún momento del Pleistoceno
se produjo la unión con el Sureste asiático. En los milenios siguientes, el desplazamiento de
estos seres humanos se alejó cada vez más de la región asiática.

Otro grupo que corresponde a la rama de expansión más septentrional del Homo sapiens
sapiens, y de este linaje se desprende una rama muy gruesa hacia el oeste, que engloba a los
denominados pueblos caucásicos, y por tanto, también al hombre de Cro-Magnon, nuestro
antecesor más inmediato de la Europa del período glacial.

La otra rama principal se bifurca en el noreste de Asia. Uno de sus brazos se adentra en el este
de Asia y allí se convirtió en un centro de gran densidad demográfica donde aún, en la
actualidad (China), se concentra la mayor población de la humanidad. El otro brazo penetra
hacia la Siberia y de allí atraviesa el estrecho de Bering hacia Norteamérica, hace apenas
15.000 a 20.000 años, (Cactus Hill, 15.000 años, en Virginia, sería el testimonio más antiguo),
de donde se proyecta a Suramérica hasta llegar al extremo meridional de la Tierra de Fuego
(estableciéndose en Monte Verde (14,800 años), en Mylodont, la Cueva de Fell, Palli Aike, Tres
Arroyos, Punta María, Marazzi y Túnel). Esta explosión colonizadora aparentemente habría
cubierto casi todos los territorios de la Tierra, con excepción de las formaciones nivales. Sin
embargo, hace 500 años, los nuevos colonizadores europeos que se apropiaron de América,
África, gran parte de Asia, se encontraron también con tierras deshabitadas por el ser humano,
fueron áreas remotas como muchas de las islas del océano Atlántico e Índico.

Otro grupo, desde la zona de Palestina, arribó al este de la cuenca del Mediterráneo y por el
mismo camino hasta el oeste de dicha cuenca. A diferencia de Neandertal, este nuevo
representante del linaje humano llamado Cro-Magnon, permaneció en la zona mediterránea,
especialmente al sur de Francia, donde habían bosques y una sucesión de cuevas (Lascaux, Lie
Portel, Pech-Merle, Le Poisson, Font de Gume, Laussel) y (Altamira, Santían, Monte Castillo,
Pindal, en España septentrional) en cuyas paredes desarrollaron un arte propiciatorio
admirable, con representaciones de la fauna: bisontes, ciervos, toros, renos, caballos, peces,
etc. En sorprendentes artefactos de hueso y asta de reno, y en una infinidad de pinturas
rupestres o parietales quedaron plasmadas sus visiones con una plasticidad admirable.

El hombre de Cro-Magon empezó rápidamente en afianzarse como cazador y recolector en el


continente europeo. Cronológicamente habitó esos ecosistemas en el Paleolítico superior, que
comprende cuatro estadios secuenciales: Chatelperroniense (30.000 años a. C.); Auriñacense
(25.000 años a.C.) Preigordiense, Proto Magdaliniense, Solutrense (20.000 años a.C. y
Magdaliniense (15,000-10.000)1

En lo referente a su aspecto morfológico, el hombre de Cro-Magnon era un ser humano del


tipo actual; no vivía en las tundras abiertas. Los Neandertal y los Cro-Magnon se distinguían
por los distintos entornos en los que vivían, como sucede en el caso de muchas especies
emparentadas. Apenas competían, siempre y cuando la tundra fuera productiva y el bosque no
pudiera seguir avanzando.

Recientes estudios paleontológicos, arqueológicos y genéticos confirman que en condiciones


estables del último período glacial cohabitaron dos formas y dos culturas humanas, que vivían
como vecinos en Europa y en el suroeste asiático. La situación era muy distinta en el Asia
oriental y Suroriental. Allí no había hombres de Neandertal, pues por motivos climáticos no
había animales grandes que constituían su dieta alimenticia esencial. Los monzones
procedentes de la India y del suroeste del Pacífico traían abundantes precipitaciones pluviales,
y con ello crecían bosques incluso en los puntos álgidos del período glacial. Así pues, ni la
fuerza física de los neandertales, ni las barreras casi infranqueables de los espacios
inhabitables impidieron el avance y dominio vertiginoso de la nueva especie humana. En
menos de 20.000 años, el Homo sapiens sapiens había alcanzado y poblado el Asia oriental, y
en sólo en 3.000 años toda América bordeando sus costas y atravesando el territorio
montañoso.

El triunfo evolutivo del Homo sapiens sapiens con respecto a las demás especies de homínidos,
radica fundamentalmente, en el cambio de comportamiento relacionado con determinados
aspectos simbólicos. Desarrolló «otro tipo de inteligencia simbólica» que supuso una
verdadera revolución mental, económica y tecnológica que nos ha llevado a logros
insospechados. Hasta hace pocos lustros se pensaba que Europa, debido al rico registro

1
(Leroi-Gourhan, 1963)
establecido y a la intensidad de la investigación a la que fue sometido este continente, se le
consideró como el centro gravitante en haber alcanzado tales logros y mantener la idea de una
población europea como vanguardia de la civilización a través de la historia. Este paradigma
está claramente superado, pues, nuevos datos arqueológicos vienen demostrando que las
primeras evidencias del comportamiento humano moderno aparecieron gradualmente en
África y que las poblaciones que salieron, hace 60.000 u 80.000 años, con el dominio de dicho
comportamiento, aunque posteriormente, en cada región se desarrollaron según fueran las
necesidades adaptativas.

Puntualicemos algunas de las innovaciones asociadas al nuevo comportamiento:

 Nueva tecnología lítica, llamada «talla laminar» u «hojas».


 Aparición nuevos elementos artísticos. Pintura parietal o rupestre.
 Uso de nuevas materias primas para la fabricación de útiles novedosos, especialmente
la industria ósea.
 Aumento demográfico constante, así como nuevas estrategias ocupacionales.
 Nuevas estrategias de caza, más efectivas, y ampliación del espectro alimenatrio.

Ilustración 1 Restos fósiles del Homos sapiens sapiens

ADN mitocondrial
Es mejor conocido que el ADN nuclear, por dos razones: es 200.000 veces más corto, y la
secuencia de sus nucleótidos se conoce por completo. La segunda razón es que la mayoría de
las células sólo tienen dos copias de ADN nuclear, pero decenas de miles de copias de ADN
mitocondrial, por lo tanto, es más fácil encontrar su composición casi intacta en los restos muy
antiguos, si están bien conservados. La edad de los restos es difícil de establecer, sobre todo si
éstos superan los 40.000 años. Pero las investigaciones con el ADN mt., pueden proporcionar
informaciones mucho más seguras que las obtenidas examinando los restos óseos fosilizados.
La información genética de las mitocondrias, por tanto, se copia una y otra vez, un millar de
veces en la vida de la célula individual, millones e incluso billones de veces en el proceso de la
historia del ser vivo, y siempre sigue siendo totalmente independiente de la información
genética de las células patrón. Ello indicaría, el por qué las mitocondrias siguen su propio
camino. Las mitocondrias no se recombinan, en tanto que el proceso de recombinación del
ADN nuclear (con la excepción del cromosoma Y) produce mezcla de secciones de ADN de la
madre y del padre, creando así una historia genérica mezclada, recombinada e ilegible.

La transmisión a través de un solo progenitor (el materno) evita una complicación que
entorpece el estudio de los cromosomas del núcleo celular, a saber, que cada individuo recibe
una dotación de los dos progenitores (salvo del cromosoma Y, que sólo es transmitido por los
machos y sólo se encuentran en los machos). Reiteramos, en el caso del núcleo, las dotaciones
del padre y de la madre se mezclan y se produce el fenómeno conocido como recombinación,
un intercambio de elementos entre ambas dotaciones, cuando éstos pasan a las generaciones
sucesivas. En el caso de las mitocondrias no sucede lo mismo. El cromosoma mitocondrial se
comporta como un segmento genéricamente rígido, y todos los genes que lo forman son
transmitidos como un bloque único a las generaciones sucesivas. Esto permite elaborar un
árbol genealógico de los individuos. Hasta hace poco, con los genes cromosomáticos, no se
podía hacer esto, hoy se ha logrado. Naturalmente también se pueden construir árboles de
poblaciones, como se han hecho hasta ahora con los genes cromosomáticos.

Eva Ancestral
Es el antepasado común más reciente de todos los seres humanos vivos; pero como las
mitocondrias son transmitidas sólo por las mujeres, tenía que ser una de ellas, era natural
llamarla Eva, en tanto que primera mujer. Pero cabe puntualizar que sólo es antepasada en lo
que a las mitocondrias se refiere, por lo que, para evitar confusiones también ha recibido el
nombre de Eva mitocondrial. La fecha en la que vivió esta Eva mitocondrial se ha calculado con
arreglo al número de mutaciones que separan a los hombres de los chimpancés, por un lado, y
por otro, al que separa por término medio a los africanos de los no africanos. La proporción
entre ambos es aproximadamente de 26. Conociendo la fecha en que los hombres se
separaron de los chimpancés, hace unos 5 millones de años, se obtuvo que la separación de
africanos y no africanos es 26 veces más peque- ña, o sea, 190.000 años a 200.000 años. Cabe
señalar que la verdadera relación numérica se halla un tanto modificada, pues las
explicaciones y las fórmulas son bastante complicadas. La fecha más importante
recientemente obtenida, es aquella en que todas las secuencias confluyen en una sola: la Eva
mitocondrial. De ese estudio se obtuvo la fecha de 171.500 años, fecha que encaja
admirablemente con la hipótesis propuesta del origen del hombre reciente en África.2

2
(Olazába, 2008)
Bibliografía
Leroi-Gourhan, A. (1963). Art et Religion au Paléolithique Supérieur. Paris.

Olazába, H. A. (2008). Obtenido de Revista de Investigacion de UNMSM:


http://revistasinvestigacion.unmsm.edu.pe/index.php/sociales/article/view/7192/632
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